Descargar PDF aquí

Testimonio del Precursor  y Formación del grupo apostólico                 

           

El tema “Jesús Elige a sus Apóstoles” (Elección Apostólica), comprende:
Episodios y dictados extraídos de la Obra magna
«El Evangelio como me ha sido revelado»
(«El Hombre-Dios»)

1-45-247 (1-3-271).-. Juan el Bautista anuncia la venida de Jesús.- Bautismo de Jesús en el Jordán (1).
* Valle del Jordán.- Desierto de Judá.- ■ Veo una llanura despoblada de vegetación y de casas. No hay campos cultivados. Las pocas plantas reunidas aquí o allá en matas —vegetales familias— se encuentran en los sitios en que el suelo es menos ardiente. Tenga Ud. en cuenta  que este terreno quemado y baldío está a mi derecha —teniendo yo el norte a mis espaldas— y se prolonga hacia el sur respecto a mí. A la izquierda veo un río de orillas muy bajas, que corre lenta­mente también de norte a sur. Por el movimiento lentísimo del agua comprendo que no debe haber desniveles en su lecho y que fluye por una llanura tan achatada que constituye una depresión. El movi­miento es apenas suficiente para que el agua no se estanque forman­do un pantano. (El agua es poco profunda, tanto que se ve el fondo; a mi juicio, no más de un metro, como mucho uno y medio. Tiene la an­chura del Arno hacia S. Miniato-Empoli: yo diría que unos veinte metros. Pero no tengo buen ojo para calcular con exactitud). Es de un azul ligeramente verde hacia las orillas, donde, por la humedad del suelo, hay una faja tupida de hierba que alegra la vista cansada de la desolación pedregosa y arenosa de cuanto se le extiende delante. ■ Esa voz íntima que le he explicado que oigo y me indica lo que debo anotar y saber me advierte que estoy viendo el valle del Jordán. Lo llamo valle porque se emplea esta palabra para indicar el lugar por donde corre un río, pero en este caso es impropio llamarlo porque un valle presupone montes y yo aquí no veo montes cercanos. Pero, en fin, estoy en el Jordán, y el espacio desolado que observo a mi derecha es el desierto de Judá. Si es correcto llamarlo desierto en el sentido de un lugar donde no hay casas ni trabajo humano, no lo es según el concepto que nosotros tenemos de desierto. Aquí no se ven esas arenas onduladas que nosotros nos pensamos, sino solo tierra desnuda, con piedras y detritus esparcidos; es como los terrenos aluviales después de una crecida. En la lejanía, colinas. ■ Además, junto al Jordán hay una gran paz, un algo especial, superior a lo común, como lo que se nota en las orillas del Trasimeno. Es un lugar que parece guardar memoria de vuelos de ángeles y voces celestes. No sé bien decir lo que experimento, pero me siento en un lugar que habla al espíritu.
* Una emanación de espiritualidad especial permite al Bautista reconocer al “Cordero”.-  ■ Mientras observo estas cosas, veo que la escena se puebla de gente a lo largo de la orilla derecha —respecto a mí— del Jordán. Hay muchos hombres, vestidos de diversas formas. Algunos parecen gente de pueblo, otros ricos; no faltan algunos que parecen fariseos, por el vestido ornado de ribetes y galones. Entre todos ellos, en pie sobre una roca, un hombre a quien, aunque sea la primera vez que le veo, le reconozco enseguida como el Bautista. Habla a la multitud, y le aseguro que no son palabras dulces. Jesús llamó a Santiago y Juan «los hijos del trueno»… ¿Cómo llamar entonces a este vehemente orador? Juan Bautista merece el nombre de rayo, avalancha, terremoto… ¡Gran ímpetu y severidad, manifiesta, efectivamente, en su modo de hablar y en sus gestos! Habla anunciando al Mesías y exhortando a preparar los corazones para su venida extirpando de ellos los obstáculos y enderezando los pensamientos. Es un hablar vertiginoso y rudo. El Precursor no tiene la mano suave de Jesús sobre las llagas de los corazones. Es un médico que desnuda y hurga y corta sin miramientos. ■ Mientras le escucho  —no repito las palabras porque son las mismas que citan los evangelistas, pero ampliadas en impetuosidad— veo que mi Jesús se acerca a lo largo de un senderillo que va por el borde de la línea herbosa y umbría que sigue el curso del Jordán. Este rústico camino (más sendero que camino) parece dibujado por las caravanas y las personas que durante años y siglos lo han recorrido para llegar a un punto donde, por ser menos profundo el fondo del río, es fácil vadearlo. El sendero continúa por el otro lado del río y se pierde entre la hierba de la orilla opuesta. Jesús está solo. Camina lentamente, acercándose, a espaldas de Juan. Se aproxima sin que se note y va escuchando la voz de trueno del Penitente del desierto, como si fuera uno de tantos que iban a Juan para que los bautizara, y a prepararse a quedar limpios para la venida del Mesías. Nada le distingue a Jesús de los demás. Parece un hombre común por su vestir; un señor en el porte y la hermosura, mas ningún signo divino le distingue de la multitud. ■ Pero diríase que Juan ha sentido una emanación de espiritualidad especial. Se vuelve y detecta inmediatamente su fuente. Baja impetuosamente de la roca que le servía de púlpito y va deprisa hacia Jesús, que se ha detenido a algunos metros del grupo apoyándose en el tronco de un árbol. ■ Jesús y Juan se miran fijamente un momento. Jesús con esa mirada suya azul tan dulce, Juan con su ojo severo, negrísimo, lleno de relámpagos. Los dos, vistos juntos, son antitéticos. Altos los dos  —es el único parecido— son muy distintos en todo lo demás. Jesús, rubio y de largos cabellos ordenados, rostro de un blanco marmóreo, ojos azules, vestido sencillo pero majestuoso. Juan, hirsuto, negro: negros cabellos que caen lisos sobre los hombros (lisos y desiguales en largura); la poca barba, negra y rala, que le cubre casi todo el rostro, no impide que se noten sus carrillos ahondados por el ayuno; negros ojos vivaces; oscuro de piel, bronceada por el sol y la intemperie; oscuro por el tupido vello que le cubre. Juan está semidesnudo, con su vestidura de piel de camello (sujeta a la cintura por una correa de cuero), que le cubre el torso cayendo apenas bajo los costados descarnados y dejando al descubierto el costado derecho cuya piel está tostada por el aire. Parecen un salvaje y un ángel vistos juntos.
* Bautismo de Jesús. Juan testifica que le ha reconocido por el signo.- ■ Juan, después de haberle mirado atentamente con su ojo penetrante, exclama: “He aquí el Cordero de Dios. ¿Cómo es que viene a mí mi Señor?”. Jesús responde lleno de paz: “Para cumplir el rito de penitencia”.  Juan: “Jamás, mi Señor. Soy yo quien debe ir a Ti para ser santificado, ¿y Tú vienes a mí?”. Y Jesús, poniéndole una mano sobre la cabeza, porque Juan se había inclinado ante Él, responde: “Deja que se haga como deseo, para que se cumpla toda justicia y tu rito se convierta en el inicio de otro misterio mucho más alto y se anuncie a los hombres que la Víctima está en el mundo”. ■ Juan le mira con los ojos dulcificados por una lágrima y le precede hacia la orilla. Allí Jesús se quita el manto, la túnica, y la prenda interior quedándose con una especie de pantalón corto; luego baja al agua, donde ya está Juan, que le bautiza vertiendo sobre su cabeza agua del río, tomada con una especie de taza que lleva colgada del cinturón y que a mí me parece como una concha o una media calabaza secada y vaciada. Jesús es exactamente el Cordero. Cordero en la pureza de la carne, en la modestia del porte, en la mansedumbre de la mirada. ■ Mientras Jesús remonta la orilla y, después de vestirse, se recoge en oración, Juan le señala ante las turbas y testifica que le ha reconocido por el signo (2) que el Espíritu de Dios le había indicado como señal infalible del Redentor. Pero yo estoy polarizada en mirar a Jesús orando, y solo tengo presente esta figura de luz que resalta sobre el fondo de hierba de la ribera. (Escrito el 3 de Febrero de 1944).
·····································
1  Nota  : Cfr. Mt. 3,1-17; Mc. 1,4-11; Lc. 3,3-17 y 3,21-22;    2  Nota  : Signo: La Paloma divina y la voz del Cielo. En Mateo. 3,13-17: “En esto, cuando todo el pueblo estaba bautizándose, habiendo sido también bautizado Jesús y estando en oración, se le abrieron los Cielos y vio bajar al Espíritu de Dios a manera de paloma, y posar sobre Él. Y se oyó una voz del Cielo que decía: «Éste es mi Hijo amado, en quien tengo puesta mi complacencia»”. 
.                                         ——————–000——————–

1-45-250  (1-4-274).- “Juan no tenía necesidad de ningún signo. Tampoco Yo tenía necesidad de bautismo”.- El anuncio (voz del Padre) fue más potente que el angélico en Belén, porque provenía del Padre.
* Su alma, presantificada desde el del vientre de su madre, poseía esa vista de inteligencia sobrenatural que todos los hombres habrían tenido sin el Pecado de Adán”.- ■ Dice Jesús: “Juan no tenía necesidad del signo para sí mismo. Su alma, presantificada desde el del vientre de su madre (1), poseía esa vista de inteligencia sobrenatural que todos los hombres habrían tenido sin el Pecado de Adán. Si el hombre hubiera permanecido en gracia, en inocencia, en fidelidad a su Creador, habría visto a Dios a través de las apariencias externas. En el Génesis se lee que el Señor Dios hablaba familiarmente con el hombre inocente y que éste no temblaba de miedo ante aquella voz y no se equivocaba al discernirla. Tal era la suerte del hombre: ver y entender a Dios, justamente como un hijo conoce a su padre. Después vino la Culpa, y el hombre ya no se ha atrevido a mirar a Dios, ya no ha sabido ni ver ni comprender a Dios. Y cada día lo sabe menos.  Pero mi primo Juan había quedado limpio de la Culpa cuando la Llena de Gracia se había inclinado amorosamente para abrazar a Isabel que antes había sido estéril pero luego fecunda. El pequeñín saltó de júbilo en su seno, al sentir que de su alma caía la escama de la Culpa, como costra que cae de una herida que sana. ■ El Espíritu Santo, que había hecho a María la Madre del Salvador, empezó su obra de salvación, por medio de María, Copón vivo de la Salvación Encarnada, en este niño que había de nacer destinado a unirse a Mí, no tan sólo por la sangre, sino por la misión que hizo de nosotros como los labios que forman la palabra. Juan era «los labios» y Yo «la Palabra». Él, el Precursor en el anuncio del Evangelio y en la suerte del martirio; Yo, quien perfeccionaba, con mi perfección divina, el Evangelio comenzado por Juan y el martirio por la defensa de la Ley de Dios. ■ Juan no tenía necesidad de ningún signo. Pero fue necesario debido a la cerrazón de los demás. ¿En qué habría fundado Juan su afirmación, sino sobre una prueba innegable que pudiesen haber percibido los ojos  y los oídos tardos de la gente? ■ Tampoco Yo tenía necesidad de Bautismo. Pero la sabiduría del Señor había decretado que ése era el momento y el modo del encuentro. E induciendo a Juan a salir de su cueva del desierto y a Mí a salir de mi casa, nos juntó en esa hora para abrir sobre Mí los Cielos y descender Él mismo, Paloma Divina, sobre Aquel que habría de bautizar a los  hombres con la misma Paloma, y el anuncio, más potente que el angélico en Belén, porque provenía de mi Padre: «He aquí mi Hijo muy amado en quien me he complacido». Y esto fue para que los hombres no tuviesen excusas o dudas en seguirme o en no seguirme” (Escrito el 4  de Febrero de 1944).
·····································
1  Nota  : Cfr. Lc. 1,15; 1,41.
.                                         ——————–000——————–

(<Después de su permanencia en el desierto durante 40 días y 40 noches, Jesús llega al vado del Jordán>)

1-47-258 (1-7-282).- Encuentro de Jesús con Juan de Zebedeo y su hermano Santiago (1). “Dinos, dónde vives”.- Herodes ha apresado a Juan el Bautista (2).
*  Las exigencias de Jesús para ser su discípulo y amigo: deben renacer.-Veo a Jesús que camina a lo largo de la faja verde que sigue el curso del Jordán. Ha vuelto, aproximadamente, al lugar que vio su bautismo, cerca del vado que parece ser muy conocido y frecuentado, por ser el paso a la otra margen, en dirección a Perea. El lugar que antes estaba lleno de gente, se ve ahora desierto. Solo algún viandante, a pie o montado en asnos o caballos, lo recorre. Jesús parece no darse cuenta de ello. Continúa por su camino subiendo hacia el norte, como absorto en sus pensamientos. Cuando llega a la altura del vado, se cruza con un grupo de hombres de distintas edades que discuten acaloradamente entre ellos y luego se separan, dirigiéndose unos hacia el sur y otros al norte. Entre los que se dirigen hacia el norte veo a Juan y a Santiago. ■ Juan es el primero en ver a Jesús y lo señala a su hermano y acompañantes. Hablan entre sí un poco, y luego Juan se echa a andar de prisa para alcanzar a Jesús. Santiago le sigue más despacio. Los demás no hacen mayor caso; continúan caminando lentamente y discutiendo. Juan, cuando llega a no más de unos dos o tres metros detrás de Jesús, grita: “¡Cordero de Dios que quitas los pecados del mundo!”. Jesús se vuelve y le mira. Ambos se encuentran a pocos pasos el uno del otro. Se miran. Jesús con su mirada seria e indagadora; Juan con sus ojos puros y sonrientes en esa cara juvenil como de niña. Puede tener más o menos unos veinte años, y en sus mejillas sonrosadas no hay más signos que el de una pelusa rubia que parece un velo de oro. Jesús pregunta: “¿A quién buscas?”. Juan: “A Ti, Maestro”. Jesús: “¿Cómo sabes que soy Maestro?”. Juan: “Me lo ha dicho el Bautista”. Jesús: “Y entonces ¿por qué me llamas Cordero?”. Juan: “Porque así te llamó cuando Tú pasabas, hace poco más de un mes”. Jesús: “¿Para qué me quieres?”. Juan: “Para que nos digas palabras de vida eterna y nos consueles”. Jesús: “Pero… ¿quién eres?”. Juan: “Soy Juan de Zebedeo y éste es mi hermano Santiago. Somos de Galilea, pescadores y discípulos de Juan. Él nos decía palabras de vida y nosotros le escuchábamos, porque queremos encontrar a Dios y, con la penitencia, merecer su perdón, preparando así los caminos del corazón para cuando llegue el Mesías. Tú lo eres, Juan lo dijo porque vio el signo de la Paloma posarse sobre Ti y fue cuando dijo: «He aquí el Cordero de Dios». Y yo te digo: Cordero de Dios que quitas los pecados del mundo, danos la paz porque no tenemos quien nos guíe y nuestra alma está turbada”.
* Permítenos quedarnos contigo, Maestro. Muéstranos dónde vives”.Juan el Bautista, preso, en la prisión de Maqueronte.- ■ Jesús les pregunta: “¿Dónde está Juan?”. Juan: “Herodes le ha apresado. Está en la prisión de Maqueronte. Los más fieles de entre los suyos han tratado de liberarle, pero no han podido. De allí venimos. ■ Permítenos quedarnos contigo, Maestro. Muéstranos dónde vives”. Jesús: “Venid. Pero ¿sabéis qué cosa pedís? Quien me sigue tendrá que dejar todo: casa, padres, modo de pensar y también de vida. Yo os haré mis discípulos y amigos, si queréis. Pero no tengo riquezas ni modo de protegeros. Soy y seré pobre hasta no tener dónde reclinar la cabeza y lo seré aún más; más perseguido que una oveja perdida, por los lobos. Mi doctrina es todavía más severa que la de Juan, porque prohíbe incluso el resentimiento. No se dirige tanto hacia lo externo cuanto hacia el espíritu. Tendréis que renacer si queréis ser míos. ¿Lo queréis hacer?”. Juan: “Sí, Maestro, Tú solo tienes palabras que nos dan luz y, para nosotros que vamos sin guía, entre tinieblas y desolación, nos dan una claridad como de sol”. Jesús: “Venid, pues, y vayamos. Os adoctrinaré por el camino”. (Escrito el 25 de Febrero de 1944).
·····································
1  Nota  : Cfr. Ju. 1,35-39; Mt. 4,21-21; Mc. 1,19-19.   2  Nota  : Cfr.  Mt. 4,12-12; Mc. 1,14-14ª; Lc. 3,19-20.
.                                        ——————–000——————–

1-47-261 (1-9-286).- Tres observaciones de Jesús: sobre la flor de Satán; sobre una aparente contradicción en el Evangelio de Juan y sobre la audacia de los puros.
* “Deja la flor de Satanás. Ven detrás de Mí como Juan”.- ■ Dice Jesús: “No he querido que hablases sobre la tentación sensual de tu Jesús (1). Aunque tu voz interior te había hecho comprender el objetivo de Satanás para moverme a la carne, he preferido hablarte de ello Yo. Y ahora no pienses ya nada más. Era necesario hablarte de ello. Ahora pasa adelante. Deja la flor de Satanás sobre la arena. Ven detrás de Mí, como Juan. Caminarás entre espinas, pero encontrarás por rosas las gotas de sangre de Quien las derramó por ti, para vencer también en ti a la carne”.
* Contradicción aparente en el Evangelio de Juan: «Y al día siguiente».Jesús: “Tengo también una observación que hacerte antes. Dice Juan en su Evangelio hablando del encuentro conmigo: «Y al día siguiente» (2). Parece, por eso, que el Bautista me hubiera indicado al día siguiente del bautismo, y que inmediatamente Juan y Santiago me hubieran seguido. Ello está en contra de lo dicho por los otros Evangelistas, acerca de los cuarenta días pasados en el desierto. Leedlo del modo siguiente: «(Una vez acaecido el arresto de Juan) un día después, los dos discípulos de Juan Bautista, a los cuales me había señalado diciendo: ‘He aquí el Cordero de Dios’, al verme de nuevo, me llamaron y me siguieron». Esto fue después de mi regreso del desierto”.
* “La santa audacia de los puros y los generosos que sin miedo van a donde ven que hay Dios, donde ven que hay verdad, doctrina y camino hacia Dios”.-Jesús: “Y juntos regresamos a las orillas del lago de Galilea, donde me había refugiado para empezar allí mi evangelización. Después de haber hablado conmigo en el camino y durante todo el día en casa de un amigo nuestro y de nuestra familia, ellos hablaron de Mí a los otros pescadores. La iniciativa fue de Juan, a quien el deseo de penitencia había hecho de su alma, ya de por sí limpia por su pureza, una obra maestra de claridad limpísima sobre la que la verdad se reflejaba claramente, dándole también la santa audacia de los puros y de los generosos, que no tienen miedo de abrirse paso a donde ven que hay Dios, donde ven que hay verdad, doctrina y camino hacia Dios. ¡Cómo amé a Juan por esta característica suya sencilla y heroica!”. (Escrito el 25 de Febrero de 1944).
··········································
1  Nota  : Jesús fue tentado por Satanás en el desierto. Según esta Obra, Jesús fue tentado también con la tentación sensual de la carne.    2  Nota  : Cfr. Ju. 1,35.
.                                     ——————–000——————–

1-48-262 (1-9-287).- Juan y Santiago refieren a Pedro y Andrés su encuentro con el Mesías (1). 
* Un Pedro escéptico oye las palabras de Santiago y Juan.-Una hermosísima aurora sobre el Mar de Galilea. Cielo y agua presentan fulgores rosáceos, poco diferentes de los que resplandecen tenues entre los muros de los pequeños huertos del pueblecito ribereño, huertos desde los que se elevan y se asoman, volcándose casi sobre las callecitas, copas despeinadas y vaporosas de árboles cargados de fruta. El pueblecito comienza a despertarse, con alguna mujer que va a la fuente o a una pila a lavar y algunos pescadores que descargan sus cestas de pescado y, con vocerío, contratan con mercaderes venidos de otras partes, o llevan pescado a sus casas. He dicho pueblecillo, pero no es tan pequeño; es, más bien, pobre, al menos por la parte que estoy viendo; pero es vasto, dilatado en su mayor parte a lo largo del lago. ■ Juan sale de una callecita y camina deprisa hacia el lago. Le sigue Santiago que va más despacio. Juan mira las barcas que han llegado ya a la orilla, pero no ve la que busca. Luego la distingue a algunos cientos de metros de la orilla, ocupada en las maniobras para regresar; y grita, con las manos en boca, un largo “¡Ohé!”, que debe ser la señal ya conocida. Después, cuando nota que le oyeron, agita los brazos con llamativos gestos que indican: “Venid, Venid”. Los hombres de la barca, no sabiendo de qué se trata, agarran los remos y la hacen avanzar más deprisa que con la vela (de hecho la amainan, quizás para remar más deprisa). Cuando se encuentran como a unos diez metros de la orilla, Juan no aguarda más. Se quita el manto y la túnica larga, los arroja al arenal, se levanta la tuniquilla, casi a la altura de la ingle, sujetándola con una mano a la cintura, se quita las sandalias, se mete en el agua, y va al encuentro de los que llegan. Andrés pregunta: “¿Por qué no habéis venido, vosotros dos?…”. Pedro que está de muy mal humor, no dice nada. Juan le responde a Andrés: “Y tú ¿por qué no has venido conmigo y con Santiago?”. Andrés: “Fui a pescar. No tengo tiempo que perder. Tú desapareciste con aquel Hombre…”. ■ Juan: “Te hice señas de que vinieras. Es Él en persona. ¡Si oyeras qué palabras!… Estuvimos con Él todo el día y por la noche hasta muy tarde. Ahora hemos venido a deciros: «Venid»”. Andrés: “¿Es exactamente Él? ¿Estás seguro? Apenas si le vimos aquella vez, cuando el Bautista nos le señaló”. Juan: “Es Él, no lo negó”. Pedro refunfuña malhumorado: “Cualquiera puede decir lo que le viene bien para imponerse a los crédulos. ¡No sería la primera vez…!”. Juan, que se siente dolorido y preocupado por las palabras de Simón Pedro, le dice: “¡Oh Simón, no digas eso! ¡Es el Mesías! ¡Sabe todo y te oye!”. Pedro: “¡Ya! ¡El Mesías! ¡Y se muestra exactamente a ti, a Santiago y a Andrés, tres pobres ignorantes! ¡Sí que estamos bien con ese Mesías! ¡Y me oye! ¡Pobre muchacho! Los primeros rayos del sol primaveral te han hecho mal. ¡Ea, vente a trabajar! Será mejor y… déjate de cuentos”. Juan: “Es el Mesías, te lo digo. Juan Bautista decía cosas santas, pero éste habla como Dios. No puede, si no es el Mesías, decir palabras semejantes”.
.  ● “Dijo: «Los grandes tienen ya sus delicias. Pero Yo vengo a los ‘pequeños’ de Israel y del mundo, a los que lloran y esperan, a los que buscan la Luz y tienen hambre del verdadero Maná. Yo he venido a invertir el orden del mundo. ¡Venga quien ame la Luz! Yo soy la Luz»”.- Santiago dice: “Simón, ya no soy un muchacho. Tengo mis años y soy  —tú lo sabes—  tranquilo y reflexivo. He hablado poco pero he escuchado mucho durante estas horas que estuvimos con el Cordero de Dios, y te digo que verdaderamente no puede ser sino el Mesías. ¿Por qué no creerlo? ¿Por qué no querer creerlo? Dudas porque no le has oído. Pero yo creo. Somos pobres e ignorantes pero Él bien dice que ha venido a anunciar la Buena Nueva del Reino de Dios, del Reino de Paz, a los pobres, a los humildes, a los pequeños, antes que a los grandes. Ha dicho: «Los grandes tienen ya sus placeres pero, comparados con lo que vengo a anunciar, no tienen por qué ser envidiados. Los grandes tienen, a base de cultura, la forma de llegar a comprender. Pero Yo vengo a los ‘pequeños’ de Israel y del mundo, a los que lloran y esperan, a los que buscan la Luz y tienen hambre del verdadero Maná, y no reciben de los doctos ni luz ni alimento sino tan solo peso, oscuridad, cadenas y desprecio. Y llamo a los ‘pequeños’. Yo he venido a invertir el orden del mundo. Haré bajar lo que estaba en alto y subir lo que hasta ahora era despreciado. Quien quiera verdad y paz, quien quiera vida eterna, venga a Mí. Quien ame la Luz… ¡Venga! Yo soy la Luz del mundo». Juan, ¿no dijo así?”.
.   ● “Y también dijo: «El mundo no me amará. No me amará el gran mundo. Porque los hijos de las tinieblas no aman la luz. Yo he venido a quitar la Culpa de Adán y a dar, en espera de la Redención, una fuerza tal, a los que crean en Mí, que será capaz de librarlos del lazo que los tiene sujetos y dejarlos libres para seguirme a Mí, Luz del mundo»”.- ■ Juan dice: “Así es. Y también dijo: «El mundo no me amará. No me amará el gran mundo —la alta sociedad—, porque se ha corrompido con vicios y comercios idolátricos, porque los hijos de las tinieblas no aman la luz. Pero la tierra no se compone solo del gran mundo. En ella están también los que, a pesar de encontrarse mezclados con el mundo, no son del mundo, y también algunos que son del mundo porque han quedado apresados en él como peces en la red»; se ha expresado así porque caminábamos por la orilla del lago y señalaba a las redes que arrastraban con peces hasta la orilla. Dijo aún más: «Ved. Ninguno de esos peces quería entrar en la red. Así mismo, los hombres no querrían, intencionadamente, caer en manos de Mammón, ni siquiera los más malvados, porque éstos, por la soberbia que los ciega, no creen no tener derecho de hacer lo que hacen; su verdadero pecado es la soberbia, y sobre él nacen todos los demás. Menos aún, entonces, quienes no son completamente malvados quisieran ser de Mammón, pero van a parar a él por falta de reflexión y por un peso —la Culpa de Adán—, que los arrastra al fondo. Yo he venido a quitar esa Culpa y a dar, en espera de la hora de la Redención, una fuerza tal a quienes crean en Mí, que será capaz de librarlos del lazo que los tiene sujetos y de dejarlos libres para seguirme a Mí, que soy la Luz del mundo»”.
* Ante estas palabras, Pedro decide ir inmediatamente donde Él.- ■ Pedro, con sus impulsos tan arrebatados que tanto me gustan a mí, dice: “Si Él ha hablado así, entonces hay que ir inmediatamente a donde está Él”. Ya ha tomado enseguida una decisión y pone manos a la obra dándose prisa en ultimar las operaciones de descarga, porque, entre tanto, la barca ya ha llegado a la orilla, y los pescadores casi la han sacado sobre la arena, descargando redes, cuerdas y velas. Luego se dirige a su hermano: “Y tú, tonto Andrés, ¿por qué no fuiste con éstos?”. Andrés: “¡Pero… Simón! Tú me has reñido porque no los había convencido de venir conmigo… Toda la noche has estado refunfuñando… ¡¿y ahora me regañas el no haber ido?!…” Pedro: “Tienes razón… Pero yo no le había visto… tú sí… y debes haberte dado cuenta de que no es como nosotros… ¡Algo especial tendrá!…”. Juan dice: “¡Oh, sí! ¡Qué rostro! ¡Qué ojos!… ¿No es así Santiago?… ¡Qué ojos! y ¡una voz!… ¡Ah, qué voz! Cuando te habla parece que estás soñando con el Paraíso”. Pedro: “¡Rápido!, ¡rápido!, ¡vamos a buscarle! Vosotros (habla a los pescadores) llevad todo a Zebedeo y decidle que se encargue él de ello. Nosotros esta tarde volveremos para pescar”.
*  Juan, mientras se dirigen a Jesús,  da a conocer otras palabras de Jesús.
.   ●  “«Simón no sabe que dentro de poco no pescará sino con otras redes y no conseguirá sino otros peces»”.- ■  Se visten y se ponen en camino. Pero Pedro, después de algunos metros, se detiene, coge a Juan por el brazo y le dice: “¿Has dicho que sabe todo y que oye todo?…”. Juan: “Así es. Imagínate que cuando nosotros veníamos, la luna estaba ya en alto y dijimos: «¡Quién sabe lo que estará haciendo ahora Simón!», Él contestó: «Está echando la red y no sabe resignarse a tener que estar haciéndolo por sí solo, ya que vosotros no fuisteis con la otra barca en una noche así tan buena como ésta para la pesca. No sabe que ya dentro de poco no pescará sino con otras redes y no conseguirá sino otros peces»”. Pedro: “¡Que Dios me ampare! ¿De veras dijo así? Si es así habrá oído también… también que le he llamado poco menos que mentiroso… No puedo ir a Él”. Juan: “¡Oh!, es muy bueno. Ciertamente sabe que has pensado de esa forma, porque cuando estábamos a punto de dejarle diciendo que veníamos a donde tú estabas, respondió: «Id, pero no os dejéis vencer por las primeras palabras de burla. Quien desee venir conmigo tiene que saber mantener la cabeza erguida contra las burlas del mundo o las prohibiciones de sus padres; porque Yo valgo más que la sangre y la sociedad, y sobre ellas triunfo. Y quien esté conmigo, triunfará eternamente». Y añadió: «Sabed hablar sin temor. Os escuchará, porque es un hombre de buena voluntad»”. ■ Pedro: “¿Ha dicho eso? Si es así voy. Háblame de Él mientras vamos caminando. ¿En dónde está?”. Juan: “En una casa pobre. Deben ser amigos suyos”. Pedro: “Pero… ¿es pobre?”. Juan: “Un obrero de Nazaret. Así lo dijo”. Pedro: “¿De qué vive ahora, si ya no trabaja?”. Juan: “No se lo preguntamos. Tal vez le ayuden sus familiares”. Pedro: “Sería mejor llevarle pescado, pan, fruta… alguna cosa. ¡Vamos a consultar a un rabí —porque es como un rabí y más que un rabí— con las manos vacías! A nuestros rabíes no les gusta así…”. Juan: “Pero a Él le gusta así. No teníamos más que veinte monedas entre Santiago y yo y se las ofrecimos, como se acostumbra con los rabíes. No las quiso. Pero como le insistíamos tanto, dijo: «Dios os lo pague en bendiciones de los pobres. Venid conmigo» y al punto distribuyó entre algunos pobres, que sabe dónde viven, y a nosotros que le preguntamos: «¿Y nada te guardas para Ti, Maestro?» nos contestó: «La alegría de hacer la voluntad de Dios y de servir para su gloria»”.
.  ● “«Quiero de vosotros un gran tesoro. Es un tesoro de 7 nombres: caridad, fe, buena voluntad, recta intención, continencia, sinceridad y espíritu de sacrificio. Esto es lo único que exijo a quien me sigue»”.-Juan: “También le dijimos: «Maestro, Tú nos llamas pero todos nosotros somos pobres, ¿qué tenemos que traerte?». Respondió con una sonrisa que puede ser la felicidad del Paraíso: «Quiero de vosotros un gran tesoro». Y nosotros: «¡Pero si no tenemos nada!». Y Él: «Es un tesoro de siete nombres, que incluso el más mísero puede tener y el más rico no. Este tesoro que deseo, ya lo tenéis vosotros y lo quiero. Oíd sus nombres: caridad, fe, buena voluntad, recta intención, continencia, sinceridad y espíritu de sacrificio. Esto es lo único que exijo a quien me sigue y es lo que hay en vosotros aunque adormecido como la semilla bajo el suelo invernal pero el sol de mi primavera lo hará germinar con siete espigas». Así dijo”.  Pedro: “¡Ah! Esto me asegura de que es el verdadero Rabí, el Mesías prometido. No es duro con los pobres, no exige dinero… esto basta para llamarle el Santo de Dios. ¡Vayamos tranquilos!”. Y todo termina.  (Escrito el 12 de Octubre de 1944).
···········································
1  Nota  : Cfr.  Ju. 1,40-41.
.                                     ——————–000——————–

1-49-266 (1-10 –291).- El encuentro de Jesús con  Simón Pedro y Andrés (1).
*  Juan busca a Jesús para comunicarle que sus amigos quieren conocerle y porque siente deseos de decirle: “¡Permíteme que te ame!”.- ■ Jesús camina solo por una pequeña vereda, un caminito entre dos campos de cultivo. Juan se dirige hacia Él por un sendero completamente distinto que hay entre las tierras; al final le alcanza, al pasar por una zanja. Juan, tanto en la visión de ayer como en la de hoy es muy joven. Tiene una cara sonrosada e imberbe, de hombre apenas hecho. Siendo, además, rubio, no se ve en él ni una señal de bigote o de barba, sino sólo el color rosado de las mejillas lisas, el rojo de los labios y la luz risueña de su hermosa sonrisa y mirada pura, no tanto por su color de turquesa oscuro cuanto por la limpieza de su alma virgen que en ella puede verse. La cabellera, castaña clara, larga y suave, va flotando en el aire al ritmo de su paso, que es tan veloz que parece que corriera. Llama cuando está para saltar un seto: “¡Maestro!”. Jesús se detiene y se vuelve con una sonrisa. Juan: “Maestro, te he buscado tanto… Me dijeron en la casa que te hospedas que habías salido en dirección de la campiña… Pero no exactamente a dónde. Y tenía miedo de no hallarte”. Juan habla levemente inclinado, por respeto. Y, no obstante, su actitud y su mirada, que dirige a Jesús,  es claramente de confianza. Jesús: “He visto que me buscabas y he venido hacia ti”. Juan: “¿Me has visto? ¿Dónde estabas, Maestro?”. Jesús: “Allí” y Jesús señala un grupo de árboles lejanos que, por el color del ramaje, yo diría que son olivos. “Allí estaba. Oraba y pensaba en lo que diré esta tarde en la sinagoga. Pero en cuanto te vi lo dejé todo”. Juan: “¿Pero cómo has podido verme si yo apenas puedo distinguir ese lugar, escondido detrás de aquel promontorio?”. Jesús: “Y, sin embargo, ya ves que he salido a tu encuentro porque te he visto. Lo que los ojos no logran, lo logra el amor”. ■ Juan: “Así es, el amor lo hace. ¿Entonces, me amas, Maestro?”. Jesús: “Y tú, ¿me amas, Juan, hijo de Zebedeo?”. Juan: “Mucho, Maestro. Creo haberte amado siempre. Antes de haberte conocido, mucho antes, mi alma te buscaba y cuando te vi me dije: «He aquí al que buscas». Yo creo que te he encontrado, porque así lo siente mi alma”. Jesús: “Tú lo dices Juan y estás en lo justo. También Yo he venido hacia ti porque mi alma te ha sentido. ¿Durante cuánto tiempo me amarás?”. Juan: “Siempre, Maestro. Ya no quiero amar a otra cosa que no seas Tú”. Jesús: “Tienes padre, madre, hermanos y hermanas; tienes la vida, y, con la vida, la mujer y el amor. ¿Serás capaz de dejar todo eso por Mí?”. Juan: “Maestro… no lo sé… pero me parece, si no es soberbia el decirlo, que tu amor ocupará en mí el lugar de padre, madre, hermanos y hermanas y aún el de mujer. Estaré satisfecho, completamente satisfecho, si Tú me amas”. Jesús: “¿Si mi amor te causare dolores y persecuciones?”. Juan: “No serán nada si Tú me amas”. Jesús: “¿Y el día en que debiese morir…?”. Juan: “No. Eres joven, Maestro… ¿Por qué morir?”. Jesús: “Porque el Mesías ha venido a predicar la Ley en su verdad y a llevar a cabo la Redención. El mundo aborrece la Ley y no quiere redención. Por esto persigue a los enviados de Dios”. Juan: “¡Oh, que esto no suceda! ¡No des este anuncio de muerte a quien te ama!… Pero aunque tuvieras que morir, yo te seguiría amando. ■ ¡Permíteme que te ame!”.  Juan tiene una mirada suplicante. Mucho más inclinado que antes, camina al lado de Jesús, parece como si le mendigara amor. Jesús se detiene. Le mira, le atraviesa con la mirada de sus profundos ojos, y, poniéndole la mano sobre su cabeza inclinada, le dice: “Quiero que tú me ames”. Juan está feliz y exclama: “¡Oh Maestro!”.  Por más que en su pupila brille una lágrima, ríe con esa boca suya bien formada; toma la mano divina, la besa en el dorso y la aprieta sobre su corazón.
* “¡No tener miedo de Mí! Solo seré duro con los hipócritas”.- ■ Prosiguen el camino. Jesús le dice: “Has dicho que me buscabas…”. Juan: “Sí, para decirte que mis amigos te quieren conocer  y… porque… ¡cuántas ganas tenía de estar contigo! Te dejé por unas cuantas horas pero no podría resistir el estar sin Ti”. Jesús: “¿Has sido, pues, un buen anunciador del Verbo?”. Juan: “Sí, también Santiago, Maestro, ha hablado por Ti, de tal modo que llega a convencer”. Jesús: “De modo que incluso el que desconfiaba  —y no es culpable, porque la prudencia era la causa de su reserva—  se convenció. Vayamos a confirmarle en su creencia”. ■ Juan: “Tenía un poco de miedo…”. Jesús: “¡No! ¡No tener miedo de Mí! Yo he venido a salvar a los buenos y más aún a los que están en el error. Vine a salvar, no a condenar y con los rectos usaré misericordia”. Juan: “¿Y con los pecadores?”. Jesús: “También. Sólo seré duro con los hipócritas, es decir, con los que fingen espiritualidad y aparentan ser buenos cuando sus obras son malas. Y hacen esas cosas, y de esta forma, para poder obtener algún beneficio propio y sacar algún provecho del prójimo”. Juan: “Entonces Simón puede estar seguro, ya que es franco como ninguno”. Jesús: “Así me gusta y así quiero que todos seáis”. Juan: “Simón te quiere decir muchas cosas”. Jesús: “Le escucharé después que hable en la sinagoga. He hecho que se avise a los pobres y a enfermos, a ricos y sanos. Todos tienen necesidad de  la Buena Nueva”.                                                                            

.                                   (Jesús ha terminado ya el discurso en la Sinagoga)

* “No serás más Simón, sino Cefas, Piedra segura en la que me apoyaré. Andrés (un tímido): Se convertirá en león”.- ■ Jesús sale a la placita. En la puerta están Juan y Santiago con Pedro y Andrés. “La paz sea con vosotros” dice Jesús; y añade: “He aquí al hombre que para ser justo necesita no juzgar sin conocer primero, pero que es recto en reconocer su error. Simón, ¿has querido verme? Aquí me tienes. Y tú, Andrés, ¿por qué no viniste antes?”. Los dos hermanos se miran sin saber qué decir. Andrés apenas musita: “No me atrevía”. Pedro, con la cara roja, no dice nada. Pero cuando oye que Jesús dice a su hermano: “¿Hacías algo malo viniendo? ¡Tan sólo se debe de tener miedo de hacer el mal!”, sin rodeos, interviene: “Yo fui. Él quería traerme inmediatamente a Ti. Pero yo… yo dije… ¡Sí! yo dije: “¡No creo!” y no quise. ¡Oh, ahora me siento mejor!…”. Jesús sonríe y dice: “Y Yo te digo que por tu sinceridad te amo”. Pedro: “Pero yo… yo, no soy bueno… no soy capaz de hacer lo que has dicho en la sinagoga. Soy iracundo y si alguien me ofende… ¡bueno! Soy codicioso y me gusta tener dinero… y al vender el pescado… bueno… no siempre… no siempre he estado limpio de fraude. Y soy ignorante. Y dispongo de poco tiempo para seguirte y recibir así la luz. ¿Cómo lo lograré?  Quisiera llegar a ser como Tú dices, pero…”. ■  Jesús: “No es difícil, Simón, ¿Sabes un poco de Escritura? ¿Sí? Pues bien, recuerda al Profeta Miqueas. Dios quiere de ti lo que dice Miqueas. No te pide que te arranques el corazón, ni que sacrifiques los afectos más santos. Por ahora no te lo pide. Un día tú le darás a Dios sin que te lo demande, incluso a ti mismo. Él espera que el sol y rocío hagan de ti que eres una planta débil, una palma fuerte y majestuosa. Por ahora Él quiere esto: practicar la justicia, amar la misericordia, poner todo cuidado en seguir al Dios tuyo. Esfuérzate en hacer esto y el pasado de Simón será borrado. Serás el hombre nuevo, el amigo de Dios y de su Mesías. No serás ya Simón, sino Cefas, Piedra segura en la que me apoyaré”. Pedro: “¡Esto me gusta! Esto lo entiendo. La Ley dice así… es así… mira, ¡yo ya no sé cumplir como la cumplen los rabíes!… Pero eso que Tú dices, sí. Me parece que lo lograré. Y tú me ayudarás, ¿no? ■ ¿Vives en esta casa? ¡Conozco al dueño!”. Jesús: “Aquí vivo. Pero ahora iré a Jerusalén y después predicaré por la Palestina. Para esto he venido. Volveré acá con frecuencia”. Pedro: “Vendré de nuevo a oírte. Quiero ser tu discípulo. Un poco de luz ya me entrará en la cabeza”. Jesús: “Sobre todo en el corazón, Simón. En el corazón. Y tú, Andrés, ¿no hablas?”. Andrés: “Escucho, Maestro”. Pedro: “Mi hermano es tímido”. Jesús: “Se convertirá en león. Está anocheciendo. Que Dios os bendiga y os dé buena pesca. Idos”. Ellos: “La paz sea contigo”. Se van.
* Juan desea acompañar a Jesús a Jerusalén.- Apenas salidos de la placita, Pedro observa: “Pero… ¿qué habrá querido decir antes cuando te dijo que pescaré con otras redes y haré otras pescas?”. Juan: “¿Por qué no se lo preguntaste? Querías decir tantas cosas y luego casi ni hablas”. Pedro: “Me… daba vergüenza. ¡Es tan distinto de los demás rabíes!”. Juan, con tanto anhelo como tristeza, dice: “Ahora va a Jerusalén… Yo quería pedirle que me dejara ir con Él… y no me he atrevido…”. Pedro: “Vete a decírselo, muchacho. Nos hemos despedido de Él así, sin más… sin ni siquiera una palabra de afecto. Que al menos sepa que le admiramos. ¡Ve…! Yo me encargo de comunicárselo a tu padre”. Juan: “¿Voy, Santiago?”. Santiago: “¡Ve!”. Juan se echa a correr… y, también,  corriendo, vuelve lleno de júbilo. “Le dije: «¿Quieres que vaya contigo a Jerusalén?». Y me respondió: «¡Ven, amigo!». Ha dicho «amigo». ¡Mañana vendré a esta hora aquí! ¡Ah! ¡Iré a Jerusalén con Él!…”. Termina la visión. (Escrito el 13 de Octubre de 1944).
········································
1  Nota  : Cfr.  Ju. 1,42.-42; Mt. 4,18-19; Mc.1,16-18.
.                                    ——————–000——————–

1-49-273  (1-11-299).- Juan de Zebedeo, grande también en la humildad.
* El apóstol de Pedro y, por tanto el primero de los apóstoles, fue Juan; primero en reconocerme, seguirme, predicarme. Sin embargo, (como se ve en su Evangelio), quiere que Andrés aparezca como el primer discípulo de Cristo respecto a Simón. ■ Con motivo de esta visión, Jesús me dijo: “Quiero que tú y todos vosotros reparéis en la conducta de Juan, en algo que no siempre se pone atención. Le admiráis por puro, amoroso, fiel, pero no caéis en la cuenta de cuán grande fue en la humildad. Él, primer artífice de que Pedro viniera a Mí, modestamente, calla este detalle. Juan fue el apóstol de Pedro y, por lo tanto, el primero de mis apóstoles; primero en reconocerme, el primero en hablarme, el primero en seguirme y el primero en predicarme. Con todo ved que dice: «Andrés, el hermano de Simón, era uno de los que habían oído las palabras de Juan (el Bautista) y que habían seguido a Jesús. El primero a quien encontró fue a su hermano Simón, a quien dijo: ‘Hemos encontrado al Mesías’ y le llevó a Jesús» (1). ■ Justo, además de bueno, sabe que Andrés se angustia por tener un carácter tímido y cerrado, sabe que querría hacer muchas cosas pero que no logra hacerlas, y desea para él, en la posteridad, el reconocimiento de su buena voluntad. Quiere que aparezca Andrés como el primer discípulo de Cristo respecto a Simón no obstante su timidez y su dependencia respecto a su hermano, que  no fueron obstáculo en nada para ser el apóstol de su hermano”.
*  Hay que saber imitar a Juan y no autoproclamarse apóstol insuperable, pensando que su éxito proviene de un complejo de circunstancias. Con ojo limpio y corazón sincero ver y dar a cada uno el aplauso que se merece.-Jesús: “¿Quién hay, entre los que hacen algo por Mí, que sepa imitar a Juan y no se autoproclame apóstol insuperable, pensando que su éxito proviene de un complejo de circunstancias, que no son sólo santidad, sino también audacia humana, fortuna, y la circunstancia de encontrarse ante otros menos audaces y menos afortunados pero tal vez más santos que ellos mismos? Cuando logréis algún éxito en el campo del bien, no os gloriéis de ello como si fuese vuestro mérito. Alabad a Dios como Señor de los obreros apostólicos, y tened un ojo limpio y un corazón sincero para ver y dar a cada uno el aplauso que se merece. ■ Ojo limpio para discernir a los apóstoles que llevan a cabo un holocausto, y son las primeras, verdaderas palancas en el trabajo de los demás. Dios es el único que ve a estos tímidos, parece que no hacen nada, sin embargo son ellos los que roban el fuego del Cielo a favor de los audaces. ■ Corazón sincero para decir: «Yo trabajo, pero… éste ama más que yo, ora mejor que yo, se inmola como yo no lo sé hacer, y como Jesús ha dicho: ‘… dentro de la propia habitación con la puerta cerrada para orar en secreto’ (2). Yo, que miro su humilde y santa virtud, quiero darla a conocer y decir: ‘Yo, instrumento activo, pero éste es la fuerza que me da el movimiento, porque unido como está con Dios, es un canal para mí, de gracias celestiales’». Y la bendición del Padre, que desciende para recompensar al humilde que en silencio se inmola para dar fuerza a los apóstoles, descenderá también sobre el apóstol que sinceramente reconoce la sobrenatural y silenciosa ayuda que le viene a él del humilde, y el mérito de éste, que la superficialidad de los hombres no nota”.
* “¿Es mi predilecto Juan? Pero… ¿no es también muy semejante a Mí? Mi Madre me decía: «Veo en él a un segundo hijo mío»”.-Jesús: “Aprended todos. ¿Es mi predilecto Juan? Pero… ¿no es también muy semejante a Mí? Puro, amoroso, obediente, pero humilde sobre todo. Me miraba en él y veía virtud. Le amaba como si fuese Yo mismo. Veía en él la mirada del Padre que le reconocía como a un pequeño Cristo. Mi Madre me decía: «Veo en él a un segundo hijo mío. Me parece verte a Ti, reproducido en un hombre». ■ ¡Cómo te reconoció la Llena de Gracia, amado mío! Y los cielos azules de vuestros corazones puros se fundieron en un solo velo para hacerme una valla de amor, y llegaron a ser un amor único, antes de que yo diese mi Madre a Juan y Juan a mi Madre. Se amaron porque se reconocieron semejantes: Hijos del Padre y Hermanos del Hijo”. (Escrito el 13 de Octubre de 1944).
··············································
1  Nota  : Cfr. Ju. 1,40-42.   2  Nota  : Cfr. Mt. 6,6
.                                          ——————–000——————–

1-50-274 (1-12-301).- Jesús en Betsaida, en casa de Pedro.- Encuentro (1) con Felipe y Natanael.- Discurso sobre el Decálogo y el amor.
* Jesús en Betsaida, en la casa de Pedro.- ■ Juan llama a la puerta de la casa en donde está hospedado Jesús. Se asoma una mujer, y al ver quién era, llama a Jesús. Se saludan con el saludo de paz, después dice Jesús: “Eres diligente, Juan”. Juan: “He venido a comunicarte que Simón Pedro te ruega que pases por Betsaida. Ha hablado de Ti a muchos… Esta noche no hemos ido a pescar. Oramos, como sabemos hacerlo, renunciando con ello al lucro porque… el sábado aún no había terminado. Luego, esta mañana hemos ido por las calles hablando de Ti. Hay gente que desearía oírte… ¿Vienes, Maestro?”. Jesús: “Voy. Aunque debiera ir a Nazaret antes que a Jerusalén”. Juan: “Pedro te llevará desde Betsaida a Tiberíades en su barca. Así llegarás incluso antes”. Jesús: “Vamos, pues”. Jesús toma manto y alforja. Pero Juan le toma ésta última. Salen, después de haber avisado a la dueña de la casa. ■  La visión me muestra la salida del pueblo y el comienzo del camino de Betsaida. Sin embargo no oigo la conversación, e incluso la visión se interrumpe hasta la entrada de Betsaida. Comprendo que se trata de esta ciudad porque veo a Pedro, Andrés y Santiago y con ellos a algunas mujeres que esperan a Jesús a la entrada del pueblo. “La paz sea con vosotros. Ya estoy aquí”. Pedro: “Gracias, Maestro, en nombre nuestro y de quienes te esperan. No es sábado, pero ¿no dirás algo a los que esperan tus palabras?”. Jesús: “Sí, Pedro. Hablaré en tu casa”. Pedro se muestra jubiloso: “Ven, entonces: ésta es mi mujer, ésta la madre de Juan, éstas son sus amigas; pero también te esperan otros: familiares y amigos nuestros”. Jesús: “Avísales que partiré esta tarde y que antes les hablaré”. (Se me olvidó decir que, habiendo salido de Cafarnaúm a la puesta del sol, los he visto llegar a Betsaida por la mañana). Pedro: “Maestro… te ruego que te quedes una noche en mi casa. El camino hasta Jerusalén es largo aunque te lo abrevie con mi barca hasta Tiberíades. Mi casa es pobre, pero honrada y hospitalaria. Quédate con nosotros esta noche”. Jesús mira a Pedro y a todos los demás que están esperando la respuesta. Los mira con ojos escrutadores. Después sonríe y dice: “¡Sí!”. Nueva alegría para Pedro. Hay algunos que miran desde las puertas y se hacen señas. Un hombre llama por el nombre a Santiago y le dice algo en voz baja señalando a Jesús. Santiago asiente y el hombre va a hablar aparte con otros que están parados en un cruce del camino. ■ Entran en la casa de Pedro. La cocina es grande y llena de humo. En un rincón hay redes, cuerdas, canastos de pesca; en medio, el fogón ancho y bajo, que por ahora está apagado. Por las dos puertas, una frente a la otra, se ve el camino y el huerto, pequeño, con higueras y vides; más allá del camino, el ondearse azul del lago; más allá del huerto la pared oscura de otra casa. Pedro: “Te ofrezco todo lo que tengo y de la forma que sé hacerlo”. Jesús: “No podrías hacerlo mejor, porque me lo ofreces con amor”. Dan a Jesús agua para que se refresque y después pan y aceitunas. Jesús come poco; en realidad para mostrar que acepta, y luego con un gesto de agradecimiento indica que no quiere más. Unos niños curiosean desde el huerto y el camino. No sé si son o no hijos de Pedro. Lo que sé es que les mira severamente  para que no se acerquen a la cocina. Jesús sonríe y dice. ¡Déjalos!”. Pedro: “Maestro, ¿quieres descansar? Allí está mi habitación y aquella es la de Andrés. Escoge. No haremos nada de ruido mientras descanses”. Jesús: “¿Tenéis terraza acaso?”. Pedro: “Sí, y la vid aunque no tiene mucho follaje, te puede dar algo de sombra”. Jesús: “Llévame a la terraza. Prefiero descansar arriba. Meditaré y oraré”. Pedro: “¡Como quieras! ¡Ven!”. Desde el huertecillo una escalera sube hasta al tejado que es una terraza rodeada por pared baja. También aquí hay redes y cuerdas. ¡Cuánta luz de cielo y cuánto azul de lago! Jesús se sienta en un banco con la espalda apoyada en el murete. Pedro prepara como puede una lona que extiende por encima y al lado de la vid, para defenderle del sol. Sopla la brisa. No se oye más que silencio. Jesús se ve contento y a gusto. Pedro: “Me voy, Maestro”. Jesús: “Vete. Tú y Juan id a decir que hablaré aquí cuando el sol se ponga”. Jesús se queda solo y ora por mucho tiempo. Fuera de dos pares de palomas que van y vienen de sus nidos y de algunos pajaritos cantadores, no hay ruido o persona alrededor de Jesús orante.
* Jesús se “manifiesta” a Felipe y Natanael, que son aceptados como discípulos.- ■ Pasan las horas tranquilas y serenas. Jesús se levanta, da vuelta por la terraza, mira al lago y luego mira y sonríe a unos niños que juegan en la calle los cuales también le sonríen. Mira por el camino hacia la placita que está a cien metros de la casa. Después baja. Se dirige a la cocina y dice: “Mujer, voy a caminar por la orilla”. Sale y, efectivamente, va a la orilla donde están los niños… ■ Más tarde, un hombre de edad se ha acercado curioso. Jesús se vuelve para acariciar a un niño que le está tirando del vestido. Jesús le mira, le mira fijamente. El hombre saluda y se pone colorado, pero no dice nada. Jesús le dice: “¡Ven y sígueme!”. Hombre: “Sí, Maestro”. Jesús bendice a los niños y al lado de Felipe (le llama por el nombre), vuelve a casa. Se sientan en el huertecillo. Jesús: “¿Quieres ser mi discípulo?”. Felipe: “Lo quiero, pero… no me atrevo a  esperar serlo”. Jesús: “Yo te he llamado”. Felipe: “Si es así, está bien. A tu disposición”. Jesús: “¿Sabías algo de Mí?”. Felipe: “Me habló Andrés. Me dijo: «Aquel por el que suspirabas ha venido». Porque Andrés sabía que yo suspiraba por el Mesías”. Jesús: “Tu esperanza no ha sido defraudada. Está delante de ti”. Felipe: “¡Maestro mío y Dios mío!”. Jesús: “Eres un israelita de recta intención. Por eso me manifiesto a ti. ■ Otro amigo tuyo está esperando. También él un israelita sincero. Ve a decirle: «Hemos encontrado a Jesús de Nazaret, hijo de José de la estirpe de David, aquel de quien Moisés y los Profetas han hablado» ¡Ve!”. Jesús se queda hasta que Felipe regresa con Natanael-Bartolomé. Jesús: “He aquí un verdadero Israelita en el que no hay engaño. La paz sea contigo, Natanael”. Natanael: “¿Cómo me conoces?”. Jesús: “Antes de que Felipe hubiese ido a llamarte, Yo te había visto bajo la higuera”. Natanael: “Maestro, Tú eres el Hijo de Dios. ¡Tú eres el Rey de Israel!”. Jesús: “Porque dije que te había visto, mientras meditabas bajo la higuera, ¿crees? Verás cosas mayores que ésta. En verdad os digo que los Cielos están abiertos y vosotros, por la fe, veréis a los ángeles bajar y subir sobre el Hijo del hombre: Yo quien te está hablando”. Natanael: “Maestro, no soy digno de tanta honra”. Jesús: “Cree en Mí y serás digno del Cielo. ¿Quieres creer?”. Natanael: “Quiero, Maestro”.
* “Seguid el Decálogo. La Ley es inmutable. Es sencilla, sin doblez, dulce para el que le siga. Sobre todo esforzaos en ser perfectos en los dos preceptos principales. Pero incluso os digo: «Id más adelante en la perfección de los dos preceptos de amor: amad también a vuestros enemigos»”.-La visión se detiene… Y continúa en la terraza que está llena de gente; otras personas están en el huerto de Pedro. Jesús habla: “Paz a los hombres de buena voluntad. Paz y bendición a sus casas, a sus mujeres y a sus hijos. La gracia y la luz de Dios reine en ellos y en los corazones con quienes viven. Deseabais oírme. La Palabra habla. Habla con alegría a los honrados, habla con dolor a los que no lo son; habla con amor a los puros, habla con piedad a los pecadores. No se niega. Ha venido para derramarse como un río que riega tierras sedientas a las que lleva el consuelo del agua y abono con el limo. Vosotros queréis saber qué cosas son necesarias para ser discípulos de la Palabra de Dios, del Mesías, del Verbo del Padre, que viene a reunir a Israel para que de nuevo oiga las palabras del Decálogo santo e inmutable y se santifique por medio de ellas, para que esté limpio, en la medida que el hombre puede hacerlo de por sí, para la hora de la Redención y del Reino. Mirad. Yo digo a los sordos, a los ciegos, a los mudos, a los leprosos, a los paralíticos, a los muertos: «Levantaos, curaos, resucitad, caminad; ábranse en vosotros los ríos de la luz, de la palabra, del sonido, para que podáis ver, oír, hablar de Mí».  Pero más que a los cuerpos estas palabras las digo a sus almas. ■ Hombres de buena voluntad, venid a Mí sin temor alguno. Si el alma está herida, Yo la curaré. Si enferma, Yo la sanaré; si muerta, Yo la resucitaré. Quiero tan solo vuestra buena voluntad. ¿Es cosa difícil lo que pido?… ¡No! ¡No os impongo los cientos y cientos de preceptos de los rabíes! Os digo: Seguid el Decálogo. La Ley es inmutable. Muchos siglos han pasado desde la hora en que bella, pura, fresca, como una criatura recién nacida, como una rosa que ha despuntado sobre el tallo, fue dada. Es sencilla, sin doblez, dulce para el que le siga. En el correr de los siglos, los pecados y las inclinaciones de los hombres la han complicado con leyes y más leyes pequeñas, con pesos y restricciones, con demasiadas cláusulas molestas. Hay que volver a la Ley como el Altísimo la dio. Pero os ruego por vuestro propio bien, que la recibáis con corazón sincero como los verdaderos israelitas de aquel tiempo. Vosotros murmuráis  —más en vuestro corazón que con los labios— que la culpa está en los de arriba, más que en vosotros, gente humilde. Lo sé. En el Deuteronomio está dicho todo lo que debe hacerse, y no era necesario más. Pero no juzguéis a quien actuó no para sí, sino para los demás. Vosotros haced lo que Dios dice. ■ Sobre todo esforzaos en ser perfectos en los dos preceptos principales. Si amáis a Dios con todo vuestro ser, no pecaréis, porque el pecado es dolor que se da a Dios. Quien ama no quiere dar dolor al amado. Si amáis al prójimo, como a vosotros mismos, seréis hijos respetuosos para con vuestros padres, esposos fieles para con las esposas y hombres honrados en los negocios, sin violencia para con enemigos, sin mentira al dar testimonio, sin envidia para quien posee, sin impulso de lujuria para con la mujer de otro. No queriendo hacer a los otros lo que no querríais que se os hiciera a vosotros, no robaréis, no mataréis, no calumniaréis, no entraréis como los cucos en el nido de los demás. ■ Pero incluso os digo: «Id más adelante en la perfección de los dos preceptos de amor: amad también a vuestros enemigos». ¡Oh, si sabéis amar como Él, cómo os amará el Altísimo, que ama al hombre  —transformado en enemigo suyo por la Culpa Original y por los pecados individuales—  hasta el punto de enviarle el Redentor, el Cordero que es su Hijo, Yo, quien os está hablando, el Mesías, prometido para redimiros de toda culpa. Amad. El amor sea para vosotros escalera por la cual, hechos ángeles, subáis (como Jacob la vio), hasta el Cielo, oyendo al Padre decir a todos y a cada uno: «Yo seré tu Protector dondequiera que vayas, y te traeré de nuevo a este lugar: al Cielo, al Reino Eterno» (2). La paz con vosotros”. La gente acepta conmovida las palabras y se retira poco a poco.
* “Nehemías, en su reforma, quiso que en Judá fuese respetado el sábado. El sábado es del Señor”.- Sutilezas de los fariseos respecto al sábado.- ■ Se quedan Pedro, Andrés, Santiago, Juan, Felipe y Bartolomé. Pedro: “¿Te vas mañana, Maestro?”. Jesús: “Mañana al amanecer si a ti no te desagrada”. Pedro: “Desagradarme el que te vayas, sí,  pero la hora, no; es incluso propicia”. Jesús: “¿Vas a ir a pescar?”. Pedro: “Esta noche cuando salga la luna”. Jesús: “Hiciste bien en no pescar durante la pasada noche, Simón Pedro. Todavía no terminaba el sábado. Nehemías (3), en su reforma, quiso que en Judá fuese respetado el sábado. Pero ahora mucha gente lleva cargas, transporta vino y fruta y compra pescado y corderos. Tenéis seis días para esto. El sábado es del Señor. Solo podéis hacer una cosa en sábado: hacer bien al prójimo. Pero no se debe hacer por lucro sino por ayuda. Quien por lucro viola el sábado, no puede esperar otra cosa más que castigo de parte de Dios. ¿Gana algo?: lo perderá con creces en los seis días que faltan. ¿No gana nada?: en vano se esforzó el cuerpo, no concediéndole ese reposo que la Inteligencia determinó para él, airándose el alma por haber trabajado inútilmente, llegando incluso a proferir imprecaciones. En cambio el día de Dios debe transcurrirse con el corazón unido a Dios en una dulce plegaria de amor. Es necesario ser fieles en todo”. Pedro: “Pero… los escribas y doctores que son tan duros con nosotros… no trabajan en sábado y ni siquiera dan un pan al prójimo para no cansarse al darlo… pero sí hacen usura aun en sábado. Porque la usura no es trabajo… ¿puede hacerse en sábado?”. Jesús: “¡No, jamás! Ni durante el sábado, ni durante los otros días. Quien presta abusivamente, es deshonesto y cruel”. Pedro: “Entonces… los escribas y fariseos…”. Jesús: “¡Simón! No juzgues. Tú no lo hagas”. Pedro: “Tengo ojos para ver…”. Jesús: “¿Solo hay que ver el mal, Simón?”. Pedro: “No, Maestro”. Jesús: “Entonces, ¿por qué mirar tan solo el mal?”. Pedro: “Tienes razón, Maestro”.
* Los 6 discípulos, dejando todo, se ofrecen a Jesús para acompañarle a Jerusalén.-Jesús: “Así, pues, mañana partiré al amanecer con Juan”. Pedro: “Maestro…” Jesús: “¿Qué te pasa, Simón?”. Pedro: “Maestro… ¿vas a Jerusalén?”. Jesús: “Ya lo sabes”. Pedro: “También yo voy para la Pascua… también Andrés y Santiago…”. Jesús: “¿Y entonces?… ¿Quieres decir que desearías venir conmigo?… ¿Y la pesca? ¿Y la ganancia?… Me dijiste que te gustaba tener dinero y Yo estaré ausente por muchos días. Primero voy a visitar a mi Madre, y a Jerusalén a la vuelta. Me quedaré allí predicando… ¿Cómo te las arreglarás?”. Pedro se muestra pensativo, lucha dentro de sí… al final dice: “Por mí… voy contigo. ¡Te prefiero a Ti antes que al dinero!”. Y todos al unísono: “También yo voy”.  “Y también yo”. “Y también nosotros, ¿no es así, Felipe?”. Jesús: “Entonces venid. Me ayudaréis”. ■ Pedro se emociona ante esta idea: “¡Oh!… ¿En qué te podríamos ayudar?”. Jesús: “Os lo diré. Para actuar bien, solo tendréis que hacer cuanto Yo os diga. El obediente siempre actúa bien. Ahora rezaremos y luego cada uno regresará a su casa”. Pedro: “¿Y qué harás Tú, Maestro?”. Jesús: “Oraré todavía. Yo soy la Luz del mundo pero también soy el Hijo del hombre que redime al hombre. Oremos”. Jesús dice el salmo que empieza “Quien descansa en la ayuda del Altísimo vivirá bajo la protección del Dios del Cielo. Dirá al Señor: «Tú eres mi protector, mi refugio y mi Dios, en Él está mi esperanza. Él me libró de la trampa de los cazadores y de las palabras agresivas»  etc. etc.”. Lo encuentro en el libro 4º; es el segundo del libro 4º; me parece el N.90 (Si leo bien el número romano). La visión termina así. (Escrito el 15 de Octubre de 1944).
·········································
1  Nota  : Cfr. Ju. 1,43-51.  2  Nota  : Cfr. Gén. 28,10-17.  3  Nota  : Cfr. Neh. 13,15-21.
.                                         ——————–000——————–

1-51-282 (1-13-309).- María manda a Judas Tadeo a Betsaida a invitar a Jesús a las bodas de Caná.
* “El deseo de mi Madre es ley para Mí”.- ■ Veo la cocina de Pedro. En ella están, además de Jesús, Pedro y su mujer, Santiago y Juan. Parece que han terminado de cenar y están conversando. Jesús se interesa por la pesca. Andrés entra y dice: “Maestro, aquí está el dueño de la casa en que vives, con uno que dice ser tu primo”. Jesús se levanta y se dirige a la puerta diciendo que pasen. Y cuando a la luz de la lámpara y del fuego ve que entra Judas Tadeo, exclama: “¡¿Tú, Judas?!”. Tadeo: “Yo, Jesús”. Y se besan. ■ Judas Tadeo es un hombre bien formado, en la plenitud de su belleza varonil. Alto, pero no como Jesús. Bien proporcionado en su cuerpo que es robusto, moreno, como lo era San José de joven, de un color aceitunado, pero no térreo; y con unos ojos que tienen mucho de parecido con los de Jesús, porque son azules, aunque tienden a ser algo violáceos. Tiene barba cuadrada y morena, cabellos ondulados, menos rizados que los de Jesús, morenos como la barba. Tadeo dice: “Vengo de Cafarnaúm. He ido allí en barca y he venido aquí también en barca para llegar antes. Tu Madre te manda decir: «Susana se casa mañana. Te ruego, Hijo, que asistas a las bodas». María asiste y con ella, mi madre y los hermanos. Todos los parientes están invitados. Tú serías el único que estarías ausente y ellos, los parientes, te piden que no desaires a los novios”. ■ Jesús se inclina un poco y abriendo un tanto los brazos dice: “El deseo de mi Madre es ley para Mí. Pero también iré por Susana y por los familiares. Solo… lo siento por vosotros…” y mira a Pedro y los demás. “Son mis amigos” dice al primo. Y se los presenta comenzando por Pedro. Termina diciendo: “Y éste es Juan” y lo dice de forma muy especial, que llama la atención de Judas Tadeo y que hace ruborizarse al predilecto. Termina la presentación con estas palabras: “Amigos, éste es Judas, hijo de Alfeo, mi primo hermano, según dice la usanza,  porque es hijo del hermano del esposo de mi Madre; un buen amigo mío en el trabajo y en la vida”. Pedro: “Mi casa está abierta a ti como al Maestro. Siéntate”. Y después volviéndose a Jesús, Pedro dice: “Entonces, ¿no iremos contigo a Jerusalén?”. Jesús: “Claro que vendréis. Después de las bodas iré. Únicamente que no me detendré en Nazaret”. El hombre de Cafarnaúm dice: “Haces bien, Jesús, porque tu Madre será mi huésped durante algunos días. Así hemos quedado, y volverá a mi casa también después de la boda”. Jesús: “Entonces lo haremos así. Ahora, con la barca de Judas, Yo iré a Tiberíades y de allí a Caná, y con la misma barca volveré a Cafarnaúm con mi Madre y contigo. El día siguiente después del próximo sábado te acercas, Simón, si todavía quieres, e iremos a Jerusalén para la Pascua”.  Pedro: “¡Sí que quiero! Incluso iré el sábado a la sinagoga para oírte”. ■ Tadeo pregunta: “¿Estás ya enseñando, Jesús?”. Jesús: “Sí, primo”. Pedro: “¡Y qué palabras! ¡No se oyen en labios de otro!”. Judas da un suspiro. Con la cabeza apoyada sobre la mano y el codo sobre la rodilla mira a Jesús y lanza otro suspiro. Parece como si quisiera hablar y no se atreviera. Jesús le provoca para que hable: “¿Qué pasa, Judas? ¿Por qué me miras y das suspiros?”. Tadeo: “Por nada”. Jesús: “No. Por nada no. ¿No soy acaso el mismo Jesús que tú estimabas? ¿Para el que nunca tenías secretos?”. Tadeo: “¡Sí que eres el mismo! ¡Y cuánta falta me haces, Tú, maestro de tu primo más mayor…!”. Jesús: “Entonces, habla”. Tadeo: “Quería decirte… Jesús… sé prudente… tienes una Madre… que aparte de Ti no tiene nada… Tú quieres ser un Rabí diferente de los otros y Tú sabes, mejor que yo, que… que las castas poderosas no permiten cosas distintas de las usuales, establecidas por ellos. Conozco tu modo de pensar… es santo… pero el mundo no lo es… y oprime a los santos… Jesús, Tú conoces la suerte de tu primo el Bautista… Está en prisión, y si todavía no ha muerto es porque aquel asqueroso Tetrarca tiene miedo a la gente y al rayo de Dios. Tú, ¿qué harás? ¿Qué final te quieres buscar?”. ■ Jesús: “Judas, ¿me preguntas esto, tú que conoces tan bien mi manera de pensar? ¿Hablas por propia iniciativa? ¡No, no digas mentiras! Te han mandado, no mi Madre por supuesto, a decirme esto…”. Judas baja la cabeza y calla.  Jesús: “Habla, primo”. Tadeo: “Mi padre… mis hermanos José y Simón… sabes… por tu bien… porque te quieren y a María… no ven con buenos ojos lo que te propones hacer… y querrían que pensases en tu Madre…”. Jesús: “¿Y tú qué piensas?”. Tadeo: “Yo…  Yo…”. Jesús: “Dentro de ti combaten las voces de lo Alto y las de la Tierra. No digo voces de lo bajo, digo de la Tierra. Santiago, tu hermano, vacila aún más que tú. Pero Yo os digo que sobre la Tierra está el Cielo, y sobre los intereses del mundo está la causa de Dios. Tenéis necesidad de cambiar vuestro modo de pensar. Cuando sepáis hacerlo, entonces seréis perfectos”.
* “No sabéis quién es mi Madre. Si lo supieseis… la veneraríais como a la Amiga más íntima de Dios, la Poderosa que todo lo puede en el Corazón del Eterno Padre, que todo lo puede en orden al Hijo de su corazón”.- Tadeo: “Pero… ¿y tu Madre?”. Jesús: “Judas, solo Ella tendría derecho a recordarme mis deberes de hijo, según la luz de la Tierra, o sea, a mi deber de trabajar para Ella, para hacer frente a sus necesidades materiales, a mi deber que tengo de asistirla y consolarla con mi presencia. Pero Ella no pide nada de esto. Desde que me dio a luz, Ella sabía que habría de perderme, para encontrarme de nuevo con más amplitud que la del pequeño círculo de la familia. Y desde entonces se ha preparado para ello. No es nueva en su sangre esta absoluta voluntad de donación a Dios. Su madre la ofreció al Templo antes de que Ella hubiera podido sonreír a la luz. Y Ella  —me lo ha dicho innumerables veces que me ha hablado de su infancia santa teniéndome contra su corazón en las largas noches de invierno, o en las claras de verano llenas de estrellas—  y Ella se ofreció a Dios ya desde aquellas primeras luces de su alba en el mundo. Y más aún se ofreció cuando me tuvo, para estar donde estoy, en la vía de la misión que de parte de Dios se me ha encomendado. ■ Llegará un momento en que todos me abandonarán; y quizás durante unos cuantos minutos, por la vileza que se apoderará de todos, pensaréis que hubiera sido mejor, para vuestra seguridad, no haberme conocido nunca. Pero Ella, que lo comprende y lo sabe, Ella estará siempre conmigo y vosotros volveréis a ser míos por medio de Ella. Con la fuerza de su segura y amorosa fe, Ella os aspirará hacia sí, y, por tanto, hacia Mí porque respira en Mí, porque Yo estoy en mi Madre y Ella está en Mí, y Ambos en Dios. Esto querría que comprendieseis vosotros todos, familiares según el mundo, amigos e hijos según el plan sobrenatural. Tú y contigo los demás, no sabéis quién es mi Madre. Si lo supieseis, no la criticaríais en vuestro corazón por no saberme tener sujeto a Ella, sino que la veneraríais como a la Amiga más íntima de Dios, la Poderosa que todo lo puede en el Corazón del Eterno Padre, que todo lo puede en orden al Hijo de su corazón. Ciertamente iré a Caná. Quiero hacerla feliz. Comprenderéis mejor después de esta hora”. ■ Jesús tiene un tono impotente y persuasivo. Judas le mira y pensativo dice: “Claro que iré también yo contigo y con ellos si me lo permites… porque comprendo que dices cosas justas. Perdona mi ceguedad y la de mis hermanos. ¡Eres Santo! ¡Más que nosotros!…”. Jesús: “No guardo rencor a quien no me conoce, ni siquiera a quien me odia. Pero me duele por el mal que a sí mismo se hace. ¿Qué tienes en esa bolsa?”. Tadeo: “El vestido que te envía tu Madre. Mañana es una fiesta grande. Cree que su Jesús tenga necesidad del vestido para no causar mala impresión entre los invitados. Ha estado diariamente cosiendo sin descanso desde las primeras luces del día hasta las últimas de la tarde, para hacértelo pero no pudo terminar el manto. Todavía faltan las orlas. Se siente muy desolada por ello”. Jesús: “No es necesario. Me pondré éste, y el otro será para Jerusalén. El Templo significa todavía más que una fiesta de bodas”. Tadeo: “Ella se pondrá feliz”. ■ Pedro: “Si queréis estar al amanecer en el camino de Caná, conviene que partáis al punto. La luna ya va a salir y es buena compañera para el camino”. Jesús: “Vamos pues; Juan, ven conmigo. Adiós Simón Pedro, Santiago, Andrés. Os espero la tarde del sábado en Cafarnaúm. ¡Adiós mujer! La paz sea contigo en tu hogar”. Salen Jesús con Judas y Juan. Pedro los sigue hasta la playa y los ayuda a embarcarse. Y la visión termina. (Escrito el 17 de Octubre de 1944).
.                                       ——————–000——————–

1-52-286  (1-14-313).-  Jesús en las bodas de Caná (1). El Hijo realiza para Ella el primer milagro.
* Llega María Santísima.- Llega la novia en ambiente festivo.- ■ Veo una casa característicamente oriental: un cubo blanco más largo que alto, con pocas entradas, rematado con una terraza rodeada de un muro de cerca de un metro de altura a la que da la sombra una vid que trepa hasta allí y extiende sus ramas sobre más allá de la mitad de esta soleada terraza. Una escalera exterior sube a lo largo de la fachada hasta una puerta, que está a la mitad de ella. En el nivel de la calle, hay unas puertas bajas y distanciadas, no más de dos por cada lado, que dan a habitaciones también bajas y oscuras. La casa se levanta en medio de una especie de campiña en donde hay más hierba que espacio libre, y tiene en el centro un pozo. Hay también higueras y manzanos. La casa mira hacia el camino, pero no está cerca de él; está un poco hacia dentro, y un sendero, entre las hierbas, la une a aquél, que parece camino de primer orden.  Podría decirse que la casa se encuentra en la periferia de Caná: una casa de campesinos que vive en medio de su propiedad. ■ Veo a continuación a dos mujeres con vestidos largos y un manto que hace también de velo, que vienen caminando y se dirigen a esta parte del sendero. Una parece de mayor edad; sobre los cincuenta años y viste de oscuro: un color pardo-marrón como de lana natural. La otra viste más claro: un vestido de color amarillo pálido y manto azul, y aparenta unos treinta y cinco años. Es muy bella, esbelta, y tiene un porte lleno de dignidad, a pesar de ser todo gentileza y santidad. Cuando está más cerca, noto el color pálido de su rostro. Reconozco a María Santísima. No sé quién sea la otra, que es morena y de más edad. Hablan entre sí. La Virgen sonríe. Cuando están ya cerca de la casa, alguien, encargado de dar el aviso de su llegada, lo hace, y salen a su encuentro hombres y mujeres con trajes de fiesta, que las acogen con gran alegría, pero sobre todo a María Santísima. Parece una hora matinal, diría yo como las nueve, tal vez antes, porque el campo conserva todavía el aspecto fresco de las primeras horas del día en que aún brilla el rocío sobre la verde hierba y por el aire puro exento de polvo. Me parece que es la primavera, porque la hierba no está seca y los campos están cubiertos de trigo con espigas aún sin madurar. Todo es verde. Las hojas de las higueras y de los manzanos están verdes y tiernas, lo mismo sucede con las de los sarmientos. Pero no veo flores  en los manzanos; y no veo fruta, ni en los manzanos, ni en las higueras, ni en la vid. Señal de que el manzano ha florecido ya, pero hace poco tiempo, y los pequeños frutos todavía no se ven. ■ María, a quien acompaña un anciano que es probablemente el dueño de la casa, sube por la escalera exterior y entra en la sala grande que parece ocupar toda o gran parte de la planta alta. Creo comprender que los recintos de la planta baja son las habitaciones propiamente dichas, las despensas, los trasteros y las bodegas;  mientras que ésta se reserva sólo para usos especiales, como fiestas de carácter excepcional, o para trabajos que requieren mucho espacio, o también para colocar holgadamente productos agrícolas. Si de fiestas se trata, lo vacían completamente y lo adornan, como hoy, de ramas verdes, esterillas y mesas para alimentos. En el centro hay una mesa provista con jarras y platos llenos de frutas. A lo largo de la pared de la derecha, respecto a mí que miro, hay otra mesa pero menos provista. A lo largo de la pared izquierda  hay una alacena larga y encima de ella  platos con quesos y otros alimentos que me parecen ser tortas de miel, y dulces. En el suelo, junto a esta pared, hay otras jarras y seis grandes recipientes con forma de jarra de cobre. Se le podría dar el nombre de jarrones. ■ María escucha benévolamente todo lo que le dicen; después, cortésmente se quita el manto y ayuda a terminar de preparar la mesa. La veo ir de acá para allá poniendo en orden los lechos-silla, componiendo las guirnaldas de flores, dando mejor presentación a las frutas, viendo si en las lámparas hay aceite. Sonríe y habla muy poco y en voz muy baja, pero escucha mucho y con mucha paciencia. Un gran rumor de instrumentos musicales viene del camino, realmente no muy armoniosos. Todos, menos María, corren afuera. Veo entrar a la novia, toda adornada y feliz, rodeada de sus padres y amigos, al lado del novio, que ha sido el primero en salir a su encuentro.
* Llega Jesús a Caná con Juan y Judas Tadeo. “Vamos a hacer feliz a mi Madre”.- ■ Y en este momento la visión sufre un cambio. Estoy viendo, en vez de la casa, un pueblo. No sé si sea Caná o algún otro pueblo. Y veo a Jesús con Juan y otro, que probablemente, si no me engaño, es Judas Tadeo. Por lo que respecta a Juan, no me equivoco. Jesús está vestido de blanco y tiene un manto azul marino. Al oír el sonido de los instrumentos musicales, el compañero de Jesús pregunta algo a una persona y transmite la respuesta a Jesús, que, con la sonrisa en los labios, contesta: “Vamos a hacer feliz a mi Madre”. Y se dirige, a través de los campos, con sus dos compañeros hacia la casa. Me he olvidado decir que tengo la impresión de que María es o pariente o amiga de las padres del novio, porque se ve que los trata con familiaridad. ■ Cuando llega Jesús, la persona de antes, puesta como centinela, avisa a los demás. El dueño de la casa, junto con su hijo, el novio, y con María, baja a recibir a Jesús y le saluda respetuosamente. Saluda también a sus dos acompañantes. El novio hace lo mismo. Pero lo que más me gusta es el saludo lleno de amor y respeto de María a su Hijo, y viciversa. Ninguna muestra efusiva. Pero la palabra de saludo: “La paz sea contigo” va acompañada  de una mirada de tal naturaleza, y una sonrisa tal, que valen por cientos de abrazos y besos. Se ve que el beso tiembla en los labios de María pero no lo da. Solo pone su pequeña mano blanca sobre la espalda de Jesús y le compone su larga cabellera. Es una caricia de enamorada púdica.
* “Mujer, qué hay más entre tú y Yo?”. Jesús sonríe. María sonríe. María ha leído en los ojos sonrientes de Jesús el asentimiento al milagro.- “Agradecédselo a María”.- ■ Jesús sube al lado de su Madre seguido por sus discípulos y los dueños de la casa.  Entra en la sala del banquete, donde las mujeres se apresuran a poner asientos y platos para los tres invitados, inesperados según parece. Puedo decir que la presencia de Jesús era dudosa, y del todo inesperada la de sus compañeros. Oigo claramente la voz llena, viril, dulcísima del Maestro que al poner pie en la sala dice: “La paz sea en esta casa y la bendición de Dios con todos vosotros”. Es un saludo a todos, lleno de majestad. Jesús domina a todos con su aspecto y estatura. Es el invitado, y tal vez fortuito, pero parece el rey del banquete; más que el novio, más que el dueño de la casa. Aunque sea humilde y condescendiente, es Él, el que domina. ■ Jesús se sienta en la mesa del centro, con el novio y la novia, los padres de los novios y los amigos de mayor importancia. A los dos discípulos, por consideración del Maestro, se les hace sentar en la misma mesa.  Jesús está de espaldas a la pared en donde están los jarrones y la alacena. Por ello, no los ve, como tampoco ve el afán del mayordomo con los platos de carne que van siendo introducidos por una puertecita que está junto a la alacena. Observo una cosa: menos las respectivas madres de los novios y menos María, ninguna mujer está sentada en esa mesa. Todas las mujeres están —y meten bulla como si fueran cien— en la otra mesa que está pegando a la pared, y se las sirve después de que se ha servido a los novios y a los invitados de honor. Jesús está sentado al lado del dueño de la casa. Tiene enfrente a María, que está sentada al lado de la novia. ■ Empieza el banquete y le aseguro que a nadie falta el apetito, ni tampoco la sed. Los que comen y beben poco son Jesús y su Madre, la cual, además, habla muy poco. Jesús habla un poco más. Pero, a pesar de ser parco de palabras, no se manifiesta ni altanero ni desdeñoso. Es un hombre cortés, pero no hablador. Si le preguntan algo, responde. Si le hablan, muestra interés, expone su parecer, pero después se recoge en Sí como quien está acostumbrado a meditar. Sonríe, pero nunca ríe en forma estrepitosa. Y, si oye alguna broma un poco que no va, muestra sencillamente como si no le hubiese oído. María con sus ojos no se desprende de Jesús, igualmente Juan que está en el extremo de la mesa pero pendiente de los labios del Maestro. ■ María cae en la cuenta de que los servidores discuten con el mayordomo y de que éste se siente molesto y comprende que algo desagradable sucede. “Hijo”, dice bajo, llamando la atención de Jesús con esa palabra. “Hijo, no tienen más vino”. Jesús: “Mujer, ¿qué más hay entre tú y Yo?”. Jesús al decir estas palabras sonríe aún más dulcemente, y sonríe María, como dos que saben una verdad, que es su gozoso secreto y que todos los demás ignoran. María ordena a los sirvientes: “Haced lo que Él os diga”. María ha leído en los ojos sonrientes de Jesús el asentimiento, revestido de una gran enseñanza para todos los  «llamados». Jesús ordena a los sirvientes: “Llenad de agua los jarrones”. Veo que los llenan con agua traída del pozo (oigo el rechinar de la polea que baja y sube el cubo chorreando). Veo también al mayordomo echarse en la copa un poco de ese líquido con ojos de sorpresa, probarlo con gestos de aún más vivo asombro, degustarlo y hablarles al  dueño de la casa y al novio (estaban cercanos). ■ María mira a su Hijo y sonríe; después, correspondida con una sonrisa de Jesús, baja la cabeza con un ligero sonrojo: es feliz. Se oye un murmullo por la sala, las cabezas se vuelven todas hacia Jesús y María; hay quien se levanta para ver mejor, quien va a los jarrones… Silencio, y, después, un coro de alabanzas a Jesús. Pero Él se levanta y dice una frase: “Agradecédselo a María” y se retira del banquete. Los discípulos le siguen. En el umbral vuelve a decir: “La paz sea en esta casa y la bendición de Dios con vosotros”. Y añade: “Adiós, Madre”. Y la visión termina. (Escrito el 16 de Enero de 1944).
········································
1  Nota  : Cfr. Ju. 2,1-10.
.                                    ——————–000——————–

1-52-289 (1-15-317).- “Mujer ¿qué más hay entre tú y Yo?”.
* “Ese «más», que muchos traductores omiten, es la clave de la frase y le da su verdadero significado”.-Jesús me explica el significado de la frase. “Ese «más» que muchos traductores omiten, es la clave de la frase y le da su verdadero significado. Era Yo el Hijo sujeto a la Madre hasta el momento en que la voluntad del Padre me indicó que había llegado la hora de ser el Maestro. Desde el momento en que mi misión comenzó, ya no era el Hijo sujeto a la Madre, sino el Siervo de Dios. Rotas las ligaduras morales para con la que me había engendrado, se transformaron en otras más sublimes, se refugiaron todas en el espíritu, el cual llamaba siempre: «Mamá» a María, mi Santa. El amor no conoció ni descanso ni enfriamiento, más bien habría que decir que jamás fue tan perfecto como cuando, separado de Ella como por un segundo alumbramiento, Ella me dio al mundo para el mundo, como Mesías, como Evangelizador. Su tercera sublime y mística maternidad tuvo lugar cuando, en el patíbulo del Gólgota, me dio a luz  a la Cruz,  haciendo de Mí el Redentor del Mundo. ■ «¿Qué más hay entre tú y Yo?». Antes era tuyo, únicamente tuyo. Tú me mandabas y Yo te obedecía. Te estaba «sujeto». Ahora pertenezco a mi misión. ¿No lo dije acaso?: «Quien, una vez puesta la mano en el arado, se vuelve atrás, a ver lo que le queda, no es apto para el Reino de los Cielos». Yo había puesto mi mano en el arado para abrir con la reja no la tierra sino corazones, y sembrar en ellos la palabra de Dios. Quité de allí la mano tan sólo cuando me la quitaron para ser clavada en la Cruz y abrir con el torturante clavo el Corazón de mi Padre, haciendo salir de Él el perdón para el género humano. Aquel «más», olvidado por muchos, quería decir esto: «Tú has sido todo para Mí, Madre, mientras fui únicamente el Jesús de María de Nazaret, y me eres todo en mi espíritu; pero, desde que soy el Mesías esperado, pertenezco a mi Padre. Espera un poco todavía y, terminada mi misión, seré nuevamente todo tuyo; me tendrás nuevamente entre los brazos como cuando era pequeño y nadie te disputará ya este Hijo tuyo, considerado un oprobio del género humano, el cual te arrojará sus despojos para cubrirte de oprobio por haber sido la madre de un criminal. Y después me volverás a tener para siempre triunfante, en el Cielo. Pero ahora pertenezco a todos los hombres. Pertenezco al Padre que me ha enviado a ellos».  Ahí tienes lo que quiere decir ese pequeño «más»”. (Escrito el 16 de Enero de 1944).
.                                        ——————–000——————–

1-52-291 (1-15-318).-  «Vayamos a hacer feliz a mi Madre».
* Sentido más alto de esa frase: “de ser Ella la iniciadora de de mi actividad de milagros y la primera benefactora del género humano”. ■ Dice Jesús: “Cuando dije a los discípulos: «Vayamos a hacer feliz a mi Madre», había dado a la frase un sentido más alto de lo que parecía. No se trataba de la felicidad de verme, sino de ser Ella la iniciadora de mi actividad de milagros y la primera benefactora del género humano. ■ No lo olvidéis nunca: mi primer milagro se hizo por María; el primero: símbolo de que María es la llave del milagro. Yo no niego nada a mi Madre. Por su oración anticipo incluso el tiempo de la gracia. Yo conozco a mi Madre, la segunda en bondad después de Dios. Sé que concederos una gracia es lo mismo que hacerla feliz, porque Ella es la Toda amor. Por esto, sabiéndolo, dije: «Vayamos a hacer feliz a mi Madre»”.
* “Destinada a unirse a Mí en el dolor, es justo que también estuviese unida a Mí en el poder”.-Jesús: “Por otra parte quise manifestar al mundo su poder junto con el mío. Destinada para estar unida conmigo en la carne —pues fuimos una carne: Yo en Ella y Ella en torno a Mí, como pétalos de lirio alrededor del pistilo  perfumado y lleno de vida—, destinada a unirse a Mí en el dolor —puesto que estuvimos en la Cruz, Yo con la carne y Ella con su espíritu,  de la misma forma que  el lirio perfuma tanto con su corola como con la esencia que de ella se saca—, era justo que también estuviese unido a Mí en el poder. ■ Digo a vosotros, lo que dije a los convidados: «Agradeced a María. Por Ella habéis recibido al Dueño del milagro y por Ella tenéis mis gracias y sobre todo la de mi perdón». ¡Quédate en paz! Estamos contigo”. (Escrito el 16 de Enero de 1944).
.                                     ——————–000——————–

(<Jesús, acompañado de Pedro, Andrés, Juan, Santiago, Felipe y Bartolomé, se encuentra ya en Jerusalén>)

1-53-291 (1-16-319).- Los mercaderes expulsados del Templo (1).
* Bullicio y usura en el lugar sagrado.- ■ Veo a Jesús entrando con Pedro, Andrés, Juan y Santiago, Felipe y Bartolomé, en el recinto del Templo. Dentro y fuera hay una grandísima muchedumbre. Son peregri­nos que, desde todas las partes de la ciudad, llegan en grupos. Desde lo alto de la colina en que está construido el Templo, se ven las calles de la ciudad, estrechas y retorcidas, y un hormiguear de gente. Parece como si entre el blanco natural de las casas se hubiera extendido una cinta de mil colores en movimiento. En realidad la ciudad tiene el aspecto de un juguete vistoso hecho de cintas multicolores entre dos hilos blancos, y todos ellos convergen hacia el punto en que resplandecen las cúpulas de la Casa del Señor. Pero luego, dentro, hay… una verdadera feria. No existe ningún tipo de recogimiento en el lugar sagrado. ■ Hay quien corre y quien llama, quien contrata los corderos y grita y lanza maldiciones por el precio excesivo, quien empuja hacia los corrales a los pobres animales, que balan (los corrales son lugares improvisados con cuerdas o estacas, en cuya entrada está el dueño, o mercader, a la espera de los compradores). Leñazos, balidos, blasfemias, unos que llaman a otros, insultos a los criados que se descuidan en juntar o separar los animales y a los compradores que regatean el precio o que se van, mayores insultos a quienes, previsores, han traído su propio cordero. ■ Alrededor de los bancos de los cambistas, otro griterío. Se entien­de que  —no sé si en todo momento o durante la Pascua— el Templo funcionaba como… banco o, mejor dicho, como bolsa negra. El valor de las mo­nedas no era fijo. Había un precio legal —ciertamente lo habría— pero los cambistas imponían otro, apropiándose de una cantidad ar­bitraria por el cambio de las monedas. ¡Y le aseguro que no se anda­ban con chiquitas en las operaciones de usura!… Cuanto más pobre era uno, y venía de más lejos, más le sacaban: más a los viejos que a los jóvenes; y a los que provenían de fuera de Palestina, más que a los del lugar. 
* Enseño esto: a hacer la Casa de Dios casa de oración y no un lugar de usura y de mercado”.- ■ Dos pobres viejecitos miran una y otra vez su dinerillo aho­rrado durante todo el año quién sabe con cuánto esfuerzo, se lo sacan y se lo vuelven a meter junto al pecho cien veces, yendo de uno a otro cambista, y quizás terminan volviendo al primero, que se venga de su inicial deserción aumentando la prima del cambio… y las monedas de valor abandonan, entre suspiros, las manos del propietario y pasan a las garras del usurero para ser cambiadas por monedas de menos valor.  Luego otra escena triste de cuentas y suspiros  ante los vendedores de corderos, quienes a los viejos medio ciegos les encasquetan los corderos más míseros. Veo que vuelven los dos viejecitos, él y ella, empujando a un pobre corderito que los sacrificadores han rechazado tal vez por tener un defecto. Se entrecruzan, por un lado, malos modales y palabrotas; por otro lado, llanto y ruegos; y el vendedor no se conmueve. Vendedor: “Para lo que queréis gastar, galileos, es incluso demasiado hermoso el que os he dado. ¡Marchaos o dais otros cinco denarios por uno mejor!”. Ancianos: “¡En nombre de Dios! ¡Somos pobres y viejos! ¿Quieres impedirnos celebrar la Pascua, que es quizás la última? ¿No te es suficiente lo que has pedido por un animal pequeño?”. Vendedor: “¡Largaos apestosos! ¡Allá viene hacia mí José, el Anciano! Me honra con su preferencia. ¡Dios sea contigo! ¡Ven, escoge!”.  José el Anciano —así le llaman—, o sea, el de Arimatea, entra en el corral y toma un magnífico cordero. Pasa vestido pomposamente, soberbio, sin mirar a estos dos pobrecillos que gimen a la entrada del corral. Casi los choca, especialmente al salir con un hermoso cordero que bala. ■ Mas Jesús se encuentra también ya cerca. También ha hecho su compra, y Pedro, que probablemente ha llevado a cabo el trato en lugar de Él, trae un cordero bastante normal. Pedro querría ir enseguida hacia el lugar donde se sacrifica, pero Jesús se desvía a la derecha, hacia los dos viejecitos que asustados, lloro­sos e indecisos, lloran mientras la gente les empuja y son insultados por el vendedor. Jesús, tan alto que la cabeza de los dos abuelitos le llega a la al­tura del corazón, pone una mano sobre el hombro de la mujer y pre­gunta: “¿Por qué lloras, mujer?”. La viejecita se vuelve y ve a este joven alto, solemne con su hermoso vestido blanco y con su manto también blanco todo nuevo y limpio. Debe creer que es un doctor, por el vestido y el aspecto, y, asombrada —porque los doctores y los sacerdotes no hacen caso de la gente, ni defienden a los pobres contra la avaricia de los vendedores—, le dicen por qué lloran. Jesús se dirige al hombre de los corderos diciéndole: “Cambia este cordero a estos fieles; no es digno del altar. Como tampoco es digno de que te aproveches de dos viejecitos tan solo porque son débiles e indefensos”. Vendedor: “¿Y Tú quién eres?”. Jesús: “Un justo”. Vendedor: “Tu acento y el de tus compañeros dicen que eres galileo. ¿Puede, acaso, haber en Galilea un justo?”. Jesús: “Haz lo que te digo y sé justo tú”. Vendedor: “¡Oíd! ¡Oíd al galileo defensor de los de su condición! ¡Quiere enseñarnos a nosotros, los del Templo!”. El hombre se ríe y se burla, imitando la cadencia del hablar galileo, que es más sonora y más rica en dulzura que la judía; al menos, así me parece. Se forma un corro de gente, y otros mercaderes y cambistas salen en defensa de su colega contra Jesús. Entre los presentes hay dos o tres rabíes burlones. Uno de ellos pregunta: “¿Eres doctor?” (lo pregunta de una forma que haría perder la paciencia al mismo Job). Jesús: “Tú lo has dicho”. Rabí: “¿Qué enseñas?”. Jesús: “Enseño esto: a hacer la Casa de Dios casa de oración y no un lugar de usura y de mercado. Esto enseño”.
* Expulsión de los mercaderes.- “Yo soy Él que puede. Todo lo puedo. Destruid este Templo real y Yo lo levantaré de nuevo para dar gloria a Dios.- ■ Se le ve terrible a Jesús. Parece el arcángel puesto en el umbral del Paraíso perdido (2). No tiene espada llameante en las manos, pero tiene rayos en los ojos, y fulmina a los burlones y a los sacrílegos. No tiene nada en la mano, sólo su santa ira. Y con ésta, caminando veloz e imponente entre banco y banco, desbarata las monedas tan meticulosamente apiladas por tipos; vuelca mesas grandes y pequeñas, y todo cae, con estruendo, al suelo, entre un gran ruido de monedas que rebotan y tablas que chocan y gritos de ira, de pánico y de aprobación. Luego, arrancando de las manos a los mozos de los ganaderos unas sogas con que sujetaban bueyes, ovejas y corderos, hace de ellas un látigo bien duro, en que los nudos, para formar los lazos sueltos, se convierten en flagelos, y lo levanta y lo voltea y lo baja, sin piedad. Sí, se lo aseguro, sin piedad. El inesperado granizo golpea cabezas y espaldas. Los fieles se apartan admirando la escena; los culpables, perseguidos hasta la muralla externa, se echan a correr dejando por el suelo dinero y de­trás animales grandes y pequeños en medio de una gran confusión de piernas, de cuernos, de alas… quién corre, quién vuela; los mugidos, balidos, chillidos de pichones y tórtolas, junto a carcajadas y gritos de fieles detrás de los prestamistas dados a la fuga, ahogan incluso los berridos de los corderos que están siendo degollados en otro pa­tio. ■ Acuden sacerdotes, rabíes y fariseos. Jesús está todavía en medio del patio, de vuelta de su persecución. El látigo está todavía en su mano. Sacerdotes: “¿Quién eres? ¿Cómo te permites hacer esto, turbando las cere­monias prescritas? ¿De qué escuela provienes? Nosotros no te conocemos, ni sabemos quién eres”. Jesús: “Yo soy Él que puede. Todo lo puedo. Destruid este Templo real y Yo lo levantaré de nuevo para dar gloria a Dios. No turbo la santidad de la Casa de Dios y de las ceremonias, sois vosotros los que la turbáis permitiendo que su morada se transforme en sede de usureros y mercaderes. Mi escuela es la escuela de Dios. La misma que tuvo todo Israel por boca del Eterno que habló a Moisés. ¿No me conocéis? Me conoceréis. ¿No sabéis de dónde vengo? Lo sabréis”. 
* Exhortación con tres textos del Deuteronomio: sobre los jueces, sobre los sacerdotes, sobre la injusticia.- Y llamada a los sacerdotes, cuya única herencia debe ser Dios. No deben tener más que el vestido (el cuerpo sea siervo del espíritu que es siervo de Dios) y una diadema de oro incorruptible: pureza y caridad.- ■ Y, Jesús, volviéndose hacia el pueblo, sin preocuparse ya más de los sacerdotes, alto, vestido de blanco, el manto abierto y cayendo tras los hombros, con los brazos abiertos como un orador en lo más vivo de su discurso, dice: “¡Oíd, vosotros de Israel! En el Deuteronomio (3) está escrito: «Establecerás jueces y magistrados en todas las puertas… y ellos juzgarán al pueblo con justicia, sin inclinarse a parte alguna. No tendrás acepción de personas, no aceptarás donativos, porque los donativos ciegan los ojos de los sabios y alteran las palabras de los justos. Con justicia seguirás lo que es justo para vivir y poseer la tierra que el Señor tu Dios te dé». ■ ¡Oíd, vosotros de Israel! Dice el Deuteronomio (4): «Los sacerdotes y los levitas y todos los de la tribu de Leví no tendrán parte ni herencia con el resto de Israel, porque deben vivir con los sacrificios del Señor y con las ofrendas hechas a Él; nada tendrán entre las posesiones de sus hermanos, porque el Señor es su herencia». ■ ¡Oíd, oh vosotros de Israel! Dice el Deuteronomio (5): «No prestarás con interés a tu hermano ni dinero ni trigo ni cualquier otra cosa. Podrás prestar con interés al extranjero; mas a tu hermano le pres­tarás, sin interés, aquello de que tenga necesidad». Esto ha dicho el Señor. Ahora bien, vosotros mismos veis qué injusticia para con el pobre se comete en Israel. No triunfa el justo, sino el fuerte; y ser pobre, ser pueblo, quiere decir ser oprimido. ¿Cómo puede el pueblo decir: «Quien nos juzga es justo» si ve que sólo a los poderosos se los respeta y escucha, mientras que el pobre no tiene quien le es­cuche? ¿Cómo puede el pueblo respetar al Señor si ve que no le respetan los que más deberían hacerlo? ¿Es respeto al Señor la violación de su mandamiento? ■ ¿Y por qué entonces los sacerdotes en Israel tienen posesiones y aceptan donativos de publicanos y pecadores, los cuales actúan así para tener de su parte a los sacerdotes, de la misma forma que éstos actúan así para tener mayor riqueza? Dios es la herencia de sus sacerdotes. Para ellos, Él, el Padre de Israel, es, como en ningún caso, Padre, y les provee de comida como es justo; pero no más de lo que sea justo. No ha prometido a sus servidores del Santuario dinero y posesiones. En la eternidad, por ser justos, tendrán el Cielo, como lo tendrán Moisés y Elías y Jacob y Abraham, pero en esta tierra no deben tener más que el vestido de lino y una diadema de oro incorruptible: pureza y caridad, y que el cuerpo sea siervo del espíritu que es siervo del Dios verdadero, y no sea el cuerpo señor del espíritu, y contra Dios”.
* Llamada a Israel a seguirle: Quien quiera conocer la Luz, la Verdad, la Vida, volver a oír la Voz de Dios que habla a su pueblo, venga a Mí. Seguisteis a Moisés a través de los desiertos. Yo os conduzco hacia la verdadera Tierra prometida. Por el mar abierto de los Mandamientos os llevo a ella. Alzando mi Señal, os curo de todo mal. Ha llegado la hora de la Gracia”.-Jesús: “Se me ha preguntado con qué autoridad hago esto. ¿Y ellos?, ¿con qué autoridad profanan el mandamiento de Dios y a la sombra de los sagrados muros permiten usura contra los hermanos de Israel, que han venido para cumplir el mandato divino?  Se me ha preguntado de qué escuela provengo, y he respondido: «De la escuela de Dios». Sí, Israel. Yo vengo y te llevo de nuevo a esta escuela santa e inmutable. Quien quiera conocer la Luz, la Verdad, la Vida, quien quiera volver a oír la Voz de Dios que habla a su pueblo, venga a Mí. Seguisteis a Moisés a través de los desiertos, ¡oh, vosotros de Israel! Seguidme; que Yo os conduzco, a través de un desierto, sin duda, más dificultoso, hacia la verdadera Tierra prometida. Por el mar abierto de los Mandamientos de Dios os llevo a ella. Alzando mi Señal, os curo de todo mal. Ha llegado la hora de la Gracia. La esperaron los Patriarcas, murieron esperándola. La predijeron los Profetas y murieron con esta esperanza. La soñaron los justos y murieron confortados por este sueño. Ha venido ahora. Venid. «El Señor va a juzgar de un momento a otro a su pueblo y será misericordioso para con sus siervos», como prometió por boca de Moisés” (6). ■ La gente, agolpada en torno a Jesús, le ha escuchado con la boca abierta. Luego comenta las palabras del nuevo Rabí y hace preguntas a sus compañeros. Jesús se dirige hacia otro patio, separado de éste por un pórtico. Los amigos le siguen y la visión termina. (Escrito el 24 de Octubre de 1944).
·····································
1  Nota  :  Cfr. Ju. 2,13-21; 2, 23-23.   2  Nota  :  Cfr. Gén. 3,24.   3  Nota  :  Cfr. Dt. 16,18-20.   4  Nota  : Cfr. Dt. 18,1-2.   5  Nota  : Cfr. Dt. 23,19-20.   6  Nota  : Tal vez alusión a Ex. 15,13.
.                                         ——————–000——————–

1-54-296 (1-17-324).- Primer encuentro de Jesús con J. Iscariote y Tomás, y con un leproso.
*  El leproso es curado.- ■ Jesús está con sus seis discípulos; ni ayer ni hoy he visto a Judas Tadeo, que también había dicho que quería venir a Jerusalén con Él. Deben estar aún en las fiestas de Pascua, porque hay mucha gente por la ciudad de Jerusalén. Ya se acerca el atardecer y muchos se dirigen presurosos a sus casas. También Jesús se dirige a la casa donde se hospeda. No es la del Cenáculo  —que está más en la ciudad, aunque en las afueras—. Ésta es una casa de campo en el pleno sentido de la palabra, entre tupidos olivos. Desde la pequeña y agreste explanada que tiene delante, se ven descender colina abajo, en escalones, los árboles, deteniéndose a la altura de un riachuelo escaso de agua, que discurre por el valle situado entre dos colinas poco altas; en la cima de una de las colinas está el Templo; en la otra colina, sólo olivos y más olivos. Jesús está en la parte baja de la ladera de esta colina que sube sin asperezas: serenos árboles, todo manso. ■ Un hombre anciano que tal vez sea el agricultor o el propietario del olivar y conocido de Juan, le dice a éste: “Juan, hay dos hombres que esperan a tu amigo”. Juan: “¿Dónde están? ¿Quiénes son?”. Anciano: “No lo sé. Uno, sin duda, es judío. El otro… no sabría decirte. No se lo he preguntado”. Juan: “¿Dónde están?”. Anciano: “Están esperando en la cocina… y… sí… bueno… hay también uno lleno de llagas… Le he dicho que se estuviera allí porque… no quisiera que estuviera leproso… Dice que quiere ver al Profeta que ha hablado en el Templo”. Jesús, que hasta ese momento había guardado silencio, dice: “Vayamos primero a éste. Diles a los otros que si quieren venir, que vengan. Hablaré con ellos aquí en el olivar”  y se va donde había señalado el anciano. Pedro pregunta: “Y nosotros ¿qué hacemos?”. Jesús: “Venid si queréis”. ■ Un hombre todo cubierto y embozado está pegado al pequeño, rústico muro, que sostiene un escalón del terreno, el más cercano al límite de la propiedad. Cuando ve que Jesús viene a él, grita: “¡Atrás! ¡Atrás! ¡Pero ten piedad!”. Y descubre su tronco, dejando caer el vestido. Si la cara está cubierta de costras, el tronco es un entretejido de llagas: unas ya convertidas en agujeros profundos, otras simplemente como rojas quemaduras, otras blanquecinas y brillantes como si tuviesen encima un cristalito blanco. Jesús: “¡Eres leproso! ¿Para qué me quieres?”. Leproso: “¡No me maldigas! ¡No me tires piedras! Me han contado que la otra tarde te has manifestado como Voz de Dios y Portador de su Gracia. Me han dicho que Tú has afirmado que al alzar tu Señal sanas cualquier enfermedad. ¡Levántala sobre mí! ¡Vengo de los sepulcros… desde allá! Me he arrastrado como una serpiente entre los arbustos del riachuelo para llegar sin ser visto. He esperado a que anocheciera para hacerlo, porque en la penumbra se me identifica menos. Me he atrevido… encontré a éste, al buen amo de la casa. No me ha matado y solo me ha dicho: «Espera junto al muro». Ten piedad, Tú también”. Y dado que Jesús se acerca, Él solo, pues los seis discípulos y el dueño del lugar, con los dos desconocidos, se han quedado lejos y muestran claramente repulsa, dice de nuevo: “¡No más adelante!… ¡No más!… ¡Estoy infectado!”. Pero Jesús avanza. Le mira con tanta piedad, que el hombre se pone a llorar y se arrodilla con la cara casi sobre el suelo y solloza: “¡Tu Señal! ¡Tu Señal!”. Jesús: “Será levantada en su hora. Pero a ti te digo: ¡Levántate! ¡Cúrate! ¡Lo quiero! Y sé para Mí testigo en esta ciudad que debe conocerme. Y no peques más en reconocimiento hacia Dios”. El hombre se levanta poco a poco. Parece como si emergiese de una tumba… y está curado. Grita: “¡Estoy limpio! ¡Oh!, ¿qué debo hacer ahora yo por Ti?”. Jesús: “Obedecer a la Ley. Ve al sacerdote. Sé bueno en el porvenir. ¡Ve!”. El hombre hace un movimiento de arrojarse a los pies de Jesús, pero se acuerda de que está todavía impuro según la Ley (1) y se detiene. Eso sí, se besa la mano y manda con ella el beso a Jesús, y llora de alegría.
* Judas de Keriot y Tomás quieren seguir a Jesús. A Judas que pide tomarle consigo ahora, Jesús le dice: “¡No! Porque es mejor sopesarse a sí mismo antes de emprender un camino muy escarpado. Piénsalo bien Judas”. A Tomás, en cambio, le dice: “Recordaré tu nombre. Vete en paz”.- ■ Los otros parecen como petrificados. Jesús vuelve la espalda al curado y, con la sonrisa en los labios, los hace volver en sí, diciendo: “Amigos, no era más que una lepra de la carne, vosotros veréis caer la lepra de los corazones. ¿Sois los que me buscabais?” pregunta a los dos desconocidos. “Aquí estoy. ¿Quiénes sois?”.  “Te oímos la otra tarde… en el Templo. Te habíamos buscado. Uno que se dice ser tu pariente, nos dijo que estabas aquí”. Jesús: “¿Por qué me buscáis?”. “Por seguirte, si quieres, porque has dicho palabras de verdad”. Jesús: “¿Seguirme? ¿Pero sabéis hacia dónde voy?”. “No, Maestro, pero ciertamente que a la gloria“. Jesús: “Sí, pero no a una gloria de la tierra sino a la que tiene su asiento en el Cielo y que se conquista con la virtud y sacrificios. ¿Por qué queréis seguirme?” vuelve a preguntar. “Para tener parte en tu gloria”. Jesús: “¿Según el Cielo?”. “Sí, según el Cielo”. Jesús: “No todos pueden llegar porque Mammón acecha, más que a los demás, a los que desean el Cielo y sólo el que sabe querer con todas sus fuerzas resiste. ¿Por qué seguirme, si seguirme quiere decir lucha continua con el enemigo que es Satanás?”. “Porque así quiere nuestro corazón, que ha quedado conquistado por Ti. Tú eres santo y poderoso. Queremos ser tus amigos”. Jesús: “¡¡¡Amigos!!!”… ■ Jesús se calla y suspira. Después mira fijamente al que siempre ha estado hablando y que ahora ha dejado de caer el manto pequeño de la cabeza que está rapada. Es Judas de Keriot. Jesús: “¿Quién eres tú, que hablas mejor que uno del pueblo?”. Iscariote: “Soy Judas de Simón. Soy de Keriot. Pero soy del Templo… o… estoy en el Templo. Espero y sueño en el Rey de los Judíos. Te he visto que eres Rey en la palabra. Rey te he visto en el gesto. Tómame contigo”. Jesús: “¿Tomarte?… ¿Ahora?… ¿Inmediatamente?… ¡No!”. Iscariote: “¿Por qué, Maestro?”. Jesús: “Porque es mejor sopesarse a sí mismo antes de emprender un camino muy escarpado”.  Iscariote: “¿No te fías de mi sinceridad?”. Jesús: “¡Lo has dicho! Creo en tu impulso, pero no creo en tu constancia. Piénsalo bien, Judas. Por ahora me voy, y volveré para Pentecostés. Si estás en el Templo, podrás verme. ¡Sopésate a ti mismo!… ■ y tú, ¿quién eres?” pregunta al otro desconocido. Éste le responde: “Otro que te vio. Querría estar contigo. Pero ahora siento temor”. Jesús: “¡No! La presunción es perdición. El temor puede ser obstáculo, pero si procede de humildad, es una ayuda. No tengas miedo. También tú piénsalo y cuando vuelva…”. El desconocido le interrumpe: “Maestro, ¡eres santo! Tengo miedo de no ser digno. No de otra cosa. Porque respecto a mi amor no temo…”. Jesús: “¿Cómo te llamas?”. Responde: “Tomás y de sobrenombre Dídimo”. Jesús: “Recordaré tu nombre. Ve en paz”. Jesús los despide y se retira a la casa donde se hospeda, para la cena.
* “¿Por qué has hecho tanta diferencia entre los dos?”.- “Quiero que se me llame el Hijo del hombre”.- ■ Los seis que están con Él quieren saber muchas cosas. Juan pregunta: “¿Por qué has hecho tanta diferencia entre los dos, Maestro?… ¿Por qué tanta diferencia?… Ambos tenían el mismo impulso…”. Jesús: “Amigo, un impulso, aun siendo el mismo, puede tener distintos orígenes y producir distintos efectos. Ciertamente los dos tienen el mismo impulso. Pero el uno no es igual al otro en el fin, y el que parece el menos perfecto es el más perfecto, porque no tiene el acicate de la gloria humana. Me ama porque… me ama”. Todos ellos unánimes gritan: “¡También yo!”. “¡Y también yo!”. “¡Y yo!”… “¡Y yo!”… “¡Y yo!”… “¡Y yo!”. Jesús: “Lo sé. Os conozco por lo que sois”. Discípulos: “¿Somos por lo tanto perfectos?”. Jesús: “¡Ah, no! Pero, como Tomás lo seréis si permanecéis en vuestra voluntad de amor. ¿Perfectos?… ■ ¿Quién es perfecto sino Dios?”. Discípulos: “Tú lo eres”. Jesús: “En verdad os digo que no por Mí soy perfecto, si creéis que soy un profeta. Ningún hombre es perfecto. Pero Yo soy perfecto porque el que os habla es el Verbo del Padre. Sale de Dios su Pensamiento que se hace Palabra. Tengo la perfección en Mí. Y como tal me debéis creer, si creéis que soy el Verbo del Padre. Y, no obstante, a pesar de todo lo que estáis viendo amigos, Yo quiero que se me llame el Hijo del hombre, porque me aniquilo al tomar sobre Mí todas las miserias del hombre para llevarlas —mi primer patíbulo— y anularlas después de haberlas llevado, ¡sin ser mías! («llevarlas», no «tenerlas»). ¡Qué peso, amigos! Mas lo llevo con alegría. Es una alegría para Mí llevarlo porque, siendo Yo, el Hijo del hombre, haré del hombre un hijo de Dios como el primer día. Como el primer día”. Jesús está hablando con dulzura, sentado a la pobre mesa, gesticulando serenamente con las manos sobre la mesa, el rostro un poco inclinado, iluminado de abajo a arriba por la lamparita de aceite que está colocada sobre la mesa. La sonrisa da expresión al rostro de Jesús. Cuando enseña es majestuoso, pero al mismo tiempo amigable en su trato. Los discípulos le escuchan atentos.
* Pedro pregunta a Jesús por Judas Tadeo y da su primer juicio sobre J. Iscariote.- ■ Pedro pregunta: “Maestro… ¿por qué tu primo, sabiendo dónde vives,  no ha venido?”. Jesús: “¡Pedro mío!… Tú serás una de mis piedras, la primera. Pero no todas las piedras pueden emplearse igualmente. ¿Has visto los mármoles del Pretorio? Arrancados con trabajo del seno de la montaña ahora forman parte del Palacio. Mira por el contrario aquellas otras piedras que brillan allí, bajo la luz de la luna, en medio de las aguas del Cedrón. Están en el lecho del río y si alguien desea tomarlas, no tiene más que extender la mano. Mi primo es como de las primeras piedras de que hablé… las del seno de la montaña; la familia me lo disputa”. Pedro: “Pero yo quiero ser en todo como las piedras del río. Estoy pronto a dejar todo por Ti; casa, esposa, pesca, hermanos y… ¡Todo! ¡Oh, Rabí por Ti!”. Jesús: “Lo sé, Pedro. ■ Por eso te amo. Mas, también vendrá Judas”. Pedro: “¿Quién? ¿Judas de Keriot? ¡No me agrada! Es un apuesto señorito, pero… prefiero… me prefiero incluso a mí mismo…”. Todos lanzan una risotada con la salida de Pedro, que añade: “No hay por qué reírse. Quise decir que prefiero un galileo franco, burdo, pescador pero sin malicia… a los de la ciudad que… no sé… ¡Ea! el Maestro entiende lo que yo pienso”. Jesús: “Sí entiendo. Pero no hay que juzgar. Tenemos necesidad los unos de los otros en la tierra, y los buenos están mezclados con los perversos como las flores en un campo. La cicuta está al lado de la salutífera malva”.
* “Caná es el regocijo… el anticipo… Ella es la Anticipadora de la Gracia. Aquí honro a la Ciudad Santa, haciendo de ella, públicamente, la iniciadora de mi poder de Mesías. Pero allá, en Caná, honraba a la Santa de Dios, a la Toda Santa. El mundo me tiene por Ella. Justo es: por Ella venga mi primer milagro al mundo”.-Andrés: “Yo quisiera una cosa…”. Jesús: “¿Cuál es, Andrés?”. Andrés: “Juan me ha contado el milagro de Caná… Teníamos muchas ganas de que hicieses alguno en Cafarnaúm… y has dicho que no hacías ningún milagro sin haber cumplido antes la Ley. ¿Por qué, entonces, en Caná? Y, ¿por qué aquí y no en tu tierra?”. Jesús: “Cada vez que el hombre obedece a la Ley se une a Dios y por eso aumenta su capacidad. El milagro es la señal de esta unión con Dios y es la prueba de su presencia benévola y aprobadora. Por esta razón quise cumplir con mi deber de Israelita antes de empezar la serie de prodigios“. Andrés: “Pero la Ley no te obligaba a Ti”. Jesús: “¿Por qué? Como Hijo de Dios, no. Pero como hijo de la Ley, sí. Israel por ahora solo me conoce como esto segundo… Incluso más adelante casi todo Israel me conocerá solo así, más aún, como menos todavía. Pero no quiero dar escándalo a Israel y obedezco a la Ley”. Andrés: “Eres santo”. Jesús: “La santidad no dispensa de la obediencia. Más aún, la perfecciona. Además de todo, tengo que daros ejemplo. ¿Qué dirías de un padre, de un hermano mayor, de un maestro, de un sacerdote que no diesen buen ejemplo?”. ■ Andrés: “¿Y entonces, Caná?”. Jesús: “Caná era el regocijo que mi Madre debía tener. Caná es el anticipo que se debe a mi Madre. Ella es la Anticipadora de la Gracia. Aquí honro a la Ciudad santa, haciendo de ella, públicamente, la iniciadora de mi poder de Mesías. Pero allá, en Caná, honraba a la Santa de Dios, a la Toda Santa. El mundo me tiene por Ella. Es justo que también por Ella vaya mi primer milagro al mundo”.
* Tomás aceptado en el grupo de los discípulos.- ■ Tocan a la puerta. Es Tomás nuevamente. Entra y se echa a los pies de Jesús: “Maestro… no puedo esperar hasta tu regreso. Déjame contigo. Estoy lleno de defectos pero tengo este amor, único, grande, verdadero, que es mi tesoro. Es tuyo y es para Ti. ¡Déjame, Maestro!”. Jesús, poniendo la mano sobre la cabeza: “Quédate, Dídimo. Ven, conmigo. ■ Bienaventurados los que son sinceros y tenaces en el querer. Vosotros sois benditos. Para Mí sois más que parientes, porque me sois hijos y hermanos, no según la sangre, que muere, sino conforme al querer de Dios y al querer vuestro espiritual. Y Yo digo ahora que no tengo pariente más cercano a Mí que el que hace la voluntad de mi Padre, y vosotros la hacéis, porque queréis el bien”. La visión termina aquí. (Escrito el 26 de Octubre de 1944).
········································
1  Nota  : Cfr. Lev. 13 y 14.
.                                        ——————–000——————-

1-55-302 (1-18-330).- Elección de Tomás como discípulo.- Un encargo confiado a Tomás.    
* Tomás aceptado como discípulo.- ■ Estamos todavía en el mismo lugar: la cocina larga, amplia y oscura con sus paredes cubiertas de humo, apenas alumbrada con la llama de la lámpara de aceite colocada sobre la rústica mesa, larga y estrecha, a la que están sentadas ocho personas: Jesús, seis discípulos, el dueño de la casa; cuatro por cada lado. Jesús, que ha girado sobre su taburete —porque aquí no hay más que taburetes sin respaldo, de tres patas, cosa común en el campo— todavía está hablando a Tomás. La mano de Jesús ha bajado desde la cabeza a su hombro. Jesús dice: “Levántate, amigo, ¿ya cenaste?”. Tomás: “No, Maestro. He caminado pocos metros con el otro que vino conmigo, después le dejé y me volví diciéndole que quería hablar con el leproso curado… Dije esto porque pensé que él rehuiría de acercarse a un impuro. He acertado. Pero yo te buscaba a Ti, no al leproso… Quería decirte: ¡Acéptame! He estado dando vueltas arriba y abajo por el olivar, hasta que un joven me preguntó que qué hacía. Debió imaginarse que era yo un malintencionado… Estaba cerca de una pilastra, allá en donde empieza la propiedad. El dueño de la casa sonríe y explica: “Es mi hijo”, y añade: “Está de guardia en donde se muele la aceituna. Tenemos todavía en las cuevas casi toda la cosecha de este año. Fue muy buena. Nos dio mucho aceite. En tiempo de aglomeraciones siempre se juntan malandrines que roban los lugares no custodiados. Hace ocho años, exactamente por Pascua, nos robaron todo. Desde entonces, nos turnamos en las noches para hacer guardia. Su madre ha ido a llevarle la cena”. Tomás sigue contando: “«¿Qué quieres?», me dijo con un tono tal que, para salvar mi espalda de su bastón, le dije enseguida: «Busco al Maestro que habita aquí». Me respondió: «Si es verdad lo que dices, ven a la casa», y hasta aquí me acompañó. Él fue el que tocó a la puerta y no se retiró sino hasta que oyó mis primeras palabras”. ■ Jesús: “¿Vives lejos?”. Tomás: “Me alojo en la otra parte de la ciudad, cerca de la puerta de Oriente”.  Jesús: “¿Estás solo?”. Tomás: “Estaba con los parientes. Pero se han ido a casa de otros familiares que viven en el camino de Belén. Yo me he quedado para buscarte día y noche hasta que te hubiera encontrado”. Sonríe Jesús y dice: “Entonces, ¿nadie te espera?”. Tomás: “No, Maestro”. Jesús: “El camino es largo, la noche oscura, las patrullas romanas andan por la ciudad. Yo te digo: Si quieres, quédate con nosotros”. Tomás: “¡Oh, Maestro!”. Se le ve feliz a Tomás. Jesús: “Haced un hueco entre vosotros y dadle todos algo al hermano”. Por su parte, Jesús le da la porción de queso que tenía delante. Explica a Tomás: “Somos pobres y la cena casi se ha terminado, pero se te da de corazón”. Y, dirigiéndose a Juan que está sentado a su lado, le dice: “Dale tu puesto al amigo”. Enseguida se levanta Juan y va a sentarse en el extremo de la mesa, cerca del dueño de la casa. Jesús: “Siéntate, Tomás, y come”. 
* “Es mejor —habla Jesús a un Pedro malhumorado— pecar de bondadoso y confiado que de desconfiado y duro. Si haces el bien a un indigno, ¿qué mal te acarreará ello? ¡Ninguno! Antes bien, el premio de Dios estará pronto para ti. Dios, a los méritos de bondad uniría los méritos del martirio intelectual, financiero o físico”.- ■ Después Jesús dice a todos: “Así haréis siempre, amigos,  por ley de caridad. El peregrino está protegido por la Ley de Dios (1). Pero ahora, en mi Nombre, con más razón le debéis de amar. Cuando uno en nombre de Dios os pida pan, un sorbo de agua, un refugio, en nombre de Dios debéis dárselo, y Dios os recompensará. Esto debéis hacer con todos. También con los enemigos. Esta es la Ley Nueva.  Hasta ahora se os ha dicho: «Amad a los que os aman, y odiad a los enemigos» (2). Yo os digo: «Amad también a los que os odian» (3). ¡Si supieseis cómo os amaría Dios si amaseis como Yo os digo! Cuando alguien dice: «Yo quiero ser compañero vuestro en servir al Señor Dios verdadero y seguir a su Cordero», entonces debéis quererle más que a un hermano carnal, porque estáis unidos con el vínculo eterno, el del Mesías”. ■ Pedro, con tono más bien enfadado, dice: “¿Pero, si te topas con uno que no es sincero? Decir: «Quiero hacer esto o aquello», es fácil. Pero no siempre las palabras están de acuerdo con la verdad”. No sé por qué Pedro está así, pues casi siempre es de carácter jovial. Jesús: “Escucha, Pedro, tú hablas con sensatez y con justicia. Pero mira: es mejor pecar de bondadoso y confiado que de desconfiado y duro. Si haces el bien a un indigno, ¿qué mal te acarreará ello? ¡Ninguno! Antes bien, el premio de Dios estará pronto para ti, mientras él tendrá el castigo de haber traicionado tu confianza”. Pedro: “¿Ningún mal, ¡eh!? Algunas veces el que es indigno no se conforma con la ingratitud sino que va más allá, y llega incluso a difamar, a dañar los bienes y la vida misma”. Jesús: “Tienes razón. Pero ¿esto disminuiría tu mérito? ¡No! Aunque todo el mundo creyese las calumnias, aunque te quedaras más pobre que Job, aunque el cruel te quitase la vida, ¿qué habría cambiado a los ojos de Dios? ¡Nada! O, más bien, sí, habría un cambio, pero en favor tuyo. Dios, a los méritos de bondad, uniría los méritos del martirio intelectual, financiero o físico”. Pedro: “¡Bien, bien! Así será”.  Y no dice nada más. Malhumorado como está, tiene la cabeza apoyada en la mano.
* El encargo para Tomás: buscar al leproso curado y de momento evitar a J. Iscariote. ■ Jesús se dirige a Tomás: “Amigo, antes te he dicho, en el olivar, que cuando vuelva por aquí, si todavía deseabas, serías mi discípulo. Ahora te pregunto si estás dispuesto a hacerme un favor”. Tomás: “Sin duda”.  Jesús: “¿Y si este favor te puede suponer un sacrificio?”. Tomás: “Ningún sacrificio es el servirte. Te tengo a Ti. ¿Qué se te ofrece?”.  Jesús: “Quería decirte… Pero tal vez tendrás negocios, afectos…”. Tomás: “¡Nada, nada! ¡Te tengo a Ti! Habla”. Jesús: “Escucha. Mañana cuando el alba salga, el leproso saldrá de los sepulcros para encontrar a alguien que ponga al sacerdote en conocimiento de lo sucedido. Tú lo primero que harás es ir a los sepulcros. Es caridad. Y dirás en voz alta: «Tú que ayer fuiste curado, sal fuera. Me manda a ti Jesús de Nazaret, el Mesías de Israel, el que te ha curado». Haz que el mundo de los «muertos-vivos» conozca mi Nombre y arda de esperanzas; y que quien a la esperanza una la fe venga a Mí para que le cure. Es la primera forma de limpieza que Yo traigo, la primera forma de la resurrección de la que soy dueño. Llegará el día en que os daré una limpieza más profunda… Un día, los sepulcros sellados vomitarán a los verdaderos muertos que aparecerán para reír, a través de sus cuencas sin ojos y de sus mandíbulas descarnadas, por el profundo gozo —que aun los esqueletos experimentarán— cuando sus espíritus sean liberados del Limbo de espera. Aparecerán para celebrar su liberación y para llenarse de júbilo al saber a qué se la deben… Tú irás y él se acercará a ti. Harás lo que él te diga que tienes que hacer. En todo le ayudarás como si fuese tu hermano. ■ Le dirás también: «Cuando hayas cumplido con tu purificación, iremos juntos por el camino del río, más allá de Jericó y de Efraín. Allá el Maestro Jesús te espera, y me espera, para decirnos en qué debemos servirle»”. Tomás: “¡Así lo haré! ¿Y el otro?”. Jesús: “¿Quién?… ¿El Iscariote?”. Tomás: “Sí, Maestro”. Jesús: “Para él todavía vale mi consejo. Déjale que decida por sí mismo, y durante un largo tiempo. Evita aún el encontrarle”. Tomás: “Estaré con el leproso. Por el valle de los sepulcros solo andan los impuros o quien por piedad tiene contacto con ellos”.  
* Pedro se siente discriminado por las aparentes preferencias de Jesús por Tomás.- ■ Pedro masculla algunas palabras. Jesús oye. Pregunta: “¿Qué te pasa Pedro? ¿Estás callado o murmuras? Pareces de mal humor. ¿Por qué?”. Pedro: “Lo estoy. Nosotros somos los primeros y Tú no nos ofreces un milagro. Nosotros somos los primeros y Tú haces sentar a tu lado a un extraño. Nosotros somos los primeros y Tú le confías a él un encargo y no a nosotros. Nosotros somos los primeros y… sí, exactamente, parecemos los últimos. ¿Por qué los esperas en el camino del río? Para confiarles alguna misión, claro. ¿Por qué a ellos y no a nosotros?”.  Jesús le mira sin enojo, más bien sonríe, como se sonríe a un niño. Se levanta, se dirige despacito donde está Pedro y le dice: “¡Pedro, Pedro, eres un niño grande!”; y a Andrés, que está sentado junto a su hermano, le dice: “Ponte donde Yo estaba sentado”, y se sienta al lado de Pedro, le coge del hombro y le habla, estrechándole contra su costado: “Pedro, a ti te parece que Yo cometo injusticia, pero no es injusticia lo que hago. Al contrario, es una prueba de que sé lo que valéis. Mira. ¿Quién tiene necesidad de pruebas? ¡El que todavía no está seguro! Ahora bien, Yo sabía que estabais tan seguros de Mí, que no he sentido la necesidad de daros pruebas de mi poder. Aquí, en Jerusalén, son necesarias las pruebas; aquí, donde el vicio, la irreligión, la política, tantas cosas del mundo, ofuscan los espíritus hasta el punto que no pueden ver la Luz que pasa. Pero allí, en nuestro hermoso lago, tan puro bajo un cielo limpio, allí entre gente honrada y amante del bien, no son necesarias las pruebas. Allí tendréis milagros. Derramaré sobre vosotros torrentes de gracias. Pero —mira lo que os he estimado— Yo os he tomado conmigo sin exigir prueba alguna y sin creer que fuera necesario dároslas, porque sé quiénes sois. Amados, muy amados, y muy fieles a Mí”. Pedro se calma: “Perdóname, Jesús”. ■  Jesús: “Sí, te perdono porque tu gesto de enojo es amor. Pero no tengas envidia, Simón de Jonás. ¿Sabes qué cosa es el corazón de tu Jesús? ¿Has visto alguna vez el mar, el verdadero mar? ¿Sí? Pues bien, ¡mi corazón es mucho más amplio que el ancho mar! Y en él hay lugar para todos, para todo el género humano. Y el más pequeño tiene, como el más grande, un lugar. Y el pecador, como el inocente,  encuentra amor en él.  A éstos les confío un encargo. ¿Me quieres prohibir el darlo? ¡Yo os he elegido, no vosotros! Por tanto, puedo, libremente, juzgar cómo emplearos. Y si a estos dejo aquí con un encargo —que también puede ser una prueba, como puede ser misericordia el lapso de tiempo dejado al Iscariote— ¿podrías tú echármelo en cara? ¿Sabes si te reservo una misión más grande? ¿Y no es acaso la más hermosa, la de oír que te digo: «Tú vendrás conmigo?»”. Pedro: “¡Es verdad, es verdad! Soy un animal ¡Perdón!”. Jesús: “Sí, todo está perdonado. ¡Oh, Pedro!… ■ Pero os ruego una cosa a todos, no discutáis jamás sobre los méritos o por los puestos. Pude haber nacido rey y nací pobre en un establo. Pude haber sido rico, y he vivido de mi trabajo y ahora de la caridad. Y sin embargo, creedlo amigos, no hay nadie más grande ante los ojos Dios que Yo. Yo que estoy aquí como siervo del hombre”. Pedro: “¿Siervo Tú? ¡Eso jamás!”. Jesús: “¿Por qué, Pedro?”. Pedro: “Porque yo te serviré”. Jesús: “Aunque me sirvieses como una madre a su pequeñín, Yo he venido para servir al hombre. Seré su Salvador. ¿Qué servicio puede ser comparado a éste?”. Pedro: “Maestro, Tú todo lo explicas, y lo que parecía oscuro se vuelve claro enseguida”.  Jesús: “¿Estás contento ahora, Pedro? Entonces, déjame terminar de hablar con Tomás”.
* Las características del leproso señaladas por Jesús a Tomás.-Jesús se dirige a Tomás: “¿Estás seguro de reconocer al leproso? No hay ningún otro curado, pero podría haberse ido ya, a la luz de las estrellas, para tratar de encontrar a algún caminante solícito. Y quizás otro, por el ansia de entrar en la ciudad, ver a los familiares… podría ocupar su lugar. Escucha cómo es su retrato. Yo estaba cerca de él y a la luz del crepúsculo le he visto bien. Es alto y delgado. Piel oscura como de sangre mezclada, ojos profundos y muy negros bajo unas cejas blancas, cabellos blancos como el lino y tirando a rizados, nariz larga pero achatada en la punta como la de los libios, labios gruesos, sobre todo el inferior, y salientes. Es de color tan aceitunado, que los labios parecen casi como amoratados. En la frente le ha quedado una antigua cicatriz, que  será la única mancha que tenga, ahora, ya que todas las otras costras se le cayeron”. Felipe: “Es un viejo, si es todo blanco”. Jesús: “No, Felipe. Lo parece, pero no lo es. La lepra le ha hecho canoso”. ■ Pedro: “¿Qué es? ¿Tiene mezcla de razas?”. Jesús: “Tal vez. Tiene cierta semejanza con los pueblos de África”. Pedro: “¿Será Israelita, entonces?”. Jesús: “¡Ya lo sabremos! ¿Y si no lo fuera?”. Pedro: “¡Ah!, si no lo fuera, se marcharía. Ya está bien con haber merecido que se le cure”. Jesús: “No, Pedro. Aun cuando fuera un idólatra, no le rechazaré. Jesús ha venido para todos. Y en verdad te digo que los pueblos de las tinieblas precederán a los hijos del pueblo de la Luz…”. Jesús da un suspiro. Se levanta. Da gracias el Padre con un himno y los bendice.  La visión termina aquí.

* San Simón y San Judas.- ■ Como inciso, hago notar de paso que el que dentro de mí habla, me ha dicho desde ayer tarde cuando veía al leproso: “Este es Simón, el apóstol. Verás cuando él y Judas Tadeo lleguen al Maestro”. Esta mañana después de la Comunión (es viernes) abrí el misal y vi que hoy exactamente es la vigilia de la fiesta de los santos Simón y Judas, y que el Evangelio de mañana habla precisamente de la caridad (4), casi repitiendo las palabras que había oído antes en la visión. Pero por ahora no he visto a Judas Tadeo. (Escrito el 27 de Octubre de 1944).
········································
1  Nota  : Cfr. Éx. 23,9.   2  Nota  : Cfr. Lev. 19,18.    3  Nota  : Cfr. Mt. 5,44; Lc. 6,27.   4  Nota  :  Cfr. Ju. 15,17-25.
.                                     ——————–000——————-

1-56-307 (1-19-336).- Judas Tadeo, y Simón Zelote, unidos en común destino, elegidos como discípulos en el Jordán.
* Razones de Judas Tadeo, amigo desde la infancia, para seguir a Jesús, a pesar de la oposición familiar que dicen de Jesús que «Ha perdido el juicio».- ■ ¡Sois hermosas, en verdad,  riberas del Jordán, así cual erais en tiempos de Jesús! Os veo y me siento dichosa con vuestra majestuosa paz verde-azul, con rumor de aguas y de frondas que se mueven con un dulce tono como de melodía. Me encuentro en un camino que es bastante ancho y bien cuidado. Debe ser una de las principales vías, más bien una vía militar, trazada por los romanos para unir las diversas regiones con la capital. Corre junto al río, pero no exactamente por la orilla; la separa del río un espacio boscoso, que creo sea para afianzar las márgenes y servir de dique a las aguas en tiempo de crecidas. Al otro lado del camino, continúa el bosquecillo de modo que la vía parece una galería natural a la que hacen techo, entrelazadas, las frondosas ramas: alivio inapreciable para el viandante, en estos lugares de un sol candente. El río y, por la misma razón, también el camino, forman en el punto en donde estoy, una curva suave, de modo que veo cómo continúa el terraplén frondoso como una muralla verde para cerrar un depósito de aguas quietas. Parece casi un lago de un parque señorial. Pero el agua no es el agua tranquila de un lago; fluye, aunque lentamente… ■ Tres viajeros están parados en esta curva del camino, exactamente en un saliente de la curva. Miran hacia arriba y hacia abajo; al sur, donde está Jerusalén; al norte, donde está Samaria. Miran a través de la enramada que forman los árboles para ver si ya viene la persona, que esperan. Son Tomás, Judas Tadeo y el leproso curado. Hablan entre sí.  “¿Ves algo?”. “¡Nada!”. “Ni yo tampoco”.  “Y con todo, éste es el lugar”. “¿Estás seguro?”.  “Seguro, Simón. Uno de los seis, mientras el Maestro se alejaba entre las aclamaciones de la multitud después que había curado milagrosamente al mendigo que caminaba cojeando en la Puerta de los Peces, me dijo: «Ahora nos vamos de Jerusalén. Espéranos a unas cinco millas entre Jericó y Doco, donde el río hace curva, en el camino flanqueado de árboles». ¡Ésta es! Luego añadió: «Dentro de tres días estaremos allí a eso del amanecer». Es el tercer día, y aquí nos ha encontrado la cuarta vigilia”. Zelote: “¿Vendrá? Tal vez hubiera sido mejor haberle seguido desde Jerusalén”. Tomás: “¡No, Simón, todavía no podías ir entre la muchedumbre!”. Tadeo: “Si mi primo dijo que vendría aquí, vendrá. Siempre cumple con lo que promete. No hay más que esperar”. ■  Zelote: “¿Has estado siempre con Él?”. Tadeo: “Siempre. Desde que regresó a Nazaret ha sido siempre para mí un buen compañero. Siempre juntos. Somos casi de la misma edad. Yo un poco mayor. Además su padre me quería mucho, era yo su preferido. Su padre era hermano del mío. También la mamá de Él me quería mucho. Más me he criado junto con Ella que con mi madre”. Zelote: “Te quería… Ahora, ¿ya no te quiere lo mismo?”. Tadeo: “¡Oh, sí! Pero nos hemos separado un poco desde que Él se hizo profeta. A mi familia no le gusta”. Zelote: “¿Qué familia?”. Tadeo: “A mi padre y a otros dos hermanos míos. El otro hermano está en duda… Mi padre es muy viejo y no ha querido dejarme, pero ahora… Ya no más. Ahora voy donde el corazón y la cabeza me arrastran. Voy a donde está Jesús. No creo que falte contra la Ley al hacerlo así. Claro… si no es cosa buena lo que hago, Jesús me lo hará saber. Haré lo que Él me diga. Si yo creo que ahí está la salvación, ¿por qué impedirme conseguirla? ¿Por qué a veces los padres de uno se convierten en enemigos?”. Simón lanza un suspiro como si en su mente hubiera recuerdos tristes, y baja la cabeza. No habla ni una palabra. Tomás, sin embargo, responde: “Yo he vencido ya el obstáculo, mi padre me escuchó y me comprendió. Me bendijo con estas palabras: «Ve. Que esta Pascua se convierta para ti en libertad de algo que has esperado. Dichoso tú que puedes creer. Si en realidad fuera Él  —y lo sabrás siguiéndole—, vuelve a tu anciano padre a decirle que Israel tiene ya al Esperado»”. Tadeo: “¡Tienes más suerte que yo! ¡Y pensar que hemos vivido a su lado!… Y no creemos, ¡nosotros los de la familia!… Y dicen, o sea, ellos dicen: «Ha perdido el juicio»”. ■ Simón Zelote grita: “¡Eh, miren allí a un grupo de gente! ¡Es Él, es Él! ¡Reconozco su cabellera rubia! ¡Vamos corriendo!”. Velozmente caminan hacia el sur. Los árboles, ahora que han llegado a la curva, ocultan el resto del camino, de manera que los grupos se encuentran casi uno frente al otro cuando menos lo esperan. Jesús parece que sube del río, porque está entre los árboles de la orilla. “¡Maestro!” “¡Jesús!” “¡Señor!”. Los tres gritos del discípulo, del primo, del curado resuenan envueltos en adoración y alegría.  “¡La paz sea con vosotros!”. He aquí la hermosa e inconfundible voz, llena, sonora, tranquila, dulce y cortante de Jesús. ■ Dice a Tadeo: “¿También, tú, Judas, primo mío?”. Se abrazan.  Judas llora. Jesús: “¿Por qué lloras?”. Tadeo: “¡Jesús! ¡Quiero estar contigo!”. Jesús: “Siempre te he esperado. ¿Por qué no habías venido?”. Judas inclina la cabeza y guarda silencio. Jesús: “No querían… Y… ¿ahora?”. Tadeo: “Jesús, yo… yo no puedo obedecerles. Te quiero obedecer a Ti solo”. Jesús: “Pero Yo no te he mandado nada”. Tadeo: “No, Tú no. ¡Pero es tu misión la que me manda!  Es Aquel que te ha enviado el que habla en mí, en el fondo de mi corazón, y me dice: «Ve a Él». Es Aquella que te engendró y que para mí ha sido una gentil maestra, que con su mirada de paloma, me lo dice sin emplear palabras: «Sé tú de Jesús». ¿Puedo dejar de hacer caso a esa majestuosa voz que taladra el corazón? ¿Puedo dejar de atender esa voz santa, que ciertamente ruega por mi bien? ¿Solo porque soy tu primo por parte de José, no debo de reconocerte por lo que eres, mientras que el Bautista te ha reconocido  —sin haberte visto jamás— aquí, en las orillas de este río y te ha saludado como  «Cordero de Dios»?… Y yo, yo que he crecido contigo, yo que me hecho bueno siguiéndote a Ti, yo que me he convertido en hijo de la Ley por mérito de tu Madre y que de Ella he bebido no sólo los 613 preceptos de los rabíes, además de la Escritura y las oraciones, sino el espíritu de ellas… ¿Es que no voy a ser capaz de nada?”. Jesús: “¿Y tu padre?”. Tadeo: “¿Mi padre? No le falta ni pan ni quien le asista, y además… Tú me das ejemplo. Tú has pensado en el bien del pueblo más que en el pequeño bienestar de María. Y Ella está sola. Dime, Maestro, ¿no es acaso lícito, sin faltarle al respeto, decir al propio padre: «¡Padre te quiero! Pero sobre ti está Dios, y a Él sigo… »?”. Jesús: “Judas, pariente y amigo mío, Yo te lo digo: vas muy adelante en el camino de la Luz. Ven. Sí, es lícito hablar en estos términos al padre cuando Dios es quien llama. Nada está por encima de Dios. Incluso las leyes de la sangre dejan de existir, o mejor dicho, se subliman, porque con nuestras lágrimas los ayudamos más a nuestros padres, a nuestras madres, y por algo más eterno que no lo cotidiano del mundo. Los atraemos con nosotros al Cielo y, por el mismo camino del sacrificio de los afectos, a Dios. Quédate, pues, Judas. Te he esperado y soy feliz de volverte a ver, amigo de mi vida Nazaretana”. Judas queda conmovido.
* Simón Zelote, «Zelote» por la casta y «Cananeo» por madre, elegido como discípulo.- ■ Jesús se vuelve a Tomás: “Has obedecido fielmente y esa es la primera virtud del discípulo”. Tomás: “He venido para serte fiel a Ti”. Jesús: “Lo serás. Te lo digo”. Y luego dirigiéndose al ex leproso: “Ven, tú que estás como avergonzado en la sombra. No tengas miedo”. Zelote: “¡Señor mío!”. El antiguo leproso está ya a los pies de Jesús que le dice: “Levántate. ¿Cómo te llamas?”. Zelote: “Simón”. Jesús: “¿Tu familia?”. Zelote: “Señor… era poderosa… y yo también tenía poder… Pero envidia de opulencia y… errores de juventud lesionaron su poder. Mi padre… ¡Oh! Debo hablar contra él, ¡porque me ha costado lágrimas y precisamente no del cielo! ¡Ya lo ves, ya has visto qué regalo me ha dado!”. Jesús: “¿Era leproso?”. Zelote: “No era leproso, como tampoco yo.  Había contraído una enfermedad que se llama de otra forma, y que nosotros los de Israel la incluimos en las distintas lepras. Él  —entonces dominaba su casta—  vivió y murió poderoso en su casa. Yo… si Tú no me hubieras salvado, habría muerto en los sepulcros”. Jesús: “¿Estás solo?”. Zelote: “Solo. Tengo un siervo fiel que tiene cuidado de lo que me queda. Le he instruido al respecto”. Jesús: “¿Tu madre?”. Zelote: “Ha muerto”. El hombre parece sentirse violento. Jesús le observa atentamente y después le dice: “Simón, me dijiste: «¿Qué debo hacer por Ti?». Ahora te lo digo: «¡Sígueme!»”. Zelote: “¡Enseguida, Señor!… ■ Pero… pero yo… déjame que te diga una cosa. Soy, me llamaban «Zelote» por la casta y «Cananeo» por madre. ¿Lo ves? Soy de color moreno. Tengo en mí sangre de esclava. Mi padre no tuvo hijos de su mujer, y me tuvo de una esclava. Su mujer, una mujer buena, me cuidó como si fuera su propio hijo y me curó de todas las enfermedades, hasta que murió…”. Jesús: “No hay esclavos ni libertos a los ojos de Dios. Hay una sola esclavitud ante sus ojos: el pecado. Yo he venido a hacerla desaparecer. A todos os llamo, porque el Reino es de todos. ¿Eres culto?”. Zelote: “Lo soy. Tenía incluso un lugar entre los grandes, mientras mi mal pudo estar oculto bajo los vestidos. Pero cuando salió al rostro… a mis enemigos les pareció tener bastante razón para aprovecharse y ponerme entre los «muertos», aunque —como dijo un médico romano de Cesárea, a quien consulté— mi enfermedad no era una lepra verdadera, sino una erisipela hereditaria. Para evitar que se propagara, bastaba con no tener hijos. ¿Puedo acaso no maldecir a mi padre?”. Jesús: “Debes no maldecirle aunque fue la causa de muchos males…”. Zelote: “¡Oh, sí! Dilapidó la fortuna, fue vicioso, cruel, sin corazón, sin amor. Me quitó la salud, las caricias, la paz, me ha dado un nombre que es despreciable y una enfermedad que es marca de oprobio… Se hizo dueño de todo. Hasta del porvenir de su hijo. Todo me ha quitado hasta la alegría de ser padre”. ■ Jesús: “Por esto,  te digo: «Sígueme». A mi lado, en mi compañía, encontrarás padres e hijos. Mira a lo alto, Simón, y allí encontrarás al verdadero Padre que te sonríe. Levanta la vista y contempla los inmensos espacios de la tierra, los continentes, las regiones. Hay hijos y más hijos; hijos espirituales para los que no tienen hijos. Te están esperando y muchos, como tú, te esperan. Bajo mi señal no existe el abandono. Bajo mi señal no hay soledades, ni diferencias. Es señal de amor y da tan solo amor”.
* Simón Zelote y Judas Tadeo: “Os uno en el destino”.- Simón Zelote y Tomás quedarán en Judea: “Tú, Simón, quedarás aquí con Tomás. Prepararás el camino de mi regreso. Dentro de no mucho volveré, y quiero que me espere mucha, mucha gente”.- ■ Jesús, que tiene cerca a Zelote y a Tadeo, les dice: “Ven, Simón, tú que no has tenido hijos. Ven, Judas, que pierdes a tu padre por Mí. Os uno en el destino”, y pone sus manos sobres sus hombros, como para una toma de posesión, como para imponer un yugo común. Después agrega: “Os uno pero ahora os separo. Tú, Simón, quedarás aquí con Tomás. Prepararás el camino de mi regreso. Dentro de no mucho volveré, y quiero que me espere mucha, mucha gente. Decid a los enfermos  —tú lo puedes decir— que Aquel que cura, viene. Decid a los que esperan, que el Mesías está ya entre su pueblo. Decid a los pecadores que hay quien perdona y que da fuerzas para subir…”. Zelote: “Pero ¿seremos capaces?”. Jesús: “Sí. Solo tenéis que decir: «Él ha llegado y os llama, os espera. Viene para liberaros. Estad aquí preparados para verle»”. ■ Y tú, Judas, primo mío, ven conmigo y con éstos. Tú de todas formas  te quedarás en Nazaret”. Tadeo: “¿Por qué, Jesús?”. Jesús: “Porque me debes preparar mi camino en nuestra patria. ¿La consideras una misión pequeña? ¡En verdad no hay una más pesada!…”. Jesús lanza un suspiro. Tadeo: “¿Y lo lograré?”. Jesús: “Sí y no. Pero eso será suficiente para justificarnos”. Tadeo: “¿De qué cosa?… ¿Y ante quién?”. Jesús: “Ante Dios. Ante nuestra patria, ante la familia que no podrá decir que nosotros no les hayamos ofrecido el bien. Y si nuestra tierra y nuestra familia no hacen caso, nosotros no tendremos ninguna culpa de que se hayan perdido”. ■ Pedro: “¿Y nosotros?”. Jesús: “Tú, Pedro y vosotros, volveréis a las redes”. Pedro: “¿Por qué?”. Jesús: “Porque pienso instruiros lentamente y tomaros conmigo cuando os vea preparados”. Pedro: “Pero, entonces, ¿te veremos?”. Jesús: “¡Claro! Iré frecuentemente con vosotros, os mandaré  llamar cuando esté en Cafarnaúm. Ahora despedíos amigos y vámonos. Mi paz sea con vosotros”. Y la visión ha terminado. (Escrito el 28 de Octubre de 1944).
.                                     ——————–000——————-

1-60-328 (1-23 -359).- Curación de la suegra de Simón Pedro (1).
* “Quiero curarte por Simón que me rogó… y también por ti, para dar tiempo a que tu alma vea la Luz”.- Carácter agrio y autoritario de la suegra.- ■ Pedro está hablando con Jesús. Le dice: “Maestro, querría pedirte que vinieras  a mi casa. No me atreví a decírtelo el sábado pasado. Pero… querría  que vinieses”. Jesús: “¿A Betsaida?”. Pedro: “No, aquí… a casa de mi mujer; donde ella nació, quiero decir”. Jesús: “¿Por qué este deseo, Pedro?”. Pedro: “¡Por muchas razones!… y, además, hoy me dijeron que mi suegra está enferma. Si quisieras curarla, tal vez a Ti…”. Jesús: “Termina, Simón”. Pedro: “Quería decir… si te acercases a ella, dejaría ella… bueno, en definitiva, ya sabes, una cosa es oír hablar de uno y otra cosa es verle y oírle; y si una persona, además, se cura, pues entonces…”. Jesús: “Hasta el rencor se acaba también, ¿quieres decir?”. Pedro: “No, rencor no. Pero ya sabes… el pueblo está dividido en muchos pareceres, y ella no sabe a quién dar razón. Ven, Jesús”. Jesús: “Voy. Vayamos. Diréis a los que esperan que les hablaré en tu casa”. ■ Se dirigen a una casa baja, aún más baja que la de Pedro en Betsaida, y situada aún más cerca del lago, del que está separada por una faja de orilla guijarrosa; y creo que durante las tempestades las olas vienen a morir contra las paredes de la casa, que es baja pero muy ancha, de forma que da la impresión de que estuviera habitada por varias personas. En el huerto que se abre en la parte delantera de la casa, hacia el lago, no hay más que una vieja y nudosa vid, extendida sobre un viejo palo y una vieja higuera plegada completamente hacia la casa por los vientos del lago. La copa de la higuera, como cabellera despeinada, apenas roza sus paredes y choca contra los bastidores de la pequeña ventana, ahora cerrada para defenderse del sol que da de lleno sobre la casa. No hay más que esta higuera, esta vid y un pozo con su brocal verdoso. “Entra, Maestro”. Las mujeres que están en la cocina, unas están ocupadas en remendar redes y otras en preparar la comida. Saludan a Pedro y después se inclinan, confusas, ante Jesús, mirándole de soslayo con curiosidad.  Jesús: “La paz sea en esta casa. ¿Cómo sigue la enferma?”. Las tres mujeres dicen a una que está secando las manos en el vestido: “Habla tú, que eres la nuera de más edad”. Ésta dice: “La fiebre es muy alta, muy alta. Le hemos traído el médico pero dice que es vieja para curarse y que cuando esta enfermedad de los huesos llega al corazón y produce fiebre, sobre todo, a esa edad, la persona muere. Ya no come… Trato de hacerle comidas sabrosas; como ahora, ¿ves, Simón? Estaba preparándole esa sopa que tanto le gusta. Escogí el mejor pescado, de los cuñados. Pero no creo que pueda comérsela. Y además… ¡está tan inquieta! Se lamenta, grita, llora, maldice…”. ■  Jesús: “Tened paciencia como si fuese vuestra madre y tendréis mérito ante Dios. Llevadme a donde está”. Pero la mujer le dice: “Rabí… Rabí… yo no sé si querrá verte. No quiere ver a nadie. No me atrevo a decirle: «ahora te traigo al Rabí»”. Jesús sonríe sin perder la calma. Se vuelve a Pedro: “Te toca a ti, Simón. Eres hombre y el más viejo de los yernos, según me has contado. Ve”. Pedro hace una mueca significativa y obedece. Atraviesa la cocina, entra en una habitación y, a través de la puerta, cerrada detrás de él, oigo que habla con una mujer. Saca la cabeza y una mano y dice: “Ven, Maestro, pronto” y añade “antes de que cambie de parecer”. Jesús atraviesa rápido la cocina y abre la puerta. De pie en el umbral pronuncia su dulce y solemne saludo: “La paz sea contigo”. Entra a pesar de que no se le responde. Se acerca a una cama baja en la que está acostada una mujer pequeña, toda gris, flaca, jadeante debido a la alta fiebre que le enrojece el rostro consumido. Jesús se inclina sobre la cama, y sonríe a la viejecilla. “¿Estás mala?”. Suegra: “Me siento morir”. Jesús: “No. No morirás. ¿Puedes creer que Yo soy capaz de curarte?”. Suegra: “Y… ¿por qué lo harías?… ¡No me conoces!”. Jesús: “Por Simón que me rogó… y también por ti, para dar tiempo a que tu alma vea la Luz”. Suegra: “¿Simón? Haría mejor si… ¿Cómo es posible que Simón haya pensado en mí?”. Jesús: “Porque es mejor de lo que tú crees. Le conozco y lo sé. Le conozco y siento gusto en acoger lo que me pide”. Suegra: “¿Entonces me vas a curar? ¿No moriré?”. Jesús: “No, mujer. Por ahora no morirás. ¿Puedes creer en Mí?”. Suegra: “Creo, creo. ¡Me basta con no morir!”. ■ Jesús nuevamente sonríe, le coge de la mano llena de arrugas y venas hinchadas, la cual desaparece en la mano juvenil de Jesús que se pone derecho y toma el aspecto de cuando hace un milagro y dice: “¡Sé curada! ¡Lo quiero! ¡Levántate!”, y le suelta la mano, que cae sin que la vieja lance ningún lamento; mientras que antes, pese a que Jesús se la había tomado con mucha delicadeza, el solo hecho de haberla movido le había costado un lamento a la enferma. Un espacio breve de silencio. Después en voz alta la anciana exclama: “¡Oh Dios de mis padres! ¡Si no tengo nada! ¡Si estoy curada! ¡Venid! ¡Venid!”. Acuden las nueras. “Mirad, no tengo ya nada de fiebre. El corazón no parece ser ya más el martillo del herrero. ¡Ah, no me muero!”. Ni una palabra al Señor. Pero Jesús no se molesta. Dice a la nuera de mayor edad: “Vístela, que se levante. Lo puede hacer” y se dirige a la  salida. ■ Simón apenado se dirige a su suegra: “El Maestro te ha curado y ¿no le dices nada?”. Suegra: “¡Claro! No pensaba. ¡Gracias! ¿Qué puedo hacer para agradecértelo?”. Jesús: “Ser buena, muy buena. Porque el Eterno ha sido bueno contigo. Y si no te molesta, déjame descansar en tu casa. Durante la semana recorrí todos los pueblecillos cercanos, y he regresado al amanecer. Estoy cansado”. Suegra: “¡Claro, claro! Quédate, si quieres”. Pero no muestra muchas ganas al decir esto.
* A Pedro, apenado por la conducta de su suegra, Jesús le contesta que ella no será la primera ni la última persona que no sienta reconocimiento al punto. Ni lo quiere. Le basta con proporcionar a las almas medios para salvarse. Sin embargo, paganos, publicanos, prostitutas estarán entre sus más grandes seguidores.- ■ Jesús, con Pedro, Andrés, Santiago y Juan va a sentarse al huerto. Pedro: “¡Maestro!… Estoy apenado”. Jesús hace un gesto como si dijese: “No te preocupes”. Después añade: “No es ésta la primera ni la última persona que no sienta reconocimiento al punto. Pero Yo no lo quiero. Bástame proporcionar a las almas medios para que se salven. Cumplo con mi deber. A ellas les toca el suyo”. Pedro siente curiosidad: “¡Ah! ¿Ya ha habido otros así?… ¿en dónde?”. Jesús: “¡Simón curioso! Por esta vez, deseo darte gusto, aun cuando a Mí me desagradan las curiosidades inútiles. En Nazaret. ¿Recuerdas a la mamá de Sara? Estaba muy enferma cuando llegamos a Nazaret y nos dijeron que la niña estaba llorando. Fui a ver a la mujer, para que la niña, que es buena y dócil, no se quedara huérfana y acabara siendo una hijastra… Quería curarla… Pero en el momento de poner el pie en la casa, su marido y un hermano me echaron diciendo: «¡Lárgate, lárgate! No queremos dificultades con la Sinagoga». Para ellos y para muchos soy un rebelde… y a pesar de eso la curé… por los niños. Y a Sara, que estaba en el huerto, acariciándola, le dije: «Curé a tu madre. Vete a casa. ¡No llores más!» y la mujer quedó curada en ese mismo instante y la niña se lo dijo a ella, así como a su padre y al tío… Y la castigaron por haber hablado conmigo. Lo sé, porque la niña vino detrás de Mí corriendo, cuando me marchaba del pueblo… ¡No me importa!”. Pedro: “Yo hubiera hecho que se enfermara otra vez”. Jesús se muestra severo: “¡Pedro! ¿Es esto lo que te enseño a ti y a los otros? ¿Qué cosas has oído de mis labios desde la primera vez que me has escuchado? ¿De qué cosa te he hablado siempre como primera condición para ser mis discípulos verdaderos?”. Pedro: “Es verdad, Maestro. Soy una bestia. Perdóname. ¡Pero no puedo soportar que no te amen!”. ■ Jesús: “¡Oh, Pedro, verás faltas de amor mucho mayores! ¡Te llevarás muchas sorpresas, Pedro! Personas, a quienes el mundo llamado «santo» desprecia como publicanos, darán ejemplo al mundo, y ejemplo no seguido por los que los desprecian; paganos que estarán entre mis grandes seguidores; prostitutas que se vuelven puras, por voluntad y penitencia; pecadores que se enmiendan…”. Pedro: “Mira: que se enmiende un pecador… puede ser. ¡Pero una prostituta y un publicano!…”. Jesús: “¿No lo crees?”. Pedro: “Yo no”. Jesús: “Estás en un error, Simón. Pero mira que tu suegra viene a nosotros”. Suegra: “Maestro…  te ruego que te sientes a mi mesa”. Jesús: “Gracias, mujer. Dios te lo pague”.
* Los regaños de la suegra y la petición de Jesús, que así complace a la suegra,  para que Pedro vuelva a vivir a Cafarnaúm.- ■ Entran en la cocina y se sientan a la mesa, y la anciana sirve a los hombres con grandes porciones de pescado en sopa y asado. Dice excusándose: “No tengo otra cosa que esto”. Y, para no perder la costumbre, dice a Pedro: “Demasiado hacen, incluso, tus cuñados, solos como se han quedado desde que te fuiste a Betsaida. Si al menos hubiera servido para hacer más rica a mi hija… Pero oigo que muy frecuentemente estás fuera de casa y que no pescas”. Pedro: “Sigo al Maestro. Estuve con Él en Jerusalén y los sábados estoy también. No pierdo el tiempo en francachelas”. Suegra: “Pero no ganas dinero. Harías mejor, ya que quieres hacer de siervo del Profeta, venirte acá de nuevo. Al menos la pobrecita de mi hija tendría a los familiares que no la dejarán morir, mientras tú la haces de santo”. Pedro: “¿Pero no te avergüenzas de hablar así de Él que te ha curado?”. Suegra: “Yo no critico a Él. Cumple con su oficio. Te critico a ti que haces el vago. Por otra parte, tú jamás serás ni un profeta, ni un sacerdote. Eres un ignorante y un pecador… ¡un completo inútil!”. Pedro: “Te doy la razón porque Él está aquí, si no…”. Jesús: “Simón, tu suegra te ha dado un buen consejo. Puedes pescar también aquí. Según por lo que oigo pescabas antes en Cafarnaúm también. Puedes regresar otra vez”. Pedro: “¿Y vivir aquí de nuevo? Pero, Maestro, Tú no…”. Jesús: “Tranquilo, Pedro mío. Si tú estás aquí, estarás o en el lago o conmigo. Por tanto ¿qué más te da estar o no estar en esta casa?”. ■ Jesús ha puesto la mano sobre el hombro de Pedro y parece que la calma de Jesús pasa al apóstol que hierve. Pedro: “Tienes razón. Siempre tienes razón. Lo haré. Pero… ¿Y éstos?” y señala a Juan y Santiago, sus socios. Jesús: “¿No pueden también ellos venir?”. Ambos: “Nuestro padre, y sobre todo nuestra madre, en todo caso estarán más contentos sabiendo que estamos contigo, Jesús, que con ellos. No se opondrán”. Pedro añade: “Quizás venga también Zebedeo”.  Santiago: “Es muy probable. Y con él otros. Vendremos, Maestro, sin duda alguna vendremos”.
* Una bolsa con dinero, el acostumbrado donativo, de una persona «anónima».- ■ Un niño, que se asoma por la puerta, pregunta: “¿Está aquí Jesús de Nazaret?”. Le dicen: “Está aquí. Entra”. Avanza un niño, que reconozco que es uno de los que vi en Cafarnaúm en las primeras visiones, concretamente el que jugueteaba entre los pies de Jesús y que prometió ser bueno… para comer miel en el Paraíso. Jesús le dice: “Amiguito, ven, ven”. El niño, un poco atemorizado por tanta gente que le mira, toma valor y corre donde Jesús, que le abraza y se le pone sobre las rodillas, y le da un trozo de su pescado en un pedazo de pan. Niño: “Mira, Jesús. Esto es para Ti. Hoy también la misma persona me dijo: «Es Sábado. Lleva esto al Rabí de Nazaret y di a tu amigo que ruegue por mí». ¡Sabe que eres mi amigo…!” —el niño ríe feliz y come su pan y su pescado—. Jesús: “¡Bravo, Santiaguito! Le dirás a esa persona que mis oraciones por él suben hasta mi Padre”. Pedro pregunta: “¿Es para los pobres?”. Jesús: “Sí”. Pedro: “¿Es el acostumbrado donativo? Veamos”. Jesús entrega la bolsa. Pedro echa el dinero y cuenta. “¡Siempre la misma cantidad y grande! Pero… ¿quién es esa persona? Di, niño”. Niño: “No lo debo decir y no lo diré”. Pedro: “¡Qué desconsiderado! ¡Vamos!, que si eres  bueno te daré fruta”. Niño: “¡No lo diré aunque me insultes o acaricies!”. Pedro: “¡Pero ved qué lengua!”. Jesús: “Santiaguito tiene razón, Pedro. Mantiene la palabra: déjale en paz”. ■ Pedro: “Tú, Maestro, ¿sabes quién es esa persona?”. Jesús no responde. Se entretiene con el niño a quien da otro pedazo de pescado frito, sin espina alguna. Mas Pedro insiste y Jesús se ve obligado a responder: “Yo lo sé todo, Simón”. Pedro: “¿Y nosotros no podemos saberlo?”. Jesús: “¿Y tú nunca te vas a curar de tu defecto?”. Jesús reprende pero sonríe al discípulo. Y añade: “Pronto lo sabrás. Porque, si el mal querría estar oculto y no siempre puede permanecer escondido, el bien, aunque quiera estarlo para ser meritorio, es descubierto un día para gloria de Dios, cuya naturaleza resplandece en un hijo suyo; la naturaleza de Dios es: el amor. Esta persona lo ha comprendido, porque ama a su prójimo. Ve, Santiaguito. Llévale a esa persona mi bendición”.  La visión termina. (Escrito el 3 de Noviembre de 1944).
········································
1  Nota  : Cfr. Mt. 8,14-15;  Mc.1,29-31;  Lc. 4,38-39.
.                                        ——————–000——————-

1-65-352 (1-28-386).- La pesca milagrosa y la elección de los 4 primeros apóstoles (1).
* “Maestro, te aseguro que no es la hora propicia”.- Jesús dice a Simón: “Llama también a los otros dos. Vamos a adentrarnos en el lago para echar la red”. Pedro: “Maestro, no puedo mover los brazos porque toda la noche he estado echando y sacando la red para nada. Los peces están en lo profundo o quién sabe dónde”. Jesús: “Haz lo que te digo, Pedro, y escucha siempre al que te ama”. Pedro: “Haré lo que dices por respeto a tu palabra” y llama en voz alta a los trabajadores y también a Santiago y Juan. “Vamos a pescar, el Maestro así lo quiere”. Y mientras se alejan de la orilla le dice a Jesús: “Maestro, te aseguro que no es la hora propicia. Porque a esta hora, ¡quién sabe en dónde estarán los peces descansando!…”. Jesús, sentado en la proa, sonríe y calla. ■ Recorren un arco de círculo sobre el lago y después echan la red. Después de pocos minutos de espera, la barca siente extrañas sacudidas, extrañas porque el lago está liso como si fuera de cristal fundido bajo el sol que está ya sobre el horizonte. Pedro, con los ojos fuera de órbita, dice: “¡Pero… si estos son peces, Maestro!”. Jesús sonríe y calla. Pedro ordena a los trabajadores: “¡Jalad, jalad!”. Pero la barca se inclina hacia el lado de la red. “¡Eh! ¡Santiago… Juan! ¡Rápido! ¡Venid! ¡Con los remos! ¡Rápido!”. Veloces vienen y con los esfuerzos de los remeros de ambas embarcaciones logran levantar la red sin perder la pesca. Las barcas se juntan. Un cesto, dos, cinco, diez; todos están llenos de una pesca sin igual, y todavía hay muchos peces que se mueven en la red: plata y bronce vivo que se mueve para escapar de la muerte. Entonces no queda otro remedio que echar el resto en el fondo de las barcas. Lo hacen, y el fondo se vuelve todo un agitarse de vidas en agonía. Los remeros están más arriba de donde se mete el remo y hasta ahí llegan los montones de pescado y el nivel externo del agua llega a superar, por el peso excesivo, la línea de flotación. Pedro: “¡A tierra! ¡Vira! ¡Fuerzas! ¡Con las velas! ¡Cuidado con el fondo! ¡Preparadas las varas para amortiguar el choque! ¡Es mucho peso!”.
* “¡Levántate, sígueme! ¡Ya no te dejo! De ahora en adelante serás pescador de hombres y contigo éstos, tus compañeros. No tengáis miedo. Os llamo. ¡Venid!”.- ■ Mientras duran las maniobras, Pedro no cae en la cuenta. Pero, llegados a tierra, se detiene a pensar. Comprende. Se llena de pavor. “¡Maestro, Señor! ¡Apártate de mí! Soy un pobre pecador. ¡No soy digno de estar cerca de Ti!” y se arrodilla sobre la húmeda grava de la orilla. Jesús le mira sonriente. “¡Levántate, sígueme! ¡Ya no te dejo! De ahora en adelante serás pescador de hombres y contigo éstos, tus compañeros. No tengáis miedo. Os llamo. ¡Venid!”. Pedro: “Inmediatamente, Señor. Ocupaos vosotros de las barcas. Llevad todo esto a Zebedeo y a mi cuñado. Vamos. ¡Del todo somos para Ti, Jesús! Bendito sea el Eterno por esta elección”. Y la visión termina. (Escrito el 10 de Noviembre de 1944).
·······································
1  Nota  : Cfr. Lc. 5,1-11; Mt. 4,19-20; 4,22-22;  Mc.1,18-18; 1,20-20.
.                                     ——————–000——————-

(<Jesús, después de la Pesca Milagrosa, vuelve nuevamente, solo Él, a Jerusalén. Se hospeda como la vez pasada en la casa del Getsemaní>)

1-66-354 (1-29-387).- Judas de Keriot en Getsemaní se hace discípulo
* “Vengo a llamar a los justos de Israel al Reino. Porque de y con Israel debe brotar la planta de vida eterna, cuya savia será la Sangre del Señor”.- ■ Por la tarde, veo a Jesús bajo unos olivos. Está sentado sobre un escalón del terreno en su postura habitual: con los codos apoyados en las rodillas, los antebrazos hacia adelante y las manos unidas. Empieza a hacerse de noche y la luz va disminuyendo en el tupido olivar. Jesús está solo. Se quitó el manto como si tuviese calor y su blanco vestido resalta sobre lo verde del lugar muy oscurecido por el crepúsculo. Sube un hombre entre los olivos. Da la impresión de que busca algo o a alguien. Es alto, su vestido de un color alegre: un amarillo rosa que hace más vistoso el manto, lleno de franjas ondulantes. No distingo bien su cara porque la luz y la distancia no lo permiten. Cuando ve a Jesús, hace un gesto como diciendo: “¡Ahí está!”, y apresura el paso. A pocos metros saluda: “¡Salve, Maestro!”. Jesús se vuelve repentinamente y alza la cara, porque el que acaba de llegar en ese momento está en el escalón superior. Jesús le mira seriamente y podría decir que hasta con tristeza. El hombre repite: “Te saludo, Maestro. Soy Judas de Keriot ¿No me reconoces? ¿No te acuerdas de mí?”. Jesús: “Te recuerdo y te reconozco. Eres el que me habló aquí con Tomás en la Pascua pasada”.  Iscariote: “Y al que Tú dijiste: «Piensa y reflexiona al decidirte antes de mi regreso». Ya lo he decidido: voy contigo”. Jesús: “¿Por que vienes, Judas?”. Jesús está realmente triste. Iscariote: “Porque… ya te dije la otra vez por qué: porque sueño en el Reino de Israel y te he visto cual rey”. Jesús:  “¿Vienes por este motivo?”. Iscariote: “Por éste. Me pongo a mí mismo, y todo cuanto poseo: capacidad, conocimientos, amistades, fatiga, a tu servicio y al servicio de tu misión para reconstruir Israel”.  ■ Los dos están ahora frente a frente, cerca el uno del otro, en pie. Se miran fijamente. Jesús serio hasta la tristeza; el otro exaltado por su sueño, sonriente, joven y hermoso, ligero y ambicioso. Jesús: “Yo no te busqué, Judas”. Iscariote: “Lo sé. Pero yo te buscaba. Día tras día puse a las puertas quien me indicase tu llegada. Pensaba que vendrías con seguidores y que así fácilmente se podría saber de Ti. Pero fue al contrario… he comprendido que estabas, porque después de que curaste a un enfermo, los peregrinos te bendecían. Pero nadie sabía decirme con exactitud dónde estabas. Entonces me acordé de este lugar. Y vine. Si no te hubiera encontrado aquí, me hubiera resignado a no encontrarte más…”. Jesús: “¿Piensas que ha sido para ti un bien el haberme encontrado?”. Iscariote: “Sí, porque te buscaba, te anhelaba, te quiero”. Jesús: “¿Por qué?… ¿Por qué me has buscado?”. Iscariote: “Te lo dije, ¡Maestro! ■ ¿No me has comprendido?”. Jesús: “Te he comprendido. Sí… pero quiero que también me comprendas antes de seguirme. Ven. Hablaremos en el camino”. Y empiezan a caminar uno al lado del otro. “Tú me sigues por una idea que es humana, Judas. Debo disuadirte. No he venido para esto”. Iscariote: “¿Pero no eres Tú el señalado Rey de los Judíos? ¿Del que han hablado los profetas? Han venido otros. Pero les faltaban demasiadas cosas, y cayeron como hojas que el viento ya no sostiene. Tú tienes a Dios contigo, en tal modo que haces milagros. Donde está Dios, el éxito de la misión está seguro”. Jesús: “Es verdad lo que has dicho: que Yo tengo a Dios conmigo. Soy su Verbo. Soy el que profetizaron los profetas, el prometido de los Patriarcas, el esperado de las multitudes. Pero ¿por qué, ¡oh Israel! te has hecho tan ciega y sorda que ya no sabes leer ni ver, oír ni comprender lo verdadero de los hechos? Mi Reino, no es de este mundo, Judas. No te hagas ilusiones. Vengo a traer a Israel la Luz y la Gloria. Pero no la luz y la gloria de esta Tierra. Vengo a llamar a los justos de Israel al Reino. Porque de Israel y con Israel debe formarse y brotar la planta de la vida eterna, cuya savia será la Sangre del Señor, planta que se extenderá por toda la Tierra, hasta el fin de los siglos. Mis primeros seguidores son de Israel. Aun mis verdugos serán de Israel, y también el que me traicionará será de Israel…”. Iscariote: “No, Maestro. Esto no sucederá nunca. Aunque todos te traicionasen, yo quedaré y te defenderé”. Jesús: “¿Tú, Judas?”.
* “Pero para realizar obras del espíritu —seguir al Mesías en verdad y en justicia quiere decir realizar obras de espíritu— es necesario matar al hombre y hacerlo renacer. ¿Eres capaz de cosa tan grande?”.-Jesús: “Y ¿en qué basas tu seguridad, Judas?”.  Iscariote: “En mi palabra de honor”. Jesús: “Cosa más frágil que una tela de araña, Judas. A Dios debemos pedir la fuerza para ser honrados y fieles. ¡El hombre!… El hombre realiza obras de hombre. Pero para realizar obras del espíritu  —seguir al Mesías en verdad y en justicia quiere decir realizar obras de espíritu—  es necesario matar al hombre y hacerlo renacer. ¿Eres capaz de cosa tan grande?”. Iscariote: “Sí, Maestro. Y además… no todo Israel te amará. Pero Israel no dará ni verdugos ni traidores a su Mesías. ¡Te espera desde hace siglos!”. Jesús: “Me los dará. Recuerda los Profetas… sus palabras… y el fin que tuvieron. Estoy destinado a desilusionar a muchos y tú eres uno de ellos. Judas, tienes enfrente de ti a un hombre manso, pacífico, pobre y que quiere permanecer pobre. No he venido para imponerme ni para hacer guerras. No disputo a los fuertes y a los poderosos ningún reino, ningún poder. No disputo sino a Satanás las almas y he venido a destrozar las cadenas con el fuego de mi amor. He venido a enseñar misericordia, sacrificio, humildad, continencia. Te digo a ti y a todos también digo: «No tengáis sed de riquezas humanas, sino trabajad por el dinero eterno». Desilusiónate, Judas, si crees que soy vencedor de Roma y de las castas que mandan. Los Herodes como los Césares pueden dormir tranquilos mientras Yo hablo a las multitudes. No he venido a arrebatar el cetro a nadie… y mi cetro, eterno, ya está preparado, pero nadie, que no fuese amor como Yo, lo querría empuñar. Vete, Judas, y medita…”. ■ Iscariote: “¿Me rechazas, Maestro?”. Jesús: “No rechazo a nadie, porque quien rechaza no ama. Pero dime, Judas: ¿Qué nombre darías al hecho de alguien, que sabiendo que tiene enfermedad contagiosa, dijese a uno que no lo sabe y que se acerca a beber de su vaso: «Piensa en lo que haces». ¿Lo llamarías odio o amor?”. Iscariote: “Lo llamaría amor, porque no quiere que el que ignora su enfermedad destruya su salud”. Jesús: “Pues entonces llama también así a mi acto”. Iscariote: “¿Puedo destruir mi salud al venir contigo? ¡No, nunca!”. Jesús: “Más que destruir la salud, tú mismo te puedes destruir. ■ Piensa bien, Judas, poco se exigirá al que asesinare, creyendo que lo hace justamente, y lo cree porque no conoce la Verdad; pero mucho será exigido de quien, después de haberla conocido, no sólo no la sigue, sino que se hace su enemigo”. Iscariote: “Yo no lo seré. Acéptame, Maestro. No puedes rechazarme. Si eres el Salvador y ves que soy pecador, oveja extraviada, un ciego que está fuera del camino recto, ¿por qué no quieres salvarme? Acéptame. Te seguiré hasta la muerte”. Jesús: “¡Hasta la muerte! Es verdad. Esto es cierto. Después…”. Iscariote: “¿Después qué, Maestro?”. Jesús: “El futuro está en el seno de Dios. Vete. Mañana nos veremos cerca de la Puerta de los Peces”. Iscariote: “Gracias, Maestro. El Señor sea contigo”. Jesús: “Y su misericordia te salve”. Todo termina Así. (Escrito el 28 de Diciembre de 1944).
.                                        ——————–000——————-

(<Jesús, en los días de su estancia de Jerusalén, además de enseñar en el Templo, se ha dedicado también a instruir a Judas de Keriot. En estos momento Jesús se dirige hacia la casa de Getsemaní>)

1-70-372 (1-33-408).- En Getsemaní con Juan de Zebedeo.
* Encuentro entre Jesús y Juan de Zebedeo con efusivas manifestaciones de afecto entre ambos.- Noticias de Simón Zelote (“está feliz a tu servicio”).- ■ Veo que Jesús  se dirige  a la pequeña casa blanca que está en medio de los olivos. Le saluda un jovencillo. Parece que es del lugar porque lleva en las manos los utensilios para poder cavar. “Dios sea contigo, Rabí. Llegó tu discípulo Juan, pero se ha vuelto a marchar a buscarte”. Jesús: “¿Hace mucho?”. Jovencillo: “No, acaba de cruzar aquel sendero… Creíamos que vendrías de la parte de Betania…”. Jesús se encamina ligero, da vuelta al sendero y ve a Juan que casi corriendo baja hacia la ciudad y le llama. El discípulo se vuelve y, con el rostro iluminado por la alegría, grita: “¡Oh, Maestro mío!” y regresa corriendo. Jesús abre los brazos y los dos se abrazan afectuosamente. Juan: “Iba a buscarte… Pensábamos que estarías en Betania, como habías dicho”. Jesús: “Sí. Eso quería. Debo comenzar a evangelizar también los alrededores de Jerusalén. Pero luego me entretuve en la ciudad… para instruir a un discípulo nuevo”. Juan: “Maestro, todo lo que Tú haces está bien hecho y sale bien. ¿Lo ves? También esta vez nos hemos encontrado en seguida”. ■ Caminan los dos juntos. Jesús lleva un brazo sobre los hombros de Juan, el cual, siendo más bajo que Él, le mira de abajo arriba, feliz de aquella intimidad. En esta forma llegan a la casita. Jesús: “¿Hace mucho tiempo que habías venido?”. Juan: “No, Maestro. Con el alba he salido de Doco junto con Simón; ya le he dicho lo que querías. Después nos hemos detenido un tiempo en los campos de los alrededores de Betania, compartiendo la comida y hablando de Ti a los campesinos que hemos encontrado por allí.  Cuando el fuego del sol ha disminuido, nos hemos separado. Simón ha ido a ver a un amigo suyo al que también quiere hablar de Ti: es el dueño de casi toda Betania. Él ya le conocía cuando aún vivían sus respectivos padres. Mañana viene aquí Simón. Me ha encargado decirte que se siente feliz de estar a tu servicio. Simón es muy competente. Quisiera ser como él, pero soy un muchacho ignorante”. Jesús: “No, Juan, también tú haces mucho bien”. Juan: “¿Te sientes realmente contento de tu pobre Juan?”. Jesús: “Muy contento, Juan mío. Mucho”.  “¡Maestro mío!”. Juan se inclina con ímpetu a tomar la mano de Jesús y la besa, y se la pasa por la cara como una caricia. ■ Han llegado ya a la casa. Entran en la cocina baja y humosa. El dueño les saluda: “La paz sea contigo”. Responde Jesús: “Paz a esa casa y a ti, y a quien vive contigo. Viene conmigo un discípulo”. Dueño: “Habrá pan y aceite también para él”. Juan: “He traído pescado seco que me dieron Santiago y Pedro. Al pasar por Nazaret tu Madre me dio pan y miel para Ti. He caminado sin detenerme pero ha de estar ya duro”. Juan: “No importa, Juan. Tendrá siempre el sabor de las manos de mi Madre”. ■ Juan saca sus tesoros de la alforja que había dejado en un rincón, y veo preparar el pescado seco de una manera rara: lo meten varias veces dentro del agua caliente, después lo untan y lo asan directamente sobre la llama. Jesús bendice el alimento y se sienta con el discípulo a la mesa. También están sentados a la mesa el dueño a quien llaman Jonás, y su hijo. La madre va y viene con el pescado, aceitunas negras, verduras preparadas con aceite. Jesús ofrece también de su miel. La ofrece a la madre extendiéndosela sobre el pan. “Es de mi colmena” dice. “Mi Madre cuida las abejas. Cómetela, es sabrosa. Tú, María, eres tan buena conmigo, que mereces esto y más” agrega, porque la mujer no querría privarle de su sabrosa miel. ■ La cena termina pronto. La conversación ha sido breve. Nada más acabar, después de dar gracias por el alimento recibido, Jesús dice a Juan: “Ven. Salgamos un poco al olivar. La noche está templada y clara. Será agradable estar un poco afuera”.  El dueño de la casa dice: “Maestro, Yo me despido de Ti. Estoy cansado, y también mi hijo. Vamos a descansar. Dejo la puerta entornada y el candil encima de la mesa. Ya sabes cómo se hace”. Jesús: “Sí, claro, Jonás, vete a descansar. Y apaga también el candil. Hay una luz de luna tan clara, que veremos incluso sin él”. Jonás: “¿Y tu discípulo dónde va a dormir?”. Jesús: “Conmigo. En mi estera hay sitio también para él. ¿Verdad, Juan?”. Juan, ante la idea de dormir al lado de Jesús, está sumamente contento.
* “Los ángeles han abandonado el Templo. Su aspecto de pureza y santidad (los que deberían darle ese aspecto al alma del Templo —pues también cada lugar tiene su alma, el espíritu en virtud del cual fue levantado— son los primeros en quitarle ese aspecto), está solo en los muros”.- ■ Salen al olivar. Pero antes de salir, Juan ha tomado algo de la alforja que había puesto en el rincón.  Caminan un poco  y llegan a un punto donde se ve toda Jerusalén. Jesús dice: “Sentémonos aquí y hablemos”. Juan, sin embargo, prefiere estar sentado a los pies de Jesús, sobre la hierba cortada. Apoya el brazo sobre las rodillas de Jesús. Reclina la cabeza sobre el brazo. Y mira de cuando en cuando a Jesús. Parece un niño que está junto a la persona a quien más quiere. “Desde aquí es bonito, Maestro. Mira qué grande parece la ciudad de noche;  más que de día”.  Jesús: “Es porque la luz de la luna difumina sus contornos. Observa: parece como si el límite se ensanchara en una luminosidad de plata. Mira la cúspide del Templo, allí arriba. ¿No parece suspendida en el vacío?”. Juan: “Parece que la llevan los ángeles en sus alas de plata”. Jesús suspira. ■ “¿Por qué suspiras, Maestro?”. Jesús: “Porque los ángeles han abandonado el Templo. Su aspecto de pureza y santidad, está solo en los muros. Los que deberían de darle ese aspecto al alma del Templo —pues también cada lugar tiene su alma, el espíritu en virtud del cual fue levantado,  y el Templo tiene, debería tener, alma de oración y santidad— son los primeros en quitarle ese aspecto. No se puede dar lo que no se tiene. Y si los sacerdotes y levitas que viven allí son muchos, con todo ni una décima de ellos es capaz de dar vida al Lugar Santo. Muerte, sí que dan. Le comunican la muerte que hay en sus almas, muertas para todo lo que es santo. Tienen fórmulas, pero no la vida de ellas. Son cadáveres que tienen calor tan solo por la putrefacción que los hincha”. Juan: “¿Te han hecho algún mal, Maestro?” Jesús: “No, antes bien, me dejaron hablar cuando lo pedí”. Juan: “¿Lo pediste?… ¿Por qué?”. Jesús: “Porque no quiero ser Yo el que empiece la lucha. Esta vendrá por sí misma. Porque en algunos produciré un terror humano que no tiene razón de ser, y seré un reproche para otros. Pero esto debe estar en el libro de ellos, no el mío”.
* Juan ofrece a Jesús protección (su familia, por razón de negocio del pescado, conoce a Anás y Caifás) y alojamiento más digno junto al Hípico (un mercader conocido de su familia).- ■ Después de un momento de silencio, Juan habla otra vez; dice: “Maestro… yo conozco a Anás y a Caifás. Por razón de negocios, mi familia ha estado en contacto con ellos, y, cuando estuve en Judea, por causa del Bautista, venía también al Templo, y ellos nos trataban bien a nosotros los hijos de Zebedeo. Mi padre les provee con el mejor pescado. Es costumbre… ¿sabes? Cuando se quiere tener amigos, y quiere uno conservarlos, es necesario obrar así…”. Jesús: “Lo sé”. Jesús está serio. Juan insiste: “Bueno, pues si lo ves oportuno, le hablaré de Ti al Sumo Sacerdote. Y luego… si quieres, yo conozco a uno que está en relación de negocios con mi padre. Es un mercader de pescado. Tiene una casa bonita y grande junto al Hípico, porque son personas ricas, y también muy buenas. Estarías más cómodo y te cansarías menos. Además, para venir hasta aquí se tiene que atravesar ese suburbio de Ofel, tan desordenado y siempre lleno de asnos y de muchachos pendencieros”. Jesús: “No, Juan. Te lo agradezco, pero estoy bien aquí. ¿Ves cuánta paz? ■ Se lo he dicho también esto al otro discípulo que me hacía la misma propuesta. Él decía: «Para estar mejor considerado»”. Juan: “Yo lo decía para que te cansaras menos”. Jesús: “No me canso. Por mucho que camine, no me cansaré jamás. ¿Sabes qué es lo que me cansa? La falta de amor. ¡Oh, eso… qué carga!… es como si llevara un peso en el corazón”.  Jesús: “Yo te amo, Jesús”. Jesús: “Sí, y me das mucho consuelo. Te quiero mucho Juan; te querré siempre, porque jamás me traicionarás”.
* “Y, sin embargo, habrá muchos que me traicionarán… Juan, escucha. Te dije que aquí me detuve para instruir a un nuevo discípulo. Es joven judío, instruido y conocido. Te ruego que seas amigo suyo, que no será muy estimado por Simón Pedro ni tampoco por otros, para que le transmitas tu corazón”.- ■ Juan, con asombro: “¡Traicionarte!”. Jesús: “Y, sin embargo, habrá muchos que me traicionarán… Juan, escucha. Te dije que aquí me detuve para instruir a un nuevo discípulo. Es joven judío, instruido y conocido”. Juan: “Entonces te encontrarás mejor con él que con nosotros, Maestro. Me alegro de que tengas a alguno más capaz que nosotros”. Jesús: “¿Crees que tendré que trabajar menos?”. Juan: “¡Digo yo! Si es menos ignorante que nosotros, te entenderá mejor y te servirá mejor, sobre todo si te ama mejor”. Jesús: “Exacto. Lo has dicho bien. Pero el amor no está en proporción con la instrucción, y ni siquiera con la educación. Uno que jamás ha amado y ama por vez primera, ama con toda la fuerza de ese primer amor suyo. Lo mismo sucede con el primer amor del pensamiento. El amado penetra, se imprime más en un corazón y en un pensamiento donde antes jamás había habido otro amor, que en aquel en quien ha habido ya otros amores. Pero, Dios dispondrá… ■ Oye, Juan. Te ruego que seas amigo suyo. Mi corazón tiembla de ponerte a ti, cordero sin trasquilar, junto al experto de la vida; pero, por otra parte, se calma, porque sabe que tú serás, sí, cordero, pero también águila y si el experto quiere hacerte tocar el suelo, siempre fangoso, sabrás librarte de él y querer solo el azul y el sol. Por eso te ruego que… conservándote tal cual eres, seas amigo de mi nuevo discípulo,  que no será muy estimado por Simón Pedro ni tampoco por otros, para que le transmitas tu corazón…”.  Juan: “¡Maestro! Pero… ¿no bastas Tú?”. Jesús: “Yo soy el Maestro. A Mí no se me dirá todo. Tú eres el condiscípulo, un poco más joven, con quien será más fácil abrirse. No te digo que me repitas lo que él te diga. Odio a los espías y traidores. Pero te ruego le evangelices con tu fe y caridad y con tu pureza. Es una tierra contaminada con aguas muertas; hay que secarla con el sol del amor, purificarla con la honestidad del pensamiento, deseos y obras, cultivarla con la fe. Puedes hacerlo”. Juan: “Si Tú dices que lo pueda hacer, lo haré por amor a Ti.” Jesús: “Gracias, Juan”.
* La consabida bolsa del desconocido de Cafarnaúm.- El nombre del nuevo discípulo: Judas de Keriot.- Noticias de Tomás: por la vía del mar, va al encuentro de Felipe y Bartolomé.- Siendo de caracteres tan diferentes: “El amor os une —debe uniros— el amor por la causa de Dios…Tú, Juan, eres la paz amorosa del Mesías de Dios”.- ■ Juan dice: “Maestro, has mencionado a Simón Pedro. Y ahora me acuerdo de lo que ante todo tenía que decirte. La alegría de oírte me lo había alejado del pensamiento. Después de volver a Cafarnaúm, pasada la fies­ta de Pentecostés, encontramos la consabida suma de ese desconoci­do. El niño se la había llevado a mi madre. Yo se la di a Pedro y él me la devolvió diciendo que la usase un poco para el regreso y la es­tancia en Doco y que el resto te lo trajera a Ti para lo que pudieras necesitar… porque también Pedro pensaba que éste es un lugar incómodo… Pero Tú dices que no… Yo sólo he sacado dos denarios para dos pobrecillos que encontré cerca de Efraín. Por lo demás, me he mantenido con lo que me había dado mi madre y lo que me han dado algunas buenas personas a las que he predicado tu Nombre. Aquí tienes la bolsa”. Jesús: “Se la distribuiremos mañana a los pobres. Así también Judas aprenderá nuestras costumbres”. ■ Juan: “¿Ha venido tu primo? ¿Cómo se las ha arreglado para darse tan­ta prisa? Estaba en Nazaret y no me habló de partir…”. Jesús: “No. Judas es el nuevo discípulo. Es de Keriot. Tú le has visto por Pascua, aquí, la tarde de la curación de Simón. Estaba con To­más”. Juan: “¡Ah! ¿es él?”. — Se le nota un poco turbado a Juan. Jesús: “Es él. ■ ¿Y Tomás qué hace?”. Juan: “Ha obedecido lo que habías dicho, dejando a Simón Cananeo y yendo por la vía del mar al encuentro de Felipe y Bartolomé”. Jesús: “Sí, quiero que os améis sin preferencias, ayudándoos mutua­mente, comprendiéndoos mutuamente. Nadie es perfecto, Juan. Ni los jóvenes ni los viejos. Pero si tenéis buena voluntad llegaréis a la perfección; lo que os falte lo pondré Yo. Vosotros sois como los hijos de una santa familia. En ella hay muchos caracteres distintos. Uno es fuerte; el otro, dulce o valiente o tímido o impulsivo o muy cauto. Si todos fuerais iguales, seríais una fuerza en un solo temperamento, pero estaríais incompletos en todos los demás; mientras que así for­máis una unión perfecta porque os completáis unos a otros. El amor os une —debe uniros—, el amor por la causa de Dios”. Juan: “Y por Ti, Jesús”. Jesús: “Primero la causa de Dios y luego el amor hacia su Mesías”. Juan: “Yo… ¿qué soy yo en nuestra familia?”. Jesús: “Eres la paz amorosa del Mesías de Dios, ¿estás cansado, Juan? ¿Quieres regresar? Yo me quedo a orar”. Juan: “Yo también me quedo a orar contigo. Déjame quedarme a orar contigo”. Jesús: “Bien, quédate”. Jesús recita algunos salmos y Juan le sigue; pero la voz se apaga, y el apóstol se queda dormido con la cabeza en el regazo de Jesús, que sonríe y extiende su manto sobre los hombros del durmiente y continúa orando mentalmente. La visión termina así. (Escrito el 4 de Enero de 1945).
.                                     ——————–000——————-

1-70-377 (1-34-413).-  Comparación entre el Predilecto y Judas de Keriot.
* “Juan es aquel que se despoja aun de un modo de pensar y juzgar para ser «el discípulo»… Judas es el que no se quiere despojar de sí mismo. Trae consigo su yo enfermo de soberbia, sensualidad, avaricia. Conserva su modo de pensar; y por esto neutraliza los efectos de la entrega completa y de la Gracia”.- ■ Dice Jesús: “Una comparación más entre mi Juan y el otro discípulo; comparación en la que aparece siempre más clara la figura de mi predilecto. Juan es aquel que se despoja aun de un modo de pensar y juzgar para ser «el discípulo». Es el que se dona sin querer quedarse para sí con nada de lo que era antes de su elección. Judas es el que no se quiere despojar de sí mismo. Trae consigo su yo enfermo de soberbia, sensualidad, avaricia. Conserva su modo de pensar; y por esto neutraliza los efectos de la entrega completa y de la gracia. ■ Judas: cabeza de todos los apóstoles fallidos… ¡y son tantos…!  Juan: cabeza de los que se hacen hostia por amor a Mí. Es tu antecesor. Yo y mi Madre somos Hostias por excelencia. Llegar hasta nosotros es difícil, mejor dicho, imposible, porque nuestro sacrificio fue de una aspereza total. ¡Pero mi Juan!… Es esa hostia que pueden imitar mis amantes de todas clases: virgen, mártir, confesor, predicador, siervo de Dios y de la Madre de Dios, activo, contemplativo; él dispone de un ejemplo para todos: es aquél que ama. ■ Observa los distintos modos de pensar. Judas investiga, cavila, escudriña, y, aunque externamente parece que cede, en realidad conserva su modo de pensar. Juan se siente nada, acepta todo, no pide razones, se contenta con hacerme feliz. He aquí el modelo. ¿Y no te has sentido invadida de paz ante su amor sencillo y encantador?… ¡Oh, Juan mío! Mi pequeño Juan que quiero que seas siempre más semejante a mi amado. Acepta todo, diciendo al igual que el apóstol: «Todo lo que Tú haces, está bien hecho» para que merezcas que Yo te diga: «Eres mi paz llena de amor». Tengo necesidad también Yo de consuelo, María. Dámelo. Sea mi Corazón para tu descanso”. (Escrito el 4 de Enero de 1945).
.                                        ——————–000——————-

   (<Jesús  ha llegado ya a Galilea con los tres discípulos que le han acompañado en su viaje por distintos lugares de Judea: Juan Zebedeo, Simón Zelote y Judas Iscariote. Aquí, en Galilea, acaba de curar a la otrora prostituta “Bella de Corozaín”. En estos momentos, se dirige a la Sinagoga de Cafarnaúm, atendiendo a una invitación del sinagogo>)                                                                  

2-94-84 (2-59-569).- Discurso sobre el arrepentimiento, basado en David, Sansón y la Bella de Corozaín, en la sinagoga de Cafarnaúm. El tasador Mateo presente.
* Justo en el umbral de la puerta de la sinagoga veo al futuro apóstol Mateo. Jesús, al entrar, le mira fijamente y durante un instante se detiene.- ■ Jesús, ahora con todos sus discípulos, entra en la sinagoga de Cafarnaúm después de recorrer la plaza y la calle que a ella conducen. La noticia del nuevo milagro debe haber recorrido ya porque se oye mucho murmullo y muchos comentarios. Justo en el umbral de la puerta de la sinagoga veo al futuro apóstol Mateo. Está ahí, quieto, medio dentro y medio fuera, no sé si avergonzado o disgustado por todas las miradas que le lanzan, o incluso por algún epíteto poco agradable que le dirigen. Dos entiesados fariseos recogen a propósito sus amplios mantos, como si tuvieran miedo de contraer una peste al tocar el vestido de Mateo. ■ Jesús, al entrar, le mira fijamente durante un instante, y durante un instante se detiene. Mateo se limita a bajar la cabeza. Pedro, apenas traspasada la puerta, le dice en voz baja a Jesús: “¿Sabes quién es ese hombre más adornado y perfumado que una mujer? Es Mateo nuestro tasador… ¿A qué viene aquí? Es la primera vez. Quizás no ha encontrado a compañeros, y sobre todo a las compañeras, con los que pasa el sábado, gastándose en orgías lo que nos chupa en tasas duplicadas y triplicadas… para el fisco y para el vicio”. Jesús le mira a Pedro tan severamente, que Pedro se pone más colorado que una manzana, baja la cabeza, deteniéndose, de modo que, de primero, pasa a ser el último en el grupo apostólico.
* “El gran rey de Israel, David de Belén, después de haber pecado lloró, al arrepentirse en su corazón gritando a Dios de que se arrepentía  y que le pedía perdón: «Ten piedad de mí, Señor, según tu gran misericordia; por tu infinita bondad, lávame de mi pecado», y no dice: «No puedo ser perdonado; por tanto, insisto en pecar», sino que dice: «Me siento humillado…»”.- ■ Jesús está ya en su puesto. Después de los cantos y las oraciones con el pueblo, se vuelve para hablar. El arquisinagogo le pregunta si quiere algún rollo, pero Jesús responde: “No hace falta. Ya tengo el tema”. Y comienza: “El gran rey de Israel, David de Belén, después de haber pecado lloró (1), al arrepentirse en su corazón gritando a Dios de que se arrepentía  y que le pedía perdón. David había tenido el espíritu oscurecido por la neblina del sentido, y esto le había impedido continuar viendo el rostro de Dios y comprender su palabra. «El rostro» he dicho. En el corazón del hombre hay un punto que se acuerda del rostro de Dios, el punto más selecto, nuestro Sancta Sanctorum, aquel del cual vienen las santas inspiraciones y las santas decisiones, el que despide perfume como un altar, resplandece como una hoguera, canta como un coro de serafines. Pero, cuando el pecado produce humo en nosotros, entonces ese punto se entenebrece tanto, que cesa la luz, el perfume, el canto, quedando solo un mal olor de denso humo y un sabor a ceniza. Mas cuando vuelve la luz —porque un siervo de Dios la lleva consigo a quien ha quedado en la oscuridad— he aquí que entonces éste ve su fealdad, su baja condición, y, horrorizado de sí, exclama como el rey David: «Ten piedad de mí, Señor, según tu gran misericordia; por tu infinita bondad, lávame de mi pecado» (2), y no dice: «No puedo ser perdonado; por tanto, insisto en pecar», sino que dice: «Me siento humillado, contrito; sí, pero —te lo suplico— tú que sabes cómo he nacido en la culpa, aspérjame y límpiame, para que vuelva a ser como nieve de las cimas». Y dice: «Mi holocausto no consistirá en carneros y bueyes, sino en un verdadero arrepentimiento del corazón, porque sé que es esto lo que quieres de nosotros y no lo desprecias». ■ Esto decía David después del pecado, y después de que el siervo del Señor, Natán, le hubiera movido a arrepentirse. Con mayor razón, los pecadores deben decir esto ahora que el Señor no les manda un siervo suyo, sino el Redentor mismo, a su Verbo, el cual, justo y dominador no solo de los hombres sino también del Cielo y del Abismo, ha surgido en medio de su pueblo como la luz de la aurora, que brilla sin nubes cuando el sol sale por la mañana”.
* “Sansón no volvió a ser el «fuerte», el «libertador», sino cuando en el dolor de un arrepentimiento verdadero encontró de nuevo su fuerza. No se tienta al Señor en vano, ni siquiera en su bondad. No es lícito. Él perdona una y otra vez. Pero, para continuar perdonando exige la voluntad de salir del pecado. Necio es quien dice: «¡Señor, perdón!» y luego no ¡huye de lo que le induce a nuevo pecado!”.-Jesús: “Ya habéis leído cómo el hombre, en manos de Satanás, es más débil que un tísico moribundo, aunque primero fuera el «fuerte». Sabéis cómo Sansón quedó reducido a nada tras haber cedido al sentido. Quiero que conozcáis la lección de Sansón, hijo de Manué, destinado a vencer a los filisteos, opresores de Israel (3). Condición primera para ser tal era que desde su concepción permaneciese alejado de lo que estimula el sentido bajo y une en connubio las entrañas del hombre con carnes impuras, o sea, vino, sidra y carnes grasas, que encienden en la cintura un fuego impuro. Condición segunda: que, para ser el libertador, fuera consagrado al Señor desde su infancia, y permaneciese tal con continuo nazireato. Consagrado es aquel que no solo externamente sino también internamente se conserva santo. Entonces Dios está con él. Pero la carne es carne y Satanás es Tentación. Y la Tentación toma como instrumento, para combatir a Dios en su corazón y en sus santos mandamientos, la carne que excita al hombre y a la mujer. He aquí que entonces tiembla la fuerza del «fuerte» y viene a ser un ser débil que acaba con el don que Dios le ha dado. ■ Escuchad: Sansón fue atado con siete cuerdas de nervios frescos, con siete cuerdas nuevas, fue fijado al suelo con siete trenzas de sus cabellos. Y él siempre había vencido. Pero no se tienta al Señor en vano, ni siquiera en su bondad. No es lícito. Él perdona una y otra vez. Pero, para continuar perdonando exige la voluntad de salir del pecado. Necio es quien dice: «¡Señor, perdón!» y luego no ¡huye de lo que le induce a nuevo pecado! Sansón, tres veces victorioso, no huye de Dalila, el sentido, el pecado, y, completamente harto  —dice el Libro— y acabándosele el ánimo —dice el Libro—  reveló el secreto: «Mi fuerza está en mis siete trenzas». ¿No hay ninguno entre vosotros que, hastiado del pecado hasta el cansancio, sienta que pierde el ánimo —porque nada abate como la mala conciencia— y esté para entregarse vencido al Enemigo? ¡No! Quienquiera que seas, no, no lo hagas. Sansón dio a la Tentación el secreto para vencer a sus siete virtudes: las siete simbólicas trenzas, sus virtudes, o sea, su fidelidad de nazareo; se durmió, cansado, sobre el seno de la mujer, y fue vencido: ciego, esclavo, incapaz, por no haber sido fiel a su voto. Y no volvió a ser el «fuerte», el «libertador», sino cuando en el dolor de un arrepentimiento verdadero encontró de nuevo su fuerza… ■ Arrepentimiento, paciencia, constancia, heroísmo y luego…  Yo os prometo, ¡oh pecadores!, que seréis los libertadores de vosotros mismos. En verdad os digo que ningún bautismo vale, ni ningún rito sirve, si no hay arrepentimiento y voluntad de renunciar al pecado. En verdad os digo que no hay pecador tan pecador que no pueda hacer renacer con su llanto las virtudes que el pecado le había arrancado de su corazón”.
* “Hoy una mujer (la Bella), una culpable de Israel, castigada por Dios por su pecado, ha obtenido misericordia por su arrepentimiento”.Jesús: “Hoy una mujer, una culpable de Israel, castigada por Dios por su pecado, ha obtenido misericordia por su arrepentimiento. He dicho «misericordia». Menos misericordia obtendrán aquellos que hacia ella no la tuvieron, y se ensañaron sin piedad con esta mujer que ya había sido castigada. ¿No tenían esos tales en sí mismos la lepra de la culpa? Que cada cual se examine… y tenga piedad para obtener piedad. Yo os tiendo la mano por esta arrepentida que vuelve con los vivos después de una horrenda separación de muerte. Simón de Jonás, no Yo, llevará el óbolo por la arrepentida que, en el umbral de la muerte, vuelve a la Vida verdadera. Y no murmuréis, vosotros, los grandes. No murmuréis. Yo no estaba cuando era la «Bella», pero vosotros sí estabais. Y no quiero decir más”. ■ Uno de los dos viejos pregunta resentido: “¿Nos acusas de haber sido sus amantes?”. Jesús: “Que cada cual se ponga frente a su corazón y a sus acciones; Yo no acuso, hablo en nombre de la Justicia. Vamos”. Jesús sale con los suyos.
* Hoy dos bolsas en vez de una por encargo del desconocido.- ■ Pero a Judas le paran los dos que parecen conocerle bastante. Oigo que dicen: “¿Tú también estás con Él? ¿Es santo realmente?”. Judas Iscariote salta con una de esas reacciones suyas que desorientan: “Os aseguro que no llegaréis mínimamente a entender su santidad”. Le responden: “Sí, pero ha curado en sábado”. Iscariote: “¡No! Ha perdonado en sábado. Y ¿qué día más apto para el perdón que el sábado? ¿No me dais nada para la redimida?”. “No damos nuestro dinero a las meretrices. Se ofrece al Templo santo”. ■ Judas echa una risotada irreverente y los deja plantados. Alcanza al Maestro que está entrando de nuevo en la casa de Pedro, el cual le está diciendo: “Mira: el pequeño Santiago, nada más salir de la sinagoga, me ha dado hoy dos bolsas en lugar de una; como siempre por encargo de ese desconocido. ¿Quién es, Maestro? Tú lo sabes… Dímelo”. Jesús sonríe: “Te lo diré cuando hayas aprendido a no murmurar de nadie”.  Y todo termina. (Escrito el 1 de Febrero de 1945).
·········································
1  Nota  : Cfr. 2 Sam. 11 y 12.   2  Nota  : Cfr. Sal  50,3.   3  Nota  : Cfr. Jue. 13-16
.                                          ——————–000——————-

2-95-88 (2-60-573).- Santiago de Alfeo recibido como discípulo.- Jesús con el tasador Mateo. Discurso sobre las riquezas.
* ¡Cuánto he deseado esta hora, este día para él, mi amigo perfecto de infancia, mi buen hermano de juventud!”.- ■ Es una mañana de mercado en Cafarnaúm. La plaza está llena de vendedores de toda clase de mercancías. Jesús, que llega a este lugar desde el lago, ve que vienen a su encuentro sus primos Judas y Santiago. Acelera el paso en dirección a ellos y, después de abrazarlos con cariño, pregunta ansioso: “Vuestro padre… ¿Qué ha sucedido?”. Judas responde: “Nada nuevo por lo que se refiere a su salud”. Jesús: “¿Y entonces ¿por qué has venido?… Te había dicho que te quedaras allí”. Judas baja la cabeza y calla. ■ Pero ahora es Santiago el que no se contiene: “Por mi culpa él no te obedeció. Sí. Por culpa mía; pero es que no he podido soportar más. Todos en contra… ¿Y por qué? ¿Hago acaso mal en amarte? ¿acaso hacemos mal? Hasta ahora me había frenado un escrúpulo de estar actuando mal. Pero ahora que sé las cosas, ahora que Tú has dicho que por encima de Dios no hay nadie, ni siquiera el padre, no he aguantado más. Traté de ser respetuoso, de hacer entender las razones, de enderezar las ideas. Dije: «¿Por qué me combatís? Si es el Profeta, si es el Mesías ¿por qué queréis que el mundo diga: ‘Su familia fue enemiga suya; cuando todos le seguían, ella no lo hizo’? ¿Por qué, si es el infeliz que vosotros decís, no debemos, nosotros los de la familia, estarle cerca en su demencia, para impedir que sea nociva no sólo para Él sino también para nosotros?». ¡Oh! Jesús, de este modo hablaba yo, para razonar humanamente, como ellos razonaban. Pero tú sabes que ni Judas ni yo te creemos demente; sabes que en Ti vemos al Santo de Dios; que siempre hemos dirigido nuestra mirada a Ti como a nuestra Estrella Mayor. Pero no han querido comprendernos, ni siquiera escucharnos. Y entonces yo me he marchado. Entre la elección de «Jesús o la familia», te he escogido a Ti. Aquí estoy, pues, si me quieres; si no, seré el hombre más infeliz del mundo porque no tendré nada: ni tu amistad ni el amor de la familia”. Jesús: “¿En esto estamos?… ¡Oh! Santiago mío, mi pobre Santiago. ¡No hubiera querido verte sufrir así, porque te amo! Pero si el Jesús-Hombre llora contigo, el Jesús-Verbo se regocija por ti. ¡Ven! Estoy cierto que la alegría de ser portador de Dios entre los hombres aumentará de día en día tu gozo hasta llegar al éxtasis completo en la última hora de la tierra, y en la eterna del Cielo”. ■ Jesús se vuelve y llama a sus discípulos que prudentemente se habían mantenido retirados unos cuantos metros. “Venid, amigos. Mi primo Santiago desde ahora es de mis amigos y por esto amigo vuestro. ¡Cuánto he deseado esta hora, este día para él, mi amigo perfecto de infancia, mi buen hermano de juventud!”. Los discípulos dan la bienvenida con alegría al nuevo llegado y a Judas de Alfeo, que hacía días que no le veían.
* Ante el asombro de Pedro, Jesús mismo se dirige al tasador Mateo y le pide la tasa por los ocho canastos de Simón de Jonás. Jesús y Mateo frente a frente. Al despedirse le dice Mateo: “Ruega por mi alma”.- ■ Los dos primos dicen a Jesús: “Hemos estado en casa. Te buscábamos. Pero estabas en el lago”. Jesús: “Sí, en el lago durante dos días con Pedro y los demás. Pedro ha tenido una buena pesca ¿verdad?”. Pedro: “Sí, y ahora —esto me disgusta—  tendré que entregar más dracmas a aquel ladrón…” y señala al recaudador Mateo, cuyo banco está rodeado de gente que paga por la tierra o por las mercancías. Jesús: “Digo Yo que todo será proporcionado. Más pescados, más pagas, pero también ganas más”. Pedro: “No, Maestro. Si pesco más, gano más; pero si pesco el doble, ése no es que me haga pagar el doble, sino que me hace pagar el cuádruplo… ¡Chacal!”. Jesús: “¡Pedro! Acerquémonos a él. Quiero hablar. Hay gente siempre cerca del banco de la alcabala”. Pedro mascullando: “¡Ya lo creo! Gente y maldiciones”. Jesús: “Pues bien. Iré Yo a introducir bendiciones. Quién sabe si entra un poco de honradez en el alcabalero”.  Pedro: “¡Puedes estar tranquilo que tu palabra no entrará en esa piel de cocodrilo!”. Jesús: “¡Veremos!”. Pedro: “¿Qué le vas a decir?”. Jesús: “Directamente nada. Pero hablaré en tal forma, que sirvan también para él mis palabras”. Pedro: “Le dirás que es un ladrón tan grande como aquel que asalta en las calles, como aquel que despelleja a los pobres que trabajan para obtener el pan y no mujeres ni borracheras…”. Jesús: “¿Pedro, quieres hablar tú por Mí?”. Pedro: “No, Maestro, no sabría hacerlo bien”. Jesús: “Y con el vinagre que tienes dentro, te harías mal a ti y a él”. ■ Ya están cercanos al banco de los impuestos. Pedro tiene intención de pagar. Jesús le detiene y le dice: “Dame las monedas, hoy pago Yo”. Pedro le mira atónito y le entrega una bolsa de cuero con el dinero. Jesús espera su turno y cuando está enfrente del alcabalero dice: “Pago por ocho canastos de Simón de Jonás. Allí están los canastos, a los pies de los trabajadores. Verifica si quieres, pero entre honrados basta solo la palabra. Y creo que me consideras tal. ¿Cuánto es la tasa?”. Mateo, que estaba sentado en su banco, en el momento en que Jesús dijo: «Creo que tú me consideras tal», se pone de pie. Bajo de estatura y ya un poco viejo, más o menos como Pedro. Su rostro muestra el cansancio propio de quien se goza la vida. Mateo muestra también un claro estado de turbación. Tiene al principio la cabeza agachada, después la levanta y mira a Jesús. Y Jesús le mira fijo, serio, dominándole con su imponente estatura. Jesús vuelve a preguntar: “¿Cuánto?”. Mateo responde: “No hay tasa para el discípulo del Maestro” y en voz baja, añade: “Ruega por mi alma”. Jesús: “La llevo en Mí, porque recojo a los pecadores. Pero tú… ¿por qué no la cuidas?”. Dicho esto, Jesús le vuelve la espalda y torna adonde Pedro, que se ha quedado de piedra, como también los demás, que hablan en voz baja, o se hacen gestos con los ojos.
* “En verdad os digo que teniendo riquezas difícilmente se gana el Cielo. ¿Qué hace falta, entonces, para conseguir este Cielo? No tener avidez de riquezas, en el sentido de desearlas a cualquier precio, de que se amen más que al Cielo y que al prójimo. Hay sí, hay una moneda para cambiar el dinero injusto del mundo por valores que valen en el Reino de los Cielos. Y es la santa astucia de hacer riquezas eternas de las riquezas humanas”.- ■ Jesús se pone junto a un árbol, a unos diez metros de Mateo, y empieza a hablar. “El mundo se puede comparar con una gran familia, cuyos miembros desempeñan quehaceres diversos, todos necesarios. En él hay agricultores, pastores, viñadores, carpinteros, pescadores, albañiles, leñadores, herreros, escribanos, soldados, oficiales destinados a misiones especiales, médicos, sacerdotes, de todo hay. El mundo no podría estar compuesto de una sola categoría. Todas las profesiones son necesarias, todas santas, si hacen todas lo que deben con honradez y justicia. Pero ¿cómo se puede llegar a esto si Satanás tienta por todas partes? Pues pensando en Dios, que ve todas las cosas, incluso las obras más escondidas, y pensando en su Ley, que dice: «Ama a tu prójimo como a ti mismo, no hagas lo que no querrías que te hicieran a ti, no robes en ningún modo». Decidme, vosotros que me estáis escuchando: Cuando muere uno ¿acaso lleva consigo las bolsas de sus dineros? Y aunque fuera tan necio como para querer tenerlas consigo en el sepulcro, ¿puede acaso usarlas en la otra vida? ¡No! Sobre la podredumbre de un cuerpo corrompido, las monedas se transforman en pedazos de metal corroídos. En cambio, en otro lugar, su alma estaría desnuda, más pobre que el bienaventurado Job, sin tener siquiera un céntimo, aunque aquí y en la tumba hubiese dejado millones y millones. ■ Os digo más, ¡escuchad, escuchad! En verdad os digo que teniendo riquezas difícilmente se gana el Cielo, —antes al contrario, con ellas generalmente se pierde— aunque sean riquezas adquiridas honestamente, bien por herencia o ganadas, porque pocos son los ricos que las saben usar con justicia. ¿Qué hace falta, entonces, para conseguir este Cielo bendito, este descanso en el seno del Padre? Hace falta no tener avidez de riquezas. No tener avidez en el sentido de desearlas  a cualquier precio, aun faltando a la honradez y al amor; no tener avidez en el sentido de que, teniendo esas riquezas, se amen más que al Cielo y que al prójimo, negándole caridad al prójimo necesitado; no tener avidez por cuanto las riquezas pueden dar, o sea, mujeres, placeres, rica mesa, vestiduras suntuosas, lo cual ofende a quien pasa frío y hambre. ■ Hay sí, hay una moneda para cambiar el dinero injusto del mundo por valores que valen en el Reino de los Cielos, y es la santa astucia de hacer riquezas eternas de las riquezas humanas, a menudo injustas o causa de injusticia; se trata de ganar con honestidad, devolver lo que injustamente se obtuvo, usar de los bienes con moderación y desapego, sabiéndose separar de ellos, porque antes o después nos dejan  —¡ah, pensad en esto!—, mientras que el bien realizado no nos abandona jamás. ■ Todos querríamos ser llamados «justos» y ser tenidos como tales y ser premiados como tales por Dios. Pero ¿cómo puede Dios premiar a quien  tan solo tiene el nombre de justo, no teniendo las obras? ¿Cómo Dios puede decir: «Te perdono» si ve que el arrepentimiento es tan solo de palabra y que no va acompañado de un verdadero cambio de espíritu? No existe arrepentimiento mientras dure el apetito hacia el objeto por el que se produjo nuestro pecado. Cuando uno, en cambio, se humilla, se mutila del miembro moral de una mala pasión, que puede llamarse mujer u oro, diciendo: «Por Ti, Señor, no más de esto», entonces es cuando verdaderamente está arrepentido y Dios le acoge diciendo: «Ven; te quiero como a un inocente, como a un héroe»”. Jesús ha terminado. Se marcha sin ni siquiera volverse hacia Mateo, que se había acercado al círculo de oyentes, desde las primeras palabras. (Escrito el 2 de Febrero de 1945).
.                                      ——————–000——————-

2-97-100 (2-62-586).- Llamada de Jesús a Mateo para ser discípulo (1). 
* Tres miradas, tres llamadas: “Mateo, hijo de Alfeo, ha llegado la hora. Ven… ¡Sígueme!”.- ■ Una vez más en la plaza de Cafarnaúm, pero en una hora de mayor calor en que el mercado ha terminado ya y solo hay algunas personas ociosas hablando y unos niños entregados al juego. Jesús, en medio de su grupo, viene del lago hacia la plaza, acariciando a los niños que le salen al paso e interesándose por sus confidencias… Ya han llegado a la plaza. Jesús va derecho al banco de la alcabala, donde Mateo está haciendo sus cuentas y comprobando si corresponden con las monedas (las cuales divide en categorías metiéndolas en bolsitas de distinto color y colocando éstas en un arca de hierro). Dos siervos esperan para transportar el arca a otro lugar. En el preciso momento en que la sombra proveniente del alto cuerpo de Jesús se extiende, Mateo levanta la cabeza para ver quién era el que se había retardado en ir a pagar. Pedro, mientras tanto, dice, tirando a Jesús de la manga: “No tenemos nada que pagar, Maestro. ¿Qué haces?”. Pero Jesús no le hace caso. Mira fijamente a Mateo, que se ha puesto de pie inmediatamente en actitud reverente. Otra segunda mirada perforadora, no obstante, ya no se trata de mirada del juez severo de la otra vez;  es una mirada de llamada y de amor. Le envuelve, le llena de amor. Mateo se pone colorado. No sabe qué hacer, qué decir… Jesús ordena majestuosamente: “Mateo, hijo de Alfeo, ha llegado la hora. Ven. ¡Sígueme!”. Mateo, sorprendido: “¿Yo… Maestro? ¡Señor! ¿Pero sabes quién soy?… Lo digo por Ti, no por mí…”. Jesús repite con voz más dulce: “Ven, y sígueme, Mateo hijo de Alfeo”. Mateo: “¡Oh! ¿Cómo es posible que haya alcanzado favor ante Dios?… ¿Yo… Yo…?”. La tercera invitación es una caricia: “Mateo, hijo de Alfeo, he leído tu corazón. Ven ¡Sígueme!”. Mateo: “¡Enseguida, mi Señor!” y  con lágrimas en los ojos, sale por detrás del banco, sin preocuparse siquiera por recoger las monedas esparcidas sobre él, ni de pedir la caja fuerte, ni de nada. Y cuando está cerca de Jesús le pegunta: “¿A dónde vamos, Señor? ¿A dónde me llevas?”. Jesús: “A tu casa. ¿Quieres dar hospedaje al Hijo del hombre?”. Mateo: “¡Oh! Pero… pero ¿qué dirán los que te odian?”. Jesús: “Yo escucho lo que se dice en los Cielos, y allí se dice: «Gloria a Dios por un pecador que se salva»,  y el Padre dice: «Para siempre la Misericordia se levantará en los Cielos y se derramará sobre la Tierra, y, puesto que con un amor eterno, con un amor perfecto, Yo te amo, también contigo uso misericordia». Ven. Y que yendo Yo a tu casa, ésta se santifique además de  tu corazón”. Mateo: “Yo la tenía purificada, por una esperanza que tenía en mi alma… que, no obstante, la razón no podía creer verdadera… ¡Oh, yo con tus santos…!” y mira a los discípulos. Jesús: “Sí, son mis amigos. Venid. Os uno y sed hermanos”. Los discípulos están hasta tal punto estupefactos, que todavía no han encontrado la forma de decir palabra alguna. Detrás de Jesús y Mateo caminan en grupo por la plaza, que está completamente vacía de gente, y van por un estrecho paso de la calle que arde bajo sol abrasador. No hay ser viviente alguno en las calles, solo sol y polvo.
* “Pedro, me has preguntado muchas veces quién era el desconocido de la bolsa de dinero que llevaba Santiaguito. Mírale. Le tienes frente a ti”.- ■ Entran en casa. Una hermosa casa con un amplio portal que se abre hacia fuera. Un hermoso atrio lleno de sombra y frescor, luego un pórtico ancho dispuesto como jardín. Mateo: “¡Entra, Maestro mío! ¡Traed agua y bebidas!”. Los criados corren a traerles. Mateo sale a dar órdenes, mientras Jesús y los suyos se refrescan. Regresa y dice: “Ahora ven, Maestro. La sala está fresca… Ahora vendrán amigos… ¡Oh! ¡Quiero que se haga una gran fiesta! Es mi regeneración. Es la mía… ésta es la circuncisión verdadera… Me has circuncidado el corazón con tu amor… Maestro, es la última fiesta… No más fiestas para el publicano Mateo. No más fiestas mundanales… sola la fiesta interna de haber sido redimido y de servirte a Ti… de ser amado por Ti… cuánto he llorado… no sabía cómo hacer… quería ir… pero… ¿cómo ir a Ti?… ¿A Ti, santo… con mi alma sucia?”. Jesús: “Tú la lavabas con el arrepentimiento y caridad para Mí y para el prójimo. ■ Pedro… ven aquí”. Pedro que todavía no ha hablado, pues sigue tan estupefacto, da un paso adelante. Los dos hombres, igualmente ya de edad, de estatura baja, robustos, están frente a frente, y Jesús ante ellos, los mira con una hermosa sonrisa, y dice: “Pedro, me has preguntado muchas veces quién era el desconocido de la bolsa de dinero que llevaba Santiaguito. Mírale. Le tienes frente a ti”. Pedro: “¿Quién?… Este lad… ¡Perdona, Mateo! Pero ¿quién podía pensar que eras tú, precisamente tú, nuestra desesperación —por la usura—, fueses capaz de arrancarte cada semana un pedazo de tu corazón, al dar ese rico óbolo?”. Mateo: “Lo sé. Injustamente os tasé. Pero mirad, me arrodillo ante todos vosotros y os digo: «¡No me arrojéis de vuestra presencia! Él me ha acogido, no seáis más severos que Él»”. Pedro, que está junto a Mateo, le levanta improvisadamente, a pulso, brusca pero cariñosamente: “¡Vamos! ¡vamos! Ni a mí ni a los demás. Pídele perdón a Él. Nosotros… ¡bueno hombre!, más o menos somos ladrones como tú… ¡Ay! ¡Lo he dicho! ¡Maldita lengua! Pero es que yo soy así: lo que pienso, lo digo; lo que tengo en el corazón, lo tengo en los labios. Ven. Vamos a hacer un pacto de paz y de amor” y besa a Mateo en las mejillas. Los otros también lo hacen con más o menos cariño. Digo así porque Andrés lo hace con reserva, debido a su timidez y Judas Iscariote se muestra frío; parece como si abrazase un montón de serpientes, pues apenas le abraza. Mateo sale al oír un ruido.
* J. Iscariote, que no ve con buenos ojos a Mateo, tiene un altercado con Pedro al que Jesús dice: “Hoy es Pascua de Ácimos para un hijo de Abraham. La llamada del Mesías es como la sangre del cordero sobre vuestras almas. Es liberación y se le festeja con diversas clases de fermento”.- ■ Iscariote dice: “Pero, Maestro, me parece que esto no es prudente. Ya te empezaron a acusar los fariseos de aquí, y Tú… ¡Un publicano entre los tuyos! ¡Un publicano después de una prostituta!… ¿Has decidido destruirte? Si es así, dilo, que…”. Pedro concluye irónicamente: “Que nosotros «desfilamos», nos vamos, ¿verdad?”. Iscariote: “¿Y quién está hablando contigo?”. Pedro: “Sé que no estás hablando conmigo, pero yo, por el contrario, hablo con tu alma de señorito, con tu purísima alma, con tu sabia alma. Sé que tú, miembro del Templo, sientes hedor del pecado en nosotros, pobres, que no pertenecemos al Templo. Sé que tú, judío, perfecto, amalgama de fariseo, saduceo y herodiano, medio escriba y migaja de esenio… quieres otras palabras nobles… te sientes mal entre nosotros, como un sábalo espléndido caído por azar en una red llena de pescados sin valor. Pero… ¿qué quieres que hagamos?… Él nos tomó a nosotros… nos quedamos. Si te sientes mal… vete tú. Respiraremos todos mejor. También Él, que, ¿lo ves?, está disgustado por mí y por ti; por mí porque me falta paciencia y… sí, también caridad, pero más contigo, que no entiendes nada, con toda tu retahíla de nobles atributos, y que no tienes ni caridad, ni humildad, ni respeto. No tienes nada, muchacho, sino una gran vanidad… y quiera Dios que ese humo no sea nocivo”. ■ Jesús de pie, disgustado, con los brazos cruzados, la boca cerrada y con los ojos duros ha dejado que hablase Pedro. Después se dirige a éste y le dice: “¿Has dicho todo, Pedro? ¿También tú has purificado tu corazón de la levadura que había dentro? Has hecho bien. Hoy es Pascua de Ácimos (2) para un hijo de Abraham. La llamada del Mesías es como la sangre del cordero sobre vuestras almas, y donde aquella se encuentra no bajará más la culpa. No bajará si el que la recibe es fiel a ella. Mi llamamiento es liberación  y se le festeja con diversas clases de fermento”. A Judas no le dice nada. Pedro mortificado guarda silencio. Jesús dice: “Regresa Mateo, y con amigos. No le enseñemos otra cosa que no sea virtud. Quien no lo pueda, salga. No seáis iguales a los fariseos que oprimen con preceptos y son los primeros en no observarlos”. ■ Vuelve a entrar Mateo con otras personas y el banquete empieza. Jesús está en medio entre Pedro y Mateo. Hablan de muchas cosas y Jesús con mucha paciencia explica a Ticio y Cayo lo que desean. Hay quejas contra los fariseos porque los desprecian. Jesús responde: “Pues bien, venid a quien no os desprecia. Y luego obrad en tal forma que, al menos, los buenos no os puedan despreciar”. Mateo: “¡Tú eres bueno, pero estás solo!”. Jesús: “No. Éstos son como Yo y… además está el Padre que ama a quien se arrepiente y quiere volver a su amistad. Si al hombre le faltase cualquier cosa, pero tuviese al Padre, ¿no sería la alegría del hombre más que completa?”.
*  Indignación en los fariseos de Cafarnaúm. “Para esto he venido. Los pecadores son los que tienen necesidad del Salvador”.- ■ El banquete ha llegado a los postres, cuando un criado hace señal al dueño de la casa y le dice algo. Mateo comunica a Jesús: “Maestro: Elí, Simón y Joaquín piden permiso de entrar y de hablarte. ¿Los quieres ver?”. Jesús: “¡Claro!”. Mateo añade: “Pero… mis amigos son publicanos”. Jesús: “Y ellos vienen para ver exactamente esto. Dejémoslos que lo vean. De nada servirá esconderlo; no sería para el bien, porque agrandaría el hecho hasta llegar a decir que aquí había también prostitutas. Que entren”. ■ Los tres fariseos entran, miran alrededor con una sonrisa maliciosa y están a punto de hablar, pero Jesús, que se ha levantado e ido a su encuentro junto con Mateo, se les adelanta. Pone una mano sobre el hombro de Mateo y dice: “¡Oh hijos verdaderos de Israel! os saludo, y os doy una gran noticia que ciertamente alegrará vuestros corazones perfectos de Israelitas. Vosotros deseáis ardientemente que la Ley sea observada por  todos los corazones para dar gloria a Dios. Pues bien, Mateo, hijo de Alfeo, desde hoy no es más el pecador, el escándalo de Cafarnaúm. Una oveja sarnosa de Israel ha sido curada. ¡Alegraos! Tras él otras ovejas pecadoras se curarán, y vuestra ciudad, de cuya santidad os interesáis mucho, vendrá a ser grata, santa ante el Señor. Mateo deja todo para servir a Dios. ¡Dad el beso de paz al Israelita extraviado que torna al seno de Abraham!”. ■ Uno de los fariseos dice: “¿Y retorna con los publicanos? ¿En alegre banquete? ¡A la verdad que se trata de una conversión propicia! Elí, mira allí a ese Josías el buscador de mujeres”. “Y a Simón, hijo de Isaac, el adúltero”. “Y aquél… es Azarías el cantinero, en cuya cantina los romanos y judíos juegan a los dados, pelean, se emborrachan y van a las mujeres”. “Pero, bueno, Maestro. ¿Sabes al menos quiénes son éstos? ¿Lo sabías?”. Jesús: “Lo sabía”. Los fariseos se dirigen ahora a los discípulos: “¿Y entonces vosotros, vosotros de Cafarnaúm, vosotros, discípulos, por qué lo habéis permitido? ¡Me sorprende Simón de Jonás!”. “¡Tú, Felipe, a quien aquí todos conocen, y tú, Natanael! ¡Pero yo veo fantasmas! ¡Tú, verdadero Israelita! ¿Cómo es posible que hubieses permitido que tu Maestro comiese con publicanos y pecadores?” (3). “¿No existe ya vergüenza en Israel?”. Los tres están escandalizadísimos. Jesús dice: “Dejad en paz a mis discípulos. Yo lo quise, Yo solo”. Los fariseos comentan: “¡Claro! ¡Lógico! Se comprende… ¡Cuando uno quiere meterse a santo sin serlo, cae pronto en errores imperdonables!”. “Y cuando se educan los discípulos en la falta de respeto —y todavía me está quemando la risa irreverente que me hizo éste, judío y del Templo, ¡a mí, Elí el Fariseo!—  no se puede sino no tener  respeto por la Ley. Se enseña lo que se sabe”. ■ Jesús: “Te equivocas, Elí. Os equivocáis todos. Se enseña lo que se sabe, es verdad. Y Yo que la Ley, se la enseño a quien no la sabe;  por tanto, a los pecadores. Yo sé que vosotros ya sois dueños de vuestra alma. Los pecadores no lo son. Yo busco de nuevo su alma, se la doy de nuevo, para que a su vez me la traigan en el estado en que se encuentra: enferma, herida, sucia, para que Yo la atienda y limpie. Para esto he venido. Los pecadores son los que tienen necesidad del Salvador. Y vengo a salvarlos. Comprendedme… no me odiéis sin razón”. Jesús es dulce, persuasivo, humilde… pero ellos son tres cardos espinosos… y salen con gesto de disgusto. ■ Iscariote murmura: “Se fueron… Ahora nos criticarán por todas partes”. Jesús: “¡Deja que lo hagan! Procura solo que el Padre no tenga nada que criticarte. No te apenes, Mateo, ni vosotros amigos suyos. La conciencia nos dice: «No hagáis el mal».  Y eso es más que suficiente”. Jesús vuelve a sentarse en su lugar y todo termina. (Escrito el 4 de Febrero 1945).
·········································
1  Nota  : Cfr. Mt. 9,9-13; Mc. 2,13-17; Lc. 5,27-32.   2  Nota  : Pascua de Ácimos.- Cfr. Anotaciones n. 2: Las fiestas de Israel.    3  Nota  : Cfr. Lc. 15,1-2.
.                                         ——————–000——————-

(<El siguiente episodio tiene lugar durante transcurso del viaje hacia los altos del Líbano que Jesús,  junto con sus apóstoles, ha emprendido para visitar y saludar a dos pastores, testigos directos de aquella noche de su nacimiento en Belén, que siguen dedicados al pastoreo. Va acompañado de  Jonatás [1], otro de aquellos pastores, que, ahora al servicio de Cusa, Administrador de Herodes, conoce todas las intrigas de la Corte>) 

2-103-138 (2-69-629).- Corrupción general en las Cortes de Herodes y Filipo (liberación del Bautista).- Anuncio de martirio para Pedro y para los apóstoles. 
* ¡Fango tras las vestiduras de púrpura!: venganzas… incluso, una venganza, entre dos oficiales de la Corte, que por una suma abrió el calabozo, fue la causa de la liberación del Bautista. ■ Jesús camina al lado de Jonatás siguiendo un terraplén verde y, por tanto, sombrío. Detrás van los apóstoles hablando entre sí. Pedro, separándose de ellos, se adelanta, y, franco como siempre, pregunta a Jonatás: “¿Pero no era más rápido el camino que va a Cesarea de Filipo? Hemos cogido éste y… ¿cuándo vamos a llegar? ¡Tú, con la patrona (2), has ido por aquél!”. Jonatás: “Con una enferma, me he atrevido a todo. Date cuenta de que yo soy un cortesano de Antipas, y Filipo, después de aquel sucio incesto, no ve muy bien a los cortesanos de Herodes… Mira, no es por mí por quien temo. Lo que no quiero es crearos dificultades ni enemigos y menos aún al Maestro. La Tetrarquía de Filipo tiene necesidad de la Palabra, como la tiene la de Antipas; si os odian, ¿cómo podéis ir?… Al regreso, si lo veis conveniente, vais por ese camino”. Jesús le dice: “Alabo tu prudencia, Jonatás. Pero al regreso tengo intención de pasar hacia las tierras fenicias”. Jonatás: “Están envueltas en las tinieblas del error”. Jesús: “Me acercaré a sus confines, para recordarles que hay una Luz”. ■ Pedro: “¿Crees que Filipo se vengaría, con un siervo, del mal que el hermano le hizo?”. Jonatás: “Sí, Pedro. Dominados por todos los más bajos ins­tintos, el uno es igual al otro. Créeme, parecen animales y no hombres”. Pedro: “Y, sin embargo, teniendo en cuenta que Juan, hablando en nom­bre de Dios, ha hablado también en su nombre y a su favor, debería esti­marnos, mejor dicho, estimarle a Él, que es pariente de Juan”. Jonatás: “No os preguntaría ni siquiera de donde venís, ni quiénes sois. Viéndoos conmigo —si me reconociera, o si algún enemigo de la casa de Antipas me señalara como siervo de su Procurador— seríais en­carcelados inmediatamente. ¡Si supierais cuánto fango hay tras las vestiduras de púrpura! Venganzas, atropellos, delaciones, lujurias y hurtos son la pasta de su alma. ¿Alma?… ¡bien!, llamémosla así. Yo creo que ya no tienen alma. Vosotros mismos podéis verlo: Juan tuvo buen fin. ¿Pero por qué ha recobrado Juan la libertad? Por una venganza en­tre dos oficiales de la Corte. Uno, para quitarse de en medio al otro —que era tan favorecido por Antipas, que tenía a Juan bajo su custodia— por una suma abrió de noche el calabozo… Yo creo que atontó a su rival con un vino drogado, y a la mañana siguiente… el desdichado pagó con su cabeza la evasión del Bautista. Te digo que es un asco”. Pedro: “¿Y tu patrón está de acuerdo? Me parece bueno”. Jonatás: “Lo es. Pero no puede actuar de otro modo. Su padre y el padre de su padre pertenecieron a la Corte de Herodes el Grande. El hijo lo ha tenido que ser por fuerza. No lo aprueba, pero no puede más que li­mitarse a mantener a su mujer lejos de esa corte de vicios”. Pedro: “¿Y no podría decir «me das asco» y marcharse?”. Jonatás: “Podría, pero, a pesar de que sea muy bueno, todavía no es capaz de tanto. Eso significaría casi ciertamente la muerte. Y ¿quién quiere morir por honestidad de espíritu llevada a su punto más alto? Un santo como el Bautista. Pero nosotros… ¡pobrecillos!”.
* “En verdad os digo que todos probaréis uno u otro suplicio… hasta llegar a aquella, excelsa, que os ciña las frentes con una diadema inmortal. Álzate, mi Pedro. No temas. Todavía mucho has de caminar…y llegará la hora en que no quieras sino cumplir el último esfuerzo. Y entonces tendrás todo, del Cielo y de ti mismo. Yo te estaré mirando admirado”.- ■ Jesús, que les ha dejado hablar entre sí, interviene: “Dentro de no mucho tiempo, en cualquier lugar de la tierra conocida habrá, plantados como flores de prado abrileño, santos que serán felices de morir por esta honestidad hacia la Gracia y por amor a Dios”. Pedro dice: “¿Sí? Me gustaría saludar a estos santos y decirles: «¡Rogad por el pobre Simón de Jonás!»”. Jesús le mira fijo y sonriente.  Pedro: “¿Por qué me miras así?”. Jesús: “Porque tú, prestándoles auxilio, los verás, y los verás cuando a ti te lo presten”. Pedro: “¿En qué, Señor?”. Jesús: “Para ser la Piedra consagrada por el Sacrificio, sobre la que se celebre y edifique mi Testimonio”. Pedro: “No te entiendo”. Jesús: “Entenderás”. ■ Los otros discípulos, que se habían acercado y que han escuchado, cuchichean entre sí. Jesús se vuelve: “En verdad os digo que todos probaréis uno u otro suplicio: por ahora, el de la renuncia a las comodidades, a los afectos, a los intereses. Después vendrá una cosa cada vez más vasta, hasta llegar a aquella, excelsa, que os ciña las frentes con una diadema inmortal. Sed fieles. Todos vosotros lo seréis. Y obtendréis esto”. Pedro: “¿Nos matarán los judíos, el Sanedrín acaso, por nuestro amor a Ti?”. Jesús: “Jerusalén lava los umbrales de su Templo con la sangre de sus Profetas y sus Santos. Pero también el mundo espera ser lavado… Hay templos y templos de dioses horrendos. En un futuro serán templos del Dios verdadero y la lepra del paganismo quedará purificada con el agua lustral hecha de sangre de los mártires”. ■ Pedro: “¡Oh! ¡Dios Altísimo! ¡Señor! ¡Maestro! ¡Yo no soy digno de tanto! ¡Soy débil! ¡Le temo al dolor! ¡Oh! ¡Señor!… O despide a tu inútil siervo, o dame fuerza. No querría menoscabar tu imagen, Maestro, con mi ruindad”. —Pedro se ha arrojado a los pies del Maestro y le está suplicando verdaderamente con el corazón en la voz. Jesús: “Álzate, mi Pedro. No temas. Todavía mucho has de caminar… y llegará la hora en que no quieras sino cumplir el último esfuerzo. Y entonces tendrás todo, del Cielo y de ti mismo. Yo te estaré mirando admirado”. Pedro: “Tú lo dices… y yo lo creo. ¡Pero soy un tan pobre hombre!”. (Escrito el 10 de Febrero de 1945).
····································
1  Nota : Cfr. Personajes de la Obra magna: Pastores de Belén: Jonatás.   2  Nota  : Se trata de Juana de Cusa, esposa de Cusa, que, enferma de tuberculosis, había sido curada por Jesús. Cfr. Personajes de la Obra magna: Juana de Cusa.
.                                      ——————–000——————-

(<Unos discípulos de Juan el Bautista han llegado a «Aguas Claras», un lugar situado entre Efraín y el río Jordán, donde Jesús y apóstoles evangelizan y bautizan>)

2-127-291 (2-94-792).- Discípulos del Bautista comunican a Jesús el testimonio que sobre Él, Jesús, ha dado Juan el Bautista (1).- Los 3 presantificados.
* Testimonio del Bautista: “Yo no soy el Mesías, sino el que ha sido mandado delante de Él para prepararle el camino. Es necesario que Él crezca y que yo disminuya. Quien viene del Cielo está por encima de todos”.- ■ Uno de ellos, Matías, dice: “Hace unos días, algunos discípulos suyos, le dijeron en nuestra presencia: «Rabí, Aquel que estaba contigo al otro lado del Jordán, del que tú diste testimonio, ahora bautiza y todos van a Él; te vas a quedar sin fieles». A lo que Juan respondió: «¡Bienaventurado mi oído, que oye esta noticia! No sabéis qué alegría me proporcionáis. Tened en cuenta que el hombre no puede tomar nada si no le es dado del Cielo. Vosotros podéis testificar que dije: ‘Yo no soy el Mesías, sino el que ha sido mandado delante de Él para prepararle el camino’. El hombre justo no se apropia un nombre que no es suyo, y, aunque otro hombre quisiera alabarle diciéndole: ‘Eres ése’, es decir: el Santo, él responde: ‘¡No, en verdad, no!; yo soy su siervo’. ■ Y de todas formas se alegra mucho de ello, porque dice: ‘Se ve que me asemejo a Él un poco, si el hombre me puede confundir con Él’. Y, ¿qué desea la persona que ama sino parecerse a su amado? Solo la esposa goza del esposo. El paraninfo no podría gozar de ella, porque sería una inmoralidad y un hurto. Pero el amigo del novio, que está cerca de él y escucha su palabra llena de júbilo nupcial, experimenta una alegría tan grande que podría compararse a la que hace feliz a la virgen casada con él, la cual en aquella palabra empieza a degustar la miel de las palabras nupciales. Esta es mi  alegría y es completa. ¿Qué otra cosa hace el amigo del novio, después de  haberle servido durante meses y habiéndole conducido a la esposa hasta el hogar? Se retira y desaparece. ¡Así hago yo! Uno solo queda, el esposo con la esposa: el Hombre con la Humanidad. ¡Oh, qué palabra más profunda! ■ Es necesario que Él crezca y que yo disminuya. Quien viene del Cielo está por encima de todos. Patriarcas y Profetas desaparecen a su llegada, porque Él es como el sol, que todo ilumina y su luz es tan fuerte que los astros y planetas, que no tienen luz propia, se revisten de ella, y los que aún no están apagados desaparecen en el supremo resplandor del sol. Esto sucede porque Él viene del Cielo, mientras los Patriarcas y Profetas irán al Cielo, pero del Cielo no vienen. Quien viene del Cielo es superior a todos, y anuncia lo que ha visto y oído.  Pero ninguno de entre los que no tienden al Cielo, renegando por ello de Dios, podrá aceptar su testimonio. Quien acepta el testimonio del que ha bajado del Cielo, demuestra, con este acto suyo de creer, que Dios es verdadero y no una fábula exenta de verdad, y escucha a la Verdad porque su ánimo está deseoso de ella.  Porque aquel a quien Dios ha enviado pronuncia palabras de Dios, pues Dios le da el Espíritu con plenitud, y el Espíritu dice: ‘Heme aquí. Tómame, que quiero estar contigo, Tú, delicia de nuestro amor’. Porque el Padre ama al Hijo sin medida y todas las cosas las ha puesto en su mano. Por eso quien cree en el Hijo tiene la vida eterna; mas quien se niega a creer en el Hijo, no verá la Vida, y la cólera de Dios permanecerá en él y sobre él». Esto dijo. Estas palabras me las he grabado en la memoria para repetirlas”. Jesús: “Te alabo y te doy las gracias por ello”.
* “El último Profeta de Israel, por haber sido adornado de dones divinos desde el vientre de su madre, es el que más se acerca al Cielo… También en esto fue Precursor: precedió a los redimidos, porque de seno a seno se derramó la Gracia, y penetró, y cayó la Culpa de Origen del alma del niño”.- ■ Jesús añade: “El último Profeta de Israel no es aquél que desciende del Cielo, pero, por haber sido adornado de dones divinos desde el vientre de su madre —vosotros no lo sabéis, pero Yo os lo digo— es el que más se acerca al Cielo”. ■ Los tres pastores se muestran ansiosos de saber, así como también los discípulos: “¿Qué cosa? ¿Qué cosa? ¡Cuenta!… Él dice de sí mismo: «Yo soy el pecador»”. Jesús: “Cuando mi Madre me llevaba, a mí-Dios en su vientre, fue a servir —porque es la humilde y amorosa—, a la madre de Juan, prima de ella por parte de su madre, que había quedado embarazada en su vejez. El Bautista tenía ya su alma, porque era el séptimo mes de su formación (2). Y este germen de hombre encerrado en el seno materno, saltó de alegría al oír la voz de la Esposa de Dios  ■ También en esto fue Precursor: precedió a los redimidos, porque de seno a seno se derramó la Gracia, y penetró, y cayó la Culpa de Origen del alma del niño. Por ello Yo os digo que sobre la Tierra hay tres que son poseedores de la Sabiduría, del mismo modo que en el Cielo Tres son los poseedores de la Sabiduría: el Verbo, la Madre, y el Precursor, en la Tierra; el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo, en el Cielo”. Matías: “Nuestro corazón está lleno de estupor… Casi como cuando se nos dijo: «Ha nacido el Mesías…». Porque eres Tú el abismo de la Misericordia y este Juan nuestro es el abismo de la humildad”. Jesús: “Y mi Madre es el abismo de la Pureza, de la Gracia, de la Caridad, de la Obediencia, de la Humildad, de toda virtud que sea de Dios y que Dios infunde en sus santos”. (Escrito el 11 de Marzo de 1945).
······································
1  Nota  : Cfr. Ju. 3,22-36.  2  Nota  : “Tenía su alma, porque estaba en el séptimo mes de su formación”. Esta afirmación no excluye que el alma sea infundida el primer instante de la concepción. Lo que parece más bien, es que quiere rechazar la opinión de que el individuo reciba su alma en el momento del nacimiento o, incluso, después de haber nacido. La sacralidad de la vida humana, desde su concepción se afirma en esta Obra. Como muestra, se ofrecen estas dos frases de Jesús pronunciadas en otros episodios de la Obra: 1) “Si, matando a la madre, mato también a su fruto, entonces Dios me pedirá cuentas de dos seres, porque el vientre que engendra a un nuevo hombre, según el mandamiento de Dios es sagrado, como es sagrada la pequeña vida que en aquél va madurando, a la que Dios ha dado un alma”. 2) “Y ahora escuchadme vosotras, mujeres, que calladas y sin castigo alguno asesináis tantas vidas. Separar de vuestro seno un fruto que crece en él, por el hecho de que provenga de culpable simiente, o porque sea un vástago no deseado, una carga a vuestro lado, o una carga para vuestra economía, también es matar”.
.                                          ——————-000——————

(<Jesús está atravesando los pueblos de Samaria junto con sus apóstoles, en dirección a Galilea>)

2-142-379 (3-2-10).- Lección de Jesús a sus discípulos sobre si es justo o injusto que discípulos del Bautista abandonen al Bautista para venir donde Él (1).- La Gracia.
* “El santo no se apega a estas cosas, no trabaja con vistas al número de fieles «propios». Él no tiene fieles propios, sino que trabaja para aumentarle más fieles a Dios. Sólo Dios tiene derecho a tener fieles”.- ■ Dice Jesús: “Es difícil, sí. Vosotros, por el momento, só­lo tenéis que obedecer: a Dios y a vuestro Maestro. Tú, y no sólo tú, te preguntas por qué hago o no ciertas cosas; te preguntas por qué Dios permite o no tales cosas. Mira, Pedro, y todos vosotros, amigos míos. Uno de los secretos del perfecto fiel consiste en no arrogarse nunca el derecho de interrogar a Dios. El que todavía está poco formado pregunta a Dios: «¿Por qué haces esto?». Y parece como si se pusiera a representar el papel de un profesor experimentado ante un escolar pa­ra decir: «Esto no se hace, es una necedad, un error». ¿Quién puede superar a Dios? ■ Como podéis ver, ahora me rechazan bajo el pretexto de celo por Juan. Esto os escandaliza, y quisierais que rectificase el error entrando en polémica contra los que obran así. No. No. Jamás. Ya habéis oído lo que el Bautista, por boca de sus discípulos, ha dicho: «Es necesario que Él crezca y yo merme». Es decir, ningún lamento, ningún aferramiento a su posición. El santo no se apega a estas cosas, no trabaja con vistas al número de fieles «propios». Él no tiene fieles propios, sino que trabaja para aumentarle más fieles a Dios. Sólo Dios tiene derecho a tener fieles. Por tanto, de la misma forma que Yo no me duelo de que, de buena o mala fe, algunos per­manezcan con el Bautista, él tampoco se aflige —ya le habéis oído— por el hecho de que discípulos suyos vengan a Mí; está despegado de estas pequeñeces numéricas. Pone su mirada en el Cielo, como Yo. Así, pues, no estéis litigando entre vosotros sobre si es justo o no que los judíos me acusen de arrebatarle discípulos al Bautista, o so­bre si es justo o no que estas cosas se dejen decir. Disputas de este ti­po son propias de mujeres charlatanas en torno a una fuente. Los santos se ayudan, se dan y se intercambian los espíritus con jovial facilidad, sonrientes por la idea de trabajar para el Señor”.
* Se acerca el momento en que, una impalpable cosa, invisible, será reina, la «restablecida» reina, pudiente y santa. Por ella el hombre quedará restablecido como «hijo de Dios» y obrará lo que Dios obra, porque tendrá a Dios consigo. La Gracia: ésta es la reina que está volviendo. Entonces el bau­tismo será sacramento”.-Jesús: “Yo he bautizado, es más, os he puesto a bautizar, porque tan pe­sado es, ahora, el espíritu, que es necesario presentarle formas ma­teriales de piedad, de milagro y de enseñanza. Por causa de esta pe­santez espiritual tendré que recurrir a la ayuda de cosas materiales cuando quiera que obréis milagros. Pero, creedlo, no estará en el aceite, ni en el agua, ni en ceremonias, la prueba de la santidad. Se acerca el momento en que una impalpable cosa, invisible, inconcebi­ble para los materialistas, será reina, la «restablecida» reina, pu­diente en todo lo santo, santa en toda cosa santa. Por ella el hombre quedará restablecido como «hijo de Dios» y obrará lo que Dios obra, porque tendrá a Dios consigo. La Gracia: ésta es la reina que está volviendo. Entonces el bau­tismo será sacramento. Entonces el hombre hablará y comprenderá el lenguaje de Dios, y la Gracia dará vida y Vida, dará poder de cien­cia y de potencia; entonces… ¡oh! ¡entonces!… Mas todavía no tenéis la madurez suficiente para comprender lo que os va a conceder la Gracia. Os ruego que ayudéis su venida con una continua obra de formación de vosotros mismos, y que abandonéis las cosas inútiles propias de hombres mezquinos”. (Escrito el 21 de Abril de 1945).  
·······································
1  Nota  : Cfr. Ju. 4,1-4.
.                                         ——————–000——————–

(<Jesús, en estos momentos, está conversando con un grupo de notables samaritanos de Sicar, que se han acercado a Jesús para invitarle a que entre en su ciudad de Sicar, después de haber oído decir a Fotinái, la mujer samaritana [Ju. 4,4-42] con la que Jesús conversó junto al pozo de Jacob, que el rabí Jesús, un gran profeta, no desdeñaba de hablar con los samaritanos. Cerca de estas tierras Juan Bautista ejerce su ministerio>)

 2-144-387 (3-4-20).- Insatisfacción perenne de todos los cismáticos (samaritanos): no sentirse seguros de estar en la Verdad y de sentirse leprosos ante Dios.   
* “En verdad te digo que el no haberos persuadido, el no haberos conducido de nuevo a Dios, será la acusación principal contra el resto de Israel”.- ■ Hablan mientras se dirigen a la ciu­dad. “Somos los separados, al menos así se dice. Hemos nacido con esta fe y no sabemos si es justo dejarla. Además… —sí, contigo pode­mos hablar, lo percibo— además también nosotros tenemos ojos pa­ra ver y cerebro para pensar. Cuando, por viajes o exigencias comer­ciales, pasamos a vuestra tierra, todo lo que vemos no es suficiente­mente santo como para persuadirnos de que Dios esté con vosotros los de Judá, ni tampoco con vosotros los galileos”. Jesús: “En verdad te digo que el no haberos persuadido, el no haberos conducido de nuevo a Dios —no con ofensas y maldiciones, sino con el ejemplo y la caridad— será la acusación principal contra el resto de Israel”. Samaritano: “¡Cuánta sabiduría tienes! ¿¡Estáis oyendo!?”. Todos asienten con un murmullo de admiración.
* “Aunque siguiéramos la vía del Bien, siempre seremos unos leprosos ante los ojos de Dios”.- “Te respondo con Ezequiel: «Todas las al­mas son mías pero morirá sólo el alma que haya pecado». Si un hombre es justo, si no es idólatra, si no fornica, si no roba… será justo ante mis ojos y tendrá vida verdadera”.- ■ Entretanto, han llegado a la ciudad. Muchas otras personas se acercan mientras se dirigen a una de las casas. Samaritano: “Escucha, Rabí. Tú que eres sabio y bueno, resuélvenos una duda; de ello puede depender buena parte de nuestro futuro. Tú, que eres el Mesías —restaurador, por tanto, del reino de David—, debes sentir alegría de restablecer la unión, con el cuerpo del Estado, de este miembro separado; ¿no es verdad?”. Jesús: “Me preocupo no solo de reunir las partes separadas de una entidad caduca, sino de conducir de nuevo a Dios a todos los espíri­tus. Esta es mi preocupación. Me siento dichoso cuando restauro la Verdad en un corazón. Pero… expón tu duda”. Samaritano: “Nuestros padres pecaron. Desde entonces Dios mira con ojos de desagrado a las al­mas de Samaria. Por tanto, aunque siguiéramos la vía del Bien, ¿qué beneficios obtendríamos? Siempre seremos unos leprosos ante los ojos de Dios”. Jesús: “Vuestra duda es el eterno pesar, la insa­tisfacción perenne de todos los cismáticos. Te respondo también con Ezequiel (1).  «Todas las al­mas son mías, dice el Señor,tanto la del padre como la del hijo—, pero morirá sólo el alma que haya pecado». Si un hombre es justo, si no es idólatra, si no fornica, si no roba y no practica la usura, si tiene misericordia de la carne y del espíritu de los demás, será justo ante mis ojos y tendrá vida verdadera. ¿Si un justo tiene un hijo rebelde, éste tendrá la vida por haber sido justo su padre? No, no la tendrá. Y, si el hijo de un pecador es justo, ¿morirá como su padre por ser hijo suyo? No; vivirá con eterna vida por haber sido justo. No sería justo que uno cargase con el pecado del otro. El alma que haya pecado mo­rirá, la que no haya pecado no morirá. Pero, aun quien haya pecado podrá tener la verdadera vida si se arrepiente y se allega a la Justi­cia. El Señor Dios, el único y solo Señor, dice: «No quiero la muerte del pecador, sino que se convierta y tenga la Vida». Para esto me ha enviado, ¡oh hijos extraviados!, para que tengáis la verdadera vida. Yo soy la Vida. Quien cree en Mí y en quien me ha enviado tendrá la vi­da eterna, aunque hasta este momento haya sido un pecador”. Samaritano: “Hemos llegado a mi casa, Maestro. ¿No sientes horror de entrar?”. Jesús: “Sólo me produce horror el pecado”. Samaritano: “Entra entonces, haz aquí un alto en tu camino. Compartiremos el pan, y luego, si no te es molestia, nos distribuirás la palabra de Dios; dicha por Ti tiene otro sabor… ■ Nosotros tenemos aquí un tormento: el de no sentirnos seguros de estar en la verdad…”. Jesús: “Todo se calmaría si os atrevierais a ir con franqueza a la Verdad. Que Dios hable en vosotros, ciudadanos”. (Escrito el 23 de Abril de 1945).
·········································
1  Nota  : Cfr. Ez. 18,4-22.
.                                      ——————–000——————-

 2-148-399  (3-8-33).- Jesús visita a Juan el Bautista en las cercanías de Enón. 
* “Vengo para hacer feliz tu corazón y el mío. Me querías ver, Juan. Aquí estoy. Vego a decirte «gracias». Has cumplido y cumples, con la perfección de la Gracia que hay en ti, tu misión de Precursor mío”.- ■ Es una clara noche de luna. Tan clara, que el terreno aparece con todos sus detalles, y los campos, con el trigo nacido pocos días antes, parecen alfombras de felpa verde plateada, por los que atraviesan las lis­tas oscuras de los senderos; y, a sus lados cual vigilantes, están los troncos de los árbo­les: del todo blancos por el lado de la luna; del todo negros por el lado Oeste. Jesús va caminando seguro y solo. Avanza muy deprisa por su camino, hasta que se encuentra con un curso de agua que desciende gorgoteando hacia la llanura en dirección Norte-Este. Sube por su curso hasta un lugar solitario, cercano a una escarpadura cubierta de árboles. Tuerce otra vez, trepando por un sendero, y llega a un refugio natural que está en la falda de la colina. ■ Entra. Se inclina hacia un cuerpo extendido en el suelo, un cuerpo que apenas puede verse a la luz de la luna, que ilumina, sí, el sendero, pero no penetra en la cueva. Le llama: “Juan”. El hombre se despierta y se incorpora, todavía entre las nieblas del sueño. Pronto se da cuenta de quién es el que le ha llamado y se levanta bruscamente, para postrarse en tierra diciendo: “¿Cómo es que viene a mí mi Señor?”. Jesús: “Para hacer feliz tu corazón y el mío. Me querías ver, Juan. Aquí estoy. Levántate. Vamos a salir a la luz de la luna. Sentémonos a conversar en esta peña que hay junto a la cueva”. Juan obedece, se levanta y sale. Mas, una vez que Jesús se ha sentado, él, con la piel de oveja que mal cubre su flaquísimo cuerpo, se pone de rodillas, frente a Cristo, echándose hacia atrás sus ca­bellos largos y desordenados que le pendían por delante de los ojos, para ver mejor al Hijo de Dios.  El contraste es muy grande: Jesús, de tez pálida, rubio, cabellos bien peinados y corta barba en la parte baja del rostro; el otro, todo él, una mata de pelos negrísimos, tras los cuales apenas si aso­man dos ojos hundidos (yo diría febriles por el fuerte brillo de su ne­gro de azabache). ■ Jesús: “Vengo a decirte «gracias». Has cumplido y cumples, con la per­fección de la Gracia que hay en ti, tu misión de Precursor mío. Cuan­do llegue la hora, entrarás en el Cielo, a mi lado, porque habrás me­recido todo de Dios; pero ya durante la espera tendrás la paz del Se­ñor, querido amigo mío”.
* “Muy pronto entraré en la paz. Bendice, Maestro mío y Dios mío, a tu siervo para que encuentre fuerzas en su última prueba. Sé que está cerca­na. Me preocupo de mis discípulos. Te devuelvo los tres tuyos, que en espera de Ti, han sido perfectos discípulos míos; en ellos, sobre todo en Matías, habita realmente la Sabiduría”.- Dice el Bautista: “Muy pronto entraré en la paz. Bendice, Maestro mío y Dios mío, a tu siervo para que encuentre fuerzas en su última prueba. Sé que está cerca­na, y que debo dar todavía un testimonio: el de la sangre. Y Tú, mejor que yo, sabes que mi hora está llegando. Tu venida aquí, es muestra de tu misericordiosa bondad, de tu cora­zón de Dios, para fortalecer al último mártir de Israel y al primer mártir del nuevo tiempo. Dime sólo una cosa: ¿Voy a tener que esperar mucho hasta que vengas?”. Jesús: “No, Juan. No mucho más de cuanta diferencia existió entre tu nacimiento y el mío”. Bautista: “¡Bendito sea el Altísimo! Jesús… ¿Puedo llamarte así?”. Jesús: “Lo puedes, porque eres mi pariente y porque eres santo. El Nombre, pronunciado incluso por los pecadores, puede pronunciarlo el santo de Israel. Pa­ra ellos significa salvación. Sea para ti dulzura. ■ ¿Qué quieres de Je­sús, tu Maestro y primo?”. Bautista: “Voy a la muerte. Me preocupo de mis discípulos como un padre lo hace con sus hijos. Mis discípulos… Tú, que eres Maestro, sabes cuán vivo es nuestro amor por ellos. La única pena que tengo al morir es el temor a que se pierdan, como ovejas sin pastor. Recógelos Tú. Te devuelvo los tres tuyos (1) que, en espera de Ti, han sido perfectos discípulos míos; en ellos, sobre todo en Matías, habita realmente la Sabiduría. Tengo otros discípulos que irán a Ti. Deja de todas formas que te confíe personalmente a estos tres; son los tres preferidos”. Jesús: “También Yo les profeso este amor. Ve tranquilo, Juan. No pere­cerán ni éstos ni los otros verdaderos discípulos que tienes. Recojo tu herencia. La cuidaré como el tesoro más querido, que Yo el Señor haya recibido de su per­fecto amigo mío y siervo”.  
* “Tú eres mi Juan. Aquel día, en el Jordán, Yo era el Mesías que se estaba manifestando; aquí, ahora, soy tu primo y tu Dios, que te quiere darte el viático de su amor de Dios y de pariente”.- ■ Juan se postra y se inclina profundamente hasta tocar el suelo y —cosa que parece imposible en un personaje tan austero— solloza fuertemente, de alegría espiritual.  Jesús le pone una mano sobre la cabeza: “Tu llanto, que es ale­gría y humildad, encuentra su eco en un lejano canto, al son del cual tu pequeño corazón saltó de júbilo. Aquel canto y este llanto son el mismo himno de alabanza al Eterno, que «ha hecho grandes cosas; Él, que es poderoso en los espíritus humildes». ■ Mi Madre también va a entonar de nuevo su canto, el mismo que en aquel momento cantó. Pero, después, Ella recibirá la mayor de las glorias, como tú tras tu martirio. Te traigo su saludo. Todos los salu­dos y todos los consuelos. Lo mereces. Aquí, no tienes más que la mano del Hijo del hombre que está sobre tu cabeza; mas del Cielo abierto des­ciende la Luz y el Amor para bendecirte, Juan”. Bautista: “No merezco tanto. Soy tu siervo”. Jesús: “Tú eres mi Juan. Aquel día, en el Jordán, Yo era el Mesías que se estaba manifestando; aquí, ahora, soy tu primo y tu Dios, que te quiere darte el viático de su amor de Dios y de pariente. ■ Levánta­te, Juan. Démonos el beso de despedida”. Bautista: “No merezco tanto… Lo he deseado siempre, durante toda la vida, y, sin embargo, no me atrevo a besarte. Tú eres mi Dios”. Jesús: “Yo soy tu Jesús. Adiós. Mi alma estará al lado de la tuya hasta la paz. Vive y muere en paz, por amor a tus discípulos. Ahora sólo puedo darte esto. En el Cielo te daré el ciento por ciento, porque has hallado toda gracia ante los ojos de Dios”. ■ Le levanta  y le abraza besándole en las mejillas, re­cibiendo a su vez el beso de Juan, quien, tras ello, vuelve a arrodillar­se. Jesús le impone las manos y ora con los ojos levantados al cielo. Pa­rece como si le estuviera consagrando. Jesús se manifiesta imponente. El silencio se prolonga, así, durante un tiempo. Luego Jesús se despide con su dulce saludo. “Mi paz esté siempre contigo” y em­prende el mismo camino por el que vino. (Escrito el 27 de Abril de 1945).
·········································
1  Nota  : los tres tuyos. Hasta ahora discípulos del Bautista. Cfr. Personajes de la Obra magna: Pastores de Belén.
.                                         ——————–000——————-

(<Jesús acaba de predicar en Guerguesa, una ciudad al otro lado del lago de Genesaret. Imparte su bendición y se encamina a una casa>)

2-159-444 (3-19-81).- Respuesta de Jesús a los discípulos de Juan el Bautista sobre su relación con los gentiles y sobre el ayuno (1).
* “Siendo el Verbo de Dios, es mi deber llevar su Palabra a todos los hombres, hijos del Padre universal. De Adán, cabeza de toda la humanidad, proceden tanto los hebreos como los romanos; y Adán es hijo del Padre, que le dio su semejanza espiritual”.- ■ Un grupo de ancianos le detie­ne; le saludan respetuosamente y dicen: “¿Podemos preguntarte una cosa, Señor? Somos discípulos de Juan. Siempre habla de Ti. Ha llegado a nuestros oídos la fama de tus prodigios. Así que hemos queri­do conocerte. Ahora bien, oyéndote, se nos ha planteado una pregun­ta que desearíamos hacerte”. Jesús les dice: “Exponedla. Si sois discípulos de Juan estaréis ya en el camino de la justicia”. Discípulo de Juan: “Dijiste, al hablar de la idolatría común entre los fieles, que en medio de nosotros hay personas que trafican entre la Ley y los que no siguen la Ley. Ahora bien, Tú también eres amigo de éstos úl­timos —sabemos, en efecto, que no rechazas a los romanos—. ¿Entonces?”. Jesús: “No lo niego. Pero ¿podéis afirmar que lo haga para obtener de ellos algún provecho? Ni siquiera busco su protección. ¿O po­déis, acaso, afirmar lo contrario, porque los trate con benignidad?”. Discípulo de Juan: “No, Maestro, de ello estamos  más que seguros, pero el mundo no está hecho sólo de nosotros, que queremos creer solamente en el mal que vemos y no en el de que se nos cuenta. ■ Explícanos las razones que pueden fundar este acercamiento a los gentiles; hazlo para instruc­ción nuestra y para que te podamos defender, si alguien te calumnia en nuestra presencia”. Jesús: “Estos contactos son malos cuando se hacen por un fin humano, no lo son cuando se hacen con la intención de llevarlos al Señor Dios nuestro. Así actúo Yo. Si fuerais gentiles, podría detenerme a explicaros cómo todo hombre procede de un único Dios; pero sois hebreos, y además discí­pulos de Juan; sois, por tanto, la flor de los hebreos, y no es necesa­rio que os lo explique. Estáis, pues, ya en condiciones de entender y creer que, siendo el Verbo de Dios, es mi deber llevar su Palabra a todos los hombres, hijos del Padre universal”. Discípulo de Juan: “Pero ellos no son hijos, porque son paganos…”. Jesús: “No lo son por lo que se refiere a la Gracia; no lo son  por su equivocada fe: esto es verdad; pero, hasta que no os haya redimido, el hombre —incluyo al hebreo— ha perdido la Gracia, está privado de ella, porque la Mancha de Origen impide a que el rayo inefable de la Gracia descienda a los corazones. De todas formas, por la creación el hombre es siempre hijo. De Adán, cabeza de toda la humanidad, proceden tanto los hebreos como los romanos; y Adán es hijo del Padre, que le dio su semejanza espiritual”. Discípulo de Juan: “Es verdad”.
* Toda conversión significa una fies­ta nupcial para mi alma. ¿Os parecería lógico que mis amigos hicieran duelo mientras Yo exulto de gozo y estoy con ellos? Día llegará en que no me tendrán. Entonces ayunarán, y mucho”.-Discípulo de Juan: “Otra pregunta, Maestro. ¿Por qué los discípulos de Juan hacen grandes ayunos y los tuyos no? No decimos que Tú no tengas que comer —también el profeta Daniel, aun siendo grande en la corte de Babilonia, fue santo a los ojos de Dios, y Tú eres superior a él—, pero ellos…”. Jesús: “La cordialidad obtiene muchas veces lo que no se consigue con el rigorismo. Hay quienes jamás se acercarían al Maestro, y debe ser el Maestro quien vaya a ellos. Hay otros que sí se acercarían al Maestro, pero se avergüen­zan de andar entre la multitud. También a ellos debe ir el Maestro. Y, cuando me dicen: «Ven a mi casa para que pueda conocerte», acepto, no por el placer de una mesa opulenta o el placer de los discursos —que a veces me resultan muy penosos— sino una vez más y siempre por los intereses de Dios. Esto por lo que respecta a Mí. ■ Frecuentemente al menos una de las almas con las que tengo contac­to de esta manera se convierte. Toda conversión significa una fies­ta nupcial para mi alma, una gran fiesta en la que participan todos los ángeles del Cielo, —y la bendice el eterno Dios—, y mis discípul­os, o sea, los amigos del Esposo, exultan con el Esposo y Amigo. ¿Os parecería lógico que mis amigos hicieran duelo mientras Yo exulto de gozo y estoy con ellos? Día llegará en que no me tendrán. Entonces ayunarán, y mucho”.
* A nuevos tiempos, nuevos métodos. Nadie cose un pedazo de paño nuevo en un vestido viejo. De la misma forma, nadie mete vino nuevo en odres viejos”.-Jesús: “A nuevos tiempos, nuevos métodos. Hasta ayer, hasta Juan el Bautista, era el tiempo de la Penitencia; hoy —en Mi hoy— se hace presente el dulce maná de la Redención, de la Misericordia, del Amor. Los métodos anteriores no podrían vi­vir injertados en el mío, como tampoco se habría podido usar el mío entonces —sólo ayer— porque la Misericordia todavía no estaba en la Tierra. Ahora sí que está. Ya no es el Profeta el que está en el mundo, sino el Mesías, en quien Dios ha delegado todo. ■ A cada tiem­po las cosas que le son útiles. Nadie cose un pedazo de paño nuevo en un vestido viejo, porque si lo hace —sobre todo al lavarlo— la te­la nueva encoge y rompe la tela vieja, con lo cual el roto se hace to­davía mayor. De la misma forma, nadie mete vino nuevo en odres viejos, porque el vino rompe los odres, incapaces de sopor­tar la efervescencia del vino nuevo, los desgarra y se derrama fuera de ellos. Por el contrario, el vino viejo, que ya ha sufrido todas las mutaciones (ya fermentado), hay que meterle en odres viejos, y el nuevo en nuevos, para que, a una fuerza, se oponga otra igual. Esto es lo que sucede ahora: la fuerza de la nueva doctrina aconseja métodos nuevos para difundirla, y Yo, co­nocedor como soy, los pongo en práctica”.
* Mar­chaos, gozad de vuestro Juan mientras podáis, y hacedle feliz; luego me amaréis a Mí, aunque os resultará trabajoso, porque nadie que haya gustado el vino viejo desea de repente el vino nuevo”.-Discípulo de Juan: “Gracias, Señor. Ahora estamos satisfechos. Ruega por nosotros. Somos odres viejos. ¿Seremos capaces de contener tu fuerza?”. Jesús: “Sí, porque habéis sido curtidos por Juan el Bautista, y porque sus oraciones, unidas a las mías, os darán la necesaria capacidad. Marchaos con mi paz y decidle a Juan que le bendigo”. Discípulo de Juan: “¿Pero Tú qué piensas, que es mejor permanecer con Juan o ir con­tigo?”. Jesús: “Mientras haya vino viejo, bebedlo, si ya a vuestro paladar le gusta su sabor; después… desearéis el vino nuevo porque el agua putrefacta que en todas partes se encuentra os dará asco”. Discípulo de Juan: “¿Crees que volverán a prender al Bautista?”. Jesús: “Sí. Sin duda. De todas formas ya le he enviado un aviso. Mar­chaos, marchaos, gozad de vuestro Juan mientras podáis, y hacedle feliz; luego me amaréis a Mí, aunque os resultará trabajoso, porque nadie que haya gustado el vino viejo desea de repente el vino nuevo,  sino que dice: «El viejo era mejor». Efectivamente, Yo tendré sabores especiales, que os parecerán ásperos. No obstante, vuestro paladar, de día en día, irá apreciando su sabor vital. Adiós, amigos. Que Dios esté con vosotros”. (Escrito el 9 de Mayo de 1945).
······································
1  Nota  : Cfr. Mt. 9,14-17; Mc. 2,18-22; Lc. 5,33-39.
.                                      ——————–000——————-

(<Jesús acaba de pronunciar la parábola del sembrador —relatada en el tema “Sacerdotes”—. Pedro pide una explicación>)

3-180-146 (3-40-239).- “¿Por qué les hablas en parábolas?”.- Magisterio infalible para Pedro y sucesores
* Les hablo en parábolas a ellos para que viendo vean sólo lo que les ilumina su voluntad de seguir a Dios; para que oyendo —con la misma voluntad de adhesión— oigan y comprendan. ¡Vosotros veis! Muchos oyen mi palabra, pocos se adhieren a Dios; es incompleta la buena voluntad de sus espíritus. En ellos se cumple la profecía de Isaías”.- ■ También los otros apóstoles se unen a Pedro diciendo: “Sí. Lo has prometido. Las parábolas sirven para comprender la comparación, pero nosotros comprendemos que su espíritu supera la comparación. ¿Por qué les hablas en parábolas?”. Jesús les dice: “Porque a ellos no se les concede entender más de lo que explico. A vosotros se os tiene que dar mucho más, porque vosotros, mis apóstoles, debéis conocer el misterio; por tanto, se os concede entender los misterios del Reino de los Cielos. Por esto os digo: «Preguntad, si no comprendéis el espíritu de la parábola». Vosotros dais todo, y todo se os debe dar, para que a vuestra vez podáis dar todo. Vosotros dais todo a Dios: afectos, tiempo, intereses, libertad, vida. Y Dios os da todo para compensaros y haceros capaces de dar todo en nombre de Dios a quienes vienen después de vosotros. De este modo, a quien ha dado le será dado, y con abundancia; pero, a quien sólo ha dado parcialmente o no ha dado en absoluto, le será incluso quitado lo que tenga. ■ Les hablo en parábolas a ellos para que viendo vean sólo lo que les ilumina su voluntad de seguir a Dios; para que oyendo —con la misma voluntad de adhesión— oigan y comprendan. ¡Vosotros veis! Muchos oyen mi palabra, pocos se adhieren a Dios; es incompleta la buena voluntad de sus espíritus. En ellos se cumple la profecía de Isaías: «Oiréis con los oídos pero no comprenderéis, miraréis con los ojos pe­ro no veréis». Porque este pueblo tiene un corazón insensible; sus oí­dos son duros y han cerrado los ojos para no oír y para no ver, para no comprender con el corazón y no convertirse para que los cure. ¡Pe­ro, dichosos vosotros por vuestros ojos que ven, por vuestros oídos que oyen, por vuestra buena voluntad! En verdad os digo que muchos profetas y justos desearon ver lo que vosotros veis y no lo vieron y oír lo que vosotros oís pero no lo oyeron. Se consumieron en el deseo de comprender el misterio de las palabras, pero, apagada la luz de la profecía, las palabras permane­cieron como carbones apagados, incluso para el santo que las había recibido y pronunciado”.
* Magisterio infalible para Pedro: “Será infalible tu magisterio respecto a las cosas del Reino de Dios. Y, como en ti, en tus sucesores, si viven de Dios como su único pan”.- ■ Jesús prosigue: “Sólo Dios se devela a Sí mismo. Cuando su luz se retira, una vez terminado su fin de iluminar el misterio, la incapacidad de comprender envuelve —como las vendas de una momia—  la regia verdad de la palabra recibida. Por esto te he dicho, Pedro, esta mañana: «Un día volve­rás a encontrar todo lo que te he dado». Ahora no puedes retenerlo. Pero tiempo llegará en que la luz vendrá sobre ti,  y no sólo por un instante sino en una inseparable unión del Espíritu eterno con el tuyo, por lo cual será infalible tu magisterio respecto a las cosas del Reino de Dios. Y, como en ti, en tus sucesores, si viven de Dios como su único pan” (1). (Escrito el 7 de Junio de 1945).
····································
1  Nota  : Condición puesta a la infalibilidad del Papa: “si viven de Dios como su único pan”. Esta condición debió provocar una objeción por parte del Padre Migliorini, a quien María Valtorta transmitió la respuesta dada por Jesús, escribiéndola, con fecha 30 de junio de 1945, por las dos partes de una hoja pequeña que encontramos intercalada entre las Páginas autógrafas del cuaderno. De esta observación, que podrá figurar íntegramente en un comentario de la Obra, reseñamos aquí los fragmentos relevantes: […] me responde Jesús: «[…] Es cierto que la existencia de la infalibilidad papal en cosas de espíritu, en cualquier Vicario mío, prescindiendo de su forma de vida y posesión de virtud es verdad definida. Pero es también cierto que no podréis encontrar un dogma definido y proclamado por Papas privados —notoriamente o no— de mi Gracia. El alma privada de la Gracia no puede tener como amigo al Espíritu Santo. […]. Pensar cosa semejante sería herético. Y como Dios es justo, así como trata al pobre, al rico, al laico, así al Sacerdote supremo. ■ Por desgracia hay zonas oscuras en la historia de mi Iglesia. Querer cerrar los ojos para no ver los puntos oscuros, quiere decir, vivir en la oscuridad en lo que se refiere a la Iglesia, aun en las épocas numerosas y brillantes, angelicalmente luminosas de ella. […] La historia para ser historia y no cuento, debe ser imparcial. Las épocas oscuras, por otra parte, son a las que se alude en las profecías del pastor-ídolo (Cfr. Ez. 34; Jer. 23,1-4; Zac. 11, 4-17) y de Sobna, prefecto del Templo (Cfr. Is. 22; 36,1-37, 7= 2 Rey. 18,1-19,7) […]. Que duela y queme lo admito. Pero no es lícito pronunciar «anatema» a una verdad. ■ Descansad, por tanto, en esta certeza: que los dogmas son verdaderos, que la infalibilidad existe,  y Yo no concedo dogmas a quien no lo merece. Y esto estaba incluido en la frase que ha suscitado la objeción. […]”.
     El mismo concepto está presente en las palabras de Jesús al apóstol Santiago de Alfeo,que se reseñan más adelante en el episodio 4-258-185: “Dios dará la Luz según los grados que tengáis. Dios no os dejará sin la Luz, a menos que la Gracia no quede apagada en vosotros por el pecado”.                                  

.                                                                  *******