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Sumario
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1º Anuncio de la Pasión.- Transfiguración del Señor.- 2º Anuncio de la Pasión.- En Tariquea: Discurso sobre la naturaleza del reino mesiánico.- Intento de elegir rey a Jesús en la casa de campo de Cusa.- En el Templo, en la fiesta de los Tabernáculos: Origen de la Doctrina de Jesús; Discurso sobre la naturaleza del Mesías; Sermón del Agua viva.- En el Templo, oposición al discurso en el que Jesús se revela como la Luz del mundo.- En el Templo, el gran debate con los judíos.- Curación del ciego de nacimiento.- En Jerusalén, encuentro con el ciego curado Bartolmai y palabras que revelan a Jesús como el Buen Pastor.

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     El tema  de “Jesús Redentor”,  Pre-Pasión, 1ª parte, comprende:
Episodios y dictados  extraídos de la Obra magna
«El Evangelio como me ha sido revelado»
(«El Hombre-Dios»)
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2-106-160 (2-67-620).- Reflexiones sobre 4 contemplaciones: la figura de Judas Iscariote; la hostilidad de los enemigos; la mutabilidad del pueblo; la fragilidad de los apóstoles.
* Judas me era necesario. ¡Ay de él, que fue traidor!.- Hostilidad de los enemigos que se aplacó cuando me vieron muerto.- Basta decir la verdad y ser buenos para que la multitud le odie a uno después del primer momento de entusiasmo.- ¡Cuánta fue la humanidad de los apóstoles!.- ■ Dice Jesús: “Mi mirada había leído en el corazón de Judas Iscariote. Nadie debe pensar que la Sabiduría divina no haya sido capaz de comprender aquel corazón. Pero como dije a mi Madre, él me era necesario. ¡Ay de él, que fue traidor! Pero era necesario un traidor. Doble, astuto, avariento, lujurioso, ladrón. Era inteligente y más culto que el resto de la masa, había sabido imponerse a todos. Audaz, me allanaba el camino, aun cuando fuese difícil. Le gustaba, sobre todo, sobresalir y hacer resaltar su puesto de confianza que tenía conmigo. No era servicial por instinto de caridad, sino que era uno como aquellos que llamaríais «de conveniencia». Esto también le permitía tener la bolsa y acercarse a las mujeres. Dos cosas que, juntas con la tercera: los cargos humanos, amaba desenfrenadamente. La Pura, la Humilde, la Separada de las riquezas terrenales, no podía menos que sentir asco por aquella sierpe. También Yo lo tenía. Yo solo, y el Padre y el Espíritu, sabemos qué esfuerzos tuve que hacer para tenerle junto a Mí, te lo explicaré en otra ocasión. ■ Igualmente no ignoraba la hostilidad de los sacerdotes, fariseos, escribas y saduceos. Eran zorras astutas que trataban de empujarme a su trampa para atraparme. Tenían hambre de mi sangre, y buscaban poner engaños a fin de sorprenderme, para tener armas con que acusarme, y quitarme de en medio. La asechanza duró tres largos años y no se aplacó sino cuando me vieron muerto. Esa noche durmieron felices. La voz del acusador se había extinguido para siempre. Eso creían. ¡No! No estaba todavía extinguida. No lo será jamás y truena y truena y maldice a los semejantes a ellos. ¡Cuánto dolor tuvo mi Madre por culpa de ellos! Y no olvido ese dolor. ■ Que el pueblo sea mudable no es cosa nueva. Es la fiera que lame la mano del domador, si está armada con el azote o si ofrece un pedazo de carne para saciar su hambre. Pero basta que caiga el domador o que no pueda seguir usando el azote, o que no tenga nada para saciar su hambre, para que ella se le arroje y lo despedace. Basta decir la verdad y ser buenos, para que la multitud le odie a uno después del primer momento de entusiasmo. La verdad es reproche y aviso. La bondad despoja de la vara y logra hacer que los buenos no tengan miedo. Por lo cual: «¡Crucifícale!»… después de haber dicho: «¡Hosanna!». Mi vida de Maestro está llena de estos dos gritos. El último fue: «¡Crucifícale!».  El hosanna es como el aliento que toma el cantor para dar un agudo. María en la tarde del Viernes Santo volvió a oír dentro de sí todos los hosannas mentirosos, que fueron aullidos de muerte para su Hijo, y quedó deshecha. Esto tampoco lo olvido. ■ ¡Cuánta fue la humanidad de los apóstoles! Los llevaba sobre mis brazos, para levantarlos hacia el Cielo, cual verdaderos bloques de piedras pesadas que tendían hacia el suelo. Incluso los que no se veían a sí mismos como ministros de un rey terreno —como Judas Iscariote—, los que no pensaban, como él, en subir —si se presentaba la ocasión—, al trono en vez de mí, ellos, sí, ansiaban siempre, a pesar de todo, la gloria. Llegó el día en que mi Juan y su hermano ambicionaron esta gloria que os fascina cual espejismo aun en las cosas celestiales. No. Lo que deseo que tengáis es el anhelo santo del Paraíso. Pero no solo esto, sino que, a la manera de un usurero, queréis un intercambio odioso: por un poco de amor que habéis dado a quien Yo os dije que debíais entregaros completamente, pretendéis un puesto a su derecha en el Cielo. No, hijos, no. Primero es necesario saber beber todo el cáliz que bebí Yo. Todo. Con su caridad prodigada en recompensa del odio, con su castidad contra las voces de los sentidos, con su heroicidad en las pruebas, con su holocausto por amor de Dios y de los demás hermanos. ■ Luego, cuando todo el deber se haya cumplido, hay que decir: «Somos siervos inútiles» y esperar que mi Padre y vuestro os conceda, por su bondad, un lugar en su Reino. Es menester despojarse, como me he visto despojado en el Pretorio, de todo lo que es humano, conservando solo lo que es indispensable como el don de Dios que es la vida y darla por los hermanos a los que podemos ser más útiles desde el Cielo que en la Tierra, y dejar que Dios os revista con la estola inmortal emblanquecida con la Sangre del Cordero. ■ Te he mostrado los dolores preparatorios de la Pasión. Otros te mostraré. Aun no dejando de ser dolores, el contemplarlos ha supuesto un descanso para tu alma. Ya basta. Queda en paz”. (Escrito el 13 de Febrero de 1944).
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2-111-188 (2-78-681).- Jesús es reconocido por Zelote como Aquel de quien se dijo: «¿Quién es Éste que viene con las vestiduras teñidas de rojo?…».- Salomón «el barquero» (1).
* “En verdad te digo que hasta que no sea la hora no po­drán nada”. ■ Juan dice al Maestro: “¡Qué extraño que el Bautista no esté aquí!”. Están todos en la margen oriental del Jordán, a la altura del famoso vado donde un tiempo bautizaba el Bautista. Santiago observa: “Y tampoco está en la otra ribera”. Pedro comenta: “Le habrán arrestado otra vez esperando una nueva bolsa. ¡Son gentuza esos tipos de Herodes!”. Jesús dice: “Vamos a pasar allí y preguntamos”. Así lo hacen, y preguntan a un barquero de la otra ribera: “¿Ya no bautiza aquí el Bautista?”. Barquero: “No. Está en los confines de Samaria. ¡Tan bajo hemos caído! Un santo tiene que pasar a campo samaritano para salvarse de los ciu­dadanos de Israel. ■ ¿Y por qué os asombráis si Dios nos abandona? Yo sólo me asombro de una cosa: ¡que no haga de toda Palestina una Sodoma y Gomorra!…”. Jesús responde: “No lo hace por los justos que hay en ella, por los que, sin ser to­davía del todo justos, sienten sed de justicia y siguen las enseñanzas de quienes predican santidad”. Barquero: “Dos, entonces: el Bautista y el Mesías. Al primero le conozco porque yo también le he servido aquí en el Jordán, pasándole en la barca a algún fiel sin pedir nada, porque él dice que debemos conten­tarnos con lo justo. Me parecía justo conformarme con la ganancia por otros servicios, y me parecía que era injusto el pedir paga por lle­var a un alma hacia la purificación. Me han tomado por loco los ami­gos, pero en fin… Si yo estoy contento de lo poco que tengo, ¿quién puede quejarse? Por lo demás, veo que aún no me he muerto de ham­bre, y espero que cuando muera me sonría Abraham”. Jesús pregunta: «Así es, hombre. ¿Quién eres?”. Barquero:  “¡Oh!, tengo un nombre muy grande y me río de ello, porque sólo tengo sabiduría para el remo. Me llamo Salomón”. Jesús: “Tienes la sabiduría de juzgar que quien coopera con una purifi­cación no debe corromperla con el dinero. Yo te digo: no sólo Abra­ham, sino el Dios de Abraham te sonreirá cuando mueras, como a hijo fiel”. ■ Salomón: “¡Oh, Dios! ¿Lo dices de verdad? ¿Quién eres?”. Jesús: “Soy un justo”.  Salomón: “Te he dicho que hay dos justos en Israel: uno es el Bautista; el otro, el Mesías. ¿Eres Tú el Mesías?”. Jesús: “Soy Yo”. Salomón:  “¡Oh, eterna misericordia! Pero… un día oí a unos fariseos que decían… Bueno, dejémoslo… No quiero ensuciarme la boca. Tú no eres eso que decían de Ti. ¡Lenguas más venenosas que las de las víbo­ras!..”. Jesús:“Soy Yo y te digo: no estás muy lejos de la Luz. Adiós, Salomón. La paz sea contigo”. Salomón: “¿A dónde vas, Señor?”. El hombre está asombrado por la revelación y ha asumido un tono completamente distinto. Antes era un bonachón que hablaba, ahora es un fiel que adora. Jesús: “A Jerusalén, por Jericó. Voy a los Tabernáculos”. Salomón: “¿A Jerusalén? Pero… ¿también Tú?”. Jesús: “Soy hijo de la Ley Yo también. No anulo la Ley. Os doy luz y fuerza para seguirla con perfección”. Salomón: “¡Pero Jerusalén ya te odia! Quiero decir, los grandes, los fariseos de Jerusalén. Te he dicho que he oído…”. Jesús: “Déjalos. Ellos hacen su deber, lo que creen que es su deber; yo hago el mío. En verdad te digo que hasta que no sea la hora no po­drán nada”. Discípulos y Salomón preguntan: “¿Qué hora, Señor?”. Jesús: “La del triunfo de las Tinieblas”. Salomón: “¿Vas a vivir hasta el fin del mundo?”. Jesús: “No. Habrá una tiniebla más atroz que la de los astros apagados y que la de nuestro planeta, muerto con todos sus hombres. Será cuando los hombres sofoquen la Luz que Yo soy. En muchos el delito ya se ha producido. Adiós, Salomón”. Salomón: “Te sigo, Maestro”. Jesús: “No. Ven dentro de tres días al Bel Nidrás (2). La paz a ti”.
* Diversa disposición de los corazones para recibir la Palabra. Pero cuando llegue la hora ni los ángeles le podrán defender porque la justicia ha de cumplirse.- Los 3 cálices.- ■ Jesús se pone en camino entre sus discípulos, que van pensativos. “¿Qué pensáis? No temáis ni por Mí ni por vosotros. Hemos pasado por la Decápolis y la Perea, y por todas partes he­mos visto agricultores trabajando en los campos. En unos lugares, la tierra estaba todavía cubierta por rastrojos y malas hierbas; árida, dura, ocupada por plantas parásitas que los vientos de verano habían llevado y sembrado arrebatando sus semillas a las desolaciones de­sérticas: eran las tierras de los perezosos y vividores. En otros luga­res la tierra había sido ya abierta por la reja del arado, y limpiada, con el fuego y la mano, de piedras, espinos y malas hierbas. Lo que antes era un mal, o sea, las plantas inútiles, he aquí que con la puri­ficación del fuego y con cortarlas, se habían transformado en bien: en abo­no, en sales útiles para la fecundación. La tierra habrá llorado bajo el dolor de la reja que la abría y hurgaba, y bajo el ardor del fue­go que la martirizaba en sus heridas. Mas reirá más hermosa en primavera diciendo: «El hombre me torturó para proporcionarme esta opulenta mies que me hace bella». Y éstas eran las tierras de los que tienen buena voluntad. En otros lugares, la tierra estaba ya esponjosa, limpia incluso de cenizas, un verdadero lecho nupcial para el desposorio de la gleba con la semilla que en su fecundidad produce magníficas espigas: éstos eran los campos de los generosos  cuya generosidad llegaba hasta la perfección de su actividad. ■ Pues bien, igual sucede con los corazones. Yo soy la Reja de Arado y mi palabra es Fuego, para preparar al triunfo eterno. Hay quien, perezoso o vividor, aún no me busca, no me requiere, se satisface con su vicio, con las pasiones malvadas, que parecen vestidos de verdor y de flores y en realidad son zarzas y espinas que rasgan a muerte el espíritu, lo atan y hacen de él haz para los fuegos de la Gehena. Por ahora la Decápolis y Perea son así… y no sólo ellas. No se me piden milagros porque no se quiere el tajo de la palabra ni la quemazón del fuego. Pero llegará la hora para ellos. En otros lugares, hay quien acepta este tajo y esta quemazón, y piensa: «Es penoso, pero me purifica y me hará fecundo para el Bien». Éstos son los que, si bien no tienen el heroísmo de hacer, dejan que Yo haga. Es el pri­mer paso en mi camino. Hay, en fin, quienes ayudan con su diligen­te, diario trabajo a mi trabajo; éstos no es que caminen, sino que vuelan por el camino de Dios; éstos son los discípulos fieles: vosotros y los otros que están diseminados por Israel”. ■ Discípulos: “Pero somos pocos… contra muchos; somos humildes… contra los poderosos. ¿Cómo defenderte si quisieran hacerte algún daño?”. Jesús: “Amigos. Recordad el sueño de Jacob. Él vio una multitud incal­culable de ángeles que subían y bajaban por la escalera que le unía con el Cielo. Una multitud; y no era más que una parte de las legio­nes angélicas… Pues bien, aunque todas las legiones, que cantan «aleluya» a Dios en el Cielo, bajaran y se pusieran en torno a Mí para defenderme, cuando llegue la hora, nada podrán. La justicia ha de cumplirse…”. Pedro: “¡Querrás decir la injusticia! Porque Tú eres santo y si te hacen algún daño, si te odian, son unos injustos”. Jesús: “Por eso digo que en algunos el delito se ha cumplido ya. Quien da vida en su corazón a pensamientos de homicidio es ya un homicida; si de hurto, es ya un ladrón; si de adulterio, es ya un adúltero; si de traición, es ya un traidor. El Padre sabe las cosas, y Yo también, pero Él me deja ir, y Yo voy; para esto he venido. Mas el grano madu­rará y será sembrado dos veces antes de que el Pan y el Vino sean dados en alimento a los hombres”. Discípulos: “¡Se hará un banquete de júbilo y de paz, entonces!”. Jesús: “¿De paz? Sí. ¿De júbilo? También. Pero… ¡Oh…, Pedro, oh…, amigos, cuántas lágrimas habrá entre el primero y el segundo cáliz! Sólo después de beber la última gota del tercer cáliz, el júbilo será grande entre los justos, y segura la paz para los hombres de recta voluntad”. Pedro: “Tú estarás presente… ¿no es verdad?”. Jesús: “¿Yo?… ¿Acaso falta alguna vez al rito el cabeza de familia? ¿Y no soy Yo la Cabeza de la gran familia del Cristo?”.
* Los cálices del banquete de paz y júbilo entre el hombre y Dios, y Tierra y Cielo,  Él los llenará, por Sí mismo, de su Vino, pisándose a Sí mismo en el sufrimiento por amor de todos nosotros”.- ■ Simón Zelote, que ha estado siempre callado, dice, como hablando consigo mismo: “«¿Quién es Éste que viene con las vestiduras teñidas de rojo? Está hermoso con su vestido y camina con ostentación de su fuerza». «Soy Yo quien habla con justicia y protege de modo que puedan salvarse». «¿Por qué, entonces, tus vestidos están teñidos de rojo y tus vestiduras están como las de quien prensa la uva?». «Yo solo por Mí mismo, he pisado la uva. Ha llegado el año de mi redención»”. Jesús observa: “Tú has comprendido, Simón”. Zelote: “He comprendido, mi Señor”. Los dos se miran; los demás los miran asombrados y entre sí se preguntan: “¿Pero habla de las vestiduras rojas que lleva Jesús ahora, o de la púrpura de rey con que se vestirá cuando llegue la hora?”. Jesús se abstrae. Parece como si no oyese nada más. ■ Pedro toma aparte a Simón y le pide: “Tú que eres sabio y humilde, explica a mi ignorancia tus palabras”. Zelote: “Sí, hermano. Su nombre es Redentor. Los cálices del banquete de paz y júbilo entre el hombre y Dios, y Tierra y Cielo, Él los llenará, por Sí mismo, de su Vino, pisándose a Sí mismo en el sufrimiento por amor de todos nosotros. Por eso estará presente, a pesar de que las potestades de las Tinieblas, entonces, hayan sofocado aparentemente la Luz, que es Él. ■ ¡Oh, hay que amarle mucho a este Cristo nuestro porque mucho será desamado! Hagamos que en la ho­ra del abandono no nos pueda llegar y echarnos en cara el lamento de David: «Una jauría de perros (y entre ellos también nosotros) se ha pues­to alrededor de mí»”. Pedro dice: “¿Tú crees?… Pero nosotros le defenderemos aun a costa de morir con Él”. Zelote: “Nosotros le defenderemos… Pero somos hombres, Pedro, y nues­tro valor desaparecerá aun antes de que a Él le descoyunten los hue­sos… Sí, nosotros seremos como el agua helada del cielo que un rayo la derrite en lluvia y el viento la esparce por el suelo, para después convertirla de nuevo en hielo. ¡Así nosotros, así nosotros! Nuestro actual valor de ser discípulos suyos —porque su amor y su cercanía nos da entusiasmo viril e intrepidez— se derretirá bajo la acción del rayo agresor de Sa­tanás y de los satanases. Y de nosotros ¿qué quedará entonces? Pero luego, tras la infame y necesaria prueba, la fe y el amor nos harán de nuevo unir y seremos entonces compactos como un cristal que no teme incisión alguna. Eso sí, sabremos y podremos esto si le amamos mucho mien­tras le tenemos con nosotros. Entonces… sí, creo que entonces no se­remos, por su palabra, ni enemigos ni traidores”. ■ Pedro: “Tú eres sabio, Simón. Yo… soy un hombre sin letras. Y hasta me avergüenzo de peguntarle, y me duele cuando siento que son cosas de lágrimas. Mira su rostro: parece como si lo estuviera lavando un llanto secreto. Observa sus ojos: no miran ni al cielo ni al suelo; están abiertos a un mundo para nosotros desconocido. Y ¡qué cansado y encorvado es su caminar! Su actitud pensativa le hace parecer más viejo. ¡Oh, no puedo verle así! ¡Maestro, Maestro, sonríe; no pue­do verte tan lleno de amargura! ¡Te quiero como a un hijo! ¡Te daría mi pecho como almohada, para que durmieras y soñaras otros mundos! ¡Oh, perdona si te he dicho «hijo»! Es que te quiero, Jesús”. Jesús: “Soy el Hijo… ese nombre es mi Nombre. Pero ya no estoy triste. ¿Lo ves? Sonrío porque vosotros sois amigos míos. ■ Ved allí, al fondo, Jericó, toda roja con el ocaso. Que dos de vosotros vayan a buscar alojamiento. Yo y los demás iremos a esperaros al lado de la sinago­ga. Id”. Y todo termina mientras Juan y Judas Tadeo se ponen en camino en busca de una casa hospitalaria. (Escrito el 18 de Febrero de 1945).
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1 Nota : Para Salomón, el barquero, y para todos los personajes de la Obra: Cfr. Personajes de la Obra magna. 2  Nota  : Esta Obra no explica qué cosa entiende por “Bel Nidrás”. Pero como la Escritora, en los nombres hebreos, pone a veces “n” por “m” y viciversa, se puede uno imaginar que tal vez “Nidrás” equivalga a “Midrás” (Comentario de los rabinos sobre la Sagrada Escritura). En esta hipótesis, “Bel Midrás” sería el templo donde los doctores enseñaban.
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(<Jesús y su primo apóstol Santiago de Alfeo se han reunido en el monte Carmelo. Aquí, después de una noche de oración, Jesús le anuncia que será el Jefe de la Iglesia de Jerusalén, cuando Él se haya ido>)
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4-258-191 (4-121-752).- Jesús revela a Santiago de Alfeo la muerte en cruz.
* “¿Pero no es una cosa alegórica el decir de los profetas? ¿Puedes Tú Verbo de Dios, ser maltratado por los hombres?”.- ■ Santiago dice: “¿Pero Tú, Verbo de Dios, eterno Verbo ¿por qué no te quedas?”. Jesús: “Porque soy Verbo y carne. Con el Verbo debo instruir, con la carne redimir”.  Santiago: “Oh, Señor, ¿cómo redimirás? ¿De qué cosas vas al encuentro?”. Jesús: “Santiago, recuerda a los profetas”. Santiago: “¿Pero no es una cosa alegórica su decir? ¿Puedes Tú Verbo de Dios, ser maltratado por los hombres? ¿No quieren decir, quizás, los profetas que se dará martirio a tu divinidad, a tu perfección, pero nada más, nada más que eso? Mi madre está preocupada por mí y por Judas, pero yo por Ti y por María, y también por nosotros, que somos muy débiles. Jesús, Jesús, si el hombre te superase, ¿no crees que muchos de nosotros te considerarían reo y que se alejarían de Ti desilusionados?”. Jesús: “Estoy seguro de ello. Habrá un desquiciamiento en todas las capas de mis discípulos, pero después regresará la paz; es más, vendrá una cohesión de las partes mejores, y sobre ellas, después de mi sacrificio y de mi triunfo, vendrá el Espíritu Fortificador y Sabio: el Espíritu Divino”. Santiago: “Jesús, para que yo no me desvíe ni me escandalice en la hora tremenda, dime: ¿Qué te harán?”. Jesús: “Es una gran cosa la que me pides”. Santiago: “Dímela, Señor”. Jesús: “Saberlo exactamente te significará tormento”. Santiago: “No importa. Por el amor que nos ha unido…”. Jesús: “No debe ser conocida”. Santiago: “Dímela y luego bórramela de la memoria hasta la hora en que deba cumplirse; entonces, ponla de nuevo en la memoria junto con esta hora. Así no me escandalizaré de nada y no pasaré a ser enemigo tuyo en el fondo de mi corazón”. Jesús: “No servirá de nada, porque también tú cederás en la tempestad”. Santiago: “¡Dímela, Señor!”. Jesús: “Seré acusado, traicionado, preso, torturado, y crucificado”. Santiago grita: “¡Nooo!”, y se retuerce como si hubiese sido él el condenado a muerte. Repite: “¡No! Si a Ti te hacen esto, ¿qué cosa nos harán a nosotros? ¿Cómo podremos continuar tu obra? No puedo, no puedo aceptar el puesto que me destinas… ¡No puedo!… ¡No puedo! Tú muerto, también yo seré un muerto, sin más fuerzas. ¡Jesús! ¡Escúchame, no me dejes sin Ti. Prométeme, prométeme esto al menos!”. Jesús: “Te prometo que vendré a guiarte con mi Espíritu, una vez que la gloriosa Resurrección me haya libertado de las restricciones de la materia. Seremos una sola cosa como ahora que estás entre mis brazos”. De hecho, Santiago se ha recargado llorando sobre el pecho de Jesús. ■ Jesús: “No llores más. Salgamos de esta hora de éxtasis, luminosa y llena de dolor, como quien sale de las sombras de la muerte y recuerda todo excepto el momento-muerte, minuto de espanto helador, que como hecho-muerte dura siglos. Ven, te beso así para ayudarte a olvidar el peso de mi suerte de Hombre. Encontrarás el recuerdo en su debido momento, como pediste. Mira, te beso en la boca, que deberá repetir mis palabras a la gente de Israel; en tu corazón que deberá amar como Yo dije;  en las sienes donde cesará la vida junto a la última palabra de fe amorosa en Mí. ¡Cómo vendré a estar cerca de ti, hermano amado, en las asambleas de los fieles, en las horas de meditación, en las horas de peligro y en la hora de la muerte! Nadie, ni siquiera tu ángel recibirá tu espíritu; seré Yo, con un beso, así…”. Ambos primos, Jesús y Santiago quedan por un instante abrazados. Santiago parece como si perdiera el sentido al percibir el beso de Dios que le quita todo el recuerdo de su sufrimiento. Cuando levanta la cabeza, es de nuevo el Santiago de Alfeo, tranquilo y bueno, tan semejante a José, esposo de María. Sonríe a Jesús con una sonrisa más madura, un poco triste, pero siempre dulce. “Vamos a comer, Santiago, y luego dormiremos bajo las estrellas. Con las primeras luces bajaremos al valle… Iremos entre los hombres…”. Y Jesús da un suspiro… Pero concluye con una sonrisa: “y a donde está María”.   (Escrito el  20 de Agosto de 1945).
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(<Jesús y apóstoles han pasado por Giscala, grande y hermosa ciudad, gran centro rabínico, donde han chocado con los rabíes junto a la tumba de Hilel y han sido apedreados y heridos. Jesús mismo sufre una herida en la mano. Han llegado ahora  a la ciudad levítica y de refugio de Quedes. Han entrado en una bonita plaza, corazón de la ciudad, donde late su vida comercial y espiritual. Aquí, Jesús ha proclamado su mesianidad. Él, Jesús de Nazaret, es el Hijo de Dios, el Hijo del hombre predicho por los profetas. Esta afirmación provoca una clara repulsa de sus enemigos, un grupo numeroso de fariseos y saduceos entre los cuales está el rabí Uriel>)
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5-342-269 (6-30-181).- En Quedes. Los fariseos piden una señal: la resurrección de un cadáver corrupto.- La profecía de Habacuc.- La señal de Jonás  (1).
* “La Promesa se ha cumplido ya. Israel tiene su Mesías, y Él os trae la palabra y la certeza de que el tiempo de la Gracia ha llegado, de que la Redención está próxima, de que el Salvador está en medio de vosotros, de que el invicto Reino de Dios comienza”.- ■ Jesús pasa por delante del grupo enemigo y va a colocarse contra la tapia de un jardín, por encima de la cual llueven los cándidos pé­talos de un peral en flor: la tapia obscura y la nube cándida son mar­co y corona de Cristo, que tiene enfrente a sus doce. Jesús empieza a hablar, y su bonita voz entonada, que dice: “¡Vo­sotros, aquí reunidos, venid a escuchar la Buena Nueva, porque más útil que los negocios y las monedas es la conquista del Reino de los Cielos!”, llena la plaza y hace volverse a quienes están en ella. Dice uno: “¡Oh, pero si ése es el Rabí galileo! Venid. Vamos a oír lo que dice. Quizás hace algún milagro”. Y otro: “Yo, en Betginna, le vi hacer uno. ¡Y qué bien habla! No como esos gavilanes rapaces y esas serpientes astutas”. ■ Pronto mucha gente circunda a Jesús. Y Él prosigue para esta gente atenta: “En el corazón de esta ciudad levítica no quiero recordar la Ley. Sé que la tenéis presente en vuestros corazones como en pocas ciudades de Israel, y lo demuestra incluso el orden que en ella he encontrado, la honestidad de que me han dado prueba los comerciantes a quienes he comprado el alimento para mí y mi pequeño rebaño, y esta sinagoga, ornamentada como conviene al lugar donde se honra a Dios. Mas, dentro de vosotros hay también un lugar donde se honra a Dios, un lugar donde residen las aspiraciones más santas y resuenan las palabras más dulcemente esperanzadoras de nuestra fe y las oraciones más ardientes para que la esperanza se haga realidad: el alma: éste es el lugar santo e individual, donde se habla de Dios y con Dios en espera de que la Promesa se cumpla. Pero la Promesa se ha cumplido ya. Israel tiene su Mesías, y Él os trae la palabra y la certeza de que el tiempo de la Gracia ha llegado, de que la Redención está próxima, de que el Salvador está en medio de vosotros, de que el invicto Reino de Dios comienza”.
* “Con Habacuc puedo decir: «¿Hasta cuándo, Señor, tendré que gritar sin que me prestes oídos?». Miremos la profecía de Habacuc con ojos nuevos y sentiremos que da testimonio de Mí. Mas aquí soy Yo quien debe expresar un lamento: «Se ha verifica­do el juicio, y, no obstante, la oposición triunfa»”.- ■ Jesús prosigue: “¡Cuántas veces habréis oído la lectura de Habacuc! Y los más reflexivos de vosotros habrán susurrado: «Yo también puedo decir: `¿Hasta cuándo, Señor, tendré que gritar sin que me prestes oídos´» (2). Desde siglos Israel gime así. Mas ahora el Salvador ha venido. El gran hurto, el perpetuo apuro, el desorden y la injusticia causados por Satanás, están a punto de caer, porque el Enviado por Dios está para reintegrar al hombre en lo que es su dignidad de hijo de Dios y coheredero del Reino de Dios. Miremos la profecía de Habacuc con ojos nuevos, y sentiremos que da testimonio de Mí, que habla ya el lenguaje de la Buena Nueva que Yo traigo a los hijos de Israel. ■ Mas aquí soy Yo quien debe expresar un lamento: «Se ha verifica­do el juicio, y, no obstante, la oposición triunfa» (3). Y lo expreso con pro­fundo dolor. No tanto por Mí, que estoy por encima del parecer hu­mano, cuanto por aquellos que, por ser adversarios, se condenan, y por los que se extravían por causa de los adversarios. ¿Os asombra lo que digo? Entre vosotros hay mercaderes de otros lugares de Israel. Ellos os pueden decir que no miento. No miento con una vida contra­ria a lo que enseño o no haciendo lo que del Salvador se espera. No miento cuando digo que la oposición humana se yergue contra el jui­cio de Dios, que me ha enviado, y contra el juicio de las gentes humil­des y sinceras, que me han oído y juzgado rectamente en lo que soy”. ■ Algunos de la multitud comentan: “¡Es verdad! ¡Es verdad! Noso­tros, del pueblo, le estimamos, y sentimos que es santo. Pero esos (y señalan a los fariseos y compañeros) le hostigan”.  Jesús prosigue: “En aras de esta oposición se lacera la Ley, y ca­da vez será más maltratada, hasta llegar incluso a abolirla, con tal de cometer la suprema injusticia, la cual, no obstante, no durará mucho. Bienaventurados los que en la breve y espantosa espera, cuando parezca que la oposición haya triunfado contra Mí, sepan se­guir creyendo en Jesús de Nazaret, en el Hijo de Dios, en el Hijo del hombre, anunciado por los profetas (4): Yo podría cumplir el juicio de Dios con toda extensión, salvando a todos los hijos de Israel. Mas no podré hacerlo, porque el impío triunfará contra sí mismo, contra la parte mejor de sí mismo, y, de la misma forma que pisotea mis dere­chos y a mis fieles, pisoteará los derechos de su espíritu, que tiene necesidad de Mí para ser salvado y que es entregado a Satanás con tal de negármelo a Mí”.
* “Habacuc dice: «…asombraos, porque en vuestros días ha sucedido una cosa que nadie creerá cuando se la cuenten». La cosa, pues, que ha suce­dido —y es tal, que nadie podrá aceptarla si no está convencido de la infinita bondad del verdadero Dios— es que Él ha mandado a su Verbo para salvar y redimir al mundo”.- ■ Los fariseos murmuran turbulentos. Pero un anciano de majestuoso porte hace ya un rato que se ha acercado al lugar donde está Jesús, y ahora, durante un momento de pausa del discurso, dice: “Entra en la sinagoga, te lo ruego; enseña en ella. Nadie tiene más derecho que Tú a hacerlo. Soy Matías, el jefe de la sinagoga. Ven, que la Palabra de Dios habite mi casa como mora en tu boca”. Jesús: “Gracias, justo de Israel. La paz sea siempre contigo”. Y Jesús, a través de la muchedumbre, que se abre como una ola para dejarle pasar, y luego se cierra formando estela y le sigue, cruza de nuevo la plaza y entra en la sinagoga, pasando otra vez por delan­te de los fariseos enfurecidos, que entran también en la sinagoga, tra­tando de abrirse paso violentamente. Pero la gente los mira con cara de pocos amigos y les dice: “¿De dónde venís? Id a vuestras sinagogas y esperad allí al Rabí. Ésta es nuestra casa y entramos nosotros”. Y ra­bíes, saduceos y fariseos, tienen que soportar quedarse humildemen­te a la puerta para no ser expulsados por los habitantes de Quedes. ■ Jesús está en su sitio. Tiene cerca al sinagogo y a otros de la sinagoga, no sé si hijos o colaboradores. Reanuda su discurso: “Haba­cuc dice —¡y con qué amor os invita a observar!—:«Extended vues­tra mirada sobre las naciones, y observad, maravillaos, asombraos,  porque en vuestros días ha sucedido una cosa que nadie creerá cuando se la cuenten» (5). También ahora tenemos enemigos materiales contra Israel. Pero dejad pasar este pequeño detalle de la profecía y mire­mos solamente al gran vaticinio enteramente espiritual que contie­ne. Porque las profecías, aunque parecen tener una referencia mate­rial, su contenido es siempre espiritual. La cosa, pues, que ha suce­dido —y es tal, que nadie podrá aceptarla si no está convencido de la infinita bondad del verdadero Dios— es que Él ha mandado a su Verbo para salvar y redimir al mundo. Dios que se separa de Dios (6) para salvar a la criatura culpable. Pues bien, Yo he sido mandado a esto. Y ninguna fuerza del mundo podrá detener mi ímpetu de Vencedor sobre reyes y tiranos, sobre pecados e ignorancias. Venceré porque soy el Triunfador”.
“Muéstranos a un cadáver corrupto, que vuelva a la vida, que se rehaga, digamos. Esto para tener la seguri­dad de que Dios está contigo. Dios es el único que puede devolver el aliento al fango que ya se va a convertir en polvo”.- ■ Una carcajada burlona y un grito se dejan oír desde el fondo de la sinagoga. La gente protesta. El jefe de la sinagoga, que está tan concentrado en escuchar a Jesús que tiene incluso los ojos cerrados, se pone de pie e impone silencio, amenazando con la expulsión a los perturbadores. Jesús, en voz alta, dice: “Déjalos; es más, invítalos a que expongan sus divergencias”. Los enemigos de Jesús gritan irónicos: “¡Bien! ¡Esto esta bien! Déjanos acercarnos a Ti, que queremos hacerte unas preguntas”. Jesús: “Venid. Dejadlos pasar, vosotros de Quedes”. Y la gente, con miradas hostiles y caras disgustadas —y no falta algún que otro epíteto— los deja ir adelante. Jesús, en tono severo, pregunta: “¿Qué queréis saber?”. Fariseo: “¿Tú, entonces, dices que eres el Mesías? ¿Estás verdaderamente seguro de ello?”. Jesús, cruzados los brazos, mira con tal autoridad al que ha ha­blado, que a éste se le cae de golpe la ironía y enmudece. Pero otro sigue el hilo de la pregunta y dice: “No puedes preten­der que se te crea por tu palabra. Cualquiera puede mentir, incluso con buena intención. Para creer se necesitan pruebas. Danos, pues, pruebas de que eres eso que afirmas ser”. Jesús dice secamente: “Israel está lleno de mis pruebas”. Un fariseo dice: “¡Ah! ¡Ésas!… Pequeñas cosas que cualquier santo puede hacer. ¡Han sido hechas y serán hechas en el futuro por los justos de Israel!”. Otro añade: “¡Y no se da por sentado que Tú las hagas por ser santo y te ayude Dios! Se dice, y verdaderamente es muy verosímil, que cuentas con la ayuda de Satanás. Queremos otras pruebas. Su­periores, cuales Satanás no pueda dar”. Otro dice: “¡Sí, la muerte vencida!…”. Jesús: “Ya la habéis tenido”. Fariseo: “Eran apariencias de muerte. Muéstranos a un cadáver corrupto, que vuelva a la vida, que se rehaga, digamos. Esto para tener la seguri­dad de que Dios está contigo. Dios es el único que puede devolver el aliento al fango que ya se va a convertir en polvo”. Jesús: “Nunca fue pedido esto a los Profetas para creer en ellos”. Un saduceo grita: “Tú eres más que un profeta. ¡Tú, al menos Tú lo dices, eres el Hijo de Dios!… ¡Ja! ¡ja! ¿Por qué, entonces, no actúas como Dios? ¡Ánimo, pues! ¡Danos una señal! ¡Una señal!”. Un fariseo grita: “¡Sí, eso! Una señal del Cielo que diga que eres Hijo de Dios. Entonces te adoraremos”. Uno, que tiene por nombre Uriel y que estuvo en Giscala, dice: “¡Sí! ¡Eso es, Simón! No queremos caer de nuevo en el pecado de Aarón (7). No adoramos al ídolo, al becerro de oro, ¡pero podríamos ado­rar al Cordero de Dios! ¿No eres Tú? Si es que el Cielo nos indica que lo eres”, y ríe sarcásticamente. Interviene otro, a voces: “Déjame hablar a mí, Sadoc, el escriba de oro. ¡Óyeme, oh Mesías! Demasiados Mesías te han precedido, que no lo fueron. Basta ya de engaños. Una señal de que eres lo que afirmas. Dios, si está contigo, no te lo puede negar. Y nosotros creeremos en Ti y te ayuda­remos. Si no, ya sabes lo que te espera, según el Mandamiento de  Dios”. ■ Jesús alza la diestra herida y la muestra bien a su interlocutor: “¿Ves esta señal? La has hecho tú. Has indicado otra señal. Te ale­grarás cuando la veas abierta en la carne del Cordero. ¡Mírala! ¿La ves? La verás también en el Cielo, cuando te presentes a rendir cuentas de tu modo de vivir. Porque Yo te he de juzgar, y estaré allí arriba con mi Cuerpo glorificado, con las señales de mi ministerio y del vuestro, de mi amor y de vuestro odio. Y tú también la verás, Uriel, y tú, Simón, y la verán Caifás y Anás, y otros muchos, en el último Día, día de ira, día tremendo, y por ello preferiréis estar en el abismo, porque mi señal abierta en la mano herida os asaeteará más que los fuegos del Infierno”. Fariseos, saduceos y doctores gritan en coro: “¡Eso son palabras y blasfemias! ¡¿Tú en el Cielo con el cuerpo?! ¡Blasfemo! ¡¿Tú juez en lugar de Dios?! ¡Anatema seas! ¡Insultas al Pontífice! Merecerías la lapidación”. ■ El jefe de la sinagoga se pone de nuevo en pie, patriarcal, con su espléndida canicie como un Moisés, y grita: “Quedes es ciudad de refugio y levítica. Tened respeto…”. Ellos: “¡Esos son cuentos de viejas!”. Matías: “¡Oh, lenguas blasfemas! Vosotros sois los pecadores, no Él, y yo le defiendo. No dice nada malo. Explica los Profetas. Nos trae la Promesa Buena. Y vosotros le interrumpís, le tentáis, le ofendéis. No lo permito. Él está bajo la protección del viejo Matías, de la estirpe de Leví por parte de padre y de Aarón por parte de madre. Salid y dejad que ilumine con su doctrina mi vejez y la madurez de mis hijos”. Y, mientras, tiene su vieja, rugosa mano puesta en el antebrazo de Jesús, como defendiendo.
* Ésta es la profecía que os voy a dar, profecía mía, en vez de la que quería explicar de Habacuc: a es­ta generación malvada y adúltera, que pide una señal, no le será da­da sino la de Jonás…”.- ■ Gritan los enemigos: “Que nos dé una señal verdadera y nos iremos convencidos”. Jesús, calmando al sinagogo, dice: “No te inquietes, Matías. Hablo Yo”. Y, dirigiéndose a los fariseos, saduceos y doctores, dice: “Al atardecer examináis el cielo, y si, en llegando el ocaso, está rojizo, sentenciáis en virtud de un viejo proverbio: «Mañana hará buen tiempo, porque el ocaso pone rojo el cielo». Lo mismo, cuando amanece, si el aire es pesado por la niebla y vapores, y el sol no se pone vestido de oro áureo, sino que parece como que echara sangre por el firmamento, decís: «Tendremos un día de tempestad». Sabéis, pues, leer el futuro del día a par­tir de los señales cambiantes del cielo, señales aún más volubles que el viento. ¿Y no alcanzáis a distinguir las señales de los tiempos? Esto no honra ni vuestra mente ni vuestra ciencia, y completamente des­honra vuestro espíritu y vuestra supuesta sabiduría. Pertenecéis a una ge­neración malvada y adúltera, nacida en Israel de la unión de quien fornicó con el Mal. Vosotros sois sus herederos, y aumentáis vuestra perversidad y vuestro adulterio repitiendo el pecado de vuestros antecesores. ■ Pues bien, tenlo en cuenta, tú, Matías, sabedlo vosotros, habitantes de Que­des, y todos los presentes, fieles o enemigos: Ésta es la profecía que os voy a dar, profecía mía, en vez de la que quería explicar de Habacuc: a es­ta generación malvada y adúltera, que pide una señal, no le será da­da sino la de Jonás… Vamos. La paz sea con los buenos de voluntad”. Y, por una puerta lateral, que da a una calle silenciosa situada entre huertos y casas, se aleja con sus apóstoles. (Escrito el 26 de Noviembre de 1945).
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1 Nota : Cfr. Mt. 16,1-4; Mc. 8,11-13; Lc. 12,54-57.- La señal de Jonás es el episodio recogido en Jonás 2-3 del A.T. y explicado como señal en el próximo episodio  5-344-286.  2 Nota : Cfr. Hab.1,2. 3 Nota : Cfr. Hab.1,3.  4 Nota : A propósito del mesianismo entre los Profetas, cfr. por ej. 2 Re. 7,1-17; 1 Par. 17,1-15; Sal. 2; 15; 21; 44; 71; 109 etc.; Is. 2, 1-5; 4, 2-3; 7, 10-25; 9, 1-6; 11,1-16; 37,30-32; 42, 1-9; 49, 1-26; 50, 4-11; 52, 13 – 53, 12; Jer, 23, 1-8; 30-31; 33, 14-26; Ez. 34; Dan. 7,9; Miq. 5, 1-7; Zac. 8, 1-23; 9, 9-10; Lc. 4, 17-21; 24, 25-27; Hech. 8, 26-40. 5 Nota ; Cfr. Hab. 1,5.  6 Nota : María Valtorta explica en una copia mecanografiada la expresión Dios que se separa de Dios con la siguiente nota: “Aun siendo todavía «una cosa» con el Padre, el Verbo ya no esta­ba en el Padre como antes de la encarnación”. La nota puede valer también para otras afirmaciones análogas, como las que encontraremos en 8-517-120 en este tema. “Busco en vosotros una parte de la unión que he dejado para unir a los hombres: la unión con el Padre mío en el Cielo”.   7  Nota  : Cfr. Éx. 32,1-6.
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(<Jesús y apóstoles, después de abandonar Quedes, se dirigen a Cesarea de Filipo>)

5-343-278 (6-31-190).- La levadura de los fariseos (1).
* Aludo a la levadura que fermenta en el corazón de los fariseos, saduceos y doctores, contra Mí. Eso es odio, es herejía. Y vosotros estáis yendo hacia el odio como si hubiera entrado en voso­tros parte de la levadura farisaica”. ■ En dos barquichuelas, en dos veces, pasan a la otra orilla del Jordán. La llanura rasa y fértil los acoge también aquí. Una llanura fértil y, sin embargo, poco poblada. Sólo los campesinos que la cultivan tienen casa en ella. “¡Mmm! ¿Cómo vamos a conseguir el pan? Yo tengo hambre. Y aquí… no tenemos ni siquiera las espigas filisteas… Hierba y hojas, hojas y flores. No soy ni una oveja ni una abeja” comenta Pedro a sus compañeros, los cuales sonríen ante la observación. Judas Tadeo —que iba un poco más adelante— se vuelve y dice: “Compraremos pan en el próximo pueblo”. Santiago de Zebedeo termina: “Siempre y cuando no nos hagan huir”. ■ Dice Jesús: “Estad atentos, vosotros, que decís que hay que tomar toda clase de precauciones, de tomar la levadura de los fariseos y saduceos; que creo que la estáis to­mando sin reflexionar en lo que de malo hacéis. ¡Tened cuidado! ¡Guardaos!”. Los apóstoles se miran unos a otros y cuchichean: “¿Pero qué di­ce? Han sido aquella mujer del sordomudo y el posadero de Quedes los que nos han dado el pan. Y está todavía aquí; es el único que te­nemos. Y no sabemos si podremos encontrar pan que comprar para nuestra hambre. ¿Cómo dice, entonces, que compramos a saduceos y fariseos pan con su levadura? Quizás no quiere que se compre en es­tos pueblos… ■ Jesús, que nuevamente va delante, se vuelve y dice: “¿Por qué tenéis miedo a quedaros sin pan para vuestra hambre? Aunque aquí todos fueran saduceos y fariseos, no os quedaríais sin comida por causa de mi consejo. No me refiero a la levadura del pan. Por tanto, podéis comprar donde os parezca el pan para vuestros vientres. Y, si nadie quisiera vendéroslo, igualmente no os quedarí­ais sin pan. ¿No os acordáis de los cinco panes con que comieron cin­co mil personas? ¿No os acordáis que recogisteis doce cestas colmadas de los trozos sobrados? Podría hacer para vosotros, que sois doce y tenéis un pan, lo que hice para cinco mil con cinco panes. ¿No com­prendéis a qué levadura aludo? A la que fermenta en el corazón de los fariseos, saduceos y doctores, contra Mí. Eso es odio, es herejía. Y vosotros estáis yendo hacia el odio como si hubiera entrado en voso­tros parte de la levadura farisaica. No debemos odiar ni siquiera a nuestro enemigo. No abráis siquiera una rendija a lo que no es Dios. Tras el primero entrarían otros elementos contrarios a Dios. ■ Hay ve­ces que, por excesivo deseo de combatir a los enemigos con las mismas armas, uno termina pereciendo o vencido. Y, una vez vencidos, podríais, por contacto, absorber sus doctrinas. No. Tened caridad y prudencia. No tenéis en vosotros todavía tanto como para poder com­batir estas doctrinas, sin que ellas mismas os contaminen. Porque también vosotros tenéis algunos de sus elementos, de los cuales uno es el odio a ellos. Os digo más: podrían cambiar de método para seduciros y arrancaros de Mí, usando con vosotros mil amabilidades mostrándose arrepentidos, deseosos de hacer la paz. No debéis huir de ellos. Pero, cuando quieran daros sus doctrinas, habréis de saber no acogerlas. A esta levadura me refiero. Es la malevolencia que va contra el amor, y las falsas doctrinas. Os digo: sed prudentes”.
* “Vosotros no deberíais necesitar una señal”. ■ Tomás pregunta: “¿Esa señal que pedían los fariseos ayer tarde era «levadura», Maestro?”. Jesús: “Era levadura y veneno”. Tomás: “Has hecho bien en no dársela”. Jesús: “Pero se la daré un día”. Preguntan curiosos: “¿Cuándo? ¿Cuándo?”. Jesús: “Un día…”. Pedro, deseoso, pregunta: “¿Y qué señal es? ¿No nos lo dices ni siquiera a nosotros, apóstoles? Para poder reconocerla inmediatamente”. Jesús: “Vosotros no deberíais necesitar una señal”. Santiago de Zebedeo dice vehementemente: “¡Bueno, no para poder creer en Ti! No somos gente con muchos pensamientos. Tenemos uno sólo: amarte a Ti”. (Escrito el 27 de Noviembre de 1945).
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1  Nota  : Cfr. Mt. 16,5-12; Mc. 8,14-21.
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(<Jesús y apóstoles han llegado a Cesarea de Filipo. Aquí les espera mucha gente: muchos discípulos y otros venidos de pueblos de la otra orilla, incluso del pueblo de Quedes. Quieren saber qué es para el Maestro-Jesús la señal de Jonás que ha prometido dar a la generación malvada que le persigue. Se reúnen en la casa de los esposos Benjamín y Ana, discípulos de Jesús>)
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5-344-286 (6-32-197).- Explicación de la señal de Jonás. Juicio a la presente generación (1).
* “Como Jonás permaneció tres días en el vientre del monstruo ma­rino y luego fue restituido a la tierra para convertir y salvar a Nínive, así sucederá para el Hijo del hombre… Como Jonás fue una señal, para los Ninivitas, del poder y misericordia del Señor, así el Hijo del hombre lo será para esta generación; con la diferencia de que Nínive se convirtió, mientras que Jerusalén no se convertirá”.- ■ Mientras un anciano siervo trae más asientos, Isaac (2) explica: “¡Benjamín y Ana no sólo nos reciben en su casa a nosotros, sino también a todos los que vienen en busca de Ti! Lo hacen en tu Nom­bre”. Jesús: “Que el Cielo los bendiga cada vez que lo hacen”.  La anciana Ana dice con sencillez: “Disponemos de medios y no tenemos herederos. Al fin de nuestra vida, adoptamos como hijos a los pobres del Señor”. Y Jesús le pone la mano en su encanecida cabeza diciendo: “Y es­to te hace madre más que si hubieras concebido muchísimas veces. ■ Mas ahora permitidme que explique a éstos lo que deseaban saber, para poder despedir luego a los de la ciudad y sentarnos a la mesa”. ■ La terraza está invadida de gente, que sigue entrando y al no caber busca el último rincón. Jesús está sentado en medio de un grupo de niños, que le mi­ran extáticos con sus ojazos inocentes. Vuelve las espaldas a la mesa y sonríe a estos niños, aunque esté hablando de un tema grave. Parece como si leyera en sus caritas inocentes las palabras de la verdad que le han pedido que explicara. ■“Escuchad. La señal de Jonás, que prometí a los perversos, y que prometo también a vosotros, no porque seáis malos, sino, al contrario, para que podáis creer con perfección cuando la veáis cumplida, es ésta. Como Jonás permaneció tres días en el vientre del monstruo ma­rino y luego fue restituido a la tierra para convertir y salvar a Nínive, así sucederá para el Hijo del hombre. Para calmar las violentas olas de una grande, satánica tempestad, los principales de Israel creerán útil sacrificar al Inocente. Lo único que conseguirán será aumentar sus peligros, porque, además de Satanás, que pone confusión en todo, tendrán a Dios como vengador de su crimen. Podrían vencer la tempestad de Satanás creyendo en Mí, pero no lo hacen porque ven en Mí la razón de su turbación, de sus miedos, peligros y un mentís contra su insincera santidad. Mas, cuando llegue la hora, ese monstruo in­saciable que es el vientre de la tierra, que se traga a todo hombre que muere, se abrirá de nuevo para restituir la Luz al mundo que renegó de ella. ■ He aquí, pues, que, como Jonás fue una señal para los ninivitas del poder y misericordia del Señor, así el Hijo del hombre lo será para esta generación; con la diferencia de que Nínive se convirtió, mien­tras que Jerusalén no se convertirá, porque está llena de esta gene­ración malvada de que he hablado. Por ello, la Reina del Mediodía se alzará el Día del Juicio contra los hombres de esta generación y los condenará. Porque ella vino, en su tiempo, desde los confines de la tierra para oír la sabiduría de Salomón, mientras que esta genera­ción, que me tiene presente, y siendo Yo mucho más que Salomón, no quiere oírme, y me persigue y me arroja como a un leproso y a un peca­dor. También los ninivitas, que se convirtieron con la predicación de un hombre, se alzarán en el día del Juicio contra la generación mal­vada que no se convierte al Señor su Dios. Yo soy más que un hombre, aunque se tratara de Jonás o cualquier otro Profeta. ■ Por esto, daré la señal de Jonás a quien pide una señal sin posibles equívocos. Una y única señal daré a quien no dobla la frente proterva ante las pruebas ya dadas de vidas que renacen por voluntad mía. Daré todas las señales: tanto la de un cuerpo en descomposición que regresa a la vida vivo e íntegro, como la de un Cuerpo que por Sí solo se resucita, porque a su Espíritu le es dada la plenitud del poder. Mas éstas no serán gracias. No significarán aligeramiento de la situación. Ni aquí ni en los libros eternos. Lo escrito, escrito está. Y, como piedras para una próxima lapidación, las pruebas se amontona­rán: contra Mí, para perjudicarme sin lograrlo; contra ellos, para arrastrarlos eternamente con la condena que Dios reservó a los incrédulos malvados. ■ A esta señal de Jonás me refería. ¿Tenéis más cosas que preguntar?”. Los de Quedes: “No, Maestro. Se lo comunicaremos a nuestro jefe de la sinagoga, Matías, que ha juzgado la señal prometida con juicio muy cercano a la verdad”. Jesús: “Matías es un justo. La verdad se revela a los justos como se revela a estos inocentes, que mejor que nadie saben quién soy Yo”. (Escrito el 28 de Noviembre de 1945).
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1  Nota  :  Cfr. Lc.  11,29-32.   2  Nota  :  Isaac,  ahora discípulo de Jesús,  es uno de aquellos pastores que adoraron al Niño en la Gruta de Belén.
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(<Jesús con los apóstoles y discípulos se dirige de Cesarea de Filipo hacia Nazaret. Aceleran la marcha ilusionados de encontrarse pronto con María, Madre de Jesús. Cada apóstol ha ido cantando las excelencias de María>)
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5-346-295 (6-34-206).- Primer anuncio de la Pasión y reprensión a Pedro (1).- Condiciones para seguir a Jesús. “Yo soy el Camino, la Verdad y la Vida”.
* En la hora tremenda de tormento aparecerá el significado del nombre «María», cuando la Redentora redima con el Redentor… “Dos serán la causa de que mi Madre llore: Yo, salvando a la Humanidad; la Humanidad, con sus continuos pecados”.- Mateo añade: “Creo que todos estamos enamorados de Ella. ¡Un amor tan alto, tan celestial!… como solo Ella puede inspirarlo. Y el alma ama completamente su alma, la mente ama y admira su inteligencia, el ojo mira y se regocija en su belleza pura que satisface sin ansias, así como cuando se contempla una flor… ¡María, la Belleza de la tierra y, creo, la Belleza del Cielo…!”. Felipe dice: “¡Tienes razón! Todos vemos en María cuanto de más dulce hay en la mujer. ¡Qué pura es! ¡Qué madre tan querida! No se sabe si se le ama por una u otra cualidad…”. Y Pedro concluye: “Se le ama porque es «María». ¡Esta es la razón!”. Jesús que los ha escuchado hablar dice: “Todos habéis hablado bien. Muy bien ha dicho Simón Pedro. A María se le ama porque es «María». Os dije, cuando íbamos a Cesarea que solo los que unan una fe perfecta a un amor perfecto llegarán a saber el verdadero significado de las palabras: «Jesús, el Mesías, el Verbo, el Hijo de Dios y el Hijo del Hombre». Pero ahora os digo que hay otro nombre denso en significados. Y es el de mi Madre. Solo aquellos que unan una fe perfecta a un amor perfecto llegarán a conocer el verdadero significado del nombre «María», de la Madre del Hijo de Dios. Y el verdadero significado empezará a aparecer claro para los verdaderos creyentes y para los verdaderos amantes en la hora tremenda de tormento, cuando la Madre sea sometida a suplicio con su Hijo, cuando la Redentora redima con el Redentor, a los ojos de todo el mundo y por todos los siglos de los siglos”. Bartolomé, mientras se han detenido en las márgenes de un río en el que beben muchos discípulos, pregunta: “¿Cuándo?”. Jesús le responde evasivo: “Detengámonos a compartir del pan. El sol está en el zenit. Por la tarde habremos llegado al lago de Merón y podremos acortar el camino con unas barcas”. ■ Se sientan todos sobre la hierba tierna y tibia, de las orillas del arroyo. Juan dice: “Es una pena aplastar estas delicadas florecillas. Parecen pedacitos de cielo caído aquí sobre los prados”. Hay centenares y centenares de miosotis. Santiago su hermano le consuela: “Mañana renacerán más bellos. Están para servir de sala de banquete a su Señor”. Jesús ofrece y bendice los alimentos. Todos alegremente comen. Los discípulos, como si fuesen girasoles, miran en dirección de Jesús, que está sentado en el centro de la fila de sus apóstoles. Pronto terminan de comer. Los condimentos fueron la tranquilidad y el agua pura. ■ Pero como Jesús se queda sentado, nadie se mueve, y los discípulos dejando su lugar se acercan más para oír lo que dice Jesús, a quien los apóstoles le hacen preguntas, sobre todo acerca de lo que dijo en torno a su Madre. “Sí. Porque el ser Madre de mi carne, ya sería digno de alabanza. Fijaos que se recuerda a Ana de Elcana como madre de Samuel, y él era solo un profeta; pues bien, su madre es recordada por haberle engendrado. Por lo tanto, ya María sería recordada, y con altísimas alabanzas, por haber dado al mundo a Jesús, el Salvador. Pero ello sería poco, respecto a cuanto Dios exige de Ella para completar la medida exigida para la redención del mundo. Jamás María defraudará el deseo de Dios. Desde las exigencias de amor total hasta las de sacrificio total. Ella se ha entregado y se entregará. Y, cuando Ella haya consumado el más grande de los sacrificios, conmigo, por Mí, a favor del mundo, entonces los verdaderos fieles y los verdaderos amantes comprenderán el verdadero significado de su Nombre. A todo creyente verdadero y amante en el transcurso de los siglos, se le concederá saber el nombre de la gran Madre, de la Santa Engendradora que alimentará en los siglos a los hijos del Mesías con su llanto, para que crezcan para la vida celestial”. Iscariote pregunta: “¿Llanto, Señor? ¿Deberá llorar tu Madre?”. Jesús: “Toda madre llora, y la mía más que todas”. Iscariote: “¿Por qué? Yo hice llorar algunas veces a la mía, porque no siempre he sido un buen  hijo, ¡pero Tú! Tú jamás has causado ninguna pena a tu Madre”. Jesús: “Así es. Efectivamente, como Hijo suyo, nunca le causo aflicción alguna, pero se la daré como Redentor. Dos serán la causa de que mi Madre llore: Yo, salvando a la Humanidad; la Humanidad, con sus continuos pecados. Todo hombre que haya vivido, que vive, o que vivirá, cuesta lágrimas a mi Madre”. Santiago de Zebedeo, sorprendido, pregunta: “Pero ¿por qué?”. Jesús: “Porque cada hombre para redimirle me cuesta torturas”.
* “El Hijo del hombre será entregado en manos de los hombres, porque es Hijo de Dios, sí, pero también Redentor del hombre… moriré en un patíbulo y tres días después, por mi voluntad divina, resucitaré”.- ■ Bartolomé pregunta: “¿Mas cómo puedes decir esto de los que ya han muerto o no han nacido todavía? Te harán sufrir los que viven, los escribas, fariseos, saduceos con sus acusaciones, celos, mala voluntad, pero más no”. Jesús: “También mataron a Juan Bautista… y no es el único profeta a quien Israel haya matado, ni es el único sacerdote de la Voluntad eterna matado por causa del odio de los que no obedecen a Dios”. Judas Tadeo dice: “Pero Tú eres más que un profeta y que el mismo Juan Bautista, tu precursor. Tú eres el Verbo de Dios, la mano de Israel no se levantará contra Ti”. Jesús: “¿Lo crees hermano? ¡Estás equivocado!”. Judas Tadeo, excitado, se pone de pie: “¡No, no puede ser! ¡No puede suceder! ¡Dios no lo permitirá! ¡Sería degradar para siempre a su Mesías!”. También Jesús le imita. Le mira en la cara que ha palidecido, en los ojos sinceros. Poco a poco dice: “¡Y sin embargo así será!” y baja el brazo derecho, que le tenía alzado, como jurando. ■ Todos se ponen de pie, se estrechan contra Él, una corona de caras adoloridas, pero todavía incrédulas. Murmullos van y vienen entre el grupo: “Cierto… si fuera así… Tadeo tendría razón”. “Lo que le sucedió al Bautista fue una cosa mala, pero le exaltó al hombre, héroe hasta el final; ¡si le sucediese eso al Mesías, sería disminuirle!”. “¡El Mesías puede ser perseguido, pero no humillado!”. “¡La unción de Dios permanece sobre Él!”. “¿Quién podría creer en Ti, si te viesen a merced de los hombres?”. “Nosotros no lo permitiremos”. El único que no habla es Santiago de Alfeo. Su hermano le ataca, diciendo: “¿No hablas tú? ¿No te mueves? ¿No oyes? ¡Defiende al Mesías contra Sí mismo!”. Santiago, por toda respuesta, se lleva las manos a la cara, y se hace a un lado llorando. Su hermano Tadeo exclama: “¡Es un necio!”. Ermasteo le replica: “Tal vez menos de lo que te imaginas”. Y continúa: “Ayer al explicar el Maestro la profecía, habló de un cuerpo corrupto que se reintegra, y de otro que se resucita. Pienso que nadie puede resucitar si no ha muerto”. Tadeo, a quien muchos dan la razón, objeta: “Pero se puede morir de muerte natural, por vejez. ¡Y eso ya sería mucho para el Mesías!”. Zelote observa: “Está bien, pero entonces no sería una señal dada a esta generación, que es mucho más vieja que Él”. Tadeo, obstinado en su amor y su respeto, replica: “¡Ya! Pero no está claro que hable de Sí mismo”. Isaac interviene con tono seguro: “Ninguno que no sea el Hijo de Dios puede resucitarse a Sí mismo, como tampoco ninguno que no sea el Hijo de Dios puede nacer como Él nació. ¡Os lo digo, yo que vi su gloria cuando nació!”. ■ Jesús, con los brazos cruzados, los ha escuchado mirándolos a medida que hablaban. Ahora hace la señal de que quiere hablar: “El Hijo del hombre será entregado en mano de los hombres, porque es Hijo de Dios, sí, pero también el Redentor del hombre; y no hay redención sin sufrimiento. Mi sufrimiento será corporal, en la carne y en la sangre, para reparar los pecados de la carne y de la sangre. Será moral para reparar los pecados de la inteligencia y las pasiones. Será espiritual para reparar las culpas del corazón. Será completa. Por lo tanto, a la hora establecida, me prenderán en Jerusalén, y después de haber sufrido mucho a manos de los ancianos y sumos sacerdotes, escribas y fariseos, seré condenado a una muerte infame. Y Dios lo permitirá porque así debe ser, pues soy Yo el Cordero de expiación por los pecados del mundo. En medio de un mar de angustia, compartida por mi Madre y por otros pocos, moriré en un patíbulo, y tres días después, por mi voluntad divina, resucitaré a una vida eterna y gloriosa como Hombre y volveré a ser: Dios en el Cielo con el Padre y el Espíritu. Pero antes deberé padecer toda clase de afrentas y que mi corazón se vea atravesado por la Mentira y el Odio”.
* Reprensión a Pedro.- ■ Un coro de gritos escandalizados se levanta por el aire tibio y perfumado de primavera. Pedro, con una cara desencajada y escandalizada también, toma a Jesús del brazo, le separa un poco y le dice en voz baja al oído: “¡Pero, Señor…! No digas esto. No está bien. ¿Lo ves? Se escandalizan. Decaes del concepto en que te tienen. ¡Por ninguna cosa del mundo debes permitir esto! Es verdad que una cosa semejante no te sucederá nunca ¿por qué pensarla como si fuera verdadera? Debes subir cada vez más en el concepto de los hombres, si quieres demostrar lo que eres; y debes acabar, y sería lo mejor, con un último milagro, como el de reducir a cenizas a tus enemigos. ¡Pero jamás humillarte hasta ser igual a un malhechor común!”. Pedro parece un maestro o un padre afligido que regañe amorosamente a su hijo que ha cometido algún error. ■ Jesús, que estaba un poco agachado para escuchar las palabras de Pedro, se yergue severo, con ira en los ojos, y grita en voz alta, para que todos oigan la dura lección que va a dar: “¡Lárgate de aquí, tú que en estos momentos eres un Satanás que me aconseja a no obedecer a mi Padre! ¡Para esto he venido! ¡No para los honores! Al aconsejarme a ser soberbio, a desobedecer y a no tener caridad, tratas de seducirme al mal. ¡Largo! ¡Eres para mí motivo de escándalo! No comprendes que la grandeza no está en los honores, sino en el sacrificio, y que nada importa aparecer como un gusano a los ojos de los hombres si Dios nos tiene como a ángeles. ¡Tú, hombre ignorante, no comprendes lo que es la grandeza de Dios y sus motivos! Ves, juzgas, opinas, hablas según lo que es mundo”.
* “Quien recibe mucho, mucho debe dar”. ■ El pobre Pedro queda aniquilado bajo el regaño severo. Se separa, apenado, y rompe a llorar. No es el llanto gozoso de pocos días antes, sino el sollozo desolado de quien comprende haber ofendido a quien se ama. Jesús le deja que llore. Se separa, se levanta un poco el vestido y pasa a pie el río. Los demás le siguen en silencio. Nadie se atreve a decir una palabra. En la cola viene el pobre Pedro. En vano tratan de consolarle Isaac y Zelote. Andrés se vuelve una y otra vez a verle, y luego dice algo a Juan que también está afligido; pero Juan mueve su cabeza en señal de negación. Entonces Andrés se decide. Corre adelante. Alcanza a Jesús. Le llama suavemente, con voz temblorosa: “¡Maestro! ¡Maestro!”. Jesús le deja que le llame así varias veces. Finalmente se vuelve severo y pregunta: “¿Qué quieres?”. Andrés: “Maestro, mi hermano está afligido… viene llorando…”. Jesús: “Se lo ha merecido”. Andrés: “Es verdad, Señor. Pero él no deja de ser humano… No puede hablar siempre bien”. Jesús responde: “¡Efectivamente, hoy ha hablado mal!”. Pero a Jesús se le ve menos severo, y una pincelada de sonrisa brilla en sus ojos divinos. Andrés toma confianza, y empieza a perorar a favor de su hermano. “Tú eres justo y sabes que el amor por Ti hizo que se equivocara…”. Jesús: “El amor deber ser luz, no oscuridad. Lo convirtió en oscuridad, y en ella se envolvió su espíritu”. Andrés: “¡Tienes razón! Pero las vendas pueden quitarse cuando se quiera. No es lo mismo que tener el espíritu oscuro. Las vendas son lo externo; el espíritu es lo interno, el núcleo vivo… El interior de mi hermano es bueno”. Jesús: “Que se quite las vendas en que se ha envuelto”. Andrés: “Ciertamente que lo hará, Señor. Ya lo está haciendo. Vuélvete y mira lo desfigurado que está por el llanto que no consuelas Tú. ¿Por qué eres duro con él?”. Jesús: “Porque él tiene el deber de ser «el primero» así como le he dado el honor de serlo. Quien mucho recibe, mucho debe dar…”. Andrés: “¡Oh, Señor, es verdad! ¿Pero no te acuerdas de María, la hermana de Lázaro? ¿De Juan de Endor? ¿De Aglae? ¿De la Bella de Corozaín? ¿De Leví? A estos les diste todo… y ellos todavía te habían dado solo la intención de redimirse… ¡Señor!… Atendiste mi súplica por la Bella de Corozaín y por Aglae… ¿No vas a escucharme por tu Simón, mi hermano, que pecó por el amor que te tiene?”. Jesús baja sus ojos sobre Andrés que cada vez más aboga por su hermano, como lo hizo en privado por Aglae y la Bella de Corozaín. Resplandece su rostro de alegría: “Ve a llamar a tu hermano” dice “y tráemelo aquí”. Andrés: “¡Oh, gracias, Señor mío! Voy…” y corre cual un ciervo. ■ Andrés le dice a Pedro: “¡Ven, Simón! El Maestro no está ya irritado contigo. Ven, que te lo quiere decir”. Pedro: “¡No, no! Tengo vergüenza… Hace demasiado poco que me ha reprendido… Tal vez quiera reprenderme otra vez…”. Andrés: “¡Qué mal le conoces! ¡Venga, ven! ¿Crees que te llevaría para eso? Si no estuviera cierto que te espera allí una alegría, no insistiría. ¡Ven!”. Pedro: “¡Pero qué voy a decirle!”. Y lo dice mientras se pone en marcha un poco contra su voluntad, frenado por su debilidad humana, empujado por su corazón que no puede estar sin la bondad de Jesús y sin su amor. “¿Qué voy a decirle?”, sigue preguntando. Su hermano, para darle ánimos, le dice: “¡Nada! ¡Muéstrale tu cara, y será suficiente!”. Todos los discípulos, a medida que los dos hermanos los van adelantando, los miran y sonríen, comprendiendo lo que sucede. Llegan donde Jesús. Pero Pedro, al último momento, se detiene. Andrés no anda con chiquitas. Le empuja fuertemente, como hace con su barca para empujarla al lago. Jesús se detiene. Pedro levanta su cara. Jesús le ve. Se miran… Dos lágrimas gruesas ruedan por las mejillas enrojecidas. Jesús le dice: “¡Acércate, muchacho tonto, para que como un padre te seque esas lágrimas!”. Y Jesús levanta su mano donde todavía puede verse la cicatriz de la pedrada de Giscala, y con sus dedos seca esas dos lágrimas. Pedro le dice: “¡Oh, Señor! ¿Me perdonas?”. Y le pregunta temblando, apretando la mano de Jesús entre la suyas y mirándole con esos ojos de fidelidad, que piden perdón, que anhelan por el perdido amor. Jesús: “No he dicho que estabas condenado…”. Pedro: “Pero antes…”. Jesús: “Te he amado. Es amor no permitir que en ti arraiguen desviaciones de sentimiento y de pensamiento. ¡Debes ser el primero en todo, Simón Pedro!”. Pedro: “Entonces… entonces ¿todavía me quieres? ¿De veras? No es que apetezca el primer puesto, ¿sabes?  Me basta con el último, con tal de estar contigo, a tu servicio… y morir por tu causa ¡Señor, Dios mío!”. Jesús le pasa el brazo por encima de los hombros y le estrecha contra su costado. Entonces Simón que no ha soltado la mano de Jesús, se la cubre de besos… feliz, y en voz suave dice: “¡Cuánto he sufrido! ¡Gracias… Jesús!”. Jesús: “Da gracias a tu hermano. Y para el futuro aprende a llevar tu peso con justicia y heroísmo. Esperemos a los otros. ¿Dónde están?”.
* He venido para ser Camino, Verdad, Vida. Recordad que quien responde a mi llamamiento para redimir al mundo debe estar dispuesto a morir para dar vida a otros. Por esto quien quiera venir detrás mío debe estar dispuesto a negarse a sí mismo, a destruir el viejo ser suyo”.- Los demás están parados en el lugar en que se encontraban cuando Pedro alcanzó a Jesús, para dejar libertad al Maestro de hablar a su apenado discípulo. Ahora les hace señas de que se acerquen. Con ellos hay un grupito de campesinos que habían dejado su trabajo para venir a hacer preguntas a los discípulos. Jesús, siempre con su mano sobre el hombro de Pedro, dice: “Por lo que ha sucedido podéis comprender que es cosa dura estar a mi servicio. Le he reprendido a él. Pero la corrección era para todos. Porque los mismos pensamientos había en casi todos los corazones. De este modo los he cortado, y quien todavía los cultiva, da muestras de no comprender mi doctrina, mi misión, mi Persona. ■ He venido para ser Camino, Verdad, Vida. Os doy la Verdad con lo que enseño. Os allano el Camino con mi sacrificio, os lo trazo, os lo señalo. Pero mi Vida os la doy con mi muerte. Recordad que quien responde a mi llamamiento y se pone en mis filas para cooperar a la redención del mundo debe estar dispuesto para morir, para dar a otros la vida. Por esto quien quiera venir detrás mío debe estar dispuesto a negarse a sí mismo, a destruir el viejo ser suyo con sus pasiones, tendencias, costumbres, tradiciones, pensamientos, y seguirme con su nuevo ser. Tome cada uno su cruz como Yo la tomaré. Tómela aunque le parezca demasiado infamante. Deje que el peso de su cruz aplaste su ser humano para dejar libre su ser espiritual, al cual la cruz no produce horror; antes al contrario, le es apoyo y objeto de veneración, porque el espíritu sabe y recuerda. Y que me siga con su cruz. ¿Que al final del camino le espera una muerte ignominiosa como me espera a Mí? ¡No importa! No se aflija; antes al contrario, llénese de júbilo por ello, porque la ignominia de la tierra se transformará en grande gloria en el Cielo, mientras que será un deshonor el haber sido cobardes frente a los heroísmos espirituales”.
* ¿De qué le servirá al hombre ganar todo el mundo, si luego pierde su alma?”.- Lo que será «vivir» (seguirle por un camino áspero, pero santo y glorioso) o «morir» (seguir los caminos del mundo y de la carne como también avergonzarse de sus palabras y acciones).-Jesús prosigue. “Siempre andáis diciendo que me seréis fieles hasta la muerte. Seguidme entonces, os conduciré al Reino por un camino áspero, pero santo y glorioso, al final del cual conquistaréis la Vida eternamente inmutable. ¡Esto será «vivir»! Por el contrario, seguir los caminos del mundo y de la carne es «morir». De modo que quien quiera salvar su vida en esta tierra la perderá, mas aquel que pierda su vida en esta tierra por causa mía y por amor a mi Evangelio la salvará. Pensad en esto ¿de qué le servirá al hombre ganar todo el mundo, si luego pierde su alma? ■ Y otra cosa: guardaos bien, ahora y en el futuro, de avergonzaros de mis palabras y acciones. Esto también será «morir». Porque quien se avergüence de Mí y de mis palabras ante esta generación necia, adúltera y pecadora, de la que he hablado, y, esperando recibir su protección y provecho, la adule renegando de Mí y de mi Doctrina, arrojando mis palabras a las bocas inmundas de los cerdos y perros, para recibir a cambio excrementos en lugar de dinero, será juzgado por el Hijo del hombre cuando venga en la gloria de su Padre, con sus ángeles y santos, a juzgar al mundo. Él entonces se avergonzará de estos adúlteros y fornicadores, de estos cobardes y usureros y los arrojará fuera de su Reino, porque no hay lugar en la Jerusalén celeste para adúlteros, cobardes, fornicadores, blasfemos y ladrones. Y en verdad os digo que algunos de mis discípulos y discípulas aquí presentes no morirán antes de haber visto la fundación del Reino de Dios, y ungido y coronado a su Rey”. ■ Mientras el sol desciende lentamente en el cielo, ellos reprenden la marcha, hablando animadamente entre sí… (Escrito el 30 de Noviembre de 1945).
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1  Nota  : Cfr. Mt. 16,21-23;  16,24-28;  Mc. 8,31-33; 8,34-38; 9,1-1;  Lc. 9,22-22;  9,23-27.
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5-349-319 (6-37-228).- La Transfiguración de Jesús en el monte Tabor (1).
“Pedro, Juan y Santiago de Zebedeo subirán conmigo al monte”.- ■ Van Jesús, los apóstoles y los discípulos —está con ellos también Simón de Alfeo— en dirección sureste, superando las colinas que hacen de corona a Nazaret, atravesando un arroyo y una llanura estrecha situada entre las colinas nazarenas y un grupo de montes hacia el este. Estos montes están precedidos por el cono semitruncado del Tabor, cuya cima, curiosamente, me recuerda, vista de perfil, la punta del gorro de nuestra policía nacional.  Llegan al monte. Jesús se para y dice: “Pedro, Juan y Santiago de Zebedeo subirán conmigo al monte. Vosotros diseminaos por la base, separándoos hacia los caminos que la bordean, y predicad al Señor. Al atardecer quiero estar de nuevo en Nazaret, así que no os alejéis mucho. La paz sea con vosotros”. Y, volviéndose a los tres que había nombrado, dice: “Vamos”. Y empieza a subir sin volverse ya, y con un paso tan rápido, que pone a Pedro en dificultad para seguirle. En un alto que hacen, Pedro, rojo y sudado, le pregunta con respiración afanosa: “¿Pero a dónde vamos? No hay casas en el monte. En la cima, aquella vieja fortaleza. ¿Quieres ir a predicar allí?”. Jesús: “Habría subido por la otra vertiente. Como puedes ver, le vuelvo las espaldas. No vamos a ir a la fortaleza, y quien esté en ella ni siquiera nos verá. Voy a unirme con mi Padre. He querido teneros conmigo porque os amo. ¡Venga, ligeros!”. Pedro: “¡Oh, mi Señor! ¿Y no podríamos ir un poco más despacio, y hablar de lo que oímos y vimos ayer, que nos ha tenido despiertos toda la noche para comentarlo?”. Jesús: “A las citas con Dios hay que ir siempre sin demora. ¡Ánimo, Simón Pedro! Que arriba os permitiré que descanséis”. Y reanuda la subida…

Dice Jesús: “Introducid aquí la Transfiguración del 5 de agosto de 1944, pero sin el dictado que la acompañaba. Una vez terminada la transcripción de la Transfiguración del año pasado, el Padre Migliorini copia­rá esto que ahora te muestro”.

* Descansad, amigos. Yo voy allí a orar”.- ■ Estoy con mi Jesús en un alto monte. Con Jesús están Pedro, Santiago y Juan. Suben más alto todavía y la mirada se expande por dilatados horizontes que un hermoso día sereno hace detalladamen­te nítidos hasta en las zonas más lejanas. El monte no forma parte de un sistema montañoso como el de Ju­dea; se yergue aislado, teniendo, respecto al lugar en que nos encon­tramos, el oriente de frente, el norte a la izquierda, el sur a la dere­cha, y, detrás, al oeste, la cima, que se alza aún a unos centenares de pasos. Es muy alto, y la mirada puede ver libremente en un vasto ra­dio. El lago de Genesaret parece un trozo de cielo engastado en el verde de la tierra, una turquesa oval encerrada entre esmeraldas de distin­tas tonalidades; un espejo que tiembla, que se riza con el viento leve y por el que se deslizan, con agilidad de gaviotas, las barcas con sus velas desplegadas, ligeramente inclinadas hacia la superficie azuli­na, con la misma gracia del vuelo cándido de una gaviota cuando si­gue el curso de la onda en busca de presa. Luego, de la vasta turque­sa sale una vena, de un azul más pálido en los lugares donde el arenal es más ancho, y más oscuro donde las orillas se estrechan y el agua es más profunda y opaca por la sombra que proyectan los árbo­les que crecen vigorosos junto al río, nutridos con su linfa. El Jordán parece una pincelada casi rectilínea en la verde llanura. A uno y otro lado del río, diseminados por la llanura, hay unos pueblecillos. Algunos de ellos son realmente un puñado de casas, otros son más grandes, ya con aire de pequeñas ciudades. Las vías de comunicación no son más que líneas amarillentas entre el verdor. Pero aquí, en la parte del monte, la llanura está mucho más cultivada y es mucho más fértil, muy bonita. Se ve a los distintos cultivos, con sus distintos colores, sonreír al bonito sol que desciende del cielo sereno. Debe ser primavera, quizás marzo, si calculo la latitud de Palestina porque veo el trigo ya crecido, aunque todavía verde, ondear como un mar glauco, y veo a los penachos de los más precoces de entre los árboles frutales con sus frutos en sus extremidades como nubecillas blancas y róseas sobre este pequeño mar vegetal, y luego prados enteramente florecidos, por los altos henos, sobre los cuales las ovejas van comiendo su cotidiano alimento. Al pie del monte, en las colinas que constituyen su base —bajas y breves colinas—, hay dos pequeñas ciudades, una hacia el sur, la otra hacia el norte. La llanura ubérrima se extiende especial y más ampliamente hacia el sur. ■ Jesús, después de una breve pausa al fresco de un puñado de ár­boles (pausa que, sin duda, ha sido concedida por piedad hacia Pe­dro, que en las subidas se cansa visiblemente), reanuda la ascensión. Sube casi hasta la cima, hasta un rellano herboso con un semicírculo de árboles hacia la parte de la ladera. Jesús les dice: “Descansad, amigos. Yo voy allí a orar”. Y señala con la mano una voluminosa roca que sobresale del monte y que se encuentra, por tanto, no hacia la ladera sino hacia dentro, hacia la cima.
* Transfiguración.- ■ Jesús se arrodilla en la tierra cubierta de hierba y apoya las manos y la ca­beza en la roca, en la postura que tomará también en la oración del Getsemaní. El sol no incide en Él, porque la cima le resguarda. Pero el resto de la explanada de hierba está bañada toda de alegre sol, hasta el límite de la sombra que proyectan los árboles a cuya sombra se han sentado los apóstoles. Pedro se quita las sandalias y las sacude para quitar el polvo y las piedrecitas, y se queda así, descalzo, con sus pies cansados entre la hierba fresca, casi echado, apoyada la cabeza, como almohada, en un montón de hierba. Santiago hace lo mismo, pero, para estar cómodo, busca un tronco de árbol; en él apoya su manto, y en el manto la espalda. Juan permanece sentado, observando al Maestro. Pero la calma del lugar, el vientecillo fresco, el silencio y el cansancio le vencen a él también, y se le caen: sobre el pecho, la cabeza; sobre los ojos, los párpados. Ninguno de los tres duerme profundamente; están en ese estado de somnolencia veraniega que atonta. ■ Los despabila una luminosidad tan viva, que anula la del sol y se esparce y penetra hasta debajo del follaje de los matorrales y árboles bajo los cuales se han puesto. Abren, estupefactos, los ojos, y ven a Jesús transfigurado. Es ahora como le veo en las visiones del Paraíso, tal cual. Naturalmente, sin las Llagas y sin la señal de la Cruz. Pero la majestad del Rostro y del Cuerpo es igual; igual por su luminosidad, igual por el vestido que, de un rojo oscuro, se ha transformado en un tejido de diamantes, de perlas, en un tejido inmaterial, cual lo tiene en el Cielo. Su Rostro es un sol esplendidísimo, en el cual centellean sus ojos de zafiro. Parece más alto aún, como si su glorificación hubiera aumentado su estatura. No sabría decir si la luminosidad, que pone incluso fosforescente el rellano, proviene enteramente de Él, o si sobre la suya propia se une toda la luz que hay en el universo y en los cielos. Solo sé que es algo indescriptible. Jesús está ahora de pie; bueno, diría incluso que está levantado del suelo, porque entre Él y la hierba del prado hay como un río de luz, un espacio constituido únicamente por una luz, sobre la cual parece erguirse Él. Pero es tan viva, que puedo decir que el verdor de la hierba desaparece bajo las plantas de Jesús. Es de un color blanco, incandescente. Jesús tiene el Rostro alzado hacia el cie­lo y sonríe como respuesta a la visión que tiene ante Sí. Los apóstoles sienten casi miedo y le llaman, porque ya no les pa­rece que sea su Maestro, de tanto como está transfigurado. “Maes­tro, Maestro” dicen bajo, pero con ansia. Él no oye. Pedro dice temblando: “Está en éxtasis. ¿Qué estará viendo?”. Los tres se han puesto en pie. Querrían acercarse a Jesús, pero no se atreven. ■ La luz aumenta todavía más, debido a dos llamas que bajan del cielo y se colocan a ambos lados de Jesús. Una vez asentadas en el rellano, se abre su velo y aparecen dos majestuosos y luminosos personajes. Uno, más anciano, de mirada penetrante, severa y con barba larga partida en dos. De su frente salen cuernos de luz que me dicen que es Moisés. El otro es más joven, delgado, barbudo y velloso, aproximadamente como el Bautista, al cual yo diría que se asemeja por estatura, delgadez, formación corporal y severidad. Mientras que la luz de Moisés es blanca como la de Jesús, especialmente en los rayos de la frente, la que emana de Elías es solar, de llama viva. Los dos Profetas toman una postura reverente ante su Dios Encarnado, y, aunque Él les hable con familiaridad, ellos no abandonan esa su postura reverente. No comprendo ni siquiera una de las pala­bras que dicen. Los tres apóstoles caen de rodillas temblando, cubriéndose el ros­tro con las manos. Querrían ver, pero tienen miedo. ■ Por fin Pedro habla: “Maestro, Maestro, óyeme”. Jesús vuelve la mirada sonriente hacia su Pedro, el cual recobra vigor y dice: “Es hermoso estar aquí contigo, con Moisés y con Elías. Si quieres hace­mos tres tiendas, para Ti, para Moisés y para Elías, y nosotros os ser­vimos…”. Jesús vuelve a mirarle y sonríe más vivamente. Mira también a Juan y a Santiago: una mirada que los abraza con amor. También Moisés y Elías miran a los tres fijamente. Sus ojos centellean. Deben de ser como rayos que atraviesan los corazones. Los apóstoles no se atreven a decir nada más. Atemorizados, ca­llan. Dan la impresión de personas un poco ebrias, como personas aturdidas. Pero, cuando un velo, que no es niebla, que no es nube, que no es rayo, envuelve y separa a los Tres gloriosos detrás de un resplandor aún más vivo, escondiéndoles a la mirada de los tres, y una Voz potente y armónica vibra y llena de sí el espacio, los tres caen con el rostro contra la hierba. “Éste es mi Hijo amado, en quien encuentro mis complacencias. Escuchadle”. Pedro, al arrojarse rostro en tierra, exclama: “¡Misericordia de mí que soy un pecador! ¡Es la Gloria de Dios que está descendiendo!”. Santiago no dice nada. Juan susurra, con un suspiro, como si estuviera próximo a desmayarse: “¡El Señor habla!”. ■ Ninguno se atreve a levantar la cabeza, ni siquiera cuando el silencio se hace de nuevo absoluto. No ven, por esto, que la luz solar ha vuelto a su estado, que Jesús está solo, de nuevo el Jesús de siempre, con su vestido rojo oscuro. Se dirige a ellos, sonriendo; los mueve y toca y llama por su nombre. Jesús dice: “Alzaos. Soy Yo. No temáis”, porque los tres no se atreven a levantar la cara e invocan misericordia para sus pecados, temiendo que sea el Ángel de Dios queriendo mostrarles al Altísimo. Jesús repite con tono imperioso: “Alzaos. Os lo ordeno”. Alzan el rostro y ven a Jesús sonriente. Pedro exclama: “¡Oh, Maestro, Dios mío! ¿Cómo vamos a vivir a tu lado, ahora que hemos visto tu gloria? ¿Cómo vamos a vivir en medio de los hombres, y nosotros, hombres pecadores, ahora que hemos oído la voz de Dios?”. Jesús: Deberéis vivir conmigo y ver mi gloria hasta el final. Sed dignos de ello, porque el tiempo está próximo. Obedeced al Padre mío y vuestro. Volvemos ahora con los hombres, porque he venido para es­tar con ellos y para llevarlos a Dios. Vamos. Sed santos en recuerdo de esta hora, fuertes, fieles. Participaréis en mi más completa gloria. Pero no habléis ahora de esto que habéis visto a nadie, ni siquiera a vuestros compañeros (2). Cuando el Hijo del hombre resucite de entre los muertos y vuelva a la gloria del Padre, entonces hablaréis. Por­que entonces será necesario creer para tener parte en mi Reino”.
* “Elías ha venido ya y ha preparado los caminos del Señor”.- ■ Pedro pregunta: “¿Pero no tiene que venir Elías para preparar tu Reino? Los rabí­es dicen eso”. Jesús: “Elías ha venido ya y ha preparado los caminos al Señor. Todo sucede como ha sido revelado. Pero los que enseñan la Revelación no la conocen ni la comprenden, y no ven ni reconocen los signos de los tiempos ni a los enviados de Dios. Elías ha vuelto una vez (3). Vendrá la segunda cuando esté cercano el último tiempo, para preparar a los últimos para Dios. Ahora ha venido para preparar a los primeros pa­ra Cristo, y los hombres no le han querido reconocer, le han hecho sufrir y le han matado. Lo mismo harán con el Hijo del hombre, por­que los hombres no quieren reconocer lo que es su bien”. Los tres agachan la cabeza pensativos y tristes, y bajan con Jesús por el mismo camino por el que han subido.

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* “Pero, ¿por qué a nosotros tres todo esto?”. “Precisamente porque desfallecéis al oír hablar de muerte, y Muerte de suplicio, del Hijo del hombre, el Hombre-Dios os ha queri­do fortalecer para aquella hora y para siempre, con un conocimiento anterior de lo que seré después de la Muerte”.- ■ …Y es otra vez Pedro el que, en un alto a mitad del camino, dice: “¡Ah, Señor! Yo también digo como tu Madre ayer: «¿Por qué nos has hecho esto?», y también digo: «¿Por qué nos has dicho esto?». ¡Tus úl­timas palabras han borrado de nuestro corazón la alegría de la glo­riosa visión! ¡Ha sido un día de grandes miedos! Primero, el miedo de la gran luz que nos ha despertado, más fuerte que si el monte ardiera, o que si la luna hubiera bajado a resplandecer al rellano ante nuestros ojos; luego tu aspecto, y el hecho de separarte del suelo como si estuvieras para echar a volar y marcharte. He tenido miedo de que Tú, disgustado por las iniquidades de Israel, volvieras a los Cie­los, quizás por orden del Altísimo. Luego he tenido miedo de ver apa­recer a Moisés, al que los suyos de su tiempo no podían ver ya sin velo, de tanto como resplandecía en su rostro el reflejo de Dios, y toda­vía era hombre, mientras que ahora es espíritu bienaventurado y en­cendido de Dios; y a Elías… ¡Misericordia divina! He pensado que había llegado a mi último momento, y todos los pecados de mi vida, desde cuando robaba de pequeño la fruta de la despensa hasta el último de haberte aconsejado mal hace unos días, me han venido a la mente. ¡Con qué temblor me he arrepentido! Luego me dio la impre­sión de que me amaban esos dos justos… y he tenido la intrepidez de hablar. Pero incluso su amor me producía miedo, porque no merezco el amor de semejantes espíritus. ¡Y después… después!… ¡El miedo de los miedos! ¡La voz de Dios!… ¡Yeohveh ha hablado! ¡A nosotros! Nos ha dicho: «¡Escuchadle!». Tú. Y te ha proclamado «su Hijo amado en el cual Él se complace». ¡Qué miedo! ¡Yeohveh!… ¡A nosotros!… ¡Verdaderamente sólo tu fuerza nos ha mantenido en vida!… Cuan­do nos has tocado y tus dedos ardían como puntas de fuego, he senti­do el último momento de terror. He creído que era la hora de ser juz­gado y que el Ángel me tocaba para tomar mi alma y llevársela al Altísimo… ■ ¡Pero, ¿cómo pudo tu Madre ver… oír… vivir en definiti­va, ese momento del que hablaste ayer, sin morir, Ella que estaba so­la, siendo jovencita aún, sin Ti?!”. Jesús dice dulcemente: “María, la Sin Mancha, no podía tener miedo de Dios. Eva no tu­vo miedo de Dios mientras fue inocente. Y Yo estaba en ese lugar. Yo, el Padre y el Espíritu, Nosotros, que estamos en el Cielo y en la tie­rra y en todas partes, y que teníamos nuestro Tabernáculo en el co­razón de María”. Pedro: “¡Qué cosa! ¡Qué cosa!… Pero después hablaste de muerte… Y to­da alegría se borró… Pero, ¿por qué a nosotros tres todo esto?, ¿por qué a nosotros? ¿No convenía dar a todos esta visión de tu gloria?”. Jesús: “Precisamente porque desfallecéis al oír hablar de muerte, y Muerte de suplicio, del Hijo del hombre, el Hombre-Dios os ha queri­do fortalecer para aquella hora y para siempre, con un conocimiento anterior de lo que seré después de la Muerte: recordad todo esto, para decirlo a su tiempo… ¿Habéis entendido?”. Pedro: “¡Oh, sí, Señor. No es posible olvidar. Y sería inútil decirlo. Dirían que estaríamos ebrios”. (Escrito el 3 de Diciembre de 1945 y el 5 de Agosto de 1944).
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1  Nota  : Cfr. Mt. 17,1-13;   Mc. 9, 2-13; Lc. 9,28-36.   2  Nota  : “Pero no habléis…  ni siquiera a vuestros compañeros”.- María Valtorta, en una copia mecanografiada, anota así: La prudencia, perfecta en Cristo, lo impuso así para evitar fanatismos de veneración y de odio, ambos, prematuros y nocivos.   3  Nota  : “Elías  ha vuelto una vez”.  María Valtorta, en copia mecanografiada, anota así: El Elías “que ha vuelto otra vez”, al que alude Jesús, era Juan el Bautista.
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(<El discurso del Pan del Cielo [Ju. 6,22-71] había sido motivo para que muchos desertaran de la sinagoga, e, incluso para que algunos discípulos abandonaran a Jesús. Al día siguiente del discurso, Jesús se encuentra nuevamente en la sinagoga de Cafarnaúm>)
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5-355-368 (6-45-274).- 2º Anuncio de la Pasión (1).  El nuevo discípulo Nicolás de Antioquía.
* “Señor, ¡repite el gesto de Nehemías!”.- ■ El sinagogo Jairo, que está leyendo en voz alta un rollo, suspende su lectura y dice, inclinándose profundamente: “Maestro, te ruego que hables a los rectos de corazón. Prepáranos para la Pascua con tu santa palabra”. Jesús: “Estás leyendo algo de los Reyes ¿no es verdad?”. Jairo: “Sí, Maestro. Trataba de hacer reflexionar que quien se separa del Dios verdadero cae en la idolatría de becerros de oro”. Jesús: “Has dicho bien. ¿Ninguno de vosotros tiene nada que decir?”. Se oye un murmullo entre la gente. Algunos quieren que hable, otros gritan: “Tenemos prisa. Recítense las oraciones y se acabe la reunión. Vamos a Jerusalén y allá escucharemos a los rabinos”. Los que gritan así son los muchos desertores de ayer, retenidos en Cafarnaúm por el sábado. Jesús los mira con profunda tristeza y dice: “¡Tenéis prisa! ¡Es verdad! También Dios tiene prisa de juzgaros. ¡Idos!”. Luego volviéndose hacia los que les reprenden: “No los reprendáis. Cada árbol da su fruto”. ■ Jairo, a quien se unen los apóstoles, los discípulos fieles y los de Cafarnaúm, grita iracundo: “¡Señor! Haz lo mismo que hizo Nehemías (2). ¡Repréndelos, Tú, Sumo Sacerdote!”. Jesús abre los brazos en forma de cruz, y palidísimo, con un rostro en que está pintado un cruel dolor, grita: “¡Acuérdate, propicio, de Mí, Dios mío! ¡Acuérdate también propiciamente de ellos! ¡Yo los perdono!”.
* Nicolás ve al Mesías prometido en la bondad y en las palabras de Jesús.- ■ Se vacía la sinagoga. Se quedan los fieles a Jesús… Hay un extranjero en un rincón. Es un hombre robusto, no observado por ninguno; él tampoco habla con nadie. Solo mira fijamente a Jesús, tanto que Él vuelve sus ojos hacia el rincón, le ve y pregunta a Jairo que quién es. Jairo: “No lo sé. Sin duda alguno que está de paso”. Jesús le pregunta en voz alta: “¿Quién eres?”. El hombre contesta: “Nicolás, prosélito de Antioquía, y voy a Jerusalén para la Pascua”. Jesús: “¿A quién buscas?”. Nicolás:  “A Ti, Señor. Deseo hablar contigo”. Jesús: “Ven”. Sale con él al huerto que está detrás de la sinagoga. Nicolás le dice: “Hablé en Antioquía con un discípulo tuyo de nombre Félix (3). He deseado muchísimo conocerte. Me dijo que sueles encontrarte en Cafarnaúm, y que tienes a tu Madre en Nazaret. También me dijo que sueles ir a Getsemaní, o a Betania. El Eterno ha querido que te encontrara aquí. Ayer estuve aquí. Estuve ceca de Ti cuando llorabas en medio de tus oraciones cerca de la fuente… Te amo, Señor, porque eres santo y bueno. Creo en Ti. Tus acciones, tus palabras ya me habían conquistado, pero tu misericordia que mostraste hace poco, ha terminado para que me decidiera. ¡Señor, recíbeme en el lugar de quien te abandona! Vengo por Ti con todo lo que tengo: mi vida, mis bienes, todo, en una palabra”. Se arrodilla al decir estas últimas palabras. Jesús le mira fijamente… luego dice: “Ven. De hoy en adelante serás del Maestro. Vamos a donde tus compañeros”. ■ Vuelven a la sinagoga donde hay una intensa conversación de los discípulos y apóstoles con Jairo. Jesús: “He aquí a un nuevo discípulo. El Padre me consuela. Amadle como a un hermano. Vamos a compartir con él el pan y la sal. Luego en la noche partiréis para Jerusalén y nosotros con las barcas iremos a Ippo… No digáis a nadie mi camino, para que no me entretengan”.
* 2º anuncio de la Pasión.- ■ Entre tanto el sábado ha terminado, y los que quieren evitar a Jesús están ya en la playa, para contratar las barcas para Tiberíades. Y discuten con Zebedeo, que no quiere ceder su barca que está ya preparada, y cercana a la de Pedro, para partir en la noche con Jesús y los doce. Pedro, que está de mal humor, dice: “¡Voy a ayudarle!”. Jesús para evitar choques, le retiene y le dice: “Vamos todos, no tú solo”. Y así lo hacen… Y saborean la amargura de ver que los enemigos se van sin dar siquiera un saludo, terminando la discusión al punto con tal de alejarse de Jesús… Se oye una que otra palabra ofensiva contra el Maestro y consejos subversivos a los discípulos fieles… ■ Jesús se dirige a casa, después de que sus contrarios han partido. Dice al nuevo discípulo: “¿Lo estás viendo? Esto es lo que te aguarda si eres de los míos”. Nicolás: “Lo sé. Y por esto me quedo. Un día te vi en medio de la turba que delirante te aclamaba por su rey. Levanté mis hombros y me dije: «¡He ahí a otro iluso! ¡Otra plaga para Israel!», y no te seguí porque parecías un rey. No volví a pensar en Ti. Ahora te sigo porque veo al Mesías prometido en tus palabras, en tu bondad”. Jesús: “En verdad que estás más adelantado en el camino de la justicia que otros muchos. Pero una vez más repito. Quien espera en Mí un rey terreno que se retire; quien crea que se avergonzará de Mí ante el mundo acusador, que se retire; quien se vaya a escandalizarse de verme tratado como malhechor, que se retire. Os lo digo mientras podéis hacerlo sin veros comprometidos ante los ojos del mundo. Imitad a los que huyen en aquella barca, si no os sentís con fuerzas de compartir conmigo mi suerte en el oprobio, para poder compartirla después en mi gloria. Porque esto es lo que va a suceder. El Hijo del Hombre, va a ser acusado y entregado en las manos de los hombres, los cuales le matarán como a un malhechor y pensarán que le habrán vencido. ¡Pero en vano cometerán ese crimen, porque resucitaré después de tres días y triunfaré! ¡Bienaventurados los que sepan estar conmigo hasta el fin!”. (Escrito el 9 de Diciembre de 1945).
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1 Nota : Cfr. Mt. 17,22-23;  Mc. 9,30-32;  Lc. 9,43b-45.   2 Nota : Cfr.  Esdr.  5.   3 Nota : Felix .- Cfr. Personajes de la Obra magna: Juan de Endor.
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6-398-230 (7-87-553).- Jesús se despide de Hebrón.
* La casa del Bautista, lugar de milagros.- ■ He ahí a Hebrón en medio de sus montes ricos en bosques y prados. Los primeros que ven a Jesús se llenan de alborozo y corren a esparcir la noticia por el pueblo. Acude el sinagogo, acuden los que fueron curados el año anterior, acuden los notables de la ciudad. Todos quieren alojar al Señor en su casa, pero Jesús a todos agradece diciendo:  “No me detendré aquí, sino el tiempo necesario para hablaros. Vamos a la casa pobre y santa del Bautista. Quiero despedirme de ella… Es un lugar de milagro. Vosotros lo sabéis”. Varios dicen: “Lo sabemos, Maestro. Los curados están aquí entre nosotros…”. Jesús: “Mucho antes de hace un año fue un lugar de milagro. Lo fue, por primera vez, hace treinta y tres años, cuando la gracia del Salvador hizo que fueran fértiles las entrañas de la que engendró mi Precursor. Lo fue hace treinta y dos años cuando por obra misteriosa le presantifiqué Yo, siendo él y Yo dos frutos que maduraban en el seno materno. Y luego cuando hice que dejara de ser mudo al padre de Juan. Pero, a las secretas operaciones del Encarnado que todavía no había nacido, se añade un gran milagro acaecido hace dos años y que todos vosotros ignoráis. ■ ¿Os acordáis de la mujer que vivía en esa casa?…”. Varios preguntan: “¿Te refieres a Aglae?” (1). Jesús: “Exactamente. Su alma reverdeció; su alma pagana salió del pecado, y se ha hecho fecunda en la justicia con su buena voluntad. Os la propongo como modelo. No os escandalicéis. En verdad os digo que ella puede ser citada como ejemplo digno de imitación, porque pocos en Israel han avanzado tanto en el camino hacia las fuentes de Dios como ella, pagana y pecadora”. El sinagogo explica: “Creíamos que había escapado con otros amantes… Había quien decía que había cambiado de vida, que era buena… Pero contestábamos: «¡Será un capricho!». No faltó quien dijera que había ido a buscarte para pecar…”. Jesús: “Vino a Mí, en efecto: para que la redimiese”. Sinagogo: “Hemos cometido pecado de juicio…”. Jesús: “Por esto os he dicho que no juzguéis”. Sinagogo: “¿Y dónde está ahora?”. Jesús: “Solo Dios lo sabe, pero sin duda alguna está haciendo una dura penitencia. Rogad para que continúe… ■ ¡Te saludo, casa santa de mi Pariente y Precursor! ¡La paz sea contigo! Aunque estés abandonada, siempre sea contigo la paz, tú que fuiste mansión de paz y de fe”. Jesús entra en ella bendiciéndola. Sigue por el jardín sin cultivar, entre hierbas. Camina por donde en otro tiempo hubo emparrados de laureles y de bojes, y ahora son una maraña donde abunda hiedras y convólvulos, que los cubren. Llega al fondo, donde quedan los restos de lo que era el sepulcro y se detiene allí.
*  El salmo de Asaf para la despedida de Hebrón.- ■ La gente  se acerca a Él, en orden y en silencio. Jesús: “¡Hijos de Dios, pueblo de Hebrón, escuchad! Para que no os sintáis turbados, ni os dejéis arrastrar al engaño con respecto a vuestro Salvador, como os engañasteis con respecto a la pecadora, he venido a confirmaros y fortificaros en la fe. He venido a daros la fuerza de mi palabra para que permanezca luminosa entre vosotros en la hora de las tinieblas y para que Satanás no os haga perder el camino que lleva al Cielo. Pronto vendrán horas en que vuestros corazones recodarán las palabras del Salmo de Asaf, el profeta cantor (2) y diréis: «¿Por qué, Señor, nos has rechazado para siempre? ¿Por qué tu furor se enciende contra las ovejas que pastoreas?» y verdaderamente, podréis en ese momento, levantar, cual derecho de protección, la Redención cumplida, y gritar: «¡Este es tu pueblo que lo redimiste!» para invocar protección contra los enemigos que habrán llevado a cabo toda suerte de males en el verdadero Santuario donde Dios está como en el Cielo, en el Mesías del Señor, y, habiendo abatido primero al Santo, tratarán de abatir después los muros de aquél, sus fieles. Verdaderos profanadores y perseguidores de Dios, más que Nabucodonosor (3) y Antíoco (4), más que los que están por venir, levantan ya sus manos para abatirme, llevados de una soberbia sin límites, que no quiere ser convertida, que no quiere tener fe, ni caridad, ni justicia, y que, como levadura en un montón de harina, crece y rebosa ya del Santuario, transformado en ciudadela de los enemigos de Dios. ■ ¡Escuchad, hijos! Cuando os persigan porque me amáis, fortaleced vuestro corazón y pensad que antes que vosotros yo fui el Perseguido. Acordaos que tienen ya en sus gargantas el grito de triunfo, y ya preparan sus banderas para que ondeen al viento anunciando una hora de victoria; y en cada una de esas banderas habrá una mentira contra Mí, que pareceré ser el Vencido, el Malhechor, el Maldito. ■ ¿Meneáis la cabeza? ¿No me creéis? Vuestro amor es un obstáculo para creer. ¡Mucho vale el amor! Es una gran fuerza… y un gran peligro. Sí, peligro. El choque de la realidad en la hora de las tinieblas será de una violencia sobrehumana en aquellos corazones a los que el amor, todavía no perfecto, hace ciegos. No podéis creer que Yo, el Rey, el Poderoso, pueda convertirme en una nada. No lo podréis creer sobre todo entonces, y surgirá la duda: «¿Era en realidad Él? ¿Y si era así, cómo ha podido ser vencido?». ¡Fortaleced el corazón para esa hora! Tened en cuenta que si «en un momento» los enemigos del Santo han despedazado las puertas, han derruido todo, y han incendiado con fuego de odio el Santo de Dios, si han abatido y derruido el Tabernáculo del Nombre Santísimo, diciendo en sus corazones: «Hagamos cesar sobre la faz de la tierra todas las fiestas de Dios» (porque es fiesta tener a Dios entre vosotros), diciendo: «No vuelvan a verse más sus enseñas, no vuelva a haber ningún profeta que nos conozca por lo que somos», pronto, más pronto todavía, Aquel que ha dado fuerza a los mares y ha aplastado en las aguas las cabezas inmundas de los cocodrilos sagrados y de sus adoradores, Aquel que ha hecho brotar fuentes y ríos y secar ríos perennes, Aquel que es dueño del día y de la noche, del verano y de la primavera, de la vida y la muerte, de todo, hará resucitar, como escrito está, a su Mesías, y será Rey. Rey para toda la eternidad. Los que hubieran permanecido firmes en la fe, reinarán con Él en el Cielo. Recordad esto. Y, cuando me veáis elevado en alto e injuriado no vacile vuestra fe; y, cuando seáis elevados e injuriados vosotros, no vaciléis tampoco. ■ ¡Padre! ¡Padre mío! ¡Te ruego, en nombre de estos a quienes amas y a quienes también Yo amo, escucha a tu Verbo, escucha al Propiciador! No abandones en manos de las bestias a las almas de los que te alaban y me aman, no olvides para siempre las almas de tus pequeñuelos. Dirige, oh buen Dios, una mirada a tu pacto porque los lugares oscuros de la tierra son cuevas de iniquidad, de donde sale el terror que espanta a tus pequeñuelos. ¡Padre! ¡Padre mío! Que el humilde que en Ti confía, no se vea confundido. Que el pobre y el necesitado alaben tu nombre, por el auxilio que les darás ¡Manifiéstate, oh Dios! Te ruego por esa hora, por esas horas. ¡Manifiéstate, oh Dios! ¡Por el sacrificio de Juan y la santidad de tus patriarcas y profetas! ¡Por mi sacrificio, Padre, defiende a este rebaño tuyo y mío! ¡Dale luz en las tinieblas, fe y fortaleza contra los seductores! ¡Date a ellos, oh Padre! ¡Danos a Nosotros mismos a ellos, ahora, mañana y siempre, hasta que entren en tu Reino! Nosotros en su corazón hasta el momento en que donde Nosotros estemos estén ellos también por los siglos de los siglos. Y así será”. ■ Como no hay ningún enfermo a quien se deba curar, Jesús pasa en medio de la gente, casi extática, y bendice, a uno por uno, a los que le escuchaban.
* Comparación entre los frutos agrios de aquella tierra y el momento en que será elevado.- ■ Y emprende su camino bajo un sol ya alto, pero soportable bajo los frondosos árboles y el aire de los montes. Detrás, en grupo, los apóstoles hablan. Conversan animadamente. Bartolomé dice: “¡Qué discursos! ¡Hacen a uno temblar!”. Andrés suspira: “Están llenos de tristeza. ¡Le hacen a uno llorar!”. Iscariote exclama: “Es su despedida. Tengo razón yo. Va derecho a su trono”. Pedro advierte: “¿Trono? ¡Uhm! Me parece que sus discursos hablan más bien de persecuciones que de honras”. Iscariote grita: “No, hombre. Ya se acabó el tiempo de las persecuciones. ¡Ah, soy feliz!”. Juan dice: “¡Mejor para ti! Más me gustan los días en que éramos unos desconocidos, hace dos años… o cuando estábamos en «Aguas Claras»… Tengo miedo por los días que se nos vienen encima…”. Iscariote: “Porque tienes un corazón de cervatillo. Pero yo veo ya en el futuro… Cortejos… Cantores… pueblo postrado… Honores que tributarán otros pueblos… ¡Oh, es la hora! Y vendrán los camellos de Madián y las turbas de todas partes… y no serán los tres pobres Magos… sino una multitud… Israel grande como Roma… Más que Roma… Las glorias de los Macabeos, Salomón han quedado atrás… todas las glorias… Él, el Rey de los reyes… y nosotros sus amigos… ¡Oh, Altísimo Dios! ¿Quién me dará fuerza para aquella hora?… ¡Si viviese todavía mi padre!…”. Judas está exaltado. Irradia, evocando el futuro que sueña vivir… ■ Jesús va muy delante. Se detiene ahora el futuro rey, según Judas, y sediento, toma agua de un riachuelo con sus manos y bebe como lo hace el pajarito del bosque o el corderillo que pace. Luego se vuelve y dice: “Aquí hay frutos silvestres. Recojámoslos para calmar el hambre…”. Zelote pregunta: “¿Tienes hambre, Maestro?”. Humildemente Jesús confiesa: “Sí”. Pedro dice: “¡Apuesto a que ayer noche le diste todo a aquel pordiosero!”. Felipe pregunta: “¿Por qué no quisiste detenerte en Hebrón?”. Jesús: “Porque Dios me llama a otra parte. Vosotros no sabéis”. Los apóstoles se encogen de hombros y empiezan a recoger frutillas todavía agrias de árboles silvestres que hay por los montes. Parecen pequeñas manzanas. Y el Rey de los reyes se alimenta de ellas, junto con sus compañeros, que ponen cara de disgusto al comérselas. Jesús absorto, come y sonríe. ■ Pedro exclama: “¡Me das casi rabia!”. Jesús: “¿Por qué?”. Pedro: “Porque podías estar bien y hacer felices a los de Hebrón, y, sin embargo, te estropeas el estómago y los dientes con este veneno más amargo y ácido que la parietaria.” Jesús: “¡Os tengo a vosotros que me amáis! Cuando sea Yo levantado, tendré sed y pensaré con ansias esta hora, en este alimento, en vosotros que ahora estáis conmigo y que entonces…”. Iscariote exclama: “Pero, entonces no tendrás ni sed, ni hambre. Un rey tiene de todo. ¡Y nosotros estaremos muy cerca de Ti!”. Jesús: “Lo dices Tú”. Bartolomé pregunta: “¿Y tú piensas, Maestro, que no será así?”. Jesús: “No, Bartolomé. Cuando te vi bajo la higuera, sus frutos eran tan agrios que si alguien hubiese tratado de comérselos, le hubiera ardido la lengua y le hubieran raspado la garganta… Pero más dulces que un panal de miel son los frutos de la higuera o de estos árboles en comparación a lo que me sabrá el momento cuando sea levantado… Vámonos…”. Y se pone en camino. Va delante de todos, pensativo. Los doce le siguen haciendo comentarios en voz baja… (Escrito el 7 de Marzo de 1946).
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1  Nota  : Cfr.  Personajes de la Obra magna:  Aglae.   2  Nota  :  Salmo de Asaf:  74:  “¿Por qué Señor, nos rechazas por siempre y humea tu cólera sobre el rebaño de tu pastizal?”. Numerosos versículos aparecen como perífrasis, como adaptaciones y constituyen la columna vertebral del discurso.   3  Nota  : Cfr.  Dan.  1-4.   4  Nota  : Cfr. 1  Mac. 6,1-16;  2  Mac. 1,11-17; 9;  Dan. 8,25; 11,21-45.
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6-399-235 (7-88-558).- Jesús se despide Betsur.
* Palabras de Isaías para la despedida de Betsur.- ■ Acaba de hacerse de día cuando los infatigables viajeros llegan a la vista de Betsur. Vienen cansados, con sus vestidos arrugados del lugar, sin duda incómodo, donde durmieron. Con alegría miran la pequeña ciudad que está ya cercana y donde seguramente encontrarán hospitalidad. Los campesinos, que se dirigen a sus labores, son los primeros que ven a Jesús, y creen que vale la pena dejar sus tareas y volver a la ciudad para escuchar al Maestro. Igual piensan los pastores, después de haber preguntado si se detiene o no. Jesús responde: “Al atardecer me iré de Betsur”. Pastores: “¿Vas a hablar, Maestro?”. Jesús: “Ciertamente”. Pastores: “¿Cuándo?”. Jesús: “Ahora mismo”. Pastores: “Nosotros tenemos los rebaños… ¿No podías hablar aquí, en el campo? Las ovejas comerían hierba y nosotros no nos perderíamos tu palabra”. Jesús: “Seguidme. Hablaré en los pastos que dan al norte. Primero voy a ver a Elisa”. Los pastores con sus cayados hacen volver a las ovejas, y detrás de los hombres se ponen ellos y sus ovejas. Atraviesan el pueblo. ■ Pero la noticia ya ha llegado a la casa de Elisa. En la plaza, que está enfrente a su hogar, están ella y Anastásica. Presentan sus respetos al Maestro como discípulas. Jesús las bendice. Elisa dice: “Entra en mi casa, Señor. La libraste del dolor, y ella quiere ser, en cada uno de los que viven en ella y en cada mueble de su ajuar, confortante para Ti”. Jesús, para consolar a Elisa que esperaba una permanencia más larga, le dice: “Lo sé, pero mira cuánta gente me sigue. Hablaré a todos, y después de la hora tercia vendré a tu casa y estaré en ella hasta el atardecer, en que me iré. Y hablaremos entre nosotros…”. Elisa pone cara de desilusión al oír lo que Jesús tiene pensado, pero ella es una buena discípula y no replica más. Pide permiso para dar órdenes a sus sirvientes antes de ir, con los demás, a donde Jesús se dirige. Lo hace con rapidez: bien distinta de la mujer abúlica del año pasado… Jesús se encuentra ya parado en un vasto prado sobre el que el sol juguetea filtrándose entre las leves frondas de los altos árboles, que —si no me equivoco— son fresnos. Acaba de curar a un niño y a un anciano. El niño estaba enfermo de alguna enfermedad que tenía dentro de su cuerpecito; el anciano estaba enfermo de los ojos. No se presentan a Jesús otros enfermos. Bendice a los niños que presentan sus madres y espera pacientemente a que Elisa llegue con Anastásica. Ya están ahí. ■ Jesús da principio a su discurso. “Escucha, pueblo de Betsur. El año pasado os dije qué cosa había que hacer para ganar el Reino de Dios. Hoy os lo confirmo, para que no perdáis lo que ganasteis. Es la última vez que el Maestro os habla de este modo, en una asamblea en que no falta nadie. Después podré encontraros, por azar, separadamente o en grupos pequeños, por los caminos de nuestra patria terrena. Después, pasado más tiempo, os podré ver en mi Reino. Pero, como ahora, no volverá a ser. Llegará un momento en que os digan muchas cosas de Mí y contra Mí, de vosotros y contra vosotros. Os querrán infundir miedo. Con Isaías os digo (1): No tengáis miedo porque Yo os he redimido y os he llamado por vuestro nombre. Solo los que quieran abandonarme, tendrán razón de temer, pero no los que, permaneciendo fieles, son míos. No temáis. Sois míos y Yo soy vuestro. Ni las aguas de los ríos, ni las llamas de las hogueras, ni las piedras, ni las espadas podrán separaros de Mí, si en Mí perseveráis; es más, llamas, aguas, espadas, piedras os reforzarán vuestra unión conmigo, y seréis otros Yo, y recibiréis mi premio. Yo estaré con vosotros en las horas de los tormentos, con vosotros en las pruebas, con vosotros hasta la muerte; y luego nada nos podrá separar. ■ Oh, pueblo mío, pueblo a quien llamé y reuní; al que volveré a llamar y reunir mucho mejor cuando sea Yo elevado, atrayendo hacia Mí todo. Oh, pueblo elegido, pueblo santo, no tengas miedo. Porque estoy, estaré contigo y tú me anunciarás, pueblo mío, por lo cual, vosotros que lo componéis, seréis llamados mis ministros, y a vosotros os daré, os doy desde ahora, la orden de decir al norte, al oriente, al occidente y al sur, que devuelvan a los hijos e hijas del Dios Creador, incluso a los que se encuentren en los confines del mundo, para que todos me conozcan como Rey suyo y me invoquen por mi verdadero Nombre, y consigan aquella gloria para la que fueron creados y sean la gloria de quien los ha hecho y formado. ■ Isaías dice que las tribus y naciones, para creer, invocarán testigos de mi gloria. ¿Y dónde podré encontrar testigos, si el Templo y el Palacio, si las castas que mandan me odian y mienten antes que querer decir que Yo soy Quien soy? ¿Dónde los encontraré? ¡He aquí, oh Dios, mis testigos! Son éstos a quienes instruí en la Ley, éstos a quienes curé en el cuerpo y en el alma, éstos que estaban ciegos y que ahora ven; sordos y que ahora oyen; mudos y que ahora saben pronunciar tu Nombre; éstos que eran los oprimidos y ahora son libres; todos, todos éstos para quienes tu Verbo ha sido Luz, Verdad, Camino, Vida. Vosotros sois mis testigos, los siervos que elegí para que conozcan y crean, y comprendan que ■ Soy Yo, Yo y no otro, el Salvador. Creedlo. Para bien vuestro. Fuera de Mí no hay otro que sea el Salvador. Sabed creer esto contra toda insinuación humana o satánica. Olvidad todo lo que os haya sido dicho por otra boca que no sea la mía, y que no sea conforme a mis palabras. Rechazad todo lo que en el futuro os puedan decir. Decid a quienquiera que os quiera hacer abjurar del Mesías: «Sus obras hablan a nuestro corazón», y perseverad en la fe. Me he esforzado para daros una fe intrépida. Curé a vuestros enfermos; curé vuestros dolores, os instruí como un Maestro bueno, os escuché como un Amigo en quien se tiene confianza, partí el pan con vosotros y compartí la bebida con vosotros. Mas son éstas todavía obras de santo y profeta; haré otras, tales que harán desaparecer toda duda que las tinieblas puedan suscitar, a la manera que el torbellino pone nubes de tormenta en la claridad de un cielo de verano. Defendeos de la tempestad, permaneciendo firmes en la caridad por amor a vuestro Jesús, por Mí que dejé al Padre para venir a salvaros y que entregaré mi vida para daros la salvación. ■ Vosotros, vosotros, a quienes he amado y amo más que a Mí mismo, porque no hay amor más grande que el de inmolarse por el bien de aquellos a quienes se ama, no tratéis de ser inferiores a los que Isaías llama bestias salvajes, dragones y avestruces, esto es, gentiles, idólatras, paganos, inmundos, los cuales —cuando Yo haya testificado la potencia de mi amor y de mi Naturaleza al vencer Yo solo la muerte, cosa que podrá comprobarse, y que nadie, que no sea embustero, podrá negar— dirán: «¡Él era el Hijo de Dios!», y, venciendo los obstáculos, al parecer infranqueables, de siglos y siglos de paganismo inmundo, de tinieblas, de vicio, vendrán a la Luz, a la Fuente, a la Vida. ■ No seáis como muchos de Israel que no me ofrecen holocausto, que no me honran con sus víctimas, sino que, al contrario, me producen dolor con sus iniquidades y me hacen víctima de su duro corazón; y a mi amor que perdona responden con un odio oculto que me pone zancadilla para hacerme caer, y así poder decir: «¿Lo estáis viendo? Ha caído porque Dios le ha fulminado». Habitantes de Betsur, sed fuertes. Amad mi Palabra porque es verdadera, y mi Señal porque es santa. El Señor esté siempre con vosotros y vosotros con los siervos del Señor. Todos unidos. Para que cada uno de vosotros esté donde Yo voy y haya una mansión eterna en el Cielo para todos los que, superada la tribulación y vencido en la batalla, mueran en el Señor y en Él resuciten para siempre”. Varios de Betsur preguntan: “Pero ¿qué has querido decir, Señor? Gritos de triunfo y gritos de dolor ha sido tu discurso”. Otros dicen: “Parece como si estuvieses rodeado de enemigos”. Y otros: “Y como que si también nosotros lo estuviésemos”. Algunos preguntan: “¿Qué hay en tu mañana, Señor?”. Iscariote grita: “¡La gloria!”. Elisa, con lágrimas en los ojos, suspira: “¡La muerte!”. Jesús: “La Redención. El término de mi misión. No tengáis miedo. No lloréis. Amadme. Soy feliz de ser el Redentor. Ven, Elisa. Vamos a tu casa…”. Y es el primero en abrirse paso entre la gente que está turbada por emociones opuestas.
* “¿Por qué, hermano, citas siempre trozos del Libro cuando te despides?”.- ■ Iscariote, con aire de reprensión, protesta: “¿Señor, por qué siempre estos discursos?”. Y añade: “No son propios de un rey”. Jesús no le responde. Se dirige más bien a su primo Santiago que le pregunta con los ojos llenos de lágrimas: “¿Por qué, hermano, citas siempre trozos del Libro cuando te despides?”. Jesús: “Para que quien me acuse no diga ni que deliro ni que blasfemo, y para que quien no quiere darse cuenta de la realidad de las cosas comprenda que desde siempre la Revelación me ha presentado Rey de un Reino que no es humano, que se configura, se construye y se cimienta con la inmolación de la Víctima, de la Única Víctima que puede volver a crear el Reino de los Cielos, que Satanás y los primeros padres destruyeron. La soberbia, el odio, la mentira, la lujuria, la desobediencia, lo hicieron. La humildad, la obediencia, el amor, la pureza, el sacrificio lo reconstruirán… No llores, mujer. A los que amas y esperan, suspiran por la hora de mi inmolación…”. (Escrito el 9 de Marzo de 1946).
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1  Nota  : Cfr. Is. 43,1-25. Todo este trozo del profeta debe tenerse en cuenta para comprender todo este discurso: “No tengáis miedo porque Yo os he redimido y os he llamado por vuestro nombre. Solo los que quieran abandonarme, tendrán razón de temer… Para creer, las naciones y las tribus invocarán los testimonios de mi gloria”.
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(<Han llegado a Jerusalén para la fiesta de Pentecostés. En el Templo, ha tenido lugar ya la primera disputa de Jesús con los doctores. Previamente, a instancias de éstos, uno de los guardias del Templo había conminado a Jesús a dejar el Templo>)
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6-414-331 (7-103-645).- Convite en casa del fariseo-Anciano Elquías. Invectiva contra fariseos y doctores (1).- Conjura para matar a Jesús utilizando a J. Iscariote. 
* Interpretación farisaica del Deuteronomio sobre los ídolos.- Los vestidos de Judas Iscariote.- El Anciano Elquías ha invitado a Jesús a su casa, que está un poco retirada del Templo, pero cerca del barrio que está a los pies del Tofet. Una casa de grandes proporciones, un poco severa. Todo en ella es observancia y una observancia exagerada de la Ley. Pienso que hasta el número de los clavos y su posición es conforme a alguno de los seiscientos trece preceptos. Ni una figura en los vestidos, ni un friso en las paredes, ni una nada… ninguna imitación de la naturaleza, cosas que se ven aun en las casas de José y Nicodemo y de los mismos fariseos de Cafarnaúm. Esta casa… transpira por todas partes el espíritu de su dueño. Fría. Fría. Ningún adorno. La dureza de sus muebles de color oscuro y pesados en forma cuadrada como sarcófagos. Es una casa que repele, que no acoge, sino que se clausura, como casa enemiga, a quien en ella entra. ■ Y Elquías lo hace notar orgullosamente. “¿Ves, Maestro, cómo soy yo de observante? Todo lo indica. Mira: cortinas sin diseños, muebles sin adorno, ninguna jarra tiene grabados, ni las lámparas tienen forma de flores. Hay de todo, pero todo según el mandamiento: «No te harás ninguna escultura, ninguna representación de lo que está arriba, en el Cielo; o acá abajo, en la tierra, o en las aguas, bajo la tierra». Y así como en el edificio, de igual modo en mis vestiduras y en las de mis familiares. Por ejemplo, yo no apruebo en este discípulo tuyo estas labores en su vestido y en su manto. Me dirás: «Muchos las llevan»; y añadirás: «No es más que una greca». De acuerdo. Pero con esos ángulos, con esas curvas, se traen al recuerdo las señales de Egipto. ¡Horror! ¡Cifras demoníacas! ¡Signos de nigromancia! ¡Siglas de Belcebú! No te honra, Judas de Simón, el que las lleves; como tampoco a tu Maestro que te permite”. Judas responde con una sonrisita sarcástica. ■Jesús contesta humildemente: “Más que señales en los vestidos, vigilo que no haya señales de horror en los corazones. Pero pediré a mi discípulo, más bien desde ahora le ruego, que lleve vestidos menos adornados, para no escandalizar a nadie”. Judas reacciona de buen modo: “A decir la verdad, mi Maestro me dijo muchas veces que preferiría más sencillez en mis vestidos. Pero yo… he hecho lo que me gusta, porque me gusta vestirme así”. Elquías muestra todo su escándalo, y sus amigos le apoyan: “Mal, muy mal. Que un galileo enseñe a un judío está muy mal, y sobre todo a ti, que eras del Templo… ¡Oh!”. Judas, cansado de ser bueno, replica: “¡Oh, entonces habría que arrancar muchas pomposidades a vosotros del Sanedrín! Si os quitarais todos esos dibujos con que cubrís las caras de vuestras almas, apareceríais bien feos”. Elquías: “¡Mira cómo hablas!”. Iscariote: “Como uno que os conoce”. Elquías: “¿Maestro, le estás oyendo?”. Jesús: “Oigo y digo que es necesaria la humildad por ambas partes, y, en ambas, verdad. Y recíproca indulgencia. Solo Dios es perfecto”. ■ Uno de los amigos…, escuálida y solitaria voz en el grupo farisaico y doctoral, dice: “¡Bien dicho, Rabí!”. Elquías le rebate: “No. Está mal dicho. El Deuteronomio es claro en sus maldiciones. Dice: «Maldito el hombre que hace escultura o imagen fundida. Esto es una cosa abominable. Es obra de mano de artífice y…»”. Iscariote le replica: “Pero aquí se trata de vestiduras, no de imágenes”. Elquías ordena: “Silencio, tú. Habla tu Maestro”. Jesús: “Elquías, sé justo y piensa bien. Maldito el que hace ídolos, pero no el que hace dibujos copiando lo bello que el Creador puso en lo creado. Recogemos flores para adornar…”. Elquías:  “Yo no recojo flores, ni quiero ver adornadas las habitaciones. ¡Ay de las mujeres de mi casa, si cometen este pecado, aunque sea en las habitaciones propias! Solo debe ser admirado Dios”. Jesús: “Muy bien dicho. Solo a Dios. Pero también se puede admirar a Dios en una flor, al reconocer que Él es el Artífice de ella”. Elquías grita: “¡No, no! ¡Paganismo, paganismo!”. ■ Jesús: “Judit se adornó y se adornó Ester por un motivo santo…”. Elquías: “Mujeres. La mujer ha sido siempre un objeto digno de desprecio. Pero… Maestro, te ruego que entres a la sala del banquete, mientras me retiro un momento, pues debo hablar a mis amigos”. Jesús asiente sin replicar. Pedro dice: “Maestro… ¡Apenas puedo respirar!…”. Algunos preguntan: “¿Por qué? ¿Te sientes mal?”. Pedro: “No. Pero sí, molesto… como uno que hubiera caído en una trampa”. Jesús aconseja: “No te pongas nervioso. Y sed todos muy prudentes”. Permanecen en grupo, de pie, hasta que vuelven los fariseos, seguidos por los criados.
* Maestro, ¿entonces estás seguro de que eres lo que dices? ¿Qué pruebas nos das de que eres el Mesías, el Hijo de Dios?”. ■ Elquías ordena: “A las mesas sin demora. Tenemos una reunión y no podemos re­trasarnos”. Y distribuye los puestos, mientras ya los criados trinchan las carnes. Jesús está al lado de Elquías y junto a Él Pedro. Elquías ofrece los alimentos y la comida empieza en medio de un silencio helador… Pero luego empiezan las primeras palabras, naturalmente dirigidas a Jesús, porque a los otros doce no se los considera; es como si no es­tuvieran. El primero que pregunta es un doctor de la Ley. “Maestro, ¿entonces estás seguro de que eres lo que dices?”. Jesús: “No es que sea Yo el que lo diga; ya los profetas lo habían dicho, antes de mi venida a vosotros”. Doctor: “¡Los profetas!… Tú que niegas que nosotros somos santos, pue­des también recibir como buenas mis palabras, si digo que nuestros profetas pueden ser unos exaltados”. Jesús: “Los profetas son santos”. Doctor: “Y nosotros no, ¿no es verdad? Ten en cuenta que Sofonías pone a los profetas y a los sacerdotes como causa de la condenación de Israel: «Sus profe­tas son unos exaltados, hombres sin fe, y sus sacerdotes profanan las cosas santas y violan la Ley» (2). Tú nos echas en cara esto continua­mente. Pero, si aceptas al profeta en la segunda parte de lo que dice, debes aceptarle también en la primera, y reconocer que no hay base de apoyo en las palabras que vienen de unos exaltados”. Jesús: “Rabí de Israel, respóndeme. Cuando pocos renglones después Sofonías dice: «Canta y alégrate, hija de Sión… El Señor ha retirado el decreto que había contra ti… El Rey de Israel está en medio de ti», ¿tu corazón acepta estas palabras?”. Doctor: “Mi gloria consiste en repetírmelas a mí mismo soñando aquel día”. Jesús: “Pero son palabras de un profeta, por tanto de un exaltado…”. El doctor de la Ley se queda desorientado un momento. ■ Le ayuda un amigo: “Ninguno puede poner en duda que Israel reinará. No sólo uno, sino todos los profetas y los pre-profetas, o sea, los patriarcas, han manifestado esta promesa de Dios”. Jesús: “Y ninguno de los pre-profetas ni de los profetas ha dejado de señalarme como lo que soy”. Doctor: “¡Sí! ¡Bueno! ¡Pero no tenemos pruebas! Puedes ser Tú también un exaltado. ¿Qué pruebas nos das de que eres el Mesías, el Hijo de Dios? Dame un punto de apoyo para que pueda juzgar”. Jesús: “No te digo mi muerte, descrita por David e Isaías, sino que te di­go mi resurrección”. Doctor: “¿Tú? ¿Tú? ¿Resucitar Tú? ¿Y quién te va a hacer resucitar?”. Jesús: “Vosotros no, está claro; ni el Pontífice ni el monarca ni las castas ni el pueblo. Resucitaré por Mí mismo”. Doctor: “¡No blasfemes, Galileo, ni mientas!”. Jesús: “Sólo doy honor a Dios y digo la verdad. Y con Sofonías te digo: «Espérame en mi resurrección». Hasta ese momento podrás tener dudas, podréis tenerlas todos, podréis trabajar en inculcarlas entre el pueblo. Mas después no podréis ya cuando el Eterno Viviente, por Sí mismo, después de haber redimido, resucite para no volver a morir, Juez in­tocable, Rey perfecto que con su cetro y su justicia gobernará y juzgará hasta el final de los siglos y seguirá reinando en los Cielos para siempre”.
* Daniel, pariente de Elquías, reconoce a Jesús como el Mesías precedido por su  Precursor Juan “que nos lo ha señalado. Y Juan —nadie puede negarlo—, estaba penetrado del Espíritu de Dios”.- ■ Elquías dice: “¿Pero no sabes que estás hablando a doctores y Ancianos?”. Jesús: “¿Y qué, pues? Me preguntáis, Yo respondo. Mostráis deseos de saber, Yo os ilumino la verdad. No querrás hacerme venir a mi mente, tú que por un motivo ornamental en un vestido has recordado, la maldición del Deuteronomio, la otra maldición del mismo: «Maldito el que hiere a traición a su prójimo»” (3). Elquías: “No te hiero, te doy comida”. Jesús: “No. Pero tus preguntas llenas de falacia son golpes que me das por la espal­da. Ten cuidado, Elquías, porque las maldiciones de Dios se siguen, y la que he citado va seguida por esta otra: «Maldito quien acepta re­galos para condenar a muerte a un inocente»”. Elquías: “En este caso el que aceptas regalos eres Tú, que eres mi invita­do”. Jesús: “Yo no condeno ni siquiera a los culpables si están arrepentidos”. Elquías: “No eres justo, entonces”. ■ El mismo que ya había manifes­tado su aprobación en el atrio de la casa a las palabras de Jesús, dice: “No, es justo, porque Él considera que el arrepentimiento merece perdón, y por eso no condena”. Elquías:  “¡Cállate, Daniel! ¿Pretendes saber de estas cosas más que noso­tros? ¿O es que estás seducido por uno sobre el cual mucho hay que decidir todavía y que no hace nada por ayudarnos a que decidamos a su fa­vor?”. Daniel: “Sé que vosotros sois los que sabéis, y yo un simple judío, que ni siquiera sé por qué a menudo queréis que esté con vosotros…”. Elquías: “¡Pues porque eres de la familia! ¡Es fácil de entender! ¡Quiero que los que entran en mi parentela sean santos y sabios! No puedo consentir ignorancias en la Escritura, ni en la Ley, ni en los Hala­siots, Midrasiots y en la Haggadá (4). Y no puedo soportarlo. Hay que conocer todo. Hay que observar todo…”. Daniel: “Y te agradezco tanta preocupación. Pero yo, simple labriego de tierras, que indignamente he pasado a ser pariente tuyo, me he pre­ocupado solamente de conocer la Escritura y los Profetas para con­suelo de mi vida. Y, con la sencillez de un iletrado, te confieso que reconozco en el Rabí el Mesías, precedido por su Precursor, que nos lo ha señalado… Y Juan —no puedes negarlo— estaba penetrado del Espíritu de Dios”. Un momento de silencio. No quieren negar que Juan el Bautista hubiera dicho la verdad; pero tampoco quieren afirmarlo. ■ Entonces otro dice: “Bien… digamos que el Precursor es precur­sor del ángel que Dios envía para preparar el camino del Cristo. Y… admitamos que en el Galileo hay santidad suficiente para juzgar que Él es ese ángel. Después de Él vendrá el tiempo del Mesías. ¿No os parece a todos conciliador este pensamiento? ¿Lo aceptas, Elquías? ¿Y vosotros, amigos? ¿Y Tú, Nazareno?”.  “No”, “No”, “No”. Los tres noes son seguros. Les pregunta: “¿Cómo? ¿Por qué no lo aprobáis?”. Elquías calla. Callan sus amigos. Solamente Jesús, sincero, responde: “Porque no puedo aprobar un error. Yo soy más que un ángel. El ángel fue el Bautista, Precursor del Cristo, y el Cristo soy Yo”.  Un silencio glacial, largo. Elquías, apoyado el codo sobre el triclinio y la cara en la mano, piensa, adusto, cerrado como toda su casa.
* Invectivas contra fariseos (falsos puros de la Ley) y contra los doctores (falsos sabios que confunden y mezclan a sabiendas los verdadero y lo falso), al ser acusado de no haber cumplido el precepto de lavarse las manos antes de comer.- ■ Jesús se vuelve y mira a Elquías. Luego dice: “¡Elquías, Elquías, no confundas la Ley y los Profetas con las minucias!”. Elquías: “Veo que has leído mi pensamiento. Pero no puedes negar que has pecado incumpliendo el precepto”. Jesús: “Como tú has incumplido el deber hacia el invitado; además con astucia, por tanto con más culpa. Lo has hecho con voluntad de hacerlo. Me has distraído y luego me has mandado aquí, mientras tú con tus amigos te purificabas, y cuando has entrado nos has pedido que no nos demorásemos, porque tenías una reunión. Todo para poder decirme: «Has pecado»”. Elquías: “Podías haberme recordado mi deber de darte con qué purificarte”. Jesús: “Te podría recordar muchas cosas, pero no serviría para nada más que para hacerte más intransigente y enemigo”. Elquías: “No. Dilas. Dilas. Queremos escucharte y…”. Jesús: “Y acusarme ante los Príncipes de los Sacerdotes. ■ Por este moti­vo te he recordado la última y la penúltima maldición. Lo sé. Os conozco. Estoy aquí, inerme, entre vosotros. Estoy aquí, aislado del pueblo que me ama, ante el cual no os atrevéis a agredirme. Pero no tengo miedo. Y no acepto arreglos ni me comporto cobardemente. Y os manifiesto vuestro pecado, de toda vuestra casta y vuestro, oh fa­riseos, falsos puros de la Ley, oh doctores, falsos sabios, que confun­dís y mezcláis a sabiendas lo verdadero y lo falso; que a los demás y de los demás exigís la perfección incluso en las cosas exteriores y a vosotros no os exigís nada. Me echáis en cara vosotros, uni­dos al que nos ha invitado aquí a Mí y a vosotros, el que no me haya lavado antes de la comida. Sabéis que vengo del Templo, donde no se entra sino tras haberse purificado de las suciedades del polvo y del camino. ¿Es que queréis confesar que el Sagrado Lugar es contami­nación?”. Elquías: “Nosotros nos hemos purificado antes de la comida”. Jesús: “Y a nosotros se nos dijo: «Id allí, esperad». Y después: «A las mesas sin demora». Luego entonces, entre tus paredes desnu­das de motivos ornamentales había un motivo intencional: engañar­me. ¿Qué mano ha escrito en las paredes el motivo para poderme acusar? ¿Tu espíritu u otro poder al que escuchas y que dicta a tu espíritu sus reglas?  Pues bien, oíd todos”. ■ Jesús se pone en pie. Tiene las manos apoyadas en el borde de la mesa. Empieza su invectiva:  ● “Vosotros, fariseos, laváis la copa y el plato por fuera,  y os laváis las manos y os laváis los pies, casi como si plato y copa, manos y pies, tuviesen que entrar en ese espíritu vuestro y os enorgullecéis de ello proclamándolo puro y perfecto. Pero no sois vosotros, sino Dios, quien tiene que proclamar­lo. Pues bien, sabed lo que Dios piensa de vuestro espíritu. Piensa que está lleno de mentira, suciedad y codicia; lleno de iniquidad es­tá, y nada que venga desde fuera puede corromper lo que ya está corrompido”. ■ Quita la mano derecha de la mesa y empieza involuntariamente a ha­cer gestos con ella mientras prosigue: “¿Y no puede, acaso, quien ha hecho vuestro espíritu, como ha hecho vuestro cuerpo, exigir, al menos en igual medida, para lo in­terno el respeto que tenéis para lo externo? Necios que cambiáis los dos valores e invertís su poder ¿no querrá el Altísimo un cuidado aún mayor para el espíritu —hecho a semejanza suya y que por la corrupción pierde la Vida eterna—, que no para la mano o el pie, cuya suciedad puede ser eliminada con facilidad, y que, aunque permanecieran sucios, no influirían en la limpieza interior? ¿Puede Dios preocuparse de la limpieza de una copa o de una jarra, cuando no son sino cosas sin alma y que no pueden influir en vuestra alma? ■ Leo tu pensamiento, Simón Boetos. No. No es consistente. Vosotros no tenéis estos cuidados, ni practicáis estas purificaciones, por una preocupación por la salud, ni por una tutela de vuestro cuerpo o de la vida. El pecado carnal, más claramente, los pecados carnales de gula, de intemperancia, de lujuria, son ciertamente más dañinos para el cuerpo que no un poco de polvo en las manos o en el plato. Y, a pesar de ello, los practicáis sin preocuparos de proteger vuestra existencia y la incolumidad de vuestros familiares. Y cometéis mayores pecados, porque, además de manchar vuestro espíritu y vuestro cuerpo, además del derroche de bienes, de la falta de respeto a los familiares, ofendéis al Señor por la profanación de vuestro cuerpo, templo de vuestro espíritu, en que debería estar el trono para el Espíritu Santo; y cometéis otro pecado más  por el juicio que hacéis de que os debéis defender por vosotros mismos de las enfermedades que vienen de un poco de polvo, como si Dios no pudiera intervenir para protegeros de las enfermedades físicas si recurrís a Él con espíritu puro. ¿Es que Aquel que ha creado lo interno no ha creado acaso tam­bién lo externo y viceversa? ¿Y no es lo interno lo más noble y lo más marcado por la divina semejanza? Haced entonces obras que sean dignas de Dios, y no mezquindades que no se elevan por encima del polvo para el cual y del cual están hechas, del pobre polvo que es el hombre considerado como criatura animal, barro compuesto en una forma y que a ser polvo vuelve, polvo dispersado por el viento de los siglos. ■ Haced obras que permanezcan, obras regias y santas, obras sobre las que está la bendición divina cual corona. Haced caridad, haced limosna, sed honestos, sed puros en las obras y en las intenciones, y sin recurrir al agua de las abluciones todo será puro en vosotros.  ● ¿Pero qué os creéis? ¿Que estáis en lo justo  porque pagáis los diezmos de las especias? No. ¡Ay de vosotros, fariseos que pagáis los diezmos de la menta y de la ruda, de la mostaza y del comino, del hinojo y de todas los demás vegetales, y luego descuidáis la justicia y amor a Dios! Pagar los diezmos es un deber y hay que cumplirlo. Pero hay otros deberes más altos, que también hay que cumplir. ¡Ay de quien cumple las cosas exteriores y descuida las interiores que se basan en el amor a Dios y al prójimo! ● ¡Ay de vosotros, fariseos, que buscáis los primeros puestos en las sinagogas y en las asambleas y deseáis que os hagan reverencias en las plazas, y no pensáis en hacer obras que os den un puesto en el Cielo y os merezcan la reverencia de los ángeles. Sois semejantes a sepulcros escondidos, inadvertidos para el que pasa junto a ellos sin repulsa (sentiría repulsa si pudiera ver lo que encierran); pero Dios ve las más recónditas cosas y no se equivoca cuando os juzga”. ■ Le interrumpe, poniéndose también de pie, en oposición, un doctor de la Ley: “Maestro, al hablar así nos ofendes. Y no te conviene, porque nosotros debemos juzgarte”. Jesús: “No. No vosotros. Vosotros no podéis juzgarme. Vosotros sois los juzgados, no los jueces. Quien juzga es Dios. Podéis hablar, mover vuestros labios, pero ni siquiera la voz más potente es capaz de llegar al Cielo, ni de recorrer la tierra. Después de un poco de espacio, se pierde en el silencio… Después de un poco de tiempo, se pierde en el olvido. Pero el juicio de Dios es voz que permanece y no sujeto a olvidos. Siglos y siglos han pasado desde que Dios juzgó a Lucifer y juzgó a Adán. Y la voz de ese juicio no se apaga, las consecuencias de ese juicio permanecen. Y si ahora he venido para traer de nuevo la Gracia a los hombres, mediante el Sacrificio perfecto, el juicio sobre la acción de Adán permanece igual, y será llamado siempre «pecado original». Los hombres serán redimidos, lavados con una purificación que supera todas las demás, pero nacerán con esa marca, porque Dios ha juzgado que esa marca debe estar en todos los nacidos de mujer, menos en Aquel que, no por obra de hombre, sino por obra del Espíritu Santo, fue hecho, y en la Preservada y en el Presantificado, vírgenes para siempre: la Primera para poder ser la Virgen Deípara; el segundo para poder ser el precursor del Inocente, naciendo ya limpio por un disfrute anticipado de los méritos infinitos del Salvador Redentor  ■ Y Yo os digo que Dios os juzga. ● Y os juzga diciendo: «¡Ay de voso­tros, doctores de la Ley, porque cargáis a la gente con pesos insopor­tables, transformando en castigo el paterno decálogo del Altísimo para su pueblo». Lo había dado con amor y por amor, para que una justa guía sostuviera al hombre, al hombre, a ese eterno e impruden­te e ignorante niño. Y vosotros, habéis cambiado los amorosos lazos con que Dios había abrazado a sus criaturas para que pudieran an­dar por el camino suyo y llegar a su corazón; la habéis cambiado por montañas de puntiagudas piedras, pesadas, angustiosas: un laberin­to de prescripciones, una pesadilla de escrúpulos, a causa de lo cual el hombre se abate, se pierde, se detiene, teme a Dios como a un ene­migo. Obstaculizáis la marcha de los corazones hacia Dios. Separáis al Padre de los hijos. Negáis con vuestras imposiciones esta dulce, bendita, verdadera Paternidad. Pero vosotros no tocáis ni siquiera con un dedo esos pesos que cargáis a los demás. ■ Os creéis justificados sólo por haberlos dado. Necios, ¿no sabéis que seréis juzgados precisamente por lo que habéis considerado necesario para salvarse? ¿No sabéis que Dios os va a decir: «Juzgabais como sagrada, justa, vuestra palabra. Pues bien, también Yo la juzgo así. Y os juzgo con vuestra palabra, porque se la habéis impuesto a todos y habéis juzgado a los hermanos conforme a cómo la acogieron y practicaron. Quedad condenados porque no habéis hecho lo que habéis dicho que había que hacer»? ● ¡Ay de vosotros, que erigís sepulcros a los profetas asesinados por vuestros padres! ¿Es que creéis disminuir con ello la dimensión de la culpa de vuestros padres?, ¿que la anularéis ante los ojos de las futuras generaciones? No. Al contrario. Dais testimonio de estas obras de vuestros padres. No sólo eso, sino que las aprobáis, dispuestos a imitarlos, elevando luego un sepulcro al profeta perseguido para deciros a vosotros mismos: «Le hemos honrado». ¡Hipócritas! Por esto la Sabiduría de Dios dijo: «Les enviaré profetas y apóstoles. A unos los matarán, a otro los perseguirán, para que se pueda pedir a esta generación la sangre de todos los profetas que ha sido derramada desde la creación del mundo en adelante, desde la sangre de Abel hasta la de Zacarías asesinado entre el altar y el Santuario» (5). Sí, en verdad, en verdad o digo que de toda esta sangre de santos se pedirá cuentas a esta generación que no sabe distinguir a Dios en donde está, y persigue al justo y le aflige porque el justo es el reproche vivo a su injusticia. ● ¡Ay de vosotros, doctores de la Ley, que habéis arrebatado la llave de la ciencia y habéis cerrado su templo para no entrar, y así no ser juzgados por ella, y tampoco habéis permitido que otros entraran. Porque sabéis que, si el pueblo fuera instruido por la verdadera Ciencia, o sea, la Sabiduría santa, podría juzgaros. De forma que preferís que sea ignorante para que no os juzgue. Y me odiáis porque soy la Palabra de la Sabiduría, y quisierais encerrarme antes de tiempo en una cárcel, en un sepulcro para que ya no hablase más. Pero seguiré hablando hasta que plazca a mi Padre que lo haga. Y después hablarán mis obras, más aún que mis palabras; y hablarán mis méritos, más aún que mis obras; y el mundo será instruido y sabrá y juzgará. ■ Éste es el primer juicio contra vosotros. Luego vendrá el segundo, el juicio particular para cada uno de vosotros después de su muerte. Y finalmente, el Juicio Universal. Y recordaréis este día y estos días, y vosotros, sólo vosotros, conoceréis a ese Dios terrible que os habéis esforzado en presentar,  como una visión de pesadilla, ante los espíritus de los sencillos, mientras que vosotros, dentro de vuestro sepulcro, os burlasteis de Él, y no habéis obedecido ni respetado los Mandamientos, desde el primero y principal (el del amor) hasta el último que fue dado en el Sinaí. Es inútil, Elquías, que no tengas figuras en tu casa. Es inútil, todos vosotros, que no tengáis objetos esculpidos en vuestras casas. Dentro de vuestro corazón tenéis el ídolo, muchos ídolos: el de creeros dioses, así como los ídolos de vuestras concupiscencias. Venid, vosotros. Vamos”. Y, haciéndose preceder por los doce, sale el último.
* Conjura contra Jesús para matarle utilizando a J. Iscariote: “Hay que trabajar a Judas de Simón… Promesas, promesas de mucho dinero… ¿Y luego? ¡Pues nada! La muerte. Si matamos al Nazareno que… es un justo… podremos matar también al Iscariote que es un pecador…”.- ■ Late un silencio profundo…  Luego, los que se han quedado en la casa, rompen en un clamor diciendo todos juntos: “¡Hay que perseguirle, cogerle en falso, encontrar motivos con que se le acuse! ¡Hay que matarle!”. Otro silencio. Y luego, mientras dos de ellos se marchan con la náusea del odio o de los propósitos farisaicos —son el pariente de Elquías y el otro que dos veces ha defendido al Maestro—, los que se quedan se pre­guntan: “¿Y cómo?”. Otro silencio. Luego, con una risita de viejo chocho, Elquías dice: “Hay que trabajar a Judas de Simón…”. “¡Sí, claro! ¡Buena idea! ¡Pero le has ofendido!…”.  “De eso me encargo yo —dice aquel al que Jesús llamó Simón Boetos— Yo y Eleazar de Anás… Le engatusaremos…”. “Unas pocas promesas…”. “Un poco de miedo…”.  “Mucho dinero…”. “No. Mucho no… Promesas, promesas de mucho dinero…”.  “¿Y luego?”.  “¿Cómo «y luego»?”. “Sí. Luego. Terminada la cosa. ¿Qué le vamos a dar?”. Lenta y cruelmente dice Elquías: “¡Pues nada! La muerte. Así… no hablará más”. “¡Oh, la muerte!…”. “¿Te horroriza? ¡Venga hombre! Si matamos al Nazareno, que… es un justo… podremos matar también al Iscariote, que es un pecador…”. Hay vacilaciones… Pero Elquías, poniéndose de pie, dice: “Se lo diremos también a Anás… Y veréis cómo… juzgará buena la idea. Y vendréis también vosotros… ¡Claro que vendréis!…”. Salen todos detrás del amo de la casa, que se marcha diciendo: “Vendréis… ¡Claro que vendréis!”. (Escrito el 10 de Abril de 1946).
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1  Nota  : Cfr.  Lc.  11,37-54.   2  Nota  : Cfr.  Sof.  3.    3  Nota  : Cfr.  Deut.  27,24.   4  Nota  : Cfr.  Esto es,  los comentarios rabínicos sobre la Biblia. Una clase de estos se encuentra en Sab. 16-19.   5  Nota  : Cfr. 2  Crónicas o  Paralipómenos  24,17-22.
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7-444-66 (8-136-68).- Inmensidad de valor de los méritos de Dios-Hombre.- Salvación de los justos que no conocieron al Salvador.
* Yo, en mi condición de Hombre-Dios, adquiero esos méritos que en mi condición de Dios no podía conseguir. Y, con estos méritos, que son infinitos por la forma con que los adquiero, por la Naturaleza divina unida a la humana, Yo tendré un poder infinito”.- ■ Bartolomé pregunta: “Señor, perdona que te interrumpa. Lo que estás diciendo, es muy difícil de entender, al menos para mí… Siempre dices que eres el Salvador y que redimirás a los que creen en Ti. Entonces los que no creen, bien porque no te conocieron, pues vivieron antes que Tú, o bien porque  —¡es tan extenso el mundo!— no tuvieron ninguna noticia de Ti ¿cómo pueden ser salvados?”. Jesús: “Te lo dije: por su vida de justos, por sus buenas obras, por esa fe suya que creen ser verdadera”. Bartolomé: “Pero no han recurrido al Salvador…”. Jesús: “Mas el Salvador sufrirá también por ellos, sí por ellos. ¿No piensas, Bartolomé, en la inmensidad de valor que tendrán mis méritos de Dios-Hombre?”. Bartolomé: “Señor mío, en todo caso inferiores a los de Dios, a los que, por consiguiente, posees desde siempre”. Jesús: “Respuesta correcta  y no correcta. Los méritos de Dios son infinitos, lo acabas de decir. En Dios todo es infinito, pero Dios no tiene méritos en el sentido de que no ha merecido. Tiene atributos, virtudes propias suyas. Él es El que es: la Perfección, el Infinito, el Omnipotente. ■ Pero para merecer hay que llevar a cabo, con esfuerzo, algo que sea superior a nuestra naturaleza. Por ejemplo, el comer no es un mérito. Pero puede ser un mérito el saber comer parcamente, haciendo verdaderos sacrificios para dar a los pobres lo que ahorramos. No es mérito el estar callados, pero lo es cuando lo estamos sin responder a la ofensa recibida. Y así sucesivamente. Ahora bien, como tú puedes comprender, Dios, que es perfecto, infinito, no tiene necesidad de someterse a este esfuerzo. Pero el Hombre-Dios puede someterse a esfuerzo, humillando su infinita Naturaleza divina a la limitación humana, venciendo a la naturaleza humana, que no está ausente de Él ni en Él es metafórica, sino que es real, con todos sus sentidos y sentimientos, con sus posibilidades de sufrimientos y muerte, con su libre voluntad.  A nadie le gusta la muerte, sobre todo si es dolorosa, prematura e inmerecida. A nadie le gusta. Y, sin embargo, todo hombre debe morir. Por lo tanto, el hombre debería mirar a la muerte con la misma calma con que ve que termina todo lo que tiene vida. Pues bien, Yo fuerzo a mi Humanidad a amar la muerte. No sólo eso. Yo elegí la vida para poder tener la muerte. Por causa del Linaje humano. ■ Por eso, Yo, en mi condición de Hombre-Dios adquiero esos méritos que en mi condición de Dios no podía conseguir. Y, con estos méritos, que son infinitos por la forma con que los adquiero, por la Naturaleza divina unida a la humana, por las virtudes de caridad y obediencia, con las cuales me he puesto en condición de merecerlos, por la fortaleza, la justicia, la templanza, la prudencia, por todas las virtudes que he puesto en mi corazón para hacerlo acepto a Dios, mi Padre, Yo tendré un poder infinito no sólo como Dios, sino como Hombre que se inmola por todos, o sea, que alcanza el límite máximo de la Caridad”.
* “Es el sacrificio el que da el mérito. Os lo digo: el más pobre de los hombres puede ser el más rico y puede hacer el bien a un número incontable de hermanos, si sabe amar hasta el sacrificio… porque si supierais amar, sabríais obrar como Dios, y enseñar, perdonar, servir, y, como el Dios-Hombre, redimir”.- ■ Jesús: “Es el sacrificio lo que da el mérito. Cuanto mayor es el sacrificio, mayor es el mérito (1). Si es completo el sacrificio, completo es el mérito; si perfecto el sacrificio, perfecto el mérito,  y utilizable según la santa voluntad de la víctima, a la que el Padre dice: «Sea como quieres», porque la víctima le ha amado sin medida y ha amado al prójimo también sin medida. Os lo digo: el más pobre de los hombres puede ser el más rico y puede hacer el bien a un número incontable de hermanos, si sabe amar hasta el sacrificio. Os digo que: aunque no tuvierais ni una migaja de pan ni un vaso de agua ni un vestido roto, podríais hacer un bien siempre. ¿De qué modo? Orando y sufriendo por los hermanos. ¿A quién se hace el bien? A todos. ¿De qué forma? De mil maneras, todas santas, porque si supierais amar, sabríais obrar como Dios, y enseñar, perdonar, servir, y, como el Dios-Hombre, redimir”. ■ Juan suspira: “¡Oh, Señor, danos esta caridad!”. Jesús: “Dios os la da porque se da a vosotros. Pero debéis aceptarla y practicarla cada vez más perfectamente. Ningún momento de la vida debe ser separado de la caridad. Desde los hechos terrenales hasta los espirituales. Todo se haga por la Caridad y con caridad. Santificad vuestros actos, vuestro día; poned la sal en vuestras oraciones, la luz en vuestros actos. La luz, el sabor, la santificación, es la caridad. Sin ella, nulos son los ritos y vanas las plegarias, falsas las ofrendas. En verdad os digo que la sonrisa con que un pobre os saluda como a hermanos tiene más valor que la bolsa llena de dinero que uno puede arrojaros a los pies solo para que lo vean todos. Sabed amar y Dios estará siempre con vosotros”. Juan: “Enséñanos así a amar, Señor”. Jesús: “Hace dos años que os lo estoy enseñando. Haced lo que Yo haga, y estaréis en la Caridad y la Caridad estará en vosotros, y sobre vosotros estará el sello, el crisma, la corona que harán que seáis reconocidos como servidores de Dios-Caridad”. (Escrito el 30 de Mayo de 1946).
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1  Nota  : “Esfuerzo-Mérito”.-  Sin duda alguna es necesaria  una acción sobrenatural para ser dignos de conseguir, esto es, de merecer un premio sobrenatural. Es claro, pues, que la naturaleza humana, debilitada ya con el pecado que la empuja al mal, no obstante la ayuda de la gracia de Dios, debe realizar, caiga en la cuenta de ello o no, un esfuerzo para ejecutar una acción merecedora de un gran premio como el Paraíso. Por esto Jesús dijo que la puerta es angosta y que el camino que conduce al Cielo es estrecho, y exhortó a todos a esforzarnos para entrar en el camino y recorrerlo, y dijo que el Reino de Dios debe conquistarse como por asalto, con fuerza. Cfr. Mt. 7,13-14; 11,12; Lc. 13,22-24; 16,16. Y una sugerencia general según la cual el acto humano, para conseguir el Paraíso, debe esforzarse se encuentra en 1 Cor. 10,31-11,1; Col. 3,17.
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7-463-208 (8-155-204).- En Tariquea. Discurso sobre la naturaleza del Reino mesiánico.
* El pueblo de Israel se ha apropiado estas palabras y les ha da­do un significado nacional, personal, egoísta, que no corresponde a la verdad sobre la persona del Mesías”.- ■ Jesús, seguido por una cola de gente que viene con Él desde Emmaús y que ha aumentado con los que ya le esperaban en Tariquea —entre éstos está Juana, que ha venido en su barca—, se dirige preci­samente hacia el puerto cubierto de árboles, y se para en el centro de éste, de forma que tiene el lago a la derecha y la playa a la izquierda. Los que pueden se ponen en el camino arbolado; los que no pueden en­contrar sitio en el camino se ponen abajo, en la playa, aún humedeci­da de la alta marea nocturna —o por alguna otra razón— y en la que hay un poco de sombra que proyectan los árboles del muelle; otros acercan sus barcas y toman asiento a la sombra de sus velas. ■ Jesús hace ademán de querer hablar. Se hace silencio general. “Está escrito: «Te moviste a salvar a tu pueblo, para salvarle con tu Ungido». Está escrito: «Y yo me alegraré en el Señor y me llenaré de regocijo en Dios, que es mi Salvador» (1). El pueblo de Israel se ha apropiado estas palabras y les ha da­do un significado nacional, personal, egoísta, que no corresponde a la verdad sobre la persona del Mesías. Les ha dado un significado limitado, que envilece la grandeza de la idea mesiánica y la pone al nivel de una mani­festación cualquiera de poder humano, y de una victoria sobre sus domi­nadores, victoria que según ellos, debe acarrear el Mesías. Mas la verdad es otra. Es grande, ilimitada. Viene del Dios ver­dadero, del Creador y Señor del Cielo y de la Tierra, del Creador de la Humanidad, de Aquel que —de la misma manera que multiplicó los astros en el firmamento y cubrió de plantas de todas las especies la Tierra y la pobló de animales y puso peces en las aguas y aves en el aire— ha multiplicado los hijos del Hombre que creó Él para que fue­ra rey de la Creación y criatura predilecta suya. Ahora bien, ¿cómo podría el Señor, Padre de todo el género humano, ser injusto con los hijos, de los hijos, de los hijos de los que nacieron del Hombre y de la Mujer, formados por Él con la materia, la tierra, y con el alma, su aliento divino? ¿Cómo tratar a éstos diversamente que a aquéllos, como si no provinieran de una Única raíz, como si otro ser sobrenatu­ral y antagonista, y no Él, hubiera creado otras ramas, de manera que fueran extranjeros, bastardos, dignos de desprecio? El verdadero Dios no es un pobre dios de éste o aquel pueblo, un ídolo, una figura imaginaria. Es la sublime Realidad, es la Realidad uni­versal, es el Ser único, Supremo, Creador de todas las cosas y de to­dos los hombres. Es, por tanto, el Dios de todos los hombres. Y Él los conoce aunque ellos no le conozcan. Él los ama aunque ellos, no cono­ciéndole, no le amen; o aunque le conozcan mal y, por tanto, le amen mal; o aunque, aun conociéndole, no sepan amarle. La paternidad no cesa cuando un hijo es ignorante, torpe o malo. El padre busca el modo de instruir a su hijo, porque instruirle es signo de amor; se afana en hacer menos torpe al hijo retrasado: con lágrimas, con indulgencias, con castigos benignos, con perdones misericordiosos trata de corregir al hijo malo y hacerle bueno. Éste es el padre-hombre. ¿Será, acaso, menos el Padre-Dios que un padre-hombre? Veis, pues, que el Padre-­Dios ama a todos los hombres y quiere su salvación. Él, Rey de un Reino infinito, Rey eterno, mira a su pueblo, compuesto por todos los pueblos que pueblan la Tierra, y dice: “Éste es el pueblo de mis criaturas, el pueblo que debe ser salvado con mi Mesías; éste es el pueblo para el que ha sido creado el Reino de los Cielos. Y ésta es la hora de salvarle con el Salvador”.
* Cuando el Salvador salve, a sus pies habrá un monte cubierto por una multitud de toda raza, para simbolizar que Él reina sobre toda la Tierra. Pero el Rey estará desnudo, sin más riqueza que su Sacrifi­cio, para simbolizar que Él no busca sino las cosas del espíritu… para responder que Él es Rey espiritual, sólo esto, en­viado para enseñar a los espíritus a conquistar el Reino, el único Reino que Yo he venido a fundar”.-Jesús: “¿Quién es el Cristo? ¿Quién, el Salvador? ¿Quién, el Mesías? Mu­chos son los griegos aquí presentes, y muchos, aunque no sean grie­gos, saben lo que quiere decir la palabra Cristo. Cristo es, pues, el consagrado, el ungido con óleo regio para cumplir su misión. ¿Consa­grado para qué? ¿Será para la pequeña gloria de un trono? ¿Será pa­ra la gloria, más grande, de un sacerdocio? No. Consagrado para reunir bajo un único cetro, en un único pueblo, bajo una única doctri­na, a todos los hombres, para que entre sí sean hermanos, e hijos de un único Padre, hijos que conocen al Padre y que siguen su Ley para tomar parte en su Reino. ■ Rey, en nombre del Padre que le ha enviado, el Cristo reina como conviene a su Naturaleza, o sea, divinamente, al ser de Dios. Dios ha puesto todo como escabel de los pies del Cristo suyo, pero, ciertamen­te, no para que oprima, sino para que salve. Efectivamente, su nom­bre es Jesús. Que en lengua hebrea quiere decir Salvador. Cuando el Salvador salve de la insidia y herida más violentas, a sus pies habrá un monte cubierto por una multitud de toda raza, para simbolizar que Él reina sobre toda la Tierra y se yergue por encima de todos los pueblos. Pero el Rey estará desnudo, sin más riqueza que su Sacrifi­cio, para simbolizar que Él no busca sino las cosas del espíritu, y que las cosas del espíritu se conquistan con los valores del espíritu y se redimen con la heroicidad del sacrificio; no con la violencia y el oro. Estará desnudo para responder —tanto a los que le temen como a aquellos que, por un falso amor, contemporáneamente, le exaltan y le rebajan queriendo que sea rey según el mundo, como a aquellos que le odian sin más razón que el temor a ser despojados de lo que ellos más aman—, para responder que Él es Rey espiritual, sólo esto, en­viado para enseñar a los espíritus a conquistar el Reino, el único Reino que Yo he venido a fundar”.
* Leyes para poseer el Reino: “A los israelitas: les confirmo la Ley del Sinaí; a los gentiles les digo: la ley de virtud que toda criatura de moral elevada por sí misma se impone, y que, por la fe en el Dios verdadero, se transforma… Vengo a llamaros, a reuniros a todos. Mi Reino no es de este mundo. Quien cree en Mí y en mi palabra le nace un reino en el corazón… De Mí está escrito que soy Aquél que llevará la justicia a las naciones... Quien tenga fe en Él y buena voluntad, se arrepienta del pasado y tenga propósito recto para el porvenir, sea hebreo o gentil, vendrá a ser hijo de Dios y poseedor del Reino de los Cielos”.- ■ Jesús: “No os doy leyes nuevas. A los israelitas les confirmo la Ley del Si­naí; a los gentiles les digo: la ley para poseer el Reino no es otra sino la ley de virtud que toda criatura de moral elevada por sí misma se impone, y que, por la fe en el Dios verdadero, se transforma, de ley de moral o de virtud humana, en ley de moral sobrehumana. ■ ¡Oh, gentiles! Acostumbráis a proclamar dioses a los hombres grandes de vuestras naciones, y los metéis en las filas de los nume­rosos e irreales dioses con que pobláis el Olimpo que os habéis creado para tener algo en que creer, porque la religión, una religión, es necesaria para el hombre, así como, siendo la fe el estado permanente del hombre y la incredulidad la anormalidad accidental, es necesaria una fe. Y no siempre estos hombres elevados a deidades valen siquiera como hombres, pues unas veces son grandes por la fuerza bruta, otras por una gran astucia, otras por un poder de una u otra forma adquirido. De esta manera llevan consigo, como dotes de supe­rhombres, una serie de miserias que el hombre sabio ve como lo que son: podredumbre de pasiones desencadenadas. Y que estoy afirmando la verdad lo demuestra el hecho de que en vuestro Olimpo imaginario no habéis sabido introducir siquiera uno de esos grandes espíritus que han sabido intuir al Ente supremo y han sido agentes intermedios entre el hombre animal y la Divinidad, instintivamente sentida por ellos con su espíritu de reflexión y con su corazón virtuoso. De la inteligencia del filósofo que razona, del verdadero filósofo, al corazón del verdadero creyente que adora al verdadero Dios, el paso es corto; mientras que del corazón del creyente al corazón del astuto, del hombre avasallador, o del que es héroe materialmente, hay un abism­o. Y, aún siendo así, no habéis puesto en vuestro Olimpo a aquellos que, por una vida virtuosa, mucho se elevaron por encima de la masa humana, hasta acercarse a los reinos del espíritu; no, a éstos los habéis temido como a crueles amos, o los habéis adulado por un ser­vilismo de esclavos, o los habéis admirado como ejemplo viviente de no haber seguido los instintos animalescos que a vuestros apetitos desordenados se presentan como fin y meta en la vida. Habéis en­vidiado a los que han sido colocados entre el grupo de los dioses, y habéis dejado de lado a los que más se acercaron a la divinidad con la práct­ica y la doctrina de una vida virtuosa. ■ Ahora, en verdad, Yo os doy la manera de que seáis dioses. El que haga lo que digo y crea en lo que enseño, ése, subirá al verdadero Olimpo, y será dios (2), dios hijo de Dios en un Cielo donde no hay nin­gún tipo de corrupción y donde el Amor es la única ley. En un Cielo donde unos a otros se aman espiritualmente, sin ofuscación ni ase­chanzas de los sentidos que enemisten a unos contra otros a sus habi­tantes, como sucede en vuestras religiones. ■ No vengo a pedir actos heroicos que todos aclamen. Vengo a deciros: vivid como la criatura do­tada de alma y razón, y no como los animales. Vivid de forma que merez­cáis vivir, realmente vivir, con la parte inmortal vuestra en el Reino de Aquel que os ha creado. ■ Yo soy la Vida. Vengo a enseñaros el Camino para ir a la Vida. Vengo a daros la Vida a todos vosotros, y a dárosla para daros la re­surrección de vuestra muerte, de vuestro sepulcro de pecado e idola­tría. Yo soy la Misericordia. Vengo a llamaros, a reuniros a todos. Yo soy el Cristo Salvador. Mi Reino no es de este mundo; y, no obstante, a quien cree en Mí y en mi palabra le nace un reino en el corazón ya desde los días de este mundo, y es el Reino de Dios, el Reino de Dios en vosotros. De Mí está escrito que soy Aquel que llevará la justicia a las na­ciones. Es verdad. Porque si los miembros de todas las naciones lle­varan a cabo lo que Yo enseño, terminarían los odios, las guerras, los abusos. Está escrito de Mí que no levantaré la voz para maldecir a los pecadores, ni la mano para destruir a aquellos que, por su inde­corosa manera de vivir, parecen cañas débiles y pabilos humean­tes. Es verdad. Yo soy el Salvador y vengo a fortalecer a los lesiona­dos, a dar vigor a los que no lo tienen. Está escrito de Mí que soy Aquel que abre los ojos a los ciegos y saca de la cárcel a los prisioneros y lleva a la luz a los que estaban en las tinieblas de la mazmorra. Es verdad. Los ciegos más ciegos son los que ni siquiera con la vista del alma ven la Luz, o sea, al verdadero Dios. Yo vengo, Luz del mundo, para que vean. Los prisioneros más prisioneros son los que tienen por cadenas sus pa­siones malas. Cualquier otra cadena queda anulada con la muerte del prisionero, pero las cadenas de los vicios duran y encadenan in­cluso más allá de la muerte de la carne. Yo vengo a romperlas. Vengo a sacar de las tinieblas de la mazmorra subterránea de la ignorancia de Dios a todos aquellos a quienes el paganismo sofoca con el cúmulo de sus idolatrías. ■ Venid a la Luz y a la Salvación. Venid a Mí, porque mi Reino es el verdadero y mi Ley es buena: os pide solamente que améis al úni­co Dios y a vuestro prójimo, y, por tanto, que rechacéis a los ídolos y a las pasiones, cosas éstas que os hacen duros de corazón, áridos, sensuales, ladrones, homicidas. El mundo dice: «Oprimamos al po­bre, al débil, al solo. Sea la fuerza nuestro derecho, la dureza nues­tro modo, nuestras armas la intransigencia, el odio, la crueldad. El justo, puesto que no reacciona, sea pisoteado; y oprimidos sean la viuda y el huérfano, que tienen débil voz». Yo digo: sed dulces y mansos; perdonad a los enemigos; socorred a los débiles: sed justos en las ventas y en las compras; aun teniendo el derecho de vuestra parte, sed magnánimos; no os aprovechéis de vuestro poder para oprimir a los caídos. No os venguéis. Dejad a Dios el cuidado de velar por vosotros. Sed mori­gerados en todas las tendencias, porque la templanza es prueba de fuerza moral, mientras que la concupiscencia lo es de debilidad. Sed hombres y no brutos, y no tengáis miedo de haber caído muy abajo y de que no podáis levantaros de nuevo. ■ En verdad os digo que de la misma manera que el agua turbia de un charco puede volver a ser agua pura —evaporándose al sol, purificándose dejándose consumir y elevándose al cielo para después volver a caer en forma de lluvia o de rocío no inficionado y beneficioso—, con tal de que sepa soportar el sol, así los espíritus que se acerquen a la gran Luz que es Dios y le eleven a Él su grito: «He pecado, soy fango, pero aspiro a ti, Luz», se transformarán en espíritus que ascenderán purificados a su Creador. Quitad a la muerte su horror, haciendo de vuestra vida una moneda para adquirir la Vida. Despojaos del pasado, cual de un ves­tido sucio, y revestíos de virtud. Yo soy la Palabra de Dios y, en su Nombre, os digo que quien tenga fe en Él y buena voluntad, quien se arrepienta del pasado y tenga propósito recto para el porvenir, sea hebreo o gentil, vendrá a ser hijo de Dios y posesor del Reino de los Cielos. ■ Os he dicho al principio: «¿Quién es el Mesías?». Ahora os digo: Soy Yo, el que os habla, y mi Reino está en vuestros corazones, si lo acogéis, y luego estará en el Cielo que os abriré, si sabéis perseverar en mi Doctrina. Esto es el Mesías y nada más: Rey de un reino espi­ritual, cuyas puertas abrirá con su sacrificio a todos los hombres de buena voluntad”.
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(<A continuación, va a entrar en escena Cusa, el esposo de Juana, que es el administrador de Herodes en la Corte de éste y de Herodías. Cusa, a pesar de haber escuchado el discurso que Jesús acaba de pronunciar sobre la naturaleza de su Reino, va a invitar a Jesús a su casa, donde amigos y enemigos, éstos con aviesas intenciones, pretenderán proclamarle rey. Este hecho se relata en el próximo episodio 7-464-217>)
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* Una invitación de Cusa.- Conversión de una pecadora pública.- Jesús, acusado de falso Mesías y protector de meretrices, dice: “Dejadlos. ¡Por la salvación de un alma sufriría más! ¡Yo perdono!”.- ■ Jesús ha terminado de hablar y ahora hace ademán de encami­narse hacia una pequeña escalera que va desde el muelle a la ori­lla. Quizás quiere ir a la barca de Pedro, que se balancea junto a un rudi­mentario embarcadero. Pero se vuelve de golpe y escruta a la multi­tud y grita: “¿Quién fue el que me pidió para su alma y para su cuerpo?”. Nadie responde. Él repite la pregunta y va repasando con sus es­pléndidos ojos a la multitud, que se agolpa detrás de Él, no sólo en el camino sino también abajo, en la arena. Todavía silencio. Mateo hace esta observación: “Maestro, quién sabe cuántos, en este momento, habrán elevado su corazón a Ti con la emoción de tus palabras… Jesús le dice: “No. Un alma ha gritado: «Piedad» y la he oído. Y para deciros que es verdad respondo: «Hágase en ti según lo que pides, porque el movimiento de tu corazón es justo». Y, enhiesto, lleno de majestad, extien­de imperiosamente la mano hacia la playa. ■ Trata de encaminarse de nuevo hacia la pequeña escalera, pero se pone enfrente de Él Cusa, que ha bajado —está claro— de alguna barca, y le saluda con reverencia. “Te estoy buscando desde hace muchos días. He dado la vuelta al lago tras de Ti, Maestro. Es urgente que te hable. Acepta mi invitación a mi casa. Tengo a muchos amigos conmigo”.  Jesús le dice: “Ayer estuve en Tiberíades”. Cusa: “Me lo han dicho. Pero no estoy solo. ¿Ves aquellas barcas que se dirigen a la otra orilla? Allí hay muchos que quieren verte. Entre ellos,  también discípulos tuyos. Ven a mi casa, al otro lado del Jordán; te lo ruego”. Jesús: “Es inútil, Cusa. Sé lo que quieres decirme”. Cusa: “Ven, Señor”. Jesús: “Enfermos y pecadores me esperan; déjame…”. Cusa: “También nosotros te esperamos, enfermos de inquietud por tu bien. Y hay también enfermos de la carne, también…”. Jesús: “¿Has oído mis palabras? Y entonces para qué insistes?”. Cusa: “Señor, no nos rechaces, nosotros…”. ■ Una mujer se ha abierto paso entre la multitud. Conozco ya lo su­ficiente los vestidos hebreos como para comprender que no es hebrea,  y los vestidos… honestos como para comprender que ésta es una deshonesta.  Pero para ocultar sus hechizos y sus gracias, quizás demasiado procaces, se ha envuelto toda en un velo, de color azul como su amplio ves­tido, que es de todos modos provocativo por la forma, que le deja destapados los bellísimos brazos. Se arroja al suelo y se arrastra por él hasta que llega a tocar la túnica de Jesús, y la toma entre sus dedos y besa su extremo, y llora, convulsa toda por los sollozos. ■ Jesús, que iba a responder a Cusa diciendo: “Erráis y…”  baja la mirada y dice: “¿Eras tú la que me invocaba?”.  Mujer: “Sí… y no soy digna de la gracia que me has concedido. No habría debido siquiera llamarte ni con mi espíritu. Pero tu palabra… Se­ñor… yo soy pecadora. Si me destapara la cara, muchos te dirían mi nombre.  Soy… una prostituta… y una infanticida… y el vicio me había enfermado… Estaba en Emmaús, te di una joya… me la devolviste… y una mirada tuya… me entró en el corazón… Te he seguido… Has hablado. He dicho dentro de mí tus palabras: «Soy fango, pero aspiro a Ti, Luz».  He dicho: «Cúrame el alma, y luego, si quieres, la carne». Señor, mi carne está curada… ¿Y mi alma?”. Jesús le dice: “Tu alma ha quedado curada por el arrepentimiento. Ve y no vuelvas a pecar nunca. Te son perdonados tus pecados”. La mujer besa de nuevo el extremo de la túnica y se alza. Al hacerlo se le desliza el velo. Gritan muchos: “¡La Galacia! ¡La Galacia!” y lanzan pestes; juntan piedras de la playa y se las arrojan a la mujer, que se aga­cha, quedándose atemorizada. Jesús, severo, alza la mano. Impone silencio. “¿Por qué la insul­táis? No lo hacíais cuando era pecadora. ¿Por qué ahora que se redime?”. Gritan muchos, profiriendo burlas: “Lo hace porque está vieja y enferma”. Verdaderamente, la mujer, aunque ya no sea muy joven, todavía está muy lejos de ser vieja y fea como dicen. Pero la masa es así. Jesús ordena: “Pasa delante de Mí y baja a aquella barca. Te acompañaré a ca­sa por otro camino”, y dice a los suyos: “Ponedla en medio de vosotros y acompañadla”. ■ La ira de la gente, azuzada por algún intransigente israelita, se vuelca enteramente contra Jesús. Y entre gritos de: “¡Anatema! ¡Falso Mesías! ¡Protector de prostitutas! Quien las protege las aprue­ba. ¡Más aún! Las aprueba porque las goza” y frases similares grita­das, mejor: ladradas y rabiosamente ladradas, sobre todo por un grupito de energúmenos hebreos de no sé qué casta… entre esos gri­tos, unos puñados bien lanzados de arena húmeda alcanzan el rostro de Jesús y lo ensucian. Él levanta el brazo y se limpia el carrillo sin protestar. No sólo es­o, sino que detiene con un  gesto a Cusa y a algún otro que querría reaccionar en defensa de Él, y dice: “Dejadlos. ¡Por la salvación de un alma sufriría mucho más! ¡Yo perdono!”.
* Simón Pedro, ante las conjuras y odios que se ciernen sobre su Maestro, se opone tenazmente a dejarle solo en compañía de Cusa y sus amigos.- ■ Cusa insiste de nuevo mientras van hacia el embarcadero, mien­tras en el muelle se enciende una gresca entre romanos y griegos por una parte e israelitas por la otra. “¡Ven! Unas horas sólo. Es necesario. Luego te acompañaré yo mismo. ¿Eres benigno con las meretrices y quieres ser intransigente con nosotros?”. Jesús: “Bien. Voy. Efectivamente, es necesario…”. Y dice a los apóstoles que ya están en las barcas: “Id adelante. Os alcanzaré…”. “¿Vas solo?” pregunta Pedro poco contento.  Jesús: “Estoy con Cusa…”. Pedro: “¡Mmm! ¿Y nosotros no podemos ir? ¿Para qué te quiere con sus amigos? ¿Por qué no ha venido a Cafarnaúm?”. Cusa: “Hemos ido. No estabais”. Pedro: “¡Nos hubierais esperado y nada más!”. Cusa: “Pues hemos venido siguiendo vuestra pista”. Pedro: “Venid ahora a Cafarnaúm. ¿Tiene que ser el Maestro el que va­ya donde vosotros?”. Los otros apóstoles dicen: “Simón tiene razón”. Cusa: “¿Pero por qué no queréis que venga conmigo? ¿Es, acaso, la primera vez que viene a mi casa? ¿Acaso no me conocéis?”. Pedro: “Sí que te conocemos. Pero… no conocemos a los otros”. Cusa: “¿Y a qué tenéis miedo? ¿A que yo sea amigo de los enemigos del Maestro?”. Pedro: “¡Yo no sé nada! ¡De lo que sí me acuerdo es de cómo acabó Juan el profeta!”. Cusa: “¡Simón! Me ofendes. Yo soy un hombre de honor. Te juro que an­tes de que le tocaran un pelo al Maestro me dejaría atravesar con las lanzas. ¡Créeme! Mi espada está a su servicio…”. Pedro: “¡¿Y de qué serviría que te atravesaran a ti?! Después… Sí, lo creo, te creo… Pero, una vez muerto tú, le tocaría a Él. Prefiero mi remo a tu espada, mi pobre barca y, sobre todo, nuestros sencillos co­razones puestos a su servicio”. Cusa: “Pero conmigo está Mannaén. ¿Crees en Mannaén? Y está tam­bién el fariseo Eleazar, ese que conoces tú, y el arquisinagogo Timo­neo, y Natanael ben Fada. A éste no le conoces. Pero es un jefe im­portante y quiere hablar con el Maestro. Y está Juan, conocido por el Antipas de Antipátrida, favorito de Herodes el Grande, ahora viejo y poderoso, amo de todo el valle del Gahas, y…”. Pedro: “¡Basta, basta! Estás diciendo nombres grandes, pero a mí no me dicen nada, excepto dos… Voy también yo…”. Cusa: “No. Quieren hablar con el Maestro…”. Pedro: “¡Quieren! ¿Y quiénes son ellos? ¡¿Quieren?! Y yo no quiero. Sube aquí, Maestro, y vamos. No quiero saber nada de ninguno, me fío só­lo de mí. Arriba, Maestro. Y tú ve en paz a decir a ésos que no somos unos vagabundos. Saben dónde encontrarnos” y empuja a Jesús sin muchos miramientos, mientras Cusa protesta alzando la voz. ■ Jesús interviene definitivamente: “No temas, Simón. No me va a pasar nada malo. Lo sé. Y conviene que vaya. Me conviene. En­tiéndeme…” y le mira fijamente con sus ojos espléndidos, como para decirle: “No insistas. Compréndeme. Hay razones que aconsejan que vaya”. Simón cede; a regañadientes, pero cede, como dominado… De todas formas, masculla disgustado unas palabras entre dientes. Cusa promete: “Ve tranquilo, Simón. Yo mismo te traeré a tu Señor, y mío”. Pedro: “¿Cuándo?”. Cusa: “Mañana”. Pedro: “¡¿Mañana?! ¿Tanto tiempo hace falta para decir dos palabras? Estamos entre la tercera y la sexta… Antes del anochecer, si no está con nosotros, vamos a tu casa. Recuerda esto, y no nosotros solos…” y lo dice con un tono que no deja dudas acerca de la intención. Jesús pone la mano en el hombro de Pedro: “Te digo, Simón, que no me harán daño. Muestra que crees en mi verdadera naturaleza. Te lo digo Yo. Yo sé las cosas. No me van a hacer nada. Quieren sola­mente explicarme algo… Ve… Lleva a Tiberíades a la mujer, estáte si quieres donde Juana, podrás ver que no me raptan con barcas y soldados”. Pedro: “Ya, pero conozco su casa (y señala a Cusa). Sé que detrás hay tierra, no es una isla, detrás están Gálgala y Gamala, Aera, Arbela, Gerasa, Bosrá, y Pela y Ramot, ¡y muchas más!…”. Jesús: “¡Te digo que no temas! Obedece. Dame un beso, Simón. ¡Ve! También a vosotros”. Los besa y los bendice. Cuando ve que la barca se separa del embarcadero, les dice gritando: “No es mi hora, y, mientras no lo sea, ni nada ni nadie podrá levantar su mano contra Mí. Adiós, amigos”. ■ Se vuelve hacia Juana, que está visiblemente turbada y pensati­va, y le dice: “No temas. Está bien que suceda esto. Ve en paz”. Y a Cusa: “Vamos. Para que veas que no tengo miedo. Y para curarte…”. Cusa: “No estoy enfermo, Señor…”. Jesús: “Lo estás. Yo te lo digo. Y muchos como tú. Vamos”. Sube a la ligera y bien enjaezada barca y se sienta. Los remadores empiezan la boga en las aguas quietas, dibujando un arco para evitar la corrient­e, perceptible hacia donde termina el lago, donde vuelve a salir el río. (Escrito el 27 de Julio de 1946).
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1  Nota  : Cfr.  Hab.  3,13  y  18.   2  Nota  : “será dios”, se refiere al hombre en cuanto dios hijo de Dios. Todo el contexto (y en especial  donde se dice “en el Reino de Aquél que os ha creado”) y el uso de la minúscula en la apalabra “dios” expresan que no se le atribuye al hombre la misma naturaleza de Dios, como, por otra parte, había explicado ya María Valtorta en otra parte donde decía: “La Gracia diviniza al hombre, pero el hombre no es dios. Viene a ser semejante a Dios por participación, no por una naturaleza igual”.
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7-464-217 (8-156-213).- Intento de elegir rey a Jesús en la casa de campo de Cusa (1).- El testimonio que dará el predilecto.
* Cusa, más que la guerra abierta de mis enemigos debo temer la oculta de los falsos amigos o el imprudente entusiasmo de amigos verdaderos”.- ■ En la otra orilla, junto al paso constituido por el puente, espera un carro cubierto. Cusa: “Sube, Maestro. No te cansarás, a pesar de que el trayecto sea largo, y no tanto por razón de la distancia como por el hecho de que he ordenado que tengan siempre aquí un par de bueyes… para no causar molestias a los invitados más apegados a Ley… Debemos ser compasivos con ellos…”. Jesús: “¿Dónde están?”. Cusa: “Van adelante de nosotros en otros carros. ¡Tobíolo!”. El carretero, que está unciendo los bueyes, dice: “¿Sí, patrón?”. Cusa: “¿Dónde están los otros invitados?”. Carretero: “¡Muy adelante! Estarán ya para llegar a la casa”. Cusa: “¿Lo oyes, Maestro?”. Jesús: “¿Y si Yo no hubiese venido?”. Cusa: “Estábamos seguros de que vendrías. ¿Y por que no deberías venir?”. Jesús: “¿Que por qué? Cusa, he venido para mostrarte que no soy un cobarde. Cobardes solo son los malvados, los que tienen cuentas con la justicia… la justicia de los hombres, por desgracia, mientras que deberían tener miedo por la única, por la de Dios. Pero Yo no tengo ninguna culpa y no tengo miedo a los hombres”. Cusa: “¡Pero, Señor, todos los que están conmigo te veneran! Como yo. No debemos causarte ningún miedo. Te queremos tributar honores, no insultos”. Cusa está afligido y casi hasta indignado. ■ Jesús, sentado enfrente de él, mientras el carro crujiendo avanza por los verdes campos, le responde: “Más que la guerra abierta de mis enemigos debo temer la oculta de los falsos amigos o el imprudente entusiasmo de amigos verdaderos, pero que todavía no me han comprendido. Y tú eres uno de ellos. ¿No recuerdas lo que te dije en Béter?”. Cusa, con voz no muy segura, pero sin responder directamente a la pregunta, contesta: “Comprendo, Señor”. Jesús: “Sí. Me comprendes. Bajo la ráfaga del dolor y de la alegría tu corazón era limpio, como después de una tempestad y del arco iris, es límpido el horizonte. Veías las cosas con rectitud. Luego… Vuélvete, Cusa, y mira nuestro Mar de Galilea. ¡Al amanecer se veía límpido! Por la noche el rocío había limpiado la atmósfera y con el fresco de la noche, ya no hubo más evaporación. Cielo y lago eran dos espejos de zafiro claro que reflejaban mutuamente sus bellezas, y las colinas de alrededor respiraban frescura y limpieza como si las hubiese creado Dios en la noche. Ahora mira. El polvo de los caminos de la costa, recorridos por personas y animales, el ardor del sol, que hace vaporear a bosques y jardines, como calderas al fuego, e incendia el lago y evapora sus aguas, mira cómo han ensuciado el horizonte. Primero las orillas, nítidas por la limpidez del aire, parecían cercanas; ahora, mira… parecen empañadas, sin contornos claros, semejantes a cosas vistas a través del agua sucia. Esto mismo ha pasado en ti. Polvo: ideas humanas. Sol: orgullo. Cusa, no pierdas el control de ti mismo…”. Cusa agacha la cabeza. Y juguetea mecánicamente con los adornos de su túnica y con la hebilla del rico cinturón que sujeta la espada. Jesús calla. Cierra los ojos como si tuviese sueño. Cusa no le perturba.
* Jesús, en la casa de campo de Cusa, entre amigos, falsos amigos e imprudentes amigos.- ■ El carro avanza lentamente en dirección sudeste, hacia las leves ondulaciones, que son, por lo que me imagino, la primera parte de la meseta que limita el valle del Jordán por este lado, el oriental. Debido a la abundancia de aguas subterráneas o de algún río, lo cierto es que los campos son fértiles y hermosos. Viñedos y árboles frutales se ven por todas partes. El carro cambia de dirección, deja el camino principal y toma uno particular. Se interna por un sendero tupido de ramajes, lleno de sombra y de frescor, teniendo en cuenta el horno que es el soleado camino principal. En el fondo del sendero hay una casa blanca, baja, de aspecto señorial. Y, acá y allá, por los campos y viñedos, están diseminadas casas pequeñas. El carro pasa un puentecillo y un mojón, a partir del cual el huerto se transforma en un jardín con un paseo recubierto de guijo. Al sonar de forma distinta las ruedas sobre la grava, Jesús abre los ojos. Cusa dice: “Hemos llegado, Maestro. Mira a los invitados que nos han oído y vienen a nuestro encuentro”. ■ De hecho, muchos hombres de rica posición social, se apiñan en el sendero y saludan con inclinaciones pomposas al Maestro que llega. Veo y reconozco a Mannaén, a Timoneo, a Eleazar, y a otros que antes he visto, pero cuyos nombres no conozco. Y luego muchos, muchos jamás vistos, o por lo menos, que nunca he advertido concretamente. Hay muchos que llevan espada; otros, en vez de las espadas, ostentan abundantes perifollos farisaicos y sacerdotales o rabínicos. Se detiene el carro. Jesús desciende y se inclina saludando a todos. Los discípulos Mannaén y Timoneo se acercan y le saludan de una manera particular. Se acerca Eleazar (el fariseo bueno del convite dado en la casa de Ismael), y, con él, otros dos escribas que tratan de hacerse conocer. Uno es aquel cuyo hijo fue curado en Tariquea el día de la primera multiplicación de los panes, y el otro el que en las faldas del monte de las bienaventuranzas dio alimentos para todos. Se acerca también el fariseo que en la casa de José de Arimatea, en el tiempo de la siega, fue instruido por Jesús acerca del verdadero móvil de sus insensatos celos. ■ Cusa les presenta uno por uno, cosa que omito, porque se hace uno un lío con los nombres de Simón, Juan, Leví, Eleazar, Natanael, José, Felipe, etc, etc.; saduceos, escribas, sacerdotes, herodianos en su mayoría; y debería añadir que los últimos son los más numerosos; algún que otro prosélito y fariseo, dos sanedristas, cuatro sinagogos, y, perdido no sé cómo aquí dentro, un esenio. Jesús se inclina al oír el nombre de cada uno, mirando penetrantemente a cada uno de los rostros, algunas veces sonriendo levemente, como cuando alguien, para darse mejor a conocer, saca a relucir algún hecho que le puso en contacto con Jesús. Esto sucede, por ejemplo, con un tal Joaquín de Bozra que dice: “Tú curaste a mi mujer María de la lepra. Tú bendito”. Y el esenio: “Te oí cuando hablaste cerca de Jericó, y uno de los nuestros dejó las riberas del Mar Salado para seguirte. Tuve después noticias de Ti por el milagro que obraste en Eliseo de Engaddi. En estas tierras vivimos, nosotros puros, esperando…”. Qué cosa esperan, no lo sé. Pero lo que sí puedo decir es que los esenios miran a los demás con un aire de superioridad, que ciertamente no muestran apariencia de místicos, sino que, en su mayor parte, muestran a las claras que no desaprovechan la oportunidad de gozar de los bienes que su posición les concede. ■ Cusa libera a su Invitado de las ceremonias de los saludos y le conduce a una habitación bien arreglada con baño, donde le deja para que se refresque un poco sobre todo con ese calor. Vuelve a sus invitados con los que habla animadamente. Y llegan casi a una disputa porque los presentes tienen dispares opiniones: unos quieren poner inmediatamente las cartas sobre la mesa. ¿Cuáles?; otros, por el contrario, proponen no asaltar enseguida al Maestro sino convencerle primero de que le guardan un profundo respeto. Triunfa este último grupo, por ser el más numeroso; así que Cusa, como anfitrión, llama a los siervos para que preparen la comida, y así dar tiempo a Jesús, «que está cansado —y se le nota— para que descanse», lo que todos aceptan, tanto que, cuando Jesús aparece de nuevo, los invitados se alejan con grandes reverencias y le dejan con Cusa, ■ que le lleva a una habitación fresca donde hay un lecho con ricas alfombras. Jesús, que se queda solo después de haber entregado a un siervo sus sandalias y su vestido, para que les quiten el polvo y señales del viaje, no se acuesta. Se sienta al borde del lecho, con sus pies descalzos sobre la estera del suelo, y con su túnica corta que le cubre el cuerpo y le llega hasta los codos y rodillas. Está sumamente pensativo. Estar así vestido le hace parecer más joven y más hermoso por su complexión armónica y viril, pero, por otra parte, la concentración en lo que piensa, que ciertamente no debe ser alegre, le ahonda las arrugas y le carga el rostro con una expresión dolorosa de cansancio que le envejece. Ningún ruido en la casa, ninguno en el campo, donde las uvas maduran bajo el fuerte sol. Las cortinas oscuras que hay en puertas y ventanas no se mueven en absoluto. Y así pasan las horas… Las sombras aumentan con el descenso del sol. Pero el calor sigue. Y Jesús continúa en sus profundas reflexiones. ■ Finalmente la casa da señales de haberse despertado. Se oyen voces, pisadas, órdenes. Cusa mueve cuidadosamente la cortina para ver sin molestar. Jesús dice: “¡Entra! No estoy durmiendo”. Cusa entra: está vestido ya para el banquete. Mira y observa que en el lecho no se ve señal alguna de que Jesús se haya acostado. Cusa: “¿No dormiste? ¿Por qué? Estás cansado…”. Jesús: “He descansado en el silencio y en la sombra. Me basta”. Cusa: “Voy a decir que te traigan unos vestidos”. Jesús: “No. Mis vestidos han de estar ya secos. Prefiero los míos. Quiero partir tan pronto como termine el banquete. Te ruego que ordenes que estén preparados el carro y la barca”. Cusa: “Como ordenes, Señor… Hubiera preferido que te quedases hasta mañana al amanecer…”. Jesús:  “No puedo. Debo irme…”. Cusa sale después de haber hecho una inclinación. Se oye un gran vocerío… Pasa algún tiempo. Vuelve el siervo con el vestido de lino, limpio, oloroso a sol y con las sandalias limpias del polvo, relucientes con la grasa. Otro siervo viene con el lavamanos, una jarra y la toalla. Todo lo pone sobre una mesa baja. Salen…
* Amigos y enemigos proclaman que “ahora se cumplen las promesas y esperanzas de un Mesías restaurador, de un Vengador, de un Libertador y creador de la verdadera independencia de Israel, o sea, de la patria más grande que hay en el mundo”.- ■ …Jesús se reúne con los invitados en el atrio, que divide la casa de norte a sur, creando un lugar ventilado y agradable en que están diseminados unos asientos, adornado con cortinas ligeras, de coloridas franjas, que modifican la luz sin poner obstáculo al aire; ahora, recogidas, permiten ver los verdes alrededores que rodean la casa. Jesús está majestuoso. Pese a que no ha dormido, parece estar lleno de fuerza, y su caminar es de reyes. El lino de su vestido está blanquísimo y sus cabellos, limpios con el baño de la mañana, resplandecen levemente adornando su rostro con su color dorado. Cusa dice: “Ven, Maestro. Te esperábamos solo a Ti”, y le lleva directamente a la sala donde están las mesas. Después de la plegaria y de una nueva ablución de manos se sienta. La comida empieza, rica como de costumbre, y envuelta en el silencio. Poco a poco el hielo se deshace. Jesús está al lado de Cusa. Mannaén está a su otro lado y tiene por compañero a Timoneo. Cusa, un hombre habituado a la Corte, señala a los demás sus lugares en la mesa en forma de “U”. El esenio ha sido el único que no ha querido tomar parte en el banquete y sentarse a la mesa con los demás. Solo cuando por órdenes de Cusa un siervo le ofrece un cesto precioso lleno de frutas, acepta sentarse detrás de una mesa baja, después de haber hecho no sé cuántas abluciones tras remangarse las largas mangas de su blanca vestidura, por temor de mancharlas, o por rito o por algún otro motivo que ignoro. ■ Es un banquete extraño donde prevalecen más las miradas que las palabras. Solamente algunas frases breves de cortesía y un recíproco examinarse, o sea: Jesús escruta a los presentes y éstos a Jesús. Los siervos después de haber puesto sobre las mesas grandes fuentes de frutas por orden de Cusa se retiran. Las frutas están frescas y debieron de estar guardadas en lugar friísimo. Parece como si estuvieran heladas por lo hermosas que se ven. Los siervos salen después de haber encendido las lámparas, todavía no necesarias, porque todavía el día está luminoso con su largo ocaso estival. ■ Cusa empieza diciendo: “Maestro, debes de haberte preguntado el porqué de este encuentro y de nuestro silencio. Lo que tenemos que decirte es de mucha importancia, no lo pueden oír oídos imprudentes. Ahora estamos solos y podemos hablar. Lo ves. Todos los presentes guardan hacia Ti el máximo respeto. Encuentras quienes te veneran como a Hombre y como al Mesías. Tu justicia, tu sabiduría, los dones con los que Dios te ha adornado, es algo que conocemos y admiramos todos los aquí presentes. Tú eres para nosotros el Mesías de Israel. Mesías según la idea espiritual y política. Eres el Esperado para acabar con el dolor, con la humillación de todo un pueblo. Y no solo de este pueblo encerrado en los confines de Israel —mejor: de Palestina— sino del pueblo de todo Israel, de las millares y millares de colonias de la Diáspora, esparcidas por toda la Tierra, que hacen resonar el nombre de Yeové en todos los lugares y hacen conocer las promesas y esperanzas, que ahora se cumplen, de un Mesías restaurador, de un Vengador, de un Libertador, y creador de la verdadera independencia y de la Patria de Israel, o sea, de la Patria más grande que hay en el mundo, la Patria: reina y dominadora, que borra todos los recuerdos pasados y toda huella de esclavitud, el Hebraismo triunfante sobre todo y sobre todos, y para siempre, porque así se dijo y así se cumple. ■ ¡Señor!, tienes ante Ti a todo Israel en los representantes de las diversas clases de este pueblo eterno, que el Altísimo ha castigado, pero que no deja de amar y que lo llama «su pueblo». Tienes el corazón vivo y sano de Israel con los miembros del Sanedrín y de los sacerdotes. Tienes la fuerza y la santidad con los fariseos y saduceos. Tienes la sabiduría con los escribas y rabinos. Tienes la política y el valor con los herodianos. Tienes el patrimonio: los ricos; el pueblo con los mercaderes y hacendados. Tienes la Diáspora con los prosélitos. Tienes incluso a los separados que ahora sienten estar unidos porque ven en Ti al Esperado: los esenios, a los que nunca se puede uno acercar. Mira, Señor, este primer prodigio, esta grande señal de tu misión, de tu verdad. Tú, sin violencia, sin medios, sin ministros, sin ejércitos, sin espadas, reúnes a todo tu pueblo como un depósito reúne las aguas de miles de manantiales. Tú, casi sin palabra alguna, sin habernos dicho en modo alguno que nos reuniéramos, a nosotros que nos hemos visto divididos por tantas desgracias, odios, ideas políticas y religiosas, nos juntas de una manera pacífica. ¡Oh, Príncipe de la Paz, alégrate por haber redimido y reinaugurado todo antes de haber tomado entre tus manos el cetro y puesto sobre tu cabeza la corona! Tu Reino, el Reino que ha esperado Israel, ha nacido. Nuestras riquezas, nuestras fuerzas, nuestras espadas están a tus pies. ¡Habla! ¡Ordena! Ha llegado la hora”. ■ Todos aplauden el discurso de Cusa. Jesús, con los brazos cruzados sobre su pecho, guarda silencio. Cusa: “¿No hablas? ¿No respondes, Señor? Tal vez todo esto te ha tomado de sorpresa… Tal vez es que no te sientes preparado y, sobre todo, dudas que Israel no esté preparado… Pero no es así. Escucha nuestras palabras. Yo hablo, y conmigo Mannaén, por el Palacio, que ya no merece existir, que es una vergonzosa llaga para Israel, la tiranía sin nombre que oprime al pueblo y se inclina, servil, a adular al usurpador. Ha llegado su hora. Levántate, Estrella de Jacob (2), y pon en fuga las tinieblas de ese coro de crímenes y vergüenzas. Aquí están los que, conocidos como herodianos, son los enemigos de los que profanan el nombre, para ellos sagrado, de la dinastía de los Herodes. Hablad, vosotros”. Un herodiano dice: “Maestro, yo soy viejo, pero recuerdo lo que fue la gloria de otros tiempos. Como nombre de héroe puesto a una hedionda carroña, así es el nombre de Herodes sobre los degenerados descendientes que envilecen nuestro pueblo. Es la hora en que se repita la hazaña que tantas veces ha realizado Israel cuando indignos monarcas se sentaban sobre los dolores del pueblo. Tú eres el único digno de realizarla”. Jesús no dice nada. ■ Un escriba: “Maestro, ¿crees que podamos dudar de ello? Hemos escudriñado las Escrituras. Tú eres ése. Tú debes reinar”. Un sacerdote dice: “Debes ser rey sacerdote. El nuevo Nehemías, mayor que él, debe venir a purificar. El altar está profanado. Que el celo del Altísimo te espolee”.  Y uno detrás de otro van diciendo: “Muchos de los nuestros, de los que temen tu sabio reinado, te han atacado. Pero el pueblo está contigo, y los mejores de los nuestros con él. Tenemos necesidad de un sabio”. “Necesitamos de un hombre puro”. “De un verdadero rey”. “De un santo”. “De un redentor. Cada vez más somos esclavos de todo y de todos. ¡Defiéndenos, Señor!”. “Se nos pisotea en el mundo, porque no obstante nuestro número y riquezas, somos como ovejas sin pastor. Lanza el viejo grito de: «¡Israel, a tus tiendas!» (3) y de todas las partes de la Diáspora, como un reclutamiento, se levantarán tus súbditos, y derribarán los vacilantes tronos de los poderosos a los que Dios no ama”. ■ Jesús sigue callado. Es el único que conserva serenidad, como si no se tratase de Él, en medio de unos cuarenta energúmenos, cuyos argumentos apenas si puedo entender una décima parte, porque todos hablan al mismo tiempo produciendo una algarabía de plaza. Jesús conserva su actitud tranquila y su silencio. Todos gritan: “¡Di algo! ¡Responde!”. Jesús se pone de pie lentamente, apoyándose en las manos sobre el borde de la mesa. Un profundo silencio reina. Siente que todos los ojos están en Él. Abre la boca (los otros también, como para aspirar su respuesta). Y la respuesta  es breve, pero clara: “No”. Una gritería, un tumulto se alza: “¿Pero cómo es eso? ¡Nos traicionas! ¿Traicionas a tu pueblo? ¡Reniega de su misión! ¡Rechaza las órdenes de Dios!…”. Caras que se tiñen de carmesí, ojos que se encienden, puños que casi amenazan… Más que fieles, parecen enemigos. Pero así es: cuando una idea política se apodera de los corazones, hasta los mansos parecen fieras contra quien se opone a esa idea suya.
* Jesús proclama: “Mi Reino no es de este mundo. Venid a Mí para que establezca mi Reino en vosotros, y no otra cosa”.- ■ Al alboroto le sigue un silencio extraño. Parece que agotadas las fuerzas, todos se sientan exhaustos, derrotados. Se miran con ojos interrogadores, tristes… y hasta intranquilos… Jesús mira en torno a Sí y dice: “Sabía que para esto me queríais traer aquí. Sabía la inutilidad de vuestro plan. Cusa puede decíroslo, que se lo dije en Tariquea. Vine para deciros que no temo insidia alguna porque no ha llegado la hora. Y tampoco tendré miedo cuando llegue la hora de insidia, porque para esto he venido. Y he venido para convenceros. Muchos de entre vosotros actuáis de buena fe. Pero debo corregir el error en que, de buena fe, habéis caído. ¿Veis? No os reprendo. No reprendo a ninguno, ni siquiera a los que por ser mis fieles discípulos deberían saber controlar con justicia sus pasiones. ■ No te reprendo a ti, justo Timoneo; pero te digo que en el fondo de tu amor que quiere verme honrado, existe todavía el «yo» que bulle y sueña tiempos mejores en que puedas ver el daño en los que te dañaron. No te reprocho a ti, Mannaén, aun cuando has dado muestras de haber olvidado la sabiduría y los ejemplos espirituales que recibiste de Mí, y de Juan Bautista antes de Mí; pero debo decirte que también en ti hay una raíz de egoísmo humano que se levanta tras la hoguera de amor que por Mí sientes. No te reprocho nada, Eleazar, hombre justo, aunque solo fuera por la pobre anciana que te confiaron, siempre justo, pero ahora no justo; y no te reprocho nada, Cusa, aunque debería hacerlo, porque en ti más que en todos los que queréis con buena fe verme como rey, existe tu yo. Quieres que sea Yo rey. No hay trampa alguna en tus palabras, ni lo haces para denunciarme ante el Sanedrín, ante el rey y ante Roma. Pero más que por el amor —crees que es todo amor y no es— más que por amor lo haces para vengarte de ofensas que el palacio te ha infligido. Soy tu invitado. Debería guardar silencio acerca de tus sentimientos. Pero Yo soy la Verdad en todas las cosas. Y hablo. Por tu bien. Y lo mismo te sucede a ti, Joaquín de Bozra; y a ti, Juan escriba; y también a ti, a ti y a ti”. Señala a éste, a aquel sin rencor, pero con tristeza… y continúa: “No os reprendo. Porque sé que no sois vosotros los que queréis esto, espontáneamente. Es el Adversario quien trabaja y vosotros… vosotros sin saberlo sois juguetes en sus manos. También se aprovecha del amor, de vuestro amor, Timoneo, Mannaén, Joaquín; del vuestro, vosotros que realmente me amáis; de vuestro respeto que sentís por Mí, vosotros que en Mí veis al Rabí perfecto; aun de esto el Maldito se aprovecha para dañar y dañarme. Pero Yo digo a vosotros, como a quien os incita a los planes peores hasta convertirse en traición y crimen: «No. Mi Reino no es de este mundo. Venid a Mí para que establezca mi Reino en vosotros, y no otra cosa». Ahora dejadme ir”. ■ Uno de los sacerdotes dice: “No, Señor. Estamos completamente resueltos. Hemos puesto ya en juego riquezas, preparado planes, decididos a salir de esta incertidumbre que tiene inquieta a Israel, y de lo que se aprovechan otros para causar daño a Israel. Se te sigue por todas partes con mala intención. Es verdad. Tienes enemigos aun dentro del mismo Templo. Yo que soy de los Ancianos, no lo niego. Para poner fin a todo esto, he aquí lo que hay que hacer: ungirte. Y nosotros estamos preparados para hacerlo. No es la primera vez que en Israel se proclama así a alguien como a un rey para acabar con desgracias nacionales y discordias. Aquí está alguien que puede hacerlo en nombre de Dios. Permítenos hacerlo”. Jesús: “No. No es lícito. No tenéis autoridad para hacerlo”. Sacerdote: “El Sumo Sacerdote es el primero que quiere esto, aunque no esté presente. No puede permitir más la situación actual del dominio romano y de los escándalos de la corte”. Jesús: “No mientas, sacerdote. En tus labios la blasfemia es doblemente impura. Tal vez no lo sabes y eres engañado, pero en el Templo eso no se desea”. Sacerdote: “¿Crees, pues, que es un engaño nuestra afirmación?”. Jesús: “Sí. Si no de todos vosotros, sí de la mayoría. No mintáis. Yo soy la Luz e ilumino los corazones…”. Gritan los herodianos: “Puedes fiarte de nosotros. Nosotros no amamos ni a Herodes, ni a ningún otro”. Jesús: “No. Os amáis a vosotros solos. Es verdad. Y no podéis amarme. Os serviría de palanca para derrocar el trono, y dejar expedito el camino a un poder más fuerte, y para imponer sobre el pueblo una opresión mayor. Caería Yo en engaño, lo mismo que el pueblo y vosotros mismos. Roma aplastaría a todos, después de que vosotros lo hubierais sido”. ■ Los prosélitos dicen: “Señor, entre las colonias de la Diáspora hay muchos hombres dispuestos a levantarse… y nuestros bienes son para ello”. El de Bozra y otros gritan: “Y los míos, y todo el apoyo del Auranítide y Traconítide. Sé lo que digo. Nuestros montes pueden preparar un ejército, fuera de todo peligro, para lanzarlo después como cohorte de águilas, a tu servicio”. “También la Perea”. “También la Gaulanítide”. “¡El valle de Gahas está contigo!”. Y el esenio: “Y contigo las riberas del Mar Salado con los nómadas que nos creen dioses, si consientes unirte a nosotros”, y continúa con una monserga de exaltado que se pierde en la gritería. Otros también insisten: “Los montañeses de la Judea son de la raza de fuertes reyes”. “Y los de la Alta Galilea son héroes del temple de Débora. También las mujeres, también los niños son  héroes”. “¿Crees que seamos pocos? Somos ejércitos y ejércitos. Todo el pueblo está contigo. ¡Tú eres rey de la estirpe de David, el Mesías! Éste es el grito que se oye en los labios de  los sabios y de los ignorantes, porque es el grito de los corazones… Tus milagros… tus palabras… las señales…”. ■ Una confusión que no logro seguir. Jesús, cual roca firme ante un huracán, ni se mueve, ni reacciona. Está impasible. Y la vorágine de súplicas, insistencias, razones, continúa: “¡Nos destruyes! ¿Por qué quieres nuestra destrucción? ¿Quieres actuar solo? No puedes. Matatías Macabeo no rechazó la ayuda de los Asideos y Judas libertó a Israel con su ayuda… ¡Acepta!”. De cuando en cuando todos dicen esta única palabra. Jesús no cede.
* La mayor desgracia de un pueblo y de un creyente es la de caer en la falsa interpretación de las señales”.- ■ Uno de los Ancianos —anciano, y mucho, también de edad— cuchichea con un sacerdote y un escriba, más viejos que él. Se abren paso. Imponen silencio. Habla el escriba anciano, que también ha llamado a Eleazar y a los dos escribas de nombre Juan: “Señor, ¿por qué no quieres ceñir la corona de Israel?”. Jesús: “Porque no es mía. No soy hijo de príncipe hebreo”. Escriba: “Señor, tal vez no lo sabes. Un día, éste y éste otro fuimos convocados, porque tres Sabios llegaron preguntando dónde estaba el que había nacido como rey de los hebreos. ¿Comprendes? «Nacido Rey». Herodes para poder responder nos convocó a nosotros, a los príncipes de los sacerdotes y a los escribas del pueblo. Con nosotros estaba Hilel el Justo. Nuestra respuesta fue: «En Belén de Judá». Nos consta que naciste allí y que grandes señales acompañaron tu nacimiento. Algunos de tus discípulos son testigos de esto, ¿puedes negar que los tres Sabios te adoraron como a Rey?”. Jesús: “No lo niego”. Escriba: “¿Puedes negar que el milagro te precede y que te acompaña y que te sigue como señal del Cielo?”. Jesús: “No lo niego”. Escriba: “¿Puedes negar que no eres el Mesías prometido?”. Jesús: “No”. Escriba: “Entonces, en nombre de Dios vivo ¿por qué quieres defraudar las esperanzas de un pueblo?”. Jesús: “Yo he venido a cumplir las esperanzas de Dios”. Escriba: “¿Cuáles?”. Jesús: “Las de la redención del mundo, del establecimiento del Reino de Dios. Mi Reino no es de este  mundo. Dejad en su lugar vuestras riquezas, dejad las armas. Abrid los ojos y el corazón para leer las Escrituras y los Profetas, y para acoger mi Verdad, y tendréis el Reino de Dios en vosotros”. Escriba: “No. Las Escrituras hablan de un Rey libertador”. ■ Jesús: “De la esclavitud satánica, del pecado, del error, de la carne, del gentilismo, de la idolatría. ¿Qué os hizo Satanás, hebreos, pueblo sabio, para haceros caer hasta tal punto en error acerca de las verdades proféticas? ¿Qué os hace, hebreos, hermanos míos, para haceros de tal manera ciegos? ¿Qué os hace, discípulos míos, para que ni siquiera vosotros comprendáis nada? La mayor desgracia de un pueblo y de un creyente es la de caer en una falsa interpretación de las señales. Y aquí es donde se cumple esta desgracia. Intereses personales, prejuicios, arrebatos, amor patrio mal entendido, todo esto sirve para que se abra el abismo… el abismo del error en que un pueblo perecerá desconociendo a su Rey, tomándole como lo que no es”. Escriba: “Tú eres el que te desconoces”. Jesús: “Vosotros sois los que os desconocéis, y también me desconocéis a Mí. Yo no soy el rey humano. Vosotros… vosotros, tres cuartas partes de los que estáis aquí reunidos, lo sabéis, y queréis mi mal, no mi bien. Lo hacéis por odio, no por amor. Os perdono. Digo a los rectos de corazón: «Volved en vosotros mismos, no seáis siervos involuntarios del mal». Dejadme que me vaya. No tengo nada que añadir”. Un silencio lleno de estupefacción… Eleazar dice: “No soy enemigo tuyo. Creía que buscaba tu bien. No soy el único… Otros amigos piensan como yo”. Jesús: “Lo sé. Pero dime, y sé sincero: ¿qué dice Gamaliel?”. Eleazar: “¿El Rabí?… dice… Sí, dice: «El Altísimo hará la señal si éste es su Mesías»”. Jesús: “Dice bien. ¿Y qué José el Anciano?”. Eleazar: “Que Tú eres el Hijo de Dios y reinarás como Dios”. Jesús: “José es un hombre recto. ¿Y Lázaro de Betania?”. Eleazar: “Sufre… Habla poco… Pero dice… que reinarás solo cuando nuestros espíritus te acojan”. Jesús: “Lázaro es sabio. Cuando vuestros espíritus me acojan. Por ahora vosotros —incluso aquellos a quienes juzgaba espíritus abiertos— no aceptáis ni al Rey ni su Reino; y esto me llena de dolor”.
* Jesús deja la sala. Los rectos reconocen su error; los malintencionados (mayoría) tratan de retenerle.- ■ Gritan muchos: “En una palabra: No aceptas”. Jesús: “Lo habéis dicho”. Otros gritan: “Nos has hecho comprometernos, nos dañas, nos…”. Son herodianos, escribas, fariseos, saduceos, sacerdotes. Jesús deja la mesa, y se dirige a este grupo mirándolo fijamente. ¡Qué ojos! Ellos involuntariamente enmudecen, se pegan contra la pared… Jesús se dirige a ellos cara a cara, y lentamente pero con una claridad sin ambages, como un sablazo: “Está dicho: «Maldito quien golpea a su prójimo a escondidas y acepta dones para condenar a muerte a un inocente» (4). Yo os digo: os perdono. Pero vuestro pecado conoce el Hijo del hombre. Si no os perdonase Yo… Por mucho menos, Yeové redujo a cenizas a muchos de Israel”. Y se muestra tan severo al decir esto, que nadie se atreve a moverse. ■ Jesús levanta la doble y pesada cortina y sale al patio sin que nadie se atreva a hacer algo. Solo cuando la cortina deja de moverse, esto es, después de algunos minutos, vuelven a pensar. Los más enfurecidos dicen: “Hay que alcanzarle… Hay que retenerle…”. Los mejores dicen: “Hay que decirle que nos perdone”. Son Mannaén, Timoneo, los prosélitos, el de Bozra, en una palabra, los rectos de corazón. Se arremolinan fuera de la sala. Buscan, preguntan a los siervos. “¿El Maestro? ¿Dónde está?”. ¿El Maestro? Nadie le ha visto, ni siquiera los que están en las dos puertas del patio. No está… Con antorchas y linternas le buscan en la oscuridad del jardín, en la habitación donde descansó. No está, ni tampoco está su manto que había dejado sobre el lecho, ni la bolsa dejada en el patio… Exclaman: “¡Se nos ha escapado! ¡Es un Satanás! No. No. Es Dios. Hace lo que quiere. ¡Nos traicionará! No. Nos conocerá en nuestra verdadera realidad”. Un griterío de pareceres y de insultos recíprocos. Los de buen corazón gritan: “Nos engañasteis. ¡Traidores! ¡Debíamos haberlo imaginado!”. Los malintencionados, o sea, la mayoría, amenazan, y la riña, perdido el chivo expiatorio, se vuelve contra sí mismos…
*  El amoroso Juan, que ha seguido las pasos de su Maestro en la huida, se encuentra con Él, un Jesús triste y abatido.- El testimonio que dará el predilecto.- ■ ¿Y Jesús, dónde está? Le veo, por voluntad suya, muy lejos, en dirección al puente que da sobre la desembocadura del Jordán. Camina veloz, como si el viento se lo llevase. Sus cabellos le revolotean por su rostro pálido, su vestido se agita cual una vela en su ligero andar. Luego, cuando está seguro que se ha alejado, se interna entre los juncos de la orilla y toma la margen oriental. Y apenas encuentra las primeras rocas del alto acantilado, se sube, sin preocuparse de la poca luz ni del peligro que supone el subir por la costa abrupta. Sube, continúa subiendo hasta un peñasco que se asoma hacia el lago, velado por una vieja encina; y allí se sienta, pone un codo en la rodilla, apoya el mentón en la palma de la mano, y, con la mirada fija en el espacio anchuroso que va envolviéndose en la noche, apenas visible aún por la blancura del vestido y la palidez del rostro, así permanece… ■ Pero alguien le ha seguido. Es Juan, semidesnudo, esto es, con la túnica corta de los pescadores, con los cabellos empapados en agua, jadeante y sin embargo pálido. Se acerca poco a poco a Jesús. Parece una sombra que se deslizara sobre el escabroso acantilado. Se detiene distante. Mira a Jesús atentamente… No se mueve, parece cual roca. Su túnica oscura le favorece. Solo la cara, las pantorrillas y los brazos desnudos son visibles en la oscuridad de la noche. Pero cuando oye que Jesús llora, entonces no resiste más, y se acerca hasta hacerse oír: “¡Maestro!”. Jesús oye. Levanta la cabeza. Con ademán de huir se recoge el manto. Juan grita: “¿Qué te hicieron, Maestro, para que no me reconozcas?”. Jesús reconoce a su predilecto. Le tiende los brazos y Juan se lanza a ellos. Los dos lloran por dos diversos dolores y por un solo amor. El llanto cesa y Jesús es el primero en volver a la visión completa de las cosas. Siente y ve a Juan semidesnudo, con la túnica empapada en agua, con su cuerpo que tiembla de frío, descalzo. “¿Cómo estás aquí y en estas trazas?”. Juan: “¡No me reprendas, Maestro! No pude aguantarme… No podía dejarte ir… Me quité los vestidos, menos la túnica, y me eché a nadar; he regresado a Tariquea nadando; y de allí, por la orilla, corriendo hasta el puente;  y luego paso tras paso, detrás de Ti; y me he quedado escondido en el foso que hay junto a la casa, preparado para ir en tu ayuda, atento, al menos, para saber si te raptaban, si te hacían algún mal. Y he oído muchas cosas que disputaban y luego te he visto a Ti pasando veloz delante de mí. Parecías un ángel. Por seguirte sin perderte de vista, he caído en hoyos y pantanos y por esto estoy lleno de barro. Te habré manchado el vestido… Te estaba mirándote desde que has llegado aquí… ¿Llorabas? ■ ¿Qué te han hecho, Señor mío? ¿Te insultaron? ¿Te golpearon?”. Jesús: “No. Me querían hacer rey. ¡Un pobre rey, Juan! Varios lo hacían de buena fe, llevados de un amor verdadero, por un fin bueno… Pero los más… para denunciarme y matarme…”. Juan: “¿Quiénes son éstos?”. Jesús: “No preguntes”. Juan: “¿Y los otros?”. Jesús: “No preguntes ni siquiera el nombre de éstos. No debes odiar, ni debes criticar… Los perdono…”. Juan: “Maestro… ¿había discípulos?… Dime solo esto”. Jesús: “Sí”. Juan: “¿Y apóstoles?”. Jesús: “No, Juan. Ningún apóstol”. Juan: “¿De veras, Señor?”. Jesús: “De veras, Juan”. Juan: “Dios sea alabado… ■ Pero, ¿por qué sigues llorando, Señor? Yo estoy contigo. Te amo por todos. También Pedro y Andrés y los demás… Cuando vieron que me echaba al lago, me dijeron que estaba loco, y Pedro se enfureció y mi hermano dijo que quería yo morir en los remolinos. Pero luego comprendieron y gritaron: “Dios te acompañe. Ve, ve”. Nosotros te amamos, pero nadie como yo, que soy un muchacho”. Jesús: “Sí. Nadie como tú. ¡Tienes frío! Ven aquí bajo mi manto…”. Juan: “No, a tus pies. ¡Así… Maestro mío! ¿Por qué no todos te aman como este pobre muchacho cual soy yo?”. Jesús le estrecha contra su corazón, sentándose a su lado: “Porque no tienen tu corazón de niño…”. ■ Juan: “¿Querían  hacerte rey? ¿Pero no han comprendido que tu Reino no es de esta Tierra?”. Jesús: “¡No lo comprenden!”. Juan: “Sin decir nombre alguno, cuéntame, Señor, cómo estuvo…”. Jesús: “Pero tú no dirás lo que te digo”. Juan: “Si así lo quieres, señor, no lo diré…”. Jesús: “No lo dirás sino cuando los hombres quieran presentarme como un común líder del pueblo. Llegará ese día. Tú estarás y dirás: «Él no fue Rey de la Tierra, porque no quiso. Porque su Reino no era de este mundo. Él era el Hijo de Dios, el Verbo Encarnado, y no podía aceptar lo que es terreno. Quiso venir al mundo, revestirse de carne para redimir al hombre, a las almas, al mundo. Pero no se sometió a las pompas del mundo, ni a los incentivos del pecado. En Él no hubo nada de carnal ni de mundano. La Luz no se recubrió de Tinieblas. El Infinito no aceptó cosas finitas; sino que de las criaturas limitadas por la carne y el pecado hizo criaturas que fuesen más iguales a Él. Llevó a los que creyeron en Él a la verdadera realeza e instauró su Reino en los corazones, antes de instaurarlo en los Cielos, donde será completo y eterno con todos los salvados». Dirás esto, Juan, a quien pretenda verme solo hombre, a quien pretenda verme solo espíritu, a quien pretenda negar que Yo haya sufrido tentación… y el dolor… Dirás a los hombres que el Redentor lloró… y que ellos, los hombres… fueron redimidos aun con mi llanto…”. Juan: “Sí, Señor. ¡Cómo sufres!”. Jesús: “¡Y así redimo! Pero tú me consuelas en el sufrimiento. Cuando amanezca nos iremos de aquí. Encontraremos una barca. ¿Crees, si digo que podremos ir sin remos?”. Juan: “Yo creería aunque dijeras que iremos sin barca…”. Se quedan así juntos, envueltos en el único manto. Juan, sintiendo calor, termina por dormirse, cansado, como un niño en los brazos de su madre. (Escrito el 30 de Julio de 1946).
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1  Nota  : Cfr.  Ju.  6,14-15.   2  Nota  : Cfr.  Núm.  24,17.   3  Nota  : Cfr.  Deut.  5,30.   4  Nota  : Cfr.  Deut.  27,24.
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(<En el siguiente episodio 7-464-234, Jesús va a referirse al episodio anterior 7-464-217,  cuando tanto amigos como enemigos trataron de proclamarle rey. Este hecho no figura en ninguno de los cuatro Evangelios. Juan, en su Evangelio, en el sexto capítulo, después de la primera multiplicación de los panes, hace una brevísima alusión al hecho apuntando que: “Sabiendo que querían raptarle para hacerle rey, nuevamente huyó al monte” [Ju. 6,15]. Aunque la multiplicación de los panes no fue contemporánea del intento de proclamar a Jesús rey, sin embargo, sirvió para suscitar la idea; tanto es así que el evangelista Juan une, en la narración, esos dos hechos, distantes en el tiempo, porque en Tariquea, después de la primera multiplicación de los panes, surge en el pueblo la idea de hacer del Rabí nazareno el rey de Israel>)
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7-464-234 (8-157-230).- Comentario de Jesús sobre el texto: “Sabiendo que querían  raptarle para hacerle rey, nuevamente huyó al monte”.
* Malicia satánica y humana contra el Cristo.- ■ Dice Jesús: “En el sexto capítulo del Evangelio se dice: «Sabiendo que querían raptarle para hacerle rey, huyó de nuevo solo al monte». Y esta hora del Mesías se da a conocer a los creyentes para que sepan que fueron múltiples y complejas las tentaciones y luchas intentadas contra Él en sus diversas características de Hombre, Maestro, Redentor, Rey, y que los hombres y Satanás —el eterno azuzador de los hombres—, no desaprovecharon ninguna oportunidad para destruirle, para abatirle. Contra el Hombre, contra el Eterno Sacerdote, contra el Maestro, contra el Señor arremetieron las milicias satánicas y humanas, enmascaradas bajo los pretextos más aceptables como buenos; y todas las pasiones del ciudadano, del patriota, del hijo, del hombre, fueron hurgadas o tentadas para ver si podían descubrir el menor resquicio de debilidad que sirviera de punto de apoyo para arremeter. ¡Oh, hijos míos que no reflexionáis sino en la tentación inicial y en la última, y que de mis fatigas de Redentor os parecen «fatigas» solo las últimas, y dolorosas solo las últimas horas, y amargas y desengañadoras solo las últimas experiencias, poneos solo una hora en mi lugar, pensad que es a vosotros a quienes se os propone la paz con vuestros compatriotas, su ayuda, la posibilidad de llevar a cabo las purificaciones necesarias para hacer santo el País amado, las posibilidades de restaurar, reunir a los miembros esparcidos de Israel, de acabar con el dolor, con la esclavitud, con el sacrilegio! Y no digo: poneos en mi lugar pensando en vosotros como destinatarios de una corona que se os ofrece. Digo solo que tengáis mi corazón de Hombre durante una hora y decidme: ¿cómo habríais salido de esta seductora propuesta? ¿Como triunfadores fieles a la divina Idea, o más bien como vencidos? ¿Habríais salido de la prueba más santos y espirituales que nunca, u os habríais destruido a vosotros mismos adhiriéndoos a la tentación, o cediendo a las amenazas? ¿Y con qué corazón habríais salido de ella, tras haber comprobado hasta qué punto Satanás arrojaba sus armas para herirme en mi misión y en los sentimientos, llevándome a los discípulos buenos por un camino equivocado y poniéndome en estado de lucha abierta con los enemigos, en ese momento ya desenmascarados, agresivos ahora por haber sido descubiertos sus complots?”.
“No superpongáis la frase del Evangelio de Juan y el episodio dado por el pequeño Juan para ver si los contornos coinciden. Juan no se equivocó por debilidad de anciano ni el pequeño Juan por debilidad de enferma”.-Jesús: “No toméis ahora el compás y la regla, el microscopio y la ciencia humana; no andéis ahí midiendo, comparando, refutando con argumentos ridículos de escriba, sobre si Juan habló con exactitud y hasta qué punto es verdad esto o aquello. No superpongáis la frase de Juan y el episodio dado ayer por el pequeño Juan, para ver si los contornos coinciden. Juan no se equivocó por debilidad de anciano, y no se equivocó el pequeño Juan por debilidad de enferma. Ésta ha dicho lo que vio. El gran Juan, después de varios lustros de lo sucedido, narró lo que sabía, y con indicaciones de lugares y hechos reveló el secreto que sólo él conocía de cuando intentaron, no sin malicia, coronar al Mesías. ■ En Tariquea, después de la primera multiplicación de los panes, surge en el pueblo la idea de hacer rey de Israel al Rabí nazareno. Están presentes Mannaén, el escriba y otros muchos que, imperfectos en su corazón, tenían con todo buena intención. Aceptan la idea y la apoyan para dar honor al Maestro, para poder así terminar con la injusta lucha contra Él, por error en la interpretación de las Escrituras, un error extendido por todo Israel que estaba ciego con sueños de realeza humana, y porque esperaban santificar la Patria contaminada por muchas cosas. Y muchos, como era natural, se adhieren simplemente a la idea. Muchos fingen mentirosamente estar conmigo para poderme hacer daño. Unidos estos últimos por el odio contra Mí, olvidan sus odios de casta, que los habían mantenido siempre separados y se alían para tentarme, para poder dar después una apariencia legal al crimen que ya sus corazones habían decidido. Ponen su esperanza en alguna debilidad mía, en algún acto de orgullo. El orgullo y la debilidad, con consiguiente aceptación de la corona que me ofrecían, darían una justificación a las acusaciones que habían pensado lanzar contra de Mí. Y después… después ello serviría para dar la paz a su corazón mentiroso, lleno de remordimientos, y se dirían a sí mismos, esperando poder creerlo: «Roma, no nosotros, ha acabado con el agitador Nazareno». La eliminación legal de su Enemigo (enemigo era para ellos su Salvador)…”.
* “Aquí están las razones de la proclamación que intentaron; la clave de los odios, más fuertes, que después manifestaron. Aquí tenéis, en fin, la lección más profunda del Cristo”.- ■ Jesús: “Aquí están las razones de la proclamación que intentaron. Aquí está la clave de los odios, más fuertes, que manifestaron después. Aquí tenéis, en fin, la lección profunda del Cristo. ¿La comprendéis? Es lección de humildad, de justicia, de obediencia, de fortaleza, de prudencia, de fidelidad, de perdón, de paciencia, de vigilancia, de saber soportar, respecto a Dios, respecto a la propia misión, respecto a los amigos, respecto a los ingenuos, respecto a los enemigos, respecto a Satanás, respecto a los hombres, que de éste son instrumentos de tentación, respecto a las cosas, respecto a las ideas. Todo debe ser contemplado, aceptado, rechazado, amado o no, mirando el santo fin del hombre: el Cielo, la voluntad de Dios. ■ Pequeño Juan. Esta fue una de las horas de Satanás contra Mí. Y como las experimentó el Mesías, así también las experimentan sus seguidores. Es menester soportarlas y vencerlas sin soberbia, sin desesperanzas. No carecen de finalidad, de finalidad buena. Por lo tanto no tengas miedo. Durante estas horas, Dios no abandona, sino que sostiene a quien fue fiel. Luego desciende el Amor para hacer reyes a los fieles. Y, posteriormente, acabada la hora de la Tierra, subirán los fieles al Reino, a una paz eterna, a una victoria sin fin… Mi paz, pequeño Juan, coronado de espinas. Mi paz…”. (Escrito el 31 de Julio de 1946).
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7-474-296 (8-169-288).- Una visión que se pierde en un arrobo de amor.
* ¡Jesús era la «Palabra», pero no era la «charla»! ¿Qué serán esos recogimientos suyos?: yo pienso que son mucho más que nuestros éxtasis —en los cuales la criatura ya vive en el Cielo—: son el «encuentro sensible de Dios con Dios».- ■ Como hacen a menudo mientras andan, quizás para aligerar con esa distracción la monotonía de la marcha continua, los apóstoles hablan entre sí, recapitulando y comentando los últimos acontecimientos, preguntándole algo de vez en cuando al Maestro, que generalmente habla poco —lo necesario para no ser descortés— y reserva este esfuerzo sólo para cuando llega la ocasión de adoctrinar a la gente o a sus apóstoles, corrigiendo ideas equivocadas, consolando a personas infelices. ■ ¡Jesús era la «Palabra», pero no era la «charla»! Está claro. Era paciente y amable como nadie. Nunca mostraba fastidio por tener que repetir un concepto una, dos, diez, cien veces, para hacerlo entrar en las cabezas, acorazadas con los preceptos farisaicos y rabínicos. Se despreocupaba de su cansancio, que a veces era tanto que constituía ya sufrimiento, con tal de quitar a una criatura el sufri­miento moral o físico. Pero es evidente que prefiere callar, aislarse en un silencio de meditación capaz de durar muchas horas, si es que alguien no le saca de él preguntándole algo. ■ Generalmente, y siem­pre un poco adelantado respecto a sus apóstoles, va entonces con la cabeza un poco agachada, alzándola de vez en cuando para mirar al cielo, a los campos, a las personas, a los animales. Mirar he dicho, pero he dicho mal; debo decir: amar. Porque es sonrisa, sonrisa de Dios, lo que de esas pupilas emana para acariciar el mundo y las criaturas, sonrisa-amor. Porque es amor que se transparenta, que se difunde, que bendice, que purifica la luz de su mirada, siempre in­tensa, pero intensísima cuando sale de ese recogimiento…  ■ ¿Qué serán esos recogimientos suyos? Yo pienso —y estoy segura de que no me equivoco, porque basta con observar su cara para ver lo que son—, yo pienso que son mucho más que nuestros éxtasis, en los cuales la criatura ya vive en el Cielo. Son el «encuentro sensible de Dios con Dios». Siempre presente y unida la Divinidad a Cristo, que era Dios como el Padre. En la Tierra como en el Cielo, el Padre está en el Hijo y el Hijo está en el Padre, que se aman y amándose generan a la Tercera Persona. La potencia del Padre es la generación del Hijo, y el acto de generar y de ser generado crea el Fuego, o sea, el Espíritu del Espíritu de Dios. La Potencia se vuelve hacia la Sabiduría a la que ha generado, y ésta se vuelve hacia la Potencia en el júbilo de ser el Uno para el Otro y de conocerse por lo que son. Y, dado que todo buen conocimiento recíproco crea amor —pasa también con nuestros imperfectos conocimientos—, henos al Espíritu Santo… Aquel que, si fuera posible poner una perfección en las perfecciones divinas, habría de llamarse la Perfección de la Perfección. ¡El Espíritu Santo! Aquel que con solo pensar en Él, ya llena de luz, alegría, paz… ■ En  los éxtasis de Cristo, cuando el incomprensible misterio de la Unidad y Trinidad de Dios se renovaba en el Stmo. Corazón de Jesús, ¡qué producción de amor completa, perfecta, incandescente, santificante, jubilosa, pacífica debía generarse y difundirse, como de horno ardiente el calor, como de ardiente turíbulo el incienso, para besar con el beso de Dios las cosas creadas por el Padre, hechas por medio del Hijo-Verbo, hechas por el amor, sólo por el Amor, pues que todas las operaciones de Dios son Amor! Y ésta es la mirada del Hombre-Dios cuando, como Hombre y como Dios, alza los ojos —que han contemplado dentro del Cristo al Padre, a Él mismo y al Amor— ­para mirar el Universo: admirando la potencia creadora de Dios, co­mo Hombre; exultando por poder salvarla en las criaturas regias de esa creación, los hombres, como Dios.
*  La Mirada de Jesús.- ■ No, no se puede, nadie podrá, ni poeta ni artista ni pintor, hacer visible a las gentes esa mirada de Jesús saliendo del abrazo, del en­cuentro sensible con la Divinidad, unida hipostáticamente al Hom­bre siempre, pero no siempre tan profundamente sensible para el Hombre que era Redentor y que, por tanto, a sus muchos dolores, a sus muchos anonadamientos, debía añadir éste, grandísimo, de no poder estar siempre en el Padre, en el gran torbellino del Amor como estaba en el Cielo: omnipotente… libre… jubiloso. Espléndida la po­tencia de su mirada de milagro, dulcísima la expresión de su mirada de hombre, tristísimo el brillo de dolor en las horas de dolor… Pero son miradas aún humanas, aunque de expresión perfecta. Ésta, esta mirada de Dios que se ha contemplado y amado en la Triniforme Unidad no es susceptible de parangón, no hay adjetivo para ella…
* Anonadada en el co­nocimiento de Dios, los torrentes de delicias inundan mi alma.
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¡Comprendo a Pablo como nunca hasta ahora!: «¿Quién podrá separarnos del amor de Cristo?…».- ■ Y el alma se postra delante de Él, adorando, anonadada en el co­nocimiento de Dios, beatificada por la contemplación de su infinito amor. Los torrentes de delicias inundan mi alma… ¡Estoy beata! ¡Todo dolor, todo recuerdo, quedan anulados bajo las olas del amor de Jesús Dios… y estas olas me suben al Cielo, a Ti!… ■¡Gracias, mi adorable Amor!… ¡Gracias!… Ahora sigo sirviéndote… La criatura es otra vez mujer, es otra vez “el portavoz” tras ha­ber sido un instante “serafín”. Vuelve a ser mujer, vuelve a ser cria­tura-mártir, quizás otro tormento está ya a sus espaldas… Pero en mi espíritu brilla la luz que me has dado, la beatífica luz de haberte contemplado; y no podrán apagarla ni torrentes de lágrimas ni crue­les torturas. ¡Gracias, mi Bendito! ¡Sólo Tú me amas! ■ ¡Comprendo a Pablo como nunca hasta ahora! «¿Quién podrá separarnos del amor de Cristo?… En todo esto salimos vencedores en virtud de Aquel que nos ha amado… Estoy seguro de que ni la muerte ni la vida, ni los ángeles, ni los principados, ni las virtudes, ni las cosas presentes ni las futuras, ni la potencia, ni la altura, ni la profundidad, ni ninguna otra cosa creada podrán separarnos de la caridad de Dios que está en Jesucristo Señor nuestro» (1). Es el peán victorioso, exultante, cantado por el conjunto de los victoriosos, de los amantes, de los salvados por el amor, porque ésta es la santidad: la salvación recibida por haber sido amados y por haber amado. ¡Y ya se oye! Y el espíritu, todavía aquí, prisionero en la Tierra, lo oye y canta su ale­gría, su confianza, su certidumbre… Y luz, más luz aún viene, y las palabras luminosas del Apóstol se iluminan más aún, aún más… «…la caridad de Dios que está en Jesucristo Señor nuestro».
.   ● Comprendo también las palabras de Azarías, de este invier­no: «Jesús es el compendio del amor de los Tres».- ■ Ahora comprendo también las palabras de Azarías (2), de este invier­no: «Jesús es el compendio del amor de los Tres» (3). ¡Eso es! Todo el Amor está en Él. Nosotros podemos encontrar este amor de Dios, no­sotros hombres, sin esperar al regreso de Dios, sin esperar al Cielo, amando a Jesús. ¡Eso es! A quien cree le brotan dentro fuentes de agua viva, fuentes de luz, fuentes de amor, porque el que cree va a Jesús; porque quien cree cree que Jesús está en la Eucaristía con su Cuerpo, Sangre, Alma, Divinidad, como estaba en la Tierra, como es­tá en el Cielo, con su Corazón, con su Corazón. Y en el Corazón de Je­sús está la caridad de Dios. Y cuando el hombre recibe el Cuerpo St­mo. de Jesús acoge en sí al Corazón de Jesús. Tiene, por tanto, en sí, no sólo a Jesús; sino que tiene la Caridad de Dios, o sea, tiene a Dios Padre, Hijo, Espíritu Santo, porque la Caridad de Dios es la Stma. Trinidad, que es una única cosa: el Amor. El Amor que se divide en tres llamas para hacernos ternariamente felices. Felices de tener un Padre, un Hermano, un Amigo. Felices de tener a quien provee, a quien enseña, a quien ama. ¡Felices de tener a Dios!
.  ●  Esta hora de beatitud ¿quién me alcanza desde los cielos? … No os pido que este éxtasis vuelva, ni gozar de él… sino que ese gozo y fuego vaya a «otros corazones» para que merezcan la mirada de Jesús-Dios… Y para que vuelvan al sendero, acepto beber el cáliz amargo de todas las renuncias.- ■ ¡Oh, no puedo más!… ¡Señor, demasiado grande es tu don! ¿Quién me lo alcanza desde los Cielos? ¿Eres tú, Beatísima Madre, contem­plada en tu fulgor de Asunta Reina del Cielo? ¿Eres tú, el enamorado de Cristo, dulce Juan de Betsaida, amigo mío? ¿Eres tú, Patriarca dig­no de amor, protector de los perseguidos, solícito provisor de consue­los, José veneradísimo? ¿Eres tú, mi gran hermanita Teresa del N. J., la que me alcanza lo que desde hace 21 años pido: que rebosen en mi alma las olas del Amor? ¡Oh, si eres tú, cumple la obra! Alcánzame el que muera no en uno de estos asaltos de amor —yo también soy una pequeña alma y no deseo cosas extraordinarias— sino después de estos asaltos de amor, cuando soy otra vez «pequeña alma pe­queñsima», empequeñecida aún más por el conocimiento de lo que es el Infinito Amor, después de uno de estos asaltos, porque después estamos como bautizados de nuevo por el amor y no quedan sombras de manchas en nosotros. El amor quema… ¿O eres tú, Azarías, buen amigo, el que, por todas las lágrimas que has recogido de mis pesta­ñas y llevado al Cielo, me has alcanzado esta hora de beatitud? ■ Pero a ti, a Teresa, a José, a Juan y María Stma., no os pido que este éxtasis vuelva, para llenarme de gozo y fuego. Lo que os pido, os suplico, es que vaya a otros corazones, y especialmente a los que vo­sotros sabéis, a esos corazones que torturan el mío y desagradan a Dios, que no saben escuchar ni obedecer. Si esos corazones tienen un solo instante de estos asaltos de amor, se convertirán al Amor, al ver­dadero Amor. Amarán. Con todo su ser. Con el intelecto, sobre todo, del cual caerán los muros del racionalismo, de la ciencia humana, que niegan y obstaculizan la fe sencilla y buena y ponen fronteras al poder de Dios. Y con el corazón, donde se fundirán, como cera al fue­go, las costras del egoísmo, de la envidia, del odio… ■ Hacedlo, amadísimos míos. Yo acepto el no volver a poner jamás mis labios en el cáliz confortador del amor; acepto el beber siempre, hasta el regreso a Dios, del cáliz amargo de todas las renuncias; pero que ellos vuelvan al sendero radioso, que se santifiquen en todas sus acciones para merecer la mirada de Jesús-Dios, de la misma forma que hoy me fue concedido gozarla. Merecerla aquí, poseerla para siempre en el Cielo, de la misma forma que, esperando en mi Señor, confío poseerla yo también… (Escrito el 15 de agosto de 1946).
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1  Nota  : Cfr. Rom. 8,35-39.   2  Nota  : Azarías, según María Valtorta, es un Ángel, su Ángel de la Guarda, Autor de este dictado y de otros. Es quien se los habría dictado.   3  Nota  : Cfr. «Cuadernos de 1945 al 1950». Expuesto en el tema “Demonio” dictado 46-152.
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7-477-323 (———–).- Los sufrimientos morales de Jesús y de María.
* Jesús y su Madre sufrieron agudamente en su yo moralY también: “Sufrí al pensar que en relación al valor infinito de mi Sacrificio —el Sacrificio de un Dios— demasiados pocos se salvarían”.-  Dice Jesús: “No he olvidado tampoco este dolor de María, mi Madre. Haber tenido que lacerarla con la expectativa de mi sufrimiento, haber debido verla llorar. Por eso no le niego nada. Ella me dio todo. Yo le doy todo. Sufrió todo el dolor, le doy toda la alegría. Quisiera que, cuando pensáis en María, meditarais en esta agonía suya que duró treinta y tres años y culminó al pie de la Cruz. La sufrió por vosotros: por vosotros, las burlas de la gente, que la juzga­ba madre de un loco; por vosotros, las críticas de los parientes y de las personas de importancia; por vosotros, mi aparente desaprobación: «Mi Madre y mis hermanos son aquellos que hacen la voluntad de Dios». ¿Y quién más que Ella la hacía? Y una Voluntad tremenda que le imponía la tortura de ver martirizar al Hijo. Por vosotros, la fatiga de ir acá o allá, a donde Yo estaba; por vosotros, los sacrificios: desde el de dejar su casita y mezclarse con las muchedumbres, al de dejar su pequeña patria por el tumulto de Jerusalén; por vosotros, el deber estar en contacto con aquel que guardaba dentro de su corazón la traición; por vosotros, el dolor de oír que me acusaban de posesión diabólica, de herejía. Todo, todo por vosotros. ■ No sabéis cuánto he amado a mi Madre. No reflexionáis en cuán sensible a los afectos era el corazón del Hijo de María. Y creéis que mi tortura fue puramente física, al máximo añadís la tortura espiri­tual del abandono final del Padre. No, hijos. También experimenté los afectos del hombre: sufrí por ver sufrir a mi Madre, por tener que llevarla como mansa cordera al suplicio, por tener que lacerarla con una cadena de despedidas… hasta aquélla, atroz, en el Calvario. ■ Sufrí por verme escarnecido, odiado, calumniado, rodeado de mal­sanas curiosidades que no evolucionaban hacia el bien sino hacia el mal. Sufrí por todas las falsedades que tuve que oír o ver activas a mi lado: las de los fariseos hipócritas, que me llamaban Maestro y me hacían preguntas no por fe en mi inteligencia sino para tenderme trampas; las de aquellos a quienes había favorecido y se volvieron acusadores míos en el Sanedrín y en el Pretorio; aquélla, premedita­da, larga, sutil de Judas, que me había vendido y continuaba fingién­dose discípulo; que me señaló a los verdugos con el signo del amor. Sufrí por la falsedad de Pedro, atrapado por el miedo humano. ¡Cuánta falsedad, y cuán repelente para Mí que soy Verdad! ¡Cuánta, también ahora, respecto a Mí! Decís que me amáis, pero no me amáis. Tenéis mi Nombre en los labios, y en el corazón adoráis a Satanás y seguís una ley contraria a la mía. ■ Sufrí al pensar que en relación al valor infinito de mi Sacrificio —el Sacrificio de un Dios— demasiados pocos se salvarían. A todos —digo: a todos— los que a lo largo de los siglos de la Tierra preferirían la muerte a la vida eterna, haciendo vano mi Sacrificio, los tuve pre­sentes. Y con esta cognición fui a afrontar la muerte. ■ Ya ves, pequeño Juan, que tu Jesús y la Madre suya sufrieron agudamente en su yo moral. Y largamente. Paciencia, pues, si es que debes sufrir. «Ningún discípulo es más que el Maestro», lo dije”. (Escrito el 14 de Febrero de 1944).
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7-478-325 (8-173-311).- Coloquio de Jesús con José y Simón de Alfeo (1) primos-hermanos de Jesús, (van a la fiesta de los Tabernáculos) que esperan reino espiritual pero en este mundo (2).
* José y Simón, que han oído explicar a la Virgen sobre los profetas, y que les han repetido las palabras de Jesús en la casa de Cusa, creen en Jesús como el Mesías pero no ven en Él la realeza atribuida al Mesías… Por eso, según ellos, Jesús necesita de los grandes de Israel… incluso convocar a las armas a Israel.- ■ Apenas despunta el sol sobre los campos bañados por una reciente llovizna. Sin duda es así, porque el camino está mojado, pero sin formarse todavía los lodazales. Por esto digo que hace poco lloviznó y por poco tiempo. Son las primeras lluvias otoñales. Son los primeros síntomas de las lluvias de Noviembre que transformarán los caminos de Palestina en lodo y barro. Esta breve llovizna ayuda a los viajeros porque impide que se levante el polvo del camino —uno de los azotes reservados a los meses de estío, así como el fango a los invernales— lava la cara del cielo, las hojas y las hierbas, que ahora limpias brillan a los primeros rayos del sol. Una suave brisa corre por entre los olivares que cubren las colinas nazaretanas. Pareciera como si un aleteo de ángeles sacudiera a las tranquilas plantas, pues sus ramas chocan con un sonido como de plumas que se mueven; y brillan con su color plateado, doblándose a un lado, como si detrás del aleteo angélico quedase una sombra de luz paradisíaca. ■ Ya la ciudad ha quedado unos cuantos estadios atrás, cuando Jesús, que ha caminado por atajos entre colinas, entra en el camino de primer orden que de Nazaret va a la llanura de Esdrelón, el camino de las caravanas que cada vez se ven más animadas de peregrinos hacia Jerusalén. Jesús continúa un poco más. Llega a un cruce donde el camino se bifurca cerca de una piedra miliar en que está escrito a ambos lados: «Jafa Simonia-Belén-Carmelo» al occidente, y «Jalot-Naím Scitópolis-Enganním» al oriente, y ve que en el  borde del camino están sus primos José y Simón con Juan de Zebedeo que le saludan inmediatamente. Jesús: “La paz sea con vosotros. ¿Ya estáis aquí? Pensaba que sería el primero y que debía pararme aquí a esperaros”, y los besa contento de verlos. José: “No podías haber llegado primero antes que nosotros. Porque, nosotros, por temor a que pasaras antes de que llegásemos, nos hemos puesto en camino a la luz de las estrellas, que las nubes pronto las ocultaron”. Jesús: “Os había dicho que me veríais. Entonces, tú, Juan, no has dormido”. Juan: “Poco, Maestro, pero siempre más que Tú, sin duda alguna. Pero no importa”. Juan sonríe con esa cara tranquila, espejo de su agradable carácter que siempre está contento de todo. ■ Jesús dice a José: “Bueno, hermano. ¿Querías hablar conmigo?”. José: “Sí… Ven un poco adentro de ese viñedo. Ahí estaremos sin que nos molesten”. José de Alfeo es el primero que se mete entre dos hileras de vides, que ya no tienen uvas. Solo algún que otro racimo dejado para calmar el hambre del pobre, del peregrino, según las prescripciones mosaicas, queda en los sarmientos, entre las hojas que, próximas a caer, ya amarillean. Jesús le sigue con Simón. Juan se queda en el camino, pero Jesús le llama diciendo: “Puedes venir, Juan. Tú eres mi testigo”. Juan: “Pero…”, y mira cohibido a los dos hijos de Alfeo. José: “No, no. Ven también tú. Queremos que oigas lo que vamos decir”, y de este modo Juan baja también al viñedo por donde todos entran, siguiendo la curva de las hileras, para que nadie les vea desde el camino. ■ José: “Jesús, me siento alegre de ver que me quieres”. Jesús: “¿Y podías dudarlo? ¿No te he amado siempre?”. José: “También yo siempre te he amado. Pero… pese a nuestro amor, tiempo hace que no nos comprendemos. Por mi parte no podía aprobar lo que hacías. Me parecía tu ruina, como la de tu Madre y nuestra. Bien sabes… todos los viejos galileos todavía nos acordamos de cómo fue derrotado Judas el galileo y cómo fueron dispersos sus familiares y seguidores, y cómo fueron confiscados sus bienes. Esto no lo quería para nosotros. Porque… Sí, no daba crédito a que precisamente de nosotros, de la estirpe de David, sí, pero tan… Bueno, no nos falta el pan, y alabado sea el Altísimo por ello. ¿Pero, dónde está la grandeza real que todas las profecías atribuyen al que será el Mesías? ¿Eres Tú la vara que golpea para dominar? No fuiste luz al nacer. ¡Ni siquiera naciste en tu casa!… ¡Yo conozco bien las profecías! Nosotros, somos ya un tronco seco. Y nada hacía entender que el Señor lo hubiese hecho reverdecer. ¿Y Tú qué eres, sino un justo? Por estos pensamientos te hacía frente, llorando por nuestra ruina. Y en medio de esta angustia mía vinieron los tentadores, para avivar aún más el fuego de mis ideas de grandeza. Jesús, tu hermano fue un necio. Les creí y te causé pesar. Es duro confesarlo, pero debo decírtelo. Y piensa que todo Israel estaba en mí: necio como yo; como yo,  seguro de que la figura del Mesías no era la que Tú representabas… Es duro decir: «Me he equivocado. Nos hemos equivocado y seguimos equivocándonos. ¡Y desde hace siglos!». ■ Pero tu Madre me ha explicado las palabras de los profetas. ¡Oh, sí! Santiago tiene razón. Y tiene razón Judas. De labios de María —como ellos oyeron, de niños, esas palabras—, se ve que eres el Mesías. Mira, mis cabellos ya encanecen. Ya no soy niño ni lo era cuando María volvió del Templo, prometida a José. Y recuerdo aquellos días. Y la desaprobación de mi padre, una desaprobación cargada de asombro, cuando vio que su hermano no se casaba con ella lo más pronto posible. Asombro suyo, asombro de Nazaret. Y también murmuraciones. Porque no es usual dejar pasar tantos meses antes de las nupcias, poniéndose en peligro de pecar y de… Jesús, yo siento aprecio por María y honro la memoria de mi pariente. Pero el mundo… Para éste no se trató de algo bien hecho… Tú… Ahora lo sé. Tu Madre me explicó las profecías. Entonces se comprende por qué Dios quiso que se retardasen las nupcias. Para que tu nacimiento coincidiese con el gran Edicto y nacieses en Belén de Judá. Y… María me ha explicado todo. Ha sido como una luz para poder comprender lo que por humildad calló. ■ Afirmo que eres el Mesías. Esto he dicho, y esto sostendré. Pero decirlo, no significa cambiar de mente… porque mi mente piensa que el Mesías debe ser Rey. Las profecías lo dicen… Es difícil poder comprender otro carácter en el Mesías sino el de rey… ¿Me comprendes? ¿Estás cansado?”. Jesús: “No lo estoy. Te escucho”. José: “Pues bien… Los que engañaban a mi corazón volvieron y querían que te coaccionara… Y, al no querer hacerlo, cayó de su rostro el velo y aparecieron como en realidad son: falsos amigos. Los verdaderos enemigos… Y vinieron otros, plañendo como pecadores. Escuché lo que me dijeron. Repitieron tus palabras en casa de Cusa… Ahora sé que Tú reinarás sobre los espíritus, o sea, serás Aquel en quien toda la sabiduría de Israel se centrará para dar leyes nuevas y universales. En Ti está la sabiduría de los patriarcas, la de los jueces, la de los profetas, la de nuestros abuelos, David y Salomón; en Ti la sabiduría que guió a los reyes, a Nehemías y Esdras; en Ti la que sostuvo a los Macabeos. Toda la sabiduría de un pueblo, de nuestro pueblo, del pueblo de Dios. Comprendo que darás al mundo, enteramente sujeto a Ti, tus leyes sapientísimas. Y verdaderamente pueblo de santos será tu pueblo. ■ Pero, hermano mío, no puedes hacer esto Tú solo. Moisés, en cosas de menor importancia, buscó quien le ayudase. Y era solo un pueblo. ¡Tú… todo el mundo! ¡Todo a tus pies!… ¡Ah, pero para hacer esto, debes hacerte conocer!… ¿Por qué sonríes con los labios teniendo cerrados los ojos?”. Jesús: “Porque estoy escuchando y me pregunto: «¿Mi hermano se ha olvidado de que me echó en cara el hecho de darme a conocer, diciendo que iba a perjudicar a toda la familia?». Por esto me sonrío. Pienso que hace dos años y medio no hago otra cosa sino que me conozcan”. José: “Es verdad. Pero, ¿quién te conoce? Una serie de pobres, de campesinos, de pescadores, de pecadores, y ¡de mujeres! Bastan los dedos de la mano para contar, entre los que te conocen, a los de valor. Digo que debes hacer que te conozcan los grandes de Israel: los sacerdotes, los príncipes de los sacerdotes, los ancianos, los escribas, los grandes Rabinos de Israel. Todos ellos, que aunque pocos, valen por una multitud. Esos son los que deben conocerte. Ellos, los que no te aman tienen entre sus acusaciones —y comprendo ahora que son falsas— una verdadera, justa: la de que los marginas. ¿Por qué no vas a donde están, y los conquistas con tu sabiduría? Sube al Templo, apodérate del Pórtico de Salomón —eres de la estirpe de David y profeta; ese lugar te pertenece por derecho y no a otros—  y habla”. Jesús: “He hablado y por ello me han odiado”. José:  “Insiste. Habla como rey. ¿No recuerdas el poder, la majestad de las acciones de Salomón? Sí (¡maravilloso este sí!). Tú eres el verdaderamente profetizado, como lo dicen las profecías vistas con los ojos del espíritu. Tú eres más que un Hombre. Él, Salomón, no era más que hombre. Muéstrate por lo que eres, y ellos te adorarán”. ■ Jesús: “¿Que me adorarán los judíos, los principales, los jefes de familias y las tribus de Israel? Ciertamente no todos, pero alguno que otro me adorará en espíritu y en verdad. Pero no por ahora. Primero debo ceñir mi corona y tomar el cetro y vestirme de púrpura”. José: “¡Ah, entonces eres rey, y pronto lo serás! Lo has dicho. ¡Es como yo pensaba, y como otros muchos!”. Jesús: “En verdad que no sabes cómo reinaré. Solo Yo y el Altísimo, y pocas almas a las que el Espíritu del Señor ha querido revelarlo, ahora y en tiempos pasados, sabemos cómo reinará el Rey de Israel, el Ungido de Dios”. ■ Simón de Alfeo interviene: “Escúchame también a mí, hermano. José tiene razón. ¿Cómo quieres que te amen o que te teman si evitas siempre mostrarles tu poder? ¿No quieres convocar a Israel a las armas? ¿No quieres lanzar el antiguo grito de guerra y de victoria? Al menos  —y no es la primera vez que así alguien haya subido al trono de Israel—, al menos por aclamación popular, al menos por haber sabido arrancar esta aclamación con tu poder de Rabí y Maestro, hazte rey”. Jesús: “Ya lo soy y siempre lo he sido”.  Simón: “Es verdad. Nos lo dijo un jefe del Templo. Has nacido rey de los judíos. Pero Tú no amas a Judea. Eres un rey desertor porque no vas a ella. Eres un rey no santo, si no amas el Templo, donde la voluntad de un pueblo te ungirá rey. Sin la voluntad de un pueblo, a no ser que quieras imponerte a él por la fuerza, no puedes reinar”. ■ Jesús: “Quieres decir, Simón, sin la voluntad de Dios”.
* Todo Israel estará en mi proclamación. En su corazón, en Jerusalén, me convertiré en el «Rey de los judíos». Ya os lo dije. No ha llegado mi hora”.- ■ Y Jesús prosigue: “¿Qué cosa es el querer del pueblo? ¿Para quién es pueblo? ¿Quién lo gobierna? Dios. No lo olvides, Simón. Y Yo seré lo que Dios quiera. Por su querer seré lo que debo ser. Y nadie impedirá que Yo lo sea. No tendré necesidad de lanzar el grito para reunir la gente. Todo Israel estará presente a mi proclamación. No tendré necesidad de subir al Templo para ser aclamado. Me llevarán. Todo un pueblo me llevará para que suba a mi trono. Me acusáis de que no ame la Judea… En su corazón, en Jerusalén, me convertiré en el «Rey de los judíos». Saúl no fue proclamado rey en Jerusalén, ni David, ni tampoco Salomón. Pero Yo seré ungido Rey en Jerusalén. Por ahora no iré públicamente al Templo, y no me apoderaré de él porque no ha llegado mi hora”. ■ José vuelve a tomar la palabra. “Te digo que estás dejando pasar tu hora. Te lo aseguro. El pueblo está cansado de sus opresores extranjeros y de nuestros jefes. Esta es la hora. Te lo aseguro. Toda Palestina, menos Judea, y no toda, te sigue como Rabí y mucho más. Eres cual bandera izada sobre una cima. Todos te miran. Eres como un águila y todos siguen tu vuelo. Eres como un vengador y todos esperan que arrojes la flecha. Ve. Deja la Galilea, la Decápolis, la Perea, las otras regiones, y ve al corazón de Israel, a la ciudadela donde está encerrado todo el mal, y de donde debe salir todo el bien, y conquístala. También allí tienes discípulos, aunque tibios, porque te conocen poco; pocos, porque no te quedas allí; vacilantes, porque no has hecho allí las obras que en otras partes has hecho. Vete a Judea para que también esos vean lo que eres a través de tus obras. Echas en cara a los judíos de que no te aman. Pero ¿cómo quieres que lo hagan, si te escondes de ellos? Nadie, que trata y quiere ser aclamado en público, hace a escondidas sus obras, sino que las hace en público para ser visto. Si quieres obrar prodigios en los corazones, en los cuerpos, en los elementos, ve allá y haz que te conozca el mundo”. ■ Jesús: “Ya os lo dije. No ha llegado mi hora. No ha llegado mi tiempo. A vosotros os parece que sea la hora justa, pero no. Debo tomar mi tiempo. Ni antes ni después. Antes, sería inútil. Provocaría mi desaparición del mundo y de los corazones antes de haber cumplido mi obra. Y el trabajo ya hecho no daría su fruto, porque ni quedaría completo ni gozaría de la ayuda de Dios, que quiere que Yo lo cumpla sin omitir palabra o acción alguna. Debo obedecer a mi Padre. Jamás haré lo que esperáis, porque sería ir en contra de los designios de mi Padre. Os comprendo y os compadezco. No os guardo rencor. Ni siquiera estoy cansado, ni molesto de vuestra ceguedad… No sabéis, pero Yo sé. No sabéis. Veis lo exterior de la cara del mundo. Yo veo su profundidad. El mundo os muestra una cara todavía buena. No os odia, no porque os ame, sino porque no merecéis su odio. No sois dignos de ello. A Mí me odia porque soy un peligro para él. Un peligro para su falsedad, su avaricia, para la violencia que en él existen”.
“Al principio de mis días mortales, fui señalado proféticamente como «señal de contradicción». Porque según sea Yo acogido, habrá salvación o condenación, muerte o vida, luz o tinieblas… ¿No comprendéis que si aceptase la corona, este reino, como vosotros lo imagináis, demostraría que soy un Mesías falso, mentiría, renegaría de Mí mismo y del Padre?”.-  ■ Jesús: “Yo soy la Luz y la luz ilumina. El mundo no ama la luz porque descubre sus acciones. El mundo no me ama. No puede amarme porque sabe que vine a vencerlo en el corazón de los hombres, en el rey de las tinieblas que lo domina y lo hace errar. El mundo no se quiere convencer de que sea Yo su Médico y su Medicina, y, como un demente, querría derribarme para no ser curado. El mundo todavía no quiere convencerse de que soy el Maestro, porque lo que Yo digo es contrario a lo que él dice. Y entonces trata de ahogar la Voz que habla al mundo para adoctrinarle en orden a Dios, para mostrarle la verdadera naturaleza de sus malas acciones. Entre el mundo y Yo hay un abismo. Y no por mi culpa. He venido para dar al mundo la Luz, el Camino, la Verdad, la Vida. Pero el mundo no quiere acogerme y por esto mi luz para él se hace tinieblas, porque será la causa de la condena de aquellos que no me recibieron. ■ En el Mesías está toda la Luz para aquellos de entre los hombres que quieren recibirle; mas en el Mesías también están todas las tinieblas para aquellos que me odian y me rechazan. Por ello, al principio de mis días mortales, fui señalado proféticamente como «señal de contradicción». Porque según sea Yo acogido, habrá salvación o condenación, muerte o vida, luz o tinieblas. En verdad, en verdad, os digo que los que me acojan vendrán a ser hijos de la Luz, o sea, de Dios; nacidos a Dios por haber acogido a Dios. ■ Por esto, si he venido a hacer de los hombres hijos de Dios, ¿cómo puedo hacer de Mí un rey, como, por amor o por odio, por ingenuidad o malicia,  muchos en Israel queréis hacer? ¿No comprendéis que me destruiría a Mí mismo, lo que soy, o sea al Mesías,  no al Jesús de María y José de Nazaret? ¿No comprendéis que destruiría al Rey de reyes, al Redentor, al Nacido de una Virgen y llamado Emmanuel, llamado el Admirable, el Consejero, el Fuerte, el Padre del siglo futuro, el Príncipe de la Paz, Dios, Aquel cuyo imperio y cuya paz no tendrán confines, sentado en el trono de David por su descendencia humana, pero que teniendo al mundo como escabel de sus pies, como escabel de sus pies a todos sus enemigos y al Padre a su lado, como está dicho en el Libro de los Salmos (3), por derecho sobrehumano de origen divino? ¿No comprendéis que Dios no puede ser Hombre sino por perfección de bondad, para salvar al hombre, pero que no puede, no debe, rebajarse a Sí mismo con pobres cosas humanas? ¿No comprendéis que si aceptase la corona, este reino como vosotros lo imagináis, demostraría que soy un Mesías falso, mentiría, renegaría de Mí mismo y del Padre; y sería peor que Lucifer, porque privaría a Dios de la alegría de poseeros; sería peor que Caín para vosotros, porque os condenaría a un destierro perpetuo de Dios en un Limbo sin esperanza de Paraíso? ¿No comprendéis todo esto? ¿No comprendéis la trampa que los hombres os ponen para haceros caer? ¿La artimaña de Satanás para dar un golpe al Eterno en su Amado y en sus criaturas, los hombres? ¿No comprendéis que esta es la señal de que Yo soy más que hombre, que soy el Hombre-Dios? ¿No comprendéis que la señal de que…”. Simón exclama: “¡Las palabras de Gamaliel!”. Jesús: “… de que sea un rey, sino el Rey, es el odio de todo el infierno y de todo el mundo contra Mí? Debo enseñar, sufrir, salvaros. Esto es lo que tengo que hacer. Y esto no lo quiere Satanás, ni sus secuaces”.
* Entre los que me tientan y los que os tientan por un reino humano, ¿se encuentra acaso Gamaliel?”.- ■ Jesús prosigue: “Uno de vosotros acaba de citar: «Las palabras de Gamaliel». Exacto. No es mi discípulo, y no lo será mientras esté Yo en este mundo. Pero es un hombre recto. Pues bien: entre los que me tientan y los que os tientan por un reino humano, ¿se encuentra acaso Gamaliel?”. Simón dice: “¡No! Esteban ha dicho que el rabí, cuando supo lo sucedido en casa de Cusa, exclamó: «Mi corazón da un vuelco preguntándose si será verdaderamente lo que dice. Pero cualquier pregunta quedaría muerta antes de formarse en la mente, y para siempre, si Él hubiera consentido a esto. El Niño al que escuché dijo que tanto la esclavitud como la realeza no serán como, comprendiendo mal a los profetas, las creíamos, o sea materiales, sino del espíritu, por obra del Mesías, Redentor de la Culpa y fundador del Reino de Dios en los espíritus. Recuerdo estas palabras. Y mido al Rabí según ellas. Si, midiéndole, Él fuese inferior a esa altura, yo le rechazaría como a pecador y embustero. Y temblé de miedo al ver que podría esfumarse la esperanza que aquel Niño puso en mí»”. ■ José replica: “Es verdad, pero… él no lo reconoce como al Mesías”. Simón contesta: “Espera una señal, dice”. José: “Entonces, dásela. Y que sea una gran señal”. Jesús: “Le daré. La que le prometí. Pero no ahora. Id vosotros entre tanto a la fiesta. No iré públicamente, como rabí, como profeta, para imponerme, porque todavía no ha llegado mi tiempo”. José: “¡Pero irás al menos a Judea! ¡Darás a los judíos pruebas que los convenza! Para que no puedan alegar…”. Jesús: “Así será. ¿Pero tú crees que contribuirán a mi paz? Hermano, cuanto más haga, más odiado seré. Pero voy a darte gusto. Les daré pruebas como no podrá haberlas mayores… y les diré palabras capaces de poder cambiar los lobos en corderos, las piedras duras en cera blanda. De nada a va a servir…”. Jesús está triste. ■ José: “¿Te causé dolor alguno? Lo dije por tu bien”. Jesús: “No me causas ningún dolor… Pero quisiera que me comprendieses, que, tú, hermano mío, me tomes por lo que soy… quisiera irme con la alegría de que eres mi amigo. El amigo comprende y defiende los intereses de su amigo…”. José: “Te aseguro que lo haré. Sé que te odian. Lo sé ya. Por esto vine. Tú lo sabes. Vigilaré por Ti. Soy el mayor. Aplastaré las calumnias. Tendré cuidado de tu Madre”. Jesús: “Gracias, José. Grande es mi peso. Tú lo aligeras. El dolor, cual un mar, avanza con sus olas para sumergirme y con él el odio… Pero si tengo vuestro amor, nada podrá. El Hijo del hombre tiene corazón… y este corazón tiene necesidad de amor…”. José: “Y yo te doy amor. Sí. Por Dios que me está viendo, te aseguro que te lo doy. Ve en paz, Jesús, a tu trabajo. Te ayudaré. Nos queríamos mucho. Luego… Pero ahora volvemos a lo que éramos en el pasado. Uno para el otro. Tú: el Santo; yo, el hombre; pero unidos para la gloria de Dios. Hasta la vista, hermano”. Jesús: “Hasta la vista, José”. Se besan. Ahora es Simón el que dice: “Bendícenos para que se abran nuestros corazones a la luz completa”. Jesús les bendice y antes de dejarles añade: “Os confío a mi Madre…”. José: “Vete en paz. Tendrá dos hijos en nosotros”. Se separan.
* “¡Bienaventurados los niños para quienes es tan fácil creer!”.- ■ Jesús vuelve al camino y con Juan al lado emprende rápido la marcha. Después de algún tiempo Juan interrumpe el silencio para preguntar: “¿José de Alfeo está o no está todavía convencido?”. Jesús: “Todavía no”. Juan: “Entonces, ¿qué eres para él? ¿El Mesías? ¿El Hombre? ¿El Rey? ¿Dios? No comprendí bien. Me parece que él…”. Jesús: “José está como en uno de esos sueños de la mañana en que la mente ya está cerca de la realidad, sacudiéndose del pesado sueño, que producía irreales sueños, a veces pesadillas. Los fantasmas de la noche retroceden, pero la mente todavía fluctúa en un sueño que, por ser hermoso,  no se querría que tuviera fin… Así es él. Se está acercando al despertar. Pero, por ahora, acaricia este sueño. Se divierte con él, porque para él es hermoso… Mas hay que saber tomar lo que el hombre puede dar. Y alabar al Altísimo por la transformación que se ha producido hasta ahora. ■ ¡Bienaventurados los niños a quienes es tan fácil creer!”, y Jesús pasa un brazo por la cintura de Juan, que sabe ser niño y sabe creer, para hacerle sentir su amor. (Escrito el 22 de Agosto de 1946).
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1  Nota  : José y Simón.- Cfr.  Personajes de la Obra magna:  Familia Alfeo.   2  Nota  : Cfr.  Ju.  7,1-9.   3  Nota  : Cfr. Sal. 109,1.
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(<Jesús y Juan, después de dejar a los hermanos José y Simón de Alfeo se ponen en camino hacia Enganním en espera de los campesinos de Yocana>)
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7-479-333 (8-174-319).- Juan (y apóstoles) no puede creer en el MODO con que redimirá Jesús.
* Mil, diez mil, cien mil que fueseis ¿qué sois contra la Voluntad del Padre? Debo cumplirla”.- ■ Jesús dice a Juan: “Estás muy cansado, Juan, pero tenemos que llegar mañana al atardecer a Enganním”. Juan: “Llegaremos, Señor”, y sonríe, a pesar de estar —él que ha andado más que todos— hasta pálido por el cansancio. Trata de caminar más ligero para convencer al Maestro que no está muy cansado. Pero pocos pasos después vuelve a aflojar. Su cabeza le cae hacia delante, como oprimida por el peso de un yugo, sus pies se arrastran por el suelo y tropiezan con frecuencia. Jesús: “Dame, al menos, las alforjas. La mía es pesada”. Juan: “No, Maestro. Tú no estás menos cansado que yo”. Jesús: “Tú lo estás más porque fuiste desde Nazaret al bosque de Matatías y luego volviste a Nazaret”. Juan: “Y dormí en una cama. Tú no. Pasaste la noche sin dormir en el bosque y temprano te pusiste en camino de nuevo”. Jesús: “También tú. José lo dijo. Salisteis con las estrellas”. Juan sonríe: “¡Oh, pero las estrellas duran hasta el amanecer!…”. ■ Luego añade, poniendo cara seria: “Y no es el poco sueño lo que da dolor…”. Jesús: “¿Qué otra cosa Juan? ¿Qué cosa te ha causado dolor? Tal vez que mis hermanos…”. Juan:  “No, Señor. También ellos… pero lo que más me duele… lo que me pesa… lo que me llega al alma es que vi llorar a tu Madre… No me dijo el por qué, ni tampoco se lo pregunté aunque tenía ganas. Pero la miraba tanto que me dijo: «Te lo diré en la casa ahora no, porque lloraría más fuerte». Y en casa me habló de una manera tan dulce y tan triste que también me puse a llorar”. Jesús: “¿Qué te dijo?”. Juan: “Me dijo que te quisiera mucho, que no te causara nunca ni siquiera el más pequeño dolor porque después tendría mucho remordimiento. Me dijo: «Hagamos todo nuestro deber en los meses que nos quedan, y más que el deber».  Porque para Ti, que eres Dios, solo el deber es poco. También me dijo —y esto me hizo sufrir mucho y, si no lo hubiera dicho Ella, no podría creerlo—, me dijo: «Y es incluso poco hacer solo el deber hacia quien se marcha y a quien no podremos más servir… Para poder estar resignados después, cuando ya no esté entre nosotros, es necesario haber hecho más que el deber. Será necesario haberle entregado todo, todo el amor, los cuidados, la obediencia, todo, todo. Entonces, en medio del desgarro de la separación se puede decir: ‘Puedo decir que, mientras Dios ha querido que le tuviera, no he dejado pasar un solo momento sin amarle y servirle’». Yo le pregunté: «¿Pero de veras se va el Maestro? ¡Todavía tiene mucho que hacer! Habrá tiempo…». Y Ella meneó su cabeza, mientras dos gruesas lágrimas le bajaban de sus ojos, dijo: «El verdadero Maná, el vivo Pan, volverá al Padre cuando el hombre se esté felicitando de saborear el nuevo trigo… Y nosotros estaremos solos, entonces, Juan». Yo, para consolarla, le dije: «Es un gran dolor. Pero si Él vuelve al Padre, debemos alegrarnos. Nadie le podrá hacer ya daño alguno». Ella con gemidos dijo: «¡Oh, pero antes!», y yo creí entender. ■ ¿Pero así tiene que suceder, Señor? ¿De veras, así? Mira, no es que no creamos en tus palabras. Lo que pasa es que te amamos y… no te diré como Simón te dijo un día: esto no te puede suceder. Yo creo, todos creemos… Pero te amamos y… ¡Oh, Señor mío! ¿Los pecados del amor son realmente pecados?”. Jesús: “El amor no peca nunca, Juan”. Juan: “Pues entonces nosotros, que te amamos, estamos dispuestos a combatir y a matar para defenderte. Los galileos no son estimados por los otros. Precisamente porque nos llaman pendencieros. ¡Que así sea! Defendiéndote, justificaremos la fama que tenemos. Estamos en los lugares donde, en tiempos de Débora, Barac destruyó el ejército de Sísara, con sus diez mil (1). Y esos diez mil eran de Neftalí y Zabulón. Y nosotros descendemos de ellos. El nombre será distinto, pero el corazón es igual”. Jesús: “Diez mil… Pero aunque fueseis diez veces más diez mil, ¿qué podríais hacer?”. Juan: “¿Cómo? ¿Temes a las cohortes? No son tantas y además… Ellos no te odian. No molestas. Porque Tú no piensas en un reino, en un reino que arrebate una presa a las garras del águila romana. No se meterán entre nosotros y tus enemigos, y éstos serán pronto vencidos”. Jesús: “Mil, diez mil, cien mil que fueseis, ¿qué sois contra la Voluntad del Padre? Debo cumplirla…”. Juan, desanimado, no dice más. ■ Es extraña esta terquedad, esta incapacidad mental de comprender la misión de Jesús, aun a sus mejores seguidores. Le aceptan como a Maestro, como a Mesías. Creen en su poder de salvar y redimir. Pero cuando se encuentran frente al modo con que redimirá, entonces su inteligencia se cierra. Parece como si perdiesen para ellos valor las profecías. ¿Y es mucho decir esto de israelitas de los que se puede afirmar que respiran, caminan, se nutren y viven por medio de las profecías? Todo lo que dicen los Libros Santos es verdadero, menos esto: que el Mesías debe padecer y morir, que los hombres deben derrotarle. Esto no lo pueden aceptar. Jesús se afana en mostrar cuadros de su Pasión, para que puedan leer lo que ésta será, y ellos me parecen ciegos y sordos. Cierran los ojos. No ven y, por tanto, no comprenden. (Escrito el 24 de Agosto de 1946).
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1  Nota  : Cfr. Jue. 4-5.
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(<En el Templo, para la fiesta de los Tabernáculos>)

7-486-371 (8-181-355).- Jesús en el Templo, en la fiesta de los Tabernáculos,  habla del origen de su doctrina (1). Habla de tres epifanías: la del Sinaí, la de la próxima, nueva y cruenta; y la de la última, al final de los tiempos (2).
* Jesús recibido en el Templo entre voces amigas y voces enemigas.- ■ Jesús entra en el Templo. Viene con sus apóstoles y con numero­sísimos discípulos que conozco al menos de cara. Y, al final de todos, pero ya unidos al grupo como queriendo mostrar que quieren ser considerados seguidores del Maestro, caras nuevas, desconocidas to­das, menos la sagaz del griego venido de Antioquía, que habla con otros —quizás gentiles como él— y que se detiene, con los que con él hablan, en el patio de los Paganos, mientras Jesús y los suyos prosiguen para entrar en el patio de los Israelitas. Naturalmente, la entrada de Jesús en el Templo, que está de bote en bote, no pasa desapercibida. Un susurro nuevo se alza, como de una colmena inquieta, un susurro que cubre las voces de los docto­res que dan sus lecciones bajo el pórtico de los Paganos. Lecciones que, por lo demás, se suspenden, como por ensalmo; y alumnos de los escribas corren en todas las direcciones a llevar la noticia de la llega­da de Jesús; de forma que cuando Él entra en el segundo recinto, donde está el atrio de los Israelitas, ya bastantes fariseos, escribas y sacerdotes están atropados observándole. Pero, mientras ora, no le dicen nada, y ni siquiera se le acercan, únicamente le vigilan. ■ Jesús vuelve al pórtico de los Paganos. Y ellos detrás. Y la comitiva de los malintencionados aumenta, como también aumenta la de los curiosos o de los bienintencionados. Y susurros en voz baja se mueven entre la gente. De vez en cuando, alguna voz más fuerte: “¿Veis cómo ha venido? Es un justo. No podía faltar a la fiesta”. O: “¿Qué ha venido a hacer?, ¿a extraviar más aún al pueblo?”. O tam­bién: “¿Estáis contentos ahora?, ¿ahora veis dónde está?, ¡mucho lo habéis preguntado!”. Voces aisladas y apagadas en seguida, ahogadas en las gargantas por miradas significativas de discípulos y seguidores que amenazan, con su propio amor, a los rencorosos enemigos. Voces irónicas, venenosas, de enemigos que arrojan una chorretada de veneno y después se detienen, porque tienen miedo de la muchedumbre. Y silencio de la muchedumbre después de una manifestación significativa en favor del Maestro, porque tiene miedo a las represalias de los poderosos. El reino del miedo recíproco… El único que no tiene miedo es Jesús. Anda despacio; con majestad, hacia el lugar a donde quiere ir, un poco absorto, pero, pronto para salir de su absorbimiento para acariciar a un niño que una le presenta, o sonreír a un anciano que le saluda bendiciéndole. ■ En el pórtico de los Paganos, de pie, erguido, entre un grupo de alumnos, está Gamaliel: con los brazos cruzados, con su esplendoro­sa vestidura blanquísima y amplísima —que parece aún más blanca en contraste con la gruesa alfombra roja oscura extendida en el sue­lo en el punto donde está Gamaliel—, parece estar pensando —la ca­beza un poco inclinada— y no interesarse de lo que ocurre. Entre sus discípulos, por el contrario, hay agitación, la agitación de la más grande curiosidad. Uno, pequeñito, incluso se sube a un alto escabel para ver mejor. Pero, cuando Jesús está a la altura de Gamaliel, el rabí alza el rostro; y sus ojos profundos, bajo su frente de pensador, se clavan un instante en el rostro sereno de Jesús. Es una mirada escrutadora, mortificante y mortificada. Jesús la siente y se vuelve. Le mira. Los dos fulgores, el de los ojos negrísimos y el de los ojos de zafiro, se en­trelazan: el de Jesús, abierto, manso, que se deja escrutar; el de Ga­maliel, impenetrable, tendente a conocer y deseoso de rasgar el mis­terio de la verdad —porque para él es un misterio el Rabí galileo—, pero farisaicamente celoso de su pensamiento, de modo que se cierra a toda indagación que no sea de Dios. Un instante. Luego Jesús pro­sigue y el rabí Gamaliel vuelve a reclinar la cabeza sobre el pecho, sordo a toda pregunta recta, ansiosa, de algunos que están en torno a él, o subrepticia y cargada de aborrecimiento de otros: “¿Es Él, maes­tro? ¿Qué opinas tú?”; “¡Bien! ¿Cuál es tu juicio? ¿Quién es Éste?”. ■ Jesús va al lugar que ha elegido para sí. ¡Oh!, ¡no tiene alfombras bajo los pies! Ni siquiera está bajo el pórtico; simplemente, junto a una columna, en pie, erguido, en el escalón más alto, en el fondo del pórtico. El lugar más modesto. En torno a Él, apóstoles, discípulos seguidores, curiosos; más allá, fariseos, escribas, sacerdotes, rabíes. Gamaliel no deja el sitio donde está.

(<Jesús les habla sobre la naturaleza del Reino “que no viene con aparato y que solo el ojo de Dios lo ve formarse y que está en vosotros, dentro de vosotros» [Luc. 17,20-21]: relatado en el tema “Dios-Reino de Dios”, episodio 7-486-371. Su explicación ha levantado la admiración de algunos de los presentes>)

*  Origen de la doctrina de Jesús: “En verdad, en verdad os digo que esta doctrina no es mía, sino de Aquel que me ha enviado a vosotros”. ■ Uno, que escuchaba atentamente, dice: “¡Pero, verdaderamente este hombre es grande! ¿Y vosotros decís que es un artesano?”. Y otros, judíos por su vestimenta, y quizás instigados por los enemigos de Jesús, se miran confundidos, y miran a sus instigadores pregun­tando: “¿Pero qué nos habéis imbuido? ¿Quién puede decir que este hombre extravía al pueblo?”, y otros: “Nos preguntamos y os preguntamos estas cosas: si es verdad que ninguno de vosotros le ha instruido, ¿cómo tiene tantos conocimientos? ¿Dónde los ha aprendi­do, si no ha estudiado nunca con ningún maestro?”, y, dirigiéndose a Jesús: “Di, pues, ¿dónde has encontrado esta doctrina tuya?”. ■ Jesús alza un rostro inspirado y dice: “En verdad, en verdad os digo que esta doctrina no es mía, sino que es de Aquel que me ha enviado a vosotros. En verdad, en verdad os digo que ningún maestro me la ha enseñado, ni la he encontrado en ningún libro viviente, o en ningún rollo o monumento de piedra. En verdad, en verdad os digo que me he preparado para esta hora oyendo al Viviente hablarle a mi espíritu. Ahora la hora ha llegado para que Yo dé al pueblo de Dios la Palabra venida de los Cielos. Y lo hago, y lo haré hasta mi último suspiro, y, tras haberlo exhalado, las piedras que me oyeron y no ablandecieron, conocerán un temor a Dios más fuerte que el que experimentó Moisés en el Sinaí; y en medio de ese temor, con voces que bendigan o maldigan, las palabras de mi doctrina rechazada se gra­barán en las piedras. Y esas palabras ya no se borrarán nunca. El signo permanecerá. Luz para quien lo acoja, al menos entonces, con amor; absolutas tinieblas para quien ni siquiera entonces comprenda que ha sido la voluntad de Dios la que me ha enviado para fundar su Reino”.
. ●Al principio de mi vida fue dicho: «Paz a los hombres de buena voluntad». La buena voluntad es aquella que hace la voluntad de Dios y no combate contra ella”.- Jesús: “Al principio de la creación fue dicho: «Hágase la luz». Y la luz apareció en el caos. Al principio de mi vida fue dicho: «Paz a los hombres de buena voluntad». La buena voluntad es aquella que hace la voluntad de Dios y no combate contra ella. Ahora bien, aquel que hace la voluntad de Dios y no combate contra ella siente que no puede combatir contra Mí, porque siente que mi doctrina viene de Dios y no de Mí mismo. ¿Acaso busco Yo mi gloria? ¿Digo, acaso, que soy el Autor de la Ley de gracia y de la era de perdón? No. Yo no tomo la gloria que no es mía, sino que doy gloria a la gloria de Dios, Autor de todo lo que es bueno. Ahora bien, mi gloria es hacer lo que el Padre quiere que haga, porque esto le da gloria a Él. El que habla a favor propio para recibir alabanza busca su propia gloria. Mas aquel que pudiendo —incluso sin buscarla— recibir gloria de los hombres por lo que hace o dice y la rechaza diciendo: «No es mía, creada por mí, sino que procede de la del Padre, de la misma manera que Yo de Él procedo» está en la verdad y en él no hay injusticia, pues da a cada uno lo suyo sin quedarse con nada de lo que no le pertenece. Yo soy porque Él ha querido que fuera”. ■ Jesús se detiene un momento. Recorre con sus ojos la aglomera­ción de gente. Escudriña las conciencias. Las lee. Las sopesa.
* Los 10 mandamiento los ha dado el Altísimo. Moisés, su siervo, os los trajo. Es el Pacto eterno de salvación y de condena. Una nueva, tremenda epifanía veréis: el Santo de los Santos, no oculto ya tras la triple cortina, será elevado ante la presencia de todos. Y todavía no creeréis. Si decís observar la Ley ¿por qué tratáis de matarme? Y me echáis en cara de violar el sábado.- ■ Abre de nuevo sus labios: “Vosotros calláis: la mitad admirados, la otra mitad pensativos, pensando en cómo podéis hacerme callar. ¿De quién son los diez mandamientos? ¿De dónde vienen? ¿Quién os los ha dado?”. La gente grita:  “¡Moisés!”. Jesús: “No. El Altísimo. Moisés, su siervo, os los trajo. Pero son de Dios. Vosotros los que tenéis las fórmulas pero no tenéis la fe, en vuestro corazón decís: «Nosotros a Dios no le hemos visto. Y tampoco le vieron los hebreos que estaban al pie del Sinaí». ¡Oh!, no os son suficientes para creer que Dios estaba presente ni siquiera los rayos, que incendiaban el monte mientras Dios resplandecía tronando de­lante de Moisés. No os valen ni siquiera los rayos y los terremotos para creer que Dios está sobre vosotros para escribir el Pacto eterno de salvación y de condena. Una epifanía nueva, tremenda veréis, y pronto, entre estos muros. Y las penumbras sagradas ya no estarán en tinieblas, porque habrá comenzado el Reino de la Luz, y el Santo de los Santos, no oculto ya tras la triple cortina, será elevado ante la presencia de todos. Y todavía no creeréis. Entonces, ¿qué se necesita­rá para haceros creer? ¿Que los rayos de la Justicia incidan en vues­tras carnes? Mas entonces la Justicia estará apaciguada, y descen­derán los rayos del Amor. Y, a pesar de todo, ni siquiera éstos escribi­rán en vuestros corazones, en todos vuestros corazones, la Verdad y suscitarán el arrepentimiento y luego el amor…”. ■ Los ojos de Gamaliel, en un rostro tenso, están ahora fijos en el rostro de Jesús… que continúa: “Pero, Moisés sabéis que era hombre entre los hombres; de él os han dejado descripción los cronistas de su tiempo. Y, a pesar de todo, sabiendo incluso quién era, de Quién y cómo recibió la Ley, ¿obser­váis, acaso, esta Ley? No. Ninguno de vosotros la observa”. Un grito de protesta entre la gente. Jesús impone silencio: “¿Decís que no es verdad? ¿Que la observáis? ¿Y entonces por qué tratáis de matarme? ¿No prohíbe el quinto mandamiento matar al hombre? ¿Vosotros no admitís en Mí al Cristo? Pero no podéis negar que Yo sea hombre. Entonces ¿por qué tratáis de matarme?”. Precisamente aquellos que quieren matarle, gritan: “¡Pero Tú estás loco! ¡Eres un endemoniado! ¡Un demonio habla en Ti y te hace delirar y decir embustes! ¡Ninguno de nosotros piensa en matarte! ¿Quién quiere matarte?”. ■ Jesús: “¿Que quién? Vosotros. Y buscáis las disculpas para hacerlo. Y me echáis en cara culpas no verdaderas. Me echáis en cara —y no es la primera vez— el que haya curado a un hombre en sábado. ¿Y no dice Moisés que tengamos piedad incluso del asno y del buey caídos, porque representan un bien para el hermano? ¿Y Yo no debería tener compasión del cuerpo enfermo de un hermano, para el cual la salud recuperada es un bien material y un medio espiritual para bendecir a Dios y amarle por su bondad? ¿Y la circuncisión que Moisés os dio por haberla recibido de los patriarcas, acaso no la practicáis también en día de sábado? Si circuncidando a un hombre en día de sábado no se viola la Ley mosaica del sábado, porque la circuncisión sirve para hacer de un varón un hijo de la Ley, ¿por qué os enojáis contra Mí si en día de sábado he curado a un hombre enteramente, en el cuerpo y en el espíritu, y he hecho de él un hijo de Dios? No juzguéis según la apariencia y la letra, sino juzgad con recto juicio y con el espíritu, porque la letra, las fórmulas, las apariencias, son cosas muertas, escenarios pintados, pero no verdadera vida, mientras que el espíritu de las palabras y apariencias es vida real y fuente de eternidad. Pero vosotros no entendéis estas cosas porque no las queréis entender. Vamos”.  Y vuelve las espaldas a todos.
* La manifestación final del Hijo del hombre será: como la del relámpago.- ■ Se dirige hacia la salida, seguido y Él circundado por sus apóstoles y discípulos, que le miran: con pena por Él, con enojo contra los enemigos. Él, pálido, les sonríe y les dice: “No estéis tristes. Vosotros sois amigos míos. Y hacéis bien siéndolo, porque mi tiempo se acerca a su fin. Pronto llegará el tiempo en que desearéis ver uno de estos días del Hijo del hombre, mas no podréis ya verlo. Entonces hallaréis con­fortación en deciros: «Nosotros le amamos y le fuimos fieles mientras Él estuvo entre nosotros». Y para burlarse de vosotros y haceros aparecer como locos os dirán: «Cristo ha vuelto. ¡Está aquí! ¡Está allá!». No creáis en esas voces. No vayáis, no os pongáis a seguir a estos falaces burladores. El Hijo del hombre, una vez que se haya marchado, no volverá sino cuando llegue su Día. Y entonces su manifestación será semejante al relámpago, que resplandeciendo surca el cielo de una parte a otra, tan rápidamente, que el ojo apenas puede seguirle. Vo­sotros, y no sólo vosotros, sino ningún hombre, podría seguirme en mi aparición final para recoger a todos aquellos que fueron, son y se­rán. ■ Pero antes de que esto suceda es necesario que el Hijo del hom­bre sufra mucho. Sufra todo. Todo el dolor de la Humanidad, y, ade­más, sea repudiado por esta generación”. El pastor Matías observa: “Pero entonces, mi Señor, sufrirás todo el mal que será capaz de descargar sobre Ti esta generación”. Jesús: “No. He dicho: «Todo el dolor de la Humanidad». Ella existía an­tes de esta generación, y existirá, por generaciones y generaciones, después de ésta. Y siempre pecará. Y el Hijo del hombre gustará to­da la amargura de los pecados pasados, presentes y futuros, hasta el último pecado, en su espíritu, antes de ser el Redentor. Y, ya en su gloria, todavía sufrirá, en su espíritu de amor, al ver que la Humanidad pisotea su amor. Vosotros no podéis entender por ahora… Vamos ahora a esta casa que me es amiga”. Y llama a una puerta, que se abre y le deja entrar, sin que el custodio muestre estupor por el número de personas que entran detrás de Jesús. (Escrito el 3 de Septiembre de 1946).
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1  Nota  :  Cfr. Ju. 7,10-24.   2  Nota  :  Cfr. Lc. 17,22-25.
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(<Al día siguiente, Jesús vuelve al Templo que rebosa de gente>)
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7-487-380 (8-182-364).- En el Templo, en la fiesta de los Tabernáculos: Discurso sobre la naturaleza del Mesías (1).
* Tenemos pruebas. Sabemos de dónde es éste. Pero cuando venga el Mesías nadie sabrá de dónde es. ¡¡¡Pero de éste!!! Es hijo de un carpintero de Nazaret”.- ■ Jesús se acerca lentamente. Pasa por delante de Gamaliel —que ni siquiera alza la cabeza—, y va al sitio de ayer. La gente, mezcla, ahora, de israelitas, prosélitos y gentiles, comprende que va a empezar a hablar y susurra: “Fijaos que habla públicamente y no le dicen nada”. “Quizás los príncipes y los jefes han reconocido en Él al Mesías. Ayer Gamaliel, cuando se marchó el Galileo, habló mucho con unos Ancianos”. “¿Pero es posible? ¿Cómo han hecho para reconocerle de repente, si sólo un poco antes le consideraban hombre merecedor de la muerte?”. “Quizás Gamaliel tenía pruebas…”. Arremete uno: “¿Y qué pruebas? ¿Qué pruebas queréis que tenga en favor de ese hombre?”. Le abuchean: “Cállate, ventajista. No eres más que el último de los escribanos. ¿Quién te ha preguntado?”. El otro se marcha. ■ Pero, en su lugar, aparecen otros, que no pertenecen al Templo, sino —ciertamente— a los incrédulos judíos: “Nosotros tenemos las pruebas. Nosotros sabemos de dónde es éste. Pero, cuando venga el Mesías, nadie sabrá de dónde es. No sabremos su origen. ¡¡¡Pero de éste!!! Es hijo de un carpintero de Nazaret, y todo su pueblo puede traer aquí su testimonio contra nosotros si mentimos…”. ■ Entretanto, se oye la voz de un gentil, que dice: “Maestro, hábla­nos un poco a nosotros hoy. Nos ha sido dicho que afirmas que todos los hombres provienen de un solo Dios, el tuyo. Tanto que los llamas hijos del Padre. Algunos poetas nuestros estoicos tuvieron también una idea semejante a ésta. Dijeron: «Somos estirpe de Dios». Tus connacionales dicen que somos más impuros que animales. ¿Cómo concilias las dos tendencias?”. ■ Se plantea la cuestión según las costumbres de las disputas filosó­ficas, al menos eso creo. Y, cuando Jesús está para responder, aumen­ta de tono la disputa entre los judíos incrédulos y los creyentes, y una voz estridente repite: “Es un simple hombre. El Mesías no será eso. Todo en Él tendrá carácter excepcional: forma, naturaleza, origen…”.
.  ● En verdad os digo que Yo no he venido por Mí mismo ni tampoco de donde vosotros creéis… Yo conozco a Aquel que me ha enviado, porque Yo soy suyo, parte suya y un Todo con Él”.- Gamaliel calma el tumulto.- ■ Jesús se vuelve en esa dirección y dice fuerte: “¿Entonces me co­nocéis y sabéis de dónde vengo? ¿Estáis bien seguros de ello? ¿Y lo poco que sabéis no os dice nada? ¿No os resulta confirmación de las profecías? Pero no, vosotros no sabéis todo de Mí. En verdad, en ver­dad os digo que Yo no he venido por Mí mismo, ni tampoco de donde vosotros creéis que he venido. Es la misma Verdad la que me ha en­viado, y vosotros no la conocéis”. Prorrumpen los enemigos en un grito de enfado. Jesús continúa: “La misma Verdad. Vosotros no conocéis sus obras. No conocéis sus caminos, los caminos por los que Yo he venido. El odio no puede conocer ni los caminos ni las obras del Amor. Las tinieblas no pueden aguantar la vista de la Luz. Mas Yo conozco a Aquel que me ha enviado, porque Yo soy suyo, parte suya y un Todo con Él. Y Él me ha enviado para que cumpla lo que su Pensamiento quiere”. Nace un tumulto. Los enemigos se lanzan contra Él para ponerle las manos encima, para capturarle y pegarle. Apóstoles, discípulos, pueblo, gentiles, prosélitos reaccionan para defenderle. ■ Acuden otros a ayudar a los primeros, y quizás hubieran logrado su objetivo, pero Gamaliel, que hasta ese momento parecía ajeno a todo, deja su al­fombra y va hacia Jesús —apartado hacia el pórtico por quienes le quieren defender— y grita: “Dejadle. Quiero oír lo que dice”. Más que el pelotón de legionarios que, de la Antonia, acude para calmar el tumulto, hace la voz de Gamaliel. El tumulto cesa cual torbellino que se deshace, y el clamor se calma transformándose en rumor. Los legionarios, por prudencia, se quedan cerca del muro externo, pero ya sin función alguna. Gamaliel ordena a Jesús: “Habla. Responde a los que te acusan”. El tono es imperioso, pero no burlón. Jesús da unos pasos hacia delante, hacia el patio. Tranquilo, rea­nuda el discurso. Gamaliel permanece donde está, y sus discípulos se apresuran a llevarle alfombra y escabel para que esté cómodo. Pero él se queda de pie: los brazos cruzados, la cabeza baja, los ojos ce­rrados; concentrado en escuchar.
.  ● Los judíos piensan que como mínimo este Mesías tendría que ser un ángel.- Jesús dice: “Me habéis acusado sin motivo, como si hubiera blasfemado en lugar de decir la verdad. Yo, no para defenderme, sino para daros la luz con el fin de que podáis conocer la Verdad, hablo. Y no hablo por Mí mismo, sino que hablo recordando las palabras en que creéis y por las que juráis. Ellas me dan testimonio. Vosotros, lo sé, no veis en Mí sino a un hombre semejante a vosotros, inferior a vosotros. Y os parece imposible que un hombre pueda ser el Mesías. Como míni­mo pensáis que tendría que ser un ángel este Mesías, el cual debe te­ner un origen tan misterioso como para poder ser rey por la simple autoridad que el misterio de su origen suscita. Pero, ¿acaso alguna vez se ha visto en la historia de nuestro pueblo, en los libros que forman esta historia —y que serán libros tan eternos cuanto el mundo, porque a ellos los doctores de todas las naciones y de todos los tiempos irán a beber, para confirmar su ciencia y sus investigaciones sobre el pasa­do con las luces de la verdad—, dónde está escrito en estos libros que Dios haya hablado a un ángel suyo para decirle: «Tú serás para Mí, de ahora en adelante, Hijo, porque Yo te he engendrado»?” (2). Veo que Gamaliel pide una tablilla y pergaminos, se sienta y es­cribe… ■ Jesús: “Los ángeles, criaturas espirituales siervas del Altísimo y mensajeras suyas, han sido creados por Él como el hombre, como los ani­males, como todo lo que fue creado. Pero no han sido engendrados por Él. Porque Dios engendra únicamente a otro Sí mismo, pues no puede el Perfecto engendrar sino a un Perfecto, a otro Ser parejo a Sí mismo, para no destruir su perfección engendrando a una criatura inferior a Él (3). Ahora bien, si Dios no puede engendrar a los ángeles, y ni siquiera elevarlos a la dignidad de hijos suyos (4), ¿cómo será el Hijo al que dice: «Tú eres mi Hijo. Hoy te he engendrado»? ¿Y de qué na­turaleza será si, engendrándolo, y señalándoselo a sus ángeles, dice: «Y le adoren todos los ángeles de Dios»? (5). ¿Y cómo será este Hijo, para merecer oír que el Padre —Aquel a cuya gracia se debe el que los hombres le puedan nombrar con el corazón anonadado en adora­ción— le diga: «Siéntate a mi derecha hasta que haga de tus enemi­gos escabel para tus pies»? (6). Ese Hijo no podrá ser sino Dios como el Padre, con quien comparte atributos y poderes y con quien goza de la Caridad que los alegra en los inefables e incognoscibles amores de la Perfección que existe por sí misma”.
.  ● “Pero, si Dios no ha juzgado conveniente elevar al grado de Hijo a un ángel, ¿habría podido decir de un hombre lo que, al final de éste hará tres años, dijo de quien aquí os habla en el vado de Betabara?… ¿Quién debe ser el Mesías? ¿Un ángel? Más que un ángel. ¿Un hombre? Más que un hombre. ¿Un Dios? Sí, un Dios. Pero con una carne unida a Él, para que ésta pueda cumplir la expiación de la carne culpable”.- ■ Jesús: “Pero, si Dios no ha juzgado conveniente elevar al grado de Hijo a un ángel, ¿habría podido decir de un hombre lo que, al final de éste hará tres años, dijo de quien aquí os habla en el vado de Betabara? —y muchos de vosotros que os oponéis a Mí estabais presentes cuando lo dijo—. Vosotros lo oísteis y temblasteis. Porque la voz de Dios es in­confundible, y sin una especial gracia suya aterra a quien la oye, y estremece su corazón. ¿Qué es, entonces, el Hombre que os habla? ¿Es, acaso, uno que ha nacido de la voluntad y de la sangre de hombre, como todos voso­tros? ¿Habría podido poner el Altísimo a su Espíritu para que habitase en un cuerpo privado de gracia, como es el de los hombres nacidos por voluntad carnal? ¿Y podría el Altísimo, como satisfacción de la gran Culpa, aplacarse con el sacrificio de un hombre? Pensad. Él no eligió a un ángel para ser Mesías y Redentor, ¿podrá, entonces, elegir a un hombre para serlo? ¿Y podía el Redentor ser sólo Hijo del Padre, sin asumir naturaleza humana, pero con medios y poderes que superaran los humanos cálculos? ¿Y el Primogénito de Dios podía, acaso, tener padres (7), si es el Primogénito eterno? ¿No se os trastoca el soberbio pensamiento ante estos interrogantes, que suben hacia los reinos de la Verdad, acercándose cada vez más a ella y que hallan respuesta sólo en un corazón humilde y lleno de fe?  ¿Quién debe ser el Mesías? ¿Un ángel? Más que un ángel. ¿Un hombre? Más que un hombre. ¿Un Dios? Sí, un Dios. Pero con una carne unida a Él, para que ésta pueda cumplir la expiación de la carne culpable. ■ Todas las cosas deben ser redimidas a través de la materia con que pecaron. Dios, por tanto, habría debido enviar a un ángel para expiar las culpas de los ángeles caídos, y que expiara por Lucifer y sus seguidores angélicos. Porque ya sabéis que Lucifer también pecó. Pe­ro Dios no envía a un espíritu angélico a redimir a los ángeles tenebrosos. Ellos no han adorado al Hijo de Dios, y Dios no perdona el pe­cado contra su Verbo engendrado por su Amor. Sin embargo, Dios ama al hom­bre y envía al Hombre, al Único perfecto, a redimir al hombre y a obtener paz con Dios. Y es justo que sólo un Hombre-Dios pueda cumplir la redención del hombre y aplacar a Dios. ■ El Padre y el Hijo se han amado y se han comprendido. Y el Pa­dre dijo: «Quiero». Y el Hijo respondió: «Quiero». Y luego el Hijo dijo: «Dame». Y el Padre contestó: «Toma», y el Verbo tuvo una carne, cuya formación es misteriosa, y esta carne se llamó Jesucris­to, Mesías, Aquel que debe redimir a los hombres, llevarlos al Reino, vencer al demonio, quebrar las esclavitudes. ■ ¡Vencer al demonio! No podía un ángel, no puede, realizar lo que el Hijo del hombre puede. Y esta es la razón por la cual Dios no llama a los ángeles para realizar la gran obra sino al Hombre. Aquí tenéis al Hombre de cuyo origen estáis inciertos, o le negáis u os pone pensativos. Aquí tenéis al Hombre. Al Hombre aceptable para Dios. Al Hombre representante de todos sus hermanos. Al Hombre que es como voso­tros en la semejanza; al Hombre superior y distinto de vosotros por la proveniencia”.
.  ● El Hombre engendrado y consagrado para su ministerio está ante el excelso altar: para ser Sacerdote y Víctima por los pecados del mundo. Está escrito del Mesías: «Tú eres Sacerdote para siempre según el orden de Melquisedec». Sacerdocio como el de Melquisedec de quien nadie pudo jamás señalar sus orígenes porque se trata de un sacerdocio más perfecto que viene directamente de Dios.- ■ Jesús: “El Hombre —que no por un hombre sino por Dios ha sido engendrado y consagrado para su ministerio— está ante el excelso altar para ser Sacerdote y Víctima por los pecados del mundo, eterno y supremo Pontífice, Sumo Sacerdote según el orden de Melquisedec (8). ¡No temáis! No tiendo mis manos hacia la tiara pontifical (9). Otra corona me espera. ¡No temáis! No os voy a quitar el racional (10). Otro está ya preparado para Mí. Temed sólo, más bien, el que para voso­tros no sirva el Sacrificio del Hombre y la Misericordia del Mesías. Os he amado tanto, tanto os amo, que he obtenido del Padre el aniquilarme a Mí mismo. Os he amado tanto, tanto os amo, que he pedido apurar todo el dolor del mundo para daros la salvación eterna. ¿Por qué no me queréis creer? ¿No podéis creer todavía? ■ ¿No está escrito del Mesías: «Tú eres Sacerdote para siempre según el orden de Melquisedec»? ¿Y cuándo comenzó el sacerdocio? ¿Quizás en tiempos de Abraham? No. Y vosotros lo sabéis. El rey de justicia y de paz que vino a anunciarme, con figura profética, en la aurora de nuestro pueblo, ¿no os dice acaso que se trata de la existencia de un sacerdocio más perfecto, que viene directamente de Dios?; como Melquisedec, de quien nadie pudo jamás señalar sus orígenes y que es llamado «el sa­cerdote» y sacerdote será para siempre. ¿No creéis ya en las palabras inspiradas? Y, si creéis, ¿cómo es que vosotros, doctores, no sabéis dar una explicación aceptable a las palabras que dicen –y de Mí hablan–: «Tú eres Sacerdote para siempre según el orden de Melqui­sedec»? Hay, pues, otro sacerdocio, más allá, antes del de Aarón. Y de éste está escrito «eres»; no, «fuiste»; no, «serás». Eres sacerdote para siempre. He aquí, pues, que esta frase anuncia que el eterno Sacer­dote no será de la estirpe, conocida, de Aarón, no será de ninguna es­tirpe sacerdotal. No; será de proveniencia nueva, misteriosa, como Melquisedec. Es de esta proveniencia. Y si la Potencia de Dios le manda, señal es de que quiere renovar el Sacerdocio y el rito para que sea provechoso para la Humanidad. ■ ¿Conocéis vosotros mi origen? No. ¿Conocéis mis obras? No. ¿In­tuís sus frutos? No. Nada sabéis de Mí. Podéis ver, pues, que tam­bién en esto soy el «Mesías», cuyo origen y naturaleza y misión deben permanecer desconocidos hasta que a Dios le plazca revelarlos a los hombres. Bienaventurados los que sepan, los que saben creer antes de que la revelación tremenda de Dios los aplaste contra el suelo con su peso y ahí los clave y triture bajo la fulgurante, poderosa verdad que los cielos gritarán, que la tierra repetirá: «Éste era el Mesías de Dios». Vosotros decís: «Es de Nazaret. Su padre era José. Su Madre es María». No. Yo no tengo padre que me haya engendrado hombre; no tengo madre que me haya engendrado Dios. Y, no obstante, tengo una carne, y la tengo por misteriosa obra del Espíritu, y he ve­nido a vosotros pasando por un tabernáculo santo (11). Y os salvaré des­pués de haberme formado a Mí mismo por querer de Dios; os salvaré haciendo que Yo mismo salga del tabernáculo de mi Cuerpo para consumar el gran Sacrificio de un Dios que se inmola por la salvación del hombre. ■ ¡Padre! ¡Padre mío! Te lo dije al principio de los días: «Aquí estoy, para hacer tu voluntad». Te lo dije en la hora de gracia antes de dejarte para revestirme de carne, y así padecer: «Aquí estoy, para hacer tu voluntad». Te lo digo una vez más para santificar a aquellos por quienes he venido: «Aquí estoy, para hacer tu voluntad». Y volveré a decírtelo, siempre te lo diré, hasta que tu voluntad sea cumplida…”. Jesús baja los brazos —los tenía levantados hacia el cielo, orando—, los recoge en su pecho y agacha la cabeza, cierra los ojos y se sume en una oración secreta. La gente cuchichea. ■ No todos han comprendido; es más, la mayoría (y yo con ellos) no ha comprendido. Somos demasiado ignorantes. Pero intuimos que ha enunciado cosas grandes. Y, admirados, guarda­mos silencio. Los maliciosos, que no han comprendido o no han querido com­prender, sonriendo malévolamente dicen: “¡Éste delira!”. Pero no se atreven a decir más y se apartan o se encaminan hacia las puertas meneando la cabeza. Tanta prudencia creo que es el fruto de las lan­zas y dagas romanas que brillan al sol contra la muralla externa.
* Las piedras que deben estremecerse no serán las de nuestros corazones sino las piedras de las murallas del Templo.- ■ Gamaliel se abre paso entre los que quedan. Llega hasta Jesús, que sigue en oración, absorto, lejanos la gente y el lugar, y le llama: “¡Rabí Jesús!”. Jesús, todavía absortos sus ojos en una interna visión, alzando la cabeza, pregunta: “¿Qué quieres, rabí Gamaliel?”. Gamaliel: “Que me des una explicación”. Jesús. “Habla”. Gamaliel ordena: “¡Apartaos todos!”, y lo hace con un tono tal, que apóstoles, discípulos, seguidores, curiosos, y los propios discípu­los de Gamaliel se apartan rápidamente. Se quedan solos, uno frente al otro. Y se miran. Jesús siempre manso y dulce; el otro, autoritario sin querer e involuntariamente soberbio de aspecto (expresión que ciertamente le ha venido de los años de deferencia exagerada). Gamaliel: “Maestro… Me han sido referidas unas palabras tuyas dichas en un banquete… banquete que yo desaprobé porque no era sincero. Yo combato o no combato, pero siempre abiertamente… He meditado en esas palabras. Las he cotejado con las que tengo en mi recuerdo… Y te he esperado, aquí, para preguntarte acerca de ellas… Y primero he querido oírte hablar… Ellos no han comprendido. Yo espero poder comprender. He escrito tus palabras mientras las pronunciabas. Pa­ra meditarlas. Y no para perjudicarte. ¿Me crees?”. Jesús: “Te creo. Y quiera el Altísimo hacerlas resplandecer ante tu espíritu”. ■ Gamaliel: “Que así sea. Escúchame. Las piedras que deben estremecerse ¿no serán las de nuestros corazones?”. Jesús: “No, rabí. Éstas (y señala a las murallas del Templo con gesto circular). ¿Por qué lo preguntas?”. Gamaliel: “Porque mi corazón se estremeció cuando me fueron referidas tus palabras del banquete, y tus respuestas a los tentadores. Creía que ese estremecimiento era la señal…”. Jesús: “No, rabí. Es demasiado poco el estremecimiento de tu corazón y el de pocos otros para ser la señal que no deja dudas… Aun cuando tú, con un gesto de humilde reconocimiento de ti mismo, defines tu corazón co­mo piedra. ¡Oh, rabí Gamaliel, ¿te es imposible hacer de tu corazón petrificado un luminoso altar que acoja a Dios?! No por interés mío, rabí, sino para que tu justicia sea perfecta…”. Y Jesús mira dulcemente al anciano maestro, que se coge la barba, se pasa los dedos por la frente murmurando con la cabeza inclinada: “No pue­do… No puedo todavía… De todas formas, espero… ¿Sigue en pie esa señal que vas a dar?”. Jesús: “La daré”. Gamaliel: “Adiós, Rabí Jesús”. Jesús:  “El Señor venga a ti, rabí Gamaliel”. Se separan. Jesús hace una señal a los suyos y con ellos se encamina hacia fuera del Templo.
* Escribas, sacerdotes… quieren conocer la opinión de Gamaliel sobre Jesús.- ■ Escribas, fariseos, sacerdotes, discípulos de rabíes, como buitres, circundan velozmente a Gamaliel, que está metiéndose en el ancho cinturón los folios que ha escrito. “¿Entonces? ¿Qué te parece? ¿Un loco? Has hecho bien en escribir esos delirios. Nos serán útiles. ¿Has decidido? ¿Estás convencido? Ayer… hoy… Más que suficiente para convencerte”. Hablan todos al mismo tiempo, y Gamaliel calla, y, mientras, se coloca el cinturón, cierra el tintero que lleva colgado a éste, devuelve a su discípulo la tablilla en que se ha apoyado para escribir en los pergaminos. Un colega suyo insiste: “¿No respondes? Desde ayer no hablas…”. Gamaliel:  “Escucho. No a vosotros. A Él. Y trato de reconocer en las pala­bras de ahora la palabra que me habló un día. Aquí”. Muchos riéndose: “¿Y… la encuentras?”. Gamaliel: “Como un trueno, que tiene voz distinta según esté más cercano o más lejano. Pero siempre es ruido de trueno”. Uno, burlón, dice: “Sonido sin significado, entonces”. Gamaliel: “No te rías, Leví. En el trueno puede estar también la voz de Dios; y nosotros ser tan necios que la tomemos por rumor de nubes que se rompen… No te rías tú tampoco, Elquías, ni tú, Simón; no sea que el trueno se transforme en rayo y os reduzca a cenizas…”. ■ Inquieren con mordacidad: “Entonces… tú… casi estás diciendo que el Galileo es aquel niño que con Hillel creíste profeta; y que aquel niño y ese hombre son el Mesías…”. Aunque son mordaces, es una mordacidad velada, porque Ga­maliel se hace respetar. Gamaliel: “No digo nada. Digo que el ruido del trueno es siempre ruido de trueno”. Insisten: “¿Más cercano o más lejano?”. Gamaliel: “¡Ay! Las palabras son más fuertes, producto de la edad. Pero los veinte años pasados han hecho veinte veces más cerrado mi inteligencia ante el tesoro que posee. Y el sonido penetra cada vez más débil…”. y Gamaliel deja caer la cabeza sobre el pecho, pensativo. Todos se ríen: “¡Ja! ¡Ja! ¡Ja! ¡Te haces viejo y te haces necio, Gamaliel! Tornas por realidad los fantasmas. ¡Ja! ¡Ja! ¡Ja!”. Gamaliel se encoge de hombros con desdén. Luego recoge su manto, que le pendía de los hombros; se envuelve con más de una vuelta —es muy amplio— y da las espaldas a todos sin replicar nada, des­preciativo en su silencio. (Escrito el 4 de Septiembre de 1946).
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1  Nota  : Cfr.  Ju.  7,25-30.   2  Nota  : Cfr.  Sal.  2,8.   3  Nota  : Cfr. “Engendrar” y “crear”.  Nótese cómo la escritora los distingue. Dios no “engendra” sino a su Hijo consustancial y eterno; pero “creó” a los ángeles, hombres, animales, plantas y todos los seres inanimados.  4  Nota  : Cfr. “Dios no puede engendrar ángeles, ni siquiera  elevarlos a la dignidad de hijos suyos”.  Expresión  que debe entenderse por lo que sigue abajo: “Si Dios no ha juzgado conveniente elevar al grado de hijo a un ángel…”, donde se aduce un motivo de conveniencia, no de imposibilidad divina (N.T.).   5  Nota  : Cfr. Deut.  32,43:  Sal. 96,7.  6  Nota  : Cfr.  Sal.  109,1.   7  Nota  : Cfr.  “¿Podía  el  Primogénito de Dios tener padres?”.- De hecho José solamente fue su padre putativo; María, su verdadera Madre, en virtud de la concepción y parto milagrosos; y ninguno de los dos fue engendrador “de la divinidad” del Hijo de Dios.   8  Nota   : Cfr.  Sal.  109,4.   9  Nota  : Cfr. Éx.  28,36-39.   10  Nota  : Cfr. Ex. 28.   11  Nota  : Cfr. “Vine a vosotros pasando por un tabernáculo santo”.- Alusión a la Virgen, de la que el Verbo tomó carne humana “por obra misteriosa del Espíritu Santo” y vino a  la luz sin violar, antes bien, consagrando la integridad virginal de la Madre santísima.
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(<El tercer día de la fiesta, Jesús vuelve al Templo>)

7-488-388 (8-183-372).- En el Templo, en la fiesta de los Tabernáculos: “Todavía un poco estaré con vosotros y me iré al que me ha enviado… y a donde Yo voy vosotros no podéis venir” (1).
* Mis lecciones permanecerán en vosotros, y las comprenderéis aún más cuando Yo me haya ido… Y no cesarán, a pesar de mi ausencia entre los hombres, de descender las gracias a aquellos que oren con fe”.- ■ Sin preocuparse lo más mínimo de la mala voluntad ajena, Jesús vuelve al Templo el tercer día. No debe haber dormido en Jerusalén, porque sus sandalias muestran abundante polvo del camino. Quizás ha pasado la noche en las colinas que hay alrededor de la ciudad. Y con Él deben haber estado sus hermanos Santiago y Judas, junto con José (pastor) y Salomón. Se encuentra con los otros apóstoles y discí­pulos al pie de la muralla oriental del Templo. Le dicen: “Han venido, ¿sabes? No solo a donde nosotros, sino a donde estaban los discípulos más conocidos. ¡Buena cosa ha sido que no estuvieras!”. Y agregan: “Siempre tenemos que hacerlo así”. Jesús les dice: “Está bien. Pero hablaremos de ello después. Vamos”. Dice Juan el Apóstol: “Una gran turba te ha, y nos ha, precedido exaltando tus mila­gros. ¡Cuántos se han persuadido y creen en Ti! Tenían razón tus hermanos, en esto”. Y añade: “Han ido a buscar incluso a casa de Analía, ¿sabes?”. Daniel (pastor) dice: “Y al palacio de Juana. Pero han encontrado sólo a Cusa… ¡y con un humor! Los ha echado como a perros, diciendo que en su casa no quiere espías y que ya está aburrido de ellos. Nos lo ha dicho Jona­tás, que está aquí con su jefe”. Pedro cuenta: “¿Sabes? Los escribas querían dispersar a los que te esperaban, convenciéndolos de que no eres el Mesías. Pero ellos respondieron: «¿No es el Mesías? Y entonces, según vosotros, ¿quién lo es? ¿Podrá, acaso, otro hombre hacer los milagros que hace Él? ¿Acaso los han hecho los otros que se presentaban como el Mesías? No, no. Podrán surgir cien, mil impostores —a lo mejor, incluso, creados por voso­tros—, y que digan que son el Mesías. Pero ninguno de los que pue­dan venir hará jamás milagros como los que Él hace, ni tantos como hace». Y, dado que los escribas y fariseos sostenían que los haces por­que eres un Belcebú, ellos respondieron: «¡Entonces vosotros debíais hacer milagros estrepitosos, porque está claro que sois unos Belcebú­es respecto al Santo»” y Pedro se ríe, y se ríen todos recor­dando la salida de la gente y el escándalo de los escribas y fariseos, que se habían marchado enojados. ■ Ya están dentro del Templo. En seguida los rodea una multitud, aún más numerosa de la de los días precedentes. Los gentiles saludan: “¡Paz a ti, Señor!”. Jesús responde con un único saludo: “La paz y la luz vengan a vosotros”. Muchos dicen: “Temíamos que te hubieran apresado, o que no vinieras por pru­dencia o por desagrado. Y nos hubiéramos desparramado buscándote por todas partes”. Jesús sonríe levemente, y pregunta: “¿Entonces no queréis perderme?”. Gentiles: “Y si te perdemos, Maestro, ¿quién nos va a dar las lecciones y gracias que Tú nos das?”. Jesús: “Mis lecciones permanecerán en vosotros, y las comprenderéis aún más cuando Yo me haya ido… Y no cesarán, a pesar de mi ausencia entre los hombres, de descender las gracias a aquellos que oren con fe”. Gentiles: “¡Oh! ¡Maestro! ¿Pero estás decidido a marcharte? Di a dónde vas y nosotros te seguiremos. ¡Tenemos mucha necesidad de Ti!”. Otros: “El Maestro lo dice para experimentar si le amamos. Pero, ¿a dónde pensáis que puede ir el Rabí de Israel, sino quedarse aquí, en Israel?”. Jesús: “En verdad os digo que todavía un poco estaré con vosotros, y que voy donde aquellos a quienes el Padre me ha enviado. Después me buscaréis y no encontraréis. Y a donde Yo estoy vosotros no podréis ir. Pero ahora dejadme irme. Hoy no voy a hablar aquí den­tro. Tengo unos pobres que me esperan en otro lugar y no pueden ve­nir, porque están muy enfermos. Después de la oración iré donde ellos”. Y, con la ayuda de los discípulos se abre paso, para ir al patio de los Israelitas.
* ¿Qué querrán decir estas palabras suyas: «Me buscaréis y no me encontraréis, y a donde Yo estoy vosotros no podréis ir»?”.- ■ Los que se quedan se miran unos a otros y se preguntan: “¿Y a dónde irá?”. “Sin duda, a casa de su amigo Lázaro. Está muy enfermo”. “Yo decía: dónde irá no hoy, sino cuando nos deje, para siempre. ¿No habéis oído que ha dicho que no podremos encontrarle?”. “Quizá vaya a reunir a Israel, evangelizando a los dispersos de nosotros en las naciones. La Diáspora espera como nosotros al Mesías”. “O quizás vaya a enseñar a los paganos, para atraerlos hacia su Reino”. “No. No debe ser así. Siempre podríamos encontrarle, aunque es­tuviera en la Asia lejana, o en el centro de África, o en Roma, o en Galia, o en Iberia, o en Tracia o entre los Sármatas. Si dice que no le encontraremos ni siquiera buscándole, es señal de que no estará en ninguno de estos lugares”. ■ “¡Claro! ¿Qué querrán decir estas palabras suyas: «Me buscaréis y no me encontraréis, y a donde Yo estoy vosotros no podréis ir»? «Yo estoy…». No: «Yo estaré…». ¿Dónde está, pues? ¿No está aquí entre nosotros?”. “¡Te lo voy a decir yo, Judas! ¡Parece un hombre, pero es un espí­ritu!”. “¡No, hombre, no! Entre los discípulos hay algunos que le vieron recién nacido. ¡Más todavía! Vieron a su Madre cuando le llevaba en su seno pocas horas antes de nacer”. “¿Pero y será el mismo aquel niño que ahora se ha hecho hom­bre? ¿Quién nos asegura que no es otro ser?”. “¡No, eh! Podría ser otro. Podrían equivocarse los pastores. ¡Pero la Madre? ¡Y los hermanos? ¡Y todo el pueblo?”. “¿Los pastores han reconocido a la Madre?”. “Por supuesto…”. “Entonces… Pero ¿por qué dice entonces: «A donde Yo estoy voso­tros no podréis ir»? Para nosotros, el futuro: podréis. Para Él queda el presente: estoy. ¿Es que no tiene un mañana este Hombre?”. “No sé qué decirte. Es así”. “Yo os digo que es un loco”. “Loco lo serás tú, espía del Sanedrín”. “¿Yo espía? Yo soy un judío que le admira. ¿Y habéis dicho que va a casa de Lázaro?”. “Nada hemos dicho, viejo soplón. No sabemos nada. Y si lo supié­ramos no te lo diríamos. Ve a decir a los que te mandan que le bus­quen por sí mismos. ¡Espía! ¡Espía! ¡Pagado!…”.  El hombre ve el peligro que corre y pone tierra por medio. ■ “¿Y nosotros estamos aquí? Si hubiéramos salido, le habríamos visto. ¡Corre por esa parte! ¡Corre por esta otra!… Decidnos qué ca­mino ha tomado. Decidle que no vaya donde Lázaro”.  Los que tienen piernas ligeras se marchan a todo correr… Y vuel­ven… “Ya no está… Se ha mezclado entre la multitud. Ninguno sabe dar razón de Él…”. Desilusionada, la aglomeración se disuelve lentamente… ■ …Pero Jesús está mucho más cerca de lo que creen. Habiendo salido por alguna puerta, ha dado la vuelta a la torre Antonia y ha salido de la ciudad por la puerta del Rebaño, para bajar luego al va­lle del Cedrón, que en el centro de su lecho lleva poquísima agua. Je­sús lo atraviesa saltando por las piedras que sobresalen del agua, y entra en el Monte de los Olivos, denso en ese lugar e incluso mezcla­do con espesuras que hacen tétrica —yo diría: fúnebre— esta parte de Jerusalén, comprendida entre las sombrías murallas del Templo —que, con todo su monte, domina por ese lado— y el Monte de los Olivos. Más al Sur, el valle se aclara y se ensancha; pero aquí es ver­daderamente estrecho, una uñada de gigantesca garfa que ha exca­vado un surco profundo entre los dos montes: el Moria y el de los Oli­vos. (Escrito el 5 de Septiembre de 1946).
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1  Nota  : Cfr. Ju. 7,31-36.
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(<El último día de la fiesta, el Templo está a reventar de gente>)

7-491-407 (8-186-390).- En el Templo, en la fiesta de los Tabernáculos: Sermón del Agua viva (1).- “¡Quien tenga sed venga a Mí y beba! Del interior de los que creen en Mí brotarán ríos de Agua viva”.
* Jesús rodeado de tres grupos fieles a Él.- ■ En el día más festivo de los Tabernáculos (2), el Templo está a reventar de gente, mas no se ven muchas mujeres ni niños. La persistencia de una temporada ventosa y con precoces chaparrones, breves pero violentos, debe haber persuadido a las mujeres a ponerse en camino junto con los niños. Pero los adultos de todas partes de Palestina, y los prosélitos de la Diáspora llenan literalmente el Templo para ofrecer sus últimas plegarias, sus últimas ofrendas y escuchar las últimas lecciones de los escribas. Los galileos seguidores de Jesús están casi todos con sus jefes más importantes al frente;  en el centro, muy identificado de su condición de pariente, está José de Alfeo con su hermano Simón. Otro grupo, apiñado, que espera, lo forman los setenta y dos discípulos. Con esta expresión me refiero a los discípulos elegidos por Jesús para evangelizar, y que han cambiado de número y de caras, porque algunos de los primeros ya no están, desde que Jesús pronunció su discurso sobre el Pan del Cielo, y se separaron; otros nuevos se han unido como Nicolás de Antioquía. Un tercer grupo bien nutrido y numeroso lo forman los judíos, entre los cuales veo al sinagogo de Emmaús, al de Hebrón, al de Keriot; de Yutta veo al marido de Sara; y de Betsur a los parientes de Elisa. Están cerca de la puerta llamada Hermosa, y se ve clara su intención de rodear al Maestro en cuanto aparezca. ■ Efectivamente, Jesús no puede dar un paso dentro del recinto amurallado sin que estos tres grupos le rodeen, casi como aislándole de los malintencionados, o también de los que, simplemente, están allí por curiosidad. Jesús se dirige al Pórtico de los Israelitas para orar; los otros le siguen, formando un grupo compacto, en la medida que lo permite la gran densidad de gente, sin hacer caso a las expresiones de desagrado de quienes protestan porque deben hacerse a un lado. Jesús va en medio de sus hermanos. La mirada de José de Alfeo y su porte no son suaves como los de Jesús. José mira con altivez a algunos fariseos. Oran y regresan al Pórtico de los Gentiles. Jesús se sienta humildemente sobre el suelo apoyando la espalda en la pared del pórtico; así también lo hacen los que le siguen formando un círculo concéntrico. Los que no lo hacen se quedan de pie. Pero las miradas de todos convergen en un solo lugar: en el Rostro de Jesús. Los curiosos, los que han venido de lejos y no están al corriente, y los malévolos están detrás de esta barrera de fieles discípulos, esforzándose por ver, alargando sus cuellos o poniéndose sobre las puntas de los pies. Entre tanto Jesús escucha a éste y a aquél que piden consejo, o refieren noticias. Hablan así los parientes de Elisa, habla el pariente de María de Simón, madre de Judas de Keriot, habla el marido de Sara, y habla el viejo sinagogo de Emmaús. Y así sucesivamente. ■ La gente sigue aumentando cada vez más. Jesús levanta su cabeza y mira. Estando el pórtico elevado unos cuantos escalones, Él, a pesar de estar sentado en el suelo, domina gran parte del patio y ve muchas caras. Se pone de pie y dice con voz fuerte, con su melodioso y robusto tono: “¡Quien tiene sed venga a Mí y beba! Del interior de los que creen en Mí brotarán ríos de agua viva”. Su voz llena el vasto patio y la espléndida columnata de los pórticos; y ciertamente, va más allá y sobrepuja todas las demás voces, cual armonioso trueno lleno de promesas. Después de haber dicho estas palabras se calla por algunos instantes, como habiendo querido enunciar el tema y dar tiempo a quienes no tienen interés en escucharle de marcharse sin causar molestias. Los escribas y doctores guardan silencio, o bien, bajan sus voces envueltas en un susurro sin duda no agradable. No veo a Gamaliel. Jesús camina de frente, entre el semicírculo, que se abre según va avanzando y se va cerrando a sus espaldas, transformándose de semicírculo en anillo. Camina despacio, majestuosamente. Parece deslizarse sobre el policromado mármol del pavimento, con el manto un poco suelto, que le forma por detrás una incipiente cola. Se dirige al ángulo del pórtico, al extremo del escalón que penetra hacia el patio y allí se para. De este modo domina ambos lados del primer patio. Levanta su brazo derecho como suele hacerlo cuando va a empezar a hablar. Con la izquierda sostiene el manto sobre el pecho.
.  ●Ezequiel habla de una terrible visión: la de los huesos secos. Se producirá entonces la resurrección de los muertos para el grande y supremo Juicio final”.- Repite las palabras anteriores: “¡Quien tenga sed venga a Mí y beba! Del interior de los que creen en Mí brotarán ríos de Agua viva. Aquel que vio la teofanía del Señor, el gran Ezequiel (3), que fue sacerdote y profeta, después que en visión vio los actos impuros que se cometían en la casa profanada del Señor (4), después de haber visto en visión que sólo los señalados con la Tau (5) vivirán en la verdadera Jerusalén, mientras que los demás conocerán más de un exterminio, más de una condena, más de un castigo  —y el tiempo está cercano, oh vosotros que me escucháis, está más cercano de lo que os imagináis; por lo cual, os exhorto como Maestro y Salvador a no tardar más en signaros con el signo que salva;  a no tardar más en introducir en vosotros la Luz y la Sabiduría; a no tardar más en arrepentiros y llorar por vosotros y por los demás, para que os podáis salvar—, Ezequiel, después ver estas visiones, habla de una terrible visión: La de los huesos secos (6). ■ Llegará un día que sobre un mundo muerto, bajo un firmamento apagado, aparecerán huesos y más huesos de muertos al toque de la trompeta angélica. Como un vientre que se abre para parir, así la Tierra arrojará de sus entrañas todos los huesos de seres humanos donde los hubiere, desde los de Adán hasta los del último muerto. Y se producirá entonces la resurrección de los muertos para el grande y supremo Juicio final, después del cual, como una manzana de Sodoma, el mundo se vaciará, reduciéndose a la nada, y el firmamento se acabará con sus astros. Todo se acabará, menos dos cosas eternas, separadas en las extremidades de dos abismos de una profundidad incalculable, completamente diversos por su aspecto y forma, y por el modo con que en ellos continuará para siempre la potencia de Dios: el Paraíso: luz, alegría, paz, amor; el Infierno: tinieblas, dolor, horror, odio”.
.   ● Entre los que viven hay muchísimos que son semejantes a cadáveres: a los huesos secos que vio Ezequiel. Son los que no tienen en sí la vida del espíritu. Muchos resucitarán. Dios tiene ya preparado el milagro; es más, el milagro ha comenzado a realizarse, y algunos huesos secos se han revestido de vida”.- ■ Jesús: “¿Pero creéis que por el hecho de que el mundo no esté todavía muerto y las trompetas angélicas no convoquen, el campo inmenso de la Tierra no está cubierto de huesos sin vida, secos completamente, inertes, separados, muertos? En verdad os digo que así es. Entre los que viven, entre los que respiran todavía el aire, hay muchísimos que son semejantes a cadáveres: a los huesos secos que vio Ezequiel. ¿Quiénes son esos tales? Son los que no tienen en sí la vida del espíritu. Hay en Israel de éstos, como en todo el mundo. Y el que entre los gentiles e idólatras no haya sino muertos que esperan ser vivificados por la Vida es una cosa natural, y causa dolor solo a aquellos que poseen la verdadera Sabiduría, porque Ella les hace comprender que el Eterno creó a las criaturas para Él, y no para la idolatría, y se aflige viendo a tantas criaturas en la muerte. ■ Pero si el Altísimo tiene este dolor, y es ya grande, ¿cuál será su dolor por aquellos que, de su Pueblo, son huesos que blanquean, sin vida, sin espíritu? Los elegidos, los predilectos, los protegidos, los alimentados, los instruidos por Él directamente o por sus siervos y Profetas, ¿por qué tienen que ser, culpablemente, huesos secos, siendo así que para ellos siempre ha descendido un arroyo de agua viva del Cielo y les ha quitado la sed con la Vida y la Verdad? ¿Por qué, plantados en la tierra del Señor, se han secado? ¿Por qué está muerto su espíritu, si el Espíritu Eterno ha puesto a su disposición un tesoro de sabiduría para que de él bebiesen y viviesen? ¿Por medio de qué prodigio podrán volver a la Vida, si dejaron las fuentes, los pastos, las luces que Dios le concedió y andan a tientas entre la oscuridad, y beben de fuentes contaminadas, y se alimentan de cosas no santas? ¿No volverán, pues, a vivir? ■ Sí. En nombre del Altísimo Yo os lo juro. Muchos resucitarán. Dios tiene preparado ya el milagro; es más, el milagro ha comenzado a realizarse, ya ha actuado en algunos, y algunos huesos secos se han revestido de vida, porque el Altísimo, para quien nada es imposible, ha mantenido su promesa, la mantiene y cada vez la completa más. Él, desde lo alto de los Cielos, grita a estos huesos que esperan la Vida. «Ved que infundiré en vosotros el espíritu y viviréis». Y ha tomado su Espíritu, a Sí mismo se ha tomado, y ha formado una Carne para revestir su Palabra, y la ha enviado a estos muertos para que, hablándoles, se infundiera de nuevo en ellos la Vida. Cuántas veces en siglos pasados Israel ha gritado: «Están secos nuestros huesos, nuestra esperanza ha muerto, estamos separados». Pero las promesas son cosa sagrada; las profecías son verdad. Ved que ha llegado el tiempo en que el Enviado de Dios abre las tumbas para sacar de ellas a los muertos y vivificarlos para llevarlos consigo a la verdadera Israel, al Reino del Señor, al Reino de mi Padre y vuestro”.
.  ● ¡Yo soy la Fuente de la que, impetuosa, brota Vida eterna! Quien quiera poseer la Vida, o sea, a Dios, que crea en Mí, y de su interior brotarán no gotas, sino ríos de Agua viva. Porque quien cree en Mí formará conmigo el nuevo Templo del que brotan las aguas saludables, de las que habla Ezequiel”.- ■ Jesús: “¡Yo soy la Resurrección y la Vida! ¡Yo soy la Luz que vino a iluminar lo que estaba sumergido en las tinieblas! ¡Yo soy la Fuente de la que, impetuosa, brota Vida eterna! El que venga a Mí, no conocerá la muerte. El que tenga sed de Vida que venga y que beba. Quien quiera poseer la Vida, o sea, a Dios, que crea en Mí, y de su interior brotarán no gotas, sino ríos de Agua viva. Porque quien cree en Mí formará conmigo el nuevo Templo del que brotan las aguas saludables, de las que habla Ezequiel. Venid a Mí, pueblos. Venid a Mí, criaturas. Venid a formar un único Templo porque no rechazo a nadie, sino que, por amor os quiero conmigo, en mi trabajo, en mis méritos, en mi gloria. «Y vi aguas que brotaban por debajo de la puerta de la casa, a oriente… las aguas bajaban al lado derecho, al sur del altar» (7). Aquel Templo son los que creen en el Mesías del Señor, en la Nueva Ley, en la doctrina del tiempo de salvación y de la paz. Así como de piedras están formados los muros de este Templo, de espíritus vivos estarán formados los místicos muros del Templo, que no desaparecerá para siempre jamás, y que desde la Tierra se levantará hasta el Cielo, como su Fundador, después de la lucha y de la prueba. Aquel altar del que brotan las aguas, aquel altar situado al oriente soy Yo. Y mis aguas brotan de la derecha porque la derecha es el puesto de los elegidos para Reino de Dios. Brotan de Mí para verterse sobre mis elegidos y hacerlos ricos con aguas vitales, portadores de ellas, distribuidores de ellas hacia el norte y sur, hacia oriente y poniente, para dar Vida a los pueblos de la Tierra  que esperan la hora de la Luz, la hora que llegará, que sin falta llegará a todas las partes antes de que la tierra deje de existir. ■ Brotan y se esparcen mis aguas, mezcladas con las que Yo mismo he dado y daré a mis seguidores; y, a pesar de estar esparcidas para alimentar la Tierra, formarán un único río de Gracia, cada vez más profundo, cada vez más grande, que irá creciendo día tras día, paso tras paso, con las aguas de nuevos seguidores, hasta que se forme como un mar; un mar que, con sus aguas, tocará todos los lugares para santificar toda la tierra. Dios quiere esto. Dios hace esto. Un diluvio lavó el mundo dando muerte a los pecadores. Un nuevo diluvio, de otro líquido, que no será lluvia, lavará el mundo y le dará Vida. Y, por un misterioso acto de gracia, los hombres podrán formar parte de ese diluvio santificador, uniendo sus voluntades a la mía, sus fatigas a la mía, sus sufrimientos al mío. Y el mundo conocerá la Verdad y la Vida. Y quien quiera participar, podrá hacerlo. Tan solo el que no quiera ser alimentado por las aguas de Vida se convertirá en un lugar pantanoso y apestoso, o quedará como es, y no conocerá las fértiles cosechas de los frutos de gracia, sabiduría, salvación, que conocerán los que vivan en Mí. En verdad os digo, una vez más, que el que tenga sed y venga a Mí beberá y no volverá a tener más sed, porque mi Gracia abrirá en él fuentes y ríos de agua viva. Y quien no crea en Mí perecerá, como salina donde la vida no puede subsistir”.
.   ● “Después de Mí no se interrumpirá la Fuente. Otro, que es igual que Yo, vendrá y completará mi obra”.-Jesús: “En verdad os digo que después de Mí no se interrumpirá la Fuente, porque no moriré sino viviré, y, después de que me haya ido, ido pero no muerto, para abrir las puertas de los Cielos, Otro, que es igual que Yo, vendrá y completará mi obra haciéndoos comprender lo que os Yo os he dicho y encendiendo en vosotros fuego para haceros «luces», porque acogisteis a la Luz ”.  Jesús guarda silencio.
* La gente discute sobre el origen de Jesús y los magistrados del Templo tratan de arrestarle. Nicodemo le defiende.- ■ La multitud, que ha estado silenciosa escuchando este majestuoso discurso, ahora forma un murmullo y hace distintos comentarios.  Quién dice: “¡Qué palabras! ¡En realidad es un profeta!”. Quién: “Es el Mesías. Os lo digo. Ni siquiera Juan hablaba así; y ningún profeta tiene su fuerza”. “Nos hace comprender a los profetas, incluso a Ezequiel que es tan oscuro en sus símbolos”. “¿Oísteis, no?¡ Las aguas! ¡El altar! ¡Está claro!”. “¿Y los huesos secos? ¿Viste cómo perdieron el control los escribas, fariseos y sacerdotes? ¡Comprendieron la alusión!”. “¡Sí! Y han mandado a la guardia. Pero… se han olvidado de prenderle y se han quedado como niños que ven a los ángeles. ¡Miradlos allí! Están como atolondrados”.  “¡Mira! ¡Mira! Un magistrado los llama y los regaña. Vamos a oír”. ■ Mientras tanto, Jesús está curando a unos enfermos que le están siendo acercados y no se ocupa de nada más, hasta que, abriéndose paso entre la gente, un grupo de sacerdotes y fariseos, capitaneados por un hombre de unos treinta o treinta y cinco años —veo que todos le evitan, con un temor que es casi terror— llega hasta Él. “¿Todavía estás aquí? ¡Vete! ¡En nombre del Sumo Sacerdote!”. Jesús se alza —estaba agachado hacia un paralítico— y le mira con calma y mansedumbre. Luego vuelve a agacharse para imponer las manos al enfermo. “¡Vete! ¿Has entendido? Seductor de muchedumbres. O haremos que te prendan”. Jesús dice al enfermo, que se alza curado: “Ve y alaba al Señor con una vida santa”; y ésta es su única respuesta. Los que amenazan, por su parte, echan espuma venenosa, y la muchedumbre les intima, con sus voces de hosanna, que no causen daño a Jesús. ■  Pero, si Jesús se muestra manso, no así se muestra José de Alfeo, el cual, irguiéndose engallado, echando hacia atrás la cabeza para parecer más alto, grita: “¡Eleazar, tú que con los que te asemejan querrías abatir el cetro del Hijo escogido de Dios y de David, has de saber que estás cortando todas las plantas, la tuya la primera, esa de que tanto te jactas. Porque tu maldad hace pender sobre tu cabeza la espada del Señor!” y diría más cosas; pero Jesús le pone la ma­no en el hombro y dice: “¡Paz, paz, hermano mío!” y José, lívido de indignación, calla. ■ Se encaminan hacia la salida. Ya fuera de la muralla, refieren a Jesús que los jefes de los sacerdotes y los fariseos han reprendido a la guardia por no haberle arrestado, y que ellos se habían justificado diciendo que nunca nadie había hablado como Él. Respuesta que ha­bía enfurecido a los príncipes de los sacerdotes y a los fariseos, entre los cuales había muchos del Sanedrín. Tanto que, para probar a los soldados que sólo los necios podían ser seducidos por un loco, querí­an ir a arrestarle, como blasfemo. Y también para enseñar a la gente a comprender la verdad. ■ Pero Nicodemo que estaba  presente, se ha­bía opuesto diciendo: “No podéis actuar contra Él. Nuestra Ley prohíbe condenar a un hombre antes de haberle escuchado y haber visto lo que hace. Y nosotros de su boca hemos oído, y de Él hemos visto, cosas no condenables”. Y ante estas palabras la ira de los enemigos de Jesús se había volcado contra Nicodemo, con amenazas e insultos y burlas, como contra un necio y un pecador. Y Eleazar ben Anás se había puesto en movimiento, personalmente, con los más enfureci­dos, para ir a echar a Jesús, pues a más no se atrevía por la muche­dumbre. ■ José de Alfeo está furioso. Jesús le mira y dice: “¿Lo ves, herma­no?”. No dice nada más… ¡pero hay mucho en esas palabras! Contie­nen la advertencia de que Él, ya hable, ya calle, tiene razón, contie­nen el recuerdo de sus palabras, contienen el índice de lo que son las castas más importantes de Judea, de lo que es el Templo, etc. José agacha la cabeza y dice: “Tienes razón…”. Guarda silencio, pensativo. Luego, al improviso, echa sus brazos en torno a la espalda de Jesús y llora sobre el pecho de Él, mientras dice: “¡Pobre herma­no mío! ¡Pobre María! ¡Pobre Madre!”. Creo que José intuye clara­mente, en este momento, la suerte de Jesús… Jesús le conforta: “¡No llores! Haz tú también, como Yo hago, la voluntad de nues­tro Padre”, y le besa para consolarle. (Escrito el 13 de Septiembre de 1946).
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1  Nota  : Cfr. Ju.  7,37-53.   2  Nota  : Cfr. Anotaciones  n. 2: Las Fiestas de Israel: Tabernáculos.   3  Nota : Cfr. Ez. 1;10.  La teofanía del Señor, vista por Ezequiel.   4  Nota  : Cfr.  Ez. 8. Los actos impuros que se cometían en la casa del Señor.   5  Nota  : Cfr.  Ez. 9.  La Tau.   6  Nota  : Cfr. Ez.  37,1-14.  Huesos secos.   7  Nota  : Cfr. Ez. 47. Las aguas bajaban al lado derecho, al sur del altar.
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(<En el camino hacia Jericó>)
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8-503-13 (9-109-447).- Jesús desea con ansias el cumplimiento de su Sacrificio.
* Mi Sacrificio será un Sol para el mundo. La luz de la Gracia bajará a los corazones, la paz con Dios los hará fecundos, los méritos de mi martirio harán a los hombres capaces de ganarse el Cielo”.- ■ Y todavía Jesús que sigue andando incansablemente por los caminos de Palestina. El río está aún a su derecha, y Él camina en el mismo sentido de la bella corriente azul, que  resplandece en los lugares donde el sol la besa; verde-turquí en las orillas, donde la sombra de los árboles se refleja con sus verdes oscuros. Jesús está en medio de sus discípulos. Oigo a Bartolomé que le pregunta: “¿Entonces vamos realmente hacia Jericó? ¿No temes al­guna asechanza?”. Jesús: “No temo. Llegué a Jerusalén para la Pascua por otro camino y ellos, frustrados, ya no saben dónde prenderme sin toparse con el pueblo. Créeme, Bartolomé: para Mí hay menos peligro en una ciudad muy poblada que en caminos solitarios. El pue­blo es bueno y sincero, pero también es impetuoso. Se amotinaría, si me capturaran cuando estoy en medio de él evangelizando y curando. Las serpientes trabajan en la soledad y en la sombra. Y además… me queda tiempo para trabajar… Luego… vendrá la hora del Demonio… y vosotros me perderéis. Para hallarme de nuevo después. Creed esto. Y sabed creerlo cuando los hechos parezcan desmentir­me más que nunca”.  Los apóstoles suspiran, afligidos, y le miran con amor y pena, y Juan emite un gemido: “¡No!”, y Pedro le rodea con sus cortos y ro­bustos brazos, como para defenderle, y dice: “¡Oh, mi Señor y Maes­tro!”. No dice nada más. Pero hay mucho en esas pocas palabras. ■ Jesús: “Así es, amigos. Para esto he venido. Sed fuertes. Ya veis cómo voy seguro hacia mi meta, como uno que va hacia el sol, y sonríe a este sol que le besa en la frente. Mi Sacrificio será un Sol para el mundo. La luz de la Gracia bajará a los corazones, la paz con Dios los hará fecundos, los méritos de mi martirio harán a los hombres capaces de ganarse el Cielo. ¿Y qué quiero sino esto? Poner vuestras manos en las manos del Eterno, Padre mío y vuestro, y decir: «Mira, conduzco de nuevo a Ti a estos hijos. Mira, Padre, están limpios. Pue­den volver a Ti». Veros junto a su corazón y decir: «Amaos final­mente, porque el Uno y los otros tenéis ansias de ello, y sufríais intensamente porque no os podíais amar». Ved que ésta es mi alegría. Y cada día que me acerca al cumplimiento de este retorno, de este perdón, de esta unión, aumenta mi ansia de consumar el holocausto para daros a Dios y su Reino”. ■ Jesús está solemne y como extasiado mientras dice esto. Camina derecho, con su túnica azul y su manto más oscuro, la cabeza descu­bierta, en esta hora aún fresca de la mañana. Parece sonreír a una visión —¡quién sabe cuál!— que sus ojos ven, contra el fondo azul de un cielo sereno. El sol, que le besa en la mejilla izquierda, hace mucho más brillante su mirada y coloca centelleos dorados en sus cabellos que mueven levemente el viento y su paso, y acentúa el rojo de los labios abiertos prontos para la sonrisa, y parece como si encendiese todo su ros­tro de una alegría que en realidad viene del interior de su adorable Corazón, encendido por la caridad hacia nosotros. (Escrito el 3 de Octubre de 1944).
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(<Jesús y los suyos, después de un periplo por Galilea y la Transjordania, rechazados en muchos de estos lugares, han llegado nuevamente a Jerusalén, una Jerusalén invernal, gris. Ha pronunciado en el Templo la parábola del “Juez malo y la viuda” [Lucas 18,1-8], relatada en el episodio 8-505-31 en los temas “Oración” y “Fe”. Es célebre aquella frase que pronuncia, ya fuera del Templo, al mirar a los pocos que le siguen y a los muchos indiferentes u hostiles que le miran desde lejos: “¿Pero cuando el Hijo del hombre torne, encontrará acaso fe en la tierra?”>)
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8-506-36 (9-203-470).- En el Templo, oposición al discurso en el que Jesús se revela como la Luz del mundo (1).
* Dios, el Altísimo, el Espíritu perfecto e infinito, es Luz de Amor, Luz de Sabiduría, Luz de Potencia, Luz de Bondad, Luz de Belleza. Él es el Padre de las Luces.
.   ● Yo, siendo el Hijo del Padre,  que es el Padre de la Luz, soy la Luz del mundo y quien me sigue tendrá la luz de la Vida. Un hijo siempre asemeja al padre que le engendró, y tiene su misma naturaleza”.- ■ Jesús está todavía en Jerusalén. No dentro de los patios del Templo. Está en una vasta estancia bien adornada, una de las tan­tas que hay, diseminadas, dentro del recinto amurallado, que es tan grande como un pueblo. Ha entrado en ella hace poco. Todavía va andando al lado del que le ha invitado a entrar, quizás para protegerle del viento frío que so­pla en el Moria; detrás de Él van los apóstoles y algunos discípulos. Digo «algunos» porque, además de Isaac y Marziam, está Jonatás y —mezclados entre la gente que también entra detrás del Maes­tro— aquel levita, Zacarías, que pocos días antes le había dicho que quería ser su discípulo, y también otros dos que ya he visto con los discípulos, y cuyo nombre ignoro. ■ Pero entre éstos, benévolos, no fal­tan los consabidos, los inevitables e inmutables fariseos. Se paran casi en la puerta, como si se hubieran encontrado allí por azar para discutir de negocios (¡entre tanto están ahí para oír!). Vivamente es­peran los presentes la palabra del Señor. Él mira a este grupo de distintas nacionalidades (es cosa visible; y no todas palestinas, aunque sí de religión hebraica). Mira a este grupo de personas, muchas de las cuales, quizás, mañana se esparci­rán por las regiones de que provienen y llevarán a ellas su palabra diciendo: “Hemos oído al Hombre del que dicen que es nuestro Mesí­as”. Y no les habla —a ellos que ya están instruidos en la Ley— de la Ley, como hace muchas veces cuando comprende que tiene ante sí ignorancias o fes debilitadas; sino que habla de Sí mismo, para que le conozcan. ■ Dice: “Yo soy la Luz del mundo y quien me sigue no caminará en las tinieblas, sino que tendrá la luz de la Vida”. Y calla, tras haber enunciado el tema del discurso que va a desarrollar, como hace habi­tualmente cuando está para pronunciar un gran discurso. Calla para dar tiempo a la gente de decidir si el argumento les interesa o no; y dar también tiempo de irse, a aquellos a quienes el tema propuesto no les interesa. De los presentes no se marcha nadie; es más, los fa­riseos que estaban en la puerta, ocupados en una conversación forza­da y estudiada, y que han callado y se han vuelto hacia dentro de la sinagoga a la primera palabra de Jesús, entran abriéndose paso con su indefectible prepotencia. Cuando todo rumor ha cesado, Jesús repite la frase dicha antes, con voz aún más fuerte e incisiva, y prosigue: “Yo, siendo el Hijo del Padre que es el Padre de la Luz, soy la Luz del mundo. Un hijo siempre asemeja al padre que le engendró, y tiene su misma naturaleza. Igualmente Yo asemejo a Aquel que me ha engendrado, y tengo su naturaleza”.
.  ● Lo más bello de lo creado, lo que constituye la perfección de los elementos, una de las primeras manifestaciones del Creador, el signo más visible de su Creador: la luz.-Jesús: “Dios, el Altísimo, el Espíritu perfecto e infinito, es Luz de Amor, Luz de Sabiduría, Luz de Potencia, Luz de Bondad, Luz de Belleza. Él es el Padre de las Luces y, quien vive de Él y en Él, al estar en la Luz, ve. Y es deseo de Dios que las criaturas vean. Él ha dado al hombre el intelecto y el sentimiento para que pudieran ver la Luz —o sea, verle a Él— y comprenderla y amarla. Ha dado al hombre los ojos para que pudiera ver lo más be­llo de entre lo creado, lo que constituye la perfección de los elementos, aquello por lo cual es visible la Creación y que es una de las pri­meras acciones de Dios Creador y lleva el signo más visible de su Creador: la luz, incorpórea, luminosa, beatífica, consoladora, necesa­ria, como necesario es el Padre de todos, Dios eterno y altísimo”.
.  ● El Espíritu  de Dios, —que aleteaba sobre las aguas (ya creado el firmamento y la tierra: masa de la atmósfera y masa del polvo) y que era todo uno con el Creador que creaba y con el Inspirador que impulsaba a crear…— grita, y es la 1ª manifestación de la Palabra: «Hágase la luz»”.-  ■ Jesús: “Por una orden de su Pensamiento, Él creó el firmamento y la tie­rra, o sea, la masa de la atmósfera y la masa del polvo, lo incorpóreo y lo corpóreo, lo ligerísimo y lo pesado. Pero ambas cosas todavía po­bres y vacías. Informes todavía por estar envueltas en las tinieblas. Vacías todavía de astros y de vida. Mas para dar a la tierra y al firmamento su verdadera fisonomía, para hacer de ellos dos cosas hermosas, útiles, adecuadas para la prosecución de la obra creadora, el Espíritu de Dios —que aleteaba por encima de las aguas y era todo uno con el Creador que creaba y con el Inspirador que impulsaba a crear, para poder no sólo amarse a Sí mismo en el Padre y en el Hijo sino también amar a un número in­finito de criaturas, llamados astros, planetas, aguas, mares, flores­tas, árboles, flores, animales que volasen, que zigzagueasen, que se arrastrasen, que corrieran, que saltaran, que treparan, y, en fin, amar al hombre, la más perfecta de las criaturas, más perfecto que el sol por tener el alma además de la materia, la inteligencia además del instinto, la libertad además del orden; al hombre semejante a Dios por el espíritu, semejante al animal por la carne; al semidiós que viene a ser dios por participación y por gracia de Dios y voluntad propia; al ser humano que queriendo puede transformarse en ángel; al ser más amado de la creación sensible, para el cual, aun sabiéndolo pecador, desde antes de que el tiempo existiera preparó el Salvador, la Víctima, en el Ser amado sin medida, en el Hijo, en el Verbo, por el que todo ha sido hecho—, mas para dar a la tierra y al firmamento su verdadera fisonomía, decía, he aquí que el Espíritu de Dios, aleteando en el cosmos, grita, y es la primera manifestación de la Pala­bra: «Hágase la luz», y la luz es, buena, salutífera, potente durante el día, tenue durante la noche, pero imperecedera mientras dure el tiempo. ■ Del océano de maravillas que es el trono de Dios, el seno de Dios, Dios saca la piedra preciosa más bella, la luz, que precede al joyel más precioso, que es la creación del hombre, en el cual no está una piedra preciosa de Dios, sino que está Dios mismo, con su soplo espirado en el barro pa­ra hacer de éste una carne y una vida y un heredero suyo en el Para­íso celeste, donde Él espera a los justos, a los hijos, para gozarse en ellos y ellos en Él”.
.   ● “Si al principio de la creación Dios quiso la luz sobre sus obras, si para hacer la luz se sirvió de la Palabra… ¿podrá no haber da­do al Hijo de su amor aquello que Él mismo es?… Yo soy la Luz del mundo. ¡Quien me sigue no caminará en las ti­nieblas, sino que tendrá la luz de la Vida!”.- Jesús: “Si al principio de la creación Dios quiso la luz sobre sus obras, si para hacer la luz se sirvió de su Palabra, si Dios a los más amados dona su semejanza más perfecta, la luz —luz material jubilosa e in­corpórea, luz espiritual sabia y santificadora—, ¿podrá no haber da­do al Hijo de su amor aquello que Él mismo es? En verdad, a Aquel en quien ab aeterno Él se complace, el Altísimo le ha dado todo, y ha querido que de ese todo la Luz fuera primera y potentísima, para que sin esperar a subir al Cielo los hombres conocieran la maravilla de la Trinidad, aquello que hace cantar a los bienaventurados coros de los Cielos, cantar por la armonía del maravillado júbilo que les viene a los án­geles del hecho de mirar a la Luz, o sea a Dios, a la Luz que llena el Paraíso y hace bienaventurados a todos los que lo habitan. ■ Yo soy la Luz del mundo. ¡Quien me sigue no caminará en las ti­nieblas, sino que tendrá la luz de la Vida! De la misma manera que la luz en la tierra informe trajo la vida a las plantas y a los ani­males, mi Luz concede a los espíritus la Vida eterna. Yo, la Luz que Yo soy, creo en vosotros la Vida y la mantengo, la aumento, os creo de nuevo en ella, os transformo, os llevo a la Morada de Dios por ca­minos de sabiduría, de amor, de santificación. Quien tiene en sí la Luz tiene en sí a Dios, porque la Luz es una con la Caridad y quien tiene la Caridad tiene a Dios. Quien tiene en sí la Luz tiene en sí la Vida, porque Dios está donde su dilecto Hijo es recibido”. ■ Fariseos dicen: “Dices palabras sin razón. ¿Quién ha visto lo que es Dios? Ni siquiera Moisés vio a Dios, porque en el Horeb, en cuanto supo quién hablaba detrás de la zarza que ardía, se cubrió el rostro; y tampoco las otras veces pudo verle entre los rayos cegadores. ¿Y Tú dices que has visto a Dios? A Moisés, que sólo le oyó hablar, le quedó un es­plendor en el rostro (2). Pero Tú, ¿qué luz tienes en tu cara? Eres un po­bre galileo de cara pálida como la mayoría de vosotros. Eres un enfermo, cansado y enjuto. Verdaderamente, si hubieras visto a Dios y te amara, no estarías como uno que está próximo a la muerte. ¿Pretendes dar la vida Tú que ni para Ti mismo la tienes?”, y mene­an la cabeza compadeciéndole con ironía. ■ Jesús: “Dios es Luz y Yo sé cuál es su Luz, porque los hijos conocen a su padre y porque cada uno se conoce a sí mismo. Yo conozco al Padre mío y sé quién soy. Yo soy la Luz del mundo. Soy la Luz porque mi Padre es la Luz y me ha engendrado dándome su Naturaleza. La Pa­labra no es distinta del Pensamiento, porque la palabra expresa lo que el intelecto piensa. Y, además, ¿ya no conocéis a los profetas? No os acordáis de Ezequiel y, sobre todo, de Daniel? Describiendo a Dios, visto en la visión, en el carro de los cuatro animales, dice el pri­mero: «En el trono estaba uno que por el aspecto parecía un hombre y dentro de él y en torno a él vi una especie de electro, como la apa­riencia del fuego, y hacia arriba y hacia abajo de sus caderas vi como una especie de fuego que resplandecía en torno; como el aspecto del arco iris cuando se forma en la nube en día de lluvia: tal era el aspecto del resplandor de en torno» (3). Y dice Daniel: «Yo estaba obser­vando hasta que fueron alzados unos tronos y el Anciano de los días se sentó. Sus vestiduras eran blancas como la nieve, sus cabellos co­mo la cándida lana; vivas llamas era su trono, las ruedas de su trono fuego a llamaradas. Un río de fuego fluía rápido delante de él» (4). Así es Dios, y así seré Yo cuando venga a juzgaros”.
.  ● “En vuestra Ley está escrito que el testimonio de dos testigos que afirman lo mismo debe ser aceptado como verdadero y válido. Yo, pues, doy testimonio de mi Naturaleza y conmigo el Padre que me ha enviado testifica lo mismo. Por tanto, lo que digo es verdad. Él habló de Mí en el Jordán”. ■ Fariseos: “Tu testimonio no es válido. Te das testimonio a Ti mismo. Por tanto, ¿qué valor tiene tu testimonio? Para nosotros no es verdadero”. Jesús: “Aunque dé testimonio de Mí mismo, mi testimonio es verdadero, porque sé de dónde he venido y a dónde voy. Pero vosotros no sabéis ni de dónde vengo ni a dónde voy. Vuestra sabiduría es lo que veis. Yo, sin embargo, conozco todo lo que al hombre le es desconocido, y he venido para que también vosotros lo conozcáis. Por esto he dicho que soy la Luz, porque la luz hace conocer lo que ocultaban las som­bras. En el Cielo hay luz, en la Tierra reinan mucho las tinieblas y ocultan las verdades a los espíritus, porque las tinieblas odian a los es­píritus de los hombres y no quieren que conozcan la Verdad y las verdades, para que no se santifiquen. Y para esto he venido, para que tengáis Luz y, por tanto, Vida. Pero vosotros no me queréis aco­ger. Queréis juzgar lo que no conocéis, y no podéis juzgarlo porque está muy por encima de vosotros y es incomprensible para todo aquel que no lo contemple con los ojos del espíritu, y un espíritu humilde y nutrido de fe. Pero vosotros juzgáis según la carne. Por eso no podéis estar en el juicio verdadero. Yo, por el contrario, no juzgo a nadie; basta que pueda abstenerme de juzgar. Os miro con misericor­dia, y oro por vosotros, para que os abráis a la Luz. Pero, cuando tengo realmente que juzgar, mi juicio es verdadero, porque no estoy so­lo, sino que estoy con el Padre que me ha enviado, y Él ve desde su gloria el interior de los corazones. Y como ve el vuestro ve el mío. Y si viera en mi corazón un juicio injusto, por amor a Mí y por el honor de su Justicia, me lo advertiría. Mas Yo y el Padre juzgamos de una única manera; por tanto, somos dos y no Yo solo los que juzgamos y testificamos. ■ En vuestra Ley está escrito que el testimonio de dos testigos que afirman lo mismo debe ser aceptado como verdadero y válido (5). Yo, pues, doy testimonio de mi Naturaleza, y conmigo el Padre que me ha enviado testifica lo mismo. Por tanto, lo que digo es verdad”. Fariseos: “Nosotros no oímos la voz del Altísimo. Tú lo dices, que es tu Padre…”. Jesús: “Él habló de Mí en el Jordán…”. Fariseos: “Bien, pero no estabas solo Tú en el Jordán. También estaba Juan. Pudo hablarle a él. Era un gran profeta”. Jesús: “Con vuestros propios labios os condenáis. Decidme: ¿quién habla por los labios de los profetas?”. Fariseos: “El Espíritu de Dios”. Jesús: “¿Y para vosotros Juan era profeta?”. Fariseos: “Uno de los mayores, si no el mayor”. Jesús: “¿Y entonces por qué no habéis creído en sus palabras? Él me señalaba como el Cordero de Dios venido a cancelar los pecados del mundo. A quien le preguntaba si era el Mesías, decía: «No soy el Cristo, sino el que le precede, porque existía antes de mí y yo no le conocía, pero el que me tomó desde el vientre de mi madre y me ha in­vestido en el desierto y me ha mandado a bautizar me ha dicho: ‘Aquel sobre el que verás descender el Espíritu es el que bautizará con el Es­píritu Santo y en fuego’». ¿No os acordáis? Pues muchos de vosotros estabais presentes… ¿Por qué, pues, no creéis en el profeta que me señaló habiendo oído las palabras del Cielo? ¿Debo decir al Padre mío que su Pueblo ya no cree en los profetas?”. Fariseos: “¿Pero dónde está el padre tuyo? José, el carpintero, duerme des­de hace años en el sepulcro. Tú ya no tienes padre”. Jesús: “Vosotros no me conocéis a Mí ni conocéis a mi Padre. Pero, si quisierais conocerme, conoceríais también a mi verdadero Padre”. Fariseos: “Eres un endemoniado y un embustero. Eres un blasfemo, pues que quieres sostener que el Altísimo es tu Padre. Y merecerías el castigo según la Ley” (6). ■ Los fariseos y otros del Templo gritan amenazadores, mientras la gente los mira con torva mirada, en defensa de Jesús. Jesús los mira sin añadir palabra alguna, y sale de la estancia por una puertecita lateral que da a un pórtico. (Escrito el 28 de Septiembre de 1946).
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1  Nota  : Cfr. Ju.  8,12-20.   2  Nota  : Cfr. Éx.  34,29-35.   3  Nota  : Cfr. Ez. 1,26-28.   4  Nota  : Cfr.  Dan.  7,9-10.   5  Nota  : Cfr.  Deut.  19,15.   6  Nota  : Cfr. Lev. 24,10-23.
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8-507-41 (9-204-475).- El gran debate con los judíos. “Antes que Abraham naciera Yo soy” (1).- Huyen del Templo con la ayuda del levita Zacarías.
* Apóstoles y discípulos le hacen la observación de que es imprudente entrar al Templo y hablar, a lo que Jesús dice: “¿Y no es éste el lugar donde habitualmente se reúnen los rabíes para hablar? Yo, Maestro, hablo donde hablan los maestros. Pero ¡no temáis! No ha llegado todavía su hora”.- ■ Jesús entra otra vez en el Templo con apóstoles y discípulos. Y algunos apóstoles, y no sólo apóstoles, le hacen la observación de que es imprudente entrar. Pero Él responde: “¿Con qué derecho podrían negármelo? ¿Estoy condenado acaso? No, por ahora todavía no lo es­toy. Subo, pues, al altar de Dios como todo israelita que teme al Señor”. Apóstoles: “Pero tienes intención de hablar…”. Jesús: “¿Y no es éste el lugar donde habitualmente se reúnen los rabíes para hablar? Estar fuera de aquí para hablar y adoctrinar es la ex­cepción, y puede representar un descanso que se ha tomado un rabí, o una necesidad personal. Pero el lugar en que todos apetecen ense­ñar a los discípulos es éste. ¿No veis en torno a los rabíes gente de todas las nacionalidades, que se acercan a oír al menos una vez a los célebres rabíes? Al menos para poder decir al regresar a su tierra natal: «Hemos oído a un maestro, a un filósofo hablar según el modo de Israel». Maestro para los que ya son o quieren ser hebreos; filó­sofo para los que son gentiles en el verdadero sentido de la palabra. Y los rabíes no toman a mal de ser escuchados por éstos últimos, porque es­peran hacer de ellos prosélitos. Sin esta esperanza, que si fuera humilde sería santa, no estarían en el Patio de los Paganos, sino que exigirían hablar en el de los Hebreos, y, si fuera posible, en el Santo mismo, porque, según su modo de juzgarse sobre sí mismos, son tan santos que sólo Dios es superior a ellos… Y Yo, Maestro, hablo donde hablan los maestros. ■ Pero ¡no temáis! No ha llegado todavía su hora. Cuando llegue, os lo diré para que fortalezcáis vuestro corazón”. Iscariote dice: “No lo dirás”. Jesús: “¿Por qué?”. Iscariote: “Porque no lo podrás saber. Ninguna señal te lo indicará. No hay señal. Hace casi tres años que estoy contigo y siempre te he visto amenazado y perseguido. Es más, antes estabas solo, mientras que ahora tienes detrás de Ti al pueblo que te ama y que es temido por los fariseos. Así que eres más fuerte. ¿Por qué cosa esperas comprender que ha llegado la hora?”. Jesús: “Por lo que veo en el corazón de los hombres”. Judas se queda un momento desorientado, luego dice: “Y tampo­co lo dirás porque… al desconfiar de nuestro valor, Tú no querrás pedir nuestra ayuda”.  Santiago de Zebedeo dice: “Calla por no afligirnos”. Iscariote: “Puede serlo. Pero no hay duda de que no lo dirás”. Jesús: “Os lo diré. Y hasta que no os lo diga, cualquiera que fuese la vio­lencia y el odio que vierais contra Mí, no os asustéis. Son cosas sin consecuencias. ■ Ahora, seguid adelante. Yo me quedo aquí a esperar a Ma­nnaén y a Marziam”. De mala gana, los doce y quien viene con ellos se adelantan.
* Legionarios advierten a Jesús del peligro que corre (“una que te admira ha ordenado vigilar”)  y el levita Zacarías le dice: “Maestro, si hay tumulto y ves que me marcho, trata de seguirme siempre. ¡Te odian mucho!”.- ■ Jesús vuelve hacia la puerta para esperar a los dos; es más, sale a la calle y tuerce hacia la Antonia. Unos legionarios, parados al pie de la fortaleza, le señalan —unos a otros se lo señalan— y hablan entre sí. Parece que hay un po­co de discusión, luego uno dice más fuerte: “Yo se lo pregunto”, y se separa yendo hacia Jesús. “¡Salve, Maestro! ¿Vas a hablar también hoy ahí dentro?”. Jesús: “Que la Luz te ilumine. Sí. Hablaré”. Legionario: “Entonces… ten cuidado. Uno que sabe nos ha advertido. Y una que te admira ha ordenado vigilar. Estaremos cerca del subterráneo de oriente. ¿Sabes dónde está la entrada?”. Jesús: “No lo ignoro. Pero está cerrada por las dos partes”. Legionario: “¿Tú crees?”, y se  ríe con una breve sonrisa, y en la sombra de su yelmo los ojos y dientes brillan haciéndole más joven. Luego, cuadrándose, saluda: “¡Salve, Maestro! Acuérdate de Quinto Félix”. Jesús: “Me acordaré. Que la Luz te ilumine”. Jesús se echa a andar de nuevo y el legionario regresa al sitio de antes y habla con sus camaradas. ■ Aparecen Mannaén y Marziam que dicen al mismo tiempo: “¿Maestro, hemos tardado? ¡Eran muchos los leprosos!”. Mannaén va vestido sencillamente de marrón oscuro. Jesús: “No. Habéis tardado poco. De todas formas, vamos; los otros nos esperan. ¿Mannaén, has sido tú el que ha avisado a los romanos?”. Mannaén: “¿De qué, Señor? No he hablado con nadie. Y no sabría… Las ro­manas no están en Jerusalén”. ■ De nuevo están junto a la puerta de la muralla y, como si estuvie­ra por azar, está allí cerca el levita Zacarías, que dice: “La paz a Ti, Maestro. Quiero decirte… trataré de estar siempre donde estés, aquí dentro. Y no me pierdas de vista. Y, si hay tumulto y ves que me marcho, trata de seguirme siempre. ¡Te odian mucho! No puedo hacer más… Compréndeme…”. Jesús: “Que Dios te lo pague y te bendiga por la piedad que tienes por su Verbo. Haré lo que dices. Y no temas, que ninguno sabrá de tu amor por Mí”. Se separan. Mannaén susurra: “Quizás ha sido él el que se lo ha dicho a los romanos. Estando ahí dentro, habrá sabido…”. Van a orar, pasando entre la gente, que los mira con diferentes sentimientos, y que se reúne luego detrás de Jesús cuando, terminada la oración, Él vuelve del patio de los Hebreos.
* “Sí, me voy, como queréis. Pero os digo que ésta es la hora de la misericordia, la hora de hacerse amigos del Altísimo. Pasada esta hora, será inútil todo remedio. Ya no me tendréis, y moriréis en vuestro pecado”.- ■ Fuera ya de la segunda muralla, Jesús hace ademán de pararse pero un grupo mixto de escribas, fariseos y sacerdotes, le rodea. Uno de los magistrados del Templo habla por todos: “¿Estás todavía aquí? ¿No comprendes que no te aceptamos? ¿No temes siquiera el peligro que te amenaza? Vete. Ya es mucho si te de­jamos orar. No te permitimos ya más que enseñes tus doctrinas”. Y sus camaradas: “Sí. Vete. ¡Vete, blasfemo!”. Jesús: “Sí, me voy, como queréis. Y no sólo fuera de estos muros. Me voy a marchar, estoy ya marchándome más lejos, a donde ya no podréis ir. Y llegarán horas en que me buscaréis también vosotros, y ya no sólo para perseguirme, sino también por un supersticioso terror de una acción contra vosotros por haberme echado; por una ansia supersticiosa de ser perdonados de vuestro pecado para obtener miseri­cordia. Pero os digo que ésta es la hora de la misericordia, la hora de hacerse amigos del Altísimo. Pasada esta hora, será inútil todo remedio. Ya no me tendréis, y moriréis en vuestro pecado. Aunque re­corrierais toda la Tierra y lograrais alcanzar astros y planetas, no me encontraríais, porque a donde Yo voy vosotros no podéis ir. ■ Ya os lo he dicho. Dios viene y pasa. Quien es sabio le acoge con sus dones que le da al pasar. El necio le deja marcharse y ya no vuelve a encontrarle. Voso­tros sois de abajo, Yo soy de arriba. Vosotros sois de este mundo, Yo no soy de este mundo. Por eso, una vez que Yo haya regresado a la morada de mi Padre, fuera de este mundo vuestro, ya no me encon­traréis y moriréis en vuestros pecados, porque ni siquiera sabréis alcanzarme espiritualmente con la fe”. Algunos dicen: “¿Te quieres matar, insensato? Claro que, entonces, en el Infierno donde bajan los violentos nosotros no podremos alcanzarte, por­que el Infierno es de los condenados, de los malditos, y nosotros so­mos los benditos hijos del Altísimo”. Y otros lo aprueban, diciendo: “Seguro que se quiere matar, porque dice que a donde Él va nosotros no podemos ir. Comprende que ha sido descubierto y que ha fallado el intento, y se quita la vida sin espe­rar a que se la quiten, como al otro galileo, falso Mesías”. Y otros, con mejor ánimo: “¿Y si fuera realmente el Mesías y realmente volviera a Aquel que le ha enviado?”. Fariseos: “¿A dónde? ¿Al Cielo? No está allí Abraham y ¿piensas que va a ir Él? Antes tiene que venir el Mesías”. Otros: “Pero Elías fue raptado al Cielo en un carro de fuego” (2). Fariseos: “En un carro, sí. Pero al Cielo… ¿quién lo asegura?”. Y la discusión continúa mientras fariseos, escribas, magistrados, sacerdotes, judíos al servicio de sacerdotes, escribas y fariseos, van siguiendo a Cristo por los amplios pórticos como una jauría de perros persiguen la presa que han olfateado. ■ Pero algunos, los buenos de la masa hostil, aquellos a quienes ver­daderamente mueve un deseo honesto, se abren paso hasta llegar a Jesús y le hacen esa ansiosa pregunta que tantas veces se ha oído ha­cer, o con amor o con odio: “¿Quién eres Tú? Dínoslo, para que sepamos obrar en consecuencia. ¡Di la verdad en nombre del Altísimo!”. Jesús: “Yo soy la Verdad misma y no uso nunca la mentira. Yo soy el que siempre os he dicho que soy, desde el primer día que he hablado a las muchedumbres, en todo lugar de Palestina; soy el que aquí he dicho ser, varias veces, cerca del Santo de los Santos, cuyos rayos no temo porque digo la verdad. Todavía me quedan de decir muchas cosas, y de juzgar respecto a este pueblo, y, aunque parezca para Mí cercano ya el atardecer, sé que las diré y que juzgaré a todos, porque así me lo ha prometido el que me ha enviado, que es veraz. Él ha hablado conmigo en un eterno abrazo de amor, diciéndome todo su Pensamiento, para que Yo lo pudiera expresar con mi Palabra al mundo, y no podré callar, ni nadie podrá hacerme callar hasta que haya anunciado al mundo todo aquello que he oído al Padre mío”. Fariseos: “¿Y todavía sigues blasfemando? ¿Continúas llamándote Hijo de Dios? ¿Y quién piensas que te va a creer? ¿Quién crees que va a ver en Ti al Hijo de Dios?”, y lo dicen gesticulando casi con los puños delante de la cara, pareciendo, a causa del odio, personas trastornadas. ■ Apóstoles, discípulos y la gente bienintencionada los rechazan, formando como una barrera de protección para el Maestro. El levita Zacarías, lentamente, con movimientos atentos para no llamar la atención de los energúmenos, se acerca a Jesús, a Mannaén y a los dos hijos de Alfeo.
* Cuando elevéis al Hijo del hombre… No me elevaréis a un trono, pero me elevaréis… y la sombra del pabellón de mi trono se irá extendiendo hasta cubrir toda la Tierra hasta que cubra por entero. Solo entonces volveré y me veréis. ¡Me veréis!”.-  ■ Ya están al final del pórtico de los Paganos, porque la marcha es lenta entre las corrientes contrarias, y Jesús se detiene en su sitio habitual, en la última columna del lado oriental. Se para. Desde el lugar donde están ni aun los paganos pueden expulsar a un verdadero israelita, so pena de soliviantar a la muchedumbre, cosa que los enemigos evitan hacer.  Y desde allí empieza a hablar otra vez, respondiendo a sus ofensores  y con ellos a todos: “Cuando elevéis al Hijo del hombre…”. Gritan los fariseos y escribas: “¿Quién crees que te va a elevar? Mísero es el país que tiene por rey a un charlatán desquiciado y a un blasfemo aborrecido por Dios. Ninguno de nosotros te alzará, puedes estar seguro. El poco de luz que te queda te lo hizo comprender a tiempo, cuando fuiste tentado (3). ¡Sabes que nunca podremos hacerte nuestro rey”. Jesús: “Lo sé. No me elevaréis a un trono, pero me elevaréis. Y, alzándo­me, creeréis que me estáis bajando. Pero precisamente cuando creáis que me habéis bajado, seré alzado. No sólo en Palestina, no sólo en todo el Israel esparcido por el mundo, sino en todo el mundo, incluso en las naciones paganas, incluso en los lugares todavía ignorados por los doctos del mundo. Y seré elevado no durante una vida de hombre, sino durante toda la vida de la Tierra y la sombra del pabellón de mi trono se irá extendiendo cada vez más sobre la Tierra hasta cubrirla por entero. Sólo entonces volveré y me veréis. ¡Me veréis!”. Fariseo: “¿Pero estáis oyendo las palabras de este loco? ¡Le elevare­mos bajándole y le bajaremos alzándole! ¡Un loco! ¡Un loco! ¡Y la sombra de su trono sobre toda la Tierra! ¡Más grande que Ciro! ¡Más que Alejandro! ¡Más que César! ¿Dónde pones a César? ¿Crees que te va a dejar tomar el imperio de Roma? ¡Y permanecerá en el trono durante todo el tiempo del mundo! ¡Ja!, ¡ja!, ¡ja!”. Sus palabras suenan a bofetadas, más: latigazos, peor que con un flagelo. ■  Pero Jesús deja que hablen. Alza la voz para ser oído en medio del clamor que levantan los que le zahieren y los que le defienden, y que llena el lugar con rumor de mar agitado: “Cuando levantéis al Hijo del hombre, comprenderéis quién soy y que no hago por Mí mismo nada, sino que digo aquello que mi Padre me ha enseñado y hago lo que Él quiere. Y el que me ha enviado, ciertamente, no me deja solo, sino que está conmigo. De la misma manera que la sombra sigue al cuerpo, lo mismo está el Padre detrás de Mí, vigilante y, aunque invisible, presente. Está detrás de Mí y me conforta y ayuda y no se aleja, porque hago siempre lo que a Él le agrada”.
* “En verdad os digo que por vuestro pecado de resistencia a su Luz y Misericordia Dios se aleja de vosotros y de­jará vacío de Sí este lugar y vuestros corazones; y lo que con llanto dijo Jeremías en sus profecías y lamentaciones se cumplirá exactamente… Pasado y presente no serán nada respecto al tremendo futuro que le espera por no haber querido acoger a Aquel al que Dios ha enviado… Como árbol arrancado y arrojado a un turbulento río, así será la raza hebrea alcanzada por el anatema divino…”.- ■ Jesús prosigue: “Dios, por el contrario, se aleja cuando sus hijos no obedecen sus leyes e inspiraciones. Entonces se marcha y los deja solos. Por eso muchos en Israel pecan. Porque el hombre, abandonado a sí mismo, difícilmente se conserva justo y fácilmente cae en los lazos de la Serpiente. Y en verdad, en verdad os digo que por vuestro pecado de resistencia a su Luz y Misericordia Dios se aleja de vosotros y de­jará vacío de Sí este lugar y vuestros corazones; y lo que con llanto dijo Jeremías en sus profecías y lamentaciones (4) se cumplirá exacta­mente. Meditad esas palabras proféticas, y temblad. Temblad y en­trad otra vez en vosotros mismos con espíritu bueno. Oíd no las amenazas, sino aún la bondad del Padre que advierte a sus hijos mien­tras todavía les es concedido reparar y salvarse. Oíd a Dios en las palabras y en los hechos y, si no queréis creer en mis palabras, por­que el viejo Israel os ahoga, creed al menos en el viejo Israel. En él gritan los profetas los peligros y las calamidades de la Ciudad Santa y de toda nuestra Patria, si no se convierte al Señor su Dios y no si­gue al Salvador. ■ Ya se dejó sentir sobre este pueblo la mano de Dios en los si­glos pasados. Pero el pasado y el presente no serán nada respecto al tremendo futuro que le espera por no haber querido acoger a Aquel al que Dios ha enviado. Ni en rigor ni en duración es comparable lo que espera al Israel que repudia al Cristo. Yo os lo digo, adelantando la mirada a través de los siglos: como árbol arrancado y arrojado a un turbulento río, así será la raza hebraica alcanzada por el anate­ma divino. Obstinadamente, tratará de asirse en las orillas en uno u otro punto; y vigoroso como es, brotarán de él vástagos y raíces. Pero, cuando ya crea que ha arraigado, volverá contra él la violencia de la riada y ésta volverá a arrancarlo, romperá sus raíces y vástagos y el árbol irá más allá, a sufrir, para arraigar y ser de nuevo arrancado y vagar de nuevo. ■ Y nada podrá darle paz, porque la riada que hostigará será la ira de Dios y el desprecio de los pueblos. Sólo arrojándo­se a un mar de Sangre viva y santificante podría hallar paz. Mas evitará esa Sangre, porque, a pesar de las palabras de invitación que ésta le dirigirá, le parecerá oír la voz de la sangre de Abel contra sí: Caín que oirá la voz del Abel celestial”. Otro amplio rumor que se propaga por el vasto recinto como ru­mor de olas. Pero en este rumor faltan las voces ásperas de los fari­seos y escribas, y de los judíos a ellos subyugados. Jesús aprovecha para tratar de marcharse.
“Si venís a Mí, conoceréis la Verdad y la Verdad os hará libres”. Insisten los judíos: “Nosotros somos descendencia de Abraham. En las cosas del espíritu. Porque con «descendencia de Abraham», si no nos equivocamos, queremos significar descendencia espiritual contrapuesta a la de Agar, que es descendencia de esclavos. ¿Cómo es que dices, entonces, que seremos libres?”. ■ Pero algunos que estaban lejos se acercan a Él y le dicen: “Maes­tro, escúchanos. No todos somos como ellos (y señalan a los enemi­gos), pero nos es costoso seguirte, incluso porque tu voz está sola contra una gran abundancia de voces que dicen lo contrario de lo que Tú. Y las cosas que dicen ellos son las que hemos oído de labios de nuestros padres desde que éramos niños. Pero tus palabras nos inducen a creer. ¿Cómo lograremos, pues, creer completamente y tener vida? Estamos como atados por el pensamiento del pasado…”. Jesús: “Si os establecéis en mi Palabra como si nacierais ahora de nuevo, cree­réis completamente y seréis mis discípulos. Pero es necesario que os despojéis del pasado y aceptéis mi doctrina, que no borra todo el pa­sado, sino que mantiene y vigoriza lo santo y sobrenatural del pasado y quita lo superfluo humano, y coloca la perfección de mi doctrina donde ahora están las doctrinas humanas, que siempre son imperfec­tas. Si venís a Mí, conoceréis la Verdad, y la Verdad os hará libres”. ■ Insisten: “Maestro, es verdad que te hemos dicho que estamos como ata­dos por el pasado. Pero este vínculo no es prisión ni esclavitud. Nosotros somos descendencia de Abraham. En las cosas del espíritu. Porque con «descendencia de Abraham», si no nos equivocamos, queremos significar descendencia espiritual contrapuesta a la de Agar (5), que es descendencia de esclavos. ¿Cómo es que dices, entonces, que seremos libres?”. Jesús: “Os hago la observación de que también era descendencia de Abraham Ismael y los hijos de él. Porque Abraham fue padre de Isaac y de Ismael”. Rebaten: “Pero impura, porque fue hijo de una mujer esclava y egipcia”. ■ Jesús: “En verdad, en verdad os digo que no hay más que una esclavi­tud, la del pecado. Sólo el que comete pecado es un esclavo, y esta es­clavitud con ningún dinero puede redimirse. Y se hace esclavo de un amo implacable y cruel. Una esclavitud que incluye la pérdida de todos los derechos a la libre soberanía en el Reino de los Cielos. El esclavo, el hombre he­cho esclavo por una guerra o por desgracias, puede caer en manos de un buen amo. Pero siempre es precaria su buena posición, porque el amo puede venderle a otro amo, cruel. El esclavo es una mercancía y nada más. A veces sirve como moneda para pagar una deuda. Y ni siquiera tiene el derecho a llorar. El criado, sin embargo, vive en la casa de su señor, si bien sólo mientras éste no le despide. Pero el hijo se queda siempre en la casa de su padre y el padre no piensa en echarle. Sólo por su libre voluntad puede salir. Y en esto está la dife­rencia entre esclavitud y servidumbre y entre servidumbre y filiación. La esclavitud encadena al hombre, la servidumbre le pone a servicio de un señor, la filiación le coloca para siempre, y con igual­dad de vida, en la casa del padre. La esclavitud aniquila al hombre, la servidumbre lo somete, la filiación le hace libre y feliz. El pecado hace al hombre esclavo del amo más cruel y sin término: Satanás. La servidumbre, en este caso la antigua Ley, hace al hombre temeroso de Dios, como de un Ser intransigente. La filiación, o sea, el ir a Dios junto con su Primogénito, conmigo, hace del hombre un ser libre y feliz, que conoce la caridad de su Padre y en ella confía. Aceptar mi doctrina es ir a Dios junto conmigo, Primogénito de muchos hijos preferidos. Yo romperé vuestras cadenas —basta con que vengáis a Mí para que las rompa—, y seréis verdaderamente libres y coherederos conmigo del Reino de los Cielos”.
* “Si sois hijos de Abraham, ¿por qué no hacéis las obras de Abraham?.- ■ Jesús prosigue: “Sé que sois descendencia de Abraham. Pero aquel de vosotros que trate de hacerme morir ya no honra a Abraham sino a Satanás, y sirve a éste como fiel esclavo. ¿Por qué? Porque rechaza mi palabra; de forma que mi palabra no puede penetrar en muchos de vosotros. Dios no fuerza al hombre a creer, no le fuerza a aceptarme; pero me envía para que os indique cuál es su voluntad. Y Yo os refiero lo que he visto y oído al lado de mi Padre. Y hago lo que Él quiere. Pero aquellos de vosotros que me persiguen hacen lo que han aprendido de su padre y lo que él sugie­re”. ■ Como paroxismo que resurge después de una pausa del mal, la ira de los judíos, fariseos y escribas, que parecía muy calmada, se despierta violenta. Se van introduciendo como una cuña en el círculo compacto que aprieta a Jesús, y tratan de llegarse a Él. La masa de gente se mueve con vaivén de fuertes y contrarias ondas, como con­trarios son los sentimientos de los corazones. Gritan los judíos, lívi­dos de ira y de odio: “El padre nuestro es Abraham. No tenemos nin­gún otro padre”. Jesús: “El Padre de los hombres es Dios. El mismo Abraham es hijo del Padre universal. Pero muchos repudian al Padre verdadero a cambio de uno que no es padre, pero que lo eligen como tal porque parece más poderoso y dispuesto a contentarlos en sus deseos desordena­dos. Los hijos hacen las obras que ven hacer a su padre. ■ Si sois hijos de Abraham, ¿por qué no hacéis las obras de Abraham? ¿No las conocéis? ¿Queréis que os las numere tanto en la realidad como en su símbolo? Abraham obedeció (6) yendo al país que le fue indicado por Dios, y es fi­gura del hombre que debe estar preparado para dejar todo e ir a don­de Dios le envíe. Abraham fue condescendiente (7) con el hijo de su her­mano y le dejó elegir la región preferida, y es figura del respeto a la libertad de acción y de la caridad que debemos tener para con nuestro prójimo. Abraham fue humilde después de que Dios le eligió de entre todos y le honró en Mambré, sintiéndose siempre nada respecto al Altísimo, que le había hablado; es figura de la postura de amor reverencial que el hombre debe tener siempre hacia su Dios. Abraham creyó en Dios y le obedeció (8), incluso en las cosas más difíciles de creer y penosas de realizarse, y por el hecho de sentirse seguro no se hizo egoísta, sino que oró por los de Sodoma. Abraham no se puso a hacer cuentas con el Señor (9) pidiendo una recompensa por sus muchas obediencias, sino que, al contrario, para honrarle hasta el fin, hasta donde no podía más, le sa­crificó su amadísimo hijo…”. Judíos: “No lo sacrificó”. Jesús: “Le sacrificó su amadísimo hijo, porque verdaderamente su cora­zón ya había sacrificado durante el trayecto, con su voluntad de obe­decer, que fue detenida por el ángel cuando ya el corazón del padre se partía estando para partir el corazón de su hijo. ■ Mataba al hijo por honrar a Dios. Vosotros le matáis a Dios el Hijo por honrar a Sa­tanás. ¿Hacéis, pues, vosotros las obras de aquel a quien llamáis pa­dre? No, no las hacéis. Tratáis de matarme a Mí porque os digo la verdad tal y como la he oído de Dios. Abraham no hacía eso. No tra­taba de matar la voz que venía del Cielo, sino que la obedecía. No, vosotros no hacéis las obras de Abraham, sino las que os indica vues­tro padre”.
* “Si reconocierais a Dios como Padre en espíritu y en verdad, reconocerías mi lenguaje, me amaríais porque Yo procedo y vengo de Dios. Habéis ido voluntariamente a otras regiones, a otras moradas, donde reina otro que no es Dios y donde se habla otro idioma. Y quien allí reina impone que, para entrar, uno se haga hijo suyo. Vosotros tenéis como padre al demonio”.- ■ Los judíos le dicen: “No hemos nacido de una prostituta. No somos bastardos. Has dicho, Tú mismo lo has dicho, que el Padre de los hombres es Dios, y nosotros además somos del Pueblo elegido, y pertenecemos a las cas­tas distinguidas de este Pueblo. Por tanto, tenemos a Dios como úni­co Padre”. Jesús: “Si reconocierais a Dios como Padre en espíritu y en verdad, me amaríais, porque Yo procedo y vengo de Dios; ciertamente no vengo de Mí mismo, sino que es Él el que me ha enviado. Por eso, si verda­deramente conocierais al Padre, me conoceríais también a Mí como Hijo suyo y hermano y Salvador vuestro. ¿Pueden los hermanos no reconocerse? ¿Pueden los hijos de Uno solo no conocer el lenguaje que se habla en la Casa del único Padre? ¿Por qué, entonces, no comprendéis mi lenguaje y no admitís mis palabras? Porque Yo vengo de Dios y vosotros no. Vosotros habéis abandonado el hogar paterno y habéis olvidado el rostro y el lenguaje de Aquel que allí habita. Habéis ido voluntariamente a otras regiones, a otras moradas, donde reina otro, que no es Dios, y donde se habla otro idioma. Y quien allí reina impone que, para entrar, uno se haga hijo suyo y le obedezca. Y voso­tros lo habéis hecho y seguís haciéndolo. Vosotros abjuráis, renegáis del Padre Dios para elegiros otro padre. ■ Y éste es Satanás. Vosotros tenéis como padre al demonio y queréis llevar a cabo lo que él os sugiere. Y los deseos del demonio son de pecado y violencia, y vosotros los aceptáis. Desde el principio fue homicida, y no perseveró en la verdad porque él, que se rebeló contra la Verdad, no puede tener en sí amor a la verdad. Cuando habla, habla como lo que es, o sea, como mentiroso y tenebroso, porque verdaderamente es mentiroso y ha engendrado y ha dado nacimiento a la mentira tras haberse fecunda­do con la soberbia y nutrido con la rebelión. Toda la concupiscencia está en su seno, y la escupe e inocula para envenenar a las criaturas. Es el tenebroso, el menospreciador, la rastrera serpiente maldita, es el Oprobio y el Horror. Desde hace muchos siglos sus obras atormentan al hombre, y las señales y frutos de ellas están ante las mentes de los hombres. Y, no obstante, a él, que miente y destruye, le prestáis oídos, mientras que si hablo Yo y digo lo que es verdad y es bueno no me creéis y ■ me llamáis pecador. ¿Pero quién de entre los muchos que me han conocido, con odio o amor, puede decir que me ha visto pe­car? ¿Quién puede decirlo con verdad? ¿Dónde están las pruebas para con­vencernos a Mí y a los que creen en Mí de que soy pecador? ¿Contra cuál de los diez mandamientos he faltado? ¿Quién, ante el altar de Dios, puede jurar que me ha visto violar la Ley y las costumbres, los preceptos, las tradiciones, las oraciones? ¿Quién de entre todos los hombres podrá hacerme enrojecer por haberme convencido, con pruebas seguras, de pecado? Ninguno puede hacerlo. Ningún hombre y ningún ángel. Dios grita en el corazón de los hombres: «Es el Inocente». De esto estáis todos convencidos, y, vosotros que me acusáis, más todavía que estos otros, que vacilan acerca de quién en­tre Yo y vosotros tiene razón. Mas sólo el que es de Dios escucha las palabras de Dios. Vosotros no las aceptáis a pesar de que resuenen en vuestras almas día y noche, y no las escucháis porque no sois de Dios”. Judíos: “¿Nosotros, nosotros que vivimos para la Ley y la observamos en sus más insignificantes pormenores para honrar al Altísimo, no somos de Dios? ¿Y Tú osas decir esto? ¡¡¡Ah!!!”.
* No busco mi gloria. Esto os digo a vosotros que me queréis denigrar. Pero a los que tienen buena voluntad les digo que quien acoja mi palabra, o ya la haya acogido, y la sepa guardar, no verá la muerte por los siglos de los siglos”.- ■ Los judíos parecen ahogarse del ho­rror, como si fuera un dogal. “¿Y no hemos de decir que eres un en­demoniado y un samaritano?”. Jesús: “No soy ni lo uno ni lo otro, sino que honro a mi Padre, aunque vosotros lo neguéis para ofenderme. Pero vuestra ofensa no me causa dolor. No busco mi gloria. Hay quien se preocupa de ella y juzga. Esto os digo a vosotros que me queréis denigrar. ■ Pero a los que tienen buena voluntad les digo que quien acoja mi palabra, o ya la haya acogido, y la sepa guardar, no verá la muerte por los siglos de los siglos”. Judíos: “¡Ah! ¡Ahora vemos claro que por tus labios habla el demonio que te posee! Tú mismo lo has dicho: «Habla como mentiroso». Lo que acabas de decir es palabra mentirosa, por tanto es palabra demoníaca. Abraham murió y murieron los profetas. Y dices que el que guarda tu palabra no verá la muerte por los siglos de los siglos. ¿Entonces Tú no vas a morir?”. Jesús: “Moriré sólo como Hombre, para resucitar en el tiempo de Gracia pero como Verbo no moriré. La Palabra es Vida y no muere. Y quien acoge en sí la Palabra tiene en sí la Vida y no muere para siempre, sino que resucita en Dios porque Yo le resucitaré”. Judíos: “¡Blasfemo! ¡Loco! ¡Demonio! ¿Eres más que nuestro padre Abraham que murió, y que los profetas? ¿Quién te crees ser?”. Jesús: “El Principio que os habla”. ■ Se produce una confusión inaudita. Y, mientras esto sucede, el levita Zacarías empuja a Jesús insensiblemente hacia un ángulo del pórti­co, ayudado en ello por los hijos de Alfeo y por otros que quizás cola­boran, sin quizás saber siquiera bien lo que hacen.
* “Si me glorifico a Mí mismo, no tiene valor mi gloria, mas el que me glorifica es mi Padre… Vuestro padre Abraham suspiró por ver mi día… En verdad en verdad os digo que antes de que Abraham naciera, Yo soy”.- El levita Zacarías rescata a Jesús del tumulto. ■ Cuando Jesús está bien arrimado al muro y tiene delante de sí la protección de los más fieles, y un poco se calma el tumulto tam­bién en el patio, dice con su voz incisiva y hermosa, tranquila incluso en los momentos más agitados: “Si me glorifico a Mí mismo, no tiene valor mi gloria. Todos pueden decir de sí lo que quieran. Pero el que me glorifica es mi Padre, el que decís que es vuestro Dios, si bien es tan poco vuestro que no le conocéis y no le habéis conocido nunca ni le queréis conocer a través de Mí, que os hablo de Él porque le conoz­co. Y si dijera que no le conozco para calmar vuestro odio hacia Mí, sería un embustero como lo sois vosotros diciendo que le conocéis. Yo sé que no debo mentir por ningún motivo. El Hijo del hombre no de­be mentir, si bien el decir la verdad será causa de su muerte. Porque si el Hijo del hombre mintiera, ya no sería verdaderamente Hijo de la Verdad y la Verdad le alejaría de Sí. ■ Yo conozco a Dios, como Dios y como Hombre. Y como Dios y como Hombre conservo sus palabras y las acato. ¡Israel, reflexiona! Aquí se cumple la Promesa. En Mí se cumple. ¡Reconóceme en lo que soy! Vuestro padre Abraham suspiró por ver mi día. Lo vio proféticamente por una gracia de Dios, y exul­tó. Y vosotros en verdad lo estáis viviendo…”. Judíos: “¡Cállate! ¿No tienes todavía cincuenta años y pretendes decir que Abraham te ha visto y que Tú le has visto?”, y su carcajada de burla se propaga como una ola de veneno o de ácido corrosivo. Jesús: “En verdad, en verdad os lo digo: antes de que Abraham naciera, Yo soy”. ■ Hay uno que le grita: “¿«Yo soy»? Solo Dios puede decir que es, porque es eterno. ¡No Tú! ¡Blasfemo! ¡«Yo soy»! ¡Anatema! ¿Eres, acaso, Dios para decirlo?”. Debe ser un alto personaje porque acaba de llegar y ya está cerca de Jesús, dado que todos se han apartado con terror cuando ha venido. Jesús responde con voz de trueno: “Tú lo has dicho”. Todo se hace arma en las manos de los que odian. Mientras el último que ha preguntado al Maestro se entrega a toda una mímica de escandalizado horror y se quita violentamente el capucho que cubre su cabeza, y se alborota el pelo y la barba y se desata las hebillas que sujetan la túnica al cuello, como si se sintiera desfallecer del ho­rror, puñados de tierra, y piedras (usadas por los vendedores de palo­mas y otros animales para tener tensas las cuerdas de los cercados, y por los cambistas para… prudente custodia de sus pequeñas arcas de las que se muestran más celosos que de la propia vida) vuelan contra el Maestro, y naturalmente caen sobre la propia gente, porque Jesús está demasiado dentro, bajo el pórtico, como para ser alcanzado, y la gente impreca y se queja… ■ Zacarías, el levita, da —único medio para hacerle llegar hasta una puertecita baja, escondida en el muro del pórtico y ya preparada para abrirse— un fuerte empujón a Jesús; le empuja hacia la puerta a la par que a los dos hijos de Alfeo, Juan, Mannaén y Tomás. Los otros se quedan afuera, en el tumulto… Y el rumor de éste llega de­bilitado a la galería que está entre unos poderosos muros de piedra que no sé cómo se llaman en arquitectura. Están construidos con téc­nica de ensamblaje, diría yo, o sea, con piedras anchas y piedras más pequeñas, y encima de éstas, sobre las pequeñas, las anchas, y vice­versa. No sé si me explico bien. Oscuras, fuertes, talladas toscamen­te, apenas visibles en la penumbra producida por estrechas aberturas puestas arriba a distancias uniformes, para ventilar y para que no sea completamente tenebroso este lugar, que es una angosta gale­ría que no sé para lo que sirve, pero que me da la impresión de que da la vuelta por todo el patio. Quizás había sido hecha como protec­ción, como refugio, para hacer dobles y, por tanto, más resistentes los muros de los pórticos, que forman como cinturones de protección pa­ra el Templo propiamente dicho, para el Santo de los Santos. En fin, no sé. Digo lo que veo. Olor de humedad, de esa humedad que no se sabe decir si es frío o no, como en ciertas bodegas. ■ Tomás pregunta: “¿Y qué hacemos aquí?”. Judas Tadeo responde:  “¡Calla! Me ha dicho Zacarías que vendrá, y que estemos callados y quietos”. Tomás: “¿Pero… podemos fiarnos?”. Judas Tadeo: “Eso espero”. Jesús consuela: “No temáis. Ese hombre es bueno”. Afuera, el tumulto se aleja. Pasa tiempo. Luego, un rumor sordo de pasos y una pequeña luz trémula que se acerca desde profundidades obscuras. Una voz que quiere ser oída pero te­me que la oigan, dice: “¿Estás ahí, Maestro?”. Jesús: “Sí, Zacarías”. Zacarías: “¡Alabado sea Yeové! ¿He tardado? He tenido que esperar a que corrieran todos hacia las otras salidas. Ven, Maestro… Tus apóstoles…  He podido decirle a Simón que vayan todos hacia Betesda y que esperen. Por aquí se baja… Poca luz. Pero camino seguro. Se baja a las cisternas y se sale hacia el Cedrón. Camino antiguo. No siem­pre destinado a buen uso, pero esta vez sí… y esto lo santifica…”. Bajan continuamente en medio de sombras quebradas sólo por la llamita tambaleante de la lámpara, hasta que un claror distinto se vislumbra en el fondo… y detrás el claror del verde, que parece leja­no… Una verja —tan maciza y apretada que es casi puerta— termi­na la galería. ■ Zacarías: “Maestro, te he salvado. Puedes marcharte. Pero, escúchame: no vuelvas durante un tiempo. No podría servirte siempre sin ser nota­do y… olvida, olvidad todos este camino, y a mí que os he guiado aquí”, y lo dice moviendo unos artificios que hay en la pesada verja, y entreabriendo ésta lo indispensable para dejar salir a las personas. Y repite: “Olvidad, por piedad hacia mí”. Jesús: “No temas. Ninguno de nosotros hablará. Dios esté contigo por tu caridad”. Jesús alza la mano y la pone encima de la cabeza agacha­da del joven. Sale, seguido de sus primos y de los otros. Se encuentra en un pe­queño espacio llano —casi no caben todos—, agreste, con zarzas, frente al Monte de los Olivos. Un senderito de cabras baja entre las zarzas hacia el torrente. Jesús: “Vamos. Subiremos luego a la altura de la puerta de los Ovejas y Yo con mis hermanos iré a casa de José, mientras vosotros vais a Betesda por los otros y venís”. (Escrito el 30 de Septiembre de 1946).
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1  Nota  : Cfr.  Ju.  8,21-59.   2  Nota  : Cfr.  2  Rey. 2,1-18;  Ecclo. 48,1-11.   3  Nota  : Se refiere al intento, promovido por los judíos, de elegir rey a Jesús, en la casa de campo de Cusa  narrado en el episodio 7-464-217.   4  Nota  : Cfr.  Jer. ,  Lam. 1-5.   5  Nota : Cfr. “descendencia de abraham”  como en Gén. 16 y 17; 21,8-20; Gál. 4,21-31.    6  Nota  : Cfr.  Gén.  12.   7  Nota  : Cfr.  Gén.  13.   8  Nota  : Cfr.   Gén.  15; 18.    9  Nota  : Cfr. Gén. 22.
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8-510-67 (9-207-500).- Curación de un ciego de nacimiento, en sábado (1). Complicidad de Judas Iscariote.- Inconcebible ceguera de escribas, sacerdotes y fariseos.
“Dime, Maestro: para recibir ese castigo tan grande, sin duda pecó; pero, si es ciego de nacimiento, como lo es, cómo pudo pecar antes de nacer? ¿Será que pecaron sus padres y Dios los castigó haciéndole nacer así?”. ■ Jesús sale junto con sus apóstoles y José de Séforis en dirección a la sinagoga… Pero Jesús no va hacia la puerta de Herodes. Es más, vuelve las espaldas a esta puerta para dirigirse al interior de la ciudad. Pero, habiendo recorrido sólo unos pocos pasos por la calle más ancha —en la cual desemboca la callecita donde se encuentra la casa de José de Séforis—, Judas de Keriot le señala la presencia de un joven que vie­ne en dirección contraria, tentando la pared con un bastón, hacia arriba la cabeza carente de ojos, con el típico modo de andar de los ciegos. Sus vestidos son pobres, pero limpios, y debe ser una persona conocida por muchos de los habitantes de Jerusalén, porque más de uno le señala, y algunas personas se acercan a él y le dicen: “Hom­bre, hoy has confundido el camino. Todos los caminos del Moria es­tán ya atrás. Ya estás en Bezeta”. El ciego con una sonrisa responde: “Hoy no pido limosna de dinero”, y sigue andando, sonriente todavía, hacia el norte de la ciudad. ■ Iscariote dice: “Maestro, obsérvale. Tiene los párpados soldados. Es más, yo di­ría que no tiene párpados. La frente se une a las mejillas sin hueco alguno, y parece como si debajo no estuvieran los globos de los ojos. El pobre ha nacido así. Y así morirá, sin haber visto una sola vez la luz del sol ni el rostro de los hombres. Ahora, dime, Maestro: para recibir este castigo tan grande, sin duda pecó; pero, si es ciego de nacimiento, como lo es, ¿cómo pudo pecar antes de nacer? ¿Será que pecaron sus padres y Dios los castigó haciéndole nacer así?”. También los otros apóstoles e Isaac y Marziam se arriman a Je­sús para escuchar la respuesta. ■ Y, acelerando el paso, como atraídos por la altura de Jesús, que domina al resto de la gente, acuden dos jerosolimitanos de aspecto educado y que estaban un poco detrás del ciego. Con ellos está José de Arimatea, que no se acerca, sino que, adosándose a un portal elevado sobre dos escalones, mira a todas las caras observando todo. Jesús responde. En el silencio que se ha formado, se oyen nítida­mente las palabras: “No han pecado ni él ni sus padres más de lo que pecan todos los hombres, y quizás menos; porque frecuentemente la pobreza es un freno para el pecado. No. Ha nacido así para que en él se manifiesten —una vez más— el poder y las obras de Dios. Yo soy la Luz que ha venido al mundo, para que aquellos del mundo que han olvidado a Dios, o han perdido su imagen espiritual, vean y re­cuerden, y para que aquellos que buscan a Dios o son ya de Él se ve­an confirmados en la fe y en el amor. El Padre me ha enviado para que, en el tiempo que todavía se le concede a Israel, complete el co­nocimiento de Dios en Israel y en el mundo. ■ Así que debo llevar a ca­bo las obras de Aquel que me ha enviado, como testimonio de que puedo lo que Él puede, porque soy Uno con Él; y para que el mundo sepa y vea que el Hijo no es desemejante del Padre y crea en Mí en lo que Yo soy. Después llegará la noche, en la cual ya no se puede tra­bajar; la tiniebla. Y el que no se haya grabado mi signo y la fe en mí, ya no podrá hacerlo en las tinieblas y en medio de la confusión, el do­lor, la desolación y destrucción que cubrirán a estos lugares y aturdi­rán los espíritus con la agitación producida por las angustias. Pero mientras estoy en el mundo soy Luz y Testimonio, Palabra, Camino y Vida, Sabiduría, Poder y Misericordia. ■ Ve, pues, llégate donde el ciego de nacimiento y tráemele aquí”. Iscariote responde: “Ve tú, Andrés. Yo quiero quedarme aquí y ver lo que hace el Maestro”, y señala a Jesús.
* Jesús extiende el poco barro que tiene en los índices so­bre los párpados cerrados, y le ordena ir a lavarse en la cisterna de Siloé. José de Arimatea, testigo directo de la curación.- ■ Jesús, que se ha agachado hacia el camino polvoriento, ha escupido en un montoncito de tierrilla y con el dedo está mezclando la tierra con la saliva y formando una pe­lotita de barro, y que, mientras Andrés, siempre condescendiente, va por el ciego, que en este momento está para torcer hacia la callecita donde está la casa de José de Séforis, se la extiende en los dos índices y se queda con las manos como las tienen los sacerdotes en la Santa Misa, durante el Evangelio o la Epístola. Pero Judas se retira de su sitio diciendo a Mateo y a Pedro: “Venid aquí, vosotros que tenéis poca estatura, y veréis mejor”. Y se pone detrás de todos, casi tapado por los hijos de Alfeo y por Bartolomé, que son altos. Andrés vuelve, trayendo de la mano al ciego, que se esfuerza en decir: “No quiero dinero. Dejadme que siga mi camino. Sé dónde es­tá ese que se llama Jesús. Y voy para pedir…”. Andrés, deteniéndose delante del Maestro, dice: “Éste es Jesús, éste que está enfrente de ti”. ■ Jesús, contrariamente a lo habitual, no pregunta nada al hombre. En seguida le extiende ese poco de barro que tiene en los índices, so­bre los párpados cerrados, y le ordena: “Y ahora vete, lo más deprisa que puedas, a la cisterna de Siloé, sin detenerte a hablar con nadie”. El ciego, embardurnada la cara de barro, se queda un momento perplejo y abre los labios para hablar. Luego los cierra y obedece. Los primeros pasos son lentos, como de uno que esté pensativo o se sien­ta defraudado. Luego acelera el paso, rozando con el bastón la pared, cada vez más deprisa (para lo que puede un ciego, aunque quizás más, como si se sintiera guiado…). Los dos jerosolimitanos ríen sarcásticamente, meneando la cabe­za, y se marchan. José de Arimatea —y me sorprende el hecho— los sigue, sin siquiera saludar al Maestro, volviendo sobre sus pasos, o sea, hacia el Templo, siendo así que por esa misma dirección venía. Así, tanto el ciego como los dos y, como José de Arimatea, van hacia el sur de la ciudad, mientras que Jesús tuerce hacia occidente y le pier­do de vista, porque la voluntad del Señor me hace seguir al ciego y a los que le siguen. ■ Superada Bezeta, entran todos en el valle que hay entre el Moria y Sión —me parece que he oído otras veces llamarle Tiropeo— y le recorren todo hasta Ofel; orillan Ofel; salen al camino que va a la fuente de Siloé, siempre en este orden: primero, el ciego, que debe ser conocido en esta zona popular; luego los dos; último, distanciado un poco, José de Arimatea. José se para cerca de una casita miserable, semiescondido por un seto de boj. Pero los otros dos van hasta la misma fuente y observan al ciego, que se acerca cautamente al vasto estanque y, palpando el murete húme­do, introduce en la cisterna una mano y la saca rebosando de agua, y se lava los ojos, una, dos, tres veces. A la tercera aprieta también contra la cara la otra mano, deja caer el bastón y lanza un grito co­mo de dolor. Luego separa lentamente las manos y su primer grito de pena se transforma en un grito de alegría: “¡Oh! ¡Altísimo! ¡Yo veo!”, y se arroja al suelo como vencido por la emoción, las manos puestas para proteger los ojos, apretadas contra las sienes, por ansia de ver, por el sufrimiento de la luz, y repite: “¡Veo! ¡Veo! ¡Esta es entonces la tierra! ¡Ésta es la luz! Ésta es la hierba que conocía sólo por su frescura…”. Se levanta y, estando encorvado, como uno que lleva un peso, su peso de alegría, va al arroyo que se lleva el agua que sobra, y mi­ra cómo fluye brillante y risueño, y susurra: “Y esto es el agua. ¡Claro! Así la sentía entre los dedos (introduce la mano en ella), fría y que no se sujeta. Pero no te conocía… ¡Ah, hermosa, hermosa! ¡Qué hermoso es todo!”. Levanta la cara y ve un árbol… Se acerca a él, le toca, alarga una mano, acerca hacia sí una ramita, la mira, y ríe, ríe, y da sombra a los ojos con la mano y mira al cielo, al sol, y dos lágri­mas descienden de los párpados vírgenes abiertos para contemplar el mundo… Y baja los ojos hacia la hierba, donde una flor ondea en la cima de su tallo, y se ve a sí mismo, reflejado en el agua del arro­yo, y se mira y dice: “¡¿Así soy yo?!”, y observa, asombrado, a una tór­tola que ha venido a beber un poco más allá, y a una cabrita que arranca las últimas hojas de un rosal agreste, y a una mujer que vie­ne hacia la fuente con un hijito contra su pecho. Y esa mujer le re­cuerda a su madre, a su madre de desconocido rostro, y, alzando los brazos al cielo, grita: “¡Bendito seas, Altísimo, por la luz, por la ma­dre, y por Jesús!”, y se echa a correr, dejando en el suelo su bastón, ya inútil… ■ Los dos no han esperado a ver todo esto. En cuanto han visto que el hombre veía, han ido raudos hacia la ciudad. José, sin embargo, se queda hasta el final, y, cuando el ciego que ya no es ciego pasa por delante de él como una flecha para entrar en el dédalo de callejuelas del popular barrio de Ofel, deja a su vez su lugar y vuelve sobre sus pasos, hacia la ciudad, muy pensativo… y llega a la casa del curado, cuando por otra callecita que desemboca en ésta, vienen los dos de antes con otros tres: un escriba, un sacerdote y otro que no identifico por el vestido. Se abren paso con arrogancia y tratan de entrar en la casa del curado abarrotada de gente. ■ El ciego curado habla arrimado a la mesa, respondiendo a los que le preguntan, que son todos gente pobre como él, población modesta de Jerusalén, de este barrio que es quizás el más pobre de to­dos. Su madre, en pie al lado de él, le mira y llora secándose los ojos en su velo. El padre, un hombre ajado por el trabajo, se manosea la barba con su mano trémula. Entrar en la casa es imposible hasta pa­ra la prepotencia judía y doctoral, y los cinco tienen que escuchar desde fuera las palabras del curado: “¿Que cómo se me han abierto? Ese hombre que se llama Jesús me ha ensuciado los ojos con tierra mojada y me ha dicho: «Ve a la­varte en la fuente de Siloé». He ido, me he lavado y se han abierto los ojos y he visto”. Preguntan: “¿Pero cómo es que has encontrado al Rabí?”. Ciego: “¡Hombre! Ayer al anochecer vino un discípulo suyo y me dio dos monedas: Me dijo: «¿Por qué no tratas de ver?». Le dije: «He buscado, pero no encuentro nunca a ese Jesús que hace los milagros. Le busco desde que curó a Analía, de mi mismo barrio, pero si voy acá Él está allá…», y él me dijo: «Yo soy un apóstol suyo y lo que yo quiero lo hace. Ven mañana a Bezeta y busca la casa de José el galileo, el de pescado seco, José de Séforis, cerca de la puerta de Herodes y del aro de la plaza, por la parte oriental, y verás que antes o después Él pa­sa por allí o entra en la casa, y yo le señalaré tu presencia». Dije: «Pero mañana es sábado». Quería decir que Él no haría nada en sábado. Me dijo: «Si quieres curarte, es el día, porque después dejamos la ciudad, y no sabes si podrás volver a encontrarle». Yo insistí: «Sé que le persiguen. Lo he oído en las puertas de la muralla del Templo, donde voy a pedir limosna. Por eso digo que ahora que le persiguen así menos todavía querrá ser perseguido y no curará en sábado». Y él: «Haz lo que te digo y en sábado verás el sol». Y he ido. ¿Quién no habría ido? ¡Si lo dice un apóstol suyo! También me dijo: «A mí es al que más escucha, y vengo expresamente porque me inspiras compa­sión y porque quiero que resplandezca su poder ahora que le han ul­trajado. Tú, ciego de nacimiento, harás que resplandezca. Sé lo que digo. Ven y verás». Y he ido…”.
* El ciego, acusado de curación en sábado, es obligado a ir donde los magistrados del Templo. La violenta reacción de la gente en apoyo del ciego hace intervenir a José de Arimatea.- ■ Los cinco gritan: “¡Que salga ese hombre! ¡Queremos hacerle una serie de preguntas!”. El joven se abre paso y sale a la puerta. Escriba: “¿Dónde está el que te ha curado?”. El joven, al que un amigo le había susurrado que eran escribas y sacerdotes, dice: “No sé”. Escriba: “¿Cómo que no lo sabes? Decías ahora que lo sabías. ¡No mientas a los doctores de la Ley y al sacerdote! ¡Ay de aquel que trate de engañar a los magistrados del pueblo!”. Joven: “Yo no engaño a nadie. Ese discípulo me dijo: «Está en esa casa» y era verdad, porque yo estaba cerca cuando me han tomado de la ma­no y conducido donde Él. Pero, dónde está ahora, no lo sé. El discípulo me dijo que se marchaban. Podría haber salido ya por las puertas”. Escriba “¿Pero a dónde iba?”. Joven: “¡¿Y yo qué sé?! Irá a Galilea… ¡Teniendo en cuenta cómo le tratan aquí!…”. Escriba: “¡Necio e irrespetuoso! ¡Ten cuidado de cómo hablas, hez del pueblo! Te he dicho que digas por qué camino iba”. Joven: “¿Y cómo queréis que lo sepa si estaba ciego? ¿Puede un ciego decir por dónde va otro?”. ■ Escriba: “Está bien. Síguenos”. Joven: “¿A dónde queréis llevarme?”. Escriba: “A los jefes de los fariseos”. Joven: “¿Por qué? ¿Qué tienen que ver conmigo? ¿Acaso me han curado ellos para que tenga que agradecérselo? Cuando estaba ciego y pedía limosna, mis manos no sentían nunca sus monedas; mi oído, nunca su palabra compasiva; mi corazón, nunca su amor. ¿Qué tengo que decirles? Sólo a uno debo decir «gracias», después de a mi padre y a mi madre, que durante tantos años me han amado siendo un desdi­chado. Y es a este Jesús que me ha curado amándome con su cora­zón, como mis padres con el suyo. No voy donde los fariseos. Me que­do aquí con mi madre y mi padre, a gozar de ver su rostro y ellos mis ojos que han nacido ahora, después de tantas primaveras desde aquella en que nací pero no vi la luz”. Escriba: “No tantas palabras. Ven y síguenos”. Joven: “¡Que no! ¡Que no voy! ¿Habéis, acaso, enjugado alguna vez una lágrima de mi madre, abatida por mi desventura, o una gota de su­dor de mi padre, agotado por el trabajo? Ahora puedo hacerlo yo con mi vista, ¿y debería, acaso, dejarlos y seguiros?”. Escriba: “Te lo ordenamos. No eres tú el que ordena, sino el Templo y los jefes del pueblo. Si la soberbia de estar curado te ofusca la mente pa­ra recordar que mandamos nosotros, nosotros te lo recordamos. ¡Vamos! ¡Camina!”. Joven: “¿Pero por qué tengo que ir? ¿Qué queréis de mí?”. ■ Escriba: “Que des testimonio de lo que pasó. Es sábado. Se ha hecho algo en sábado. Se le considera como pecado. Pecado tuyo y de ese diablo”. Joven: “¡Diablos, vosotros! ¡Pecado, vosotros! ¿Y voy a ir a declarar contra el que me ha hecho un bien? ¡Vosotros estáis borrachos! Al Templo iré. Para bendecir al Señor. Y nada más que eso. Durante muchos años he estado en la sombra de la ceguera. Pero los párpados cerrados han creado tiniebla sólo para los ojos. La inteligencia ha estado siempre en la luz, en gracia de Dios, y me dice que no debo dañar al único Santo que hay en Israel”. Escriba: “¡Basta! ¿No sabes que hay castigos para quien se opone a los magistrados?”. Joven: “Yo no sé nada. Aquí estoy y aquí me quedo. Y no os conviene ha­cerme ningún daño. Ya veis que todo Ofel está de mi parte”. ■ La gente grita: “¡Sí! ¡Sí! ¡Dejadle! ¡Ventajistas! Dios le protege. ¡No le toquéis! ¡Dios está con los pobres! ¡Dios está con nosotros! ¡Explotadores, hi­pócritas!”, y amenaza, con una de esas espontáneas manifestaciones populares, que son las explosiones de indignación de los humildes contra quien los oprime, o de amor hacia quien los protege. Y gritan: “¡Ay de vosotros si agredís a nuestro Salvador! ¡Al Amigo de los pobres! Al Mesías tres veces Santo. ¡Ay de vosotros! No hemos temido la ira de Herodes ni la de los gobernadores, cuando ha hecho falta. ¡No tememos las vuestras, viejas hienas de mandíbu­las desdentadas! ¡Chacales de uñas desmochadas! ¡Inútiles prepo­tentes! Roma no quiere tumultos y no importuna al Rabí porque Él es paz. Pero a vosotros os conoce. ¡Marchaos! ¡Fuera de los barrios de los oprimidos por vosotros con diezmos superiores a sus fuerzas, pa­ra tener dinero para saciar vuestros apetitos y realizar torpes comer­cios. ¡Descendientes de Jasón! ¡De Simón! ¡Torturadores de los verdaderos Eleazares, de los santos Onías! (2). ¡Vosotros que pisoteáis a los profetas! ¡Fuera! ¡Fuera!”. ■ La gritería comienza a subir de punto. José de Arimatea, aplastado contra un murete, espectador de los hechos, hasta ahora atento pero inactivo, con una agilidad insospechable en un viejo —y menos todavía estando tan arrebujado en túnicas y mantos—, salta al murete y, en pie, grita: “¡Silencio, ciudadanos! ¡Escuchad a José el Anciano!”. Una, dos, diez cabezas se vuelven en la dirección del grito. Ven a José. Gritan su nombre. Debe ser muy conocido el de Arimatea y de­be gozar del favor del pueblo, porque los gritos de indignación se transforman en gritos de alegría: “¡Está José el Anciano! ¡Viva él! ¡Paz y larga vida al justo! ¡Paz y bendición al benefactor de los indi­gentes! ¡Silencio, que habla José! ¡Silencio!”. ■ Con dificultad se hace silencio, y durante unos momentos se oye el susurro del Cedrón al otro lado de la callejuela. Todas las cabezas —habiendo ya olvidado todos el objeto que antes los hacía mirar en dirección opuesta: hacia los cinco desdichados e inconsiderados que han suscitado el tumulto— se dirigen hacia José. “Ciudadanos de Jerusalén, hombres de Ofel, ¿por qué permitís que os cieguen la sospecha y la ira? ¿Por qué faltar al respeto y a las costumbres, vosotros que siempre habéis sido tan fieles a las leyes de los padres? ¿De qué tenéis miedo? ¿Acaso de que el Templo sea un Mólek (3) que no devuelva lo que recibe? ¿Acaso de que vuestros jueces sean todos ciegos, más que vuestro amigo, ciegos en el corazón y sor­dos respecto a la justicia? ¿No es, acaso, costumbre el que un hecho prodigioso sea declarado, escrito y conservado por quien deba hacer­lo para las crónicas de Israel? Dejad, pues, incluso por el honor del Rabí a quien amáis, que el curado milagrosamente suba a declarar la obra por Él realizada. ¿Todavía titubeáis? Bien, pues yo me hago ga­rante de que nada malo le sucederá a Bartolmai. Y sabéis que no miento. Como a un hijo amado de mi corazón le escoltaré hasta allá arriba, y os le traeré aquí después. Creed en mí. Y del sábado no ha­gáis un día de pecado con la rebelión contra vuestros jefes”. Intervienen algunos: “¡Es como dice! No debemos. Podemos creerle. Es un justo. En las buenas deliberaciones del Sanedrín siempre su voz está presente”. La gente intercambia sus ideas y al final grita: “¡A ti sí, te confiamos nuestro amigo!”. Y, dirigiéndose al joven: “¡Ven! No temas. Con José de Arimatea estás tan seguro como con tu padre y más”, y se abre para que el joven pueda ir donde José, que ha bajado de su púlpito improvisado; y, mientras pasa, le dicen: “Vamos también nosotros. ¡No temas!”.
* Para José de Arimatea solo hay un culpable: el hombre de Keriot con su intencionada maniobra.- Cerrada defensa de José de Arimatea junto con los fariseos Eleazar, Juan y Joaquín: esa curación no es obra servil ni obra del demonio. Solo un odio ciego puede llevar a hacer esa acusación.- ■ Y José, ricamente vestido de espléndida lana, pone una mano en un hombro del joven y se pone en camino. La túnica cenizosa y gastada del joven, su pequeño manto, van rozando contra la amplia túnica rojo obscura y el pomposo manto aún más oscuro del anciano miem­bro del Sanedrín. Detrás, los cinco; después de éstos, muchos, mu­chos de Ofel… Ya están en el Templo, tras haber atravesado las calles centrales llamando la atención de muchos. Y la gente recíprocamente se seña­la al que antes era ciego, diciendo: “¡Pero si es el que pedía limosna ciego! ¡Y ahora tiene ojos! Bueno, quizás es uno que se le parece. No. Es él, sin duda, y le llevan al Templo. Vamos a oír”, y la fila aumen­ta cada vez más, hasta que los muros del Templo se tragan a todos. José guía al joven a una sala —no es el Sanedrín— donde hay muchos fariseos y escribas. Entra. Y con él entran Bartolmai y los cinco. A los lugareños de Ofel los echan para atrás reteniéndolos en el patio. ■ José de Arimatea dice: “Aquí está el hombre. Yo mismo os le he traído, pues, sin ser visto, he asistido a su encuentro con el Rabí y a su curación. Y os puedo decir que fue totalmente casual por parte del Rabí. El hombre, le oiréis también vosotros, fue conducido —o mejor: invitado a ir— donde estaba el Rabí, por Judas de Keriot, a quien conocéis. Y yo he oído, y también estos dos que están conmigo han oído porque estaban pre­sentes, cómo fue Judas el que tentó a Jesús de Nazaret en orden al mi­lagro. Ahora aquí declaro que si hay que castigar a uno no es ni al cie­go ni al Rabí, sino al hombre de Keriot, que —Dios ve si miento al de­cir lo que mi inteligencia piensa— es el único autor del hecho, en el sentido de que lo ha provocado con intencionada maniobra. He dicho”. ■ Fariseo: “Lo que dices no anula la culpa del Rabí. Si un discípulo peca, no debe pecar el Maestro. Y Él ha pecado curando en sábado. Ha reali­zado obra servil”. José: “Escupir en el suelo no es hacer obra servil. Y tocar los ojos de otro no es hacer obra servil. Yo también le toco al hombre y no creo pecar”. Fariseo: “Él ha realizado un milagro en sábado. En esto está el pecado”. José:  “Honrar el sábado con un milagro es gracia de Dios y su bondad. Es su día. ¿No puede, acaso, el Omnipotente celebrarlo con un mila­gro que haga resplandecer su poder?”. Fariseo: “No estamos aquí para escucharte a ti. Tú no eres el encausado. Al que queremos interrogar es a ese hombre. ■ Responde tú. ¿Cómo has obtenido la vista?”. Bartolmai: “Ya lo he dicho. Y éstos me han oído. El discípulo de ese Jesús ayer me dijo: «Ven y haré que te cures». Y fui. Y he sentido ponerme barro aquí y una voz que me decía que fuera a Siloé a lavarme. Lo he hecho y veo”. Fariseo: “¿Pero tú sabes quién te ha curado?”. Bartolmai: “¡Claro que lo sé! Jesús. Ya os lo he dicho”. Fariseo: “¿Pero sabes exactamente quién es Jesús?”. Bartolmai: “Yo no sé nada. Soy un pobre y un ignorante. Y hasta hace poco estaba ciego. Esto es lo que sé. Y sé que Él me ha curado. Y, si lo ha podido hacer, sin duda, Dios está con Él”. Algunos gritan: “¡No blasfemes! Dios no puede estar con quien no observa el sábado”. Pero José y los fariseos Eleazar, Juan y Joaquín observan: “Tam­poco puede un pecador hacer esos prodigios”. Fariseo: “¿Acaso estáis seducidos también vosotros por ese poseído?”. Eleazar dice con calma: “No. Somos justos. Y decimos que, si Dios no puede estar con quien realiza obras en sábado, tampoco puede el hombre sin Dios hacer que un ciego de nacimiento vea”. Y los otros asienten. Los malévolos gruñen: “¿Y al demonio dónde lo dejáis?”. El fariseo Juan dice: “No puedo creer, y tampoco vosotros lo creéis, que el demonio pueda realizar obras con las que se alaba al Señor”. Fariseo: “¿Pero quién le alaba?”. José rebate: “El joven, sus padres, todo Ofel, y yo con ellos, y conmigo todos los que son justos y temen santamente a Dios”. ■ Los malévolos, cortados, no sabiendo qué objetar, arremeten con­tra Sidonio, llamado Bartolmai: “¿Tú qué dices del que te ha abierto los ojos?”. Bartolmai: “Para .mí es un profeta. Y más grande que Elías que resucitó al hijo de la viuda de Sarepta. Porque Elías hizo que el alma volviera al niño. Pe­ro este Jesús me ha dado lo que nunca había perdido, porque no lo había tenido nunca: la vista. Y si me ha hecho los ojos, así, en un instante y con nada, excepto un poco de barro, mientras que en nue­ve meses mi madre con carne y sangre no había logrado hacérmelos, debe ser tan grande como Dios, que con barro hizo al hombre”. Le gritan: “¡Fuera! ¡Fuera! ¡Blasfemo! ¡Embustero! ¡Vendido!”, y echan afue­ra al hombre como si fuera un réprobo y dicen: “Ese hombre miente. No puede ser verdad. Todos pueden decir que uno que ha nacido ciego no se puede curar. Será uno que aseme­ja a Bartolmai, y preparado por el Nazareno… o… Bartolmai no ha estado nunca ciego”. ■ Ante esta sorprendente afirmación, José de Arimatea reacciona sin vacilar: “Que el odio ciegue a uno, es cosa que se sabe desde Caín; pe­ro que haga necia a la gente no se sabía aún. ¿Os parece lógico que uno llegue a la flor de la juventud fingiéndose ciego por… espe­rar un posible suceso que meta mucho ruido y suceso muy futuro? ¿O que los padres de Bartolmai no conozcan a su hijo o se presten a esta mentira?”. Fariseos: “El dinero lo puede todo. Y son pobres”. José: “El Nazareno es más pobre que ellos”. Fariseos: “¡Mientes! Sumas de sátrapa pasan por sus manos”. José: “Pero no se paran en ellas ni un instante. Son para los pobres esas sumas; usadas para el bien, no para el engaño”. Fariseos: “¡Cómo le defiendes! ¡Y eres uno de los Ancianos!”. Eleazar dice: “José tiene razón. La verdad hay que decirla independientemen­te del cargo que un hombre ocupe”.
* Llaman por segunda vez al ciego. Éste les dice: “No se ha oído nunca que ninguno, en todo el mundo, haya podido abrir los ojos a un ciego de nacimiento; pero este Jesús lo ha hecho. Si no viniera de Dios, no habría podido hacerlo”.- Elquías grita: “Corred a llamar al ciego. Y traedle otra vez aquí. Y que otros vayan donde los padres y los traigan aquí”, y ha abierto de par en par la puerta y ha dado la orden a algunos que estaban afuera esperando. Y su boca está casi recubierta de baba, de tanto como le ahoga la ira. Unos corren en una dirección, otros en otra. El primero que vuelve es Sidonio, llamado Bartolmai, sorprendido y molesto. Le ordenan que se quede en un rincón y le miran al igual modo que una jauría de perros mira a su presa… Luego, después de un buen rato, llegan los padres, rodeados de gente. Ordenan: “Entrad vosotros. ¡Los demás, afuera!”. Los dos entran asustados, ven a su hijo allí, en el fondo, sano pero como si estuviera arrestado. La madre, gimiendo, dice: “¡Hijo mío! ¡Y debía ser día de fiesta para nosotros!”. ■ Un fariseo rudamente pregunta: “Escuchadnos. ¿Es vuestro hijo este hombre?”. Padre: “¡Sí que es nuestro hijo! ¿Quién creéis que puede ser, sino él?”. Fariseo: “¿Estáis seguros de ello?”. El padre y la madre están tan asombrados de la pregunta, que antes de responder se miran. El fariseo insiste: “¡Responded!”. El padre dice humildemente: “Noble fariseo, ¿cómo piensas que un padre y una madre puedan engañarse respecto a su hijo?”. Fariseo: “¿Pero… podéis jurar… sí, que por ninguna suma os ha sido pedi­do decir que éste es vuestro hijo, mientras que es uno que le aseme­ja?”. Padre:  “¿Pedido decir? ¿Y quién habría sido? ¿Jurar? ¡Mil veces, y por el altar y el Nombre de Dios, si quieres!”. Es una afirmación tan segu­ra que desalentaría hasta al más obstinado. ¡Pero los fariseos no se desalientan!: “¿Pero vuestro hijo no había nacido ciego?”. Padre: “Sí. Así había nacido. Con los párpados cerrados y, debajo, el va­cío, la nada…”. Otro fariseo, dice: “¿Y cómo es que ahora ve, tiene los ojos y, sobre ellos, abiertos los párpados? ¡No querréis decir que los ojos pueden nacer así, como flo­res en primavera, y que un párpado se abre exactamente como el cá­liz de una flor!…”, y se ríe sarcásticamente. Padre: “Sabemos que este hombre es verdaderamente nuestro hijo desde hace casi treinta años, y que nació ciego; pero no sabemos cómo es que ahora ve, ni tampoco quién le ha abierto los ojos. Y… ¿por qué no le preguntáis a él? No es un idiota ni un niño. Tiene ya sus buenos años. Preguntadle y os responderá”. ■ Uno de los que habían seguido siempre al ciego, grita: “Vosotros mentís. Él, en vuestra casa, ha contado cómo ha sido curado y por quién. ¿Por qué decís que no sabéis?”. El padre y la madre se justifican: “Estábamos tan atolondrados por la sorpresa, que no caímos bien en la cuenta”. Los fariseos se vuelven hacia Sidonio, llamado Bartolmai: “Acércate. ¡Y da gloria a Dios, si es que puedes! ¿No sabes que quien te ha tocado los ojos es un pecador? ¿No lo sabes? Bueno, pues ya lo sabes. Te lo decimos nosotros, que lo sabemos”. Bartolmai: “¡Bueno…! Será como decís vosotros. Yo si es pecador no lo sé. Sé sólo que antes estaba ciego y ahora veo, y muy claro”. Fariseo: “Pero ¿qué te ha hecho? ¿Cómo te ha abierto los ojos?”. Bartolmai: “Ya os lo he dicho y no me habéis escuchado. ¿Queréis oírlo otra vez? ¿Por qué? ¿Es que queréis haceros discípulos de Él?”. Fariseo: “¡Necio! Sé tú discípulo de ese hombre. Nosotros somos discípulos de Moisés. Y de Moisés sabemos todo, y que Dios le habló. Pero de este hombre no sabemos nada, ni de dónde viene ni quién es, y nin­gún prodigio del Cielo le señala como profeta”. ■ Bartolmai: “¡Aquí precisamente está lo increíble! Que no sabéis de dónde es y decís que ningún prodigio le señala como justo. Pero Él me ha abierto los ojos y ninguno de nosotros de Israel había podido hacerlo jamás, ni siquiera el amor de una madre y los sacrificios de mi padre. Pero hay una cosa que sabemos todos, tanto yo como vosotros, y es que Dios no escucha al pecador, sino a aquel que tiene temor de Dios y hace su voluntad. No se ha oído nunca que ninguno, en todo el mundo, haya podido abrir los ojos a un ciego de nacimiento; pero este Jesús lo ha hecho. Si no viniera de Dios, no habría podido hacerlo”. Fariseo: “Has nacido sumido en el pecado, eres deforme en el espíri­tu igual y más de lo que lo fuiste en el cuerpo, ¿y te las das de poder enseñarnos a nosotros? ¡Fuera, maldito aborto, y hazte diablo con tu seductor! ¡Fuera! ¡Fuera todos, plebe necia y pecadora!”, y echan afuera a hijo, padre y madre, como si fueran tres leprosos. ■ Los tres se marchan raudos, seguidos por los amigos. Pero, lle­gado afuera de la muralla, Bartolmai se vuelve y dice: “¡Decid lo que se os ocurra! Decid lo que queráis. La verdad es que yo veo, y ala­bo a Dios por ello. Y diablos seréis vosotros, no el Bueno que me ha curado”. La madre gime: “¡Calla, hijo! ¡Calla! ¡Basta que no nos perjudique!…”. Bartolmai: “¡Oh, madre! ¿El aire de aquella sala te ha envenenado el alma, a ti que en mi dolor me enseñabas a alabar a Dios y ahora en la ale­gría no le sabes dar gracias y temes a los hombres? Si Dios me ha amado tanto, y te ha amado tanto, que nos ha dado el milagro, ¿no sabrá defendernos de un puñado de hombres?”. El padre dice:  “Nuestro hijo tiene razón, mujer. Vamos a nuestra sinagoga a alabar al Señor, porque de este Templo nos han arrojado. Y vamos aprisa antes de que termine el sábado…”. Y, acelerando el paso, desaparecen por los caminos del valle. (Escrito el 10 de Octubre de 1946).
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1  Nota  : Cfr. Ju.  9,1-34.   2  Nota  : Cfr.  2  Mac. 4-6.   3  Nota  : Cfr.  con respecto a este ídolo Molek: Lev. 18,21; 20,1-5; Jer. 32,28-35.
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(<Jesús ha pasado por las tierras de Emmaús de la Montaña, de Beterón, y se dirige hacia Gabaón>)
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8-515-109 (9-212-539).- Por qué Él, inocente de todo pecado, debe sufrir tanto.- En el principio del dolor hay una desobediencia. El Amor no satisfecho y ofendido exige reparación y ofrecimiento.
* Razones del dolor salvífico de Jesús.
.    ● Diversos puntos de vista, al respecto,  expresados por los apóstoles.- ■ Jesús no dispone de mucho tiempo para estar con sus pensamientos. Juan y su primo Santiago, después Pedro y Simón Zelote, le alcanzan y atraen su atención hacia el panorama que se ve desde lo alto del monte. Y, quizás con intención de distraerle, porque está visiblemente triste, evocan hechos acontecidos en esos lugares que se muestran a sus ojos… Sí, son cosas, todas ellas, que tienen intención de alegrar… pero que contienen, para todos o para Él solo, un hilo de tristeza y un recuerdo de dolor. ■ Caen en la cuenta los mismos apóstoles y murmuran: “Verdaderamente que en todas las cosas de la Tierra se encuentra el dolor. Es un lugar de expiación…”. Pero, justamente, Andrés, que se ha unido al grupo con Santiago de Zebedeo, observa: “Es ley justa para nosotros los pecadores, pero para Él ¿por qué tanto dolor?”. Surge una discusión amigable, y sigue así también cuando, atraídos por las palabras de los primeros, que hablan en tono alto, se unen al grupo todos los otros. Menos Judas Iscariote que está ocupadísimo con algunas personas modestas —a las cuales está enseñando—, imitando al Maestro en la voz, en el gesto, en las ideas. Pero es una imitación teatral, pomposa, falta del calor del convencimiento. Y los que le escuchan se lo dicen, incluso sin rodeos, lo que pone nervioso a Judas, que les echa en cara el ser obtusos y el que no comprendan nada por eso. Y Judas declara que los deja porque «no es justo arrojar perlas de la sabiduría a los cerdos». Pero se detiene, porque esta gente sencilla, mortificada, le ruega que sea indulgente, confesándose «inferiores a él, como un animal es inferior a un hombre». ■ Jesús está distraído de lo que dicen en torno a Él los once, para escuchar lo que dice Judas; y, ciertamente, no le agrada lo que oye… Suspira y se queda callado hasta que Bartolomé directamente le llama la atención señalándole los diversos puntos de vista de por qué Él, que es inocente de todo pecado, debe sufrir. Dice: “Yo sostengo que esto sucede porque el hombre odia a quien es bueno. Hablo del hombre culpable, o sea, de la mayoría. Y esta mayoría comprende que, comparada con quien está libre de pecado, resaltan aún más su culpabilidad y sus vicios, y por rabia se venga haciendo sufrir al bueno”. Judas Tadeo dice: “Yo, sin embargo, sostengo que sufres por el contraste entre tu perfección y nuestra miseria. Aunque ninguno te despreciase en ningún modo, igualmente sufrirías, porque tu perfección debe sentir una dolorosa repulsa de los pecados de los hombres”. Mateo dice: “Yo, por el contrario, sostengo que Tú, no careciendo de humanidad, sufres por el esfuerzo de deber dominar con tu parte sobrenatural los impulsos de tu humanidad contra tus enemigos”. Andrés dice: “Yo, que sin duda me equivoco por ser un ignorante, afirmo que sufres porque tu amor es rechazado. No sufres porque no puedas castigar como tu lado humano puede desear, sino que sufres por no poder hacer el bien como querrías”.  Zelote dice: “Bueno. Yo aseguro que sufres porque debes padecer todo el dolor para redimir todo el dolor. No predominando en Ti una u otra naturaleza, sino estando igualmente estas dos naturalezas tuyas en Ti, fundidas, con un perfecto equilibrio, para formar la Víctima perfecta (tan sobrenatural, que puede ser válida para aplacar la ofensa hecha a la Divinidad; tan humana, que puede representar a la Humanidad y llevarla de nuevo al estado inmaculado del primer Adán, para anular el pasado y engendrar una nueva Humanidad; volver a crear una humanidad nueva, conforme al pensamiento de Dios, o sea, una humanidad en que esté realmente la imagen y semejanza de Dios y el destino del hombre: la posesión, el poder aspirar a la posesión de Dios, en su Reino),  debes sufrir sobrenaturalmente, y sufres, por todo lo que ves hacer y por lo que te rodea —podría decir— con perpetua ofensa a Dios, y debes sufrir humanamente, y sufres, para arrancar las inclinaciones perversas de nuestra carne que envenenó Satanás. Con el sufrimiento completo de tus dos naturalezas perfectas borrarás completamente la Ofensa hecha a Dios, la culpa del hombre”. ■ Los otros callan. Jesús pregunta: “¿Y vosotros no decís nada? ¿Cuál es según vosotros la mejor opinión?”. Unos dicen que ésta, otros aquélla. Santiago de Alfeo y Juan no dicen nada. Jesús, para hacerlos hablar, les dice:  “¿Y vosotros dos? ¿No os gustó ninguna?”. Santiago de Alfeo dice: “Sí. En cada una de ellos encontramos algo de verdad. Mejor dicho, mucho de verdad. Pero nos parece que todavía falta que se diga la verdad completa”. Jesús: “¿Y no podéis encontrarla?”. Santiago de Alfeo: “Tal vez Juan y yo la hemos encontrado. Pero nos parece casi una blasfemia el decirla, porque… Somos buenos israelitas y tememos tanto a Dios que no nos atrevemos a pronunciar su Nombre. Y el pensar que, si el hombre del pueblo elegido, el hombre hijo de Dios, no se atreve a pronunciar casi el Nombre bendito y crea nombres sustitutivos para nombrar a su Dios, el que pueda Satanás atreverse a hacer daño a Dios, nos parece un pensamiento blasfemo. Y, con todo, vemos que el dolor siempre es activo en Ti porque Tú eres Dios y Satanás te odia. Te odia como ningún otro. Te topas con el odio, hermano mío, porque eres Dios”. Juan dice: “Sí, te topas con el odio porque eres el Amor. No son los fariseos, ni los rabinos, ni esto o aquello, los que te causan dolor. Sino que es el Odio el que se apodera de los hombres y los lanza contra Ti, ciegos de odio, porque con tu amor le arrancas muchas presas al Odio”.
.    ●  A las muchas definiciones, en las que hay algo de verdad, falta la razón principal: en el principio del dolor hay una desobediencia. Satanás fue expulsado del Cielo por haberse rebelado contra Dios: por no obedecer. Satanás fue el que echó a perder el corazón del hombre. Por ser muy envidioso: no pudo soportar que el hombre fuese destinado al Cielo del que él fue expulsado. Es lógico que para restablecer el orden debe haber una obediencia perfecta. Obedecer es difícil, sobre todo si se trata de una materia tan grave. Lo difícil causa dolor a aquel que lo lleva a cabo.- ■ Jesús, insistiendo, dice: “A las muchas definiciones les falta todavía una cosa. Buscad la razón verdadera por la que soy…”.  Pero nadie encuentra algo más que añadir. Piensan y piensan. Se rinden diciendo: “No encontramos nada más…”. Jesús: “Es muy sencillo. Está ante los ojos. Resuena en las palabras de nuestros Libros, en las figuras de nuestras narraciones… ¡Ea, buscad! En todo lo que habéis dicho hay algo de verdad, pero falta la razón principal. Buscadla no en el momento actual, sino en el pasado, más allá de los profetas, más allá de los patriarcas, más allá de la creación del Universo…”. Los apóstoles piensan, pero… no encuentran. Jesús sonríe. Luego dice: “Si os acordareis de mis palabras, encontraríais la razón. Pero no podéis hacerlo por ahora. Eso sí, un día la recordaréis. Escuchad. Atravesemos la corriente de los siglos, hasta más allá de los límites del tiempo. Vosotros sabéis quién fue el que echó a perder el corazón del hombre. Fue Satanás, la Serpiente, el Adversario, el Enemigo, el Odio. Llamadlo como queráis. Pero, ¿por qué le echó a perder? Por ser muy envidioso (1); no pudo soportar que el hombre fuese destinado al Cielo del que había sido él expulsado. ¿Por qué fue expulsado? Por haberse rebelado contra Dios. Esto lo sabéis. ¿En qué se rebeló? No obedeciendo. ■ En el principio del dolor hay una desobediencia. ¿No es pues lógico que, lo que restablezca el orden, que es siempre alegría, sea una obediencia perfecta? Obedecer es difícil, sobre todo si se trata de una materia grave. Lo difícil causa dolor a aquel que lo lleva a cabo. Pensad, pues, si Yo, a quien el Amor solicitó si quería devolver la alegría a los hijos de Dios, no tendré que sufrir infinitamente para cumplir la obediencia al Pensamiento de Dios. Yo, debo, pues, sufrir, para vencer, para borrar no uno o mil pecados, sino el propio Pecado por excelencia que, en el espíritu angélico de Lucifer o en el que animaba a Adán, fue y será siempre, hasta el último hombre, pecado de desobediencia a Dios. ■ Vosotros debéis obedecer limitadamente a eso poco —os parece mucho, pero es muy poco— requerido por Dios, que, en su justicia, os pide solamente aquello que podéis dar. Vosotros, de lo que Dios quiere, conocéis solamente lo que podéis cumplir. Pero Yo conozco todo su Pensamiento, respecto de los grandes y pequeños acontecimientos. Yo no tengo puestos límites en el conocimiento ni en la ejecución. El Sacrificador amoroso, el Abraham divino (2), no perdona a su Víctima e Hijo suyo. Es el Amor no satisfecho y ofendido el que exige reparación y ofrecimiento. Y, aunque viviese millares de años, nada sería, si no consumara el Hombre hasta la última fibra; de la misma forma que nada habría sido, si ab eterno no hubiese dicho Yo «sí» a mi Padre, disponiéndome a obedecer como Dios Hijo y como Hombre, en el momento que mi Padre considerara oportuno”.
* “Si la caridad es la virtud en que uno encuentra al Dios Uno y Trino, la obediencia es la virtud en que soy hallado Yo”.-Jesús: “La obediencia es dolor y es gloria. La obediencia, como el espíritu, jamás muere. En verdad os digo que los verdaderos obedientes serán dioses, pero después de una lucha continua contra sí mismos, contra el mundo, contra Satanás. La obediencia es luz: cuanto más se es obediente, más luminoso se es y más se ve. La obediencia es paciencia: y, cuanto más se es obediente, más se soportan las cosas y a las personas. La obediencia es humildad: y, cuanto más obediente se es, más humilde se es para con nuestro prójimo. La obediencia es caridad, porque es un acto de amor: y, cuanto más obediente se es, más numerosos y perfectos son los actos. La obediencia es heroísmo. Y el héroe del espíritu es el santo, el ciudadano de los Cielos, el hombre divinizado. ■ Si la caridad es la virtud en que uno encuentra al Dios Uno y Trino, la obediencia es la virtud en que soy hallado Yo, vuestro Maestro. Haced que el mundo os reconozca como mis discípulos por una obediencia absoluta a todo lo santo”. (Escrito el 18 de Octubre de 1946).
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1  Nota  : Cfr. Sab. 2,23-24.   2  Nota  : Gén. 22.
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(<Tras un viaje por Emmaús de la Montaña, Gabaón, Beterón, van, de nuevo, camino hacia Nobe>)
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8-517-120 (9-214-550).- El corazón de Jesús —cansado de odios, rechazos, conjuras, traiciones de quien se finge amigo y es espía— tiene necesidad de reposo: lo encuentra en el amor.
*  Judas, tenaz en su idea, aconseja a Jesús la forma de implantar el Reino.- ■ El viento húmedo y frío peina los árboles de la colina y juguetea en el cielo con nubes semiamarillentas. Jesús, los doce y Esteban envueltos en sus mantos, descienden de Gabaón por el camino que lleva a la planicie. Conversan entre sí, mientras Jesús, absorto en uno de sus silencios, está lejos de lo que le rodea. Y sigue así hasta que llegados a un cruce a la mitad de la ladera, mejor dicho, casi a los pies, dice: “Tomemos por acá y vayamos a Nobe”. Iscariote pregunta: “¿Cómo? ¿No volvemos a Jerusalén?”. Jesús: “Nobe y Jerusalén es casi una sola cosa para quien está acostumbrado a caminar mucho. Prefiero estar en Nobe. ¿Te desagrada?”. Iscariote: “¡No, Maestro! Me da lo mismo… Más bien lo que me desagrada es que Tú, en un lugar tan propicio para Ti, hayas figurado tan poco. Hablaste más en Beterón que ciertamente no se mostraba amiga tuya. Deberías, según mi parecer, hacer al contrario. Tratar de atraer cada vez más a Ti las ciudades que sientes propicias, hacer de ellas… contraarmas para las ciudades dominadas por enemigos tuyos. ¿Comprendes qué valor, tener de tu parte las ciudades cercanas a Jerusalén? Al fin y al cabo, Jerusalén no es todo. También pueden contar los otros lugares y hacer pesar su voluntad sobre el sentir de Jerusalén. Generalmente los reyes son proclamados en las ciudades que les son más fieles, y una vez proclamados, la otras no tienen más que resignarse…”. Felipe dice: “Cuando no se rebelan, y entonces vienen las luchas fratricidas. No creo que el Mesías quiera iniciar su Reino con una guerra interna”. ■ Jesús: “Yo querría una cosa, y es que ese Reino empezase en vuestros corazones con un juicio recto de las cosas. Pero todavía no sois capaces de verlas en su justo punto… ¿Cuándo comprenderéis?”.
* Busco en vosotros una parte de la unión que dejé para unir a los hombres: la unión con mi Padre en el Cielo”.- ■ Presintiendo que lo que está por llegar sea un reproche, Iscariote vuelve a preguntar: “¿Por qué, pues, acá, en Gabaón hablaste tan poco?”. Jesús: “Preferí escuchar y descansar. ¿No comprendéis que también Yo tengo necesidad de descanso?”. Bartolomé, afligido, dice: “Hubiéramos podido quedarnos y darles esta satisfacción. ¿Si estabas tan cansado para qué te has puesto otra vez en camino?”. Jesús: “No estoy cansado en el cuerpo. No necesito descansar para darle alivio. Es mi corazón, que está cansado, el que tiene necesidad de reposo, y éste lo encuentro donde hay amor. ¿Creéis que sea insensible a tanto odio? ¿que los rechazos no me causen dolor? ¿que las conjuras que se traman contra Mí, me dejen insensible? ¿que las traiciones de quien se finge amigo, y es un espía de mis enemigos, puesto a mi lado para…”. ■ Iscariote, con una apasionada irritación, mayor que la de los demás, protesta: “¡Jamás sucederá eso, Señor! Y no debes ni siquiera sospecharlo. ¡Hablando así nos ofendes!”. Los demás protestan también diciendo: “Maestro, nos apenas con estas palabras. ¡Dudas de nosotros!”. Y Santiago de Zebedeo, impulsivo, exclama: “Me despido de Ti, Maestro, y vuelvo a Cafarnaúm. Con el corazón roto. Pero me voy. Y si no basta Cafarnaúm, me iré con los pescadores de Tiro y Sidón, iré a Cintium, iré a no sé dónde. Pero tan lejos, que sea imposible que puedas  pensar que yo te traiciono. ¡Bendíceme por última vez!”. Jesús le abraza diciendo: “¡Cálmate, apóstol mío! Son muchos los que se dicen mis amigos, no sois solo vosotros. Te afligen, os afligen mis palabras. ¿Pero en qué corazones deberé derramar mis aflicciones y buscar consuelo sino en los de mis amados apóstoles y discípulos fieles? ■ Busco en vosotros una parte de la unión que dejé para unir a los hombres: la unión con mi Padre en el Cielo; y una gota del amor que dejé por amor de los hombres: el amor de mi Madre. Las busco para que me ayuden. ¡Oh, la ola amarga, el peso inhumano rebasan mi corazón, oprimen el corazón del Hijo del hombre!… Mi pasión, mi Hora  cada vez más se acerca… Ayudadme a soportarla, a realizarla… ¡porque es muy dolorosa!”. Los apóstoles se miran conmovidos ante el dolor profundo que respiran las palabras del Maestro y no saben hacer otra cosa más que estrecharse a Él, acariciarle, besarle… y son simultáneos los besos de Judas a la derecha y de Juan a la izquierda en el rostro de Jesús, que baja los párpados velando sus ojos mientras Iscariote y Juan le besan… ■ Reanudan la marcha, y Jesús puede terminar ahora su pensamiento interrumpido: “En medio de tantas angustias mi corazón busca lugares donde encontrar amor y descanso; donde, en lugar de hablar a piedras secas, a engañosas serpientes o mariposas caprichudas, puede escuchar las palabras de otros corazones y consolarse porque las siente sinceras, amorosas, justas. Gabaón es uno de estos lugares. Nunca había venido. Pero me encontré con un campo arado en el que sembraron óptimos operarios de Dios. ■ ¡El sinagogo! Vino a la Luz, pero era ya un espíritu iluminado. ¡Lo que puede hacer un buen siervo de Dios! Gabaón no está, ciertamente, exenta de los manejos de quienes me odian. También allí se tratará de seducir, de corromper. Pero en ella hay un buen sinagogo y el veneno del mal no tiene su fuerza en ella. ¿Creéis acaso que me guste estar siempre corrigiendo, censurando, reprendiendo? Mucho más dulce es decir: «Has comprendido la Sabiduría. Sigue tu camino y sé santo», como dije al Sinagogo de Gabaón”. Apóstoles “¿Volveremos entonces?”. Jesús: “Cuando el Padre me permite que encuentre un  lugar de paz, me alegro y bendigo a mi Padre. Pero no he venido para esto. Vine para convertir al Señor los lugares culpables y alejados de Él”.  (Escrito el 24 de Octubre de 1946).
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8-518-125 (9-215-555).- En Jerusalén, encuentro con el ciego curado Bartolmai y palabras que revelan a Jesús como el Buen Pastor (1).
* Jesús, para premiar y confirmar en su fe a Bartolmai, descubre por un instante su belleza futura por medio de una brevísima transfiguración, adquiriendo un aspecto brillante.- ■ Jesús, que ha entrado en la ciudad por la puerta de Herodes, está cruzándola en dirección hacia el Tiropeo y el barrio de Ofel. Van al Templo. Están ya en las murallas. Entran. Van al atrio de los Israelitas. Oran mientras un sonido de trompetas —diría que sonido de plata por su timbre— anuncia algo que es, sin duda importante, y se esparce por la colina; y, mientras un perfume de incienso se esparce suavemente, sobrepujando todos los otros olores menos agradables que puedan percibirse en la cima del Moria, o sea: el perpetuo —diría: natural— olor a carne de anímales degollados y consumidos por el fuego; el olor a harina quemada; el olor a aceite ardiendo: olores éstos que se detienen siempre ahí arriba, más o menos fuertes, pero que siempre están presentes, por los continuos holocaustos. ■ Se marchan siguiendo otra dirección, y empiezan a ser notados por los primeros que vienen al Templo, por gente que pertenece al Templo, por los cambistas y vendedores, que están montando sus mesas o recintos. Pero son demasiado pocos; y la sorpresa es tal, que no saben reaccionar. Entre sí intercambian palabras de estupor: “¡Ha vuelto!”, “No ha ido a Galilea, como decían”, “¿Pero dónde es­taba escondido, si no se le ha encontrado en ninguna parte?”, “Quie­re realmente desafiarlos”, “¡Qué necio!”, “¡Qué santo!”, etcétera, según la disposición de cada uno. ■ Jesús está ya fuera del Templo y baja hacia la calle que lleva a Ofel. En esto, se topa con el ciego de nacimiento, curado hace poco, el cual, cargado de cestas llenas de manzanas olorosas, camina alegre, bromeando con otros jóvenes igualmente cargados, que van en sentido opuesto al suyo. Quizás al joven le pasaría inadvertido el encuentro, dado que desconoce el rostro de Jesús y el de los apóstoles. Pero Jesús no des­conoce la cara del que fue curado milagrosamente. Y le llama. Sidonio, llamado Bartolmai, se vuelve y mira interrogativamente al hombre alto y majestuoso —a pesar de ir vestido humildemente— que le llama por el nombre dirigiéndose hacia un callejón. Ordena Jesús: “Ven aquí”. El joven se acerca sin dejar su carga. Mira a Jesús. Cree que desea comprar manzanas. Dice: “Mi jefe las ha vendido ya. Pero tiene más todavía, si quieres. Son bonitas y buenas. Traídas ayer de las huertas de Sarón. Y, si compras muchas, tienes un importante descuento, porque…”. Jesús sonríe mientras alza la derecha para poner freno a la lo­cuacidad del joven. Y dice: “No te he llamado para comprar las manzanas, sino para alegrarme contigo y bendecir contigo al Altísimo, que te ha concedido su favor”. El joven, poniendo las cestas en el suelo, dice: “¡Oh, sí! Yo lo hago continuamente, por la luz que veo y por el trabajo que puedo realizar, ayudando a mi padre y a mi madre, por fin. He encontrado un buen jefe. No es hebreo, pero es bueno. Los hebreos no me querían por… porque saben que he sido expulsado de la sinagoga”. ■ Jesús: “¿Te han expulsado? ¿Por qué? ¿Qué has hecho?”. Bartolmai: “Yo nada. Te lo aseguro. El Señor es el que lo ha hecho. En sába­do, el Señor hizo que me encontrara con ese hombre que se dice que es el Mesías, y Él me curó, como ves. Por eso me han expulsado”. Jesús, para probarle, dice: “Entonces el que te curó no te ha hecho en todo un buen favor”. Bartolmai: “¡No digas eso, hombre! ¡Esto que dices es una blasfemia! Ante todo, me ha mostrado que Dios me ama, luego me ha dado la vista… Tú no sabes lo que es «ver», porque has visto siempre. ¡Pero uno que no había visto nunca! ¡Oh!… Es… Con la vista se tienen juntamente todas las cosas. Yo te digo que cuando vi, allá en Siloé, reí y lloré, pe­ro de alegría ¿eh? Lloré como no había llorado en el tiempo de la des­ventura. Porque entendí entonces cuán grande era ella y cuán bueno era el Altísimo. Y, además, puedo ganarme la vida, y con trabajo de­coroso. Y, además… —esto es lo que, más que todo, espero que me conceda el milagro recibido—, además, espero poder encontrar al hombre al que llaman Mesías y a su discípulo que me…”. Jesús: “¿Y qué harías entonces?”. Bartolmai: “Quisiera bendecirle. A Él y a su discípulo. Y quisiera decirle al Maestro, que ha venido de Dios, y le rogaría que me tome por su siervo”. Jesús: “¿Cómo? Por causa suya estás anatematizado, con fatiga encuen­tras trabajo, puedes ser incluso más castigado, ¿y quieres estar a su servicio? ¿No sabes que están perseguidos todos aquellos que siguen al que te curó?”. Bartolmai: “¡Ya lo sé! Pero Él es el Hijo de Dios. Eso se dice entre nosotros. A pesar de que aquellos de arriba (y señala al Templo) no quieran que se diga. Y ¿no merece la pena dejarlo todo para servirle a Él?”. ■ Jesús: “¿Crees, entonces, en el Hijo de Dios y en su presencia en Palestina?”. Bartolmai: “Lo creo. Pero quisiera conocerle, para creer en Él no sólo en la mente, sino con todo mi ser. Si sabes quién es y dónde se encuentra, dímelo, para ir donde Él, verle, creer completamente en Él y servirle”. Jesús: “Ya le has visto, y no tienes necesidad de ir donde Él. El que ves y te habla en este momento es el Hijo de Dios”. ■ Y —no podría afirmarlo con plena seguridad— me ha parecido que al decir estas palabras Jesús ha tenido casi una brevísima transfiguración, adquiriendo un aspecto bellísimo y, diría, resplandeciente. Yo diría que, para premiar y confirmar en su fe a este humilde creyente que cree en Él, ha descubierto, por un instante, durante el tiempo que dura un destello, su belleza futura (quiero decir la que asumirá después de la Resurrección y conservará en el Cielo, su belleza de criatura humana glorificada, de cuerpo glorificado y hecho uno con la inefable belleza de su Perfección). Un instante, digo. Un destello. Pero el rin­cón semiobscuro donde se han refugiado para hablar, bajo el arco del callejón, se ilumina extrañamente con una luminosidad que emana de Jesús, el cual, lo repito, adquiere una grandísima hermosura. Luego todo vuelve a ser como antes, excepto el joven, que ahora está en el suelo, rostro en tierra, y que adora y dice: “¡Yo creo, Señor mi Dios!”.
.   ● “Este tiempo mío es tiempo de opción, elección y selección. He venido para que los puros de corazón e intención… encuentren aquello que su espíritu anhela; y para que los que eran ciegos —porque los hombres habían alzado grue­sos muros para impedir el paso de la luz, o sea, impedir el conocimiento de Dios—  vean, y los que se creen con vista se queden ciegos”.-  ■ Dice Jesús: “Levántate. He venido al mundo para traer la luz y el conocimiento de Dios y para probar a los hombres y juzgarlos. Este tiempo mío es tiempo de opción, de elección y de selección. He venido para que los puros de corazón e intención, los humildes, los mansos, los amantes de la justicia, de la misericordia, de la paz, los que lloran y los que sa­ben dar a las distintas riquezas su valor real y preferir las espiritua­les a las materiales encuentren aquello que su espíritu anhela; y pa­ra que los que eran ciegos —porque los hombres habían alzado grue­sos muros para impedir el paso de la luz, o sea, impedir el conocimiento de Dios— vean, y los que se creen con vista se queden ciegos…”. ■ Algunos fariseos, que habían llegado al improviso por la calle principal y, sin hacer ruido, se habían acercado con otros a espaldas del grupo apostólico, interrumpen: “Entonces Tú odias a una parte grande de los hombres y no eres bueno como afirmas ser. Si lo fueras, buscarías que todos vieran, y que quien ya ve no se quede ciego”. Jesús se vuelve y los mira. ¡Ciertamente ya no tiene esa belleza de transfigurado! Es un Jesús bien severo el que fija en sus perseguidores sus ojos de zafiro. Su voz ya no tiene la hermosa nota de la alegría, sino que es seca, y, cual sonido de bronce, es cortante y severa en la respuesta: “No soy Yo el que quiere que no vean la ver­dad los que actualmente combaten contra ella. Son ellos mismos los que levantan delante de sus ojos obstáculos para no ver. Y se hacen ciegos por su libre voluntad. Y el Padre me ha envia­do para que esta división tenga lugar, y se sepa quiénes son verdaderamente los hijos de la Luz y quiénes los de las Tinieblas, los que quieren ver y los que quieren hacerse ciegos”. ■ Fariseos: “¿Acaso estamos nosotros también entre estos ciegos?”. Jesús: “Si lo fuerais y trataseis de ver, no seríais culpables. Pero es porque decís: «Vemos», y luego no queréis ver, por lo que pecáis. Vuestro pecado permanece porque no tratáis de ver pese a que seáis ciegos”. Fariseos: “¿Y qué tenemos que ver?”. Jesús: “El Camino, la Verdad, la Vida. Un ciego de nacimiento, como era éste, con su bastoncito puede en todo caso encontrar la puerta de su casa e ir por ella, porque conoce su casa. Pero si le llevaran a otros lugares, no podría entrar por la puerta de la nueva casa, porque no sabría dónde estaría y se chocaría contra las paredes”.
.    ● Yo soy el buen Pastor… Yo también camino delante de mis ovejas para señalarles el camino y hacer frente, Yo el primero, a los peligros y señalárselos al rebaño, al cual quiero guiar a mi Reino y ponerlo a salvo”.-  ■ Jesús: “El tiempo de la nueva Ley ha llegado. Todo se renueva y un mundo nuevo, un nuevo pueblo, un nuevo reino surgen. Ahora los del tiempo pasado no conocen todo esto. Conocen su tiempo. Son co­mo ciegos llevados a una ciudad nueva, donde está la casa regia del Padre, pero cuya ubicación no conocen. Yo he venido para guiarlos e introducirlos en ella y para que vean. Pero soy Yo mismo la Puerta por la cual se pasa a la casa paterna, al Reino de Dios, a la Luz, al Camino, a la Verdad, a la Vida. Y soy también Aquel que ha venido a reunir el rebaño que había quedado sin guía, y a conducirle a un único redil: el del Padre. Yo soy la puerta del Redil, porque soy al mismo tiempo Puerta y Pastor. Y entro y salgo como y cuando quiero. Y entro libremente, y por la puerta, porque soy el verdadero Pastor. Cuando alguien viene a dar a las ovejas de Dios otras indicaciones, o trata de descaminarlas llevándolas a otras moradas y a otros cami­nos, no es el buen Pastor; es un pastor ídolo. Y el que no entra por la puerta del redil, sino que trata de entrar por otra parte saltando la valla, no es el pastor, sino un ladrón y un asesino que entra con in­tención de robar y matar, para que los corderos robados no emitan voces de lamento y no atraigan la atención de los guardianes y del pastor. También entre las ovejas del rebaño de Isra­el tratan de introducirse falsos pastores para desviarlas de los pas­tos y alejarlas del Pastor verdadero. Y entran dispuestos incluso a arrancarlas del rebaño con violencia, y, si fuera necesario, están dispuestos a matarlas y a dañarlas de muchas maneras, para que no hablen y no le denuncien al Pastor las astucias de los falsos pasto­res, ni griten invocando la protección de Dios contra sus adversarios y los adversarios del Pastor. ■Yo soy el Buen Pastor y mis ovejas me conocen, y me conocen los perpetuos porteros del verdadero Redil. Ellos me han conocido y han conocido mi Nombre, que han manifestado para que Israel lo cono­ciera; me han descrito y han preparado mis caminos, y, cuando mi voz se ha oído, el último de ellos me ha abierto la puerta diciendo al rebaño que esperaba al verdadero Pastor, al rebaño que estaba bajo su cayado: «¡Vedle! Este es Aquel de quien os he dicho que viene después de mí. Es Uno que me precede porque existía an­tes de mí y yo no le conocía. Pero para esto, para que estéis prepara­dos a recibirle, he venido a bautizar con agua, a fin de que sea conocido en Israel». Y las ovejas buenas han oído mi voz y, cuando las he llamado por el nombre, han venido solícitas y las he llevado con­migo, como hace un verdadero pastor al que conocen las ovejas, que le reconocen por la voz y le siguen a dondequiera que vaya. Y, cuan­do ha sacado a todas, camina delante de ellas, y ellas le siguen por­que aman la voz del pastor. Por el contrario, no siguen a un extranje­ro; antes bien, huyen lejos de él porque no le conocen y le temen. Yo también camino delante de mis ovejas para señalarles el camino y hacer frente, Yo el primero, a los peligros y señalárselos al rebaño, al cual quiero guiar a mi Reino y ponerlo a salvo”.
.   ¿Acaso Israel ya no es el reino de Dios?”. “Israel es el lugar desde donde el pueblo de Dios debe elevarse hasta la verdadera Jerusalén y hasta el Reino de Dios. La fundación del Rei­no de Dios ha tenido principio en Israel, así como la promulgación de la Ley de amor, el anuncio de la Buena Nueva de que habla el Profeta. Pero el Mesías será Rey del mundo, Rey de los reyes, y su Reino no tendrá límites en el tiempo ni fronteras en el espacio”.-   Fariseos: “¿Acaso Israel ya no es el reino de Dios?”. Jesús: “Israel es el lugar desde donde el pueblo de Dios debe elevarse hasta la verdadera Jerusalén y hasta el Reino de Dios”. Fariseos: “¿Y el Mesías prometido, entonces? Ese Mesías que afirmas que eres, ¿no debe, pues, hacer a Israel triunfante, glorioso, dueño del mundo, sometiendo a su cetro todos los pueblos, y vengándose, sí, vengándose ferozmente de todos los que lo han sometido desde que es pueblo? ¿Entonces nada de esto es verdad? ¿Niegas a los profetas? ¿Llamas necios a nuestros rabíes? Tú…”. Jesús: “El Reino del Mesías no es de este mundo. Es el Reino de Dios, fundado sobre el amor. No es otra cosa. Y el Mesías no es rey de pue­blos y ejércitos, sino rey de espíritus. El Mesías saldrá del pueblo elegido, de la estirpe real, y, sobre todo, de Dios, que le ha engendrado y enviado. La fundación del Rei­no de Dios ha tenido principio en Israel, así como la promulgación de la Ley de amor, el anuncio de la Buena Nueva de que habla el Profeta (2). Pero el Mesías será Rey del mundo, Rey de los reyes, y su Reino no tendrá límites en el tiempo ni fronteras en el espacio. Abrid los ojos y aceptad la verdad”. Fariseos: “No hemos entendido nada de tu desvarío. Dices palabras sin sentido. ■ Habla y responde sin parábolas: ¿Eres o no eres el Mesías?”. Jesús: “¿Y no habéis entendido todavía? Os he dicho que soy Puerta y Pastor por esto. Hasta ahora ninguno ha podido entrar en el Reino de Dios, porque estaba amurallado y no tenía salidas. Pero ahora he ve­nido Yo y está hecha la puerta para entrar en él”. Fariseos: “¡Oh! Otros han dicho que eran el Mesías, y luego han sido descubiertos como bandidos y rebeldes, y la justicia humana ha castigado su rebeldía (3). ¿Quién nos asegura que no eres como ellos? ¡Esta­mos cansados de sufrir y hacer sufrir al pueblo el rigor de Roma, gracias a esos mentirosos que se dicen reyes y hacen que el pueblo se le­vante en rebelión!”. Jesús: “No. No es exacta vuestra frase. Vosotros no queréis sufrir, eso es verdad. Pero que el pueblo sufra no os duele. Tanto es así, que al ri­gor de quien domina unís vuestro rigor, oprimiendo con diezmos in­soportables y otras muchas cosas al pueblo modesto.  ¿Que quién os asegura que no soy un malandrín? Mis acciones. No soy Yo el que hace pesada la mano de Roma; al contrario, la aligero, aconsejando a los dominadores humanidad, a los dominados paciencia. Al menos estas cosas”. ■ Mucha gente —ya mucha gente se ha congregado, y crece cada vez más, tanto que obstaculizan el paso por la calle grande y, por tanto, todos van a confluir en el callejón, bajo cuyas bóvedas las voces retumban— aprueba diciendo: “¡Bien dicho lo de los décimos! ¡Es verdad! Él a nosotros nos aconseja sumisión y a los romanos pie­dad”.
.   ● Yo, sólo Yo, soy la Puer­ta del redil de los Cielos. Quien no pasa por Mí no puede entrar. Es verdad. Ha habido otros falsos Mesías, y más que habrá. Pero el único y verdadero Mesías soy Yo… Yo soy el Buen Pastor. Y un pastor, cuando es bueno, da la vida por defender a su rebaño. Por el contrario, el mercenario se preocupa solo de salvase a sí mismo. Pero el que es amo sabe cuánto cuesta una oveja. Pero Yo soy más que un amo. Soy el Salvador de mi rebaño y sé cuánto me cuesta salvar una sola alma… Tengo otras ovejas. Pero no son de este redil. Y éstas también escucharán mi voz. De manera que habrá un solo Redil y un solo Pastor y el Reino de Dios quedará reunido en la Tierra, ya preparado para ser transportado y acogido en los Cielos, bajo mi cetro, mi signo y mi verdadero Nombre”.- ■Los fariseos, como siempre, se envenenan por las aprobaciones de la muchedumbre, y se muestran aún más mordaces en el tono con que se dirigen a Jesús: “Responde sin tantas palabras y demuestra que eres el Mesías”. Jesús: “En verdad, en verdad os digo que lo soy. Yo, sólo Yo, soy la Puer­ta del redil de los Cielos. Quien no pasa por Mí no puede entrar. Es verdad. Ha habido otros falsos Mesías, y más que habrá. Pero el úni­co y verdadero Mesías soy Yo. Todos los que hasta ahora han venido, presentándose como tales, no lo eran; eran sólo ladrones y salteado­res. Y no sólo aquellos que se hacían llamar, de parte de unos pocos de su misma calaña, «Mesías», sino también otros que, sin darse ese nombre, exigen una adoración que ni siquiera al verdadero Mesí­as se le da. Quien tenga oídos para oír que oiga. De todas formas, ob­servad: ni a los falsos Mesías ni a los falsos pastores y maestros las ovejas los han escuchado, porque su espíritu sentía la falsedad de su voz, que quería aparecer dulce y, sin embargo, era cruel. Sólo los ca­bros los han seguido para ser sus compañeros en sus fechorías. Ca­bros salvajes, indómitos, que no quieren entrar en el Redil de Dios, bajo el cetro del verdadero Rey y Pastor. Porque esto, ahora, se da en Israel: que Aquel que es el Rey de los reyes viene a ser el Pastor del rebaño, mientras que, en el pasado, aquel que era pastor de rebaños vino a ser rey, y el Uno y el otro vienen de la misma raíz, de la raíz de Isaí, como está escrito en las promesas y profecías” (4). ■ Los falsos pastores no han pronunciado palabras sinceras ni han tratado de consolar. No han hecho más que dispersar y torturar al reba­ño, o lo han abandonado a los lobos, o lo han matado para sacar pro­vecho vendiéndolo y así asegurarse la vida, o le han echado fuera de los pas­tos para hacer de ellos moradas de placer y bosquecillos para los ído­los. ¿Sabéis cuáles son los lobos? Son las malas pasiones, los vicios que los mismos falsos pastores han enseñado al rebaño, practicándo­los ellos los primeros. ¿Y sabéis cuáles son los bosquecillos de los ído­los? Son los propios egoísmos, ante los cuales demasiados queman inciensos. Las otras dos cosas no necesitan ser explicadas, porque son hasta demasiado claras estas palabras mías. Pero que los falsos pastores actúen así es lógico. No son sino ladrones que vienen para robar, matar y destruir, para llevar fuera del redil a pastos peligrosos, o conducir a falsos apriscos, que en realidad son mataderos. Pero los que pasan por Mí están en seguro y podrán salir para ir a mis pastos, o volver para venir a mis descansos, y hacerse robustos y fuertes con substancias santas y sanas. Porque he venido para esto. Para que mi pueblo, mis ovejas, hasta ahora flacas y afligidas, ten­gan la vida, y vida abundante, y de paz y alegría. Y tanto quiero es­to, que he venido a dar mi vida porque mis ovejas tengan la Vida plena y abundante de los hijos de Dios. ■ Yo soy el Buen Pastor. Y un pastor, cuando es bueno, da la vida por defender a su rebaño de los lobos y de los ladrones; por el con­trario, el mercenario, que no ama a las ovejas sino al dinero que ga­na por llevarlas a pastar, se preocupa sólo de salvarse a sí mismo y de salvar la pequeña suma que lleva en el pecho, y, cuando ve venir al lobo o al ladrón, huye, aunque luego vuelva para tomar alguna oveja que el lobo haya dejado medio muerta, o que haya sido espantada por el ladrón, y matar a la primera para comérsela, o vender la segunda como suya, aumentando así su suma, para decir lue­go al amo, con falsas lágrimas, que ni siquiera una de las ovejas se ha salvado. ¿Qué le importa al mercenario si el lobo dé dentelladas y disperse a las ovejas, a la que el ladrón hace pillar para llevarlas al carnicero? ¿Acaso se fatigó por ellas mientras crecían, acaso trabajó esforzadamente para ponerlas robustas? Pero el que es amo y sabe cuánto cuesta una oveja, cuántas horas de trabajo, cuántas horas de vigilia, cuántos sacrificios, las quiere y tiene cuidado de ellas porque son su propiedad. ■ Pero Yo soy más que un amo. Yo soy el Salvador de mi rebaño y sé cuánto me cuesta la salvación de una sola alma; por tanto, estoy dispuesto a todo con tal de salvar a un alma. Esa alma me ha sido confiada por el Padre mío. Todas las almas me han sido confiadas, con el mandato de que salve un grandísimo número de ellas. Cuantas más logre arrancar a la muerte del espíritu, más glo­ria recibirá mi Padre. Por tanto, lucho para liberarlas de todos sus enemigos, o sea, de su propio egoísmo, del mundo, de la carne, del demonio, y de mis adversarios, que me las disputan para producirme dolor. Yo hago esto porque conozco el pensamiento del Padre mío. Y el Padre mío me ha enviado a hacer esto porque conoce mi amor por Él y por las almas.  También las ovejas de mi rebaño me conocen a Mí y conocen mi amor, y sienten que estoy dispuesto a dar mi vida para darles la alegría. ■ Tengo otras ovejas. Pero no son de este Redil. Por tanto, no me co­nocen en lo que Yo soy, y muchas ignoran mi existencia e ignoran quién soy Yo. Ovejas que a muchos de nosotros parecen peor que ca­bras salvajes y son consideradas indignas de conocer la Verdad y de poseer la Vida y el Reino. Y, sin embargo, no es así. El Padre desea también éstas; por tanto, tengo que acercarme también a éstas, darme a conocer, hacer conocer la buena Nueva, guiarlas a mis pastos, reunirlas. Y éstas también escucharán mi voz porque acabarán amándola. De manera que habrá un solo Redil y un solo Pastor, y el Reino de Dios quedará reunido en la Tierra, ya preparado para ser transportado y acogido en los Cielos, bajo mi cetro, mi signo y mi verdadero Nombre”.
.   ● “¡Mi verdadero Nombre! ¡Sólo Yo lo conozco! Mas cuando el número de los elegidos esté completo y, entre himnos de alborozo,  se sienten a la gran Cena de bodas del Esposo con la Esposa: entonces mi Nombre será conocido por mis elegidos”.-  Jesús: “¡Mi verdadero Nombre! ¡Sólo Yo lo conozco! Mas cuando el núme­ro de los elegidos esté completo y, entre himnos de alborozo, se sien­ten a la gran cena de bodas del Esposo con la Esposa (5), entonces mi Nombre será conocido por mis elegidos que por fidelidad a Él se ha­yan santificado, aunque haya sido sin conocer toda la extensión y profundidad de lo que era estar signado por mi Nombre y ser pre­miados por su amor a Él, y sin imaginarse cuál era el premio… Esto es lo que quiero dar a mis ovejas fieles. Lo que constituye mi propia alegría…”. En los ojos de Jesús hay una lágrima de éxtasis que sus oyentes le ven, y una sonrisa le tiembla en los labios, una sonrisa tan espiritualizada en su rostro espiritualizado, que se sien­te estremecer la muchedumbre, que intuye el rapto de Jesús a una visión beatífica, y su deseo de amor de verla cumplida. Vuelve a su estado normal. Cierra un instante los ojos, ocultando así el misterio que ve su mente y que los ojos podrían dejar transparentar demasiado y prosigue: ■ “Esta es la razón por la que me ama el Padre, ¡oh pueblo mío, o rebaño mío! Porque por ti, por tu bien eterno, doy la vida. Luego la tomaré de nuevo. Pe­ro antes la daré para que tengas la vida y tu Salvador sea vida para ti. Y la daré de forma que tú te alimentes de ella, transfor­mándome de Pastor en pasto y fuente que darán alimento y bebida (6), no durante cuarenta años como se dio a los hebreos en el desierto (7), sino durante todo el tiempo que dure el exilio en los desiertos de la Tierra. ■ Nadie, en realidad, me quita la vida. Ni los que amándome con todo su ser merecen que la inmole por ellos, ni los que me la quitan por un odio desorbitado y un miedo estúpido. Nadie podría quitármela si por Mí mismo no consintiera en darla y si mi Padre no lo permitiera, pues ambos estamos invadi­dos por un delirio de amor hacia la Humanidad culpable. Por Mí mismo la doy porque quiero. Y tengo el poder de tomarla de nuevo cuando quie­ra, pues no es conveniente que la Muerte prevalezca contra la Vida. Por esto el Padre me ha dado este poder; es más, el Padre me ha mandado hacer esto. Y por mi vida, ofrecida e inmolada, los pueblos serán un único Pueblo: el mío, el Pueblo celeste de los hijos de Dios, separándose en los pueblos las ovejas de los cabros y siguiendo las ovejas a su Pastor al Reino de la Vida eterna”.
* Sidonio o Bartolmai, el nuevo discípulo.- ■ Y Jesús, que hasta ahora ha hablado fuerte, se vuelve, en voz baja, a Sidonio, llamado Bartolmai, que ha estado durante todo este tiempo delante de Él con su canasta de manzanas olorosas a los pies, y le dice: “Has olvidado todo por Mí. Ahora, ciertamente, te castiga­rán y perderás el trabajo. ¿Lo ves? Yo te traigo siempre dolor. Por Mí has perdido la sinagoga y ahora vas a perder al patrón…”. Bartolmai:  “¿Y qué me importa todo eso si te tengo a Ti? Sólo Tú tienes valor para mí. Dejo todo por seguirte. Basta que me lo concedas. Deja sólo que lleve esta fruta a quien la ha comprado y luego estoy contigo”. Jesús: “Vamos juntos. Después iremos a casa de tu padre. Porque tienes un padre y debes honrarle pidiéndole su bendición”. Bartolmai: “Sí, Señor. Todo lo que quieras. Pero enséñame mucho porque no sé nada, nada de nada, ni siquiera leer y escribir, porque era ciego”. Jesús: “No te preocupes de eso. La buena voluntad te enseñará”. ■ Y se encamina para volver a la calle principal, mientras la masa de gente hace comentarios, confronta pareceres, discute incluso, in­segura entre las distintas opiniones, que son siempre las mismas: ¿es Jesús de Nazaret un poseído o un santo? La gente, en desacuer­do, discute mientras Jesús se aleja. (Escrito el 25 de Octubre de 1946).
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1  Nota  : Cfr. Ju.  9,35-41;  10,1-21.- Este tema del buen pastor por sí mismo y en oposición a los malos pastores, siempre en sentido sobrenatural, aparece mucho en la Biblia. Cfr. Sal. 22; Is. 40,9-11; 49,9-11; 56,9-12; Jer. 23,1-4; Ez. 34.   2   Nota   : Cfr. Is.  61,1-3.   3  Nota  : Tal vez se  refiera a  Judas Galileo y a Teodá de los que se hace mención en Hech. 5,34-39.    4  Nota   :  Alusión a David. Cfr.  1 Sam.  16,14-17, 31; 2 Sam.2,1-4.   5   Nota   : Cfr. Ap. 19,5-10;  21,9-14.   6   Nota   : Alusión a la Eucaristía.   7   Nota   : Cfr. Éx. 16; Núm. 11,4-9; Deut. 8; Sab. 16,15-29; Ju. 6,22-26; Hebr. 9,1-5.

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