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-«Una de las razones de esta Obra: haceros conocer el misterio de Judas».
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-En el tema de “Judas Iscariote” se incluye: Familia de Lázaro de Betania (Lázaro, Marta, María Magdalena), Pastores de la Gruta de Belén, y otros personajes de la Obra.
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El tema “Judas Iscariote”, 3º año vida pública de Jesús, 2ª parte, comprende:
Episodios y dictados extraídos de la Obra magna
«El Evangelio como me ha sido revelado»
(«El Hombre-Dios»)
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(<Jonás, el encargado de la casa de Getsemaní, ha llegado sudoroso y acongojado al palacio de Lázaro en Jerusalén donde Jesús y los suyos han pernoctado>)
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6-372-78 (7-62-415).- En la Parasceve (1).- Ante el hostigamiento judío, abandono del Getsemaní.- Lección a J. Iscariote sobre el Reino y sobre el encuentro con Claudia.
* Jonás habla del acoso sufrido en la casa del Getsemaní.- Exaltadas palabras de la ya enamorada Magdalena por su Maestro. ■ Jonás aclara la noticia diciendo: “Sí, me han maltratado incluso. He dicho que no sabía dónde estabas, que quizás no volvías. Pero han visto vuestras túnicas y han comprendido que volvéis al Getsemaní. ¡No me seas causa de daño, Maestro! Siempre te he hospedado con amor. Esta noche he sufrido por Ti. Pero… pe­ro…”. Jesús: “¡No tengas miedo! No te volveré a poner en peligro de ahora en adelante. No volveré a detenerme en tu casa. Me limitaré a ir de pa­so, durante la noche, a orar… No me lo puedes prohibir…”. Jesús se muestra dulcísimo hacia el aterrorizado Jonás del Getsemaní. ■ Pero Magdalena con su fuerte y melodiosa voz prorrumpe vehemente: “¿Desde cuándo, hombre, te olvidas de que eres siervo y que solo por mera condescendencia nuestra hacemos que te creas ser el dueño? ¿De quién son la casa y el olivar? Sólo nosotros podemos decir al Rabí: «No va­yas a causar daño a nuestros bienes». Pero no lo decimos. Porque sería una gran fortuna si, por buscarle a Él, los enemigos del Cristo destruyeran incluso los árboles y las paredes, y hasta aplastasen las zanjas; porque todo habría sido destruido por causa de haber hospedado al Amor, y el Amor nos daría amor a nosotros sus fieles amigos. ¡Que vengan! ¡Que destruyan! ¡Que pisoteen! ¡Y qué! ¡Basta con que Él nos ame y que no le pase nada”. Jonás está entre dos miedos: a los enemigos y a su ardiente ama, susurra: “¿Y si hacen daño a mi hijo?…”. Jesús le conforta: “No temas, te digo. No volveré a detenerme en tu casa. Puedes decir a quien te lo pregunte que el Maestro ya no se hospeda en el Getsemaní… ¡No, María! Conviene hacerlo así, y déja­me que lo haga así. Te agradezco tu generosidad… Pero no es mi ho­ra, ¡no es todavía mi hora! ■ Supongo que serían fariseos…”. Jonás: “Y miembros del Sanedrín, y herodianos y saduceos… y soldados de Herodes… y… todos… todos… No me logro quitar el temblor del miedo… Pero, ¿ves, Señor, que he venido corriendo a avisarte?… a casa de Juana… luego aquí…”. El hombre se preocupa de que se vea que, con el riesgo de su paz, ha cumplido su deber hacia el Maestro. Jesús sonríe con compasión y bondad y dice: “¡Lo veo! ¡Lo veo! ¡Que Dios te lo pague! Ahora vete en paz a tu casa. Enviaré a alguien para que te diga a dónde debes mandar las bolsas, o mandaré a que las recojan”. ■ El hombre se marcha, y ninguno, excepto Jesús y María Stma., dejan de lanzarle reproches o burlas. Lo que dice Pedro es punzante, mor­daz lo de Judas Iscariote, irónico lo de Bartolomé. Judas Tadeo no habla, ¡pero le mira de una manera…! Y el murmullo y las miradas de reproche le acompañan también entre las filas de las mujeres, pa­ra terminar con el irónico final de María de Magdala, la cual, al verle que se inclina ante ella, dice: “Refe­riré a Lázaro que para la comida de la fiesta vaya a buscar po­llos bien cebados a las tierras del Getsemaní”. Jonás: “No tengo gallinero, ama”. Magdalena: “Tú, Marcos y María: ¡tres magníficos capones!”.Todos se echan a reír por la salida irónica y… significativa de María de Lázaro, que está furiosa al ver el miedo de sus subordina­dos y por la molestia que sufre el Maestro, al no poder gozar más del tranquilo nido del Getsemaní.
*  Nuevamente María Magdalena: “¡Nada me dará miedo si puedo servir a mi Maestro! ¡Y se sirve en las horas de peligro, hermanos!… ¡Y al Mesías no se le sigue para gozar!”.-Jesús: “¡No te inquietes, María! ¡Paz! ¡Paz! ¡No todos tienen tu coraje!”. Magdalena: “¡Ah, no, y es una desgracia! ¡Si todos tuvieran mi coraje, Rabboní! ¡Ni lanzas y flechas dirigidas contra mí me harían separarme de Ti!”. Un murmullo entre los hombres… María lo recoge y responde: “Sí. ¡Y lo veremos! Y esperemos que sea pronto, para que os dé muestra de mi valor. ¡Nada me dará miedo si puedo servir a mi Maestro! ¡Servir! ¡Servir! ¡Y se sirve en las horas de peligro, hermanos! En las otras… ¡En las otras no es servir! ¡Es gozar!… ¡Y al Mesías no se le sigue para gozar!”. Los hombres agachan la cabeza, punzados por esta verdad. ■ María avanza entre las mujeres y se acerca a Jesús. “¿Qué deci­des, Maestro? Es Parasceve. ¿Dónde celebras tu Pascua? Ordena… y, si he encontrado gracia ante tus ojos, concédeme ofrecerte un cenáculo mío y ocuparme de todo…”. Jesús: “Has hallado gracia ante los ojos del Padre de los Cielos, y, por tanto, gra­cia ante su Hijo, para quien es cosa sagrada todo lo que el Padre quiere. Acepto el cenáculo, pero déjame que como buen israelita vaya al Templo a sacrificar el cordero”. Muchos dicen: “¿Y si te echan mano?” Jesús: “No me echarán mano. En la noche, en la oscuridad, como acostumbran a hacer los granujas, pueden atreverse; pero no en medio de las turbas que me veneran. ¡No me hagáis aparecer como cobarde!…”.
* Jesús rebate nuevamente la vieja idea de Judas sobre el Reino y habla sobre el significado del encuentro providencial con Claudia. ■ Iscariote grita: “¡Además ahora está Claudia! ¡El Rey y el Reino ya no están en peligro!…”. Jesús: “Judas, te ruego que no dejes que se derrumben en ti. No los pongas en peligro dentro de ti. Mi Reino no es de este mundo. No soy un rey co­mo los que están en los tronos. Mi Reino es del espíritu. Si lo rebajas al compararlo con un reino humano, lo pones en peligro y lo de­rrumbas en ti”. Iscariote: “¡Pero Claudia…!”. Jesús: “Pero Claudia es una pagana. Así que no puede conocer el valor del espíritu. Ya es mucho si intuye y apoya a quien para ella es un Sabio… ¡Muchos en Israel no me juzgan siquiera como sabio!… ¡Pero tú no eres pagano, amigo mío! No hagas que tu encuentro providencial con Claudia no se te convierta en daño; ■ así como procura también que todos los dones, que Dios te da, sirvan para afirmar tu fe y tu voluntad de servir al Señor y no se te transformen en ruina espiritual”. Iscariote: “¿Cómo podría suceder, mi Señor?”. Jesús: “Fácilmente. No sólo en ti. Si un don, que se da a cualquier hombre para ayudar a su debilidad, en lugar de fortalecerle y aumentar cada vez más su deseo de bien sobrenatural, o incluso simplemente moral, le sirviera para tener más apego de apetitos humanos y alejarle del recto camino, por caminos en cuesta abajo, entonces el don se habría transformado en daño. Basta la soberbia para hacer de un don un daño. Basta perder el norte, a causa de algo que exalta, perdiendo, por tanto, de vista el Fin supremo y bueno, para que el don se convierta en mal. ¿Estás convencido de esto? La venida de Claudia debe hacerte considerar lo siguiente: si una pagana ha sentido la grandeza de mi doctrina y la necesidad de que triunfe, tú, y contigo todos los discípulos, debéis sentir todo esto con más fuerza aún, y, como consecuencia, entregaros a ello totalmente. Pero siempre espiritualmente. Siempre…
* Se acepta celebrar la cena de Pascua en el Palacio de Lázaro.- ■ Dice Jesús: “Y ahora vamos a hablar sobre la Pascua. ¿Dónde decís que sea bueno celebrarla? Quiero que tengáis paz en los corazones en esta Cena ritual, para oír a Dios, que no se oye en la agitación. Somos muchos. Pero me sería dulce que estuviéramos to­dos juntos para que pudierais decir: «Celebramos una Pascua con Él». Elegid, pues, un lugar donde, dividiéndonos según el ritual, formemos varios grupos suficientes para que cada uno consuma su propio cordero, y que se pueda decir: «Éramos muchos. Un hermano oía la voz del otro»”. ■ Quién menciona un lugar, quién menciona otro. Pero las herma­nas de Lázaro se salen con la suya. “¡Señor, aquí! Mandamos a al­guien por nuestro hermano. ¡Aquí! Hay muchas salas y habitaciones. Estaremos juntos y según el rito. ¡Acepta, Señor! La casa tiene habi­taciones con capacidad para, al menos, doscientas personas dividi­das en grupos de veinte. Y tantos no somos. ¡Danos esta alegría, Se­ñor! Por nuestro Lázaro que está tan triste… tan enfermo…”. Las dos hermanas lloran, y terminan: “… que no se puede pensar que coma otra Pascua…”. Jesús, dirigiéndose a todos, dice: “¿Qué opináis? ¿Pensáis que se les debe conceder a estas buenas hermanas?”. Pedro: “Yo diría que sí”. Iscariote y muchos otros: “Yo también”. Quien no habla asiente. Jesús: “Encargaos entonces de ello. ■ Nosotros vamos al Templo, a mos­trar que quien está seguro de obedecer al Altísimo ni tiene miedo ni es un cobarde. Vámonos. Mi paz para quien queda”. Y Jesús baja el resto de la escalera, atraviesa el vestíbulo y sale con los discípulos a la calle llena de gente. (Escrito el 30 de Enero de 1946).
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1  Nota  : Parasceve.- De acuerdo con Marcos 15,42, la Obra valtortiana da el nombre de “parasceve” al día que precede al sábado y que a veces llama “viernes”. Terminaba en la aurora del primer día (domingo) después del sábado
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6-373-81 (7-63-418).- En la Parasceve. En el Templo. Encuentro con muchos de los pobres del día del convite en la Casa de Cusa.- Elogio a la ancianidad.- Encuentro con Nique. Aceptada como discípula.- Duras acusaciones contra sus enemigos.
* Jesús, ante la agresión de los guardas del Templo a un anciano que elogiaba a Jesús: “Dios habla por los labios de los niños, pero también por los de los ancianos”. ■ Jesús entra en el Templo. Y, desde los primeros pasos en él, es fácil comprender el humor de los ánimos hacia el Nazareno: miradas hostiles, órdenes a los miembros de la guardia del Templo de vigilar al “conturbador”, órdenes dadas abiertamente, para que todos vean y oigan; palabras de desprecio para los que vienen con Él; incluso empujones voluntarios a los discípulos… En fin, el odio es tal, que los relumbrantes fariseos, escribas y doctores asumen posturas y ac­ciones de mozos de cuerda o peor todavía; y están tan cegados por el rencor, que no piensan que se rebajan mucho, incluso como hombres, actuando así. Jesús pasa tranquilo, ¡como si ni siquiera se refiriera a Él eso que hacen! Es el primero en saludar, en cuanto ve a algún personaje que por grado sacro o por poder, es un «superior» del mundo hebreo. Y, si éste no responde al saludo correcto que Jesús le dirige, no por ello Jesús cambia de actitud. Eso sí, su rostro, cuando se vuelve de uno de estos soberbios hacia uno o varios de los muchos humildes que hay, toma un aspecto de sonrisa dulcísimo. ■ Y muchos son los mendi­gos y enfermos pobres que ayer ha recogido y que, debido a la suerte imprevista que han tenido, pueden celebrar una Pascua como quizás desde hacía años no celebraban. Ahora, reunidos en grupos, en pe­queñas sociedades nacidas espontáneamente, van a comprar los cor­deros que habrán de ser inmolados, contentos de ser —ellos que eran los despreciados— iguales que los demás, en vestidos y posibi­lidades. Y Jesús se para, benigno, a escucharlos: sus propósitos, sus narraciones de asombro, sus bendiciones… Ancianos, niños, viudas, enfermos ayer, ahora curados; miserables ayer, andrajosos, hambrientos, despreciados, hoy vestidos, ¡y felices de ser hombres como los demás en estos días de la gran fiesta de los Ácimos! Las voces —muy variadas: desde las de plata de los pequeñuelos a las temblorosas de los viejos, y, entre estos dos extremos, las voces vibrantes de las mujeres— saludan, acompañan, siguen a Jesús. Llueven los besos en sus vestiduras y en sus manos. Y Jesús sonríe y bendice, mientras sus enemigos están lívidos de rabia; impotentes ante la radiante paz que ilumina su rostro. ■ Capto comentarios de unos y otros. Un fariseo, señalando al pueblo que se apiña en torno a Jesús, dice: “¡Tienes razón! Pero a nada que hagamos nos harían pedazos”… Un hombre, que quizás ayer estaba enfermo y mendigaba, dice: “¡Fijaos! Nos ha recogido, nos ha dado de comer, nos ha vesti­do, nos ha curado, y muchos, por medio de los discípulos ricos, han encontrado trabajo y asistencia. Pero la verdad es que todo ha veni­do por Él. ¡Que Dios le salve siempre!”… Un escriba, hablando con un colega, gruñe entre dientes: “¡Apuesto a que este sedicioso compra a la plebe así, para lanzarla contra nosotros!”. La viuda de la llanura de Sarón dice a una israelita de clase más bien rica que la está preguntando: “Una discípula suya me ha pedido mi nombre, y me ha dicho que vaya a su casa después de la Pascua, que me va a llevar a los campos que tiene en Béter. ¿Comprendes, mujer? Yo y mis hijos. Voy a traba­jar. Pero, ¿qué es trabajar cuando hay protección y seguridad? ¡Es una alegría! Y mi Leví ya no tendrá que destrozarse trabajando en los cereales, porque la discípula que se hace cargo de nosotros le va a poner en las rosaleras… ¡Es una fortuna, te lo aseguro! ¡El Eterno dé gloria y bien a su Mesías!”. La mujer israelita de clase rica dice: “¡Oh! ¿Y yo no puedo?… ¿Habéis encontrado lugar y puesto todos los que estuvisteis ayer con Él?”. “No, mujer. Todavía quedan otras viudas con hijos, y otros hombres”. “Quisiera decirle que si me concede la gracia de ayudarle”. “¡Llámale!”. “No me atrevo”. “Ve tú, Leví mío, a decirle que una mujer quiere hablar con Él…”. El niño va raudo y refiere esto a Jesús. ■ Entretanto, un saduceo trata con violencia a un anciano, que pontifica en medio de una masa de gente venida de la Transjordania y que teje el elogio del Maestro de Galilea. El anciano se defiende diciendo: “¿Qué estoy haciendo de malo? ¿Querías que te alabara a ti? Bastaría con que hicieras lo que hace Él. Pero tú —que Dios te perdone— desprecias las canas y pisoteas mi pobreza en vez de amarlas; falso israelita, que no respetas el Deuterono­mio teniendo piedad de los pobres” (1). Saduceo: “¿Estáis oyendo? ¡Éste es el fruto de la doctrina del agitador! En­seña a la plebe a ofender a los santos de Israel”. Le responde un sacerdote del Templo: “Pero la culpa es nuestra si sucede esto. No hacemos más que amenazar, sin traducir en acción las amenazas”… ■ Jesús, mientras tanto, dice a la mujer de Israel: “Si verdaderamente te comprometes a ser madre de los huérfanos y hermana de las viudas, ve al palacio de Cusa, al Sixto. Di a Juana que te mando Yo. Ve, y que fructifiquen tus tierras como las del Edén por tu piedad, y más aún fructifique tu corazón en un amor cada vez mayor a tu prójimo”. ■ En esto, ve a los miembros de la guardia que arrastran al ancia­no que había hablado antes. Grita: “¡Qué le hacéis a ese anciano? ¿Qué ha hecho?”. Guardia: “Ha insultado a los oficiales que le reprendían”. Anciano: “No es verdad. Un saduceo ha arremetido contra mí porque ha­blaba de Ti a aquellos peregrinos. Y, como ha levantado contra mí su mano, porque soy viejo y pobre, le he dicho que es un falso israelita que pisotea las palabras del Deuteronomio”. Jesús: “Soltad a ese anciano. Está conmigo. Su boca ha expresado la verdad. Dios habla por los labios de los niños, pero también por los de los ancianos. Está escrito: «No despre­cies al hombre en su vejez, porque son de los nuestros los que enveje­cen» (2). Y también: «No desprecies las palabras de los ancianos sabios; antes bien, te sean familiares sus máximas, porque de ellos aprende­rás la sabiduría y las enseñanzas de la inteligencia» (3). Y también: «Donde hay ancianos no hables mucho» (4). Recuerde esto Israel, esa parte de Israel que quiere llamarse perfecta, porque en caso contra­rio el Altísimo sabe cómo desmentirla. Padre, ven a mi lado”. El anciano, de porte señorial, va donde Jesús, mientras los sadu­ceos, afectados por el reproche, se marchan airados.
* Nique, la que obtendrá el Sudario en el camino al calvario, aceptada por Jesús como discípula. ■ Una mujer dice: “Soy una mujer hebrea de la Diáspora, Rey esperado. ¿Podría servirte como esa mujer que has enviado a Juana?”. ■ Esta mujer me recuerda (5) en todo a la que, de nombre Nique, enjugó el rostro de Jesús en el Gólgota y obtuvo el Sudario. Pero las hebreas son muy semejantes entre sí, y, pasados ya meses desde aquella visión, podría equivocarme. ■ Jesús la mira. Ve a una mujer de unos cuarenta años, bien vesti­da, de maneras francas. Le pregunta: “¿Eres viuda, no es verdad?”. Nique: “Sí, y sin hijos. He vuelto hace poco y he adquirido unas tierras en Jericó. Para estar cerca de la Ciudad Santa. Pero ahora veo que Tú eres más grande que ella. Y te sigo. Y te ruego que me recibas a tu servicio. Sé de Ti por discípulos. Pero superas lo que ellos cuen­tan”. Jesús: “De acuerdo. Concretamente, ¿qué quieres?”. Nique: “Ayudarte en los pobres y, según mis posibilidades, hacer que se­as amado y conocido. Conozco a muchos de las colonias de la Diáspo­ra, porque he seguido a mi marido en sus actividades comerciales. Dispongo de medios y me basta con poco, así que puedo hacer mu­cho; y quiero hacer mucho, por tu amor y para sufragio del espíritu de aquel que me tomó, virgen, hace veinte años, y fue para mí dulce compañero hasta el último suspiro. Parecía profetizar cuando moría. Decía: «Cuando muera, entrega a la tumba la carne que te amó, y ve a nuestra patria. Encontrarás al Prometido. ¡Tú le verás! Búscale. Síguele. Es el Redentor y Resucitador, y me abrirá las puertas de la Vida. Sé buena para ayudarme a estar preparado cuando abra los Cielos a los que no tengan ya deudas con la Justicia; y sé buena para merecer encontrarle pronto. Jura que lo harás y que cambiarás las estériles lágrimas de una viudez, en fortaleza hacendosa. Toma, esposa, a Judit como ejemplo tuyo, y todas las naciones conocerán tu nombre». ¡Pobre esposo mío! Lo único que pido es que me conozcas”. Jesús: “Te conoceré como discípula buena. Ve tú también donde Juana, y que Dios esté contigo”…
* Jesús, acusado de falso rey y profeta, se vuelve contra sus enemigos desvelando el pecado de cada uno de ellos que terminan por abandonar el lugar.- ■ Pesados como abejas, vuelven al asalto los enemigos de Jesús, mientras Él, después de haber inmolado el cordero y habiendo esperado a que fueran inmolados los corderos que habían tomado los discípulos, regresa hacia las murallas del Templo. Judíos: “¿Cuándo tienes pensado acabar con estas ostentaciones de rey? ¡Tú no eres rey! ¡Tú no eres profeta! ¿Hasta cuándo vas a abusar de nuestra bondad, hombre pecador, rebelde, causa de mal para Israel? ¿Cuántas veces te tenemos que decir que no tienes derecho a venir aquí como rabí?”. Jesús: “He venido a inmolar el cordero. No podéis impedírmelo. No obs­tante, os recuerdo a Adonías y Salomón” (6). Judíos: “¿Qué tienen que ver con esto? ¿Qué quieres decir? ¿Eres Tú Ado­nías?”. Jesús: “No. Adonías se hizo rey fraudulentamente, pero la Sabiduría ve­laba y aconsejaba, de forma que fue rey sólo Salomón. Yo no soy Ado­nías, sino Salomón”. Judíos: “¿Y Adonías quién es?”. Jesús: “Todos vosotros”. Judíos: “¿Nosotros? ¡Atento a lo que dices!”. Jesús: “Hablo con verdad y justicia”. ■ Judíos: “Observamos todos los puntos de la Ley, creemos en los profetas y…”. Jesús: “No. No creéis en los profetas. Ellos me nombran, y vosotros no creéis en Mí. No. No observáis la Ley. La Ley aconseja obras justas. Vosotros no las hacéis. Ni siquiera son rectas esas ofrendas que ve­nís a hacer. ● Está escrito: «Inmunda es la ofrenda de quien sacrifica bienes ma­lamente adquiridos» (7). ● Está escrito: «El Altísimo no acepta los dones de los inicuos, no vuelve su mirada hacia sus oblaciones, ni perdonará sus pecados porque acumulen muchos sacrificios» (8). ● Está escrito: «Quien ofrece sacrificio con los bienes de los pobres es como quien degüella a un hijo ante los ojos de su padre» (9). ¡Esto está escrito, Jocana! ● Está escrito: «El pan de los indigentes es la vida de los pobres; quien se lo arrebata es un asesino» (10). ¡Esto está escrito, Ismael! ● Está escrito: «Quien arrebata el pan del sudor es como si matara al pobre» (11). ¡Esto está escrito, Doras hijo de Doras! ● Está escrito: «Quien vierte la sangre y quien quita su jornal al jornalero son hermanos» (12). ¡Esto está escrito, Yocana, Ismael, Cananías, Doras, Jonatás! Y recordad también que está escrito: «Quienquiera que sea el que cierre sus oídos a los gritos de los pobres, grita­rá también él y no será escuchado» (13). ● Y tú, Eleazar ben Anás, recuerda, y recuerda a tu padre, que está escrito: «Mis sacerdotes han de ser santos y no se contaminarán por ningún motivo» (14). ● Y tú, Cornelio, ten presente que está escrito: «Quien maldiga a su padre y a su madre sea muerto» (15), y no es muerte sólo la que procura el verdugo: una muerte mayor espera a los que pecan contra los pa­dres, eterna, tremenda muerte. ● Y tú, Tolmé, recuerda que está escrito: «Al que practica la magia le extermino Yo» (16). ● Y tú, Sadoc, escriba de oro, recuerda que entre el adúltero y su paraninfo en el adulterio no hay diferencia a los ojos de Dios; y está escrito que quien jura lo falso es consumido por las llamas sin fin (17). Y di a aquel que lo ha olvidado que quien toma a una virgen y, saciado ya, la separa de sí con acusaciones falsas, recibe condena. ¡No aquí! En la otra vida: por la mentira, el juramento falso, el daño contra la esposa, y por el adulterio. ■ ¿Qué sucede? ¿Os vais huyendo de Mí que no tengo armas pero que he dicho palabras no suyas, sino de aquellos a quienes vosotros citáis como santos en Israel? De forma que no podéis decir que el inerme sea un blasfemo, porque, si lo dijerais, llamaríais blasfemos a los libros sapienciales y a los li­bros mosaicos, que han sido dictados por Dios. ¿Huís ante el inerme? ¿Son, acaso, piedras mis palabras? ¿O es que despiertan en vosotros, golpeando en el bronce duro de vuestro duro corazón, la conciencia, y la conciencia siente el deber de purificarse —ella y no sólo los miem­bros— en esta Parasceve, para poder consumir, sin pecado de impu­reza, el cordero santo? ¡Oh, si así es, gloria al Señor! Porque, os lo di­go a vosotros que queréis ser alabados como sabios, verdadera sabi­duría es conocerse a sí mismo, reconocer los propios errores, arre­pentirse de ellos e ir a los ritos con «verdadera» devoción, o sea, con culto y rito en el alma, y no rito externo… ■ ¡Se han marchado! Vámonos también nosotros, a dar paz a quien nos espera…”. (Escrito el 31 de Enero de 1946).
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1  Nota  : Cfr. Deut. 24,10-22.   2  Nota  : Cfr. Eclo. 8,7.   3  Nota  : Cfr. Eclo. 8,9.   4  Nota  : Cfr. Eclo. 32,13. 5 Nota  : Cfr.  “Esta mujer me recuerda”.- Cfr.  María Valtorta y la Obra  6. 1: Las fechas.   6  Nota  : Cfr.  1 Rey.  1-2,25.  7  Nota  : Cfr.  Eclo.  34,21.  8  Nota  : Cfr. Eclo. 34,22.   9  Nota  : Cfr. Eclo. 34,23.   10  Nota  : Cfr. Eclo. 34,25.   11  Nota  : Cfr. Eclo. 34,26.   12  Nota  : Cfr. Eclo. 34,27.   13  Nota  : por ejemplo: Deut. 15,7-11; Tob. 4,7-11; Eclo. 3,33-4,11.   14  Nota  : Cfr.  Lev.  21,1-22,9.  15  Nota  : Cfr. Lev.  20,9.   16  Nota  : Cfr.  Lev.  20,6.  17  Nota  : Por ejemplo:  Prov. 19,5,9;  21,28; Zac. 5,14.
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(<Salen del Templo a las calles de Jerusalén que revientan de gente, que corre para los últimos preparativos pues es la Parasceve, de gente que afanosamente busca una sala, donde pueda comer el cordero>)
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6-374-88 (7-64-425).- En la Parasceve. En Jerusalén con Samuel, exprometido de Analía.
“Judas, el hombre se sirve fácilmente de la mentira. No sabe que al obrar así, se pone en el sendero del mal. Basta el primer paso, un paso, para no poderse librar más… Es un laberinto… una trampa. Una trampa en bajada…”.- ■ Jesús dice a los apóstoles: “Vamos a torcer por esta parte. Yo me detengo con mis hermanos, con Simón Pedro y Santiago en el barrio de Ofel. Judas de Simón se quedará también. Pero Simón Zelote con Juan y Tomás irán al Getsemaní a traer las alforjas…”. Pedro, que todavía está inquieto, dice: “Sí, así no se le atravesará el cordero a Jonás”. Los demás se echan a reír… Jesús le replica: “¡Tranquilo, tranquilo! No te extrañes de que tenga miedo. Mañana podrías tener miedo tú”. Pedro dice con aplomo: “¿Yo, Maestro? Es más fácil que el mar de Galilea se cambie en vino que tenga miedo”. Iscariote, sin mucha ironía pero lo bastante para pincharle un poco, le reprocha: “Y sin embargo… la otra noche… Simón… no mostraste valor en las escaleras del Palacio de Cusa”. Pedro: “Es que… tenía miedo por el Señor. No por otra cosa”. Iscariote, dándole una palmada en el hombro, con algo de picardía, responde: “¡Bien, bien! Esperemos que no tengamos nunca… miedo a quedarnos mal nosotros, ¿eh?…”. En otra ocasión todo hubiera llevado a un altercado, pero Pedro desde anoche, admira a Judas y le soporta todo. ■ Jesús dice: “Felipe, Natanael, Andrés, Mateo id al palacio de Lázaro a decirle que dentro de poco estaremos allí”. Se separan estos últimos, y los otros siguen con Jesús. Los discípulos, a excepción de Esteban e Isaac, van con los apóstoles que han sido enviados al palacio. En el barrio de Ofel, otra nueva separación. Los encargados de ir al Getsemaní se encaminan, raudos, junto con Isaac. Esteban se queda con Jesús, los hijos de Alfeo, Pedro, Santiago e Iscariote; y, para no estar parados en el cruce, prosiguen lentamente en la misma dirección de los que van al Getsemaní. Siguen precisamente por la callecilla que, la noche del jueves santo, recorrerá Jesús en medio de sus verdugos. Ahora, que es el mediodía, está vacía de gente. Después de pocos pasos, hay una pequeña placita, con una fuente sombreada por una higuera, que abre sus tiernas hojas sobre la balsa del agua quieta. ■ “Ahí está Samuel, el prometido de Analía” dice Santiago de Alfeo que debe conocerle bastante bien. El joven está para entrar en casa con el cordero… Trae también otros alimentos. Judas de Alfeo observa: “Se ocupa de la cena pascual también para su pariente”. Pedro dice: “¿Pero ahora se ha establecido aquí? ¿No estaba fuera?”. Judas de Alfeo: “Sí. Se ha establecido aquí. Se cuenta que se va a casar con la hija de Cleofás, el fabricante de sandalias. Tiene mucho dinero…”. Iscariote dice: “¡Ah! ¿Entonces por qué anda diciendo que Analía le abandonó? ¡Eso es mentira!”. Jesús dice a Judas de Keriot: “El hombre se sirve fácilmente de la mentira. No sabe que al obrar así, se pone en el sendero del mal. Basta el primer paso, un paso, para no poderse librar más… Es un laberinto… una trampa. Una trampa en bajada…”. Santiago de Zebedeo comenta: “¡Lástima! ¡El año pasado parecía tan bueno ese hombre!”. Pedro interrumpe: “Sí. Yo hasta pensé que imitaría a su prometida en cuanto a entregarse totalmente a Ti, que harían una pareja de esposos angelicales y siervos tuyos. ¡Lo habría jurado yo!…”. ■ Jesús le responde: “¡Simón mío! No jures nunca sobre el futuro de un hombre. Es lo más incierto que pueda haber. Ninguna cosa presente en el momento del juramento puede servir de garantía al juramento. Hay delincuentes que se hacen santos, y hay justos, o aparentemente justos, que se convierten en delincuentes”. ■ Samuel, entretanto, después de entrar en casa, sale para ir a traer agua… Y ve a Jesús. Le mira con visible desprecio y le lanza un insulto; sí, ciertamente es un insulto, pero es en hebreo y no lo entiendo. Iscariote se arroja sobre él, le toma de un brazo, le sacude como se sacude a un árbol del que se quiere hacer caer la fruta: “¿Así hablas al Maestro, pecador? ¡Vamos, de rodillas! Y pronto. Pídele perdón, ¡lengua puerca de cerdo! ¡Vamos, o te hago pedazos!”. El hermoso Judas es terrible cuando la ira le acomete. Su rostro se altera terriblemente. Inútilmente Jesús trata de calmarle. Hasta que no ve al blasfemo arrodillado en tierra fangosa que hay alrededor de la fuente, no afloja la presión. “Perdón” dice entre dientes, sintiendo las tenazas de los dedos de Judas que le torturan. Pero lo dice mal porque se ve forzado. ■ Jesús responde: “No te guardo ningún rencor. Tú sí, a pesar de lo que acabas de decir. La palabra es inútil, si el corazón no la acompaña. Tú, dentro de tu corazón, me sigues insultando. Y pecas doblemente. Porque me acusas y porque me odias por un motivo que en el fondo tu conciencia te dice que no es verdad. Porque tú, tú solo, eres el que faltaste a tu palabra, no Analía, ni Yo. Pero te perdono todo. Vete y procura ser recto para que Dios te ame. ¡Déjale Judas!”. Samuel: “Me voy, ¡pero te odio! Me has quitado a Analía y por eso te odio”. Iscariote: “Pero te consuelas con Rebeca, la hija del zapatero. Y te consolabas ya desde cuando Analía era todavía tu prometida y, enferma, pensaba solo en ti…”. Samuel, a modo de excusa, al ver descubiertas sus tonterías, dice: “Me veía ya sin mujer… eso pensaba… y me buscaba una esposa… Ahora he regresado a Rebeca porque… porque… Analía no me ama”. Iscariote añade: “… y porque Rebeca es muy rica. Fea como una sandalia tirada… y vieja como una suela perdida en un sendero… pero rica, eso sí, rica…” y sarcásticamente se echa a reír, mientras el otro huye. Pedro le pregunta: “¿Cómo lo sabes?”. Iscariote: “¡Es fácil saber dónde hay vírgenes y dinero!”. Pedro, que está sudando, dice con tono suplicante: “Bien. ¿Tomamos ese camino, Maestro? Esta plaza es como un horno de pan, allá hay sombra y aire”. (Escrito 2 de Febrero de 1946).

Nota de María Valtorta: Reconozco en Samuel al joven que, en la Pasión, con la máscara de odio que le transforma, mata a su madre de una patada, para poder ir a golpear al Maestro con un garrote.
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(<Mientras están celebrando la cena pascual en el palacio de Lázaro en Jerusalén, durante la Parasceve, se oyen golpes fuertes en el portón>)
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6-375-98 (7-65-434).- Las consecuencias de la conducta de Samuel deberían ser una enseñanza para Judas.
* Jesús, señalando a Samuel: “Judas, así se convierte uno en posesión de Satanás… así se mata a las pobres madres”.- ■ La alarma brota entre los presentes. “¿Quién es?” “¿Quién anda en la noche de Pascua?” “¿Soldados?” “¿Fariseos?” “¿Soldados de Herodes?”. Mientras aumenta la excitación aparece Leví, el guardián del palacio de Lázaro: “Perdona, Rabí” dice, “hay allí un hombre que quiere verte. Está en la puerta. Parece que está muy afligido. Es viejo. Me da la impresión de que sea uno de provincia. Te quiere ver. Y con urgencia”. Pedro grita: “¡Vamos, que esta noche no es noche para hacer milagros! Que regrese mañana…”. Jesús, poniéndose de pie, dice: “¡No! Todas las noches son tiempo de hacer milagros, para mostrar misericordia”. Y desciende desde su sitial para ir hacia el atrio. Pedro le dice: “¿Vas solo? Voy también yo”. Jesús: “No. Tú quédate donde estás”. Sale acompañado de Leví. ■ En el fondo, junto al pesado portón, en el atrio semioscuro —han sido apagadas las lámparas que antes lo iluminaban— se ve a un hombre de edad. Está nervioso. Jesús se le acerca. “Espera, Maestro. Tal vez he tocado a un muerto y no quiero contaminarte. Soy el pariente de Samuel, el prometido de Analía. Estábamos cenando. Samuel bebía y bebía… como no debe hacerse. Hace tiempo que me parece un poco fuera de sí. ¡El remordimiento, Señor! Medio ebrio decía: «De este modo no me acuerdo de haberle dicho que le odio. ¡Porque, sabedlo vosotros, yo he maldecido al Rabí!». Me parecía un Caín, porque repetía: «Mi iniquidad es demasiado grande. ¡No merezco perdón! ¡Tengo que beber! Beber para no recordar. Porque está dicho que quien maldice a su Dios, llevará consigo su pecado y es reo de muerte» (1). Deliraba ya así, cuando entró en la casa un pariente de la madre de Analía para preguntar el por qué del repudio. Samuel, medio borracho, contestó con malas palabras. El otro, por su parte, le amenazó con llevarle ante el magistrado por el daño que causa al honor de la familia. Samuel fue el primero en darle una bofetada. Vinieron a las manos… Yo ya estoy viejo, lo mismo que mi hermana, y viejos son el criado y la criada. ¿Qué podíamos hacer nosotros cuatro y qué podían las dos hermanas pequeñas de Samuel? ¡Podíamos gritar! ¡Tratar de separarlos! No más… Samuel tomó el hacha con que habíamos partido la leña para el cordero, y le pegó con ella en la cabeza… No se la abrió, porque le pegó con el reverso, no con el tajo. Pero el otro empezó a tambalearse y cayó por el suelo… No gritamos más… para no atraer a la gente… Nos encerramos fuertemente en casa… Aterrorizados… Esperamos que el hombre volviese en sí, echándole agua en la cabeza. Pero sigue borbotando, borbotando. No cabe duda de que se va a morir. Por momento así parece. Yo me vine corriendo a llamarte. Mañana… tal vez antes, sus familiares le buscarán, y vendrán a nuestra casa porque saben que fue a ella. ¡Le encontrarán muerto!… Y Samuel, según la ley, deberá morir… Señor, estamos ya deshonrados… ¡Pero que esto no sobrevenga! ¡Ten piedad de mi hermana, Señor! Él te maldijo… Pero su madre te ama… ¿Qué vamos a hacer?”. ■ Jesús le dice: “Espérame un momento. Voy contigo” y Jesús regresa a la sala y de la puerta dice: “Judas de Keriot, ven conmigo”. Iscariote pregunta: “¿A dónde, Señor?”. Y obedece inmediatamente. Jesús: “Lo sabrás. Todos vosotros quedaos en paz. Pronto regresaremos”. Salen de la sala, del vestíbulo, de la casa. Las calles solitarias y oscuras. Pronto llegan. Iscariote pregunta: “¿La casa de Samuel? ¿Por qué?…”. Jesús: “Silencio, Judas. Te traje conmigo porque tengo confianza en tu buen juicio”. ■ El anciano se ha hecho reconocer. Entran. Suben al comedor, a donde llevaron al hombre herido. Iscariote exclama: “¡¿Un muerto?! ¡Maestro, nos contaminamos!”. Jesús: “No está muerto. Ves que está respirando y oyes que agoniza. Ahora le voy a sanar”. Iscariote: “¡Si le han pegado en la cabeza! ¡Aquí se ha cometido un crimen! ¿Quién fue?… ¡Y en el día de Pascua!”. Judas está espantadísimo. “¡Él fue!” dice Jesús señalando a Samuel que se ha arrinconado en un ángulo, lleno de espanto, temblando de terror, cubierta su cabeza con el extremo de su manto, para no ver y no ser visto, mirado por todos con horror, por todos menos por la madre, que al horror por el homicida une la angustia por el hijo culpable y condenado ya de antemano por la férrea ley de Israel. ■ Jesús: “¿Ves a qué conduce un primer pecado? A esto, Judas. Comenzó por ser perjuro con Analía, luego con Dios. Luego calumnió, mintió, blasfemó, se embriagó, y ahora es un homicida. De este modo se convierte el hombre en posesión de Satanás. Tenlo presente, Judas. No lo olvides…”. Jesús se muestra terrible mientras señala a Samuel con su brazo extendido. Pero luego mira a su madre que, agarrada a una contraventana trata de levantarse a duras penas, temblorosa (parece ya cercana a la muerte), y con una tristeza desgarradora dice: “¡Y así, Judas, se mata, sin más arma que la del crimen del hijo, a las pobres madres!… De ella siento compasión. Yo siento compasión por las madres. Yo, el Hijo que no verá compasión hacia su Madre…”. Jesús llora… Judas le mira estupefacto, sin saber qué decir.
* “¡Sí! ¡El amarte es algo dulce! ¡Tiene razón Analía! Ahora la comprendo”.- ■ Jesús se inclina sobre el herido, le pone su mano sobre la cabeza. Ora. El herido abre los ojos. Parece como si estuviera ebrio. Mira sorprendido… Vuelve completamente en sí. Se sienta apoyando los puños contra el suelo. Mira a Jesús. Pregunta: “¿Quién eres?”. Jesús: “Jesús de Nazaret”. El hombre trata de recordar: “¡El Santo! ¿Por qué estás junto a mí? ¿Dónde estoy? ¿Dónde está mi hermana y su hija? ¿Qué pasó?”. Jesús: “Oye, tú me llamas santo. ¿Crees que lo sea?”. Hombre: “Sí, señor. Eres el Mesías del Señor”. Jesús: “¿Mi palabra es sagrada para ti?”. “Sí”. Jesús: “Entonces —Jesús se pone de pie, está majestuoso— entonces Yo, como Maestro y Mesías, te ordeno que perdones. Viniste aquí y se te ofendió”. El hombre, incorporándose, dice: “¡Ah, Samuel! ¡Sí!… ¡El hacha! Lo denunc…”. Jesús: “¡No! Perdona en nombre de Dios. Por esto te he curado. Quieres mucho a la madre de Analía porque sufre mucho. La de Samuel sufrirá mucho más. Perdona”. El hombre vacila un poco. Mira con rencor al que le hirió. Mira a la madre angustiada. Mira a Jesús… No sabe qué decidir. Jesús abre sus brazos, le atrae hacia su pecho diciéndole: “Perdona por el amor que me tienes”. ■ El hombre se echa a llorar… ¡Estar entre los brazos del Mesías, sentir su aliento sobre los cabellos, y un beso donde antes había sido herido!… Llora, llora… Jesús pregunta: “Es verdad ¿o no? ¿Perdonas por el amor que me tienes? ¡Oh, bienaventurados los misericordiosos! Llora, llora sobre mi pecho. ¡Salva con tus lágrimas cualquier rencor! Que se haga nuevo, puro, tu corazón. Así. Bueno, compasivo como debe serlo un hijo de Dios…”. El hombre levanta la cara y entre lágrimas dice: “¡Sí! ¡El amarte es algo dulce! ¡Tiene razón Analía! Ahora la comprendo… ¡Mujer, no llores más! Lo que pasó, pasó. Nadie sabrá cosa alguna de mi boca. Quédate con tu hijo y que ojalá pueda hacerte feliz. Hasta pronto. Me voy a mi casa”. Y trata de irse. Jesús le dice: “Me voy contigo. ¡Adiós, madre! ¡Adiós, Abraham! ¡Adiós muchachas!”. Ni una palabra a Samuel que a su vez no encuentra palabra alguna. La madre le quita bruscamente el manto de la cabeza y presa de emoción por el momento pasado, le grita: “¡Da gracias a tu Salvador, corazón de piedra! ¡Dale las gracias, hombre desvergonzado!…”. Jesús: “Déjale, mujer. Sus palabras no tendrán ningún valor. El vino le ha entorpecido, y su corazón está cerrado. Ruega por él… ¡Adiós!”´. ■ Baja las escaleras. Alcanza en la calle a Judas y al otro, despide al viejo Abraham que quiere besarle las manos, y bajo los primeros rayos de la luna regresa a casa. Jesús le pregunta: “¿Vives lejos?”. Hombre: “A los pies del monte Moria”. Jesús: Entonces tenemos que separarnos”. Hombre: “¡Señor, me has conservado la vida y así puedo vivir con mis hijos y con mi esposa! ¿Qué cosa debo hacer por Ti?”. Jesús: “Ser bueno, perdonar y callar. Nunca, por ningún motivo, debes decir ni una palabra de cuanto ha sucedido. ¿Me lo prometes?”. Hombre: “¡Lo juro por el sagrado Templo! Aunque me duela el no poder decir que me has salvado…”. Jesús: “Sé hombre justo y Yo salvaré tu alma. Y esto sí que lo podrás decir. ¡Adiós! ¡La paz sea contigo!”. El hombre se arrodilla, saluda. Se separan.
* “Quise que meditaras sobre lo que puede conducir la mentira, la ambición del dinero, la embriaguez, las prácticas inertes de una religión que no se vive, que no se siente espiritualmente.- ■ Judas, ahora que están solos, exclama: “¡Qué cosas! ¡Qué cosas!”. Jesús: “¡Sí! ¡Horribles! ¡Judas, tampoco tú dirás palabra alguna!”. Iscariote: “No señor. ¿Pero por qué quisiste que viniera contigo?”. Jesús: “¿No estás contento de la confianza que tengo en ti?”. Iscariote: “¡Oh, sí, cómo no lo he de estar! Pero…”. Jesús: “Quise que meditaras sobre lo que puede conducir la mentira, la ambición del dinero, la embriaguez, las prácticas inertes de una religión que no se vive, que no se siente espiritualmente. ¿Para Samuel qué significaba el simbólico banquete? ¡Nada! Una ocasión para embriagarse. Un sacrilegio, y en medio de él se convirtió en homicida. ■ En lo porvenir muchos serán como él, y todavía con el sabor del cordero en su lengua, y no de un cordero físico, sino del Cordero divino, irán a cometer crímenes. ¿Por qué? ¿Cómo es posible? ¿No lo preguntas? Yo mismo te lo estoy diciendo: porque se habrán preparado para aquella hora con muchas acciones cometidas por distracciones al principio, por terquedad luego. Tenlo presente, Judas”. Iscariote: “Así lo haré, Maestro. ¿Qué vamos a decir a los demás?”. Jesús: “Que había un hombre muy grave. Es la verdad”. Atraviesan rápidamente una calle y los pierdo de vista. (Escrito el 3 de Febrero de 1946).
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1  Nota  : Cfr. Lev. 24,10-16.
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(<Jesús aún se encuentra en el palacio de Lázaro, en Jerusalén, donde han celebrado la cena ritual. Alrededor de Jesús, que está sentado junto al triclinio de Lázaro, están casi todas las mujeres y todas las antiguas discípulas.>)
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6-376-105 (7-66-441).- Mannaén trae una invitación de Herodes Antipas y habla del servilismo de Cusa.- Unos sanedristas visitan a Lázaro.- Condena al Templo corrompido.
* Jesús, a la invitación de Herodes, responde con un «no» que parece un rayo.- ■ Entra un criado diciendo: “Ha venido Mannaén. Quiere ver al Maestro”. Jesús: “Que venga. Sin duda querrá hablar de cosas serias”. Las mujeres, discretas, se retiran; los discípulos las siguen. Pero Jesús llama a Isaac, al sacerdote Juan, a Esteban y a Hermas, y, de los pastores discípulos, a Matías y a José. Explica: “Conviene que lo oigáis también vosotros que sois discípulos”. Entra Mannaén y se inclina. Jesús: “La paz a ti”. Mannaén: “La paz a Ti, Maestro. El sol se está poniendo. Los primeros pasos después del reposo sabático es justo que sean por Ti, Maestro”. Jesús: “¿Has tenido una buena Pascua?”. Mannaén: “¿¡Buena!? ¡Nada bueno puede suceder donde están Herodes y Herodías! Espero haber comido por última vez el cordero con ellos. ¡Aunque me cueste la vida no quedaré más allá!”. Judas Iscariote observa: “Creo que cometes un error. Puedes servir al Maestro quedándote…”. Mannaén: “Eso es verdad. Y es lo que hasta ahora me ha retenido. Pero, ¡qué náusea! ■ Podría substituirme Cusa…”. Bartolomé le hace una observación: “Cusa no es Mannaén. Cusa es… Sí. Se mueve entre dos aguas. No denunciaría jamás a su señor. Tú eres más sincero”. Mannaén: “Eso es verdad. Y es verdad lo que dices. Cusa es el cortesano. Se queda hechizado ante el esplendor de la corte… de la realeza… ¡¿Qué estoy diciendo?! ¡Del fango regio! Pero se ve rey estando con el rey… Le acongoja el poder perder el favor del rey. La otra noche parecía un lebrel apale­ado cuando, casi arrastrándose, se presentó ante Herodes, que le había llamado tras haber escuchado las quejas de Salomé, a la que Tú habías arrojado de tu presencia. Cusa estaba en un momento muy escabroso. El deseo de salvarse, a toda costa, incluso quizás acusán­dote a Ti, criticándote, estaba escrito en su cara. Pero Herodes… Quería sólo reírse a espaldas de la muchacha, de la cual ya ha llegado un momento que siente náuseas, como también de la madre de ella. Y se reía como un desquiciado oyendo tus palabras dichas por Cusa. Repetía: «Demasiado, demasiado dulces todavía, para esa jo­ven… (y dijo una palabra tan indecente que no te la digo). Habría debido pisotear sus entrañas insaciables… ¡Pero se habría contaminado!» y reía. Luego, poniéndose serio, dijo: «Pero… la afrenta, mere­cida por esa hembra, no puede tolerarla la corona. Yo soy magnánimo (está obsesionado con que lo es, y, dado que nadie se lo dice, pues se lo dice él a sí mismo) y perdono al Rabí, incluso consi­derando que ha dicho a Salomé la verdad. Pero quiero que venga a la Corte para perdonarle del todo. Quiero verle, oírle y hacerle obrar milagros. Que venga y yo me haré protector suyo». ■ Esto decía la otra noche. Y Cusa no sabía qué responder. No quería decirle que no al monarca. Por otra parte, no podía decirle que sí. Porque Tú, cierta­mente, no puedes condescender con los caprichos de Herodes. Hoy me ha dicho a mí: «Tú que vas donde Él… Hazle saber mi voluntad». La hago saber. Pero… ya sé la respuesta. De todas formas dímela, para poder transmitirla”. Jesús: “¡No!”. Un «no» que parece un rayo. Tomás pregunta: “¿No te crearás un enemigo demasiado fuerte?”. Jesús: “Y un verdugo también. Pero no puedo responder sino: «no»”. Tomás: “Nos perseguirá…”. Mannaén, encogiéndose de hombros, dice: “Dentro de tres días ya no se acordará”. Y añade: “Le han prometido algunas danzas… Llegan mañana… ¡Se olvidará de todo!…”.
* Los sanedristas refieren de una sesión extraordinaria del Sanedrín donde, con simula­ción de juicio y voto, se ha decidido la vida de tres personas inocentes y absuelto al culpable, el depravado Eleazar de Anás, hijo de Anás, el Sumo Sacerdote.- ■ Vuelve el criado: “Señor —dice a Lázaro—, han venido Ni­codemo, José, Eleazar y otros fariseos y jefes del Sanedrín. Quieren saludarte”. Lázaro mira a Jesús interrogativamente. Jesús comprende: “Que vengan. Los saludaré de buena gana”. Poco después entran: José; Nicodemo; Eleazar, aquel justo del banquete de Ismael; Juan, aquel del banquete, ya lejano en el tiem­po, del de Arimatea; otro, que oigo que le llaman Josué; otro, Felipe; otro, Judas; el último, Joaquín. Saludos sin fin. Menos mal que la sa­la es grande… si no, ¿cómo habrían podido meter en ella tantas reve­rencias y tanto abrir de brazos y tantas ampulosidades? Pero, a pe­sar de ser grande, se llena tanto, que los discípulos deciden desapa­recer. ¡Quizás no dan crédito al hecho de no estar bajo el fuego de tantas pupilas de miembros del Sanedrín! Se quedan solamente Lázaro y Jesús. ■ El que tiene por nombre Joaquín dice: “Lázaro, sabemos que estás en Jerusalén. ¡Así que hemos venido”. Lázaro, un poco irónico, dice: “Me asombra y me alegra. Ya casi no recordaba tu cara…”. Joaquín: “¡Hombre!… ya sabes… queríamos venir. Pero… habías desaparecido”. Lázaro: “¡Lo cual hubiera sido maravilloso! ¡Efectivamente, es muy difícil visitar a un desdichado!”. Joaquín: “¡No! ¡No digas eso! Nosotros… respetábamos tu deseo. Pero ahora que… ahora que… ¿verdad Nicodemo?”. Nicodemo: “Sí, Lázaro. Los viejos amigos vuelven. Incluso por el deseo de noticias tuyas y de venerar al Rabí”. Lázaro: “¿Qué noticias me traéis?”. Sanedristas: “Mmm!… Las cosas de siempre… El mundo… Ya…” miran de reojo a Jesús, que está rígido en su asiento, un poco absorto. ■ Lázaro: “¿Y cómo es que estáis todos juntos hoy nada más terminar el sábado?”. Sanedristas: “Ha habido una reunión extraordinaria”. Lázaro: “¡¿Hoy?! ¿Pues qué motivo había tan urgente?…”. Los recién llegados miran furtiva y significativamente a Jesús. Pero Él está absorto… Responden luego: “Muchos motivos…”. Lázaro: “¿No tienen que ver con el Rabí?”. José de Arimatea explica: “Sí, Lázaro. También con Él. Pero también se ha juzgado un he­cho grave, acaecido mientras estábamos todos reunidos en la ciudad por las fiestas…”. Lázaro: “¿Un hecho grave? ¿Cuál?”. Eleazar dice: “Un error de… juventud… ¡Mmm! ¡En fin! Una controversia grave…­ porque… Rabí, escúchanos. Estás entre personas honestas. No somos discípulos tuyos, pero tampoco somos enemigos. En casa de Ismael me dijiste que no estaba lejos de la justicia”. Jesús: “Es verdad. Y lo confirmo”. Juan dice: “Y yo te defendí contra Félix en el banquete de José”. Jesús: “Eso también es verdad”. Juan: “Y éstos piensan como nosotros. Hoy hemos sido llamados a decidir­… y no estamos contentos de lo que se ha decidido. Porque se han salido con la suya la mayoría, que estaban contra nosotros. Escucha y juzga Tú, que eres más sabio que Salomón”. Jesús los perfora con su profunda mirada. Luego dice: “Hablad”. El que se llama Judas, dice: “¿Estamos seguros de que nadie nos oye? Porque es… una cosa horrenda…”. Le responde Lázaro: “Cierra la puerta y corre la cortina, y estaremos en una tumba”. ■ Felipe dice: “Maestro, ayer por la mañana dijiste a Eleazar de Anás que no se contaminara por ninguna razón. ¿Por qué se lo dijiste?”. Jesús: “Porque había que decirlo. Él se contamina, Yo no; los libros sagrados lo dicen”. Eleazar dice: “Es verdad”. Y pregunta: “Pero ¿cómo sabes que se contamina? ¿Te habló quizás la joven antes de la muerte?”. Jesús: “¿Qué joven?”. Eleazar: “La que ha muerto después de la violencia, y con ella su madre. Y no se sabe si las ha matado el dolor o si se han matado, o si las han matado con veneno para que no hablaran”. Jesús: “Yo no sé nada de esto. Veía el alma depravada del hijo de Anás. Sentía su mal olor. Hablé. Ni sabía ni veía más cosas”. Lázaro pregunta con interés. “¿Pero qué ha pasado?”. Nicodemo dice: “Ha pasado que Eleazar de Anás vio a una joven, hija única de una viuda, y… la atrajo a sí con el pretexto de encargarle un trabajo, porque para vivir hacían labores de costura, y… abusó de ella. La jo­ven murió… tres días después, y con ella la madre. Pero, antes de morir, a pesar de las amenazas recibidas, dijeron todo a su único pa­riente… Y éste fue donde Anás con la acusación. Pero, no contento todavía, se lo dijo a José, a mí y a otros… Anás ha mandado que le arresten y le metan en la cárcel. De ahí pasará a la muerte, o no vol­verá a ser libre. Hoy Anás ha querido saber nuestra opinión”. José masculla entre dientes: “No lo habría hecho, si no hubiera sabido que nosotros ya estába­mos al corriente”. Nicodemo termina: “Sí… Vamos que con una apariencia de votación, con una simula­ción de juicio, se ha decidido sobre el honor y la vida de tres desdi­chados y sobre la pena para el culpable”. Jesús: “¿Y entonces?”. Nicodemo: “¡Pues entonces! ¡Es natural! Nosotros, que hemos votado por la libertad del hombre y el castigo de Eleazar, hemos sido amenazados y expulsados como personas injustas. ¿Tú qué opinas?”. Jesús dice pausada y terriblemente: “Que Jerusalén me produce náuseas, y que en Jerusalén el bu­bón más fétido es el Templo”. Y termina: “Se lo podéis decir a los del Templo”. Pregunta Lázaro: “¿Y Gamaliel qué ha hecho?”. Nicodemo: “En cuanto oyó el hecho se tapó la cara y salió diciendo: «Venga pronto el nuevo Sansón para acabar con los filisteos depravados»”. Jesús: “¡Bien ha dicho! Pronto vendrá”. Un momento de silencio.
* “¿Y queréis que no llame mezquino a un País en que tenemos un Tetrarca que es un sucio y un homicida y un Sumo Sacerdote cómplice de un violador y asesino?… Decid a éstos que en nombre del Dios verdadero los consagro a su condena y, como nuevo Miguel, los arrojo del Paraíso. Ellos que quisieron ser dioses y son demonios. Ya están juzgados y sin remisión”.- ■ Lázaro, señalando a Jesús, pregunta: “¿Y de Él no se ha hablado?”. Nicodemo: “¡Sí, claro! Antes que de ninguna otra cosa. Ha habido quien ha referido que calificaste de mezquino al reino de Israel. Por eso te han tachado de blasfemo; es más, de sacrílego. Porque el reino de Israel viene de Dios”. Jesús: “¡¿Ah, sí?!”. Y luego pregunta: “¿Y cómo ha llamado el Pontífice al violador de una vir­gen, al profanador de su ministerio? ¡Responded!”. Joaquín, atemorizado por la majestuosidad de Jesús, que está frente a Él, alto, de pie, con el brazo extendido…, dice: “Es el hijo del Sumo Sacerdote. Porque el verdadero rey allí den­tro es Anás”. Jesús: “Sí. El rey de la depravación. ¿Y queréis que no llame mezquino a un País en que tenemos un Tetrarca que es un sucio y un homicida y un Sumo Sacerdote cómplice de un violador y asesino?…”. ■ Eleazar susurra: “Quizás la joven se ha matado o ha muerto de dolor”. Jesús: “Asesinada, en cualquier caso, por su violador… ¿Y ahora no se hace una tercera víctima con el pariente, encarcelado para que no hable? ¿Y no se profana el altar acercándose a él con tantos delitos? ¿Y no se ahoga la justicia imponiendo silencio a los justos, demasia­do escasos, del Sanedrín? ¡Sí, venga pronto el nuevo Sansón, y abata este lugar profanado; extermine para dar nueva salud!… Yo, a punto de vomitar, por la náusea que siento, no sólo llamo mezquino a este País desdichado, sino que me alejo de su corazón lleno de podredum­bre, lleno de delitos sin nombre, cueva de Satanás… Me marcho. No por miedo a la muerte. Os demostraré que no tengo miedo. Me marcho porque no ha llegado mi hora y no doy perlas a los puercos de Is­rael, sino que se las llevo a los humildes, diseminados por las cabañ­as, por los montes, por los valles de los pueblos pobres. Lugares donde todavía se sabe creer y amar, si alguien lo enseña; lugares, donde, bajo las toscas vestiduras hay espíritus. Aquí, por el contra­rio, las túnicas y mantos sagrados, y más todavía el efod y el racio­nal (1), sirven para cubrir inmundas carroñas y para contener armas homicidas. Decid a éstos que en nombre del Dios verdadero los consagro a su condena, y, como nuevo Miguel, los arrojo del Paraíso. Y para siempre. Ellos que quisieron ser dioses y son demonios. No ne­cesitan estar muertos para ser juzgados. Ya están juzgados. Y sin remisión”.
* Los miembros del Sanedrín, ante la tremenda ira de Cristo, parecen hacerse pequeños.- Y Lázaro pregunta: “¿Cómo se podrá tener esperanza en la misericordia, si te muestras tan terrible?”.-Los miembros del Sanedrín y los fariseos, antes solemnes, se arrinconan de tal forma, ante la tremenda ira de Cristo, que parecen hacerse pequeños. Jesús, por el contrario, parece hacerse un gigante de tanto fulgor como hay en sus miradas y de tanta impetuosidad como hay en sus gestos. Lázaro gime: “¡Jesús! ¡Jesús! ¡Jesús!”… Jesús le oye, y, cambiando de tono y aspecto, dice: “¿Qué te sucede, amigo mío?”. Lázaro: “¡No! ¡No con ese aspecto terrible! ¡No eres ya el mismo! ¿Cómo se podrá tener esperanza en la misericordia, si te muestras tan terrible?”. Jesús: “Y, no obstante, así estaré, y más todavía, cuando juzgue a las doce tribus de Israel. Pero, ten valor, Lázaro. Quien cree en Cristo ya ha sido juzgado…”. Se sienta de nuevo. Un momento de silencio. ■ Al final, Juan pregunta: “¿Y nosotros, por haber preferido los im­properios a mentir en el ejercicio de la justicia, cómo seremos juzga­dos?”. Jesús: “Con justicia. Perseverad y llegaréis a donde Lázaro ya ha llega­do: a la amistad con Dios”. Se levantan. Sanedristas: “Maestro, nos marchamos. La paz a Ti. Y a ti, Lázaro”. Jesús: “La paz a vosotros”. Varios suplican: “Que lo que se ha dicho quede aquí”. Jesús: “No temáis. Marchaos. Que Dios os guíe en todos los nuevos ac­tos”. Salen. Se quedan solos Jesús y Lázaro. Después de un poco, éste dice: “¡Qué horror!”. Jesús: “Sí. ¡Qué horror!… Lázaro, voy a preparar la partida de Jerusa­lén. Seré huésped tuyo en Betania hasta el final de los Ácimos” (2). Y sale… (Escrito el 4 de Febrero de 1946).
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1  Nota  : El efod y el racional formaban parte de la vestimenta sacerdotal, descrita en Éxodo 28; 39,1-32. El racional era un pectoral en forma de bolsa cuadrada, prendida en el efod, que era un indumento. Cfr. Lev. 8,1-13. Efod era también el nombre de un instrumento de adivinación, como Jueces 8,24-27.  2  Nota  : De los Ácimos, o sea, de la fiesta de los Ácimos, que comenzaba con la Pascua y duraba una semana, durante la cual se permitía comer solo pan ácimo, es decir, no fermentado, como está escrito en Éxodo 12,15-20; 13,3-7. Cfr. Anotaciones  n. 2: Las fiestas de Israel.
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(<Han llegado a Betania, a la casa de Lázaro. En estos momentos, Jesús y María Magdalena se encuentran en el jardín. Marta acaba de dejar a los dos para atender los quehaceres de la casa>)
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6-377-112 (7-67-449).- La pureza de la Virgen, Mujer de alma de niño, más aún, Mujer de alma de ángel, será la piedra preciosa del Paraíso.- “Marta, imita a tu hermana. María ha escogido la parte mejor” (1).
* “¿Será entonces sólo de los niños el Paraíso? ¡No!, ¡no! Es necesario saber hacerse niños, pero el Reino se abre también para los adultos. Como niños… Ésta es la pureza. El arrepentimiento, créeme, es lo que depura a las almas”.- ■ Jesús se sienta en un asiento que está colocado justo contra el borde del estanque. María se sienta a los pies de Jesús, en la hierba verde y bien cuidada. En un primer momento no hablan. Jesús, visiblemente, goza del silencio y del descanso en el fresco del jardín. María se deleita en mirarle. Jesús juega con el agua cristalina del estanque. Sumerge en ella sus dedos, la peina separándola en pequeñas estelas, y luego deja que toda la mano se sumerja en ese frescor puro. Dice: “¡Qué bonita es esta agua tan límpida!”. Magdalena: “¿Tanto te gusta, Maestro?”. Jesús: “Sí, María. Porque es cristalina. Mira, no tiene ni un vestigio de barro. Hay agua, pero es tan pura que parece que no hay nada. Podemos leer las palabras que se dicen los pececillos…”. Magdalena: “Como se lee en el fondo de las almas puras. ¿No es verdad, Maestro?” y María da un suspiro. ■ Jesús oye el suspiro cortado de María con una sonrisa, y medica inmediatamente la pena de María: “¿Dónde tenemos las almas puras, María? Es más fácil que un monte ande que no que una criatura sepa mantenerse pura con las tres purezas. Demasiadas cosas se mueven y fermentan en torno a un adulto. Y no siempre se puede impedir que entren dentro. Sólo los niños tienen el alma angélica, una alma que ignora aquello que se puede convertir en fango. Por eso los amo tanto. Veo en ellos un reflejo de la Pureza infinita. Son los únicos que llevan consigo un recuerdo de los Cielos. ■ Mi Madre es la Mujer de alma de niño. Más aún, es la Mujer de alma de ángel. Cual era Eva cuando salió de las manos del Padre. ¿Te imaginas, María, qué sería el primer lirio florecido en el jardín terrenal? También son muy bonitos estos que hacen de guía a esta agua. ¡Pero la primera que salió de las manos de Creador!… ¡Ah! ¿Era flor o diamante? ¿eran pétalos u hojas de plata finísima? Y, sin embargo, mi Madre es más pura que ese primer lirio que perfumó los vientos. Y su perfume de Virgen inviolada llena Cielo y Tierra, y al percibirlo irán en pos de él los buenos en el correr de los siglos. El Paraíso es luz, perfume, armonía. Pero si en él el Padre no gozase en contemplar a la Toda Hermosa que hace de la Tierra un paraíso, y si el Paraíso no tuviera en el futuro al Lirio vivo en cuyo seno están los tres pistilos de fuego de la Divina Trinidad, su luz, su perfume, su armonía, su alegría quedarían disminuidos. La pureza de mi Madre será la piedra preciosa del Paraíso. ■ ¡Mas el Paraíso es inconmensurable! ¿qué dirías de un rey que tuviera solo una piedra preciosa en su tesoro?, ¿aunque fuera la joya por excelencia? Cuando Yo abra las puertas del Reino de los Cielos… —no suspires, María: para esto he venido— muchas almas de justos y de niños entrarán, estela de candor, detrás de la púrpura del Redentor. Pero serán todavía pocas joyas para poblar los Cielos, pocos para formar los ciudadanos de la Jerusalén eterna. Y después… cuando los hombres conozcan la Doctrina de verdad y santificación, cuando mi Muerte haya dado de nuevo la Gracia a los hombres, ¿cómo podrían los adultos conquistar los Cielos, si la pobre vida humana es continuo lodo que contamina? ■ ¿Será entonces sólo de los niños el Paraíso? ¡No!, ¡no! Es necesario saber hacerse niños, pero también el Reino se abre para los adultos. Como niños… Ésta es la pureza. ¿Ves esta agua? Parece muy limpia. Pero, observa: basta con que Yo, con un junco, remueva el fondo, para que se vuelva turbia. Afloran detritos y lodo. El agua clara se pone amarillenta y ninguno bebería de ella. Pero si quito el junco, vuelve la paz, y el agua, poco a poco vuelve a ser cristalina y bonita. El junco: el pecado. Así sucede con las almas. El arrepentimiento, créeme, es lo que las depura…”.
* “¡Marta, Marta! ¿Tendré que decirte, entonces, que ésta (Jesús le pone una mano en la cabeza), venida de tan lejos, te ha superado en el amor? Tú te preocupas de demasiadas cosas. Tu hermana, de una sola”.- ■ Llega improvisamente Marta, apurada, dice: “¿Estás todavía aquí, María? ¡Y yo agobiada!… Pasa el tiempo. Los invitados vendrán pronto y hay muchas cosas que hacer. Las criadas están con el pan, los criados despellejando y cociendo las carnes, yo estoy con la vajilla, las mesas y las bebidas. Pero todavía hay que coger la fruta y preparar el agua de menta y miel…”. María medio escucha las quejas de su hermana. Con una sonrisa dichosa sigue mirando a Jesús, sin cambiar de posición. Marta invoca la ayuda de Jesús: “Maestro, mira cómo sudo. ¿Te parece justo que trajine yo sola? Dile que me ayude”. Marta está ver­daderamente inquieta. Jesús la mira con una sonrisa mitad dulce mitad un poco irónica, mejor: un poco de broma. Marta se inquieta un poco más: “Lo digo de verdad, Maestro. Mira ¡qué vida tan descansada y ociosa tiene mientras yo me muero de fatiga! Y está aquí y ve…”. Jesús se pone más serio y dice: “No es ocio, Marta. Es amor. El ocio era antes. Y tú lloraste mucho por aquel ocio indigno. Tu llanto me impulsó a salvarla para Mí y a devolverla a tu honesto afecto. ¿Vas a querer impedirle amar a su Salvador? ¿Preferirías, entonces, verla lejos de aquí para que no te viera trabajar, pero lejos también de Mí? ¡Marta, Marta! ¿Tendré que decirte, entonces, que ésta (Jesús le pone una mano en la cabeza), venida de tan lejos, te ha superado en el amor? ¿Debo decirte, entonces, que ésta, que no conocía ni una palabra de bien, es ahora maestra en la ciencia del amor? ¡Déjala en su paz! ¡Ha estado muy enferma! Ahora es una convaleciente que se cura bebiendo las bebidas que la fortalecen. Ha vivido muy atormentada… Ahora que se ha liberado de la pesadilla, mira alrededor de sí y hacia dentro de sí, y se descubre nueva y descubre un mundo nuevo. Déjala que se asegure con ello. Con esta «novedad» suya debe olvidar el pasado y conquistarse la eternidad… que no será conquistada únicamente con el trabajo, sino también con la adoración. El que dé un pan a un apóstol o a un profeta recibirá recompensa. Sí. Pero doble recompensa recibirá el que, por amarme, se olvide incluso de comer, porque más grande que la carne habrá tenido el espíritu, que habrá oído voces más fuertes que las de las necesidades —incluso lícitas— humanas. ■ Tú te preocupas de demasiadas cosas, Marta; ella, de una sola. Pero es la que es suficiente para su espíritu y, sobre todo, para su Señor y el tuyo. Deja pasar las cosas inútiles. Imita a tu hermana. María ha escogido la parte mejor, la que no le será arrebatada jamás. Cuando todas las virtudes queden atrás, al no serles ya necesarias a los ciudadanos del Reino, quedará sólo la caridad. La caridad perma­necerá siempre. Ella sola. Soberana. Ella, María, ha escogido la cari­dad, la ha tomado por escudo y bordón, y con ella, como impulsada por alas de ángel, vendrá a mi Cielo”. Marta agacha su cara avergonzada y se marcha.
* El arrepentimiento sincero es filtro que depura y el amor sustancia que preserva de contaminación”.- ■ Magdalena dice para disculparla: “Mi hermana te quiere mucho y se preocupa por darte honor…”. Jesús: “Lo sé. Y será recompensada por ello. Pero necesita ser depurada de su modo de pensar humano, como se ha limpiado esta agua. ¡Mira cómo se ha aclarado otra vez mientras hablábamos! Marta se depurará por las palabras que le he dicho. Tú… tú por la sinceridad de tu arrepentimiento…”. Magdalena: “No. Por tu perdón, Maestro. No bastaba mi arrepentimiento para lavar mi gran pecado…”. Jesús: “Bastaba y bastará a las hermanas tuyas que te imiten; a todos los enfermos del espíritu. El arrepentimiento sincero es filtro que depura; y el amor es la sustancia que preserva de toda nueva contaminación. ■ Por eso aquellos a quienes la vida hace adultos y pecadores podrán volver a ser inocentes como niños y entrar como ellos en mi Reino. Vamos ahora a la casa. Que Marta no esté demasiado en su dolor. Llevémosle nuestra sonrisa de Amigo y hermana”. (Escrito el 14 de Agosto de 1944).
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1  Nota  : Cfr. Lc. 10, 38-42.
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6-377-115 (———–).- “Ahí tenéis completo el ciclo (1) de María Magdalena”.
* Es la más grande de las resucitadas de mi Evangelio. Resucitó de siete muertes”.- ■ Dice Jesús: “No hace falta hacer un comentario. La parábola del agua es comentario de la operación del arrepentimiento en los corazones. Ahí tenéis completo el ciclo de la Magdalena. De la muerte a la Vida. Es la más grande de las resucitadas de mi Evangelio. Resucitó de siete muertes. Nació de nuevo. Ya has visto cómo, cual planta que da flores, ha alzado del lodo el tallo de su nueva flor, cada vez más alto; y luego la has visto florecer para Mí, esparcir fragancia para Mí, morir para Mí. La has visto pecadora, luego mujer sedienta que se acercaba a la Fuente, luego arrepentida, luego perdonada, luego amante, luego piadosa ante el Cuerpo despojado de vida de su Señor, luego sirviendo a mi Madre, amada por ser Madre mía; en fin penitente ante el umbral de su Paraíso. ■ Almas que teméis, aprended a no tener miedo de Mí leyendo la vida de María de Magdala. Almas que amáis, aprended de ella a amar con seráfico ardor. Almas que habéis cometido errores, aprended de ella la ciencia que prepara para el Cielo. Os bendigo a todos para ayudaros a subir. Ve en paz”. (Escrito el 14 de Agosto de 1944).
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1 Nota : Como ya se anotó en la nota N. 1 del episodio 3-174-109, el ciclo de la Magdalena, nombrado también como Evangelio de la Misericordia, está constituido por un ciclo de episodios y enseñanzas sobre María de Magdala, escritos consecutivamente desde el 12 al 14 de Agosto de 1944, pero colocados en varios lugares de la Obra según las instrucciones escritas de María Valtorta. El primer episodio, el 1º del ciclo, se relata en el capítulo 3-174-109; otros dos episodios forman respectivamente los capítulos 3-183-163 y 4-233-27. Como comentario de los tres episodios, sigue un “dictado”, que forma el capítulo 4-234-29. El último episodio, va a formar el capítulo 6-377-112, con un comentario final que acabamos de leer en 6-377-115.
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6-378-116 (7-68-452).- En Betania, Jesús despide a su Madre y mujeres, que regresan a Galilea, y desmonta las ilusiones de Judas Iscariote. Parábola de lo pájaros, criticada por judíos enemigos que tienden una trampa.
* “Judas, tú crees solo en lo que te dices a ti mismo. Pero ninguna cosa podrá cambiar el pensamiento de Dios, que es el que Yo sea Redentor y Rey de un Reino espiritual”. ■ Jesús está en Betania, en la Betania fértil en este hermoso mes de Nisán, sereno, puro, limpio. Pero la gente, que sin duda le ha buscado en Jerusalén y que no quiere marcharse sin antes escucharle, para poderse llevar en su corazón sus palabras, le dan alcance. Es tanta gente, que Jesús ordena reunirla para poder enseñar. Los doce y los setenta y dos, que han vuelto a ser este número, o más, con los nuevos discípulos que se les han agregado en estos últimos días, se esparcen por todas partes para cumplir la orden. ■ Entre tanto Jesús, en el jardín de Lázaro, se despide de las mujeres, y en particular de su Madre… Todas regresan a Galilea acompañadas de Simón de Alfeo, Jairo, Alfeo de Sara, Marziam, el esposo de Susana y Zebedeo. Hay saludos y lágrimas. Muchas no quisieran regresar, pero obedecen por el amor que le tienen, porque es un amor sobrenatural. La que menos habla es María, su Madre. Pero su mirada dice más que todas las otras juntas. Jesús, que lee la mirada, la tranquiliza, la consuela, la llena de caricias, si es que alguna madre puede ser saciada, y sobre todo esa Madre todo amor y congoja por su Hijo perseguido. Y las mujeres al final se marchan, y se vuelven una y otra vez saludando al Maestro, a los hijos, a las afortunadas discípulas judías que se quedan todavía con el Maestro. Simón Zelote observa: “Les ha dolido la separación…”. Jesús: “Pero convenía que se marcharan, Simón”. Zelote: “¿Prevés días tristes?”. Jesús: “Por lo menos, agitados. Las mujeres no pueden soportar las fatigas como nosotros. Además, ahora que tengo un número casi igual de judías y galileas, conviene que estén separadas. Me tendrán por turnos, y por turnos tendrán la alegría de poder servirme; y Yo el consuelo de su afecto común”. ■ Entre tanto la gente sigue aumentando. El huerto que hay entre la casa de Lázaro y la de Zelote está lleno de gente. Hay de todas las castas y condiciones. No faltan ni fariseos de Judea, ni miembros del Sanedrín, ni mujeres veladas. De la casa salen en grupo, junto a una litera en que viene Lázaro, los sanedristas que fueron a visitarle en Jerusalén, y otros más. Lázaro al pasar envía una sonrisa de felicidad a Jesús, que Él le devuelve, mientras se va con el pequeño cortejo donde la gente le está esperando. Los apóstoles vienen a Él, y ■ Judas Iscariote, al que desde hace unos días se le ve alegre, lanza en todas las direcciones las miradas de sus ojos negrísimos y centelleantes, y anuncia al oído de Jesús los descubrimientos que va haciendo: “¡Oh mira, hay también sacerdotes!… ¡Mira, mira! También Simón el sanedrista. Y Elquías. ¡Mira qué mentiroso! Hace pocos meses echaba pestes contra Lázaro y ahora le trata como si fuera un dios. Allí está Doro el Anciano y Trisone. ¿Ves que está saludando a José? Y el escriba Samuel con Saúl… y el hijo de Gamaliel. Allí hay un grupo de herodianos… Y aquel grupo de mujeres veladas sin duda que son las romanas. Están apartadas, pero mira cómo te siguen con los ojos para poderse mover y oírte. Las reconozco pese a sus mantos. ¿Ves? Dos son altas, una más que otra, las demás de mediana estatura, pero proporcionadas. ¿Quieres que las vaya a saludar?”. ■ Jesús: “No. Vienen como desconocidas, como personas anónimas que desean oír la palabra del Rabí. Debemos considerarlas como tales…”. Iscariote: “Como quieras, Maestro. Lo decía para… recordarle a Claudia la promesa…”. Jesús: “No hay necesidad. Y aunque la hubiera, no debemos convertirnos en limosneros. ¿O no lo crees? Una fe heroica se forma en medio de las dificultades”. Iscariote insiste: “Era por Ti, Maestro”. Jesús: “Y por tu idea perpetua de un triunfo humano. Judas, no te formes ilusiones, ni respecto a mi modo futuro de obrar, ni respecto a las promesas que oíste. Tú crees solo en lo que te dices a ti mismo, pero ninguna cosa podrá cambiar el pensamiento de Dios, que es el que Yo sea Redentor y Rey de un Reino espiritual”. Judas no replica.
* Con la parábola de los pájaros, Jesús critica duramente a sus adversarios quienes le contestan que “tu poder está en la lengua; con ella Tú, serpiente nueva, seduces a las multitudes y las perviertes”… Y sobre sus milagros: “milagros de dudoso valor. Si lo puedes todo, ¿por qué no curas a tu amigo y defensor?” (Lázaro).- ■ Jesús está en su sitio, con los apóstoles en círculo en torno a Él. Casi a sus pies está Lázaro en su triclinio; poco lejos de Él, las discípulas judías, o sea, las hermanas de Lázaro, Elisa, Anastática, Juana con los pequeños, Analía, Sara, Marcela, Nique. Las romanas, o al menos las mujeres a las que Judas ha señalado como tales, están más atrás, casi en el fondo, mezcladas entre un montón de gente campesina. Los miembros del Sanedrín, fariseos, escribas, sacerdotes, están —es inevitable— en primera fila; pero Jesús les ruega que dejen paso a tres camillas con enfermos, a los cuales hace algunas preguntas, aunque sin curarlos en seguida. ■ Jesús, para tomar idea de su discurso, centra la atención de los presentes en el gran número de pájaros que tienen sus nidos en las frondas del jardín de Lázaro y del huerto en que está reunido el auditorio. “Observad. Hay pájaros autóctonos y exóticos, de todas las razas y dimensiones. Y, cuando desciendan las sombras, en su lugar, aparecerán las aves nocturnas, que también son numerosas aquí, a pesar de que, sólo por el hecho de no verlas, es casi posible olvidarlas. ¿Por qué hay tantas aves del aire aquí? Porque encuentran de qué vivir felices: sol, paz, abundante comida, lugares de amparo seguros, frescas aguas. Y se congregan, viniendo de oriente y occidente, mediodía y septentrión, si son migratorias, o permaneciendo fieles a este lugar, si son autóctonas. ¿Qué pensar? ¿Que las aves del aire, superan en sabiduría a los hijos del hombre? ¡Cuántos de estos pájaros son hijos de pájaros ya muertos pero que el año pasado, o más lejos en el tiempo, nidificaron aquí y encontraron el bienestar! Ellos se lo han dicho a sus hijos antes de morir. Han indicado este lugar, y éstos, los hijos, han venido obedientes. Y el Padre que está en los Cielos, el Padre de los hombres todos, ¿no ha dicho a sus santos sus verdades?, ¿no ha dado todas las indicaciones posibles para el bienestar de sus hijos? Todas las indicaciones: las que tienen por objeto el bien de la carne y las que tienen por objeto el bien del espíritu. ¿Mas qué observamos? Vemos que lo que fue enseñado para la carne —desde las túnicas de pieles que Él hizo a Adán y Eva, despojados ya ante sus propios ojos del vestido de la inocencia que el pecado había des­garrado, hasta los últimos descubrimientos que el hombre, por la luz de Dios, ha hecho— se recuerda, transmite y enseña; mientras que lo otro, lo que fue enseñado, mandado, indicado para el espíritu, no se conserva, no se enseña, no se practica”. ■ Muchos del Templo cuchichean. Pero Jesús los calma con un gesto. “El Padre, de una bondad que el hombre ni con mucho puede pensar, manda a su Siervo a recordar su enseñanza, a reunir a las aves en los lugares de salvación, a darles exacto conocimiento de aquello que es útil y santo, a fundar el Reino en que toda angélica ave, todo espíritu, encontrará gracia y paz, sabiduría y salvación. Y en verdad, en verdad os digo que, de la misma forma que los pájaros nacidos en este lugar en primavera dirán a otros de otros lugares: «Venid con nosotros, que hay un lugar bueno donde exultaréis con la paz y la abundancia del Señor», siendo así que se verá para el nuevo año pájaros que afluirán aquí; del mismo modo, de todas las partes del mundo, como dicen los profetas, veremos afluir gran nú­mero de espíritus a la Doctrina venida de Dios, al Salvador fundador del Reino de Dios. ■ Pero entre las aves diurnas están mezcladas en este lugar pájaros nocturnos, rapaces, que alteran el orden, capaces de sembrar terror y muerte entre los pajaritos buenos. Éstas son las aves que desde hace años, desde una serie de generaciones, son lo que son, y nada las puede desanidar porque sus obras se hacen en las tinieblas y en lugares impenetrables para el hombre. Éstas, con su cruel mirada, con su vuelo mudo, con su voracidad, con su cruel­dad, trabajan en las tinieblas, y siembran, ellas inmundas, inmundi­cia y dolor. ¿A quién podremos compararlas? A cuantos en Israel no quieren aceptar la Luz que ha venido a iluminar las tinieblas, la Pa­labra que ha venido a adoctrinar, la Justicia que ha venido a santifi­car. Para ellos he venido inútilmente. Es más, para ellos soy motivo de pecado, porque me persiguen a Mí .y persiguen a mis fieles. ¿Qué diré entonces? Una cosa que ya he dicho otras veces: «Muchos ven­drán de oriente y occidente y se sentarán con Abraham y Jacob en el Reino de los Cielos. Pero los hijos de este reino serán arrojados a las tinieblas exteriores»”. ■ Uno de los miembros del Sanedrín que están en contra, grita: “¿Los hijos de Dios a las tinieblas? ¡Blasfemas!”. Es la primera salpicadura de la baba de los reptiles que han estado demasiado tiempo ca­llados, y que no pueden seguir callados porque se ahogarían en su propio veneno. Jesús responde: “No los hijos de Dios”. Sanedrista: “¡Lo has dicho Tú! Has dicho: «Los hijos de este reino serán arro­jados a las tinieblas exteriores»”. Jesús: “Y lo repito. Los hijos de este reino. Del reino donde señorean la carne, la sangre, la avaricia, el hurto, la lujuria, el delito. Pero éste no es mi Reino, que es Reino de la Luz. Éste, el vuestro, es el reino de las tinieblas. Al Reino de la Luz vendrán de oriente y occidente, mediodía y septentrión, los espíritus rectos, incluso los que por aho­ra son paganos, idólatras, despreciables para Israel. Y vivirán en santa comunión con Dios, habiendo acogido dentro de ellos la luz de Dios, en espera de ascender a la verdadera Jerusalén, donde ya no habrá lágrimas ni dolor, y, sobre todo, donde no hay mentiras. La mentira que ahora gobierna el mundo de las tinieblas y satura a los hijos de ese mundo hasta el punto de que en ellos no cabe ni una piz­ca de luz divina. ¡Oh! ¡Que vengan los hijos nuevos a ocupar el lugar de los hijos apóstatas! ¡Vengan! ¡Cualquiera fuere su procedencia, Dios los iluminará y reinarán por los siglos de los siglos!”. ■ Los judíos enemigos gritan: “¡Has hablado para insultarnos!”. Jesús: “He hablado para decir la verdad”. Judíos: “Tu poder está en la lengua; con ella Tú, serpiente nueva, sedu­ces a las multitudes y las perviertes”. Jesús: “Mi poder está en la potencia que me viene de ser uno con mi Pa­dre”. Los sacerdotes gritan: “¡Blasfemo!”. Jesús: “¡Salvador!… Tú, que yaces a mis pies, ¿qué mal padeces?”. “De niño tuve rota la columna, y desde hace treinta años estoy echado sobre la espalda”. Jesús: “¡Levántate y anda! Y tú, mujer, ¿qué mal padeces?”. “Mis piernas penden inertes desde que éste que me lleva con mi marido vio la luz” y señala a un joven de al menos dieciséis años. Jesús: “También tú levántate y alaba al Señor. Y ese niño ¿por qué no va solo?”. Los que están con el desdichado dicen: “Porque nació idiota, sordo, ciego, mudo. Un amasijo de carne que respira”. Jesús: “En el nombre de Dios, recibe inteligencia, palabra, vista y oído. ¡Lo quiero!”. ■ Y, realizado el tercer milagro, se vuelve a los enemigos y dice: ¿Qué decís ahora?”. “Milagros de dudoso valor. Si lo puedes todo, ¿por qué no curas a tu amigo y defensor?”. Jesús: “La voluntad de Dios es otra”. “¡Ja! ¡Ja! ¡Ya! ¡Dios! ¡Cómoda disculpa! Si te trajéramos nosotros un enfermo, o mejor dos, ¿los curas?”. Jesús: “Sí. Si lo merecen”. “Espéranos entonces” y se marchan raudos sonriendo maliciosamente. Muchos dicen: “¡Ten cuidado, Maestro! Te están tendiendo alguna trampa”. Jesús hace un gesto como queriendo decir: “¡Bah, dejadlos!”.
* “No impidáis nunca a los niños venir a Mí. El Reino es precisamente de estos inocentes” (1).- Y Jesús se inclina a acariciar a unos niños que poco a poco se han ido acercando a Él dejando a sus padres; algunas madres también se acercan, y lle­van a Jesús a los que todavía andan inseguramente o a los lactantes. Dicen las madres: “Bendice a nuestras criaturas, Tú, bendito, para que sean aman­tes de la Luz”. Y Jesús impone las manos bendiciendo. ■ Ello origina todo un mo­vimiento en la multitud. Todos los que tienen niños quieren la mis­ma bendición, y empujan y gritan para abrirse paso. Los apóstoles, en parte porque están nerviosos por las habituales conductas de los escribas y fariseos, en parte por compasión hacia Lázaro, en peligro de ser arrollado por la oleada de padres que conducen a los peque­ñuelos a la divina bendición, se inquietan, y llaman la atención a unos o a otros gritando, y rechazan a unos o a otros, especialmente a los niños pequeños que han llegado allí solos. Pero Jesús, dulce, amoroso, dice: “¡No, no! ¡No hagáis eso! No im­pidáis nunca a los niños venir a Mí, ni les impidáis a los padres tra­érmelos. El Reino es precisamente de estos inocentes. Ellos serán inocentes del gran Delito, y crecerán en mi Fe. Dejad, pues, que los consagre a ella. Los traen a Mí sus ángeles”. Jesús está ahora en medio de un grupo de niños mirándole arrobados, un grupo de caritas alzadas, con sus ojos inocentes, con sus boquitas sonrientes… Las mujeres veladas han aprovechado el desorden para dar un rodeo por detrás de la multitud y venir detrás de Jesús, como incita­das por la curiosidad.
* Los enemigos presentan a Jesús dos enfermos, uno de ellos falso enfermo.- Claudia paraliza a los exaltados judíos.- Judíos enemigos y amigos se enzarzan.- Una profecía de Jesús: “Cada una de las go­tas de los mártires que hagáis, será se­milla de futuros creyentes”.- ■ Vuelven los fariseos, escribas, etc. etc., con dos que parecen muy enfermos. Uno, especialmente, gime en su camilla, todo cubierto con el manto. El otro está, al menos aparentemente, menos grave, pero ciertamente muy enfermo porque está en los huesos y respira con di­ficultad. Los judíos los presentan a Jesús: “Éstos son nuestros amigos. Cúralos. Estos están verdaderamen­te enfermos. Sobre todo, éste”, y señalan al que gime. Jesús baja los ojos hacia los enfermos, luego los alza de nuevo hacia los judíos. Asaetea a sus enemigos con una mirada terrible. Erguido detrás de la valla inocente de niños, que no le llegan ni a la in­gle, parece alzarse sobre una macolla de pureza para ser el Venga­dor, como si de esta pureza sacara la fuerza para serlo. Abre los bra­zos y grita: “¡Embusteros! ¡Éste no está enfermo! Yo os lo digo. ¡Des­tapadle! Si no, realmente estará muerto dentro de un instante por este engaño contra Dios”. El hombre salta bruscamente de su camilla gritando: “¡No, no! ¡No descargues tu mano sobre mí! ¡Y vosotros, malditos, quedaos con vuestras monedas!”, y arroja una bolsa a los pies de los fariseos y huye a todo correr… La gente gruñe, ríe, silba, aplaude… ■ El otro enfermo dice: “¿Y yo, Señor? A mí me han sacado de mi cama con la fuerza y ya desde esta mañana me molestan… Pero no sabía que estaba en manos de tus enemigos…”. Jesús: “¡Para ti, pobre hijo, salud y bendición!” y le impone las manos abriendo la valla viva de los niños. El hombre levanta por un momento la manta que estaba extendi­da encima de su cuerpo, mira no sé qué… Luego se pone en pie. Apa­rece desnudo de los muslos hacia abajo. Y grita, grita hasta quedar­se ronco: “¡Mi pie! ¡Mi pie! ¿Pero quién eres, quién eres, que devuelves las cosas perdidas?”, y cae a los pies de Jesús, y se pone otra vez de pie, se pone de un brinco, en equilibrio inestable, encima de su ca­milla y grita: “La enfermedad me roía los huesos. El médico me ha­bía arrancado los dedos, me había quemado la carne, me había saja­do hasta el hueso de la rodilla. ¡Mirad! Mirad las señales. Y me mo­ría de todas formas. Y ahora… ¡Todo curado! ¡Mi pie! ¡Mi pie recom­puesto!… ¡Y ya no tengo dolor! Y siento fuerza y bienestar… ¡El pe­cho libre…! ¡El corazón sano!… ¡Madre! ¡Madre! ¡Voy a llevarte la alegría!”. Hace ademán de echarse a correr. Pero el agradecimiento le detie­ne. Vuelve de nuevo donde Jesús y besa continuamente los benditos pies hasta que Jesús no le dice, acariciándole en el pelo: “Ve. Ve don­de tu madre y sé bueno”. ■ Luego Jesús mira a sus chasqueados enemigos y dice con voz de true­no: “¿Y ahora? ¿Qué debería hacer con vosotros? ¿Qué debería hacer, digo a todos los presentes, después de este juicio de Dios?”. La muchedumbre grita: “¡A la lapidación los ofensores de Dios! ¡A muerte! ¡Basta ya de insidiar al Santo! ¡Malditos seáis!” y agarran terruños, ramas, cantos, ya dispuestos a empezar a apedrear. Los detiene Jesús. “Ésta es la palabra de la multitud, ésta es su respuesta. La mía es distinta. Digo: ¡Marchaos! No me ensucio descargando mi mano sobre vosotros. El Altísimo, que es mi defensa contra los impíos, se encargará de vosotros”. Los culpables, en vez de callarse, a pesar de tener miedo de la multitud, tienen el descaro de ofender al Maestro, y echando baba de ira gritan: “¡Nosotros somos judíos y poderosos! Te ordenamos que te vayas. Te prohibimos enseñar. Te expulsamos de aquí. ¡Vete! ¡Ve­te! Basta ya de ti. Tenemos el poder en nuestras manos y hacemos uso de él, y cada vez más lo haremos, maldito, usurpador…”. ■ Quieren todavía decir más cosas, en medio de un tumulto de gri­tos, llantos, silbidos, cuando la más alta de las mujeres veladas, que ha avanzado con movimiento rápido e imperioso hasta colocarse entre Jesús y sus enemigos, descubre su rostro. Y, con mirada y voz aún más imperiosos, cae su frase, cortante, más zaheridora que un látigo para los galeotes y que una segur para el cuello: “¿Quién olvi­da que es esclavo de Roma?”. Es Claudia. Vuelve a bajar el velo. Se inclina levemente ante el Maestro. Vuelve a su sitio. Pero ha sido suficiente. Los fariseos se calman de golpe. Uno solo, en nombre de todos, y con un servilismo arrastrado, dice: “¡Dómina, perdona! Pero es que Él turba el antiguo espíritu de Israel. Tú, que eres poderosa, deberías impedirlo; haz que lo impida el justo y vale­roso Procónsul. ¡A él vida y larga salud!”. La patricia responde desdeñosa: “No son cosas nuestras. Basta con que no altere el orden de Ro­ma. ¡Y no lo hace!”; luego da una se­ca orden a sus compañeras y se aleja, yendo hacia una espesura de árboles que hay en el fondo del sendero, y tras los árboles desapare­ce de la escena, para volver a aparecer montada en el carro chasque­ante, cubierto, cuyas cortinas han sido echadas por orden de ella. ■ Los judíos, fariseos, escribas y otros compañeros, volviendo al ataque, preguntan: “¿Estás contento de habernos expuesto al insulto?”. La muchedumbre grita indignada. José, Nicodemo y todos los que han dado muestras de amistad —y con éstos, sin unirse a ellos pero con palabras iguales, está el hijo de Gamaliel— sienten la necesidad de intervenir reprochándoles su exceso. La discusión pasa de ser de los enemigos contra Jesús a ser de los dos grupos opuestos, de forma que dejan fuera de la disputa al más relacionado con ella. Y Jesús guarda silencio, con los brazos cruzados, escuchando. Yo creo que despide fuerza para contener a la multitud, y especialmente a los apóstoles, que de la ira que sienten ven rojo. ■ Un judío exaltado grita: “Tenemos que defendernos y defender”; otro dice: “¡Ya está bien de ver a las turbas siguiéndole hechizadas! Un escriba vocea: “¡Nosotros somos los poderosos! ¡Sólo nosotros! Sólo a nosotros nos tiene que escuchar y seguir”; un sacerdote, rojo como un pavo, se desgañita: “¡Que se marche de aquí! ¡Jerusalén es nuestra!”. Los del partido opuesto y muchos de la multitud gritan a su vez: “¡Sois pérfidos!”; “¡Estáis más que ciegos!”; “Las turbas os abandonan porque os lo merecéis”; “Sed santos, si queréis ser ama­dos. No se conserva el poder cometiendo vejaciones. El poder se fun­da en la estima del pueblo hacia quien le gobierna”. ■ Jesús impone: “¡Silencio!”. Y, cuando se hace el silencio, dice: “La tiranía y las imposiciones no pueden modificar ni los sentimientos íntimos ni las consecuencias del bien recibido. Recojo lo que he dado: amor. Vosotros, persiguiéndome, lo único que hacéis es aumentar es­te amor que quiere compensarme de vuestro desamor. ¿No sabéis, con toda vuestra sabiduría, que perseguir una doctrina no sirve sino para aumentar su poder, especialmente cuando corresponde en los hechos a lo que se enseña? Oíd una profecía mía, vosotros de Israel. Cuanto más persigáis al Rabí de Galilea y a sus seguidores, tratando con esa tiranía de anular su doctrina, que es divina, más próspera y extendida por el mundo haréis a esta doctrina. Cada una de las go­tas de los mártires que hagáis, esperando triunfar y reinar con vues­tros preceptos y leyes corrompidos e hipócritas, que ya no responden a la Ley de Dios, y cada lágrima de los santos vilipendiados, será se­milla de futuros creyentes. Y seréis vencidos cuando creáis que ha­bréis triunfado. Marchaos. Yo también me marcho. Los que me aman que me busquen en los confines de Judea y en Transjordania, o que me esperen allí, porque veloz como relámpago que corre de oriente a occidente será el paso del Hijo del hombre hasta que suba al altar y al trono, como Pontífice y Rey nuevo, y en ellos permanez­ca, bien firme ante la presencia del mundo, de la creación y de los Cielos, en una de sus muchas epifanías, que solamente saben com­prender los buenos”. ■ Los fariseos hostiles y sus compañeros se han marchado. Se quedan los otros. El hijo de Gamaliel lucha dentro de sí por acercar­se a Jesús, y, al final, se marcha sin decir nada… Eleazar pregunta: “Maestro, no nos odiarás por ser de sus mismas castas, ¿no?”. Jesús responde: “Nunca pronuncio un anatema contra el individuo por el hecho de que la clase sea rea. No temas”. Joaquín susurra: “Ahora nos van a odiar…”. Juan, el miembro del sanedrín, exclama: “¡Honor para nosotros, si nos odian!”. Jesús: “Fortalezca Dios a los que vacilan y bendiga a los fuertes. Yo os bendigo a todos en nombre del Señor”, y, abiertos los brazos, da la bendición mosaica a todos los presentes. ■ Luego se despide de Lázaro y de las hermanas de éste, de Maxi­mino, de las discípulas, y empieza su marcha… Las verdes campiñas paralelas al camino que va a Jericó le reci­ben con su verdor que enrojece ahora por un fastuoso ocaso. (Escrito el 6 de Febrero de 1946).
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1  Nota  : Cfr. Mt. 19,13-15
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(<Jesús y los doce apóstoles han dejado Betania, y en su peregrinaje apostólico, después de recorrer los montes de Adomín, hacer un retiro en Carit, haber convertido a un esenio (1) en sus inmediaciones, llegan a la casa de Nique, en el camino de Jericó, completamente extenuados y bajo un sol inclemente>)
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6-382-143 (7-72-477).- En casa de Nique, cerca de Jericó.
“¡No, Nique! No soy el invitado mundano. Soy tu Maestro perseguido. Te pido alojo y amor más que comida. Pido piedad. Más para mis amigos que para Mí”.- ■ Los campos no llegan hasta la casa, sino sólo hasta los límites de un pomar maravilloso, lleno de sombra, donde la luz y el calor están mitigados, y que forma un cinturón opimo y reconfortador en torno a la casa. Y los apóstoles, con un «¡ah!» de alivio, se lanzan adentro. Jesús sigue andando, sin tener en cuenta sus peticiones de quedarse allí un buen rato. Zurear de palomas, chirrío de garruchas, serenas voces de mujer vienen de la casa y se esparcen en el silencio soleado del campo. Jesús aparece en una placita que circunda a la casa, como una acera ancha y limpia sobre la que una pérgola de uva extiende un bordado de frondas y sombra protectora. Dos pozos, uno en el lado derecho, otro en el lado izquierdo de la casa, asombrados por la vid. Arriates junto a las paredes de la casa. Cortinas ligeras, de rayas oscuras, ondean en las puertas abiertas. Voces de mujeres y rumor de movimiento de loza salen de una habitación. Jesús se dirige a ella, y a su paso una docena de palomas, que estaban picoteando unos granos de cereales, alzan el vuelo con fuerte aleteo. El ruido atrae la atención de quien está en la habitación, y mientras Jesús aparta la cortina con la mano por la parte derecha, contemporáneamente una criada la aparta por la izquierda… y se queda asombrada ante el Desconocido. ■ “¡Paz a esta casa! ¿Podéis darme refrigerio, como peregrino?” dice Jesús desde la puerta de esta habitación, que es una cocina grande donde las criadas están lavando los utensilios usados para la comida del mediodía. Criadas: “La patrona no te cerrará su casa. Voy a avisarla”. Jesús: “Pero traigo conmigo a otros doce, y si pudiera darme refrigerio sólo a Mí preferiría quedarme sin él”. Criadas: “Vamos a decírselo a la patrona sin duda…”. Interrumpe una voz, y una mujer, Nique, se acerca rápidamente: “¡Maestro y Señor! ¿Tú aquí? ¿En mi casa? ¿Qué gracia especial es ésta?” y se arrodilla a besar los pies de Jesús. Las criadas parecen estatuas. La que estaba lavando los platos ha quedado con el trapo en la derecha y un plato que gotea en la izquierda enrojecida por el agua hirviendo. Otra, que estaba sacando brillo a los cuchillos, en un rincón, sentada en el suelo sobre los talones, se yergue sobre sus rodillas para ver mejor, y se le caen los cuchillos al suelo con estrépito. Una tercera, que estaba vaciando de ceniza los fogones, levanta la cara cenizosa y se queda así, con la boca abierta. ■ Jesús: “Aquí estoy. Nos han rechazado en muchas casas. Estamos cansados y sedientos”. Nique: “¡Oh! ¡Ven! ¡Ven! No aquí. A las salas que dan al norte, que son frescas y con sombra. Y vosotras, preparad agua para que se laven y bebidas aromáticas. Y tú, niña, corre a despertar al administrador; que te dé algo de comer inmediatamente, en espera del banquete…”. Jesús: “¡No, Nique! No soy el invitado mundano. Soy tu Maestro perseguido. Te pido alojamiento y amor más que comida. Pido piedad. Más para mis amigos que para Mí mismo…”. Nique: “Sí, Señor. Pero ¿cuándo habéis comido por última vez?”. Jesús: “Ellos no lo sé. Yo ayer, al rayar el día, con ellos”. Nique: “¡Lo ves!… No voy a derrochar. Pero, como una madre o hermano, voy a darles a todos lo necesario, y a Ti, como sierva y discípula, honor y ayuda. ¿Dónde están los hermanos?”. Jesús: “En el huerto. Pero quizás ya vienen. Oigo voces”. Nique corre afuera y los ve. Los llama y luego los conduce, junto con Jesús, a un fresco vestíbulo donde ya hay palanganas y toallas y pueden refrescarse la cara, brazos y pies, del abundante polvo y del sudor. “Por favor, quitaos esa ropa tan sudada; dáselo todo inmediatamente a las criadas. Es un gran descanso tener vestidos limpios y las sandalias frescas. Y luego venid a esa sala. Os espero allí”. Y Nique se marcha, cerrando la puerta… ■ Entran unas criadas con tazas de leche fría, y ánforas porosas donde los líquidos ciertamente están frescos. Nique: “Por favor, tomad este refresco. Después podréis descansar hasta la noche. La casa tiene habitaciones y camas. Y, si no lo tuviera, dejaría las mías para que descansarais vosotros. Maestro, me retiro para las labores de la casa. Sabéis todos dónde encontrarme, a mí y a las criadas”. Jesús: “Ve. Y no estés preocupada por nosotros”. Nique sale. ■ Los apóstoles hacen honor al refresco que les ha sido ofrecido. Y, comiendo con alegre apetito, hablan y comentan. “¡Buena fruta!”. “Y buena discípula”. “Bonita casa. No lujosa, pero no pobre”. “Y gobernada por una mujer que es dulce y fuerte al mismo tiempo. Orden, limpieza, respeto, y al mismo tiempo afectuosidad”. “¡Qué campos tan bonitos tiene alrededor! ¡Una buena riqueza!”. Pedro, que no ha olvidado todavía lo que ha sufrido, dice: “Sí. ¡Un horno!…”. Los otros ríen. Tomás dice: “Pero aquí se está bien”. Y pregunta a Jesús: “¿Y sabías que Nique estaba aquí?”. Jesús: “No más de lo que lo supierais vosotros. Sabía que cerca de Jericó tenía unas tierras que había adquirido hacía poco. Nada más. El amado ángel de los peregrinos nos ha guiado”. Tomás: “La verdad es que te ha guiado a Ti. Nosotros no queríamos ve­nir”. Mateo dice: “Yo estaba dispuesto ya a echarme al suelo y dejarme achicharrar por el sol antes que dar un sólo paso más”. Tomás: “Ya no se puede andar de día. Este año el sol muy pronto es fuerte. Parece que también él se está volviendo loco”. Jesús: “Sí. Vamos a caminar durante las primeras horas del día y cuando sea de noche. Pero pronto iremos a los montes. Allí el calor está más mitigado”. ■ Iscariote pregunta: “¿A mi casa?”. Jesús: “Sí, Judas. Y a Yutta y a Hebrón”. Pedro: “Pero no a Ascalón ¿eh?”. Jesús: “No, Pedro. Iremos a lugares a donde no hayamos ido todavía. De todas formas, tendremos también sol y calor. Un poco de sacrificio por amor a Mí y a las almas. Ahora descansad. Voy a orar al huerto”. Judas de Alfeo pregunta: “¿Pero Tú no estás nunca cansado? ¿No sería mejor que descansaras Tú también?”. Zelote observa: “Quizás el Maestro quiere estar aquí un tiempo…”. Jesús: “No, partimos al rayar el alba, para atravesar el río durante las primeras horas, cuando todavía hace fresco”. Apóstoles: “¿A dónde vamos? ¿A la otra orilla del Jordán?”. Jesús: “Las turbas regresan después de la Pascua a sus casas. En Jerusalén demasiados me buscaron en vano. Predicaré y curaré en el vado. Luego iremos a poner en orden la casita de Salomón. Nos será preciosa…”. Apóstoles: “¿Pero no volvemos a Galilea?”. Jesús: “También iremos allí. Pero estaremos mucho en estas partes del sur, y un refugio será preciso. Dormid. Yo salgo”. (Escrito el 12 de Febrero de 1946).
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1  Nota  : Esenio.- Cfr. Personajes de la Obra magna: Esenios.
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(<Jesús y apóstoles están en la casa de Nique>)
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6-382-147 (7-72-480).- Una encomienda y una promesa para Nique. Encomienda: atender  a un esenio recién convertido. Una promesa: que es un deseo de la propia Nique: “¡No me escondas tu rostro torturado!”.
* “Nique, puedes servir en algo más… en espera del día en que servirás perfectamente a tu Señor. Te voy a pedir un servicio, por amor a esa alma que está renaciendo, que está llena de buena voluntad, pero que es muy débil”.- ■ La cena debe haber tenido lugar. Es de noche. Abundantes gotas de rocío que de los aleros caen sonando en las hojas de la vid. Estre­llas inverosímiles en el cielo; un número incalculable de estrellas, de estrellas en que se pierde la mirada. Cantos de grillos y aves noctur­nas, y silencio de los campos. Los apóstoles ya se han retirado. Pero Nique está levantada, es­cuchando al Maestro. Él está sentado rígidamente en un asiento de piedra que apoya contra la casa. La mujer está de pie, delante de Él, con postura de atento respeto. ■ Jesús debe estar terminando de desarrollar unas palabras. Dice: “Sí. La observación es correcta. Pero es cierto que a este penitente, o mejor: a este que «está renaciendo», no le habría faltado la ayuda del Señor. Mientras cenábamos y tú preguntabas al mismo tiempo que servías, Yo pensaba que la ayuda eres tú. Has dicho: «No puedo se­guirte sino por breves períodos, porque se debe vigilar la casa y a la servidumbre nueva». Y manifestabas tu desazón por ello, diciendo que si hubieras sabido que me ibas a haber encontrado enseguida, no habrías adquirido esto que te ata. Como puedes ver, esto ha servido para hospedar a los evangelizadores. Por tanto, es bueno. Pero es que, de todas formas, puedes servir en algo más… en espera de que llegará el día en que servirás perfectamente a tu Señor. Te voy a pedir un servicio, por amor a esa alma que está renaciendo, que está llena de buena voluntad, pero que es muy débil. El exceso de penitencia podría angustiarla, y Satanás servirse de esa angustia”. Nique: “¿Qué debo hacer, mi Señor?”. Jesús: “Ir. Irás cada luna como si fuera un rito. Lo es. Es un rito de amor fraterno. Irás al Carit y, subiendo por el sendero que va entre los rocas, llamarás: «¡Elías! ¡Elías!». Él se asomará, extrañado, para ver. Tú le saludarás así: «La paz a ti, hermano, en nombre de Jesús el Nazareno». Le llevarás tantos panes cocidos cuantos son los días de la luna. Ninguna otra cosa en el verano. Desde los Tabernáculos en adelan­te, junto con los panes le llevarás cuatro loges de aceite cada mes y para los Tabernáculos le llevarás un vestido de cabra, pesado, que no deje pasar el agua, y una manta. Ninguna otra cosa”. Nique: “¿Y ninguna palabra?”. Jesús: “Las estrictamente necesarias. Te preguntará por Mí. Dirás lo que sa­bes. Te confiará sus dudas, esperanzas y desalientos. Tú dirás lo que tu fe y piedad te inspiren. Por otra parte, no durará mucho el sacrifi­cio… Ni siquiera doce lunas… ¿Quieres ser compasiva conmigo y con el penitente?”. Nique: “Sí, mi Señor…”.
* “Señor, cuando Tú seas «como una teja reseca», y tengas «la lengua pegada al paladar» y cuando parezcas «el leproso que se cubre la cara», haz que yo te conozca como Rey de reyes y te asista como sierva devota. Haz que pueda mirarte en esos momentos y que tu rostro se imprima en mi corazón”.- Nique: “Pero ¿por qué estás tan triste?”. Jesús: “¿Y tú por qué lloras?”. Nique: “Porque en tus palabras presiento presagio de muerte… ¿Te voy a perder tan pronto, Señor?”. Nique llora en su velo. Jesús: “¡No llores! Tendré mucha paz, después… Sin odio. Sin sinsabores. Sin todo este… horror del pecado… en torno a Mí… No más encuentros amargos… ¡No llores, Nique! Tu Salvador estará en paz. Victorioso…”. Nique: “Pero antes… pero antes… Con mi marido siempre leíamos a los profetas… Y temblábamos de horror por las palabras de David e Isa­ías… Pero, ¿te va a pasar eso?, ¿exactamente eso?”. Jesús: “Eso y más todavía…”. ■ Nique: “¡Oh!… ¿Quién te consolará? ¿Quién podrá hacer que mueras… con una esperanza todavía?”. Jesús: “El amor de los discípulos, y especialmente de las discípulas fieles”. Nique: “También el mío, entonces. Porque yo por ningún motivo me alejaré de mi Redentor. Sólo… ¡Oh! ¡Señor!… pídeme cualquier penitencia, cualquier sacrificio, pero dame un valor sin par para esa hora. Cuando Tú seas «como una teja reseca», y tengas «la lengua pegada al paladar» por la sed, cuando parezcas «el leproso que se cubre la cara», haz que yo te conozca como Rey de reyes y te asista como sierva devota. ¡No me escondas tu rostro torturado, Dios mío!, sino como ahora, permite que encuentre mi deleite en tu fulgor, ¡Estrella de la mañana! Haz que pueda mirarte en esos momentos, y que tu rostro se imprima en mi corazón, que —¡ay, el mío como también el tuyo!— ese día estará blan­do como la cera, por el dolor…”. Nique ha caído de rodillas, casi abatida, y de vez en cuando levanta su cara bañada en lágrimas a mirar a su Señor, candor de carne bajo el candor de la luna contra el color oscuro de la pared. Jesús: “Todo esto lo conseguirás. Y Yo tendré tu piedad. Subirá conmigo a mi patíbu­lo y de allí subirá conmigo al Cielo. Tu corona para toda la eterni­dad. Ángeles y hombres dirán de ti la más bella alabanza: «En la ho­ra de la desventura, del pecado, de la duda, ella fue fiel, no pecó y so­corrió a su Señor». Levántate, mujer. Y bendita seas ya desde ahora y para siempre”. Le impone las manos mientras ella hace ademán de ponerse de pie, y luego vuelven a la casa silenciosa, para el descanso de la no­che. (Escrito el 12 de Febrero de 1946).
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(<Jesús y los apóstoles están en el vado de Jericó y Betabara predicando. La casita de Salomón (1), junto al vado, les va a servir de alojamiento. En esta casucha se encuentran ahora, limpiándola y preparándola para establecerse allí unos días>)
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6-384-159 (7-74-492).- El anciano Ananías —abandonado por su nuera, viuda— guardíán de la casita de Salomón.
* Las lágrimas de un anciano… son tristes, aun cuando las arranque la alegría.- ■ Entran Santiago, Juan, Andrés y Tomás cargados de cañas. Pero Tomás trae también casi arrastrando a un pobre viejecillo, que es todo harapos y con los ojos blancos por las cataratas. “Maestro, estaba buscando raíces en la orilla y por poco se cae al agua. Se ha quedado solo desde hace unos meses, porque el hijo que le mantenía ha muerto; su nuera ha regresado a su casa y él… vive como puede. ¿Verdad, padre?”. El anciano, mientras le giran los ojos velados, dice: “Sí, sí. ¿Dónde está el Señor?”. Tomás: “Está aquí. ¿Ves a aquel vestido blanco? Es Él”. Jesús se acerca y le toma de la mano. “Estás solo. ¡Pobre padre! ¿No nos ves?”. Anciano: “No. Mientras tuve la vista hacía cestos, nasas y redes. Pero ahora… Veo más bien con los dedos que con los ojos. Cuando busco las hierbas me equivoco, y algunas veces como hierbas que me hacen mal al estómago”. Jesús: “Pero en el pueblo…”. Anciano: “¡Oh! Todos son pobres y cargados de hijos. Yo soy viejo… Si se muere un borrico… duele. ¡Pero si se muere un viejo!… ¿Qué es un viejo? ¿Qué soy yo? Mi nuera todo me quitó. Si me hubiera llevado consigo, como si fuera una oveja vieja, para que tuviera de cerca a los nietecitos…”. Llora recargado sobre el pecho de Jesús, que le tiene entre sus brazos, le acaricia. Jesús: “¿No tienes casa?”. Anciano: “La vendí”. Jesús: “¿Y cómo vives?”. Anciano: “Como las bestias. Los primeros días me ayudaba la gente, pero luego se cansó…”. Mateo observa: “Salomón está degenerando entonces, porque él es generoso”. Felipe dice: “Sí, es generoso pero con nosotros. ¿Por qué no le ha dado la casa a este anciano?”. Anciano: “Porque, cuando pasó por aquí la última vez, tenía yo todavía mi casa. Salomón es bueno. Hace tiempo que los del pueblo le llaman «loco», y ya no hacen lo que él había enseñado que había que hacer”. ■ Jesús: “¿Estarías a gusto aquí conmigo?”. Anciano: “Sí. ¡Ya no echaría de menos a mis nietos!”. Jesús: “¿Aunque sigas siendo pobre y ciego, te contentarías con servirme para ser feliz?”. Anciano: “¡Sí!”. Es un «sí» tembloroso pero claro… Jesús: “Está bien, padre. Escucha. Tú no puedes caminar como Yo. No puedo quedarme aquí, pero podemos querernos y hacernos mutuamente el bien”. Anciano: “Tú sí me lo puedes hacer. Pero yo… ¿qué puede hacer el viejo Ananías?”. Jesús: “Guardarme la casa y el huerto para que cuando regrese todo esté bien. ¿Te gusta?”. Ananías: “¡Sí! Pero soy ciego… La casa… me acostumbraré a sus paredes. Pero el huerto… ¿cómo puedo cuidar de él, si no distingo las hierbas? ¡Oh, qué hermoso sería servirte, Señor! Terminar así la vida…”. El anciano se lleva las manos al pecho soñando en algo imposible. Jesús sonriente se inclina, y le besa sobre los empañados ojos… Ananías no sale de asombro: “Pero… empiezo a ver… ¡Veo!… ¡Oh!…”. Vacila de alegría, y si Jesús no le sujetara caería de la emoción. Pedro, lleno de emoción, exclama: “¡Claro… la alegría!”. Tomás explica: “¡Y también el hambre!… Nos ha dicho que hace días que vive solo a base de raíces, sin aceite ni sal…”. Pedro: “Por eso le trajimos aquí. Para darle de comer”. Todos dicen compadecidos: “¡Pobre viejo!”. ■ El anciano cae en la cuenta de lo que ha pasado. Llora. Llora. Las lágrimas de un anciano… son tristes, aun cuando las arranque la alegría. En voz baja susurra: “¡Ahora sí puedo servirte, bendito! ¡Mil veces bendito seas!”. Y quiere besar los pies de Jesús. Jesús: “No, padre. Ahora vamos adentro y comeremos. Luego te daremos un vestido. Tú estarás entre hijos y nosotros tendremos un padre que nos dará su bienvenida cada vez que volvamos, y su bendición cada vez que salgamos. Iremos a buscar dos palomas para que tengas quien te acompañe. Buscaremos semillas para el huerto y las sembrarás en la tierra, así como sembrarás en los corazones de esta gente la fe en Mí”. Ananías: “Enseñaré la caridad. ¡No tienen!”. Jesús: “También. Pero sé dulce…”. Ananías: “Lo seré. Ni una palabra dura dije a mi nuera cuando me abandonaba. Comprendí y perdoné”. Jesús: “Te lo leí en el corazón, por eso te he amado. Ven, ven conmigo…” y entra llevando de la mano al anciano.
* Una lección de Jesús que a Pedro le llega más al corazón que no cuando majestuoso lanza rayos.- ■ Pedro los ve caminar y se seca una lágrima con el dorso de la mano antes de continuar el trabajo. Andrés: “¿Lloras, hermano?”. Pedro no responde. Andrés de nuevo: “¿Por qué lloras, hermano?”. Pedro: “Ocúpate de tus legumbres. Si lloro es porque… bueno, yo sé por qué”. Varios dicen: “Dínoslo también a nosotros. ¡Vamos, sé bueno!”. Pedro: “Es porque… porque me llegan más al corazón estas cosas, tan… tan… bueno este tipo de lecciones, que no cuando imponente y majestuoso lanza rayos”. Iscariote exclama: “¡Es entonces cuando se descubre en Él al Rey!”. Bartolomé hace notar: “Y en esto se ve al Santo. Pedro tiene razón”. Las opiniones son diversas: “Pero para reinar tiene que ser fuerte”. “Para redimir santo”. “Para las almas, sí. Pero para Israel…”. “Israel no será jamás Israel si las almas no se santifican”. Los síes y los noes se entrecruzan. Cada uno se mantiene en su parecer. El anciano sale con una jarra en la mano. Va a traer agua de la fuente. Está tan feliz que no parece el de antes. Andrés pregunta: “Anciano padre, escucha ¿según tú, de qué tiene necesidad Israel para ser grande, de un rey o de un santo?”. Ananías: “De Dios tiene necesidad. De este Dios que allí está orando y meditando. ¡Ah, hijos, sed buenos, vosotros quienes le seguís! ¡Sed buenos, buenos! ¡Qué favor tan grande os ha hecho el Señor! ¡Qué gracia!” y se va agitando sus brazos hacia el cielo y diciendo: “¡Qué gracia! ¡Qué gracia!”. (Escrito el 15 de Febrero de 1946).
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1  Nota  : Cfr. Personajes de la Obra magna: Salomón, el barquero.
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(<Jesús, que con los doce ha pasado a la Transjordania, les ha mandado a predicar de dos en dos. Ahora van regresando al pueblo, a la casita de Salomón, cerca del vado, donde se hospedan>)
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6-385-167 (7-75-500).- Los apóstoles vuelven después de predicar.
* Judas está de fiesta. ¡Hizo milagros! También Andrés.- ■ Jesús regresa al pueblo con sus primeros compañeros, y con los otros, que han ido llegando poco a poco —todos con más gente— mientras Él hablaba a la gente. Jesús pregunta: “¿Dónde están Pedro y Judas de Keriot?”. Le dicen: “Se fueron a la ciudad que está cercana. Llevaban mucho dinero. Dijeron que iban de compras…”. ■ Simón Zelote dice sonriente: “Judas está de fiesta. ¡Hizo milagros!”. Juan dice: “También Andrés. Le regalaron una oveja como recuerdo. Le curó a un pastor su pierna rota, y el pastor le ha recompensado así”. (Escrito el 16 de Febrero de 1946).
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(<Una vez dejada la Transjordania, Jesús y los doce apóstoles se dirigen hacia el sur. Acaban de dejar la ciudad de Gálgala, cerca del Mar Muerto. En estos momentos caminan por unos montes desde los que se divisa un hermoso panorama: el valle del Jordán, Mar Muerto…>)
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6-388-177 (7-78-509).- El misterio del Mar Muerto, desvelado por Jesús.- Exhortación a J. Iscariote, “desde hace días ¡eres tan bueno!”, que irá a Betania con Zelote a comunicar a las hermanas que lleven a la joven Egla a Nique.
* “En los primeros siglos del mundo, estos lugares eran un pequeño Edén. Luego… el desorden de los hombres pareció pasar a los elementos. Y fue la ruina. Los sabios del mundo pagano explican de muchas maneras el castigo. Y, sin embargo, creedme: que lo que quitó de los elementos el orden fue la voluntad de Dios”.- ■ Deben haber continuado caminando bajo la luna. Deben haberse descansado en alguna caverna, durante unas horas, para reanudar la marcha al alba. Están visiblemente cansados, por el difícil camino sobre rocas desmenuzadas y entre arbustos espinosos y lianas ra­santes que les impide caminar. Guía la marcha Simón Zelote, que pare­ce conocer muy bien el lugar y que se disculpa por la dificultad del camino, como si la dificultad dependiera de él. Zelote dice: “Ahora, cuando subamos de nuevo a esos montes que veis, ire­mos mejor, y os prometo abundante miel silvestre y aguas cristalinas también abundantes…”. Pedro exclama: “¿Agua? ¡Me lanzo a ella! La arena me ha quemado los pies como si hubieran caminado sobre sal, y me escuece toda la piel. ■ ¡Qué lugares más malditos! ¡Se siente, sí, se siente que estamos cerca de los luga­res castigados con el fuego del Cielo! (1). Ha quedado en el viento, en la tierra, en las espinas. ¡En todo!”. Zelote: “Sin embargo, hubo un tiempo que fueron lugares bellos. ¿Verdad, Maes­tro?”. Jesús: “Bellísimos. En los primeros siglos del mundo, eran un pequeño Edén. Fertilísimo el suelo. ¡Había tanta agua en él! Luego… el desorden de los hombres pareció pasar a los elementos. Y fue la ruina. Los sabios del mundo pagano explican de muchas maneras el terrible castigo. Pero de maneras humanas, y algunas veces con terror supersticioso. Y, sin embargo, creedme: que lo que quitó de los elementos el orden fue la voluntad de Dios, sólo la voluntad de Dios. Entonces, los elementos del cielo llamaron a los de las profundidades, chocaron entre sí los unos contra los otros por un maléfico torbellino; los rayos encendieron el betún esparcido desordenadamente por las venas del suelo y que la tierra había vomitado. Y fuego proveniente de las entrañas de la tierra y fuego sobre tierra, y fuego del cielo para alimentar el de la tierra y para abrir, con las espadas de los rayos, nuevas heridas en la tierra que temblaba con convulsión espantosa, quemó, destruyó, consumió muchos estadios de un lugar que antes era un paraíso, e hizo de él el infierno que veis y en el cual no puede haber vida”. Los apóstoles escuchan atentamente… ■ Bartolomé pregunta: “¿Crees que, si se pudiera secar la capa de las espesas aguas, en el fondo del Mar encontraríamos restos de las ciudades castigadas?”. Jesús: “Sin duda. Y casi intactas, porque el espesor de las aguas hace de argamasa de las ciudades sepultadas. Pero el Jordán ha arrojado mucha arena sobre ellas. Y están doblemente sepultadas, para que no vuelvan a renacer: símbolo de aquellos que, obstinados en el pecado, están inexorablemente sepultados por la maldición de Dios y por el despotismo de Satanás, al que con tanto frenesí han servido durante su vida”. Bartolomé: “¿Y aquí se refugió Matatías de Juan de Simeón, el justo asmoneo que es gloria, junto con sus hijos, de todo Israel?” (2). Jesús: “Aquí. Entre montes y desiertos. Y aquí reorganizó al pueblo y al ejército. Y Dios estuvo con él”. Bartolomé: “Pero, al menos… A él le fue más fácil, ¡porque los Asideos fueron más justos de lo que son los fariseos contigo!”. Pedro: “¡La verdad es que ser más justo que los fariseos es fácil! Más fá­cil que pinchar para este espino que se me ha agarrado a las pier­nas… ¡Mirad esto!”. ■ Escuchando, no ha mirado al suelo y se ha enredado en una maraña espinosa que le hace sangrar en las pantorrillas. Simón Zelote le dice para consolar: “En los montes hay menos espinos. ¿Ves cómo ya están disminu­yendo?”. Pedro: “¡Mmm! Conoces muy bien…”. Zelote: “He vivido aquí proscrito y perseguido…”. Pedro: “¡Ah! ¡Bueno, entonces!…”. Los pequeños montes, efectivamente, se visten de un verde menos molesto, aunque tienen poca sombra y hierbas poco altas (pero olorosísimas, y tachonadas de flores, como una alfombra de colores). Un sinfín de abejas allí se sacian, y luego van a las cavernas que hay en las laderas de los montes, y allí, debajo de colgantes cortinas de hiedras y madreselvas, depositan su miel en sus avisperos naturales. Simón Zelote va a una caverna y sale con panales de miel de oro; y a otra, y a otra más, hasta que tiene para todos; y ofrece al Maestro y a los amigos, que comen con gusto la dulce y filamentosa miel. Tomás: “¡Si hubiera pan! ¡Qué buena está!”. Santiago de Zebedeo: “Sin pan, también está buena. Mejor que las espigas filisteas. Y… esperemos que ningún fariseo venga a decirnos que no podemos comerla”. ■ Van comiendo así, y llegan a una cisterna donde vierten sus aguas algunos arroyuelos, para ser dirigidas luego no sé a dónde. El agua que rebosa sale del depósito por la bóveda de la roca en que es­tá excavada la cisterna. Estando protegida del sol y de las impure­zas, es fresca y cristalina. Cayendo luego, forma como un laguito mi­núsculo en la roca silícea y negruzca. Con visible placer, los apóstoles se quitan sus ropas y, por turnos, se zambullen en la piscina inespe­rada. Pero antes han querido que disfrutara del agua Jesús, “para luego ser santificados en el cuerpo” dice Mateo. ■ Reanudan la marcha, refrescados pero con más hambre que an­tes; y, los más hambrientos, además de comerse la miel, mordisque­an unos tallos de hinojo silvestre y otros vástagos comestibles cuyos nombres desconozco. La vista es bella desde la cima de estos originales montes, a los que parece se les hubiera decapitado la cima con una espada. Extensiones de otros montes verdes y de llanuras fértiles se ven al sur, y también algún fragmento de horizonte del Mar Muerto, bien visible al este, con los montes lejanos de la otra orilla cubiertos por una niebla de livianas nubes que surgen del sudeste; al norte, cuando se muestra entre crestas de montes, se ve el verde lejano de la llanura jordánica; al oeste, los altos montes de Judea. ■ El sol empieza a quemar y Pedro sentencia que “aquellas nubes en los montes de Moab son señal de calor fuerte”. Zelote: “Ahora vamos a bajar al valle del Cedrón. Hay mucha sombra…”. Iscariote: “¡¿El Cedrón?! ¿Cómo es que hemos llegado tan pronto al Cedrón?”. Zelote explica: “Así es, Simón de Jonás. El camino fue áspero, ¡pero cuánto nos ahorró! Caminando por su valle, pronto se llega a Jerusalén”.
* A J. Iscariote, que se ofrece para ir a Betania, Jesús le dice: “Eres un débil, Judas. Y como te alejas de la Fuerza, caes”.- Jesús: “Y a Betania… Debo mandar a algunos de vosotros a Betania, para que digan a las dos hermanas que lleven a Egla (3) a la casa de Nique. Mucho me lo pidió y es una petición justa. Ella, que es viuda y sin hijos, la amará mucho. Y la niña huérfana tendrá en Nique una verdadera madre israelita, que la hará crecer en nuestra antigua fe, y en la mía. Quisiera también ir Yo… Un descanso para el corazón amargado… En la casa de Lázaro el corazón del Mesías no encuentra sino amor… Pero ¡es largo el viaje que quiero hacer antes de Pentecostés!”. ■ Iscariote dice entusiásticamente: “Mándame a mí, Señor. Y conmigo a alguno que tenga buenas piernas, iremos a Betania y luego subiré nuevamente a Keriot y allí nos encontraremos”. Los otros, sin embargo, ante la expectativa de ser elegidos para ese viaje que los separaría del Maestro, no se muestran de ninguna manera entusiastas. Judas insiste: “Sí, Maestro. Di que sí. Dame ese gusto…”. Jesús: “Eres el menos apto de todos, Judas, para ir a Jerusalén”. Iscariote: “¿Por qué, Señor? ¡La conozco mejor que cualquier otro!”. Jesús: “¡Por esto mismo!… No solo la conoces, sino que penetra en ti, mejor que en cualquier otro”. Iscariote: “Maestro, te doy mi palabra de que no me detendré en Jerusalén, y no veré a ninguno de Israel, por mi propia voluntad… Pero déjame ir. Te esperaré en Keriot y…”. Jesús: “¿Pero, no vas a hacer presión para que me tributen honores humanos?”. Iscariote: “No, Maestro. Te lo prometo”. Jesús vuelve a pensar. Iscariote: “¿Por qué titubeas tanto, Maestro? ¿Desconfías tanto de mí?”. ■ Jesús: “Eres un débil, Judas. Y como te alejas de la Fuerza, caes. ¡Desde hace varios días que eres tan bueno! ¿Por qué quieres buscar la intranquilidad y causarme dolor?”. Iscariote: “No, Maestro, no es esto lo que quiero. ¡Llegará el día en que estaré sin Ti! ¿Y entonces? ¿Cómo podré comportarme, si no estoy preparado?”. Varios dicen: “Judas tiene razón”. Jesús: “Está bien… Vete. Vete con mi hermano Santiago”. Los otros respiran. Santiago lo siente en el alma, pero dócilmente dice: “Sí, Señor mío. Bendícenos para partir”. Simón Zelote siente compasión de su pena y dice: “Maestro, los padres con gusto sustituyen a sus hijos para darles una alegría. Yo a éste lo tomé, junto con Judas, como hijo. El tiempo ha pasado, pero mi decisión sigue siendo la misma. Acepta mi petición… Mándame a mí con Judas de Simón. Soy viejo, pero resisto como un joven, y Judas no tendrá motivo de queja conmigo”. Santiago de Alfeo: “No, no es justo que te sacrifiques apartándote por mí del Maestro. Te duele que no vayas con Él…”. Zelote, como para quitar fuerza a su petición, concluye: “El dolor se mitiga con la alegría de dejarte a ti con el Maestro. Me contarás luego lo que pasó y lo que hicisteis… Por otra parte… voy de buen agrado a Betania…”. Jesús: “Está bien. Iréis los dos. Entre tanto juntos vayamos hasta ese pueblo. ¿Quién va a buscar pan en nombre de Dios?“. Todos quieren ir: “¡Yo, yo!”. Pero Jesús retiene a Judas de Keriot.
“Israel no te ama… Con palabras mentirosas, hechas con la excusa de interesarse en tus planes para ayudarte, merodea a tu derredor para saber y hacerte daño”.- ■ Una vez que todos se han alejado, Jesús le toma las manos y le habla cara a cara, verdaderamente cara a cara. Parece como si quisiera transfundirle sus pensamientos, sugestionarle hasta el punto de que Judas no pudiera tener otros pensamientos que los de Jesús: “Judas… ¡No te hagas el mal a ti mismo! ¡No te hagas el mal, Judas mío! ¿No te sientes más tranquilo y feliz desde hace una temporada, libre de los potentes tentáculos de tu peor yo, de ese yo humano que es juguete tan fácil de Satanás y del mundo? ¡Sí, sí que te sientes así! Pues bien, protege tu paz, tu bienestar. No te hagas daño, Judas. Lo estoy leyendo en ti. ¡Eres tan bueno en este momento! ¡Oh, si pudiese Yo, si pudiese, a costa de toda mi Sangre, mantenerte así, destruir hasta el último baluarte en que anida un gran enemigo tuyo, y hacerte todo espíritu! ¡Espíritu en la inteligencia, espíritu en el amor, espíritu nada más!”. ■ Judas, que está enfrente de Jesús, y cuyas manos están sujetas por las del Maestro, queda como atolondrado. Con voz entrecortada pregunta: “¿Dañarme? ¿Último baluarte? ¿Cuál es…?”. Jesús: “¡¿Que cuál?! Tú lo conoces. Sabes lo que te hace mal. Cultivar pensamientos de grandeza humana y amistades que supones te serán útiles para conseguir grandeza. Israel no te ama. Créemelo. Te odia como me odia a Mí u odia a quien tiene apariencia de posible vencedor. Y tú, precisamente porque no ocultas tu pensamiento de querer serlo, eres odiado. No creas sus palabras mentirosas, ni sus falsas preguntas, hechas con la excusa de interesarse en tus planes para ayudarte. Merodean a tu alrededor para hacerte daño, para saber y hacer daño. No te lo pido por Mí, sino por ti, por nadie más. Yo, aunque sea blanco de la iniquidad, seré siempre el Señor. Podrán atormentar mi Cuerpo, matarlo. Pero no más. ¡Pero tú, pero tú! A ti te matarán el alma… ¡Huye de la tentación, amigo mío! Prométeme que huirás de ella. Regala a tu pobre Maestro, perseguido, preocupado, esta promesa que le dará paz”. ■ Jesús tiene a Judas entre sus brazos, y poco a poco le habla al oído (los cabellos de oro un poco oscuros de Jesús se mezclan con los rizos negros y abundantes de Judas): “Yo sé que debo padecer y morir. Sé que mi única corona será la de un mártir. Sé que mi única púrpura será la de mi propia Sangre. Por esto vine, porque por medio de este martirio redimiré a la Humanidad, y un amor sin límites es lo que me empuja de hace tiempo a esta acción. Pero no quisiera que uno de los míos fuese a perderse. Oh, amo a todos los hombres, porque llevan en sí la imagen y semejanza de mi Padre, el alma inmortal que Él creó. Pero vosotros, amados y muy amados, vosotros sangre de mi Sangre, pupila de mis ojos, no, no, ¡perdidos no! ¡Que no habrá tormento igual al mío —ni Satanás que clavara en Mí sus uñas infernales de azufre, y me mordiese, y me estrujase en ellas, él, el Pecado, el Horror, el Asco—, no habrá tormento igual al mío: el de un elegido que se pierda. ■ ¡Judas, Judas, Judas mío! ¿Quieres que pida al Padre padecer tres veces mi horrenda Pasión, y, que de las tres, dos sean solo para salvarte? Dímelo, amigo, y lo haré. Diré que se multipliquen hasta lo indecible mis sufrimientos por ello. Te amo, Judas. Mucho es lo que te amo. Quisiera, quisiera darme Yo Mismo a ti; convertirte en Mí, para que tú mismo te salves…”. Iscariote: “No llores, Maestro, no digas estas palabras. También yo te amo. Me entregaría también yo mismo para verte respetado, fuerte, temido, vencedor. No te amo tal vez perfectamente; tal vez no pienso como se debe, pero todo lo que soy lo empleo —quizás abuse— por el ansia de verte amado. Te juro, por Yeové juro, que no iré a ver a ningún escriba, ni a un solo fariseo, ni a saduceo alguno, ni a judíos ni a sacerdotes. Dirán que estoy loco, pero no me importa. Me basta que no estés preocupado por mí. ¿Estás contento ahora? Dame un beso, Maestro, dame un beso como bendición y protección tuya”. ■ Se dan el beso y se separan mientras los otros a la carrera regresan raudos colina abajo agitando en el aire pan y queso. Se sientan en la verde hierba de la orilla y se reparten el pan. Cuentan que los acogieron bien, porque en las pocas casas que hay, la gente conoce a los pastores-discípulos, y ven con buenos ojos al Mesías. Tomás termina: “No hemos dicho que estabas, porque si no…”. Jesús: “Trataremos de pasar por aquí alguna vez. No se debe desatender a ninguno”. ■ Termina la comida. Jesús se pone de pie y bendice a los dos que van a Betania y que no esperan a que caiga la tarde para reanudar el camino, dado que el valle está lleno de sombra y de agua cristalina. Jesús, y los diez restantes, se tienden sobre la hierba y descansan hasta que llegue el crepúsculo para volver por el camino que lleva hacia Engaddi y Masada, como oigo que dicen. (Escrito el 19 de Febrero de 1946).
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1  Nota  : Cfr. Gén. 19,1-29.   2  Nota  : Cfr.  1 Mac. 2,28.- Se aconseja leer todo el capítulo para tener una idea más cabal.  3  Nota  : Egla. Cfr. 6-370-51.
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(<Jesús con los diez ha dejado ya la ciudad de Engaddi —donde el sinagogo Abraham ha proclamado “Mis ojos han visto al Prometido” al que él ha esperado largo tiempo y donde ha sido despedido por el clamor exultante de toda la gente— y ha llegado a las inmediaciones de la ciudad-fortaleza de Masada>)

6-392-199 (7-82-529).- La hostilidad de Masada, ciudad-fortaleza.
* Una ciudad-fortaleza, bien cerrada dentro del anillo estrecho de sus defensas, con sus casas apiñadas.- ■ Están ascendiendo por una subida de cabras a una ciudad que parece un nido de águilas en la cima de un pico alpino. Sí, es verda­deramente un pico alto, solitario, de laderas escarpadas, como les gusta a las águilas para sus regios amores, que desdeñan testigos y colectividades. Y con gran fatiga lo acometen, yendo de occidente ha­cia oriente, volviendo las espaldas a una cadena continua de montes que ya forman parte del sistema montañoso judío, y que, con un ramal poderoso, semejante al contrafuerte de una colosal muralla, se extiende hacia el Mar Muerto en su lado occidental extremo, o sea, hacia el extremo sur de este mar. Pedro gime: “¡Qué camino, Dios mío!”. Confirma Mateo: “Peor todavía que el de Yiftael”. Observa Judas Tadeo: “Pero aquí no llueve, no hay humedad, no resbala uno; lo cual ya es algo…”. Dice Pedro: “¡Sí, bueno, tenemos este consuelo… pero sólo éste! ¡Que no, hombre, que no caes en manos de los enemigos! ¡Si no te echa abajo un terremoto, tú, por mano de hombre, no caes!”. Y lo dice hablan­do a la ciudad-fortaleza, bien cerrada dentro del anillo estrecho de sus defensas, con sus casas apiñadas, apretadas unas contra otras como las semillas de una granada en el escriño de su gruesa cáscara. Jesús le pregunta: “¿Tú crees, Pedro?”. Pedro: “¿Que si lo creo? ¡Lo veo, que es más!”. ■ Jesús mueve la cabeza, pero no rebate. Bartolomé, que ya no puede más, suspira: “Quizás hubiera sido mejor venir por la parte del mar. Si hubiera estado Simón… Conoce bien estos lugares”. Jesús responde: “Cuando estemos en la ciudad y veáis el otro camino, me agrade­ceréis haber elegido éste. Por aquí puede subir con fatiga un hombre. Por el otro, con fatiga sube una cabra”. Bartolomé: “¿Cómo lo sabes? ¿Alguno te ha informado, o…?”. Jesús: “Sé. Y, además, por esta parte está la nuera de Ananías. La pri­mera cosa que quiero hacer es hablar con ella”. Tomás dice: “Maestro… ¿no habrá peligros allá arriba?… Porque… aquí no puede uno escaparse rápidamente, y, si nos siguen… no volvemos a ver nuestra casa. ¡Mira qué precipicios! ¡Y qué piedras tan cortan­tes!…”. Jesús: “No tengáis miedo. No encontraremos una Engaddi. Poquísimas hay como Engaddi en Israel. Pero no nos sucederá nada malo”. Tomás: “Es porque… ¿Sabes que es una fortaleza de Herodes?…”. Jesús: “¿Y qué quieres decir con eso? ¡Que no tengas miedo, Toma! Hasta que no llega la hora, nada sucede verdaderamente grave”.
* La nuera de Ananías, próxima a contraer nuevo matrimonio con un rico herodiano, tiene el corazón frío de las serpientes.- ■ Caminan, caminan, y llegan al pie de los adustos muros cuando el sol ya está alto. Pero la altura mitiga el calor. Entran en la ciudad pasando bajo el arco de una puerta estrecha, tenebrosa. Los muros de los bastiones son robustos, con macizas to­rres y estrechas aberturas. Dice Mateo: “¡Qué trampa para caza!”. Y Santiago de Alfeo: “Yo pienso en los desdichados que hayan traído aquí los materia­les, estos bloques, estas grandes láminas de hierro…”. Jesús: “El amor santo a la patria y a la independencia les hizo ligeros los pesos a los hombres de Jonatás Macabeo; el amor malvado de sí mismo y el terror a la ira del pueblo impuso un pesado yugo, no a súbditos sino a peor que esclavos, por voluntad de Herodes el Gran­de. Y, bautizada con sangre y lágrimas, perecerá en la sangre y en las lágrimas, cuando llegue la hora del castigo divino”. Santiago de Alfeo: “Maestro, ¿pero qué culpa tienen los habitantes?”. Jesús: “Ninguna. Y toda. Porque cuando los súbditos emulan a los jefes en las culpas o en los méritos, reciben el mismo premio o castigo que sus jefes. Pero hemos llegado a la casa, que es la tercera de la se­gunda calle, la que tiene el pozo delante. Vamos…”. ■ Jesús llama a la puerta cerrada de una casa alta y estrecha. Abre un niño. “¿Eres pariente de Ananías?”. El niño dice: “Llevo su nombre porque es padre de mi padre”. Jesús: “Llama a tu madre. Dile que vengo del pueblo donde está Ananí­as y el sepulcro de su marido fallecido”. El niño se marcha y vuelve. “Ha dicho que no le interesa saber nada del viejo. Que te puedes marchar”. Jesús pone una cara muy severa. “No me iré sino después de ha­ber hablado con ella. Niño, ve y dile que Jesús de Nazaret, en quien creía su marido, está aquí y quiere hablar con ella. Dile que no tema. El anciano no está…”. El niño se marcha otra vez. La espera es larga. Algunas personas se han parado a observar y alguno pregunta a los discípulos. Pero se percibe un ambiente arisco, o indiferente, o irónico… Los apóstoles tratan de ser amables, pero están visiblemente influenciados por la situación. Y terminan de estarlo cuando llegan los notables de la ciu­dad y hombres de armas; tanto unos como otros con unas caras de… delincuentes, que no inspiran ni pizca de confianza. Jesús, en el umbral de la puerta, apoyado en una jamba, con los brazos cruzados, espera, paciente, absorto. ■ Por fin sale la mujer. Alta, morena, de mirada dura y perfil desabrido. No es ni vieja ni fea, pero su expresión la hace parecer vieja y fea. Dice alta: “¿Qué quieres? Date prisa, que tengo cosas que hacer”. Jesús: “No quiero nada. Nada. Tranquila. Que sólo te traigo el perdón de Ananías, su afecto, su súplica…”. Dice la mujer: “¡No le tomo conmigo de nuevo! Inútil suplicar. No quiero viejos lamentosos. Ya no tenemos nada que ver yo y él. Y, además, pronto me voy a casar otra vez y no puedo imponer en la casa de un rico a ese burdo labriego que es él. ¡Ya he tenido de sobra con mi error de aceptar casarme con su hijo! Pero entonces era una niña ignorante y me fijé sólo en la belleza del hombre. ¡Qué desventura para mí! ¡Qué desventura! ¡Maldito sea el motivo que me le puso en mi camino! ¡Y maldito el recuerdo de…”. Parece una máquina… ■ Jesús: “¡Basta! Respeta, mujer más árida que el sílex, a los vivos y a los muertos que no merecías tener. ¡Desventura para ti! ¡Sí! ¡Desventura! Porque en ti no hay amor al prójimo, y por tanto Satanás está en ti. ¡Pues teme, mujer! ¡Teme que las lágrimas del anciano, que las del marido, al cual ciertamente has oprimido con tu aborrecimiento, no se vuelvan lluvia de fuego sobre lo que tú amas! ¡Tienes hijos, mujer!…”. La mujer, como una urraca desplumada viva, grita: “¡Hijos! ¡Ojalá no los tuviera! ¡Habría desaparecido el último vínculo! Y… bueno, además no quiero oír nada. No quiero oírte. ¡Vete! Estoy en mi casa, en casa de mi hermano. No te conozco. No quiero recordar al viejo. No…”. Una verdadera arpía… Jesús le dice: “¡Atenta!”. Mujer: “¿Me estás amenazando?”. Jesús: “Es un llamamiento que te hago en orden a Dios, a su Ley, por Piedad hacia tu alma. ¿Qué hijos vas a educar con estos sentimien­tos? ¿No temes el juicio de Dios?”. Mujer: “¡Basta! Saúl, ve a llamar a mi hermano y dile que venga con Jo­natás. ¡Ahora verás! Te…”. Jesús: “No. No hace falta. Dios no va a forzar tu alma. Adiós”. Y Jesús se marcha abriéndose paso entre la gente.
* Los notables de la ciudad, en tono conminatorio, les expulsan de la ciudad. ■ La calle es estrecha, entre altas casas. Pero la ciudad, adecuada para la defensa, tiene el corazón como la propia defensa de la parte oriental, donde todo cae a plomo por cientos de metros, y donde la delgada cinta de un sendero sinuoso, de una inclinación verdaderamente impresionante, sube desde la llanura, desde las orillas del mar, hasta la cima del pico. Jesús va precisamente allí, donde hay una placita para las máquinas de guerra, y empieza a hablar, repitiendo una vez más su llamada al Reino de los Cielos, del cual expone las líneas esquemáticas. Y está para desarrollarlas cuando, abriéndose un pasaje entre la pequeña muchedumbre, más curiosa que creyente, van hacia Él, voceando entre sí, unos notables. En cuanto están frente a Jesús, dicen —confusamente porque hablan todos juntos, concordes sólo en expulsarle— en tono conminatorio: “¡Vete de esta ciudad! Aquí nos bas­tamos nosotros para educar a los hijos de Israel”; “¡Márchate! ¡Nues­tras mujeres no necesitan de tus recriminaciones, galileo!”; “¡Vete con tus ultrajes! ¿Cómo te atreves a ofender a la mujer de un herodiano, en una de las ciudades predilectas del gran Herodes? ¡Usurpador, ya desde el nacimiento, de sus derechos soberanos! ¡Fuera de aquí!”. Jesús los mira, especialmente a estos últimos, y dice una sola pa­labra: “¡Hipócritas!”. Ellos: “¡Fuera! ¡Fuera!”. Un verdadero tumulto de voces discordes, y, cada una por su cuenta, acusa o defiende a la propia casta. No hay quien se aclare. En la placita estrecha, hay mujeres que chillan y se desmayan, niños que lloran, soldados que tratan de abrirse paso —salen de la fortale­za propiamente dicha— y que para abrirse paso hacen daño a la gente que está apiñada en la plaza, la cual reacciona imprecando contra Herodes y sus soldados, contra el Mesías y sus seguidores. ¡Un buen jaleo! ■ Los apóstoles, formando una barrera en torno a Je­sús —son los únicos que le defienden, más o menos valientemente— gritan a su vez improperios punzantes, y no se salva de sus im­properios ninguno. Jesús los llama y dice: “Nos marchamos de aquí. Torcemos por detrás de la ciudad y nos marchamos…”. Grita Pedro, lívido de ira: “¡Y para siempre, ¿eh?! ¡Para siempre!”. Ellos: “Sí, para siempre…”. ■ Se marchan, uno después de otro. Contra todas las insistencias de los suyos, el último es Jesús. Los soldados, a pesar de sus burlas hacia el «profeta burlado», como dicen, haciendo todo tipo de gestos burlescos, tienen la prudencia de cerrar enseguida el portillo de la muralla y apoyarse contra él con las armas vueltas hacia la plaza.
* “Está acumulando (la ciudad) contra sí los rayos de la ira divina. Y no tanto por haberme echado, cuanto porque en ella se violan todos los mandamientos del Decálogo”.- ■ Jesús camina por un senderito que bordea las murallas, un sen­dero de dos palmos de ancho, bajo el cual está el vacío, la muerte. Los apóstoles le siguen, evitando mirar al abismo pavoroso. Ya están otra vez delante de la puerta por la que habían entrado. Jesús, sin detenerse, empieza a bajar. La ciudad tiene cerrada la puerta tam­bién por este lado… A muchos metros de la ciudad, Jesús se para y pone la mano en el hombro de Pedro, el cual, secándose el sudor, dice: “¡De buena nos hemos librado! ¡Maldita ciudad! ¡Y maldita mujer! ¡Pobre Ananías! ¡Esa es peor que mi suegra!… ¡Qué serpiente!”. Jesús: “Sí. Tiene el corazón frío de las serpientes… Simón de Jonás, ¿tú qué opinas? ¿Te parece segura esta ciudad, a pesar de todas las de­fensas?”. Pedro: “¡No, Señor! No tiene a Dios consigo. Digo que compartirá con Sodoma y Gomorra la misma suerte”. Jesús: “Bien has respondido, Simón de Jonás. Está acumulando contra sí los rayos de la ira divina. Y no tanto por haberme echado, cuanto porque en ella se violan todos los mandamientos del Decálogo. Vá­monos. Nos acogerá la sombra fresca de una gruta, en estas horas de sol. Y, cuando se ponga el sol, nos encaminaremos hacia Keriot, mientras lo permita la Luna…”. ■ Juan, en un improviso acceso de llanto, gime: “¡Maestro mío!”. Todos preguntan: “¿Pero qué te pasa?”. Juan no se explica. Llora, llevadas las manos a la cara, un poco agachado… Parece ya el Juan desolado del día de la Pasión… Jesús, arrimándole hacia Sí, le dice: “¡No llores! Ven aquí… Nos quedan todavía horas dulces por de­lante” (lo cual consuela el corazón, pero hace aumentar el llanto). “¡Oh! ¡Maestro! ¡Maestro mío! ¡¿Cómo voy a resistir?! ¡¿Cómo voy a resistir?!”. Santiago y los otros preguntan: “¿Pero el qué, hermano?”, “¿El qué, amigo?”. Juan no logra hablar. Luego, levantando la cara y echándole los brazos al cuello a Jesús, y obligándole a agacharse hacia su rostro desolado, grita, respondiendo a Jesús en vez de a los que le han pre­guntado: “¡El verte morir!”. Jesús: “¡Dios te socorrerá, niño suyo predilecto! No te faltará su ayuda. No llores más. ¡Vamos! Vamos…”, y Jesús se echa a andar, llevando, de la mano al ciego a causa de las lágrimas… (Escrito el 25 de febrero de 1946).
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6-393-203 (7-83-534).- Jesús con los diez llega a la casa de campo de la madre de Judas Iscariote. Posteriormente, llegan también Zelote y J. Iscariote. Judas dice haber visto a Claudia.
* La madre de Judas Iscariote es la mujer fuerte que combina autoridad con bondad.- ■ Llegan a la casa de campo de Judas en una fresca y brillante mañana. Los manzanares están bañados de rocío y la hierba es un tapiz de flores sobre el que las abejas han comenzado a revolotear. La casa tiene abiertas ya las ventanas. Quien en ella vive, la mujer fuerte que combina su autoridad con una gran bondad, está dando órdenes a los criados y campesinos, y distribuye con sus propias manos los alimentos antes de mandar a cada uno a su trabajo. Por la amplia puerta, abierta también de par en par, de la vasta cocina, se la ve pasar una y otra vez, vestida de oscuro, hablando con uno u otro, haciendo las porciones según las necesidades del trabajador. Una banda de palomas la esperan a la puerta. Jesús se aproxima sonriendo, y ya está casi en la puerta cuando, con un saquito de grano en la mano, María de Simón se asoma diciendo: “Y ahora a vosotras, palomitas. Comeos esto, y luego, al sol, a alabar al Señor. ¡Orden, orden! Hay para todos sin que os peleéis…”. Y esparce la comida en todas las direcciones para que las palomas voraces no se traben en riñas inútiles. ■ No ve a Jesús, porque está inclinada, y se agacha incluso a acariciar a algunas aves que la picotean suavemente los dedos de los pies. María toma una de ellas y la acaricia. Luego la suelta y da un suspiro. Jesús da un paso adelante: “La paz sea contigo, María, y con tu casa”. La mujer, dejando caer el saquito que tenía debajo del brazo, exclama: “¡Maestro!”, y corre al encuentro de Jesús, y al hacerlo espanta a las palomas, las cuales, no obstante, se posan inmediatamente en el suelo y tiran del saquito con ahínco, picotean para abrirlo para después satisfacer su voraz apetito. “¡Oh, Señor, qué día santo y feliz!”, y hace ademán de arrodillarse para besar los pies de Jesús. Él se lo impide diciendo: “Las madres de mis discípulos y las israelitas santas no deben humillarse como esclavas ante mi presencia. Me han entregado su corazón leal y sus hijos; Yo, en cambio, les doy a ellas un amor de predilección”. La madre de Judas, conmovida, le besa las manos, mientras en voz baja dice: “Gracias, Señor”. ■ Luego levanta su cabeza y mira el pequeño grupo de los apóstoles, que se había detenido a la altura de los últimos árboles y, extrañada de no ver que su hijo venga a ella, observa mejor al grupo. Su cara palidece por el temor. Con ansia pregunta: “¿Dónde está mi hijo?” y mira con miedo y aflicción a Jesús, que le dice: “No tengas miedo, María. Le envié con Simón Zelote a la casa de Lázaro para un encargo. Si me hubiera podido detener en Masada el tiempo que había pensado, le habría encontrado aquí; pero no he podido quedarme allí; la ciudad hostil me ha expulsado. Y he venido sin demora a buscar consuelo en una madre y a darle a ella el consuelo de saber que su hijo sirve al Señor” y dice Jesús acentuando las últimas palabras para darles un significado más amplio. María es como una flor marchita que vuelve a la vida. El color vuelve a sus mejillas, la luz a sus ojos. Pregunta: “¿De veras, Señor? ¿Es bueno él? ¿Te contenta? ¿De veras? ¡Oh, qué alegría! Alegría para el corazón de una madre. ¡He pedido tanto al Señor! ¡He dado mucha limosna! ¡He hecho muchos sacrificios!… ¿Y qué no haría yo para que mi hijo fuese un santo? Gracias, Señor. Gracias porque le quieres mucho. Tu amor es el que salva a mi Judas…”. Jesús: “Tienes razón. Le sostiene nuestro amor…”. María de Simón: “¡Nuestro amor! ¡Cómo eres de bueno, Señor! ¡Poner mi pobre amor junto al tuyo, divino!… ¡Qué palabras tan confortadoras! ¡Qué tranquilidad! ¡Qué consuelo y paz me has dado con ellas! Judas muy poco podía aprovechar con solo mi amor, tan pequeño que es. Pero Tú, con tu perdón… porque Tú conoces sus pecados, Tú, con tu amor infinito, que parece crecer en la medida en que él, después de un pecado, lo necesita. ¡Oh, Tú… mi Judas se vencerá a sí mismo, finalmente, para siempre! ¿No es verdad, Maestro?”. ■ La mujer le mira fijamente, con sus ojos profundos e indagadores, las manos en posición de plegaria. Jesús… ¡Oh! Jesús que no puede decirle sí, y que al mismo tiempo no quiere arrebatarle la paz de que goza, que quiere quitarle sus temores, encuentra una palabra que no es mentira, que no es una promesa, pero que la mujer acoge con un suspiro de alivio. Dice: “Su buena voluntad unida a nuestro amor puede realizar verdaderos milagros, María. Estate siempre tranquila, recordando que Dios te ama, te comprende y muy bien. Siempre será para ti un amigo”. María le besa nuevamente las manos para darle las gracias. Luego dice: “Entra entonces en mi casa, y esperemos a Judas. Aquí hay amor y paz, Maestro bendito”. Jesús llama a los suyos, y entran en la casa para descansar y reponer las fuerzas.
* JIscariote comunica a Jesús que se ha entrevistado con Claudia.- ■ Atardece. La noche se posa lentamente sobre los campos. Los rumores se apagan el uno después del otro. Tan solo queda entre la fronda el viento ligero que interrumpe el silencio. Después el primer grillo que canta sus amores entre los trigales maduros. Y luego otro… y otro más. Toda la campiña repite el mismo monótono canto… hasta que un ruiseñor lanza su primera melodía a las estrellas… se calla por un momento y luego vuelve a empezar. Se calla otra vez… ¿qué espera?… ¿tal vez que salga el primer rayo de luna?… su trinar no es tan fuerte. Probablemente se ha metido en el follaje espeso del nogal que hay cerca de la casa, tal vez allí tiene su nido. Parece como si conversase con su amada que tal vez está empollando… Se oyen los balidos, allí lejos. Un sonar de cencerros por la puerta que lleva a Keriot. Luego, silencio. ■ Jesús está sentado junto a María en uno de los asientos que hay enfrente de la casa. Con ellos están en esta hora de quietud los apóstoles y la servidumbre. ¡Qué dulces son las horas así! Cuerpo y alma gozan de ellas. Jesús habla poco, solo de vez en cuando… Algo se ha movido entre las ramas del manzanar. Pero si bien aquí, en el patio que está ante la casa, se puede ver algo gracias a las estrellas que pueblan el cielo, allá en la espesura, entre el tupido follaje, no hay ni pizca de luz, y solo llega a los oídos el ruido de algo que se mueve. Varios se preguntan: “¿Algún animal nocturno? ¿Alguna oveja perdida?”. Y el haber mencionado una oveja evoca en el pensamiento de muchos una oveja que se queja porque le han quitado a su cordero para matarle. El administrador dice: “¡No puede tranquilizarse el animal! Temo que la leche se le pare. No ha comido desde la mañana. Bala y siempre bala… Oídla”. Un siervo dice filosóficamente: “Se le pasará… ¡Dan hijos para que nos los comamos!”. María de Simón: “Pero no todas son iguales. Ésta es menos tonta y sufre más. ¿La oyes? ¿No te parece como si llorara? No me digas que es tonta. Maestro… sufro como si fuese el llanto de una madre que haya perdido a su hijo…”. ■ Judas de Keriot, apareciéndose a sus espaldas junto con Simón y haciendo dar a todos un brinco de sorpresa, dice: “¡Y tú, por el contrario, encuentras a tu hijo, mamá! ¡Maestro! Danos tu bendición ahora que hemos regresado, así como nos la diste al partir”. Jesús: “Sí, Judas” y Jesús abraza a los dos que han vuelto. “La tuya, mamá…”. También María besa y abraza a su hijo. Zelote dice: “No pensábamos que te encontraríamos ya aquí, Maestro. Caminamos sin detenernos, y casi siempre por atajos para que no nos entretuvieran. Pero hemos encontrado a algunos discípulos y hemos avisado a Juana y a Elisa que pronto nos verán”. Iscariote agrega: “Sí. Y además, Simón caminaba como un joven. Maestro, cumplimos con tu encargo. Lázaro está muy mal. El calor le hace sufrir más todavía. Te ruega que vayas pronto a su casa… Maestro, no he ido a ningún sitio aparte de a la Antonia, por caridad hacia Egla, que antes de partir para Jericó quería agradecer a Claudia. ¿No es verdad, Simón?”. Zelote confirma: “Es verdad. Y a la torre Antonia fuimos a la hora sexta, un día de un calor terrible, que obligaba a todos a permanecer en casa. Mientras Judas hablaba con Claudia, a la que Albula Domitila había llamado al jardín, me hacían preguntas las otras mujeres. No creo haber hecho mal explicando como podía lo que querían saber”. Jesús: “Hiciste bien. Tienen ellas la voluntad de conocer la Verdad”. ■ Iscariote: “Y en Claudia la de ayudarte. Se despidió de Egla, que fue a saludar a Plautina y a las demás conocidas suyas, y me hizo muchas preguntas. Si entendí bien, ella quiere convencer a Poncio de que no crea las calumnias de los fariseos, saduceos y demás. Hasta un cierto punto Poncio se fía de sus centuriones, que son buenos para la batalla, pero no muy aptos para transmitir mensajes. Y, para saber con seguridad las cosas, se sirve mucho de su mujer, que debe ser inteligente hasta rayar con la astucia. La verdad es que el Procónsul es Claudia. Poncio debe ser una nulidad que si está arriba es porque ella es quien es, como poder y como consejera. Nos dieron dinero para tus pobres. Aquí está”. Santiago de Alfeo pregunta: “¿Cuándo llegasteis? No parecéis estar ni cansados ni traéis polvo”. Iscariote: “Antes del mediodía. Fuimos a Keriot para ver si estaba allí mi madre, y para avisar que llegaría. ■ Me porté como quieres, Maestro. No me dejé llevar de los deseos humanos. ¿No es verdad, Simón?”. Zelote: “Es verdad”. Jesús: “Hiciste bien. Obedece siempre y te salvarás”. Iscariote: “Así lo haré, Maestro. ¡Oh, ahora que sé que Claudia está a nuestro favor, no tengo más mis necias prisas! Ahora son tan solo amor. Tienes que reconocerlo. Amor desordenado… Desordenado porque se sentía uno sin protección, sin ayuda para llegar a la meta, que es la de hacer que te amen, te respeten como mereces, como debe ser. Ahora estoy más tranquilo. No temo más. Hasta me es dulce el esperar…”. Judas sueña con los ojos abiertos. Jesús le amonesta: “No te entregues a tus ensueños, Judas. Sigue firme en la verdad. Soy la Luz del mundo, y la luz la odiarán siempre las tinieblas…”. ■ Ya salió la luna. Su blanco manto cubre la campiña. Hace pálidas las caras, y pinta de plata las casas y los árboles. El nogal se ríe a los besos de la luna. El ruiseñor acepta la invitación y se suelta en sus cantares, largos, melodiosos, que había guardado, para saludar a la noche y para hablar con la luna. (Escrito el 26 de Febrero de 1946).
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6-394-208 (7-84-537).- Parábola de las dos voluntades y despedida de los habitantes de Keriot.
* “El que es bueno hace buena su voluntad; el malo, mala… os digo las palabras que se cantaron cuando nací: «Paz hay para los hombres de buena voluntad». ¡Paz! O sea, éxito, o sea, victoria en la Tierra y en el Cielo, porque Dios está con quien tiene buena voluntad de obedecerle”.- ■ Jesús habla en el interior de la sinagoga de Keriot, que está increíblemente abarrotada de gente. Está respondiendo a éste o a aquel, que le consultan aparte pidiéndole consejos íntimos. Luego, una vez que ha satisfecho a todos, empieza a hablar en voz alta. “Gente de Keriot, escuchad mis palabras de despedida. Les daremos el nombre de «Las dos voluntades». Un buen padre, intachable, tenía dos hijos, amados ambos con igual amor sabio. A ambos había puesto sobre el recto camino. No hacía diferencia en amarlos y educarlos. Sin embargo, en ellos se daban notables diferencias. Uno, el primogénito, era humilde, obediente; hacía la voluntad de su padre sin discutir; siempre alegre y contento de su trabajo. El otro, aun siendo menor, frecuentemente se mostraba descontento y tenía controversias con su padre y con su propio yo. Siempre meditaba atentamente —con meditación muy humana— los consejos y órdenes que se le daban. En lugar de seguirlos como los oía, procuraba modificarlos en todo o en parte, como si quien se los hubiese dado fuese un tonto. El mayor le decía: «No te comportes así. Así papá se aflige». Pero él contestaba: «Eres un tonto. Ya eres grande y desarrollado, y por añadidura el primogénito, y ya adulto… yo no querría quedarme en el rango que papá te ha puesto. Yo querría hacer más. Imponerme a los siervos. Que comprendan que soy el patrón. Hasta tú pareces también uno de ellos con tu perpetua mansedumbre. ¿No caes en la cuenta de cómo pasas inadvertido, pese a tu primogenitura? No falta quien hasta se burle de ti…». El menor, tentado —más que tentado, discípulo de Satanás, cuyas insinuaciones ponía atentamente en práctica— tentaba al primogénito. Pero éste, fiel al Señor, respetuoso para con la Ley, se mantenía fiel también para con su padre, a quien respetaba profundamente. ■ Pasaron los años; y el menor, molesto por no poder reinar como soñaba, después de haber pedido a su padre muchas veces: «Dame la facultad de obrar en tu nombre, por tu honor, en lugar de confiársela a ese necio que es más manso que una oveja»; después de haber tratado de empujar a su hermano a hacer más de lo que el padre hubiera dispuesto, para imponerse a los siervos, a los conciudadanos y vecinos, se dijo a sí mismo: «¡Basta ya! ¡Aquí se juega hasta nuestro propio nombre! Dado que ninguno quiere actuar, voy actuar yo». Y puso manos a la obra, practicando cuanto le venía en gana, entregándose a la soberbia, a la mentira, y a la desobediencia sin escrúpulo alguno. Su padre le decía: «Hijo mío, debes obedecer a tu hermano mayor. Él sabe lo que hace». Añadía: «Me han contado que has hecho esto. ¿Es verdad?». Y el hijo menor decía, encogiéndose de hombros, respectivamente, a una y a otra de las cosas que su padre le decía: «¡Ya… sabe, sabe! Es demasiado tímido, y no resuelve nada. ¡Pierde las ocasiones de triunfar!»; «No lo he hecho». El padre agregaba: «No vayas en busca de ayuda a este o a aquel. ¿Quién crees que podrá ayudarte para dar gloria a nuestro apellido? Son falsos amigos que te instigan para reírse luego a tus espaldas». Y el hijo menor respondía: «¿Estás celoso de que sea yo quien tome la iniciativa? Por lo demás, sé que estoy haciendo bien las cosas». ■ Pasó el tiempo. El primogénito crecía cada vez más en justicia y el otro en malas pasiones. Al final el padre dijo: «Es hora de señalar la raya: o te doblegas a lo que se te dice, o pierdes mi amor». Y el rebelde fue a decirlo a sus falsos amigos. Y éstos le dijeron: «¿Y te preocupas de esto? ¡Pero no, hombre! Hay un modo de hacer que el padre no pueda preferir a un hijo más que al otro. Ponle en nuestras manos, y ya pensaremos. Tú no tendrás ninguna culpa material, y florecerán con nuevo vigor las riquezas, porque, una vez quitado de en medio tu hermano bueno, podrás darles mayor gloria. ¿No sabes que es mejor una acción decidida, aunque cueste dolor, que no la indecisión, que produce daño a los bienes?». Y el menor, ya saturado de mala voluntad, prestó su adhesión al infame complot. ■ Decidme ahora vosotros: ¿se puede acusar al padre de haber dado dos sistemas de educación a los dos hijos?; ¿se le puede llamar cómplice? No. ¿Y cómo es que, mientras que un hijo es santo, el otro es malo? ¿Acaso el hombre recibe, con anterioridad, la voluntad en dos modos? No. La voluntad es dada de una sola manera. Mas el hombre, en su propio interés, la muta: el que es bueno hace buena su voluntad; el malo, mala. Os exhorto a vosotros de Keriot —y será la última vez que os exhorto a seguir los senderos de la sabiduría— a seguir únicamente la buena voluntad. Ya casi al fin de mi ministerio os digo las palabras que se cantaron cuando nací: «Paz hay para los hombres de buena voluntad». ¡Paz! O sea, éxito, o sea, victoria en la Tierra y en el Cielo, porque Dios está con quien tiene buena voluntad de obedecerle. Dios no mira las obras rimbombantes que el hombre emprende por iniciativa propia, sino la humilde obediencia, pronta, leal, a las obras que Él quiere”.
* Tened siempre en cuenta que Dios elige a quien quiere, y deshecha a quien, habiendo degradado su voluntad con la soberbia y desobediencia, desmerece”.- Jesús: “Os voy a recordar dos episodios de la historia de Israel. Dos demostraciones de que Dios no está donde el hombre quiere actuar por su propia cuenta pisoteando la orden recibida. Veamos los Macabeos (1). Está escrito en ellos que, mientras Judas Macabeo con Jonatás iba a combatir a Galaad, y Simón iba a libertar a los otros de Galilea, les había sido ordenado a José de Zacarías y a Azarías, jefes del pueblo, que permanecieran en Judea para defenderla. Judas les había dicho: «Cuidad del pueblo y no trabéis ninguna batalla con los pueblos hasta que regresemos». Pero José y Azarías, al conocer las grandes victorias de los Macabeos, quisieron hacer lo mismo diciendo: «Ganémonos también nosotros una fama, y vayamos a combatir a los pueblos que están a nuestro alrededor». Y fueron vencidos y destruidos, y «la derrota del pueblo fue grande porque no atendieron las órdenes de Judas ni de sus hermanos, pensando que podían ser otros héroes». La soberbia es la desobediencia. ■ ¿Y qué se lee en los Reyes? (2). Se lee que Saúl fue corregido una vez y luego otra, y la segunda fue tan corregido por haber desobedecido, que se eligió en su lugar a David. ¡Por haber desobedecido! ¡Recordad! ¡Recordad! «¿Quiere acaso el Señor holocaustos o víctimas, y no más bien que se obedezca la voz del Señor? La obediencia vale más que los sacrificios; el hacer caso, más que el ofrecer cebados machos cabríos; porque la rebelión es como un pecado de magia, el no querer someterse es como un delito de idolatría. Pues bien, como has rechazado la palabra del Señor, el Señor te he rechazado a ti para no dejarte seguir siendo rey». ■ ¡Recordadlo, recordadlo! Cuando Samuel, obediente, llenó su cuerno de aceite, y fue a la casa de Jesé en Belén, porque allí el Señor había escogido a otro para rey; Jesé, después del sacrificio, entró en la sala de comer con sus hijos y los presentó a Samuel. Eliab fue el primero. Era bello de cara, de edad, de estatura. Pero el Señor dijo a Samuel: «No tengas en cuenta su cara, ni su estatura, porque no le elijo a él. Yo no juzgo conforme juzgan los hombres. Porque el hombre mira las cosas que ven sus ojos, pero el Señor ve el corazón». Y Samuel no quiso a Eliab por rey. Se le presentó Abinadab, y Samuel repuso: «El Señor no ha elegido tampoco a éste». Y Jesé le presentó a Samma. Samuel dijo: «Tampoco éste es el elegido del señor». Y así pasaron sucesivamente los siete hijos de Jesé, presentes en el banquete. Samuel preguntó: «¿Son éstos todos tus hijos?» «No» respondió. «Hay todavía uno que es muchacho y que apacienta entre las ovejas». «Dile que venga porque no nos sentaremos a la mesa sino cuando él haya llegado». Y vino David. Era rubio, era hermoso. Era un jovenzuelo. El Señor dijo: «Úngelo. Él es el rey». Tened siempre en cuenta que Dios elige a quien quiere, y deshecha a quien, habiendo degradado su voluntad con la soberbia y desobediencia, desmerece».
* Así como mi nacimiento fue salud para los que tuvieron buena voluntad, así cuando se me haga subir significará salud para los que me hayan seguido como Maestro en mi doctrina con buena voluntad”.- ■ 
Jesús prosigue: «No volveré a venir a vuestra ciudad. El Maestro está para terminar su ministerio. Después será más que Maestro. Preparad vuestros corazones para esa hora; porque no olvidéis que, de la misma forma que mi nacimiento fue salud para los que tuvieron buena voluntad, así cuando se me haga subir significará salud para los que me hayan seguido como Maestro en mi doctrina con buena voluntad, y para los que en ella me sigan después, incluso después de que ya no esté. ¡Adiós, varones, mujeres, niños de Keriot! ¡Adiós! No nos olvidemos, procuremos que nuestros corazones, el mío y el vuestro, se fundan en abrazo de amor y de despedida, y que el amor continúe siempre vivo, aun después de que ya no esté entre vosotros… Aquí, la primera vez que vine, un justo lanzó su último suspiro en el beso del Salvador, en medio de una visión de gloria… Aquí, esta vez, la última que vengo, os bendigo con amor… ¡Adiós!… Que el Señor os dé fe, esperanza y caridad según lo necesitéis. Os dé amor y más amor. Para que le améis, para que me améis. Amor hacia los infelices, los culpables, los que llevan el peso de una culpa que no es suya… Acordaos. Sed buenos. No seáis injustos… ■ Recordad que siempre he perdonado no solo a los culpables, sino que he esparcido amor por toda Israel. Israel que está compuesto de buenos y de no buenos, así como en una familia hay buenos y no buenos, y sería una injusticia decir que toda una familia es mala porque uno de sus miembros lo sea. Me voy… Si alguien quiere hablarme en particular que venga esta noche a la casa de campo de María de Simón”. ■ Jesús levanta su mano y bendice; luego sale raudo, por la puerta secundaria. Los suyos le siguen. La gente cuchichea: “¡No regresa más!”. “¿Qué habrá querido decir?”. “Tenía lágrimas cuando se despedía…”. “¿Oísteis? Dice que cuando se le haga subir”. “Entonces Judas tiene razón. Está claro que después, como rey, ya no estará entre nosotros como ahora…”. “Yo hablé con sus hermanos. Dicen que no será rey como pensamos, sino un Rey redención como dicen los profetas. Será, en una palabra, el Mesías”. “¡Sí, claro, el Rey Mesías!”. “¡Que no, hombre! El Rey Redentor. El varón de dolores”. “Sí”. “No”. Jesús, entre tanto, se va ligero en dirección de los campos. (Escrito el 27 de Febrero de 1946).
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1  Nota  : Cfr. 1 Mc. 5,17-61.   2  Nota  : Cfr. 1 Sam. 13,1-14.
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6-395-212 (7-85-541).- Las dos madres infelices de Keriot. Adiós a la madre de Judas.
* María de Simón recurre a Jesús para recuperar la amistad —perdida a consecuencia de un asunto amoroso de su hijo Judas— de su antigua compañera Ana.- ■ “¿Señor, no querrías venir, solo conmigo, a ver una madre infeliz? Esto es lo que más deseo” dice María de Simón respetuosamente a Jesús, mientras, después de la comida del mediodía los apóstoles, se han esparcido para descansar, antes de reanudar el camino al atardecer. Jesús está bajo la sombra de manzanos cuyos frutos pronto madurarán, y parece como si las palabras de María sean continuación de una conversación anterior. Jesús: “Sí, mujer. Yo también tengo deseo de estar contigo, solos en estas últimas horas, como en las primeras cuando estuve aquí. Vamos”. ■ Entran en la casa. Jesús toma su manto, y María su velo y manto. Van por unos caminos situados entre los campos, entre manzanos y otros árboles. Todavía hace calor. De los campos de trigales maduros llega el bochorno. Pero el viento de la montaña suaviza el calor que de otro modo en la llanura sería insoportable. María de Simón: “Siento hacerte caminar con este calor. Pero después… ya no podríamos. Tanto que deseé esto, y no me atrevía a pedírtelo. Hace poco me dijiste: «María, para darte prueba de que te amo como si fueses mi madre, te digo: pídeme lo que quieras que te complaceré», y entonces me he atrevido. ¿Señor, sabes a dónde vamos?”. Jesús: “No, mujer”. María de Simón: “Vamos a la casa de aquella que debía haber sido la suegra de Judas… (María lanza un suspiro doloroso). Debería haber sido… No lo fue ni lo será jamás porque Judas abandonó a su hija, la que murió de dolor… y la madre nos guarda rencor a mí y a mi hijo. Siempre nos maldice… Judas es muy… muy débil… en el mal, no tiene necesidad más que de bendiciones. Y quisiera que le hablases… Tú la puedes convencer, decirle que fue un bien que no se hubieran celebrado las bodas… decirle que yo no tuve la culpa… decirle que muera sin odiarme; porque esa mujer está muriendo lentamente y con ese nudo en el alma. Quisiera que hubiera paz entre nosotras… porque he sufrido, y he sufrido vergüenzas por lo que pasó, y veo con dolor que se destruye la amistad de una que fue mi compañera desde que yo me casé. Bueno, Tú lo sabes Señor…”. Jesús: “Sí. No te angusties. Tu petición es justa y cumplo los encargos buenos”. ■ Suben, después de dejar atrás un pequeño valle, a otra elevación sobre la cual hay un pueblecito. María de Simón: “Ana vive aquí desde que murió su hija. En sus posesiones. Antes vivía en Keriot. Pero, mientras vivía allí, cuando nos veíamos, sus reproches me destrozaban el corazón”. Tuercen por un sendero poco antes de entrar al pueblo, y llegan a una casa baja que está entre los campos. María de Simón: “Hemos llegado. Me da saltos el corazón desde que he venido. No me querrá ver… me echará… se irritará y su pobre corazón sufrirá mucho más… Maestro…”. Jesús: “Así es. Voy Yo. Tú quédate aquí hasta que te llame. Y ruega para ayudarme”.
* Para obtener el perdón de Ana, Jesús descubre el futuro próximo: para Él, como Redentor, una muerte horrible, para su Madre lágrimas de dolor y para María de Simón el oprobio de ser la madre del traidor.- ■ Jesús se acerca solo a la puerta que está semiabierta, y entra saludando con dulzura. Le sale al encuentro una mujer. “¿Qué se le ofrece? ¿Quién eres?”. Jesús: “Vengo a dar consuelo a tu patrona. Condúceme a donde está”. Sirvienta: “¿Eres médico? ¡No hace falta! No hay esperanzas. Su corazón se le está marchitando”. Jesús: “Todavía se le puede curar su alma. Soy el Rabí”. Sirvienta: “No hace falta tampoco en este sentido. Está irritada con el Eterno y no quiere oír sermones. Déjala en paz”. Jesús: “Precisamente porque está en ese estado, he venido. Déjame pasar y ella será menos infeliz en sus últimos días”. La mujer se encoge de hombros, y dice: “¡Entra!”. ■ Un corredor semioscuro y fresco. Hay puertas. En el fondo, la última está entreabierta, y de ella salen unos lamentos. La mujer entra diciendo: “Señora, hay un rabí que quiere hablar contigo”. Ana, inquieta, jadeante, responde: “¿Para qué?… para decirme que estoy maldecida? ¿Que no tendré paz ni siquiera en la otra vida?”. Jesús, asomándose en el umbral de la puerta, dice: “No. Para decirte que tu paz será completa con tal de que quieras, y que serás dichosa para siempre con tu Juana”. La enferma, amarilla, hinchada, jadeante sobre su camastro, recostada sobre muchos almohadones, le mira y dice: “¡Qué palabras! Es la primera vez que un rabí no me reprende… ¡Qué esperanza!… Mi Juana… conmigo… en la bienaventuranza… no más dolor… el dolor producido por un hombre maldito… no impedido por la que le engendró… y que me traicionó… después de haberme hecho cobrar esperanzas… ¡Infeliz hija mía!…”. Jadea cada vez más fuerte. Sirvienta: “¿Lo ves? Le causas mal. Lo sabía yo. Vámonos. Jesús: “No. Vete tú. Déjame solo…”. La mujer sale, moviendo la cabeza. ■ Jesús se acerca al lecho poco a poco. Seca bondadosamente el sudor de la enferma, que ella con dificultad trata de enjugar con sus manos enormemente hinchadas; le da aire con un abanico de palma; le da de beber, pues ella busca refresco en la bebida que hay encima de una mesita. Jesús parece un hijo al lado de su madre enferma. Luego se sienta, decidido a cumplir con toda suavidad su encargo. La mujer, mientras toma respiro, le observa. Y, con una sonrisa de enferma, le dice: “Eres hermoso y bueno. ¿Quién eres, Rabí? Tienes la delicadeza de mi amada hija en proporcionarme consuelo”. Jesús: “¡Soy Jesús de Nazaret!”. Ana, asombrada: “¿Tú?… ¿Tú en mi casa?… ¿Por qué?”. Jesús: “Porque te amo. También tengo Yo una Madre, y en cada madre veo a la mía, y en las lágrimas de las madres, veo las de la mía”. Ana: “¿Por qué? ¿Llora acaso tu Madre? ¿Por qué? ¿Se le ha muerto algún hermano tuyo?”. Jesús: “Todavía no… Yo soy su unigénito y vivo todavía. Pero Ella llora porque sabe que debo morir”. Ana: “¡Oh, infeliz! ¡Saber de antemano que un hijo va a morir! ¿Pero cómo lo sabe? Estás sano. Estás fuerte. Eres bueno. Yo me hice ilusiones hasta que se me murió, mi hija estaba muy enferma… ¿Cómo puede tu Madre saber que debes de morir?”. Jesús: “Porque soy el Hijo del hombre, del que hablaron los profetas. Soy el Hombre de los dolores que vio Isaías, el Mesías del que cantó David y describió sus torturas de Redentor. Soy el Salvador, el Redentor, mujer. Me espera una muerte horrible… y mi Madre asistirá a ella… y mi Madre sabe, desde que nací, que su corazón será traspasado de dolor como el mío… No llores… Con mi muerte abriré las puertas del Paraíso a tu querida Juana…”. Ana: “¡También a mí! ¡También a mí!”. ■ Jesús: “Sí. A su tiempo; pero antes debes aprender a amar y perdonar. A volver a amar. A ser justa, a perdonar… Si no, no podrás ir al Cielo con Juana, conmigo…”. La mujer llora angustiosamente. Entre gemidos dice: “Amar… amar cuando los hombres me enseñaron a odiar… cuando Dios no nos amó, no tuvo piedad. Es difícil… ¿Cómo amar cuando los hombres nos han atormentado, las amigas herido, Dios abandonado?…”. Jesús: “No. Jamás te ha abandonado. Estoy aquí, para hacerte promesas celestiales; para asegurarte que tu dolor terminará en gozo con solo que lo quieras. ■ Ana, escúchame… Lloras por unas bodas que no se celebraron, a las que consideras causante de todos tus dolores; acusas de homicidio a un hombre por esto, y de cómplice a su pobre madre. Escucha, Ana. No pasarán más que unos meses y verás que fue un gran favor del Cielo que Juana no se hubiera casado con Judas…”. Grita la mujer: “No me lo nombres”. Jesús: “Lo he hecho para decirte que debes agradecer al Señor. Y, dentro de pocos meses, lo harás…”. Ana: “Ya estaré muerta…”. Jesús: “No es verdad. Estarás viva y te acordarás de Mí, y comprenderás que hay dolores más grandes que el tuyo…”. Ana: “¿Mayores? ¡No es posible!”. Jesús: “¿Dónde pones el de mi Madre que me verá morir en una cruz?”. Jesús se ha puesto de pie. Su aspecto es majestuoso. “¿Y dónde colocas el de la madre del que traicionará a Jesucristo, el Hijo de Dios? Piensa, mujer, en esa madre… Tú… Toda Keriot, los campos y otros lugares más lejanos, se han compadecido de tu dolor, del cual has podido gloriarte como si fuese una corona de mártir. ¡Pero esa madre! Como Caín, sin ser Caín, es más siendo Abel —la víctima de su hijo traidor, del asesino de Dios, sacrílego, maldito—, ella no podrá soportar la mirada de los hombres, porque todas las miradas serán como una piedra de lapidación, y en cada palabra de los hombres, en todas las palabras, le parecerá escuchar una maldición, un insulto; y jamás encontrará refugio sobre la Tierra, jamás, hasta la muerte, hasta que Dios, que es justo, venga a llevarse consigo a la mártir, borrándole de su memoria el haber sido la madre del asesino de Dios, dándole la eterna posesión de Dios… ¿El dolor de esta madre no es acaso mayor?”. Ana: “Un inmenso dolor…”. ■ Jesús: “Ya lo ves… Sé buena, Ana. Reconoce que Dios fue bueno en su modo de obrar…”. Ana: “Pero mi hija está muerta. Judas hizo que se muriera, porque buscaba una dote mayor… Su madre lo aprobó”. Jesús: “No. Esto no es cierto. Yo te lo seguro, Yo que veo en los corazones. Judas es mi apóstol y con todo afirmo que hizo mal y que recibirá su castigo. Su madre es inocente. Te ama. Querría que también tú la amases… Ana, sois dos madres infelices. Tú te glorias de tu hija muerta, inocente, pura a quien el mundo respeta… María de Simón no puede gloriarse de su hijo. Los hombres reprueban sus acciones”. Ana: “Es verdad. Pero si se hubiese casado con Juana no sería censurado”. Jesús: “Pero poco después verías morir a Juana de dolor, porque Judas perecerá de muerte violenta”. Ana: “¿Qué dices? ¡Oh infeliz María! ¿Cuándo? ¿Cómo? ¿Dónde?”. ■ Jesús: “Pronto. Y de una manera horrenda… ¡Ana! ¡Ana! Tú eres buena. Tú eres madre. Conoces qué es el dolor de una madre. Ana, vuelve a ser amiga de María. Que el dolor os junte, como debía juntaros la alegría. Déjame partir contento, sabiendo que ella tendrá una amiga, una sola por lo menos…”. Ana: “Señor… amarla… quiere decir perdonarla… Es muy duro… Me parece que nuevamente vuelvo a enterrar a mi hija… Que yo misma la mato…”. Jesús: “Pensamientos que las Tinieblas te sugieren. No los escuches. Escúchame a Mí, Luz del mundo. La Luz te dice que la suerte de Juana, muriendo virgen, ha sido menos amarga que muriendo viuda de Judas. Créemelo, Ana. Y piensa que María de Simón es mucho más infeliz que tú…”. ■ La mujer piensa, piensa, lucha, llora, y luego dice: “Pero yo la he maldecido. A ella y al fruto de sus entrañas. Pequé…”. Jesús: “De ello te absuelvo. Y, cuanto más la ames, mayor será tu absolución en el Cielo (1). Ana: “Pero si me hago su amiga… encontraré a Judas. No puedo, Señor, hacer esto…”. Jesús: “Nunca le volverás a ver. No regresaré más a Keriot, ni tampoco Judas. Nos hemos despedido ya de la gente…”. Ana: “¿Dijiste que…?”. Jesús: “Que no volveré nunca más. Judas ha dicho que no podrá volver hasta después de mi elevación; pero él cree que me verá subir a un trono; pero no es así, me espera la muerte. Tú no dirás esto. Jamás. Que María lo ignore hasta que todo se haya cumplido. Tú misma acabas de decir que es «infeliz de antemano la madre que sabe que su hijo debe morir». Si los sufrimientos de mi Madre, porque lo sabe, van a aumentar los méritos de mi Sacrificio, para María de Simón el silencio es una cosa que debe de dársele por compasión. No dirás ni una palabra de esto”. Ana: “No, Señor. Te lo juro en nombre de mi Juana”. ■ Jesús: “Quiero otra promesa más. Es grande. Es santa. Tú eres buena. Me amas ya…”. Ana: “Sí. Mucho. Desde que estás aquí, siento tener paz”. Jesús: “Cuando María de Simón no tenga más a su hijo, y cuando el mundo la cubra de… desprecio, tú, tú sola le abrirás tu casa y el corazón. ¿Me lo prometes? En nombre de Dios y de Juana. Ella lo habría hecho, porque María era siempre para ella la madre del siempre amado”. Ana: “¡Sí!” y se escucha el llanto… Jesús: “Dios te bendiga, mujer, y te dé paz… y salud… Ven. Vamos a ver a María, a darle el beso de paz…”. ■ Ana: “Pero… Señor… No puedo caminar. Tengo las piernas hinchadas y paralizadas. ¿Ves? Estoy aquí, vestida, pero no soy más que un leño…”. Jesús: “Lo fuiste. ¡Ven!” y le extiende la mano, invitándola a dejar su lecho. La mujer, con sus ojos fijos en los de Él, mueve las piernas, las saca del lecho, pisa la tierra descalza, se levanta, camina… Parece como hechizada. No cae siquiera en la cuenta de su curación… Sale, asida a la mano de Jesús al corredor semioscuro… Se dirige a la salida. Estando ya cerca, encuentra a la criada de antes, la cual da un grito que no es de espanto, sino de gozo… Acuden otros siervos, temiendo que sea indicio de muerte, pero ven que su patrona —que antes estaba como agonizante y que guardaba rencor a María de Simón— anda rápida, con los brazos extendidos, desprendiéndose de Jesús, hacia la mortificada María, y la llama, y la estrecha contra su corazón. Ambas lloran.
* Jesús se despide de María de Simón.- ■ …Y, regresando hacia la casa, después de la despedida de paz, María de Simón da gracias al Señor y le pregunta: “¿Cuándo vendrás a hacer otro bien?”. Jesús: “Nunca más volveré, mujer. Lo dije ya a los del pueblo. Pero mi corazón estará siempre contigo. Acuérdate de que siempre te he amado y que te amo. Recuerda que sé que eres buena, y que Dios por esto te ama. Tenlo presente siempre, y también cuando lleguen días de horas amarguísimas. Nunca llegue a tu mente el pensamiento de que Dios te juzgue culpable. Ante sus ojos tu alma está adornada y lo estará siempre de joyas de virtudes y de perlas de tus dolores. María de Simón, madre de Judas, te voy a bendecir; quiero abrazarte y besarte para que mi beso te compense de tus dolores. Ven, madre de Judas. Y gracias, porque me has amado y honrado” y la abraza y la besa en la frente, como hace con María de Alfeo. ■ María de Simón: “Pero nos veremos otra vez. Iré a la Pascua”. Jesús: “No. No vayas. Te lo ruego. ¿Quieres hacerme feliz? No vayas. A la próxima Pascua las mujeres, no”. María de Simón: “¿Por qué?…”. Jesús: “Porque… en la próxima Pascua habrá en Jerusalén un terrible espectáculo, al que no está bien que asistan mujeres. Es más… María, diré a tu pariente que venga a estar contigo. Estad juntos. Lo necesitas, porque… Judas, de hoy en adelante no podrá ayudarte ni venir…”. María de Simón: “Haré como dices… ¿Luego no volveré, no volveré jamás a ver tu rostro en que se refleja la paz del Cielo? ¡Cuánta serenidad ha brotado de tus ojos y se ha derramado sobre mi corazón que sufre!…”. María llora. ■ Jesús la consuela: “No llores. La vida es breve. Después me verás para siempre en mi Reino”. María de Simón: “¿Crees entonces que tu humilde sierva vaya a entrar en él?…”. Jesús: “Veo ya tu lugar entre los ejércitos de mártires y de corredentoras. No tengas miedo, María. El Señor será tu eterna recompensa. Sigamos. La tarde ya baja, y es hora de ponernos en camino…”. Y recorren en sentido inverso el mismo camino entre los manzanos y los campos, hasta la casa donde esperan los apóstoles. Jesús es breve en la despedida. Bendice a todos y se pone a la cabeza de los suyos… se va… María, de rodillas, llora. (Escrito el 28 de Febrero de 1946).
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1  Nota  : En esta parte del diálogo entre Jesús y la mujer, aparecen expuestos, lógica y ordenadamente, los conceptos (o la realidad) del pecado, de examen, dolor, confesión, perdón, expiación. Del pecado: “Pensamientos que las Tinieblas te sugieren…”; de examen: “Piensa… piensa…”; de dolor: “…llora…”; de confesión: “Pequé…”; de perdón: “De ello te absuelvo”; de eficaz expiación por el pecado que se detesta, que se confiesa y que es perdonado: “Y entre más la ames, más serás absuelta en el Cielo”. Con respecto del pecado, dolor, confesión, perdón, expiación Cfr. 2 Sam. 11,12-22; a propósito del valor expiatorio del amor, cfr. Prov. 10,12; Lc. 7,47-48; 1º Cor. 13,7; Sant. 5,20; 1 Ped. 4,8.
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(<Jesús, en Betsur, una vez de despedirse del pueblo de Betsur, se acerca a la casa de Elisa>)
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6-399-238 (7-88-561).- Elisa comunica a Jesús que Juana quiere hablarle en secreto por algo grave.- El amor materno de Elisa.
* “Mi vida es como este rosal. Vosotras las discípulas buenas sois las rosas. Pero cortad las rosas y ¿qué queda? Espinas”. ■ Entran en la casa, y mientras los apóstoles descansan y comen Jesús se dirige al bello jardín, donde Elisa le dice: “Maestro, soy la única en saber que Juana te quiere hablar en secreto. Me mandó a Jonatás. Dijo: «Por algo muy grave». Ni siquiera la hija que me diste —y por ello sé siempre bendito— lo sabe. Juana me mandó a varios sirvientes a que te buscasen por todas partes, pero no te encontraron…”. Jesús: “Estaba muy lejos, y habría ido aún más lejos, si mi corazón no me hubiese empujado a volver… Elisa, vendrás conmigo y con Zelote a casa de Juana. Los otros se quedarán aquí dos días descansando, luego irán a Béter. Tú regresarás con Jonatás”. Elisa: “Sí, Señor mío…”. ■ Elisa le mira con ojos maternales, le escudriña… No es capaz de contener su pregunta: “¿Sufres, verdad?”. Jesús menea la cabeza sin que sea una señal clara de que lo niegue, pero sí de consuelo evidente. Elisa: “Soy una madre… Tú eres mi Dios… pero… ¡Oh, Señor mío! ¿Qué crees que quiera Juana? Hablaste de muerte y lo he comprendido, porque en el Templo las vírgenes leían mucho las Escrituras donde se habla de Ti, Salvador, y me acuerdo de esas palabras. Hablaste de muerte y tu rostro resplandecía de gloria celestial… Ahora ya no resplandece… María fue para mí como una hija y Tú eres su Hijo… Por esto, si no peco en decírtelo, te considero como un poco hijo mío… Tu Madre está lejos… Pero tienes a una madre a tu lado. Bendito de Dios, ¿no puedo aliviar tu aflicción?”. ■ Jesús: “Ya lo alivias con amarme. Que ¿qué pienso que me dirá Juana? Mi vida es como este rosal. Vosotras las discípulas buenas sois las rosas. Pero cortad las rosas y ¿qué queda? Espinas…”. Elisa: “Te seremos fieles hasta la muerte”. Jesús: “Es verdad. Hasta la muerte. Y el Padre os bendecirá por el consuelo que me brindáis. Vamos adentro. Descansemos. Al atardecer partiremos para Béter”. (Escrito el 9 de Marzo de 1946).
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(<Jesús, con Elisa y Zelote, ha llegado a Béter, al castillo que aquí posee Juana>)
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6-400-241 (7-89-563).- Juana de Cusa comunica a Jesús el enojo provocado por Iscariote a Claudia.
* Juana teme que aquellas almas, por las que ella ruega para que se formen en la luz de Jesús, puedan sucumbir desilusionadas o de cansancio.- ■ Juana lleva a Jesús por un amplio paseo que divide el jardín, y se dirige hacia las parcelas de rosales, que bajan y suben las opuestas ondulaciones que constituyen la propiedad florida de la discípula. Juana sigue adelante, como buscando aislarse en donde no haya sino rosales y árboles, y pajarillos entre las ramas (en las últimas riñas por encontrar un sitio donde pasar la noche, o en los últimos cuidados a las crías en los nidos). Las rosas, cerradas aún en su capullo en este atardecer —mañana, abiertas, caerán bajo las tijeras—, esparcen intensa fragancia antes de descansar bajo las gotas de rocío. Se paran en una hondonada entre dos pliegues del terreno en que, formando festones, ríen, por una parte rosas encarnadas, por la otra parte rosas rojas como manchas de sangre que se está coagulando. Y hay una piedra grande, que sirve de asiento o de apoyo para los cestos de los recolectores. Hay rosas y pétalos ajados entre la hierba y encima de la piedra, testimonio del trabajo del día. ■ Juana, con la mano ensortijada, retira del asiento de piedra esos restos y dice: “Siéntate, Maestro. Debo hablar contigo… mucho”. Jesús se sienta. Matías se pone a correr para acá o para allá por la hierba… Jesús: “Juana estoy aquí para escucharte…”. Deja de mirar al niño Matías, que está jugando, para mirar a la discípula que está distante de Él, de pie y silenciosa. Juana: “Sí, Maestro. Pero… es muy difícil… y creo que te vaya a hacer sufrir”. Jesús: “Habla con sencillez y confiadamente”. Juana se deja caer sobre la hierba, semisentada en los calcañares, baja respecto a Jesús, que está sentado más arriba, en el asiento de piedra, con actitud austera y rígida, distante como hombre más que si estuviese separado por varios metros y por muchos obstáculos, cercano como Dios y Amigo por la bondad de la mirada y la sonrisa. Y Juana le mira, le mira, en el crepúsculo suave de una tarde de mayo. ■ Finalmente abre su boca: “Señor mío… antes de hablar… tendría necesidad de preguntarte… necesito conocer tu pensamiento… comprender si me he equivocado siempre al comprender tus palabras… Soy mujer y una mujer ignorante… tal vez he soñado… y solamente ahora sé realmente las cosas… las cosas como las dices, como las preparas, como las quieres que sean para tu Reino… Tal vez tenga razón Cusa… y yo estoy equivocada…”. Jesús: “¿Te ha regañado Cusa?”. Juana: “Sí y no, Señor. Solo me ha dicho, con autoridad de marido, que si es como los últimos hechos hacen pensar, debo dejarte, porque él, dignatario de la corte de Herodes, no puede permitir que su mujer conspire contra Herodes”. Jesús: “Pero ¿cuándo has sido conspiradora? ¿Quién piensa en hacer daño a Herodes? Su pobre trono, tan despreciable, vale menos que este asiento de piedra entre los rosales. Aquí me siento, en el suyo jamás. Tranquiliza a Cusa. No despierta mi interés el trono de Herodes, ni siquiera el de César. ¡No son estos mis tronos, ni estos mis reinos!”. Juana: “¡Oh, sí, Señor! ¡Seas bendito! ¡Qué paz me das! Hace días que sufro por esto. Maestro mío, santo y divino, querido Maestro mío, mi Maestro de siempre como te entendí, te vi, te he amado, como en el que he creído, tan alto, tan superior a la Tierra; así, así, divino, Señor mío y rey celestial”. ■ Y Juana toma una mano de Jesús, le besa respetuosamente el dorso, poniéndose de rodillas, como en adoración. Jesús: “¿Pero qué pasó, entonces? ¿Qué cosa hay, que yo ignoro, capaz de turbarte de esta forma, capaz de empañar en ti la claridad de mi figura moral y espiritual? Habla”. Juana: “¿Qué cosa, Maestro? Los ríos del error, de la soberbia, de la ambición, de la obstinación se levantaron como de fétidos cráteres y han empañado el concepto de Ti en algunos, en algunas… y trataban de hacer lo mismo en mí. Pero yo soy tu Juana, tu beneficiada, oh Dios. Y no me habría extraviado, al menos eso espero, conociendo lo bueno que es Dios. ■ Pero el que es todavía solo un embrión de corazón que lucha para formarse, bien puede morir por una desilusión. Y quien todavía no es más que uno que desde el mar de fango, agitado por fuerzas violentas, trata de arribar al puerto, a la orilla, trata de purificarse, de conocer otros lugares de paz, de justicia, bien puede sucumbir de cansancio, si desespera de esta playa, de estos lugares, y dejarse atrapar de nuevo por las corrientes y el fango. Y yo, por esta ruina de almas para las cuales impetro tu luz, sentía dolor y tortura. Amamos más a las almas que damos a la luz eterna que a los cuerpos que damos a la luz terrena. Ahora comprendo lo que es ser madre de una carne, y madre de un alma. Lloramos por el hijito que muere. Pero este dolor es solo el nuestro. Por un alma a la que hemos tratado de formar en tu Luz, y que se muere, se sufre no por nosotras solas. Se sufre contigo, con Dios… porque en nuestro dolor por la muerte espiritual de un alma está también tu dolor, tu infinito dolor de Dios… No sé si me explico bien…”. Jesús: “¡Te explicas muy bien!”.
* J. Iscariote pidió a Claudia el restablecimiento del reino de Israel.-Jesús: “Pero habla con orden las cosas, si quieres que te consuele”. Juana: “Sí, Maestro. Mandaste a Simón Zelote y a Judas Iscariote a Betania ¿no es verdad? Fue por esa niña hebrea que las romanas te regalaron y que Tú enviaste a Nique…”. Jesús: “Sí, ¿y entonces?…”. Juana: “Maestro… debo darte un dolor… ¿Maestro, Tú eres un Rey del espíritu y no piensas de ninguna manera en reinos terrenales?”. Jesús: “¡Exacto, Juana! ¿Cómo puedes pensarlo de otro modo?”. Juana: “Maestro, es para sentir de nuevo la alegría de verte divino, solo divino. Pero, precisamente porque lo eres, te he de dar un dolor… Maestro, el hombre de Keriot no te comprende y no comprende a quien te respeta como a un sabio, a un gran filósofo, como a la Virtud existente sobre la Tierra, y que solo por esto te admira y dice ser tu protectora. Es extraño que haya paganas que comprendan lo que un apóstol tuyo no ha comprendido después de estar tanto tiempo contigo…”. Jesús: “Le ciega su ser humano, su amor humano”. Juana: “Le disculpas… pero te causa daño, Maestro. Mientras Simón hablaba con Plautina, con Lidia, y con Valeria, Judas habló con Claudia, en tu nombre, como tu embajador. Quería arrancarle promesas para un restablecimiento del reino de Israel. Claudia le hizo muchas preguntas… Él habló mucho. Ciertamente que piensa que está a las puertas de su sueño demencial, en las regiones donde el sueño se transforma en realidad. Maestro, Claudia está enojada por esto. Es hija de Roma… Lleva el imperio en sus venas… ¿Se puede por ventura pretender que ella, hija de Claudios, combata contra Roma? Ha sido para ella un choque tan hondo que ha dudado de Ti, de la santidad de tu doctrina. Ella todavía no puede comprender la santidad de tu Origen… Pero llegará a ello, porque hay en ella buena voluntad. Llegará a ello cuando se haya tranquilizado respecto de tus intenciones. Ahora apareces a sus ojos como un rebelde, un usurpador, un ambicioso, un falso… Plautina y las otras han tratado de disuadirla… pero ella quiere una respuesta inmediata y tuya”. ■ Jesús: “Dile que no tema. Yo soy el Rey de reyes, Aquel que los crea y los juzga; y que no tendré un trono que no sea el del Cordero, primero Inmolado, luego triunfante en el Cielo. Hazle saber inmediatamente”. Juana: “Sí, Maestro. Iré yo personalmente, antes de que salgan de Jerusalén porque Claudia está tan indignada que no quiere quedarse un momento más en la torre Antonia… para no… encontrarse con los enemigos de Roma, dice”. Jesús: “¿Quién te lo dijo?”. Juana: “Plautina y Lidia. Vinieron aquí… y Cusa estaba presente… y luego… me puso el dilema. O tú eres el Mesías espiritual o yo debo de abandonarte”. ■ En el rostro de Jesús, palidecido de dolor por lo que ha contado Juana, se ve una sonrisa de cansancio, y dice: “¿No viene Cusa aquí?”. Juana: “Mañana, sábado, vendrá”. Jesús: “Yo le tranquilizaré. No temas. Ninguno tema. Ni Cusa por su puesto en la Corte; ni Herodes por posibles usurpaciones; ni Claudia por amor a Roma; ni tú por miedo a haberte equivocado, a verte separada de… Nadie debe de temer… Yo solo debo temer… y sufrir…”. Juana: “Maestro, no quería darte este dolor. Pero quedarme callada, habría sido un engaño… ¿Cómo te vas a comportar con Judas?… Tengo miedo de sus reacciones… por Ti, que conste que es por Ti…”. Jesús: “Me comportaré lealmente. Le haré comprender que sé todo, y que desapruebo sus acciones y su terquedad”. Juana: “Me odiará porque comprenderá que te enteraste por mí…”. Jesús: “¿Te duele eso?”. Juana: “Tu odio me dolería, no el suyo. Soy una mujer, pero con mayor valor que él, para servirte. Te sirvo porque te amo, no por obtener honores de Ti. ■ Si el día de mañana perdiese por tu causa las riquezas, el amor de mi esposo, y aun la libertad y la vida, te amaría mucho más todavía. Porque entonces no tendría a quien amar más que a Ti, y no tendría sino a Ti para que me amaras” y lo dice impulsivamente, poniéndose de pie. También Jesús se pone de pie y dice: “Sé bendita, Juana, por estas palabras. Quédate en paz. Ni el odio, ni el amor de Judas pueden alterar lo que está escrito en el Cielo. Mi misión se realizará como está decidido. No tengas jamás remordimientos. Quédate tranquila como Matías, que después de haber querido hacer una casa, según él, la más hermosa para su grillo, se ha quedado dormido con la frente sobre unos pétalos de rosa y sonríe… creyendo tenerla sobre las rosas. Cuando uno es inocente la vida es hermosa. También Yo sonrío, aun cuando la vida humana no tenga flores, sino pétalos caídos, marchitos. Pero en el Cielo tendré todas las rosas que serán los salvados… Ven… Ya empezó a oscurecer, y todavía podemos distinguir el sendero”. Juana hace ademán de tomar el niño en brazos. Jesús: “Deja… Le tomo Yo. ¡Mira cómo sonríe! Ciertamente que sueña en el Cielo, en su mamá, en ti… También Yo, en mis penas diarias, sueño en el Cielo, en mi Mamá y en las buenas discípulas”. Se dirigen despacio a la casa. (Escrito el 12 de Marzo de 1946).
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6-401-245 (7-90-567).- Pedro y Bartolomé llegan a Béter por un grave motivo.- Éxtasis de la escritora.
* El Inocente con los inocentes, los niños.- ■ Jesús pasea por entre la floresta de rosas, donde los recolectores trabajan. Halla así la manera de hablar con uno o con otro, y también con la mujer viuda y sus hijos a la que Juana tomó a su servicio, en la Pascua, después del banquete de los pobres, por amor a Él. Ya no parecen los mismos. Se les ve el vigor en el cuerpo, la serenidad en la cara. Cumplen alegres su trabajo; cada uno según su capacidad. Los más pequeños, que todavía no saben distinguir entre una rosa de otra por el color o por la lozanía para escogerlas, juegan con otros pequeñuelos en los sitios más tranquilos, y sus vocecillas se confunden con los gorjeos de los polluelos de los pájaros que pían en las ramas de los árboles saludando a sus padres que regresan con la presa en el pico. ■ Jesús se dirige a estas pequeñas nidadas humanas, se agacha, se interesa por lo que hacen, acaricia, no deja que se peleen, levanta al que se cayó y lloriquea, sucio de tierra en la carita y en las manos. Los llantos, las peleas, las envidias desaparecen bajo la caricia y la palabra de Jesús, y terminan algunas veces con ofrecerle el objeto que pudo haber sido la culpa de la discusión o de la caída (el escarabajo dorado, la piedrecita de color o brillante, una flor caída al suelo, etc…). Jesús tiene llenas de estas cosas las manos y el cinturón, y, cuando deposita escarabajos y mariquitas entre el follaje, restituyéndolos así a la libertad, lo hace sin ser visto. Cuántas veces he visto el tacto perfecto de Jesús, incluso con los más pequeños, para no herirlos ni engañarlos. Tiene el arte y el encanto de hacer que sean mejores y para hacerse querer, con cosas aparentemente insignificantes, aunque en realidad son perfecciones de amor adaptado a la pequeñez del niño.
* María Valtorta ya no reflexiona más como criatura, sino que siente lo que debe ser el vivir de los serafínes… y arde y delira y ama, ama.- ■ Como a mí. Siempre me ha tratado como a un «niño» para mejorar mi miseria, para hacerse amar. Después de que le amé con todo mi ser, me tomó de la mano, me trató como adulta, sordo a mis súplicas de que: “¿No ves que no sirvo para nada?”. Sonrió y me obligó a hacer cosas propias de personas de edad… Solo cuando la pobrecita María está llena de aflicciones, vuelve Jesús a ser el Jesús de los niños para con mi pobre alma, tan inútil, y se muestra satisfecho de… mis escarabajos, y mis piedrecitas… y mis florecillas… de lo que logro darle… y me muestra que los ve bonitos… que me ama porque soy “la nada que se fía, se pierde en el Todo”. ■ ¡Mi Jesús amado, amado hasta la locura! ¡Amado con todo mi ser! Sí, lo puedo proclamar. En la vigilia de mis 49 años de edad, al examinarme atentamente, en la vigilia de la sentencia humana sobre mi obra como portavoz, escudriñando atentamente mi corazón y toda mi persona para descifrar las palabras verdaderas que hay en mí, puedo decir que ahora amo, comprendo que amo a mi Dios con todo mi ser. Han sido necesarios 48 años para llegar a este amor total, tan total que no tengo ni un pensamiento de temor personal en vistas de una condena, teniendo tan solo una inmensa preocupación por lo que ésta pudiese tener en almas que yo he llevado a Dios, que estoy convencida de que han sido redimidas por el Jesús vivo dentro de mí, y que se separarían de la Iglesia, anillo de unión entre la Humanidad y Dios. Dirán algunos: “¿No te da vergüenza haber tardado tanto?”. No. No me avergüenzo. Era yo tan débil, tan nada, que he tardado todo este tiempo. Por otra parte, estoy convencida de que he tardado exactamente el tiempo que Jesús ha querido. Ni un minuto más, ni uno de menos; porque, puedo afirmar, que desde que empecé a entender qué es Dios, no le he negado nada. ■ Desde cuando, teniendo yo cuatro años, lo sentía tan omnipotente, que creía incluso que estaba en la madera del respaldo de mi sillita en que me sentaba, y le pedía disculpa por darle la espalda y por apoyarme en Él; desde cuando, también a los cuatro años, hasta en el sueño pensaba que nuestros pecados le habían herido y matado; y me ponía de pie sobre mi camita, suplicando, vestidita con mi camisón de noche, sin mirar a ninguna imagen sagrada, sino volviéndome a mi Amado muerto por nosotros, y le suplicaba: “¡No fui yo! ¡No fui yo! ¡Haz que muera pero no digas que yo te herí!”. Y así sucesivamente. Tú lo sabes, Amor mío, conoces mis ansias. Ninguna de ellas ignoras… Tú sabes que tan solo bastaba entrever algo que querías para que inmediatamente fuera aceptación en tu María. Aunque me propusieras que te diera mi amor de novia —es más, precisamente entonces, en la Navidad del 21, se reafirmó mi amor por Ti—, o el amor de los padres, o la vida o la salud o el bienestar… y que, cada vez más fuera una «nada» en la vida social, un deshecho que el mundo mira con compasión o burla… Una que no puede valerse por sí misma para tomar un vaso de agua y aplacar la sed, una que está clavada como Tú, como Tú, y como he deseado tanto estarlo, y como quisiera enseguida volver a estar si me curases. ¡Todo! La nada ha dado todo, su todo de criatura… ■ Bien, pues también ahora, también ahora, que puedo ser juzgada negativamente, que se me puede prohibir el contacto con los sacramentos, que pueden actuar contra mí ¿qué puedo decirte? “Dáteme a mí, dame tu Gracia. Todo el resto no es nada. Tan solo te ruego que no me suspendas tu amor y que no permitas que los que te he dado vuelvan a caer en las tinieblas”. ■ ¿Pero, a dónde he ido a parar, Sol mío, mientras Tú andas entre los rosales? A donde me lleva mi corazón, que se ha esforzado en amarte. Y palpita, y prende la sangre de mis venas. La gente dirá: “Tiene fiebre y palpitaciones”. No es eso, lo que pasa es que esta mañana has llegado a Mí con la fuerza de un divino huracán de amor, y yo… yo me anulo en Ti, que me invades, y ya no reflexiono más como criatura, sino que siento lo que debe ser el vivir de los serafínes… y ardo y deliro y te amo, te amo. ¡Ten piedad de mí, en tu amor! ¡Piedad si quieres que viva todavía para servirte, oh Amor divinísimo, eterno! ¡Oh amor dulcísimo, oh Amor de los Cielos, de lo Creado, Dios, Dios, Dios!…. ¡Pero no, que no haya piedad! Antes bien, mucho más; sí, mucho más; hasta la muerte en la hoguera del amor. ¡Fundámonos! ¡Amémonos! Hasta que esté en el Padre, como dijiste al rogar por nosotros: “Que estén (los que te aman) donde nosotros estamos. Una sola cosa”. ¡Una sola cosa! Esta es una de las afirmaciones del Evangelio que me han hecho hundirme en un abismo de adoraciones amorosas. ¡Qué pediste por nosotros, Divino Maestro mío y Redentor! ¡Qué cosa pediste, oh divino loco de amor! Que nosotros seamos una cosa contigo, con el Padre, con el Espíritu Santo; porque quien esté en Uno, está en los tres, oh indivisible, y con todo, inseparable Trinidad del Dios Uno y Trino. ¡Bendito, ¡bendito! ¡Bendito te proclamo con todos los latidos de mi corazón!…
* Iscariote, de golpe, se ha vuelto un demonio.- ■ Pero volvamos a la visión, porque veo venir con paso veloz, tanto que sus vestidos se agitan al aire como se agita la vela de una barca, a Pedro, seguido por Bartolomé, que camina más tranquilo. Se presenta repentinamente a espaldas del Maestro que está agachado, acariciando a los pequeños, hijos sin duda alguna de los cortadores de flores, quienes los pusieron en colchonetitas a la sombra fresca de los árboles. “¡Maestro!”. “¡Simón! ¿Cómo es que estáis aquí? ¿Y tú, Bartolomé? Teníais que partir mañana por la tarde, después de la puesta del sol del sábado…”. Bartolomé: “Maestro, no nos regañes… Escucha primero”. Jesús: “Hablad. No os regaño, porque pienso que desobedecisteis por un motivo grave. Decidme para tranquilizarme que ninguno de vosotros está enfermo o herido”. Bartolomé se apresura a decir: “No, Señor. Ningún mal nos ha sucedido”. Pero Pedro, siempre sincero y siempre impetuoso dice: “¡Uhm! Yo por mi parte digo que hubiera sido mejor si tuviésemos todos las piernas rotas, o incluso la cabeza, antes que…”. Jesús: “¿Qué ha sucedido entonces?”. Bartolomé empieza a decir: “Maestro, pensamos que era mejor venir para terminar con…”, cuando le interrumpe Pedro: “¡Pero, dile más aprisa!”. ■ Y concluye: “Judas se ha hecho como un demonio, apenas partiste. No se podía hablar con él, ni razonar. Se peleó con todos… Y ha escandalizado a todos los sirvientes de Elisa y a otras personas…”. Bartolomé, como excusando, al ver que el rostro de Jesús se ha puesto enérgico, dice: “Tal vez se puso celoso porque te trajiste a Simón…”. Pedro: “No es cuestión de celos. Deja de una vez de excusarle… O riño contigo para desahogarme de no haber podido reñir con él… Pues, Maestro, logré tener callada la boca. ¡Piénsalo! ¡Tuve la boca callada! Por obediencia y porque te amo… Pero ¡qué esfuerzo! Bien. En un momento en que Judas salió dando portazos, hemos deliberado entre nosotros… y hemos pensado que era mejor partir para poner fin al escándalo en Betsur… y evitar… darle unos guantazos… Bartolomé y yo nos hemos marchado inmediatamente. Les dije a los otros que me dejasen marchar enseguida, antes de que él volviera… porque… sentía realmente que no me iba a contener ya más… Bueno, ya dije todo. Ahora regáñame si crees que he cometido un error”. Jesús: “Hiciste bien, como también los demás”. Pedro: “¿También Judas? ¡Oh, no Señor mío! ¡No lo digas! Dio un espectáculo indigno”. Jesús: “Él no hizo bien. Pero no le juzgues”. Pedro: “…No, Señor…”. El «no» le sale a Pedro con un gran esfuerzo. ■ Se hace un silencio. Luego Pedro pregunta: “¿Pero, puedes decirme al menos por qué Judas, de repente, se ha vuelto así? ¡Parecía haberse hecho tan bueno! ¡Estábamos tan bien! De mi parte he ofrecido oraciones y sacrificios para que continuase así… Porque no puedo verte afligido. Y tú te afliges mucho cuando nos pasa algo… A partir de las Encenias sé que hasta una cucharada de miel tiene valor… Esta verdad me la ha tenido que enseñar un discípulo, el más pequeño de los discípulos, un pobre niño, a mí, tu apóstol necio. Pero no la olvidé, porque he visto sus frutos; porque he comprendido también yo, que soy una calabaza, a la luz de la Sabiduría, que benigna se ha inclinado sobre mí, que ha descendido hasta mí, hasta el rudo pescador, hasta el hombre pecador. Comprendí que hay que amarte no solo con las palabras, sino salvando almas con nuestro sacrificio, para darte alegría; para no verte como estás ahora, como estabas en Sebat (1), tan pálido y triste, Señor Maestro mío, que no somos dignos de tenerte; que no te comprendemos, nosotros que somos gusanos ante Ti, Hijo de Dios; que somos fango ante Ti, Estrella; nosotros que somos oscuridad ante Ti, que eres Luz. Pero de nada sirvió. Es la verdad. Mis pobres ofrendas… tan pobres… tan malhechas… ¿Para qué sirvieron? Ha sido soberbia mía, creer que pudieran servir… Perdóname. Te he dado cuanto tengo. Me he ofrecido para darte cuanto poseo. Creía estar justificado porque te he amado, oh Dios mío, con todo mi ser, con todo mi corazón, con toda mi alma, con todas mis fuerzas, como está mandado. Ahora comprendo también esto y también lo afirmo como lo asegura siempre Juan, nuestro ángel, y te ruego (se arrodilla a los pies de Jesús) que aumentes tu amor en tu pobre Simón, para que aumente mi amor por ti, Dios mío”. Pedro se arrodilla a besar los pies de Jesús, y así queda. ■ Bartolomé, que ha quedado sorprendido de las palabras de Pedro y las ha aprobado, hace lo mismo. Jesús: “Levantaos, amigos. Mi amor crece siempre en vosotros, y crecerá cada vez más. Sed benditos por el corazón que tenéis. ¿Cuándo llegarán los demás?”. Bartolomé: “Antes de la puesta del sol”. Jesús: “Está bien. También Juana, Elisa y Cusa regresarán antes del ocaso. Pasaremos aquí el sábado y luego partiremos”. Pedro: “Sí, Señor. ■ ¿Pero para qué te llamó Juana con tanta urgencia? ¿No pudo haber esperado? Estaba ya dicho que vendríamos aquí. Con su imprudencia ha causado un buen jaleo…”. Jesús: “No la acuses, Simón de Jonás. Obró prudentemente y por amor. Me llamó porque había almas a las que se debía reafirmar en su buena voluntad”. Pedro: “¡Ah entonces ya no hablo más!… ¿Pero, Señor, por qué Judas ha cambiado así?”. Jesús: “¡No pienses en ello! ¡No te preocupes! Goza de este paraíso, todo flores y paz. Goza de tu Señor. Deja, y olvida, las formas peores de la humanidad, sus asaltos más horrorosos contra el espíritu de tu pobre compañero. Acuérdate solo de rogar por él, y mucho, mucho. Venid. Vamos con aquellos pequeñuelos que nos miran asombrados. Hace poco les estaba hablando de Dios; de corazón a corazón; con amor; y a los más grandecillos les hablaba de las bellezas de Dios…”. Y echa sus brazos alrededor del talle de sus dos apóstoles, y se dirige con ellos a un círculo de niños que le están esperando. (Escrito el 13 de Marzo de 1946).
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1  Nota  : Sebat.  Cfr. Anotaciones  n. 5: Calendario hebreo.
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6-402-251 (7-91-572).- Judas Iscariote se siente descubierto durante el discurso de despedida en Béter.
* Cusa, que habla con Jesús, se tranquiliza mientras Judas cambia de color y de fisonomía y echa una mirada entre asustada e irritada a Juana.- ■ Veo a Jesús en la parte de delante del palacio de Juana en Béter… Todos los apóstoles están presentes. No sé cómo tuvo lugar el encuentro entre Jesús y Judas. Parece que se desenvolvió en la mejor manera posible, porque no noto inquietud y sobresalto en las caras, y Judas se muestra desenvuelto, alegre, como si nada hubiese pasado; tanto, que es todo amabilidad incluso con los subalternos más humildes, cosa que no es muy fácil en él y que desaparece del todo cuando se siente intranquilo. Está todavía Elisa, y también Anastásica, que vinieron, sin duda, con los apóstoles y la sirvienta de Elisa. Y está también Cusa, respetuoso todo, con Matías de la mano. Y Juana, que está al lado de Elisa, con la pequeña María a su lado. Y Jonatás está detrás de su patrona. Frente a Jesús —a quien protege del sol, que todavía cae sobre esta fachada occidental, un toldo tendido sobre unas cuerdas y unos postes, como un baldaquino— están todos los siervos y jardineros de Béter, y no solo los habituales, sino también los contratados por la temporada. Ellos, a la sombra fresca de un grupo de árboles dispuestos en semicírculo, se mantienen silenciosos, alineados, esperando la bendición de Jesús, que parece ya próximo a la partida, en espera solo de que el ocaso señale el final del sábado (1). ■ Un poco retirados, habla ahora Jesús con Cusa. No sé qué le dice, porque hablan en voz baja, pero veo que Cusa se prodiga en reverencias y en declaraciones de garantías, poniéndose la mano derecha en el pecho como para decir: “Te doy mi palabra. Te aseguro que por mi parte…” etc… etc… Los apóstoles se han ido discretamente a un ángulo. Pero ninguno les puede impedir observar, y, si en la cara de Pedro y de Bartolomé se ve la mirada sencilla de quien sabe ya un poco de qué se trata, en la cara de los otros, menos en la de Judas, hay inquietud, un sabor de tristeza, sobre todo en las caras de Santiago de Alfeo, de Juan, de Simón Zelote y Andrés, mientras que Judas de Alfeo parece casi intranquilo y severo; el otro Judas, que quiere parecer desenvuelto, mira más que todos, y parece querer descifrar por el movimiento de las manos, de los labios, lo que Jesús y Cusa dicen. Las discípulas, en silencio, respetuosas, también miran. Juana sonríe involuntariamente. Su sonrisa es un tanto irónica, mezclada de tristeza, y parece como si compadeciera a su esposo Cusa, que, levantando la voz, dice: “Mi agradecimiento es tal que de ningún modo podré olvidarlo. Por lo tanto, te doy lo que para mí es lo más querido: mi Juana… Pero debes comprender mi amor prudente por ella… El enojo de Herodes… su legítima defensa… se habrían descargado en forma de represalias contra nuestros bienes… contra nuestro poder… y Juana está acostumbrada a estas cosas, está delicada… tiene necesidad de estas cosas… Yo protejo sus intereses. Pero te juro que ahora que estoy seguro de que Herodes no se va a enojar conmigo, como contra un sirviente suyo cómplice de un enemigo, no haré otra cosa que servirte con todo mi corazón, y que daré a Juana toda la libertad…”. ■ Jesús: “Está bien. Pero recuerda que el trocar los bienes eternos por un sencillo honor humano es como cambiar la primogenitura por un plato de lentejas. Y peor todavía…”. Las discípulas han oído las palabras, lo mismo que los apóstoles. Y, mientras que a la mayor parte les sabe un discurso académico, Judas Iscariote percibe en ellas un sabor especial: cambia de color y de fisonomía y echa una mirada entre asustada e irritada a Juana. Intuyo que hasta el momento Jesús no ha dicho ni una palabra de lo ocurrido, y que solo Judas es el único que sospecha que su jugada ha sido descubierta. Jesús se vuelve a Juana y le dice: “Bueno, pues ahora vamos a complacer a la buena discípula. Hablaré, como lo deseaste, a tus sirvientes antes de partir.”
* Para los que truecan la idea mesiánica, revelada por el Altísimo, por una pobre idea suya, humana, considerándola soberbiamente más justa que la de Dios.- ■ Jesús avanza hacia delante unos pasos, hasta el límite de sombra que se alarga cada vez más, debido a que el sol va bajando, bajando lentamente (parece ya una naranja cortada por la base, y cada vez se va ensanchando el corte, a medida que el astro rey va bajando por detrás de los montes de Betginna, dejando un color rojizo de fuego en el cielo azul). “Casa de Juana, amigos amados, sirvientes de esta casa, que ya conocéis al Señor por boca de mi discípulo Jonatás desde hace muchos años, y por boca de Juana desde que se convirtió en mi discípula fiel, escuchad. Me he despedido de todos los lugares judíos donde tengo mayor número de discípulos, por obra de mis primeros discípulos, los pastores; y que por medio de ellos el Verbo ha pasado instruyendo. Ahora me despido de vosotros porque nunca más regresaré a este Edén, tan hermoso (no tanto por los rosales y la paz que reina en él, ni solo por el buen orden que en él existe, cuanto porque aquí se cree en el Señor y se vive según su Palabra). ¡Un paraíso! No cabe duda. ¿Qué fue el paraíso de Adán y Eva? Un espléndido jardín donde se vivía sin pecado, y en donde resonaba la voz amada de Dios, la voz que sus primeros dos hijos acogían con júbilo. ■ Así, pues, os exhorto a que no suceda lo que sucedió en el Edén, que no se introduzca la serpiente de la mentira, de la calumnia, del pecado y mordiéndoos en el corazón os separe de Dios. Vigilad y estad firmes en la Fe… No perdáis el control. No os entreguéis a la incredulidad. Lo cual puede suceder, porque el Maldito podría entrar, procurará entrar en todas las partes, como ya entró en muchos lugares para destruir la obra de Dios. No importa que entre en los lugares, el Sutil, el Astuto, el Incansable; que escudriñe, pare sus orejas, tienda asechanzas, eche baba y trate de seducir. Nada ni nadie pueden impedirle. Lo hizo en el Paraíso Terrenal… Pero un mal mayor es dejarle estar y no echarle. El enemigo a quien no se expulsa, termina por adueñarse del lugar, porque se instala en él y en él construye sus trampas, sus trincheras y sus ataques. Echadlo fuera al punto; hacedlo huir con las armas de la Fe, de la Caridad, de la Esperanza en el Señor. Pero es sumo mal, cuando no solo se le deja vivir en paz entre los hombres, sino cuando se le permite que penetre en el interior y se le deja que haga su nido en el corazón del hombre. ¡Oh, es una desgracia! ■ Y, a pesar de todo, muchos hombres le han aceptado ya en sus corazones: contra el Mesías. Han acogido a Satanás con sus malvadas pasiones, arrojando fuera al Mesías. Y si no hubieran conocido todavía al Mesías en su verdad; si su conocimiento hubiera sido superficial, como sucede entre los viajeros, que se ven por causalidad en un camino, muchas veces solo mirándose un momento; desconocidos que se ven por primera y última vez, otras veces cuando preguntan por una calle, o bien piden un puñado de sal o yesca para prender el fuego, o el cuchillo para cortar la carne; si hubiera sido de esta forma el conocimiento del Mesías en estos corazones, que ahora, y más mañana, cada vez más, arrojan al Mesías para dar lugar a Satanás… aún podrían ser compadecidos y tratados con misericordia porque no conocían al Mesías. Pero ¡ay! de aquellos que saben lo que soy, que se han alimentado de mis palabras y de mi amor, y ahora me arrojan, acogiendo a Satanás que los seduce con promesas mentirosas de triunfos humanos, pero no conseguirán sino su eterna condenación. Vosotros, que sois humildes y no soñáis con tronos y coronas, vosotros, que no buscáis glorias humanas, sino la paz y el triunfo de Dios, su Reino, su amor, la vida eterna, y solo esto, no queráis imitarlos jamás. ¡Vigilad! ¡Vigilad! Conservaos puros de la corrupción, fuertes contra las sugestiones, amenazas, contra todo”. ■ Judas, que ha comprendido que Jesús sabe algo, ha tomado el aspecto de una máscara de ceniza y bilis. Sus ojos lanzan fulgores de odio contra el Maestro y contra Juana. Se retira, detrás de sus compañeros, como para apoyarse en la pared; en realidad lo hace para que no se note su estado de ánimo. ■ Jesús prosigue después de una breve interrupción, colocada como para separar la primera parte del discurso de la segunda. Dice “Hubo un tiempo (2) en que el yizreelita Nabot tenía una viña junto al palacio de Ajab, rey de Samaria. Una viña de sus padres, muy apreciada, por tanto, por su corazón, casi sagrada para él porque era la herencia que su padre le había dejado tras haberla heredado, a su vez de su padre, y éste del suyo, y así sucesivamente. Generaciones de parientes habían sudado en aquella viña para que fuera cada vez más pujante y hermosa. Nabot la apreciaba mucho. Ajab le dijo «Cédeme tu viña, que está pegando a mi casa y me servirá para hacerme una huerta para mí y los que viven conmigo. Yo en cambio te daré una viña mejor, o dinero si lo prefieres». Pero Nabot respondió: «Siento no complacerte, oh rey. No puedo complacerte. Esta viña me viene en herencia de mis padres y me es sagrada. Dios me guarde de darte la herencia de mis padres». ■ Vamos a meditar esta respuesta. Se medita en ella demasiado poco, y demasiados pocos en Israel meditan en ella. Los otros, la mayoría de aquellos que he mencionado antes, que con facilidad arrojan afuera al Mesías para acoger a Satanás, no tienen respeto hacia la herencia de sus padres, y, con tal de tener mucho dinero o mucho terreno, o sea, los honores y la seguridad de que no los suplanten fácilmente, aceptan ceder la herencia de sus padres, o sea, la idea mesiánica en lo que ella es verdaderamente, como ha sido revelada a los santos de Israel, y que debía ser sagrada en todos sus detalles sin manipular en ella, sin alterarla, sin rebajarla con limitaciones humanas. ¡Cuántos, cuántos, cuántos, truecan la luminosa idea mesiánica, enteramente santa y espiritual, por un títere de realeza humana, agitado como un espantajo para perjuicio de la autoridad o blasfemo contra la verdad! ■ Yo, la Misericordia, no puedo maldecirlos con las terribles maldiciones que Moisés lanzó contra los transgresores de la Ley. Pero detrás de la Misericordia está la Justicia. ¡Deben recordarlo todos! Yo, por mi parte, les recuerdo a éstos —y, si entre los presentes hay alguno de éstos, que tome nota de ello— les recuerdo otras palabras que Moisés dijo a aquellos que querían ser más de lo que Dios les había destinado. Dijo Moisés a Coré, a Datán y a Abirón, que se decían santos como Moisés y Aarón y que no querían contentarse con ser solo hijos de Leví en el pueblo de Israel: «Mañana el Señor dará a conocer quién le pertenece y dejará que se acerquen a Él los santos; aquellos a quienes haya elegido se acercarán a Él. Poned fuego en vuestro incensario y, sobre el fuego, el incienso delante del Señor, y venid vosotros y vuestros partidarios con Aarón. Veremos a quién elige el Señor. ¡Os enorgullecéis un poco demasiado, hijos de Leví!» (3). Vosotros, buenos israelitas, conocéis cuál fue la respuesta que el Señor dio a los que se querían ensalzar un poco demasiado, olvidándose de que el único que destina los puestos de sus hijos, y elige es Dios, y elige con justicia, y elige hasta el punto exacto. También Yo debo decir: «Hay algunos que se quieren ensalzar un poco demasiado, y serán castigados de modo que los buenos comprendan que aquellos blasfemaron contra el Señor». ■ Los que truecan la idea mesiánica, tal y como la reveló el Altísimo, por una pobre idea suya, humana, insufrible, limitada, vengativa ¿no son acaso semejantes a los que quisieron juzgar al Santo que estaba en Moisés y Aarón? ¿No os parece que los que, con tal de alcanzar su objetivo, la realización de su pobre idea, quieren tomar propias iniciativas motu propio, considerándolas soberbiamente más justas que las de Dios, no os parece que quieren ensalzarse un poco demasiado, y que quieren pasar ilegalmente de estirpe de Leví a estirpe de Aarón? Aquellos que sueñan en un pobre rey de Israel y lo prefieren al Rey de reyes espiritual, aquellos cuyas pupilas están enfermas de soberbia y ambición, con las que ven deformadas las verdades eternas escritas en los libros santos y a los que la fiebre de una humanidad llena de concupiscencia hace incomprensibles las palabras clarísimas de la Verdad revelada, ¿no son acaso los que cambian por una nada la herencia de toda su estirpe, la herencia más sagrada que puede haber? ■ Pero si ellos lo hacen, Yo no trocaré la herencia del Padre y de nuestros padres, sino moriré leal a esta promesa, que se dio desde que fue necesaria la Redención, leal a esta obediencia que siempre he tenido, porque jamás he desilusionado a mi Padre, y jamás lo desilusionaré por temor a la muerte, por horrible que ésta sea. Pueden mis enemigos preparar los falsos testigos, pueden fingir celo y prácticas perfectas. Esto no cambiará su delito ni destruirá mi santidad. Mas aquel y aquellos que —cómplices suyos después de haber sido sus corruptores— crean poder extender la mano sobre lo que es mío, hallarán en la Tierra a perros y buitres para ingerir su cuerpo y su sangre, y en el Infierno a demonios para ingerir su alma sacrílega, sacrílega y deicida. ■ Os he dicho esto para vuestro conocimiento. Cada uno medítelo. Quien comprenda que es culpable, todavía puede arrepentirse, imitando a Ajab (4). Y quien es bueno no pierda el control de sí en la hora de las tinieblas. Hijos de Béter, hasta la vista. El Dios de Israel esté siempre con vosotros y la Redención haga descender su rocío sobre un campo limpio, a fin de que germinen en él toda la semilla que el Maestro, que os ha amado hasta la muerte, esparció en vuestros corazones”. Jesús los bendice, y ve cómo se van poco a poco. ■ El crepúsculo llegó ya. Un color rojizo, que se cambia en violeta, es el recuerdo único del sol. El reposo sabático acaba de terminar. Jesús puede ponerse ya en marcha. Besa a los pequeñuelos, saluda a las discípulas, saluda a Cusa. En el umbral del cancel se vuelve una vez más y con voz fuerte dice, para que todos oigan: “Hablaré cuando pueda con esas criaturas mientras pueda hacerlo. Juana, procura decirles que no vean en Mí sino al enemigo del pecado y al rey del espíritu. Acuérdate también de esto, Cusa, y no tengas miedo. Nadie debe tener miedo de Mí, ni siquiera los pecadores, porque Yo soy la Salvación. Solo los que sean impenitentes hasta la muerte tendrán que tener miedo del Mesías, Juez después de haber sido todo Amor… La paz sea con vosotros”. Y es el primero en salir hacia la bajada. (Escrito el 16 de Marzo de 1946).
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1  Nota  : “el ocaso señale el final del sábado”. Cfr. Anotaciones   n. 3: Sábado.   2  Nota  : Cfr. 1 Rey. 21. 3  Nota  : Cfr. Núm. 16,4-7.   4  Nota  : Cfr. 1 Rey. 21.
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6-403-257 (7-92-578).- Una lucha y victoria espiritual de Simón de Jonás, ante una provocación de J. Iscariote.
* Ante el insulto, Pedro se reprime y se desahoga cortando la leña del camino porque el sacrificio y las oraciones jamás dejan de tener resultado.- ■ Jesús va a la cabeza de todos: forma blanca y silenciosa que, incluso por senderos difíciles y escabrosos, tomados para acortar el camino, camina majestuosa. En la bajada, su vestido largo, su ancho manto, va rozando el suelo de la pendiente, y Jesús parece ya envuelto en un manto regio que forma cola detrás de sus pasos. Detrás de Él, menos majestuosos, pero sí silenciosos, los apóstoles… el último Judas Iscariote, que viene un poco separado, feo con sombría rabia. Los más sencillos, Andrés y Tomás, se vuelven a mirarle, y Andrés incluso le pregunta: “¿Por qué vienes tan atrás? ¿Te sientes mal?”. La respuesta es un áspero: “¡Qué te importa!” que sorprende a Andrés y mucho más considerando que la frase va acompañada de un epíteto muy desagradable. ■ Pedro es el segundo de la fila de los apóstoles, detrás de Santiago de Alfeo que inmediatamente sigue al Maestro. Y Pedro ha oído, en medio del gran silencio de la tarde en los montes. Se vuelve inmediatamente, y está para irse hacia atrás impulsivamente donde Judas, pero se detiene en seco. Piensa un momento, corre hacia Jesús, le toma bruscamente de un brazo, y le menea diciendo: “¿Maestro, me aseguras que es exactamente como me dijiste la otra noche? ¿Que el sacrificio y las oraciones jamás dejan de tener resultado, aun cuando parece que no sirvan para nada?…”. Jesús, dulce, triste, pálido, mira a Pedro que está sudando con el esfuerzo de no reaccionar contra el insulto, que está lívido, que incluso tiembla, que quizás le hace daño por lo rudamente que le tiene cogido el brazo, y responde con una sonrisa de triste paz: “Jamás dejan de tener su premio. Puedes estar seguro”. Pedro le deja, y ya no va a su sitio sino a la pendiente del monte entre los árboles, se mete entre los árboles y se desahoga rompiendo lo que encuentra a su paso, rompiendo arbustos y árboles jóvenes con una fuerza que quería haberla empleado contra otro, y que se descarga sobre los troncos. Varios le preguntan: “¿Qué estás haciendo? ¿Estás loco?”. Pedro no responde. Quiebra, rompe, despedaza. Deja que le pasen todos… y despedaza y rompe y quiebra. Parece como si estuviera trabajando a destajo, tal es la velocidad que desarrolla. A sus pies hay ya un haz de ramas que bastarían para asar un becerro. Se lo carga a duras penas, y corre a alcanzar a sus compañeros. No sé cómo lo hace con el manto, con el peso, con la alforja, con este sendero escarpado. Baja agachado, muy curvado, como bajo un yugo… Judas, viéndole venir, se ríe y le dice: “¡Pareces un esclavo!”. Pedro tuerce con dificultad la cabeza, y está por decir algo, pero se calla, rechina los dientes y sigue adelante. Andrés pregunta: “¿Te ayudo, hermano?”. Pedro: “No”. Santiago de Zebedeo advierte: “Si es para un cordero, la leña es más que suficiente”. Pedro no responde. Sigue adelante. Se ve que ya no puede, pero es terco. Sigue. Finalmente, cerca de una gruta que está casi al final de la bajada, Jesús se detiene y con Él todos: “Nos detendremos aquí para partir a las primeras luces de la aurora” dice “Preparad la cena”. Pedro arroja por tierra la carga, se sienta sobre ella, sin dar a nadie la explicación de lo que hizo, pues leña hay por todas partes. ■ Cuando todos se han ido, unos por acá, otros al arroyo para traer agua, o bien para limpiar el suelo de la caverna, para lavar el cordero que van a asar, Pedro se ha quedado solo con el Maestro. Jesús, de pie, pone su mano sobre la cabeza entrecana de Pedro y se la acaricia… Entonces Pedro coge la mano, la besa, se la pone en la mejilla, se la besa otra vez y la acaricia… Una gota desciende sobre la blanca mano, una gota, que no es sudor del rudo y honrado apóstol, sino que es su llanto silencioso de amor y aflicción, de victoria después del esfuerzo hecho. Jesús se inclina y le besa diciéndole: “Gracias, Simón”. En realidad, Pedro no es un hombre guapo; pero sucede que cuando echa para atrás su cabeza para mirar a Jesús que le ha besado y le ha dado las gracias porque ha comprendido, solo Él ha comprendido, entonces la veneración y la alegría le hacen guapo… Y con esta transformación me cesa la visión. (Escrito el 25 de Marzo de 1946).
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(<Jesús y sus apóstoles se encuentran en una casa de Joppe, ciudad marítima>)
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6-406-277 (7-95-597).- En Joppe. Palabras inútiles de Jesús a Judas Iscariote.
*  He venido no para dar a mis amigos migajas de un triunfo humano sino para daros una retribución que, de tan llena, no es ya retribución: es coparticipación en mi Reino eterno… ¡Oh, Judas! ¿Por qué no te llena de entusiasmo esta herencia, a la que se llega renunciando a todo, pero que no conoce fin?”.- ■ Se oyen unos golpes vigorosos en la puerta. La mujer se apresura a abrir. Son los discípulos. “Entrad” dice Jesús. “¿Distribuisteis el dinero entre los pobres?”. Responden: “Sí, Maestro”. Jesús: “¿Hasta el último céntimo? Recordad que lo que se nos da, no es para nosotros, sino para la Caridad. Somos pobres y vivimos de la compasión de los demás, ¡Infeliz el apóstol que se aprovecha de su misión por fines humanos!”. Iscariote: “¿Y si un día estamos sin pan, y nos acusan de violar la Ley, porque imitamos a los pájaros desgranando espigas?”. Jesús: “¿Te ha faltado algo, Judas? ¿No has tenido todo lo necesario desde que estás conmigo? ¿Te has caído alguna vez de hambre por el camino?”. Iscariote: “No, Maestro”. Jesús: “Cuando te dije: «Ven», ¿te prometí comodidades y riquezas? ¿He dicho alguna vez a quien me escucha, que daré a los «míos» bienes en la Tierra?”. Iscariote: “No, Maestro”. Jesús: “¿Entonces Judas? ¿Por qué has cambiado tanto? ¿No sabes, no comprendes que tu descontento, tu frialdad me causan dolor? ¿No ves que tu descontento se esparce entre tus hermanos? ¿Por qué, Judas, amigo mío, tú que has sido llamado a una gran honra, que viniste a Mí, a Mí, Luz, con tanto entusiasmo, y ahora me abandonas?”. Iscariote: “Maestro, no te abandono. Soy el que más me preocupo de Ti, de tus intereses, de tu éxito. Quisiera verte triunfar por todas partes, créemelo”. ■ Jesús: “Lo sé. Quieres esto humanamente. Ya es mucho. Pero Yo no quiero eso, Judas, amigo mío. He venido para mucho más que para un triunfo humano… He venido no para dar a mis amigos migajas de un triunfo humano, sino para daros una retribución inmensa, copiosa; una retribución, que de tan llena no es ya retribución: es coparticipación en mi Reino eterno, es posesión de los derechos de los hijos de Dios… ¡Oh, Judas! ¿Por qué no te llena de entusiasmo esta herencia, a la que se llega renunciando a todo, pero que no conoce fin?”.
* ¡Nuestras madres!”.-Jesús: “Acércate más, Judas. ¿Lo ves? Estamos solos. Los otros han comprendido que quería hablarte, a ti que distribuyes mis… riquezas, que son las limosnas que el Hijo del hombre, el Hijo de Dios, recibe para darlas en nombre de Dios y del Hombre al hombre. Se fueron adentro. Estamos solos, Judas, en esta hora tan dulce del atardecer, en que nuestro corazón vuela a nuestros hogares lejanos, a nuestras mamás, que, sin duda, mientras preparan sus cenas solitarias, piensan en nosotros y acarician con su mano el lugar donde nos sentábamos a esta hora de Dios, en que la Voluntad Santísima nos ha tomado para promover el amor a Él en espíritu y en verdad. ¡Nuestras madres! La mía, tan santa y pura, y que tanto os quiere y que ruega por vosotros, amigos de su Jesús… La mía, cuya única paz en las tribulaciones de su maternidad de Madre del Mesías, es la de verme rodeado de vuestro cariño… No defraudéis, no hiráis este corazón de Madre, amigos míos. ¡No le destrocéis con una mala acción vuestra! Tu madre, Judas, que la última vez en que pasamos por Keriot no acababa de bendecirme y que quería besarme los pies, porque se siente feliz de que su Judas esté en la Luz de Dios, y que me dijo: «¡Oh, Maestro! ¡Haz santo a mi Judas! ¿Qué otra cosa quiere el corazón de una madre sino el bien de su hijo? ¿Y qué bien es mayor que el Bien eterno?». ¡Exacto! ¿Qué bien será mayor, Judas, que aquel al que te quiero llevar, y a donde se llega, siguiendo mi Camino? Judas, tu mamá es una santa mujer. Una verdadera hija de Israel. No permití que me besase los pies, porque sois mis amigos, y porque en cada una de vuestras madres, en cada madre buena, veo a la mía. ■ Y Yo quisiera que vosotros, en la vuestra, vieseis a la mía con su tremendo destino de Corredentora; y que no quisierais, no, no quisierais matarla… porque os parecería matar a la vuestra propia”.
* Judas, este condenado, no se conmueve ni ante este profundamente amoroso Jesús.-Jesús: “No llores, Judas. ¿Por qué lloras? Si no tienes nada en el corazón que te remuerda contra tu mamá y contra la mía ¿por qué brota ese llanto? Ven aquí, pon tu cabeza en mi hombro, y di a tu Amigo tu angustia. ¿Has faltado? ¿Te sientes próximo a faltar? ¡No estés solo! Vence a Satanás con la ayuda de quien te ama. Soy Jesús. Soy el Jesús que cura las enfermedades, que arroja a los demonios. Soy el que salva… que te quiere mucho, que se aflige por verte así tan débil. Soy el Jesús que enseña a perdonar setenta veces siete. Pero Yo, de mi parte, no setenta, sino setecientas, siete mil veces os perdono… y no hay pecado, Judas, no hay pecado, Judas, no hay pecado, Judas, que Yo no perdone, que Yo no perdone, que Yo no perdone, si arrepentido, el culpable me dice: «Jesús, he pecado». Menos aún, si tan solo dice: «¡Jesús!». Aún menos, con solo mirarme suplicante. Y los primeros pecados que perdono, ¿sabes, amigo mío, a quiénes se los perdono? A los más culpables, y a los más arrepentidos. Y los primerísimos que perdono ¿sabes cuáles son?: los pecados contra Mí. ¿Judas?… ¿no encuentras una respuesta que dar a tu Maestro? ¿Tanta es tu angustia que te impide la palabra? ¿Temes que te denuncie? ¡No tengas miedo! Hace tanto tiempo que te quería hablar así, apoyado sobre mi Corazón, como dos hermanos nacidos de una misma madre, como si fuésemos una sola cosa, como dos que se alternaron en mamar la dulce leche de igual seno. Ahora estás conmigo, y no te dejo sino hasta que me digas que te he curado. No tengas miedo, Judas. ■ Quiero tu confesión. Pero tus compañeros, de tanto como resplandecerán después de este coloquio nuestros rostros, de paz recíproca y de recíproco amor, pensarán que es un coloquio de amor. Y haré que lo crean cada vez más, teniendo tu cabeza sobre mi pecho esta noche en la cena, mojándote Yo mismo el pan y dándotelo con predilección, y serás el primero a quien dé la copa, después de haber alabado a Dios. Serás el rey del convite, Judas. Lo serás en realidad. Te amo, Judas, amo a tu alma, si te limpias y te liberas, dejando tu fango sobre mi corazón que todo purifica. ¿Todavía no me dices la causa de tu llanto?”. Iscariote: “Me has hablado tan dulcemente… de mamá… de la casa… de tu amor… Un momento de debilidad… ¡Estoy muy cansado!… Me parecía desde hace tiempo que ya no me amabas…”. Jesús: “No. No es esto. En tus palabras no hay más que una parte de la verdad. Estás cansado, pero no del camino, del polvo, del sol, del fango, de la gente. Estás cansado de ti mismo. Tu alma está cansada de tu carne, y de tu mente. Tan cansada que terminará por apagarse de cansancio mortal. ¡Pobre alma a la que llamé a los resplandores eternos! ¡Pobre alma que sabe que te amo y que te acusa de arrebatarla a mi amor! ¡Pobre alma que te acusa —inútilmente, como Yo, inútilmente, te acaricio con mi amor— de que te comportas engañosamente con tu Maestro! ■ Pero no eres tú el que actúa. Es el que te odia y me odia. Por esto te decía: «No estés solo». Oye esto: bien sabes que paso gran parte de mis noches en oración. Si alguna vez sientes en ti la valentía de ser hombre y la voluntad de ser mío, ven a Mí, mientras tus compañeros duermen. Las estrellas, las flores, los pájaros son testigos prudentes y buenos. Compasivos. Se horrorizan por el crimen que se comete ante sus ojos, pero no lanzan su voz para decir a los hombres: «Éste es un Caín de su hermano». ¿Has entendido, Judas?”. Iscariote: “Sí, Maestro. Pero créeme: no tengo otra cosa que cansancio y emoción. Te amo con todo el corazón y…”. Jesús: “Está bien. Es suficiente”. ■ Iscariote: “¿Me das un beso, Maestro?”. Jesús: “Sí, Judas. Ése y más te daré…”. Jesús lanza un profundo suspiro, suspiro de tristeza. Pero da el beso a Judas en su mejilla. Luego le toma la cabeza entre sus manos, y se le acerca a Sí, de modo que no hay más que unos cuantos centímetros de separación entre ambos, y le mira a la cara fijamente, le escudriña, le traspasa con su mirada magnética. ■ Judas, este condenado, no se conmueve. Se queda aparentemente imperturbable. Solo se pone pálido por un momento y por un instante cierra sus ojos. Y Jesús le besa en sus cerrados párpados, luego en la mejilla, y luego en el pecho. Le dice: “Esto es para arrojar las tinieblas, para que comprendas la dulzura de Jesús, para fortalecer tu corazón”. Luego le suelta y se encamina hacia la casa, seguido por Judas. ■ Dice Pedro: “Llegas a punto, Maestro. Todo está listo. Te esperábamos tan solo”. Jesús: “Estaba hablando con Judas sobre varias cosas… ¿verdad, Judas? Habrá que pensar también en aquel pobre anciano al que le mataron a su hijo”. Iscariote: “¡Ah!”, y aprovecha la ocasión al vuelo para serenarse completamente y desviar las sospechas de los demás, si las hubiera. “Ah, ¿sabes, Maestro? Un grupo de gentiles nos detuvo hoy. Venían mezclados con judíos de las colonias romanas de Grecia. Querían saber muchas cosas. Respondimos como pudimos. Pero está claro que no le hemos convencido, de todas formas han sido buenos y nos han dado mucha plata. Aquí la tienes, Maestro. Podremos hacer mucho bien”. Y Judas pone una bolsa gruesa de piel suave, que al golpear la mesa, suena a retintín de plata. Es grande como la cabeza de un niño. Jesús: “Está bien, Judas. Distribuirás el dinero equitativamente. ¿Qué deseaban los gentiles?”. Iscariote: “Cosas sobre la vida futura… que si el hombre tiene alma, y que si ésta es inmortal… Citaban nombres de sus maestros. Pero nosotros… nosotros ¿qué podíamos decir?”. Jesús: “Debisteis haberles dicho que viniesen aquí”. Iscariote: “Se lo dijimos y tal vez vendrán”. La cena continúa. Jesús tiene cerca de Sí a Judas, y le da el pan mojado en el caldo que hay en el plato de la carne asada… (Escrito 20 de Septiembre 1944).
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(<Han pasado por los campos de José de Arimatea>)
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6-410-306 (7-99-622).- Provocaciones de Judas Iscariote en el grupo apostólico.
* J. Iscariote no puede ver a Pedro como el «primero».- Pedro, bufando y secándose el sudor que le corre por las mejillas y cuello, exclama: “¡Tengo ganas locas de llegar a los montes!”. Judas Iscariote, cuyo temor de haberse visto descubierto se ha desvanecido, y vuelve a ser autoritario y petulante, pregunta sarcásticamente: “¡Cómo! ¿A ti que antes no te gustaban, ahora sí?”. Pedro: “¿Y qué quieres? Ahora sí los busco. En estos calores es lo mejor. Pero nunca como mi mar… ¡ah, ese!… No comprendo por qué los campos sean más calientes después de la siega. El sol siempre es el mismo, y vete a…”. Mateo responde con buen sentido: “No es que sean más calientes, es que están más tristes y uno se cansa más al verlos así, más que cuando tiene cereales”. Santiago de Zebedeo le replica: “No. Simón tiene razón. Son insoportablemente calientes después de la siega. Jamás había sentido tanto calor”. Iscariote, volviendo a la pelea, dice: “¿Jamás? ¿Y dónde metes el que sentimos cuando fuimos a la casa de Nique?”. Andrés le responde: “Jamás como éste”. Iscariote insiste: “¡Vaya que sí! El verano está cuarenta días más adelantado y el sol calienta en proporción”. Bartolomé con tono grave dice: “Hay una cosa objetiva: los rastrojos despiden más calor que los campos con espigas. El sol, que antes se detenía encima de las espigas, ahora lo hace directamente contra el suelo desnudo y caliente, y el suelo refleja sus calores hacia arriba como respuesta al sol que de arriba baja abajo, y el hombre se encuentra en medio de dos fuegos”. Iscariote irónicamente se ríe y le presenta sus respetos diciendo: “Rabí Natanael, te saludo y te agradezco tu docta lección”. Sus palabras son mordaces. Lo mismo que su voz. Bartolomé le mira… pero no dice nada. Mas Felipe: “No hay por qué burlarse. Es como él dijo. No podrás negar una verdad que miles de cabezas con buen sentido han dicho que así es”. ■ Iscariote: “¡Claro que sí, claro que sí! Sé, muy bien sé, que sois de los doctos, de los expertos, de los sensatos, de los buenos, de los perfectos… ¡Sois todo! ¡Todo! ¡Tan solo yo soy la oveja negra de la blanca manada!… Yo solo soy el cordero bastardo, el oprobio que se ve, y que echa cuernos de carnero… Yo solo soy el pecador, el imperfecto, la causa de todo el mal que existe entre nosotros, en Israel, en el mundo… y tal vez hasta en las estrellas. ¡No puedo más! No puedo ver que sea yo el último, ver que nulidades tan grandes como esos dos necios que están hablando con el Maestro, sean admirados como dos oráculos santos. Estoy cansado de…”. Pedro, que está más rojo por el esfuerzo de contenerse que por el calor, empieza a decir: “Oye, muchacho…”. Pero no termina porque Judas Tadeo le interrumpe: “¿Mides a los demás con tu medida? Trata tú de ser una «nulidad» como son mi hermano Santiago y Juan de Zebedeo, y no habrá más imperfecciones en nuestro grupo de apóstoles”. Iscariote: “Esto es lo que yo estaba diciendo: ¡Que la imperfección soy yo! ¡Oh, es demasiado! Es…”. Tomás, para que la disputa se convierta en chiste, dice calmadamente: “Sí, efectivamente, creo que ha sido demasiado el vino que nos hizo beber José (1)… y con este calor te hace daño… Malas pasadas de la sangre…”. ■ Pero Pedro, que ha acabado con su paciencia, y con los dientes apretados y los puños cerrados para dominarse un poco más, dice: “Oye, muchacho. Una sola cosa te aconsejaría. Sepárate durante un poco…”. Iscariote: “¿Yo? ¿Separarme yo? ¿Porque tú lo dices? Tan solo el Maestro puede darme órdenes. Solo a Él obedezco. ¿Quién eres tú? Un pobre…”. Pedro: “Pescador, ignorante, vulgar, inútil para cualquier cosa. Tienes razón… Soy el primero en decírmelo. Y ante nuestro Yeové omnipresente y omnividente, testifico que preferiría ser el último y no el primero; testifico que querría verte a ti, o a cualquier otro, en mi lugar, pero a ti más que a ninguno, para que te vieses libre del monstruo de los celos que te hace tan injusto, y para no tener que hacer otra cosa sino obedecer, obedecerte, muchacho… Y, créeme, me costaría menos esfuerzo que tener que hablarte como «primero». Pero Él, el Maestro, me puso de «primero» entre vosotros… Y debo obedecer a Él lo primero, y a Él más que a ninguna persona… Y tú debes obedecer. Y con mi sentido común de pescador te digo, no que te separes, en el sentido que tú, viendo fuego en las palabras que menos lo tienen, has entendido, sino que te retrases un rato, que estés solo, que reflexiones… ¿No fuiste desde Béter hasta el valle en la cola del grupo? Continúa haciéndolo… El Maestro va a la cabeza… tú a la cola… En medio nosotros… los «nada»… Ninguna cosa es mejor para comprender y calmarse que estar solos… Acepta mi consejo… Es mejor para todos, y sobre todo para ti”. Y le toma de un brazo, le saca fuera del grupo, diciendo: “Quédate ahí, mientras nosotros damos alcance al Maestro. Y luego… vente despacio, despacio… y verás que se te habrá pasado… el temporal”. Le deja plantado. Se une a sus compañeros que han adelantado algunos metros.
* Apóstoles le dicen a Pedro: “¿Y te sorprendes de que Él te ha hecho el primero entre nosotros? Eres un maestro”.- Pedro: “¡Uff! He sudado más hablándole, que caminando. ¡Qué tipo! ¿Se podrá sacar algo bueno de él?”. Judas Tadeo le responde: “No lo creo, Simón. Mi hermano se obstina en conseguirlo. Pero… de él no sacará cosa buena”. Andrés dice en voz baja: “¡Es un buen castigo que se nos ha venido encima!”, y concluye con: “Yo y Juan tenemos casi miedo de él, y nos callamos por temor a las discusiones”. Bartolomé dice: “Es lo mejor que podéis hacer”. Tadeo confiesa: “Yo no logro callarme”. Pedro dice: “Y yo también lo logro a duras penas… Pero he encontrado el secreto”. Todos le preguntan: “¿Cuál es? Dínoslo…”. Pedro: “Trabajando como un buey que tira del arado. Un trabajo, tal vez, inútil… pero que me ayuda a no echar contra Judas lo que por dentro me bulle…”. Santiago de Zebedeo le dice: “¡Ah! Ahora entiendo por qué hiciste aquel destrozo de arbustos cuando bajábamos hacia el valle. ¿Por eso, no?”. Pedro: “Exacto… pero hoy… no tenía por aquí qué romper, sin hacer un daño. No hay más que árboles frutales y sería un pecado atacarlos… Me ha costado tres veces más… romperme a mí mismo para no… para no ser el viejo Simón de Cafarnaúm… tengo los huesos doloridos por ello”. ■ Bartolomé y Zelote hacen el mismo gesto y dicen las mismas palabras. Le dicen a Pedro cariñosamente: “¿Y te sorprendes de que Él te ha hecho el primero entre nosotros? Eres un maestro…”. Pedro: “¿Yo? ¿Por esto? ¡Tonterías!… soy un pobre hombre… Solo os pido que me ayudéis con vuestros doctos consejos, con vuestras ideas cariñosas y sencillas. ¡Amor y sencillez! para que sea como vosotros… Y solo por amor a Él, que bastantes aflicciones tiene ya consigo…”. Mateo dice: “Tienes razón. Por lo menos no hay que dárselas”. Tomás dice: “Yo estuve preocupado cuando le mandó llamar Juana. Vosotros dos que os adelantasteis ¿no sabéis absolutamente nada?”. Pedro responde: “No, con certeza que no. Pero dentro de nosotros habíamos pensando que ése… que nos sigue… había hecho una buena”. Judas Tadeo confiesa: “¡Calla! Tuve el mismo pensamiento al escuchar al Maestro aquél sábado”. Santiago de Zebedeo añade: “Igualmente yo”. Tomás dice: “¡Vamos! No lo había pensado… ni siquiera cuando vi a Judas tan sombrío aquella tarde… y tan grosero, que ésa es la pura verdad”. Pedro dice: “Bueno. No hablemos de eso más, y procuremos… hacer que se haga mejor con nuestro cariño, con nuestros sacrificios. Como nos enseñó Marziam…”. ■ Andrés pregunta sonriendo: “¿Qué estará haciendo Marziam?”. Pedro: “¡Bah!… pronto estaremos con él. Tengo unas ganas locas… Estas separaciones me cuestan mucho”. Santiago de Zebedeo advierte: “Quién sabe por qué las querrá el Maestro. Ya podría estar con nosotros también Marziam. Ya ni es un niño, ni tan físicamente endeble”. Felipe dice: “Y además… Si ha corrido tanto camino el año pasado cuando estaba tan flaco, con mayor motivo ahora podría caminar”. Mateo dice: “Yo me creo que es para que no asista a ciertas bribonadas…”. Tadeo, que realmente no soporta a Iscariote, refunfuña: “Y no se junte con ciertos tipos…”. Pedro dice: “Tal vez vosotros dos tenéis razón”. Tomás asegura: “¡No, hombre, no! Lo hará para que se fortalezca del todo. Ya veréis que para el año que entra estará con nosotros”. ■ Bartolomé pregunta pensativo: “¡El año que viene! ¿Estará todavía el año próximo el Maestro con nosotros? Sus discursos… me parecen que…”. Los demás le ruegan: “¡No digas eso!”. Bartolomé: “No quisiera decirlo. Pero no decirlo no sirve de nada para alejar lo que ha sido determinado”. Pedro: “Entonces con mayor razón debemos de tratar de ser mejores en estos meses. Para no causarle ningún dolor y estar preparados. Quiero pedirle que ahora, cuando estemos descansando en Galilea, nos instruya mucho, mucho, a nosotros los doce… Dentro de poco estaremos allá…”.
* J. Iscariote ironiza con el cansancio de Zelote.- ■ Bartolomé confiesa: “Sí. Tengo unas ganas locas. Soy viejo y estas caminatas con este calor me causan muchas molestias que no se ven”. Mateo: “También a mí. He sido un vicioso y, si se tiene en cuenta los años, estoy más viejo de lo que se puede pensar. ¡Los excesos… claro! Ahora los sufro todos en los huesos… Además nosotros, los hijos de Leví, sufrimos dolores ya por naturaleza…”. Zelote dice: “¿Y yo? Estuve enfermo durante años… y aquella vida en las cuevas con poca y mísera comida. ¡Todo eso se deja ver ahora!…”. Iscariote, que ya se juntó, dice a sus espaldas: “Pero siempre nos has dicho que desde que te curó, te has sentido siempre fuerte. ¿Ya se te acabó tan pronto el efecto del milagro?”. Zelote muestra en su feo rostro algo típico en él, parece como si dijese: “¡Señor, ven aquí! Dame paciencia”. Pero con una cortesía sin igual responde: “No. No ha terminado el efecto del milagro. Y todos pueden verlo. No he vuelto a enfermarme. Me siento fuerte, duro. Pero los años son los años y las fatigas, fatigas. Y además estos calores que nos hacen sudar como si estuviésemos metidos en un foso, y luego estas noches, yo diría gélidas respecto al calor del día, que nos hielan el sudor en las espaldas, y luego el rocío que termina de mojar la ropa ya empapada de sudor, es claro que no me hacen ningún bien. Por eso tengo ganas enormes de un tiempo de reposo para cuidarme un poco. Por la mañana, sobre todo cuando dormimos al raso, estoy todo rígido. Si me enfermo del todo ¿para qué sirvo?”. Andrés le responde: “Para que sufras. Él dice que el sufrimiento vale igual que el trabajo y la oración”. Zelote: “Es cierto, pero yo preferiría servirle apostólicamente…”. ■ Iscariote le dice: “Y estás cansado también tú. Confiésalo. Estás cansado de continuar con esta vida sin perspectiva de tiempos mejores, sino, al contrario, con perspectivas de persecuciones… derrotas. Empieza a reflexionar que corres el peligro de volver a ser el proscrito”. Zelote: “No reflexiono en nada. Lo que digo es que me siento mal”. Iscariote, con una sonrisa irónica: “¡Oh, como te curó una sola vez!…”. Bartolomé presiente otra agria disputa, y la evita llamando a Jesús: “¿Maestro, para nosotros no hay nada? Siempre vas adelante…”. Jesús: “Tienes razón, Bartolomé. Ahora vamos a detenernos. ¿Ves aquella casita? Vamos allí porque el sol es demasiado fuerte. Con el atardecer, nos pondremos en camino. Hay que darnos prisa para estar de regreso en Jerusalén, porque Pentecostés (2) está ya a la puerta”.
* Las posesiones de Joaquín en Nazaret y los pobres.- ■ Tadeo pegunta a su hermano: “¿De qué veníais hablando?”. Santiago de Alfeo dice: “¡Fíjate! Habíamos empezado a hablar de José de Arimatea y terminamos con hablar de las antiguas posesiones que tenía Joaquín en Nazaret y de cómo acostumbraba, mientras pudo hacerlo, tomar la mitad para sí y la otra mitad para los pobres, cosa que los viejos de Nazaret todavía recuerdan. ¡Cuántas abstinencias aquellos dos ancianos que eran Ana y Joaquín! ¡Cómo no iban a obtener el milagro de la Hija, de esa Hija!… Y con Jesús evocaba cuando éramos niños”… Continúa la narración mientras siguen caminando en dirección a la casa entre los campos llenos de sol. (Escrito el 5 de Abril de 1946).
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1  Nota  : José  de Arimatea.    2  Nota  : Pentecostés.- Cfr.  Anotaciones  n. 2: Las fiestas de Israel.
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6-411-315 (7-100-630).- La alegría de Jesús cuando ve que un alma busca la Luz.
* Alegría por la voluntad de curación de Judas Iscariote.- ■ Pedro toma a Juan por una manga, le lleva aparte, y le dice: “Pregunta al Maestro por qué se siente tan contento. Yo ya se lo he preguntado, pero solo me ha dicho: «Mi felicidad es ver que un alma busque la Luz». Pero si tú se lo preguntas… Él te dice a ti todo”. Juan se debate entre la discreción y el deseo de complacer a Pedro… Se acerca poco a poco a Jesús. “¡Qué contento estás, Jesús, desde hace algunos días! ¿Por qué?”. Jesús: “¿Eres tú quien lo quiere saber o hay alguien que te lo haya mandado?”. Juan, ya rojo por el esfuerzo, se pone de carmesí. ■ Jesús comprende: “Di a quien te mandó que se trata de un hermano mío que está enfermo y que quiere curarse. Su voluntad de estar sano, me llena de alegría”. Juan: “¿Quién es, Maestro?”. Jesús: “Un hermano tuyo, uno a quien Jesús ama, un pecador”. Juan: “Entonces, no es uno de nosotros”. Jesús: “¿Juan, crees que entre vosotros no haya pecado? ¿Crees que Yo solo me alegro por vosotros?”. Juan: “No, Maestro. Sé que también nosotros somos pecadores y que quieres salvar a todos los hombres”. Jesús: “¿Entonces?… Te dije: «No investigues» cuando se trató de no descubrir el mal. Te repito lo mismo ahora que hay ahora una aurora de bien…”. (Escrito el 27 de Septiembre de 1944).
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6-411-318 (7-100-633).- “Sabía Yo que Judas no se salvaría… ¿Y entonces por qué me sentía feliz?”.
* “Porque el simple deseo de ese momento en Judas, hacía que mi Padre mirase con ojos benignos a este discípulo… ¡La mirada da Dios sobre un corazón! Y debía Yo estar dichoso para dar al desgraciado también este medio de levantarse. El estímulo de mi alegría… Yo, Sabiduría, aun sabiendo que el caso de Judas era un caso perdido, le tuve conmigo para enseñar a todos el arte de redimir, de ayudar a quien se redime”.- ■ Dice Jesús a María Valtorta: “La otra pregunta (1) que tienes en tu corazón es saber si Yo sabía que Judas no se salvaría, a pesar de los esfuerzos hechos para salvarle. Lo sabía. Y entonces ¿por qué me sentía feliz? Porque el simple deseo de ese momento en Judas, deseo cual flor en corazón desierto, hacía que mi Padre mirase con ojos benignos a este discípulo, que amaba y que no podía Yo salvar. ¡La mirada de Dios posada sobre un corazón! ¡Qué otra cosa querría Yo, sino que el Padre os guardare a todos con amor! Y debía Yo estar dichoso, para dar al desgraciado también este medio de levantarse. El estímulo de mi alegría al ver volver a Mí. ■ Un día, después de mi muerte, Juan supo esta verdad, y la comunicó a Pedro, Santiago, Andrés y a los otros, porque así se lo había ordenado Yo al Predilecto, el cual no descorrió ningún secreto de mi corazón. Lo supo y lo dijo, para que todos dispusieran, después, de una norma de guía de los discípulos fieles. Al alma que, caída, va al ministro de Dios, y confiesa su error, al amigo o hijo, al esposo o hermano que, habiendo errado, vienen diciendo: «Tenme contigo. No quiero cometer más errores para no causar dolor ni a Dios ni a ti», no se le debe —además de las otras cosas— privar de la satisfacción de ver nuestra dicha por verlos deseosos de hacernos felices. Es necesario un tacto infinito para curar los corazones. ■ Yo, Sabiduría, aun sabiendo que el caso de Judas era un caso perdido, le tuve conmigo para enseñar a todos el arte de redimir, de ayudar a quien se redime. Y ahora te digo también a ti como dije a Simón cananeo: «¡Ea, ánimo!» y te estrecho contra Mí para mostrarte que te amo. De estas manos bajan castigos, pero también caricias, y de mis labios palabras severas, pero también —más numerosas y dichas con mucha más alegría— muchas palabras envueltas en compasión. Quédate en paz, María. Ninguna pena has proporcionado a tu Jesús, y esto te sirva de consuelo”. (Escrito el 27 de Septiembre de 1944).
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1  Nota  : La otra pregunta se refiere  a J. Iscariote,  cuyo conato hacia la salvación se halla en un episodio escrito cuatro días antes, el 23 de septiembre de 1944, y que será ubicado posteriormente en el cap. 468 (7-468-260).
La respuesta a la primera pregunta, referida a la madre de la Escritora, está recogida en el volumen los «Cuadernos de 1944», donde se asegura a la Escritora que su madre se salvó.
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(<Jesús y el grupo apostólico han vuelto las espaldas a la llanura y por caminos de colinas, entre montes y valles abiertos, han llegado a Jerusalén para la fiesta de Pentecostés>)
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6-414-331 (7-103-645).- Convite en casa del fariseo-Anciano Elquías. Invectiva contra fariseos y doctores (1).- Conjura para matar a Jesús utilizando a J. Iscariote.
* Los vestidos de Judas.- Interpretación farisaica del Deuteronomio sobre los ídolos.- ■ El Anciano Elquías ha invitado a Jesús a su casa, que está un poco retirada del Templo, pero cerca del barrio que está a los pies del Tofet. Una casa de grandes proporciones, un poco severa. Todo en ella es observancia y una observancia exagerada de la Ley. Pienso que hasta el número de los clavos y su posición es conforme a alguno de los seiscientos trece preceptos. Ni una figura en los vestidos, ni un friso en las paredes, ni una nada… ninguna imitación de la naturaleza, cosas que se ven aun en las casas de José y Nicodemo y de los mismos fariseos de Cafarnaúm. Esta casa… transpira por todas partes el espíritu de su dueño. Fría. Fría. Ningún adorno. La dureza de sus muebles de color oscuro y pesados en forma cuadrada como sarcófagos. Es una casa que repele, que no acoge, sino que se clausura, como casa enemiga, a quien en ella entra. ■ Y Elquías lo hace notar orgullosamente. “¿Ves, Maestro, cómo soy yo de observante? Todo lo indica. Mira: cortinas sin diseños, muebles sin adorno, ninguna jarra tiene grabados, ni las lámparas tienen forma de flores. Hay de todo, pero todo según el mandamiento: «No te harás ninguna escultura, ninguna representación de lo que está arriba, en el Cielo; o acá abajo, en la tierra, o en las aguas, bajo la tierra» (2). Y así como en el edificio, de igual modo en mis vestiduras y en las de mis familiares. Por ejemplo, yo no apruebo en este discípulo tuyo estas labores en su vestido y en su manto. Me dirás: «Muchos las llevan»; y añadirás: «No es más que una greca». De acuerdo. Pero con esos ángulos, con esas curvas, se traen al recuerdo las señales de Egipto. ¡Horror! ¡Cifras demoníacas! ¡Signos de nigromancia! ¡Siglas de Belcebú! No te honra, Judas de Simón, el que las lleves; como tampoco a tu Maestro que te permite”. Judas responde con una sonrisita sarcástica. ■Jesús contesta humildemente: “Más que señales en los vestidos, vigilo que no haya señales de horror en los corazones. Pero pediré a mi discípulo, más bien desde ahora le ruego, que lleve vestidos menos adornados, para no escandalizar a nadie”. Judas reacciona de buen modo: “A decir la verdad, mi Maestro me dijo muchas veces que preferiría más sencillez en mis vestidos. Pero yo… he hecho lo que me gusta, porque me gusta vestirme así”. Elquías muestra todo su escándalo, y sus amigos le apoyan: “Mal, muy mal. Que un galileo enseñe a un judío está muy mal, y sobre todo a ti, que eras del Templo… ¡Oh!”. Judas, cansado de ser bueno, replica: “¡Oh, entonces habría que arrancar muchas pomposidades a vosotros del Sanedrín! Si os quitarais todos esos dibujos con que cubrís las caras de vuestras almas, apareceríais bien feos”. Elquías: “¡Mira cómo hablas!”. Iscariote: “Como uno que os conoce”. Elquías: “¿Maestro, le estás oyendo?”. Jesús: “Oigo y digo que es necesaria la humildad por ambas partes, y, en ambas, verdad. Y recíproca indulgencia. Solo Dios es perfecto”. ■ Uno de los amigos dice: “¡Bien dicho, Rabí!”. Es una cara demacrada y solitaria voz en medio del grupo de fariseos y doctores. Elquías le replica: “¡Mal dicho, Rabí! El Deuteronomio es claro en sus maldiciones. Dice: «Maldito el hombre que hace escultura o imagen fundida. Esto es una cosa abominable. Es obra de mano de artífice y…»”(3). Iscariote le replica: “Pero aquí se trata de vestiduras, no de imágenes”. Elquías ordena: “Silencio, tú. Habla tu Maestro”. Jesús: “Elquías, sé justo y piensa bien. Maldito el que hace ídolos, pero no el que hace dibujos copiando lo bello que el Creador puso en lo creado. Recogemos flores para adornar…”. Elquías: “Yo no recojo flores, ni quiero ver adornadas las habitaciones. ¡Ay de las mujeres de mi casa, si cometen este pecado, aunque sea en las habitaciones propias! Solo debe ser admirado Dios”. Jesús: “Muy bien dicho. Solo a Dios. Pero también se puede admirar a Dios en una flor, al reconocer que Él es el Artífice de ella”. Elquías grita: “¡No, no! ¡Paganismo, paganismo!”. ■ Jesús: “Judit se adornó y se adornó Ester por un motivo santo…”. Elquías: “Mujeres. La mujer ha sido siempre un objeto digno de desprecio. Pero… Maestro, te ruego que entres a la sala del banquete, mientras me retiro un momento, pues debo hablar a mis amigos”. Jesús asiente sin replicar. Pedro dice: “Maestro… ¡Apenas puedo respirar!…”. Algunos preguntan: “¿Por qué? ¿Te sientes mal?”. Pedro: “No. Pero sí, molesto… como uno que hubiera caído en una trampa”. Jesús aconseja: “No te pongas nervioso. Y sed todos muy prudentes”. Permanecen en grupo, de pie, hasta que vuelven los fariseos, seguidos por los criados.
* Maestro, ¿entonces estás seguro de que eres lo que dices?”. “No es que sea Yo el que lo diga; ya los profetas lo habían dicho, antes de mi venida a vosotros”.- ■ Elquías ordena: “A las mesas sin demora. Tenemos una reunión y no podemos re­trasarnos”. Y distribuye los puestos, mientras ya los criados trinchan las carnes. Jesús está al lado de Elquías y junto a Él Pedro. Elquías ofrece los alimentos y la comida empieza en medio de un silencio helador… Pero luego empiezan las primeras palabras, naturalmente dirigidas a Jesús, porque a los otros doce no se los considera; es como si no es­tuvieran. El primero que pregunta es un doctor de la Ley. “Maestro, ¿entonces estás seguro de que eres lo que dices?”. Jesús: “No es que sea Yo el que lo diga; ya los profetas lo habían dicho, antes de mi venida a vosotros”. Doctor: “¡Los profetas!… Tú que niegas que nosotros somos santos, pue­des también recibir como buenas mis palabras, si digo que nuestros profetas pueden ser unos exaltados”. Jesús: “Los profetas son santos”. Doctor: “Y nosotros no, ¿no es verdad? Ten en cuenta que Sofonías pone a los profetas y a los sacerdotes como causa de la condenación de Israel: «Sus profe­tas son unos exaltados, hombres sin fe, y sus sacerdotes profanan las cosas santas y violan la Ley» (4). Tú nos echas en cara esto continua­mente. Pero, si aceptas al profeta en la segunda parte de lo que dice, debes aceptarle también en la primera, y reconocer que no hay ninguna base en que apoyes tus palabras, que son de unos exaltados”. Jesús: “Rabí de Israel, respóndeme. Cuando pocos renglones después Sofonías dice: «Canta y alégrate, hija de SiónEl Señor ha retirado el decreto que había contra ti… El Rey de Israel está en medio de ti» (5), ¿tu corazón acepta estas palabras?”. Doctor: “Mi gloria consiste en repetírmelas a mí mismo soñando aquel día”. Jesús: “Pero son palabras de un profeta, por tanto de un exaltado…”. El doctor de la Ley se queda desorientado un momento. ■ Le ayuda un amigo: “Ninguno puede poner en duda que Israel reinará. No sólo uno, sino todos los profetas y los pre-profetas, o sea, los patriarcas, han manifestado esta promesa de Dios”. Jesús: “Y ninguno de los pre-profetas ni de los profetas ha dejado de señalarme como lo que soy”. Doctor: “¡Sí! ¡Bueno! ¡Pero no tenemos pruebas! Puedes ser Tú también un exaltado. ¿Qué pruebas nos das de que eres el Mesías, el Hijo de Dios? Dame un punto de apoyo para que pueda juzgar”. Jesús: “No te digo mi muerte, descrita por David e Isaías, sino que te di­go mi resurrección”. Doctor: “¿Tú? ¿Tú? ¿Resucitar Tú? ¿Y quién te va a hacer resucitar?”. Jesús: “Vosotros no, está claro; ni el Pontífice ni el monarca ni las castas ni el pueblo. Resucitaré por Mí mismo”. Doctor: “¡No blasfemes, Galileo, ni mientas!”. Jesús: “Sólo doy honor a Dios y digo la verdad. Y con Sofonías te digo: «Espérame en mi resurrección». Hasta ese momento podrás tener dudas, podréis tenerlas todos, podréis trabajar en inculcarlas entre el pueblo. Mas después no podréis ya cuando el Eterno Viviente, por Sí mismo, después de haber redimido, resucite para no volver a morir, Juez in­tocable, Rey perfecto que con su cetro y su justicia gobernará y juzgará hasta el final de los siglos y seguirá reinando en los Cielos para siempre”.
* Daniel, pariente de Elquías, reconoce a Jesús como el Mesías precedido por su Precursor Juan “que nos lo ha señalado. Y Juan —nadie puede negarlo— estaba penetrado del Espíritu de Dios”.- ■ Elquías dice: “¿Pero no sabes que estás hablando a doctores y Ancianos?”. Jesús: “¡Y qué, importa! Me preguntáis, Yo respondo. Mostráis deseos de saber, Yo os ilumino la verdad. No querrás hacerme venir a mi mente, tú que por un motivo ornamental en un vestido has recordado, la maldición del Deuteronomio, la otra maldición del mismo: «Maldito el que hiere a traición a su prójimo»” (6). Elquías: “No te hiero, te doy comida”. Jesús: “No. Pero tus preguntas llenas de falacia son golpes que me das por la espal­da. Ten cuidado, Elquías, porque las maldiciones de Dios se siguen, y la que he citado va seguida por esta otra: «Maldito quien acepta re­galos para condenar a muerte a un inocente»”. (7). Elquías: “En este caso el que aceptas regalos eres Tú, que eres mi invita­do”. Jesús: “Yo no condeno ni siquiera a los culpables si están arrepentidos”. Elquías: “No eres justo, entonces”. ■ El mismo que ya había manifes­tado su aprobación en el atrio de la casa a las palabras de Jesús, dice: “No, es justo, porque Él considera que el arrepentimiento merece perdón, y por eso no condena”. Un doctor dice: “¡Cállate, Daniel! ¿Pretendes saber de estas cosas más que noso­tros? ¿O es que estás seducido por uno sobre el cual mucho hay que decidir todavía y que no hace nada por ayudarnos a que decidamos a su fa­vor?”. Daniel: “Sé que vosotros sois los que sabéis, y yo un simple judío, que ni siquiera sé por qué a menudo queréis que esté con vosotros…”. Elquías: “¡Pues porque eres de la familia! ¡Es fácil de entender! ¡Quiero que los que entran en mi parentela sean santos y sabios! No puedo consentir ignorancias en la Escritura, ni en la Ley, ni en los Hala­siots, Midrasiots y en la Haggadá. Y no puedo soportarlo. Hay que conocer todo. Hay que observar todo…”. Daniel: “Y te agradezco tanta preocupación. Pero yo, simple labriego de tierras, que indignamente he pasado a ser pariente tuyo, me he pre­ocupado solamente de conocer la Escritura y los Profetas para con­suelo de mi vida. Y, con la sencillez de un iletrado, te confieso que reconozco en el Rabí el Mesías, precedido por su Precursor, que nos lo ha señalado… Y Juan —no puedes negarlo— estaba penetrado del Espíritu de Dios”. Un momento de silencio. No quieren negar que Juan el Bautista hubiera dicho la verdad; pero tampoco quieren afirmarlo. ■ Entonces otro dice: “Bien… digamos que el Precursor es precur­sor del ángel que Dios envía para preparar el camino del Cristo. Y… admitamos que en el Galileo hay santidad suficiente para juzgar que Él es ese ángel. Después de Él vendrá el tiempo del Mesías. ¿No os parece a todos conciliador este pensamiento? ¿Lo aceptas, Elquías? ¿Y vosotros, amigos? ¿Y Tú, Nazareno?”. “No”, “No”, “No”. Los tres noes son seguros. Les pregunta: “¿Cómo? ¿Por qué no lo aprobáis?”. Elquías calla. Callan sus amigos. Solamente Jesús, sincero, responde: “Porque no puedo aprobar un error. Yo soy más que un ángel. El ángel fue el Bautista, Precursor del Cristo, y el Cristo soy Yo”. Un silencio glacial, largo. Elquías, apoyado el codo sobre el triclinio y la cara en la mano, piensa, adusto, cerrado como toda su casa.
* Invectivas contra los fariseos (falsos puros de la Ley) y contra los doctores (falsos sabios que confunden y mezclan a sabiendas lo verdadero y lo falso), al ser acusado de no haber cumplido el precepto de lavarse las manos antes de comer.- ■ Jesús se vuelve y mira a Elquías. Luego dice: “¡Elquías, Elquías, no confundas la Ley y los Profetas con las minucias!”. Elquías: “Veo que has leído mi pensamiento. Pero no puedes negar que has pecado incumpliendo el precepto”. Jesús: “Como tú has incumplido el deber hacia el invitado; además con astucia, por tanto con más culpa. Lo has hecho con voluntad de hacerlo. Me has distraído y luego me has mandado aquí, mientras tú con tus amigos te purificabas, y cuando has entrado nos has pedido que no nos demorásemos, porque tenías una reunión. Todo para poder decirme: «Has pecado»”. Elquías: “Podías haberme recordado mi deber de darte con qué purificarte”. Jesús: “Te podría recordar muchas cosas, pero no serviría para nada más que para hacerte más intransigente y enemigo”. Elquías: “No. Dilas. Dilas. Queremos escucharte y…”. Jesús: “Y acusarme ante los Príncipes de los Sacerdotes. ■ Por este moti­vo te he recordado la última y la penúltima maldición. Lo sé. Os conozco. Estoy aquí, inerme, entre vosotros. Estoy aquí, aislado del pueblo que me ama, ante el cual no os atrevéis a agredirme. Pero no tengo miedo. Y no acepto arreglos ni me comporto cobardemente. Y os manifiesto vuestro pecado, de toda vuestra casta y vuestro, oh fa­riseos, falsos puros de la Ley, oh doctores, falsos sabios, que confun­dís y mezcláis a sabiendas lo verdadero y lo falso; que a los demás y de los demás exigís la perfección incluso en las cosas exteriores y a vosotros no os exigís nada. Me echáis en cara vosotros, uni­dos al que nos ha invitado aquí a Mí y a vosotros, el que no me haya lavado antes de la comida. Sabéis que vengo del Templo, donde no se entra sino tras haberse purificado de las suciedades del polvo y del camino. ¿Es que queréis confesar que el Sagrado Lugar es contami­nación?”. Elquías: “Nosotros nos hemos purificado antes de la comida”. Jesús: “Y a nosotros se nos dijo: «Id allí, esperad». Y después: «A las mesas sin demora». Luego entonces, entre tus paredes desnu­das de motivos ornamentales había un motivo intencional: engañar­me. ¿Qué mano ha escrito en las paredes el motivo para poderme acusar? ¿Tu espíritu u otro poder al que escuchas y que dicta a tu espíritu sus reglas? Pues bien, oíd todos”. ■ Jesús se pone en pie. Tiene las manos apoyadas en el borde de la mesa. Empieza su invectiva: ● “Vosotros, fariseos, laváis la copa y el plato por fuera, y os laváis las manos y os laváis los pies, casi como si plato y copa, manos y pies, tuviesen que entrar en ese espíritu vuestro y os enorgullecéis de ello proclamándolo puro y perfecto. Pero no sois vosotros, sino Dios, quien tiene que proclamar­lo. Pues bien, sabed lo que Dios piensa de vuestro espíritu. Piensa que está lleno de mentira, suciedad y codicia; lleno de iniquidad es­tá, y nada que venga desde fuera puede corromper lo que ya está corrompido”. ■ Quita la mano derecha de la mesa y empieza involuntariamente a ha­cer gestos con ella mientras prosigue: “¿Y no puede, acaso, quien ha hecho vuestro espíritu, como ha hecho vuestro cuerpo, exigir, al menos en igual medida, para lo in­terno el respeto que tenéis para lo externo? Necios que cambiáis los dos valores e invertís su poder ¿no querrá el Altísimo un cuidado aún mayor para el espíritu —hecho a semejanza suya y que por la corrupción pierde la Vida eterna—, que no para la mano o el pie, cuya suciedad puede ser eliminada con facilidad, y que, aunque permanecieran sucios, no influirían en la limpieza interior? ¿Puede Dios preocuparse de la limpieza de una copa o de una jarra, cuando no son sino cosas sin alma y que no pueden influir en vuestra alma? ■ Leo tu pensamiento, Simón Boetos. No. No es consistente. Vosotros no tenéis estos cuidados, ni practicáis estas purificaciones, por una preocupación por la salud, ni por una tutela de vuestro cuerpo o de la vida. El pecado carnal, más claramente, los pecados carnales de gula, de intemperancia, de lujuria, son ciertamente más dañinos para el cuerpo que no un poco de polvo en las manos o en el plato. Y, a pesar de ello, los practicáis sin preocuparos de proteger vuestra existencia y la incolumidad de vuestros familiares. Y cometéis mayores pecados, porque, además de manchar vuestro espíritu y vuestro cuerpo, además del derroche de bienes, de la falta de respeto a los familiares, ofendéis al Señor por la profanación de vuestro cuerpo, templo de vuestro espíritu, en que debería estar el trono para el Espíritu Santo; y cometéis otro pecado más por el juicio que hacéis de que os debéis defender por vosotros mismos de las enfermedades que vienen de un poco de polvo, como si Dios no pudiera intervenir para protegeros de las enfermedades físicas si recurrís a Él con espíritu puro. ¿Es que Aquel que ha creado lo interno no ha creado acaso tam­bién lo externo y viceversa? ¿Y no es lo interno lo más noble y lo más marcado por la divina semejanza? Haced entonces obras que sea dignas de Dios, y no mezquindades que no se elevan por encima del polvo para el cual y del cual están hechas, del pobre polvo que es el hombre considerado como criatura animal, barro compuesto en una forma y que a ser polvo vuelve, polvo dispersado por el viento de los siglos. ■ Haced obras que permanezcan, obras regias y santas, obras sobre las que está la bendición divina cual corona… Haced caridad, haced limosna, sed honestos, sed puros en las obras y en las intenciones, y sin recurrir al agua de las abluciones todo será puro en vosotros. ● ¿Pero qué os creéis? ¿Que estáis en lo justo porque pagáis los diezmos de las especias? No. ¡Ay de vosotros, fariseos que pagáis los diezmos de la menta y de la ruda, de la mostaza y del comino, del hinojo y de todas los demás vegetales, y luego descuidáis la justicia y amor a Dios! Pagar los diezmos es un deber y hay que cumplirlo. Pero hay otros deberes más altos, que también hay que cumplir. ¡Ay de quien cumple las cosas exteriores y descuida las interiores que se basan en el amor a Dios y al prójimo! ● ¡Ay de vosotros, fariseos, que buscáis los primeros puestos en las sinagogas y en las asambleas y deseáis que os hagan reverencias en las plazas, y no pensáis en hacer obras que os den un puesto en el Cielo y os merezcan la reverencia de los ángeles! Sois semejantes a sepulcros escondidos, inadvertidos para el que pasa junto a ellos sin repulsa (sentiría repulsa si pudiera ver lo que encierran); pero Dios ve las más recónditas cosas y no se equivoca cuando os juzga”. ■ Le interrumpe, poniéndose también de pie, en oposición, un doctor de la Ley: “Maestro, al hablar así nos ofendes. Y no te conviene, porque nosotros debemos juzgarte”. Jesús: “No. No vosotros. Vosotros no podéis juzgarme. Vosotros sois los juzgados, no los jueces. Quien juzga es Dios. Podéis hablar, mover vuestros labios, pero ni siquiera la voz más potente es capaz de llegar al Cielo, ni de recorrer la Tierra. Después de un poco de espacio, se pierde en el silencio… Después de un poco de tiempo, se pierde en el olvido. Pero el juicio de Dios es voz que permanece y no sujeto a olvidos. Siglos y siglos han pasado desde que Dios juzgó a Lucifer y juzgó a Adán. Y la voz de ese juicio no se apaga, las consecuencias de ese juicio permanecen. Y si ahora he venido para traer de nuevo la Gracia a los hombres, mediante el Sacrificio perfecto, el juicio sobre la acción de Adán permanece igual, y será llamado siempre «Pecado original». Los hombres serán redimidos, lavados con una purificación que supera todas las demás, pero nacerán con esa marca, porque Dios ha juzgado que esa marca debe estar en todos los nacidos de mujer, menos en Aquel que, no por obra de hombre, sino por obra del Espíritu Santo, fue hecho, y en la Preservada y en el Presantificado, vírgenes para siempre: la Primera para poder ser la Virgen Deípara; el segundo para poder ser el precursor del Inocente, naciendo ya limpio por un disfrute anticipado de los méritos infinitos del Salvador Redentor ■ Y Yo os digo que Dios os juzga. ● Y os juzga diciendo: «¡Ay de voso­tros, doctores de la Ley, porque cargáis a la gente con pesos insopor­tables, transformando en castigo el paterno decálogo del Altísimo para su pueblo!». Lo había dado con amor y por amor, para que una justa guía sostuviera al hombre, al hombre, a ese eterno e impruden­te e ignorante niño. Y vosotros, habéis cambiado los amorosos lazos con que Dios había abrazado a sus criaturas para que pudieran an­dar por el camino suyo y llegar a su corazón; la habéis cambiado por montañas de puntiagudas piedras, pesadas, angustiosas: un laberin­to de prescripciones, una pesadilla de escrúpulos, a causa de lo cual el hombre se abate, se pierde, se detiene, teme a Dios como a un ene­migo. Obstaculizáis la marcha de los corazones hacia Dios. Separáis al Padre de los hijos. Negáis con vuestras imposiciones esta dulce, bendita, verdadera Paternidad. Pero vosotros no tocáis ni siquiera con un dedo esos pesos que cargáis a los demás. ■ Os creéis justificados sólo por haberlos dado. Necios, ¿no sabéis que seréis juzgados precisamente por lo que habéis considerado necesario para salvarse? ¿No sabéis que Dios os va a decir: «Juzgabais como sagrada, justa, vuestra palabra. Pues bien, también Yo la juzgo así. Y os juzgo con vuestra palabra, porque se la habéis impuesto a todos y habéis juzgado a los hermanos conforme a cómo la acogieron y practicaron. Quedad condenados porque no habéis hecho lo que habéis dicho que había que hacer»? ● ¡Ay de vosotros, que erigís sepulcros a los profetas asesinados por vuestros padres! ¿Es que creéis disminuir con ello la dimensión de la culpa de vuestros padres?, ¿que la anularéis ante los ojos de las futuras generaciones? No. Al contrario. Dais testimonio de estas obras de vuestros padres. No sólo eso, sino que las aprobáis, dispuestos a imitarlos, elevando luego un sepulcro al profeta perseguido para deciros a vosotros mismos: «Le hemos honrado». ¡Hipócritas! Por esto la Sabiduría de Dios dijo: «Les enviaré profetas y apóstoles. A unos los matarán, a otro los perseguirán, para que se pueda pedir a esta generación la sangre de todos los profetas que ha sido derramada desde la creación de mundo en adelante, desde la sangre de Abel hasta la de Zacarías asesinado entre el altar y el Santuario» (8). Sí, en verdad, en verdad os digo que de toda esta sangre de santos se pedirá cuentas a esta generación que no sabe distinguir a Dios en donde está, y persigue al justo y le aflige porque el justo es el reproche vivo a su injusticia. ● ¡Ay de vosotros, doctores de la Ley, que habéis arrebatado la llave de la ciencia y habéis cerrado su templo para no entrar, y así no ser juzgados por ella, y tampoco habéis permitido que otros entraran. Porque sabéis que, si el pueblo fuera instruido por la verdadera Ciencia, o sea, la Sabiduría santa, podría juzgaros. De forma que preferís que sea ignorante para que no os juzgue. Y me odiáis porque soy la Palabra de la Sabiduría, y quisierais encerrarme antes de tiempo en una cárcel, en un sepulcro para que ya no hablase más. Pero seguiré hablando hasta que plazca a mi Padre que lo haga. Y después hablarán mis obras, más aún que mis palabras; y hablarán mis méritos, más aún que mis obras; y el mundo será instruido y sabrá y juzgará. ■ Éste es el primer juicio contra vosotros. Luego vendrá el segundo, el juicio particular para cada uno de vosotros después de su muerte. Y finalmente, el Juicio Universal. Y recordaréis este día y estos días, y vosotros, sólo vosotros, conoceréis a ese Dios terrible que os habéis esforzado en presentar, como una visión de pesadilla, ante los espíritus de los sencillos, mientras que vosotros, dentro de vuestro sepulcro, os burlasteis de Él, y no habéis obedecido ni respetado los Mandamientos, desde el primero y principal (el del amor) hasta el último que fue dado en el Sinaí. Es inútil, Elquías, que no tengas figuras en tu casa. Es inútil, todos vosotros, que no tengáis objetos esculpidos en vuestras casas. Dentro de vuestro corazón tenéis el ídolo, muchos ídolos: el de creeros dioses, así como los ídolos de vuestras concupiscencias. Venid, vosotros. Vamos”. Y, haciéndose preceder por los doce, sale el último.
* Conjura contra Jesús para matarle utilizando a J. Iscariote: “Hay que trabajar a Judas de Simón… Promesas, promesas de mucho dinero… ¿Y luego? ¡Pues nada! La muerte. Si matamos al Nazareno que… es un justo… podremos matar también al Iscariote que es un pecador…”.- ■ Late un silencio profundo… Luego, los que se han quedado en la casa, rompen en un clamor diciendo todos juntos: “¡Hay que perseguirle, cogerle en falso, encontrar motivos con que se le acuse! ¡Hay que matarle!”. Otro silencio. Y luego, mientras dos de ellos se marchan con la náusea del odio o de los propósitos farisaicos —son el pariente de Elquías y el otro que dos veces ha defendido al Maestro—, los que se quedan se pre­guntan: “¿Y cómo?”. Otro silencio. Luego, con una risita de viejo chocho, Elquías dice: “Hay que trabajar a Judas de Simón…”. “¡Sí, claro! ¡Buena idea! ¡Pero le has ofendido!…”. “De eso me encargo yo —dice aquel al que Jesús llamó Simón Boetos— Yo y Eleazar de Anás… Le engatusaremos…”. “Unas pocas promesas…”. “Un poco de miedo…”. “Mucho dinero…”. “No. Mucho no… Promesas, promesas de mucho dinero…”. “¿Y luego?”. “¿Cómo «y luego»?”. “Sí. Luego. Terminada la cosa. ¿Qué le vamos a dar?”. Lenta y cruelmente dice Elquías: “¡Pues nada! La muerte. Así… no hablará más”. “¡Oh, la muerte!…”. “¿Te horroriza? ¡Venga hombre! Si matamos al Nazareno, que… es un justo… podremos matar también al Iscariote, que es un pecador…”. Hay vacilaciones… Pero Elquías, poniéndose de pie, dice: “Se lo diremos también a Anás… Y veréis cómo… juzgará buena la idea. Y vendréis también vosotros… ¡Claro que vendréis!…”. Salen todos detrás del amo de la casa, que se marcha diciendo: “Vendréis… ¡Claro que vendréis!”. (Escrito el 10 de abril de 1946).
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1  Nota  : Cfr. Lc. 11,37-52.   2  Nota  : Cfr. Ex. 20,4.   3  Nota  : Cfr. Deut. 27,15.   4  Nota   : Cfr. Sof. 3,4.   5  Nota  : Cfr. Sof. 3,14-15.   6  Nota   : Cfr. Deut. 27,24.   7  Nota  : Cfr. Deut. 27,25.   8  Nota  : Cfr. 2 Par. 24,17-22; Mt. 23,33-37; Lc. 13,34; Hech. 7,51-52; Hebr. 11,35-37.
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(<Este episodio tiene lugar en la región de la Decápolis —a donde Jesús y apóstoles han llegado después de dejar Jerusalén y pasar por Betania y Jericó—, durante el diálogo de Jesús con un endemoniado. Parece que el Demonio se resiste a salir del endemoniado y la gente duda del poder de Jesús para hacer salir a esta clase de demonio>)
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6-420-373 (7-111-688).- Palabras del endemoniado de la Decápolis sobre Judas.
* me arrojas pero tienes un demonio a tu lado, en él entraré para poseerle y revestirle de mi poder”.- ■ Los presentes esperan con opiniones contrarias: “¡No lo consigue!” “Sí, ahora el Mesías lo consigue”, “No, vence el otro”, “Es bien fuerte”, “Sí”, “No”. Jesús abre los brazos. Su rostro resplandece como uno que sabe que manda. Su voz parece un trueno. “Sal. Te lo digo por última vez. Sal, Satanás. ¡Soy Yo quien manda!”. Se oye un aullido: ”¡Aaaaaah” (es un aullido larguísimo, horrible. No lo emite así ni uno que sea traspasado lentamente por una espada). ■ El aullido se convierte en palabras: “Salgo, sí. Me vences. Pero me vengaré. Tú me arrojas, pero tienes un demonio a tu lado, en él entraré para poseerle, para revestirle de mi poder. Y tus órdenes serán incapaces de arrebatármelo. En todos los tiempos, en todos los lugares me hago hijos. Yo, el autor del Mal. Y como Dios se engendró a Sí mismo, yo también de mí mismo me engendro. Me concibo en el corazón del hombre, y este me pare, pare un nuevo Satanás que es él mismo, y me lleno de júbilo, de júbilo por tener tanta descendencia. Tú y los hombres encontraréis siempre estos hijos míos que son otros tantos «yo». Me voy, oh Mesías, a tomar posesión de mi nuevo reino, como me lo ordenas, y te dejo esta piltrafa humana. Te dejo eso, una limosna de Satanás, a Ti, Dios, y me tomo ahora a miles y miles, y los encontrarás cuando seas un desecho asqueroso de carne arrojado a los perros; y me tomaré en los siglos futuros, miles y millones, para hacer de ellos mi instrumento y tu tortura. ¿Crees que vencerás con levantar tu Señal? Los míos la echarán abajo y yo venceré… ¡Ah! No te venzo; pero te doy tormento a Ti y a los tuyos…”. (Escrito el 29 de Septiembre de 1944).
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(<Continúa la caminata de Jesús y del grupo apostólico por la Decápolis. Ellos están cansos por la larga ausencia de sus casas>)
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6-422-386 (7-113-701).- Jesús anuncia el viaje a Cesarea Marítima. Iscariote con sus malos humores, ocasiona la lección sobre los deberes y los siervos inútiles (1).
* “Yo soy Dios y respeto tu libre albedrío. Te daré las fuerzas para que llegues a «querer». Pero «no querer» ser esclavo, debe salir de ti”.- ■ Felipe pregunta si irán a sus casas y dentro de cuántos días. Una latente necesidad de descanso, aún no dicho pero sí implícito deseo de afectos de familiares están presentes en la pregunta sencilla del apóstol ya entrado en años, que es marido y padre además de apóstol, que tiene intereses que debe cuidar… Jesús siente todo esto y se vuelve a mirar a Felipe, se detiene para esperarle porque viene detrás con Mateo y Natanael. Cuando le tiene a su lado, le ciñe con un brazo mientras le dice: “Muy pronto, amigo mío. Pero pido a tu buen corazón otro pequeño sacrificio, a no ser que quieras antes separarte de Mí…”. Felipe: “¿Yo? ¿Separarme? ¡Jamás!”. Jesús: “Entonces… te tengo todavía un poco de tiempo lejos de Betsaida. Quiero ir a Cesarea Marítima pasando por Samaria. Al regreso iremos a Nazaret y se quedarán conmigo los que no tienen familia en Galilea. Luego, pasados algunos días, os alcanzaré en Cafarnaúm… Allí os instruiré más para que seáis más perfectos. Pero si crees que tu presencia es más necesaria en Betsaida… vete, Felipe. Nos veremos allá…”. Felipe: “No, Maestro, es más necesario estar contigo. Pero comprendes… Es dulce el hogar… las hijas… Pienso que no las tendré mucho conmigo en el futuro… y quisiera gozar un poco de su casta dulzura. Mas si debo escoger entre ellas y Tú, te escojo a Ti… y por más de un motivo…”, y termina suspirando. Jesús: “Y haces bien, amigo, porque Yo seré arrebatado antes que tus hijas…”. El apóstol le dice con pena: “¡Oh, Maestro!…”. Jesús termina: “Así es, Felipe” y le da un beso en su ancha frente. ■ Judas Iscariote, que ha estado murmurando entre dientes, apenas Jesús mencionó a Cesarea, levanta la voz, como si el beso dado a Felipe le hiciera perder el control de sus acciones. Dice: “¡Cuántas cosas inútiles! No comprendo qué necesidad hay de ir a Cesarea”. Y lo dice con una impetuosidad llena de bilis; parece como si quisiese dar a entender: “Y Tú que vas allá, eres un necio”. Bartolomé le responde: “No eres tú el que debes de juzgar si lo que hacemos es necesario o no, sino el Maestro”. Iscariote: “¿Ah, sí? Como si Él viese claro las necesidades naturales”. Pedro, cogiéndole de un brazo, le interpela: “Oye tú. ¿Estás loco? ¿O estás en tus cinco? ¿Sabes lo que dices?”. Iscariote: “No estoy loco. Soy el único que tengo el cerebro sano. Y sé lo que digo”. Juntos y respectivamente Santiago de Zebedeo, Simón Zelote, Tomás y Judas Tadeo, dicen: “¡Pues vaya cosas que dices tú!” “¡Ruega a Dios que no te las tenga en cuenta!” “¡La modestia está muy lejos de ti!” “¡Se diría que tienes miedo de que se sepa lo que eres si se va a Cesarea!”. Iscariote se vuelve contra Judas Tadeo: “No tengo nada que temer, y vosotros no tenéis nada que conocer. Lo que sucede es que estoy cansado de ver que se cae de error en error y que vamos a la ruina. Pleito con los sanedristas, disputas con los fariseos. Ahora nos faltaban los romanos…”. ■ Bartolomé advierte irónicamente: “¿Cómo? ¡Pero si hace apenas dos lunas que te morías de gozo, estabas seguro, estabas… todo seguro porque tenías por amiga a Claudia!”. Bartolomé, siendo el más… intransigente, es el que, si no se rebela contra los contactos con los romanos es solo por obediencia al Maestro. Judas por un momento se enmudece. La lógica de la respuesta es clara, y no se le puede responder. Pero luego cobra ánimos: “No digo esto por los romanos. Me refiero a los romanos como enemigos. Ellas, porque en realidad no son más que cuatro mujeres romanas, cuatro, cinco, seis como mucho, ellas nos prometieron ayuda y lo cumplirán. ■ Pero lo que pasa es que con ello aumentará el odio de sus enemigos, y Él no lo quiere comprender y…”. Jesús, calmadamente dice: “El odio de ellos ha llegado a su máximo, Judas. Lo sabes como Yo y aun mejor que Yo”, y recalca la palabra «mejor»”. Iscariote inquieto: “¿Yo? ¿Yo? ¿Qué quieres decir? ¿Quién sabe mejor que Tú las cosas?”. Jesús le replica: “Si acabas de decir que solo tú conoces las necesidades y el cómo comportarse en ellas…”. Iscariote: “Pero para las cosas naturales. Yo afirmo que Tú conoces las cosas espirituales mejor que todos”. Jesús: “Eso es verdad. Por eso te decía que conoces mejor que Yo las cosas —feas si quieres, degradantes si quieres— naturales, como el odio de mis enemigos, como sus propósitos…”. Iscariote protesta: “¡Yo no sé nada! ¡Nada! Lo juro por mi alma, por mi madre, por Yeové…”. Jesús, con una severidad que parece endurecerle los rasgos del rostro dándole perfección de estatua, le responde: “¡Basta! Está dicho que no se debe jurar”. Iscariote: “Bueno. No juraré. Pero me será permitido, puesto que no soy un esclavo, decir que no es necesario, que no es útil, antes bien que es peligroso ir a Cesarea, hablar con las romanas…”. Jesús pregunta: “¿Y quién te dice que va a ser así?”. Iscariote: “¿Quién? Pues ¡todo! Tú tienes necesidad de convencerte de una cosa. Estás en la pista de una…” se detiene. Comprende que la ira le hace hablar demasiado. ■ Luego continúa: “Yo te digo que también deberías pensar en nuestros intereses. Todo nos has arrebatado. Casa, ganancias, afectos, la paz. Por tu causa se nos persigue y se nos perseguirá después. Porque Tú —lo dices de todos los modos— dices que un buen día te marcharás. Pero nosotros nos quedamos. Y nos quedaremos destruidos, y nosotros…”. Jesús: “A ti no se te perseguirá después que ya no esté más entre vosotros. Te lo aseguro Yo, que soy la Verdad. Y te digo que he tomado lo que espontánea e insistentemente me habéis dado. Así que no puedes acusarme de que os haya quitado a la fuerza uno solo de los cabellos que os caen cuando os peináis. ¿Por qué me acusas?”. ■ Jesús no lo dice con severidad, sino con una cierta tristeza como si quisiera con su dulzura reconducir a la razón, y me imagino que esta compasión suya, tan grande, tan divina, es freno para los demás, que no la tendrían, no, hacia el culpable. También Judas lo siente, y con uno de esos bruscos ímpetus de su alma, que está en medio de dos fuerzas contrarias, se arroja a tierra, golpeándose la cabeza, el pecho y gritando: “Porque soy un demonio. Un demonio soy yo. Sálvame, Maestro, como salvas a tantos endemoniados. ¡Sálvame, sálvame!”. Jesús: “Que tu voluntad quiera salvarse”. Iscariote: “Lo quiere. Lo ves. Quiero salvarme”. Jesús: “Tú pretendes que Yo sea el que te salve, que Yo haga todo. Yo soy Dios y respeto tu libre albedrío. Te daré las fuerzas para que llegues a «querer». Pero «no querer» ser esclavo, debe salir de ti”. ■ Iscariote: “¡No quiero serlo! ¡No quiero serlo! Pero no vayas a Cesarea. ¡No vayas! Escúchame como escuchaste a Juan cuando querías ir a Acor. Todos tenemos los mismos derechos. Todos te servimos de igual modo. Tienes la obligación de contentarnos por lo que hacemos… ¡Trátame como a Juan! ¡Lo quiero! ¿Qué hay distinto entre mí y él?”. Santiago de Zebedeo: “¡El corazón! Mi hermano nunca hubiera hablado como tú lo has hecho. Mi hermano no…”. Jesús: “Silencio, Santiago. Soy Yo el que debo hablar y a todos. Y tú levántate y compórtate como un hombre, como Yo te trato, y no como un esclavo que llora a los pies de su dueño. Sé hombre, ya que tanto quieres que se te trate como a Juan, el cual en verdad, es más que un hombre porque es casto y está lleno de caridad. Vámonos. No hay tiempo. Quiero pasar el río al alba. A esta hora regresan los pescadores que han retirado las nasas y es fácil encontrar una barca para cruzar el río. La luna en sus últimos días eleva cada vez más su arco fino, así que podemos, con su mayor luz, caminar más deprisa”.
* “Debéis siempre decir, porque veréis que habéis hecho siempre mucho menos de cuanto era justo hacer para igualar a lo que obtuvisteis de Dios: «Somos siervos inútiles porque no hemos hecho sino nuestro deber». Si así razonáis, veréis cómo no sentiréis ya más surgir en vosotros ni exigencias ni malos humores, y obraréis con justicia”.- ■ Jesús: “Oíd. En verdad os digo que ninguno debe gloriarse de cumplir con el propio deber y exigir por ello, que es una obligación, favores especiales. Judas me ha recordado todo lo que me habéis dado, y dijo que estoy obligado a contentaros por lo que hacéis. Pero considerad esto. Entre vosotros hay pescadores, dueños de tierras, uno que tenía su oficina, y el Zelote que tenía un siervo. Pues bien, cuando los trabajadores de las barcas o los hombres que como subalternos os ayudaban en el olivar, en los viñedos, o en los campos, o los aprendices de la oficina, o simplemente el siervo fiel que cuidaba la casa y la mesa, terminaban sus trabajos, ¿acaso os poníais vosotros a servirlos? ¿Y no sucede así en todos los hogares y en todos los oficios? ¿Qué hombre que tiene un siervo arando o apacentando el ganado, o un trabajador en la oficina, dice a éste cuando termina el trabajo: «Vete inmediatamente a la mesa»? Ninguno. Más bien sea que vuelva de los campos, sea que haya acabado de quitar los arneses, todo patrón le dice: «Hazme de comer, límpiate bien, y, con vestidos limpios y ceñidos, sírveme mientras yo como y bebo. Después comerás y beberás tú». Y no se puede decir que ello sea dureza de corazón. Porque el siervo debe servir a su patrón, y éste no tiene ninguna obligación para con él, porque el siervo haya cumplido lo que por la mañana el patrón le había ordenado. Porque, si es verdad que el patrón tiene el deber de ser humano con el propio siervo, así el siervo tiene el deber de no ser holgazán, ni dilapidador, sino de cooperar al bienestar de su patrón que le viste y le da de comer. ■ ¿Soportaríais que vuestros trabajadores de barca, que los campesinos, el siervo de la casa, os dijesen: «Sírveme porque trabajé»? No lo creo. Así también vosotros, mirando a lo que habéis hecho y hacéis por Mí —y, en el futuro, mirando a lo que haréis para continuar mi obra y seguir sirviendo a vuestro Maestro— debéis siempre decir, porque veréis que habéis hecho siempre mucho menos de cuanto era justo hacer para igualar a lo que obtuvisteis de Dios: «Somos siervos inútiles porque no hemos hecho sino nuestro deber». Si así razonáis, veréis cómo no sentiréis ya más surgir en vosotros ni exigencias ni malos humores, y obraréis con justicia”.
* “Maestro, dime, el hombre que sea tu siervo ¿nunca podrá hacer más de su deber, para poder decirte con este «más» que completamente te ama?”.- ■ Jesús calla. Todos reflexionan. Pedro da un codazo a Juan que reflexiona con los ojos fijos en el agua, que de color añil pasa a un azul plateado por la luna que la besa, y le dice: “Pregúntale cuándo uno hace más de su deber. Quisiera hacer más de lo que toca…”. Juan le responde con una sonrisa: “En esto exactamente estaba pensando, Simón”, y en voz alta: “Maestro, dime, el hombre que sea tu siervo ¿nunca podrá hacer más de su deber, para poder decirte con este «más» que te ama completamente?”. Jesús: “Muchacho, Dios te ha dado tanto que, por justicia, todo heroísmo tuyo sería siempre poco. Pero el Señor es tan bueno que mide lo que le dais no con su medida infinita. Lo mide con la medida limitada de la capacidad humana. Y cuando ve que habéis dado sin tacañería, sino abundante, generosamente, dice entonces: «Este siervo mío me ha dado más de lo que debía, por esto le daré sobreabundancia de mis premios»”. ■ Pedro exclama: “¡Qué contento estoy! Te daré todo lo que pueda para alcanzar esta sobreabundancia”. Jesús: “Me lo darás. Me lo daréis. Todos lo que aman la Verdad, la Luz, me lo darán, y conmigo sobrenaturalmente seréis felices, vosotros y ellos”. (Escrito el 24 de Abril de 1946).
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1  Nota  : “Somos siervos inútiles”: Cfr. Lc. 17,7-10.
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6-423-391 (7-114-705).- Partida del Iscariote, que ocasiona la lección sobre el amor y el perdón: “Si tu hermano peca… Y si siete veces al día…” (1).
* Juan tiene, además de los ojos corporales, otros ojos interiores y no ve ya más hierba ni agua, sino palabras de sabiduría que salen de esas cosas materiales… “El alma pura posee la sabiduría. Ella es la que habla en el corazón del hombre justo”.- ■ Ya están en la otra orilla. A su derecha tienen el monte Tabor y el pequeño Hermón; a la izquierda los montes de Samaria; a sus espaldas el Jordán; de frente, la llanura en que están las colinas de Meguiddó. (Si recuerdo bien este nombre es el que oí en una visión de ya hace tiempo, en la que Jesús se junta con Judas de Keriot y Tomás, después de que tuvieron que separarse para ocultar la partida de Síntica y Juan de Endor). Deben haber descansado todo el día en alguna casa amiga, porque nuevamente está oscureciendo y se les nota que no están cansados. Todavía hace calor, pero el rocío empieza a descender y a calmar el bochorno. Descienden las sombras color violeta del crepúsculo tras de los últimos rayos de fuego de un sol que se ha ocultado. Mateo contento advierte: “Por aquí se camina bien”. Le dice Zelote: “De continuar así antes de que cante por vez primera el gallo, estaremos en Meguiddó”. Por su parte dice Juan: “Y al amanecer, más allá de las colinas, tendremos a la vista la llanura de Sarón”. Su hermano le dice por picarle: “¿Y tu mar, eh?”. Juan le responde sonriente: “Sí. Mi mar…”. ■ Pedro, cogiéndole de un brazo pero muy campechanamente, le dice: “Y te irás con el corazón a una de tus peregrinaciones espirituales”. Luego: “Enséñame cómo haces para tener ciertos pensamientos… algo así como angelicales, ante la contemplación de las cosas. Tantas veces que he visto el agua… la he querido… pero no me ha servido más que para comer y pescar. ¿Qué ves en ella?”. Juan: “Veo agua, Simón. Como tú, como todos. De la misma forma que ahora veo campos y árboles… Pero luego, además de los ojos corporales, tengo como otros ojos aquí dentro y no veo ya más la hierba y el agua, sino palabras de sabiduría que salen de esas cosas materiales. No soy yo el que piensa. No sería capaz de ello. Es otro quien piensa en mí”. ■ Iscariote, un poco irónico, le pregunta: “¿Eres acaso profeta?”. Juan: “¡Oh, no! No soy profeta…”. Iscariote: “¿Y entonces? ¿Crees que posees a Dios?”. Juan: “Mucho menos me imagino eso…”. Iscariote: “Entonces deliras”. Juan: “Podría suceder eso. ¡Soy tan pequeño y tan débil! Pero si fuera así, sería hermoso delirio que me lleva a Dios. Mi enfermedad es entonces un don y bendigo por él al Señor”. Iscariote ríe: “¡Ja, ja, ja!”, pero su carcajada no es natural. Jesús, que escuchó, dice: “No está enfermo, ni es profeta. El alma pura posee la sabiduría. Ella es la que habla en el corazón del hombre justo”. Pedro dice descontento: “Entonces nunca llegaré hasta allí, porque no he sido siempre un hombre bueno…”. Mateo le responde: “¿Y qué decir de mí?”. Jesús: “Amigos, pocos, demasiado pocos serían los que llegarían a poseer la sabiduría, por ser puros desde siempre. El arrepentimiento, la buena voluntad hacen al hombre que antes era culpable e imperfecto, justo; y entonces la conciencia se vigoriza en las aguas de la humildad, de la contrición, del amor, y así vigorizada puede emular a los que son limpios”. Mateo dice: “Gracias, Señor”, y se inclina para besar la mano.
* La censura de Tadeo (y apóstoles) sobre la conducta de Iscariote (se preguntan por qué no quiere ir a Cesarea…) hace decir a Jesús: “Con la violencia no se doblegan los corazones”.- ■ Un silencio. Después Iscariote dice en voz alta: “¡Estoy cansado! ¡No sé si podré caminar toda la noche!”. Santiago de Zebedeo le echa en cara: “Natural que lo estés. Hoy te fuiste a dar vueltas por ahí como un moscón, mientras dormíamos”. Iscariote: “Quería ver si encontraba a algunos discípulos…”. Santiago de Zebedeo: “¿Y quién te dijo que fueras? El Maestro no había dicho nada. Así pues…”. Iscariote: “Bien, y yo lo he hecho. Y, si el Maestro me lo permite, me quedo en Meguiddó. Creo que hay allí un amigo nuestro que baja todos los años por esta época, después de la cosecha de las mieses. Quisiera hablarle de mi mamá y…”. Jesús: “Haz lo que quieras. Tan pronto termines tu negocio te vas a Nazaret. Allí nos reuniremos. Así podrás avisar a mi Madre y a María de Alfeo que pronto estaremos en casa”. Iscariote: “También te digo como Mateo: «Gracias, Señor»”. Jesús no responde nada. Acepta el beso en la mano como lo hizo con Mateo. ■ No es posible ver la expresión de las facciones, porque es ese momento de la noche en que la luz diurna ha desaparecido ya totalmente y todavía no hay luz de las estrellas. Hay tanta oscuridad, que con dificultad siguen por el camino y, para eliminar todo inconveniente, Pedro y Tomás encienden unas ramas, que arden crepitando. Pero la luz, primero ausente, ahora móvil y humeante, no permite ver bien las expresiones de los rostros. Entre tanto, las colinas están más cerca. Sus oscuros contornos se delinean con un color negro más negro que el de los campos segados y blanquecinos de rastrojos en medio de la negrura de la noche, y cada vez se delinean más por la cercanía y el claror de las primeras estrellas. Iscariote: “Aquí me separo de Ti porque mi amigo está un poco fuera de Meguiddó. Estoy muy cansado…”. Jesús: “Vete, pues. Que el Señor cuide tus pasos”. Iscariote: “Gracias, Maestro. Adiós, amigos”. Los demás, sin dar mucha importancia al saludo, le despiden: “Adiós, adiós”. Jesús repite: “Que el Señor cuide tus acciones”. Judas se marcha raudo. ■ Pedro advierte: “¡Uhmn! No parece que esté muy cansado “. Natanael: “Sí. Aquí iba arrastrando las sandalias. Allí corre como un cervatillo…”. Tadeo: “Te despediste de él como de un santo, Hermano. Pero a menos que el Señor le someta con su voluntad, de nada servirá el auxilio divino para hacerle dar buenos pasos y realizar buenas acciones”. Jesús: “Judas, no porque seas mi hermano debo dejar de regañarte. Eres duro e inexorable con tu compañero. Él tiene sus culpas, pero también tú tienes las tuyas. Y la primera es de no saberme ayudar a formar esa alma. Tú le exasperas con tus palabras. Con la violencia no se doblegan los corazones. ¿Crees que tienes derecho a censurar todas sus acciones? ¿Te sientes tan perfecto para hacerlo? Te recuerdo que Yo, tu Maestro, no lo hago, porque amo esa alma que no está todavía formada. Es la que más compasión me produce de todas… precisamente porque no está formada. ¿Crees que él se sienta feliz con su estado? ¿Y cómo podrás mañana ser un maestro de los corazones si no te ejercitas con un compañero usando la caridad ilimitada que redime a los pecadores?”. Judas de Alfeo baja la cabeza desde las primeras palabras, y al terminar de hablar Jesús, se arrodilla hasta el suelo diciendo: “Perdóname. Soy un pecador. Regáñame cuando cometa una falta porque la corrección es amor y solo el necio no comprende la gracia de que un sabio le corrija”. Jesús: “Ya ves que lo hago por tu bien. Pero con el regaño va unido el perdón, porque sé comprender la razón de tu dureza y porque la humildad del que recibe el regaño desarma al que corrige. Levántate, Judas, y no cometas igual error” y le lleva a su lado con Juan. ■ Los otros apóstoles, por su parte, hacen sus comentarios, primero en voz baja y luego en voz más alta, llevados de su costumbre de hacerlo así. De este modo oigo que están comparando a los dos Judas. Tomás dice a Santiago: “Si hubiera sido Judas de Keriot el que hubiese recibido este regaño, habría que haber visto cómo se habría sublevado. Tu hermano es bueno”. Mateo dice con franqueza: “Bueno… no se puede afirmar que haya hablado mal. Ha dicho una verdad sobre Judas de Keriot. ¿Crees tú que va a tener un amigo que vaya a Judea? Yo no”. Pedro, recordando la escena que no se la ha podido borrar de la mente, dice: “Se tratará… de negocios de viñedos como en el mercado de Jericó”. Todos se echan a reír. Felipe advierte: “No hay duda que solo el Maestro le compadece mucho…”. Santiago Zebedeo le replica: “¿Mucho? debes decir, «siempre»”. Natanael dice: “Yo no sería tan paciente”. Mateo apoya: “Ni yo tampoco. La comedia de ayer fue desastrosa”. Zelote dice conciliador: “Parece que no está bien de la cabeza”. Pedro dice: “Pero bien que sabe hacer sus negocios. Demasiado bien. Apostaría mi barca, mis redes, hasta mi casa, seguro de no perderla, de que él va a la casa de algún fariseo a mendigar protección…”. ■ Tomás, dándose una palmada en la frente, exclama: “¡Es verdad! ¡A la casa de Ismael! Ismael está en Meguiddó. ¿Cómo no lo hemos pensado antes? Hay que decírselo al Maestro”. Zelote dice: “De nada sirve. El Maestro le excusaría una vez más y nos regañaría”. Tomás: “No importa… Hagamos la prueba. Ve tú, Santiago. Te quiere mucho y eres pariente”. Santiago de Alfeo dice: “Para Él todos somos iguales. No ve ni parientes ni amigos, solo ve apóstoles. Es imparcial. Pero para contentaros voy”. Apresura el paso para separarse de sus compañeros y alcanzar a Jesús. Andrés: “Pensáis que se fue a ver a un fariseo. A uno o a otro, poco importa… Estoy por asegurar que lo hizo para no ir a Cesarea. No tenía ganas…”. Tomás: “Parece como que desde hace poco le causan asco las romanas”. Zelote advierte: “Y, a pesar de todo… mientras vosotros ibais a Engaddi, y yo a casa de Lázaro con él, estuvo todo contento de haber hablado con Claudia…”. Pedro dice entre dientes: “Sí… pero… Es cuando, me imagino, que cometió algún error. Pienso que Juana lo haya sabido y que por eso llamó a Jesús y… Y tantas cosas estoy rumiando dentro de mí, desde que Judas se enojó muchísimo en Betsur…”. Mateo pregunta con curiosidad: “¿Qué estás diciendo?…”. Pedro: “No lo sé… Ideas… veremos…”. ■ Andrés suplica: “¡Oh no pensemos mal! El Maestro no quiere que lo hagamos. De nuestra parte no tenemos ninguna prueba de que él haya hecho mal”. Pedro: “Pero no vas a decir que hace bien en causar al Maestro dolores, al faltarle al respeto, al multiplicar sus berrinches, al…”. Zelote: “¡Bueno, Simón! Te aseguro que él está un poco mal de la cabeza…”. Pedro: “Será como tú dices, pero se extralimita al ofender la bondad de nuestro Señor. Si me escupiera en la cara, lo soportaría para ofrecerle a Dios para su redención. Me he propuesto toda clase de sacrificios para este fin y me muerdo la lengua y me doy duros pellizcos por dominarme pero lo que no puedo perdonar es que se porte mal con el Maestro. Y esa falta que comete contra Él es como si me la hiciese a mí, y no se la perdono. ¡Además… si fuese de vez en cuando! ¡Qué va! ¡Está siempre detrás! ¡No consigo hacer que se me pase la rabia que me hierve dentro por alguna escena suya, y ya arma otra! Una, dos, tres… ¡Hay siempre un límite!”. Pedro dice esto casi gritando y gesticulando lleno de genio.
* Si tu hermano pecaY si siete veces al día…”.- Única barrera para el perdón: la impenitencia.- “Soy el gran Mendigo… Y os pido la limosna más preciada: os pido almas”.- ■ Jesús, que va adelante, unos diez metros más o menos se vuelve, dice: “Para el perdón y el amor no hay límites. No lo hay. Ni en Dios ni en los verdaderos hijos de Dios. Mientras dure la vida no hay límite. La única barrera para otorgar el perdón y el amor es la resistencia, la obstinación impenitente del pecador. Pero si se arrepiente, siempre hay que perdonarle. Aunque pecase no una, dos, ni tres veces al día, muchas más. Vosotros también pecáis y queréis perdón de Dios y a Él vais y decís: «¡He pecado! ¡Perdóname!». Y os es dulce el perdón, de la mis­ma forma que a Dios le es dulce perdonar. Y vosotros no sois dioses. Por eso, menos grave es la ofensa que un semejante vuestro os hace, que la que hace a Dios, que no es semejante a ningún otro. ¿No os parece? Y, sin embargo, Dios perdona. Haced también vosotros lo mismo. ■ ¡Estad atentos a vosotros! Estad atentos a que vuestra intransigencia no se transforme en daño, provocando intransigencia de Dios hacia vosotros. Ya lo he dicho, pero lo repito otra vez: Sed mise­ricordiosos para obtener misericordia. Ninguno está tan sin pecado, que pueda ser intransigente con el pecador. Mirad vuestros pesos, antes de los que gravan el corazón ajeno; quitad primero de vuestro espíritu los vuestros, luego ocupaos de los ajenos, para mostrar a los demás no rigor que condena sino amor que enseña y ayuda a ser liberados del mal. ■ Para poder decir —sin que el pecador te haga callar— para poder decir: «Has pecado respecto a Dios y respecto al prójimo», es necesario no haber pecado, o, al menos, haber expiado el pecado. Para poder decir a quien se siente abatido por haber pecado: «Ten fe, que Dios perdona a quien se arrepiente», como siervos de este Dios que perdona a quien se arrepiente, debéis perdonar mostrando mucha misericordia. Entonces podréis decir: «¿Ves, pecador arrepentido? Yo perdono tus culpas una y mil veces, porque soy siervo de Aquel que perdona innumerables veces a quien otras tantas veces se arrepiente de sus pecados. Piensa entonces cómo te perdona el Perfecto, si yo, solo porque le sirvo, sé perdonar. ¡Ten fe!» esto debéis poder decir. Y decirlo con la acción, no con las palabras. Decir perdonando. ■ Por esto, si vuestro hermano peca, reprendedle con amor, y si se arrepiente, perdonadle. Si ya al cabo del día pecó siete veces y siete veces os dice: «Me arrepiento», otras tantas veces perdonadle. ¿Habéis comprendido? ¿Me prometéis hacerlo? Mientras está lejos ¿me prometéis que tendréis compasión de él? ¿Me ayudaréis a salvarle? Es un hermano vuestro de espíritu, al venir de un único Padre; de raza, al venir de un único pueblo; de la misión, al ser apóstol como vosotros. Por esto, tres veces debéis amarle. Si en vuestra familia tuvieseis un hermano que causase dolor a vuestro padre, y diera de sí motivo de críticas ¿no trataríais de corregirle para que vuestro padre no sufriese más, y el pueblo no hablase mal de vuestra familia? ¿Y entonces? ¿No es la vuestra una familia más grande y santa donde el Padre es Dios, y donde el Primogénito soy Yo? ¿Por qué, entonces, no queréis consolar al Padre y consolarme a Mí y ayudarnos a hacer bueno al pobre hermano que, creedlo, no es feliz de ser así?…”. Jesús, con toda su alma, implora por el apóstol tan plagado de defectos… ■ Y concluye: “Soy el gran Mendigo… Y os pido la limosna más preciada: os pido almas. Ando en busca de ellas. Debéis ayudarme. Saciad el hambre de mi Corazón que busca amor y no lo encuentra sino en demasiado pocos. Pues los que no tratan de ser perfectos, para Mí son como panes arrebatados a mi hambre espiritual. Dad almas a vuestro Maestro, afligido de ser aborrecido e incomprendido…”. Los apóstoles están conmovidos… Muchas cosas querrían decir. Y todas las palabras les parecen demasiado mezquinas… Se arriman al Maestro, todos quieren acariciarle para hacerle ver que le aman. Finalmente, el manso Andrés dice: “Sí, Señor. Con paciencia, silencio y sacrificio, armas que convierten, te daremos almas. También la de él… Dios nos ayudará”. Todos dicen: “Sí, Señor. Ayúdanos con tu oración”. Jesús: “Así lo haré amigos. Entre tanto oremos juntos por el compañero que se fue. «Padre nuestro que estás en los Cielos…»”. La voz clara de Jesús dice las palabras del Pater, articulándolas clara y lentamente. Los apóstoles, conmovidos, le siguen en coro. Y, rezando, desaparecen en la noche. (Escrito el 25 de Abril de 1946).
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1  Nota  : Cfr. Lc. 17,3-4.
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6-425-401 (7-116-715).- En Cesarea Marítima.- Los romanos mundanos preparan una orgía.
* Tres romanos hablan con anticipación de la próxima, indigna orgía. Han notado una extraña moderación de costumbres en Claudia y amigas.- ■ Un romano a quien preceden unos diez esclavos cargados de bolsas y paquetes, se encuentra con otros de su ralea. Saludos mutuos: “¡Salve, Ennio!”. Y éste: “¡Salud, Floro Tulio Cornelio! ¡Salud, Marco Heracles Flavio!”. Marco: “¿Cuándo has vuelto?”. Ennio: “Anteayer al amanecer y rendido de cansancio”. El joven llamado Floro, dice burlón: “¿Tú cansado? ¡Pero cuándo sudas tú!”. Ennio: “No te burles, Floro Tulio Cornelio. ¡También ahora estoy sudando por los amigos!”. El otro, llamado Heracles Flavio, objeta: “¿Por los amigos? Nada te hemos pedido”. Ennio: “Pero mi amor piensa en vosotros. ¿Veis, vosotros, crueles que os burláis de mí, esta fila de esclavos cargados de pesos? Otros los han precedido con otros pesos. Y todo para vosotros. Para daros honores”. Los dos amigos gritan rumorosamente: “¿Éste es entonces tu trabajo? ¿Un banquete?”, “¿Y por que?”. Ennio: “¡Chist! ¡Un alboroto como éste entre nobles patricios! Os parecéis a la plebe de esta ciudad donde nos consumimos en…”. ■ Floro: “Orgías y ocio. Que no hacemos sino eso. Todavía me pregunto: ¿para qué estamos aquí?, ¿qué misiones tenemos?”. “Morir de aburrimiento es una”. “Enseñar a vivir a estas plañideras quejumbrosas es otra”. “Y… sembrar a Roma en los sagrados senos de las mujeres hebreas es otra más”. “Y otra es gozar, aquí como en otras partes, de nuestra riqueza y poder, al cual todo le está permitido”. Los tres se alternan en dimes y diretes de los que brota la carcajada abierta. ■ Pero el joven Floro se para y se pone serio, y dice: “Pero desde hace ya un tiempo una neblina se abate sobre la alegre corte de Pila­tos. Las más hermosas damas parecen castas vestales y sus maridos las secundan en el capricho. Ello quita mucho a las habituales fiestas…”. Ennio: “¡Ya! El capricho por ese tosco Galileo… Pero pasará pronto…”. Floro: “Te equivocas, Ennio. Sé que también Claudia está conquistada, y por eso una… extraña moderación de costumbres se ha establecido en su palacio. Parece como si reviviera allí la austera Roma republicana…”. Ennio: “¡Uf! ¡Qué aburrimiento! ¿Pero desde cuándo?”. Floro: “Desde el dulce abril propicio a los amores. Tú no lo sabes… Estabas ausente. Nuestras damas han regresado fúnebres como las plañideras de los sepulcros, y nosotros, pobres hombres, tenemos que buscar en otros lugares muchos solaces, que tampoco se nos conceden en presencia de las púdicas”. ■ Ennio: “Una razón más para que os socorra. Esta noche gran cena… y además gran orgía, en mi casa. En Cintium, donde he estado, he encontrado delicias que estos inmundos consideran impuras: pavos reales y zancudas de todas las especies, y crías de jabalíes: la madre matada y ellos cogidos vivos y criados para nuestras cenas. Y vinos… ¡Ah, delicados, preciosos vinos de las colinas romanas, de mis cálidas pendientes de Liternum y de tus soleadas playas en Aciri!… Y aromáticos vinos de Quío y de la isla en que Cintium es la gema. Y embriagadores vinos de Iberia, propicios para encender la sensualidad para el goce final. ¡Oh, tiene que ser una gran fiesta! Para sacudirnos el aburrimiento de este exilio. Para persuadirnos de que somos todavía viriles…”. Floro: “¿También mujeres?”. Ennio: “También… Y más guapas que rosas. De todos los colores y… sa­bores. Un tesoro me ha costado adquirir todas las mercancías, y en­tre ellas las hembras… Pero soy generoso para los amigos… Ahora aquí estaba terminando de comprar las últimas cosas: las que en el viaje podían estropearse. ¡Después del banquete… a nosotros el amor!…”. Floro: “¿Has tenido buena navegación?”. Ennio: “Magnífica. Venus marina me ha sido propicia. En fin… le dedico a ella el rito de esta noche…”. Los tres se ríen de forma vulgar, catando ya con anticipación las próximas, indignas delicias… ■ Pero Floro pregunta: “¿Por qué esta extraordinaria fiesta? ¿Hay un motivo para ella?…”. Ennio: “Tres motivos: mi amado nieto se pone en estos días la toga viril. Debo dar solemnidad a este acontecimiento. Una obediencia al pre­sagio que me decía que Cesarea se transformaba en dolorosa morada y había que conjurar el hado con un rito a Venus. El tercero… —bajo, os lo digo bajo— es que estoy de boda…”. Floro: ¿Tú? ¡Embustero!”. Ennio: “Estoy de boda. Es «boda» cada vez que uno saborea el primer trago de una ánfora cerrada. Yo esta noche lo voy a hacer. He pagado por ella veinte mil sextercios o, si lo preferís, doscientos áureos, porque en realidad es lo que he terminado por desembolsar entre intermediarios y… similares. Pero no la habría encontrado más hermosa y pura ni aunque la hubiera dado a luz Venus en una aurora de abril y la hubiera hecho de espumas y rayos de oro. Un capullo, un capullo cerrado… ¡Ah, y yo soy su dueño!”. Marcos Heracles dice burlón: “¡Profanador!”. ■ Ennio: “¡No te pongas censor, que eres como yo!… Cuando se marchó Valeriano, aquí languidecíamos de aburrimiento. Pero yo tomo su lugar… Los tesoros de los antepasados están para esto. Y no voy a ser como él, tan necio que espere a que la más rubia que la miel, Gala Ciprina —la he llamado así—, sea corrompida por las melancolías y filosofías de esos enervados que no saben gozarse la vida…”. Floro: “¡¡¡Sí señor!!! Pero, de todas formas… la esclava de Valeriano era culta y…”. Ennio: “… y estaba desquiciada con sus lecturas de los filósofos… Alma, segunda vida, virtud… ¡qué va hombre!… vivir es gozar. Y aquí se vive. Ayer he arrojado a las llamas todos los volúmenes funestos, y, so pena de muerte, he mandado a los esclavos que no recuerden miserias de filósofos ni de galileos. Y la muchacha me conocerá solo a mí…”. Floro: “¿Pero dónde la has encontrado?”. Ennio: “¡Ya ves, hubo quien fue sagaz y adquirió esclavos después de las guerras gálicas y no los usó más que como reproductores, manteniéndolos bien! Sólo debían procrear para dar flores nuevas… Y Gala es una de éstas. Ahora es púber, y el amo la ha vendido… Y yo la he comprado… ¡ja! ¡ja! ¡ja!”. Floro: “¡Libidinoso!”. Ennio: “Si no hubiera sido yo, hubiera sido otro… Por tanto… no debía nacer mujer…”. ■ Floro: “Si te oyera… ¡Oh, ahí está!”. Ennio: “¿Quién?”. Floro: “El Nazareno que ha hechizado a nuestras damas. Está detrás de ti…”. Ennio se vuelve como si tuviera a sus espaldas un áspid. Mira a Jesús, que avanza lentamente entre la gente que se apiña alrededor de Él, pobre gente común y también esclavos de romanos, y, riendo maliciosamente, dice: “¡¿Ese andrajoso?! Las mujeres son unas de­pravadas. Pero vamos a largarnos, ¡no vaya a ser que nos hechice también a nosotros! Vosotros” dice por fin a sus pobres esclavos, que han estado todo el tiempo bajo sus cargas, semejantes a cariátides para las cuales no hay piedad, “vosotros, id a casa, y raudos, que habéis perdido tiempo hasta ahora y los preparadores están esperando las especias, los perfumes. ¡Corriendo! Y recordad que os espera azote, si todo no está preparado para la puesta del sol”. Los esclavos se marchan corriendo y, más lentamente, sigue el romano con los dos amigos…Jesús avanza. Triste, porque ha oído el final de la conversación de Ennio. Y desde lo alto de su estatura mira con infinita compasión a los esclavos que corren bajo sus pesos… (Escrito el 30 de Abril de 1946).
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(<En Cesarea Marítima, Jesús se ha hospedado en la casa de un cordelero. Han llegado a la casa del cordelero las romanas Plautina, Lidia, Valeria y la liberta Albula Domitila, quienes, sabedoras ya de que Jesús no busca un reino temporal, como Iscariote dio a entender a Claudia, quieren que, Jesús, en persona y ante ellas, desmienta la versión de Judas>)
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6-426-412 (7-117-725).- En Cesarea Marítima, las romanas buscan un desmentido de la versión de Judas. Profecía en Virgilio.- La joven esclava, salvada.- El Númida esclavo mudo.
* Jesús desmiente la versión de Iscariote: su Reino no es de este mundo.- Factor de santidad: la voluntad. Si es buena: conduce las acciones a la santidad; si es mala: a la iniquidad. Por eso, no hay duda de que hay justos entre paganos.- ■ “Venid…” dice Jesús a las mujeres. Va con ellas al final de la plaza, debajo del hediondo cobertizo, dentro del cuartucho donde hay utensilios rotos, harapos, restos de cáñamo, gigantescas telarañas, y donde el olor de la maceración del cáñamo y del moho repugnan lo indecible. Jesús, que tiene un aspecto serio y pálido, dice con una sonrisa leve: “No hay un lugar apropiado a vuestros gustos… pero no dispongo de otra cosa…”. Plautina que se quita el velo y el manto, responde: “No vemos el lugar, sino al que en estos momentos está en él”. Lo mismo hacen Lidia, Valeria y la liberta Albula Domitila. Jesús: “De ello arguyo que, pese a todo, todavía me consideráis como a un hombre justo”. Plautina: “Y más que eso. Y Claudia nos manda precisamente porque cree que eres más que un justo y no tiene en cuenta lo que oyó. Pero quiere tu confirmación al respecto para tributarte doble veneración”. Jesús: “O suspenderla, si le parezco como quisieron pintarme. Pero tranquilizadla. No tengo miras humanas. Mi ministerio y mi deseo es tan solo sobrenatural y nada más. Quiero sí, reunir en un solo reino a todos los hombres. ¿A qué hombres? ¿A los que están hechos de carne y sangre? No. Eso lo dejo, materia corruptible, a las pasajeras monarquías, a los reinos que se tambalean. Quiero reunir bajo mi cetro solamente a los corazones de los hombres, espíritus inmortales en un reino inmortal. Cualquier otra versión la rechazo como contraria a mi voluntad, quienquiera que fuera el que la diese, distinta de ésta. Y os ruego que creáis y que digáis a quien os envía, que la Verdad no tiene sino una sola palabra…”. Plautina: “Tu apóstol habló con demasiado seguridad”. Jesús: “Es un muchacho exaltado. Y como tal hay que escucharle”. Plautina: “Pero te hace daño. Repréndele… Despídele…”. Jesús: “Entonces ¿dónde estaría mi misericordia? Él lo hace llevado de amor equivocado. ¿No debo acaso compadecerle? ¿Y qué cambiaría, si le despidiera? Haría doble mal a sí y a Mí”. Plautina: “Es para Ti como una zancadilla”. Jesús: “Es para Mí un infeliz a quien tengo que redimir…”. ■ Plautina cae de rodillas con los brazos extendidos y dice: “¡Ah, Maestro, más grande que cualquier otro, qué fácil es creerte santo cuando se siente tu corazón en tus palabras! ¡Qué fácil es amarte y seguirte debido a esta caridad tuya que es todavía más grande que tu inteligencia!”. Jesús: “No más grande, sino más comprensible para vosotros… cuyo entendimiento está envuelto en muchos errores y no tenéis la generosidad de despojarle de todo para aceptar la Verdad”. Plautina: “Tienes razón. Eres tan adivino como sabio”. Jesús: “La sabiduría, siendo una forma de santidad, da siempre luminosidad de juicio, ya sobre hechos pasados o presentes, ya sobre premoniciones de hechos futuros”. ■ Plautina: “Por esto vuestros profetas…”. Jesús: “Eran unos santos. Dios se comunicaba a ellos con una gran plenitud”. Plautina: “¿Eran santos, porque eran de Israel?”. Jesús: “Eran santos porque eran de Israel y porque eran justos en sus acciones. Pues no todo Israel es y ha sido santo, pese a ser Israel. No es el pertenecer por casualidad a un pueblo o a una religión lo que puede hacer santos a los hombres. Estas dos cosas pueden ayudar grandemente a serlo. Pero no son el factor absoluto de la santidad”. Plautina: “¿Cuál es, entonces, ese factor?”. Jesús: “La voluntad del hombre. La voluntad que conduce las acciones del hombre: a santidad, si es buena; a iniquidad, si es mala”. Plautina: “Entonces… no se excluye que haya justos entre nosotros”. Jesús: “No se excluye. Es más, ciertamente hay justos entre vuestros antepasados, y los hay entre los que viven actualmente. Porque sería demasiado horrendo que todo el mundo pagano perteneciese a los demonios. Quienes, de entre vosotros, sienten atracción hacia el Bien y la Verdad, y repugnancia contra el Vicio, y evitan las malas acciones que envilecen al hombre, creedme que están ya en el sendero de la justicia”. Plautina: “Entonces Claudia…”. Jesús: “Sí. Y vosotras. Perseverad”. Plautina: “Pero ¿si muriéramos antes… de convertirnos a Ti? ¿Para qué serviría el haber sido virtuosos?”. Jesús: “Dios es justo en el juzgar. Pero ■ ¿por qué debéis dar las espaldas al Dios verdadero?”. Las tres mujeres bajan la cabeza… Un silencio… Luego la confesión que será la que dará la clave a la crueldad romana y a su resistencia al cristianismo… “porque nos parece, que al hacerlo, traicionaríamos a la Patria…”. Jesús: “Al contrario, serviríais a la Patria, pues la haríais moral y espiritualmente más grande porque sería fuerte con la posesión y protección de Dios, además de la de su ejército y riquezas. Roma, la Urbe del mundo, la Urbe de la religión universal… Pensadlo…”. Un silencio…
* “Nadie te presagió, con tanta exactitud, como nuestro Virgilio… En medio de una sociedad que estaba ya corrompida y viciada, fue un faro de pureza espiritual, tanto que fue llamado «la doncella»”. “Ahora bien, ¿en el alma pura de un hombre casto no habrá podido reflejarse Dios, aun cuando ese hombre fuese pagano? La Virtud perfecta, ¿no habrá amado al virtuoso?”.- ■ Luego Lidia, poniéndose roja como una llama, dice: “Maestro, hace tiempo te buscábamos a Ti aun en las páginas de nuestro Virgilio. Porque para nosotros tienen más valor las… profecías de los que no han tenido relación con la fe de Israel, que las de vuestros profetas, en los que podemos pensar que hubo sugestiones de creencias milenarias… Y discutimos de ello… Comparando los diversos profetas que en todo tiempo, nación y religión, te han presentido. Pero nadie te presagió con tanta exactitud como nuestro Virgilio… ¡Cuánto hablamos aquél día con Diómedes, el liberto griego, astrólogo, que goza de la estima de Claudia! Él sostenía que esto ha sucedido porque los tiempos estaban más cercanos, y los astros lo decían con sus conjunciones… Y en apoyo de su tesis, esgrimía el hecho de los tres Sabios de tres países de Oriente que vinieron a adorarte cuando eras un infante, y con ello provocaron la matanza de la que la misma Roma se horrorizó… Pero no nos convenció, porque…, no obstante que tu manifestación ha sucedido en nuestros tiempos, en más de cincuenta años ningún otro sabio de todo el mundo ha hablado de Ti por noticia de los astros. ■ Claudia exclamó: «¡Se requeriría aquí la presencia del Maestro! Nos diría la verdad y sabríamos el lugar y destino inmortal de nuestro más grande poeta». ¿Querrías decirnos… para Claudia…? Algo para mostrarnos que no le tienes antipatía por su duda acerca de Ti”. Jesús: “He comprendido su reacción de romana, y no la guardo ningún rencor. Decidle que esté tranquila. Y escuchad. Virgilio no fue grande solo como poeta ¿o no es así?”. Lidia: “¡Oh, no! Lo fue también como hombre. En medio de una sociedad que estaba ya corrompida y viciada, fue un faro de pureza espiritual. Nadie puede decir haberle visto lujurioso, amante de orgías y de costumbres licenciosas. Sus escritos son castos, pero más casto tuvo el corazón. Tanto que en los lugares donde más tiempo vivió se le llamó «la doncella»: con burla los viciosos y con veneración los buenos”. Jesús: “Ahora bien, ¿en el alma pura de un hombre casto no habrá podido reflejarse Dios, aun cuando ese hombre fuese pagano? La Virtud perfecta, ¿no habrá amado al virtuoso? Y si se le concedió amar y ver la Verdad debido a la belleza de su corazón ¿no podrá haber tenido una chispa de profecía, de una profecía que no es sino verdad que se revela a quien merece conocer la Verdad como premio e incentivo a una virtud cada vez mayor?”. ■ Plautina: “¿Entonces… ¿profetizó de Ti?”. Jesús: “Su mente, encendida de pureza y genio, logró ascender para conocer una página referida a Mí, y puede ser llamado el poeta pagano y justo, un espíritu profético y precristiano, como premio de sus virtudes”. Plautina: “¡Oh, nuestro Virgilio! ¿Y tendrá algún premio?”. Jesús: “Ya lo dije: «Dios es justo». Pero vosotras no imitéis al poeta deteniéndoos hasta donde llegó. Avanzad, porque la Verdad no se os ha mostrado por intuición o en parte, sino completa, y os ha hablado”. Plautina, sin dar respuesta, dice: “Gracias, Maestro… Nos retiramos. Claudia nos dijo que te preguntásemos si te puede ser útil en cosas morales”. Jesús: “Y os mandó que me dijeseis, si soy usurpador…”. Plautina: “¡Oh, Maestro! ¿Cómo lo sabes?”. Jesús: “¡Soy más que Virgilio y que los profetas!…”. Plautina exclama: “¡Es verdad! ¡Todo es verdad!”.
* Jesús, a través de las romanas, pide salvar el alma de la niña esclava.- ■ Luego dice Plautina: “¿Podemos servirte?”. Jesús: “No necesito de nada más que de fe y amor. Pero hay una criatura que se encuentra en gran peligro y que esta noche tendrá el alma muerta. Claudia podría salvarla”. Plautina: “¡Aquí! ¿Quién? ¿El alma muerta?”. Jesús: “Un patricio vuestro da una cena y…”. Lidia dice: “¡Ah, sí! Ennio Casto. También mi marido fue invitado…”. Valeria dice con energía: “Y también el mío… también nosotras para decir la verdad. Pero, dado que Claudia se abstiene de ir, también nosotras nos abstendremos. Habíamos decidido retirarnos nada más acabar la cena, en el caso de que hubiéramos ido… Porque… nuestras cenas terminan en orgías… que ya no podemos soportar… Y, con el enojo de la esposa desatendida, dejamos que se queden allí a nuestros maridos…”. Jesús corrige: “No con enojo… Con piedad de su miseria moral…”. Valeria: “Es difícil, Maestro… Sabemos lo que pasa allí dentro…”. Jesús: “Yo también sé muchas cosas que suceden en los corazones… y sin embargo perdono…”. Valeria: “Tú eres un santo…”. Jesús: “Vosotras debéis serlo. Porque lo quiero y porque a ello os empuja vuestra voluntad…”. Valeria: “Maestro…”. ■ Jesús: “Sí. ¿Podéis afirmar que sois felices como antes de conocerme, con la felicidad animal, sensual de paganas desconocedoras que son más que carne, ahora que conocéis un poco de la Sabiduría?…”. Valeria: “No, Maestro. Lo tenemos que decir claro. Estamos descontentas, inquietas como uno que busca un tesoro y no lo encuentra”. Jesús: “¡Pues lo tenéis delante! Lo que os pone inquietas es el ansia de Luz de vuestro corazón, la impaciencia de vuestro espíritu por vuestra tardanza… en darle lo que os pide…”. Un silencio. ■ Después Plautina, sin responder directamente, dice: “¿Y qué podría hacer Claudia?”. Jesús: “Salvar a esta pobre criatura. Una niña que el romano compró para su placer. Una virgen que mañana no lo será más”. Plautina: “Si la compró… le pertenece”. Jesús: “No es un mueble. Dentro de su cuerpo hay un alma”. Plautina: “Maestro… nuestras leyes…”. Jesús: “Mujeres. ¡La Ley de Dios!…”. Plautina: “Claudia no va a ir a la fiesta…”. Jesús: “No le digo que vaya; os digo que le transmitáis lo siguiente: «El Maestro, para tener la certeza de que Claudia no le acusa, le pide ayuda para esta alma niña…»”. Plautina: “Se lo diremos. Pero no podrá hacer nada… Esclava adquirida… objeto del que se puede disponer…”. Jesús lo dice con severidad y energía: “Mi religión enseñará que el esclavo tiene un alma semejante al César, mejor en muchos casos, y que esa alma pertenece a Dios, y que quien la corrompe es maldito”. Las mujeres sienten su imperiosidad y severidad. Se inclinan sin replicar. Se ponen otra vez los mantos y los velos. Dicen: “Lo transmitiremos. Salve, Maestro”. Jesús: “Hasta pronto”. Las mujeres salen hacia la plaza que arde de calor. Plautina se vuelve y dice: “Para todos éramos mujeres griegas. ¿Entendido?”. Jesús: “Entendido. Id tranquilas”.
* Claudia, por medio de un esclavo númida mudo, hace saber a Jesús que ha intervenido para entregarle la muchacha esclava adquirida por el noble patricio Ennio. ■ Jesús se queda solo en el portal bajo. Las mujeres regresan por el camino por el que vinieron. Los cordeleros regresan a su trabajo. Jesús regresa despacio al almacén. Está pensativo. No se echa sobre el montón de cáñamo. Se sienta sobre un montón de cuerdas enrolladas. Ora intensamente. Los once continúan durmiendo profundamente… Y así el tiempo pasa… cerca de una hora. ■ Después el cordelero asoma la cabeza y hace señal a Jesús de que vaya a la puerta. “Hay un esclavo. Te quiere ver”. El esclavo, un númida, está afuera, en la plaza llena de sol todavía. Se inclina y, sin hablar, entrega una tablilla encerada. Jesús lee y dice: “Dirás que esperaré hasta el alba. ¿Entendiste?”. El esclavo dice que sí con la cabeza, y para que vea Jesús por qué no habla, abre su boca, y le ensaña la lengua tronchada. “¡Pobrecillo!” dice Jesús, acariciándole. Por las mejillas del esclavo caen dos lágrimas. Toma la mano blanca entre las suyas negras y se la pone en la cara, la besa, se la lleva al pecho y se echa a tierra. Toma el pie de Jesús y se lo pone sobre la cabeza… Un lenguaje de gestos para mostrar su agradecimiento por este gesto de amor… Y Jesús repite: “¡Pobrecillo!”, pero no hace ademán de curarle. El esclavo se levanta, pide la tablilla encerada… Claudia no quiere dejar huellas de su contacto epistolar… Jesús sonríe y devuelve la tablilla. ■ El númida parte y Jesús va a donde está el cordelero y le dice: “Debo quedarme hasta antes del alba… ¿Me lo permites?”. Cordelero: “Todo lo que quieras. Siento ser pobre…”. Jesús: “Me place que seas honrado”. Cordelero: “¿Quiénes eran esas mujeres?”. Jesús: “Unas extranjeras que necesitaban de consejo”. Cordelero: “¿Están sanas?”. Jesús: “Como Yo y tú”. Cordelero: “Entonces, está bien… He ahí a tus apóstoles…”. ■ Los once salen del almacén, todavía restregándose los ojos, estirándose soñolientos. Pedro dice: “Maestro… hay que cenar antes de partir… “. Jesús: “No. No parto sino al amanecer”. Pedro: “¿Por qué?”. Jesús: “Porque me pidieron que así lo hiciera”. Pedro: “¿Por qué? ¿Quién? Es mejor caminar de noche. La luna es nueva”. Jesús: “Espero salvar a una criatura… Y esto es más luminoso que la luna y más refrescante que las frescuras de la noche”. Pedro le lleva aparte: “¿Qué pasó? ¿Viste a las romanas? ¿De qué humor están? ¿Son ellas las que se van a convertir? Dímelo…”. Jesús sonriendo: “Si me dejas responder, te lo diré, hombre curiosísimo. Vi a las romanas. Muy lentamente caminan hacia la Verdad, pero no retroceden. Lo que es ya mucho”. Pedro: “Y… acerca de lo que dijo Judas… ¿hay algo?”. Jesús: “Que continúan venerándome como a un sabio”. Pedro: “¿Por causa de Judas? ¿Es él el que lo ha hecho?”. Jesús: “Vinieron a buscarme a Mí, no a él…”. Pedro: “¿Entonces por qué tuvo miedo de encontrarse con ellas? ¿Por qué no quería que vinieses a Cesarea?”. Jesús: “Simón, no es la primera vez que Judas tiene caprichos estrambóticos…”. Pedro: “Es verdad. Y… ¿van a venir esta noche las romanas?”. Jesús: “Ya vinieron”. Pedro: “Entonces ¿por qué esperamos hasta que amanezca?”. Jesús: “¿Por qué eres tan curioso?”. Pedro: “Maestro, sé bueno… dime todo”. Jesús: “Te lo diré para quitarte toda duda… También tú escuchaste la conversación de aquellos tres romanos…”. Pedro: “Claro que la oí. ¡Inmundos! ¡Apestosos! Demonios. Pero a nosotros ¿qué nos importa?… ¡Ah, entiendo! Las romanas van a ir a la cena, y luego vendrán a pedirte perdón por haber estado en medio de la inmundicia… Me maravillo de que des tu conformidad”. Jesús: “Yo me maravillo de que formes juicios temerarios”. Pedro: “¡Perdóname, Maestro!”. Jesús: “Sí, pero debes saber que las romanas no van a ir a la cena y que Yo pedí a Claudia que interviniese a favor de esa muchachita…”. Pedro: “¡Oh, pero Claudia no puede hacer nada! El romano compró la muchacha, y tiene todo el poder sobre ella”. Jesús: “Pero Claudia tiene mucho poder sobre el romano. Y Claudia me mandó a decir que no parta hasta antes del alba. No hay otra cosa, ¿estás contento ahora?”. Pedro: “Sí, Maestro, pero no has descansado nada… Ven… ¡Estás cansado! Vigilaré para que te dejen en paz… Ven, ven…” y, amorosamente tiránico, tira de Él, le empuja, le obliga a echarse sobre el montón de cáñamo.
* Claudia agradece a Jesús porque le ha enseñado lo que vale un alma y su pureza al defender y acoger a la niña esclava. Valeria la tomará como niñera de su pequeña Fausta. ■ Pasan las horas. El sol se oculta. Cesa el trabajo. Los niños gritan y hacen más ruido por calles y plazoletas, como las golondrinas en el firmamento. La noche ya entró. Las golondrinas se van a sus nidos y los niños a la cama. Uno tras otro cesan los ruidos, hasta que queda el leve chapoteo del agua en el canal y el ruido más fuerte de las olas en la playa. Cierran las puertas de las casas los cansados trabajadores; se apagan las luces, y el dulce descanso se apodera de todos y los hace ciegos, mudos… Sale la luna y con sus rayos de plata besa el sucio espejo de la pequeña dársena que parece ahora una lámina de plata… Los apóstoles nuevamente duermen sobre el cáñamo… Jesús está sentado sobre uno de los cabrestantes parados, apoyadas las manos en su regazo. Ora, piensa, aguarda… No quita los ojos del camino que viene de la ciudad. La luna se levanta, sube más; casi está perpendicular a su cabeza. El mar retumba con mayor fuerza, y el agua del canal despide más fuertes hedores, y la hoz de la luna, que se baña con sus rayos en el mar, se hace más grande, más extensa, y se pierde cada vez más lejana: camino de luz que desde los confines del mundo parece acercarse a Jesús, remontando el canal, terminando en la dársena. ■ Y por este camino avanza una barca, pequeña de color blanquecino. Avanza, boga sin dejar huellas de su paso… Sube por el canal… Ha llegado a la dársena silenciosa. Se detiene. Tres bultos bajan. Un hombre robusto, una mujer y una delicada figura. Se dirigen hacia la casa del cordelero. Jesús se levanta y sale a su encuentro. “La paz sea con vosotros. ¿A quién buscáis?”. Lidia, descubriéndose y acercándose ella sola, dice: “A ti, Maestro. Claudia hizo lo que le pediste, porque era cosa justa y completamente moral. Aquella es la muchachita. Dentro de poco tiempo Valeria la tomará como niñera de su pequeña Fausta. Pero, entre tanto, te ruega que la tengas. Que puedes confiarla a tu Madre o a la madre de tus parientes. Es pagana del todo. Mejor dicho, es peor que pagana. El dueño que la alimentó no le enseñó nada en absoluto. Nunca ha oído hablar del Olimpo, ni de otra cosa. Tan solo se siente aterrorizada ante los hombres porque hace unas cuantas horas la vida se le reveló como es, brutal, cruel…”. Jesús: “¡Oh! ¿Demasiado tarde?”. Lidia: “Materialmente, no… Él la preparaba poco a poco… digamos… para su sacrilegio. Y la niña está espantadísima… ■ Claudia tuvo que dejarla durante toda la cena junto a ese sátiro, y solo quiso intervenir cuando el vino le había casi imposibilitado para pensar bien. No es necesario que te diga que si el hombre es siempre lúbrico en sus maneras sensuales, lo es mucho más cuando está ebrio… Pero solo entonces es un juguete con el que se puede hacer lo que se quiera, y arrebatarle su tesoro. Claudia se aprovechó del momento. Ennio desea el regreso a Italia, de la que ha sido alejado por haber perdido el favor imperial… Claudia le prometió el regreso a cambio de la muchacha. Ennio se ha tragado el anzuelo… Pero mañana, cuando no esté ya borracho, protestará, la buscará, montará su jaleo. Pero también mañana Claudia buscará el modo de hacerle callar”. Jesús: “¿Con la violencia? ¡No!”. Lidia: “¡Oh, violencia empleada con buen fin es útil! Pero no será usada. Lo único es que Pilatos, todavía un poco atontado por el vino digerido esta noche, firmará la orden para Ennio de ir a presentarse a Roma… ¡Ah, ah!… Y partirá en el primer buque militar. Pero entre tanto… es mejor que la niña esté en otra parte, por temor de que Pilatos se arrepienta y revoque la orden… ¡Es tan variable! Y es mejor así para que la niña olvide las asquerosidades humanas. ¡Oh, Maestro!… Por este motivo fuimos a la cena… Pero ¿cómo pudimos ir allá hasta hace unos cuantos meses, sin haber sentido náuseas? Tan pronto obtuvimos lo que se deseaba, nos salimos… todavía nuestros maridos están imitando a los brutos… ¡Qué náuseas, Maestro!… Y debemos recibirlos después… después que…”. Jesús: “Sed austeras y pacientes. Con vuestro ejemplo haréis mejores a vuestros maridos”. Lidia: “¡Oh no es posible! Tú no sabes…”. La mujer llora más de coraje que de dolor. Jesús suspira. ■ Lidia continúa: “Claudia te dice que ha hecho esto para mostrarte que te venera como al único Hombre que merece veneración. Y quiere que te diga que te agradece haberle enseñado lo que vale un alma y lo que vale la pureza. Lo recordará siempre. ¿Quieres ver a la niña?”. Jesús: “Sí. ¿El hombre quién es?”. Lidia: “El númida mudo que emplea Claudia para sus servicios secretos. No hay ningún peligro de delación… No tiene lengua…”. Jesús repite como al mediodía: “¡Pobrecillo!”. Pero tampoco ahora hace el milagro.
* Di a Claudia que éstas son las conquistas que Yo pretendo, no otras”.- ■ Lidia va por la muchacha. La toma de la mano y casi la lleva a rastras hasta donde está Jesús. Dice a modo de explicación: “Sabe unas cuantas palabras latinas, judías casi ninguna… Es una salvajita… que la buscaron únicamente como objeto de placer”. Y dirigiéndose a la niña: “No tengas miedo. Dale «gracias». Él fue el que te salvó. Arrodíllate. Bésale los pies. ¡Ea, hazlo! ¡No tengas miedo!… ¡Perdona, Maestro! Todavía tiene el terror por las últimas caricias de Ennio ya borracho…”. Jesús, poniendo su mano en la cabeza de la niña, dice: “¡Pobre niña! ¡No tengas miedo! Te llevaré a casa de mi Madre, por algún tiempo a la casa de Mamá, ¿entiendes? Y tendrás a tu alrededor muchos hermanos buenos… ¡No tengas miedo, hijita mía!”. ■ ¿Qué hay en la voz de Jesús, en su mirada? Hay de todo: paz, seguridad, pureza, amor santo. La niña lo siente, se echa atrás el manto con la capucha para mirarle mejor, y aparece la figura delicada de una niña asomada a la puerta de la pubertad, casi todavía niña, de modales inmaduros e inocente de aspecto, envuelta en un vestido demasiado ancho para ella… Lidia explica: “Estaba casi desnuda… Le he puesto y le he metido en la alforja los primeros vestidos que he encontrado”. ■ Jesús dice con piedad: “¡Una niña!”. Y tomándole de la mano, le pregunta: “¿Quieres venir conmigo?”. Niña: “Sí, patrón”. Jesús: “No. No soy patrón. Dime, Maestro”. La niña dice con más confianza: “Sí, Maestro”. Y una tímida sonrisa brilla por esa carita en que antes estaba la palidez y el miedo. Jesús: “¿Eres capaz de caminar mucho?”. Niña: “Sí, Maestro”. Jesús: “Después descansarás en la casa de mi Mamá, en mi casa, hasta que llegue Fausta… una niñita a la que vas a querer mucho… ¿Quieres?”. Niña: “¡Oh, sí…” y la niña confiada levanta sus ojos puros de un color verde-azul bellísimo, entre cejas de oro y se atreve a preguntar: “¿Ya no más aquel patrón?” y un rayo de terror vuelve a turbar su mirada. Jesús vuelve a prometer: “No más”, y le pone nuevamente la mano sobre la abundante cabellera rubia. ■ Lidia se despide: “Adiós, Maestro. Dentro de pocos días estaremos también nosotras en el lago. Tal vez nos podremos ver una vez más. Ruega por las pobres romanas”. Jesús: “¡Adiós Lidia! Di a Claudia que estas son las conquistas que pretendo, no otras. Ven niña. Partiremos inmediatamente…”. Y, tomándola de la mano, se asoma a la puerta del almacén y llama a los apóstoles. Mientras la barca, sin dejar huella de su venida, regresa al mar abierto, Jesús y los apóstoles, con la niña envuelta en un manto en medio ellos, toma el camino de la campiña por callejuelas periféricas y desiertas. (Escrito el 1 de Mayo de 1946).
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(<Después de Cesarea Marítima y ya en camino hacia Esdrelón, la rescatada esclava, Aúrea Gala, que así dice llamarse, se enferma>)
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6-427-429 (7-118-740).- Jesús se encuentra con discípulos/as e Isaac que le comunica que Judas de Keriot les espera.- Mirta y Noemí se ofrecen para cuidar de Áurea Gala.
* Áurea Gala, enferma de fiebre, es enviada a Nazaret.- ■ Continúan caminando… Casi a los pies de la colina distinguen a un grupo de discípulos. Están Isaac, Juan de Éfeso con su madre, Abel de Belén con la suya y otros cuyo nombre no conozco. Para las mujeres hay un rústico carro tirado por un fuerte mulo. Están Daniel y Benjamín pastores, José el barquero y otros. Jesús exclama al verlos: “¡Es la providencia que nos socorre!”. Y ordena que todos se detengan, mientras va a hablar a los discípulos y sobre todo a las discípulas. Las lleva aparte junto con Isaac y les cuenta algo de lo sucedido a Áurea: “La arrebatamos a un patrón inmundo. Quisiera llevarla a Nazaret para curarla porque está enferma de miedo y de cansancio. Pero no tengo en qué llevarla. ¿A dónde vais vosotros?”. Isaac responde: “A Belén de Galilea, a la casa de Mirta. Es imposible resistir el calor de la llanura”. Jesús: “Id primero a Nazaret, os lo pido por caridad. Llevad a donde mi Madre a la niña y decidle que dentro de dos o tres días estaré en casa. La niña tiene fiebre, por esto no hagáis caso de sus delirios. Os lo contaré después…”. Los tres dicen: “Sí, Maestro. Lo que Tú quieras. Partimos inmediatamente. ¡Pobrecita niña! ¿La azotaba?”. Jesús: “Quería violarla”. Isaac: “¿Cuántos años tiene?”. Jesús: “Más o menos trece…”. Mirta: “¡Qué vil! ¡Qué inmundo! Nosotros la cuidaremos con cariño. Con razón somos madres, ¿verdad Noemí?”. Noemí: “Cierto, Mirta. Señor, ¿es tu discípula?”. Jesús: “No lo sé todavía”. Noemí: “Si la recibes, nosotros la cuidamos. No regreso a Éfeso. He mandado a unos amigos míos a liquidar todo. Me quedo con Mirta. ■ Acuérdate de nosotras por la niña. Tú nos salvaste a nuestros hijos. Nosotras queremos salvar a esta niña”. Jesús: “Veremos más adelante…”. Isaac intercede: “Maestro, estas dos discípulas son en realidad buenas…”. Jesús: “No depende de Mí… Rogad mucho y no digáis nada a nadie. ¿Entendisteis? A nadie”. Isaac: “Guardaremos silencio”. Jesús: “Venid con el carro”. Y Jesús retrocede, seguido por Isaac (que guía el carro) y por las dos mujeres. ■ La niña está echada sobre la hierba, buscando el frescor entre las hierbas para la fuerte fiebre… Noemí dice: “¡Pobre criatura! Pero no se va a morir ¿verdad?”. Mirta: “¡Qué hermosa niña!”. Noemí: “Querida, no tengas miedo. Soy una mamá ¿Sabes? Ven… Sujétala, Mirta… No tiene fuerzas… Ayúdanos, Isaac… Aquí donde hay menos traqueteos… La alforja bajo la cabeza… Vamos a ponerle debajo nuestros mantos… Isaac, humedece estos paños para ponerlos sobre la frente… ¡Qué calentura!… ¡Pobre hija!…”. Las dos mujeres muestran sus cuidados maternales. Áurea parece no caer en la cuenta de lo que le pasa, por la fiebre… Todo listo… El carro puede empezar a moverse… ■ Isaac antes de levantar el látigo, se acuerda: “Maestro, si vas al puente encontrarás a Judas de Keriot. Te está esperando como un mendigo… Él fue quien nos dijo que ibas a pasar por aquí. ¡La paz sea contigo, Maestro! Al anochecer estaremos en Nazaret”. Las discípulas dicen: “¡La paz sea contigo, Maestro!”. Jesús: “¡La paz sea con vosotros!…”. El carruaje parte rápido… ■ Dice Jesús: “¡Dense gracias el Señor!… Los apóstoles dicen: “Suerte para la niña, suerte para Judas… Es mejor que no sepa nada…”. Jesús: “Así es. Pido a vuestro corazón un sacrificio. Nos separaremos antes de llegar a Nazaret, y vosotros, los del lago, iréis con Judas a Cafarnaúm, mientras Yo con mis hermanos, Tomás, Simón, iré a Nazaret”. Apóstoles: “Así lo haremos, Maestro. ¿Y a esos que te esperan qué les vas a decir?”. Jesús: “Que teníamos urgencia de avisar a mi Madre mi llegada… Vámonos…” y reúne a los discípulos que, muy felices por estar con el Maestro, no hacen ninguna clase de preguntas. (Escrito el 2 de Mayo de 1946).
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6-428-437 (7-119-748).- Jesús se encuentra con Judas Iscariote
* Judas inquieto por lo que pudo pasar en Cesarea.- ■ En el puente encuentran a Judas Iscariote que grita: “¡Maestro mío, cuánto he sufrido sin Ti! ¡Sea Dios bendito que premió mi constancia en esperarte aquí! ¿Qué tal en Cesarea?”. Jesús responde lacónicamente: “La paz sea contigo, Judas”. Y Jesús añade: “Hablaremos después. Vente, que la tempestad se nos echa encima”. De hecho las rachas de viento, que levantan nubes de polvo han empezado. El cielo. se cubre con nubes de todas formas y colores; y el aire se torna amarillento, lívido… Comienza a caer las primeras gotas, calientes, una primero, luego otra; los primeros relámpagos surcan el cielo que está ya oscuro… (Escrito el 4 de Mayo de 1946).
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6-429-437 (7-120-748).- En la llanura de Esdrelón.  Judas quiere saber lo que pasó en Cesarea.
* Jesús cuenta a Judas su encuentro con las romanas. Claudia no fue. “Pero me hizo entender que no desea que se sepa que tiene contacto con nosotros… Claudia obra rectamente… Y quisiera que mis apóstoles merecieran la alabanza que tributo a la pagana”.  Y hablaron de la vida casta, de su poeta Virgilio: “Me sirvió para hacerles ver que el hombre casto tiene una inteligencia luminosa y un corazón honesto. Cosa interesante para ellas que son paganas… y no solo para ellas”.- ■ Debe de haber llovido todo el resto del día anterior y también por la noche, porque la tierra está muy empapada y en los caminos ya tiende el barro. En cambio, la atmósfera está diáfana, sin mota de polvo. Allá arriba el cielo ríe como si hubiera recobrado su pureza, como si estuviera en su estación primaveral. Ríe también la tierra mojada, fresca, limpia… Pedro, pisando con gusto el suelo que no tiene polvo, que no molesta, y que no tiene ni siquiera ese lodo pegajoso, dice: “¡Qué bien se anda hoy!”. Judas Tadeo le responde: “Da la impresión de respirar con pureza. ¡Mira qué color de cielo!”. Zelote dice: “¿Y aquellas manzanas, aquel grupo de allí, todas alrededor de esa rama, que no sé cómo puede soportar el peso, y que está en medio de una mata de hojas? ¡Cuántos colores! Aquellas, las más escondidas, que apenas comienzan a amarillear, y las otras ya rosadas, y las dos más expuestas completamente rojas en la parte que da al sol. ¡Parecen cubiertas de cera!”. Y los apóstoles caminan alegres contemplando la belleza de las cosas hasta que Tadeo, a quien sigue Tomás y detrás los demás, entonan un salmo en que se celebran las glorias de la creación. Jesús sonríe al oírlos cantar contentos, y une su hermosa voz al coro. ■ Pero no puede terminar porque Iscariote, mientras los demás siguen cantando, se le acerca y le dice: “Maestro, mientras van ocupados y distraídos con su canto, dime: ¿qué hiciste en Cesarea? Todavía no me lo has contado… Y es la primera ocasión en que podemos hablar juntos los dos. Primero los compañeros… Luego discípulos… Ahora que los discípulos nos han dejado y van adelante los compañeros… No pude preguntarte antes…”. Jesús: “¿Tienes mucho interés?… De todas formas, en Cesarea hice lo mismo que lo que haré en las posesiones de Yocana: hablé de la Ley y del Reino de los Cielos”. Iscariote: “¿A quién?”. Jesús: “A los ciudadanos. En los mercados”. Iscariote: “¡Ah! ¡¿A los romanos, no?! ¿No los viste?”. Jesús: “¿Pero cómo es posible estar en Cesarea, sede del Procónsul, y no ver romanos?”. Iscariote: “Lo sé. Pero quiero decir… ¿A ellos les hablaste?”. Jesús: “Repito: ¿tienes mucho interés?”. Iscariote: “No, Maestro. Es una simple curiosidad”. Jesús: “Pues bien. Hablé a las romanas”. Iscariote: “¿También a Claudia? ¿Qué te dijo?”. Jesús: “Nada. Porque no fue. Pero me hizo entender que no desea que se sepa que tiene contacto con nosotros”. Jesús recalca mucho lo que ha dicho y observa la cara de Judas que, a pesar de ser un descarado, cambia de color y, tras un ligero rubor, se pone pétreo. Se recobra. Pregunta. “¿No quiere? ¿Ya no piensa más en Ti? Es una loca”. Jesús: “No. No es una loca. Es una mujer equilibrada. Sabe distinguir y separar su deber de romana y su deber hacia sí misma. Y si, para sí misma, para su corazón, procura luz y respiro, viniendo hacia la Luz y la Pureza, siendo una criatura que busca instintivamente la Verdad y no halla paz en la mentira del paganismo; no quiere por otra parte perjudicar a su Patria, con ideas nocivas que podrían serlo, si se cree que ella está a favor de un posible rival de Roma…”. Iscariote: “¡Oh, pero Tú eres Rey del espíritu!…”. Jesús: “Pero hay entre vosotros quien, sabiéndolo, no quiere aceptarlo. ¿Puedes negarlo?”. Judas vuelve a ponerse colorado y luego pálido. No puede mentir, así que dice: “¡Nooo! Pero es el exceso de amor lo que…”. Jesús: “Con mayor razón quien no me conoce, o sea, Roma, puede temer en Mí a un rival. Claudia obra rectamente, tanto hacia Dios como hacia su Patria, dándome honor a Mí —si no como Dios, sí como Rey y maestro de espíritus— y mostrándose fiel a su Patria. Yo admiro a los espíritus fieles. Y justos. Y no obstinados. Y quisiera que mis apóstoles merecieran la alabanza que tributo a la pagana”. ■ Judas no sabe qué decir. Está por separarse del Maestro, pero la curiosidad le aguijonea un poco más. Más que curiosidad, el deseo de saber hasta qué punto sabe el Maestro… Pregunta: “¿Me buscaron?”. Jesús: “Ni a ti, ni a ningún apóstol”. Iscariote: “Entonces ¿de qué hablasteis?”. Jesús: “De la vida casta: de su poeta Virgilio. Ves que era un argumento que no habría interesado ni a Pedro, ni a Juan ni a los demás”. Iscariote: “Pero ¿por qué hablasteis de eso? ¿Qué tenía que ver eso…? Charlas inútiles…”. Jesús: “No. Me sirvió para hacerles ver que el hombre casto tiene una inteligencia luminosa y un corazón honesto. Cosa interesante para ellas que son paganas… y no solo para ellas”. Iscariote: “Tienes razón. No te quito más el tiempo, Maestro” y se marcha, casi corriendo, para alcanzar a los demás que ya han acabado de cantar y ahora están esperando a los dos que se habían quedado atrás. Jesús los alcanza más lentamente y se une al grupo. Les dice: “Tomemos este sendero que va por el bosque. Cortaremos el camino y nos veremos libres del sol que ya empieza a calentar. Y hasta podremos estarnos bajo el follaje y comer tranquilamente”. Caminan en dirección del noroeste, hacia las tierras de Yocana porque oigo que hablan de los campesinos de este fariseo… (Escrito el 6 de Mayo de 1946).
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(<Jesús acaba de hablar a los campesinos de Yocana. Es hora de despedirse>)
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6-432-452 (7-124-762).- Despedida de los campesinos de Yocana.- Separación del grupo apostólico.- Judas Iscariote desea quedarse en Tiberíades.
* «Padre, te ruego por éstos… Haz que suban tanto por el camino del espíritu, que encuentren todo consuelo en nuestro amor y puedan soportar sus sufrimientos y después de la muerte, poseerte a Ti, a Nosotros, beatitud eterna».- ■ Dice Jesús: “Lo único que puedo daros son monedas, para hacer menos dura vuestra condición material. Os las doy. Dáselas, Mateo. Que se las repartan. Son muchas, pero en todo caso pocas para vosotros que sois tantos y tan necesitados. Pero no tengo otras cosas… Otras cosas materiales. Pero tengo mi amor, mi po­tencia de ser el Hijo del Padre, para pedir para vosotros los infinitos tesoros sobrenaturales que consuelen vuestras lágrimas, y os den luz en vuestras tinieblas. ¡Oh, triste vida que Dios puede hacer lu­minosa! ¡El sólo! ¡Él sólo!… ■ Yo digo: «Padre, te ruego por éstos, no te ruego por los felices y ricos del mundo, sino por éstos que no tienen más que a Ti y a Mí. Haz que suban tanto por el camino del espíritu, que encuentren todo consuelo en nuestro amor, y démonos a ellos con el amor, con todo nuestro amor infinito, para llenar de paz, serenidad y coraje sobrenaturales, sus días de trabajo, sus ocupaciones, de forma que, como separados del mundo por el amor nuestro, puedan soportar sus sufrimientos y, des­pués de la muerte, poseerte a Ti, a Nosotros, beatitud eterna»”. ■ Jesús, al recitar esta oración, se ha puesto de pie, alejándose algo de los niños a su alrededor. En su oración su aspecto es majestuoso y dulce. Baja los ojos y dice: “Me voy. Es la hora de que regreséis a tiempo a vuestras casas. Nos volveremos a ver otra vez. Traeré a Marziam. Pero, aun cuando ya no pueda venir, mi Espíritu estará siempre con vosotros y estos apóstoles míos os amarán como Yo os he ama­do. El Señor derrame sobre vosotros su bendición. ¡Podéis iros!”. Se inclina a acariciar a los niños somnolientos y se entrega a las expan­siones de la multitud que no quisiera separarse de Él… Cada uno se va por su parte. Los dos grupos se separan, mientras la luna se va escondiendo, y deben encenderse antorchas para ver el camino. El humo acre de las ramas todavía un poco húmedas es una buena excusa para las lágrimas que se asoman a los ojos.
* Los apóstoles sienten la separación con su Maestro.- El Iscariote, que se siente muy cansado, pide ir a Tiberíades.-  Judas los espera apoyado en un tronco. Jesús le mira y no le dice nada, ni siquiera cuando Judas le dice: “Me siento mejor”. ■ Como pueden, van caminando, pero cuando llega el alba lo hacen más ligeros. Al divisar un lugar en que hay cuatro caminos Jesús se detiene y dice: “Separémonos. Conmigo vienen Tomás, Simón Zelote y mis hermanos. Los otros irán al lago, a esperarme”. ■ Iscariote dice: “Gracias, Maestro. No me atrevía a pedírtelo. Pero Tú te me has adelan­tado. Estoy muy cansado. Si me lo permites, me detendré en Tiberíades…”. Santiago de Zebedeo que no puede contener de decirlo, añade: “En casa de un amigo”. Judas abre muchísimo los ojos… pero se limita a esto. Jesús se apresura a añadir: “Me basta con que el sábado estés en Cafarnaúm con tus compañeros. Venid, que os dé el beso de despe­dida a vosotros que no venís conmigo”. Los besa, cariñosamente dando a cada uno un consejo en voz baja… Nadie replica. Sólo Pedro, cuando está ya para irse, dice: “Ven pronto, Maestro”. Los demás dicen: “Sí, ven pronto”. Juan concluye con: “El lago sin Ti estará muy triste”. Jesús los bendice nuevamente y les promete: “¡Pronto!”, y luego cada uno se va por su parte. (Escrito el 8 de Mayo de 1946).
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(<La niña Áurea Gala, una vez superada su enfermedad, vive gozosa en el ambiente de Nazaret, entre las constantes atenciones de Jesús y de la Madre. Es intención de Jesús darla en adopción a alguna discípula para que siga formándose en la atmósfera del Maestro y salvar así a un alma. La Virgen, que conoce este deseo de Jesús, quiere ir, personalmente, a Tiberíades a ver a Valeria, a quien Claudia había concedido la tutela de Áurea, para pedir la custodia y adopción de la niña. ■ Por otra parte, después de dos semanas y media de permanencia en sus casas, aparecen por Nazaret Simón Pedro y los apóstoles del lago menos Bartolomé e Iscariote. Iscariote, al que unos conocidos le han visto por Tiberíades, no ha llegado a Cafarnaúm, como era lo convenido. Bartolomé, que no se encontraba bien, se ha quedado a esperarle. ■ En estos momentos conversan la Madre y el Hijo en Nazaret>)
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7-437-23 (8-129-27).- Coloquio de Jesús con su Madre.
* Origen de la cerrazón de Israel para aceptar idea mesiánica como su necia obstinación en considerar idólatras a los gentiles.- ■ No sé si es la noche del mismo sábado. Veo a Jesús y a María sentados en el asiento de piedra que hay contra la casa, junto a la puerta del comedor, de donde sale el débil resplandor de una lámpara de aceite que sube y baja según el aire sople o no, algo así como si respirase. Es la única luz en esta noche en que todavía no brilla la luna. Es una luz débil que ilumina la veredita del jardín que está a la entrada, y que desaparece entre el primer rosal. Sin embargo, esta débil luz es suficiente para iluminar los perfiles de los dos que están en íntimo coloquio en la noche serena llena del perfume de jazmines y otras flores de verano. Están hablando de sus familiares… de José de Alfeo siempre testarudo, de su hermano Simón que no es muy valeroso en su fe, que se deja dominar del mayor de los hermanos, que es autoritario y pertinaz en sus ideas como lo era su padre. El mayor dolor de María es no poder que todos sus sobrinos sean discípulos de su Jesús… ■ Él la consuela, y para excusar a su primo, saca a colación la fuerte fe israelita. “Es un obstáculo, ¿sabes? Un verdadero obstáculo, porque todas las fórmulas y preceptos son una barrera para aceptar la idea mesiánica como es. Es más fácil convertir a un pagano, con tal de que su alma no esté del todo entregada al mal, porque él reflexiona y observa la diferencia que existe entre su Olimpo y mi Reino. Pero Israel… la parte más culta de Israel… trabajosamente comprende el nuevo concepto”. Virgen: “Y sin embargo es el mismo concepto”. Jesús: “Tienes razón. Es siempre el mismo Decálogo, son siempre las mismas profecías. Pero han sido profundamente alterados por el hombre, que los ha tomado de las esferas sobrenaturales donde estaban, y los ha bajado al nivel de la tierra, al ambiente del mundo, los ha manipulado con su humanidad, y los ha alterado… El Mesías, Rey espiritual del gran Reino —que se llama de Israel porque el Mesías nace del tronco de Israel, pero que es más justo llamarle de Cristo, porque Cristo reúne en Sí lo mejor de Israel, actual y pasado, y lo sublima con su perfección de Dios-Hombre—, el Mesías, para ellos, no puede ser el hombre manso, pobre, sin aspiraciones al poder y a la riqueza, obediente para con los que nos están dominando por castigo divino; porque en la obediencia hay santidad cuando esta obediencia no quebranta la gran Ley. Y por esto se puede decir que su fe lucha contra la Fe verdadera. ■ ¿Personas así tercas y convencidas de ser justas?… Hay muchas… en todas las clases… y aun entre mis familiares y apóstoles. Créeme, Madre, su cerrazón respecto a creer en mi Pasión está en esto; el origen de su equivocación tiene su origen en esto… Y también su necia obstinación en considerar idólatras a los gentiles, mirando al hombre y no al espíritu del hombre, ese espíritu que tiene un solo Origen, y al cual Dios querría dar un solo Destino: el Cielo. Fíjate Bartolomé… Es un ejemplo. Es un buen hombre, inteligente, está dispuesto a todo para darme honor y consuelo… Pero ante —no digo una Aglae o una Síntica, que es una flor respecto a la pobre Aglae, a la que solamente la penitencia la está convirtiendo de fango a flor—, y ni siquiera ante una niña, una pobre niña cuyo destino suscita todas las compasiones y cuyo pudor instintivo atrae a la admiración, ni siquiera ante ella cae su repugnancia hacia los gentiles; y ni siquiera mi ejemplo le vence, ni mis palabras con las que muestro que he venido para todos”. Virgen: “Tienes razón. Es más, precisamente los más resistentes son Bartolomé y Judas de Keriot, los dos más doctos, o, por lo menos, el docto Bartolmai, y Judas de Keriot, que no sé exactamente en qué clase colocar; pero que está embebido, saturado del ambiente del Templo. Pero… Bartolomé es bueno, su resistencia encuentra excusa. La de Judas… no. Supiste lo que dijo Mateo que fue a propósito a Tiberíades… Y Mateo es un experto de la vida, sobre todo en esa vida… Y lo que dijo Santiago de Zebedeo no puede pasarse por alto: «Pero ¿quién da tanto dinero a Judas?». Porque esa vida cuesta. ¡Pobre María de Simón!”. Jesús hace un ademán con sus manos como para decir: “Así es…”. Suspira.
* La Madre dispuesta a ir a Tiberíades, a pesar de la distancia, donde Valeria para pedir la adopción de la niña Áurea Gala, “¡Oh… para salvar a un alma!”.-  ■ Luego dice Jesús: “¿Supiste que las romanas están en Tiberíades?… Valeria no me ha comunicado nada. Pero, Yo, antes de reanudar el camino, tengo que saber. Quiero que estés conmigo en Cafarnaúm por algunos días Mamá… Luego regresarás aquí. Yo iré hasta los confines siro-fenicios, y luego regresaré para verte antes de bajar a Judea, oveja testaruda de Israel…”. Virgen: “Hijo, mañana por la tarde iré… Llevaré conmigo a María de Alfeo. Áurea irá a la casa de Simón de Alfeo porque no pasaría sin crítica el que se quedara aquí con vosotros varios días… Así es el mundo… Y yo iré. La primera etapa será Caná; luego, al amanecer, partiré para poder detenerme en casa de la madre de Salomé de Simón; después, al caer de la tarde, volveré a emprender el camino y llegaremos a Tiberíades, todavía con luz. Iré a casa del discípulo José, porque quiero ir yo, personalmente, a ver a Valeria, a su casa, pues si voy a la de Juana, querría ir ella… ■ No. Yo, la Madre del Salvador, para Valeria, seré distinta de la discípula del Salvador… y no me dirá no. ¡No temas, hijo mío!”. Jesús: “No temo. Pero me preocupa que te fatigues”. Virgen: “¡Oh… para salvar a un alma! ¿Qué es esta nada de unas veinte millas recorridas con buen tiempo?”. Jesús: “La fatiga será también moral. El hecho de pedir… ser, quizás, humillada…”. Virgen: “No es gran cosa. ¡Pero se alcanza un alma!”. Jesús: “Serás como una golondrina perdida en una Tiberíades licenciosa… Lleva contigo a Simón”. Virgen: “No, Hijo mío. Nosotras dos solas, dos pobres mujeres… Pero dos madres y dos discípulas, o sea, dos grandes fuerzas morales… Lo haré pronto. Déjame ir… Bendíceme tan solo”. Jesús: “Sí, Mamá. Con todo el corazón de un Hijo, con todo el poder de un Dios. Ve, y que los ángeles guarden tu camino”. Virgen: “Gracias, Jesús. Entonces vamos adentro. Me tendré que levantar con el alba para preparar todo, tanto para quien se queda, como para quien parte. Di la oración, Hijo…”. Jesús y María se levantan y juntos recitan el Padre Nuestro… (Escrito el 15 de Mayo de 1946).
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(<María Stma. acompañada de su cuñada María de Alfeo, se ha entrevistado en Tiberíades con la romana Valeria, quien se ha mostrado dispuesta a ceder la custodia y adopción de Áurea “para que le salves su espíritu…”. Tras la entrevista, ambas emprenden el regreso>)
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7-438-31 (8-130-34).- En Tiberíades, María Stma. se encuentra con Judas claramente borracho.
“¡Déjame en paz! Soy al fin y al cabo un hombre. Y soy libre de hacer lo que los demás hacen. Dile a Él que te envió a espiarme que no soy todavía espíritu, ¡soy joven!”.- ■ Van por el camino de la ribera, en vez del camino que se abre a su vista, y que ya no está en penumbra. Un camino que va por detrás de una fila de casitas modestas… Cuando están a la mitad, sale de un rincón Judas, claramente borracho, que regresa de quién sabe qué banquete, con los vestidos sucios, la cara desfigurada. “¡Judas! ¿Tú? ¿En este estado?”. A Judas no le da tiempo a fingir que no la conoce, tampoco puede huir… La sorpresa le aclara la mente, y le clava donde está, sin reacción. María se le acerca, venciendo la repugnancia que despierta en ella el aspecto del Apóstol. Le dice: “Judas, desgraciado hijo ¿qué estás haciendo? ¿No piensas en Dios? ¿En tu alma? ¿En tu mamá? ¿Qué haces, Judas? ¿Por qué quieres ser un pecador? ¡Mírame, Judas! No tienes derecho de matar tu alma” y le toca, tratando de tomarle una mano. “Déjame en paz. Soy al fin y al cabo un hombre. Y soy… soy libre de hacer lo que los demás hacen. Dile a Él que te envió espiarme, que no soy todavía un espíritu, ¡soy joven!”. Virgen: “No eres libre de arruinarte, Judas. Ten piedad de ti mismo… Obrando de ese modo nunca serás un espíritu dichoso… Judas… Él no me envió a espiarte. Él ruega por ti. No hace otra cosa más que esto, y también yo con Él. En nombre de tu mamá…”. Iscariote dice con descortesía: “Déjame en paz”. Pero luego, tal vez viendo que ha sido un maleducado, se corrige: “No merezco tu compasión. Adiós…” y escapa a la carrera. ■ María de Alfeo dice: “¡Qué demonio!… Se lo diré a Jesús. ¡Tiene razón mi hijo Judas!”. Virgen: “Tú no dirás nada a nadie. Rogarás por él. Esto sí que lo harás…”. María de Alfeo: “¿Lloras? ¿Lloras por él? ¡Oh!…”. Virgen: “Sí… Me sentía feliz por haber salvado a Áurea… Ahora lloro porque Judas es pecador. Pero a Jesús, que ya está muy afligido, no llevaremos sino buenas noticias. Con nuestras penitencias y plegarias arrancaremos de Satanás al pecador… ¡Como si fuese un hijo, María, como si fuese un hijo!… También tú eres madre y comprendes… Por esa madre infeliz, por esa alma pecadora, por nuestro Jesús…”. María de Alfeo: “Sí, pediré al Señor… Pero no pienso que lo merezca…”. Virgen: “¡María, no hables así!…”. María de Alfeo: “No lo diré más… Pero… así son las cosas. ¿No vamos a la casa de Juana?”. Virgen: “No. Pronto la veremos en compañía de Jesús…”. (Escrito el 16 de Mayo de 1946).
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(<Una vez que Jesús, los apóstoles —excepto Judas— y los discípulos han partido hacia Belén de Galilea, J. Iscariote llega a Nazaret>)
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7-442-50 (8-134-53).- Judas Iscariote llega a Nazaret, a casa de María Stma.
* En su soliloquio se descubre la perversa mente de Judas.- María asiste a la moribunda Ester, madre de Samuel de Nazaret.- ■ Apenas el bello sol va a despedir sus primeros rayos en el oriente, cuando Judas de Keriot llama a la puerta de la casita de Nazaret. En el camino no hay más que campesinos, mejor dicho: pequeños propietarios de Nazaret que van a sus viñas u olivares, cargando sus instrumentos de trabajo y curiosos miran a Judas que llama tan de mañana a la casa de María. Entre sí hacen comentarios. “Es un discípulo” dice uno respondiendo a la pregunta de otro. “Busca con seguridad a Jesús de José”. Dice otro: “Es inútil. Ayer por la tarde se ha marchado. Yo mismo lo vi. Voy a decírselo…”. “¡Déjalo! Es Judas de Keriot. No me gusta ese hombre. Puede ser que muchos de nosotros estemos equivocados respecto a Jesús y hacemos mal, pero ése, ese tal, el año pasado ha hecho mucho daño aquí entre nosotros… Quizás nos hubiéramos convertido. Pero él…”. “¿Qué? ¿Qué? ¿Cómo lo sabes?”. “Yo estaba presente una noche en la casa del sinagogo y, necio de mí, creí inmediatamente en todo… ¡ahora… basta! Creo haber pecado”. “Tal vez él mismo cayó en la cuenta de haber cometido pecado y…”. Se alejan. No oigo más. ■ Judas vuelve a golpear en la puerta. Ha estado pegado a ella, la cara contra la madera, como para evitar ser visto y reconocido. Pero la pequeña puerta sigue cerrada. Judas hace un gesto de contrariedad y da la vuelta hacia la parte atrás de la casa. Da una ojeada por encima del seto del huerto quieto, animado solo por las palomas. Judas piensa qué va a hacer. Habla consigo mismo: “¿Que también haya ido Ella?… No obstante, la habría visto… Bueno y… No. Ayer por la tarde oía su voz… Tal vez se fue a dormir a la casa de su cuñada… ¡Uff! Y ella que es como una mosca pegada, porque volverán juntas, y yo quiero hablarle solo a Ella, sin que esté esa vieja. Es una lenguaraz y me haría una serie de reproches. Y no quiero reproches. Y es astuta como todas las viejas de pueblo. No aceptaría fácilmente mis excusas, y se lo comunicaría a esa tonta paloma de su cuñada. A ésta estoy seguro de engañarla… Puedo hacerle dar tantas vueltas cuantas yo quiera. Es tarda como una oveja…Y debo reparar lo que sucedió en Tiberíades. Porque si Ella habla… ¿Habrá dicho algo? ¿Se habrá callado? Si habló… es más difícil entonces de arreglar las cosas… Pero tal vez no ha hablado… Confunde la virtud con la estupidez. Como es la Madre, así es el Hijo… ■ Y los otros trabajan mientras ellos duermen. Y la verdad es que tienen razón. ¿Por qué dejarlos aparte si parece que quieren?… Pero, por otra parte, ¿qué es lo que quieren en realidad?… Tengo la cabeza que me da vuelta. Debo dejar de beber y… ¡Bueno!, pero es que el dinero es una tentación, y yo soy un potro encerrado durante mucho tiempo. Dos años, ¡qué digo!, más de dos años. Dos años de abstenerme de todo… Pero entre tanto… ¿Qué me dijo el otro día Elquías? ¡No son malas sus enseñanzas! ¡Claro! Todo es lícito con tal de lograr poner a Jesús en el trono. Pero ¿si Él no quiere? De todas formas, debo pensar, ciertamente, que, si no triunfa, todos nosotros vamos a acabar como los seguidores de Teodás o de Judas el Galileo… (1). ■ Tal vez haría bien en separarme porque… en realidad, no sé si lo que ellos quieren es bueno. Poco puedo fiarme de ellos… Desde hace tiempo, están demasiado cambiados… No quisiera…, ¡qué horror!, ser yo el instrumento para perjudicar a Jesús. No. Me separo. Pero, es amargo haber soñado en un reino y tornar a ser ¿qué? Nada… Pero es mejor ser nada que… Él siempre anda diciendo: «aquél que cometa el gran pecado». ¡Ay de mí! Cierto que no lo seré yo. ¡Yo! ¿Yo? Antes me echo al lago… Me largo. Es mejor que me vaya lejos. Iré donde mi madre. Le pediré dinero, porque está claro que no puedo ir a pedirles a los sanedristas el dinero para irme lejos. Me ayudan… me ayudan porque esperan que yo les ayude a salir de la incertidumbre. Una vez que Jesús sea rey, estamos seguros. Las multitudes con nosotros… Herodes… ¿quién se va a preocupar de él? Ni los romanos, ni el pueblo. ¡Todos le odian!. Y… Y… Pero Jesús es capaz de renunciar nada más ser proclamado rey. ¡Oh! ¡bien! ■ ¡Si Eleazar el hijo de Anás me asegura que su padre está dispuesto a coronarle rey!… Después ya no va a poder quitarse el carácter sagrado. En el fondo… yo hago como aquel administrador infiel de su parábola… Recurro a los amigos por mí, sí, es verdad, pero también por Él. Hago, por tanto, servir los medios injustos para… ¡Y, a pesar de todo, no! Debo tratar todavía de persuadirle. No estoy muy convencido de actuar bien aprovechando este subterfugio… y… ¡Oh, si le pudiese convencer! ¡Qué maravilloso sería! Si… muy maravilloso. Ésta es la mejor idea. Decir todo con franqueza al Maestro. Suplicarle… Si es que María no le ha hablado de lo de Tiberíades… ¿Cómo he dicho que hay que decir a María?… ¡Ah, ya recuerdo! ■ La negativa de las romanas. ¡Maldita mujer aquella! Si no hubiera ido a donde ella aquella noche, no me habría encontrado con María. Pero ¿qué fue a hacer María a Tiberíades? Y pensar que el día anterior al sábado, y durante el sábado y el día siguiente después del sábado, yo no salía nunca de casa, para no ver a ningún apóstol… ¡Necio! ¡Necio! ¿No podía haberme ido a Ippo, a Guerguesa a buscar mujeres? ¡No! ¡Precisamente allí! A Tiberíades, por donde los de Cafarnaúm deben de pasar para venir aquí… Pero todo por culpa de las romanas. Tenía la esperanza… No, esto es lo que debo decir para disculparme, pero no es verdad. Es inútil que me lo diga a mí mismo, a mí que sé por qué fui allí: para verme con los poderosos de Israel y para gozar de la vida, porque estoy bien de dinero. Dentro de poco ya no voy a tener más… ¡Ja, ja! contaré algún cuento a Elquías y a los compinches y me volverán a dar…”. ■ Alfeo de Sara, sacando la cabeza de entre las ramas de un gigantesco olivo, unos treinta metros del lugar donde está Judas, le grita: “¡Oh, Judas! ¿Estás loco? Hace tiempo que te estoy observando desde el olivo. Gesticulas, y hablas contigo mismo… ¿Te hizo mal el sol de Tammuz?” (2). Judas se estremece, vuelve su cabeza para ver, le descubre y gruñe: “¡Que te parta un rayo! ¡Maldito pueblo de espías!”. Pero con una sonrisa afable grita: “No. Estoy preocupado porque María no abre… ¿No estará enferma? Hace tiempo que estoy llamando…”. Alfeo de Sara: “¿María? ¿Quieres llamarla? Está en la casa de una viejecita que está muriéndose. A eso de la tercera vigilia vinieron a llamarla…”. Iscariote: “Tengo que hablar con Ella”. Alfeo de Sara: “Espera. Bajo y voy a avisarla. ¿De veras tienes verdadera necesidad?”. Iscariote: “¡Hombre, digo yo!… Estoy aquí desde los primeros rayos del sol”. Alfeo, solícito, baja aprisa del olivo y parte a la carrera. “¡También ése me ha visto ahora! ¡Y no me cabe duda de que va a volver con la otra! ¡No me sale una a derechas!”. Y se echa una letanía de improperios contra Nazaret, los nazarenos, María de Alfeo, e incluso contra la caridad de la Virgen hacia la moribunda, y contra la propia moribunda…
* “Muchas espadas atravesarán mi corazón. Pero una será la tuya y jamás se me arrancará. Porque el recuerdo que tengo de ti, Judas, que no quieres salvarte, jamás se arrancará de mi corazón. Una me la clavó el justo Simeón… La otra eres tú”.- ■ Todavía no ha acabado cuando la puerta que comunica el comedor con el huerto se abre; en el dintel aparece María con el rostro muy pálido y triste. “¡Judas!” “¡María!” dicen ambos al mismo tiempo. “Te voy a abrir la puerta. Alfeo no me dijo más que: «Ve a tu casa. Alguien te quiere ver» y vine corriendo, tanto más cuanto que la anciana no me necesita más. Ha terminado sus sufrimientos por un hijo malo…”. ■ Judas, mientras María habla, corre por la vereda y vuelve a la entrada de la casa… María abre. “La paz sea contigo, Judas de Keriot. Entra”. “La paz sea contigo, María”. Judas titubea. María está bondadosa, pero seria. Virgen: “Ayer por la noche un hijo destruyó el corazón de su madre… Vinieron a buscar a Jesús, pero Él ya no estaba. Y también a ti te lo digo: Jesús no está. Llegaste tarde”. Iscariote: “Sé que no está”. Virgen: “¿Cómo lo sabes, si apenas acabas de llegar?”. Iscariote: “Madre, quiero ser franco contigo que eres buena: desde ayer estoy aquí…”. Virgen: “¿Y por qué no viniste? Tus compañeros, en estos sábados, tan solo dejaron de venir un sábado…”. Iscariote: “Lo sé. Fui a Cafarnaúm y no los encontré”. Virgen: “No mientas, Judas. Te aseguro que no estuviste en Cafarnaúm. Bartolomé estuvo siempre allí y no te vio. Ayer vino él solo. Pero tú ayer estabas aquí. Por tanto… ¿Por qué mientes, Judas? ¿No sabes que la mentira es el primer paso hacia el robo y el homicidio?… La pobre Ester ha muerto incluso, matada por el dolor que le infligió su hijo con su conducta. Samuel, su hijo, empezó por ser la vergüenza de Nazaret con pequeñas mentiras, que poco a poco fueron creciendo… De ellas pasó a todo lo demás. ¿Quieres imitarle, tú que eres apóstol del Señor? ¿Quieres hacer morir a tu madre de dolor?”. ■ El regaño se verifica con voz baja, y lentamente. ¡Pero cómo duele! Judas no sabe qué replicar. Se sienta de golpe, con la cabeza entre las manos. María le mira. Dice: “¿Y bien? ¿Para qué quieres verme? Mientras cuidaba a la pobre Ester, rogaba por tu mamá… y por ti… porque me dais compasión ambos, y por dos motivos diferentes”. Iscariote: “Si es así, perdóname”. Virgen: “No te tengo rencor”. Iscariote: “¿Cómo?… ¿Ni siquiera por… aquella mañana en Tiberíades?… ¿Sabes? Estaba yo así porque la noche anterior las romanas me habían tratado mal, como a un loco… como a un traidor para con el Maestro. Es la verdad, lo confieso. Hice mal en haber hablado a Claudia. Me confié en su palabra. Pero lo hago, por una cosa buena. He causado dolor al Maestro. Él no me lo ha dicho, pero sé que sabe que hablé con Claudia. Seguro que fue Juana la que se lo dijo. Juana nunca me ha podido ver, y las romanas me causaron dolor… Para olvidarlo me embriagué…”. María hace involuntariamente un gesto de ironía, dice: “Entonces Jesús, por todos los dolores que diariamente paladea, debería embriagarse cada noche…”. ■ Iscariote: “¿Se lo dijiste?”. Virgen: “Yo no aumento la amargura del cáliz de mi Hijo con noticias de nuevas defecciones, caídas, pecados, asechanzas… No dije nada y no diré”. Judas cae de rodillas tratando de besar la mano de María, pero Ella se hace a un lado sin descortesía. Muestra a las claras que no quiere que le bese la mano, ni que la toque. “¡Gracias, Madre! Me has salvado. Por eso vine… y para que de algún modo me presentes ante el Maestro sin que me regañe, ni me avergüence”. Virgen: “Hubiera bastado con que hubieras ido a Cafarnaúm, y luego que hubieras venido con los otros, y así nada hubiera pasado. Era lo más sencillo”. Iscariote: “Tienes razón… pero los otros no son buenos, y me espían para reprenderme y acusarme”. Virgen: “No ofendas a tus hermanos, Judas. ¡Basta de pecar! Tú has espiado aquí, en Nazaret, patria del Mesías, tú…”. Judas la interrumpe: “¿Cuándo? ¿El año pasado? Mira, cómo son. Tergiversaron mis palabras. Pero créeme que yo…”. Virgen: “No sé lo que has dicho ni hecho el año pasado. ■ Hablo de ayer. Tú estuviste desde ayer aquí. Sabes que Jesús ha partido. Así pues, indagaste, y no en casas amigas como la de Aser, Ismael, Alfeo, o en la del hermano de Judas y Santiago, ni en la de María de Alfeo, ni en las de unos cuantos que aman a Jesús. Porque si lo hubieras hecho, me lo hubieran venido a decir. La casa de Ester estaba llena de mujeres al amanecer, cuando murió. Y ninguna de ellas había oído hablar de ti. Eran las mejores de entre las de Nazaret, las que me aman y aman a Jesús, y que se esfuerzan en practicar su doctrina, a pesar de la hostilidad de sus maridos, padres e hijos. Tú indagaste, pues, en las casas de los enemigos de mi Jesús. ¿Qué nombre das a esto? No lo diré yo. Debes decírtelo a ti mismo. ¿Por qué lo hiciste? No quiero saberlo. ■ Tan solo te digo esto. Muchas espadas clavarán en mi corazón, clavadas y vueltas a clavar, sin compasión alguna quienes atormentan a mi Jesús y le odian. Pero una será la tuya, y jamás se me arrancará. Porque el recuerdo que guardo de ti, Judas, que no quieres salvarte, que te arruinas a ti mismo, que me causas miedo, no por mí, sino por tu alma, jamás se arrancará de mi corazón. Una me la clavó el justo Simeón cuando llevaba sobre mi pecho a mi Niño, a mi santo Corderito… La otra… la otra eres tú… La punta de tu espada ya me tortura el corazón y esperas clavar completamente tu espada de verdugo en el corazón de quien no ha hecho más que ofrecerte amor…”.
* Las lágrimas caen por las mejillas de la Virgen, sin embargo no caen sobre la cabeza de Judas.-Virgen: “Pero soy una necia en pretender que me compadezcas tú, que no tienes compasión de tu misma madre… O dicho más claro: con un solo golpe atravesarás mi corazón y el suyo, hijo desventurado a quien las oraciones de dos madres no salvan…”. Las lágrimas corren por las mejillas de la Virgen, sin embargo no caen sobre la cabeza morena de Judas, porque él no se ha movido del lugar donde ha caído de rodillas, separado de María… Esas lágrimas santas las bebe el suelo. Esta escena me recuerda la de Aglae, sobre la que caían sus lágrimas porque se estrechaba a María con un sincero deseo de redención. ■ Virgen: “¿No encuentras alguna palabra, Judas? ¿No logras encontrar en ti la fuerza de un propósito bueno? ¡Oh, Judas, Judas! Dime: ¿Estás contento de la vida que llevas? Examínate, Judas. Sé humilde, sincero contigo mismo primero. Y luego con Dios, para ir a Él con tu fardo de piedras arrancadas de tu corazón y decirle: «Mira, me he arrancado estas losas de piedra por amor a Ti»”. Iscariote: “No tengo el valor… de descubrirme ante Jesús”. Virgen: “No tienes humildad de hacerlo”. Iscariote: “Es verdad. Ayúdame”. Virgen: “Ve a esperarle humildemente en Cafarnaúm”. Iscariote: “Podrías…”. Virgen: “No puedo hacer otra cosa diferente de la que hace mi Hijo: tener misericordia. No soy yo quien enseña a Jesús; es Jesús quien enseña a su discípula”. Iscariote: “Tú eres Madre”. Virgen: “Sí, eso es para mi corazón. Pero, por derecho suyo, Él es mi Maestro. No soy ni más ni menos que todas las otras discípulas”. Iscariote: “Eres perfecta”. Virgen: “Él es perfectísimo”. Judas guarda silencio. ■ Piensa. Luego dice: “¿A dónde fue el Maestro?”. Virgen: “A Belén de Galilea”. Iscariote: “¿Y después?”. Virgen: “No lo sé”. Iscariote: “Pero ¿regresa aquí?”. Virgen: “Sí”. Iscariote: “¿Cuándo?”. Virgen: “No lo sé”. Iscariote: “¡No me lo quieres decir!”. Virgen: “No puedo decir lo que no sé. Tú hace dos años que le sigues. ¿Puedes afirmar que haya seguido siempre un itinerario fijo? ¿Cuántas veces la voluntad de los hombres le obligan a cambiar de rumbo?”. Iscariote: “Tienes razón. Me voy a Cafarnaúm”. Virgen: “Hace mucho calor para que te puedas ir. Quédate. Eres un peregrino como todos los demás. Él dijo que las discípulas deben atenderlos”. Iscariote: “Mi vida te desagrada…”. Virgen: “El no querer curarte es lo que me causa dolor. Solo eso… Quítate el manto… ¿Dónde dormiste?”. Iscariote: “No he dormido. He esperado al alba para verte sola”. Virgen: “Entonces debes estar cansado. En el taller hay camas en que se acostaron Simón y Tomás. Es un lugar tranquilo y todavía hace fresco. Vete a dormir mientras te preparo de comer”. Judas va sin replicar y María, sin descansar, después de haber pasado la noche en vela, va a la cocina a poner el fuego, y al huerto a arrancar verduras. ■ Lágrimas, lágrimas, lágrimas caen silenciosamente mientras se agacha sobre el hornillo para colocar la leña, o en los surcos donde toma las verduras, y mientras las lava en el cubo y las limpia… Lágrimas que caen sobre el alimento que da a las palomas, o sobre la ropa que saca de la pileta y extiende al sol… Lágrimas de la Madre de Dios… de Aquella que, Sin Culpa, no estuvo exenta de dolor y sufrió más que ninguna otra mujer, para ser la Corredentora…”. (Escrito el 23 Mayo de 1946).
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1  Nota  : El final de los seguidores de Teodás o de Judas el Galileo está recordado en Hechos 5,36-37.   2  Nota  : Cfr. Anotaciones  n. 5: Calendario hebreo: Tammuz.
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7-445-68 (8-137-70).- Judas Iscariote encuentra a Jesús en Tiberíades.- Llegada de Juana, de María Stma. y María de Alfeo.- Judas debe avisar a Samuel de Nazaret.- Una vieja canción del lago.
* En el encuentro con Jesús, Judas no es capaz de confesarle sus culpas porque “más que los reproches duele el hecho de venir a menos en la estima del amigo”.- ■ Jesús llega con los suyos a Tiberíades en una mañana borrascosa. Y llega, tomando el camino corto de Tariquea a Tiberíades, en barcas que cabecean fuertemente en el lago, muy agitado y gris, como el cielo en que corretean nubarrones poco prometedores. Pedro mira el cielo, mira el lago y ordena a sus trabajadores que pongan en lugar seguro las barcas: “Dentro de poco tendremos buena música. No seré más Simón el pescador si dentro de poco las avalanchas de agua del cielo y del lago no causan desastres. ¿Habrá alguien en el lago?” se pregunta a sí mismo, mientras escudriña el perturbado mar de Galilea. Y lo ve desierto. Solo los nubarrones siguen aumentando en fuerza y velocidad, bajo la bóveda amenazadora del cielo. Se consuela al verlo vacío, pensando que no habrá víctimas humanas. Y sigue más contento al Maestro que camina adelante entre golpes de viento tan fuertes que con dificultad avanzan los hombres entre nubes de polvo y en medio de un gran golpeteo de los vestidos. ■ En Tiberíades, en esta parte de Tiberíades, que es el suburbio, donde viven familias de pescadores o pequeños operarios entregados a los trabajos inherentes a la pesca, hay un ir y venir constante para poner a salvo lo que el temporal podría destruir. Unos corren cargados de redes, otros, con los remos de las barcas ya puestas en lugar seguro, otros arrastran a sus casas los instrumentos de trabajo. Y todo esto entre silbidos del viento, nubes de polvo y azote de puertas. La otra parte de la ciudad, la que da al norte, de palacios extendidos a lo largo del lago, la de los bellos jardines que se ven en el arco de la orilla, duerme ociosa. Solo los criados o los esclavos, según sea la casa de israelitas o romanos, están apuradísimos en quitar los toldos de las terrazas, en retirar las barcas ligeras de recreo, en guardar los asientos que hay en los jardines… ■ Jesús que viene en dirección de esta parte, dice a Simón Zelote y a su primo Judas: “Id donde el portero de Juana de Cusa, a ver si alguno de los nuestros ha preguntado por nosotros. Espero aquí”. Responden: “De acuerdo. ¿Y Juana?”. Jesús: “La veremos después. Id y haced esto que os digo”. Los dos van rápidos, y, mientras los otros esperan a que regresen, Jesús manda a éstos, a uno acá a otro allá, a conseguir comida “para ellos y para las mujeres, porque no es justo cargarlo sobre la familia del discípulo” (1). Y Jesús se queda solo, apoyado en la tapia de un jardín del que llega el retumbar del ventarrón, al sacudirse contra las copas de los árboles que se interponen. Jesús se ha cubierto bien. Su manto se lo ha asegurado muy bien, de modo que forma una especie de capucha sobre la cabeza, para defenderse del viento, que mete el pelo en los ojos. Y así, lleno de polvo, el rostro semioculto con los extremos del manto, apoyado en una tapia que está casi en la esquina de la calle que cruza con una bella arteria que va del lago al centro de la ciudad, parece un mendigo en espera de limosna. Los que pasan le miran. Pero como no dice nada, ni pide nada, y está con la cabeza inclinada, nadie se detiene ni a darle algo, ni a decir algo. Entre tanto la tempestad aumenta en fuerza y el rumor del lago crece con violencia llenando ya toda la ciudad con su estrépito. ■ Un hombre alto, que camina un poco encorvado para defenderse del viento, y también envuelto en su manto, que mantiene ceñido bajo la garganta con la mano, viene del centro del pueblo hacia este camino litoral. Cuando levanta la mirada del suelo para evitar una fila de borricos de hortelanos que, dejadas sus verduras en los mercados, regresan a sus hogares, ve a Jesús (y yo veo que el joven es Judas de Keriot). “¡Oh, Maestro!” dice desde la otra parte de la fila de borricos. “Venía precisamente a casa de Juana a buscarte. Estuve en Cafarnaúm a buscarte, pero…”. Pasó ya el último asno y Judas se apresura a acercarse al Maestro y termina sus palabras: “…pero en Cafarnaúm no estaba nadie. Esperé unos días, y luego regresé aquí, y todos los días iba a casa de José y de Juana a buscarte…”. Jesús le mira con sus ojos penetrantes, detiene esta avalancha de palabras con: “La paz sea contigo”. Iscariote: “¡Es verdad! ¡Ni siquiera te había dado el saludo! La paz sea contigo, Maestro. Pero, tú siempre tienes esta paz”. Jesús: “¿Y tú no?”. Iscariote: “Yo soy un hombre, Maestro”. Jesús: “El hombre justo tiene la paz. Solo el culpable es el que se encuentra turbado. ¿Lo estás tú?”. Iscariote: “¿Yo?… No, no, Maestro. Al menos… Bueno, si tengo que decir la verdad, el estar separado de Ti no me hacía feliz… pero esto no quiere decir que no tuviese paz. Era nostalgia por Ti, porque te quiero… Pero la paz es otra cosa, ¿no es verdad?”. Jesús: “Sí, es otra cosa. Las separaciones no destruyen la paz del corazón si el corazón del ausente no hace cosas que su conciencia le dice que causarán dolor al amado, si las supiese”. Iscariote: “Pero los ausentes no saben… a menos que haya quien le informe”. Jesús le mira y se queda callado. ■ Iscariote: “¿Estás solo, Maestro?” pregunta tratando de desviar la conversación hacia tópicos de menor importancia. Jesús: “Espero a los que envié a la casa de Juana para preguntar si mi Madre ha venido de Nazaret”. Iscariote: “¿Tu Madre? ¿Traes aquí a tu Madre?”. Jesús: “Sí. Estaré con Ella en Cafarnaúm durante todo el mes, yendo en barca por los pueblos de la ribera, pero volviendo todos los días a Cafarnaúm. Debe haber muchos discípulos en esta zona…”. Iscariote: “Sí, muchos…”. Judas ha perdido su locuacidad. Está pensativo. ■ Jesús: “¿No tienes nada que decirme, Judas? Estamos los dos solos… ¿Nada te pasó en este tiempo de separación, ningún hecho respecto al cual sientas necesario oír la palabra de tu Jesús?”, y le pregunta dulcemente como para ayudar al discípulo a decir la verdad, y lo hace en tal modo que siente todo su amor misericordioso. Iscariote: “¿Y Tú conoces en mí que necesite tus palabras? Si lo conoces —yo la verdad es que no sé nada que pueda merecer esas palabras—, habla. Es duro para un hombre tener que indagar sobre las culpas y defectos y confesarlos a otro…”. Jesús: “Yo, que te estoy hablando, no soy otro hombre, sino…”. Iscariote: “Así es. Eres Dios. Lo sé. Por esto ni siquiera es necesario que sea yo quien te diga algo. Tú lo sabes…”. Jesús: “Yo no soy otro hombre, te lo repito, sino tu Amigo más cariñoso. No te digo que sea el Maestro, el superior, sino te digo que soy el Amigo…”. Iscariote: “Sigue siendo siempre lo mismo. Y sigue siendo fastidiosa la investigación sobre lo que se ha hecho en el pasado y cuya confesión podría acarrear a uno una serie de reproches. Aunque la verdad es que más que los reproches duele el hecho de venir a menos en la estima del amigo…”.
* Judas derrama lágrimas ¿verdaderas o falsas? y se refugia ente los brazos de Jesús, llorando encima del hombro.- ■ Jesús dice a Judas: “En Nazaret, el último sábado que estuve allí, Simón Pedro dijo a un compañero suyo, sin darse cuenta, una cosa que debía guardar como secreto. No fue una desobediencia voluntaria, ni una injuria, no era algo que pudiera causar daño al prójimo. Simón Pedro se la había dicho a un hombre bueno y serio, el cual, viendo que tenía conocimiento, sin voluntad suya ni la de Pedro, de una cosa secreta, juró que no diría a otros el secreto. Simón podía haberse quedado tranquilo… pero no se tranquilizó hasta que no confesó su culpa. Enseguida… ¡Pobre Simón! ¡La llamaba culpa! Pero si en el corazón de mis discípulos hubiera solo culpas como ésa, y mucha, mucha humildad, mucha confianza, mucho amor, como tiene Pedro, ¡debería proclamarme Maestro de una multitud de santos…”. Iscariote: “Y con esto quieres decirme que Pedro es santo y yo no. Es verdad. No soy un santo, Arrójame de tu presencia, entonces…”. Jesús: “No eres humilde, Judas. La soberbia te lleva a la ruina. Es verdad. Todavía no me conoces…”. Termina Jesús con un tono tristísimo. ■ Judas lo percibe y en voz baja: “¡Perdóname, Maestro!…”. Jesús: “Siempre te perdono, pero sé bueno, hijo, sé bueno. ¿Por qué quieres hacerte daño a ti mismo?”. Judas derrama lágrimas, verdaderas o falsas no lo sé, y se refugia entre los brazos de Jesús, llorando encima de su hombro. Y Jesús le acaricia los cabellos susurrando: “¡Pobre Judas! ¡Pobre, pobre Judas que va buscando su paz, y a quien pueda comprenderle, en lugares donde no puede encontrarlos!…”. Iscariote: “Es verdad. Tienes razón, Maestro. La paz está aquí… entre tus brazos… Soy un desventurado… Tú solo me comprendes y me amas… tú solo… Yo soy el necio… Perdóname, Maestro”. Jesús: “Sé bueno, sé humilde. Si caes ven a Mí y te levantaré. Si te sientes tentado, corre a Mí. Te defenderé, de ti mismo, de quien te odie, de todo… Pero sosiégate. Los otros están llegando…”. Iscariote: “Un beso, Maestro… un beso…”. Jesús le besa… Judas se tranquiliza… cierto, pero no confesó sus culpas, pienso yo…
* En la casa humilde de José el barquero, aunque Iscariote hubiera preferido la casa de Juana.- ■ Judas Tadeo, que acaba de llegar, dice: “Hemos tardado mucho porque Juana estaba ya levantada y el portero ha querido avisarla. Vendrá hoy, a venerarte, a casa de José”. Iscariote, que ha recuperado la seguridad, dice: “¿A casa de José? Si cae toda el agua que el cielo anuncia esas calles serán un pantano. No, está claro que Juana no irá a esa casucha, y por esos caminos. Sería mejor que fuésemos nosotros a su casa…”. Jesús no contesta, sino se dirige a su primo y le pregunta: “¿Ninguno de los nuestros nos ha buscado en casa de Juana?”. Tadeo: “Ninguno, hasta ahora”. Jesús: “De acuerdo. Vamos a la casa de José. Los otros nos alcanzarán allí…”. Judas Tadeo dice: “Para estar seguros de que nuestras madres están en camino, yo iría a su encuentro…”. Jesús: “No estaría mal. Pero hay muchos caminos que traen a Tiberíades. Y quizás no han tomado los más frecuentados…”. Judas Tadeo: “Es verdad, Jesús… Vámonos…”. Rápidos caminan entre los primeros truenos y rayos que re­corren un cielo verdoso y retumban en las gargantas de las colinas que rodean casi, completamente el lago. ■ Entran en la pobre casa de José, la cual con este temporal parece más pobre y obscura. No hay luz más que en la cara del discípulo y de los suyos, felices con tener en casa al Maestro. El barquero se excusa: “Llegas a mala hora, Señor. Con este tiempo nada he podido pescar… tan sólo tengo verduras…”. Jesús: “Y tu buen corazón. Ya tomé de antemano las providencias. Van a llegar pronto nuestros compañeros con lo necesario. No te preocu­pes, mujer… Podemos sentarnos aun en el suelo, que está muy lim­pio. Eres una verdadera mujer, lo estoy viendo. Y la casa arreglada lo confirma”. José: “¡Oh, mi esposa es una verdadera mujer que vale! Es mi alegría, es nuestra alegría”, y el barquero lo dice en voz alta, regodeándose de la alabanza del Señor, que se ha sentado sin preocupación alguna en el borde del hogar apagado, y toma entre sus rodillas a un chiquitín el cual le observa asombrado. En medio del primer chubasco llegan los que habían ido a compras. En el dintel sacuden sus mantos y sandalias para no tener ni agua, ni lodo adentro. ■ Es un maremágnum de true­nos, relámpagos, lluvia, viento. El fragor del lago hace de acompañamiento a los solos de las centellas y a los aullidos del viento. Pedro dice: “¡Salud! El verano se moja las plumas y remoja el hogar… Después estaremos mejor… Con tal de que no haga daños a las vides… ¿Puedo ir arriba a mirar el lago? Quiero ver qué humor tiene…”. El discípulo responde a Pedro: “Ve, ve. La casa es vuestra”. Y Pedro, sólo con la túnica, sale feliz a regocijarse con la tempestad. Sube la escalera exterior y se queda en la terraza, refrescándose y dando sus responsos a los de dentro, como si estuviera en el puente de su barca y dirigiera las maniobras.
* Zelote que concluye la parábola con: “¡Ay, del hombre! que no se lava con el agua del Cielo”, Iscariote dice: “No somos solitarios. Vivimos en el mundo. Debemos forzosamente vernos cubiertos de lo que es el mundo… ¿Y dónde la (esa agua) encuentras?”.  Juan:  “En el amor… es agua que lava, porque se lleva consigo todo lo que es de la Tierra y da todo lo que es del Cielo”.- ■ Los demás están sentados, acá o allá, en la cocina, donde apenas se ve, porque tienen que tener la puerta entornada, por el chaparrón; y por el resquicio entra un hilo de luz verdosa, excepto cuando retumban breves y cegadores los relámpagos. Vuelve Pedro, mojado como si se hubiera caído en el lago, y sen­tencia: “Ahora la tenemos encima de la cabeza. Se aleja hacia Sama­ria. Va a mojar allí…”. Observa Tomás: “¡A ti te ha mojado ya! Estás chorreando como una fuente”. Pedro: “Sí. Pero estoy muy bien después de tanto calor”. Bartolomé aconseja: “Pasa, que te va a caer mal estar en la puerta mojado de esa for­ma”. Pedro: “¡No, hombre, no! Yo soy madera añejada… Ya estaba en el agua y todavía no sabía decir bien «padre». ¡Ah, con qué facilidad se respi­ra!… Pero… el camino… es un río… ¡Si vierais el lago! Está de todos los colores y hierve como una cazuela. Ya no sabe uno siquiera hacia dónde van las olas. Hierven donde están… Pero hacía falta…”. José dice: “Sí, hacía falta. Las paredes ya no se enfriaban, de tanto como las calentaba el sol. Mi vid tenía las hojas casi secas, llenas de polvo… Le echaba agua en la base… Pero, ¡ya, ya!… ¿Qué hace un poco de agua cuando todo el resto es fuego?”. Bartolomé sentencia: “Más mal que bien. Las plantas tienen necesidad del agua del cielo, porque beben también con las hojas ¡eh! Parece que no, pero es así. ¡Las raíces, las raíces! Está bien, pero también las ramas y hojas tienen razón de ser, y tienen sus derechos…”. ■ Zelote, tratando de incitar a Jesús a que hable, pregunta: “¿No te parece, Maestro, que Bartolomé nos da el tema para una bella parábola?”. Pero Él está entretenido con el niño, que tiene miedo de los rayos. No dice ninguna parábola, pero asiente al decir: “¿Y tú cómo la plantearías?”. Zelote: “Mal, Maestro. Yo no soy Tú…”. Jesús le anima: “Dila como la sepas. Predicar con parábolas os servirá mucho. Acostumbraos. Te escucho Simón…”. Zelote: “¡Oh… Tú, Maestro, yo… un tonto!… Pero obedezco. Diría yo así: «Un hombre tenía una hermosa vid. Pero, no poseyendo él un viñedo, había plantado su vid en el pequeño huerto de su casa, para que trepara hasta la terraza a dar sombra y a dar racimos. Con mucho cuidado velaba por su viña. Pero, ésta crecía entre casas, junto al camino; por tanto, el humo de las cocinas y hornos y el polvo que venía del camino subían a ensuciar a la vid. Y, mientras bajaban las lluvias de Nisán, las hojas de la vid se limpiaban de la suciedad y, no teniendo sobre su superficie una fea costra de suciedad que lo impidiera, gozaban del sol y del aire. Pero cuando llegó el verano, y no llovió más, humo, polvo, excrementos de pajarillos se depositaron y formaron gruesas capas sobre las hojas, mientras el sol, demasiado ardiente, las secaba. El dueño de la vid echaba agua a las raíces, y así no moría la planta; pero vivía débil, porque el agua que absorbían las raíces, subía solo internamente, y no llegaba a las hojas, a las ramas. Es más, del suelo caliente, mojado con poca agua, subían vapores que estropeaban las hojas, manchándolas como por pústulas malignas. Finalmente llegó un día en que el cielo envió la lluvia que cayó sobre las hojas, ramas y tronco. El dueño vio su planta limpia, fresca, lozana produciendo gozo bajo un cielo sereno». Esta es la parábola”. ■ Jesús: “Está bien. Pero ¿el parangón con el hombre?…”. Zelote: “Eso hazlo Tú, Maestro”. Jesús: “No, tú. Estamos entre hermanos, y no debes temer a cometer algún error”. Zelote: “Si es por quedar mal, no me preocupo. Es más, lo amo, porque sirve para mantenerme humilde. Es que no quisiera decir cosas equivocadas…”. Jesús: “Te las corrijo”. Zelote: “Entonces, oídme: «Esto mismo sucede al hombre que no vive en los huertos de Dios, sino en medio del polvo, del humo de las cosas mundanales, que poco a poco se le van formando costras, y sin pensarlo, se encuentra estéril en su corazón bajo una capa gruesa de su humanidad tan espesa, que la brisa de Dios y el sol de la Sabiduría no le sirven ya para nada. Inútilmente busca suplir con un poco de agua, tomada de las prácticas, que apenas si llegan a la parte inferior, de modo que la superior no participa de ellas… ¡Ay, del hombre!, que no se le lava con el agua del Cielo que limpia las impurezas, que apaga los ardores de las pasiones, que verdaderamente nutre el espíritu, todo mi ser». He terminado”. ■ Jesús: “Has dicho bien. Añadiría que, a diferencia de la planta, que no tiene libre albedrío y está enclavada en la tierra, y por lo tanto no puede ir a otras partes en busca de lo que le pudiera ayudar, ni huir de lo que le hace mal, el hombre puede ir a buscar el agua del Cielo y escapar del polvo, del humo y del ardor de la carne y del mundo y del demonio. Así sería una enseñanza más completa”. Zelote responde: “Gracias, Maestro. Lo tendré en cuenta”. ■ Iscariote dice: “No somos solitarios… vivimos en el mundo… por esto…”. Judas de Alfeo le pregunta: “¿Qué cosa quieres decir: «por esto»? ¿Quieres insinuar que Simón habló tontamente?”. Iscariote: “No te digo esto. Digo que no pudiéndonos aislar… debemos forzosamente vernos cubiertos de lo que es el mundo”. Santiago de Alfeo dice: “El Maestro y Simón dijeron claramente que se debe buscar el agua del Cielo para conservarse uno limpio, no obstante el mundo que nos rodea”. Iscariote: “¡Ya, claro! Pero ¿está siempre preparada el agua del Cielo para limpiarnos?”. Juan dice con aplomo: “Sí, lo está”. Iscariote: “¿Ah, sí? ¿Y dónde la encuentras?”. Juan: “En el amor”. Iscariote: “El amor es fuego. Te quemarás”. Juan: “Es fuego, no lo niego, pero también es agua que lava, porque se lleva consigo todo lo que es de la Tierra y da todo lo que es del Cielo”. Iscariote: “…No entiendo esas operaciones. Quita, pone…”. Juan: “Así es. No soy un tonto. Afirmo que te quita lo que tiene uno de humano y te da lo que viene de Dios, y por tanto es algo divino. Lo divino no puede sino nutrir y santificar. Pasa un día y pasa el otro y te limpia de lo que el mundo te dio”. Judas no quiere rebatir… ■ Tiberíades recobra vida… Pronto se ve venir a Juana —viene con Jonatás— por el camino aún lleno de agua y barro. Alza su rostro para saludar al Maestro, que está en la terraza, y sube rauda para postrarse, feliz… Los apóstoles hablan entre sí; solo Judas, a mitad de distancia entre Jesús y Juana por un lado y los apóstoles por el otro, se abstrae como pensativo. Apostaría a que quiere escuchar las palabras de Juana, cuyo pensamiento con respecto a Judas no se ha hecho descifrable, porque ha saludado a todos los apóstoles con un único “La paz con vosotros”. Pero Juana habla únicamente de los niños y del permiso que Cusa le ha dado para ir con la barca a Cafarnaúm mientras está el Maestro en la ciudad. Y la sospecha de Judas se calma. Se reúne entonces con los otros compañeros…
* La Madre intercede por la curación del corazón de Samuel y respuesta de Jesús: “Está bien. Ganaste, Mamá”.- ■ Embarradas en los bajos de los vestidos, pero secas en el resto del cuerpo, vese venir a la Virgen y María de Alfeo, junto con los cinco que fueron a acompañarlas. La sonrisa de la Virgen, mientras sube la pequeña escalera, es más hermosa que el arco iris que continúa en el firmamento. Tomás le avisa: “Maestro, tu Mamá”. Jesús le sale al encuentro y con Él todos los demás. Se congratulan mutuamente, porque aparte de un poco de barro en el borde de los vestidos, otra cosa no les pasó. Mateo dice: “Cuando comenzaban a caer las primeras gotas nos refugiamos en la casa de un hortelano”. Y pregunta: “¿Hace ya mucho que nos esperabais?”. Jesús: “No. Llegamos a eso del alba”. Andrés dice: “Hemos tardado por causa de una persona infeliz…”. ■ Pedro dice: “Bien. Ahora que estáis todos y que el cielo se abre, pienso que sería mejor irnos esta tarde a Cafarnaúm”. María, siempre condescendiente, dice: “No, Simón. No podemos partir si antes… Hijo mío, una mamá me pidió insistentemente para que Tú, que eres el único que puedes hacerlo, conviertas el corazón de su único hijo. Te lo ruego, escúchame, porque lo prometí… Perdónale… Tu perdón…”. Iscariote, pensando que María hablase de él, interrumpe: “Ya está concedido, María. Hablé ya con el Maestro…”. Virgen: “No me refiero a ti, Judas de Simón. Hablo de Ester de Leví, nazaretana, una madre a la que mató la conducta de su hijo. Jesús, ella murió en la noche que partiste. Ella te invocaba, pero no para sí, pobre mártir de un hijo infame, sino por él… pues las madres nos preocupamos no de nosotras, sino de nuestros hijos. Ella quiere que se salve su hijo Samuel… Pero ahora que ella ha muerto, su hijo víctima del remordimiento, parece un loco. No escucha ninguna de las razones… Pero Tú, Hijo, puedes sanar su inteligencia y su corazón…”. ■ Jesús: “¿Está arrepentido?”. Virgen: “¿Cómo quieres que lo esté si está desesperado?”. Jesús: “Tienes razón. Haber matado a su madre con darle continuos dolores debe hacerle a uno un desesperado. No se quebranta impunemente el primero de los mandamientos, el de amar al prójimo. Mamá ¿cómo quieres que perdone y que Dios conceda paz al matricida impenitente?”. Virgen: “Hijo mío, Ester quiere la paz de la otra vida… Era buena… sufrió mucho…”. Jesús: “Tendrá paz…”. Virgen: “No, Jesús, no puede tener paz un corazón de madre si ve que su hijo no la tiene”. Jesús: “Es justo que se vea privado de ella”. Virgen: “Tienes razón, Hijo. Así es. Pero para la pobre Ester… Sus últimas palabras fueron una súplica por su hijo… Me recomendó que te lo dijese. Jesús, Ester durante su vida jamás tuvo alegría, lo sabes muy bien. Dale ésta, ahora que ha muerto, dásela a su espíritu que sufre por su hijo”. Jesús: “Madre, Yo traté de convertir a Samuel las veces que he estado en Nazaret. Inútilmente hablé con él, porque en él el amor está apagado…”. Virgen: “Lo sé, pero Ester ofreció su perdón, sus sufrimientos, para que volviese a nacer el amor en Samuel. ¿Y quién sabe? Esto que sufre ahora ¿no podría ser señal de un amor que se despierta? Un amor envuelto en el dolor, y cualquiera podría decir: un amor inútil, ya que la mamá no puede verlo ni alegrarse de él. Pero Tú, también yo, sabemos, yo por la fe, Tú por el conocimiento, que la caridad de los que han muerto está atenta y cerca de uno. No se desinteresan y no ignoran lo que sucede, lo que pasa a los seres queridos que dejaron… Y Ester todavía puede alegrarse de este amor tardío que le profesa su hijo ingrato, que ahora se siente muerto por los remordimientos. ¡Jesús, sé que él te causa asco por el pecado que cometió! ¡Un hijo que odia a su madre! Un monstruo ante tus ojos que eres todo amor por la tuya, y por esto, porque eres todo amor por mí, escúchame. Regresemos juntos a Nazaret inmediatamente. No me cuesta nada el camino, ninguna cosa me molesta con tal de salvar un alma…”. Jesús: “Está bien. Ganaste, Mamá”.
* La resistencia de J. Iscariote que, junto al discípulo José, debe traer a Samuel a Cafarnaúm, hace recordar a Pedro una vieja canción del lago: «Siempre es así. La pesca atrae al agricultor no al pescador».- ■ Jesús se dirige ahora a Judas: “Judas de Simón, tómate a José y parte a Nazaret. Me traerás a Samuel a Cafarnaúm”. Iscariote: “¿Yo? ¿Por qué yo?”. Jesús: “Porque no estás cansado. Los otros lo están. Han caminado mucho, mientras tú descansabas…”. Iscariote: “También yo caminé. Fui a buscarte a Nazaret. Tu Madre es testigo”. Jesús: “Tus compañeros fueron a Nazaret todos los sábados y ahora acaban de regresar de un largo recorrido. Vete y no discutas…”. Iscariote: “Es que no me quieren en Nazaret… ¿por qué me mandas a mí?”. Jesús: “Tampoco me estiman a Mí, y con todo voy allí. No es necesario que un lugar le quiera a uno, para ir allá. Vete y no discutas. Te repito…”. Iscariote: “Maestro… yo tengo miedo de los dementes…”. Jesús: “Samuel está perturbado por los remordimientos, y no está loco”. Iscariote: “Tu Madre lo acaba de decir…”. Jesús: “Y Yo por tercera vez te digo, que vayas y no discutas. No te servirá ello más que para hacerte meditar a qué cosa puede conducir el hacer sufrir a una madre…”. Iscariote: “¿Me comparas con Samuel? Mi madre es reina en su casa. Ni siquiera le pido cuenta alguna, ni le soy una carga para mi mantenimiento…”. Jesús: “Las mamás no piensan en estas cosas. Pero el desamor de sus hijos, el que sean malos a los ojos de Dios y de los hombres, es una piedra que las mata. Vete, te lo mando”. ■ Iscariote: “Voy y ¿qué le digo?”. Jesús: “Que venga a Cafarnaúm donde estaré”. Iscariote: “Si no obedeció ni siquiera a su madre, ¿quieres que me obedezca a mí, ahora que está tan lleno de desesperación?”. Jesús: “¿Y no entiendes todavía que si te mando señal es de que he logrado algo en el corazón de Samuel, y que le he quitado el delirio de su remordimiento que lo empujaba a la desesperación?”. Iscariote: “Me voy, Maestro. Hasta pronto. Hasta pronto, María, amigos”. Y se va sin muchas ganas. José le sigue, muy contento de que lo hubieran escogido para tal cargo. ■ Pedro canturrea algo entre dientes… Jesús le pregunta: “¿Qué estás diciendo, Simón de Jonás?”. Pedro: “Cantaba yo una vieja canción del lago…”. Jesús: “¿Cuál es?”. Pedro: “Ésta: «Siempre es así. La pesca atrae al agricultor, pero no al pescador». Y realmente se ha visto ahora que el discípulo tiene más ganas de pescar que el apóstol…”. Muchos se echan a reír. Jesús no. Suspira. Pedro pregunta: “¿Te causé algún dolor, Maestro?”. Jesús: “No. Pero no está bien el criticar”. Judas de Alfeo dice: “Es por Judas por quien está apenado mi hermano”. Jesús: “Guarda silencio también tú; sobre todo en lo hondo de tu corazón”. Tomás, entre curioso e incrédulo, pregunta: “¿De veras Samuel ha sido digno de un milagro?”. Jesús: “Sí”. Tomás: “Entonces es inútil que vaya a Cafarnaúm”. Jesús: “Es necesario. No he curado completamente su corazón. Debe buscar su curación por sí, esto es, el perdón con un santo arrepentimiento. He hecho que volviese a razonar. Le queda a él hacer lo demás con su libre voluntad. Vamos a bajar. ¡Vamos a estar entre la gente pobre!…”. Juana de Cusa: “¿No vamos a mi casa, Maestro?”. Jesús: “No, Juana, Tú podrás venir a verme cuando quieras. Ellos están atados por sus trabajos, así que voy a ellos…”. ■ Y Jesús baja de la terraza y sale a la calle seguido de los demás, también de Juana, que está decidida a no separarse de Jesús, dado que Jesús no está dispuesto a ir a su casa. Van entre las casitas pobres, en dirección a lugares cada vez más pobres y periféricos… Y la visión termina. (Escrito el 3 de Junio de 1946).
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1  Nota  : Se trata del discípulo José, el barquero (más adelante se habla de él).
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(<Jesús y el grupo apostólico, incluso Iscariote, después de su encomienda llevada a cabo con respecto a Samuel de Nazaret [se hablará de él en el episodio 7-459-169], se encuentran en Cafarnaúm. Aquí han llegado también su Madre, discípulas y discípulos. Jesús ha hablado en la sinagoga de Cafarnaúm sobre la misericordia y el perdón que no encuentran eco>)
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7-449-97 (8-141-98).- En Cafarnaúm, el niño Alfeo, desamado de su madre, aceptado por Jesús.
* Jesús, padre y madre de los niños, recomienda la adopción de niños.- Judas, ante la aprobación de las palabras de María de Alfeo por parte de Jesús,  murmura: “Vamos a acabar con que las mujeres nos enseñen. Y tal vez hasta las paganas”.- ■ “Tomad provisiones y vestidos para algunos días. Vamos a Ippo, y de allí a Gamala y a Afeq, para bajar a Guerguesa y volver aquí antes del sábado” ordena Jesús, que está de pie en el umbral de la puerta de la casa y acariciando maquinalmente a unos niños de Cafarnaúm que vinieron a saludar a su gran Amigo, en cuanto el sol poniente ha dejado de abrasar tan fuertemente, y ha permitido salir de las casas. Jesús es uno de los primeros en hacerlo, uno de los primeros de esta ciudad que sale del entorpecimiento asfixiante de las horas en que el sol abrasó todo. ■ Los apóstoles no parecen estar muy contentos con las palabras que oyeron. Se miran mutuamente y miran el sol que todavía calienta sin compasión, tocan las paredes que están calientes, tientan con el pie en el suelo y dicen: “Está caliente como un ladrillo en el fuego…” dando a entender con ello que es de locos ir por los caminos… Jesús se separa de las jambas en que apoyaba un poco su cuerpo y dice: “Quien no se sienta con ganas de venir, que se quede. No obligo a nadie. Pero tampoco quiero dejar esta región sin que le diga una palabra”. Apóstoles: “Maestro… ¡cómo se te ocurre eso! Todos vamos contigo… solo… que nos parecía que era muy pronta la salida…”. Jesús: “Antes de los Tabernáculos, quiero ir hacia el norte, es decir, mucho más lejos; y sin barca, por caminos. Por eso ahora se debe recorrer esta zona, donde el lago ahorra mucho camino”. Pedro: “Tienes razón. Voy a preparar las barcas…”. Simón de Jonás se va con su hermano y con los dos hijos de Zebedeo y con otro discípulo a hacer los preparativos para partir”. Jesús se queda con Zelote, con sus primos, con Mateo, Iscariote, Tomás y los inseparables Felipe y Bartolomé, que preparan sus alforjas, llenan sus cantimploras, meten vestidos, fruta, todo lo que pueda necesitarse. ■ Un mocosuelo lloriquea pegado a las rodillas de Jesús. Jesús, inclinándose para besarle, le pregunta: “¿Por qué estás llorando, Alfeo?”. Nada… Lloriquea más fuerte. Iscariote dice de mal humor: “Vio la fruta y quiere”. María de Alfeo, tomando unas uvas, que había en el cesto con todas las hojas y racimos todavía prendidos, dice: “Pobrecito, tiene razón. No se debe pasar ciertas cosas delante de los ojos de los niños sin darles un poco. Ten, hijo, y no llores”. Niño: “No quiero uvas…” y llora más fuerte. Tomás dice: “Quiere agua con miel, sin duda alguna”, y le ofrece su zaque diciendo: “A los niños les gusta y les hace bien. A mis sobrinos también les gusta…”. Niño: “No quiero agua…” y el llanto aumenta de tono e intensidad. Judas de Alfeo, serio y secamente, le pregunta: “Entonces, ¿qué quieres?”. Iscariote dice: “Lo que quiere son dos golpes en…”. Mateo dice: “¿Por qué? ¡Pobre niño!”. Iscariote: “Porque es un fastidioso”. Tomás dice calmadamente: “Bueno, si a todos los fastidiosos hubiese que tomar a bofetones… se debería pasar la vida en hacerlo”. Salomé, que está entre las discípulas, cual entendida mujer, dice: “Tal vez no se siente bien. Fruta y agua, agua y fruta… hace mal al cuerpo”. Mateo, que conoce por experiencia de recaudador todas las economías de Cafarnaúm, dice: “Y ese niño, si come pan, agua y fruta, ya es mucho… ¡Son tan pobres!”. María de Cleofás, que está arrodillada cerca del pequeño, le dice: “¿Qué te pasa, pequeñín? ¿Te duele aquí?… Pero no…”. Judas Tadeo dice a su madre: “¡Pero, mamá, que es un capricho!… ¿No lo estás viendo? Echarías a perder a todos”. María de Alfeo le responde: “Yo no te he mimado, Judas mío; te he querido. Y no dabas crédito a tus ojos, hijo, al ver que te quería hasta el punto de defenderte contra la severidad de Alfeo…”. Judas Tadeo: “Es verdad, mamá. Dije algo sin razón alguna”. ■ María de Alfeo: “No te preocupes, hijo, pero si quieres ser apóstol trata de tener entrañas de madre para con los creyentes. Son como los niños ¿sabes? y se necesita una paciencia amorosa para con ellos…”. Jesús aprueba: “¡Bien dicho, María!”. Iscariote murmura: “Vamos a acabar con que las mujeres nos enseñen. Y tal vez hasta las paganas…”. Jesús: “Sin duda. Os superarán con mucho, si seguís siendo lo que sois, y tú más que los demás, Judas; ciertamente todos te superarán, los niños, los mendigos, los ignorantes, las mujeres, los gentiles”. Iscariote responde: “Quieres decir que soy el aborto del mundo. Dilo de una vez y termínalo”, y nerviosamente se echa a reír. Bartolomé, para cortar esta escena que hace sufrir a muchos, a todos, a todos de modo distinto, dice: “Estarán volviendo los otros… y ¿convendrá partir, no?”. El niño llora a más no poder. Iscariote, agresivo, dándole un rudo meneo, para separarle de las rodillas de Jesús, a las que el pequeñín se ha aferrado, y, sobre todo, para desahogar contra el inocente, su rabia, le pregunta: “¡¡Pero dilo!!, ¿qué quieres? ¿Qué te pasa?”. ■ El niño grita: “¡Contigo! ¡Contigo!… Te vas… y palos, palos, palos…”. La mujer del dueño de casa, que parece que conoce lo que sucede pues conoce a los protagonistas, dice: “¡Ah… pobre niño! Es verdad. Desde que se volvió a casar… los hijos del primer marido… son como mendigos… como si no los hubiera parido ella. Los manda afuera cual pordioseros y… ni un pedazo de pan para ellos…”. Concluye con: “Ojalá hubiese alguien que adoptase a estos tres niños abandonados…”. Mateo dice: “No se lo digas a Simón de Jonás, mujer. Su suegra te odiará a muerte, y ahora que está más irritada contra él y contra todos nosotros. Esta mañana, una vez más, ha cubierto de insolencias a Simón y a Marziam, y a mí que estaba con ellos…”. Mujer: “No se lo diré a Simón… pero las cosas son así…”. Jesús, mirando fijamente a la mujer, pregunta: “¿Y tú no los adoptarías? No tienes hijos…”. Mujer: “A mí sí me gustaría… pero somos pobres… y luego… Tomás… tiene sobrinos… y también yo… y…”. Jesús: “Y sobre todo te falta la voluntad de hacer bien a tus semejantes… Ayer criticabas a los fariseos porque tienen corazón duro, y a tus conciudadanos como reacios a mi palabra… Pero, tú, que hace más de dos años que me conoces ¿en qué te diferencias?…”. La mujer baja la cabeza, apretando entre sus dedos su vestido… No pronuncia ni una palabra a favor del pequeñín que continúa llorando. ■Pedro, que está llegando, grita: “Estamos preparados, Maestro”. Jesús, levantando los brazos y moviéndolos como señal de desconsuelo, suspira: “¡Oh, ser pobre!… ¡Y perseguido!…”. La Virgen, que hasta ahora había estado callada, le consuela: “¡Hijo mío!…”. Y esa palabra basta para consolarle. Jesús ordena a los que han llegado y a los que ya estaban con Él: “Id adelante con las provisiones, vosotros. Mi Madre y Yo vamos hasta la casa del niño”, y se pone en camino con su Madre, que ha tomado en brazos al niño… Se dirigen a las afueras de la ciudad. La Virgen le pregunta: “¿Qué le vas a decir, Hijo mío?”. Jesús: “¿Mamá, qué quieres que diga a una que no tiene amor de madre en sus entrañas, ni siquiera para los que nacieron de su seno?”.
* Si no comprenden los amores naturales, ¿podrán, acaso, comprender el amor que hay en la Buena Nueva?”.- ■ Han llegado a la casa del niño. Después de unas palabras llenas de tensión dice la madre del niño: “Mi marido dice que Tú eres una persona a la que no hay que escuchar. No te escucho. Ven, Alfeo…” y hace ademán de volverse, entre gritos del niño, que ya sabe que le esperan palos y no quiere separarse de los brazos de María, la cual, suspirando, trata de persuadirla, y se dirige a la mujer diciendo: “Yo también soy madre y sé comprender muchas cosas. Y soy mujer… Sé, por tanto, sentir compasión de las mujeres. Atraviesas una temporada no buena, ¿no es verdad? Sufres y no sabes sufrir… y así te irritas… Hermana mía, escucha. Si yo te diera ahora al pequeño Alfeo, serías injusta con él y contigo. Déjame unos pocos días, ¡pocos! verás cómo, cuando no le veas a tu lado, suspirarás por él. Porque un hijo es una cosa tan dulce que, cuando se le aleja de nosotras, nos sentimos pobres, heladas, sin luz…”. La madre del niño: “Pues, tómale. ¡Tómale! ¡Ojalá tomases contigo también a los otros dos! Pero no sé dónde están…”. Virgen: “Me llevo, sí. Adiós, mujer. Ven, Jesús”. Y María se vuelve rápidamente y se aleja, con un sollozo… Jesús: “No llores, Mamá”. Virgen: “No la juzgues, Hijo…”. ■ Las dos frases —compasivas las dos— se entrecruzan. Luego, por un mismo pensamiento, las dos bocas se despegan para proferir las mismas palabras: “Si no comprenden los amores naturales, ¿podrán, acaso, comprender el amor que hay en la Buena Nueva?” y se miran, este Hijo y esta Madre, por encima de la cabecita del inocente, que se abandona ahora confiado y feliz a los brazos de la María. Jesús: “Tendremos un discípulo más de lo previsto, Mamá”. Virgen: “Y gozará de días de paz…”. (Escrito el 25 de Junio de 1946).
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(<Viajan por la Transjordania —incluso la Madre, discípulas y el niño Alfeo—, recorriendo la ruta señalada por Jesús. Desde Ippo, entre los acompañantes, además de algunos habitantes de Ippo, está una mujer viuda, de Afeq, llamada Sara, que muestra vivos deseos de tomar en adopción al pequeño Alfeo. Ella se ha metido entre las discípulas, como si fuera una de ellas, y ha simpatizado tanto que la consideran una del grupo>)
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7-454-137 (8-146-135).- El juicio de los niños es siempre desfavorable para Judas.- Gamala y recuerdo del episodio de los cerdos (1).
* Recuerdo del temor de los habitantes de Gamala y recuerdo del episodio de Elías en el Horeb.- ■ Jesús, que iba muy adelante, se ha parado para esperar a las mujeres. De los que le han seguido desde Ippo están todavía tres hombres y la viuda. Los demás, como gotas de agua, le han ido dejando y regresando a su ciudad. Se unen los dos grupos. Jesús dice: “Detengámonos aquí en espera de la luna. Luego continuaremos de modo que para cuando amanezca entremos en la ciudad de Gamala”. Los apóstoles le recuerdan: “Pero, Señor, ¿no te acuerdas de que te echaron de allí? Te rogaron que te fueses”. Jesús: “¿Y eso qué significa? Me fui y ahora regreso. Dios es paciente y prudente. En aquella ocasión, como estaban fuera de control, no lograron acoger la Palabra que debe acogerse con un corazón tranquilo para que sea fructuosa. Acordaos de Elías y de su encuentro con el Señor en el Horeb, y reflexionad que Elías era ya un corazón amado por el Señor y acostumbrado a entenderle. Solo en la paz de una brisa sin rumor, cuando su alma descansaba de las zozobras sufridas, envuelta en la paz de la Creación y de su ser honesto, el Señor le habló; sólo entonces. Y el Señor ha esperado a que la zozobra que dejara la legión de los demonios como recuerdo de su paso por aquella región —porque si el paso del Señor es paz, el paso de Satanás es turbación— cesara, y que volviesen a serenarse corazón e inteligencia, para volver a estos de Gamala, que todavía son sus hijos. No temáis. No nos harán ningún mal”.
* “Cada cierto tiempo un niño te juzga y siempre tan desfavorable”.- ■ La viuda de Afeq se adelanta y se arrodilla: “¿Y no vendrás a mi casa, Señor? También Afeq está llena de hijos de Dios”. Iscariote, cortante, casi apartándola, dice: “El camino es áspero y breve el tiempo. Vienen con nosotros mujeres y para el sábado tenemos que estar de regreso en Cafarnaúm. No insistas, mujer”. Viuda: “Es que… quería que se convenciese que puedo cuidar bien del niño”. Iscariote le dice de mal modo: “Pero tiene su mamá, ¿comprendes?”. Jesús pregunta a la mujer que se ha quedado compungida: “¿Conoces algún camino corto entre Gamala y Afeq?”. Viuda: “¡Oh, sí! Un camino de montaña, pero bueno, y fresco porque va entre árboles. Y para las mujeres, pago yo; se pueden alquilar borricos…”. Jesús: “Iré para consolarte, pero no puedo darte el niño porque tiene su mamá. Pero te prometo que si Dios quiere que el inocente, que no encuentra amor, lo tenga, me acordaré de ti”. ■ Viuda: “Gracias, Maestro. Eres bueno”, y mira a Judas como si le dijese: «Y tú eres malo». El niño que ha oído y comprendido, por lo menos en parte, y que le ha cogido cariño también a la viuda (la cual le ha venido conquistando con sus caricias y golosinas), un poco por un movimiento natural de reflexión y un poco por ese instinto de imitación propia de los niños, repite exactamente lo que ha hecho la viuda, lo único que no hace es postrarse a los pies de Jesús, pero sí se agarra a sus rodillas y levanta su carita, que la luna ilumina, y dice: “Gracias, Maestro. Tú eres bueno”. Pero no termina aquí. Quiere dejar bien claro lo que piensa y dice: “Y tú eres malo” y, para que no haya posibles errores de persona, le da un puntapié a Iscariote. La carcajada de Tomás truena por los aires, y arrastra a los demás a reírse, mientras dice: “¡Pobre Judas! ¡Está escrito, ¿eh?, que los niños no te quieran! Cada cierto tiempo un niño te juzga y siempre tan desfavorable…” (2). ■ Judas pierde el control. Su ira se desborda sin tener en cuenta que lo que dijo el niño no es para tanto. Le arranca de las rodillas de Jesús y dice iracundo: “Esto sucede cuando lo serio se convierte en payasada. No es digno de nosotros ni tampoco de provecho el que traigamos una cola de mujeres y de bastardos…”. Bartolomé protesta enérgicamente: “¡Esto sí que no! Tú has conocido a su padre. Era esposo legítimo y hombre justo”. Iscariote: “¿Y qué? ¿Ahora éste no es acaso un perro sin dueño, un futuro ladrón? ¿No es acaso causa de que se hagan a nuestras espaldas comentarios poco buenos? Han pensado que era hijo de tu Madre… ¿Y dónde está el esposo de tu Madre para justificar un hijo de esta edad? O creen que es de uno de nosotros, y…”. Jesús: “Basta. Hablas el lenguaje del mundo. El mundo habla, con las manos en el fango, a las ranas, a las serpientes, a las lagartijas, a los animales inmundos… Ven, Alfeo. No llores”. La pena del niño es muy grande. Todo su dolor de huérfano y de niño aborrecido por su madre, dolor adormecido en estos días de paz, emerge de nuevo, vuelve a bullir, se desborda. No le duelen tanto los rasguños que se ha hecho en la frente y en las manos, al caer en terreno pedregoso —rasguños que las mujeres limpian y besan para consolarle—, él llora por su dolor de hijo sin amor. Un llanto largo, desgarrador, con invocaciones a su padre muerto, a su madre… ¡Pobre niño! ■ También lloro yo con él, yo que nunca he encontrado amor entre los hombres, y como él me refugio entre los brazos de Dios. Precisamente hoy, que es el aniversario de la muerte de mi padre; precisamente hoy en que una injusta sentencia me priva de la Comunión frecuente… ■ Jesús le toma en sus brazos, le besa, le consuela y camina delante de todos, llevando en sus brazos al inocente bajo el claro de luna… Y entre tanto el lloro poco a poco va cesando, se puede oír en el silencio de la noche la voz de Jesús que dice: “Estoy Yo, Alfeo. Yo en lugar de todos. Soy como tu padre, como tu madre. No llores. Tu papá está junto a Mí, y te besa conmigo. Los ángeles te cuidan como si fuesen otras tantas madres. Todo el amor, todo el amor si eres bueno e inocente lo tendrás”. ■ La voz ronca de uno de los tres que habían venido de Ippo, se oye que dice: “El Maestro es bueno y atrae. Pero sus discípulos no. Mejor me voy…”. Se oye la voz enérgica de Zelote que dice a Judas de Keriot: “¿Ves lo que has hecho?”. Y luego se oye el paso de los de Ippo que se van. La viuda se ha quedado con las discípulas y como ellas está afligida… (Escrito el 3 de Julio de 1946).
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1  Nota  : Episodio de los cerdos (Mc. 5,1) está relatado en el episodio 3-186-178, en el  tema “Demonio-Infierno”.  2  Nota   :  Cada cierto tiempo niño te juzga, como en los  episodios 3-184-167  y  3-196-233.
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(<Completado el periplo transjordánico con visita a la ciudad de Gamala —donde han sido bien recibidos—, a la ciudad de Afeq —donde ha quedado Sara la viuda de Afeq, nueva discípula que desea dejar todo e irse a Cafarnaúm— y a la ciudad de Guerguesa, se encuentran de nuevo en Cafarnaúm>)
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7-459-169 (8-151-167).- El perdón a Samuel de Nazaret, que acusa a Iscariote de infundirle terror.- Lección sobre las malas amistades.
No debería perdonarte. Pero dos mujeres han rogado por ti y tu arrepentimiento es  sincero”. “¡Eres bueno!  No como ese de los tuyos, que ha salido nada más entrar, que vino a Nazaret para darme terror”.- ■ Iscariote, apenas los ve entrar en casa, les dice: “En la habitación de arriba hay personas de Nazaret. Ayer han venido tus hermanos a buscarte. Luego unos fariseos. Y enfermos, muchos. Y uno desde Antioquía”. Jesús: “¿Ya se fueron?”. Iscariote: “No. El de Antioquía fue a Tiberíades, pero vuelve después del sábado. Los enfermos están distribuidos por las casas. Pero los fariseos, con muchos honores, quisieron que tus hermanos estuviesen con ellos. Todos son huéspedes de Simón el fariseo”. Pedro refunfuña: “¡Uhm!”… Iscariote le dice: “¿Qué te pasa? ¿No te gusta que honren al Maestro en la persona de sus familiares?”. Pedro: “Si va a ser verdadero honor y encuentro útil… reviento de felicidad”. Iscariote: “Desconfiar es juzgar. El Maestro no quiere que juzguemos a otros”. Pedro: “Así es. ¡Bueno! Para estar seguro, esperaré para poder juzgar. De este modo no seré un necio ni cometeré ninguna falta”. ■ Jesús dice: “Vamos arriba donde están los nazarenos. Mañana iremos a donde están los enfermos”. Iscariote se vuelve a Jesús: “No puedes. Es sábado. ¿Quieres que los fariseos tengan algo que reprocharte? Si no piensas en tu bien, yo sí que pienso”, y lo dice teatralmente. Y concluye: “Como comprendo que ardes en deseos de sanar enseguida a los que te buscan, mira, iremos nosotros e impondremos las manos en tu Nombre y…”. Jesús: “No”. Un «no» claro que no admite discusión. Iscariote: “¿No quieres que hagamos algún milagro? ¿Quieres hacerlo Tú? Bueno… iremos a decir que estás aquí y que prometes curarles. Estarán felices…”. Jesús: “No es necesario. Nos vieron los pescadores. Por tanto, el que Yo esté aquí ya se sabe, y el que Yo cure a quien tiene fe en Mí lo saben ellos; tanto es así, que han venido a buscarme”. Judas no responde, pero en su cara se refleja el descontento que en su corazón lleva. ■ Jesús sale, sin preocuparse del temporal, que echa cántaros de agua sobre la tierra. Sube a la habitación superior. Empuja la puerta y entra. Le siguen los discípulos. Las mujeres están ya arriba hablando con los nazarenos. En un rincón, hay un hombre que no conozco. Jesús: “La paz sea con vosotros”. Los nazaretanos hacen reverencia y saludan: “¡Maestro!”. Luego: “He aquí a la persona de la que te hablamos” y señalan al desconocido. Jesús ordena: “Ven aquí”. Samuel (es el hombre) implora: “¡No me maldigas!”. Jesús: “Para hacerlo no era necesario llamarte para que vinieras aquí. ¿No encuentras nada más que estas palabras que decir al Salvador?”. Jesús se muestra severo, pero al mismo tiempo alentador. El hombre le mira… Luego estalla en lágrimas y grita, arrojándose al suelo: “Si Tú no me perdonas, no tendré paz…”. Jesús: “Cuando quise que fueras bueno, ¿por qué no lo hiciste? Ya es tarde ahora para reparar. Tu madre ha muerto”. Samuel: “¡Ah, no me lo digas! ¡Eres cruel!”. Jesús: “No. Soy la Verdad. Era Verdad cuando te decía que matarías a tu madre. Lo soy ahora. Tú, entonces, te burlabas de Mí. ¿Por qué me buscas ahora? Tu madre ha muerto. Pecaste, continuaste pecando, aun cuando sabías lo que estabas haciendo. Yo te lo advertí. Tu culpa mayor es que pecaste rechazando a la Palabra y al Amor. ¿Por qué te lamentas de que ahora no tengas paz?”. Samuel: “¡Señor! ¡Señor! ¡Piedad! Estaba loco, y me curaste. Tengo esperanza en Ti. Antes desesperaba de todos. No mates mi esperanza…”. Jesús: “¿Y por qué desesperabas?”. Samuel: “Porque… hice morir a mi madre de dolor… incluso la última noche… en que ya estaba casi acabando… y no tuve piedad… ¡La maté, Señor!”. Es un verdadero grito de un desesperado que llena la habitación. “¡La maté! ¡En esa noche murió!… Y no me había recomendado otra cosa sino que fuese bueno… Mi madre… Yo la maté…”. ■ Jesús: “¡Hace años que la mataste, Samuel! Cuando dejaste de ser un hombre justo. ¡Pobre Ester! ¡Cuántas veces la vi llorar! ¡Cuántas veces me pedía una caricia de hijo en vez de las tuyas!… Y tú sabes que no por amistad a ti, mi paisano y de la misma edad, sino por compasión hacia ella, iba a tu casa… No debería perdonarte. Pero dos madres han rogado por ti, y tu arrepentimiento es sincero. Por esto te perdono. Borra del corazón de tus conciudadanos, con una vida intachable, el recuerdo de lo que fuiste, y trata de volver a amar a tu madre. Lo harás si con una vida de hombre bueno conquistas el Cielo y con él a tu madre. Pero acuérdate bien que tu pecado fue muy grande; por lo tanto, en proporción, grande debe ser tu justicia, para borrar la deuda”. ■ Samuel: “¡Oh, eres bueno! ¡No como ese de los tuyos, que ha salido nada más entrar, y que vino a Nazaret solo para infundirme terror! Estos pueden testificarlo…”. Jesús se vuelve… De los apóstoles falta solo Iscariote. Por lo tanto es él el que zahirió a Samuel. ¿Qué debe hacer Jesús? Para que no se critique al apóstol, si no como hombre al menos como apóstol, dice: “Ninguno puede no ser severo con tu pecado. Cuando se comete el mal, sería necesario pensar que los hombres juzgan, y pensar que les damos pie para ello… Mas no le guardes rencor. Pon en las balanzas de Dios, como expiación, la humillación que has recibido”.
Da gracias a mi Madre. Si te he perdonado, si te he curado del delirio para darte facultad de arrepentimiento, se debe a Ella”.- ■ Jesús prosigue: “¡Vamos! Aquí, entre personas de buen corazón, hay júbilo porque has cambiado en tu corazón. Te encuentras entre hermanos que no te desprecian, porque todos los hombres pueden pecar, pero solo son despreciables cuando persisten en su pecar”. Samuel: “Te bendigo, Señor. Te pido perdón por todas las veces que me burlé de Ti… No sé cómo agradecértelo… ¡Es que es la paz! Es la paz que vuelve a mí” llora, ahora con su llanto sereno… Jesús: “Da gracias a mi Madre. Si estás perdonado, si te he curado de la enfermedad del delirio para darte facultad de arrepentimiento, se debe a Ella. Vamos abajo. La cena está preparada y comeremos juntos”. Y sale, sujetando de la mano al hombre. De hecho la cena está lista, pero Judas no está. La dueña de la casa dice: “Salió. Me dijo: «Vuelvo pronto»”. Jesús: “Está bien. Vamos a cenar”. Jesús ofrece, bendice y reparte la comida. Pero en la habitación, iluminada por dos lamparillas y la lumbre, se cierne una sombra fría. Afuera el temporal sigue. ■ Vuelve Judas jadeante, mojado hasta los huesos, como si hubiera caído al lago. Cuando se quita el manto con que se cubrió la cabeza, sus pelos aparecen aplastados y empapados de agua. Todos le miran, pero nadie dice nada. Trata de presentar disculpas, aunque nadie se las pide: “He ido corriendo donde tus hermanos para decirles que estás aquí. De todas formas, te he obedecido. No he ido donde están los enfermos. Ya no se podía. ¡Qué aguacero! ¡Un verdadero aguacero!… Pero he querido dar honor, sin dilación, a tus parientes… ¿No estás contento, Maestro?… ¡No hablas!…”. Jesús: “Te estoy escuchando. Toma y come. Y antes de ir a descansar, hablemos entre nosotros”.
* El hombre solo tiene un solo medio para conocer el corazón de sus semejantes: en las palabras y acciones del prójimo y en nuestro recto juicio.- ■ Jesús dice después: “Escuchad: Está escrito que no confiemos el corazón a un extraño (1) porque no conocemos sus costumbres. ¿Podemos decir lo mimo también del corazón de un paisano nuestro? ¿Del corazón del amigo? ¿Del de un familiar? Solo Dios conoce perfectamente el corazón del hombre, y el hombre tiene un solo medio para conocer el corazón de su semejante y comprender si se trata de un verdadero patriota, de un verdadero amigo, de un verdadero familiar. ¿Cuál es este medio? ¿Dónde está? En el prójimo mismo y en nosotros. En las acciones y palabras de él y en el recto juicio nuestro. Cuando en las palabras del prójimo, en sus acciones, o en las acciones que querría que nosotros hiciéramos, comprendemos, con nuestro recto juicio, que no hay bien, podemos decir: «Este no tiene corazón bueno y debo desconfiar de él». Hay que tratarle con caridad porque es un desdichado —su desdicha es la más grave: la del espíritu enfermo—, pero no seguirle en sus acciones, no tomar sus palabras como verdaderas y sabias, y, mucho menos, seguir sus consejos. ■ No os dejéis arrastrar de este pensamiento orgulloso: «Yo soy fuerte y el mal de los demás no entra en mí. Soy justo y, aunque escuche a los injustos, justo me conservo». El hombre es un abismo profundo, en que se dan todos los elementos del bien y del mal: ayudan los primeros, las ayudas de Dios, a crecer y hacerse reyes; ayudan a crecer y reinar sobre las cosas nocivas, las pasiones y las malas amistades. Todos los anhelos al bien y todos los gérmenes del mal están latentes en el hombre: por amorosa voluntad de Dios o por malvada voluntad de Satanás, el cual sugiere, tienta, instiga, mientras que Dios atrae, consuela, ama. Satanás tienta para seducir, Dios trabaja en conquistar. Y Dios no siempre vence porque la criatura es pesada, hasta que no elige el amor como ley suya, y, siendo pesada, desciende, y tiende más fácilmente a aquello que supone satisfacción inmediata y de las partes más bajas del hombre. Vosotros, por lo que digo acerca de la debilidad humana, podéis comprender cuán necesario es desconfiar de sí mismo y poner mucha atención a nuestro prójimo, para no unir el veneno de una conciencia impura al que ya fermenta en nosotros”
.   ● “Si todo hombre culpable de graves pecados pudiese, quisiese hablar, diciendo cómo llegó a esos pecados, se vería que en origen hubo siempre una mala amistad”.- ■ Jesús: “Cuando se cae en la cuenta de que un amigo destruye nuestro corazón, cuando sus palabras turban nuestra conciencia, cuando sus consejos escandalizan, hay que saber dejar esa amistad porque es dañosa. Persistiendo, se acabaría pereciendo en el espíritu porque se pasaría a acciones que alejan a Dios, que impiden a la conciencia endurecida comprender las inspiraciones de Dios. Si todo hombre culpable de graves pecados pudiese, quisiese hablar, diciendo cómo llegó a esos pecados, se vería que en origen hubo siempre una mala amistad…”. Samuel de Nazaret asiente en voz baja: “¡Es verdad!”. ■ Jesús: “Desconfiad de los que después que os hicieron guerra sin motivo alguno, os llenan de honras y regalos. Desconfiad de aquellos que, después de haber combatido contra vosotros sin motivo, de golpe os colman de honores y regalos. Desconfiad de los que alaban todas vuestras acciones y son hombres que alaban todo: o sea, alaban al perezoso como buen trabajador, al adúltero como marido fiel, al ladrón como honrado, al violento como manso, al mentiroso como sincero, al mal creyente y al discípulo perverso como modelos. Lo hacen para destruiros y servirse de vuestra destrucción para sus fines astutos. Huid de aquellos que quieren embriagaros de alabanzas y promesas para que llevéis a cabo acciones que, de no estar embriagados, no aceptaríais hacer. Y cuando hayáis jurado fidelidad a uno no tratéis con sus enemigos. Solo se acercan a vosotros para perjudicar al que odian, y perjudicar con vuestra misma ayuda. ■ Abrid los ojos. Ya en otras ocasiones he dicho: sed astutos como las serpientes, además de sencillos como las palomas (2). Porque, para tratar de las cosas del espíritu, la sencillez es santa, pero, para vivir en el mundo sin perjudicarse uno a sí mismo y perjudicar a los amigos, es necesaria la astucia que sabe descubrir las tretas de quien odia a los santos. El mundo es un nido lleno de serpientes. Procurad conocer el mundo y sus modos de obrar. Y luego, estando como palomas no entre el fango donde están las sierpes, sino en el alto abrigo sobre la roca, tened el corazón sencillo de los hijos de Dios. Y orad, orad, porque en verdad os digo que la gran Serpiente silba a vuestro alrededor, que os estáis en grave peligro; y quien no vigile, perecerá. ■ Sí. Entre los discípulos habrá quien perecerá, con gran júbilo de Satanás e infinito dolor de Cristo”. Los apóstoles preguntan: “¿Quién será, Señor? ¿Acaso uno que no es de los nuestros? un prosélito, uno… no de Palestina, uno…”. Jesús: “No indaguéis. ¿No está, acaso, escrito que la abominación (3) entrará, como de hecho ya ha entrado, en el lugar santo? Ahora bien, si se puede pecar aun junto al Santo ¿no podrá pecar alguno de entre mis seguidores galileo, o judío? Velad, velad, amigos míos. Velad por vosotros mismos y por los demás, vigilad lo que os dicen los otros y lo que os dice vuestra conciencia. Y si por vosotros no tenéis luz para ver, venid a Mí. Yo soy la Luz”. ■ Pedro gesticula y susurra detrás de Juan, que hace señal de que no, que no. Jesús vuelve la mirada, ve… pero se pone en actitud seria y hace ademán de alejarse. Jesús se alza, sonríe levemente… Luego entona la oración, bendice, despide a las personas. Y se queda solo, a orar más. (Escrito el 17 de Julio de 1946).
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1  Nota  : Cfr.  Ecclo, 8,21.   2  Nota  : Cfr. Mt. 10,16.   3  Nota  : Cfr.  Dan. 9,27;  11,31;12,11.

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Índice del tema “Judas Iscariote”, 3º año v. p. de Jesús.- 2ª parte

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6-372-78 (7-62-415).- En la Parasceve – Ante el hostigamiento judío, abandono del Getsemaní.- Lección a J. Iscariote sobre el Reino y sobre el encuentro con  Claudia.
6-373-81 (7-63-419).- En la Parasceve. En el Templo. Encuentro con muchos de los desheredados del día del convite en la Casa de Cusa.- Elogio a la ancianidad.- Encuentro con Nique. Aceptada como discípula.- Duras acusaciones contra sus enemigos.  
6-374-88 (7-64-425).- En la Parasceve. En Jerusalén con Samuel, exprometido de Analía.
6-375-98 (7-65-434).- Las consecuencias de la conducta de Samuel deberían ser una enseñanza para Judas.
6-376-105 (7-66-441).- Mannaén trae una invitación de Herodes Antipas y habla del servilismo de Cusa.- Unos sanedristas visitan a Lázaro.- Condena al Templo corrompido.
6-377-112 (7-67-449).-  La pureza de la Virgen, Mujer de alma de niño, más aún, Mujer de alma de ángel, será la piedra preciosa del Paraíso.- “Marta, imita  a tu hermana. María ha escogido la parte mejor”
6-377-115  (————).-  “Ahí tenéis completo el ciclo de María Magdalena”.
6-378-116 (7-68-452).- En Betania, Jesús despide a su Madre y mujeres, que regresan a Galilea, y desmonta las ilusiones de Judas Iscariote. Parábola de los pájaros, criticada por judíos enemigos que tienden una trampa.
6-382-143 (7-72-477).-  En casa de Nique, cerca de Jericó.
6-382-147 (7-72-480).- Una encomienda y una promesa para Nique. Encomienda: atender  a un esenio  recién convertido.  Una promesa: que es un deseo de la propia Nique: “¡No me escondas tu rostro torturado!”.
6-384-159 (7-74-492).- El anciano Ananías —abandonado por su nuera, viuda— guardíán de la casita de Salomón.
6-385-167 (7-75-500).- Los apóstoles vuelven después de predicar.
6-388-177 (7-78-509).- El misterio del Mar Muerto, desvelado por Jesús.- Exhortación a J. Iscariote, “desde hace días ¡eres tan bueno!”, que irá a Betania con Zelote a comunicar a las hermanas que lleven a  la joven Egla a Nique.
6-392-199 (7-82-529).- La hostilidad de Masada, ciudad-fortaleza.
6-393-203 (7-83-534).- Jesús con los diez llega a la casa de campo de la madre de Judas Iscariote. Posteriormente, llegan también Zelote y J. Iscariote. Judas dice haber visto a Claudia.
6-394-208 (7-84-537).- Parábola de las dos voluntades y despedida de los habitantes de Keriot.
6-395-212 (7-85-541).- Las dos madres infelices de Keriot.  Adiós a la madre de Judas.
6-399-238 (7-88-561).- Elisa comunica a Jesús que Juana quiere hablarle en secreto por algo grave.- El amor materno de Elisa.
6-400-241 (7-89-563).- Juana de Cusa comunica a Jesús el enojo provocado por Iscariote a Claudia.
6-401-245 (7-90-567).- Pedro y Bartolomé llegan a Béter por un grave motivo.- Éxtasis de la escritora.
6-402-251 (7-91-572).- Judas Iscariote se siente descubierto durante el discurso de despedida en Béter.
6-403-257 (7-92-578).- Una lucha y victoria espiritual de Simón de Jonás, ante una provocación de J. Iscariote.
6-406-277 (7-95-597).-  En Joppe. Palabras inútiles de Jesús a Judas Iscariote.
6-410-306 (7-99-622).- Provocaciones de Judas Iscariote en el grupo apostólico.
6-411-315 (7-100-630).- La alegría de  Jesús cuando ve que un alma busca la Luz.
6-411-318 (7-100-633).- “Sabía Yo que Judas no se salvaría… ¿Y entonces por qué me sentía feliz?”.
6-414-331 (7-103-645).- Convite en casa del fariseo-Anciano Elquías.  Invectiva contra fariseos y doctores (1).- Conjura para matar a Jesús utilizando a J. Iscariote.
6-420-373 (7-111-688).- Palabras del endemoniado de la Decápolis sobre Judas.
6-422-386 (7-113-701).- Jesús anuncia el viaje a Cesarea Marítima. Iscariote con sus malos humores, ocasiona la lección sobre los deberes y los siervos inútiles.
6-423-391 (7-114-705).- Partida del Iscariote, que ocasiona la lección sobre el amor y el perdón: “Si tu hermano pecaY si siete veces al día…”.
6-425-401 (7-116-715).- En Cesarea Marítima.- Los romanos mundanos preparan una orgía.
6-426-412  (7-117-725).- En Cesarea Marítima, las romanas buscan un desmentido de la versión de Judas. Profecía en Virgilio.- La joven esclava,  Gala,  salvada.- El Númida esclavo mudo.
6-427-429 (7-118-740).- Jesús se encuentra con discípulos/as e Isaac que le comunica que Judas de Keriot les espera.- Mirta y Noemí se ofrecen para cuidar de Áurea Gala.
6-428-437 (7-119-748).- Jesús se encuentra con Judas Iscariote.
6-429-437 (7-120-748).- En la llanura de Esdrelón. Judas quiere saber lo que pasó en Cesarea.
6-432-452 (7-124-762).- Despedida de los campesinos de Yocana.- Separación del grupo apostólico.- Judas Iscariote desea quedarse Tiberíades.
7-437-23  (8-129-27).-  Coloquio de Jesús con su Madre.
7-438-31  (8-130-34).-  Tiberíades, María Stma. se encuentra con Judas claramente borracho.
7-442-50 (8-134-53).- Judas Iscariote llega a Nazaret, a casa de María Stma.
7-445-68 (8-137-70).- Judas Iscariote encuentra a Jesús en Tiberíades.- Llegada de Juana, de María Stma. y María de Alfeo.- Judas debe avisar a Samuel de Nazaret.- Una vieja canción del lago.
7-449-97 (8-141-98).- En Cafarnaúm, el niño Alfeo, desamado de su madre, aceptado por Jesús.
7-454-137 (8-146-135).-  El juicio de los niños es siempre desfavorable para Judas.- Gamala y recuerdo del episodio de los cerdos..
7-459-169 (8-151-167).- El perdón a Samuel de Nazaret, que acusa a Iscariote de infundirle terror.- Lección sobre las malas amistades.