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-Una de las razones de  esta Obra: haceros conocer el misterio de Judas»
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-En el tema de “Judas Iscariote” se incluye:
Familia de Lázaro de Betania (Lázaro, Marta, María Magdalena), Pastores de la Gruta de Belén, y otros personajes de la Obra.

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 Tema “Judas Iscariote”, 2º año vida pública de Jesús, 2ª parte, comprende:
Episodios y dictados  extraídos de la Obra magna
«El Evangelio como me ha sido revelado»
(«El Hombre-Dios»)
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4-231-15 (4-92-565).- En Cafarnaúm Jesús y Marta hablan de la crisis que atormenta a María Magdalena.
* Para Marta, su hermana María Magdalena ahora es peor que antes.- ■ Jesús, sudoroso y empolvado, regresa con Pedro y Juan a la casa de Cafarnaúm (1). Apenas ha puesto pie en el huerto, que da la cocina, cuando el dueño de la casa, familiarmente le llama y le dice: “Jesús, ha vuelto esa mujer de la que te hablé en Betsaida; ha vuelto y te buscaba. Le he dicho que te esperara y la llevé arriba, a la habitación superior”. Jesús agradece al dueño: “Gracias, Tomás. Voy enseguida. Si vienen los demás, entretenlos“. Jesús sube rápido por la escalera sin quitarse siquiera el manto. En el lugar donde arranca la escalera está Marcela, la sierva de Marta. Dice la mujer arrodillándose ante Jesús: “¡Oh, Maestro nuestro! Mi señora está allí dentro. Hace días que te está esperando”. Jesús: “Me lo imaginaba. Voy enseguida a verla. Dios te bendiga, Marcela”. Jesús levanta la cortina que protege de la luz, aún violenta, a pesar de que la puesta del sol esté ya adelantada (vuelve fuego al aire y parece encender las casas blancas de Cafarnaúm, que semejan unos braseros encendidos). En la habitación está Marta, toda velada y envuelta en el manto, sentada cerca de una ventana. Quizás mira a un trozo de lago en donde una colina llena de árboles ha metido sus pies en él, quizás solo mira a sus pensamientos. Lo que sí es cierto es que está muy absorta, tanto que no siente el ligero caminar de Jesús que se acerca. Da un sobresalto cuando la llama. Marta grita: “¡Oh, Maestro!”. Y cae de rodillas con los brazos extendidos, como pidiendo ayuda, y luego se inclina hasta tocar el suelo con la frente y se pone a llorar. ■ Jesús: “¿Pero qué sucede? ¡Levántate! ¿Por qué estas lágrimas? ¿Te ha sucedido alguna desgracia que me tengas que contar? ¿Sí? ¿Cuál, pues? Estuve en Betania, ¿lo sabes? ¿Sí? Y allí supe que había buenas noticias. Y ahora tú con este llanto… ¿Qué pasó?” y la obliga  a levantarse, y a que se siente en el asiento que está colocado contra la pared. Él se sienta frente a ella. Jesús: “Vamos, quítate el velo y el manto, como Yo lo estoy haciendo. Debes morirte de calor. Y luego quiero ver la cara de esta Marta intranquila, para que le despeje todas las nubes que la oscurecen”. Marta obedece sin dejar de llorar, y se ve su rostro colorado, con ojos hinchados por las lágrimas. Jesús: “¿Entonces? Te ayudaré. María te mandó llamar. Ha llorado mucho, ha querido saber mucho de Mí y has llegado a imaginar que se trata de una buena señal, tanto es así que has manifestado tu deseo de que Yo viniera aquí para realizar el milagro. Aquí estoy, pues ¿Y ahora?…”. ■ Marta: “Ahora ya nada, Maestro. Me equivoqué. Fue una esperanza tan grande que me hizo ver cosas inexistentes… Te hice venir para nada… María es peor que antes… ¡No! ¡Qué estoy diciendo! La calumnio, mintiendo. No es peor, porque no quiere ya más hombres a su alrededor, es que es distinta; pero sigue siendo mala. Me parece que está loca… Yo ya no la entiendo. Antes por lo menos la entendía. ¡Pero ahora! ¿Quién la entiende?”, y Marta llora desesperada. Jesús: “¡Ea! Tranquilízate y dime qué cosa hace. ¿Por qué es mala? Así pues, no quiere a su alrededor hombres. Me imagino que vivirá sola en su casa. ¿No es así? ¿Sí? Bien. Eso está muy bien. El haber deseado que tú estuvieses cerca de ella, como para protegerse contra las tentaciones —son tus palabras— y para evitarlas apartándose de relaciones culpables, o simplemente de lo que podría llevarla a relaciones culpables, es señal de buena voluntad”. Marta: “¿Piensas que sí, Maestro? ¿De veras lo crees así?”. Jesús: “Pues claro. ¿En qué te parece mala?”.
* La lucha de María Magdalena contra el monstruo que la oprime.- ■ Jesús prosigue: “Cuéntame qué hace…”. Marta, un poco animada con las palabras de Jesús, habla con mayor claridad: “Mira. Desde que llegué, María no ha vuelto a salir de casa, del jardín, ni siquiera para ir al lago con la barca. Su nodriza me dijo que ya de antes no salía casi nada. Parece que este cambio empezó desde la Pascua. Pero, antes de que yo viniese, todavía había personas que iban a buscarla, y no siempre las rechazaba. Algunas veces daba órdenes de que no dejasen pasar a ninguno. Pero luego, si, habiendo oído las voces de los visitantes, iba al vestíbulo y ya éstos se habían marchado, incluso pegaba a los sirvientes, en un arrebato de injusta ira. Desde que llegué no ha vuelto a hacerlo. La primera tarde, y por esto he abrigado estas esperanzas, me dijo: «Sujétame, amárrame incluso… pero no me dejes salir ya más, no dejes que vea a nadie sino a ti o la nodriza, porque estoy enferma y me quiero curar. Esos que vienen a verme, o que quieren que yo vaya a verlos, son semejantes a pantanos de fiebre. Con ellos enfermo cada vez más. Pero su apariencia es muy hermosa, son exuberantes, están llenos de cantos, tienen frutos de aspecto tentador; tanto que no sé resistir porque soy una infortunada, una desgraciada. Marta, tu hermana es una débil, y hay quien se aprovecha de su debilidad para que cometa cosas infames, aunque un resto de mí no consiente en ellas, el único resto que me queda todavía de mi madre, de mi pobre madre…» y se ponía a llorar, a llorar. Yo me porté con ella: con dulzura en las horas en que era más razonable, con firmeza cuando parecía una fiera enjaulada. Jamás se rebeló contra mí; es más, pasados los momentos de mayor tentación, venía a llorar a mis pies, con la cabeza sobre mis rodillas y me decía: «¡Perdóname, perdóname!» y si le preguntaba: «¿Por qué hermana? No me has hecho nada», me respondía: «Porque hace unos momentos, o ayer por la noche, cuando me dijiste: ‘No puedes salir fuera de aquí’, en mi corazón te odiaba, maldecía y deseaba que murieras». ¿No es esto, Señor, por ventura doloroso? ¿Que está loca? ¿A esto la llevó el vicio? Me imagino que algún amante suyo le haya dado una pócima para hacerla esclava de la lujuria y que la haya llegado hasta el cerebro…”. ■ Jesús: “No, no se trata de filtros ni de locuras, es otra cosa. Pero… sigue”. Marta: “Bien. Conmigo es respetuosa y obediente. No ha maltratado más a sus siervos. Pero después de la primera noche no ha preguntado más sobre Ti. Es más, si yo le hablo de Ti, desvía la conversación; salvo cuando se queda horas y horas en el peñasco de la panorámica del mirador y se queda contemplando el lago, hasta el cansancio, y me pregunta a cada barca que ve pasar: «¿Te parece que sea la de los pescadores galileos?». Jamás pronuncia tu Nombre, ni el de los apóstoles. Pero yo sé que ve a ellos y a Ti en la barca de Pedro. También colijo que piensa en Ti porque algunas veces en la noche, mientras paseamos por el jardín o bien esperamos a que llegue la hora de dormir, —yo cosiendo y ella mano sobre mano sin hacer nada— me dice: «¿De este modo es necesario vivir según la doctrina que sigues?». ■ Y a veces se echa a llorar, otras a reír con unas carcajadas sarcásticas, de loca, o de demonio. Otras veces se suelta los cabellos, que siempre trae muy bien arreglados, y hace dos trenzas, se pone uno de mis vestidos y me viene con las trenzas sueltas por la espalda, o dispuestas por delante, sin ningún escote, púdica, con aire de jovencita por el vestido, las trenzas y la expresión del rostro, y me pregunta: «¿A este punto debe llegar María?». En estos casos algunas veces se pone a llorar besándose sus espléndidas y gruesas trenzas, que le llegan hasta las rodillas, toda esa belleza que era la gloria de mi madre; pero también a veces echa esa horrenda carcajada o bien me dice: «Mira, mira bien, mira lo que hago, así me quito de en medio», y se rodea la garganta con las trenzas y aprieta hasta que se pone morada, como si quisiera estrangularse. ■ Otras veces, cuando parece que siente más fuerte la tentación de su carne, le da por compadecerse de sí misma, o por darse golpes, arañarse la cara, darse cabezazos contra la pared; y si la pregunto: «¿Por qué haces eso?», se me vuelve, como fuera de sí, con una mirada feroz, de enajenada, responde: «Para despedazarme, despedazar mis entrañas, mi cabeza. Las cosas nocivas, las cosas malditas deben destruirse. Yo me destruyo». ■ Si le hablo de la misericordia divina, de Ti —porque yo no la hago caso y la hablo de Ti como si fuese ella la más fiel de tus discípulas, y te juro que a veces me arrepiento de hablar de Ti ante ella— me responde: «Para mí no puede haber misericordia. He pasado la medida». Y es entonces cuando la desesperación se apodera de ella, se golpea hasta que le mana sangre y grita: «¿Por qué tengo este monstruo que me destroza, que no me deja un momento de paz, que me arrastra al mal con voces de cantos y luego se juntan a éstas las voces de maldición de papá y mamá, y las vuestras? Porque también tú y Lázaro me maldecís, como también Israel. ¿Por qué me trae estas voces para hacerme enloquecer?…». Cuando habla así le respondo: «¿Por qué piensas en Israel que es un pueblo, y no piensas en Dios? Dado que no pensaste antes, cuando todo lo pisoteabas, piensa ahora en vencer todo, y a no preocuparte más del mundo, sino de Dios, de papá, de mamá. Ellos no te maldicen si cambias de vida, sino más bien te abren sus brazos…». Ella me escucha, pensativa, estupefacta como si le dijese un cuento imposible. Luego se echa a llorar, pero no dice más. ■ Algunas veces ordena a los siervos que le lleven vinos y manjares, y bebe diciendo: es «para no pensar». Ahora, desde que sabe que estás en el lago, siempre que sabe que vengo aquí, me dice: «Un día voy a ir también yo», y, riéndose con esa sonrisa que es un insulto a sí misma, concluye: «Así, al menos, la mirada de Dios caerá también en el estiércol». Pero yo no quiero que venga, así que espero a venir aquí cuando ella, cansada de ira, de vino, de llanto, de todo, se eche a dormir derrengada. Hoy también he salido de este modo. Volveré de noche, antes de que se despierte. Esta es mi vida… Ya no tengo esperanza…”. Y el llanto, refrenado mientras hablaba, vuelve a aparecer más fuerte que antes.
* “¡Oh pobre alma que de los 7 demonios, el menos fuerte que tiene es el de la soberbia! Solo por eso se salvará”.- ■ Jesús: “¿Te acuerdas, Marta, de lo que un día te dije «María es una enferma»? No lo quisiste creer. Ahora lo estás viendo. Tú la crees loca. Ella misma dice que está enferma de fiebre pecaminosa. Yo digo: enferma de posesión diabólica. Siempre es una enfermedad. Sus incoherencias, sus arrebatos de ira, sus llantos, desconsuelos, ansia de venir a Mí son las fases de su enfermedad, que, cuando va llegando al momento de su curación, experimenta las crisis más violentas. Haces bien en ser bondadosa con ella, en ser paciente, en hablarle de Mí. No te repugne pronunciar mi Nombre en su presencia. ¡Pobre alma de mi María! También salió del Padre Creador, igual que las demás, que la tuya, que la de Lázaro, que la de los apóstoles y discípulos. También ella está incluida entre las almas por las que me he hecho carne para ser Redentor. Mejor dicho, he venido más por ella que por ti, que por Lázaro, los apóstoles y discípulos. ¡Pobre alma de mi María a quien amo tanto, de mi María envenenada con siete venenos además del veneno primogénito y universal, de mi María prisionera! ¡Déjala que venga a Mí! ¡Deja que respire mi aliento, que oiga mi voz, que encuentre mi mirada!… Si se llama a sí misma: «estiércol»… ¡Oh pobre alma que de los siete demonios, el menos fuerte que tiene es el de la soberbia! Solo por eso se salvará”. ■ Marta: “Pero, ¿y si sale y encuentra a alguien que la desvía nuevamente al vicio? Ella misma siente este temor…”. Jesús: “Y siempre lo temerá, ahora que ha llegado a experimentar náuseas del vicio. Pero no te preocupes. Cuando un alma tiene ya el deseo de ir al Bien, y tan solo la retiene el Enemigo diabólico —que sabe que va a perder su presa— y el enemigo personal que es el «yo» —que razona todavía muy humanamente y se juzga a sí mismo humanamente, que cree que Dios juzga como él (para impedirle al espíritu dominar al yo humano)— entonces esa alma es ya fuerte contra los asaltos del vicio y de los viciosos: ha encontrado la Estrella Polar, y no se desviará más. ■ No le vuelvas a decir «¿No pensaste en Dios y sí piensas en Israel?». Es un reproche escondido. No lo hagas. Es una mujer que ha escapado de las llamas. Es toda ella una llaga. No la toques sino con bálsamos de dulzura, perdón, esperanza… Déjala libre de venir. Es más, debes decirle que cuándo va a venir. Pero no le digas: «Ven conmigo»; al contrario, si te percatas de que viene, tú no vengas. Regrésate. Espérala en casa. Volverá a ti quebrantada por la Misericordia. Porque Yo tengo que eliminar esa malvada fuerza que ahora la oprime. Durante unas horas, será como una a la que hubieran abierto las venas, como una a la que el médico hubiera quitado los huesos. Pero luego se sentirá mejor. Estará aturdida. Tendrá gran necesidad de caricias y de silencio. Asístela como si fueses su segundo ángel custodio, sin hacerlo notar. Si la ves llorar, déjala que llore. Si te hiciera preguntas, déjala que las haga. Si la vieres sonreír con una sonrisa cambiada, con una mirada y rostro distintos, no le hagas largas preguntas, no trates de dominarla. ■ Sufre ahora más en el subir que cuando bajó. Y debe ser ella quien suba, como por sí misma bajó. Entonces no soportaba vuestras miradas puestas en su descenso, porque en vuestros ojos había reproche. Pero ahora, con su vergüenza, que por fin se ha despertado, menos aún puede soportar vuestra mirada: entonces era fuerte porque tenía en sí a Satanás, su amo, y con él la fuerza siniestra que la sostenía, de forma que podía desafiar al mundo, y, a pesar de ello no resistía vuestra mirada cuando pecaba; ahora ya no tiene por amo a Satanás, sino que es solo huésped en ella, todavía, aunque ya el deseo de María le tiene sujeto por la garganta. Y no me tiene a Mí todavía. Por eso es demasiado débil. No puede soportar ni siquiera la caricia de tus ojos de hermana puestos en su confesión a su Salvador. Toda su energía está dirigida y consumida, en tener asidos de la garganta a los siete demonios. Para todo lo demás está indefensa y desnuda. Pero Yo la vestiré de nuevo y la fortaleceré”.
* “Dile que hablaré cerca de la Fuente, aquí en Cafarnaúm”.-Jesús: “Ve en paz, Marta. Y mañana, con tacto, dile que hablaré cerca de la Fuente, aquí en Cafarnaúm, al atardecer. ¡Vete en paz! ¡Vete en paz! ¡Te bendigo!”. Marta está todavía perpleja. Jesús, que la está mirando, le dice: “No caigas en la incredulidad, Marta”. Marta: “No, Señor. Pero pienso… ¡Oh! dame alguna cosa que pueda llevar a María para infundirle un poco de fuerza… Sufre mucho… y yo tengo miedo de que no logre vencer al demonio”. Jesús: “¡Eres una niña! María me tiene a Mí y a ti. ¿No lo logrará? ■ De todas formas, ven; ten; dame esta mano que jamás ha pecado, que ha sabido ser dulce, misericordiosa, activa, piadosa, que siempre ha tendido gestos de amor y de oración, que jamás se ha pasado las horas en el ocio y que jamás se ha corrompido. Mira, la tengo entre las mías para hacerla más santa. Levántala contra el demonio y él no la soportará. Toma esta faja mía. No la tires. Y cada vez que la vieres dite a ti misma: «Más fuerte que esta faja de Jesús es el poder de Jesús y con ello se vence: demonios y monstruos. No debo tener miedo». ¿Estás contenta ahora? Mi paz sea contigo. Vete tranquila”. Marta le hace una profunda reverencia y se va. El carro de Marcela está a la puerta. Jesús sonríe mientras la ve tomar asiento y partir en dirección a Magdala. (Escrito el 27 de Julio de 1945).
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1 Nota :  “Casa de Cafarnaúm”. Se trata de la casa de un cierto Tomás, mencionado también en otros pasajes, conocido íntimo de la familia de Jesús, con mujer y sin hijos. Su casa de Cafarnaúm era considerada la casa de Jesús, como en Mateo 4,13. Cfr. Personajes de la Obra Magna: Tomás de Cafarnaúm.
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(<Se sabe  ya, y en Magdala todos hablan de ello, que Magdalena ya no sale ni da sus fiestas>)
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4-233-27 (4-94-577).- En Cafarnaúm, parábola de la oveja perdida (1). María Magdalena también, la oye.
* Relato de la parábola. Jesús está hablando a la gente. Desde encima del borde arbolado de un riachuelo, está hablando a numerosa gente esparcida por un campo de trigo ya recogido hace poco, que presenta el desolador aspecto de los rastrojos. Declina la tarde. La luna empieza a salir. Es un atardecer bello y claro de los primeros días de verano. Los rebaños regresan a sus rediles y se oye el din-don de los cencerros, que se mezcla con el cantar de los grillos y de las chicharras, un intenso cri, cri, cri. Jesús se inspira en los rebaños que están pasando. Dice: “Vuestro Padre es como un pastor solícito. ¿Qué hace un buen pastor? Busca pastos buenos para sus ovejas, donde no haya ni cicuta ni hierbas venenosas, sino dulces tréboles, buenas hierbas y raíces amargas aunque saludables. Busca lugares donde, además de comida, haya también un riachuelo fresco y puro, y sombra de árboles, y que no surjan las víboras entre el pasto. No trata de buscar los pastos de hierba alta, porque sabe que en ellos es fácil encontrar peligrosas culebras y hierbas nocivas; prefiere, más bien, los pastos montanos, de hierba no muy alta, donde el rocío limpia y da frescura a la tierna hierba y el sol la limpia de reptiles, donde el aire es fresco, ligero y no cargado y malsano, como en la llanura. El buen pastor observa a cada una de sus ovejas. Si están enfermas, las cuida; si heridas, las cura; llama a la que es demasiado glotona y corre el peligro de enfermarse; a la que enfermaría por estar demasiado expuesta a la humedad, o demasiado al sol, le dice que vaya a otro lado; y, si una está desganada y no come, trata de buscarle hierbas aciduladas y aromáticas para despertarle el apetito, y se las da con su propia mano, hablándole como a una persona amiga. Así hace el Padre que está en los Cielos con sus hijos que andan errantes por la tierra. Su amor es el cayado que los reúne; su voz, la guía; sus pastos, su Ley; su redil, el Cielo. ■ Pero, he aquí que una oveja le abandona. ¡Cuánto le amaba! Era joven, limpia, cándida, como una nubecilla en el cielo de abril. El pastor la veía con ojos llenos de amor, al pensar lo que podía hacer por ella. Pero ésta le abandona… Es que ha pasado, a lo largo del camino que bordea los pastos, un tentador. No tiene la casaca austera, sino un vestido de mil colores. No lleva cinturón de cuero de donde penden hacha y cuchillo, sino cinturón de oro del que penden cascabeles de plata, melodiosos cual canto de ruiseñor, y ampollas de perfumes embriagadores… No lleva tampoco bastón, como el pastor bueno, con que reunir y defender a las ovejas, y, si el bastón no fuera suficiente, las defenderá solícito con el hacha y el cuchillo y hasta con su vida. No, este tentador que pasa, tiene en sus manos un incensario brillante de piedras preciosas de donde emana un humo que es hedor y perfume al mismo tiempo, pero que aturde; de la misma forma los tornasoles de las joyas —¡qué falsas!— deslumbran. Pasa cantando mientras deja caer puñados de sal, de una sal que brilla en el camino oscuro… Noventa y nueve ovejas miran, pero permanecen donde están; la oveja número cien, la más joven y estimada, da un salto y desaparece detrás del tentador. El pastor la llama, pero ella no vuelve. Va más veloz que el viento para tratar de alcanzar al que ha pasado. Para tener fuerzas en su carrera, gusta aquella sal. La sal le entra dentro, le produce un extraño delirio que la abrasa. Por ello, siente necesidad de aguas profundas y verdes de una espesura tenebrosa, donde, siguiendo al tentador, se hunde y penetra, sube y baja y cae…  una, dos, tres veces; y una, dos, tres veces siente alrededor de su cuello el contacto viscoso de reptiles. Queriendo beber, bebe aguas contaminadas; queriendo alimentarse, come hierbas brillantes por las babas asquerosas que las cubren. ■ Entre tanto ¿qué hace el buen pastor? Deja cerradas en lugar seguro las noventa y nueve fieles y se pone en camino. No deja de caminar hasta que encuentra huellas de su oveja perdida. Y como ella no regresa a él, a pesar de que sigue invitándole con sus gritos, él va a donde ella. La ve desde lejos, ebria, atrapada entre lazos de reptiles, tan ebria que no siente siquiera la nostalgia del rostro que la ama; antes bien, se burla de él. De nuevo la ve, culpable de haber penetrado cual ladrona en casa ajena, tan culpable que ya no se atreve a mirarle… Y, a pesar de todo, el pastor no se cansa… y continúa… la busca, la busca, la sigue, la acosa. Va llorando sobre las huellas de la oveja perdida: mechones de lana: pedazos de alma; manchas de sangre: crímenes diversos; suciedades: pruebas de su lujuria; él sigue adelante y la alcanza.
.  ●  María Magdalena se lleva sus manos bajo el velo y llora al oír: “Te he encontrado, amada”. ■ Te he encontrado, amada. ¡Te he alcanzado! Cuánto he caminado por ti, para llevarte de nuevo al redil. No agaches la frente humillada. Tu pecado está sepultado en mi corazón. Nadie, fuera de Mí que te amo, lo conocerá. Te defenderé de las críticas de los demás, te cubriré con mi persona como escudo contra las piedras de tus acusadores. ¡Ven! ¿Estás herida? ¡Oh muéstrame tus heridas! Las conozco pero quiero que me las muestres con la confianza que tenías conmigo cuando eras pura y me mirabas a Mí, tu pastor y Dios, con ojos inocentes. Aquí están las heridas. Todas tienen nombre. ¡Qué profundas son! ¿Quién te ha hecho estas heridas tan profundas en el fondo del corazón? Lo sé: el Tentador. Es el que no tiene bastón ni hacha, pero que causa mucho mal con su mordisco envenenado, y después de él hieren también las joyas falsas de su incensario que te sedujeron con su brillante color… y que eran en realidad piedras de azufre de infierno, sacadas a la luz para abrasarte el corazón. ¡Mira! ¡Cuántas heridas! Tu lana está desecha, tiene sangre, tiene cardos. ■ ¡Oh pobre pequeña alma engañada! Pero dime: si Yo te perdono, ¿me amarás? Pero dime; si tiendo a ti los brazos, ¿vendrás a ellos? Dime: ¿tienes sed del amor bueno? Entonces ven y renace. Regresa a los pastos santos. Llora. Tu llanto y el mío lavan las huellas de tu pecado. Y Yo para alimentarte,  pues estás enflaquecida por el mal en que has ardido, me abro el pecho, me abro las venas, y te digo: «¡Aliméntate y vive!». Ven, te tomaré en mis brazos. Iremos más veloces a los pastos santos y seguros. Olvidarás todo lo sucedido en esta hora desesperada. Tus noventa y nueve hermanas, las buenas, se alegrarán con tu regreso. Sí, porque Yo te lo aseguro —ovejita mía perdida a quien he buscado desde tierras muy lejanas, a quien he encontrado y he salvado— que los buenos hacen más fiesta por uno que, habiéndose extraviado, regresa, que no por noventa y nueve justos que jamás se han alejado del redil”. ■ Jesús, en todo este tiempo, en ninguna ocasión se ha vuelto a mirar al camino que tiene a sus espaldas, a donde llegó, entre la penumbra del atardecer, María Magdalena, todavía elegantísima, pero al menos vestida y cubierta con un velo oscuro que no deja traslucir sus rasgos y sus contornos. Cuando Jesús dice: “Te he encontrado, amada”, María se lleva sus manos bajo el velo y llora, con un llanto silencioso y continuo. La gente no la ve porque ella está a este otro lado de la orilla del río, que bordea el camino. La ven solo la luna que ya está alta y el espíritu de Jesús… (Escrito el 12 de Agosto de 1944).
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1  Nota  : Cfr. Lc. 15,3-7. No será inútil volver a leer:  Jer. 23,1-4; Ez.34; Zac. 11,4-17; Ju. 10,1-18.
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4-234-29 (4-95-580).- Normas para los directores de almas basadas en el comentario de tres episodios sobre la conversión de María Magdalena (1).
Las causas, si no de la mitad o por lo menos de 4/10 de las conversiones fallidas, son la negligencia de los que están designados para esta misión de convertir”.- ■ Dice Jesús: “Desde Enero, cuando te hice ver la cena en casa de Simón el fariseo (2), tú, y quien te guía, tuvisteis deseos de conocer mejor a María de Magdala, y las palabras que le dirigí. Siete meses después os doy a leer estas páginas para satisfacer vuestro deseo y para dar una norma a los que deben saber inclinarse sobre estas lepras del alma, y para brindar, a estas infelices que se ahogan en su tumba de vicio, una voz que quiera invitarlas a salir de él. ■ Dios es bueno. Con todos es bueno. No mide con la medida humana. No hace diferencias entre pecado y pecado mortal. El pecado, cualquiera que sea, le causa dolor. El arrepentimiento le proporciona alegría y le inclina a perdonar. La resistencia a la Gracia le hace inexorablemente severo, porque la Justicia no puede perdonar al impenitente que muere en tal estado, no obstante todos los auxilios que se le dan para convertirse. Las causas, si no de la mitad o por lo menos de cuatro décimas de las conversiones fallidas, son la negligencia de los que están designados para esta misión de convertir; un mal entendido y falso celo que no es sino velo que cubre un real egoísmo y orgullo, en virtud del cual se quedan tranquilos en su propio refugio y no descienden al fango para arrancar de él un corazón. «Yo soy puro, digno de respeto. No voy allí donde hay podredumbre, y donde se me puede faltar al respeto». Quien así habla, ¿no ha leído en el Evangelio que el Hijo de Dios vino a convertir a publicanos y meretrices, además de a los justos que estaban en el ámbito de la Ley antigua? ¿No piensan que el orgullo es impureza de mente, que la falta de caridad es impureza de corazón? ¿Que sufrirás humillación? Yo la sufrí primero y más que tú, y era el Hijo de Dios. ¿Que tendrás que arrastrar tu vestidura sobre la inmundicia? ¿Y no toqué Yo, acaso, con mis manos esta inmundicia para ponerla en pie y decirle: «Anda por este nuevo camino»? ■ ¿No os acordáis de lo que dije a vuestros predecesores? «En cualquier ciudad o poblado que entraseis, informaos de quién hay merecedor de vuestra presencia y quedaos en su casa». Esto lo dije para que el mundo no murmure. El mundo que fácilmente ve el mal en todas las cosas. Pero añadí: «Cuando entréis en las casas  —‘casas’ dije, no ‘casa’—  saludadlas diciendo: ‘Paz sea en esta casa’. Si la casa es digna de recibirla, la paz descenderá sobre ella; si no,  volverá a vosotros». Esto lo dije para enseñaros que, si no hay prueba clara de impenitencia, debéis tener para con todos un mismo corazón. Y terminé la enseñanza diciendo: «Y si alguien no os recibe, y no escucha vuestras palabras, al salir de esas casas o ciudades, sacudid el polvo que se os haya pegado a las suelas». Y la fornicación, para los buenos, para aquellos a quienes la Bondad constantemente amada hace semejantes a un cubo de cristal liso, no es sino polvo que, para quitarlo, basta sacudirlo o soplar. ■ Sed verdaderamente buenos. Formad un bloque único con la Bondad eterna en medio, y ningún género de corrupción podrá subir a ensuciaros más arriba de las suelas que pisan el suelo. ¡Tan alta está el alma!… El alma de quien es bueno y de quien forma una cosa con Dios. El alma está en el Cielo. Allí no llega ni el polvo ni el fango, ni siquiera cuando lo lanzan con odio contra el alma del apóstol. Puede afectar a vuestra carne, es decir, heriros material y moralmente, persiguiéndoos, porque el Mal odia al Bien, o colmándoos de injurias. ¿Y qué? ¿No me ofendieron a Mí? ¿No fui herido? ¿Pero, aquellos golpes y aquellas palabras indecentes turbaron mi espíritu? No. Resbalaron sin penetrar, como saliva en un espejo o piedra lanzada contra la pulpa jugosa de un fruto. O penetraron solo superficialmente, sin causar daño al germen de la semilla que está encerrado en el centro del hueso; es más, favoreciendo su germinación, porque es más fácil brotar de una pulpa entreabierta que no de una completamente cerrada. Solamente muriendo, el grano germina y el apóstol produce. Muriendo a veces materialmente; casi muriendo diariamente, en el sentido metafórico porque el yo humano no está sino quebrado. Y esto no es muerte, sino Vida. El espíritu triunfa sobre la muerte de la humanidad”.
* “Tras haber recordado la Ley, pisoteada por la pecadora, he hecho cantar la esperanza del perdón. ¡Oh, el perdón! Es rocío para la sed ardiente que siente el culpable”.- (A continuación, nota 1-1º). ■ Dice Jesús: “Había venido a Mí por el simple capricho de la mujer ociosa que no sabe cómo llenar sus horas de ocio. Pues bien, en sus oídos —embotados de falsas lisonjas de quien con himnos a la carnalidad la mecía para tenerla esclavizada— sonó la voz límpida y severa de la Verdad, de la Verdad que no tiene miedo a las burlas e incomprensiones y expresa sus palabras mirando a Dios. Y, cual coro de campanas tocando a fiesta, se fundieron en la Palabra las voces que hablan en los Cielos, en el azul libre del aire, propagándose por valles y colinas, llanuras y lagos, para recordar las glorias y delicias del Señor. ¿Recordáis el doble festivo que en los tiempos de paz tanto alegraba el día dedicado al Señor? La campana mayor daba, con el badajo sonoro, el primer toque en nombre de la Ley divina. Decía: «Hablo en nombre de Dios, Juez y Rey». Y luego las campanas menores, con sus arpegios: «que es bueno, misericordioso y paciente». Para terminar luego la campana más argentina, con voz de ángel, diciendo: «y su caridad mueve al perdón y a la compasión, para enseñaros que el perdón es más útil que el rencor, y la compasión más que la implacabilidad; venid a Aquel que perdona, tened fe en Él, que es compasivo». ■ También Yo, tras haber recordado la Ley, pisoteada por la pecadora, he hecho cantar la esperanza del perdón. Como una cinta de seda de color verde y azul, la he agitado entre las tonalidades negras para que ahí introdujera sus consoladoras palabras.  ¡Oh, el perdón!  Es rocío para la sed ardiente que siente el culpable. El rocío no es como el granizo que golpea, rebota y desaparece, sin penetrar, y que mata la flor. El rocío baja tan delicadamente que aun la flor más tierna no siente cuando se posa en sus pétalos de seda; pero luego ésta bebe su frescura y cobra fuerzas. El rocío cae en las raíces, en el terrón ardiente del suelo y en tantas cosas… Es una humedad de lágrimas, llanto de estrellas, amoroso llanto de las madres por sus hijos que tienen sed. Rocío que baja, que en sí mismo ya es consuelo, junto a la leche dulce y fecunda. ¡Oh misterios de los elementos, que obran cuando el hombre descansa o peca!  El perdón es como este rocío. No solo trae consigo la limpieza, sino jugos vitales, que arrebató no a los elementos, sino a las hogueras divinas. ■ Luego, después de la promesa del perdón, la Sabiduría habla y dice lo que es lícito o no, avisa, sacude no por dureza, sino por solicitud maternal de salvación. ¡Cuántas veces vuestro pedernal se hace aún más impenetrable y cortante para con la Caridad que se inclina hacia vosotros!… ¡Cuántas veces huís mientras ella os habla…! ¡Cuántas os burláis de ella! ¡Cuántas la llegáis a odiar…! Si la caridad os pagase como le pagáis a ella, ¡ay de vuestras almas! Sin embargo, ya veis que la Caridad es la caminante incansable que anda en busca vuestra. Viene a donde estáis aunque estéis sumergidos en asquerosas cuevas”.
*  Los apóstoles deben desafiar prejuicios y críticas ante un deber tan alto.- (A continuación, nota 1-2º). ■ Dice Jesús: “¿Por qué quise ir a aquella casa? ¿Por qué no obré en ella el milagro? Para enseñar a los apóstoles cómo obrar, desafiando prejuicios y críticas cuando se trata de cumplir un deber tan alto y que está lejos de estas cosillas del mundo. ¿Por qué dije a Judas aquellas palabras? Los apóstoles eran muy humanos. Todos los cristianos son muy humanos. Los santos que están en la tierra también lo son, pero en grado menor. Algo de humano sobrevive aun en los perfectos. Mas los apóstoles no eran todavía perfectos. Lo humano estaba filtrado en sus pensamientos. Yo los llevaba a las alturas, pero el peso de su humanidad les hacía descender de nuevo. Para que cada vez bajaran menos, tenía que meter en su camino de subida cosas apropiadas para detener su descenso, de modo que parasen en ellas meditando y descansando, para luego subir más arriba del límite anterior. ■ Tenían que ser cosas que pudiesen servirles de peldaño para convencerlos de que Yo era un Dios. Por esto: conocimiento exacto de almas, victoria sobre los elementos, milagros, transfiguración, resurrección y ubicuidad. Estuve contemporáneamente en el camino de Emmaús y en el Cenáculo. Las horas de las dos presencias, cotejadas por los apóstoles y los discípulos, fue una de las razones que más les convenció, y los arrancó de sus lazos y los lanzó al camino de Cristo. Más que por Judas  —miembro que incubaba ya en sí la muerte—, hablé para los otros once. Debía mostrarles claramente, no por orgullo, sino por necesidad de formación, que Yo era Dios. Era Dios y Maestro, aquellas palabras lo manifiestan de Mí: revelo una facultad extrahumana y enseño una perfección: a no tener conversaciones malas, ni siquiera con nuestro interior. Porque Dios ve, y gusta ver puro el interior para  bajar a él y morar en él”.
*  La presencia de Dios exige un ambiente puro.- (A continuación, nota 1-3º). ■ Dice Jesús: “¿Pero por qué no obré el milagro en esa casa? Para enseñar a todos que la presencia de Dios exige un ambiente puro. Por respeto a su excelsa majestad. Para hablar, no con palabras que salen de los labios sino con palabras más profundas, al espíritu de la pecadora y decirle: «¿Lo ves, infeliz? Eres tan sucia, que todo a tu alrededor se hace sucio. Tan sucio que Dios no puede obrar. Tú más sucia que estos. Porque repites el pecado de Eva y ofreces el fruto a los adanes, tentándoles y arrebatándoles de su deber. Tú, servidora de Satanás». ■ ¿Pero por qué no quise que su madre angustiada la llame «Satanás»? Porque ninguna razón justifica la ofensa y el odio. Condición primera y necesaria para tener a Dios con nosotros es no tener rencor y saber perdonar. Condición segunda, saber reconocer la propia culpabilidad, o de quien es nuestro; no ver solo las culpas de los demás. Tercera: saber conservarnos, por justicia hacia el Eterno, agradecidos y fieles después de haber recibido una gracia. Quienes, tras haber recibido una gracia, son peores que los perros y no se acuerdan de su Bienhechor  —mientras que el animal sí se acuerda—  son unos desdichados. ■ No dije ninguna palabra a María Magdalena. La vi por un instante como una estatua, y luego la dejé. Volví con «los vivos» a quienes quería salvar. Ella, materia muerta igual o más que un mármol esculpido, la envolví en un aparente descuido. No dije ni una palabra, e hice como si no hubiese tenido presente ante todo su alma que quería redimir. ■ Y la última palabra: «No insulto. No insultes tú; limítate a orar por los pecadores», como guirnalda de flores, vino a juntarse con la que dije en el monte: «El perdón es más útil que el rencor y la compasión más que la inexorabilidad». Las dos frases envolvieron a la pobre infeliz en un círculo aterciopelado, fresco, perfumado de bondad, haciéndole experimentar cuán distinto de la feroz esclavitud de Satanás es el servir a Dios, cuán suave es el perfume celestial respecto a la hediondez de la culpa, y qué gran tranquilidad proporciona el ser amados santamente, respecto a ser poseídos satánicamente”.
* Enseñanza de todo esto.
.    Yo mido conforme a Dios vuestra fuerzas”.-Jesús: “Observad cómo el querer del Señor es comedido. No exige conversiones fulminantes. No exige de un corazón lo absoluto. Sabe esperar. Sabe conformarse: se conformó con lo que pudo darle aquella madre trastornada por el dolor, mientras esperaba a que la extraviada encontrara de nuevo el camino. No le pido otra cosa más que «¿Puedes perdonar?». ¡Cuántas otras cosas habría podido pedirle para hacerla digna del milagro, si hubiese juzgado a lo humano! Yo mido conforme a Dios vuestras fuerzas. Para aquella pobre madre presa de dolor, ya era mucho el que fuera capaz de perdonar. En aquella hora solo le pido eso. Después, cuando le restituí a su hijo, le dije: «Sé santa y santifica tu casa». Pero, mientras el dolor la tiene prisionera, no le pedí sino perdón para la culpable. No se debe exigir todo de quien poco antes ha estado en el fondo de las tinieblas. Esa madre luego iba a salir a la Luz total, y con ella la esposa y los hijos. Pero, en ese momento, lo que hacía falta era portar a sus ojos, ciegos de llanto, los primeros rayos de la luz: el perdón, alba del día del Dios”.
.    “Estos sinsabores están unidos a las victorias del apostolado”.-Jesús: “De los presentes uno solo —no cuento a Judas, me refiero a los de la ciudad que estaban presentes en ese lugar, no me refiero a mis discípulos— uno solo no iba a alcanzar la Luz. Estos sinsabores están unidos a las victorias del apostolado. Hay siempre alguien por quien el apóstol en vano se fatiga. Pero esas derrotas no deben quitar el aliento. El apóstol no debe esperar obtener todo. Contra él existen muchas fuerzas adversas que cual tentáculos de pulpo aferran la presa que él le había arrebatado. El mérito del apóstol es igual. Infeliz el apóstol que dice: «No voy a ese lugar porque sé que no voy a convertir». Este es un apóstol que vale muy poco. Es necesario ir a ese lugar, aunque se vaya a salvar solo uno de mil. Su jornal apostólico será el mismo por uno que por mil, porque él hizo todo lo que podía hacer, y Dios premia eso. También hay que pensar que donde el apóstol no puede convertir, porque quien debe convertirse está asido fuertemente por Satanás y las fuerzas de apóstol son inferiores al esfuerzo necesario, puede intervenir Dios. Y ¿entonces? ¿Quién puede más que Dios?”.
.  ● Otra cosa que el apóstol necesariamente debe practicar es el amor. Amor visible. Es un obrero de Dios y no debe limitarse a orar, debe actuar… con gran amor. El rigor paraliza el trabajo del apóstol y el movimiento de las almas hacia la luz”.- ■ Jesús: “Otra cosa que el apóstol necesariamente debe practicar es el amor. Amor visible, no solo el secreto amor del corazón de los hermanos. Esto bastaría para los hermanos buenos. Pero el apóstol es un obrero de Dios y no debe limitarse a orar, debe actuar. Que actúe con amor, con gran amor. El rigor paraliza el trabajo del apóstol y el movimiento de las almas hacia la Luz. No rigor sino amor. El amor es ese vestido de asbesto que preserva del ataque del calor de las malas pasiones. El amor es un cúmulo de esencias que os preservan de que la podredumbre humano-satánica pueda entrar en vosotros. Para conquistar a un alma es necesario saber amar. Para conquistar a un alma es necesario conducirla a que ame, a que ame el Bien y repudie sus pobres amores pecaminosos. Yo quería el alma de María. Y me comporté con ella, como contigo, pequeño Juan, pues no me limité a hablar desde mi cátedra de Maestro, sino que bajé a buscarla en los caminos del pecado. La seguí, la perseguí con amor. ¡Dulce persecución! Entré, Yo-Pureza, donde estaba ella, la impureza. No temí el escándalo ni en Mí ni en los demás. El escándalo en Mí no podía entrar, pues que Yo soy la Misericordia, y ésta llora por las culpas pero no se escandaliza de ellas. ¡Infeliz aquel pastor que se escandaliza y, tras esta barrera, se atrinchera para abandonar un alma! ¿No sabéis que las almas son más proclives a resucitar que los cuerpos y que la palabra piadosa y amorosa que dice: «Hermana, por tu bien, levántate» realiza a menudo el milagro? Tampoco temía el escándalo en los demás. Los ojos de los buenos me comprendían; los de los malos, en donde la malicia fermenta, arrojando emanaciones de una corrupción interna, no tienen valor. Ellos encontraban culpa aun en Dios. Creían que solo ellos eran perfectos. Por esto no les curaba”.
.    Las tres etapas para salvar un alma.-Jesús: “Las tres etapas para salvar un alma son, primera: Ser integérrimos para poder hablar, sin temor a que nos hagan callarnos. Hablar a toda una multitud de modo que nuestra palabra apostólica, dirigida a las turbas que se agolpan alrededor de la mística barca, vaya, en círculos de onda, cada vez más lejos, hasta la orilla cenagosa donde están enclavados los que viven inertes sobre el fango sin preocuparse de conocer la Verdad. Este es el primer trabajo para romper la costra del duro terrón y prepararlo para la semilla. Es el trabajo más duro tanto para el que lo tiene que hacer como para quien lo recibe, porque la palabra debe, cual penetrante reja de arado, herir para abrir. Y en verdad os digo que el corazón del apóstol bueno se hiere y sangra por el dolor que le supone tener que herir para abrir; pero también este dolor es fecundo. Con la sangre y el llanto del apóstol se hace fértil el terreno agreste. Segunda cualidad: trabajar incluso allí donde otro, que no ha comprendido su misión, huiría. Despedazarse en el esfuerzo de arrancar cizaña, grama, espinas para que el terreno esté limpio y arado para que resplandezca sobre él, como sol, el poder de Dios y su bondad; y al mismo tiempo, con maneras de juez y de médico, ser severo y, no obstante, compasivo; firme en un período de espera para dar tiempo a las almas de superar la crisis, meditar y decidir. Tercer punto: en el momento en que el alma que en el silencio se ha arrepentido, llorando y pensando en sus errores, se atreve a venir tímidamente, miedosa de ser rechazada, hacia el apóstol, el apóstol debe tener un corazón más ancho que el mar, más dulce que el corazón de una madre, más enamorado que el corazón de un esposo, y ha de abrirlo de par en par, para que broten de él olas de ternura. Si tenéis a Dios con vosotros, Dios que es caridad, encontraréis fácilmente palabras de amor para las almas. Dios hablará en vosotros y por vosotros, y el amor llegará, como miel que se escurre de un panal, para alivio de los labios ardientes y nauseados; como bálsamo que sale de una ampolla, para medicina de los espíritus heridos. ■ Doctores de las almas, haced que os amen los pecadores, haced que gusten el sabor de la caridad celestial y que lo ansíen tanto que no busquen ya otro alimento, haced que sientan en vuestra dulzura un alivio tan grande que lo busquen para todas sus heridas. Es menester que vuestra caridad aleje de ellos todo temor, porque, como dice la epístola que hoy leíste: «El temor supone el castigo; el que teme no es perfecto en la caridad» (3). Pero tampoco es perfecto en la caridad el que produce el temor. No digáis: «¿Qué has hecho?». No digáis: «Vete». No digáis: «Tú no puedes tener gusto por el amor bueno». Antes al contrario, decid, decid en mi nombre: «Ama y yo te perdono»; decid: «Ven, Jesús te abre los brazos»; decid: «Gusta este Pan de los ángeles y esta Palabra y olvida la pez de Infierno y los desprecios de Satanás». Haceos acémilas para llevar las debilidades de los demás. El apóstol debe llevar sus cargas y las de los demás, su cruz y la de los demás. Y, mientras os acercáis a Mí, cargados con estas ovejas heridas, dadles confianza a estas ovejas errantes, decidles: «En este momento todo se ha olvidado»; decir: «No tengas miedo del Salvador, que ha venido del Cielo por ti, exactamente por ti; yo solo soy el puente para llevarte  a Él, que te está esperando, al otro lado del río de la absolución penitencial, para llevarte a sus pastos santos, cuyos comienzos están aquí en la tierra, pero que luego continúan, con Belleza eterna que alimenta y hace feliz, en los Cielos»”.
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* Finalidad de este comentario.-Jesús: “Este es el comentario. Poco toca a vosotros, ovejas fieles del Pastor. Si a ti, pequeña esposa, te aumenta la confianza, al Padre (4) se le aumentará la luz para poder juzgar; y para muchos actuará no solo como incentivo de acercarse al Bien, sino que será el rocío de que he hablado, que penetra y nutre y da nuevo vigor a las flores caídas. Levantad la cabeza. El Cielo está en lo alto. Queda en paz, María. El Señor está contigo”. (Escrito el 13 de Agosto de 1944).
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1  Nota  : Este capítulo comenta tres episodios de la vida de María de Magdala:
(1º) Se refiere al primer encuentro de Magdalena con Jesús, episodio 3-174-109, en que María Magdalena, provocativa, llevada en brazos por cuatro hombres, apareció en el monte de las Bienaventuranzas.
(2º)  Se refiere a  1ª parte del episodio 3-183-163, y responde a la pregunta: “¿Por qué quise ir a aquella casa (de Magdalena)?… ¿Por qué dije aquellas palabras a Judas?”.
(3º) Se refiere a la 2ª parte del episodio 3-183-163, y responde a la pregunta: “¿Por qué no obré el milagro en esa casa (de Magdalena)?”.
2  Nota  : Esta cena en casa de Simón el fariseo se relata en el episodio 4-236-39. Hay que advertir que las fechas muestran que el orden de la redacción de los episodios o capítulos, narrados en la Obra magna «El Evangelio como me ha sido revelado» («El hombre-Dios»), no sigue siempre un orden cronológico. Ello se verifica con frecuencia en el ciclo inicial de la Vida oculta y en los ciclos finales de la Pasión y Glorificación. Cfr. María Valtorta y la Obra  6.1: Las fechas.    3  Nota  : Cfr. 1 Ju. 4,18.    4  Nota  :  Se refiere al  Padre Migliorini: Padre espiritual de María Valtorta.
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4-235-37 (4-96-588).- Marta ha recibido de su hermana María la certidumbre de su conversión.
* “Tienes ya tu victoria en la mano”.- ■ Jesús está a punto de subir a la barca en un amanecer claro de verano, cuando he aquí que llega Marta con su criada. “¡Oh, Maestro! Escúchame por amor de Dios”. Jesús baja de nuevo a la orilla y dice a los apóstoles: “Idos y esperadme cerca del río. Entre tanto preparad todo lo necesario para la misión de Magedán. También la Decápolis espera la palabra. Idos”. Y, mientras la barca zarpa y sale a zona abierta, Jesús camina llevando a Marta a su lado, a los que respetuosamente sigue Marcela. Se alejan así del pueblo caminando por la orilla: primero una faja de arena, aunque ya salpicada de matas silvestres; enseguida, cubierta de vegetación, que empieza al subir por una pendiente, de donde se ve el lago. Cuando llegan a un lugar solitario, Jesús dice sonriendo: “¿Qué se te ofrece?”. ■ Marta: “Maestro… esta noche, poco después de la segunda vigilia, María ha vuelto a casa. ¡Ah!… se me olvidaba decirte que, mientras estábamos comiendo, a la hora sexta, me ha dicho: «¿Te importaría prestarme tu vestido y un manto? Me quedarán un poco cortos, pero si no me ciño el vestido y dejo que el manto llegue hasta abajo…». Le respondí: «Toma lo que quieras, hermana». El corazón me latía fuerte, porque antes en el jardín, yo había dicho, hablando con Marcela: «Al atardecer tenemos que estar en Cafarnaúm, porque el Maestro va a hablar a la gente esta tarde», y había yo visto que María se sobresaltaba, que cambiaba de color; no podía estar ya tranquila, iba y venía de un lado para otro, sola, como angustiada, en vilo, como una persona que estuviera para tomar una decisión sin saber todavía qué aceptar y qué rechazar. Después de la comida vino a mi habitación y tomó el vestido más oscuro que tenía, el más modesto, se lo probó y pidió a la nodriza que le bajase todo el dobladillo, porque era demasiado corto. Primero lo intentó ella, pero al ver que no podía se echó a llorar, diciéndome: «No soy capaz de coser. Todo lo bueno y útil lo he olvidado» y me echó los brazos al cuello con estas palabras: «Ruega por mí». ■ Salió sola de casa, hacia el atardecer… ¡Cuánto oré para que no se encontrase con ninguno que la estorbara venir aquí, para que comprendiera tu palabra, para que lograra deshacerse definitivamente del monstruo que la esclaviza!… Mira, me he puesto tu cinturón sobre el mío, y cuando sentía la presión del cuero duro en mi cintura, pues no estoy acostumbrada a cinturones tan recios, me decía: «Él es más fuerte que todo». Luego vinimos yo y Marcela. Con el carro es poco tiempo. No sé si nos viste entre la gente… Pero qué dolor, qué espina en el corazón al no ver a María. Pensaba yo dentro de mí: «Se arrepintió. Ha vuelto a casa. O también… tal vez haya huido porque no podía resistir mi imposición sobre ella, la que ella misma me había pedido». Te escuchaba y lloraba bajo mi velo. Las palabras me parecían dirigidas a ella… y ¡no las escuchaba! Así pensaba yo porque no la veía. Regresé a casa desconsolada. Es verdad que te desobedecí, porque me habías dicho: «Si viene, espérala en casa». Pero ten en cuenta mi corazón, Maestro. ¡Es mi hermana la que venía a Ti! ¿Podía menos de no ver cuándo ella se acercase a Ti? Y luego… Me habías dicho: «Estará quebrantada». Quería estar al lado de ella antes, para apoyarla… ■ Estaba yo de rodillas, llorando y orando en mi habitación, cuando a eso de la segunda vigilia entró tan despacito que no me di cuenta de su presencia sino cuando arrojándose sobre mí y abrazándome, me dijo: «Es verdad todo lo que dices, hermana bendita; supera con mucho lo que tú dices, su misericordia es mucho mayor. ¡Oh, Marta mía, ya no es necesario que me tengas sujeta! ¡No me verás ya cínica, ni desesperada! Ya no me oirás más decir: ‘¡Para no pensar!’. Ahora quiero pensar; sé en qué pensar: en la Bondad hecha carne. Tú orabas, hermana mía, sin duda orabas por mí. Pues bien, tienes ya tu victoria en la mano: tu María, que no quiere más pecar y que renace ahora. Mírala bien a la cara, porque es una María nueva, con su cara lavada con el llanto de la esperanza y del arrepentimiento. Me puedes besar, hermana pura. Ya no hay huellas de vergonzosos amores en mis ojos. Él dijo que ama mi alma. Porque hablaba a mi alma y de mi alma. La oveja perdida era yo. Dijo, escucha si repito bien. Tú conoces el modo de hablar del Salvador…» y me repitió perfectamente la parábola. ¡María es muy inteligente, mucho más que yo! Y con buena memoria. De este modo, dos veces te oí; y, si esas palabras en tus labios eran santas y adorables, en los suyos me eran santas, adorables, encantadoras, porque me las decían labios de hermana, de mi hermana hallada, que ha vuelto al redil de la familia. ■ Estábamos abrazadas las dos, sentadas sobre la alfombra, como cuando éramos pequeñas y así pasábamos las horas en la habitación de mamá o cerca de su telar donde ella tejía o bordaba sus magníficas telas, estábamos así, desaparecida ya la división del pecado. Me parecía como si nuestra madre estuviese presente con su espíritu. Llorábamos sin dolor; es más, con una gran paz. Nos besábamos felices… Después, María cansada por el camino que había hecho a pie, por la emoción, por tantas cosas, se me durmió entre los brazos y con la ayuda de la nodriza la extendimos en su lecho, y así la dejé… y vine corriendo hasta aquí…”. Marta, dichosa, termina besando las manos de Jesús. ■ Jesús: “También Yo te digo lo que dijo María: «Tienes la victoria en la mano». Vete y sé feliz. Vete en paz. Sigue portándote con mucha dulzura y prudencia con la renacida. Adiós, Marta. Hazlo saber a Lázaro, que está preocupado allá abajo”. Marta: “Sí, Maestro, ¿pero cuándo vendrá María con nosotras las discípulas?”. Jesús sonríe y le dice: “El Creador lo hizo todo en seis días y el séptimo descansó”. Marta: “Comprendo. Es necesaria la paciencia…”. Jesús: “Paciencia, sí. No suspires. Ésta también es una virtud. La paz sea con vosotras. Nos volveremos a ver pronto” y Jesús las deja y se dirige hacia el lugar en que la barca está esperando, en la orilla.  (Escrito el 29 de Julio de 1945).
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(<Recientemente, en Cafarnaúm, Jesús se ha encontrado con escribas, entre ellos con el fariseo Simón, quien le ha invitado a una cena. Jesús, acompañado de Juan, ha llegado para esa cena a la casa del fariseo Simón>)
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4-236-39 (4-97-591).- En Naím, cena en casa de Simón el fariseo y la absolución a María de Mágdala (1).
* Jesús lentamente vuelve su cabeza, y su mirada azul se detiene por un instante sobre aquella cabeza inclinada. Es una mirada que absuelve… “Vete en paz”.- ■ Para consuelo de mi mucho sufrir y para hacerme olvidar la maldad de los hombres, Jesús me concede esta bellísima visión. Estoy viendo una sala riquísima. Una lámpara pende, en el centro de la sala, y arde con muchos quemadores. Las paredes están cubiertas con tapices bellísimos; hay también sillas con incrustaciones, revestidas de marfil y láminas preciosas. Los muebles son muy bonitos. En el centro hay una mesa grande, cuadrada, formada por cuatro mesas unidas así: Π. La mesa está preparada con esta disposición para que puedan estar en ella muchos convidados (todos hombres) y está cubierta con manteles muy preciosos y muy buena vajilla. Hay jarras y copas de mucho valor. Muchos criados van y vienen trayendo los manjares y sirviendo los vinos. En el centro del cuadrado no hay nadie. El pavimento está limpísimo; en él se refleja la lámpara de aceite. Por la parte externa del cuadrado hay lechos-asientos, que ocupan los convidados. ■ En el lado más alejado de la puerta, está el dueño de la casa con los invitados más importantes. Es un hombre ya de edad. Viste una túnica ceñida con un cinturón hermosamente recamado. El vestido tiene también, en el cuello, en las mangas, en los bajos, las orillas bordadas; o galones si se prefiere llamarlos así. La cara de este vejete no me gusta. Es una cara de hombre malo, frío, soberbio y codicioso. En el lado opuesto, frente a él, está mi Jesús. Lo veo de costado, diría que casi por detrás, a espaldas de Él. Trae su acostumbrado vestido blanco, sus sandalias, y sus cabellos partidos en dos en la frente, y largos como de costumbre. Noto que tanto Jesús como los comensales no se sientan, como yo me imaginaba que se sentarían sobre esta especie de sofás, esto es, perpendicularmente a la mesa, sino paralelamente a ella. En la visión de las nupcias de Caná, no puse mucha atención a este particular. Había visto que comían apoyados sobre el codo izquierdo, pero me parecía que no estaban muy cómodos, porque los lechos no eran muy lujosos y eran mucho más cortos. Estos son verdaderos lechos. Se parecen a los modernos divanes turcos.  Jesús tiene a su lado a Juan, y dado que Jesús está apoyado con el codo izquierdo (como todos), resulta que la posición de los dos es así: o sea, que Juan está metido entre la mesa y el cuerpo del Señor; llega con su codo a la altura de la ingle del Maestro, de modo que no le estorba a Jesús para comer y puede, si quiere, apoyarse confidencialmente en su pecho. ■ No hay ninguna mujer. Todos hablan y el dueño de la casa de cuando en cuando se dirige, con exagerada condescendencia y con muestras claras de complacencia a Jesús. Es claro que quiere demostrarle —y demostrárselo a todos los presentes—, que le ha hecho un gran honor invitándole a su rica casa, a Él, un pobre profeta a quien se le toma, incluso, por un poco exaltado… Veo que Jesús corresponde con cortesía y sosiego. Con su leve sonrisa, sonríe a quien le pregunta; pero, si quien es Juan —o aunque solo le mire—, entonces su sonrisa es luminosa. ■ Veo que se abre la rica cortina que cubre el hueco de la puerta y que entra una joven mujer, hermosísima, vestida muy ricamente y peinada con sumo esmero. Su cabellera rubia es un verdadero adorno de mechones artísticamente entrelazados; tan abundante y tanto resplandece, que parece como si llevara un yelmo de oro, labrado todo en relieve. Su vestido, si lo comparo con el que veo siempre a la Virgen María, diría que es muy excéntrico y complicado. Broches en los hombros, joyas para sujetar los pliegues de la parte superior del pecho, cadenitas de oro para hacer resaltar el pecho, cinturón hecho de bullones de oro y piedras preciosas. Es un vestido provocativo, que hace resaltar los contornos de su bellísimo cuerpo. En la cabeza lleva un velo, tan fino que… no vela nada; es solo un detalle añadido a sus adornos, nada más. Sus pies calzan sandalias rojas, de piel, con broches de oro, sujetas con correas entrelazadas a la altura del tobillo. ■ Todos, menos Jesús, se vuelven para mirarla. Juan la mira un instante, y luego se vuelve a Jesús. Los demás fijan su mirada en ella con visible y maligno deseo. Pero la mujer no los mira en absoluto, ni se preocupa del murmullo que ha levantado su presencia ni de las señas (guiñeos de ojos) que se hacen todos, menos Jesús y el discípulo. Jesús se comporta como si no se hubiera dado cuenta de nada; continúa hablando hasta terminar la conversación, que había entablado con el dueño de la casa. La mujer se dirige a Jesús. Se arrodilla a sus pies. Deposita en el suelo una especie de jarra muy barriguda, se quita el velo sacando el broche precioso que lo tenía prendido al pelo, se saca de los dedos los anillos, y pone todo sobre el lecho-asiento que está junto a los pies de Jesús; luego toma entre sus manos los pies, primero el derecho, luego el izquierdo, desata las sandalias, y los posa de nuevo en el suelo; luego, prorrumpiendo en grandes sollozos, besa estos pies, apoya contra ellos su frente, se los acaricia, y las lágrimas caen como una lluvia, que brilla bajo el resplandor de la lámpara, y bañan esos pies adorables. Jesús lentamente vuelve su cabeza, y su mirada azul se detiene por un instante sobre aquella cabeza inclinada. Es una mirada que absuelve. Luego vuelve a mirar al centro, mientras deja a la mujer que se desahogue libremente. Los demás, no; ellos se intercambian comentarios mordaces, se guiñan los ojos, se ríen sarcásticamente. El fariseo se endereza un momento para ver mejor; su mirada es entre ávida, preocupada e irónica: ávida de la mujer (este sentimiento es patente); preocupada por el hecho de que la mujer haya entrado sin pedir permiso, lo cual podría dar a entender a los demás que la recibe frecuentemente en su casa; irónica respecto a Jesús… Pero la mujer no se preocupa de nada. Continúa llorando con todas sus fuerzas, sin grito alguno; solo profundos suspiros que se mezclan con sus lágrimas. Luego se suelta los cabellos, extrayendo las peinetas de oro que sostenían el complicado peinado, y las deposita también junto a los anillos y al broche. Las madejas de oro caen sobre la espalda de la mujer. Coge sus cabellos con ambas manos, se los lleva al pecho y los pasa por los pies mojados de Jesús, hasta que los ve secos. Luego mete sus dedos en la pequeña jarra y saca una pomada ligeramente amarilla y olorosísima. Un aroma entre de lirio y nardo se extiende por toda la sala. La mujer introduce una y otra vez los dedos, y extiende la pomada, unta, besa, acaricia los pies. ■ Jesús, de tanto en tanto, la mira de amorosa piedad. Juan, que se había vuelto sorprendido al oír el estallido del llanto, no sabe separar la mirada del grupo de Jesús y la mujer y mira alternativamente a uno y a otro. La cara del fariseo es cada vez más ceñuda. Oigo las palabras que refiere el Evangelio y las oigo acompañadas de un tono y una mirada que le hacen agachar la cabeza al viejo resentido. Oigo las palabras de absolución que dice a la mujer, que se ha enrollado el velo alrededor de la cabeza, quedando más o menos recogida su cabellera despeinada, y ahora se marcha dejando a los pies de Jesús sus joyas. Jesús, al decirle: “Vete en paz”, le pone por un momento la mano sobre su cabeza inclinada. Pero lo hace con grandísima dulzura. (Escrito el 21 de Enero de 1944).
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1  Nota  : Cfr.  Lc. 7,36-50.
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4-236-42 (4-98-594).- Sentido de la mirada de Jesús al fariseo.- María repitió este mismo gesto en Betania.
* “En verdad te digo, oh fariseo, que ante éste, que me ama con su juventud pura, y ésta, que me ama con la sincera contrición de un corazón que ha vuelto a nacer a la Gracia, no hago ninguna diferencia”.- Jesús me dice ahora: “Lo que hizo bajar la cabeza al fariseo y a sus compañeros, y que no está escrito en el Evangelio, fueron las palabras que mi espíritu, a través de mi mirada, dirigió y clavó cual saetas en esa alma seca y voraz. Respondí mucho más de lo que está escrito, porque ningún pensamiento de los hombres se me ocultaba. Y él entendió mi mudo lenguaje que contenía mayores reproches que cuanto lo tenían mis palabras. Le dije: «No. No hagas insinuaciones perversas para justificarte ante ti mismo. Yo no tengo tu ansia sexual. Esta mujer no ha venido a Mí porque el sexo le ha atraído. No soy como tú ni como tus compañeros. Ha venido a Mí porque mi mirada y mi palabra, oída por pura coincidencia, le han iluminado su alma, en la que la lujuria había creado tinieblas. Y ha venido porque quiere vencer los sentidos, y comprende, que siendo una pobre criatura, por sí misma no puede lograrlo. Ama en Mí el espíritu, no más que el espíritu que siente sobrenaturalmente bueno. Después de tanto mal como ha recibido de todos vosotros, que os habéis aprovechado de su debilidad para vuestros vicios, pagándole luego con los azotes de vuestro desprecio, viene a Mí porque siente haber encontrado el Bien, la Alegría, la Paz, que inútilmente ha buscado entre las pompas del mundo. ■ Cúrate de esta lepra tuya que tienes en el alma, fariseo hipócrita, y aprende a juzgar rectamente las cosas, despójate de la soberbia de tu mente y de la lujuria de la carne. Estas son lepras mucho más hediondas que las de vuestro cuerpo. Puedo curaros de las lepras del cuerpo, si me lo pedís, pero de la lepra del espíritu, no, porque no queréis liberaros de ella para curaros, porque os gusta. Esta mujer, sin embargo, quiere librarse y curarse. Por eso la limpio, por eso la libero de las cadenas de su esclavitud. La pecadora ha muerto, ha quedado allí, en aquellos adornos que ella se avergüenza de ofrecerme para que los santifique usándolos para mis necesidades y las de mis discípulos, para los pobres a quienes socorro con lo que a otros les es superfluo; porque se da el caso de que Yo, el Señor del universo, ahora que soy el Salvador del hombre, no poseo nada. ■ Ella está allí, en ese perfume derramado a mis pies, que ha usado, como ha usado sus cabellos, en esa parte de mi cuerpo que tú no te has dignado refrescar con el agua de tu pozo, después de haber caminado tanto para traerte a ti también la luz. La pecadora ha muerto, y ha renacido María, que ahora, por su vivo dolor y recto amor, es bella como una niña púdica. Ella se ha lavado con su llanto. En verdad te digo, oh fariseo, que ante éste, que me ama con su juventud pura, y ésta, que me ama con la sincera contrición de un corazón que ha vuelto a nacer a la Gracia, no hago ninguna diferencia; y que al puro y a la arrepentida les doy una misión, respectivamente: comprender mi pensamiento como no lo he hecho con nadie y dar a mi Cuerpo los últimos honores y el primer saludo (no cuento el saludo especial de mi Madre) cuando resucite»”.
“En Betania, el gesto fue menos humillante y más confidencial… Desde aquel amanecer de su redención, ha caminado mucho. El amor, como una hoguera, la había devorado… Mucho, mucho se le perdona, a quien mucho ama”.- ■ Jesús: “Esto es cuanto quise decirle con mi mirada al fariseo. Pero a ti te manifiesto otra cosa, para alegría tuya y alegría de muchos. También en Betania, María repitió este mismo gesto que signó el amanecer de su redención. Hay gestos personales que se repiten y que muestran a las claras el estilo propio de una persona. Son gestos inconfundibles. En Betania, de todas formas, —y ello era justo— el gesto fue menos humillante y más confidencial, dentro de su actitud de reverente adoración. María, desde aquel amanecer de su redención, ha caminado mucho. Mucho. El amor, como viento veloz, la había impulsado consigo hacia arriba y hacia delante; el amor, como una hoguera, la había devorado destruyendo en ella la carne impura y haciendo señor en ella a un espíritu purificado. Y María, cambiada con su dignidad de resucitada, como también cambiada está en sus vestidos, sencillos como los de mi Madre, y en su peinado; de mirada sencilla, de actitud sencilla, de palabra sencilla y nueva, ahora me honraba con el mismo gesto, pero de forma nueva: tomó el último de sus vasos de perfume que había reservado para Mí; me lo esparció sobre los pies, sin llorar, con una mirada dichosa, por el amor y la seguridad de haber sido perdonada y salvada, y también sobre mi cabeza. Ahora, María, podía sí, tocarme la cabeza. El arrepentimiento y el amor la habían purificado con el fuego de los serafines, y ella es un serafín. ■ Dítelo a ti misma, María, mi pequeña «voz», dilo a las almas. Ve, díselo a las almas que no se atreven a venir a Mí, porque se sienten culpables. Mucho, mucho se le perdona, a quien mucho ama. No comprendéis, pobres almas, cuánto os ama el Salvador. No tengáis miedo de Mí. Venid con confianza, con valor. Que Yo os abro el corazón y los brazos. Recordad siempre esto: «No hago ninguna diferencia entre aquel  que me ama con su pureza íntegra y aquel que me ama en la sincera contrición de un corazón renacido a la Gracia». Soy el Salvador. No lo olvidéis nunca. Ve en paz. Te bendigo”. (Escrito el 21 de Enero de 1944).
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4-236-45 (4-99-597).- Consideraciones sobre la conversión de María Magdalena.
* “Soy misericordia viviente. Y más rápido que el pensamiento llego a quien se vuelve a Mí”.- ■ Esta tarde, mi Jesús me dijo sonriendo: “Me gustaría llamarte como a Daniel (1). Eres la de los deseos, y a la que quiero mucho porque deseas tanto a Dios. Podría decirte lo que mi ángel dijo a Daniel: «No temas, porque desde el primer día en que aplicaste tu corazón a comprender y a castigarte en la presencia de Dios, tus oraciones fueron escuchadas; por ellas he venido». Mas no es el ángel quien te habla. Soy Yo quien te está hablando: Jesús. María, siempre que una persona «aplica su corazón a comprender», Yo me acerco. No soy un Dios duro y severo. Soy misericordia viviente. Y más rápido que el pensamiento llego a quien se vuelve a Mí. ■ Y me acerqué veloz con mi espíritu también a la pobre María de Magdala, tan inmersa en su pecar, en cuanto sentí que se levantaba en ella el deseo de comprender: comprender la luz de Dios y su estado de tinieblas; y me hice luz para ella. Hablaba Yo aquel día a mucha gente, pero en realidad le hablaba a ella sola. No veía más que a ella que se había acercado, llevada de un impulso de su corazón, que luchaba contra la carne que la había esclavizado. No tenía ante mis ojos sino a ella, con su pobre rostro atormentado, con su forzada sonrisa, que escondía, bajo un vestido que no era suyo, y que era un desafío al mundo y a sí misma, ese gran llanto interno. No veía más que a ella, a la ovejita metida entre las espinas; a ella que sentía náuseas de su vida, náusea que emergía como esos embates profundos que sacan consigo el agua del fondo”.
* “Hablé con una de las más dulces parábolas”.- ■ Jesús: “No dije palabras llamativas, ni toqué un tema referido a ella, pecadora bien conocida, para no humillarla y obligarla a huir, a avergonzarse o a venir. La dejé tranquila. Dejé que mi palabra y mi mirada bajasen a su interior y que allí fermentasen para hacer de aquel impulso de un momento su futuro glorioso de santa. Hablé con una de las más dulces parábolas, rayo de luz y bondad derramado particularmente para ella. ■ Y aquella tarde, mientras ponía pié en casa del rico soberbio —en quien mi palabra no podía fermentar para transformarse en futura gloria, pues la mataba la soberbia farisaica—, ya sabía que ella vendría, después de haber llorado mucho en su habitación donde pecó, después de haber decidido, a la luz de su llanto, su futuro”.
* Solo los puros ven lo justo, porque el pecado no turba su pensamiento”.-Jesús: “Los hombres, que ardieron de lujuria al verla entrar, se estremecieron en su carne y en su pensamiento. Todos, menos Yo y Juan, la desearon. Todos creyeron que hubiese ido por uno de esos caprichos que —bajo la presión del demonio— la arrojaban a aventuras imprevistas. Pero Satanás estaba ya vencido. Y sintieron envidia al ver que a ninguno de ellos se dirigía, sino a Mí. El hombre, cuando solo es carne y sangre, ensucia siempre aun las cosas más puras. Solo los puros ven lo justo, porque el pecado no turba su pensamiento. ■ Pero, María, no debe ser motivo de abatimiento el que el hombre no comprenda. Dios comprende, y es suficiente para el Cielo. La gloria que viene de los hombres no aumenta ni en un gramo la gloria que es destino de los elegidos en el Paraíso. Recuérdatelo siempre. La pobre María de Magdala fue siempre juzgada mal en sus buenas acciones;  no lo había sido en sus malas acciones, porque eran bocados de lujuria ofrecidos a la insaciable hambre de los libidinosos. Fue criticada y juzgada mal en Naím, en casa del fariseo; criticada y objeto de reproche en Betania en su casa. Pero Juan, diciendo una gran verdad, da la clave de esta última crítica: «Judas… porque era ladrón» (2). Yo añado: «El fariseo y sus amigos, ‘porque eran lujuriosos’». ¿Ves? La avidez de los sentidos, la avidez por el dinero, levantan su voz para criticar una acción buena. Los buenos no critican. Jamás. Comprenden. Pero, te repito, no importa la crítica del mundo, lo que importa es el juicio Dios”. (Escrito el 22  de Enero de 1944).
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1  Nota  : Cfr. Dan. 9,23; 10,11 y 19.    2  Nota  : Cfr. Ju. 12,6.
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(<Los apóstoles, Judas Iscariote sobre todo, no están de acuerdo con los sucesos del convite en casa de Simón el fariseo, siendo la presencia de María Magdalena la causa principal del enfado del fariseo>)
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4-237-48 (4-100-600).- “En la verdad, en la honestidad, en la conducta moral, no existen adaptaciones ni transacciones”.
* “Merece la pena perder la amistad de un hombre, la pobre amistad de un hombre, con tal de devolver a un alma la amistad de Dios”.- ■ Tomás pregunta: “Señor, ¿es verdad que María de Magdala pidió perdón en la casa del fariseo?”. Jesús: “Es verdad, Tomás”. Felipe: “¿Y Tú se lo concediste?”. Jesús: “Se lo di”. Bartolomé exclama: “Hiciste mal”. Jesús: “¿Por qué? Era un arrepentimiento sincero y merecía perdón”. Iscariote reprocha: “Pero no debías de habérselo dado en aquella casa, públicamente…”. Jesús: “No veo que me haya equivocado”. Iscariote: “En esto: Tú sabes quiénes son los fariseos, cuántas argucias tienen en su cabeza, cómo te espían, te calumnian, te odian. Tenías en Cafarnaúm un amigo, y era Simón el fariseo. Y llamas a su casa a una prostituta para profanarle la casa y hacer que se escandalicen de tu amigo Simón”. Jesús: “No la llamé Yo. Ella vino. No era prostituta. Era una arrepentida. Esto cambia mucho. Si antes no sentían asco en acercarse a ella, si no han sentido nunca asco de desearla, incluso en mi presencia, tampoco ahora que ella ya no es una carne sino un alma, deben sentir asco por verla entrar para arrodillarse a mis pies y llorar acusándose, humillándose con su humilde, pública confesión que manifestó con su llanto. La casa de Simón el fariseo se ha santificado con un gran milagro: «la resurrección de un alma». Hace unos cinco días me preguntó en la plaza de Cafarnaúm: “¿Has hecho solo este milagro?”, y él mismo me respondió por su cuenta: “Ciertamente no”, pues había deseado mucho ver uno. Pues se lo he dado. Le he elegido para ser testigo, paraninfo, de estos esponsalicios de un alma con la Gracia. Debería estar orgulloso”. Iscariote: “Pues, sin embargo, está escandalizado. Has perdido un amigo”. Jesús: “Encontré un alma. Merece la pena perder la amistad de un hombre, la pobre amistad de un hombre, con tal de devolver a un alma la amistad de Dios”. ■  Iscariote: “Es inútil. Contigo no se puede reflexionar a la manera humana. Maestro, acuérdate de que estás en la tierra. Rigen las leyes y las ideas de la tierra. Tú obras con el método del Cielo, te mueves en tu Cielo al que tanto amas, todo lo ves a través de las luces de Cielo. ¡Pobre Maestro mío! ¡Cuán divinamente inepto eres para vivir entre nosotros los perversos!”. Judas Iscariote le abraza entre admirado y triste. Termina diciendo: “Y siento en el alma que te hagas de tantos enemigos por demasiada perfección”. Jesús: “No te acongojes, Judas. Está escrito que debe ser así. Pero ¿cómo sabes que Simón se ofendió?”. Iscariote: “No dijo haberse ofendido, pero, a mí y a Tomás nos dio a entender que eso no estaba bien; no debías haberla invitado a su casa, donde solo entran personas honestas”. Pedro dice: “¡Bueno, sobre la honestidad de los que van a casa de Simón mejor no tocar!”. Mateo: “Podría asegurar que el sudor de las prostitutas se ha filtrado en el pavimento de Simón, en sus mesas y en otros lugares más”. Iscariote objeta: “Pero no públicamente”. Mateo: “No. Con hipocresía para ocultarlo”. Iscariote: “Entonces todo cambia”. Mateo: “Cambia también la entrada de una prostituta que entra para decir: «Dejo mi pecado infame», respecto a la de una que entra para decir: «Aquí me tienes para cometer juntos el pecado»”. Todos dicen: “Mateo tiene razón”. Iscariote: “Sí, tiene razón. Pero ellos no piensan como nosotros. Es necesario que hagamos transacciones con ellos, que nos adaptemos a ellos para que sean nuestros amigos”. Jesús dice con voz fuerte: “Esto jamás, Judas. En la verdad, en la honestidad, en la conducta moral, no existen adaptaciones ni transacciones”. Y concluye: “Por otra parte me consta que hice bien. Y es  suficiente”. (Escrito el 29 de Julio de 1945).
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4-237-51 (4-100-603).- “Tu hermana está con mi Madre. Tu tormento la ha guiado al lugar donde se regeneran las almas”.
* Marta llora porque su hermana María Magdalena, pomposamente vestida, ha salido con su carro y no sabe dónde está. ■ La gente se dispersa, lentamente, por los caminos y veredas de la campiña, mientras Jesús se dirige a Cafarnaúm en la tarde que va declinando. Llega allí cuando ha entrado la noche. En silencio atraviesan la ciudad bajo la luz de la luna, única fuente luminosa que hay por las callejuelas oscuras y mal empedradas. Entran, también en silencio, en el pequeño huerto de al lado de la casa, pensando que todos estén acostados. Sin embargo, hay una luz que arde en la cocina, y tres sombras, móviles por el movimiento de la leve llama, se proyectan en la pared blanca del horno cercano. “Hay gente, Maestro, que te está esperando. Pero las cosas no pueden seguir así. Ahora mismo voy a decirles que estás muy cansado. Vete entre tanto a la terraza”. Jesús: “No, Simón. Voy a entrar en la cocina. Si Tomás tiene a estas personas esperando, señal es que hay motivo serio”. Los que estaban dentro oyeron el cuchicheo, y Tomás, el dueño de la casa, se asoma al umbral de la puerta. “Maestro, está la mujer de siempre. Desde ayer por la tarde te está esperando. Está con su siervo”, y luego en voz baja: “Está muy excitada. Llora sin descanso”. Jesús: “Está bien. Dile que venga arriba. ¿En dónde durmió?”. Tomás: “No quería dormir; pero, al final, durante unas horas, se retiró, ya casi al amanecer, a mi habitación. Hice que el siervo durmiera en uno de vuestros lechos”. Jesús: “Está bien. También esta noche dormirá, y tú dormirás en el mío”. Tomás: “No, Maestro. Iré a la terraza y me dormiré en las esteras. Dondequiera puedo dormir”. Jesús sube a la terraza… y también Marta. ■ “La paz sea contigo, Marta. ¿Todavía lloras? ¿Pero no eres feliz?”. Marta con su cabeza dice que no. Jesús le pregunta: “¿Y por qué?”… Una larga pausa llena de sollozos, luego: “Han pasado muchas noches y María no ha vuelto. No sabemos dónde está ni yo ni Marcela ni la nodriza… Salió con su carro que había mandado preparar. Iba vestida pomposamente… ¡Oh! no quiso ponerse otra vez mi vestido… No iba semidesnuda, pero iba muy provocativa… Se llevó consigo joyas y perfumes… Y no ha regresado. Se despidió del siervo en las primeras casas de Cafarnaúm, diciéndole: «Volveré con otra compañía». Pero no ha vuelto. ¡Nos engañó! Tal vez se sintió sola, tal vez se sintió tentada… o le pasó algún mal… No ha vuelto…”. Y Marta cae de rodillas y llora con la cabeza apoyada sobre el antebrazo, apoyado a su vez sobre un montón de sacos vacíos.
* “¿No sabes que los tormentos de un tercero, que resiste sus asaltos, porque es bueno y fiel, son los que dan consistencia a la curación de un corazón?”.- ■ Jesús con su mirada dominadora le dice lentamente pero seguro: “No llores. Hace tres noches que María vino a Mí. Me embalsamó los pies, y junto a ellos puso todas sus joyas. De este modo se ha consagrado y para siempre; y ocupa un lugar entre mis discípulas. No la denigres en tu corazón. Te ha ganado”. Marta grita levantando su rostro desencajado: “¿Pero dónde, dónde está mi hermana? ¿Por qué no regresó a casa? ¿Ha sido acaso asaltada? ¿Subió acaso a una barca y se ahogó? ¿O bien algún amante rechazado la ha raptado? ¡Oh, María, María mía! ¡Acababa de hallarla y ya la he perdido!”. Marta está fuera de sí. No piensa en que los que están abajo, pueden oírla. No piensa en que Jesús puede decirle dónde está su hermana. Se desespera sin querer reflexionar en nada. Jesús la sujeta por las muñecas y la obliga a estar quieta, a escucharle, dominándola con su alta estatura y con su mirada magnética: “¡Basta! Exijo de ti fe en mis palabras. Exijo de ti generosidad. ¿Has entendido?”. Y no la suelta sino hasta que ve que se tranquiliza un poco, y le dice: “Tu hermana fue a disfrutar de su gozo rodeándose de santa soledad, porque experimenta en ella el pudor supersensible de los redimidos. Te lo había dicho antes. No puede soportar la mirada dulce, pero escrutadora de su familia, que observa su nuevo vestido de esposa de la Gracia. Y lo que Yo digo es siempre verdad. Me debes creer”. ■ Marta: “Sí, Señor, sí. Pero mi María ha pertenecido por mucho tiempo al demonio. La ha vuelto a atrapar, el…”. Jesús: “Él se está vengando en ti por la presa que para siempre perdió. ¿Acaso debo ver que tú, la fuerte, caes víctima suya por un momento de abatimiento necio que no tiene razón de ser? ¿Debo ver ahora que por causa de ella, que cree en Mí, pierdes tú la radiante fe que siempre has manifestado? ¡Marta! Mírame bien. Escúchame. No escuches a Satanás. ¿No sabes que cuando se ve obligado a soltar la presa porque Dios le ha vencido, este incansable atormentador de los seres, este incansable ladrón de los derechos de Dios, se pone inmediatamente manos a la obra para encontrar otras víctimas? ¿No sabes que los tormentos de un tercero, que resiste sus asaltos porque es bueno y fiel, son los que dan consistencia a la curación de un corazón? ¿No sabes que todo lo que acaece y lo que existe en la Creación está relacionado y sigue una ley eterna de dependencias y consecuencias, de forma que el acto de uno produce vastísimas repercusiones naturales y sobrenaturales? Tú estás llorando aquí, aquí estás conociendo la duda cruel, y, a pesar de todo, continúas siendo fiel a tu Mesías aún en esta hora de tinieblas; allá, en un lugar no muy lejano, que desconoces, María está sintiendo que se despeja su última duda sobre la infinitud del perdón que ha recibido, y su llanto se cambia en sonrisa y sus sombras en luz. ■ Tu tormento la ha guiado al lugar donde hay paz, al lugar donde se regeneran las almas, junto a la Mujer sin mancha, junto a aquella que tanto es Vida, que le ha sido otorgado dar al mundo al Mesías, que es la Vida. Tu hermana está con mi Madre. ¡Oh! no es la primera que pliega velas en ese puerto de paz habiéndola llamado el suave rayo de la hermosa Estrella María a aquel seno de amor, por amor, mudo y activo, de su Hijo. Tu hermana está en Nazaret”. Marta: “Pero ¿cómo ha sido, si no conoce a tu Madre, ni tu casa?… Sola… De noche… Sin los medios necesarios… Vestida así… Un camino tan largo… ¿Cómo?”. Jesús: “¿Cómo? Como regresa la golondrina cansada a su nido que la vio nacer, atravesando mares y montes, superando temperaturas, nubes, y vientos contrarios; como regresan las golondrinas a los lugares donde pasan el invierno: por el instinto que las guía, el suave calor que las invita, el sol que las llama. Pues, también ella ha acudido al rayo que la llamaba… a la Madre universal. Y la veremos regresar a la aurora, feliz… dejadas para siempre las tinieblas, con una Mamá a su lado, la mía, y para no volver ser huérfana nunca más. ¿Puedes creer esto?”. Marta: “Sí, Señor mío”. Marta está como embelesada. Realmente Jesús se ha mostrado verdaderamente dominador: alto, erguido —y, no obstante, un poco curvado hacia Marta que estaba de rodillas— ha hablado lenta, pero firmemente, casi como para transfundir su propio ser en la agitada discípula. Pocas veces le he visto con esta potencia para persuadir con su palabra a alguien que le escucha. Pero al final, ¡qué luz, qué sonrisa hay en su rostro! Marta en su cara refleja una sonrisa y una luz más calmada. Jesús: “Y ahora vete a descansar tranquilamente”. Marta le besa las manos y baja ya tranquilizada… (Escrito el 29 de Julio de 1945).
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4-238-55 (4-101-607).- Llegada de María Stma. con María Magdalena a Cafarnaúm en medio de una tempestad.- Magdalena entre los discípulos.
* La Madre y María Magdalena juntas: “Desde que (Magdalena) no es más que María de Jesús”.- María Magdalena todavía viste el vestido que llevaba en la tarde del banquete de Simón. Lleva un manto de María Santísima sobre sus hombros.-Jesús dice: “Simón, ven conmigo. Llama también al siervo de Marta y a Santiago, mi hermano. Toma una tela gruesa y grande. Vienen dos mujeres en el camino y hay que salir a su encuentro”. Pedro le mira curioso, pero obedece sin perder tiempo. Solo cuando ya van por el camino, atravesando el pueblo hacia la parte sur, Simón pregunta: “¿Y quiénes son?”. Jesús: “Mi Mamá y María Magdalena”. La sorpresa es tal que Pedro se detiene un momento como clavado en el suelo y dice: “¡¿Tu Mamá y María de Magdala?! ¡¿Juntas?!”. Luego se echa a correr porque Jesús no se ha detenido como tampoco se detuvieron ni Santiago ni el siervo. Pero vuelve a decir: “¡Tu Madre y María de Magdala! ¡Juntas!… ¿Pero desde cuándo?”. Jesús: “Desde que no es más que María de Jesús. Date prisa, Simón. Ya comienzan a caer las primeras gotas…”. Pedro se esfuerza en ir junto a sus compañeros, todos más altos y más ligeros que él. ■ El viento alza ahora nubes de polvo del camino reseco; es un viento que a cada momento se hace más fuerte, un viento que rompe el lago y lo levanta en crestas de olas que ya se estrellan, con un primer estruendo, contra la playa. Cuando se ve el lago, se le ve convertido en una gran cazuela en pleno furor de ebullición. Olas de, al menos, un metro de altura, lo cruzan en todas direcciones, se entrechocan, crecen al unirse, se separan corriendo en direcciones opuestas en busca de otra ola con que chocarse: todo un duelo de espuma, de crestas, de prominencias abultadas, de estruendos, de bramidos, de embates contra las casas más cercanas a la orilla. Cuando las casas impiden ver el lago, éste se hace sentir con su fragor, que supera al silbido del viento que dobla árboles, arranca hojas y hace caer frutos, y también al resonar de los prolongados y amenazadores truenos, precedidos de relámpagos cada vez más frecuentes y más fuertes. Pedro resopla jadeando: “¡A saber cuánto miedo tendrán esas mujeres!”. Jesús: “Mi Mamá no. De la otra no sé. Pero, lo que está claro es que si no nos apresuramos, se van a calar”. ■ Ya han dejado atrás Cafarnaúm a unos cien metros cuando, entre nubes de polvo, en medio del primer estruendo de un aguacero que cae oblicuo y violento rayando el aire oscuro, y que pronto es una verdadera catarata que se transforma en polvo, y ciega, y quita el aliento, se ve correr a dos mujeres, en busca de refugio bajo algún árbol frondoso. “Míralas. ¡Corramos!”. Pero Pedro,  por más que el amor que siente por María le da alas, con sus piernas cortas y que no son de corredor, llega cuando Jesús y Santiago han cubierto ya a las mujeres bajo un grueso pedazo de vela. Dice Pedro anhelante: “Aquí no podemos quedarnos. Hay peligro de rayos y dentro de poco el camino será un torrente. Vámonos, Maestro. Por lo menos hasta las primeras casas”. Se van, llevando a las dos mujeres en el centro, con la tela extendida sobre sus cabezas y espaldas. ■ La primera palabra que Jesús dice a la Magdalena, que todavía viste el vestido que llevaba en la tarde del banquete de Simón, pero que trae un manto de María Santísima echado sobre los hombros, es ésta: “¿Tienes miedo, María?”. Ella, que se ha mantenido siempre con la cabeza inclinada bajo el velo de su cabellera desordenada por la carrera, se pone colorada, agacha aún más la cabeza, y en voz baja dice: “No, Señor”. También la Madre de Jesús, perdió las orquillas y parece una niña con las trenzas sobre las espaldas, pero envía una sonrisa a su Hijo que va a su lado y que le habla con esa sonrisa propia suya. Santiago de Alfeo, tocando el velo y el manto de la Virgen, dice: “Estás muy mojada, María”. Virgen: “No importa. Ahora no nos mojamos más”. Y después se dirige con dulzura a Magdalena cuya penosa vergüenza comprende: “¿No es verdad, María? Él nos ha salvado también de la lluvia”. Magdalena asiente con la cabeza. Jesús dice: “Tu hermana estará contenta de volverte a ver. Está en Cafarnaúm. Te andaba buscando”. María por un instante levanta su cabeza y fija sus maravillosos ojos en el rostro de Jesús, que le habla con la misma naturalidad que usa con las discípulas, pero no dice nada. Siente un nudo en la garganta por demasiadas emociones. Jesús concluye: “Estoy contento de haberla retenido. Después que os bendiga os dejaré partir”. Sus palabras se pierden al estallido seco de un rayo que cayó cerca. Magdalena se estremece de espanto. Se lleva las manos a la cara y rompe a llorar. Le dice Pedro: “Ya pasó. Y con Jesús no hay nada que temer”. También Santiago que está al lado de Magdalena, dice: “No llores. Las casas están ya cerca”. Magdalena: “No lloro de miedo… Lloro porque Él me dijo que me bendeciría… yo… yo…” y no puede decir más. La Virgen interviene para consolarla: “Tú, María, ya has superado tu temporal. No pienses más en él. Ahora todo es serenidad y paz. ¿No es verdad, Hijo mío?”. Jesús: “Sí, Mamá. Es verdad. Dentro de poco volverá el sol y todo será más bello, más limpio, más fresco que ayer. Igual te sucederá, María”. La Madre interviene de nuevo, y, apretando la mano de Magdalena, le dice: “Diré a Marta tus palabras. Me siento feliz de poder verla enseguida y decirle cuán llena de buena voluntad está su María”.
* María Magdalena, a través de María Stma., comprendió la sabiduría para pertenecer a Jesús.- ■ Cafarnaúm es un desierto. El viento, la lluvia, los truenos, los relámpagos y ahora el granizo que salpica y choca contra las terrazas y fachadas son los que mandan. El lago es horriblemente majestuoso. Las casas cercanas a él sufren las embestidas de las olas, pues la playita ya no existe. Las barcas, amarradas cerca de las casas, están tan llenas de agua, que parece que hubieran naufragado, y cada nuevo golpe de mar aumenta el agua, haciendo que rebose la que ya tenían. Entran corriendo en el huerto, que se ha convertido en un charco en que flotan detritos en el agua fangosa; y del huerto van a la cocina donde todos están reunidos. Marta lanza un grito agudo cuando ve a su hermana de la mano de María. Se le arroja al cuello. No siente que se moja al hacerlo. La besa, le dice: “¡Mirí, Mirí, amor mío!”. Tal vez era la palabra cariñosa con que saludaban a Magdalena cuando era pequeña. María llora, encorvada, con su cabeza apoyada sobre el hombro de Marta, revistiendo el vestido oscuro de Marta con su pesado velo de oro (única cosa que resplandece en la oscura cocina, donde solo hay un fueguecillo de ramajes para romper las tinieblas que no es capaz de vencer por sí sola una lamparita encendida). Los apóstoles se han quedado de piedra, y también el dueño de la casa, y la dueña, que se han asomado al grito de Marta; mas éstos, pasado el primer momento de curiosidad, se han retirado discretamente. ■ Cuando la vehemencia de los abrazos se ha calmado un poco, Marta se acuerda de Jesús, de María, de cómo es posible que todos allí estén juntos, y pregunta a su hermana, a la Virgen, a Jesús y no podría decir a quién pregunta con mayor insistencia: “¿Pero cómo estáis todos juntos?”. Jesús: “El temporal, Marta, nos acercó. Fui con Simón, Santiago y tu siervo al encuentro de las dos viajeras”. Marta está tan estupefacta que no reflexiona en el hecho de que Jesús hubiese ido, sin dudar un momento, a su encuentro y por eso no le pregunta: «¿Pero lo sabías?». Es Tomás quien se lo pregunta, pero no obtiene ninguna respuesta porque Marta pregunta a su hermana:  “¿Pero cómo es que estabas con María?”. La Magdalena inclina su cabeza. La Virgen la ayuda tomándola por la mano y dice: “Llegó a mi casa como una peregrina que va al lugar donde se le pueda indicar el camino que debe seguir para llegar a la meta. Me dijo: «Enséñame qué debo hacer para pertenecer a Jesús». Pues como en ella hay voluntad verdadera y total, enseguida comprendió y aprendió esta sabiduría. Yo vi enseguida que estaba preparada para que la tomase de la mano y para que te la trajese a Ti, Hijo mío, a ti buena Marta, a vosotros, hermanos discípulos, y poder deciros: «He aquí a la nueva discípula y hermana que no proporcionará más que alegrías sobrenaturales a su Señor y a sus hermanos». Os ruego que me creáis y que la améis todos como Jesús y yo la amamos”. ■ Entonces los apóstoles se acercan a saludar a la nueva hermana. No se puede decir que no haya algo de curiosidad… ¡Pero qué se puede hacer si todavía son hombres…! Pedro con su buen sentido dice: “Está bien todo. Vosotros le aseguráis ayuda y santa amistad, pero estaría bien que pensásemos que la Mamá de Jesús y Magdalena están muy mojadas… También nosotros lo estamos… Pero ellas más. Sus cabellos destilan agua como los sauces después del huracán. Tienen sus vestidos llenos de lodo. Prendamos fuego, pidamos unos vestidos, y preparemos una comida caliente…”. Todos se ponen a trabajar. Marta lleva a la habitación a las caladas viajeras. Mientras tanto, se echa más leña al fuego, y extienden los mantos, los velos, los vestidos mojados. No sé cómo se la arreglan para proveer a todo… Sí veo que Marta, recuperada su energía de magnífica mujer de hogar, va y viene solícita, con baldes de agua caliente, con tazones de leche hervida, con vestidos que pidieron prestados a la dueña para ayudar a las dos Marías… (Escrito el 30 de Julio de 1945).
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4-239-59 (4-102-612).- María Magdalena, por primera vez, con discípulas y apóstoles.- Elogio al apóstol Andrés.
* Magdalena sufre al oír que debe ir a ciertas ciudades (Tiberíades, Magdala…): “Pero así debe suceder. Si no tiene valor para hacer frente al mundo, y no pisotea ese horrendo tirano que es el respeto humano, su heroica conversión quedará paralizada”.- Todos están reunidos en la amplia habitación de arriba. El violento temporal es ahora una lluvia que algunas veces parece haber cesado, otras vuelve con inusitada fuerza. Hoy el lago no es de color azul, sino amarillento, con tiras de espuma cuando lo azota el viento o el chubasco; de color ceniciento con espumas blanquecinas, cuando la lluvia cesa. Por las colinas —que chorrean agua, con el follaje doblado bajo el peso de la lluvia, algunas ramas colgando quebradas por el viento, muchas hojas arrancadas por el granizo— corretean hilos de arroyos por todas partes, aguas amarillentas que echan en el lago hojas, piedras, tierra arrancada a sus pendientes. La luz está encapotada, de color verdoso. ■ En la habitación, sentadas junto a una ventana que da a las colinas, están María Santísima, Marta, Magdalena y otras dos mujeres que no sé exactamente quiénes sean. Me da la impresión de que Jesús, María y los apóstoles las conocen, porque están a sus anchas, más que Magdalena que está quieta, con la cabeza inclinada, entre la Virgen y Marta. Se han vuelto a poner los vestidos secados al fuego, después de haberlos quitado el lodo. No digo bien. La Virgen se ha puesto su vestido de lana de color azul oscuro, pero la Magdalena tiene uno prestado que le queda corto y estrecho para ella, que es alta y hermosa. Trata de remediar la escasez del vestido envolviéndose en el manto de su hermana. Se ha recogido los cabellos en dos gruesas trenzas, que las tiene más o menos anudadas a la altura de la nuca, porque para sostener ese peso no bastan, de ninguna manera, las pocas horquillas que ha podido juntar en ese momento; de hecho, he observado que ayuda a las horquillas con una cinta fina, que le sirve como de ligera diadema, cuyo color paja desaparece en el oro de sus cabellos. En el otro lado de la habitación, sentados en banquillos que dan al frente de las ventanas, están Jesús, los apóstoles y el dueño de la casa. Falta el siervo de Magdalena. Pedro y los otros pescadores escudriñan las entrañas del tiempo, y hacen pronósticos para el día siguiente. Jesús escucha o bien responde a esta o aquella pregunta. Santiago de Zebedeo dice: “Si lo hubiera sabido, habría dicho a mi madre que viniera. Conviene que esta mujer se sienta enseguida relajada con las compañeras”, y mira a hurtadillas hacia las mujeres. Judas Tadeo le apoya: “¡Ya! ¡Si lo hubiéramos sabido!”… ■ y pregunta después a su hermano Santiago: “Pero, ¿y por qué mamá no vino con María?”. Santiago: “No lo sé. Yo también me lo pregunto”. Tadeo: “¿No se sentirá bien?”. Santiago: “María ya nos lo habría dicho”. Tadeo: “Se lo voy a preguntar” y Tadeo va a donde están las mujeres.  Se oye la voz clara de María Santísima que responde: “Se siente bien. Fui yo quien la evité este terrible calor. Nos fugamos como dos niñas. ¿No es verdad, María?  María llegó por la noche, y al amanecer partimos. Tan solo dije a Alfeo: «Ten la llave. Volveré pronto. Díselo a María». Y me vine”. ■ Jesús: “Volveremos juntos, Mamá. Apenas se componga el tiempo y María tenga vestido, iremos todos juntos por la Galilea. Acompañaremos a las hermanas hasta el camino más seguro. Así las conocerán también Porfiria, Susana, y vuestras mujeres e hijas, Felipe y Bartolomé. Jesús dice con exquisitez: «las conocerán» y no: «conocerán a María Magdalena». De este modo todas las prevenciones y restricciones mentales de los apóstoles para con la redimida no tienen lugar. Jesús lo quiere así, venciendo de este modo la repugnancia de ellos, la vergüenza de ella y todo. María Santísima se siente feliz. María Magdalena se pone colorada y envía una mirada suplicante y agradecida, ¿qué sé yo?… María Santísima dulcemente sonríe. Preguntan: “¿Cuál es el primer lugar a donde vamos, Maestro?”. Jesús: “A Betsaida. Luego atravesando Magdala, Tiberíades, Caná, hasta Nazaret. De allí atravesando Yafia y Semerón, iremos a Belén de Galilea y luego a Sicaminón y a Cesarea…”. Un violento sollozo de Magdalena interrumpe las palabras de Jesús. Levanta su cabeza, la mira y luego continúa como si nada hubiese sucedido: “En Cesarea encontraréis vuestro carro. Así se lo ordené al siervo, e iréis a Betania. Nos volveremos a ver para la fiesta de los Tabernáculos”. Magdalena recobra pronto la tranquilidad. No responde a las preguntas de su hermana. Sale de la habitación y se retira, quizás a la cocina, durante un tiempo. ■ Marta, humilde y apurada, dice: “Jesús, María sufre al oír que debe ir a ciertas ciudades. Es necesario comprenderla… Maestro, lo digo más por los discípulos que por Ti”. Jesús: “Es verdad como dices, Marta. Pero así debe suceder. Si no tiene valor para hacer frente al mundo, y no pisotea ese horrendo tirano que es el respeto humano, su heroica conversión quedará paralizada. Inmediatamente y con nosotros”. Pedro promete: “Nadie dirá algo mientras esté con nosotros. Te lo aseguro, Marta, y conmigo todos mis compañeros”. Tadeo confirma: “¡Pues claro! La rodearemos como si fuese nuestra hermana, pues ella dijo que eso era, y así será a nuestros ojos”. Zelote añade: “Además… todos somos pecadores y el mundo ni siquiera nos perdonó. Por esto comprendemos su lucha”. Mateo: “Yo la entiendo más que todos vosotros. Es muy meritorio vivir en el lugar que pecamos. ¡Todos saben lo que fuimos!… Es una tortura. Pero es también justicia y gloria el resistir allí. Precisamente porque la potencia de Dios se muestra en nosotros con evidencia, hacemos que otros se conviertan sin que les digamos palabra alguna”.
* “Ella está llamada a ser un signo indicador para muchas almas. No ha hecho más que cambiar la dirección de su exuberancia en el amar. Ha colocado en un plano sobrenatural esta facultad poderosa de amar que tiene, y realizará prodigios con ella”.- ■ Dice Jesús:  “Como ves, Marta, todos comprenden y quieren a tu hermana y la querrán más. Ella está llamada a ser signo indicador para muchas almas culpables y medrosas, y una gran fuerza para los buenos. Pues María, cuando haya quebrantado las últimas cadenas de su ser humano, será un fuego de amor. No ha hecho más que cambiar la dirección de su exuberancia en el amar. Ha colocado en un plano sobrenatural esta facultad poderosa de amar que tiene, y realizará prodigios con ella. Os lo aseguro. Ahora todavía está avergonzada. Pero la veréis que día tras día se irá apaciguando, se irá robusteciendo en su nueva vida. En casa de Simón dije: «Mucho se le ha perdonado, porque mucho ama ella». Ahora os digo que en verdad todo le será perdonado porque amará  a su Dios con todas sus fuerzas, con toda su alma, con toda su inteligencia, con toda su sangre, con toda su carne, hasta el holocausto”. ■ Andrés suspira: “¡Bienaventurada ella que merece ese elogio! ¡También yo quisiera merecerlo!”. Jesús dice a Andrés: “¡Tú! Tú ya lo tienes. Ven aquí, pescador mío…”. (Escrito el 31 de Julio de 1945).
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4-240-65 (4-103-619).- En Betsaida, en la casa de Simón Pedro, con Porfiria, que recibe elogios de Jesús, y con Marziam, que enseña a la Magdalena el «Padrenuestro».
* María Magdalena ríe con Marziam, y Jesús dice: “La inocencia siempre da consuelo”.- ■ La aurora apenas está despuntando. Jesús, María, Marta y Magdalena suben a la barca de Pedro y Andrés; también Zelote, Felipe y Bartolomé. Mateo, Tomás, los primos de Jesús e Iscariote están en la otra barca, en la de Santiago y Juan. Se dirigen a Betsaida. El trayecto es breve y el viento ayuda. En pocos minutos han hecho la travesía. Cuando están para llegar Jesús dice a Bartolomé y a su inseparable Felipe: “Id a avisar a vuestras mujeres que hoy estaré en vuestra casa”. Y mira a los dos de una manera elocuente. Bartolomé: “Así se hará, Maestro. ¿No concedes ni a mí ni a Felipe el hospedarte?”. Jesús: “No vamos a estar aquí sino hasta la puesta del sol y no quiero privar a Simón Pedro del gozo de ver a su Marziam”. La barca llega a la playa, se detiene. Bajan Felipe y Bartolomé. Se separan de sus compañeros para ir al pueblo. Pedro pregunta al Maestro que fue el primero en bajar y está a su lado: “¿A dónde van esos dos?”. Jesús: “A avisar  a sus mujeres”. Pedro: “Voy yo también entonces a avisar a Porfiria”. ■ Jesús: “No es necesario. Porfiria es muy buena y no es necesario prepararla para nada. Su corazón no sabe más que repartir dulzuras”. Simón Pedro brilla al oír las alabanzas tributadas a su esposa y no añade más. Para que bajen las mujeres se ha puesto una tabla como puente. Se dirigen a la casa de Simón Pedro. Marziam, que está sacando sus ovejas para llevarlas a pacer la hierba fresca en las cuestas cercanas a Betsaida, es el primero en verlos y con un grito de alegría da el anuncio, corre a refugiarse en el pecho de Jesús, que se ha inclinado para besarle. Luego va a Pedro. Porfiria acude, con las manos llenas de harina, y se inclina para saludar a Jesús. Jesús: “La paz sea contigo, Porfiria. No nos esperabas tan pronto, ¿verdad? Además de mi bendición quise traerte a mi Madre y a dos discípulas. Mi madre deseaba ver de nuevo al niño… Mírale entre sus brazos. Y las discípulas querían conocerte… Ésta es la esposa de Simón. La discípula buena y silenciosa, activa en su múltiple obediencia. Éstas son Marta y María de Betania. Dos hermanas. Amaos mucho”. ■ Porfiria: “Las personas que me traes las amo más que a las de mi sangre, Maestro. Ven. Mi casa es más hermosa cada vez que en ella pones tu pie”. María Stma. sonriente se acerca y abraza a Porfiria diciéndole: “Veo que realmente tienes corazón de una madre. El niño está muy bien y se siente feliz. Gracias”. Porfiria: “¡Oh, Mujer más bendita que ninguna otra! Sé que por ti tengo la alegría de que me llame mamá. Y te digo que no te daré jamás el dolor de no serlo con todo lo mejor que hay en mí. Entra, entra con las hermanas…”. ■ Marziam mira con curiosidad a Magdalena. Toda una red de pensamientos se teje en su cabeza. Al fin prorrumpe: “Pero… tú no estabas en Betania”. Magdalena, ruborizándose y dibujando una sonrisa, dice: “No estaba. Pero ahora estaré siempre”. Y acaricia al niño diciéndole: “¡A pesar de que no nos hayamos conocido hasta ahora, ¿me quieres?!”. Marziam: “Sí, porque eres buena. Has llorado ¿no es verdad? Por eso eres buena. Te llamas María ¿o no? También mi mamá se llamaba así y era buena. Todas las mujeres que se llaman María son buenas, pero…” y se interrumpe para no causar dolor a Porfiria y Marta, “pero también hay buenas que tienen otro nombre. ¿Cómo se llamaba tu mamá?”. Magdalena: “Euqueria… y era muy buena“. Dos gruesas lágrimas caen de los ojos de María de Mágdala. Marziam pregunta: “¿Lloras porque ha muerto?” y le acaricia sus bellísimas manos cruzadas sobre su vestido oscuro (sin duda es uno de Marta adaptado porque tiene el dobladillo bajado). Y prosigue: “No llores. No estamos solos. ¿Sabes? Nuestras mamás están cercanas a nosotros. Lo ha dicho Jesús. Son como nuestros ángeles custodios. También eso dice Jesús. Y si uno es bueno, cuando se muera vendrán a nuestro encuentro, y sube uno a Dios en los brazos de la mamá. Es verdad esto ¿eh? Lo dijo Él”. María Magdalena estrecha al pequeño en un abrazo y le besa diciéndole: “Ruega entonces para que yo sea buena”. Marziam: “¿Pero no lo eres? Con Jesús caminan solo los que son buenos… Y si uno no es del todo, se hace, para poder ser discípulo de Jesús, porque no se puede enseñar lo que no se sabe. No se puede decir: «Perdona» si antes no perdonamos. No se puede decir: «Debes amar al prójimo» si antes no le amamos nosotros. ■ ¿Sabes la oración de Jesús?”. Magdalena: “No”. Marziam: “¡Ah, bueno! Hace poco que estás con Él. Es muy bonita. ¿Sabes? Dice todas estas cosas. Mira qué bonita es”. Y Marziam despacio recita el «Padre nuestro», con sentimiento y fe. Magdalena dice admirada: “¡Qué bien la sabes!”. Marziam: “Me la enseñó mi mamá por la noche y la Mamá de Jesús en el día. Si quieres te la enseño. ¿Quieres venir conmigo? Las ovejas están balando. Tienen hambre. Ahora las llevo al pasto. Ven conmigo. Te enseñaré a orar y te harás completamente buena”, y la toma de la mano. Magdalena: “Pero no sé si el Maestro quiera…”. Jesús: “Vete, vete. María. Tienes por amigo a un inocente y a los corderos… Vete, pues, sin preocupación ninguna…”. María de Magdala sale con el niño y se ve que se aleja precedida de tres ovejas. ■ Jesús mira… y los demás también. Marta dice: “Pobre hermana mía”. Jesús: “No le tangas compasión. Es una flor que endereza su tallo después del huracán. ¿Oyes?… Ríe… La inocencia siempre da consuelo”. (Escrito el 1 de Agosto de 1945).
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4-241-68 (4-104-621).- Vocación de la hija del apóstol Felipe: consagrada al Mesías.- María Magdalena, en Magdala por 1ª vez después de su conversión. Parábola de la dracma perdida (1).
* “Felipe, hay amadores que no pueden ser rechazados porque son poderosos en el amar. Tu hija ama a uno de éstos. Yo soy. Yo soy ese amador que penetra en las casas más cerradas y en los corazones, más cerrados aún. Y a todos doy una sola y nueva alma. Son mis esponsales. Ninguna riqueza, poder, alegría del mundo da el gozo perfecto que tienen los que se unen con mi pobreza, con mi mortificación. Mi llamada consiste en llevar lirios de un amor virginal al jardín del Mesías. Pebeteros de incienso para contrapesar las sentinas del vicio, orarán para contrapesar a los blasfemos, a los ateos. Ayuda para toda la humana infelicidad. Alegría de Dios”.- La barca va costeando el trecho que hay entre Cafarnaúm y Magdala. María de Magdala por vez primera está en su postura habitual de convertida: está sentada en el fondo de la barca a los pies de Jesús, quien está sentado austeramente sobre uno de los bancos de la barca. La cara de Magdalena tiene hoy un aspecto distinto del de ayer: todavía no es la cara radiante que saldrá al encuentro de su Jesús cada vez que vaya a Betania, pero es ya una cara liberada de temores y tormentos; y su mirada que antes reflejaba humillación —antes aún desfachatez— ahora es seria, pero segura, y en su noble seriedad brilla de vez en cuando una chispa de alegría, escuchando a Jesús, que habla con los apóstoles o con su Madre y Marta.  Van  hablando de la bondad de Porfiria, tan sencilla y tan amorosa. Hablan de la acogida cariñosa de Salomé y de las mujeres e hijas de Bartolomé y Felipe. ■ Éste dice: “Si no fuese porque todavía son muy jovencillas, y porque su madre se opone a que vayan lejos, ellas también te seguirían, Maestro”. Jesús: “Me sigue su alma, e igualmente es un amor santo. Felipe, escúchame. Tu hija mayor dentro de poco será prometida ¿no es verdad?”. Felipe: “Sí, Maestro. Dignos esponsales y un buen esposo, ¿no es verdad Bartolomé?”. Bartolomé: “Es verdad. Lo puedo garantizar porque conozco a la familia. No he podido aceptar hacer yo la propuesta, pero lo habría hecho si no estuviera ocupado en el seguimiento del Maestro, con plena tranquilidad de crear una santa familia”. Jesús: “Pero la muchacha me ha rogado que te dijese que no hicieses nada”. Felipe dice: “¿No le gusta el novio? Está en un error. De todas formas, la juventud no tiene seso. Espero que se persuada. No hay razón para rechazar a un excelente esposo. A menos que… ¡No es posible!”. Jesús incita: “¿A menos que…? Termina, Felipe”. Felipe: “A menos que ame a otro. Pero eso no es posible. No sale nunca de casa y en casa vive muy retirada. ¡No es posible!”. Jesús: “Felipe, hay amadores que penetran aun en las casas más cerradas; y saben hablar a sus amadas a pesar de todas las barreras y vigilancias; derriban cualquier obstáculo (como viudez o juventud bien custodiadas… u otros) y las consiguen. Hay amadores que no pueden ser rechazados, porque son poderosos en el amar, porque vencen con su seducción toda posible resistencia, hasta la del mismo demonio. Pues bien, tu hija ama a uno de éstos, y además al más poderoso”. Felipe: “Pero ¿quién? ¿Alguno de la corte de Herodes?”. Jesús: “¡Eso no es poder!”. Felipe: “¿Alguno… alguno de la casa del Procónsul? ¿Algún patricio romano? No lo permitiré por ningún motivo. La sangre pura de Israel no entrará en contacto con sangre impura, aun cuando tuviese que matar a mi hija. ¡No te sonrías, Maestro, que yo sufro!”. Jesús: “Eres como un caballo encabritado. Ves sombras donde solo hay luz. Estate tranquilo. El Procónsul es también un siervo, igual que los patricios sus amigos; y siervo es el César”. Felipe: “¡Estás bromeando, Maestro! Quisiste meterme miedo. Nadie hay mayor que César, ni nadie con más autoridad que él”. ■ Jesús: “Yo soy, Felipe”. Felipe: “¿Tú? ¿Tú quieres casarte con mi hija?”. Jesús: “No. Quiero su alma. Yo soy ese amador que penetra en las casas más cerradas y en los corazones —más cerrados aún: con un sinfín de llaves—. Soy Yo el que sabe hablar a pesar de todas las barreras y vigilancias; el que abate todo obstáculo y toma lo que anhela: a puros o pecadores, a vírgenes o viudos, a libres de vicio o a esclavos de él. Y a todos doy una sola y nueva alma, regenerada, feliz, eternamente joven. Son mis esponsales. Nadie puede negar darme mis presas deliciosas. Ni el padre, ni la madre, ni los hijos, ni siquiera Satanás. Sea que hable Yo al alma de una jovencilla como es tu hija, o a la de un pecador sumergido en el vicio y encadenado con siete cadenas, el alma viene a Mí. Y nada ni nadie me la arrebatará. Ninguna riqueza, poder, alegría del mundo proporciona el gozo perfecto como es el que tienen los que se unen con mi pobreza, con mi mortificación. Se desnudan de todo pobre bien, y se revisten de todo celestial bien. Alegres en su serenidad de pertenecer a Dios, solo a Dios… Ellos son los dueños de la Tierra y del Cielo. Lo son de la Tierra porque la dominan, y del Cielo, porque lo conquistan”. ■ Bartolomé exclama: “¡En nuestra ley jamás ha sucedido esto!”. Jesús: “Despójate del hombre viejo, Natanael. Cuando te vi por vez primera te saludé llamándote perfecto israelita sin engaño. Ahora tú perteneces al Mesías, no a Israel. Sélo sin engaño, sin trabas. Revístete de esta nueva mentalidad, de otra manera no podrás comprender tantas bellezas de la redención que vine a traer a todo el género humano”. Felipe insiste: “¿Y dices que has llamado a mi hija? ¿Y qué va a hacer ahora? Ciertamente no me voy a oponer. Pero quiero saber, incluso para ayudarla, en qué consiste tu llamada…”. Jesús: “En llevar lirios de un amor virginal al jardín del Mesías. En los siglos que están por venir cuántas no habrá… Muchas… Pebeteros de incienso para contrapesar las sentinas del vicio. Almas que orarán para contrapesar a los blasfemos, a los ateos. Ayuda para toda la humana infelicidad. Alegría de Dios”.
* “Y nosotras, las ruinas que Tú reconstruyes, ¿qué seremos?”. “María, Jesús no perdona jamás a medias. Tú y todos los que como tú habéis pecado y a los que mi amor perdona, perfumaréis, oraréis…, siendo ya conscientes del mal y aptos para curarlo, siendo almas mártires ante los ojos de Dios, y dignas de amor, por tanto, como las vírgenes”.-María Magdalena abre sus labios para preguntar y lo hace con sonrojo, pero con más desembarazo que en días anteriores: “¿Y nosotras, las ruinas que Tú reconstruyes, ¿qué seremos?”. Jesús: “Lo que son las hermanas vírgenes…”. Magdalena: “¡Oh, no es posible! Hemos pisado demasiado fango y… y… no puede ser”.  Jesús: “María, María, Jesús no perdona jamás a medias. Tú y todos los que como tú habéis pecado y a los que mi amor perdona, perfumaréis, oraréis, amaréis, consolaréis, siendo ya conscientes del mal y aptos para curarlo donde se encuentra, siendo almas mártires ante los ojos de Dios, y dignas de amor, por tanto, como las vírgenes”. Magdalena: “¿Mártires? ¿En qué cosa, Maestro?”. Jesús:  “Contra vosotras mismas y el recuerdo del pasado, y por sed de amor y de expiación”. Magdalena: “¿Lo debo creer?…”. ■ Magdalena mira a todos los que están en la barca, como pidiendo que den alas a la esperanza que se enciende en ella. Jesús le dice: “Pregúntaselo a Simón. Una noche estrellada, en tu jardín, hablé de ti, y de vosotros pecadores en general. Y todos tus hermanos te pueden decir si mi palabra no ha cantado para todos los redimidos los prodigios de la misericordia y de la conversión”. Magdalena: “También de ello me habló, con voz de ángel, el niño. Volví con el alma refrescada después de su lección. Por él he podido conocerte mejor aún que por mi hermana, tanto que hoy me siento con más fuerzas para afrontar el regreso a Magdala. Ahora que me dices esto, siento que crece en mí la fortaleza. Di escándalo al mundo. Pero te juro, Señor, que el mundo, al verme, llegará a comprender qué cosa sea tu poder”. Jesús le pone por un momento sobre su cabeza la mano, mientras María Santísima le envía una sonrisa como solo Ella sabe hacerlo: una sonrisa celestial.
* Magdalena se acuerda de su primer encuentro con Jesús en el lago, después en el monte, en Magdala, en Cafarnaúm. “Pero Cafarnaúm ha sido el lugar más bello. Allí me liberaste”.- Ya se ve Magdala extendida a la orilla del lago. Desde la otra barca grita Juan: “Maestro, he ahí el valle de nuestro retiro…” y su rostro resplandece como si en su interior brillase un sol. Y añade: “No se pueden olvidar los lugares donde se conoció a Dios”. Magdalena: “Entonces yo me acordaré siempre de este lago, porque en él te conocí. ¿Sabes, Marta que aquí, una mañana, vi al Maestro?”. Pedro: “Sí, y por poco nos vamos al fondo, nosotros y vosotros. Mujer, créeme que todos tus remadores no valían un comino”. ■ Magdalena: “No valían ni un comino, ni los remadores, ni quien iba con ellos… pero fue siempre el primer encuentro, y tiene un gran valor… Después te vi en el monte, y después en Magdala, y después en Cafarnaúm… Tantos encuentros, tantas cadenas rotas… pero Cafarnaúm ha sido el lugar más bello. Allí me liberaste…”.
* María Magdalena en Magdala, su ciudad, por primera vez, después de su conversión.- ■ Bajan a tierra donde ya están los de la otra barca. Entran a la ciudad. La curiosidad simple o… no simple de los habitantes debe ser como un tormento para Magdalena, pero lo soporta heroicamente siguiendo al Maestro que va delante, en medio de sus discípulos, mientras las tres mujeres van detrás de ellos. El cuchicheo es fuerte. No falta ironía. Todos los que respetaron a María aparentemente, cuando fue la poderosa señora de Magdala, ahora que saben que humilde y casta se ha separado para siempre de sus amigos influyentes, le lanzan hasta desprecios y epítetos poco halagadores. Marta que sufre por esto, le pregunta: “¿Quieres retirarte a casa?”. Magdalena: “No. No dejo al Maestro. Y mientras la casa no esté purificada de todo rastro del pasado, no le invitaré a entrar”. Y la verdad es que debe sufrir; el sudor que le corre por la cara, lo colorada que está, incluso hasta el cuello, ciertamente no son efectos del calor. ■ Atraviesan toda Magdala. Se dirigen al barrio de los pobres, hasta la casa donde se detuvieron la otra vez, cuya dueña queda de una pieza cuando se encuentra de frente a Jesús y a la célebre señora de Magdala, que ya no viene pomposa, ni con joyas, sino que trae la cabeza cubierta con un ligero velo de lino, envuelta en un pesado manto que con ese calor debe ser un suplicio. La mujer accede gustosa cuando Jesús le pide que le deje hablar desde su casa a la gente, es decir, a toda Magdala, porque toda la población ha seguido al grupo apostólico. Y al punto empieza a traer sillas y bancos para las mujeres y los apóstoles. Al pasar cerca de Magdalena le hace una inclinación de esclava. Le responde Magdalena: “La paz sea contigo hermana”. Y la sorpresa de la mujer es tal que deja caer el pequeño banco que tiene en las manos. No dice nada. Lo que pasó me hace pensar que María trataba a sus súbditos más bien con despotismo. Y se queda ya completamente pasmada, cuando oye que le pregunta cómo están sus hijos,  dónde están, y si la pesca ha sido buena. La mujer le contesta: “Están bien… Están en la escuela o en casa de mi madre. Solo el pequeñín está durmiendo en la cuna. La pesca es buena. Mi marido te llevará el diezmo…”. Magdalena: “No es necesario más. Empléalo en los niños. ¿Me permites ver al pequeñín?”. Mujer: “Ven…”.
* Parábola de la dracma perdida.- ■ La gente se agolpa en la calle. Jesús empieza a hablar: “Una mujer tenía diez dracmas en su bolsa. Pero, con un movimiento, la bolsa se le cayó de su pecho, se abrió, y las monedas rodaron por tierra. Las recogió con la ayuda de las vecinas. Las contó. Había nueve. No se podía encontrar la décima. Como ya había atardecido y faltaba la luz, la mujer encendió una lámpara, la puso en el suelo, tomó una escoba y se puso a barrer con mucho cuidado para ver si había rodado lejos del lugar donde había caído. La dracma no aparecía. Sus amigas, cansadas de buscar, se fueron. La mujer movió entonces el arquibanco, el escafal, el pesado baúl, movió jarras y cántaros que estaban en el nicho de la pared.  Pero la dracma no aparecía. Entonces se puso a gatas y buscó en el montón de la basura, que estaba puesto junto a la puerta de la casa, para ver si la dracma había rodado afuera y se había mezclado con los desperdicios de las verduras. Y por fin encontró la dracma toda sucia, enterrada en la basura de la casa. La mujer llena de alegría la tomó, la lavó, la secó. Era más hermosa que antes. La enseñó a sus vecinas a quienes llamó a grito. Les dijo: «¡Ved, ved! Me aconsejabais que no me cansara más, pero yo seguí y encontré la dracma perdida. Alegraos conmigo por esto, porque no tuve el dolor de perder uno solo de mis tesoros». ■ También vuestro Maestro, y con Él sus apóstoles, hace como la mujer de la parábola. Él sabe que un movimiento puede hacer que caiga al suelo un tesoro. Cada alma es un tesoro. Y Satanás, que envidia a Dios, provoca los malos movimientos para hacer caer las almas. Hay quien en la caída se queda cerca de la bolsa, o sea, se aleja un poco de la Ley de Dios que recoge las almas en la salvaguardia de los mandamientos; y hay quien se aleja más, o sea, se aleja más de Dios y de su Ley; hay en fin quien rueda hasta caer en la basura, hasta la suciedad, hasta el fango, y ahí acabaría pereciendo, ardiendo en el fuego eterno, de la misma forma que la basura se quema en los lugares apropiados. El Maestro lo sabe y busca incansable las monedas perdidas. De nada tiene asco. Hurga, hurga, remueve, barre… hasta que encuentra. Y cuando ha encontrado, lava el alma con su perdón, llama a los amigos: «Alegraos conmigo porque encontré lo que se había perdido y es más hermoso que antes porque mi perdón lo hace nuevo». En verdad os digo que hay gran fiesta en el Cielo, y que los ángeles de Dios así como los buenos de la tierra se alegran por un pecador que se convierte. En verdad os digo que no hay cosa más hermosa que las lágrimas de arrepentimiento. En verdad os digo que los únicos que ni saben, ni pueden alegrarse por esta conversión, que es un triunfo de Dios, son los demonios. Y también os digo que el modo en que un hombre acoge la conversión de un pecador es medida de su bondad y de su unión con Dios”. ■ La gente entiende la lección y mira a Magdalena, que ha venido a sentarse a la puerta con el niño entre sus brazos, tal vez para cubrir su azoramiento. La gente poco a poco se va. (Escrito el 2 de Agosto de 1945).
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1  Nota  : Cfr.  Lc. 15,8-10.
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4-242-74 (4-105-628).- María  Magdalena, en Tiberíades, por primera vez después de su conversión.- María Virgen co-partícipe en la Redención.
* La Tiberíades profana y viciosa, recibe con ojos burlones y palabras morbosas a María Magdalena.- ■ Cuando la barca atraca en el pequeño puerto de Tiberíades, algunos ociosos que estaban paseando cerca del modesto espigón se acercan enseguida para ver quién ha llegado. Hay personas de todas las condiciones sociales y nacionalidades. Por eso, las largas vestidu­ras hebreas de los más variados colores, las melenas y las barbas majestuosas de los israelitas se mezclan con las vestiduras de lana cándida, más cortas y sin mangas, y con las caras sin barba y cabelle­ras cortas de los robustos romanos; y también con los vestidos —aún más cortos— que cubren los cuerpos esbeltos y afeminados de los griegos, que parece hubieran asimilado hasta en su actitud el arte de su lejana nación: son como estatuas de dioses que hubieran bajado a la tierra en cuerpos de hombres: envueltos en suaves túnicas, rostros clásicos bajo melenas rizadas y perfumadas, brazos car­gados de pulseras que destellan al ejecutar estudiados ademanes. ■ Entremezcladas con estos dos últimos géneros de personas, hay muchas mujeres públicas, porque ni los romanos ni los helenos vaci­lan en mostrar sus amores en las plazas y caminos. Los palestinos, sin embargo, se abstienen de esto, aunque luego, dentro de sus casas, practiquen alegremente el amor libre con mujeres públicas (se ve claramente porque las cortesanas, a pesar de las miradas amena­zadoras que les hacen cuando les guiñan el ojo, llaman familiarmente por el nombre a no pocos hebreos, entre los que no falta algún fariseo con sus franjas). ■ Jesús se dirige hacia la ciudad, y precisamente hacia el lugar en que la gente más elegante concurre más; la gente elegante, o sea, por lo general, romanos y griegos y algún que otro cortesano de Herodes, y otros, también pocos, que creo que son ricos mercaderes de la costa fenicia, hacia la parte de Sidón y Tiro, porque están hablando de esas ciudades y de comercios y barcos. Los pórticos exteriores de las termas están llenos de esta gente elegante y ociosa, que pierde así su tiempo discutiendo de temas muy banales, como el discóbolo favorito o el atleta más ágil y armónico de la lucha greco-romana; o simple­mente están de palique, hablando de modas y banquetes, y concier­tan citas para alegres excursiones invitando a las más hermosas cor­tesanas o a las damas que salen perfumadas y enrizadas de las ter­mas o de sus residencias para afluir a este centro de Tiberíades, lleno de mármol, artístico como un salón. Naturalmente, el paso del grupo suscita curiosidad intensa, que se hace incluso morbosa cuando hay quien reconoce a Jesús, porque le había visto en Cesarea, y quien reconoce a la Magdalena, a pesar de que camine toda envuelta en su manto y con el velo blanco muy caído sobre la frente y la cara (de modo que, tan velada y, además, con la cabeza baja, muy poco de su rostro se ve). Un romano dice: “Es el Nazareno que curó a la hija de Valeria”. Otro romano le responde: “Me gustaría ver un milagro”. Un griego propone: “Yo querría oírle hablar. Dicen que es un gran filósofo. ¿Le decimos que hable?”. Otro griego responde: “No te entrometas, Teodato. Predica nubes. Le habría gustado al tragedista para una sátira”. Un romano, jocosamente: “Cálmate, Aristóbulo. Parece que ahora está bajando de las nu­bes y va a lo concreto. ¿No ves que lleva un séquito de mujeres jóve­nes y bonitas?”. ■ Un griego grita: “¡Pero si ésa es María de Magdala!”, y luego lla­ma: “¡Lucio! ¡Cornelio! ¡Tito! ¡Oye, mirad a María, está ahí!”. Romano: “¡No hombre no, no es ella! ¿María de ese modo? ¿Pero estás borracho?”. Griego: “Te digo que es ella. No me puedo equivocar, a pesar de que vaya tan cubierta”. Romanos y griegos se dirigen en masa hacia el grupo apostólico, que está atravesando al sesgo la plaza llena de pórticos y fuentes. Hay también mujeres que se unen a estos curiosos. Precisamente es una mujer la que va a ponerse casi debajo de la cara de María para verla mejor y… al ver que es ella y no otra, se queda de piedra. Le pregunta: “¿Qué haces así?” y ríe burlona.  María se para, se endereza, levanta una mano y, echando hacia atrás el velo, se descubre el rostro. Aparece una María de Magdala dominadora, poderosa sobre todo lo despreciable, y dueña, dueña ya de sus impresiones. “Soy yo, sí” dice con su espléndida voz y con esos ojos negros, bellísimos. “Soy yo. Y me quito el velo para que no penséis que me avergüenzo de estar con estos santos”. La mujer dice: “¡Oh! ¡María con los santos! ¡Pero mujer, ven, déjalos! ¡No te degrades a ti misma!”. Magdalena: “Hasta ahora he vivido degradada. Pero ya no más”. Mujer: “¿Pero estás loca? ¿O es un capricho?”. Un romano, que le hace señales con los ojos burlonamente, la invita: “Ven conmigo, que soy más guapo y alegre que esa plañidera con bigotes que mortifica la vida y la convierte en un funeral. ¡Bella es la vida! ¡Es un triunfo! ¡Una orgía de júbilo! Ven, que sabré estar por encima de todos en hacerte feliz”. Es un joven romano de color moreno, de cara de zorra, pese a que sea bien guapo. Hace ademán de tocarla. Magdalena: “¡Atrás! ¡No me toques! Bien has dicho: vuestra vida es una or­gía, y además de entre las más vergonzosas; y me produce náuseas”. El griego responde: “¡Hasta hace poco era tu vida, eh!”. Un herodiano, con una risita maliciosa, dice: “¡Ahora… la hace de virgen!”. Un romano insiste: “¡Tú echas a perder a los santos! Tu Nazareno va a perder la aureola contigo. Ven con nosotros”. Magdalena: “Venid vosotros a seguirle conmigo. Dejad de ser animales y convertíos al menos en hombres”. La respuesta es un coro de risotadas y burlas.
* La Tiberíades judía recrimina a Jesús por su presencia en Tiberíades… y en esa compañía… a la que Jesús defiende.- ■ Magdalena llega donde el Maestro, que se ha puesto a la sombra de un edificio be­llísimo dispuesto en forma de exedra en dos lados de una plaza. Y Jesús ya está batallando con un escriba que le está recriminando el hecho de su presencia en Tiberíades, y… con esa compañía. Jesús le responde: “¿Y tú? ¿por qué estás aquí? Esto respecto al hecho de estar en Tiberíades. Te digo, además, que en Tiberíades también hay almas a las que salvar, y más que en otros lugares”. Escriba: “No se las puede salvar: son gentiles, paganos, pecadores”. Jesús: “He venido para los pecadores. Para dar a conocer al Dios verda­dero. A todos. También para ti he venido”. Escriba: “No necesito maestros ni redentores: soy puro y docto”.  Jesús: “¡Si al menos lo fueras como para conocer tu estado!”. Escriba: “Y Tú de saber cuánto te dañas con la compañía de una meretriz”. Jesús: “Te perdono. También en su nombre. Ella, humilde, anula su pe­cado; tú, por tu soberbia, doblas tus culpas”. Escriba: “No tengo culpas”. Jesús: “Tienes la culpa capital. No tienes amor”. El escriba dice: “¡Raca!” y se vuelve. Magdalena dice: “¡Por mi culpa, Maestro!”. Y, al ver la palidez de María Virgen, gime: “Perdóname. Hago que insulten a tu Hijo. Me retiraré…”. Jesús: “No. Tú te quedas donde estás. Lo quiero y lo dice con voz in­cisiva y con un centelleo tal en los ojos, un no sé qué dominio en toda su persona,  que le transforma en algo que infunde temor. Y luego más suavemente: “Tú te quedas donde estás, y si alguno no te sopor­ta a su lado será él, sólo él, quien se marchará”. Y Jesús reanuda el paso en dirección a la parte occidental de la ciudad.
* La Virgen consuela a la Magdalena, que piensa que su presencia perjudica a Jesús. “Cualquier cosa que hiciera mi Hijo para ellos sería siempre pecado”. Ella misma, a pesar de su aparente calma, lo padece: “Es como si mi corazón estuviera envuelto en espinas y a cada respiro suyo se le clavase una. Me muestro así para sostenerle con mi serenidad”.- ■ La Magdalena llora silenciosamente bajo su velo. La Virgen, tomándola de la mano, la consuela: “No llores, María. Después el mundo te respetará. Los primeros días son los más pe­nosos”. Magdalena: “¡Oh, no es por mí! ¡Es por Él! Si le procurase algún mal, yo no me lo perdonaría. ¿Has oído lo que ha dicho el escriba? Le compro­meto”. Virgen: “¡Pobre hija! ¿No sabes que estas palabras silban como serpien­tes alrededor de Jesús desde cuando todavía no pensabas venir a Él? Me ha dicho Simón que ya desde el año pasado le acusaban de esto, porque curó a una leprosa (1), que en un tiempo había sido pecadora, a la que vieron en el mo­mento del milagro y nunca más, de la que, aunque tiene más edad que yo, soy como si fuera su ma­dre. ¿No sabes que mi Hijo tuvo que huir de «Aguas Claras» porque una des­dichada hermana tuya (2) había ido allí para redimirse? No teniendo pecado, ¿cómo crees que le pueden acusar? Con embustes. ¿Dónde los pueden encontrar? En su misión entre los hombres. Toman la buena acción como prueba de pecado. Cualquier cosa que hiciera mi Hijo para ellos sería siempre pecado. Si se encerrase en una vida eremítica, sería culpable de no cuidar del pueblo de Dios; desciende a vivir en medio de su pueblo y, porque lo hace, es culpable. Para ellos siempre es culpable”. Magdalena: “¡Entonces son odiosamente malos!”. ■ Virgen: “No. Están cerrados obstinadamente a la Luz. Él, mi Jesús, es el eterno Incomprendido; y siempre, y cada vez más, lo será”. Magdalena: “¿Y no padeces por ello? Te veo muy serena”. Virgen: “Calla. Es como si mi corazón estuviera envuelto en espinas y a cada respiro suyo se le clavase una (3). ¡Pero que Él no lo sepa! Me muestro así para sostenerle con mi serenidad. Si no le consuela su Mamá, ¿dónde podrá hallar consuelo mi Jesús? ¿En qué pe­cho podrá reclinar su cabeza sin que le hieran o calumnien por ha­cerlo? Por lo tanto, es muy justo que yo, sin pensar en las espinas que taladran mi corazón, ni en las lágrimas que bebo en las horas de soledad, extienda un suave manto de amor, ponga una sonrisa, cueste lo que cueste, para tranquilizarle más, tranquilizarle más hasta… hasta cuando la ola del odio sea tal, que ya nada le sirva, ni siquiera el amor de su Mamá…”. María tiene dos surcos de llanto en su pálido rostro. Las dos hermanas la miran conmovidas. Marta, para consolarla, dice: “Pero nos tiene a nosotras, que le queremos. Y a los apóstoles…”. Virgen: “Os tiene a vosotras, sí. Tiene a los apóstoles… Todavía muy por debajo de su misión… Y mi dolor es más fuerte aún porque sé que Él no ignora nada…”. Magdalena pregunta: “¿Entonces sabrá también que yo le quiero obedecer hasta el ho­locausto si es necesario?”. Virgen: “Lo sabe. Eres una gran alegría en su duro camino”. Magdalena: “¡Oh, Madre!” y toma la mano de María y la besa con visible afecto. ■ Tiberíades termina en las huertas del arrabal. Más allá está el camino polvoriento que conduce a Caná, entre huertos de árboles frutales por un lado y, por el otro lado, una serie de prados y campos agostados por el verano. Jesús se adentra en uno de los huertos. Se detiene bajo la sombra de los tupidos árboles. (Escrito el 3 de Agosto de 1945).
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1 Nota : La leprosa: Se trata de la bella de Corozaín.  2 Nota : Desdichada hermana tuya: se trata de Aglae, la «Velada».  3  Nota  :Es como si mi corazón estuviera envuelto en espinas”. En una larga nota autógrafa, que ocupa las cuatro caras de un folio doblado e introducido en este lugar de la copia mecanografiada, María Valtorta, entre otras cosas, explica que […] De la misma forma que es verdad que María, por ser Inmaculada, había debido quedar exenta del dolor, así como quedó exenta de la corrupción de la muerte, es también verdad que, como Corredentora «debió» padecer, en su corazón y espíritu inmaculados, cuanto su Hijo padeció en la carne, en el corazón y espíritu santísimos. Es más, precisamente por la plenitud que había en Ella de todos los dones divinos, comprendió que sus privilegiadas y «únicas» condiciones de Inmaculada y de Madre de Dios le habían sido concedidas en previsión de la Pasión del Redentor, y que, por tanto, esta especialísima condición suya de gloria —segunda sólo respecto a la infinita gloria de Dios— le había sido dada a precio del Sacrificio del Hijo de Dios y suyo, del derramamiento total de esa Sangre divina y de la inmolación de esa Carne divina que se habían formado en su seno virginal, con su sangre virginal, y que habían sido nutridos con su leche virginal. También el conocer esto era causa de dolor. Un dolor que se fundía con el gozo, tan vasto y profundo como el dolor. […] Y no sólo eso, sino que, también por la plenitud que había en Ella de los dones divinos, María conoció anticipadamente o contemporáneamente e intelectivamente todo el complejo sufrimiento de su Hijo. Sobre su alma de Inmaculada, llena de la Luz de Dios, se proyectó siempre la sombra dolorosa de la Cruz y de todas las luchas y obstáculos que precederían a la Pasión y afligirían a su Jesús […].
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(<Jesús se encuentra en Caná en casa de Susana, a cuya boda asistió un día y convirtió el agua en vino>)
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4-243-85 (4-106-639).- En Caná, en casa de Susana, se habla de Aglae y de María Magdalena.- Debate de los apóstoles sobre las posesiones diabólicas.
* Cambiar el agua en vino es cosa grande, pero cambiar a una pecadora en discípula es más grande aún.- ■ Ahora, en Caná, Jesús está agradeciéndole a Susana la hospitalidad que dio a Aglae. Están aparte, debajo de un emparrado cargado de racimos de uvas que ya se van poniendo negras, mientras, los demás descansan en la amplia cocina. Susana dice: “Maestro, la mujer era muy buena. No fue en realidad un peso. Me ayudó a lavar la ropa, a limpiar la casa para la Pascua, como si hubiese sido una esclava, y trabajó, te lo aseguro, como tal para ayudarme a terminar los vestidos para la fiesta. Delante de la familia hablaba muy poco. Era muy parca en el comer. Se levantaba antes del alba para estar ya aseada cuando despertaran los hombres. Yo encontraba siempre el fuego prendido y barrida la casa. Pero, cuando estábamos solas me preguntaba a cerca de Ti, y me pedía que le enseñase los salmos de nuestra religión. Decía: «Para saber orar, como ora el Maestro». ¿Y ahora ha terminado ya de penar? Porque sufrir sufría mucho. De todo tenía miedo y suspiraba mucho y lloraba. ¿Es ahora feliz?”. Jesús: “Sí, sobrenaturalmente feliz. Libre de temores. En paz. Nuevamente te doy las gracias por el bien que hiciste”. Susana: “¡Oh, Señor mío! ¿Qué bien? No le di más que amor en tu nombre, porque otra cosa no sé hacer. Era una pobre hermana mía. La comprendí. La amé por agradecimiento al Altísimo que me ha mantenido en su gracia”. Jesús: “E hiciste más que si hubieras predicado en el Bel Nidrás (1). ■ Ahora aquí tienes a otra. ¿Ya la has reconocido?”. Susana: “¿Quién no la conoce por toda esta región?”. Jesús: “Todos, es verdad. Pero todavía no conocéis, ni vosotros ni estos lugares, a la segunda María, que permanecerá fiel siempre a su vocación. Siempre.  Haz el favor de creerlo”. Susana: “Tú lo dices. Tú sabes. Yo creo”. Jesús: “Di también: «Yo amo». Sé que es más difícil sentir compasión y perdonar a uno que ha faltado, cuando es de los nuestros, que no a alguien que tiene la disculpa de ser pagano. De todas formas, si el dolor de ver apostasías familiares fue fuerte, sean más fuertes la compasión y el perdón. Yo perdoné en nombre de todo Israel”. Jesús termina recalcando las últimas palabras. Susana: “Yo también perdonaré por mi parte, pues creo que un discípulo debe hacer lo que hace el Maestro”. Jesús: “Has dicho bien, y Dios se alegra de ello. Vamos con los otros. Ya va a oscurecer. Será dulce el descanso en el silencio de la noche”. Susana: “¿No nos dirás algo, Maestro?”. Jesús: “Todavía no lo sé”. ■ Entran en la cocina donde están preparados los alimentos y la bebida para la cena. Susana se abre paso y, no sin un ligero rubor en sus mejillas juveniles, dice: “¿Quieren mis hermanas venir conmigo a la habitación de arriba? Tenemos que preparar pronto las mesas porque luego tenemos que colocar los lechos para los hombres. Puedo hacerlo yo sola, pero emplearía más tiempo”. La Virgen dice: “Voy también yo, Susana”. Susana: “No. Basta con nosotras, y así servirá para que nos conozcamos, porque el trabajo hermana mucho”. Se van. Jesús después de haber bebido agua preparada con una clase de almíbar, va a sentarse junto a su Madre, con los apóstoles y los de la casa, en el fresco del emparrado, dejando así libres a las sirvientas y a la dueña anciana para preparar todo. ■ De la habitación de arriba salen voces de las tres discípulas que preparan las mesas. Susana cuenta nuevamente el milagro sucedido en su matrimonio. María Magdalena dice: “Cambiar el agua en vino es cosa grande, pero cambiar a una pecadora en discípula es más grande aún. Quiera Dios que haga yo como aquel vino: ser del mejor”. Susana: “No lo dudes. Él cambia todo en algo mejor. Aquí estuvo una, que además era pagana, que había sido convertida por Él en el corazón y a la fe. ¿Puedes dudarlo tú que eres de Israel?”. Magdalena: “¿Una? ¿Joven?”. Susana: “Joven. Muy bella”. Marta pregunta: “¿Y dónde está ahora?”. Susana: “Solo el Maestro lo sabe”. Marta le dice a su hermana: “¡Ah! Entonces es aquella de la que te hablé (2). Lázaro estaba con Jesús aquella tarde, y oyó las palabras que se dijeron por ella. ¡Qué perfume había en aquella habitación! Los vestidos de Lázaro se impregnaron de él por muchos días. Pues bien, Jesús dijo que era superior el corazón de la convertida con su perfume de arrepentimiento. Quién sabe a dónde se habrá ido. Me imagino que a algún lugar solitario”. Magdalena: “Ella en un lugar solitario, y además extranjera. Yo aquí donde me conocen. Su expiación en la soledad, la mía en vivir entre el mundo que me conoce. No envidio su suerte porque estoy con el Maestro, pero espero poder imitarla un día para no tener nada que me distraiga de Él”. Marta: “¿Serías capaz de dejarle?”. Magdalena: “No pero Él dice que se va, y entonces mi espíritu le seguirá. Con Él puedo desafiar al mundo. Sin Él tendría miedo de los hombres. Pondré un desierto entre mí y el mundo”. Marta: “¿Y Lázaro y yo qué haremos?”. Magdalena: “Como antes hicisteis cuando estabais afligidos: os amaréis y me amaréis. Y sin tener que avergonzaros. Porque, aunque estaréis solos, sabréis que yo estoy con el Señor, y que en el Señor os amo”. ■ Pedro, que la ha escuchado, dice: “María es decidida y tajante en sus decisiones”. Zelote por su parte: “Es una espada recta como su padre. De su madre tiene las facciones; pero de su padre el espíritu indómito”. Y esa mujer de espíritu indómito baja ahora rápida a decir a todos que las mesas están ya preparadas…
* Judas, ¡qué severo serías con los pecadores, con los hombres! También los hombres saben que tienen dos vidas y no titubean poner en peligro una y otra… No existe la reencarnación pero sí hay dos vidas… Una cosa muy buena es no ser demasiados absolutos”.- ■ …La campiña se cobija con el manto oscuro y sereno de la noche sin luna. Solo la débil claridad de los astros permite distinguir los contornos oscuros de las plantas y los blancos de las casas. Nada más. Algunas aves nocturnas revolotean alrededor de la casa de Susana en busca de insectos, y pasan casi rozando a las personas que están sentadas en la terraza en torno a una amarillenta luz, que ilumina levemente los rostros congregados en torno a Jesús. Marta a quien los murciélagos infunden mucho miedo lanza un grito cada vez que alguno de ellos le pasa cerca. Jesús, sin embargo, se preocupa de las maripositas que vienen atraídas por la luz, y con su mano trata de alejarlas de la llama. Tomás dice: “Son unos animales muy estúpidos, tanto los murciélagos como las mariposas. Los primeros se mueren por los insectos, las segundas creen que la llama es un sol y se queman. No tienen ni rastro de cerebro”. Iscariote dice: “Son animales. ¿Pretendes que razonen?”. Tomás: “No. Pretendo que al menos tengan instinto”. Santiago de Alfeo comenta: “No tienen tiempo para ello —me refiero a las mariposas—, porque después de la primera prueba ya están bien muertas. El instinto se despierta y se hace fuerte después de las primeras, penosas, tentativas”. ■ Tomás replica: “¿Y los murciélagos? Deberían tenerlo, porque viven varios años. Lo que pasa es que son tontos”. Jesús dice: “No, Tomás. No lo son más que los hombres. Los hombres parecen también, muchas veces, murciélagos tontos. Vuelan, o mejor, revolotean, como ebrios, en torno a cosas que lo único que procuran es dolor. Mirad, mi hermano con una buena sacudida del manto, ha echado a tierra uno. Dádmelo”. Santiago de Zebedeo, a cuyos pies cayó el murciélago que, atolondrado del golpe, se agita en el suelo con movimientos torpes, lo toma con dos dedos por una de sus alas membranosas y, teniéndole suspendido como si fuera un trapo sucio, lo pone sobre las rodillas de Jesús. Jesús: “Aquí tenéis al imprudente. Vamos a soltarle y veréis que se recuperará pero no se corregirá”. Iscariote: “Un animal feo, Maestro. Yo mejor lo mataría”. Jesús: “No. ¿Por qué? Él tiene también una vida y la quiere defender”. Iscariote: “No lo creo. O no sabe que la tiene o bien no la defiende. ¡La pone en peligro!”. Jesús: “¡Oh, Judas, Judas! ¡Qué severo serías con los pecadores, con los hombres! También los hombres saben que tienen dos vidas y no titubean en poner en peligro una y otra”. Iscariote: “¿Tenemos dos vidas?”. Jesús: “La del cuerpo y la del espíritu. Lo sabes bien”. Iscariote: “¡Ah! Pensaba que te referías a reencarnaciones. Hay quien cree en ello”. Jesús: “No existe la reencarnación, pero sí hay dos vidas. Y, con todo, el hombre las pone en peligro. ■ Si fueses Dios ¿cómo juzgarías a los hombres que además del instinto tienen la razón?”. Iscariote: “Severamente, a no ser que se tratase de un hombre que estuviese dañado en la cabeza”. Jesús: “¿No tendrías en cuenta las circunstancias que enloquecen moralmente?”. Iscariote: “No”. Jesús: “De forma que, de uno que sabe de Dios y de la Ley y que no obstante peca, no tendrías piedad”. Iscariote: “No tendría piedad, porque el hombre debe saber controlarse”. Jesús: “¡Debería!”. Iscariote: “Debe, Maestro. Es una vergüenza imperdonable que un adulto caiga en ciertos pecados, sobre todo, mucho más, si no le impulsa a ello ninguna fuerza”. Jesús: “Según tú, ¿cuáles serían esos pecados?”. Iscariote: “Ante todo los carnales. Es un degradarse sin remedio…”. María Magdalena inclina la cabeza… Judas prosigue: “…es también corromper a los demás, porque del cuerpo del impuro brota un hedor que turba hasta a los más puros y los arrastra a imitarlos…”. ■ Mientras Magdalena baja cada vez más la cabeza, Pedro dice: “¡Hala! ¡No seas tan severo, hombre! La primera que cometió esta imperdonable vergüenza fue Eva, y no me vas a decir ahora que la corrompió el hedor impuro proveniente de algún lujurioso. Y has de saber que, por lo que a mí respecta, aunque me siente al lado de un lujurioso, no siento ninguna turbación en absoluto. Asunto suyo…”. Iscariote: “La cercanía siempre ensucia; si no a la carne, el alma, que es todavía peor”.  Pedro: “¡Me pareces un fariseo! Pero… entonces según esto sería necesario encerrarse dentro de una torre de cristal y quedarse allí, encerrado”. Zelote dice: “Y no te pienses, Simón, que te beneficiaría; en soledad son más temibles las tentaciones”. Pedro responde: “¡Bueno! ¡Quedarían como sueños! ¡Nada malo!”. Iscariote: “¿Nada malo? ¿No sabes que la tentación lleva a uno a pensar, y que el pensamiento busca un arreglo para satisfacer de cualquier modo el instinto que grita, y que este arreglo allana el camino a un refinamiento del pecado en que se unen sentido y pensamiento?”. Pedro: “No sé nada de eso, querido Judas. Tal vez porque nunca he pensado detenidamente, como dices, respecto a ciertas cosas. Sé, eso sí, que me parece que nos hemos ido muy lejos de los murciélagos, y que mejor que tú no seas Dios, de otro modo, en el Paraíso te quedarías tú solo, con toda tu severidad. ■ ¿Qué dices de esto, Maestro?”. Jesús: “Digo que es una cosa muy buena no ser demasiado absolutos, porque los ángeles del Señor escuchan las palabras de los hombres y las consignan en sus libros eternos, y podría ser desagradable que en alguna ocasión se le dijese a uno: «Te sucedió como juzgaste». Digo que si Dios me ha enviado es porque quiere perdonar todas las culpas de las que el hombre se arrepiente, pues sabe que el hombre es muy débil por causa de Satanás”.
* La posesión diabólica, de Doras y María Magdalena, poseídos más completamente por Satanás (poseídos los 3 grados del hombre), es la más tiránica y sutil.- ■ Jesús se dirige ahora a Judas: “Judas, respóndeme: ¿admites que Satanás puede apoderarse de un alma de modo que ejerza sobre ella una coacción que de hecho le aminora su pecado ante los ojos de Dios?”. Iscariote: “No lo admito. Satanás solo puede atacar la parte inferior”. Zelote y Bartolomé dicen al unísono: “¡Blasfemas, Judas de Simón!”. Iscariote: “¿Por qué? ¿En qué?”. Bartolomé responde: “Haces mentirosos a Dios y al Libro. En él está escrito que Lucifer atacó también la parte superior, y Dios, por boca de su Verbo, muchísimas veces lo ha dicho”. Iscariote: “También está escrito que el hombre tiene libre arbitrio, lo que significa que Satanás no puede ejercer violencia sobre la libertad humana del pensamiento y del sentimiento. Ni siquiera Dios hace”. Zelote le replica: “Dios no, porque es Orden y Lealtad. Pero Satanás sí, porque es Desorden y Odio”. Iscariote: “El odio no es el sentimiento opuesto a la lealtad. Te equivocaste”. Zelote sostiene: “No me he equivocado, porque Dios es Lealtad y, por esto, no falta a su palabra de dejar al hombre libre de actuar; mientras que el demonio, no habiendo prometido al hombre libertad de arbitrio, no puede traicionar esta palabra. Sin embargo, es muy cierto que él es odio y que, por lo tanto, arremete contra Dios y el hombre; arremete asaltando la libertad de la inteligencia del ser humano, además de su carne, y arrastrando esta libertad de pensamiento a la esclavitud, a estados de posesión por los que el hombre hace cosas que no haría si estuviera libre de Satanás”. Iscariote: “No lo admito”. ■ Judas Tadeo grita: “¿Y entonces los endemoniados? Niegas la evidencia”. Iscariote: “Los endemoniados son sordos, mudos o locos, pero no lujuriosos”. Tomás irónicamente pregunta: “¿Tienes tan solo presente este vicio?”. Iscariote: “Porque es el más difundido y el más bajo”. Tomás dice riéndose: “¡Ah! pensaba que era el que conocías mejor”. De un brinco Judas se pone de pie. Después se domina, baja la pequeña escalera y se va por los campos. Un silencio… Andrés dice luego. “Su idea no está del todo equivocada. Se podría decir que de hecho Satanás se apodera solo de los sentidos: de los ojos, del oído, del habla y del cerebro. Pero entonces, Maestro, ¿cómo se explicarían ciertas maldades? ¿No son acaso posesiones? Por ejemplo, un Doras…”. Jesús: “Un Doras, como tú dices para no faltar a la caridad a nadie, y que Dios te recompense por ello, o una María —pensamos todos y ella la primera, después de las claras y anticaritativas alusiones de Judas— son los poseídos más completamente por Satanás, que extiende su poder a los tres grados del hombre. Son las posesiones más tiránicas y sutiles, y de ellas se liberan solo aquellos que no han llegado a tal degradación del espíritu, que saben comprender la llamada de la Luz. Doras no fue un lujurioso, y, a pesar de todo, no supo ir a su Libertador. ■  En esto consiste la diferencia: que, mientras que en el caso de los lunáticos,  mudos,  sordos o ciegos por obra del demonio son los familiares los que se preocupan de conducirlos a Mí, en el caso de éstos, los poseídos en su espíritu, solo es su espíritu el que trata de buscar la libertad. Por esto reciben el perdón además de la libertad. Porque su voluntad ha tomado la iniciativa de liberarse de la posesión del Demonio. ■ Y ahora vamos a descansar. María, tú que sabes lo que significa estar uno poseído, ruega por los que se entregan a ratos al Enemigo, cometiendo pecados y causando dolor”. Magdalena: “Sí, Maestro mío. Y sin  rencor”. Jesús: “La paz sea con  todos.  Dejemos aquí la causa de tanta discusión. Que se queden las tinieblas con las tinieblas aquí fuera en la noche. Nosotros entremos a dormir bajo la mirada de los ángeles”. Jesús deja el murciélago sobre un banco, el cual hace sus primeros intentos de volar. Luego se retira con los apóstoles a la habitación alta mientras las mujeres con los dueños de la casa bajan a la plana baja. (Escrito el 4 de Agosto de 1945).
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1  Nota  :  “Bel Nidrás”.  Esta Obra no explica qué cosa entiende por “Bel Nidrás”. Pero como la Escritora en los nombres hebreos, a veces, pone “n” por “m” y viciversa, se puede uno imaginar que  tal vez “Nidrás” equivalga a “Midrás” (Comentario de los Rabinos sobre la Sagrada Escritura). En esta hipótesis, “Bel Midrás” sería el templo donde los doctores enseñaban a la gente.   2  Nota  : Se trata  de Aglae.
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4-247-112 (4-110-668).- Las discípulas viajan también con gusto, por amor. Respecto a María Magdalena solo un poderoso amor le puede dar fuerzas para soportar este tormento.
* “Un amor, para serlo verdaderamente, no debe jamás ser exclusivista. El amor perfecto ama, con sus debidos niveles, a todo el género humano, y también a los animales y vegetales, a las estrellas, al agua, ya que todo lo ve en Dios”.- ■ Mientras van caminando por una cañada que hay entre dos colinas, muy bien cultivadas y verdes, desde abajo hasta la cima, Santiago Zebedeo pregunta: “¿En dónde haremos parada, Señor mío?”. Jesús: “En Belén de Galilea. Pero cuando haga calor nos detendremos en el monte que domina Meraba, y así tu hermano será feliz una vez más viendo el mar”. Una sonrisa cubre el rostro de Jesús. Luego añade: “Nosotros los hombres habríamos podido haber avanzado más, pero detrás de nosotros vienen las discípulas que, aunque jamás se lamentan, con todo no debemos cansarlas en exceso. Bartolomé admite: “Jamás se lamentan. Es verdad. Nosotros somos más propensos a hacerlo”. Pedro dice: “Y sin embargo, están menos acostumbradas que nosotros a esta vida…”. Tomás interviene: “Tal vez por esto lo hacen con más gusto”. Jesús: “No, Tomás. Lo hacen gustosas por amor. Recuerda que ni mi Madre, ni las otras mujeres de casa, como María de Alfeo, Salomé y Susana, dejan… así, con gusto, la casa por venir por los caminos del mundo y acercarse a la gente. Ni tampoco Marta y Juana, cuando ésta también venga, que no están acostumbradas a estas fatigas, lo harían con gusto si no las moviera el amor. ■ Respecto a María Magdalena solo un poderoso amor le puede dar fuerzas para soportar este tormento”. Iscariote pregunta: “¿Por qué se lo has impuesto, si sabes que es tortura? No es buena cosa ni para ella ni para nosotros”. Jesús: “Ninguna otra cosa podría persuadir al mundo de su indudable cambio que una demostración clara. María quiere convencer al mundo de que ha cambiado. Su separación del pasado ha sido perfecta. Es completa”. Iscariote: “¡Habrá que ver! Es todavía pronto para afirmarlo. Cuando se ha acostumbrado uno a un determinado género de vida, difícilmente se separa del todo. Amistades y nostalgias nos llevan otra vez a él”. Mateo pregunta: “¿Tienes tú entonces nostalgia de tu vida de antes?”. Iscariote: “Yo… no. Lo hago por decir. Yo soy: un hombre, que ama al Maestro y… en resumidas cuentas tengo en mí medios que me sirven para preservar en mi propósito, pero ella es una mujer, y ¡qué mujer! Y, además,  aunque su actitud fuese bien firme no es muy agradable tenerla con nosotros. Si tuviésemos que encontrarnos con rabíes o sacerdotes, o grandes fariseos, pensad que no sería placentero el momento. Me sonrojaría de vergüenza desde ahora”. Jesús: “No te contradigas, Judas. Si realmente has destruido los puentes que te unían con el pasado, como tratas de insinuar, ¿por qué te duele tanto que una pobre alma nos siga para completar su transformación en el bien?”. Iscariote: “Por amor, Maestro. Yo también lo hago todo por amor por Ti”. ■ Jesús: “Entonces perfecciónate en este amor tuyo. Un amor, para serlo verdaderamente, no debe jamás ser exclusivista. Cuando uno sabe amar un solo objeto y no sabe amar ningún otro, aun cuando se sienta correspondido, demuestra con esto que no posee el verdadero amor. El amor perfecto ama, con sus debidos niveles, a todo el género humano, y también a los animales y vegetales, a las estrellas y al agua, ya que todo lo ve en Dios. Ama a Dios como es debido y ama todo en Dios. No olvides que el amor exclusivista es casi siempre un egoísmo. Por lo tanto procura llegar a amar también a los otros por amor”. Iscariote: “Sí, Maestro”. La discusión termina tan pronto se acercan las mujeres que vienen con Magdalena, la cual no sabe que ha sido el objeto de ella… (Escrito el 8 de Agosto de 1945).
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(<Jesús con el grupo de apóstoles y discípulas, en el camino hacia Belén de Galilea. Han pasado por Yafia y Meraba y han hecho alto en un bosque>)
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4-247-114 (4-110-671).- María Stma. instruye a la Magdalena sobre la oración mental y vocal.
* “La oración para que sea realmente oración, debe ser amor”. ■ Pasan las horas en la sombra susurrante del aireado bosque. Quién duerme, quién habla en voz baja, quién contempla el panorama. Juan se aparta de sus compañeros y busca un lugar más alto para ver mejor. Jesús se aparta a un lugar retirado para orar y meditar. Las mujeres, por su parte, se han retirado tras una cortina flotante de madreselva toda en flor; allí se han ido a refrescar, en un insignificante manantial que, reducido a un hilo de agua, forma en la tierra un charco que no logra transformase en arroyo. Terminado esto, las de más edad se han dormido, cansadas. María Stma. con Marta y Susana están hablando de su casa, ya lejana, y María dice que le gustaría tener esa hermosa mata toda en flor como revestimiento de su pequeña gruta. ■ La Magdalena, que se había soltado los cabellos, no pudiendo resistir su peso, se los recoge de nuevo y dice: “Voy con Juan, ahora que está con Simón, a ver el mar”. La Virgen dice: “También voy yo”. Marta y Susana se quedan con las que están durmiendo. Para llegar a donde están los dos apóstoles deben pasar cerca del lugar donde Jesús, solo, está en oración. Dice la Virgen en voz baja: “Mi Hijo encuentra su descanso en la oración”. Magdalena observa: “Me parece que será indispensable para Él retirarse para mantener ese maravilloso dominio que tiene, y que el mundo somete a dura prueba. ¿Sabes, Madre? Hice lo que me dijiste. Cada noche me retiro durante un tiempo más o menos largo para poder restablecer dentro de mí misma esa calma que se ve turbada por muchas cosas; después, me siento mucho más fuerte”. Virgen: “Por ahora te sientes fuerte, más tarde, feliz. Créeme, María, que bien en la alegría como en el dolor, bien en la paz como en la lucha, nuestro espíritu tiene necesidad de sumergirse dentro del océano de la meditación para reconstruir lo que el mundo y las vicisitudes humanas debilitan, para crearse nuevas fuerzas, para poder subir siempre hacia arriba. ■ En Israel usamos y hasta abusamos de la oración vocal. No quiero decir que sea inútil o que no agrade a Dios; pero sí digo que siempre es mucho más útil para el corazón elevarse a Dios con la mente, la meditación, en que, contemplando su divina perfección y nuestra miseria, o la miseria de tantas pobres almas —no ya para criticar de ellas, sino para compadecernos de ellas y comprenderlas, y para agradecer al Señor que nos ha sostenido para que no pecásemos, o nos ha perdonado para no dejarnos caídas—,  llegamos realmente a orar, esto es, a amar. Porque la oración para que sea realmente oración, debe ser amor. Si  no,  no es más que un murmullo de labios, de los que el alma está ausente”.
* ¿Puede Dios escuchar el grito de amor de un espíritu arrepentido pero poco purificado?.- ■ Magdalena pregunta: “¿Pero es lícito hablar con Dios, teniendo los labios todavía sucios de muchas palabras profanas? Yo, en mis horas de recogimiento, que hago como me enseñaste tú, mi apóstol dulcísimo, no permito a mi corazón, que querría decirle a Dios: «Te amo»…”. Virgen: “¡No! ¡Eso no! ¿Por qué?”. Magdalena: “Porque me parece que sería un ofrecimiento sacrílego por mi parte ofrecerle mi corazón…”. Virgen: “No lo vuelvas a hacer, hija. No lo vuelvas a hacer. Ante todo, mi Hijo te ha vuelto a consagrar el corazón con su perdón y el Padre no ve otra cosa más que éste perdón. Pero aun en el supuesto de que Jesús no te hubiera perdonado, y tú, en un lugar solitario, que puede ser tanto material como moral, gritases a Dios: «Te amo, Padre, perdona mis miserias, porque me duelen por el pesar que te causan», créeme, María, que Dios Padre te absolvería por su parte y le sería agradable tu grito de amor. Abandónate, abandónate al Amor. No le hagas violencia; antes al contrario, deja que el amor adquiera en ti la violencia de un fuego devorador. El fuego consume todo lo material, pero no destruye una molécula de aire, porque el aire es incorpóreo (al contrario: lo purifica de los desperdicios pequeñitos que en él esparce el viento, lo hace más ligero). De igual modo se comporta el amor con el espíritu: destruye la materia del hombre, si Dios lo permite, mas no destruye el espíritu, sino que acrecienta su vitalidad y le hace puro y ágil para que suba a Dios”.
* Juan y Zelote, incluso Lázaro, han comprendido el secreto de la fortaleza, de la formación espiritual: la meditación amorosa.- ■ Virgen: “¿Ves ahí a Juan? Es realmente muy joven, y con todo es un águila. Es el más fuerte de todos los apóstoles, porque ha comprendido el secreto de la fortaleza, de la formación espiritual: la meditación amorosa”. Magdalena: “Él es puro. Yo… Él es un muchacho, yo…”. ■ Virgen: “Pues mira entonces a Zelote, que no es un muchacho. Ha vivido su vida, ha luchado, ha odiado. Lo confiesa sinceramente. Pero aprendió a meditar. Y créeme, también él está muy en alto. ¿Ves? Se buscan ambos, porque se sienten iguales. Han llegado a la misma edad perfecta del espíritu y con el mismo medio: la oración mental. Por medio de ella el muchacho se ha hecho adulto en el espíritu; y por ella, el otro, ya mayor y cansado, ha vuelto a encontrar una robusta virilidad. Y, ¿sabes?, hay otro que, sin ser apóstol, adelantará mucho —es más, ya está muy adelantado— por su inclinación natural a la meditación, que desde que es amigo de Jesús se ha hecho en él una necesidad espiritual. Tu hermano”. Magdalena: “¿Mi hermano Lázaro?…”.
* Magdalena teme al primer encuentro, después de su conversión, con su hermano Lázaro.- ■ Magdalena, suplicante: “¡Oh Madre! dímelo, tú que sabes muchas cosas porque Dios te las muestra, dime ¿cómo me tratará Lázaro la primera vez que me vea? Antes guardaba silencio con desdén. Pero lo hacía porque yo no admitía que me hicieran observaciones. Fui cruel con mis hermanos… Ahora lo comprendo. Ahora que sabe que puede hablar ¿qué me dirá? Temo una abierta recriminación suya. Ciertamente me echará en cara todas las penas que le causé. Quisiera presentarme ante él inmediatamente. Pero tengo miedo. Antes iba allá, y no me inquietaba ni siquiera el recuerdo de nuestra madre muerta, ni sus lágrimas, vivas aún sobre los objetos que usó, lágrimas vertidas por mi culpa. Mi corazón era cínico, desvergonzado, cerrado a toda voz que no fuese «mal». Ahora yo no tengo ya la malvada fuerza del Mal, y tiemblo… ¿Qué me dirá Lázaro?”. Virgen: “Te abrirá sus brazos y te llamará más con el corazón que con los labios: «hermana mía amada». ■ Ha avanzado tanto en Dios, que no puede usar otros modos. No tengas miedo. No te dirá ninguna palabra del pasado. Está —es como si estuviera viendo— allí, en Betania y se le hacen largos los días de su espera. Te está esperando para estrecharte sobre su corazón, para saciar su amor de hermano. Si quieres gustar la dulzura de haber nacido del mismo seno, no tienes que hacer nada más que quererle como él te quiere”. Magdalena: “Le amaré aunque me eche en cara todo. Me lo merezco”. Virgen: “No. Te amará y nada más. Solo te querrá”. (Escrito el 8 de Agosto de 1945).
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(<Después de pasar por Belén de Galilea, se dirigen hacia el oeste, hacia el mar. Han llegado a Sicaminón, donde encuentran al pastor Isaac y a Juan de Endor>)
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4-250-133 (4-113-690).- A los discípulos de Sicaminón: la parábola del lodo transformado en llama.
* En Sicaminón, con los discípulos que han venido con Isaac.- ■ Precisamente a orillas del profundo torrente, encuentra Jesús a Isaac con muchos discípulos, conocidos unos, desconocidos otros. Entre los muchos conocidos están el sinagogo de «Aguas Claras»: Timoneo; José el acusado de incesto en Emmaús; el joven que dejó de enterrar a su padre por seguir a Jesús; Esteban; el leproso Abel, que fue curado hace un año cerca de Corozaín con su amigo Samuel; el barquero de Jericó, Salomón; y otros que no conozco ni me acuerdo si alguna vez o en algún lugar los vi. Rostros conocidos,  ya son muchos, todos conocidos como rostros de discípulos. Y hay además otros, conquistas de Isaac o de los mismos discípulos antes mencionados; siguen al núcleo principal con la esperanza de encontrar a Jesús. El encuentro es afectuoso, alegre y reverente. Isaac está radiante por la alegría de ver a su Maestro y de enseñarle su nueva grey, y como premio pide a Jesús que hable a la gente que está con él. Jesús: “¿Conoces un lugar tranquilo donde pueda uno reunirse?”. Isaac: “En el extremo del golfo hay una playa desierta. Allí hay unas casuchas de pescadores, que están deshabitadas en este tiempo, porque son malsanas y porque, además, la época de la pesca de pescado para salazón ya ha terminado y los pescadores van a la Siro-Fenicia a la pesca de la púrpura. Muchos de ellos ya creen en Ti, porque te oyeron hablar en las ciudades marítimas y por contactos con los discípulos; me han cedido sus casitas para descansar nosotros. Después de cada misión regresamos a ellas. Porque hay mucho que hacer en esta costa; está completamente corrompida por muchas cosas. Querría llegar hasta la Siro-Fenicia. Podría hacerlo por mar, porque la costa está demasiado caldeada por el sol como para recorrerla a pie. Pero yo soy pastor y no marinero; y de éstos no hay uno solo que sepa navegar”. Jesús, que está escuchando atentamente, con una leve sonrisa, un poco agachado —¡tan alto como es Él, teniendo de frente al pequeño pastor, que refiere todo como un soldado a su general!— responde: “Dios te ayuda por tu humildad. Si aquí me conocen se debe a ti, discípulo mío, no a otros…”. ■ Y, mezclados junto a apóstoles y discípulos —y no hay ni qué decir con qué manifestaciones de alegría muchos lo están (sobre todo los que ya conocían a Jesús)— vuelven sobre sus pasos y se encaminan hacia la ciudad. La rodean por su periferia hasta llegar a la punta extrema de la bahía, punta que penetra en el mar como un brazo doblado. Allí, unas pocas casuchas, esparcidas sobre la costa guijarrosa y corta, representan el lugar más miserable de la ciudad, el más deshabitado y menos continuamente poblado. Las pequeñas casuchas, resquebrajadas por la salobridad y la vejez, están cerradas y cuando las abren los discípulos, dejan ver su miserable estado. Húmedas y con el mínimo ajuar. Isaac dice: “Aquí están. Son cómodas y limpias, aunque no bonitas”. Pedro refunfuña:  “Bonitas no, pobrecillas. «Aguas Claras» era un palacio real comparado con éstas. ¡Y había quien se lamentaba!…”. Isaac dice: “Para nosotros representa una fortuna”. Pedro: “¡Claro! Lo que interesa es tener un techo y amarse. ¡Oh mira! Aquí está nuestro Juan. ¿Qué tal te va? ¿Dónde estabas?”.  Pero Juan de Endor, no sin enviar una sonrisa a Pedro, veloz se dirige a Jesús que le saluda con palabras cariñosas. Isaac dice: “No he querido que viniera, porque no se encuentra muy bien… Prefiero que esté aquí. Se desenvuelve muy bien con la gente de la ciudad y con quien le pide noticias acerca del Mesías”. ■ De hecho el hombre de Endor está mucho más delgado que antes, pero en su rostro se refleja la serenidad. La flaqueza le da un cierto aire de dignidad, que hace pensar en uno que ha sufrido el martirio de la carne y el espíritu.  Jesús le mira atentamente y le pregunta: “¿Estás enfermo?”. Juan de Endor: “No más de cuanto lo estaba antes de encontrarte. Sufro en la carne, pero no en el corazón porque, si me juzgo bien, me estoy curando de mis particulares heridas”. Jesús mira aquellos ojos serenos y sus sienes hundidas, pero no dice más; le pone, eso sí,  una mano en el hombro, y entra con él en una de las casitas, a donde han llevado unos cántaros de agua de mar para refrescar los pies cansados y jarras de agua para aliviar la sed. ■ Afuera, en mesas rústicas, bajo la sombra de una especie de emparrado de hierbas trepadoras, se prepara lo necesario para comer. Es hermoso ver —mientras el crepúsculo va cayendo y el mar recita la plegaria de la tarde con su resaca sobre la playa de guijarros— la cena de Jesús con las mujeres y los apóstoles, sentados en torno a la tosca mesota, mientras los demás, quién sentado en tierra, quién en sillas o cestas puestas al revés, hacen círculo alrededor de la mesa principal. Pronto termina la cena, y, más rápidamente todavía, quitan la mesa (los utensilios, para los huéspedes más importantes, eran bien pocos). El mar, en la noche aún sin luna, se ha puesto de color negro; toda su imponencia se descubre en esta hora triste y solemne propia de las costas marinas.
* Juan de Endor y María Magdalena, ejemplos de conversión.- ■ Jesús, con su vestido blanco, realza su figura entre las sombras cada vez más oscuras. Se levanta de la mesa y se acerca al centro de la multitud de discípulos, mientras las mujeres se retiran. Isaac y otro encienden sobre la arena unas pequeñas hogueras para iluminar y para tener alejados a los mosquitos que vienen de las marismas cercanas. “La paz sea con vosotros. Antes del tiempo fijado, la misericordia de Dios nos une dando recíproca alegría a nuestros corazones. He escudriñado todos vuestros corazones, moralmente buenos, como lo demuestra el hecho de que estuvieseis esperándome, para que os forme; espiritualmente todavía imperfectos, como lo demuestran ciertas reacciones vuestras, que manifiestan que perdura todavía en vosotros el hombre viejo de Israel con todos sus conceptos y prejuicios, y que todavía no han salido de él, como mariposa de su larva, el hombre nuevo, el hombre del Mesías, el hombre que de Él ha recibido su amplia, luminosa y misericordiosa mentalidad, y la aún mayor caridad. Pero vosotros no os avergoncéis de que haya escudriñado vuestros corazones y leído todos sus secretos. Un buen maestro debe conocer a sus discípulos para poderles corregir sus defectos; y creedme, si es un buen maestro, no siente desagrado por sus alumnos más defectuosos, sino que es precisamente a éstos a quienes más se dedica para mejorarles. Vosotros sabéis que soy un buen Maestro. Vamos ahora a examinar juntos estas reacciones y estos prejuicios, vamos a tratar de considerar juntos el motivo de nuestra presencia aquí; y, por el gozo que nos produce este estar unidos, sepamos bendecir al Señor, que siempre,  de un bien particular obtiene un bien colectivo. ■ De vuestros propios labios he oído la admiración que experimentáis por Juan de Endor; y tanto más crece esta admiración porque él se declara un pecador convertido, y apoya su tesis de predicación, en medio de aquellos a quienes quiere conducir a Mí, en estas dos características suyas, la vieja y la nueva. Es verdad. Era un pecador. Ahora es un discípulo. Muchos de vosotros si han venido al Mesías ha sido gracias a él. Ved, pues, con qué medios, que el hombre viejo de Israel despreciaría, Dios se crea un pueblo suyo. ■ Ahora os ruego que os abstengáis de juzgar con malsano juicio la presencia de una hermana que el viejo Israel no acepta como discípula. Mandé a las mujeres a que se fuesen a descansar. Pues bien, la razón de esta orden mía, que ciertamente ha apenado a las discípulas, no era tanto la preocupación de que descansaran cuanto la de poderos dar a vosotros una santa valoración de una conversión, y la preocupación de impediros un pecado contra el amor y la justicia. María Magdalena, la gran pecadora de Israel, aquella que no tenía disculpa de su pecado, ha vuelto al Señor. ¿Y de quién debe esperar fidelidad y misericordia sino de Dios y de los siervos de Dios? Todo Israel y con él los extranjeros que viven entre nosotros, aquellos que muchos la conocen y que la critican sin piedad alguna, ahora que ya no es su cómplice de vicios, critican y se burlan de esta resurrección. Resurrección. Sí. Es la palabra más exacta. Resucitar un cuerpo no es el milagro más grande; es siempre un milagro relativo, destinado a quedar un día anulado por la muerte.  Yo no doy la inmortalidad al resucitado en cuerpo, pero sí doy eternidad al resucitado en su espíritu. Además, mientras que, en el caso de un muerto en el cuerpo, el muerto no une su voluntad de resucitar a la mía —por tanto, no hay mérito por su parte— en el resucitado en el espíritu está presente su voluntad, es más, es la primera presente; por tanto, hay mérito del resucitado. Esto no os lo digo para justificarme. A Dios sólo debo dar cuenta de mis acciones. Pero vosotros sois mis discípulos, y mis discípulos deben ser otros Jesús. No debe haber en ellos ninguna ignorancia, como tampoco ninguna de esas inveteradas culpas, que hacen que muchos estén unidos con Dios tan sólo de nombre”.
* Una materia, aun la más sucia, presentada ante la voluntad de Dios, puede transformarse en belleza pura.
 “Cada alma es un fuego sagrado, encendido por Dios en el altar del corazón para que consuma el holocausto de la vida con el amor al Creador que la hizo. El fuego cae en el pozo profundo… Y allí, sumergido en los desagües de todos los vicios, se convierte en fango apestoso y pesado, hasta que no baja a esa profundidad un sacerdote y lo lleva otra vez a la luz del sol y lo deposita sobre el holocausto de su propio sacrificio”.- ■ Jesús: “Todo es susceptible de buenas acciones, hasta las cosas aparentemente menos apropiadas. Cuando una materia se presenta ante la voluntad de Dios —aunque se trate de la más inerte, helada y sucia— puede transformarse en movimiento, llama y belleza pura. Os voy a dar un ejemplo tomado del libro de los Macabeos (1). Cuando el rey de Persia dejó partir a Nehemías para Jerusalén, se quisieron ofrecer sacrificios en el reconstruido Templo y en el altar purificado. Nehemías recordaba cómo, en el momento en que Jerusalén fue capturada por los persas (Babilonios), los sacerdotes encargados del culto divino, tomaron el fuego del altar y lo escondieron en un lugar secreto, en el fondo de un valle, en un pozo profundo y seco, y que lo hicieron tan bien y en forma tan secreta, que sólo ellos supieron dónde se quedó el fuego sagrado. Este hecho lo recordaba Nehemías, y recordándolo, llamó a los nietos de aquellos sacerdotes para que fuesen al lugar indicado por los sacerdotes a sus hijos antes de morir —éstos a su vez se lo habían indicado a sus hijos, transmitiendo de esta forma el secreto de padres a hijos— y trajeran el fuego sagrado para encender el fuego del sacrificio. Pero cuando los nietos bajaron al pozo secreto, no encontraron fuego, sino agua espesa, un lodo sucio, fétido, pesado, que se había filtrado allí procedente de todos los albañales de la Jerusalén destruida. Y se lo dijeron a Nehemías. Mas éste ordenó que se tomase agua de aquella y que se la trajeran. Habiendo ordenado que se pusiera la leña encima del altar, y encima de la leña los sacrificios, roció abundantemente todo con el agua lodosa. Si el pueblo, asombrado, miraba con respeto, si los sacerdotes, escandalizados, obedecieron a Nehemías por respeto, fue solo porque era Nehemías el que ordenaba. Pero ¡cuánta tristeza en sus corazones, cuánta desconfianza! De la misma forma que había nubes en el cielo que ponían triste el día, en los corazones la duda sumía en la tristeza a los hombres. Pero he aquí que el sol desgarró las nubes y bajó con sus rayos al altar, y la leña rociada con el agua pantanosa se prendió con tal llama que pronto consumió el sacrificio; mientras los sacerdotes recitaban las plegarias que Nehemías había compuesto y con los himnos más hermosos de Israel, hasta que todo el sacrificio quedó consumido. Y, para persuadir a la multitud de que Dios tiene poder para realizar prodigios aun con materias menos aptas, pero empleadas con fin recto, Nehemías ordenó que con el resto del agua se asperjara una serie de grandes piedras, y, las piedras asperjadas prendieron fuego y en él se consumieron en la intensa luz que venía del altar. ■ Cada alma es un fuego sagrado, encendido por Dios en el altar del corazón para que consuma el holocausto de la vida con amor al Creador que la hizo. Cada vida es un holocausto, si es bien vivida; cada día es un holocausto que ha de arder con santidad. Pero llegan los salteadores, los opresores del hombre y de su alma. El fuego cae en el pozo profundo, y no por necesidad santa, sino por una necedad sin nombre. Y allí, sumergido en los desagües de todos los vicios, se convierte en fango apestoso y pesado, hasta que no baja a esa profundidad un sacerdote, y lo lleva otra vez a luz del sol aquel fango, y lo deposita sobre el holocausto de su propio sacrificio”.
“Tened muy bien cuenta: no basta el heroísmo de la persona que se convierte; es necesario también el heroísmo de quien convierte (debe preceder). Porque así se logra que el fango se convierta en llama y Dios acepte como perfecto y grato a su santidad el holocausto. Es entonces cuando este fango arrepentido adquiere tal potencia que puede encender y devorar hasta las piedras… ¿De donde le viene a este lodo esta propiedad? Es porque en el fuego del arrepentimiento ellos se funden en Dios, llama con llama”.- Jesús: “Porque tened muy bien cuenta: no basta el heroísmo de la persona que se convierte; es necesario también el heroísmo de quien convierte (es más, éste debería preceder a aquél, porque las almas se salvan con nuestro sacrificio). Porque así se logra que el fango se convierta en llama, y Dios acepte como perfecto y grato a su santidad el holocausto que se consume. Es entonces cuando, no bastando para persuadir al mundo de que el fango arrepentido es más abrasador que el fuego común (aunque sea fuego consagrado, que sirve solo para consumir leña y víctimas, o sea materias combustibles), este fango arrepentido adquiere tal potencia que puede encender y devorar hasta las piedras, material incombustible. ■ ¿Y no os preguntáis de dónde le viene a este lodo esta propiedad? ¿No lo sabéis? Os lo diré: Es porque en el fuego del arrepentimiento ellos se funden en Dios, llama con llama; llama que sube, llama que desciende; llama que se ofrece amando, llama que se concede amando; abrazo de dos que se aman, que se encuentran de nuevo, que se unen, formando una sola cosa. Y, como la llama más grande es la de Dios, acontece que ésta rebosa, vence, penetra, absorbe… y la llama del fango arrepentido deja de ser llama relativa de ser creado para ser llama infinita de Ser increado: del Altísimo, el Potentísimo, el Infinito, de Dios. ■ Estos son los grandes pecadores verdaderamente convertidos, totalmente convertidos, generosamente entregados a la conversión sin quedarse con nada del pasado, consumiéndose primero ellos mismos, su parte más pesada, con la llama que se levanta de su propio fango, que ha ido al encuentro de la Gracia, y que por ella ha sido tocado. ■ En verdad, en verdad os digo que muchas piedras en Israel serán presa del fuego de Dios debido a estos hornos ardientes que arderán cada vez más, hasta la consumación de la criatura humana, y que seguirán devorando con su fuego las piedras, las tibiezas, las incertidumbres, las timidezas de la Tierra, desde su elevado trono del Cielo, verdaderos espejos ustorios sobrenaturales que recogen las Luces Unas y Trinas para dirigirlas sobre el género humano y encenderlo de Dios”.
“La unión de mis sacerdotes será como la parte vital del gran cuerpo de mi Iglesia, de la que Yo seré el Espíritu Santo animador, y, alrededor de esta parte vital se concentrarán todas las infinitas partículas de los creyentes para que formen un solo cuerpo, que tendrá mi Nombre”.-Jesús: “Os repito que no tenía necesidad de justificar mis acciones, pero he querido que entraseis en mi concepto y lo hicieseis vuestro; para ahora y para otros casos futuros semejantes, cuando Yo ya no esté con vosotros. Que jamás un concepto errado, una sospecha farisea de contaminar a Dios llevándole un pecador arrepentido, os detenga en esta obra, que es el coronamiento perfecto de la misión para la que os destino. Tened siempre ante los ojos que no vine a salvar santos, sino los pecadores. Igual haced vosotros, porque el discípulo no es mayor que el Maestro y si Yo no aborrezco el tomar de la mano a los deshechos de la Tierra que sienten necesidad del Cielo —que la sienten por fin—  y, con gozo, los conduzco a Dios (porque tal es mi misión, y cada conquista es una justificación de mi Encarnación humilladora del Infinito), pues no lo aborrezcáis tampoco vosotros, hombres limitados, que en mayor o menor grado habéis conocido, todos, la imperfección; hechos de la misma naturaleza que vuestros hermanos pecadores, hombres que os elijo como salvadores para que continúe mi obra hasta que perdure la Tierra, de forma que sea como si Yo estuviese viviendo en ella, como si viviese corporalmente. ■ Y así será porque la unión de mis sacerdotes será como la parte vital del gran cuerpo de mi Iglesia, de la que Yo seré el Espíritu Santo animador; y, alrededor de esta parte vital se concentrarán todas las infinitas partículas de los creyentes para que formen un solo cuerpo, que tendrá mi Nombre. Pero si faltase la vitalidad en la parte sacerdotal ¿podrían las infinitas partículas tener vida? Verdad es que Yo, estando en ese cuerpo, podría impulsar mi Vida hasta las partículas más lejanas, sin hacer caso de las cisternas y los canales cerrados e inútiles, reacios a su ministerio. Porque la lluvia penetra hasta donde quiere, y las partículas buenas, que son capaces por sí mimas de querer la vida, vivirían igualmente mi vida. ¿Pero qué sería entonces del Cristianismo? Conjunto de almas y almas, cercanas, pero separadas por canales y cisternas que ya no serían lazos de unión, distribuidores de la sangre vital proveniente de un único centro para cada una de las partículas; serían, más bien, muros y precipicios de separación, a través de los cuales las partículas se mirarían, humanamente hostiles, sobrenaturalmente entristecidas, de una orilla a otra,  diciendo en sus espíritus: «Y, con todo, éramos hermanos y como tales nos sentimos todavía, a pesar de que nos hayan separado». Cercanía. No una fusión. No un organismo. Y sobre esta ruina resplandecería con pena mi amor… Aún más, no penséis que esto valga solo para los cismas religiosos. No. Sirve también para todas las almas que quedan solas, porque los sacerdotes no quieren sostenerlas, ocuparse de ellas, amarlas, faltando con ello a su misión, que es la de decir y hacer lo que Yo digo y hago, o sea: «Venid a Mí todos vosotros, que os conduciré a Dios». Id en paz ahora, y que Dios sea con vosotros”. (Escrito el 11 de Agosto de 1945).
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1  Nota  : Cfr. 2 Mac. 1,18-36.
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4-250-140 (4-113-698).- Juan de Endor se ha ofrecido como víctima. Jesús dice: “Vine a predicar, con hechos, que en el sufrimiento hay expiación, y en el dolor redención”.
* Si no tuviera la suerte de ser un discípulo que enseñe, tendré la de discípulo víctima, y será la que más me asemeje a la tuya”.- ■ La gente poco a poco se va desparramando, cada uno a su choza en que pasa la noche. También se levanta Juan de Endor que siempre toma notas de lo que dice Jesús, exponiéndose al calor abrasador del fuego para poder ver lo que escribía. Jesús le detiene y le dice: “Quédate un poco con tu Maestro”. Y así le tiene junto a Sí hasta que todos terminan de marcharse.  Jesús: “Vamos a aquel peñasco que se ve. La luna está alta y seve el camino”. Juan consiente sin decir palabra alguna. Se alejan de las chozas unos doscientos metros. Se sientan sobre una voluminosa peña, que no sé si sea restos de un dique, o el pico de algún arrecife que se sumerge en el mar, o bien ruinas de alguna casa sepultada bajo las aguas, que quizás con el paso de los siglos han penetrado tierra adentro. Lo que sí sé es que, mientras desde la pequeña playa se puede subir apoyando el pie en entrantes y salientes de la piedra, que hacen de peldaños, desde la parte del mar la pared desciende casi recta para hundirse en el agua azul. Ahora, debido a la marea está rodeada de agua que choca contra ella suavemente, para huir luego con un sonido de enorme aspiración, y luego calla un momento, para volver de nuevo, con movimiento y sonido regulares, hecho de golpes y aspiraciones y silencios como una música acompasada. Se sientan en la punta más alta de este volumen. La luna dibuja sobre las aguas una vereda de plata y da un color oscurísimo al mar,  que antes de que ella saliera no era sino una extensión negruzca en el negro de la noche. ■ Dice Jesús: “Juan ¿no dices a tu Maestro la razón por la que sufre tu cuer­po?“. Juan de Endor: “Tú la sabes, Señor. Pero no digas: «sufre», sino más bien: «se consume». Es más exacto y Tú lo sabes, y sabes que se consu­me con gozo. Gracias, Señor. También yo me reconocí en el fango que se convierte en llama. Pero no tendré tiempo de encender las piedras. Señor mío, pronto moriré. Sufrí mucho por odio del mun­do y ardo en alegría del amor de Dios. No me quejo de la vida. Acá podría todavía pecar, faltar a la misión a la que me destinas. Dos veces he faltado en mi vida. A mi misión de maestro, porque en ella debía haber sabido encontrar el modo de formarme, y no me formé. A mi misión de marido, porque no supe formar a mi mujer. Y es lógico, pues no había sabido formarme, y así no podía formarla. Podría faltar también a mi misión de discípulo, y no quiero faltarte. Sea, pues, bendita la muerte si viene a llevarme a donde no se puede pecar. Pero si no tuviera la suerte de ser un discípulo que enseñe, tendré la de discípulo víctima, y será la que más me asemeje a la tuya. Esta noche acabas de decir: «encendiéndose primero a sí mismos»”. Jesús: “Juan, ¿es un destino que sufras, o un ofrecimiento que haces?”. Juan de Endor: “Un ofrecimiento que hago, si Dios no rechaza el fango hecho fuego”. Jesús: “Juan, haces muchas penitencias”. Juan de Endor: “Las hacen los santos y Tú eres el primero. Es justo que las haga quien tiene mucho que pagar. ¿Encuentras acaso que las mías no son gratas a los ojos de Dios? ¿Me las prohíbes?”. Jesús: “No pongo jamás obstáculo a las buenas aspiraciones de un alma enamorada. Vine a predicar, con hechos, que en el sufrimiento hay expiación, y en el dolor redención. No puedo contradecirme”. Juan de Endor: “Gracias, Señor. Tal será mi misión”.
* He escrito para Marziam tus pequeñas lecciones, y esta noche tuve el deseo de escribir tu gran lección”.- “Juan, para ti sería demasiado abrasador el caminar bajo el sol ardiente y la vida apostólica es un prenderse en el fuego”.- “Y con todo habría sido una cosa bella decir al mundo «¡Ven a Jesús!». ■ Jesús: “¿Qué cosa estabas escribiendo?”. Juan de Endor: “¡Oh, Maestro! Algunas veces el viejo Félix surge con sus cos­tumbres de maestro. Me acuerdo de Marziam. Él tiene ante sí toda una vida para predicarte, y por su edad, no está presente a tus predicaciones. Pensé en escribir algunas enseñanzas que nos has dado y que el niño no oyó, o porque estaba entregado a sus jue­gos, o porque está separado de nosotros. En tus palabras, aun en las más mínimas, ¡hay tanta sabiduría! Tus pláticas de amigo son ya una enseñanza, y precisamente sobre las cosas de cada día, de cada hombre, en esas cosas mínimas que en el fondo son las más grandes de la vida, porque, acumulándose, llegan a una gran suma que exige paciencia, constancia, resignación para realizarla santamente. Es más fácil llevar a cabo un acto heroico grande y único que miles y decenas de miles de pequeñas cosas que exigen una constante presencia de virtud. Y con todo no se llega al acto grande, tanto en el bien como en el mal —lo sé por experiencia por lo que se refiere al mal—, si no se va largamente acumulando actos pequeños aparentemente insignificantes. Yo comencé a matar, cuando cansado de la frivolidad de mi mujer, le lancé la primera mirada de desprecio. ■ He escrito para Marziam tus pequeñas lecciones, y esta noche tuve el deseo de escribir tu gran lección. Dejaré este tra­bajo mío al niño para que se acuerde de mí, del viejo maestro, y para que tenga aquello que de otro modo jamás poseería: su espléndido tesoro: tus palabras. ¿Me lo permites?”. Jesús: “Sí, Juan. Pero procura estar tranquilo, como este mar. ¿Ves? Para ti sería demasiado abrasador el caminar bajo el sol ardiente, y la vida apostólica es un prenderse en el fuego. Has luchado mucho en tu vida. Ahora Dios te llama a Sí en este plácido claror de luna que todo calma y hace puro. Camina en la dulzura de Dios. Yo te digo: Dios está contento de ti”. Juan de Endor toma la mano de Jesús, la besa y en voz baja dice: “Y con todo habría sido una cosa bella decir al mundo: «¡Ven a Jesús!»”. Jesús: «Lo dirás desde el Paraíso. Tú serás siempre un espejo ustorio. ■ Vamos, Juan. Me gustaría leer lo que escribiste”. Juan de Endor: “Aquí está, Señor. Y mañana te entregaré otro rollo en el que escribí otras palabras tuyas”. Bajan del picacho, y bañados en un esplendor inmenso de luna, que ha transformado en plata la grava de la orilla, vuelven a sus chozas. Se saludan: Juan, arrodillándose; Jesús, bendiciéndole con la mano puesta sobre su cabeza y dándole su paz. (Escrito el 11 de Agosto de 1945).
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(<Después de Sicaminón, en barcas, se desplazan hasta las tierras de Tiro. Se nota aquí la diversidad de razas. Predominan los Siro-fenicios mezclados con los israelitas del Carmelo. Esta gente conoce también a Jesús a través de la predicación del pastor Isaac. En estos momentos un pescador israelita pregunta a Jesús>)
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4-251-145 (4-114-703).- Ermasteo, nuevo discípulo.
* “Tú has sido el único que ha sabido perseverar”.- ■ Dice el pescador: “Maestro, pero ¿cómo tenemos que comportarnos con estos paganos? A estos los conocemos por la pesca. Nos une a ellos el trabajo, que es el mismo. Pero ¿los otros?”. Jesús: “Dices que participáis del mismo trabajo y que ello os une. ¿Y no debería uniros un origen común? Dios creó tanto a los israelitas como a los fenicios. Los de la llanura de Sarón o de la alta Judea no difieren de los de esta costa. El Paraíso fue hecho para todos los hijos del hombre. Y el Hijo del hombre viene a llevar al Paraíso a todos los hombres. La finalidad es conquistar el Cielo y dar alegría al Padre. Caminad, pues, por el mismo camino y amaos espiritualmente, así como os amáis por razón de trabajo”.  Pescador: “Isaac nos ha contado muchas cosas. Querríamos nosotros saber algo más. ¿Será posible tener un discípulo aunque fuese de cuando en cuando?”. Iscariote sugiere: “Mándales a Juan de Endor, Maestro. Es muy capaz para hacerlo y está acostumbrado a vivir entre paganos”. Jesús responde seco: “No. Juan se queda con nosotros”. Y luego volviéndose a los pescadores: “¿Cuándo termina la temporada de la pesca de la púrpura?”. Pescador: “Cuando lleguen las borrascas de otoño. El mar se pone muy agitado”. Jesús: “¿Volveréis entonces a Sicaminón?”. Pescador: “Allí y a Cesárea. Abastecemos a muchos romanos”. Jesús “Entonces podréis encontraros con los discípulos. Entre tanto, perseverad”. ■ Pescador:  “Hay a bordo de mi barca un sujeto que no quería yo que viniera pero que se presentó en tu nombre, casi”. Jesús: “¿Quién es?”. Pescador: “Un joven pescador de Ascalón”. Jesús: “Dile que baje y venga aquí”. El hombre va a bordo y regresa con un jovencillo al que se le ve más bien azarado por ser objeto de tanta atención. El apóstol Juan le reconoce. “Es uno de los que me dieron pescado, Maestro” y se levanta a saludarle: “¿Entonces has venido, ¡eh!, Ermasteo? ¿Tú aquí? ¿Vienes solo?”. Ermasteo: “Sí, solo. Sentí vergüenza en Cafarnaúm… Me quedé en la orilla, esperando…”. Juan:  “¿Qué esperabas?”. Ermasteo: “Ver a tu Maestro”. Juan: “¿No es todavía el tuyo? ¿Por qué, amigo, todavía andas con rodeos? Ven a la Luz que te está esperando. Mira cómo te observa y sonríe”. Ermasteo: “¿Cómo me tratará?”. Juan:  “Maestro, ven un momento”. Jesús se levanta y va donde están. ■ Juan: “Él no se atreve porque es extranjero”. Jesús: “No existen extranjeros para Mí. ¿Y tus compañeros? ¿No erais muchos?… No te pongas colorado. Tú has sido el único que ha sabido perseverar. Pero, aunque sea por ti solo, me siento feliz”. Jesús vuelve a su lugar con  la nueva conquista. (Escrito el 12 de Agosto de 1945).
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4-253-160 (4-116-719) .- La Magdalena debe forjarse sufriendo.
“María de Teófilo, te labraré con fuego y yunque. Porque eres temple que debe labrarse así”.- ■ En el tránsito de la noche al día —habiéndose ocultado la luna sin haber empezado todavía a amanecer— la luz ha disminuido. Pero es sólo un breve intermedio incierto. Inmediatamente después, la luz —primero plomiza, luego levemente gris, luego verduzca, luego láctea con transparencias de azul, finalmente clara, casi incorpórea plata— se afirma, cada vez más, facilitando el camino por el guija­rral húmedo que las olas han dejado descubierto; mientras, los ojos se alegran con la vista del mar, ya de un azul más claro, pronto a en­cenderse de visos de gema. Y luego el aire embebe su plata de un ro­sa cada vez más seguro, hasta que este rosa-oro de la aurora se hace lluvia rosa-roja que cae en el mar, en los rostros, en los campos, for­mando contrastes de tonalidades cada vez más vivos, los cuales al­canzan el punto perfecto —para mí siempre el más bonito del día— cuando el sol, saliendo de los confines del oriente, lanza su primer rayo hacia montes y laderas, bosques, prados y vastas llanuras marinas y celestes, y acentúa todos los colores: la blancura de las nieves o de las lejanías montañosas, con un color añil entreverado de verde dias­pro; o el cobalto del cielo, que palidece para acoger el rosa; o el zafiro veteado de jaspe y orlado de perlas del mar. Y hoy el mar es un ver­dadero milagro de belleza: no muerto en su pesada calma ni agita­do en su lucha con los vientos, sino majestuosamente vivo con su re­ír de leves olas, apenas señaladas con una ondulación coronada por una crestita de espuma. ■ Dice Jesús a Marta y María: “Llegaremos a Dora antes de que el sol queme. Reanudaremos la marcha al declinar del sol. Mañana, en Cesarea, terminará vuestro esfuerzo, hermanas. También nosotros descansaremos. Allí estará ciertamente vuestro carro. Nos separaremos…”. Y pregunta a Magdalena: “¿Por qué lloras, Ma­ría? ¿Voy a tener que ver hoy llorar a todas las Marías?” (1). Dice su hermana para disculparla: “Le apena dejarte”. Jesús: “No quiere decir que no nos vayamos a volver a ver, y además pronto”. María hace gesto de negación con la cabeza. No llora por eso. El Zelote explica: “Teme no saber ser buena sin tenerte a su lado. Teme… ser tentada demasiado fuertemente una vez que Tú ya no estés cerca manteniendo alejado al demonio. Me hablaba de esto ha­ce poco”. Jesús dice a Magdalena: “No tengas este temor. Yo no retiro nunca una gracia que he con­cedido. ¿Quieres pecar? ¿No? Pues estáte tranquila. Vigila, eso sí, pe­ro no tengas miedo”. María Magdalena se explica: “Señor… lloro también porque en Cesarea… Cesarea está llena da mis pecados. Ahora los veo todos… Me espera mucho que sufrir en  mi  humanidad…”. Jesús: “Me alegro; cuanto más sufras mejor será, porque después ya no tendrás que sufrir con estas inútiles penas. María de Teófilo, te re­cuerdo que eres hija de un padre fuerte, y que eres un alma fuerte y que Yo te quiero hacer fortísima. En las otras compadezco las debilidades, porque han sido siempre mujeres mansas y tímidas, incluso tu hermana. En ti no lo soporto. Te labraré con fuego y yunque. Porque eres temple que debe labrarse así, para no deteriorar el milagro de tu voluntad y la mía. Esto debéis saberlo tú y los que —de entre los presentes o los ausentes— pensasen que podría ser débil contigo por lo mucho que te he amado. Te concedo que llores por arrepentimiento y por amor; no por ninguna otra cosa. ¿Comprendes?”. Jesús se muestra sugestivo y severo. ■ María de Magdala se esfuerza en tragar lágrimas y sollozos y cae de rodillas, besa los pies de Jesús; e intentando hablar con voz firme, dice: “Sí, mi Señor. Haré como Tú quieres”. (Escrito el 14 de Agosto de 1945).
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1  Nota  : Jesús acaba de consolar también a su tía María de Alfeo, preocupada por la suerte que podría correr su hijo Judas Tadeo. Su otro hijo Santiago de Alfeo le había contado cómo Jesús un día, al pasar cerca del Monte Carmelo, le había recordado las palabras y la oración de Elías: “De los Profetas del Señor he quedado yo solo”, palabras que, según Jesús, predecían también el futuro de Santiago. Ahora bien, si su hijo Santiago se iba a quedar solo eso significaba que los otros, incluso su hijo Judas… o bien serían encarcelados o incluso haber sido matados.
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(<Jesús deja Tiro y, junto con el grupo de apóstoles, discípulos, la Madre y discípulas, además de Ermasteo, se dirige a Cesarea. Las mujeres están atemorizadas porque están atravesando un lugar de matorrales y árboles frondosos, donde anidan muchos animales>)
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4-254-165 (4-117-724).- Encuentro con Síntica, la esclava griega.
* Jesús rescata a la esclava Síntica y la pone al amparo de María Magdalena y Marta.- ■ Jesús, levantando la cabeza, dice: “¿Qué se mueve allí entre aquellos matorrales?”  y dirige su mirada adelante hacia la maraña de zarzas y otras plantas de largas ramas lanzadas al asalto de una voluminosa barrera de chumberas, situada más atrás… El crujir de frondas aumenta y tras ellas aparece una cara humana, cara de mujer. Mira. Ve a todos. Duda entre huir por el campo o introducirse en la agreste galería. El primer impulso gana y huye dando un alarido. Todos se preguntan perplejos: “¿Leprosa? ¿Endemoniada? ¿Loca?”. Pero la  mujer vuelve sobre sus pasos porque de Cesarea viene un carro romano. Se encuentra como un ratón en la trampa. No sabe a dónde ir, porque Jesús y los suyos están junto al matorral que le servía de refugio y no puede volver, y hacia el carro romano no quiere ir… Entre las primeras avanzadas del anochecer —la noche se acerca deprisa tras el intenso ocaso— se ve que es joven y linda, pese a sus vestidos desgarrados y a su cabellera en desorden. Jesús le dice con imperio: “¡Mujer! ¡Ven aquí!”. La mujer extiende sus brazos suplicante: “¡No me hagas mal!”. Jesús: “Ven aquí. ¿Quién eres? No te haré ningún mal” y lo dice tan dulcemente, que logra persuadirla. La mujer se acerca encorvada y se arroja al suelo diciendo: “Quienquiera que seas, ten piedad de mí. Mátame, pero no me entregues a mi patrón. Soy una esclava que se escapó…”. Jesús: “¿Quién es tu patrón? ¿De dónde eres? Hebrea por supuesto que no. Tu modo de  hablar lo dice, y también tu vestir”. Mujer: “Soy griega. La esclava griega de… ¡Oh piedad! ¡Escondedme! El carro se acerca…”. Todos forman un círculo en torno a la infeliz que está agazapada en el suelo. El vestido desgarrado por las espinas deja ver sus espaldas surcadas de golpes y de rasguños. El carro pasa sin que nadie de los que van en él muestre interés por el grupo.  Jesús, poniéndole la punta de sus dedos sobre la cabellera despeinada, dice: “Se han ido. Habla. Si podemos te ayudaremos”. ■ La mujer dice: “Soy Síntica, esclava griega de un noble romano, del séquito del Procónsul”. Magdalena: “¡Entonces eres la esclava de Valeriano!”. Suplica la infeliz: “¡Ah! ¡Piedad, piedad! No me denuncies a él”. Magdalena responde: “No tengas miedo. Jamás volveré a hablar con Valeriano” y explica a Jesús: “Es uno de los romanos más ricos y más asquerosos que hay acá. Es tan asqueroso como cruel”. Jesús pregunta: “¿Por qué has huido?”. Síntica: “Porque tengo un alma. No soy una mercancía… (la mujer cobra confianza al ver que ha encontrado gente compasiva). No soy una mercancía. Mi amo me compró, es verdad, pero podrá haber comprado mi persona para embellecer su casa, para que alegre las horas con la lectura, para que le sirva, sí, pero no más. ¡El alma es mía! No es cosa que se compre. Él quería también ésta”. ■ Jesús: “¿Qué sabes tú del alma?”. Síntica: “No soy iletrada, Señor. Soy botín de guerra desde mi más joven edad, pero no plebeya. Éste es mi tercer dueño, un fauno asqueroso. Pero en mí todavía están las palabras de nuestros filósofos, y sé que en nosotros hay algo más que carne. Hay alguna cosa inmortal encerrada en nosotros. Algo que no podemos definir claramente, pero hace poco que sé su nombre. Un día pasó un hombre por Cesarea, haciendo prodigios y hablando mejor que Sócrates. Mucho se ha hablado de Él, en las termas y en los banquetes o en los pórticos dorados, ensuciando su augusto nombre al pronunciarlo en las salas de las inmundas orgías. Y mi patrón, me mandó leer otra vez —precisamente a mí, que ya sentía en mí algo inmortal que pertenece solo a Dios y que no se compra, como si fuera una mercancía, en un mercado de esclavos— las obras de los filósofos para comparar y buscar si esta cosa que ignoramos, que el Hombre que llegó a Cesarea la llama con el nombre «alma», se encontraba descrita en ellos. ¡Él me hizo leer esto, a mí a quien él quería que yo le complaciese en los sentidos! De este modo llegué a saber que esta cosa inmortal es el alma. Y mientras Valeriano con otros compañeros suyos escuchaba mi voz, y entre eructos y bostezos trataba de comprender, parangonar y discutir, yo unía las palabras del Desconocido, a las de los filósofos, y me las metía aquí, y con ellas me construía una dignidad cada vez más fuerte para rechazar su pasión insensata… Una noche hace poco, me golpeó hasta matarme, porque a mordidas le rechacé… Al día siguiente huí… Hace cinco días que vivo dentro de aquellos matorrales, recogiendo por la noche moras y tunas. Pero al final dará conmigo. Ciertamente me está buscando. Cuesto mucho dinero y gusto demasiado a su carnalidad, para que se me deje en paz… Ten piedad, te lo ruego. Eres hebreo y ciertamente sabes dónde se encuentra. ■ Te ruego que me lleves al Desconocido que habla a los esclavos y que habla de alma. Me dijeron que es pobre. No me importa que sufra el hambre, pero quiero estar cerca de Él para que me instruya y me levante otra vez. Vivir en medio de los brutos, embrutece a uno, aunque se resista a ellos. Quiero volver a tener mi antigua dignidad moral”. Jesús: “Ese hombre, el Desconocido, a quien buscas, está delante de ti”. Síntica: “¿Tú? ¡Oh, Desconocido Dios de la Acrópolis, te saludo!” e inclina la frente hasta el suelo. Jesús: “Aquí no puedes estar. Yo voy a Cesarea”. Síntica suplica: “¡No me dejes, Señor!”. Jesús: “No te dejaré… Estoy pensando”. Magdalena aconseja: “¡Maestro, nuestro carro está, sin duda, en el lugar convenido, esperándonos! Manda a avisar. En el carro estará segura como en nuestra casa”. Marta, con tono suplicante, pide: “Sí, Señor, confíanosla a nosotras. Ocupará el lugar del viejo Ismael (1). Le hablaremos de Ti. Le arrebataremos al paganismo”. ■ Jesús pregunta: “¿Quieres venir con nosotros?”. Síntica: “Con cualquiera de los tuyos, con la condición de que no sea ese hombre. Pero… ¿esta mujer dijo que le conoce? ¿No me traicionará? ¿No irán a su casa a buscarme los romanos? No…”. Magdalena le asegura: “No tengas miedo. A Betania no llegan los romanos, y mucho menos los de esta clase”. Jesús ordena: “Simón y Simón Pedro id a buscar el carro. Os esperaremos aquí. Después entraremos en la ciudad”. (Escrito el 15 de Agosto de 1945).
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1  Nota  : Se trata del anciano Ismael, un mendigo de 80 años, abandonado por su hija. Simeón había sido acogido por Lázaro en su casa a petición de Jesús.
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4-254-167 (4-117-727).- Llegada a Cesarea Marítima.
* La Magdalena llora de alegría entre los brazos de su feliz nodriza.- La Magdalena aparece como la veremos en lo sucesivo siempre: con una túnica sencilla, un lienzo fino y grande de lino como velo y un manto sin adornos.- ■ …Cuando el pesado carro cubierto anuncia su presencia con el ruido de los cascos y las ruedas y con el farol oscilante colgado de su techo, los que esperaban se levantan del ribazo donde han cenado y bajan al camino. El carro se para, bamboleándose, en la orilla del camino deforma­do. Bajan Pedro y Simón; inmediatamente después, baja una mujer anciana, que corre a abrazar a la Magdalena diciendo: “Ni siquiera un momento, no quiero dejar pasar ni un momento sin decirte que soy feliz, que tu madre exulta conmigo, que eres de nuevo la rubia rosa de nuestra casa, como cuando dormías en la cuna después de haber mamado de mi pecho” y la besa una y otra vez. María llora entre sus brazos. Dice Jesús a la nodriza: “Mujer, te confío a esta joven y te pido el sacrificio de esperar aquí toda la noche. Mañana podrás ir al primer pueblo de la vía consular y esperar allí. Nosotros iremos antes del final de la tercia”. Nodriza: “Todo sea como Tú quieras. ¡Bendito seas! Déjame solo darle a María los vestidos que le he traído”. Y vuelve a subir al carro, con María Stma. y María y Marta. Cuando vuelven a salir, la Magdalena aparece como la veremos en lo sucesivo siempre: con una túnica sencilla, un lienzo fino y grande de lino como velo y un manto sin adornos. “Ve tranquila, Síntica. Mañana vendremos nosotros. Adiós”. Es el saludo de Jesús, que reanuda su camino hacia Cesarea…
* La Magdalena, ante la asombrada romana Lidia, se muestra no solo convencida: sino dichosa de ser la discípula. “Sólo lloro una cosa: no haber conocido antes la Luz y haber comido el lodo en vez de nu­trirme de Ella”.- ■ Mucha gente, a la luz de antorchas o faroles llevados por esclavos, pasea por la orilla del mar, respirando el aire marino: gran alivio para los pulmones cansados del bochorno del estío. Los que pasean son precisamente la clase de los ricos romanos. Los hebreos están dentro de sus casas y gozan del fresco en la parte alta de éstas. La orilla del mar parece un larguísimo salón en hora de visitas. Pasar por ahí significa literalmente ser sometido a detallado análisis. Pues bien, a pesar de ello, Jesús pasa precisamente por ahí, todo a lo lar­go de la orilla, sin hacer caso de miradas, comentarios o ironías. ■ “Maestro, ¿Tú por aquí? ¿A esta hora?” pregunta Lidia (1) (que está sentada en una especie de sillón o triclinio que le han llevado los es­clavos al margen de la vía), y se pone en pie. Jesús: “Vengo de Dora y se me ha hecho tarde. Estoy buscando un lugar de alojamiento”. Lidia: “Te diría: ahí está mi casa” y señala un bonito edificio a espaldas suyas. “Pero no sé si…”. Jesús: “No. Te lo agradezco, pero no acepto. Traigo a muchos conmigo. Y ya dos de ellos se han adelantado para avisar a personas que conoz­co. Creo que me darán hospedaje”. ■ Los ojos de Lidia se fijan también en las mujeres a las que ha se­ñalado Jesús junto con los discípulos. Enseguida reconoce a la Mag­dalena. “¡María! ¿Tú? ¿¡Entonces es verdad!?”. La mirada de María es como la de una gacela acorralada: denota suplicio. No sin motivo, porque no es Lidia la única a quien afrontar, hay muchos otros que se están fijando en ella… Pero mira a Jesús y se siente segura de nuevo. Magdalena: “Es verdad”. Lidia: “¡Entonces te hemos perdido!”. Magdalena: “No. Me habéis encontrado. Al menos espero hallaros un día, y con una amistad mejor, en este camino que por fin he encontrado. Díselo esto, te lo ruego, a todos los que me conocen. Adiós, Lidia. Olvida todo el mal que me viste hacer. Te pido perdón por ello…”. Lidia: “¡Pero María! ¿Por qué te humillas? Hemos vivido la misma vida, ociosos, y no hay…”. Magdalena: “No. Yo he vivido una vida peor. Pero la he dejado. Y además pa­ra siempre”. Abrevia el Señor: “Adiós Lidia” y se mueve hacia su primo Ju­das que, con Tomás, está viniendo hacia Él. Lidia retiene un momento más a la Magdalena. “Ahora que estamos entre nosotras, dime la verdad: ¿estás realmente convencida?”. Magdalena: “No convencida: dichosa de ser la discípula. Sólo lloro una cosa: no haber conocido antes la Luz y haber comido el lodo en vez de nu­trirme de Ella. Adiós, Lidia”. La respuesta resuena límpida en el silencio que se ha hecho en torno a las dos mujeres. Ninguno de los muchos presentes dice ya nada más… María se vuelve y, rápida, trata de alcanzar al Maestro. ■ Un joven se le pone delante: “¿Es tu última locura?” dice, y hace ademán de abrazarla, pero, estando medio borracho, no lo logra y María le evita mientras le grita: “No, es mi único acto de cordura”. Y se llega hasta donde sus compañeras, que sienten tanta repulsa de las miradas de esos viciosos, que van veladas como mahometanas. Marta, temblorosa, dice: “María, ¿has sufrido mucho?”. Magdalena: “No. Y, tiene razón, y ahora ya no volveré a sufrir por esto, tiene razón Él…”. ■ Tuercen todos hacia una callejuela oscura, para entrar luego en una casa grande —se ve que es una posada— donde pasar la noche. (Escrito el 15 de Agosto de 1945).
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1  Nota  : Lidia.  Cfr. Personajes de la Obra magna: Romanos/as.
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4-255-169 (4-118-729).- Despedida de las hermanas Marta y María, que parten con Síntica a Betania.- Una lección a J. Iscariote, que piensa que Síntica y Ermasteo traerán problemas.
* “¡No os hagáis objeto de escándalo para los que están naciendo apenas a la luz! ¿No sabéis que una imperfección vuestra perjudica a la redención de un pagano o de un pecador más que todos los errores que hay en el paganismo?”.- ■ Y de nuevo en camino, hacia el oriente, en dirección a los campos. Ahora los apóstoles y los dos discípulos vienen con María de Cleofás y Susana, algunos metros después de Jesús que viene hablando animadamente con su Madre y las dos hermanas de Lázaro. Los apóstoles no hablan; parece como si estuviesen cansados o desilusionados. No les atrae la belleza de la campiña que es en realidad espléndida, ni las ligeras ondulaciones de la llanura, cual si fuesen verdes cojines puestos a los pies de un rey gigante; con sus colinas de poca altura, esparcidos acá o allá, anunciadores de las cordilleras del Carmelo y de Samaria. Tanto en la llanura, que domina todo este lugar, como en sus pequeñas colinas y ondulaciones, se ve todo un mar de hierbas en flor y un diluvio de frutas. Debe abundar en agua este sitio, a pesar de la región y el período del año, porque todo está tan florido. Ahora comprendo por qué la llanura de Sarón es celebrada con entusiasmo en la Sagrada Escritura (1). ■ Pero este entusiasmo no comparten de ninguna manera los apóstoles que caminan de mal humor: son los únicos malhumorados en este día sereno y en esta región que es un sonreír. El camino consular, muy bien cuidado, con su cinta blanca, corta esta campiña fertilísima, y, dado que es temprano, todavía es fácil encontrar gente cargada de mercancías o viajeros que van a Cesárea. Uno, que llega con una recua de asnos, cargados de sacos, obliga a los apóstoles a apartarse para dejar paso a la caravana asnal, pregunta con arrogancia: “¿El Kisón está aquí?”. Tomás responde seco: “Más atrás” y entre dientes refunfuña: “¡Pedazo de alcornoque!”. Felipe dice: “Es un samaritano y con eso está todo dicho”. Y otra vez al silencio. Luego, unos pocos metros después, como si concluyese un discurso dice Pedro: “¡Para lo que sirvió! No valía la pena haber caminado tanto”. Santiago de Zebedeo: “¡Sí, eso! ¿Para qué hemos ido a Cesarea, si luego no ha dicho una palabra? Yo pensaba que es que quería hacer algún milagro sorprendente para convencer a los romanos, y sin embargo…”. Tomás comenta: “¡Nos ha expuesto en la picota y basta!”.  Iscariote echa más leña al fuego: “Y nos hizo sufrir. A Él le gustan las ofensas y piensa que nos gustan también a nosotros”. Zelote observa calmadamente: “La verdad es que quien sufrió en esta ocasión fue María, la hija de Teófilo”. Iscariote revienta: “¡María! ¡María! María se ha convertido ahora en el centro del universo. Nadie sufre sino ella. Nadie es heroico sino ella. Nadie tiene que formarse sino ella. Si hubiese sabido me habría hecho ladrón y homicida para ser objeto de tantas deferencias”. ■ El primo del Señor observa: “Verdaderamente la otra vez que vinimos a Cesárea, donde Él hizo un milagro y evangelizó, le torturamos con nuestros descontentos por haberlo hecho”. Juan dice con seriedad: “Es que no sabemos lo que queremos… Hace una cosa y nos malhumoramos; hace lo contrario y nos malhumoramos. Somos imperfectos”. Iscariote: “¡Oh, ya habló el otro sabio! Una cosa es cierta: hace tiempo que no se hace nada de provecho”. Juan: “¿Nada, Judas? ¿Y esa griega y Ermasteo y…?”. Iscariote, obsesionado como está de la idea de un triunfo terreno, le replica: “Él no fundará su reino ciertamente con estas cosas inútiles”. Judas Tadeo le replica: “Judas, te ruego no juzgues las obras de mi Hermano. Es una ridícula pretensión. Es como si un niño quisiera juzgar a su maestro; por no decir: una nulidad que quiere ponerse en alto”. Tadeo, si tiene en común el nombre, tiene también una antipatía profunda hacia su homónimo. Iscariote responde sarcástico: “Te agradezco de que te hayas limitado a llamarme niño. En realidad, después de haber vivido en el Templo, creía que se me consideraba al menos mayor de edad”. ■ Andrés lamenta: “¡Oh, qué fastidiosas se hacen estas discusiones!”. Mateo observa: “¡Tienes razón! En vez de unirnos a medida que vamos viviendo más tiempo juntos, nos separamos. Hay que recordar que en Sicaminón dijo que teníamos que estar unidos al rebaño. ¿Cómo lo vamos estar, si ya como pastores no lo estamos?”. Iscariote: “¿Entonces no se debe hablar? ¿Jamás podremos manifestar nuestro pensamiento? No somos esclavos, por lo que creo”. Zelote le replica tranquilamente: “No, Judas, no somos esclavos; pero sí somos indignos de seguirle, porque no le comprendemos”. Iscariote: “Yo le comprendo muy bien”. Zelote insiste: “No. No le comprendes. Y contigo no le comprenden en mayor o menor grado todos los que le critican. Comprender es obedecer sin discutir, por estar persuadidos de la santidad de quien guía”. Iscariote se apresura afirmar: “¡Ah! ¡Pero tú te refieres a comprender su santidad… yo me refería a sus palabras! Su santidad es sencillamente indiscutible”. Zelote: “¿Y puedes separar, la santidad, de las palabras? Un santo siempre poseerá la Sabiduría y sus palabras serán sabias”. ■ Iscariote: “Eso es verdad. Pero algunas acciones suyas son perjudiciales. Admito que por demasiada santidad, claro. Pero el mundo no es santo, y Él se busca complicaciones. Ahora, por ejemplo, ¿crees que nos sirvan para algo este filisteo y esta griega?”. Ermasteo se siente mortificado y dice: “Si voy a causar algún perjuicio, me marcho. Vine con la idea de darle honor y de hacer algo correcto”. Santiago de Alfeo le dice: “Si te marcharas por este motivo, le causarías un dolor”. Ermasteo: “Daré a entender que he cambiado de idea. Voy a saludarle y me marcho”. Pedro reacciona inmediatamente: “¡No! Tú no te vas. No es justo que, por los nervios de otros, pierda el Maestro un buen discípulo”. Iscariote le replica: “Pues si se quiere ir por cosa tan pequeña, señal es que no está seguro de lo que quiere; por tanto, déjale que se marche”.  Pedro pierde la paciencia: “Le prometí, cuando me dio a Marziam, de ser paternal con todos, y siento faltar a mi promesa, pero es que me obligas. Ermasteo está aquí y con nosotros se queda. ¿Sabes lo que debería decirte? Que eres tú quien perturba las voluntades de los demás y las hace vacilar. Eres uno que separa y mete desorden, eso es lo que haces; y deberías avergonzarte”. ■ Iscariote: “¿Qué cosa eres tú? El protector de…”. Pedro: “Sí, señor. Dijiste bien. Sé lo que quieres decir. Protector de la «Velada», protector de Juan de Endor, de Ermasteo, de esa esclava, protector de cuantos han encontrado a Jesús, aunque no sean los magníficos ejemplares pavoneados del Templo, los fabricados con sagrada argamasa y telarañas del Templo, los pabilos que humean con olor a morga de las lámparas del Templo, los… como tú, en definitiva,  para hacer más clara la parábola; porque si el Templo es mucho, —a menos que yo me haya vuelto imbécil— el Maestro es más que el Templo, y tú le faltas al respeto…”. ■ Grita tan fuerte que Jesús se detiene y se vuelve, y hace ademán de dejar a las mujeres y tornar atrás. El apóstol Juan dice: “¡Lo ha oído! ¡Ahora se va a entristecer!”. Tomás dice sin dilación: “No, Maestro. No vengas. Discutíamos… para no aburrirnos en el camino”. Pero Jesús se detiene y espera a que lleguen donde Él. Jesús: “¿De qué discutíais? ¿Una vez más debo deciros que las mujeres os superan?”. El dulce reproche llama a la puerta del corazón de todos. Callan, bajando la cabeza. Jesús: “¡Amigos, amigos! ¡No os hagáis objeto de escándalo para los que están naciendo apenas a la luz! ¿No sabéis que una imperfección vuestra perjudica a la redención de un pagano o de un pecador más que todos los errores que hay en el paganismo?”. Nadie responde, porque nadie sabe qué decir para justificarse, o para no  acusar.
* Palabras de despedida de la Madre y de Jesús a María Magdalena y Marta que parten con Síntica para Betania.- ■ Junto a un puente donde hay un río seco, está parado el carro de las hermanas de Lázaro. Los dos caballos comen la hierba de la orilla del río (quizás seco desde hace poco, por tanto, con orillas bien nutridas de hierba). El sirviente de Marta y otro hombre —tal vez el conductor del carro—, están en el guijarro del margen del río y las mujeres dentro del carro, completamente cubierto por un pesado toldo hecho de pieles curtidas, que caen, a modo de gruesas cortinas, hasta el suelo del carro. Las mujeres discípulas aceleran el paso en dirección al carro. El sirviente, que es el primero que las ve, avisa a la nodriza; el otro se apresura a llevar los caballos a las varas. Entre tanto, el sirviente corre al encuentro de sus señoras y, en llegando, hace una reverencia muy pronunciada.  La anciana nodriza, una hermosa mujer de color aceituno pero agradable, baja presurosa y va también al encuentro de sus amas. Pero María Magdalena le dice algo, y ella va inmediatamente donde la Virgen diciéndole: “Perdona… pero es tanta la alegría de verla, que solo la veo a ella. Ven, bendita. El sol quema. En el carro hay sombra”. Y suben todas, en espera de los hombres que vienen muy retrasados. ■ Mientras esperan y mientras Síntica, que trae los vestidos que ayer usaba Magdalena, besa los pies de sus dueñas —como se obstina en llamarlas, a pesar de que ellas le digan que no es ni su sierva ni su esclava, sino solo su huésped en nombre de Jesús—, la Virgen muestra el precioso envoltorio de la púrpura, y pregunta cómo se puede hilar ese montoncito de hilos que no permite ni humedad ni torcedura. Noemí: “No se usa así, Señora. Se pulveriza y se usa como cualquier otra tintura. Esto es la baba de la concha, no es ni una hebra ni un pelo. ¿Ves qué quebradiza es ahora que está seca? La tienes que reducir a polvo fino, luego la pasas por un tamiz para que no quede ningún fragmento largo, que mancharía el hilado o el paño del hilado. Es mejor si tiñes el hilado en madejas. Cuando estés segura que esté completamente pulverizada, la disuelves como se hace con la cochinilla o el azafrán o el polvo de añil o con otros polvos de otras cortezas o raíces o frutos, y luego la usas. En el último aclarado, para que se fije la tinta, usa vinagre fuerte”. Virgen: “Gracias, Noemí. Haré como me has enseñado. He bordado con hilos teñidos de púrpura, pero me los habían dado ya preparados… ■ Ya está ahí Jesús. Es hora de que nos despidamos. Os bendigo a todas en el nombre el Señor. Id en paz y llevad la paz y alegría a Lázaro. Adiós, María. Acuérdate que lloraste sobre mi pecho tus primeras felices lágrimas. Por eso soy para ti una madre, porque una pequeñuela llora su primer llanto sobre el pecho de su mamá. Soy para ti madre y lo seré siempre. Lo que te resulte duro de manifestar incluso a la más dulce hermana o a la más amorosa nodriza, ven a decírmelo a mí; siempre te comprenderé. Si hay algo que, por estar impregnado de una humanidad que en ti Jesús no quiere, no te atreves a decírselo a Él, ven a decírmelo a mí; siempre me mostraré compasiva contigo. Y si después quieres hablarme también de tus victorias —aunque prefiero que se las digas a Él, como flores olorosas, porque Él, no yo, es tu Salvador— me regocijaré contigo. ■ Hasta pronto, Marta. Te vas ahora feliz, y siempre vivirás, en esta felicidad sobrenatural. Por lo tanto, solo necesitas progresar en la justicia, en medio de esa paz que nada en ti perturba. Hazlo por amor a Jesús, que tanto te ha amado, al amar a esta tu hermana, a quien de corazón amas. Hasta pronto, Noemí. Vete con tu tesoro, recuperado de nuevo. Como tú antes le quitabas el hambre con tu leche, así ahora quítate la tuya al oír sus palabras y las de Marta y trata de ver en mi Hijo mucho más que a un exorcista que libera a los corazones del Mal. ■ Hasta pronto, Síntica, flor de Grecia, que supiste comprender por ti sola que hay algo más que la carne. Ahora florece en Dios, y sé la primera de las flores de la Grecia del Mesías. Estoy muy contenta de dejaros así unidas. Os bendigo de corazón”. ■ El ruido de los pasos está muy cerca. Levantan la pesada cortina y ven que Jesús está a unos dos metros del carro. Bajan en medio de un sol que quema. María Magdalena se arrodilla a los pies de Jesús y le dice: “Te doy gracias de todo, y también porque me hiciste hacer este largo viaje. Tú solo tienes sabiduría. Ahora me voy despojada de las reliquias de la María del pasado. Bendíceme, Señor, para que me fortifique cada vez más”. Jesús: “Te bendigo. Goza de la compañía de tus hermanos; con tus hermanos, fórmate cada vez más según mis deseos. Hasta la vista, María, hasta la vista, Marta. Dile a Lázaro que le bendigo. Os confío esta mujer. No os la doy. Es mi discípula, pero quiero que le deis un mínimo para que pueda entender mi doctrina. Luego vendré Yo. Te bendigo Noemí y también a vosotros dos”. Las lágrimas se asoman a los ojos de María y Marta. Zelote las despide personalmente y les da un escrito para su siervo; los otros las despiden conjuntamente. El carro se pone en movimiento.
* J. Iscariote no está conforme de unir a Síntica al grupo. Jesús lleva la disputa a un plano más alto: “Judas, ¿conoces el Deuteronomio?… Portavoz (de Dios). Entonces repetidor de las palabras de Dios ¿o no? ¿Entonces por qué no juzgas que se debe hacer lo que ordena?”.- ■ Jesús dice a María de Alfeo que llora en silencio: “Vamos a buscar algo de sombra. Que Dios las acompañe… ¿Tanto te disgusta, María, que se hayan ido?”. María de Alfeo: “Sí… eran muy buenas…”. Jesús la consuela: “Las volveremos a ver pronto. Y numéricamente más. Tendrás muchas hermanas… o hijas, si lo prefieres. Todo es amor, tanto el materno como el fraterno”. Iscariote dice entre dientes: “Con tal de que no cree conflictos…”. Jesús: “¿Conflictos el amarse?”. Iscariote: “No. Conflictos el tener personas de otra raza y de otra pertenencia”. Jesús: “¿Síntica, quieres decir?”. Iscariote: “Sí, Maestro. Porque, en resumidas cuentas, ella es propiedad del romano y no es lícito apropiarse de ella. Ello le incitará contra nosotros y nos atraeremos el rigor de Poncio Pilatos”. Pedro dice: “Pero ¿qué le va a importar a Pilatos el que uno de sus subordinados pierda una esclava? ¡Sabrá cómo es! Y si es un poco honesto, como se dice serlo, por lo menos en lo que se refiere a su familia, dirá que esta mujer hizo bien en huir. Si es deshonesto dirá: «Eso te mereces. Así quizás la encuentro yo». Los deshonestos no son sensibles a los dolores de los demás. Y además… ¡pobre Poncio!… con todos los disgustos que le damos, fíjate tú si no va a tener otra cosa que hacer que perder el tiempo oyendo las quejas de uno que le diga que su sierva se le escapó”, y muchos de los presentes le dan la razón mientras ridiculizan las rabietas del lascivo romano. ■ Jesús lleva la disputa a un plano más alto. “Judas, ¿conoces el Deuteronomio?”. Iscariote: “Ciertamente, Maestro. Y no dudo en decir que lo sé como pocos”. Jesús: “¿Qué piensas de él?”. Iscariote: “Que es el portavoz de Dios”. Jesús: “Portavoz. Entonces repetidor de las palabras de Dios ¿o no?”. Iscariote: “Exactamente así”. Jesús: “Has respondido bien. ¿Entonces por qué no juzgas que se debe hacer lo que ordena?”. Iscariote: “Jamás he dicho eso. Es más, me parece precisamente que lo descuidamos demasiado al seguir la nueva Ley”. Jesús: “La nueva Ley es el fruto de la antigua, esto es, es la perfección a la que ha llegado el árbol de la Fe. Ninguno de nosotros lo desatiende, que Yo sepa, porque Yo soy el primero en respetarlo y en impedir que otros lo desatiendan”. Jesús es muy incisivo al decir estas palabras. Continúa: “El Deuteronomio es intocable, incluso cuando triunfe mi Reino, y con mi Reino la nueva Ley con sus nuevos códigos y artículos, será siempre aplicado a los nuevos dictámenes, a la manera como las piedras labradas a escuadra de antiguas construcciones se usan para las nuevas porque son piedras perfectas que dan robustez a las murallas. Por ahora, todavía no existe mi Reino, y Yo, como fiel israelita, no ofendo ni descuido el libro mosaico. Es él base y fundamento de mi modo de obrar y de mi enseñanza. Sobre la base del Hombre y del Maestro, el Hijo del Padre edifica la celeste construcción de su Naturaleza y Sabiduría.  Se dice en el Deuteronomio: «No entregues a su amo el esclavo que ha buscado refugio en ti. Habitará contigo en el lugar que él quiera, estará tranquilo en una de tus ciudades y no le infligirás ningún mal» (2). ■ Esto en el caso de que alguien se vea obligado a huir de una esclavitud inhumana. En mi caso, en el de Síntica, la fuga no persigue una libertad limitada, sino la libertad ilimitada del Hijo de Dios. ¿Y quieres tú, que a esta alondra, que huye de los lazos de los cazadores, le meta de nuevo el cordel y la devuelva a su prisión para quitarle no solo la libertad sino también la esperanza de ser libre? No. ¡Jamás! Bendigo a Dios que así como el viaje a Endor trajo un hijo al Padre, el viaje a Cesarea trajo a Mí a esta criatura para que la lleve al Padre”. (Escrito el 17 de Agosto de 1945).
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1  Nota  : Cfr.  Is.  33,7-16;35.   2  Nota  : Cfr.  Deut. 23,15-16.
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(<Jesús, su Madre y discípulas acaban de regresar a la casa donde están alojados —una casa larga y baja de campesinos que está en el cruce que va a Tolemaida, donde otras veces han estado— después de haber  visitado a una niña del lugar, recién nacida>)
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4-262-217 (5-125-780 ).- El Iscariote solicita ayuda de María Stma.: pasar un tiempo con Ella, en su casa de Nazaret, con permiso de Jesús, para que le ayude a librarle de su monstruo.
* “Tengo un carácter pésimo, María. No sé qué tengo en la sangre y en el corazón…”.- ■Vuelven al gran salón de antes, donde los apóstoles cansados profundamente duermen, menos Iscariote que parece muy preocupado. Jesús pregunta: “¿Me necesitas, Judas?”. Iscariote: “No, Maestro, pero no logro dormir y querría salir un poco”. Jesús: “¿Quién te lo prohíbe? Yo también salgo. Voy a aquella loma. Es todo sombra… Descansaré y oraré. ¿Quieres venir conmigo?”. Iscariote: “No, Maestro. Te daría molestia, porque no me encuentro en condiciones de orar. Tal vez… tal vez no me siento bien y esto me turba…”. Jesús: “Quédate entonces. No obligo a nadie. Hasta pronto. Hasta pronto, mujeres. Mamá cuando se despierte Juan de Endor, mándale donde estoy, que vaya solo”. Virgen: “Sí, Hijo. La paz sea contigo”. ■ Sale Jesús. María y Susana se agachan a mirar la tela que está sobre el telar. María se sienta y pone las manos en su regazo, con la cabeza un poco baja, quizás esté orando también. María de Alfeo pronto se cansa de contemplar el trabajo del telar, se sienta en el rincón más oscuro y queda pronto dormida. Susana piensa que no estaría mal imitarla. ■ Quedan despiertos María y Judas. La una recogida toda en sí, el otro que la mira con ojos muy abiertos, sin apartar de ella su mirada. Se levanta y se acerca poco a poco, sin hacer ruido. No sé por qué, pero pese a que ciertamente es bello, me da la impresión de que sea una pantera o una serpiente que se acercase a su presa. Tal vez se deberá a la antipatía que siento por él, que me hace creer que aun su caminar sea engañoso y cruel… En voz baja dice: “¡María!”. La Virgen, mientras le mira con esa dulcísima mirada suya, le pregunta dulcemente: “¿Qué quieres de mí, Judas?”. Iscariote: “Quisiera hablar contigo…”. Virgen: “Habla, te escucho”. Iscariote: “Aquí, no… No querría que me oyesen… ¿No podrías venir un poco allá fuera? Hay sombra allí…”. Virgen: “Vamos, pues. Pero mira… todos están durmiendo… podrías hablar también aquí”. Mas se levanta y es la primera en salir, y se pone junto al alto seto de flores. ■ La Virgen, mirando fijamente al apóstol que se turba un poco y parece como si no pudiese encontrar palabras, le vuelve a preguntar: “¿Qué quieres de mí, Judas? ¿Te sientes mal? ¿O has hecho algo malo y no sabes cómo decirlo? ¿O bien te sientes tentado a hacerlo, y te duele confesarlo? Habla, hijo. Como te curé cuando estuviste enfermo en el cuerpo, te curaré el alma. Dime lo que te quita la paz, y si puedo te devolveré la calma. Si no puedo sola, se lo diré a Jesús. Aunque hubieses cometido muchos pecados, Él te perdonaría si le pido su perdón. En realidad, Jesús te perdonaría enseguida… pero tal vez, ante Él, que es tu Maestro, te avergüenzas. Yo soy su Madre… Yo no infundo sentimiento de vergüenza…”. Iscariote: “Sí. No haces sentir vergüenza porque eres madre y además muy buena. Verdaderamente eres la paz entre nosotros. Yo… yo me siento muy turbado. Tengo un carácter pésimo, María. No sé qué tengo en la sangre y en el corazón… De cuando en cuando no puedo controlarlos… y entonces soy capaz de cometer las más viles acciones… las más perversas”. ■ Virgen: “Aun cuando tienes a Jesús cerca de ti, ¿no puedes resistir al tentador?”. Iscariote:  “Aún así. Y sufro, créeme. Pero así sucede. Soy infeliz”. Virgen: “Rogaré por ti, Judas”. Iscariote: “No basta”. Virgen: “Haré que rueguen otras personas justas, sin mencionar tu nombre”. Iscariote: “No basta”. Virgen: “Haré que rueguen los niños. Muchos van a mi casa, a mi huerto, como pajaritos en busca de grano. Y el grano son las caricias y las palabras que les digo. Les hablo de Dios… y ellos, inocentes, prefieren esto a los juegos y a los cuentos. La oración de los niños es agradable al Señor”. Iscariote: “Pero jamás como la tuya. Y sin embargo no es suficiente”. Virgen: “Diré a Jesús que ruegue al Padre por ti”. Iscariote: “Aún no basta”. Virgen: “Si esto no basta, no sé qué bastaría. La oración de Jesús vence aun a los demonios…”. ■ Iscariote: “Sí. Pero Jesús no oraría siempre, y yo volvería a ser yo… Jesús, siempre dice que se irá un día. Debo pensar a cuando esté sin Él. Jesús ahora nos quiere mandar a predicar la buena nueva. Tengo miedo de ir con este enemigo, que soy yo mismo, a esparcir la palabra de Dios. Querría haber estado ya formado para esta hora”. Virgen: “Pero, hijo mío, si ni siquiera Jesús lo logra, ¿quién quieres que pueda?”. Iscariote: “¡Tú, Madre! Permíteme que pase un tiempo contigo. Han estado paganos y prostitutas, puedo estar también yo. Si no quieres que pase la noche en tu casa, iré a dormir a casa de Alfeo o de María de Cleofás, pero el día lo pasaré contigo y con los niños. Las veces pasadas he tratado de actuar solo, y he empeorado las cosas. Si voy a Jerusalén, tengo demasiados malos amigos, y, en las condiciones en que me encuentro, cuando se apodera de mí esto, soy un juguete en sus manos… Si voy a otra ciudad, es igual. La tentación del camino se enciende en mí además de la que ya tengo. Si voy a Keriot, a casa de mi madre, me esclaviza la soberbia. Si voy a un lugar solitario, el silencio me desgarra con los gritos de Satanás. Pero cerca de ti… ¡Oh! cerca de ti me siento distinto… ¡Permíteme que vaya contigo! ¡Dile a Jesús que me lo permita! ¿Quieres que me pierda? ¿Tienes miedo de mí? Me miras con la mirada de una gacela herida sin fuerzas para seguir huyendo de sus cazadores. No te haré ninguna ofensa. También yo tengo una madre… y te amo más que a ella. ¡Ten piedad, María, de un pecador! Mira: lloro a tus pies… Si tú me rechazas, puede ser mi muerte espiritual…”.  ■ Y Judas se echa a llorar en realidad, a los pies de María que le contempla con una mirada de piedad y de angustia mezclada de miedo. Está muy pálida. No obstante, da un paso hacia delante, porque estaba casi hundida en el seto, para alejarse de Judas que se le estaba acercando demasiado, y pone una mano sobre los negros cabellos de Iscariote. “Cállate. Que no te oigan. Hablaré con Jesús, y si Él acepta, vendrás a mi casa. No me preocupo de lo que piense el mundo. No hace daño a mi alma. Solo tendría horror a que fuese yo culpable ante Dios. La calumnia me deja indiferente. De todas formas, no me calumniarán, porque Nazaret sabe que su hija nunca ha sido causa de escándalo. Y además, ¡que suceda lo que suceda!… lo que me preocupa es que te salves en tu espíritu. Voy a ver a Jesús. Tranquilízate”. Se pone su velo, blanco como su vestido, y rápida camina por la vereda que conduce a una especie de colinita cubierta de olivos.
* “Judas es como uno que se está ahogando y rechaza, por orgullo, el lazo que le echan. Pero, para que no se diga que no he usado todo medio, que también esto se haga, pobrecita Mamá… que te sujetas, por amor de un alma, al sufrimiento de tener cerca… a uno que infunde miedo”.- ■ Busca a Jesús y le encuentra absorto en meditación profunda. “Hijo, soy yo… ¡Escúchame!”. Jesús: “¡Oh, Mamá! ¿Vienes a orar conmigo? ¡Qué alegría, qué consuelo me das!”. Virgen: “¿Qué, Hijo mío? ¿Sientes tu espíritu cansado? ¿Estás triste? ¡Díselo a tu Mamá!”. Jesús: “Sí, cansado, tú lo has dicho, y afligido. No tanto por el cansancio y las miserias que veo en los corazones, cuanto porque veo que mis amigos no cambian. Pero no quiero ser injusto con ellos. Uno solo me produce cansancio, y es Judas de Simón…”. ■ Virgen: “Hijo, de él venía a hablarte…”. Jesús: “¿Hizo algo malo? ¿Te ha causado alguna pena?”. Virgen: “No. Pero me ha causado la pena que me causaría al ver a una persona muy corrompida… ¡Pobre hijo! ¡Está muy enfermo en su espíritu!”. Jesús: “¿Tienes piedad de él? ¿No tienes miedo? Un tiempo tenías…”. Virgen: “Hijo mío, mi piedad es todavía más grande que mi miedo. Querría ayudarte a Ti y a él salvarle su espíritu. Tú puedes todo, y no tienes necesidad de mí, pero Tú has dicho que todos deben cooperar con el Mesías a redimir… ¡y este hijo tiene mucha necesidad de redención!”. Jesús: “¿Qué más debo hacer de lo que ya hago por él?”. Virgen: “No puedes hacer nada. Pero podrías dejarme intentarlo a mí. Me rogó que te dijese que le permitieses estar en nuestra casa, porque le parece que allá podrá librarse de su monstruo… ■ ¿Meneas la cabeza? ¿No quieres? Se lo diré…”. Jesús: “No, Mamá. No es que no quiera. Meneo la cabeza porque sé que es inútil. Judas es como uno que se está ahogando y que, a pesar de que ve que se está ahogando, rechaza por orgullo el lazo que le echan para sacarle a la orilla. No tiene la voluntad de venir a la orilla. De cuando en cuando, sintiendo terror de ahogarse, busca y pide ayuda, se agarra al lazo… pero luego, por orgullo, suelta la ayuda, la rechaza, quiere valerse por sí solo… y se hace cada vez más pesado a causa del agua espesa que traga. Pero, para que no se diga que no he usado todo medio, que también esto se haga, pobrecita Mamá… sí pobrecita Mamá, que te sujetas, por amor de un alma, al sufrimiento de tener cerca… a uno que infunde miedo”. ■ Virgen: “No, Jesús, no digas eso. Soy una pobre mujer porque todavía estoy sujeta a antipatías. Repróchamelo. Lo merezco. No debería tener repugnancia a nadie, por amor tuyo. No soy pobre por otro motivo. ¡Oh! Pudiese devolverte a Judas espiritualmente curado. Darte un alma y darte un tesoro. Y quien da tesoros no es pobre. Hijo… voy a decir a Judas que sí, que lo permites. Tú dijiste: «Llegará un tiempo en que dirás: ‘¡Qué difícil es ser la Madre del Redentor!’». Ya lo he dicho una vez… por Aglae… Pero ¿qué es una vez? ¡La fragilidad humana es tan grande!… Y Tú eres Redentor de todos. ¡Hijo!… ¡Hijo! De la misma forma que te llevé a la pequeñuela en mis brazos para que la bendijeras, deja que te traiga en brazos a Judas, para que le bendigas…”. ■ Jesús: “Mamá… mamá… él no te merece…”. Virgen: “Jesús mío. Cuando dudabas en dar Marziam a Pedro, te dije que eso le habría ayudado. No puedes negar que Pedro ha cobrado nuevos bríos desde aquel momento… Déjame hacer la prueba con Judas”. Jesús: “¡Que se haga como tú quieres! y que seas bendita por tu intención de amarme y de amar a Judas. Ahora oremos juntos, Mamá. ¡Es tan dulce orar contigo!…”. (Escrito el 24 de Agosto de 1945).
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(<Juan de Endor y Ermasteo se despiden de Jesús nada más llegar al camino. María, por su parte, junto con su cuñada María y el Iscariote, sigue recto hacia Nazaret;  mientras Jesús, los once restantes y Susana, van, ligeros, hacia oriente>)
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4-264-226 (5-127-791).- Una jornada de Judas Iscariote en Nazaret.
* Las palabras de la Virgen que hacen pensar a Iscariote: “Sería mejor para ti ser un alma honesta que no un apóstol deshonesto”.- ■ Ninguna otra casa como la de Nazaret, para poder elevar el espíritu. Hay en ella paz, silencio, orden. Parece como si las paredes despidiesen santidad de sus piedras; santidad parecen exhalar los árboles del huerto; santidad parece llover del cielo sereno, su cerúlea cúpula: en realidad, esa santidad emana de la mujer que en ella habita, y que se mueve ágil y silenciosa con ademanes juveniles, perfectos, por todas partes, así como cuando hace años, y llena de juventud entró en ella como esposa. Siempre es su sonrisa suave que tranquiliza, que acaricia. El sol, a esta hora de la mañana, da en el lado derecho de la casa (el que se apoya en la primera ondulación de la colina). Solo las copas de los árboles reciben las caricias del sol. Primero, los olivos plantados para sujetar con sus raíces el terraplén; son los olivos viejos, retorcidos, robustos, con sus gruesas ramas levantadas al cielo, como si invocaran su bendición, o como si rezasen —también ellos— desde aquel lugar de paz; son los viejos olivos que quedan del olivar de Joaquín, en aquel entonces tan numerosos que se alargaban, se prolongaban hasta los campos que iban a los pastizales. Ahora han quedado reducidos a unos cuantos árboles, los últimos que quedan de la propiedad de Joaquín. El almendro y los manzanos se benefician también de las caricias del sol. Son altos, fuertes. Extienden su sombra sobre el jardín. También el granado se embriaga de los rayos solares, y, por último, la higuera junto con las flores y las verduras cultivadas con sumo esmero en los cuadros rectangulares y a lo largo de los setos dispuestos bajo el emparrado cargado de racimos. Las abejas, gotas de oro voladoras zumban sobre todo lo que pueda darles dulces jugos y perfumados. Una menuda madreselva recibe el ataque de las abejas, lo mismo que un seto de flores —cuyo nombre ignoro— en forma de campanillas con su penacho, y que se están cerrando —deben ser flores nocturnas— con un olor muy fuerte. Las abejas se apresuran  a chupar las flores antes de que se plieguen los pétalos en el sueño de su corola. ■ María va, ágil, de los nidos de las palomas, a la pequeña fuente que gotea cerca de la gruta; de ésta a la casa; y pese a tanto quehacer, encuentra tiempo para admirar sus flores o las palomas que platican en los senderos o vuelan sobre la casa y el huerto. ■ Entra Judas cargado de plantas y estacas. “Buenos días, Madre, me dieron todo lo que quería. He venido corriendo para que no padecieran. Espero que prenderán como la madreselva. El año que viene tu jardín será como un canasto lleno de flores, y así te podrás acordar del pobre Judas y de su estancia aquí” dice. Y va sacando con cuidado de una bolsa plantas con su raíz envuelta en tierra y en hojas húmedas. De otra saca las estacas. Virgen: “Muchas gracias, Judas, muchísimas gracias. No puedes imaginarte de lo feliz que me siento por esa madreselva de la gruta. Cuando yo era niña, allí, al final de aquellos campos, que entonces eran nuestros, había todavía una más hermosa. Hiedras y madreselvas la cubrían con sus ramas y flores: cortina de la gruta, protección de las minúsculas azucenas que crecían incluso dentro de la gruta, que era toda verde tapizada por los adiantos. Allí había un manantial… En el Templo siempre me acordé de esta gruta, y te lo puedo asegurar: cuando oraba ante el Velo del Santo, no sentía a Dios de manera diferente. Mejor dicho, debo decir, que allá volvían a aparecer los dulces coloquios de mi espíritu con mi Señor… Mi José hizo que pudiera tener esta gruta con un útil hilito de agua; pero, sobre todo, para darme el gusto de tener una grutita, semejante a la anterior… José era bueno, hasta en las cosas más pequeñas… Plantó una madreselva, y la hiedra que vive todavía. La madreselva murió en los años del destierro… luego la volvió a plantar, pero murió también hace tres años. Ahora tú la has vuelto a plantar. Ves, ya ha agarrado. Eres un buen jardinero”. ■ Iscariote, que cual experto trabaja en colocar las plantas en los lugares apropiados, dice: “Sí. Cuando fui pequeño, me gustaban mucho las plantas. Mi madre me enseñaba a cuidarlas… Ahora vuelvo a ser niño, a tu lado, Madre, y descubro mi antigua habilidad, para agradarte. ¡Eres muy buena conmigo!…”. Y va junto al seto de las flores nocturnas, a poner una maraña de raíces, que no sé si son de muguetes o de otras flores. “Aquí está bien” dice, apretando con un azadón en la parte donde ha enterrado las raíces. “No les hace falta mucho sol. No me las quería dar el siervo de Eleazar, pero insistí tanto hasta que me las dio”. Virgen: “Tampoco le quisieron dar a José aquellas gardenias, pero trabajó sin cobrar para poder obtenérmelas. Aquí siempre han prosperado muy bien”. Iscariote: “Ya acabé, Madre. Ahora las voy a regar y les irá bien”. Las riega y luego se lava las manos en la fuentecilla. ■ María le mira —tan distinto de su Hijo como es, tan distinto del Judas de ciertas horas de borrasca—, le escudriña, piensa, se le acerca, y poniéndole una mano en el brazo, dulcemente le pregunta: “¿Te sientes mejor, Judas? Quiero decir, en tu espíritu”. Iscariote: “¡Oh, Madre! Muy bien. Me siento tranquilo. Lo estás viendo. Encuentro gusto y salvación en las ocupaciones humildes y en estar contigo. No debería jamás salir de esta paz, de este recogimiento. Aquí… qué lejos de esta casa está el mundo…”. Judas mira al huerto, las plantas, la casita… Termina: “Pero si estuviese aquí, jamás sería apóstol. Y quiero serlo…”. Virgen: “Aunque —créeme, Judas— sería mejor para ti ser un alma honesta que no un apóstol deshonesto. Si caes en la cuenta que las alabanzas y honores de apóstol te dañan, renuncia Judas. Es mejor para ti ser un simple fiel de mi Jesús, un santo, que un apóstol pecador”. ■ Judas agacha la cabeza pensativo. María le deja en sus pensamientos y entra en la casa para continuar sus quehaceres. Judas sigue clavado en el mismo lugar un rato, después se pone a pasear de un lado para otro bajo el emparrado. Lleva los brazos cruzados; la cabeza baja. Piensa, piensa… y pasa a monologar, y gesticular solo… Un monólogo incomprensible; los gestos son los propios de una persona que tiene ideas contradictorias: parece suplicar y rechazar, o compadecerse, o maldecir algo. Y pasa de una expresión de interrogación, a una expresión de miedo, de angustia… hasta adquirir su rostro la expresión de sus peores momentos, y, así, de repente, se detiene a mitad de recorrido del sendero, y se queda así un rato, con una expresión de verdadero demonio… Luego se lleva las manos a la cara y huye al terraplén de los olivos, fuera de la vista de María, y llora con la cara oculta entre las manos, hasta que se calma; y se queda sentado con la espalda apoyada en un olivo, como aturdido…
* Su afabilidad ante la gente, su defensa de Jesús ante el sinagogo, sus amistades influyentes: Judas es práctico.- Nazaret permanece cerrada a Jesús.- Judas lleva ya dos semanas en Nazaret.- ■ …Ya no es la mañana, es el fin de un crepúsculo. Nazaret abre las puertas de sus casas, que estuvieron cerradas durante todo el día, por el calor estival, calor de Oriente. Hombres y mujeres, niños, salen a los huertos, a las calles que todavía sudan calor, en busca de aire. Van a la fuente, a jugar, a platicar… en espera de la cena. Saludos, chanzas, carcajadas, gritos salen de bocas de hombres, mujeres y niños. También Judas sale y se dirige a la fuente con las jarras de cobre. Los nazaretanos le ven y le señalan nombrándolo con: «el discípulo del Templo». Cosa que al llegar a los oídos de Judas, suena como una música. Pasa saludando con afabilidad, pero con un aire de reserva que, si no llega a ser la entonada soberbia, es pariente muy cercano de ésta. Un nazareno barbudo le dice: “Eres muy bueno con María, Judas”. Iscariote le contesta: “Se  merece esto y más. Es en realidad una gran mujer de Israel. Dichosos vosotros que es vuestra paisana”. La alabanza tributada a la mujer de Nazaret seduce a muchos nazarenos, que uno a uno va repitiendo lo que dijo Judas. ■ Éste, entre tanto, ha llegado a la fuente, espera su turno y llega hasta la cortesía de llevar los cántaros a una viejecita, que no acaba nunca de bendecirle, también hasta el punto de sacar agua a dos mujeres que encuentran dificultad para hacerlo por tener en brazos a sus niños. Levantado un poco sus velos, dicen: “Dios te lo pague”. Iscariote, haciendo una inclinación, responde: “El amor del prójimo es el primer deber de un amigo de Jesús”. Se llena sus jarras y se dirige a casa. ■ En el camino de regreso, le paran el sinagogo de Nazaret y otros y le invitan a hablar el sábado siguiente. El sinagogo, a quien acompañan otros ancianos del pueblo, dice quejumbrosamente: “Hace más de dos semanas que estás con nosotros y no has hecho otra cosa más que mostrarte cortés con nosotros”. Iscariote responde: “Pero si no os gusta la manera de hablar de vuestro gran Hijo, ¿podrá agradaros la de su discípulo y que, por añadidura, es judío?”. Sinagogo: “Tu desconfianza es injusta y nos entristece. Somos francos en invitarte. Tú eres discípulo y judío, esto es verdad, pero eres del Templo; por tanto, puedes hablar, porque en el Templo hay doctrina. El hijo de José es solo un carpintero…”. Iscariote: “¡Pero es el Mesías!”. Sinagogo: “Él lo dice… ¿Será verdad? ¿O bien será un delirio?”. Iscariote: “¿¡Y su santidad, nazarenos!? ¡Su santidad!”. Judas está escandalizado de la incredulidad de los nazarenos. El sinagogo asiente: “Es grande. Es verdad. ¡Pero que sea el Mesías!… Y además… ¿Por qué habla con esa dureza?”. Iscariote: “¿Dureza? ¡No! A mí no me parece dureza, más bien… sí, eso sí, es demasiado sincero e intransigente. No deja cubierta ninguna culpa; no duda en denunciar un abuso… y ello no agrada. Pone el dedo exactamente en el centro de la llaga, y esto causa dolor, pero es santidad. Sí, sin duda, solo por santidad actúa así. Se lo he dicho más de una vez: «Jesús, te haces daño». ¡Pero no me quiere hacer caso!…”. ■ Sinagogo: “Le quieres mucho y además eres docto… Podrías guiarle”. Iscariote: “Oh, no, docto no… pero práctico… sí… del Templo ¿sabéis? Conozco las costumbres. Tengo amigos. El hijo de Anás es como si fuese mi hermano. Y si quisiereis algo del Sanedrín, decídmelo, decídmelo… Bueno, ahora dejadme que lleve el agua a María que me está esperando para la cena”. Sinagogo: “Regresa después. En mi terraza hay aire fresco. Estaremos entre amigos y hablaremos…”. Iscariote se despide:  “Sí, hasta pronto”.
* Iscariote, reunido con el sinagogo y otros de Nazaret, además de José y Simón de Alfeo, —primos de Jesús—, vierte interrogantes sobre Jesús y María.- ■ Judas se va a casa, donde se disculpa ante María por haber tardado a causa de que le han entretenido el sinagogo y otros ancianos del pueblo. Concluye: “Querían que hablase yo el sábado… El Maestro no me lo ordenó. ¿Tú qué piensas, Madre? Guíame”. Virgen: “¿Hablar con el sinagogo… o hablar en la sinagoga?”. Iscariote: “Ambas cosas. No quisiera hablar con nadie, ni a nadie, porque sé que son contrarios a Jesús, y también porque me parece sacrílego hablar donde solo Él tiene derecho a ser Maestro. Pero ¡tanto me insistieron! Quieren que vaya después de la cena… Casi les he dado mi palabra. Si crees que, hablando con ellos, yo pueda quitarles ese espíritu tan penoso de resistencia contra el Maestro, yo, aunque me resulte cosa pesada, iré y hablaré; así, como sé hacer, como pueda, tratando de ser muy magnánimo con sus obcecaciones. Porque sé por experiencia que ser duro es peor. ¡No caeré más en el error que cometí en Esdrelón! ¡El Maestro se sintió muy disgustado! No me dijo nada pero lo comprendí. No lo haré más. Querría abandonar Nazaret, después de haberlos persuadido de que el Maestro es el Mesías, y que debemos creer en Él y amarle”. ■ Judas está hablando, mientras, sentado en la mesa en el lugar de Jesús, come lo que preparó María. Me desagrada que Judas esté sentado en ese lugar; frente a María, que le escucha y le sirve como una mamá. Virgen: “De hecho estaría bien que Nazaret comprendiese la verdad y la aceptase. No te detengo. Ve, pues. Nadie mejor que tú puede decir si Jesús merece amor o no. Piensa cuánto te ama, y te lo demuestra disculpándote siempre y contentándote en todo lo que puede… Esta reflexión te dé palabras y acciones santas”. ■ La cena ha terminado. Judas va a regar las flores del huerto, antes de que oscurezca, luego sale dejando a María en la terraza, entregada a doblar los vestidos que había puesto a secar. Judas, después que saludó a Alfeo de Sara y a María de Cleofás, que están hablando en la puerta de la casa del primero, se dirige derecho a la casa del sinagogo. ■ Están presentes también los dos primos del Señor y otros seis ancianos. Después de los pomposos saludos se sientan ceremoniosamente en asientos cubiertos de cojines. Calman el calor con bebidas de agua de anís o de menta que debe de estar fresca, porque la jarra de metal suda, al sentir entre el frío del líquido y el aire todavía caliente, a pesar de la brisa que procede de las colinas situadas al norte de Nazaret y que mueve las copas de los árboles. El sinagogo, que está lleno de miramientos para con Judas, dice: “Estoy contento que hayas aceptado nuestra invitación de venir. Eres joven. Un poco de distracción hace bien”. Iscariote: “No me atreví a venir antes, por no importunaros. Sé que despreciáis a Jesús y a sus seguidores”. Sinagogo: “¿Despreciar? No. Estamos escépticos… y, digámoslo claro, hasta heridos por sus verdades demasiado duras. Nosotros pensábamos que tú nos despreciarías y por eso no te invitábamos”. Iscariote: “¿Despreciaros yo? Al revés. Os comprendo muy bien… ¡Claro! Pero estoy convencido que terminará por haber paces entre vosotros y Él. A Él le conviene siempre, lo mismo que a vosotros. A Él porque tiene necesidad de todos, y a vosotros porque no os conviene que os llamen enemigos del Mesías”. ■ José de Alfeo pregunta: “¿Y crees tú que sea el Mesías? No tiene nada de esa figura regia que nos ha sido profetizado. Tal vez se deba a que nosotros le recordamos como carpintero… ¿Pero dónde se ve en Él al rey libertador?”. Iscariote: “David parecía también simplemente un pastorcillo. Ni siquiera Salomón, en toda su gloria, le superó. Porque viéndolo bien, Salomón no hizo otra cosa sino proseguir la obra de David, y jamás fue inspirado como él. ¡Pero David! ¡Considerad la figura de David! Es gigantesca. Con una realeza que toca el cielo. No juzguéis, pues, los orígenes del Mesías para dudar de su realeza. David rey y pastor, o mejor: pastor y luego rey. Jesús rey y carpintero. O mejor: carpintero y luego rey.” ■ Sinagogo: “Tú hablas como un rabí. Se descubre al que fue educado en el Templo. ¿Podrías hacer saber al Sanedrín que yo, el sinagogo, tengo necesidad de ayuda del Templo para una causa privada?”. Iscariote: “¡Pues claro que sí! Seguro. Con Eleazar. ¡Figúrate tú! Y luego José el Anciano, ¿sabes?, el rico de Arimatea. Y luego el escriba Sadoc… y ¡bueno, no tienes sino que hablar y basta!”. Sinagogo: “Entonces mañana te invito a mi casa. Hablaremos”. Iscariote: “¿A tu casa? No. No abandono a esa santa y dolorida mujer que es María. Vine precisamente a hacerle compañía”. ■ Simón de Alfeo dice: “¿Qué le pasa a nuestra pariente? Sabemos que está sana y que, en medio de su pobreza, vive feliz”. José de Alfeo dice con un suspiro: “Sí. Y nosotros no la abandonamos. Mi madre siempre la cuida. También yo y mi mujer. Aunque… aunque no puedo perdonarle su debilidad para con su Hijo, ni el dolor de mi padre, que por causa de Jesús murió teniendo solo a dos hijos suyos alrededor de su lecho. ¡Y luego!… Bueno, las penas de familia no se exponen a los cuatro vientos”. Iscariote: “Tienes razón. Se susurran en secreto, vertiéndolas en un corazón amigo. ¡Pero esto sucede con muchas otras penas! ■ También yo tengo las mías, de discípulo… ¡Pero es mejor que no hablemos de ellas!”. José insiste: “¡No, no, hablemos! ¿De qué se trata? ¿De que se avergüencen de Jesús? No aprobamos su conducta. Pero no dejamos de ser parientes suyos, dispuestos a ponernos de su parte contra sus enemigos. ¡Habla!”. Iscariote: “¿Vergüenza por Jesús? ¡No, hombre, no! Era una forma de expresarme… Además, las penas de un discípulo son muchas. No solo por el modo como el Maestro trata con amigos y enemigos, perjudicándose a sí mismo, sino también al ver que no le aman. Yo quisiera que todos le amaseis…”. El sinagogo dice justificándose: “¿Y cómo? ¡Tú mismo lo estás diciendo!  ¡Tiene un modo de hacer las cosas!… Cuando estuvo con su Madre, no era así. ¿No es verdad, todos vosotros?”. Todos asienten con gravedad y todos están de acuerdo en hablar bien del Jesús silencioso, manso, solitario, de otros tiempos. ■ Un nazareno ya de avanzada edad dice: “¿Quién iba a pensar que de aquel Jesús pudiera salir uno como es ahora? Entonces todo era para su casa, para sus familiares. ¡Y ahora!”. Judas lanza un suspiro: “¡Pobre mujer!”. José grita: “Pero en resumidas cuentas ¿qué sabes? Habla”. Iscariote: “Nada que tú no sepas. ¿Crees que le guste sentirse abandonada?”. Un nazareno también de bastante edad afirma: “Si José hubiera vivido el tiempo que vivió vuestro padre, no hubiera sucedido eso”. Iscariote: “No lo creas, hombre. Habría sido lo mismo. ¡Cuando se le meten a uno ciertas… ideas!”. Un siervo trae unas lámparas y las pone sobre la mesa porque en esta noche no hay luna, aunque el cielo es un hervidero de estrellas. Junto con las lámparas traen otras bebidas que el sinagogo se apresura a ofrecer a Judas, que dice poniéndose de pie: “Gracias. No puedo entretenerme más. Tengo mis obligaciones con María”. También los dos hijos de Alfeo se levantan: “Vamos contigo. Es el mismo camino…” y con muchos saludos a los presentes, se retiran, quedando el sinagogo y los seis ancianos.
* Iscariote descubre ante José y Simón de Alfeo su retorcido pensamiento.- ■ Las calles están desiertas y silenciosas. De lo alto de las casas desciende un continuo hablar de la gente. Los niños duermen en los lechos. No se oyen más sus gritos de avecillas alegres. Con las voces, desde lo alto de las casas más ricas, bajan también leves resplandores de lámparas de aceite. Los dos hijos de Alfeo y Judas caminan algunos metros sin hablar. Después José de detiene, toma del brazo a Judas y le dice: “Oye. Veo que sabes algo, pero que no quisiste hablar de ello en presencia de extraños. Pero ahora debes decírmelo. Soy el mayor de la casa y tengo derecho y deber de saber todo”. Iscariote: “Y yo fui con intención de decíroslo y de proteger al Maestro, a María, a vuestros hermanos y vuestro nombre. Es algo muy penoso de decir y de oír; penosísimo hacerlo. Porque parece una delación. Mirad, os ruego que me comprendáis rectamente. No es una delación. Es amor y prudencia. Yo sé muchas cosas, que vosotros… bueno, la verdad es que ignoráis. Las sé por mis amigos del Templo. Y sé que son un peligro para Jesús y también para el buen nombre de la familia. He tratado de hacérselo entender al Maestro, pero no lo he logrado. ¡Al revés!, cuanto más le aconsejo, Él actúa peor y se busca cada vez más críticas y odios. Ello porque es tan santo que no es capaz de comprender lo que es el mundo. En resumidas cuentas, es triste ver perecer una cosa santa por la imprudencia de su fundador”. ■ José le apremia: “Pero en resumidas cuentas, ¿de qué se trata? Dilo todo, y nosotros lo tomaremos a nuestro cargo. ¿No es verdad, Simón?”. Simón: “Ciertamente. Pero me parece imposible esto de que Jesús cometa imprudencias, que vayan contra su misión…”. José: “¿¡Pero si este buen joven, que además ama a Jesús, lo dice!? ¿Ves cómo eres? ¡Siempre el mismo! Inseguro, titubeante. Me abandonas siempre en el momento necesario. Yo lucho solo contra toda la parentela. No tienes ni siquiera compasión de nuestro nombre, y de nuestro hermano que va a la ruina”. Iscariote: “¡No! ¡A la ruina, no va! ¡Pero sí que se perjudica!”. José, mientras Simón perplejo calla, insiste: “¡Habla, habla!”. Iscariote: “Hablaría… pero quisiera estar seguro de que no me mencionaríais ante Jesús… Juradlo”. José: “Lo juramos sobre el santo Velo. Habla”. Iscariote: “Lo que voy a decir, no lo diréis ni siquiera a vuestra madre, y mucho menos a vuestros hermanos”. José: “Puedes estar seguro de nuestro silencio”. Iscariote insiste: “¿Guardaréis también silencio ante María? Para no causarle dolor. Como yo hago. Guardo silencio. Porque es deber también el preocuparse de la paz de esta pobre madre…”. José: “No diremos nada a nadie. Te lo juramos”. ■ Iscariote: “Entonces… escuchad… Jesús no se limita a acercarse a los gentiles, publicanos y prostitutas, a ofender a los fariseos y a las otras personas importantes; es que ahora está haciendo cosas verdaderamente absurdas. Fijaos que fue a tierra de filisteos, y nos hizo acompañar de un macho cabrío negrísimo. Ahora ha aceptado a un filósofo por discípulo. ¿Y antes, con aquel niño que recogió? ¿No sabéis los comentarios que se hicieron? Y ahora, hace pocos días, una griega, y por remate esclava y que había huido de su amo romano. Y… discursos que no concuerdan con la sabiduría del sentido común. En resumidas cuentas, parece un loco. Y se perjudica. En tierras de filisteos se entrometió en una ceremonia de brujos, y se puso a competir con ellos de tú a tú. Los venció, sí, pero… Ya hay  escribas y fariseos que le empiezan a odiar, así que si llegan a sus oídos estas cosas, ¿qué sucederá? Tenéis el deber de intervenir, de impedir…”. José: “Esto es grave. Muy grave. ¿Pero cómo podíamos saberlo? Nosotros estamos aquí… Y ahora lo mismo, ¿cómo podemos estar al corriente?”. Iscariote: “Y a pesar de todo tenéis que intervenir y poner freno. Su Madre es madre, y es demasiado buena. No debéis abandonarle en estas circunstancias. Ni por Él ni por el mundo. Además eso de que sigue arrojando demonios… Corre la voz de que Belcebú está a su servicio. Juzgad vosotros si esto le puede ayudar a uno. Y además… pero bueno ¿qué  rey podrá llegar a ser, si las multitudes ya desde ahora se lo toman a risa o están escandalizadas?”. ■ Simón, incrédulo, pregunta: “¿Pero de veras hace realmente estas cosas?”. Iscariote: “Preguntádselo a Él mismo. Os dirá que sí, porque hasta de esto se jacta”. José: “Deberías avisarnos…”. Iscariote: “¡Claro que lo haré! Cuando vea algo raro, os mandaré un aviso. ¡Pero os lo ruego: silencio ahora y siempre, eh! ¡Silencio con todos!”. José: “Lo juramos. ¿Cuándo te marchas?”. Iscariote: “Después del sábado. Ya no hay razón de estar aquí. He cumplido con mi deber”. José de Alfeo: “Te lo agradecemos. Ya decía yo que Él estaba cambiando. Tú, hermano, no querías creerme… ¿Ves cómo tengo razón?”. Simón de Alfeo objeta: “Yo… me resisto todavía a creerlo. Judas y Santiago no son unos tontos. ¿Por qué no nos han dicho? ¿Por qué no hacen algo, si suceden estas cosas?”. Iscariote replica resentido: “Hombre, ¡no me vas a hacer la afrenta de no creer en mis palabras!”. Simón se disculpa: “¡No!… pero… Basta. Perdona si te lo digo: creeré cuando lo vea”. Iscariote: “Está bien. Pronto lo verás y me dirás: «Tenías razón». Bueno. Aquí está vuestra casa. Os dejo. Dios sea con vosotros”. Se despiden: “Dios sea contigo Judas. Y… oye. Tú tampoco digas esto a otros. Se juega nuestra honra”. Iscariote: “Ni siquiera a mí mismo me lo diré. Adiós”.
* Judas encuentra a María llorando.- ■ Y se marcha caminando ligero. Entra tranquilo en casa. Sube a la terraza, donde María con las manos sobre las piernas, contempla el cielo preñado de estrellas; y con la leve luz de la lámpara, que Judas prendió para subir la escalera, se ven dos hilos de llanto que bajan por las mejillas de María. Judas pregunta con ansiosa premura: “¿Estás llorando, Madre?”. Virgen: “Porque me parece que el mundo esté cargado de insidias más que el cielo de estrellas. Insidias contra mi Jesús…”. ■ Judas se queda mirándola atento y no sabe qué hacer. María termina suavemente: “Pero me da fuerzas el amor de los discípulos… Amad mucho a mi Jesús… amadle… ¿Quieres quedarte aquí, Judas? Bajo a mi habitación. María de Cleofás, se ha ido a dormir después de preparar la levadura para mañana”. Iscariote: “Sí. Aquí me quedo. Aquí se está bien”. Virgen: “La paz sea contigo Judas”. Iscariote: “La paz sea contigo, María”. (Escrito el 27 de Agosto de 1945).
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(<Mannaén ha llegado a Cafarnaúm acompañando a dos discípulos de Juan el Bautista. ■ Juan el Bautista, viendo que todavía no estaba convencido alguno de sus discípulos —no son de sus discípulos pastores— de que Jesús era el Mesías esperado, ha tomado a dos que dudaban, y les ha dicho: “Id donde Él y decidle en mi nombre: «¿Eres Tú el que ha de venir o debemos esperar a otro?»”[Mt. 11,2-27], relatado en episodio 4-266-248, en el tema “Iglesia”. Una vez recibida la respuesta de Jesús, los dos discípulos del Bautista, confirmados ya en la verdad, se han marchado. Ha quedado Mannaén>)
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4-270-277 (5-133-845).- Conversación entre Jesús y Mannaén: causas que obstaculizan el seguimiento a Jesús.- Impacto de la muerte de Juan el Bautista en Jesús.
La ciencia humana es vanidad (si no está refrendada por la sabiduría sobrenatural y el santo temor de Dios). El placer es vanidad… Los bienes acumulados son vanidad… La mujer (contemplada como hembra y como tal apetecida), es vanidad. Lo único que no es vanidad: el santo temor de Dios y la obediencia a sus mandamientos, o sea la sabiduría del hombre que no solo es carne sino que posee la 2ª naturaleza: la espiritual… Quien así sabe… sabe ir libre al encuentro con el Sol”.- ■ Jesús está curando a unos enfermos. Le asiste sólo Mannaén. Están en la casa de Cafarnaúm, en el huerto umbrío en esta hora ma­tutina. Mannaén ya no lleva ni el precioso cinturón ni la lámina de oro en la frente: sujeta su túnica un cordón de lana; una cinta de te­la, la prenda que cubre su cabeza. Jesús tiene descubierta la cabeza, como siempre cuando está en casa. Una vez que ha terminado de curar y de consolar a los enfermos, Jesús sube con Mannaén a la habitación alta. Se sientan los dos en el alféizar de la ventana que mira al monte (porque la parte del lago cae toda bajo el sol, que todavía calienta bien, a pesar de que la caní­cula ha debido pasar ya hace algo de tiempo). Mannaén dice: “Dentro de poco empezará la vendimia”. Jesús: “Sí. Y luego vendrán los Tabernáculos… y pronto llegará el invierno. ¿Cuándo piensas partir?”. Mannaén: “¡Mmm!… No me iría nunca… Pero pienso en el Bautista. Herodes es una persona débil. Si se le sabe influir positivamente, aunque no se vuelva bueno, al menos… no se hace sanguinario. Pero son pocos los que le aconsejan bien. ¡Y esa mujer!… ¡Esa mujer!… De todas formas, quisiera quedarme hasta que vuelvan tus apóstoles. No es que yo presuma mucho de mí… pero todavía valgo algo… si bien mi auge ha sufrido un duro golpe desde que han comprendido que sigo los caminos del Bien. Pero no me importa. ■ Quisiera tener la verdadera valentía de saber abandonar todo para seguirte completamente, como los discípulos a los que esperas. Pero, ¿algún día lo lograré? Nosotros que no somos del pueblo presentamos más dura resistencia a seguirte. ¿Por qué?”. Jesús: “Porque los tentáculos de las míseras riquezas os retienen”. Mannaén: “La verdad es que sé también de algunos que no son lo que se dice ricos, sino que son doctos, o están en camino de serlo, y tampoco vienen”. Jesús: “También están retenidos por los tentáculos de las míseras riquezas. No se es rico sólo de dinero. Existe también la riqueza del saber. Pocos llegan a la confesión de Salomón: «Vanidad de vanidades, todo es vanidad», considerada de nuevo y ampliada —no tanto materialmente cuanto en profundidad— en Qohélet. ¿Lo recuerdas? La ciencia humana es vanidad, porque aumentar sólo el humano sa­ber «es afán y aflicción de espíritu, y quien multiplica la ciencia mul­tiplica los afanes». En verdad te digo que es así. Como también digo que no sería así si la ciencia humana estuviera sostenida y refrena­da por la sabiduría sobrenatural y el santo amor a Dios. ■ El placer es vanidad, porque no dura; arde y rápido se desvanece dejando tras sí ceniza y vacío. Los bienes acumulados con distintas habilidades son vanidad para el hombre que muere, porque con los bienes no puede evitar la muerte, y los deja a otros. La mujer, contemplada como hembra y como tal apetecida, es vanidad. De lo cual se concluye que lo único que no es vanidad es el santo temor de Dios y la obediencia a sus mandamientos, o sea, la sabiduría del hombre, que no es sólo carne sino que posee la segunda naturaleza: la espiritual. Quien así sabe concluir y querer, sabe liberarse de todo tentáculo de mísero te­soro y sabe ir libre al encuentro con el Sol”. Mannaén: “Quiero recordar estas palabras. ¡Cuánto me has dado en estos días! Ahora puedo ir a la suciedad de la Corte —que parece luminosa sólo a los necios, poderosa y libre; y no es sino miseria, cárcel y tinie­blas—, e ir con un tesoro que me permitirá vivir mejor en espera de lo mejor”.
*“¿Pero llegaré algún día a esta cosa mejor que es ser tuyo, totalmente?”.- ■ Mannaén: “¿Pero llegaré algún día a esta cosa mejor que es ser tuyo, totalmente?”. Jesús: “Llegarás”. Mannaén:¿Cuándo? ¿El año que viene? ¿Más adelante todavía? ¿Cuándo me haga sabio?”. Jesús: “Llegarás… alcanzando madurez de espíritu y perfección de voluntad en el transcurso de pocas horas”. Mannaén le mira pensativo y escrutador… Pero no pregunta nada más. Un rato de silencio. Luego Jesús dice: “¿Has tenido contacto al­guna vez con Lázaro de Betania?”. Mannaén: “No, Maestro. Puedo decir que no; que si hubo algún encuentro, no puede llamarse amistad. Ya sabes… Yo con Herodes, Herodes contra él… Por tanto…”.  Jesús:  “Lázaro ahora te vería por encima de las cosas, en Dios. Debes tratar de conocerle como condiscípulo”. Mannaén:  “Lo haré si Tú lo quieres…”.
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(Se oyen voces inquietas en el huerto. Son los tres discípulos-pastores de Juan el Bautista —Matías, Juan y Simeón— que vienen a comunicar la muerte del Bautista a manos de Herodes. Una vez que se han retirado quedan nuevamente Jesús y Mannaén)
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* Impacto de la muerte del Bautista en Jesús: sufre mucho “porque la muerte de Juan precede al día en que seré el Redentor. Y la parte humana de Mí se estremece frente a esta idea”.- Jesús se queda solo con Mannaén. Se sienta, pensativo, visiblemente triste, con la cabeza re­clinada sobre la mano y el codo apoyado en la rodilla como soporte. Mannaén está sentado junto a la mesa. No se mueve. Pero está taci­turno. Su rostro es toda una borrasca. Después de mucho, Jesús alza la cabeza, le mira y pregunta: “¿Y tú? ¿Qué vas a hacer ahora?”. Mannaén: “Todavía no lo sé… La idea de quedarme en Maqueronte ya no existe. Pero quisiera quedarme todavía en la Corte, para estar al co­rriente… para protegerte a Ti estando al corriente de las cosas”. Jesús: “Sería mejor para ti seguirme sin dilación. Pero no te fuerzo. Vendrás una vez que el viejo Mannaén, molécula por molécula, haya quedado desecho”. Mannaén: “También quisiera arrebatarle esa cabeza a esa mujer. No es dig­na de tenerla…”. ■ Jesús expresa un leve gesto de sonrisa, y, con franqueza, dice: “Además no has muerto todavía a las riquezas humanas. Pero te quiero lo mismo. Sé que no te perderé aunque espere. Sé esperar…”. Mannaén: “Maestro, quisiera darte mi generosidad para consolarte… Porque sufres. Lo veo”. Jesús: “Es verdad. Sufro. ¡Mucho! ¡Mucho!…”. Mannaén: “¿Sólo por Juan? No creo. Sabes que está en paz”. Jesús: “Sé que está en paz, y no le siento lejano”. Mannaén: “¿Y entonces?”. Jesús: “¡Entonces!… Mannaén, ¿a qué precede el alba?”. Mannaén: “Al día, Maestro. ¿Por qué lo preguntas?”. Jesús: “Porque la muerte de Juan precede al día en que seré el Redentor. Y la parte humana de Mí se estremece frente a esta idea… Mannaén, voy al monte. Tú quédate aquí para recibir a los que vengan y socorrer a los que ya han llegado. Quédate aquí hasta que vuelva. Luego… harás lo que quieras. Adiós”. ■ Y Jesús sale de la habitación. Baja despacio la escalera, atraviesa el huerto y, por la parte posterior del huerto, se introduce por un senderillo entre huertos desarreglados y matas de olivos, manzanos, vides e higueras. Toma la pendiente de un suave collado donde desparece a  mi vista. (Escrito el 4 de Septiembre de 1945).
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(<“Contadme lo que habéis hecho…” dice Jesús a sus apóstoles para darles ánimos, pues se han enterado de la muerte de Juan el Bautista>)

4-271-285 (5-134-854).- Predicación y curaciones de los apóstoles (1). J. Iscariote hace milagros.
* Iscariote se muestra humilde.- ■“Contadme ahora qué habéis hecho…” dice Jesús animándolos. Pedro dice: “Yo he estado con Felipe por los campos de Betsaida y hemos evangelizado y curado a un niño enfermo”. Felipe, no queriendo tomarse una gloria no suya, dice: “Verdaderamente ha sido Simón el que le ha curado”. Pedro cuenta: “¡Oh, Señor! No sé cómo. Sé que he orado mucho, con todo mi co­razón, porque me daba pena el enfermito. Luego le he ungido con el  aceite y le he restregado ligeramente con mis rudas manos… y se ha curado. Cuando le he visto que tomaba color su cara y que abría los ojos, en pocas palabras que revivía, he sentido casi miedo”. Jesús le pone la mano en la cabeza sin decir nada. Tomás dice: “Juan ha causado gran asombro al arrojar un demonio. Pero hablar me ha tocado a mí”. Mateo dice: “También tu hermano lo ha hecho”. Santiago de Alfeo dice: “Entonces también Andrés”. Dice Bartolomé: “Simón el Zelote ha curado a un leproso. ¡No ha tenido miedo de tocarle! Y luego me ha dicho: «Pero no tengas miedo. A nosotros no se nos pega ningún mal físico por voluntad de Dios»”. Jesús le dice: “Dijiste bien, Simón. ¿Y vosotros dos?” pregunta a Santiago de Zebedeo y a Iscariote, que están un poco retirados; el primero hablando con los tres discípulos de Juan (Bautista), el segundo solo y con cara mustia. Santiago dice: “Yo no he hecho nada. Pero Judas hizo grandes milagros: curó a un ciego, a un paralítico y a un endemoniado. A mí me parecía lunático. Pero la gente decía eso…”. ■ Pedro dice a Iscariote: “¿Y estás así con esa cara habiéndote ayudado Dios tanto?”. Iscariote responde: “Sé también ser humilde”. Santiago: “Luego nos ha alojado en su casa un fariseo. Yo no me sentía a gusto, pero Judas, que es más hábil, le bajó bien los humos. El primer día era un altivo, pero luego… ¿verdad, Judas?”. Judas asiente sin decir una palabra. Jesús: “Muy bien. Y cada vez lo haréis mejor. Estaremos juntos la semana próxima. Entretanto, Simón, ve a preparar las barcas. También tú, Santiago”. Pedro: “¿Para todos, Maestro? No cabremos”. Jesús: “¿No puedes conseguir otra?”. Pedro: “Si se la pido a mi cuñado, sí. Voy”. Jesús: “Ve, y en cuanto hayas terminado vuelve. Y no des muchas explicaciones”. Los cuatro pescadores se marchan. Los demás bajan a coger sacos y unos mantos.
* A Tariquea, lugar aislado, a descansar.- Mannaén siente remordimiento por causa de Juan el Bautista.- ■ Se queda Mannaén con Jesús. “¿Maestro, vas lejos?”. Jesús: “Todavía no lo sé… Ellos están cansados y apenados. Yo también. Mi propósito es ir a Tariquea, a la campiña, para aislarnos en paz”. Mannaén: “Yo tengo el caballo, Maestro. Pero, si me lo permites, voy siguiendo el lago. ¿Vas a estar allí mucho?”. Jesús: “Quizás toda la semana. No más”. Mannaén: “Entonces iré. Maestro, bendíceme en esta primera despedida. Y quítame un peso del corazón”. Jesús: “¿Cuál, Mannaén?”. Mannaén: “Tengo el remordimiento de haber dejado a Juan. Quizás, si hu­biera estado…”. Jesús: “No. Era su hora. Además él ciertamente se ha alegrado al verte venir donde Mí. No tengas este peso. Es más, trata de liberarte pron­to y bien del único peso que tienes: el gusto de ser hombre. Hazte es­píritu, Mannaén. Puedes hacerlo. Está en ti la capacidad de serlo. Adiós, Mannaén. Mi paz sea contigo. Pronto nos veremos de nuevo en Judea”. ■ Mannaén se arrodilla y Jesús le bendice; luego le levanta y le besa. Vuelven los otros y se saludan recíprocamente, tanto los apóstoles co­mo los discípulos de Juan. (Escrito el 5 de Septiembre de 1945).
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1  Nota  : Cfr.  Mc. 6,12-13; Lc. 9,6-6.
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(<Después de la 1ª multiplicación de panes y peces  [Ju. 6,1-15] —pasaje relatado en el episodio 4-273-293 en el tema “Eucaristía”—, los 12 apóstoles, Mannaén, un escriba y el niño Marziam que habían participado en su distribución —trozos de pan y de pescado depositados en canastos hondos y estrechos— todavía impresionados por el milagro, se reúnen alrededor de Jesús>)
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4-273-295 (5-136-865).- Los apóstoles confiesan su grado de fe, en el momento de la distribución de los panes y peces de la 1ª multiplicación.
* “Tú, Tomás, eres un hombre con espíritu del mundo. Razonas como el mundo.  Judas, más que Tomás, tú eres mundo”.- ■ Entretanto la gente, sacia, intercambia impresiones. También los que están alrededor de Jesús se atreven a hablar al ver que Marziam, después que terminó con su pescado, se pone a jugar y conversar con otros niños. “Maestro” pregunta el escriba, “¿por qué el niño ha sentido inmediatamente el peso y nosotros no? Yo incluso he palpado dentro del canasto: seguían siendo los mismos pocos trozos de pan y el único trozo de pescado. Comencé a sentir el peso cuando me dirigí hacia la multitud. Pero, si hubiese pesado en proporción a cuanto he repartido, habría hecho falta una pareja de mulos para llevarlo, y no el canasto sino un carro, lleno, repleto de comida. Al principio daba escaso… luego me puse a dar y a dar, y, para no ser injusto, volví a pasar por donde los primeros, y les volví a dar, porque a los primeros les había dado poco. ¡Y ha habido suficiente!”. Juan dice a su vez: “También yo sentí que se hacía pesado el canasto cuando empecé a caminar; enseguida he dado mucho, porque comprendí que se trataba de algo milagroso”. Mannaén dice: “Yo, por el contrario, me paré y me senté para volcar en mi manto el peso y ver… Y vi panes y más panes. Entonces me fui”. Bartolomé: “Yo los conté incluso porque no quería hacer el ridículo. Eran cincuenta pedacitos de pan. Me dije: «Se los doy a cincuenta personas y luego regreso». Y llevé la cuenta. Pero, llegado a cincuenta, el peso seguía igual. Miré dentro. Había todavía los mismos. Seguí adelante y repartí cientos de panes. Pero jamás disminuían”. ■ Tomás dice: “Yo, lo confieso, no creía. Tomé en la mano los trozos de pan y esa migaja de pescado, los miré y me dije: «¿Y a quién le sirve esto? ¡Jesús ha querido hacernos una broma!…». Y estaba mirándolos, mirándolos, oculto detrás de un árbol, con la esperanza y desesperanza de ver que aumentasen, pero siempre eran los mismos. Estaba para volverme, cuando pasó Mateo diciendo: «¡¿No has visto qué hermosos son?!» «¿Qué?» pregunté yo. «¡Pues los panes y los peces!…». «¿Estás loco? Yo veo siempre los mismos trozos  de pan». «Ve a distribuirlos con fe y verás». Eché dentro del canasto esos trozos de pan y me fui a regañadientes… y luego… ¡perdóname, Jesús, porque soy un pecador!”. Jesús: “No. Eres un hombre con espíritu del mundo. Razonas como el mundo”. Iscariote confiesa: “Entonces también yo, Señor. Tanto que hasta pensé en dar una moneda junto con el pan diciendo dentro de mí: «Comerán en otra parte». Esperaba ayudarte a salir mejor parado. ¿Qué soy yo entonces? ¿Como Tomás o peor que él?”. Jesús: “Más que Tomás, tú eres «mundo»”. Iscariote: “¡Y sin embargo, pensé hacer limosna para ser «Cielo»! Se trataba de dinero mío personal…”. Jesús: “Limosna a ti mismo, a tu orgullo. Y limosna a Dios. Dios no tiene necesidad de ella y la limosna a tu orgullo es culpa, no mérito”. Judas baja la cabeza y calla. ■ Simón Zelote dice: “Yo por el contrario pensé que aquel bocado de pescado, que esos bocados de pan los debía desmenuzar para que llegaran. No dudé de que fuesen suficientes, ni como número, ni como alimento. Una gota de agua que Tú das, puede ser más nutritiva que un banquete”. Pedro pregunta a los primos de Jesús: “¿Y vosotros qué pensabais?”. Judas Tadeo dice gravemente: “Nos acordamos de Caná… y no dudamos”. Jesús se dirige a Santiago: “Y tú, Santiago, hermano mío, ¿pensabas sólo esto?”. Santiago de Alfeo: “No. Pensaba que podía ser un sacramento, como Tú me dijiste… ¿Es así o me equivoco?” (1).  Jesús sonríe: “Es y no es. A la verdad que ha dicho Simón, del poder de nutrición en una gota de agua, debe unirse tu pensamiento en orden a una figura lejana. Pero todavía no se trata de un sacramento”. ■ El escriba se guarda un mendrugo entre los dedos. Le preguntan: “¿Para qué lo quieres?”. Contesta: “Para… recuerdo”. Pedro dice:  “También yo tengo uno. Lo meteré en una bolsita que colgaré al cuello de Marziam”. Juan: “Yo llevaré uno a nuestra mamá”. Los demás dicen apenados: “¿Y nosotros? Nos comimos todo…”. Jesús: “Levantaos. Pasad nuevamente con los canastos y recoged lo que haya sobrado. Separad de entre la gente a los más pobres y traedmelos aquí junto con los canastos, y luego, id todos, discípulos míos, a las barcas, haceos a la mar e id a la llanura de Genesaret. Yo despido a la gente después de favorecer a los más pobres, y luego os alcanzaré”. Los apóstoles obedecen… y vuelven con doce canastos llenos de los restos; los siguen una treintena de mendigos, o personas muy necesitadas. Jesús: “Está bien. Podéis iros”. (Escrito el 7 de Septiembre de 1945).
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1  Nota  : Según esta Obra, Jesús y Santiago de Alfeo tuvieron un encuentro en el monte Carmelo y allí Jesús, además de hacerle saber que sería cabeza de la Iglesia de Jerusalén, le había desvelado algunos pormenores de la futura Iglesia y de los sacramentos.
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(<Jesús ha llegado al Campo de los Galileos, en Jerusalén, con los 12 apóstoles, para celebrar la fiesta de los Tabernáculos. Previamente, desde Magdala, había enviado a los 72 discípulos, una vez completada su instrucción, con la orden de reunirse de nuevo todos en Jerusalén>)
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4-279-338 (5-143-911).- Encuentro en el Campo de los Galileos con Lázaro, que viene, lleno de gozo, a agradecer a Jesús el cambio misterioso obrado en su hermana María Magdalena.
* Campo de los galileos en el Monte de los Olivos.- ■ El famoso Campo de los Galileos —esto me parece que significa la palabra usada por Jesús para señalar el lugar donde se encontraría con los setenta y dos discípulos que envió delante de Él— no es sino una parte del monte de los Olivos, más apartado hacia el camino de Betania (es más, el camino pasa por ahí). Es también el lugar exacto en que, en una visión ya lejana, vi que acampaban Joaquín y Ana con el entonces pequeño Alfeo, junto a otras chozas de ramas, en la fiesta de los Tabernáculos que precedieron a la concepción de la Virgen. La cima del monte de los Olivos es suave. Todo es suave en ese monte: las subidas, los panoramas, la cima. Respira realmente paz, vestido como está de oli­vos y silencio. Ahora no, porque ahora es un verdadero hormigueo de gente aplicada a hacer las chozas. Pero generalmente es un lugar de gran quietud, de meditación. ■ A su izquierda, respecto a un observa­dor que mire orientándose hacia el norte, hay una leve depresión, y luego una nueva cima (aún menos cerrada que la del monte de los Olivos): Aquí, en esta explanada, acampan los galileos. No sé si es por costumbre religiosa ya secular o si es por orden de los romanos, con la finalidad de evitar choques con los judíos o con otros de otras regiones, poco corte­ses con los galileos. No lo sé. Sí sé que ya veo a muchos galileos, entre los cuales a Alfeo de Sara de Nazaret, a Judas, el anciano hacendado de la zona de Merón, al sinagogo Jairo, y a otros cuyo nombre des­conozco y venidos de Betsaida, Cafarnaúm y otras ciudades galileas. Jesús señala el lugar que deberán ocupar para sus cabañas: justo en los límites orientales del campo de los Galileos. Se ponen a construir las cabañas los apóstoles y algunos discípulos, entre los cuales están el sacerdote Juan y el escriba Juan, el sinagogo Timoneo, más Esteban, Ermasteo, José de Emmaús, Abel de Belén de Galilea.
* Lázaro, tu hermana María “ha encauzado su temperamento hacia la perfección, y, dado que es un temperamento de poderoso absolutismo, se lanza sin re­servas por este camino… usando los mismos sistemas de darse enteramente, que tenía en el pecado, se da toda a Dios. Ha comprendido la ley del «ama a Dios con todo tu ser, con tu cuerpo y con tu alma, con todas tus fuerzas»”.- ■ En esto —mientras construyen las cabañas y Jesús habla con unos niños de Cafarnaúm que se han ceñido en torno a Él y le están haciendo miles de preguntas y confiándole otras tantas—, por el camino que viene de Betania, aparece Lázaro, junto con el inseparable Maximino. Jesús está vuelto de espaldas y no le ve venir. En cambio el Iscariote sí le ve y avisa al Maestro, el cual deja automáticamente a los niños y, sonriendo, se dirige hacia su amigo. Maximino se detiene para dejar plena libertad a los dos en el primer momento de su encuentro. Lázaro recorre los últimos metros, caminando con más dificultad que nunca, rápidamente en la medida de sus posibilidades, con una sonrisa en la que tiemblan el sufrimiento en su boca y las lágrimas en sus ojos. Jesús abre los brazos y Lázaro cae sobre su corazón prorrumpiendo en un fuerte llanto. Jesús le pregunta: “¡Pero hombre, amigo mío, ¿lloras todavía?!…” y le besa en la sien (es bastante más alto que Lázaro —toda la cabeza—, y parece todavía más alto, porque Lázaro está inclinado en su abrazo de amor y respeto). Levanta por fin la cabeza Lázaro y dice: “Lloro, sí. El año pasado te di las perlas de mi triste llanto, justo es que recibas las perlas de mi llanto de alegría. ¡Maestro, Maestro mío! Estimo que nada hay más humilde y santo que el llanto bueno… ■ y es lo que te doy, para decirte «gracias» por mi María que ahora es enteramente una niña dichosa, serena, pura, buena… ¡mucho más buena todavía que cuan­do era pequeña! Yo, que en mi orgullo de israelita fiel a la Ley me sentía muy por encima de ella, ahora me siento muy pequeño, muy nada, respecto a ella, que ya no es una criatura sino una llama de fuego, una llama santificadora. Yo… no llego a entender dónde halla esa sabiduría, esas palabras, esas acciones que realiza y que edifi­can a toda la casa. La miro como se mira un misterio. ¡¿Cómo, tanto fuego y tantas piedras preciosas podían estar ocultas en tranquila convivencia bajo tanta corrupción?! Ni yo ni Marta subimos hasta donde ella sube. ¿Cómo lo hace, si ha tenido rotas las alas por el vicio? No entien­do…”. Jesús: “Ni falta que hace que entiendas. Basta con que entienda Yo. Pe­ro te digo que María tiene las energías de su ser orientadas hacia el Bien. Ha encauzado su temperamento hacia la perfección, y, dado que es un temperamento de poderoso absolutismo, se lanza sin re­servas por este camino. Utiliza su experiencia del mal para ser po­tente en el bien como lo fue en el mal; usando los mismos sistemas de darse enteramente, que tenía en el pecado, se da toda a Dios. Ha comprendido la ley del «ama a Dios con todo tu ser, con tu cuerpo y con tu alma, con todas tus fuerzas». Si Israel estuviera hecho de Marías, si el mundo estuviera hecho de Marías, tendríamos en la tierra el Reino de Dios cual será en el altísimo Cielo”. Lázaro: “¡Oh! ¡Maestro, Maestro! ¡Y es María de Magdala la que merece estas palabras!…”. Jesús: “Es María de Lázaro, la gran amiga hermana del gran amigo mío. ■ ¿Cómo habéis sabido que estaba aquí, si todavía mi Madre no ha ido a Betania?”. Lázaro: “Ha venido, a marchas forzadas, el encargado de «Aguas Claras» y me ha dicho que ibas a venir. Todos los días he mandado aquí a uno de la servidumbre. Hace poco ha vuelto diciendo: «Ha llegado. Está en el campo galileo». Me he puesto en marcha inmediatamente…”. Jesús: “Pero sufres mucho…”. Lázaro: “¡Mucho, Maestro! Estas piernas…”. Jesús: “¡Y has venido! Habría ido Yo pronto…”. Lázaro: “Mi prisa, por manifestarte mi alegría, me atormentaba. Hace meses que la tengo dentro. ¡Una carta! ¿Qué es una carta para decirte una cosa como ésta? Ya no podía esperar más… ¿Vas a venir a Betania?”. Jesús: “Ciertamente. En cuanto termine la fiesta”. Lázaro: “Te esperan con gran impaciencia… La griega… ¡Qué mente! Converso mucho con ella, ávida de saber de Dios. Pero es muy culta… y yo, que no sé bien ciertas cosas, debo ceder; haces falta Tú”. Jesús: “Iré. Ahora vamos con Maximino; luego, te ruego que te conside­res mi invitado. Mi Madre se alegrará al verte. Y podrás descansar. Dentro de poco vendrá con el niño”. Y Jesús llega donde Maximino, el cual se arrodilla para saludar­le. (Escrito el 18 de Septiembre de 1945).
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(<En el día de la fiesta de los Tabernáculos, Jesús acaba de salir del Templo después de haber dirigido allí la palabra y celebrado la fiesta. Se encuentra con su Madre que, junto con otras mujeres, le estaban esperando al pie de los muros>)
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4-281-355 (5-145-929).- Conductas de José y Simón, Cusa, Samuel son fuente de dolor para sus allegados.
* María Cleofás llora por sus hijos (José y Simón), Juana por su marido Cusa, Analía por su exprometido Samuel.- ■ Jesús está ahora hablando con su Madre —entre Sí y ella, tiene a Marziam—, y le pregunta: “¿Me has escuchado, Madre?”. Virgen: “Sí, Hijo mío, y a la tristeza de María Cleofás se ha unido la mía. Ella ha llorado poco antes de entrar en el Templo…”. Jesús: “Lo sé, Madre; sé el motivo. No debe llorar, sólo orar”. Virgen: “¡Ora mucho! Las noches pasadas, dentro de su cabaña, en el campo de los Galileos, entre sus hijos dormidos, oraba y lloraba. La oía llorar a través de la pared delgada de los ramajes adyacentes. ¡Ver a pocos pasos a José y a Si­món, cercanos pero tan lejos!… ■ Y no es la única que llora. Juana, que la ves tan serena, ha llorado en mi presencia…”. Jesús: “¿Por qué, Madre?”. Virgen: “Porque Cusa… se comporta de una forma… inexplicable. Un po­co la complace en todo, un poco la rechaza en todo; si están solos, donde nadie los ve, es el marido ejemplar de siempre, pero si están con él otras personas —naturalmente de la Corte— se vuelve auto­ritario y despreciativo para con su mansa esposa. Ella no comprende porqué…”. Jesús: “Te lo digo Yo. Cusa es siervo de Herodes. Entiéndeme, Madre: «Siervo». Esto no se lo digo a Juana para no apenarla. Pero es así. Cuando no teme la reprensión y el escarnio del soberano, es el buen Cusa; cuando tiene motivo para temerlos, deja de serlo”. Virgen: “Es porque Herodes está muy irritado por Mannaén y…”. Jesús: “Es porque Herodes ha perdido el juicio por el tardío remordi­miento de haber cedido a las peticiones de Herodías. Mas Juana tie­ne ya mucho bien en la vida. Debe, bajo la diadema, llevar su cili­cio”. ■ Virgen: “Analía también llora…” (1). Jesús: “¿Por qué?”. Virgen: “Porque su prometido se está poniendo contra Ti”. Jesús: “Que no llore. Díselo. Se trata de una resolución. Es bondad de Dios. Su sacrificio conducirá de nuevo a Samuel al Bien. Por el mo­mento esto la librará de presiones para la celebración del matrimo­nio. Le prometí que la tomaría conmigo. ■ Me precederá en la muerte…”. Virgen: “¡Hijo!…”. María, palideciendo, aprieta la mano de Jesús, que le dice: “¡Mi querida Mamá! Es por los hombres. Ya lo sabes. Es por amor a los hombres. Bebemos nuestro cáliz con buena voluntad, ¿no es verdad?”. María traga las lágrimas y responde: “Sí”. (Un «sí» acongojado, verdaderamente desgarrador). (Escrito el 20 de Septiembre de 1945).
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1  Nota  : Cfr.  Personajes de la Obra magna:  Analía.
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(<Jesús con los apóstoles y discípulos ha llegado a Betania. Aquí han llegado también José de Arimatea y Nicodemo>)
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4-282-363 (5-146-938).- La delación al Sanedrín respecto a Ermasteo, Juan de Endor y Síntica “por esa abyecta víbora que se oculta bajo el manto de amigo y que hace espía antes de convertirse en asesino”.
* Jesús hará circuncidar a Ermasteo y respecto de los otros dos tomará las medidas oportunas.- ■ Jesús sigue por el verde jardín hasta el pórtico que precede a la casa y entra luego en una sala donde los sirvientes están preparando para ofrecer refrigerio a los recién llegados y ayudarlos en las purificaciones de antes de la comida. Todas las mujeres se retiran. Jesús se queda con los apóstoles en la sala. Juan de Endor con Ermasteo van a la casa de Simón Zelote para dejar los fardos que se han cargado. José de Arimatea pregunta: “¿Ese joven que ha salido con Juan el bizco, es el filisteo que aceptaste?”. Jesús: “Sí, José. ¿Cómo lo supiste?”. José: “Maestro… Nicodemo y yo llevamos ya algunos días preguntándonos cómo es que lo sabemos, y cómo es que lo saben los otros del Templo, por desgracia. Lo cierto es que lo sabemos. Antes de los Tabernáculos, en la sesión que precede a las fiestas, algunos fariseos dijeron que sabían exactamente que a tus discípulos se habían unido un filisteo incircunciso y una pagana, además de… —perdona, Lázaro— las pecadoras conocidas y desconocidas, y de los colaboradores de impuestos  —perdona Mateo, hijo de Alfeo—, y los galeotes. ■ Por lo que se refiere a la pagana, que en este caso sin duda es Síntica, se comprende que se pueda saber, o, por lo menos, adivinar. El jaleo que armó el romano no fue para menos, y se convirtió en tema de carcajadas entre los de su ambiente y entre los judíos… incluso porque se fue, quejoso y amenazador al mismo tiempo, a buscar por todas partes a su fugitiva. E importunó incluso a Herodes, porque decía que se había escondido en casa de Juana y que el Tetrarca debía ordenar a su mayordomo que se la entregase. Ahora bien, que, entre tantas personas como te siguen, se sepa que uno es filisteo e incircunciso, y otro un galeote… es extraño, muy extraño. ¿No te parece?”. ■ Jesús: “Sí y no. Voy a tomar medidas oportunas para Síntica y para el galeote”. José: “Sí. Harás bien en alejar sobre todo a Juan. No está bien entre tus seguidores”. Jesús pregunta severamente: “José, ¿te has vuelto también fariseo?”. José: “No… Pero…”. Jesús: “¿Debería Yo, arrastrado por un estúpido escrúpulo del peor fariseísmo, humillar un alma que se ha regenerado? No. No lo haré. Pensaré en su tranquilidad. En la suya, no en la mía. Vigilaré por su formación, como velo por la del inocente Marziam. ¡En verdad que no hay diferencia en la ignorancia espiritual de uno y otro! El uno dice, por vez primera, palabras de sabiduría porque Dios ya le ha perdonado, porque ha renacido ya en Dios, porque Dios le ha estrechado a su corazón. El otro las dice porque, al pasar de una niñez abandonada a una adolescencia por la que vela el amor humano, además del de Dios, abre su alma como una corola al sol, y el Sol le ilumina con su propia Luz; su Sol: Dios. El primero se aproxima a decir sus últimas palabras… ¿No veis con vuestros ojos que se está consumiendo de penitencia y de amor? ■ ¡Oh! Cómo me gustaría tener muchos Juanes de Endor en Israel y entre mis siervos. Quisiera que también tú, José y tú, Nicodemo, tuvieseis su corazón y sobre todo que lo tuviese su delator, esa abyecta víbora que se oculta bajo el manto de amigo y que hace de espía, antes de convertirse en asesino; esa víbora que envidia las alas del pájaro, y que agazapada espera poder quitárselas y meterle en la cárcel. ¡Ah! ¡No! El ave está ya para transformarse en ángel. Y aunque la víbora pudiese —cosa que no podrá— arrancarle las alas, éstas se transformarían en su viscoso cuerpo en alas de demonio. Todo delator es ya un demonio”. Pedro exclama: “¿Pero dónde está ese tal? Decídmelo para que pueda al punto arrancarle la lengua”. Judas de Alfeo: “Harías mejor en arrancarle los dientes del veneno”. Iscariote secamente afirma: “No, hombre, no. ¡Mejor estrangularle! Así no hará otra vez mal a nadie. Son seres que pueden dañar siempre…”. ■ Jesús fija en él sus ojos y termina: “… y mentir. Pero nadie debe hacerle daño. No merece la pena que, por ocuparse de la víbora, se deje perecer al ave. Con respecto a Ermasteo, Yo voy a estar aquí un tiempo, en la casa de Lázaro precisamente, para su circuncisión; él acepta, por amor a Mí y para evitar persecuciones de las estrechas mentes hebreas, la religión santa de nuestro pueblo. No es sino un paso de las tinieblas a la luz. Y no es necesario para que un corazón reciba la luz. De todas formas, lo voy a permitir para calmar la susceptibilidad de Israel y para mostrar que el filisteo tiene verdadera voluntad de llegar a Dios. Pero Yo os digo: en el tiempo del Cristo no es necesario esto para pertenecer a Dios. Basta la voluntad y el amor, basta la rectitud de conciencia. ¿Y dónde vamos a circuncidar a la griega? ¿En qué punto de su espíritu, si por sí sola ha sabido experimentar a Dios mejor que otros muchos de Israel? En verdad, entre los presentes muchos son tinieblas respecto a los que despreciáis como tinieblas. De todos modos, el delator y vosotros, sanedristas, podéis informar a quien haya que hacerlo, que, a partir de hoy mismo, el escándalo está eliminado”. Iscariote: “¿Para quién? ¿Para los tres?”. Jesús: “No, Judas de Simón. Para Ermasteo. Pensaré en los otros dos. ¿Tienes algo más que preguntar?”. Iscariote: “No, Maestro”. ■ Jesús: “Ni yo tampoco tengo algo que añadir. Os pregunto a todos que me digáis, si lo sabéis, qué pasó con el dueño de Síntica”. Lázaro dice: “Pilatos le ha devuelto a Italia en la primera nave que se le presentó, para no tener querellas con Herodes y con los Hebreos en general. Pilatos está atravesando por momentos difíciles…”. Jesús: “¿Es segura la noticia?”. Lázaro: “Puedo comprobarlo, si lo quieres, Maestro”. Jesús: “Sí, hazlo, y luego me dirás la verdad”. Lázaro: “Pero en mi casa Síntica está igualmente segura”. Jesús: “Lo sé. También Israel defiende a una esclava, fugitiva de un dueño extranjero y cruel. Pero quiero saberlo”. ■ Pedro dice: “Yo quisiera saber quién es el delator, el informador, el doloso espía de los fariseos… y —esto se puede saber y lo quiero saber— quiénes son los fariseos delatores. Que salgan los nombres de los fariseos y de su ciudad. Me refiero a los fariseos que han hecho la bonita obra de informar, —previa traición de uno de nosotros, porque solo nosotros sabemos ciertas cosas, nosotros, discípulos viejos y nuevos— de informar al Sanedrín sobre las cosas que hace el Maestro, cosas que son completamente justas; pero hay un demonio que dice y piensa lo contrario, y…”. Jesús: “Y basta, Simón de Jonás. Te lo ordeno”. Pedro: “Yo, yo obedezco, aun a costa de que me revienten las venas del corazón por el esfuerzo. En todo caso, la alegría de hoy se perdió…”. Jesús: “¡No! ¿Por qué? ¿Ha cambiado algo entre nosotros? ¿Y entonces? ¡Oh, Simón mío! Ven aquí a mi lado y hablemos de lo que es bueno…”. Lázaro dice: “Nos acaban de decir que es hora de la comida, Maestro”. Jesús: “Vamos, ya…”. (Escrito el 21 de Septiembre de 1945).
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4-284-371 (5-148-947).- Cuatro apóstoles: Iscariote, Tomás, Felipe y Bartolomé se quedarán en Judea.- Iscariote protesta.
* La casita donada por Salomón el barquero (1) suscita una controversia de Iscariote.- ■ Jesús regresa con sus discípulos después de una gira apostólica por los alrededores de Betania. Debe de haber sido corta, porque no traen ni siquiera las alforjas de los alimentos. Vienen hablando entre ellos. Dicen: “Fue una idea buena la de Salomón el barquero. ¿No crees, Maestro?”. Jesús: “Sí. Fue una buena idea”. Naturalmente, Iscariote, que no es del mismo parecer, dice: “No veo mucho de bueno en esa cosa. Nos ha dado lo que ya a él, que es discípulo, no le sirve. No hay motivo para alabarle…”. Zelote dice serio: “Una casa siempre viene bien”. Iscariote: “Si fuera como la tuya. Pero ¿qué es? ¡Una casucha malsana!”. Zelote replica: “Eso es todo lo que tiene Salomón”. Pedro dice: “Y de la misma forma que él allí se ha hecho viejo sin enfermedades, podremos ir de vez en cuando nosotros. ¿Qué quieres? ¿Que todas las casas sean como la de Lázaro?”. Iscariote: “No quiero nada. No veo la necesidad de este regalo. Cuando se fuera a ese lugar, se podría estar en Jericó. No hay más que unos cuantos estadios de distancia. Y para unos como nosotros, que parecemos gente perseguida, obligados a caminar siempre, ¿unos cuantos estadios qué es?”. ■ Antes de que la paciencia de los otros se acabe, como ya se deja entrever, interviene Jesús: “Salomón, en proporción a sus riquezas, ha dado más que nadie. Porque ha dado todo. Lo ha dado por amor. Lo ha dado para proporcionarnos un cobijo en caso de que nos coja la lluvia en esos lugares poco hospitalarios, o en caso de una crecida del río, y, sobre todo, en caso de que la mala voluntad de los judíos se haga tan fuerte que sea aconsejable interponer entre ella y nosotros el río. Esto por lo que se refiere al regalo. A Mí me ha causado una gran alegría que, un discípulo pobre y vulgar, pero muy fiel y lleno de voluntad, haya llegado a esta generosidad, que muestra a las claras que tiene deseo de ser siempre mi discípulo. En verdad estoy viendo que muchos discípulos, con las pocas lecciones que les di, os superan a vosotros, que tantas habéis escuchado. ■Vosotros no me sabéis sacrificar, tú especialmente, ni siquiera eso que no os cuesta nada: el juicio personal. Tú te conservas terco en tu modo de pensar, y nada te puede doblar”. Iscariote se defiende: “Tú dices que la lucha contra uno mismo es la más difícil…”. Jesús: “¿Y con esto quieres darme a entender que me equivoco diciendo que no cuesta nada? ¿O no es así? Tú has comprendido muy bien lo que he querido decir. Para el hombre —y verdaderamente eres un auténtico hombre—solo tiene valor lo que puede venderse o comprarse. El «juicio personal» no se vende ni se compra con dinero. A no ser que… a no ser que uno se venda a alguien esperando alguna utilidad. Un comercio ilícito, semejante al que el alma contrae con Satanás. Es más, mayor; porque además de al alma, abraza también al pensamiento, o juicio, o la libertad del hombre, llámala como quieras. Existe también esta clase de desgraciados. Mas no pensemos en ellos por el momento. Elogié a Salomón porque veo todo el bien que hubo en su acción. Y basta con ello”.
* Iscariote protesta porque esta vez Jesús le ordena quedarse en Judea.- ■ Un momento de silencio; luego Jesús continua hablando: “Dentro de pocos días Ermasteo estará en disposición de caminar sin ningún perjuicio. Yo voy a volver a Galilea, pero no vendréis todos conmigo. Una parte se quedará en Judea y luego volverá arriba con los discípulos judíos, de forma que estemos todos juntos para la fiesta de las Luces”. Los apóstoles dicen entre sí: “¿Tanto tiempo? ¡Oh no! ¿Y a quién le tocará?”. Jesús escucha el murmullo y dice: “Tocará a Judas de Simón, a Tomás, a Bartolomé y a Felipe. Pero no he dicho que haya que estar en Judea hasta la fiesta de las Luces. Incluso quiero que recojáis o aviséis a los discípulos para que estén para la fiesta de las Luces. Por esta razón ahora iréis a buscarlos. Los reunís y los avisáis, y, mientras, les ponéis atención y los ayudáis. Luego seguiréis mis pasos, trayendo con vosotros a los que hayáis encontrado; para los otros, dejáis dado el aviso de que vengan. En estos momentos tenemos ya amigos en los lugares principales de Judea. Nos harán este favor de avisar a los discípulos. Después en el camino de regreso hacia Galilea, por la Transjordania, y sabiendo que Yo iré por Gerasa, Bozra, Arbela, hasta Aera, vais recogiendo a todos los que a mi paso no se hayan atrevido a manifestar su petición de doctrina o milagro y que luego hayan lamentado el no haberlo hecho. Los traeréis a Mí. Me quedaré en Aera hasta vuestra llegada”. ■ Iscariote: “Entonces convendría salir en seguida”. Jesús: “No. Partiréis al caer de la tarde del día antes de mi partida. Iréis donde Jonás (2), al Getsemaní. Allí estaréis hasta el día siguiente y luego saldréis para Judea. De este modo podrás ver a tu mamá y ayudarle en estos tiempos de contratos comerciales”. Iscariote: “Ya hace años que ha aprendido a arreglárselas por sí sola”. Pedro le pregunta con sorna: “¿No te acuerdas que el año pasado le eras indispensable para la vendimia?”. Judas se pone colorado como una rosa. Su cara se afea con la ira y la vergüenza, pero Jesús se adelanta a cualquier respuesta. Dice: “Un hijo siempre sirve para ayudar a su madre y para consolarla. Después, hasta Pascua, no la verás otra vez. Por esto vete a hacer lo que te digo”. ■ Judas no replica ya a Pedro, pero descarga su rabia contra Jesús: “Maestro, ¿sabes qué debo decirte? Que me da la impresión de que quieres deshacerte de mí; al menos alejarme, porque tienes sospechas, porque injustamente me crees culpable de algo, y porque me faltas a la caridad, porque…”. Jesús ordena: “¡Judas! ¡Basta! Podría decirte muchas cosas. Tan solo te digo: «Obedece»”. Jesús es majestuoso cuando pronuncia esta palabra. Alto, con ojos que centellean, con severo rostro… Infunde respeto. Judas se atemoriza. Se pone detrás de todos, mientras Jesús, se pone a la cabeza, solo. Entre ambos, el grupo enmudecido de los apóstoles. (Escrito el 23 de Septiembre de 1945).
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1  Nota  : Cfr. Personajes de la Obra magna: Salomón, el barquero. 2  Nota  : Jonás es el  custodio de la casa del Getsemaní, propiedad de Lázaro.
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(<Jesús y Lázaro, a petición de Jesús, han llegado a un lugar determinado, fuera de Betania y de la presencia de la gente, en el carro de Lázaro>)
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4-285-374  (5-149-951).- Lázaro ofrece un refugio para Juan de Endor y Síntica.
* Una persecución se ha desencadenado contra ellos.- ■ Jesús le dice: “Lázaro, necesito mandar lejos a Juan de Endor y a Síntica. La prudencia, como ves, lo aconseja, y también la caridad. Tanto para él como para ella sería una prueba dolorosa, un dolor inútil, el tener noticia de la persecución que se ha desencadenado contra ellos… y que podría —al menos para uno— provocar sorpresas muy amargas”. Lázaro. “En mi casa…”. Jesús: “No. Ni siquiera en tu casa. No los tocarían materialmente, quizás, pero sí los humillarían moralmente. El mundo es cruel. Destroza a sus víctimas. No quiero que se pierdan así estas dos buenas fuerzas. Por tanto, de la misma forma que un día junté al anciano Ismael con Sara (1), ahora voy a juntar a mi pobre Juan con Síntica. Quiero que muera en paz, y que no esté solo, y que lleve consigo la ilusión de que se le manda a otras partes no porque es «el ex galeote», sino porque es el discípulo prosélito que puede ir a otras regiones para predicar al Maestro. Síntica le ayudará… Síntica es una gran persona y será una gran fuerza en y para la Iglesia futura (2). ■ ¿Me puedes aconsejar a dónde mandarlos? No a Judea, ni a Galilea, ni siquiera a la Decápolis, a los lugares a los que voy Yo, y conmigo los apóstoles y discípulos, no. Al mundo pagano tampoco. ¿Dónde entonces? ¿Dónde, de forma que sean útiles y estén seguros?”. Lázaro: “Maestro… yo… ¡Aconsejarte yo a Ti…!”. Jesús: “No, no. Habla. Tú me amas, no traicionas, amas a quienes amo Yo, no eres restringido de mente como otros”. Lázaro: “Yo… Sí. Te aconsejaría que los mandes a uno de los lugares donde tengo amigos. A Chipre o a Siria. Elige Tú. En Chipre tengo personas de confianza. ¡Y en Siria… bueno!… Tengo todavía alguna pequeña casa, custodiada por un administrador fiel, más fiel que una ovejita. ¡Nuestro viejo Felipe! Por mí hará lo que le diga. Y, si me lo permites, esos, a quienes Israel persigue y Tú estimas, podrán considerarse desde ahora huéspedes míos, seguros en la casa… ¡Oh, no es un palacio! En esa casa vive solo Felipe con un nieto que se ocupa de los jardines de Antigonia, los amados jardines de mi madre; los hemos conservado para recuerdo de ella. Había llevado a esos jardines las plantas de esencias exóticas de sus jardines judíos… ¡La madre mía!… ¡Con ellas, cuánto bien hacía a los pobres!… Eran su secreta propiedad… Mi madre… Maestro, pronto iré a decirle: «Alégrate, madre buena. El Salvador está en la Tierra». Te esperaba…”. Dos hilos de llanto, aparecen en el rostro doliente de Lázaro. Jesús le mira y sonríe. ■ Lázaro recobra los ánimos: “Pero, hablemos de Ti. ¿Te parece un buen lugar?”. Jesús: “Me parece un buen lugar. Una vez más te doy gracias, por Mí y por ellos. Me quitas un gran peso…”. Lázaro: “¿Cuándo se marchan? Lo pregunto para preparar una carta para Felipe. Diré que son dos amigos míos de aquí, necesitados de paz. Será suficiente”. Jesús: “Sí. Será suficiente. Pero, te ruego que ni siquiera el aire sepa nada de esto. ¡Ya lo ves! Me espían…”. Lázaro: “Lo veo. No lo hablaré ni siquiera con mis hermanas. ■ Pero, ¿cómo piensas llevarlos allí? Tienes contigo a los apóstoles…”. Jesús: “Ahora subo hasta Aera sin Judas de Simón, Tomás, Felipe y Bartolomé. Entretanto, instruiré lo mejor que pueda a Síntica y a Juan… para que vayan con una buena provisión de Verdad. Luego bajaré al Merón y de allí a Cafarnaúm. Y allí… y allí enviaré otra vez a los cuatro, con otras misiones; entonces haré que partan para Antioquía los dos. A esto me veo obligado…”. Lázaro: “A tener que temer de los tuyos. Tienes razón…  Maestro, sufro viéndote afligido…”. Jesús: “Pero tu buena amistad me conforta mucho… ■ Lázaro, gracias… Pasado mañana me marcho y me llevo a tus hermanas. Necesito muchas discípulas para que entre ellas se pierda Síntica. Viene también Juana de Cusa. De Merón irá a Tiberíades, porque va a pasar el invierno allí. Así lo ha dispuesto el marido porque la quiere tener cerca, porque Herodes va a volver a Tiberíades una temporada”. Lázaro: “Se hará como Tú deseas. Mis hermanas son tuyas, como lo soy yo, y mis casas, mis criados, mis bienes. Todo es tuyo, Maestro. Utilízalo para el bien. Te prepararé la carta para Felipe. Es mejor que te la dé en tus manos”. Jesús: “Gracias, Lázaro”. ■ Lázaro: “Es todo lo que puedo hacer… Si estuviera sano, iría… Cúrame, Maestro, y voy”. Jesús:  “No, amigo. Tengo necesidad de ti así como estás”. Lázaro: “¿A pesar de que no hago nada?”. Jesús: “Aún así. ¡Oh, mi Lázaro!” y Jesús le abraza y besa…
* Lázaro pide a Jesús deshacerse de Iscariote porque tiene miedo de él, no ama a Jesús. Es sensual y ambicioso.- ■ Suben de nuevo al carro y regresan. Ahora es Lázaro quien está muy silencioso y pensativo. Jesús le pregunta la razón. Lázaro: “Pienso que pierdo a Síntica. Me atraían su ciencia y su bondad…”. Jesús: “La gana Jesús…”. Lázaro: “Es verdad. Es verdad. ¿Cuándo te voy a volver a ver, Maestro?”. Jesús: “Para la primavera”. Lázaro: “¿Hasta la primavera? No. El año pasado estuviste en mi casa para las Encenias…”. Jesús: “Este año voy a complacer a los apóstoles. Pero para el otro año estaré mucho contigo. Te lo prometo”. ■ Betania aparece bajo el sol de octubre. Están ya casi llegando, cuando Lázaro para el caballo para decir: “Maestro, bueno será que te deshagas del hombre de Keriot. Tengo miedo de él. No te ama. No me gusta. Nunca me ha gustado. Es sensual y ambicioso. Por eso puede cometer cualquier pecado. Maestro, es él el que te ha denunciado…”. Jesús: “¿Tienes pruebas?”. Lázaro: “No”. Jesús: “Pues entonces no juzgues. No eres experto en tus juicios. Acuérdate de que juzgabas del todo perdida a tu María… No vayas a decir que es mérito mío. Ella fue la primera en buscarme”. Lázaro: “Eso también es verdad. Pero, en fin, desconfía de Judas”. ■ Poco después entran en el jardín donde están esperando, curio­sos, los apóstoles. (Escrito el 24 de Septiembre de 1945).
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1  Nota  : Se trata del anciano Ismael  (Nota 1 del Episodio 4-254-165). Sara, una viuda y mendiga que, a causa de su enfermedad que se manifestaba por fiebres y temblores, se hallaba impedida para el trabajo. Curada por Jesús, vinculada a Simeón como hija, ambos, Simeón y Sara, habían sido acogidos por Lázaro en su casa a petición de Jesús.    2  Nota  : En Fil. 4,2-3   se menciona  a una tal Síntica.
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(<Agrupados, en torno a María Virgen y en torno a Jesús, mujeres y hombres emprenden viaje hacia Jericó y la transjordania. Finalidad del viaje: ambientar en la atmósfera de Jesús principalmente a Síntica y Juan de Endor y, al calor de esta convivencia, adoctrinar a ambos antes de enviarlos a su nuevo destino: Antioquía>)
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4-285-377 (5-149- 954).- Viaje feliz hacia Jericó sin Judas Iscariote.
* Las mujeres marchan agrupadas en torno a María. Los hombres agrupados en torno a Jesús.- La ausencia de cuatro apóstoles, y sobre todo de Judas, hace, por un lado, más íntimo el grupo de los que quedan; por otro, más feliz. Es verdaderamente una familia —con Jesús y María como cabezas­— ésta que, dando la espalda a Betania en una mañana serena de octu­bre, se dirige hacia Jericó para pasar a la orilla opuesta del Jordán. Las mujeres marchan agrupadas en torno a María. Sólo falta Analía en el grupo femenino de las discípulas, o sea, en el grupo de las tres Marías, Juana, Susana, Elisa, Marcela, Sara y Síntica. Agrupados en torno a Jesús, Pedro, Andrés, Santiago y Judas de Alfeo, Mateo, Juan y Santiago de Zebedeo, Simón Zelote, Juan de Endor, Ermas­teo y Timoneo. Marziam, por su parte, saltando como un cabritillo, va y viene incansable de este grupo a aquél (que caminan a pocos metros uno tras otro). Cargados con pesados talegos, van alegres por el camino dulcemente soleado, por la campiña solemne transida de quietud. ■ Juan de Endor anda con esfuerzo, oprimido por el peso que le cuelga de sus espaldas. Pedro se da cuenta y dice: “Dámelo, ya que has querido coger de nuevo este lastre. ¿Sentías nostalgia de esto?”. Juan de Endor le dice: “Me lo ha indicado el Maestro”. Pedro: “¿Sí? ¡Ésta sí que es buena! ¿Y cómo así?”. Juan de Endor: “No lo sé. Ayer por la noche me dijo: «Coge otra vez tus libros y sígueme con ellos»”. Pedro: “¡Hay que ver!… Bueno, pero, si lo ha dicho Él, está claro que es una cosa buena. Quizás lo hace por esa mujer. ¡Cuánto sabe, ¿no?! ¿Tú también sabes tantas cosas?”. Juan de Endor: “Casi. Es muy docta”. Pedro: “De todas formas, no vas a seguir viniendo detrás de nosotros con este peso, ¿no?”. Juan de Endor: “¡No creo! No lo sé. De todas formas, lo puedo llevar también yo…”. Pedro: “No, amigo. Me preocupa mucho que no enfermes. ¿No te das cuenta de que estás mal de salud?”. Juan de Endor: “Sí, lo sé. Me siento morir”. Pedro: “¡No gastes bromas y déjanos al menos llegar a Cafarnaúm!”.
* La Madre adoctrina a Pedro sobre el juicio a las personas.- Al respecto, recuerda una frase de Síntica: «Buscar por medio del sentido es siempre imperfecto».- ■ Y Pedro termina diciendo: “Se está tan bien ahora, nosotros solos sin ese… ¡Maldita lengua! ¡He faltado una vez más a mi promesa al Maestro!… ¡Maestro! ¡Maestro!”. Jesús: “¿Qué quieres, Simón?”. Pedro: “He murmurado de Judas y te había prometido que no lo volve­ría a hacer. Perdóname”. Jesús: “Sí. Trata de no volver a hacerlo”. Pedro: “Tengo todavía 489 veces de recibir tu perdón…”. Andrés, sorprendido, pregunta: “¡Pero!, ¿qué dices, hermano?”. Y Pedro, lleno de brillo de sagacidad su rostro bueno, torciendo el cuello bajo el peso del saco de Juan de Endor: “¿Y no te acuerdas de que dijo que debíamos perdonar setenta veces siete? Por tanto me que­dan todavía 489 perdones. Y llevaré la cuenta escrupulosamente…”. Todos se echan a reír, incluso Jesús tiene que sonreír por fuerza; pero responde: “Mejor sería, niño grande, que es lo que eres, si lleva­ras la cuenta de todas las veces que sabes ser bueno”. ■ Pedro se junta a Jesús y con el brazo derecho rodea su cintura, di­ciendo: “¡Querido Maestro mío! ¡Qué feliz me siento de estar contigo sin…! ¡Bah! Tú también estás contento… Y entiendes lo que quiero decir. Estamos nosotros solos. Está tu Madre. Está el niño. Vamos a Cafarnaúm. La estación es hermosa… Cinco razones para sentirnos felices. ¡Verdaderamente es hermoso ir contigo! ¿Dónde vamos a de­tenernos esta noche?”. Jesús: “En Jericó”. Pedro: “El año pasado en Jericó vimos a la Velada. ¿Quién sabe qué ha­brá sido de ella?… Me gustaría saberlo… Y encontramos tam­bién al de las viñas…”. La carcajada de Pedro es tan sonora que con­tagia a los demás. Se echan a reír todos, recordando la escena del en­cuentro con Judas de Keriot. Jesús, en tono reprensión, dice: “¡Eres incorregible, Simón!”. Pedro: “No he dicho nada, Maestro. Me han venido ganas de reír al pen­sar en su cara cuando nos ha encontrado allí… en sus viñas…”. Pedro ríe con verdaderas ganas, tanto que debe pararse, mientras los otros siguen caminando y riéndose por fuerza. ■ Las mujeres alcanzan a Pedro. María pregunta con dulzura: “¿Qué te sucede, Simón?”. Pedro: “No lo puedo decir porque cometería otra falta de caridad. Pero… mira, Madre, tú que eres sabia, quisiera saber tu opinión. Si acuso con un fondo maligno a alguien, o, peor todavía, levanto una calumnia, peco, es natural. Pero, si me río de una cosa que todos saben, de un hecho que todos conocen, una cosa que hace reír, como, por ejem­plo, recordar la sorpresa de un embustero, su turbación, sus explica­ciones para disculparse, y volver a reírme como entonces nos reímos, ¿está también mal?”. Virgen: “Es una imperfección respecto a la caridad. No es pecado como lo es la maledicencia o la calumnia, y ni siquiera como una acusación velada, pero es, de todas formas, una falta de caridad. Es como un hilo sacado en una tela. No es un desgarrón, ni que la tela esté con­sumida, pero es algo que va contra la integridad de la tela y su belle­za, y facilita deslavazaduras y agujeros. ¿No te parece?”. Pedro se restriega la frente y dice un poco avergonzado: “Sí. No lo había pensado nunca”. Virgen: “Piénsalo ahora y no lo vuelvas a hacer. Hay carcajadas que ofen­den a la caridad más que un bofetón. ¿Alguno ha cometido un error? ¿Le hemos pillado en una mentira o en otra falta? ¿Y entonces? ¿Por qué recordarlo? ¿Por qué hacérselo recordar a otros? Corramos un velo sobre las faltas de los hermanos, pensando siempre: «Si fuera yo el que hubiera faltado, ¿me gustaría que otro recordase esta falta y que la hiciera recordar a otros?». Hay sonrojos íntimos, Simón, que hacen sufrir mucho. No menees la cabeza. Sé lo que quieres decir… Pero también los culpables los tienen, créelo. Sea siempre tu primer pensamiento: «¿Desearía eso para mí?». Verás cómo no volverás a pe­car contra la caridad. Y sentirás siempre mucha paz dentro de ti. ■ Mira a Marziam allí cómo salta y canta feliz. Es porque no tiene ninguna preocupación en su corazón; no tiene que pensar en itinera­rios, ni en compras, ni en las palabras que tendrá que decir. Sabe que otros se preocupan por él de estas cosas. Haz tú igual. Abandona todo en Dios, incluso el juicio sobre las personas. Mientras puedas ser como un niño guiado por el buen Dios, ¿por qué querer cargarte con el peso de decidir y juzgar? Llegará el momento en que tengas que ser juez y árbitro y entonces dirás: «¡Antes era mucho más fácil y menos peligroso!», y te juzgarás necio por haber querido cargarte an­tes de tiempo con tanta responsabilidad. ¡Juzgar! ¡Qué cosa tan difí­cil! ¿Has oído lo que ha dicho Síntica hace unos días? «Buscar por medio del sentido es siempre imperfecto». Dijo una cosa muy exacta. Muchas veces juzgamos siguiendo justamente las reacciones de los sentidos, y, por tanto, con suma imperfección. Deja de juzgar…”. Pedro: “Sí, María. A ti verdaderamente te lo prometo. ¡Pero yo no sé todas esas cosas maravillosas que sabe Síntica!”.
* Síntica quiere desembarazarse de todas esas cosas maravillosas que, según Pedro, ella sabe, para aprender de la sabiduría que sabe Pedro, “porque con la ciencia puedes mantenerte en esta tierra, pero con la sabiduría conquistas el Cielo. Lo mío es ciencia, lo tuyo sabiduría”. ■ Síntica interviene: “¿Y te apena, hombre? ¿No sabes que yo quiero desembarazarme de ellas para tomar solamente las cosas que tú conoces?”. Pedro: “¿Lo dices de verdad? ¿Por qué?”. Síntica: “Porque con la ciencia puedes mantenerte en esta tierra, pero con la sabiduría conquistas el Cielo. Lo mío es ciencia, lo tuyo sabiduría”. Pedro: “¡Pero con tu ciencia has sabido llegar a Jesús! Por tanto, es una cosa buena”. Síntica: “Mezclada con muchos errores; por eso querría despojarme de ella para revestirme solamente de sabiduría. ¡Fuera las vestiduras engalanadas y vanas! Sea mi vestido el austero y sin externa vistosidad de la sabiduría, que viste con imperecedero vestido no lo corruptible sino lo inmortal. La luz de la ciencia tiembla y vacila; la de la sabiduría resplandece uniforme y siempre constante como es lo Divino de que se genera”. ■ Jesús ha aminorado el paso para oír. Se vuelve y dice a la griega: “No debes aspirar a despojarte de todo lo que sabes. Lo que debes hacer es entresacar de este saber tuyo aquello que sea un átomo de Inteligencia eterna, conquistado por mentes de innegable valor”. Síntica: “¿Entonces, esas mentes sabias han encarnado en sí el mito del fuego arrebatado a los dioses?”. Jesús: “Sí, mujer. En este caso, no es que lo hayan arrebatado, sino que han sabido cogerlo cuando la Divinidad los rozaba con sus fuegos, acariciándolos como ejemplares —diseminados entre una humani­dad venida a menos— de lo que es el hombre, un ser dotado de ra­zón”. ■ Síntica: “Maestro, deberías señalarme lo que tengo que conservar y lo que tengo que dejar. No sería buen juez. Y luego, para llenar los es­pacios vacíos, meter luces de tu sabiduría”. Jesús: “Ésa es mi intención. Te indicaré hasta dónde es sabio el pensa­miento adquirido por ti y lo continuaré desde ese punto hasta el final de la idea verdadera. Para que sepas. Les vendrá bien también a és­tos, destinados a tener muchos futuros contactos con los gentiles”. Santiago de Zebedeo, con tono de lamento, dice: “No vamos a entender nada”. Jesús: “Por ahora, poco. Pero llegará el día en que comprendáis, tanto las lecciones de ahora como su necesidad. Tú, Síntica, expónme los puntos que para ti son obscuros. Durante las pausas de nuestro ca­mino te los iré aclarando”. Síntica: “Sí, mi Señor. El deseo de mi alma se funde con tu deseo. Yo, dis­cípula de la Verdad; Tú, Maestro. El sueño de toda mi vida: poseer la Verdad”. (Escrito el 24 de Septiembre de 1945).
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 (<Breve apunte del viaje por la Decápolis. En la primera jornada, una vez dejado Jericó y pasado a la transjordania, se encuentran en Ramot con un mercader, Alejandro Misace, que viaja, en viaje de negocios, provisto de una grande y rica caravana y de hombres bien armados, con los que Jesús ha hablado antes mientras daban de beber a sus animales en los pilones de una plaza. El mercader ha aceptado muy amablemente la compañía de Jesús y toda su comitiva pues como cuenta: “Estaba yo en el Patio de los Paganos, hace días, y, más que verte, porque soy pequeño, te he escuchado. Dices que eres el Mesías. Bien, yo te protejo a Ti y Tú me proteges a mí. Llevo un cargamento de mucho valor”. ■ Jesús, por su parte, ve que esta caravana “es cosa providencial por estos montes, llevando mujeres con nosotros”. Y así emprenden el recorrido por las ciudades de Ramot, Gerasa, Bozra evangelizando los lugares visitados e instruyendo a toda su comitiva y sobre todo a Síntica y Juan de Endor, e incluso al mercader Misace. ■ Despedida a Misace. ■ La presencia de sabuesos fariseos en Arbela y Aera determina que Jesús se despida de su Madre, de las mujeres, de Juan de Endor y de Marziam en la llanura de Arbela, a la altura de la bifurcación de Gadara, a quienes Pedro, Santiago y Judas de Alfeo les acompañarán hasta las tierras que custodia Cusa en la región de Gadara. Luego seguirán solos —sin la compañía de los tres apóstoles quienes volverán y se reunirán de nuevo con Jesús en Aera— el viaje con los siervos de Juana.>)

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4-293-429 (5-157-1007).- Regalo de despedida al mercader Alejandro Misace: el don de la fe.- Anuncio de despedida para las mujeres.
* “Santifica tu alma para que tu Fe no sea en ti no solo un don inerte sino hasta dañoso”.- ■ Alejandro Misace dice a Jesús: “Los de Bozra y de todos estos pueblos tienen de Ti un recuerdo espléndido…”. Jesús pregunta a su Madre: “Madre, ¿y tú que dices?”. Virgen: “Te bendigo, Hijo. Por mí y por ellos”. Jesús: “Y tu bendición me acompañará hasta que nos volvamos a reunir”. ■ Pedro: “¿Por qué dices eso, Señor? ¿Es que las mujeres nos dejan?”. Jesús: “Sí, Simón. Mañana, cuando el sol despunte, Alejandro parte para Aera. Iremos con él hasta el camino de Arbela, luego le dejaremos… con dolor… créeme, Alejando Misace, tú que has sido un amable guía del Peregrino. Te recordaré siempre, Alejandro…”. La emoción se transparenta en el anciano. Está saludando con los brazos cruzados, con gran reverencia, a la manera oriental, un poco inclinado, frente a Jesús. Mas al oír estas palabras, dice: “Sobre todo acuérdate de mí cuando estés en tu Reino”. Jesús: “¿Lo deseas, Misace?”. Alejandro: “Sí, Señor mío”. Jesús: “También Yo deseo una cosa de ti”. Alejandro: “¿Cuál, Señor? Si puedo te la daré; aunque fuera la cosa más preciosa que poseo”. Jesús: “Es la más preciosa. Quiero tu alma. Ven a Mí. Te dije cuando empezábamos a viajar juntos que esperaba hacerte un regalo al final. Es la fe. ¿Crees en Mí, Misace?”. Alejandro: “Creo, Señor”. Jesús: “Entonces santifica tu alma para que la Fe no sea en ti no sólo un don inerte, sino hasta dañoso”. Alejandro: “Mi alma es vieja. Pero me esforzaré en hacerla nueva. Señor, soy un viejo pecador. Absuélveme y bendíceme para que empiece desde ahora una nueva vida. Llevaré conmigo tu bendición como mi mejor escolta en mi camino hacia tu Reino… ■ ¿Nos volveremos a ver, Señor?”. Jesús: “En esta tierra, jamás. Pero oirás hablar de Mí y tu fe aumentará, porque no te dejaré sin evangelización, sin que te hablen de Mí. Adiós, Misace. Mañana tendremos muy poco tiempo para despedirnos. Hagámoslo ahora, antes de que comamos juntos por última vez”.  Le abraza y le da el beso de paz. También los apóstoles y discípulos le imitan. Las mujeres saludan todas juntas. Misace casi se arrodilla delante de María y le dice: “Tu luz de cándida estrella matinal brille en mi pensamiento hasta la muerte”. Virgen: “Hasta la Vida, Alejandro. Ama a mi Hijo y me amarás, y yo te amaré”. Simón Pedro pregunta: “¿Pero de Arbela vamos a ir a Aera? Tengo miedo de que nos coja el mal tiempo. Mucha niebla… hace tres días que baja al alba y al atardecer…”. Alejandro explica: “Porque aquí hemos descendido. ¿No te parece que hemos bajado mucho? De todas formas es así. A partir de mañana subirás hacia los montes de la Decápolis y no tendrás nieblas”. Pedro: “¿Hemos bajado? ¿Cuándo? Era camino llano…”. Alejandro: “Sí, pero en continua bajada. ¡Tan suave que no se advierte! ¡Pero por millas y millas!…”. ■ Pedro: “¿Cuánto tiempo estaremos en Arbela?”. Jesús dice resueltamente: “Tú, Santiago y Judas, ni siquiera una hora”. Pedro: “Yo… Santiago y Judas… ¿ni siquiera una hora? ¿Y a dónde voy, si no estoy con todos vosotros?”. Jesús: “A otro lugar. Hasta las tierras que custodia Cusa. Acompañarás con los otros a mi Madre y a las mujeres hasta allí. Luego seguirán solas con los servidores de Juana, y vosotros volveréis y os reuniréis conmigo en Aera”. Pedro: “¡Oh Señor, me castigas porque estás enojado conmigo!… ¡Cuánto dolor me causas, Señor!”. Jesús: “Se siente castigado quien tiene la conciencia de culpa, Simón. Esta conciencia de culpa, y no el castigo en sí mismo, debe producir dolor. Pero no creo que sea un castigo el acompañar a mi Madre y a las discípulas en el camino de regreso”. Pedro: “¿Pero no sería mejor que vinieras Tú también con  nosotros? Deja Aera, y estos lugares, y ven con nosotros”. Jesús: “He prometido que iría e iré”. Pedro: “Pues entonces voy también yo”. Jesús: “Tú obedece como hacen mis hermanos sin protestar”. Pedro: “¿Y si encuentras fariseos?”. Jesús: “Ciertamente no eres tú el más indicado para convertirlos. Pero precisamente porque los voy a encontrar es por lo que quiero que tú, con Santiago y Judas, os separéis antes de Arbela con las mujeres y con Juan de Endor y Marziam”. Pedro: “¡Ah!… ¡Entiendo! Bien”. ■ Jesús se vuelve a las mujeres y las bendice, una a una, dándole a cada una unos consejos apropiados. La Magdalena, al agacharse a besar los pies de su Salvador, pregunta: “¿Te voy a ver antes de volver a Betania?”. Jesús: “Sin duda, María. Para Etanim (1) estaré en el lago”.  (Escrito el 2 de Octubre de 1945).
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1  Nota  : Etanim.- Cfr.  Anotaciones   n. 5: Calendario hebreo
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4-294-431 (5-158-1009).- Despedida en la llanura de Arbela a la Madre y discípulas, Juan de Endor y Marziam.- La rica dádiva del mercader.
* Despedida del mercader.- ■ La veneración de Misace se pone de manifiesto la mañana siguiente ofreciendo los camellos para recorrer los primeros kilómetros de camino. Ha dispuesto que se coloque la carga de forma que los inexpertos en caminar sobre los lomos de estos animales los encuentren cómodos. Es realmente cómico el ver emerger de entre bultos y cajas las cabezas morenas o rubias, con sus cabellos largos hasta las orejas en el caso de los hombres, o con las trenzas que se asoman por debajo de los velos de las mujeres. A veces el viento de la carrera, porque los camellos van deprisa,  levanta estos velos y brillan al sol los cabellos de oro de María de Magdala, o los suavemente rubios de María Stma.; mientras las cabezas morenas o levemente negras de Juana, Síntica, Marta, Marcela, Susana y Sara adquieren reflejos de añil o bronceaduras oscuras; y las cabezas canas de Elisa, Salomé y María de Cleofás parecen como si las hubieran regado con polvo de plata bajo el ardiente sol que los hace resplandecer. Los hombres van con destreza en el nuevo medio de transporte, y Marziam ríe feliz. ■ Se constata que la afirmación del mercader era verdadera cuando, volviéndose se ve allá abajo Bozra con sus torres y sus altas casas en medio de un dédalo de estrechas calles. Al noroeste se presentan leves colinas. Es por la base de estas colinas por donde avanza el camino que lleva a Aera. En esta base es donde se detiene la caravana para que bajen los peregrinos, y darse el adiós. Los camellos se arrodillan, con su cabeceo muy sensible, que hace gritar a más de una mujer. Me doy cuenta ahora de que las mujeres habían sido prudentemente aseguradas a las sillas con ligaduras. Bajan, un poco aturdidas de tanto balanceo, pero descansadas. Baja también Misace, que había llevado en su silla a Marziam, y, mientras los camelleros colocan de nuevo la carga en su forma habitual, se acerca a Jesús para una nueva despedida. Jesús: “Gracias, Misace. Nos has ahorrado mucha fatiga y mucho tiempo”. Misace: “Sí. En una hora escasa hemos recorrido más de veinte millas. Los camellos tienen patas largas, y, aunque no tienen un dulce caminar, espero que no hayan sufrido demasiado las mujeres”. Todas las mujeres confirman que están descansadas y sin padecimientos. Misace: “Ya estáis solo a seis millas de Arbela. Que el cielo os acompañe y os dé un camino ligero. Adiós, mi Señor. Permíteme que bese tus pies santos. Me alegro de haberte encontrado, Señor. Acuérdate de mí”. ■ Misace besa los pies de Jesús y luego sube de nuevo a la silla; su crr crr hace alzar a los camellos… y la caravana parte al galope por el camino llano, entre nubes de polvo. Pedro dice: “Es un hombre bueno. Estoy todo magullado, pero en compensación los pies han descansado. ¡Pero qué bamboleos! ¡Mucho más que una tempestad de tramontana en el lago! ¿Os reís? No tenía almohadones como las mujeres. ¡Viva mi barca! Sigue siendo la cosa más limpia y segura. Y ahora vamos a cargar con las alforjas y nos ponemos en marcha”…
* Despedida a las mujeres, a Marziam y Juan de Endor.- Magdalena se hace cargo de la venta de las joyas del mercader Misace.- ■ Pronto están en la llanura de Arbela. Andan todavía un rato; luego Jesús se para y dice: “Ha llegado la hora de la separación. Vamos a comer juntos y luego nos separemos. Ésta es la bifurcación de Gadara. Vosotros tomaréis ese camino. Es el más corto. Antes del anochecer podréis estar ya en las tierras custodiadas por Cusa”. No se ve mucho entusiasmo, pero… se obedece. ■ Mientras están comiendo, Marziam dice: “Entonces también es el momento de darte esta bolsa. Me la ha dado el mercader cuando iba en la silla con él. Me ha dicho: «Se la darás a Jesús antes de separarte de Él, y le dirás que me ame como te ama a ti». Aquí está. Aquí entre la ropa me pesaba. Parece llena de piedras”. Todos se muestran ansiosos: “¡A ver! ¡A ver! ¡El dinero pesa!”. Jesús desata los cordones de cuero que mantienen cerrada la bolsa de piel de gacela —según creo, porque parece gamuza— y vuelca su contenido en su regazo. Ruedan monedas, pero son los menos; caen también muchos saquitos de levísimo lino cendalí; saquitos atados con un hilo. A través del ligerísimo lino se transparentan hermosos colores, y el sol parece encender en esos saquitos una pequeña hoguera, como brasas bajo cenizas. “¿Qué es? ¿Qué es? Desátalos, Maestro”. Todos están inclinados hacia Él, que, muy tranquilamente, desata el nudo del primer saquito de dorado fuego: topacios de distintas dimensiones, todavía sin labrar, resplandecen libres bajo el sol. Otro saquito: rubíes, gota de sangre cuajada. Otro: verde sonrisa de esmeraldas. Otro: láminas de cielo de zafiros puros. Otro: resplandor negro de ónices. Otro: índigo morado de berilos…  Y así doce saquitos. En el último, el más pesado, todo él en un resplandor de oro de crisólitos, un pequeño pergamino: “Para tu Racional de verdadero Pontífice y Rey”. El regazo de Jesús se ha transformado en un diminuto prado sembrado de luminosos pétalos… Los apóstoles hunden sus manos en esta luz hecha de materia multicolor. Están asombrados… Pedro murmura: “¡Si estuviera Judas de Keriot!…”. ■ Jesús pide un trozo de tela para hacer un único saquito de las piedras, y, mientras los comentarios continúan, piensa.  Los apóstoles dicen: “¡Era muy rico ese hombre!”. Y Pedro hace reír a los demás diciendo: “Hemos venido trotando sobre un trono de gemas. No pensaba que estaba encima de semejante esplendor. ¡Pero, si hubiera sido más mullido!… ¿Qué piensas hacer de ellas?”. Jesús: “Las voy a vender para los pobres”. Alza los ojos y, sonriendo, mira a las mujeres. Pedro: “¿Y dónde encuentras aquí el joyero que te compre esto?”. Jesús: “¿Dónde? Aquí. Juana, Marta y María, ¿compráis mi tesoro?”. Las tres mujeres, sin siquiera consultarse entre sí, dicen: “Sí” con todas las ganas. Pero Marta añade: “Aquí tenemos poco dinero”. Juana: “¿Cuánto quieres, Señor?”. Jesús: “Para Mí nada, para mis pobres mucho”. Magdalena dice: “Dámelas. Mucho tendrás”, y coge la bolsa y se la mete en el seno.  Jesús se queda solo con las monedas. ■ Se pone de pie. Besa a su Madre, a  su tía, a sus primos, a Pedro, a Juan de Endor, y a Marziam. Bendice a las mujeres y se despide de ellas. Y ellas se marchan. Se vuelven todavía, hasta que una curva los esconde. Jesús con los que han quedado  —ahora es una comitiva muy reducida, formada solamente por ocho personas— se dirige a Arbela. (Escrito el 3 de Octubre de 1945).
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(<Después de Arbela, donde ha hecho oír su palabra, Jesús se dirige a Aera. En Aera estarán, como se acordó, Judas Iscariote, Tomás, Natanael y Felipe. En un momento del trayecto a Aera, algunos apóstoles se acercan a Jesús y vuelve a surgir el tema sobre J. Iscariote>)
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5-296-4 (5-160-1022).- En el camino hacia Aera, Santiago de Zebedeo pregunta: “Maestro, ¿por qué Judas de Simón es tan distinto a nosotros?”.- Pedro, desde Aera, sale al encuentro de Jesús.
* “Judas es solamente un «hombre». No sabe elevarse para ser un espíritu. Poco más o menos todos sois iguales”.- ■ Andrés dice: “Maestro, en Aera estará Judas de Simón…”. Jesús: “Ciertamente. Y con él Tomás, Natanael y Felipe”. Santiago suspira: “Maestro… cuánto me gustan estos días de paz”. Jesús: “No digas eso Santiago”. Y, dando otro suspiro, Santiago dice: “Lo sé… pero no puedo menos de decirlo…”. Jesús: “También estará Simón Pedro con mis hermanos. ¿No estás contento?”. Santiago: “¡Yo, mucho! Maestro, ¿por qué Judas de Simón es tan distinto a nosotros?”. Jesús: “¿Por qué el agua se alterna con el sol, el calor con el frío, la luz con las tinieblas?”. Santiago: “Pues porque no se podría tener siempre una cosa. La vida terminaría en la tierra”. Jesús: “Dijiste bien, Santiago”. Santiago: “Pero esto no tiene nada que ver con Judas”. Jesús: “Respóndeme. ¿Por qué las estrellas no son todas como el sol, grandes, calientes, hermosas, inmensas?”. Santiago: “Porque… la tierra se quemaría con tanto calor”. Jesús: “¿Por qué las plantas no son todas como los nogales? Por planta quiero decir todo lo que es vegetal”. Santiago: “Porque las bestias no podrían comer nada”. Jesús: “¿Y entonces por qué no todas las plantas son hierba?”. Santiago: “Porque… no tendríamos leña para la cocina, para los fogones, para los utensilios, carros, barcas, muebles”. Jesús: “¿Por qué los pájaros no son todos como las águilas y los animales como elefantes o camellos?”. Santiago: “Buenos estaríamos si fuese así”. Jesús: “¡Luego esta variedad te parece una buena cosa!”. Santiago: “Sin duda alguna”. Jesús: “Piensa por ti mismo. ¿Por qué crees que Dios lo hizo así?”. Santiago: “Para ayudarnos todo lo posible”. Jesús: “¡Luego para un bien! ¿O no estás cierto en ello?”. Santiago: “Como de que vivo en este momento”. Jesús: “Si crees que es justo que haya diversidad en las especies de animales, vegetales y astros, ¿por qué pretendes que todos los hombres sean iguales? Cada uno tiene su misión y su forma. La infinita diversidad de las especies, ¿te parece que es señal de potencia o de impotencia del Creador?”. Santiago: “De potencia. Una sirve para hacer resaltar a la otra”. ■ Jesús: “Muy bien. También Judas sirve para lo mismo, como tú les sirves a tus compañeros  y ellos a ti. Tenemos treinta y dos dientes en la boca, pero, si los miras bien, entre sí son bien diferentes. No solo por lo que respecta a las tres clases, sino entre los elementos de una misma clase. Cuando estás comiendo mira el oficio de cada uno de ellos. Verás que los que parecen menos útiles, que trabajan poco, son precisamente los que hacen el primer trabajo de cortar el pan, y de pasarlo a los demás que lo desmenuzan, para pasarlo a los otros que lo transforman en papilla. ¿O no es así? A ti te parece que Judas no hace nada, o que hace mal. Te recuerdo que ha evangelizado, y bien, la Judea meridional, y que tú mismo dijiste que sabe ser diplomático con los fariseos”. Santiago: “Es verdad”. Mateo observa: “También es muy inteligente en buscar dinero para los pobres. Pide, y sabe pedir, cosa que yo no sé… Tal vez porque ahora el dinero me causa vómito”. ■ Simón Zelote baja la cara, carmesí de tan rojo que se ha puesto. Andrés lo nota y le pregunta: “¿Te sientes mal?”. Zelote: “No, no… La fatiga… no creo que sea nada”. Jesús le mira fijamente, y Zelote se pone más colorado. Jesús no dice nada. Timoneo llega corriendo: “Maestro, mira ese pueblo, está antes de Aera. Podemos pararnos allí y pedir unos asnos”. Jesús: “Ya casi no llueve. Es mejor seguir adelante”. Timoneo: “Como quieras, Maestro, pero si me permites me adelanto”. Jesús: “Ve, si quieres”. Timoneo se va corriendo con Marcos. Jesús, sonriendo, hace notar: “Quiere que tengamos un  ingreso triunfal”. ■ Todos se han reunido en un solo grupo. Jesús los deja que se acaloren disputando sobre la diversidad de regiones, y luego se retira, no sin llevar consigo a Zelote. Apenas están aparte le pregunta: “¿Por qué te pusiste colorado, Simón?”. Se pone como una ascua, pero no pronuncia palabra alguna. Jesús repite la misma pregunta y Simón a ponerse más rojo, pero no dice ni siquiera esta boca es mía. Finalmente vuelve a preguntarle. Zelote, como si sufriese un tormento, dice en voz alta: “Señor, Tú lo sabes. ¿Por qué quieres que te lo diga?”. Jesús: “¿Estás seguro de ello?”. Zelote: “No me lo negó. Añadió con todo: «Lo hago por previsión. Tengo buen sentido común. El Maestro no piensa nunca en el mañana». Puede ser verdad esto, pero en todo caso es… es siempre… Maestro di Tú la palabra exacta”. Jesús: “En todo caso es una demostración de que Judas es solamente un «hombre». No sabe elevarse para ser un espíritu. Pero más o menos todos sois iguales. Tenéis miedo de cosas que no tienen valor. Os atormentáis por cosas inútiles. No tenéis confianza en la Providencia que es poderosa y que está presente en todas partes. Bueno, que esto se quede entre nosotros dos. ¿No es verdad?”. Zelote: “Sí. Maestro”. ■ Hay un silencio. Luego dice Jesús: “Pronto regresaremos al lago… será hermoso un poco de recogimiento después de tanto camino. Nosotros dos iremos a Nazaret y estaremos allí un tiempo, hacia las Encenias. Estás solo… los otros estarán en familia. Tú conmigo”. Zelote: “Señor, Judas y Tomás, y también Mateo, están solos”. Jesús “No te preocupes. Cada uno celebrará las fiestas con la familia. Mateo tiene una hermana. Tú estás solo. A menos que quieras ir con Lázaro…”. Zelote dice inmediatamente: “No, Señor. ¡No! Quiero a Lázaro. Pero estar contigo es estar en el Paraíso. Gracias, Señor” y le besa la mano.
* El encuentro de Pedro con Jesús después del viaje: ambos ansiaban el encuentro.- ■ Hace poco que han dejado atrás el pueblecillo, cuando he aquí que, bajo otro aguacero, aparecen de nuevo por el camino inundado Timoneo y Marcos, que gritan: “¡Deteneos! Está Simón Pedro con unos burros. Le he encontrado mientras venía para acá. Lleva ya tres días de camino hacia aquí con los animales, bajo la lluvia”. ■ Se detienen al amparo de un robledal que resguarda un poco del chaparrón. Y ven venir, montado en un asno —el primero de una fila de borriquillos— a Pedro, que, con la manta que se ha echado sobre la cabeza y la espalda, parece un fraile. “¡Dios te bendiga, Maestro! Ya decía yo que me bañaría como si me hubiera echado en el lago! ¡Venga, enseguida, todos a montarse, que Aera hace tres días tiene tanto fuego encendido como para secarte los vestidos al pasar! ¡Rápido, rápido!… ¡Qué fachas!… ¡Fijaos aquí! ¿Pero no erais capaces de hacerlo esperar? ¡Ah, qué falta hago siempre! Ved, os lo estoy diciendo, ved que tiene el pelo tieso como un ahogado. Debe estar helado. ¡Con toda esta agua! ¡Qué imprudencias! ¿Y vosotros? ¿Y vosotros? ¡Oh, pedazos de!… Tú el primero, hermano, que no piensas. Y todos los demás. Sois unas cabezas de chorlito… ¡Parecéis sacos caídos a un pantano! ¡Venga, ligeros! ¡Ya no me vuelvo a fiar de confiárosle! Me falta poco para ahogarme de horror…”. ■ Jesús, mientras el asno trota al lado del de Pedro, a la cabeza de la caravana asnal, dice sereno: “Y de hablar, Simón”. Jesús repite: “Y de hablar. Y de hablar inútilmente. No me has dicho si han llegado los otros, si han partido las mujeres, si tu mujer está bien… No me has dicho nada”. Pedro: “Te diré todo. Pero ¿por qué te has puesto en camino con esta lluvia?”. Jesús: “¿Y tú por qué has venido?”. Pedro: “Porque tenía prisa de verte, Maestro mío”. Jesús:  “Porque tenía prisa de reunirme contigo, Simón mío”. Pedro: “¡Oh, mi querido Maestro! ¡Cuánto te quiero! ¿Mujer, niño, casa? ¡Nada, nada! Todo es feo si Tú no estás. ¿Crees que te quiero así?”. Jesús: “Lo creo. Sé quién eres, Simón”. Pedro: “¿Quién?”. Jesús: “Un grande niño lleno de defectos, y bajo estos defectos, sepultadas, muchas dotes excelentes. Pero hay una que no está sepultada: tu honestidad en todo. ■ ¿Y entonces, quién está en Aera?”. Pedro: “Judas tu hermano con Santiago, más Judas de Keriot con los otros. Parece que Judas ha hecho las cosas muy bien. Todos le alaban…”. Jesús: “¿Te ha hecho preguntas?”. Pedro: “¡Muchas! No he respondido a nada. He dicho que no sabía nada. Y es así, porque ¿qué sé yo, aparte de haber acompañado hasta Gadara a las mujeres? Mira, no le he dicho nada de Juan de Endor. Él cree que está contigo. Deberías decírselo a los otros”. Jesús: “No ellos, como tú, tampoco saben dónde está Juan. Inútil decir más cosas. ¿Pero estos burros?… ¡tres días!… ¡Qué gasto! ¿Y los pobres?”. Pedro: “Los pobres… Judas tiene un montón de dinero. Se ocupa de él. Estos burros no me cuestan una perra. Los habitantes de Aera me habrían dejado incluso mil, sin ningún gasto para Ti. He tenido que levantar la voz para impedir venir a buscarte con un ejército de asnos. Tiene razón Timoneo. Aquí todos creen en Ti. Son mejores que nosotros…” y suspira. Jesús: “¡Simón, Simón! En la Transjordania nos honraron; hubo un galeote, paganas, pecadoras, mujeres, que os dieron lecciones de perfección. Recuérdalo siempre, Simón de Jonás”.   (Escrito el 6 de Octubre de 1945).
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(< … Con el viaje a Aera ha terminado este viaje apostólico. Ahora es el regreso a los conocidos campos de Galilea>)
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(<Episodio de la visión de los huerfanitos María y Matías>)

5-298-12 (5-162-1031).- La ayuda prestada a los huerfanitos María y Matías.
* Jacob, hombre de corazón de piedra, censurado y castigado por Jesús por su inmisericorde conducta con los dos huérfanos.- “Vamos a llevar a estos dos pequeñuelos a Juana de Cusa”.-  Vuelvo a mirar el lago de Merón en un día gris y lluvioso… Lodo y nubes. Silencio y neblina. El horizonte desaparece entre la niebla. Las cadenas del Hermón están sepultadas bajo montones de nubes. Pero desde este lugar —que es una meseta cercana al pequeño lago todo gris y amarillento por el lodo de tantos riachuelos y por el cielo de noviembre lleno de nubes— se ve bien este pequeño lago alimentado por el Alto Jordán que se ensancha después para ir a desembocar en el gran lago de Genesaret. Cae la tarde, cada vez más triste y lluviosa, mientras Jesús va caminando por el sendero que corta el Jordán después del lago Merón para tomar una vereda que lleva a una casa…  (Escrito el 8 de Octubre de 1945).

(Jesús dice: “Aquí pondréis la visión de María y Matías huérfanos, que tuvo lugar el 20 de Agosto de 1944”)

■  Otra dulce visión de Jesús y dos niños. Digo esto porque veo a Jesús, que pasa por una vereda abierta entre dos campos sembrados recientemente, porque la tierra está todavía suelta y obscura, como cuando acaba de sembrarse, y que se detiene a acariciar a dos pequeñuelos: a un niño que tendrá unos cuatro años y a una niña de unos ocho o nueve años. Deben ser muy pobres porque sus vestiditos están descoloridos y rotos y su carita llena de tristeza y sufrimiento. Jesús no les pregunta nada. Se limita a mirarlos fijamente mientras los acaricia. Luego reanuda ligero su paso hacia una casa que está en el fondo de la vereda. Es una casa labriega pero de buen aspecto, con una escalera externa que sube del suelo a la terraza, en que hay una parra, que ahora está sin racimos ni hojas: solamente queda alguna que otra última hoja ya muy amarilla, que pende y se mueve con el viento húmedo de un día negruzco de octubre. En el murete de la casa hay palomas que giran esperando el agua que el cielo gris y lleno de nubes promete. Jesús, seguido por los suyos, empuja la rústica cancela y entra en un patio —nosotros diríamos una era—, donde hay un pozo y, en un rincón, también un horno (supongo que sea eso aquél cuchitril de paredes más oscuras por el humo que incluso ahora sale y que el viento empuja hacia la tierra).  ■ Al ruido de los pasos, una mujer se asoma a la puerta del cuchitril. Al ver a Jesús, le saluda con alegría y corre a avisar al dueño de la casa. Un hombre más bien anciano, y grueso, sale a la puerta de la casa y va enseguida hacia Jesús: “Gran honor, Maestro, verte” le dice por saludo  Jesús le saluda con: “La paz sea contigo” y añade: “Está anocheciendo y la lluvia está cerca. Te pido un refugio y un pan para Mí y para mis discípulos”. El anciano le dice: “Entra, Maestro. Mi casa es tuya. La sierva está preparando el pan. Estoy muy contento de ofrecértelo con el queso hecho de la leche de mis ovejas y con los frutos de mis huertos. Entra, entra, que el viento está húmedo y frío…” y, con mucha cortesía, sujeta la puerta abierta y hace una reverencia cuando pasa Jesús. Pero inmediatamente cambia de tono al dirigirse a alguien que ha visto, y enojado dice: “¿Todavía estás aquí? Lárgate. No hay nada para ti. Lárgate. ¿Entendiste? Aquí no hay lugar para los vagabundos…” y entre dientes refunfuña: “y tal vez hasta ladrones como tú”. Una vocecilla llorosa responde: “Piedad, señor. Un pan al menos para mi hermanito. Tenemos hambre…”. ■ Jesús, que había entrado en la cocina, alegrada e iluminada con un vivo fuego, sale a la puerta. Tiene ya su rostro cambiado. Enérgico y triste, pregunta, no al dueño de la casa sino en general —como si se lo preguntase a la era silenciosa, a la higuera sin hojas, al oscuro pozo—: “¿Quién tiene hambre?”. La niña responde: “Yo, Señor, yo y mi hermano. Un pan solo y nos vamos”. Jesús está ya afuera, en medio del aire cada vez más oscuro por el atardecer y por la lluvia que se aproxima. Dice a la niña: “Acércate”. Niña: “Tengo miedo, Señor”. Jesús: “Ven aquí, te lo mando. ¡No tengas miedo de Mí!”. De detrás de la esquina de la casa sale la pobre niña. A los jirones de su vestido viene agarrándose su hermanito. Se adelantan temblando de miedo. Miran a Jesús con temor, con terror al dueño de la casa que abre ojos amenazadores mientras dice: “Son unos vagabundos, Maestro, y ladrones. Hace poco encontré a esta niña que raspaba la prensa de las aceitunas. Está claro que quería entrar a robar. ¡A saber de dónde vendrán! No son del lugar”. ■ Jesús parece como si no le escuchara. Mira detenidamente a la niña de carita demacrada y de trenzas despeinadas, dos coletitas a los lados de ambas orejas, atadas al extremo con una cintita de trapo viejo. El rostro de Jesús refleja dulzura al ver a la pobrecita niña. Se le nota que está triste, pero sonríe para animar a la niña: “¿Es verdad que querías robar? Di la verdad”. Niña: “No, Señor. Pedí un poco de pan porque tengo hambre. No me lo dieron. Vi allí un pedazo, estaba tirado en la tierra, junto a la prensa, quise ir a cogerlo. Tengo hambre, Señor. Ayer me dieron un solo pan y fue para mí y Matías… ¿Por qué no nos han metido en la tumba con nuestra mamá?”. La niña llora sin consuelo y su hermanito la imita. Jesús la consuela: “No llores”, y la acaricia y la trae hacia Sí. Jesús: “Dime, ¿de dónde eres?”. Niña: “De la llanura de Esdrelón”. Jesús: “¿Y viniste hasta aquí?”. Niña: “Sí, Señor”. Jesús: “¿Hace mucho tiempo que murió tu madre? ¿No tienes padre?”. Niña: “Mi padre murió por el sol en el tiempo de la cosecha del trigo;  mi mamá murió la pasada luna… ella y el niño que iba a nacer murieron…” el llanto es mayor. Jesús: “¿No tienes ningún familiar?”. Niña: “¡Venimos de muy lejos! No éramos pobres… Luego mi padre tuvo que ponerse al servicio de un patrón. Ahora ha muerto y mi mamá con él”. Jesús: “¿Quién era el patrón?”. Niña: “¡El fariseo Ismael!”. Jesús: “¡El fariseo Ismael!…. (no puede traducirse ni decirse el modo cómo Jesús repite este nombre) ¿Saliste de allí porque quisiste o te echó él?”. Niña: “Me echó, Señor. Dijo: «¡A la calle los perros hambrientos!»”. ■ Jesús, dirigiéndose ahora al anciano: “Y tú, Jacob, ¿por qué no has dado un pan a estos niños; un pan, un poco de leche y un puñado de heno como cama para su cansancio?”. Jacob: “Pero… Maestro… el pan apenas alcanza para mí… y la leche es poca… y meterlos en casa… Éstos son como animales vagabundos. Si se les pone buena cara luego ya no se van…”. Jesús: “¿Y te falta lugar y alimento para estos infelices? ¿Puedes decirlo con la mano en el pecho, Jacob? La cosecha de tus trigales, la abundancia del vino, de aceite, y de las frutas, todo lo que te ha hecho famoso este año, ¿por qué te vinieron? ¿No te habrás olvidado ya, ¿no? El año pasado el granizo destruyó tus posesiones y estabas preocupado por tu vida… Vine y te pedí un pedazo de pan… Me habías oído hablar cierto día y me creíste… Llevado de tu dolor me abriste el corazón y tu casa. Me diste un pan y refugio. ¿Qué te dije al salir a la mañana siguiente? «Jacob, has comprendido la Verdad. Procura ser siempre misericordioso y obtendrás misericordia. Por el pan que has dado al Hijo del hombre, estos campos te darán abundantes mieses, tus olivos estarán llenos como llena está la playa de arena, y tus árboles frutales doblarán sus ramas hasta el suelo por su peso». Lo has tenido, y eres el más rico de la región este año. ¿Y niegas un pan a dos niños?…”. Jacob: “Pero Tú eras el Rabí…”. Jesús: “Precisamente porque lo era podía hacer de las piedras pan; éstos, no. Ahora te digo: verás un nuevo milagro, y te producirá aflicción, gran aflicción… Y cuando lo veas, golpéate el pecho diciendo: «Me lo merecí»”. ■ Jesús se vuelve a los niños: “No lloréis. Id a ese árbol y coged las frutas”. La niña objeta: “Pero si no tiene hojas, Señor”. Jesús: “Ve”. La niña va y regresa con manzanas frescas y bonitas en su faldita. Jesús: “Comed y venid conmigo” y dirigiéndose a los apóstoles: “Vamos a llevar a estos dos pequeñuelos a Juana de Cusa. Ella se acuerda siempre de los beneficios recibidos y tiene misericordia por amor de quien tuvo misericordia para con ella. Vámonos”. (Escrito el 20 de Agosto de 1944).
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5-299-23 (5-165-1045).- Los huérfanos María y Matías confiados, para su tutela, a Juana de Cusa.
* “Yo, Mendigo de amor, extiendo ante vosotros mi mano, para estos huérfanos sin casa”.- ■ Pedro pregunta: “¿A dónde vamos, Maestro?”. Jesús: “Al embarcadero de Cusa”. Pedro vira y da indicaciones al trabajador. La vela cae, mientras la barca orienta su proa hacia el embarcadero para adentrarse luego en él, hasta detenerse junto al pequeño espigón, seguido por la otra barca. Están paradas las dos, una detrás de otra, como ánades cansadas. Bajan todos.  Juan se adelanta corriendo para dar una voz a los jardineros. Los niños, acobardados, se arriman a Jesús, y la pequeña María, emitiendo un suspiro, tirando del vestido de Jesús, pregunta: “¿Pero es buena de verdad?”. Juan vuelve: “Maestro, un siervo está abriendo la cancela. Juana ya está levantada”. Jesús: “Bien. Esperad todos aquí. Voy a adelantarme”. ■ Y Jesús se encamina solo. Los otros le ven ir adelante y hacen comentarios más o menos favorables de lo que intenta hacer Jesús. No faltan dudas ni críticas. Desde el lugar donde están, solo ven que acude Cusa al encuentro de Jesús, se inclina profundamente en el umbral de la cancela, y se adentra en el jardín a la izquierda de Jesús. Luego no se ve nada más. Pero yo sí veo. Veo a Jesús andando despacio al lado de Cusa, que muestra toda su alegría de recibirle en su casa: “Mi Juana se pondrá muy contenta. Yo también lo estoy. Está cada vez mejor. Me ha hablado del viaje. ¡Qué éxitos, mi Señor!”. Jesús: “¿No te ha causado pesar?”. Cusa: “Juana es feliz. Yo me siento feliz de verla feliz a ella. Podía no tenerla ya desde hace meses, Señor”. Jesús: “Podía haber sido así… Y Yo te la di de nuevo. Tienes que saber ser agradecido con Dios”. Cusa le mira turbado… y luego en voz baja: “¿Es un reproche, Señor?”. Jesús: “No. Un consejo. Sé bueno, Cusa”. Cusa: “Maestro, sirvo a Herodes…”. Jesús: “Lo sé. Pero tu alma no está sometida a nadie, aparte de Dios, si lo quieres”. Cusa: “Es verdad, Señor. Me enmendaré. Algunas veces se apodera de mí el respeto humano…”. Jesús: “¿Lo habrías tenido el año pasado, cuando querías salvar a Juana?”. Cusa: “¡No! A costa de perder cualquier honor, me habría dirigido a quien hubiera pensado que la podía salvar”. Jesús: “Haz lo mismo por tu alma. Es más valiosa aún que Juana. Ahí viene ella”. ■ Viene a su encuentro corriendo por el paseo. Ellos aceleran el paso. “¡Maestro mío! No esperaba volver a verte tan pronto. ¿Qué bondad tuya te conduce a tu discípula?”. Jesús: “Una necesidad, Juana”. Los dos esposos dicen a la vez: “¿Una necesidad? ¿Cuál? Habla, que, si podemos, te ayudamos”. Jesús explica: “Ayer tarde he encontrado en un camino desierto a dos niños… una niñita y un pequeñuelo… Descalzos, andrajosos, hambrientos… solos… y he visto a un hombre de corazón de lobo que los arrojaba de su presencia como si fueran lobos. Estaban medio muertos de hambre… A ese hombre le procuré el bienestar el año pasado y ahora ha negado un pan a dos huérfanos. Huérfanos… por los caminos de este mundo cruel. Ese hombre recibirá su castigo. ¿Queréis vosotros mi bendición? Yo, Mendigo de amor, extiendo ante vosotros mi mano, para estos huérfanos sin casa, sin vestidos, sin pan, sin amor. ¿Queréis ayudarme?”. Cusa dice impetuoso: “¡Pero, Maestro, ¿lo pides?! ¡Di lo que quieres; cuanto quieras; di todo!…”. Juana no habla, pero, con las manos juntas en su pecho, una lágrima en sus largas pestañas, una sonrisa de anhelo en sus rojos labios, espera… y habla más que si hablara. Jesús la mira y sonríe: “Quisiera que esos niños tuvieran una madre, un padre, una casa. Y que la madre se llamara Juana…”. ■ No tiene tiempo de terminar, porque el grito de Juana es como el de uno que hubiera sido liberado de una prisión, mientras se postra a besar los pies de su Señor. Jesús pregunta a Cusa: “¿Y tú, Cusa, qué dices? ¿Acoges en mi nombre a estos mis amados?, ¿a estos que para mi corazón son mucha más estimables que joyas preciosas?. Cusa: “Maestro, ¿dónde están? Llévame a ellos. Por mi honor te juro que desde el momento en que deposite mi mano sobre su cabeza inocente, los querré en tu nombre como un verdadero padre”. Jesús: “Venid, entonces. Sabía que no venía en vano. Venid. Son campesinos, están asustados, pero son buenos. ■ Fiaos de Mí, que veo los corazones y el futuro. Darán paz y unión a vuestra unión, no tanto ahora cuanto en el futuro. En su amor os identificaréis de nuevo. Sus inocentes abrazos serán la mejor argamasa para vuestra casa de esposos. Y el Cielo se os mostrará benigno, siempre misericordioso por esta caridad que hacéis. Están afuera, en la cancela. Venimos de Betsaida…”. ■ Juana no escucha más. Se adelanta, corriendo, cautiva del frenesí de acariciar niños. Y lo hace: cae de rodillas, para estrechar contra su pecho a los dos huerfanitos, y besa sus mejillas macilentas, mientras ellos miran atónitos a esta hermosa señora de ricos vestidos. Miran también a Cusa, que los acaricia y coge en brazos a Matías. Miran también el espléndido jardín, y a los siervos, que están acudiendo al lugar… Y miran a la casa que abre sus salas llenas de riquezas a Jesús y a sus apóstoles. Y miran a Ester que los cubre de besos. El mundo de los sueños se ha abierto ante estos pequeños desvalidos… Jesús observa y sonríe.  (Escrito el 11 de Octubre de 1945)
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5-301-32 (5-167-1055).- En el redil de Endor, parábola de las frentes destronadas.
* J. Iscariote, pasando su brazo sobre Jesús, pregunta cínicamente a Jesús si está triste. “Judas lo que me preocupa son las realidades que leo en el fondo de los corazones y leo en las frentes (el hombre, a diferencia de los animales, tiene su frente el lugar más noble del hombre levantada hacia el Cielo) destronadas… doblegadas con la palabra que Satanás esculpió en ellas. ¿Queréis conocerla? Es lo que leo en las frentes. Dice: «vendido»”. ■ Jesús regresa a Endor. Se detiene en la primera casa del pueblo que es más un corral que una casa; pero, precisamente por serlo, con pesebres bajos, cerrados, llenos de heno, puede alojar a los trece peregrinos. El dueño, hombre rudo pero bueno, se apresura a llevar una lámpara y un cubo pequeño de leche espumosa, y unos panes muy oscuros. Después que Jesús le bendijo se retira. Jesús ofrece y distribuye el pan y a falta de platos o tazas cada uno moja sus rebanadas de pan en el cubo y, si tiene sed, bebe directamente de él. Jesús bebe una sola vez y muy poco. ■ Está serio, silencioso… Al terminar la cena, y llenos los estómagos, los apóstoles terminan por darse cuenta de su mutismo. Andrés es el primero en preguntar: “¿Qué te pasa, Maestro? Me parece que estás triste o cansado…”. Jesús: “Creo que lo estoy”. Pedro, parte por convicción, parte por tranquilizar a Jesús, dice: “¿Por qué? ¿A causa de los fariseos? Ya te habrás acostumbrado ¿o no?… Yo casi ya… Recuerdas cómo me portaba las primeras veces con ellos. Repiten casi siempre las mismas canciones… Las serpientes solo pueden silbar, y ninguna de ellas será capaz de cantar como un ruiseñor. Se termina por no hacer caso”. Jesús: “Así es como se pierde el control y cae uno en sus roscas. Os ruego que no os acostumbréis jamás a las voces del Mal como si fuesen voces inofensivas”. Mateo dice: “Está bien, pero si solo por eso estás triste, haces mal. Tú ves cómo te ama el mundo”. ■ Iscariote, solícito y cariñoso, pregunta: “¿Por esto estás así de triste? Dímelo, Maestro bueno. ¿O acaso te contaron mentiras, te insinuaron calumnias, sospechas, qué sé yo, contra nosotros, que te amamos?”, y pasa su brazo sobre Jesús que está sentado en el heno a su lado. Jesús vuelve su rostro en la dirección de Judas. Sus ojos emanan un relámpago a la tenebrosa luz de la lámpara colocada en el suelo, en medio de todos. Jesús mira fijamente a Judas de Keriot, y, mirándole, le replica: “¿Y me crees tan necio como para recibir como verdaderas las insinuaciones de cualquiera, hasta el punto de que me quite la tranquilidad? Son las realidades, Judas de Simón, las que me preocupan” y su mirada no deja ni un momento de seguir clavada cual una sonda, en la pupila oscura de Judas. ■ Iscariote insiste con aire seguro: “¿Qué realidades te perturban, entonces?”. Jesús: “Las que veo en el fondo de los corazones y leo en las frentes destronadas”. Jesús pone énfasis en esta palabra. Todos se agitan: “¿Destronadas? ¿Por qué? ¿Qué quieres decir con eso?”. Jesús: “Un rey pierde el trono cuando se hace indigno de estar en él. Lo primero que se le quita es la corona que tiene en su frente, el lugar más noble del hombre, el único animal que tiene la frente levantada hacia el cielo, él que es animal como materia, pero sobrenatural como ser dotado de alma. Pero no es necesario ser rey con un trono terreno para poder ser destronados. Todo hombre es rey por el alma y su trono está en el Cielo. Cuando un hombre prostituye su alma y se convierte en un bruto, en demonio, entonces se destrona. El mundo está lleno de frentes destronadas que no se levantan más al cielo, sino que están doblegadas hacia el abismo, doblegadas con la palabra que Satanás esculpió en ellas. ■ ¿Queréis conocerla? Es lo que leo en las frentes. Dice: «vendido». Y para que no tengáis duda sobre quién es el comprador, os digo que es Satanás, en sí mismo y en los siervos que tiene en el mundo”. (Escrito el 13 de Octubre de 1945).
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5-302-38 (5-168-1061).- En Magdala, antes de mandar a todos a sus respectivas familias para las Encenias (1).- María Magdalena, Marta, Elisa a Betania con J. Iscariote y Tomás.- Magdalena ha vendido las joyas de Misace.
* Encargo para Tomás y Judas Iscariote.- ■ Es un atardecer del mes de Noviembre cuando las dos barcas atracan en la pequeña playa de Magdala. Aunque es cosa molesta, porque los vestidos se empapan de agua al desembarcar, el pensamiento del ya próximo alojamiento en la casa de María de Magdala hace soportar todo sin reproches. Jesús dice a los trabajadores: “Buscad un buen lugar para las barcas y después nos alcanzáis”. Y en seguida se pone en camino siguiendo el litoral, pues desembarcaron en una ensenada pequeña que está un poco fuera de la ciudad, y en la que hay otras barcas de pescadores de Magdala. ■ Jesús: “Judas de Simón y Tomás, venid conmigo”. Los dos acuden sin demora. “Os quiero encomendar algo que, al mismo tiempo que es señal de confianza, os dará alegría. El encargo es el siguiente: acompañaréis a las hermanas de Lázaro a Betania; y con ellas irá Elisa. Os estimo mucho para confiaros las discípulas. Llevaréis una carta mía a Lázaro. Luego, una vez cumplido este cometido, podréis ir a vuestra casa para las Encenias… No interrumpas, Judas, todos celebraremos las Encenias en nuestras casas, este año. Es un invierno demasiado lluvioso para poder viajar. Estáis viendo que hasta los enfermos han disminuido. Aprovechemos, pues, esta coyuntura para descansar y dar contento a nuestras familias. Os espero en Cafarnaúm para fines de Sebat” (2). Tomás pregunta: “¿Pero vas a estar en Cafarnaúm?”. Jesús: “No estoy todavía seguro dónde estaré. Aquí y allá me es igual. Basta con que tenga cerca a mi Madre”. Iscariote dice: “Yo preferiría estar contigo en las Encenias”. Jesús: “Te creo. Pero si me quieres, obedece; ■ mucho más, considerando que vuestra obediencia os proporcionará la ocasión de ayudar a los discípulos que se han vuelto a esparcir por todas partes. ¡Debéis ayudarme en esto! Dentro de la familia los hijos mayores son quienes ayudan a los padres en la formación de sus hermanos. Sois los hermanos mayores de los discípulos y debéis estar contentos de que Yo os los confíe. Es una señal de que estoy contento de lo que recientemente habéis hecho”. ■ Tomás se limita a decir: “Muy bien, Maestro. Por mi cuenta trataré de hacer ahora lo mejor. Ciertamente me desagrada dejarte… Pero pronto pasará… Mi anciano padre estará contento de tenerme para la fiesta… y también mis hermanas… Mi hermana gemela… ya tuvo su niño, o pronto lo va a tener… Mi primer sobrino… si es varoncito, y nace cuando me encuentre allí ¿qué nombre le pongo?”. Jesús: “José”. Tomás: “¿Y si es mujer?”. Jesús: “María. Son los nombres más dulces”. ■ Judas, sin embargo, orgulloso del encargo recibido, comienza a pavonearse y hacer planes y más planes… No se acuerda para nada de que se separa de Jesús, mientras que hace poco, con ocasión de la fiesta de los Tabernáculos, protestó como un potro cerril ante la disposición de Jesús de separarse de Él por algún tiempo. Pierde también de vista completamente la sospecha de entonces, esto es: de que Jesús trataba de alejarle. Todo lo ha olvidado… y está alegre de que se le haya tomado en cuenta para un encargo de importancia. Promete: “Te traeré mucho dinero para los pobres” y diciendo esto saca la bolsa y dice: “Mira, toma este dinero. Es lo que tenemos. No hay más. Dame Tú lo necesario para nuestro viaje desde Betania a nuestra casa”. Tomás replica: “Pero no partimos esta tarde”. Iscariote: “No importa. No es necesario el dinero en casa de María, por tanto… Es mejor no tener que manejarlo… Cuando regrese traeré a tu Mamá semillas de flores, que le pediré a la mía. También quiero traer un regalo a Marziam…”. Está entusiasmadísimo.  Jesús le mira.
* María Magdalena prefiere a otro antes que a Iscariote como compañero de viaje pues: “Quien ha comido de la lujuria, siente su cercanía… El hombre que busca solo la carnalidad me causa vómito”.- ■ Han llegado ya a la casa de María Magdalena. Se dan a conocer y entran todos. Las mujeres acuden llenas de alegría al encuentro del Maestro, que ha venido a alojarse en su hogar. Después de la cena, cuando los apóstoles, cansados, se han ido a dormir, Jesús, sentado en el centro de una sala, rodeado por el círculo de las discípulas, comunica a éstas su deseo que partan lo más pronto posible. Al contrario de los apóstoles, ninguna de ellas protesta. Bajan la cabeza, diciendo que sí. Luego salen para preparar sus maletas. ■ Jesús llama a Magdalena que está ya en el umbral y le dice: “Bueno, María, ¿por qué me dijiste al oído cuando llegué: «Tengo algo que comunicarte en secreto?»”. Magdalena: “Maestro, vendí las piedras preciosas en Tiberíades. Las vendió Marcela con la ayuda de Isaac. Tengo el dinero en mi habitación. No quise que Judas viese nada…” y se pone muy colorada.  Jesús la mira muy fijamente, pero no le dice nada. Magdalena sale… y vuelve con una pesada bolsa, y se la entrega a Jesús: “Aquí está. Fueron bien pagadas”. Jesús: “Gracias, María”. Magdalena: “Gracias, Rabboni (3), porque tuviste a bien pedirme ese favor. ¿Se te ofrece algo más?”. Jesús: “No. ¿Tienes algo más que decirme?”. Magdalena: “No, Señor. Dame la bendición, Maestro”. Jesús: “Sí, te bendigo. ■ María… ¿estás contenta de volver donde Lázaro? Imagínate que Yo ya no estuviera en Palestina. ¿Volverías contenta a tu casa, entonces?”. Magdalena: “Sí, Señor, pero…”. Jesús: “Termina, María. No tengas reparo de decirme lo que estás pensando”. Magdalena: “Regresaría más contenta si en lugar de Judas de Keriot viniese Simón Zelote, que es un gran amigo de la familia”. Jesús: “Le necesito para una misión”. Magdalena insiste: “Entonces tus hermanos o Juan, el de corazón de paloma. En una palabra, cualquiera menos él… Señor, no me mires enojado… Quien ha comido de la lujuria, siente su cercanía… No le tengo miedo. Sé tener a raya a cualquiera y mucho más a Judas. Es mi terror a no ser perdonada, es mi «yo», es Satanás, que ciertamente da vueltas a mi alrededor, es el mundo… Pero si María de Teófilo no tiene miedo de nadie, María de Jesús siente asco por el vicio que la había esclavizado y la… Señor… El hombre que busca solo la carnalidad me causa vómito…”. Jesús: “No vas sola en el viaje, María. Y estoy seguro que no regresará contigo… ■ Ten presente que debo proveer para la partida de Síntica y Juan de Endor para Antioquía, y que ello no debe saberlo quien es imprudente…”. Magdalena: “Es verdad. Bueno me voy… Maestro, ¿cuándo nos volveremos a ver?”. Jesús: “No lo sé, María. Tal vez en Pascua. Vete en paz, ahora. Te bendigo esta noche y cada noche te bendeciré, lo mismo  que a tu hermana y al bueno de Lázaro”. María se inclina a besar los pies de Jesús y sale, dejando solo a Jesús en la silenciosa habitación. (Escrito el 14 Octubre de 1945).
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1  Nota  : Las Encenias.- Cfr.  Anotaciones n. 2: Las  fiestas de Israel.  2  Nota  : Sebat.- Anotaciones  n. 5: Calendario Hebreo. 2  Nota  : “Rabboni”.- Esta  forma de hablar al Maestro es propia de Magdalena. La palabra significa: “Señor mío”.
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(<Juan de Endor, Síntica y Marziam, están en la casa de Nazaret >)
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5-303-43 (5-169-1067).- Jesús, que ha llegado a Nazaret para las Encenias, conversa con su Madre.
* La púrpura de Iscariote para un vestido real. “Judas es más terco que un mulo”.- ■ Dice Jesús: “Ven aquí Mamá, a mi lado, y sígueme contando cosas… No de los recuerdos de aquellos tiempos, sino de ahora. ¿Qué estabas haciendo?”. Virgen: “Estaba trabajando…”. Jesús: “Lo veo. ¿Pero qué era? Te apuesto que te estabas fatigando por Mí. Déjame ver…”. María se pone más colorada que la tela que está en el telar que Jesús mira; le pregunta: “¿Púrpura? ¿Quién te la dio?”. Virgen: “Judas de Keriot. La obtuvo de los pescadores de Sidón, me parece. Quiere que te haga un vestido real… Claro que te hago el vestido, pero no tienes necesidad de púrpura para ser rey”. Jesús dice: “Judas es más terco que un mulo”, es el único comentario sobre la púrpura regalada… ■ Luego se dirige a su Mamá: “¿Y se hace un vestido entero con eso que te ha regalado?”. Virgen: “¡No, Hijo! Podrá servir para las orlas del dobladillo del vestido y del manto. No alcanzará para más”. Jesús: “Está bien. Ahora comprendo por qué lo tejes con franjas estrechas. Mamá, la idea me está gustando. De esta parte pondrás franjas, y un día te diré que las uses para un hermoso vestido. Todavía hay tiempo. No te canses mucho”. Virgen: “Trabajo cuando estoy en Nazaret…”. Jesús: “Es verdad…”.
* Juan de Endor, Síntica y Marziam han sido instruidos por la Madre.- La gente Nazaret, incluso los primos José y Simón, no entran ya en su casa.- ■ Jesús: “¿Y los otros qué han hecho en este tiempo?”. Virgen: “Se han instruido”. Jesús: “Es decir, los has instruido. ¿Qué te parecen?”. Virgen: “¡Oh, son tres personas buenas! Aparte de Ti, nunca he tenido alumnos más dulces y atentos. He tratado también de dar un poco de fuerzas a Juan. Está muy enfermo. No vivirá mucho…”. Jesús: “Lo sé. Pero para él es un bien. Por lo demás, él mismo lo desea. Ha comprendido espontáneamente el valor del sufrimiento y de la muerte. ¿Y Síntica?”. Virgen: “Es una pena mandarla lejos. Vale por cien discípulos por santidad, por capacidad de entender lo sobrenatural”. Jesús: “Comprendo. Pero tengo que hacerlo”. Virgen: “Lo que haces está siempre bien hecho, Hijo”. Jesús: “¿Y el niño?”. Virgen: “También aprende. Pero estos días está muy triste… Se acuerda de la desgracia de la que ahora se cumple un año… ¡Oh, no ha habido mucha alegría aquí!… Juan y Síntica están afligidos pensando en la partida de aquí, el niño llora pensando en su mamá muerta…”. Jesús: “¿Y tú?”. Virgen: “Yo… ya sabes, Hijo. No hay sol cuando estás lejos de mí. No lo habría ni aunque el mundo te amara; pero, al menos, habría cielo sereno… Sin embargo…”. Jesús: “Hay llanto. ¡Pobre Mamá!… ■ ¿No te han hecho preguntas acerca de Juan y Síntica?”. Virgen: “¿Quién crees que iba a hacerlas? María de Alfeo sabe, pero guarda silencio. Alfeo de Sara ha visto ya a Juan, pero no se siente curioso. Le llama «el discípulo»”. Jesús: “¿Y los demás?”. Virgen: “Menos María y Alfeo, ninguno viene a esta casa. Alguna mujer, para algún trabajo o consejo. Pero los hombres de Nazaret ya no atraviesan mi puerta”. Jesús: “¿Ni siquiera José y Simón?”. Virgen: “… No… Simón me manda aceite, harina, aceitunas, leña, huevos… como para subsanar el hecho de no comprenderte, como para hablar a través de estos presentes. Pero se los da a María, su madre, y aquí no viene. Pero es que además viniera quien viniere solamente me vería a mí, porque Síntica y Juan se retiran cuando llama alguna persona…”. Jesús: “Una vida muy triste”. Virgen: “Sí. Y el niño sufre un poco por ello; tanto es así que ahora María de Alfeo se lo lleva consigo cuando me hace las compras. Pero ahora ya no estaremos tristes, mi Jesús: ¡estás Tú!”. Jesús: “Estoy Yo… Ahora vamos a dormir. Bendíceme, Mamá, como cuando era niño”. Jesús: “Bendíceme, Hijo, soy tu discípula”. Se besan… Encienden una nueva lámpara y salen para ir a descansar. (Escrito el 15 de Octubre de 1945).
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5-309-66 (5-175-1092).- Simón, primo de Jesús, pide la curación de su hijo; no cree lo dicho por  J. Iscariote  en Nazaret.
* “Acuérdate que porque tu mujer (Salomé) supo creer solo en lo que Yo le decía, tú has podido tener esta alegría”.- ■ Vuelve Marziam corriendo: “Maestro, allí donde termina el sendero en el camino, está tu primo Simón, todo sudado, como si hubiese corrido mucho. Me preguntó: «¿Dónde está Jesús?». Le respondí: «Viene detrás con Simón Zelote». Está todo sudado como si hubiese corrido mucho. Me dijo: «¿Va a pasar por aquí?». Le respondí: «Claro. Por aquí se pasa para regresar a no ser que se haga como los pájaros que vuelan y por muchos caminos llegan a sus nidos. ¿Lo quieres ver?». Tu hermano quedó indeciso, pero estoy seguro que te quiere ver”. Zelote dice: “Maestro, ha visto ya a su mujer… Vamos a hacer esto: Marziam y yo te dejamos libre; damos la vuelta por detrás de Nazaret. Total… no tenemos prisa en llegar… Y Tú vas por el camino normal”. Jesús: “Está bien. Gracias, Simón. Adiós a los dos”. Se separan. Jesús apresura el paso hacia el camino principal. ■ Allí está Simón jadeante apoyado sobre un tronco y enjugándose el sudor. Al ver a Jesús levanta los brazos… Los vuelve a dejar caer, baja la cabeza, sin fuerzas. Jesús llega donde está, le pone una mano en un hombro y le pregunta: “¿Qué quieres de Mí, Simón? ¿Hacerme feliz con una palabra tuya de cariño, que desde mucho tiempo espero?”. Simón baja mucho más la cabeza pero no dice nada…  Jesús: “Habla. ¿Acaso soy un extraño para ti? ¿Verdad que no? Tú siempre eres mi buen hermano Simón, y Yo para ti, soy el pequeño Jesús que cargabas en tus brazos, con esfuerzo y con tanto amor. Eso era cuando volvimos a Nazaret”. Simón se cubre la cara con las manos y cae de rodillas. “¡Oh, Jesús mío! Yo soy el culpable. Cuánto he sido castigado…”. Jesús: “No. Levántate. Somos parientes. Ea ¿qué quieres?”. Simón de Alfeo: “¡Mi hijo! Está…” el llanto le impide hablar.  Jesús: “¿Tu hijo? ¿Y qué?”. Simón de Alfeo: “Está muriéndose… con él también el amor de Salomé… me quedo con dos remordimientos: el de perder a mi hijo y también a ella… Yo pensé que anoche se me moría, y ella parecía una hiena. Me gritó a la cara: «¡Eres un asesino de tu hijo!». Yo rogué que no sucediera esto, jurándome a mí mismo ir a Ti si el niño se recobraba, aun a costa de ser rechazado —que por lo demás me merezco— para manifestarte esto: que Tú eres el único que puedes impedir mi desgracia. Al amanecer el niño se repuso algo… Salí inmediatamente de mi casa, hacia la tuya, por detrás de la ciudad para no encontrar obstáculos… Llamé a la puerta. María me abrió y quedó sorprendida. Podría haberme tratado mal. Se limitó a decirme: «¿Qué quieres, desgraciado Simón?». Y me acarició como si fuese un niño… Lloré. La  soberbia, el titubeo se acabaron. ■ No es. No puede ser verdad lo que me contó Judas (1). Me refiero a tu apóstol no a mi hermano. De esto no he dicho nada a María, pero yo me lo digo a mí mismo, dándome golpes de pecho y diciéndome a mí mismo toda clase de injurias, desde aquel momento. Le dije a Ella: «¿Está Jesús? Es por Alfeo, mi hijo que se muere…». María me respondió: «Corre. Va en dirección de Caná con el niño y un apóstol. Rogaré para que le encuentres». Ni una palabra de reproche, ni una. ¡Y tantas que me merezco!”. Jesús: “Tampoco Yo te reprocho algo. Te abro los brazos para…”. Simón de Alfeo: “¡Ay de mí! ¿Para decirme que Alfeo ha muerto?…”. Jesús:  “No. ¡Para decirte que te quiero!”. Simón de Alfeo:  “Ven entonces. ¡Pronto! ¡Pronto!”. Jesús: “No. No es necesario”. Simón de Alfeo: “¿No vienes? ¿No me perdonas? ¿Alfeo ya está muerto? Pero aunque lo estuviese, Tú, Jesús, que resucitas los muertos… ¡devuélveme a mi hijo!… ¡Oh, Jesús bueno!… ¡Oh, Jesús santo!… ¡Jesús a quien yo he abandonado!… Jesús, Jesús, Jesús…”. El llanto del hombre se derrama por el camino solitario, y, de rodillas nuevamente, convulso, se ase al vestido de Jesús o le besa los pies, atormentado por el dolor, por el remordimiento, por el amor paterno. ■ Jesús: “¿No pasaste por tu casa, antes de venir aquí?”. Simón de Alfeo: “No. Como un loco he venido hasta acá… ¿Por qué? ¿Alguna otra desgracia? ¿Ha huido Salomé? ¿Se ha vuelto loca? Ya se veía desde anoche…”. Jesús: “Salomé me ha hablado. Ha llorado. Ha creído. Vete a tu casa, Simón. Tu hijo está curado”. Simón de Alfeo: “¡Tú!… ¡Tú!… ¿has hecho esto a favor mío, pese a que te ofendí creyendo a aquella víbora? Oh, Señor. No soy digno de tanto. ¡Perdón, perdón, perdón! Dime qué quieres que haga para reparar mis ofensas, para decirte que te amo, para convencerte que sufría dándome importancia, para decirte que desde que estás aquí, incluso antes de que se enfermase Alfeo, deseaba hablar contigo. Pero… Pero…”. Jesús: “No te preocupes de lo que pasó. Ni siquiera me acuerdo. Haz también tú lo mismo. ■ Olvida las palabras de Judas de Keriot. Es un muchacho. Te voy a pedir tan sólo que nunca repitas, ni ahora ni nunca, tales palabras a mis discípulos, a mis apóstoles, y mucho menos a mi Madre. Esto te pido. Ahora vete, Simón, a tu casa. Vete tranquilo… No te tardes en gozar de la alegría que llena tu hogar. Vete”. Le besa y le empuja dulcemente hacia Nazaret.  Simón de Alfeo: “¿No vienes conmigo?”. Jesús: “Te espero en mi casa con Salomé y Alfeo. Vete. Y acuérdate que porque tu mujer supo creer sólo en lo que Yo le decía, tú has podido tener esta alegría. Por ella”. Simón de Alfeo: “Quieres decirme que…”. Jesús: “No. Quiero decir que reconocí tu arrepentimiento y que éste te llegó a través de sus gritos acusadores… Dios grita por la boca de los buenos y vuelve a llamar y aconseja… Probé la fe humilde y robusta de Salomé. Vete, te lo digo. No tardes en decirle «gracias»…”. Casi le empuja a la fuerza para convencerle de que se vaya. Y, cuando Simón por fin se va, le bendice… ■ Después mueve la cabeza, en un mudo soliloquio, y lentas lágrimas descienden por su rostro pálido. Una sola palabra da la dirección de su pensamiento: “¡Judas!”… Toma el sendero que había tomado Zelote, y se dirige a su casa. (Escrito el 21 de Octubre de 1945).
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1  Nota  : Cfr. Episodio 4-264-226
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(<Pedro, que estaba celebrando las Encenias en su casa, llega solo y de improviso a la casa de Nazaret>)
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5-310-71 (5-176-1098).- Jesús comunica a Pedro la marcha de Juan de Endor y Síntica a Antioquía.
*  Pedro, Andrés, Santiago y Juan, Judas y Santiago Alfeo, irán a Antioquía con Síntica y J. de Endor.- ■ “Maestro… yo he venido  a verte a Ti y al niño. Es verdad, pero también estos días he pensado mucho, sobre todo desde que llegaron tres zánganos venenosos… a los que dije más mentiras que peces hay en el mar. Ahora deberán estar llegando a Getsemaní pensando que se encontrarán con Juan de Endor, y luego irán a casa de Lázaro esperando encontrarse allí a Síntica y a Ti. ¡Que les aproveche la caminata!… Pero luego volverán y… Maestro, te quieren crear problemas por estos dos infelices…”. Jesús: “Ya hace meses que he tomado las medidas oportunas. Cuando éstos regresen buscando a estos dos perseguidos, ya no los encontrarán, en ningún lugar de Palestina. ¿Ves estos arcones? Son para ellos. Mira esos vestidos doblados cerca del telar. Son para ellos. ¿Te sorprende?”. Pedro: “Sí, Maestro. Pero ¿adónde los mandas?”. Jesús: “A Antioquía”. Pedro lanza un silbido significativo y pregunta: “¿A casa de quién? ¿Cómo se irán?”. Jesús: “Van a una casa de Lázaro. La última que tiene allí donde su padre gobernó en nombre de Roma. Se irán por mar…”. Pedro: “Esto está bien, porque si Juan tuviese que irse por sus propios pies…”. Jesús: “Por mar. ■ Me complace también a Mí el poder hablar contigo. Habría mandado a Simón a decirte: «Ven», para preparar todo. Escucha. Dos o tres días después de las Encenias nos marcharemos de aquí, pero no todos juntos, para no llamar la atención. Formaremos parte de una comitiva: Yo, tú, tu hermano, Santiago y Juan y mis dos hermanos; además de Juan y Síntica. Iremos a Ptolomaide. De allí en barca los acompañarás a Tiro. En ese lugar subiréis en algún barco que vaya a Antioquía, como si fueseis prosélitos que regresan a sus casas. Luego regresaréis y me encontraréis en Akcib. Estaré arriba del monte diariamente. Y además el Espíritu os guiará…”. Pedro: “¿Cómo? ¿No vienes con nosotros?”. Jesús: “Me notarían demasiado. Quiero dar paz al corazón de Juan”. Pedro: “¿Y cómo lo voy a hacer? Nunca he salido fuera de acá”. Jesús: “No eres un niño… y dentro de poco tendrás que ir mucho más allá de Antioquía. Me fío de ti. Mira cuánto te aprecio”. ■ Pedro: “¿Y Felipe y Bartolomé?”. Jesús: “Nos saldrán al encuentro en Yotapata, y evangelizarán en espera de nosotros. Les escribiré y les llevarás la carta”. Pedro: “¿Y esos dos saben ya su destino?”. Jesús: “No. Quiero que pasen la fiesta tranquilamente”. Pedro: “¡Uhm! ¡Pobrecitos! ¡Vamos, hombre, que uno tenga que verse perseguido por gentuza y…!”. Jesús: “No te ensucies la boca, Simón”. Pedro: “Está bien, Maestro. Oye… ■ ¿Pero cómo voy a hacer para llevar estos arcones? ¿Y llevar a Juan? Me parece que está enfermo”. Jesús: “Alquilaremos un asno”. Pedro: “Dirás una carreta”. Jesús: “¿Y quién la guía?”. Pedro: “Si Judas de Simón aprendió a remar, Simón de Jonás aprenderá a guiar. No creo que sea una cosa difícil guiar un asno por la rienda. En la carreta pones los arcones y a los dos y nosotros iremos a pie… sí. De este modo hay que hacerlo, créemelo”. Jesús: “¿Y quién nos proporciona la carreta? Ten en cuenta que no quiero que se note la partida”. Pedro se pone a pensar… Halla la solución: “¿Tienes dinero?”. Jesús: “Sí. Mucho todavía, de las perlas de Misace”. Pedro: “Entonces todo es fácil. Dame un poco de dinero. Tomaré un asno y una carreta de alguien… luego regalamos el asno a cualquier pobrecito y la carreta… la venderemos… ■ Hice bien en haber venido. ¿De veras que tengo que volver con mi mujer?”. Jesús: “Sí. Es conveniente”. Pedro: “Pues así se hará. ¡Pero esos dos pobrecitos! Siento que nos tengamos que separar de Juan. Ya de por sí le íbamos a tener poco tiempo… ¡Pero, pobrecillo! Podía morir aquí como Jonás…”. Jesús: “No se lo habrían permitido. El mundo odia a quien se redime”.  Pedro: “Le va a doler…”. Jesús: “Ya inventaré una excusa para que su partida no sea dolorosa”. Pedro: “¿Cuál?”. Jesús: “La misma que sirvió para enviar lejos a Judas de Simón: la de trabajar por Mí”. Pedro: “¡Ah!… Solo que en Juan será santidad, pero en Judas tan solo soberbia”. Jesús: “Simón no murmures”. Pedro: “¡Más difícil que hacer cantar a un pescado! Es verdad, Maestro, no es murmuración… ■ Pero creo que ya llegó Simón con tus hermanos. Vamos a verlos”. Jesús: “Vamos. Y silencio con todos”. Pedro: “No es necesario que me lo digas. No puedo callar la verdad cuando hablo, pero sé callar del todo, si quiero. Y quiero. Me lo he jurado a mí mismo. ¡Yo ir hasta Antioquía! ¡A la punta del mundo! ¡Ya ardo en deseos de volver de allí! No dormiré hasta que todo haya concluido…”.  Salen y no veo otra cosa más. (Escrito el 22 de Octubre de 1945).
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(<Jesús y Juan de Endor están hablando en la casa de Nazaret>)
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5-312-81 (5-178-1108).- Jesús comunica a Juan de Endor y Síntica que deben partir a Antioquía.
* “¡Oh, Juan! En los caminos del Señor se encuentran necesidades absolutas. Y el primero en sufrir por ello soy Yo”.- ■ Jesús abraza a Juan, y le tiene junto a su costado, como suele hacer con el otro Juan, y, pálido por el dolor que va a proporcionar, dice: “También ahora Dios te confía una misión delicada y santa. Una misión que es señal de su amor. Solo tú, que eres generoso, que no tienes prejuicios ni prevenciones, que eres sabio, que, sobre todo, te has ofrecido a toda clase de renuncias y penitencias para purgar aquel resto de expiación, aquella deuda que tienes con Dios; tú eres el único que puedes llevarlo a cabo. Cualquier otro no querría, y tendría razón, porque le faltarían las cualidades necesarias. Ni siquiera uno de mis apóstoles posee todo lo que tú tienes para ir a preparar los caminos del Señor… Tu nombre de Juan lo está diciendo. Serás, por tanto, un precursor de mi doctrina… prepararás los caminos a tu Maestro… que no puede ir tan lejos (Juan se estremece y trata de librarse del brazo de Jesús para mirarle a la cara, pero no lo logra, porque Jesús le tiene estrechado dulce pero firmemente, y ya su boca da el golpe final…)… No puedo ir tan lejos… hasta Siria… hasta Antioquía…”. Juan, librándose violentamente del abrazo de Jesús, grita: “¡Señor! Señor, ¿hasta Antioquía? Dime que he entendido mal. ¡Dímelo, por favor!…”. Está de pie… todo en él es súplica: su ojo, su único ojo, su cara que toma color ceniza, sus labios que tiemblan, sus manos extendidas y temblorosas, su cuerpo que parece plegarse hacia el suelo como doblegado por tal noticia. Pero Jesús no puede decir… “Entendiste mal”. Abre los brazos. Se levanta para acoger sobre su corazón al viejo pedagogo, y nuevamente sus labios abre para confirmar: “Hasta Antioquía. A casa de Lázaro. Con Síntica. Partiréis mañana o pasado mañana”. ■ El desconsuelo de Juan es en realidad doloroso. Logra librarse un poco de los brazos de Jesús y, con su cara bañada en lágrimas que corren por sus flacas mejillas, grita: “Ya no me quieres más contigo. ¿En qué te he contrariado, mi Señor?”, y se separa y se deja caer en la mesa mientras rompe en sollozos desgarradores, que rompen las entrañas, que se ven interrumpidos por accesos de tos, insensible a las caricias de Jesús, susurrando: “Me alejas de Ti, me echas fuera, no te volveré a ver…”. Jesús sufre visiblemente y ora… Luego sale quedamente. Ve en la puerta de la cocina a María y a Marziam, que está asustado de ese llanto… Un poco retirada está Síntica que también está sorprendida. ■ Jesús: “Madre, ven aquí un momento”. María va, ligera y pálida. Entran juntos. María se inclina sobre ese hombre que llora cual si fuese un pobre niño. Le dice: “¡Cálmate, cálmate, hijo mío! ¡No! Te harías mal”. Juan levanta su rostro desencajado y grita: “¡Me echa fuera!… Moriré lejos, solo… Podía esperar unos meses y dejarme morir aquí. ¿Por qué este castigo? ¿Qué pecado cometí? ¿Te he causado molestia alguna vez? ¿Para qué me has dado esta paz para luego, luego…?”. Se deja caer de nuevo sobre la mesa, llorando más fuerte, jadeando. Jesús le pone la mano sobre sus flacos y convulsos hombros y le dice: “¿Y puedes creer que, si hubiese podido, no te habría tenido aquí? ¡Oh, Juan! En los caminos del Señor se encuentran necesidades absolutas. Y el primero en sufrir por ello soy Yo. Yo que llevo conmigo mi dolor y el de todo el mundo. Mírame, Juan. Mira si en Mí puedes descubrir alguna señal de odio, alguna señal de que esté cansado de ti… Ven aquí, entre mis brazos. Siente cómo palpita de dolor mi corazón”.
* Jesús revela su muerte en cruz a Juan de Endor.-Jesús: “Escúchame, Juan, no me entiendas mal. Es la última expiación que Dios te impone para abrirte las puertas del Cielo. Escucha…”. Le levanta y le tiene entre sus brazos. “Escucha… Mamá, sal un momento… Ahora que estamos solos, escucha. Tú sabes quién soy. ¿Crees firmemente que sea Yo el Redentor?”. Juan de Endor: “¿Y cómo no voy a creerlo? Por esto quería estar contigo siempre, hasta la muerte…”. Jesús: “Hasta la muerte… ¡Horrible será!…”. Juan de Endor: “La mía, digo. ¡La mía!…”. Jesús: “La tuya será placentera, consolada con mi presencia, que te infundirá la certeza de que Dios te ama, de que te ama Síntica, además de la alegría de haber preparado el triunfo del Evangelio en Antioquía. ¡Pero mi muerte!… Me verías reducido a un montón de carne llagada, cubierta de esputos, infamada, abandonada en manos de una multitud feroz, me verías morir suspendido en una cruz como un criminal… ¿Podrías soportar esto?”. Juan, que a cada descripción de cómo será Jesús en la Pasión ha respondido gimiendo: “¡No, no!”, grita un “no” seco, y añade: “Volvería a odiar de nuevo a la humanidad… Mas ya estaré muerto, porque Tú eres joven y…”. Jesús: “Y veré ya solo una vez las Encenias”. Juan le mira fijamente, aterrorizado… Jesús: “Te lo he dicho en secreto para explicarte que una de las razones por las que te mando lejos, es ésta. No serás el único. ■ A todos aquellos que no quiero que sean turbados por encima de sus fuerzas los mandaré antes a otro lugar. ¿Esto te parece falta de amor?”. Juan de Endor: “No, mi mártir Dios… Pero, entre tanto, yo debo dejarte y… moriré lejos”. Jesús: “Por la Verdad que soy Yo, te prometo que estaré inclinado hacia tu almohada cuando llegue tu agonía”.  Juan de Endor: “¿Pero cómo va a ser, si estoy muy lejos, y Tú dices que no puedes ir tan allá? Lo dices para que me vaya menos triste…”. Jesús: “Juana de Cusa, que estaba agonizando a los pies del Líbano, me vio y estaba Yo muy lejos. Ella no me conocía todavía. Pues allí la devolví a la pobre vida de la tierra. ¡Ten en cuenta que cuando Yo muera se lamentará haber vuelto a vivir!… Mas para ti, alegría de mi corazón en este segundo año de Maestro, haré algo más. Iré a llevarte a la paz, dándote la misión de decir a los que esperan: «La hora del Señor ha llegado. Como ahora viene la primavera sobre la tierra, para nosotros despunta ya la primavera del Paraíso». Pero, no iré solo entonces… Me sentirás siempre… Lo puedo hacer y lo haré. Tendrás al Maestro en ti como ni siquiera ahora me tienes. Porque el amor puede comunicarse a aquel que ama, y tan sensiblemente que puede tocar no solo al corazón sino a los sentidos mismos. ¿Estás ahora más tranquilo, Juan?”. Juan de Endor: “Sí, Señor, mío. Pero ¡qué dolor!”. ■ Jesús: “De todas formas, ¿no te rebelas, no?”. Juan de Endor: “¿Rebelarme? Jamás. Te perdería del todo. Digo: «mi» Padrenuestro: hágase tu voluntad”. Jesús: “Sabía que me ibas comprender…”. Le besa en las mejillas surcadas por un continuo, aunque sereno, llanto. ■ Juan de Endor dice: “¿Me permites saludar al niño?… Éste es otro dolor… Le quería…”. El llanto vuelve, ahora más intenso… Jesús: “Sí. Le llamo enseguida… Y también a Síntica, que también sufrirá… Tú, siendo hombre, debes ayudarla…”. Juan de Endor: “Sí, Señor”. Jesús sale. Mientras, Juan llora, y besa y acaricia las paredes y los objetos de la pequeña habitación hospitalaria. Entran juntos María y Marziam. Juan de Endor dice: “¡Madre! ¿Has oído? ¿Lo sabías?”. Virgen:  “Lo sabía y me dolí… Pero yo también me he separado de Jesús… Y soy su Madre…”. Juan de Endor: “¡Es verdad!… Marziam, ven aquí. ¿Sabes que me marcho y que no volveremos a vernos?…”. Quiere mostrarse fuerte. Pero… coge al niño en brazos. Se sienta en el borde de la cama y llora abundantemente encima de la cabeza morena de Marziam, que, a su vez, bien se encarga de imitarle.
* “Si no me he rebelado contra la esclavitud déspota… ¿debería rebelarme ahora contra esta esclavitud de amor que no daña sino eleva nuestra alma y nos da el título de siervos suyos?”.- ■ Jesús entra con Síntica. Ésta pregunta: “Juan ¿por qué lloras así?”. Juan de Endor: “Nos manda lejos ¿no lo sabías? ¿Todavía no lo sabes? Nos manda a Antioquía”. Síntica: “¿Y qué? ¿No ha dicho que donde hay dos unidos en su nombre, estará Él en medio de ellos? ¡Ánimo, Juan! Probablemente hasta ahora siempre has elegido tu suerte, y por esto te asusta que alguien imponga su voluntad. Por mi parte me he acostumbrado a aceptar la voluntad de otros. ¡Y qué destino!… Por eso ahora doblego con gusto mi cabeza ante este nuevo destino. Si no me he rebelado contra la esclavitud déspota sino cuando quería esclavizar mi alma, ¿debería rebelarme ahora contra esta dulce esclavitud de amor que no daña sino que eleva nuestra alma y nos da el título de siervos suyos? ■ ¿Tienes miedo del mañana porque estás enfermo? Yo trabajaré para ti. ¿Tienes miedo a quedarte solo? Jamás te abandonaré. Puedes estar seguro de ello. No tengo otro objeto en mi vida que amar a Dios y al prójimo. Tú eres el prójimo que Dios me confía. ¡Imagínate cuánto te voy a querer!”. Jesús:  “No tendréis necesidad de trabajar para vivir porque estaréis en una casa de Lázaro. Eso sí, os aconsejo que uséis la vía de la enseñanza para que os atraigáis a la gente: tú, como maestro; tú, mujer, con trabajos femeninos: servirá para el apostolado y para llenar gustosos vuestras jornadas”. Síntica responde firmemente: “Así lo haremos, Señor”. (Escrito el 24 de Octubre de 1945).

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Índice del tema “Judas Iscariote”, 2º año v. p. de Jesús.- 2ª parte

4-231-15 (4-92-565).- En Cafarnaúm Jesús y Marta hablan de la crisis que atormenta a María Magdalena.
4-233-27  (4-94-577).- En Cafarnaúm, parábola de la oveja perdida.  María Magdalena también la oye.
4-234-29 (4-95-580).- Normas para los directores de almas basadas en el comentario de tres episodios sobre la conversión de María Magdalena.
4-235-37 (4-96-588).- Marta ha recibido de su hermana María la certidumbre de su conversión.
4-236-39 (4-97-591).- En Naím, cena en casa de Simón el fariseo y la absolución a María de Mágdala.
4-236-42 (4-98-594).- Sentido de la mirada de Jesús al fariseo.- María repitió este mismo gesto en Betania.
4-236-45 (4-99-597).- Consideraciones sobre la conversión de María Magdalena.
4-237-48 (4-100-600).- “En la verdad, en la honestidad, en la conducta moral, no existen adaptaciones ni transacciones”.
4-237-51 (4-100-603).- “Tu hermana está con mi Madre. Tu tormento la ha guiado al lugar donde se regeneran las almas”.
4-238-55 (4-101-607).- Llegada de María Stma. con María de Mágdala a Cafarnaúm en medio de una tempestad.- Magdalena entre los discípulos.
4-239-59 (4-102-612).- María Magdalena, por primera vez, con discípulas y apóstoles.- Elogio al apóstol Andrés.
4-240-65 (4-103-619).- En Betsaida, en la casa de Simón Pedro, con Porfiria, que recibe elogios de Jesús, y con Marziam, que enseña a la Magdalena el «Padrenuestro».
4-241-68 (4-104-621).- Vocación de la hija del apóstol Felipe: consagrada al Mesías.- María Magdalena, en Magdala por 1ª vez  después de su conversión. Parábola de la dracma perdida.
4-242-74 (4-105-628).- María Magdalena, en Tiberíades, por primera vez después de su conversión.- María Virgen co-partícipe en la Redención.
4-243-85 (4-106-639).- En Caná, en casa de Susana, se habla de Aglae y de Magdalena.-  Debate de los apóstoles sobre las posesiones  diabólicas.
4-247-112 (4-110-668).- Las discípulas viajan también con gusto, por amor. Respecto a María Magdalena solo un poderoso amor le puede dar fuerzas para soportar este tormento.
4-247-114 (4-110-671).- María Stma. instruye a la Magdalena sobre la oración mental y vocal.
4-250-133 (4-113-690).- A los discípulos de Sicaminón: la parábola del lodo transformado en llama.
4-250-140 (4-113-698).- Juan de Endor se ha ofrecido como víctima. Jesús dice: “Vine a predicar, con hechos, que en el sufrimiento hay expiación, y en el dolor redención”.
4-251-145 (4-114-703).- Ermasteo, nuevo discípulo.
4-253-160 (4-116-719).- La Magdalena debe forjarse sufriendo.
4-254-165 (4-117-724).- Encuentro con Síntica, la esclava griega.
4-254-167 (4-117-727).- Llegada a Cesarea Marítima.
4-255-169 (4-118-729).- Despedida de las hermanas Marta y María, que parten con Síntica a Betania.- Una lección a J. Iscariote, que piensa que Síntica y Ermasteo traerán problemas.
4-262-217 (5-125-780 ).- El Iscariote solicita ayuda de María Stma.: pasar un tiempo con Ella, en su casa de Nazaret, con permiso de Jesús, para que le ayude a librarle de su monstruo.
4-264-226 (5-127-791).- Una jornada de Judas Iscariote en Nazaret.
4-270-277 (5-133-845).- Conversación entre Jesús y Mannaén: causas que obstaculizan el seguimiento a Jesús.- Impacto de la muerte de Juan el Bautista en Jesús.
4-271-285 (5-134-854).- Predicación y curaciones de los apóstoles.  J. Iscariote hace milagros.
4-273-295 (5-136-865).- Los apóstoles confiesan su grado de fe, en el momento de la distribución de los panes y peces de la 1ª multiplicación.
4-279-338 (5-143-911).- Encuentro en el Campo de los Galileos con Lázaro, que viene, lleno de gozo, a agradecer a Jesús el cambio misterioso obrado en su hermana María Magdalena.
4-281-355 (5-145-929).- Conductas de José y Simón, Cusa, Samuel son fuente de dolor para sus allegados.
4-282-363 (5-146-938).- La delación al Sanedrín respecto a Ermasteo, Juan de Endor y Síntica “por esa abyecta víbora que se oculta bajo el manto de amigo y que hace espía antes de convertirse en asesino”.
4-284-371 (5-148-947).- Cuatro apóstoles: Iscariote, Tomás, Felipe y Bartolomé se quedarán en Judea.- Iscariote protesta.
4-285-374 (5-149-951).- Lázaro ofrece un refugio para Juan de Endor y Síntica.
4-285-377 (5-149- 954).- Viaje feliz hacia Jericó sin Judas Iscariote.
4-293-429 (5-157-1007).- Regalo de despedida al mercader Alejandro Misace: el don de la fe.- Anuncio de despedida para las mujeres.
4-294-431 (5-158-1009).- Despedida en la llanura de Arbela a la Madre y discípulas, Juan de Endor y Marziam.- La rica dádiva del mercader.
5-296-4 (5-160-1022).- En el camino hacia Aera, Santiago de Zebedeo pregunta: “Maestro, ¿por qué Judas de Simón es tan distinto a nosotros?”.- Pedro, desde Aera, sale al encuentro de Jesús.
5-298-12 (5-162-1031).- La ayuda prestada a los huerfanitos María y Matías.
5-299-23  (5-165-1045).- Los huérfanos María y Matías confiados, para su tutela, a Juana de Cusa.
5-301-32 (5-167-1055).- En el redil de Endor, parábola de las frentes destronadas.
5-302-38 (5-168-1061).- En Magdala, antes de mandar a todos a sus respectivas familias para las Encenias.- María Magdalena, Marta, Elisa a Betania con J. Iscariote y Tomás.- Magdalena ha vendido las joyas de Misace.
5-303-43 (5-169-1067).- Jesús, que ha llegado a Nazaret para las Encenias, conversa con su Madre.
5-309-66 (5-175-1092).- Simón, primo de Jesús, pide la curación de su hijo; no cree lo dicho por  J. Iscariote  en Nazaret.
5-310-71 (5-176-1098).- Jesús comunica a Pedro la marcha de Juan de Endor y Síntica a Antioquía.
5-312-81 (5-178-1108).- Jesús comunica a Juan de Endor y Síntica que deben partir a Antioquía.