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 «Una de las razones de esta Obra: haceros conocer el misterio de Judas»
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En el tema de “Judas Iscariote” se incluye:
Familia Lázaro de Betania (Lázaro, Marta, María Magdalena), Pastores de la Gruta de Belén, y otros personajes de la Obra.
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Tema de “Judas Iscariote”, 1º año vida pública de Jesús, 1ª parte, comprende:
Episodios y dictados  extraídos de la Obra magna
«El Evangelio como me ha sido revelado»
(«El Hombre-Dios»)
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   (<La historia de Judas Iscariote, como discípulo, empieza después de la elección de los primeros seis discípulos: Pedro y Andrés, Santiago de Zebedeo y su hermano Juan, Felipe y Bartolomé. Con estos seis discípulos había llegado Jesús a Jerusalén para la celebración de la Pascua. Es de advertir que, los primos-hermanos de Jesús, Santiago de Alfeo y Judas Tadeo, debido a la fuerte oposición de su familia (del padre y de sus dos hermanos mayores) aún no se habían decidido seguir a Jesús, aunque pronto lo harán. Precisamente, Judas Tadeo era esperado por Jesús en Jerusalén durante esta fiesta. Al día siguiente de haber expulsado del Templo a los mercaderes, Jesús, en la casa de campo del Getsemaní, donde se aloja, va a recibir la visita de tres hombres>)
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1-54-296 (1-17-324).- Primer encuentro de Jesús con J. Iscariote y Tomás, y con un leproso.
*  El leproso es curado.- ■ Jesús está con sus seis discípulos; ni ayer ni hoy he visto a Judas Tadeo, que también había dicho que quería venir a Jerusalén con Él. Deben estar aún en las fiestas de Pascua, porque hay mucha gente por la ciudad de Jerusalén. Ya se acerca el atardecer y muchos se dirigen presurosos a sus casas. También Jesús se dirige a la casa donde se hospeda. No es la del Cenáculo —que está más en la ciudad, aunque en las afueras—. Ésta es una casa de campo en el pleno sentido de la palabra, entre tupidos olivos. Desde la pequeña y agreste explanada que tiene delante, se ven descender colina abajo, en escalones, los árboles, deteniéndose a la altura de un riachuelo escaso de agua, que discurre por el valle situado entre dos colinas poco altas; en la cima de una de las colinas está el Templo; en la otra colina, sólo olivos y más olivos. Jesús está en la parte baja de la ladera de esta colina que sube sin asperezas: serenos árboles, todo manso. ■ Un hombre anciano que tal vez sea el agricultor o el propietario del olivar y conocido de Juan, le dice a éste: “Juan, hay dos hombres que esperan a tu amigo”. Juan: “¿Dónde están? ¿Quiénes son?”. Anciano: “No lo sé. Uno, sin duda, es judío. El otro… no sabría decirte. No se lo he preguntado”. Juan: “¿Dónde están?”. Anciano: “Están esperando en la cocina… y… sí… bueno… hay también uno lleno de llagas… Le he dicho que se estuviera allí porque… no quisiera que estuviera leproso… Dice que quiere ver al Profeta que ha hablado en el Templo”. Jesús, que hasta ese momento había guardado silencio, dice: “Vayamos primero a éste. Diles a los otros que si quieren venir, que vengan. Hablaré con ellos aquí en el olivar” y se va donde había señalado el anciano. Pedro pregunta: “Y nosotros ¿qué hacemos?”. Jesús: “Venid si queréis”. ■ Un hombre todo cubierto y embozado está pegado al pequeño, rústico muro, que sostiene un escalón del terreno, el más cercano al límite de la propiedad. Cuando ve que Jesús viene a él, grita: “¡Atrás! ¡Atrás! ¡Pero ten piedad!”. Y descubre su tronco, dejando caer el vestido. Si la cara está cubierta de costras, el tronco es un entretejido de llagas: unas ya convertidas en agujeros profundos, otras simplemente como rojas quemaduras, otras blanquecinas y brillantes como si tuviesen encima un cristalito blanco. Jesús: “¡Eres leproso! ¿Para qué me quieres?”. Leproso: “¡No me maldigas! ¡No me tires piedras! Me han contado que la otra tarde te has manifestado como Voz de Dios y Portador de su Gracia. Me han dicho que Tú has afirmado que al alzar tu Señal sanas cualquier enfermedad. ¡Levántala sobre mí! ¡Vengo de los sepulcros… desde allá! Me he arrastrado como una serpiente entre los arbustos del riachuelo para llegar sin ser visto. He esperado a que anocheciera para hacerlo, porque en la penumbra se me identifica menos. Me he atrevido… encontré a éste, al buen amo de la casa. No me ha matado y solo me ha dicho: «Espera junto al muro». Ten piedad, Tú también”. Y dado que Jesús se acerca, Él solo, pues los seis discípulos y el dueño del lugar, con los dos desconocidos, se han quedado lejos y muestran claramente repulsa, dice de nuevo: “¡No más adelante!… ¡No más!… ¡Estoy infectado!”. Pero Jesús avanza. Le mira con tanta piedad, que el hombre se pone a llorar y se arrodilla con la cara casi sobre el suelo y solloza: “¡Tu Señal! ¡Tu Señal!”. Jesús: “Será levantada en su hora. Pero a ti te digo: ¡Levántate! ¡Cúrate! ¡Lo quiero! Y sé para Mí testigo en esta ciudad que debe conocerme. Y no peques más en reconocimiento hacia Dios”. El hombre se levanta poco a poco. Parece como si emergiese de una tumba… y está curado. Grita: “¡Estoy limpio! ¡Oh!, ¿qué debo hacer ahora yo por Ti?”. Jesús: “Obedecer a la Ley. Ve al sacerdote. Sé bueno en el porvenir. ¡Ve!”. El hombre hace un movimiento de arrojarse a los pies de Jesús, pero se acuerda de que está todavía impuro según la Ley (1) y se detiene. Eso sí, se besa la mano y manda con ella el beso a Jesús, y llora de alegría.
* Judas de Keriot y Tomás quieren seguir a Jesús. A Judas que pide tomarle consigo ahora, Jesús le dice: “¡No! Porque es mejor sopesarse a sí mismo antes de emprender un camino muy escarpado. Piénsalo bien Judas”. A Tomas, en cambio, le dice: “Recordaré tu nombre. Vete en paz”.- ■ Los otros parecen como petrificados. Jesús vuelve la espalda al curado y, con la sonrisa en los labios, los hace volver en sí, diciendo: “Amigos, no era más que una lepra de la carne, vosotros veréis caer la lepra de los corazones. ¿Sois los que me buscabais?” pregunta a los dos desconocidos. “Aquí estoy. ¿Quiénes sois?”. “Te oímos la otra tarde… en el Templo. Te habíamos buscado. Uno que se dice ser tu pariente, nos dijo que estabas aquí”. Jesús: “¿Por qué me buscáis?”. “Por seguirte, si quieres, porque has dicho palabras de verdad”. Jesús: “¿Seguirme? ¿Pero sabéis hacia dónde voy?”. “No, Maestro, pero ciertamente que a la gloria“. Jesús: “Sí, pero no a una gloria de la tierra sino a la que tiene su asiento en el Cielo y que se conquista con la virtud y sacrificios. ¿Por qué queréis seguirme?” vuelve a preguntar. “Para tener parte en tu gloria”. Jesús: “¿Según el Cielo?”. “Sí, según el Cielo”. Jesús: “No todos pueden llegar porque Satanás acecha, más que a los demás, a los que desean el Cielo y sólo el que sabe querer con todas sus fuerzas resiste. ¿Por qué seguirme, si seguirme quiere decir lucha continua con el enemigo que es Satanás?”. “Porque así quiere nuestro corazón, que ha quedado conquistado por Ti. Tú eres santo y poderoso. Queremos ser tus amigos”. Jesús: “¡¡¡Amigos!!!”… ■ Jesús se calla y suspira. Después mira fijamente al que siempre ha estado hablando y que ahora ha dejado de caer el manto pequeño de la cabeza que está rapada. Es Judas de Keriot. Jesús: “¿Quién eres tú, que hablas mejor que uno del pueblo?”. Iscariote: “Soy Judas de Simón. Soy de Keriot. Pero soy del Templo… o… estoy en el Templo. Espero y sueño en el Rey de los Judíos. Te he visto que eres Rey en la palabra. Rey te he visto en el gesto. Tómame contigo”. Jesús: “¿Tomarte?… ¿Ahora?… ¿Inmediatamente?… ¡No!”. Iscariote: “¿Por qué, Maestro?”. Jesús: “Porque es mejor sopesarse a sí mismo antes de emprender un camino muy escarpado”. Iscariote: “¿No te fías de mi sinceridad?”. Jesús: “¡Lo has dicho! Creo en tu impulso, pero no creo en tu constancia. Piénsalo bien, Judas. Por ahora me voy, y volveré para Pentecostés. Si estás en el Templo, podrás verme. ¡Sopésate a ti mismo!… ■ y tú, ¿quién eres?” pregunta al otro desconocido. Éste le responde: “Otro que te vio. Querría estar contigo. Pero ahora siento temor”. Jesús: “¡No! La presunción es perdición. El temor puede ser obstáculo, pero si procede de humildad, es una ayuda. No tengas miedo. También tú piénsalo y cuando vuelva…”. El desconocido le interrumpe: “Maestro, ¡eres santo! Tengo miedo de no ser digno. No de otra cosa. Porque respecto a mi amor no temo…”. Jesús: “¿Cómo te llamas?”. Responde: “Tomás y de sobrenombre Dídimo”. Jesús: “Recordaré tu nombre. Ve en paz”. Jesús los despide y se retira a la casa donde se hospeda, para la cena.
* “¿Por qué has hecho tanta diferencia entre los dos?”.- “Quiero que se me llame el Hijo del hombre”.- ■ Los seis que están con Él quieren saber muchas cosas. Juan pregunta: “¿Por qué has hecho tanta diferencia entre los dos, Maestro?… ¿Por qué tanta diferencia?… Ambos tenían el mismo impulso…”. Jesús: “Amigo, un impulso, aun siendo el mismo, puede tener distintos orígenes y producir distintos efectos. Ciertamente los dos tienen el mismo impulso. Pero el uno no es igual al otro en el fin, y el que parece el menos perfecto es el más perfecto, porque no tiene el acicate de la gloria humana. Me ama porque… me ama”. Todos ellos unánimes gritan: “¡También yo!”. “¡Y también yo!”. “¡Y yo!”… “¡Y yo!”… “¡Y yo!”… “¡Y yo!”. Jesús: “Lo sé. Os conozco por lo que sois”. Discípulos: “¿Somos por lo tanto perfectos?”. Jesús: “¡Ah, no! Pero, como Tomás lo seréis si permanecéis en vuestra voluntad de amor. ¿Perfectos?… ■ ¿Quién es perfecto sino Dios?”. Discípulos: “Tú lo eres”. Jesús: “En verdad os digo que no por Mí soy perfecto, si creéis que soy un profeta. Ningún hombre es perfecto. Pero Yo soy perfecto porque el que os habla es el Verbo del Padre. Sale de Dios su Pensamiento que se hace Palabra. Tengo la perfección en Mí. Y como tal me debéis creer, si creéis que soy el Verbo del Padre. Y, no obstante, a pesar de todo lo que estáis viendo amigos, Yo quiero que se me llame el Hijo del hombre, porque me aniquilo al tomar sobre Mí todas las miserias del hombre para llevarlas —mi primer patíbulo— y anularlas después de haberlas llevado, ¡sin ser mías! («llevarlas», no «tenerlas»). ¡Qué peso, amigos! Mas lo llevo con alegría. Es una alegría para Mí llevarlo porque, siendo Yo, el Hijo del hombre, haré del hombre un hijo de Dios como el primer día. Como el primer día”. Jesús está hablando con dulzura, sentado a la pobre mesa, gesticulando serenamente con las manos sobre la mesa, el rostro un poco inclinado, iluminado de abajo a arriba por la lamparita de aceite que está colocada sobre la mesa. La sonrisa da expresión al rostro de Jesús. Cuando enseña es majestuoso, pero al mismo tiempo amigable en su trato. Los discípulos le escuchan atentos.
* Pedro pregunta a Jesús por Judas Tadeo y da su primer juicio sobre J. Iscariote.- ■ Pedro pregunta: “Maestro… ¿por qué tu primo, sabiendo dónde vives,  no ha venido?”. Jesús: “¡Pedro mío!… Tú serás una de mis piedras, la primera. Pero no todas las piedras pueden emplearse igualmente. ¿Has visto los mármoles del Pretorio? Arrancados con trabajo del seno de la montaña ahora forman parte del Palacio. Mira por el contrario aquellas otras piedras que brillan allí, bajo la luz de la luna, en medio de las aguas del Cedrón. Están en el lecho del río y si alguien desea tomarlas, no tiene más que extender la mano. Mi primo es como de las primeras piedras de que hablé… las del seno de la montaña; la familia me lo disputa”. Pedro: “Pero yo quiero ser en todo como las piedras del río. Estoy pronto a dejar todo por Ti; casa, esposa, pesca, hermanos y… ¡Todo! ¡Oh, Rabí por Ti!”. Jesús: “Lo sé, Pedro. ■ Por eso te amo. Mas, también vendrá Judas”. Pedro: “¿Quién? ¿Judas de Keriot? ¡No me agrada! Es un apuesto señorito, pero… prefiero… me prefiero incluso a mí mismo…”. Todos lanzan una risotada con la salida de Pedro, que añade: “No hay por qué reírse. Quise decir que prefiero un galileo franco, burdo, pescador pero sin malicia… a los de la ciudad que… no sé… ¡Ea! el Maestro entiende lo que yo pienso”. Jesús: “Sí entiendo. Pero no hay que juzgar. Tenemos necesidad los unos de los otros en la tierra, y los buenos están mezclados con los perversos como las flores en un campo. La cicuta está al lado de la salutífera malva”.
* “Caná es el regocijo… el anticipo… Ella es la Anticipadora de la Gracia. Aquí honro a la Ciudad Santa, haciendo de ella, públicamente, la iniciadora de mi poder de Mesías. Pero allá, en Caná, honraba a la Santa de Dios, a la Toda Santa. El mundo me tiene por Ella. Justo es: por Ella venga mi primer milagro al mundo”.-Andrés: “Yo quisiera una cosa…”. Jesús: “¿Cuál es, Andrés?”. Andrés: “Juan me ha contado el milagro de Caná… Teníamos muchas ganas de que hicieses alguno en Cafarnaúm… y has dicho que no hacías ningún milagro sin haber cumplido antes la Ley. ¿Por qué, entonces, en Caná? Y, ¿por qué aquí y no en tu tierra?”. Jesús: “Cada vez que el hombre obedece a la Ley se une a Dios y por eso aumenta su capacidad. El milagro es la señal de esta unión con Dios y es la prueba de su presencia benévola y aprobadora. Por esta razón quise cumplir con mi deber de Israelita antes de empezar la serie de prodigios“. Andrés: “Pero la Ley no te obligaba a Ti”. Jesús: “¿Por qué? Como Hijo de Dios, no. Pero como hijo de la Ley, sí. Israel por ahora solo me conoce como esto segundo… Incluso más adelante casi todo Israel me conocerá solo así, más aún, como menos todavía. Pero no quiero dar escándalo a Israel y obedezco a la Ley”. Andrés: “Eres santo”. Jesús: “La santidad no dispensa de la obediencia. Más aún, la perfecciona. Además de todo, tengo que daros ejemplo. ¿Qué dirías de un padre, de un hermano mayor, de un maestro, de un sacerdote que no diesen buen ejemplo?”. ■ Andrés: “¿Y entonces, Caná?”. Jesús: “Caná era el regocijo que mi Madre debía tener. Caná es el anticipo que se debe a mi Madre. Ella es la Anticipadora de la Gracia. Aquí honro a la Ciudad santa, haciendo de ella, públicamente, la iniciadora de mi poder de Mesías. Pero allá, en Caná, honraba a la Santa de Dios, a la Toda Santa. El mundo me tiene por Ella. Es justo que también por Ella vaya mi primer milagro al mundo”.
* Tomás aceptado en el grupo de los discípulos.- ■ Tocan a la puerta. Es Tomás nuevamente. Entra y se echa a los pies de Jesús: “Maestro… no puedo esperar hasta tu regreso. Déjame contigo. Estoy lleno de defectos pero tengo este amor, único, grande, verdadero, que es mi tesoro. Es tuyo y es para Ti. ¡Déjame, Maestro!”. Jesús, poniendo la mano sobre la cabeza: “Quédate, Dídimo. Ven, conmigo. ■ Bienaventurados los que son sinceros y tenaces en el querer. Vosotros sois benditos. Para Mí sois más que parientes, porque me sois hijos y hermanos, no según la sangre, que muere, sino conforme al querer de Dios y al querer vuestro espiritual. Y Yo digo ahora que no tengo pariente más cercano a Mí que el que hace la voluntad de mi Padre, y vosotros la hacéis, porque queréis el bien”. La visión termina aquí. (Escrito el 26 de Octubre de 1944).
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1  Nota  : Cfr. Lev. 13 y 14.
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1-55-304  (1-18-333).-  Un encargo confiado a Tomás.
* Encargo: buscar al leproso curado y de momento evitar a J. Iscariote. ■ Jesús se dirige a Tomás: “Amigo, antes te he dicho, en el olivar, que cuando vuelva por aquí, si todavía deseabas, serías mi discípulo. Ahora te pregunto si estás dispuesto a hacerme un favor”. Tomás: “Sin duda”. Jesús: “¿Y si este favor te puede suponer un sacrificio?”. Tomás: “Ningún sacrificio es el servirte. Te tengo a Ti. ¿Qué se te ofrece?”. Jesús: “Quería decirte… Pero tal vez tendrás negocios, afectos…”. Tomás: “¡Nada, nada! ¡Te tengo a Ti! Habla”. Jesús: “Escucha. Mañana cuando el alba salga, el leproso saldrá de los sepulcros para encontrar a alguien que ponga al sacerdote en conocimiento de lo sucedido. Tú lo primero que harás es ir a los sepulcros. Es caridad. Y dirás en voz alta: «Tú que ayer fuiste curado, sal fuera. Me manda a ti Jesús de Nazaret, el Mesías de Israel, el que te ha curado». Haz que el mundo de los «muertos-vivos» conozca mi Nombre y arda de esperanzas; y que quien a la esperanza una la fe venga a Mí para que le cure. Es la primera forma de limpieza que Yo traigo, la primera forma de la resurrección de la que soy dueño. Llegará el día en que os daré una limpieza más profunda… Un día, los sepulcros sellados vomitarán a los verdaderos muertos que aparecerán para reír, a través de sus cuencas sin ojos y de sus mandíbulas descarnadas, por el profundo gozo —que aun los esqueletos experimentarán— cuando sus espíritus sean liberados del Limbo de espera. Aparecerán para celebrar su liberación y para llenarse de júbilo al saber a qué se la deben… Tú irás y él se acercará a ti. Harás lo que él te diga que tienes que hacer. En todo le ayudarás como si fuese tu hermano. ■ Le dirás también: «Cuando hayas cumplido con tu purificación, iremos juntos por el camino del río, más allá de Jericó y de Efraín. Allá el Maestro Jesús te espera, y me espera, para decirnos en qué debemos servirle»”. Tomás: “¡Así lo haré! ¿Y el otro?”. Jesús: “¿Quién?… ¿El Iscariote?”. Tomás: “Sí, Maestro”. Jesús: “Para él todavía vale mi consejo. Déjale que decida por sí mismo, y durante un largo tiempo. Evita aún el encontrarle”. Tomás: “Estaré con el leproso. Por el valle de los sepulcros solo andan los impuros o quien por piedad tiene contacto con ellos”.
* Las características del leproso señaladas por Jesús a Tomás.- Jesús: “¿Estás seguro de reconocer al leproso? No hay ningún otro curado, pero podría haberse ido ya, a la luz de las estrellas, para tratar de encontrar a algún caminante solícito. Y quizás otro, por el ansia de entrar en la ciudad, ver a los familiares… podría ocupar su lugar. Escucha cómo es su retrato. Yo estaba cerca de él y a la luz del crepúsculo le he visto bien. Es alto y delgado. Piel oscura como de sangre mezclada, ojos profundos y muy negros bajo unas cejas blancas, cabellos blancos como el lino y tirando a rizados, nariz larga pero achatada en la punta como la de los libios, labios gruesos, sobre todo el inferior, y salientes. Es de color tan aceitunado, que los labios parecen casi como amoratados. En la frente le ha quedado una antigua cicatriz, que será la única mancha que tenga, ahora, ya que todas las otras costras se le cayeron”. Felipe: “Es un viejo, si es todo blanco”. Jesús: “No, Felipe. Lo parece, pero no lo es. La lepra le ha hecho canoso”. ■ Pedro: “¿Qué es? ¿Tiene mezcla de razas?”. Jesús: “Tal vez. Tiene cierta semejanza con los pueblos de África”. Pedro: “¿Será Israelita, entonces?”. Jesús: “¡Ya lo sabremos! ¿Y si no lo fuera?”. Pedro: “¡Ah!, si no lo fuera, se marcharía. Ya está bien con haber merecido que se le cure”. Jesús: “No, Pedro. Aun cuando fuera un idólatra, no le rechazaré. Jesús ha venido para todos. Y en verdad te digo que los pueblos de las tinieblas precederán a los hijos del pueblo de la Luz…”. Jesús da un suspiro. Se levanta. Da gracias el Padre con un himno y los bendice.  La visión termina aquí.
 
* San Simón y San Judas.- ■ Como inciso, hago notar de paso que el que dentro de mí habla, me ha dicho desde ayer tarde cuando veía al leproso: “Este es Simón, el apóstol. Verás cuando él y Judas Tadeo lleguen al Maestro”. Esta mañana después de la Comunión (es viernes) abrí el misal y vi que hoy exactamente es la vigilia de la fiesta de los santos Simón y Judas, y que el Evangelio de mañana habla precisamente de la caridad (1), casi repitiendo las palabras que había oído antes en la visión. Pero por ahora no he visto a Judas Tadeo. (Escrito el 27 de Octubre de 1944).
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1  Nota  : Cfr. Ju. 15,17-25.
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1-56-307 (1-19-336).-Judas Tadeo, y Simón Zelote, unidos en común destino,  elegidos como discípulos en el Jordán.
* Razones de Judas Tadeo, amigo desde la infancia, para seguir a Jesús, a pesar de la oposición familiar que dicen de Jesús que «Ha perdido el juicio».- ■ ¡Sois hermosas, en verdad,  riberas del Jordán, así cual erais en tiempos de Jesús! Os veo y me siento dichosa con vuestra majestuosa paz verde-azul, con rumor de aguas y de frondas que se mueven con un dulce tono como de melodía. Me encuentro en un camino que es bastante ancho y bien cuidado. Debe ser una de las principales vías, más bien una vía militar, trazada por los romanos para unir las diversas regiones con la capital. Corre junto al río, pero no exactamente por la orilla; la separa del río un espacio boscoso, que creo sea para afianzar las márgenes y servir de dique a las aguas en tiempo de crecidas. Al otro lado del camino, continúa el bosquecillo de modo que la vía parece una galería natural a la que hacen techo, entrelazadas, las frondosas ramas: alivio inapreciable para el viandante, en estos lugares de un sol candente. El río y, por la misma razón, también el camino, forman en el punto en donde estoy, una curva suave, de modo que veo cómo continúa el terraplén frondoso como una muralla verde para cerrar un depósito de aguas quietas. Parece casi un lago de un parque señorial. Pero el agua no es el agua tranquila de un lago; fluye, aunque lentamente… ■ Tres viajeros están parados en esta curva del camino, exactamente en un saliente de la curva. Miran hacia arriba y hacia abajo; al sur, donde está Jerusalén; al norte, donde está Samaria. Miran a través de la enramada que forman los árboles para ver si ya viene la persona, que esperan. Son Tomás, Judas Tadeo y el leproso curado. Hablan entre sí. “¿Ves algo?”. “¡Nada!”. “Ni yo tampoco”. “Y con todo, éste es el lugar”. “¿Estás seguro?”. “Seguro, Simón. Uno de los seis, mientras el Maestro se alejaba entre las aclamaciones de la multitud después que había curado milagrosamente al mendigo que caminaba cojeando en la Puerta de los Peces, me dijo: «Ahora nos vamos de Jerusalén. Espéranos a unas cinco millas entre Jericó y Doco, donde el río hace curva, en el camino flanqueado de árboles». ¡Ésta es! Luego añadió: «Dentro de tres días estaremos allí a eso del amanecer». Es el tercer día, y aquí nos ha encontrado la cuarta vigilia” (1). Zelote: “¿Vendrá? Tal vez hubiera sido mejor haberle seguido desde Jerusalén”. Tomás: “¡No, Simón, todavía no podías ir entre la muchedumbre!”. Tadeo: “Si mi primo dijo que vendría aquí, vendrá. Siempre cumple con lo que promete. No hay más que esperar”. ■ Zelote: “¿Has estado siempre con Él?”. Tadeo: “Siempre. Desde que regresó a Nazaret ha sido siempre para mí un buen compañero. Siempre juntos. Somos casi de la misma edad. Yo un poco mayor. Además su padre me quería mucho, era yo su preferido. Su padre era hermano del mío. También la mamá de Él me quería mucho. Más me he criado junto con Ella que con mi madre”. Zelote: “Te quería… Ahora, ¿ya no te quiere lo mismo?”. Tadeo: “¡Oh, sí! Pero nos hemos separado un poco desde que Él se hizo profeta. A mi familia no le gusta”. Zelote: “¿Qué familia?”. Tadeo: “A mi padre y a otros dos hermanos míos. El otro hermano está en duda… Mi padre es muy viejo y no ha querido dejarme, pero ahora… Ya no más. Ahora voy donde el corazón y la cabeza me arrastran. Voy a donde está Jesús. No creo que falte contra la Ley al hacerlo así. Claro… si no es cosa buena lo que hago, Jesús me lo hará saber. Haré lo que Él me diga. Si yo creo que ahí está la salvación, ¿por qué impedirme conseguirla? ¿Por qué a veces los padres de uno se convierten en enemigos?”. Simón lanza un suspiro como si en su mente hubiera recuerdos tristes, y baja la cabeza. No habla ni una palabra. Tomás, sin embargo, responde: “Yo he vencido ya el obstáculo, mi padre me escuchó y me comprendió. Me bendijo con estas palabras: «Ve. Que esta Pascua se convierta para ti en libertad de algo que has esperado. Dichoso tú que puedes creer. Si en realidad fuera Él —y lo sabrás siguiéndole—, vuelve a tu anciano padre a decirle que Israel tiene ya al Esperado»”. Tadeo: “¡Tienes más suerte que yo! ¡Y pensar que hemos vivido a su lado!… Y no creemos, ¡nosotros los de la familia!… Y dicen, o sea, ellos dicen: «Ha perdido el juicio»”. ■  Simón Zelote grita: “¡Eh, miren allí a un grupo de gente! ¡Es Él, es Él! ¡Reconozco su cabellera rubia! ¡Vamos corriendo!”. Velozmente caminan hacia el sur. Los árboles, ahora que han llegado a la curva, ocultan el resto del camino, de manera que los grupos se encuentran casi uno frente al otro cuando menos lo esperan. Jesús parece que sube del río, porque está entre los árboles de la orilla. “¡Maestro!” “¡Jesús!” “¡Señor!”. Los tres gritos del discípulo, del primo, del curado resuenan envueltos en adoración y alegría. “¡La paz sea con vosotros!”. He aquí la hermosa e inconfundible voz, llena, sonora, tranquila, dulce y cortante de Jesús. ■ Dice a Tadeo: “¿También, Tú, Judas, primo mío?”. Se abrazan. Judas llora. Jesús: “¿Por qué lloras?”. Tadeo: “¡Jesús! ¡Quiero estar contigo!”. Jesús: “Siempre te he esperado. ¿Por qué no habías venido?”. Judas inclina la cabeza y guarda silencio. Jesús: “No querían… Y… ¿ahora?”. Tadeo: “Jesús, yo… yo no puedo obedecerles. Te quiero obedecer a Ti solo”. Jesús: “Pero Yo no te he mandado nada”. Tadeo: “No, Tú no. ¡Pero es tu misión la que me manda!  Es Aquel que te ha enviado el que habla en mí, en el fondo de mi corazón, y me dice: «Ve a Él». Es Aquella que te engendró y que para mí ha sido una gentil maestra, que con su mirada de paloma, me lo dice sin emplear palabras: «Sé tú de Jesús». ¿Puedo dejar de hacer caso a esa majestuosa voz que taladra el corazón? ¿Puedo dejar de atender esa voz santa, que ciertamente ruega por mi bien? ¿Solo porque soy tu primo por parte de José, no debo de reconocerte por lo que eres, mientras que el Bautista te ha reconocido —sin haberte visto jamás— aquí, en las orillas de este río y te ha saludado como  «Cordero de Dios»?… Y yo, yo que he crecido contigo, yo que me hecho bueno siguiéndote a Ti, yo que me he convertido en hijo de la Ley por mérito de tu Madre y que de Ella he bebido no sólo los 613 preceptos de los rabíes, además de la Escritura y las oraciones, sino el espíritu de ellas… ¿Es que no voy a ser capaz de nada?”. Jesús: “¿Y tu padre?”. Tadeo: “¿Mi padre? No le falta ni pan ni quien le asista, y además… Tú me das ejemplo. Tú has pensado en el bien del pueblo más que en el pequeño bienestar de María. Y Ella está sola. Dime, Maestro, ¿no es acaso lícito, sin faltarle al respeto, decir al propio padre: «¡Padre te quiero! Pero sobre ti está Dios, y a Él sigo…?»”. Jesús: “Judas, pariente y amigo mío, Yo te lo digo: vas muy adelante en el camino de la Luz. Ven. Sí, es lícito hablar en estos términos al padre cuando Dios es quien llama. Nada está por encima de Dios. Incluso las leyes de la sangre dejan de existir, o mejor dicho, se subliman, porque con nuestras lágrimas los ayudamos más a nuestros padres, a nuestras madres, y por algo más eterno que no lo cotidiano del mundo. Los atraemos con nosotros al Cielo y, por el mismo camino del sacrificio de los afectos, a Dios. Quédate, pues, Judas. Te he esperado y soy feliz de volverte a ver, amigo de mi vida Nazaretana”. Judas queda conmovido.
* Simón Zelote, «Zelote» por la casta y «Cananeo» por madre, elegido como discípulo.- ■ Jesús se vuelve a Tomás: “Has obedecido fielmente y esa es la primera virtud del discípulo”. Tomás: “He venido para serte fiel a Ti”. Jesús: “Lo serás. Te lo digo”. Y luego dirigiéndose al ex leproso: “Ven, tú que estás como avergonzado en la sombra. No tengas miedo”. Zelote: “¡Señor mío!”. El antiguo leproso está ya a los pies de Jesús que le dice: “Levántate. ¿Cómo te llamas?”. Zelote: “Simón”. Jesús: “¿Tu familia?”. Zelote: “Señor… era poderosa… y yo también tenía poder… Pero envidia de opulencia y… errores de juventud lesionaron su poder. Mi padre… ¡Oh! Debo hablar contra él, ¡porque me ha costado lágrimas y precisamente no del cielo! ¡Ya lo ves, ya has visto qué regalo me ha dado!”. Jesús: “¿Era leproso?”. Zelote: “No era leproso, como tampoco yo. Había contraído una enfermedad que se llama de otra forma, y que nosotros los de Israel la incluimos en las distintas lepras. Él —entonces dominaba su casta— vivió y murió poderoso en su casa. Yo… si Tú no me hubieras salvado, habría muerto en los sepulcros”. Jesús: “¿Estás solo?”. Zelote: “Solo. Tengo un siervo fiel que tiene cuidado de lo que me queda. Le he instruido al respecto”. Jesús: “¿Tu madre?”. Zelote: “Ha muerto”. El hombre parece sentirse violento. Jesús le observa atentamente y después le dice: “Simón, me dijiste: «¿Qué debo hacer por Ti?». Ahora te lo digo: «¡Sígueme!»”. Zelote: “¡Enseguida, Señor!… ■ Pero… pero yo… déjame que te diga una cosa. Soy, me llamaban «Zelote» por la casta y «Cananeo» por madre. ¿Lo ves? Soy de color moreno. Tengo en mí sangre de esclava. Mi padre no tuvo hijos de su mujer, y me tuvo de una esclava. Su mujer, una mujer buena, me cuidó como si fuera su propio hijo y me curó de todas las enfermedades, hasta que murió…”. Jesús: “No hay esclavos ni libertos a los ojos de Dios. Hay una sola esclavitud ante sus ojos: el pecado. Yo he venido a hacerla desaparecer. A todos os llamo, porque el Reino es de todos. ¿Eres culto?”. Zelote: “Lo soy. Tenía incluso un lugar entre los grandes, mientras mi mal pudo estar oculto bajo los vestidos. Pero cuando salió al rostro… a mis enemigos les pareció tener bastante razón para aprovecharse y ponerme entre los «muertos», aunque —como dijo un médico romano de Cesárea, a quien consulté— mi enfermedad no era una lepra verdadera, sino una erisipela hereditaria. Para evitar que se propagara, bastaba con no tener hijos. ¿Puedo acaso no maldecir a mi padre?”. Jesús: “Debes no maldecirle aunque fue la causa de muchos males…”. Zelote: “¡Oh, sí! Dilapidó la fortuna, fue vicioso, cruel, sin corazón, sin amor. Me quitó la salud, las caricias, la paz, me ha dado un nombre que es despreciable y una enfermedad que es marca de oprobio… Se hizo dueño de todo. Hasta del porvenir de su hijo. Todo me ha quitado hasta la alegría de ser padre”. ■ Jesús: “Por esto,  te digo: «Sígueme». A mi lado, en mi compañía, encontrarás padres e hijos. Mira a lo alto, Simón, y allí encontrarás al verdadero Padre que te sonríe. Levanta la vista y contempla los inmensos espacios de la tierra, los continentes, las regiones. Hay hijos y más hijos; hijos espirituales para los que no tienen hijos. Te están esperando y muchos, como tú, te esperan. Bajo mi señal no existe el abandono. Bajo mi señal no hay soledades, ni diferencias. Es señal de amor y da tan solo amor”.
* Simón Zelote y Judas Tadeo: “Os uno en el destino”.- Simón Zelote y Tomás quedarán en Judea: “Tú, Simón, quedarás aquí con Tomás. Prepararás el camino de mi regreso. Dentro de no mucho volveré, y quiero que me espere mucha, mucha gente”.- ■ Jesús, que tiene cerca a Zelote y a Tadeo, les dice: “Ven, Simón, tú que no has tenido hijos. Ven, Judas, que pierdes a tu padre por Mí. Os uno en el destino”, y pone sus manos sobres sus hombros, como para una toma de posesión, como para imponer un yugo común. Después agrega: “Os uno pero ahora os separo. Tú, Simón, quedarás aquí con Tomás. Prepararás el camino de mi regreso. Dentro de no mucho volveré, y quiero que me espere mucha, mucha gente. Decid a los enfermos —tú lo puedes decir— que Aquel que cura, viene. Decid a los que esperan, que el Mesías está ya entre su pueblo. Decid a los pecadores que hay quien perdona y que da fuerzas para subir…”. Zelote: “Pero ¿seremos capaces?”. Jesús: “Sí. Solo tenéis que decir: «Él ha llegado y os llama, os espera. Viene para liberaros. Estad aquí preparados para verle»”. ■ Y tú, Judas, primo mío, ven conmigo y con éstos. Tú de todas formas te quedarás en Nazaret”. Tadeo: “¿Por qué, Jesús?”. Jesús: “Porque me debes preparar mi camino en nuestra patria. ¿La consideras una misión pequeña? ¡En verdad no hay una más pesada!…”. Jesús lanza un suspiro. Tadeo: “¿Y lo lograré?”. Jesús: “Sí y no. Pero eso será suficiente para justificarnos”. Tadeo: “¿De qué cosa?… ¿Y ante quién?”. Jesús: “Ante Dios. Ante nuestra patria, ante la familia que no podrá decir que nosotros no les hayamos ofrecido el bien. Y si nuestra tierra y nuestra familia no hacen caso, nosotros no tendremos ninguna culpa de que se hayan perdido”. ■ Pedro: “¿Y nosotros?”. Jesús: “Tú, Pedro y vosotros, volveréis a las redes”. Pedro: “¿Por qué?”. Jesús: “Porque pienso instruiros lentamente y tomaros conmigo cuando os vea preparados”. Pedro: “Pero, entonces, ¿te veremos?”. Jesús: “¡Claro! Iré frecuentemente con vosotros, os mandaré  llamar cuando esté en Cafarnaúm. Ahora despedíos amigos y vámonos. Mi paz sea con vosotros”. Y la visión ha terminado. (Escrito el 28 de Octubre de 1944).
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1  Nota  : Cfr. Anotaciones   n. 6: El día hebreo.
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(<“Dentro de no mucho volveré” había dicho Jesús.  Y así es, después de unos días de estancia en Galilea, exactamente después de la Pesca Milagrosa, vuelve, solo Él, a Jerusalén. Se hospeda como la vez pasada en la casa del Getsemaní>)
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1-66-354 (1-29-387).- Judas de Keriot en Getsemaní se hace discípulo
* “Vengo a llamar a los justos de Israel al Reino. Porque de y con Israel debe brotar la planta de vida eterna, cuya savia será la Sangre del Señor”.- ■ Por la tarde, veo a Jesús bajo unos olivos. Está sentado sobre un escalón del terreno en su postura habitual: con los codos apoyados en las rodillas, los antebrazos hacia adelante y las manos unidas. Empieza a hacerse de noche y la luz va disminuyendo en el tupido olivar. Jesús está solo. Se quitó el manto como si tuviese calor y su blanco vestido resalta sobre lo verde del lugar muy oscurecido por el crepúsculo. Sube un hombre entre los olivos. Da la impresión de que busca algo o a alguien. Es alto, su vestido de un color alegre: un amarillo rosa que hace más vistoso el manto, lleno de franjas ondulantes. No distingo bien su cara porque la luz y la distancia no lo permiten. Cuando ve a Jesús, hace un gesto como diciendo: “¡Ahí está!”, y apresura el paso. A pocos metros saluda: “¡Salve, Maestro!”. Jesús se vuelve repentinamente y alza la cara, porque el que acaba de llegar en ese momento está en el escalón superior. Jesús le mira seriamente y podría decir que hasta con tristeza. El hombre repite: “Te saludo, Maestro. Soy Judas de Keriot ¿No me reconoces? ¿No te acuerdas de mí?”. Jesús: “Te recuerdo y te reconozco. Eres el que me habló aquí con Tomás en la Pascua pasada”.  Iscariote: “Y al que Tú dijiste: «Piensa y reflexiona al decidirte antes de mi regreso». Ya lo he decidido: voy contigo”. Jesús: “¿Por que vienes, Judas?”. Jesús está realmente triste. Iscariote: “Porque… ya te dije la otra vez por qué: porque sueño en el Reino de Israel y te he visto cual rey”. Jesús: “¿Vienes por este motivo?”. Iscariote: “Por éste. Me pongo a mí mismo, y todo cuanto poseo: capacidad, conocimientos, amistades, fatiga, a tu servicio y al servicio de tu misión para reconstruir Israel”. ■ Los dos están ahora frente a frente, cerca el uno del otro, en pie. Se miran fijamente. Jesús serio hasta la tristeza; el otro exaltado por su sueño, sonriente, joven y hermoso, ligero y ambicioso. Jesús: “Yo no te busqué, Judas”. Iscariote: “Lo sé. Pero yo te buscaba. Día tras día puse a las puertas quien me indicase tu llegada. Pensaba que vendrías con seguidores y que así fácilmente se podría saber de Ti. Pero fue al contrario… he comprendido que estabas, porque después de que curaste a un enfermo, los peregrinos te bendecían. Pero nadie sabía decirme con exactitud dónde estabas. Entonces me acordé de este lugar. Y vine. Si no te hubiera encontrado aquí, me hubiera resignado a no encontrarte más…”. Jesús: “¿Piensas que ha sido para ti un bien el haberme encontrado?”. Iscariote: “Sí, porque te buscaba, te anhelaba, te quiero”. Jesús: “¿Por qué?… ¿Por qué me has buscado?”. Iscariote: “Te lo dije, ¡Maestro! ■ ¿No me has comprendido?”. Jesús: “Te he comprendido. Sí… pero quiero que también me comprendas antes de seguirme. Ven. Hablaremos en el camino”. Y empiezan a caminar uno al lado del otro. “Tú me sigues por una idea que es humana, Judas. Debo disuadirte. No he venido para esto”. Iscariote: “¿Pero no eres Tú el señalado Rey de los Judíos? ¿Del que han hablado los profetas? Han venido otros. Pero les faltaban demasiadas cosas, y cayeron como hojas que el viento ya no sostiene. Tú tienes a Dios contigo, en tal modo que haces milagros. Donde está Dios, el éxito de la misión está seguro”. Jesús: “Es verdad lo que has dicho: que Yo tengo a Dios conmigo. Soy su Verbo. Soy el que profetizaron los profetas, el prometido de los Patriarcas, el esperado de las multitudes. Pero ¿por qué, ¡oh Israel! te has hecho tan ciega y sorda que ya no sabes leer ni ver, oír ni comprender lo verdadero de los hechos? Mi Reino, no es de este mundo, Judas. No te hagas ilusiones. Vengo a traer a Israel la Luz y la Gloria. Pero no la luz y la gloria de esta Tierra. Vengo a llamar a los justos de Israel al Reino. Porque de Israel y con Israel debe formarse y brotar la planta de la vida eterna, cuya savia será la Sangre del Señor, planta que se extenderá por toda la Tierra, hasta el fin de los siglos. Mis primeros seguidores son de Israel. Aun mis verdugos serán de Israel, y también el que me traicionará será de Israel…”. Iscariote: “No, Maestro. Esto no sucederá nunca. Aunque todos te traicionasen, yo quedaré y te defenderé”. Jesús: “¿Tú, Judas?”.
* “Pero para realizar obras del espíritu —seguir al Mesías en verdad y en justicia quiere decir realizar obras de espíritu— es necesario matar al hombre y hacerlo renacer. ¿Eres capaz de cosa tan grande?”.-Jesús: “Y ¿en qué basas tu seguridad, Judas?”.  Iscariote: “En mi palabra de honor”. Jesús: “Cosa más frágil que una tela de araña, Judas. A Dios debemos pedir la fuerza para ser honrados y fieles. ¡El hombre!… El hombre realiza obras de hombre. Pero para realizar obras del espíritu —seguir al Mesías en verdad y en justicia quiere decir realizar obras de espíritu— es necesario matar al hombre y hacerlo renacer. ¿Eres capaz de cosa tan grande?”. Iscariote: “Sí, Maestro. Y además… no todo Israel te amará. Pero Israel no dará ni verdugos ni traidores a su Mesías. ¡Te espera desde hace siglos!”. Jesús: “Me los dará. Recuerda los Profetas… sus palabras… y el fin que tuvieron. Estoy destinado a desilusionar a muchos y tú eres uno de ellos. Judas, tienes enfrente de ti a un hombre manso, pacífico, pobre y que quiere permanecer pobre. No he venido para imponerme ni para hacer guerras. No disputo a los fuertes y a los poderosos ningún reino, ningún poder. No disputo sino a Satanás las almas y he venido a destrozar las cadenas con el fuego de mi amor. He venido a enseñar misericordia, sacrificio, humildad, continencia. Te digo a ti y a todos también digo: «No tengáis sed de riquezas humanas, sino trabajad por el dinero eterno». Desilusiónate, Judas, si crees que soy vencedor de Roma y de las castas que mandan. Los Herodes como los Césares pueden dormir tranquilos mientras Yo hablo a las multitudes. No he venido a arrebatar el cetro a nadie… y mi cetro, eterno, ya está preparado, pero nadie, que no fuese amor como Yo, lo querría empuñar. Vete, Judas, y medita…”. ■ Iscariote: “¿Me rechazas, Maestro?”. Jesús: “No rechazo a nadie, porque quien rechaza no ama. Pero dime, Judas: ¿Qué nombre darías al hecho de alguien, que sabiendo que tiene enfermedad contagiosa, dijese a uno que no lo sabe y que se acerca a beber de su vaso: «Piensa en lo que haces» ¿Lo llamarías odio o amor?”. Iscariote: “Lo llamaría amor, porque no quiere que el que ignora su enfermedad destruya su salud”. Jesús: “Pues entonces llama también así a mi acto”. Iscariote: “¿Puedo destruir mi salud al venir contigo? ¡No, nunca!“. Jesús: “Más que destruir la salud, tú mismo te puedes destruir. ■ Piensa bien, Judas, poco se exigirá al que asesinare, creyendo que lo hace justamente, y lo cree porque no conoce la Verdad; pero mucho será exigido de quien, después de haberla conocido, no sólo no la sigue, sino que se hace su enemigo”. Iscariote: “Yo no lo seré. Acéptame, Maestro. No puedes rechazarme. Si eres el Salvador y ves que soy pecador, oveja extraviada, un ciego que está fuera del camino recto, ¿por qué no quieres salvarme? Acéptame. Te seguiré hasta la muerte”. Jesús: “¡Hasta la muerte! Es verdad. Esto es cierto. Después…”. Iscariote: “¿Después qué, Maestro?”. Jesús: “El futuro está en el seno de Dios. Vete. Mañana nos veremos cerca de la Puerta de los Peces”. Iscariote: “Gracias, Maestro. El Señor sea contigo”. Jesús: “Y su misericordia te salve”. Todo termina Así. (Escrito el 28 de Diciembre de 1944).
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1-68-361 (1-31-395).- Jesús, con Iscariote en el Templo, pide permiso para enseñar en el Templo.  
* El encargado del Templo: “¿Quién fue tu maestro?”. Jesús: “El Espíritu de Dios que me habla con su sabiduría y que me ilumina con su luz todas las palabras de los Textos Sagrados”. Estoy viendo a Jesús que, con Judas a su lado, entra en el recinto del Templo, y, después de haber atravesado la primera terraza o rellano de la grada si se prefiere, se detiene en un pórtico que rodea un amplio patio, cuyo suelo está hecho con mármoles de diversos colores. El lugar es muy hermoso y está lleno de gente. Jesús mira a su alrededor y ve un sitio que le gusta. Pero antes de dirigirse a él, dice a Judas: “Llámame al encargado de este lugar. Debo presentarme para que no se vaya a decir que falto a las costumbres y al respeto”. Iscariote: “Maestro, Tú estás sobre las costumbres, y nadie tiene más derecho que Tú a hablar en la Casa de Dios. Tú, el Mesías”. Jesús: “Lo sé. Tú lo sabes, pero ellos no lo saben. He venido no para dar escándalo, ni para enseñar a violar la Ley, ni las costumbres. Por el contrario, he venido a enseñar el respeto, la humildad, la obediencia y para quitar escándalos. Por esta razón quiero pedir permiso para hablar en nombre de Dios, haciéndome reconocer digno de ello por el responsable del lugar”. Iscariote: “La otra vez no lo hiciste”. Jesús: “La otra vez me consumió el celo de la Casa de Dios, profanada con tantas cosas. La otra vez era el Hijo del Padre, el Heredero que en nombre del Padre y por amor de su Casa, actuaba con majestad, que me es propia y que está por encima de magistrados y sacerdotes. Ahora soy el Maestro de Israel, y enseño también esto. ■ Por otra parte, Judas, ¿piensas que el discípulo es mayor que su Maestro?”. Iscariote: “No, Jesús”. Jesús: “Y ¿tú quién eres?… y ¿quién soy Yo?”. Iscariote: “Tú eres el Maestro y yo el discípulo”. Jesús: “Si reconoces que las cosas son así ¿por qué quieres enseñar al Maestro? Ve y obedece. Yo obedezco a mi Padre, tú obedece a tu Maestro. La primera condición del Hijo de Dios es obedecer sin discutir, pensando que el Padre no puede dar sino órdenes santas. Condición primera del discípulo es obedecer al Maestro, pensando que el Maestro sabe, y que no puede dar sino órdenes justas”. Iscariote: “Es verdad. Perdona. Obedezco”. Jesús: “Te perdono. Ve. Escucha, Judas, lo siguiente: acuérdate de esto, recuérdalo siempre”. Iscariote: “¿De obedecer?… Sí”. Jesús: “¡No! Recuerda que Yo fui respetuoso y humilde para con el Templo; para con el Templo, o sea, con las castas poderosas. Ve”. Judas le mira pensativo interrogativamente… pero no se atreve a preguntar algo más. Y se va pensando. ■ Regresa con un personaje vestido oficialmente. “Maestro, he aquí el encargado”. Jesús: “La paz sea contigo. Pido enseñar a Israel, entre los Rabíes de Israel”. Encargado: “¿Eres Tú rabí?”. Jesús: “Lo soy”. Encargado: “¿Quién fue tu maestro?”. Jesús: “El Espíritu de Dios que me habla con su sabiduría y que me ilumina con su luz todas las palabras de los Textos Sagrados”. Encargado: “¿Eres más que Hilel, Tú que sin ser maestro dices conocer cualquier doctrina? ¿Cómo puede uno aprender si no hay uno que le enseñe?”. Jesús: “Como se formó David, pastorcillo desconocido, y que llegó a ser poderoso y sabio por voluntad de Dios”. Encargado: “¿Tu nombre?”. Jesús: “Jesús de José de Jacob, de la estirpe de David, y de María de Joaquín, de la estirpe de David, y de Ana de Aarón; María, la Virgen que el Sumo Sacerdote casó en el Templo, según la ley de Israel, porque era huérfana”. Encargado: “¿Quién lo prueba?”. Jesús: “Todavía aquí debe de haber levitas que se acuerden del hecho y que fueron coetáneos de Zacarías de la clase de Abía, mi pariente. Pregúntales, si dudas de mi sinceridad”. Encargado: “Te creo. Pero ¿quién me prueba de que eres capaz Tú de enseñar?”. Jesús: “Escúchame y tu mismo decidirás”. Encargado: “Eres libre de hacerlo… pero… ¿no eres Nazareno?”. Jesús: “Nací en Belén de Judá en tiempos del censo ordenado por César. Proscritos a causa de leyes injustas, los hijos de David están por todas partes. Pero la estirpe es de Judá”. Encargado: “Ya sabes… los fariseos… toda Judea… respecto a Galilea…”. Jesús: “Lo sé. Pero no desconfíes. En Belén vi la luz por primera vez, en Belén Efratá de donde viene mi estirpe; si ahora vivo en Galilea es solo para que se cumpla lo que está escrito…”. El encargado se aleja unos metros, dirigiéndose a donde le llaman. ■ Judas pregunta: “¿Por qué no has dicho que eres el Mesías?”. Jesús: “Mis palabras lo dirán”. Iscariote: “¿Qué es lo que está escrito y debe cumplirse?”. Jesús: “La reunión de todo Israel bajo la enseñanza de la palabra del Mesías. Soy el Pastor de quien hablan los Profetas y he venido a reunir a mis ovejas de todas partes, he venido a curar las enfermedades, a poner en buen camino a los que yerran. Para Mí no hay Judea o Galilea, Decápolis o Idumea. Sólo hay una cosa: el Amor que mira con un único ojo y une con un único abrazo para salvar…”. Jesús está inspirado, ¡tanto sonríe a su sueño, que parece emanar destellos! Judas le contempla admirado. Entre tanto, algunas personas, curiosas, se han acercado a los dos, cuyo aspecto imponente —distinto en ambos— atrae e impresiona.

    (<Jesús anuncia a la gente los nuevos tiempos. Les dice que el precepto del amor ahora es más luminoso y se presenta como el Mesías anunciado por el Bautista>

■ Mas Judas se siente en el deber de decir a diestro y siniestro:  “El Mesías es el que os está hablando. Os lo aseguro yo que le conozco y soy su primer discípulo”. La gente, atemorizada, exclama: “¡Él!… ¡Oh!…”, y se echa atrás un poco. Pero Jesús se muestra tan bondadoso, que vuelven a acercarse. Iscariote anima a la gente: “Pedidle algún milagro. Él es poderoso. Cura. Lee los corazones. Responde a todas las dificultades”. Un enfermo se le acerca: “Háblale para mí, que estoy enfermo. Con el ojo derecho no veo, y el izquierdo está casi seco…”. Iscariote llama a Jesús que estaba acariciando a una niña: “Maestro, este hombre está casi ciego y quiere ver. Le he dicho que Tú puedes”. Jesús: “Puedo para quien tiene fe ¿Tienes fe tú?”. Enfermo: “Yo creo en el Dios de Israel. He venido para echarme en Betesda. Pero siempre hay alguien que se echa antes que yo”. Jesús: “¿Puedes creer en Mí?”. Enfermo: “Si creo en el ángel de la piscina (1), ¿no debería creer en Ti, de quien tu discípulo dice que eres el Mesías?”. Jesús sonríe. Se pone saliva en el dedo y frota el ojo del enfermo. “¿Qué ves?”. Enfermo: “Veo las cosas sin la neblina de antes. Y… ¿no me curas el otro?”. Nuevamente Jesús sonríe. Hace lo mismo con el ojo ciego. “¿Qué ves?” pregunta al quitar la yema del dedo del párpado caído. Enfermo: “¡Ah! ¡Señor de Israel! ¡Veo como cuando corría de niño por los prados! ¡Bendito seas para siempre!”. El hombre postrado a los pies de Jesús llora. Jesús: “Vete. Sé bueno ahora por agradecimiento a Dios”. ■ Un levita, que había llegado cuando ya estaba concluyéndose el milagro, pregunta: “¿Con qué poder haces Tú estas cosas?”. Jesús: “¿Tú me lo preguntas? Te lo diré si me respondes a una pregunta. Según tú, ¿es más grande un profeta que anuncia al Mesías o el Mesías mismo?”. Levita: “¡Qué pregunta! El Mesías es mayor: es el Redentor que prometió el Altísimo”. Jesús: “Entonces… ¿por qué los Profetas hicieron milagros? ¿Con qué poder?”. Levita: “Con el poder de Dios que les daba para probar a las multitudes que Dios estaba con ellos”. Jesús: “Pues bien: con el mismo poder Yo hago los milagros: Dios está conmigo, Yo estoy con Él. Pruebo a las multitudes que es así, y que el Mesías bien puede, con mayor razón y medida, lo que podían los Profetas”. El levita se va pensativo y todo termina. (Escrito el 1 de Enero de 1945).
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1  Nota  : Piscina de Betsaida. Ju. 5,2-4.
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1-69-366 (1-32-401).- Jesús instruye a Judas Iscariote.
* “Es verdad que el suicidarse es lo mismo que matar.  Sea la vida propia o la de otro, la vida es un don de Dios y solo Dios que la dio, tiene el poder de quitarla. Quien se mata, muestra su soberbia, y Dios odia la soberbia… Y ¿qué es la desesperación sino soberbia?”.- Jesús y Judas salen del Templo de Jerusalén después de haber estado orando en el lugar más cercano al Santo, concedido a los israelitas varones. Judas quisiera quedarse con Jesús, pero este deseo encuentra oposición en el Maestro. “Judas, deseo estar solo en las horas de la noche. Es cuando mi espíritu obtiene su alimento del Padre. Tengo más necesidad de la oración, meditación y soledad, que del alimento corporal. El que quiere vivir del espíritu y quiere llevar a otros a que vivan la misma vida, debe posponer la carne, diría casi, matarla, para cuidar sólo del espíritu. Todos, sábelo Judas, también tú, si quieres ser verdaderamente de Dios, o sea, de lo sobrenatural”. Iscariote: “Pero nosotros pertenecemos, Maestro, todavía a la tierra. ¿Cómo podemos dejar de pensar en la carne y tan solo en el espíritu? ¿No está en contradicción lo que dices con el Mandamiento de Dios: «No matarás»? ¿No se incluye también en él no suicidarse?… ■ Si la vida es un don de Dios, ¿debemos amarla o no?…”. Jesús: “Te voy a responder como no respondería a una persona sencilla, a la cual es suficiente elevarle la mirada del alma, o de la mente, a esferas sobrenaturales, para poder llevársela en vuelo a los reinos del espíritu. Tú no eres una persona sencilla. Te has formado en ambientes que te han pulido… pero también te han manchado con sus sutilezas y doctrinas. Judas, ¿te acuerdas de Salomón? Era sabio, el más sabio de aquellos tiempos. Recuerdas qué dijo después de haber conocido todo el saber humano: «No hay más que vanidad. Todo es vanidad. Temer a Dios y observar sus mandamientos, para el hombre, esto lo es todo» (1). Ahora yo te digo que hay que saber tomar de los alimentos sustento, pero no veneno. Y si se ve que un alimento nos es nocivo (porque se producen reacciones en nuestro organismo por las cuales ese alimento es nefasto, siendo más fuerte que nuestros humores buenos, los cuales lo podrían neutralizar), es necesario dejar de tomar ese alimento, aún cuando sea agradable al paladar. Es mejor pan, sin más, y agua de la fuente, que no los platos rebuscados de la mesa del rey que tienen especias que alteran y envenenan”. Iscariote: “¿Qué debo dejar, Maestro?”. Jesús: “Todo lo que sabes que te hace mal. Dios es paz y si quieres ponerte en el sendero de Dios, debes librar tu mente, tu corazón y tu carne de todo lo que no es paz y te turba. Sé que es difícil reformarse a sí mismo, pero Yo estoy aquí para ayudarte a hacerlo. Estoy aquí para ayudar al hombre a que se haga hijo de Dios, a volver a crearse, por medio de una segunda creación, una autogénesis querida por él mismo. ■ Pero deja que te responda a cuanto preguntabas, para que no digas que quedaste en error por culpa mía. Es verdad que el suicidarse es lo mismo que matar.  Sea la vida propia o la de otro, la vida es un don de Dios y solo Dios que la dio, tiene el poder de quitarla. Quien se mata, muestra su soberbia, y Dios odia la soberbia”. Iscariote: “¿Muestra la soberbia? Diría yo la desesperación”. Jesús: “Y ¿qué es la desesperación sino soberbia? Considera esto, Judas. ¿Por qué uno se desespera? O porque las desgracias se ensañan con él y quiere vencerlas por sí solo, sin ser capaz de tanto; o bien porque es culpable, y juzga de sí mismo que Dios no le puede perdonar. Tanto en el primero como en el segundo caso, ¿no es reina la soberbia? El hombre que quiere resolver por sí mismo las cosas, carece de la humildad de tender la mano al Padre y decirle: «No puedo, pero Tú sí puedes. Ayúdame, porque espero todo, todo lo estoy esperando, de Ti». El otro hombre, el que dice: «Dios no me puede perdonar», lo dice, porque, midiendo a Dios con el patrón de sí mismo, piensa que otra persona, ofendida como él ha ofendido, no le podría perdonarle. O sea, también aquí hay soberbia. El humilde siente compasión y perdona aun cuando sufra por la ofensa recibida. El soberbio no perdona. Es soberbio además porque no sabe bajar la cabeza y decir: «Padre, he pecado, perdona a tu hijo culpable». ¿O es que no sabes, Judas, que el Padre está dispuesto a disculpar todo, si se pide perdón con corazón sincero y contrito, con corazón humilde y deseoso de resucitar al bien?”.
* “Aún después del crimen más grande, si el culpable corre a los pies del Padre… Pero a partir de que el Verbo haya aclarado toda verdad y dado fuerzas a las almas con su Espíritu, no le será concedido el perdón a quien muera desesperado”.-Iscariote: “Pero ciertos pecados no son perdonados. No lo pueden ser”. Jesús: “Eso lo dices tú. Y hasta será verdad, si el hombre así lo quiere. Pero en verdad, en verdad te digo que aun después del crimen más grande que puedas imaginarte, si el culpable corre a los pies del Padre, infinitamente perfecto, y llorando le pidiese perdón, le ofreciese expiación, pero sin desesperarse, el Padre le daría la manera de expiar para merecer el perdón y salvar su alma”. ■ Iscariote: “Siendo así, ¿Tú dices que los hombres que cita la Escritura, y que se mataron (2), hicieron mal?”. Jesús: “No es lícito hacer violencia a nadie, y tampoco uno a sí mismo. Hicieron mal. Según su conocimiento relativo del bien, habrán conseguido de Dios, en ciertos casos, misericordia. Pero a partir de que el Verbo haya aclarado toda verdad y haya dado fuerzas a las almas con su Espíritu, a partir de ese momento, no le será concedido el perdón a quien muera desesperado. Ni en el instante del juicio particular, ni, después de siglos de Gehena, en el Juicio Final, ni nunca. ¿Es dureza de Dios esto? ¡No!: ¡Es justicia! Dirá Dios: «Tú, criatura dotada de razón y de ciencia sobrenatural, a quien crié libre, decidiste seguir el sendero escogido por ti y dijiste: ‘Dios no me perdona. Estoy separado de Él para siempre. Juzgo que debo aplicarme, por mí mismo, justicia por mi delito. Dejo la vida para escapar de los remordimientos’, sin pensar que ya no habrías sentido remordimientos si hubieses venido a mi pecho paterno. Recibe eso mismo que has juzgado. Vete. No violento la libertad que te he dado». Esto dirá el Eterno al suicida. Piénsalo, Judas”.
* La vida ¿es fin o medio?.-Jesús: “La vida es un don y hay que amarla. Y ¿qué clase de don es? Un don santo y por esto debe amarse santamente. La vida dura tanto cuanto la carne resiste. Después empieza la Vida grande, la Vida eterna, que será de felicidad para los justos y de maldición para los injustos. La vida, ¿es fin o medio? Es medio. Sirve para el fin, que es la eternidad. Y si es así, demos, pues, a la vida aquello que le haga falta para durar y servir al espíritu en su conquista: continencia de la carne en todos sus apetitos, en todos; continencia de la mente, en todos sus deseos, en todos; continencia del corazón en todas sus pasiones que saben a humano. Mientras que por el contrario, sea ilimitada el ansia hacia las pasiones que llevan al Cielo: amor a Dios y al prójimo, voluntad de servir a Dios y al prójimo, obediencia a la palabra divina, heroísmo en el bien y en la virtud. Te he respondido, Judas. ¿Te basta la explicación? Sé siempre sincero y pregunta; y si no sabes lo suficiente, estoy aquí para enseñarte”.
“He venido para los hombres, Judas, y no para los ángeles… para hacer de los hombres ángeles. Yo quiero borrar la deformación causada por Satanás… y llevarle de nuevo a ser rey, coheredero del Padre y del Reino celestial”.-Iscariote: “He comprendido y me basta. Pero… es muy difícil llevar a la práctica lo que he comprendido. Tú lo puedes porque eres santo. Pero yo… soy un hombre joven, lleno de vitalidad…”. Jesús: “He venido para los hombres, Judas, y no para los ángeles, que no tienen necesidad de maestro. Los ángeles ven a Dios y viven en su Paraíso, no ignoran las pasiones de los hombres, porque la Inteligencia, que es su Vida, les hace conocer todo, incluso a aquellos que no son custodios del hombre. Pero, siendo espirituales, solo pueden tener un pecado, como uno de ellos lo tuvo y arrastró consigo a los menos fuertes en la caridad: la soberbia, la flecha que manchó y afeó a Lucifer, el más hermoso de los arcángeles, e hizo de él el monstruo horrible del Abismo. No he venido para los ángeles, los cuales, después de la caída de Lucifer, se horrorizan incluso ante el espectro de un pensamiento de orgullo. ■ He venido para los hombres, para hacer de los hombres ángeles. El hombre era la perfección de la creación. Tenía del ángel el espíritu, y del animal la completa belleza en todas sus partes animales y morales; no había criatura que le igualara. Era el rey de la Tierra, como Dios es Rey del Cielo, y un día, el día en que él se hubiera dormido por última vez en la tierra, iba a ser rey, con el Padre, en el Cielo.  Satanás ha arrebatado las alas al ángel-hombre y, en su lugar, le ha puesto garras de fiera y deseos ardientes de inmundicia y ha hecho de él un ser al que cuadra más el nombre de hombre-demonio que el de hombre a secas. ■ Yo quiero borrar la deformación causada por Satanás, destruir el hambre corrompida de la carne contaminada, devolverle las alas al hombre, y llevarle de nuevo a ser rey, coheredero del Padre y del Reino celestial. Sé que el hombre, si realmente quiere, puede hacer todo lo que digo para volver a ser rey y ángel. No os diría cosas que no pudierais hacer. No soy uno de esos oradores que predican doctrinas imposibles. He tomado carne verdadera para poder saber, por experiencia de carne, cuáles son las tentaciones del hombre”.
* “Jesús, ¿nunca has pecado?… ¿Has sido tentado alguna vez?… Pero si jamás has pecado, ¿cómo puedes juzgar a los pecadores?”. “Judas, cuanto podría ignorar como hombre, y juzgarlo mal, lo conozco y juzgo como Hijo de Dios”. ■ Iscariote pregunta: “¿Y los pecados?”. Jesús: “Todos pueden ser tentados; pecador, tan solo quien quiere serlo”. Iscariote: “Jesús… ¿nunca has pecado?”. Jesús: “Nunca he querido pecar. Y ello no porque Yo sea el Hijo del Padre, sino que es que lo he querido y lo querré, para mostrarle al hombre que el Hijo del hombre no pecó porque no quiso pecar y que el hombre, si no quiere, puede no pecar”.  Iscariote: “¿Has sido tentado alguna vez?”. Jesús: “Tengo treinta años, Judas, y no he vivido en una cueva de algún monte, sino entre los hombres. Y aunque hubiese vivido en el lugar más solitario de la tierra, ¿tú crees que no habrían venido las tentaciones?… Todo lo tenemos en torno a nosotros: el bien y el mal. Todo lo llevamos con nosotros. Sobre el bien sopla Dios y lo aviva como a incensario de agradables y sagrados trozos de incienso. Sobre el mal sopla Satanás y, encendiéndolo, lo hace una hoguera de feroz llama. Pero el cuidado atento y la oración constante son húmeda arena sobre la llamarada de infierno: la sofocan y la extinguen”. ■ Iscariote: “Pero si jamás has pecado, ¿cómo puedes juzgar a los pecadores?”. Jesús: “Soy hombre y soy Hijo de Dios. Cuanto podría ignorar como hombre, y juzgarlo mal, lo conozco y juzgo como Hijo de Dios. Y… ¡por lo demás!… Judas, respóndeme a esta pregunta: uno que tiene hambre ¿sufre más cuando dice: «ahora me siento a comer» o cuando dice «no hay comida para mí»?”. Iscariote: “Sufre más en el segundo caso, porque sólo el saberse privado de la comida le trae a la memoria el olor de las viandas, y las vísceras se retuercen de deseo”. Jesús: “Exacto: la tentación es mordiente como este deseo, Judas. Satanás lo hace más agudo, exacto y seductor  que cualquier acto realizado. Además, después que el acto ha sido terminado y que tal vez provoque náuseas, la tentación con todo no desaparece, sino que, como un árbol podado, echa ramas cada vez más vigorosas”. ■ Iscariote: “¿Y jamás has cedido?”. Jesús: “Jamás he cedido”. Iscariote: “¿Cómo lo has conseguido?”. Jesús: “He dicho: «Padre, no me dejes caer en la tentación»”. Iscariote: “¡Cómo!… ¿Tú, el Mesías, Tú que obras milagros, has pedido la ayuda al Padre?”. Jesús: “No tan sólo ayuda: le he pedido que no me deje caer en la tentación. ¿Crees tú que, porque Yo sea Yo, puedo prescindir del Padre? (3). ¡Oh, no! En verdad te digo que el Padre le concede al Hijo todo, pero también te digo que el Hijo recibe todo del Padre. Y te digo que todo lo que se pida al Padre en mi nombre, será concedido. Pero mira que hemos llegado a Get-Sammi, donde vivo. Nos volveremos a vernos mañana. Adiós. La paz sea contigo”. Iscariote: “También sea en Ti la paz, Maestro”.
“Todo debe invertirse bajo mi Señal: no será grande el poderoso sino el que es humilde y santo… Yo no desprecio a nadie. Iré tanto a los pobres como a los ricos, a los puros como a los pecadores… verdad es que daré siempre preferencia a lo humilde. Los grandes tienen ya muchas satisfacciones, los pobres no tienen más que su recta intención, un amor fiel, e hijos, y el verse escuchados por la mayoría de ellos”.-Iscariote: “Mas, te querría decir otra cosa.  Te acompañaré hasta el Cedrón y después me vuelvo para atrás. ¿Por qué estás en ese lugar tan humilde?  Sabes, la gente tiene en cuenta muchas cosas. ¿No conoces a alguno en la ciudad que tenga una casa hermosa? Yo, si quieres, puedo llevarte con amigos. Te acogerán por amistad hacia mí. Serán moradas más dignas de Ti”. Jesús: “¿Crees así? Yo no lo creo. Lo digno y lo indigno están en todas las clases sociales. Y, no por carecer de caridad, sino para no faltar a la justicia, te digo que lo indigno, y lo maliciosamente indigno, se encuentra frecuentemente entre los grandes. No hace falta ser poderoso para ser bueno, como tampoco sirve el ser poderoso para ocultar el pecado a los ojos de Dios. Todo debe invertirse bajo mi Señal: no será grande el poderoso, sino el que es humilde y santo”. Iscariote: “Pero para ser respetado, para imponerse…”. Jesús: “¿Es acaso respetado Herodes?… ¿Y Cesar es respetado? ¡No! Los labios y los corazones los soportan y los maldicen. Créeme, Judas, sobre los buenos, o incluso sobre los que tienen buena voluntad, sabré imponerme más con la modestia, que con el poderío”. ■ Iscariote: “Pero entonces… ¿despreciarás siempre a los poderosos? Te buscarás enemigos. Pensaba hablar de Ti a muchos que conozco y que tienen un nombre…”. Jesús: “Yo no desprecio a nadie. Iré tanto a los pobres como a los ricos, a los esclavos como a los reyes, a los puros como a los pecadores. Pero si bien he de quedar agradecido a quien proporcione pan y techo a mis fatigas, cualquiera que sea el pan y el techo, verdad es que daré siempre preferencia a lo humilde. Los grandes tienen ya muchas satisfacciones, los pobres no tienen más que su recta conciencia, un amor fiel, e hijos, y el verse escuchados por la mayoría de ellos. Yo siempre me inclinaré hacia los pobres, los afligidos y los pecadores. Te agradezco tus buenos sentimientos pero déjame en este lugar de paz y de oración. Vete. Y que Dios te inspire lo que está bien”. Jesús deja al discípulo y se interna entre los olivos. Todo termina. (Escrito el 3 de Enero de 1945).
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1  Nota  : Cfr. Eci 1,2;  12,8 y 13.  2  Nota  : “Quienes cita  la Escritura que  se mataron”.- Cfr. 2 Sam. 17,23 (único caso de verdadero y propio suicidio mencionado en el A.T.);  Jue. 9,50-57; 1 Sam. 31; 1 Rey. 16,15-22; 2 Mac. 14,37-46.   3  Nota  :  En la sexta petición del “Pater Noster”: “no nos dejes caer en la tentación” no se pide a Dios que no nos tiente para el mal sino que nos aleje de las pruebas muy duras, como a la que Dios mismo sometió a Abraham y después como a Jesús en el Huerto de los Olivos.
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1-70-372 (1-33-408).- En Getsemaní con Juan de Zebedeo.
* Encuentro entre Jesús y Juan de Zebedeo con efusivas manifestaciones de afecto entre ambos.- Noticias de Simón Zelote (“está feliz a tu servicio”).- ■ Veo que Jesús se dirige  a la pequeña casa blanca que está en medio de los olivos. Le saluda un jovencillo. Parece que es del lugar porque lleva en las manos los utensilios para poder cavar. “Dios sea contigo, Rabí. Llegó tu discípulo Juan, pero se  ha vuelto a marchar a buscarte”. Jesús: “¿Hace mucho?”. Jovencillo: “No, acaba de cruzar aquel sendero… Creíamos que vendrías de la parte de Betania…”. Jesús se encamina ligero, da vuelta al sendero y ve a Juan que casi corriendo baja hacia la ciudad y le llama. El discípulo se vuelve y, con el rostro iluminado por la alegría, grita: “¡Oh, Maestro mío!” y regresa corriendo. Jesús abre los brazos y los dos se abrazan afectuosamente. Juan: “Iba a buscarte… Pensábamos que estarías en Betania, como habías dicho”. Jesús: “Sí. Eso quería. Debo comenzar a evangelizar también los alrededores de Jerusalén. Pero luego me entretuve en la ciudad… para instruir a un discípulo nuevo”. Juan: “Maestro, todo lo que Tú haces está bien hecho y sale bien. ¿Lo ves? También esta vez nos hemos encontrado en seguida”. ■ Caminan los dos juntos. Jesús lleva un brazo sobre los hombros de Juan, el cual, siendo más bajo que Él, le mira de abajo arriba, feliz de aquella intimidad. En esta forma llegan a la casita. Jesús: “¿Hace mucho tiempo que habías venido?”. Juan: “No, Maestro. Con el alba he salido de Doco junto con Simón Zelote; ya le he dicho lo que querías. Después nos hemos detenido un tiempo en los campos de los alrededores de Betania, compartiendo la comida y hablando de Ti a los campesinos que hemos encontrado por allí. Cuando el fuego del sol ha disminuido, nos hemos separado. Simón ha ido a ver a un amigo suyo (1), al que también quiere hablar de Ti: es el dueño de casi toda Betania. Él ya le conocía cuando aún vivían sus respectivos padres. Mañana viene aquí Simón. Me ha encargado decirte que se siente feliz de estar a tu servicio. Simón es muy competente. Quisiera ser como él, pero soy un muchacho ignorante”. Jesús: “No, Juan, también tú haces mucho bien”. Juan: “¿Te sientes realmente contento de tu pobre Juan?”. Jesús: “Muy contento, Juan mío. Mucho”. “¡Maestro mío!”. Juan se inclina con ímpetu a tomar la mano de Jesús y la besa, y se la pasa por la cara como una caricia. ■ Han llegado ya a la casa. Entran en la cocina baja y humosa. El dueño les saluda: “La paz sea contigo”. Responde Jesús: “Paz a esa casa y a ti, y a quien vive contigo. Viene conmigo un discípulo”. Dueño: “Habrá pan y aceite también para él”. Juan: “He traído pescado seco que me dieron Santiago y Pedro. Al pasar por Nazaret tu Madre me dio pan y miel para Ti. He caminado sin detenerme pero ha de estar ya duro”. Jesús: “No importa, Juan. Tendrá siempre el sabor de las manos de mi Madre”. ■ Juan saca sus tesoros de la alforja que había dejado en un rincón, y veo preparar el pescado seco de una manera rara: lo meten varias veces dentro del agua caliente, después lo untan y lo asan directamente sobre la llama. Jesús bendice el alimento y se sienta con el discípulo a la mesa. También están sentados a la mesa el dueño a quien llaman Jonás, y su hijo. La madre va y viene con el pescado, aceitunas negras, verduras preparadas con aceite. Jesús ofrece también de su miel. La ofrece a la madre extendiéndosela sobre el pan. “Es de mi colmena” dice. “Mi Madre cuida las abejas. Cómetela, es sabrosa. Tú, María, eres tan buena conmigo, que mereces esto y más” agrega, porque la mujer no querría privarle de su sabrosa miel. ■ La cena termina pronto. La conversación ha sido breve. Nada más acabar, después de dar gracias por el alimento recibido, Jesús dice a Juan: “Ven. Salgamos un poco al olivar. La noche está templada y clara. Será agradable estar un poco afuera”. El dueño de la casa dice: “Maestro, Yo me despido de Ti. Estoy cansado, y también mi hijo. Vamos a descansar. Dejo la puerta entornada y el candil encima de la mesa. Ya sabes cómo se hace”. Jesús: “Sí, claro, Jonás, vete a descansar. Y apaga también el candil. Hay una luz de luna tan clara, que veremos incluso sin él”. Jonás: “¿Y tu discípulo dónde va a dormir?”. Jesús: “Conmigo. En mi estera hay sitio también para él. ¿Verdad, Juan?”. Juan, ante la idea de dormir al lado de Jesús, está sumamente contento.
* “Los ángeles han abandonado el Templo. Su aspecto de pureza y santidad, está solo en los muros”.- ■ Salen al olivar. Pero antes de salir, Juan ha tomado algo de la alforja que había puesto en el rincón. Caminan un poco y llegan a un punto donde se ve toda Jerusalén. Jesús dice: “Sentémonos aquí y hablemos”. Juan, sin embargo, prefiere estar sentado a los pies de Jesús, sobre la hierba cortada. Apoya el brazo sobre las rodillas de Jesús. Reclina la cabeza sobre el brazo. Y mira de cuando en cuando a Jesús. Parece un niño que está junto a la persona a quien más quiere. “Desde aquí es bonito, Maestro. Mira qué grande parece la ciudad de noche;  más que de día”. Jesús: “Es porque la luz de la luna difumina sus contornos. Observa: parece como si el límite se ensanchara en una luminosidad de plata. Mira la cúspide del Templo, allí arriba. ¿No parece suspendida en el vacío?”. Juan: “Parece que la llevan los ángeles en sus alas de plata”. Jesús suspira. ■ “¿Por qué suspiras, Maestro?”. Jesús: “Porque los ángeles han abandonado el Templo. Su aspecto de pureza y santidad, está solo en los muros. Los que deberían de darle ese aspecto al alma del Templo —pues también cada lugar tiene su alma, el espíritu en virtud del cual fue levantado, y el Templo tiene, debería tener, alma de oración y santidad— son los primeros en quitarle ese aspecto. No se puede dar lo que no se tiene. Y si los sacerdotes y levitas que viven allí son muchos, con todo ni una décima de ellos es capaz de dar vida al Lugar Santo. Muerte, sí que dan. Le comunican la muerte que hay en sus almas, muertas para todo lo que es santo. Tienen fórmulas, pero no la vida de ellas. Son cadáveres que tienen calor tan solo por la putrefacción que los hincha”. Juan: “¿Te han hecho algún mal, Maestro?” Jesús: “No, antes bien, me dejaron hablar cuando lo pedí”. Juan: “¿Lo pediste?… ¿Por qué?”. Jesús: “Porque no quiero ser Yo el que empiece la lucha. Esta vendrá por sí misma. Porque en algunos produciré un terror humano que no tiene razón de ser, y seré un reproche para otros. Pero esto debe estar en el libro de ellos, no en el mío”.
* Juan ofrece a Jesús protección (su familia, por razón de negocio del pescado, conoce a Anás y Caifás) y alojamiento más digno junto al Hípico (un mercader conocido de su familia).- ■ Después de un momento de silencio, Juan habla otra vez; dice: “Maestro… yo conozco a Anás y a Caifás. Por razón de negocios, mi familia ha estado en contacto con ellos, y, cuando estuve en Judea, por causa del Bautista, venía también al Templo, y ellos nos trataban bien a nosotros los hijos de Zebedeo. Mi padre les provee con el mejor pescado. Es costumbre… ¿sabes? Cuando se quiere tener amigos, y quiere uno conservarlos, es necesario obrar así…”. Jesús: “Lo sé”. Jesús está serio. Juan insiste: “Bueno, pues si lo ves oportuno, le hablaré de Ti al Sumo Sacerdote. Y luego… si quieres, yo conozco a uno que está en relación de negocios con mi padre. Es un mercader de pescado. Tiene una casa bonita y grande junto al Hípico, porque son personas ricas, y también muy buenas. Estarías más cómodo y te cansarías menos. Además, para venir hasta aquí se tiene que atravesar ese suburbio de Ofel, tan desordenado y siempre lleno de asnos y de muchachos pendencieros”. Jesús: “No, Juan. Te lo agradezco, pero estoy bien aquí. ¿Ves cuánta paz? ■ Se lo he dicho también esto al otro discípulo que me hacía la misma propuesta. Él decía: «Para estar mejor considerado»” Juan: “Yo lo decía para que te cansaras menos”. Jesús: “No me canso. Por mucho que camine, no me cansaré jamás. ¿Sabes qué es lo que me cansa? La falta de amor. ¡Oh, eso… qué carga!… es como si llevara un peso en el corazón”.  Jesús: “Yo te amo, Jesús”. Jesús: “Sí, y me das mucho consuelo. Te quiero mucho Juan; te querré siempre, porque jamás me traicionarás”.
* “Y, sin embargo, habrá muchos que me traicionarán… Juan, escucha. Te dije que aquí me detuve para instruir a un nuevo discípulo. Es joven judío, instruido y conocido. Te ruego que seas amigo suyo, que no será muy estimado por Simón Pedro ni tampoco por otros, para que le transmitas tu corazón”.- ■ Juan, con asombro: “¡Traicionarte!”. Jesús: “Y, sin embargo, habrá muchos que me traicionarán… Juan, escucha. Te dije que aquí me detuve para instruir a un nuevo discípulo. Es joven judío, instruido y conocido”. Juan: “Entonces te encontrarás mejor con él que con nosotros, Maestro. Me alegro de que tengas a alguno más capaz que nosotros”. Jesús: “¿Crees que tendré que trabajar menos?”. Juan: “¡Digo yo! Si es menos ignorante que nosotros, te entenderá mejor y te servirá mejor, sobre todo si te ama mejor”. Jesús: “Exacto. Lo has dicho bien. Pero el amor no está en proporción con la instrucción, y ni siquiera con la educación. Uno que jamás ha amado y ama por vez primera, ama con toda la fuerza de ese primer amor suyo. Lo mismo sucede con el primer amor del pensamiento. El amado penetra, se imprime más en un corazón y en un pensamiento donde antes jamás había habido otro amor, que en aquel en quien ha habido ya otros amores. Pero, Dios dispondrá…  ■ Oye, Juan. Te ruego que seas amigo suyo. Mi corazón tiembla de ponerte a ti, cordero sin trasquilar, junto al experto de la vida; pero, por otra parte, se calma, porque sabe que tú serás, sí, cordero, pero también águila y si el experto quiere hacerte tocar el suelo, siempre fangoso, sabrás librarte de él y querer solo el azul y el sol. Por eso te ruego que… conservándote tal cual eres, seas amigo de mi nuevo discípulo, que no será muy estimado por Simón Pedro ni tampoco por otros, para que le transmitas tu corazón…”. Juan: “¡Maestro! Pero… ¿no bastas Tú?”. Jesús: “Yo soy el Maestro. A Mí no se me dirá todo. Tú eres el condiscípulo, un poco más joven, con quien será más fácil abrirse. No te digo que me repitas lo que él te diga. Odio a los espías y traidores. Pero te ruego le evangelices con tu fe y caridad y con tu pureza. Es una tierra contaminada con aguas muertas; hay que secarla con el sol del amor, purificarla con la honestidad del pensamiento, deseos y obras, cultivarla con la fe. Puedes hacerlo”. Juan: “Si Tú dices que lo pueda hacer, lo haré por amor a Ti.” Jesús: “Gracias, Juan”.
* La consabida bolsa del desconocido de Cafarnaúm.- El nombre del nuevo discípulo.- Noticias de Tomás: por la vía del mar, va al encuentro de Felipe y Bartolomé.- Siendo de caracteres tan diferentes: “El amor os une —debe uniros— el amor por la causa de Dios… Tú, Juan, eres la paz amorosa del Mesías de Dios”.- ■ Juan dice: “Maestro, has mencionado a Simón Pedro. Y ahora me acuerdo de lo que ante todo tenía que decirte. La alegría de oírte me lo había alejado del pensamiento. Después de volver a Cafarnaúm, pasada la fies­ta de Pentecostés, encontramos la consabida suma de ese desconoci­do (2). El niño se la había llevado a mi madre. Yo se la di a Pedro y él me la devolvió diciendo que la usase un poco para el regreso y la es­tancia en Doco y que el resto te lo trajera a Ti para lo que pudieras necesitar… porque también Pedro pensaba que éste es un lugar incómodo… Pero Tú dices que no… Yo sólo he sacado dos denarios para dos pobrecillos que encontré cerca de Efraín. Por lo demás, me he mantenido con lo que me había dado mi madre y lo que me han dado algunas buenas personas a las que he predicado tu Nombre. Aquí tienes la bolsa”. Jesús: “Se la distribuiremos mañana a los pobres. Así también Judas aprenderá nuestras costumbres”. ■ Juan: “¿Ha venido tu primo? ¿Cómo se las ha arreglado para darse tan­ta prisa? Estaba en Nazaret y no me habló de partir…”. Jesús: “No. Judas es el nuevo discípulo. Es de Keriot. Tú le has visto por Pascua, aquí, la tarde de la curación de Simón. Estaba con To­más”. Juan: “¡Ah! ¿es él?”. — Se le nota un poco turbado a Juan. Jesús: “Es él. ■ ¿Y Tomás qué hace?”. Juan: “Ha obedecido lo que habías dicho, dejando a Simón Cananeo y yendo por la vía del mar al encuentro de Felipe y Bartolomé”. Jesús: “Sí, quiero que os améis sin preferencias, ayudándoos mutua­mente, comprendiéndoos mutuamente. Nadie es perfecto, Juan. Ni los jóvenes ni los viejos. Pero si tenéis buena voluntad llegaréis a la perfección; lo que os falte lo pondré Yo. Vosotros sois como los hijos de una santa familia. En ella hay muchos caracteres distintos. Uno es fuerte; el otro, dulce o valiente o tímido o impulsivo o muy cauto. Si todos fuerais iguales, seríais una fuerza en un solo temperamento, pero estaríais incompletos en todos los demás; mientras que así for­máis una unión perfecta porque os completáis unos a otros. El amor os une —debe uniros—, el amor por la causa de Dios”. Juan: “Y por Ti, Jesús”. Jesús: “Primero la causa de Dios y luego el amor hacia su Mesías”. Juan: “Yo… ¿qué soy yo en nuestra familia?”. Jesús: “Eres la paz amorosa del Mesías de Dios, ¿estás cansado, Juan? ¿Quieres regresar? Yo me quedo a orar”. Juan: “Yo también me quedo a orar contigo. Déjame quedarme a orar contigo”. Jesús: “Bien, quédate”. Jesús recita algunos salmos y Juan le sigue; pero la voz se apaga, y el apóstol se queda dormido con la cabeza en el regazo de Jesús, que sonríe y extiende su manto sobre los hombros del durmiente y continúa orando mentalmente. La visión termina así. (Escrito el 4 de Enero de 1945).
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1  Nota  : Lázaro  de Betania.  2  Nota  : Se trata del publicano Mateo, quien, antes de su aceptación como discípulo, fue enviando a Jesús, de forma anónima, bolsas de dinero, sirviéndose de un niño de Cafarnaúm.
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1-70-377 (1-34-413).- Comparación entre el Predilecto y Judas de Keriot.
“Juan es aquel que se despoja aun de un modo de pensar y juzgar para ser «el discípulo»… Judas es el que no se quiere despojar de sí mismo. Trae consigo su yo enfermo de soberbia, sensualidad, avaricia. Conserva su modo de pensar; y por esto neutraliza los efectos de la entrega completa y de la Gracia”.- ■ Dice Jesús: “Una comparación más entre mi Juan y el otro discípulo; comparación en la que aparece siempre más clara la figura de mi predilecto. Juan es aquel que se despoja aun de un modo de pensar y juzgar para ser «el discípulo». Es el que se dona sin querer quedarse para sí con nada de lo que era antes de su elección. Judas es el que no se quiere despojar de sí mismo. Trae consigo su yo enfermo de soberbia, sensualidad, avaricia. Conserva su modo de pensar; y por esto neutraliza los efectos de la entrega completa y de la Gracia. ■ Judas: cabeza de todos los apóstoles fallidos… ¡y son tantos…! Juan: cabeza de los que se hacen hostia por amor a Mí. Es tu antecesor. Yo y mi Madre somos Hostias por excelencia. Llegar hasta nosotros es difícil, mejor dicho, imposible, porque nuestro sacrificio fue de una aspereza total. ¡Pero mi Juan!… Es esa hostia que pueden imitar mis amantes de todas clases: virgen, mártir, confesor, predicador, siervo de Dios y de la Madre de Dios, activo, contemplativo; él dispone de un ejemplo para todos: es aquél que ama. ■ Observa los distintos modos de pensar. Judas investiga, cavila, escudriña, y, aunque externamente parece que cede, en realidad conserva su modo de pensar. Juan se siente nada, acepta todo, no pide razones, se contenta con hacerme feliz. He aquí el modelo. ¿Y no te has sentido invadida de paz ante su amor sencillo y encantador?… ¡Oh, Juan mío! Mi pequeño Juan que quiero que seas siempre más semejante a mi amado. Acepta todo, diciendo al igual que el apóstol: «Todo lo que Tú haces, está bien hecho» para que merezcas que Yo te diga: «Eres mi paz llena de amor». Tengo necesidad también Yo de consuelo, María. Dámelo. Sea mi Corazón para tu descanso”. (Escrito el 4 de Enero de 1945).
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1-71-378 (1-35-414).- Judas Iscariote, presentado a Juan y Simón Zelote.- Simón Zelote y Lázaro de Betania (1).
* Jesús quiere hacer las veces de padre con un Judas que no se digna a abrir su corazón.- ■ Veo que Jesús se pasea con Judas Iscariote yendo y viniendo junto a una de las puertas del recinto del Templo. Judas pregunta: “¿Estás seguro que vendrá?”. Jesús: “Lo estoy. Al alba partiría de Betania y en Get-Sammi debería de haberse encontrado con mi primer discípulo…”. Jesús se detiene y mira fijamente a Judas. Le tiene frente a Sí; le estudia. Después le pone una mano encima del hombro y le pregunta: “¿Por qué, Judas, no me dices lo que estás pensando?”. Iscariote: “¿Qué cosa? No pienso en nada especial en este momento, Maestro. Te hago hasta demasiadas preguntas. No puedes lamentarte de mi mutismo”. Jesús: “Me haces muchas preguntas y me das muchas informaciones detalladas sobre la ciudad y sus habitantes. Pero no me abres tu corazón. ¿Crees que me interesen mucho las noticias sobre el censo o sobre la estructura de esta o aquella familia? No soy un ocioso que haya venido aquí en plan de pasar el tiempo. Tú sabes para qué he venido. Y, como puedes comprender, ante todo me apremia ser el Maestro de mis discípulos. Por eso exijo de ellos sinceridad y confianza. ■ ¿Te quería tu padre, Judas?”. Iscariote: “Me quería mucho. Era yo su orgullo. Cuando regresaba de la escuela, e incluso después, cuando volvía a Keriot desde Jerusalén, quería que le dijese todo. Se interesaba de todo lo que yo hacía. Si eran cosas buenas, se alegraba. Si eran menos buenas, me consolaba. Si había cometido un error (como alguna vez, ya se sabe, cualquiera se equivoca), y, por ello, me reprendía, él me mostraba toda la justicia de la represión recibida, o en dónde estaba el error de lo que yo había hecho. Pero lo hacía tan dulcemente… que parecía un hermano mayor. Casi siempre terminaba de este modo: «Esto te lo digo porque quiero que mi Judas sea una persona justa. Quiero que me bendigan a través de mi hijo…». Mi padre…”. Jesús, que ha estado mirando en todo momento fija y atentamente al discípulo, sinceramente conmovido ante la evocación del padre, dice: “Mira, Judas, estate seguro de cuanto te digo. Ninguna obra le hará más feliz a tu padre como el que me seas un discípulo fiel. El espíritu de tu padre se regocijará, allí donde está en espera de la luz —porque si te educó así debió de haber sido justo—, si ve que eres discípulo mío. Mas… para serlo, debes de decirte: «He vuelto a encontrar a mi padre perdido, al padre que parecía un hermano mayor; le he encontrado de nuevo en mi Jesús, y a Él, al igual que al padre amado a quien todavía lloro, le diré todo, para que sea mi guía, para que tenga yo sus bendiciones y sus dulces reproches». ¡Quiera el Eterno y quieras tú, sobre todo tú, que Jesús no tenga otra cosa que decirte sino: «Eres bueno. Te bendigo!»”. Iscariote: “¡Oh, sí, Jesús, sí! Si me llegas a amar tanto, podré ser bueno como Tú quieres y como quería mi padre. Y mi madre así ya no tendrá más esa espina en su corazón. Ella siempre decía: «Te has quedado sin guía, hijo, y todavía tenías mucha necesidad de ella». ¡Cuando sepa que te tengo a Ti…!”. Jesús: “Te amaré como ningún otro hombre sería capaz de hacerlo. Te amaré mucho. Mucho te amaré. No me desengañes”. ■ Iscariote: “No, Maestro, no. Estaba lleno de contradicciones, envidias, celos, manía de ser el primero, carne… todo chocaba dentro de mí contra las voces buenas. Incluso hace poco, ¿ves?, Tú me has causado un dolor. Bueno, Tú, no, me lo causó mi malvada naturaleza… Yo creía que era tu primer discípulo… y me has dicho que tienes ya otro”. Jesús: “Lo viste tú mismo. ¿No recuerdas de que en el Templo, durante la Pascua, estaba Yo con algunos galileos?”. Iscariote: “Creía que eran amigos… Creía que yo era el primer discípulo elegido y, por tanto, el predilecto”. Jesús: “En mi corazón no hay distinción entre los últimos y los primeros. Si el primero faltase y el último fuese santo, entonces sí se crearía ante los ojos de Dios la distinción. Pero Yo… Yo los amaré igual: con un amor de dicha al santo, y con un amor que sufre al pecador. ■ Pero mira, allí viene Juan con Simón. Juan es mi primero y Simón es aquel de quien te hablé hace dos días. Tú ya los has visto a Simón y a Juan. Uno estaba enfermo…”. Iscariote: “¡Ah, el leproso! Recuerdo. ¿Es ya tu discípulo?”. Jesús: “Desde el día siguiente”. Iscariote: “Y yo, ¿por qué he debido esperar tanto?”. Jesús: “¡¿Judas?!”. Iscariote: “Es verdad. Perdón”.
* Simón Zelote habla a Jesús sobre Lázaro de Betania.- ■ Juan ya vio al Maestro y se lo indica a Simón. Apresuran el paso. Juan y Jesús se saludan con un beso mutuo. Simón, por el contrario, se echa a los pies de Jesús, y los besa exclamando: “¡Gloria a mi Salvador! Bendice a tu siervo para que sus acciones sean santas a los ojos de Dios, y yo le dé gloria bendiciéndole por haberme otorgado a Ti”. Jesús le pone la mano sobre la cabeza: “Sí, te bendigo para agradecerte tu trabajo. Levántate, Simón. Juan, Simón… ¡éste es el último discípulo! También él quiere la Verdad. Por esto es un hermano para todos vosotros”. Se saludan entre sí: los dos judíos con recíproca indagación, Juan con franqueza. ■ Jesús pregunta: “¿Estás cansado, Simón?”. Zelote: “No, Maestro, junto con la salud me ha venido un vigor, como no lo había tenido antes”. Jesús: “Y sé que lo empleas bien. He hablado con muchos y todos me han referido de ti que les habías hablado del Mesías”. Simón sonríe contento y dice: “Aun ayer tarde hablé de Ti a un israelita honrado (2). Espero que un día le conocerás. Querría yo ser quien te llevase a él”. Jesús: “Eso no es imposible”. ■Judas interrumpe: “Maestro, me prometiste venir conmigo a Judea”. Jesús: “E iré. Simón continuará instruyendo a la gente sobre mi venida. Amigos, el tiempo es breve y la gente es mucha. Ahora voy con Simón. Por la tarde vosotros dos vendréis a mi encuentro por el camino del Monte de los Olivos. Distribuiremos dinero a los pobres. ¡Id!”. ■ Jesús, solo con Simón, le pregunta: “¿Esa persona de Betania es un verdadero Israelita?”. Zelote: “Lo es. Existen en él todas las ideas imperantes, pero tiene una verdadera ansia por el Mesías. Y cuando le dije: «Está Él entre nosotros» al punto me dijo: «Feliz de mí que vivo en estos tiempos»”. Jesús: “Algún  día iremos a su casa a llevarle mi bendición”.
* Jesús pide a Zelote comprensión y ayuda para formar a J. Iscariote.- ■ Luego Jesús pregunta a Zelote: “¿Has visto al nuevo discípulo?”. Zelote: “Sí, es joven y parece inteligente”. Jesús: “Lo es. Tú que eres judío le compadecerás, más que los otros, por sus ideas”. Zelote: “¿Es un deseo o una orden?”. Jesús: “Es una dulce orden. Tú que has sufrido, puedes tener mayor comprensión. El dolor es maestro de muchas cosas”. Zelote: “Si Tú me lo mandas, seré para él comprensión”. Jesús: “Así es, probablemente mi Pedro, y no tan solo él, se escandalizará un poco al ver cómo cuido a este discípulo y me preocupo de él. Pero algún día comprenderá… Cuanto peor formado está uno, más necesidad tiene de cuidados. Los otros… ¡oh!, los otros se forman incluso por sí mismos, por el solo contacto. Yo no quiero hacer todo solo. Pido la voluntad del hombre y la ayuda de los demás para formar a un hombre. Os llamo para que me ayudéis… y os agradezco la ayuda”. ■ Zelote: “Maestro, ¿estás suponiendo que te va a defraudar?”. Jesús: “No. Pero es joven y se ha formado en Jerusalén”. Zelote: “¡Oh! Cerca de Ti se curará de todos los vicios de esta ciudad… Estoy seguro de ello. Yo, viejo ya y cansado de la vida, me he sentido nuevo desde que te he visto”. Jesús susurra: “Que así sea”… Y la visión termina. (Escrito el 6 de Enero de 1945).
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1  Nota  :  Cfr. Personajes de la Obra magnaLázaro y familia.   2  Nota  : Lázaro de Betania.
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1-72-381 (1-36-418).- Jesús, Juan, Simón Zelote y Judas de Keriot van hacia Belén.
* J. Iscariote pide para su alma la misma curación que obtuvo el alma de Simón Zelote.- ■ Veo que al rayar el alba, Jesús está en la misma puerta con Juan y luego se le unen los discípulos Simón y Judas. Oigo que dice: “Amigos, os ruego vengáis conmigo por la Judea, si no os cuesta demasiado, sobre todo a ti, Simón”. Zelote: “¿Por qué, Maestro?”. Jesús: “El camino es muy duro por los montes de Judea… y tal vez incluso te resultará más duro el encontrar a ciertas personas que te han causado daño”. Zelote: “Por lo que toca al camino, te aseguro una vez más, que después de que me sanaste soy más fuerte que un joven y no siento ninguna fatiga; además, siendo por Ti, y, ahora contigo, menos… Por lo que respecta al encuentro con los que me hicieron mal, en el corazón de Simón, desde que es tuyo, ya no hay rencores, y ni siquiera sentimientos duros. El odio cayó juntamente con las escamas de la enfermedad. Y no sé, créemelo, si has hecho un milagro mayor al curarme la carne corroída o el alma abrasada por el rencor. Pienso que no me equivoco si digo que el milagro más grande fue éste último. Sana siempre con menos facilidad una llaga del espíritu… y Tú me has curado de un golpe. Esto es un milagro, porque uno no se cura de repente aunque quiera hacerlo con todas sus fuerzas; el hombre no se cura de un hábito moral, si Tú no anulas ese hábito con tu querer santificante”. Jesús: “No te equivocas al juzgar así”. ■ Judas, un poco resentido, pregunta: “¿Por qué no lo haces así con todos?”. Juan: “Pero si lo hace, Judas. ¿Por qué hablas así al Maestro? ¿No te sientes cambiado desde que estás con el Maestro? Yo ya era discípulo de Juan el Bautista, pero me siento cambiado completamente desde que Él me dijo: «Ven»”. Juan, que generalmente nunca interviene, sobre todo si tiene que hacerlo delante del Maestro, esta vez no sabe quedarse callado. Dulce y cariñoso ha puesto una mano sobre el brazo de Judas, como para calmarle, y le habla preocupada y persuasivamente. Al caer en la cuenta de que había hablado antes que Jesús, se sonroja y dice: “Perdón, Maestro, hablé en tu lugar… pero quería… quería que Judas no te causase ningún dolor…”. Jesús: “Sí, Juan. Pero no me ha causado ninguna pena como discípulo. Cuando lo sea, si entonces continúa en su modo de pensar, me causará dolor. ■ Tan solo me da tristeza el constatar lo corrompido que está el hombre por Satanás, y cómo éste le aparta el pensamiento del recto camino. ¡Todos, ¿sabéis?, todos tenéis el pensamiento turbado por él! Pero vendrá, sí, vendrá el día en que tendréis la Fuerza de Dios, la Gracia; tendréis la Sabiduría con su Espíritu… Entonces dispondréis de todo para juzgar justamente”. Iscariote: “¿Y todos podremos juzgar justamente?”. Jesús: “No, Judas”. Iscariote: “Pero ¿hablas de nosotros, los discípulos o de todos los hombres?”. Jesús: “Hablo refiriéndome primero a vosotros, después a los demás. Cuando llegue la hora, el Maestro instituirá discípulos y los mandará por el mundo…”. Iscariote: “¿No lo estás haciendo ya?”. Jesús: “Por ahora solo me sirvo de vosotros para que digáis: «Está el Mesías entre nosotros. Venid a Él». Llegada la hora,  os haré capaces de que prediquéis en mi nombre, que hagáis milagros en mi nombre…”. Iscariote: “¡Oh!, ¿también milagros?”. Jesús:  “Sí, en los cuerpos y en las almas”. Judas está feliz ante esta idea y exclama: “¡Oh! ¡Cómo nos admirarán entonces!”. ■ Juan dice: “Pero ya no estaremos con el Maestro entonces y… yo tendré siempre miedo de hacer lo que es de Dios a mi manera de hombre”, y mira a Jesús pensativamente, y hasta con un dejo de tristeza. Zelote dice: “Juan, si el Maestro permite, me gustaría decirte lo que pienso”. Jesús: “Díselo a Juan. Deseo que mutuamente os aconsejéis”. Zelote: “¿Y sabes que es un consejo?”. Jesús sonríe y calla. Zelote: “Pues bien, te digo entonces, Juan, que no debes, no debemos temer. Apoyémonos en su sabiduría de Maestro santo y en su promesa. Si Él dice: «Os enviaré», señal es de que sabe que nos puede enviar sin que le perjudiquemos a Él ni a nosotros, o sea, a la causa de Dios que todos amamos como se ama a la propia esposa recién casada. Si Él nos promete vestir nuestra miseria intelectual y espiritual con los rayos de la potencia que el Padre le da para nosotros, debemos estar seguros de que lo hará, y nosotros tendremos ese poder de que nos habla el Maestro, no por nosotros, sino por su misericordia. Pero ciertamente todo esto sucederá así si no introducimos el orgullo, el deseo humano en nuestro obrar. Pienso que si corrompemos nuestra misión, que es completamente espiritual, con elementos que son terrestres, entonces la promesa de Cristo decaerá también; no por incapacidad suya, sino porque nosotros ahogaremos esta capacidad con la soga de la soberbia. No sé si me explico bien”. ■ Iscariote le responde: “Te explicas muy bien. Me he equivocado yo. Pero mira… pienso que, en el fondo, desear ser admirados como discípulos del Mesías, suyos hasta el punto de haber merecido hacer lo que Él hace, es deseo de aumentar aún más la figura potente del Mesías entre las gentes. Alabanzas al Maestro, que tiene tales discípulos; esto es lo que quería decir yo”. Zelote: “No todo es erróneo en tus palabras”.
“Pero… mira, Judas, yo vengo de una casta perseguida por haber entendido mal qué es el Mesías… En las largas horas de persecución, primero, y de segregación después… en mi cueva de leproso… ¡cuánto he pensado y he visto! He visto la figura verdadera del Mesías… la tuya, Maestro humilde y bueno, la tuya, Maestro y Rey del espíritu… Me resulta fácil seguirte porque te veo como te he pensado”.- ■ Y acto seguido Zelote se explica: “Pero… mira, Judas. Yo vengo de una casta perseguida por… por haber entendido mal qué y cómo debe de ser el Mesías. Sí. Si lo hubiésemos esperado con justa visión de su ser, no habríamos podido caer en errores que son blasfemias contra la Verdad y rebelión contra la ley de Roma; por lo cual tanto Dios como Roma nos han castigado. Hemos querido ver en el Mesías a un conquistador y a un libertador de Israel, a un nuevo Macabeo y más grande que el héroe Judas… Esto solo. Y ¿por qué? Porque hemos cuidado más de nuestros intereses (los de la Patria y los de los ciudadanos), que de los intereses de Dios. ¡Oh!, santo es también el interés por la Patria. Pero ¿qué es comparado con el Cielo eterno? ■ He aquí cuanto he pensado y visto en las largas horas de persecución, primero, y de segregación después; cuando, fugitivo, me escondía en las cuevas de las bestias salvajes, condividía con ellas el lecho y la comida, para escapar de la fuerza romana, y sobre todo de las delaciones de los falsos amigos; o cuando, en espera de la muerte, gustaba ya el olor del sepulcro en mi cueva de leproso. ¡Cuánto he pensado y he visto! He visto… la figura verdadera del Mesías… la tuya, Maestro humilde y bueno, la tuya, Maestro y Rey del espíritu, la tuya, ¡oh Mesías!, Hijo del Padre, que llevas al Padre, y no a los palacios de la tierra, no a las deidades de barro. ¡Tú… oh!, me resulta fácil seguirte… porque —perdona mi osadía que se proclama justa— porque te veo como te he pensado; te reconozco, enseguida te reconocí. Sí, no se trataba de un conocimiento de Ti, sino un reconocer a Uno que el alma había conocido…”. Jesús: “Por esto te llamé… y por esto te llevo conmigo, ahora en este mi primer viaje a Judea. Quiero que completes el reconocimiento… y quiero que también éstos, a los que la edad no los hace así capaces de llegar a la verdad por medio de una meditación constante, sepan cómo su Maestro ha llegado a esta hora… Después entenderéis. ■ Pero henos aquí a la vista de la torre de David. La puerta Oriental está cerca”. Iscariote: “¿Salimos por ella?”. Jesús: “Sí, Judas. Primero vamos a Belén. Nací allí… Es bueno que lo sepáis para que lo digáis a los demás. También esto entra en el conocimiento del Mesías y de la Escritura. Encontraréis las profecías escritas en las cosas con voces que no pertenecen ya más a la profecía sino a la historia. Demos vuelta rodeando por las casas de Herodes…”. Iscariote: “La vieja zorra malvada y lujuriosa”. Jesús: “No juzguéis. Es Dios quien juzga. Vayamos por aquella vereda, entre las hortalizas. Nos cobijaremos bajo la sombra de un árbol, cerca de algún hospitalario lugar, hasta que el sol deje de quemar. Después proseguiremos el camino”. La visión termina. (Escrito el 7 de Enero de 1945).
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1-73-384 (1-37-422).- En las cercanías de Belén, en casa de un campesino, noticias sobre la matanza de Herodes y la suerte de Ana. Visita a la Gruta de la Natividad.
* En la casa de un campesino de Belén.
.   ● “Sé que he sido puesto para prueba y contradicción de muchos”.- ■ El camino es un sendero pedregoso, polvoriento, que el sol del estío ha quemado. Discurre entre grandes olivos, todos cargados con pequeñas aceitunas. El suelo, en los lugares que aún no han sido pisados, está cubierto con las florecillas del olivo, que cayeron después de la fecundación. Jesús, con los tres, camina en fila india a lo largo del margen del camino, donde la sombra de los olivos ha conservado todavía verde la hierba, y por ello hay menos polvo. El camino cambia de dirección en ángulo recto, y sube levemente hacia una cuenca que tiene forma de amplia herradura, en la que están esparcidas numerosas casas, más o menos grandes, hasta formar una pequeña ciudad. Exactamente en el punto en que el camino tuerce, hay una construcción cúbica cubierta por una pequeña cúpula baja; está completamente cerrada, como abandonada. Zelote dice: “¡He allí el sepulcro de Raquel!”. Iscariote: “Entonces ya casi hemos llegado. ¿Entramos inmediatamente en la ciudad?”. Jesús: “No, Judas. Primero os enseñaré un lugar… Después entraremos en la ciudad y como todavía el día es claro y por la noche habrá luna, podremos hablarle a la población, si quiere escuchar”. Iscariote: “¿Cómo quieres que no te escuche?”. ■ Han llegado al sepulcro, antiguo pero bien conservado, y bien pintado en blanco. Jesús se detiene a beber en un rústico pozo cercano. Una mujer, que ha venido a sacar agua, se la ofrece. Jesús le pregunta: “¿Eres de Belén?”. Mujer: “Lo soy. Pero ahora, en tiempo de recolección, estoy con mi marido en estos campos, para cuidar los huertos y los árboles frutales. Tú, ¿eres galileo?”. Jesús: “Nací en Belén, pero estoy en Nazaret de Galilea”. Mujer: “¿Tú también perseguido?”. Jesús: “La familia. Pero por qué dices: «¿Tú también?» ¿Hay muchos perseguidos entre los betlemitas?”. Mujer: “¿No lo sabes? ¿Cuántos años tienes?”. Jesús: “Treinta”. Mujer: “Si es así… naciste exactamente cuando… ¡Oh, qué desgracia! Pero… ¿pero por qué nació Aquél aquí?”. Jesús:  “¿Quién?”. Mujer: “Aquél que se decía que era el Salvador. Maldición a esos estúpidos que, borrachos de sidra, vieron ángeles en las nubes, oyeron voces celestiales en los balidos y rebuznos y, en medio de su semioscura embriaguez, tomaron a tres miserables por los más santos de la Tierra. ¡Maldición a ellos! ¡Y a quien creyó en ellos!”. Jesús: “Pero no explicas, con todas tus maldiciones qué sucedió. ¿Por qué maldices?”. Mujer: “Porque… Óyeme: ¿a dónde quieres ir?”. Jesús: “A Belén con mis amigos. Tengo compromisos allí. Debo saludar a viejos amigos y llevarles el saludo de mi Madre. Pero antes quisiera saber muchas cosas, porque nosotros los de la familia hace muchos años que estamos ausentes. Dejamos la ciudad cuando Yo era de unos cuantos meses”. ■ Mujer: “Antes de la desgracia, entonces. Oye, si no te repugna la casa de un campesino, ven con nosotros a compartir el pan y la sal, Tú y tus compañeros. Hablaremos durante la cena y os daré alojo hasta mañana. Tengo una casa muy pequeña, pero en el pajar hay mucho heno amontonado. La noche es cálida y serena. Creo que podrás dormir”. Jesús: “El Señor de Israel pague tu hospitalidad. Con gusto voy a tu casa”. Mujer: “El peregrino trae siempre bendiciones consigo. Vamos. Pero antes debo echar seis cántaros de agua a las verduras”. Jesús: “Yo te ayudo”. Mujer: “No, Tú eres un señor. Lo dice  tu  modo de obrar”. Jesús: “Soy un obrero, mujer.  Y éste es pescador. Y éstos, judíos, son de censo y empleo. No Yo”. Y toma el cántaro que estaba cerca del brocal del pozo, le pone la cuerda y lo baja. Los otros no quieren ser menos y dicen a la mujer: “¿Dónde está el huerto? Muéstranoslo: llevaremos allí los cántaros”. Mujer: “Dios os bendiga. Tengo los riñones destrozados de tanto trabajar. Venid…”. Y mientras Jesús saca su cántaro, los otros tres desaparecen por un vericueto… después regresan con dos cántaros vacíos, los llenan y se van. Y así lo hacen no tres veces, sino hasta diez.  Y Judas con la sonrisa en la boca dice: “Se muere de bendecirnos. Hemos echado tanta agua en la verdura que por dos días por lo menos, la tierra estará mojada y esta mujer no acabará con sus riñones”. ■ Y cuando vuelve por última vez dice: “Maestro, de todas formas, me parece que hemos venido a parar a un mal sitio”. Jesús: “¿Por qué Judas?”. Iscariote: “Porque la tiene tomada con el Mesías. Le dije: «No blasfemes. ¿No sabes que el Mesías es la mayor gracia para el pueblo de Dios? Jeová se lo prometió a Jacob y a todos los profetas y justos de Israel, ¿y tú le odias?»”. Me respondió: «No odio a Él, sino al que los pastores borrachos y los malditos Magos de Oriente, llamaron Mesías».  Eso me dijo y… puesto que eres Tú…”. Jesús: “No importa. Sé que he sido puesto para prueba y contradicción de muchos. ¿Le dijiste quién soy Yo?”. Iscariote: “No. No soy tonto. Quise librar tus espaldas y las nuestras”. Jesús: “Hiciste bien. No por tratarse de las espaldas, sino porque Yo deseo manifestarme cuando lo crea conveniente. Vamos”. Judas los guía hasta el huerto.
.   ●  Jesús, que hace recordar las profecías del A.T. sobre Belén y sobre la matanza de los inocentes, es rechazado por el campesino, penetrado, como todo betlemita, de odio hacia aquellos que, según ellos, fueron la causa de la matanza.- ■ La mujer echa los tres últimos cántaros y luego los lleva a una casa campestre que está en medio de árboles frutales. “Entrad” dice. “Mi marido está ya en la casa”.  Entran en una pequeña y húmeda cocina.  Jesús saluda: “La paz sea en esta casa”. El campesino responde: “Quien quiera que seas Tú, sea la bendición contigo y con los tuyos. Entra”. Y trae al punto un lavamanos con agua para que los cuatro se refresquen y se limpien. Se sientan en una mesa rústica y dice: “Os agradezco en nombre de mi mujer. Me ha dicho lo que habéis hecho. Yo nunca había tratado a los galileos, y me habían dicho que eran vulgares y pendencieros. Pero vosotros habéis sido gentiles y buenos. ¡Estando ya cansados… trabajar tanto! ¿Venís de lejos?”. Jesús: “De Jerusalén. Éstos son judíos. Éste y Yo somos de Galilea. Pero créeme hombre: el bueno y el malo se encuentran en donde quiera”. Campesino: “Es verdad. Yo, como primer encuentro con los galileos, encuentro a los buenos. Mujer, trae la comida. No tengo más que pan, verduras, aceitunas y queso. Soy campesino”. Jesús: “Yo tampoco soy un señor. Soy carpintero”. Campesino: “¿Tú? No, a juzgar por tus modales”. La mujer interrumpe: “Nuestro huésped es de Belén, te lo dije, y, si persiguen a los suyos, habrán sido quizás ricos e instruidos como lo eran Josué de Ur, Matías de Isaac, Leví de Abraham… ¡pobres desgraciados!”. Campesino: “Nadie te preguntó. Perdónala. Las mujeres son más parlanchinas que los pájaros al oscurecer”. Jesús: “¿Eran familias de Belén?”. Campesino: “¿Cómo?… ¿No sabes quiénes eran, siendo Tú de Belén?”. Jesús: “Huimos cuando Yo apenas tenía unos cuantos meses”. La mujer que en verdad debe ser una parlanchina dice de nuevo: “Se fue antes de la matanza”. Campesino: “¡Ah! Lo comprendo. De otro modo no habría nadie en el mundo. ¿No has regresado más allá?”. Jesús: “No”. ■ El hombre exclama: “¡Qué gran desgracia! Encontrarás a pocos de los que, según me ha contado Sara, quieres conocer y saludar. Muchos fueron matados, muchos huyeron, muchos… dispersos y no se sabe ni siquiera si murieron en el desierto o fueron arrojados en la cárcel para castigarlos por su rebelión. Pero ¿fue rebelión?… Mas ¿quién habría podido permanecer inerte, dejando degollar a tantos inocentes? No, ¡que no es justo que estén todavía vivos Leví y Elías (1), mientras hayan sido asesinados tantos inocentes!”. Jesús: “¿Quiénes son esos dos y qué hicieron?”. Campesino: “¡Pero bueno!… al menos sabrás algo de la matanza. ¡La matanza de Herodes! Más de mil infantes en la ciudad y otro millar casi en los campos (2). Y… todos… casi todos varoncitos, porque en medio de la furia, de la oscuridad, confusión, esos crueles hombres arrancaron de las cunas, de los lechos maternos, hasta a las niñitas y las mataron como los arqueros matan a las pequeñas gacelas que están mamando la leche de su madre… Y bien… ¿todo esto por qué? Porque un grupo de pastores que, para no helarse de frío, habían bebido sus buenos tragos de sidra, empezaron a delirar diciendo que habían visto ángeles, oído cantares, recibido señales… y nos dijeron a los de Belén: «Venid y adorad al Mesías que ha nacido». ¡Imagínate! ¡El Mesías en una cueva! Pero debo de decir que en realidad todos estábamos ebrios, hasta yo, que en ese entonces era un jovencito, y también mi mujer, que tenía unos cuantos años de edad… porque todos creímos y quisimos ver en una pobre mujer galilea a la Virgen que da a luz, de la que hablaron los profetas (3). ¡Pero si estaba con un vulgar galileo! Su marido, claro; y, si estaba casada, ¿cómo podía ser la «Virgen»?… En resumidas cuentas ¡creímos! Regalos, adoraciones… casas se abrían para hospedarles… ¡Oh, habían sabido hacer muy bien su papel! ¡Pobre Ana! Perdió los bienes y la vida y también los hijos de su hija —la primera, la única que se salvó porque estaba casada con un mercader de Jerusalén— perdieron también los bienes, porque Herodes mandó quemar la casa y todo el sembradío. Ahora es un terreno desierto en que pacen los animales”. ■ Jesús: “¿Los pastores tuvieron toda la culpa?”. Campesino: “No, también tres brujos que vinieron de los reinos de Satanás. Tal vez eran compinches de los tres… ¡Y nosotros, estúpidos, nos sentíamos honrados! ¡Aquel pobre hombre arquisinagogo! Le matamos porque juró que las profecías se cumplían exactamente con las palabras de los pastores y de los Magos…”. Jesús: “Entonces, ¿toda la culpa fue de los pastores y de los tres Magos?”. Campesino: “No, galileo. También nuestra. De nuestra credulidad. ¡Se le esperaba desde hacía tiempo al Mesías! Siglos de espera. Muchas desilusiones en los últimos tiempos a causa de los falsos Mesías. Uno era galileo, como Tú, otro se llamaba Teoda (4). ¡Mentirosos! ¡Mesías ellos! ¡No eran más que aventureros rapaces en busca de fortuna! Debía habernos servido la lección, para que abriéramos los ojos. Sin embargo…”. Jesús: “Y entonces ¿por qué maldecís solamente a los pastores y a los Magos? Si también os juzgáis estúpidos, deberíais también maldeciros a vosotros mismos. Ahora bien, la maldición no está permitida por el mandamiento del amor. Maldición atrae maldición. ■ ¿Estáis seguros vosotros de estar en lo justo? ¿No podría ser que los pastores y los Magos hubiesen dicho la verdad, revelada a ellos por Dios?… ¿Por qué debe de pensarse que fueran mentirosos?”. Campesino: “Porque los años de la profecía no se habían cumplido (5). Después reflexionamos en ello… después que la sangre, que enrojeció tanques del agua y ríos, nos abriera los ojos del pensamiento”. Jesús: “¿Y no podría haber hecho el Altísimo, llevado de un gran amor por su pueblo, anticipar la venida del Salvador? ¿En qué apoyaron los Magos su aserción? Me has dicho que vinieron de Oriente…”. Campesino: “En sus cálculos sobre una nueva estrella”. Jesús: “¿Y no acaso está dicho: «Una estrella nacerá de Jacob y un cetro se alzará en Israel»? (6). ¿No es Jacob el gran patriarca que vivió en esta tierra de Belén a la que quiso como a la pupila de sus ojos porque en ella murió su amada Raquel?… (7). ¿Y no acaso está dicho también por boca del profeta: «Brotará un retoño de la raíz de Jesé y saldrá una flor de esta raíz»? (8). Isaí, padre de David nació aquí. ¿El retoño de la estirpe, serrada por la raíz por usurpación de unos tiranos, no es acaso la «Virgen» que dará a luz a su Hijo, sin intervención de hombre (9) —puesto que entonces no sería virgen— sino por querer divino y por lo cual Él será «el Emmanuel» porque: Hijo de Dios, será Dios; y traerá, por tanto, a Dios a habitar entre su pueblo, como su nombre lo dice? ¿Y acaso no será anunciado, dice la profecía (10), a los pueblos de las tinieblas, o sea, a los paganos por «una luz grande»?  ¿La estrella que vieron los Magos no podría ser la estrella de Jacob, la gran luz de las dos profecías de Balaam (11) y de Isaías? (12). Hasta la misma matanza que hizo Herodes ¿no acaso forma parte de las profecías? «Se ha oído un lamento en lo alto… Es Raquel que llora por sus hijos» (13). Estaba indicado que los huesos de Raquel vertieran lágrimas en su sepulcro de Efratá, cuando, a causa del Salvador, llegara la recompensa al pueblo santo. Lágrimas que después se cambiarían en sonrisa celestial, como el arco-iris que se forma con las últimas gotas del temporal, y que parece decir: «¡Ea! ¡Ahora todo está sereno!»”. Campesino: “Eres muy docto. ¿Eres Rabí?”. Jesús: “Lo soy”. Campesino: “Y yo lo percibo. Hay luz y verdad en tus palabras. Sin embargo… todavía hay muchas heridas que manan sangre en esta tierra de Belén a causa del verdadero o falso Mesías… Yo nunca le aconsejaría a Él que viniese aquí. La tierra le rechazaría como se rechaza a un hijastro por el que murieron los verdaderos hijos. Pero, bueno… si era Él… murió ya con los otros degollados”. ■ Jesús: “¿Dónde viven ahora Leví y Elías?”. El hombre entra en sospechas: “¿Los conoces?”. Jesús: “No los conozco. No conozco su rostro pero… son desgraciados y siempre tengo compasión de los infelices. Quiero ir a verlos”. Campesino: “¡Ya!… serías el primero después de seis lustros. Son todavía pastores y están al servicio de un rico herodiano de Jerusalén que se apropió muchos de los bienes de los asesinados… ¡Siempre hay alguien que se aprovecha! Los encontrarás con los ganados por las vertientes que van a Hebrón. Pero un consejo: que los betlemitas no te vean hablar con ellos. Te iría mal. Los soportamos porque… porque está el herodiano. De otro modo…”. Jesús: “¡Sí… el odio!… ¿Por qué odiar?”. Campesino: “Porque es justo. Nos hicieron daño”. Jesús: “Creyeron hacer bien”. Campesino: “Pero hicieron daño. Debíamos haberlos matado, de la misma forma que ellos, con su torpeza, provocaron muertes. Pero todos estábamos como alelados, y después… estaba el herodiano”. Jesús: “Si no hubiese estado él, entonces ¿incluso después del primer sentimiento de venganza, los habríais matado?”. Campesino: “Incluso ahora los mataríamos, si no tuviésemos miedo de su patrón”. ■ Jesús: “Hombre, Yo te digo: no hay que odiar. No hay que desear el mal. Aquí no hay culpa. Aunque hubiese, perdona. Perdona en nombre de Dios. Dilo a los otros betlemitas. Cuando haya caído el odio de vuestros corazones, veréis al Mesías; le conoceréis entonces, porque Él vive, Él no estaba ya, cuando sucedió la matanza. Yo te digo. No fue culpa de los pastores ni de los Magos, sino de Satanás, el que hubiese acaecido tal matanza. El  Mesías ha nacido aquí, ha venido a traer la Luz a la tierra de sus padres. Hijo de Madre Virgen de la estirpe de David, en las ruinas de la Casa de David, ha abierto al mundo el torrente de gracias eternas, ha mostrado la vida al hombre…”. Campesino: “¡Largo, largo de aquí! ¡Sal de aquí! Tú, seguidor de este falso Mesías, porque de no haberlo sido, no nos hubiera acarreado a nosotros de Belén esa desgracia. Tú le defiendes, por eso…”. Iscariote, violento e iracundo, asiendo por el vestido al campesino y sacudiéndole, prorrumpe: “Cálmate, hombre. Soy judío y tengo amigos que están en lo alto. Podría hacer que te arrepintieras del insulto”. El campesino no se calma: “¡No!, ¡No! ¡Fuera de aquí! No quiero pleitos ni con los betlemitas ni con romanos, ni con Herodes. Idos, malditos, si no queréis que os deje un recuerdo. Fuera…”. Jesús: “Vámonos, Judas. No respondas. Dejémosle con su rencor. Dios no entra donde hay ira. ¡Vámonos!”. Iscariote: “Vámonos, sí. Pero me las pagaréis”. Jesús: “No, Judas no. No digas así. Están ciegos… y habrá tantos a lo largo del camino…”. ■ Salen, detrás de Simón y Judas, que estaban ya afuera, hablando en voz baja detrás de la esquina del pajar con la mujer, que dice: “Perdona a mi marido, Señor. No pensaba que podría yo causar tanto daño… mira, ten, los tomarás mañana. Están frescos, son de hoy. No tengo otra cosa… Perdona. ¿Dónde dormirás?…” (le da los huevos). Jesús: “No te preocupes. Sé dónde ir. Vete en paz por tu buen corazón. Adiós”.
“No llores, Juan mío. Repetirás lo mismo una y otras tantas veces: «Él era la Luz… pero las tinieblas no le comprendieron. Vino al mundo… pero el mundo no le conoció. Vino a su ciudad, a su casa, y los suyos no le recibieron»”.- ■ Caminan unos cuantos metros en silencio. Luego Judas no aguanta más y dice: “¡Pero también Tú…! ¡Mira que no hacerte adorar! ¿Por qué no hiciste que ese puerco blasfemo besase el lodo?… ¡A la tierra! ¡Arrojado a tierra por haberte faltado! ¡Al Mesías!… ¡Oh! ¡Yo lo hubiera hecho! A los samaritanos hay que reducirlos a cenizas con fuego milagroso. ¡Solo esto los mueve!”. Jesús: “¡Oh!, ¡cuántas veces habré de oír lo mismo! Si debiese convertir en cenizas a cada uno que me ofenda!… No, Judas… he venido para crear, no para destruir”. Iscariote: “Está bien, pero entre tanto otros te destruyen”. Jesús no contesta. Simón pregunta: “¿A dónde vamos ahora, Maestro?”. Jesús: “Venid conmigo. Conozco un lugar”. Iscariote, más irritado todavía, pregunta: “Pero si nunca has estado aquí, desde que huiste, ¿cómo lo conoces?”. Jesús: “Lo conozco. No es hermoso. He estado allí otra vez. No es en Belén… un poco fuera… Torzamos de este lado”. Jesús va delante, detrás Simón, luego Judas y al final Juan… ■ En el silencio interrumpido tan solo al frotarse las sandalias contra las piedrecitas del camino, se percibe un llanto. Jesús, volviéndose,  pregunta: “¿Quién llora?”. Judas: “Es Juan, ha tenido miedo”. Juan: “No, no tengo miedo. Tenía la mano en el cuchillo que tengo en mi cinto… pero me acordé de tu «No matar». Perdona. Siempre lo dices…”. Iscariote  pregunta: “¿Y entonces, por qué lloras?”. Juan: “Porque sufro al ver que el mundo no ama a Jesús. No le reconoce y no quiere reconocerle. ¡Qué dolor! Algo así como si me restregasen el corazón con espinas de fuego. Como si hubiera visto pisotear a mi madre y escupirle a mi padre en la cara. Todavía peor… como si hubiese visto los caballos romanos comer en el Arca Santa y descansar en el Santo de los Santos”. Jesús: “No llores, Juan mío. Repetirás lo mismo una y otras tantas veces: «Él era la luz que vino a brillar entre las tinieblas, pero las tinieblas no le comprendieron. Vino al mundo que Él había hecho, pero el mundo no le conoció. Vino a su ciudad, a su casa, y los suyos no le recibieron» (14). ¡No llores así!”. Juan, con un suspiro, dice: “¡Esto no sucede en Galilea!”. Iscariote le responde: “Y tampoco en Judea. Jerusalén es su capital y hace tres días te lanzaba hosannas a Ti, el Mesías; este lugar de burdos pastores, campesinos y hortelanos, no hay que tomarlo como punto de referencia. Tampoco los galileos, ¡vamos!, serán todos buenos. Y además, Judas el falso Mesías, ¿de dónde era? Se decía…”. Jesús: “Basta, Judas. No conviene perder la calma. Estoy tranquilo. También estadlo vosotros. ■ Judas, ven aquí. Debo hablarte”. Judas va donde Jesús. Jesús: “Toma la bolsa, te encargarás de los gastos de mañana”. Iscariote: “¿Y ahora en dónde nos albergaremos?”. Jesús sonríe y calla.
* Entrad, ésta es la alcoba en donde nació el Rey de Israel”.- ■ Ha llegado la noche. La luna está arropada en su claridad. Los ruiseñores cantan entre los olivos. Un río que pasa por allí, es como una cinta de plata que canta. De los prados segados se levanta un olor a heno caliente, diría sensual. Algún mugido, algún balido, y… estrellas, estrellas y estrellas… un campo de estrellas en el manto del cielo; un baldaquino de piedras preciosas sobre las colinas de Belén. Iscariote dice: “Pero aquí… son ruinas. ¿A dónde nos llevas? La ciudad está  más allá”. Jesús: “Lo sé. Ven. Sigue el río, detrás de Mí. Unos pocos pasos más y después… después te ofreceré la habitación del Rey de Israel”. Judas encoge de hombros y calla. Unos pocos pasos más. Luego un amasijo de casas derruidas. Restos de viviendas… Una cueva entre dos aberturas de una gruesa pared. Dice Jesús: “¿Tenéis yesca? Encended”. Simón saca de su alforja una lamparita, la enciende y se la da a Jesús. “Entrad” dice el Maestro levantando la lamparita. ■ “Entrad, esta es la alcoba en donde nació el Rey de Israel”. Iscariote: “¿Estás de broma, Maestro? Esta es una cueva. Por supuesto que yo aquí no me quedo. Me repugna. Húmeda, fría, apestosa, llena de escorpiones, tal vez de serpientes…”. Jesús: “Y con todo, amigos, aquí el 25 de las Encenias, de la Virgen nació Jesús el Emmanuel, el Verbo de Dios hecho carne por amor del hombre. Yo, que estoy hablando. Entonces, como ahora, el mundo fue sordo a las voces del Cielo que le hablaban al corazón… y rechazó a mi Madre… y aquí… No, Judas, no apartes con desagrado tus ojos de esos murciélagos que andan revoloteando; de esas lagartijas, de esas telarañas; no levantes con asco tu hermosa y bordada vestidura para que no roce el suelo cubierto de excrementos de animales. Esos murciélagos son hijos de los hijos de aquellos que fueron los primeros juguetes que miraban los ojos del Niño, a quien cantaban los ángeles el «Gloria» que escucharon los pastores, que estaban ebrios, sí, pero solo de extática alegría, de la verdadera alegría. Esas lagartijas, con su color esmeralda, fueron los primeros colores que hirieron mi pupila, y los primeros después del candor del vestido y del rostro maternos; estas telarañas fueron los baldaquinos de mi cuna real. Ese suelo… lo puedes pisar sin desdén… está cubierto de excrementos… pero está santificado por los pies de Ella, la Santa, la Gran Santa, la Pura, la Inviolada, la Doncella Deípara, aquella que dio a luz porque debía dar a luz. Dio a luz porque Dios, no el hombre, se lo dijo y la fecundó de Sí mismo.  Ella, la sin Mancha, ha hollado este suelo. Tú puedes pisarlo. Y Dios quiera que por las plantas de tus pies te suba al corazón la pureza que Ella derramó…”. ■ Simón se ha arrodillado. Juan va derecho al pesebre y llora con la cabeza apoyada en él. Judas está aterrado… luego le vence la emoción y, sin pensar en su hermosa vestidura, se arroja al suelo, toma la orla del vestido de Jesús, la besa y se golpea el pecho diciendo: “¡Misericordia, Maestro bueno, por la ceguera de tu siervo! Mi soberbia cae… te veo cual eres. No el rey que yo pensaba, sino el Príncipe Eterno, el Padre del siglo futuro, el Rey de la Paz. ¡Piedad, Señor y Dios mío, piedad!”. Jesús: “Sí. ¡Toda mi piedad! Ahora dormiremos donde durmieron el Infante y la Virgen, allí donde Juan se ha colocado en el lugar de mi Madre en adoración, aquí donde Simón parece mi padre putativo… O si lo preferís, os hablo de aquella noche…”. “¡Oh, sí, Maestro! Dinos cómo naciste”.  “Para que sea perla de luz en nuestros corazones, y para que lo podamos contar a nuestra vez al mundo”. “Y venerar a tu Madre, no sólo porque es tu Madre, sino por ser… por ser la Virgen”. Primero habló Judas, después Simón y luego Juan que está cerca del pesebre, con el rostro envuelto en llanto y sonrisa. ■ Jesús: “Venid aquí sobre el heno. Escuchad…”… y Jesús empieza a hablar de la noche de su nacimiento:  “…Cuando ya mi Madre estaba ya próxima a dar a luz, llegó por orden de César Augusto, el bando que publicó su delegado imperial Publio Sulpicio Quirino. En Palestina el gobernador era Senzio Saturnino. El bando era para hacer el censo de todos los habitantes del Imperio. Los que eran súbditos, tenían que ir al lugar de su origen para inscribirse en los registros del Imperio. José, esposo de mi Madre, obedeciendo, pues, el bando, salieron de Nazaret para venir a Belén, cuna de la estirpe real. Hacía frío…”. Jesús continúa su narración y así termina todo. (Escrito el 8 de Enero de 1945).
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1  Nota  : Leví y Elías.- Cfr. Personajes de la Obra magna:  Pastores de Belén.   Nota  : Sobre la matanza de Herodes.- En cuanto a los Inocentes degollados por orden de Herodes el número exacto fue de 320, según afirma Jesús en los «Cuadernos de 1945/1950», dictado 47-342 que se relata en el tema “Jesús Niño”. Como sucede siempre, el campesino exagera la verdad, y de este modo muchas leyendas falsas se han creado.   3  Nota  : Cfr. Is. 7,14.   4  Nota  : Cfr. Hech. 5,36-37.   5  Nota  : Cfr. Dan. 9,20-27.  6  Nota  : Cfr.  Núm. 24,17.   7  Nota  : Cfr. Gén. 35,16-20.   8  Nota   : Cfr. Is. 11,1.   9  Nota  : Cfr.  Is. 7,14.  10  Nota  :  Cfr. Is.  9,1.   11  Nota  : Cfr.  Núm.  24,17.  12  Nota  : Cfr. Is. 9,1.  13  Nota  : Cfr. Jer. 31,15; Gén. 35,19.  14  Nota  : Cfr. Ju. 1,4-5 y 9-11.
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1-74-394 (2-38-433).- Noticias del dueño de la posada sobre la matanza de Herodes. Jesús que, desde las ruinas de la casa de Ana, se manifiesta como el Mesías a los betlemitas, es expulsado de Belén a pedradas.
* Iscariote tiene sentido práctico.-Son las primeras horas de una brillante mañana de verano… Jesús, con los brazos cruzados sobre el pecho, contempla la naturaleza que le rodea percibiendo el bullicio de las criaturas que la pueblan y sonríe. Simón Zelote pregunta a sus espaldas: “¿Tan temprano, Maestro?”. Jesús: “Sí. ¿Todavía están durmiendo los otros?”. Zelote: “Todavía”. Jesús: “Son jóvenes… Me he bañado en el río. Es agua fresca que despeja la mente”. Zelote: “Ahora voy yo”. Mientras Simón, que lleva sólo una túnica corta, se asea y luego se pone los demás vestidos, sacan la cabeza Judas y Juan. “Dios te guarde, Maestro. ¿Es demasiado tarde?”. Jesús: “No. Apenas ha amanecido. Pero daos prisa que nos vamos”. Los dos se lavan y luego se ponen la túnica y el manto. ■ Antes de que se pongan en camino, Jesús arranca unas florecillas que han brotado entre las hendiduras de dos piedras y las echa en una cajita de madera en que hay otras cosas que no puedo ver bien. Da la razón: “Las llevaré a mi Madre. Le gustarán… ¡Vámonos!…”. Iscariote pregunta: “¿A dónde vamos, Maestro?”. Jesús: “A Belén”. Iscariote: “¿De veras? Me parece que no hay un buen ambiente respecto a nosotros…”. Jesús: “No importa. Vayamos. Quiero que veáis dónde bajaron los Magos y dónde estaba Yo”. Iscariote: “Si es así, Maestro, perdona y permite que te hable. Hagamos una cosa. En Belén, en la posada, permite que sea yo el que hable y pregunte. En Judea no hay mucho cariño para los galileos y mucho menos aquí. Hagamos así: Tú y Juan parecéis galileos aun por el vestido, que es muy simple. Y luego… ¡ese pelo! ¿Por qué os gusta llevarlo tan largo?… Simón y yo os dejamos nuestro manto y cogemos el vuestro. Tú, Simón, dale a Juan; yo, al Maestro. Así… así… ¿Ves? Pareceréis, en un momento, un poco más judíos. Ahora esto”. Se quita el capucho: un pedazo de tela con rayas amarillas, marrones, rojas y verdes, como el manto, alternadas; sujetado por un cordón amarillo. Lo pone sobre la cabeza de Jesús, cubriendo con él ambos lados de su cara para ocultar sus largos cabellos rubios. Juan se pone el verde oscuro de Simón. “¡Ah! ¡Ahora mejor! ¡Tengo el sentido práctico!”. Jesús: “Sí, es cierto Judas, tienes el sentido práctico, no hay duda… pero procura que no rebase al otro sentido, al espiritual”. Iscariote: “Lo haré. Pero en ciertos casos conviene saber ser más políticos que los diplomáticos. Escucha… no te enojes… es por tu bien… no me desmientas si digo cosas… cosas… que no son verdaderas”. Jesús: “¿Qué quieres dar a entender? ¿Por qué mentir? Yo soy la Verdad y no amo la mentira ni en Mí, ni alrededor de Mí”. Iscariote: “Pero… no diré más que medias mentiras. Diré que nosotros regresamos de lugares lejanos, por ejemplo de Egipto, y que deseamos tener noticias de amigos queridos. Diré que somos judíos que regresamos de un destierro… en el fondo, hay un poco de verdad… por otra parte, soy yo el que habla… mentira más, mentira menos…”. Jesús: “¡Pero Judas! ¿Por qué engañar?”. Iscariote: “¡No te preocupes, Maestro! El mundo se gobierna con mentiras. Son necesarias algunas veces. Bueno para contentarte diré sólo que venimos de lejos y que somos judíos. Esto es verdad en el 75 por ciento. Y ¡tú Juan no abras para nada tu boca! Nos traicionarías”. Juan: “No diré nada”. Iscariote: “Luego… si las cosas van bien… diremos lo que falta. Pero tengo poca esperanza… Soy astuto, y las cazo al vuelo”. Jesús: “Ya lo veo, Judas. Pero preferiría que fueses sencillo”. Iscariote: “Sirve de muy poco. En tu grupo seré quien tome las misiones difíciles. Déjame que yo me las entienda”. Jesús se muestra poco entusiasta. Pero cede. ■ Se ponen en camino. Rodean las ruinas; luego van siguiendo una gruesa pared sin ventanas, detrás de la cual se oye rebuznar, mugir, relinchar, balar, y ese sonido desagradable desafinado de los camellos y dromedarios. La pared hace esquina. Vuelven ésta… y se encuentran en la plaza de Belén. El tanque del agua de la fuente está en el centro de la plaza, que sigue teniendo la misma forma irregular, pero que ahora es distinta en el lado opuesto a la posada. En el lugar que estaba la casita —cuando pienso en ella la veo todavía toda plateada bajo los rayos de la Estrella— hay ahora un montón de escombros. Tan sólo queda en pie la pequeña escalera con su pequeño balcón. Jesús mira y da un suspiro. La plaza está llena de gente en torno a los vendedores de alimentos, enseres o herramientas, telas etc., los cuales han extendido sobre esteras, o colocado en cestas, sus mercancías, todas depositadas sobre el suelo; ellos están hasta en cuclillas, generalmente en el centro de su… puesto, si es que no están en pie, gritando y gesticulando, cerrando un trato con algún comprador tacaño.  Zelote dice: “Es día de mercado”.
* Noticias del posadero sobre la matanza de Herodes y el impacto que produjo en Belén.- El César dijo de Herodes: «cerdo que se alimenta de sangre».- ■ La puerta, mejor dicho, el portal de la posada está abierta de par en par y sale por allí una hilera de asnos cargados de mercancía. Judas es el primero en entrar. Mira a su alrededor. Pilla, altanero, a un mozo de establos de pequeña estatura, sucio, que lleva solo una camisa larga, sin mangas y hasta la rodilla. “¡Mozo!” grita. “¡El patrón! ¡Enseguida! ¡Muévete, no estoy acostumbrado a esperar!”. El muchacho sale corriendo, llevando en su prisa una escoba de ramas. Jesús: “¡Pero Judas! ¡Qué modales!”. Iscariote: “Silencio, Maestro. Déjame que yo me las entienda. Nos deben creer ricos y de ciudad”. ■ El patrón viene corriendo y se deshace en inclinaciones delante de Judas. Iscariote: “Venimos de lejos, somos judíos de la comunidad asiática. Éste, perseguido, betlemita de nacimiento, busca a sus queridos amigos de aquí. Y nosotros con Él, venimos desde Jerusalén, donde hemos adorado al Altísimo en su Casa. ¿Puedes darnos información al respecto?”. Posadero: “Señor, soy tu siervo… ordena”. Iscariote: “Queremos tener noticias de muchos pero sobre todo de Ana, la mujer que habitaba frente al albergue”. Posadero: “¡Oh, pobrecilla! No encontrarás a Ana sino en el seno de Abraham y a sus hijos con ella”. Iscariote: “¿Muerta?… ¿Por qué?”. Posadero: “¿No sabéis lo de la matanza de Herodes? Todo el mundo habló de ello e incluso César declaró a Herodes: «cerdo que se alimenta de sangre». ¡Ay, qué he dicho! ¡No me denunciéis! ¿Eres en realidad un judío?”. Iscariote: “Mira la señal de mi tribu. Así, pues, habla”. Posadero: “A Ana la mataron los soldados de Herodes, y con ella a todos sus hijos, menos a una”. Iscariote: “Pero ¿por qué?… ¡Era muy buena!”. Posadero: “¿La conociste?”. Judas miente descaradamente: “¡Muy bien!”. Posadero: “La mataron por haber dado alojamiento a los que se decían ser padre y madre del Mesías… Ven aquí, a esta habitación… Las paredes tienen oídos y hablar de ciertas cosas… es peligroso”. ■ Entran en una pequeña habitación  baja y oscura.  Se sientan en un diván también bajo. Posadero: “La cosa fue así… yo intuí algo. ¡No en vano soy posadero! Nací aquí, hijo de hijos de posaderos. Tengo la malicia en la sangre. Y entonces no los acepté. Tal vez hubiera podido encontrar un rinconcillo para ellos. Pero… galileos, pobres, desconocidos, ¡no, no! ¡A Ezequías no se engaña! Y además… veía… veía… que eran diferentes… esa mujer… unos ojos… un algo… ¡no, no!; debía de tener el demonio dentro y hablar con él. Y nos lo trajo aquí… A mí no, pero sí a la ciudad. Ana era más inocente que una ovejilla, y los hospedó pocos días después, ya con el Niño. Decían que era el Mesías… ¡Oh! Cuánto dinero gané en esos días. ¡Fue mucho más que un empadronamiento! Venía incluso gente que no habría debido venir por el padrón. Venían incluso desde el mar, ¡hasta de Egipto! para ver… ¡y durante meses! ¡Qué ganancias tuve!… Los últimos en llegar fueron tres Reyes, tres potentados, o tres magos… ¡qué sé yo! ¡Un cortejo que no acababa nunca! Me ocuparon todas las cuadras y pagaron en oro heno como para un mes, y al día siguiente se fueron dejando todo allí. Y ¡qué regalos hicieron a los mozos de los establos y a las mujeres… y a mí! ¡Oh, yo no puedo decir sino bien del Mesías, fuera verdadero o falso! Me hizo ganar dinero a montones. No sufrí ningún desastre, ni siquiera muertos, porque me acababa de casar. Así pues… ¡Pero los demás…!”. ■ Iscariote: “Querríamos ver los lugares de la matanza”. Posadero: “¿Los lugares? Pero si todas las casas fueron lugar de matanza. Hubo muertos en varias millas a la redonda. Venid conmigo”. Suben por una escalera y luego a una terraza que está encima del tajado; desde arriba se ve ampliamente el campo y toda Belén extendida como un abanico abierto sobre sus colinas. El posadero explica: “¿Veis aquellos sitios destruidos? Allí ardieron incluso las casas porque los padres defendieron a sus hijos con las armas. ¿Veis allí aquella especie de pozo cubierto de hiedra? Son los restos de la sinagoga,  quemada con el arquisinagogo dentro, que había asegurado que aquél era el Mesías. La quemaron los que se salvaron, enloquecidos por la matanza de sus hijos. Hemos tenido luego problemas… Y allí, y allí, y allí… ¿veis aquellos sepulcros? Son de las víctimas… Parecen ovejas esparcidas entre la hierba, hasta donde alcanza la mirada. Todos inocentes, y también sus padres y madres… ¿Veis aquel estanque de agua? Su agua estaba roja después que los sicarios lavaron sus armas y sus manos en ella. Y ¿habéis visto ese riachuelo de aquí detrás?… Iba enrojecido con la sangre que recogía de las cloacas… Y ahí, sí ahí enfrente… eso es lo único que queda de Ana”. Jesús llora. El posadero le pregunta: “¿La conocías bien?”. Responde Judas: “Era como una hermana para con su Madre, ¿no es así, amigo mío?”. Jesús responde solo: “Sí”. El posadero dice: “Lo comprendo”, y se queda pensativo. Jesús se inclina hacia Judas para hablar con él en voz baja. Iscariote dice: “Mi amigo querría ir a esas ruinas”. Posadero: “¡Pues que vaya! ¡Pertenecen a todos!”. Bajan, se despiden y se van. El posadero queda desilusionado. Tal vez esperaba alguna ganancia.
* La matanza fue venganza de Satanás por ser Belén cuna del Salvador.- Jesús apedreado al manifestarse como el Salvador nacido en Belén.- ■ Atraviesan la plaza. Suben por la pequeña escalera que ha quedado en pie. “Por aquí”, dice Jesús, “mi Madre me sacó a saludar a los Magos y desde aquí bajamos para huir a Egipto”. Hay gente que mira a los cuatro que están sobre las ruinas. Uno pregunta: “¿Parientes de la muerta?”. Responden: “Amigos”. Una mujer grita: “No hagáis ningún mal, al menos vosotros, a la muerta, como los otros amigos suyos se lo hicieron a la viva, y luego escaparon salvos”. Jesús está de pie en la terraza, contra el muro que la limita, por tanto a una altura de  unos dos metros con respecto de la plaza, con el vacío por detrás, un vacío rico de luz que le aureola todo y hace aún más cándida su vestidura de lino blanquísimo que le cubre —solo el vestido, ahora que el manto se ha deslizado desde los hombros y está a sus pies como un pedestal multicolor—. Más atrás, el fondo verde y desaliñado de lo que fuera el jardín y la tierra propiedad de Ana, ahora lleno de arbustos y de escombros. ■ Jesús extiende los brazos. Judas, que ve el gesto, dice: “¡No hables! ¡Sé prudente!”. Pero Jesús llena la plaza con su voz fuerte: “¡Hombres de Judá! ¡Hombres de Belén, escuchadme! ¡Oídme, vosotras, mujeres de la sagrada tierra de Belén! Oíd a uno que viene de David, que sufrió persecuciones, que honrándose con hablaros, lo hace para daros luz y consuelo. Escuchadme”. La multitud deja de hablar, de pelear, comprar y se amontona. “Es un Rabí”. “Ciertamente que viene de Jerusalén”. “¿Quién es?”. “¡Qué hermoso es!”. “¡Qué voz!”. “¡Qué ademanes!”. “¡Claro, si es de la descendencia de David!”. “¡Entonces es nuestro! ¡Oigamos! ¡oigamos!”. Toda la plaza está ahora contra la pequeña escalera, que parece púlpito. “Está dicho en el Génesis: «Pondré enemistad entre ti y la  Mujer… Ella te aplastará la cabeza y tú estarás al acecho de su calcañar…». Y también está dicho: «Multiplicaré tus sufrimientos y tus partos… y la tierra producirá cardos y espinas». Ésta es la condena del hombre, de la mujer y de la serpiente. Habiendo venido de lejos a venerar la tumba de Raquel, he oído en el viento de la tarde, en el rocío de la noche, en el llanto del ruiseñor por la mañana, el sollozo de la Raquel de antaño, repetido por bocas y bocas de madres de Belén en medio de los sepulcros o en medio de sus corazones. Y he escuchado el dolor de Jacob clamando en el dolor de los viudos, ya sin esposa porque el dolor la mató… Yo lloro con vosotros. Pero oíd, hermanos de la tierra mía. Belén, tierra bendita, la más pequeña de entre las ciudades de Judá, pero la mayor ante los ojos de Dios y del linaje humano, porque siendo la cuna del Salvador, como dice Miqueas, precisamente por esta razón, por estar destinada a ser el tabernáculo en que reposaría la gloria de Dios, el Fuego de Dios, su amor Encarnado, Satanás desencadenó su odio. «Pondré enemistad entre ti y la Mujer...». ¿Qué mayor enemistad puede haber que la que tiene por objeto los hijos, corazón del corazón de la mujer? Y ¿qué pie más fuerte que el de la Madre del Salvador? He aquí por tanto que fue natural la venganza de Satanás vencido, el cual, no, no contra el calcañar, sino contra el corazón de las madres, lanzó su asechanza. ¡Oh!, los sufrimientos del parto de los hijos se multiplicaron al perderlos! ¡Oh, terribles cardos que después de haber sembrado y sudado por los hijos, seguir siendo padre pero sin prole! Pero ¡regocíjate, Belén! Tu sangre más pura, la sangre de los inocentes, ha abierto camino de llama y púrpura al Mesías…”. La multitud, que, desde que Jesús ha nombrado al Salvador y luego a la Madre del mismo, ha ido progresivamente inquietándose, ahora muestra un indicio más claro de agitación. “¡Calla, Maestro!” dice Judas “¡Vámonos!”. Pero Jesús no le hace caso. Continúa: “… al Mesías, salvado de los tiranos por la Gracia de Dios Padre para conservárselo al pueblo para su salvación y…”. Se oye una voz chillona de mujer: “¡Cinco, cinco, había yo parido y ninguno de ellos está en mi casa! ¡Desgraciada de mí!” histéricamente grita. Es el principio de la gritería. Otra mujer se arroja al polvo y desgarrando sus vestidos, muestra un pecho con el pezón mutilado y grita: “¡Aquí, aquí en esta mama me degollaron a mi primogénito! La espada le partió la cara junto con mi pezón. ¡Oh, Elíseo mío!”. Otra: “¿Y yo? ¿Y yo?… ¡He ahí mi palacio!: tres tumbas en una, veladas por el padre. Marido e hijos juntos. ¡Ahí, ahí está!… Si está el Salvador entre nosotros, que me devuelva a mis hijos, a mi esposo, y que me salve de la desesperación, ¡que me salve Belcebú!”. Todos a una gritan: “A nuestros hijos, a nuestros hijos, a nuestros maridos y padres, ¡que nos los devuelva, si está entre nosotros!”. Jesús mueve los brazos para imponer silencio. “Hermanos de mi misma tierra: Yo querría devolver a vuestra carne, sí, incluso a vuestra carne, los hijos. Pero Yo os digo: sed buenos, resignaos; perdonad, tened esperanza, regocijaos en una certeza. Pronto volveréis a tener a vuestros hijos, ángeles en el Cielo, porque el Mesías va a abrir pronto la puerta del Cielo, y, si sois justos, la muerte será Vida que viene y Amor que vuelve…”.  Gente: “¡Ah!, ¿eres Tú el Mesías? ¡En nombre de Dios, dilo!”. Jesús baja los brazos con ese gesto suyo tan dulce, tan manso, que parece un abrazo y dice: “Lo soy”. La gente grita: “¡Lárgate! ¡Lárgate!… Entonces… ¡Tú tienes la culpa!”. Vuela una piedra entre silbidos e insultos. ■ Judas tiene un bello gesto… ¡Si así hubiese sido siempre! Se interpone ante el Maestro, que está de pie sobre la pared pequeña del balconcito, con el manto abierto, y sin miedo alguno recibe las pedradas, sangrando incluso, y les dice a Juan y a Simón chillando: “Llevaos a Jesús. Detrás de esos árboles, yo después iré. ¡Id, en nombre del Cielo!”. Y a la multitud le grita: “¡Perros rabiosos! Soy del Templo. Os denunciaré ante el Templo y ante Roma”. La multitud siente, por un momento, temor. Pero luego vuelve otra vez a las piedras, que por fortuna no le atinan. Impertérrito Judas las recibe, y con injurias responde a las maldiciones de la multitud. Aún más, coge a vuelo una piedra y se la tira a la cabeza a un viejecito que grita como una garza desplumada viva. Y, dado que intentan asaltar la escalerilla, rápido recoge una rama seca que hay en el suelo (ya no está encima del pequeño muro) y la hace rotar sin piedad sobre las espaldas, cabezas y manos hasta que los soldados acuden y se abren paso con sus lanzas. Pregunta un soldado: “¿Quién eres? ¿Por qué esta riña?”. Iscariote: “Un judío asaltado por estos plebeyos. Estaba conmigo un rabí a quien los sacerdotes conocen. Hablaba a estos perros. Se han exaltado y nos han atacado”. Soldado: “¿Quién eres?”. Iscariote: “Judas de Keriot que pertenecía al Templo, pero ahora es discípulo del Rabí Jesús de Galilea. Soy amigo de Simón el fariseo, de Yocana el saduceo, de José de Arimatea, consejero del Sanedrín y en resumidas cuentas, esto lo puedes comprobar con Eleazar ben Anás, el gran amigo del Procónsul”. Soldado: “Lo verificaré ¿A dónde vas?”. Iscariote: “Con mi amigo a Keriot y después a Jerusalén”.  Soldado: “Ve. Te guardaremos las espaldas”. Judas da al soldado unas monedas. Debe ser cosa ilícita… pero usual, porque el soldado las toma pronto y cauto, saluda y sonríe. ■ Judas salta y va brincando por el baldío campo, hasta alcanzar a sus compañeros. Jesús: “¿Estás muy herido?”. Iscariote: “Cosa de nada, Maestro. ¡Además, por Ti!… No obstante, también yo he dado. Debo estar todo manchado de sangre…”. Juan: “Sí, en la mejilla. Aquí hay un hilo de agua”. Juan moja un pedazo de tela y lava la mejilla de Judas. Jesús: “Lo siento, Judas… Pero mira… aun diciéndoles a ellos que éramos judíos, según tu sentido práctico…”. Iscariote: “Son unos brutos. Espero que te habrás convencido, Maestro, y que no insistirás”. Jesús: “¡Oh, no!… No por miedo sino porque por ahora es inútil. Cuando no nos quieren no se maldice, sino que uno se retira rogando por los pobres locos que se mueren de hambre y no ven el Pan. Vámonos por este camino solitario. Creo que por aquí se puede tomar el camino que lleva a Hebrón… Vamos donde los pastores, a ver si los encontramos”. Iscariote: “¿Para que nos den otra pedrada?”. Jesús: “¡No! Para decirles: «Soy Yo»”. Iscariote: “¡Ah! Entonces… sí que nos darán de palos. ¡Treinta años hace que por tu causa padecen!”. Jesús: “Veremos”.  Y se internan en un bosque tupido. Los pierdo de vista. (Escrito el 9 de Enero de 1945).
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1-75-403  (2-39-442).-  Jesús encuentra a los  pastores Elías, Leví y José (1).
* Los pastores, fieles al recuerdo de aquel “Gloria a Dios en las alturas y paz en la Tierra a los hombres de buena voluntad”.- Las alturas se hacen mucho más elevadas y boscosas que las de Belén; y cuanto más se asciende se ve una verdadera cadena de montes. Jesús va subiendo delante de todos, proyectando su mirada hacia adelante y alrededor, como buscando algo. No habla. Escucha más las voces del arbolado que las de los discípulos, que van unos metros detrás de Él hablando bajo entre sí. Se oye lejos una campanilla, cuyo ritintín lleva el viento. Jesús sonríe. Se vuelve y dice: “Oigo algunas ovejas”. “¿Dónde, Maestro?”. “Me parece que hacia aquella colina”. Juan, sin decir una palabra, se quita el vestido —el manto lo llevan todos en bandolera, enrollado, porque tienen calor—, se queda solo con la prenda corta, y abraza un tronco alto y liso (yo diría que es de fresno), y sube, sube… hasta que puede ver: “Sí, Maestro. Hay muchos rebaños y tres pastores; allí, detrás de esa arboleda”. Baja y ya caminan seguros. Se preguntan: “¿Serán ellos?”. Jesús: “Preguntaremos, Simón; si no son, nos sabrán decir algo… Se conocen entre ellos”. ■ Unos cien metros más. Luego, ante la vista de un amplio pacedero verde, rodeado de grandes árboles añosos, hay muchas ovejas que muerden la tupida hierba. Tres hombres las están cuidando. Uno es anciano, ya completamente cano; los otros tienen: uno, aproximadamente, treinta años; el otro, unos cuarenta. “Cuidado, Maestro. Son pastores…” dice Judas con tono de consejo, al ver que Jesús acelera el paso. Pero Jesús ni siquiera responde. Continúa, alto, hermoso, dándole el sol de poniente el rostro, con su vestido blanco. Se le ve tan luminoso, que parece un ángel… Cuando está en los bordes del pasto saluda: “La paz sea con vosotros, amigos”. Los tres sorprendidos vuelven la cara. Silencio. El más viejo pregunta: “¿Quién eres?”. Jesús: “Uno que te ama”. Pastor: “Serás el primero después de muchos años. ¿De dónde vienes?”. Jesús: “De Galilea”. Pastor: “¿De Galilea? ¡Ah!”. El hombre le mira con atención. Los otros dos se han acercado. “De Galilea”… repite el pastor, y en voz baja como si hablase consigo mismo: “También Él era uno que venía de Galilea… ¿De qué lugar, Señor?”. Jesús: “De Nazaret”. Pastor: “¡Ah! Entonces dime. ¿Ha regresado un Niño, con una mujer de nombre María y un hombre de nombre José, un Niño aún más hermoso que su Madre, una flor bella que jamás vi en las laderas de Judá? Un Niño que nació en Belén de Judá, cuando fue el edicto. Un Niño que luego huyó, para gran fortuna del mundo. ¡Un Niño que… yo daría la vida por saber que está vivo y que ahora será ya un hombre!”. Jesús: “¿Por qué dices que el que Él  huyera ha sido una gran fortuna para el mundo?”. Pastor: “Porque Él era el Salvador, el Mesías y Herodes le quería matar. No estaba yo cuando huyó con su padre y su Madre… Cuando tuve noticias de la matanza y volví —porque yo también tenía hijos (sollozo), Señor, y una mujer (sollozo) y me habían dicho que habían sido asesinados (otro sollozo), pero te juro por el Dios de Abraham, que temblaba yo más por Él que por mi propia carne—, supe que había huido, y ni siquiera pude preguntar, ni siquiera pude recoger a mis hijos degollados… ■ Me apedreaban como a un leproso, como un inmundo, como un asesino… Y tuve que huir a los bosques, llevar una vida de lobo… hasta que encontré a un patrón de ganado. ¡Oh, pero no es como era Ana!…  ¡Es duro y cruel!… Si una oveja se disloca una pata, si el lobo me lleva un cordero, o recibo palos hasta sangrar o me quita mi poca paga o debo trabajar en los bosques para otros, hacer algo, para pagar, siempre el triple del valor. Pero no importa. He dicho siempre al Altísimo: «Permíteme que vea a tu Mesías, haz que al menos sepa que está vivo, y todo lo demás es nada». Señor, pude haber devuelto mal por mal, o hacer el mal, robando, para no sufrir a causa del patrón. Pero solo he querido perdonar, padecer, ser honrado, porque los ángeles dijeron: «Gloria a Dios en las alturas y paz en la Tierra a los hombres de buena voluntad»”. ■ Jesús: “¿Dijeron eso exactamente?”. Pastor: “Sí, Señor, créelo Tú, al menos Tú, que eres bueno. Conoce Tú al menos, y cree, que el Mesías ha nacido. Nadie lo quiere creer. Pero los ángeles no mienten… y no estábamos borrachos como dijeron. Éste, mira, era entonces un niño y fue el primero en ver al ángel. No bebía sino leche. Los ángeles dijeron: «Hoy en la ciudad de David ha nacido el Salvador, que es el Mesías, el Señor, y le reconoceréis por esto: encontraréis a un Niño recostado sobre un pesebre, envuelto en pañales»”. Jesús: “¿De veras dijeron eso? ¿No oísteis mal? ¿No os equivocáis, después de tanto tiempo?”. Pastor: “¡Oh, no! ¿Verdad Leví? Para no olvidarlo —ya de por sí no habríamos podido, porque eran palabras del Cielo y se esculpieron con fuego del Cielo en nuestros corazones— todas las mañanas, todas las noches, cuando el sol sale, cuando brilla la primera estrella, decimos esas palabras como oración, como bendición, como fuerza, y consuelo, juntamente con el Nombre de Él y el de su Madre”. Jesús: “¡Ah! ¿decís: Mesías?”. Pastor: “No Señor. Decimos: Gloria a Dios en los Cielos altísimos y paz en la Tierra a los hombres de buena voluntad, por el Mesías que nació de María en un establo de Belén y que, siendo el Salvador del mundo, estaba envuelto en pañales en un pesebre”. ■ Jesús: “Pero en definitiva, ¿vosotros a quién buscáis?”. Pastor: “Al Mesías, Hijo de María, al Nazareno, al Salvador”. Jesús: “Soy Yo”. A Jesús se le ilumina el rostro al manifestarse a éstos tenaces hombres que le han amado. Tenaces, fieles, pacientes. Los tres se echan a tierra y besan los pies de Jesús entre llantos de alegría: “¡Tú! ¡Oh! ¡Señor, Salvador nuestro Jesús!”. Jesús: “Levantaos. Levántate Elías; también Leví y tú, que no sé quién eres”. Pastor: “José, hijo de José”. Jesús: “Éstos son mis discípulos, Juan es galileo; Simón y Judas Iscariote, judíos”.  Los pastores ya no están rostro en tierra, pero sí todavía de rodillas, echados hacia atrás sobre sus calcañares. Adoran al Salvador, con ojos de amor, labios que tiemblan de emoción, con rostros enrojecidos de alegría.
* Vosotros me dais lo que yo busco: amor, fe y esperanza que resiste por años y al fin florece”.-  ■  Jesús se sienta en la hierba. Pastores: “No, Señor. En la hierba, Tú, no, Rey de Israel”. Jesús: “No os preocupéis, amigos. Soy pobre; un carpintero, para el mundo. Rico solo de amor para el mundo, y del amor que los buenos me dan. Vine para estar con vosotros, para compartir con vosotros el pan de esta noche, dormir a vuestro lado sobre el heno y recibir consuelo de vosotros…”. Pastores: “¡Oh, consuelo! Somos hombres sin educación y perseguidos”. Jesús: “También Yo lo estoy. Pero vosotros me dais lo que busco: amor, fe y esperanza que resiste durante años y al fin florece. ¿Veis? Habéis sabido esperarme, al creer sin dudar que era Yo. Y Yo he venido”. ■ Elías: “¡Oh, sí! Has venido. Ahora, aunque me muera, no tengo nada que me dé dolor, porque lo que esperé lo tengo”. Jesús: “No, Elías. Tú vivirás hasta después del triunfo del Mesías. Tú, que viste mi alba, debes ver mi resplandor”.
* Elías da noticias a Jesús de la situación actual de aquellos doce pastores de Belén.- ■ Después, Jesús pegunta: “¿Y los otros? Erais doce: Elías, Leví, Samuel, Jonás, Isaac, Tobías, Jonatás, Daniel, Simeón, Juan, José y Benjamín. Mi Madre me decía siempre vuestros nombres, como el nombre de mis primeros amigos”. Los pastores se muestran cada vez más conmovidos. Jesús: “¿En dónde están los demás?”. Elías: “El viejo Samuel hace veinte años que murió. Era ya anciano. A José le mataron peleando en la puerta de la salida, para dar tiempo a su esposa, madre desde hacía pocas horas, de huir con éste, al que yo recogí por amor de mi amigo, y por… seguir teniendo niños a mi alrededor. También tomé conmigo a Leví… le perseguían. Benjamín con Daniel pastorean en Líbano. Simeón, Juan y Tobías, que ahora prefiere que se llame Matías, en recuerdo de su padre, al cual también le mataron, son discípulos de Juan Bautista. Jonás está en la llanura de Esdrelón, al servicio de un fariseo. Isaac está sólo, en Yutta, con los riñones despedazados y sumido en la mayor miseria. Le ayudamos como podemos… pero, golpeados como somos por todos, estamos en la ruina y lo poco que le damos es como gotas de rocío en un incendio. Jonatás es ahora servidor de uno de los grandes de Herodes”. ■ Jesús: “¿Cómo habéis logrado, sobre todo Jonatás, Jonás, Daniel y Benjamín, conseguir estos trabajos?”. Elías: “Me acordé de Zacarías, pariente tuyo… Tu Madre me había mandado a él. Y cuando nos volvimos a encontrar entre los desfiladeros de Judea, fugitivos y maldecidos, los llevé donde Zacarías. Se portó bien. Nos protegió, nos dio de comer y nos buscó un patrón como pudo. Yo ya había tomado a mi cuidado todo el ganado de Ana de manos del herodiano… y me quedé a su servicio… Cuando el Bautista llegó a la edad adulta y empezó a predicar, Simeón, Juan y Tobías se fueron con él”. Jesús: “Pero el Bautista ahora está prisionero”. Elías: “Sí. Y ellos vigilan en torno a Maqueronte, con un puñado de ovejas para no levantar sospechas; ovejas que les ha dado un hombre rico, discípulo de Juan, tu pariente”. Jesús: “Me gustaría ver a todos”. Elías: “Sí, Señor. Iremos a decirles: «Venid, Él está vivo. Se acuerda de vosotros y os ama»”. Jesús: “Pero primero iremos a ver a Isaac. ¿En dónde están sepultados Samuel y José?”. Elías: “Samuel en Hebrón. Quedó al servicio de Zacarías. José… no tiene tumba, Señor. Murió en su casa incendiada”. Jesús: “Pronto estará en la Gloria, no entre las llamas de los crueles, sino entre las llamas del Señor. Yo te lo digo, a ti, José, hijo de José, Yo te lo aseguro. Ven a que te bese para agradecer a tu padre”. Elías: “¿Y mis hijos?”. Jesús: “Son ángeles, Elías; ángeles que repetirán el «Gloria» cuando el Salvador sea coronado”. Elías: “¿Rey?”. Jesús: “No. Redentor. ¡Qué cortejo de justos y santos! ¡Y delante irán las falanges blancas y purpúreas de los niñitos mártires! Y al abrirse las puertas del Limbo, subiremos juntos al Reino en donde no existe la muerte. ¡Y luego iréis vosotros y volveréis a encontrar a vuestros padres, madres e hijos en el Señor! ¿Lo creéis?”. Pastores: “Sí, Señor”. Jesús: “Llamadme Maestro. ■ Ya llega la noche, la primera estrella ha nacido. Di tu oración antes de cenar”. Elías: “Yo no, Tú”. Jesús: “Gloria a Dios en los Cielos altísimos y paz en la Tierra a los hombres de buena voluntad que han merecido ver la Luz y servirle. El Salvador está entre vosotros. El Pastor de la estirpe real está entre su grey. La Estrella matutina ha nacido. ¡Alegraos justos! Alegraos en el Señor. Él, que creó los Cielos y los sembró con estrellas, Él, que puso límite entre la tierra y los mares, Él, que creó los vientos y el rocío, que dispuso las estaciones para que den pan y vino a los hijos, he aquí que os manda un Alimento mucho mayor: el Pan vivo que baja del Cielo, el Vino de la eterna Vid eterna. Venid. Vosotros, primicias de los que me adoraron. Venid a conocer realmente al Padre, para que le sigáis santamente y consigáis el premio eterno”. Jesús dijo esta plegaria, de pie, con los abrazos abiertos, mientras que discípulos y pastores están arrodillados.
* “¿Qué hacer para servir a Jesús?, ¿cómo hacerlo ellos, pastores sin educación?”.- ■ Después se reparten pan y una escudilla de leche recién ordeñada, y, dado que son tres los tazones —o calabazas vaciadas, no sabría decirlo—, primero comen Jesús, Simón y Judas, luego Juan (al cual Jesús le pasa su taza) con Leví y José; Elías come el último. Las ovejas ya no pastan, se reúnen en un gran grupo compacto en espera de ser conducidas quizás a su aprisco. Sin embargo, veo que los tres pastores las conducen al bosque, debajo de un rústico cobertizo de ramas cercado de cuerdas. Ellos se ponen a prepararles a Jesús y a los discípulos un lecho de heno. Se encienden algunos fuegos, tal vez, para los animales salvajes. Judas y Juan, cansados, se echan; al poco tiempo ya están dormidos. Simón querría hacerle compañía a Jesús, pero al cabo de un poco él también se queda dormido, sentado en el heno y con la espalda apoyada en un poste. ■ Permanecen despiertos Jesús y los pastores. Y hablan: de José, de María, de la huida a Egipto, del regreso… Luego, después de estas preguntas de amor, vienen otras de mayor importancia: ¿qué hacer para servir a Jesús?, ¿cómo hacerlo ellos, pastores sin educación? Jesús instruye y explica. “Ahora Yo voy por Judea. Siempre los discípulos os tendrán informados. Después haré que vayáis conmigo. Entre tanto, reuníos. Procurad que cada uno tenga noticias de los demás y que sepan de mi presencia en el mundo, como Maestro y Salvador; y, como podáis, manifestadlo a otras gentes. No os prometo que siempre se os creerá. Yo he recibido escarnios y golpes, vosotros también recibiréis. Pero así como supisteis ser fuertes y justos en la espera, sedlo más aún ahora que sois míos. ■ Mañana iremos hacia Yutta, luego a Hebrón. ¿Podéis venir?”. Pastores: “¡Oh, sí! Los caminos son de todos y los pastos son de Dios. Tan sólo el odio injusto nos tiene alejados de Belén. Los otros pueblos saben todo… pero solo se burlan de nosotros llamándonos «Bebedores». Por esto, muy poco podremos hacer aquí”. Jesús: “Os llamaré para que vayáis a otro lugar. No os abandonaré”. Pastores: “¿Durante toda la vida?”. Jesús: “Durante toda mi vida”. Elías: “No, primero moriré yo, Maestro. Soy viejo”. Jesús: “¿Tú lo crees? ¡No! Yo. Una de las primeras caras que vi fue la tuya, Elías. Y será una de las últimas. Me llevaré conmigo, en mi pupila, tu cara consternada de dolor a causa de mi muerte. Pero después será tu cara la que lleve en el corazón el irradiar de una mañana triunfal, y con ella esperarás la muerte… La muerte: el encuentro eterno con el Jesús a quien adoraste cuando era pequeñito. También entonces los ángeles cantarán el Gloria: «para los hombres de buena voluntad». No oigo más. La dulce visión termina. (Escrito el 11 de Enero de 1945).
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1  Nota  : Elías, Leví y José.- Cfr.  Personajes de la Obra magna: Pastores de Belén.
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1-76-409 (2-40-448).- Jesús en Yutta con Isaac el pastor.- Sara y sus niños.
* Isaac siente la llamada de Jesús y sus piernas inertes recobran fuerzas milagrosamente.- ■ Jesús viene bajando con los suyos y con los tres pastores en dirección al río. Se para con toda la paciencia cuando hay que esperar a una oveja retrasada o a uno de los pastores que debe ir tras de una oveja que se le extravía. Es exactamente el Buen Pastor. También se ha buscado Él una rama larga para apartar las ramas de las moreras y de los espinos y algalias, que salen al paso por todas partes tratando de pegarse a los vestidos. Así es completa su figura de pastor. Elías: “¿Ves?… Yutta está allá arriba. Ahora pasaremos el torrente; hay un lugar en donde se puede vadear en verano, sin tener que ir hasta el puente. Habría sido más breve venir por Hebrón, pero Tú no has querido”. Jesús: “No a Hebrón iremos después. Primero y siempre al que sufre. Los muertos ya no sufren, cuando son justos. Y Samuel era justo. Además, para los muertos que necesitan de oraciones, no es necesario que uno esté cerca de los huesos muertos para ofrecerlas…”. ■ Elías: “¿Me has dicho que quieres que Isaac sepa de tu presencia, pero sin entrar en el pueblo?”. Jesús: “Sí, así lo deseo”.  Elías: “Entonces es hora de separarnos. Yo iré a verle, Leví y José se quedarán con el rebaño y con vosotros. Subo por aquí; así será más rápido”. Elías sube por la ladera, hacia las casas blanquecinas que resplandecen con el sol. Tengo la sensación de que le sigo. Ahí está ante las primeras casas. Sigue por un callejón entre casas y huertos. Continúa caminando algunas decenas de metros. Tuerce y va a dar a una calle más ancha, que le lleva a una plaza. No he dicho que todo sucede en las primeras horas matinales. Lo digo ahora para que se comprenda por qué en la plaza hay todavía mercado, y que amas de casa y vendedores se desgañitan en torno a los árboles que dan sombra en la plaza. ■  Siguiendo un camino que parte de la plaza, en una esquina, hay una casa pobre, mejor dicho, una habitación con la puerta abierta.  Casi a la puerta hay un lecho miserable y sobre él hay un enfermo que es todo un esqueleto, que pide entre lamentos una limosna. Elías entra como rayo. “Isaac… soy yo”. Isaac: “¿Tu?… No te esperaba. Viniste la luna pasada”. Elías: “Isaac… Isaac… ¿Sabes por qué he venido?”. Isaac: “No sé… Estás excitado… ¿Qué pasa?”. Elías: “He visto a Jesús de Nazaret, ya hombre, y Rabí. Ha venido a buscarme… y quiere vernos. ¡Oh, Isaac! ¿Te sientes mal?”. En realidad Isaac está como alguien que fuese a morir, pero toma aliento. Dice: “No. La noticia… ¿Dónde está? ¿Cómo es? ¡Oh, si pudiera verle!”. Elías: “Está allá abajo, hacia el valle. Me manda que te diga esto, nada más esto: «Ven, Isaac, quiero verte y bendecirte». Isaac: “¿Ha dicho eso?”. Elías: “Eso. Pero, ¿qué haces?”. Isaac: “Me pongo en camino”. Isaac hace a un lado las cobijas, mueve las inertes piernas, las saca fuera del jergón de paja, las pone en el suelo, se levanta todavía un poco incierto, vacilante. Todo sucede en un instante, bajo los ojos desencajados de Elías… que al fin entiende y da un grito… Se asoma una mujercita curiosa. Ve al enfermo de pie, cubriéndose —no tiene otra cosa— con una de las cobijas, y se echa a correr gritando como una gallina. Isaac: “Vamos… Vamos por aquí, para tardar menos y no toparnos con mucha gente… Rápido, Elías”. Y salen los dos de estampida por una puerta de un huerto que da a la parte posterior, empujan la puerta de ramas secas; ya están afuera; marchan rápidamente por una callejuela miserable, luego siguen por un camino entre huertos, y continúan bajando, por los prados y arboledas, hasta llegar al río. ■ Elías, señalando a Jesús con el dedo, le dice: “¡Mira allí a Jesús! Aquel alto, hermoso, rubio, vestido de blanco y con el manto azul…”. Isaac corre, se hace paso entre el rebaño que pace, y con un grito de triunfo, de alegría, de adoración, se postra a los pies de Jesús. Jesús: “Levántate Isaac. He venido a traerte la paz y bendición. Levántate para que vea tu cara”. Pero Isaac no quiere levantarse. Son demasiadas las emociones juntas, y continúa en medio de su llanto silencioso, con la cara contra el suelo. Jesús: “Has venido inmediatamente. No te has preguntado si podías…”. Isaac: “Tú me has mandado decir que viniese… y he venido”. Elías: “Ni siquiera ha cerrado la puerta, ni ha recogido las limosnas, Maestro”. Jesús: “¡No importa! Los ángeles vigilarán su habitación. ¿Estás contento Isaac?”. Isaac: “¡Oh Señor!”. Jesús: “Llámame Maestro”. Isaac: “Sí, Señor, Maestro mío. Aunque no me hubiese curado, me habría sentido feliz de verte. ¿Cómo he podido obtener de Ti tanta gracia?”. Jesús: “Por tu fe y tu paciencia, Isaac. Sé cuánto has sufrido…”. Isaac: “¡Nada!, ¡nada! ¡Ya nada! ¡Te he encontrado! ¡Estás vivo! ¡Estás aquí! Esto es lo que vale… Lo demás, todo lo demás, pertenece al pasado”.
* Isaac llamado a ser discípulo: “¿Sabrás confesar mi presencia en el mundo?, ¿confesarlo contra las burlas y amenazas?, ¿y decir que Yo te he llamado y has venido?”. ■ Isaac añade: “Pero, Señor y Maestro, ahora ya no te vas ya ¿verdad?”. Jesús: “Isaac, tengo a todo Israel para evangelizar. Me voy… Pero si no puedo quedarme, tú sí me puedes seguir y servir. ¿Quieres ser mi discípulo, Isaac?”. Isaac:  “¡Oh! ¡Pero no serviré para ser discípulo!”. Jesús: “¿Sabrás confesar mi presencia en el mundo?, ¿confesarlo contra las burlas y amenazas?, ¿y decir que Yo te he llamado y has venido?”. Isaac: “Aun cuando Tú no lo quisieras, todo esto diría yo. En esto te desobedecería, Maestro. Perdona que lo diga”. Jesús sonríe y dice: “¿Ves cómo eres capaz de ser mi discípulo?”. Isaac: “¡Oh, si solo es para hacer esto!… Pensaba que sería una cosa más difícil, que tendría que ir a la escuela de los rabinos para servirte, Rabí de los rabinos… y así de viejo ir a la escuela…”.  El hombre, tiene al menos cincuenta años. ■ Jesús: “Tú ya has aprendido lo que se enseña en una escuela, Isaac”. Isaac: “¿Yo? ¡No!”. Jesús: “Tú, sí. ¿No has seguido creyendo y amando, respetando y bendiciendo a Dios y al prójimo, sin tener envidia, sin desear lo ajeno, e incluso lo que era tuyo y ya no tenías? ¿No has seguido diciendo solo la verdad, aun cuando ello te perjudicase? ¿No has evitado fornicar con Satanás cometiendo pecados? ¿No has hecho todo esto en estos treinta años de desventura?”. Isaac: “Sí, Maestro”. Jesús: “Lo ves. La escuela ya la has terminado. Sigue así y añade la revelación de mi presencia en el mundo. No hay nada más que hacer”.
 Isaac ya predicó: del Niño, Ángeles, Magos, y… de María. “María… sí. ¡Es como tener miel en la boca al pronunciar ese nombre…!”.- ■  Isaac: “Ya te he predicado, Señor Jesús. Les hablé a los niños que venían, cuando ya casi inválido, llegué a este pueblo pidiendo un pan y cuando todavía podía trabajar de esquilador o haciendo productos lácteos, y luego, cuando venían alrededor de mi cama, cuando mi mal se había hecho fuerte y había perdido todas las fuerzas de las piernas. Les hablaba de Ti a los niños de aquellos tiempos y a los niños de ahora, hijos de aquellos… Los niños son buenos y creen siempre… Les contaba de cuando naciste… de los ángeles y de la Estrella de los Magos… ■ y de tu Madre… ¡Dime!: ¿vive todavía?”. Jesús: “Vive y te manda saludos. Siempre habla de vosotros”. Isaac: “¡Oh, si pudiera verla!”. Jesús: “La verás. Algún día vendrás a mi casa. María se dirigirá a ti con el saludo de «amigo»”. Isaac: “María… sí. ¡Es como tener miel en la boca al pronunciar ese nombre…!”.
* Sara y Joaquín, que han dado siempre refugio y ayuda a Isaac, han puesto a sus hijos los nombres de María, José, Emmanuel. Y ahora están pensando en el nombre que le pondrán al cuarto recién nacido.- ■ Isaac dice: “Hay una mujer en Yutta, —ahora es ya mujer, madre, desde hace poco, de su cuarto hijo—, que entonces era una niña, una de mis pequeñas amigas… y ha puesto a sus hijos los nombres de María y José a los dos primeros, y, como no atreviéndose a poner al tercero el nombre de Jesús, le ha puesto el nombre de Emmanuel, como signo de bendición para sí misma, para su casa y para Israel. Y ahora está pensando en el nombre que dará al cuarto, que ha nacido hace seis días. ¡Ah, cuando sepa que estoy curado, y que Tú estás aquí! ¡Sara, la mamá, es buena como el pan, y bueno es también su esposo Joaquín! Y ¡qué decir de sus familiares! Estoy vivo por ellos. Me han dado siempre refugio y ayuda”. Jesús: “Vamos a su casa a pedirles refugio mientras baja el sol y a llevarles una bendición por su caridad”. Isaac: “De este lado, Maestro, es más fácil para el ganado y para evitar a la gente que ciertamente estará agitada. La anciana que me ha visto ponerme en pié con seguridad ya lo habrá contado”. ■ Ahí están los prados con los manzanos, las higueras y los nogales. Ahí está la casa, blanca sobre verde, con su ala saliente que protege la escalera formando un pórtico y mirador. Ahí está la pequeña cúpula en la parte más alta, y el huerto jardín, con el pozo, la pérgola, los cuadros… Un gran murmullo sale de la casa. Isaac se adelanta, entra, llama con fuerte voz: “¡María, José, Emmanuel, ¿dónde estáis? Venid con Jesús”. Acuden tres críos: una niña de casi cinco años y dos niños de los cuatro a los dos, el último todavía con el paso un poco inseguro. Se quedan con la boca abierta ante el… resucitado. Luego la niña grita: “¡Isaac! ¡Mamá! ¡Isaac está aquí! ¡Es verdad lo que ha visto Judit!”. ■ De una habitación donde hay un gran murmullo de voces, sale una mujer. Es la madre, de lozano aspecto, morena, alta, exuberante en su mirar lejano, hermosa toda… que exclama: “¡Isaac! ¿Pero cómo es posible? Judit… Creía que el sol la había hecho perder la cabeza… ¡Andas!… ¿Qué ha sucedido?”. Isaac: “¡El Salvador! ¡Oh! ¡Sara! ¡Él es ya una realidad y ha venido!”. Sara: “¿Quién? ¿Jesús de Nazaret? ¿Dónde está?”. Isaac: “¡Allí, detrás del nogal! ¡Y dice que si se le puede recibir!”. Sara: “¡Joaquín! ¡Madre! ¡Todos! ¡Venid! ¡Está aquí el Mesías!”. Salen todos corriendo: mujeres, hombres, muchachos, niños; salen dando gritos, chillando… Pero, al ver a Jesús, alto, majestuoso, pierden toda vehemencia y quedan como petrificados. Jesús: “Paz a esta casa y a todos vosotros. La paz y la bendición de Dios”. Jesús se dirige, despacio, sonriente, hacia el grupo de personas. “Amigos, ¿queréis recibir en vuestra casa al Viandante?” y sonríe aún más. Su sonrisa ya vence los temores.  El esposo tiene el valor de hablar: “Entra, Mesías. Te hemos amado sin conocerte. Te amaremos mucho más conociéndote”.
* La historia de Israel tiene muchos nombres grandes, dulces y  benditos. Los más dulces y benditos ya los tienen éstos. Pero hay tal vez todavía otro…”.-Joaquín: “Mi casa está de fiesta por tres motivos: Por Ti, por Isaac y por la circuncisión de mi tercer varoncito. Bendícelo, Maestro. ¡Mujer, trae al niño! Entra, Señor”. Pasan a una sala preparada para la fiesta. Mesas y platos, manteles y ramas verdes por todas partes. Sara vuelve con un hermoso niño recién nacido y se lo presenta a Jesús. Jesús: “Dios sea siempre con él. ¿Cómo se llama?”. Sara: “No tiene nombre. Ésta es María, éste es José, éste Emmanuel, éste… todavía no tiene…”. Jesús mira a los esposos sonriendo: “Buscadle un nombre, si es que hoy debe ser circuncidado”. Los dos se miran, le miran, abren la boca y la cierran sin decir palabra alguna. Todos están atentos. Jesús insiste: “La historia de Israel tiene muchos nombres grandes, dulces, benditos. Los más dulces y benditos ya los tienen éstos. Pero tal vez hay todavía otro”. Al unísono los dos esposos dicen: “¡El tuyo, Señor!” y la esposa termina diciendo: “pero es demasiado santo…”. Jesús sonríe y pregunta: “¿Cuándo será circuncidado?”. Sara: “Estamos esperando al que va a circuncidar”. Jesús: “Estaré presente en la ceremonia. Entre tanto, os agradezco lo que habéis hecho por mi Isaac. Ahora no tiene más necesidad de los buenos, pero los buenos tienen necesidad todavía de Dios. Habéis puesto al tercero el nombre de «Dios con nosotros». Y sin embargo, a Dios lo teníais desde que tuvisteis caridad para con mi siervo. Seáis benditos. En la Tierra y en el Cielo vuestra acción será recordada”. ■ Sara: “¿Isaac se va ahora? ¿Nos deja?”. Jesús: “¿Os duele? Él debe servir a su Maestro. No obstante, volverá, y Yo también vendré. Vosotros, entre tanto, hablaréis del Mesías… ¡Hay tanto que decir para convencer al mundo!… Llega la persona que esperábamos”. ■Entra un personaje pomposo con su criado. Saludos e inclinaciones. “¿Dónde está el niño?” pregunta con solemnidad. Sara: “Aquí está. Pero saluda al Mesías. Está aquí”.  “¿El Mesías?… ¿El que curó a Isaac? Bueno… Hablaremos de esto más tarde. Tengo mucha prisa. El niño y su nombre”. Los presentes están mortificados con tales modales. Sin embargo, Jesús sonríe como si tales desaires no fuesen para Él. Toma al bebé, lo toca en su frentecita con sus hermosos dedos, como si los fuese a consagrar y dice: “Su nombre es Jesai” y se lo vuelve a dar al padre, el cual, junto con el personaje soberbio y con otros, se dirige a la habitación vecina. Jesús se queda en donde está hasta que regresan con el niño llorando desesperadamente. Jesús, para consolar a la angustiada madre, dice: “Mujer, dame al niño. ¡Ya no llorará!”. El niño al ser puesto sobre las rodillas de Jesús, se calla al punto.
* Judas… deja que me llame por mi Nombre. Sólo cuando pasa por los labios inocentes no pierde el sonido que tiene en los labios de mi Madre… Sólo los inocentes, que ni calculan interés ni odian, lo pronunciarán con amor como lo hace esta pequeñita y lo hace mi Madre”.- ■ Se forma un grupo aparte alrededor de Jesús, con los niños, los pastores y los discípulos. Afuera se oye el balar a las ovejas (Elías las ha metido en el aprisco). En la casa hay rumor de fiesta. Traen dulces y bebidas a Jesús y a los suyos. Pero Jesús distribuye éstas a los pequeños. Joaquín: “¿No bebes, Maestro? ¿No lo aceptas? Te lo damos de corazón”. Jesús: “Lo sé, Joaquín, y lo acepto de corazón. Pero déjame que primero dé gusto a los pequeñuelos; ellos constituyen mi alegría…”. Isaac: “No hagas caso de ese hombre, Maestro”. Jesús: “No, Isaac. Ruego porque vea la Luz. Juan, lleva a los dos niños a ver las ovejas. ■ Y tú, María, acércate más y dime: ¿Quién soy Yo?”. María: “Tú eres Jesús, Hijo de María de Nazaret, nacido en Belén. Isaac te vio y me puso el nombre de tu Mamá para que yo sea buena”. Jesús: “Tienes que ser buena como el ángel de Dios, más pura que un lirio que haya brotado en la ladera del monte, piadosa como el levita más santo, para imitarla. ¿Lo serás?”. María: “Sí, Jesús”. J. Iscariote dice: “Niña, di «Maestro» o «Señor»”. Jesús: “Judas… deja que me llame por mi Nombre. Sólo cuando pasa por los labios inocentes no pierde el sonido que tiene en los labios de mi Madre. Todos, en el correr de los siglos, pronunciarán este Nombre, unos por interés, otros por diferentes motivos, y otros para hacerle objeto de blasfemia. Sólo los inocentes, que ni calculan interés ni odian, lo pronunciarán con amor como lo hace esta pequeñita y lo hace mi Madre. También los pecadores me llamarán, sintiéndose necesitados de compasión. ¡Pero, mi Madre y los niños! ¿Por qué me llamas Jesús?” pregunta, acariciando a la  niña. María responde: “Porque te quiero mucho… como a papá, a mamá y a mis hermanitos” y se abraza a las rodillas de Jesús, con la cara levantada y llena de sonrisas. Jesús se inclina y la besa… y así termina todo. (Escrito el 12 de Enero de 1945).
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1-77-417 (2-41-457).- Jesús en Hebrón, en casa de Zacarías, acompañado de los tres discípulos y de los pastores Elías, Leví, José e Isaac.- Encuentro con la romana Aglae.
* “Éstos (los pastores) son amigos tuyos y de Dios, entonces… explícame ¿por qué fueron desgraciados?… ¿Y Ana? ¿La mataron porque te amaba?”. “Escuchadme. ¿Qué cosa es la vida?”.- “¿A qué hora llegaremos?” pregunta Jesús, que camina en el centro del grupo precedido por las ovejas, que mordisquean la hierba de las veredas. Elías responde: “A eso de las nueve. Son cerca de 10 millas”. Iscariote pregunta: “Y después… ¿vamos a Keriot?”. Jesús: “Sí. Vamos allí”. Iscariote: “¿Y no era más corto ir de Yutta a Keriot? No debe haber mucha distancia. ¿O no es así, pastor?”. Elías: “Dos millas más, poco más o menos”. Iscariote: “Así caminaremos más de veinte millas inútilmente”. Jesús dice: “Judas… ¿por qué estás tan inquieto?”. Iscariote: “No lo estoy, Maestro. Sólo que me habías prometido venir a mi casa…”. Jesús: “E iré. Siempre mantengo mis promesas”. Iscariote: “Mandé avisar a mi madre… y Tú, por otra parte, dijiste que con los muertos se está también con el espíritu”. Jesús: “Lo dije. Pero piensa bien Judas: tú, por Mí, no has sufrido todavía. Éstos hace treinta años que sufren y ni siquiera han traicionado el recuerdo mío. Ni siquiera el recuerdo. Ellos no sabían si estaba vivo o muerto… y sin embargo permanecieron fieles. Se acordaban de Mí, cuando recién nacido, Niño que no tenía otra cosa que llanto y deseo de leche… y sin embargo siempre me han reverenciado como a Dios. Por causa mía han sido golpeados, maldecidos, perseguidos: como un oprobio de la Judea, y con todo, su fe no vacilaba, con los golpes no se secaba, sino que echaba raíces más profundas y se hacía más robusta”. ■ Iscariote: “A propósito. Hace ya varios días que una pregunta me quema los labios. Éstos son amigos tuyos y de Dios ¿no es cierto? Los ángeles los bendijeron con la paz del Cielo… ¿no es así? Permanecieron justos contra todas las tentaciones. ¿No me equivoco? Entonces… explícame ¿por qué fueron desgraciados?… ¿Y Ana? ¿La mataron porque te amaba?…”. Jesús: “¿… y por tanto concluyes que mi amor y el amarme traigan desgracias?”. Iscariote: “No… pero…”. Jesús: “Pero es así. Siento verte tan cerrado a la Luz y tan preocupado de las cosas humanas. No te metas, Juan, ni tú tampoco Simón. Prefiero que él hable. No regaño jamás. Tan sólo deseo que abráis vuestros corazones para introduciros a la luz. Ven aquí, Judas. Escucha. Tú partes de un juicio, que muchos también tienen y que otros tantos tendrán. Dije juicio, debería decir error. Pero lo decís sin malicia, por ignorancia de lo que es la verdad, por eso no es error, sino juicio imperfecto, como puede tenerlo un niño. Sois niños, pero hombres. Y Yo estoy como Maestro, para formaros hombres adultos, capaces de discernir lo verdadero de lo falso, lo bueno de lo malo, lo mejor de lo bueno. Escuchad, pues. ¿Qué cosa es la vida? Es un breve tiempo en que el hombre está en la Tierra, diría Yo, en el limbo del Limbo, que el Padre Dios os concede para probar vuestra naturaleza de hijos buenos o de bastardos, para reservaros, sobre la base de vuestras obras, un futuro en el que no habrá ni pausas ni pruebas. Decidme ahora: ¿Sería justo que alguien que ya tuvo el bien extraordinario de poder servir a Dios de una manera especial, gozara también por toda la vida de un bien continuo? ¿No os parece que ya ha tenido mucho bien y que, por lo tanto, puede llamarse feliz, aunque en lo humano no lo sea?… ¿No sería injusto que aquel que tiene ya en el corazón la luz de divina manifestación y la paz de una conciencia tranquila, tuviera además honores y bienes terrenos? ¿No sería una cosa hasta imprudente?”. ■ Zelote dice: “Maestro, pienso que hasta sería profanador. ¿Por qué poner alegrías humanas en donde Tú estás?… Cuando uno te tiene —y éstos te han tenido pues son los únicos ricos en Israel porque durante treinta años te poseyeron— no debe tener otra cosa. No se ponen cosas humanas en el propiciatorio… y el vaso sagrado no sirve más que para usos sagrados. Estos han sido consagrados desde el día en que vieron tu sonrisa… ¡y nada, pero nada que no sea Tú debe entrar en el corazón que te posee! ¡Si fuese como ellos!”. Iscariote contesta irónicamente: “Sin embargo, te has dado prisa, después de haber visto al Maestro y después de ser curado, en volver a tomar posesión de tus bienes”. Zelote: “Es verdad, lo dije y lo hice, pero… ¿sabes por qué? ¿Cómo puedes juzgar si no lo sabes todo? Mi administrador tuvo órdenes escuetas. Ahora que Simón Zelote está curado —y sus enemigos no pueden hacerle daño segregándole; ni perseguirle porque ya no pertenece más que al Mesías, y no tiene ninguna secta: tiene sólo a Jesús y basta— Simón puede disponer de sus bienes que un hombre honrado, un hombre fiel le conservó. Y yo, dueño todavía durante una hora, di órdenes de reajuste para obtener más dinero por su venta y poder decir… no, esto no lo digo”. Jesús dice: “Simón, los ángeles lo dicen por ti, y lo escriben en el libro eterno”. Simón mira a Jesús. Los dos se cruzan miradas, la del uno está llena de sorpresa, la del otro de bendición. ■ Iscariote: “¡Como siempre estoy equivocado!”. Jesús: “No, Judas. Tienes sentido práctico. Tu mismo lo dices”. Juan, siempre dulce y conciliador, dice: “¡Oh, pero con Jesús!… ¡También Simón Pedro estaba apegado al sentido práctico ¡y ahora sin embargo!… También, tú, Judas, llegarás a ser como él. Poco tiempo hace que estás con el Maestro, nosotros más y nos hemos mejorado”. Iscariote: “No me ha querido con Él. Si no, hubiera sido suyo desde la Pascua”. ■ Hoy Judas está de mal humor. Jesús corta la conversación al dirigirse a Leví: “¿Has estado alguna vez en Galilea?”. Leví: “Sí, Señor”. Jesús: “Vendrás conmigo para llevarme a donde está Jonás… ¿Le conoces?”. Leví: “Sí, por Pascua nos veíamos siempre; yo iba a verle entonces”. José baja la cabeza apenado. Jesús lo nota y le dice: “Juntos no podéis venir. Elías se quedaría solo con las ovejas. Pero tú vendrás conmigo hasta el paso de Jericó, donde nos separaremos por un tiempo. Después te diré lo que debes hacer”. Iscariote: “¿Nosotros ya nada más?”. Jesús: “También vosotros, Judas, también vosotros”.
* Jesús llega a conocer el final de la familia Zacarías-Isabel. Algunos detalles de la vida oculta de Juan Bautista: Apenas hecho hijo de la Ley, se apartó a las cuevas de los montes que dan al desierto y allí creció, hablando con Dios. ■ Juan, que va unos pasos por delante, dice: “Ya se ven las casas”. Elías: “Es Hebrón, entre dos ríos, como jinete. ¿Ves, Maestro? ¿Ves aquella casa grande entre aquella hierba verde, un poco más alta que las demás? Es la casa de Zacarías”. Jesús: “Apresuremos el paso”. Recorren ligeros los últimos metros del camino y entran en el pueblo. Las pequeñas pezuñas de las ovejas parecen castañuelas al chocar contra las piedras irregulares de la calle, aquí toscamente adoquinada. La gente mira a este grupo de hombres de tan diverso aspecto, edad y vestido entre el blancor de las ovejas. Elías dice: “¡Oh! ¡Está cambiada! ¡Aquí estaba la verja de entrada! Ahora en lugar de la verja hay un portón de hierro que impide ver. Y la tapia que la circunda es más alta que un hombre, y, por tanto no se ve nada”. Jesús: “Tal vez esté abierto por detrás, vamos”. Dan vuelta a un gran cuadrilátero, mejor dicho, un amplio rectángulo, pero la pared es igual por todas partes. Juan, al observarla, dice: “Una pared construida hace poco. No tiene grietas y en el suelo hay todavía piedras con cal”. Elías, perplejo, dice: “Tampoco veo el sepulcro… Estaba hacia el bosque. Ahora el bosque está fuera del muro y… parece de todos. Están haciendo leña en él…”. ■ Un hombre, un viejecito leñador de baja estatura, pero fuerte, que mira al grupo, deja de partir un tronco caído, y viene hacia ellos. “¿Qué buscáis?”. Elías: “Queríamos entrar en la casa, para orar en el sepulcro de Zacarías”. Leñador: “Ya no existe el sepulcro. ¿No lo sabéis? ¿Quiénes sois?”. Elías: “Yo, amigo de Samuel, el pastor. Él…”. Jesús dice: “No es necesario, Elías”, y Elías calla. Leñador: “¡Ah! ¡Samuel!… ¡Ya! Solo que desde que Juan, hijo de Zacarías, está en prisión, la casa ya no es suya. Y es una desgracia, porque él distribuía todas las ganancias de sus bienes entre los pobres de Hebrón. Una mañana vino uno de la corte de Herodes, echó fuera a Joel, clausuró la casa; después volvió con algunos trabajadores y empezó a levantar el muro… En el ángulo, allí, estaba el sepulcro. No lo quiso… y una mañana lo encontramos todo destrozado, medio derruido… los pobres huesos mezclados con el polvo… Los recogimos como se pudo… Ahora están en una única urna… ■ Y en la casa del sacerdote Zacarías, aquél infame tiene a sus amantes. Ahora hay una actriz de Roma. Por eso levantó el muro. No quiere que se vea… ¡La casa del sacerdote, un prostíbulo! ¡La casa del milagro y del Precursor! Porque ciertamente es él, si es que no es él el Mesías. Y ¡cuántas dificultades hemos tenido por causa del Bautista! ¡Pero es nuestro grande! ¡Verdaderamente grande! El haber nacido ya fue un milagro. Isabel, vieja como un cardo seco, fue fértil como un manzano en Adar, primer milagro. Después vino una prima, que era una santa, a servirla y a desatar la lengua del sacerdote. Se llamaba María. Me acuerdo de Ella, aunque solo la viéramos en raras ocasiones. No sé cómo sucedió. Se dice que, para contentar a Isabel, Ella hizo que la boca muda de Zacarías tocase su vientre grávido, o que Ella le metió sus dedos en la boca. No sé muy bien. Lo cierto es que después de nueve meses de silencio, Zacarías habló, alabando al Señor y diciendo que había venido ya el Mesías. No explicó más, pero mi mujer asegura —ella estaba ese día— que Zacarías dijo, alabando al Señor, que su hijo iría delante de Él. Ahora yo digo: no es como la gente cree. Juan es el Mesías y camina ante el Señor como Abraham ante de Dios. ¿No tengo razón?”. Jesús: “Tienes razón por lo que respecta al espíritu del Bautista, que siempre camina en presencia de Dios. Pero no tienes razón, respecto al Mesías”. Leñador: “Entonces, aquella mujer, de la que se decía que era Madre del Hijo de Dios —lo dijo Samuel— ¿no era verdad que lo era? ¿No vive todavía?”.  Jesús:  “Lo era. El Mesías ha nacido, precedido por aquel que en el desierto alzó su voz, como dijo el Profeta” (1). Leñador: “Eres tú el primero que lo asegura. Juan, la última vez que Joel le llevó una piel de oveja —como lo hacía cada año al acercarse el invierno— cuando fue interrogado acerca del Mesías, no dijo: «Ya ha venido». Cuando él lo diga…”. Juan interviene: “Oye, yo he sido discípulo de Juan Bautista y le oí decir: «He aquí el Cordero de Dios», señalando…”. Leñador: “¡No! ¡No!  El Cordero es él. Verdadero cordero que por sí mismo se ha desarrollado, sin necesitar casi de madre ni padre. Apenas hecho hijo de la Ley, se apartó a las cuevas de los montes que dan al desierto y allí creció, hablando con Dios. Isabel y Zacarías murieron y él no vino. Para él, Dios era su padre y madre. No hay nadie que sea más santo que él. Preguntad a toda Hebrón. Lo decía Samuel, pero debían de tener razón los de Belén. Juan es el Santo de Dios”. Jesús pregunta: “Si alguien te dijese: «Yo soy el Mesías», ¿qué dirías tú?”. Leñador: “Le llamaría blasfemo y le echaría a pedradas”. Jesús: “¿Y si hiciese un milagro para probar que es Él?”. Leñador: “Diría que está endemoniado; el Mesías vendrá cuando Juan se revele en su verdadero ser. El mismo odio de Herodes es la mayor prueba. Él, astuto, sabe que Juan es el Mesías”. Jesús: “No nació en Belén”. Leñador: “Pero cuando le liberen, después de anunciarse por sí mismo su próxima venida, se manifestará en Belén. También Belén espera esto. Mientras… ¡Oh! Ve, si tienes valor, a hablarles a los de Belén de otro Mesías… y verás”. ■ Jesús: “¿Tenéis una sinagoga?”. Leñador: “Sí, por esta calle, derecho, como a doscientos pasos. No puedes equivocarte, cerca está la urna de los restos profanados”. Jesús: “Adiós, que el Señor te alumbre”. Se van.
* Encuentro con la prostituta romana Aglae.- ■ Dan vuelta por la parte de delante. En el portón hay una joven vestida descaradamente. Hermosísima. “¿Señor, quieres entrar en la casa?… ¡Entra!”. Jesús la mira fijamente, severo como un juez, pero no dice nada. Judas habla, en esto apoyado por todos: “¡Métete dentro desvergonzada! ¡No nos manches con tu aliento, perra hambrienta!”. La mujer sonroja y baja la cabeza. Apenada trata de desaparecer, escarnecida por gamberros y por la gente que pasa.  Jesús, severo, dice: “¿Quién es tan puro que pueda decir: «Jamás he deseado la manzana ofrecida por Eva?». Decidme dónde está éste y Yo lo saludaré con la palabra «santo». ¿Ninguno? Bueno, pues entonces, si no por desprecio, sino por debilidad, os sentís incapaces de acercaros a ésta, retiraos. No obligo a los débiles a una lucha en inferioridad de condiciones. Mujer: quiero entrar. A esta casa, que era de un pariente mío, le guardo cariño”. Mujer: “Entra, Señor, si no sientes asco de mí”. Jesús: “Deja la puerta abierta. Que el mundo vea y no murmure…”. ■ Jesús pasa serio, majestuoso. La mujer se inclina subyugada, y no se atreve a moverse. Pero las burlas de la gente la hieren muy a lo vivo. Huye corriendo hasta el fondo del jardín, mientras Jesús llega hasta los pies de la escalera: mira de refilón por las puertas entreabiertas, pero no entra. Luego se dirige al sepulcro, donde ahora hay una especie de templo pagano. Jesús: “Los huesos de los justos, aunque estén resecos y dispersos, manan bálsamo de purificación y esparcen semillas de vida eterna. ¡Paz a los muertos que vivieron en el bien! ¡Paz a los puros que duermen en el Señor! ¡Paz a los que sufrieron pero no quisieron conocer el vicio! ¡Paz a los verdaderos grandes del mundo y del Cielo! ¡Paz!”. ■ La mujer, bordeando un seto que la ocultaba, se ha acercado a Él. “¡Señor!”. “¡Mujer!”. “¿Tu nombre, Señor?”. “Jesús”. “Jamás lo había oído. Soy romana, actriz y bailarina. No soy experta en ninguna otra cosa más que en lascivias. ¿Qué significa tu Nombre? El mío es Aglae y… quiere decir vicio”. Jesús: “El mío: Salvador”. Aglae: “¿Cómo salvas?… ¿A quién?”. Jesús: “A quien tiene buena voluntad de salvación. Yo salvo enseñando a ser puros, a preferir el dolor a la pérdida de la honra, a amar el bien a toda costa”. Jesús habla sin acritud pero sin siquiera volverse a la mujer. Aglae: “Estoy perdida, muerta, soy porquería y mentira. Tú que no me miras ni me tocas ni me pisoteas, ten piedad de mí”. Jesús: “Yo soy el que busco a los perdidos, el que da Vida, Yo soy Pureza y Verdad. Ante todo ten piedad de ti, de tu alma”. Aglae: “¿Qué cosa es el alma?”. Jesús: “Lo que hace del hombre un dios y no un animal. El vicio, el pecado la mata, y muerta ya, el hombre se convierte en un animal repugnante”. Aglae: “¿Podré verte otra vez?”. Jesús: “Quien me busca me encuentra”. Aglae: “¿En dónde estás?”. Jesús: “Donde los corazones tienen necesidad de médico y de medicina para volveros honestos”. Aglae: “Entonces… no te veré más… Yo estoy donde no se quiere médico ni medicina, ni honestidad…”. Jesús: “Nada te impide que vengas a donde Yo estoy. Mi Nombre será voceado por los caminos y llegará hasta ti. Adiós”. Aglae: “Adiós, Señor. Permíteme que te llame «Jesús». ¡Oh! No por familiaridad sino… para que penetre un poco de salvación en mí. Soy Aglae. Acuérdate de mí”. Jesús: “Sí. Adiós”. La mujer queda en el fondo. Jesús sale severo. Mira a todos. Ve la perplejidad en los discípulos, la burla de los hebronitas. Un siervo cierra el portón.
* Jesús echado de la sinagoga de Hebrón.- ■ Jesús toma la calle y llega a la sinagoga y llama. Se asoma un viejo malévolo. No da tiempo a Jesús ni de que hable. “La sinagoga está prohibida a los que comercian con prostitutas; este lugar es santo. ¡Lárgate!”. Jesús se vuelve sin hablar y continúa caminando por la calle. Los suyos le siguen. Cuando están fuera de Hebrón empiezan a hablar. Iscariote dice: “Hay que decir que Tú lo has buscado, Maestro. ¡Una prostituta!”. Jesús: “Judas, en verdad te digo que ella te superará. Y, ahora que tú me lo echas en cara, ¿qué me dices de los judíos? En los lugares más santos de Judea se han burlado de nosotros y nos han echado… Pero, así es. Vendrá el tiempo que Samaria y los gentiles adorarán al Dios verdadero, y el pueblo del Señor estará manchado de sangre y de un crimen… de un delito respecto al cual el de las prostitutas que venden su carne y su alma será poca cosa. ■ No he podido orar sobre los huesos de mis primos y del justo Samuel. Pero no importa. Descansad huesos santos, alegraos ¡oh espíritus que habitáis en ellos! La primera resurrección está cercana. Después vendrá el día en que seréis mostrados a los ángeles como los espíritus de los siervos del Señor”. Jesús calla y todo termina. (Escrito el 13 de Enero de 1945).
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1  Nota  : Cfr. Mal. 3, 1: Is.  40,3.
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1-78-424 (2-42-465).- Jesús en Keriot: Judas quiere proclamarle rey.- Muerte del anciano Saúl.
*  Jesús dice a la madre de J. Iscariote: “Es tu hermana (mi Madre)… en el amor y en el destino doloroso de madre de señalados”.- Tengo la impresión de que la parte más escabrosa, o sea, la garganta más estrecha de las montañas de Judea, se encuentra entre Hebrón y Yutta. Pero podría también engañarme, y ser éste un valle más ancho y extenso que descubre horizontes más amplios, en los que emergen montes aislados que ya no forman una cordillera. Quizás es una cuenca entre dos cordilleras, no lo sé. Es la primera vez que la veo y no la conozco bien. Por los campos bien labrados, aunque no extensos, se ve la cebada, el centeno y también viñedos en las partes más soleadas. Más arriba, bosques hermosos con pinos y abetos, y otros árboles propios de la selva. Un camino… discreto, introduce en un pequeño poblado. Iscariote, tan agitado, que, en realidad, está fuera de sí, dice: “Este es el suburbio de Keriot. Te ruego que vengas a mi casa de campo. Mi madre allí te espera. Después iremos a Keriot”. No he dicho que ahora están solos Jesús, Judas, Simón y Juan. No vienen ya los pastores. Probablemente se quedaron en los pastizales de Hebrón o bien regresaron en dirección de Belén. Jesús: “Como quieras, Judas. Pero también podíamos habernos quedado aquí para conocer a tu madre”. Iscariote: “¡Oh, no! Es una casucha. Mi madre viene en tiempo de la cosecha, pero después vuelve a Keriot. ¿No quieres que te vea mi ciudad? ¿No quieres traer a ella tu luz?”. Jesús:  “Sí que quiero, Judas. Pero sabes que no me preocupa la humildad del lugar que me hospeda”. Iscariote: “Pero ahora eres mi huésped… y Judas sabe dar hospitalidad”. ■ Caminan todavía algunos metros entre las casitas desparramadas por el campo. Mujeres y hombres, avisados por los niños, se asoman. Está claro que se ha despertado la curiosidad. Judas debe de haber dado un grito de atención.  Iscariote: “He aquí mi pobre casa. Perdona su pobreza”.  Pero la casa no es ninguna chabola: es un cubo de un solo piso pero amplio y bien cuidado, en medio de un jardín frondoso y bien cultivado. Un camino propio, muy limpio, bien limpio, va desde el camino a la casa. Iscariote: “¿Me permites que vaya delante, Maestro?”. Jesús: “Ve, si quieres”. Judas va.  Zelote dice: “Maestro: Judas ha preparado las cosas a lo grande. Me lo sospechaba, pero ahora me convenzo. Tú dices, Maestro, y dices bien: espíritu… espíritu… pero él… no entiende así. Jamás te entenderá… o muy tarde” —corrige, para no disgustar a Jesús—. Jesús da un suspiro y calla. ■ Judas sale con una mujer de unos cincuenta años. Más bien alta, no tanto como el hijo, a quien dio sus ojos negros y su abundante cabello. Pero los ojos de ella son suaves, más bien tristes, mientras que los de Judas son imperiosos y astutos. Ella, postrándose con un verdadero saludo de súbdita, dice: “Te saludo Rey de Israel. Haz el favor de que tu sierva te dé hospitalidad”. Jesús: “La paz sea contigo, mujer. Y Dios sea contigo y con tu hijo”. Madre de Judas: “¡Oh, sí! ¡Con mi hijo!” es más bien un suspiro que una respuesta. Jesús: “Levántate, madre. Tengo también Yo Madre y no puedo permitir que me beses los pies. En nombre de mi Madre te beso, mujer. Es tu hermana… en el amor y en el destino doloroso de madre de señalados”. Iscariote, un poco inquieto, pregunta: “¿Qué quieres decir, Mesías?”. Pero Jesús no responde. Está abrazando a la mujer a la que ha levantado cariñosamente del suelo y a quien besa en las mejillas. Y luego tomándola de la mano, va hacia la casa. Entran en una habitación fresca mantenida en sombra por ligeras cortinas de rayas. Ya han preparado bebidas frías y fruta fresca. Pero antes la madre de Judas llama a una sierva para que traiga agua y toallas; ella, por su parte, quisiera quitar las sandalias a Jesús para lavarle los pies llenos de polvo, pero Jesús se opone: “No, Madre, la madre es una criatura demasiado santa, sobre todo cuando es honesta y buena como tú eres, para permitir que se ponga en actitud de esclava”. La madre mira a Judas… con una mirada extraña, y luego se va. Jesús ya se ha refrescado.
* “Judas, ¿qué has hecho? ¿Tan poco me has entendido hasta ahora? ¿Por qué me has rebajado hasta el punto de hacerme tan solo un poderoso de la tierra…? Te hablé muy francamente desde la primera vez… Vete. Es mejor para ti. No eres un obrero apto para esta obra… ¿Sabes dónde seré rey? ¿Cuándo seré proclamado rey? Cuando sea levantado en un madero infame… ¿Y sabes por obra de quién todo esto? Por obra de uno que no habrá entendido nada”.- ■ Cuando está a punto de ponerse las sandalias, la mujer regresa con un par nuevo. “Mira, éstas, Mesías nuestro. Creo que lo he hecho bien… como quería Judas… Él me dijo: «Un poco más largas que las mías e igual de anchas»”. Jesús: “Pero ¿por qué, Judas?”. Iscariote: “¿No quieres permitirme que te haga un regalo? ¿No eres mi Rey y mi Dios?”. Jesús: “Sí, Judas, pero no debías haber dado tanta molestia a tu madre. Tú sabes cómo soy Yo…”. Iscariote: “Lo sé. Eres Santo. Pero debes aparecer como Rey Santo. Así es como se debe ser. En el mundo en que, nueve de cada diez, está compuesto de tontos, hay que imponerse con la presencia; yo entiendo de eso”. Jesús se ha amarrado las sandalias nuevas de piel roja, de correas perforadas que van desde el empeine hasta las pantorrillas. Mucho más hermosas que sus sencillas sandalias de obrero, y semejantes a las de Judas, que son como mocasines que dejan ver solo pequeñas partes del pie. Madre de Judas: “También el vestido, Rey mío. Lo tenía preparado para mi Judas… pero… él te lo regala. Es de lino fresco y nuevo. Permite que una madre te vista… como si fuese su hijo”. Jesús vuelve a mirar a Judas… pero no se opone. Se suelta en el cuello la cinta y cae la amplia túnica, quedando con la túnica interior. La mujer le pone el vestido nuevo y le ofrece un cinturón (una faja profusamente bordada), de la que cuelga un cordón terminado en muchísimos hilos. Sin duda Jesús se sentirá bien, con esos vestidos frescos y sin polvo; sin embargo, no parece que esté muy contento. Entre tanto los otros se han aseado.  ■ Iscariote: “Ven, Maestro. Son de mi pobre huerta, y este es el jugo de manzanas cocidas que mi madre prepara. Tú, Simón, tal vez prefieras este vino blanco. Toma. Es de mi viñedo. Y ¿tú, Juan?… ¿como el Maestro?”. Judas está feliz en poder usar los hermosos vasos de plata y en poder mostrar que es alguien que puede. La madre habla poco. Mira… mira a su Judas… pero mucho más a Jesús, y cuando Jesús, antes de comer, le ofrece la fruta más hermosa y le dice: “Primero es la madre” una lágrima como perla asoma a sus ojos. Iscariote pregunta: “¿Mamá, todo lo demás está hecho?”. Madre de Judas: “Sí, hijo mío. Creo que todo lo he hecho bien. Yo he vivido siempre aquí y no sé… no sé las costumbres de los reyes”. Jesús: “¿Qué costumbres, mujer? ¿Qué reyes? Pero… ¿qué has hecho, Judas?”. Iscariote: “¿Pero no eres Tú el Rey prometido a Israel? Es hora de que el mundo te salude como a tal, y ello debe suceder por vez primera aquí, en mi ciudad, en mi casa. Ya te venero como a tal. Por el amor hacia mí y respeto a tu nombre de Mesías, de Rey, que los Profetas, por orden de Yavé, te han dado, no me desmientas”. ■ Jesús: “Mujer, amigos, un momento. Debo hablar con Judas. Debo darle órdenes precisas”. La madre y discípulos se retiran. Jesús: “Judas ¿qué has hecho? ¿Tan poco me has entendido hasta ahora? ¿Por qué me has rebajado hasta el punto de hacerme tan sólo un poderoso de la tierra, o peor aún, uno que se esfuerza por ser poderoso? ¿No entiendes que es una ofensa a mi misión y hasta un obstáculo? Sí. No lo niegues. Un obstáculo. Israel está sujeto a Roma. Tú sabes lo que ha sucedido cuando ha querido levantarse contra Roma alguien en actitud de caudillo del pueblo levantando sospechas de fomentar una guerra de liberación. Has oído, justamente en estos días, cómo se ensañaron con un Niño porque se le supuso rey según el mundo. Y ¡tú… y tú! ¡Oh Judas! ¿Pero qué esperas de un poder mío humano? ¿Qué esperas? Te he dado tiempo para que pensases y decidieses. Te hablé muy francamente desde la primera vez. Te he rechazado porque sabía… porque sé, sí, porque sé, porque leo, porque veo lo que hay en ti. ¿Por qué quieres seguirme, si no quieres ser como Yo quiero? Vete, Judas. No te hagas daño y no me lo hagas… Vete. Es mejor para ti. No eres un obrero apto para esta obra… es muy superior a ti. En ti hay soberbia, concupiscencia con sus tres ramas, autosuficiencia… tu madre misma, debe de tener miedo de ti… tienes inclinación a la mentira… ¡No! Así no debe ser el que me siga. Judas, Yo no te odio, Yo no te maldigo, tan sólo te digo —con el dolor del que ve que no puede cambiar al que ama—, te digo solo: vete por tu camino, ábrete camino en el mundo que es el lugar que quieres, pero no te quedes conmigo. ¡Mi camino…! ¡Mi palacio! ¡Oh, qué pequeñez hay en ellos! ■ ¿Sabes dónde seré Rey? ¿Sabes cuándo seré proclamado Rey?… Cuando sea levantado en un madero infame y por púrpura tenga mi Sangre, por corona un tejido de espinas, por enseña un cartel burlón, por trompetas y tambores y organillos y cítaras saludando al proclamado Rey las blasfemias de todo un pueblo, de mi pueblo. ¿Y sabes por obra de quién todo esto? De uno que no habrá entendido, que no habrá entendido nada. Corazón de bronce forjado en quien la soberbia, el sentido y la avaricia habrán destilado sus humores, y estos habrán producido como flor un montón de serpientes que se unirán como una cadena contra Mí… y como maldición en contra de él. Judas, los demás no conocen así, claramente mi suerte… y te ruego no la digas, esto quede entre tú y Yo. Por otra parte… es un regaño… y tú callarás por no decir «me regañaron». ¿Has entendido, Judas?”. ■ Judas está violáceo de tan colorado que se ha puesto. Está en pié ante Jesús. Está avergonzado, con cabeza baja… se echa de rodillas y llora con la cabeza pegada a las rodillas de Jesús. “Maestro, te amo. No me rechaces… Sí, soy soberbio, soy un necio, pero no me apartes de Ti. No, Maestro. Será la última vez que falto. Tienes razón. No he reflexionado. Pero también en este error hay amor. Quería proporcionarte mucho honor… y que los demás te lo diesen porque te amo. Hace tres días dijiste: «Cuando os equivocáis sin malicia, por ignorancia, no es error, sino juicio imperfecto de niños y Yo estoy aquí para haceros adultos». Mira, Maestro, estoy a tus rodillas… me dijiste que serás para mí un padre… y te pido perdón, te pido que me hagas un «adulto» y un adulto santo… No me despidas, Jesús, Jesús, Jesús… No todo es maldad en mí. ¿Lo ves?… Por Ti he dejado todo y he venido.  Tú vales más que los honores y victorias que obtenía yo cuando servía a otros. Tú, en realidad, Tú eres el amor del pobre e infeliz Judas que querría darte tan sólo alegrías y que en cambio te da dolores”. Jesús: “Basta, Judas. Una vez más te perdono…”. Jesús parece cansado… “Te perdono esperando… esperando que en el futuro me comprendas”. Iscariote: “Sí, Maestro, sí. Pero ahora… no quieras en modo alguno desmentirme, lo que haría de mí objeto de burla. Todo Keriot sabe que he venido con el descendiente de David, el Rey de Israel… y se ha preparado para recibirte esta ciudad mía… Creía que actuaba correctamente… creía que así mostraba cómo hay que hacer para ser temidos y obedecidos… y también a Juan y a Simón Zelote, y a través de ellos a los otros que te aman pero que te tratan como a un igual… Incluso mi madre será objeto de burla por ser madre de un hijo mentiroso y loco. Por ella, Señor mío… y te juro que yo…”. Jesús: “No jures por Mí. Jura por ti mismo si puedes, para no pecar más en este sentido. Por tu madre y por los ciudadanos no me marcharé. Levántate”. Iscariote: “¿Qué dirás a los otros?”. Jesús: “La verdad…”. Iscariote: “¡No, no!”. Jesús: “La verdad: que te he dado órdenes para hoy. Hay siempre una manera de decir la verdad con caridad. Vamos. Llama a tu madre y a los otros”. Jesús se muestra más bien severo. ■ Y no vuelve a sonreír sino cuando Judas regresa con su madre y los discípulos. La mujer escudriña a Jesús. Pero le ve complaciente y se tranquiliza. Esta mujer me parece a mí un alma en pena.  Jesús: “¿Vamos a ir a Keriot? He descansado y te agradezco, madre, tu gentileza. El Cielo te recompense y conceda, por la caridad que usas conmigo, reposo y alegría a tu esposo por quien lloras”. La mujer trata de besarle la mano, pero Jesús se la pone sobre la cabeza, acariciándosela y no permite que se la bese.
 Jesús, en la sinagoga de Keriot, habla como el Verbo de Dios. Ha venido a soldar la paternidad cortada con los hijos del hombre y a construir la morada de Dios en los corazones. Pero si el hombre no ayuda al Señor, en vano el Señor querrá construir su casa. El camino para llegar al Reino prometido son los Mandamientos…-Iscariote: “La carreta está preparada, Maestro, ven”. En estos momentos está llegando una carreta tirada de bueyes, una cómoda carreta, sobre la que hay almohadones de asientos y un pabellón de tela roja. Iscariote: “Sube, Maestro”. Jesús: “La madre, primero”. Sube la mujer, luego Jesús y los demás. Iscariote: “Aquí, Maestro” (Judas ya no le llama rey). Jesús se sienta delante, a su lado Judas, detrás la mujer y los discípulos. El conductor va a pie y aguijonea a los bueyes para que caminen. El trayecto es corto, unos cuatrocientos metros poco más o menos,  luego aparecen las primeras casas de Keriot, que me parece que es una ciudad modesta. Un niño mira en la calle llena de sol, mira y sale disparado. Cuando la carreta llega a las primeras casas, personalidades y gente del pueblo están esperando para recibirle con banderitas y ramas, y banderas y ramas por las calles y de casa en casa. Gritan de júbilo y profundas reverencias. Jesús —ya no puede evitarlo—, desde lo alto, desde su bamboleante trono, saluda y bendice. La carreta sigue adelante, atraviesa una plaza y luego gira por una calle, y llega a la altura de una casa cuyo portón está abierto de par en par; en él hay dos o tres mujeres. Se detiene la carreta, bajan. Iscariote dice: “Mi casa es tu casa, Maestro”. Jesús: “Paz en ella, Judas. Paz y santidad”. Entran. Pasado el vestíbulo hay una sala ancha con sofás bajos y muebles con incrustaciones. Las personalidades del lugar entran con Jesús y los demás. Reverencias, curiosidad, gran pompa. ■ Un anciano de aspecto grave pronuncia un discurso: “Es una gran fortuna para la tierra de Keriot el tenerte, ¡oh Señor! ¡Gran dicha! ¡Día feliz! Fortuna por tenerte y fortuna porque vemos que un hijo suyo es tu amigo y te ayuda. Bendito él que antes que cualquier otro te conoció. Y Tú bendito diez veces, cien veces por haberte manifestado. Tú a quien las generaciones han esperado. Habla, Señor y Rey. Nuestros corazones esperan tu palabra como la tierra sedienta por los fuertes calores del estío en espera de las primeras y acariciadoras lluvias de septiembre”. Jesús: “Gracias, quienquiera que tú seas. Gracias. Y gracias a estos ciudadanos que han inclinado sus corazones ante el Verbo del Padre. Porque tened en cuenta que no al Hijo del hombre que os habla, sino al Señor Altísimo van dirigidas las gracias y honor, por este tiempo de paz en que Él vuelve a soldar la paternidad cortada con los hijos del hombre. Alabemos al Señor verdadero: el Dios de Abraham que ha tenido piedad por su pueblo, lo ha amado y concedido el Redentor prometido. Gloria y alabanza no a Jesús, siervo de la Voluntad eterna, sino a esta Voluntad amorosa”. Anciano: “Hablas como santo… Yo soy el sinagogo: Hoy no es sábado. Pero ven a mi casa a explicar la Ley, Tú, sobre quien más que el aceite real, está la unción de la Sabiduría”. Jesús: “Iré”. Iscariote: “Mi Señor tal vez está cansado…”. Jesús: “No Judas. Jamás me canso de hablar de Dios, y nunca tengo deseos de quitar las esperanzas de los corazones”. El sinagogo insiste: “Entonces, ven. Todo Keriot estará afuera esperándote”. Jesús: “Vamos”. Salen. Jesús entre Judas y el arquisinagogo; en torno a ellos las personalidades, y gente y más gente. Jesús pasa y bendice. ■ La sinagoga está en la plaza. Entran. Jesús se dirige al lugar donde se enseña. Empieza a hablar. Su vestidura es muy blanca, su rostro inspirado, los brazos extendidos según su costumbre. “Pueblo de Keriot: El Verbo de Dios habla. Escuchad. Quien os habla no es sino la Palabra de Dios. Su soberanía le viene del Padre y regresará al Padre después que hubiere evangelizado a Israel. Que se abran los corazones y las inteligencias a la verdad, para que el error no quede estancado, para que no nazca la confusión. Isaías dijo (1): «Toda rapiña que se hace con violencia y con vestiduras manchadas de sangre, las consumirá el fuego. He aquí que ha nacido un Niño, se nos ha dado un Hijo. Tiene sobre sus hombros el Principado. He aquí su nombre: Admirable, Consejero, Dios, Fuerte, Padre del Siglo Futuro, Príncipe de la Paz». Este es mi Nombre. Dejemos a los Césares y a los Tetrarcas su botín. Yo tendré el mío, pero no un botín que merezca el castigo de fuego. No solo esto sino que le arrebataré al fuego de Satanás gran número de presas para llevarlas al Reino de Paz, del que soy Príncipe, y al siglo futuro: el tiempo eterno del cual soy Padre. ■ «Dios» —dice también David (2), de cuya estirpe desciendo, como habían predicho quienes vieron porque eran santos, gratos a Dios, elegidos por Dios para hablar— «ha elegido a uno solo… a mi hijo… pero la obra es grandiosa, porque se trata no de preparar la casa de un hombre, sino la de Dios». Así es. Dios, el Rey de los reyes, ha elegido a uno sólo, a su Hijo, para construir, en los corazones, su casa. Ha preparado ya el material. ¡Oh, cuánto oro de caridad, y bronce, y plata, y hierro, y maderas raras y piedras preciosas! Todas están acumuladas en su Verbo y Él las usa para construir en vosotros la morada de Dios. Pero si el hombre no ayuda al Señor, en vano el Señor querrá construir su casa. Al oro se responde con el oro, a la plata con la plata, el bronce con el bronce, al hierro con el hierro. O sea, por el amor debe darse amor, continencia para servir a la pureza, constancia para ser fieles, fuerza para no desistir. Y luego, llevar hoy la piedra, mañana la madera: hoy el sacrificio, mañana la obra y  construir, construir siempre el templo de Dios en vosotros. ■ El Maestro, el Mesías, el Rey de Israel eterno, del pueblo eterno de Dios, os está llamando. Pero quiere que estéis limpios para la obra. Abajo la soberbia, a Dios sea la alabanza. Abajo los pensamientos humanos: de Dios es el Reino, ¡oh humildes!, decid conmigo: «Todas las cosas son tuyas, Padre, todo cuanto es bueno es tuyo. Enséñanos a conocerte y a servirte en verdad». Decid: «¿Quién soy yo?», y convenceos de que sólo seréis alguna cosa cuando lleguéis a ser mansiones purificadas en donde Dios pueda bajar y reposar. Todos vosotros, peregrinos y extranjeros en esta tierra, tratad de juntaros y de ir al Reino prometido. El camino son los Mandamientos que se cumplen no por temor al castigo sino por amor a Ti, Padre Santo. El Arca: un corazón perfecto en donde está el maná que nutre de sabiduría y en donde florece la vara de una voluntad pura. Y para que la casa esté iluminada, venid al que es la Luz del mundo. Os la he traído. Os he traído la Luz. No otra cosa. No poseo riquezas y no prometo honores que sean de la Tierra. Poseo todas las riquezas sobrenaturales de mi Padre y prometo a los que siguen a Dios con amor y caridad, la honra eterna del Cielo. La paz sea con vosotros”.
* Mesías y rey no son la misma cosa.- ■ La gente, que ha estado escuchando atenta,  murmura un poco inquieta. Jesús habla con el sinagogo. Se unen al grupo otras personas, probablemente son las personalidades. El sinagogo pregunta: “Maestro… ¿pero no eres el Rey de Israel?  Nos habían dicho…”. Jesús: “Lo soy”. Sinagogo: “Pero Tú has dicho…”. Jesús: “Que no poseo y que no prometo riquezas del mundo. No puedo decir más que la verdad. Y así es. Conozco vuestro pensamiento. Pero el error proviene de una mala interpretación y de un sumo respeto al Altísimo. Se os dijo: «Viene el Mesías» y pensasteis, como muchos de Israel que Mesías y rey fuesen una misma cosa. Levantad más en alto el espíritu. Contemplad este hermoso cielo de verano. ¿Pensáis que termina allí su límite, allí donde el aire parece una bóveda de zafiro? No. Más allá hay capas más puras, de un azul más nítido, hasta aquel inimaginable paraíso a donde el Mesías conducirá a los justos muertos en el Señor. ■ La misma diferencia existe entre la realeza mesiánica que el hombre imagina y la verdadera que es todo divina”. Sinagogo: “¿Pero podremos nosotros, pobres hombres, levantar el espíritu a donde Tú dices?”. Jesús: “Basta que lo queráis, y, si lo queréis, al punto os ayudaré”. Sinagogo: “¿Cómo te debemos llamar si no eres rey?”. Jesús: “Maestro, Jesús, como queráis. Maestro soy y soy Jesús, el Salvador”.
* El anciano Saúl, que vio un día al Niño con su Madre, ve ahora al verdadero Rey.- ■ Un anciano dice: “Oye, Señor: hubo ocasión, hace mucho tiempo, allá por el Edicto, que llegó la noticia que había nacido en Belén el Salvador… yo fui con otros… vi a un pequeñín, igual que los demás. Pero le adoré con fe. Después supe que había un hombre santo, que se llamaba Juan. ¿Cuál es el Mesías verdadero?”. Jesús: “Aquel a quien tú adoraste. El otro es su Precursor. Un gran santo a los ojos del Altísimo, pero no es el Mesías”. Anciano: “¿Eras Tú?”. Jesús: “Era Yo. Y ¿qué viste alrededor de Mí recién nacido?”. Anciano: “Pobreza y limpieza, honradez y pureza… un carpintero gentil y serio que se llamaba José; carpintero pero de la estirpe de David. Una joven mujer rubia y gentil, de nombre María, ante cuya belleza las rosas más hermosas de Engaddi palidecen y los lirios de los palacios reales son feos… y un Niño con ojos grandes de cielo, de cabellos de hilo de oro pálido. No vi otra cosa… y todavía creo oír la voz de la Madre que me decía: «Por mi Hijo yo te digo: el Señor esté contigo hasta el eterno encuentro y su Gracia te salga al paso en tu camino». Tengo ochenta y cuatro años… el camino se está acabando. Ya no esperaba encontrar la Gracia de Dios… Pero te he encontrado… y ahora no deseo ver otra luz que no sea la tuya… Sí. Te veo, cual eres, bajo esos vestidos de piedad que son la carne que has tomado. ■ ¡Te veo! Escuchad la voz del que al morir ve la Luz de Dios”. La gente se arremolina alrededor del anciano inspirado que está en el grupo de Jesús y que sin sostenerse en su bastón, levanta los brazos trémulos, la cabeza blanca, la barba larga y partida en dos, una verdadera cabeza de patriarca o de profeta: “Yo veo a Éste, el Elegido, el Supremo, el Perfecto, que habiendo bajado por amor, vuelve a subir a la diestra del Padre. A volver a ser Uno con Él. Pero, ¡ved!, no Voz y Esencia incorpórea como Moisés vio al Altísimo y como el Génesis dice le conocieran los Primeros Padres y con Él hablasen en el viento de la tarde. Le veo subir como un verdadero Hombre hacia el Eterno, Cuerpo que brilla. Cuerpo glorioso. ¡Oh pompa de Cuerpo divino! ¡Oh belleza del Hombre-Dios! Es el Rey. ¡Sí! ¡Es el Rey! No de Israel, sino del mundo. Ante Él se inclinan todas las realezas de la tierra y todos los cetros y coronas palidecen, ante el fulgor de su cetro y de sus joyas. Una corona, una corona tiene en su frente. Un cetro, un cetro tiene su mano. Sobre el pecho tiene un escudo: hay en él perlas y rubíes de un esplendor jamás visto. Llamas salen como de un altísimo horno. En sus muñecas hay dos rubíes y lleva un lazo de rubíes en sus santos pies. Luz, luz de rubíes. Mirad, ¡oh pueblos! al Rey Eterno. ¡Te veo! ¡Te veo! Subo contigo… ¡Ah! ¡Señor! ¡Redentor nuestro!… La luz aumenta en los ojos de mi alma… ¡el Rey adornado con su Sangre! ¡La corona… es una corona de espinas que sangran, el cetro, una cruz… ¡He ahí al Hombre! ¡Helo! ¡Eres Tú!… Señor, por tu inmolación ten piedad de tu siervo. ¡Jesús a tu piedad confío mi espíritu!”. ■ El anciano, hasta ese momento derecho, que se había vuelto joven en el fuego de su profecía, se dobla de improviso, y caería al suelo si Jesús, atento, no le hubiera sujetado contra su pecho. La gente exclama: “¡Saúl!”. “Está muriendo Saúl”. “¡Auxilio!”. “Corred”. Jesús, que lentamente se ha arrodillado para poder sostener mejor al anciano, que pesa cada vez más, dice: “Paz en torno al justo que muere”. Hay silencio. Jesús le coloca en el suelo y se levanta: “Paz a su espíritu. Ha muerto viendo la Luz. Y en la espera, que será breve, verá el rostro de Dios y será feliz. No existe la muerte para aquellos que mueren en el Señor”. La gente, pasados algunos minutos, se aleja comentando lo sucedido. ■ Quedan los ancianos, Jesús, los suyos y el sinagogo. Sinagogo: “¿Ha profetizado, Señor?”. Jesús: “Sus ojos han visto la Verdad. Vámonos”. Salen. Sinagogo: “Maestro, Saúl ha muerto revestido con el Espíritu de Dios. ¿Quienes le hemos tocado, estamos limpios o inmundos?”. Jesús: “Inmundos”. Sinagogo: “¿Y Tú?”. Jesús: “Yo como los otros. No cambio la Ley. La Ley es ley y el israelita la observa. Estamos inmundos. Dentro del tercero y séptimo día nos purificaremos. Hasta entonces estamos inmundos. Judas, no regreso a la casa de tu madre. No llevaré inmundicia a su casa. Comunícaselo por medio de alguien que pueda hacerlo. Paz a esta ciudad. Vámonos”.  No veo otra cosa más. (Escrito el 14 de Enero de 1945).
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1  Nota  : Cfr.  Is. 9,4-5.   2  Nota  : Cfr. 1 Para. 29,1.
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2-79-2 (2-43-477).- De nuevo con los pastores.- Jesús explica a J. Iscariote la muerte del viejo Saúl.- Aglae dona sus joyas. Parábola sobre su conversión.
* Judas no puede comprender que la muerte de Saúl fue una Gracia.-Jesús va caminando entre sus discípulos por un camino que sigue el curso del río. Bueno, digo sigue el curso del torrente por decirlo de alguna forma. En realidad, el torrente está abajo; mientras que el camino (un camino serpenteado, como es fácil encontrar en algunos lugares montañosos) va arriba, cortando la pendiente. Juan está completamente colorado, cargado con una alforja grande bien llena. Judas, por su parte, lleva la de Jesús y la suya. Simón lleva solo la suya y los mantos. Jesús viste de nuevo sus vestidos y sandalias. La madre de Judas debe haber encargado que se lo lavaran porque no tienen arrugas. “¡Cuánta fruta! ¡Qué hermosos los viñedos de aquellas colinas!” dice Juan que no pierde su buen humor pese al calor y al cansancio. Y añade: “¿Maestro, es este el río en cuyas riberas nuestros padres cogieron los racimos milagrosos?”. Jesús: “No. Es el otro que está más hacia el sur. Pero toda la región es muy rica en frutas sabrosas”. Juan: “Ahora ya no es tan fértil, aunque sigue siendo bella”. Jesús: “Demasiadas guerras han devastado el suelo. Aquí se formó Israel… pero, para formarse, tuvo que fecundarse con su sangre y con la de los enemigos”. Juan: “¿En dónde encontraremos a los pastores?”. Jesús: “A cinco millas de Hebrón, en las orillas del río que decías”. Juan: “Entonces, ¿más allá de aquellas colinas?”. Jesús: “Sí”. ■ Juan: “Hace mucho calor… Maestro, después, ¿a dónde vamos?”. Jesús: “A un lugar mucho más caliente. Pero os ruego vengáis. Caminaremos de noche. Las estrellas son tan claras que no hay oscuridad. Os quiero mostrar un lugar”. Juan: “¿Una ciudad?”. Jesús: “No… Un lugar… que os hará comprender al Maestro… mejor tal vez que sus palabras”. ■ Iscariote: “Perdimos varios días con ese estúpido contratiempo. Destruyó todo… y mi madre que había hecho tantas cosas, ha quedado desilusionada. No sé por qué has querido retirarte hasta la purificación”. Jesús: “Judas, ¿por qué llamas estúpido a un suceso que ha significado gracia para un verdadero fiel? ¿No desearías para ti una muerte semejante? Había esperado toda su vida al Mesías. Había ido, siendo ya anciano, por caminos incómodos a adorarle cuando le dijeron: «Ha venido»; había conservado en su corazón durante treinta años la palabra de mi Madre. El amor y la fe le han cubierto con su fuego en la última hora que Dios le reservaba. El corazón se le partió de alegría, se le incendió en el fuego de Dios como holocausto agradable. ¡Qué suerte mejor que ésta! ¿Aguó la fiesta que habías preparado?… Ve en esto una respuesta de Dios. Que no se vaya a mezclar lo que es del hombre con lo que es de Dios… Tu madre otra vez me verá. Aquel anciano no más. Todo Keriot puede venir al Mesías, el anciano no tenía fuerza ya para hacerlo. He sido feliz en haber estrechado con el corazón al anciano padre que moría y de haber encomendado su espíritu. Y por lo demás… ¿Por qué dar escándalo mostrando desprecio a la Ley? Para decir «seguidme», hace falta recorrer uno mismo el camino ¿Cómo habría podido Yo, o cómo podré decir «sed fieles», si Yo fuera infiel?”. ■ Zelote observa: “Creo que este error es la causa de nuestra decadencia. Los rabíes y los fariseos aplastan al pueblo con sus preceptos y después… después hacen como aquel que ha profanado la casa de Juan en Hebrón transformándola en un lugar de vicio”. Iscariote:  “Es uno de Herodes”. Zelote: “Sí, Judas. Pero las mismas culpas hay también en las castas que se llaman a sí mismas santas. ¿Qué opinas Tú de esto, Maestro?”. Jesús: “Afirmo que solo en el caso de que haya un poco de verdadera levadura y de verdadero incienso en Israel, se hará el pan y se perfumará el altar”. Zelote: “¿Qué quieres decir?”. Jesús: “Quiero decir que si hay alguien, que con recto corazón venga a la Verdad, la Verdad se esparcirá como fermento en la masa de harina y como incienso en todo Israel”. Iscariote pregunta: “¿Qué te dijo aquella mujer?” (1). Jesús no responde. Se vuelve a Juan: “Pesa mucho y te cansas, dámela”. Juan: “No, Jesús, estoy acostumbrado a las cargas, y, además… me lo aligera el pensamiento de la alegría que le dará a Isaac”.
* La ciudad de Yutta, sin ningún otro preparativo que el de su bondad sencilla y el de la verdad en las palabras de Isaac, ha logrado entender la esencia de la doctrina de Jesús.- ■ Han dado vuelta a la colina y a la sombra del bosque, a la otra parte, están las ovejas de Elías. Los pastores sentados a la sombra, las cuidan. Ven a Jesús y corren. “La paz sea con vosotros. ¿Qué hacíais?”. Isaac: “Estábamos preocupados por Ti… y por el retardo… dudando si ir a encontrarte u obedecer… decidimos venir hasta aquí… para obedecerte y al mismo tiempo obedecer a nuestro amor. Pero deberías haber llegado aquí hace muchos días”. Jesús: “Hemos tenido que detenernos”. Isaac: “Pero… ¿nada malo?”. Jesús: “No, nada, amigo. Solo la muerte de un fiel sobre mi pecho”. Iscariote: “¿Qué querías que sucediese, pastor? Cuando las cosas están bien preparadas… Claro que es menester saber prepararlas y preparar los corazones para recibirlas. Mi ciudad tributó al Mesías honores. ¿No es verdad, Maestro?”. Jesús: “Es verdad. ■ Isaac, al regreso hemos pasado por la casa de Sara. También la ciudad de Yutta, sin ningún otro preparativo que el de su bondad sencilla y el de la verdad en las palabras tuyas, logró entender la esencia de mi doctrina y amar con un amor práctico, desinteresado y santo. Isaac, te envían vestidos y alimentos, y todos han querido echar alguna cosa más a los óbolos que quedaron en tu habitación, ya que ahora regresas al mundo y te encuentras sin nada. Tómalo. No tengo dinero, pero esto lo he traído porque está purificado con la caridad”. Isaac: “No, Maestro, tenlo Tú… Yo… estoy acostumbrado a no tener nada”. Jesús: “Ahora tendrás que ir por los pueblos a los que te voy a enviar y te hará falta. El obrero tiene derecho a su recompensa, y también el obrero de almas… porque hay que alimentar el cuerpo, como si fuese el borriquillo, que ayuda a su dueño. No es mucho, pero sabrás emplearlo. Juan, en aquella alforja hay vestido y sandalias. Joaquín ha cogido de lo suyo; será un poco grande… ¡pero hay mucho amor en ese regalo!”. Isaac toma la alforja y va a vestirse detrás de un matorral. Todavía estaba descalzo y llevaba su extravagante toga hecha con una manta.
* Parábola de la levadura y la harina aplicada a la regeneración de Aglae.- ■ El pastor Elías dice: “Maestro, esa mujer… esa que está en la casa de Juan… cuando habían pasado tres días de tu partida, y estando nuestro ganado apacentando en Hebrón —que son de todos y no nos podían echar fuera— nos mandó a una criada con esta bolsa y a decirnos que nos quería hablar… No sé si hice bien… pero la primera vez devolví la bolsa y dije: «No tengo nada que escuchar»… Después la sirvienta me volvió a decir: «Ven en nombre de Jesús» y fui… esperando que no estuviese su… digamos el hombre que la tiene… ¡Cuántas cosas quería… aún más, quería saber! Pero yo… hablé poco por prudencia. Es una prostituta. Tenía miedo de que fuese una trampa contra Ti. Me preguntó que quién eres, dónde vives, qué haces, si eres grande… le dije: «Es Jesús de Nazaret, está por todas partes porque es un Maestro y va enseñando por Palestina». Le dije que eres un hombre pobre, sencillo, un obrero a quien ha hecho sabio la Sabiduría… No dije más”. Dice Jesús: “Hiciste bien”. Pero simultáneamente Judas Iscariote exclama: “¡Has hecho mal! ¿Por qué no le dijiste que Él es el Mesías, que es el Rey del Mundo? ¡Aplastar la soberbia romana bajo el fulgor de Dios!”. Elías: “No me hubiera entendido… Y además ¿estaba seguro de si era sincera? Tú mismo dijiste lo que era ella cuando la viste. ¿Podía ofrecer las cosas santas —y todo lo que es Jesús es santo—, a su boca? ¿Podía poner en peligro a Jesús dándole muchos informes? Que el mal le venga de cualquier otro punto, pero no de mí”. ■ Iscariote: “Vamos, Juan, a decirle quién es el Maestro, a explicar la verdad santa”. Juan: “Yo no. A no ser que Jesús me lo ordene”. Iscariote: “¿Tienes miedo?… ¿Qué quieres que te haga?… ¿Te  causa asco?… El Maestro no lo tuvo”. Juan: “No es miedo ni asco. Tengo compasión de ella, pero me imagino que, si Jesús hubiera querido, se hubiera detenido a instruirla. No lo hizo… no es necesario que lo hagamos nosotros”. Iscariote: “Entonces no había señales de conversión…  Ahora… ■ A ver, Elías, la bolsa”. Y Judas echa en su manto, pues se ha sentado sobre la hierba, lo que hay en ella: anillos, brazaletes, collares salen de la bolsa; oro pálido cae sobre el pálido color del vestido de Judas, que exclama: “¡Joyas todas!… ¿Qué hacemos de ellas?”. Zelote dice: “Se pueden vender”. Objeta Iscariote: “Son siempre pejigueras”. Judas muestra, no obstante, admiración por las joyas. Elías: “Le dije también, cuando las recibía: «Tu dueño te pegará». Y me respondió: «No son suyas, son mías y hago de ellas lo que se me antoje. Sé que es oro de pecado… pero se hará bueno si se emplea con quien es pobre y santo. Para que se acuerde de mí»,  y se echó a llorar”. Iscariote: “Ve, Tú Maestro, si no manda a Simón”. Jesús: “¡No!”. Iscariote: “Entonces voy yo”. Jesús: “¡No!”. Los «no» de Jesús son cortantes e imperiosos. Pregunta Elías que ve que Jesús está enojado: “¿He hecho mal, Maestro, en haber hablado con ella y en haber tomado el oro?”. Jesús: “No hiciste mal, pero no hay nada que hacer”. Iscariote objeta una vez más: “Pero tal vez la mujer quiere redimirse y tiene necesidad de ser instruida…”. Jesús: “Hay en ella ya muchas chispas capaces de provocar el incendio en que puede quemarse su vicio para quedar su alma virginizada de nuevo por el arrepentimiento. Hace poco os hablé de la levadura que, esparciéndose entre la harina, convierte a ésta en santo pan. ■ Oíd una breve parábola. Esa mujer es harina, una harina en la cual el Maligno ha mezclado sus polvos de infierno; Yo soy la levadura, o sea, mi palabra es la levadura. Pero, ¿puede hacerse el pan, aún en el caso de que la levadura sea buena, si en la harina hay mucho salvado, o si mezclado hay piedras y arena y ceniza? ¡No puede hacerse! Es necesario quitar con paciencia las cascarillas, la ceniza, las piedras y la arena. La Misericordia pasa y ofrece el tamiz… El primero: hecho de verdades breves, pero fundamentales, necesarias para ser comprendidas por uno que está en la red de la ignorancia completa, del vicio, del gentilismo. Si el alma lo acepta, empieza la primera purificación… El segundo: es el tamiz del alma misma, que compara su ser con el Ser que se le ha revelado… y le da horror. Y empieza su obra. Por medio de una operación cada vez más minuciosa, después de las piedras, de la arena y de la ceniza, llega incluso a quitar lo que es ya harina pero con granitos todavía grandes, demasiado grandes para producir un pan óptimo. Después, cuando ya está completamente dispuesta, vuelve a pasar nuevamente la Misericordia y se introduce en esa harina preparada —y también ésta es una preparación, Judas— y la hace fermentar y la hace pan. Pero es una operación larga y de voluntad del alma. Esa mujer… esa mujer tiene ya en sí esa mínima cosa que era justo darle y que le puede servir para terminar su trabajo. Dejemos que lo lleve a cabo, si quiere hacerlo, sin que se la perturbe. Cualquier cosa turba a un alma que se elabora: la curiosidad, el celo imprudente, las intransigencias, y la excesiva compasión”.  Iscariote: “Entonces ¿no vamos?”. Jesús corta tajante:  “No. Y para que a ninguno de vosotros le venga tentación, nos vamos inmediatamente”.
* Jesús con J. Iscariote, Juan y Simón Zelote al lugar donde se preparó para la misión.- ■ Jesús: En el bosque hay sombra. Nos detendremos en las faldas del valle del Terebinto. Allí nos separaremos. Elías volverá a sus pastizales con Leví. José vendrá conmigo hasta el paso de Jericó. Después… nos volveremos a reunir. Tú, Isaac, continúa haciendo lo que hacías en Yutta, yendo desde aquí, por Arimatea y Lida, hasta llegar a Doco. Allí nos reuniremos. Hay que preparar la Judea, y tú sabes cómo hacerlo. Como has hecho ya en Yutta”. ■ Iscariote pregunta: “¿Y, nosotros?”. Jesús: “Vendréis para mi preparación. También Yo me preparé para la misión”. Iscariote:  “¿Yendo donde un rabí?”. Jesús: “No”. Iscariote: “¿Con Juan?”. Jesús: “De él tomé solo el bautismo”. Iscariote: “¿Entonces?”. Jesús: “Belén ha hablado con las piedras y los corazones. También en ese lugar, donde te llevo, Judas, las piedras y un corazón, el mío, hablarán y te responderán”.
* Pecado común a muchos pueblos y creyentes: mirar al obrero y no al patrón.- ■ Elías, que ha traído leche y pan negro, dice: “Traté, mientras esperábamos,  y conmigo también Isaac, de persuadir a los de Hebrón… Pero… solo creen en Juan, no juran más que por Juan, no quieren más que a Juan; es su «santo» y solo quieren a él”. Jesús: “Es un pecado común a muchos pueblos y a muchos creyentes que viven y vivirán. Miran al obrero y no al patrón que envió al obrero. Se dirigen al obrero sin ni siquiera decirle: «Dile a tu patrón esto». Se olvidan de que el obrero existe porque existe el patrón y de que es el patrón el que instruye al obrero y le hace apto para el trabajo. Olvidan que el obrero puede interceder, pero uno sólo puede conceder: el patrón; en este caso Dios, y su Verbo con Él. ¡No importa! El Verbo sufre, pero no guarda rencor… ¡Vámonos!”.  Termina la visión. (Escrito el 15 de Enero de 1945).
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1  Nota  : Aglae.
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(<Jesús y sus tres discípulos: Juan, Simón Zelote y Judas Iscariote, han llegado al monte del ayuno>)
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2-80-8 (2-44-484).- Jesús en el monte del ayuno y en la peña de la tentación con los tres discípulos.
* “Vine aquí para prepararme bien para mi misión: hacer comprender a los hombres lo que es el Señor y, a través de esta comprensión, hacer que le amaran en espíritu y verdad”.- Mientras estoy mirando la desolación del lugar, me saca de este estado la voz de mi Jesús: “Hemos llegado ya al lugar donde quería”. Me vuelvo, le veo a mis espaldas, entre Juan, Simón y Judas, en la pendiente rocosa del monte, en el punto en que llega una vereda… sería mejor decir: en el punto en donde un largo trabajo de aguas, en los largos meses de lluvia, ha arañado la caliza excavando a lo largo de los siglos un canal apenas dibujado, por donde las aguas de las cimas se precipitan, pero que por ahora es camino para cabras montesas más que para hombres. ■ Jesús mira alrededor y repite: “Sí, aquí es a donde quería traeros. Aquí el Mesías se preparó para su misión”. Iscariote: “¡Pero aquí no hay nada!”. Jesús: “No hay nada, tú lo has dicho”. Iscariote: “¿Con quién estuviste?”. Jesús: “Con mi alma y con el Padre”. Iscariote: “¡Ah! ¡Estuviste aquí unas pocas horas!”. Jesús: “No, Judas, no pocas horas. Muchos días”. Iscariote: “Pero ¿quién te atendía?… ¿Dónde dormías?”. Jesús: “Tenía por criados a los asnos salvajes que por la noche venían a dormir a sus cuevas… en ésta donde Yo también había entrado… Tenía de criadas a las águilas que me decían: «Ya es día» con su áspero graznido al ir a buscar su presa. Tenía de amigos a las liebrecillas que venían casi a mis pies a comer las hierbas que había… Mi comida y bebida eran lo que es alimento y bebida de la flor silvestre: el rocío de la noche, la luz  del sol, no otra cosa”. Iscariote: “Pero ¿por qué?”. Jesús: “Para prepararme bien, como tú dices, para mi misión. Las cosas bien preparadas salen bien, tú lo has dicho. Y mi cosa no era la pequeña, inútil cosa de hacer que brillara Yo, Siervo del Señor, sino de hacer comprender a los hombres lo que es el Señor y, a través de esta comprensión, hacer que le amaran en espíritu y en verdad. ■ ¡Desgraciado es aquel siervo del Señor que piensa en su triunfo y no en el de Dios!; que trata de sacar partido, que sueña con ponerse en alto en un trono hecho… ¡Oh, hecho con los intereses de Dios rebajados hasta el suelo, intereses que son del todo celestiales! Ya no es siervo, éste, aunque externamente lo parezca; es un mercader, un traficante, un falso que se engaña a sí mismo, que engaña a los hombres y que querría engañar a Dios… un infeliz que se cree príncipe, pero es esclavo…; es del Demonio, su rey de embuste. Aquí, en esta cueva, el Mesías, durante muchos días, vivió de maceraciones y oración para prepararse a su misión. ■ Judas, ¿a dónde querrías que hubiera ido a prepararme?”. Judas está perplejo, desorientado, al fin responde: “No sé… pensaba… con algunos rabíes… con los esenios… no sé”. Jesús: “¿Y podía encontrar un rabí que me dijese más de lo que me decía la Potencia y Sabiduría de Dios?… ¿Y podía Yo, —Yo, Verbo Eterno del Padre, Yo, que era cuando el Padre creó al hombre, y que sé de qué espíritu inmortal y animado, y de qué poder de juicio libre y capaz ha dotado Dios al hombre— podía ir a procurarme ciencia y adiestramiento a donde aquellos que niegan la inmortalidad del alma negando la resurrección final y niegan la libertad de acción del hombre imputando virtudes y vicios, acciones santas y perversas, al destino, que consideran fatal e invencible? ¡No! No”.
* En la mente de Dios hay un destino para vosotros. Es un destino de amor, de paz, de gloria: «la santidad de ser hijos de Dios». Pero, Dios no os hace ninguna violencia en vuestra condición de reyes. Vosotros sois reyes porque sois libres en vuestro pequeño reino individual, en el «yo». Frente a vuestro pequeño reino tenéis un Rey amigo y dos potencias enemigas”.- ■ Jesús: Tenéis un destino. Es cierto que lo tenéis. En la mente de Dios que os creó hay un destino para vosotros. El Padre lo desea. Es un destino de amor, de paz, de gloria: «la santidad de ser hijos de Dios». Este es el destino que ha estado en la mente divina desde el momento en que Adán fue hecho con el lodo de la tierra y lo seguirá siendo hasta la creación del alma del último hombre. Pero, Dios no os hace ninguna violencia en vuestra condición de reyes. El rey, si está prisionero, ya no es rey: es un abyecto. Vosotros sois reyes porque sois libres en vuestro pequeño reino individual, en el «yo»; en él podéis hacer lo que queráis, como queráis. ■ Frente a vuestro pequeño reino y en sus fronteras tenéis un Rey amigo y dos potencias enemigas. El Amigo os muestra las reglas dadas por Él para hacer felices a los suyos. Os las muestra, os dice: «Helas aquí; con estas reglas es segura la eterna victoria». Os las muestra —Él, el Sabio y Santo— para que podáis, si queréis hacerlo, practicarlas y con ellas obtener la gloria eterna. Las dos potencias enemigas son Satanás y la carne. En la carne incluyo la vuestra y la del mundo, o sea, las pompas y seducciones del mundo, o sea, la riqueza, las fiestas, los honores, el poder que del mundo y en el mundo se tienen, y que no siempre honradamente se consiguen, y menos todavía se saben usar honradamente, si por un complejo de causas el hombre llega a esas cosas. Satanás, maestro de la carne y del mundo, también habla a través de éste y de la carne; también él tiene sus reglas… ¡Oh, que si las tiene! Y —dado que el «yo» está envuelto en carne y la carne tiende a la carne como las limaduras del hierro tienden hacia el imán, y, dado que el canto del Seductor es más dulce que el gorjear del ruiseñor en celo entre rayos de luna y perfume de rosas— es más fácil ir hacia estas reglas, volverse hacia estas potencias y decirles: «Os considero amigas, entrad». Entrad… ¿habéis visto alguna vez a un aliado que permanezca siempre honesto, sin pedir el ciento por uno a cambio de la ayuda prestada? Así hacen esas potencias. Entran… Y se hacen dueñas. ¿Dueñas? ¡No!: carceleros. Os amarran, ¡oh hombres!, a su banco de galera, os encadenan ahí, no os dejan ya alzar el cuello de su yugo, y su látigo os azota hasta manar sangre, si tratáis escapar de ellas: o dejarse herir hasta llegar a ser un montón de carne hecha pedazos (tan inútil, como carne, que hasta su cruel piel la desprecia), o morir bajo ellas. ■ Si sabéis proporcionaros ese martirio, proporcionaros ese martirio, entonces pasa la Misericordia, la Única que puede todavía tener piedad de esa miseria repugnante de la que el mundo, uno de sus dueños, siente ahora asco y contra la cual el otro dueño, Satanás, envía sus flechas de venganza. Y la Misericordia, la Única que pasa, se inclina, la recoge, la cura, le da otra vez salud y le dice: «Ven. No tengas miedo. No te mires porque tus llagas, a pesar de haber cicatrizado ya, son tan innumerables que te causarían horror por lo mucho que te afean. Yo no te las miro, miro tu voluntad; por esa buena voluntad estás marcada así. Por eso Yo te digo: Te amo. Ven conmigo». Y la lleva a su Reino. Entonces comprenderéis que, Misericordia y Rey amigo, son una misma persona. Halláis de nuevo las reglas que Él os había mostrado y que no quisisteis seguir. Ahora lo queréis… y llegáis a la paz: de la conciencia, primero; a la paz de Dios, después. Decidme ahora… ¿este destino lo impuso Uno Solo para todos, o cada uno, individualmente, lo eligió para sí?”. Zelote: “Cada uno lo eligió”. Jesús: “Juzgas bien, Simón. ¿Podía Yo, para formarme ir con los que niegan la resurrección feliz y el don de Dios?”.
* “Aquí vine. He tomado mi alma de Hijo del hombre y me la he labrado, terminando mi trabajo de 30 años de aniquilamiento y de preparación para ir perfecto a mi ministerio… Necesito arrancar dos almas a Satanás. Solo la penitencia lo puede. Os pido vuestra ayuda. También vosotros os formaréis. Aprenderéis cómo se arrancan las presas a Satanás: no tanto con las palabras cuanto con el sacrificio”.-Jesús: “Aquí vine. He tomado mi alma de Hijo del hombre y me la he labrado hasta los últimos toques, terminando mi trabajo de treinta años de aniquilamiento y de preparación para ir perfecto a mi ministerio. Os ruego que estéis ahora conmigo algunos días en esta cueva. En cualquier caso será una estancia menos solitaria porque seremos ahora cuatro amigos que luchan contra la tristeza, el miedo, las tentaciones, las necesidades de la carne. Yo estuve solo. En cualquier caso, será menos penosa porque ahora es verano, y aquí arriba, sopla el viento de las alturas que templa el calor. Llegué a fines de la luna de Tebet (1) y el viento que descendía de las nieves de la cúspide era muy frío. En cualquier caso será menos angustiosa, porque es más breve, y porque tenemos ahora los alimentos indispensables que pueden calmar nuestra hambre. Y en las pequeñas botijas de cuero que hice que los pastores os diesen hay suficiente agua para estos días de estancia. ■ Yo… Yo necesito arrancar dos almas a Satanás. Solo la penitencia lo puede. Os pido vuestra ayuda. También vosotros os formaréis. Aprenderéis cómo se arrancan las presas a Satanás: no tanto con las palabras cuanto con el sacrificio… ¡Las palabras!… El estrépito satánico impide oírlas… Cada alma en manos del Enemigo está envuelta en torbellinos de voces infernales… ¿Queréis quedaros conmigo?… Si no queréis podéis iros. Yo me quedo. Nos encontraremos en Tecua, junto al mercado”. Juan dice: “No, Maestro, yo no te dejo”, y al mismo tiempo Simón exclama: “Tú nos elevas al querernos contigo en esta redención”. Judas… no me parece que esté muy entusiasmado. Pero hace buena cara al… destino y dice: “Me quedo”. Jesús: “Tomad, pues, las botijas y las alforjas y metedlas dentro y antes de que queme el sol, partid la leña y amontonadla junto a las aberturas. La noche aún en verano es fría, y no todos los animales son buenos. Vamos a encender enseguida una rama. ¡Allí!, de aquella planta de acacia resinosa; arde bien. Y vamos a mirar entre las aberturas para echar fuera con el fuego víboras y escorpiones. ¡Venga, comenzad!”…
* Sí, nuestra permanencia aquí se ha terminado. Acordaos de este lugar. No olvidéis cómo se preparó el Mesías y cómo se preparan los apóstoles. Cómo enseño Yo para que se preparen”.-  ■ …El mismo lugar del monte. Tan solo que ahora es de noche. Una noche llena de estrellas… Jesús está sentado en la boca de la cueva y habla a los tres que están alrededor de Él. Deben de haber hecho fuego porque, en medio del círculo que forman los cuatro, un montoncito de ascuas arroja chispazos de fuego que se dibujan en los cuatro rostros. “Sí, nuestra permanencia aquí se ha acabado. Esta permanencia ha sido corta. La mía duró cuarenta días… Y os digo más: era todavía invierno en estas pendientes… y no tenía Yo comida. Un poco más difícil que esta vez ¿no es así? Sé que también ahora habéis sufrido. Lo poco que teníamos y que os daba no era nada, especialmente para el hambre de los jóvenes; era suficiente solo para que no desfallecierais de debilidad. El agua, todavía más escasa. El calor es tórrido durante el día; diréis que no hacía este calor de invierno; pero sí había viento seco que bajaba quemando los pulmones desde aquella cima, y subía desde aquella bajura cargado de polvo desértico, y secaba más aún que este calor activo que se puede aliviar sorbiendo el jugo de estos frutos agraces ya maduros. En cambio, el monte, entonces, solo proporcionaba viento y hierbas quemadas por el hielo en torno a las esqueléticas acacias. No os he dado todo porque he reservado para el regreso los últimos panes y el último queso con la última botija. Yo sé lo que fue el regreso, estando exhausto, en la soledad del desierto… Recojamos nuestras cosas y pongámonos en camino. La noche es aún más clara que la que nos condujo aquí. No hay luna, pero el cielo llueve luz. Vamos. Acordaos de este lugar. No olvidéis cómo se preparó el Mesías y cómo se preparan los apóstoles. Cómo enseño Yo para que se preparen”. ■ Se ponen de pié. Simón con una rama revuelve las brasas, las reaviva y prende una rama de acacia en la llama y la tiene en alto, a la entrada de la cueva, mientras Judas y Juan recogen mantos, alforjas y unas botijas de piel, de las que todavía una está llena. Después apaga la tea contra la roca, se echa encima su alforja, se pone el manto, como todos, se lo amarra con las cintas para que no le moleste al caminar. Bajan, sin más palabras, uno detrás del otro, por un sendero inclinadísimo, espantando a los pequeños animales que comen las pocas hierbas que todavía han resistido al sol. El camino es largo e incómodo. Finalmente llegan a un llano. Tampoco es muy fácil aquí el camino, donde piedras y lascas se mueven, traidoras, bajo el pie, hiriéndolo incluso, porque la tierra, reducida a polvo, las oculta y no se pueden ver ni evitar; aquí donde matorrales quemados, espinosos, arañan y dificultan el paso enganchándose en los bajos de los vestidos; pero es un camino más expedito. Arriba las estrellas están cada vez más hermosas. Caminan, caminan, caminan durante horas. La llanura es cada vez más estéril y triste. Luces fosforescentes brillan en algunas grietas pequeñas del terreno, en agujeros que hay en las quebraduras del suelo. Parecen pedacitos de brillantes sucios. Juan se inclina a mirarlas. Jesús explica: “Es la sal del subsuelo; está saturado de sal. Aflora con las aguas de primavera y luego se seca. Por esto la vida no resiste aquí. El Mar Oriental, a través de venas profundas, esparce su muerte a muchos kilómetros a la redonda. Tan solo, donde manantiales de agua dulce combaten su acción mordiente, es posible encontrar plantas… y también refrigerio”.
* En la peña de la tentación.- Un hombre me preguntó un día si alguna vez había sido tentado… pecado… cedido nunca… y se maravilló de que Yo el Mesías, había solicitado, para resistir, la ayuda del Padre… Después del bautismo, a pesar de estar limpio por naturaleza y limpio por figura, quise «prepararme». Vine aquí para prepararme no solo a la misión… sino también a la tentación. Aquí fui tentado por Satanás directamente”.- Jesús explica sus tentaciones en el desierto.- ■ Siguen caminando, hasta que Jesús se detiene junto al cóncavo peñasco, en que le vi tentado por Satanás. “Detengámonos aquí. Sentaos. Pronto el gallo cantará. Hace seis horas que estamos caminando y tendréis hambre y estaréis cansados. Tomad, comed y bebed, sentaos aquí junto a Mí, entre tanto os cuento algo que diréis a vuestros amigos y al mundo”. Jesús ha abierto su alforja, ha sacado pan y queso que parte y distribuye y de su botija echa agua en una tacita que también distribuye. “¿Tú no comes, Maestro?”. Jesús: “No. Yo os hablo. Escuchad. ■ Una vez hubo un hombre que me preguntó si alguna vez había sido tentado; que me preguntó si no había pecado nunca; que me preguntó si, en la tentación no había cedido nunca; y que se maravilló porque Yo el Mesías, había solicitado, para resistir, la ayuda del Padre diciendo: «Padre no me dejes caer en la tentación»”. Jesús está hablando, despacio, con calma, como si estuviera contando un hecho ignorado… Judas baja la cabeza como molesto, pero los otros están tan centrados en mirar a Jesús que eso les pasa desapercibido. Jesús prosigue: “Ahora vosotros, amigos míos, podéis saber lo que tan sólo superfluamente supo aquel hombre. Después del bautismo —estaba Yo limpio, pero no se está nunca suficientemente limpio respecto al Altísimo (2), y la humildad en decir: «soy hombre y pecador» es ya bautismo que hace limpio el corazón— vine aquí. Me había llamado el «Cordero de Dios» aquel que —santo y profeta— veía la Verdad y veía bajar al Espíritu sobre el Verbo y ungirle con su crisma de amor, mientras la voz del Padre llenaba los cielos de su sonido al decir: «He aquí a mi Hijo amado en quien me he complacido». Tú, Juan estabas presente cuando el Bautista repitió las palabras… Después del bautismo, a pesar de estar limpio por naturaleza y limpio por figura, quise «prepararme». Sí, Judas, mírame, que mi ojo te diga lo que aún la boca no dice. Mírame, Judas. Mira a tu Maestro que no se sintió superior al hombre por ser el Mesías y que, por el contrario, sabiendo que era el Hombre, quiso serlo en todo, excepto en condescender al mal (3). Eso es. Así”. ■ Ahora Judas ha levantado su rostro y mira a Jesús, que está frente a él. La luz de las estrellas hace brillar los ojos de Jesús como si fueran dos estrellas fijas en un rostro pálido. Jesús prosigue: “Para prepararse a ser maestro, es menester haber sido discípulo. Yo, como Dios, sabía todo, con mi inteligencia, incluso, Yo podía comprender las luchas del hombre, debido a mi poder intelectivo e intelectualmente. Pero un día algún pobre amigo mío, algún pobre hijo mío, habría podido decir y decirme: «Tú no sabes qué es ser hombre y tener sentidos y pasiones». Habría sido un justo reproche. Vine aquí, mejor dicho, allí, a aquel monte para prepararme… no sólo a la misión… sino también a la tentación. ¿Veis? Aquí, donde estáis vosotros, Yo fui tentado. ¿Por quién? ¿Por un mortal? ¡No! Demasiado débil habría sido su poder. Fui tentado por Satanás directamente. Estaba ya agotado. Hacía cuarenta días que no probaba alimento… Pero, mientras había estado sumergido en la oración, todo se había anulado en el gozo que significa el hablar con Dios; más que anulado, el dolor se había hecho soportable. Lo sentía como una molestia de la materia, circunscrito a la sola materia… Después volví al mundo… a los caminos del mundo… y sentí las necesidades de quien está en el mundo: tuve hambre, tuve sed, sentí el frío hiriente de la noche del desierto, sentí el cuerpo agotado por la falta de descanso y de lecho y por las largas caminatas hechas en condiciones de debilidad tal, que me impedían continuar… ■ Porque Yo también tengo un cuerpo, amigos, un cuerpo verdadero, sujeto a las mismas debilidades (4) que tiene todo cuerpo, y con el cuerpo tengo un corazón. Sí. Del hombre he tomado la primera y segunda de las tres partes que le forman. He tomado la materia con sus exigencias y lo moral con sus pasiones. Y, si por mi voluntad he doblegado en el momento de su nacimiento todas las pasiones no buenas, he dejado crecer poderosas como cedros seculares las santas pasiones del amor filial, del amor patrio, de las amistades, del trabajo, de todo cuanto es óptimo y santo. Aquí sentí la nostalgia de mi Madre lejana, aquí sentí la necesidad de sus cuidados a mi fragilidad humana, aquí sentí renovarse el dolor de haberme separado de la Única que me ama perfectamente, aquí presentí el dolor que me está reservado y el dolor de su dolor; pobre Mamá, se le agotarán las lágrimas de tantas como deberá derramar por su Hijo y por obra de los hombres. Aquí sentí el cansancio del héroe y del asceta que en un momento de presentimiento se hace conocedor de la inutilidad de su esfuerzo… Lloré… ■ La tristeza… reclamo mágico para Satanás. No es pecado estar triste si los momentos son dolorosos. Es pecado ceder más allá de la tristeza y caer en la inercia o desesperación. Y Satanás enseguida acude cuando ve a uno caído en la debilidad del espíritu. Vino… Vestido bajo la apariencia de caminante bondadoso. Siempre toma el aspecto bondadoso… Yo tenía hambre… y tenía mis treinta años en la sangre. Me ofreció su ayuda. Primero me dijo: «Di a estas piedras que se conviertan en pan».  Pero antes… sí… antes, me había hablado de la mujer… ¡Oh, él sabe hablar de ella, la conoce a fondo! Fue a la primera que corrompió, para hacerla su aliada de corrupción. No soy sólo el Hijo de Dios, soy Jesús, el obrero de Nazaret. A aquel hombre que me hablaba, preguntándome si conocía tentación,  y casi me acusaba de ser injustamente feliz por no haber pecado, le dije: «El acto se calma en la satisfacción. La tentación rechazada no cede jamás, sino que se hace más fuerte, y a ello concurre Satanás azuzándola». Rechacé la tentación tanto del hambre de mujer, como del hambre de pan. Y tened en cuenta que Satanás me presentaba la primera —y no estaba equivocado, humanamente hablando— como la mejor aliada para abrirse campo en el mundo. La Tentación —no vencida por mi respuesta: «no solo de sentido vive el hombre»— me habló entonces de mi misión. Quería seducir al Mesías después de haber tentado al joven. Me incitó a destruir a los ministros indignos del Templo con un milagro… No se rebaja el milagro, llama del Cielo, a hacer de él un círculo de mimbre con que coronarse… No se tienta a Dios pidiendo milagros para fines humanos. Esto quería Satanás. El motivo presentado era el pretexto, la verdad era: «Gloríate de ser el Mesías», para llevarme a la otra concupiscencia: la del orgullo.  No se dejó vencer con mi respuesta: «No tentarás al Señor Dios tuyo», me insidió con la tercera fuerza de su naturaleza: el oro. ¡Oh, el oro! Gran cosa el pan y mayor aún la mujer, para quien anhela el alimento o el placer; grandísima cosa es para el hombre, incomparablemente mayor, la aclamación de las multitudes… Por estas tres cosas, ¡cuántos crímenes se cometen! ¡Ah!, pero el oro… el oro… llave que abre, círculo que suelda, es el alfa y el omega de noventa y nueve de cada cien de las acciones humanas. Por el pan y la mujer, el hombre se hace ladrón. Por el poder, homicida incluso; pero por el oro se hace idólatra. Satanás, el rey del oro, me ofreció su oro a condición de que le adorase… Le derroté con las palabras eternas: «Adorarás solo al Señor, Dios tuyo». Aquí… aquí sucedió esto”. ■ Jesús se ha puesto de pie. Parece más hermoso que de costumbre, en la naturaleza que le rodea. También los discípulos se levantan. Jesús prosigue hablando y mira fijamente a Judas. “Entonces vinieron los ángeles del Señor… el Hombre había vencido la triple batalla. El Hombre sabía lo que quería decir ser hombre, y había vencido; estaba agotado, la lucha había sido más agotadora que el largo ayuno… Mas el espíritu se agigantaba… Yo creo que los Cielos se regocijaron cuando una criatura dotada de inteligencia, tal cosa realizó. Yo creo que desde ese momento me vino el poder de hacer milagros. Había sido Dios. Yo me había hecho el Hombre. Ahora, venciendo al animal que estaba unido a la naturaleza del hombre, he aquí que Yo era el Hombre-Dios, y lo soy. Como Dios todo lo puedo, como Hombre todo lo conozco. Haced también vosotros como Yo, si queréis hacer lo que Yo hago, y hacedlo en memoria mía”.
* “Creo que aquel hombre, ahora que sabe, ya no se asombrará más. Hacer vosotros también así… Los primeros contactos con el mundo me habían causado náuseas. Ahora mi corazón se ha alimentado de la fuerza del león: al unirme completamente con el Padre en la oración y en la soledad. Puedo volver al mundo para tomar de nuevo mi cruz, mi primera cruz: la del contacto con el mundo”.-Jesús: “Aquel hombre se admiraba de que hubiera Yo solicitado la ayuda del Padre, y de que le hubiera rogado que no me dejara caer en tentación, es decir, que no me dejara a merced de la Tentación más allá de mis fuerzas. Creo que aquel hombre, ahora que sabe, ya no se asombrará más. Haced también vosotros así, en memoria mía y para vencer como Yo, y no dudéis jamás de verme fuerte en todas las tentaciones de la vida, victorioso en las batallas de los cinco sentidos, del sentido y del sentimiento, sobre mi naturaleza de verdadero hombre (la que tengo además de mi naturaleza de Dios). Acordaos de todo esto. ■ Os había prometido llevaros a donde habríais podido conocer al Maestro… desde el alba de su día (un alba pura como esta que está naciendo) hasta el mediodía de su vida, aquél del cual me alejé para ir hacia mi humana tarde… Le dije a uno de vosotros: «También Yo me preparé»; ahora veis que es verdad. Os doy las gracias por haberme hecho compañía en este retorno al lugar natal y al lugar penitencial. Los primeros contactos con el mundo me habían causado náuseas y desilusiones; es demasiado feo. Ahora mi corazón se ha alimentado de la fuerza del león: al unirme completamente con el Padre en la oración y en la soledad. Puedo volver al mundo para tomar de nuevo mi cruz, mi primera cruz del Redentor: la del contacto con el mundo, con el mundo en que demasiado pocas son las almas que se llaman María, que se llaman Juan…”.
* “¡Oh!, no digáis a mi madre que Belén y Hebrón me rechazaron como a un perro. ¡Piedad de Ella!”.- ■ Jesús: “Escuchad ahora; tú especialmente Juan. Volvemos a donde está mi Madre y los amigos. Os ruego que no digáis nada a mi Madre de la dureza que han opuesto al amor de su Hijo; sufriría demasiado. Sufrirá mucho, mucho, mucho por esta crueldad humana… pero no le mostremos desde ahora el cáliz: ¡será muy amargo cuando le sea dado!; tan amargo que, como un veneno, le bajará serpenteando a sus santas entrañas y a sus venas y se las morderá y le helará el corazón. ¡Oh!, no digáis a mi Madre que Belén y Hebrón me rechazaron como a un perro. ¡Piedad de Ella! Tú, Simón, eres anciano y bueno, eres un corazón que reflexiona y sé que no hablarás. Tú Judas, eres judío, y no hablarás por orgullo regional. Pero tú, Juan, tú galileo joven, no caigas en el pecado de orgullo, de crítica, de crueldad. Callarás. Más tarde… más tarde dirás a los demás lo que ahora te ruego que calles. Hay muchas cosas que hablar sobre el Mesías. ¿Por qué añadir lo que es de Satanás contra el Mesías? Amigos: ¿me prometéis esto?”. Juan: “¡Oh, Maestro! ¡Claro que lo prometemos! ¡No desconfíes!”. Jesús: “Gracias. Vamos a aquel pequeño oasis. Allí hay un manantial, un pequeño pozo de agua fresca, sombra y verdor. Está muy cerca de él el camino que lleva al río. Podremos encontrar alimento y descanso hasta el atardecer. A la luz de las estrellas llegaremos al río, y al vado. Esperaremos a José (5) o nos uniremos a él si ya regresó. ¡Vámonos!”. Y se ponen en camino mientras allá en los confines del oriente un nuevo día se levanta bañado en el color rosado con que se tiñe el cielo. (Escrito el 17 de Enero de 1945).
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1  Nota  : Cfr. Anotaciones  n. 5: Calendario hebreo.   2  Nota  : “Pero nunca se es suficientemente limpio ante el Altísimo. Decir que soy hombre y pecador… limpia el corazón” es una expresión que se refiere a los hombres en general y no quiere decir que Jesús, hubiese sido o hubiese creído pecador, como aparece en las palabras a continuación: “Hombre… en todo, a excepción del condescender en el mal”.   3  Nota  :  La futura doctrina de San Pablo. Cfr. Fil. 2,6; Hebr. 2,16-18.   4  Nota  :  “Tengo cuerpo y sujeto a debilidades”: Cfr. Nota anterior 2 y véase que aun en este contexto no se trata de debilidad como inclinación al pecado o debilidad pecaminosa, sino tan solo de aquellos defectos humanos que Jesús quiso libre y generosamente tomar para nuestra enseñanza, sostén y salvación Cfr. Mt. 4,2; 26,38; Mc. 14,34; Ju. 4,6; Hebr. 4,15.   5  Nota  : El pastor José.
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2-81-17 (2-45-495).- En el vado del Jordán, con los pastores Juan, Matías y Simeón, discípulos del Bautista. Un plan para liberar al Bautista.- J. Iscariote y Juan salen a vender las joyas de Aglae.
* Los 3 pastores se unieron al Bautista porque al venir donde éste, el Precursor, pensaban encontrar a Él.- ■ Vuelvo a ver el vado del Jordán, el camino verde que corre de una parte y otra del río está hollado por viajeros que buscan su sombra. Hileras de borriquillos van y vienen y con ellos los hombres. En la margen del río hay tres hombres que apacientan algunas, pocas, ovejas. En el camino, José el pastor, que está esperando, mira a un lado y a otro. A lo lejos, en el punto en que otro camino entronca con éste del río, Jesús aparece con sus tres discípulos. José y los tres pastores van al encuentro de Jesús. José les anima. Éstos ponen en movimiento por el camino a las ovejas, haciéndolas avanzar por la orilla herbosa. Rápidamente se dirigen hacia Jesús. Uno de los pastores dice: “Yo casi no me atrevo… ¿con qué palabras le voy a saludar?”.  José: “¡Oh, es muy bueno! Dile: «La paz sea contigo», Él saluda siempre así”. Pastor: “Él sí… pero nosotros…”. José: “¿Y yo quién soy? No soy ni siquiera uno de sus primeros adoradores, y me quiere mucho… muchísimo”. Pastor: “¿Quién es?”. José: “Aquél más alto y rubio”. Pastor: “¿Le hablamos del Bautista, Matías?”. Matías dice: “¡Sí!”. Simeón: “¿No pensará que le hemos preferido antes que a Él?”. Matías: “No, hombre, Simeón. Si es el Mesías, ve dentro de los corazones y en el nuestro verá que en el Bautista seguíamos buscándole a Él”. Simeón: “Tienes razón”. Los dos grupos están ya a pocos metros el uno del otro. ■ En el rostro de Jesús se dibuja una sonrisa que es imposible de describir. José acelera el paso. Las ovejas, por su parte, se ponen a trotar azuzadas por los pastores. “La paz sea con vosotros” les dice levantando los brazos como si fuera a dar un abrazo, y especifica: “¡Paz a ti Simeón, Juan, Matías, mis discípulos y discípulos de Juan el Profeta!; paz a ti, José” y le besa en la mejilla. Los otros tres están de rodillas. “Venid, amigos, bajo estos árboles y junto a las aguas del río hablaremos”. Bajan. Jesús se sienta en una gruesa raíz que sobresale del terreno, los otros en el suelo. Jesús sonríe y los mira fijamente, fijamente, uno a uno: “Dejad que conozca vuestros rostros. Los corazones ya los conozco como corazones de justos que van tras el Bien, al que amáis frente a todas las utilidades del mundo. Os traigo saludos de Isaac, Elías y Leví. También otro saludo de mi Madre. ■ ¿Tenéis noticias del Bautista?”. Ellos, que hasta ahora se habían sentido subyugados, recobran el ánimo: “Todavía está en prisión. Nuestro corazón tiembla por él, porque está en manos de un cruel, dominado por una criatura del infierno y rodeado de una corte corrompida. Nosotros le amamos… Tú sabes que le amamos y que merece nuestro amor. Después de que Tú dejaste Belén, fuimos perseguidos… Pero más que su odio sentimos el vernos solos, abatidos, como árboles tronchados por el viento, porque te habíamos perdido. Luego, después de años de dolor (como quien tuviera los párpados cosidos y buscara el sol y no lo pudiera ver, porque además estuviera dentro de una cárcel y ni siquiera el tibio calor que sintiera en su carne se lo mostrara), oímos que el Bautista era el hombre de Dios  predicho por los Profetas para preparar los caminos a su Mesías (1) y fuimos donde él diciéndonos a nosotros mismos: «Si él le precede, al ir a él le encontraremos», porque era a Ti, Señor, a quien buscábamos”. Jesús: “Lo sé. Me habéis encontrado. Estoy con vosotros”. Pastor:  “José nos dijo que fuiste donde el Bautista. Nosotros no estábamos allí ese día; tal vez él nos habría mandado a algún lugar. Le servíamos sobre todo en las cosas espirituales que nos pedía con tanto amor; y con amor le escuchábamos, aunque fuera muy severo, cosa que Tú no eres; pero decía siempre palabras de Dios”. Jesús: “Lo sé. Y… ■ ¿no conocéis a éste?” señala a Juan. Pastor: “Le vimos con los otros galileos entre la gente más fiel al Bautista. Si no nos equivocamos, tú te llamas Juan y eres aquél de quien él decía, a nosotros, sus íntimos: «Ved: yo el primero; él, el último; mas luego será: él, el primero y yo el último». Y nunca pudimos entender lo que quería decir”. Jesús se vuelve hacia su izquierda, donde está Juan el apóstol, le trae hacia su pecho, en medio de una sonrisa aún más resplandeciente, y explica: “Quería decir el Bautista que él era el primero en declarar: «He aquí el Cordero», y que éste será el último de los amigos del Hijo del hombre que hablará del Cordero a las multitudes; pero que, en el Corazón del Cordero, éste es primero, porque le ama más que a ningún otro hombre. Esto es lo quería decir el Bautista. Pero cuando le veáis al Bautista —le volveréis a ver y le volveréis a servir hasta la hora determinada— decidle que él no es el último en el Corazón del Mesías. No tanto por ser pariente cuanto por su santidad, a él le quiero como a éste. Y vosotros acordaos de esto. Si la humildad del Santo se proclama «último», la Palabra de Dios le proclama compañero del discípulo que amo. Decidle que amo a éste porque lleva su nombre y porque encuentro en él la marca del Bautista, preparador de los corazones para el Mesías”. Pastor: “Le diremos”.
* Precio de liberación del Bautista: 20 talentos.- Iscariote, que se descubre como un experto, y Juan salen a vender las joyas de Aglae.- ■ El pastor agrega: “Pero… ¿le volveremos a ver?”. Jesús: “Le volveréis a ver”. Pastor: “Sí. Herodes no se atreve a matarle por miedo al pueblo. En esa corte de avaricia y corrupción, sería fácil librarle si hubiera dinero. Pero… pero, por mucho que haya —los amigos han dado ya— todavía falta mucho, y tenemos mucho miedo de no llegar a tiempo… y que le maten”. Jesús: “¿Cuánto pensáis que os falte para el rescate?”. Pastor: “No, para el rescate, Señor. Herodías no le quiere ni ver, y ella es demasiado dueña de Herodes como para poder pensar en llegar a un rescate. Pero… en Maqueronte se han dado cita, yo creo, todos los codiciosos del reino. Todos quieren gozar, todos quieren sobresalir, desde los ministros hasta los siervos; y para ello hace falta dinero… Ya hemos encontrado a quien por una importante cantidad de dinero dejaría salir al Bautista. Incluso Herodes lo desea… porque tiene miedo, no por otra razón, miedo al pueblo y miedo a la mujer. Así contentaría al pueblo, y la mujer no le podría acusar de haberla disgustado”. Jesús:  “¿Y cuánto quiere esa persona?”. Pastor: “Veinte talentos de plata. Tenemos tan sólo doce y medio”. ■ Jesús: “Judas, tú dijiste que esas joyas eran muy bonitas”. Iscariote: “Bonitas y valiosas”. Jesús: “¿Cuánto podrían valer? Me parece que tú eres experto en esas cosas”. Iscariote: “Sí, lo soy. ¿Por qué quieres saber su valor, Maestro? ¿Las quieres vender? ¿Por qué?”. Jesús: “Quizás… Di, ¿cuánto podrán valer?”. Iscariote: “Si se venden bien… al menos… al menos seis talentos”. Jesús: “¿Estás seguro?”. Iscariote: “Sí, Maestro. Solo el collar, con el grueso que es y el peso que tiene, siendo de oro purísimo, vale al menos tres talentos; le he mirado bien. Y también las pulseras… No sé ni siquiera cómo las muñecas finas de Aglae podían soportarlas”. Jesús: “Eran sus cepos, Judas”. Iscariote: “Es verdad, Maestro… ¡Pero a muchos les gustaría tener cepos como éstos!”. Jesús: “¿Tú crees? ¿Quién?”. Iscariote: “En fin…  ¡muchos!”. Jesús: “Sí, muchos que de hombre solo tiene el nombre… Y, ¿sabrías de un posible comprador?”. Iscariote: “En definitiva, ¿los quieres vender? ¿Para el Bautista? ¡Mira que es oro maldito!”. Jesús: “¡La incoherencia humana! Acabas de decir, con un deseo patente, que a muchos les gustaría ese oro y ¿ahora dices que está maldito? ¡Judas! ¡Judas!… Es maldito, sí, es maldito, pero ya lo ha dicho ella: «Se santificará sirviendo al que es pobre y santo», y lo ha dado para esto, para que el que reciba el beneficio ruegue por su pobre alma, que, cual embrión de futura mariposa, crece en la semilla del corazón. ¿Quién más pobre y santo que el Bautista? Él es como Elías por su misión (2), pero más grande que Elías por la santidad. Él es más pobre que Yo. Yo tengo una Madre y una casa… Cuando se tiene estas cosas, y además puras y santas como las tengo Yo, jamás uno puede decir que está abandonado. Él ya no tiene casa, y ni siquiera tiene el sepulcro de su madre. Todo destruido, profanado por la perversidad humana. ■ ¿Quién es, pues, el comprador?”. Iscariote: “Hay uno en Jericó y muchos en Jerusalén. ¡¡¡Pero el de Jericó!!! Es un astuto orfebre oriental, usurero, estafador, mercader de amores, ciertamente ladrón, quizás homicida… con toda seguridad perseguido por Roma. Quiere que se le llame Isaac para parecer hebreo, pero su  nombre verdadero es Diómedes. Le conozco bien”. Zelote, que habla poco pero todo observa, interrumpe: “¡Ya lo vemos!”. Y pregunta: “¿Pero cómo has hecho para conocerle tan bien?“. Iscariote: “Bueno… ya sabes… Para contentar a unos amigos poderosos. Fui a su casa… hice algunos tratos… Nosotros los del Templo… ya sabes…”. Zelote termina con fina ironía: “¡Ya!… trabajáis en toda clase de servicios”. Judas se pone rojo de ira, pero se calla. Jesús pregunta: “¿Puede comprar?”. Iscariote: “Yo creo que sí. El dinero no le falta nunca. Ciertamente hay que saber vender porque ese griego es astuto, y si ve que está tratando con una persona honesta, un… pichón, le despluma a su gusto. Pero si se encuentra delante un buitre como él…”. Zelote dice: “Ve Judas, eres el tipo de persona adecuado para esto; tienes la astucia del zorro y la capacidad del buitre. ¡Oh, perdona, Maestro; he hablado antes que Tú!”. Jesús: “Soy de tu misma opinión, y, por tanto, le digo a Judas que vaya. Juan, ve con él. Nosotros os alcanzaremos al ponerse el sol. El lugar de nuestra próxima cita es la plaza del mercado. Ve y saca el mayor partido posible”. Judas se levanta inmediatamente. Juan tiene los ojos suplicantes, como los de un perro al que se echa fuera. Mas Jesús se dirige de nuevo a los pastores y no ve esta mirada suplicante. Juan sigue a Judas.
* J. Iscariote, para los 3 pastores, es seria duda; para Zelote, un enigma; para Jesús, joven con muchos pliegues en su corazón al que no faltan lados buenos… humanos.- ■ Jesús les dice a los pastores: “Querría ser para vosotros motivo de alegría”. El pastor Juan dice: “Lo serás siempre, Maestro. Que el Altísimo te bendiga por nosotros. ¿Ese hombre es amigo tuyo?”. Jesús: “Lo es. ¿No te parece que pueda serlo?”. El pastor Juan baja la cabeza y calla. Habla el discípulo Simón Zelote: “Solo quien es bueno sabe ver. Yo no soy bueno y no veo lo que la Bondad ve. Veo lo externo. El bueno desciende también a lo interno. Tú también, Juan, ves como yo. Pero el Maestro es bueno… y ve…”. Jesús: “¿Qué ves, Simón, en Judas? Te ordeno hablar”. Zelote: “Bueno, pienso, cuando le miro, en ciertos lugares misteriosos que parecen cuevas de fieras y aguas de fiebre estancadas; uno divisa apenas algo que no va bien, e inmediatamente se retira. Y, sin embargo… sin embargo, dentro hay tórtolas y ruiseñores y el suelo es rico en aguas y hierbas saludables. Yo quiero pensar que Judas es así..  Lo creo porque Tú has tomado contigo. Tú, que sabes…”. Jesús: “Sí, Yo le conozco… Hay muchos pliegues en su corazón… pero no le faltan lados buenos. Lo viste en Belén y en Keriot. Este lado bueno, completamente humano, hay que elevarlo a una bondad espiritual. Entonces Judas será como tú quisieras que fuera. Es joven…”. Zelote: “También Juan es joven…”. Jesús: “Y tú concluyes en tu corazón: «y es mejor». ¡Pero, Juan es Juan! ■ Ámale, Simón, a ese pobre de Judas… Te lo ruego. Si le amas… te parecerá más bueno”. Zelote: “Me esfuerzo en hacerlo… por Ti… Pero es él el que rompe mis esfuerzos como a cañas del río… No obstante, Maestro, yo tengo una sola ley: hacer lo que Tú quieres. Por eso le amo a Judas, a pesar de que algo grite en mí contra él y contra mí mismo”. Jesús: “¿Qué es, Simón?”. Zelote: “No lo sé con precisión… Algo parecido al grito del soldado de guardia durante la noche… algo que me dice: «¡No duermas! ¡Observa!». No lo sé… No tiene nombre esto, pero existe… existe en mí contra él”. Jesús: “No pienses más en ello, Simón. No te esfuerces en definirlo. Hace mal conocer ciertas verdades… y podrías errar en tu conocimiento… Deja que tu Maestro actúe. Tú, dame tu amor y piensa que eso me hace feliz…”. Y todo termina. (Escrito el 18 de Enero de 1945).
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1  Nota  : Cfr. Is. 40,3-5.   2  Nota  : Cfr. 1 Rey. 17,1.
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2-82-22 (2-46-500).- En Jericó, J. Iscariote cuenta cómo ha vendido a Diómedes-Isaac las joyas de Aglae.
* Jesús exhorta al trato justo a los animales a imitación de la Caridad que vela por ellos.- ■ Estoy en la plaza del mercado de Jericó. Pero no por la mañana, sino por la tarde, bajo un largo y calidísimo crepúsculo de verano. Del mercado de la mañana solo quedan rastros: restos de verduras, montones de excrementos, paja que cayó de las canastas o de las cabezadas de los burros, jirones de trapos… Sobre todo ello las moscas triunfan y, de todo, el sol hace fermentar y evaporar hedores y olores de cosas poco agradables. La vasta plaza está vacía. Algún raro transeúnte, algún muchacho rebeldillo que tira piedras a los pájaros que andan por el suelo, alguna mujer que va a la fuente. Y basta. ■ Jesús llega por una calle, mira a su alrededor, no ve todavía a nadie. Pacientemente se apoya en un tronco y espera, encontrando la manera de hablar a los muchachos sobre la caridad que empieza en Dios y baja del Creador a todas las criaturas. “No seáis crueles. ¿Por qué queréis molestar a los pájaros del aire? Tienen nidos allí arriba y tienen a sus pequeñas crías, no hacen daño a nadie, cantan y limpian comiéndose los desperdicios que el hombre deja y los insectos que dañan las cosechas y la fruta. ¿Por qué herirlos y matarlos, privando a los pequeñuelos de sus padres y de sus madres, o a éstos de sus pequeñuelos? ¿Os gustaría que un malvado entrase en vuestra casa y la destruyese, o que os matasen a vuestros padres o que os separasen de ellos? ¡Claro que no os gustaría! Entonces ¿por qué hacer a estos inocentes lo que no querríais que se os hiciese a vosotros? ¿Cómo podréis el día de mañana no hacer mal al hombre, si, de pequeños, os endurecéis el corazón con criaturitas que no pueden defenderse, como estos siempre buenos pajaritos? Y ¿no sabéis que dice la Ley: «Ama a tu prójimo como a ti mismo»? Quien no ama al prójimo tampoco puede amar a Dios. Y quien no ama a Dios, ¿cómo puede ir a su Casa a pedirle algo? Dios podría decirle, y lo dice en los Cielos: «Vete, no te conozco. Tú… ¿mi hijo? ¡No! No amas a los hermanos, no respetas en ellos al Padre que los creó; por tanto, no eres ni hermano ni hijo, sino un bastardo: hijastro para Dios, hermanastro para los hermanos». ■ ¿Veis cómo ama Él, el Señor eterno? Durante los meses más fríos hace que sus pajaritos puedan encontrar pajitas, para que, hechas nido en ellas, vivan los pajaritos. En los meses calurosos, les proporciona las sombras de las hojas para protegerlos del sol. Durante el invierno, en los campos, apenas está el grano cubierto de tierra y es fácil sacar la semilla y comerla. En verano su sed se calma con frutas llenas de jugo, y pueden hacer los nidos más fuertes y calientes con pajitas de heno y con la lana que las ovejas dejan en las zarzas. Y es el Señor. Vosotros, pequeños hombres, creados por Él como los pájaros, por tanto hermanos suyos de creación, ¿por qué queréis ser distintos de Él, creyendo que os es lícito comportaros cruelmente con estos pequeños animales?… Sed misericordiosos con todos y no privéis de lo justo a ninguno; para con los hombres hermanos y para con los animales, vuestros siervos y amigos; y Dios…”. Zelote grita: “¡Maestro!, Judas está llegando”. Jesús: “… Dios será misericordioso con vosotros; os dará cuanto os sea necesario, como se lo da a estos inocentes. Id y llevad con vosotros la paz de Dios”.
* Las habilidades poco escrupulosas de Iscariote en la venta de las joyas de Aglae.-Jesús se abre paso en el círculo de muchachos, a los que se habían juntado también adultos, y va al encuentro de Judas y Juan, que vienen rápidos por otra calle. Judas viene triunfante. Juan sonríe a Jesús… pero no parece contento en absoluto. Iscariote: “Ven, Maestro. Creo que lo hice bien. Pero ven conmigo. En la calle no se puede hablar”. Jesús: “¿A dónde?, Judas”. Iscariote: “A la fonda. Ya he reservado cuatro habitaciones… son modestas, no te asustes. Tan sólo para descansar en un lecho después de tanta incomodidad por este calor; y poder comer como personas y no como pájaros en el follaje, y hablar también tranquilamente. He hecho una buena venta. ¿Verdad, Juan?”. Juan asiente sin muchas ganas. Pero Judas está tan contento de su obra, que no repara ni en la poca alegría de Jesús ante la perspectiva de un alojamiento cómodo, ni ante el menos entusiasta de Juan. Continúa diciendo: “Después que vendí en más de lo que había pensado me dije: «Es justo que tome un poquitín, cien denarios para dormir y comer. Si nosotros, que siempre hemos comido, estamos agotados, mucho más debe estarlo Jesús». ¡Mi deber es cuidar de que no se enferme mi Maestro! Deber de amor, porque Tú me amas y yo también. Hay un lugar también para vosotros y vuestras ovejas —dice a los pastores— en todo he pensado”. Jesús no dice palabra. Le sigue junto con los demás. Llegan a una plaza secundaria. ■ Judas dice: “¿Veis aquella casa sin ventanas que dan a esa calle y con aquella puertecilla tan estrecha que parece una hendidura en la pared? Es la casa del orfebre Diómedes. Parece una casa pobre… ¿no esa así? Sin embargo, allí dentro hay tanto oro como para comprar Jericó y… ¡ja!¡ja!…”. Judas ríe con malicia… “y entre ese oro se pueden encontrar también muchos collares y copas, y… también otras cosas de las personas más influyentes de Israel. Diómedes… ¡oh!, todos fingen no conocerle, pero le conocen todos, desde los herodianos hasta… bueno… hasta todos. En aquel muro liso, pobre… se podría escribir: «Misterio y secreto». ¡Si hablasen esas paredes!… ¡No ya escandalizarte, Juan, por la forma en que he negociado!… Es que tú… tú te morirías ahogado de vergüenza y de escrúpulo. Mejor dicho, mira, Maestro, no vuelvas a mandarme otra vez con Juan a tratar ciertos negocios. Por poco me hace que todo salga mal. No sabe cogerlas al vuelo, no sabe negar. Y con un astuto como Diómedes hay que tener reflejos rápidos y mostrarse seguro”. Juan dice entre dientes: “Decía ciertas cosas… tan raras y tan… tan… Sí, Maestro. No me vuelvas a mandar. Yo solo soy capaz de amar, yo…”. Jesús responde serio: “Difícilmente necesitaremos otras ventas de este tipo”. Iscariote: “Allá está la fonda. Ven, Maestro. Hablo yo… porque… yo he hecho todo”. ■ Entran en la fonda y Judas habla con el dueño que hace que lleven las ovejas al establo y después conduce personalmente a los huéspedes a una habitación donde hay dos esteras, que serían las camas, unas sillas y una mesa preparada, luego se retira. Iscariote dice: “Hablemos enseguida, Maestro, mientras los pastores están ocupados en acomodar sus ovejas”. Jesús: “Te escucho”. Iscariote: “Juan puede decir si soy sincero o no”. Jesús: “No lo dudo. Entre honrados no es necesario ni juramento ni testimonio. Habla”. Iscariote: “Llegamos a Jericó a la hora sexta. Estábamos sudados como animales de carga. No quise dar impresión a Diómedes de tener necesidad urgente. Así, vine antes aquí, me refresqué, me puse un vestido limpio, y esto mismo quise que hiciera él. ¡Oh, no quería echarse nada de ungüento ni arreglarse los cabellos! ¡Y es que yo había hecho mi plan, cuando venía por el camino! Cercano ya al atardecer, digo: «Vamos». Ya estábamos descansados y frescos como dos ricachones en viaje de placer. Cuando estábamos a punto de llegar a la casa de Diómedes, dije a Juan: «Tú, sígueme la corriente, no me desmientas y sé rápido en entender». ¡Pero hubiera sido mejor haberlo dejado afuera! No me ha ayudado en absoluto. Al contrario… ¡menos mal que yo soy rápido por dos, y había pensado en todo! ■ De la casa de Diómedes salía el alcabalero. Digo: «Bien, si sale ése de allí, habrá denarios y lo que necesito para hacer comparaciones». Porque el alcabalero, usurero y ladrón como todos los de su clase, siempre tiene joyas, arrancadas con amenazas y usuras a los pobres desgraciados a quienes impone una tasa mayor de lo lícito para tener mucho de qué gozar en crápulas y mujeres; es muy amigo de Diómedes que compra y vende oro y carne… Me identifiqué y entramos. Digo «entramos» porque una cosa es ir al lugar en donde finge trabajar honradamente el oro, y otra es bajar al sótano, donde él lleva a cabo sus verdaderos negocios. Para poder bajar es necesario que él conozca mucho a uno. Cuando me vio, me dijo: «¿Otra vez quieres vender oro? La situación es difícil y tengo poco dinero». Su acostumbrado cantar. Le respondí: «No vengo a vender, sino a comprar. ¿Tienes joyas de mujer? Pero, que sean bonitas, ricas, valiosas y de peso, de oro puro». Diómedes quedó estupefacto. Preguntó: «¿Es una mujer lo que quieres?». Le respondí: «No te preocupes, no es para mí; es para este amigo mío que se va a casar y quiere comprar oro para su amada». ■ Y en ese momento Juan empezó a hacer el niño. Diómedes que le estaba mirando, viendo que se ponía como la púrpura, dijo, como viejo lujurioso que es: «¡Eh!, el muchacho con solo oír nombrar a su novia, siente fiebre de amor. ¿Es muy hermosa tu dama?» preguntó. Yo le di una patada a Juan para espabilarle y hacerle entender que no se comportara como un estúpido. Pero respondió con un «sí» tan apagado, que Diómedes entró en sospechas. Entonces tomé yo la palabra: «Si es hermosa o no, no tiene por qué interesarte, viejo. No estará nunca entre el número de las mujeres por las que merecerás el infierno. Es una virgen honesta y en breve será una buena esposa. Saca tu oro. Yo soy el amigo de boda de él y tengo el encargo de ayudar al joven… yo, judío y ciudadano». «¿Él es galileo, verdad?» —¡ese pelo siempre os traiciona!—. «¿Es rico?». «¡Mucho!». ■ Entonces fuimos abajo y Diómedes abrió cofres y arcas.  Pero di la verdad, Juan… ¿no parecía estar uno en el cielo ante aquellas piedras preciosas y oro?… Collares, entretejidos, brazaletes, aretes, redecillas de oro y piedras preciosas para los cabellos, peinetas, broches, anillos… ¡ah, qué esplendor! Con mucha calma elegí un collar más o menos como el de Aglae, y anillos, broches, brazaletes… todo como lo que tenía en la bolsa y en igual número. Diómedes se maravillaba y preguntaba: «¿Todavía más? ¿Pero, quién es éste? ¿Y la novia, quién es?, ¿una princesa?». Cuando tuve todo lo que quería, dije: «¡El precio!». ¡Oh, qué letanía de lamentos preparatorios, sobre la situación actual, sobre las tasas, sobre los peligros, sobre los ladrones! ¡Oh, qué otra letanía de afirmaciones de honradez! Y luego la respuesta: «Solo porque se trata de ti, te diré la verdad, sin exageraciones; pero, menos ni siquiera un dracma. Pido doce talentos de plata». Dije: «¡Ladrón!». Y dirigiéndome a Juan: «Vámonos; en Jerusalén encontraremos alguno menos ladrón que éste». Y fingí que me salía. Corrió detrás de mí. «Mi muy grande amigo, mi amigo predilecto, ven, escucha a este pobre siervo tuyo. No puedo menos. De veras que no puedo. Mira, hago verdaderamente un esfuerzo y me arruino; lo hago porque siempre me has brindado tu amistad y me has hecho hacer buenos negocios. Once talentos. ¿Qué tal? Es lo que yo daría si debiera comprar este oro a uno que pasa hambre. Ni un céntimo menos. Sería como quitarme sangre de las venas». ¿Verdad que así hablaba? Causaba risa y náuseas. ■ Cuando le vi que se mantenía en el precio di el golpe: «Viejo sucio, comprende que no quiero comprar sino vender. Esto es lo que quiero vender. Mira: es hermoso como el tuyo. Oro de Roma y de nueva cuña. Muchos lo querrán. Es tuyo por once talentos; lo que pediste por esto. Tú pusiste el precio. Paga». ¡Uh, entonces!… Aullaba: «¡Es una traición! ¡Has traicionado la estima que tenía de ti! ¡Eres mi ruina! ¡No puedo darte tanto!», aúlla. «Lo has valorado tú. Paga». «No puedo». «Mira que se lo llevo a otros». «No, amigo» y alargando sus manos ganchudas las metía en el montón de las joyas de Aglae. «Pues entonces, paga: debería yo pedirte doce talentos, pero me conformo con lo último que has pedido». «No puedo». «¡Usurero! Mira que aquí tengo un testigo y te puedo denunciar como ladrón…» y le dije otras virtudes, que no repito porque aquí está este muchacho… ■ En fin, dado que me urgía vender y hacerlo pronto, le dije una cosa, una cosa que quedaba entre él y yo y que no mantendré… pues ¿qué valor tiene una promesa hecha a un ladrón? Y cerramos la venta en diez talentos y medio. Llegamos a este acuerdo en medio de lloriqueos de amistad y… de mujeres. Y Juan casi se echa a llorar. Pero, ¿qué te importa que piensen que eres un vicioso? Basta con que no lo seas. ¿No sabes que el mundo es así y que tú eres un aborto del mundo? ¿Un joven que no conoce el sabor de la mujer? ¿Quién quieres que te crea? O, si te creen… ¡yo no quisiera que pensaran de mí lo que puede pensar de ti quien considere que no tienes deseos de mujer! Aquí está, Maestro. Cuéntalo Tú mismo. Tenía un montón de denarios, pero me pasé por donde el alcabalero y le dije: «Toma esta basura tuya y dame los talentos que Isaac te ha entregado» —porque, como cosa última, supe también esto, una vez hecho el trato—. ■ No obstante, le dije a Isaac-Diómedes al final: «Acuérdate que el Judas del Templo no existe más. Ahora soy discípulo de un santo. Hazte idea, por tanto, de que jamás me has conocido, si en algo estimas tu cuello». Y por poco se lo tuerzo en ese momento, porque me respondió mal”. Zelote pregunta con indiferencia: “¿Qué te dijo?”. Iscariote: “Me dijo: «¿Tú, discípulo de un santo? Jamás lo creeré, o muy pronto veré aquí también al santo a pedirme una mujer». Me dijo: «Diómedes es una vieja raposa en el mundo. Pero tú eres la joven raposa. Yo todavía podría cambiar, porque lo que soy ahora lo soy de viejo, pero tú no cambias, porque has nacido así». ¡Viejo lujurioso! Niega tu poder, ¿comprendes?”. Zelote: “Y como buen griego dice muchas verdades”. Iscariote: “¿Qué insinúas, Simón?… ¿Lo dices por mí?”. Zelote: “No. Por todos. Es una persona que conoce el oro y los corazones de la misma manera. Es un ladrón lujurioso en todos sus negocios y peor en fama. Pero se percibe en él la filosofía de los grandes griegos. Conoce al hombre, animal con siete branquias de pecado, pulpo que destroza el bien, la honradez, el amor y otras tantas cosas en sí y en los demás”. Iscariote: “Pero no conoce a Dios”. Zelote: “¿Y tú querrías dárselo a conocer?”. Iscariote: “¿Yo?… sí… ¿Por qué?… Son los pecadores los que tienen necesidad de conocer a Dios”. Zelote: “Así es. Pero el maestro debe conocer a Dios para darle a conocer”. Iscariote: “¿Y yo no le conozco?”. ■ Jesús: “Paz amigos. Vienen ya los pastores. No turbemos su corazón con estas peleas entre nosotros. ¿Contaste tú el dinero?… Basta. Lleva a buen término todas tus acciones, como has llevado con ésta y, te lo repito, si puedes, en lo porvenir, no mientas ni siquiera para realizar una acción buena…”. Los pastores entran. Jesús: “Amigos, aquí hay diez talentos y medio. Faltan sólo cien denarios que Judas tomó para gastos de alojamiento. Tomadlos”. Iscariote pregunta: “¿Los entregas todos?”. Jesús: “Todos. No quiero ni siquiera un céntimo de ese dinero. Nosotros tenemos la limosna de Dios y de los que honestamente buscan a Dios… y jamás nos faltará lo indispensable. Créelo. Tomadlos y alegraos como Yo me alegro, por el Bautista. Mañana iréis a su prisión, vosotros dos, Juan y Matías. Simeón con José irán donde está Elías a dar noticias y a instruirse para el futuro. Elías ya sabe. Después José volverá con Leví. El lugar del encuentro será dentro de diez días en la Puerta de los Peces en Jerusalén, a las seis de la mañana. Ahora comamos y descansemos. Mañana al amanecer, parto con los míos. No tengo otra cosa que deciros por el momento. Más tarde tendréis noticias de Mí”. Todo se desvanece en el momento en que Jesús parte el pan. (Escrito el 19 de Enero de 1945).
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2-83-30 (2-47-508).- J. Iscariote pide permiso para ausentarse.- Jesús llora a causa de Judas que es enseñanza viva para los apóstoles de todos los tiempos. Simón Zelote le consuela.
“Pero dime, Señor mío: ¿por qué no alejas de Ti la fuente de esta pena?”. “Porque humanamente es inútil y sería contra la caridad. Judas es vuestra enseñanza viviente. Por un Pedro, un Juan… hay al menos otras tantas veces 7 Judas”.-  ■ Jesús está en el campo, en una zona de tierras opimas: magníficos árboles frutales, viñedos espléndidos con racimos que tienden ya a colorearse de oro y de rubí… Está sentado bajo un árbol y come fruta que le ofreció un campesino… ■ Se acerca un hombre que trae un borriquillo cargado de verduras. “Mira, si tu amigo quiere partir… mi hijo va a Jerusalén para el mercado de la Pascua”. Jesús dice a Juan: “Ve, Juan. Sabes lo que debes hacer. Dentro de cuatro días nos volveremos a ver. Mi paz sea contigo”. Jesús abraza a Juan y le besa, también Simón hace lo mismo.  Iscariote dice: “Maestro, si me permites, voy con Juan. Tengo necesidad de ver a un amigo. Todos los sábados está en Jerusalén. Iría con Juan hasta Betfagé y luego iría por mi cuenta… Es un amigo de casa… ya sabes… mi madre me dijo…”. Jesús: “Nada te he preguntado, amigo”. Iscariote: “Mi corazón llora al tener que dejarte. Pero dentro de cuatro días estaré de nuevo contigo, y te seré tan fiel que hasta te resultaré pesado”. Jesús: “Ve, pues. Dentro de cuatro días, cuando el alba se levante, estad en la Puerta de los Peces. Hasta la vista y que Dios te guarde”. Judas besa al Maestro y camina a poca distancia del borriquillo, que va trotando por el camino polvoriento. La tarde va bajando sobre la campiña que se cobija en silencio. Simón observa el trabajo de los hortelanos que riegan los surcos. ■ Jesús por unos momentos se ha quedado en el lugar en que estaba. Después se levanta, va hacia la parte de atrás de la casa, se adentra en el huerto. Se aísla. Se dirige hasta un lugar tupido en el que robustos granados se entrecruzan con matas bajas —yo diría que son de parras silvestres, pero no sé con seguridad, porque ya no tienen frutos y conozco poco la hoja de esta planta—. Jesús se esconde detrás de los granados, se arrodilla y ora… y luego se inclina hacia la hierba, con el rostro contra el suelo, y llora. Esto lo colijo por sus suspiros profundos y entrecortados. Un llanto desconsolado, sin sollozos pero muy triste. Así pasa el tiempo. La luz es ya crepuscular, pero aún no hay tanta oscuridad como para no poder ver. ■ Y dentro de esta escasa luz, se ve sobresalir por encima de una mata la cara fea pero honrada de Simón Zelote. Mira, busca, descubre la figura encorvada de Jesús, todo cubierto por el manto azul-oscuro, que le confunde casi con las sombras del suelo; sólo resaltan la rubia cabeza, apoyada sobre las muñecas, y las manos unidas en oración, que sobresalen por encima de aquella. Simón mira con esos ojos suyos tan saltones. Comprende que Jesús está triste, por los suspiros que da, y su boca de labios abultados y de color violeta, se abre: “¡Maestro!”. Jesús levanta el rostro. Zelote: “¿Lloras, Maestro? ¿Por qué? ¿Me permites que vaya a donde estás?”. En la cara de Simón está dibujada la sorpresa y el dolor. En realidad es un hombre feo. A su no bello perfil y al color oscuro aceituna se le añaden las cicatrices azuladas que cual hoyos le dejó su mal. Pero su mirada es tan buena, que su deformidad desaparece. Jesús le dice: “Ven, Simón amigo”. Jesús se ha sentado en la hierba. Simón se sienta cerca de Él. Zelote le pregunta: “¿Por qué estás triste, Maestro mío? Yo no soy Juan y no podré darte todo cuanto él te da, pero tengo deseos de consolarte. Y tengo un solo dolor: el de sentirme incapaz de hacerlo. Dime: ¿Te he causado algún disgusto en estos últimos días hasta el punto de que te canse el tener que estar conmigo?”. Jesús: “No, buen amigo. Desde el momento en que te vi, no me has causado ningún desagrado. Y creo que jamás me serás causa de llanto”. Zelote: “¿Y entonces, Maestro?… No soy digno de tu confianza, pero dados mis años, podría ser hasta padre tuyo, y bien sabes que siempre he tenido sed de hijos… Permíteme que te acaricie como si fueses hijo mío y que haga yo en esta hora las veces de padre y madre. Tienes necesidad de tu Madre para olvidar muchas cosas…”. Jesús: “¡Oh, sí… de mi Madre!”. Zelote: “Pues bien, mientras no llegue el momento en que Ella te consuele, deja a tu siervo la alegría de hacerlo. ■ Maestro, Tú lloras porque ha habido uno que te ha disgustado. Desde hace días tu rostro es como sol cubierto de nubes. Te he estado observando. Tu bondad oculta la herida, para que nosotros no odiemos al que te hiere; pero esta herida duele y te provoca náusea. Pero dime, Señor mío: ¿por qué no alejas de Ti la fuente de esta pena?”. Jesús: “Porque humanamente es inútil y sería contra la caridad”. Zelote: “¡Ah! ¡Te has dado cuenta de que me refería a Judas! Tú sufres por él. ¿Cómo puedes, Tú, Verdad, soportar a ese mentiroso?… Miente y ni cambia de color. Es más falso que un zorro, más cerrado que una piedra. Ahora se ha ido. ¿A hacer qué? ¿Será posible que tenga tantos amigos? Aléjale de Ti, Señor mío, a ese hombre”. Jesús: “Es inútil. Lo que debe ser, será”. Zelote: “¿Qué quieres decir?”. Jesús: “Nada en particular”. Zelote: “Tú de buena gana le has dejado ir porque… porque te asqueó su modo de actuar en Jericó”. Jesús: “Así es, Simón. Una vez más te digo: lo que debe ser, será. ■ Y Judas forma parte de este futuro. También él debe estar…”. Zelote: “Juan me ha contado que Simón Pedro es todo franqueza y fuego… ¿Le podrá soportar a éste?”. Jesús: “Le debe soportar. También Pedro está destinado a ser una parte, y Judas es el cañamazo en que debe tejer su parte; o, si lo prefieres, es la escuela en que Pedro se ejercitará más que con cualquier otro. Ser buenos con Juan, entender a los corazones como el de Juan, es también virtud hasta de tontos. Pero ser buenos con quien es un Judas, saber comprender corazones como el de Judas, y ser médico y sacerdote para ellos es difícil. Judas es vuestra enseñanza viviente”. Zelote: “¿La nuestra?”. Jesús: “Sí, la vuestra. El Maestro no es eterno sobre la Tierra. Se irá después de haber comido el pan más duro, y bebido el vino más amargo. Pero vosotros os quedaréis para ser mis continuadores… y debéis saber. Porque el mundo no termina con el Maestro, sino que continúa después, hasta el regreso final del Mesías y hasta el juicio final del hombre. ■ Y, en verdad te digo que por un Juan, un Pedro, un Simón, un Santiago, Andrés, Felipe, Bartolomé y Tomás, hay al menos otras tantas veces siete Judas. Muchos más, muchos más”. Simón, reflexivo, guarda silencio. ■ Luego dice: “Los pastores son buenos. Judas los desprecia pero yo los amo”. Jesús: “Yo los amo y los alabo”. Zelote: “Son almas sencillas, como las que te agradan”. Jesús: “Judas ha vivido en la ciudad”. Zelote: “Su único pretexto. Muchos también han vivido y sin embargo… ■ ¿Cuándo irás a la casa de mi amigo Lázaro de Betania?”. Jesús: “Mañana, Simón. Y con mucho gusto porque estamos solos tú y yo. Me imagino que es un hombre culto y experimentado como tú”.  Zelote: “Y sufre mucho… en el cuerpo y más aún en el corazón. Maestro… me gustaría pedirte un favor: si no te habla de sus tristezas, no le preguntes nada referente a su casa”. Jesús: “No lo haré. Yo soy para quien sufre, pero no fuerzo las confidencias; el llanto tiene su pudor…”. Zelote: “Y yo no lo he respetado… Pero es que me has dado tanta pena…”. Jesús: “Tú eres mi amigo y ya le habías dado un nombre a mi dolor. Yo para tu amigo soy el Rabí desconocido. Cuando me conozca… entonces… ¡Vámonos! Ya es de noche. No hagamos esperar a los que nos hospedan. Mañana al amanecer iremos a Betania”.  (Escrito el 20 de Enero de 1945).
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2-84-34 (2-49-513).- Primer encuentro de Jesús con Lázaro de Betania.
* Una visita muy esperada por Lázaro quien ve en Jesús al “Esperado”.- ■ Jesús y Simón Zelote caminan por un camino que se aleja de la calzada principal haciendo una “V”. Se dirigen hacia unos magníficos huertos de árboles frutales, y espléndidos campos de lino tan alto como un hombre, ya cercano a la siega; otros campos más lejanos parecen de color rosado a causa de las calabazas que se ven entre la amarillez de los rastrojos. Zelote: “Estamos ya en la propiedad de mi amigo. Como puedes ver, Maestro, la distancia estaba dentro de la prescripción de la Ley. Jamás me habría permitido un engaño contigo. Detrás de aquel huertecillo está el muro que circunda el jardín; dentro está la casa. Te he traído por este atajo precisamente para estar dentro de la distancia permitida”. Jesús: “¡Es muy rico tu amigo!”. Zelote: “Mucho. Pero no es feliz. Su casa tiene propiedades también en otras partes”. Jesús: “¿Es fariseo?”. Zelote: “Su padre no lo fue. Él… es muy observante. Ya te lo dije: un verdadero israelita”. ■ Llegan a la sólida puerta de hierro forjado. Simón llama a la puerta con el pesado aldabón de bronce. Jesús observa: “Simón, es una hora todavía muy temprana para entrar”. Zelote: “¡Oh! Mi amigo, al no encontrar consuelo sino en su jardín y en los libros, se levanta nada más salir el sol. La noche es para él un tormento. Maestro, no tardes en darle una alegría”. Un criado abre la puerta. “Buenos días, Aseo. Di a tu patrón que Simón el Zelote ha venido con su Amigo”. El criado les invita a entrar diciendo: “Vuestro siervo os saluda. Entrad, que la casa de Lázaro está abierta para los amigos”. Luego se marcha corriendo. Simón, que conoce el lugar, se dirige no por el pasillo central sino por un sendero que entre rosales lleva a una pérgola de jazmines. ■ Y de allí, en efecto, sale Lázaro poco después. Está delgado y pálido, como siempre le he visto; alto, pelo corto ni abundante ni rizado, barba rasurada excepto en el mentón. Trae un vestido de lino blanquísimo y camina con fatiga, como quien está enfermo de las piernas. Cuando ve a Simón, le hace una señal de saludo afectuoso, y después como puede, corre hacia Jesús, se arrodilla inclinándose hasta el suelo para besar la orla de su vestido y dice: “No soy digno de tanto honor. Pero ya que tu santidad se humilla hasta mi miseria, ven, Señor mío, entra, y toma posesión de mi pobre casa”. Jesús: “Levántate, amigo y recibe mi paz”. Lázaro se levanta, besa la mano de Jesús, le mira con veneración no exenta de curiosidad. Caminan en dirección a la casa. Lázaro: “¡Cuánto te he esperado, Maestro! A cada amanecer me decía: «¡Hoy vendrá!», y a cada crepúsculo: «¡Hoy, tampoco le he visto!»”. Jesús: “¿Por qué me esperabas con ansia?”. Lázaro: “Porque… ■ ¿qué esperamos nosotros los de Israel sino a Ti?”. Jesús: “¿Y crees tú, que sea Yo el Esperado?”. Lázaro: “Simón jamás ha dicho mentiras, ni es muchacho que se exalte por quimeras. La edad y el dolor le han hecho maduro como un sabio. Y, además… aunque él no te hubiese conocido por lo que en realidad eres, tus obras habrían hablado y te habrían llamado «Santo». Quien hace las obras de Dios debe ser hombre de Dios, y Tú las haces; y las haces de modo que te proclaman el Hombre de Dios. Mi amigo fue a Ti, por la fama de milagros y obtuvo un milagro. Y sé que tu camino está cubierto de otros milagros. ¿Por qué no creer entonces que Tú eres el Esperado? ¡Oh, es tan dulce creer lo bueno! Hay tantas cosas no buenas que debemos creerlas, por amor a la paz, por no poderlas cambiar; debemos mostrar que creemos muchas palabras falsas, que parecen halagos, alabanzas, benignidad, y son por el contrario sarcasmo y censura, veneno recubierto de miel; debemos mostrar que las creemos aun sabiendo que son veneno, censura y sarcasmo…, debemos hacerlo porque… no se puede actuar de otra manera y somos débiles contra todo un mundo que es fuerte, y estamos solos contra todo un mundo, que, como enemigo, está contra nosotros… ¿Por qué, entonces, tener dificultad en creer lo bueno? Pero es que, además, estamos en la plenitud de los tiempos y los signos de los tiempos se dan. Y cuanto pudiera faltar para robustecer la fe y hacerla impasible ante la duda, lo pone nuestra voluntad de creer y de aplacar nuestro corazón en la certeza de que la espera ha terminado y de que el Redentor está ya entre nosotros; está entre nosotros el Mesías… Aquel  que devolverá la paz a Israel y a los hijos de Israel. Aquel que hará que muramos sin angustia, sabiendo que hemos sido redimidos y que vivamos sin ese aguijón de nostalgia por nuestros muertos… ¡Oh… los muertos! ¿Por qué sentir pena por ellos, sino porque ya no tienen a sus hijos y todavía no tienen a su Padre y Dios?”. ■ Jesús: “¿Hace mucho tiempo que se te murió el padre?”. Lázaro: “Hace tres años, y hace siete que murió mi madre. Pero ya hace algún tiempo que no los compadezco… Yo mismo quisiera estar donde creo que están ellos en espera del Cielo”. Jesús:  “No hubieras entonces hospedado al Mesías”. Lázaro: “Es verdad. Ahora yo soy más que ellos porque te tengo… y el corazón se aplaca con esta alegría. Entra, Maestro. Concédeme la honra de que mi casa sea la tuya. Hoy es sábado y no puedo honrarte convidando a amigos…”. Jesús: “No lo deseo. Hoy soy todo para el amigo común de Simón y mío”. Entran en una bella sala donde los siervos están preparados para recibirlos. Dice Lázaro: “Os ruego que los sigáis. Podréis reponer fuerzas o tomar algún fresco antes de la comida matutina”. Y, mientras Jesús y Simón van a otro lugar, Lázaro da órdenes a sus siervos. Comprendo que la casa es rica, y señorial además de rica… Jesús bebe leche que Lázaro quiere personalmente servirle antes de los alimentos matinales.
* Simón Zelote quiere vender su propiedad porque no desea otra atadura que la de servir a Jesús.- ■ Veo que Lázaro se vuelve a Simón y le dice: “He encontrado al hombre que está dispuesto a adquirir tus bienes, y al precio que tu intendente ha estimado justo. No quita ni una dracma” (1). Zelote: “¿Pero está dispuesto a observar mis cláusulas?”. Lázaro: “Está dispuesto. Acepta todo, con tal de estar en estas tierras. Y yo me alegro porque al menos sé con quién confino. No obstante, de la misma forma que tú deseas mantenerte al margen en la venta, él desea que no sepas quién es. Te ruego que secundes este deseo suyo”.  Zelote: “No veo motivo para no hacerlo. Tú, amigo mío, harás mis veces… Todo lo que hagas estará bien. Me conformo solo con que mi servidor fiel no se quede en la calle… Maestro, yo vendo, y, por lo que a mí respecta, me siento feliz de no tener ya nada que me ligue a ninguna cosa que no sea servirte a Ti. Pero tengo un viejo criado fiel, el único que ha quedado después de mi desventura y que —ya te lo dije— me ayudó siempre en los momentos de segregación, cuidando de mis bienes como de los propios, haciéndolos incluso pasar con la ayuda de Lázaro por propios para salvármelos y poder socorrerme con ellos. Ahora sería injusto que yo le despidiera sin casa, ahora que es anciano. He decidido que una pequeña casa, en los lindes de la propiedad, se quede para él, y que parte de la suma se le dé para su sustento futuro. ■ Los viejos, ya sabes, son como la hiedra: cuando han vivido siempre en un lugar, sufren demasiado si se les aleja de él. Lázaro le quería consigo, porque Lázaro es bueno, pero he preferido hacer esto. Sufrirá menos el anciano…”. Jesús observa: “Tú también eres bueno, Simón. Si todos fueran justos como tú, resultaría más fácil mi misión…”.
* La metáfora de las tierras —pantanosas-ventosas— aplicada a la vida de algunos pecadores, y el amor.- ■ Lázaro pregunta: “¿Encuentras, Maestro, que el mundo te resiste?”. Jesús: “¿El mundo?… ¡No! La fuerza del mundo: Satanás. Si él no fuese dueño de los corazones y los tuviese en sus manos no encontraría Yo resistencia. Pero el Mal está contra el Bien, y debo vencer en cada uno el mal para introducir el bien… ¡y no todos quieren!”. Lázaro: “Es verdad. No todos lo quieren. Maestro, ¿qué palabras encuentras para convertir y doblegar a quien es culpable? ¿Palabras de severa reprobación, como las que llenan la historia de Israel hacia los culpables —el último que las usa es el Precursor—, o por el contrario palabras de misericordia?”. Jesús: “Empleo el amor y la misericordia. ¡Cree, Lázaro, que para quien ha caído tiene más poder una mirada de amor que una maldición!”. Lázaro: “¿Y si se burlan del amor?”. Jesús: “Insistir una vez más. Insistir hasta donde más no se pueda. Lázaro, ■ ¿conoces esas tierras traidoras que se tragan a los incautos?”. Lázaro: “Sí. Lo he leído, porque en mi situación actual leo mucho. Sé que hay en Siria y en Egipto y que son como ventosas. Aspiran cuando hace presa. Dice un romano que son bocas del Infierno, habitadas por monstruos paganos. ¿Es verdad?”. Jesús: “No es verdad. No son más que formaciones especiales del suelo terrestre. No tiene nada que ver con el Olimpo. Dejará de creerse en el Olimpo y aquéllas seguirán existiendo, y el progreso del hombre no podrá más que proporcionar una explicación más verídica del hecho, pero no eliminarlo. Ahora Yo digo: de la misma forma que has leído acerca de esas tierras, habrás leído también de qué manera puede salvarse quien cae en ellas”. Lázaro: “Sí, echándole una soga, o con un palo o una rama. En ocasiones es suficiente poco para darle al que se está hundiendo eso mínimo que necesita para mantenerse, que es además ese mínimo imprescindible para que esté tranquilo, sin movimientos convulsivos, mientras espera un socorro mayor”. Jesús: “Pues bien, el culpable, el que está en manos de Satanás, es como si sufriera la succión de un suelo engañoso (cubierto de flores en la superficie, pero lodo movedizo por debajo). ¿Tú crees que, si uno supiera qué significa poner aunque solo fuera un átomo de sí mismo en manos de Satanás, lo haría?  Pero no sabe… y, después… o le paraliza el aturdimiento y el veneno del mal o le enloquece, y para huir del remordimiento de haberse procurado la propia ruina empieza a moverse convulsivamente, a agarrarse al lodo, creando así pesadas ondas con su movimiento imprudente, las cuales aceleran cada vez más su fin. ■ El amor es la soga, el hilo, la rama de que hablaste. Insistir, insistir… hasta que se haya asido… Una palabra… y  perdón…  un perdón más grande que la culpa… al menos para impedir que siga hundiéndose y esperar el socorro de Dios… Lázaro, ¿sabes qué poder tiene el perdón?: Hace que Dios acuda a auxiliar a quien está socorriendo a otro…”.
* Jesús aplaca los escrúpulos de Lázaro por alguna de sus lecturas o aficiones.- ■ Jesús le pregunta:  “¿Lees mucho?”. Lázaro: “Mucho; y no sé si hago bien. Pero la enfermedad y… otras cosas me han privado de muchos placeres del hombre… y ahora no tengo más que la pasión por las flores y los libros… por las plantas, y… también por los caballos… Sé que me critican, pero ¿puedo yo ir a mis propiedades en este estado (y descubre unas gruesas piernas completamente vendadas) a  pie o ni siquiera en mula? Debo usar un carro y además que sea rápido. Por esto tengo caballos y me he encariñado con ellos. Pero si Tú me dices que está mal… los mando vender”. Jesús: “No, Lázaro. No son estas cosas las que corrompen. Corrompe lo que intranquiliza el corazón y le aleja de Dios”. Lázaro: “Pues bien, Maestro, esto quería saber. Leo mucho. Es mi consuelo. Me gusta saber. Yo creo que en el fondo es mejor saber que hacer el mal, es mejor leer que… que hacer otras cosas. No leo tan sólo páginas que se refieren a nosotros. Me encanta también conocer otros mundos. Roma y Atenas me atraen. Ahora sé cuánto mal le vino a Israel cuando se corrompió con los Asirios y con Egipto (2), cuánto mal nos hicieron los gobiernos helenizantes (3). No sé si un particular puede hacerse a sí el mismo daño que Judas Macabeo se hizo a sí mismo y a nosotros, sus hijos. Tú ¿qué piensas de ello? Deseo que me enseñes. Tú, que no eres rabí, sino el Verbo sabio y divino”. ■ Jesús le mira fijamente durante unos momentos con una mirada penetrante y al mismo tiempo lejana. Parece que como si, traspasando el cuerpo de Lázaro, Él escrutara su corazón, y, yendo aún más allá, viera quién sabe qué… Al final habla: “¿Sientes turbación por lo que lees? ¿Te separa de Dios y de su Ley?”. Lázaro: “No, Maestro. Al revés, me mueve, por el contrario, a hacer comparaciones entre nuestra verdad y la falsedad pagana. Comparo y reflexiono las glorias de Israel, sus justos, sus Patriarcas, sus Profetas y las figuras deshonestas de la historia de otros. Comparo nuestra filosofía —si se puede llamar así la Sabiduría que habla en los textos sagrados— con la pobre filosofía griega y romana, en las cuales hay, sí, chispas de fuego, pero no la segura llama que arde y resplandece en nuestros Sabios. Y luego, con mayor veneración aún, me inclino con el espíritu a adorar a nuestro Dios que habla a Israel a través de hechos, personas y nuestros escritos”. Jesús: “Entonces, sigue leyendo… Te será útil conocer el mundo pagano… Continúa… Puedes hacerlo. En ti no existe el fermento del mal y la gangrena espiritual; por lo tanto, puedes leer sin temor alguno pues el amor verdadero que tienes para tu Dios, hace estériles los gérmenes profanos que la lectura puede esparcir en ti. ■ En todas las acciones del hombre existe la posibilidad del bien y del mal, según se realicen. Amar no es pecado, si se ama santamente. Trabajar no es pecado, si se trabaja cuando es justo. Ganar no es pecado, si uno se conforma con lo que es justo. Instruirse no es pecado, si, por la instrucción, no se mata la idea de Dios en nosotros. Por el contrario, es pecado incluso el servir al altar, si ello se hace por interés propio. ¿Estás convencido, Lázaro?”. Lázaro: “Sí, Maestro. Había preguntado lo mismo a otros, y han terminado por despreciarme… Pero Tú me das luz y paz. ¡Oh, si todos te oyesen!… Ven, Maestro. Entre los jazmines hay frescura y silencio. Dulce es esperar el atardecer entre la fresca sombra”.  Salen y todo termina. (Escrito el 21 de Enero de 1945).
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1  Nota  : La propiedad de Simón Zelote en Betania.- Durante el período en que Simón Zelote, acusado y proscrito como leproso, anduvo errante en continua huída —antes de conocer a Jesús—, fue Lázaro quien, amparándose en el favor de Roma, le conservó esta propiedad de Betania. Zelote, después de su curación por Jesús, se hizo cargo nuevamente de la misma, donde un fiel sirviente suyo vivía y la guardaba.  2  Nota  : Cfr. 2 Re. 21,1-18.  3  Nota   : Cfr. ambos libros de los Macabeos,  por ej. 1 Mac.1; 2  Mac. 4-7.                                     
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2-85-41 (2-50-521).- Antes de ir a la casa del Getsemaní, Jesús y Simón Zelote suben al Templo. Simón Zelote, asombrado, ante la predicación  de J. Iscariote.
* Judas sorprende a todos: habla en el Templo e invita a aceptar a Jesús como el Mesías.- José de Arimatea y Nicodemo quieren conocer a Jesús.-Jesús está con Simón en el Templo. Ya han entrado y caminan por el primer rellano. Pasan por un pórtico, dirigiéndose a un segundo rellano. Zelote: “Maestro, mira allá a Judas entre aquel corro de gente. Y hay también fariseos y miembros del Sanedrín. Voy a oír lo que dice. ¿Me permites?”. Jesús: “Ve. Te espero cerca del Gran Pórtico”. Simón va rápido y se mete de manera de poder oír, sin ser visto. Judas habla con convicción: “… y  aquí hay personas que todos conocéis y respetáis, que pueden decir quién soy yo. Pues bien, os lo digo que Él me ha cambiado. El primer redimido soy yo. Muchos veneráis al Bautista. También Él le venera y le llama «el santo igual a Elías por misión, pero aún mayor que Elías». Ahora bien, si tal es el Bautista y el mismo Bautista le llama «el Cordero de Dios» y jura por su santidad haber visto que el fuego del Cielo lo coronaba mientras una voz del Cielo le proclamaba: «Hijo amado de Dios a quien se debe escuchar» no puede ser sino el Mesías. Lo es. Os lo juro. No soy un cualquiera ni un tonto. Lo es. Lo he visto en sus obras y he escuchado su palabra. Os lo digo: Es Él, el Mesías. El milagro le obedece como el esclavo a su dueño. Enfermedades y desgracias caen como cosas muertas y en su lugar llega la alegría y la salud. Los corazones se cambian más que los cuerpos. Podéis verlo en mí. ¿Tenéis enfermos o penas que aliviar? Si los tenéis, venid mañana al amanecer a la Puerta de los Peces. Estará Él allí y os hará felices. Entre tanto: ved que en su nombre doy a los pobres esta ayuda”. Y Judas distribuye el dinero a dos paralíticos y a tres ciegos, y finalmente obliga a una viejecilla a aceptar el resto. ■ Despide a la gente y se queda con José de Arimatea, Nicodemo y otros tres que no conozco. Iscariote exclama: “¡Ah! ¡Ahora estoy bien!, no tengo ya nada. Soy como Él quiere”. José, sorprendido, le dice: “En verdad que no te conozco. Pensaba que era una broma, pero veo que lo haces en serio”. Iscariote: “En serio. ¡Oh! Soy el primero en reconocerlo. Sigo siendo una bestia inmunda respecto a Él, pero ya estoy muy cambiado”. Uno, de los que no conozco, pregunta: “¿Y no perteneces más al Templo?”. Iscariote: “¡Oh, no! Soy del Mesías. Quien se acerca a Él, a menos que sea una víbora, no puede más que amarle y no desea nada más aparte de Él”. Nicodemo pregunta: “¿No vendrá, más aquí?”. Iscariote: “Sí que vendrá. Pero no ahora”. Nicodemo: “Me gustaría conocerle”. Iscariote: “Ya habló en este lugar, Nicodemo”. Nicodemo: “Lo sé. Pero yo estaba con Gamaliel… Le vi… pero no me detuve”. Iscariote: “Nicodemo… ¿qué dice Gamaliel?”. Nicodemo: “Dijo: «algún nuevo profeta», no añadió más”. Iscariote habla con ansiedad: “¿José, no le dijiste lo que yo te dije?… ¡Tú eres su amigo!”. José: “Se lo dije, pero me respondió: «Tenemos ya al Bautista y, según doctrina de los escribas, por lo menos deben pasar cien años entre éste y aquél, para la preparación del pueblo para la venida del Rey. Yo digo que se necesitan menos», añadió, «porque el tiempo se ha cumplido ya». Y concluyó: «Mas no puedo admitir que el Mesías se manifieste de este modo… Creí un día que daba principio la manifestación mesiánica, porque su primer resplandor fue un relámpago verdaderamente celestial (1). Pero después… no hubo más que un largo silencio y creo que me equivoqué…»”. ■ Iscariote: “Trata de hablarle otra vez. Si Gamaliel estuviese con nosotros y vosotros con Él…”. Uno de los tres desconocidos objeta: “No os aconsejo. El Sanedrín es poderoso y Anás lo gobierna con astucia y ambición. Si tu Mesías quiere vivir, le aconsejo que permanezca en la oscuridad; a menos que se imponga con la fuerza, pero entonces está Roma…”. Iscariote: “Si el Sanedrín le escuchase se convertiría a Él”. Los tres desconocidos se ríen: “¡Ja! ¡ja! ¡ja!”, y dicen: “Judas, creíamos que habías cambiado, y que eras inteligente. Si es verdad lo que dices de Él, ¿cómo puedes pensar que el Sanedrín le siga?… Ven, ven, José. Es mejor para todos. Que Dios te guarde, Judas. Te hace falta” y se alejan. Judas queda solo con Nicodemo.
*  Judas es un alma muy enferma.- ■ Simón Zelote se aleja sin hacerse notar y va donde Jesús. “Maestro, me acuso de haber calumniado a Judas de palabra y de corazón. Este hombre me desorienta. Casi creía que era un enemigo tuyo, pero le oí hablar de Ti de una forma que pocos entre nosotros lo harían, sobre todo aquí donde el odio podría matar en primer lugar al discípulo y luego al Maestro. Le vi dar dinero a los pobres, y tratar de convencer a los miembros del Sanedrín…”. Jesús: “¿Lo ves, Simón? Me alegro de que hayas visto en esta ocasión así. Dirás esto también a los demás cuando le acusen. Bendigamos al Señor por esta alegría que me proporcionas; por tu honradez al decir: «He calumniado», y por la obra del discípulo que creías malvado y no lo es”. ■ Oran por largo tiempo y luego se retiran. Jesús le pregunta: “¿No te vio?”. Zelote: “¡No! Estoy seguro”. Jesús: “No le digas nada. Es un alma muy enferma. Una alabanza sería semejante a alimentos fuertes dados a un convaleciente de una alta fiebre estomacal… Le haría que se enfermase más, porque se gloriaría de saber que es famoso… y donde entra el orgullo…”. Zelote: “Guardaré silencio. ■ ¿A dónde vamos?”. Jesús: “A donde está Juan. A esta hora del calor se encontrará en la casa del Olivar”. Caminan ligeros buscando la sombra por las calles, calles verdaderamente de fuego a causa del intenso sol. Salen del suburbio polvoriento, atraviesan la puerta de la muralla, salen a la deslumbrante campiña; de ésta a los olivos, de los olivos a la casa. En la cocina (fresca y oscura por la cortina que han colocado en la puerta) está Juan que cabecea. Jesús le llama: “¡Juan!”. “Maestro, ¿Tú? Te esperaba por la noche”. Jesús: “Vine antes. ¿Cómo te has sentido durante este tiempo?”. Juan: “Como un cordero que hubiese perdido a su pastor. Hablaba a todos de Ti, porque, al hacerlo, era tenerte un poco. He hablado a algunos familiares, a conocidos y extraños. También a Anás… y a un paralítico del que me hice amigo con tres denarios. Me los habían dado y yo se los di a él. ■ Y también a una pobre mujer, de la edad de mi madre, que lloraba en un grupo de mujeres a la puerta de una casa. Le pregunté: «¿Por qué lloras?». Respondió: «El médico me ha dicho: ‘Tu hija está enferma, de tisis. Resígnate. En los primeros de Octubre morirá. Ella es lo único que tengo; es hermosa y buena, y tiene quince años. Debía de casarse en la primavera, y en lugar del cofre de las nupcias debo prepararle el sepulcro’». Le dije: «Conozco a un médico que te la puede curar si tienes fe». Y ella: «Nadie la puede curar. Ya la vieron tres médicos. Escupe ya sangre». Dije: «Mi médico no es uno como los tuyos. No cura con medicinas, sino con su poder. Es el Mesías…». Entonces una viejecilla irrumpió: «¡Oh, cree, Elisa! Cree. ¡Conozco a un ciego que ve debido a Él!». Y la madre entonces pasó de la desconfianza a la esperanza y te está esperando… ¿Hice bien? ¡No hice más que esto!”. Jesús: “Hiciste bien. Al atardecer iremos a tus amigos. ¿Has visto a Judas?”. Juan:  “No, Maestro. Pero me ha mandado comida y dinero, que repartí entre los pobres. También mandó decir que podía usarlo porque era suyo”. Jesús: “Es verdad, Juan. ■ Mañana iremos a Galilea…”. Juan: “Me alegra, Maestro. Pienso en Simón Pedro. ¡Con qué ansia te estará esperando! ¿Pasaremos también por Nazaret?”. Jesús: “Sí, y allí esperaremos a Pedro, a Andrés y a Santiago tu hermano”. Juan: “¡Oh! ¿Nos quedamos en Galilea?”. Jesús: “Sí, durante un tiempo”. Juan está feliz. Y en medio de su felicidad termina todo. (Escrito el 22 de Enero de 1945).
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1 Nota : Gamaliel y la señal predicha por Jesús.- El episodio de Jesús, a los doce años, entre los doctores en el Templo, es narrado por Lucas 2,41-50. En el pasaje analógico descrito por María Valtorta (que se relata en el episodio 1-41-220 de «El Evangelio como me ha sido revelado». Y, en nuestro trabajo en el tema “Jesús Niño”), aparecen los personajes de: Gamaliel y Hilel entre esos doctores. Jesús prometió entonces a Gamaliel, impresionado por la ciencia de aquel muchacho, que vería cómo las piedras se estremecerían, como señal de su Divinidad. Este suceso y las palabras de Jesús marcaron toda la vida de Gamaliel, como se verá a lo largo de esta Obra. Cfr.  Personajes de la Obra Magna: Gamaliel.
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(<Jesús con Simón Zelote y Juan, a las primeras horas de la mañana, han llegado a la puerta de la entrada a la Ciudad, a la Puerta de los Peces, lugar del encuentro convenido con J. Iscariote y pastores. Jesús acaba de dirigir unas palabras a los soldados>)
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2-86-46 (2-51-526).- Encuentro con el soldado Alejandro (1) en la Puerta de los Peces. También con Judas y pastores.
* “Todos los hombres tienen un alma. Y ésta es lo que distingue al hombre del animal… No tiene cuerpo pero existe. Está en ti. Viene de quien creó el mundo y a Él vuelve después de la muerte del cuerpo”.- ■ Simón Zelote observa: “Tarda Judas y también los pastores”. El soldado Alejandro, que ha estado escuchando atentamente, pregunta: “¿Esperas a alguien, Galileo?”. Jesús: “A algunos amigos”. Alejandro: “Ven al fresco, al «andrón», el sol quema desde el amanecer. ¿Vas a la ciudad?”. Jesús: “No, regreso a Galilea”.  Alejandro: “¿A pie?”. Jesús: “Soy pobre. A pie”. Alejandro: “¿Tienes mujer?”. Jesús: “Tengo una Madre”. Alejandro: “También yo. Ven… si no te causamos repugnancia como a los demás”. Jesús: “Tan solo el pecado me causa repugnancia”. El soldado le mira sorprendido y pensativo: “Nosotros nunca tendremos nada contra Ti. Jamás se levantará la espada contra Ti. Eres bueno. Pero los demás…”. ■ Jesús está en el andrón. Juan mira hacia la ciudad. Simón está sentado sobre un bloque de piedra que hace de banco. Alejandro: “¿Cómo te llamas?”. “Jesús”. Alejandro: “¿Tú eres el que haces milagros a los enfermos? Pensaba que fueses tan sólo un mago… como nosotros tenemos, pero un mago bueno. Porque hay ciertos tipos… los nuestros no saben curar enfermos. ¿Cómo lo haces?”. Jesús sonríe y calla. Alejandro: “¿Empleas fórmulas mágicas? ¿Tienes ungüentos de la médula de los muertos, polvo de serpientes, piedras mágicas de las cuevas de los Pitones?”. Jesús: “Nada de eso. Tengo tan sólo mi poder”. Alejandro: “Entonces eres realmente santo. Nosotros tenemos arúspices y vestales… y algunos de ellos hacen prodigios… y dicen que son los más santos. ¿Qué piensas Tú?… ¡Son peores que los demás!”. Jesús: “Y si es así… ¿por qué los veneráis?”. Alejandro: “Porque… porque es la religión de Roma. Si un súbdito no respeta la religión de su Estado, ¿cómo puede respetar al Cesar y a la patria, y así, así otras tantas cosas?”. Jesús mira atentamente al soldado y le dice: “En verdad estás muy adelantado en el camino de la justicia. Prosigue, ¡soldado!, ■ y llegarás a conocer eso que tu alma añora tener, y no sabe darle un nombre”. Alejandro: “¿El alma?… ¿Qué es?”. Jesús: “Cuando mueras, ¿a dónde irás?”. Alejandro: “Bueno… no lo sé. Si muero como héroe, iré a la hoguera de los héroes… y si llego a ser un pobre viejo, un nada, probablemente me pudra en mi cuartucho o al borde de un camino”. Jesús: “Esto por lo que respecta al cuerpo. Pero el alma ¿a dónde irá?”. Alejandro: “No sé si todos los hombres tienen alma o si la tienen solo los destinados por Júpiter a los Campos Elíseos después de una vida portentosa, si es que antes no se los lleva al Olimpo, como hizo con Rómulo”. Jesús: “Todos los hombres tienen un alma. Y ésta es lo que distingue al hombre del animal. ¿Te gustaría ser semejante a un caballo, a un pájaro, a un pez, carne que, muerta, es solo un montón de podredumbre?”. Alejandro: “¡Oh! ¡No! Soy hombre y prefiero serlo”. Jesús: “Pues bien, lo que hace que seas hombre, es el alma. Sin ella no serías más que un animal que habla”. Alejandro: “Y ¿dónde está?… ¿Cómo es?”. Jesús: “No tiene cuerpo pero existe. Está en ti. Viene de quien creó el mundo y a Él vuelve después de la muerte del cuerpo”. Alejandro: “Viene del Dios de Israel, según vosotros”. Jesús: “Del Dios único, Uno, Eterno, Señor Supremo y Creador del Universo”. Alejandro: “¿Y también un pobre soldado como yo, tiene alma y regresa ésta a Dios?”. Jesús: “Sí, también un pobre soldado, y Dios será amigo de su alma si ésta fue siempre buena, o la castigará si fue malvada”. ■ Juan anuncia: “Maestro, he aquí a Judas con los pastores y las mujeres…”. Jesús: “Me voy, soldado, sé bueno”. Alejandro: “¿No te volveré a ver? Quisiera saber todavía…”. Jesús: “Estaré en Galilea hasta Septiembre. Si puedes, ven.  En Cafarnaúm o Nazaret cualquiera te puede dar razón de Mí. En Cafarnaúm, pregunta por Simón Pedro; en Nazaret, por María de José. Es mi Madre. Ven y te hablaré del Dios verdadero”. Alejandro: “Simón Pedro… María de José. Iré si puedo. Si regresas, acuérdate de Alejandro. Soy de la Centuria de Jerusalén”.
* “Judas, son las luchas del apostolado: más derrotas que victorias.- J. Iscariote pregunta: “¿Llegaré a ser bueno alguna vez?”.- ■ Judas y pastores están ya en el atrio. Dice Jesús: “Paz a todos vosotros”, y hubiera querido decir algo más… Pero una jovencita delgaducha, ha abierto el grupo y se ha echado a sus pies: “¡Tu bendición una vez más sobre mí, Maestro y Salvador, y una vez más mi beso para Ti!” (le besa las manos). Jesús: “Ve. Sé alegre, buena; buena hija, luego buena esposa y luego buena madre. Enseña a tus futuros pequeños mi Nombre y mi doctrina.  Paz a ti y a tu madre. Paz y bendición a todos los que son amigos de Dios. Paz a ti también, Alejandro”. Jesús se aleja. ■ Iscariote explica: “Nos hemos retrasado, pero es que nos han asediado esas mujeres. Estaban en Getsemaní y querían verte. Nosotros habíamos ido allí, sin saber los unos de los otros, para venir contigo, pero tú te habías ido y en vez de Ti estaban ellas. Queríamos quitárnoslas de encima… pero eran más pesadas que las moscas, querían saber muchas cosas… ¿Has curado a la niña?”. Jesús: “Sí”. Iscariote: “¿Hablaste con el soldado?”. Jesús: “Sí. Es un corazón honrado y busca la Verdad”. Judas suspira. Jesús le pregunta: “¿Por qué suspiras, Judas?”. Iscariote: “Suspiro porque… porque quisiera que los nuestros fuesen los que buscasen la Verdad. Sin embargo, o huyen de ella o se burlan de ella o permanecen indiferentes. Estoy desilusionado. Siento el deseo de no volver a poner pie aquí y de dedicarme solo a escucharte. ■ Total, como discípulo no logro hacer gran cosa”. Jesús: “¿Y tú crees que Yo logro mucho?… No te desanimes, Judas. Son las luchas del apostolado. Más derrotas que victorias: derrota aquí, pero allá arriba siempre son victorias. El Padre ve tu buena voluntad y te bendice, aunque nada logres”. Iscariote besándole la mano: “¡Oh!, Tú eres bueno. ¿Llegaré a ser bueno alguna vez?”. Jesús: “Sí, si lo quieres”. Iscariote: “Creo haberlo sido durante estos días… He sufrido para serlo… porque tengo muchas tendencias… pero lo he sido pensando solo en Ti”. Jesús: “Entonces persevera. Me haces muy feliz. ■ Y ¿vosotros qué noticias me dais?” pregunta a los pastores. Pastores: “Elías te saluda y te manda un poco de alimentos. Dice que no le olvides”. Jesús: “¡Oh! ¡Yo tengo a todos mis amigos en el corazón! Vámonos hasta aquel pueblecito. Por la tarde continuaremos. Me siento feliz de estar entre vosotros, de ir a ver a mi Madre y de haber hablado de la Verdad a un hombre honrado. Sí, soy feliz. Si supieseis lo que para Mí significa realizar mi misión y ver cómo a ella vienen los corazones, o sea, al Padre, ¡ah, entonces sí que me seguiríais más con el espíritu!…”. No veo más. (Escrito el 24 de Enero de 1945).
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1  Nota  : Soldado Alejandro.- CFr.  Personajes de la Obra magna: Romanos/as.

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Índice del tema “Judas Iscariote”, 1º año v. p. de Jesús.- 1ª parte

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1-54-296 (1-17-324).- Primer encuentro de Jesús con J. Iscariote y Tomás, y con un leproso (Simón Zelote) que es curado de la lepra. Tomás aceptado como discípulo.
1-55-304  (1-18-333).- Un encargo confiado a Tomás.
1-56-307 (1-19-336).- Judas Tadeo, y Simón Zelote elegidos como discípulos en el Jordán. Simón Zelote y Judas Tadeo unidos en común destino.
1-66-354  (1-29-387).- Judas de Keriot en Getsemaní se hace discípulo.
1-68-361 (1-31-395).- Jesús, con Iscariote en el Templo, pide permiso para enseñar en el Templo.
1-69-366 (1-32-401).- Jesús instruye a Iscariote.
1-70-372 (1-33-408).- En Getsemaní con Juan de Zebedeo.
1-70-377 (1-34-413 ).-  Comparación entre Juan  de Zebedeo y J. Iscariote.
1-71-378 (1-35-414).- J. Iscariote, presentado a Juan y Simón Zelote.- Zelote y Lázaro de Betania
1-72-381 (1-36-418).- Jesús, Juan, Simón Zelote y Judas de Keriot van hacia Belén.
1-73-384 (1-37-422).- En las cercanías de Belén, en casa de un campesino, noticias sobre la matanza de Herodes y la suerte de Ana. Visita a la Gruta de la Natividad.
1-74-394  (2-38-433).- Noticias del dueño de la posada sobre la matanza de Herodes. Jesús que, desde las ruinas de la casa de Ana, se manifiesta como el Mesías a los betlemitas, es expulsado de Belén a pedradas.
1-75-403  (2-39-442).-  Jesús encuentra a los  pastores Elías, Leví y José.
1-76-409  (2-40-448).-  Jesús en Yutta con Isaac el pastor.-  Sara y sus niños.
1-77-417 (2-41-457).- Jesús en Hebrón, en casa de Zacarías, acompañado de los tres discípulos y de los pastores Elías, Leví, José e Isaac.-   Encuentro con la romana Aglae.
1-78-424 (2-42-465).- Jesús en Keriot: Judas quiere proclamarle rey.- Muerte del anciano Saúl.
2-79-2 (2-43-477).- De nuevo con los pastores.- Jesús explica a J. Iscariote la muerte del viejo Saúl.- Aglae dona sus joyas. Parábola sobre su conversión.
2-80-8 (2-44-484).- Jesús en el monte del ayuno y en la peña de la tentación con los tres discípulos.
2-81-17 (2-45-495).- En el vado del Jordán, con los pastores Juan, Matías y Simeón, discípulos del Bautista. Un plan para liberar al Bautista.- J. Iscariote y Juan salen a vender las joyas de Aglae.
2-82-22 (2-46-500).- En Jericó, J. Iscariote cuenta cómo ha vendido a Diómedes-Isaac las joyas de Aglae.
2-83-30 (2-47-508).- J. Iscariote pide permiso para ausentarse.- Jesús llora a causa de Judas que es enseñanza viva para los apóstoles de todos los tiempos. Simón Zelote le consuela.
2-84-34 (2-49-513).- Primer encuentro de Jesús con Lázaro de Betania.
2-85-41 (2-50-521).- Antes de ir a la casa del Getsemaní, Jesús y Simón Zelote suben al Templo. Simón Zelote, asombrado, ante la predicación  de J. Iscariote.
2-86-46 (2-51-526).- Encuentro con el soldado Alejandro  en la Puerta de los Peces. También con Judas y pastores.