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Período que abarca la 1ª parte:
Desde: Testimonio del Precursor y Formación del grupo apostólico
Hasta: Discurso sobre el Reino de Dios: La Nueva Jerusalén. El Nuevo Templo: «mi Iglesia»

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El tema “Iglesia”, 1ª parte, comprende:
Episodios y dictados extraídos de la Obra magna
«El Evangelio como me ha sido revelado»
(«El Hombre-Dios»)

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1-45-247 (1-3-271).- Juan el Bautista anuncia la venida de Jesús.- Bautismo de Jesús en el Jordán (1).
* Valle del Jordán.- Desierto de Judá.- ■ Veo una llanura despoblada de vegetación y de casas. No hay campos cultivados. Las pocas plantas reunidas aquí o allá en matas —vegetales familias— se encuentran en los sitios en que el suelo es menos ardiente. Tenga Ud. en cuenta que este terreno quemado y baldío está a mi derecha —teniendo yo el norte a mis espaldas— y se prolonga hacia el sur respecto a mí. A la izquierda veo un río de orillas muy bajas, que corre lenta­mente también de norte a sur. Por el movimiento lentísimo del agua comprendo que no debe haber desniveles en su lecho y que fluye por una llanura tan achatada que constituye una depresión. El movi­miento es apenas suficiente para que el agua no se estanque forman­do un pantano. (El agua es poco profunda, tanto que se ve el fondo; a mi juicio, no más de un metro, como mucho uno y medio. Tiene la an­chura del Arno hacia S. Miniato-Empoli: yo diría que unos veinte metros. Pero no tengo buen ojo para calcular con exactitud). Es de un azul ligeramente verde hacia las orillas, donde, por la humedad del suelo, hay una faja tupida de hierba que alegra la vista cansada de la desolación pedregosa y arenosa de cuanto se le extiende delante. ■ Esa voz íntima que le he explicado que oigo y me indica lo que debo anotar y saber me advierte que estoy viendo el valle del Jordán. Lo llamo valle porque se emplea esta palabra para indicar el lugar por donde corre un río, pero en este caso es impropio llamarlo porque un valle presupone montes y yo aquí no veo montes cercanos. Pero, en fin, estoy en el Jordán, y el espacio desolado que observo a mi derecha es el desierto de Judá. Si es correcto llamarlo desierto en el sentido de un lugar donde no hay casas ni trabajo humano, no lo es según el concepto que nosotros tenemos de desierto. Aquí no se ven esas arenas onduladas que nosotros nos pensamos, sino solo tierra desnuda, con piedras y detritus esparcidos; es como los terrenos aluviales después de una crecida. En la lejanía, colinas. ■ Además, junto al Jordán hay una gran paz, un algo especial, superior a lo común, como lo que se nota en las orillas del Trasimeno. Es un lugar que parece guardar memoria de vuelos de ángeles y voces celestes. No sé bien decir lo que experimento, pero me siento en un lugar que habla al espíritu.
* Una emanación de espiritualidad especial permite al Bautista reconocer al “Cordero”.- ■ Mientras observo estas cosas, veo que la escena se puebla de gente a lo largo de la orilla derecha —respecto a mí— del Jordán. Hay muchos hombres, vestidos de diversas formas. Algunos parecen gente de pueblo, otros ricos; no faltan algunos que parecen fariseos, por el vestido ornado de ribetes y galones. Entre todos ellos, en pie sobre una roca, un hombre a quien, aunque sea la primera vez que le veo, le reconozco enseguida como el Bautista. Habla a la multitud, y le aseguro que no son palabras dulces. Jesús llamó a Santiago y Juan «los hijos del trueno»… ¿Cómo llamar entonces a este vehemente orador? Juan Bautista merece el nombre de rayo, avalancha, terremoto… ¡Gran ímpetu y severidad, manifiesta, efectivamente, en su modo de hablar y en sus gestos! Habla anunciando al Mesías y exhortando a preparar los corazones para su venida extirpando de ellos los obstáculos y enderezando los pensamientos. Es un hablar vertiginoso y rudo. El Precursor no tiene la mano suave de Jesús sobre las llagas de los corazones. Es un médico que desnuda y hurga y corta sin miramientos. ■ Mientras le escucho no repito las palabras porque son las mismas que citan los evangelistas, pero ampliadas en impetuosidad— veo que mi Jesús se acerca a lo largo de un senderillo que va por el borde de la línea herbosa y umbría que sigue el curso del Jordán. Este rústico camino (más sendero que camino) parece dibujado por las caravanas y las personas que durante años y siglos lo han recorrido para llegar a un punto donde, por ser menos profundo el fondo del río, es fácil vadearlo. El sendero continúa por el otro lado del río y se pierde entre la hierba de la orilla opuesta. Jesús está solo. Camina lentamente, acercándose, a espaldas de Juan. Se aproxima sin que se note y va escuchando la voz de trueno del Penitente del desierto, como si fuera uno de tantos que iban a Juan para que los bautizara, y a prepararse a quedar limpios para la venida del Mesías. Nada le distingue a Jesús de los demás. Parece un hombre común por su vestir; un señor en el porte y la hermosura, mas ningún signo divino le distingue de la multitud. ■ Pero diríase que Juan ha sentido una emanación de espiritualidad especial. Se vuelve y detecta inmediatamente su fuente. Baja impetuosamente de la roca que le servía de púlpito y va deprisa hacia Jesús, que se ha detenido a algunos metros del grupo apoyándose en el tronco de un árbol. ■ Jesús y Juan se miran fijamente un momento. Jesús con esa mirada suya azul tan dulce, Juan con su ojo severo, negrísimo, lleno de relámpagos. Los dos, vistos juntos, son antitéticos. Altos los dos —es el único parecido— son muy distintos en todo lo demás. Jesús, rubio y de largos cabellos ordenados, rostro de un blanco marmóreo, ojos azules, vestido sencillo pero majestuoso. Juan, hirsuto, negro: negros cabellos que caen lisos sobre los hombros (lisos y desiguales en largura); la poca barba, negra y rala, que le cubre casi todo el rostro, no impide que se noten sus carrillos ahondados por el ayuno; negros ojos vivaces; oscuro de piel, bronceada por el sol y la intemperie; oscuro por el tupido vello que le cubre. Juan está semidesnudo, con su vestidura de piel de camello (sujeta a la cintura por una correa de cuero), que le cubre el torso cayendo apenas bajo los costados descarnados y dejando al descubierto el costado derecho cuya piel está tostada por el aire. Parecen un salvaje y un ángel vistos juntos.
* Bautismo de Jesús. Juan testifica que le ha reconocido por el signo.- ■ Juan, después de haberle mirado atentamente con su ojo penetrante, exclama: “He aquí el Cordero de Dios. ¿Cómo es que viene a mí mi Señor?”. Jesús responde lleno de paz: “Para cumplir el rito de penitencia”. Juan: “Jamás, mi Señor. Soy yo quien debe ir a Ti para ser santificado, ¿y Tú vienes a mí?”. Y Jesús, poniéndole una mano sobre la cabeza, porque Juan se había inclinado ante Él, responde: “Deja que se haga como deseo, para que se cumpla toda justicia y tu rito se convierta en el inicio de otro misterio mucho más alto y se anuncie a los hombres que la Víctima está en el mundo”. ■ Juan le mira con los ojos dulcificados por una lágrima y le precede hacia la orilla. Allí Jesús se quita el manto, la túnica, y la prenda interior quedándose con una especie de pantalón corto; luego baja al agua, donde ya está Juan, que le bautiza vertiendo sobre su cabeza agua del río, tomada con una especie de taza que lleva colgada del cinturón y que a mí me parece como una concha o una media calabaza secada y vaciada. Jesús es exactamente el Cordero. Cordero en la pureza de la carne, en la modestia del porte, en la mansedumbre de la mirada. ■ Mientras Jesús remonta la orilla y, después de vestirse, se recoge en oración, Juan le señala ante las turbas y testifica que le ha reconocido por el signo (2) que el Espíritu de Dios le había indicado como señal infalible del Redentor. Pero yo estoy polarizada en mirar a Jesús orando, y solo tengo presente esta figura de luz que resalta sobre el fondo de hierba de la ribera. (Escrito el 3 de Febrero de 1944).
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1  Nota  : Cfr. Mt. 3,1-17; Mc. 1,4-11; Lc. 3,3-17 y 3,21-22.  2  Nota   : Signo: La Paloma divina y la voz del Cielo. En Mateo. 3,13-17: “En esto, cuando todo el pueblo estaba bautizándose, habiendo sido también bautizado Jesús y estando en oración, se le abrieron los Cielos y vio bajar al Espíritu de Dios a manera de paloma, y posar sobre Él. Y se oyó una voz del Cielo que decía: «Éste es mi Hijo amado, en quien tengo puesta mi complacencia»”.
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1-45-250 (1-4-274).-“Juan no tenía necesidad de ningún signo. Tampoco Yo tenía necesidad de bautismo”.- El anuncio (voz del Padre) fue más potente que el angélico en Belén, porque provenía del Padre.
* “Su alma, presantificada desde el del vientre de su madre, poseía esa vista de inteligencia sobrenatural que todos los hombres habrían tenido sin el Pecado de Adán”.- ■ Dice Jesús: “Juan no tenía necesidad del signo para sí mismo. Su alma, presantificada desde el del vientre de su madre (1), poseía esa vista de inteligencia sobrenatural que todos los hombres habrían tenido sin el Pecado de Adán. Si el hombre hubiera permanecido en gracia, en inocencia, en fidelidad a su Creador, habría visto a Dios a través de las apariencias externas. En el Génesis se lee que el Señor Dios hablaba familiarmente con el hombre inocente y que éste no temblaba de miedo ante aquella voz y no se equivocaba al discernirla. Tal era la suerte del hombre: ver y entender a Dios, justamente como un hijo conoce a su padre. Después vino la Culpa, y el hombre ya no se ha atrevido a mirar a Dios, ya no ha sabido ni ver ni comprender a Dios. Y cada día lo sabe menos. Pero mi primo Juan había quedado limpio de la Culpa cuando la Llena de Gracia se había inclinado amorosamente para abrazar a Isabel que antes había sido estéril pero luego fecunda. El pequeñín saltó de júbilo en su seno, al sentir que de su alma caía la escama de la Culpa, como costra que cae de una herida que sana. ■ El Espíritu Santo, que había hecho a María la Madre del Salvador, empezó su obra de salvación, por medio de María, Copón vivo de la Salvación Encarnada, en este niño que había de nacer destinado a unirse a Mí, no tan sólo por la sangre, sino por la misión que hizo de nosotros como los labios que forman la palabra. Juan era «los labios» y Yo «la Palabra». Él, el Precursor en el anuncio del Evangelio y en la suerte del martirio; Yo, quien perfeccionaba, con mi perfección divina, el Evangelio comenzado por Juan y el martirio por la defensa de la Ley de Dios. ■ Juan no tenía necesidad de ningún signo. Pero fue necesario debido a la cerrazón de los demás. ¿En qué habría fundado Juan su afirmación, sino sobre una prueba innegable que pudiesen haber percibido los ojos y los oídos tardos de la gente? ■ Tampoco Yo tenía necesidad de Bautismo. Pero la sabiduría del Señor había decretado que ése era el momento y el modo del encuentro. E induciendo a Juan a salir de su cueva del desierto y a Mí a salir de mi casa, nos juntó en esa hora para abrir sobre Mí los Cielos y descender Él mismo, Paloma Divina, sobre Aquel que habría de bautizar a los hombres con la misma Paloma, y el anuncio, más potente que el angélico en Belén, porque provenía de mi Padre: «He aquí mi Hijo muy amado en quien me he complacido». Y esto fue para que los hombres no tuviesen excusas o dudas en seguirme o en no seguirme” (Escrito el 4 de Febrero de 1944).
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1  Nota  : Cfr. Lc. 1,15; 1, 41.
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(<Después de su permanencia en el desierto durante 40 días y 40 noches, Jesús llega al vado del Jordán>)
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1-47-258 (1-7-282).- Encuentro de Jesús con Juan de Zebedeo y su hermano Santiago (1). “Dinos, dónde vives”.- Herodes ha apresado a Juan el Bautista (2).
* Las exigencias de Jesús para ser su discípulo y amigo: deben renacer.-Veo a Jesús que camina a lo largo de la faja verde que sigue el curso del Jordán. Ha vuelto, aproximadamente, al lugar que vio su bautismo, cerca del vado que parece ser muy conocido y frecuentado, por ser el paso a la otra margen, en dirección a Perea. El lugar que antes estaba lleno de gente, se ve ahora desierto. Solo algún viandante, a pie o montado en asnos o caballos, lo recorre. Jesús parece no darse cuenta de ello. Continúa por su camino subiendo hacia el norte, como absorto en sus pensamientos. Cuando llega a la altura del vado, se cruza con un grupo de hombres de distintas edades que discuten acaloradamente entre ellos y luego se separan, dirigiéndose unos hacia el sur y otros al norte. Entre los que se dirigen hacia el norte veo a Juan y a Santiago. ■ Juan es el primero en ver a Jesús y lo señala a su hermano y acompañantes. Hablan entre sí un poco, y luego Juan se echa a andar de prisa para alcanzar a Jesús. Santiago le sigue más despacio. Los demás no hacen mayor caso; continúan caminando lentamente y discutiendo. Juan, cuando llega a no más de unos dos o tres metros detrás de Jesús, grita: “¡Cordero de Dios que quitas los pecados del mundo!”. Jesús se vuelve y le mira. Ambos se encuentran a pocos pasos el uno del otro. Se miran. Jesús con su mirada seria e indagadora; Juan con sus ojos puros y sonrientes en esa cara juvenil como de niña. Puede tener más o menos unos veinte años, y en sus mejillas sonrosadas no hay más signos que el de una pelusa rubia que parece un velo de oro. Jesús pregunta: “¿A quién buscas?”. Juan: “A Ti, Maestro”. Jesús: “¿Cómo sabes que soy Maestro?”. Juan: “Me lo ha dicho el Bautista”. Jesús: “Y entonces ¿por qué me llamas Cordero?”. Juan: “Porque así te llamó cuando Tú pasabas, hace poco más de un mes”. Jesús: “¿Para qué me quieres?”. Juan: “Para que nos digas palabras de vida eterna y nos consueles”. Jesús: “Pero… ¿quién eres?”. Juan: “Soy Juan de Zebedeo y éste es mi hermano Santiago. Somos de Galilea, pescadores y discípulos de Juan. Él nos decía palabras de vida y nosotros le escuchábamos, porque queremos encontrar a Dios y, con la penitencia, merecer su perdón, preparando así los caminos del corazón para cuando llegue el Mesías. Tú lo eres, Juan lo dijo porque vio el signo de la Paloma posarse sobre Ti y fue cuando dijo: «He aquí el Cordero de Dios». Y yo te digo: Cordero de Dios que quitas los pecados del mundo, danos la paz porque no tenemos quien nos guíe y nuestra alma está turbada”.
* Permítenos quedarnos contigo, Maestro. Muéstranos dónde vives”.- Juan el Bautista, preso, en la prisión de Maqueronte.- ■ Jesús les pregunta: “¿Dónde está Juan?”. Juan: “Herodes le ha apresado. Está en la prisión de Maqueronte. Los más fieles de entre los suyos han tratado de liberarle, pero no han podido. De allí venimos. ■ Permítenos quedarnos contigo, Maestro. Muéstranos dónde vives”. Jesús: “Venid. Pero ¿sabéis qué cosa pedís? Quien me sigue tendrá que dejar todo: casa, padres, modo de pensar y también de vida. Yo os haré mis discípulos y amigos, si queréis. Pero no tengo riquezas ni modo de protegeros. Soy y seré pobre hasta no tener dónde reclinar la cabeza y lo seré aún más; más perseguido que una oveja perdida, por los lobos. Mi doctrina es todavía más severa que la de Juan, porque prohíbe incluso el resentimiento. No se dirige tanto hacia lo externo cuanto hacia el espíritu. Tendréis que renacer si queréis ser míos. ¿Lo queréis hacer?”. Juan: “Sí, Maestro, Tú solo tienes palabras que nos dan luz y, para nosotros que vamos sin guía, entre tinieblas y desolación, nos dan una claridad como de sol”. Jesús: “Venid, pues, y vayamos. Os adoctrinaré por el camino”. (Escrito el 25 de Febrero de 1944).
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1  Nota  : Cfr. Ju. 1,35-39; Mt. 4,21-21; Mc. 1,19-19.  2  Nota  : Cfr. Mt. 4,12-12; Mc. 1,14-14a; Lc. 3,19-20.
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1-47-261 (1-9-286).-Tres observaciones de Jesús: sobre la flor de Satán; sobre una aparente contradicción en el Evangelio de Juan y sobre la audacia de los puros.
* “Deja la flor de Satanás. Ven detrás de Mí como Juan”.- ■ Dice Jesús: “No he querido que hablases sobre la tentación sensual de tu Jesús (1). Aunque tu voz interior te había hecho comprender el objetivo de Satanás para moverme a la carne, he preferido hablarte de ello Yo. Y ahora no pienses ya nada más. Era necesario hablarte de ello. Ahora pasa adelante. Deja la flor de Satanás sobre la arena. Ven detrás de Mí, como Juan. Caminarás entre espinas, pero encontrarás por rosas las gotas de sangre de Quien las derramó por ti, para vencer también en ti a la carne”.
* Contradicción aparente en el Evangelio de Juan: «Y al día siguiente».Jesús: “Tengo también una observación que hacerte antes. Dice Juan en su Evangelio hablando del encuentro conmigo: «Y al día siguiente» (2). Parece, por eso, que el Bautista me hubiera indicado al día siguiente del bautismo, y que inmediatamente Juan y Santiago me hubieran seguido. Ello está en contra de lo dicho por los otros Evangelistas, acerca de los cuarenta días pasados en el desierto. Leedlo del modo siguiente: «(Una vez acaecido el arresto de Juan) un día después, los dos discípulos de Juan Bautista, a los cuales me había señalado diciendo: ‘He aquí el Cordero de Dios’, al verme de nuevo, me llamaron y me siguieron». Esto fue después de mi regreso del desierto”.
“La santa audacia de los puros y los generosos que sin miedo van a donde ven que hay Dios, donde ven que hay verdad, doctrina y camino hacia Dios”.-Jesús: “Y juntos regresamos a las orillas del lago de Galilea, donde me había refugiado para empezar allí mi evangelización. Después de haber hablado conmigo en el camino y durante todo el día en casa de un amigo nuestro y de nuestra familia, ellos hablaron de Mí a los otros pescadores. La iniciativa fue de Juan, a quien el deseo de penitencia había hecho de su alma, ya de por sí limpia por su pureza, una obra maestra de claridad limpísima sobre la que la verdad se reflejaba claramente, dándole también la santa audacia de los puros y de los generosos, que no tienen miedo de abrirse paso a donde ven que hay Dios, donde ven que hay verdad, doctrina y camino hacia Dios. ¡Cómo amé a Juan por esta característica suya sencilla y heroica!”. (Escrito el 25 de Febrero de 1944).
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1  Nota  : Jesús fue tentado por Satanás en el desierto. Según esta Obra, Jesús fue tentado también con la tentación sensual de la carne. 2  Nota  : Cfr. Ju. 1,35.
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1-48-262 (1-9-287).- Juan y Santiago refieren a Pedro y Andrés su encuentro con el Mesías (1).
* Un Pedro escéptico oye las palabras de Santiago y Juan.Una aurora hermosísima sobre el Mar de Galilea. Cielo y agua presentan fulgores rosáceos, poco diferentes de los que resplandecen tenues entre los muros de los pequeños huertos del pueblecito ribereño, huertos desde los que se elevan y se asoman, volcándose casi sobre las callecitas, copas despeinadas y vaporosas de árboles cargados de fruta. El pueblecito comienza a despertarse, con alguna mujer que va a la fuente o a una pila a lavar y algunos pescadores que descargan sus cestas de pescado y, con vocerío, contratan con mercaderes venidos de otras partes, o llevan pescado a sus casas. He dicho pueblecillo, pero no es tan pequeño; es, más bien, pobre, al menos por la parte que estoy viendo; pero es vasto, dilatado en su mayor parte a lo largo del lago. ■ Juan sale de una callecita y camina deprisa hacia el lago. Le sigue Santiago que va más despacio. Juan mira las barcas que han llegado ya a la orilla, pero no ve la que busca. Luego la distingue a algunos cientos de metros de la orilla, ocupada en las maniobras para regresar; y grita, con las manos en boca, un largo “¡Ohé!”, que debe ser la señal ya conocida. Después, cuando nota que le oyeron, agita los brazos con llamativos gestos que indican: “Venid, Venid”. Los hombres de la barca, no sabiendo de qué se trata, agarran los remos y la hacen avanzar más deprisa que con la vela (de hecho la amainan, quizás para remar más deprisa). Cuando se encuentran como a unos diez metros de la orilla, Juan no aguarda más. Se quita el manto y la túnica larga, los arroja al arenal, se levanta la tuniquilla, casi a la altura de la ingle, sujetándola con una mano a la cintura, se quita las sandalias, se mete en el agua, y va al encuentro de los que llegan. Andrés pregunta: “¿Por qué no habéis venido, vosotros dos?…”. Pedro que está de muy mal humor, no dice nada. Juan le responde a Andrés: “Y tú ¿por qué no has venido conmigo y con Santiago?”. Andrés: “Fui a pescar. No tengo tiempo que perder. Tú desapareciste con aquel Hombre…”. ■ Juan: “Te hice señas de que vinieras. Es Él en persona. ¡Si oyeras qué palabras!… Estuvimos con Él todo el día y por la noche hasta muy tarde. Ahora hemos venido a deciros: «Venid»”. Andrés: “¿Es exactamente Él? ¿Estás seguro? Apenas si le vimos aquella vez, cuando el Bautista nos le señaló”. Juan: “Es Él, no lo negó”. Pedro refunfuña malhumorado: “Cualquiera puede decir lo que le viene bien para imponerse a los crédulos. ¡No sería la primera vez…!”. Juan, que se siente dolorido y preocupado por las palabras de Simón Pedro, le dice: “¡Oh Simón, no digas eso! ¡Es el Mesías! ¡Sabe todo y te oye!”. Pedro: “¡Ya! ¡El Mesías! ¡Y se muestra exactamente a ti, a Santiago y a Andrés, tres pobres ignorantes! ¡Sí que estamos bien con ese Mesías! ¡Y me oye! ¡Pobre muchacho! Los primeros rayos del sol primaveral te han hecho mal. ¡Ea, vente a trabajar! Será mejor y… déjate de cuentos”. Juan: “Es el Mesías, te lo digo. Juan Bautista decía cosas santas, pero éste habla como Dios. No puede, si no es el Mesías, decir palabras semejantes”.
.  ●Dijo: «Los grandes tienen ya sus delicias. Pero Yo vengo a los ‘pequeños’ de Israel y del mundo, a los que lloran y esperan, a los que buscan la Luz y tienen hambre del verdadero Maná. Yo he venido a invertir el orden del mundo. ¡Venga quien ame la Luz! Yo soy la Luz»”.- Santiago dice: “Simón, ya no soy un muchacho. Tengo mis años y soy —tú lo sabes— tranquilo y reflexivo. He hablado poco pero he escuchado mucho durante estas horas que estuvimos con el Cordero de Dios, y te digo que verdaderamente no puede ser sino el Mesías. ¿Por qué no creerlo? ¿Por qué no querer creerlo? Dudas porque no le has oído. Pero yo creo. Somos pobres e ignorantes pero Él bien dice que ha venido a anunciar la Buena Nueva del Reino de Dios, del Reino de Paz, a los pobres, a los humildes, a los pequeños, antes que a los grandes. Ha dicho: «Los grandes tienen ya sus placeres pero, comparados con lo que vengo a anunciar, no tienen por qué ser envidiados. Los grandes tienen, a base de cultura, la forma de llegar a comprender. Pero Yo vengo a los ‘pequeños’ de Israel y del mundo, a los que lloran y esperan, a los que buscan la Luz y tienen hambre del verdadero Maná, y no reciben de los doctos ni luz ni alimento sino tan solo peso, oscuridad, cadenas y desprecio. Y llamo a los ‘pequeños’. Yo he venido a invertir el orden del mundo. Haré bajar lo que estaba en alto y subir lo que hasta ahora era despreciado. Quien quiera verdad y paz, quien quiera vida eterna, venga a Mí. Quien ame la Luz… ¡Venga! Yo soy la Luz del mundo». Juan, ¿no dijo así?”.
.   ● “Y también dijo: «El mundo no me amará. No me amará el gran mundo. Porque los hijos de las tinieblas no aman la luz. Yo he venido a quitar la Culpa de Adán y a dar, en espera de la Redención, una fuerza tal, a los que crean en Mí, que será capaz de librarlos del lazo que los tiene sujetos y dejarlos libres para seguirme a Mí, Luz del mundo»”.- ■ Juan dice: “Así es. Y también dijo: «El mundo no me amará. No me amará el gran mundo —la alta sociedad—, porque se ha corrompido con vicios y comercios idolátricos, porque los hijos de las tinieblas no aman la luz. Pero la tierra no se compone solo del gran mundo. En ella están también los que, a pesar de encontrarse mezclados con el mundo, no son del mundo, y también algunos que son del mundo porque han quedado apresados en él como peces en la red»; se ha expresado así porque caminábamos por la orilla del lago y señalaba a las redes que arrastraban con peces hasta la orilla. Dijo aún más: «Ved. Ninguno de esos peces quería entrar en la red. Así mismo, los hombres no querrían, intencionadamente, caer en manos de Mammón, ni siquiera los más malvados, porque éstos, por la soberbia que los ciega, no creen no tener derecho de hacer lo que hacen; su verdadero pecado es la soberbia, y sobre él nacen todos los demás. Menos aún, entonces, quienes no son completamente malvados quisieran ser de Mammón, pero van a parar a él por falta de reflexión y por un peso —la Culpa de Adán—, que los arrastra al fondo. Yo he venido a quitar esa Culpa y a dar, en espera de la hora de la Redención, una fuerza tal a quienes crean en Mí, que será capaz de librarlos del lazo que los tiene sujetos y de dejarlos libres para seguirme a Mí, que soy la Luz del mundo»”.
* Ante estas palabras, Pedro decide ir inmediatamente donde Él.- ■ Pedro, con sus impulsos tan arrebatados que tanto me gustan a mí, dice: “Si Él ha hablado así, entonces hay que ir inmediatamente a donde está Él”. Ya ha tomado enseguida una decisión y pone manos a la obra dándose prisa en ultimar las operaciones de descarga, porque, entre tanto, la barca ya ha llegado a la orilla, y los pescadores casi la han sacado sobre la arena, descargando redes, cuerdas y velas. Luego se dirige a su hermano: “Y tú, tonto Andrés, ¿por qué no fuiste con éstos?”. Andrés: “¡Pero… Simón! Tú me has reñido porque no los había convencido de venir conmigo… Toda la noche has estado refunfuñando… ¡¿y ahora me regañas el no haber ido?!…” Pedro: “Tienes razón… Pero yo no le había visto… tú sí… y debes haberte dado cuenta de que no es como nosotros… ¡Algo especial tendrá!…”. Juan dice: “¡Oh, sí! ¡Qué rostro! ¡Qué ojos!… ¿No es así Santiago?… ¡Qué ojos! y ¡una voz!… ¡Ah, qué voz! Cuando te habla parece que estás soñando con el Paraíso”. Pedro: “¡Rápido!, ¡rápido!, ¡vamos a buscarle! Vosotros (habla a los pescadores) llevad todo a Zebedeo y decidle que se encargue él de ello. Nosotros esta tarde volveremos para pescar”.
*  Juan, mientras se dirigen a Jesús, da a conocer otras palabras de Jesús.
.   ● «Simón no sabe que dentro de poco no pescará sino con otras redes y no conseguirá sino otros peces»”.- ■ Se visten y se ponen en camino. Pero Pedro, después de algunos metros, se detiene, coge a Juan por el brazo y le dice: “¿Has dicho que sabe todo y que oye todo?…”. Juan: “Así es. Imagínate que cuando nosotros veníamos, la luna estaba ya en alto y dijimos: «¡Quién sabe lo que estará haciendo ahora Simón!», Él contestó: «Está echando la red y no sabe resignarse a tener que estar haciéndolo por sí solo, ya que vosotros no fuisteis con la otra barca en una noche así tan buena como ésta para la pesca. No sabe que ya dentro de poco no pescará sino con otras redes y no conseguirá sino otros peces»”. Pedro: “¡Que Dios me ampare! ¿De veras dijo así? Si es así habrá oído también… también que le he llamado poco menos que mentiroso… No puedo ir a Él”. Juan: “¡Oh!, es muy bueno. Ciertamente sabe que has pensado de esa forma, porque cuando estábamos a punto de dejarle diciendo que veníamos a donde tú estabas, respondió: «Id, pero no os dejéis vencer por las primeras palabras de burla. Quien desee venir conmigo tiene que saber mantener la cabeza erguida contra las burlas del mundo o las prohibiciones de sus padres; porque Yo valgo más que la sangre y la sociedad, y sobre ellas triunfo. Y quien esté conmigo, triunfará eternamente». Y añadió: «Sabed hablar sin temor. Os escuchará, porque es un hombre de buena voluntad»”. ■ Pedro: “¿Ha dicho eso? Si es así voy. Háblame de Él mientras vamos caminando. ¿En dónde está?”. Juan: “En una casa pobre. Deben ser amigos suyos”. Pedro: “Pero… ¿es pobre?”. Juan: “Un obrero de Nazaret. Así lo dijo”. Pedro: “¿De qué vive ahora, si ya no trabaja?”. Juan: “No se lo preguntamos. Tal vez le ayuden sus familiares”. Pedro: “Sería mejor llevarle pescado, pan, fruta… alguna cosa. ¡Vamos a consultar a un rabí —porque es como un rabí y más que un rabí— con las manos vacías! A nuestros rabíes no les gusta así…”. Juan: “Pero a Él le gusta así. No teníamos más que veinte monedas entre Santiago y yo y se las ofrecimos, como se acostumbra con los rabíes. No las quiso. Pero como le insistíamos tanto, dijo: «Dios os lo pague en bendiciones de los pobres. Venid conmigo» y al punto distribuyó entre algunos pobres, que sabe dónde viven, y a nosotros que le preguntamos: «¿Y nada te guardas para Ti, Maestro?» nos contestó: «La alegría de hacer la voluntad de Dios y de servir para su gloria»”.
.  ● “«Quiero de vosotros un gran tesoro. Es un tesoro de 7 nombres: caridad, fe, buena voluntad, recta intención, continencia, sinceridad y espíritu de sacrificio. Esto es lo único que exijo a quien me sigue»”.-Juan: “También le dijimos: «Maestro, Tú nos llamas pero todos nosotros somos pobres, ¿qué tenemos que traerte?». Respondió con una sonrisa que puede ser la felicidad del Paraíso: «Quiero de vosotros un gran tesoro». Y nosotros: «¡Pero si no tenemos nada!». Y Él: «Es un tesoro de siete nombres, que incluso el más mísero puede tener y el más rico no. Este tesoro que deseo, ya lo tenéis vosotros y lo quiero. Oíd sus nombres: caridad, fe, buena voluntad, recta intención, continencia, sinceridad y espíritu de sacrificio. Esto es lo único que exijo a quien me sigue y es lo que hay en vosotros aunque adormecido como la semilla bajo el suelo invernal pero el sol de mi primavera lo hará germinar con siete espigas». Así dijo”. Pedro: “¡Ah! Esto me asegura de que es el verdadero Rabí, el Mesías prometido. No es duro con los pobres, no exige dinero… esto basta para llamarle el Santo de Dios. ¡Vayamos tranquilos!”. Y todo termina. (Escrito el 12 de Octubre de 1944).
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1  Nota  : Cfr. Ju. 1,40-41.
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1-49-266 (1-10-291).- El encuentro de Jesús con Simón Pedro y Andrés (1).
* Juan busca a Jesús para comunicarle que sus amigos quieren conocerle y porque siente deseos de decirle: “¡Permíteme que te ame!”.- ■ Jesús camina solo por una pequeña vereda, un caminito entre dos campos de cultivo. Juan se dirige hacia Él por un sendero completamente distinto que hay entre las tierras; al final le alcanza, al pasar por una zanja. Juan, tanto en la visión de ayer como en la de hoy es muy joven. Tiene una cara sonrosada e imberbe, de hombre apenas hecho. Siendo, además, rubio, no se ve en él ni una señal de bigote o de barba, sino sólo el color rosado de las mejillas lisas, el rojo de los labios y la luz risueña de su hermosa sonrisa y mirada pura, no tanto por su color de turquesa oscuro cuanto por la limpieza de su alma virgen que en ella puede verse. La cabellera, castaña clara, larga y suave, va flotando en el aire al ritmo de su paso, que es tan veloz que parece que corriera. Llama cuando está para saltar un seto: “¡Maestro!”. Jesús se detiene y se vuelve con una sonrisa. Juan: “Maestro, te he buscado tanto… Me dijeron en la casa que te hospedas que habías salido en dirección de la campiña… Pero no exactamente a dónde. Y tenía miedo de no hallarte”. Juan habla levemente inclinado, por respeto. Y, no obstante, su actitud y su mirada, que dirige a Jesús, es claramente de confianza. Jesús: “He visto que me buscabas y he venido hacia ti”. Juan: “¿Me has visto? ¿Dónde estabas, Maestro?”. Jesús: “Allí” y Jesús señala un grupo de árboles lejanos que, por el color del ramaje, yo diría que son olivos. “Allí estaba. Oraba y pensaba en lo que diré esta tarde en la sinagoga. Pero en cuanto te vi lo dejé todo”. Juan: “¿Pero cómo has podido verme si yo apenas puedo distinguir ese lugar, escondido detrás de aquel promontorio?”. Jesús: “Y, sin embargo, ya ves que he salido a tu encuentro porque te he visto. Lo que los ojos no logran, lo logra el amor”. ■ Juan: “Así es, el amor lo hace. ¿Entonces, me amas, Maestro?”. Jesús: “Y tú, ¿me amas, Juan, hijo de Zebedeo?”. Juan: “Mucho, Maestro. Creo haberte amado siempre. Antes de haberte conocido, mucho antes, mi alma te buscaba y cuando te vi me dije: «He aquí al que buscas». Yo creo que te he encontrado, porque así lo siente mi alma”. Jesús: “Tú lo dices Juan y estás en lo justo. También Yo he venido hacia ti porque mi alma te ha sentido. ¿Durante cuánto tiempo me amarás?”. Juan: “Siempre, Maestro. Ya no quiero amar a otra cosa que no seas Tú”. Jesús: “Tienes padre, madre, hermanos y hermanas; tienes la vida, y, con la vida, la mujer y el amor. ¿Serás capaz de dejar todo eso por Mí?”. Juan: “Maestro… no lo sé… pero me parece, si no es soberbia el decirlo, que tu amor ocupará en mí el lugar de padre, madre, hermanos y hermanas y aún el de mujer. Estaré satisfecho, completamente satisfecho, si Tú me amas”. Jesús: “¿Si mi amor te causare dolores y persecuciones?”. Juan: “No serán nada si Tú me amas”. Jesús: “¿Y el día en que debiese morir…?”. Juan: “No. Eres joven, Maestro… ¿Por qué morir?”. Jesús: “Porque el Mesías ha venido a predicar la Ley en su verdad y a llevar a cabo la Redención. El mundo aborrece la Ley y no quiere redención. Por esto persigue a los enviados de Dios”. Juan: “¡Oh, que esto no suceda! ¡No des este anuncio de muerte a quien te ama!… Pero aunque tuvieras que morir, yo te seguiría amando. ■ ¡Permíteme que te ame!”. Juan tiene una mirada suplicante. Mucho más inclinado que antes, camina al lado de Jesús, parece como si le mendigara amor. Jesús se detiene. Le mira, le atraviesa con la mirada de sus profundos ojos, y, poniéndole la mano sobre su cabeza inclinada, le dice: “Quiero que tú me ames”. Juan está feliz y exclama: “¡Oh Maestro!”. Por más que en su pupila brille una lágrima, ríe con esa boca suya bien formada; toma la mano divina, la besa en el dorso y la aprieta sobre su corazón.
* ¡No tener miedo de Mí! Solo seré duro con los hipócritas”.- ■ Prosiguen el camino. Jesús le dice: “Has dicho que me buscabas…”. Juan: “Sí, para decirte que mis amigos te quieren conocer y… porque… ¡cuántas ganas tenía de estar contigo! Te dejé por unas cuantas horas pero no podría resistir el estar sin Ti”. Jesús: “¿Has sido, pues, un buen anunciador del Verbo?”. Juan: “Sí, también Santiago, Maestro, ha hablado por Ti, de tal modo que llega a convencer”. Jesús: “De modo que incluso el que desconfiaba —y no es culpable, porque la prudencia era la causa de su reserva— se convenció. Vayamos a confirmarle en su creencia”. ■ Juan: “Tenía un poco de miedo…”. Jesús: “¡No! ¡No tener miedo de Mí! Yo he venido a salvar a los buenos y más aún a los que están en el error. Vine a salvar, no a condenar y con los rectos usaré misericordia”. Juan: “¿Y con los pecadores?”. Jesús: “También. Sólo seré duro con los hipócritas, es decir, con los que fingen espiritualidad y aparentan ser buenos cuando sus obras son malas. Y hacen esas cosas, y de esta forma, para poder obtener algún beneficio propio y sacar algún provecho del prójimo”. Juan: “Entonces Simón puede estar seguro, ya que es franco como ninguno”. Jesús: “Así me gusta y así quiero que todos seáis”. Juan: “Simón te quiere decir muchas cosas”. Jesús: “Le escucharé después que hable en la sinagoga. He hecho que se avise a los pobres y a enfermos, a ricos y sanos. Todos tienen necesidad de la Buena Nueva”.
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No serás más Simón, sino Cefas, Piedra segura en la que me apoyaré. Andrés (un tímido): Se convertirá en león”.- ■ Jesús sale a la placita. En la puerta están Juan y Santiago con Pedro y Andrés. “La paz sea con vosotros” dice Jesús; y añade: “He aquí al hombre que para ser justo necesita no juzgar sin conocer primero, pero que es recto en reconocer su error. Simón, ¿has querido verme? Aquí me tienes. Y tú, Andrés, ¿por qué no viniste antes?”. Los dos hermanos se miran sin saber qué decir. Andrés apenas musita: “No me atrevía”. Pedro, con la cara roja, no dice nada. Pero cuando oye que Jesús dice a su hermano: “¿Hacías algo malo viniendo? ¡Tan sólo se debe de tener miedo de hacer el mal!”, sin rodeos, interviene: “Yo fui. Él quería traerme inmediatamente a Ti. Pero yo… yo dije… ¡Sí! yo dije: “¡No creo!” y no quise. ¡Oh, ahora me siento mejor!…”. Jesús sonríe y dice: “Y Yo te digo que por tu sinceridad te amo”. Pedro: “Pero yo… yo, no soy bueno… no soy capaz de hacer lo que has dicho en la sinagoga. Soy iracundo y si alguien me ofende… ¡bueno! Soy codicioso y me gusta tener dinero… y al vender el pescado… bueno… no siempre… no siempre he estado limpio de fraude. Y soy ignorante. Y dispongo de poco tiempo para seguirte y recibir así la luz. ¿Cómo lo lograré? Quisiera llegar a ser como Tú dices, pero…”. ■ Jesús: “No es difícil, Simón, ¿Sabes un poco de Escritura? ¿Sí? Pues bien, recuerda al Profeta Miqueas. Dios quiere de ti lo que dice Miqueas. No te pide que te arranques el corazón, ni que sacrifiques los afectos más santos. Por ahora no te lo pide. Un día tú le darás a Dios sin que te lo demande, incluso a ti mismo. Él espera que el sol y rocío hagan de ti que eres una planta débil, una palma fuerte y majestuosa. Por ahora Él quiere esto: practicar la justicia, amar la misericordia, poner todo cuidado en seguir al Dios tuyo. Esfuérzate en hacer esto y el pasado de Simón será borrado. Serás el hombre nuevo, el amigo de Dios y de su Mesías. No serás ya Simón, sino Cefas, Piedra segura en la que me apoyaré”. Pedro: “¡Esto me gusta! Esto lo entiendo. La Ley dice así… es así… mira, ¡yo ya no sé cumplir como la cumplen los rabíes!… Pero eso que Tú dices, sí. Me parece que lo lograré. Y tú me ayudarás, ¿no? ■ ¿Vives en esta casa? ¡Conozco al dueño!”. Jesús: “Aquí vivo. Pero ahora iré a Jerusalén y después predicaré por la Palestina. Para esto he venido. Volveré acá con frecuencia”. Pedro: “Vendré de nuevo a oírte. Quiero ser tu discípulo. Un poco de luz ya me entrará en la cabeza”. Jesús: “Sobre todo en el corazón, Simón. En el corazón. Y tú, Andrés, ¿no hablas?”. Andrés: “Escucho, Maestro”. Pedro: “Mi hermano es tímido”. Jesús: “Se convertirá en león. Está anocheciendo. Que Dios os bendiga y os dé buena pesca. Idos”. Ellos: “La paz sea contigo”. Se van.
* Juan desea acompañar a Jesús a Jerusalén.- Apenas salidos de la placita, Pedro observa: “Pero… ¿qué habrá querido decir antes cuando te dijo que pescaré con otras redes y haré otras pescas?”. Juan: “¿Por qué no se lo preguntaste? Querías decir tantas cosas y luego casi ni hablas”. Pedro: “Me… daba vergüenza. ¡Es tan distinto de los demás rabíes!”. Juan, con tanto anhelo como tristeza, dice: “Ahora va a Jerusalén… Yo quería pedirle que me dejara ir con Él… y no me he atrevido…”. Pedro: “Vete a decírselo, muchacho. Nos hemos despedido de Él así, sin más… sin ni siquiera una palabra de afecto. Que al menos sepa que le admiramos. ¡Ve…! Yo me encargo de comunicárselo a tu padre”. Juan: “¿Voy, Santiago?”. Santiago: “¡Ve!”. Juan se echa a correr… y, también, corriendo, vuelve lleno de júbilo. “Le dije: «¿Quieres que vaya contigo a Jerusalén?». Y me respondió: «¡Ven, amigo!». Ha dicho «amigo». ¡Mañana vendré a esta hora aquí! ¡Ah! ¡Iré a Jerusalén con Él!…”. Termina la visión. (Escrito el 13 de Octubre de 1944).
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1  Nota  : Cfr. Ju. 1,42-42; Mt. 4,18-19; Mc. 1,16-18.
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1-49-273 (1-11-299).-Juan de Zebedeo, grande también en la humildad.
* El apóstol de Pedro y, por tanto el primero de los apóstoles, fue Juan; primero en reconocerme, seguirme, predicarme. Sin embargo, (como se ve en su Evangelio), quiere que Andrés aparezca como el primer discípulo de Cristo respecto a Simón”. ■ Con motivo de esta visión, Jesús me dijo: “Quiero que tú y todos vosotros reparéis en la conducta de Juan, en algo que no siempre se pone atención. Le admiráis por puro, amoroso, fiel, pero no caéis en la cuenta de cuán grande fue en la humildad. Él, primer artífice de que Pedro viniera a Mí, modestamente, calla este detalle. Juan fue el apóstol de Pedro y, por lo tanto, el primero de mis apóstoles; primero en reconocerme, el primero en hablarme, el primero en seguirme y el primero en predicarme. Con todo ved que dice: «Andrés, el hermano de Simón, era uno de los que habían oído las palabras de Juan (el Bautista) y que habían seguido a Jesús. El primero a quien encontró fue a su hermano Simón, a quien dijo: ‘Hemos encontrado al Mesías’ y le llevó a Jesús» (1). ■ Justo, además de bueno, sabe que Andrés se angustia por tener un carácter tímido y cerrado, sabe que querría hacer muchas cosas pero que no logra hacerlas, y desea para él, en la posteridad, el reconocimiento de su buena voluntad. Quiere que aparezca Andrés como el primer discípulo de Cristo respecto a Simón no obstante su timidez y su dependencia respecto a su hermano, que no fueron obstáculo en nada para ser el apóstol de su hermano”.
*  Hay que saber imitar a Juan y no autoproclamarse apóstol insuperable, pensando que su éxito proviene de un complejo de circunstancias. Con ojo limpio y corazón sincero ver y dar a cada uno el aplauso que se merece.-Jesús: “¿Quién hay, entre los que hacen algo por Mí, que sepa imitar a Juan y no se autoproclame apóstol insuperable, pensando que su éxito proviene de un complejo de circunstancias, que no son sólo santidad, sino también audacia humana, fortuna, y la circunstancia de encontrarse ante otros menos audaces y menos afortunados pero tal vez más santos que ellos mismos? Cuando logréis algún éxito en el campo del bien, no os gloriéis de ello como si fuese vuestro mérito. Alabad a Dios como Señor de los obreros apostólicos, y tened un ojo limpio y un corazón sincero para ver y dar a cada uno el aplauso que se merece. ■ Ojo limpio para discernir a los apóstoles que llevan a cabo un holocausto, y son las primeras, verdaderas palancas en el trabajo de los demás. Dios es el único que ve a estos tímidos, parece que no hacen nada, sin embargo son ellos los que roban el fuego del Cielo a favor de los audaces. ■ Corazón sincero para decir: «Yo trabajo, pero… éste ama más que yo, ora mejor que yo, se inmola como yo no lo sé hacer, y como Jesús ha dicho: ‘… dentro de la propia habitación con la puerta cerrada para orar en secreto’ (2). Yo, que miro su humilde y santa virtud, quiero darla a conocer y decir: ‘Yo, instrumento activo, pero éste es la fuerza que me da el movimiento, porque unido como está con Dios, es un canal para mí, de gracias celestiales’». Y la bendición del Padre, que desciende para recompensar al humilde que en silencio se inmola para dar fuerza a los apóstoles, descenderá también sobre el apóstol que sinceramente reconoce la sobrenatural y silenciosa ayuda que le viene a él del humilde, y el mérito de éste, que la superficialidad de los hombres no nota”.
* “¿Es mi predilecto Juan? Pero… ¿no es también muy semejante a Mí? Mi Madre me decía: «Veo en él a un segundo hijo mío»”.-Jesús: “Aprended todos. ¿Es mi predilecto Juan? Pero… ¿no es también muy semejante a Mí? Puro, amoroso, obediente, pero humilde sobre todo. Me miraba en él y veía virtud. Le amaba como si fuese Yo mismo. Veía en él la mirada del Padre que le reconocía como a un pequeño Cristo. Mi Madre me decía: «Veo en él a un segundo hijo mío. Me parece verte a Ti, reproducido en un hombre». ■ ¡Cómo te reconoció la Llena de Gracia, amado mío! Y los cielos azules de vuestros corazones puros se fundieron en un solo velo para hacerme una valla de amor, y llegaron a ser un amor único, antes de que yo diese mi Madre a Juan y Juan a mi Madre. Se amaron porque se reconocieron semejantes: Hijos del Padre y Hermanos del Hijo”. (Escrito el 13 de Octubre de 1944).
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1  Nota  : Cfr. Ju. 1,40-42.     2  Nota  : Cfr. Mt. 6,6.
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1-50-274 (1-12-301).- Jesús en Betsaida, en casa de Pedro.- Encuentro (1) con Felipe y Natanael.- Discurso sobre el Decálogo y el amor.
* Jesús en Betsaida, en la casa de Pedro.- ■ Juan llama a la puerta de la casa en donde está hospedado Jesús. Se asoma una mujer, y al ver quién era, llama a Jesús. Se saludan con el saludo de paz, después dice Jesús: “Eres diligente, Juan”. Juan: “He venido a comunicarte que Simón Pedro te ruega que pases por Betsaida. Ha hablado de Ti a muchos… Esta noche no hemos ido a pescar. Oramos, como sabemos hacerlo, renunciando con ello al lucro porque… el sábado aún no había terminado. Luego, esta mañana hemos ido por las calles hablando de Ti. Hay gente que desearía oírte… ¿Vienes, Maestro?”. Jesús: “Voy. Aunque debiera ir a Nazaret antes que a Jerusalén”. Juan: “Pedro te llevará desde Betsaida a Tiberíades en su barca. Así llegarás incluso antes”. Jesús: “Vamos, pues”. Jesús toma manto y alforja. Pero Juan le toma ésta última. Salen, después de haber avisado a la dueña de la casa. ■ La visión me muestra la salida del pueblo y el comienzo del camino de Betsaida. Sin embargo no oigo la conversación, e incluso la visión se interrumpe hasta la entrada de Betsaida. Comprendo que se trata de esta ciudad porque veo a Pedro, Andrés y Santiago y con ellos a algunas mujeres que esperan a Jesús a la entrada del pueblo. “La paz sea con vosotros. Ya estoy aquí”. Pedro: “Gracias, Maestro, en nombre nuestro y de quienes te esperan. No es sábado, pero ¿no dirás algo a los que esperan tus palabras?”. Jesús: “Sí, Pedro. Hablaré en tu casa”. Pedro se muestra jubiloso: “Ven, entonces: ésta es mi mujer, ésta la madre de Juan, éstas son sus amigas; pero también te esperan otros: familiares y amigos nuestros”. Jesús: “Avísales que partiré esta tarde y que antes les hablaré”. (Se me olvidó decir que, habiendo salido de Cafarnaúm a la puesta del sol, los he visto llegar a Betsaida por la mañana). Pedro: “Maestro… te ruego que te quedes una noche en mi casa. El camino hasta Jerusalén es largo aunque te lo abrevie con mi barca hasta Tiberíades. Mi casa es pobre, pero honrada y hospitalaria. Quédate con nosotros esta noche”. Jesús mira a Pedro y a todos los demás que están esperando la respuesta. Los mira con ojos escrutadores. Después sonríe y dice: “¡Sí!”. Nueva alegría para Pedro. Hay algunos que miran desde las puertas y se hacen señas. Un hombre llama por el nombre a Santiago y le dice algo en voz baja señalando a Jesús. Santiago asiente y el hombre va a hablar aparte con otros que están parados en un cruce del camino. ■ Entran en la casa de Pedro. La cocina es grande y llena de humo. En un rincón hay redes, cuerdas, canastos de pesca; en medio, el fogón ancho y bajo, que por ahora está apagado. Por las dos puertas, una frente a la otra, se ve el camino y el huerto, pequeño, con higueras y vides; más allá del camino, el ondearse azul del lago; más allá del huerto la pared oscura de otra casa. Pedro: “Te ofrezco todo lo que tengo y de la forma que sé hacerlo”. Jesús: “No podrías hacerlo mejor, porque me lo ofreces con amor”. Dan a Jesús agua para que se refresque y después pan y aceitunas. Jesús come poco; en realidad para mostrar que acepta, y luego con un gesto de agradecimiento indica que no quiere más. Unos niños curiosean desde el huerto y el camino. No sé si son o no hijos de Pedro. Lo que sé es que les mira severamente para que no se acerquen a la cocina. Jesús sonríe y dice. ¡Déjalos!”. Pedro: “Maestro, ¿quieres descansar? Allí está mi habitación y aquella es la de Andrés. Escoge. No haremos nada de ruido mientras descanses”. Jesús: “¿Tenéis terraza acaso?”. Pedro: “Sí, y la vid aunque no tiene mucho follaje, te puede dar algo de sombra”. Jesús: “Llévame a la terraza. Prefiero descansar arriba. Meditaré y oraré”. Pedro: “¡Como quieras! ¡Ven!”. Desde el huertecillo una escalera sube hasta al tejado que es una terraza rodeada por pared baja. También aquí hay redes y cuerdas. ¡Cuánta luz de cielo y cuánto azul de lago! Jesús se sienta en un banco con la espalda apoyada en el murete. Pedro prepara como puede una lona que extiende por encima y al lado de la vid, para defenderle del sol. Sopla la brisa. No se oye más que silencio. Jesús se ve contento y a gusto. Pedro: “Me voy, Maestro”. Jesús: “Vete. Tú y Juan id a decir que hablaré aquí cuando el sol se ponga”. Jesús se queda solo y ora por mucho tiempo. Fuera de dos pares de palomas que van y vienen de sus nidos y de algunos pajaritos cantadores, no hay ruido o persona alrededor de Jesús orante.
* Jesús se “manifiesta” a Felipe y Natanael, que son aceptados como discípulos.- ■ Pasan las horas tranquilas y serenas. Jesús se levanta, da vuelta por la terraza, mira al lago y luego mira y sonríe a unos niños que juegan en la calle los cuales también le sonríen. Mira por el camino hacia la placita que está a cien metros de la casa. Después baja. Se dirige a la cocina y dice: “Mujer, voy a caminar por la orilla”. Sale y, efectivamente, va a la orilla donde están los niños… ■ Más tarde, un hombre de edad se ha acercado curioso. Jesús se vuelve para acariciar a un niño que le está tirando del vestido. Jesús le mira, le mira fijamente. El hombre saluda y se pone colorado, pero no dice nada. Jesús le dice: “¡Ven y sígueme!”. Hombre: “Sí, Maestro”. Jesús bendice a los niños y al lado de Felipe (le llama por el nombre), vuelve a casa. Se sientan en el huertecillo. Jesús: “¿Quieres ser mi discípulo?”. Felipe: “Lo quiero, pero… no me atrevo a esperar serlo”. Jesús: “Yo te he llamado”. Felipe: “Si es así, está bien. A tu disposición”. Jesús: “¿Sabías algo de Mí?”. Felipe: “Me habló Andrés. Me dijo: «Aquel por el que suspirabas ha venido». Porque Andrés sabía que yo suspiraba por el Mesías”. Jesús: “Tu esperanza no ha sido defraudada. Está delante de ti”. Felipe: “¡Maestro mío y Dios mío!”. Jesús: “Eres un israelita de recta intención. Por eso me manifiesto a ti. ■ Otro amigo tuyo está esperando. También él un israelita sincero. Ve a decirle: «Hemos encontrado a Jesús de Nazaret, hijo de José de la estirpe de David, aquel de quien Moisés y los Profetas han hablado» ¡Ve!”. Jesús se queda hasta que Felipe regresa con Natanael-Bartolomé. Jesús: “He aquí un verdadero Israelita en el que no hay engaño. La paz sea contigo, Natanael”. Natanael: “¿Cómo me conoces?”. Jesús: “Antes de que Felipe hubiese ido a llamarte, Yo te había visto bajo la higuera”. Natanael: “Maestro, Tú eres el Hijo de Dios. ¡Tú eres el Rey de Israel!”. Jesús: “Porque dije que te había visto, mientras meditabas bajo la higuera, ¿crees? Verás cosas mayores que ésta. En verdad os digo que los Cielos están abiertos y vosotros, por la fe, veréis a los ángeles bajar y subir sobre el Hijo del hombre: Yo quien te está hablando”. Natanael: “Maestro, no soy digno de tanta honra”. Jesús: “Cree en Mí y serás digno del Cielo. ¿Quieres creer?”. Natanael: “Quiero, Maestro”.
* “Seguid el Decálogo. La Ley es inmutable. Es sencilla, sin doblez, dulce para el que le siga. Sobre todo esforzaos en ser perfectos en los dos preceptos principales. Pero incluso os digo: «Id más adelante en la perfección de los dos preceptos de amor: amad también a vuestros enemigos»”.-La visión se detiene… Y continúa en la terraza que está llena de gente; otras personas están en el huerto de Pedro. Jesús habla: “Paz a los hombres de buena voluntad. Paz y bendición a sus casas, a sus mujeres y a sus hijos. La gracia y la luz de Dios reine en ellos y en los corazones con quienes viven. Deseabais oírme. La Palabra habla. Habla con alegría a los honrados, habla con dolor a los que no lo son; habla con amor a los puros, habla con piedad a los pecadores. No se niega. Ha venido para derramarse como un río que riega tierras sedientas a las que lleva el consuelo del agua y abono con el limo. Vosotros queréis saber qué cosas son necesarias para ser discípulos de la Palabra de Dios, del Mesías, del Verbo del Padre, que viene a reunir a Israel para que de nuevo oiga las palabras del Decálogo santo e inmutable y se santifique por medio de ellas, para que esté limpio, en la medida que el hombre puede hacerlo de por sí, para la hora de la Redención y del Reino. Mirad. Yo digo a los sordos, a los ciegos, a los mudos, a los leprosos, a los paralíticos, a los muertos: «Levantaos, curaos, resucitad, caminad; ábranse en vosotros los ríos de la luz, de la palabra, del sonido, para que podáis ver, oír, hablar de Mí». Pero más que a los cuerpos estas palabras las digo a sus almas. ■ Hombres de buena voluntad, venid a Mí sin temor alguno. Si el alma está herida, Yo la curaré. Si enferma, Yo la sanaré; si muerta, Yo la resucitaré. Quiero tan solo vuestra buena voluntad. ¿Es cosa difícil lo que pido?… ¡No! ¡No os impongo los cientos y cientos de preceptos de los rabíes! Os digo: Seguid el Decálogo. La Ley es inmutable. Muchos siglos han pasado desde la hora en que bella, pura, fresca, como una criatura recién nacida, como una rosa que ha despuntado sobre el tallo, fue dada. Es sencilla, sin doblez, dulce para el que le siga. En el correr de los siglos, los pecados y las inclinaciones de los hombres la han complicado con leyes y más leyes pequeñas, con pesos y restricciones, con demasiadas cláusulas molestas. Hay que volver a la Ley como el Altísimo la dio. Pero os ruego por vuestro propio bien, que la recibáis con corazón sincero como los verdaderos israelitas de aquel tiempo. Vosotros murmuráis —más en vuestro corazón que con los labios— que la culpa está en los de arriba, más que en vosotros, gente humilde. Lo sé. En el Deuteronomio está dicho todo lo que debe hacerse, y no era necesario más. Pero no juzguéis a quien actuó no para sí, sino para los demás. Vosotros haced lo que Dios dice. ■ Sobre todo esforzaos en ser perfectos en los dos preceptos principales. Si amáis a Dios con todo vuestro ser, no pecaréis, porque el pecado es dolor que se da a Dios. Quien ama no quiere dar dolor al amado. Si amáis al prójimo, como a vosotros mismos, seréis hijos respetuosos para con vuestros padres, esposos fieles para con las esposas y hombres honrados en los negocios, sin violencia para con enemigos, sin mentira al dar testimonio, sin envidia para quien posee, sin impulso de lujuria para con la mujer de otro. No queriendo hacer a los otros lo que no querríais que se os hiciera a vosotros, no robaréis, no mataréis, no calumniaréis, no entraréis como los cucos en el nido de los demás. ■ Pero incluso os digo: «Id más adelante en la perfección de los dos preceptos de amor: amad también a vuestros enemigos». ¡Oh, si sabéis amar como Él, cómo os amará el Altísimo, que ama al hombre —transformado en enemigo suyo por la Culpa Original y por los pecados individuales— hasta el punto de enviarle el Redentor, el Cordero que es su Hijo, Yo, quien os está hablando, el Mesías, prometido para redimiros de toda culpa. Amad. El amor sea para vosotros escalera por la cual, hechos ángeles, subáis (como Jacob la vio), hasta el Cielo, oyendo al Padre decir a todos y a cada uno: «Yo seré tu Protector dondequiera que vayas, y te traeré de nuevo a este lugar: al Cielo, al Reino Eterno» (2). La paz con vosotros”. La gente acepta conmovida las palabras y se retira poco a poco.
* “Nehemías, en su reforma, quiso que en Judá fuese respetado el sábado. El sábado es del Señor”.- Sutilezas de los fariseos respecto al sábado.- ■ Se quedan Pedro, Andrés, Santiago, Juan, Felipe y Bartolomé. Pedro: “¿Te vas mañana, Maestro?”. Jesús: “Mañana al amanecer si a ti no te desagrada”. Pedro: “Desagradarme el que te vayas, sí, pero la hora, no; es incluso propicia”. Jesús: “¿Vas a ir a pescar?”. Pedro: “Esta noche cuando salga la luna”. Jesús: “Hiciste bien en no pescar durante la pasada noche, Simón Pedro. Todavía no terminaba el sábado. Nehemías (3), en su reforma, quiso que en Judá fuese respetado el sábado. Pero ahora mucha gente lleva cargas, transporta vino y fruta y compra pescado y corderos. Tenéis seis días para esto. El sábado es del Señor. Solo podéis hacer una cosa en sábado: hacer bien al prójimo. Pero no se debe hacer por lucro sino por ayuda. Quien por lucro viola el sábado, no puede esperar otra cosa más que castigo de parte de Dios. ¿Gana algo?: lo perderá con creces en los seis días que faltan. ¿No gana nada?: en vano se esforzó el cuerpo, no concediéndole ese reposo que la Inteligencia determinó para él, airándose el alma por haber trabajado inútilmente, llegando incluso a proferir imprecaciones. En cambio el día de Dios debe transcurrirse con el corazón unido a Dios en una dulce plegaria de amor. Es necesario ser fieles en todo”. Pedro: “Pero… los escribas y doctores que son tan duros con nosotros… no trabajan en sábado y ni siquiera dan un pan al prójimo para no cansarse al darlo… pero sí hacen usura aun en sábado. Porque la usura no es trabajo… ¿puede hacerse en sábado?”. Jesús: “¡No, jamás! Ni durante el sábado, ni durante los otros días. Quien presta abusivamente, es deshonesto y cruel”. Pedro: “Entonces… los escribas y fariseos…”. Jesús: “¡Simón! No juzgues. Tú no lo hagas”. Pedro: “Tengo ojos para ver…”. Jesús: “¿Solo hay que ver el mal, Simón?”. Pedro: “No, Maestro”. Jesús: “Entonces, ¿por qué mirar tan solo el mal?”. Pedro: “Tienes razón, Maestro”.
* Los 6 discípulos, dejando todo, se ofrecen a Jesús para acompañarle a Jerusalén.-Jesús: “Así, pues, mañana partiré al amanecer con Juan”. Pedro: “Maestro…” Jesús: “¿Qué te pasa, Simón?”. Pedro: “Maestro… ¿vas a Jerusalén?”. Jesús: “Ya lo sabes”. Pedro: “También yo voy para la Pascua… también Andrés y Santiago…”. Jesús: “¿Y entonces?… ¿Quieres decir que desearías venir conmigo?… ¿Y la pesca? ¿Y la ganancia?… Me dijiste que te gustaba tener dinero y Yo estaré ausente por muchos días. Primero voy a visitar a mi Madre, y a Jerusalén a la vuelta. Me quedaré allí predicando… ¿Cómo te las arreglarás?”. Pedro se muestra pensativo, lucha dentro de sí… al final dice: “Por mí… voy contigo. ¡Te prefiero a Ti antes que al dinero!”. Y todos al unísono: “También yo voy”. “Y también yo”. “Y también nosotros, ¿no es así, Felipe?”. Jesús: “Entonces venid. Me ayudaréis”. ■ Pedro se emociona ante esta idea: “¡Oh!… ¿En qué te podríamos ayudar?”. Jesús: “Os lo diré. Para actuar bien, solo tendréis que hacer cuanto Yo os diga. El obediente siempre actúa bien. Ahora rezaremos y luego cada uno regresará a su casa”. Pedro: “¿Y qué harás Tú, Maestro?”. Jesús: “Oraré todavía. Yo soy la Luz del mundo pero también soy el Hijo del hombre que redime al hombre. Oremos”. Jesús dice el salmo que empieza “Quien descansa en la ayuda del Altísimo vivirá bajo la protección del Dios del Cielo. Dirá al Señor: «Tú eres mi protector, mi refugio y mi Dios, en Él está mi esperanza. Él me libró de la trampa de los cazadores y de las palabras agresivas» etc. etc.”. Lo encuentro en el libro 4º; es el segundo del libro 4º; me parece el N.90 (Si leo bien el número romano). La visión termina así. (Escrito el 15 de Octubre de 1944).
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1  Nota  : Cfr. Ju. 1,43-51.  2  Nota  : Cfr. Gén. 28,10-17.  3  Nota  : Cfr. Neh. 13,15-21.
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1-51-282 (1-13-309).- María manda a Judas Tadeo a Betsaida a invitar a Jesús a las bodas de Caná.
* “El deseo de mi Madre es ley para Mí”.- ■ Veo la cocina de Pedro. En ella están, además de Jesús, Pedro y su mujer, Santiago y Juan. Parece que han terminado de cenar y están conversando. Jesús se interesa por la pesca. Andrés entra y dice: “Maestro, aquí está el dueño de la casa en que vives, con uno que dice ser tu primo”. Jesús se levanta y se dirige a la puerta diciendo que pasen. Y cuando a la luz de la lámpara y del fuego ve que entra Judas Tadeo, exclama: “¡¿Tú, Judas?!”. Tadeo: “Yo, Jesús”. Y se besan. ■ Judas Tadeo es un hombre bien formado, en la plenitud de su belleza varonil. Alto, pero no como Jesús. Bien proporcionado en su cuerpo que es robusto, moreno, como lo era San José de joven, de un color aceitunado, pero no térreo; y con unos ojos que tienen mucho de parecido con los de Jesús, porque son azules, aunque tienden a ser algo violáceos. Tiene barba cuadrada y morena, cabellos ondulados, menos rizados que los de Jesús, morenos como la barba. Tadeo dice: “Vengo de Cafarnaúm. He ido allí en barca y he venido aquí también en barca para llegar antes. Tu Madre te manda decir: «Susana se casa mañana. Te ruego, Hijo, que asistas a las bodas». María asiste y con ella, mi madre y los hermanos. Todos los parientes están invitados. Tú serías el único que estarías ausente y ellos, los parientes, te piden que no desaires a los novios”. ■ Jesús se inclina un poco y abriendo un tanto los brazos dice: “El deseo de mi Madre es ley para Mí. Pero también iré por Susana y por los familiares. Solo… lo siento por vosotros…” y mira a Pedro y los demás. “Son mis amigos” dice al primo. Y se los presenta comenzando por Pedro. Termina diciendo: “Y éste es Juan” y lo dice de forma muy especial, que llama la atención de Judas Tadeo y que hace ruborizarse al predilecto. Termina la presentación con estas palabras: “Amigos, éste es Judas, hijo de Alfeo, mi primo hermano, según dice la usanza, porque es hijo del hermano del esposo de mi Madre; un buen amigo mío en el trabajo y en la vida”. Pedro: “Mi casa está abierta a ti como al Maestro. Siéntate”. Y después volviéndose a Jesús, Pedro dice: “Entonces, ¿no iremos contigo a Jerusalén?”. Jesús: “Claro que vendréis. Después de las bodas iré. Únicamente que no me detendré en Nazaret”. El hombre de Cafarnaúm dice: “Haces bien, Jesús, porque tu Madre será mi huésped durante algunos días. Así hemos quedado, y volverá a mi casa también después de la boda”. Jesús: “Entonces lo haremos así. Ahora, con la barca de Judas, Yo iré a Tiberíades y de allí a Caná, y con la misma barca volveré a Cafarnaúm con mi Madre y contigo. El día siguiente después del próximo sábado te acercas, Simón, si todavía quieres, e iremos a Jerusalén para la Pascua”. Pedro: “¡Sí que quiero! Incluso iré el sábado a la sinagoga para oírte”. ■ Tadeo pregunta: “¿Estás ya enseñando, Jesús?”. Jesús: “Sí, primo”. Pedro: “¡Y qué palabras! ¡No se oyen en labios de otro!”. Judas da un suspiro. Con la cabeza apoyada sobre la mano y el codo sobre la rodilla mira a Jesús y lanza otro suspiro. Parece como si quisiera hablar y no se atreviera. Jesús le provoca para que hable: “¿Qué pasa, Judas? ¿Por qué me miras y das suspiros?”. Tadeo: “Por nada”. Jesús: “No. Por nada no. ¿No soy acaso el mismo Jesús que tú estimabas? ¿Para el que nunca tenías secretos?”. Tadeo: “¡Sí que eres el mismo! ¡Y cuánta falta me haces, Tú, maestro de tu primo más mayor…!”. Jesús: “Entonces, habla”. Tadeo: “Quería decirte… Jesús… sé prudente… tienes una Madre… que aparte de Ti no tiene nada… Tú quieres ser un Rabí diferente de los otros y Tú sabes, mejor que yo, que… que las castas poderosas no permiten cosas distintas de las usuales, establecidas por ellos. Conozco tu modo de pensar… es santo… pero el mundo no lo es… y oprime a los santos… Jesús, Tú conoces la suerte de tu primo el Bautista… Está en prisión, y si todavía no ha muerto es porque aquel asqueroso Tetrarca tiene miedo a la gente y al rayo de Dios. Tú, ¿qué harás? ¿Qué final te quieres buscar?”. ■ Jesús: “Judas, ¿me preguntas esto, tú que conoces tan bien mi manera de pensar? ¿Hablas por propia iniciativa? ¡No, no digas mentiras! Te han mandado, no mi Madre por supuesto, a decirme esto…”. Judas baja la cabeza y calla. Jesús: “Habla, primo”. Tadeo: “Mi padre… mis hermanos José y Simón… sabes… por tu bien… porque te quieren y a María… no ven con buenos ojos lo que te propones hacer… y querrían que pensases en tu Madre…”. Jesús: “¿Y tú qué piensas?”. Tadeo: “Yo… Yo…”. Jesús: “Dentro de ti combaten las voces de lo Alto y las de la Tierra. No digo voces de lo bajo, digo de la Tierra. Santiago, tu hermano, vacila aún más que tú. Pero Yo os digo que sobre la Tierra está el Cielo, y sobre los intereses del mundo está la causa de Dios. Tenéis necesidad de cambiar vuestro modo de pensar. Cuando sepáis hacerlo, entonces seréis perfectos”.
* “No sabéis quién es mi Madre. Si lo supieseis… la veneraríais como a la Amiga más íntima de Dios, la Poderosa que todo lo puede en el Corazón del Eterno Padre, que todo lo puede en orden al Hijo de su corazón”.-Tadeo: “Pero… ¿y tu Madre?”. Jesús: “Judas, solo Ella tendría derecho a recordarme mis deberes de hijo, según la luz de la Tierra, o sea, a mi deber de trabajar para Ella, para hacer frente a sus necesidades materiales, a mi deber que tengo de asistirla y consolarla con mi presencia. Pero Ella no pide nada de esto. Desde que me dio a luz, Ella sabía que habría de perderme, para encontrarme de nuevo con más amplitud que la del pequeño círculo de la familia. Y desde entonces se ha preparado para ello. No es nueva en su sangre esta absoluta voluntad de donación a Dios. Su madre la ofreció al Templo antes de que Ella hubiera podido sonreír a la luz. Y Ella —me lo ha dicho innumerables veces que me ha hablado de su infancia santa teniéndome contra su corazón en las largas noches de invierno, o en las claras de verano llenas de estrellas— y Ella se ofreció a Dios ya desde aquellas primeras luces de su alba en el mundo. Y más aún se ofreció cuando me tuvo, para estar donde estoy, en la vía de la misión que de parte de Dios se me ha encomendado. ■ Llegará un momento en que todos me abandonarán; y quizás durante unos cuantos minutos, por la vileza que se apoderará de todos, pensaréis que hubiera sido mejor, para vuestra seguridad, no haberme conocido nunca. Pero Ella, que lo comprende y lo sabe, Ella estará siempre conmigo y vosotros volveréis a ser míos por medio de Ella. Con la fuerza de su segura y amorosa fe, Ella os aspirará hacia sí, y, por tanto, hacia Mí porque respira en Mí, porque Yo estoy en mi Madre y Ella está en Mí, y Ambos en Dios. Esto querría que comprendieseis vosotros todos, familiares según el mundo, amigos e hijos según el plan sobrenatural. Tú y contigo los demás, no sabéis quién es mi Madre. Si lo supieseis, no la criticaríais en vuestro corazón por no saberme tener sujeto a Ella, sino que la veneraríais como a la Amiga más íntima de Dios, la Poderosa que todo lo puede en el Corazón del Eterno Padre, que todo lo puede en orden al Hijo de su corazón. Ciertamente iré a Caná. Quiero hacerla feliz. Comprenderéis mejor después de esta hora”. ■ Jesús tiene un tono impotente y persuasivo. Judas le mira y pensativo dice: “Claro que iré también yo contigo y con ellos si me lo permites… porque comprendo que dices cosas justas. Perdona mi ceguedad y la de mis hermanos. ¡Eres Santo! ¡Más que nosotros!…”. Jesús: “No guardo rencor a quien no me conoce, ni siquiera a quien me odia. Pero me duele por el mal que a sí mismo se hace. ¿Qué tienes en esa bolsa?”. Tadeo: “El vestido que te envía tu Madre. Mañana es una fiesta grande. Cree que su Jesús tenga necesidad del vestido para no causar mala impresión entre los invitados. Ha estado diariamente cosiendo sin descanso desde las primeras luces del día hasta las últimas de la tarde, para hacértelo pero no pudo terminar el manto. Todavía faltan las orlas. Se siente muy desolada por ello”. Jesús: “No es necesario. Me pondré éste, y el otro será para Jerusalén. El Templo significa todavía más que una fiesta de bodas”. Tadeo: “Ella se pondrá feliz”. ■ Pedro: “Si queréis estar al amanecer en el camino de Caná, conviene que partáis al punto. La luna ya va a salir y es buena compañera para el camino”. Jesús: “Vamos pues; Juan, ven conmigo. Adiós Simón Pedro, Santiago, Andrés. Os espero la tarde del sábado en Cafarnaúm. ¡Adiós mujer! La paz sea contigo en tu hogar”. Salen Jesús con Judas y Juan. Pedro los sigue hasta la playa y los ayuda a embarcarse. Y la visión termina. (Escrito el 17 de Octubre de 1944).
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1-52-286 (1-14-313).- Jesús en las bodas de Caná (1). El Hijo realiza para Ella el primer milagro.
* Llega María Santísima.- Llega la novia en ambiente festivo.- ■ Veo una casa característicamente oriental: un cubo blanco más largo que alto, con pocas entradas, rematado con una terraza rodeada de un muro de cerca de un metro de altura a la que da la sombra una vid que trepa hasta allí y extiende sus ramas sobre más allá de la mitad de esta soleada terraza. Una escalera exterior sube a lo largo de la fachada hasta una puerta, que está a la mitad de ella. En el nivel de la calle, hay unas puertas bajas y distanciadas, no más de dos por cada lado, que dan a habitaciones también bajas y oscuras. La casa se levanta en medio de una especie de campiña en donde hay más hierba que espacio libre, y tiene en el centro un pozo. Hay también higueras y manzanos. La casa mira hacia el camino, pero no está cerca de él; está un poco hacia dentro, y un sendero, entre las hierbas, la une a aquél, que parece camino de primer orden. Podría decirse que la casa se encuentra en la periferia de Caná: una casa de campesinos que vive en medio de su propiedad. ■ Veo a continuación a dos mujeres con vestidos largos y un manto que hace también de velo, que vienen caminando y se dirigen a esta parte del sendero. Una parece de mayor edad; sobre los cincuenta años y viste de oscuro: un color pardo-marrón como de lana natural. La otra viste más claro: un vestido de color amarillo pálido y manto azul, y aparenta unos treinta y cinco años. Es muy bella, esbelta, y tiene un porte lleno de dignidad, a pesar de ser todo gentileza y santidad. Cuando está más cerca, noto el color pálido de su rostro. Reconozco a María Santísima. No sé quién sea la otra, que es morena y de más edad. Hablan entre sí. La Virgen sonríe. Cuando están ya cerca de la casa, alguien, encargado de dar el aviso de su llegada, lo hace, y salen a su encuentro hombres y mujeres con trajes de fiesta, que las acogen con gran alegría, pero sobre todo a María Santísima. Parece una hora matinal, diría yo como las nueve, tal vez antes, porque el campo conserva todavía el aspecto fresco de las primeras horas del día en que aún brilla el rocío sobre la verde hierba y por el aire puro exento de polvo. Me parece que es la primavera, porque la hierba no está seca y los campos están cubiertos de trigo con espigas aún sin madurar. Todo es verde. Las hojas de las higueras y de los manzanos están verdes y tiernas, lo mismo sucede con las de los sarmientos. Pero no veo flores en los manzanos; y no veo fruta, ni en los manzanos, ni en las higueras, ni en la vid. Señal de que el manzano ha florecido ya, pero hace poco tiempo, y los pequeños frutos todavía no se ven. ■ María, a quien acompaña un anciano que es probablemente el dueño de la casa, sube por la escalera exterior y entra en la sala grande que parece ocupar toda o gran parte de la planta alta. Creo comprender que los recintos de la planta baja son las habitaciones propiamente dichas, las despensas, los trasteros y las bodegas; mientras que ésta se reserva sólo para usos especiales, como fiestas de carácter excepcional, o para trabajos que requieren mucho espacio, o también para colocar holgadamente productos agrícolas. Si de fiestas se trata, lo vacían completamente y lo adornan, como hoy, de ramas verdes, esterillas y mesas para alimentos. En el centro hay una mesa provista con jarras y platos llenos de frutas. A lo largo de la pared de la derecha, respecto a mí que miro, hay otra mesa pero menos provista. A lo largo de la pared izquierda hay una alacena larga y encima de ella platos con quesos y otros alimentos que me parecen ser tortas de miel, y dulces. En el suelo, junto a esta pared, hay otras jarras y seis grandes recipientes con forma de jarra de cobre. Se le podría dar el nombre de jarrones. ■ María escucha benévolamente todo lo que le dicen; después, cortésmente se quita el manto y ayuda a terminar de preparar la mesa. La veo ir de acá para allá poniendo en orden los lechos-silla, componiendo las guirnaldas de flores, dando mejor presentación a las frutas, viendo si en las lámparas hay aceite. Sonríe y habla muy poco y en voz muy baja, pero escucha mucho y con mucha paciencia. Un gran rumor de instrumentos musicales viene del camino, realmente no muy armoniosos. Todos, menos María, corren afuera. Veo entrar a la novia, toda adornada y feliz, rodeada de sus padres y amigos, al lado del novio, que ha sido el primero en salir a su encuentro.
* Llega Jesús a Caná con Juan y Judas Tadeo. “Vamos a hacer feliz a mi Madre.- ■ Y en este momento la visión sufre un cambio. Estoy viendo, en vez de la casa, un pueblo. No sé si sea Caná o algún otro pueblo. Y veo a Jesús con Juan y otro, que probablemente, si no me engaño, es Judas Tadeo. Por lo que respecta a Juan, no me equivoco. Jesús está vestido de blanco y tiene un manto azul marino. Al oír el sonido de los instrumentos musicales, el compañero de Jesús pregunta algo a una persona y transmite la respuesta a Jesús, que, con la sonrisa en los labios, contesta: “Vamos a hacer feliz a mi Madre”. Y se dirige, a través de los campos, con sus dos compañeros hacia la casa. Me he olvidado decir que tengo la impresión de que María es o pariente o amiga de las padres del novio, porque se ve que los trata con familiaridad. ■ Cuando llega Jesús, la persona de antes, puesta como centinela, avisa a los demás. El dueño de la casa, junto con su hijo, el novio, y con María, baja a recibir a Jesús y le saluda respetuosamente. Saluda también a sus dos acompañantes. El novio hace lo mismo. Pero lo que más me gusta es el saludo lleno de amor y respeto de María a su Hijo, y viciversa. Ninguna muestra efusiva. Pero la palabra de saludo: “La paz sea contigo” va acompañada de una mirada de tal naturaleza, y una sonrisa tal, que valen por cientos de abrazos y besos. Se ve que el beso tiembla en los labios de María pero no lo da. Solo pone su pequeña mano blanca sobre la espalda de Jesús y le compone su larga cabellera. Es una caricia de enamorada púdica.
* “Mujer, qué hay más entre tú y Yo?”. Jesús sonríe. María sonríe. María ha leído en los ojos sonrientes de Jesús el asentimiento al milagro.- “Agradecédselo a María”.- ■ Jesús sube al lado de su Madre seguido por sus discípulos y los dueños de la casa. Entra en la sala del banquete, donde las mujeres se apresuran a poner asientos y platos para los tres invitados, inesperados según parece. Puedo decir que la presencia de Jesús era dudosa, y del todo inesperada la de sus compañeros. Oigo claramente la voz llena, viril, dulcísima del Maestro que al poner pie en la sala dice: “La paz sea en esta casa y la bendición de Dios con todos vosotros”. Es un saludo a todos, lleno de majestad. Jesús domina a todos con su aspecto y estatura. Es el invitado, y tal vez fortuito, pero parece el rey del banquete; más que el novio, más que el dueño de la casa. Aunque sea humilde y condescendiente, es Él, el que domina. ■ Jesús se sienta en la mesa del centro, con el novio y la novia, los padres de los novios y los amigos de mayor importancia. A los dos discípulos, por consideración del Maestro, se les hace sentar en la misma mesa. Jesús está de espaldas a la pared en donde están los jarrones y la alacena. Por ello, no los ve, como tampoco ve el afán del mayordomo con los platos de carne que van siendo introducidos por una puertecita que está junto a la alacena. Observo una cosa: menos las respectivas madres de los novios y menos María, ninguna mujer está sentada en esa mesa. Todas las mujeres están —y meten bulla como si fueran cien— en la otra mesa que está pegando a la pared, y se las sirve después de que se ha servido a los novios y a los invitados de honor. Jesús está sentado al lado del dueño de la casa. Tiene enfrente a María, que está sentada al lado de la novia. ■ Empieza el banquete y le aseguro que a nadie falta el apetito, ni tampoco la sed. Los que comen y beben poco son Jesús y su Madre, la cual, además, habla muy poco. Jesús habla un poco más. Pero, a pesar de ser parco de palabras, no se manifiesta ni altanero ni desdeñoso. Es un hombre cortés, pero no hablador. Si le preguntan algo, responde. Si le hablan, muestra interés, expone su parecer, pero después se recoge en Sí como quien está acostumbrado a meditar. Sonríe, pero nunca ríe en forma estrepitosa. Y, si oye alguna broma un poco que no va, muestra sencillamente como si no le hubiese oído. María con sus ojos no se desprende de Jesús, igualmente Juan que está en el extremo de la mesa pero pendiente de los labios del Maestro. ■ María cae en la cuenta de que los servidores discuten con el mayordomo y de que éste se siente molesto y comprende que algo desagradable sucede. “Hijo”, dice bajo, llamando la atención de Jesús con esa palabra. “Hijo, no tienen más vino”. Jesús: “Mujer, ¿qué más hay entre tú y Yo?”. Jesús al decir estas palabras sonríe aún más dulcemente, y sonríe María, como dos que saben una verdad, que es su gozoso secreto y que todos los demás ignoran. María ordena a los sirvientes: “Haced lo que Él os diga”. María ha leído en los ojos sonrientes de Jesús el asentimiento, revestido de una gran enseñanza para todos los «llamados». Jesús ordena a los sirvientes: “Llenad de agua los jarrones”. Veo que los llenan con agua traída del pozo (oigo el rechinar de la polea que baja y sube el cubo chorreando). Veo también al mayordomo echarse en la copa un poco de ese líquido con ojos de sorpresa, probarlo con gestos de aún más vivo asombro, degustarlo y hablarles al dueño de la casa y al novio (estaban cercanos). ■ María mira a su Hijo y sonríe; después, correspondida con una sonrisa de Jesús, baja la cabeza con un ligero sonrojo: es feliz. Se oye un murmullo por la sala, las cabezas se vuelven todas hacia Jesús y María; hay quien se levanta para ver mejor, quien va a los jarrones… Silencio, y, después, un coro de alabanzas a Jesús. Pero Él se levanta y dice una frase: “Agradecédselo a María” y se retira del banquete. Los discípulos le siguen. En el umbral vuelve a decir: “La paz sea en esta casa y la bendición de Dios con vosotros”. Y añade: “Adiós, Madre”. Y la visión termina. (Escrito el 16 de Enero de 1944).
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1  Nota  : Cfr. Ju. 2,1-10.
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1-52-289 (1-15-317).- “Mujer ¿qué más hay entre tú y Yo?”.
* “Ese «más», que muchos traductores omiten, es la clave de la frase y le da su verdadero significado”.- Jesús me explica el significado de la frase. “Ese «más» que muchos traductores omiten, es la clave de la frase y le da su verdadero significado. Era Yo el Hijo sujeto a la Madre hasta el momento en que la voluntad del Padre me indicó que había llegado la hora de ser el Maestro. Desde el momento en que mi misión comenzó, ya no era el Hijo sujeto a la Madre, sino el Siervo de Dios. Rotas las ligaduras morales para con la que me había engendrado, se transformaron en otras más sublimes, se refugiaron todas en el espíritu, el cual llamaba siempre: «Mamá» a María, mi Santa. El amor no conoció ni descanso ni enfriamiento, más bien habría que decir que jamás fue tan perfecto como cuando, separado de Ella como por un segundo alumbramiento, Ella me dio al mundo para el mundo, como Mesías, como Evangelizador. Su tercera sublime y mística maternidad tuvo lugar cuando, en el patíbulo del Gólgota, me dio a luz a la Cruz, haciendo de Mí el Redentor del Mundo. ■ «¿Qué más hay entre tú y Yo?». Antes era tuyo, únicamente tuyo. Tú me mandabas y Yo te obedecía. Te estaba «sujeto». Ahora pertenezco a mi misión. ¿No lo dije acaso?: «Quien, una vez puesta la mano en el arado, se vuelve atrás, a ver lo que le queda, no es apto para el Reino de los Cielos». Yo había puesto mi mano en el arado para abrir con la reja no la tierra sino corazones, y sembrar en ellos la palabra de Dios. Quité de allí la mano tan sólo cuando me la quitaron para ser clavada en la Cruz y abrir con el torturante clavo el Corazón de mi Padre, haciendo salir de Él el perdón para el género humano. Aquel «más», olvidado por muchos, quería decir esto: «Tú has sido todo para Mí, Madre, mientras fui únicamente el Jesús de María de Nazaret, y me eres todo en mi espíritu; pero, desde que soy el Mesías esperado, pertenezco a mi Padre. Espera un poco todavía y, terminada mi misión, seré nuevamente todo tuyo; me tendrás nuevamente entre los brazos como cuando era pequeño y nadie te disputará ya este Hijo tuyo, considerado un oprobio del género humano, el cual te arrojará sus despojos para cubrirte de oprobio por haber sido la madre de un criminal. Y después me volverás a tener para siempre triunfante, en el Cielo. Pero ahora pertenezco a todos los hombres. Pertenezco al Padre que me ha enviado a ellos». Ahí tienes lo que quiere decir ese pequeño «más»”. (Escrito el 16 de Enero de 1944).
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1-52-291 (1-15-318).- «Vayamos a hacer feliz a mi Madre».
*  Sentido más alto de esa frase: «de ser Ella la iniciadora de de mi actividad de milagros y la primera benefactora del género humano». ■ Dice Jesús: “Cuando dije a los discípulos: «Vayamos a hacer feliz a mi Madre», había dado a la frase un sentido más alto de lo que parecía. No se trataba de la felicidad de verme, sino de ser Ella la iniciadora de mi actividad de milagros y la primera benefactora del género humano. ■ No lo olvidéis nunca: mi primer milagro se hizo por María; el primero: símbolo de que María es la llave del milagro. Yo no niego nada a mi Madre. Por su oración anticipo incluso el tiempo de la gracia. Yo conozco a mi Madre, la segunda en bondad después de Dios. Sé que concederos una gracia es lo mismo que hacerla feliz, porque Ella es la Toda amor. Por esto, sabiéndolo, dije: «Vayamos a hacer feliz a mi Madre»”.
* “Destinada a unirse a Mí en el dolor, es justo que también estuviese unida a Mí en el poder”.-Jesús: “Por otra parte quise manifestar al mundo su poder junto con el mío. Destinada para estar unida conmigo en la carne —pues fuimos una carne: Yo en Ella y Ella en torno a Mí, como pétalos de lirio alrededor del pistilo perfumado y lleno de vida—, destinada a unirse a Mí en el dolor —puesto que estuvimos en la Cruz, Yo con la carne y Ella con su espíritu, de la misma forma que el lirio perfuma tanto con su corola como con la esencia que de ella se saca—, era justo que también estuviese unido a Mí en el poder.Digo a vosotros, lo que dije a los convidados: «Agradeced a María. Por Ella habéis recibido al Dueño del milagro y por Ella tenéis mis gracias y sobre todo la de mi perdón». ¡Quédate en paz! Estamos contigo”. (Escrito el 16 de Enero de 1944).
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(<Jesús, acompañado de Pedro, Andrés, Juan, Santiago, Felipe y Bartolomé, se encuentra ya en Jerusalén>)
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1-53-291 (1-16-319).- Los mercaderes expulsados del Templo (1).
* Bullicio y usura en el lugar sagrado.- ■ Veo a Jesús entrando con Pedro, Andrés, Juan y Santiago, Felipe y Bartolomé, en el recinto del Templo. Dentro y fuera hay una grandísima muchedumbre. Son peregri­nos que, desde todas las partes de la ciudad, llegan en grupos. Desde lo alto de la colina en que está construido el Templo, se ven las calles de la ciudad, estrechas y retorcidas, y un hormiguear de gente. Parece como si entre el blanco natural de las casas se hubiera extendido una cinta de mil colores en movimiento. En realidad la ciudad tiene el aspecto de un juguete vistoso hecho de cintas multicolores entre dos hilos blancos, y todos ellos convergen hacia el punto en que resplandecen las cúpulas de la Casa del Señor. Pero luego, dentro, hay… una verdadera feria. No existe ningún tipo de recogimiento en el lugar sagrado. ■ Hay quien corre y quien llama, quien contrata los corderos y grita y lanza maldiciones por el precio excesivo, quien empuja hacia los corrales a los pobres animales, que balan (los corrales son lugares improvisados con cuerdas o estacas, en cuya entrada está el dueño, o mercader, a la espera de los compradores). Leñazos, balidos, blasfemias, unos que llaman a otros, insultos a los criados que se descuidan en juntar o separar los animales y a los compradores que regatean el precio o que se van, mayores insultos a quienes, previsores, han traído su propio cordero. ■ Alrededor de los bancos de los cambistas, otro griterío. Se entien­de que —no sé si en todo momento o durante la Pascua— el Templo funcionaba como… banco o, mejor dicho, como bolsa negra. El valor de las mo­nedas no era fijo. Había un precio legal —ciertamente lo habría— pero los cambistas imponían otro, apropiándose de una cantidad ar­bitraria por el cambio de las monedas. ¡Y le aseguro que no se anda­ban con chiquitas en las operaciones de usura!… Cuanto más pobre era uno, y venía de más lejos, más le sacaban: más a los viejos que a los jóvenes; y a los que provenían de fuera de Palestina, más que a los del lugar.
* Enseño esto: a hacer la Casa de Dios casa de oración y no un lugar de usura y de mercado”.- ■ Dos pobres viejecitos miran una y otra vez su dinerillo aho­rrado durante todo el año quién sabe con cuánto esfuerzo, se lo sacan y se lo vuelven a meter junto al pecho cien veces, yendo de uno a otro cambista, y quizás terminan volviendo al primero, que se venga de su inicial deserción aumentando la prima del cambio… y las monedas de valor abandonan, entre suspiros, las manos del propietario y pasan a las garras del usurero para ser cambiadas por monedas de menos valor. Luego otra escena triste de cuentas y suspiros ante los vendedores de corderos, quienes a los viejos medio ciegos les encasquetan los corderos más míseros. Veo que vuelven los dos viejecitos, él y ella, empujando a un pobre corderito que los sacrificadores han rechazado tal vez por tener un defecto. Se entrecruzan, por un lado, malos modales y palabrotas; por otro lado, llanto y ruegos; y el vendedor no se conmueve. Vendedor: “Para lo que queréis gastar, galileos, es incluso demasiado hermoso el que os he dado. ¡Marchaos o dais otros cinco denarios por uno mejor!”. Ancianos: “¡En nombre de Dios! ¡Somos pobres y viejos! ¿Quieres impedirnos celebrar la Pascua, que es quizás la última? ¿No te es suficiente lo que has pedido por un animal pequeño?”. Vendedor: “¡Largaos apestosos! ¡Allá viene hacia mí José, el Anciano! Me honra con su preferencia. ¡Dios sea contigo! ¡Ven, escoge!”. José el Anciano —así le llaman—, o sea, el de Arimatea, entra en el corral y toma un magnífico cordero. Pasa vestido pomposamente, soberbio, sin mirar a estos dos pobrecillos que gimen a la entrada del corral. Casi los choca, especialmente al salir con un hermoso cordero que bala. ■ Mas Jesús se encuentra también ya cerca. También ha hecho su compra, y Pedro, que probablemente ha llevado a cabo el trato en lugar de Él, trae un cordero bastante normal. Pedro querría ir enseguida hacia el lugar donde se sacrifica, pero Jesús se desvía a la derecha, hacia los dos viejecitos que asustados, lloro­sos e indecisos, lloran mientras la gente les empuja y son insultados por el vendedor. Jesús, tan alto que la cabeza de los dos abuelitos le llega a la al­tura del corazón, pone una mano sobre el hombro de la mujer y pre­gunta: “¿Por qué lloras, mujer?”. La viejecita se vuelve y ve a este joven alto, solemne con su hermoso vestido blanco y con su manto también blanco todo nuevo y limpio. Debe creer que es un doctor, por el vestido y el aspecto, y, asombrada —porque los doctores y los sacerdotes no hacen caso de la gente, ni defienden a los pobres contra la avaricia de los vendedores—, le dicen por qué lloran. Jesús se dirige al hombre de los corderos diciéndole: “Cambia este cordero a estos fieles; no es digno del altar. Como tampoco es digno de que te aproveches de dos viejecitos tan solo porque son débiles e indefensos”. Vendedor: “¿Y Tú quién eres?”. Jesús: “Un justo”. Vendedor: “Tu acento y el de tus compañeros dicen que eres galileo. ¿Puede, acaso, haber en Galilea un justo?”. Jesús: “Haz lo que te digo y sé justo tú”. Vendedor: “¡Oíd! ¡Oíd al galileo defensor de los de su condición! ¡Quiere enseñarnos a nosotros, los del Templo!”. El hombre se ríe y se burla, imitando la cadencia del hablar galileo, que es más sonora y más rica en dulzura que la judía; al menos, así me parece. Se forma un corro de gente, y otros mercaderes y cambistas salen en defensa de su colega contra Jesús. Entre los presentes hay dos o tres rabíes burlones. Uno de ellos pregunta: “¿Eres doctor?” (lo pregunta de una forma que haría perder la paciencia al mismo Job). Jesús: “Tú lo has dicho”. Rabí: “¿Qué enseñas?”. Jesús: “Enseño esto: a hacer la Casa de Dios casa de oración y no un lugar de usura y de mercado. Esto enseño”.
* Expulsión de los mercaderes.- “Yo soy Él que puede. Todo lo puedo. Destruid este Templo real y Yo lo levantaré de nuevo para dar gloria a Dios”. ■ Se le ve terrible a Jesús. Parece el arcángel puesto en el umbral del Paraíso perdido (2). No tiene espada llameante en las manos, pero tiene rayos en los ojos, y fulmina a los burlones y a los sacrílegos. No tiene nada en la mano, sólo su santa ira. Y con ésta, caminando veloz e imponente entre banco y banco, desbarata las monedas tan meticulosamente apiladas por tipos; vuelca mesas grandes y pequeñas, y todo cae, con estruendo, al suelo, entre un gran ruido de monedas que rebotan y tablas que chocan y gritos de ira, de pánico y de aprobación. Luego, arrancando de las manos a los mozos de los ganaderos unas sogas con que sujetaban bueyes, ovejas y corderos, hace de ellas un látigo bien duro, en que los nudos, para formar los lazos sueltos, se convierten en flagelos, y lo levanta y lo voltea y lo baja, sin piedad. Sí, se lo aseguro, sin piedad. El inesperado granizo golpea cabezas y espaldas. Los fieles se apartan admirando la escena; los culpables, perseguidos hasta la muralla externa, se echan a correr dejando por el suelo dinero y de­trás animales grandes y pequeños en medio de una gran confusión de piernas, de cuernos, de alas… quién corre, quién vuela; los mugidos, balidos, chillidos de pichones y tórtolas, junto a carcajadas y gritos de fieles detrás de los prestamistas dados a la fuga, ahogan incluso los berridos de los corderos que están siendo degollados en otro pa­tio. ■ Acuden sacerdotes, rabíes y fariseos. Jesús está todavía en medio del patio, de vuelta de su persecución. El látigo está todavía en su mano. Sacerdotes: “¿Quién eres? ¿Cómo te permites hacer esto, turbando las cere­monias prescritas? ¿De qué escuela provienes? Nosotros no te conocemos, ni sabemos quién eres”. Jesús: “Yo soy Él que puede. Todo lo puedo. Destruid este Templo real y Yo lo levantaré de nuevo para dar gloria a Dios. No turbo la santidad de la Casa de Dios y de las ceremonias, sois vosotros los que la turbáis permitiendo que su morada se transforme en sede de usureros y mercaderes. Mi escuela es la escuela de Dios. La misma que tuvo todo Israel por boca del Eterno que habló a Moisés. ¿No me conocéis? Me conoceréis. ¿No sabéis de dónde vengo? Lo sabréis”.
* Exhortación con tres textos del Deuteronomio: sobre los jueces, sobre los sacerdotes, sobre la injusticia.- Y llamada a los sacerdotes, cuya única herencia debe ser Dios. No deben tener más que el vestido (el cuerpo sea siervo del espíritu que es siervo de Dios) y una diadema de oro incorruptible: pureza y caridad.- ■ Y, Jesús, volviéndose hacia el pueblo, sin preocuparse ya más de los sacerdotes, alto, vestido de blanco, el manto abierto y cayendo tras los hombros, con los brazos abiertos como un orador en lo más vivo de su discurso, dice: “¡Oíd, vosotros de Israel! En el Deuteronomio (3) está escrito: «Establecerás jueces y magistrados en todas las puertas… y ellos juzgarán al pueblo con justicia, sin inclinarse a parte alguna. No tendrás acepción de personas, no aceptarás donativos, porque los donativos ciegan los ojos de los sabios y alteran las palabras de los justos. Con justicia seguirás lo que es justo para vivir y poseer la tierra que el Señor tu Dios te dé». ■ ¡Oíd, vosotros de Israel! Dice el Deuteronomio (4): «Los sacerdotes y los levitas y todos los de la tribu de Leví no tendrán parte ni herencia con el resto de Israel, porque deben vivir con los sacrificios del Señor y con las ofrendas hechas a Él; nada tendrán entre las posesiones de sus hermanos, porque el Señor es su herencia». ■ ¡Oíd, oh vosotros de Israel! Dice el Deuteronomio (5): «No prestarás con interés a tu hermano ni dinero ni trigo ni cualquier otra cosa. Podrás prestar con interés al extranjero; mas a tu hermano le pres­tarás, sin interés, aquello de que tenga necesidad». Esto ha dicho el Señor. Ahora bien, vosotros mismos veis qué injusticia para con el pobre se comete en Israel. No triunfa el justo, sino el fuerte; y ser pobre, ser pueblo, quiere decir ser oprimido. ¿Cómo puede el pueblo decir: «Quien nos juzga es justo» si ve que sólo a los poderosos se los respeta y escucha, mientras que el pobre no tiene quien le es­cuche? ¿Cómo puede el pueblo respetar al Señor si ve que no le respetan los que más deberían hacerlo? ¿Es respeto al Señor la violación de su mandamiento? ■ ¿Y por qué entonces los sacerdotes en Israel tienen posesiones y aceptan donativos de publicanos y pecadores, los cuales actúan así para tener de su parte a los sacerdotes, de la misma forma que éstos actúan así para tener mayor riqueza? Dios es la herencia de sus sacerdotes. Para ellos, Él, el Padre de Israel, es, como en ningún caso, Padre, y les provee de comida como es justo; pero no más de lo que sea justo. No ha prometido a sus servidores del Santuario dinero y posesiones. En la eternidad, por ser justos, tendrán el Cielo, como lo tendrán Moisés y Elías y Jacob y Abraham, pero en esta tierra no deben tener más que el vestido de lino y una diadema de oro incorruptible: pureza y caridad, y que el cuerpo sea siervo del espíritu que es siervo del Dios verdadero, y no sea el cuerpo señor del espíritu, y contra Dios”.
*  Llamada a Israel a seguirle: “Quien quiera conocer la Luz, la Verdad, la Vida, volver a oír la Voz de Dios que habla a su pueblo, venga a Mí. Seguisteis a Moisés a través de los desiertos. Yo os conduzco hacia la verdadera Tierra prometida. Por el mar abierto de los Mandamientos os llevo a ella. Alzando mi Señal, os curo de todo mal. Ha llegado la hora de la Gracia”.-Jesús: “Se me ha preguntado con qué autoridad hago esto. ¿Y ellos?, ¿con qué autoridad profanan el mandamiento de Dios y a la sombra de los sagrados muros permiten usura contra los hermanos de Israel, que han venido para cumplir el mandato divino? Se me ha preguntado de qué escuela provengo, y he respondido: «De la escuela de Dios». Sí, Israel. Yo vengo y te llevo de nuevo a esta escuela santa e inmutable. Quien quiera conocer la Luz, la Verdad, la Vida, quien quiera volver a oír la Voz de Dios que habla a su pueblo, venga a Mí. Seguisteis a Moisés a través de los desiertos, ¡oh, vosotros de Israel! Seguidme; que Yo os conduzco, a través de un desierto, sin duda, más dificultoso, hacia la verdadera Tierra prometida. Por el mar abierto de los Mandamientos de Dios os llevo a ella. Alzando mi Señal, os curo de todo mal. Ha llegado la hora de la Gracia. La esperaron los Patriarcas, murieron esperándola. La predijeron los Profetas y murieron con esta esperanza. La soñaron los justos y murieron confortados por este sueño. Ha venido ahora. Venid. «El Señor va a juzgar de un momento a otro a su pueblo y será misericordioso para con sus siervos», como prometió por boca de Moisés” (6). ■ La gente, agolpada en torno a Jesús, le ha escuchado con la boca abierta. Luego comenta las palabras del nuevo Rabí y hace preguntas a sus compañeros. Jesús se dirige hacia otro patio, separado de éste por un pórtico. Los amigos le siguen y la visión termina. (Escrito el 24 de Octubre de 1944).
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1  Nota  : Cfr. Ju. 2,13-21; 2,23-23.   2  Nota  : Cfr. Gén. 3,24.   3   Nota  : Cfr. Dt. 16,18-20.  4  Nota  : Cfr. Dt. 18,1-2.    5  Nota  : Cfr. Dt. 23,19-20. 6   Nota  : Tal vez alusión a Ex. 15,13.
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1-54-296 (1-17-324).- Primer encuentro de Jesús con J. Iscariote y Tomás, y con un leproso.
*  El leproso es curado.- ■ Jesús está con sus seis discípulos; ni ayer ni hoy he visto a Judas Tadeo, que también había dicho que quería venir a Jerusalén con Él. Deben estar aún en las fiestas de Pascua, porque hay mucha gente por la ciudad de Jerusalén. Ya se acerca el atardecer y muchos se dirigen presurosos a sus casas. También Jesús se dirige a la casa donde se hospeda. No es la del Cenáculo —que está más en la ciudad, aunque en las afueras—. Ésta es una casa de campo en el pleno sentido de la palabra, entre tupidos olivos. Desde la pequeña y agreste explanada que tiene delante, se ven descender colina abajo, en escalones, los árboles, deteniéndose a la altura de un riachuelo escaso de agua, que discurre por el valle situado entre dos colinas poco altas; en la cima de una de las colinas está el Templo; en la otra colina, sólo olivos y más olivos. Jesús está en la parte baja de la ladera de esta colina que sube sin asperezas: serenos árboles, todo manso. ■ Un hombre anciano que tal vez sea el agricultor o el propietario del olivar y conocido de Juan, le dice a éste: “Juan, hay dos hombres que esperan a tu amigo”. Juan: “¿Dónde están? ¿Quiénes son?”. Anciano: “No lo sé. Uno, sin duda, es judío. El otro… no sabría decirte. No se lo he preguntado”. Juan: “¿Dónde están?”. Anciano: “Están esperando en la cocina… y… sí… bueno… hay también uno lleno de llagas… Le he dicho que se estuviera allí porque… no quisiera que estuviera leproso… Dice que quiere ver al Profeta que ha hablado en el Templo”. Jesús, que hasta ese momento había guardado silencio, dice: “Vayamos primero a éste. Diles a los otros que si quieren venir, que vengan. Hablaré con ellos aquí en el olivar” y se va donde había señalado el anciano. Pedro pregunta: “Y nosotros ¿qué hacemos?”. Jesús: “Venid si queréis”. ■ Un hombre todo cubierto y embozado está pegado al pequeño, rústico muro, que sostiene un escalón del terreno, el más cercano al límite de la propiedad. Cuando ve que Jesús viene a él, grita: “¡Atrás! ¡Atrás! ¡Pero ten piedad!”. Y descubre su tronco, dejando caer el vestido. Si la cara está cubierta de costras, el tronco es un entretejido de llagas: unas ya convertidas en agujeros profundos, otras simplemente como rojas quemaduras, otras blanquecinas y brillantes como si tuviesen encima un cristalito blanco. Jesús: “¡Eres leproso! ¿Para qué me quieres?”. Leproso: “¡No me maldigas! ¡No me tires piedras! Me han contado que la otra tarde te has manifestado como Voz de Dios y Portador de su Gracia. Me han dicho que Tú has afirmado que al alzar tu Señal sanas cualquier enfermedad. ¡Levántala sobre mí! ¡Vengo de los sepulcros… desde allá! Me he arrastrado como una serpiente entre los arbustos del riachuelo para llegar sin ser visto. He esperado a que anocheciera para hacerlo, porque en la penumbra se me identifica menos. Me he atrevido… encontré a éste, al buen amo de la casa. No me ha matado y solo me ha dicho: «Espera junto al muro». Ten piedad, Tú también”. Y dado que Jesús se acerca, Él solo, pues los seis discípulos y el dueño del lugar, con los dos desconocidos, se han quedado lejos y muestran claramente repulsa, dice de nuevo: “¡No más adelante!… ¡No más!…  ¡Estoy infectado!”. Pero Jesús avanza. Le mira con tanta piedad, que el hombre se pone a llorar y se arrodilla con la cara casi sobre el suelo y solloza: “¡Tu Señal! ¡Tu Señal!”. Jesús: “Será levantada en su hora. Pero a ti te digo: ¡Levántate! ¡Cúrate! ¡Lo quiero! Y sé para Mí testigo en esta ciudad que debe conocerme. Y no peques más en reconocimiento hacia Dios”. El hombre se levanta poco a poco. Parece como si emergiese de una tumba… y está curado. Grita: “¡Estoy limpio! ¡Oh!, ¿qué debo hacer ahora yo por Ti?”. Jesús: “Obedecer a la Ley. Ve al sacerdote. Sé bueno en el porvenir. ¡Ve!”. El hombre hace un movimiento de arrojarse a los pies de Jesús, pero se acuerda de que está todavía impuro según la Ley (1) y se detiene. Eso sí, se besa la mano y manda con ella el beso a Jesús, y llora de alegría.
* Judas de Keriot y Tomás quieren seguir a Jesús. A Judas que pide tomarle consigo ahora, Jesús le dice: “¡No! Porque es mejor sopesarse a sí mismo antes de emprender un camino muy escarpado. Piénsalo bien Judas”. A Tomás, en cambio, le dice: “Recordaré tu nombre. Vete en paz”.- ■ Los otros parecen como petrificados. Jesús vuelve la espalda al curado y, con la sonrisa en los labios, los hace volver en sí, diciendo: “Amigos, no era más que una lepra de la carne, vosotros veréis caer la lepra de los corazones. ¿Sois los que me buscabais?” pregunta a los dos desconocidos. “Aquí estoy. ¿Quiénes sois?”. “Te oímos la otra tarde… en el Templo. Te habíamos buscado. Uno que se dice ser tu pariente, nos dijo que estabas aquí”. Jesús: “¿Por qué me buscáis?”. “Por seguirte, si quieres, porque has dicho palabras de verdad”. Jesús: “¿Seguirme? ¿Pero sabéis hacia dónde voy?”. “No, Maestro, pero ciertamente que a la gloria“. Jesús: “Sí, pero no a una gloria de la tierra sino a la que tiene su asiento en el Cielo y que se conquista con la virtud y sacrificios. ¿Por qué queréis seguirme?” vuelve a preguntar. “Para tener parte en tu gloria”. Jesús: “¿Según el Cielo?”. “Sí, según el Cielo”. Jesús: “No todos pueden llegar porque Mammón acecha, más que a los demás, a los que desean el Cielo y sólo el que sabe querer con todas sus fuerzas resiste. ¿Por qué seguirme, si seguirme quiere decir lucha continua con el enemigo que es Satanás?”. “Porque así quiere nuestro corazón, que ha quedado conquistado por Ti. Tú eres santo y poderoso. Queremos ser tus amigos”. Jesús: “¡¡¡Amigos!!!”… ■ Jesús se calla y suspira. Después mira fijamente al que siempre ha estado hablando y que ahora ha dejado de caer el manto pequeño de la cabeza que está rapada. Es Judas de Keriot. Jesús: “¿Quién eres tú, que hablas mejor que uno del pueblo?”. Iscariote: “Soy Judas de Simón. Soy de Keriot. Pero soy del Templo… o… estoy en el Templo. Espero y sueño en el Rey de los Judíos. Te he visto que eres Rey en la palabra. Rey te he visto en el gesto. Tómame contigo”. Jesús: “¿Tomarte?… ¿Ahora?… ¿Inmediatamente?… ¡No!”. Iscariote: “¿Por qué, Maestro?”. Jesús: “Porque es mejor sopesarse a sí mismo antes de emprender un camino muy escarpado”. Iscariote: “¿No te fías de mi sinceridad?”. Jesús: “¡Lo has dicho! Creo en tu impulso, pero no creo en tu constancia. Piénsalo bien, Judas. Por ahora me voy, y volveré para Pentecostés. Si estás en el Templo, podrás verme. ¡Sopésate a ti mismo!… ■ y tú, ¿quién eres?” pregunta al otro desconocido. Éste le responde: “Otro que te vio. Querría estar contigo. Pero ahora siento temor”. Jesús: “¡No! La presunción es perdición. El temor puede ser obstáculo, pero si procede de humildad, es una ayuda. No tengas miedo. También tú piénsalo y cuando vuelva…”. El desconocido le interrumpe: “Maestro, ¡eres santo! Tengo miedo de no ser digno. No de otra cosa. Porque respecto a mi amor no temo…”. Jesús: “¿Cómo te llamas?”. Responde: “Tomás y de sobrenombre Dídimo”. Jesús: “Recordaré tu nombre. Ve en paz”. Jesús los despide y se retira a la casa donde se hospeda, para la cena.
* “¿Por qué has hecho tanta diferencia entre los dos?”.- “Quiero que se me llame el Hijo del hombre”.- ■ Los seis que están con Él quieren saber muchas cosas. Juan pregunta: “¿Por qué has hecho tanta diferencia entre los dos, Maestro?… ¿Por qué tanta diferencia?… Ambos tenían el mismo impulso…”. Jesús: “Amigo, un impulso, aun siendo el mismo, puede tener distintos orígenes y producir distintos efectos. Ciertamente los dos tienen el mismo impulso. Pero el uno no es igual al otro en el fin, y el que parece el menos perfecto es el más perfecto, porque no tiene el acicate de la gloria humana. Me ama porque… me ama”. Todos ellos unánimes gritan: “¡También yo!”. “¡Y también yo!”. “¡Y yo!”… “¡Y yo!”… “¡Y yo!”… “¡Y yo!”. Jesús: “Lo sé. Os conozco por lo que sois”. Discípulos: “¿Somos por lo tanto perfectos?”. Jesús: “¡Ah, no! Pero, como Tomás lo seréis si permanecéis en vuestra voluntad de amor. ¿Perfectos?… ■ ¿Quién es perfecto sino Dios?”. Discípulos: “Tú lo eres”. Jesús: “En verdad os digo que no por Mí soy perfecto, si creéis que soy un profeta. Ningún hombre es perfecto. Pero Yo soy perfecto porque el que os habla es el Verbo del Padre. Sale de Dios su Pensamiento que se hace Palabra. Tengo la perfección en Mí. Y como tal me debéis creer, si creéis que soy el Verbo del Padre. Y, no obstante, a pesar de todo lo que estáis viendo amigos, Yo quiero que se me llame el Hijo del hombre, porque me aniquilo al tomar sobre Mí todas las miserias del hombre para llevarlas —mi primer patíbulo— y anularlas después de haberlas llevado, ¡sin ser mías! («llevarlas», no «tenerlas»). ¡Qué peso, amigos! Mas lo llevo con alegría. Es una alegría para Mí llevarlo porque, siendo Yo, el Hijo del hombre, haré del hombre un hijo de Dios como el primer día. Como el primer día”. Jesús está hablando con dulzura, sentado a la pobre mesa, gesticulando serenamente con las manos sobre la mesa, el rostro un poco inclinado, iluminado de abajo a arriba por la lamparita de aceite que está colocada sobre la mesa. La sonrisa da expresión al rostro de Jesús. Cuando enseña es majestuoso, pero al mismo tiempo amigable en su trato. Los discípulos le escuchan atentos.
* Pedro pregunta a Jesús por Judas Tadeo y da su primer juicio sobre J. Iscariote.- ■ Pedro pregunta: “Maestro… ¿por qué tu primo, sabiendo dónde vives, no ha venido?”. Jesús: “¡Pedro mío!… Tú serás una de mis piedras, la primera. Pero no todas las piedras pueden emplearse igualmente. ¿Has visto los mármoles del Pretorio? Arrancados con trabajo del seno de la montaña ahora forman parte del Palacio. Mira por el contrario aquellas otras piedras que brillan allí, bajo la luz de la luna, en medio de las aguas del Cedrón. Están en el lecho del río y si alguien desea tomarlas, no tiene más que extender la mano. Mi primo es como de las primeras piedras de que hablé… las del seno de la montaña; la familia me lo disputa”. Pedro: “Pero yo quiero ser en todo como las piedras del río. Estoy pronto a dejar todo por Ti; casa, esposa, pesca, hermanos y… ¡Todo! ¡Oh, Rabí por Ti!”. Jesús: “Lo sé, Pedro. ■ Por eso te amo. Mas, también vendrá Judas”. Pedro: “¿Quién? ¿Judas de Keriot? ¡No me agrada! Es un apuesto señorito, pero… prefiero… me prefiero incluso a mí mismo…”. Todos lanzan una risotada con la salida de Pedro, que añade: “No hay por qué reírse. Quise decir que prefiero un galileo franco, burdo, pescador pero sin malicia… a los de la ciudad que… no sé… ¡Ea! el Maestro entiende lo que yo pienso”. Jesús: “Sí entiendo. Pero no hay que juzgar. Tenemos necesidad los unos de los otros en la tierra, y los buenos están mezclados con los perversos como las flores en un campo. La cicuta está al lado de la salutífera malva”.
* Caná es el regocijo… el anticipo… Ella es la Anticipadora de la Gracia. Aquí honro a la Ciudad Santa, haciendo de ella, públicamente, la iniciadora de mi poder de Mesías. Pero allá, en Caná, honraba a la Santa de Dios, a la Toda Santa. El mundo me tiene por Ella. Justo es: por Ella venga mi primer milagro al mundo”.-Andrés: “Yo quisiera una cosa…”. Jesús: “¿Cuál es, Andrés?”. Andrés: “Juan me ha contado el milagro de Caná… Teníamos muchas ganas de que hicieses alguno en Cafarnaúm… y has dicho que no hacías ningún milagro sin haber cumplido antes la Ley. ¿Por qué, entonces, en Caná? Y, ¿por qué aquí y no en tu tierra?”. Jesús: “Cada vez que el hombre obedece a la Ley se une a Dios y por eso aumenta su capacidad. El milagro es la señal de esta unión con Dios y es la prueba de su presencia benévola y aprobadora. Por esta razón quise cumplir con mi deber de Israelita antes de empezar la serie de prodigios“. Andrés: “Pero la Ley no te obligaba a Ti”. Jesús: “¿Por qué? Como Hijo de Dios, no. Pero como hijo de la Ley, sí. Israel por ahora solo me conoce como esto segundo… Incluso más adelante casi todo Israel me conocerá solo así, más aún, como menos todavía. Pero no quiero dar escándalo a Israel y obedezco a la Ley”. Andrés: “Eres santo”. Jesús: “La santidad no dispensa de la obediencia. Más aún, la perfecciona. Además de todo, tengo que daros ejemplo. ¿Qué dirías de un padre, de un hermano mayor, de un maestro, de un sacerdote que no diesen buen ejemplo?”. ■ Andrés: “¿Y entonces, Caná?”. Jesús: “Caná era el regocijo que mi Madre debía tener. Caná es el anticipo que se debe a mi Madre. Ella es la Anticipadora de la Gracia. Aquí honro a la Ciudad santa, haciendo de ella, públicamente, la iniciadora de mi poder de Mesías. Pero allá, en Caná, honraba a la Santa de Dios, a la Toda Santa. El mundo me tiene por Ella. Es justo que también por Ella vaya mi primer milagro al mundo”.
* Tomás aceptado en el grupo de los discípulos.- ■ Tocan a la puerta. Es Tomás nuevamente. Entra y se echa a los pies de Jesús: “Maestro… no puedo esperar hasta tu regreso. Déjame contigo. Estoy lleno de defectos pero tengo este amor, único, grande, verdadero, que es mi tesoro. Es tuyo y es para Ti. ¡Déjame, Maestro!”. Jesús, poniendo la mano sobre la cabeza: “Quédate, Dídimo. Ven, conmigo. ■ Bienaventurados los que son sinceros y tenaces en el querer. Vosotros sois benditos. Para Mí sois más que parientes, porque me sois hijos y hermanos, no según la sangre, que muere, sino conforme al querer de Dios y al querer vuestro espiritual. Y Yo digo ahora que no tengo pariente más cercano a Mí que el que hace la voluntad de mi Padre, y vosotros la hacéis, porque queréis el bien”. La visión termina aquí. (Escrito el 26 de Octubre de 1944).
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1  Nota  : Cfr. Lev. 13 y 14.
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1-55-302 (1-18-330).- Elección de Tomás como discípulo.- Un encargo confiado a Tomás.
* Tomás aceptado como discípulo.- ■ Estamos todavía en el mismo lugar: la cocina larga, amplia y oscura con sus paredes cubiertas de humo, apenas alumbrada con la llama de la lámpara de aceite colocada sobre la rústica mesa, larga y estrecha, a la que están sentadas ocho personas: Jesús, seis discípulos, el dueño de la casa; cuatro por cada lado. Jesús, que ha girado sobre su taburete —porque aquí no hay más que taburetes sin respaldo, de tres patas, cosa común en el campo— todavía está hablando a Tomás. La mano de Jesús ha bajado desde la cabeza a su hombro. Jesús dice: “Levántate, amigo, ¿ya cenaste?”. Tomás: “No, Maestro. He caminado pocos metros con el otro que vino conmigo, después le dejé y me volví diciéndole que quería hablar con el leproso curado… Dije esto porque pensé que él rehuiría de acercarse a un impuro. He acertado. Pero yo te buscaba a Ti, no al leproso… Quería decirte: ¡Acéptame! He estado dando vueltas arriba y abajo por el olivar, hasta que un joven me preguntó que qué hacía. Debió imaginarse que era yo un malintencionado… Estaba cerca de una pilastra, allá en donde empieza la propiedad. El dueño de la casa sonríe y explica: “Es mi hijo”, y añade: “Está de guardia en donde se muele la aceituna. Tenemos todavía en las cuevas casi toda la cosecha de este año. Fue muy buena. Nos dio mucho aceite. En tiempo de aglomeraciones siempre se juntan malandrines que roban los lugares no custodiados. Hace ocho años, exactamente por Pascua, nos robaron todo. Desde entonces, nos turnamos en las noches para hacer guardia. Su madre ha ido a llevarle la cena”. Tomás sigue contando: “«¿Qué quieres?», me dijo con un tono tal que, para salvar mi espalda de su bastón, le dije enseguida: «Busco al Maestro que habita aquí». Me respondió: «Si es verdad lo que dices, ven a la casa», y hasta aquí me acompañó. Él fue el que tocó a la puerta y no se retiró sino hasta que oyó mis primeras palabras”. ■ Jesús: “¿Vives lejos?”. Tomás: “Me alojo en la otra parte de la ciudad, cerca de la puerta de Oriente”. Jesús: “¿Estás solo?”. Tomás: “Estaba con los parientes. Pero se han ido a casa de otros familiares que viven en el camino de Belén. Yo me he quedado para buscarte día y noche hasta que te hubiera encontrado”. Sonríe Jesús y dice: “Entonces, ¿nadie te espera?”. Tomás: “No, Maestro”. Jesús: “El camino es largo, la noche oscura, las patrullas romanas andan por la ciudad. Yo te digo: Si quieres, quédate con nosotros”. Tomás: “¡Oh, Maestro!”. Se le ve feliz a Tomás. Jesús: “Haced un hueco entre vosotros y dadle todos algo al hermano”. Por su parte, Jesús le da la porción de queso que tenía delante. Explica a Tomás: “Somos pobres y la cena casi se ha terminado, pero se te da de corazón”. Y, dirigiéndose a Juan que está sentado a su lado, le dice: “Dale tu puesto al amigo”. Enseguida se levanta Juan y va a sentarse en el extremo de la mesa, cerca del dueño de la casa. Jesús: “Siéntate, Tomás, y come”.
“Es mejor —habla Jesús a un Pedro malhumorado— pecar de bondadoso y confiado que de desconfiado y duro. Si haces el bien a un indigno, ¿qué mal te acarreará ello? ¡Ninguno! Antes bien, el premio de Dios estará pronto para ti. Dios, a los méritos de bondad uniría los méritos del martirio intelectual, financiero o físico”.- ■ Después Jesús dice a todos: “Así haréis siempre, amigos, por ley de caridad. El peregrino está protegido por la Ley de Dios (1). Pero ahora, en mi Nombre, con más razón le debéis de amar. Cuando uno en nombre de Dios os pida pan, un sorbo de agua, un refugio, en nombre de Dios debéis dárselo, y Dios os recompensará. Esto debéis hacer con todos. También con los enemigos. Esta es la Ley Nueva. Hasta ahora se os ha dicho: «Amad a los que os aman, y odiad a los enemigos» (2). Yo os digo: «Amad también a los que os odian» (3). ¡Si supieseis cómo os amaría Dios si amaseis como Yo os digo! Cuando alguien dice: «Yo quiero ser compañero vuestro en servir al Señor Dios verdadero y seguir a su Cordero», entonces debéis quererle más que a un hermano carnal, porque estáis unidos con el vínculo eterno, el del Mesías”. ■ Pedro, con tono más bien enfadado, dice: “¿Pero, si te topas con uno que no es sincero? Decir: «Quiero hacer esto o aquello», es fácil. Pero no siempre las palabras están de acuerdo con la verdad”. No sé por qué Pedro está así, pues casi siempre es de carácter jovial. Jesús: “Escucha, Pedro, tú hablas con sensatez y con justicia. Pero mira: es mejor pecar de bondadoso y confiado que de desconfiado y duro. Si haces el bien a un indigno, ¿qué mal te acarreará ello? ¡Ninguno! Antes bien, el premio de Dios estará pronto para ti, mientras él tendrá el castigo de haber traicionado tu confianza”. Pedro: “¿Ningún mal, ¡eh!? Algunas veces el que es indigno no se conforma con la ingratitud sino que va más allá, y llega incluso a difamar, a dañar los bienes y la vida misma”. Jesús: “Tienes razón. Pero ¿esto disminuiría tu mérito? ¡No! Aunque todo el mundo creyese las calumnias, aunque te quedaras más pobre que Job, aunque el cruel te quitase la vida, ¿qué habría cambiado a los ojos de Dios? ¡Nada! O, más bien, sí, habría un cambio, pero en favor tuyo. Dios, a los méritos de bondad, uniría los méritos del martirio intelectual, financiero o físico”. Pedro: “¡Bien, bien! Así será”. Y no dice nada más. Malhumorado como está, tiene la cabeza apoyada en la mano.
* El encargo para Tomás: buscar al leproso curado y de momento evitar a J. Iscariote. ■ Jesús se dirige a Tomás: “Amigo, antes te he dicho, en el olivar, que cuando vuelva por aquí, si todavía deseabas, serías mi discípulo. Ahora te pregunto si estás dispuesto a hacerme un favor”. Tomás: “Sin duda”. Jesús: “¿Y si este favor te puede suponer un sacrificio?”. Tomás: “Ningún sacrificio es el servirte. Te tengo a Ti. ¿Qué se te ofrece?”. Jesús: “Quería decirte… Pero tal vez tendrás negocios, afectos…”. Tomás: “¡Nada, nada! ¡Te tengo a Ti! Habla”. Jesús: “Escucha. Mañana cuando el alba salga, el leproso saldrá de los sepulcros para encontrar a alguien que ponga al sacerdote en conocimiento de lo sucedido. Tú lo primero que harás es ir a los sepulcros. Es caridad. Y dirás en voz alta: «Tú que ayer fuiste curado, sal fuera. Me manda a ti Jesús de Nazaret, el Mesías de Israel, el que te ha curado». Haz que el mundo de los «muertos-vivos» conozca mi Nombre y arda de esperanzas; y que quien a la esperanza una la fe venga a Mí para que le cure. Es la primera forma de limpieza que Yo traigo, la primera forma de la resurrección de la que soy dueño. Llegará el día en que os daré una limpieza más profunda… Un día, los sepulcros sellados vomitarán a los verdaderos muertos que aparecerán para reír, a través de sus cuencas sin ojos y de sus mandíbulas descarnadas, por el profundo gozo —que aun los esqueletos experimentarán— cuando sus espíritus sean liberados del Limbo de espera. Aparecerán para celebrar su liberación y para llenarse de júbilo al saber a qué se la deben… Tú irás y él se acercará a ti. Harás lo que él te diga que tienes que hacer. En todo le ayudarás como si fuese tu hermano. ■ Le dirás también: «Cuando hayas cumplido con tu purificación, iremos juntos por el camino del río, más allá de Jericó y de Efraín. Allá el Maestro Jesús te espera, y me espera, para decirnos en qué debemos servirle»”. Tomás: “¡Así lo haré! ¿Y el otro?”. Jesús: “¿Quién?… ¿El Iscariote?”. Tomás: “Sí, Maestro”. Jesús: “Para él todavía vale mi consejo. Déjale que decida por sí mismo, y durante un largo tiempo. Evita aún el encontrarle”. Tomás: “Estaré con el leproso. Por el valle de los sepulcros solo andan los impuros o quien por piedad tiene contacto con ellos”.
* Pedro se siente discriminado por las aparentes preferencias de Jesús por Tomás.- ■ Pedro masculla algunas palabras. Jesús oye. Pregunta: “¿Qué te pasa Pedro? ¿Estás callado o murmuras? Pareces de mal humor. ¿Por qué?”. Pedro: “Lo estoy. Nosotros somos los primeros y Tú no nos ofreces un milagro. Nosotros somos los primeros y Tú haces sentar a tu lado a un extraño. Nosotros somos los primeros y Tú le confías a él un encargo y no a nosotros. Nosotros somos los primeros y… sí, exactamente, parecemos los últimos. ¿Por qué los esperas en el camino del río? Para confiarles alguna misión, claro. ¿Por qué a ellos y no a nosotros?”. Jesús le mira sin enojo, más bien sonríe, como se sonríe a un niño. Se levanta, se dirige despacito donde está Pedro y le dice: “¡Pedro, Pedro, eres un niño grande!”; y a Andrés, que está sentado junto a su hermano, le dice: “Ponte donde Yo estaba sentado”, y se sienta al lado de Pedro, le coge del hombro y le habla, estrechándole contra su costado: “Pedro, a ti te parece que Yo cometo injusticia, pero no es injusticia lo que hago. Al contrario, es una prueba de que sé lo que valéis. Mira. ¿Quién tiene necesidad de pruebas? ¡El que todavía no está seguro! Ahora bien, Yo sabía que estabais tan seguros de Mí, que no he sentido la necesidad de daros pruebas de mi poder. Aquí, en Jerusalén, son necesarias las pruebas; aquí, donde el vicio, la irreligión, la política, tantas cosas del mundo, ofuscan los espíritus hasta el punto que no pueden ver la Luz que pasa. Pero allí, en nuestro hermoso lago, tan puro bajo un cielo limpio, allí entre gente honrada y amante del bien, no son necesarias las pruebas. Allí tendréis milagros. Derramaré sobre vosotros torrentes de gracias. Pero —mira lo que os he estimado— Yo os he tomado conmigo sin exigir prueba alguna y sin creer que fuera necesario dároslas, porque sé quiénes sois. Amados, muy amados, y muy fieles a Mí”. Pedro se calma: “Perdóname, Jesús”. ■ Jesús: “Sí, te perdono porque tu gesto de enojo es amor. Pero no tengas envidia, Simón de Jonás. ¿Sabes qué cosa es el corazón de tu Jesús? ¿Has visto alguna vez el mar, el verdadero mar? ¿Sí? Pues bien, ¡mi corazón es mucho más amplio que el ancho mar! Y en él hay lugar para todos, para todo el género humano. Y el más pequeño tiene, como el más grande, un lugar. Y el pecador, como el inocente, encuentra amor en él. A éstos les confío un encargo. ¿Me quieres prohibir el darlo? ¡Yo os he elegido, no vosotros! Por tanto, puedo, libremente, juzgar cómo emplearos. Y si a estos dejo aquí con un encargo —que también puede ser una prueba, como puede ser misericordia el lapso de tiempo dejado al Iscariote— ¿podrías tú echármelo en cara? ¿Sabes si te reservo una misión más grande? ¿Y no es acaso la más hermosa, la de oír que te digo: «Tú vendrás conmigo?»”. Pedro: “¡Es verdad, es verdad! Soy un animal ¡Perdón!”. Jesús: “Sí, todo está perdonado. ¡Oh, Pedro!… ■ Pero os ruego una cosa a todos, no discutáis jamás sobre los méritos o por los puestos. Pude haber nacido rey y nací pobre en un establo. Pude haber sido rico, y he vivido de mi trabajo y ahora de la caridad. Y sin embargo, creedlo amigos, no hay nadie más grande ante los ojos Dios que Yo. Yo que estoy aquí como siervo del hombre”. Pedro: “¿Siervo Tú? ¡Eso jamás!”. Jesús: “¿Por qué, Pedro?”. Pedro: “Porque yo te serviré”. Jesús: “Aunque me sirvieses como una madre a su pequeñín, Yo he venido para servir al hombre. Seré su Salvador. ¿Qué servicio puede ser comparado a éste?”. Pedro: “Maestro, Tú todo lo explicas, y lo que parecía oscuro se vuelve claro enseguida”. Jesús: “¿Estás contento ahora, Pedro? Entonces, déjame terminar de hablar con Tomás”.
* Las características del leproso señaladas por Jesús a Tomás.-Jesús se dirige a Tomás: “¿Estás seguro de reconocer al leproso? No hay ningún otro curado, pero podría haberse ido ya, a la luz de las estrellas, para tratar de encontrar a algún caminante solícito. Y quizás otro, por el ansia de entrar en la ciudad, ver a los familiares… podría ocupar su lugar. Escucha cómo es su retrato. Yo estaba cerca de él y a la luz del crepúsculo le he visto bien. Es alto y delgado. Piel oscura como de sangre mezclada, ojos profundos y muy negros bajo unas cejas blancas, cabellos blancos como el lino y tirando a rizados, nariz larga pero achatada en la punta como la de los libios, labios gruesos, sobre todo el inferior, y salientes. Es de color tan aceitunado, que los labios parecen casi como amoratados. En la frente le ha quedado una antigua cicatriz, que será la única mancha que tenga, ahora, ya que todas las otras costras se le cayeron”. Felipe: “Es un viejo, si es todo blanco”. Jesús: “No, Felipe. Lo parece, pero no lo es. La lepra le ha hecho canoso”. ■ Pedro: “¿Qué es? ¿Tiene mezcla de razas?”. Jesús: “Tal vez. Tiene cierta semejanza con los pueblos de África”. Pedro: “¿Será Israelita, entonces?”. Jesús: “¡Ya lo sabremos! ¿Y si no lo fuera?”. Pedro: “¡Ah!, si no lo fuera, se marcharía. Ya está bien con haber merecido que se le cure”. Jesús: “No, Pedro. Aun cuando fuera un idólatra, no le rechazaré. Jesús ha venido para todos. Y en verdad te digo que los pueblos de las tinieblas precederán a los hijos del pueblo de la Luz…”. Jesús da un suspiro. Se levanta. Da gracias el Padre con un himno y los bendice. La visión termina aquí.

 * San Simón y San Judas.- ■ Como inciso, hago notar de paso que el que dentro de mí habla, me ha dicho desde ayer tarde cuando veía al leproso: “Este es Simón, el apóstol. Verás cuando él y Judas Tadeo lleguen al Maestro”. Esta mañana después de la Comunión (es viernes) abrí el misal y vi que hoy exactamente es la vigilia de la fiesta de los santos Simón y Judas, y que el Evangelio de mañana habla precisamente de la caridad (4), casi repitiendo las palabras que había oído antes en la visión. Pero por ahora no he visto a Judas Tadeo. (Escrito el 27 de Octubre de 1944).
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1  Nota  : Cfr. Éx. 23,9.   2  Nota  : Cfr. Lev. 19,18.   3  Nota  : Cfr. Mt. 5,44; Lc. 6,27.   4  Nota  : Cfr. Ju. 15,17-25.
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1-56-307 (1-19-336).- Judas Tadeo, y Simón Zelote, unidos en común destino, elegidos como discípulos en el Jordán.
* Razones de Judas Tadeo, amigo desde la infancia, para seguir a Jesús, a pesar de la oposición familiar que dicen de Jesús que «Ha perdido el juicio».- ■ ¡Sois hermosas, en verdad, riberas del Jordán, así cual erais en tiempos de Jesús! Os veo y me siento dichosa con vuestra majestuosa paz verde-azul, con rumor de aguas y de frondas que se mueven con un dulce tono como de melodía. Me encuentro en un camino que es bastante ancho y bien cuidado. Debe ser una de las principales vías, más bien una vía militar, trazada por los romanos para unir las diversas regiones con la capital. Corre junto al río, pero no exactamente por la orilla; la separa del río un espacio boscoso, que creo sea para afianzar las márgenes y servir de dique a las aguas en tiempo de crecidas. Al otro lado del camino, continúa el bosquecillo de modo que la vía parece una galería natural a la que hacen techo, entrelazadas, las frondosas ramas: alivio inapreciable para el viandante, en estos lugares de un sol candente. El río y, por la misma razón, también el camino, forman en el punto en donde estoy, una curva suave, de modo que veo cómo continúa el terraplén frondoso como una muralla verde para cerrar un depósito de aguas quietas. Parece casi un lago de un parque señorial. Pero el agua no es el agua tranquila de un lago; fluye, aunque lentamente… ■ Tres viajeros están parados en esta curva del camino, exactamente en un saliente de la curva. Miran hacia arriba y hacia abajo; al sur, donde está Jerusalén; al norte, donde está Samaria. Miran a través de la enramada que forman los árboles para ver si ya viene la persona, que esperan. Son Tomás, Judas Tadeo y el leproso curado. Hablan entre sí. “¿Ves algo?”. “¡Nada!”. “Ni yo tampoco”. “Y con todo, éste es el lugar”. “¿Estás seguro?”. “Seguro, Simón. Uno de los seis, mientras el Maestro se alejaba entre las aclamaciones de la multitud después que había curado milagrosamente al mendigo que caminaba cojeando en la Puerta de los Peces, me dijo: «Ahora nos vamos de Jerusalén. Espéranos a unas cinco millas entre Jericó y Doco, donde el río hace curva, en el camino flanqueado de árboles». ¡Ésta es! Luego añadió: «Dentro de tres días estaremos allí a eso del amanecer». Es el tercer día, y aquí nos ha encontrado la cuarta vigilia”. Zelote: “¿Vendrá? Tal vez hubiera sido mejor haberle seguido desde Jerusalén”. Tomás: “¡No, Simón, todavía no podías ir entre la muchedumbre!”. Tadeo: “Si mi primo dijo que vendría aquí, vendrá. Siempre cumple con lo que promete. No hay más que esperar”. ■ Zelote: “¿Has estado siempre con Él?”. Tadeo: “Siempre. Desde que regresó a Nazaret ha sido siempre para mí un buen compañero. Siempre juntos. Somos casi de la misma edad. Yo un poco mayor. Además su padre me quería mucho, era yo su preferido. Su padre era hermano del mío. También la mamá de Él me quería mucho. Más me he criado junto con Ella que con mi madre”. Zelote: “Te quería… Ahora, ¿ya no te quiere lo mismo?”. Tadeo: “¡Oh, sí! Pero nos hemos separado un poco desde que Él se hizo profeta. A mi familia no le gusta”. Zelote: “¿Qué familia?”. Tadeo: “A mi padre y a otros dos hermanos míos. El otro hermano está en duda… Mi padre es muy viejo y no ha querido dejarme, pero ahora… Ya no más. Ahora voy donde el corazón y la cabeza me arrastran. Voy a donde está Jesús. No creo que falte contra la Ley al hacerlo así. Claro… si no es cosa buena lo que hago, Jesús me lo hará saber. Haré lo que Él me diga. Si yo creo que ahí está la salvación, ¿por qué impedirme conseguirla? ¿Por qué a veces los padres de uno se convierten en enemigos?”. Simón lanza un suspiro como si en su mente hubiera recuerdos tristes, y baja la cabeza. No habla ni una palabra. Tomás, sin embargo, responde: “Yo he vencido ya el obstáculo, mi padre me escuchó y me comprendió. Me bendijo con estas palabras: «Ve. Que esta Pascua se convierta para ti en libertad de algo que has esperado. Dichoso tú que puedes creer. Si en realidad fuera Él —y lo sabrás siguiéndole—, vuelve a tu anciano padre a decirle que Israel tiene ya al Esperado»”. Tadeo: “¡Tienes más suerte que yo! ¡Y pensar que hemos vivido a su lado!… Y no creemos, ¡nosotros los de la familia!… Y dicen, o sea, ellos dicen: «Ha perdido el juicio»”. ■ Simón Zelote grita: “¡Eh, miren allí a un grupo de gente! ¡Es Él, es Él! ¡Reconozco su cabellera rubia! ¡Vamos corriendo!”. Velozmente caminan hacia el sur. Los árboles, ahora que han llegado a la curva, ocultan el resto del camino, de manera que los grupos se encuentran casi uno frente al otro cuando menos lo esperan. Jesús parece que sube del río, porque está entre los árboles de la orilla. “¡Maestro!” “¡Jesús!” “¡Señor!”. Los tres gritos del discípulo, del primo, del curado resuenan envueltos en adoración y alegría. “¡La paz sea con vosotros!”. He aquí la hermosa e inconfundible voz, llena, sonora, tranquila, dulce y cortante de Jesús. ■ Dice a Tadeo: “¿También, tú, Judas, primo mío?”. Se abrazan. Judas llora. Jesús: “¿Por qué lloras?”. Tadeo: “¡Jesús! ¡Quiero estar contigo!”. Jesús: “Siempre te he esperado. ¿Por qué no habías venido?”. Judas inclina la cabeza y guarda silencio. Jesús: “No querían… Y… ¿ahora?”. Tadeo: “Jesús, yo… yo no puedo obedecerles. Te quiero obedecer a Ti solo”. Jesús: “Pero Yo no te he mandado nada”. Tadeo: “No, Tú no. ¡Pero es tu misión la que me manda! Es Aquel que te ha enviado el que habla en mí, en el fondo de mi corazón, y me dice: «Ve a Él». Es Aquella que te engendró y que para mí ha sido una gentil maestra, que con su mirada de paloma, me lo dice sin emplear palabras: «Sé tú de Jesús». ¿Puedo dejar de hacer caso a esa majestuosa voz que taladra el corazón? ¿Puedo dejar de atender esa voz santa, que ciertamente ruega por mi bien? ¿Solo porque soy tu primo por parte de José, no debo de reconocerte por lo que eres, mientras que el Bautista te ha reconocido —sin haberte visto jamás— aquí, en las orillas de este río y te ha saludado como «Cordero de Dios»?… Y yo, yo que he crecido contigo, yo que me hecho bueno siguiéndote a Ti, yo que me he convertido en hijo de la Ley por mérito de tu Madre y que de Ella he bebido no sólo los 613 preceptos de los rabíes, además de la Escritura y las oraciones, sino el espíritu de ellas… ¿Es que no voy a ser capaz de nada?”. Jesús: “¿Y tu padre?”. Tadeo: “¿Mi padre? No le falta ni pan ni quien le asista, y además… Tú me das ejemplo. Tú has pensado en el bien del pueblo más que en el pequeño bienestar de María. Y Ella está sola. Dime, Maestro, ¿no es acaso lícito, sin faltarle al respeto, decir al propio padre: «¡Padre te quiero! Pero sobre ti está Dios, y a Él sigo…»?”. Jesús: “Judas, pariente y amigo mío, Yo te lo digo: vas muy adelante en el camino de la Luz. Ven. Sí, es lícito hablar en estos términos al padre cuando Dios es quien llama. Nada está por encima de Dios. Incluso las leyes de la sangre dejan de existir, o mejor dicho, se subliman, porque con nuestras lágrimas los ayudamos más a nuestros padres, a nuestras madres, y por algo más eterno que no lo cotidiano del mundo. Los atraemos con nosotros al Cielo y, por el mismo camino del sacrificio de los afectos, a Dios. Quédate, pues, Judas. Te he esperado y soy feliz de volverte a ver, amigo de mi vida Nazaretana”. Judas queda conmovido.
* Simón Zelote, «Zelote» por la casta y «Cananeo» por madre, elegido como discípulo.- ■ Jesús se vuelve a Tomás: “Has obedecido fielmente y esa es la primera virtud del discípulo”. Tomás: “He venido para serte fiel a Ti”. Jesús: “Lo serás. Te lo digo”. Y luego dirigiéndose al ex leproso: “Ven, tú que estás como avergonzado en la sombra. No tengas miedo”. Zelote: “¡Señor mío!”. El antiguo leproso está ya a los pies de Jesús que le dice: “Levántate. ¿Cómo te llamas?”. Zelote: “Simón”. Jesús: “¿Tu familia?”. Zelote: “Señor… era poderosa… y yo también tenía poder… Pero envidia de opulencia y… errores de juventud lesionaron su poder. Mi padre… ¡Oh! Debo hablar contra él, ¡porque me ha costado lágrimas y precisamente no del cielo! ¡Ya lo ves, ya has visto qué regalo me ha dado!”. Jesús: “¿Era leproso?”. Zelote: “No era leproso, como tampoco yo. Había contraído una enfermedad que se llama de otra forma, y que nosotros los de Israel la incluimos en las distintas lepras. Él —entonces dominaba su casta— vivió y murió poderoso en su casa. Yo… si Tú no me hubieras salvado, habría muerto en los sepulcros”. Jesús: “¿Estás solo?”. Zelote: “Solo. Tengo un siervo fiel que tiene cuidado de lo que me queda. Le he instruido al respecto”. Jesús: “¿Tu madre?”. Zelote: “Ha muerto”. El hombre parece sentirse violento. Jesús le observa atentamente y después le dice: “Simón, me dijiste: «¿Qué debo hacer por Ti?». Ahora te lo digo: «¡Sígueme!»”. Zelote: “¡Enseguida, Señor!… ■ Pero… pero yo… déjame que te diga una cosa. Soy, me llamaban «Zelote» por la casta y «Cananeo» por madre. ¿Lo ves? Soy de color moreno. Tengo en mí sangre de esclava. Mi padre no tuvo hijos de su mujer, y me tuvo de una esclava. Su mujer, una mujer buena, me cuidó como si fuera su propio hijo y me curó de todas las enfermedades, hasta que murió…”. Jesús: “No hay esclavos ni libertos a los ojos de Dios. Hay una sola esclavitud ante sus ojos: el pecado. Yo he venido a hacerla desaparecer. A todos os llamo, porque el Reino es de todos. ¿Eres culto?”. Zelote: “Lo soy. Tenía incluso un lugar entre los grandes, mientras mi mal pudo estar oculto bajo los vestidos. Pero cuando salió al rostro… a mis enemigos les pareció tener bastante razón para aprovecharse y ponerme entre los «muertos», aunque —como dijo un médico romano de Cesárea, a quien consulté— mi enfermedad no era una lepra verdadera, sino una erisipela hereditaria. Para evitar que se propagara, bastaba con no tener hijos. ¿Puedo acaso no maldecir a mi padre?”. Jesús: “Debes no maldecirle aunque fue la causa de muchos males…”. Zelote: “¡Oh, sí! Dilapidó la fortuna, fue vicioso, cruel, sin corazón, sin amor. Me quitó la salud, las caricias, la paz, me ha dado un nombre que es despreciable y una enfermedad que es marca de oprobio… Se hizo dueño de todo. Hasta del porvenir de su hijo. Todo me ha quitado hasta la alegría de ser padre”. ■ Jesús: “Por esto, te digo: «Sígueme». A mi lado, en mi compañía, encontrarás padres e hijos. Mira a lo alto, Simón, y allí encontrarás al verdadero Padre que te sonríe. Levanta la vista y contempla los inmensos espacios de la tierra, los continentes, las regiones. Hay hijos y más hijos; hijos espirituales para los que no tienen hijos. Te están esperando y muchos, como tú, te esperan. Bajo mi señal no existe el abandono. Bajo mi señal no hay soledades, ni diferencias. Es señal de amor y da tan solo amor”.
* Simón Zelote y Judas Tadeo: “Os uno en el destino”.- Simón Zelote y Tomás quedarán en Judea: “Tú, Simón, quedarás aquí con Tomás. Prepararás el camino de mi regreso. Dentro de no mucho volveré, y quiero que me espere mucha, mucha gente”.- ■ Jesús, que tiene cerca a Zelote y a Tadeo, les dice: “Ven, Simón, tú que no has tenido hijos. Ven, Judas, que pierdes a tu padre por Mí. Os uno en el destino”, y pone sus manos sobres sus hombros, como para una toma de posesión, como para imponer un yugo común. Después agrega: “Os uno pero ahora os separo. Tú, Simón, quedarás aquí con Tomás. Prepararás el camino de mi regreso. Dentro de no mucho volveré, y quiero que me espere mucha, mucha gente. Decid a los enfermos —tú lo puedes decir— que Aquel que cura, viene. Decid a los que esperan, que el Mesías está ya entre su pueblo. Decid a los pecadores que hay quien perdona y que da fuerzas para subir…”. Zelote: “Pero ¿seremos capaces?”. Jesús: “Sí. Solo tenéis que decir: «Él ha llegado y os llama, os espera. Viene para liberaros. Estad aquí preparados para verle»”. ■ Y tú, Judas, primo mío, ven conmigo y con éstos. Tú de todas formas te quedarás en Nazaret”. Tadeo: “¿Por qué, Jesús?”. Jesús: “Porque me debes preparar mi camino en nuestra patria. ¿La consideras una misión pequeña? ¡En verdad no hay una más pesada!…”. Jesús lanza un suspiro. Tadeo: “¿Y lo lograré?”. Jesús: “Sí y no. Pero eso será suficiente para justificarnos”. Tadeo: “¿De qué cosa?… ¿Y ante quién?”. Jesús: “Ante Dios. Ante nuestra patria, ante la familia que no podrá decir que nosotros no les hayamos ofrecido el bien. Y si nuestra tierra y nuestra familia no hacen caso, nosotros no tendremos ninguna culpa de que se hayan perdido”. ■ Pedro: “¿Y nosotros?”. Jesús: “Tú, Pedro y vosotros, volveréis a las redes”. Pedro: “¿Por qué?”. Jesús: “Porque pienso instruiros lentamente y tomaros conmigo cuando os vea preparados”. Pedro: “Pero, entonces, ¿te veremos?”. Jesús: “¡Claro! Iré frecuentemente con vosotros, os mandaré llamar cuando esté en Cafarnaúm. Ahora despedíos amigos y vámonos. Mi paz sea con vosotros”. Y la visión ha terminado. (Escrito el 28 de Octubre de 1944).
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1-60-328 (1-23 -359).- Curación de la suegra de Simón Pedro (1).
* “Quiero curarte por Simón que me rogó… y también por ti, para dar tiempo a que tu alma vea la Luz”.- Carácter agrio y autoritario de la suegra.- ■ Pedro está hablando con Jesús. Le dice: “Maestro, querría pedirte que vinieras a mi casa. No me atreví a decírtelo el sábado pasado. Pero… querría que vinieses”. Jesús: “¿A Betsaida?”. Pedro: “No, aquí… a casa de mi mujer; donde ella nació, quiero decir”. Jesús: “¿Por qué este deseo, Pedro?”. Pedro: “¡Por muchas razones!… y, además, hoy me dijeron que mi suegra está enferma. Si quisieras curarla, tal vez a Ti…”. Jesús: “Termina, Simón”. Pedro: “Quería decir… si te acercases a ella, dejaría ella… bueno, en definitiva, ya sabes, una cosa es oír hablar de uno y otra cosa es verle y oírle; y si una persona, además, se cura, pues entonces…”. Jesús: “Hasta el rencor se acaba también, ¿quieres decir?”. Pedro: “No, rencor no. Pero ya sabes… el pueblo está dividido en muchos pareceres, y ella no sabe a quién dar razón. Ven, Jesús”. Jesús: “Voy. Vayamos. Diréis a los que esperan que les hablaré en tu casa”. ■ Se dirigen a una casa baja, aún más baja que la de Pedro en Betsaida, y situada aún más cerca del lago, del que está separada por una faja de orilla guijarrosa; y creo que durante las tempestades las olas vienen a morir contra las paredes de la casa, que es baja pero muy ancha, de forma que da la impresión de que estuviera habitada por varias personas. En el huerto que se abre en la parte delantera de la casa, hacia el lago, no hay más que una vieja y nudosa vid, extendida sobre un viejo palo y una vieja higuera plegada completamente hacia la casa por los vientos del lago. La copa de la higuera, como cabellera despeinada, apenas roza sus paredes y choca contra los bastidores de la pequeña ventana, ahora cerrada para defenderse del sol que da de lleno sobre la casa. No hay más que esta higuera, esta vid y un pozo con su brocal verdoso. “Entra, Maestro”. Las mujeres que están en la cocina, unas están ocupadas en remendar redes y otras en preparar la comida. Saludan a Pedro y después se inclinan, confusas, ante Jesús, mirándole de soslayo con curiosidad. Jesús: “La paz sea en esta casa. ¿Cómo sigue la enferma?”. Las tres mujeres dicen a una que está secando las manos en el vestido: “Habla tú, que eres la nuera de más edad”. Ésta dice: “La fiebre es muy alta, muy alta. Le hemos traído el médico pero dice que es vieja para curarse y que cuando esta enfermedad de los huesos llega al corazón y produce fiebre, sobre todo, a esa edad, la persona muere. Ya no come… Trato de hacerle comidas sabrosas; como ahora, ¿ves, Simón? Estaba preparándole esa sopa que tanto le gusta. Escogí el mejor pescado, de los cuñados. Pero no creo que pueda comérsela. Y además… ¡está tan inquieta! Se lamenta, grita, llora, maldice…”. ■ Jesús: “Tened paciencia como si fuese vuestra madre y tendréis mérito ante Dios. Llevadme a donde está”. Pero la mujer le dice: “Rabí… Rabí… yo no sé si querrá verte. No quiere ver a nadie. No me atrevo a decirle: «ahora te traigo al Rabí»”. Jesús sonríe sin perder la calma. Se vuelve a Pedro: “Te toca a ti, Simón. Eres hombre y el más viejo de los yernos, según me has contado. Ve”. Pedro hace una mueca significativa y obedece. Atraviesa la cocina, entra en una habitación y, a través de la puerta, cerrada detrás de él, oigo que habla con una mujer. Saca la cabeza y una mano y dice: “Ven, Maestro, pronto” y añade “antes de que cambie de parecer”. Jesús atraviesa rápido la cocina y abre la puerta. De pie en el umbral pronuncia su dulce y solemne saludo: “La paz sea contigo”. Entra a pesar de que no se le responde. Se acerca a una cama baja en la que está acostada una mujer pequeña, toda gris, flaca, jadeante debido a la alta fiebre que le enrojece el rostro consumido. Jesús se inclina sobre la cama, y sonríe a la viejecilla. “¿Estás mala?”. Suegra: “Me siento morir”. Jesús: “No. No morirás. ¿Puedes creer que Yo soy capaz de curarte?”. Suegra: “Y… ¿por qué lo harías?… ¡No me conoces!”. Jesús: “Por Simón que me rogó… y también por ti, para dar tiempo a que tu alma vea la Luz”. Suegra: “¿Simón? Haría mejor si… ¿Cómo es posible que Simón haya pensado en mí?”. Jesús: “Porque es mejor de lo que tú crees. Le conozco y lo sé. Le conozco y siento gusto en acoger lo que me pide”. Suegra: “¿Entonces me vas a curar? ¿No moriré?”. Jesús: “No, mujer. Por ahora no morirás. ¿Puedes creer en Mí?”. Suegra: “Creo, creo. ¡Me basta con no morir!”. ■ Jesús nuevamente sonríe, le coge de la mano llena de arrugas y venas hinchadas, la cual desaparece en la mano juvenil de Jesús que se pone derecho y toma el aspecto de cuando hace un milagro y dice: “¡Sé curada! ¡Lo quiero! ¡Levántate!”, y le suelta la mano, que cae sin que la vieja lance ningún lamento; mientras que antes, pese a que Jesús se la había tomado con mucha delicadeza, el solo hecho de haberla movido le había costado un lamento a la enferma. Un espacio breve de silencio. Después en voz alta la anciana exclama: “¡Oh Dios de mis padres! ¡Si no tengo nada! ¡Si estoy curada! ¡Venid! ¡Venid!”. Acuden las nueras. “Mirad, no tengo ya nada de fiebre. El corazón no parece ser ya más el martillo del herrero. ¡Ah, no me muero!”. Ni una palabra al Señor. Pero Jesús no se molesta. Dice a la nuera de mayor edad: “Vístela, que se levante. Lo puede hacer” y se dirige a la salida. ■ Simón apenado se dirige a su suegra: “El Maestro te ha curado y ¿no le dices nada?”. Suegra: “¡Claro! No pensaba. ¡Gracias! ¿Qué puedo hacer para agradecértelo?”. Jesús: “Ser buena, muy buena. Porque el Eterno ha sido bueno contigo. Y si no te molesta, déjame descansar en tu casa. Durante la semana recorrí todos los pueblecillos cercanos, y he regresado al amanecer. Estoy cansado”. Suegra: “¡Claro, claro! Quédate, si quieres”. Pero no muestra muchas ganas al decir esto.
*  A Pedro, apenado por la conducta de su suegra, Jesús le contesta que ella no será la primera ni la última persona que no sienta reconocimiento al punto. Ni lo quiere. Le basta con proporcionar a las almas medios para salvarse. Sin embargo, paganos, publicanos, prostitutas estarán entre sus más grandes seguidores.- ■ Jesús, con Pedro, Andrés, Santiago y Juan va a sentarse al huerto. Pedro: “¡Maestro!… Estoy apenado”. Jesús hace un gesto como si dijese: “No te preocupes”. Después añade: “No es ésta la primera ni la última persona que no sienta reconocimiento al punto. Pero Yo no lo quiero. Bástame proporcionar a las almas medios para que se salven. Cumplo con mi deber. A ellas les toca el suyo”. Pedro siente curiosidad: “¡Ah! ¿Ya ha habido otros así?… ¿en dónde?”. Jesús: “¡Simón curioso! Por esta vez, deseo darte gusto, aun cuando a Mí me desagradan las curiosidades inútiles. En Nazaret. ¿Recuerdas a la mamá de Sara? Estaba muy enferma cuando llegamos a Nazaret y nos dijeron que la niña estaba llorando. Fui a ver a la mujer, para que la niña, que es buena y dócil, no se quedara huérfana y acabara siendo una hijastra… Quería curarla… Pero en el momento de poner el pie en la casa, su marido y un hermano me echaron diciendo: «¡Lárgate, lárgate! No queremos dificultades con la Sinagoga». Para ellos y para muchos soy un rebelde… y a pesar de eso la curé… por los niños. Y a Sara, que estaba en el huerto, acariciándola, le dije: «Curé a tu madre. Vete a casa. ¡No llores más!» y la mujer quedó curada en ese mismo instante y la niña se lo dijo a ella, así como a su padre y al tío… Y la castigaron por haber hablado conmigo. Lo sé, porque la niña vino detrás de Mí corriendo, cuando me marchaba del pueblo… ¡No me importa!”. Pedro: “Yo hubiera hecho que se enfermara otra vez”. Jesús se muestra severo: “¡Pedro! ¿Es esto lo que te enseño a ti y a los otros? ¿Qué cosas has oído de mis labios desde la primera vez que me has escuchado? ¿De qué cosa te he hablado siempre como primera condición para ser mis discípulos verdaderos?”. Pedro: “Es verdad, Maestro. Soy una bestia. Perdóname. ¡Pero no puedo soportar que no te amen!”. ■ Jesús: “¡Oh, Pedro, verás faltas de amor mucho mayores! ¡Te llevarás muchas sorpresas, Pedro! Personas, a quienes el mundo llamado «santo» desprecia como publicanos, darán ejemplo al mundo, y ejemplo no seguido por los que los desprecian; paganos que estarán entre mis grandes seguidores; prostitutas que se vuelven puras, por voluntad y penitencia; pecadores que se enmiendan…”. Pedro: “Mira: que se enmiende un pecador… puede ser. ¡Pero una prostituta y un publicano!…”. Jesús: “¿No lo crees?”. Pedro: “Yo no”. Jesús: “Estás en un error, Simón. Pero mira que tu suegra viene a nosotros”. Suegra: “Maestro… te ruego que te sientes a mi mesa”. Jesús: “Gracias, mujer. Dios te lo pague”.
* Los regaños de la suegra y la petición de Jesús, que así complace a la suegra, para que Pedro vuelva a vivir a Cafarnaúm.- ■ Entran en la cocina y se sientan a la mesa, y la anciana sirve a los hombres con grandes porciones de pescado en sopa y asado. Dice excusándose: “No tengo otra cosa que esto”. Y, para no perder la costumbre, dice a Pedro: “Demasiado hacen, incluso, tus cuñados, solos como se han quedado desde que te fuiste a Betsaida. Si al menos hubiera servido para hacer más rica a mi hija… Pero oigo que muy frecuentemente estás fuera de casa y que no pescas”. Pedro: “Sigo al Maestro. Estuve con Él en Jerusalén y los sábados estoy también. No pierdo el tiempo en francachelas”. Suegra: “Pero no ganas dinero. Harías mejor, ya que quieres hacer de siervo del Profeta, venirte acá de nuevo. Al menos la pobrecita de mi hija tendría a los familiares que no la dejarán morir, mientras tú la haces de santo”. Pedro: “¿Pero no te avergüenzas de hablar así de Él que te ha curado?”. Suegra: “Yo no critico a Él. Cumple con su oficio. Te critico a ti que haces el vago. Por otra parte, tú jamás serás ni un profeta, ni un sacerdote. Eres un ignorante y un pecador… ¡un completo inútil!”. Pedro: “Te doy la razón porque Él está aquí, si no…”. Jesús: “Simón, tu suegra te ha dado un buen consejo. Puedes pescar también aquí. Según por lo que oigo pescabas antes en Cafarnaúm también. Puedes regresar otra vez”. Pedro: “¿Y vivir aquí de nuevo? Pero, Maestro, Tú no…”. Jesús: “Tranquilo, Pedro mío. Si tú estás aquí, estarás o en el lago o conmigo. Por tanto ¿qué más te da estar o no estar en esta casa?”. ■ Jesús ha puesto la mano sobre el hombro de Pedro y parece que la calma de Jesús pasa al apóstol que hierve. Pedro: “Tienes razón. Siempre tienes razón. Lo haré. Pero… ¿Y éstos?” y señala a Juan y Santiago, sus socios. Jesús: “¿No pueden también ellos venir?”. Ambos: “Nuestro padre, y sobre todo nuestra madre, en todo caso estarán más contentos sabiendo que estamos contigo, Jesús, que con ellos. No se opondrán”. Pedro añade: “Quizás venga también Zebedeo”. Santiago: “Es muy probable. Y con él otros. Vendremos, Maestro, sin duda alguna vendremos”.
* Una bolsa con dinero, el acostumbrado donativo, de una persona «anónima».- ■ Un niño, que se asoma por la puerta, pregunta: “¿Está aquí Jesús de Nazaret?”. Le dicen: “Está aquí. Entra”. Avanza un niño, que reconozco que es uno de los que vi en Cafarnaúm en las primeras visiones, concretamente el que jugueteaba entre los pies de Jesús y que prometió ser bueno… para comer miel en el Paraíso. Jesús le dice: “Amiguito, ven, ven”. El niño, un poco atemorizado por tanta gente que le mira, toma valor y corre donde Jesús, que le abraza y se le pone sobre las rodillas, y le da un trozo de su pescado en un pedazo de pan. Niño: “Mira, Jesús. Esto es para Ti. Hoy también la misma persona me dijo: «Es Sábado. Lleva esto al Rabí de Nazaret y di a tu amigo que ruegue por mí». ¡Sabe que eres mi amigo…!” —el niño ríe feliz y come su pan y su pescado—. Jesús: “¡Bravo, Santiaguito! Le dirás a esa persona que mis oraciones por él suben hasta mi Padre”. Pedro pregunta: “¿Es para los pobres?”. Jesús: “Sí”. Pedro: “¿Es el acostumbrado donativo? Veamos”. Jesús entrega la bolsa. Pedro echa el dinero y cuenta. “¡Siempre la misma cantidad y grande! Pero… ¿quién es esa persona? Di, niño”. Niño: “No lo debo decir y no lo diré”. Pedro: “¡Qué desconsiderado!  ¡Vamos!, que si eres bueno te daré fruta”. Niño: “¡No lo diré aunque me insultes o acaricies!”. Pedro: “¡Pero ved qué lengua!”. Jesús: “Santiaguito tiene razón, Pedro. Mantiene la palabra: déjale en paz”. ■ Pedro: “Tú, Maestro, ¿sabes quién es esa persona?”. Jesús no responde. Se entretiene con el niño a quien da otro pedazo de pescado frito, sin espina alguna. Mas Pedro insiste y Jesús se ve obligado a responder: “Yo lo sé todo, Simón”. Pedro: “¿Y nosotros no podemos saberlo?”. Jesús: “¿Y tú nunca te vas a curar de tu defecto?”. Jesús reprende pero sonríe al discípulo. Y añade: “Pronto lo sabrás. Porque, si el mal querría estar oculto y no siempre puede permanecer escondido, el bien, aunque quiera estarlo para ser meritorio, es descubierto un día para gloria de Dios, cuya naturaleza resplandece en un hijo suyo; la naturaleza de Dios es: el amor. Esta persona lo ha comprendido, porque ama a su prójimo. Ve, Santiaguito. Llévale a esa persona mi bendición”. La visión termina. (Escrito el 3 de Noviembre de 1944).
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1  Nota  : Cfr. Mt. 8,14-15; Mc. 1,29-31; Lc. 4,38-39.
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1-65-352 (1-28-386).- La pesca milagrosa y la elección de los 4 primeros apóstoles (1).
* “Maestro, te aseguro que no es la hora propicia”.- Jesús dice a Simón: “Llama también a los otros dos. Vamos a adentrarnos en el lago para echar la red”. Pedro: “Maestro, no puedo mover los brazos porque toda la noche he estado echando y sacando la red para nada. Los peces están en lo profundo o quién sabe dónde”. Jesús: “Haz lo que te digo, Pedro, y escucha siempre al que te ama”. Pedro: “Haré lo que dices por respeto a tu palabra” y llama en voz alta a los trabajadores y también a Santiago y Juan. “Vamos a pescar, el Maestro así lo quiere”. Y mientras se alejan de la orilla le dice a Jesús: “Maestro, te aseguro que no es la hora propicia. Porque a esta hora, ¡quién sabe en dónde estarán los peces descansando!…”. Jesús, sentado en la proa, sonríe y calla. ■ Recorren un arco de círculo sobre el lago y después echan la red. Después de pocos minutos de espera, la barca siente extrañas sacudidas, extrañas porque el lago está liso como si fuera de cristal fundido bajo el sol que está ya sobre el horizonte. Pedro, con los ojos fuera de órbita, dice: “¡Pero… si estos son peces, Maestro!”. Jesús sonríe y calla. Pedro ordena a los trabajadores: “¡Jalad, jalad!”. Pero la barca se inclina hacia el lado de la red. “¡Eh! ¡Santiago… Juan! ¡Rápido! ¡Venid! ¡Con los remos! ¡Rápido!”. Veloces vienen y con los esfuerzos de los remeros de ambas embarcaciones logran levantar la red sin perder la pesca. Las barcas se juntan. Un cesto, dos, cinco, diez; todos están llenos de una pesca sin igual, y todavía hay muchos peces que se mueven en la red: plata y bronce vivo que se mueve para escapar de la muerte. Entonces no queda otro remedio que echar el resto en el fondo de las barcas. Lo hacen, y el fondo se vuelve todo un agitarse de vidas en agonía. Los remeros están más arriba de donde se mete el remo y hasta ahí llegan los montones de pescado y el nivel externo del agua llega a superar, por el peso excesivo, la línea de flotación. Pedro: “¡A tierra! ¡Vira! ¡Fuerzas! ¡Con las velas! ¡Cuidado con el fondo! ¡Preparadas las varas para amortiguar el choque! ¡Es mucho peso!”.
“¡Levántate, sígueme! ¡Ya no te dejo! De ahora en adelante serás pescador de hombres y contigo éstos, tus compañeros. No tengáis miedo. Os llamo. ¡Venid!”.- ■ Mientras duran las maniobras, Pedro no cae en la cuenta. Pero, llegados a tierra, se detiene a pensar. Comprende. Se llena de pavor. “¡Maestro, Señor! ¡Apártate de mí! Soy un pobre pecador. ¡No soy digno de estar cerca de Ti!” y se arrodilla sobre la húmeda grava de la orilla. Jesús le mira sonriente. “¡Levántate, sígueme! ¡Ya no te dejo! De ahora en adelante serás pescador de hombres y contigo éstos, tus compañeros. No tengáis miedo. Os llamo. ¡Venid!”. Pedro: “Inmediatamente, Señor. Ocupaos vosotros de las barcas. Llevad todo esto a Zebedeo y a mi cuñado. Vamos. ¡Del todo somos para Ti, Jesús! Bendito sea el Eterno por esta elección”. Y la visión termina. (Escrito el 10 de Noviembre de 1944).
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1  Nota  : Cfr. Lc. 5,1-11; Mt. 4,19-20; 4,22-22; Mc. 1,18-18; 1,20-20.
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(<Jesús, después de la Pesca Milagrosa, vuelve nuevamente, solo Él, a Jerusalén. Se hospeda como la vez pasada en la casa del Getsemaní>)
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1-66-354 (1-29-387).- Judas de Keriot en Getsemaní se hace discípulo.
* “Vengo a llamar a los justos de Israel al Reino. Porque de y con Israel debe brotar la planta de vida eterna, cuya savia será la Sangre del Señor”.- ■ Por la tarde, veo a Jesús bajo unos olivos. Está sentado sobre un escalón del terreno en su postura habitual: con los codos apoyados en las rodillas, los antebrazos hacia adelante y las manos unidas. Empieza a hacerse de noche y la luz va disminuyendo en el tupido olivar. Jesús está solo. Se quitó el manto como si tuviese calor y su blanco vestido resalta sobre lo verde del lugar muy oscurecido por el crepúsculo. Sube un hombre entre los olivos. Da la impresión de que busca algo o a alguien. Es alto, su vestido de un color alegre: un amarillo rosa que hace más vistoso el manto, lleno de franjas ondulantes. No distingo bien su cara porque la luz y la distancia no lo permiten. Cuando ve a Jesús, hace un gesto como diciendo: “¡Ahí está!”, y apresura el paso. A pocos metros saluda: “¡Salve, Maestro!”. Jesús se vuelve repentinamente y alza la cara, porque el que acaba de llegar en ese momento está en el escalón superior. Jesús le mira seriamente y podría decir que hasta con tristeza. El hombre repite: “Te saludo, Maestro. Soy Judas de Keriot ¿No me reconoces? ¿No te acuerdas de mí?”. Jesús: “Te recuerdo y te reconozco. Eres el que me habló aquí con Tomás en la Pascua pasada”. Iscariote: “Y al que Tú dijiste: «Piensa y reflexiona al decidirte antes de mi regreso». Ya lo he decidido: voy contigo”. Jesús: “¿Por que vienes, Judas?”. Jesús está realmente triste. Iscariote: “Porque… ya te dije la otra vez por qué: porque sueño en el Reino de Israel y te he visto cual rey”. Jesús: “¿Vienes por este motivo?”. Iscariote: “Por éste. Me pongo a mí mismo, y todo cuanto poseo: capacidad, conocimientos, amistades, fatiga, a tu servicio y al servicio de tu misión para reconstruir Israel”. ■ Los dos están ahora frente a frente, cerca el uno del otro, en pie. Se miran fijamente. Jesús serio hasta la tristeza; el otro exaltado por su sueño, sonriente, joven y hermoso, ligero y ambicioso. Jesús: “Yo no te busqué, Judas”. Iscariote: “Lo sé. Pero yo te buscaba. Día tras día puse a las puertas quien me indicase tu llegada. Pensaba que vendrías con seguidores y que así fácilmente se podría saber de Ti. Pero fue al contrario… he comprendido que estabas, porque después de que curaste a un enfermo, los peregrinos te bendecían. Pero nadie sabía decirme con exactitud dónde estabas. Entonces me acordé de este lugar. Y vine. Si no te hubiera encontrado aquí, me hubiera resignado a no encontrarte más…”. Jesús: “¿Piensas que ha sido para ti un bien el haberme encontrado?”. Iscariote: “Sí, porque te buscaba, te anhelaba, te quiero”. Jesús: “¿Por qué?… ¿Por qué me has buscado?”. Iscariote: “Te lo dije, ¡Maestro! ■ ¿No me has comprendido?”. Jesús: “Te he comprendido. Sí… pero quiero que también me comprendas antes de seguirme. Ven. Hablaremos en el camino”. Y empiezan a caminar uno al lado del otro. “Tú me sigues por una idea que es humana, Judas. Debo disuadirte. No he venido para esto”. Iscariote: “¿Pero no eres Tú el señalado Rey de los Judíos? ¿Del que han hablado los profetas? Han venido otros. Pero les faltaban demasiadas cosas, y cayeron como hojas que el viento ya no sostiene. Tú tienes a Dios contigo, en tal modo que haces milagros. Donde está Dios, el éxito de la misión está seguro”. Jesús: “Es verdad lo que has dicho: que Yo tengo a Dios conmigo. Soy su Verbo. Soy el que profetizaron los profetas, el prometido de los Patriarcas, el esperado de las multitudes. Pero ¿por qué, ¡oh Israel! te has hecho tan ciega y sorda que ya no sabes leer ni ver, oír ni comprender lo verdadero de los hechos? Mi Reino, no es de este mundo, Judas. No te hagas ilusiones. Vengo a traer a Israel la Luz y la Gloria. Pero no la luz y la gloria de esta Tierra. Vengo a llamar a los justos de Israel al Reino. Porque de Israel y con Israel debe formarse y brotar la planta de la vida eterna, cuya savia será la Sangre del Señor, planta que se extenderá por toda la Tierra, hasta el fin de los siglos. Mis primeros seguidores son de Israel. Aun mis verdugos serán de Israel, y también el que me traicionará será de Israel…”. Iscariote: “No, Maestro. Esto no sucederá nunca. Aunque todos te traicionasen, yo quedaré y te defenderé”. Jesús: “¿Tú, Judas?”.
* “Pero para realizar obras del espíritu —seguir al Mesías en verdad y en justicia quiere decir realizar obras de espíritu— es necesario matar al hombre y hacerlo renacer. ¿Eres capaz de cosa tan grande?”.-Jesús: “Y ¿en qué basas tu seguridad, Judas?”. Iscariote: “En mi palabra de honor”. Jesús: “Cosa más frágil que una tela de araña, Judas. A Dios debemos pedir la fuerza para ser honrados y fieles. ¡El hombre!… El hombre realiza obras de hombre. Pero para realizar obras del espíritu —seguir al Mesías en verdad y en justicia quiere decir realizar obras de espíritu— es necesario matar al hombre y hacerlo renacer. ¿Eres capaz de cosa tan grande?”. Iscariote: “Sí, Maestro. Y además… no todo Israel te amará. Pero Israel no dará ni verdugos ni traidores a su Mesías. ¡Te espera desde hace siglos!”. Jesús: “Me los dará. Recuerda los Profetas… sus palabras… y el fin que tuvieron. Estoy destinado a desilusionar a muchos y tú eres uno de ellos. Judas, tienes enfrente de ti a un hombre manso, pacífico, pobre y que quiere permanecer pobre. No he venido para imponerme ni para hacer guerras. No disputo a los fuertes y a los poderosos ningún reino, ningún poder. No disputo sino a Satanás las almas y he venido a destrozar las cadenas con el fuego de mi amor. He venido a enseñar misericordia, sacrificio, humildad, continencia. Te digo a ti y a todos también digo: «No tengáis sed de riquezas humanas, sino trabajad por el dinero eterno». Desilusiónate, Judas, si crees que soy vencedor de Roma y de las castas que mandan. Los Herodes como los Césares pueden dormir tranquilos mientras Yo hablo a las multitudes. No he venido a arrebatar el cetro a nadie… y mi cetro, eterno, ya está preparado, pero nadie, que no fuese amor como Yo, lo querría empuñar. Vete, Judas, y medita…”. ■ Iscariote: “¿Me rechazas, Maestro?”. Jesús: “No rechazo a nadie, porque quien rechaza no ama. Pero dime, Judas: ¿Qué nombre darías al hecho de alguien, que sabiendo que tiene enfermedad contagiosa, dijese a uno que no lo sabe y que se acerca a beber de su vaso: «Piensa en lo que haces». ¿Lo llamarías odio o amor?”. Iscariote: “Lo llamaría amor, porque no quiere que el que ignora su enfermedad destruya su salud”. Jesús: “Pues entonces llama también así a mi acto”. Iscariote: “¿Puedo destruir mi salud al venir contigo? ¡No, nunca!”. Jesús: “Más que destruir la salud, tú mismo te puedes destruir. ■ Piensa bien, Judas, poco se exigirá al que asesinare, creyendo que lo hace justamente, y lo cree porque no conoce la Verdad; pero mucho será exigido de quien, después de haberla conocido, no sólo no la sigue, sino que se hace su enemigo”. Iscariote: “Yo no lo seré. Acéptame, Maestro. No puedes rechazarme. Si eres el Salvador y ves que soy pecador, oveja extraviada, un ciego que está fuera del camino recto, ¿por qué no quieres salvarme? Acéptame. Te seguiré hasta la muerte”. Jesús: “¡Hasta la muerte! Es verdad. Esto es cierto. Después…”. Iscariote: “¿Después qué, Maestro?”. Jesús: “El futuro está en el seno de Dios. Vete. Mañana nos veremos cerca de la Puerta de los Peces”. Iscariote: “Gracias, Maestro. El Señor sea contigo”. Jesús: “Y su misericordia te salve”. Todo termina Así. (Escrito el 28 de Diciembre de 1944).
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(<Jesús, en los días de su estancia de Jerusalén, además de enseñar en el Templo, se ha dedicado también a instruir a Judas de Keriot. En estos momento Jesús se dirige hacia la casa de Getsemaní>)
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1-70-372 (1-33-408).- En Getsemaní con Juan de Zebedeo.
* Encuentro entre Jesús y Juan de Zebedeo con efusivas manifestaciones de afecto entre ambos.- Noticias de Simón Zelote (“está feliz a tu servicio”).- ■ Veo que Jesús se dirige a la pequeña casa blanca que está en medio de los olivos. Le saluda un jovencillo. Parece que es del lugar porque lleva en las manos los utensilios para poder cavar. “Dios sea contigo, Rabí. Llegó tu discípulo Juan, pero se ha vuelto a marchar a buscarte”. Jesús: “¿Hace mucho?”. Jovencillo: “No, acaba de cruzar aquel sendero… Creíamos que vendrías de la parte de Betania…”. Jesús se encamina ligero, da vuelta al sendero y ve a Juan que casi corriendo baja hacia la ciudad y le llama. El discípulo se vuelve y, con el rostro iluminado por la alegría, grita: “¡Oh, Maestro mío!” y regresa corriendo. Jesús abre los brazos y los dos se abrazan afectuosamente. Juan: “Iba a buscarte… Pensábamos que estarías en Betania, como habías dicho”. Jesús: “Sí. Eso quería. Debo comenzar a evangelizar también los alrededores de Jerusalén. Pero luego me entretuve en la ciudad… para instruir a un discípulo nuevo”. Juan: “Maestro, todo lo que Tú haces está bien hecho y sale bien. ¿Lo ves? También esta vez nos hemos encontrado en seguida”. ■ Caminan los dos juntos. Jesús lleva un brazo sobre los hombros de Juan, el cual, siendo más bajo que Él, le mira de abajo arriba, feliz de aquella intimidad. En esta forma llegan a la casita. Jesús: “¿Hace mucho tiempo que habías venido?”. Juan: “No, Maestro. Con el alba he salido de Doco junto con Simón; ya le he dicho lo que querías. Después nos hemos detenido un tiempo en los campos de los alrededores de Betania, compartiendo la comida y hablando de Ti a los campesinos que hemos encontrado por allí. Cuando el fuego del sol ha disminuido, nos hemos separado. Simón ha ido a ver a un amigo suyo al que también quiere hablar de Ti: es el dueño de casi toda Betania. Él ya le conocía cuando aún vivían sus respectivos padres. Mañana viene aquí Simón. Me ha encargado decirte que se siente feliz de estar a tu servicio. Simón es muy competente. Quisiera ser como él, pero soy un muchacho ignorante”. Jesús: “No, Juan, también tú haces mucho bien”. Juan: “¿Te sientes realmente contento de tu pobre Juan?”. Jesús: “Muy contento, Juan mío. Mucho”. “¡Maestro mío!”. Juan se inclina con ímpetu a tomar la mano de Jesús y la besa, y se la pasa por la cara como una caricia. ■ Han llegado ya a la casa. Entran en la cocina baja y humosa. El dueño les saluda: “La paz sea contigo”. Responde Jesús: “Paz a esa casa y a ti, y a quien vive contigo. Viene conmigo un discípulo”. Dueño: “Habrá pan y aceite también para él”. Juan: “He traído pescado seco que me dieron Santiago y Pedro. Al pasar por Nazaret tu Madre me dio pan y miel para Ti. He caminado sin detenerme pero ha de estar ya duro”. Juan: “No importa, Juan. Tendrá siempre el sabor de las manos de mi Madre”. ■ Juan saca sus tesoros de la alforja que había dejado en un rincón, y veo preparar el pescado seco de una manera rara: lo meten varias veces dentro del agua caliente, después lo untan y lo asan directamente sobre la llama. Jesús bendice el alimento y se sienta con el discípulo a la mesa. También están sentados a la mesa el dueño a quien llaman Jonás, y su hijo. La madre va y viene con el pescado, aceitunas negras, verduras preparadas con aceite. Jesús ofrece también de su miel. La ofrece a la madre extendiéndosela sobre el pan. “Es de mi colmena” dice.  “Mi Madre cuida las abejas. Cómetela, es sabrosa. Tú, María, eres tan buena conmigo, que mereces esto y más” agrega, porque la mujer no querría privarle de su sabrosa miel. ■ La cena termina pronto. La conversación ha sido breve. Nada más acabar, después de dar gracias por el alimento recibido, Jesús dice a Juan: “Ven. Salgamos un poco al olivar. La noche está templada y clara. Será agradable estar un poco afuera”. El dueño de la casa dice: “Maestro, Yo me despido de Ti. Estoy cansado, y también mi hijo. Vamos a descansar. Dejo la puerta entornada y el candil encima de la mesa. Ya sabes cómo se hace”. Jesús: “Sí, claro, Jonás, vete a descansar. Y apaga también el candil. Hay una luz de luna tan clara, que veremos incluso sin él”. Jonás: “¿Y tu discípulo dónde va a dormir?”. Jesús: “Conmigo. En mi estera hay sitio también para él. ¿Verdad, Juan?”. Juan, ante la idea de dormir al lado de Jesús, está sumamente contento.
* “Los ángeles han abandonado el Templo. Su aspecto de pureza y santidad (los que deberían darle ese aspecto al alma del Templo —pues también cada lugar tiene su alma, el espíritu en virtud del cual fue levantado— son los primeros en quitarle ese aspecto), está solo en los muros”.- ■ Salen al olivar. Pero antes de salir, Juan ha tomado algo de la alforja que había puesto en el rincón. Caminan un poco y llegan a un punto donde se ve toda Jerusalén. Jesús dice: “Sentémonos aquí y hablemos”. Juan, sin embargo, prefiere estar sentado a los pies de Jesús, sobre la hierba cortada. Apoya el brazo sobre las rodillas de Jesús. Reclina la cabeza sobre el brazo. Y mira de cuando en cuando a Jesús. Parece un niño que está junto a la persona a quien más quiere. “Desde aquí es bonito, Maestro. Mira qué grande parece la ciudad de noche; más que de día”. Jesús: “Es porque la luz de la luna difumina sus contornos. Observa: parece como si el límite se ensanchara en una luminosidad de plata. Mira la cúspide del Templo, allí arriba. ¿No parece suspendida en el vacío?”. Juan: “Parece que la llevan los ángeles en sus alas de plata”. Jesús suspira. ■ “¿Por qué suspiras, Maestro?”. Jesús: “Porque los ángeles han abandonado el Templo. Su aspecto de pureza y santidad, está solo en los muros. Los que deberían de darle ese aspecto al alma del Templo —pues también cada lugar tiene su alma, el espíritu en virtud del cual fue levantado, y el Templo tiene, debería tener, alma de oración y santidad— son los primeros en quitarle ese aspecto. No se puede dar lo que no se tiene. Y si los sacerdotes y levitas que viven allí son muchos, con todo ni una décima de ellos es capaz de dar vida al Lugar Santo. Muerte, sí que dan. Le comunican la muerte que hay en sus almas, muertas para todo lo que es santo. Tienen fórmulas, pero no la vida de ellas. Son cadáveres que tienen calor tan solo por la putrefacción que los hincha”. Juan: “¿Te han hecho algún mal, Maestro?” Jesús: “No, antes bien, me dejaron hablar cuando lo pedí”. Juan: “¿Lo pediste?… ¿Por qué?”. Jesús: “Porque no quiero ser Yo el que empiece la lucha. Esta vendrá por sí misma. Porque en algunos produciré un terror humano que no tiene razón de ser, y seré un reproche para otros. Pero esto debe estar en el libro de ellos, no el mío”.
* Juan ofrece a Jesús protección (su familia, por razón de negocio del pescado, conoce a Anás y Caifás) y alojamiento más digno junto al Hípico (un mercader conocido de su familia).- ■ Después de un momento de silencio, Juan habla otra vez; dice: “Maestro… yo conozco a Anás y a Caifás. Por razón de negocios, mi familia ha estado en contacto con ellos, y, cuando estuve en Judea, por causa del Bautista, venía también al Templo, y ellos nos trataban bien a nosotros los hijos de Zebedeo. Mi padre les provee con el mejor pescado. Es costumbre… ¿sabes? Cuando se quiere tener amigos, y quiere uno conservarlos, es necesario obrar así…”. Jesús: “Lo sé”. Jesús está serio. Juan insiste: “Bueno, pues si lo ves oportuno, le hablaré de Ti al Sumo Sacerdote. Y luego… si quieres, yo conozco a uno que está en relación de negocios con mi padre. Es un mercader de pescado. Tiene una casa bonita y grande junto al Hípico, porque son personas ricas, y también muy buenas. Estarías más cómodo y te cansarías menos. Además, para venir hasta aquí se tiene que atravesar ese suburbio de Ofel, tan desordenado y siempre lleno de asnos y de muchachos pendencieros”. Jesús: “No, Juan. Te lo agradezco, pero estoy bien aquí. ¿Ves cuánta paz? ■ Se lo he dicho también esto al otro discípulo que me hacía la misma propuesta. Él decía: «Para estar mejor considerado»”. Juan: “Yo lo decía para que te cansaras menos”. Jesús: “No me canso. Por mucho que camine, no me cansaré jamás. ¿Sabes qué es lo que me cansa? La falta de amor. ¡Oh, eso… qué carga!… es como si llevara un peso en el corazón”. Jesús: “Yo te amo, Jesús”. Jesús: “Sí, y me das mucho consuelo. Te quiero mucho Juan; te querré siempre, porque jamás me traicionarás”.
* “Y, sin embargo, habrá muchos que me traicionarán… Juan, escucha. Te dije que aquí me detuve para instruir a un nuevo discípulo. Es joven judío, instruido y conocido. Te ruego que seas amigo suyo, que no será muy estimado por Simón Pedro ni tampoco por otros, para que le transmitas tu corazón”.- ■ Juan, con asombro: “¡Traicionarte!”. Jesús: “Y, sin embargo, habrá muchos que me traicionarán… Juan, escucha. Te dije que aquí me detuve para instruir a un nuevo discípulo. Es joven judío, instruido y conocido”. Juan: “Entonces te encontrarás mejor con él que con nosotros, Maestro. Me alegro de que tengas a alguno más capaz que nosotros”. Jesús: “¿Crees que tendré que trabajar menos?”. Juan: “¡Digo yo! Si es menos ignorante que nosotros, te entenderá mejor y te servirá mejor, sobre todo si te ama mejor”. Jesús: “Exacto. Lo has dicho bien. Pero el amor no está en proporción con la instrucción, y ni siquiera con la educación. Uno que jamás ha amado y ama por vez primera, ama con toda la fuerza de ese primer amor suyo. Lo mismo sucede con el primer amor del pensamiento. El amado penetra, se imprime más en un corazón y en un pensamiento donde antes jamás había habido otro amor, que en aquel en quien ha habido ya otros amores. Pero, Dios dispondrá… ■ Oye, Juan. Te ruego que seas amigo suyo. Mi corazón tiembla de ponerte a ti, cordero sin trasquilar, junto al experto de la vida; pero, por otra parte, se calma, porque sabe que tú serás, sí, cordero, pero también águila y si el experto quiere hacerte tocar el suelo, siempre fangoso, sabrás librarte de él y querer solo el azul y el sol. Por eso te ruego que… conservándote tal cual eres, seas amigo de mi nuevo discípulo, que no será muy estimado por Simón Pedro ni tampoco por otros, para que le transmitas tu corazón…”. Juan: “¡Maestro! Pero… ¿no bastas Tú?”. Jesús: “Yo soy el Maestro. A Mí no se me dirá todo. Tú eres el condiscípulo, un poco más joven, con quien será más fácil abrirse. No te digo que me repitas lo que él te diga. Odio a los espías y traidores. Pero te ruego le evangelices con tu fe y caridad y con tu pureza. Es una tierra contaminada con aguas muertas; hay que secarla con el sol del amor, purificarla con la honestidad del pensamiento, deseos y obras, cultivarla con la fe. Puedes hacerlo”. Juan: “Si Tú dices que lo pueda hacer, lo haré por amor a Ti.” Jesús: “Gracias, Juan”.
* La consabida bolsa del desconocido de Cafarnaúm.- El nombre del nuevo discípulo: Judas de Keriot.- Noticias de Tomás: por la vía del mar, va al encuentro de Felipe y Bartolomé.- Siendo de caracteres tan diferentes: “El amor os une —debe uniros— el amor por la causa de Dios… Tú, Juan, eres la paz amorosa del Mesías de Dios”.- ■ Juan dice: “Maestro, has mencionado a Simón Pedro. Y ahora me acuerdo de lo que ante todo tenía que decirte. La alegría de oírte me lo había alejado del pensamiento. Después de volver a Cafarnaúm, pasada la fies­ta de Pentecostés, encontramos la consabida suma de ese desconoci­do. El niño se la había llevado a mi madre. Yo se la di a Pedro y él me la devolvió diciendo que la usase un poco para el regreso y la es­tancia en Doco y que el resto te lo trajera a Ti para lo que pudieras necesitar… porque también Pedro pensaba que éste es un lugar incómodo… Pero Tú dices que no… Yo sólo he sacado dos denarios para dos pobrecillos que encontré cerca de Efraín. Por lo demás, me he mantenido con lo que me había dado mi madre y lo que me han dado algunas buenas personas a las que he predicado tu Nombre. Aquí tienes la bolsa”. Jesús: “Se la distribuiremos mañana a los pobres. Así también Judas aprenderá nuestras costumbres”. ■ Juan: “¿Ha venido tu primo? ¿Cómo se las ha arreglado para darse tan­ta prisa? Estaba en Nazaret y no me habló de partir…”. Jesús: “No. Judas es el nuevo discípulo. Es de Keriot. Tú le has visto por Pascua, aquí, la tarde de la curación de Simón. Estaba con To­más”. Juan: “¡Ah! ¿es él?”. — Se le nota un poco turbado a Juan. Jesús: “Es él. ■ ¿Y Tomás qué hace?”. Juan: “Ha obedecido lo que habías dicho, dejando a Simón Cananeo y yendo por la vía del mar al encuentro de Felipe y Bartolomé”. Jesús: “Sí, quiero que os améis sin preferencias, ayudándoos mutua­mente, comprendiéndoos mutuamente. Nadie es perfecto, Juan. Ni los jóvenes ni los viejos. Pero si tenéis buena voluntad llegaréis a la perfección; lo que os falte lo pondré Yo. Vosotros sois como los hijos de una santa familia. En ella hay muchos caracteres distintos. Uno es fuerte; el otro, dulce o valiente o tímido o impulsivo o muy cauto. Si todos fuerais iguales, seríais una fuerza en un solo temperamento, pero estaríais incompletos en todos los demás; mientras que así for­máis una unión perfecta porque os completáis unos a otros. El amor os une —debe uniros—, el amor por la causa de Dios”. Juan: “Y por Ti, Jesús”. Jesús: “Primero la causa de Dios y luego el amor hacia su Mesías”. Juan: “Yo… ¿qué soy yo en nuestra familia?”. Jesús: “Eres la paz amorosa del Mesías de Dios, ¿estás cansado, Juan? ¿Quieres regresar? Yo me quedo a orar”. Juan: “Yo también me quedo a orar contigo. Déjame quedarme a orar contigo”. Jesús: “Bien, quédate”. Jesús recita algunos salmos y Juan le sigue; pero la voz se apaga, y el apóstol se queda dormido con la cabeza en el regazo de Jesús, que sonríe y extiende su manto sobre los hombros del durmiente y continúa orando mentalmente. La visión termina así. (Escrito el 4 de Enero de 1945).
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1-70-377 (1-34-413).- Comparación entre el Predilecto y Judas de Keriot.
* “Juan es aquel que se despoja aun de un modo de pensar y juzgar para ser «el discípulo»… Judas es el que no se quiere despojar de sí mismo. Trae consigo su yo enfermo de soberbia, sensualidad, avaricia. Conserva su modo de pensar; y por esto neutraliza los efectos de la entrega completa y de la Gracia”.- ■ Dice Jesús: “Una comparación más entre mi Juan y el otro discípulo; comparación en la que aparece siempre más clara la figura de mi predilecto. Juan es aquel que se despoja aun de un modo de pensar y juzgar para ser «el discípulo». Es el que se dona sin querer quedarse para sí con nada de lo que era antes de su elección. Judas es el que no se quiere despojar de sí mismo. Trae consigo su yo enfermo de soberbia, sensualidad, avaricia. Conserva su modo de pensar; y por esto neutraliza los efectos de la entrega completa y de la gracia. ■ Judas: cabeza de todos los apóstoles fallidos… ¡y son tantos…! Juan: cabeza de los que se hacen hostia por amor a Mí. Es tu antecesor. Yo y mi Madre somos Hostias por excelencia. Llegar hasta nosotros es difícil, mejor dicho, imposible, porque nuestro sacrificio fue de una aspereza total. ¡Pero mi Juan!… Es esa hostia que pueden imitar mis amantes de todas clases: virgen, mártir, confesor, predicador, siervo de Dios y de la Madre de Dios, activo, contemplativo; él dispone de un ejemplo para todos: es aquél que ama. ■ Observa los distintos modos de pensar. Judas investiga, cavila, escudriña, y, aunque externamente parece que cede, en realidad conserva su modo de pensar. Juan se siente nada, acepta todo, no pide razones, se contenta con hacerme feliz. He aquí el modelo. ¿Y no te has sentido invadida de paz ante su amor sencillo y encantador?…¡Oh, Juan mío! Mi pequeño Juan que quiero que seas siempre más semejante a mi amado. Acepta todo, diciendo al igual que el apóstol: «Todo lo que Tú haces, está bien hecho» para que merezcas que Yo te diga: «Eres mi paz llena de amor». Tengo necesidad también Yo de consuelo, María. Dámelo. Sea mi Corazón para tu descanso”. (Escrito el 4 de Enero de 1945).
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(<Jesús ha llegado ya a Galilea con los tres discípulos que le han acompañado en su viaje por distintos lugares de Judea: Juan Zebedeo, Simón Zelote y Judas Iscariote. Aquí, en Galilea, acaba de curar a la otrora prostituta “Bella de Corozaín”. En estos momentos, se dirige a la Sinagoga de Cafarnaúm, atendiendo a una invitación del sinagogo>)
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2-94-84 (2-59-569).- Discurso sobre el arrepentimiento, basado en David, Sansón y la Bella de Corozaín, en la sinagoga de Cafarnaúm. El tasador Mateo presente.
* Justo en el umbral de la puerta de la sinagoga veo al futuro apóstol Mateo. Jesús, al entrar, le mira fijamente y durante un instante se detiene.- ■ Jesús, ahora con todos sus discípulos, entra en la sinagoga de Cafarnaúm después de recorrer la plaza y la calle que a ella conducen. La noticia del nuevo milagro debe haber recorrido ya porque se oye mucho murmullo y muchos comentarios. Justo en el umbral de la puerta de la sinagoga veo al futuro apóstol Mateo. Está ahí, quieto, medio dentro y medio fuera, no sé si avergonzado o disgustado por todas las miradas que le lanzan, o incluso por algún epíteto poco agradable que le dirigen. Dos entiesados fariseos recogen a propósito sus amplios mantos, como si tuvieran miedo de contraer una peste al tocar el vestido de Mateo. ■ Jesús, al entrar, le mira fijamente durante un instante, y durante un instante se detiene. Mateo se limita a bajar la cabeza. Pedro, apenas traspasada la puerta, le dice en voz baja a Jesús: “¿Sabes quién es ese hombre más adornado y perfumado que una mujer? Es Mateo nuestro tasador… ¿A qué viene aquí? Es la primera vez. Quizás no ha encontrado a compañeros, y sobre todo a las compañeras, con los que pasa el sábado, gastándose en orgías lo que nos chupa en tasas duplicadas y triplicadas… para el fisco y para el vicio”. Jesús le mira a Pedro tan severamente, que Pedro se pone más colorado que una manzana, baja la cabeza, deteniéndose, de modo que, de primero, pasa a ser el último en el grupo apostólico.
* “El gran rey de Israel, David de Belén, después de haber pecado lloró, al arrepentirse en su corazón gritando a Dios de que se arrepentía y que le pedía perdón: «Ten piedad de mí, Señor, según tu gran misericordia; por tu infinita bondad, lávame de mi pecado», y no dice: «No puedo ser perdonado; por tanto, insisto en pecar», sino que dice: «Me siento humillado…»”.- ■ Jesús está ya en su puesto. Después de los cantos y las oraciones con el pueblo, se vuelve para hablar. El arquisinagogo le pregunta si quiere algún rollo, pero Jesús responde: “No hace falta. Ya tengo el tema”. Y comienza: “El gran rey de Israel, David de Belén, después de haber pecado lloró (1), al arrepentirse en su corazón gritando a Dios de que se arrepentía y que le pedía perdón. David había tenido el espíritu oscurecido por la neblina del sentido, y esto le había impedido continuar viendo el rostro de Dios y comprender su palabra. «El rostro» he dicho. En el corazón del hombre hay un punto que se acuerda del rostro de Dios, el punto más selecto, nuestro Sancta Sanctorum, aquel del cual vienen las santas inspiraciones y las santas decisiones, el que despide perfume como un altar, resplandece como una hoguera, canta como un coro de serafines. Pero, cuando el pecado produce humo en nosotros, entonces ese punto se entenebrece tanto, que cesa la luz, el perfume, el canto, quedando solo un mal olor de denso humo y un sabor a ceniza. Mas cuando vuelve la luz —porque un siervo de Dios la lleva consigo a quien ha quedado en la oscuridad— he aquí que entonces éste ve su fealdad, su baja condición, y, horrorizado de sí, exclama como el rey David: «Ten piedad de mí, Señor, según tu gran misericordia; por tu infinita bondad, lávame de mi pecado» (2), y no dice: «No puedo ser perdonado; por tanto, insisto en pecar», sino que dice: «Me siento humillado, contrito; sí, pero —te lo suplico— tú que sabes cómo he nacido en la culpa, aspérjame y límpiame, para que vuelva a ser como nieve de las cimas». Y dice: «Mi holocausto no consistirá en carneros y bueyes, sino en un verdadero arrepentimiento del corazón, porque sé que es esto lo que quieres de nosotros y no lo desprecias». ■ Esto decía David después del pecado, y después de que el siervo del Señor, Natán, le hubiera movido a arrepentirse. Con mayor razón, los pecadores deben decir esto ahora que el Señor no les manda un siervo suyo, sino el Redentor mismo, a su Verbo, el cual, justo y dominador no solo de los hombres sino también del Cielo y del Abismo, ha surgido en medio de su pueblo como la luz de la aurora, que brilla sin nubes cuando el sol sale por la mañana”.
* “Sansón no volvió a ser el «fuerte», el «libertador», sino cuando en el dolor de un arrepentimiento verdadero encontró de nuevo su fuerza. No se tienta al Señor en vano, ni siquiera en su bondad. No es lícito. Él perdona una y otra vez. Pero, para continuar perdonando exige la voluntad de salir del pecado. Necio es quien dice: «¡Señor, perdón!» y luego no ¡huye de lo que le induce a nuevo pecado!”.-Jesús: “Ya habéis leído cómo el hombre, en manos de Satanás, es más débil que un tísico moribundo, aunque primero fuera el «fuerte». Sabéis cómo Sansón quedó reducido a nada tras haber cedido al sentido. Quiero que conozcáis la lección de Sansón, hijo de Manué, destinado a vencer a los filisteos, opresores de Israel (3). Condición primera para ser tal era que desde su concepción permaneciese alejado de lo que estimula el sentido bajo y une en connubio las entrañas del hombre con carnes impuras, o sea, vino, sidra y carnes grasas, que encienden en la cintura un fuego impuro. Condición segunda: que, para ser el libertador, fuera consagrado al Señor desde su infancia, y permaneciese tal con continuo nazireato. Consagrado es aquel que no solo externamente sino también internamente se conserva santo. Entonces Dios está con él. Pero la carne es carne y Satanás es Tentación. Y la Tentación toma como instrumento, para combatir a Dios en su corazón y en sus santos mandamientos, la carne que excita al hombre y a la mujer. He aquí que entonces tiembla la fuerza del «fuerte» y viene a ser un ser débil que acaba con el don que Dios le ha dado. ■ Escuchad: Sansón fue atado con siete cuerdas de nervios frescos, con siete cuerdas nuevas, fue fijado al suelo con siete trenzas de sus cabellos. Y él siempre había vencido. Pero no se tienta al Señor en vano, ni siquiera en su bondad. No es lícito. Él perdona una y otra vez. Pero, para continuar perdonando exige la voluntad de salir del pecado. Necio es quien dice: «¡Señor, perdón!» y luego no ¡huye de lo que le induce a nuevo pecado! Sansón, tres veces victorioso, no huye de Dalila, el sentido, el pecado, y, completamente harto —dice el Libro— y acabándosele el ánimo —dice el Libro— reveló el secreto: «Mi fuerza está en mis siete trenzas». ¿No hay ninguno entre vosotros que, hastiado del pecado hasta el cansancio, sienta que pierde el ánimo —porque nada abate como la mala conciencia— y esté para entregarse vencido al Enemigo? ¡No! Quienquiera que seas, no, no lo hagas. Sansón dio a la Tentación el secreto para vencer a sus siete virtudes: las siete simbólicas trenzas, sus virtudes, o sea, su fidelidad de nazareo; se durmió, cansado, sobre el seno de la mujer, y fue vencido: ciego, esclavo, incapaz, por no haber sido fiel a su voto. Y no volvió a ser el «fuerte», el «libertador», sino cuando en el dolor de un arrepentimiento verdadero encontró de nuevo su fuerza… ■ Arrepentimiento, paciencia, constancia, heroísmo y luego… Yo os prometo, ¡oh pecadores!, que seréis los libertadores de vosotros mismos. En verdad os digo que ningún bautismo vale, ni ningún rito sirve, si no hay arrepentimiento y voluntad de renunciar al pecado. En verdad os digo que no hay pecador tan pecador que no pueda hacer renacer con su llanto las virtudes que el pecado le había arrancado de su corazón”.
* “Hoy una mujer (la Bella), una culpable de Israel, castigada por Dios por su pecado, ha obtenido misericordia por su arrepentimiento”.Jesús: “Hoy una mujer, una culpable de Israel, castigada por Dios por su pecado, ha obtenido misericordia por su arrepentimiento. He dicho «misericordia». Menos misericordia obtendrán aquellos que hacia ella no la tuvieron, y se ensañaron sin piedad con esta mujer que ya había sido castigada. ¿No tenían esos tales en sí mismos la lepra de la culpa? Que cada cual se examine… y tenga piedad para obtener piedad. Yo os tiendo la mano por esta arrepentida que vuelve con los vivos después de una horrenda separación de muerte. Simón de Jonás, no Yo, llevará el óbolo por la arrepentida que, en el umbral de la muerte, vuelve a la Vida verdadera. Y no murmuréis, vosotros, los grandes. No murmuréis. Yo no estaba cuando era la «Bella», pero vosotros sí estabais. Y no quiero decir más”. ■ Uno de los dos viejos pregunta resentido: “¿Nos acusas de haber sido sus amantes?”. Jesús: “Que cada cual se ponga frente a su corazón y a sus acciones; Yo no acuso, hablo en nombre de la Justicia. Vamos”. Jesús sale con los suyos.
* Hoy dos bolsas en vez de una por encargo del desconocido.- ■ Pero a Judas le paran los dos que parecen conocerle bastante. Oigo que dicen: “¿Tú también estás con Él? ¿Es santo realmente?”. Judas Iscariote salta con una de esas reacciones suyas que desorientan: “Os aseguro que no llegaréis mínimamente a entender su santidad”. Le responden: “Sí, pero ha curado en sábado”. Iscariote: “¡No! Ha perdonado en sábado. Y ¿qué día más apto para el perdón que el sábado? ¿No me dais nada para la redimida?”. “No damos nuestro dinero a las meretrices. Se ofrece al Templo santo”. ■ Judas echa una risotada irreverente y los deja plantados. Alcanza al Maestro que está entrando de nuevo en la casa de Pedro, el cual le está diciendo: “Mira: el pequeño Santiago, nada más salir de la sinagoga, me ha dado hoy dos bolsas en lugar de una; como siempre por encargo de ese desconocido. ¿Quién es, Maestro? Tú lo sabes… Dímelo”. Jesús sonríe: “Te lo diré cuando hayas aprendido a no murmurar de nadie”. Y todo termina. (Escrito el 1 de Febrero de 1945).
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1   Nota  : Cfr. 2 Sam. 11 y 12.   2  Nota  : Cfr. Sal 50,3.   3  Nota  : Cfr. Jue. 13-16
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2-95-88 (2-60-573).- Santiago de Alfeo recibido como discípulo.- Jesús con el tasador Mateo. Discurso sobre las riquezas.
* “¡Cuánto he deseado esta hora, este día para él, mi amigo perfecto de infancia, mi buen hermano de juventud!”. ■ Es una mañana de mercado en Cafarnaúm. La plaza está llena de vendedores de toda clase de mercancías. Jesús, que llega a este lugar desde el lago, ve que vienen a su encuentro sus primos Judas y Santiago. Acelera el paso en dirección a ellos y, después de abrazarlos con cariño, pregunta ansioso: “Vuestro padre… ¿Qué ha sucedido?”. Judas responde: “Nada nuevo por lo que se refiere a su salud”. Jesús: “¿Y entonces ¿por qué has venido?… Te había dicho que te quedaras allí”. Judas baja la cabeza y calla. ■ Pero ahora es Santiago el que no se contiene: “Por mi culpa él no te obedeció. Sí. Por culpa mía; pero es que no he podido soportar más. Todos en contra… ¿Y por qué? ¿Hago acaso mal en amarte? ¿acaso hacemos mal? Hasta ahora me había frenado un escrúpulo de estar actuando mal. Pero ahora que sé las cosas, ahora que Tú has dicho que por encima de Dios no hay nadie, ni siquiera el padre, no he aguantado más. Traté de ser respetuoso, de hacer entender las razones, de enderezar las ideas. Dije: «¿Por qué me combatís? Si es el Profeta, si es el Mesías ¿por qué queréis que el mundo diga: ‘Su familia fue enemiga suya; cuando todos le seguían, ella no lo hizo’? ¿Por qué, si es el infeliz que vosotros decís, no debemos, nosotros los de la familia, estarle cerca en su demencia, para impedir que sea nociva no sólo para Él sino también para nosotros?». ¡Oh! Jesús, de este modo hablaba yo, para razonar humanamente, como ellos razonaban. Pero tú sabes que ni Judas ni yo te creemos demente; sabes que en Ti vemos al Santo de Dios; que siempre hemos dirigido nuestra mirada a Ti como a nuestra Estrella Mayor. Pero no han querido comprendernos, ni siquiera escucharnos. Y entonces yo me he marchado. Entre la elección de «Jesús o la familia», te he escogido a Ti. Aquí estoy, pues, si me quieres; si no, seré el hombre más infeliz del mundo porque no tendré nada: ni tu amistad ni el amor de la familia”. Jesús: “¿En esto estamos?… ¡Oh! Santiago mío, mi pobre Santiago. ¡No hubiera querido verte sufrir así, porque te amo! Pero si el Jesús-Hombre llora contigo, el Jesús-Verbo se regocija por ti. ¡Ven! Estoy cierto que la alegría de ser portador de Dios entre los hombres aumentará de día en día tu gozo hasta llegar al éxtasis completo en la última hora de la tierra, y en la eterna del Cielo”. ■ Jesús se vuelve y llama a sus discípulos que prudentemente se habían mantenido retirados unos cuantos metros. “Venid, amigos. Mi primo Santiago desde ahora es de mis amigos y por esto amigo vuestro. ¡Cuánto he deseado esta hora, este día para él, mi amigo perfecto de infancia, mi buen hermano de juventud!”. Los discípulos dan la bienvenida con alegría al nuevo llegado y a Judas de Alfeo, que hacía días que no le veían.
Ante el asombro de Pedro, Jesús mismo se dirige al tasador Mateo y le pide la tasa por los ocho canastos de Simón de Jonás. Jesús y Mateo frente a frente. Al despedirse le dice Mateo: “Ruega por mi alma”.- ■ Los dos primos dicen a Jesús: “Hemos estado en casa. Te buscábamos. Pero estabas en el lago”. Jesús: “Sí, en el lago durante dos días con Pedro y los demás. Pedro ha tenido una buena pesca ¿verdad?”. Pedro: “Sí, y ahora —esto me disgusta— tendré que entregar más dracmas a aquel ladrón…” y señala al recaudador Mateo, cuyo banco está rodeado de gente que paga por la tierra o por las mercancías. Jesús: “Digo Yo que todo será proporcionado. Más pescados, más pagas, pero también ganas más”. Pedro: “No, Maestro. Si pesco más, gano más; pero si pesco el doble, ése no es que me haga pagar el doble, sino que me hace pagar el cuádruplo… ¡Chacal!”. Jesús: “¡Pedro! Acerquémonos a él. Quiero hablar. Hay gente siempre cerca del banco de la alcabala”. Pedro mascullando: “¡Ya lo creo! Gente y maldiciones”. Jesús: “Pues bien. Iré Yo a introducir bendiciones. Quién sabe si entra un poco de honradez en el alcabalero”. Pedro: “¡Puedes estar tranquilo que tu palabra no entrará en esa piel de cocodrilo!”. Jesús: “¡Veremos!”. Pedro: “¿Qué le vas a decir?”. Jesús: “Directamente nada. Pero hablaré en tal forma, que sirvan también para él mis palabras”. Pedro: “Le dirás que es un ladrón tan grande como aquel que asalta en las calles, como aquel que despelleja a los pobres que trabajan para obtener el pan y no mujeres ni borracheras…”. Jesús: “¿Pedro, quieres hablar tú por Mí?”. Pedro: “No, Maestro, no sabría hacerlo bien”. Jesús: “Y con el vinagre que tienes dentro, te harías mal a ti y a él”. ■ Ya están cercanos al banco de los impuestos. Pedro tiene intención de pagar. Jesús le detiene y le dice: “Dame las monedas, hoy pago Yo”. Pedro le mira atónito y le entrega una bolsa de cuero con el dinero. Jesús espera su turno y cuando está enfrente del alcabalero dice: “Pago por ocho canastos de Simón de Jonás. Allí están los canastos, a los pies de los trabajadores. Verifica si quieres, pero entre honrados basta solo la palabra. Y creo que me consideras tal. ¿Cuánto es la tasa?”. Mateo, que estaba sentado en su banco, en el momento en que Jesús dijo: «Creo que tú me consideras tal», se pone de pie. Bajo de estatura y ya un poco viejo, más o menos como Pedro. Su rostro muestra el cansancio propio de quien se goza la vida. Mateo muestra también un claro estado de turbación. Tiene al principio la cabeza agachada, después la levanta y mira a Jesús. Y Jesús le mira fijo, serio, dominándole con su imponente estatura. Jesús vuelve a preguntar: “¿Cuánto?”. Mateo responde: “No hay tasa para el discípulo del Maestro” y en voz baja, añade: “Ruega por mi alma”. Jesús: “La llevo en Mí, porque recojo a los pecadores. Pero tú… ¿por qué no la cuidas?”. Dicho esto, Jesús le vuelve la espalda y torna adonde Pedro, que se ha quedado de piedra, como también los demás, que hablan en voz baja, o se hacen gestos con los ojos.
* “En verdad os digo que teniendo riquezas difícilmente se gana el Cielo. ¿Qué hace falta, entonces, para conseguir este Cielo? No tener avidez de riquezas, en el sentido de desearlas a cualquier precio, de que se amen más que al Cielo y que al prójimo. Hay sí, hay una moneda para cambiar el dinero injusto del mundo por valores que valen en el Reino de los Cielos. Y es la santa astucia de hacer riquezas eternas de las riquezas humanas”.- ■ Jesús se pone junto a un árbol, a unos diez metros de Mateo, y empieza a hablar. “El mundo se puede comparar con una gran familia, cuyos miembros desempeñan quehaceres diversos, todos necesarios. En él hay agricultores, pastores, viñadores, carpinteros, pescadores, albañiles, leñadores, herreros, escribanos, soldados, oficiales destinados a misiones especiales, médicos, sacerdotes, de todo hay. El mundo no podría estar compuesto de una sola categoría. Todas las profesiones son necesarias, todas santas, si hacen todas lo que deben con honradez y justicia. Pero ¿cómo se puede llegar a esto si Satanás tienta por todas partes? Pues pensando en Dios, que ve todas las cosas, incluso las obras más escondidas, y pensando en su Ley, que dice: «Ama a tu prójimo como a ti mismo, no hagas lo que no querrías que te hicieran a ti, no robes en ningún modo». Decidme, vosotros que me estáis escuchando: Cuando muere uno ¿acaso lleva consigo las bolsas de sus dineros? Y aunque fuera tan necio como para querer tenerlas consigo en el sepulcro, ¿puede acaso usarlas en la otra vida? ¡No! Sobre la podredumbre de un cuerpo corrompido, las monedas se transforman en pedazos de metal corroídos. En cambio, en otro lugar, su alma estaría desnuda, más pobre que el bienaventurado Job, sin tener siquiera un céntimo, aunque aquí y en la tumba hubiese dejado millones y millones. ■ Os digo más, ¡escuchad, escuchad! En verdad os digo que teniendo riquezas difícilmente se gana el Cielo, —antes al contrario, con ellas generalmente se pierde— aunque sean riquezas adquiridas honestamente, bien por herencia o ganadas, porque pocos son los ricos que las saben usar con justicia. ¿Qué hace falta, entonces, para conseguir este Cielo bendito, este descanso en el seno del Padre? Hace falta no tener avidez de riquezas. No tener avidez en el sentido de desearlas a cualquier precio, aun faltando a la honradez y al amor; no tener avidez en el sentido de que, teniendo esas riquezas, se amen más que al Cielo y que al prójimo, negándole caridad al prójimo necesitado; no tener avidez por cuanto las riquezas pueden dar, o sea, mujeres, placeres, rica mesa, vestiduras suntuosas, lo cual ofende a quien pasa frío y hambre. ■ Hay sí, hay una moneda para cambiar el dinero injusto del mundo por valores que valen en el Reino de los Cielos, y es la santa astucia de hacer riquezas eternas de las riquezas humanas, a menudo injustas o causa de injusticia; se trata de ganar con honestidad, devolver lo que injustamente se obtuvo, usar de los bienes con moderación y desapego, sabiéndose separar de ellos, porque antes o después nos dejan —¡ah, pensad en esto!—, mientras que el bien realizado no nos abandona jamás. ■ Todos querríamos ser llamados «justos» y ser tenidos como tales y ser premiados como tales por Dios. Pero ¿cómo puede Dios premiar a quien tan solo tiene el nombre de justo, no teniendo las obras? ¿Cómo Dios puede decir: «Te perdono» si ve que el arrepentimiento es tan solo de palabra y que no va acompañado de un verdadero cambio de espíritu? No existe arrepentimiento mientras dure el apetito hacia el objeto por el que se produjo nuestro pecado. Cuando uno, en cambio, se humilla, se mutila del miembro moral de una mala pasión, que puede llamarse mujer u oro, diciendo: «Por Ti, Señor, no más de esto», entonces es cuando verdaderamente está arrepentido y Dios le acoge diciendo: «Ven; te quiero como a un inocente, como a un héroe»”. Jesús ha terminado. Se marcha sin ni siquiera volverse hacia Mateo, que se había acercado al círculo de oyentes, desde las primeras palabras. (Escrito el 2 de Febrero de 1945).
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2-97-100 (2-62-586).- Llamada de Jesús a Mateo para ser discípulo (1).
* Tres miradas, tres llamadas: “Mateo, hijo de Alfeo, ha llegado la hora. Ven… ¡Sígueme!”.- ■ Una vez más en la plaza de Cafarnaúm, pero en una hora de mayor calor en que el mercado ha terminado ya y solo hay algunas personas ociosas hablando y unos niños entregados al juego. Jesús, en medio de su grupo, viene del lago hacia la plaza, acariciando a los niños que le salen al paso e interesándose por sus confidencias… Ya han llegado a la plaza. Jesús va derecho al banco de la alcabala, donde Mateo está haciendo sus cuentas y comprobando si corresponden con las monedas (las cuales divide en categorías metiéndolas en bolsitas de distinto color y colocando éstas en un arca de hierro). Dos siervos esperan para transportar el arca a otro lugar. En el preciso momento en que la sombra proveniente del alto cuerpo de Jesús se extiende, Mateo levanta la cabeza para ver quién era el que se había retardado en ir a pagar. Pedro, mientras tanto, dice, tirando a Jesús de la manga: “No tenemos nada que pagar, Maestro. ¿Qué haces?”. Pero Jesús no le hace caso. Mira fijamente a Mateo, que se ha puesto de pie inmediatamente en actitud reverente. Otra segunda mirada perforadora, no obstante, ya no se trata de mirada del juez severo de la otra vez; es una mirada de llamada y de amor. Le envuelve, le llena de amor. Mateo se pone colorado. No sabe qué hacer, qué decir… Jesús ordena majestuosamente: “Mateo, hijo de Alfeo, ha llegado la hora. Ven. ¡Sígueme!. Mateo, sorprendido: “¿Yo… Maestro? ¡Señor! ¿Pero sabes quién soy?… Lo digo por Ti, no por mí…”. Jesús repite con voz más dulce: “Ven, y sígueme, Mateo hijo de Alfeo”. Mateo: “¡Oh! ¿Cómo es posible que haya alcanzado favor ante Dios?… ¿Yo… Yo…?”. La tercera invitación es una caricia: “Mateo, hijo de Alfeo, he leído tu corazón. Ven ¡Sígueme!”. Mateo: “¡Enseguida, mi Señor!” y con lágrimas en los ojos, sale por detrás del banco, sin preocuparse siquiera por recoger las monedas esparcidas sobre él, ni de pedir la caja fuerte, ni de nada. Y cuando está cerca de Jesús le pegunta: “¿A dónde vamos, Señor? ¿A dónde me llevas?”. Jesús: “A tu casa. ¿Quieres dar hospedaje al Hijo del hombre?”. Mateo: “¡Oh! Pero… pero ¿qué dirán los que te odian?”. Jesús: “Yo escucho lo que se dice en los Cielos, y allí se dice: «Gloria a Dios por un pecador que se salva», y el Padre dice: «Para siempre la Misericordia se levantará en los Cielos y se derramará sobre la Tierra, y, puesto que con un amor eterno, con un amor perfecto, Yo te amo, también contigo uso misericordia». Ven. Y que yendo Yo a tu casa, ésta se santifique además de tu corazón”. Mateo: “Yo la tenía purificada, por una esperanza que tenía en mi alma… que, no obstante, la razón no podía creer verdadera… ¡Oh, yo con tus santos…!” y mira a los discípulos. Jesús: “Sí, son mis amigos. Venid. Os uno y sed hermanos”. Los discípulos están hasta tal punto estupefactos, que todavía no han encontrado la forma de decir palabra alguna. Detrás de Jesús y Mateo caminan en grupo por la plaza, que está completamente vacía de gente, y van por un estrecho paso de la calle que arde bajo sol abrasador. No hay ser viviente alguno en las calles, solo sol y polvo.
* Pedro, me has preguntado muchas veces quién era el desconocido de la bolsa de dinero que llevaba Santiaguito. Mírale. Le tienes frente a ti”.- ■ Entran en casa. Una hermosa casa con un amplio portal que se abre hacia fuera. Un hermoso atrio lleno de sombra y frescor, luego un pórtico ancho dispuesto como jardín. Mateo: “¡Entra, Maestro mío! ¡Traed agua y bebidas!”. Los criados corren a traerles. Mateo sale a dar órdenes, mientras Jesús y los suyos se refrescan. Regresa y dice: “Ahora ven, Maestro. La sala está fresca… Ahora vendrán amigos… ¡Oh! ¡Quiero que se haga una gran fiesta! Es mi regeneración. Es la mía… ésta es la circuncisión verdadera… Me has circuncidado el corazón con tu amor… Maestro, es la última fiesta… No más fiestas para el publicano Mateo. No más fiestas mundanales… sola la fiesta interna de haber sido redimido y de servirte a Ti… de ser amado por Ti… cuánto he llorado… no sabía cómo hacer… quería ir… pero… ¿cómo ir a Ti?… ¿A Ti, santo… con mi alma sucia?”. Jesús: “Tú la lavabas con el arrepentimiento y caridad para Mí y para el prójimo. ■ Pedro… ven aquí”. Pedro que todavía no ha hablado, pues sigue tan estupefacto, da un paso adelante. Los dos hombres, igualmente ya de edad, de estatura baja, robustos, están frente a frente, y Jesús ante ellos, los mira con una hermosa sonrisa, y dice: “Pedro, me has preguntado muchas veces quién era el desconocido de la bolsa de dinero que llevaba Santiaguito. Mírale. Le tienes frente a ti”. Pedro: “¿Quién?… Este lad… ¡Perdona, Mateo! Pero ¿quién podía pensar que eras tú, precisamente tú, nuestra desesperación —por la usura—, fueses capaz de arrancarte cada semana un pedazo de tu corazón, al dar ese rico óbolo?”. Mateo: “Lo sé. Injustamente os tasé. Pero mirad, me arrodillo ante todos vosotros y os digo: «¡No me arrojéis de vuestra presencia! Él me ha acogido, no seáis más severos que Él»”. Pedro, que está junto a Mateo, le levanta improvisadamente, a pulso, brusca pero cariñosamente: “¡Vamos! ¡vamos! Ni a mí ni a los demás. Pídele perdón a Él. Nosotros… ¡bueno hombre!, más o menos somos ladrones como tú… ¡Ay! ¡Lo he dicho! ¡Maldita lengua! Pero es que yo soy así: lo que pienso, lo digo; lo que tengo en el corazón, lo tengo en los labios. Ven. Vamos a hacer un pacto de paz y de amor” y besa a Mateo en las mejillas. Los otros también lo hacen con más o menos cariño. Digo así porque Andrés lo hace con reserva, debido a su timidez y Judas Iscariote se muestra frío; parece como si abrazase un montón de serpientes, pues apenas le abraza. Mateo sale al oír un ruido.
* J. Iscariote, que no ve con buenos ojos a Mateo, tiene un altercado con Pedro al que Jesús dice: “Hoy es Pascua de Ácimos para un hijo de Abraham. La llamada del Mesías es como la sangre del cordero sobre vuestras almas. Es liberación y se le festeja con diversas clases de fermento”.- ■ Iscariote dice: “Pero, Maestro, me parece que esto no es prudente. Ya te empezaron a acusar los fariseos de aquí, y Tú… ¡Un publicano entre los tuyos! ¡Un publicano después de una prostituta!… ¿Has decidido destruirte? Si es así, dilo, que…”. Pedro concluye irónicamente: “Que nosotros «desfilamos», nos vamos, ¿verdad?”. Iscariote: “¿Y quién está hablando contigo?”. Pedro: “Sé que no estás hablando conmigo, pero yo, por el contrario, hablo con tu alma de señorito, con tu purísima alma, con tu sabia alma. Sé que tú, miembro del Templo, sientes hedor del pecado en nosotros, pobres, que no pertenecemos al Templo. Sé que tú, judío, perfecto, amalgama de fariseo, saduceo y herodiano, medio escriba y migaja de esenio… quieres otras palabras nobles… te sientes mal entre nosotros, como un sábalo espléndido caído por azar en una red llena de pescados sin valor. Pero… ¿qué quieres que hagamos?… Él nos tomó a nosotros… nos quedamos. Si te sientes mal… vete tú. Respiraremos todos mejor. También Él, que, ¿lo ves?, está disgustado por mí y por ti; por mí porque me falta paciencia y… sí, también caridad, pero más contigo, que no entiendes nada, con toda tu retahíla de nobles atributos, y que no tienes ni caridad, ni humildad, ni respeto. No tienes nada, muchacho, sino una gran vanidad… y quiera Dios que ese humo no sea nocivo”. ■ Jesús de pie, disgustado, con los brazos cruzados, la boca cerrada y con los ojos duros ha dejado que hablase Pedro. Después se dirige a éste y le dice: “¿Has dicho todo, Pedro? ¿También tú has purificado tu corazón de la levadura que había dentro? Has hecho bien. Hoy es Pascua de Ácimos (2) para un hijo de Abraham. La llamada del Mesías es como la sangre del cordero sobre vuestras almas, y donde Aquélla se encuentra no bajará más la culpa. No bajará si el que la recibe es fiel a Ella. Mi llamamiento es liberación y se le festeja con diversas clases de fermento”. A Judas no le dice nada. Pedro mortificado guarda silencio. Jesús dice: “Regresa Mateo, y con amigos. No le enseñemos otra cosa que no sea virtud. Quien no lo pueda, salga. No seáis iguales a los fariseos que oprimen con preceptos y son los primeros en no observarlos”. ■ Vuelve a entrar Mateo con otras personas y el banquete empieza. Jesús está en medio entre Pedro y Mateo. Hablan de muchas cosas y Jesús con mucha paciencia explica a Ticio y Cayo lo que desean. Hay quejas contra los fariseos porque los desprecian. Jesús responde: “Pues bien, venid a quien no os desprecia. Y luego obrad en tal forma que, al menos, los buenos no os puedan despreciar”. Mateo: “¡Tú eres bueno, pero estás solo!”. Jesús: “No. Éstos son como Yo y… además está el Padre que ama a quien se arrepiente y quiere volver a su amistad. Si al hombre le faltase cualquier cosa, pero tuviese al Padre, ¿no sería la alegría del hombre más que completa?”.
* Indignación en los fariseos de Cafarnaúm. Para esto he venido. Los pecadores son los que tienen necesidad del Salvador”.- ■ El banquete ha llegado a los postres, cuando un criado hace señal al dueño de la casa y le dice algo. Mateo comunica a Jesús: “Maestro: Elí, Simón y Joaquín piden permiso de entrar y de hablarte. ¿Los quieres ver?”. Jesús: “¡Claro!”. Mateo añade: “Pero… mis amigos son publicanos”. Jesús: “Y ellos vienen para ver exactamente esto. Dejémoslos que lo vean. De nada servirá esconderlo; no sería para el bien, porque agrandaría el hecho hasta llegar a decir que aquí había también prostitutas. Que entren”. ■ Los tres fariseos entran, miran alrededor con una sonrisa maliciosa y están a punto de hablar, pero Jesús, que se ha levantado e ido a su encuentro junto con Mateo, se les adelanta. Pone una mano sobre el hombro de Mateo y dice: “¡Oh hijos verdaderos de Israel! os saludo, y os doy una gran noticia que ciertamente alegrará vuestros corazones perfectos de Israelitas. Vosotros deseáis ardientemente que la Ley sea observada por todos los corazones para dar gloria a Dios. Pues bien, Mateo, hijo de Alfeo, desde hoy no es más el pecador, el escándalo de Cafarnaúm. Una oveja sarnosa de Israel ha sido curada. ¡Alegraos! Tras él otras ovejas pecadoras se curarán, y vuestra ciudad, de cuya santidad os interesáis mucho, vendrá a ser grata, santa ante el Señor. Mateo deja todo para servir a Dios. ¡Dad el beso de paz al Israelita extraviado que torna al seno de Abraham!”. ■ Uno de los fariseos dice: “¿Y retorna con los publicanos? ¿En alegre banquete? ¡A la verdad que se trata de una conversión propicia! Elí, mira allí a ese Josías el buscador de mujeres”. “Y a Simón, hijo de Isaac, el adúltero”. “Y aquél… es Azarías el cantinero, en cuya cantina los romanos y judíos juegan a los dados, pelean, se emborrachan y van a las mujeres”. “Pero, bueno, Maestro. ¿Sabes al menos quiénes son éstos? ¿Lo sabías?”. Jesús: “Lo sabía”. Los fariseos se dirigen ahora a los discípulos: “¿Y entonces vosotros, vosotros de Cafarnaúm, vosotros, discípulos, por qué lo habéis permitido? ¡Me sorprende Simón de Jonás!”. “¡Tú, Felipe, a quien aquí todos conocen, y tú, Natanael! ¡Pero yo veo fantasmas! ¡Tú, verdadero Israelita! ¿Cómo es posible que hubieses permitido que tu Maestro comiese con publicanos y pecadores?”(3). “¿No existe ya vergüenza en Israel?”. Los tres están escandalizadísimos. Jesús dice: “Dejad en paz a mis discípulos. Yo lo quise, Yo solo”. Los fariseos comentan: “¡Claro! ¡Lógico! Se comprende… ¡Cuando uno quiere meterse a santo sin serlo, cae pronto en errores imperdonables!”. “Y cuando se educan los discípulos en la falta de respeto —y todavía me está quemando la risa irreverente que me hizo éste, judío y del Templo, ¡a mí, Elí el Fariseo!— no se puede sino no tener respeto por la Ley. Se enseña lo que se sabe”. ■ Jesús: “Te equivocas, Elí. Os equivocáis todos. Se enseña lo que se sabe, es verdad. Y Yo que la Ley, se la enseño a quien no la sabe; por tanto, a los pecadores. Yo sé que vosotros ya sois dueños de vuestra alma. Los pecadores no lo son. Yo busco de nuevo su alma, se la doy de nuevo, para que a su vez me la traigan en el estado en que se encuentra: enferma, herida, sucia, para que Yo la atienda y limpie. Para esto he venido. Los pecadores son los que tienen necesidad del Salvador. Y vengo a salvarlos. Comprendedme… no me odiéis sin razón”. Jesús es dulce, persuasivo, humilde… pero ellos son tres cardos espinosos… y salen con gesto de disgusto. ■ Iscariote murmura: “Se fueron… Ahora nos criticarán por todas partes”. Jesús: “¡Deja que lo hagan! Procura solo que el Padre no tenga nada que criticarte. No te apenes, Mateo, ni vosotros amigos suyos. La conciencia nos dice: «No hagáis el mal». Y eso es más que suficiente”. Jesús vuelve a sentarse en su lugar y todo termina. (Escrito el 4 de Febrero 1945).
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1  Nota  : Cfr. Mt. 9,9-13; Mc. 2,13-17; Lc. 5,27-32.    2  Nota  : Pascua de Ácimos.- Cfr. Anotaciones  n. 2: Las fiestas de Israel.   3  Nota  : Cfr. Lc. 15,1-2.
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(<El siguiente episodio tiene lugar durante transcurso del viaje hacia los altos del Líbano que Jesús, junto con sus apóstoles, ha emprendido para visitar y saludar a dos pastores, testigos directos de aquella noche de su nacimiento en Belén, que siguen dedicados al pastoreo. Va acompañado de Jonatás [1], otro de aquellos pastores, que, ahora al servicio de Cusa, Administrador de Herodes, conoce todas las intrigas de la Corte>)
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2-103-138 (2-69-629).- Corrupción general en las Cortes de Herodes y Filipo (liberación del Bautista).- Anuncio de martirio para Pedro y para los apóstoles.
* ¡Fango tras las vestiduras de púrpura!: venganzas… incluso, una venganza, entre dos oficiales de la Corte, que por una suma abrió el calabozo, fue la causa de la liberación del Bautista. ■ Jesús camina al lado de Jonatás siguiendo un terraplén verde y, por tanto, sombrío. Detrás van los apóstoles hablando entre sí. Pedro, separándose de ellos, se adelanta, y, franco como siempre, pregunta a Jonatás: “¿Pero no era más rápido el camino que va a Cesarea de Filipo? Hemos cogido éste y… ¿cuándo vamos a llegar? ¡Tú, con la patrona (2), has ido por aquél!”. Jonatás: “Con una enferma, me he atrevido a todo. Date cuenta de que yo soy un cortesano de Antipas, y Filipo, después de aquel sucio incesto, no ve muy bien a los cortesanos de Herodes… Mira, no es por mí por quien temo. Lo que no quiero es crearos dificultades ni enemigos y menos aún al Maestro. La Tetrarquía de Filipo tiene necesidad de la Palabra, como la tiene la de Antipas; si os odian, ¿cómo podéis ir?… Al regreso, si lo veis conveniente, vais por ese camino”. Jesús le dice: “Alabo tu prudencia, Jonatás. Pero al regreso tengo intención de pasar hacia las tierras fenicias”. Jonatás: “Están envueltas en las tinieblas del error”. Jesús: “Me acercaré a sus confines, para recordarles que hay una Luz”. ■ Pedro: “¿Crees que Filipo se vengaría, con un siervo, del mal que el hermano le hizo?”. Jonatás: “Sí, Pedro. Dominados por todos los más bajos ins­tintos, el uno es igual al otro. Créeme, parecen animales y no hombres”. Pedro: “Y, sin embargo, teniendo en cuenta que Juan, hablando en nom­bre de Dios, ha hablado también en su nombre y a su favor, debería esti­marnos, mejor dicho, estimarle a Él, que es pariente de Juan”. Jonatás: “No os preguntaría ni siquiera de donde venís, ni quiénes sois. Viéndoos conmigo —si me reconociera, o si algún enemigo de la casa de Antipas me señalara como siervo de su Procurador— seríais en­carcelados inmediatamente. ¡Si supierais cuánto fango hay tras las vestiduras de púrpura! Venganzas, atropellos, delaciones, lujurias y hurtos son la pasta de su alma. ¿Alma?… ¡bien!, llamémosla así. Yo creo que ya no tienen alma. Vosotros mismos podéis verlo: Juan tuvo buen fin. ¿Pero por qué ha recobrado Juan la libertad? Por una venganza en­tre dos oficiales de la Corte. Uno, para quitarse de en medio al otro —que era tan favorecido por Antipas, que tenía a Juan bajo su custodia— por una suma abrió de noche el calabozo… Yo creo que atontó a su rival con un vino drogado, y a la mañana siguiente… el desdichado pagó con su cabeza la evasión del Bautista. Te digo que es un asco”. Pedro: “¿Y tu patrón está de acuerdo? Me parece bueno”. Jonatás: “Lo es. Pero no puede actuar de otro modo. Su padre y el padre de su padre pertenecieron a la Corte de Herodes el Grande. El hijo lo ha tenido que ser por fuerza. No lo aprueba, pero no puede más que li­mitarse a mantener a su mujer lejos de esa corte de vicios”. Pedro: “¿Y no podría decir «me das asco» y marcharse?”. Jonatás: “Podría, pero, a pesar de que sea muy bueno, todavía no es capaz de tanto. Eso significaría casi ciertamente la muerte. Y ¿quién quiere morir por honestidad de espíritu llevada a su punto más alto? Un santo como el Bautista. Pero nosotros… ¡pobrecillos!”.
“En verdad os digo que todos probaréis uno u otro suplicio… hasta llegar a aquella, excelsa, que os ciña las frentes con una diadema inmortal. Álzate, mi Pedro. No temas. Todavía mucho has de caminar… y llegará la hora en que no quieras sino cumplir el último esfuerzo. Y entonces tendrás todo, del Cielo y de ti mismo. Yo te estaré mirando admirado”.- ■ Jesús, que les ha dejado hablar entre sí, interviene: “Dentro de no mucho tiempo, en cualquier lugar de la tierra conocida habrá, plantados como flores de prado abrileño, santos que serán felices de morir por esta honestidad hacia la Gracia y por amor a Dios”. Pedro dice: “¿Sí? Me gustaría saludar a estos santos y decirles: «¡Rogad por el pobre Simón de Jonás!»”. Jesús le mira fijo y sonriente. Pedro: “¿Por qué me miras así?”. Jesús: “Porque tú, prestándoles auxilio, los verás, y los verás cuando a ti te lo presten”. Pedro: “¿En qué, Señor?”. Jesús: “Para ser la Piedra consagrada por el Sacrificio, sobre la que se celebre y edifique mi Testimonio”. Pedro: “No te entiendo”. Jesús: “Entenderás”. ■ Los otros discípulos, que se habían acercado y que han escuchado, cuchichean entre sí. Jesús se vuelve: “En verdad os digo que todos probaréis uno u otro suplicio: por ahora, el de la renuncia a las comodidades, a los afectos, a los intereses. Después vendrá una cosa cada vez más vasta, hasta llegar a aquella, excelsa, que os ciña las frentes con una diadema inmortal. Sed fieles. Todos vosotros lo seréis. Y obtendréis esto”. Pedro: “¿Nos matarán los judíos, el Sanedrín acaso, por nuestro amor a Ti?”. Jesús: “Jerusalén lava los umbrales de su Templo con la sangre de sus Profetas y sus Santos. Pero también el mundo espera ser lavado… Hay templos y templos de dioses horrendos. En un futuro serán templos del Dios verdadero y la lepra del paganismo quedará purificada con el agua lustral hecha de sangre de los mártires”. ■ Pedro: “¡Oh! ¡Dios Altísimo! ¡Señor! ¡Maestro! ¡Yo no soy digno de tanto! ¡Soy débil! ¡Le temo al dolor! ¡Oh! ¡Señor!… O despide a tu inútil siervo, o dame fuerza. No querría menoscabar tu imagen, Maestro, con mi ruindad”. —Pedro se ha arrojado a los pies del Maestro y le está suplicando verdaderamente con el corazón en la voz. Jesús: “Álzate, mi Pedro. No temas. Todavía mucho has de caminar… y llegará la hora en que no quieras sino cumplir el último esfuerzo. Y entonces tendrás todo, del Cielo y de ti mismo. Yo te estaré mirando admirado”. Pedro: “Tú lo dices… y yo lo creo. ¡Pero soy un tan pobre hombre!”. (Escrito el 10 de Febrero de 1945).
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1  Nota  : Cfr. Personajes de la Obra magna: Pastores de Belén: Jonatás.   2  Nota  : Se trata de Juana de Cusa, esposa de Cusa, que, enferma de tuberculosis, había sido curada por Jesús. Cfr. Personajes de la Obra magna: Juana de Cusa.
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(<Unos discípulos de Juan el Bautista han llegado a «Aguas Claras», un lugar situado entre Efraín y el río Jordán, donde Jesús y apóstoles evangelizan y bautizan>)
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2-127-291 (2-94-792).- Discípulos del Bautista comunican a Jesús el testimonio que sobre Él, Jesús, ha dado Juan el Bautista (1).- Los 3 presantificados
* Testimonio del Bautista: “Yo no soy el Mesías, sino el que ha sido mandado delante de Él para prepararle el camino. Es necesario que Él crezca y que yo disminuya. Quien viene del Cielo está por encima de todos”. ■ Uno de ellos, Matías, dice: “Hace unos días, algunos discípulos suyos, le dijeron en nuestra presencia: «Rabí, Aquel que estaba contigo al otro lado del Jordán, del que tú diste testimonio, ahora bautiza y todos van a Él; te vas a quedar sin fieles». A lo que Juan respondió: «¡Bienaventurado mi oído, que oye esta noticia! No sabéis qué alegría me proporcionáis. Tened en cuenta que el hombre no puede tomar nada si no le es dado del Cielo. Vosotros podéis testificar que dije: ‘Yo no soy el Mesías, sino el que ha sido mandado delante de Él para prepararle el camino’. El hombre justo no se apropia un nombre que no es suyo, y, aunque otro hombre quisiera alabarle diciéndole: ‘Eres ése’, es decir: el Santo, él responde: ‘¡No, en verdad, no!; yo soy su siervo’. ■ Y de todas formas se alegra mucho de ello, porque dice: ‘Se ve que me asemejo a Él un poco, si el hombre me puede confundir con Él’. Y, ¿qué desea la persona que ama sino parecerse a su amado? Solo la esposa goza del esposo. El paraninfo no podría gozar de ella, porque sería una inmoralidad y un hurto. Pero el amigo del novio, que está cerca de él y escucha su palabra llena de júbilo nupcial, experimenta una alegría tan grande que podría compararse a la que hace feliz a la virgen casada con él, la cual en aquella palabra empieza a degustar la miel de las palabras nupciales. Esta es mi alegría y es completa. ¿Qué otra cosa hace el amigo del novio, después de haberle servido durante meses y habiéndole conducido a la esposa hasta el hogar? Se retira y desaparece. ¡Así hago yo! Uno solo queda, el esposo con la esposa: el Hombre con la Humanidad. ¡Oh, qué palabra más profunda! ■ Es necesario que Él crezca y que yo disminuya. Quien viene del Cielo está por encima de todos. Patriarcas y Profetas desaparecen a su llegada, porque Él es como el sol, que todo ilumina y su luz es tan fuerte que los astros y planetas, que no tienen luz propia, se revisten de ella, y los que aún no están apagados desaparecen en el supremo resplandor del sol. Esto sucede porque Él viene del Cielo, mientras los Patriarcas y Profetas irán al Cielo, pero del Cielo no vienen. Quien viene del Cielo es superior a todos, y anuncia lo que ha visto y oído. Pero ninguno de entre los que no tienden al Cielo, renegando por ello de Dios, podrá aceptar su testimonio. Quien acepta el testimonio del que ha bajado del Cielo, demuestra, con este acto suyo de creer, que Dios es verdadero y no una fábula exenta de verdad, y escucha a la Verdad porque su ánimo está deseoso de ella. Porque aquel a quien Dios ha enviado pronuncia palabras de Dios, pues Dios le da el Espíritu con plenitud, y el Espíritu dice: ‘Heme aquí. Tómame, que quiero estar contigo, Tú, delicia de nuestro amor’. Porque el Padre ama al Hijo sin medida y todas las cosas las ha puesto en su mano. Por eso quien cree en el Hijo tiene la vida eterna; mas quien se niega a creer en el Hijo, no verá la Vida, y la cólera de Dios permanecerá en él y sobre él». Esto dijo. Estas palabras me las he grabado en la memoria para repetirlas”. Jesús: “Te alabo y te doy las gracias por ello”.
* “El último Profeta de Israel, por haber sido adornado de dones divinos desde el vientre de su madre, es el que más se acerca al Cielo… También en esto fue Precursor: precedió a los redimidos, porque de seno a seno se derramó la Gracia, y penetró, y cayó la Culpa de Origen del alma del niño”.- ■ Jesús añade: “El último Profeta de Israel no es aquél que desciende del Cielo, pero, por haber sido adornado de dones divinos desde el vientre de su madre —vosotros no lo sabéis, pero Yo os lo digo— es el que más se acerca al Cielo”. ■ Los tres pastores se muestran ansiosos de saber, así como también los discípulos: “¿Qué cosa? ¿Qué cosa? ¡Cuenta!… Él dice de sí mismo: «Yo soy el pecador»”. Jesús: “Cuando mi Madre me llevaba, a mí-Dios en su vientre, fue a servir —porque es la humilde y amorosa—, a la madre de Juan, prima de ella por parte de su madre, que había quedado embarazada en su vejez. El Bautista tenía ya su alma, porque era el séptimo mes de su formación (2). Y este germen de hombre encerrado en el seno materno, saltó de alegría al oír la voz de la Esposa de Dios ■ También en esto fue Precursor: precedió a los redimidos, porque de seno a seno se derramó la Gracia, y penetró, y cayó la Culpa de Origen del alma del niño. Por ello Yo os digo que sobre la Tierra hay tres que son poseedores de la Sabiduría, del mismo modo que en el Cielo Tres son los poseedores de la Sabiduría: el Verbo, la Madre, y el Precursor, en la Tierra; el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo, en el Cielo”. Matías: “Nuestro corazón está lleno de estupor… Casi como cuando se nos dijo: «Ha nacido el Mesías…». Porque eres Tú el abismo de la Misericordia y este Juan nuestro es el abismo de la humildad”. Jesús: “Y mi Madre es el abismo de la Pureza, de la Gracia, de la Caridad, de la Obediencia, de la Humildad, de toda virtud que sea de Dios y que Dios infunde en sus santos”. (Escrito el 11 de Marzo de 1945).
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1  Nota  : Cfr. Ju. 3,22-36.   2  Nota    “Tenía su alma, porque estaba en el séptimo mes de su formación”. Esta afirmación no excluye que el alma sea infundida el primer instante de la concepción. Lo que parece más bien, es que quiere rechazar la opinión de que el individuo reciba su alma en el momento del nacimiento o, incluso, después de haber nacido. La sacralidad de la vida humana, desde su concepción se afirma en esta Obra. Como muestra, se ofrecen estas dos frases de Jesús pronunciadas en otros episodios de la Obra: 1) “Si, matando a la madre, mato también a su fruto, entonces Dios me pedirá cuentas de dos seres, porque el vientre que engendra a un nuevo hombre, según el mandamiento de Dios es sagrado, como es sagrada la pequeña vida que en aquél va madurando, a la que Dios ha dado un alma”. 2) “Y ahora escuchadme vosotras, mujeres, que calladas y sin castigo alguno asesináis tantas vidas. Separar de vuestro seno un fruto que crece en él, por el hecho de que provenga de culpable simiente, o porque sea un vástago no deseado, una carga a vuestro lado, o una carga para vuestra economía, también es matar”.
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(<Jesús está atravesando los pueblos de Samaria junto con sus apóstoles, en dirección a Galilea>)

2-142-379 (3-2-10).- Lección de Jesús a sus discípulos sobre si es justo o injusto que discípulos del Bautista abandonen al Bautista para venir donde Él (1).- La Gracia.
* El santo no se apega a estas cosas, no trabaja con vistas al número de fieles «propios». Él no tiene fieles propios, sino que trabaja para aumentarle más fieles a Dios. Sólo Dios tiene derecho a tener fieles”.- ■ Dice Jesús: “Es difícil, sí. Vosotros, por el momento, só­lo tenéis que obedecer: a Dios y a vuestro Maestro. Tú, y no sólo tú, te preguntas por qué hago o no ciertas cosas; te preguntas por qué Dios permite o no tales cosas. Mira, Pedro, y todos vosotros, amigos míos. Uno de los secretos del perfecto fiel consiste en no arrogarse nunca el derecho de interrogar a Dios. El que todavía está poco formado pregunta a Dios: «¿Por qué haces esto?». Y parece como si se pusiera a representar el papel de un profesor experimentado ante un escolar pa­ra decir: «Esto no se hace, es una necedad, un error». ¿Quién puede superar a Dios? ■ Como podéis ver, ahora me rechazan bajo el pretexto de celo por Juan. Esto os escandaliza, y quisierais que rectificase el error entrando en polémica contra los que obran así. No. No. Jamás. Ya habéis oído lo que el Bautista, por boca de sus discípulos, ha dicho: «Es necesario que Él crezca y yo merme». Es decir, ningún lamento, ningún aferramiento a su posición. El santo no se apega a estas cosas, no trabaja con vistas al número de fieles «propios». Él no tiene fieles propios, sino que trabaja para aumentarle más fieles a Dios. Sólo Dios tiene derecho a tener fieles. Por tanto, de la misma forma que Yo no me duelo de que, de buena o mala fe, algunos per­manezcan con el Bautista, él tampoco se aflige —ya le habéis oído— por el hecho de que discípulos suyos vengan a Mí; está despegado de estas pequeñeces numéricas. Pone su mirada en el Cielo, como Yo. Así, pues, no estéis litigando entre vosotros sobre si es justo o no que los judíos me acusen de arrebatarle discípulos al Bautista, o so­bre si es justo o no que estas cosas se dejen decir. Disputas de este ti­po son propias de mujeres charlatanas en torno a una fuente. Los santos se ayudan, se dan y se intercambian los espíritus con jovial facilidad, sonrientes por la idea de trabajar para el Señor”.
* “Se acerca el momento en que, una impalpable cosa, invisible, será reina, la «restablecida» reina, pudiente y santa. Por ella el hombre quedará restablecido como «hijo de Dios» y obrará lo que Dios obra, porque tendrá a Dios consigo. La Gracia: ésta es la reina que está volviendo. Entonces el bau­tismo será sacramento”.- Jesús: “Yo he bautizado, es más, os he puesto a bautizar, porque tan pe­sado es, ahora, el espíritu, que es necesario presentarle formas ma­teriales de piedad, de milagro y de enseñanza. Por causa de esta pe­santez espiritual tendré que recurrir a la ayuda de cosas materiales cuando quiera que obréis milagros. Pero, creedlo, no estará en el aceite, ni en el agua, ni en ceremonias, la prueba de la santidad. Se acerca el momento en que una impalpable cosa, invisible, inconcebi­ble para los materialistas, será reina, la «restablecida» reina, pu­diente en todo lo santo, santa en toda cosa santa. Por ella el hombre quedará restablecido como «hijo de Dios» y obrará lo que Dios obra, porque tendrá a Dios consigo. La Gracia: ésta es la reina que está volviendo. Entonces el bau­tismo será sacramento. Entonces el hombre hablará y comprenderá el lenguaje de Dios, y la Gracia dará vida y Vida, dará poder de cien­cia y de potencia; entonces… ¡oh! ¡entonces!… Mas todavía no tenéis la madurez suficiente para comprender lo que os va a conceder la Gracia. Os ruego que ayudéis su venida con una continua obra de formación de vosotros mismos, y que abandonéis las cosas inútiles propias de hombres mezquinos”. (Escrito el 21 de Abril de 1945).
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1  Nota  : Cfr. Ju. 4,1-4.
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(<Jesús, en estos momentos, está conversando con un grupo de notables samaritanos de Sicar, que se han acercado a Jesús para invitarle a que entre en su ciudad de Sicar, después de haber oído decir a Fotinái, la mujer samaritana [Ju. 4,4-42] con la que Jesús conversó junto al pozo de Jacob, que el rabí Jesús, un gran profeta, no desdeñaba de hablar con los samaritanos. Cerca de estas tierras Juan Bautista ejerce su ministerio>)
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2-144-387 (3-4-20).- Insatisfacción perenne de todos los cismáticos (samaritanos): no sentirse seguros de estar en la Verdad y de sentirse leprosos ante Dios.
* “En verdad te digo que el no haberos persuadido, el no haberos conducido de nuevo a Dios, será la acusación principal contra el resto de Israel”.- ■ Hablan mientras se dirigen a la ciu­dad. “Somos los separados, al menos así se dice. Hemos nacido con esta fe y no sabemos si es justo dejarla. Además… —sí, contigo pode­mos hablar, lo percibo— además también nosotros tenemos ojos pa­ra ver y cerebro para pensar. Cuando, por viajes o exigencias comer­ciales, pasamos a vuestra tierra, todo lo que vemos no es suficiente­mente santo como para persuadirnos de que Dios esté con vosotros los de Judá, ni tampoco con vosotros los galileos”. Jesús: “En verdad te digo que el no haberos persuadido, el no haberos conducido de nuevo a Dios —no con ofensas y maldiciones, sino con el ejemplo y la caridad— será la acusación principal contra el resto de Israel”. Samaritano: “¡Cuánta sabiduría tienes! ¿¡Estáis oyendo!?”. Todos asienten con un murmullo de admiración.
* “Aunque siguiéramos la vía del Bien, siempre seremos unos leproos ante los ojos de Dios”.- “Te respondo con Ezequiel: «Todas las al­mas son mías»… pero morirá sólo el alma que haya pecado». Si un hombre es justo, si no es idólatra, si no fornica, si no roba… será justo ante mis ojos y tendrá vida verdadera”.- ■ Entretanto, han llegado a la ciudad. Muchas otras personas se acercan mientras se dirigen a una de las casas. Samaritano: “Escucha, Rabí. Tú que eres sabio y bueno, resuélvenos una duda; de ello puede depender buena parte de nuestro futuro. Tú, que eres el Mesías —restaurador, por tanto, del reino de David—, debes sentir alegría de restablecer la unión, con el cuerpo del Estado, de este miembro separado; ¿no es verdad?”. Jesús: “Me preocupo no solo de reunir las partes separadas de una entidad caduca, sino de conducir de nuevo a Dios a todos los espíri­tus. Esta es mi preocupación. Me siento dichoso cuando restauro la Verdad en un corazón. Pero… expón tu duda”. Samaritano: “Nuestros padres pecaron. Desde entonces Dios mira con ojos de desagrado a las al­mas de Samaria. Por tanto, aunque siguiéramos la vía del Bien, ¿qué beneficios obtendríamos? Siempre seremos unos leprosos ante los ojos de Dios”. Jesús: “Vuestra duda es el eterno pesar, la insa­tisfacción perenne de todos los cismáticos. Te respondo también con Ezequiel (1) «Todas las al­mas son mías, dice el Señor, —tanto la del padre como la del hijo—, pero morirá sólo el alma que haya pecado». Si un hombre es justo, si no es idólatra, si no fornica, si no roba y no practica la usura, si tiene misericordia de la carne y del espíritu de los demás, será justo ante mis ojos y tendrá vida verdadera. ¿Si un justo tiene un hijo rebelde, éste tendrá la vida por haber sido justo su padre? No, no la tendrá. Y, si el hijo de un pecador es justo, ¿morirá como su padre por ser hijo suyo? No; vivirá con eterna vida por haber sido justo. No sería justo que uno cargase con el pecado del otro. El alma que haya pecado mo­rirá, la que no haya pecado no morirá. Pero, aun quien haya pecado podrá tener la verdadera vida si se arrepiente y se allega a la Justi­cia. El Señor Dios, el único y solo Señor, dice: «No quiero la muerte del pecador, sino que se convierta y tenga la Vida». Para esto me ha enviado, ¡oh hijos extraviados!, para que tengáis la verdadera vida. Yo soy la Vida. Quien cree en Mí y en quien me ha enviado tendrá la vi­da eterna, aunque hasta este momento haya sido un pecador”. Samaritano: “Hemos llegado a mi casa, Maestro. ¿No sientes horror de entrar?”. Jesús: “Sólo me produce horror el pecado”. Samaritano: “Entra entonces, haz aquí un alto en tu camino. Compartiremos el pan, y luego, si no te es molestia, nos distribuirás la palabra de Dios; dicha por Ti tiene otro sabor… ■ Nosotros tenemos aquí un tormento: el de no sentirnos seguros de estar en la verdad…”. Jesús: “Todo se calmaría si os atrevierais a ir con franqueza a la Verdad. Que Dios hable en vosotros, ciudadanos”. (Escrito el 23 de Abril de 1945).
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1  Nota  : Cfr. Ez. 18,4-22.
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2-148-399 (3-8-33).- Jesús visita a Juan el Bautista en las cercanías de Enón.
* “Vengo para hacer feliz tu corazón y el mío. Me querías ver, Juan. Aquí estoy. Gracias porque has cumplido y cumples, con la perfección de la Gracia que hay en ti, tu misión de Precursor mío”.- ■ Es una clara noche de luna. Tan clara, que el terreno aparece con todos sus detalles, y los campos, con el trigo nacido pocos días antes, parecen alfombras de felpa verde plateada, por los que atraviesan las lis­tas oscuras de los senderos; y, a sus lados cual vigilantes, están los troncos de los árbo­les: del todo blancos por el lado de la luna; del todo negros por el lado Oeste. Jesús va caminando seguro y solo. Avanza muy deprisa por su camino, hasta que se encuentra con un curso de agua que desciende gorgoteando hacia la llanura en dirección Norte-Este. Sube por su curso hasta un lugar solitario, cercano a una escarpadura cubierta de árboles. Tuerce otra vez, trepando por un sendero, y llega a un refugio natural que está en la falda de la colina. ■ Entra. Se inclina hacia un cuerpo extendido en el suelo, un cuerpo que apenas puede verse a la luz de la luna, que ilumina, sí, el sendero, pero no penetra en la cueva. Le llama: “Juan”. El hombre se despierta y se incorpora, todavía entre las nieblas del sueño. Pronto se da cuenta de quién es el que le ha llamado y se levanta bruscamente, para postrarse en tierra diciendo: “¿Cómo es que viene a mí mi Señor?”. Jesús: “Para hacer feliz tu corazón y el mío. Me querías ver, Juan. Aquí estoy. Levántate. Vamos a salir a la luz de la luna. Sentémonos a conversar en esta peña que hay junto a la cueva”. Juan obedece, se levanta y sale. Mas, una vez que Jesús se ha sentado, él, con la piel de oveja que mal cubre su flaquísimo cuerpo, se pone de rodillas, frente a Cristo, echándose hacia atrás sus ca­bellos largos y desordenados que le pendían por delante de los ojos, para ver mejor al Hijo de Dios. El contraste es muy grande: Jesús, de tez pálida, rubio, cabellos bien peinados y corta barba en la parte baja del rostro; el otro, todo él, una mata de pelos negrísimos, tras los cuales apenas si aso­man dos ojos hundidos (yo diría febriles por el fuerte brillo de su ne­gro de azabache). ■ Jesús: “Vengo a decirte «gracias». Has cumplido y cumples, con la per­fección de la Gracia que hay en ti, tu misión de Precursor mío. Cuan­do llegue la hora, entrarás en el Cielo, a mi lado, porque habrás me­recido todo de Dios; pero ya durante la espera tendrás la paz del Se­ñor, querido amigo mío”.
* “Muy pronto entraré en la paz. Bendice, Maestro mío y Dios mío, a tu siervo para que encuentre fuerzas en su última prueba. Sé que está cerca­na. Me preocupo de mis discípulos. Te devuelvo los tres tuyos, que en espera de Ti, han sido perfectos discípulos míos; en ellos, sobre todo en Matías, habita realmente la Sabiduría”.- Dice el Bautista: “Muy pronto entraré en la paz. Bendice, Maestro mío y Dios mío, a tu siervo para que encuentre fuerzas en su última prueba. Sé que está cerca­na, y que debo dar todavía un testimonio: el de la sangre. Y Tú, mejor que yo, sabes que mi hora está llegando. Tu venida aquí, es muestra de tu misericordiosa bondad, de tu cora­zón de Dios, para fortalecer al último mártir de Israel y al primer mártir del nuevo tiempo. Dime sólo una cosa: ¿Voy a tener que esperar mucho hasta que vengas?”. Jesús: “No, Juan. No mucho más de cuanta diferencia existió entre tu nacimiento y el mío”. Bautista: “¡Bendito sea el Altísimo! Jesús… ¿Puedo llamarte así?”. Jesús: “Lo puedes, porque eres mi pariente y porque eres santo. El Nombre, pronunciado incluso por los pecadores, puede pronunciarlo el santo de Israel. Pa­ra ellos significa salvación. Sea para ti dulzura. ■ ¿Qué quieres de Je­sús, tu Maestro y primo?”. Bautista: “Voy a la muerte. Me preocupo de mis discípulos como un padre lo hace con sus hijos. Mis discípulos… Tú, que eres Maestro, sabes cuán vivo es nuestro amor por ellos. La única pena que tengo al morir es el temor a que se pierdan, como ovejas sin pastor. Recógelos Tú. Te devuelvo los tres tuyos (1), que, en espera de Ti, han sido perfectos discípulos míos; en ellos, sobre todo en Matías, habita realmente la Sabiduría. Tengo otros discípulos que irán a Ti. Deja de todas formas que te confíe personalmente a estos tres; son los tres preferidos”. Jesús: “También Yo les profeso este amor. Ve tranquilo, Juan. No pere­cerán ni éstos ni los otros verdaderos discípulos que tienes. Recojo tu herencia. La cuidaré como el tesoro más querido, que Yo el Señor haya recibido de su per­fecto amigo mío y siervo”.
* Tú eres mi Juan. Aquel día, en el Jordán, Yo era el Mesías que se estaba manifestando; aquí, ahora, soy tu primo y tu Dios, que te quiere darte el viático de su amor de Dios y de pariente”.- ■ Juan se postra y se inclina profundamente hasta tocar el suelo y —cosa que parece imposible en un personaje tan austero— solloza fuertemente, de alegría espiritual. Jesús le pone una mano sobre la cabeza: “Tu llanto, que es ale­gría y humildad, encuentra su eco en un lejano canto, al son del cual tu pequeño corazón saltó de júbilo. Aquel canto y este llanto son el mismo himno de alabanza al Eterno, que «ha hecho grandes cosas; Él, que es poderoso en los espíritus humildes». ■ Mi Madre también va a entonar de nuevo su canto, el mismo que en aquel momento cantó. Pero, después, Ella recibirá la mayor de las glorias, como tú tras tu martirio. Te traigo su saludo. Todos los salu­dos y todos los consuelos. Lo mereces. Aquí, no tienes más que la mano del Hijo del hombre que está sobre tu cabeza; mas del Cielo abierto des­ciende la Luz y el Amor para bendecirte, Juan”. Bautista: “No merezco tanto. Soy tu siervo”. Jesús: “Tú eres mi Juan. Aquel día, en el Jordán, Yo era el Mesías que se estaba manifestando; aquí, ahora, soy tu primo y tu Dios, que te quiere darte el viático de su amor de Dios y de pariente. ■ Levánta­te, Juan. Démonos el beso de despedida”. Bautista: “No merezco tanto… Lo he deseado siempre, durante toda la vida, y, sin embargo, no me atrevo a besarte. Tú eres mi Dios”. Jesús: “Yo soy tu Jesús. Adiós. Mi alma estará al lado de la tuya hasta la paz. Vive y muere en paz, por amor a tus discípulos. Ahora sólo puedo darte esto. En el Cielo te daré el ciento por ciento, porque has hallado toda gracia ante los ojos de Dios”. ■ Le levanta y le abraza besándole en las mejillas, re­cibiendo a su vez el beso de Juan, quien, tras ello, vuelve a arrodillar­se. Jesús le impone las manos y ora con los ojos levantados al cielo. Pa­rece como si le estuviera consagrando. Jesús se manifiesta imponente. El silencio se prolonga, así, durante un tiempo. Luego Jesús se despide con su dulce saludo. “Mi paz esté siempre contigo” y em­prende el mismo camino por el que vino. (Escrito el 27 de Abril de 1945).
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1  Nota  : Los tres tuyos. Ahora, discípulos del Bautista. Cfr. Personajes de la Obra magna: Pastores de Belén.
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(<Jesús acaba de predicar en Guerguesa, una ciudad al otro lado del lago de Genesaret. Imparte su bendición y se encamina a una casa>)
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2-159-444 (3-19-81).- Respuesta de Jesús a los discípulos de Juan el Bautista sobre su relación con los gentiles y sobre el ayuno (1).
* “Siendo el Verbo de Dios, es mi deber llevar su Palabra a todos los hombres, hijos del Padre universal. De Adán, cabeza de toda la humanidad, proceden tanto los hebreos como los romanos; y Adán es hijo del Padre, que le dio su semejanza espiritual”.- ■ Un grupo de ancianos le detie­ne; le saludan respetuosamente y dicen: “¿Podemos preguntarte una cosa, Señor? Somos discípulos de Juan. Siempre habla de Ti. Ha llegado a nuestros oídos la fama de tus prodigios. Así que hemos queri­do conocerte. Ahora bien, oyéndote, se nos ha planteado una pregun­ta que desearíamos hacerte”. Jesús les dice: “Exponedla. Si sois discípulos de Juan estaréis ya en el camino de la justicia”. Discípulo de Juan: “Dijiste, al hablar de la idolatría común entre los fieles, que en medio de nosotros hay personas que trafican entre la Ley y los que no siguen la Ley. Ahora bien, Tú también eres amigo de éstos úl­timos —sabemos, en efecto, que no rechazas a los romanos—. ¿Entonces?”. Jesús: “No lo niego. Pero ¿podéis afirmar que lo haga para obtener de ellos algún provecho? Ni siquiera busco su protección. ¿O po­déis, acaso, afirmar lo contrario, porque los trate con benignidad?”. Discípulo de Juan: “No, Maestro, de ello estamos más que seguros, pero el mundo no está hecho sólo de nosotros, que queremos creer solamente en el mal que vemos y no en el de que se nos cuenta. ■ Explícanos las razones que pueden fundar este acercamiento a los gentiles; hazlo para instruc­ción nuestra y para que te podamos defender, si alguien te calumnia en nuestra presencia”. Jesús: “Estos contactos son malos cuando se hacen por un fin humano, no lo son cuando se hacen con la intención de llevarlos al Señor Dios nuestro. Así actúo Yo. Si fuerais gentiles, podría detenerme a explicaros cómo todo hombre procede de un único Dios; pero sois hebreos, y además discí­pulos de Juan; sois, por tanto, la flor de los hebreos, y no es necesa­rio que os lo explique. Estáis, pues, ya en condiciones de entender y creer que, siendo el Verbo de Dios, es mi deber llevar su Palabra a todos los hombres, hijos del Padre universal”. Discípulo de Juan: “Pero ellos no son hijos, porque son paganos…”. Jesús: “No lo son por lo que se refiere a la Gracia; no lo son por su equivocada fe: esto es verdad; pero, hasta que no os haya redimido, el hombre —incluyo al hebreo— ha perdido la Gracia, está privado de ella, porque la Mancha de Origen impide a que el rayo inefable de la Gracia descienda a los corazones. De todas formas, por la creación el hombre es siempre hijo. De Adán, cabeza de toda la humanidad, proceden tanto los hebreos como los romanos; y Adán es hijo del Padre, que le dio su semejanza espiritual”. Discípulo de Juan: “Es verdad”.
* “Toda conversión significa una fies­ta nupcial para mi alma. ¿Os parecería lógico que mis amigos hicieran duelo mientras Yo exulto de gozo y estoy con ellos? Día llegará en que no me tendrán. Entonces ayunarán, y mucho”.- Discípulo de Juan: “Otra pregunta, Maestro. ¿Por qué los discípulos de Juan hacen grandes ayunos y los tuyos no? No decimos que Tú no tengas que comer —también el profeta Daniel, aun siendo grande en la corte de Babilonia, fue santo a los ojos de Dios, y Tú eres superior a él—, pero ellos…”. Jesús: “La cordialidad obtiene muchas veces lo que no se consigue con el rigorismo. Hay quienes jamás se acercarían al Maestro, y debe ser el Maestro quien vaya a ellos. Hay otros que sí se acercarían al Maestro, pero se avergüen­zan de andar entre la multitud. También a ellos debe ir el Maestro. Y, cuando me dicen: «Ven a mi casa para que pueda conocerte», acepto, no por el placer de una mesa opulenta o el placer de los discursos —que a veces me resultan muy penosos— sino una vez más y siempre por los intereses de Dios. Esto por lo que respecta a Mí. ■ Frecuentemente al menos una de las almas con las que tengo contac­to de esta manera se convierte. Toda conversión significa una fies­ta nupcial para mi alma, una gran fiesta en la que participan todos los ángeles del Cielo, —y la bendice el eterno Dios—, y mis discípul­os, o sea, los amigos del Esposo, exultan con el Esposo y Amigo. ¿Os parecería lógico que mis amigos hicieran duelo mientras Yo exulto de gozo y estoy con ellos? Día llegará en que no me tendrán. Entonces ayunarán, y mucho”.
* “A nuevos tiempos, nuevos métodos. Nadie cose un pedazo de paño nuevo en un vestido viejo. De la misma forma, nadie mete vino nuevo en odres viejos”.- Jesús: “A nuevos tiempos, nuevos métodos. Hasta ayer, hasta Juan el Bautista, era el tiempo de la Penitencia; hoy —en Mi hoy— se hace presente el dulce maná de la Redención, de la Misericordia, del Amor. Los métodos anteriores no podrían vi­vir injertados en el mío, como tampoco se habría podido usar el mío entonces —sólo ayer— porque la Misericordia todavía no estaba en la Tierra. Ahora sí que está. Ya no es el Profeta el que está en el mundo, sino el Mesías, en quien Dios ha delegado todo. ■ A cada tiem­po las cosas que le son útiles. Nadie cose un pedazo de paño nuevo en un vestido viejo, porque si lo hace —sobre todo al lavarlo— la te­la nueva encoge y rompe la tela vieja, con lo cual el roto se hace to­davía mayor. De la misma forma, nadie mete vino nuevo en odres viejos, porque el vino rompe los odres, incapaces de sopor­tar la efervescencia del vino nuevo, los desgarra y se derrama fuera de ellos. Por el contrario, el vino viejo, que ya ha sufrido todas las mutaciones (ya fermentado), hay que meterle en odres viejos, y el nuevo en nuevos, para que, a una fuerza, se oponga otra igual. Esto es lo que sucede ahora: la fuerza de la nueva doctrina aconseja métodos nuevos para difundirla, y Yo, co­nocedor como soy, los pongo en práctica”.
* “Mar­chaos, gozad de vuestro Juan mientras podáis, y hacedle feliz; luego me amaréis a Mí, aunque os resultará trabajoso, porque nadie que haya gustado el vino viejo desea de repente el vino nuevo”. Discípulo de Juan: “Gracias, Señor. Ahora estamos satisfechos. Ruega por nosotros. Somos odres viejos. ¿Seremos capaces de contener tu fuerza?”. Jesús: “Sí, porque habéis sido curtidos por Juan el Bautista, y porque sus oraciones, unidas a las mías, os darán la necesaria capacidad. Marchaos con mi paz y decidle a Juan que le bendigo”. Discípulo de Juan: “¿Pero Tú qué piensas, que es mejor permanecer con Juan o ir con­tigo?”. Jesús: “Mientras haya vino viejo, bebedlo, si ya a vuestro paladar le gusta su sabor; después… desearéis el vino nuevo porque el agua putrefacta que en todas partes se encuentra os dará asco”. Discípulo de Juan: “¿Crees que volverán a prender al Bautista?”. Jesús: “Sí. Sin duda. De todas formas ya le he enviado un aviso. Mar­chaos, marchaos, gozad de vuestro Juan mientras podáis, y hacedle feliz; luego me amaréis a Mí, aunque os resultará trabajoso, porque nadie que haya gustado el vino viejo desea de repente el vino nuevo, sino que dice: «El viejo era mejor». Efectivamente, Yo tendré sabores especiales, que os parecerán ásperos. No obstante, vuestro paladar, de día en día, irá apreciando su sabor vital. Adiós, amigos. Que Dios esté con vosotros”. (Escrito el 9 de Mayo de 1945).
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1  Nota  : Cfr. Mt. 9,14-17; Mc. 2,18-22; Lc. 5,33-39.
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(<Jesús acaba de pronunciar la parábola del sembrador —relatada en el tema “Sacerdotes”—. Pedro pide una explicación>)
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3-180-146 (3-40-239).- “¿Por qué les hablas en parábolas?”.- Magisterio infalible para Pedro y sucesores.
“Les hablo en parábolas a ellos para que viendo vean sólo lo que les ilumina su voluntad de seguir a Dios; para que oyendo —con la misma voluntad de adhesión— oigan y comprendan. ¡Vosotros veis! Muchos oyen mi palabra, pocos se adhieren a Dios; es incompleta la buena voluntad de sus espíritus. En ellos se cumple la profecía de Isaías”.- ■ También los otros apóstoles se unen a Pedro diciendo: “Sí. Lo has prometido. Las parábolas sirven para comprender la comparación, pero nosotros comprendemos que su espíritu supera la comparación. ¿Por qué les hablas en parábolas?”. Jesús les dice: “Porque a ellos no se les concede entender más de lo que explico. A vosotros se os tiene que dar mucho más, porque vosotros, mis apóstoles, debéis conocer el misterio; por tanto, se os concede entender los misterios del Reino de los Cielos. Por esto os digo: «Preguntad, si no comprendéis el espíritu de la parábola». Vosotros dais todo, y todo se os debe dar, para que a vuestra vez podáis dar todo. Vosotros dais todo a Dios: afectos, tiempo, intereses, libertad, vida. Y Dios os da todo para compensaros y haceros capaces de dar todo en nombre de Dios a quienes vienen después de vosotros. De este modo, a quien ha dado le será dado, y con abundancia; pero, a quien sólo ha dado parcialmente o no ha dado en absoluto, le será incluso quitado lo que tenga. ■ Les hablo en parábolas a ellos para que viendo vean sólo lo que les ilumina su voluntad de seguir a Dios; para que oyendo —con la misma voluntad de adhesión— oigan y comprendan. ¡Vosotros veis! Muchos oyen mi palabra, pocos se adhieren a Dios; es incompleta la buena voluntad de sus espíritus. En ellos se cumple la profecía de Isaías: «Oiréis con los oídos pero no comprenderéis, miraréis con los ojos pe­ro no veréis». Porque este pueblo tiene un corazón insensible; sus oí­dos son duros y han cerrado los ojos para no oír y para no ver, para no comprender con el corazón y no convertirse para que los cure. ¡Pe­ro, dichosos vosotros por vuestros ojos que ven, por vuestros oídos que oyen, por vuestra buena voluntad! En verdad os digo que muchos profetas y justos desearon ver lo que vosotros veis y no lo vieron y oír lo que vosotros oís pero no lo oyeron. Se consumieron en el deseo de comprender el misterio de las palabras, pero, apagada la luz de la profecía, las palabras permane­cieron como carbones apagados, incluso para el santo que las había recibido y pronunciado”.
* Magisterio infalible para Pedro: “Será infalible tu magisterio respecto a las cosas del Reino de Dios. Y, como en ti, en tus sucesores, si viven de Dios como su único pan”.- ■ Jesús prosigue: “Sólo Dios se devela a Sí mismo. Cuando su luz se retira, una vez terminado su fin de iluminar el misterio, la incapacidad de comprender envuelve —como las vendas de una momia—  la regia verdad de la palabra recibida. Por esto te he dicho, Pedro, esta mañana: «Un día volve­rás a encontrar todo lo que te he dado». Ahora no puedes retenerlo. Pero tiempo llegará en que la luz vendrá sobre ti,  y no sólo por un instante sino en una inseparable unión del Espíritu eterno con el tuyo, por lo cual será infalible tu magisterio respecto a las cosas del Reino de Dios. Y, como en ti, en tus sucesores, si viven de Dios como su único pan” (1). (Escrito el 7 de Junio de 1945).
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1  Nota  : Condición puesta a la infalibilidad del Papa: “si viven de Dios como su único pan”. Tal condición debió provocar una objeción por parte del Padre Migliorini, a quien María Valtorta transmitió la respuesta dada por Jesús, escribiéndola, con fecha 30 de junio de 1945, por las dos partes de una hoja pequeña que encontramos intercalada entre las Páginas autógrafas del cuaderno. De esta observación, que podrá figurar íntegramente en un comentario de la Obra, reseñamos aquí los fragmentos relevantes: […] me responde Jesús: «[…] Es cierto que la existencia de la infalibilidad papal en cosas de espíritu, en cualquier Vicario mío, prescindiendo de su forma de vida y posesión de virtud es verdad definida. Pero es también cierto que no podréis encontrar un dogma definido y proclamado por Papas privados –notoriamente o no–  de mi Gracia. El alma privada de la Gracia no puede tener como amigo al Espíritu Santo. […]. Pensar cosa semejante sería herético. Y como Dios es justo, así como trata al pobre, al rico, al laico, así al Sacerdote supremo. ■ Por desgracia hay zonas oscuras en la historia de mi Iglesia. Querer cerrar los ojos para no ver los puntos oscuros, quiere decir, vivir en la oscuridad en lo que se refiere a la Iglesia, aun en las épocas numerosas y brillantes, angelicalmente luminosas de ella. […]. La historia para ser historia y no cuento, debe ser imparcial. Las épocas oscuras, por otra parte, son a las que se alude en las profecías del pastor-ídolo (Cfr. Ez. 34; Jer. 23,1-4; Zac. 11, 4-17) y de Sobna, prefecto del Templo (Cfr. Is. 22; 36,1-37, 7= 2 Rey. 18,1-19,7) […]. Que duela y queme lo admito. Pero no es lícito pronunciar «anatema» a una verdad. ■ Descansad, por tanto, en esta certeza: que los dogmas son verdaderos, que la infalibilidad existe, y Yo no concedo dogmas a quien no lo merece. Y esto estaba incluido en la frase que ha suscitado la objeción. […]”.
.   El mismo concepto está presente en las palabras de Jesús al apóstol Santiago de Alfeo, que se reseñan más adelante en el episodio 4-258-185:  “Dios dará la Luz según los grados que tengáis. Dios no os dejará sin la Luz, a menos que la Gracia no quede apagada en vosotros por el pecado”.
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(<En el camino de Engannim, al pasar cerca del monte Carmelo, Jesús desvela a su primo Santiago de Alfeo el futuro destino para él, Santiago>)
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3-192-214 (3-53-311).- Una predicción para Santiago de Alfeo.
* Entonces Elías prosiguió diciendo al pueblo: `Soy el único que ha quedado de los profetas del Señor´… Hermano, adivina”.- ■ Santiago de Alfeo pregunta: “Señor, ¿aquélla cima es el Carmelo?”. Jesús: “Sí, hermano. Esa es la cadena del Carmelo. La cima más alta es la que da el nombre a la cadena”. Santiago: “Debe ser bello el mundo también desde allí. ¿Has estado alguna vez?”. Jesús: “Una sola vez al principio de mi predicación. Iba solo Yo. A sus pies curé a mi primer leproso. Pero iremos juntos para acordarnos de Elías…”. Santiago: “Gracias, Jesús. Como siempre me has comprendido”. Jesús: “Y como siempre te perfecciono, Santiago”. Santiago: “¿Por qué?”. Jesús: “El por qué está escrito en el Cielo”. Santiago: “¿No me lo dices, hermano, Tú que lees lo que está escrito en el Cielo?”. ■ Jesús y Santiago van caminando el uno a lado del otro; solo el pequeño Yabés (1), que va también de la mano de Jesús, puede oír la conversación confidencial de los dos primos, que se sonríen mirándose a los ojos. Jesús, pasando un brazo por encima de los hombros de Santiago para acercárselo aún más, le pregunta: “¿Realmente quieres saberlo? Pues bien, te voy a decir en forma de adivinanza; cuando encuentres la clave, serás sabio. Escucha: «Habiéndose reunido los falsos profetas en el monte Carmelo, se acercó Elías y dijo al pueblo: ‘¿Hasta cuándo seguiréis nadando en medio de dos aguas? Si el Señor es Dios, seguidle; si lo es Baal, seguid a éste’. El pueblo no respondió. Entonces Elías prosiguió diciendo al pueblo: ‘Soy el único que he quedado de los profetas del Señor’, y la única fuerza de este hombre solo era el grito: ‘Escúchame, Señor, escúchame para que este pueblo reconozca que eres el Señor Dios, y que has convertido de nuevo sus corazones’. Entonces cayó el fuego del Señor y devoró el holocausto» (2). Hermano, adivina”. ■ Santiago con la cabeza inclinada piensa, mientras Jesús sonríe. Caminan algunos metros, Santiago pregunta: “¿Tiene que ver con Elías o con mi futuro?”. Jesús: “Con tu futuro, naturalmente”. Santiago piensa nuevamente y luego dice en voz baja: “¿Estaré destinado a invitar a Israel para que siga de corazón un camino? ¿Seré llamado para ser el único que quede de Israel? Si es así, querrás decir que los otros serán perseguidos y dispersos y que… y que… elevaré mi oración a Ti por la conversión de este pueblo… como si fuese yo un sacerdote… como si fuese… una víctima… Si es así, Jesús, inflámame ya desde este momento…”. Jesús: “Lo estás ya. Pero el fuego ha de raptarte, como a Elías; por este motivo subiremos al Carmelo tú y Yo solos, y hablaremos”. Santiago: “¿Cuándo? ¿Después de la Pascua?”. Jesús: “Después de una Pascua, sí. Y entonces te diré muchas cosas”. (Escrito el 17 de Junio de 1945).
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1  Nota    Cfr. Personajes de la Obra magna: Marziam o Yabés.   2  Nota  : Cfr. 1 Re. 18,21-22 y 36-38.
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(<Desde Betania se dirigen hacia Belén. Al lado de Jesús van su Madre, María de Alfeo y María Salomé. Le siguen los apóstoles y el niño Marziam. La Virgen les va indicando los lugares transitados por Ella y José, hace treinta y dos años, en su camino a Belén. Ya en Belén visitan la gruta del nacimiento, describiendo, la Virgen, todas las circunstancias que rodearon al Nacimiento>)
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3-207-321 (4-69-424).- Una predicción para Pedro: protección del Padre, Hijo, Espíritu Santo y protección maternal de María Virgen en el ejercicio de su poder.
* Especie de paralelismo entre Trinidad celestial (Padre, Hijo, Espíritu Santo) y trinidad terrenal (Jesús, María, Pedro).  “…y cumplir así el deseo del Verbo: Redención del mundo a través de la perpetua enseñanza de su Iglesia”. ■ La Virgen termina su narración: “Entonces la Sabiduría divina nos guió, como era justo. El nacimiento de Jesús, su presencia en el mundo, debía presentarse sin nada que fuese extraordinario, que pudiese incitar a Satanás. Vosotros veis que el rencor que existe todavía en Belén contra el Mesías es una consecuencia de su primera epifanía. La envidia diabólica se aprovechó de la revelación para producir derramamiento de sangre, y para diseminar, por la sangre derramada, odio. ¿Estás contento, Simón de Jonás, que no hablas y como que casi no respiras?”. Pedro: “Tanto… tanto que me parece estar fuera del mundo, en un lugar más santo que si hubiese traspasado el velo del Templo… Tanto que… que ahora, que te he visto en este lugar y con la luz de entonces, me produce temblor el haberte tratado… con respeto, sí, pero solo como a una gran mujer; eso, como a una simple mujer. A partir de ahora, no me atreveré a decirte como antes: «María». Para mí, antes, eras la Madre de mi Maestro, ahora, ahora te he visto sobre la cima de aquellas olas celestiales, te he visto Reina; y yo, miserable, hago esto, como esclavo que soy” y se arroja al suelo y besa los pies de María. ■ Jesús ahora habla: “Levántate, Simón. Ven aquí, cerca de Mí”. Pedro va a la izquierda de Jesús, porque María está a la derecha. Jesús pregunta: “¿Quiénes somos ahora nosotros?”. Pedro: “¿Nosotros?… somos Jesús, María y Simón”. Jesús: “Muy bien, Pero… ¿cuántos somos?”. Pedro: “Tres, Maestro”. Jesús: “Entonces somos una trinidad. Un día en el Cielo, la divina Trinidad pensó: «Ahora es tiempo de que el Verbo vaya a la tierra». En un latido de amor el Verbo vino a la tierra. Se separó por ello del Padre y del Espíritu Santo (1). Vino a actuar a la tierra. En el Cielo, los otros Dos contemplaron las obras del Verbo, permaneciendo más unidos que nunca para fundir Pensamiento y Amor en ayuda de la Palabra, operante en la tierra. Llegará un día en que del Cielo vendrá esta orden: «Es tiempo que regreses porque todo está cumplido». ■ Entonces el Verbo regresará al Cielo, así… (y Jesús da un paso atrás dejando a María y a Pedro donde estaban) y desde lo alto del Cielo contemplará las obras de los dos que han quedado en la tierra, los cuales, por impulso santo, se unirán más que nunca, para unir poder y amor y con ellos cumplir el deseo del Verbo: la Redención del Mundo a través de la perpetua enseñanza de su Iglesia. Y el Padre y el Hijo y el Espíritu Santo harán con sus rayos de luz una cadena para estrechar, estrechar cada vez más a los dos que quedarán todavía sobre esta tierra: mi Madre, el amor; tú, el poder. Por tanto, tendrás que tratar a María como a una Reina, pero no como esclavo. ¿No te parece?”. Pedro: “Me parece todo lo que quieras. ¡Estoy anonadado! ¿Yo el poder? ¡Oh, si debo ser el poder, entonces no me queda más que apoyarme sobre Ella! ¡Oh, Madre de mi Señor, no me abandones jamás, jamás…!”. Virgen: “No tengas miedo. Te tendré siempre así de la mano, como hacía con mi Niño, hasta que fue capaz de caminar solo”. Pedro: “Y ¿después?”. Virgen: “Después te sostendré con mis plegarias. ¡Ea! Simón, no dudes jamás del poder de Dios. No dudé yo, ni tampoco José. Tampoco debes hacerlo. Dios ayuda hora tras hora, si permanecemos humildes y fieles”. (Escrito el 3 de Julio de 1945).
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1  Nota  : “El Verbo se separó del Padre y del Espíritu Santo… Palabra operante en la tierra”. Las expresiones antropomórficas, contenidas en este fragmento están en función del paralelismo entre Trinidad celeste y Trinidad terrena. En una copia mecanografiada, María Valtorta las esclarece del modo siguiente: “Dejó por ello el seno del Padre, el abrazo recíproco que forma el Espíritu Santo. Vino a actuar en la tierra. En el Cielo las otras dos personas contemplaron las obras del Verbo, permaneciendo, de todas formas, igualmente unidas a Él para fundirse, Pensamiento y Amor, con la Palabra operante en la tierra”.
.    Y las completa con la observación siguiente: “La unión hipostática por la cual el Verbo, existiendo realmente en la carne del Hijo de Dios y (de) María, no dejó de ser Uno con el Padre y, por lo tanto, con el Amor; no dejó de ser el Santo de los Santos, porque lo era por su divina Naturaleza, y lo fue en su Naturaleza humana, por Gracia y por Voluntad perfectísimas. De los muchos atributos divinos, durante su vida mortal y como Verbo hecho Hombre, no perdió (en un cierto sentido) sino la eternidad, pues murió, y su inmensidad, pues que estaba limitado en un cuerpo, siempre y solo durante los treinta y tres años, en que fue semejante a nosotros, a excepción del pecado”.
.    María Valtorta también nos dirá que la Divinidad, unida siempre hipostáticamente a Jesús-Hombre, no siempre era sensible para el Hombre-Redentor, el cual debía experimentar también ese grandísimo dolor, de no poder estar siempre en el Padre.
.    Para mayor información: Cfr. Anotaciones  n. 8: La unión hipostática
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(<Jesús con los apóstoles y las mujeres… van hacia la ciudad de Dora. Santiago de Alfeo, que va entre su madre y Susana, cuenta que Jesús le ha prometido subir los dos solos al Carmelo, y que le recordó las palabras y la oración de Elías en el Carmelo: “De los Profetas del Señor he quedado yo solo”. María de Alfeo está emocionada pero la emoción no mata su curiosidad ni la preocupación. ¿No habrá querido decir que van a encarcelar a su hijo Judas Tadeo, o… quizás matarle?… Porque si solo queda Santiago es señal de que los otros, incluso Judas… >)
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4-253-158 (4-116-717).- La predicción de Jesús sobre Santiago aflige a María de Alfeo. ¿Qué será entonces de su hijo Judas?.- Jesús y su Madre tratan de consolarla hablando sobre el valor redentor de su dolor de madre y desvelando el sentido sobrenatural de la maternidad espiritualizada.
* Ven aquí, María. No llores. Ya te consolé otra vez. En aquel momento  te prometí que aquel dolor te alcanzaría de Dios grandes gracias, para ti, para tu Alfeo, para tus hijos. Y no te mentí. Alfeo murió invocándome. Ahora este dolor tuyo obtendrá que el vacilante Simón y el reacio José imiten a tu Alfeo”.- ■ María de Alfeo deja al improviso donde están a Santiago y a Su­sana y, ligera como una jovencilla, vuelve hacia atrás corriendo, sin hacer caso a la pregunta que le dirige Judas Tadeo. Llega, como si alguien la estuviera persiguiendo, al grupo de Jesús. “Jesús mío, …estaba hablando con mi hijo… de lo que le dijiste… del Carmelo… de Elías… de los profetas… Dijiste… que Santiago se quedará solo… ¿Qué será de Judas, entonces? ¡Es mi hijo, sabes!” dice toda jadeante por la congoja y por la carrera realizada. Jesús: “Lo sé, María; como también sé que te sientes feliz de que sea mi apóstol. Date cuenta de que tú tienes todos los derechos como madre y Yo los tengo como Maestro y Señor”. María de Alfeo: “¡Es verdad… es verdad… pero Judas es mi hijito!…” y, vislumbrando un momento futuro, se echa a llorar con ganas. Jesús: “¡Oh, son lágrimas muy mal empleadas! Pero todo se le comprende a un corazón de madre. Ven aquí, María. No llores. Ya te consolé otra vez. En aquel momento te prometí que aquel dolor te alcanzaría de Dios grandes gracias, para ti, para tu Alfeo, para tus hijos…”. Jesús ha pasado su brazo por encima de los hombros de su tía y la ha juntado estrechamente a Sí… Ahora ordena a los que iban con Él: “Vosotros id adelante…”. ■ Luego, ya sólo con María Cleofás, sigue di­ciendo: “Y no mentí. Alfeo murió invocándome. Por eso, toda deu­da suya hacia Dios quedó cancelada. María, tu dolor obtuvo esta con­versión hacia el pariente al que antes Alfeo no había comprendido, hacia el Mesías a quien antes no había querido reconocer. Ahora, este dolor tuyo obtendrá que el vacilante Simón y el reacio José imiten a tu Alfeo”. María de Alfeo: “Sí, pero… ¿Qué vas a hacer con Judas, con mi Judas?”. Jesús: “Le amaré más aún de cuanto le amo ahora”. María de Alfeo: “No, no. Hay un presagio amenazador en esas palabras. ¡Oh, Je­sús! ¡Oh, Jesús!…”.
* “Hacer la voluntad de Dios a través el destino de nuestros hijos es el martirio redentor de nosotras las madres. ¡Tu oración de ahora para que (tu hijo Judas) llegue a una edad longeva, cómo te pesaría, cuando, en un Reino de Verdad y Amor, veas todas las cosas a través de las lu­ces de Dios y a través de tu maternidad espiritualizada!”.- ■ María Virgen vuelve hacia atrás porque, ante ese dolor cuya naturaleza todavía desconoce, quiere consolar también a su cuñada. En cuanto sabe de qué dolor se trata —porque su cuñada, al verla a su lado, llora aún más fuerte y se lo dice— se pone más pálida que la misma luna. María de Alfeo gime: “Dile tú que no, que no… la muerte para mi Judas…”. María Virgen, aún más pálida, le dice: “¿Podría pedir esto para ti, si ni siquiera para mi Hijo pido que sea salvado de la muerte? Ma­ría, di conmigo: «Hágase tu voluntad, Padre, en el Cielo, en la Tierra y en el corazón de las madres». Hacer la voluntad de Dios a través del destino de nuestros hijos es el martirio redentor de nosotras las madres… ■ Además… nadie ha confirmado que vayan a matarle a Judas, o matarle antes de que tú mueras. ¡Tu oración de ahora para que llegue a una edad longeva, cómo te pesaría entonces, cuando, en un Reino de Verdad y Amor, veas todas las cosas a través de las lu­ces de Dios y a través de tu maternidad espiritualizada! Entonces —estoy seguro de ello—, como bienaventurada y como madre, que­rrías que Judas fuera semejante a mi Jesús en su destino de reden­tor, y anhelarías vivamente tenerle pronto contigo, de nuevo, para siempre. Porque el tormento de las madres es verse separadas de sus hijos: un tormento tan grande, que creo que perdurará, como an­sia de amor (1), incluso en el Cielo que nos acogerá”. ■ El llanto de María —tan fuerte y en medio del silencio de un primer barrunto de alba— ha hecho que todos vuelvan atrás para saber lo que pasa, con lo cual han oído las palabras de María Virgen y la emoción se extiende: llora María de Magdala susurrando: “Y. yo le he procurado ese tormento a mi madre ya desde esta Tierra”; llora Marta diciendo: “La separación de los hijos y la madre significa dolor recíproco”; en los ojos de Pedro no falta un lagrimón. Por su parte el Zelote dice a Bartolomé: “¡Qué palabras de sabiduría para explicar lo que será la maternidad de una bienaventurada!”; “¡Y cómo —le responde Natanael— valorará las cosas una madre bienaventurada: a través de las luces de Dios y de la maternidad espiritualizada…! Se queda uno sin respiración, como ante un luminoso misterio”. Judas Iscariote dice a Andrés: “La maternidad, expresada en esos térmi­nos, se despoja de toda pesantez del sentido y se hace todo alas, digámoslo así. Da la impresión de estar viendo ya a nuestras madres transformadas en una inimaginable belleza”. Juan dice a su hermano: “Es verdad. La nuestra, Santiago, nos amará así. ¿Te imaginas lo perfecto que será entonces su amor?”, y es el único en que se dibuja una luz de sonrisa. ¡Tan­to le emociona gozosamente la idea de que su madre llegue a amar en modo perfecto! (Escrito el 14 de Agosto de 1945).
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1  Nota  : “Tormento… como ansia de amor”.- Esta expresión no es inexacta, porque ese tormento materno no perdura en el Cielo como tortura sino como amor.
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4-257-183 (4-120-744).- Retiro de Jesús y Santiago de Alfeo en el monte Carmelo.
* “Santiago, hermano mío, aquí pasaremos la noche, y no obstante el cansancio corporal, te ruego que pases la noche en oración, la noche y todo el día de mañana hasta esta hora. Un día completo no es mucho para recibir lo que Dios te quiere dar”.- ■ Jesús va subiendo con su primo Santiago al monte Carmelo. Ninguno de los dos habla. Jesús va sumido en sus pensamientos. Santiago, que se cree en el umbral de alguna revelación, va penetrado todo de un amor reverencial, invadido de un estremecimiento espiritual, y mira de tanto en tanto a Jesús, que, sumido en sus pensamientos, de vez en cuando, muestra una luminosa sonrisa en su majestuoso rostro. Mira a Jesús como miraría a Dios antes de encarnarse y con todo el resplandor de su inmensa majestad, y la cara de Santiago, muy semejante a la de San José, de un color moreno que se lleva bien con el suave rojo de las mejillas, se pone pálida de emoción. Pero respeta el silencio de Jesús. Caminan por escabrosas veredas, casi sin ver a los pastores que apacientan sus rebaños en verdes pastizales, que hay entre los bosques de acebos, robles, fresnos y otras plantas agrestes. Continúan ascendiendo y rozando con sus mantos las florecillas de los enebros verdes y las de oro de las ginestas, o bien los matorrales de esmeralda salpicada de perlas de los mirtos, o bien las cortinas removientes de las madreselvas y de algalias. Suben dejando atrás bosques y pastores hasta llegar, después de un fatigoso camino, hasta la cresta del monte, más exactamente un pequeño rellano adosado a una cresta coronada por robles gigantescos: limitado por una balaustrada de altos troncos que tienen por base las copas de los otros árboles de la pronunciada pendiente, de modo que es como si el pequeño prado estuviese apoyado sobre este susurrante soporte; separado del resto del monte, que no puede verse por los árboles de más abajo; a las espaldas del prado se ve el pico, que lanza sus árboles hacia el cielo; encima el cielo abierto; de frente, el abierto horizonte, que se enrojece a esta hora del ocaso, y que se extiende sobre el inmenso mar que parece encendido. ■ Una grieta (de amplitud apenas suficiente para que quepa un hombre no corpulento) de la tierra —si no hay desprendimiento es porque las raíces de los robles gigantes mantienen el terreno en una red de tenazas—, se abre en este rellano que un matorral de ramajes enredados parece prolongar, al extenderse horizontalmente desde su borde. Jesús abre su boca para decir: “Santiago, hermano mío, aquí pasaremos la noche, y no obstante el cansancio corporal, te ruego que pases la noche en oración, la noche y todo el día de mañana hasta esta hora. Un día completo no es mucho para recibir lo que Dios te quiere dar”. Santiago, que había palidecido mucho más cuando Jesús había empezado a hablar, responde: “Jesús, Señor y Maestro mío, haré siempre lo que Tú quieras”. Jesús: “Lo sé. Vamos ahora a recoger moras y guayubas para nuestro estómago, y para beber iremos a una fuente que hay por aquí abajo. Deja también el manto en la cueva, nadie se lo llevará”. Junto a su primo da vuelta al rellano, recogiendo algunas frutas silvestres de las zarzas del matorral; luego unos metros más abajo, en la parte opuesta a la que han seguido para subir, llenan las cantimploras, lo único que trajeron consigo, en un manantial que mana de entre un montón de raíces, y se lavan para refrescarse del calor que, a pesar de la altura, todavía es muy fuerte. Vuelven a subir a su rellano, y, mientras el aire aparece todo rojo sobre la cima herida por el sol —que está para desaparecer por el occidente—, comen lo que han recogido y beben otra vez, sonriéndose como dos niños felices o como dos ángeles. ■ Pocas palabras: un recuerdo a los que quedaron en la llanura y una exclamación ante la belleza del crepúsculo, el nombre de las dos madres… Nada más. Luego Jesús acerca a Sí a su primo, el cual toma la postura habitual de Juan: la cabeza apoyada en la parte más alta del pecho de Jesús, una mano relajada sobre el regazo, la otra en la mano de su Primo; y así están, mientras la tarde baja envuelta en los gorjeos de los pajaritos, en un resonar de campanillas que se aleja y se hace cada vez más confuso, en medio del rumor leve del viento, que acaricia las cimas, las refresca y las vivifica, tras el calor persistente del día, preludio del rocío de la noche. Ambos primos están así largo tiempo. Hay un silencio de labios, pero los corazones de ambos, más activos, entrelazan conversaciones sobrenaturales. (Escrito el 19 de Agosto de 1945).
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4-258-185 (4-121-745).- Jesús revela a Santiago de Alfeo cuál será su misión de apóstol y el destino final del mismo Jesús a morir en la Cruz.- «Dios no permitirá que os falte la Luz».
* Santiago destinado a presidir la Iglesia de Jerusalén.- ■ Es la misma hora pero del día siguiente. Santiago está todavía retirado dentro de la grieta del monte, sentado, todo acurrucado, con la cabeza inclinada hasta tocar casi las rodillas, elevadas y ceñidas con los brazos; o se encuentra en profunda meditación o está dormido. No puedo decirlo. Se ve claramente que es insensible a lo que sucede a su alrededor, concretamente, una pelea entre dos aves grandes, que, por algún motivo suyo particular se picotean ferozmente en el pequeño prado. Me parece que son gallos de montaña o faisanes, porque tienen el volumen de un gallo y plumas de varios colores pero sin cresta, solo un pedazo de carne roja que parece un yelmo en la parte alta de la cabeza y en las mejillas; y le aseguro que, si la cabeza es pequeña, el pico es como un punzón de acero. Plumas y sangre se ven por tierra y aire, en medio de un estrépito, que ha hecho callar a los demás pajaritos que gorjean. Tal vez se han puesto a ver la lucha feroz… ■ Santiago no se percata de nada. Jesús por el contrario, oye y baja de la cima donde se había subido y batiendo las manos separa a los dos contricantes que huyen ensangrentados. Santiago no levanta la cabeza ni siquiera por el ruido que ha hecho Jesús, el cual se detiene a pocos pasos con la sonrisa en los labios. Su vestidura blanca parece teñirse de rojo en el lado que le dan los rayos crepusculares. Parece como si el cielo estuviese ardiendo. Pues bien, a pesar de todo, Santiago no debía estar dormido, porque cuando Jesús en voz baja susurra: “Santiago, ven aquí” levanta la cabeza de las rodillas, suelta los brazos, se pone de pie y se dirige a Jesús. Se para frente a Él, a unos pasos de distancia, y le mira. También Jesús le mira, con expresión seria aunque alentadora por una sonrisa que le infunde valor, sonrisa que no está en los labios, ni en la mirada, y con todo se ve. Le mira detenidamente, como queriendo leer hasta las más mínimas reacciones y emociones de su primo y apóstol, el cual, como ayer, al comprender que está a los umbrales de una revelación, palidece; y su palidez es mayor todavía hasta parecer tener el mismo color de su vestido de lino, cuando Jesús levanta sus brazos, le apoya sus manos en los hombros y mantiene esta postura: Santiago asemeja entonces verdaderamente una hostia. Tan solo sus mansos ojos castaños-oscuros y la barba castaña ponen algo de color en este rostro atento. ■ “Santiago, hermano mío, ¿sabes por qué quise estar contigo aquí, a solas, para hablarte después de haber orado y meditado?”. Santiago parece que no sabe qué responder, debido a la fuerte emoción; al fin abre sus labios y en voz baja responde: “Para darme una lección especial; o para el futuro o porque yo soy el más incapacitado de todos. Te doy gracias de antemano, aunque se trate de una corrección. Pero, créeme, Señor y Maestro, que si soy tardo e incapaz, se debe a deficiencia mía, y no a mala voluntad”. Jesús: “No se trata de una corrección, sino de una lección, para cuando Yo no esté con vosotros. En estos meses, has pensado mucho en tu corazón en lo que te dije un día, a los pies de este monte, al prometerte que vendría contigo, no sólo para hablar del profeta Elías y para mirar el mar que resplandece allá, inmenso, sino para hablarte de otro mar, todavía mucho más inmenso, mutable y perjuro. Y jamás has separado tu pensamiento de lo que entonces te dije, por la relación que pudiera tener con tu futuro. Y tanto es así, que cada vez más palideces, intuyendo que se trata de un grave destino, de una herencia llena de tal responsabilidad, que haría temblar incluso a un héroe. Tal responsabilidad y tal misión tienen que llevar consigo toda la santidad que es posible en un hombre para no defraudar la voluntad de Dios. No tengas miedo, Santiago. No quiero tu ruina. Si te destino a tal cosa, señal es que obtendrás de ella no daño, sino gloria. Escúchame, Santiago, pon paz en tu corazón, con un buen acto de abandono en Mí, para que puedas oír y recordar mis palabras. ■ Jamás volveremos a estar tan solos, ni con el espíritu así preparado para comprendernos. Un día me iré. Mi permanencia en la tierra cesará de una forma distinta de la de los hombres, pero cesará; entonces no me tendréis a vuestro lado sino con mi Espíritu, el cual, te lo aseguro, jamás os abandonará. Me iré después de haberos dado lo necesario para hacer avanzar mi Doctrina en el mundo, después de cumplir el Sacrificio y obteneros la Gracia; con ésta y con el Fuego de la sabiduría de los siete dones, podréis hacer lo que ahora os parece locura y presunción, aun solo con imaginarlo. Me iré y vosotros quedaréis. El mundo que no ha comprendido al Mesías, no comprenderá ni a sus apóstoles. Por esto se os perseguirá y seréis dispersos como si fuerais los más peligrosos para el bienestar de Israel. Pero, puesto que sois mis discípulos, debéis sentiros contentos de padecer las mismas aflicciones que vuestro Maestro. ■ Un día de Nisán te dije: «Tú serás el que quede, de los profetas del Señor». Tu madre, por gracia espiritual, semiintuyó el significado de estas palabras. Pues bien, antes de que se cumplan para mis apóstoles, a ti, y para ti, se te habrán cumplido ya. Santiago, todos serán dispersados excepto tú, y esto hasta que Dios te llame a su Cielo. Te quedarás en el puesto para el que te elegirá Dios por boca de tus hermanos, tú, descendiente de la estirpe real, en la ciudad real, Jerusalén, y alzarás mi cetro, y hablarás del verdadero Rey. Rey de Israel y del mundo, según una realeza sublime que solo comprenden aquellos a quienes es revelada. Serán tiempos en que tendrás necesidad de fortaleza, constancia, paciencia, sagacidad sin límites”.
* Futura conducta de Santiago ante Israel como Jefe de la Iglesia de Jerusalén.-Jesús: “Deberás ser justo en la caridad, con una fe sencilla y pura, como la de un niño y al mismo tiempo erudita, de un maestro verdadero para sostener la fe, agredida en muchos corazones y por muchas cosas contrarias, y para refutar los errores de falsos creyentes y las sutilezas doctrinales del viejo Israel, el cual, ciego ya desde ahora, estará más ciego que nunca cuando haya matado la Luz, y torcerá las palabras proféticas, y hasta los mandamientos del Padre, de quien procedo, para persuadirse a sí mismo, y así poder darse paz, y persuadir al mundo, de que los patriarcas y profetas no hablaban de Mí, sino que Yo era solamente un pobre hombre, un iluso, un loco —esto para los mejores— o —para los menos buenos del viejo Israel— un hereje endemoniado. Entonces te ruego que seas otro Yo. ¡No es imposible! No. Deberás tener presente a tu Jesús, sus acciones, su palabra, sus obras; deberás vaciarte en Mí, como si te depositaras suavemente en el molde de arcilla que usan los fundidores de metales, para darles forma. Yo estaré siempre presente. Tan presente y vivo con vosotros, mis fieles, que podréis uniros a Mí, para formar otro Yo, con tal de que lo queráis. Pero tú, que has estado conmigo desde la más tierna edad, y que te has alimentado de la sabiduría de las manos de mi Madre, antes que de las mías, tú que eres sobrino del hombre más justo que Israel haya tenido, debes ser perfecto…”. ■ Santiago: “No puedo, no puedo, Señor. Da a mi hermano esta tarea. Dala a Juan, a Simón Pedro, al otro Simón, pero no a mí, Señor. ¿Por qué a mí? ¡Qué he hecho para merecerla! ¿No ves que soy un pobre, bien pobre, hombre con una sola capacidad: la de amarte y la de creer firmemente en todo cuanto dices?”. Jesús: “Tu hermano Judas tiene un temperamento muy fuerte. Estará bien él, donde haya que abatir al paganismo. Pero no aquí donde hay que convencer a la nueva fe a los que, por pertenecer al pueblo de Dios, se creen a pies juntillas que están en lo cierto; no aquí, donde lo que hay que hacer es convencer a todos aquellos que, a pesar de creer en Mí, se sentirán defraudados ante el desarrollo de los acontecimientos. Convencerlos que mi Reino no es de este mundo, sino que es ese Reino espiritual, de los Cielos, cuyo preludio es una vida de creyentes, esto es, una vida cuyos valores preponderantes son los del espíritu. La convicción se obtiene con una dulce firmeza. ¡Ay del que coge de la garganta para persuadir! El que se siente así agredido dirá: «sí» en ese momento, por libertarse, pero después huirá, y —si no es un malvado, sino solamente una persona extraviada— no volverá hacia atrás ni querrá aceptar más confrontaciones; o —si es un malvado o simplemente un fanático— huirá para ir a armarse y dar muerte a éste que, atropellando a los demás, proclama ser el poseedor de doctrinas distintas de las suyas. ■ Y tú te verás rodeado de fanáticos. Fanáticos entre los creyentes, fanáticos entre los israelitas. Los primeros exigirán actos de violencia, o al menos, permiso para llevarlos a cabo. Porque el viejo Israel, con sus intransigencias y restricciones, estará todavía presente en ellos agitando su cola venenosa. Los segundos marcharán contra ti, como si se tratase de una guerra santa, en defensa de su vieja fe, de sus símbolos, de sus ceremonias. Y tú estarás en el centro de este mar tempestuoso. Tal es la suerte de los jefes. Y tú serás el jefe de los creyentes que Jesús haya hecho en Jerusalén. Habrás de saber amar con perfección para poder ser jefe santamente. A las armas y anatemas de los judíos no opondrás armas ni anatemas, sino tu propio corazón”.
* Futura conducta de Santiago ante los gentiles como Jefe de la Iglesia de Jerusalén.-Jesús: “Jamás te vayas a tomar la licencia de imitar a los fariseos considerando a los gentiles como basura. También por ellos vine, porque en realidad, para sólo Israel hubiera sido desproporcionado el aniquilamiento de Dios en una carne sujeta a la muerte. Porque si es verdad que mi Amor me habría movido a encarnarme con alegría aún por la salvación de una sola alma, la Justicia, que es también parte de Dios, exige que el Infinito se aniquile por una infinitud: el género humano. Deberás ser dulce con ellos, con esa dulzura que no rechaza, limitándote a ser inconmovible solo en el dogma, pero condescendiente con otras formas materiales de vida, distintas de las nuestras, pero que no lesionan el espíritu. Mucho tendrás que combatir con los hermanos por esto, porque Israel está cargado de prácticas, externas e inútiles porque no cambian el espíritu. Tú, por el contrario, preocúpate únicamente del espíritu, y así enséñalo a otros. No vayas a pretender que los gentiles cambien de repente sus costumbres; ni siquiera tú cambiarías las tuyas de un solo golpe”.
* Conducta de Santiago ante los restos tanto de Israel como del gentilismo.- Los últimos que digan: «Creemos que Tú eres Dios y el Mesías» será Israel.-Jesús: “No te quedes anclado en tu dique, porque para recoger en el mar los restos de embarcaciones y llevarlos al astillero para reconstruirlos es menester navegar, no estar parado en tierra firme; y debes ir en busca de estos restos. Los hay en el gentilismo y también en Israel. En el confín del inmenso mar está Dios abriendo los brazos a todos los que ha creado, sean ricos de santo origen, como los israelitas, o pobres como los paganos. Dije: «Amaréis a vuestro prójimo». Prójimo no es sólo el pariente o el compatriota, sino también el hombre hiperbóreo cuyo aspecto no conocéis, y aquel que en este momento contempla una aurora en regiones desconocidas, o recorre los nevados de las montañas fabulosas del Asia, o que bebe en un río que se abre lecho entre las selvas desconocidas del centro de África. Aunque te viniera un adorador del sol, o uno que tiene por Dios a un voraz cocodrilo; o uno que se cree un sabio reencarnado y que ha sabido intuir la Verdad, pero que no ha sabido aferrar su Perfección y dársela a sus fieles como Salvación; o que venga un asqueado ciudadano de Roma o de Atenas pidiéndote: «Dame el conocimiento de Dios», tú no puedes ni debes decirles: «Alejaos de mí porque llevaros a Dios sería una profanación». ■ Ten presente que éstos no conocen y que Israel sí que conoce. Pues bien, en verdad, muchos de Israel son y serán más idólatras y crueles que el más bárbaro de los idólatras del mundo; y sacrificarán víctimas humanas no a este ídolo o a aquel, sino a sí mismos, a su orgullo, sedientos de sangre una vez que se haya encendido en ellos una sed inextinguible que durará hasta el fin de los siglos; sólo el beber de nuevo y con fe lo que encendió esa atroz sed, podrá extinguirla. Pero entonces será el fin del mundo, porque los últimos que digan: «Creemos que Tú eres Dios y el Mesías» será Israel, no obstante todas las pruebas que he dado y que daré de mi Divinidad”.
* Santiago deberá vigilar la fe de los creyentes. Uno solo es el Maestro: Jesús. Una sola es la maestra: la Iglesia.- Los consagrados: maestros, responsables de la enseñanza en mi Iglesia. Habrá 1) quienes, absorbidos por el torrente de la sabiduría, hablarán. 2) quienes, no sabios pero sí dóciles, repetirán como niños buenos lo que el Padre les dice que repitan. 3)Finalmente: habrá quienes hablarán como si fuesen maestros, soberbios… seducirán a los ingenuos.- Jesús: “Vigilarás que la fe de los creyentes no sea vana. Vana sería si fuese sólo de palabras o de prácticas hipócritas. Lo que da vida es el espíritu. El espíritu falta en el ejercicio maquinal o farisaico, que no es otra cosa sino simulacro de fe, no verdadera fe. ¿De qué sirve al hombre cantar alabanzas a Dios en la congregación de los fieles, si después, cada acción suya es una imprecación contra Dios? Dios, en efecto, no se convierte en el juguete del fiel sino que, en su paternidad, conserva siempre sus prerrogativas de Dios y de Rey. ■ Vigila una y otra vez porque nadie tome el lugar que no le corresponde. Dios os dará Luz según los grados en que os encontréis. Dios no permitirá que os falte la Luz, a menos que la Gracia desaparezca a causa del pecado. A muchos les gustará que los llamen «maestro». Uno solo es el Maestro: el que te está hablando. Y una sola es la Maestra: la Iglesia que lo perpetúa. En la Iglesia serán maestros los que fuesen consagrados con encargo especial para la enseñanza. Pero entre los fieles habrá quienes por voluntad de Dios o por santidad propia, esto es, por su buena voluntad, serán absorbidos por el torrente de la sabiduría y hablarán. Habrá otros, si no sabios pero sí dóciles como instrumentos en las manos del Artífice, repitiendo como niños buenos lo que el Padre les dice que repitan, aun cuando no comprendan toda la amplitud de lo que dicen. Finalmente habrá aquellos que hablarán como si fuesen maestros, con un esplendor que seducirá a los ingenuos, pero serán soberbios, duros de corazón, celosos, iracundos, mentirosos, lujuriosos. Así como te ordeno que recojas las palabras de los sabios en el Señor y de los sublimados pequeñuelos del Espíritu Santo, y que incluso les ayudes a comprender la profundidad de la palabra divina —en efecto, si bien ellos son los portadores de la divina Voz, vosotros, mis apóstoles, seréis siempre los responsables de la enseñanza en mi Iglesia, y debéis socorrer a éstos, sobrenaturalmente cansados de la extasiante y grave riqueza que Dios ha depositado en ellos para que la transmitan a sus hermanos—, de la misma forma te digo: rechaza las palabras mentirosas de los falsos profetas, cuya vida no es conforme a mi doctrina. La vida ordenada, la mansedumbre, pureza, caridad, humildad, jamás faltarán en los sabios y en las pequeñas voces que Dios enviará; pero faltarán siempre en los otros. Vigila una y otra vez para que no haya celos y calumnias en la asamblea de los fieles, como tampoco resentimientos ni espíritu de venganza. Vigila una y otra vez para que la carne no venza al espíritu. No podrá soportar las persecuciones el que no tiene en su carne como rey al espíritu”.
* El parentesco con Santiago, Santiago de David, factor decisivo para ser jefe de la iglesia de Jerusalén.- ■ Jesús mira ahora a Santiago y le dice: “Santiago, Yo sé que lo harás. Pero da a tu Hermano la promesa de que no lo defraudarás”. Santiago: “Pero ¡Señor, Señor! Solo tengo un miedo, de no ser capaz de hacerlo. Señor mío, te ruego que des a otro este encargo”. Jesús: “No. No puedo…”. Santiago: “Simón de Jonás te ama, y Tú le amas…”. Jesús: “Simón de Jonás no es Santiago de David”. Santiago: “¡Juan! ¡Juan! El ángel docto, hazle a él tu siervo aquí”. Jesús: “No. No puedo. Ni Simón ni Juan son Santiago de David. Ellos no poseen lo que también vale mucho ante los hombres: el parentesco. Tú eres mi pariente. Después de haberme… después de haberme negado, la parte mejor de Israel buscará alcanzar perdón de Dios y de sí misma, tratando de reconocer al Señor que habrán maldecido en la hora de Satanás, y les parecerá obtener el perdón —y, por tanto, fuerza par caminar por mi vía— si ven en mi lugar a uno de mi misma sangre. ■ Santiago, en este monte se han realizado grandes cosas. Aquí el fuego de Dios consumió no solo el holocausto, la leña, las piedras, sino también el polvo y hasta el agua que había en el foso. Santiago, ¿crees tú que Dios no puede hacer cosa semejante, encendiendo y consumiendo toda la materialidad del hombre, que se llama Santiago, para hacer un Santiago de fuego divino? Hemos estado hablando mientras el crepúsculo ha hecho de fuego incluso nuestros vestidos. Así, ¿cómo crees que fue el fulgor del carro que raptó a Elías, no menos intenso o más intenso?” (1). Santiago: “Mucho más resplandeciente porque era de fuego celestial”. Jesús: “Piensa entonces en qué se convertirá el corazón hecho fuego por tener en sí a Dios, porque Dios quiere que perpetúe a su Verbo en la predicación de la Nueva de la Salvación”.
* “¿Pero no es una cosa alegórica el decir de los profetas? ¿Puedes Tú Verbo de Dios, ser maltratado por los hombres?”.- Santiago: “¿Pero Tú, Verbo de Dios, eterno Verbo ¿por qué no te quedas?”. Jesús: “Porque soy Verbo y carne. Con el Verbo debo instruir, con la carne redimir”. Santiago: “Oh, Señor, ¿cómo redimirás? ¿De qué cosas vas al encuentro?”. Jesús: “Santiago, recuerda a los profetas”. Santiago: “¿Pero no es una cosa alegórica su decir? ¿Puedes Tú Verbo de Dios, ser maltratado por los hombres? ¿No quieren decir, quizás, los profetas que se dará martirio a tu divinidad, a tu perfección, pero nada más, nada más que eso? Mi madre está preocupada por mí y por Judas, pero yo por Ti y por María, y también por nosotros, que somos muy débiles. Jesús, Jesús, si el hombre te superase, ¿no crees que muchos de nosotros te considerarían reo y que se alejarían de Ti desilusionados?”. Jesús: “Estoy seguro de ello. Habrá un desquiciamiento en todas las capas de mis discípulos, pero después regresará la paz; es más, vendrá una cohesión de las partes mejores, y sobre ellas, después de mi Sacrificio y de mi triunfo, vendrá el Espíritu Fortificador y Sabio: el Espíritu Divino”. Santiago: “Jesús, para que yo no me desvíe ni me escandalice en la hora tremenda, dime: ¿Qué te harán?”. Jesús: “Es una gran cosa la que me pides”. Santiago: “Dímela, Señor”. Jesús: “Saberlo exactamente te significará tormento”. Santiago: “No importa. Por el amor que nos ha unido…”. Jesús: “No debe ser conocida”. Santiago: “Dímela y luego bórramela de la memoria hasta la hora en que deba cumplirse; entonces, ponla de nuevo en la memoria junto con esta hora. Así no me escandalizaré de nada y no pasaré a ser enemigo tuyo en el fondo de mi corazón”. Jesús: “No servirá de nada, porque también tú cederás en la tempestad”. Santiago: “¡Dímela, Señor!”. Jesús: “Seré acusado, traicionado, preso, torturado, y crucificado”. Santiago grita: “¡Nooo!”, y se retuerce como si hubiese sido él el condenado a muerte. Repite: “¡No! Si a Ti te hacen esto, ¿qué cosa nos harán a nosotros? ¿Cómo podremos continuar tu obra? No puedo, no puedo aceptar el puesto que me destinas… ¡No puedo!… ¡No puedo! Tú muerto, también yo seré un muerto, sin más fuerzas. ¡Jesús! ¡Escúchame, no me dejes sin Ti. Prométeme, prométeme esto al menos!”. Jesús: “Te prometo que vendré a guiarte con mi Espíritu, una vez que la gloriosa Resurrección me haya libertado de las restricciones de la materia. Seremos una sola cosa como ahora que estás entre mis brazos”. De hecho, Santiago se ha recargado llorando sobre el pecho de Jesús. ■ Jesús: “No llores más. Salgamos de esta hora de éxtasis, luminosa y llena de dolor, como quien que sale de las sombras de la muerte y recuerda todo excepto el momento-muerte, minuto de espanto helador, que como hecho-muerte dura siglos. Ven, te beso así para ayudarte a olvidar el peso de mi suerte de Hombre. Encontrarás el recuerdo en su debido momento, como pediste. Mira, te beso en la boca, que deberá repetir mis palabras a la gente de Israel; en tu corazón que deberá amar como Yo dije; en las sienes donde cesará la vida junto a la última palabra de fe amorosa en Mí. ¡Cómo vendré a estar cerca de ti, hermano amado, en las asambleas de los fieles, en las horas de meditación, en las horas de peligro y en la hora de la muerte! Nadie, ni siquiera tu ángel recibirá tu espíritu; seré Yo, con un beso, así…”. Ambos primos, Jesús y Santiago quedan por un instante abrazados. Santiago parece como si perdiera el sentido al percibir el beso de Dios que le quita todo el recuerdo de su sufrimiento. Cuando levanta la cabeza, es de nuevo el Santiago de Alfeo, tranquilo y bueno, tan semejante a José, esposo de María. Sonríe a Jesús con una sonrisa más madura, un poco triste, pero siempre dulce. “Vamos a comer, Santiago, y luego dormiremos bajo las estrellas. Con las primeras luces bajaremos al valle… Iremos entre los hombres…”. Y Jesús da un suspiro… Pero concluye con una sonrisa: “y a donde está María”. ■ Santiago: “Jesús, ¿qué diré a mi madre? ¿Y qué cosa a los compañeros? No me dejarán sin preguntarme…”. Jesús: “Les podrás referir todo lo que te he dicho: lo que te he hecho reflexionar sobre las respuestas de Elías a Acab, al pueblo en el monte; y sobre el poder que goza una persona a la que Dios ama, en cuanto a conseguir de pueblos y de elementos enteros lo que se quiere; sobre su celo, que le devora, por el Señor; y cómo te he hecho considerar que con la paz se comprende a Dios y en la paz se le sirve. Les dirás que, de la misma forma que Yo os he llamado, vosotros —como Elías con su manto con respecto a Eliseo— con el manto de la caridad podréis conseguir nuevos siervos de Dios para el Señor. Y a los que siempre tienen preocupaciones, diles cómo te hice notar el alegre desprendimiento de las cosas del pasado de que da muestra Eliseo, al dejar sus bueyes y el arado. Diles cómo te he recordado que a quien quiere milagros por medio de Belcebú le viene el mal, no el bien, como le sucedió a Ocozías, según la palabra de Elías. Diles finalmente, cómo te he prometido que vendrá el fuego purificador del Amor sobre quien sea fiel hasta la muerte para que queme las imperfecciones y le lleve directamente al Cielo. Lo demás es solo para ti”. (Escrito el 20 de Agosto de 1945).
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1  Nota  : Cfr. 2 Re. 2,1-18; Eclo. 48,1-12.
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4-259-193 (5-122-755).- Lección sobre la Iglesia y los sacramentos a Santiago de Alfeo, que obra un milagro.
* Esta apatía, volubilidad, preferencia por el mal en los espíritus es desalentador, nunca fastidioso. El trabajo de Dios jamás es fastidioso. ■ Jesús abandona el rellano del monte Carmelo junto con Santiago de Alfeo. Bajan por los senderos llenos de rocío, a través de los bosques que se animan más con trinos y voces, bajo los primeros rayos que ya doran la ladera oriental del monte. Cuando la leve neblina del calor se disuelve bajo la acción del sol, toda la llanura de Esdrelón se deja ver en su belleza de huertos de árboles frutales y viñedos en torno a las casas. Parece una alfombra —verde en su mayor parte, con raros oasis amarillentos, salpicados con algo de rojo, que son los campos del trigo ya segado donde ahora brillan las amapolas— una alfombra encerrada en el triángulo de los montes Carmelo, Tabor, Hermón (el pequeño Hermón) y de montes más lejanos, cuyos nombres ignoro, que ocultan el Jordán y se unen al sureste con los montes de Samaria. Jesús se detiene a contemplar toda aquella parte de Palestina, que desde allí se divisa. Santiago le mira y pregunta: “¿Miras la belleza de esta región?”. Jesús: “Sí; pero, más que nada, pienso en los viajes futuros y en la necesidad de enviaros a vosotros y sin dilación, a los discípulos, no al limitado trabajo de ahora, sino a un verdadero trabajo misionero. Tenemos regiones y regiones que todavía no me conocen y no quiero dejar lugares sin Mí. Es mi continua preocupación: moverme, hacer mientras pueda, y hacer todo…”. ■ Santiago: “De vez en cuando intervienen cosas que parece te impiden la marcha”. Jesús: “Más que impedirme, me imponen cambios de itinerario, pues nunca son inútiles los viajes que hacemos. Pero todavía hay mucho que hacer, mucho… Y es que, además, cuando me ausento un tiempo de un lugar, me encuentro con muchos corazones que han vuelto al punto de partida, y debo empezar desde cero”. Santiago: “Sí, es desalentador y fastidioso esta apatía de los espíritus, esta volubilidad, y esta preferencia por el mal”. Jesús: “Desalentador. No digas fastidioso. El trabajo de Dios jamás es fastidioso. Las pobres almas nos deben mover a compasión, no fastidio. Debemos tener siempre un corazón de padre, de padre bueno. Un buen padre jamás siente fastidio por las enfermedades de sus hijos. Nosotros no debemos sentirlo por nadie”.
* “Esto es lo más importante (predicar). También en mi Nombre absolveréis y bendeciréis, administraréis los sacramentos que Yo estableceré: Son medios sobrenaturales y espirituales que se aplican con medios materiales. Formas del culto para administrar la Gracia o devolverla, o para fortificar en ella a los fieles”.- Santiago: “Jesús, ¿puedo hacerte algunas preguntas? No he dormido esta noche tampoco, pero he pensado mucho y te miraba mientras dormías. Cuando duermes pareces muy joven, Hermano. Sonreías con la cabeza apoyada en un brazo y con el otro te la cubrías. Como duermen los niños. Te veía muy bien a los rayos de la luna. Yo pensaba y muchas preguntas se me vinieron a la mente…”. Jesús: “Dilas”. Santiago: “Decía: tengo que preguntar a Jesús cómo podremos formar con nuestras insuficiencias este organismo que llamaste Iglesia y en el que, si entendí bien, habrá jerarquías. ¿Nos dirás Tú todo lo que debemos hacer, o somos nosotros quienes tomaremos la iniciativa?”. Jesús: “Cuando llegue la hora, os señalaré quién será la cabeza. No más. Durante mi presencia entre vosotros, os estoy señalando las distintas clases, con las diferencias entre apóstoles, discípulos y discípulas. Porque éstas son inevitables. Pero mi voluntad es que, de la misma forma que en los discípulos debe haber respeto y obediencia hacia los apóstoles, los apóstoles tengan amor y paciencia para con los discípulos”. Santiago: “¿Y qué debemos hacer? ¿Predicarte continuamente? ¿Solo predicarte?”. ■ Jesús: “Esto es lo más importante. También en mi Nombre absolveréis y bendeciréis, administraréis los sacramentos que Yo estableceré…”. Santiago: “¿Qué son?”. Jesús: “Son medios sobrenaturales y espirituales que se aplican con medios materiales, usados para persuadir a los hombres que el sacerdote realiza en verdad algo. Sabes muy bien que si el hombre no ve no cree; tiene necesidad de algo que le diga que hay algo. Por esta razón cuando hago un milagro impongo las manos, o pongo saliva, o doy un pedazo de pan mojado en algo. Podría hacer el milagro solo con querer. Pero ¿crees que, en ese caso, la gente diría: «Dios hizo el milagro»? Dirían: «Se curó porque era la hora de curarse». Y atribuirían el mérito al médico, a las medicinas, a la resistencia física del enfermo. Lo mismo se puede decir de los sacramentos: formas del culto para administrar la Gracia, o devolverla, o para fortificar en ella a los fieles”.
* Bautismo: “Yo también tendré el bautismo, mi bautismo, que no será simplemente una figura, sino realmente eliminación en el alma de la mancha original y restitución al alma del estado espiritual aumentado mucho más debido a los méritos del Hombre-Dios que poseían Adán y Eva antes de su culpa”.-Jesús: “Por ejemplo, Juan empleaba la inmersión en el agua para dar una figura de la purificación de los pecados. En realidad, la mortificación de confesar la propia impureza por los pecados cometidos era más útil que el agua que lavaba los miembros. Yo también tendré el bautismo, mi bautismo, que no será simplemente una figura, sino realmente eliminación en el alma de la mancha original y restitución al alma del estado espiritual aumentado mucho más debido a los méritos del Hombre-Dios que poseían Adán y Eva antes de su culpa” (1). Santiago: “Pero… el agua no baja al alma. El alma es espiritual. ¿Quién podrá cogerla en el recién nacido, o en el adulto, o en el anciano? Nadie”. Jesús: “¿Ves que tú mismo admites que el agua es un medio material, nulo en lo espiritual? No será, pues, el agua, sino la palabra del sacerdote, miembro de la Iglesia, consagrado a su servicio, o de otro verdadero creyente que en casos excepcionales le sustituya, la que obrará el milagro de la redención de la Culpa Original en el bautizado” (2).
* Perdón de los pecados: “Si el hombre está bautizado y vuelve a pecar, el sacerdote —siempre el sacerdote— le absolverá en el nombre del Dios Uno y Trino y por el mérito del Verbo Encarnado”.-Santiago: “Está bien, pero el hombre de por sí es pecador… ¿Y quién quitará los otros pecados?». Jesús: “Siempre el sacerdote, Santiago. Si un adulto se bautiza, junto con la Culpa de Origen, se anulan las otras culpas. Si el hombre está bautizado y vuelve a pecar, el sacerdote le absolverá en el nombre de Dios Trino y Uno y por el mérito del Verbo encarnado, como hago Yo con los pecadores”. Santiago: “¡Pero Tú eres santo! Nosotros…”. Jesús: “Vosotros debéis ser santos porque tocáis cosas santas y administráis lo que pertenece a Dios”. Santiago: “¿Entonces bautizaremos muchas veces al mismo hombre, como hace Juan, que admite a la inmersión del agua cuantas veces uno se lo pide?”. ■ Jesús: “Juan, con su bautismo, solamente lleva a cabo una purificación a causa de la humildad de la persona que entra en el agua. Ya te lo dije. Vosotros no volveréis a bautizar al que ya está bautizado, excepto en el caso que lo haya sido bautizado con una fórmula cismática y no apostólica: en este caso puede administrarse un segundo bautismo, previa expresa petición del interesado, si es adulto, y expresa declaración de querer formar parte de la verdadera Iglesia. En las otras ocasiones, para devolver la amistad y la paz con Dios, usaréis la palabra del perdón unida a los méritos míos, y el alma que se acercó a vosotros con verdadero arrepentimiento y humilde acusación será absuelta”.
* Unción para los moribundos: “El sacerdote les absolverá. Aún más, les dará una forma más amplia de absolución, no global sino para cada órgano de los sentidos por medio de los cuales el hombre generalmente suele pecar. Tenemos en Israel el óleo santo. Pasará a mi Iglesia, si bien con otros usos. Y uno de ellos será el óleo de la unción, que será empleado para consagrar el altar… o en el momento de la mayor necesidad de la grandísima ayuda para comparecer ante Dios con miembros y sentidos purificados de toda culpa”.- Importancia de la oración de los hermanos en la fe para salvar al enfermo física o espiritualmente.-Santiago: “¿Y si una persona no puede venir por estar tan enfermo que no se le puede mover de su sitio? ¿Morirá entonces en pecado? ¿Al sufrimiento de la agonía añadirá el del miedo al juicio de Dios?”. Jesús: “No. El sacerdote irá donde el moribundo y le absolverá. Aún más, le dará una forma más amplia de absolución, no global sino para cada uno de los órganos de los sentidos, por medio de los cuales el hombre generalmente suele pecar. Tenemos en Israel el óleo santo, preparado según la regla dada por el Altísimo (3); con él se consagran el altar, al pontífice, a los sacerdotes y a los reyes. El hombre realmente es un altar; es rey por su elección a un trono del Cielo; se le puede, por tanto, consagrar con el óleo de la unción. El óleo santo, junto con otros actos del culto Israelita, pasará a mi Iglesia, si bien con otros usos. Porque no todo lo que hay en Israel está mal y debe rechazarse; antes al contrario, en mi Iglesia habrá muchos recuerdos de la antigua cepa. Y uno de ellos será el óleo de la unción, que será empleado también en mi Iglesia para consagrar el altar y a los pontífices y jerarquías eclesiásticas; a todas, y para consagrar a los reyes, a los fieles, cuando sean constituidos príncipes herederos del reino o en el momento de la mayor necesidad de la grandísima ayuda para comparecer ante Dios con miembros y sentidos purificados de toda culpa: la Gracia del Señor socorrerá alma y cuerpo, si a Dios así place para el bien del enfermo. ■ Muchas veces, contribuyen a que el cuerpo no reaccione contra la enfermedad los remordimientos que turban la paz, y la intervención de Satanás, que, con esa muerte, espera ganar un alma para su reino y hacer que desesperen los que todavía viven. El enfermo pasa de la opresión satánica y turbación interior a la paz mediante la certeza del perdón de Dios, que le confiere al mismo tiempo el que Satanás se aleje. Pues bien, si tenemos en cuenta que, en Adán y Eva, el don de la inmunidad de enfermedades y de cualquier forma de dolor acompañaba al don de la Gracia, pues entonces el enfermo, devuelto a la Gracia, grande como la de un recién nacido que haya recibido mi bautismo, puede obtener también la victoria sobre la enfermedad. En esto debe ser ayudado por la oración de los hermanos en la fe, quienes tienen la obligación de tener piedad para con el enfermo (piedad no solo corporal sino, sobre todo, espiritual) orientada a obtener que el hermano enfermo se salve física y espiritualmente. La oración, de por sí, es ya una forma de milagro, Santiago; como has visto en el caso de Elías, la oración del justo puede hacer mucho”.
* Sacramentos serán 7 como el santo candelabro del Templo y los dones del Espíritu Santo.- Santiago: “Te comprendo poco, pero lo que comprendo me llena de reverencia hacia el carácter sacerdotal de tus sacerdotes. Si no he entendido mal, tendremos contigo muchos puntos en común: la predicación, absolución, el milagro; o sea, tres sacramentos”. Jesús: “No, Santiago. Predicación y milagros no son sacramentos. Los sacramentos serán más, siete, como el santo candelabro del Templo y los dones de Espíritu de Amor. En verdad, dones y llamas son los sacramentos, otorgados para que el hombre arda ante el Señor por los siglos de los siglos”.
* Sacramento para contraer nupcias: “Dará a los esposos todas las ayudas para que vivan santamente según las leyes y los deseos de Dios”.- Jesús: “También habrá el sacramento para que el hombre contraiga nupcias; se alude a ellas en el símbolo de las nupcias santas de Sara, hija de Ragüel, que fue liberada del demonio (4). Este sacramento dará a los esposos todas las ayudas para que vivan santamente según las leyes y los deseos de Dios. También el esposo y la esposa serán ministros de un rito: el procreativo; y sacerdotes de una pequeña iglesia: la familia. Deberán, pues, ser consagrados para procrear con la bendición de Dios y para formar una descendencia en la que se bendiga el Nombre Santísimo de Dios”.
* “¿Y a nosotros, los sacerdotes, ¿quién nos va a consagrar?”.-Santiago: “Y a nosotros, los sacerdotes, ¿quién nos va a consagrar?”. Jesús: “Yo, antes de dejaros. Después vosotros consagraréis a vuestros sucesores y a cuantos agreguéis para la propagación de la fe cristiana”. Santiago: “Tú nos enseñarás, ¿no es verdad?”. Jesús: “Yo y Aquel que os enviaré. Su venida será también un sacramento (5). Voluntario de parte de Dios Santísimo en su primera manifestación; otorgado, luego, por los que hayan recibido la plenitud del sacerdocio. Será fuerza e inteligencia, afirmación en la fe, piedad santa y temor santo, dador de consejo y de sabiduría sobrenatural, posesión de una justicia que por su naturaleza y poder hará adulto al niño que la reciba. Por ahora no puedes comprender esto. Él mismo te hará comprender; Él, el divino Paráclito, el Amor eterno, cuando lleguéis al momento de recibirle en vosotros. ■ Y así, por ahora, no podéis comprender otro sacramento. Es tan sublime que es casi incomprensible para los ángeles, por su sublimidad, y, con todo, vosotros, simples hombres, lo comprenderéis por la virtud de fe y de amor. En verdad te digo que quien lo ame y lo haga alimento de su espíritu, podrá aplastar al demonio sin recibir daño alguno, porque entonces Yo estaré con él. Trata de recordar estas cosas, hermano. Te tocará a ti decírselas a tus compañeros y a los fieles, muchas, muchísimas veces. Para ese entonces sabréis ya por ministerio divino; pero tú podrás decir: «Él me lo dijo un día, cuando bajábamos del Carmelo. Todo me dijo porque desde entonces estaba yo destinado a ser cabeza de la Iglesia de Israel»”.
* Santiago debe quedar en Jerusalén. Pregunta: Cómo deberá comportarse en los tiempos de persecución. o qué deberá hacer para cuando se produzcan escándalos entre los fieles.- ■ Santiago: “Tengo otra pregunta que hacerte. La pensé esta noche. ¿Tengo que ser yo quien diga a los compañeros «Yo seré la cabeza aquí»? No me gusta. Lo haré si lo ordenas, pero no me gusta”. Jesús: “No tengas miedo. El Espíritu Paráclito descenderá sobre todos y os dará pensamientos santos. Todos tendréis los mismos pensamientos santos. Todos tendréis los mismos pensamientos para la gloria de Dios que vive en su Iglesia”. Santiago: “¿Y no habrá ya más esas discusiones… tan desagradables, que hay ahora? ¿Y Judas de Simón no será ya un elemento que produzca malestar?”. Jesús: “No. No lo será, puedes estar tranquilo. Pero siempre habrá divergencias. Por esto te dije: vigila una y otra vez sin cansarte jamás, cumpliendo tu deber con totalidad”. ■ Santiago: “Una pregunta más, Señor mío. ¿Cómo debo comportarme en tiempos de persecución? Parece, por lo que me acabas de decir, que seré el único que me quede de los doce. O sea, los otros, se irán huyendo de la persecución. ¿Y yo?”. Jesús: “Tú te quedarás en tu lugar, porque, si bien es necesario que no seáis exterminados hasta que no esté bien consolidada la Iglesia, lo cual justificaría la dispersión de muchos discípulos y de casi todos los apóstoles, ninguna cosa justificaría tu deserción y el abandono por parte tuya de la Iglesia de Jerusalén; es más, cuanto más estés en peligro, tanto más deberás cuidarla, como si fuese tu hijo más amado y en peligro de muerte. Tu ejemplo robustecerá el espíritu de los fieles. Tendrán necesidad de ello para superar la prueba. Cuanto más débiles los veas, tanto más los deberás sostener, con compasión y sabiduría. No seas inmisericorde con los débiles aunque tú seas fuerte; antes bien, sosténlos pensando: «Para llegar a esta fortaleza que tengo, he recibido todo de Dios; humildemente debo decirlo y caritativamente tratar a los que recibieron menos dones de Dios», y entrega, entrega tu fuerza, con la palabra, la ayuda, la calma, el ejemplo”. ■ Santiago: “Y si entre los fieles hubiese malos que fuesen causa de escándalo o de peligro para los demás, ¿qué deberé hacer?”. Jesús: “Prudencia al aceptarlos, porque es mejor ser pocos buenos que muchos no buenos. Ya conoces el viejo apólogo de las manzanas buenas y de las manzanas malas. Haz que no se repita esto en tu Iglesia. Pero si tú también encuentras tus traidores, trata por todos los medios de hacerlos cambiar, reservando las medidas severas como último recurso. Si se trata solo de culpas pequeñas, individuales, no muestres tal severidad que espantes. Perdona, perdona… Un perdón con lágrimas y palabras amorosas da mayor resultado que un anatema para redimir un corazón. Si la culpa es grave, y resultado de un asalto repentino de Satanás, una cosa tan grave que el culpable siente la necesidad de huir de tu presencia, ve tú en busca del él, porque él es la oveja extraviada y tú el pastor. No temas rebajarte por descender a caminos de fango, hurgando en aguas estancadas, buscando en los abismos. No temas; tu frente entonces se coronará con la corona del mártir del amor, la primera de las tres coronas… ■ Y, si tú llegases a ser traicionado, como traicionaron al Bautista, y tantos otros, porque todo santo tiene su traidor, pues perdona; perdona a éste más que a cualquier otro. Perdona como Dios perdonó y perdonará a los hombres. Sigue llamando «hijo» al que te cause dolor, porque el Padre os llama así por boca mía, y, en verdad, no hay ningún hombre que no haya causado dolor al Padre de los Cielos…”.
* Santiago debe escoger entre olvidar o recordar el destino de muerte de Jesús. Opta por recordar para amar.- ■ Mientras atraviesan los pastizales donde las ovejas comen, un largo silencio les envuelve. Al final, Jesús dice: “¿No tienes otras preguntas que hacerme?”. Santiago: “No Jesús. Y esta mañana he comprendido mejor la tremenda misión que me espera…”. Jesús: “Porque estás menos turbado que ayer. Cuando llegue tu hora, tendrás más paz y comprenderás todavía mejor”. Santiago: “Recordaré todas estas cosas… todas… menos…”. Jesús: “¿Cuál Santiago?”. Santiago: “Lo que esta noche no me dejaba mirarte sin llorar. Eso que no sé si verdaderamente me lo has dicho Tú —y, como dicho por Ti, tendría que creerlo— o si ha sido una turbación demoníaca. Pero, ¿cómo puedes estar tan sereno… si deben acaecerte esas cosas?”. Jesús: “¿Y estarías tranquilo si Yo te dijese: «Allá hay un pastor que se arrastra fatigosamente porque está impedido de una pierna. Trata de curarle en nombre de Dios»?”. Santiago: “No, Señor mío. Me sentiría como fuera de mí, pensando en la tentación de usurpar tu puesto”. Jesús: “¿Y si Yo te lo ordenase?”. Santiago: “Lo haría por obediencia. No me turbaría en absoluto, porque sabría que sería voluntad tuya. No tendría miedo a no ser capaz, porque está claro que Tú, al mandarme, me darías la fuerza para cumplir tu voluntad”. Jesús: “Tú lo has dicho y lo has dicho bien. Piensa, pues, que Yo, al obedecer al Padre, estoy siempre en paz”. ■ Santiago llora bajando la cabeza. Jesús: “¿Quieres de veras olvidarlo?”. Santiago: “Lo que Tú quieras, Señor…”. Jesús: “Tienes dos caminos: olvidar o recordar. Olvidar te libertará del dolor y del silencio absoluto ante tus compañeros, pero te dejará sin preparación. El recordar te preparará para tu misión, porque solo basta recordar lo que padece en su vida terrena el Hijo del hombre para no quejarse uno nunca y para vigorizarse en el espíritu al ver toda la realidad del Mesías, en su más luminosa luz. Escoge…”. Santiago: “Creer, recordar, amar. Querría esto. Y morir lo más pronto posible, Señor…”. Y Santiago sigue llorando en silencio. Si no fuera por las gotas de llanto que brillan en su barba rojiza, no se sabría que está llorando. Jesús le deja llorar… ■ Al fin Santiago dice: “Y si en el futuro Tú hicieses nuevas alusiones a… tu martirio, ¿debo decir que lo sé?”. Jesús: “No. Deberás callarte. José supo callar respecto a su dolor de esposo que se creía traicionado, así como respecto al misterio de la concepción virginal y de mi Naturaleza. Imítale. Aquello era también un secreto tremendo, un secreto que había que custodiar, porque el no custodiarlo, por orgullo o ligereza, habría significado poner en peligro toda la Redención. Satanás es constante en vigilar y en obrar. Recuérdalo. Si tú hablases ahora, causarías daño a muchos y por muchas razones. Guarda silencio”. Santiago: “Lo guardaré… aunque significará doble peso…”. Jesús no responde. Deja que Santiago, bajo su turbante de lino, llore libremente.
* Primer milagro de Santiago de Alfeo.- ■ Encuentran a un hombre que lleva sobre sus espaldas a un pobre niño. Jesús pregunta: “¿Es tu hijo?”. Hombre: “Sí. Al nacer, mató a su madre. Ahora que murió también mi madre, cuando voy al trabajo, me le llevo así para cuidarle. Soy leñador. Le recuesto en la hierba, sobre mi manto, y, mientras corto árboles, él se divertirá con las flores. ¡Pobre hijo mío!”. Jesús: “¡Es una desgracia!”. Hombre: “Sí. Pero lo que Dios quiere, debe aceptarse con paz”. Jesús: “Adiós, hombre. La paz sea contigo”. Hombre: “Adiós. La paz sea con vosotros”. El hombre sube el monte. Jesús y Santiago siguen todavía bajando. Santiago suspira: “¡Cuántas desventuras! Esperaba que le hubieras curado”. Jesús aparenta no escuchar. Santiago: “Maestro, si aquel hombre hubiese sabido que Tú eres el Mesías, tal vez te hubiera pedido el milagro”. Jesús no responde. Santiago: “Jesús, ¿me dejas volver para decírselo a aquel hombre? Tengo piedad por ese niño. Tengo el corazón lleno ya de mucho dolor; dame al menos la alegría de ver curado a ese pequeño”. Jesús: “Ve si quieres. Te espero aquí”. ■ Santiago echa a correr. Alcanza al hombre, le llama: “¡Oye detente, escucha! El que estaba conmigo es el Mesías. Dame tu hijo, para que yo se lo lleve. Ven también tú, si quieres, para ver si el Maestro te lo cura”. Hombre: “Ve tú. Yo debo cortar toda esta leña. Estoy retrasado por causa del niño. Si no trabajo, no como. Soy pobre, y él me cuesta mucho. Creo en el Mesías, pero es mejor que tú le hables por mí”. Santiago se agacha para tomar al niño que está recostado en la hierba. El hombre advierte: “Con cuidado, es todo dolor”. En efecto: apenas Santiago trata de alzarle, el niño llora lastimosamente. Santiago suspira: “¡Oh, qué pena!”. El hombre, que está cortando un duro tronco, dice: “Una gran pena. ¿No podrías curarle tú?”. Santiago: “No soy el Mesías. Soy solo un discípulo suyo”. Hombre: “¿Y qué quieres decir con eso? Los médicos aprenden de otros médicos; los discípulos, del Maestro. Anda, hazlo. No le hagas sufrir. Inténtalo tú. Si el Maestro hubiese querido venir aquí, lo habría hecho. Te envió a ti o porque no quiere curarle o porque quiere que tú le cures”. Santiago está perplejo. Luego se decide. Se endereza. Ora como ha visto que Jesús lo hace, y luego: “En nombre de Jesucristo, Mesías de Israel e Hijo de Dios, cúrate” y se pone de rodillas al punto diciendo: “Oh, Señor mío, ¡perdón! ¡Lo hice sin tu permiso! Pero fue por compasión de esta pobre criatura de Israel. ¡Piedad, Dios mío! ¡Para él y para mí, pecador!” y llora inclinado sobre el niño extendido. Las lágrimas caen sobre las piernecitas torcidas e inertes. ■ Aparece Jesús en el sendero. Ninguno le ve, porque el leñador está trabajando, Santiago llora y el niño mira a este último con curiosidad, y, cariñoso, le pregunta: “¿Por qué estás llorando?” y extiende una manita para acariciarle, y, sin caer en la cuenta, se sienta por sus propias fuerzas, se pone de pie y abraza a Santiago para consolarle. Es el grito que lanza Santiago lo que hace que el leñador se vuelva, y entonces ve a su hijo derecho sobre sus piernas, que ya tienen vida, que no están ya torcidas. Al volverse ve a Jesús. “¡Mírale! ¡Mírale!” grita señalando en dirección a las espaldas de Santiago que se vuelve y ve a Jesús, que le mira con rostro lleno de alegría radiante. “¡Maestro, Maestro! No sé cómo sucedió… la compasión… este hombre… este pequeño… ¡Perdóname!”. Jesús: “Levántate. Los discípulos no son más que el Maestro, pero pueden realizar lo que el Maestro, cuando lo hacen por motivos santos. Levántate y ven conmigo. Sed benditos vosotros dos y acordaos que también los siervos de Dios hacen las obras del Hijo de Dios” y se va llevándose a Santiago, que repite: “¿Pero cómo sucedió? No entiendo nada. ¿Con qué hice un milagro en tu Nombre?”. Jesús: “Con tu compasión, Santiago; con tu deseo de que ese inocente y ese hombre, que creía y dudaba, me amasen. Juan cerca de Yabnia hizo un milagro por amor: curó un moribundo ungiéndole mientras oraba. Tú curaste aquí a uno con tu llanto y tu compasión, y con tu confianza en mi Nombre. ¿Ves qué paz produce el servir al Señor cuando hay recta intención en el discípulo? ■ Ahora vamos aprisa, porque ese hombre nos viene siguiendo y no conviene que tus compañeros sepan esto por ahora. Pronto os enviaré en mi Nombre… (un gran suspiro de Jesús), pues Judas de Simón arde en deseos de obrar (otro suspiro mucho más grande). Y haréis… pero no para todos será un bien. ¡Apresúrate, Santiago! Simón Pedro, tu hermano y también los demás sufrirán al saber esto, como si fuese una parcialidad, aunque no lo es: es preparar a alguno de entre vosotros doce que sepa guiar a los demás. Bajemos al guijarral cubierto de follaje de este río y caminemos por la arena para que desaparezcan nuestras huellas… ¿Lo sientes por el niño? ¡Oh! le volveremos a encontrar…”. (Escrito el 21 de Agosto de 1945).
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1  Nota  : Sobre el Bautismo: “Mi bautismo será realmente eliminación en el alma de la Mancha Original, un volver al estado de Adán y Eva antes de la culpa, estado que será mucho mayor debido a los méritos del Hombre-Dios”. ■ Es exacto que el bautismo instituido por Jesús restituye al alma “su estado espiritual (esto es, de gracia y amistad con Dios), que poseían Adán y Eva antes de su culpa” (esto es, cuando estaban en gracia). Pero sin duda alguna el bautismo llegará a la plenitud de su eficacia solo cuando el bautizado, en la totalidad psico-física de su humana sustancia renovada, esto es, en su alma que es ya bienaventurada, y en su cuerpo resucitado y glorificado (según la medida de la voluntad divina) plena y permanentemente incorporado y conformado a Cristo-Cabeza, sobrepasará en mucho la perfección concedida a Adán y Eva en el paraíso terrestre. Por esta razón la admirable obra de la creación aparecerá superada por la más admirable de la nueva creación.   2  Nota  : Sobre los sacramentos: “La palabra del sacerdote obrará en el bautizado el milagro de la redención de la Culpa Original”. Los sacramentos son medios que instituyó Jesús para significar y causar el nuevo nacimiento o intensificación de la amistad del hombre con Dios. “Cómo” obren estos sacramentos este nuevo nacimiento o intensificación, es cosa muy disputada entre los teólogos católicos. Aquí y en las últimas palabras del parágrafo (“Soy… Hombre-Dios”) parece que se afirma que el elemento material (por ejemplo: el agua, aceite) del sacramento significa el efecto espiritual; el agua lavando o el aceite ungiendo el cuerpo significa la ablución o la consagración espiritual. Por el contrario, el elemento espiritual (por ejemplo: la palabra que pronuncia Cristo a través de un siervo de Dios) es lo que causa el efecto espiritual, esto es, el nuevo nacimiento o consagración espiritual.  3  Nota : Cfr. Éx. 30,22-33.   4  Nota  : Cfr. Tob. 3,7-25; 9-10.   5  Nota  : Sobre la venida del Espíritu Santo: Según esta Obra, Jesús en la tarde de su Resurrección (Cfr. Ju.20,19-23) hizo resucitar espiritualmente también a los apóstoles, infundiendo en ellos el Espíritu Santo, perdonó sus pecados, como si hubiese sido un rito bautismal y al mismo tiempo les concedió el poder de perdonar los pecados de los otros. Por el contrario, en el día de Pentecostés, al derramar nuevamente el Espíritu Santo, con mayor abundancia y riqueza de dones, confirmó a los mismos apóstoles, iniciando de este modo el sacramento del Crisma, que después de ellos y sus sucesores que tienen la plenitud del Sacerdocio (esto es, los obispos) perpetuarán hasta el final de los tiempos.
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(<En Cafarnaúm, Jesús está solo con Mateo, que no ha podido ir con los demás a predicar por tener herido un pie. De todas formas, enfermos y otras personas deseosas de la Buena Nueva llenan la terraza y el espacio libre del huerto para oír a Jesús y solicitarle ayuda. Una vez de que ha terminado de predicar, Jesús se acerca a los pobres y enfermos y escucha con bondad lo que le cuentan. Mientras Jesús está atendiendo a una pobre viuda —a la que promete que irá a su casa a ultimar un trabajo de carpintería que su difunto marido ha dejado sin acabar— tres hombres se abren paso entre la multitud>)
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4-266-248 (5-129-814).- Los discípulos del Bautista quieren verificar que Jesús es el Mesías (1). El Bautista, apresado de nuevo.
* Juan el Bautista, viendo que todavía no estaba convencido alguno de sus discípulos —no se trata de los discípulos pastores—, ha tomado a dos, y les ha dicho: «Id donde Él y decidle en mi nombre: ‘¿Eres Tú el que ha de venir o debemos esperar a otro?’»”.- ■ “Maestro tres veces santo, ¿te puedo saludar?” pregunta uno de los tres que habían llegado y que estaban parados respetuosamente detrás de Jesús, esperando a que despidiera a la mujer, y que, por tanto, han oído la promesa de Jesús. El hombre que ha saludado es Mannaén (2). Jesús se vuelve y, sonriendo, dice: “¡Paz a ti, Mannaén! ¡Entonces, te has acordado de Mí!…”. Mannaén: “Eso siempre, Maestro. Había decidido ir a verte a casa de Láza­ro y al huerto de los Olivos para estar contigo. Pero antes de la Pas­cua apresaron a Juan el Bautista. Le prendieron —con traición— otra vez; yo temía que, en ausencia de Herodes, que había ido a Je­rusalén para la Pascua, Herodías ordenara la muerte del santo. No quiso ir para las fiestas a Sión, porque decía que estaba enferma. Enferma, sí: de odio y lujuria… Estuve en Maqueronte para vigilar y… refrenar a esa pérfida mujer, que sería capaz de matar con su propia mano… Si no lo hace, es porque tiene miedo a perder el favor de Herodes, que… por miedo o convicción, defiende a Juan y se limita a tenerle prisionero. Ahora Herodías se ha ido a un castillo de su propiedad, huyendo del calor agobiante de Maqueronte. Yo he venido con estos amigos míos y discípulos de Juan. Él los había enviado con una pregunta para Ti y me uní a ellos”. ■ La gente, al oír hablar de Herodes y comprendiendo quién es el que habla de él, se arremolina, curiosa, en torno al pequeño grupo de Jesús y de los tres hombres. Jesús, tras recíprocos saludos con los dos austeros personajes, dice: “¿Qué pregunta queríais hacerme?”. Uno de los dos dice: “Habla tú, Mannaén, que sabes todo y te conocen mejor”. Mannaén: “Escucha, Maestro. Sé comprensivo, si ves que, por exceso de amor, en los discípulos nace un recelo hacia Aquel al que creen antagonista o suplantador de su maestro. Lo hacen los tuyos, lo hacen igual que los de Juan. Son celos comprensibles, que demuestran todo el amor de los discípulos hacia sus maestros. Yo… soy imparcial, y lo pueden decir éstos que están conmigo, porque os conozco a Ti y a Juan y os amo con equidad. Tanto es así que, aunque te ame a Ti por lo que eres, preferí hacer el sacrificio de estar con Juan, porque le venero también a él por lo que es, y, actualmente, porque está en ma­yor peligro que Tú. Ahora, por este amor —no sin el soplo rencoroso de los fariseos— han llegado a poner en duda que Tú eres el Mesías. Y así se lo han confesado a Juan, creyendo que le daban una alegría diciéndole: «Para nosotros el Mesías eres tú, no puede haber uno más santo que tú». Pero Juan, primero, los ha reprendido llamándolos blasfemos; luego, después de la reprensión, con más dulzura, les ha explicado todas las circunstancias que te señalan como verdadero Mesías; en fin, viendo que todavía no estaban convencidos, ha tomado precisamente a estos dos, y les ha dicho: «Id donde Él y decidle en mi nombre: ‘¿Eres Tú el que ha de venir o debemos esperar a otro?’». No ha enviado a los discípulos que antes habían sido pastores, porque ellos creen y no habría aportado nada el enviarlos. Los ha tomado de entre los que dudan, para acercártelos y para que tu palabra disipara las du­das de otros como ellos. He venido con ellos para verte. Esto es todo. Ahora Tú acalla sus dudas”. ■ Discípulo de Juan: “¡No nos creas hostiles a Ti, Maestro! Las palabras de Mannaén te podrían hacer pensar. Nosotros… nosotros… Conocemos desde hace años al Bautista, siempre le hemos visto santo, penitente, inspirado. A Ti… no te conocemos sino por boca de terceros, y ya sabes lo que es la palabra de los hombres… Crea y destruye fama y honra, por el contraste entre quien exalta y quien humilla, de la misma forma que dos vientos contrarios forman y deshacen una nube”. Jesús: “Lo sé, lo sé. Leo en vuestro corazón y vuestros ojos leen la verdad en lo que os rodea, como también vuestros oídos han escuchado mi conversación con la viuda. Sería suficiente para convencer. Mas Yo os digo: observad qué personas me rodean: aquí no hay ricos, ni personas que se entreguen a diversión, aquí no hay personas de vida escandalosa; sólo hay pobres, enfermos, honrados israelitas que quieren conocer la Palabra de Dios. Éste, éste, esta mujer… también esa niñita y aquel anciano, han venido aquí enfermos y ahora están sanos. Preguntadles y os dirán qué tenían y cómo los he curado, y cómo están ahora. Preguntad, preguntad; yo, mientras, hablo con Mannaén” y hace ademán de separarse. ■ Discípulo de Juan: “No, Maestro. No dudamos de tus palabras. Danos sólo una respuesta que llevar a Juan, para que vea que hemos venido y para que pueda, sobre la base de esa respuesta, persuadir a nuestros compañeros”. Jesús: “Id y referid esto a Juan: «Los sordos oyen, esta niña era sorda y muda. Los mudos hablan, aquel hombre era mudo de nacimiento. Los ciegos ven». Hombre, ven aquí. Di a éstos lo que tenías” dice Jesús mientras coge de un brazo a uno que ha sido curado milagrosa­mente. Éste dice: “Soy albañil. Me cayó en la cara un cubo lleno de cal viva. Me quemó los ojos. Desde hace cuatro años vivía en la oscuridad. El Mesías me ha mojado los ojos secos con su saliva y ahora es­tán de nuevo más frescos que cuando tenía veinte años. ¡Bendito sea!”. Jesús prosigue: “Y no sólo ciegos, sordos o mudos, curados, sino también cojos que corren, tullidos que se enderezan. Mirad ese an­ciano: hace un rato estaba anquilosado, encorvado, y ahora está de­recho como una palma del desierto y ágil como una gacela. Quedan curadas las más graves enfermedades. Tú, mujer, ¿qué tenías?”. La mujer dice: “Una enfermedad del pecho, por haber dado demasiada leche a bocas voraces; la enfermedad, además del pecho, me comía la vida. Ahora mirad” y se destapa el vestido y muestra, intactos, los pechos, y añade: “Lo tenía que era todo una llaga. Lo demuestra la túnica, todavía mojada de pus. Ahora voy a casa para ponerme un vestido limpio; estoy fuerte y contenta. Ayer, no más, estaba muriéndome. Me han traído aquí unas personas compasivas. Me sentía muy infe­liz… por los niños, que se iban a quedar pronto sin madre. ¡Eterna alabanza al Salvador!”. ■ “¿Habéis oído? Podéis preguntarle también al arquisinagogo de esta ciudad sobre la resurrección de su hija. Y, volviendo en dirección a Jericó, pasad por Naím e informaos sobre el joven que fue resucita­do en presencia de toda la ciudad, cuando ya estaba para ser intro­ducido en la tumba; así, podréis referir que los muertos resucitan. El hecho de que muchos leprosos hayan sido curados lo podréis saber en muchos lugares de Israel; pero, si queréis ir a Sicaminón, buscad entre los discípulos y encontraréis muchos ex leprosos. Decid, pues, a Juan que los leprosos quedan limpios. Decid, además, que se anuncia la Buena Nueva a los pobres, porque lo estáis viendo. Y bienaventurado quien no se escandalice de Mí. Decid esto a Juan. Y también que le bendigo con todo mi amor”. Discípulos de Juan: “Gracias, Maestro. Bendícenos también a nosotros antes de mar­charnos”. Jesús: “No podéis iros a esta hora, con este calor… Quedaos en casa co­mo invitados míos hasta el atardecer; así viviréis por un día la vida de este Maestro que no es Juan, pero que es amado por Juan, porque Juan sabe quién es. Venid a casa. Está fresca. Os daré la posibilidad de reponer fuerzas. Adiós a vosotros que me escucháis. La paz sea con vosotros”. Despide a la muchedumbre y entra en la casa con sus tres invitados. (Escrito el 29 de Agosto de 1945).
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1  Nota  : Cfr. Mt. 11,1-6; Lc. 7,18-23.  2  Nota  : Hermano de leche de Herodes. Vivía en el palacio de Herodes. Cfr. Personajes de la Obra magna: Mannaén.
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4-266-251 (5-129-817).- Testimonio de Jesús sobre el Precursor e invectiva contra las ciudades impenitentes (1).- Testimonio de Jairo sobre la resurrección de su hija.
* Según Jairo, su hija dijo: «No recuerdo lo que es la muerte. Recuerdo, eso sí, que un ángel me llamó y me llevó a través de una luz que aumentaba cada vez más y al final de esa luz estaba Jesús;  vosotros y yo, ahora, vemos al Hombre, pero mi espíritu vio a ese Dios que está dentro del Hombre».- ■ Ahora veo la preparación de la partida de los dos discípulos de Juan Bautista hacia Jericó. Mannaén parece que se queda. Su caballo no ha sido traído junto con los dos fuertes asnos a la entrada del patio. Los dos enviados de Juan, después de muchas reverencias al Maestro y a Mannaén suben a sus monturas… Todavía se vuelven para mirar y saludar, hasta que un recodo del camino los esconde a la vista. Muchos de Cafarnaúm se han congregado para ver esta despedida, porque la noticia de la venida de los discípulos de Juan y la respuesta que Jesús les ha dado se han propagado por el pueblo y creo que también por otros pueblos cercanos. Veo personas de Betsaida y Corozaín —tal vez antiguos discípulos del Bautista— que antes se han presentado a los enviados de Juan, les han preguntado por él y le han mandado saludos a través de ellos, y que ahora se quedan hablando en grupo con los de Cafarnaúm. Jesús, con Mannaén a su lado, hace ademán de volver a la casa mientras habla. Pero la gente se apiña alrededor de Él, curiosa de observar al hermano de leche de Herodes y su trato lleno de deferencia hacia Jesús; deseosos también de hablar con el Maestro. ■ Está también Jairo, el arquisinagogo. Por gracia de Dios, no hay fariseos. Precisamente Jairo dice: “¡Estará contento Juan! No sólo le has enviado una respuesta exhaustiva, sino que, invitándolos a quedarse, has podido adoctrinarlos y mostrarles un milagro”. Un hombre dice: “¡Y no de poco relieve!”. Jairo: “Había traído expresamente a mi hija hoy para que la vieran. Nunca se ha sentido tan bien como ahora, y para ella es un motivo de alegría el venir a estar con el Maestro. ¿Habéis oído su respuesta, no?: «No recuerdo lo que es la muerte. Recuerdo, eso sí, que un ángel me llamó y me llevó a través de una luz que aumentaba cada vez más y al final de esa luz estaba Jesús. Como le vi entonces, con mi espíritu volviendo a mí, no le veo ni siquiera ahora; vosotros y yo, ahora, vemos al Hombre, pero mi espíritu vio a ese Dios que está dentro del Hombre» (2). ¡Qué buena se ha hecho desde entonces! Era ya buena, pero ahora es un verdadero ángel. ¡Ah, que digan lo que quieran todos!, ¡para mí el único santo que hay eres Tú!”. Uno de Betsaida dice: “De todas formas, también Juan es santo”. “Sí, pero es demasiado severo”. “No lo es más con los demás que consigo mismo”. “Pero no hace milagros y se dice que ayuna porque es como un mago”. “Pues de todas formas es santo”. La disputa de la gente se hace mayor.
* “Y vosotros, ¿qué habéis visto en Juan? Un profeta?, ¿un santo? Os digo que es más que un profeta; es más que muchos santos, más que los santos porque es aquel de quien está escrito: «Mando ante vosotros a mi ángel para preparar tu camino delante de Ti». Ángel”.- ■ Jesús alza la mano y la extiende con el gesto habitual que hace cuando pide silencio y atención porque quiere hablar; en seguida se hace el silencio. Jesús dice: “Juan es santo y grande. No miréis tan solo su manera de actuar ni la au­sencia de hacer milagros. En verdad os digo que es grande en el Reino de los Cielos. Allí se manifestará con toda su grandeza. Muchos se quejan porque era y es severo hasta el punto de pare­cer rudo. En verdad os digo que ha hecho un trabajo de gigante para preparar los caminos del Señor. Quien trabaja de ese modo no tiene tiempo que perder en blanduras. ¿No decía, cuando estaba en el Jordán, las palabras de Isaías que le profetizan a él y profetizan al Me­sías: «Todo valle será rellenado, todo monte será rebajado, los cami­nos tortuosos serán enderezados y los caminos escabrosos allanados», y ello para preparar los caminos al Señor y Rey? ¡Verdaderamente ha hecho él más que todo Israel, para prepararme el camino! Quien debe rebajar montes, rellenar valles, enderezar caminos o transformar cuestas penosas en subidas suaves, tiene que trabajar rudamente. En efecto, era el Precursor y sólo le anticipaba a Mí una breve serie de lunas; todo debía estar ultimado antes de que el Sol estuviera en alto en el día de la Redención. El tiempo ha llegado, el Sol sube para brillar sobre Sión y, desde Sión, extender su luz al mundo entero. Juan ha preparado el camino, como era su deber. ¿Qué habéis ido a ver al desierto? ¿Una caña agitada por el viento en distintas direcciones? ¿Qué es lo que habéis ido a ver? ¿A un hombre refinadamente vestido? ¡No!… Esas personas viven en las casas de los reyes; ataviados con delicadas vestiduras, agasajados por mil siervos y cortesanos (cortesanos que lo son de un pobre hombre como ellos). Aquí tenemos un ejemplo. Preguntadle si no existe en él desazón por la vida de Corte y admiración por la roca solitaria y escabrosa, en vano embestida por el rayo y el pedrisco, en vano circundado por los necios vientos que quieren arrancarle y él se mantiene, no obstante, firme, elevándose entero hacia el cielo, con su punta tan enhiesta —puntiaguda cual llama que sube— que predica la alegría de lo alto. Éste es Juan. Así le ve Mannaén, porque ha comprendido la verdad de la vida y la muerte y ve la grandeza allí donde está, aunque esté escondida bajo apariencias agrestes. Y vosotros, ¿qué habéis visto en Juan cuando habéis ido a verle? ¿Un profeta?, ¿un santo? Os digo que es más que un profeta; es más que muchos santos, más que los santos porque es aquel de quien está escrito: «Mando ante vosotros a mi ángel para preparar tu camino delante de Ti». ■ Ángel. Pensad. Sabéis que los ángeles son espíritus puros creados por Dios a su semejanza espiritual, colocados como nexo en­tre el hombre, que es perfección de lo creado visible y material, y Dios: Per­fección del Cielo y de la Tierra, Creador del reino espiritual y del reino animal. Aún en el hombre más santo subsisten la carne y la san­gre que abren un abismo entre él y Dios. Y el abismo se ahonda profundamente con el pecado, que hace pesado incluso lo espiritual del hombre. Así pues, Dios crea a los ángeles, criaturas que tocan la cúspide de la escala creadora de la misma forma que los minerales señalan su base; los minerales, el polvo que compone la tierra, las materias inorgánicas en general. Espejos tersos del Pensamiento de Dios, voluntariosas llamas que obran por amor, resueltos para comprender, diligentes para obrar, de voluntad libre como la nuestra, aunque enteramente santa, ajena a rebeliones y a estímulos de pecado. Esto son los ángeles adoradores de Dios, mensajeros suyos ante los hombres, protectores nuestros; ellos nos dan la Luz de que están investidos y el Fuego que, adorando, recogen. ■ La palabra del profeta llama «ángel» a Juan. Pues bien, Yo os digo: «Entre los nacidos de mujer no ha habido nunca uno mayor que Juan Bautista». No obstante, el menor del Reino de los Cielos será mayor que él-hombre. Porque quien es del Reino de los Cielos es hijo de Dios y no hijo de mujer. Tended, pues, todos, a ser ciudadanos del Reino”.
* “En su espíritu está ya en el Reino. Cuando muera, estará en el Reino como uno de los soles más resplandecientes de la eterna Jerusalén. Y esto se debe a la Gracia sin ninguna sombra que existe en él y por su propia voluntad”.- Jesús: “¿Qué os estáis preguntando entre vosotros dos?”. Responden: “Decíamos: «¿Pero Juan estará en el Reino?» y «¿cómo estará en el Rei­no?»”. Jesús: “En su espíritu está ya en el Reino. Cuando muera, estará en el Reino como uno de los soles más resplandecientes de la eterna Jerusalén. Y esto se debe a la Gracia sin ninguna sombra que existe en él y por su propia voluntad. En efecto, ha sido, y es, violento también consigo mismo, por un motivo santo. A partir de Juan el Bautista, el Reino de los Cielos es de los que saben conquistárselo con la fuerza opuesta al Mal, y son los violentos los que lo conquistan. Sí, ahora ya se sabe lo que hay que hacer y todo ha sido dado para lograr esta conquista. El tiempo en que hablaban sólo la Ley y los Profetas ha pasado. Los Profetas han hablado hasta Juan. Ahora habla la Palabra de Dios, y no esconde ni una tilde de cuanto tiene que saberse para esta conquista. Si creéis en Mí, debéis ver en Juan a ese Elías que debe venir. Quien tenga oídos para oír que oiga”.
* Invectiva contra las ciudades impenitentes: “Porque el don de Dios no se debe despreciar nunca, ni usarlo para hacer el mal. ¡Ay de ti Corozaín… Betsaida…! ¿Y  tú, Cafarnaúm…?”.-Jesús: “¿Pero con quién compararé a esta generación? Es semejante a la que describen esos muchachos que, sentados en la plaza gritan a sus compañeros: «Hemos tocado y no habéis bailado; hemos entonado lamentos y no habéis llorado». En efecto, ha venido Juan, que no come ni bebe, y esta generación dice: «Puede hacer así porque tiene al demonio, que le ayuda»; ha venido el Hijo del hombre, que come y bebe, y dicen: «Ahí tenemos a un co­milón y bebedor, amigo de publicanos y pecadores». ¡Así la Sabiduría ha sido acreditada por sus hijos! En verdad os digo que sólo los niños saben reconocer la verdad, porque en ellos no hay malicia.Jairo: “Bien has dicho, Maestro. Por eso mi hi­ja, que no conoce aún la malicia, te ve como nosotros no alcanzamos a verte. Pero esta ciudad y las otras cercanas rebosan de tu poder, sabiduría y bondad, y, debo confesarlo, no te responden sino con mal­dad. No se convierten. El bien que de Ti reciben se transforma en odio contra Ti”. Uno de Betsaida le dice: “¿Qué estás diciendo, Jairo? ¡Nos estás calumniando! Nosotros estamos aquí porque somos fieles al Mesías”. Jairo: “Así es. Nosotros. ¿Pero cuántos somos? Menos de cien, de tres ciuda­des que deberían estar a los pies de Jesús. De los que faltan —me re­fiero a los hombres— la mitad son enemigos; la cuarta parte, indife­rentes; la otra cuarta parte… quiero pensar que no puede venir. ¿No es esto ya pecado ante los ojos de Dios? ¿No será castigada toda esta aversión y obcecación en el mal? Habla, Maestro, Tú que no ignoras, Tú que si guardas silencio es por tu bondad, no porque no sepas. Eres magnánimo, y confunden tu magnanimidad con ignorancia y debilidad. Habla, pues; que tus palabras sacudan al menos a los indiferentes, ya que los malos no se convierten, sino que se hacen cada vez peores”. ■ Jesús: “Sí. Es culpa y será castigada. Porque el don de Dios no se debe despreciar nunca, ni usarlo para hacer el mal. ¡Ay de ti, Corozaín, ay de ti, Betsaida, que hacéis mal uso de los dones de Dios! Si en Tiro y Sidón hubieran sucedido los milagros que se han producido en medio de vosotros, desde hace ya mucho tiempo, hubieran hecho penitencia vestidos de cilicio y cubiertos de ceniza, y habrían venido a Mí. Por esto os digo que Tiro y Sidón serán tratadas con mayor clemencia que vosotras en el día del Juicio. ¿Y tú, Cafarnaúm, crees que por haberme dado alojamiento serás elevada hasta el Cielo? Hasta el infierno bajarás. Porque si en Sodoma se hubieran hecho los milagros que Yo te he dado, sería todavía una ciudad floreciente, porque habría creído en Mí y se habría convertido. Por esta razón, Sodoma, en el último Juicio, será tratada con mayor clemencia que tú, que has conocido al Mesías y has oído su palabra y no te has convertido, porque Sodoma no conoció al Salvador y su Palabra, y por lo tanto su culpa es menor. No obs­tante, como Dios es justo, los de Cafarnaúm, Betsaida y Corozaín que han creído y se santifican prestando obediencia a mi palabra, serán tratados con gran misericordia; no es justo, en efecto, que los justos se vean implicados en el descalabro de los pecadores”.
* Te doy gracias, Padre, Señor del Cielo y de la Tierra, porque has escondido estas cosas a los sabios y a los doctos y se las has revelado a los pequeños” (niños en edad o niños por voluntad).- Jesús: “En cuanto a tu hija, Jairo, y a la tuya, Simón, y a tu hijo, Zacarías, y a tus nietos, Benjamín, os digo que, no conociendo malicia, ven ya a Dios. Ya veis que su fe es pura y activa, unida a sabiduría celestial, y tam­bién a deseos de caridad como no tienen los adultos”. ■ Y Jesús, alzando los ojos al cielo que se va oscureciendo con la no­che, exclama: “Te doy gracias, Padre, Señor del Cielo y de la Tierra, porque has escondido estas cosas a los sabios y a los doctos y se las has revelado a los pequeños. Así, Padre, porque así te plugo. Todo me ha sido confiado por mi Padre, y nadie conoce al Padre sino el Hi­jo y aquellos a los que el Hijo quiera revelárselo. Y Yo se lo he revela­do a los pequeños, a los humildes, a los puros, porque Dios se comu­nica con ellos, y la verdad desciende como semilla a los terrenos libres, y sobre ella hace llover el Padre sus luces para que eche raíces y dé un árbol. Aún más, verdaderamente el Padre prepara a estos espíritus de los niños en edad o niños por voluntad, para que conozcan la Verdad y Yo reciba gozo de su fe”… (Escrito el 29 de Agosto de 1945).
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1  Nota  : Cfr. Mt. 11,7-24; 11,25-27; Lc. 7,24-35; 10,13-15 y 21-22.  2  Nota  : El sinagogo Jairo se refiere a la experiencia de muerte que sufrió su hija mientras permaneció muerta, antes de ser resucitada por Jesús.
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(<Jesús está en la casa de Cafarnaúm acompañado de Mannaén>)
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4-270-279 (5-133-847).- Jesús recibe la noticia de que han matado a Juan Bautista (1).
* Matías, Juan y Simeón, discípulos de Juan Bautista, testigos directos de la muerte de Juan Bautista.- ■ Se oyen voces inquietantes en el huerto. Preguntan con angustia: “¡El Maestro! ¡El Maestro! ¿Está aquí?”. Responde la voz cantarina de la dueña de la casa: “Está en la habitación de arriba ¿Quiénes sois? ¿Enfermos?”. Responden: “No. Discípulos de Juan y queremos ver a Jesús de Nazaret”. Jesús se asoma por la ventana y dice: “Paz a vosotros… ¡Oh! ¿Sois vosotros? ¡Venid! ¡Venid!”. Son los tres pastores Juan, Matías y Simeón. “¡Oh, ¡Maestro!”, dicen, y levantan la cabeza y dejan ver un rostro apenado. Ni siquiera viendo a Jesús se sosiegan. Jesús deja la habitación y va a su encuentro a la terraza. Mannaén le sigue. Se encuentran justamente en el punto en que la escalera termina en la soleada terraza. Los tres se arrodillan y besan el suelo. Luego Juan, por todos, dice: “Ahora recíbenos, Señor, pues somos tu herencia” y unas lagrimas se deslizan por la cara del discípulo y de sus compañeros. Jesús y Mannaén, al unísono, gritan: “¡¿Juan¡?”. Matías: “Le ha dado muerte…”. La palabra cae cual enorme fragor que cubre todos los ruidos del mundo, a pesar de que haya sido pronunciada muy bajo. Deja como piedra inmóvil al que la dice y a quien la oye. Y se produce un rato de silencio tan profundo y de tan profunda inmovilidad en los animales, en el bosque y aire, que parece como si la tierra, para recoger esta palabra y sentir todo su horror, suspendiera todo su ruido… ■ Jesús se pone pálido como de marfil mientras sus ojos se dilatan y se vidrian de llanto, abre sus brazos y, con voz profunda por el esfuerzo que hace para que sea tranquila, dice: “Paz al mártir de la justicia, paz a mi Precursor”. Luego recoge sus brazos y su espíritu y, claramente, ora, entrando en contacto con el Espíritu de Dios y el de Juan Bautista. Mannaén no se atreve a hacer ningún gesto. Al contrario de Jesús, se ha puesto intensamente rojo y ha sentido un impulso de ira. Luego se ha quedado paralizado; toda su turbación se manifiesta en el movimiento mecánico de la mano derecha, que manosea el cordón de la túnica, y de la izquierda, que involuntariamente busca el puñal… y mueve la cabeza compadeciéndose de su fragilidad de mente, pues no se acordaba de que se había desarmado para ser “el discípulo del Manso” para estar “junto al Manso”. ■ Jesús abre de nuevo su boca y sus ojos. Su rostro, su mirada, su voz han recuperado la majestad divina que habitualmente tienen en Él. Solo queda una tristeza grave dulcificada de paz. Jesús: “Venid. Decidme cómo ha sucedido. Desde hoy sois míos”. Y los conduce a la habitación. Cierra la puerta, corre las cortinas —no del todo— para suavizar la luz, para crear un ambiente de recogimiento en torno al dolor y la belleza de la muerte del Bautista, para marcar límites que dividen esta perfección de vida y el mundo corrompido. “Habla” ordena Mannaén todavía parece petrificado. Está con el grupo, pero ni dice una palabra.
* La danza de Salomé y el juramento de Herodes.- Dice Matías: “Era la noche de la fiesta… No se podía prever esto… Solo dos horas antes, Herodes había estado aconsejándose con Juan, dejándole después con aire afectuoso… Y poco, poco antes de que se produjera… el homicidio, el martirio, el delito, la glorificación, había mandado a un siervo con frutas heladas y vinos raros para el prisionero. Juan nos había distribuido esas cosas… nunca mudó su austeridad… Éramos los únicos presentes. Gracias a Mannaén trabajábamos en el palacio como siervos en las cocinas y en las caballerizas. Debido a esto podíamos ver siempre a nuestro Juan… En la cocina estábamos yo y Juan. Simeón no; él tenía a su cuidado a los criados de las caballerizas para que tratasen con cuidado las cabalgaduras de los invitados… El palacio estaba lleno de gente importante, jefes militares, personalidades de Galilea. Herodías se había encerrado en sus habitaciones tras la escena violenta que se había producido por la mañana entre ella y Herodes…”. ■ Mannaén interrumpe: “¿Pero cuándo había llegado esa hiena?”. Matías: “Dos días antes. No la esperaban… Dijo al monarca que no podía vivir lejos de él, y estar ausente el día de su fiesta. Víbora y maga como siempre, había hecho de él un juguete… Pero Herodes, por la mañana de este día, se había negado —a pesar de que ya estuviera embriagado de vino y de lujuria— a concederle a la mujer lo que con fuertes gritos pedía… ¡Y nadie se imaginaba que se tratase de la vida de Juan!… Estaba en sus habitaciones, irritadísima. Había rechazado los alimentos, enviados por Herodes en preciosa fuente. Tan solo se había quedado con una fuente preciosa de fruta y en cambio envió a Herodes una jarra de vino drogado… Drogado… ¡Ah, su naturaleza ya ebria y viciosa era suficiente para arrojarle al delito! ■ Por los criados que servían a las mesas supimos que después de la danza de las bailarinas de la Corte, es más, a la mitad de la danza, había irrumpido en la sala de banquete Salomé, bailando. Y las bailarinas, ante la joven real, se habían retirado hacia las paredes. La danza fue perfecta, nos dijeron. Lúbrica y perfecta. Digna de los invitados… Herodes… ¡Oh!, ¡quizás fermentaba dentro de él un nuevo deseo de incesto!… Herodes, al final del baile, entusiasta, dijo a Salomé: “¡Has bailado bien! Juro que mereces un premio. Juro que te lo daré. Juro que te daré cualquier cosa que me pidas. Lo juro en presencia de todos. Y la palabra de un rey es fiel incluso sin juramento. Pide lo que quieras”. Salomé, fingiendo perplejidad, inocencia y modestia, recogiéndose en sus velos con gesto púdico después de tanta desvergüenza, dijo: “Permíteme, gran señor, que reflexione un momento. Me retiro y luego vuelvo, porque tu gracia me ha turbado”… y se retiró para ir donde su madre. Selma me ha dicho que entró riendo, diciendo: “¡Madre, has vencido! Dame la bandeja”. ■ Y Herodías, con un grito de triunfo, ordenó a la esclava que diera a la joven la bandeja no devuelta antes, y dijo: “En esta bandeja que has mandado a mi madre, en señal de que la amas, y de que me amas, quiero la cabeza de Juan. Y luego seguiré bailando, si tanto te gusto. Bailaré la danza de la victoria. ¡Porque he vencido! ¡Te he vencido a ti, oh rey! ¡He vencido a la vida, y soy feliz!”. Esto es lo que dijo. A nosotros nos lo repitió un amigo copero. Herodes se turbó en medio de estos dos quereres: ser fiel a la palabra, ser justo. Pero no supo ser justo porque es un hombre injusto. Hizo una señal al verdugo que estaba detrás del asiento real, y éste, habiendo cogido de las manos alzadas de Salomé la bandeja, salió de la sala del banquete para ir a las habitaciones bajas. Yo y Juan le vimos atravesar el patio… Luego oímos el grito de Simeón: “¡Asesinos!”… y le vimos que volvía a pasar con la cabeza sobre la bandeja… Juan, tu Precursor, había muerto…”.
* Últimos momentos de Juan Bautista y su testimonio: «Jesús de Nazaret es el verdadero Mesías».- ■ Pasado un momento pregunta Jesús: “Simeón, ¿puedes decirme cómo ha muerto?”. Simeón: “Sí. Estaba en oración… Me había dicho antes: «Dentro de poco volverán los dos que envié, y quien aún no cree, creerá. De todas formas, recuerda que, si a su regreso, ya no viviera, yo, como a quien está cerca a la muerte, todavía te digo, para que tú por tu parte se lo digas a ellos: ‘Jesús de Nazaret es el verdadero Mesías’». Pensaba siempre en Ti… Entró el verdugo. Yo grité fuerte. Juan alzó la cabeza y le vio. Se puso en pie y dijo: «Solo puedes quitarme la vida. Pero la verdad que permanece es que no es lícito hacer el mal». Estaba para decirme algo cuando el verdugo levantó la pesada espada, mientras Juan estaba todavía de pie, y la cabeza cayó truncada del cuerpo, con un gran flujo de sangre que enrojeció la piel de cabra. La enflaquecida cara quedó cual cera pero los ojos quedaron vivos, abiertos acusadores. Rodó a mis pies… También yo, vencido de dolor, caí sobre su cuerpo… Después… después la cabeza… luego que Herodías la manoseó y se burló de ella, la echaron a los perros. Pero nosotros la recogimos diligentemente y la envolvimos junto con el tronco en un precioso lienzo; durante la noche recompusimos el cuerpo y lo transportamos fuera de Maqueronte. Lo embalsamamos en un bosque de acacias con ayuda de otros discípulos cuando apenas iba a despuntar el sol… Pero de nuevo nos la arrebataron para nuevas befas… Porque ella no puede ni destruirle ni perdonarle… Y sus esclavos, temiendo la muerte, nos quitaron esa cabeza con ferocidad mayor que la de los chacales. ¡Si hubieras estado tú, Mannaén!…”.
* Sus ojos todavía repiten «No te es lícito».- ■ Mannaén dice: “Si hubiera estado yo… Pero esa cabeza es su maldición… Aunque el cuerpo esté incompleto, nada se quita a la gloria del Precursor. ¿No es verdad, Maestro?”. Jesús: “Es verdad. Aunque los perros le hubieran destruido, su gloria no habría sufrido mutación”. Matías dice: “Tampoco han cambiado sus palabras, Maestro. Sus ojos, a pesar de haber quedado befados, y con una gran herida, todavía repiten: «No te es lícito». ¡Pero nosotros le hemos perdido!”. Juan: “Y ahora somos tuyos, porque así lo dijo él; y dijo también que Tú ya lo sabías”. Jesús: “Sí, desde hace meses sois míos. ¿Cómo habéis venido?”. Matías: “A pie, por etapas. Largo, penoso camino entre quemazón de arenas y sal, y aún más quemazón de dolor. Hace casi veinte días que estamos en camino…”. Jesús: “Ahora descansaréis”. ■ Mannaén pregunta: “Decidme: ¿Herodes no se extrañó de mi ausencia?”. Matías: “Sí. Primero estuvo inquieto, y luego se puso furioso; pero, pasado el furor, dijo: «Un juez menos». Así nos refirió el amigo copero”. Jesús dice: “¡Un juez menos! Dios le espera como juez y es suficiente. Venid a donde dormimos. Estáis cansados y llenos de polvo del camino. Encontraréis vestidos y sandalias de vuestros compañeros. Tomadlos. Descansad y reponed fuerzas. Lo que es de uno es de todos. Tú, Matías, que eres alto, puedes coger una túnica mía. Luego ya veremos. Esta noche, dado que es la vigilia del sábado, vienen mis apóstoles. La próxima semana vendrá Isaac con los discípulos, luego Benjamín y Daniel; después de los Tabernáculos, vendrán también Elías, José y Leví. Es tiempo de que a los doce se unan otros. Id aho­ra a descansar”.
* Mannaén, que se resiste todavía en seguir a Jesús, quiere consolarle al verle que sufre. “Es verdad. Sufro. ¡Mucho! ¡Mucho! Sé que Juan está en paz y no le siento lejano. ¡Entonces! Porque la muerte de Juan precede al día en que seré el Redentor. Y la parte humana de Mí se estremece frente a esta idea”.-Jesús se queda solo con Mannaén. Se sienta, pensativo, visiblemente triste, con la cabeza re­clinada sobre la mano y el codo apoyado en la rodilla como soporte. Mannaén está sentado junto a la mesa. No se mueve. Pero está taci­turno. Su rostro es toda una borrasca. Después de mucho, Jesús alza la cabeza, le mira y pregunta: “¿Y tú? ¿Qué vas a hacer ahora?”. Mannaén: “Todavía no lo sé… La idea de quedarme en Maqueronte ya no existe. Pero quisiera quedarme todavía en la Corte, para estar al co­rriente… para protegerte a Ti estando al corriente de las cosas”. Jesús: “Sería mejor para ti seguirme sin dilación. Pero no te fuerzo. Vendrás una vez que el viejo Mannaén, molécula por molécula, haya quedado desecho”. Mannaén: “También quisiera arrebatarle esa cabeza a esa mujer. No es dig­na de tenerla…”. Jesús expresa un leve gesto de sonrisa, y, con franqueza, dice: “Además no has muerto todavía a las riquezas humanas. Pero te quiero lo mismo. Sé que no te perderé aunque espere. Sé esperar…”. ■ Mannaén: “Maestro, quisiera darte mi generosidad para consolarte… Porque sufres. Lo veo”. Jesús: “Es verdad. Sufro. ¡Mucho! ¡Mucho!…”. Mannaén: “¿Sólo por Juan? No creo. Sabes que está en paz”. Jesús: “Sé que está en paz, y no le siento lejano”. Mannaén: “¿Y entonces?”. Jesús: “¡Entonces!… Mannaén, ¿a qué precede el alba?”. Mannaén: “Al día, Maestro. ¿Por qué lo preguntas?”. Jesús: “Porque la muerte de Juan precede al día en que seré el Redentor. Y la parte humana de Mí se estremece frente a esta idea… Mannaén, voy al monte. Tú quédate aquí para recibir a los que vengan y socorrer a los que ya han llegado. Quédate aquí hasta que vuelva. Luego… harás lo que quieras. Adiós”. ■ Y Jesús sale de la habitación. Baja despacio la escalera, atraviesa el huerto y, por la parte posterior del huerto, se introduce por un senderillo entre huertos desarreglados y matas de olivos, manzanos, vides e higueras. Toma la pendiente de un suave collado donde desparece a mi vista. (Escrito el 4 de Septiembre de 1945).
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1  Nota  : Cfr. Mt. 14,3-12; Mc. 6,17-29.
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4-271-284 (5-134-853).- Regreso de los apóstoles y salida para Tariquea (1).
* Los apóstoles, desolados con la noticia de la muerte del Bautista.- ■ Es ya plena noche cuando Jesús vuelve a casa. Entra en el huerto sin hacer ruido. Se asoma un momento a la oscura cocina; la ve vacía. Se asoma a las dos habitaciones donde están las esteras y las camas: también están vacías. El único indicio de que los apóstoles hayan regresado es la ropa cambiada amontonada en el suelo. La casa está tan silenciosa, que parece deshabitada. Jesús, haciendo menos ruido que una sombra, sube la pequeña escalera —candor en el candor de la luna llena— y llega a la terraza. La atraviesa. Parece un espectro moviéndose sin hacer ruido, un luminoso espectro. En la incandescencia blanca de la luna parece estilizarse, alzarse aún más. Levanta con la mano la cortina que cubre la puerta de la habitación de arriba (estaba corrida desde cuando los discípulos de Juan habían entrado en la habitación con Jesús). Dentro, sentados acá o allá, en grupos, están los apóstoles con los discípulos de Juan y con Mannaén, y también Marziam, dormido, reclinada su cabeza en las rodillas de Pedro. La luna se encarga de iluminar la habitación entrando con sus flujos fosfóricos por las ventanas abiertas. Ninguno habla. Y ninguno duerme; aparte del niño, sentado en el suelo sobre una estera. ■ Jesús entra despacio. El primero que le ve es Tomás. “¡Oh, Maestro!” dice sobresaltándose. Todos los demás también reaccionan. Pedro, en su ímpetu, hace ademán de levantarse repentinamente, pero se acuerda del niño y se levanta suavemente, apoyando la morena cabeza de Marziam donde estaba sentado, de forma que es el último en acercarse al Maestro. Jesús con voz cansada, como la de quien ha sufrido mucho, responde a Juan, Santiago y Andrés, que le están expresando su dolor: “Lo comprendo. Pero solamente el que no cree debe sentirse desolado por una muerte. No nosotros, que sabemos y creemos. Juan ya no está separado de nosotros; antes lo estaba. Antes estábamos separados. Ahora ya no. Donde está él estoy Yo. Está junto a Mí”. ■ Pedro introduce su cabeza entrecana entre las cabezas juveniles. Jesús le ve: “¿También has llorado tú, Simón de Jonás?” y Pedro, con voz más ronca de lo habitual: “Sí, Señor. Porque yo también había sido de Juan… Y además… y además… ¡Y pensar que el viernes pasado lamentaba el que la presencia de los fariseos nos fuera a amargar el sábado! ¡Este sí que es un sábado de amargura! Había traído al niño para gozar de un sábado más bonito… Sin embargo…”. Jesús le dice: “No desfallezcas, Simón de Jonás. No hemos perdido a Juan. Te lo digo también a ti. Y en cambio tenemos tres discípulos bien forma­dos. ¿Dónde está el niño?”. Pedro: “Está allí, Maestro, durmiendo”. Jesús le dice: “Déjale dormir”. Y lo dice mientras se agacha hacia la cabecita more­na que duerme tranquila. Y pregunta: “¿Habéis cenado?”. Pedro: “No, Maestro. Te esperábamos a Ti, y ya estábamos preocupados por la tardanza. No sabíamos dónde buscarte… Nos parecía que te habíamos perdido también a Ti”. Jesús: “Tenemos todavía tiempo para estar juntos. ¡Hala, preparad la cena, que luego nos marchamos a otro lugar! Necesito aislarme, en­tre amigos; si nos quedáramos aquí, mañana estaríamos siempre ro­deados de personas”. Pedro: “Y te juro que no los soportaría, especialmente a esas reptilas de las almas fariseas. ¡Y sería grave que se les escapase una sonrisa —aunque fuera una sola— referida a nosotros, en la sinagoga!”. Jesús: “¡Tranquilo, Simón!… Pero he calculado también esto. Por eso he vuelto para tomaros conmigo”. ■ A la luz de las lamparillas encendidas a ambos lados de la mesa, se ven mejor las alteraciones de los rostros. Sólo Jesús se muestra con majestad solemne. Marziam sonríe en el sueño. Simón explica: “El niño ha comido antes”. Dice Jesús: “Entonces es mejor dejarle dormir”. Y en medio de los suyos ofrece y distribuye la parca comida. Y se la comen sin ganas. Pronto termina la cena.
* Los apóstoles cuentan a Jesús su actividad evangelizadora incluso con curaciones.- ■ “Contadme ahora qué habéis hecho…” dice Jesús animándolos. Pedro dice: “Yo he estado con Felipe por los campos de Betsaida y hemos evangelizado y curado a un niño enfermo”. Felipe, no queriendo tomarse una gloria no suya, dice: “Verdaderamente ha sido Simón el que le ha curado”. Pedro cuenta: “¡Oh, Señor! No sé cómo. Sé que he orado mucho, con todo mi co­razón, porque me daba pena el enfermito. Luego le he ungido con el aceite y le he restregado ligeramente con mis rudas manos… y se ha curado. Cuando le he visto que tomaba color su cara y que abría los ojos, en pocas palabras que revivía, he sentido casi miedo”. Jesús le pone la mano en la cabeza sin decir nada. Tomás dice: “Juan ha causado gran asombro al arrojar un demonio. Pero hablar me ha tocado a mí”. Mateo dice: “También tu hermano lo ha hecho”. Santiago de Alfeo dice: “Entonces también Andrés”. Dice Bartolomé: “Simón el Zelote ha curado a un leproso. ¡No ha tenido miedo de tocarle! Y luego me ha dicho: «Pero no tengas miedo. A nosotros no se nos pega ningún mal físico por voluntad de Dios»”. Jesús le dice. “Dijiste bien, Simón. ¿Y vosotros dos?” pregunta a Santiago de Zebedeo y a Iscariote, que están un poco retirados; el primero hablando con los tres discípulos de Juan el Bautista, el segundo solo y con cara mustia. Santiago dice: “Yo no he hecho nada. Pero Judas hizo grandes milagros: curó a un ciego, a un paralítico y a un endemoniado. A mí me parecía lunático. Pero la gente decía eso…”. ■ Pedro dice a Iscariote: “¿Y estás así con esa cara habiéndote ayudado Dios tanto?”. Iscariote responde: “Sé también ser humilde”. Santiago: “Luego nos ha alojado en su casa un fariseo. Yo no me sentía a gusto, pero Judas, que es más hábil, le bajó bien los humos. El primer día era un altivo, pero luego… ¿verdad, Judas?”. Judas asiente sin decir una palabra. Jesús: “Muy bien. Y cada vez lo haréis mejor. Estaremos juntos la semana próxima. Entretanto, Simón, ve a preparar las barcas. También tú, Santiago”. Pedro: “¿Para todos, Maestro? No cabremos”. Jesús: “¿No puedes conseguir otra?”. Pedro: “Si se la pido a mi cuñado, sí. Voy”. Jesús: “Ve, y en cuanto hayas terminado vuelve. Y no des muchas explicaciones”. Los cuatro pescadores se marchan. Los demás bajan a coger sacos y unos mantos. El niño continúa dormido.
*  A Tariquea, lugar aislado, a descansar.- Mannaén siente remordimiento por causa de Juan el Bautista.- ■ Se queda Mannaén con Jesús. “¿Maestro, vas lejos?”. Jesús: “Todavía no lo sé… Ellos están cansados y apenados. Yo también. Mi propósito es ir a Tariquea, a la campiña, para aislarnos en paz”. Mannaén: “Yo tengo el caballo, Maestro. Pero, si me lo permites, voy siguiendo el lago. ¿Vas a estar allí mucho?”. Jesús: “Quizás toda la semana. No más”. Mannaén: “Entonces iré. Maestro, bendíceme en esta primera despedida. Y quítame un peso del corazón”. Jesús: “¿Cuál, Mannaén?”. Mannaén: “Tengo el remordimiento de haber dejado a Juan. Quizás, si hu­biera estado…”. Jesús: “No. Era su hora. Además él ciertamente se ha alegrado al verte venir donde Mí. No tengas este peso. Es más, trata de liberarte pron­to y bien del único peso que tienes: el gusto de ser hombre. Hazte es­píritu, Mannaén. Puedes hacerlo. Está en ti la capacidad de serlo. Adiós, Mannaén. Mi paz sea contigo. Pronto nos veremos de nuevo en Judea”. ■ Mannaén se arrodilla y Jesús le bendice; luego le levanta y le besa. Vuelven los otros y se saludan recíprocamente, tanto los apóstoles co­mo los discípulos de Juan. Llegan los pescadores que dicen: “Ya está, Maestro; podemos marcharnos”. Jesús les dice: Bien. Saludad a Mannaén, que se queda aquí hasta la puesta del sol de mañana. Recoged las provisiones, tomad el agua y vámonos. Haced poco ruido”. Pedro se agacha para despertar a Marziam. Jesús le dice: “No, deja. Podría echarse a llorar. Lo cojo en brazos Yo”. Y delicadamente levanta al niño, que refunfuña entre sueños un poco, pero luego se acomoda instintivamente en los brazos de Jesús. Apagan las lámparas y salen. (Escrito el 5 de Septiembre de 1945).
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1  Nota  : Mc. 6,12-13; 6,30-31; Lc. 9,6-6; 9,9b-10.
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(<Sucede en el camino hacia Akcib, al pasar por tierras fenicias, en las que han sido recibidos con indiferencia e incluso con desprecio. Jesús va acompañado de Andrés, Mateo, los dos primos: Santiago y Judas, y los dos hermanos Zebedeo: Santiago y Juan>)
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5-330-193 (6-18-108).- A Santiago y Juan, hermanos, Jesús les apoda: «los hijos del trueno» (1).
* Santiago, ¿no sabes que ésa es la suerte de los mejores?”.- ■ Jesús va caminando por una zona muy montañosa. No son montes altos, pero es un continuo subir y bajar de collados, entrelazados con arroyos cantores en esta estación fresca y nueva; limpios como el cielo, traviesos como las primeras hojitas, cada vez más numerosas, que bailan en las ramas al son del viento. Mas, a pesar de que la estación del año sea tan bella y alegre que podría dar ánimos al corazón, no parece que Jesús esté muy aliviado de espíritu, y menos que Él lo están los apóstoles. Caminan en silencio por el fondo de un valle. Se encuentran con pastores y ganados. Pero Jesús ni tan siquiera da muestras de verlos. Lo que capta la atención de Jesús es el suspiro desconsolado de Santiago de Zebedeo, y sus improvisas palabras, fruto de un pensa­miento amargo… Santiago dice: “¡Derrotas y más derrotas!… Parecemos como malditos…”. Jesús le pone la mano en el hombro: “¿No sabes que ésa es la suerte de los mejores?”. Santiago: “¡Sí, sí! ¡Lo sé desde cuando estoy contigo! Pero, de vez en cuando sería necesario algo distinto —y antes lo teníamos— para confortar el corazón, sostener la fe…”. ■ Jesús: “¿Dudas de Mí, Santiago?”. ¡Cuánto dolor tiembla en la voz del Maestro! Santiago: “¡No, no!…”. La verdad es que no es muy seguro el «no». Jesús: “Si no dudas de Mí ¿de qué, entonces? ¿Ya no me amas como antes? ¿Ver que me echan de un lugar, o que se burlan de Mí, o, senci­llamente, que no me prestan atención en estos confines fenicios, ha debilitado tu amor?”. Aun cuando no se ve ni una lágrima en los ojos de Jesús, su voz es realmente triste. Santiago: “¡Eso no, Señor mío! Es más, mi amor a Ti crece a medida que te veo menos comprendido, menos amado, más humillado, más afligido. Y, por no verte así, por poder cambiar el corazón a los hombres, estaría dispuesto a dar mi vida. Debes creerme. No me mortifiques con la duda de que piensas que no te amo. Si no… si no, soy capaz de cometer tonterías. Volveré para atrás y me vengaré de los que te causan dolor, para demostrarte que te amo, para quitarte esta duda. Y, si me atrapan y me matan, no me importará lo más mínimo. Me conformaré con haberte dado una prueba de amor”. Jesús: “¡Oh, hijo de trueno! ¿De dónde tanta impetuosidad? ¿Es que quieres ser un rayo exterminador?”. Jesús sonríe por la fogosidad y los propósitos de Santiago, que exclama: “¡Al menos, te veo sonreír! Ya es un fruto de lo que me proponía”.
* “En recuerdo de este pecado vuestro contra la caridad, para recuerdo de cuanto vi aflorar en vuestra cara de hombres airados, en vez de hombres ángeles, que quisiera siempre ver en vosotros, os voy a apodar «los hijos del trueno»”.-Santiago se dirige ahora a su hermano Juan: “¿Tú qué opinas, Juan? ¿Debemos llevar a cabo mi pensamiento para consolar al Maestro, abatido por tantos bofetones?”. Juan le responde: “¡Sí, sí! Vamos nosotros. Hablamos de nuevo. Y si le vuelven a in­sultar como a un charlatán, como a un rey inútil, a un rey sin dinero, medio loco, nos impondremos hasta que se den cuenta de que el rey tiene también un ejército de fieles y discípulos que no permiten burlas. La violencia es útil en ciertas cosas. ¡Va­mos, hermano!”. Juan, tan colérico como se ma­nifiesta, no parece él, que siempre es dulce. ■ Jesús se mete entre los dos, los aferra por los brazos para dete­nerlos y dice: “¿Pero los estáis oyendo? ¿Y Yo qué he predicado du­rante tanto tiempo? ¡Sorpresa de las sorpresas! ¡Hasta incluso Juan, mi paloma, se me ha transformado en gavilán! Miradle, vosotros, qué feo está, tenebroso, hosco, desfigurado por el odio. ¡Qué vergüen­za! ¡Y os asombráis porque unos fenicios se queden indiferentes, y de que haya hebreos que tengan odio en su corazón, y de que unos romanos me conminen a marcharme, cuando vosotros sois los prime­ros que no habéis entendido todavía nada después de dos años de es­tar conmigo, cuando vosotros os habéis llenado de hiel por el rencor que tenéis en el corazón, cuando arrojáis de vuestros corazones mi doctrina de amor y perdón, la echáis afuera como cosa estúpida, y acogéis por buena aliada a la violencia! ¡Oh, Padre santo! ¡Esta sí que es una derrota! En vez de ser como gavilanes que se afilan rostro y garras, ¿no sería mejor que fuerais ángeles que orasen al Padre pa­ra que consolara a su Hijo? ¿Cuándo se ha visto que un temporal be­neficie con sus rayos y granizadas? Pues bien, para recuerdo de este pecado vuestro contra la caridad, para recuerdo de cuando vi aparecer en vuestra cara de hombres airados, en vez de hombres ángeles, que quisiera siempre ver en vosotros, os voy a apodar «los hijos del trueno»”. ■ Jesús está semiserio mientras habla a los dos indignados hijos de Zebedeo. Pero el reproche, al ver el arrepentimiento de ellos, pasa, y, con cara luminosa de amor los estrecha contra su pecho diciendo: “Nunca más, feos de esta forma. Y gracias por vuestro amor. Y tam­bién por el vuestro, amigos” dice, dirigiéndose a Andrés, Mateo y los dos primos. “Venid aquí, que quiero abrazaros también a vosotros. ¿No sabéis que, aunque no tuviera nada más que la alegría de hacer la voluntad de mi Padre y vuestro amor, sería siempre feliz, aunque todo el mundo me abofetease? Estoy triste, mas no por Mí, por mis derrotas, como vosotros las llamáis; estoy triste por piedad hacia las almas que rechazan la Vida. Bien, ahora estamos todos contentos, ¿no es verdad?, niños grandes, que es lo que sois. ¡Ea, ánimo!”. (Escrito el 14 de Noviembre de 1945).
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1  Nota  : Cfr. Mc. 3,13-19.
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5-343-280 (6-31-191).- El primado a Simón Pedro (1).
* “Pero la gente ¿quién dicen que soy? ¿Y cómo definen al Hijo del hombre?”.- ■ En el camino de Cesárea de Filipo, Jesús pregunta a sus discípulos: “Pero la gente —vosotros que tratáis con ella, así llanamente, más que Yo, sin el sentido de temor que Yo pueda infundir— ¿quién dicen que soy? ¿Y cómo definen al Hijo del hombre?”. Uno: “Hay quien dice que Tú eres Jesús, o sea el Mesías, y son los mejores; los otros te consideran Profeta, otros el Rabí, y otros —ya lo sabes— un loco y un endemoniado”. Otro: “Pero hay alguno que usa para Ti el mismo nombre que Tú te das, y te llama: «El Hijo del hombre»”. Bartolomé añade: “Y algunos dicen que no puede ser eso, porque el Hijo del hombre es otra cosa muy distinta. Y esto no siempre es una cosa negativa, porque, en el fondo, admiten que eres más que el Hijo del hombre: eres el Hijo de Dios. Otros, sin embargo, dicen que Tú no eres siquiera el Hijo del hombre, sino un pobre hombre cualquiera agitado por Satanás o a merced de la demencia. Como puedes ver, los pareceres son muchos y todos distintos”. ■ Jesús: “¿Pero, para la gente, en una palabra, quién es el Hijo del hombre?”. Bartolomé explica: “Es un ser que debe poseer todas las virtudes más hermosas del hombre, un ser que reúna en sí todos los requisitos de la inteligencia, sabiduría, belleza, que imaginamos que existieron en Adán, y algunos añaden a estos requisitos el de no morir. Sabes muy bien que anda en las bocas de muchos que Juan el Bautista no ha muerto, sino solamente que ha sido transportado a otro lugar por los ángeles, y que Herodes, para no confesar su derrota ante Dios, y mucho más Herodías, se cuenta, han matado a un siervo y, habiéndole quitado la cabeza, han mostrado su cuerpo como si fuera el cadáver del Bautista. ¡Tantas cosas dice la gente! Por esto muchos piensan que el Hijo del hombre es o Jeremías, o Elías, o alguno de los profetas y aun el mismo Bautista, en quien había belleza y sabiduría, y se llamaba el Precursor del Mesías, del Ungido de Dios. El Hijo del hombre: un gran ser nacido del hombre. No pueden admitir muchos, o no quieren, que Dios haya enviado a su Hijo a la tierra. Ayer Tú mismo dijiste: «Creerán solo los que están convencidos de la infinita bondad de Dios». Israel cree más en la severidad de Dios que en su bondad…”. Zelote confirma: “Tienes razón. Se sienten, efectivamente, tan indignos, que afirman que es imposible que Dios haya sido tan bueno como para haber enviado a su Verbo para salvarlos. El estado degradado de su alma les es obstáculo para creer esto”. Y añade: “Tú mismo dices ser el Hijo de Dios y del hombre. En verdad, existe en Ti toda la belleza y sabiduría como hombre. Y yo creo que, realmente, uno que hubiese nacido de un Adán en gracia se habría parecido a Ti en belleza, inteligencia y en todas las demás cualidades. Y en Ti resplandece Dios por la potencia. Pero ¿quiénes de los que se creen dioses, llevados de su gran soberbia, podrán creerlo? Ellos, los que son crueles, que odian, que son unos ladrones, impuros, no pueden ciertamente admitir que Dios haya llegado al extremo de su bondad de darse a Sí mismo para redimirlos; que haya entregado su amor para salvarlos, su generosidad, su pureza para sacrificarse por nosotros. No pueden admitirlo esos, que son tan duros y escrupulosos en buscar y castigar las culpas”.
* “¿Y vosotros quién decís que soy Yo?”. Pedro, mientras se arrodilla con los brazos extendidos hacia arriba, hacia Jesús, grita: “Tú eres el Mesías, el Hijo del Dios vivo”. “¡Bienaventurado eres, Simón, hijo de Jonás!… Desde la primera vez que me viste, creíste, y nunca tu fe se ha tambaleado. Por eso te llamé Cefas. Y por eso, sobre ti, Piedra, edificaré mi Iglesia… Y aquí, desde este momento, tú eres el Jefe, y se te debe obediencia y respeto como a otro Yo mismo. Y como a tal te proclamo delante de todos tus compañeros”.- ■ Jesús se dirige ahora a sus apóstoles y les pregunta: “¿Y vosotros quién decís que soy Yo? Decidlo por vuestro juicio, sin más; sin tener en cuenta ni mis palabras ni las de los demás. Si estuvierais obligados a dar un juicio sobre Mí, ¿qué diríais que soy?”. Pedro, mientras se arrodilla con los brazos extendidos hacia arriba, hacia Jesús, grita: “Tú eres el Mesías, el Hijo del Dios vivo”. Y Jesús le mira con una faz toda luz y se agacha a levantarle de nuevo para abrazarle, y dice: “¡Bienaventurado eres, Simón, hijo de Jonás! Porque esto no te lo ha revelado ni la carne ni la sangre, sino mi Padre que está en los Cielos. Desde el primer día que viniste a Mí te hiciste esta pregunta, y, por ser sencillo y honesto, supiste comprender y captar la respuesta que te venía de los Cielos. No viste manifestaciones sobrenaturales, como tu hermano y Juan y Santiago (2). No conocías mi santidad de hijo, de obrero, de ciudadano, como Judas y Santiago, mis hermanos. No fuiste objeto de milagros ni los viste hacer, ni te di señal de poder, como hice y vieron en el caso de Felipe, Natanael, Simón Cananeo, Tomás, Judas. No fuiste subyugado por mi voluntad, como en el caso de Leví el publicano. Y, no obstante, exclamaste: «¡Él es el Mesías!». Desde la primera vez que me viste, creíste, y nunca tu fe se ha tambaleado. Por eso te llamé Cefas. Y por esto, sobre ti, Piedra, edificaré mi Iglesia, y las puertas del Infierno no prevalecerán contra ella. A ti te daré las llaves del Reino de los Cielos. Lo que atares en la tierra será atado en los Cielos; lo que desatares en la tierra será desatado en los Cielos; sí, hombre fiel y prudente, cuyo corazón he podido probar. Y aquí, desde este momento, tú eres el Jefe, y se te debe obediencia y respeto como a otro Yo mismo. Y como a tal te proclamo ante todos tus compañeros”. ■ Si Jesús hubiera arrojado contra Pedro toda clase de reproches no se hubiera sentido tan pequeño. Se oyen sollozos, apoyada la cara en el pecho de Jesús. Un llanto que solo será igual al de haberle negado. Ahora es un llanto que nace de miles de sentimientos humildes y buenos… es algo del antiguo Simón —el pescador de Betsaida que, ante el primer anuncio de su hermano, había respondido riéndose: «¿El Mesías se te ha aparecido a ti?… ¿precisamente?»— (3). Algo queda del antiguo Simón que llora, bajo el peso de su fragilidad humana, pero que empieza a ser el Pedro, el Jefe de la Iglesia de Jesús. Cuando levanta su cara, tímida, apenada, no sabe hacer otra cosa para demostrar todo lo que siente, todo a lo que se ha comprometido: echar sus brazos cortos y musculosos al cuello de Jesús, obligarle a inclinarse para que le bese, mezclando sus cabellos, su barba, un tanto ásperos y entrecanos, con los hermosos cabellos y barba dorados de Jesús. Y luego le mira con una mirada de adoración, amor, súplica, con unos ojos un poco bovinos, resplandecientes y rojizos por las lágrimas, teniendo entre sus manos callosas, largas, toscas, el rostro ascético del Maestro, cual si fuese un vaso de quien fluya un licor precioso… y bebe, bebe dulzura y gracia, seguridad y fuerzas de ese rostro, de esos ojos, de esa sonrisa. ■ Pedro se separa de Jesús, y reanudan la marcha hacia Cesárea de Filipo. Jesús entonces dice a todos: “Pedro ha dicho la verdad. Muchos la intuyen, vosotros la sabéis. Pero, por ahora, no digáis a nadie quién es el Mesías, con la verdad completa como vosotros lo sabéis. Dejad que Dios hable en los corazones como habla en el vuestro. En verdad os digo que a quienes a mis afirmaciones o a las vuestras añaden una fe y amor perfectos, llegarán a comprender el verdadero significado de las palabras: «Jesús, el Mesías, el Verbo, el Hijo del hombre y de Dios»”. (Escrito el 27 de Noviembre de 1945).
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1  Nota  : Cfr. Mt.16,13-20; Mc. 8,27-30; Lc. 9,18-21.  2  Nota  : En la Teofanía del Jordán.  3   Nota   : Cfr. Episodio 1-48-262.
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6-387-169 (7-77-502).- Confesión sincera del pecado, necesaria para perdonar el pecado. Cuando se peca, se debe expiar.
“Primero dame tu angustia y luego beberé. Y puede ser que consiga una fuente todavía más dulce que el agua del suelo para mi sed: tu arrepentimiento”.- ■ No sé cómo será Gálgala. En este momento en que entra Jesús, es como una de las tantas ciudades de Palestina. Muy poblada. Situada sobre una colina, un poco alta, cubierta de viñedos y de olivos en gran parte. El sol es tan fuerte que aun el trigo allí, sembrado al azar, entre las plantas o entre las piedras, madura, no obstante la sombra, porque el sol quema, y más por estar ya cerca el desierto. Polvo, gritería, suciedad, confusión en un día de mercado. Como la mala suerte, también allí están los acostumbrados observantes de la ley, y los no convencidos fariseos y escribas, que con altaneros ademanes discuten y dialogan en el mejor ángulo de la plaza y fingen no haber visto a Jesús, o no conocerle. Jesús sigue adelante, y va a una plaza de menor importancia, una plaza que se encuentra casi a las afueras, toda sombría debido a los árboles de toda clase existentes en ella. Pienso que es una parte de monte incluida hace poco en el poblado y que conserva así ese recuerdo de su estado natural. ■ El primero que se acerca a Jesús, que está comiendo su pan y sus aceitunas, es un hombre andrajoso. Le pide un pedazo de pan. Jesús se lo da y también las aceitunas que tiene en la mano. Pedro advierte a Jesús: “¿Y Tú? No tenemos ni un centavo, lo sabes. Dejamos todo a Ananías…”. Jesús: “No importa. No tengo hambre. Lo que tengo es sed…”. El mendigo dice: “Aquí detrás hay un pozo. Pero ¿por qué me diste todo? Podías haberme dado la mitad de tu pan… Si no te causa asco tomarlo de nuevo…”. Jesús: “Come, come. Puedo pasarme sin ello. Pero, para quitarte esa sospecha de que tengo asco de ti, dame con tus manos un pedazo, y me lo comeré a fin de que seamos amigos…”. El hombre, de cara triste e indiferente, despide una sonrisa de admiración. Dice: “¡Oh, es la primera vez, desde que soy el pobre Ogla, que alguien me dice que quiere ser mi amigo!” y da el pedazo de pan a Jesús y le pregunta: “¿Quién eres? ¿Cómo te llamas?”. “Soy Jesús de Nazaret, el Rabí de Galilea”. Ogla: “¡Ah!… He oído hablar de Ti… pero ¿no eres el Mesías?”. “Lo soy”. Ogla no sale de su asombro: “¿Y Tú el Mesías, eres así tan bueno con los mendigos? El Tetrarca manda a sus siervos que nos apaleen, si nos ve en el camino…”. Jesús: “Yo soy el Salvador. No apaleo a nadie, sino que amo”. El hombre le mira fijamente, luego se pone a llorar. Jesús: “¿Por qué lloras?”. ■ Ogla: “Porque… querría salvarme… ¿No tienes ya sed, Señor? Te llevo al pozo y te diré algo…”. Jesús intuye que el hombre quiere decirle algo y le responde: “Vamos”. Pedro reacciona: “También yo voy”. Jesús: “No. Vuelvo enseguida. Además… debemos tener aprecio de quien se arrepiente”. Jesús va con Ogla detrás de la casa. Más allá se abren los campos. Ogla: “Allí está el pozo… Bebe y luego escúchame”. Jesús: “No, primero dame tu angustia y luego… beberé. Y puede ser que consiga una fuente todavía más dulce que el agua del suelo para mi sed”. Ogla: “¿Cuál, Maestro?”. Jesús: “Tu arrepentimiento. Vamos bajo aquellos árboles. Aquí las mujeres nos observan. Ven” y le pone la mano en el hombro, y le lleva a un lugar donde hay muchos olivos. Ogla: “¿Cómo sabes que soy culpable y que estoy arrepentido?”. Jesús: “Vamos… habla. Y no tengas miedo de Mí”. ■ Ogla: “Señor… Fuimos siete hermanos de un solo padre, pero yo nací de la mujer con quien se casó mi padre después de haber enviudado. Todos mis hermanos me odiaban. Mi padre, al morir, repartió sus bienes a todos por igual. Una vez que murió, mis hermanos compraron a los jueces, y me quitaron todos mis bienes y nos expulsaron a mí y a mi madre con acusaciones infames. Murió ella cuando tenía yo diecisiete años… Murió de debilidad… Desde entonces jamás encontré quien me amase…”. Llora el hombre con ansias. Se calma y continúa de este modo: “Mis seis hermanos ricos y felices, hacían fortuna también con lo que era mío, y yo me moría de hambre, porque me había enfermado por haber asistido a mi madre que se consumía de debilidad… Pero Dios los castigó uno a uno. Los maldije tanto, los odié tanto, que la desgracia se abatió sobre ellos. ¿Hice mal? Sí. Lo sé y lo sabía. Pero ¿cómo podía no odiarlos y maldecirlos? El último sobreviviente, que en realidad era el tercero en edad, resistía contra todas mis maldiciones, y hasta le iba bien con las posesiones de los otros cinco, que había tomado: legítimamente respecto a los tres más pequeños, que habían muerto sin dejar mujer, casándose con la mujer del primogénito que había muerto sin dejar hijos; fraudulentamente respecto al segundo, habiendo adquirido, con engaños y préstamos, de la viuda y de los huérfanos, buena parte de los bienes del padre. Y, cuando me encontraba de casualidad en el mercado a donde solía ir yo, como siervo de un rico, a vender alimentos, me insultaba y me pegaba con su bastón… Una noche me encontré con él. Yo iba solo; él también, y un poco embriagado de vino… yo, embriagado de recuerdos y odio… Hacía diez años que había muerto mi madre… Me insultó. Insultó a la muerta… La llamó «perra inmunda» y me llamó «hijo de hiena…». Señor… si no hubiese tocado a mi madre… no habría yo reaccionado. Pero la insultó… Le agarré por el cuello. Luchamos… Quería solamente pegarle… Pero resbaló y cayó al suelo… y la tierra estaba cubierta de hierba resbaladiza, en pendiente… y abajo había un barranco y un arroyo… Rodó porque estaba ebrio, y cayó allá… Le buscaron… y después de tantos años todavía le buscan… Pero está debajo de las piedras y la arena de uno de los arroyos del Líbano. Yo no volví donde mi patrón, ni él tampoco a Cesarea de Paneade. Yo he andado sin paz… ¡Ah, la maldición de Caín! Miedo a la vida… miedo a la muerte… Me he enfermado… Y luego… te escuché… Pero tenía miedo… Dicen que ves en el corazón del hombre. ¡Y son tan malos los rabinos de Israel!… No conocen la compasión… Tú, Rabí de los rabíes, eras mi terror. Huía de Ti… Y, con todo, quisiera ser perdonado…”. Llora echado en el suelo.
* “El odio y la maldición, la alegría de ver que eran castigados, era tu pan espiritual. Estaba Dios para castigar. Deberías haber amado. Y Dios te habría bendecido en la Tierra y en el Cielo. El arrepentimiento trae de nuevo la bendición. Pero cuántos dolores, cuántas angustias te acarreaste tú mismo con tu odio: muchos más de los que te dieron tus hermanos…”.- ■ Jesús le mira y en voz baja dice: “¡Tomemos sobre Mí también estos pecados!… ¡Hijo, escucha! Yo soy la compasión, no el terror. También por ti he venido. No tienes por qué tener vergüenza de Mí… soy el Redentor. ¿Quieres ser perdonado? ¿De qué?”. Ogla: “De mi crimen. ¿Me lo preguntas todavía? Maté a mi hermano”. Jesús: “Dijiste: «Le quería solo pegar. Porque en esos momentos me había insultado y yo estaba enojado». Pero cuando odiabas y maldecías, no a uno, sino a tus seis hermanos, entonces nadie te había injuriado, ni estabas airado. Lo hacías como la cosa más natural. Espontáneamente. El odio y la maldición, la alegría de ver que eran castigados, era tu pan espiritual ¿no es verdad?”. Ogla: “Sí, Señor. Durante diez años fue mi pan”. Jesús: “Pues bien, en realidad tu mayor delito lo empezaste a cometer desde el momento en que empezaste a odiar y a maldecir. Eres seis veces homicida de tus hermanos”. Ogla: “Pero, Señor, ellos me redujeron a la ruina y me odiaban… Y mi madre murió de hambre…”. Jesús: “¿Quieres decir que tenías razón de haberte vengado?”. Ogla: “Sí. Es lo que quiero decir”. Jesús: “No tienes razón. Estaba Dios para castigar. Deberías de haber amado. Y Dios te habría bendecido en la Tierra y en el Cielo”. Ogla: “¿Nunca me bendecirá ya?”. Jesús: “El arrepentimiento trae de nuevo la bendición. Pero cuántos dolores, cuántas angustias te acarreaste tú mismo con tu odio: muchos más de los que te dieron tus hermanos…”. Ogla: “¡Es verdad, es verdad! Algo horroroso que dura hace veintiséis años”.
* Aun cuando todos los días hubieses hecho un holocausto, de nada te hubiera servido porque lo ofrecías con mentira. Rito supersticioso e inútil es el que no va precedido con una sincera confesión de la culpa. Cuando se peca, se debe expiar”.- ■ Ogla añade: “¡Oh, perdóname en nombre de Dios! Tú estás viendo que tengo dolor de la culpa. No pido nada para la vida. Soy un mendigo y enfermo, y así quiero seguir; quiero sufrir, quiero expiar. Pero ¡dame la paz de Dios! He presentado mis sacrificios en el Templo, sufriendo el hambre para juntar la suma necesaria del holocausto pero no podía decir mi crimen, y no sé si habrá sido aceptado el sacrificio”. Jesús: “No. Aun cuando todos los días hubieses hecho un holocausto, de nada te hubiera servido porque lo ofrecías con mentira. Rito supersticioso e inútil es el que no va precedido con una sincera confesión de la culpa. ¿Qué decías al sacerdote?”. Ogla: “Le decía: «He pecado por ignorancia al haber hecho ciertas cosas prohibidas ante el Señor y quiero expiarlas». Yo pensaba dentro de mí: «Yo sé que pequé y Dios lo sabe. Pero al hombre no le puedo decir con toda claridad. Dios que es omnividente, sabe que pienso en mi crimen»”. Jesús: “Restricciones mentales, escapatorias indignas. El Altísimo las odia. Cuando se peca, se debe expiar. No lo vuelvas a hacer”. Ogla: “No, Señor… Y ¿se me perdonará? ¿O debo ir a confesar todo? ¿Pagar con la vida, la vida que arrebaté? Me basta morir con el perdón de Dios”. Jesús: “Vive para expiar. No podrías devolver el marido a la viuda y el padre a los hijos. Lo debías haber pensado antes de haber matado, antes de haberte dejado dominar por el odio. Pero ahora, levántate y camina por tu nuevo sendero. Encontrarás en el camino a discípulos míos. Ellos recorren los montes de Judea, en la dirección de Tecua a Belén, y más allá de Hebrón. Diles que Jesús te envía y diles que antes de Pentecostés subirá nuevamente a Jerusalén pasando por Betsur y Béter. Busca a Elías, a José, Matías, Juan. Benjamin, Daniel, Isaac (1). ¿Recordarás estos nombres? Dirígete a ellos en particular. Ahora vámonos…”. ■ Ogla: “¿Y no bebes?”. Jesús: “Bebí ya tus lágrimas. Un alma que regresa a Dios. ¡No hay cosa más confortadora para Mí!”. Ogla: “¿Entonces, estoy perdonado? Me dices: «Regresa a Dios…»”. Jesús: “Sí. Estás perdonado. Pero no vuelvas a odiar”. El hombre nuevamente se arrodilla, porque se había puesto de pie, y besa otra vez los pies de Jesús. (Escrito el 18 de Febrero de 1946).
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1  Nota  : Elías, José, Matías, Juan, Benjamín, Daniel, Isaac evangelizan. Son siete de aquellos pastores, ahora discípulos, que adoraron al Niño recién nacido en Belén. Cfr. Personajes de la Obra magna: Pastores de Belén.
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7-444-65 (8-136-67).- Razón para pertenecer a la Fe verdadera, la religión santa.
* “¡Pero cuánta espera antes de que un pagano virtuoso llegue al Cielo! Ellos estarán en el Limbo durante siglos y siglos hasta el fin del mundo. Será la purgación de las almas de los justos de otras religiones”.- Al fin del mundo de las cuatro moradas en que pueden estar los muertos quedarán solo dos: el Paraíso y el Infierno.-  ■ Dice Jesús: “Ahora voy a revelar una gran verdad. Recordadla. Transmitidla a vuestros sucesores. No esperéis siempre a que el Espíritu Santo aclarezca la verdad después de años o siglos de oscuridad. Escuchad. Tal vez diréis: «Pero entonces, ¿qué razón hay de pertenecer a la religión santa, si al fin del mundo seremos tratados de igual modo que los gentiles?». Os respondo: la misma razón que hay —y es verdadera justicia— para los que, aunque hubieran pertenecido a la religión santa, no serán bienaventurados porque no vivieron como santos. Un pagano virtuoso, que vivió virtuosamente, convencido de que su religión era buena, alcanzará el Cielo. ¿Cuándo? Al fin del mundo, cuando de las cuatro moradas en que pueden estar los muertos, queden solo dos: el Paraíso y el Infierno. Porque la Justicia, en ese momento, deberá conservar y dar estos dos reinos eternos, respectivamente, a quien del árbol del libre albedrío escogió los frutos buenos y a quien quiso los malos. Pero ¡cuánta espera antes de que un pagano virtuoso llegue a ese premio!… ¿No lo pensáis? Y esa espera, especialmente desde el momento en que la Redención, con todos los consiguientes prodigios, se realice, y el Evangelio sea predicado en el mundo, será la purgación de las almas que vivieron con justicia en otras religiones, pero que no pudieron entrar en la Fe verdadera, después de haberla conocido como existente, y efectivamente real. Ellos estarán en el Limbo durante siglos y siglos hasta el fin del mundo. ■ Los creyentes en el Dios verdadero, que no supieron ser heroicamente santos, en el largo Purgatorio, que para algunos podrá terminar en el fin del mundo. Pero después de la espera y expiación, los buenos, cualesquiera que fuera el lugar de donde vinieren, estarán a la derecha de Dios; los malvados, cualquiera que sea el lugar de donde vinieren, a la izquierda, y luego al horrible Infierno. El Salvador entrará con los buenos en el Reino eterno”. (Escrito el 30 de Mayo de 1946).
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(<Están en la ciudad transjordánica de Gamala. La expedición, además de la Madre, está compuesta por apóstoles, y discípulas. Y un niño, Alfeo, desamado de madre, casada en segundas nupcias. El niño viene en la expedición con el consentimiento de su madre. En estos momentos, todos duermen. Cuando rompe el alba Jesús se despierta y se incorpora en su tosco lecho hecho de tierra y hierba>)
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7-455-142 (8-147-140).- “Tú, en el tiempo que permanezcas en la Tierra, segunda respecto a Pedro como jerarquía eclesiástica, primera respecto a todos como Madre de la Iglesia, habiéndome dado a luz a Mí, Cabe­za de este Cuerpo místico”.
* María desea dar al Eterno una alabanza suficientemente perfecta por el don de haberla hecho Madre de Jesús. “Tú eres la viviente alabanza a Dios y lo serás siempre, Mamá. El Padre ya te ha preparado el sacrificio que habrás de consumar para es­ta alabanza perfecta. Y perfecta serás cuando lo hayas cumplido”.- ■ Mientras el primer rayo de sol hace del prado una alfombra sembrada de diamantes, va a despertar a los apóstoles y a las mujeres. Las unas y los otros se muestran tardos en despertarse porque están cansados. Pero María está despierta, inmovilizada por el niño, que duerme abrazado a su pecho, con la cabecita debajo de su mentón. Y la Madre, viendo aparecer a su Jesús por la entrada de la gruta, le sonríe con sus dulces ojos celestes, colorándose de rosa por la alegría de verle. Y se libera del niño, el cual gimotea un poco al sen­tir que le mueven; y se pone de pie y va donde Jesús con su silencio­so paso levemente ondeante, de paloma pudorosa. Virgen: “Dios te bendiga, Hijo mío, en este día”. Jesús: “Dios sea contigo, Mamá. ¿Has pasado una noche incómoda?”. Virgen: “No, no. Es más, bien feliz. Me parecía tenerte a Ti, cuando eras pequeñito, entre mis brazos… Y he soñado que de tu boca manaba un río de oro, emitiendo un cántico tan dulce que no se puede expresar, y como si una voz dijera, …¡oh, qué voz!: «Ésta es la Palabra que enriquece al mun­do y da beatitud a quien la escucha y obedece. Salvará sin límites de poder ni de tiempo ni de espacio». ¡Oh, Hijo mío! ¡Y esta Palabra eres Tú, mi Hijo! ■ ¿Cómo podría vivir tanto y hacer tanto como para poder agradecer al Eterno el haberme hecho Madre tuya?”. Jesús: “Que no te preocupe eso, Mamá. Cada uno de los latidos de tu co­razón contenta a Dios. Tú eres la viviente alabanza a Dios, y lo serás siempre, Mamá. Tú le das gracias desde que existes…”. Virgen: “No creo hacerlo suficientemente, Jesús. ¡Es tan grande, tan grande lo que Dios me ha hecho! Y, a fin de cuentas, ¿qué hago yo de más respecto a lo que hacen todas las mujeres buenas que son, como yo, tus discípulas? Hijo mío, dile a nuestro Padre, díselo Tú, que me dé la forma de darle gracias como el don merece”. Jesús: “Madre mía, ¿tú crees que el Padre necesita que pida esto para ti? Ya te ha preparado el sacrificio que habrás de consumar para es­ta alabanza perfecta. Y perfecta serás cuando lo hayas cumplido…”. Virgen: “¡Jesús mío!… Comprendo lo que quieres decir… ¿Pero seré ca­paz de pensar en esa hora?… Tu pobre Mamá…”. Jesús: “¡La Mujer más amada del Amor eterno! Esto eres, Mamá. Y el Amor pensará en ti”. Virgen: “Lo dices Tú, Hijo, y yo me fío en tu Palabra. Pero Tú… ora por mí, en aquella hora incomprendida por todos éstos… y que es ya inminente… ¿No es verdad? ¿No es, acaso, verdad?”. ■ Describir la expresión del rostro de María mientras mantiene es­te diálogo es imposible. No existe escritor que pueda traducirla en palabra sin deteriorarla con melosidades o colores inciertos. Sólo quien tiene corazón, y corazón bueno, cualquiera que sea su sexo, pue­de dar mentalmente al rostro de María la expresión real que tiene en este momento.
* Jesús pide a su Madre orar por Él en la hora de su muerte. “Sí. Ninguno de éstos comprende. No es por su culpa. Es Satanás quien crea los vapores para que no vean. Pero Yo y tú los salvaremos, a pesar de la asechanza de Sata­nás. Desde ahora te los confío, Madre mía. Te doy mi herencia. Una Madre que ofrezco a Dios: Hostia con la Hostia; y mi Iglesia que te la confío. ¡Ma­dre, todos bajo tu manto! Eres la única que puede y podrá cambiar los decretos de castigo del Eterno, porque nada podrá negar nunca la Tríada a su Flor”.- ■ Jesús la mira… Otra expresión intraducible en pobre palabra. Y le responde: “Y tú ora por Mí en la hora de la muerte… Sí. Ninguno de éstos comprende… No es por su culpa. Es Satanás quien crea los vapores para que no vean, y estén como ebrios y no comprendan, y no estén preparados por consiguiente… y sean más fáciles de doble­gar… Pero Yo y tú los salvaremos, a pesar de la asechanza de Sata­nás. Desde ahora te los confío, Madre mía. Recuerda estas palabras mías: te los confío. Te doy mi herencia. No tengo nada en la Tierra sino una Madre, que ofrezco a Dios: Hostia con la Hostia; y mi Igle­sia, que te confío a ti. Sé su Protectora. Hace poco estaba pensando cuántos judas no habrá, a lo largo de los siglos, con esas todas sus taras. Y pensaba que uno que no fuera Jesús rechazaría, alejaría a este ser tarado. Pero Yo no le rechazaré. Soy Jesús. Tú, en el tiempo que permanezcas en la Tierra, segunda respecto a Pedro como jerarquía eclesiástica (él cabeza, tú fiel), primera respecto a todos como Madre de la Iglesia, habiéndome dado a luz a Mí, Cabe­za de este Cuerpo místico, tú no rechaces a los muchos Judas, sino socorre y enseña a Pedro, a los hermanos, a Juan, Santiago, Simón, Felipe, Bartolomé, Andrés, Tomás y Mateo, a no rechazar, sino a socorrer. Defiéndeme en mis seguidores, y defiéndeme contra aquellos que quieran dispersar y desmembrar a la naciente Iglesia. Y a lo lar­go de los siglos, oh Madre, siempre tú sé la Mujer que intercede y protege, defiende, ayuda a mi Iglesia, a mis Sacerdotes, a mis fieles, contra el Mal y el Castigo, contra sí mismos… ¡Cuántos Judas, oh Madre, a lo largo de los siglos! Y cuántos semejantes a limitados mentales que no sabrán entender, o a ciegos y sordos que no pueden ni ver ni oír, o a tullidos y paralíticos que no pueden acercarse… ¡Ma­dre, todos bajo tu manto! Eres la única que puede y podrá cambiar los decretos de castigo del Eterno para uno o para muchos, porque nada podrá negar nunca la Tríada a su Flor”. Virgen: “Así lo haré, Hijo. Por lo que depende de mí, ve en paz a tu meta. Tu Mamá está aquí para defenderte en tu Iglesia, siempre”. Jesús: “Dios te bendiga, Mamá… ■ ¡Ven! Voy a recoger para ti unos cálices de flor llenos de rocío perfumado, así te refrescas la cara como he he­cho Yo. Nos los ha preparado el Padre nuestro Santísimo y los pájaros me los han señalado. ¡Mira cómo todo sirve en la ordenada Creación de Dios! Este rellano elevado y cercano al lago, muy fértil por las nieblas que suben del mar galileo y por los árboles altos que atraen el rocío, haciendo que se refresquen las plantas y flores incluso en medio de este ardiente sol; esta abundante lluvia de gotas de rocío para llenar estos cálices y que sus amados hijos puedan lavarse el rostro… Ve lo que el Padre ha preparado para los que le aman. Ten. Agua de Dios en cálices de Dios, para refrescar a la Eva del nuevo Paraíso”. Y Jesús coge estas anchísimas flores —no sé cómo se llaman—  y vierte en las manos de María el agua recogida en el fondo. (Escrito el 8 de Julio de 1946).
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(<Este episodio tiene lugar después del discurso en que Jesús se manifiesta en el Templo como la Luz del mundo y después del gran debate posterior con los judíos también en el Templo [Ju. 8,21-59], a consecuencia del cual Jesús se vio obligado a huir. Como otras veces, también ahora, Juan sale en busca de su Maestro perseguido para conjurar junto a Él cualquier peligro>)
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8-508-54 (9-205-487).- El apóstol Juan será la luz de Cristo hasta el final de los tiempos.
* “Prometí a Pedro que la Iglesia no será destruida por el Infierno; mas ahora te digo que aquello que será todavía Yo mismo, y que tú dejarás como luz para quien busca la Luz, no será destruido, a pesar de que el Infierno lo trate. Te digo más: incluso aquellos que crean en Mí imperfectamente, porque aun recibiéndome a Mí no recibirán a mi Pedro, acudirán siempre a tu faro, porque luz quiere decir también salvación”.- ■ Pero pronto le da alcance Juan. Jesús: “¿Por qué has venido?”. Juan: “No podíamos dejarte así solo… y he venido yo”. Jesús: “¿Y crees que podrías defenderme tú solo contra tantos?”. Juan: “No estoy seguro. Pero al menos moriría antes de Ti. Y eso me bastaría”. Jesús: “Morirás mucho tiempo después de Mí, Juan. Pero no te sientas contrariado por ello. Si el Altísimo te deja en el mundo es para que le sirvas y sirvas a su Verbo”. Juan: “Pero después…”. Jesús: “Después servirás. ¡Cuánto deberías vivir para servirme como nuestros dos corazones querrían! ■ Pero incluso después de muerto me servirás”. Juan: “¿Cómo lo voy a hacer, Maestro mío? Si estoy contigo en el Cielo te adoraré. Pero no podré servirte en la Tierra una vez que la haya dejado…”. Jesús: “¿Estás seguro? Bueno pues te digo que me servirás hasta mi nueva venida, hasta la venida final. Muchas cosas se acabarán antes de los últimos tiempos, cuales ríos que se secan y pasan a ser tierra polvo­rienta y pedruscos secos, habiendo sido bonito curso de agua azul y saludable. Pero tú serás todavía río que hará resonar mi palabra y que reflejará mi luz. Serás la última luz que quede para recordar al Mesías. Porque serás luz enteramente espiritual, y los últimos tiem­pos serán lucha de tinieblas contra luz, de carne contra espíritu. Los que sepan perseverar en la fe encontrarán fuerza, esperanza, consuelo, en lo que dejarás después de ti y que será todavía algo que te pertenece… y que, sobre todo, será todavía Yo mismo, porque Yo y tú nos quere­mos, y donde tú estás Yo estoy y donde Yo estoy tú estás. ■ Prometí a Pedro que la Iglesia, que tendrá como cúspide y como base mi Piedra, no será destruida por el Infierno, con sus repetidos y cada vez más feroces asaltos; mas ahora te digo que aquello que será to­davía Yo mismo, y que tú dejarás como luz para quien busca la Luz, no será destruido, a pesar de que el Infierno trate —y tratará— de aniquilarlo usando todos los modos. Te digo más: incluso aquellos que crean en Mí imperfectamente (1), porque aun recibiéndome a Mí no reci­birán a mi Pedro, acudirán siempre a tu faro, como navecillas sin piloto y sin brújula que se dirigen hacia una luz en medio de su tempestad, porque luz quiere decir también salvación”. ■ Juan: “¿Pero qué es lo que dejaré, Señor mío? Yo soy… pobre… ignorante… Tengo sólo el amor…”. Juan: “Eso es lo que dejarás: el amor. Y el amor por tu Jesús será pa­labra. Y muchos, muchos, incluso entre aquellos que no pertenezcan a mi Iglesia, que no sean de iglesia alguna, pero que busquen luz y consuelo, movidos por el aguijón de su espíritu insatisfecho y por la necesidad de compasión en las penas, vendrán a ti y me encontrarán a Mí”. Juan: “Quisiera que los primeros en encontrarte fueran estos crueles judíos, estos fariseos y escribas… Pero no sirvo para tanto…”. Jesús: “No entra cosa alguna donde ya hay llenura. Pero no te desalientes”. (Escrito el 7 de Octubre de 1946).
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1  Nota  : La expresión “Aquellos que crean en Mí imperfectamente” es muy delicada y al mismo tiempo exactísima, para indicar a todos los Hermanos en cierto modo separados de la Sede de Pedro.
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(<Jesús, acompañado de cinco de sus apóstoles y de discípulos pastores, se encuentra en el vado de Betabara, al otro lado del Jordán, donde un día Juan el Bautista predicó. Jesús acaba de realizar múltiples curaciones>)
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8-526-196 (9-223-622).- Discurso en recuerdo de Juan el Bautista.
* Este lugar ha oído la predicación de Juan. Muchos de Israel la han oído, pero no en to­dos ha producido los mismos resultados, a pesar de que Juan dijera a todos las mismas palabras. ¿Cómo, pues, tanta diferencia? ¿A qué atribuirla? A la voluntad distinta de los hombres que recibieron esas palabras”.- ■ Ya están todos curados. Y Jesús se vuelve con su más dulce sonrisa, para decir: “El Señor ha premiado vuestra fe. Bendigamos juntos su bondad”, y entona el salmo (1): “Cantad a Dios con júbilo, toda Tierra; servid al Señor con alegría. Venid a su presencia exultando. Reconoced que el Señor es Dios. Él nos ha hecho…”. La gente le sigue como puede. Algunos, que quizás no son de Israel, siguen el canto con el movimiento de sus labios. Pero su corazón canta, y la luz de las caras lo dice. Dios, sin duda, recibirá ese pobre murmullo mejor que el canto perfecto y árido de algún fariseo. ■ Matías dice a Jesús: “¡Oh, Señor!, hablando a los que esperan tu palabra, recuerda a nuestro Juan”. Jesús: “Pensaba hacerlo, porque este lugar trae a mi corazón aún más vivamente la figura de Juan el Bautista” y sube a un pequeño montí­culo cubierto de hierba menuda. Rodeado de gente, empieza a hablar. “¿Qué habéis venido a buscar a este lugar? La salud del cuerpo, vosotros que estabais enfermos y os ha sido dada. La palabra que evangeliza y la habéis encontrado. Pero la salud del cuerpo debe ser la preparación a la búsqueda de la salud del espíritu, de la misma forma que la pa­labra que evangeliza debe ser preparación de vuestra voluntad a la jus­ticia. ¡Ay, si la salud del cuerpo se limitara a la alegría que experimenta la carne y la sangre, quedándose inactiva respecto al espíritu! Yo os he movido a alabar al Señor, que os ha beneficiado con la salud. Pero, pasado el momento de júbilo, no debe cesar vuestra gratitud hacia el Señor, que se manifiesta en la buena voluntad de amarle. ■ Todo don de Dios es nulo, a pesar de que contenga en sí fuerzas activas, si falta en el hombre la voluntad de corresponder a Él entregando el propio corazón a Dios. Este lugar ha oído la predicación de Juan. Muchos de vosotros, sin duda, la habéis oído. Muchos de Israel la han oído, pero no en to­dos ha producido los mismos resultados, a pesar de que Juan dijera a todos las mismas palabras. ¿Cómo, pues, tanta diferencia? ¿A qué atribuirla? A la voluntad distinta de los hombres que recibieron esas palabras. Para algunos, sirvieron de verdadera preparación para venir a Mí, y, consi­guientemente, para su santidad. Para otros, por el contrario, fueron preparación contra Mí, y, consiguientemente, para que sean malos. Co­mo el grito de un centinela resonaron sus palabras, y el ejército de los espíritus se divi­dió, a pesar de que el grito era único. Parte de ellos se prepararon para seguir a su Jefe; parte se armó y urdió planes para combatirme a Mí y a mis seguidores. Y por esto Israel será vencido, porque un reino dividido en sí mismo no puede ser fuerte, y los enemigos se aprovechan de ellos para subyugarlo. ■ Y lo mismo sucede en cada corazón. En todo hombre hay buenas y no buenas fuerzas. La Sabiduría habla a todos los hombres, pero son pocos los que saben querer hacer reinar una sola parte: la buena. Para este querer elegir una parte sola, y hacer­la reina, son más capaces los hijos del siglo. Ellos saben ser completamente malos cuando quieren serlo, y se desprenden, como de vesti­dos inútiles, de las partes buenas que podrían oponer resistencia dentro de ellos. Sin embargo, los hombres que no son del mundo, y que tienen un impulso hacia la Luz, sólo difícilmente saben imitar a los hijos del siglo y desprenderse, como de vestidos inútiles, de las partes malas que tratan de resistir en ellos”.
* “Tengo dicho que si un ojo escandaliza sea arrancado, y que si una mano escandaliza sea cortada. Juan el Bautista era un hombre de nuestro tiempo. Imitad su ejemplo heroico. Él, por amor a su Señor y a su alma, se desprendió mucho más que de un ojo o una mano, se desprendió hasta de la vida misma, por ser fiel a la Justicia. Haced que el sacrificio del Bautista y que mi sacrificio no queden inactivos para vosotros”.-Jesús: “Tengo dicho que si un ojo escandaliza sea arrancado, y que si una mano escandaliza sea cortada, porque es mejor entrar en la Luz eterna mutilados que en las Tinieblas eternas con los dos ojos o con ambas manos. Juan el Bautista era un hombre de nuestro tiempo. Muchos de vo­sotros le habéis conocido. Imitad su ejemplo heroico. Él, por amor a su Señor y a su alma, se desprendió mucho más que de un ojo y una mano, se desprendió de la vida misma, por ser fiel a la Justicia. Mu­chos de vosotros fuisteis tal vez discípulos suyos y todavía continuareis amándole. Pero recordad que el amor a Dios, y el amor a los maes­tros que conducen a Dios, se demuestra haciendo aquello que ellos enseñaron, imitando sus obras de justicia y amando a Dios con todas las fuerzas, hasta el heroísmo. Bueno, pues, haciéndolo así, los do­nes de salud y sabiduría que Dios ha concedido no se quedan inac­tivos ni se transforman en objeto de condena, antes más bien son escalera para subir a la morada del Padre mío y vuestro, que a todos espera en su Reino. ■ Haced —para bien vuestro—, haced que el sacrificio del Bautista —toda una vida de sacrificio concluida con el martirio— y que mi sacrificio —toda una vida de sacrificio que concluye en un martirio mil veces más grande que el de mi Precursor— no queden inactivos para vosotros. Sed justos, tened fe, prestad obediencia a la palabra del Cielo, renovaos en la Ley nueva. Que la Buena Nueva sea para voso­tros verdaderamente buena, haciéndoos buenos y merecedores de poder participar de la Bondad, o sea, del Señor Altísimo en un Día eterno. Sabed distinguir los verdaderos de los falsos pastores (2), y seguid a los que os den palabras de Vida que han aprendido de Mí. ■ Está ya cercana la fiesta de las Luces (3), la celebración de la Dedicación del Templo. Recordad que nada son las luces de muchas lámparas en honor de la fiesta y del Señor, si permanece sin luz vuestro corazón. La caridad es luz; candelero, la voluntad de amar al Señor con la obras buenas. Recordar la Dedicación del Templo es cosa buena, pero cosa mucho más grande y buena y mejor recibida por el Señor es dedicar a Dios el propio espíritu y volver a consagrarle con el amor. Espíritus justos en cuerpos justos, porque el cuerpo es semejante a los muros que rodean el altar, y el espíritu es el altar sobre el que baja la gloria del Señor. Dios no puede descender a altares profanados por pecados propios o por contactos con cuerpos mordidos por la lujuria y por pensamientos perversos”.
* Sed buenos. El esfuerzo que cuesta serlo en las continuas pruebas de la vida tiene una compensación incalculable en el futuro premio y, ya desde aho­ra, por la paz en que abunda el corazón de los justos al final de ca­da una de sus jornadas. Contentaos con vuestra situación, pensando que en hacer la Voluntad de Dios en todas las cosas está la llave que abre las puertas de la Jerusalén eterna”.-Jesús: “Sed buenos. El esfuerzo que cuesta serlo en las continuas pruebas de la vida tiene una compensación incalculable en el futuro premio y, ya desde aho­ra, por la paz en que abunda el corazón de los justos al final de ca­da una de sus jornadas, cuando se echan a descansar y encuentran su almohada limpia de remordimientos, que son la pesadilla de aquellos que quieren gozar ilícitamente y sólo consiguen proporcionarse un frenesí carente de paz. No envidiéis a los ricos. No odiéis a nadie. No deseéis lo que veis a otros. Contentaos con vuestra situación, pensando que en hacer la Voluntad de Dios en todas las cosas está la llave que abre las puertas de la Jerusalén eterna (4). ■ Os dejo. Muchos de vosotros ya no me veréis, porque pronto iré a preparar los lugares de mis discípulos… Bendigo especialmente a vuestros niños, a vuestras mujeres que ya no veré. Y luego a vosotros, hombres… Sí, quiero bendeciros… Mi bendición servirá para evitar que caigan los más fuertes y para hacer que se levanten los más débiles. Sólo para aquellos que me traicionarán, odiándome, mi bendición no tendrá valor”. Los bendice en grupo a los hombres y luego bendice a las mujeres y besa a los niños, y lentamente regresa hacia el vado con los cinco apóstoles que están todavía con Él y con los discípulos ex pastores. (Escrito el 7 de Noviembre de 1946).
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1  Nota  : Cfr. Sal. 99.  2  Nota  : Distinguir los verdaderos pastores de los falsos. Cfr. Is.. 40,9-11; Ez. 34; Zacarías 11,4-17. Comparar con Ju. 10; 1 Pe. 5,1-11.  3  Nota  : Fiesta de las Luces.- Cfr. Anotaciones  n. 2: Las fiestas de Israel.  4  Nota  : Jerusalén eterna: Cfr. Is. 65,17-18; 66,22; Ap. 21-22; 2 Pe. 3.
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(<La romana Valeria, acompañada de su hijita ha ido a Nobe a visitar a Jesús. Necesitaba hablar con Jesús pues estaba atravesando momentos dolorosos dentro de su matrimonio. Ella ha querido hacer de su hogar un hogar virtuoso y su marido, sin embargo, ha encontrado la manera de ser trasladado a Antioquía llevando consigo a las esclavas favoritas. Pero ella ahora está decidida a abrazar las nuevas enseñanzas de Jesús>)
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8-531-230 (9-228-655).- El valor de las religiones paganas practicadas como verdaderas.
Cuando Roma estaba menos corrompida, sus mujeres eran castas, servían a sus divinidades con vida virtuosa y fiel. A los ojos de la justicia eterna y verdadera esas virtudes, esas obligaciones y deberes no eran en vano. El bien es siempre bien, la fe (o religión) tiene siempre valor de fe (o religión), si el que los sigue y practica y posee está convencido de la verdad”.- ■ Jesús le dice: “No todo es censurable en vuestras costumbres. Cuando Roma estaba menos corrompida, sus mujeres eran castas, trabajadoras y servían a las divinidades con vida virtuosa y fiel. Aunque su mísera condición de paganas las hiciera servir a falsos dioses, la intención era buena. Entregaban su virtud al Ideal de su religión, a la necesidad de un respeto a una religión, a una Divinidad cuyo nombre les era desconocido, pero cuya existencia sentían, como sentían que era mayor que el licencioso Olimpo y que las envilecidas deidades que, según las leyendas mitológicas, lo poblaban. Vuestro Olimpo no existe, vuestros dioses tampoco. Pero vuestras antiguas virtudes eran fruto de la convicción sincera de tener que ser virtuosos para ser mirados por los dioses con amor; eran fruto de ese deber que sentían para con las divinidades que adorabais. ■ A los ojos del mundo, sobre todo de nuestro mundo judío, no habéis dejado de ser unos necios al honrar a quien no existe. Pero a los ojos de la Justicia eterna y verdadera, a los del Dios Altísimo, Único y Omnipotente Creador de todos los seres, esas virtudes, ese respeto, esas obligaciones y deberes no eran en vano. El bien es siempre bien, la fe tiene siempre valor de fe, la religión tiene siempre valor de religión si el que los sigue y practica y posee está convencido de estar en la verdad. Te exhorto a que imites a vuestras antiguas mujeres castas, trabajadoras y fieles, quedándote en tu lugar, columna y luz en tu casa y de tu casa. No creas que los siervos dejarán de respetarte por haberte quedado sola. Hasta ahora te han servido por miedo, y alguna vez con un celado sentido de odio y rebelión. De hoy en adelante te servirán de corazón. Los infelices aman a sus iguales. Tus esclavos saben lo que es el dolor. Tu alegría fue en otros tiempos para ellos un aguijón amargo. Tus penas, al despojarte del frío resplandor de patrona —en el sentido odioso de esta palabra— te revestirán de una luz amorosa de piedad. Te amarán, Valeria. Te amará Dios, te amará tu hija, te amarán tus siervos”. (Escrito el 15 de Noviembre de 1946).
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(<Jesús acaba de curar a siete leprosos, una vez que los apóstoles Pedro y Judas Tadeo los habían preparado exhortándoles a la fe en el Mesías y en su poder de sanación. Después, Jesús, Pedro y Judas Tadeo se dirigen hacia Betania>)
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8-536-278 (9-233-702).- La Iglesia, Cuerpo místico de Cristo.
* ¡Si supierais cuánto disfruto en asociaros a Mí en todas mis cosas! También Yo —Fundador de un Organismo que durará lo que duren los siglos y que será santo como su Fundador y Cabeza; de un Organismo que continuará representándome y será una cosa conmigo, de la misma manera que los miembros y el cuerpo del hombre son una sola cosa con la cabeza que lo dirige—…”.- ■ Se han unido a ellos Bartolomé y Zelote. Ahora los cinco caminan rápidos, porque no obstante que haga sol, sopla un vientecillo que invita a caminar para entrar en calor. Han caminado ya un trecho cuando Natanael, envuelto en su manto, nota que Jesús no trae el suyo y pregunta: “Maestro, ¿qué has hecho de tu manto?”. Jesús: “Se lo di a una leprosa. Hemos curado y consolado a siete leprosos”. Zelote: “Tendrás frío. Toma el mío”, y añade: “Me acostumbré a los fríos de los sepulcros cuando el frío del invierno soplaba”. Jesús: “No, Simón. Mira, allí está Betania, pronto estaremos en casa. De veras que no tengo frío. He tenido tanto júbilo en el corazón, que me calienta más que un grueso manto”. Judas Tadeo dice: “Hermano, nos das méritos que no tenemos. Tú, no nosotros, has curado y consolado”. ■ Jesús: “Vosotros habéis preparado a sus corazones para creer en el milagro. Por esto, conmigo y como Yo, habéis ayudado a curar y consolar. ¡Si supierais cuánto disfruto en asociaros a Mí en todas mis cosas! ¿No es acordáis de las palabras de Juan de Zacarías, mi primo: «Es menester que Él crezca y que yo empequeñezca»? Con razón lo decía, porque cualquier hombre, por grande que sea, digamos Moisés o Elías, debe desaparecer como las estrellas ante los rayos del sol, cuando aparece Aquel que viene de los Cielos y es más que cualquier hombre, porque es Aquel que viene del Padre Santísimo. También Yo —Fundador de un Organismo que durará lo que duren los siglos y que será santo como su Fundador y Cabeza; de un Organismo que continuará representándome y será una cosa conmigo (1), de la misma manera que los miembros y el cuerpo del hombre son una sola cosa con la cabeza que lo dirige—, debo decir: «Es menester que ese cuerpo brille y que Yo me ofusque». Vosotros debéis ser mis continuadores. Dentro de poco no estaré más entre vosotros, aquí en la Tierra, materialmente, para dirigiros a vosotros mis apóstoles, a los discípulos, a mis seguidores. Pero estaré espiritualmente con vosotros, siempre, y vuestras almas sentirán mi Espíritu, recibirán mi Luz. Vosotros tendréis que aparecer en primera línea, entre tanto que Yo regresaré al lugar de donde he venido. Por esto os vengo preparando gradualmente para que seáis los primeros en salir. ■ Algunas veces me hacéis la observación de que «en los primeros tiempos os enviaba más». Es que había necesidad de que fuerais conocidos. Ahora que sois conocidos, ahora que para este lugar de la tierra sois ya «los apóstoles», Yo os tengo siempre unidos a Mí, participando en todas mis acciones de modo que el mundo pueda decir: «Los ha hecho socios de las obras que realiza, porque después de Él ellos seguirán siendo su continuación». Sí, amigos míos, debéis, cada vez más, pasar adelante, poneros a la vista de todos, ser mi continuación, ser Yo, mientras Yo, como una madre que lentamente deja de sujetar a su hijito que ha aprendido a andar, me retiro… El paso de Mí a vosotros no debe ser violento. Los pequeños del rebaño, los humildes fieles, sufrirían desorientación. Yo los paso con toda suavidad de Mí a vosotros, para que no se sientan solos ni un momento. Amadlos, mucho, como Yo los amo. Amadlos en recuerdo mío, como Yo los he amado…”. (Escrito el 4 de Diciembre de 1946).
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1  Nota  : “También Yo —Fundador de un Organismo que durará lo que duren los siglos y que será santo como su Fundador y Cabeza; de un Organismo que continuará representándome y será una cosa conmigo, de la misma manera que los miembros y el cuerpo del hombre son una sola cosa con la cabeza que lo dirige—…”. La doctrina de la unión íntima, de una cierta ensimismación (no panteísta) entre Dios y quien lo ama se encuentra con frecuencia en ambos Testamentos. Piénsese en las afirmaciones o alusiones a la paternidad y esponsalicios divinos; a nuestra prerrogativa filial y esponsalicia; el ser Cristo, cabeza, “vid”, hermano primogénito, y nosotros miembros, “sarmientos”, hermanos suyos; a la profunda presencia y vivísima acción del Espíritu Santo en nosotros; a la inhabitación arcana del Padre, del Hijo y del espíritu Santo en quien con todo su ser corresponde al amor divino (Ju. 14,23; Ap. 3,20). Si en estas enseñanzas, corroboradas con citas bíblicas en las notas hechas a esta Obra, se considera al menos la de la fusión entre Jesús y entre quien ardientemente cree y espera en Él y le ama, (Rom. 8,10-11; Gál. 2,19-20; Fil. 1,21; Col. 3,3 y respectivos contextos) se puede creer que también María Valtorta —la enferma escritora que se inmoló cual víctima a la divina Justicia por el ateísmo y para la Unidad del redil— estuvo entre los que “están unidos de tal forma con Dios que pueda afirmarse que no obran por sí, sino con la Perfección que está en ellos”. Tal vez en esta íntima unión con Dios se encuentra la explicación de la presente Obra.
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(<Este episodio tiene lugar después de la fiesta de Dedicación del Templo o Encenias [Ju. 10,22-39], en que los judíos intentaron apedrear a Jesús al hacer la manifestación de que “Yo y el Padre somos Uno”. Los apóstoles, además de haber reprochado a Jesús de no haber cortado la discusión con los escribas y fariseos, están en descuerdo respecto a dónde ir ahora que el sábado está próximo y que son días de fiesta. Y critican de José de Séforis, una casa acogedora y amiga que tenían en Jerusalén, pero ahora ante el miedo al Sanedrín…>)
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8-538-295 (9-235-718).- “Os recuerdo que estéis unidos, física y espiritualmente, sujetos a Pedro, vuestra cabeza; pero no como a un amo, sino como a un hermano mayor”.
* “Los montes son menos fríos que los corazones de los hombres que no me aman” dice, casi a Sí mismo, inclinando la cabeza para esconder visos de llanto en los ojos.- ■ Pedro dice: “Ya, claro. Por eso es mejor dejarle recuperar la calma en un fuertecillo seguro… ¡Eh, le falta valor! ¡El Sanedrín da miedo a todos!”… J. Iscariote le dice: “Te ruego que hables por ti. Yo no tengo miedo a nadie”. Pedro: “Y yo tampoco. Por defender al Maestro desafiaría a todas las legiones. Pero nosotros somos nosotros… Los demás… Bueno, pues tienen negocios, casas, mujeres, hijas… Y entonces consideran estas cosas”. Bartolomé observa: “Nosotros también las tenemos, entonces”. Pedro: “Pero nosotros somos los apóstoles y…”. Jesús dice: “Y sois iguales que los demás. No critiquéis a nadie porque la prueba no ha venido todavía”. Pedro: “¿No ha venido? ¿Y qué otras cosas quieres, más de las que he­mos pasado ya? ¡Y habrás visto cómo te he defendido hoy! Todos te hemos defendido. ¡Pero yo más que ninguno! ¡He abierto paso con unos empujones que habrían botado una barca!… ¡Una idea! Vamos a Nobe. ¡El anciano se sentirá contento!”. Todos aprueban: “Sí. Sí, a Nobe”. Jesús: “Juan no está. Haríais el camino en balde. A Nobe podéis ir, pero no a casa de Juan”. Pedro: “¿Podéis? ¿Y Tú no puedes?”. Jesús: “No quiero, Simón de Jonás. Yo tengo que ir a un lugar en estos días de las Encenias (1). Pero, fuera de la escena Yo, vosotros podéis estar tranquilos en cualquier lugar. Por eso os digo: id a donde queráis. Yo os bendigo. Os recuerdo que estéis unidos, física y espiritualmente, sujetos a Pedro, vuestra cabeza; pero no como a un amo, sino como a un hermano mayor. En cuanto Leví (2) regrese con mi bolsa, nos separa­remos”. Pedro: “¡Eso no, mi Señor! ¡Nunca sucederá que te deje ir solo!”. Jesús: “Siempre sucederá, si Yo lo quiero, Simón de Jonás. Pero no temas. No estaré en la ciudad. Ninguno que no sea ángel o demonio descubrirá mi refugio”. Pedro: “Y es bueno. Porque hay demasiados demonios que te odian. ¡Te digo que no irás solo!”. Jesús: “También hay ángeles, Simón; e iré”. Pedro: “¿Pero a dónde? ¡¿Pero a qué casa, si has rechazado las mejores, o por voluntad tuya o por las circunstancias?! ¡¿Porque no querrás estar en esta estación del año en alguna gruta en los montes?!”. Jesús: “¿Y si así fuera? Los montes son menos fríos que los corazones de los hombres que no me aman” dice, casi a Sí mismo, inclinando la cabeza para esconder visos de llanto en los ojos. ■ Andrés, que mira desde el borde del camino, dice: “Ahí está Leví. Viene corriendo”. Jesús: “Entonces démonos la paz y vamos a separarnos. Si queréis ir a Nobe, tenéis el tiempo justo antes de la puesta del sol”. Leví llega jadeante: “Te buscan por todas partes, Maestro… Me lo han dicho los que te quieren… Han estado en muchas casas, especialmente de gente modesta…”. Santiago de Zebedeo pregunta: “¿Te han visto?”. Leví: “Claro. Incluso me han parado. Pero yo, que ya estaba al corriente, he dicho: «Voy a Gabaón» y he salido por la puerta de Damasco y he corrido por detrás de las murallas… No he mentido, Señor, porque yo y éstos vamos a Gabaón después del sábado. Esta noche estaremos en los campos de la ciudad de David… Son días de recuerdos para nosotros…” y mira a Jesús con sonrisa de ángel en su rostro vi­ril y barbado, una sonrisa que le pone de nuevo las facciones de niño de la noche lejana. Jesús: “De acuerdo. Vosotros podéis marcharos. Y también vosotros. Yo también me marcho. Cada uno por su camino. ■ Me precederéis en el pueblo de Salomón, donde estaré dentro de pocos días”.
* Y antes de dejaros os repito las palabras que os dije antes de enviaros de dos en dos por las ciudades… Preferid ir a las ovejas perdidas de la casa de Israel antes que a gentiles y samaritanos; esto no por repulsa, sino porque no estáis todavía al nivel de poder convertirlos”.- Jesús: “Y antes de de­jaros os repito las palabras que os dije antes de enviaros de dos en dos por las ciudades: «Id, predicad, anunciad que el Reino de los Cie­los está muy cercano. Curad a los enfermos, limpiad a los leprosos, resucitad a los muertos del espíritu y de la carne imponiendo en mi Nombre la resurrección del espíritu, la búsqueda de Mí que es vida, o la resurrección de la muerte. Y no os ensoberbezcáis de lo que ha­céis. Evitad las controversias entre vosotros y con quien no nos ama. No exijáis nada por lo que hagáis. Preferid ir a las ovejas perdidas de la casa de Israel antes que a gentiles y samaritanos; esto no por repulsa, sino porque no estáis todavía al nivel de poder convertirlos. Dad lo que tenéis sin preocuparos del mañana. Haced todo lo que me habéis visto hacer a Mí, y con el mismo espíritu mío. Mirad, os doy el poder de hacer lo que Yo hago y que quiero que hagáis para que Dios sea glorificado”. Espira su aliento sobre ellos y luego, uno a uno, los besa y los despide. ■ Todos se marchan sin ganas, volviéndose varias veces. Él los saluda con la mano hasta que ve que todos se han ido, luego desciende el lecho del Cedrón, entre matas, y se sienta en una piedra en la orilla del agua que corre borbollando. Bebe esta agua clara y, sin duda, fría. Se lava la cara, las manos, los pies. Luego, vestido completamentede nuevo, vuelve a sentarse. Piensa… ■ Y no se da cuenta lo que sucede a su alrededor, concretamente que el apóstol Juan, que estaba ya lejos con los compañeros, ha regresado solo y, como Él, se oculta ahora tras una mata tupida. (Escrito el 11 de Diciembre de 1946).
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1  Nota  : Las Encenias.- Cfr. Anotaciones  n. 2: Las fiestas de Israel.  2  Nota  : Leví.- Cfr. Personajes de la Obra magna: Pastores de Belén.
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(<Juan, con la venia de Pedro —que ha juzgado imprudente dejar solo en estos momentos a Jesús—, siguiendo ocultamente los pasos a Jesús, ha llegado detrás de Él a la gruta de Belén —adonde Jesús ha venido—, quedándose a una cierta distancia, cauto para no ser visto>)
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8-538-298 (9-235-722).- El pastor Matías se ofrece como víctima al observar, junto con otros discípulos pastores, a Jesús orante y extático en la gruta de Belén.
* Discípulos pastores contemplan a Jesús orante, extático, en la Gruta de la Natividad y ven al apóstol Juan, durmiendo en el establo contiguo.- ■ Mas luego se oye rumor de voces y pisadas y se ve una luz rojiza y trémula entre las ruinas; y aparecen, uno detrás de otro, los discí­pulos pastores: Matías, Juan, Leví, José, Daniel, Benjamín, Elías, Simeón (1). Matías mantiene alzada una rama encendida para ver el ca­mino. Pero el que se adelanta ligero es Leví, y es el primero en intro­ducir la cabeza en la gruta de Jesús. Enseguida se vuelve y hace un gesto para que los otros se detengan y callen, y mira otra vez… luego, exhibiendo hacia atrás la mano derecha, señala a los otros que se acerquen, y se aparta mientras tiene un dedo en los labios con gesto de silencio, para dejarles sitio, y ellos, uno tras otro, miran y, conmovidos como Leví, se retiran. Elías susurra: “¿Que hacemos?”. José: “Nos quedamos aquí contemplándole”. Matías: “No. A nadie le es lícito violar los secretos espirituales de las almas. Vamos a retirarnos más allá”. Leví: “Tienes razón. Vamos a entrar en el establo contiguo. Estaremos todavía aquí, y cerca de Él”. Todos dicen: “Vamos”. Pero, antes de apartarse, miran fugazmente otra vez dentro de la gruta de la Natividad y luego se retiran, conmovidos, tratando de no hacer ruido. ■ Pero, ya en el umbral del establo contiguo, oyen roncar a Juan. Matías, deteniéndose, dice: “Hay alguno”. Benjamín le dice: “¿Qué hace? Entremos nosotros también. Si se ha refugiado aquí algún mendigo, porque está claro que es un mendigo, podemos refu­giarnos también nosotros”. Entran teniendo alzada la rama encendida. Juan, hecho un ovillo en su improvisada e incómoda cama, medio tapada la cara por el pe­lo y el manto, sigue durmiendo. Se apartan despacio con intención de sentarse en la paja esparcida cerca del pesebre. Pero, al hacerlo, Daniel mira con más atención al durmiente y le reconoce. Dice: “Es el apóstol del Señor. Juan de Zebedeo. Se han refugiado aquí en ora­ción… y el sueño ha vencido al apóstol… Retirémonos. Podría sentir­se humillado por verse sorprendido durmiendo en vez de orando…”. Con pocas ganas vuelven afuera.
* “Hemos visto lo que ni siquiera el Sumo Sacerdote ve entrando en el Santo de los Santos: los inefables amores de Dios con Dios. No es lícito espiarlos”.- ■ Entran en la otra pieza que está después de ésta. Es más, Simeón se queja: “¿Por qué no estar en la entrada de su gruta y verle de vez en cuando? Hemos estado muchos años al raso y a la luz de las estrellas cuidando los corderos, ¿y no podemos hacerlo para cuidar al Cordero de Dios? ¡Bien tenemos ese derecho, nosotros que le adoramos en su primer sueño!”. Matías dice: “Tienes razón como hombre y como adorador del Hombre-Dios. Pero ¿qué has visto mirando ahí dentro? ¿Acaso, al Hombre? No. Nosotros, sin querer, hemos apartado el triple velo extendido para guardar el misterio, hemos franqueado el umbral infranqueable, y hemos visto lo que ni siquiera el Sumo Sacerdote ve entrando en el Santo de los Santos. Hemos visto los inefables amores de Dios con Dios. No nos es lícito espiarlos. El poder de Dios podría castigar nuestras pupilas audaces que han visto el éxtasis del Hijo de Dios. ¡Quedémonos contentos con lo que hemos recibido! ■ Queríamos venir aquí para pasar la noche en oración antes de alejarnos para nuestra misión. Orar y recordar la lejana noche… Y, sin embargo, ¡hemos contemplado el amor de Dios! ¡Verdaderamente nos ha amado mucho el Eterno dándonos la alegría de la contemplación del Niño y la de sufrir por Él, y la de anunciarle al mundo como discípulos del Niño Dios y del Hombre-Dios! Ahora nos ha concedido también este misterio… ¡Bendigamos al Altísimo y no queramos más!”. ■ Tengo la impresión de que Matías es el que goza de más autoridad, por sabiduría y justicia, entre los pastores. Juan dice: “Tienes razón. Dios nos ha amado mucho. No debemos exigir más. Samuel, José y Jonatás no han tenido sino la alegría de adorar al Niño y sufrir por Él. Jonás murió sin poder seguirle. El mismo Isaac no está aquí para ver lo que nosotros hemos visto. Y, si hay uno que lo merece, ése es Isaac, que se consume anunciándole”. Daniel dice: “¡Es verdad! ¡Es verdad! ¡Qué feliz se habría sentido Isaac de ver esto! Pero se lo contaremos”. Elías dice: “Sí. Tenemos que recordar todo en nuestro corazón para decírselo a él”. Benjamín añade: “¡Y a los otros discípulos y fieles!”. Matías dice: “No. No a los otros. No por egoísmo, sino por prudencia y por res­peto al misterio. Si es voluntad de Dios, llegará la hora en que lo po­dremos decir. Por ahora debemos saber callar”.
* Matías recuerda cómo el Bautista les instruía sobre la prudencia en dar a conocer los dones extraordinarios.- ■ Y Matías ahora habla a Simeón: “Tú fuiste conmigo discípulo de Juan. Recuerda cómo nos instruía sobre la prudencia sobre las cosas santas: «Si Dios un día, como ya os ha favorecido, os sigue favoreciendo con dones ex­traordinarios, que ello no os haga ser como ebrios charlatanes. Re­cordad que Dios se manifiesta a los espíritus, que están encerrados en la carne, porque son gemas celestes que no deben estar expuestas a las inmundicias del mundo. Sed santos en vuestros miembros y en los sentidos para saber frenar todo instinto carnal. Tanto en los ojos como en los oídos, tanto en la lengua como en las manos. Y santos en el pensamiento, sabiendo frenar ese orgullo de hacer saber lo que tenéis. Porque los sentidos y demás órganos, como el intelecto, deben servir y no reinar; servir al espíritu, no reinar sobre el espíritu; deben proteger, no turbar el espíritu. Por esto, sobre los misterios de Dios en vosotros, salvo una explícita orden suya, poned el sello de vuestra prudencia, de la misma manera que el espíritu tiene el de la transitoria cárcel en la carne. Serían cosas completamente inútiles, malas y peligrosas, la carne y el intelecto, si no sirvieran para obtener méritos y si no sirviesen para ser templos de un altar donde brilla la gloria de Dios: nuestro espíritu». ■ ¿Os acordáis de esto, tú, Juan, y tú, Simeón? Espero que sí, porque si no recordarais las palabras de nuestro primer maestro, verdaderamente él estaría muerto para vosotros. Un maestro vive mientras su doctrina vive en sus discípulos. Y aunque luego fuera reemplazado por un maestro mayor —y, para los discípulos de Jesús, reemplazado por el Maestro de los maestros—, no es nunca lícito olvidar las palabras del primero, que nos prepararon a comprender y a amar con sabiduría al Cordero de Dios”. Benjamín: “Es verdad. Hablas con sabiduría. Te obedeceremos”.
* Cada uno describe el aspecto extático de Jesús y, Matías, poniéndose de pie y brazos alzados, recita la plegaria de ofrenda como víctima al Altísimo.- Simeón dice: “¡Pero qué penoso, fatigoso, es resistir sin mirarle otra vez estando tan cerca de Él! ¿Estará todavía como antes?”. “¡A saber! ¡Cómo resplandecía su cara!”. “¡Más que la Luna en una noche serena!”. “Su boca tenía sonrisa divina…”. “Y sus pupilas manaban divino llanto…”. “No decía palabras. Pero en Él todo era oración”. “¿Qué será lo que ha visto?”. Leví, que parece a su vez en éxtasis, dice: “A su eterno Padre. ¿Lo dudas? ¿Sólo esa visión puede dar ese as­pecto. Bueno… ¿qué digo?… ¡Más que verle, estaba con Él, en Él! ¡El Verbo con el Pensamiento!… ¡Amándose!… ¡Ah!…”. Matías: “Pues por eso he dicho que no nos es lícito quedarnos allí. Tened en cuenta que no ha querido tener consigo ni siquiera a su apóstol…”. Leví: “¡Claro! ¡Es verdad! ¡Maestro santo! ¡Necesita, más que la tierra agostada de sed, ser inundado por el amor de Dios! ¡Tanto odio en torno a Él…!”. ■ Matías: “Pero también mucho amor. Yo quisiera… ¡Sí, lo hago! El Altísi­mo está presente. Yo me ofrezco y digo: «Señor Dios altísimo, Dios y Padre de tu pueblo, que aceptas y consagras los corazones y los alta­res e inmolas las víctimas que te son gratas, descienda como un fue­go tu deseo y me consume víctima con Cristo, como Cristo y por Cris­to, tu Hijo y tu Mesías, mi Dios y Maestro. En tus manos me pongo. Escucha mi oración»”. Y Matías, que ha orado poniéndose en pie y con los brazos alzados, se sienta de nuevo en el montón de hierba seca.
* Los discípulos pastores quieren ser “providencia de la Providencia, del Hijo de Aquel que ejerce su providencia con todos nosotros”.- ■ La luna deja de iluminar la gruta porque ya cae hacia Occidente. Sus rayos ahora caen sobre la campiña, no ya ahí dentro; y caras y cosas se difuminan en una sola sombra. También las palabras se hacen más escasas y los tonos de voz más bajos. Hasta que el sueño vence sobre la buena voluntad y se oyen sólo palabras separadas, a veces sin respuesta… El frío, que se hace punzante al ir acercándose el alba, es un estimulante para combatir el sueño. Se ponen de pie de nuevo, encienden unos ramajes, calientan sus miembros que tiritan… Leví, a quien casi le castañean los dientes, dice: “¿Cómo lo pasará Él que no piensa en hacer fuego?”. Y Elías pregunta: “¿Y tendrá comida?”, y añade: “Ahora solo tenemos nuestro amor y poca y pobre comida… y hoy es sábado…”. ■ José propone: “¿Sabes qué? Ponemos toda nuestra comida en la entrada de la gruta y luego nos vamos. Nosotros siempre podremos encontrar pan antes del anochecer, donde Raquel o donde Elisciá. Y seremos providencia de la Providencia, del Hijo de Aquel que ejerce su providencia con todos nosotros”. Todos aprueban: “Sí, sí. Hacemos un buen fuego para ver bien y calentarnos bien, y luego llevamos todo allí y nos marchamos antes de que, con el alba, Él o el apóstol salgan y nos vean”. A la luz de las llamas juguetonas abren sus bolsas y sacan pan, quesos secos, alguna manzana. Luego se cargan los haces de leña y salen cautamente, mientras Matías alumbra todavía con una rama sacada del fuego. Ponen todo justo a la entrada de la gruta: los haces en el suelo; encima, el pan y los otros alimentos. Luego se retiran, cruzan el arroyuelo en el sentido contrario, uno detrás de otro, y se marchan ya con un primer, silencioso amanecer rasgado al improviso por un canto de gallo. (Escrito el 11 de Diciembre de 1946).
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1  Nota  : Los discípulos pastores, como han manifestado en el episodio anterior antes de dirigirse a sus lugares respectivos, llevados por su corazón, “son días de recuerdo para nosotros”, (la Fiesta de la Dedicación del Templo o Encenias, se celebra en Diciembre), han llegado también a la gruta, el lugar inolvidable de sus habituales peregrinajes desde aquel fausto día.
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(<Juan, que se ha refugiado en una estancia contigua a la gruta, con la intención de estar cerca para velar por Él, después de dos días de ayuno, al no resistir más sus fuerzas, sale de su estancia y va a la gruta donde el Maestro. Lleno de aflicción se postra ante Él. Jesús, en primer lugar, le proporciona alimento>)
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8-539-304 (9-236-727).- Jesús, al acallar los escrúpulos de Juan, confirma la investidura de Pedro con poder de guiarles (el Espíritu del Señor estará con él), aclara la diferencia entre hechos naturales y culpas y proclama las 3 cosas más perfectas: pobreza, castidad y obediencia.
* Pobre muchacho! ¡Ya quisiera Yo que todo el mundo hubiera de gritar estas culpas tuyas! Hay que saber aplicar las órdenes con rectitud y buen sentido, sabiendo comprender el espíritu de la orden, no sola­mente las palabras que la forman”.- Dice Juan: “Estoy ya mejor, Señor… No te aflijas por mí”. Jesús, sonriendo aún más vivamente, dice: “¿Y entonces tu aflicción por qué es?, porque pareces… eso, un árbol cuya escarcha bajo el sol se estuviera derritiendo”, y besa a Juan en lo alto de la frente. Juan: “Porque estoy lleno de remordimientos, Señor… y… ¡Sí! ¡Suélta… me! ¡Tengo que hablarte de rodillas, pedirte perdón…”. Jesús: “¡Pobre Juan! Verdaderamente este esfuerzo superior a tu capacidad te ha debilitado también el intelecto. ¿Y tú crees que necesito tus palabras para juzgarte y absolverte?”. Juan: “Sí, sí, sé que sabes todo. Pero no tendré paz hasta que no te ha­ya dicho mi pecado; es más, mis pecados. Suéltame. Déjame acusar­me de mis culpas”. Jesús: “Bueno, habla, si eso te va a dar paz”. ■ Juan cae de rodillas y, alzando la cara llorosa, dice: “He pecado de desobediencia, de presunción y de… no sé si es correcto llamarla: de flaqueza humana. Pero la verdad es que ésta es mi culpa más reciente, más grave, la que me produce el mayor dolor y la que me dice qué siervo inútil soy, más aún: qué egoísta y bajo”. ■ Las lágrimas verdaderamente le lavan el rostro, mientras a Je­sús la sonrisa le pone la cara cada vez más luminosa. Jesús está un poco inclinado hacia este apóstol suyo que llora, y la divina sonrisa es una profunda caricia para el dolor de Juan. Pero Juan está tan afligido, que ni siquiera le consuela esa sonrisa, y continúa: “Te he desobedecido. Habías dicho que no debíamos separarnos, y yo me se­paré inmediatamente de los compañeros, y los he escandalizado. Respondí mal a Judas de Keriot, que me observaba que iba a cometer un pecado. Dije: «Tú lo hiciste ayer, yo lo hago hoy; tú lo hiciste para te­ner noticias de tu madre, yo lo hago para estar con el Maestro y ve­lar por Él, defenderle»… Un acto mío de presunción el querer hacer esto… ¡Yo, pobre inútil, defenderte a Ti! Y luego, otro acto de presunción, porque he querido imitarte. He dicho: «Sin duda ora y ayuna. Yo voy a hacer lo que Él hace y por su misma intención». Y, sin em­bargo…”. El llanto se hace sollozos mientras la confesión de la debilidad humana, de la materia que ha sofocado la voluntad del espíritu, sale de los labios de Juan: “Y, sin embargo… me dormí. ¡Me dormí en seguida! Y no me desperté sino al amanecer y te vi ir al río, lavarte, volver aquí; y comprendí que habrían podido incluso captu­rarte sin estar yo preparado para defenderte. Y luego quería hacer penitencia y ayuno, pero no he sido capaz de hacerlo. Con pequeños bocados, casi como para no comer, el primer día terminé de comer el poco pan que traje. Tú sabes que no tenía más. Y no me sentía saciado cuando ya todo había terminado. Y al día siguiente he tenido todavía más hambre, y esta noche… ¡Oh!, ayer por hambre y frío, y esta noche no he dormido nada… y esta mañana ya no he sa­bido resistir… y he venido porque he tenido miedo de morir de hambre… Y es esto lo que más me duele: no haber sabido estar despierto para orar y velar por Ti y haberlo sabido hacer por el hambre que me mataba… Soy un siervo estúpido y vil. ¡Castígame, Jesús!”. ■ Jesús: “¡Pobre muchacho! ¡Ya quisiera Yo que todo el mundo hubiera de gritar estas culpas tuyas! Pero, escucha, levántate y escúchame, y tu corazón volverá a estar en paz. ¿Has desobedecido también a Simón de Jonás?”. Juan: “No, Maestro. Nunca lo habría hecho, porque has dicho que debíamos estar sujetos a él como a un hermano mayor. Pero él, cuando le dije: «Mi corazón no está tranquilo viéndole marcharse solo», respon­dió: «Tienes razón. Pero yo no puedo ir porque tengo la obediencia de guiaros a todos vosotros. Ve tú, y que Dios te acompañe». Los otros alzaron la voz y Judas más que nadie. Recordaron la obediencia, e incluso censuraron a Simón Pedro”. Jesús: “¿Censuraron? Juan, sé sincero”. Juan: “Es verdad, Maestro. Fue Judas el que censuró a Simón y me trató mal a mí. Los otros solamente dijeron: «El Maestro ha ordena­do permanecer juntos». Y me lo decían a mí, no a nuestro jefe. Pero Simón respondió: «Dios ve la finalidad del acto, y perdonará. Y el Maestro perdonará, porque esto es amor» y me bendijo y me besó y me mandó tras Ti, como aquel día que fuiste con Cusa al otro lado del lago”. Jesús: “Entonces Yo de esta culpa no debo absolverte…”. Juan: “¿Porque es demasiado grave?”. Jesús: “No. Porque no existe. Vuelve aquí, Juan, al lado de tu Maestro, y escucha la lección. Hay que saber aplicar las órdenes con rectitud y buen sentido, sabiendo comprender el espíritu de la orden, no sola­mente las palabras que la forman. Yo dije: «No os separéis». Te has separado y, por tanto, tendrías pecado”.
* Habiéndole investido a Pedro Yo del poder de guiaros, el Espíritu del Señor, que está en Mí, estará también con él y le guiará cuando dé esas órdenes que las circunstancias exijan y que la Sabiduría, para el bien de todos, sugerirá al Apóstol cabeza”.- ■ Jesús prosigue: “Pero antes había dicho: «Estad unidos, física y espiritualmente, sujetos a Pedro». Con esas pala­bras le elegí a él como mi legítimo representante entre vosotros, con facultad plena de juzgar y mandar en relación a vosotros. Por tanto, todo lo que Pedro ha hecho o hará en mi ausencia, bien hecho estará. Porque, habiéndole investido Yo del poder de guiaros, el Espíritu del Señor, que está en Mí, estará también con él y le guiará cuando dé esas órdenes que las circunstancias exijan y que la Sabiduría, para el bien de todos, sugerirá al Apóstol cabeza (1). Si Pedro te hubiera dicho: «No vayas» y tú hubieras venido de todas formas, ni siquiera el motivo bueno de tu acto —querer seguirme por el amor de defenderme y estar conmigo en los peligros— hubiera sido suficiente para anular tu culpa. Habría sido necesario realmente mi perdón. Pero, Pedro, tu Cabeza, te dijo: «Ve». La obediencia a él te justifica completamente. ¿Estás convencido de esto?”. Juan: “Sí, Maestro”. ■ Jesús: “¿Debo absolverte de la culpa de presunción? Dime, sin pensar en si Yo veo tu corazón. ¿Has pretendido presuntuosamente por soberbia querer imitarme para poder decir: «Con mi voluntad he abolido las necesidades de la carne, porque yo puedo aquello que quiero»? Reflexiona bien…”. Juan reflexiona. Luego dice: “No, Señor. Examinándome bien no, no lo he hecho por eso. Trataba de hacerlo porque he com­prendido que la penitencia es sufrimiento de la carne pero luz del es­píritu. He comprendido que es un medio para fortalecer nuestra debilidad y obtener mucho de Dios. Tú lo haces por esto. Yo por esto quería hacerlo. Y creo no equivocarme diciendo que, si lo haces Tú, que eres fuerte, Tú, que eres poderoso, Tú que eres santo, yo, noso­tros, deberíamos hacerlo siempre, si siempre fuera posible hacerlo, para ser menos débiles y materiales. Pero no he podido hacerlo. Yo siempre tengo hambre y mucho sueño…”, y el llanto empieza de nuevo a gotear, lento, humilde como verdadero reconocimiento de la limitación de la capacidad humana. Jesús: “¿Y crees que incluso esta pequeña miseria de la carne ha sido inútil? ¡Oh, cómo la recordarás en el futuro, cuando seas tentado a ser severo y exigente con tus discípulos y fieles! Volverá a tu mente diciéndote: «Acuérdate de que tú también cediste al cansancio, al hambre. No pretendas que los otros sean más fuertes que tú. Sé padre de tus fieles, como tu Maestro fue un padre para ti aquella mañana». Tú muy bien habrías podido velar y no sentir luego esta fuerte hambre. Pero el Señor ha permitido que te vieras doblegado por estas necesidades de la carne para hacerte humilde, cada vez más humilde y cada vez más compasivo en relación a tus semejantes”.
* “Muchos no saben distinguir entre tentación y culpa consumada. Otros no saben distinguir entre hechos naturales y culpas y se crean escrúpulos de haber pecado, cuando —y éste es tu caso— no han hecho sino obedecer a leyes naturales buenas. Tampoco es pecado la necesidad de cohabitar y procrear. Pero ya no es buena la unión carnal sólo para la satisfacción de la carne”.-Jesús: “Muchos no saben distinguir entre tentación y culpa consumada. La primera es una prueba que alcanza méritos y no quita gracia. La segunda es caída que quita mérito y gracia. Otros no saben distinguir entre hechos naturales y culpas, y se crean escrúpulos de haber pecado, cuando —y éste es tu caso— no han hecho sino obedecer a leyes naturales buenas. Llamando claramente «buenas», distingo las leyes naturales de los instintos sin freno. Porque no todo lo que ahora se llama «ley natural» realmente lo es y es buena. Buenas eran todas las leyes relacionadas a la naturaleza humana y que Dios había dado a Adán y a Eva: la necesidad del alimento, del descanso, de la bebida. Después con el pecado, han entrado en escena —y se han mezclado con las leyes naturales, contaminando con su inmoderación (intemperancia) aquello que era bueno— los instintos animales, el desorden, todo tipo de sensualidad. Y Satanás, tentando, ha mantenido vivo el fuego, el fomes (incentivo) de los vicios. Ahora puedes ver que, si no es pecado ceder a la necesidad de descanso y de alimento, sí lo son la crápula (francachelas), la embria­guez, el ocio prolongado. ■ Tampoco es pecado la necesidad de cohabitary procrear; es más, Dios mandó hacerlo para poblar la Tierra de hombres. Pero ya no es buena la unión carnal sólo para la satisfacción de la carne. ¿Estás convencido también de esto?”. Juan: “Sí, Maestro”.
* “Tres son las cosas más perfectas: po­breza voluntaria, castidad perpetua, obediencia absoluta. Hacen al hombre semejante a los ángeles. Y una es perfectísima: dar la propia vida por amor a Dios y a los hermanos. Esta cosa hace a la criatura semejan­te a Mí, porque la lleva al absoluto amor”.- ■ Juan pregunta: “Pero, entonces, dime una cosa: ¿los que no quieren procrear pecan contra un mandato de Dios? Tú dijiste una vez que el estado de virgen es bueno”. Jesús: “Es el más perfecto. Como también lo es el estado de quien, no satisfecho con hacer buen uso de las riquezas, se despoja completa­mente de ellas. Son las perfecciones a que puede llegar una criatura. Y tendrán un gran premio. Tres son las cosas más perfectas: la po­breza voluntaria, la castidad perpetua, la obediencia absoluta en to­do aquello que no es pecado. Estas tres cosas hacen al hombre semejante a los ángeles. Y una es perfectísima: dar la propia vida por amor a Dios y a los hermanos. Esta cosa hace a la criatura semejan­te a Mí, porque la lleva al absoluto amor. Y quien ama perfectamente es semejante a Dios, está absorbido en Dios y fundido con Dios. ■ Tranquilízate, Juan mío. No hay culpa en ti. Yo te lo digo. ¿Por qué, entonces, sigues llorando?”. Juan: “Porque, en todo caso, una culpa sí que hay: la de haber sabido venir a Ti por necesidad y haber sabido velar por el hambre que tenía, y no por amor. Nunca me lo perdonaré. No me volverá a suceder. No me volveré a dormir mientras Tú sufres. No te olvidaré, durmiendo, mientras Tú lloras”. Jesús: “No te metas con el futuro, Juan. Tu voluntad está pronta, pero una vez más puede ser vencida por la carne. Y te sentirías abatido si te acordaras de esta promesa hecha a ti mis­mo y no mantenida después por la fragilidad de la carne. ■ Mira. Te voy a aconsejar lo que tienes que decirte para estar en paz, te suceda lo que te suceda. Di conmigo: «Yo, con la ayuda de Dios, me propongo, en todo lo que me sea posible, no volver a ceder más a la debilidad de la carne». Y tente firme en este propósito. Si luego un día, aun no queriéndolo, la carne cansada y afligida vence a tu voluntad, entonces, como hoy, dirás: «Reconozco que soy un pobre hombre como todos mis hermanos; y que esto me sirva para tener humillado mi orgullo». ¡Oh! ¡Juan¡ Juan! ¡No es tu sueño inocente lo que puede causarme dolor! Ten. Estas manzanas te reanimarán del todo. Vamos a compartirlas bendiciendo a quien me las ha dado” y toma las manzanas, que están ya asadas y casi reventando, da tres a Juan y toma otras tres para Él. ■ Juan: “¿Quién te las ha dado, Señor? ¿Quién ha venido a verte? ¿Quién sabía que estabas aquí? Yo no he oído ni voces ni pasos. Y además, después de la primera noche, he estado despierto…”. Jesús dice lentamente: “Salí con la primera luz del día. Había unos haces de leña delante de la entrada, y encima pan, quesos y manzanas. No vi a nadie. Pero sólo algunos han podido sentir el deseo de repetir un peregrinaje y hacer un gesto de amor…”. Juan: “¡Es verdad! ¡Los pastores! Lo habían dicho: «Iremos a la tierra de David… Son días de recuerdos…». ¿Pero por qué no se han quedado?”. Jesús: “¿Por qué? Han adorado y…”. Juan: “Y han sido compasivos. Te han adorado a Ti y han sido compasivos conmigo… Son mejores que nosotros esos hombres”.  Jesús: “Sí. Han conservado buena, cada vez mejor, su voluntad. Para ellos no ha sido un daño el don que Dios les ha dado…”. ■ Jesús ya no sonríe. Piensa y se entristece. Luego reacciona. Mira a Juan, que le mira, y dice: “¡Bien! ¿Nos vamos? ¿Ya no te sientes desfallecido?”. Juan: “No, Maestro. No voy a tener mucha resistencia, creo, porque tengo los miembros doloridos. Pero creo que puedo andar”. Jesús: “Pues entonces vamos. Ve por tu alforja mientras Yo recojo las so­bras en la mía, y vámonos. Tomaremos el camino que va hacia el Jordán para evitar Jerusalén”. Y cuando Juan vuelve se ponen en marcha. Recorren el mismo camino por el que han ido allí, y se van alejando por la campiña, que se calienta con el suave sol de Diciembre. (Escrito el 14 de Diciembre de 1946).
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1  Nota  : “El Espíritu del Señor que está sobre Mí, estará también con Pedro… apóstol, cabeza”.- Léase lo dicho atentamente en el episodio 5-343-280.
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(<Jesús junto con apóstoles, su Madre y las mujeres discípulas, vienen realizando un viaje que, comenzando en Efraín, han ido visitando las ciudades de Samaria. Van ahora de camino hacia Betania y Jerusalén>)
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9-577-186 (10-38-266).- La insensata petición de los hijos de Zebedeo a través de su madre Salomé (1).
* Beberéis, ciertamente beberéis de mi cáliz. Pero lo de sentaros a mi derecha o a mi izquier­da no me corresponde a Mí concedéroslo: ésa es una cosa que se concederá a aquellos para los que mi Padre lo ha destinado”.- ■ Todos se agru­pan, incluso Santiago y Juan, que estaban detrás de todos, con su madre. Y, mientras descansan del camino realizado y algunos comen un poco de pan, la madre de Santiago y Juan se acerca a Jesús y se postra ante Él, que, apremiado por reanudar la marcha, ni siquiera se ha sentado. Jesús, puesto que es claro en ella el deseo de pedir algo, le pre­gunta: “¿Qué quieres, mujer? Habla”. Salomé: “Concédeme una gracia, antes de que te marches, pues dices de que te vas a ir”. Jesús: “¿Cuál?”. Salomé: “La de ordenar que estos dos hijos míos, que por Ti han dejado todo, se sienten uno a tu derecha y el otro a tu izquierda, cuando Tú estés sentado, en tu gloria, en tu Reino”. Jesús mira a la mujer y luego a los dos apóstoles, y dice: “Habéis sugerido este pensamiento a vuestra madre interpretando muy mal mis promesas de ayer (2). El céntuplo por lo que habéis dejado no lo re­cibiréis en un reino de la Tierra. ¿También vosotros os habéis hecho codiciosos y habéis perdido la inteligencia? Pero no tenéis la culpa vosotros: ya es el crepúsculo mefítico de las tinieblas, que avanza, y el aire contamina­do de Jerusalén, que se acerca y os corrompe y os ciega… ¡Yo os digo que no sabéis lo que pedís! ¿Podéis, acaso, beber el cáliz que voy a beber Yo?”. Los dos hermanos: “Lo podemos, Señor”. Jesús: “¿Cómo podéis afirmarlo, si todavía ignoráis la amar­gura que tendrá mi cáliz? No se trata solamente de la amargura que ayer os describí: la mía de Varón de todos los dolores. Sufriré torturas que, aunque os las describiera, no seríais capaces de comprenderlas… De todas formas… sí… aun cuando os parecéis a dos niños que desconocen el valor de lo que piden —porque sois dos corazones buenos y que me amáis—, beberéis, ciertamente beberéis de mi cáliz. Pero lo de sentaros a mi derecha o a mi izquier­da no me corresponde a Mí concedéroslo: ésa es una cosa que se concederá a aquellos para los que mi Padre lo ha destinado”. ■ Los otros apóstoles, mientras Jesús está todavía hablando, no dejan de mostrar su disgusto por la petición de los hijos de Zebedeo y su madre. Pedro le dice a Juan: “¡Precisamente tú! ¡No puedo reconocerte!”. Y Judas Iscariote, con su sonrisa de demonio: “¡Verdaderamente que los primeros son los últimos! Tiempo de sorpresas y de comprender una serie de cosas…”. ¡Qué feo es al reírse! Felipe, en tono de reproche: “¿Acaso por los honores hemos seguido a nuestro Maestro?”. Tomás no se dirige a los dos, sino a Salomé, diciendo: “¿Por qué poner en evidencia a tus hijos? Si no ellos, al menos tú debías haber reflexionado e impedido esto”. Judas Tadeo dice: “Es verdad. Nuestra madre no lo habría hecho”. Bartolomé no habla, pero en su cara está pintado el descontento. Simón Zelote, queriendo calmar los ánimos, dice: “Todos podemos equivocarnos…”. Mateo, Andrés y Santiago de Alfeo no hablan; es más, visible­mente sufren por este incidente que mancha la hermosa perfección de Juan. ■ Jesús hace un gesto para imponer silencio y dice: “¡Un momento! ¿Es que de un error van a venir muchos? Vosotros, que reprocháis in­dignados, ¿no os dais cuenta de que también vosotros pecáis? Dejad tranquilos a estos hermanos vuestros. Mi reprensión es suficiente. Su abatimiento es evidente; su arrepentimiento, humilde y sincero. Debéis amaros entre vosotros, apoyaros mutuamente. Porque, en verdad, ninguno de vosotros es perfecto todavía. No debéis imitar al mundo ni a los hombres del mundo. En el mundo —lo sabéis— los reyes de las naciones son como dueños de sus pueblos, y sus notables ejer­cen el poder sobre éstos en nombre de los reyes. Pero entre voso­tros no debe ser así. No debe haber en vosotros afán de querer mandar sobre los hombres ni sobre vuestros compañeros. Antes al contrario, quien de en­tre vosotros quiera ser el mayor, hágase vuestro siervo, y quien quiera ser el primero, hágase siervo de todos. Así como lo ha hecho vuestro Maestro. ¿Acaso he venido a dominar a otros, a ser servido? No, verdaderamente no. Al contrario, Yo he venido para servir. Y así, de la misma manera que el Hijo del hombre no ha venido para que le sirvan, sino para servir y dar su vida en redención de muchos, así debéis comportaros vosotros, si queréis ser como Yo, y para que estéis donde Yo estoy. Ahora marchaos. Y estad en paz entre vosotros, como Yo lo estoy con vosotros”. (Escrito el 8 de Marzo de 1947).
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1  Nota  : Cfr. Mt. 20,20-28; Mc. 10,35-45. 2 Nota : Jesús se refiere a las promesas que, en el episodio del joven rico (Mateo 19,16-30), hace después de la pregunta de Pedro: “Pues nosotros que hemos dejado todo por seguirte, ¿qué sacaremos de ello? ¿Entraremos, entonces, en tu Reino?”.
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9-577-188 (10-38-267).- Verdadero sentido de: «beberéis de mi cáliz».
* “He dicho: «del mío», no «el mío». Ningún hombre habría podido beber mi cáliz”.- ■ Me dice Jesús: “Señala mucho el punto: «… vosotros ciertamente beberéis de mi cáliz». En las traducciones se lee: «mi cáliz» (1). He dicho: «del mío», no «el mío». Ningún hombre habría podido beber mi cáliz. Solamente Yo, Redentor, debí beber todo mi cáliz. A mis discípulos, a mis imita­dores, a los que me aman, ciertamente se les concede beber de ese cá­liz en que Yo bebí: esa gota, ese sorbo o esos sorbos que la predilec­ción de Dios les concede beber. Pero nunca ninguno lo beberá todo co­mo Yo lo bebí. Así pues, es correcto decir «de mi cáliz» y no «mi cáliz»”. (Escrito el 8 de Marzo de 1947).
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1  Nota  : Mt. 20,22-23; Mc. 10,38-39.
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(<Jesús se encuentra ya en Betania con todo el grupo. Ha estado reunido con todas las discípulas para despedirlas antes de su pasión ya inminente. Ha terminado la reunión>)
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9-583-228 (10-44-301).- María de Salomé pide perdón y un lugar también para su esposo Zebedeo en el Reino.
* Salomé, ¿todavía piensas en eso? ¿No te parece que te quiero como antes e incluso más que antes?”.- ■ Salen lentamente todas, menos María Salomé, que está indecisa en la puerta. Jesús le dice: “Ven aquí, María. Cierra y ven aquí. ¿Qué temes?”. Salomé: “Es que yo… yo estoy siempre contigo. ¿Has oído a María de Lá­zaro?”. Jesús: “La he oído. Ven aquí. Tú eres madre de mis primeros apóstoles. ¿Qué quieres decirme?”. La mujer se acerca con la lentitud de quien tiene que pedir una cosa grande y no sabe si puede hacerlo. Jesús la anima con una sonrisa y con las palabras: “¿Qué? ¿Quieres pedirme un tercer sitio, para Zebedeo? No. Él es sabio. ¡Sin duda no te ha encargado decir eso! Habla…”. Salomé: “¡Ah, Señor! Precisamente de ese puesto quería hablarte. Tú… hablas de una forma… como si estuvieras para dejarnos. Y yo quisiera que antes me dijeras que me has perdonado del todo. No tengo paz, pensando que te he causado disgusto”. Jesús: “¿Todavía piensas en eso? ¿No te parece que te quiero como antes e incluso más que antes?”. Salomé: “¡Eso sí, Señor! Pero dime la palabra de que me perdonas, para que yo pueda referir a mi esposo cuán bueno has sido conmigo”. Jesús: “¡No es necesario que refieras una culpa perdonada, mujer!”. ■ Salomé: “¡Sí que se lo contaré! Porque, mira, Zebedeo, viendo cómo quieres a sus hijos podría caer en mi mismo pecado y… si Tú nos dejas, ¿quién nos va a absolver? Yo quisiera que todos nosotros entráramos en tu Reino. También mi marido. Y no creo que haga mal queriendo esto. Yo soy una pobre mujer y no sé de libros. Pe­ro cuando tu Madre nos lee o nos dice partes de la Escritura a nosotras, a menudo habla de las mujeres escogidas de Israel o nos señala los lugares que hablan de ellas. Y en los Proverbios, que me gustan mucho, está escrito que en la mujer fuerte (1) confía el corazón del es­poso. Yo creo que es justo que la mujer inspire esta confianza a su marido, incluso en lo que se refiere a las cosas celestes: si le consigo un lugar seguro en el Cielo, impidiéndole pecar, creo que estoy haciendo una cosa buena”. Jesús: “Sí, Salomé. Verdaderamente ahora has abierto tu boca a la sabiduría y la bondad está en tu lengua (2). Ve en paz. Tienes más que mi perdón. Tus hijos, según el libro que tanto te gusta, te proclama­rán dichosa, y tu marido te alabará en la Patria de los justos. Ve tranquila. Ve en paz. Sé feliz”. La bendice y se despide de ella. Salomé se marcha llena de alegría. (Escrito el 22 de Marzo de 1947).
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1  Nota  : Cfr. Prov. 31,10-11.  2  Nota  : Cfr. Prov. 31,26.
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9-594-334 (10-13-405).- «contra», no «sobre»: para los enemigos de la Iglesia. Pero también sobre: para los de la Iglesia.
* “En las traducciones se usa siempre «sobre». Dije «contra», no «sobre». Y es profecía  contra los enemigos de la Iglesia. Pero también —y esto han de tenerlo presente los que por ser de la Iglesia se creen salvados de los castigos divinos—  aquel sobre el que caiga el peso de la condena de la Cabeza… quedará triturado”.- ■ Me dice Jesús: “De la misma forma que hice que señalaras la frase «de mi cáliz» en la visión en que la madre de Juan y Santiago pide un lugar para sus hijos (1), así mismo te digo que señales en la visión de ayer el punto que dice: «El que caiga contra esta piedra quedará destrozado» (2). En las traducciones se usa siempre «sobre». Dije «contra», no «sobre» (3). Y es profecía contra los enemigos de mi Iglesia. Los que la atacan, arremetiendo contra ella, porque ella es la Piedra angular (4), quedan destrozados. ■ La historia de la Tierra lleva veinte siglos confirmando lo que dije. Los perseguidores de la Iglesia quedan destrozados al arremeter contra la Piedra angular. Pero también —y esto han de tenerlo presente los que por ser de la Iglesia se creen salvados de los castigos divinos— aquel sobre el que caiga el peso de la condena de la Cabeza y Esposo de esta Esposa mía, de este Cuerpo místico mío, quedará triturado”. (Escrito el 1 de Abril de 1947).

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1  Nota  : Cfr . Episodio 9-577-186 y 9-577-188.  2  Nota  : Se refiere a la Parábola de la viña arrendada a unos trabajadores: Lc. 20,18.  3  Nota  : En las traducciones de Lengua española aparece casi siempre la preposición «contra», lo que no sucede en las italianas. (N.T.) Cfr. Is. 8,11-15 y 1 Ped. 2,7-8 donde parece desprenderse que quien pega «contra» esta piedra, que es Dios y su Mesías, después caiga «sobre».  Nota  : Tanto en el Antiguo Testamento como en el Nuevo se habla de piedra angular. He aquí algunos textos importantes: Sal. 117,22-24; Mt. 21,42 etc.
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(<Sucede el Miércoles Santo. Jesús ha hablado en el Templo a los fariseos y sanedristas. Después se ha reunido con todos sus discípulos y discípulas en los Jardines del Rey de Herodes, donde han descansado. Se disponen ahora a ir al monte de los Olivos>)
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9-596-363 (10-15-430).- El Reino de Dios. El Nuevo Templo: «mi Iglesia».- Las Cabezas de la Iglesia (mística y visible).
* “Respecto al Reino de Dios, él está entre vosotros y donde quiera que haya hombres que crean en Mí. Diseminado ahora, se extenderá por toda la tierra; pero después será eterno, unido, perfecto en el Cielo. En el Reino de Dios será edificado el nuevo Templo. El nuevo Templo, mi Iglesia, surgirá solo cuando vuestro corazón hospede a Dios y Él, con vosotros, piedras vivas, edifique su Iglesia”.- ■ Salen de los Jardines. Toman el camino por Siloán, evitando los lugares de los leprosos, a los que va Simón Zelote para llevarles —a los pocos que han quedado, que no han sabido creer en Jesús— lo que ha sobrado de su comida. Matías, el ex pastor, se acerca a Jesús y le pregunta: “Señor y Maestro mío, mis compañeros y yo hemos meditado mucho en tus palabras hasta que nos ha vencido el cansancio, y nos hemos dormido antes de poder resolver la pregunta que nos habíamos hecho. Ahora nos encontramos más ignorantes que antes. Si hemos entendido bien predices que muchas cosas cambiarán, aunque la Ley quede inmutable; y que se edificará un nuevo Templo, con nuevos profetas, doctores y escribas, contra el que se trabarán batallas; y que no sucumbirá, mientras que el Templo de Jerusalén, si entendimos bien, parece estar destinado a sucumbir”. Jesús: “Lo está. Recuerda al profeta Daniel (1)…”. Matías: “Pero nosotros que somos pocos y pobres, ¿cómo podremos edificarlo de nuevo, cuando con tantos trabajos lo hicieron los reyes? ¿Dónde lo edificaremos? No aquí, porque afirmas que este lugar quedará abandonado hasta que ellos no te alaben como enviado de Dios”. Jesús: “Así es”. Matías: “En tu Reino, tampoco. Estamos convencidos que tu Reino es espiritual. Y entonces, ¿cómo, dónde lo edificaremos? Dijiste ayer que el verdadero Templo —¿y no es ése el verdadero Templo?—, que el verdadero Templo, cuando crean haber destruido, subirá triunfante a la nueva Jerusalén. ¿Y dónde está la verdadera Jerusalén? Hay mucha confusión en nosotros”. Jesús: “Lo comprendo. Que los enemigos destruyan, si quieren el verdadero Templo, que Yo en tres días volveré a edificarlo, y, subiendo a donde el hombre no puede dañarlo, ya no conocerá insidias. ■ Respecto al Reino de Dios, él está en vosotros y dondequiera que haya hombres que crean en Mí. Diseminado por ahora, se extenderá por toda la Tierra en el correr de los siglos; pero después será eterno, unido, perfecto en el Cielo. En el Reino de Dios será edificado el nuevo Templo, o sea, donde hay espíritus que aceptan mi doctrina, la doctrina del Reino de Dios, y pongan en práctica sus preceptos. ■ Que ¿cómo será edificado el nuevo Templo si sois pocos y pobres? En verdad, no hace falta ni dinero ni poder para edificar el edificio de la nueva morada de Dios, individual o colectiva. El Reino de Dios está en vosotros. Y la unión de todos aquellos que tengan en sí el Reino de Dios, de todos los que tengan a Dios en ellos —Dios, la Gracia; Dios, la Vida; Dios, la Luz; Dios, la Caridad— constituirá el gran Reino de Dios en la Tierra, la nueva Jerusalén que llegará a extenderse por todo el mundo, y que, completa y perfecta, sin imperfecciones ni sombras, vivirá eterna en el Cielo. ■ ¿Cómo edificaréis el templo y la ciudad? ¡No seréis vosotros, sino Dios, el que edificará estos lugares nuevos! (2). Vosotros sólo le tendréis que darle vuestra buena voluntad. Buena voluntad y permanecer en Mí. Vivir mi doctrina es buena voluntad. Estar unidos también a Mí es buena voluntad. Unidos a Mí hasta formar un solo cuerpo (3), alimentado por una única savia hasta en sus partes más pequeñas. Un único edificio (4) sostenido por una base única y mantenido en su unión por una mística cohesión. Pero, dado que sin la ayuda del Padre, a quien os he enseñado a orar y a quien oraré por vosotros antes de morir, no podréis estar en la Caridad, en la Verdad, en la Vida, o sea, en Mí y conmigo en Dios Padre y en Dios Amor (porque somos una única Divinidad), por esto os digo que tengáis a Dios en vosotros para que podáis ser el Templo que no conocerá fin. Por vosotros mismos no lo podrías hacer. Si Dios no edifica la casa —y no puede edificar donde no puede hacer morada— inútilmente los hombres se mueven para edificar y reedificar (5). El nuevo Templo, mi Iglesia, surgirá sólo cuando vuestro corazón hospede a Dios y Él, con vosotros, piedras vivas, edifique su Iglesia”.
* “En esta Iglesia, Yo soy la Cabeza mística. Pedro es su Cabeza visible”.-Iscariote interrumpe: “¿Pero no has dicho que Simón de Jonás es su Cabeza, la Piedra sobre la que se edificará tu Iglesia? ¿Y no has dado también a entender que Tú eres su piedra angular? ¿Quién es, pues, la cabeza? (6). ¿Existe o no esta Iglesia?” (7). Jesús: “Yo soy la Cabeza mística. Pedro es su Cabeza visible. Porque Yo regreso al Padre dejándoos la Vida, la Luz, la Gracia por medio de mi Palabra, por medio de mis padecimientos, por medio del Paráclito que será amigo de los que han sido fieles. Yo soy una única cosa con mi Iglesia, mi Cuerpo espiritual (8) del que soy la Cabeza. La cabeza contiene el cerebro o mente (9). La mente es sede del saber, el cerebro es el que dirige el movimiento de los miembros con sus órdenes inmateriales, que son más válidos para poner en movimiento a los miembros que cualquier otro estímulo. Observad un cadáver, en el que está muerto el cerebro. ¿Tiene ya movimiento en sus miembros? Observad a un hombre completamente subnormal. ¿No está, acaso, inerte, hasta el punto de no ser capaz de tener esos movimientos instintivos y rudimentarios que el animal más inferior, por ejemplo, el gusano que aplastamos al pasar, tiene? Observad a uno al que la parálisis ha roto el contacto de los miembros —uno o más— con el cerebro. ¿Acaso tiene movimiento en aquella parte que ya no tiene vínculo vital con la cabeza? Pero, si la mente dirige con sus inmateriales órdenes, son los otros órganos: ojos, oídos, lengua, nariz, piel, los que comunican las sensaciones a la mente, y son las otras partes del cuerpo las que ejecutan y hacen ejecutar aquello que la mente, advertida por los órganos —materiales y visibles ellos, invisible al intelecto— ordena. ¿Podría yo, sin deciros «sentaos», obtener que os sentarais en esta ladera? Aunque pensara que quiero que os sentéis, no lo sabríais hasta que no tradujera mi pensamiento en palabras; y éstas las digo usando lengua y labios. ¿Podría Yo mismo sentarme, si lo pensara por el simple hecho de que siento el cansancio de las piernas, si éstas se negaran a doblarse y, así, sentarme Yo? La mente tiene necesidad de órganos y de miembros para cumplir y hacer cumplir las operaciones que el pensamiento piensa. ■ De igual modo, en el cuerpo espiritual que es mi Iglesia, Yo seré el Intelecto, o sea, la cabeza, sede del intelecto; Pedro y sus colaboradores serán los que observen las reacciones y perciban las sensaciones y las transmitan a la mente para que ella ilumine y ordene lo que debe hacerse para el bien de todo el cuerpo, y luego, iluminados y dirigidos por mi orden, hablen y guíen a las otras partes del cuerpo. La mano que rechaza el objeto que puede herir el cuerpo, o deja aquello que, corrompido, puede corromper; el pie que aparta el obstáculo sin chocarse y caer y herirse, recibieron la orden de hacerlo de la parte que dirige, de la mente. El niño, y también el hombre, que se han salvado de un peligro o que, por un consejo recibido, por una palabra dicha, obtienen un beneficio de cualquier especie (instrucción, buenos negocios, matrimonio, alianza ventajosa), es por ese consejo y por esa palabra por lo que evita el daño y obtiene el bien. De igual modo sucederá en mi Iglesia. La cabeza, los jefes, guiados por el Pensamiento divino e iluminados por la Luz divina e instruidos por la Palabra eterna, darán las órdenes y los consejos, y los miembros lo harán, recibiendo un bien y un beneficio espirituales ■ Mi Iglesia ya existe ahora, porque ya posee su Cabeza sobrenatural y su Cabeza divina, y tiene sus miembros: los discípulos. Es pequeña todavía (10): una semilla que se está formando; perfecta únicamente en su Cabeza que la dirige, imperfecta en el resto, que aún tiene necesidad de que Dios la toque para ser perfecta, y de tiempo para crecer. Pero, en verdad os digo que la Iglesia ya existe y que es santa por Aquel que constituye su Cabeza y por la buena voluntad de los justos que la componen. Santa e invencible. Contra ella lanzarán batalla, una y mil veces, y con mil formas de batalla, el Infierno (11) compuesto de demonios y hombres-demonios. Mas éstos no prevalecerán. El edificio será indestructible. ■ Pero el edificio no está hecho de una sola piedra. Observad el Templo allí, grande, hermoso bajo el sol vespertino. ¿Está hecho acaso de una sola piedra? No, sino de muchas que forman un conjunto armónico. Se dice: el Templo, esto es, una unidad. Pero esta unidad está hecha de las muchas piedras que la han formado. Inútil hubiera sido echar los cimientos, si éstos no hubieran debido luego sujetar paredes y techo, si sobre ellos no hubiera que haber debido levantar las paredes. Y hubiera sido imposible levantar los muros y sostener el techo, si antes no se hubieran colocado sólidos cimientos proporcionados a una mole tan grande. Así, con esta dependencia de las distintas partes, una de la otra, se levantará también el nuevo Templo. Durante el transcurso de los siglos, lo edificaréis, sobre la base de los cimientos que Yo le he dado, perfectos, proporcionados a su gran mole. Lo edificaréis bajo la dirección de Dios, sirviéndoos de lo bueno de las cosas usadas para levantarlo, o sea, de los espíritus en que Dios inhabita. Entonces Dios, en vuestro corazón, hará de él piedra pulida y sin fisuras para el Templo nuevo y establecerá su Reino con sus leyes sobre vuestro espíritu. Si no, seríais ladrillos mal cocidos, madera carcomida, piedras semipartidas que se quiebran, no resistentes y que el constructor, si es juicioso, rechaza; o que fallan, ceden, provocando la caída de una parte, si el constructor, los constructores puestos por el Padre para dirigir la construcción del Templo, son constructores ídolos que se pavonean en la propia gloria sin velar y trabajar por la construcción que se lleva a cabo y los materiales usados para hacerla. Constructores-ídolos, tutores ídolos, guardianes ídolos. ¡Ladrones! Ladrones de la confianza de Dios, de la estimación de los hombres. Ladrones, orgullosos, que se complacen en el modo de obtener ganancia y en disponer de muchos materiales, pero que no observan si éstos son buenos o de mala calidad, causa de ruina”.
* Los sacerdotes del nuevo Templo deben aprender de la inminente ruina del Templo de Jerusalén.-Jesús: “Vosotros, nuevos sacerdotes y escribas del Templo nuevo, escuchad. ¡Ay de vosotros, y de quienes después de vosotros se haga ídolo y no vele y vigile sobre sí mismo y sobre los demás, los fieles, para observar, comprobar la calidad de las piedras y de la madera, sin fiarse de las apariencias, y cause la ruina, permitiendo que los materiales de baja calidad, o incluso negativos, se usen para el Templo, dando escándalo y provocando la destrucción! ¡Ay de vosotros, si dejáis que se creen grietas y que se construyan paredes inseguras, torcidas, que puedan fácilmente derrumbarse, porque no están unidas al cimiento, a Dios, fundador de la Iglesia! No será, pues, Él la causa de la ruina, sino vosotros, y ante Él y ante los hombres seréis los responsables. ¡Diligencia, observación, discernimiento, prudencia! La piedra o el ladrillo o la viga débiles, que en una pared maestra serían la ruina, pueden servir para partes de menor importancia, y servir bien. Así debéis saber elegir. Con caridad para no desagradar a las partes débiles; con firmeza para no desagradar a Dios ni la ruina del Edificio. Y si os dais cuenta de que una piedra, ya puesta para soporte de un ángulo maestro, no es buena o no está bien equilibrada, sed valientes, audaces, y sabed quitarla de ese lugar. Labradla escuadrándola con el cincel de un santo celo. Si grita de dolor, no hagáis caso; os bendecirá por los siglos, porque la habréis salvado. Cambiadla de lugar, ponedla a desarrollar otra tarea. No tengáis ni siquiera miedo de prescindir totalmente de ella, si veis que es motivo de escándalo y destrucción, que se opone a vuestro trabajo. Es mejor tener pocas piedras, que mucho lastre. ■ No tengáis prisa. Dios nunca tiene prisa. Lo que crea es eterno, porque está bien pensado antes de ponerlo en ejecución. Y si no es eterno, por lo menos es para muchos siglos. Contemplad el universo. Desde hace siglos, desde hace millares de siglos, es como Dios lo hizo con sucesivos actos. Imitad al Señor. Sed perfectos como lo es vuestro Padre. Conservad la Ley, su Reino en vosotros y no caeréis. Pero si no fuerais así, se derrumbaría el edificio; vano habría sido vuestro esfuerzo para levantarlo. Se vendría abajo, de forma que quedaría solamente de él la piedra angular, los cimientos… ■ ¡Lo mismo que sucederá a este edificio! En verdad os digo que le sucederá eso. Y lo mismo sucederá con el vuestro si metéis en él lo que hay en éste: las partes contagiadas de orgullo, de ambición, de pecado, de lujuria. De la misma forma que por un soplo de viento se han deshecho esos jirones de nubes, que parecían posarse sobre la cima de aquel monte, así se vendrán abajo, con un soplo de viento de castigo sobrenatural y humano, los edificios que de santo no tengan más que el nombre”. Jesús, pensativo, calla. (Escrito el 2 de Abril de 1947).
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1  Nota  : Cfr. Dan. 9.   2  Nota  : Para el Templo de Dios que es Jesús y que somos nosotros. Cfr. Mt. 26,57-68; 27,39-44; Mc. 14,53-65; 15,29-32; Ju. 2,13-22; 1 Cor. 3,16-17; 6,12-20; 2 Cor. 6,14-18; Ef. 2,11-22; 1 Ped. 2,4-10; Ap. 21-22.   3  Nota  : “Unidos a Mí hasta formar un solo cuerpo”. Cfr. Rom.12,3-13; 1 Cor. 10,14-22; 12,12-30; Ef. 1,15-23; 2,11-22; 4,1-16; 5,21-33; Col. 1,15-29; 2,9-19; 3,12-15. Jesús no empleó  —según los Evangelios— la figura del “cuerpo”, sino la de la “vid”. Cfr. Ju. 15,1-17.   4  Nota  : “Un único edificio”. Cfr. Mt. 16,13-20; 1 Cor. 3,5-17; Ef. 2,19-22; 4,1-16; 1 Pe. 2,4-10; también nota 1.   5  Nota  : Cfr. Sal. 126,1   6  Nota  : “¿Quién es pues la cabeza?”. Cfr. notas 1 y 3. Recordar también cómo en el Antiguo como en Nuevo Testamento se habla de piedra angular. He aquí algunos textos importantes: Sal. 117,22-24; Mt. 21,42 etc.
7  Nota  : “¿Existe esta Iglesia?”:
.   a) La palabra “Iglesia” o la realidad que expresa, se encuentra muchas veces en el Antiguo Testamento pero sobre todo en el Nuevo Testamento. Basta ver los textos para convencerse que Jesús no vino a destruir, sino a perfeccionar.
.  -Por lo que se refiere a la Antigua Ley: cfr. Ex. 19,1-20,21 (asamblea para la promulgación de los mandamientos); Núm. 20,1-13 (asamblea de Dios, esto es, el pueblo elegido, que salió de Egipto, que peregrina por el desierto, en busca de la tierra prometida); Deut. 4,9-20 (asamblea del pueblo, a quien Dios dirige su palabra); 23,1-8 (condiciones para ser admitido alguien a la asamblea de Dios); Jue. 20,1-11 (asamblea del pueblo de Dios, unida y formando un grupo, como si fuese un solo hombre); 1 Rey. 8 (asamblea litúrgica, en la casa de Dios); 1 Par. 29,1-20 (asamblea litúrgica); 2 Par.5-7 (asamblea litúrgica); 2 Esdr. 8 (asamblea, como si fuese un solo hombre); Jdt 6 (asamblea para orar y hacer penitencia, postrada durante toda la noche); 7,12-25 (asamblea de oración acompañada de lágrimas); Sal. 21. 25. 34. 39. 67. 106. 149 (asamblea del pueblo con alabanzas, bendiciones, acciones de gracias, etc., a Dios) Sal. 88,6 (asamblea de los ángeles); Ecli. 33,19 (jefes del pueblo, presidentes de la asamblea);  Lam. 1,10 (santuario, lugar de la asamblea); Jl. 2,12-19 (asamblea litúrgica de penitencia y de oración teniendo por jefes a los sacerdotes que oran, y respuesta de Dios); 1 Mac. 4,52-59 (asamblea en el templo para celebrar la liturgia, y tomar decisión importante: en común, esto es, por parte de los jefes y del pueblo); 5,9-20 (asamblea del jefe y del pueblo, para decidir sobre cosas de gran importancia); 14,16-24 (asamblea durante la que se leen documentos importantes).
.   -Por lo que se refiera al Nuevo Testamento: cfr. Mt. 16,13-20; 18,15-18; Hech. 5,1-11; 7,35-38; 8,1-4; 9,31;11,19-26; 12,1-5; 13,1-5;14,19-28; 15; 20,17-38; Rom. 16; 1 Cor. 1,1-3; 4,14-17; 6,1-8; 7,17-24; 10,31-33; 11,13-22; 12,12-30;14; 15,9-10; 16,1.19-20; 2 Cor. 1,1-2; 8,1.16-24; 11,1-29; 12,11-15; Gal. 1,1-2. 11-24; Ef. 1,15-23; 3;5,21-33; Flp. 3,1-6; 4,10-20; Col. 1,15-29;4,15-17; 1Tes. 1,1; 2,13-16; 2 Tes. 1,1-5; 3,1-5. 14-16; 5,16; Flm. 1-3; Heb. 12,18-24, Sant. 5,13-20; 1 Pe. 5,12-14; 3 Ju. 3-11; Ap. 1-3; 21-22.
.   b) ● Por Iglesia se entiende, pues, una comunidad particular, o varias, o todas. ● Algunas veces Iglesia significa la comunidad particular reunida fuera del lugar santo. ● En otras, la Iglesia universal, esparcida por el  mundo, en cuanto es el Cuerpo Místico de Cristo, esto es, una comunidad universal que es en tal forma amada que se le llama “esposa” y por tanto, cuerpo, que es completamente del Esposo, para el tiempo y para la eternidad.
8   Nota   : “Yo soy una sola cosa con mi Iglesia, mi Cuerpo espiritual”.
.   a) Acerca de lo que se refiere a la unión del esposo y de la esposa en cuanto es y debe ser la imagen de las relaciones de Dios para con el linaje humano, de Cristo para con su Iglesia, cfr. Cant., Os., Ef. 5,21-33: “Que las esposas se sometan a sus maridos como al Señor. En efecto, el marido es cabeza de su esposa, como Cristo es cabeza de la Iglesia, cuerpo suyo, del cual es así mismo Salvador. Y así como la Iglesia se somete a Cristo, así también la esposa debe someterse en todo a su marido… Amar a su esposa es amarse a sí mismo. Y nadie jamás ha aborrecido a su cuerpo, al contrario, lo alimenta y lo cuida. Eso es justamente lo que Cristo hace por la Iglesia, pues nosotros somos parte del cuerpo”.
.    b)  Pío XII: Carta Encíclica “Misterio del cuerpo de Cristo”.
9  Nota  : “En la cabeza está el cerebro o la mente”. En  este punto hay una cierta identificación entre «cerebro» y «mente». De hecho dice: “La mente es el asiento del saber, el cerebro es el que dirige los movimientos de los miembros con sus órdenes inmateriales y más abajo escribe: “Si la mente dirige con sus órdenes inmateriales…”. Tal modo de expresarse está consagrado por el uso.
10  Nota  : “Mi Iglesia ya existe… Es pequeña todavía”. Semilla pequeña, pero que se convertirá en planta. Cfr. Mt. 13,31-32; Mc. 4,30-32; Lc. 13,18-19.
11  Nota  : Infierno:
.  a) Para conocer la doctrina bíblica sobre el Infierno, conviene leer en sus respectivos contextos, los trozos que se refieren a la morada de los muertos (scheol o Ades), a las grandes maldiciones, a los terribles castigos, sufrimientos; llanto, rechinar de dientes, gusanos, corrupción, laguna, azufre, fuego, humo, fuego que no se apaga, fuego eterno, etc…  Por ejemplo:
.   -A. T. fuego y azufre: Gén. 19,1-29; scheol: Gén. 37,28-35; fuego: Lev. 10,1-7; castigos terrenos: Lev. 26,14-39; scheol, tierra que se abre y engulle, fuego: Núm. 16,16-35; maldiciones: Deut. 28,15-68; fuego, profundidad del scheol: Deut. 32,1-44; bajada al scheol: 1 Sam. 2,1-11; scheol: 1 Sam. 28,15-19; 2 Sam. 12,15-23; fuego del cielo, contra los malvados: 2 Rey. 1,1-18; fuego, gusanos, llanto eterno: Jdt. 16,17; Purgatorio: 2 Mac. 12,38-46; scheol: Job 7,1-11; 10,18-22; 14,1-22; 16,12-22; Sal. 6,5-6; 15,7-11; 29,2-10; 48,15-20; 87, 2-13; 88,47-49; 89,3-11; Eccl.17,21-27; scheol, abismo: Is. 14,3-21; fuego, azufre, para siempre: Is. 34,9-10; scheol: Is. 38,9-20; fuego que no se apaga: Is. 66,18-24; fuego: Jer. 15,10-14; fuego eterno: Jer. 17,1-4; scheol: Bar. 2,11-18; scheol, lugar subterráneo: Ez. 32,17-32; oprobio, y horror eternos: Dan. 12,1-4.
.   – N. T. scheol: Mt. 16,13-28; gehena del fuego eterno: Mt. 18,5-10; maldición, fuego eterno, pena eterna: Mt. 25, 31-46; gehena, gusano que no muere, fuego que no se apaga: Mc. 9,42.50; fuego del cielo que castigue a los malos: Lc. 9,51-56; condenación: Ju. 5,25-29; tinieblas: Ju. 8,12; scheol: Hechos. 2, 22-27. 54-57; tinieblas: Col. 1,9-14; descendimiento de Jesús a los infiernos: 1 Pe. 3,18-4,6; scheol: Ap. 1,17-20; segunda muerte, esto es, eterna: Ap. 2,8-11; scheol: Ap. 6,7-8; fuego, azufre: Ap. 14,6-13; humo: Ap. 19,1-4; scheol: estanque o laguna de fuego para los condenados: Ap. 20,11-15; laguna de fuego, de azufre, segunda muerte: Ap. 21,1-8.
.  b) El scheol  (o Ades) es, pues, la morada de los muertos, bien sean infantes o adultos, buenos o malos.
.  c) Por lo que toca  a la morada de los malos, los trozos bíblicos, que se refieren a ella, contienen elementos útiles para comprender qué cosa sea el Infierno de los condenados. Teniendo en cuenta todos los anteriores textos del A. y N. Testamento, tal vez el Infierno se podría describir de modo siguiente:
.  Es un lugar subterráneo, profundo. Es un abismo, es, al mismo tiempo, una laguna y un horno, donde hay corrupción y gusanos eternos. Es un lugar con fuego y humo, eternos, destinado a los malditos, a los condenados: esto es, para el demonio y sus ángeles, y para los hombres que han muerto dos veces: muertos a la vida terrena y muertos voluntariamente a la caridad divina. Con toda razón la S. Iglesia en sus letanías de los Santos, se dirige al Padre clementísimo y, con gemidos, dice: “Líbranos, Señor, de la muerte eterna”.

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