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-«Una de las razones de esta Obra: haceros conocer el misterio de Judas»
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-En el tema de “Judas Iscariote” se incluye:
Familia de Lázaro de Betania (Lázaro, Marta, María Magdalena), Pastores de la Gruta de Belén, y otros personajes de la Obra.
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El tema “Judas Iscariote”, 3º año v. p. de Jesús, 5ª parte, comprende:

a) Episodios y dictados extraídos de la Obra magna

     «El Evangelio como me ha sido revelado»

                 («El Hombre-Dios»)

b) Dictado extraído de los «Cuadernos de 1944»
c) Dictado extraído del «Libro de Azarías»

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a) Episodios y dictados extraídos de la Obra magna
«El Evangelio como me ha sido revelado»
(«El Hombre-Dios»)
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(<Jesús y apóstoles han llegado a Betania, a casa de Lázaro. Jesús anuncia a Lázaro su intención de ir a Jerusalén por la mañana al día siguiente del sábado. En estos momentos, Jesús se dirige a sus apóstoles reunidos a su alrededor bajo el pórtico de la casa>)
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9-582-212 (10-43-287).- El viernes, antes de la entrada en Jerusalén. Ofrenda extrema por la salvación de Judas Iscariote.
* Me pondré el vestido teñido de púrpura”.- ■ Dice Jesús: “Si queréis podéis ir a donde os plazca. Yo me quedo aquí y conmigo Judas y Santiago. Tienen que venir las discípulas. Procurad regresar aquí antes de la puesta del sol. Y sed prudentes. Tratad de pasar desapercibidos para que no os vayan a hacer algo”. Pedro dice: “¡Yo me quedo aquí! No tengo nada que hacer en Jerusalén”. Tomás dice: “Yo sí que voy. Mi padre seguro que me está esperando. Quiere ofrecer el vino. Es una antigua promesa, pero que mantiene, porque mi padre es un hombre honrado. ¡Ya veréis qué vino en el banquete pascual! ¡Los viñedos de mi padre en Rama son famosos en la región!”. Mateo dice con placer: “También los vinos de Lázaro son muy buenos. Todavía me acuerdo del banquete de las Encenias…”. Santiago de Zebedeo dice: “Pues entonces mañana más que nunca se te refrescará el recuerdo, porque creo que para mañana Lázaro ha dado órdenes de que se celebre una gran cena. He visto algunos preparativos…”. Andrés pregunta: “¿De veras? ¿Vendrán invitados?”. Santiago de Zebedeo: “No. Se lo pregunté a Maximino y me respondió que no”. Felipe dice: “¡Ah, porque en el caso contrario me pondría el vestido nuevo que mi mujer me ha enviado!”. Bartolomé dice: “Yo sí que me lo pondré. Quería ponérmelo para la Pascua, pero me lo voy a poner mañana. Sin duda, estaremos aquí mañana más tranquilos, que no dentro de unos días…”, e interrumpe sus palabras pensativo. Juan dice: “Yo me cambio para entrar en la ciudad. ■ ¿Y Tú, Maestro?”. Jesús: “Yo también. Me pondré mi vestido teñido de púrpura”. El predilecto, que se lo imagina ya, vestido con su espléndida vestidura, dice admirado: “¡Parecerás un rey!”. Iscariote dice orgullosamente: “¡Sí, pero si no la hubiera proveído yo! Esa púrpura la conseguí hace mucho tiempo…”. Juan: “¿De verdad? ¡Oh, no habíamos reparado en ello!… El Maestro es siempre tan humilde…”. Iscariote: “Demasiado. Ahora es el momento para que sea Rey. ¡Basta de esperas! Si no se sentará en un trono, que por lo menos vista como conviene a su dignidad. En todo ello he pensado”. Los del lago responden humildemente: “Tienes razón, Judas. Tú eres de los del mundo. Nosotros… pobres pescadores…”. ■ Y como sucede siempre a la luz del mundo, a la falsa luz crepuscular del mundo, el metal bajo de Judas parece mejor que el rústico, pero puro, sincero, y honesto oro de los corazones galileos…
* Judas, obligado a quedarse en Betania, tensiona el ambiente y Pedro estalla.- Elogio de Zelote a la Pascua.- ■ Jesús, que estaba hablando con Zelote y con los hijos de Alfeo, se vuelve a mirar a Iscariote y también a los mortificados pescadores… tan poco dotados respecto a Judas… y menea la cabeza, sin hacer ningún comentario. Al ver que Iscariote se amarra las correas de sus sandalias y se acomoda el manto como si fuera a salir, le pregunta: “¿A dónde vas?”. Iscariote: “A la ciudad”. Jesús: “Te dije que te quedaras conmigo y con Santiago…”. Iscariote: “¡Ah! pensé que te habías referido a Judas, tu hermano… Entonces… yo… soy como un prisionero… ¡Ah, ah!” y ríe muy feo. Zelote observa: “Betania no tiene cadenas ni rejas; al menos, eso creo. Tiene solo el deseo de tu Maestro, y yo estaría muy contento de ser su prisionero”. Iscariote: “¡Oh, claro! Yo estaba de broma… Es que… quisiera tener noticias de mi madre. Seguro que han llegado a Jerusalén peregrinos de Keriot y…”. Jesús dice con autoridad: “No. Dentro de dos días estaremos todos en Jerusalén. Tú ahora te quedas aquí”. Judas no insiste. Se quita el manto y dice: “¿Y entonces? ¿Quién va a ir a la ciudad? Estaría bueno informarse de lo que corre por ella. Lo que hacen los discípulos… Quería ir también a casa de amigos… Se lo había prometido a Pedro…”. Jesús: “No importa. Tú te quedas. No es necesario nada de lo que dices. No es muy necesario…”. Iscariote: “Pero si va Tomás…”. ■ Juan dice: “Maestro, también yo quisiera ir, porque también lo he prometido. Tengo amigos en casa de Anás y…”. Salomé, que se ha acercado, pregunta: “¿Vas a ir allí, hijo mío? ¿Y si te apresan?”. Juan: “¿Si me apresan? No he hecho ningún mal. Nada. No tengo por qué temer al Señor. Y si me apresaran, no temblaré de miedo”. Iscariote, como para amedrentarle, dice: “¡El leoncillo valeroso! ¿No tendrás miedo? No sabes cuánto nos odian. Nos matarán si caemos en sus manos”. Juan: “¿Y tú, entonces, por qué quieres ir? ¿Acaso tú gozas de privilegios? ¿Cómo los conseguiste? Dímelo y yo también lo haré”. Se ve que el miedo y la ira se apoderan de Judas; pero el rostro de Juan es tan nítido, que el traidor se calma. Comprende que en esas palabras no hay nada de sospecha. Responde: “Nada de hecho. Pero tengo algunos amigos buenos que conocen muy bien al Procónsul, y por esto…”. ■ Tomás exhorta: “¡Bien! Quien quiera ir que vaya. Ya no llueve. Estamos perdiendo tiempo aquí, y tal vez a la hora de sexta vuelva a llover. Quien quiera venir que se dé prisa”. Pregunta Juan: “¿Voy, Maestro?”. Jesús: “Vete”. Iscariote grita: “¡Bueno! ¡Siempre lo mismo! ¡Él sí! ¡Los otros sí! Yo no. ¡Siempre no!”. Juan, para calmarle, le promete: “Procuraré informarme de tu madre”. Zelote dice: “También yo voy contigo y con Tomás”, y añade: “Mi edad frenará, Maestro, a los jóvenes. Conozco bien a los de Keriot. Si veo a alguien le preguntaré y te traeré noticias de tu madre, Judas. ¡Sé bueno! ¡Estate tranquilo! Es Pascua, Judas. Todos sentimos la paz de esta fiesta, la alegría de esta solemnidad. ¿Por qué quieres estar siempre tan inquieto, tan hosco, descontento? Pascua es el paso de Dios… Pascua es fiesta de liberación, para nosotros los hebreos, de un duro yugo, del que nos sacó el Dios altísimo. Ahora, no pudiendo repetirse ese acontecimiento antiguo, ha quedado su símbolo individual… Pascua: liberación de los corazones, purificación, bautismo puedes decir, con la sangre del cordero, para que las fuerzas enemigas no causen el mal al que lleve su señal. ¡Qué hermoso empezar el nuevo año con esta fiesta de purificación, liberación, adoración de nuestro Dios Salvador!… ¡Oh, perdona, Maestro! He hablado cuando en realidad habría debido haber callado, porque estás Tú para corregir nuestros corazones…”. Iscariote, rojo de ira, rezonga: “Era lo que estaba yo pensando, Simón. Exactamente lo mismo: ahora tengo dos maestros en vez de uno, y me parecen demasiados”. ■ Pedro… ¡Oh! Pedro esta vez no se controla y grita: “Y si no te callas, tendrás un tercero, que soy yo. Te juro que tendré argumentos más persuasivos que las palabras”. Iscariote: “¿Te atreverías a pegar a un compañero? ¿Después de tanto esfuerzo para tener sujeto en el fondo al viejo galileo, sale a flote de nuevo tu verdadera naturaleza?”. Pedro: “No sale a flote. Siempre ha estado en la superficie, clara. No finjo. Pero cuando se trata de asnos salvajes, como lo eres tú, no hay otro argumento para domarlos que los latigazos. ¡Avergüénzate de abusar de su bondad y de nuestra paciencia! ¡Ven, Simón! ¡Ven, Juan! ¡Ven, Tomás! Hasta pronto, Maestro. También yo me voy, porque si me quedo… no, ¡viva Dios que ya no me contengo!”, y Pedro agarra su manto que estaba sobre una silla, se lo pone a toda prisa; tan inquieto, que no ve que se lo ha puesto al revés, abajo la parte de arriba, de forma que debe advertirle Juan del error, y ayudarle a vestirse bien. Y se marcha a toda prisa, pegando un fuerte golpe con el pie en el suelo para descargar así un poco de su rabia. Parece un becerro encabritado. ■ Y los otros… ¡Oh! Los otros son como libros abiertos en los que se puede leer lo que está escrito. Bartolomé levanta su cara afilada de viejo al cielo todavía cubierto de nubes, y parece estudiar los vientos para no mirar los rostros: demasiado apenado el de Jesús y demasiado pérfido el de Iscariote. Mateo y Felipe miran a Tadeo, en cuyos ojos, tan semejantes a los de Jesús, destella la ira, y toman la misma decisión: le ponen en medio de ellos y le empujan a salir, hacia el paseo interior que lleva a la casa de Simón diciendo: “Tu madre nos necesitaba para aquel trabajo. Ven también tú, Santiago de Zebedeo” y se lo llevan consigo también al hijo de Salomé. Andrés mira a Santiago de Alfeo, y éste a él: dos caras que reflejan el mismo, contenido sufrimiento, y que, no sabiendo qué decir, se cogen de la mano, como dos niños, y se alejan tristes. Salomé es la única discípula presente, y no se atreve a moverse ni a hablar, pero tampoco sabe decidirse a marcharse, como si con su presencia quisiera frenar otras palabras del indigno discípulo. Afortunadamente no está presente ni un miembro de la familia de Lázaro, ni tampoco la Virgen.
* Postrer intento de Jesús por salvar el alma de Judas.
.    ● Tú sabes quién soy y Yo sé quién eres. Es el último momento de gracia que se te ha concedido. Dios asiste a esta lucha suprema entre el bien y el mal que se disputan tu alma. Sobre nosotros está el Empíreo que nos contempla. Entre ellos está tu padre. Fue un pecador, pero no un condenado. Piensa, amigo, que el Cielo hace lo que Yo le pida”.- ■ Judas se ve solo con Jesús y Salomé. No quiere estar con ellos y les vuelve la espalda para alejarse hacia el quiosco de jazmines. Jesús le sigue con la mirada. Le vigila. Ve que, después de haber fingido que se sentaba en el quiosco, Judas desaparece por la parte de atrás y se adentra entre los rosales, laureles y bojes, que separan al verdadero jardín de los cuadros de las especias, en el lugar donde están las colmenas. Por ahí se puede salir por una de las puertas secundarias abiertas en las paredes del extenso jardín, un verdadero parque que por dos lados termina en altísimos setos, dobles como una avenida —abiertos por canceles, acá o allá, para poner en comunicación al jardín con los prados, campos, matas de árboles y olivares, y también con la casa de Simón y que prolongan el jardín en las tierras, teniendo a éstas y a aquél unidos y separados al mismo tiempo—; y, por los otros dos, tiene gruesas paredes, que se abren a dos caminos: uno secundario y el otro principal, en que desemboca el secundario, que, cortando Betania, prosigue hacia Belén. ■ Jesús, que se alza cuanto puede para ver mejor, se mueve cuanto necesita para ver lo que hace Judas Iscariote. Sus ojos brillan. María de Salomé ve todo esto e intuye —aunque por su estatura poco alta no pueda ver—, intuye lo que sucede hacia el extremo del parque y, murmura: “¡Misericordia de nosotros, Señor!”. Jesús oye ese suspiro y se vuelve un instante para mirar a la buena y sencilla discípula, que pudo haber tenido pensamientos de orgullo al pedir el lugar de honra para sus hijos, pero que, al menos podía hacerlo porque ellos son buenos apóstoles. A esta buena discípula que aceptó humildemente la corrección del Maestro sin ofenderse, sin alejarse de Él; es más, que se hizo más humilde, más servicial respecto al Maestro, al que le sigue como una sombra (basta con que pueda hacerlo); respecto al Maestro que estudia sus más insignificantes expresiones, para poder, si puede, adelantarse a sus deseos y darle alegría. Y también ahora, la buena y humilde Salomé trata de consolar al Maestro, de aplacar la sospecha que le hace sufrir, diciendo: “¿Lo ves? No va lejos. Ha dejado ahí su manto y no lo ha vuelto a tomar. Irá por los prados a desahogar su malhumor… Judas no se atreverá a ir a la ciudad sin permiso y sin arreglarse perfectamente…”. Jesús: “Se iría hasta desnudo. Mira… ¡Va allí!”. Salomé: “¡Trata de abrir el cancel! ¡Pero está cerrado! ¡Y llama a un siervo de las colmenas!”. ■ Jesús grita: “¡Judas! ¡Espérame! Debo hablar contigo”, y quiere ponerse en camino. Salomé angustiada suplica: “¡Por caridad, Señor! Voy a llamar a Lázaro… a tu Madre. ¡No vayas solo!”. Jesús, que va caminando aprisa, se vuelve y le dice: “Te mando que no lo hagas. No digas nada a nadie. Si te preguntan por Mí diles que he salido por unos instantes con Judas. Si vienen las discípulas que esperen. Regreso pronto”. Salomé no reacciona como tampoco Iscariote ha reaccionado. Ambos se han quedado allí donde la voluntad de Jesús los ha detenido. Y le miran: ella, mientras se aleja; él, mientras se acerca. ■ Jesús dice con bondad al agricultor que se había quedado sin saber cómo reaccionar, con la gruesa llave en la mano: “Abre la puerta, Jonás. Salgo un poco con mi discípulo. Si te quedas por aquí, no es necesario que la cierres cuando salgamos. Pronto regreso”. Se oye el forcejeo de la llave por dentro, se oye chirriar de la puerta al abrirse. El siervo dice sonriente: “Una puerta que se abre a veces. ¡Claro, está enmohecida! Cuando uno está ocioso, se deteriora… La herrumbre, el polvo… Lo mismo nos sucede a nosotros si no trabajamos continuamente en nuestro corazón”. Jesús: “¡Bravo Jonás! Has tenido una magnífica idea. Muchos rabinos te la envidiarían”. Jonás: “Son mis abejas las que me las sugieren… y tus palabras. En realidad son tus palabras. Pero después también las abejas me las hacen comprender. Porque nada carece de voz, si se sabe oír. Y yo digo que si ellas, que son abejas, obedecen la orden de quien las creó y son tan pequeñas que no sé dónde tengan cerebro y corazón, yo, que tengo cerebro, corazón y además alma, y que oigo al Maestro, también deberé saber lo que hacen ellas, y trabajar continuamente, hacer siempre lo que el Maestro dice que hay que hacer, y embellecer así mi espíritu, esplendoroso, sin herrumbre ni polvo ni lodo y sin pajas, que hayan metido en las cerraduras los enemigos infernales, ni piedras y otras asechanzas”. Jesús: “Has dicho muy bien. Imita a tus abejas y tu alma se convertirá en una colmena de virtudes preciosas, con las que Dios se regocijará. Vuelvo pronto, Jonás. La paz sea contigo”. Pone su mano sobre la cabeza gris de Jonás que está inclinado ante Él, y sale por el camino que lleva a los prados de trébol rojo que son hermosas como alfombras con sus colores verdes y carmesí. Por ellos las abejas pasan veloces volando de flor en flor. ■ Cuando están suficientemente lejos de la cerca como para no ser oídos, Jesús pregunta: “¿Has oído a ese criado? Es un campesino. Ya es mucho si sabe leer alguna palabra… Y, con todo… sus palabras podían haber estado en mis labios, sin que mis palabras de Maestro parecieran necias. Él ve la necesidad de vigilar para que los enemigos del espíritu no destruyan su espíritu… Yo… por causa de ellos te tengo junto a Mí, y por esto me odias. Te quiero defender de ellos y de ti mismo, y tú me odias. Una vez más te lo digo: vete, vete, Judas. Vete lejos. No entres en Jerusalén. Estás enfermo. No es mentira que estás enfermo, que no puedes participar en la Pascua. Celebrarás la Pascua suplementaria. Nos lo concede la ley, cuando alguna enfermedad u otra gravísima razón impiden cumplir con la Pascua. Pediré a Lázaro —amigo prudente, que nada pedirá— que te lleve hoy mismo al otro lado del Jordán”. Iscariote: “No. Muchas veces te he pedido que me arrojaras. No lo has querido. Ahora soy quien no lo quiere”. Jesús: “¿No lo quieres? ¿No quieres salvarte? ¿No tienes compasión de ti mismo? ¿Tampoco de tu madre?”. Iscariote: “Deberías decirme: «¿No tienes piedad de Mí?». Serías más sincero”. Jesús: “Judas, infeliz amigo mío, no te lo pido por Mí, sino por ti. Por ti, solo por ti, te lo pido. ■ ¡Mira! Estamos solos Yo y tú. Tú sabes quién soy y Yo sé quién eres. Es el último momento de gracia que se te ha concedido una vez más para impedir tu ruina… No te rías tan diabólicamente, amigo mío. No te burles de Mí como si fuera un loco, porque te digo: «tu ruina», y no la mía. Estamos solos: Yo y tú, y sobre nosotros Dios… Dios que todavía no te odia, Dios que asiste a esta lucha última entre el bien y el mal que se disputan tu alma. Sobre nosotros está el Empíreo que nos contempla. Ese Empíreo que pronto se llenará de santos, que ya, en su lugar de espera, sienten la emoción porque presienten la alegría… Judas, entre ellos está tu padre…”. Iscariote: “Fue un pecador. No está allí”. Jesús: “Fue un pecador, pero no un condenado. Por eso él siente que la alegría se acerca también para él. ¿Por qué quieres proporcionarle tristeza?”. Iscariote: “Él no sufre. Está muerto”. Jesús: “No. Sufre al ver que eres culpable, que eres… ¡oh, no quieras arrancarme esa palabra!…”. Iscariote: “¡No temas, no temas! ¡Dila! Hace meses que me la digo a mí mismo. Estoy condenado. Lo sé. Nada puede cambiarse”. Jesús: “Todo, Judas. Yo lloro. ¿Quieres tú ser la causa de las últimas lágrimas mías?… Judas, te lo suplico. Piensa, amigo, que el Cielo hace lo que le pida y tú, y tú… ¿vas a dejarme pedir en vano? Piensa que el que delante de ti lo suplica es el Mesías de Israel, el Hijo del Padre… ¡Judas, escúchame!… ¡Detente, ahora que lo puedes todavía!…”. Iscariote: “¡No!”. ■ Jesús se cubre el rostro con las manos y se deja caer en la orilla del prado. Llora sin hacer ruido, pero llora mucho. Se ve que sus espaldas se sacuden con los profundos sollozos… Judas le mira, ahí, a sus pies, destrozado, llorando… y por el deseo de salvarle… y siente un momento de compasión. Dice, dejando su tono amargo de antes: “No puedo menos de ir… He dado mi palabra”. Jesús levanta su rostro despedazado, y prorrumpe: “¿Con quién? ¿Con quién? ¡Con hombres miserables! ¿Te preocupas de sus honras? ¿No te habías entregado a Mí hace tres años? ¿Piensas en lo que diga un puñado de malhechores y no en el juicio de Dios? ¿Qué debo hacer, Padre, para que en él surja de nuevo la voluntad de no pecar?”.
.   ● “¡Ayúdame a quedarme! ¡Defiéndeme!”. “¡Siempre! Basta con que tú lo quieras… ¡Estás tan enfermo…! No se puede exigir mucho de uno muy enfermo. A todos los pecadores que han venido a Mí les he exigido un arrepentimiento absoluto para poder perdonarlos. A ti, amigo, solo te pido que quieras arrepentirte y luego… Yo haré el resto”.- ■ Baja desconsolado la cabeza… Parece el Jesús doloroso de la agonía del Getsemaní. Judas siente compasión y dice: “Me quedo ¡No sufras de ese modo! Me quedo. ¡Ayúdame a quedarme! ¡Defiéndeme!”. Jesús: “¡Siempre! Basta con que tú lo quieras. Ven. No hay culpa que no compadezca y no perdone. Di: «quiero», y te habré redimido…”. Jesús se ha levantado y tiene a Judas abrazado. Pero si las lagrimas de Jesús-Dios caen sobre los cabellos de Judas, la boca de éste queda cerrada. No pronuncia la palabra que se le ha pedido. No dice ni siquiera «perdón» cuando Jesús le murmura entre los cabellos: “¡Sabes que te amo! ¡Tenía que haberte reprendido! Te doy el beso de paz. Podría haberte dicho: «Pide perdón a tu Dios» y te pido solo que quieras ser perdonado. ¡Estás tan enfermo…! No se puede exigir mucho de uno muy enfermo. A todos los pecadores que han venido a Mí les he exigido un arrepentimiento absoluto para poder perdonarlos. A ti, amigo, solo te pido que quieras arrepentirte y luego… Yo haré el resto”. Judas no dice nada… Jesús le suelta. Le dice: “Quédate por lo menos aquí hasta el día siguiente del sábado”. Iscariote: “Me quedaré… Regresemos a casa. Notarán nuestra ausencia. Tal vez las mujeres te estén esperando. Son mejores que yo, y no debes descuidarlas por mí”. ■ Jesús: “¿No recuerdas la parábola de la oveja perdida? Tú eres esa oveja… Ellas, las discípulas, son las buenas ovejas que están dentro del redil. No corren ningún peligro, aunque busque tu alma durante todo el día para llevarla de nuevo al redil”. Iscariote: “¡Bien, de acuerdo! ¡Vuelvo al redil! Me encerraré en la biblioteca de Lázaro, a leer. No quiero que me molesten, no quiero ver ni saber nada. Así… no sospecharás siempre de mí. Y si refieren al Sanedrín alguna cosa de lo que aquí sucede, tendrás que buscar las serpientes entre tus predilectos. ¡Hasta pronto! Voy a entrar por el cancel principal. No tengas miedo. No voy a huir. Cuando quieras puedes ir a comprobarlo, que ahí estaré” y dándole las espaldas se va a largos pasos.
* Plegaria ardiente de Jesús al Padre por Judas… “Padre, ayúdame. ¡Que haya un germen de arrepentimiento en ese corazón!…”.- ■ El vestido de blanco lino de Jesús resalta en el borde del prado verde y rojizo. Jesús levanta sus brazos y su afligido rostro al cielo. Levanta su corazón al Padre llorando: “Oh, Padre mío, ¿podrías acaso acusarme de haber dejado algo sin mover para salvarle? Sabes que lucho por su alma, no por mi vida, para impedir su crimen… ¡Padre, Padre mío! ¡Te lo ruego! Apresura la hora de las tinieblas, la hora del Sacrificio, porque me es muy amargo vivir junto al amigo que no quiere ser redimido… ¡El más grande dolor!”. Se sienta sobre el tupido, alto trébol, agacha la cabeza entre sus rodillas y apretadas entre sus brazos. Y llora… ■ ¡No puedo ver esas lágrimas! Son muy semejantes a las del Getsemaní (1)… porque sabe que el Cielo no hará nada por consolarle, que debe padecer ese dolor, y esto me aflige muchísimo. Jesús llora mucho, silenciosamente. Testigos de sus lágrimas son las abejas, el trébol que respira su aroma, que se mueve ligeramente bajo el impulso del viento que amenaza tempestad, pues las nubes que antes habían desaparecido, ahora a montones corren por el firmamento amenazando lluvia. Jesús deja de llorar. Levanta su rostro para escuchar… Un ruido de ruedas, de cascabeles viene del camino principal. El de ruedas cesa, pero no el de cascabeles. ■ Jesús dice: “Las discípulas… son fieles… ¡Padre mío, hágase como Tú quieres! Te ofrezco el sacrificio de este deseo mío de Salvador y de Amigo. ¡Escrito está! Él lo ha querido. Es verdad. Pero deja, ¡Padre mío! que continúe Yo mi obra por él hasta que todo termine. Ya desde ahora te digo: Padre, cuando ore por los pecadores, siendo víctima impotente para la acción directa, ¡Padre!, toma Tú mi sufrimiento, y presiona con él en el alma de Judas. Sé que te pido algo que la Justicia no puede conceder. Pero de Ti vienen la Misericordia y el Amor y Tú amas a Éstos que vienen de Ti y que son una sola cosa contigo, Dios Uno y Trino, Santo y Bendito. Yo mismo me daré a mis amados como alimento y bebida. Padre, ¿es que habrán de ser mi Sangre y mi Carne condena para uno de ellos? Padre, ayúdame. ¡Que haya un germen de arrepentimiento en ese corazón!… ■ Padre, ¿por qué te alejas? ¿Ya te alejas de tu Verbo que ora? Padre, es la hora. Lo sé. Hágase tu voluntad bendita. Pero deja en tu Hijo, en tu Mesías —en quien, por insondable decreto tuyo, disminuye en esta hora la visión segura del futuro; y no te digo que esto sea crueldad, sino piedad tuya hacia Mí— deja en Mí la esperanza de salvarle aún. Oh, Padre mío, lo sé. Lo he sabido desde que Yo soy; lo he sabido desde que, no solo Verbo, sino Hombre, vine a la Tierra; lo he sabido desde que le encontré en el Templo… Siempre lo he sabido, pero ahora… ¡Oh!, ahora me parece —¡gran piedad tuya, Santísimo Padre!—, me parece como si fuera una horrible pesadilla, causada por su comportamiento, pero que no fuera lo último… y es como si pudiera seguir esperando, esperando siempre, porque infinito es mi sufrimiento, e infinito será el Sacrificio; es como si pudiera hacer algo también por él… ¡Oh, estoy delirando! ¡Es el Hombre el que quiere esperar esto! ¡El Dios que está en el Hombre, el Dios hecho hombre no se puede hacer ilusiones! Se alejan las ligeras nieblas que me ocultaban un momento el abismo, el abismo ya abierto para tragarse a aquél que prefirió las Tinieblas a la Luz… ¡Piedad tuya el hecho de ocultármelo! ¡Piedad tuya el hecho de mostrármelo, ahora que me has consolado! Sí, Padre. ¡También esto! ¡Todo! Y seré Misericordia hasta el final, porque ésta es mi Esencia”. ■ Sigue orando, en silencio, con los brazos abiertos en cruz. Su rostro deshecho de dolor se va revistiendo de una paz majestuosa, se hace casi luminoso: una luz de alegría interior, aun cuando en sus labios cerrados no haya sonrisa. Es la alegría de su espíritu, en comunión con el Padre, lo que se trasluce a través de los velos de la carne y borra las señales que el dolor ha dejado sobre su rostro enflaquecido y espiritualizado que se ha ido mostrando en el Maestro en la medida en que Él se iba adentrando en el dolor y hacia el Sacrificio. No es ya un rostro de la Tierra el rostro de Jesús en estos sus últimos días mortales suyos. Ningún artista será jamás capaz de darnos, aunque el Redentor al artista se mostrara, ese rostro de Hombre Dios cincelado en sobrenatural belleza por el amor y dolor perfectos y completos. ■ Jesús se encuentra de nuevo ante la puerta. Entra, cierra, y se dirige a la casa. Jonás le ve y corre a tomar de sus manos la pesada llave. Jesús sigue. Encuentra a Lázaro que dice: “Maestro, llegaron las mujeres. Les dije que entraran en la sala blanca porque en la biblioteca está Judas leyendo, con aspecto atribulado”. Jesús: “Lo sé. Gracias por lo que has hecho por las mujeres. ¿Son muchas?”. Lázaro: “Juana, Nique, Elisa, Valeria con Plautina y otra amiga suya o liberta, llamada Marcela; una vieja que dice conocerte: Ana de Merón, y Analía con otra jovencilla de nombre Sara. Están con las discípulas, con tu Madre y mis hermanas”. Jesús: “¿Y esas voces infantiles?”. Lázaro: “Ana trajo los hijos de su hijo, Juan los suyos. Valeria su hijita. Las llevé al patio inferior”. (Escrito el 19 de Marzo de 1947).
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1  Nota  : Como quedado advertido, algunas veces las fechas muestran que el orden de la redacción de los episodios o capítulos narrados en la Obra magna no siguen siempre un orden cronológico. Para mayor explicación: Cfr. María Valtorta y la Obra  6.1: Las fechas.
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(<Sábado, el día anterior a la entrada en Jerusalén. Están en Betania. Jesús cura a un niño deforme y lisiado llamado Matusalem o Shalem, fruto del matrimonio entre Anás de Nahúm, el hijo consentido de Anás, el Sumo Sacerdote, y una mujer de edad, fea pero rica, a la que abandonó posteriormente con su hijo. Marta le da miel, con la que el niño tanto había soñado>)
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9-584-249 (10-45-318).- Sábado, víspera de la entrada en Jerusalén. Valor de la Nueva Buena en el futuro de la humanidad.
* “¡Ay de todos si no hubiera venido Yo!… Tienes razón, Judas. El Altísimo no enviará más flagelos universales como el diluvio, pero los hombres se crearán flagelos cada vez más atroces respecto a los cuales el diluvio y la lluvia de fuego que destruyó Sodoma y Gomorra no serán sino castigos misericordiosos. ¡Oh…!”.- ■ El niño comprende que más precioso que el vaso de miel es el amor con que se lo ofrece, y deja el vaso en las rodillas de Jesús para alzar sus brazos queriendo ceñir el cuello de Marta, que está inclinado hacia él, y besarla. Es todo lo que puede hacer para mostrar su agradecimiento, todo lo que puede dar él, el desamparado. Los demás dejan de hacer planes y miran la escena. Pedro dice: “Éste es todavía más infeliz que Marziam, que tenía al menos el amor de su abuelo y de los otros campesinos. ¡Verdaderamente hay que decir que hay siempre dolores mayores que los que hemos juzgado grandísimos!”. Bartolomé dice pensativo: “Sí. No se ha llegado a tocar aún el fondo del abismo del dolor humano. Quién sabe cuántos secretos nos oculta todavía… y que ocultará en los siglos futuros”. ■ Iscariote, con una leve sonrisa irónica, grita: “Entonces tú no tienes fe en la Buena Nueva. ¿No crees que ella cambiará el mundo? Lo dijeron los profetas, y el Maestro lo repite. Eres un incrédulo, Bartolomé”. Zelote le responde: “No veo dónde esté la incredulidad de Bartolomé. La doctrina del Maestro consolará todas las desventuras, amansará aun la ferocidad de los usos y costumbres pero… no eliminará el dolor. Lo hará soportable con sus promesas divinas de una alegría futura. Para que el dolor sea abolido, —o por lo menos mucha parte del dolor; porque, en todo caso seguiría habiendo enfermedades y muertes y cataclismos naturales—, haría falta que todos tuviesen el corazón que tiene Jesús, pero…”. Iscariote le interrumpe: “Efectivamente, eso debe suceder. Si no, ¿para qué habría servido el que hubiese venido el Mesías a la Tierra?”. Zelote dice: “Digamos que así debería suceder. Pero dime, Judas, ¿esto se ha verificado entre nosotros? Somos doce y por tres años hemos vivido con Él, absorbido su doctrina como el aire que respiramos, ¿y qué? ¿Somos los doce unos santos? ¿Qué cosa distinta hacemos de lo que hacen Lázaro, Esteban, Nicolás, Isaac, Mannaén, José, Nicodemo, las mujeres y los niños? Me refiero a los justos de nuestra patria. Todos éstos, bien sean sabios y ricos, o pobres e ignorantes, hacen lo que nosotros: un poco de bien, un poco de mal, pero sin renovarnos completamente. Es más, te diría que muchos de ellos nos superan. Sí. Muchos, que siguen a Jesús nos superan a nosotros: los apóstoles… ¿Y pretendes que todo el mundo tuviese el corazón que tiene Él, si nosotros, nosotros los apóstoles, no lo poseemos? Hemos mejorado más o menos… al menos, eso esperamos, porque el hombre difícilmente se conoce y conoce al hermano que vive a su lado. El velo de la carne es demasiado opaco y grueso, y demasiado atento está el corazón del hombre a no ser escrutado, como para que el hombre comprenda al hombre. Siempre observándose u observando, uno se queda en la superficie: cuando se trata del examen nuestro, porque no queremos conocernos para no sufrir en nuestro orgullo o en la necesidad de cambiar; cuando se trata del examen de los demás, porque nuestro orgullo de examinadores nos hace jueces injustos y el orgullo del examinado se cierra, como hace una ostra con sus valvas respecto a lo que tiene en su interior”. Judas Tadeo dice: “¡Bien dicho, Simón! ¡Verdaderamente que has tenido palabras de sabio!”. Los demás le hacen coro. ■ Iscariote rebate: “¿Y entonces a qué vino, si nada debe cambiar?”. Jesús toma la palabra: “Muchas cosas cambiarán. No todo. Porque contra mi doctrina habrá en el futuro lo que ahora es ya una realidad: el odio de los que no aman la Luz; porque contra la fuerza de mis seguidores estará la de los seguidores de Satanás. ¡Cuántos! ¡Con cuántos aspectos! Y ¡cuántas doctrinas heréticas irán surgiendo nuevas, opuestas a mi doctrina inmutable, por ser perfecta! ¡Cuánto dolor proporcionarán estas doctrinas! Vosotros no conocéis el futuro. A vosotros os parece mucho el dolor que hay en el mundo ahora. Pero, Aquel que conoce, ve horrores que no los comprenderíais aunque Yo os explicase… ■ ¡Ay de todos si no hubiera venido Yo, si no hubiera venido para dar a los que han de venir unas Leyes que frenen los instintos en los mejores, y para dar una promesa de futura paz! ¡Ay, si el hombre no tuviera, por mi venida, elementos espirituales que pueden mantenerle «vivo» en la vida del espíritu, mantenerle con la seguridad de un premio!… Si no hubiera venido, la Tierra con el andar de los siglos se hubiera convertido en un infierno y la raza humana se hubiera despedazado y habría perecido maldiciendo al Creador…”. Iscariote le replica: “El Altísimo ha prometido que no enviará más castigos universales, como el diluvio. La promesa de Dios no falla”. Jesús: “Tienes razón. El Altísimo no enviará más flagelos universales como el diluvio (1), pero los hombres se crearán flagelos cada vez más atroces respecto a los cuales el diluvio y la lluvia de fuego que destruyó Sodoma y Gomorra no serán sino castigos misericordiosos. ¡Oh…!”. Jesús se pone de pie con un gesto compasivo por los hombres del futuro. Judas dice: “¡Bien! ¡Bien! Tú sabes…”.
* Judas quiere conocer el lugar de alojo y de la Cena.- ■ Y después el Iscariote pregunta: “¿Pero ahora qué hacemos respecto a éste?” y señala al niño, que está saboreando en pequeñas dosis su miel y está todo contento. Jesús: “A cada día su afán. Mañana se sabrá. Preocuparse del mañana es vano, considerando que ni siquiera sabemos quién estará vivo todavía mañana”. Iscariote: “No pienso como Tú. Y lo que digo es que habría que saber dónde vamos a alojarnos, dónde comeremos la Cena… Muchas cosas. Si espera­mos y esperamos, pues la ciudad se llena; ¿y a dónde iremos nosotr­os? A Getsemaní, no; a casa de José, no; a casa de Juana, no; donde Nique, no; donde Lázaro, tampoco. ¿A dónde entonces?”. Jesús: “A donde el Padre prepare un refugio para su Verbo”. Iscariote: “¿Crees que quiero saberlo para decirlo?”. Jesús: “Tú lo dices. Yo no he dicho nada. Ven, Shalem. Mi Madre tiene no­ticia de ti pero todavía no te ha visto. Ven, voy a llevarte donde Ella”. Tomás pregunta: “¿Pero está enferma tu Madre?” Jesús: “No. Está orando. Tiene mucha necesidad de orar”. María de Alfeo explica: “Sí. Sufre mucho. Llora mucho. Y el único consuelo de María es la oración. Siempre la he visto orar mucho. Podría decir que en los momentos de mayor dolor vive de oración”. Mientras, Jesús se aleja llevando de la mano al niño y teniendo al otro lado a Analía, a la que ha invitado a ir con Él donde María. (Escrito el 26 de Marzo de 1947).
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1  Nota  :  Cfr. Gén. 6,5-9,17.
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(<También en el mismo sábado. A pesar de los meses transcurridos desde la resurrección de Lázaro, amor y odio mueven a muchos de los peregrinos, congregados en Jerusalén para la Pascua, y aun de los mismos Jerosolimitanos, a ir a Betania a ver a Jesús y a Lázaro>)
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9-585-252 (10-46-321).- Sábado, víspera de la entrada en Jerusalén. Judíos y peregrinos en Betania para ver a Jesús, a Lázaro y su sepulcro.- El Sanedrín ha decidido, acabar también con Lázaro (1).
* Preguntas a Lázaro: “¿Eres tú el hombre resucitado de la muerte? ¿Pero fue una muerte verdadera? ¿Qué recuerdas?”.- ■ Hay peregrinos procedentes de todos los lugares; gente que suplica, que insiste en ver a Jesús. Con los hebre­os están mezclados gentiles, y con éstos prosélitos. Y observan a Lá­zaro y le miran de reojo como si fuera un ser irreal. Lázaro soporta la molestia de esta celebridad no buscada, respondiendo pacientemente a los que le hacen preguntas. Pero no da la orden a los criados de que abran la cancilla. Uno pregunta: “¿Eres tú el hombre resucitado de la muerte?”. El que pregunta tiene claro aspecto de ser mestizo, porque de hebreo no tiene más que la típica nariz más bien gruesa y aguileña, mientras que el acen­to y la manera de vestir revelan que es extranjero. Lázaro: “Lo soy, para dar gloria a Dios, que me sacó de la muerte para hacerme siervo de su Mesías”. Otros preguntan: “¿Pero fue una muerte verdadera?”. Lázaro: “Preguntádselo a esos judíos importantes. Ellos vinieron a mis funerales y muchos estuvieron presentes en mi resurrección”. Insisten: “¿Pero qué sentiste? ¿Dónde estabas? ¿Qué recuerdas? Cuando volviste a la vida, ¿qué sucedió en ti? ¿Cómo te resucitó?… ¿No se puede ver el sepulcro donde estuviste? ¿De qué moriste? ¿Ahora estás perfectamente? ¿Ya no tienes ni siquiera las señales de las llagas?”. Lázaro, paciente, trata de responder a todos. Pero, si bien le re­sulta fácil decir que se encuentra perfectamente y que incluso las señales de las llagas durante los meses que han pasado desde que re­sucitó se han borrado ya, no puede decir lo que sintió y cómo le resu­citó. Y responde: “No lo sé. Me encontré vivo en mi jardín, en medio de los criados y de mis hermanas. Cuando me liberaron del sudario, vi el sol, la luz, tuve hambre, comí, sentí la alegría de vivir y del gran amor del Rabí por mí. Lo demás, más que yo, lo saben los que se encontraban presentes. Ahí están tres de ellos hablando, y otros dos ahí llegan”. (Son estos últimos Juan y Eleazar, miembros del Sa­nedrín, mientras que los tres que están hablando son dos escribas y un fariseo que efectivamente vi en la resurrección de Lázaro, pero cuyo nombre no recuerdo). Los gentiles manifiestan: “¡Ésos a nosotros que somos gentiles no nos hablan! Id vosotros, que sois judíos, a preguntarles…”.
* Las palabras esculpidas en la roca del sepulcro: «¡Lázaro, sal afuera!», esculpidas por Lázaro “para que fueran incancelables las palabras del grito divino que me devolvió la vida. Cuando yo esté ahí dentro y no pueda ya celebrar el poder misericordioso del Rabí, quiero que el sol las siga leyendo en la piedra…” provocan escándalo en los fariseos que con amenazas llaman a Lázaro sacrílego… celebrante del sortilegio del hijo de Belcebú.- ■ Y se vuelven insistentes al máximo a Lázaro: “Pero tú enséñanos el sepulcro donde estuviste”. Lázaro se decide. Dice algo a los siervos y luego se dirige a la gente: “Id por ese camino que va entre ésta y la otra casa mía. Yo salgo a vuestro encuentro para llevaros al sepulcro, aunque, en rea­lidad, lo único que se ve es un agujero abierto en la roca”. Exclaman: “¡No importa! ¡Vamos! ¡Vamos!”. Un escriba dice: “¡Espera, Lázaro! ¿Podemos ir también nosotros? ¿O para nosotros está prohibido lo que se concede a extranjeros?”. Lázaro: “No, Arquelao. Ven si quieres, si es que no te contamina el acercarte a un sepulcro”. Arquelao: “No me contamina porque no contiene muerte”. Lázaro: “Pero la contuvo durante cuatro días. ¡Por mucho menos uno es considerado impuro en Israel! El que roza con su vestido a uno que to­có un cadáver decís que es impuro. Y mi sepulcro, a pesar de que des­de hace mucho esté abierto, todavía despide tufaradas de cadáver”. Arquelao: “No importa. Nos purificaremos”. Lázaro mira a los dos fariseos Juan y Eleazar y les dice: “¿También venís vosotros?”. “Sí, vamos”. ■ Lázaro va a buen paso hacia el lado limitado por los setos altos y compactos como muros. Abre una cancilla que está encajada en uno de ellos. Se asoma al camino que lleva a la casa de Simón y hace una señal a los que esperan para que se acerquen. Los guía hacia el sepulcro. Un rosal en flor rodea su entrada, pero no es suficiente para borrar el horror que sale de una tumba abierta. En la roca, bajo el arco florecido del rosal, se leen las palabras: «¡Lázaro, sal afuera!». Los enemigos las ven enseguida, y enseguida dicen: «¿Por qué has mandado que esculpan ahí esas palabras? ¡No debías hacerlo!”. Lázaro: “¿Que por qué? En mi casa puedo hacer lo que quiera, y nadie puede acusarme de pecado por haber querido esculpir en la roca, para que fueran incancelables, las palabras del grito divino que me devol­vió la vida. Cuando esté ahí dentro y no pueda ya celebrar el poder misericordioso del Rabí, quiero que el sol las siga leyendo en la piedra, y que las plantas las aprendan de los vientos y las acaricien los pájaros y las flores, y sigan por mí bendiciendo el grito del Cristo que me llamó de la muerte”. Arquelao: “¡Eres un pagano! ¡Eres un sacrílego! Blasfemas contra nuestro Dios. Celebras el sortilegio del hijo de Belcebú. ¡Cuidado, Lázaro!”. Lázaro: “Os recuerdo que estoy en mi casa y que estáis en mi casa, y que habéis venido sin que nadie os llamara, y, además, con fines indignos. Sois peores que éstos, que son paganos pero que reconocen a un Dios en el que me resucitó”. Arquelao: “¡Anatema! Como es el Maestro, así es el discípulo. ¡Qué horror! ¡Vámonos! Fuera de esta cloaca inmunda. ¡Corruptor de Israel, el Sanedrín recordará tus palabras!”. Lázaro: “Y Roma, vuestros complots. ¡Salid de aquí!”. Lázaro, siempre manso, trae a su memoria que es hijo de Teófilo, y los echa como a una manada de perros. ■ Se quedan los peregrinos, de todas las procedencias. Y éstos pre­guntan y miran y suplican ver a Jesús. Lázaro: “Le veréis en la ciudad. Ahora no. No puedo”. Peregrinos: “¡Ah!, ¿pero va a la ciudad? ¿Realmente va a la ciudad? ¿No mien­tes? ¿Va, a pesar de que le odien tanto?”. Lázaro: “Va. Ahora marchaos, tranquilos. ¿No veis cómo todos descansan dentro? No se ve a nadie ni se oye ninguna voz. Habéis visto lo que queríais ver: a mí, el resucitado y el lugar de su sepultura. Ahora marchaos. Pero no de­jéis que vuestra curiosidad sea estéril. ¡Que el hecho de haberme visto a mí, que soy prueba viva del poder de Jesucristo, Cordero de Dios y Mesí­as santísimo, os conduzca a todos a su camino! Por esta esperanza me siento contento de haber resucitado, porque espero que el milagro haga reaccionar a los que dudan y convertir a los paganos de forma que persuada a todos de que uno solo es el verdadero Dios y uno solo es el verdadero Mesías: Jesús de Nazaret, Maestro santo”. La gente se va de mala gana. ■ Pero, si se va uno, vienen diez; porque nueva gente sigue viniendo. Pero Lázaro logra con la ayu­da de algunos criados empujar afuera a todos y cerrar las cancillas. Al irse a retirar, ordena: “Vigilad por que no fuercen las cancillas o salten por encima de ellas. Pronto anochecerá y se marcharán a sus lugares de alojamiento”.
* El decreto del Sanedrín sobre Jesús sigue vigente y alcanza hasta Lázaro, según los fariseos sanedristas Eleazar y Juan, seguidores ocultos del Maestro. ■ Pero, en esto, ve que de tras una espesura de mirtos salen Eleazar y Juan. “¿Qué? No os había visto y creía…”. “No nos expulses. Hemos entrado en una espesura para no ser vistos. Tenemos que hablar con el Maestro. Hemos venido nosotros porque sospechan menos de nosotros que de José y Nicodemo. Pero no quisiéramos ser vistos por nadie, aparte de por ti y por el Maestro… ¿Son de fiar tus criados?”. Lázaro: “En casa de Lázaro se acostumbra a ver y oír sólo lo que agra­da al dueño, y de no saber nada para los extraños. Venid. Por este sen­dero. Entre estas dos paredes vegetales más opacas que un muro”. Los guía por el caminito que hay entre la doble, impenetrable ba­rrera de bojes y de laureles. “Quedaos aquí. Os traigo a Jesús”. “¡Que nadie se percate!…”. “No temáis”. ■ La espera dura poco. Pronto en el sendero, semioscuro por la enramada, aparece Jesús, blanco todo con su túnica de lino. Lázaro se queda en el límite del sendero como si estuviera de guardia, o por prudencia. Pero Eleazar le dice —más que decírselo, se lo indica con un gesto— que se acerque. Lázaro se acerca mientras Jesús saluda a los dos, que le reverencian inclinándose profundamente. “Maestro, escucha, y tú también, Lázaro. En cuanto ha corrido la noticia de tu llegada y de que estás aquí, el Sanedrín se ha reunido en casa de Caifás. Todo lo que se hace es un abuso… Y ha decidido… ¡No te hagas falsas ilusiones, Maestro! ¡Vigila, Lázaro! Que no os seduzca la falsa calma, la aparente somnolencia del Sanedrín. Es algo fingido, Maestro. Fingen para atraerte hacia ellos y apresarte sin que la muchedumbre se altere y se prepare a defender­te. Tu suerte está sellada y el decreto no se cambia. Puede ser ma­ñana o dentro de un año, pero se cumplirá. El Sanedrín no olvida nunca sus venganzas. Espera, sabe esperar la ocasión propicia, ¡pero luego!… ■ Y también tú, Lázaro. Quieren quitarte de en medio, apre­sarte, eliminarte, porque por causa tuya demasiados los abandonan para seguir al Maestro. Tú —lo has dicho con exactas palabras— eres el testimonio de su poder. Y quieren destruir ese testimonio. Las muchedumbres pronto olvidan. Ellos eso lo saben. Una vez desaparecidos tú y el Rabí, se apagarán muchos entusiasmos”. Jesús dice: “¡No, Eleazar! ¡Arderán con viva llama!”. El fariseo Juan dice: “¡Oh, Maestro! ¿Pero… qué pasará si Tú mueres? ¿Qué cosa hará que nuestra fe en Ti eche llamas, aun cuando así fuere, si Tú estás ya muerto? Yo esperaba tan sólo poder darte una alegre noticia y al mismo tiempo hacerte una invitación: mi esposa pronto dará a luz al hijo que tu justicia ha hecho florecer poniendo de nuevo la paz entre dos corazones en tempestad (2). Nacerá para Pentecostés. Quisiera decirte que vinieras a bendecirle. Si entras bajo mi techo, toda calamidad quedará para siempre alejada de mi hogar”. Jesús: “Te doy ya desde ahora mi bendición…”. Fariseo Juan: “¡Entonces es que no quieres venir a mi casa! ¡No me crees leal! ¡Lo soy, Maestro! ¡Dios me ve!”. Jesús: “Lo sé. Es que… para Pentecostés ya no estaré entre vosotros”. Fariseo Juan: “Pero el niño nacerá en la casa que tengo en el campo…”. Jesús: “Ya lo sé. Pero Yo ya no estaré. No obstante, tú, tu esposa, el que nacerá y los hijos que ya tienes tenéis mi bendición. Os doy las gra­cias por haber venido. Ahora marchaos. Guíalos por el sendero hasta más allá de la casa de Simón. Que no los vean… Yo vuelvo a casa. La paz a vosotros…”. (Escrito el 27 de Marzo de 1947).
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1 Nota : Cfr. Ju. 12,9-11. 2  Nota  : Se refiere al episodio donde se cuenta que Juan,  un fariseo sanedrista, por causa de su forma de vida conyugal y mordido por los celos, estuvo a punto de perder a su mujer y recurrió a Jesús a pedir ayuda para recomponer su maltrecho matrimonio.
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(<También en el mismo sábado. Se celebra una cena en Betania, en la casa de Lázaro y hermanas. Las discípulas y la afligida Madre han preferido quedarse en la casa contigua de Simón Zelote. Durante la cena, María Magdalena ha salido de la sala del banquete mientras Marta ponía sobre la mesa unas bandejas colmadas de frutas>)
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9-586-259 (10-47-327).- Sábado, víspera de la entrada en Jerusalén.- Cena en Betania: Magdalena unge cabeza y pies de Jesús (1). Judas de Keriot ha decidido.
* Judas dice con desaire: “¡Qué derroche inútil y pagano! Estos son gestos propios de una cortesana lasciva. ¡Demasiado recuerdan tu pasado! ¡Por lo menos era una libra de nardo puro! Y de gran valor. Yo lo habría vendido al menos por trescientos denarios. Habría dado el dinero a los pobres que nos asedian”.- ■ Magdalena vuelve a entrar a la sala del banquete. Trae en las manos una jarra de cuello estrecho y terminado en un piquito. El alabastro es de un precioso color amarillo-rosado, como la piel de ciertas personas rubias. Los apóstoles la miran, pensando que tal vez haya traído algún raro manjar. Pero María no va al centro, a donde está su hermana, al interior de la «U» que forman las mesas. No. Pasa por detrás de los triclinios y va a colocarse entre el de Jesús y Lázaro y el de los dos Santiagos. Destapa la jarra de alabastro y pone la mano debajo del pico, y recoge algunas gotas de un líquido que sale lentamente. Un penetrante olor de tuberosas y de otras esencias, un perfume intenso y riquísimo, se esparce por la sala. Pero María no se siente satisfecha con eso poco que sale. Se agacha y rompe con un golpe seguro el cuello de la jarra contra el ángulo del triclinio de Jesús. El estrecho cuello cae al suelo esparciendo sobre los mármoles del suelo gotas perfumadas. Ahora la jarra tiene una boca amplia y sale el ungüento exuberante. María se pone a la espalda de Jesús y echa sobre la cabeza de Él el bálsamo denso, y luego lo extiende con las peinetas que se ha quitado, y repeina la cabellera de Jesús. Su cabeza rubia y rojiza brilla como si fuera de oro bruñido. La luz de la lámpara que los siervos han encendido se refleja en la cabeza rubia de Jesús como en un casco de bronce pulido. El perfume es embriagador. Penetra por las narices, sube a la cabeza; tan penetrante es, esparcido de esa manera, sin medida, que casi irrita como los polvos de estornudar. ■ Lázaro, que tiene la cabeza vuelta hacia su hermana, sonríe al ver con qué cuidado unge y compone los cabellos de Jesús, mientras que no se preocupa de que sus propios cabellos, no sujetos ya por el ancho peine que ayudaba a las horquillas en su función, estén descendiendo cada vez más por el cuello y ya estén próximos a soltarse del todo y caer sobre los hombros. También Marta mira y sonríe. Los demás hablan en voz baja y con diversas expresiones en sus caras. ■ Pero María no está satisfecha todavía. Queda todavía mucho ungüento en la jarra, y los cabellos de Jesús, a pesar de ser tupidos, están ya empapados. Entonces María repite el gesto de amor de un lejano atardecer. Se arrodilla a los pies del triclinio, desata las correas de las sandalias de Jesús y le descalza los pies; luego, metiendo sus largos dedos en la jarra, saca toda la cantidad de ungüento que puede, y lo extiende, lo esparce sobre los pies desnudos, dedo por dedo; luego la planta y el calcañar; y, más arriba, en el tobillo, que ha descubierto haciendo a un lado el vestido de lino; por último, sobre el empeine de los pies, y se detiene allí, en los metatarsos, en el lugar por donde entrarán los clavos tremendos, e insiste hasta que ya no encuentra bálsamo en la jarra. Entonces rompe la jarra contra el suelo, y, libres ya las manos, se saca las gruesas horquillas, se deshace rápidamente las pesadas trenzas, y el resto del bálsamo lo echa sobre los pies de Jesús. ■ Judas alza su voz. Hasta ese momento había estado en silencio, contemplando con mirada de lujuria y de envidia a la hermosísima mujer y al Maestro cuya cabeza y pies estaban siendo ungidos por ella. Es la única voz clara de reproche; los otros, no todos, pero sí algunos, habían mostrado un cierto descontento, pero sin mayor consecuencia. Pero Judas, que incluso se había puesto en pie para ver mejor la unción de los pies, dice con desaire: “¡Qué derroche inútil y pagano! ¿Qué necesidad había de hacerlo? ¡Y luego no queremos que los jefes del Sanedrín nos critiquen de que hay pecado! Estos son gestos propios de una cortesana lasciva y no dicen bien, mujer, de la nueva vida que llevas. ¡Demasiado recuerdan tu pasado!”. El insulto es tal que todos se quedan pasmadísimos, de modo que unos se sientan sobre sus triclinios, otros se ponen de pie, todos miran a Judas, como a uno que, de pronto, se hubiera vuelto loco. Marta se pone colorada. Lázaro de un brinco se pone en pie dando un fuerte golpe sobre la mesa. Grita: “En mi casa…” pero luego mira a Jesús y se refrena. ■ Iscariote: “Sí. ¿Me miráis? Todos habéis murmurado en vuestro corazón. Pero ahora, por haberme hecho eco vuestro y haber dicho claramente lo que pensabais, sin titubear os oponéis a mí. Repito lo que he dicho. No quiero, ciertamente, afirmar que María sea la amante del Maestro. Pero sí digo que ciertos actos no son apropiados ni con Él ni con ella. Es una acción imprudente, y hasta injusta. Sí. ¿Por qué este derroche? Si ella quería destruir los recuerdos de su pasado, hubiera podido darme a mí esa jarra y ese ungüento. ¡Por lo menos era una libra de nardo puro! Y de gran valor. Yo lo habría vendido al menos por trescientos denarios, que es lo que vale un nardo de tal calidad. Habría dado el dinero a los pobres que nos asedian. Nunca son suficientes. Y mañana muchísimos serán los que en Jerusalén pedirán una limosna”. Los demás asienten: “¡Es verdad! Podías haber empleado una parte para el Maestro y la otra…”. ■ María Magdalena está como si estuviese sorda. Continúa secando los pies de Jesús con sus cabellos sueltos, que también ahora están espesos en la parte de abajo por el ungüento, y están más oscuros que en la parte superior de la cabeza. Los pies de Jesús de color marfil viejo están lisos y blandos, como si se hubieren cubierto de una nueva piel. María pone nuevamente las sandalias a Jesús. Besa los pies, sorda a todo, menos a lo que no sea su amor por Jesús.
* Ella siente que estoy para morir y ha querido anticiparle a mi cuerpo las unciones para la sepultura”.- ■ Y Jesús, poniéndole una mano sobre la cabeza, que tiene agachada para el último beso, la defiende diciendo: “Dejadla en paz. ¿Por qué la afligís y molestáis? No sabéis lo que ha hecho. María ha realizado en Mí una acción de deber y de amor. Siempre habrá pobres entre vosotros. Estoy ya para irme. Siempre los tendréis, pero no más a Mí. A ellos podréis darles un óbolo. A Mí, al Hijo del hombre entre los hombres, no será posible tributarle ninguna honra, porque así lo quieren y porque le ha llegado su hora. El amor, a ella, le es luz; ella siente que estoy para morir y ha querido anticiparle a mi cuerpo las unciones para la sepultura. En verdad os digo que en cualquier parte que sea predicada la Buena Nueva se hará mención de este acto suyo de amor profético. Sí, en todo el mundo. Durante todos los siglos. ¡Quiera Dios hacer de cada una de las criaturas otra María, que no calcula precios, que no abriga apegos, que no guarda el más mínimo recuerdo del pasado, sino que destruye y pisotea todo lo carnal y mundano, y se rompe y se esparce como ha hecho con el nardo y el ungüento, sobre su Señor y por amor! No llores, María. Te repito ahora aquellas palabras que dije a Simón el fariseo y a Marta tu hermana:«Todo te ha sido perdonado porque has sabido amar totalmente». «Tú has elegido la mejor parte y no se te quitará». Quédate en paz, mi hermosa oveja a quien encontré nuevamente. Quédate en paz. Que los pastos del amor sean en la eternidad tu alimento. Levántate, besa también mis manos, que te absolvieron y han bendecido… ¡A cuántos han absuelto, bendecido, curado, hecho bien! Y sin embargo, Yo os aseguro que el pueblo a quien he hecho tantos bienes está preparándose para torturarlas…”. ■ Un silencio pesado se cierne sobre el aire impregnado del fuerte perfume. María, con los cabellos sueltos por detrás y por delante, besa la mano derecha, que Jesús le ha ofrecido, y no sabe apartar de esa mano sus labios… Marta, conmovida, se acerca a su hermana, le recoge los cabellos sueltos, los trenza luego acariciándola, y extendiéndole el llanto sobre las mejillas tratando de secárselo… Nadie tiene ganas de seguir comiendo… Las palabras de Jesús hacen a todos pensar. El primero que se levanta es Judas de Alfeo. Pide permiso para retirarse. Santiago, su hermano, hace lo mismo, y lo mismo hacen Andrés y Juan. Se quedan los otros, pero ya en pie, para lavarse las manos en las aljofainas de plata que los siervos les presentan. María y Marta hacen lo mismo con el Maestro y Lázaro.
* Judas Iscariote da muestras de su satanizada mente.- ■ Entra un siervo y se inclina a decir algo a Maximino. “Maestro”, dice éste después de haberle escuchado “hay una serie de personas que quisieran verte. Dicen que vienen de lejos. ¿Qué hacemos?”. Jesús llama a Felipe, a Santiago de Zebedeo, a Tomás y les ordena: “Id, anunciad la Buena Nueva. Curad. Hacedlo en mi nombre. Anunciad que mañana subiré al Templo”. Simón Zelote pregunta: “¿Convendrá en decir esto, Señor?”. Jesús: “Es inútil tenerlo oculto porque más que mis amigos, mis enemigos lo han esparcido en la santa ciudad. Id”. Pedro: “¡Uhm! Se comprende que los amigos lo sepan… Pero los amigos no traicionan. Lo que no sé es cómo logran saberlo los otros”. Judas de Keriot dice desvergonzadamente: “Entre los muchos amigos siempre hay algún enemigo, Simón de Jonás. Demasiados son ya… los amigos, y con demasiada facilidad son recibidos como tales. ¡Cuando pienso en lo que tuve que insistir y esperar yo!… Pero eran los primeros días y había cautela. Después vinieron los deslumbradores triunfos y la cautela se perdió. ¡Y fue un error! Pero eso les sucede a todos los vencedores. Las victorias empañan el modo de ver las cosas y debilitan la prudencia de actuar. Naturalmente me estoy refiriendo a nosotros, discípulos. No estoy hablando del Maestro. Él es perfecto. ¡Si hubiéramos seguido siendo nosotros doce, no deberíamos temblar por traición alguna!”. ■ La mirada de Jesús que echa sobre el apóstol traidor es indescriptible. Una mirada de llamada y de dolor infinito. Pero Judas no la acepta. Pasando delante de las mesas se dispone a salir… Jesús le sigue con la mirada y cuando le ve que está ya a punto de irse le pregunta: “¿A dónde vas?”. Evasivamente le responde: “Afuera…”. Jesús: “¿Fuera de la habitación o fuera de casa?”. Iscariote: “Afuera… Así, así… a caminar un poco”. Jesús le apremia: “No vayas, Judas. Quédate conmigo, con nosotros…”. Iscariote: “Han salido tus hermanos y también Juan con Andrés. ¿Por qué no puedo salir?”. Jesús: “Tú no vas a descansar como ellos…”. Judas no responde y obstinado sale. Nadie habla, los que se han quedado, esto es, Pedro, Simón y Bartolomé se miran entre sí. Jesús mira afuera. Se ha levantado y ha ido a una ventana para seguir los movimientos de Judas. ■ Cuando le ve salir de la casa con el manto ya puesto y dirigirse al cancel, que desde aquí no se ve, le llama con fuerte voz: “¡Judas, espérame! Debo decirte una cosa”, y aparta suavemente a Lázaro, quien, intuyendo el dolor de su Maestro, había rodeado su cintura con un brazo; y sale de la sala y alcanza a Judas que había seguido caminando, aunque más lento. Le alcanza a un tercio largo de la distancia que hay entre la casa y la cerca del jardín, en una pequeña espesura de árboles de hojas gruesas; árboles que parecen de cerámica color verde oscuro, tachonada de pequeñas flores reunidas en ramilletes (y cada flor es una crucecita con pétalos gruesos como si hubieran sido hechos de una cera apenas amarilla, de un intenso perfume). No sé su nombre. Jesús le lleva detrás de la espesura y, tomándolo del antebrazo con la mano, vuelve a preguntarle: “¿Adónde vas, Judas? Te ruego que te quedes aquí”. Iscariote: “Tú que sabes todo, ¿por qué me lo preguntas? ¿Qué necesidad tienes de preguntar, Tú, que lees en el corazón de los hombres? Sabes que voy a ver a mis amigos. No me das permiso de ir con ellos. Me buscan. Voy”. Jesús: “¡Tus amigos! ¡Tu ruina, deberías decir! A ella vas. A tus verdaderos asesinos vas. ¡No vayas, Judas! ¡No vayas! Vas a cometer un crimen… Tú…”. Iscariote: “¡Ah, tienes miedo! ¡Finalmente lo tienes! ¡Finalmente sientes que eres humano! ¡Que eres un hombre! ¡No más que eso! Porque solo el hombre tiene miedo de la muerte. Dios no, porque sabe que no puede morir. Si te sintieses Dios, sabrías que no podrías morir y no deberías tener miedo. Porque Tú, ahora, ahora que sientes próxima la muerte, la temes como cualquier mortal, y buscas por todos los medios evitarla, y en todas las cosas ves un peligro. ¿Dónde está tu antigua audacia? ¿Dónde esas firmes declaraciones de estar contento, sediento, de llevar a cabo el Sacrificio? ¡No hay ni eco de eso en tu corazón! Creías que nunca llegaría esta hora, y por eso te hacías el fuerte, el generoso, decías frases solemnes. ¡Venga ya! ¡No te quedas corto respecto a los que tachas de hipócritas! ¡Nos has deslumbrado y desilusionado! ¡Y nosotros que habíamos dejado todo por Ti! ¡Nosotros que por tu causa somos objeto de odio! Tú eres la causa de nuestra ruina…”. Jesús: “Basta. ¡Ve, ve! ¡No han pasado muchas horas desde que tú me dijiste: «Ayúdame a quedarme! ¡Defiéndeme!». Lo he hecho. ¿Y de qué ha servido? ■ Dime una sola cosa, pero antes de decírmela, reflexiona bien. ¿Realmente quieres ir con tus amigos, los prefieres a Mí? ¿Es esta tu voluntad?”. Iscariote: “Sí. Lo es. No tengo necesidad de reflexionar, porque desde hace tiempo no tengo otra voluntad”. Jesús: “Entonces vete. Dios no hace fuerza a la voluntad del hombre” y Jesús le vuelve las espaldas volviendo despacio adentro. Cuando está cerca de la casa levanta su cabeza atraído por la mirada que Lázaro le dirige desde el lugar donde estuvo antes. El pálido rostro de Jesús se esfuerza en sonreír al migo fiel. (Escrito el 28 de Marzo de 1947).
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1  Nota  : Cfr. Ju. 12,1-8; Mt. 26,6-13; Mc. 14,3-9.
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———– (10-2-337).- Judas era necesario.- Forma de ser de Judas de Keriot.
“¡Ay de él porque fue traidor! Pero era necesario un traidor”.- ■ Jesús dice: “Mis ojos habían leído en el corazón de Judas Iscariote. Nadie debe pensar que la sabiduría de Dios no haya sido capaz de comprender aquel corazón. Pero, como dije a mi Madre, él era necesario. ¡Ay de él porque fue el traidor! Pero era necesario un traidor. Judas era doble, astuto, ambicioso, lujurioso, ladrón, inteligente, más culto que los demás, y había logrado imponerse sobre todos. Audaz, me allanaba el camino aun más difícil. Le gustaba entre otras cosas sobresalir y hacer resaltar su lugar de confianza que tenía cerca de Mí. ■ No fue servicial por instinto de caridad, sino porque era de esos que en la actualidad llamaríais «fachendoso». Esto le valió tener la bolsa y acercarse a las mujeres. Dos cosas que amaba desenfrenadamente, además de la tercera: los puestos humanos. Mi Madre, pura, humilde, que no amaba las riquezas terrenas, no podía menos de sentir asco por esa sierpe. También Yo lo sentía. Yo, el Padre y el Espíritu Santo sabemos cuántos esfuerzos hice para poderle soportar junto a Mí”. (Escrito el 13 de Febrero de 1944).
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———– (10-4-344).- La presencia de Satanás en la Pasión. La hora del odio satánico.
* “Multitudes de demonios había sobre la Tierra para seducir los corazones. Juan, que era puro, fue el primero que se libró del influjo satánico”.- ■ Jesús dice: “Al alejarse el Padre llegó Satanás. Había venido al principio de mi misión a tentarme para que no la realizase. Ahora regresaba. Era su hora. La hora del odio satánico. Multitudes de demonios había sobre la Tierra para seducir los corazones, para ayudarles a decidir mi muerte. Cada sanedrista tenía el suyo, lo mismo que Herodes, Pilatos, y todos los judíos que pidieron mi Sangre. También lo tenían los apóstoles, que los adormecía y los preparaba para ser cobardes, mientras Yo me debilitaba. ■ Sin embargo hay que tener en cuenta el poder de la pureza. Juan, que era puro, fue el primero que se libró del influjo satánico, no me dejó, y me llevó a mi Madre. ■ Judas tenía a Lucifer y Yo le tenía cerca. Él en el corazón, Yo a mi lado. Éramos los dos personajes principales de la tragedia, y Satanás se ocupaba personalmente de nosotros. Después de que empujó a Judas hasta el punto de que no podía retroceder, se volvió contra Mí. Con su perfecta astucia me presentó los tormentos corporales con un realismo inimaginable. Ya había hecho las pruebas en el desierto. Con la oración vencí. El espíritu se sobrepuso al temor que sentía la carne”. (Escrito el 15 de Febrero de 1944).
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9-587-267 (10-6-347).- El adiós a Lázaro.- Revelación de la Pasión.- Una encomienda al amigo.- La primera Misa. Qué será la Misa.
* Jesús anuncia su muerte de cruz a Lázaro y confirma a Judas como el traidor, Satanás encarnado (no solo poseído).- ■ Jesús está en Betania. Ya es tarde. Un plácido atardecer de abril. Desde las grandes ventanas de la sala del banquete se puede ver el jardín de Lázaro que está en flor; más allá el huerto que parece toda una nube de ligeros pétalos. Perfume del nuevo verdor, perfume agridulce de flores de árboles frutales, de rosas y de otras flores, se mezcla, y entra a las habitaciones con la serena brisa del atardecer que hace ondear levemente las cortinas extendidas en los vanos de las puertas y temblar las llamas de las lámparas. Allí se funden los perfumes de nardos, convalarias, y jazmines; y forman una esencia singular, recuerdo del bálsamo con que María Magdalena ungió a su Jesús, que tiene todavía el pelo más oscuro a causa de la unción. ■ En la sala están aún Simón, Pedro, Mateo y Bartolomé. Los demás tal vez han ido a otras ocupaciones. Jesús se levanta de la mesa y mira un rollo de pergamino que Lázaro le ha presentado. María de Magdala va de acá para allá por la sala… parece una mariposa atraída por la luz. Lo único que sabe hacer es girar en torno a su Jesús. Marta tiene cuidado de los criados que recogen la preciosa vajilla, que hay sobre la mesa. Jesús, colocando el folio en un alto aparador que tiene incrustaciones de marfil en la brillante madera negra, dice: “Lázaro, Ven. Tengo que decirte algo”. Lázaro, levantándose de su asiento que está cerca de la ventana, dice: “Voy, Señor”, y sigue a Jesús hacia el jardín en que los últimos rayos del día se mezclan con el primer claror de la luna. ■ Jesús camina, dirigiéndose más allá del jardín, al lugar donde está el sepulcro en que fue enterrado Lázaro, y sobre el que ahora hay un rosal, todas florecidas en la boca vacía. Encima de ésta, en la roca levemente inclinada, está esculpido: “¡Lázaro, sal fuera!. Jesús se detiene allí. La casa, oculta por árboles y setos, ya no se ve. Se siente un silencio completo. Se siente una soledad absoluta. “Lázaro, amigo mío” pregunta Jesús, de pie ante su amigo, mirándole fijamente con un atisbo de sonrisa en su rostro enflaquecido y más pálido de lo habitual. “Lázaro, amigo mío, ¿sabes quién soy?”. Lázaro: “Eres Jesús de Nazaret, mi amado Jesús, mi santo Jesús, mi poderoso Jesús”. Jesús: “Eso para ti. Pero para los demás ¿quién soy?”. Lázaro: “Eres el Mesías de Israel”. Jesús: “¿Y qué mas?”. Lázaro: “El Prometido, el Esperado… ¿por qué me lo preguntas? ¿Dudas de mi fe?”. Jesús: “No, Lázaro. Pero quiero confiarte una verdad. Nadie fuera de mi Madre y de uno de mis discípulos, lo sabe. Mi Madre porque no ignora nada. El discípulo mío porque es copartícipe en esta cosa. A los otros se la he dicho muchas veces en estos tres años. Pero su amor ha hecho de nepente (1) y escudo ante la verdad anunciada. No han podido comprender todo… ■ Y es mejor que no lo hayan comprendido para evitar un crimen. Por otra parte inútil, porque lo que debe suceder, debe serlo. Pero Yo quiero decírtelo ahora esto”. Lázaro: “¿Dudas que te ame menos que ellos? ¿A qué crimen te refieres? ¿Qué crimen va a cometerse? En nombre de Dios ¡habla!”. Lázaro está excitado. Jesús: “Voy a decírtelo, claro. No dudo que me ames. Tanto es así que te voy a depositar en ti mi última voluntad…”. Lázaro: “¡Oh, Jesús! Esto lo hace quien está próximo a la muerte. Yo lo hice cuando comprendí que no vendrías, y que yo tenía que morir”. Jesús: “Y Yo debo morir”. Lázaro: “¡Noooh!”, y lanza un profundo gemido. ■ Jesús: “No grites. Que nadie nos oiga. Quiero hablarte a solas. Lázaro, amigo mío, ¿tienes idea de lo que sucede en estos momentos en que estamos juntos, en esta intimidad de amigos, que nunca ha sido turbada? Un cierto tipo, con otros iguales a él, está contratando el precio con que comprarán o venderán al Cordero. ¿Sabes cómo se llama el Cordero? Se llama Jesús de Nazaret”. Lázaro: “¡Noooh! Es verdad que tienes enemigos, pero nadie puede venderte. ¿Quién?… ¿Quién es?”. Jesús: “Uno de los míos. Uno que ha pensado que le he desencantado, y que, cansado de esperar, quiere librarse de Aquel que ya no es más que un peligro personal para él. Piensa que puede recobrar una antigua estimación ante los grandes del mundo. Sin embargo, el mundo de los buenos como el de los malos le despreciará. Ha llegado a este cansancio de Mí, de la espera de aquello que, con todos los medios, ha tratado de alcanzar: la grandeza humana. La persiguió primero en el Templo, creyó alcanzarla con el Rey de Israel, y ahora la busca nuevamente, en el Templo y con los romanos… Lo espera… Pero Roma, si sabe premiar a sus fieles servidores… sabe también aplastar bajo sus pies a los denunciantes cobardes. El traidor está cansado de Mí, de la espera, de la carga que significa el ser bueno. ■ Para quien es malo, ser, tener que fingir ser bueno es un peso intolerable. Se puede soportar por algún tiempo… pero luego, no se puede más… y la persona se libra de ella para volver a ser libre. ¿Libre? Eso piensan los malvados… También él lo cree. Pero no es libertad. El ser de Dios es libertad. Estar contra Dios es prisión de cepos y cadenas, de argolla, y latigazos, como ningún galeote condenado al remo, como ningún esclavo a trabajos forzados la soporta bajo el azote del carcelero”. Lázaro: “¿Quién es? Dímelo ¿Quién es?”. Jesús: “No es necesario”. Lázaro: “Sí que es necesario… ¡ah!… Solo puede ser él: el hombre que siempre ha sido una mancha de tu grupo, el que hace poco ofendió a mi hermana. ¡Es Judas de Keriot!”. Jesús: “No. Es Satanás. Dios ha tomado carne en Mí: Jesús. Satanás ha tomado carne en él: Judas de Keriot. ■ Un día… hace mucho tiempo… en este jardín tuyo, consolé unas lágrimas y disculpé a un alma que había caído en el fango. Dije que la posesión es el contagio de Satanás que inocula su veneno en el ser y lo desnaturaliza. Dije que es connubio de un espíritu con Satanás y con el instinto animal. Pero la posesión es todavía poca cosa respecto a la encarnación. Yo seré poseído por mis santos y ellos lo serán por Mí. Pero solo en Jesucristo está Dios como está en el Cielo, porque Yo soy el Dios hecho carne. Única es la encarnación divina. De igual modo en uno solo estará Satanás, Lucifer, tal y como está en su reino, porque solo en el asesino del Hijo de Dios Satanás está encarnado. En estos momentos, en que te estoy hablando, él está ante el Sanedrín, tratando y empeñándose para que me maten. Pero no es él: es Satanás”.
* “Quieren silenciar la Voz que durante tres años los ha atormentado, aunque sin dejarlos amar… era una sacudida que invitaba a despertar a su alma. Ellos no querían oír a esta alma suya, porque la han amarrado con su triple sensualidadLázaro, tú que estuviste muerto y fuiste resucitado, dime ¿qué cosa es el  morir?”.- La agonía es el prepurgatorio de los moribundos.- ■ Jesús: “Ahora escucha, Lázaro, fiel amigo. Te voy a pedir algunos favores. Nunca me has negado ninguno. Tu amor ha sido tan grande que, sin faltar jamás al respeto, ha sido siempre activo a mi lado, con mil ayudas, con muchas prudentes y oportunas ayudas y con sabios consejos, que Yo siempre acepté porque vi en tu corazón un verdadero deseo de mi bien”. Lázaro: ¡Oh, Señor mío, mi alegría era pensar en Ti! ¿Qué otra cosa puedo hacer sino preocuparme por mi Maestro y Señor? ¡Muy poco, muy poco me has permitido que hiciera yo por Ti! Mi deuda hacia Ti, que has devuelto a María a mi amor y a mi honor, y a mí a la vida, es tal, que… Oh, ¿por qué me has mandado llamar de la muerte para hacerme vivir esta hora? Todo el horror de la muerte y toda la angustia de mi alma, tentado por Satanás al miedo, en el momento en que iba a presentarme ante el Juez eterno, ya los había superado, ¡y había oscuridad!… ¿Qué te pasa, Jesús? ¿Por qué te estremeces y te pones más pálido aún de lo que ya de por sí estás? Tu rostro está más pálido que esta blanca rosa que se marchita bajo los rayos de la luna. ¡Oh, Maestro! Parece como si la sangre y la vida se te fueran acabando…”. Jesús: “En realidad me siento como uno que está muriendo con las venas abiertas. Toda Jerusalén —y quiero decir con ello «todos mis enemigos de entre los poderosos de Israel»— está pegada a Mí con sus ávidas bocas y me extrae la vida y la sangre. Quieren silenciar la Voz que durante tres años los ha atormentado, aunque sin dejarlos de amar… porque cada una de mis palabras, aunque era una palabra de amor, era una sacudida que invitaba a su alma a despertar, y ellos no querían oír a esta alma suya, porque la han amarrado con su triple sensualidad. ¡Y no solo los grandes!… sino toda, toda Jerusalén, muy pronto, va a ensañarse con el Inocente y pedir su muerte… y con Jerusalén Judea… y con Judea Perea, Idumea, la Decápolis, Galilea, Siro-fenicia… todo, todo Israel reunido en Sión para el «Paso» del Mesías de esta vida a la muerte… ■ Lázaro, tú que estuviste muerto y fuiste resucitado, dime ¿qué cosa es el morir? ¿Qué experimentaste? ¿De qué te acuerdas?”. Lázaro: “¿El morir?… No recuerdo exactamente lo que fue. Después de los grandes sufrimientos, me sobrevino un fuerte desfallecimiento… Me parecía que no sufría más, y que tenía un profundo sueño… La luz, los ruidos se hacían cada vez más débiles, más lejanos… Dicen mis hermanas y Maximino que daba muestras de que sufría mucho… Pero yo no me acuerdo…”. Jesús: “Entiendo. La piedad del Padre amortigua en los agonizantes su capacidad intelectual, de modo que sufren únicamente en el cuerpo, que es el que debe ser purificado por este prepurgatorio que es la agonía. Pero Yo… ¿Y de la muerte qué recuerdas?”. Lázaro: “Nada, Maestro. Tengo un espacio oscuro en el espíritu. Una zona vacía. Tengo una interrupción, que no sé cómo llenar, en el curso de mi vida. No tengo recuerdos. Si mirase en el fondo de ese agujero negro que me tuvo durante cuatro días, a pesar de ser ya de noche y de estar en la sombra, sentiría —no vería, pero sí sentiría—, el frío húmedo salir desde sus entrañas y sacudir mi cara. Lo cual es ya una sensación. Pero yo, si pienso en esos cuatro días, no tengo nada. Nada. Esa es la palabra”. Jesús: “Claro. Los que regresan no pueden contar… El misterio se revela poco a poco a quien entra en él. Pero Yo, Lázaro, sé lo que voy a sufrir. Sé que sufriré con pleno conocimiento. No habrá bebidas ni desfallecimiento que suavicen mi agonía para que sea menos atroz. Yo me sentiré morir. Ya lo estoy sintiendo… Ya estoy muriendo, Lázaro. Como un enfermo que no tiene remedio, he estado muriendo en estos treinta y tres años. Y, a medida que el tiempo me ha ido acercando a esta hora, tanto más se ha acercado la muerte. Antes era solo el morir del saber que había nacido para ser Redentor, luego fue el morir de quien se ve atacado, acusado, escarnecido, perseguido, obstaculizado… ¡Qué cansancio! Luego… el morir del tener al lado, cada vez más cerca —hasta llegar a tenerle estrechado a Mí como un gigantesco pulpo al náufrago— a aquél que es mi Traidor. ¡Qué náusea! Ahora muero con la angustia de tener que decir «adiós» a los amigos más queridos, a mi Madre…”.
* “¿Sabes quién de entre mis más íntimos ha sabido transformarse para llegar a ser mi posesión como Yo anhelo? Solo tu hermana, María”.- Lázaro: “¡Oh, Maestro!, ¿estás llorando? Sé que lloraste aun delante de mi sepulcro porque me amabas. Pero ahora… Lloras de nuevo. Estás helado completamente. Tienes las manos frías como un cadáver. Sufres. Sufres demasiado…”. Jesús: “Soy el Hombre, Lázaro. No soy solo Dios. Del hombre poseo su sensibilidad y sus afectos. Mi alma se angustia al pensar en mi Madre… Y con todo te lo aseguro, que esta tortura mía se ha hecho monstruosa al tener que soportar la cercanía del Traidor, el odio satánico de todo un mundo, la sordera de aquellos que no odian pero tampoco saben amar valientemente, porque para hacerlo así es necesario llegar a ser como el Amado quiere y enseña… ■ Muchos me aman, es verdad pero siguen siendo «ellos». No han cambiado su modo de ser por mi amor. ¿Sabes quién de entre mis más íntimos ha sabido transformarse para llegar a ser mi posesión, como Yo anhelo? Solo tu hermana, María. Partió de una animalidad completa y pervertida para llegar a una espiritualidad angelical. Y esto por la única fuerza: que es el amor”. Lázaro: “Tú la redimiste”. Jesús: “A todos he redimido con mi palabra. Pero solo ella se ha transformado totalmente, a causa de su gran amor. Pero estaba diciendo antes, que tan monstruoso es mi sufrimiento por todas esas circunstancias, que no anhelo sino que todo se realice. Mis fuerzas se van doblando… Será menos pesada la cruz que esta tortura de mi espíritu y de mi corazón”. Lázaro: “¿La cruz? ¡Noooh! ¡Oh, no! ¡Es demasiado atroz! ¡Demasiado infamante! ¡No!”. Lázaro, que ha tenido, en pie frente a su Maestro, desde hace un rato, entre sus manos las manos heladas de Jesús, las suelta, y cae sobre el asiento de piedra, se cubre la cara con las manos y llora desconsoladamente.
* “El mundo, aun el más pobre del mundo, tiene necesidad de dos víctimas. Porque el hombre pecó con la mujer. Y la Mujer debe redimir como el Hombre redime. Dios quiere que esté en mi calvario para mezclar el agua del llanto virginal con el vino de mi Sangre divina, y celebrar la primera Misa. ¿Sabes lo que será la Misa?”.- ■ Jesús, que se acerca a él y le pone una mano sobre la espalda, convulsa a causa de los sollozos, le dice: “¿Entonces? ¿Debo ser Yo, que tengo que morir, el que te consuele a ti que seguirás viviendo? Amigo, tengo necesidad de fuerzas y de ayuda. Te lo pido. Nadie fuera de ti me puede hacer ese favor. Conviene que los otros no lo sepan, porque si lo supiesen… correría sangre, y no quiero que los corderos se conviertan en lobos, ni siquiera por amor al Inocente. ■ Mi Madre… ¡oh, qué angustia hablar de Ella!… Está muy angustiada ya. También es una agonizante casi sin fuerzas… Hace treinta y tres años que también está muriendo; y ahora es toda una llaga como si hubiera sido víctima de un atroz suplicio. Te juro que he combatido entre la mente y el corazón, entre el amor y la razón, para decidir si era justo alejarla, enviarla a su casa donde Ella siempre sueña con el Amor que la hizo Madre, y paladea el sabor de su beso de fuego, y vibra con el éxtasis de aquel recuerdo y, con los ojos de su alma, siempre ve soplar levemente el aire impulsado y agitado por un resplandor angélico. A Galilea la noticia de mi muerte llegará casi en el momento en que pueda decirle: «¡Madre, soy el Vencedor!». Pero, no, no puedo hacer esto. El pobre Jesús, cargado con los pecados del mundo (2), tiene necesidad de un consuelo. Y mi Madre me lo dará. El mundo, aún el más pobre del mundo, tiene necesidad de dos víctimas. Porque el hombre pecó con la mujer; y la Mujer debe redimir, como el Hombre redime. Pero mientras no suena la hora, a mi Madre le doy sonrisas… Ella tiembla… lo sé. Siente que se acerca la Tortura. Lo sé. Y siente rechazo de ella por natural horror y por santo amor, así como Yo siento rechazo de la muerte, porque soy un ser «vivo» que debe morir. ¡Pero qué terrible sería, si supiese que será dentro de cinco días!… No llegaría viva a esa hora, y Yo quiero que esté viva para sacar de sus labios fuerzas, como de su seno saqué la vida. ■ Dios quiere que esté en mi Calvario para mezclar el agua del llanto virginal con el vino de mi Sangre divina y celebrar la primera Misa. ¿Sabes lo que será la Misa? No. No lo sabes. No puedes saberlo. Será mi muerte aplicada para siempre al género humano viviente o purgante. No llores, Lázaro. Ella es fuerte. No llora. Ha llorado desde que se convirtió en Madre. Ahora no llora más. Se ha crucificado la sonrisa en su rostro… ¿Has visto qué rostro presenta en esos últimos días? Se ha crucificado la sonrisa para consolarme. ■ Te ruego que imites a mi Madre. No podía guardar Yo solo el secreto. Volví mis ojos a mi alrededor en busca de un amigo sincero y seguro, y encontré tu mirada leal. Me dije: «A Lázaro se lo descubriré». Yo, cuando tenías una pena en tu corazón, respeté tu secreto, y me abstuve de preguntártelo. Te pido igual respeto para el mío, después… después de mi muerte, lo dirás. Dirás esta conversación. Para que se sepa que Jesús marchó conscientemente a la muerte, y a las torturas que conocía unió ésta de no haber ignorado nada, ni sobre las personas, ni sobre el propio destino. Para que se sepa que, mientras todavía podía salvarse, no quiso, porque su amor infinito por los hombres no anhelaba otra cosa sino consumar el sacrificio por ellos”.
* Te quedarás aquí a esperar… Jerusalén, en los próximos días, estará corrompida. Sus miasmas volverán locos incluso a los menos crueles, incluso a mis propios discípulos que huirán. Y en medio de su terror, ¿a dónde irán? Vendrán a tu casa, Lázaro. Júntalos, dales valor. Diles que les perdono. Confío mi perdón en tus manos. Se sentirán angustiados por haber huido”.- Lázaro: “¡Oh, sálvate, Maestro, sálvate! Te puedo ayudar a que huyas. Esta misma noche. ¡Una vez huiste a Egipto! Huye de nuevo ahora. Partamos. Tomamos a tu Madre y a mis hermanas. Sabes que nada de mis riquezas me atrae. Mi riqueza, como la de Marta y María, eres Tú. Partamos”. Jesús: “Lázaro, en aquella ocasión huí porque no había llegado mi hora. Ahora está ya a la puerta. Y me quedo”. Lázaro: “Entonces voy contigo. No te abandonaré”. Jesús: “No. Tú te quedas aquí. Puesto que una licencia concede que quien está dentro de la distancia de un sábado puede consumir el cordero en su casa; así que tú, como de costumbre, consumirás aquí tu cordero. Sin embargo, deja que vengan conmigo tus hermanas… para que estén con mi Madre… ¡Oh, qué cosas te ocultaban, oh Mártir, las rosas del amor divino! ¡El abismo! ¡El abismo! ¡Y de él ahora suben, y atacan, las llamas del Odio para morderte el corazón! Tus hermanas, sí; ellas son fuertes y valerosas… y mi Madre será un ser agonizante, inclinado sobre mi cadáver. Juan no basta. Juan es el amor. Pero todavía no ha alcanzado la madurez. Madurará y se hará hombre en el suplicio de estos próximos días. Pero la Mujer tiene necesidad de las mujeres, que atiendan sus horribles heridas. ¿Las dejas ir?”. Lázaro: “Todo, todo te lo he dado con alegría. ¡Lo único que me afligía es que me pidieras tan pocas cosas!”. Jesús: “Ya lo ves. De nadie he aceptado tanto como de los amigos de Betania. ■ Ésta ha sido una de las acusaciones que el injusto me ha echado en cara más de una vez. Pero Yo aquí, entre vosotros, encontraba muchas cosas que consolaban al Hombre de todas sus amarguras de hombre. En Nazaret era el Dios que se consolaba con la Única Delicia de Dios. Aquí era Yo el hombre. Y antes de subir al patíbulo, te doy gracias, amigo fiel y cariñoso, amigo gentil y diligente, reservado y docto, discreto y generoso. Te agradezco todo. Mi Padre te lo pagará después…”. Lázaro: “Ya he recibido todo con tu amor y con la redención de María”. Jesús: “¡Oh, no! ¡Todavía debes recibir mucho! Escúchame. No te desesperes de este modo. Dame tu inteligencia para que Yo pueda decirte lo que todavía te pido. ■ Te quedarás aquí a esperar…”. Lázaro: “No, eso no. ¿Por qué María y Marta, yo no?”. Jesús: “Porque no quiero que te vayas a corromper como se van a corromper todos los varones. Jerusalén, en los próximos días, estará corrompida como lo está el aire que envuelve a una carroña podrida, que revienta de improviso al golpe que un viajero le dio con el talón. Corrompida y corruptora. Sus miasmas volverán locos incluso a los menos crueles, incluso a mis propios discípulos, que huirán. Y en medio de su terror, ¿a dónde irán? Vendrán a tu casa, Lázaro. ¡Cuántas veces, durante estos tres años han venido en busca de pan, de hospedaje, de defensa, de descanso y del Maestro!… Volverán. Cual ovejas desbandadas por el lobo que ha matado al pastor correrán al redil. Júntalos, dales valor. Diles que les perdono. Confío mi perdón en tus manos. Se sentirán angustiados por haber huido. Les dirás que no caigan en un pecado mayor, que es el de perder la esperanza de mi perdón”. Lázaro: “¿Huirán todos?”. Jesús: “Todos, menos Juan”. ■ Lázaro: “Maestro, no vas a pedirme que acoja a Judas, ¿verdad? Haz que me muera en medio de tormentos, pero no me pidas eso. Muchas veces se estremeció mi mano al sentir la espada, deseosa de acabar con el oprobio de la familia, y nunca lo hice porque no soy un hombre sanguinario. Tan solo sentí la tentación. Pero te juro que si vuelvo a ver a Judas, le degüello como a un cabro de delito”. Jesús: “No le lo volverás a ver. Te lo prometo”. Lázaro: “¿Huirá? No importa. He dicho: «Si le vuelvo a ver». Ahora te digo: «Le buscaré hasta los confines del mundo y le mataré»”. Jesús: “No debes desearlo”. Lázaro: “Lo haré”. Jesús: “No podrás, porque donde estará él, no podrás ir”. Lázaro: “¿Dentro del Sanedrín? ¿Dentro del Santo? Allí le alcanzaré y le mataré”. Jesús: “No estará allá”. Lázaro: “¿En casa de Herodes? Me matarán, pero antes le mataré”. Jesús: “Estará con Satanás, y tú nunca estarás con Satanás. Pero aparta de ti inmediatamente este pensamiento homicida, si no, te abandono”. Lázaro: “¡Oh, oh!… Sí. Por Ti. ¡Oh, Maestro, Maestro!”. Jesús: “Sí. Tu Maestro… ■ Acogerás a mis discípulos. Los consolarás. Los encaminarás hacia la paz. Yo soy la Paz. Y también después… Después los ayudarás. Betania será siempre Betania, hasta que el Odio hurgue en este hogar de amor creyendo desparramar las llamas cuando en realidad lo que hará será esparcirlas por el mundo para encenderlo por entero. Te bendigo, Lázaro, por todo lo que hiciste y por lo que harás…”. Lázaro: “Nada he hecho, nada. Me sacaste de la muerte, y no me permites que te defienda. ¿Qué es lo que he hecho, entonces?”. Jesús: “Pusiste a mi disposición tus casas. ¿Ves? Era el destino. El primer alojo en Sión en una tierra que es tuya. El último también en una de ellas. Estaba escrito que fuese tu huésped. Pero no me podrás defender de la muerte. ■ Al principio de esta conversación te pregunté: «¿Sabes quién soy?». Ahora respondo: «Soy el Redentor». El Redentor debe consumar el sacrificio hasta la última inmolación. Por lo demás, créemelo, que el que subirá a la cruz y será expuesto a las miradas y burla del mundo no será un ser vivo, sino un muerto. Yo soy ya un muerto, matado por el no amor, más y antes que por la tortura. Todavía algo más. Mañana temprano iré a Jerusalén. A tus oídos llegará que Sión ha aclamado como a vencedor a su Rey que entrará montado sobre un asno. No te vayas a hacer ilusiones por este triunfo y no vayas a juzgar que la Sabiduría, que te está hablando fue no sabia en este plácido anochecer. Más veloz que la luz de un bólido que aparece en el firmamento y desaparece por espacios desconocidos, se disipará el entusiasmo del pueblo y dentro de cinco noches, a esta hora empezará la tortura con un beso de engaño que abrirá las bocas que mañana gritarán hosannas, para formar un coro de atroces blasfemias y feroces gritos de condena. ■ ¡Finalmente, ciudad de Sión, pueblo de Israel, tendrás al Cordero pascual! Lo tendrás en esta fiesta. Es la Víctima preparada desde hace siglos. El Amor la engendró y se preparó por tálamo un seno en que no hubo mancha. Y el Amor la consuma. Aquí está. Es la Víctima consciente. No como el cordero que, mientras el carnicero afila el cuchillo para degollarlo, todavía come la hierbecilla del huerto, o, ignorante todavía mama la leche materna. Yo soy el Cordero que consciente dice adiós a la vida, a la Madre, a los amigos, y va al sacrificador y le dice: «¡Aquí me tienes!». ■ Yo soy el Alimento del hombre. Satanás ha suscitado un hambre que jamás se ha saciado, que no puede saciar. Solo un alimento puede saciar esa hambre porque la quita. Y ese Alimento está aquí. Aquí está, ¡hombre!, tu Pan. Aquí tu Vino. Celebra la Pascua, ¡oh linaje humano! Atraviesa tu mar, rojo por las llamas satánicas. Lo pasarás teñido con mi Sangre, ¡oh raza humana! preservada del fuego infernal. Puedes pasar. Los cielos, advertidos de mi deseo, ya entreabren las puertas eternas. ¡Mirad, almas de los muertos! ¡Mirad, hombres vivientes! ¡Mirad, almas que seréis incorporadas en los siglos futuros! ¡Mirad, ángeles del Paraíso! ¡Mirad, demonios del Infierno! ¡Mira, oh Padre! ¡Mira, oh Paráclito! La Víctima sonríe. No llora más. Todo está dicho. Adiós, amigo. No te veré más antes de mi muerte. Démonos el beso de despedida. Y no dudes. Te dirán: «¡Era un loco! ¡Era un demonio! ¡Un mentiroso! ¡Murió y decía ser la Vida!». A ellos y sobre todo a ti respóndete: «Era y es la Verdad y la Vida. Él es el Vencedor de la muerte. Lo sé. No puede ser el eterno muerto. Yo le espero. Y, antes de que se consuma todo el aceite de la lámpara que el amigo, invitado a las bodas del Triunfador, tiene preparada para iluminar al mundo, Él, el Esposo, volverá. Y esta vez la luz jamás será apagada». Cree esto, Lázaro. Obedece mi deseo. ¿Oyes a este ruiseñor, cómo canta después de que se calló al oír tu llanto? Haz tú también lo mismo. Que tu alma, después de que haya llorado por mi muerte, que cante el himno seguro de tu fe. Sé bendito por el Padre, por el Hijo y por el Espíritu Santo”. (Escrito el 2 de Marzo de 1945).

* ¡Cuánto he sufrido! Durante toda la noche, desde las 23 del jueves, 1º Marzo, hasta las 5 de la mañana del viernes. He visto a Jesús en una angustia casi como la de Getsemaní, sobre todo cuando habla de su Madre, del traidor, y muestra el miedo que experimenta por la muerte. He obedecido lo que me ordenó Jesús, de escribir esto en un cuaderno separado para formar una Pasión más pormenorizada. Usted, Padre Migliorini, vio mi cara esta mañana… imagen pálida del sufrimiento padecido… y no añado más porque hay cosas que el pudor no permite.
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1  Nota  : Nepentes, medicina mitológica que, sumergida en vino, tendría la virtud de destruir cualquier tristeza.   2  Nota  : Cfr. Is. 52,13-53,12; 2 Cor. 5,21; Gal. 3,13.
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9-588-277 (10-7-356).- Judas se entrevista con los jefes del Sanedrín (1).- El Sanedrín delibera sobre el momento de la captura.
* Tratan de calmar a Judas haciéndole ver que lo que quiere hacer no es un crimen  “sino obra santa para con la Patria, a la que evita represalias de los dominadores; y una obra santa para con la Humanidad. Si es verdad lo que Él dice ¿no eres acaso colaborador de la Redención?”.- ■ Judas llega de noche a la casa de Caifás. La luna, cual cómplice le alumbra el camino. Debe de estar seguro de encontrar allí, en aquella casa de fuera de las murallas, a los que busca, porque, en el caso contrario, pienso que habría tratado de entrar en la ciudad e ir al Templo. Sin embargo, sube decidido entre los olivos de la colina. Se siente más seguro esta vez que la pasada, porque ahora es de noche, y la oscuridad y la hora le protegen de toda posible sospecha. Los caminos de los campos están ya desiertos, y no se ven por ellos a las multitudes de peregrinos que han venido a Jerusalén para la Pascua. Hasta los pobres leprosos están en sus grutas y duermen, olvidándose por algunas horas de su infortunio. ■ Judas ha llegado a la puerta de la blanca casa que brilla a la luz de la luna. Toca. Tres golpes, un golpe, tres golpes, dos golpes… ¡Sabe a las mil maravillas hasta la señal convenida! Y debe ser verdaderamente una señal segura, porque la puerta se entreabre sin que el portero abra la ventanilla para ver quién es. Judas entra y pregunta al portero que le presenta sus respetos: “¿Están reunidos?” (2). Portero: “Sí, Judas de Keriot. Creo que están todos”. Iscariote: “Llévame a donde están. Debo hablar de cosas importantes. ¡Pronto!”. El portero asegura con todos los pasadores la puerta. Camina delante por todo el corredor semiobscuro y se detiene ante una puerta a la que llama. El rumor de las voces cesa en la sala cerrada. Se oye ahora el ruido de la cerradura y el crujido de la puerta que se abre, que al abrirse proyecta un cono de luz viva en el pasillo oscuro. “¿Eres tú? ¡Entra!” dice el que abrió la puerta y que no sé quién sea. Judas entra en la sala mientras que el que le abrió cierra la puerta con llave. ■ Hay un momento de sorpresa, o, por lo menos de excitación, al ver entrar a Judas. Le saludan en coro: “La paz sea contigo, Judas de Simón”. Contesta: “La paz sea con vosotros, miembros del santo Sanedrín”. Le dicen: “Acércate. ¿Qué se te ofrece?”. Iscariote: “Hablaros… hablaros del Mesías. Ya no es posible continuar así. Yo ya no os puedo ayudar más, si no os decidís a tomar decisiones extremas. Ese hombre ya sospecha”. Le interrumpen: “¿Te has dejado descubrir, necio?”. Iscariote: “No. Sois vosotros los necios, que por una prisa irrazonable habéis dado pasos errados. Sabíais bien que podrías disponer de mí. Y, sin embargo no os fiasteis de mí”. Elquías, con su carácter más serpentino que nunca, apostrofa irónicamente: “¡Tienes mala memoria, Judas de Simón! ¿No te acuerdas cómo nos dejaste la última vez? ¿Quién iba a pensar que nos eras fiel, a nosotros, cuando dijiste de ese modo que no podías traicionarle?”. El apóstol objeta excitado: “¿Y creéis que sea fácil llegar a engañar a un amigo, al único que verdaderamente me ama, que es Inocente? ¿Creéis que sea cosa fácil llegar a decidirse por el crimen?”. ■ Tratan de calmarle. Le lisonjean, le seducen, o por lo menos tratan de hacerlo, haciéndole ver que lo que quiere hacer no es un crimen “sino una obra santa para con la Patria, a la que evita represalias de los dominadores, que empiezan a dar señales de intolerancia por esas continuas agitaciones y divisiones de partidos y de la plebe en una provincia romana; y una obra santa para con la Humanidad, si es que —le dicen— Él está verdaderamente convencido de la naturaleza divina del Mesías, y de su misión espiritual”. Y prosiguen: “Si es verdad lo que Él dice —¡lejos de nosotros el creerlo!— ¿no eres acaso colaborador de la Redención? Tu nombre irá asociado al suyo, por los siglos, y la Patria te contará entre sus héroes, te honrará con los cargos más altos. Y hay preparado un asiento para ti entre nosotros. Subirás, Judas. Dictarás leyes a Israel. ¡Oh nunca olvidaremos lo que hiciste en bien del sagrado Templo, del sagrado Sacerdocio, en defensa de la Ley santísima, en bien de toda la nación! Trata solo de ayudarnos y te juramos, te lo juro en nombre de mi poderoso padre, y de Caifás que tiene el efod (3), que serás el hombre más grande de Israel. Más que los tetrarcas, más que mi mismo padre, ya relevado como pontífice. Serás servido como a un rey, como a un profeta serás escuchado. Y si luego Jesús de Nazaret no fuese sino un falso Mesías, aun cuando no fuese sentenciado a muerte, porque no ha cometido acciones que comete un ladrón, sino que son de un loco, ten en cuenta que te recordamos las palabras del pontífice Caifás —tú sabes que quien lleva el efod, y el racional habla por inspiración divina y profetiza el bien y lo que debe hacerse por él— Caifás dijo: «Bien está que un hombre muera por el pueblo y que no perezca toda la nación». Fueron palabras de profecía”. Cual comediantes, como títeres necios del gran Consejo que es el Sanedrín, gritan en coro: “Así fue. El Altísimo habló por boca del Sumo Sacerdote. ¡Que se le obedezca!”. ■ Judas ha quedado sugestionado, seducido… pero un rayo de sentido común, si no de bondad, hay todavía en él, y le detiene para no pronunciar las palabras fatales. Le rodean con deferencia, con simulado cariño. Le dicen: “¿No nos crees a nosotros? Mira: somos los jefes de las veinticuatro familias sacerdotales, los Ancianos del pueblo, los escribas, los más grandes fariseos de Israel, los sabios rabíes, los magistrados del Templo. Aquí, a tu alrededor, está la flor de Israel pronta a aclamarte y a una voz te ordena: “Hazlo porque es cosa santa”. Iscariote: “¿Dónde está Gamaliel? ¿Dónde José y Nicodemo? ¿Dónde Eleazar, el amigo de José, y dónde Juan de Gaas? No los veo”. Contestan: “Gamaliel, haciendo una gran penitencia; Juan, con su mujer, que está encinta y que está mal esta noche; Eleazar… no sabemos por qué no ha venido. Un mal rato puede tener cualquiera ¿no te parece? En cuanto a José y Nicodemo, no les hemos avisado de esta sesión secreta, por amor a ti, porque nos preocupamos de tu honra… Porque si desgraciadamente todo fallase, nos denunciarían tu nombre al Maestro. Velamos por tu fama. Te amamos, Judas, nuevo Macabeo, salvador de la patria”. Iscariote: “El Macabeo peleó bravamente. Yo… cometo una traición”. Le contestan: “No te detengas en las particularidades del acto, sino en la justicia del fin. Habla tú, Sadoc, escriba de oro. Tu boca vierta palabras valiosísimas. Si Gamaliel es docto, tú eres sabio, porque en tus labios está la sabiduría de Dios. Convence a este que todavía titubea”.
* Está escrito en nuestra historia… hasta en sus pormenores su destino fatal, ¡y la fatalidad no tiene remedio!… hasta el precio simbólico que se pagará”.- ■ El sinvergüenza de Sadoc se abre paso y con él el decrépito Cananías: una enflaquecida y huesuda zorra al lado de un astuto y feroz chacal. Empieza a hablar pomposamente como orador inspirado: “¡Escucha, hombre de Dios!”. Extiende con majestad su brazo derecho. Con el izquierdo toma los pliegues de su vestido de escriba. Después levanta también el brazo izquierdo, dejando que su vestidura pierda sus pliegues. Con la cara y los brazos en alto grita: “¡Yo te lo digo! ¡Te lo digo ante la altísima presencia de Dios!”. Todos hacen eco: “¡Maran-Athá!”, inclinándose como si un soplo supremo los plegara, y luego vuelven a enderezarse con los brazos cruzados sobre el pecho. Sadoc: “Yo te lo digo: ¡Está escrito en las páginas de nuestra historia y de nuestro destino! ¡Está escrito en las señales y en las figuras que los siglos dejaron! ¡Está escrito en el rito que no cesa desde la noche fatal para los egipcios! ¡Está escrito en la figura de Isaac! (4) ¡Está escrito en la figura de Abel! (5). Y lo que está escrito ¡que se cumpla!”. Los otros responden: “¡Maran-Athá!”, con tono bajo, lúgubre, sugestionador, con las caras de nuevo en alto, iluminadas caprichosamente por la luz de las dos lámparas encendidas en los extremos de la sala, con su luz pálidamente violácea. ■ Esta reunión de hombres, casi todos vestidos de blanco, de caras color pálido o aceituno como es su raza, ahora aún más pálidos y trigueños por la luz difusa, parece realmente una reunión de espectros. Sadoc: “La palabra de Dios ha bajado sobre los labios de los profetas para confirmar este decreto. ¡Él debe morir! ¡Está dicho!”. Todos: “¡Está dicho! ¡Maran-Athá!”. Sadoc: “¡Debe morir, su suerte está echada!”. Todos: “Debe morir. ¡Maran-Athá!”. Sadoc: “Está escrito hasta en sus pormenores su destino fatal, ¡y la fatalidad no tiene remedio!”. Todos: “¡Maran-Athá!”. Sadoc: “Hasta el precio simbólico que se pagará (6) al que hace de instrumento de Dios para la realización de la promesa, está indicado”. Todos: “¡Está señalado! ¡Maran-Athá!”. Sadoc: “Sea el Redentor o falso profeta ¡debe morir!”. Todos: “¡Debe morir! ¡Maran-Athá!”. Sadoc: “La hora ha llegado. ¡Yeová lo quiere! ¡Oigo su voz! Esa voz ordena: «¡Que se cumpla!»”. Todos: “¡El Altísimo ha hablado! ¡Que se cumpla! ¡Que se cumpla! ¡Maran-Athá!”. Sadoc: “Que el Cielo te dé fuerzas como a Yael (7) y Judit (8), que aunque mujeres se comportaron como heroínas; como dio fuerzas a Jefté (9), que sacrificó a su misma hija en aras de la patria, como fortaleció a David contra Goliat, y realizó una hazaña que eternizará a Israel en el recuerdo de las naciones” (10). Todos: “Que el cielo te dé fuerzas. ¡Maran-Athá!”. Sadoc: “¡Sé un vencedor!”. Todos: “¡Sé un vencedor! ¡Maran-Athá!”. ■ La vieja voz de Cananías sube de tono: “¡El que titubea en cumplir la orden sagrada está condenado a la deshonra y a la muerte!”. Todos: “Está condenado. ¡Maran-Athá!”. Cananías: “Si no quieres escuchar la voz del Señor Dios tuyo, y no llevas a cabo sus órdenes, y lo que Él por nuestra boca te ordena, ¡que todas las maldiciones vengan sobre ti!”. Todos: “¡Todas las maldiciones! ¡Maran-Athá!”. Cananías: “¡Que te castigue el Señor con todas las maldiciones mosaicas! ¡Que te haga desaparecer de entre las gentes!” (11). Todos: “¡Te castigue y te haga desaparecer! ¡Maran-Athá!”. Un silencio de muerte envuelve esta escena de sugestión… Parece que nada se moviera dentro de un miedo glacial.
* Una vez comprado al traidor con el precio de treinta denarios, “lo que dijeron los profetas”, deliberan sobre el momento de la captura.- ■ Finalmente se oye la voz de Judas, y casi, de tan trasformada como está, me cuesta reconocerla: “Sí. Lo haré. Debo hacerlo. Lo haré. La última parte de las maldiciones mosaicas me toca a mí, y debo salir de ellas porque me he retrasado demasiado ya. Estoy volviéndome loco y no tengo tregua ni descanso. Mi corazón tiembla de miedo. Mis ojos se oscurecen, y mi alma se muere de tristeza. Tiemblo de que Él me descubra en mi doble juego y me fulmine —yo no sé, no comprendo hasta qué detalle conoce mis intenciones— veo mi vida colgada de un hilo, y mañana, tarde y noche suplico que termine esta hora que sumerge mi corazón en el terror: por el crimen horrible que debo realizar. ¡Oh, daos prisa! ¡Arrancadme de esta angustia que sufro! Que todo se cumpla y ¡enseguida! ¡Ahora! ¡Que me vea libre! ¡Vamos!”. ■ Judas se calla. Su voz tomaba fuerzas a medida que hablaba. Sus movimientos, al principio automáticos e inseguros como de un sonámbulo, poco a poco se hicieron más reales. Se endereza, cual alto es, satánicamente bello y grita: “¡Que desaparezcan los lazos del insensato terror! Me veo libre de la sujeción aterradora. ¡Mesías! ¡Ya no te tengo miedo y te entrego a tus enemigos! ¡Vamos!”. Es el grito de un demonio victorioso, y sin esperar a más se dirige hacia la puerta. ■ Pero le paran: “¡Despacio! Respóndenos: ¿dónde está Jesús de Nazaret?”. Iscariote: “En la casa de Lázaro. En Betania”. Le recuerdan: “No podemos entrar nosotros en esa casa que defienden siervos muy adictos a su dueño. Es la casa de un protegido de Roma. Nos buscaríamos complicaciones”. Iscariote: “Mañana al amanecer vendremos a la ciudad. Poned guardias en el camino de Betfagé. Armad confusión y prendedle”. Le preguntan: “¿Cómo sabes que viene por ese camino? Podría seguir otro…”. Iscariote: “No. Ha dicho a sus seguidores que por ese camino entrará a la ciudad, por la puerta de Efraín, que le esperasen cerca de En Rogel. Si le capturarais antes…”. Replican: “No podemos. Tendríamos que entrar en la ciudad con Él entre la guardia, y todos los caminos que conducen a las puertas y todas las calles de la ciudad están llenos de gente desde que amanece hasta que anochece. Se produciría un tumulto. Y eso es lo que no queremos”. Iscariote: “Subirá al Templo. Llamadle para interrogarle en una sala. Llamadle en nombre del Sumo Sacerdote. Irá porque os respeta más que a su propia vida. Una vez que esté con vosotros… no os faltará el modo de llevarle a un lugar seguro y condenarle cuando llegue su hora”. Le contestan: “Igualmente se produciría tumulto. Deberías de tener en cuenta que la plebe es fanática. Y no solo el pueblo, sino los grandes, lo mejor de Israel. Gamaliel va perdiendo discípulos. Lo mismo Jonatás ben Uziel y otros más de entre nosotros. Todos nos abandonan al sentirse seducidos por Él. Hasta los paganos le veneran, o le temen, lo que es ya venerar, y están dispuestos a volverse contra nosotros, si le hiciéramos algún mal. ■ Además, algunos de los ladrones, que habíamos asalariado para que se fingiesen de discípulos suyos y provocasen revueltas, han sido arrestados y han hablado, esperando que al hacerlo así, alcancen clemencia. El Pretor lo sabe… Todo el mundo le sigue, y nosotros no logramos hacer nada. Necesario, pues, obrar con precaución para que la plebe no caiga en la cuenta”. Un sanedrista confirma: “¡Tenéis razón! ¡Hay que tomar precauciones! Anás también lo recomienda. Nos ha dicho: «¡Que no se haga durante la fiesta para que la gente fanática no vaya a provocar algún tumulto!». Estas son sus órdenes. Aún más ha ordenado que se le trate reverentemente en el Templo y en otros lugares y que no sea molestado y así llevarle a una encerrona”. Iscariote pregunta: “¿Y entonces qué queréis hacer? Yo estaba dispuesto para esta noche. Vosotros dudáis…”. Le contestan: “Bueno. Tú deberías llevarnos cuando Él esté solo. Conoces su modo de obrar. Nos escribiste diciéndonos que te tiene cerca de Sí más que a los demás. Debes, pues, saber lo que quiere hacer. Estaremos siempre prontos. Cuando juzgues que ha llegado la hora oportuna y sabes el lugar, ven e iremos”. ■ Iscariote: “Así quedamos. ¿Qué me daréis en recompensa?”. Judas habla ya fríamente, como si estuviese haciendo una compra cualquiera. Le contestan: “Lo que dijeron los profetas, para que seamos fieles a la palabra inspirada: treinta denarios…” (12). Iscariote: “¿Treinta denarios para matar a un hombre y además a ese Hombre? ¡Lo que cuesta un vulgar cordero en estos días de fiesta! ¡Estáis locos! No es que tenga necesidad de dinero. Tengo buenas reservas. Así que no penséis que me convencéis por ansia de dinero. Pero es demasiado poco para compensar el dolor de traicionar al que siempre me ha amado”. Le dicen: “Ya te dijimos antes lo que queríamos contigo. ¡Gloria, honores! Lo que esperabas de Él no has conseguido. Nosotros curaremos tu desilusión. Pero el precio está fijado por los profetas. ¡Oh, no es más que una formalidad! Un símbolo. ¡No más! Lo demás vendrá después…”. Iscariote: “¿Y el dinero ¿cuándo?…”. Le dicen: “En el momento que nos digas: «Venid». No antes. Nadie paga sino hasta que tiene la mercancía en las manos. ¿No te parece acaso justo?”. Iscariote: “Justo lo es, pero triplicad la suma…”. Cananías: “No. Así está dicho por los profetas. Así debe de hacerse. ¡Oh, sí que sabremos obedecer a los profetas! No omitiremos ni una jota de lo que han escrito acerca de Él. ¡Je, je, je! ¡Somos fieles a la palabra inspirada! ¡Je, je, je!”, y se ríe ese asqueroso esqueleto de Cananías. Otros muchos le imitan con sus risotadas lúgubres, hipócritas. Son unos verdaderos perros diabólicos que no saben más que gruñir. Porque la sonrisa es propia de un corazón sereno y amoroso. El gruñido, de corazones perturbados y repletos de rabia. ■ Le despiden: “Hemos terminado. Puedes irte. Esperamos el alba para entrar nuevamente en la ciudad por diversos caminos. Adiós. La paz sea contigo, oveja extraviada que regresas al redil de Abraham. ¡La paz sea contigo! ¡La paz sea contigo, y con ella la gratitud de todo Israel! ¡Cuenta con nosotros! Cualquier deseo tuyo es ley para nosotros. ¡Que Dios esté contigo como lo ha estado con todos sus siervos más fieles! ¡Todas las bendiciones caigan sobre ti!”. ■ Le acompañan hasta la salida con abrazos y protestas de amor… le miran mientras se aleja por el corredor semiobscuro… oyen el ruido de los cerrojos del portón que se abre y después se cierra…
* El Sanedrín recuerda su plan: “Tan pronto como acabemos con el Mesías Judas morirá. Lo hemos decidido”.- Llenos de júbilo vuelven a entrar en la sala… Dos o tres voces, las menos endemoniadas, se levantan en son de protesta: “¿Y ahora? ¿Que haremos respecto a Judas de Simón? ¡Bien sabemos que no podemos darle lo que le hemos prometido, aparte de esas pobres treinta monedas!… ¿Qué dirá cuando se vea traicionado? ¿No habremos cometido un error mayor? ¿No se irá a contar al pueblo lo que hicimos? Todos sabemos que es un hombre voluble”. Elquías: “¡Sois muy ingenuos y además necios al pensar en estas cosas y preocuparos de ellas! Ya está determinado lo que haremos con Judas. Determinado desde la otra vez. ¿No os acordáis? Y no vamos a cambiar nuestro plan. Tan pronto acabemos con el Mesías, Judas morirá. Lo hemos decidido”. Insisten: «¿Pero si hablase antes?”. Elquías: “¿A quién? ¿A los discípulos, al pueblo, para que le lapiden? Él no hablará. Su horrible acción es una mordaza”. Vuelven a insistir: “Pero podría arrepentirse en el futuro, tener remordimientos, y hasta perder el juicio… Porque su remordimiento, si se despertara, le volvería loco; no puede ser de otra manera…”. Lenta pero decididamente dice Elquías: “No tendrá tiempo. Pensaremos antes las medidas oportunas. Cada cosa a su tiempo. Primero el Nazareno, y luego el que le traicionó”. ■ Un sanedrista advierte: “Oíd, ni una palabra a los que no vinieron. Conocen bastante nuestros planes. No me fío ni de José ni de Nicodemo. Y muy poco de los otros”. Le preguntan: “¿Tienes sospechas de Gamaliel?”. Contesta: “Hace meses que no viene más con nosotros. Si el Pontífice no lo ordena expresamente, no tomará parte en nuestras sesiones. Dice que está escribiendo una obra con la ayuda de su hijo. Pero me refería más bien a Eleazar y a Juan”. Un sanedrista, que varias veces he visto con José de Arimatea, pero cuyo nombre no me acuerdo, dice al momento: “¡Esos nunca se han mostrado opuestos a nosotros!”. Cananías, encorvado y tembloroso, dice: “¡No es así! Es que se nos han opuesto demasiado poco y por eso conviene vigilarles. ¡Je, je, je! Muchas sierpes se han metido en el Sanedrín… ¡Je, je, je! Pero se les echará fuera… ¡Je, je, je!”. Habla apoyado en su bastón, buscando lugar en uno de los grandes y largos asientos cubiertos de gruesas alfombras que hay junto a las paredes de la sala, y, satisfecho, se tumba sobre uno de ellos y pronto se queda dormido con la boca abierta, que refleja la maldad que lleva en su corazón. ■ Le ven los otros. Doras, hijo de Doras, dice: “Él tiene la satisfacción de ver este día. Mi padre lo soñó, pero no pudo verlo. Pero en mi corazón llevaré este ideal para que mi padre esté también presente cuando nos venguemos del Nazareno, y también pueda alegrarse…”. “Recordad que tenemos que turnarnos, y que debemos estar siempre en el Templo”. “Estaremos”. “Debemos dar órdenes que a cualquier hora que viniere Judas de Simón, se le llame al sumo sacerdote”. “Así lo haremos”. “Y ahora preparémonos para el golpe final”. “¡Estamos preparados!”. “¡Estamos preparados!”. “¡Astutamente!”. “¡Astutamente!”. “¡Con perspicacia!”. “¡Con perspicacia!”. “¡Para apartar cualquier sospecha!”. “¡Para engañar a cualquiera!”. “¡Diga lo que diga o haga lo que haga, ninguna reacción. Nos vengaremos de todo de una vez”. “Así lo haremos. Y nuestra venganza será cruel”. “¡Cabal!”. “¡Sin compasión!”. Se sientan para descansar mientras llega el alba. (Escrito el 29 de Marzo de 1947).
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1  Nota  : Cfr. Mt. 26,3-5; Mc. 14,1-2; Lc. 22,1-6.   2  Nota  : Cfr. Personajes de la Obra magna:  El Sanedrín. 3  Nota  : Para el Efod,  que es un vestido sacerdotal e instrumento de adivinación Cfr. Ex. 28,6-14; 39,2-7; Lev. 8,1-12; Dt. 33,8-11.  4  Nota  : Cfr.  Gén.  22,1-19.   5  Nota  : Cfr. Gén. 4,1-16.   6  Nota  : Cfr. Jer. 32; Zac. 11,12-13.  7  Nota  : Cfr. Jue. 4-5.  8  Nota  : Cfr. Jdt. 8,16.   9  Nota  : Cfr. Jue.  10,6-12.7.   10  Nota  : Cfr. 1  Sam.  17-18.   11  Nota  : Cfr. Lev.  26,14-46;  Deut. 28,15-68.   12  Nota  : Cfr. Nota 6.
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(<Jesús se dirige hacia Jerusalén acompañado de los Doce, con los que quiere compartir estos momentos. Las mujeres se les han adelantado por orden suya>)
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9-589-289 (10-8-367).- De Betania a Jerusalén.- Judas de Keriot es un monstruo híbrido que es Satanás y hombre.
* El demonio no puede agredir a la Vencedora pero, fundido con el hombre más corrompido, se acercará a Ella para morderla a traición.- ■ Jesús les dice: “Me dice mi Padre, el Señor eterno: «Te he llamado, te he tomado de la mano, te he puesto cual pacto entre los pueblos, te he hecho luz de las naciones» (1). Y lo he sido. He sido luz para abrir los ojos a los ciegos, he sido palabra para que hablasen los mudos, llave para abrir las cárceles subterráneas de los que estaban en las tinieblas del error. Y ahora que soy todo esto, voy a la muerte. Entro en la oscuridad de la muerte. La muerte ¿lo entendéis?… Estas primeras profecías anunciadas, que se están cumpliendo, las digo Yo también con el profeta; las otras os las diré antes de que el Demonio nos separe. ■ Ved a Sión allá en el fondo. Id a tomar la asna y el asno. Decid al hombre: «El Rabí Jesús los necesita». ■ Decid a mi Madre que no tardo. Está con las Marías sobre aquel promontorio. Me espera. Es mi triunfo humano. ¡Que sea también el suyo! Unidos siempre, ¡oh, unidos!… ¿Qué corazón de hiena es el que con un solo zarpazo desgarra lo que más ama el corazón materno: a Mí, su Hijo? ¿Es de hombre? No. Todo hombre nace de una mujer. Por instinto y por reflejo moral no puede herir a una mujer que es madre, porque piensa en la «suya». No es pues, un hombre. ¿Qué es entonces? Un demonio. Pero ¿puede un demonio agredir a la Vencedora? Para agredirla debe tocarla. Satanás no soporta la luz virginal de la Rosa de Dios. ¿Entonces? ¿Quién creéis que es? ¿No habláis? Os lo diré. El demonio más astuto se ha fundido con el hombre más corrompido y, como el veneno oculto en el diente del áspid, así está cerrado dentro de él, que puede acercarse a la Mujer, y así, morderla traidoramente. ¡Maldito sea este monstruo híbrido que es Satanás y hombre! ¿Le maldigo? No. El Redentor no pronuncia maldición alguna. Pero sí digo al alma de este monstruo híbrido lo mismo que dije a Jerusalén, monstruosa ciudad de Dios y de Satanás: «¡Oh, si en esta hora que todavía se te concede supieses venir al Salvador!». ¡No hay amor mayor que el mío! Ni tampoco hay poder mayor. También el Padre consiente, si digo: «Quiero», y Yo no sé decir sino palabras de piedad para aquellos que han caído y que desde su abismo me tienden sus brazos. ■ ¡Oh alma del más grande pecador! Tu Salvador en los umbrales de la muerte se inclina sobre tu abismo y te invita a tomar su mano. No será impedida mi muerte… Pero tú, a quien amo aún… te salvarías. Y el alma de tu Amigo no se estremecería de horror al pensar que por obra de su amigo debe conocer el horror de la muerte y de esta muerte concreta…”. Jesús agobiado… se calla. ■ Los apóstoles hablan en voz baja y se preguntan: “Pero ¿de quién está hablando? ¿Quién es?”. Judas desvergonzadamente miente: “Ciertamente ha de ser uno de los falsos fariseos… Me imagino que ha de ser José o Nicodemo, o bien Cusa o Mannaén. Tienen mucho que perder, y bienes… Sé que Herodes… Sé que el Sanedrín. ¡Él se fió mucho de ellos! ¿No caísteis en la cuenta que ayer tampoco estuvieron presentes? No tienen valor de estar con Él…”. Jesús no le oye. Ha ido delante y llegado a donde su Madre, que está con las Marías y con Marta y Susana. Del grupo de las mujeres piadosas no falta sino Juana de Cusa. (Escrito el 3 de Marzo de 1945).
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1  Nota  : Cfr. Is. 42,6-7.
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9-590-293 (10-9-371).- Antes de la entrada triunfal en Jerusalén, Jesús anuncia su ruina.
* Profecía sobre la ruina de Jerusalén.- ■ Desde un collado cercano a Jerusalén Jesús mira a la ciudad. No es un collado muy alto —como mucho, como puede serlo la plaza de S. Miniato del monte, en Florencia— pero suficiente para que puedan verse casas y calles que suben y bajan por las pequeñas elevaciones de terreno que constituyen Jerusalén. Este collado, eso sí, respecto al Calvario, es mucho más alto, si se toma el nivel más bajo de la ciudad; y está más cerca de la muralla. Comienza verdaderamente a dos pasos de ésta. Por esta parte de las murallas, se eleva con pronunciado desnivel, mientras que, por la otra, desciende suavemente hacia una campiña toda verde que se extiende hacia el oriente. Y digo oriente, teniendo en cuenta la posición del sol. ■ Jesús y los suyos están bajo un grupo de árboles, sentados a su sombra. Descansan del camino recorrido. Después Jesús se levanta, deja el espacio arbolado donde estaban sentados y se dirige a la parte alta de la colina. Su alto físico —así erguido y solo, parece todavía más alto— destaca claro en el vacío que le rodea. Tiene las manos cruzadas sobre su pecho, sobre su manto azul, y mira serio, serio. Los apóstoles le observan; pero no le interrumpen, no moviéndose ni hablando. Deben pensar que se ha alejado para orar. Pero no es así. Después de haber contemplado durante un largo tiempo la ciudad, mirando a todos los barrios y a todas sus elevaciones y a todos sus detalles, a veces fijando su mirada largamente en éste o en aquel punto, se pone a llorar, sin convulsiones ni ruido. Las lágrimas le resbalan por las mejillas y caen… Lagrimones silenciosos y llenos de tristeza, como de una persona que sabe que debe llorar solo, sin esperar consuelo y comprensión de alguien, por un dolor que no puede ser anulado y que, sin remisión, debe ser sufrido. ■ El hermano de Juan, por su posición, es el primero en notar ese llanto, y se lo dice a los otros, los cuales, asombrados, se miran. Se dicen: “Nadie de nosotros ha hecho algo mal. Tampoco la gente le ha insultado, ni estaba ente ella ninguno de sus enemigos”. El más anciano de todos (1) pregunta: “Entonces, ¿por qué llora?”. Pedro y Juan se levantan al mismo tiempo y se acercan al Maestro. Piensan que lo único que pueden hacer es acercársele para mostrarle que le aman y preguntar qué le pasa. Juan, apoyando su rubia cabeza en el hombro de Jesús, que le supera en altura todo el cuello y la cabeza, pregunta: “Maestro ¿por qué estás llorando?”. Y Pedro, poniéndole una mano en la cintura, como queriendo abrazarle, le pregunta: “¿Qué te hacer sufrir, Jesús? Dínoslo a nosotros que te amamos”. Jesús apoya su mejilla en la cabeza de Juan y, abriendo los brazos, pasa a su vez el brazo por el hombro de Pedro. Permanecen en este abrazo los tres, en una postura de mucho amor. Pero el llanto sigue goteando. Juan, que siente que las lágrimas le descienden entre sus cabellos, vuelve a preguntarle: “¿Por qué lloras, Maestro? ¿Te hemos causado algún dolor?”. Los otros apóstoles han venido y rodean a los tres. Esperan también la respuesta. Dice Jesús: “No. No me habéis dado ningún dolor. Sois mis amigos y la amistad, cuando es sincera, es bálsamo, es sonrisa, pero nunca lágrimas. ■ Quisiera que siempre fueseis mis amigos. Aun ahora que entraremos en la corrupción que fermenta y que corrompe a quien no tiene voluntad firme de permanecer bueno”. Varios al mismo tiempo hacen las preguntas: “¿A dónde vamos, Maestro? ¿Acaso a Jerusalén? La multitud te ha saludado con alegría. ¿Quieres defraudarla? ¿Es que vamos a Samaria para algún prodigio? ¿Ahora que la Pascua está cercana?”. Jesús levanta sus manos para imponer silencio, y con la derecha señala hacia la ciudad, algo así como cuando el campesino extiende su brazo para sembrar. Dice: “Ésa es la corrupción. Entramos en Jerusalén, entramos allí. Y el Altísimo es el único que sabe cómo quisiera santificarla con la santidad del Cielo. Volver a santificar, a esta ciudad que debería ser la Ciudad santa. Pero no podré conseguir nada. Está corrompida y corrompida se queda. Y los ríos de santidad que salen del Templo vivo, y que más aún brotarán dentro de pocos días hasta dejarle henchido de vida, no serán suficientes para redimirla. La Samaria y el mundo pagano vendrán al Santo. Sobre los templos falsos se levantarán templos del Dios verdadero. Los corazones de los gentiles adorarán al Mesías. Pero este pueblo, esta ciudad le será siempre adversa y su odio la llevará a cometer el mayor pecado. ■ Ello debe suceder. ¡Pero, ay de aquellos que sean instrumentos de este delito! ¡Ay de ellos!…”. Jesús mira fijamente a Judas, que casi está enfrente de Él. Iscariote miente desvergonzadamente: “Eso a nosotros no nos sucederá nunca. Somos tus apóstoles y creemos en Ti, y estamos dispuestos a morir por Ti”, y resiste la mirada de Jesús sin turbación. Los demás se unen a Judas. Jesús, sin responder directamente al apóstol traidor, dice: “Quiera el Cielo que así seáis. Pero hay todavía mucha debilidad en vosotros y la tentación os podría convertir en iguales a los que me odian. Orad mucho y tened cuidado de vosotros. Satanás sabe que está para ser vencido y quiere vengarse arrancándoos de Mí. Satanás nos rodea. A Mí para impedirme cumplir la voluntad del Padre y realizar mi misión. A vosotros para convertiros en sus esclavos. Estad atentos. Dentro de esas murallas Satanás se apoderará de quien no sepa ser fuerte. Aquel para quien el haber sido elegido será maldición, porque hizo de su elección una finalidad humana. Os elegí para el Reino de los Cielos y no para el del mundo. Recordadlo. ■ Y tú, ciudad, que quieres tu ruina y por quien lloro, ten en cuenta que tu Mesías ruega por tu redención. ¡Ah, si al menos en esta hora que te queda supieras venir a quien es tu paz! ¡Si al menos comprendieras en esta hora el Amor que pasa por ti, y te despojases del odio que te ciega y te enloquece, que te hace cruel respecto a ti misma y a tu bien! ¡Pero llegará el día en que te acordarás de esta hora! ¡Será demasiado tarde para llorar y arrepentirte! Habrá pasado el Amor y habrá desaparecido de tus calles. Y solo quedará el Odio que has preferido. Y el Odio se volverá contra ti, contra tus hijos. Porque se tiene lo que se ha querido y el odio se paga con el odio. No será, entonces, un odio del fuerte contra el inerme, sino odio contra odio, y, por tanto, guerra y muerte. Rodeada por trincheras y ejércitos, te irás debilitando antes de ser destruida y verás caer a tus hijos por armas y hambre, y a los supervivientes ir como prisioneros, y los verás escarnecidos, y pedirás misericordia, mas no la hallarás porque no has querido conocer tu Salvación. ■ Lloro, amigos, porque soy humano, y las ruinas de mi patria me producen las lágrimas. Pero es justo que esto se cumpla, porque la corrupción supera entre estas murallas todo límite y atrae el castigo de Dios. ¡Ay de los ciudadanos que sean causa del mal de la patria! ¡Ay de los jefes, que son la causa principal de ello! ¡Ay de aquellos que deberían ser santos para conducir a los demás a la honestidad, y que, al contrario, profanan la casa de su ministerio y se profanan a sí mismos! Venid. De nada servirá mi acción. Pero ¡hagamos que la Luz resplandezca una vez más en la Tinieblas!”. Y Jesús desciende acompañado de los suyos. Camina ligero. Su rostro está serio, diría yo, hasta un poco enojado. No pronuncia ni una palabra. Entra en una casita que está a los pies del collado y así acaba a la visión. (Escrito el 30 de Julio de 1944).
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1  Nota  : Se refiere con toda probabilidad al apóstol Bartolomé. Téngase en cuenta  que este episodio fue redactado al principio de la Obra, cuando María Valtorta aún no conocía a todos los apóstoles, como en este caso a Bartolomé. Por eso, hay que advertir que algunas veces las fechas muestran que el orden de la redacción de los episodios o capítulos narrados en la Obra magna «El Evangelio como me ha sido revelado» («El hombre-Dios»), no sigue siempre un orden cronológico. Ello se verifica con frecuencia en el ciclo inicial de la Vida oculta y en los ciclos finales de la Pasión y Glorificación. Cfr. María Valtorta y la Obra  6.1: Las fechas.
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(<Jesús ha hecho su entrada triunfal en Jerusalén, ha arrojado a los mercaderes y cambistas del patio del Templo y ha curado a todos los enfermos reunidos en los portales del Templo [se relata en el episodio 9-590-297. Este episodio, así como todos los episodios relativos a la Pasión, se narran en el tema “Jesús Redentor”]. Una vez de orar en el patio de los Israelitas, sale del Templo>)
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9-590-304 (10-9-379).- Después de la entrada triunfal en Jerusalén, el Domingo de Ramos, Judas Iscariote pregunta dónde dormirán.
* Los apóstoles entusiastas, y Judas preguntando dónde se dormirá esta noche.- ■ Luego, saliendo por otra puerta, pasando cerca de la piscina probática, sale de la ciudad para volver hacia las colinas del monte de los Olivos. Se ven entusiastas a los apóstoles… El triunfo les ha dado confianza. Y han echado al olvido el miedo que les habían causado las palabras de Jesús… Hablan de todo… Se mueven de ansias por saber lo que pasó a Analía (1). No sin dificultad Jesús consigue que no se vayan, asegurándoles que tomará las mejores providencias… Sordos, sordos, sordos a toda voz divina de aviso divino… hombres, hombres, hombres a los que los gritos de hosanna hacen olvidar todo… ■ Jesús habla con los siervos de María Magdalena que se habían unido a Él en el Templo; luego les manda que regresen. Felipe pregunta: “¿Y ahora a dónde vamos?”. Juan dice: “¿A casa de Marcos de Jonás?”. Jesús responde: “No. Al campamento de los galileos. Probablemente habrán venido mis hermanos y quiero saludarles”. Tadeo le sugiere: “Podrás hacerlo mañana”. Jesús: “Bueno es obrar mientras se puede obrar. Vamos a donde están los galileos. Se alegrarán de vernos. Os darán noticias de vuestra familia y Yo veré a los niños…”. Iscariote pregunta: “¿Y esta noche? ¿Dónde vamos a dormir? ¿En la ciudad? ¿En qué lugar? ¿Dónde está tu Madre? ¿En casa de Juana?”. Jesús: “No lo sé. Desde luego en la ciudad no. Tal vez en alguna tienda galilea…”. Iscariote: “¿Pero por qué?”. Jesús: “Porque soy galileo y amo a mi región. Vamos”. Se ponen en camino. Suben a donde están los galileos, acampados sobre el monte de los Olivos, orientados hacia Betania. Sus tiendas brillan bajo los rayos de un tibio sol de Abril. (Escrito el 30 de Marzo de 1947).
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1  Nota  : Cfr. Personajes de la Obra magna: Analía.
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(<Jesús, en la noche del Domingo de Ramos, acompañado de su Madre, ha ido a consolar a la madre de Analía, muerta ésta de forma súbita, durante el transcurso de la entrada triunfal de Jesús en Jerusalén, al paso de Jesús frente a la casa de Analía. Girada la visita, una vez de dejar a su Madre en el Palacio de Lázaro en Jerusalén —es ya el amanecer del lunes— Jesús se dirige al campo de los Galileos, en el Getsemaní>)
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9-592-319 (10-11-392).- Lunes después de la entrada en Jerusalén, encuentro de Jesús con Judas.- Maldición a la higuera estéril (1).
* “No hay nada que añadir entre tú y Yo. Todo está terminado”.- ■ Jesús va con paso ligero a la Puerta y se va rápido por el camino que lleva al Cedrón, al Getsemaní, y de aquí al Campo de los galileos. Entre los olivos del monte se encuentra con Judas de Keriot. También éste sube ligero hacia el Campo, que va despertándose. Judas, al encontrarse a Jesús de frente, hace un ademán que expresa casi espanto. Jesús le mira fijamente, sin decir nada. Iscariote: “Fui a llevar la comida a los leprosos. Pero… encontré a dos en Hinnón, cinco en Siloán. Los otros están curados. Todavía estaban allí, pero curados; tanto que me rogaron que se lo diga al sacerdote. He bajado con las primeras luces del día a fin de estar libre después. Dará que hablar la cosa. ¡Un número tan grande de leprosos curados juntos, después de tu bendición en presencia de tanta gente!”. Jesús no responde. Le deja hablar… No dice ni siquiera: «Has hecho bien», ni nada referente a lo que Judas hizo, ni referente al milagro. ■ Pero deteniéndose de pronto mirando fijamente al apóstol le pregunta: “¿Entonces? ¿Qué provecho se saca de haberte dejado libre y con la bolsa del dinero?”. Iscariote: “¿Qué quieres decir?”. Jesús: “Esto: te pregunto si te has santificado desde que te he devuelto libertad y dinero. Tú me comprendes… ¡Ah, Judas! ¡Recuerda, recuerda siempre que a ti te he amado más que a todos los demás, habiendo recibido de ti menos amor del que ellos me han dado!; recibiendo, al contrario, un odio mayor que el más ensañado odio del más ensañado fariseo, porque era odio de uno al que traté como amigo. Y recuerda también esto: que ni siquiera ahora te aborrezco, sino que, en lo que toca a Mí, Hijo del hombre, te perdono. Vete ahora. No hay nada que añadir entre tú y Yo. Todo está terminado…”. Judas quisiera decir algo, pero Jesús con un gesto imperioso le hace señal de seguir adelante… Judas, con la cabeza inclinada, sigue el camino. ■ En el límite del campo de los galileos los apóstoles y dos siervos de Lázaro están ya preparados. “¿Dónde estuviste, Maestro? ¿Y tú, Judas? ¿Habéis estado juntos?”. Jesús se adelanta a la respuesta de Judas: “Tenía que decir algunas palabras a alguien que sufre. Judas fue donde los leprosos… Todos, fuera de siete, están curados”. Zelote dice: “Oh, ¿por qué fuiste? Quería ir también yo”. Jesús añade: “Para estar ahora libre y poder venir con nosotros. Vámonos. Entremos a la ciudad por la Puerta del Rebaño. Démonos prisa”.
* Higuera estéril: “Eres como muchos corazones en Israel. No tiene ninguna dulzura para el Hijo del hombre, ni compasión. Que jamás vuelva a nacer de ti fruto alguno”.- ■ Pasa por entre los olivos que llevan desde el Campo, casi a mitad de camino entre Betania y Jerusalén, hasta el otro puentecito que salva el Cedrón cerca de la puerta del Rebaño. Algunas casas de campesinos están diseminadas por las laderas, y, casi abajo, cerca de las aguas del río, una higuera mece sus desordenadas ramas por encima de éste. Jesús se dirige a ella y busca entre sus espesas hojas un higo maduro. Pero la higuera es toda hojas. Tiene muchas hojas, inútiles; pero, ni un solo fruto en sus ramas. Jesús dice: “Eres como muchos corazones en Israel. No tiene ninguna dulzura para el Hijo del hombre, ni compasión. Que jamás vuelva a nacer de ti fruto alguno y que nadie coma de ti en el futuro”. ■ Los apóstoles se miran. La ira de Jesús hacia el árbol estéril —quizás sea selvático— los asombra. Pero no dicen nada. Sólo más tarde, pasado el Cedrón, Pedro le pregunta: “¿Dónde has comido?”. Jesús: “En ningún lugar”. Pedro: “¡Entonces tienes hambre! Allí hay un pastor con alguna cabra que está pastando. Voy a pedir leche para Ti. Vuelvo en seguida”, y va dando zancadas para volver cuidadoso con una escudilla vieja colma­da de leche. Jesús bebe y da, acompañada de una caricia, la taza al pastorcito, que ha acompañado a Pedro. (Escrito el 31 de Marzo de 1947).
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1  Nota  : Cfr. Mt. 21,18-19; Mc. 11,12-14.
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(<Ya ha anochecido y Jesús permanece aún en el Huerto de los Olivos. Los apóstoles están con Él. De nuevo les habla de las profecías referidas al Mesías y de la suerte del Mesías. A su término, Zelote toma la palabra>)
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9-593-328 (10-12-400).- Lunes Santo, noche, en el Getsemaní con los apóstoles. Judas Iscariote pide huir a la casa de Lázaro.
* ¿Se trata de la última batalla del Iscariote con Satanás o solo de astucia satánica para apresar también a Lázaro?.- ■ Zelote dice: “¿Por qué no vas a casa de Lázaro? No sería huir. Pero en su casa no te tocarían”. Iscariote echándose a los pies de Jesús, grita: “Simón dice bien. ¡Te lo suplico, Señor, que lo hagas!”. A su acto responde un gran llanto de Juan. Los demás apóstoles lloran, pero en silencio. Jesús dice a Iscariote: “¿Crees que sea Yo el Señor? ¡Mírame!”. Jesús penetra con su mirada la cara angustiada de Iscariote, porque realmente está afligido, no finge. Tal vez sea la última batalla de su alma con Satanás y no sabe vencerla. Jesús le estudia; sigue esa lucha como un médico sigue la crisis del enfermo. Luego se levanta bruscamente, de modo que Judas que estaba apoyado sobre sus rodillas, es echado para atrás y cae al suelo sentado. Jesús retrocede incluso y, con rostro agitado, dice: “¿Y así prenden también a Lázaro? Doble presa, y, por tanto, doble alegría. No. Lázaro servirá al Mesías futuro, al Mesías triunfante. Solo uno será arrojado fuera de la vida y no volverá. Yo volveré. Pero él no volverá. Pero Lázaro se queda. Tú, tú que sabes tantas cosas, sabes también ésta. Mas aquellos que esperan conseguir doble ganancia capturando al águila y al aguilucho, en el nido y sin trabajo alguno, deben convencerse de que el águila tiene ojos para todos, y que por amor a su aguilucho, se alejará del nido, para que solo a ella la prendan, salvándole así a él. El odio me está matando y con todo sigo amando. ■ Idos. Me quedo a orar. Nunca, como en estos momentos, siento el anhelo de llevar mi alma al Cielo”. Juan suplica: “Permíteme que me quede, Señor”. Jesús: “No. Todos tenéis necesidad de descansar. Vete”. Pedro dice: “¿Te quedas solo? Y ¿si te hacen algún daño? Pareces incluso enfermo… Yo me quedo”. Jesús: “Tú ve con los otros. ¡Déjame olvidar por una hora a los hombres! ¡Déjame estar en contacto con los ángeles de mi Padre! Harán las veces de mi Madre que se deshace en llanto y oración, y a la que no puedo cargar más con mi acongojado dolor. Idos”. Su primo Judas pregunta: “¿No nos das la paz?”. Jesús: “Tienes razón. La paz del Señor venga sobre aquellos que no le son oprobio ante sus ojos. Hasta pronto”. Y Jesús se interna, subiendo por una ladera llena de olivos. ■ Bartolomé dice en voz baja: “¡Es así!… ¡Es lo que dice la Escritura! ¡Y, oyéndole a Él, se comprende por qué y para quién fue dicho!”. Zelote dice: “Esto se lo había dicho yo a Pedro en el otoño del primer año…”. Pedro dice: “Es verdad… Pero… ¡no! Mientras yo viva no dejaré que le prendan. Mañana…”. Iscariote pregunta: “¿Qué vas a hacer mañana?”. Pedro: “¿Que qué voy a hacer? Estoy hablando conmigo mismo. Estos tiempos son de conjura. Ni siquiera al aire confiaré mi plan. Y tú, que has dicho tantas veces que eres tan poderoso, ¿por qué no buscas protección para Jesús?”. Iscariote: “Lo haré, Pedro. Lo haré. No os vayáis a sorprender que algunas veces no esté con vosotros. Trabajo para el Maestro; pero no se lo digáis”. Pedro humilde y sinceramente dice: “Pierde cuidado, y que seas bendito. Algunas veces he desconfiado de ti, pero te pido perdón. Veo que eres mejor que nosotros cuando llega la oportunidad. Tú obras… yo no sé más que hablar por hablar”. Y Judas se ríe como contento de la alabanza. Salen del Getsemaní hacia el camino que lleva a Jerusalén. (Escrito el 6 de Marzo de 1945).
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9-594-330 (10-13-401).- Martes Santo. Lecciones sacadas de la higuera maldecida y agostada (1).
* “La muerte asoma cuando dentro no hay savia bien se trate de una planta, una nación o una religión”.- Están de nuevo para entrar en la ciudad. Vienen por el mismo caminito lejano que tomaron la mañana anterior. Es como si Jesús no quisiera verse rodeado de gente, antes de entrar al Templo, al que se accede pronto entrando en la ciudad por la Puerta de las Ovejas, que está cerca de la Probática. Pero esta mañana muchos de los 72 están ya esperando al otro lado del Cedrón, antes del puente. Y en cuanto le ven aparecer de entre los olivos verde-grises, con su vestido de púrpura, se mueven en dirección a Él. Se reúnen y siguen hacia la ciudad. ■ Pedro, que está mirando hacia adelante, cuesta abajo, sospechando siempre ver aparecer a algún malintencionado, observa entre el verde fresco de las últimas pendientes un montón de hojas marchitas que se balancean sobre las aguas del Cedrón. Las hojas mustias y secas, como si una plaga las hubiese consumido, dan la impresión de que proceden de un árbol que lo hubiesen secado las llamas de un fuego; la brisa, de vez en vez cuando, arranca una hoja para sepultarla en las aguas del torrente. Pedro, señalando con una mano hacia el árbol seco, vuelta su cabeza para hablar con el Maestro, grita: “¡Pero si es la higuera de ayer! ¡La higuera que maldijiste!”. Acuden todos presurosos, menos Jesús, que sigue adelante con el paso que llevaba. Los apóstoles cuentan a los discípulos lo que había pasado el día anterior. Todos hacen comentarios, y de reojo miran a Jesús. Han sido testigos de miles de milagros obrados en hombres y en los elementos, pero ése les impresiona como ningún otro. ■ Jesús, ha llegado donde están, sonríe al ver esas caras espantadas y sorprendidas. Pregunta: “¿Y qué? ¿Tanto os extraña que mi palabra haya secado la higuera? ¿No me habéis visto acaso resucitar muertos, curar leprosos, dar vista a ciegos, multiplicar el pan, calmar tempestades, apagar el fuego? ¿Y os sorprende que una higuera se haya secado?”. Bartolomé: “No es por la higuera. Es que ayer, cuando la maldijiste, estaba verde, ahora está… ¡Mírala!… Quebradiza como arcilla seca. Sus ramas no tienen vida. Mira. Se hacen polvo” y Bartolomé, entre sus dedos, reduce a polvo unas ramas que con facilidad ha cortado. Jesús: “Ya no tienen vida. Tú lo has dicho. La muerte asoma cuando dentro no hay savia, se trate de una planta como de una nación, o de una religión. Cuando solo hay corteza dura, ramaje inútil, crueldad y exterioridad hipócrita. La savia que está dentro, llena de linfa, corresponde a la santidad, a la espiritualidad. La corteza dura y ramaje inútil se refieren a la humanidad carente de vida espiritual y de vida justa. ¡Ay de aquellas religiones que se hacen humanas porque sus sacerdotes y fieles han dejado de tener vital su espíritu! ¡Ay de las naciones, cuyos jefes son solo crueldad y ruidoso clamor carente de ideas fructíferas! ¡Ay de los hombres en quienes falta la vida del espíritu!”. ■ Iscariote sin acritud, pero con tono de maestro, dice: “Pero si esto se lo dijeras a los grandes de Israel, aun siendo verdad lo que dices, no serías prudente. No te hagas ilusiones por el hecho de que hasta ahora te hayan dejado hablar. Tú mismo dices que no es por conversión del corazón, sino que actuaron por cálculo. Procura también estimar el valor y las consecuencias de tus palabras. Porque, además de la sabiduría del espíritu, existe la sabiduría del mundo. Y conviene echar mano de ella por interés propio. Porque en resumidas cuentas, estamos en el mundo todavía y no en el Reino de Dios”. Jesús: “El verdadero sabio es el que sabe ver las cosas sin que las sombras de la propia sensualidad y las reflexiones del cálculo las alteren. Yo diré siempre la verdad de lo que veo”.
* “En verdad os digo que si uno llega a tener la confianza perfecta en la fuerza de la oración y en la bondad del Señor, podrá decir a este monte: «Córrete», y si, al decirlo, no duda en su corazón, lo que ha dicho se cumplirá”.- Felipe pregunta: “Bueno, pero ¿esta higuera está seca del todo porque la maldijiste?, o es… una coincidencia… una señal… no sé”. Jesús: “Es todo eso que dices. Pero lo que he hecho también vosotros podréis hacerlo, si llegáis a tener una fe perfecta. Tened en el Altísimo esa confianza ciega. Y cuando la tuviereis, Yo os digo que podréis hacer esto y hasta más. En verdad os digo que si uno llega a tener la confianza perfecta en la fuerza de la oración y en la bondad del Señor, podrá decir a este monte: «Córrete de aquí y échate al mar», y si, al decirlo, no duda en su corazón, sino que cree que lo que ordena puede cumplirse, lo que ha dicho se cumplirá”. Iscariote, moviendo la cabeza, objeta: “Y pareceremos magos y nos apedrearán, como se manda que se haga con quien practica la magia. ¡Sería un milagro bastante necio, que nos acarrearía daño!”. El otro Judas le refuta: “¡El necio eres tú, que no has comprendido la parábola!”. ■ Jesús no se dirige a Judas. Habla a todos: “Yo os digo, y es una vieja lección que os repito ahora: cualquier cosa que pidiereis por medio de la oración, confiad en que la obtendréis. Si antes de orar tuvierais algo contra alguien, perdonad antes y haced las paces, para que vuestro Padre que está en los Cielos os sea favorable, vuestro Padre que tanto os perdona, que con tantos bienes os colma, desde que nace el sol hasta que se pone, desde la aurora hasta el anochecer”. (Escrito el 1 de Abril de 1947).
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1  Nota  : Cfr. Mt. 21,20-22; Mc. 11,20-26.
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(<Jesús y apóstoles van hacia Jerusalén. Se cruzan con un rebaño de ovejas>)
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9-598-382 (11-17-448).- Jueves Santo en el día: Judas se cita para fijar el lugar de la captura.- Preparativos de la Última Cena.
* Jesús prepara el lugar de la Cena Pascual y Judas prepara el lugar de la captura.-Al ver las ovejas, los apóstoles se acuerdan de la cena y preguntan a Jesús cuando todavía están en el Getsemaní: “¿Dónde quieres celebrar la Pascua? ¿Qué lugar escoges? Dínoslo e iremos a preparar todo”. Y Judas de Keriot: “Dame órdenes e iré”. Jesús llama a Pedro y Juan. Los dos que iban un poco adelante se acercan. Jesús: “Adelantaos y entrad en la ciudad por la puerta de la Basura. Apenas hayáis entrado, encontraréis a un hombre que regresa de En Rogel con una ánfora de aquella sabrosa agua. Seguidle hasta que entre en una casa. Diréis al que vive en ella: «El Maestro dice: ‘¿Dónde está la habitación donde pueda comer la cena pascual con mis discípulos?’». Él os mostrará una gran habitación ya dispuesta. Preparad todo en ella. Id ligeros, y luego juntaos con nosotros en el Templo”. Los dos van a la carrera. ■ Jesús, sin embargo, sigue caminando lentamente. La mañana está muy fresca, y apenas por la calle se ven peregrinos. Pasan el Cedrón por el puentezuelo, enfrente a Getsemaní. Entran en la ciudad. Tal vez Pilatos, al confirmarse que las disputas en torno a Jesús habían ya cesado, ha mandado retirar las guardias de las puertas. En realidad se siente una gran calma por todas partes. No se podrá decir jamás que los judíos no hayan sabido controlarse. Nadie ha molestado a Jesús, ni a sus discípulos. Incluso los más aviesos de los miembros del Sanedrín le presentan sus respetos más profundos. Una paciencia ilimitada ha acompañado también a la exhortación de ayer. ■ Y precisamente ahora —la casa de campo de Caifás está muy cerca de aquella puerta— justamente ahora, pasa, viniendo de la casa, un nutrido grupo de fariseos y escribas, entre los cuales el hijo de Anás, Elquías y Sadoc, quienes, en medio de un ondear de ricas vestiduras con franjas y grandes capuchas, inclinando sus espaldas vestidas de amplios mantos, saludan reverentes. Jesús saluda y pasa, majestuoso con su vestido de lana roja y su manto de color más oscuro, llevando aquella capucha de Síntica en la mano, y haciendo el sol de sus cabellos rojo-cobre una corona de oro y un velo refulgente que le cae sobre los hombros. Las espaldas se levantan después de su paso y aparecen las caras: de hienas hambrientas. ■ Judas de Keriot, que miraba siempre en torno a sí con cara de traidor, con la disculpa de amarrarse bien una sandalia, se hace a un lado del camino y —lo veo bien— les hace una seña de que le esperen… Deja que el grupo de Jesús y los discípulos siga adelante, procurando dar la impresión de estar amarrándosela, y luego, rápido, pasa cerca de aquellos y en voz baja dice: “En la Bella. Hacia la hora de sexta. Uno de vosotros” y se echa a correr velozmente hasta alcanzar a sus compañeros. Sin ninguna vergüenza. Sin sonrojo. ■ Suben al Templo. Hay pocos hebreos, pero muchos gentiles. Jesús va a adorar al Señor. Luego regresa y ordena a Simón y a Bartolomé que compren el cordero, y pidan el dinero a Judas. Y Judas replica: “¡Podría hacerlo yo!”. Jesús: “Vas a estar ocupado en otras cosas. Lo sabes. Está la viuda a la que hay que llevar el donativo de María de Magdala, y decirle que después de las fiestas se vaya a Betania, a casa de Lázaro. ¿Sabes dónde está? ¿Has entendido bien?”. Iscariote: “Sí, lo sé. Zacarías, que la conoce bien, me indicó el lugar”. Y añade: “Estoy muy contento de ir, más que de comprar el cordero. ¿Cuándo voy?”. Jesús: “Más tarde. No me detendré mucho tiempo aquí. Hoy descansaré, porque quiero estar fuerte para esta noche y para mi oración nocturna”. Iscariote: “De acuerdo”.
* María Valtorta se pregunta por qué Jesús ahora da detalles que antes callaba.- ■ Yo me pregunto: Jesús había guardado silencio en los últimos días pasados sobre sus intenciones para no dar detalles a Judas, ¿por qué ahora dice y repite lo que hará por la noche? ¿Ha empezado ya la Pasión con la ceguera de previdencia; o es que esta previdencia ha aumentado tanto, que Jesús lee en los libros de los Cielos que ésa es la «noche» y que, por tanto, hay que darlo a conocer a quien espera a saberlo para entregarle a los enemigos; o es que siempre ha sabido que esa noche debe empezar su inmolación? No lo sé. Y Jesús no me da ninguna respuesta. Sigo en mis «porqués» mientras miro que Jesús cura a algunos enfermos. Los últimos… Mañana, dentro de pocas horas, no lo podrá hacer más… la Tierra habrá perdido a su Benefactor. Pero la Víctima empezará desde su patíbulo una serie ininterrumpida de veinte siglos de curación de almas. ■ Hoy contemplo más bien que describo. Mi Señor hace proyectar mi vista espiritual desde lo que veo que sucede en el último día de libertad del Mesías hasta lo que sucede en los siglos… Hoy contemplo los sentimientos, los pensamientos de Jesús, más que lo que sucede en torno a Él. Ya estoy casi en la dolorosa comprensión de su tortura del Getsemaní. Jesús se ve rodeado, como de costumbre, por una multitud más bien hebrea que ha ido aumentando, que ha dejado de ir al lugar del sacrificio de los corderos para acercarse a Jesús, Cordero de Dios que pronto será inmolado. Piden una vez más muchas explicaciones: Muchos son hebreos venidos de la Diáspora, hasta los cuales llegó la fama del Mesías, el Profeta Galileo, del Rabí de Nazaret y tienen curiosidad por oírle hablar; ansiosos de quitar cualquier duda. (Escrito el 3 de Abril de 1947).
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(<Jesús sigue en el Templo y se ha dirigido a la gente que le rodea citando a Isaías, Miqueas, Ezequiel, Daniel>)
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9-598-393 (11-17-458).- Jueves Santo, en el día: Judas concierta el momento de la captura.
* Sadoc propone la señal para la captura: un beso.- ■ Palabras luminosas que caen en las tinieblas que se van apoderando poco a poco de los corazones. Gamaliel, que se había detenido con la cabeza inclinada, reanuda su marcha… Otros le siguen, moviendo la cabeza o sonriéndose maliciosamente. También Jesús se va… pero antes dice a Judas de Keriot: “Ve a donde tienes que ir”, y a los demás: “Cada uno es libre de ir a donde quiera. Que queden conmigo los discípulos pastores”. Esteban pide: “¡Oh, permíteme quedarme contigo, Señor!”. Jesús: “Vente…”. Se separan. ■ No sé a dónde se va Jesús pero sí dónde Judas de Keriot: a la puerta Especiosa o Bella. Sube la serie de escalones que desde el Atrio de los Gentiles lleva al de las mujeres. Cruza éste y sube otros escalones. Da una ojeada al Atrio de los Hebreos y, con ira, golpea en el suelo con el pie al no encontrar a quien buscaba. Vuelve hacia dentro. Ve a uno de los guardias del Templo, le llama. Ordena, con su acostumbrada arrogancia: “Ve a buscar a Eleazar ben Anás. Que venga inmediatamente a la puerta Bella. Dile que le espera Judas de Simón para asuntos importantes”. Se apoya contra una columna y espera. ■ Poco después Eleazar, hijo de Anás, Elquías, Simón, Doras, Cornelio, Sadoc, Nahúm y otros más acuden con un gran volteo de vestidos. Judas habla en voz baja y precipitada: “¡Esta noche! Después de la cena. En Getsemaní. Venid y prendedle. Dadme el dinero”. Elquías le dice sarcásticamente: “No. Te lo daremos cuando vengas esta noche a llevarnos. No nos fiamos de ti. Queremos que vayas con nosotros. ¡Nadie sabe…!”. Los otros le secundan. Judas se pone colorado de rabia por la insinuación. Jura: “¡Juro por Yeové que digo la verdad!”. Sadoc le responde: “De acuerdo. Pero es mejor hacerlo así. A la hora señalada vienes, tomas contigo a los encargados de la captura y vas con ellos; no vaya a suceder que los estúpidos guardias arresten a Lázaro, y nos metan en complicaciones. Tú le indicas con una señal quién es el hombre… ¡Compréndenos! Es de noche… habrá poca luz… los guardias estarán cansados, somnolientos… ¡Pero si tú los guías! ¡Entonces sí que…! ¿Que os parece a vosotros?”. El pérfido Sadoc se dirige a sus compañeros y ■ luego añade: “Yo propondría por señal un beso. Sí, ¡un beso! Es la mejor señal para indicar al amigo traicionado. ¡Ja, ja!”. Todos se ríen: un coro de demonios riéndose maliciosamente. Judas está furioso, pero no se retracta. No echa pie atrás. Sufre por lo que le hacen, no por lo que va a hacer. Tanto es así que replica: “Pero no olvidéis que quiero el dinero contante en la bolsa, antes de salir de aquí con los guardias”. Sadoc: “Te lo daremos. Te lo daremos. Te daremos incluso la bolsa para que puedas conservar en ella esas monedas como reliquia de tu amor. ¡Ja, ja, ja! ¡Hasta pronto, víbora!”. Judas está pálido de rabia. Está ya lívido. No perderá más este color ni la expresión desesperada de terror. Más bien con las horas, se irá acentuando hasta que resulte terrible verle, sobre todo cuando quede colgando del árbol… Escapa deprisa… (Escrito 3 de Abril de 1947)
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9-600-399 (11-19-463).- La última Cena Pascual (1).
* Apóstoles preparan el Cenáculo.- La observación de J. Iscariote: “A todos nos ha sugestionado con su melancolía” y el bofetón de Judas Tadeo.- ■ Comienzan los sufrimientos del Jueves Santo. Los diez apóstoles presentes se dan prisa en preparar el Cenáculo. Judas, subido sobre una mesa, mira si hay suficiente aceite en todos los mecheros del gigantesco candil que parece una corola de fucsia doble. Y que está formada por una barra —el tallo— rodeada de cinco quinqués semejantes a pétalos; luego tiene una segunda vuelta, más abajo, que semeja una corona de llamas; luego, por último, tiene tres delgadas lamparitas colgadas de unas cadenitas y que parecen los pistilos de la flor luminosa. Luego Judas baja de un salto y ayuda a Andrés a colocar la vajilla sobre la mesa, que está cubierta con un finísimo mantel. Oigo a Andrés que dice: “¡Qué espléndido lino!”. E Iscariote: “Uno de los mejores de Lázaro. Marta se empeñó en traerlo”. Tomás, que ha vertido el vino en las preciosas jarras y las mira una y otra vez con ojos de experto, reflejándose en sus delgadas partes curvas y acariciando sus asas labradas a cincel, pregunta: “¿Y qué decir de estas copas, de estas jarras?”. Iscariote: “¿Cuánto costarán?”. Tomás: “Está trabajado con martillo. Mi padre se moriría de gusto por verlas. El oro y la plata en lámina se doblan bien cuando están calientes. Pero tratados así… En un momento se puede echar a perder todo. Basta un golpe mal dado. Se necesita igualmente fuerza y habilidad. ¿Ves las asas? Las hicieron al mismo tiempo que el resto. No están soldadas. ¡Cosas de ricos!… Piensa en que no se ven ni la limadura, ni el desbaste. No sé si me entiendes lo que te digo”. Iscariote: “¡Claro que te entiendo! En pocas palabras, es como quien hace una escultura”. Tomás: “Exactamente”. Todos admiran las jarras. Después, regresan a su quehacer. Unos ponen en orden los asientos, otros las mesitas. ■ Entran juntos Pedro y Simón. Iscariote les dice: “¡Oh, por fin habéis regresado! ¿A dónde habéis ido otra vez? Habéis llegado con el Maestro y con nosotros y os habéis desaparecido de nuevo”. Zelote le dice secamente: “Teníamos algo que arreglar”. Iscariote: “¿Estás de mal humor?”. Zelote: “Creo que sí con lo que hemos oído estos días y en esas bocas no acostumbradas a la mentira”. Pedro masculla entre dientes: “Y con ese tufo de… Es mejor que te calles la boca, Pedro”. Iscariote, replicando: “¡Y también tú! Hace días que me parece que la cabeza no te funciona bien. Tienes la cara de un conejo que siente al chacal detrás de sí”. Pedro, a su vez: “Y tú tienes morros de garduña. Tú tampoco estás tan bien desde hace unos días. Miras en cierta forma… Miras como de reojo… ¿Qué esperas, o qué quieres ver? Te das importancia, lo quieres demostrar, pero te asemejas a quien tiene miedo”. Iscariote: “¡Oh, sí que tengo miedo! Pero tampoco eres tú un héroe”. Juan interviene: “Ninguno de nosotros lo somos, Judas. Llevas el nombre de Macabeo, pero no lo eres. Yo digo con el mío: «Dios hace favor», pero te juro que tiemblo por dentro como quien se supiera portador de desgracia y, sobre todo, tengo miedo de caer en desgracia ante Dios. Simón de Jonás, a pesar de su nuevo nombre de «roca», ahora parece tan blando como cera puesta al fuego. No puede controlarse más. Jamás le vi con miedo ni aun en las tempestades más furiosas. Mateo, Bartolomé y Felipe parecen sonámbulos. Mi hermano y Andrés no hacen más que suspirar. Mira, tú, a los dos primos, a quienes no solo el parentesco sino también el amor les une con el Maestro. Parecen que han envejecido. Tomás ha perdido su buen humor. Simón parece el leproso de hace unos tres años. Se le ve consumido por el dolor. Lívido, sin fuerzas”. ■ Iscariote observa: “Tienes razón. A todos nos ha sugestionado con su melancolía”. Santiago de Alfeo grita: “Mi primo Jesús, Maestro y Señor mío y vuestro, está y no está melancólico. Si con esta palabra quieres dar a entender que está triste por el exceso de dolor que todo Israel le está dando —y nosotros somos testigos de este dolor— y por el otro, oculto dolor que solo Él ve, te digo: «Tienes razón»; pero si usas esa palabra para decir que está loco, eso te lo prohíbo”. Iscariote: “¿Y no es locura, una idea fija de melancolía? También yo he estudiado esas cosas. Las sé. Jesús ha dado demasiado de Sí, y ahora es un hombre mentalmente cansado”. Tadeo, aparentemente tranquilo, le dice: “Lo que significa que está loco, ¿no es verdad?”. Iscariote: “¡Justamente eso! Había visto con claridad tu padre, justo de santa memoria, a quien tú tanto te pareces en justicia y sabiduría. Jesús —triste destino de una ilustre casa demasiado vieja y castigada con la senilidad psíquica— ha tenido siempre tendencia hacia esta enfermedad. En los primeros días era dulce, después agresivo. Tú mismo viste cómo atacó a fariseos y escribas, a saduceos y herodianos. Él se ha hecho imposible la vida, como un camino cubierto de piedras puntiagudas. Y fue Él mismo el causante… Nosotros… le amamos tanto que el amor nos impidió ver. Pero los que no le amaron idolátricamente, como tu padre, tu hermano José y sobre todo Simón, éstos sí que vieron las cosas en su punto justo… Deberíamos abrir los ojos a sus palabras y no lo hacemos porque estamos todos sugestionados con su dulce fascinación de enfermo. Y ahora…”. ■ Judas Tadeo que —de la misma estatura que Iscariote— está justo frente a él y parece oírle con calma, tiene un acto de arrebato y le da un soberbio bofetón que lo arroja contra uno de los asientos, y con una cólera contenida en la voz, inclinándose sobre el bellaco que no reacciona —quizás temiendo que Tadeo esté al tanto de su traición— le dice con voz penetrante: “Esto por lo de la locura, ¡reptil! Y si no te estrangulo es solo porque Jesús está allí, y es noche de Pascua. ¡Pero piensa, piénsalo bien! Si le pasa algo malo, y ya no está Él para controlar mi fuerza, nadie te salvará. Es como si ya tuvieses la cuerda al cuello; y tendrás que probar estas manos mías honradas y fuertes de galileo, de tanto trabajar, y descendiente del que con su honda abatió a Goliat. Levántate, enervado libertino. ¡Y atento a lo que haces!”. Judas se levanta pálido, sin reaccionar lo mínimo. Y lo que me sorprende es que nadie ha protestado por lo que acaba de hacer Tadeo. Al contrario… todos lo aprueban. ■ Apenas se ha calmado el ambiente cuando entra Jesús. Se asoma en el umbral de la puertecilla, por la que apenas su alto físico puede pasar. Pone el pie en el tan reducido descansillo, y, con dulce pero triste sonrisa, abriendo los brazos dice: “La paz sea con vosotros”. Su voz es como la de un hombre cansado, como la de quien física y sicológicamente se va agotando. Baja. Acaricia la cabeza rubia de Juan que se le ha acercado. Sonríe, como si ignorase, a su primo Judas, y al otro primo le dice: “Tu madre te ruega que seas afable con José. Hace poco que preguntó por Mí y por ti a las mujeres. Siento no haberle saludado”. Santiago de Alfeo: “Lo podrás hacer mañana”. Jesús: “¿Mañana?… Bueno… tendré tiempo de verle… ¡Oh, Pedro, por fin estaremos un poco juntos! Desde ayer me pareces un fuego fatuo. Te veo por un momento y luego desapareces. Me parece que este día no te he visto sino muy poco. También tú, Simón”. Zelote dice con seriedad: “Nuestras canas, que abundan ya, pueden asegurarte que no estuvimos ausentes por apetito carnal”. Iscariote le interrumpe con estas palabras ofensivas: “Aunque… a todas las edades se pueda tener esa hambre… ¡Los viejos! ¡Peor que los jóvenes!…”. Simón le mira y va a rebatirle, pero se detiene ante la mirada de Jesús, que pregunta a Iscariote: “¿Te duele alguna muela? Tienes la mejilla derecha hinchada y colorada”. Iscariote: “Sí me duele. Pero no es para tanto”. Los otros no dicen nada y todo acaba así. ■ Jesús dice: “¿Habéis terminado con todo lo que había que hacer? ¿Tú, Mateo? ¿Y tú, Andrés? ¿Y tú, Judas, has pensado en la ofrenda que haya que hacer al Templo?”. Tanto los primos como Iscariote responden: “Todo. Puedes estar tranquilo”. Juan, sonriente y soñador, dice: “Llevé las primicias de Lázaro a Juana de Cusa para los niños. Me dijeron: «¡Eran mejores aquellas manzanas!» ¡Aquellas invitaban a comérselas! Eran tus manzanas”. También Jesús sonríe recordando algo… Tomás dice: “Me encontré con Nicodemo y José”. Iscariote pregunta con interés marcado: “¿Los has visto? ¿Hablaste con ellos?”. Tomás: “Sí, y ¿qué tiene de extraño? José es un buen cliente de mi padre”. Iscariote: “Nunca lo habías dicho… Por eso me sorprendí…”. Judas trata de borrar la impresión que ha dado, una impresión de ansiedad, por el encuentro de José y Nicodemo con Tomás. Bartolomé dice: “Raro que no hayan venido a presentarte sus respetos. Tampoco han venido Cusa, ni Mannaén… Ninguno de los…”. Pero Iscariote con una falsa sonrisilla interrumpe a Bartolomé diciendo: “El cocodrilo se mete en su guarida cuando llega la hora”. Zelote, en un tono tan agresivo que nunca ha tenido, pregunta: “¿Qué quieres decir? ¿Qué insinúas?”. Jesús interviene: “¡Paz, paz! ¿Qué os pasa? ¡Es la noche de Pascua! Nunca habíamos tenido escenario tan digno para comer el cordero. Comamos, pues, la cena con espíritu de paz. Comprendo que os he turbado mucho con mis instrucciones de estas últimas noches. Pero ya hemos terminado. Ahora ya no os voy a causar más turbación. No todo está dicho en cuanto a Mí se refiere. Solo lo esencial. El resto… después lo comprenderéis. Se os dirá… sí. Vendrá quien os lo comunicará”.
* “En Caná… el agua cambiada en vino… el primer milagro… también hoy habrá un milagro… el vino cambiará de naturaleza… y será…”.- ■ Jesús ordena después: “Juan, ve con Judas y algún otro a traer las jarras para la purificación, y luego nos sentaremos a la mesa”. Jesús es de una dulzura que arrebata. Juan, Andrés, Judas Tadeo y Simón traen una gran palangana, le ponen agua, ofrecen la toalla a Jesús y a los demás. La palangana que es de metal, la ponen, terminado todo, en un rincón. Jesús les dice: “Y ahora cada cual a su lugar. Yo me siento aquí. A mi derecha Juan y al otro lado mi fiel Santiago. Los dos primeros discípulos. Al lado de Juan mi fuerte Piedra; al lado de Santiago, el que es como el aire, que no se le ve, pero siempre está presente y ayuda: Andrés. Junto a Andrés mi primo Santiago. ¿No te duele, querido hermano, el que dé el primer lugar a los primeros? Eres el sobrino del Justo, cuyo espíritu palpita y revolotea a mi alrededor esta noche, más que nunca. ¡Ten paz, padre de mi debilidad de niño, encina bajo cuya sombra encontramos protección mi Madre y Yo! ¡Ten paz!… Después de Pedro: Simón… Simón, ven un momento aquí. Quiero ver tu cara leal. Después no la veré tan claramente porque otros me la ocultarán. Gracias, Simón, por todo”, y le besa. Simón al regresar a su lugar, se lleva por un instante las manos a la cara con un gesto de dolor. Jesús prosigue: “Enfrente de Simón, Bartolomé. Dos hombres honrados y sabios que se parecen mucho. Y cerca, tú, Judas hermano mío. Así te puedo ver… y me parece que estemos en Nazaret… cuando alguna fiesta nos reunía alrededor de la mesa. ■ También en Caná, ¿recuerdas? Estábamos el uno al lado del otro. Una fiesta… fiesta de bodas… el primer milagro… el agua cambiada en vino… También hoy es una fiesta… también hoy habrá un milagro… el vino cambiará de naturaleza… y será…”. Y Jesús se absorbe en sus pensamientos. Con la cabeza inclinada, como aislado en su mundo secreto. Los apóstoles le miran sin hablar. Levanta su cabeza, mira detenidamente a Judas Iscariote y le dice: “Te sentarás frente a Mí”. Iscariote: “¿Tanto me quieres? ¿Más que a Simón?”. Jesús: “Tanto te amo. Lo has dicho”. Iscariote: “¿Por qué, Maestro?”. Jesús: “Porque eres el que has hecho más que todos para esta hora”. Judas pasa sus ojos sobre Jesús, sobre sus compañeros. Sobre Jesús con una cierta, irónica compasión; sobre los demás, con aire de triunfo. “Y a tu lado, en una parte, Mateo; en la otra, Tomás”. Iscariote dice: “Entonces Mateo a mi izquierda, y Tomás a mi derecha”. Mateo le responde: “Como quieras, como quieras. Me basta con tener en frente a mi Salvador”. Jesús: “Por último, Felipe. ¿Veis? Quien no tiene el honor de estar a mi lado, lo tiene de estar frente a Mí”.
* ANTIGUO RITO: 1ª Y 2ª COPAS.
.   ● Con toda mi alma he deseado comer esta Pascua con vosotros”.-  ■ Jesús, en pie en su sitio, vierte en la amplia copa que tiene delante de Sí. Todos tienen altas copas, pero Él tiene una mucho más grande, además de la que tienen todos; debe ser la copa del rito. Echa en ella el vino, la levanta y la ofrece, la coloca nuevamente sobre la mesa. Luego, todos en tono de salmo preguntan: “¿Por qué esta ceremonia?”. Una pregunta formal, de rito, se comprende. Jesús, como cabeza de familia, responde: “Este día recuerda nuestra liberación de Egipto. Sea bendito Jeová que ha creado el fruto de la viña”. Bebe un sorbo de la copa ofrecida y la pasa a los demás. Luego ofrece el pan, lo parte, lo distribuye; después las hierbas impregnadas en la salsa rojiza, que hay en cuatro salseras. Terminado esto, cantan varios salmos en coro. De la mesita traen la fuente en que está el cordero asado y la ponen frente a Jesús. Pedro, que en la primera parte… hizo el papel del que pregunta, vuelve a hacerlo: “¿Por qué este cordero, así?”. Jesús: “Como recuerdo de cuando Israel fue salvado por medio del cordero inmolado. No murió ningún primogénito allí donde había sangre sobre las jambas y el dintel. Y, luego, mientras todo Egipto lloraba la muerte de los primogénitos varones, desde el palacio del faraón hasta las chozas más humildes, los hebreos, capitaneados por Moisés, se dirigieron a la tierra de la liberación y la promesa. Vestidos ya para partir, con las sandalias puestas, en las manos el bastón, los hijos de Abraham se pusieron en marcha cantando los himnos del júbilo”. Todos se ponen de pie y cantan: “Cuando Israel salió de Egipto y la casa de Jacob de un pueblo bárbaro, la Judea se convirtió en su santuario”, etc. etc. (2). Ahora Jesús corta el cordero, llena una nueva copa, la pasa después de haber bebido. Luego cantan: “Alabad, vosotros, al Señor. Sea bendito el Nombre Eterno ahora y por los siglos. Desde el oriente del Sol hasta su ocaso debe ser alabado”, etc. (3). ■ Jesús distribuye los trozos de cordero cuidando de que todos queden bien servidos, justamente como haría un padre de familia rodeado de sus amados hijos. Majestuoso, un poco triste, mientras dice: “Con toda mi alma deseé comer con vosotros esta Pascua. Ha sido para Mí el deseo de los deseos, desde que fui, ab aeterno, «el Salvador». Sabía que esta hora precedería a esa otra. Mas la alegría de darme infundía, anticipadamente, este consuelo a mi padecer… Con toda mi alma he deseado comer con vosotros esta Pascua porque ya nunca comeré del fruto de la vid hasta la llegada del Reino de Dios. Entonces me sentaré nuevamente con los elegidos en el Banquete del Cordero, para las nupcias de los vivientes con el Viviente. A ese Banquete se acercarán sólo los que hayan sido humildes y limpios de corazón como lo soy Yo”.
.  ● ¿Quién es el primero?.- “El mayor sea como el menor”.- ■ Bartolomé pregunta: “Maestro, hace poco dijiste que quien no tiene el honor del lugar, tiene el de tenerte enfrente. ¿Cómo podemos saber entonces quién es el primero entre nosotros?”. Jesús: “Todos y ninguno. Una vez… regresábamos cansados, hastiados del odio fariseo. Pero no estabais cansados de discutir a cerca de quién entre vosotros sería el mayor… Un niño corrió a mi encuentro… era un pequeñín… Su inocencia consoló mi disgusto de tantas cosas, entre las que estaba vuestro modo testarudo de pensar. ¿Dónde estás, Benjamín de la sabia respuesta, que te vino del Cielo porque, ángel como eras, el Espíritu te hablaba? Entonces dije: «Si uno quiere ser el primero hágase el último y siervo de todos». Y os propuse como ejemplo al sabio niño. ■ Ahora os digo: «Los reyes de las naciones mandan. Los pueblos oprimidos, aunque los odien, los aclaman y les dan el nombre de ‘Beneméritos’, ‘Padres de la Patria’. Mas el odio se oculta bajo el mentiroso título». Que esto no suceda entre vosotros. El mayor sea como el menor, el jefe como el que sirve. De hecho, ¿quién es mayor, el que sirve o el que está a la mesa? El que está sentado a la mesa, y sin embargo Yo os sirvo, y dentro de poco os serviré más”.
.   ● “Todos los que hubieran permanecido fieles al Mesías en sus pruebas de la vida serán príncipes en mi Reino”.- Jesús: “Vosotros sois los que habéis estado conmigo en las pruebas. Y Yo dispongo para vosotros un puesto en mi Reino —de la misma forma que en ese Reino Yo seré Rey según la voluntad del Padre—, para que comáis y bebáis en mi mesa eterna, y estéis sentados en tronos para juzgar a las doce tribus de Israel. Habéis permanecido conmigo en mis pruebas… Esto y no otra cosa es lo que os hace grandes ante los ojos del Padre”. Los apóstoles preguntan: “Y los que vendrán después? ¿No tendrán un lugar en el Reino? ¿Solo nosotros?”. Jesús: “¡Oh, cuántos príncipes habrá en mi casa! Todos los que hubieran permanecido fieles al Mesías en sus pruebas de la vida serán príncipes en mi Reino. Porque los que hubieran perseverado hasta el fin en el martirio de la existencia, serán como vosotros, que conmigo habéis perseverado en mis pruebas. Yo me identifico en mis creyentes. ■ A los predilectos les doy, como enseña, ese Dolor que abrazo por vosotros y por todos los hombres. Quien permanece fiel en el Dolor, será un bienaventurado mío; igual que vosotros, mis amados”.
.    ● Satanás ha pedido permiso para cribaros como el trigo”.- ■ Pedro dice: “Nosotros hemos perseverado hasta el fin”. Jesús: “¿Lo crees, Pedro? Yo te aseguro que la hora de la prueba todavía está por venir. Simón de Jonás, mira que Satanás ha pedido permiso de cribaros como el trigo. He rogado por ti, para que tu fe no vacile. Tú, una vez enmendado, confirma a tus hermanos”. Pedro: “Sé que soy un pecador, pero te seré fiel hasta la muerte. Este pecado nunca lo he cometido ni lo cometeré”. Jesús: “No seas soberbio, Pedro mío. Esta hora cambiará muchas cosas que antes eran de un modo y ahora serán distintas. ¡Cuántas!… Y esas cosas traen y comportan necesidades nuevas. Vosotros lo sabéis. Siempre os lo he dicho, aun cuando andábamos por lugares lejanos, recorridos por bandidos: «No temáis. Ningún mal nos pasará porque los ángeles del Señor están con nosotros. No os preocupéis de cosa alguna». ¿Os acordáis de cuando os decía: «No estéis preocupados por la comida o por el vestido. El Padre conoce qué necesitamos?». También os decía: «El hombre vale más que un pájaro y que una flor de hierba que hoy está verde y mañana seca. Y veis que el Padre tiene cuidado también de la flor y del pajarillo. ¿Podréis, entonces, dudar de que cuide de vosotros?». También dije: «Dad a quien os pida, a quien os ofenda presentad la otra mejilla». Os dije: «No llevéis ni bolsa ni bastón». Porque Yo he enseñado amor y confianza. ■ Pero ahora… ahora ya no son esos tiempos. Ahora os pregunto: «¿Alguna vez os ha faltado algo? ¿Alguna vez os han hecho algún daño?»”. Los apóstoles responden: “Nada, Maestro. Y sólo a Ti te lo han hecho”. Jesús: “Ved, pues, que mi palabra fue veraz. Ahora el Señor ha dado órdenes a sus ángeles que se retiren. Es la hora de los demonios… Los ángeles del Señor con sus alas de oro, se cubren los ojos, se vendan, y les duele el color de sus alas, porque no es color de amargura y ésta es hora de luto, de un luto cruel y sacrílego… Esta noche no hay ángeles sobre la tierra. Están junto al trono de Dios para superar con su canto las blasfemias del mundo deicida y el llanto del Inocente. Estamos solos… Yo y vosotros. Los demonios son los dueños de esta hora. Por esto ahora tomaremos el aspecto y el modo de pensar de los pobres hombres que desconfían y no aman. Ahora quien tiene bolsa, tome también una alforja, quien no tiene espada, venda su manto y se compre una. Porque también esto que la Escritura dice de Mí, se debe cumplir: «Fue contado como uno de los malhechores» (4). En verdad, que todo lo que se refiere a Mí, tiene su realización”.
.   ● Las espadas de Zelote.- ■ Simón Zelote, que se ha levantado para ir al cofre donde colocó su rico manto —porque esta noche traen todos los mejores vestidos, y, por tanto llevan puñales, damasquinados pero muy cortos, colgados de los ricos cintos— toma dos espadas, dos verdaderas espadas, largas, ligeramente curvas, y las lleva a Jesús. “Yo y Pedro nos hemos armado esta noche. Tenemos éstas. Los otros no traen más que el puñal corto”. Jesús toma las espadas, las observa, desenvaina una y prueba su filo contra una uña. Es una visión rara que causa gran impresión ver la feroz arma en manos de Jesús. ■ Iscariote, mientras Jesús la contempla y no habla, pregunta: “¿Quién os la dio?”. Judas parece gato sobre ascuas… Zelote le responde: “Que ¿quién? Te recuerdo que mi padre fue noble y rico”. Iscariote: “Pero Pedro…”. Zelote: “¿Pero qué? ¿Desde cuándo debo dar cuenta de los regalos que quiera hacer a mis amigos?”. Jesús levanta su cabeza después de haber metido la espada en la vaina. La devuelve a Zelote.
.  ● Lavado de los pies.- ■ Dice Jesús: “Bueno.  Basta. Hiciste bien en haberlas traído. Pero ahora, antes de que bebamos la tercera copa, esperad un momento. Os he dicho que el mayor es como el menor y que Yo ahora estoy como quien sirve en esta mesa y os serviré. Hasta ahora os he distribuido comida. Es un servicio en orden al cuerpo. Ahora os quiero dar un alimento para el espíritu. No es un plato del rito antiguo; es del nuevo rito. Yo quise bautizarme primero antes de ser el «Maestro». Para esparcir la palabra bastaba ese bautismo. Ahora será derramada la Sangre. Es necesario que os lavéis con otro lavacro, aunque hayáis sido purificados por el Bautista en su momento, y también hoy en el Templo. Pero no es suficiente. Venid para que os purifique. Suspended la comida. Hay algo mucho más necesario y alto que el alimento con que se llena el vientre, aun cuando sea éste un alimento santo, como este del rito pascual; y ello es un espíritu puro, en disposición de recibir el don del Cielo que ya desciende para hacerse un trono en vosotros y daros la Vida. Dar la Vida a quien está limpio” (5). ■ Jesús se pone de pie, hace levantar a Juan para salir de su lugar, se quita el vestido rojo, lo dobla y pone doblado encima del manto, ya doblado antes. Se ciñe a la cintura una toalla grande, después va donde hay una palangana, que está vacía y limpia. Echa agua en ella, lleva la palangana al centro de la habitación, junto a la mesa, y la pone sobre un banco. Los apóstoles le miran estupefactos. Jesús les pregunta: “¿No me preguntáis por qué hago esto?”. Pedro responde: “No lo sabemos. Te digo solo que ya estamos purificados”. Jesús: “Y yo te repito que eso no importa. Mi purificación servirá al que ya está puro, para estarlo más”. Se arrodilla. Desata las sandalias a Judas Iscariote, y le lava los pies; uno primero, otro después. Es fácil hacerlo, porque los lechos-asientos están hechos de tal forma que los pies quedan hacia la parte exterior. Judas está desconcertado, pero no replica. Pero, cuando Jesús, antes de ponerle la sandalia en el pie izquierdo y levantarse, trata de besarle el pie derecho ya calzado, Judas retrae bruscamente su pie y pega con la suela en la boca divina (6). Lo hizo sin querer. No es un golpe fuerte, pero a mí me ha causado mucho dolor. Jesús sonríe, y, al apóstol que le pregunta: “¿Te hice daño? Ha sido sin querer… Perdona”, le contesta: “No, amigo. Lo hiciste sin malicia y no hace mal”. Judas le mira… Una mirada en que está pintada la turbación, una mirada que huye de todo… Jesús pasa a lavar a Tomás y luego a Felipe… Da vuelta a la mesa y se acerca a su primo Santiago. Le lava los pies, y, al levantarse, le besa en la frente. Pasa a Andrés que está rojo de vergüenza y se esfuerza por no llorar. Le lava los pies, y le acaricia como si fuera un niño. Luego es el turno de Santiago de Zebedeo que no hace más que decir en voz baja: “¡Oh, Maestro, Maestro, Maestro! ¡Te has rebajado, sublime Maestro mío!”. Juan se ha aflojado ya las sandalias y, mientras Jesús está inclinado, secándole los pies, se inclina también él y le besa sus cabellos. ■ ¡Pero Pedro!… No es fácil convencerle que debe sujetarse a este nuevo rito. “Tú, ¿lavarme los pies a mí? ¡Ni te imagines! Mientras esté vivo, no te lo permitiré. Soy un gusano, y Tú eres Dios. Cada uno a su lugar”. Jesús: “Lo que hago, no puedes comprenderlo por ahora. Algún día lo comprenderás; déjame lavarte”. Pedro: “Todo lo que quieras, Maestro. ¿Quieres cortarme el cuello? Hazlo. Pero lavarme los pies no lo harás”. Jesús: “Oh, Simón mío, ¿no sabes que si no te lavo, no tendrás parte en mi Reino? ¡Simón, Simón, tienes necesidad de esta agua para tu alma, y para el largo camino que tendrás que recorrer! ¿No quieres venir conmigo? Si no te lavo, no vienes conmigo a mi Reino”. Pedro: “¡Oh, Señor mío bendito! ¡Entonces lávame todo! ¡Pies, manos y cabeza!”. ■ Jesús: “El que, como vosotros, se ha bañado no tiene necesidad de lavarse más que los pies, porque ya está enteramente purificado. Los pies… El hombre con los pies camina sobre cosas sucias. Y ello sería poco, pues ya os lo había dicho que lo que ensucia no es lo que entra y sale con el alimento, ni contamina al hombre lo que se pega a los pies por el camino. No. Lo que contamina es lo que incuba y madura en su corazón y de allí sale para contaminar sus acciones y sus miembros. Y los pies del hombre que tiene un corazón no limpio se dirigen hacia la crápula, la lujuria, los tratos ilícitos, el crimen… Por esto, son, de entre los miembros del cuerpo, los que tienen más necesidad de purificarse… como también los ojos, la boca… ¡Oh hombre!, que fuiste una criatura perfecta un día: ¡el primero!, y luego, te has dejado corromper en tal forma por el Seductor (7). En ti, hombre, no había malicia, ni pecado… ¿Y ahora? Eres todo malicia y pecado, y no hay parte en ti que no peque”. ■ Jesús lava los pies a Pedro, se los besa. El apóstol llora y toma con sus gruesas manos las dos manos de Jesús, se las pasa por los ojos y luego se las besa. También Simón Zelote se ha quitado las sandalias, y sin decir nada se deja lavar. Pero cuando Jesús está para acercarse a Bartolomé, Simón se arrodilla y le besa los pies, diciendo: “Límpiame de la lepra del pecado como me limpiaste de la del cuerpo, para que no me vea confundido en la hora del juicio, Salvador mío”. Jesús: “No tengas miedo, Simón. Llegarás a la ciudad celestial blanco como la nieve”. Bartolomé: “Y yo, Señor, ¿qué dices al viejo Bartolomé? Tú me viste bajo la sombra de la higuera y leíste en mi corazón. ¿Y ahora qué ves? ¿Dónde me ves? Da seguridad a este pobre viejo que teme no tener fuerzas ni tiempo para llegar a donde quieres que se llegue”. Bartolomé está muy conmovido. Jesús le dice: “Tampoco temas tú. En aquella ocasión dije: «He aquí a un verdadero Israelita en quien no hay engaño». Ahora afirmo: «He aquí a un verdadero discípulo mío digno de Mí, el Mesías». Que ¿dónde te veo? Sobre un trono eterno, vestido de púrpura. Estaré siempre contigo”. El turno es de Judas Tadeo. Cuando ve a Jesús a sus pies, no sabe contenerse, inclina su cabeza sobre la mesa, apoyándola sobre el brazo y llora. Jesús: “No llores, hermano. Te pareces al que deben de arrancar un nervio, y cree no poder soportarlo. Pero será breve el dolor. Luego… serás feliz, porque me amas. Te llamas Judas. Eres como nuestro gran Judas Macabeo: un gran gigante. Eres el que protege. Tus acciones son de león y de cachorro de león rugientes. Tú desanidarás a los impíos, que ante ti retrocederán, y los inicuos se llenarán de terror. Lo sé. Sé fuerte. Una unión eterna estrechará y hará perfecto nuestro parentesco en el Cielo”. Le besa también en la frente como al otro primo. Mateo dice: “Yo soy un pecador, Maestro. No a mí…”. Jesús: “Tú fuiste pecador, Mateo. Ahora eres apóstol. Eres una «voz» mía. Te bendigo. Estos pies han caminado siempre para seguir adelante, para llegar a Dios… El alma los espoleaba y ellos han abandonado todo camino que no fuese el mío. Continúa. ¿Sabes dónde termina el sendero? En el seno de mi Padre y tuyo”.
* ANTIGUO RITO: 3ª COPA.
.   ● Judas Iscariote, turbado, resiste tanto a las miradas de Jesús como al mensaje de los Salmos.- ■ Jesús ha terminado. Se quita la toalla, se lava las manos en agua limpia, se vuelve a poner su vestido, regresa a su lugar y dice, mientras se sienta: “Ahora estáis puros, pero no todos. Solo los que han tenido voluntad de estarlo”. Mira detenidamente a Judas de Keriot que hace muestras de no oír, como que está ocupado explicando a Mateo por qué su padre decidió mandarle a Jerusalén. Una charla inútil que tiene por objeto dar a Judas cierto aire de importancia; aunque es audaz, no debe sentirse muy bien. Jesús vierte vino por tercera vez, en la copa común. Bebe y ofrece a los otros para que la beban. Luego entona un cántico, al que los otros acompañan. “Amo porque oye el Señor la voz de mis súplicas; porque inclinó a mí sus oídos. Lo invocaré por toda mi vida. Me habían sorprendido los lazos de la muerte” etc… (8). Una pausa brevísima, luego sigue cantando: “Tuve confianza por eso hablo. Pero me había encontrado en gran humillación. Habíame dicho en mi abatimiento: «Todos los hombres son engañosos»”. Mira fijamente a Judas. La voz, cansada en esta noche, de mi Jesús toma aliento cuando exclama: “Es preciosa a los ojos de Dios la muerte de los santos” y “tú has roto mis cadenas. A ti sacrificaré hostia de alabanza, invocando el nombre del Señor”, etc. etc. (9). Otra breve pausa en el canto y luego sigue: “Alabad, naciones todas, al Señor: pueblos todos, alabadlo porque su misericordia ha quedado con nosotros y la fidelidad del Señor durará como la eternidad” (10). Otra breve pausa, y luego un himno largo: “Alabad al Señor que es bueno, porque su misericordia es eterna” (11)Judas de Keriot canta tan desentonado que dos veces Tomás le obliga a tomar tono con su fuerte voz de barítono, y le mira fijamente. También los otros le miran porque generalmente entona bien y se gloría, como de sus otras dotes, de su voz. ¡Pero esta noche! Ciertas frases le turban y se detiene, lo mismo que ciertas miradas de Jesús cuando pone énfasis en ciertas frases. Una es: “Es mejor confiar en el Señor que en el hombre”. Otra es: “Tropezaba y estaba a punto de caer, pero el Señor me sostuvo”. Otra: “No moriré, antes viviré y cantaré las obras del Señor”. Las dos siguientes parecen estrangular la garganta del traidor: “La piedra que los albañiles desecharon, ha sido convertida en piedra angular” y “Bendito el que viene en el nombre del Señor”. Terminado el salmo, mientras Jesús corta el cordero y lo reparte, Mateo pregunta a Judas Keriot: “¿Te sientes mal?”. Iscariote: “No. Déjame en paz. No te metas conmigo”. Mateo se encoge de hombros. ■ Juan, que oyó lo que Judas contestó, dice: “Tampoco el Maestro se encuentra bien. ¿Qué te pasa, Jesús? Estás ronco. Como si estuvieras enfermo o como si hubieras llorado mucho”, le abraza y reclina su cabeza sobre el pecho de Jesús. Iscariote, algo nervioso, dice: “Solo es que ha hablado mucho; y yo, lo único es que he andado mucho y he cogido frío”. Jesús se dirige a Juan: “Tú ya me conoces… y sabes qué es lo que me cansa…”.
.   “Quiero que entendáis lo que acabo de hacer… Por otra parte, se debe cumplir lo que está escrito de Mí: «Aquel que conmigo come el pan, ha alzado su calcañar contra Mí».- ■ El cordero ha terminado. Jesús, que ha comido muy poco, que en lugar del poquísimo vino, ha bebido mucha agua como quien tiene fiebre, vuelve a tomar la palabra: “Quiero que entendáis lo que acabo de hacer. Os había dicho que el primero es como el último, y que os daría un alimento que no es corporal. Os he dado un alimento de humildad. Para vuestro espíritu. Vosotros me llamáis Maestro y Señor, y decís bien porque lo soy. Si pues Yo os he lavado los pies, también vosotros debéis hacerlo el uno con el otro. Ejemplo os he dado para que, como Yo he obrado, obréis. Digo en verdad: el siervo no es superior al patrón, ni el apóstol más que Aquel que la ha constituido apóstol. Tratad de comprender estas cosas. Y, si comprendiéndolas, las ponéis por obra, seréis bienaventurados. Cosa que no todos lograréis. Os conozco. Sé a quiénes he elegido. No de la misma manera me refiero a todos. Pero digo la verdad. ■ Por otra parte, debe cumplirse lo que está escrito respecto de Mí: «Aquel que conmigo come el pan, ha alzado su calcañar contra Mí». Os digo todo antes de que suceda, para que no abriguéis dudas respecto a Mí. Cuando todo esté cumplido, creeréis todavía más que Yo soy Yo. El que me acoge a Mí, acoge a quien me ha enviado: al Padre santo que está en los Cielos. Y el que acoja a los que Yo envíe, me acogerá a Mí mismo. Porque Yo estoy con el Padre y vosotros estáis conmigo”.
* ANTIGUO RITO: 4ª COPA.
 El rito antiguo termina con el salmo 118.-Jesús: “Ahora, terminemos el rito”. Echa nuevamente vino en el cáliz común y, antes de beber de él y de darlo a los demás se pone de pie. Los demás le imitan y repiten un salmo anteriormente cantado: “Tuve confianza y por esto hablé…” (12). Y luego uno que parece que nunca va a acabar. Pero ¡qué bello! Creo que por lo que comienza y por lo largo que es, debe ser el salmo 118. Lo cantan de este modo: un trozo todos juntos, luego, por turnos, cada uno recita un dístico y los otros, juntos, un trozo; y así hasta el final. ¡Me imagino que deberán tener sed al terminar!
* EL NUEVO RITO: ESTO ES MI CUERPO, ÉSTA ES MI SANGRE.
.   ● “Os prometí un milagro de amor y ha llegado la hora de realizarlo. Por eso había Yo deseado esta Pascua. De hoy en adelante, ésta será la hostia que será inmolada en perpetuo rito de amor. Os he amado desde la eternidad, hijos míos. Y quiero amaros hasta el final. No hay cosa mayor que ésta. Recordadlo. Me voy pero quedaremos siempre unidos mediante el milagro que ahora voy a realizar”. ■ Jesús se sienta. No se recuesta; se queda sentado, como nosotros. Dice: “Ahora que hemos cumplido con el rito antiguo voy a celebrar el nuevo rito. Os prometí un milagro de amor y ha llegado la hora de realizarlo. Por eso había deseado esta Pascua. De hoy en adelante, ésta será la hostia que será inmolada en perpetuo rito de amor. Os he amado durante toda mi vida terrenal, amigos míos. Os he amado desde la eternidad, hijos míos. Y quiero amaros hasta el final. No hay cosa mayor que ésta. Recordadlo. Me voy pero quedaremos siempre unidos mediante el milagro que ahora voy a realizar. Jesús toma un pan entero. Lo pone sobre la copa, que está completamente llena de vino. Bendice y ofrece ambos, luego parte el pan en trece pedazos y da uno a cada apóstol, diciendo: “Tomad y comed. Esto es mi Cuerpo. Haced esto en recuerdo de Mí, que me marcho”. Da el cáliz y dice: “Tomad y bebed. Ésta es mi Sangre. Esto es el cáliz del nuevo pacto (sellado) en mi Sangre y por mi Sangre, que será derramada por vosotros para que se os perdonen vuestros pecados y para daros Vida. Haced esto en recuerdo mío”. Jesús está tristísimo. Toda huella de sonrisa, de luz, de color le han abandonado. Parece como si estuviese agonizante. Los apóstoles le miran angustiados. ■ Se pone de pie diciendo: “No os mováis. Regreso pronto”. Toma el decimotercer pedazo de pan, toma el cáliz y sale del Cenáculo. Juan dice en voz baja: “Va donde está su Madre” (13). Judas Tadeo con un suspiro: “¡Pobre mujer!”. Pedro con una voz que apenas se oye: “¿Crees que Ella sabe?”. Judas Tadeo: “Sabe todo. Siempre lo ha sabido”. Todos hablan en voz baja, como si estuviesen ante un cadáver. Tomás, que no quiere aún creer, pregunta: “Pero ¿estáis seguro sea así?…”. Santiago de Zebedeo le responde: “¿Todavía dudas de ello? Es su hora”. Zelote dice: “Que Dios nos dé fuerzas para serle fieles”. Pedro empieza a decir: “¡Oh! yo…”. Pero Juan, que está alerta, hace: “Psss. Regresa”. ■ Jesús vuelve a entrar. Trae en la mano la copa vacía. En su fondo, una mínima señal de vino, que bajo la luz de la lámpara parece realmente sangre. Judas Iscariote, que tiene delante de sí la copa, la mira como hechizado, y luego aparta su vista. Jesús le mira y tiene un sacudimiento que Juan, que está apoyado sobre su pecho, siente, y exclama: “¡Dilo, ¿no?! Tiemblas…”. Jesús: “No. No tiemblo porque tenga fiebre… Todo os lo he dicho y todo os lo he dado. No podía daros más. Os he dado a Mí mismo”. Hace ese dulce gesto suyo de sus manos, las cuales, antes juntas, ahora se separan y abren, mientras agacha la cabeza, como queriendo decir: «Perdonad que no pueda más. Pero es así». Y agrega: “Os he dicho todo, y os he dado todo. Y repito. El nuevo rito se ha realizado. Haced esto en memoria mía. Os lavé los pies para enseñaros a ser humildes y puros como lo es vuestro Maestro. Porque en verdad os digo que los discípulos deben ser como el Maestro. Recordadlo, recordadlo. Incluso cuando estéis en una posición superior. Ningún discípulo está por encima de su Maestro. Como os lavé hacedlo vosotros. Esto es, amaos como hermanos, ayudándoos mutuamente, respetándoos unos a otros, dándoos mutuo ejemplo. Sed puros para que seáis dignos de comer del Pan vivo que ha descendido del Cielo y para que tengáis en vosotros y por Él la fuerza de ser mis discípulos en un mundo enemigo que os odiará por causa de mi Nombre”.
.  ● “La mano del que me traicionará está en esta mesa”.- Judas, con el consentimiento de Jesús, abandona el Cenáculo.Jesús: “Pero uno de vosotros no está puro. Uno de vosotros, el que me traicionará. Por este motivo estoy profundamente conturbado dentro de mi corazón… La mano del que me traicionará está en esta mesa. Ni mi amor, ni mi Cuerpo, ni mi Sangre, ni mi palabra le hacen cambiar de su determinación, ni le hacen arrepentirse. Lo perdonaría, yendo a la muerte también por él”. Los discípulos se miran aterrorizados. Se miran, sospecha uno del otro. Pedro mira fijamente a Iscariote, como si descorriese el velo de sus sospechas. Judas Tadeo se pone violentamente en pie para mirar a Iscariote por encima de Mateo. Pero Iscariote no da muestras de intranquilidad. Mira a su vez fijamente a Mateo como si sospechase de él. Luego mira a Jesús. Y, sonriendo, le pregunta: “¿Soy acaso yo?”. Parece el más seguro de su fidelidad, y parece que si hace esta pregunta es solo para que la conversación no se interrumpa. Jesús le dice: “Tú lo has dicho, Judas de Simón. No Yo. Tú lo estás diciendo. Yo no te he nombrado. ¿Por qué te acusas? Interroga a tu consejero interno, a tu conciencia, a esa conciencia que Dios Padre te ha dado para que te comportaras como un hombre, y mira si te acusa. Tú, antes que ningún otro, lo sabrás. Pero, si ella te tranquiliza, ¿por qué dices palabras que son malditas con solo decirlas, o incluso pensarlas, aunque sea por broma?”. Jesús habla con calma. Parece un maestro que explicara una tesis a sus discípulos. La agitación es grande, pero la calma de Jesús la aplaca. ■ De todas formas, Pedro, que es el que más sospecha de Iscariote —quizás también Tadeo, pero que se calma al ver la desenvoltura de Iscariote—, tira de la manga a Juan, y cuando Juan, que se había pegado fuertemente a Jesús al oír hablar de traición, se vuelve, le dice en voz baja: “Pregúntale quién es”. Juan vuelve a su postura de antes. Lo único es que levanta un poco la cabeza, como para dar un beso a Jesús, y en voz bajísima le dice al oído: “Maestro, ¿quién es?”. Y Jesús, al devolverle el beso entre los cabellos, con voz bajísima: “Aquel a quien daré un pedazo de pan mojado”. Toma un pan todavía entero, no el resto del usado para la Eucaristía; separa un buen trozo, lo moja en la salsa del cordero que hay en la bandeja, extiende por encima de la mesa su brazo y dice: “Toma, Judas. Esto te gusta”. Iscariote: “Gracias, Maestro. Me gusta, sí” y, sin saber lo que significa ese bocado, se lo come mientras Juan, horrorizado, hasta cierra los ojos para no ver la risa diabólica de Iscariote mientras muerde el trozo de pan acusador. ■ Jesús dice a Iscariote: “Bien. Ahora que he logrado contentarte, vete. Todo está terminado, aquí (y hace hincapié es esta palabra). Lo que te falta por hacer en otro lugar, hazlo pronto, Judas de Simón”. Iscariote: “Obedezco inmediatamente, Maestro. Después me reuniré contigo en Getsemaní. ¿Vas a ir allá o no? ¿Cómo de costumbre?”. Jesús: “Voy a ir allá… como de costumbre… de veras”. Pedro pregunta: “¿Qué va a hacer? ¿Va solo?”. Iscariote, mientras se pone el manto, en tono socarrón, dice: “No soy ningún niño”. Jesús responde: “Déjalo que se vaya. Yo y él sabemos lo que tiene que hacerse”. Pedro dice: “Sí, Maestro”, pero no replica. Tal vez se imagina que ha faltado contra la caridad por haber sospechado de un compañero. Con la mano en la frente, piensa. ■ Jesús estrecha hacia Sí a Juan y le susurra otra cosa entre sus cabellos: “Por ahora no digas nada a Pedro. Sería un inútil escándalo”. Iscariote dice despidiéndose: “Hasta pronto, Maestro. Hasta pronto, amigos”. Jesús le responde: “Hasta pronto”. Pedro: “Te devuelvo el saludo, muchacho”. Juan, con la cabeza casi apoyada sobre las rodillas de Jesús, murmura: “¡Satanás!”. Jesús es el único que le oye, y da un suspiro.
* Se levantan y van a sentarse para estar cerca del Maestro. Un grito impulsivo de Jesús cuando Andrés trata de sentarse en el lugar que dejó Iscariote.- ■ Pasan unos minutos de absoluto silencio. Jesús está cabizbajo mientras maquinalmente acaricia los rubios cabellos de Juan. Luego reacciona. Alza la cabeza, mira en derredor suyo, sonríe a sus discípulos para consolarlos. Dice: “Levantémonos y sentémonos juntos como los hijos se sientan alrededor de su padre”. Toman los asientos lechos que están detrás de la mesa (los de Jesús, Juan, Santiago, Pedro, Simón, Andrés y el primo Santiago) y los llevan al otro lado. Jesús se sienta en el suyo, entre Santiago y Juan como antes. Pero cuando ve que Andrés va a sentarse en el lugar que dejó Iscariote, grita: “No, ahí, no”. Un grito impulsivo que su inmensa prudencia no logra controlar. Luego busca una explicación, diciendo: “No es necesario tanto espacio. Estos asientos son suficientes. Quiero que estéis muy cerca de Mí”…
* “No digáis: «Y entonces si Tú nos has elegido, ¿por qué has elegido a un traidor? Si todo lo sabes, ¿por qué has hecho esto?»”.- “Os doy el mandamiento de que os améis y perdonéis. ¡Cuántos traidores encontraréis! El mundo no puede amar lo que no es como él. Por lo tanto, no os amará. Os he dicho: el siervo no es más que su señor. Han visto mis obras, oído mis palabras, y, no obstante, me han odiado, y conmigo a mi Padre. Porque Yo y el Padre somos una sola Unidad con el Amor. Pero estaba escrito: «Me odiaron sin motivo alguno»”.- ■ Jesús: “Ya no os llamo siervos, porque el siervo no sabe lo que hace su señor, mientras que vosotros sabéis lo que Yo hago. Todo lo sabéis acerca de Mí. Me he manifestado a vosotros, pero no sólo esto, sino que también os he revelado al Padre y al Paráclito y todo lo que he oído a Dios. No sois vosotros los que os habéis elegido; fui Yo quien os he elegido y os he elegido para que vayáis entre los pueblos y produzcáis frutos en vosotros y en los corazones de los evangelizados y vuestro fruto permanezca, y el Padre os conceda lo que pidáis en mi Nombre. ■ No digáis: «Y entonces si Tú nos has elegido, ¿por qué has elegido a un traidor? Si todo lo sabes, ¿por qué has hecho esto?». No preguntéis ni siquiera quién sea ése. No es un hombre. Es Satanás. Se lo dije al amigo fiel y lo he dejado decir al hijo predilecto (14). Es Satanás. Si Satanás, el eterno comediante, no se hubiera encarnado en cuerpo mortal, este hombre poseído no hubiera podido escapar a mi poder. He dicho «poseído». No. Es algo mucho más: es uno que está anulado en Satanás” (15). Santiago de Alfeo pregunta: “¿Por qué, Tú que has expulsado los demonios, no lo libraste de él?”. Jesús: “¿Me lo preguntas, porque amándome, tienes miedo de ser tú el traidor? No temas”. Los demás discípulos a su vez, temerosos, preguntan: “¿Entonces yo?”. “¿Yo?”. “¿Yo?”. Jesús les dice: “Callaos. No diré su nombre. Tengo misericordia, tenedla también vosotros”. Le preguntan: “Pero, ¿por qué no le venciste? ¿No pudiste?”. Jesús: “Podía. Pero si hubiera impedido a Satanás que se encarnara para matarme, habría debido exterminar la raza humana antes de su Redención (16). ¿Qué habría redimido entonces?”. ■ Pedro, cayendo de rodillas ante Jesús y zarandeándole frenéticamente como si estuviera bajo el influjo de un delirio: “Dímelo, Señor, dímelo. ¿Soy yo? ¿Soy yo? ¿Me examino? No me parece serlo. Pero Tú… Tú me dijiste que te negaré… Y tiemblo de miedo… ¡Oh, qué horror ser yo!”. Jesús: “No, Simón de Jonás. No eres tú”. Pedro: “¿Por qué me llamas por mi nombre y no me dices «Piedra»? ¿He vuelto acaso a ser Simón? ¿Lo ves? Lo estáis diciendo… ¡Soy yo! Pero, ¿cómo ha sido posible? Decidlo… decidlo vosotros… ¿Cuándo fue el momento en que pude haberme convertido en traidor?… ¡Simón!… ¡Juan!… ¡Hablad!…”. Jesús: “¡Pedro, Pedro, Pedro! Te he llamado Simón porque me he acordado de la primera vez que te vi, cuando eras Simón. Y pienso que has sido siempre leal desde aquel primer momento. No eres tú. Te lo aseguro Yo que soy la Verdad”. Pedro: “Entonces ¿quién?”. Tadeo, que no logra contenerse más, grita: “¡Quién otro sino Judas de Keriot! ¿No lo has comprendido?”. Pedro grita a su vez: “¿Por qué no me lo dijiste antes? ¿Por qué?”. Jesús: “Silencio. Es Satanás. No tiene otro nombre. ¿A dónde vas, Pedro?”. Pedro: “A buscarle”. Jesús: “Deja inmediatamente tu manto y tu espada. ¿O quieres que te expulse y te maldiga?”. Pedro: “¡No, no! ¡Oh, Señor mío! Pero yo… pero yo… ¿Deliro acaso? ¡Oh, oh!”. Pedro echado por tierra llora a los pies de Jesús. ■ Jesús: “Os doy el mandamiento de que os améis. Y que perdonéis. ¿Habéis comprendido? Si en el mundo existe odio, en vosotros debe existir solo amor. Un amor hacia todos. ¡Cuántos traidores encontraréis en vuestro camino! Pero no debéis odiarlos, y devolverles mal por mal. Si eso hiciereis, el Padre os aborrecerá a vosotros. Antes que vosotros fui odiado Yo y traicionado. Y ya veis que Yo no odio. El mundo no puede amar lo que no es como él. Por lo tanto, no os amará. Si fueseis suyos, os amaría; pero no sois del mundo, porque Yo os he tomado de entre el mundo. Y por este motivo os odia. Os he dicho: el siervo no es más que su señor. Si me han perseguido a Mí, también a vosotros os perseguirán. Si me hubieran escuchado a Mí también os escucharían a vosotros. Pero todo lo harán por causa de mi Nombre, porque no conocen, porque no quieren conocer a quien me ha enviado. Si no hubiera Yo venido y no les hubiese hablado, no serían culpables; pero ahora su pecado no tiene disculpa. Han visto mis obras, oído mis palabras, y, no obstante, me han odiado, y conmigo a mi Padre. Porque Yo y el Padre somos una sola Unidad con el Amor. Pero estaba escrito: «Me odiaron sin motivo alguno»” (17).

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(Siguen los discursos de despedida de Jesús [Ju. 14-16]. Desembocan los mismos en la sublime plegaria de Jesús que Juan nos transmite [Ju. 17], llamada por muchos “oración sacerdotal”, oración de Cristo, quien, antes de morir, ofrece en sacrificio su propia vida; sacerdote y víctima a la vez)
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* Después de recitar la sublime plegaria de Jesús, transmitida por el evangelista Juan, hacia el Getsemaní.- ■ Jesús se pone de pie, abre los brazos en cruz y recita al Padre, con un rostro radiante, la sublime plegaria que Juan nos transmitió íntegra (18). Se oyen más o menos los sollozos de todos los apóstoles. Cantan un himno. Jesús les bendice. Luego dice: “Tomemos los mantos, y vayámonos. Andrés, di al dueño de la casa que deje todo así, porque es mi voluntad. Mañana… os dará júbilo volver a ver este lugar”. Jesús lo mira. Parece como si bendijese las paredes, los muebles, todo. Luego se echa encima el manto y sale, seguido de sus discípulos. ■ A su lado va Juan sobre el que se apoya. Juan le pregunta: “¿No te despides de tu Madre?”. Jesús: “No. Ya lo hice. Ahora no hagáis ruido”. Simón, con la antorcha que ha encendido, ilumina el ancho corredor que lleva a la puerta. Pedro abre con cuidado el portón, salen todos a la calle. Y, con una especie de llave, cierra por afuera. Se ponen en camino. (Escrito el 9 de Marzo de 1945).
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1  Nota  : Cfr. Mt. 26,20-29; Mc. 14,17-25;  Lc. 22,14-30;  Ju. 13,1-35.   2  Nota  : Cfr. Sal. 113.   3  Nota  : Cfr. Sal. 112.   4  Nota  : Cfr. Is.53,12. Se aconseja tener presente: 52,13-53,12.   5  Nota  : Significado del lavado de los pies. El lavado de los pies, en esta Obra como en la Liturgia romana vespertina del Jueves Santo, precede al rito eucarístico, para enseñar que nadie debe participar en el Banquete divino si no es muy caritativo, profundamente humilde, completamente puro.  6  Nota  : Cfr Sal. 40,10.   7  Nota  : Cfr. Gén. 1-3.   8  Nota  : Cfr. Sal. 114 según vulgata.   9  Nota  : Cfr. Sal. 115.   10  Nota  : Cfr. Sal.  116.   11  Nota  : Cfr. Sal. 117.   12  Nota  : Cfr. Sal. 115.   13  Nota  : S. Justino, filósofo y teólogo de la época sub-apostólica, que nació en Palestina y que vivió en Roma, en su Apología 1ª, compuesta hacia el año 150, escribe que los diáconos, al terminar el Sacrificio, llevaban la Eucaristía a los ausentes.  14  Nota  : Amigo fiel: Lázaro; hijo predilecto: apóstol Juan.  15  Nota  : Habiéndose entregado voluntaria y completamente al servicio de Satanás. Como Pablo con toda verdad llegó a decir: “No soy yo más el que vive en mí, es Jesús quien vive en mí” (Gal. 2,20).  16  Nota  : “Si hubiera impedido encarnarse a Satanás para matarme, habría debido exterminar a la raza humana antes de su Redención”. Es una afirmación fuerte y vivida, apropiada para expresar la voluntad satánica, insana y desenfrenada de apoderarse del hombre, rey del universo, para realizar finalmente su antiguo sueño no solo de combatir sin tregua a Dios sino de quererlo destruir.  17  Nota  : Cfr.  Sal. 34,19.  18  Nota  : Respecto de esta “sublime plegaria”, María Valtorta hizo notar varias veces y su director el Padre Migliorini lo repitió, que el apóstol Juan la había escrito “ad litteram”, exactamente como salió de los labios del Maestro divino.
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(<Jesús ha dejado en un tramo del Getsemaní a los apóstoles, excepto a Pedro, Juan y Santiago Zebedeo con los que ha subido un tramo más alto. Allí los deja, también a éstos, con el ruego de que permanezcan en oración. Y Él se retira, sube algunos metros, y va junto a un peñasco. Se pone a orar. Por dos veces ha vuelto donde los tres y los ha encontrado dormidos [Mt.26,36-46]. Por tercera vez, vuelve… >)
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9-602-449 (11-21-506).- El prendimiento en el Getsemaní.
* Jesús y apóstoles ante los esbirros e Iscariote.- Desconcertantes gritos de los apóstoles cuando se da la captura.- ■ Los tres duermen tranquilamente, envueltos en sus mantos. Recostados cerca del fuego ya apagado. Se les oye respirar profundamente, después roncar. Jesús los llama. Inútil. Debe agacharse y zarandear un poco a Pedro, que sacando la cabeza de en medio de su manto verde oscuro, dice atolondrado y asustado: “¿Qué pasa? ¿Quién me arresta?”. Jesús: “Nadie. Soy Yo quien te llama”. Pedro: “¿Es ya por la mañana?”. Jesús: “No. Ha acabado casi la segunda vigilia”. Pedro está completamente entumecido. Jesús zarandea a Juan, que da un grito de terror al ver inclinado hacia él un rostro que, de tan marmóreo como se ve, parece de un fantasma. “¡Oh… me parecías muerto!”. Zarandea a Santiago, el cual creyendo que le llama su hermano, pregunta: “¿Han apresado al Maestro?”. Jesús responde: “…Todavía no, Santiago. Pero alzaos ya. Vamos. El que me traiciona está cerca”. Los tres, todavía atontados, se levantan. Miran a su alrededor… Olivos, la luna, pájaros, vientecillo, tranquilidad… Ninguna otra cosa. Siguen a Jesús sin replicar. ■ También los otros ocho están más o menos dormidos alrededor del fuego apagado. Ordena Jesús: “Levantaos. Mientras Satanás viene, ¡mostrad al que no duerme y a sus hijos que los hijos de Dios no duermen!”. Ellos: “Como Tú digas, Maestro”. “¿Dónde está, Maestro?”. “Jesús, yo…” “Pero ¿qué ha sucedido?”. Y entre preguntas y respuestas enredadas se ponen los mantos… ■ El tiempo justo de aparecer en orden a la vista los esbirros capitaneados por Judas que irrumpen en el tranquilo calvero iluminándolo bruscamente con antorchas encendidas: son una horda de bandidos, disfrazados de soldados, caras de la peor calaña de las galeras con sonrisas maliciosas de demonios; hay también algún que otro cobardón del Templo. Los apóstoles, todos, se hacen a un lado en un ángulo. Pedro delante, y, en grupo, detrás, los demás. Jesús se queda donde estaba. Judas se acerca, resistiendo a la mirada de Jesús que ha vuelto a ser una mirada centelleante de sus mejores días. No baja la cara. Al contrario, se acerca con una sonrisa de hiena y le besa en la mejilla derecha. Jesús: “Amigo, ¿qué has venido a hacer? ¿Con un beso me traicionas?”. Judas agacha un momento la cabeza, después vuelve a levantarla… Muerto al reproche y a cualquier invitación de arrepentimiento. Jesús, después de las primeras palabras, pronunciadas todavía con la solemnidad del Maestro, adquiere el tono afligido de quien se resigna a una desventura. ■ Con un aullido los esbirros se acercan llevando sogas, bastones y tratan de apoderarse no solo de Jesús sino también de los apóstoles. Menos de Judas, se comprende. Calmada y pausadamente pregunta Jesús: “¿A quién buscáis?”. Esbirros: “A Jesús Nazareno”. Jesús: “Yo soy”. La voz es un trueno. Ante el mundo asesino y el inocente, ante la naturaleza y las estrellas, Jesús da de Sí —yo diría que está contento de poder hacerlo— este testimonio claro, leal, seguro. ¡Ah!, pero si de Él hubiera emanado un rayo, no habría hecho más: como un manojo de espigas segadas, todos caen al suelo. Quedan en pie solo Judas, Jesús y los apóstoles, los cuales, ante el espectáculo de los soldados derrumbados se rehacen, tanto que se acercan a Jesús, y con amenazas tan claras contra Judas, que éste súbitamente da un brinco —huye al otro lado del Cedrón y se adentra en la negrura de la callejuela—, con el tiempo justo para librarse del golpe maestro de la espada de Simón, y seguido en vano de piedras y palos que le lanzan los apóstoles que no iban armados de espada. Huye más allá del Cedrón y se pierde dentro en la negrura de una vereda. Jesús: “Alzaos. ¿A quién buscáis? Vuelvo a preguntaros”. Esbirros: “A Jesús Nazareno”. Jesús dice con dulzura. Sí, con dulzura: “Os lo he dicho que soy Yo. Dejad, pues, libres a éstos. Yo vengo. Dejad las espadas y palos. No soy un ladrón. Siempre estuve con vosotros. ¿Por qué no me apresasteis entonces? Pero ésta es vuestra hora y la de Satanás…”. ■ Mientras Él habla, Pedro se acerca al hombre que extiende las cuerdas para amarrar a Jesús y descarga un desmañado golpe de espada. Si la hubiese usado de punta, lo hubiera degollado como a un macho cabrío. Así no hace otra cosa que cortarle la oreja, que queda colgando en medio de un borbollón de sangre. El hombre grita, creyéndose muerto. Hay confusión entre los que quieren arremeter y los que tienen miedo al ver relucir espadas y puñales. Jesús: “Dejad las armas. Os lo ordeno. Si quisiera, tendría a los ángeles del Padre para que me defendiesen. Y tú, queda sano. En el alma, lo primero, si puedes”. Y antes de extender sus manos a las sogas, toca la oreja, que sana. ■ Los apóstoles dan gritos de rabia… Sí, me duele decir esto, pero es así. Quién dice una cosa, quién otra. Alguien grita: “¡Nos has traicionado!”, y quién: “¡Es un loco!”, y quién dice: “¿Quién puede creerte?”. Y, quien no grita, huye… Y Jesús se queda solo. Él y los esbirros… Empieza el camino… (Escrito el 11 de Febrero de 1944).
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10-605-31 (11-24-535).- Viernes de Pasión.- Judas de Keriot después de la traición. Ahorcamiento de Judas (1).
* Judas, sobresaltado y aterrado, vaga por la ciudad.- Mordido por un perro.- Viernes de Pasión. Dos de la madrugada. Esta es mi dolorosísima visión en estas primeras horas del Viernes de Pasión. Se me presentó mientras hacía la Hora de María Desolada, porque había pensado que pasar la noche, que precede a la Profesión en compañía de la Virgen de los Siete Dolores, era la más hermosa preparación para la Profesión. ■ Veo a Judas. Está solo. Viste de color amarillo claro y lleva una faja roja a la cintura. Mi locutor interno me dice que hace poco fue capturado Jesús, y que Judas, que huyó después de la detención, está a merced ahora de ideas contrarias. Efectivamente, Iscariote parece una fiera enfurecida acosada por una jauría de mastines. Un soplo leve del viento entre las frondas de los árboles, o el rumor de alguna cosa del camino, el hilo de agua de una fuentecilla, le hacen sobresaltarse y volverse con sospecha y terror, como si se sintiera alcanzado por un verdugo. Tuerce la cabeza yendo cabizbajo, encogido el cuello, tuerce los ojos como quien quisiera ver y tuviera miedo de ver; y, si los rayos de la luna, por casualidad, forman una sombra de apariencia humana, sus ojos se abren como platos, da un salto hacia atrás, se pone más pálido de lo que ya de por sí está, se detiene un instante, y luego huye precipitadamente, volviendo sobre sus pasos, se escurre por entre otras callejuelas, hasta que otro ruido u otro juego de rayos de luna le detienen y le hacen huir en dirección contraria. ■ Con vacilante paso se dirige hacia el interior de la ciudad, pero un fuerte griterío le hace comprender que está cerca de la casa de Caifás, y entonces, cubriéndose la cabeza con las manos, agachándose como si aquellos gritos fueran otras tantas piedras que le cayesen encima, huye, huye. Y, huyendo, toma una callejuela que le lleva directo a la casa donde se celebró la Cena. Cae en la cuenta que está delante de ella, por una fuente que murmura en ese lugar de la calle. Este murmullo del agua que cae en la pequeña pila de piedra, y un leve silbido del viento, que pasando por la callejuela forma como reprimido lamento, deben parecerle el llanto de Jesús a quien traicionó y sus quejidos. Se tapa los oídos para no oír, y huye con los ojos cerrados para no ver la puerta por la que pocas horas antes había pasado con el Maestro y por la que salió en busca de los verdugos para capturarle. ■ Corriendo así, con los ojos cerrados, va a chocar contra un perro callejero, el primero que veo desde que tengo estas visiones. Es un perro grande, gris e hirsuto, que se hace a un lado con un gruñido, pronto a lanzarse contra cualquiera. Judas abre los ojos y ve dos pupilas fosforescentes que le miran. Ve los blancos colmillos. El animal parece como si sonriera diabólicamente. Judas lanza un grito de espanto. El perro toma el grito como amenaza y se arroja sobre él. Los dos caen en tierra. Judas debajo, paralizado del terror, el perro encima. Cuando se separa de su presa, juzgándola indigna de sí, Judas sangra de dos o tres mordiscos. Su manto tiene varias rasgaduras. Un mordisco le ha clavado los dientes justamente en la mejilla, en el lugar exacto donde él besó a Jesús. La mejilla sangra, y la sangre ensucia el cuello del vestido amarillento de Judas: empapando el cordón rojo que cierra su túnica por el cuello, haciéndole más rojo aún; es como si se le pusiera un collar de sangre. Judas se lleva la mano a la mejilla y mira al perro, que se ha separado pero que está aguardándole bajo el hueco de una puerta, y entre dientes dice: “¡Belcebú!” y, lanzando otro grito, huye perseguido del perro. Huye hasta el puentecillo cercano al Getsemaní. Ahí, o porque esté cansado de seguirle, o porque tenga hidrofobia y el agua le aleje, el perro deja a su presa y vuelve gruñendo.
* Judas regresa al Huerto de los Olivos.-Judas, que se había metido en el arroyo para coger piedras y lanzárselas al perro, cuando ve que se aleja, mira a su alrededor, se ve con el agua hasta la mitad de las pantorrillas. Sin preocuparse de su vestidura, cada vez más mojada, se agacha a beber y bebe como quien tiene fiebre. Se lava la mejilla que le sigue sangrando y que debe dolerle. A los primeros débiles rayos de luz del alba, sube al guijarral: por la otra parte, como si tuviese todavía miedo del perro y no se atreviese a volver hacia la ciudad. ■ Unos cuantos metros, y se encuentra a la entrada del Huerto de los Olivos. Grita: “¡No, no!” al reconocer el lugar. Luego, no sé por qué fuerza irresistible, por algún sadismo satánico y criminal, avanza. Busca el lugar donde se llevó a cabo la detención. Se ve pisoteada la tierra, también la hierba y gotas de sangre esparcidas por el suelo, tal vez de Malco. Mira, mira… Luego emite un grito ronco y da un salto hacia atrás. Grita: “¡Esa sangre, esa sangre!”, y la señala —¿a quién?— con el brazo extendido, apuntando con el índice. A la luz que sigue aumentando, su cara parece térrea y espectral. Parece un loco. Los ojos los tiene horriblemente abiertos y relucientes como si estuviese delirando. Los cabellos, despeinados por la carrera y por el terror, están como de punta. La mejilla, que se va hinchando, desvía su boca dándole una expresión de sonrisa diabólica. Su vestido desgarrado, le da el aire de un mendigo. El manto también lodoso y roto, le cae por la espalda como un guiñapo. Se enreda con él cuando al gritar: “¡Esa sangre, esa sangre!”, retrocede como si aquella sangre se convirtiese en un mar que sube y baja. Judas cae de espaldas y se hiere la cabeza, detrás, contra una piedra. Lanza un gemido de dolor y de miedo. “¿Quién es?” grita. Debe haber pensado que alguien le echó por tierra para agredirle. Se vuelve aterrorizado. ¡Nadie! Se levanta. Ahora la sangre también brota de la nuca. El círculo rojo se ensancha en el vestido. No llega hasta la tierra, porque es poca. Empapa el vestido. Ya parece puesto al cuello el dogal rojo. ■ Camina. Encuentra los restos de la hoguera que Pedro hizo a los pies de un olivo, pero él no lo sabe y se imagina que Jesús estuvo allí. Grita: “¡Largo, largo!”. Y, con las manos extendidas ante sí, parece rechazar un fantasma que le atormenta. Escapa, y se va contra el peñasco de la agonía. El alba ha roto y permite ver todo bien y pronto. Judas ve el manto de Jesús que dejó doblado sobre el peñasco. Lo conoce. Quiere tocarlo, pero siente miedo. Estira la mano, la retira. Quiere. No quiere. El manto le atrae irresistiblemente. Gime: “¡No, no!”. Luego dice: “Sí, ¡por Satanás!, sí. Quiero tocarlo. ¡No tengo miedo! ¡No tengo miedo!”. Dice que no tiene, pero castañetean sus dientes. Hasta el ruido que hace sobre su cabeza la rama de un olivo que el viento ha movido y que pega contra otra, le hace gritar de nuevo horrendamente. Con todo, cobra fuerzas y toma el manto. Se ríe. Es la risa de un loco, de un demonio. Una sonrisa histérica, a pedazos, lúgubre, que no termina nunca, porque ha vencido su terror. Y de hecho, lo dice: “¡No me causas ningún temor, Jesús! Ninguno. Tanto que te temía porque creía que eras un Dios, y un hombre valiente. Ahora no me causas ningún miedo, porque no eres Dios. Eres un pobre loco, un cobarde. No supiste defenderte. No me redujiste a ceniza como tampoco leíste en mi corazón la traición. ¡Miedos míos!… ¡Qué necio fui! Cuando ayer por la noche hablabas, creí que lo sabías. Pero no fue así. Era mi miedo el que daba fuerza de profecía a tus palabras comunes. Eres un nada. Te has dejado vender, señalar, apresar como ratón en la ratonera. ¡Tu poder! ¡Tu origen! ¡Ja, ja! ¡Payaso! ¡El fuerte es Satanás! Más fuerte que Tú. Te ha vencido. ¡Ja, ja! ¡El Profeta! ¡El Mesías! ¡El Rey de Israel! ¡Y pensar que me has tenido subyugado tres años! ¡Y siempre con el miedo en el corazón! ¡Tenía que mentir para engañarte delicadamente cuando quería gozar de la vida! Pero, aunque hubiera robado y fornicado sin emplear toda mi astucia, no me habrías hecho nada. ¡Eres un debilucho! ¡Un loco! ¡Y un pusilánime! ■ Me he equivocado en no hacerte a Ti lo que hago a tu manto para vengarme del tiempo en que me has tenido esclavo del miedo. ¡Miedo de un conejo! ¡Mira, mira!”. A cada “¡Mira!” Judas muerde y trata de romper el manto. Lo despliega entre sus manos; y, al hacerlo, aparecen las manchas de sangre. Judas detiene su furia. Las mira. Las toca. Las huele… Extiende todo el manto. Se ven muy claras las huellas de las manos ensangrentadas que enjugaron el rostro. “¡Ah! ¡Sangre! ¡Sangre! ¡Sangre! ¡Su sangre!… ¡No!”. Judas suelta el manto y mira a su alrededor. También sobre el peñasco, donde Jesús se apoyó con la espalda cuando el Ángel le consolaba, hay manchas de sangre. “¡Ahí!… ¡Ahí!… ¡Sangre! ¡Sangre!…”. Baja los ojos para no ver, y se encuentra con la hierba manchada también, Y, debido al rocío, parece como si fuera recién caída. Es rojiza. Brilla al sol. “¡No, no, no! ¡No quiero verla! ¡No puede ser esa sangre! ¡Auxilio!”, y se lleva las manos a la garganta, y respira como si estuviese ahogando en un mar de sangre. “¡Atrás, atrás! ¡Déjame! ¡Déjame, maldito! ¡Pero esta sangre es un mar! ¡Cubre toda la Tierra! ¡La Tierra! ¡La Tierra! Y sobre la Tierra no hay lugar para mí, porque no puedo ver esa sangre que la cubre. ¡Soy el nuevo Caín del Inocente!”. ■ Me imagino que la idea de suicidarse le llegó en estos momentos a la cabeza. La cara de Judas infunde temor.
* Judas regresa al Templo ante el Sanedrín y regresa al Cenáculo ante la mesa de la Cena.- ■ Baja el desnivel de un salto y huye por el olivar sin regresar por el camino de antes. Parece como si fieras le persiguiesen. Regresa a la ciudad. Se envuelve en el manto como puede y trata de cubrirse lo mejor posible la herida y la cara. Se dirige al Templo y, al hacerlo, en un cruce del camino, se encuentra frente a frente con la canalla que arrastra a Jesús hacia Pilatos. No puede retroceder, porque más gente, que ha acudido a ver, le empuja por detrás. Y, siendo alto, por fuerza descuella, y ve. Y encuentra la mirada de Jesús… Las dos miradas se cruzan un momento. Luego pasa Jesús, amarrado, golpeado. Y Judas cae de bruces, como desvanecido. La gente le pisotea sin piedad, y él no reacciona: debe preferir ser pisoteado por todo un mundo antes que encontrarse con esa mirada. ■ Cuando la jauría deicida ha pasado, y la calle queda vacía, se levanta y corre al Templo. Choca contra un guardia que está a la puerta del recinto, y casi le derriba. Otros guardias corren para impedirle la entrada al energúmeno. Pero él, como un toro furioso, ataca a todos. A uno, que se echa sobre él, para no dejarle entrar al salón del Sanedrín donde todavía están reunidos y discutiendo, le agarra por la garganta y le arroja escalones abajo; si no muerto, ciertamente muy mal parado. Judas, de pie en medio del salón, en el lugar donde antes había estado Jesús, grita: “No quiero, malditos, vuestro dinero”. Parece un demonio vomitado por el infierno. Ensangrentado, despeinado, delirante, babeando, las manos en forma de garras, grita y, tan estridente es su voz, ronca, aulladora, que parece que ladra: “¡No quiero vuestro dinero, malditos! Habéis sido mi perdición. Me habéis hecho cometer el más grande de los pecados. Maldito soy, maldito como vosotros. He traicionado la Sangre inocente. Caiga sobre vosotros esa Sangre y mi propia muerte. Sobre vosotros… ¡No! ¡Ay!…”. Judas ve el pavimento manchado de sangre. “¿También aquí la hay? ¡Por todas partes! ¡Por todas partes está su sangre! ¿Cuánta sangre tiene el Cordero de Dios para cubrir así la Tierra y morir? ¡Pensar que yo la he derramado! ¡Por instigación vuestra! ¡Malditos, malditos, malditos para siempre! ¡Maldición a estos muros! ¡Maldición sobre este Templo profanado! ¡Maldición al Pontífice deicida! ¡Maldición a los sacerdotes indignos, a los fariseos hipócritas, a los judíos crueles, a los escribas mentirosos! ¡Maldición a mí! ¡A mí! ¡Tened vuestro dinero y os estrangule el corazón como a mí el dogal”, y arroja la bolsa a la cara de Caifás, y sale lanzando un grito, mientras el dinero suena esparciéndose por el suelo después de haber golpeado a Caifás en la cara. Nadie se atreve a detener a Judas. ■ Sale. Corre por las calles. Fatalmente vuelve a cruzarse otras dos veces con Jesús que va y viene del palacio de Herodes. Abandona el centro de la ciudad, entrando al azar por las callejuelas más miserables y va a dar nuevamente frente a la casa del Cenáculo, que está cerrada, como abandonada. Se detiene. La mira. “¡La Madre!” murmura. “¡La Madre!…”. Se queda inmóvil… “¡También yo tengo una madre! ¡Y a una Madre le he matado su hijo!… También… quiero entrar… Volver a ver esa sala. Allí no hay sangre…”. Llama con un golpe a la puerta… otro… otro… La dueña de casa viene y trata de cerrar, pero Judas, de un empujón, la abre y, separando violentamente a un lado a la mujer, entra. Corre hacia la puertecita que da a la sala. La abre. Entra. Hermosos rayos matutinos entran por las ventanas abiertas. Da un suspiro de descanso. Sigue hacia delante. Aquí hay calma y silencio. La vajilla está toda en su lugar. Se comprende que nadie hasta ahora se ha preocupado de ella. Da la impresión de que esperase a los invitados. Judas va a la mesa. Mira si hay vino en las jarras. Lo hay. Bebe directamente y con ansia de una de ellas que sostiene con ambas manos. Luego se deja caer sentado. Apoya la cabeza sobre los brazos cruzados, encima de la mesa. No ha caído en la cuenta de que está sentado exactamente en el lugar de Jesús y que tiene ante sí el cáliz que se empleó para la Eucaristía. Se queda firme por unos minutos, hasta que la fatiga de la carrera desaparece. Luego levanta su cabeza, distingue la copa, se acuerda dónde está sentado. Se levanta como endemoniado. Pero la copa le atrae. Todavía hay un poco de vino rojo en el fondo; y el sol, al dar sobre el metal —parece de plata— enciende ese líquido. “¡Sangre! ¡Sangre, también aquí! ¡Su Sangre! ¡Su Sangre!… «Haced esto en recuerdo mío… tomad y bebed. Esta es mi SangreLa Sangre del nuevo testamento que será derramada por vosotros…». ¡Ah, maldito sea yo! ¡Porque para mi pecado no se derramará! No pido perdón porque Él no puede perdonarme. ¡Largo, largo! No hay lugar donde el Caín de Dios pueda encontrar reposo. ¡La muerte! ¡La muerte!…”. Sale.
* Judas ante la Madre. “Arrepiéntete, Judas, Él perdona…”.- ■ Se encuentra a María, enfrente, en pie, en la puerta de la habitación donde Jesús la había dejado. Ella, al oír ruido, se había asomado, esperando tal vez ver a Juan, que hace varias horas que marchó. La Virgen está pálida como si le hubieran sacado toda la sangre. Sus ojos, llenos de dolor, son muy semejantes a los de su Hijo. Judas se encuentra con esos ojos que le miran dolorosos y conscientes, como le miraron los de Jesús en la calle. Y, con “¡Oh!” de espanto, se pega contra la pared. “¡Judas!” dice María, “Judas, ¿a qué viniste?”. Las mismas palabras de Jesús, dichas con un amor doloroso. Judas las recuerda. Y lanza un aullido. La Virgen repite: “Judas, ¿qué has hecho? ¿Has correspondido a tanto amor con la traición?”. La voz de María es una temblorosa caricia. Judas intenta escapar. María le llama con una voz capaz de convertir a un demonio. “¡Judas! ¡Judas! ¡Detente! ¡Espera! ¡Escucha! Te lo digo en su nombre: arrepiéntete, Judas. Él perdona…”. Judas huye. La voz de María, su aspecto, ha sido el golpe de gracia, es decir, de desgracia, porque él la resiste. Huye precipitadamente. ■ Se encuentra con Juan que viene corriendo a la casa para acompañar a la Virgen. La sentencia ha sido pronunciada. Jesús está a punto de emprender el camino hacia el Calvario. Es hora de que la Madre sea llevada a donde su Hijo. Juan reconoce a Judas, aun cuando muy poco quede del hermoso Judas de hace unas cuantas horas. Juan, con manifiesto desprecio, le pregunta: “¿Tú aquí?… ¿Tú, aquí? ¡Maldición te caiga, asesino del Hijo de Dios! El Maestro ha sido sentenciado a muerte. Alégrate, si puedes, pero déjame libre el camino. Voy a llevar a su Madre. ¡Que Ella, la otra Víctima, no te encuentre, sierpe horrenda!”.
* Judas vaga por los campos; se ahorca.- ■ Judas huye. Se envuelve la cabeza en los harapos del manto dejando solo un resquicio para ver. La gente, la poca que no ha ido al Pretorio, al verle, se hace a un lado, como si evitase a un loco. Y tal lo parece. Vaga por los campos. El viento le trae de vez en cuando un eco de la gritería que lanza la turba contra Jesús. Cada vez que llega el eco hasta Judas, aúlla como un chacal. Creo que realmente está ya loco, porque va, rítmicamente, golpeando la cabeza contra las paredes de piedra; o es que está hidrófobo porque al ver cualquier líquido: agua o la leche que lleva en una jarra un niño, o el aceite que rezuma de un odre, grita, aúlla, grita: “¡Sangre! ¡Sangre! ¡Su Sangre!”. Tiene ansias de beber en los arroyuelos o en las fuentes pero no puede porque el agua le parece sangre, y lo dice: “¡Es Sangre! ¡Me ahoga! ¡Me quema! ¡Siento quemarme! ¡Su Sangre que ayer me ha dado, se me ha convertido en fuego! ¡Maldición sobre mí! ¡Maldición sobre Ti!”. ■ Sube y sigue subiendo por las colinas que rodean Jerusalén. Sus ojos van irresistiblemente al Gólgota. Desde lejos, ve por dos veces que el cortejo desaparece por la subida. Mira y aúlla. Ya está en la cima. También Judas está en la cima de un pequeño collado cubierto de olivos. Entró en él abriendo una portezuela, como si fuese su dueño, o, por lo menos, como si fuera muy práctico en abrir tales puertas. Tengo la idea de que Judas no tenía muchos respetos para con la propiedad ajena. ■ De pie, bajo un olivo, al borde de una zanja, mira hacia el Gólgota. Ve que levantan las cruces y comprende que Jesús ha sido crucificado. No puede ver ni oír, pero el delirio o un maleficio de Satanás le hacen ver y oír como si estuviese en la cima del Calvario. Mira, mira como alucinado. Gesticula violentamente: “¡No, no, no me mires! ¡No me hables! No lo soporto ¡Muere, muere, maldito! ¡La muerte te cierre los ojos que me hacen temblar, que te cierre la boca que me maldice! Pero también yo te maldigo, porque no me has salvado”. La cara de Judas está en tal forma transformada que ya uno no puede mirarla. Dos hilillos de baba bajan por la boca. La mejilla, donde le mordió el perro, está verdosa e hinchada. Su cara como torcida. Sus cabellos pegajosos; su barba, muy negra, que le ha crecido en las mejillas durante estas horas, le dan un aspecto lúgubre. Y ¡qué decir de sus ojos!… Giran, se tuercen, brillan, como si fuesen de demonio. ■ Arranca de su cintura la gruesa faja de lana roja que le ciñe con tres vueltas. Prueba su solidez enroscándolo en torno de un olivo y tirando con toda su fuerza. Ve que resiste. Escoge un olivo que valga para ese fin. El que da hacia la zanja con sus ramas. Sube sobre él. Amarra fuertemente una punta en la rama más robusta y que da al vacío. Ha hecho el nudo corredizo. Por última vez ve el Gólgota. Luego mete la cabeza en el nudo. Ahora parece como si tuviera dos collares rojos a ras del cuello. Se sienta al borde, luego de un golpe se lanza al vacío. El nudo le estrangula. Forcejea unos minutos. Se le saltan los ojos. Se ennegrece. Abre la boca; las venas del cuello se hinchan y se ponen negras. Da cuatro o cinco patadas en el aire, en sus últimas convulsiones. Luego la boca se abre para colgar de ella la lengua negra y babosa. Los globos oculares quedan al descubierto, saltones, dejando a la vista el bulbo blanquecino inyectado de sangre. El iris del ojo desparece bajo el párpado. Ha muerto. El fuerte viento, que sopla por la tormenta, bambolea el macabro péndulo y le hace dar vueltas como una horripilante araña junto a la tela. La visión termina de este modo. Y espero olvidarla, porque le aseguro (2) que ha sido una visión horrible. (Escrito el 31 de Marzo de 1944).
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1  Nota  : Cfr. Mt. 27,3-5; Hech. 1,15-20.  2  Nota  : Padre Migliorini,  director espiritual de María Valtorta.
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10-605-39 (11-25-541).- Judas de Keriot habría podido salvarse todavía si se hubiera arrepentido.
* Juicio sobre dos caídas: la de Judas y la de Pedro.- ■ Dice Jesús: “Horrible muerte, pero no inútil. Muchos creen que Judas haya cometido una acción insignificante. Algunos han llegado a decir que fue un benemérito porque sin él la Redención no se hubiera realizado, y que, por esto, está justificado a los ojos de Dios. En verdad os digo que si el Infierno no hubiera existido antes, con una existencia perfecta en cuanto a los tormentos, habría sido creado para Judas, incluso mucho más horrible y eterno. Porque de todos los pecadores condenados él es el más réprobo y pecador (1); y para él no habrá, para siempre jamás, mitigación en su condenación (2). El remordimiento habría podido incluso salvarle, si hubiera hecho del remordimiento un arrepentimiento. Pero no quiso arrepentirse, sino que al primer delito de traición —del que todavía la gran misericordia que es mi amorosa debilidad podía compadecerse—, unió blasfemias, la resistencia a las voces de la Gracia, que le hablaban por mi mirada, por medio de los restos de la Eucaristía instituida, de las palabras de mi Madre. Él resistió a todo. Quiso resistir, de la misma manera que quiso traicionar y quiso maldecir y quiso suicidarse. ■ La voluntad es la que vale en las cosas, ya sean buenas ya malas. Yo perdono cuando alguien cae sin voluntad de caer. Fíjate lo que pasó con Pedro. Me negó. ¿Por qué? No lo sabía claramente ni siquiera él mismo. ¿Fue Pedro culpable? No. Mi Pedro nunca lo fue. Ante los soldados y guardias del Templo tuvo el valor de atacar a Malco para defenderme y se puso en peligro de que le hubieran matado por ello. Luego huyó, por falta de voluntad. Después me negó, sin tener la voluntad de hacerlo. Bien supo después permanecer y seguir adelante por el camino sangriento de la Cruz, por mi camino, hasta llegar a su muerte de cruz. Bien supo después dar testimonio de Mí, hasta el punto de que le mataron por su fe intrépida. Su negación fue el último extravío de su flaqueza humana. Pero la voluntad espiritual no estaba presente en esos momentos. Oprimida bajo el peso de la debilidad humana, dormía. Cuando despertó, no quiso permanecer en el pecado y quiso ser perfecto. Le perdoné enseguida. Judas no quiso”.
* “¿De qué sirve arrojar el precio de la traición, si este despojo es solo el fruto de la ira, y no de una voluntad de arrepentimiento?”.- ■ Jesús: “Dices que parecía loco e hidrófobo. Lo era de rabia satánica. El terror que experimentó al ver el perro, animal en realidad raro en Jerusalén, le vino de que desde tiempos antiguos se atribuía a Satanás esa forma de aparecerse a los hombres. En los libros de magia se dice incluso ahora que una de las formas que prefiere Satanás para aparecerse es la de un perro misterioso o la un de gato o de un macho cabrío. Judas, a merced del terror nacido por causa de su crimen, convencido de pertenecer a Satanás por su delito, ve a Satanás en la forma de un perro callejero. ■ El culpable ve en todo sombras de miedo. La conciencia las crea. Y luego Satanás azuza estas sombras, que podrían todavía dar el arrepentimiento, y hace de ellas espectros horrendos que llevan a la desesperación. Y la desesperación lleva a cometer el último crimen: el suicidio. ¿De qué sirve arrojar el precio de la traición, si este despojo es solo el fruto de la ira, y no de una voluntad de arrepentimiento? En este último caso, el desprenderse de los frutos del mal se hace mérito. Pero así, como Judas hizo, no estuvo bien. Inútil sacrificio”.
* “Si se hubiera arrojado a los pies de mi Madre diciendo «¡Piedad!», Ella, la Misericordiosa, me le habría traído a los pies de la Cruz, para que mi Sangre hubiera caído primeramente sobre él, el más grande de los pecadores. Pero Judas no quiso”.- ■ Jesús: “Mi Madre —y era la Gracia la que hablaba y mi Tesorera la que ofrecía el perdón en mi nombre— se lo dijo: «Arrepiéntete, Judas. Él perdona…». ¡Oh, claro que le habría perdonado! Si se hubiera arrojado a los pies de mi Madre diciendo: «¡Piedad!», Ella, la Misericordiosa, le habría recogido como a un herido, y en las heridas que Satanás le había hecho, en las que él había inoculado el traicionarme, habría derramado su llanto que salva, me le habría traído, a los pies de la cruz, tomándole de la mano para que Satanás no le pudiera arrebatar, y no le golpearan los discípulos; me lo habría traído para que mi Sangre hubiera caído primeramente sobre él, el más grande de los pecadores. ■ Y habría estado Ella, Sacerdotisa admirable en su altar, entre la pureza y la culpa, porque es Madre de las vírgenes y de los santos, pero también de los pecadores. Pero Judas no quiso. Reflexionad sobre el poder de la voluntad, de la cual sois dueños absolutos. Por ella podéis recibir el Cielo o el Infierno. Reflexionad qué quiere decir persistir en la culpa”.
* “El Crucificado, esperanza divina para los que se arrepienten, para los impenitentes es objeto de un gran pavor que les hace blasfemar y usar la violencia contra sí mismos”.- ■ Jesús: “El Crucificado, el que está con los brazos abiertos y clavados para deciros que os ama, que no quiere, que no puede castigaros porque os ama, que prefiere no poderos abrazar —único dolor en su actitud de crucificado— antes que estar libre para castigaros; el Crucificado, esperanza divina para los que se arrepienten y quieren dejar la culpa, para los impenitentes es objeto de un gran pavor que les hace blasfemar y usar la violencia contra sí mismos. Son éstos asesinos de su propio cuerpo y alma por su persistencia en el pecado. Y el aspecto del Bueno, que se dejó inmolar con la esperanza de salvarlos, toma la forma de un espectro de horror”.

* Dice Jesús:
“María, te has quejado de esta visión. Pero es Viernes de Pasión, hija. Debes sufrir. A los sufrimientos por mis sufrimientos y los de María, debes unir los tuyos por la amargura de ver a los pecadores persistir siendo pecadores. Ha sido éste un sufrimiento nuestro. Debe ser también el tuyo. María sufrió y sufre todavía por esto, como por mis tormentos. Por esto debes sufrir. Ahora descansa. Dentro de tres horas pertenecerás a Mí y a María. Te bendigo, violeta de mi Pasión y pasionaria de María” (5 ¼ del día). (Escrito el 31 de Marzo de 1944).
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1 Nota : “De todos los condenados, él es el más réprobo y pecador”.- Si se examinan, cuidadosa y desapasionadamente, los pasos bíblicos que más o menos se refieren a la suerte de Judas Iscariote, parece que se condenó. Cfr. Mt.26,20-25; Mc. 14,17-21; Lc. 22,21-33; Ju. 6,67-71; 13,1-32; Hech. 1,15-26. ■ Los exégetas modernos, sin embargo, no están de acuerdo. Algunos al comentar el cap. 1º de los Hechos, al llegar al v. 25: “Señor, muéstranos a cuál de éstos dos (Matías o José) has elegido para ocupar el lugar que Judas dejó para irse al lugar que le correspondía”, guardan silencio; otros, no afirman que Judas se haya condenado (Jacquier); otros, en fin, lo afirman (Bíblico de Roma). La antigua Glossa interlinearis, un eco de los santos Padres y Escritores, sobre la palabra griega “lugar” (locum) ponen la palabra lapidaria “Infierno”. ■ Fuera de estos lugares escriturísticos en que se habla directamente del estado de Judas, no tenemos ningún dato para afirmar con claridad que Judas se haya condenado. Ni tampoco la Iglesia ha dicho cosa alguna al respecto. Con todo, en esta Obra se afirma la eterna condenación de Judas, deicida, y suicida impenitente.   2  Nota  : Al leerse en esta Obra: “Para él, no habrá, para siempre jamás, mitigación en su condenación” se refiere directa y claramente a Judas, el traidor del divino Maestro; pero no respecto de los demás condenados. Y aun cuando con ello se entendiese que el sufrimiento eterno de los demás condenados, o de algunos, por algunos motivos o en algunas circunstancias Dios lo aminora en su misericordia, esta Obra no podría ser tachada de herejía. Consultar al gran teólogo D. Petavius S. J. Aunque hoy en día muchos ilustres teólogos son contrarios a la disminución de los sufrimientos de los condenados, no faltan, con todo, quienes la aceptan.
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(<El Sábado Santo, la Virgen, junto con Juan, Marta, María de Magdala, María de Alfeo y María de Salomé, está en la casa del Cenáculo. Juan había salido del Cenáculo, por deseos de la Madre, en busca de los apóstoles>)
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10-614-147 (11-34-632).- En el día del Sábado Santo. Juan comunica a la Madre el final de Judas.
* Juan encuentra a Judas ahorcado, colgado de un olivo.- ■ Regresa Juan al Cenáculo solo cuando el sol, que está en su zenit, dice que es mediodía. “Madre. No pude encontrar a nadie. Solo a… Judas de Keriot”. Virgen: “¿Dónde está?”. Juan: “¡Oh, Madre, qué horror! Está colgado de un olivo, hinchado y negro como si hubiera muerto hace varias semanas. Huele mal. Está horrible… Es pasto de buitres, cuervos, y qué sé yo, que emiten chillidos en medio de peleas atroces… Esa algarabía fue la que me llevó en esa dirección. Estaba yo en el camino del monte de los Olivos y, por encima de una loma, he visto círculos y círculos de negros pajarracos. Fui a ver… ¿Por qué? No lo sé. Y vi. ¡Qué horror!…”. ■ Virgen: “¡Qué horror! Dices bien. Más allá de la Bondad ha estado la Justicia. En realidad la Bondad está ausente, ahora…”. (Escrito el 30 de Marzo de 1945).
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(<Jesús resucitado se ha aparecido a muchos, incluso a los apóstoles, ausente todavía Tomás de cuyo paradero los apóstoles están preocupados>)
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10-628-222 (11-14-698).- Los 10 apóstoles, hablan de Judas y de sus despojos. Y después Tomás, que acaba de aparecer, indica dónde fue enterrado.
* Las entrañas del traidor esparcidas hasta la casa de Anás.- ■ Los diez están en el patio de la casa del Cenáculo. Hablan y oran. Simón Zelote dice: “Estoy muy preocupado porque no se deja ver. No sé ya dónde buscarle”. Dice Juan: “Tampoco yo”. Zelote: “No está en casa de sus padres. Y nadie le ha visto. ¿Y si le hubieran capturado?”. Juan: “Si así fuera el Maestro no hubiera dicho: «Diré lo demás cuando llegue el que está ausente»”. Zelote: “Es verdad. Una vez más quiero ir a Betania. Tal vez se encuentre por esos montes y no tenga valor para dejarse ver”. Mateo: “Ve, ve, Simón. A todos reuniste y… nos salvaste al habernos llevado donde Lázaro. ¿Os acordáis de las palabras que el Señor dijo acerca de él? Nada menos que: «Fue el primero que en mi Nombre ha perdonado y guiado». ¿Por qué no le pone en lugar de Iscariote?”. Responde Felipe: “Porque no querrá dar a su amigo fidelísimo el lugar del traidor”. ■ Pedro: “Hace poco he oído, cuando he estado dando una vuelta por los mercados y he hablado con vendedores de pescado que… sí, de ellos me puedo fiar, que los del Templo no saben qué hacer con el cuerpo de Judas. No sé quién habrá sido… pero esta mañana al amanecer, los guardias del Templo han encontrado dentro del recinto sagrado su cuerpo putrefacto, todavía con la faja en el cuello. Yo creo que habrán sido paganos los que le hayan descolgado y le hayan echado allá… ¡quien sabe cómo!” (1). Santiago de Alfeo: “Sin embargo, a mí ayer tarde, en la fuente, me dijeron —más exactamente oí decir— que ya, desde el atardecer de ayer, las entrañas del traidor se habían esparcido hasta la casa de Anás. Sin duda se trata de paganos. Porque ningún hebreo habría tocado, después de más de cinco días, ese cuerpo. ¡Bien podrido que estará ya!”. Juan: “¡Algo horrible, ya desde el sábado!”, y se pone palidísimo al recordar lo que había visto. Se preguntan: “¿Pero cómo fue a dar a aquel lugar? ¿Era suyo?”. Bartolomé: “¿Y quién supo algo con certeza sobre Judas de Keriot? ¿Os acordáis cuán difícil, y complicado era…?”. Exclama Zelote: “Dirías mejor: mentiroso, Bartolomé. Jamás fue sincero. Estuvo con nosotros tres años y nosotros, que siempre estábamos juntos, cuando estábamos ante él, parecía como si nos encontrásemos ante una muralla”. Judas de Alfeo: “¿Una muralla? ¡Oh, Simón! Di un laberinto”. Juan: “Oídme. No hablemos de Él. Me parece, como si al recordarle, le tuviéramos aquí con nosotros y que vaya a venir a crearnos fastidio. Quisiera yo borrar su recuerdo de mí y de todos los corazones, sean hebreos o gentiles; si son hebreos, para que no sentir la vergüenza de que nuestra raza haya generado semejante monstruo; si son gentiles, para que entre ellos no haya quien un día llegue a decirnos: «Su traidor fue uno de Israel». ■ Yo soy un muchacho y comprendo que no debería de hablar ante vosotros antes. Yo soy el último, y tú, Pedro, eres el primero. Y aquí están el Zelote y Bartolomé, instruidos, y están además los hermanos del Señor. Pero quisiera que lo más pronto posible se nombrara a alguien que ocupe su lugar, uno que sea santo, porque mientras vea ese lugar vacío en nuestro grupo, veré la boca del infierno con sus hedores sobre nosotros. Y tengo miedo de que nos extravíe…”. Pedro: “¡No, hombre, Juan! Te has quedado impresionado por la fealdad de su crimen y de su cuerpo colgado…”. Juan: “No, no. También María lo ha dicho: «He visto a Satanás al ver a Judas de Keriot». ¡Oh, tratemos de buscar a un hombre santo que ocupe su lugar!”. Pedro: “Escúchame. Yo no escojo a nadie. Si Él que es Dios, escogió a un Iscariote, ¿qué va a escoger el pobre de mí?”. Zelote: “Y con todo tendrás que hacerlo”. Pedro: “No, querido. Yo no escojo a nadie. Le preguntaré al Señor. Basta con los pecados que he cometido”. ■ Santiago de Alfeo dice desconsolado: “Tenemos muchas cosas que preguntar. La otra noche nos quedamos como atolondrados. Pero tenemos que buscar instrucción. Porque… ¿Cómo nos las arreglaremos para comprender si una cosa es realmente pecado, o si no lo es? Ya ves cómo el Señor se expresa sobre los paganos de forma distinta de como hablamos nosotros. Ya ves cómo disculpa más una cobardía o el hecho de renegar, que la duda sobre su posible perdón… ¡Oh, tengo miedo de equivocarme!”. Santiago de Zebedeo: “No cabe duda que nos ha dicho tantas cosas, pero me parece que no he entendido nada, desde hace una semana estoy como tonto”, y se siente desconsolado. Los demás afirman también: “Lo mismo me pasa a mí”. “Y a mí también”. “También yo”. Todos se encuentran en las mismas condiciones. Atónitos, se miran mutuamente y recurren a la acostumbrada solución: “Iremos donde Lázaro. Quizás allí encontramos al Señor y… Lázaro nos ayudará”. ■ Llaman al portón. Se quedan callados. Todos emiten una exclamación de estupor al ver entrar en el vestíbulo a Elías (2) junto con Tomás. Un Tomás tan cambiado que no se parece a él. Sus compañeros se arremolinan en tono a él con gritos de júbilo: “¿Sabes que ha resucitado y que ha venido? Espera tu regreso”. Tomás: “Lo sé, me lo ha dicho también Elías. Pero no lo creo. Creo en lo que mis ojos ven y veo que para nosotros todo ha terminado. Veo que estamos dispersos. Veo que ni siquiera existe un sepulcro conocido donde ir a llorarle. Veo que el Sanedrín se quiere librar de su cómplice —cuya sepultura decreta, como si se tratara de un animal inmundo, al pie del olivo donde se ha ahorcado— y de los seguidores del Nazareno. En las puertas me detuvieron a mí el viernes y me dijeron: «¿Eras también tú uno de los suyos? Ya está muerto. No hay remedio alguno. Vuelve a trabajar a tu oficio en el oro». Y huí…”. (Escrito el 7 de Abril de 1945).
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1  Nota : En Hechos 1,17-20,  el día de la elección de Matías,  propuesto para ocupar el puesto del traidor Judas Iscariote, Pedro dice de J. Iscariote: “Él era uno de los nuestros y se le había dado un puesto en nuestra tarea. Sin embargo, se hizo el guía de los que prendieron a Jesús. Y luego, habiendo comprado un campo con el dinero que le dieron de su traición, cayó de cabeza, reventándose, y sus entrañas se desparramaron. La noticia llegó a todos los habitantes de Jerusalén, quienes llamaron a ese lugar «Campo de la Sangre»”.   Nota  : Según esta Obra, Elías fue uno de los discípulos pastores, esto es, de los que adoraron al recién nacido. (Cfr. Personajes de la Obra magna: Pastores de Belén). A la luz de esto, se comprende algunas expresiones. Así José y Matías, de los que se hace mención en los Hechos 1,23, habrían sido: José, hijo del difunto pastor José; y Matías, uno de los pastores que adoraron al recién nacido Mesías en su gruta de Belén. Incluso, uno de estos pastores, el pastor Isaac, fue el primero de los discípulos de Jesús.
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10-632-269 (11-18-740).- Aparición de Jesús resucitado a la madre de Judas de Keriot, a los 12 días después de su muerte.
* Ana consuela a María de Simón que repite: “¡Soy la madre… del Caín… de Dios! ¿Qué cosa parí?”.- Es la casa de Ana, madre de Juana (1). La casa de campo donde Jesús, acompañado por la madre de Judas, obró el milagro al curar a Ana. También aquí hay una habitación y una mujer sobre el lecho; irreconocible ella, de tan desfigurada como está a causa de una mortal angustia. Su cara está cambiadísima. La fiebre la devora encendiendo sus pómulos, salientes de tan ahondados como están los carrillos. Las sienes las tiene hundidas. Los ojos, rojos de fiebre y llanto, están semicerrados bajo unos párpados hinchados. Donde no hay enrojecimiento de fiebre se ve amarillez intensa, verdosa como por bilis esparcida en la sangre. Los brazos descarnados, las manos afiladas, están desmayados sobre las mantas que un veloz jadeo levanta. Junto a la enferma, que no es sino la madre de Judas, está Ana, la madre de Juana, secando lágrimas y sudor, agitando un abanico de palma, cambiando en la frente y la garganta de la enferma paños impregnados en un vinagre aromatizado, acariciando a la enferma las manos y los cabellos despeinados, esos cabellos que, en poco tiempo, han pasado a ser más blancos que negros y que están esparcidos sobre las mejillas o tiesos por sudor sobre las orejas que parecen mármol transparente. ■ También Ana llora. La consuela diciendo: “¡No así, María, no así! ¡Basta!… él fue el que pecó. Tú sabes cómo es el Señor Jesús…”. María de Simón dice: “¡Cállate! No repitas ese nombre que al decírmelo se profana… ¡Soy la madre… del Caín… de Dios! ¡Ah!”. El llanto es desgarrador. La mujer siente ahogarse, se agarra al cuello de su amiga, que la ayuda; un vómito de bilis le sale de la boca. Ana le habla: “¡Cálmate, cálmate! ¡Así no! ¡Oh!, ¿qué puedo decirte para convencerte que Él, el Señor, te ama? ¡Te lo repito! Te lo juro por las cosas para mí más santas: por mi Salvador y por mi hija. Él me lo dijo cuando me lo trajiste. Dijo algo con lo que mostró su infinito amor por ti. Tú eres inocente. Él te ama. Estoy segura. Segura de que otra vez se entregaría para darte paz, pobre madre atormentada”. María de Simón insiste: “¡Madre del Caín de Dios! ¿Escuchas? Ese viento que sopla allá afuera… Lo dice… Lleva por el mundo su voz y grita: «María de Simón, madre de Judas, del que traicionó al Maestro y le entregó a sus verdugos». ¿Oyes? Todo lo proclama… Las tórtolas… las ovejas… toda la Tierra grita que soy yo… No, no quiero curarme. ¡Quiero morirme!… Dios es justo y no me castigará en la otra vida. Pero acá, el mundo aúlla: «¡Eres la madre de Judas!»”. Se deja caer, exhausta, sobre la almohada. Ana la coloca y sale para llevarse los paños ya sucios. María, con los ojos cerrados, después del último esfuerzo, gime: “¡La madre de Judas!, ¡de Judas!, ¡de Judas!”. Jadea, luego: “¿Pero qué cosa es Judas? ¿Qué cosa parí? ¿Qué cosa es Judas? ¿Qué cosa…?”.
* Dos lágrimas y un beso para la madre de Judas.- ■ Jesús está en la habitación, que una débil luz ilumina, porque todavía la luz del día es muy escasa como para aclarar esta vasta habitación, en la que el lecho está en el fondo, lejos de la única ventana que hay. Jesús la llama dulcemente: “¡María, María de Simón!”. La mujer casi delira y no hace caso. Está fuera de sí, sumergida en el torbellino de su dolor. Sus ideas le brotan de su cerebro obsesionado, monótonamente, como el tic-tac de un péndulo: “¡La madre de Judas! ¿Qué cosa parí? El mundo aúlla: «La madre de Judas»…”. Jesús tiene dos lágrimas en sus dulcísimos ojos. Me sorprende mucho esto. Nunca imaginé que Jesús pudiera llorar después de haber resucitado… Se agacha. ¡El lecho es tan bajo para Él tan alto…! Pone la mano sobre la frente febril, haciendo a un lado los paños impregnados de vinagre, y dice: “Un infeliz. Esto y no más. Si el mundo aúlla, Dios ahoga su aullido diciéndote: «Tranquilízate, porque te amo». ¡Mírame, pobre madre! Recoge tu espíritu desorientado y ponlo en mis manos. ¡Soy Jesús!…”. María de Simón abre sus ojos como si saliera de una pesadilla y ve al Señor, siente su mano sobre su frente, se lleva las manos a la cara y gime: “¡No me maldigas! ¡Si hubiera sabido lo que había concebido, me hubiera arrancado las entrañas para que no hubiera nacido!”. Jesús: “Y hubieras cometido un pecado, María. Oh, María, no quieras hacer algo malo por culpa de otro. Las madres que han cumplido con su deber no tienen por qué sentirse responsables de los pecados de sus hijos. Tú cumpliste con tu deber, María. Dame tus pobres manos. Cálmate, pobre madre”. María de Simón replica: “Soy la madre de Judas. Estoy impura como todo lo que tocó ese demonio. ¡Madre de un demonio! No me toques”. Forcejea tratando de evitar las Manos divinas que la quieren tocar. ■ Las dos lágrimas de Jesús le caen a la mujer sobre su cara enrojecida por la fiebre. Jesús le dice: “Te he purificado, María. Mis lágrimas de piedad han caído sobre ti. Desde que bebí mi cáliz de dolor, por nadie he llorado; pero sobre ti lo hago con toda mi amorosa piedad”. Le ha tomado las manos y se sienta, sí, realmente en el borde del lecho, teniendo las manos temblorosas de María entre las suyas. La compasión que brilla en sus hermosos ojos acaricia, envuelve, cura a la infeliz mujer que se calma y llora más quedamente y susurra: “¿No me tienes rencor?”. Jesús: “Te amo. Por esto he venido. Tranquilízate”. María de Simón: “Tú perdonas, pero el mundo… ¡Tu Madre me odiará!”. Jesús: “Te tiene como a una hermana. El mundo es cruel, tienes razón. Pero, Ella, mi Madre, es la Madre del Amor, y es buena. Tú no puedes ir por el mundo, pero Ella vendrá a ti cuando todo esté ya en paz. El tiempo tranquiliza…”. María de Simón: “Hazme morir, si me amas…”. Jesús: “Todavía no. ■ Tu hijo no supo darme nada. Sufre un poco de tiempo por Mí. Será breve”. María de Simón: “Mi hijo te dio mucho… Te dio un horror infinito”. Jesús: “Y un dolor infinito. El horror ha pasado. No sirve para más, pero sí sirve tu dolor. Se une a mis llagas. Tus lágrimas y mi Sangre lavan el mundo. Tus lágrimas están entre mi Sangre y el llanto de mi Madre; y alrededor, alrededor, está todo el dolor de los santos que sufrirán por Mí, y por los hombres por amor mío y amor a los hombres. ¡Pobre María!”. Dulcemente la recuesta, le cruza las manos, la mira mientras se tranquiliza… ■ Regresa Ana y se queda atónita en la puerta. Jesús, que se ha puesto de pie, la mira: “Cumpliste con mi deseo. Para los obedientes hay paz. Tu corazón me ha comprendido. Vive en mi paz”. Vuelve a bajar los ojos sobre María de Simón que le mira entre un río de lágrimas más tranquilas, y le sonríe. La consuela nuevamente: “Pon tus esperanzas en el Señor. Te dará sus consuelos”. La bendice y hace ademán de irse. María de Simón da un grito de dolor: “Se dice que mi hijo te traicionó con un beso. ¿Es verdad, Señor? Si es así, permíteme que yo lo lave besándote las Manos. ¡No puedo hacer otra cosa! No puedo hacer otra cosa para borrar… para borrar…”. El dolor le vuelve, más fuerte. Jesús, ¡oh!, Jesús no es que le dé a besar las Manos —esas Manos que quedan semidescubiertas por la ancha manga de la cándida túnica, que pende hasta el metacarpo y esconde las heridas—, lo que hace es que toma la cabeza de la mujer entre sus manos y se agacha para besar con sus divinos labios la frente ardiente de la más infeliz de todas las mujeres. Y al erguirse le dice: “¡Mis lágrimas y mi beso! Ninguno ha recibido tanto de Mí. Quédate tranquila. Entre tú y Yo no hay más que amor”. La bendice y cruzando rápidamente la habitación, sale detrás de Ana, que no se ha atrevido a entrar ni a hablar, sino que solo llora de emoción. ■ Cuando están en el corredor que lleva a la puerta de la casa, Ana se atreve a hablar, a hacer una pregunta que le late en el corazón: “¿Mi Juana?”. Jesús: “Hace quince días que goza del Cielo. No te dije allí dentro porque hay un gran contraste entre tu hija y su hijo”. Ana: “Es verdad. Una desgracia. Creo que morirá”. Jesús: “No. No tan pronto”. Ana: “Ahora estará más tranquila. La has consolado. ¡Tú que puedes más que todos!”. Jesús: “Yo la compadezco más que todos. Soy la divina Compasión. Soy el Amor. Yo te lo digo, mujer: si Judas me hubiera lanzado solo una mirada de arrepentimiento, le habría obtenido de Dios el perdón…”. ¡Qué tristeza en el rostro de Jesús! La mujer queda maravillada. Las palabras y el silencio afloran sin salir de sus labios, pero la curiosidad la vence. Pregunta: “¿Pero fue una… un… Sí, quiero decir: ese desgraciado pecó de repente o…”. Jesús: “Hacía meses que pecaba. Y tan fuerte era su voluntad de pecar que ninguna palabra mía ni una acción mía valieron para frenarle. Pero no se lo digas a ella…”. Ana: “No se lo diré, Señor”.
* Jesús no se manifiesta al pueblo de Keriot porque ha faltado a la caridad.- ■ Ana añade: “Fíjate, cuando Ananías, que huyó de Jerusalén sin haber consumado la Pascua, la noche misma de la Parasceve, entró aquí gritando: «Tu hijo traicionó al Maestro y le entregó a sus enemigos. Con un beso le traicionó. Y yo he visto al Maestro golpeado, escupido, flagelado, coronado de espinas, cargado con la cruz, crucificado y muerto por obra de tu hijo. Y los enemigos del Maestro gritan nuestro nombre con un repugnante sentido de triunfo. Y se narran las hazañas de tu hijo, que ha vendido al Mesías por menos de lo que cuesta un cordero y le ha señalado ante la gente armada con un beso traidor», María cayó al suelo, ennegrecida de repente. Y el médico dice que se le derramó la bilis y se le despedazó el hígado, quedando corrompida toda su sangre. Y… el mundo es malo. Ella tiene razón… Tuve que traérmela aquí porque iban a la casa en Keriot a gritar: «¡Tu hijo deicida y suicida! ¡Se ahorcó! Belcebú se ha llevado su alma y Satanás su cuerpo». ¿Es verdad que ha sucedido este horrible prodigio?”. Jesús: “No, mujer. Fue encontrado muerto, colgado de un olivo…”. Ana prosigue: “¡Ah! Y gritaban: «El Mesías ha resucitado. Es Dios. Tu hijo traicionó a Dios. Eres la madre del traidor de Dios. Eres la madre de Judas». Por la noche con Ananías y un siervo fiel, el único que se quedó conmigo, pues nadie quiso estar con ella… me la traje aquí. Pero María oye esos gritos en el viento, en el rumor de la tierra, en todas partes”. Jesús: “¡Pobre madre! ¡Es cosa horrible, sí!”. ■ Ana: “¿Pero aquel demonio no pensó en esto?”. Jesús: “Era una de las razones que empleaba Yo para detenerle. Pero de nada sirvió. Judas llegó a odiar a Dios, cuando jamás amó verdaderamente a su padre y madre ni a ningún prójimo suyo”. Ana: “¡Es verdad!”. Jesús: “¡Adiós, mujer! Mi bendición te dé fuerzas para soportar los insultos del mundo porque compadeces a María. Besa mi mano. Te la puedo mostrar. A ella le hubiera causado un gran dolor”. Echa hacia atrás la manga, dejando al descubierto la muñeca atravesada. Ana lanza un gemido mientras roza apenas con los labios la punta de los dedos. ■ Se oye el ruido de una puerta que se abre y un grito ahogado: “¡El Señor!”. Un hombre ya entrado en años se arrodilla y permanece postrado. Ana, para consolar también al viejecillo en medio de su grande emoción, dice: “Ananías, el Señor es bueno. Vino a consolar a tu pariente, y a nosotros también”. El hombre no se atreve a moverse. Llora diciendo: “Pertenecemos a una raza cruel. No puedo mirar al Señor”. Jesús se le acerca. Le toca la cabeza diciendo las mismas palabras que había dicho a María: “Los familiares que han cumplido con su deber, no tienen por qué sentirse responsables del pecado de un pariente. ¡Anímate, Ananías! Dios es justo. La paz sea contigo y con esta casa. ■ He venido y tú irás a donde te envío. Para la Pascua suplementaria los discípulos estarán en Betania. Irás a ellos y les dirás que doce días después de su muerte viste en Keriot al Señor, vivo y verdadero, en Cuerpo, Alma y Divinidad. Te creerán, porque ya mucho he estado con ellos. Pero los confirmarás en su fe acerca de mi Naturaleza divina al saber que estoy en cualquier lugar en el mismo día. ■ Y antes de ello, irás hoy mismo a Keriot y le pedirás al sinagogo que reúna al pueblo y ante la presencia de todos proclamarás que Yo he venido aquí, y que recuerden las palabras de mi despedida. Te replicarán: «¿Por qué no ha venido a nosotros?». Les responderás así: «El Señor me ha dicho que os diga que, si hubierais hecho lo que Él os había ordenado que hicierais respecto a una madre inocente, Él se habría mostrado. Habéis faltado contra el amor y el Señor no se os ha mostrado por eso». ¿Lo harás?”. Ananías: “¡Es difícil esto, Señor! ¡Difícil de hacer! Todos nos tienen por leprosos del corazón… El sinagogo no me escuchará, y no me dejará hablar al pueblo. Tal vez me pegue… Sin embargo lo haré porque lo ordenas”. El viejecillo no levanta la cabeza. Ha hablado conservando su actitud de profunda adoración. ■ Jesús le dice: “¡Mírame, Ananías!”. El hombre levanta su cara llena de veneración. Jesús está tan bello como en el Tabor… La luz le cubre ocultando su rostro y su sonrisa… En el pasillo no está ya Él, sin que ninguna puerta se haya movido para abrirle paso. Los dos siguen por un tiempo postrados en señal de profunda adoración. (Escrito entre el 16 y el 17 de Abril de 1947).
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1  Nota  : Ana, la madre de Juana, y María de Simón, la madre de Judas Iscariote, son dos vecinas de la ciudad de Keriot. Juana, prometida de Judas Iscariote, tras haber sido abandonada por Judas, había muerto como consecuencia de ese dolor. Por tal motivo Ana había guardado un fuerte rencor tanto a Judas como su madre María de Simón, acusándoles de ser la causa de la muerte de su hija. ■ María de Simón, queriendo volver a la amistad de Ana, que enferma yacía en la cama desde la muerte de su hija, había pedido a Jesús, que había llegado a Keriot, que intercediera entre ambas. Jesús, una vez que la hubo curado, se descubrió a Ana como el Hijo del hombre anunciado por los profetas, al que le espera una muerte horrenda. Y le había dicho: “Escúchame, Ana. Lloras por unas nupcias anuladas, a las que consideras causante de todos tus dolores; acusas de homicidio a un hombre por esto y de cómplice a una infeliz madre… No pasarán más que unos meses y verás que fue una gracia del Cielo que Juana no fuera mujer de Judas… Y cuando María de Simón no tenga ya a su hijo y el mundo le cubra de desprecio, tú —y serás la única— le abrirás la casa y el corazón. ¿Me lo prometes? En nombre de Dios y de Juana. Ella lo habría hecho, porque María era siempre para ella la madre del siempre amado”.
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(<Están todos los apóstoles, pastores discípulos, muchos de los discípulos de los 72 y otros más. Jesús les habla de Iglesia, sacerdotes>)
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10-634-312 (11-20-775).- Jesús resucitado en el Tabor: Judas y los sacerdotes del futuro.
* “Judas ha sido y es el dolor más grande en el mar de mis dolores. Es el dolor que me queda. ¿Y no pensáis cuánto tendré que sufrir por cada pecador impenitente, por cada hereje que me negará, por cada fiel que me renegará, por cada —dolor indecible— sacerdote culpable, causa de escándalo y ruina? No lo comprenderéis hasta que estéis conmigo en la luz de los Cielos”.- ■ Les dice Jesús: “Soy el ejemplo vivo y perfecto de lo que debéis hacer. Y recordad que Yo mismo no me negué al mismo Judas de Keriot… El sacerdote debe, con todos los medios, tratar de salvar. Predomine el amor, siempre, entre los medios usados para salvar. Recordad que Yo no ignoraba el horror de Judas… Y, no obstante, superando toda repugnancia, traté a Judas como traté a Juan. A vosotros… a vosotros, frecuentemente, se os ahorrará la amargura que supone el saber que todo es inútil para salvar a un discípulo amado… Se debe trabajar incluso en ese caso… siempre… hasta que todo quede cumplido…”. ■ Juan, que ni por instante quita su mirada de su Señor, grita: “¿Pero Tú estás sufriendo, Señor? ¡Oh, nunca creí que pudieras sufrir ya más! Todavía sufres por Judas. ¡Olvídale, señor!”. Jesús abre los brazos en su gesto habitual cuando se resignaba ante un hecho penoso, y responde: “Así es… Judas ha sido y es el dolor más grande en el mar de mis dolores. Es el dolor que me queda… (1). Los otros dolores terminaron con mi Sacrificio, pero éste no. Le amé. Me entregué Yo mismo hasta la muerte en el esfuerzo de salvarle… Pude abrir las puertas del Limbo y sacar de él a los justos, he podido abrir las puertas del Purgatorio y sacar a los que estaban en él. Pero el lugar de horror donde está, me quedó cerrado. Para él mi muerte fue inútil”. Juan agrega: “¡No sufras, no sufras! ¡Eres glorioso, Señor mío! ¡Nadie más que Tú debe gloriarse y alegrarse! ¡Has bebido el cáliz del dolor!”. Todos sorprendidos y conmovidos, dicen: “De veras que nadie se podía imaginar que pudiera sufrir”. ■ Jesús: “¿Y no pensáis cuánto tendré que sufrir en el correr de los siglos, por cada pecador impenitente, por cada hereje que me negará, por cada fiel que me renegará, por cada —dolor indecible— por cada sacerdote culpable, causa de escándalo y ruina? ¡No lo sabéis! Aún no. No lo comprenderéis hasta que no estéis conmigo en la luz de los Cielos. Entonces sí que lo comprenderéis… Al contemplar a Judas he contemplado a los elegidos cuya elección se cambia en ruina por su voluntad perversa… ¡Oh! Vosotros que sois fieles, que formaréis los futuros sacerdotes, acordaos de mi dolor, sed siempre cada vez más santos, para que, cuanto es posible, no se repita este dolor. Exhortad, vigilad, enseñad, combatid, alertas como lo es una madre, incansables como un maestro, atentos como pastores, fuertes como guerreros para sostener a los sacerdotes que vendrán a vosotros. Haced que la culpa del duodécimo apóstol no se repita demasiadas veces en el futuro… Sed como he sido con vosotros. Os dije: «Sed perfectos como el Padre celestial». Y vuestro ser humano tiembla ante esta orden mía; y ahora más que cuando os lo dije, porque ahora conocéis vuestra debilidad. Pues bien para daros ánimo os digo: «Sed como vuestro Maestro». Soy el Hombre. Lo que hice, podéis hacerlo. Aun milagros. Para que el mundo conozca que soy Yo el que os envío, y para que el que sufre no llore ante el pensamiento desconsolado de decir: «Él no está más entre nosotros para que cure a nuestros enfermos y mitigue nuestros dolores»”. (Escrito el 20 de Abril de 1.947).
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1  Nota  : Esta expresión hay que entenderla como en otros lugares de la Biblia, como sucede cuando se dice que Dios se arrepiente, Gén. 6,5-7. Jesús, Dios y Hombre, no podía menos de expresarse que de un modo adaptado a sus oyentes. Y continúa sufriendo, como se dice en Hech. 9,4-5; 22,4-8; 26,11-15; 1 Cor. 15,9; Gal. 1,13.
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10-652-443 (11-38-886).- Una de las razones de esta Obra: haceros conocer el misterio de Judas.
* “Es la lección que preferentemente debéis aprender porque será la que más os sirva en vuestro ministerio”.- ■ Dice Jesús: “…En fin, haceros conocer el misterio de Judas, ese misterio que es la caída de un alma que Dios había socorrido tan espléndidamente. Un misterio que en realidad se repite muy frecuentemente y que es la herida que molesta tanto al Corazón de vuestro Jesús. Daros conocer cómo se cae transformándose de siervos e hijos de Dios en demonios y deicidas que matan a Dios en ellos matando la Gracia; daros a conocer esto para impediros que pongáis los pies en los senderos por los que uno cae al Abismo, y para enseñaros cómo comportarse para tratar de detener a los corderos imprudentes que avanzan hacia el Abismo. ■ Reunid fuerzas intelectuales para estudiar la horrenda —y muy común— figura de Judas, complejo en que se agitan cual serpientes todos los vicios capitales que encontráis y debéis de combatir en las personas. Es la lección que preferentemente debéis aprender, porque será la que más os sirva en vuestro ministerio de maestros de espíritu y directores de almas. ¡Cuántos, en todos los estados de la vida, imitan a Judas entregándose a Satanás y encontrando así la muerte eterna!”. (Escrito el 28 de Abril de 1947).
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44-67.- Los hombres de hoy no creen en la existencia del Infierno. Si creyeran en él, deberían tornar a Dios; mas ellos, amaestrados por Satanás, no quieren tales retornos.
* Esta teoría lleva a hacer creer que Judas, el más grande de los pecadores de la humanidad, pueda redimirse, al tiempo que supondría un sacrilegio el perdonar a Judas. ■ Dice Jesús: “Te hice ver el monstruo del Abismo y hoy te voy a hablar de su reino. Tu misión es hacer presentes a tus hermanos las verdades que en demasía se han olvidado, y que de este olvido que, en realidad, es un desprecio de las verdades eternas, se derivan tantos males a los hombres. Escribe, pues esta página dolorosa y mientras escribes mira a tu Jesús en la cruz entre tales tormentos que se les puede comparar con los del infierno y que quiso semejante muerte para salvar a los hombres de la Muerte. ■ Los hombres de este tiempo ya no creen en la existencia del Infierno y se han forjado un más allá de su gusto. Discípulos más o menos fieles de Satanás saben que la conciencia de los hombres retrocedería ante ciertos malhechos, el remordimiento les llevaría a la conversión, el miedo al arrepentimiento y con el arrepentimiento encontrarían el camino por el que volver a Mí. Su malicia aleccionada por Satanás, no quiere tales retornos y así anula la fe en el Infierno como realmente es. ■ Ésta su teoría llega hasta el extremo de hacer creer sacrílegamente que el más grande de los pecadores de la humanidad, el hijo amado de Satanás, el Iscariote, pueda redimirse y llegar hasta Mí en fases sucesivas. No. Perdonar a Judas sería cometer un sacrilegio contra mi Divinidad traicionada por él; sería una injusticia contra todos los demás hombres siempre menos culpables que él y que ciertamente son castigados por sus pecados; sería menospreciar mi Sangre y sería, en fin, hacer de menos a mis leyes. ■ Yo, Dios Uno y Trino, tengo dicho que lo que se halla destinado al Infierno permanece por toda la eternidad ya que de esa muerte no se sale a nueva resurrección. Tengo dicho así mismo que aquel fuego es eterno y que a él serán echados todos los operadores de escándalos e iniquidades. Ni creáis que esto sea hasta el trance del fin del mundo. No, sino que tras la imponente revista del Juicio Final, más cruel aún resultará aquella morada de llanto y tormento porque lo que al presente se les concede a sus huéspedes como infernal solaz —el poder dañar a los vivientes y ver precipitarse en el abismo a nuevos condenados—, ya no será desde entonces y así la puerta del reino nefando de Satán será remachada y enclavijada por mis ángeles para siempre, para siempre, para siempre, un siempre cuyo número de años carece de número y respecto al cual, si los años vinieran a ser granitos de arena de todos los océanos de la tierra, sería menos que un día de esta mi eternidad inmensurable, hecha de luz y de gloria en lo alto para los benditos y de tinieblas y horror para los malditos en lo profundo”. (Escrito el 15 de Enero de 1944).
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.                          c) Dictado extraído del «Libro de Azarías» (1)
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46-66.- La plegaria superperfecta no se pronunció.
* “El mundo no era merecedor de conocer en su exacta medida lo que es el amor misericordioso”.- ■ Azarías dice: “Lo dice Santiago: «del Padre de las luces en el cual no hay variación ni sombra de mutación». Ved que Dios es estable en sus decretos. Contemplad a nuestro Santísimo Jesús, por ser igual al Padre, que no mudó su corazón ni con los apóstoles ni con Judas, a quien hasta el último momento le trató como apóstol y amigo. Y si por un supuesto, Judas, en vez de ahorcarse, hubiera corrido al pie de la cruz, el Moribundo le hubiera dicho: «Amigo, ¿a qué has venido? ¿Para conseguir el perdón? Ahí lo tienes completo. Vete y no peques más. Ámame y haz que me amen». Y habría dicho a la Madre: «Ahí tienes a tu hijo. Agrega al Inocente el deicida arrepentido». ■ Ni siquiera la Mujer Santísima, segunda tan solo en perfección respecto de Dios, lo habría rechazado. El llanto de Judas al pie de la Cruz habría dado para el mundo la plegaria super-perfecta de Jesús a favor del pecador. Mas el mundo no era merecedor de conocer en su exacta medida de lo que es el amor misericordioso. Y así tal plegaria no se pronunció. Dios jamás mudó su Pensamiento respecto de los elegidos. Él no, Judas fue el que mudó, condenándose libremente. «Él», dice Santiago, «de su voluntad nos engendró con la palabra de verdad a fin de que seamos cual primicia de sus criaturas»”. (Escrito el 19 de Mayo de 1946).
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1  Nota  : Azarías, según María Valtorta, es un Ángel, su Ángel de la Guarda, Autor de este «Libro de Azarías». Es quien se lo habría dictado.

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Índice del tema “Judas Iscariote”,  3º año v. p. de Jesús.- 5ª parte
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9-582-212 (10-43-287).- El viernes, antes de la entrada en Jerusalén. Ofrenda extrema por la salvación de Judas Iscariote.
9-584-248 (10-45-318).- Sábado, víspera de la entrada en Jerusalén. Valor de la Nueva Buena en el futuro de la humanidad.
9-585-253 (10-46-321).- Sábado, víspera de la entrada en Jerusalén. Judíos y peregrinos en Betania para ver a Jesús, a Lázaro y su sepulcro.- El Sanedrín ha decidido, acabar también con Lázaro.
9-586-259 (10-47-327).- Sábado, víspera de la entrada en Jerusalén.- Cena en Betania: Magdalena unge cabeza y pies de Jesús.  Judas de Keriot ha decidido.
———–  (10-2-337).-  Judas era necesario.-  Forma de ser de Judas de Keriot.
———–  (10-4-344).-  La presencia de Satanás en la Pasión. La hora del odio satánico.
9-587-267 (10-6-347).- El adiós a Lázaro.- Revelación de la Pasión.- Una encomienda al amigo.- Qué será la Misa.
9-588-277 (10-7-356).- Judas Iscariote con los jefes del Sanedrín.- El Sanedrín delibera sobre el momento de la captura.
9-589-289 (10-8-367).- De Betania a Jerusalén.- Judas de Keriot es un monstruo híbrido que es Satanás y hombre.
9-590-293  (10-9-371).-  Antes de la entrada triunfal en Jerusalén, Jesús anuncia su ruina.
9-590-304 (10-9-379).- Después de la entrada triunfal en Jerusalén, el Domingo de Ramos, Judas Iscariote pregunta dónde dormirán.
9-592-319 (10-11-392).- Lunes después de la entrada en Jerusalén, encuentro de Jesús con Judas.- Maldición a la higuera estéril.
9-593-328 (10-12-400).- Lunes Santo, noche, en el Getsemaní con los apóstoles. Judas Iscariote pide huir a la casa de Lázaro.
9-594-330 (10-13-401).- Martes Santo. Lecciones sacadas de la higuera maldecida y agostada.
9-598-382 (11-17- 448).- Jueves Santo en el día: Judas se cita  para fijar el lugar de la captura. Preparativos de la Última Cena.
9-598-393  (11-17-458).-  Jueves Santo, en el día: Judas concierta el momento de la captura.
9-600-399  (11-19-463).-  La última Cena Pascual.
9-602-449  (11-21-506).- El prendimiento en el Getsemaní.
10-605-31 (11-24-535).- Viernes de Pasión.- Judas de Keriot después de la traición. Ahorcamiento de Judas.
10-605-39 (11-25-541).- Judas de Keriot habría podido salvarse todavía si se hubiera arrepentido.
10-614-147 (11-34-632).- En el día del Sábado Santo. Juan comunica a la Madre el final de Judas.
10-628-222 (11-14-698).- Los 10 apóstoles, hablan de Judas y de sus despojos. Y después Tomás, que acaba de aparecer, indica dónde fue enterrado.
10-632-269 (11-18-740).- Aparición de Jesús resucitado a la madre de Judas de Keriot, a los 12 días después de su muerte.
10-634-312 (11-20-775).- Jesús resucitado en el Tabor: Judas y los sacerdotes del futuro.
10-652-443 (11-38-886).- Una de las razones de esta Obra: haceros conocer el misterio de Judas.
Dictado 44-67.-  Los hombres de hoy no creen en la existencia del Infierno. Si creyeran en él, deberían tornar a Dios; mas ellos, amaestrados por Satanás, no quieren tales retornos.
Dictado 46-66 del Libro de Azarías: La plegaria superperfecta no se pronunció.