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  El tema de “Sacerdotes”, 1ª parte, comprende:
Episodios y dictados extraídos de la Obra magna
«El Evangelio como me ha sido revelado»
(«El Hombre-Dios»)
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1-31-161 (1-52-173).- José, protector también de los consagrados.
* “Por ahora consuelo tu corazón, mostrándote la santidad de José, que era hombre, esto es, que no tenía otra ayuda para su corazón que su santidad. Yo tenía todos los dones de Dios en mi condición de Inmaculada”.- ■ Dice la Virgen: “Sé que comprendes mi llanto (1). De todas formas, me verás llorar, todavía mucho más. Por ahora consuelo tu corazón, mostrándote la santidad de José, que era hombre, esto es, que no tenía otra ayuda para su corazón que su santidad. Yo tenía todos los dones de Dios en mi condición de Inmaculada. No sabía que lo era pero éstos en mi alma estaban activos y me daban fuerzas espirituales. Pero él no era inmaculado. Lo humano estaba en él con toda su pesantez, y él debía levantarse hacia la perfección con todo ese peso, a costa de una continua fatiga de todas sus facultades para querer llegar a la perfección y ser grato a Dios. ■ ¡Oh mi santo esposo! Santo en todo, incluso en las cosas más humildes de la vida. Santo por su castidad de ángel. Santo por su honradez de hombre. Santo por su paciencia, laboriosidad, serenidad inmutable, modestia; por todo. Esa santidad brilla también en este episodio. Un sacerdote le dice: «Está bien que te radiques aquí en Belén», y él, pese a que sabe lo que le va a costar, responde: «Por mí no es nada. Pienso en el sufrimiento de María. Si no fuera por esto, no me afligiría. Basta con que sea útil para Jesús». Jesús, María: sus únicos amores. No amó otra cosa sobre la Tierra, mi santo esposo. Y se hizo siervo de este amor. ■ Le han hecho protector de las familias cristianas y de los trabajadores y de otras clases. Pero se le debería hacer no sólo de los agonizantes, de los trabajadores, de los esposos, sino también de los consagrados. Entre los consagrados de este mundo al servicio de Dios, quienquiera que sea, ¿habrá alguno que se haya ofrecido como él al servicio de su Dios, aceptando todo, renunciando a todo, soportando todo, cumpliendo todo con prontitud, con espíritu alegre, siempre con buen humor, como él? No, no ha habido nadie”.
* “Zacarías es sacerdote. José no. Pero observa, con todo, que el que no lo es, tiene su corazón en el Cielo más que el sacerdote”. Virgen: “Y quiero que observes una cosa, mejor dicho dos. Zacarías es sacerdote. José no. Pero observa, con todo, que el que no lo es, tiene su corazón en el Cielo más que el sacerdote. Zacarías piensa humanamente, y humanamente interpreta las Escrituras porque no es la primera vez que lo haga. Se deja guiar fácilmente de su sentido común. Se le castigó, pero reincide, aunque con mucho menor gravedad. Cuando se trató del nacimiento de Juan, dijo: «¿Cómo puede suceder esto si ya soy viejo y mi mujer es estéril?». Ahora dice: «Para allanarse el camino, el Mesías debe crecer aquí» y con ese tufillo de orgullo que persiste aun en los mejores, piensa que podrá ser útil, él, a Jesús. No útil, como José quiere serlo, sino útil, haciéndose su maestro… Dios le perdonó su buena intención ¿pero tenía necesidad el «Maestro» de tener maestros? Traté de hacerle ver la luz en las profecías; pero él se creía más docto que yo, y empleaba esta preponderancia a su modo. ■ Podía haber insistido y vencerle, pero —he aquí la segunda observación que quiero hacerte— respeté al sacerdote por su dignidad, no por su saber”.
* “Al sacerdote generalmente Dios le ilumina. He dicho «generalmente». Es iluminado cuando es un verdadero sacerdote. No es el hábito lo que consagra; consagra el alma. Para juzgar si uno es verdadero sacerdote, debe juzgarse lo que sale de su alma”.- Virgen: “Al sacerdote generalmente Dios le ilumina. He dicho «generalmente». Es iluminado cuando es un verdadero sacerdote. No es el hábito lo que consagra; consagra el alma. Para juzgar si uno es verdadero sacerdote, debe juzgarse lo que sale de su alma. Como ha dicho Jesús: «del corazón salen las cosas que santifican o que manchan» (2), las que informan todo el modo de obrar de un individuo. Así, pues: cuando alguien es un verdadero sacerdote, generalmente es inspirado por Dios. ■ De los que no son verdaderos sacerdotes, conviene tener una caridad sobrenatural y rogar por ellos. Pero mi Hijo te ha puesto ya al servicio de esta redención y no digo más. Alégrate de sufrir para que aumenten los verdaderos sacerdotes. Tú fíate de la palabra que te guía. Cree y obedece su consejo”.
* “El obedecer siempre salva”.- Virgen: “El obedecer siempre salva. Aunque no sea, en todo, perfecto el consejo que se recibe (3). Ves. Obedecimos. Y estuvo bien. Es verdad que Herodes hizo matar a los niños de Belén y de sus alrededores ¿pero Satanás no habría podido incitar y propagar estas ondas de odio más allá de Belén, y persuadir a un semejante crimen a todos los poderosos de Palestina para matar al futuro Rey de los judíos? Sí, habría podido. Y esto habría sucedido en los primeros años del Mesías, cuando la repetición de los prodigios ya había despertado la atención de las multitudes y de los poderosos. Y, si ello hubiera sucedido, ¿cómo habríamos podido atravesar toda Palestina para ir, desde la lejana Nazaret, a Egipto, tierra hospitalaria a los hebreos perseguidos, y, además con un Niño pequeño, y mientras la persecución arreciaba? Más fácil era huir de Belén, aunque también fue doloroso. ■ La obediencia siempre salva. Recuérdalo. El respeto al sacerdote siempre es señal de formación cristiana”.
* ¡Ay de los sacerdotes que pierden su llama apostólica! Pero ¡ay también del que cree que tiene derecho de despreciarlos! Porque ellos consagran y distribuyen el Pan verdadero. Salvar un alma sacerdotal (hacer que se santifique) es salvar un gran número de almas, porque cada sacerdote santo es una red que atrapa almas para Dios”.-Virgen: “¡Ay de los sacerdotes, Jesús lo dijo (4), que pierden su llama apostólica! Pero ¡ay también del que cree que tiene derecho de despreciarlos! Porque ellos consagran y distribuyen el Pan verdadero que del Cielo desciende. Y ese contacto los hace santos como un cáliz consagrado, aun cuando no lo sean. Responderán ante Dios. Tenedlos por tales y no os preocupéis de otra cosa. No seáis intransigentes. No lo es Jesús, el cual, ante su imperativo, deja el Cielo y desciende para ser elevado por sus manos. Aprended de Él. Si están ciegos, si están sordos, si tienen un alma paralítica y un modo de pensar enfermo, si son leprosos de culpas muy en contradicción con lo que son, si son otros Lázaros en un sepulcro, llamad a Jesús con vuestras oraciones, para que los resucite. ■ ¡Llamadle con vuestras oraciones y sacrificios, almas víctimas! Salvar un alma sacerdotal es salvar un gran número de almas, porque cada sacerdote santo es una red que atrapa almas para Dios. Y salvar a un sacerdote, o sea, hacer que se santifique, es lo mismo que fabricar esta mística red. Cada una de sus capturas es un rayo de luz que se añade a vuestra eterna corona. Que la paz sea contigo”. (Escrito el 8 de Junio de 1944).
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1  Nota  : María y José, una vez nacido Jesús, decidieron quedarse a vivir en Belén siguiendo los consejos del sacerdote Zacarías, esposo de Isabel, pues el Profeta había dicho: “Tú Belén Efratá, serás la más grande porque de ti saldrá el Salvador”. Al no hablar de Nazaret, Zacarías interpreta que la profecía señalaba a Belén como la tierra del Mesías. Esa decisión causó un profundo dolor en María que soñaba con volver a Nazaret, a su casa, después del nacimiento de Jesús.    2  Nota  : Cfr. Mt. 15,11 y 15, 17-18; Mc. 7,15.    3  Nota  : “El obedecer siempre salva”.- Difícilmente Dios deja sin luces a un sacerdote, a un cuando sus luces se tiñan del modo de pensar humano. Queda en el fondo algo de luz verdadera y por esto pueden seguirse sus consejos. Los dos esposos, María y José, obedecieron por este fondo de luz sobrenatural que había en los consejos humanos de Zacarías.    4  Nota  : Cfr. Una cosa semejante cfr. Mt. 5,13-16; Lc. 12, 49.
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 (<El siguiente relato pertenece al episodio de los “Mercaderes expulsados del Templo” [Ju. 2,13-25], cuando Jesús, armado de un látigo de sogas con que los ganaderos sujetaban a los animales, ha puesto en fuga a mercaderes y prestamistas>)
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1-53-294 (1-16-322).- Llamada a los sacerdotes, cuya única herencia debe ser Dios.
En esta tierra no deben tener más que el vestido de lino y una diadema de oro incorruptible: pureza y caridad, y que el cuerpo sea siervo del espíritu que es siervo del Dios verdadero, y no sea el cuerpo señor del espíritu, y contra Dios”.- ■ Acuden sacerdotes, rabíes y fariseos. Jesús está todavía en medio del patio, de vuelta de su persecución. El látigo está todavía en su mano. Los sacerdotes le preguntan: “¿Quién eres? ¿Cómo te permites hacer esto, turbando las cere­monias prescritas? ¿De qué escuela provienes? Nosotros no te conocemos, ni sabemos quién eres”. Jesús: “Yo soy Él que puede. Todo lo puedo. Destruid este Templo real y Yo lo levantaré de nuevo para dar gloria a Dios. No turbo la santidad de la Casa de Dios y de las ceremonias, sois vosotros los que la turbáis permitiendo que su morada se transforme en sede de usureros y mercaderes. Mi escuela es la escuela de Dios. La misma que tuvo todo Israel por boca del Eterno que habló a Moisés. ¿No me conocéis? Me conoceréis. ¿No sabéis de dónde vengo? Lo sabréis”. ■ Y, Jesús, volviéndose hacia el pueblo, sin preocuparse ya más de los sacerdotes, alto, vestido de blanco, el manto abierto y cayendo tras los hombros, con los brazos abiertos como un orador en lo más vivo de su discurso, dice: “¡Oíd, vosotros de Israel! En el Deuteronomio (1) está escrito: «Establecerás jueces y magistrados en todas las puertas… y ellos juzgarán al pueblo con justicia, sin inclinarse a parte alguna. No tendrás acepción de personas, no aceptarás donativos, porque los donativos ciegan los ojos de los sabios y alteran las palabras de los justos. Con justicia seguirás lo que es justo para vivir y poseer la tierra que el Señor tu Dios te dé». ■ ¡Oíd, vosotros de Israel! Dice el Deuteronomio (2): «Los sacerdotes y los levitas y todos los de la tribu de Leví no tendrán parte ni herencia con el resto de Israel, porque deben vivir con los sacrificios del Señor y con las ofrendas hechas a Él; nada tendrán entre las posesiones de sus hermanos, porque el Señor es su herencia». ■ ¡Oíd, oh vosotros de Israel! Dice el Deuteronomio (3): «No prestarás con interés a tu hermano ni dinero ni trigo ni cualquier otra cosa. Podrás prestar con interés al extranjero; mas a tu hermano le pres­tarás, sin interés, aquello de que tenga necesidad». Esto ha dicho el Señor. Ahora bien, vosotros mismos veis qué injusticia para con el pobre se comete en Israel. No triunfa el justo, sino el fuerte; y ser pobre, ser pueblo, quiere decir ser oprimido. ¿Cómo puede el pueblo decir: «Quien nos juzga es justo» si ve que sólo a los poderosos se los respeta y escucha, mientras que el pobre no tiene quien le es­cuche? ¿Cómo puede el pueblo respetar al Señor si ve que no le respetan los que más deberían hacerlo? ¿Es respeto al Señor la violación de su mandamiento? ■ ¿Y por qué entonces los sacerdotes en Israel tienen posesiones y aceptan donativos de publicanos y pecadores, los cuales actúan así para tener de su parte a los sacerdotes, de la misma forma que éstos actúan así para tener mayor riqueza? Dios es la herencia de sus sacerdotes. Para ellos, Él, el Padre de Israel, es, como en ningún caso, Padre, y les provee de comida como es justo; pero no más de lo que sea justo. No ha prometido a sus servidores del Santuario dinero y posesiones. En la eternidad, por ser justos, tendrán el Cielo, como lo tendrán Moisés y Elías y Jacob y Abraham, pero en esta tierra no deben tener más que el vestido de lino y una diadema de oro incorruptible: pureza y caridad, y que el cuerpo sea siervo del espíritu que es siervo del Dios verdadero, y no sea el cuerpo señor del espíritu, y contra Dios. ■ Se me ha preguntado con qué autoridad hago esto. ¿Y ellos?, ¿con qué autoridad profanan el mandamiento de Dios y a la sombra de los sagrados muros permiten usura contra los hermanos de Israel, que han venido para cumplir el mandato divino? Se me ha preguntado de qué escuela provengo, y he respondido: «De la escuela de Dios». Sí, Israel. Yo vengo y te llevo de nuevo a esta escuela santa e inmutable. Quien quiera conocer la Luz, la Verdad, la Vida, quien quiera volver a oír la Voz de Dios que habla a su pueblo, venga a Mí. Seguisteis a Moisés a través de los desiertos, ¡oh, vosotros de Israel! Seguidme; que Yo os conduzco, a través de un desierto, sin duda, más dificultoso, hacia la verdadera Tierra prometida. Por el mar abierto de los Mandamientos de Dios os llevo a ella. Alzando mi Señal, os curo de todo mal. Ha llegado la hora de la Gracia. La esperaron los Patriarcas, murieron esperándola. La predijeron los Profetas y murieron con esta esperanza. La soñaron los justos y murieron confortados por este sueño. Ha venido ahora. Venid. «El Señor va a juzgar de un momento a otro a su pueblo y será misericordioso para con sus siervos» (4), como prometió por boca de Moisés”. ■ La gente, agolpada en torno a Jesús, le ha escuchado con la boca abierta. Luego comenta las palabras del nuevo Rabí y hace preguntas a sus compañeros. Jesús se dirige hacia otro patio, separado de éste por un pórtico. Los amigos le siguen. (Escrito el 24 de Octubre de 1944).
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1  Nota  : Cfr. Dt. 16,18-20.    2  Nota  : Cfr. Dt. 18,1-2.    3  Nota  : Cfr. Dt. 23,19-20.   4  Nota  : Cfr. Tal vez alusión a Ex. 15,13.
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 2-83-30 (2-47-508).- Jesús llora a causa de Judas quien es enseñanza para Pedro y para los apóstoles de todos los tiempos. Zelote le consuela.
* “Judas es vuestra escuela viviente. En verdad te digo que por un Juan, un Pedro… hay al menos otras tantas veces siete Judas”.- ■ Jesús está en el campo, en una zona de tierras opimas: magníficos árboles frutales, viñedos espléndidos con racimos que tienden ya a colorearse de oro y de rubí… Está sentado bajo un árbol y come fruta que le ofreció un campesino… ■ Se acerca un hombre que trae un borriquillo cargado de verduras. “Mira, si tu amigo quiere partir… mi hijo va a Jerusalén para el mercado de la Pascua”. Jesús dice a Juan: “Ve, Juan. Sabes lo que debes hacer. Dentro de cuatro días nos volveremos a ver. Mi paz sea contigo”. Jesús abraza a Juan y le besa, también Simón hace lo mismo. Iscariote dice: “Maestro, si me permites, voy con Juan. Tengo necesidad de ver a un amigo. Todos los sábados está en Jerusalén. Iría con Juan hasta Betfagé y luego iría por mi cuenta… Es un amigo de casa… ya sabes… mi madre me dijo…”. Jesús: “Nada te he preguntado, amigo”. Iscariote: “Mi corazón llora al tener que dejarte. Pero dentro de cuatro días estaré de nuevo contigo, y te seré tan fiel que hasta te resultaré pesado”. Jesús: “Ve, pues. Dentro de cuatro días, cuando el alba se levante, estad en la Puerta de los Peces. Hasta la vista y que Dios te guarde”. Judas besa al Maestro y camina a poca distancia del borriquillo, que va trotando por el camino polvoriento. La tarde va bajando sobre la campiña que se cobija en silencio. Simón observa el trabajo de los hortelanos que riegan los surcos. ■ Jesús por unos momentos se ha quedado en el lugar en que estaba. Después se levanta, va hacia la parte de atrás de la casa, se adentra en el huerto. Se aísla. Se dirige hasta un lugar tupido en el que robustos granados se entrecruzan con matas bajas —yo diría que son de parras silvestres, pero no sé con seguridad, porque ya no tienen frutos y conozco poco la hoja de esta planta—. Jesús se esconde detrás de los granados, se arrodilla y ora… y luego se inclina hacia la hierba, con el rostro contra el suelo, y llora. Esto lo colijo por sus suspiros profundos y entrecortados. Un llanto desconsolado, sin sollozos pero muy triste. Así pasa el tiempo. La luz es ya crepuscular, pero aún no hay tanta oscuridad como para no poder ver. ■ Y dentro de esta escasa luz, se ve sobresalir por encima de una mata la cara fea pero honrada de Simón Zelote. Mira, busca, descubre la figura encorvada de Jesús, todo cubierto por el manto azul-oscuro, que le confunde casi con las sombras del suelo; sólo resaltan la rubia cabeza, apoyada sobre las muñecas, y las manos unidas en oración, que sobresalen por encima de aquella. Simón mira con esos ojos suyos tan saltones. Comprende que Jesús está triste, por los suspiros que da, y su boca de labios abultados y de color violeta, se abre: “¡Maestro!”. Jesús levanta el rostro. Zelote: “¿Lloras, Maestro? ¿Por qué? ¿Me permites que vaya a donde estás?”. En la cara de Simón está dibujada la sorpresa y el dolor. En realidad es un hombre feo. A su no bello perfil y al color oscuro aceituna se le añaden las cicatrices azuladas que cual hoyos le dejó su mal. Pero su mirada es tan buena, que su deformidad desaparece. Jesús le dice: “Ven, Simón amigo”. Jesús se ha sentado en la hierba. Simón se sienta cerca de Él. Zelote le pregunta: “¿Por qué estás triste, Maestro mío? Yo no soy Juan y no podré darte todo cuanto él te da, pero tengo deseos de consolarte. Y tengo un solo dolor: el de sentirme incapaz de hacerlo. Dime: ¿Te he causado algún disgusto en estos últimos días hasta el punto de que te canse el tener que estar conmigo?”. Jesús: “No, buen amigo. Desde el momento en que te vi, no me has causado ningún desagrado. Y creo que jamás me serás causa de llanto”. Zelote: “¿Y entonces, Maestro?… No soy digno de tu confianza, pero dados mis años, podría ser hasta padre tuyo, y bien sabes que siempre he tenido sed de hijos… Permíteme que te acaricie como si fueses hijo mío y que haga yo en esta hora las veces de padre y madre. Tienes necesidad de tu Madre para olvidar muchas cosas…”. Jesús: “¡Oh, sí… de mi Madre!”. Zelote: “Pues bien, mientras no llegue el momento en que Ella te consuele, deja a tu siervo la alegría de hacerlo. ■ Maestro, Tú lloras porque ha habido uno que te ha disgustado. Desde hace días tu rostro es como sol cubierto de nubes. Te he estado observando. Tu bondad oculta la herida, para que nosotros no odiemos al que te hiere; pero esta herida duele y te provoca náusea. Pero dime, Señor mío: ¿por qué no alejas de Ti la fuente de esta pena?”. Jesús: “Porque humanamente es inútil y sería contra la caridad”. Zelote: “¡Ah! ¡Te has dado cuenta de que me refería a Judas! Tú sufres por él. ¿Cómo puedes, Tú, Verdad, soportar a ese mentiroso?… Miente y ni cambia de color. Es más falso que un zorro, más cerrado que una piedra. Ahora se ha ido. ¿A hacer qué? ¿Será posible que tenga tantos amigos? Aléjale de Ti, Señor mío, a ese hombre”. Jesús: “Es inútil. Lo que debe ser, será”. Zelote: “¿Qué quieres decir?”. Jesús: “Nada en particular”. Zelote: “Tú de buena gana le has dejado ir porque… porque te asqueó su modo de actuar en Jericó”. Jesús: “Así es, Simón. Una vez más te digo: lo que debe ser, será. ■ Y Judas forma parte de este futuro. También él debe estar…”. Zelote: “Juan me ha contado que Simón Pedro es todo franqueza y fuego… ¿Le podrá soportar a éste?” (1). Jesús: “Le debe soportar. También Pedro está destinado a ser una parte, y Judas es el cañamazo en que debe tejer su parte; o, si lo prefieres, es la escuela en que Pedro se ejercitará más que con cualquier otro. Ser buenos con Juan, entender a los corazones como el de Juan, es también virtud hasta de tontos. Pero ser buenos con quien es un Judas, saber comprender corazones como el de Judas, y ser médico y sacerdote para ellos es difícil. Judas es vuestra enseñanza viviente”. Zelote: “¿La nuestra?”. Jesús: “Sí, la vuestra. El Maestro no es eterno sobre la Tierra. Se irá después de haber comido el pan más duro, y bebido el vino más amargo. Pero vosotros os quedaréis para ser mis continuadores… y debéis saber. Porque el mundo no termina con el Maestro, sino que continúa después, hasta el regreso final del Mesías y hasta el juicio final del hombre. ■ Y, en verdad te digo que por un Juan, un Pedro, un Simón, un Santiago, Andrés, Felipe, Bartolomé y Tomás, hay al menos otras tantas veces siete Judas. Muchos más, muchos más”. Simón, reflexivo, guarda silencio. (Escrito el 20 de Enero de 1945).
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1 Nota : Es de advertir que estamos al comienzo de la vida pública de Jesús. La formación del colegio apostólico se fue realizando gradualmente. Después de la elección de los primeros discípulos en Galilea, Jesús se había marchado a Jerusalén, donde tuvo lugar la elección de estos dos discípulos: Simón Zelote, y Judas Iscariote. Con ellos dos y con Juan, que posteriormente había llegado también a Jerusalén, Jesús regresará más tarde a Galilea donde Jesús presentará a los dos nuevos discípulos. Obviamente, hasta este momento, tanto Simón Zelote como Judas Iscariote eran unos desconocidos, al menos en su forma de ser, para los discípulos de Galilea.
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 2-83-33 (2-48-512).- “También vosotros, y lo digo especialmente de los que tienen cuidado de almas, tenéis necesidad de aprender estudiando a Judas”.- La Santísima Humanidad de Cristo.
* “Vosotros, sacerdotes, todos sois «Pedros» y debéis atar y desatar. Pero ¡cuánto espíritu de observación, de unión con Dios… cuántas comparaciones con el método de vuestro Maestro debéis hacer para ser lo que debéis ser!.-Dice Jesús: “Pequeño Juan (1), cuántas veces lloré con el rostro en el suelo por causa de los hombres. ¿Y vosotros querríais ser menos que Yo? También para vosotros, los buenos están en la proporción que había entre los buenos y Judas. Y cuanto más bueno es uno, más sufre por ello. También vosotros, y lo digo especialmente de los que tienen cuidado de almas, tenéis necesidad de aprender estudiando a Judas. Vosotros, sacerdotes, todos sois «Pedros» y debéis atar y desatar. Pero ¡cuánto espíritu de observación, de unión con Dios; cuánto estudio realista, cuántas comparaciones con el método de vuestro Maestro debéis hacer para ser lo que debéis ser! ■ A alguien le parecerá inútil, humano, imposible cuanto digo. Son los que de costumbre niegan los aspectos humanos de mi vida y de Mí hacen una cosa tan fuera de la vida humana que soy solo cosa divina. ¿Dónde queda entonces la Santísima Humanidad, dónde el sacrificio de la Segunda Persona que se vistió de carne? Pues era Yo, verdaderamente, un Hombre entre los hombres. Era el Hombre y por eso sufría al ver al traidor y a los ingratos. Y por esto me alegraba de que me amase alguien, o se convirtiese a Mí. Y por esto sentía profundamente en el alma y lloraba ante el cadáver espiritual de Judas. Con el corazón en las manos y con el llanto en los ojos lloré ante el amigo muerto. Pero sabía que lo llamaría Yo a la vida y gozaba viéndolo ya con el espíritu en el Limbo. Aquí… aquí tenía enfrente al Demonio… y no digo más. ■ Tú, Juan, sígueme. Demos a los hombres también este don. Y luego… Bienaventurados los que escuchan la palabra de Dios y se esfuerzan en cumplirla. Bienaventurados los que quieren conocerme para amarme. En ellos y para ellos seré bendición”. (Escrito el 20 de Enero de 1945).
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1  Nota  : «Pequeño Juan». María Valtorta es llamada con frecuencia «pequeño Juan» o como «Juanito», por la similitud en su espiritualidad y misión con el gran Juan, apóstol y evangelista. Es para Jesús un pequeño Juan evangelista. También es llamada «Violeta de la Cruz» y «María de la Cruz».
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 (<Jesús está en Betsaida. Habla de pie en la barca en que ha venido. Mucha gente, sentada o en semicírculo sobre la arena, le está escuchando>)
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2-96-98 (2-61-585).- Sublimidad de ser corredentores. Sublimidad del eunuquismo, cuyo instrumento amputador es la voluntad de pertenecer solo a Dios.
* La dignidad más alta del hombre: ser corredentores.
.  ● “Los ángeles reconocen que la perfección que tienen es inferior a la vuestra porque no tienen poder de sufrir para cooperar en la redención del hombre”.-
■ Dice Jesús: “Voy a manifestaros una verdad que a mis enemigos parecerá blasfemia; pero vosotros sois mis amigos. Hablo especialmente a vosotros, mis discípulos y elegidos, y luego a todos los que me escucháis. Os digo: los ángeles, espíritus puros y perfectos, que viven en la luz de la Santísima Trinidad, y en ella se gozan, reconocen que la perfección que tienen es inferior a la vuestra, ¡hombres, lejanos del Cielo! Son inferiores porque no tienen poder de sacrificarse, de sufrir para cooperar a la redención del hombre. Y —¿qué os parece?— Dios no toma un ángel para decirle: «Sé el Redentor del género humano», sino que toma a su Hijo. Y sabiendo que, a pesar de ser incalculable el sacrificio e infinito su poder, todavía le falta algo —y es una muestra de bondad paternal que no quiere hacer diferencia entre el Hijo de su amor y los hijos de su poder— a la suma de los méritos que se contrapondrán a la suma de pecados que de hora en hora el género humano va acumulando; sabiendo esto, no toma a los ángeles para completar la medida (1) y no les dice: «Sufrid para imitar al Mesías», sino que os lo dice a vosotros, a vosotros hombres. Os dice: «Sufrid, sacrificaos, sed semejantes a mi Cordero. Sed corredentores…». ¡Oh…, veo cohortes de ángeles que, dejando por un instante de rodear en éxtasis de adoración en torno al Centro que es Dios Trino, se arrodillan, vueltos hacia la tierra, y dicen: «¡Benditos vosotros que podéis sufrir con el Mesías y por el Dios Eterno, que es nuestro y vuestro!». ■ Muchos no lograrán comprender todavía esta grandeza; es demasiado superior al hombre. Pero cuando la Hostia sea inmolada, cuando el Trigo eterno resucite para nunca más morir, después que le hubiesen recogido, golpeado, despojado y sepultado en las entrañas de la tierra, entonces verán al Iluminador sobrenatural e iluminará a los espíritus, incluso a los más retardados, que, a pesar de serlo, hayan permanecido fieles al Mesías Redentor. Entonces comprenderéis que no he blasfemado, sino que os he anunciado la dignidad más alta del hombre: la de ser corredentores, a pesar de que antes no fuera más que un pecador”.
.   ● Preparaos a ella (la dignidad de ser corredentores) empezando por el cuerpo para que lo seáis en el espíritu”.- Jesús: “Entre tanto preparaos a ella con pureza de corazón y de propósitos. Cuanto más puros seáis, tanto mejor comprenderéis. Y es porque la impureza, cualquiera que sea, es siempre humo que oscurece y apesta la vista y la inteligencia. Sed puros. Empezad por el cuerpo para que lo seáis en el espíritu. Empezad por los cinco sentidos para pasar a las siete pasiones. Empezad por el ojo, sentido que es rey y que abre el camino a la más voraz y compleja de las hambres. El ojo ve la carne de la mujer y desea la carne. El ojo ve las riquezas de los ricos y desea el oro. El ojo ve el poder del gobernante y desea el poder. Tened el ojo sereno, honesto, morigerado y puro, y tendréis deseos serenos, honestos, morigerados y puros. Cuanto más puro sea vuestro ojo tanto más puro será vuestro corazón. Vigilad vuestro ojo, que siempre está ávido de descubrir manzanas tentadoras. Sed castos en las miradas si queréis ser castos en el cuerpo. Si tenéis castidad de carne, tendréis castidad de riquezas y de poder; tendréis todas las castidades y seréis amigos de Dios. No temáis ser objeto de burlas porque sois castos. Temed tan sólo el ser enemigos de Dios. También de Mí se dijo: «El mundo se burlará de Ti considerándote mentiroso o eunuco, si muestras no apetecer a la mujer». En verdad os digo que Dios ha puesto el vínculo matrimonial para elevaros a fin de que a imitación suya procreéis y cooperéis con Él a poblar los Cielos”
“Pero existe un estado mucho más alto, ante el cual se inclinan los ángeles viendo su sublimidad sin poderla imitar. Se trata del eunuquismo. Es el eunuquismo más elevado, aquel cuyo instrumento amputador es la voluntad de pertenecer solo a Dios, y conservar para Él castos el corazón y el cuerpo”.-Jesús: “Pero existe un estado mucho más alto, ante el cual se inclinan los ángeles viendo su sublimidad sin poderla imitar. Un estado que, si bien es perfecto cuando dura desde el nacimiento hasta la muerte, no se encuentra cerrado para aquellos que, no siendo ya vírgenes, arrancan su fecundidad, masculina o femenina, anulando su virilidad animal para hacerse fecundos y viriles sólo en el espíritu. Se trata del eunuquismo sin imperfección natural ni mutilación violenta o voluntaria, el eunuquismo que no impide acercarse al altar; es más, que en los siglos venideros, servirá al altar y estará en torno a él. Es el eunuquismo más elevado, aquel cuyo instrumento amputador es la voluntad de pertenecer sólo a Dios, y conservar para Él castos el corazón y el cuerpo, que eternamente brillen con el esplendor que el Cordero aprecia”. (Escrito el 3 de Febrero de 1945).
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1  Nota  : Cfr. Col. 1,24.
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 (<Jesús con sus discípulos va por el lago de Galilea. Van en dos barcas desde Cafarnaúm a Tiberíades. Las barcas, hoy no pescan, se les emplea tan sólo para el transporte de pasajeros. Llegan a su destino>)
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2-98-110 (2-63-597).- Lección a los discípulos cerca de Tiberíades.
* Vosotros sois la sal de la tierra”.- ■ Jesús deja su lugar y se sienta en el centro de la barca, sobre un asiento que va de lado a lado. Enfrente tiene la otra barca, y alrededor a los que venían con Él. “Escuchad. Os parecerá que algunas veces no pongo atención a vuestras conversaciones y que por eso sea Yo un Maestro descuidado que no se preocupa de sus discípulos. Tened en cuenta de que mi alma no os abandona ni un instante. ¿Habéis visto a un médico cuando estudia a un enfermo que padece mal dudoso y que presenta síntomas raros? No separa sus ojos de él. Después de haberle visitado, le vigila, tanto cuando duerme como cuando está despierto, mañana y tarde, cuando calla y cuando habla, porque todo puede ser un medio y guía para descifrar la enfermedad oculta y curarla. Lo mismo hago con vosotros. Os tengo unidos con hilos invisibles, pero sensibilísimos, que están en Mí y me transmiten aun las más leves vibraciones de vuestro yo. Dejo que os creáis libres, para que os manifestéis cada vez más conforme a lo que sois, lo cual sucede cuando un alumno, o un maníaco, cree que ya no le ve quien le está vigilando. Vosotros sois un grupo de personas, pero formáis un núcleo, esto es, una sola cosa. Por tanto, sois un cuerpo complejo, que va tomando cuerpo, y que debe ser estudiado en sus características particulares, más o menos buenas, para formarle, juntarle, limpiarle, enriquecer sus lados poliédricos y hacer de él un único objeto perfecto. Por eso, Yo os estudio, incluso cuando dormís. ■ ¿Qué sois vosotros? ¿Qué tenéis que llegar a ser? Vosotros sois la sal de la tierra. Tales debéis llegar a ser: sal de la tierra. Con la sal se preservan las carnes de la corrupción y otras cosas. Pero si la sal perdiese su fuerza, si deja de ser salada ¿podría salar algo? Quiero salar al mundo con vosotros, para sazonarlo de sabor celeste. Pero ¿cómo podéis salar si perdéis vuestro sabor? ¿Qué cosa os hace perder el sabor de lo celestial? Lo que es humano. ¿No es verdad que el agua del mar no es buena para beber porque está salada? Y a pesar de todo, si uno coge un vaso de agua de mar y lo vacía en una jarra de agua dulce, entonces sí se puede beber, porque el agua de mar se ha diluido en tal forma que perdió su propio sabor. El género humano es como el agua dulce que se mezcla con vuestra sal celestial. Todavía más, suponiendo que se pudiese hacer venir del mar un hilo de agua e introducirlo en el agua de este lago ¿acaso podrías volver a encontrar ese hilo de agua salada?… ¡No¡ Habría desaparecido en medio de tanta agua dulce. Así acontece con vosotros cuando inmergís vuestra misión, mejor dicho, la sumergís en mucha humanidad. Sois hombres. Lo sé. Pero… y Yo, ¿qué soy? Soy quien tiene consigo toda la fuerza. Y ¿qué hago? Os comunico esta fuerza, porque os he llamado. Pero ¿de qué sirve que os la comunique si luego la perdéis bajo avalancha de cosas y sentimientos humanos?”.
“Vosotros sois la luz del mundo”.-Jesús: “Vosotros sois, debéis ser, la luz del mundo. Os he elegido Yo: Yo, Luz de Dios, de entre los hombres para continuar iluminando al mundo después de que hubiere regresado al Padre. Pero… ¿podréis dar la luz mientras sois linternas apagadas o llenas de humo? ¡No! Es más, con vuestro humo —es peor el humo que una mecha del todo apagada— oscureceríais ese rayo de luz, que los corazones aún pudieran tener. ¡Oh, desgraciados aquellos que al buscar a Dios se dirijan a los apóstoles y en lugar de luz obtengan humo! Sacarán de ello escándalo y muerte. Ahora bien, maldición y castigo tendrán los apóstoles indignos. ¡Habéis sido llamados para grandes cosas, pero al mismo tiempo tenéis un grande y terrible compromiso! ■ Acordaos que a quien más se le dio, más obligado está a dar. Y a vosotros se os ha dado lo máximo, en instrucción y en dones”.
* “Yo, el Verbo de Dios, os instruyo, y de Dios recibís el don de ser «los discípulos», o sea, los continuadores del Hijo de Dios”.-Jesús: “Yo, el Verbo de Dios, os instruyo, y de Dios recibís el don de ser «los discípulos», o sea, los continuadores del Hijo de Dios. Quisiera que esta elección vuestra fuera siempre objeto de vuestra meditación, y que continuarais escrutándoos y sopesándoos… y si uno siente que es apto para ser fiel —no quiero siquiera decir: «si uno no se siente sino pecador e impenitente»; digo tan solo: «si uno se siente apto para ser fiel»— pero no siente en sí nervio de apóstol, que se retire. ¡El mundo para sus amantes es muy ancho, hermoso, suficiente y vario! Ofrece todas las flores y todos los frutos para el vientre y los sentidos. Yo no ofrezco sino una sola cosa: la santidad. Ésta, en la tierra, es la cosa más angosta, pobre, abrupta, espinosa y perseguida que hay. En el Cielo, su angostura se torna en inmensidad, su pobreza en riqueza, sus espinas en una alfombra de flores, su rigidez en sendero liso y suave, su persecución en paz y beatitud. Pero acá, tan solo el héroe puede ser santo. No os ofrezco más que esto. ¿Queréis permanecer conmigo? ¿Os sentís con fuerzas para hacerlo? ¡Oh! ¡No miréis con ojos de estupor y de dolor! Muchas veces me oiréis hacer la misma pregunta y cuando la oigáis pensad que mi corazón llora al hacerla, porque se siente herido por vuestra sordera porque no correspondéis a vuestra vocación. Entonces examinaos y juzgad con honradez y sinceridad, y decidid. Decidid para no ser los réprobos. Decid: «Maestro, amigos, conozco que no he sido hecho para este camino. Os doy el beso de compañero y os digo, rogad por mí». Mejor así que traicionar… Mejor así… ■ ¿Qué decís? ¿A quién, traicionar? ¿A quién? A Mí. A mi causa, o sea, a la causa de Dios, —porque Yo soy uno con el Padre—, y a vosotros. Sí. Os traicionaríais. Traicionaríais a vuestra alma, dándosela a Satanás. ¿Queréis seguir siendo hebreos? Pues Yo no os fuerzo a cambiar. Pero no traicionéis. No traicionéis a vuestra alma, ni al Mesías ni a Dios. Os juro que ni Yo ni los fieles a Mí os criticarán, como tampoco os señalarán con el dedo para que las turbas fieles os desprecien. Hace poco un hermano vuestro dijo una gran palabra: «Se trata de tener ocultas nuestras llagas y las de los que amamos». Pues bien, el que se separase sería una llaga, una gangrena que, nacida en nuestro organismo apostólico, se separaría por ser una gangrena completa, dejando una señal dolorosa que con todo cuidado esconderíamos. ■ No. No lloréis, amigos. No os guardo rencor, ni soy intransigente por veros tan lentos. Apenas os he tomado y no puedo exigir que seáis perfectos. Pero ni después de años lo exigiré, aun cuando inútilmente haya repetido cien o doscientas veces las mismas cosas. Es más, escuchad: con los años seréis menos ardientes que ahora que sois neófitos. La vida es así… el linaje humano es así… pierde ímpetu después de su primer choque. Pero (Jesús de pronto se levanta) Yo os juro que venceré. Purificados, por selección natural, fortificados con lo sobrenatural, vosotros los mejores os convertiréis en mis héroes. Héroes del Mesías. Héroes del Cielo. El poderío de los Césares será polvo respecto de la realeza de vuestro sacerdocio. Vosotros, pobres pescadores de Galilea, vosotros desconocidos judíos, vosotros, un puñado entre la masa de los hombres que actualmente viven, seréis más célebres, aclamados, venerados que César, y que todos los Césares que haya tenido y tenga la tierra. Vosotros benditos, vosotros célebres en un futuro próximo y en los siglos más remotos, hasta el fin del mundo”.
* “Líneas esenciales de vuestro carácter de apóstoles”.-Jesús: “Yo os elijo a esta suerte sublime. A vosotros que sois sinceros en la voluntad, y para que seáis capaces de ella os doy las líneas esenciales de vuestro carácter de apóstoles: ● Estad siempre vigilantes y preparados. Vuestras cinturas estén ceñidas, siempre ceñidas, y vuestras lámparas encendidas como lo hace quien de un momento a otro debe partir o debe salir al encuentro de quien está por llegar. Y de hecho, vosotros seréis, hasta que la muerte os detenga, los incansables peregrinos en busca del extraviado; y hasta que la muerte la apague, vuestra lámpara debe de estar en alto y encendida para señalar el camino a los extraviados que vienen al redil del Mesías. ●Debéis ser fieles al dueño que os ha colocado en este servicio. El siervo a quien el amo encontrase siempre alerta y la muerte en estado de gracia, será premiado. No podéis, no debéis decir: «Soy joven, tengo tiempo de hacer esto o aquello y después pensaré en mi dueño, en la muerte, en mi alma». Mueren los jóvenes como los viejos, los fuertes como los débiles. Y viejos y jóvenes, fuertes y débiles están expuestos igualmente al asalto de la tentación. Pensad que el alma puede morir antes que el cuerpo y podéis cargar, sin saberlo, junto con vosotros un alma en corrupción. ¡Es tan insensible el morir de un alma! Como la muerte de una flor: sin grito alguno, sin una convulsión… inclina solo su llama como cansada corola y se apaga. Alguna vez después de mucho tiempo, inmediatamente después otras veces, el cuerpo cae en la cuenta de que lleva dentro de sí un cadáver en gusanos, y se vuelve loco de espanto, y se mata para escapar de este connubio… ¡Oh, no escapa! Cae exactamente con su alma agusanada sobre un bullir de serpientes en el Infierno. ● No seáis deshonestos como intermediarios o leguleyos que se ponen de parte de dos clientes opuestos, no seáis falsos como los políticos que llaman «amigo» a éste y a aquel, y después son enemigos de ambos. No queráis ser dobles. A Dios no se le hace burla ni se le engaña. Comportaos con los hombres como os comportáis con Dios, porque una ofensa hecha a los hombres es como si hubiera sido hecha a Dios. Desead ser vistos por Dios como deseáis ser vistos por los hombres. ● Sed humildes. No podéis acusar a vuestro Maestro de no serlo. Yo os doy ejemplo. Haced como hago. Humildes, dulces, pacientes. El mundo se conquista con esto y no con violencia y fuerza. Sed fuertes y violentos contra los vicios. Arrancáoslos aun cuando os arranquéis pedazos del corazón. Hace algunos días os he dicho que vigiléis las miradas, pero no lo sabéis hacer. Os digo: sería mejor que os quedarais ciegos arrancándoos los ojos inmoderados, que acabar siendo lujuriosos. ● Sed sinceros. Yo soy Verdad en las cosas sublimes y en las humanas. Quiero que también vosotros seáis auténticos. ¿Por qué andarse con engaños conmigo o con los hermanos o con el prójimo? ¿Por qué jugar al engaño? ¿Tan orgullosos como sois, y no tenéis el orgullo de decir: «No quiero que se me tache de mentiroso»? Y sed auténticos con Dios. ¿Creéis poderlo engañar con formas de oraciones largas y a la vista de todos? ¡Oh! ¡Pobres hijos! ¡Dios ve el corazón! ● Sed sencillos, puros al hacer el bien, también al hacer limosna. Un publicano supo serlo antes de su conversión. ¿Y vosotros no vais a saberlo hacer? Sí, te alabo, Mateo, por la pura ofrenda semanal de la que sólo Yo y el Padre sabíamos que era tuya. Y te cito como ejemplo (1). También esto es castidad, amigos. No descubráis el bien que hiciereis de la misma forma que no desvestiríais a una hija vuestra adolescente ante los ojos de una multitud. Ser vírgenes en hacer el bien. Y el acto es virgen cuando no tiene ningún pensamiento de alabanza o de estima, o de acicate de soberbia. ● Sed esposos fieles a Dios en vuestra vocación. No podéis servir a dos señores. El lecho nupcial no puede acoger al mismo tiempo a dos esposas. Dios y Satanás no pueden dividirse vuestros brazos. El hombre no puede, como tampoco lo pueden ni Dios ni Satanás, compartir un triple abrazo en antítesis entre los tres que se lo dan. ● Procurad estar lejos de tener hambre de oro, de carne y de poder. Satanás os ofrece eso. ¡Sus mentirosas riquezas! Honores, éxitos, poder, abundancias: mercados obscenos cuya moneda es vuestra alma. Contentaos con lo poco. Dios os da lo necesario. Basta. Esto os lo garantiza, de la misma forma que se lo garantiza al ave del cielo, y vosotros valéis mucho más que los pájaros. Pero quiere de vosotros confianza y que seáis parcos. Si tenéis confianza, no os desilusionará; si sois parcos, su don diario os bastará. No seáis paganos, siendo, de nombre, de Dios. Paganos son aquellos que, más que a Dios, aman el oro y el poder para aparecer semidioses. Sed santos y seréis semejantes a Dios en la eternidad. ● No seáis intransigentes. Todos vosotros pecadores, tratad de ser con los demás como querríais que fuesen con vosotros: esto es, llenos de compasión y perdón. ● No juzguéis. ¡Oh, no juzguéis! Ya veis —a pesar de que hace poco que estáis conmigo—, cuántas veces, siendo inocente, he sido ilícitamente mal juzgado y acusado de pecados que no existen. El mal juicio es ofensa, y solo el que es verdadero santo no responde ofensa con ofensa. Por lo cual absteneos de ofender para no ser ofendidos. Así no faltaréis a la caridad, ni a la santa, querida, suave humildad, la enemiga de Satanás al par que la castidad. Perdonad siempre. Decid: «Perdono, oh Padre, para que Tú perdones mis innumerables pecados». Procurad ser mejores hora tras hora, con paciencia, firmeza, heroicidad. Y… ¿quién os dice que no sea una cosa dura el ser buenos? Es más, os digo: es el mayor entre los esfuerzos. Pero el premio es el Cielo. Por tanto, vale la pena consumirse en este esfuerzo. ● ¡Amad! ¿Qué palabras debería decir para induciros al amor? No existe ninguna que sea adecuada para llevaros a este amor, pobres hombres a quienes Satanás azuza. Entonces, he aquí que yo digo: «Padre, apresura la hora de la purificación. Esta tierra está seca. Este rebaño tuyo está enfermo. Mas hay un rocío, que puede aplacar la aridez y limpiar. Abre, abre esa fuente. Ábreme, ¡a Mí ábreme! Mira, Padre, ardo en deseos de hacer tu querer que es el Mío y el del Amor Eterno. ¡Padre, Padre, Padre! Mira tu Cordero y sé su Sacrificador»”. ■ Jesús realmente está inspirado. De pie, con los brazos abiertos en cruz, con el rostro al Cielo, con el azul del lago que tiene de fondo… con su vestido de lino parece un ángel que orara. La visión termina. (Escrito el 5 de Febrero de 1945).
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1  Nota  : El apóstol Mateo, según esta Obra, antes de ser llamado por Jesús, solía enviar, ocultamente, bolsas de dinero cada semana a los apóstoles para repartir entre los pobres.
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(<El siguiente pasaje tiene lugar en la casa de José de Arimatea donde están reunidos Gamaliel, Nicodemo, Lázaro y otros invitados. Uno de ellos, Félix, sostiene que el cargo es suficiente porque, quien tiene el cargo, tiene la inspiración de Dios>)
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2-114-205  (2-81-699).- El pontificado es un cargo santo, pero no es más que cargo. El cargo no es prueba de santidad. Los pontífices deberían tener: «Doctrina y Verdad».
* “A la Doctrina se llega por medio de una meditación constante, dirigida a conocer al Sapientísimo; a la Verdad, con la fidelidad absoluta al Bien. El que juega con el Mal entra en la Mentira y pierde la Verdad”.- ■ Félix dice: “Aarón había recibido el pontificado. Era suficiente”. A lo que responde Nicodemo: “No amigo. El pontificado es un cargo santo, pero no es más que cargo. No siempre y no todos los pontífices de Israel han sido santos: lo cual no quita el que fueran pontífices, aunque no fueran santos”. Félix exclama: “¡No querrás decir que el Sumo Sacerdote sea un hombre privado de gracia!…”. El que se llama Juan dice: “Felix, no entremos en el fuego que quema. Yo, tú, Gamaliel, José, Nicodemo, todos, sabemos muchas cosas…”. Félix está escandalizado: “Pero ¡cómo!… pero ¡cómo! ¡Gamaliel, intervén!…”. Los tres, que discuten acaloradamente contra Félix, dicen: “Si es justo, dirá la verdad que no quieres oír”. José trata de poner paz. Jesús no dice nada, lo mismo que Tomás, Zelote y el otro Simón, amigo de José. Gamaliel parece que está jugando con las cintas de su vestido, pero mira de arriba abajo a Jesús. Félix grita: “¡Habla pues Gamaliel!”. Dicen los tres: “Sí ¡Habla! ¡Habla!”. Gamaliel responde: “Yo digo: las debilidades de la familia se tienen ocultas”. Félix grita: “No es una respuesta. Parece como si confesases que hay culpas en la casa del Pontífice”. Los tres le replican: “Es boca que dice verdad”. ■ Gamaliel se pone derecho y se vuelve a Jesús: “Aquí está el Maestro que eclipsa a los más doctos. Que Él dé su opinión”. Jesús dice: “Tú lo deseas. Obedezco. Yo digo: el hombre es hombre; el cargo o misión va más allá del hombre; pero el hombre, investido de un cargo, es capaz de cumplirlo como superhombre cuando, por vivir una vida santa, tiene a Dios por amigo. Él es quien dijo: «Tú eres sacerdote según el orden que Yo te he dado». ¿Qué está escrito en el Racional? (1). «Doctrina y Verdad». Esto deberían poseer los pontífices. A la Doctrina se llega por medio de una meditación constante, dirigida a conocer al Sapientísimo; a la Verdad, con la fidelidad absoluta al Bien. El que juega con el Mal entra en la Mentira y pierde la Verdad”. Gamaliel exclama admirado: “¡Bien has respondido! Como un gran Rabí. Yo, Gamaliel. Te lo digo. Me superas”. (Escrito el 21 de Febrero de 1945).
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1  Nota  : Cfr. Éx. 28,15-30; 39,8-21;Lev. 8,8; 1 Sam. 14,36-46.
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 (<Jesús, ante el asedio del Sanedrín se ha retirado a una posesión de Lázaro en «Aguas Claras», entre Efraín y el Jordán>)
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2-133-324 (2-100-828).- Trabajo oculto del manso Andrés y de muchos sacerdotes santos.
* “Habría que uniros a ti y a Simón en un solo filtro, destilaros y luego daros de nuevo forma. Seríais perfectos. Y sin embargo, si te dijera que, a pesar de ser tan distinto al principio, serás perfectamente igual a Pedro al final de tu misión, ¿lo creerías?”.- ■ «Aguas claras» (1) está hoy sin peregrinos. Y parece extraño verla así, sin signos de los que se quedan por la noche o al menos de los que toman sus alimentos en la era o bajo el cobertizo. Hoy no se ve más que orden y limpieza. No hay ninguna de esas señales que suele dejar tras de sí una fuerte confluencia de gente. Los discípulos ocupan su tiempo en trabajos manuales: unos, preparando los anzuelos; otros, quitando tierra y haciendo canalizaciones para que el agua que cae del techo no se acumule en la era. Jesús está de pie en medio de un prado y echa migajas a los pajaritos. Se puede decir que, a pesar de que el día es despejado, no se descubre ningún ser viviente. ■ Regresa Andrés de algún encargo y se dirige a Jesús: “La paz sea contigo, Maestro”. Jesús le contesta: “Y contigo, Andrés. Ven un poco aquí. Puedes estar cerca de los pajaritos. Eres como ellos. ¿Ves? Cuando saben que quien se les acerca los quiere, no tienen miedo… Mira lo confiados que son, y seguros, y contentos. Antes estaban casi junto a mis pies. Ahora estás tú y están alertas. Pero mira… aquel pájaro que se acerca más audaz. Sabe que no hay ningún peligro. Detrás de él vienen los otros. ¿Ves cómo brincan y comen? ¿No es igual que para nosotros, que somos hijos del Padre? Él nos llena con su amor. Y, cuando estamos seguros de que nos ama y de que nos invita a su amistad, ¿por qué tener miedo de Él y de nosotros? Su amistad nos debe hacer audaces incluso entre los hombres. Créeme esto: solo el malhechor puede tener miedo de sus semejantes; no el justo, como tú eres”. Andrés se ha puesto colorado y no habla. ■ Jesús le atrae hacia Sí, y le dice sonriendo: “Habría que uniros a ti y a Simón en un solo filtro, destilaros y luego daros de nuevo forma. Seríais perfectos. Y sin embargo, si te dijera que, a pesar de ser tan distinto al principio, serás perfectamente igual a Pedro al final de tu misión, ¿lo creerías?”. Andrés: “Tú lo dices y cierto será. No me pregunto ni siquiera cómo puede suceder. Porque lo que dices es verdad. Me gustaría ser como Simón, mi hermano, porque es justo y te hace feliz. ¡Simón vale! Estoy muy contento de que sea una persona que vale. Valiente, fuerte. ¡Bueno, también los demás!…”. Jesús: “Y tú ¿no?”. Andrés: “¡Oh!… ¡Yo!… Solo Tú puedes estar contento de mí…”. Jesús: “Y de que Yo soy el único que me doy cuenta que trabajas sin hacer ruido y más profundamente que los demás. Porque, entre los doce, hay quien llama la atención en forma proporcionada a su trabajo, hay quien hace más ruido que trabajo, y hay quien solo trabaja, sin llamar la atención; un trabajo humilde, activo, ignorado… los otros pueden creer que éste no hace nada, mas Aquél que ve sabe las cosas. Estas diferencias se deben, porque todavía no sois perfectos. Y siempre las habrá entre los discípulos, entre aquellos que vengan después de vosotros, hasta el momento en que el ángel proclame con voz de trueno: «El tiempo ha terminado»”.
* No es el gesto el que hace al sacerdote ni tampoco el vestido ni la cultura, ni las relaciones sociales y poderosas. Lo que hace al sacerdote es su alma, un alma tan grande que anule la carne. Todo espíritu mi sacerdote… así le sueño, así serán mis santos sacerdotes”.Jesús: “Habrá siempre servidores del Mesías que tratarán tanto de trabajar, como de atraer sobre sí la mirada del mundo. Serán los Maestros. Habrá por desgracia, quienes harán solo ruido y cosas exteriores, solo exteriores: los falsos pastores con actitud de bufones… ¿Sacerdotes?… No, pantomimas. No otra cosa. No es el gesto el que hace al sacerdote ni tampoco el vestido ni la cultura, ni las relaciones sociales y poderosas. Lo que hace al sacerdote es su alma, un alma tan grande que anule la carne. Todo espíritu mi sacerdote… así le sueño, así serán mis santos sacerdotes. El espíritu no tiene voz, ni posturas de payaso; no lo soporta porque es espiritual y, por tanto, no puede ponerse máscaras; es lo que es: espíritu, llama, luz, amor; habla a los espíritus; habla con la castidad de las miradas, de los actos, de las palabras y de las obras. ■ El hombre le mira y ve a un semejante suyo. Pero, más allá de la carne, y por encima de ella, ¿qué ve?: algo que le hace detenerse en su caminar apresurado, meditar y concluir: «Este hombre, semejante a mí, tiene sólo el aspecto de hombre; el alma es de ángel». Y, si no es creyente, concluirá: «Por él creo que existe un Dios y un Cielo». Y, si es un lujurioso, dice: «Éste, semejante a mí, tiene ojos de Cielo; refreno mi sentido para no profanarlos». Y si se trata de un avaro, decidirá: «Por el ejemplo de éste, que no tiene apego a las riquezas, yo ceso de ser avaro». Y si es iracundo, una persona violenta, en presencia del manso se vuelve un ser más sereno. Tanto puede hacer un sacerdote santo”.
* Si el mundo no se convierte en un lupanar e idolatría se deberá a éstos: los héroes del silencio y de la fiel actividad. Andrés, tendrán tu sonrisa tímida y pura. Habrá siempre «Andreses» por gracia de Dios y fortuna del mundo”.-Jesús: “Y créeme, siempre habrá sacerdotes santos que sabrán morir por amor de Dios y del prójimo y lo harán con sencillez, después de haber ejercitado la perfección durante toda su vida, de una manera igualmente sencilla, de modo que el mundo ni siquiera se habrá percatado de ellos. Si el mundo no se convierte en un lupanar e idolatría se deberá a éstos: los héroes del silencio y de la fiel actividad. Andrés, tendrán tu sonrisa tímida y pura. Habrá siempre «Andreses» por gracia de Dios y fortuna del mundo”. Andrés, humilde, le dice: “No creía que iba a merecer esas palabras… no hice nada para provocarlas…”. Jesús: “Me has ayudado a llevar un corazón a Dios. Y es el segundo que llevas a la Luz”. ■ Andrés, angustiado: “¡Oh! ¿Por qué ha hablado? Me había prometido…”. Jesús le tranquiliza: “Nadie ha hablado. Lo sé. Cuando los compañeros cansados descansan, hay tres que en «Aguas claras» no duermen: el apóstol del silencio y del amor activo por los hermanos pecadores; la criatura a la que el alma empuja hacia la salvación; y el Salvador que ruega y vigila, que está alerta y espera… Mi esperanza es ésta: que un alma encuentre su salvación… Gracias, Andrés. Continúa y que seas bendito”. Andrés pide: “¡Oh, Maestro!… Pero no digas nada a los otros… A solas, hablándole a una leprosa en una playa desierta, hablándole aquí a una mujer cuya cara no veo (2), algo sé hacer. Pero, si los otros lo saben, sobre todo Simón (que querrá venir)… yo ya no sé hacer nada… No vengas ni siquiera Tú… porque me avergüenzo de hablar delante de Ti”. Jesús: “No iré contigo. Jesús no irá, pero el Espíritu de Dios ha ido siempre contigo. Vamos a casa. Nos están llamando para la comida”. Y así termina el diálogo entre Jesús y el manso discípulo. (Escrito el 18 de Marzo de 1945).
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1  Nota  : Cfr. en Personajes de la Obra magna: «Aguas Claras».   2  Nota  : Se trata de dos pecadoras públicas a las que, Andrés, “el apóstol del silencio y del amor activo”, según palabras de Jesús, condujo a Jesús después de un trabajo de oculto apostolado. Cfr.  Personajes de la Obra manga: Bella de Corozaín. / Aglae.
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 (<Una calumnia, “Jesús y los suyos conviven en Efraín con prostitutas”, difundida por escribas y fariseos, obligó a Jesús a abandonar la casa de «Aguas Claras». En Betania, a donde llegaron desde Efraín, Jesús explica a Lázaro, alarmado por la terrible acusación, la verdad de los hechos: “Una mujer —la prostituta Aglae, «la Velada» de «Aguas claras»—, y no me mires, Lázaro, con esa cara de espanto… una mujer siempre fue a oírme y se hospeda en uno de los establos de tu administrador, porque se lo pedí. La razón es para que estuviera cerca de Mí. Mi deber y mi deseo es buscar y redimir a una alma caída. Por esto podrás ver que tu hermana María no será el primer fango al que me acerque y sobre el que me incline y no será la última. Quiero sembrar en el fango flores y quiero que nazcan flores del bien”. ■ Después de permanecer unos días en Betania y una vez celebrada aquí la fiesta de las Encenias, Jesús y los suyos van de regreso nuevamente a «Aguas Claras»>)
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2-137-355 (2-104-862).- El don del verdadero apóstol.
* “Andrés, jamás la plegaria hecha con este motivo (salvar un alma) se pierde”.- ■ Jesús atraviesa con sus discípulos las llanuras de «Aguas Claras». El día está lluvioso y todo está desierto. Es más o menos mediodía, porque cuando logra el sol abrirse paso entre los resquicios de las nubes, envía sus rayos perpendiculares. Jesús va hablando con Iscariote y le da el encargo de ir al pueblo para comprar lo más necesario. Cuando se queda solo, se le junta Andrés, y siempre tímido, dice en voz baja: “¿Quieres escucharme, Maestro?”. Jesús: “Sí, ven adelante conmigo” y alarga el paso seguido de su discípulo, adelantándose algunos metros respecto a los demás. Andrés, apenado, le dice: “¡La mujer ya no está, Maestro!”. Y explica: “La pegaron y huyó. Iba herida y sangrando. El administrador la vio. Me adelanté, diciendo que iba a ver si nos habían tendido alguna insidia, pero la verdad es que quería ir enseguida a donde estaba ella. ¡Tantas esperanzas tenía de traerla a la luz! ¡Mucho he orado por ella en estos días!… ¡Ahora ha huido! Se perderá. Si supiese en dónde está, la iría a buscar… No lo diría a los demás, pero a Ti, sí, porque me entiendes. Tú sabes que en esta búsqueda no hay pasión alguna, sino un deseo, ¡oh!, un deseo tan grande que se hace tormento, de salvar a una hermana mía…”. ■ Jesús: “Lo sé, Andrés, y te digo: aun cuando las cosas se han presentado así, tu deseo se cumplirá. Jamás la plegaria hecha con ese motivo se pierde. Dios la escucha y ella se salvará”. Andrés: “Si Tú eres quien lo dice… ¡Mi dolor se mitiga!”.
“Este es el don del verdadero apóstol. Mira, amigo: tu vida y la de los futuros apóstoles será siempre así. Algunas veces sabréis que fuisteis «los salvadores». Pero muchas veces salvaréis las almas sin saber siquiera que salvasteis las almas que más queríais que se salvasen”.- ■ Jesús: “¿No querrías saber qué es de ella? ¿No te interesa ni siquiera el no ser tú el que la conduzca a Mí? ¿No me preguntas cómo lo hará?”. Jesús sonríe dulcemente, con un esplendor de luz en sus azules pupilas que miran al apóstol que va caminando a su lado. Una de esas sonrisas y de esas miradas que son uno de los secretos de Jesús para conquistar los corazones. Andrés con sus dulces ojos castaños lo mira y dice: “Me basta saber que vendrá a Ti. Que sea otro o yo, no me importa. ¿Cómo sucederá? Tú lo sabes y no tengo necesidad yo de saberlo. Tengo la promesa y me siento feliz”. Jesús le pasa el brazo por los hombros y lo trae a Sí dándole un abrazo afectuoso, que transporta al buen Andrés en éxtasis y en esta forma sigue hablando: “Este es el don del verdadero apóstol. Mira, amigo: tu vida y la de los futuros apóstoles será siempre así. Algunas veces sabréis que fuisteis «los salvadores». Pero muchas veces salvaréis las almas sin saber siquiera que salvasteis las almas que más queríais que se salvasen. Sólo en el Cielo veréis venir a vuestro encuentro o subir al Rey Eterno a quienes salvasteis. Algunas veces lo sabréis en la Tierra. Son las alegrías que os infundo para dar un vigor mucho mayor para buscar nuevas conquistas. ¡Bienaventurado será el sacerdote que no tenga necesidad de estos incentivos para cumplir con su propio deber! Bienaventurado el que no se amilana al no ver triunfos y que no dice: «¡No hago más porque no tengo satisfacción!». ■ La satisfacción apostólica que se busca, como único incentivo, demuestra que no existe formación apostólica, envilece el apostolado que es cosa espiritual y lo reduce al nivel de un vulgar trabajo humano. No se debe caer jamás en la idolatría del ministerio. No sois vosotros los que debéis ser adorados sino el Señor vuestro. A Él sea la gloria de los que se salvan. A vosotros, la obra de la salvación dejando para cuando estéis en el Cielo la gloria de haber sido los «salvadores»”.
* “La voluntad de redimirse es ya una absolución”.- Jesús: “Pero me decías que el administrador la vio. Cuéntame”. Andrés: “Tres días después de que habíamos partido, vinieron algunos fariseos a buscarte. Naturalmente no te encontraron. Recorrieron el pueblo y las casas de los campos como si estuvieran vivamente interesados en verte. Nadie lo creyó. Entraron en la posada echando fuera con soberbia a los que estaban allí, porque decían que no querían entrar en contacto con extranjeros desconocidos, que podían incluso profanarlos. Todos los días iban a la casa. Después de algunos días encontraron a esa pobrecita, que siempre iba allá porque tal vez esperaba encontrarte y conseguir la paz. La hicieron huir, siguiéndola hasta su refugio que estaba en el establo del administrador. No la agredieron inmediatamente, dado que el administrador y sus hijos habían salido armados de garrotes. Pero luego, por la tarde, cuando ella salió de nuevo, volvieron, y venían con otros, y cuando la mujer fue a la fuente, empezaron a apedrearla, llamándola «prostituta» y exponiéndola al oprobio del pueblo. Y, dado que ella se echó a correr queriendo huir, la alcanzaron, la pegaron, le quitaron el velo y manto para que todos la viesen, y siguieron pegándola, tratando de imponerse con su autoridad al sinagogo para que la maldijera y fuera así lapidada, y además para que te maldijera a Ti, que la habías llevado al pueblo. Pero el sinagogo no quiso hacerlo y ahora está en espera del anatema del Sanedrín. El administrador la arrancó de las manos de esos bribones y la ayudó. Pero por la noche se fue, dejando un brazalete y escrito sobre un pedazo de pergamino: «Gracias, ruega por mí». El administrador dice que es joven y hermosísima, aunque muy pálida y delgada. La buscó por los campos, porque estaba muy herida, pero no la encontró, y no se explica cómo haya podido alejarse mucho. ■ Tal vez haya muerto en algún sitio… y no se salvó…”. Jesús: “No”. Andrés: “¿No? ¿No ha muerto? ¿No se ha perdido?”. Jesús: “La voluntad de redimirse es ya una absolución. Aun cuando hubiese muerto sería perdonada, porque ha buscado la verdad y puesto bajo sus pies el error. Pero no ha muerto. Empieza a subir por la pendiente del monte de la redención. La veo… inclinada bajo su llanto de arrepentimiento. Ahora bien, el llanto la hace siempre más fuerte, mientras que, por el contrario, el peso va disminuyendo. Yo la veo. Se dirige al encuentro del Sol. Cuando haya subido toda la pendiente, se encontrará en la gloria del Dios-Sol. Va subiendo… ayúdala con tus oraciones”. Andrés: “¡Oh Señor mío!”. Y se siente casi aterrorizado por el hecho de poder ayudar a un alma en su santificación. Jesús sonríe mucho más dulce. Dice: “Será necesario abrir los brazos y el corazón al sinagogo perseguido e ir a bendecir al buen administrador. Vamos con los compañeros a decírselo”. (Escrito el 15 de Abril de 1945).
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 (<Jesús está radiante de alegría porque Analía [1] se ha consagrado virgen y ha ofrecido su vida. Andrés cree que esta alegría de Jesús está relacionada con Aglae, la mujer velada de «Aguas Claras» a la que él, desde su llegada a «Aguas Claras», trató ocultamente de llevarla a Jesús con sus oraciones, sacrificios>)
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2-156-431 (3-16-67).- “No es ella. Pero no te canses de orar. Sigue. Cada palabra de tu plegaria es como un reclamo, una luz en la noche y la levanta y guía”. 
* ¿Y dónde la encontró Andrés, que no se mueve jamás, ni habla jamás, que jamás tiene iniciativa?”. Jesús: “Por mi sendero”.- ■ Pedro, Andrés y Juan miran a Jesús con ojos interrogativos. El rostro brillante de Jesús le dice que está feliz. Pedro no se contiene y pregunta: “¿Con quién has hablado tanto, Maestro mío? ¿Y qué oíste para estar tan radiante de alegría?”. Jesús: “Con una mujer en los albores de la vida; con la que es el amanecer de otras muchas que vendrán”. Pedro: “¿Quiénes?”. Jesús: “Las vírgenes”. ■ Andrés se dice a sí mismo despacio y en voz baja: “No es ella…”. Jesús: “No. No es ella. Pero no te canses de orar. Sigue. Cada palabra de tu plegaria es como un reclamo, una luz en la noche y la levanta y guía”. Pedro pregunta: “Pero ¿a quién está esperando mi hermano?”. Jesús: “A un alma, Pedro. A una gran miseria que él quiere cambiar en una gran riqueza”. Pedro, asombrado: “¿Y dónde la encontró Andrés, que no se mueve jamás, ni habla jamás, que jamás tiene iniciativa?”. Jesús: “Por mi sendero. Ven, conmigo, Andrés. Vayamos a casa de Alfeo a desearle bien entre sus muchos sobrinos. Vosotros esperadme en casa de Santiago y Judas” . (Escrito el 6 de Mayo de 1945).
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1  Nota  : Cfr. Personajes de la Obra magna: Analía.
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 (<Antes de elegirles como apóstoles, Jesús y los doce suben a un monte>)
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3-164-21 (3-24-105).- El retiro en el monte para la elección de los apóstoles. Qué es la oración.
* “Recurro a la gran medicina, al arma por antonomasia: la oración”.- ■ Jesús se pone en camino dando la espalda al lago, y se dirige sin vacilar hacia uno de los desfiladeros que hay entre las colinas que van en líneas, yo diría casi paralelas, desde el lago hacia el oeste. Entre una y otra colina rocosa, escarpada, abierta en pico como un fiordo, baja un riachuelo envuelto en espumas en su carrera desenfrenada y por arriba se descubre el monte agreste, con plantas que han crecido en todas las direcciones, como han podido, entre piedra y piedra. Tan solo un sendero de cabras hay en la colina más escabrosa, y Jesús toma ese. Los discípulos le siguen fatigosamente, en fila india y en el silencio más grande. Tan solo cuando se detiene para darles descanso, en un lugar, un poco ancho, de este sendero que parece un arañazo en la pendiente dificilísima, ellos se miran sin hablarse. Parece que con miradas se dijesen: «¿A dónde nos lleva?». Pero no se hablan, solo se miran, y cada vez con más desconsuelo a medida que ven que Jesús vuelve otra vez a emprender el camino por la agreste garganta, llena de curvas, hendiduras, peñascos que dificultan el andar, porque además hay las zarzas y otras miles de hierbas que se aferran de sus vestidos por todas partes, que rasguñan, que hacen tropezar, y que pegan en la cara. Hasta los más jóvenes, cargados con alforjas pesadas, han perdido el buen humor. ■ Finalmente Jesús se detiene y dice: “Aquí estaremos durante una semana en oración, para que os preparéis a un gran acontecimiento. Por esta razón quise que estuvieseis solos, en un lugar desierto, alejado de toda caravana, y de todo lugar habitado. Aquí hay cuevas que han servido otras veces a hombres. Nos servirán a nosotros también. Aquí hay agua fresca y abundante, aunque el terreno sea seco. Tenemos pan y alimentos suficientes para nuestra breve permanencia. Quienes el año pasado estuvieron conmigo en el desierto saben cómo viví (1). Esto es un palacio real respecto de aquel lugar, y la estación, que no es inclemente, no molesta con su cruel frío, ni con el fuerte sol. Tratad, pues, de tener buen ánimo. Tal vez jamás volveremos a estar todos juntos y solos. Esta breve permanencia debe uniros, haciendo de vosotros no más doce hombres, sino una sola institución. ¿No habláis? ¿No me preguntáis nada? Colocad sobre esa peña las alforjas que traéis, y despeñad ese otro peso que tenéis en el corazón: vuestra fragilidad humana. Aquí os he traído para hablaros al espíritu, nutriros el espíritu, para haceros espíritu. ■ No diré muchas palabras: ¡muchas os he dicho ya en un año que llevo con vosotros! Ahora ya basta. Si tuviera que cambiaros con la fuerza de la palabra debería teneros diez, cien años, y aun así seguiríais siendo imperfectos. Ha llegado el tiempo de que haga uso de vosotros, pero para ello debo formaros. Recurro a la gran medicina, que es el arma por antonomasia: la oración. Siempre he orado por vosotros pero ahora quiero que lo hagáis vosotros mismos. Todavía no os enseño mi oración, pero sí os doy a conocer el modo de orar y lo que es la oración: un coloquio de hijos con su Padre, de espíritus a Espíritu, abierto, animado, lleno de confianza, recogido, claro. La oración es todo: confianza, confesión, conocimiento de vosotros mismos, llanto por vosotros mismos, promesa a vosotros y a Dios, búsqueda de Dios, petición a Dios; y todo esto hecho a los pies del Padre. No debe hacerse en medio del bullicio, entre distracciones, a menos que sea uno perfecto en la oración. Y aún éstos se resienten del griterío, rumor del mundo en sus ratos de oración. Vosotros no sois colosos sino pequeños, niños en el espíritu, aquí llegaréis a la edad de la razón espiritual. El resto vendrá después. ■ Por la mañana temprano, al mediodía y al atardecer nos reuniremos para orar juntos con las antiguas palabras de Israel y para partir el pan y luego cada uno volverá a su cueva, teniendo ante sí a Dios y a su alma, teniendo ante sí cuanto os he dicho acerca de vuestra misión y de vuestra capacidad. Os digo: «Medíos, escuchaos, decidid». Es la última vez que os digo. Pero después debéis ser perfectos, en vuestras medidas, sin cansancio ni fragilidad humana. Después ya no seréis Simón de Jonás o Judas de Simón, ni Andrés o Juan, Mateo o Tomás, sino que seréis mis ministros. ■ Id, cada uno por sí solo. Yo estaré en aquella cueva. Siempre presente. No vengáis sin seria razón. Debéis aprender a valeros por vosotros y a estar solos. Porque, en verdad os digo que hace un año estábamos para conocernos y dentro de dos estaremos para dejarnos. ¡Ay de vosotros y ay de Mí si no lográis aprender a valeros por vosotros! Dios esté con vosotros. Judas, Juan, llevad a mi gruta, a aquella, las provisiones. Deben durar y Yo las distribuiré”. Alguien objeta: “Será poco”. Jesús responde: “Lo suficiente para no morir. El vientre muy lleno hace pesado el espíritu. Os quiero elevar y no haceros lastre”. (Escrito el 15 de Mayo de 1945).
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1  Nota  : Jesús, al inicio de su pública permaneció en el desierto durante 40 días y fue tentado por Satanás (Mt. 4,1-11). Posteriormente, según esta Obra, acompañado de Juan, Judas Iscariote y Simón Zelote había estado también en estos mismos lugares. Jesús se refiere aquí a esta última estancia.
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3-165-23 (3-25-107).- En el día de la elección de los doce apóstoles (1).
* Jesús, en un amanecer, en medio de una naturaleza que se despierta, se recrea en sus criaturas.- Es un amanecer que ilumina los montes y parece suavizar este lugar en donde tan solo se oye el estrépito del riachuelo que espumoso corre en el fondo; estrépito que, reflejado por los montes, llenos de cuevas, adquiere un rumor muy singular. Allí en el lugar donde se han instalado los discípulos, no se oye sino algún que otro cauto ruido entre las hojas y las hierbas: el de los primeros pájaros que se despiertan, de los últimos animales nocturnos que van a su madriguera. Un grupo de liebres o conejos montaraces, que está royendo una mata de mora, huyen asustados por una piedra al caer, luego vuelven prudentemente, moviendo sus orejas para captar cualquier ruido, y al ver que todo está en paz, regresan a su mata. El abundante rocío lava todas las plantas y piedras; el bosque adquiere un inmenso aroma de musgo, menta y mejorana… ■ Jesús avanza hacia el umbral de la cueva y se pone a desmigajar un poco de pan, llamando muy suavemente a los pájaros con un silbido melodioso que imita muy bien el gorjear de muchas avecillas. Luego se separa de la cueva y sube más arriba, quedándose inmóvil contra la pared rocosa para no espantar a sus amigos que pronto bajan: primero un petirrojo, al que antes le había dado unas migajas, y luego muchos de varias especies. La inmovilidad de Jesús y también su mirada —prefiero pensar así porque tengo experiencia de que las bestias más desconfiadas se acercan a quienes por instinto sienten que no son enemigos sino protectores— hacen que en breves momentos y a pocos centímetros de Él empiecen a saltar los pájaros y, el petirrojo, ya satisfecho, vuela a lo alto del peñasco sobre el que está apoyado Jesús y se posa en una delgada ramita de algalia y se columpia sobre la cabeza de Jesús con muchas ganas de posarse sobre la rubia cabeza y sobre sus hombros. La comida ha terminado. El sol besa la cima del monte y luego las copas de los árboles más altos del bosque, mientras el valle todavía se encuentra envuelto en la luz pálida del alba. Los pájaros vuelan, satisfechos y llenos, cantando con todos sus piquitos abiertos.
* Juan siente en él la inhabitación del Dios Trino.- ■ Dice Jesús: “Y ahora vamos a despertar a los otros hijos míos”, y baja porque su cueva es la que está más arriba. Entra a las cuevas llamando en cada una de ellas a sus discípulos que duermen. Simón, Bartolomé, Felipe, Santiago, Andrés responden enseguida. Mateo, Pedro y Tomás se muestran más lentos en responder. Mientras Judas Tadeo, ya listo y bien despierto, sale al encuentro de Jesús en cuanto le ve en el umbral; el otro primo, sin embargo, y con él Iscariote y Juan, duermen como leños, de modo que Jesús debe moverlos en su lecho de hojas para que se despierten. Juan, el último en haber sido llamado, duerme tan profundamente que no cae en la cuenta de quién le llama, y, entre las nieblas del sueño interrumpido a mitad, murmura: “Sí, mamá. Voy enseguida…” y da media vuelta para el otro lado. Jesús sonríe, se sienta sobre el montón de hojas recogidas en el bosque, se inclina y besa en la mejilla a su discípulo Juan, que abre los ojos y se queda atónito al ver allí a Jesús. Inmediatamente se incorpora y pregunta: “¿Me necesitas? Sí, aquí estoy”. Jesús le dice: “No te he despertado como a todos. Soñabas que Yo era tu mamá y por eso te besé para hacer lo que hacen las mamás”. ■ Juan, con la túnica inferior, por haber utilizado como cobija la túnica y el manto, se echa al cuello de Jesús, y ahí se refugia, con la cabeza entre el hombro y la cara, diciendo: “¡Oh, Tú eres mucho más que mi madre! Yo la dejé por Ti, pero a Ti, no te dejaría por ella. Ella me dio a luz para este mundo, pero Tú me has dado a luz para el Cielo. Yo esto lo sé”. Jesús le pegunta: “¿Qué otras cosas sabes más que los otros?”. Juan: “Lo que me dijo el Señor en esta cueva. Jesús, no he ido ninguna vez a tu cueva, lo cual creo que habrá sido interpretado por los compañeros como indiferencia y soberbia. Pero no me importa lo que piensen. Sé que Tú sabes la verdad. No iba donde Jesucristo, Hijo de Dios encarnado, pero lo que Tú eres en el seno del Fuego que es el Amor eterno de la Trinidad Santísima, su Naturaleza, su Esencia, su verdadera Esencia —¡la verdad es que no sé expresar todo lo que he comprendido en esa tétrica cueva oscura que de tantas luces se ha llenado para mí; en esta fría cueva en la que he ardido en un fuego que no tenía forma sensible para ver con mis ojos, pero que ha bajado hasta lo profundo de mi ser encendiéndolo con llama de dulce martirio; en esta cueva silenciosa, pero que me ha cantado verdades celestes!—, lo que Tú eres, Segunda Persona del inefable misterio que es Dios y que yo penetro porque Dios me ha aspirado hacia Sí, eso, lo he tenido siempre conmigo (2). Todos mis deseos, mis llantos, preguntas, se han derramado sobre tu pecho divino, Verbo de Dios. Y ninguna de las palabras, entre las tantas que te he escuchado, ha tenido la amplitud de la que me dijiste aquí, Tú, Dios-Hijo, Tú, Dios como el Padre, Tú, Dios como el Espíritu santo, Tú, Tú que eres el eje de la Trinidad… ¡Oh, quizás es una blasfemia, pero me parece que es así, porque sin Ti, amor del Padre y al Padre, faltaría el Amor, el Divino Amor, y la Divinidad ya no sería Trina, y le faltaría el atributo más propio de Dios: su amor. Oh, mucho tengo aquí dentro, pero es como agua que brota contra un dique sin poder salir… y me da la impresión de que fuera a morir por lo violento y sublime de la convulsión que ha penetrado a mi corazón desde que te he comprendido… Y por nada del mundo querría verme despojado de ello… ¡Haz que muera de este amor, mi dulce Dios!”. Juan sonríe y llora, agitado, encendido en su amor, con la cabeza abandonada sobre el pecho de Jesús, como si la llama le dejara sin fuerzas. Y Jesús, ardiendo también de amor, le acaricia con ternura. ■ Juan se recobra bajo una oleada de humildad y con voz suplicante dice: “No digas a los otros cuanto te he dicho, aunque también ellos habrán sabido vivir de Dios como yo he vivido estos días; deja sobre mi secreto la piedra del silencio”. Jesús: “Puedes estar seguro, Juan; ninguno sabrá de tu desposorio con el Amor. Vístete y ven, que tenemos que marcharnos”.
* “Los castos ahora saben como los casados lo que es el amor perfecto; es más, puedo afirmar que ninguno, como el ignorante del apetito sexual, sabe lo que es el amor perfecto, porque Dios se revela a los vírgenes en toda su plenitud”.- ■ Jesús sale al sendero donde ya están los demás. Sus caras tienen un aspecto más venerable, más recogido. Los de edad parecen patriarcas, los jóvenes tienen un no sé qué de madurez, de dignidad que antes la juventud escondía. Iscariote mira a Jesús con una sonrisa tímida en su rostro bañado de lágrimas. Jesús le acaricia al pasar. Pedro… no habla y esto es en él lo que más me llama la atención; mira atentamente a Jesús, pero con una nueva dignidad, que parece hacerle la frente más ancha, proporcionada; su mirada, que antes brillaba todo de perspicacia, es más austera. Jesús le llama para que esté cerca de Él y así le tiene en espera de Juan, que por fin sale con la cara, no sé decir, si más pálida o más sonrosada, pero sí encendida por una llama que, aun no mudando el color, es patente. Todos le miran. Jesús: “Ven aquí, Juan, cerca de Mí. Y también tú, Andrés, y tú, Santiago de Zebedeo. Luego, tú Simón y tú, Bartolomé, Felipe y vosotros hermanos míos, y Mateo. Judas de Simón aquí enfrente de Mí. Tomás, ven aquí. Sentaos que os debo hablar”. Se sientan, quietos como niños, todos un poco absortos en su mundo interior y, con todo, atentos a Jesús como jamás lo habían estado. ■ “¿Sabéis lo que he hecho con vosotros? Todos lo sabéis. El alma se lo ha dicho a la razón. El alma, que en estos días ha sido la reina, ha enseñado a la razón dos grandes virtudes: la humildad y el silencio, hijo de la humildad y de la prudencia, que a su vez son hijos de la caridad. Hace sólo ocho días, habrías venido a proclamar —cual hábiles niños, cuyo deseo es dejar asombrados a los demás, superar a su rival—, vuestras hazañas, vuestros nuevos conocimientos; sin embargo, ahora guardáis silencio. Habéis cambiado de niños a adolescentes y comprendéis que un tipo de proclamación como el que he mencionado podría mortificar al compañero al hacerle sentir poco, que ha recibido menos de Dios, y por eso guardáis silencio. Sois como muchachas. Ha nacido en vosotros el santo pudor de la metamorfosis que os ha revelado el misterio nupcial de las almas con Dios. Estas cuevas el primer día os parecieron frías, duras, repulsivas… ahora las miráis como a perfumadas y luminosas habitaciones nupciales. En ellas habéis conocido a Dios. Antes sabíais algo de Él. Pero no le conocíais en esa intimidad que de dos hace uno. ■ Entre vosotros hay quienes están casados desde hace años; otros que tuvieron sólo lujuriosas relaciones con mujeres, algunos que, por diversas razones, son castos. Mas los castos ahora saben como los casados lo que es el amor perfecto; es más, puedo afirmar que ninguno, como el ignorante del apetito sexual, sabe lo que es el amor perfecto, porque Dios se revela a los vírgenes en toda su plenitud, tanto por la propia delicia de darse a quien es puro —reconociendo parte de Sí mismo, Purísimo, en la criatura limpia de lujuria—, como para recompensarla de cuanto ella se priva por amor a Él. ■ En verdad os digo que por el amor que os tengo y por la sabiduría que poseo, si no debiera de llevar a cabo la obra del Padre, querría teneros aquí y estar con vosotros, alejados de la gente; ciertamente haría de vosotros, solícito, grandes santos; y no tendríais más extravíos, o defecciones, caídas o relajamiento o retrocesos. Pero no puedo. Debo continuar mi camino, y vosotros también. El mundo nos espera, ese mundo profanado y profanador que tiene necesidad de maestros y redentores. Yo os he querido dar a conocer a Dios para que le amarais mucho más que al mundo, el cual con todos sus afectos no merece ni siquiera una sonrisa de Dios. He querido que pudierais meditar sobre lo que es el mundo y sobre lo que es Dios para que aspirarais a lo mejor. En estos momentos no anheláis otra cosa que a Dios. Oh, si pudiera dejaros fijos en esta hora, en este anhelo. Pero el mundo nos espera. E iremos a él. Así como la Caridad me mandó al mundo, así también por órdenes mías os mando a él. Pero, ¡oid bien!, os lo suplico, como se guarda una perla en un cofre, guardad bien el tesoro de estos días en que vuestra mirada y vuestros cuidados han estado dirigidos a vosotros mismos, de estos días en que os habéis erguido, y procurado vestiduras nuevas, habéis contraído esponsales con Dios… en vuestro corazón; como las piedras de testimonio que los patriarcas alzaban a Dios como recuerdo de sus alianzas con Él, conservad y guardad estos preciosos recuerdos en vuestro corazón”.
* “Tarea de los apóstoles y discípulos (ellos recibirán encargos iguales, porque la misión es la misma, pero ante los ojos del mundo estarán encuadrados de forma distinta. Pero no ante los ojos de Dios…) será siempre la de los sacerdotes y levitas de Ezequías: practicar el culto al Señor, purificar corazones y lugares, predicar al Señor y su Palabra, destruir idolatrías”.-Jesús: “De hoy en adelante no sois solo los discípulos predilectos sino los apóstoles, cabezas de mi Iglesia. De vosotros saldrán en los siglos que están por venir todas las jerarquías de ella y seréis llamados maestros, teniendo a Dios como vuestro Maestro en su triple potencia, sabiduría y caridad. No os escogí porque fuisteis los más justos, sino por un complejo de causas que no es necesario que por ahora sepáis. Os escogí en lugar de mis pastores que fueron mis primeros discípulos desde que Yo era niño. ¿Por qué lo he hecho? Porque estaba bien que así se hiciese. Entre vosotros hay galileos y judíos, doctos e indoctos, ricos y pobres. Esto es por el mundo para que no diga que he preferido una categoría. Pero vosotros no daríais abasto a todo lo que hay que hacer, ni ahora ni en el futuro. ■ Quizás no todos habréis tenido presente un punto de la Escritura. Os recuerdo el capitulo 29 en el 2 de las Crónicas. Se cuenta cómo Ezequías, rey de Judá, hizo purificar el Templo y, una vez purificado, ofreció sacrificios por el pecado, por el reino, por el Santísimo y por Judá; y cómo luego comenzaron las ofrendas individuales…; pero, no siendo suficientes los sacerdotes para las inmolaciones, se llamó a los levitas, consagrados con rito más sencillo que los sacerdotes. Esto mismo Yo haré. Vosotros sois los sacerdotes, a quienes Yo, Pontífice eterno, he preparado con grandes cuidados; pero no dais abasto al trabajo, cada vez mayor, de inmolación de cada hombre en particular al Señor Dios. Por lo cual, asocio a vosotros a los discípulos, a los que siguen siendo, eso, discípulos. Algunos de ellos nos están esperando al pie del monte, otros están más arriba, y otros están ahora esparcidos por la tierra de Israel y llegará el tiempo en que lo estén por todos las partes de la Tierra. Ellos recibirán encargos iguales —porque una es la misión—, pero ante los ojos del mundo estarán encuadrados de forma distinta. Pero no ante los ojos de Dios, ante quien hay justicia, de modo que el discípulo desconocido, desconocido aún por los apóstoles y otros compañeros, si vive santamente, llevando a Dios almas, será mayor que aquel otro apóstol, conocido, que de apóstol solo tiene el nombre y que rebaja su dignidad de apóstol al nivel de intereses humanos. ■ La tarea de los apóstoles y discípulos será siempre la de los sacerdotes y levitas de Ezequías: practicar el culto al Señor, purificar corazones y lugares, predicar al Señor y su Palabra, destruir idolatrías. No existe tarea más santa sobre la tierra, ni tampoco dignidad más alta que la vuestra. Por esto os dije: «Escuchaos, examinaos». ¡Ay del apóstol que caiga!: arrastrará consigo a muchos discípulos, y a su vez éstos arrastrarán a un número aún mayor de fieles, y la ruina será cada vez mayor, como avalancha que cae o como círculo que va extendiéndose cada vez más en la superficie de un lago cuando una y otra vez se lanzan piedras al mismo punto. ¿Vais a ser todos perfectos? No. ¿Va a durar el espíritu de ahora? No. El mundo lanzará sus tentáculos para estrangular vuestra alma. La victoria del mundo —que es hijo de Satanás en cinco de sus partes, siervo de Satanás en otras tres partes, apático hacia Dios en las otras dos— consiste en apagar las luces de los corazones de los santos. Defendeos por vosotros mismos contra vosotros, contra el mundo, la carne, el demonio; pero sobre todo defendeos de vosotros mismos. ¡A la defensa, oh hijos, contra la soberbia, la sensualidad, doblez, tibieza, sopor espiritual, avaricia! Cuando el «yo inferior» hable de supuestas crueldades que le perjudican, y lloriquee, hacedle callar con estas palabras: «Por un brevísimo tiempo de privación a que te someto, te procuro para toda la eternidad el banquete de éxtasis que recibí en la cueva de la montaña al terminar la luna de Sebat». Vámonos. Vamos a donde los demás, que en gran número están en espera de mi regreso. Luego iré unas horas a Tiberíades. Vosotros, predicándome, iréis a esperarme al pie del monte que está en el camino de Tiberíades al mar; os veré allí y subiré para predicar. Tomad las bolsas y mantos. La breve permanencia aquí ha terminado y la elección se ha cumplido”. (Escrito el 16 de Mayo de 1945).
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1  Nota  : Cfr. Mt. 10,1-4; Mc. 3,13-19;Lc. 6,12-16.    2  Nota  : “Lo que Tú eres, Segunda Persona del inefable misterio que es Dios y que yo penetro porque Dios me ha aspirado hacia Sí, eso, lo he tenido siempre conmigo”. Estas palabras del apóstol del amor aclaran muy bien el misterio de la inhabitación de Dios en nosotros. En el santuario del alma, el Espíritu divino se encuentra con nuestro espíritu y Dios habla y se descubre y revela al alma instruyéndole en su amor y comunicándole la semejanza más viva, transformándole en Sí, no sustancialmente, porque solo Dios es Dios, sino por participación.
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 3-166-30 (3-26-116).- Después de la elección apostólica, Jesús se prodiga en milagros (1). Primera manifestación apostólica: primera predicación de Simón Zelote y Juan.- Hermas y Esteban presentes (2).
* ¡Cuántos milagros! Incluso solo al tocar con su manto. Presenta a sus apóstoles ante la gente: “Cada uno de ellos es otro Jesús porque como a tales los he escogido. Dirigíos a ellos confiadamente. Les he enseñado lo que necesitan vuestras almas”.- Jesús desciende a media altura de la escarpada ladera y encuentra a muchos discípulos y a otros muchos que poco a poco se han ido uniéndose a ellos, a quienes la necesidad de un milagro o el deseo de la palabra de Jesús han conducido a este lugar apartado del tránsito: han venido seguros o por indicaciones de la gente o por el instinto del alma. Me imagino que sus ángeles, los de estos hombres deseosos de Dios, los guiaban al Hijo de Dios. No creo que invente una leyenda: en efecto, si se piensa con qué pronta y astuta constancia Satanás conducía a los enemigos hacia Dios y hacia su Verbo en los momentos en que el espíritu demoníaco podía hacerles creer a los hombres una apariencia de culpa en Jesús, es lícito poder pensar también, más que lícito es justo, que los ángeles no fuesen inferiores a los demonios y condujesen a los espíritus no diabólicos a Cristo. ■ Jesús se prodiga en milagros y en palabras de consuelo para todos estos que le han esperado sin cansancio ni temores. ¡Cuántos milagros! Una riqueza semejante a la de las flores que embellecen los riscos del abrupto monte. Milagros grandes, como el acaecido en un niño, al cual han extraído, con atroces quemaduras, de un pajar en llamas: es un montón de carne asada que gime lamentosamente bajo el lienzo con que le han cubierto para ocultar su horrible aspecto: ya agoniza. Le han traído en una camilla. Jesús, infundiéndole su respiro, regenerando las zonas quemadas, le devuelve a su estado precedente: las quemaduras han desaparecido completamente; tanto es así que el niño se pone de pie, completamente desnudo, y corre feliz hacia su mamá, la cual, llorando de alegría, acaricia su cuerpo del todo curado, sin señales de fuego y besa sus ojos —que deberían estar quemados y que, sin embargo, están sanos y resplandecientes de alegría— y su cabello, muy corto pero no quemado, como si la llama hubiese sido una hoja de rasurar y no de muerte. También milagros pequeños, como el de un anciano tuberculoso que dice: “No por mí, sino porque debo hacer las veces de padre para los nietecitos huérfanos y no puedo trabajar la tierra con este tumor clavado en la garganta, que me ahoga…”. O el milagro —no visible, pero sin duda real— que provoca estas palabras de Jesús: “Entre vosotros hay uno que llora con el corazón y no se atreve a decir con la boca: «¡Ten piedad!». Mi respuesta es: «Sea como tú pides. Ten piedad, para que sepas que soy la Misericordia». Lo único que por mi parte te digo es que seas generoso para con Dios. Rompe toda ligadura con el pasado. Ven a Dios a quien sientes, con corazón libre, con amor total”. Quién sea, entre la multitud, al que o a la que fueron dirigidas estas palabras, no lo sé. ■ Jesús agrega: “Éstos son mis apóstoles. Cada uno de ellos es otro Jesús porque como a tales los he elegido. Dirigios a ellos confiadamente. Les he enseñado lo que necesitan vuestras almas…”. Los apóstoles, que más asustados no podrían estar, miran a Jesús, pero Él sonríe y continúa: “Darán a vuestras almas luz y consuelo que harán que no os languidezcáis en las tinieblas. Luego vendré, os daré la plenitud del sol, toda la sabiduría para haceros fuertes y felices con una alegría y fortaleza sobrenaturales. La paz sea con vosotros, hijos. Otros más infelices, pobres que vosotros me están esperando. No os dejo solos. Os dejo a mis apóstoles y es como si dejase a los hijos de mi amor confiados al cuidado de las más amorosas y fiables nodrizas”. Jesús hace un ademán de adiós y bendición y se abre paso entre la multitud que no lo quiere dejar partir, y es entonces cuando se produce el último milagro, el de una viejecita semiparalizada. La había traído su nieto. Alza contenta el brazo derecho que está paralizado y grita: “Él apenas me tocó al pasar con su manto, y me curé. Ni siquiera se lo pedí, porque soy ya anciana… Él tuvo piedad de mi deseo secreto y con el manto, con su punta que me tocó apenas el brazo muerto, me he curado. ¡Oh, qué gran Hijo ha tenido nuestro santo David! Gloria a su Mesías. ¡Mirad, mirad! También mi pierna está curada como el brazo… Oh, me siento como de veinte años”. Al dirigir todos su mirada a la anciana, que grita feliz con todas sus fuerzas, Jesús puede escabullirse sin que le estorben. Los apóstoles van detrás del Él.
* “Creedme. Todo (mi enseñanza) está en vosotros, aunque os parezca que se haya perdido”.- ■ Llegados casi al llano, a un espacio desierto, entre tupidos matorrales, se detienen un momento y Jesús dice: “Os bendigo. Regresad a vuestro trabajo y hacedlo como os lo he dicho hasta que regrese”. Pedro que hasta ese momento había estado callado rompe a hablar: “Pero, Señor mío, ¿qué has hecho? ¿Por qué dices que tenemos todo cuanto necesitan las almas? Es verdad. Nos has dado mucho, pero somos calabazas, por lo menos yo, y… me queda muy poco de lo que he oído. Me pasa como a aquél que lo que le queda en el estómago después de una comida es la parte más consistente; lo demás ya no está”. Jesús sonríe abiertamente: “¿Y dónde está ese «lo demás»?”. Pedro: “No lo sé. Lo que sé es que si como cositas delicadas, pasada una hora no siento nada en el estómago; mientras que si como raíces pesadas o lentejas con aceite, sí que me cuesta digerirlo”. Jesús: “Cuesta. Pero ten en cuenta que esas raíces y lentejas, que parece te llenan más, son las que menos sustancia te dejan: es todo escoria que pasa sin aprovechar gran cosa. Sin embargo, los alimentos delicados, que después de una hora ya no sientes, no están en tu estómago, pero sí en tu sangre. Una vez digerido un alimento, ya no está en el estómago, pero su sustancia está en la sangre y aprovecha más. Ahora os parece, tanto a ti como a tus compañeros, que, de todo lo que os he ido diciendo, nada o muy poco os queda. Quizás —o sin quizás— recordáis los aspectos que se conforman más a vuestra particular manera de ser: los de carácter violento, los aspectos violentos; los de carácter meditativo, los aspectos meditativos; los afectuosos, los aspectos cargados de amor. No. ■ Creedme: todo está en vosotros, aunque os parezca que se haya perdido. La verdad es que lo habéis absorbido. Vuestro pensamiento se irá desenvolviendo cual hilo multicolor, aportándoos las tonalidades suaves o fuertes, según las vayáis necesitando. No tengáis miedo. Pensad también que Yo sé y jamás os mandaría si os supiese incapaces de hacerlo. Adiós, Pedro. ¡Ea, alégrate! Ten fe. Un acto de fe en la Sabiduría Omnipotente. Adiós a todos. El Señor quede con vosotros”. Y, rápido, los deja todavía sorprendidos y turbados con lo que oyeron que tienen que hacer.
* Los apóstoles invocan la plegaria de Salomón antes de predicar.-Tomás dice: “Y sin embargo es necesario obedecer”. Pedro murmura: “Sí… Oh, ¡pobre de mí! Como que me voy detrás de Él…”. Santiago de Alfeo dice: “No. No lo hagas. La obediencia para Él es amor”. Zelote aconseja: “Comenzar cuando le tenemos cerca, y puede decirnos si nos equivocamos, es una cosa elemental y también de santa prudencia. Tenemos que ayudarle”. Bartolomé expresa claramente: “Es verdad. Jesús está visiblemente cansado. Es menester ayudarle en lo que podamos, según nuestras fuerzas. No basta con llevar las alforjas, preparar los lechos y la comida. Eso lo puede hacer cualquiera. Pero ayudarle como Él quiere, en su misión…”. Santiago de Zebedeo dice con voz llorosa: “Tú sabes hablar porque eres una persona instruida; pero yo… soy casi un ignorante…”. Andrés exclama: “¡Oh Dios! Ved que están llegando los que estaban allá. ¿Qué hacemos?”. Mateo: “Perdonad si yo, el más miserable, os aconsejo. ¿No sería mejor rogar al Señor, en lugar de estar aquí lamentándose con lo que nada sirve? Ea, Judas, tú que conoces bien las Escrituras, di por todos nosotros la plegaria de Salomón para alcanzar la Sabiduría (3). ¡Pronto y antes de que se acerquen!”. Y Judas Tadeo con su hermosa voz de barítono empieza: “Dios de mis padres, Señor de Misericordia que todo lo creaste… etc, etc…” hasta donde dice: “… por la Sabiduría se salvaron todos los que fueron gratos al Señor desde los orígenes”. ■ Termina justo un instante antes de que llegue la gente, los rodee, los asalte con miles de preguntas sobre el lugar a donde fue el Maestro, cuándo regresará, y la más difícil de responder: “¿Cómo se hace para seguir al Maestro no con las piernas, sino con el alma por los caminos del sendero que Él señala?”. A esta pregunta los apóstoles se quedan sin saber qué responder. Se miran entre sí. Iscariote dice: “Con seguir la perfección” como si fuese una respuesta que explicara todo. Santiago de Alfeo, más humilde y más calmado, piensa y luego dice: “A la perfección de la que habló mi compañero se llega obedeciendo a la Ley. Porque la Ley es justicia y la justicia es perfección”. Sin embargo, la gente no se da todavía por satisfecha y, por boca de uno de ellos que parece un dirigente, objeta: “Nosotros somos pequeños como niños por lo que respecta al Bien. Los niños no conocen todavía el significado del Bien y del Mal, no distinguen. Igualmente nosotros, en este Camino que Jesús indica estamos tan poco formados que somos incapaces de distinguir. Conocíamos un camino, el antiguo, el que se nos ha enseñado en las escuelas: ¡qué camino tan difícil, largo y amedrentador! Ahora, al oír las Palabras del Maestro, sentimos que es como aquel acueducto que desde aquí se ve: abajo está el camino de los animales y del hombre; arriba, encima de los ligeros arcos, alto, inscrito en el sol y azul cielo, cercano a las ramas más altas, que chocan entre sí y que cantan al viento y a los pájaros, hay otro camino liso, limpio, luminoso, cuanto escabroso, sucio, oscuro, es el inferior, un camino para las aguas limpias y parlanchinas —esa agua que es bendición—, un camino para el agua que viene de Dios, acariciada por lo que de Dios es: rayos de sol y de estrellas, nuevas ramas, flores, alas de golondrina. Quisiéramos subir a ese camino alto, el suyo, pero no sabemos cómo, porque estamos aquí clavados, bajo el peso de toda la antigua construcción” y añade: “No sabemos cómo hacer”. ■ El que habló es un joven como de unos veinticinco años, moreno, robusto, de mirada inteligente y de aspecto que no es de pueblerino como el de casi todos los presentes. Está respaldado por otro más maduro. Iscariote, que, siendo alto, le ve, dice en voz baja a sus compañeros: “¡Rápido, hablad bien! ¡Está Hermas con Esteban, el predilecto de Gamaliel!”. Ello termina por descorazonar del todo a los apóstoles.
* Predicación de Zelote: Examinad las piedras de la antigua construcción con el sonido de la palabra de Dios. Si su sonido no desentona, conservadlas, construid de nuevo con ellas. Y no os podéis equivocar, porque si es palabra de Dios su sonido es de amor, si es voz humana es sonido del sentido, si es voz satánica es voz de odio, rompedlas.- ■ En fin, Zelote toma la palabra: “No habría arco si no hubiera base en el camino oscuro; ésta es matriz de aquél, que sobre ella se yergue y sube a ese azul que anhelas. No pienses que las piedras enterradas en el suelo, que soportan el peso y no gozan de rayos ni vuelos, ignoran la existencia de éstos, pues de vez en cuando una golondrina desciende con su piada hasta el barro y acaricia la base del arco, y desciende también un rayo de sol, o de estrella, para expresar la gran belleza del firmamento. De la misma manera, en los siglos pasados, de vez en cuando, ha descendido una palabra celeste portadora de promesa, un rayo celeste de sabiduría para acariciar las piedras que estaban oprimidas por el enojo divino. Porque las piedras fueron necesarias, y no son —ni fueron ni serán— jamás inútiles. Sobre ellas, lentamente, se ha elevado el tiempo y la perfección del conocimiento humano hasta alcanzar la libertad del tiempo presente y la sabiduría del conocimiento sobrehumano. ■ Ya estoy leyendo en tu rostro la objeción; es la misma que hemos puesto nosotros antes de saber comprender que ésta es la Nueva Doctrina, la Buena Nueva que ahora se predica a los que no han podido llegar a ser capaces de elevarse hasta ella apoyándose en las piedras del saber, sino más bien han ido encontrando cada vez más tinieblas, cual un muro que se hunde en el abismo ciego. Nosotros, para salir de esta enfermedad de oscuridad sobrenatural, debemos liberar con valor la piedra fundamental de todas las otras que están encima de ella. No tengáis miedo de destruir ese alto muro que —a pesar de serlo— no trae consigo las aguas limpias del manantial eterno. Volved a la base, que no debe ser cambiada porque es de Dios y es inconmovible. De todas formas, antes de desechar las piedras —no todas son malas e inútiles— examinadlas una por una con el sonido de la palabra de Dios; si su sonido no desentona, conservadlas, construid de nuevo con ellas; mas si es el sonido desacorde de la voz humana o lacerante de la voz satánica —y no os podéis equivocar, porque si es palabra de Dios, su sonido es de amor, si es voz humana es sonido del sentido, si es voz satánica es voz de odio—, rompedlas. He dicho «rompedlas» porque es un acto de caridad el no dejar tras uno mismo semillas u objetos portadores de mal que puedan seducir al viajero e inducirle a usarlos en perjuicio propio. Romped completamente toda cosa no buena que haya sido vuestra, en obras, escritos, enseñanzas o actos. Es preferible quedarse con poco, elevarse apenas un codo, pero con buenas piedras, que no varios metros con piedras malas. Los rayos de sol y las golondrinas bajan también hasta las paredes que apenas sobresalen del suelo, y las humildes florecillas de la vera del camino llegan a acariciar las piedras que están a flor de tierra; mientras que las soberbias piedras, que, inútiles y ásperas, quieren elevarse, no reciben sino azote de zarzas y de hierbas venenosas. Destruid para construir nuevamente, para subir, probando la calidad de vuestras viejas piedras con la voz de Dios”.
* Predicación de Juan. 1ª parte: El camino para alcanzar la cima, el ápice del arco, en que el Dios-Amor se encuentra: el señalado por el Bautista y el señalado por el Cordero de Dios. ■ Esteban dice: “Hablas bien. No cabe duda. ¡Pero, subir!… ¿Cómo? Te hemos dicho que somos incluso menos que los niños. ¿Quién nos ayuda a subir sobre la alta columna? Probaremos las piedras con el sonido de Dios, romperemos las menos buenas, pero ¿cómo subir? ¡Da vértigo sólo el pensarlo!”. ■ Juan, que ha estado escuchando con la cabeza inclinada, sonriendo para sí, levanta su cara luminosa y toma la palabra: “¡Hermanos! Causa vértigo el subir. Es verdad. Pero ¿quién os ha dicho que sea necesario lanzarse sobre la cima directamente? Esto ya no los niños, pero ni siquiera los adultos pueden hacerlo. Tan sólo los ángeles pueden lanzarse a la infinitud azul porque están libes del peso de la materia y entre los hombres solo los gigantes en santidad pueden hacerlo. Hoy todavía, en este mundo decaído, entre nosotros vive uno, Juan Bautista, que sabe ser héroe de santidad como los antiguos —ornato de Israel—, cuando los Patriarcas eran amigos de Dios y la palabra del Código era la única, la que toda criatura recta obedecía. Juan, el Precursor, enseña cómo afrontar la altura directamente. Juan es un hombre. Pero la Gracia que el Fuego de Dios le ha comunicado, purificándole desde el vientre de su madre —de la misma forma que el Serafín purificó los labios del Profeta (4)— para que pudiera preceder al Mesías, sin dejar hedor de culpa original por el camino regio del Cristo, ha dado a Juan alas de ángel; luego la penitencia las ha hecho crecer, aboliendo al mismo tiempo el peso de humanidad que su naturaleza, propia de los nacidos de mujer, todavía poseía. Por lo cual, Juan, desde su gruta donde predica la penitencia y desde su cuerpo donde arde el espíritu desposado con la Gracia, se lanza, puede lanzarse a sí mismo, al ápice del arco, por encima del cual está Dios, nuestro Altísimo Señor; y puede, dominando los siglos pasados, el tiempo presente y el futuro, anunciar con voz de profeta y con ojo de águila que puede mirar fijamente al Sol eterno y reconocerle: «Éste es el Cordero de Dios, el que quita los pecados del mundo»; y morir tras este canto suyo sublime que será repetido no sólo durante el transcurso del tiempo limitado sino también durante el Tiempo sin fin, en la Jerusalén siempre eterna y bienaventurada, para aclamar a la Segunda Persona, para invocarla por las miserias humanas, para cantar sus alabanzas entre los resplandores eternos. ■ Pero el Cordero de Dios, el dulcísimo Cordero que dejó su luminosa morada del Cielo, en que es Fuego de Dios en abrazo de fuego —¡oh, eterna generación del Padre que concibe con el Pensamiento ilimitado y santísimo a su Verbo, y le atrae hacia Sí produciendo una fusión de amor de que procede el Espíritu de Amor, en quien se centran la Potencia y la Sabiduría!— el Cordero de Dios que ha dejado su purísima e incorpórea forma, para encerrar su pureza infinita, su santidad, su naturaleza divina dentro de carne mortal, sabe que a nosotros no nos ha limpiado la Gracia y sabe que no podríamos —como esa águila que es Juan— lanzarnos a las alturas, a ese ápice en que Dios Uno y Trino se encuentra. Somos nosotros los pajarillos de tejados y caminos; golondrinas que tocan el cielo, pero que se alimentan de insectos; calandrias que quieren cantar para imitar a los ángeles y que ¡ay!, respecto al canto de los ángeles, el suyo no es sino un grito desentonado de chicharra de estío. Esto lo sabe el dulce Cordero de Dios, venido para quitar los pecados del mundo, porque, a pesar de no ser ya el Espíritu infinito del Cielo por haberse encerrado a Sí mismo dentro de una carne mortal, su infinitud no ha quedado disminuida, y todo lo sabe, siendo siempre —como lo es— infinita su sabiduría. Así pues, Él ahora nos enseña su camino, el camino del amor. Él es el Amor que por Misericordia hacia nosotros se hizo carne. Y es así que este Amor misericordioso nos crea un camino por el cual hasta los pequeñuelos pueden subir; y Él mismo —no porque tenga necesidad, sino para enseñárnoslo— es el primero en recorrerlo. Él no tendría ni siquiera necesidad de abrir las alas para fundirse de nuevo con el Padre. Su Espíritu, yo os lo aseguro, está encerrado acá, dentro de esta tierra de miseria, pero está siempre con el Padre, porque Dios todo lo puede, y Él es Dios. Va caminando por delante, dejando tras Sí el perfume de su santidad, el oro y el fuego de su amor. Observad su camino: a pesar de llegar al ápice del arco, ¡cuán sosegado y seguro es! No es una recta sino una espiral. Es más largo, sí, pero precisamente su sacrificio de amor se revela en esta distancia, demorándose por amor a nosotros los débiles; más largo, pero más adecuado a nuestra miseria”.
.  ● Predicación de Juan. 2ª parte: la subida al Amor es un camino largo pero sencillo y profundo.- ■ Juan continúa: “La subida hacia el Amor, hacia Dios, es simple, como simple es el Amor; pero al mismo tiempo es profunda, porque Dios es un abismo —inalcanzable, yo diría, si Él no se rebajase para que las almas, enamoradas de Él, puedan llegar a Él y sentir su beso— (mientras está hablando Juan llora, aunque su boca sonríe, envuelto en el éxtasis de la revelación que está haciendo Dios). Es largo el camino sencillo del amor, porque Dios es Profundidad sin fondo, en que uno podría adentrarse cuanto quiera; mas la Profundidad, admirable, llama a nuestra profundidad miserable, llama con sus luces y dice: «Venid a Mí». ¡Oh, invitación de Dios! ¡Invitación del Padre! ■ ¡Escuchad, escuchad! Del Cielo nos llegan palabras dulcísimas, de ese Cielo que está abierto porque Cristo ha abierto de par en par sus puertas y ha puesto ante ellas, para así mantenerlas abiertas, a los ángeles de la Misericordia y del Perdón, para que de Él broten al menos las luces, perfumes, cantos y bonanzas, capaces de seducir santamente a los corazones humanos y sobre éstos se depositen. Habla la voz de Dios y la voz dice: «¿Vuestra infancia?… Pero ¡si es la mejor moneda! Yo quisiera que os hicieseis completamente niños para que exista en vosotros la humildad, sinceridad, y amor de los pequeñuelos, el amor confiado de los hijos para con su padre. ¿Vuestra incapacidad?… Pero ¡si es mi gloria! ¡Venid! Ni siquiera os pido que probéis antes el sonido de las piedras buenas o malas. ¡Dádmelas a Mí! Yo las elegiré y vosotros os reconstruiréis. ¿La subida hacia la perfección?… ¡Oh, no, hijos míos! Poned vuestra mano en la mano de mi Hijo y Hermano vuestro, ahora, así, y subid a su lado…». ■ ¡Subir, llegar a Ti, Eterno Amor! ¡Asemejarnos a Ti, o sea, al Amor!… ¡Amar, éste es el secreto!… ¡Amar! ¡Darse… Amar!… ¡Borrarse… Amar! Fundirse… ¿La carne?: nada; ¿el dolor?: nada; ¿el tiempo?: nada. Nada es el pecado mismo, si yo lo disuelvo en tu fuego, ¡oh Dios! Sólo es el Amor. El Amor que nos ha dado el Dios encarnado nos otorgará todo perdón. Pues bien, amar es un acto que nadie sabe hacer mejor que los niños, y nadie es más amado que un niño. ■ ¡Oh, tú, a quien no conozco, pero que quieres conocer el Bien para distinguirlo del Mal, para poseer el azul del cielo, el Sol celestial, todo aquello que es alegría sobrenatural… ama y lo tendrás! Ama a Cristo. Morirás en la vida, pero resucitarás en el espíritu. Con un espíritu nuevo, sin necesidad ya de usar piedras, serás eternamente un fuego que no muere. La llama sube, no necesita ni peldaños ni alas para subir. Libera tu «yo» de toda construcción, pon en ti el Amor y te encenderás. Deja que ello sea sin restricciones, es más, atiza la llama echando en ella para alimentarla todo tu pasado de pasiones, de conocimientos: quedará consumido lo menos bueno, puro se hará el metal ya de por sí noble. Arrójate, hermano, al amor activo y gozoso de la Trinidad; comprenderás lo que ahora te parece incomprensible porque comprenderás a Dios (5), que es el Comprensible, pero que solo se da a los que se entregan sin medida a su fuego sacrificador. Quedarás finalmente fijo en Dios, en un abrazo de llama… y rogarás por mí, el pequeñuelo de Cristo, que ha tenido el atrevimiento de hablarte del Amor”. ■ Todos quedan estupefactos: apóstoles, discípulos, fieles… Aquel, a quien Juan se dirigió, está pálido; Juan, por el contrario, está encendido de color de rosa, no tanto por el esfuerzo cuanto por el amor. Esteban lanza un grito: “¡Bendito tú! Dime ¿quién eres?”. Y Juan por su parte —con un gesto que me recuerda mucho a la Virgen, en el momento de la Anunciación— dice en tono bajo, inclinándose como adorando a Aquel a quien nombra: “Soy Juan. Soy el más pequeño entre los siervos del Señor”. Esteban: “Pero ¿quién ha sido tu maestro antes?”. Juan: “Nadie aparte de Dios. He bebido la leche espiritual de manos de Juan el Bautista al que Dios santificó de antemano; me alimento del pan de Cristo, Verbo de Dios; bebo del fuego de Dios que me viene del Cielo. ¡Sea dada la gloria al Señor!”. ■ Esteban: “¡Pues yo ya no me separo de vosotros, ni de ti, ni de éste, ni de ninguno de vosotros! Tomadme con vosotros”. Juan: “Cuando… Bueno, aquí entre nosotros el jefe es Pedro” y Juan toma a Pedro, que está atónito, y le proclama así «el primero». Pedro reacciona y se pone en el lugar que le corresponde diciendo: “Hijo, puesto que se trata de una grande misión, es necesaria una madura reflexión. Éste es nuestro ángel. Él enciende, pero es necesario saber si la llama va a durar en nosotros. Mídete a ti mismo, y luego ven al Señor. Nosotros te abriremos nuestro corazón como a un hermano muy amado. Por el momento, si quieres conocer mejor nuestra vida, quédate; las greyes del Mesías pueden crecer sin medida alguna para ser separados —perfectos e imperfectos— los verdaderos corderos de los falsos carneros”. Y con esto termina la primera manifestación apostólica. (Escrito el 18 de Mayo de 1945).
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1  Nota  : Cfr. Mt. 4,24-25; Mc. 3,7-12; Lc. 6,17-19.    2  Nota  : Cfr. Personajes de la Obra magna: Esteban y Hermas.   3  Nota  : Cfr. Sab. 9.   4  Nota  : Cfr. Is. 6.   5  Nota  : Para el significado de la palabra “comprender” cfr. Ef. 3,18.
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3-169-61 (3-29-149).- Discurso de la Montaña: la misión de los apóstoles y de los discípulos. “Sois la sal de la tierra y la luz del mundo” (1).
“Los que más han dado son los que más se olvidaron de sí mismos”. ■ Jesús se pone de pie y saluda como habitualmente lo hace: “La paz sea con vosotros”. Son muchos los discípulos que han subido con los apóstoles. Isaac (2) con su sonrisa de asceta en su delgada cara los capitanea. Todos se arremolinan alrededor de Jesús que está saludando de modo particular a Judas Iscariote y a Simón Zelote. “He querido que todos estuvieseis conmigo para estar algunas horas juntos y para hablaros en privado. Tengo que deciros algo para prepararos siempre mejor a la misión. Comamos y luego hablaremos, y durante el sueño vuestra alma continuará saboreando la doctrina”. ■ Termina la parca cena y luego se acercan a Jesús que está sentado sobre una gran piedra. Son alrededor de 100 o tal vez más entre discípulos y apóstoles: una corona de caras atentas que la llama de dos hogueras las ilumina de modo extraño. ■ Jesús habla despacio. Sus ademanes son tranquilos. Su rostro, destacándose de su vestido azul oscuro, y bajo el rayo de la nueva luna —pequeña coma de luna en el cielo, rayo de luz que acaricia al Dueño del Cielo y de la tierra— que cae justo donde está Él, parece más blanco. “He querido que estuvierais aquí, aparte, porque sois mis amigos. Os he llamado después de la primera prueba de los doce, para ampliar el círculo de discípulos activos, y también para oír de vuestros labios las primeras reacciones ante el hecho de que os dirijan estos continuadores míos, que os he designado. Sé que todo ha ido bien. Yo sostenía, con la oración, las almas de los apóstoles, que han salido del retiro con una fuerza nueva en la mente y en el corazón, una fuerza que no les viene de industria humana sino del completo abandono en Dios. ■ Los que han dado más, son los que más se han olvidado de sí mismos. Olvidarse a sí mismo es una cosa difícil. El hombre está hecho de recuerdos, y los que gritan más son los recuerdos del propio «yo». Es menester distinguir entre el «yo» y el «yo». Existe el «yo» espiritual dado por el alma, que se acuerda de Dios y de su origen divino, y existe también el «yo» inferior de la carne que se acuerda de esas miles exigencias que todo lo abraza de sí misma y de las pasiones y que —puesto que son tantas voces como para formar un coro— vencen, si el espíritu no está bien firme, a la voz solitaria del espíritu que recuerda su nobleza de hijo de Dios. Es por ello por lo que —excepto en este recuerdo santo, que habría que estimular cada vez más y mantener vivo y fuerte—, para ser perfectos como discípulos, es necesario saber olvidarse de uno mismo en todos los recuerdos, exigencias y reflexiones del «yo» humano. En esta primera prueba, los que, de los doce, han dado más fueron los que más se olvidaron de sí. Se olvidaron no sólo de su pasado, sino de su personalidad limitada. Se olvidaron de lo que eran y se unieron de tal manera con Dios que no tuvieron nada que temer. Nada. ¿A qué eran debidas las reservas de algunos? Pues a que se han acordado de sus escrúpulos, consideraciones y prevenciones habituales. ¿Por qué otros fueron lacónicos? Pues porque se han acordado de su falta de capacidad doctrinal y han temido a quedar mal y hacerme quedar mal a Mí. ¿Por qué las vistosas exhibiciones de otros? Pues porque se acordaron de sus soberbias habituales, de sus deseos de querer figurar, de ser aplaudidos, de sobresalir, de ser «alguna cosa». Finalmente, por el contrario, ¿por qué otros de improviso mostraron una oratoria de rabinos, segura, persuasiva, como de vencedores? Porque éstos y éstos solos supieron acordarse de Dios. Igual cosa hicieron los que hasta ahora eran humildes y que han tratado de pasar inadvertidos: cuando se presentó el momento, supieron portarse con la dignidad del primado que se les dio, y que no quisieron ejercitarla por temor de presunción. Las tres primeras categorías se acordaron de su «yo» inferior. Las dos últimas, del «yo» superior, y no tuvieron miedo. Sintieron a Dios consigo, a Dios en sí y no temieron. ¡Oh santo atrevimiento que mana del hecho de estar con Dios!”.
* “Vosotros sois la sal de la tierra, la luz del mundo”.-Jesús: “Así, pues, escuchad todos vosotros: apóstoles y discípulos. Vosotros, apóstoles, ya habéis oído estos conceptos, pero ahora los comprenderéis más profundamente; vosotros, discípulos, no los habéis oído todavía, o habéis oído solo alguna parte, y necesitáis que los grabéis en vuestros corazones. Tanto más tendré necesidad de vosotros, cuanto más aumenta el rebaño de Cristo; el mundo os va a atacar cada vez más, según crezcan en él los lobos contra Mí, el Pastor, y contra mi rebaño. Pues bien, quiero poner en vuestra mano armas con que defender mi Doctrina y mi rebaño. Lo que es suficiente para el rebaño, no lo es para vosotros, pequeños pastores. Si las ovejas pueden cometer errores, comiendo hierbas que les hacen sangre amarga o enloquecen sus deseos, no es lícito que vosotros cometáis los mismos errores porque llevaríais al rebaño a la perdición; pues debéis pensar que donde hay un pastor ídolo, perecen las ovejas, o por efecto de sustancias venenosas o por el asalto de los lobos. ■ Vosotros sois la sal de la tierra y la luz del mundo. Mas si no respondierais a vuestra misión, os convertiríais en una sal insípida e inútil; ya nada podría devolveros el sabor, porque la fuerza de la sal, que es un don, la perdisteis al lavarla con las aguas insípidas y sucias de la humanidad. La endulzasteis con el dulzor corrompido de los sentidos. Mezclasteis con la sal pura de Dios, desperdicios y desperdicios de soberbia, avaricia, gula, lujuria, ira, pereza, de modo que viene a resultar que hay un grano de sal por cada siete veces siete granos de cada uno de los vicios. Vuestra sal, entonces, no sería sino una mezcla de arenillas (entre las cuales se habría perdido el pobre grano de sal solo), de arenillas que rechinarían entre los dientes dejando en la boca sabor a tierra y haciendo el alimento repugnante y detestable. Ya ni siquiera serviría para otros usos inferiores, porque un saber empapado en los siete vicios dañaría incluso a las misiones humanas. Pues bien, en ese caso, para nada serviría esa sal excepto para tirarla por el suelo y ser pisoteado por los indiferentes pies del pueblo. ¡Cuántos, cuántos del pueblo podrán por este motivo pisotear a los hombres de Dios! Y todo porque éstos, que habían sido llamados, permitirán al pueblo pisotearlos sin ninguna consideración. En efecto, en este caso, ya no servirían para obtener sabor de cosas selectas, celestes, sino que serían únicamente, eso, detritos. ■ Vosotros sois la luz del mundo. Sois como esta cima donde estamos, que ha sido la última en perder el sol y es la primera en bañarse con la luz de la luna. Cuando uno está en un lugar elevado, destaca, y se le ve, porque hasta el ojo más distraído se detiene alguna vez a mirar a los lugares altos. Puedo decir que el ojo material —llamado muchas veces espejo del alma— refleja el anhelo de ésta, ese anhelo que pasa desapercibido muchas veces pero que siempre permanece vivo, con solo que el hombre no se haya convertido en un demonio; ese anhelo de lo alto, donde la razón instintivamente coloca al Altísimo; y, buscando el Cielo, levanta, alguna vez al menos en la vida, la mirada hacia lo alto. Por favor, traed a vuestra memoria lo que todos, desde nuestra niñez, hacemos al entrar en Jerusalén. ¿Hacia dónde se dirigen las miradas? Hacia el monte Moria, coronado con el hermoso mármol y oro del Templo. ¿Y una vez dentro del recinto sagrado?… Miramos a sus bellas cúpulas que resplandecen al sol. ¡Qué hermoso es este astro esparcido por los atrios, pórticos y claustros del recinto del Templo! Sin embargo, las miradas van siempre hacia las cúpulas. Evocad también, os lo ruego, los momentos en que vamos de camino: ¿hacia dónde van nuestras miradas, como queriendo olvidarnos de lo largo del recorrido, de su monotonía, cansancio, calor o fango?: se dirigen hacia las cimas, aunque no sean muy altas o estén lejos. ¡Cuánto nos consuela su vista, si vamos por una llanura rasa y uniforme! ¿Encontramos fango en nuestro camino?; allí, limpieza. ¿Aquí aire sofocante?; allí, frescura. ¿Aquí, límite a nuestra vista?; allí, amplitud. Por el simple hecho de mirar a las cimas, ya nos parece menos caluroso el día, menos cenagoso el fango, menos triste nuestro caminar. Si, además, resplandece una ciudad en la cúspide del monte, entonces no hay ojos que no se detengan en admirarla. Podemos decir que incluso construcciones de poca importancia ganan en belleza si están, casi como suspendidas en el aire, sobre la cima de una montaña. Por esta razón, no solo en la verdadera sino también en las falsas religiones, siempre que ha sido posible, se han edificado templos en lugares altos y, si no había colinas o montes, se han construido a fuerza de brazos, sobre bases de piedra realzadas. ¿Por qué esto? Porque se quiere que el templo sea visto, para, al verlo, el pensamiento se eleve a Dios. ● Os he comparado a una luz. El que enciende de noche una lámpara en una casa ¿dónde la pone?: ¿en el agujero de debajo del horno?, ¿en la cueva que se usa como bodega?, ¿dentro de un armario?, ¿única y simplemente, sofocada bajo el celemín? No, porque sería inútil encenderla. Por el contrario, la lámpara se coloca sobre una repisa, o se cuelga en su soporte para que, estando en un punto alto, dé luz a toda la habitación y a los que están en ella. Ahora bien, precisamente por el hecho de que lo que ocupa un lugar elevado debe recordar a Dios y dar luz, debe estar a la altura de su cargo. ● Vosotros debéis recordar al Dios verdadero. Así pues procurad no tener en vosotros el paganismo de las siete formas, porque, de ser así, vendríais a ser lugares elevados profanos, con sagrados bosquecitos dedicados a un dios, y arrastraríais con vuestro paganismo a los que os mirasen como a templos de Dios. Debéis ser portadores de la luz de Dios; ahora bien, una mecha sucia, o no embebida de aceite, produce y no da luz, emana mal olor y no ilumina. Una luz celada tras un cuarzo sucio no crea ese espléndido resplandor, ese brillante juego de reflejos de luz en el brillante mineral, sino que languidece tras el velo de negro humo que opaca a la diamantina protección. ● La luz de Dios resplandece donde la voluntad se muestra cuidadosa en limpiar diariamente, quitando las escorias que el mismo trabajo produce, con sus contactos, reacciones, y desilusiones. La luz de Dios resplandece donde la mecha está empapada de abundante líquido de oración y caridad. La luz de Dios se multiplica en infinitos rayos —como infinitas son las perfecciones de Dios, cada una de las cuales suscita en el santo una virtud ejercida heroicamente— si el siervo de Dios conserva separado, del negro hollín de toda humeante mala pasión, el cuarzo de su alma. ¡Separado! ¡Separado! (Jesús levanta su voz que retumba en este anfiteatro natural). Solo Dios tiene el derecho y el poder de incidir trazos sobre ese cristal, de escribir sobre él, con el diamante de su Voluntad, su Santísimo Nombre; entonces este Nombre, así, se convierte en ornamento determinante de una más viva refracción de sobrenaturales bellezas sobre el cuarzo purísimo. Mas si el necio siervo del Señor, perdiendo el control de sí mismo y distrayéndose de su misión —entera y únicamente sobrenatural—, se deja incidir falsos adornos —rayones, no incisiones—, misteriosos y satánicos números grabados por la zarpa de fuego de Satanás… entonces no, entonces la admirable lámpara deja de resplandecer con hermosura y permanente integridad; se raja y se rompe y sofoca la llama con los pedazos del cristal fragmentado; o, si no se raja, queda en ella, al menos, una intrincada red de signos inequívocos en los cuales el hollín se deposita y se introduce, ejerciendo acción corrosiva”.
* “Desdichados, tres veces desdichados, esos pastores que pierden la caridad, que rechazan la Sabiduría para saturarse de una ciencia no pocas veces contraria, siempre soberbia, alguna vez satánica. Desdichados, siete veces desdichados, mis sacerdotes muertos en su alma, que viven una vida materializada. ¡Maldición de Dios a los corruptores de mi pequeño y amado rebaño!”.-Jesús: “¡Desdichados, tres veces desdichados, esos pastores que pierden la caridad, que se niegan a subir, día tras día, para conducir a zonas elevadas al rebaño que, para subir, espera a que emprendan su ascesis: Yo descargaré mi mano sobre ellos, los derrocaré de su puesto y apagaré del todo su humo! ¡Desdichados, tres veces desdichados, esos maestros que rechazan la Sabiduría para saturarse de una ciencia no pocas veces contraria, siempre soberbia, alguna vez satánica; porque los hace hombres! Pensad —oíd y no olvidéis— que si los hombres tienen como destino hacerse semejantes a Dios, por medio de la santificación —que hace del hombre un hijo de Dios— el maestro, el sacerdote, debería tener ya desde este mundo solo el aspecto de hijo de Dios, de criatura resuelta toda en alma y perfección; debería tener, digo, para llevar a Dios a sus discípulos. ¡Anatema a los maestros de sobrenatural doctrina que se transforman en ídolos del humano saber! ■ ¡Desdichados, siete veces desdichados, mis sacerdotes muertos en su alma, aquellos que con su insipidez, con su tibieza de carne medio muerta, con su sueño lleno de alucinaciones de todo lo que no es el Dios Uno y Trino, y de cálculos de todo lo que no es el sobrehumano deseo de aumentar las riquezas de los corazones y de Dios, viven una vida materializada, mezquina, humana, abúlica, arrastrando hacia sus aguas muertas a quienes, considerándolos «vida», los siguen! ¡Maldición de Dios sobre los corruptores de mi pequeño y amado rebaño! Os pediré justificación, ¡oh siervos inútiles del Señor!, de todo el tiempo que habéis tenido, de cada una de las horas, de cada contingencia, de todas las consecuencias; a vosotros os la pediré, no a los que perecen por vuestra indolencia… y exigiré castigo.  ■ Recordad estas palabras. Ahora podéis iros. Voy a subir hasta la cima”. (Escrito el 22 de Mayo de 1945).
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1   Nota   : Vosotros sois la sal de la tierra: Cfr. Mt. 5,13-13; Mc. 9,50-50; Lc. 14,34-35.- Vosotros sois luz para el mundo: Mt. 5,14-16; Mc. 4,21-23; Lc. 8,16-16.  2   Nota   : Cfr. Personajes de la Obra magna: Pastores de Belén: Isaac
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 3-178-132 (3-38-224).- Tres hombres que quieren seguir a Jesús (1).
* A un escriba: “Las raposas tienen sus madrigueras y las aves nidos pero el Hijo del hombre no tiene dónde reclinar su cabeza. Aquí se requiere sacrificio y obediencia, caridad para con todos. Porque quien quiere curar debe curvarse hacia todas las llagas. Luego vendrá la pureza del Cielo; aquí estamos en el fango. La pureza debe estar en nosotros. Intenta. Rogaré para que seas capaz”.- ■ Veo a Jesús con sus once apóstoles —sigue faltando Juan— dirigiéndose hacia la orilla del lago. Mucha gente se aglomera en torno a Él: muchas de estas personas, en su mayor parte hombres, son las mismas que estaban en el Monte y que ahora se han llegado de nuevo a Él, a Cafarnaúm, para seguir escuchando su palabra. Intentan retenerle, pero Jesús dice: “Yo soy de todos. Debo ir a otros muchos. Volveré. Ya os reuniréis de nuevo conmigo. Ahora dejadme que me vaya”. Con mucha dificultad logra andar entre la muchedumbre que se comprime por la estrecha callecilla. Los apóstoles empujan para abrirle paso, pero es como querer pasar por una sustancia blanduzca, que enseguida recupera la forma que tenía; incluso se irritan, pero inútilmente. ■ Ya se ve la orilla, cuando un hombre de mediana edad y de aspecto distinguido, que a duras penas ha logrado abrirse paso, se acerca al Maestro y, para atraer su atención, le toca en el hombro. Jesús se para, se vuelve y pregunta: “¿Qué quieres?”. Hombre: “Soy escriba. Lo que hay en tus palabras supera toda compara­ción con lo que hay en nuestros preceptos. A mí me ha conquistado. Maestro, ya no te dejo. Te seguiré a dondequiera que vayas. ¿Cuál es tu camino?”. Jesús: “El del Cielo”. Escriba: “No me refiero a ése. Lo que te pregunto es a dónde vas: después de ésta, ¿cuáles son tus casas, para poderte encontrar siempre?”. Jesús: “Las raposas tienen sus madrigueras y las aves nidos, pero el Hijo del Hombre no tiene dónde reclinar su cabeza. Mi casa es el mundo, está dondequiera que haya espíritus a los que enseñar, miserias que ali­viar, pecadores que redimir”. Escriba: “Entonces, por todas partes”. Jesús: “Tú lo has dicho. ¿Serías capaz de hacer, tú, doctor de Israel, lo que éstos, los últimos, hacen por amor mío? Aquí se requiere sacrifi­cio y obediencia, y caridad para con todos, espíritu de adaptación a todo y con todos. Porque la condescendencia atrae. Porque quien quiere curar debe curvarse hacia todas las llagas. Luego vendrá la pureza del Cielo; aquí estamos en el fango, y hay que arrancarle al barro en que pisamos las víctimas que están en él sumergidas. No subirse las vestiduras y apartarse porque ahí el barro es más profundo. La pureza debe estar en nosotros. Tenemos que estar empapados de ella de for­ma que nada más pueda entrar. ¿Puedes hacer todo esto?”. Escriba: “Déjame probar al menos”. Jesús: “Intenta. Rogaré porque seas capaz de ello”.
* A un joven: “Sígueme. Deja que los muertos entierren a los muertos”.- Oración de Jesús que repite un niño: «Te bendigo, Padre, invoco tu luz… tu fuerza… tu amor». El joven le sigue.- ■ Jesús reanuda su camino. Luego, captada su atención por dos ojos que le están mirando, dice a un joven alto y fuerte que se ha detenido para dejar pasar a la multitud, pero que parece llevar otra dirección: «Sígueme». El joven siente un sobresalto, cambia de color, parpadea como si hubiera sido deslumbrado por un resplandor, abre la boca para ha­blar, pero no encuentra en ese momento qué responder; al final dice: “Te seguiré. Pero, se me ha muerto mi padre en Corozaín; tengo que enterrarle. Volveré después del entierro”. Jesús: “Sígueme. Deja que los muertos entierren a sus muertos. La Vi­da ya te ha succionado; por otra parte, tú la has deseado. No llores por el vacío que la Vida te ha formado a tu alrededor, para tenerte como discípulo suyo. Las mutilaciones del afecto son raíces de las que nacen alas en el hombre que se ha hecho siervo de la Verdad. Deja la co­rrupción a su suerte. Elévate hacia el Reino de lo incorrupto. Allí en­contrarás también la perla incorruptible de tu padre. Dios llama y pasa. Mañana quizás ya no encontrarías ni tu corazón de hoy ni la llamada de Dios. Ven. Ve a anunciar el Reino de Dios”. El hombre, que está apoyado en una pared baja, con los brazos colgando, de los cuales penden las bolsas, que contienen sin duda los aromas y las vendas, tiene la cabeza agachada, y medita, en pugna entre los dos amores: el de Dios y el de su padre. ■ Jesús le mira y aguarda, luego coge a un pequeñuelo y le aprieta contra su corazón diciendo: “Repite conmigo: «Te bendigo, Padre, e invoco tu luz para los que lloran envueltos por las ofuscaciones de la vida. Te bendigo, Padre, e invoco tu fuerza para quien es cual un niño que necesita de alguien que le sostenga. Te bendigo, Pa­dre, e invoco tu amor para que hagas olvidar el recuerdo de todo lo que no seas Tú a todos aquellos que en Ti encontrarían —y no saben creerlo— todo su bien, aquí y en el Cielo»”. Y el niño —un inocente de unos cuatro años— repite con su vo­cecita las palabras santas, mientras Jesús le mantiene con su dere­cha las manitas unidas, en oración, cogidas por las muñecas regor­detas, como si fueran éstas dos tallitos de flor. ■ El hombre se decide. Da a un compañero sus envoltorios y se acerca a Jesús, que pone en el suelo al niño tras haberle bendecido y echa su brazo sobre los hombros del joven y sigue caminando así, para confortarle y sostenerle en su esfuerzo.
* A un hombre que antes quiere despedirse de su familia: “Nada debe atar a quien se entrega. Si quieres ser discípulo abraza la cruz y venir; si no, te quedarás en el número de los simples fieles. El camino de los siervos de Dios es de exigencia absoluta. Nadie, habiendo puesto la mano sobre el arado, puede volverse para mirar lo que ha dejado; quien así actúa no es apto para el Reino de Dios. Trabájate y luego ven” ■ Otro hombre le pregunta: “También yo quisiera ir contigo como ese joven, pero antes de seguirte querría despedirme de mis familiares. ¿Me lo permites?”. Jesús le mira fijamente y responde: “Demasiado arraigado en lo humano. Arranca las raíces, y, si no eres capaz de ello, córtalas. Al servicio de Dios se viene con espiritual libertad. Nada debe atar a quien se entrega”. Hombre: “Pero, Señor, ¡la carne y la sangre son siempre carne y sangre! Alcanzaré lentamente la libertad de que hablas…”. Jesús: “No. Jamás lo lograrías. Dios, de la misma forma que es infinitamente generoso cuando premia, es también exigente. Si quieres ser discípulo debes abrazar la cruz y venir; si no, te quedarás en el nú­mero de los simples fieles. El camino de los siervos de Dios no es de pétalos de rosa; es de exigencia absoluta. Nadie, habiendo puesto la mano sobre el arado para arar los campos de los corazones y esparcir en ellos la semilla de la doctrina de Dios, puede volverse para mirar lo que ha dejado y lo que ha perdido, o lo que podría haber tenido si hubiese seguido un camino común; quien así actúa no es apto para el Reino de Dios. Trabájate a ti mismo. Hazte viril y luego ven. Ahora no”. Llegan a la orilla. Jesús sube a la barca de Pedro y le dice unas palabras al oído; veo que Jesús sonríe y que Pedro hace un gesto de admiración, pero no dice nada. Sube también el hombre que ha dejado de ir a enterrar a su padre por seguir a Jesús. (Escrito el 3 de Junio de 1945).
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1  Nota  : Cfr. Mt. 8,18-22; Lc. 9,57-62.
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 3-179-134 (3-39-227).- La Parábola del sembrador (1).- Con el nuevo discípulo Elías.
* Una nota respecto a la situación de la Betsaida actual y de la antigua de hace 20 siglos.- ■ Jesús —mostrándome el curso del Jordán, o mejor, la desembocadura del Jordán en el lago de Tiberíades, en el lugar en que se extiende la ciudad de Betsaida en la orilla derecha del río respecto a quien mira al Norte— me dice: “Ahora la ciudad ya no se encuentra en las orillas del lago, sino un poco más hacia el interior. Esto desconcierta a los estudiosos. La explicación se debe buscar en el espacio cedido por el lago, por esta parte, al terreno seco, debido a veinte siglos en que el río ha ido depositando tierra suelta, y también a aluviones y desprendimientos de tierra de las colinas de Betsaida. En aquel tiempo la ciudad estaba justamente en la desembocadura del río en el lago; es más, las barcas más pequeñas, en las estaciones más ricas en aguas, remontaban un buen trecho del río, casi hasta la altura de Corozaín; las orillas del río servían siempre como embarcadero y lugar protegido para las barcas de Betsaida en los días de borrasca en el lago. Esto no te lo digo por ti, que poco te importa, sino por los doctores difíciles. Y ahora continúa”.
*  Pedro, que ha acogido a Jesús en su casa de Betsaida, tiene una angustia: de lo que dice el Maestro, nada retiene.- ■ Las barcas de los apóstoles, recorrido el breve trecho de lago que separa Cafarnaúm de Betsaida, echan amarras en esta ciudad. Pero otras barcas las han seguido y muchos bajan de ellas para unirse en­seguida a los de Betsaida que han venido a saludar al Maestro. Je­sús está entrando ahora en la casa de Pedro en la que… está de jefe su mujer, la cual supongo que ha preferido la soledad antes que vivir entre las continuas quejas de su madre contra su marido. ■ Afuera reclaman al Maestro a voces, lo cual inquieta no poco a Pedro, que sube a la terraza y con tono autoritario se dirige a la gente, ­de la ciudad o no, diciendo que se requiere respeto y educación (quisiera, en efecto, poder gozar un poco de la presencia del Maestro, en paz, ahora que le tiene en su casa, y, sin embargo, no tiene el tiempo ni la satisfacción de ofrecerle ni siquiera un poco de agua y miel, entre las muchas cosas que ha dicho a su mujer que traiga), y se muestra enfadado. Jesús le mira, sonriente, y menea la cabeza diciendo: «¡Parece co­mo si no me vieras nunca y que estemos juntos de casualidad!”. Pedro: “¡Pues si es así! Cuando estamos por el mundo, ¿estamos, acaso, yo y Tú? ¡Ni soñarlo! Entre Tú y yo está el mundo, con sus enfermos, sus afligidos, sus oyentes, sus curiosos, sus calumniadores, sus ene­migos, y no estamos nunca yo y Tú. Aquí, sin embargo, Tú estás con­migo, en mi casa, ¡y deberían comprenderlo!”. Está verdaderamente alterado. Jesús le dice: “No veo la diferencia, Simón. Mi amor es igual, mi palabra es la misma; ¿no es lo mismo que te la diga en privado o que la diga para todos?”. Pedro entonces confiesa su gran pesar: “Es que soy cerrado de mollera, y me distraigo con facilidad. Cuando hablas en una plaza, en un monte, en medio de una muchedumbre, no sé por qué, comprendo todo, pero luego no recuerdo nada. Se lo he dicho también a los compañeros y me han dado razón. La otra gente —me refiero al pueblo que te escucha— te comprende y luego se acuerda de lo que has dicho. ¡Cuántas veces hemos oído confesar a uno: «No he vuelto a hacer esto porque Tú lo has dicho», o: «He venido porque una vez te oí decir esta otra cosa y se me quedó grabado en el pensamiento». Sin embargo, nuestro caso… ¡ay!, ¡ay!, es como un curso de agua que pasa sin detenerse: la orilla ya no tiene esa agua que ha pasado. Viene o­tra, sí, continuamente, y mucha, pero sigue pasando, sigue pa­sando… Yo pienso, con gran temor, que, si es como dices, llegará el momento en que Tú ya no podrás seguir haciendo de río y… y yo… ¿Qué le voy a poder dar a quien tenga sed, si no conservo ni una gota de lo mucho que me das?”. ■ También los otros apoyan las quejas de Pedro, lamentándose de no encontrar nunca nada de lo que escuchan, cuando querrían encontrarlo para responder a los muchos que los preguntan. Jesús sonríe y responde: “No creo que sea así. La gente está muy contenta también de vosotros…”. Pedro: “¡Sí, claro, para lo que hacemos!… Abrirte paso dando codazos, llevar a los enfermos, recoger las dádivas y decir: «¡Sí, sí, aquél es el Maestro!». ¡Pues vaya una cosa, ¿no?!”. Jesús: “No te rebajes demasiado, Simón”. Pedro: “No me estoy rebajando, es que me conozco”. Jesús: “Es la más difícil de las sabidurías. De todas formas, quiero quitarte este gran miedo. Las veces que hable y veáis que no habéis podido comprender y retener todo, preguntadme, sin miedo a parecer latosos o a desanimarme. Siempre tenemos algunas horas de intimidad; abridme en esos momentos vuestro corazón. Yo doy mucho a muchos, ¿qué no os daría a vosotros, a quienes amo con un amor que Dios no podría superar? Has hablado de la ola que va sin dejar rastro en la orilla. Llegará un día en que te darás cuenta de que cada una de las olas ha depositado en ti una semilla, y que cada una de las semillas ha producido una planta, y verás ante ti flores y árboles para todos los casos, te asombrarás de ti mismo, de lo que el Señor ha hecho contigo, porque entonces estarás redimido de la esclavitud del pecado y tus virtudes actuales habrán adquirido muy alta perfección”. Pedro: “Si Tú lo dices, Señor, descanso en estas palabras tuyas”. Jesús: “Ahora vamos con los que nos están esperando. Venid. Recibe la paz; mujer. Esta noche seré tu huésped”. Salen.
* La indicación del tema a exponer por Jesús: se la dan los tres hombres que esta mañana, con el propósito de seguir a Jesús, se han cercado a Él.- Y Jesús pregunta: “¿Por qué gentiles y pecadores (y no los hijos de Israel) avanzan más por mi camino?”.- ■ Jesús va hacia el lago para evitar la compresión de la muchedumbre. Pedro, diligentemente, separa la barca de la orilla unos pocos metros, de modo que la voz de Jesús sea oída por todos y que haya un espacio entre el auditorio y Él. Jesús dice: “De Cafarnaúm a aquí he venido pensando qué podría deciros. La indicación la he encontrado en los hechos sucedidos esta mañana. Habéis visto a tres hombres que se han acercado a mí. Uno, espontáneamente, otro porque le he llamado, el tercero por un entusiasmo repentino. Habéis podido ver también cómo de estos tres he tomado sólo a dos. ¿Por qué? ¿Será porque he visto en el tercero a un traidor? No, ciertamente no; lo que he visto en él ha sido una persona no preparada. A simple vista parecía menos preparado este hombre que ahora está a mi lado, este hombre que iba a enterrar a su padre. Sin embargo, el menos preparado era el tercero. Éste estaba tan preparado —aún sin saberlo— que ha sabido realizar un sacrificio verdaderamente heroico. Seguir a Dios con heroísmo es siempre prueba de una fuerte preparación espiritual. Esto explica ciertos hechos sorprendentes que se producen en torno a Mí. Los que están más preparados para recibir al Cristo —cualesquiera que sean su casta o su cultura— vienen a Mí con prontitud y fe absolutas. Los menos preparados me observan como a un hombre que se sale de lo habitual, o me estudian con des­confianza y curiosidad, o incluso me atacan y desacreditan acusán­dome de varias formas. Las distintas formas de actuar son propor­cionales a la falta de preparación de los espíritus. ■ En el pueblo elegido deberían encontrarse por todas partes espí­ritus preparados para recibir a este Mesías en cuya espera se consu­mieron de ansiedad los Patriarcas y los Profetas; a este Mesías que por fin ha venido, precedido y acompañado por todos los signos pro­fetizados; a este Mesías cuya figura espiritual se delinea cada vez más clara a través de los milagros visibles, en los cuerpos y en los elementos, y de los milagros invisibles en las conciencias que se convierten, y en los gentiles que se vuelven al Dios verdadero. Y, sin em­bargo, no es así. Precisamente en los hijos de este pueblo la pronti­tud para seguir al Mesías se ve fuertemente obstaculizada, y, ade­más, aunque duela decirlo, a medida que se sube a las clases más al­tas, más obstaculizada está. No lo digo para escandalizaros, sino pa­ra induciros a orar y a reflexionar. ¿Por qué sucede esto? ¿Por qué gentiles y pecadores avanzan más por mi camino?, ¿por qué acogen lo que Yo digo, y los otros no? Por­que los hijos de Israel están anclados; es más, incrustados como ma­dreperlas al banco en que nacieran. Porque están saturados, henchi­dos de su sabiduría, que los ha engordado, y no saben abrir camino a la mía desprendiéndose de lo superfluo para hacer espacio a lo nece­sario. Los otros no padecen esta esclavitud: son pobres paganos, o pobres pecadores, desancorados como naves a la deriva; son pobres, que no tienen tesoros propios, sino que sólo poseen fardos de errores y pecados de los que se desprenden con gozo en cuanto logran com­prender la Buena Nueva y prueban su dulzura corroborante, bien distinta del desagradable revoltijo de sus pecados”.
*  Parábola del sembrador.-Jesús: “Escuchad, y quizás entenderéis mejor cómo de una misma acción pueden surgir diversos frutos. Salió un sembrador a sembrar. Sus tierras eran muchas y de dis­tintos tipos. Algunas de ellas las había heredado de su padre; en és­tas, su falta de atención había permitido la proliferación de plantas espinosas. Otras eran adquiridas; las había comprado a una persona descuidada y las había dejado como estaban. Otras estaban atravesadas por caminos, porque el hombre era un comodón y no quería hacer mucho recorrido para ir de un lugar a otro. En fin, había algunas, las más cercanas a la casa, que había cuidado, para que el aspecto de delante de su casa fuera agradable; estas tierras estaban bien limpias de cantos, de espinos, de malas hierbas, etc. ■ Pues bien, el hombre cogió su saquito de trigo de simiente, el de mejor calidad, y empezó a sembrar. La simiente cayó en el terreno bueno, esponjoso, arado, limpio, abonado, de las tierras cercanas a la casa. Cayó en las tierras cortadas por esos caminos más o menos anchos que las fragmentaban hasta la saciedad y que, además, eran fuente de despreciable polvo árido para la tierra fértil. Otras semillas cayeron en las tierras en que la ineptitud del hombre había dejado proliferar los espinos; el arado, ahora, los había arrastrado a su paso y parecía que ya no hubiera, pero seguían estando, porque solo el fuego, la radical destrucción de las malas plantas, les impide volver a nacer. La última semilla cayó en los campos comprados poco antes, en esos campos que el sembrador había dejado como estaban cuando los adquirió, sin roturarlos profundamente, sin levantar todas las piedras que estaban hundidas en la tierra y que formaban un pavimento duro en que no podían prender las tiernas raíces. ■ Una vez esparcida por los campos toda la simiente, volvió a su casa y dijo: «¡Bien!, ¡bien!, ahora no hay sino que esperar a la cosecha». Y se regocijaba al ver con el paso de los meses, primero germinar bien espeso el trigo en las tierras que estaban delante de su casa, luego crecer — ¡oh, qué suave alfombra! — y producir espiga — ¡qué mar! — y dorarse y cantar su hosanna al sol entrechocándose las espigas. El hombre decía: «Como estas tierras serán todas las demás. Preparemos la hoz y los graneros. ¡Cuánto pan! ¡Cuánto oro!», y exultaba de gozo. ■ Segó el trigo de las parcelas más cercanas y luego pasó a las tierras que había heredado de su padre y que había dejado abandonadas. Al verlas se quedó de piedra. Mucho trigo había nacido, porque eran buenas parcelas, y la tierra, bonificada por su padre, era rica y fértil. Pero esta misma fertilidad había actuado en las plantas espinosas —arrastradas por el arado pero aún vivas—, que habían renacido creando un verdadero techo de híspidos ramajes de espinos, a cuyo través sólo algunas escasas espigas de trigo habían podido emerger, con lo cual casi todo había quedado ahogado. El hombre dijo: «Con estas parcelas he sido negligente, pero en otras no había espinos; irá mejor la cosa». ■ Y pasó a las tierras que había comprado recientemente. Su estupor pasó a ser dolor: delgadas hojas de trigo, ya resecas, yacían, como heno seco, diseminadas por todas partes. Heno seco. «¿Cómo es posible? ¡¿Cómo es posible?!», se lamentaba el hombre. «¡Pues si aquí no hay espinos y el trigo era el mismo! Y había nacido bien compacto y hermoso: se ve por las hojas ­bien formadas y numerosas. ¿Por qué, entonces, todo ha muerto sin formar espiga?». Y, con dolor, se puso a excavar en el suelo para ver si encontraba nidos de topos u otros flagelos. No había ni insectos ni roedores. ¡Ah, pero, cuántas piedras, cuántas piedras! Estas parcelas estaban, literalmente hablando, pavimentadas con lascas de piedra; era engañosa la poca tierra que las cubría. ¡Ah, si hubiera hincado profundamente el arado a su debido tiempo! ¡Ah, si hubiera excavado antes de aceptar esas tierras y comprarlas como buenas! ¡Ah, si, al menos, una vez cometido el error de adquirir lo que se le ofrecía sin asegurarse de su calidad, lo hubiera bonificado a fuerza de brazos! Pero ya era demasiado tarde. Inútil plañirse. ■ El hombre se enderezó, desanimado, y fue a ver los campos corta­dos por los caminos que él mismo, buscando la comodidad, había tra­zado… Y se rasgó las vestiduras del dolor. Aquí no había nada, abso­lutamente nada. La tierra oscura del campo estaba cubierta por un leve estrato de polvo blanco. El hombre se desplomó gimiendo: «Pero aquí, ¿por qué? Aquí no hay ni espinos ni piedras, porque estos campos son nuestros; mi abuelo, mi padre, yo, los hemos tenido siempre y durante muchos lustros los hemos hecho producir y han sido fértiles. Yo he abierto los caminos; habré quitado espacio a las parcelas, pero ello no puede haberlas hecho tan improductivas…». Estaba llorando cuando un nutrido conjunto de pájaros, que con frenesí se lanzaban de los senderos a la tierra de labor y de ésta a los senderos, para buscar, buscar, buscar semillas, semillas, semillas… le dieron respuesta a su dolor: esta tierra se había convertido en una red de caminos, a cuyos bordes habían ido a parar granos de trigo, atrayendo ­así a muchos pájaros, los cuales primero se habían comido los granos que habían caído en el camino y luego lo que había caído dentro, hasta el último grano. De esta forma, la simiente, igual para todas las parcelas, había producido, en unas, cien, en otras, sesenta o treinta o nada. ■ El que tenga oídos para oír que oiga. La semilla es la Palabra, que es igual para ­todos; los lugares donde cae la simiente son vuestros corazones. Que cada cual lo aplique y lo comprenda. La paz sea con vosotros”.
* Jesús y el nuevo discípulo Elías que había dejado de enterrar a su padre por seguir a Jesús.- ■ Luego, volviéndose a Pedro, dice: “Remonta el río hasta donde sea posible y amarra al otro lado”. Y mientras las dos barcas recorren un corto trecho por el río para luego detenerse junto a la orilla, Jesús se sienta y le pregunta al nuevo discípulo: “¿Quién queda ahora en tu casa?”. Elías: “Mi madre con mi hermano mayor, que está casado desde hace cinco años. Mis hermanas están en distintos puntos de esta región. Mi padre era muy bueno. Mi madre le llora desconsoladamente”. El joven calla bruscamente al sentir que un sollozo le sube del corazón. Jesús le agarra de una mano y dice: “Yo también he experimen­tado este dolor y he visto llorar a mi Madre. Por tanto, te compren­do…”. ■ El fondo restriega contra el guijarral. Ello hace que la conversa­ción se interrumpa, para permitir bajar de la barca. Ya no se ven las bajas colinas de Betsaida que casi se introducen en el lago; aquí hay una llanura rica en gramíneas que se extiende desde esta orilla, opuesta a Betsaida, hacia el Norte. Pedro pregunta: “¿Vamos a Merón?”. Jesús: “No. Cogemos este sendero que va por entre las tierras”. ■ Los campos, hermosos y bien cuidados, muestran las espigas aún tiernas pero ya formadas. Todas, a la misma altura y cimbreándose levemente por el viento fresco que viene del Norte, parecen otro lago, pequeño, en que las velas son los árboles que esporádicamente se yerguen, llenos de trinos de pájaros. El primo Santiago observa: “Estos campos no son como los de la parábola”. Judas Iscariote dice: “¡No, sin duda! No han sido devastados por los pájaros, ni hay es­pinos ni piedras. ¡Hermoso trigo! Dentro de un mes ya estará dora­do… y dentro de dos estará maduro para la hoz y el granero”. ■ Pedro dice: “Maestro… Te recuerdo lo que has dicho en mi casa. Has hablado muy bien, pero yo empiezo ya a tener en la cabeza nubes desmadeja­das como ésas del cielo…”. Jesús le dice: “Esta noche te lo explicaré. Ahora tenemos ante nuestros ojos a Corozaín”. Y Jesús mira fijamente al neodiscípulo diciendo: “A quien tiene se le da. El hecho de recibir no quita el mérito a la ofrenda. Llévame a vuestro sepulcro y a casa de tu madre”. El joven se arrodilla y besa entre lágrimas la mano de Jesús, que le dice: “Levántate. Vamos. Mi espíritu ha oído tu llanto. Quiero fortalecerte en el heroísmo con mi amor”. Elías dice: “Isaac el Adulto me había hablado de tu gran bondad. ¿Sabes qué Isaac, no? Aquel al que le curaste la hija. Ha sido el apóstol para mí. Pero veo que tu bondad es aún mayor de cuanto me habían refe­rido”. Jesús: “Iremos a saludar también al Adulto para darle las gracias por haberme dado un discípulo”.
.   ●  En Corozaín, con Isaac el Adulto y en casa del nuevo discípulo Elías.- ■ Llegan a Corozaín. La primera casa es precisamente la de Isaac. El anciano, que está volviendo a casa, cuando ve al grupo de Jesús con los suyos, y entre ellos al joven de Corozaín, levanta los brazos con su bastoncito en la mano. Se queda sin respiración, a boca abierta. ­Jesús sonríe y su sonrisa devuelve la voz al anciano: “¡Dios te bendiga, Maestro! ¿A qué se debe este honor?”. Jesús: “Para decirte «gracias»”. Isaac: “¿Por qué motivo, Dios mío? Soy yo quien debe decirte esta palabra. ­Pasa, pasa. ¡Qué pena que mi hija esté lejos asistiendo a su sue­gra! Porque se ha casado, ¿sabes? Toda suerte de bendiciones tras el encuentro mío contigo. Ella, curada; inmediatamente después, ese rico pariente, que regresaba de lejos, viudo, con unos pequeñuelos necesitados de una madre… ¡Bueno, pero si ya te he contado estas cosas! ¡Mi cabeza es anciana también! Perdona”. Jesús: “Tu cabeza es sabia, se olvida además de gloriarse del bien que hace por su Maestro. Olvidarse del bien realizado es sabiduría; demues­tra humildad y confianza en Dios”. Isaac: “Bueno… yo… no sabría…”. Jesús: “¿Acaso no tengo este discípulo por ti?”. Isaac: “Bueno, no he hecho nada; sólo, decir la verdad… Me alegro de que Elías esté contigo”. ■ Y se vuelve hacia Elías y dice: “Tu madre, pasado el primer momento de estupor, vio enjugado su llanto al saber ­que eras del Maestro. Tu padre tuvo un digno duelo. Se le ha en­terrado hace poco. Elías pregunta: “¿Y mi hermano?”. Isaac: “Guarda silencio… Ya sabes… Le ha sido un poco duro el no ver­te… Por el pueblo… Piensa todavía así…”. El joven se vuelve hacia Jesús: “Es lo que dijiste. Pero no quiero que esté muerto… Haz que venga a la vida como yo, y a tu servicio”. Los otros no entienden y miran con ademán de pregunta a Jesús, quien sólo responde: “No pierdas la esperanza y persevera”. Luego bendice a Isaac y se marcha, a pesar de todas las presiones en contra. ■ Se detienen primero a orar junto a la tumba cerrada. Luego, atra­vesando un majuelo aún semideshojado, se dirigen a la casa de Elías. El encuentro entre los dos hermanos es más bien circunspecto: el mayor se siente ofendido y lo quiere poner de manifiesto; el menor se siente humanamente culpable y no reacciona. Pero cuando aparece la madre —la cual, sin mediar palabra, se postra y besa el extremo del vestido de Jesús— el ambiente y los ánimos se calman; tanto, que quieren hacer honores al Maestro. ■ Pero Jesús no acepta nada, limitándose a decir: “Sean justos vuestros corazones recíprocamente, como justo era el hombre al que lloráis. No deis impronta humana a lo sobrehumano: la muerte y la elección para una misión. El alma del justo no ha sufrido turbación al ver la ausencia del hijo en el entierro de su cadáver; es más, la seguridad sobre el futuro de su Elías le ha dado paz. No turbe el pensamiento del mundo la gracia de la elección. Si el mundo se ha podido quedar sorprendido al no ver a éste junto al féretro paterno, los ángeles han exultado al verle al lado del Mesías. Sed justos. Y a ti, madre, que esto te consuele: has educado sabiamente y tu hijo ha sido llamado por la Sabiduría. Os bendigo a todos. La paz os acompañe ahora y siempre”. ■ Vuelven al camino que los ha de llevar al río y después a Betsaida. El hombre, Elías, no ha perdido ni un instante en el umbral de la casa paterna; tras el beso de despedida a su madre ha seguido al Maestro con la sencillez con que un niño sigue a su verdadero padre. (Escrito el 4 de Junio de 1945).
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1  Nota  : Cfr. Mt. 13,1-9; Mc. 4,1-9; Lc. 8,4-8.
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 (<Pedro pide a Jesús que les explique la parábola del sembrador>)
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3-180-146 (3-40-239 ).- “¿Por qué les hablas en parábolas?” (1).- Magisterio infalible para Pedro y sucesores respecto a las cosas del Reino de Dios.- Explicación de la parábola del sembrador (2).
* “Les hablo en parábolas a ellos para que viendo vean sólo lo que les ilumina su voluntad de seguir a Dios; para que oyendo —con la misma voluntad de adhesión— oigan y comprendan. ¡Vosotros veis! Muchos oyen mi palabra, pocos se adhieren a Dios; es incompleta la buena voluntad de sus espíritus. En ellos se cumple la profecía de Isaías”.- ■ También los otros apóstoles se unen a Pedro y preguntan: “Por qué les hablas en parábolas?”. Jesús: “Porque a ellos no se les concede entender más de lo que explico. A vosotros se os tiene que dar mucho más, porque vosotros, mis apóstoles, debéis conocer el misterio; por tanto, se os concede entender los misterios del Reino de los Cielos. Por esto os digo: «Preguntad, si no comprendéis el espíritu de la parábola». Vosotros dais todo, y todo se os debe dar, para que a vuestra vez podáis dar todo. Vosotros dais todo a Dios: afectos, tiempo, intereses, libertad, vida. Y Dios os da todo para compensaros y haceros capaces de dar todo en nombre de Dios a quienes vienen después de vosotros. De este modo, a quien ha dado le será dado, y con abundancia; pero, a quien sólo ha dado parcialmente o no ha dado en absoluto, le será incluso quitado lo que tenga. ■ Les hablo en parábolas a ellos para que viendo vean sólo lo que les ilumina su voluntad de seguir a Dios; para que oyendo —con la misma voluntad de adhesión— oigan y comprendan. ¡Vosotros veis! Muchos oyen mi palabra, pocos se adhieren a Dios; es incompleta la buena voluntad de sus espíritus. En ellos se cumple la profecía de Isaías: «Oiréis con los oídos pero no comprenderéis, miraréis con los ojos pe­ro no veréis». Porque este pueblo tiene un corazón insensible; sus oí­dos son duros y han cerrado los ojos para no oír y para no ver, para no comprender con el corazón y no convertirse para que los cure. ¡Pe­ro, dichosos vosotros por vuestros ojos que ven, por vuestros oídos que oyen, por vuestra buena voluntad! En verdad os digo que muchos profetas y justos desearon ver lo que vosotros veis y no lo vieron y oír lo que vosotros oís pero no lo oyeron. Se consumieron en el deseo de comprender el misterio de las palabras, pero, apagada la luz de la profecía, las palabras permane­cieron como carbones apagados, incluso para el santo que las había recibido y pronunciado”.
* Magisterio infalible para Pedro y sus sucesores: “Será infalible tu magisterio respecto a las cosas del Reino. Y, como en ti, en tus sucesores, si viven de Dios como su único pan”.- ■ Jesús prosigue: “Sólo Dios se devela a Sí mismo. Cuando su luz se retira, una vez terminado su fin de iluminar el misterio, la incapacidad de comprender envuelve —como las vendas de una momia— la regia verdad de la palabra recibida. Por esto te he dicho, Pedro, esta mañana: «Un día volve­rás a encontrar todo lo que te he dado». Ahora no puedes retenerlo. Pero tiempo llegará en que la luz vendrá sobre ti, y no sólo por un instante sino en una inseparable unión del Espíritu eterno con el tuyo, por lo cual será infalible tu magisterio respecto a las cosas del Reino de Dios. Y, como en ti, en tus sucesores, si viven de Dios como su único pan” (3).
* Explicación de la parábola del sembrador: cuatro tipos de campos y cuatro tipos de espíritus.- ■ Jesús les dice ahora: “Escuchad ahora el espíritu de la parábola. Tenemos cuatro tipos de campos: los fértiles, los espinosos, los pedregosos y los que están llenos de caminos. Tenemos también cuatro tipos de espíritus. ■ Por una parte, están los espíritus honestos, los espíritus de buena voluntad, preparados por esta misma buena voluntad y por la obra buena de un apóstol, de un «verdadero» apóstol. Porque hay apóstoles que tienen el nombre pero no el espíritu de apóstoles: su efecto sobre las voluntades que se están formando es más mortífero que los propios pájaros, espinos y piedras; con sus intransigencias, prisas, reprensiones y amenazas, trastocan todo, de tal forma, que alejan para siempre de Dios. ■ Hay otros que, al contrario, por derrochar continuamente una benignidad fuera de lugar, hacen secar la semilla en un terreno demasiado blando. Privados de un espíritu viril, con su debilidad, quitan fuerzas a las almas que están bajo su custodia. ■ Mas quedémonos con los verdaderos apóstoles, es decir, con los espejos límpidos de Dios: son paternales, misericordiosos, pa­cientes, y, al mismo tiempo, fuertes como su Señor. Pues bien, los es­píritus preparados por éstos y por la propia voluntad se pueden com­parar a los campos fértiles, exentos de piedras y zarzas, limpios de malas hierbas y cizaña; en ellos prospera la palabra de Dios; cada palabra —una semilla— produce un manojo de espigas, y da en unos casos el cien, en otros el sesenta, en otros el treinta por ciento. ¿Entre los que me siguen hay de éstos? Sin duda. Y serán santos. Los hay de todas las castas, de todos los países, hay in­cluso gentiles que darán también el cien por ciento por su bue­na voluntad; por ella únicamente, o también, además de por ella, por la de un apóstol o discípulo que me los prepara. ■ Los campos espinosos son aquellos en que la dejadez ha permitido penetrar montones de espinas de intereses personales que ahogan la buena semilla. Es necesaria siempre una vigilancia sobre uno mis­mo; siempre, siempre… Nunca decir: «¡Ya estoy formado, he recibido ya la semilla, puedo estar tranquilo porque daré semilla de vida eterna!». Es necesaria siempre una vigilancia: la lucha entre el Bien y el Mal es continua. ¿Alguna vez os habéis parado a observar una colonia de hormigas que se establece en una casa? Ya se las ve junto al horno. La mujer ya no vuelve a dejar alimentos allí sino que los pone encima de la mesa; mas el olfato de las hormigas examina el aire y asaltan la mesa. La mujer pone los alimentos en la alacena, pero ellas pasan adentro a través de la cerradura. Entonces la mujer cuelga del techo esos alimentos, pero las hormigas recorren un largo camino por paredes y viguetas, bajan por la cuerda y comen. Entonces la mujer las quema, las envenena… y se queda tranquila creyen­do que las ha destruido. ¡Ah, si no vigila, qué sorpresa! Ya salen las otras nuevas que han nacido… y vuelta a empezar. Esto durante el tiempo que dura la vida. Es necesario vigilarse para extirpar las plantas malas desde el primer momento en que aparecen; si no, ha­rán un techo de zarzas y ahogarán el trigo. Las preocupaciones mundanas, el engaño de las riquezas, crean la maraña, ahogan la planta de la semilla de Dios y no dejan que llegue a hacerse espiga. ■ ¿Y las tierras pedregosas?… ¡Cuántas hay en Israel!… Son las que pertenecen a los «hijos de las leyes» como muy acertadamente ha dicho mi hermano Judas. Estas tierras no tienen la Piedra única del Testimonio; no existe la Piedra de la Ley, sino el pedregal de las pequeñas, pobres, humanas leyes creadas por los hombres; muchas, tantas, que con su peso han reducido a astillas incluso la Piedra de la Ley. Se tra­ta de una destrucción tal que impide completamente que pueda crecer semilla alguna. La raíz no tiene ya alimento alguno. No hay tierra, no hay sustan­cia. El agua, estancándose sobre el suelo de piedras, no hace sino marchitar la planta; el sol se pone al rojo en esas piedras y quema las plantas tiernas. Son los es­píritus de los que quieren sustituir la sencilla doctrina de Dios con com­plicadas doctrinas humanas. Reciben mi palabra hasta incluso con alegría; momentáneamente se sienten impresionados y seducidos por ella; pero luego… Sería necesario tener el heroísmo de trabajar duro para limpiar el campo, el espíritu y la mente de todo el pedregal de los oradores vacíos. Entonces la semilla echaría raíz y crecería robusta. Del otro modo… no es nada. Es suficiente un temor a venganzas humanas, es suficiente la reflexión: «¿Y luego?, ¿qué me harán los poderosos?», y la pobre se­milla, carente de alimento, muere. Es suficiente con que todo el montón de piedras haga ruido con el sonido vano de los centenares de precep­tos que han reemplazado al Precepto, para que el hombre perezca con la semilla recibida… Israel está lleno de ello. Esto explica por qué el ir a Dios está en razón inversa del poder humano. ■ Por último, las tierras llenas de caminos, desnudas, llenas de polvo. Las de los mundanos, las de los egoístas. Su comodidad es su ley; su fin, gozar. No trabajar, sino vivir en la indolencia, reír, comer… En ellos reina el espíritu del mundo. El polvo de la mundanidad recubre el terreno y éste se hace arenoso. Los pájaros, o sea, el producto de sus disipaciones, se lanzan hacia esos mil caminos que han si­do abiertos para hacer más fácil la vida; luego el espíritu del mundo, o sea, el Maligno, picotea y destruye cada semilla que cae en este terreno abierto a toda sensualidad y ligereza. ■ ¿Habéis comprendido? ¿Tenéis algo más que preguntar? ¿No? Pues entonces podemos retirarnos a descansar…». (Escrito el 7 de Junio de 1945).
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1 Nota : Cfr. Mt. 13, 10,17; Mc. 4,10-12; 4,25-25; Lc. 8,9-10; Lc. 8,18-18.   2 Nota : Cfr. Mt. 13,18-23; Mc. 4,13-20; Lc. 8,11-15.  3 Nota : Condición puesta a la infalibilidad del Papa: “si viven de Dios como su único pan”. Tal condición debió provocar una objeción por parte del Padre Migliorini, a quien María Valtorta transmitió la respuesta dada por Jesús, escribiéndola, con fecha 30 de junio de 1945, por las dos partes de una hoja pequeña que encontramos intercalada entre las Páginas autógrafas del cuaderno. De esta observación, que podrá figurar íntegramente en un comentario de la Obra, reseñamos aquí los fragmentos relevantes: me responde Jesús: “[…] Es cierto que la existencia de la infalibilidad papal, en cosas de espíritu, en cualquier Vicario mío, prescindiendo de su forma de vida y posesión de virtud, es verdad definida. Pero es también cierto que no podréis encontrar un dogma definido y proclamado por Papas privados —notoriamente o no— de mi Gracia. El alma privada de la Gracia no puede tener como amigo al Espíritu Santo. […] Pensar cosa semejante sería herético. Y como Dios es justo, así como trata al pobre, al rico, al laico, así al Sacerdote supremo. ■ Por desgracia hay zonas oscuras en la historia de mi Iglesia. Querer cerrar los ojos para no ver los puntos oscuros, quiere decir, vivir en la oscuridad en lo que se refiere a la Iglesia, aun en las épocas numerosas y brillantes, angélicalmente luminosas de ella. […] La historia para ser historia y no cuento, debe ser imparcial. Las épocas oscuras, por otra parte, son a las que se alude en las profecías del pastor-ídolo (Cfr. Ez. 34; Jer. 23,1-4; Zac. 11, 4-17) y de Sobna, prefecto del Templo (Cfr. Is. 22; 36,1-37, 7= 2 Rey. 18,1-19,7) […] Que duela y queme lo admito. Pero no es lícito pronunciar «anatema» a una verdad. ■ Descansad, por tanto, en esta certeza: que los dogmas son verdaderos, que la infalibilidad existe, y Yo no concedo dogmas a quien no lo merece. Y esto estaba incluido en la frase que ha suscitado la objeción. […]».
.   El mismo concepto está presente en las palabras de Jesús al apóstol Santiago de Alfeo,que se reseñan en el episodio 4-258-185,expuesto en el tema “Iglesia”: “Dios dará la Luz según los grados que tengáis. Dios no os dejará sin la Luz, a menos que la Gracia no quede apagada en vosotros por el pecado”.
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 3-181-152 (3-41-246).- Parábola del buen trigo y de la cizaña (1).
* Pedro quiere tomar precauciones antes de entrar en Cafarnaúm.- Una aurora clara adorna el lago y envuelve las colinas en niebla, ligera como velo de muselina, tras la cual se ven más graciosos los olivos y nogales y las casas y las cimas de los pueblos ribereños. Las barcas se deslizan serenas, silenciosas, en dirección a Cafarnaúm. Pero, en un momento dado, Pedro gira la caña del timón; tan bruscamente, que la barca se ladea. “¡¿Qué haces?!” dice Andrés. Pedro: “Allí hay una barca de uno de esos avestruces. Está saliendo de Cafarnaúm. Tengo buenos ojos, y, desde ayer noche, olfato de perro rastrero. No quiero que nos vean. Vuelvo al río. Iremos a pie”. La otra barca ha hecho la misma maniobra, pero Santiago, que va al timón, pregunta a Pedro: “¿Por qué haces esto?”. Pedro: “Ya té lo diré. Ven detrás de mí”. Jesús, que está sentado en la popa, vuelve de su ensimismamiento, ya casi a la altura del Jordán, y pregunta: “Pero ¿qué haces, Simón?”. Pedro dice: “Bajamos aquí. Hay un chacal merodeando. No podemos ir a Ca­farnaúm hoy. Primero voy yo a ver el ambiente; yo con Simón y Na­tanael. Tres personas dignas contra tres indignas…, si es que no son más las indignas”. Jesús: “¡No veas ahora asechanzas por todas partes! ¿No es la barca de Simón el fariseo?”. Pedro: “Sí, justamente ésa”. Jesús: “No estaba cuando la captura de Juan”. Pedro: “No sé nada”. Jesús: “Siempre es respetuoso conmigo”. Pedro: “No sé nada”. Jesús: “Me haces aparecer como una persona que huye”. Pedro: “No sé nada”. A pesar de que Jesús no tenga ganas de reír, debe por fuerza son­reír ante la santa testarudez de Pedro. Jesús: “¡Pero tendremos que ir a Cafarnaúm, ¿no?! Si no es hoy, será en otro momento…”. Pedro: “Ya te he dicho que voy antes yo y veo cómo está el ambiente, y… si es necesario… sí, lo haré también… será un malísimo trago… pero lo haré por amor a Ti… Iré… iré donde el centurión a solicitar protec­ción…”. Jesús: “¡No, hombre, no hace falta!”. ■ La barca se detiene en la pequeña playa desierta que está en el lado opuesto a Betsaida. Bajan todos. Pedro dice: “Venid vosotros dos. Tú también, Felipe. Los jóvenes quedaos aquí. Tardaremos poco”. El neodiscípulo Elías suplica: “Ven a mi casa, Maestro. Para mí sería un motivo de gran alegría que te hospedases en ella…”. Jesús: “Voy a tu casa. Simón, nos encontraremos en casa de Elías. Adiós, Simón. Ve, pero sé bueno, prudente y misericordioso. Ven, que quiero besarte y bendecirte”. Pedro no da seguridad de que será bueno, ni paciente ni miseri­cordioso; se limita a guardar silencio. Se besan recíprocamente. Es el mismo gesto de saludo de Jesús con el Zelote, Bartolomé y Felipe. Y las dos comitivas se separan ya, tomando direcciones opuestas.
* Jesús en Corozaín, a la entrada de la casa de Elías, el nuevo discípulo, cura a la hija de una mujer.- ■ Entran en Corozaín en pleno día, terminada ya la aurora. No hay tallito que no brille con gemas de rocío. Los pájaros cantan por todas partes. El aire es puro, fresco: parece saber incluso a leche, a una le­che más vegetal que animal. Y hay olor a cereales formándose den­tro de las espigas, a almendros cargados de frutos… un olor ya expe­rimentado por mí en las frescas mañanas en los opimos campos de la llanura del Po. ■ Llegan pronto a casa de Elías. Pero ya muchos en Corozaín saben que ha llegado el Maestro, y, cuando Jesús está para atravesar el umbral, una madre acude gritando: “¡Jesús, Hijo de David, piedad de mi hijita!”. Lleva en brazos a una niña de unos diez años, cérea y flaquísima (más que cérea, amarillenta). Jesús pregunta a la madre: “¿Qué le pasa a tu hija?”. “Tiene fiebres. Se las ha cogido pastoreando por la ribera del Jor­dán. Porque somos los pastores de un hombre rico. Su padre me ha llamado para que acompañara a la niña, que estaba enferma. Él ha vuelto a los montes. Pero, como sabes, con esta enfermedad no se puede subir a lugares elevados. Y no puedo quedarme aquí. El amo me lo ha permitido hasta ahora. Pero yo estoy encargada de esquilar a las ovejas y de ayudar en los partos. Llega el tiempo de nuestra la­bor, la de los pastores. Si me quedo, nos despedirán o estaremos divi­didos; veré morir a mi hija, si subo al Hermón”. Jesús: “¿Tienes fe en que puedo hacerlo?”. Madre: “Hablé con Daniel (2), pastor de Eliseo. Me dijo: «Nuestro Niño cura todos los males. Ve al Mesías”. Desde más allá de Merón vengo con ésta en brazos, buscándote a ti. Y habría seguido caminando hasta encontrarte…”. Jesús: “No camines más, sino para regresar a casa, al trabajo sereno. Tu hija está curada porque Yo lo quiero. Ve en paz”. La mujer mira a su hija y a Jesús. Quizás espera ver que instan­táneamente la niña engorde de nuevo y recupere el color. Ésta también mira al rostro de Jesús, con ojos como platos, aunque cansados y sonríe. Jesús: “No temas, mujer. No te estoy engañando. La fiebre ha desaparecido para siempre. Según vayan pasando los días, la niña recuperará su lozanía. Déjala que camine, no se tambaleará ya, ni sentirá cansancio”. La madre deja en el suelo a la niña, la cual se tiene bien derecha y sonríe cada vez más contenta, y acaba gorjeando con su voz argentina: “¡Bendice al Señor, mamá! ¡Siento que estoy perfectamente sana!” y con sencillez de pastorcita y de niña se lanza al cuello de Jesús y le besa. La madre, reservada como la edad enseña, se prosterna y besa el vestido bendiciendo al Señor. Jesús: “Marchaos. Recordad el beneficio que habéis recibido del Señor y sed buenas. La paz esté con vosotras”.
* Parábola del buen trigo y de la cizaña.- ■ En esto, la gente ya se ha agolpado en el huertecillo de la casa de Elías, ya reclama la palabra del Maestro. Y Jesús cede, a pesar de que no tenga muchas ganas de hacerlo, entristecido como está por la captura del Bautista y por el modo en que se ha producido, y empie­za a hablar bajo la sombra de los árboles. Jesús dice: “En este hermoso tiempo de cereales que espigan, quisiera proponeros una parábola tomada de ellos. Escuchad. El Reino de los Cielos es semejante a un hombre que sembró bue­na semilla en su campo. Pero, mientras el hombre y sus siervos dor­mían, vino su enemigo y esparció semilla de cizaña en los surcos, y se fue. Nadie al principio se dio cuenta de nada. Llegó el invierno y con él las lluvias y escarchas; llegó el final de Tébet y brotó el trigo: un verde tierno de hojitas apenas despuntadas; parecían todas igua­les en su inocente infancia. Llegó Sebat y luego Adar y se formaron las plantas y luego granaron las espigas. Entonces se vio que el ver­de no era todo de trigo, sino que también había cizaña, y bien enroscada a los tallitos del trigo con sus zarcillos finos y tenaces. Los siervos del amo fueron a su casa y dijeron: «Señor, ¿qué semi­lla has sembrado? ¿No era simiente selecta, sin semilla alguna que no fuera de trigo?». «Claro que lo era. He elegido los granos, todos de igual formación: me hubiera dado cuenta, si hubiera habido otras semillas». «¿Y entonces, cómo es que ha nacido tanta cizaña entre tu trigo?». El patrono pensó y respondió: «Algún enemigo mío me ha hecho esto para perjudicarme». Los siervos preguntaron entonces: «¿Quieres que recorramos los surcos y, con paciencia, arranquemos la cizaña para liberar las espi­gas? Mándalo y lo haremos». Pero el patrono respondió: «No. Al hacerlo, podríais extirpar también el trigo y, casi seguro, dañar las espigas, que están aún tiernas. Dejad que estén juntos ambos hasta la siega; entonces diré a los se­gadores: `Segad todo junto. Antes de atar las gavillas, ahora que los zarcillos de la cizaña al secarse se han hecho friables, y, por el con­trario, las apretadas espigas están más fuertes y duras, separad del trigo la cizaña y haced con ella haces aparte; después los quemaréis: servirán de abono para el terreno. Pero el buen trigo llevadlo a los graneros: servirá para hacer un excelente pan, con bochorno para mi enemigo, que lo único que habrá ganado será resultar abyecto a Dios por su odio’». ■ Ahora reflexionad en vuestro interior acerca de lo frecuente y nu­merosa que es la siembra del Enemigo en vuestros corazones. Com­prended, pues, cuán necesario es vigilar con paciencia y constancia para que poca cizaña se mezcle con el trigo seleccionado. El destino de la cizaña es arder. ¿Queréis arder o llegar a ser ciudadanos del Reino? Decís que queréis ser ciudadanos del Reino. Pues sabedlo ser. El buen Dios os da la Palabra. El Enemigo vigila para transformarla en nociva, porque harina de trigo mezclada con harina de cizaña da pan amargo, nocivo para el vientre. Si tenéis cizaña en vuestra al­ma, sabed con vuestra buena voluntad separarla, para arrojarla fue­ra y no ser indignos de Dios. Podéis iros, hijos. La paz sea con vosotros”.
.   ● Explicación de la parábola en su sentido universal.- ■ Lentamente, la gente va despejando. Al final, en el huerto se quedan además de los ocho apóstoles, Elías, el hermano y la madre de éste y el anciano Isaac que alimenta su alma mirando de hito en hito a su Salvador. Jesús les dice: “Venid a mi alrededor y oíd. Os explicaré el sentido completo de la parábola que tiene además estos dos aspectos, además del que dije a la gente. En el sentido universal la parábola tiene una explicación: El campo es el mundo. La buena semilla son los hijos del Reino de Dios sembrados por Él en el mundo en espera de que alcancen su máximo desarrollo y ser cortados por la Guadaña y llevados al Dueño del Mundo para que los almacene en sus graneros; la cizaña son los hijos del Maligno, esparcidos a su vez en el campo de Dios con la intención de causar dolor al Amo del mundo y de dañar también a las espigas de Dios —el Enemigo de Dios, por un sortilegio, los ha sembrado de propósito (porque verdaderamente el Diablo desnaturaliza al hombre hasta hacer de éste una criatura suya, y siembra la cizaña para apartar de la recta vía a los que no ha podido someter de otro modo)—; la siega, o, más exactamente la formación de las gavillas, y su transporte a los graneros, es el fin del mundo y quienes la llevan a cabo son los ángeles: a ellos les ha sido encargado reunir a las segadas criaturas, y separar el trigo de la cizaña; y, de la misma forma en que ésta es arrojada a las llamas en la parábola, así serán arrojados al fuego eterno los condenados, en el Último Juicio. ■ El Hijo del hombre mandará sacar de su Reino a todos los que han cometido escándalos y a los inicuos. Porque el Reino estará en la tierra y en el Cielo, y entre los miembros del Reino en la tierra habrá, mezclados, muchos hijos del Enemigo, los cuales, como dijeron también los profetas, alcanzarán la perfección del escándalo y de la abominación en todas partes de la tierra y atormentarán gravemente a los hijos del espíritu. En el Reino de Dios, en los Cielos, no entrarán los pervertidos, porque la corrupción no entra en el Cielo. Así pues, los ángeles del Señor, llevando la guadaña por entre las hileras de la última cosecha, segarán y luego separarán el trigo de la cizaña; ésta será arrojada al horno ardiente, donde hay llanto y crujir de dientes. Pero los justos, el trigo escogido, serán conducidos a la Jerusalén eterna, donde brillarán como soles en el Reino de mi Padre y vuestro”.
. ● Explicación de la parábola en su sentido especial: aplicada a los traidores.-Jesús: “Esto en sentido universal. Pero, para vosotros, hay otro que da respuesta a muchas preguntas que os hacéis y sobre todo desde ayer por la noche. Os preguntáis: «Luego entre el número de los discípulos ¿puede haber traidores?», y os horrorizáis dentro de vuestro corazón y os llenáis de pavor. Pues bien, puede haberlos. Es más, los hay. El Sembrador desparrama la buena semilla. En este caso más bien que «esparcir», se podría decir: «coge», porque el maestro, sea Yo o sea el Bautista, había elegido a sus discípulos. ¿Cómo es que, entonces, se han pervertido? No, no, digo mal llamando «semilla» a los discípulos; podríais entenderlo mal; los llamaré «campo». Cada discípulo es un campo, elegido por el maestro para establecer el área del Reino de Dios, los bienes de Dios. El maestro trabaja en ellos para cultivarlos a fin de que produzcan el ciento por ciento. No ahorra trabajos, lo hace con toda paciencia, amor, sabiduría, fatiga, constancia; ve también sus inclinaciones perversas, sus sequedades y ambiciones, su testarudez y debilidades. Y espera, siempre espera, fortaleciendo su esperanza con la oración y la penitencia, porque los quiere llevar a la perfección. ■ Pero los campos están descubiertos, no son un jardín cerrado, rodeado de muralla cuyo dueño único sea el maestro y a donde solo él puede penetrar. Están al descubierto. Colocados en el centro del mundo, entre el mundo, todos pueden acercarse a ellos, todos pueden entrar en ellos. Todos y todo. ¡No es la cizaña la única mala semilla sembrada! La cizaña podría ser símbolo de la ligereza amarga del espíritu mundial. No, en estos campos nacen, arrojados por el Enemigo, todas las otras semillas: ortigas, grama, cuscuta, hasta la cicuta y otras plantas venenosas. ¿Por qué? ¿Por qué? ¿Qué son? Las ortigas son los espíritus punzantes, indomables, que hieren por exceso de veneno y causan mucho malestar. La grama son los parásitos, que agotan al maestro a fuerza de arrastrarse y chupar, aprovechando del trabajo de éste y causando daño a los que ponen su mejor voluntad, que verdaderamente sacarían mayor provecho si el maestro no se viera turbado y distraído por las atenciones que exigen los espíritus de grama. La cizaña no se levanta de la tierra si no es aprovechándose del esfuerzo de los demás. Las cuscutas, son dolor en el ya doloroso camino del maestro y tormento para los fieles discípulos que le siguen; son como garfios, se enganchan, se clavan, hieren, rasgan, introducen desconfianza y sufrimiento. Las plantas venenosas representan a los delincuentes entre los demás discípulos, aquellos que incluso llegan a traicionar o matan, como la cicuta y otras plantas venenosas. ¿Habéis visto qué bonitas son con sus florecitas que se convierten en bolitas blancas, rojas, o de color azul violeta? ¿Quién podría asegurar que de esa corola estrellada, blanca o apenas rosada, de corazoncito de oro; quién podría decir que, de esas corolas multicolores, tan semejantes a otras, puedan sus pequeños frutos, que son delicia de los pajaritos y niños, cuando son maduros, causar la muerte? ■ Y los inocentes caen en la trampa. Creen que todos son buenos como ellos, los cogen… y mueren. ¡Creen que todos son buenos como ellos! Oh, una gran verdad que ensalza al maestro y condena al traidor. ¿Cómo? ¿La bondad no desarma? ¿No hace al malvado inofensivo? No. No lo hace inofensivo porque el hombre que ha caído en manos del Enemigo es insensible a todo lo que es superior, y cualquier cosa superior, para él, cambia de aspecto: la bondad será entonces debilidad que es lícito pisotear, y agudiza su mala voluntad, como el olor de la sangre agudiza a una fiera: el deseo de degollar. También el maestro es siempre inocente… y deja que su traidor le envenene porque no quiere, y no puede dejar pensar a los otros que un hombre pueda llegar a matar a un inocente. ■ En los campos del Maestro (los discípulos), penetran los enemigos, que son muchos (el primero, Satanás; los otros, sus siervos, o sea, los hombres, las pasiones, el mundo y la carne). Y he aquí que al discípulo que más fácilmente golpean es al que no está muy cerca del Maestro, sino que está entre el maestro y el mundo. No sabe, no quiere separarse de todo lo que es el mundo, carne, pasiones y demonio, para ser todo de aquel que le lleva a Dios. Sobre ese discípulo esparcen sus semillas el mundo, la carne, las pasiones y el demonio. Oro, poder, mujer, orgullo, el miedo de que el mundo piense mal de él y espíritu de utilitarismo: «Los grandes son los más fuertes. Yo les sirvo para tener su amistad»… ¡Y por estas miserables cosas uno se hace delincuente, se condena!… ■ ¿Por qué el Maestro, viendo la imperfección del discípulo, —si bien no quiere rendirse ante el pensamiento de que será su asesino— no le extirpa de sus filas? Esto os preguntáis. La respuesta es: Porque es inútil hacerlo. Si lo hiciese no le suprimiría como enemigo; antes al contrario, su enemistad se duplicaría y se haría más diligente, o por la rabia de haber sido descubierto o por el dolor de haber sido expulsado. Dolor, sí, porque a veces el discípulo perverso no cae en la cuenta de lo que es; tan sutil es la obra del demonio que no la advierte (viene a ser poseído por el demonio sin sospechar que está bajo su poder). Rabia, sí, rabia por haber sido conocido en lo que es; esto sucede cuando está consciente del trabajo de Satanás y de sus adeptos (los hombres que tientan al débil en sus debilidades para quitar del mundo al santo que les echa en cara con su bondad sus malas acciones). Y entonces el santo ora, y se pone en manos de Dios «hágase lo que permites que se haga» dice, añadiendo solo esta cláusula: «con la condición de que sirva para tus fines». El santo sabe que ha de llegar la hora en que serán separadas de sus espigas las malas plantas de cizaña. ¿Y quién la hará? Dios mismo, que no permite más de cuanto es útil para el triunfo de su voluntad amorosa” (3).
.   ● ¿Disminuye la responsabilidad del traidor por ser tentado por Satanás o sus adeptos?.- ■ Mateo dice: “Pero si admites que siempre es Satanás y sus adeptos… me parece que la responsabilidad del discípulo disminuya”. Jesús: “No lo creas. Si existe el Mal, también existe el Bien, y existe en el hombre el discernimiento y con él la libertad”. Iscariote dice: “Tú dices que Dios no permite más de cuanto es útil al triunfo de su voluntad de amor. Por tanto, este error incluso es útil, si lo permite, y sirve para que triunfe la voluntad divina”. Jesús: “Con lo cual tú arguyes, como Mateo, que ello justifica el delito del discípulo. Dios había creado al león sin su ferocidad y a la serpiente sin veneno; ahora aquel es feroz y ésta es venenosa. Pero Dios, por esta razón, los alejó del hombre. Medita esto y aplícatelo apropiadamente. Vayamos a la casa. El sol está ya muy fuerte, como si fuera a haber tempestad. Vosotros estáis cansados porque no dormisteis anoche”. Elías dice: “La habitación alta de la casa es grande y fresca. Podréis descansar”. Suben por la escalera externa, pero solo los apóstoles se echan sobre las esteras para descansar. Jesús sube a la terraza, sombreada en un ángulo, bajo un altísimo roble, y se sumerge en sus pensamientos. (Escrito el 8 de Junio de 1945).
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1  Nota  : Cfr. Mt. 13,24-30; 13, 36-43.   2  Nota  : Daniel.- Pastores de Belén. Fue tal el impacto que produjo en aquellos pastores la teofanía de Belén, que, a pesar de las acusaciones, persecuciones, todos ellos se mantuvieron fieles a aquel recuerdo durante toda su vida. Jesús, al comienzo de su vida pública, se interesó por cada uno de ellos. Fueron doce, entre ellos Daniel que, junto a Benjamín, pastoreaba en el Líbano. Cfr. Personajes de la Obra magna: Pastores de Belén.  3  Nota  : “Dios mismo, que no permite más de cuanto es útil para el triunfo de su voluntad amorosa”. A propósito de esto María Valtorta escribió una nota: Dios concedió al hombre la inteligencia para comprender, la conciencia para que sea consejera, la Ley para regularse, la libertad para merecer lo que él quiera merecer: Dios y su gloria, o el infierno y su condenación. Además le dio la gracia o predestinación a la gracia para que sea un estímulo o medio para elevar sus facultades a un nivel que las haga apetecer santamente lo sobrenatural y Dios. Ahora en el hombre inteligente, consciente, libre, y sobre todo en el que por medio de la fe conoce su último fin y la Ley divina, debería haber solo acciones que prescribe la Ley y que la conciencia del fin alienta a practicar, entre tanto que la razón y la conciencia las muestra buenas a todos, aun a los que no conocen la religión revelada, y así puedan conseguir el premio eterno que el entendimiento humano, aunque iluminado por la gracia, siente infinitamente superior a todo gozo imaginable que pueda fomentar el creyente. Algunas veces sucede que el hombre al obrar contra la razón, convierte su libertad en un yugo más cruel que todas las esclavitudes: el del demonio, y del pecado, prefiriendo el Mal al Bien. Y entonces, aunque Dios permita que el hombre lleve a cabo lo que voluntariamente elige realizar —y ello para probarlo y confirmarlo en gracia o juzgarlo merecedor de castigo—, la culpabilidad del hombre no disminuye por ningún motivo. Porque, si bien es verdad que el hombre, bajo impulso de Dios o el impulso de Satanás, puede hacer el bien o el mal, no es menor verdad que solo Dios debería ser seguido en sus invitaciones de amor, por el hombre, porque de Él ha recibido todos aquellos dones naturales, morales y sobrenaturales capaces de hacer de él un hijo de Dios heredero del Cielo.
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 (<Jesús ha llegado al Templo de Jerusalén con sus apóstoles. Viene con ellos el niño Yabés —Marziam [1]—. Jesús se ha acercado a Yabés>)
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3-197-245 (3-58-342).- Importancia de la oración en las horas: de la mañana y de la tarde.
* “El día empieza con la mañana: justo es que el hombre bendiga al Señor. Pero al atardecer es aún más solemne”.- ■ Jesús le dice: “Ven, Yabés, que es la hora más solemne del día. Hay otra análoga por la mañana, pero ésta es toda­vía más solemne. El día empieza con la mañana: justo es que el hom­bre bendiga al Señor para que el Señor le bendiga durante todo el día en todas sus obras. Pero al atardecer es aún más solemne: decli­na la luz, cesa el trabajo, llega la noche. La luz que declina recuerda la caída en el mal, y verdaderamente las acciones de pecado se pro­ducen generalmente por la noche. ¿Por qué? Porque el hombre ya no está ocupado en el trabajo y más fácilmente se ve envuelto por el Maligno, que proyecta sus propuestas y pesadillas. Bueno es, por tanto, después de haberle agradecido a Dios su protección durante el día, elevarle nuestra súplica para que se alejen de nosotros los fan­tasmas de la noche y las tentaciones. La noche con su sueño, símbolo de la muerte… Dichosos aquellos que, habiendo vivido con la bendi­ción del Señor se duermen no en las tinieblas sino en una brillante aurora.
* Grandeza del ministerio sacerdotal: ofrece incienso y ora por todos, en comunión con Dios, y Dios le confía su bendiciónJesús: “El sacerdote ofrece el incienso por todos nosotros, ora por todo el pueblo, en comunión con Dios, y Dios le confía su bendición para que la imparta al pueblo de sus hijos. ¿Te das cuenta de lo grande que es el ministerio del sacerdote?”. Yabés: “Yo quisiera… Me sentiría todavía más cerca de mi madre…”. Jesús: “Si eres siempre un buen discípulo e hijo de Pedro, lo serás. Mas ahora ven; mira, las trompetas anuncian que ha llegado la hora. Vamos con veneración a alabar a Yeové”. (Escrito el 22 de Junio de 1945).
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1  Nota  : Cfr. Personajes de la Obra magna: Marziam o Yabés.
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(<Aglae, «la Velada», ha llegado donde Jesús a través de la Madre, a la que, ella, errante y perseguida, había acudido. El encuentro con Jesús tiene lugar en Betania en la casa de Simón Zelote, donde Jesús se encuentra en ese momento. Postrada ante Jesús, arrepentida totalmente, recibe la saludable absolución de Jesús. Aglae, al despedirse, después de entregar todas sus joyas para los pobres, desparrama el contenido de un perfume por el suelo>)
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3-200-268 (3-61-367).- Una paternidad espiritual del apóstol Andrés.
* “Gracias, Andrés, en nombre de Dios y de un alma”. ■ De Aglae (1) solo queda, a los pies de Jesús, el saquito y, por toda la sala, el intensísimo aroma. Jesús se levanta… recoge el saquito y se lo lleva al pecho; se dirige a una ventana que da al camino; sonríe al ver a la mujer que sola se aleja envuelta en su manto hebreo en dirección de Belén. Hace señal de bendecir. ■ Va a la terraza y dice: “Mamá”. María ligera sube la escalera: “La has hecho feliz, Hijo mío. Se ha marchado con fortaleza y paz”. Jesús: “Sí, Mamá. Cuando regrese Andrés, mándamelo cuanto antes”. ■ Pasa el tiempo. Luego se oye la voz de los apóstoles que vuelven hablando… Andrés va donde Jesús: “Maestro, ¿me necesitas?”. Jesús: “Sí, ven aquí. Nadie lo sabrá, pero es justo que te diga a ti. Andrés, gracias en nombre de Dios y de un alma”. Andrés está sorprendido: “¿Gracias? ¿De qué cosa?”. Jesús: “¿No percibes este perfume? Es el recuerdo de «la Velada». Ha venido. Se ha salvado”. Andrés se pone rojo como una amapola. Cae de rodillas. No encuentra ni una palabra que decir… al fin murmura: “Ahora estoy contento. ¡Sea bendito el Señor!”. Jesús: “Sí. Levántate. No digas a los demás que vino… Esta noche también tú debes sentirte feliz…” Andrés: “Sí, Maestro. Yo también tengo mi invisible pero tierna paternidad. Hasta luego”. (Escrito el 25 de Junio de 1945).
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1  Nota  : Cfr. Episodio 2-137-355.
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 4-234-29 (4-95-580).- Normas para los directores de almas basadas en el comentario de tres episodios sobre la conversión de María Magdalena (1).
“Las causas, si no de la mitad o por lo menos de 4/10 de las conversiones fallidas, son la negligencia de los que están designados para esta misión de convertir”.- ■ Dice Jesús: “Desde Enero, cuando te hice ver la cena en casa de Simón el fariseo (2), tú, y quien te guía, tuvisteis deseos de conocer mejor a María de Magdala, y las palabras que le dirigí. Siete meses después os doy a leer estas páginas para satisfacer vuestro deseo y para dar una norma a los que deben saber inclinarse sobre estas lepras del alma, y para brindar, a estas infelices que se ahogan en su tumba de vicio, una voz que quiera invitarlas a salir de él. ■ Dios es bueno. Con todos es bueno. No mide con la medida humana. No hace diferencias entre pecado y pecado mortal. El pecado, cualquiera que sea, le causa dolor. El arrepentimiento le proporciona alegría y le inclina a perdonar. La resistencia a la Gracia le hace inexorablemente severo, porque la Justicia no puede perdonar al impenitente que muere en tal estado, no obstante todos los auxilios que se le dan para convertirse. Las causas, si no de la mitad o por lo menos de cuatro décimas de las conversiones fallidas, son la negligencia de los que están designados para esta misión de convertir; un mal entendido y falso celo que no es sino velo que cubre un real egoísmo y orgullo, en virtud del cual se quedan tranquilos en su propio refugio y no descienden al fango para arrancar de él un corazón. «Yo soy puro, digno de respeto. No voy allí donde hay podredumbre, y donde se me puede faltar al respeto». Quien así habla, ¿no ha leído en el Evangelio que el Hijo de Dios vino a convertir a publicanos y meretrices, además de a los justos que estaban en el ámbito de la Ley antigua? ¿No piensan que el orgullo es impureza de mente, que la falta de caridad es impureza de corazón? ¿Que sufrirás humillación? Yo la sufrí primero y más que tú, y era el Hijo de Dios. ¿Que tendrás que arrastrar tu vestidura sobre la inmundicia? ¿Y no toqué Yo, acaso, con mis manos esta inmundicia para ponerla en pie y decirle: «Anda por este nuevo camino»? ■ ¿No os acordáis de lo que dije a vuestros predecesores? «En cualquier ciudad o poblado que entraseis, informaos de quién hay merecedor de vuestra presencia y quedaos en su casa». Esto lo dije para que el mundo no murmure. El mundo que fácilmente ve el mal en todas las cosas. Pero añadí: «Cuando entréis en las casas —‘casas’ dije, no ‘casa’— saludadlas diciendo: ‘Paz sea en esta casa’. Si la casa es digna de recibirla, la paz descenderá sobre ella; si no, volverá a vosotros». Esto lo dije para enseñaros que, si no hay prueba clara de impenitencia, debéis tener para con todos un mismo corazón. Y terminé la enseñanza diciendo: «Y si alguien no os recibe, y no escucha vuestras palabras, al salir de esas casas o ciudades, sacudid el polvo que se os haya pegado a las suelas». Y la fornicación, para los buenos, para aquellos a quienes la Bondad constantemente amada hace semejantes a un cubo de cristal liso, no es sino polvo que, para quitarlo, basta sacudirlo o soplar. ■ Sed verdaderamente buenos. Formad un bloque único con la Bondad eterna en medio, y ningún género de corrupción podrá subir a ensuciaros más arriba de las suelas que pisan el suelo. ¡Tan alta está el alma!… El alma de quien es bueno y de quien forma una cosa con Dios. El alma está en el Cielo. Allí no llega ni el polvo ni el fango, ni siquiera cuando lo lanzan con odio contra el alma del apóstol. Puede afectar a vuestra carne, es decir, heriros material y moralmente, persiguiéndoos, porque el Mal odia al Bien, o colmándoos de injurias. ¿Y qué? ¿No me ofendieron a Mí? ¿No fui herido? ¿Pero, aquellos golpes y aquellas palabras indecentes turbaron mi espíritu? No. Resbalaron sin penetrar, como saliva en un espejo o piedra lanzada contra la pulpa jugosa de un fruto. O penetraron solo superficialmente, sin causar daño al germen de la semilla que está encerrado en el centro del hueso; es más, favoreciendo su germinación, porque es más fácil brotar de una pulpa entreabierta que no de una completamente cerrada. Solamente muriendo, el grano germina y el apóstol produce. Muriendo a veces materialmente; casi muriendo diariamente, en el sentido metafórico porque el yo humano no está sino quebrado. Y esto no es muerte, sino Vida. El espíritu triunfa sobre la muerte de la humanidad”.
* “Tras haber recordado la Ley, pisoteada por la pecadora, he hecho cantar la esperanza del perdón. ¡Oh, el perdón! Es rocío para la sed ardiente que siente el culpable”.- (A continuación, nota 1- 1º). ■ Dice Jesús: “Había venido a Mí por el simple capricho de la mujer ociosa que no sabe cómo llenar sus horas de ocio. Pues bien, en sus oídos —embotados de falsas lisonjas de quien con himnos a la carnalidad la mecía para tenerla esclavizada— sonó la voz límpida y severa de la Verdad, de la Verdad que no tiene miedo a las burlas e incomprensiones y expresa sus palabras mirando a Dios. Y, cual coro de campanas tocando a fiesta, se fundieron en la Palabra las voces que hablan en los Cielos, en el azul libre del aire, propagándose por valles y colinas, llanuras y lagos, para recordar las glorias y delicias del Señor. ¿Recordáis el doble festivo que en los tiempos de paz tanto alegraba el día dedicado al Señor? La campana mayor daba, con el badajo sonoro, el primer toque en nombre de la Ley divina. Decía: «Hablo en nombre de Dios, Juez y Rey». Y luego las campanas menores, con sus arpegios: «que es bueno, misericordioso y paciente». Para terminar luego la campana más argentina, con voz de ángel, diciendo: «y su caridad mueve al perdón y a la compasión, para enseñaros que el perdón es más útil que el rencor, y la compasión más que la implacabilidad; venid a Aquel que perdona, tened fe en Él, que es compasivo». ■ También Yo, tras haber recordado la Ley, pisoteada por la pecadora, he hecho cantar la esperanza del perdón. Como una cinta de seda de color verde y azul, la he agitado entre las tonalidades negras para que ahí introdujera sus consoladoras palabras. ¡Oh, el perdón! Es rocío para la sed ardiente que siente el culpable. El rocío no es como el granizo que golpea, rebota y desaparece, sin penetrar, y que mata la flor. El rocío baja tan delicadamente que aun la flor más tierna no siente cuando se posa en sus pétalos de seda; pero luego ésta bebe su frescura y cobra fuerzas. El rocío cae en las raíces, en el terrón ardiente del suelo y en tantas cosas… Es una humedad de lágrimas, llanto de estrellas, amoroso llanto de las madres por sus hijos que tienen sed. Rocío que baja, que en sí mismo ya es consuelo, junto a la leche dulce y fecunda. ¡Oh misterios de los elementos, que obran cuando el hombre descansa o peca! El perdón es como este rocío. No solo trae consigo la limpieza, sino jugos vitales, que arrebató no a los elementos, sino a las hogueras divinas. ■ Luego, después de la promesa del perdón, la Sabiduría habla y dice lo que es lícito o no, avisa, sacude no por dureza, sino por solicitud maternal de salvación. ¡Cuántas veces vuestro pedernal se hace aún más impenetrable y cortante para con la Caridad que se inclina hacia vosotros!… ¡Cuántas veces huís mientras ella os habla…! ¡Cuántas os burláis de ella! ¡Cuántas la llegáis a odiar…! Si la caridad os pagase como le pagáis a ella, ¡ay de vuestras almas! Sin embargo, ya veis que la Caridad es la caminante incansable que anda en busca vuestra. Viene a donde estáis aunque estéis sumergidos en asquerosas cuevas”.
*  Los apóstoles deben desafiar prejuicios y críticas ante un deber tan alto.-  (A continuación, nota 1-2º). ■ Dice Jesús: “¿Por qué quise ir a aquella casa? ¿Por qué no obré en ella el milagro? Para enseñar a los apóstoles cómo obrar, desafiando prejuicios y críticas cuando se trata de cumplir un deber tan alto y que está lejos de estas cosillas del mundo. ¿Por qué dije a Judas aquellas palabras? Los apóstoles eran muy humanos. Todos los cristianos son muy humanos. Los santos que están en la tierra también lo son, pero en grado menor. Algo de humano sobrevive aun en los perfectos. Mas los apóstoles no eran todavía perfectos. Lo humano estaba filtrado en sus pensamientos. Yo los llevaba a las alturas, pero el peso de su humanidad les hacía descender de nuevo. Para que cada vez bajaran menos, tenía que meter en su camino de subida cosas apropiadas para detener su descenso, de modo que parasen en ellas meditando y descansando, para luego subir más arriba del límite anterior. ■ Tenían que ser cosas que pudiesen servirles de peldaño para convencerlos de que Yo era un Dios. Por esto: conocimiento exacto de almas, victoria sobre los elementos, milagros, transfiguración, resurrección y ubicuidad. Estuve contemporáneamente en el camino de Emmaús y en el Cenáculo (3). Las horas de las dos presencias, cotejadas por los apóstoles y los discípulos, fue una de las razones que más les convenció, y los arrancó de sus lazos y los lanzó al camino de Cristo. Más que por Judas —miembro que incubaba ya en sí la muerte—, hablé para los otros once. Debía mostrarles claramente, no por orgullo, sino por necesidad de formación, que Yo era Dios. Era Dios y Maestro, aquellas palabras lo manifiestan de Mí: revelo una facultad extrahumana y enseño una perfección: a no tener conversaciones malas, ni siquiera con nuestro interior. Porque Dios ve, y gusta ver puro el interior para bajar a él y morar en él”.
 La presencia de Dios exige un ambiente puro.- (A continuación, nota 1, 3º). ■ Dice Jesús: “¿Pero por qué no obré el milagro en esa casa? Para enseñar a todos que la presencia de Dios exige un ambiente puro. Por respeto a su excelsa majestad. Para hablar, no con palabras que salen de los labios sino con palabras más profundas, al espíritu de la pecadora y decirle: «¿Lo ves, infeliz? Eres tan sucia, que todo a tu alrededor se hace sucio. Tan sucio que Dios no puede obrar. Tú más sucia que estos. Porque repites el pecado de Eva y ofreces el fruto a los adanes (4), tentándoles y arrebatándoles de su deber. Tú, servidora de Satanás» ■ ¿Pero por qué no quise que su madre angustiada la llame «Satanás»? Porque ninguna razón justifica la ofensa y el odio. Condición primera y necesaria para tener a Dios con nosotros es no tener rencor y saber perdonar. Condición segunda, saber reconocer la propia culpabilidad, o de quien es nuestro; no ver solo las culpas de los demás. Tercera: saber conservarnos, por justicia hacia el Eterno, agradecidos y fieles después de haber recibido una gracia. ¡Quienes, tras haber recibido una gracia, son peores que los perros y no se acuerdan de su Bienhechor —mientras que el animal sí se acuerda— son unos desdichados. ■ No dije ninguna palabra a María Magdalena. La vi por un instante como una estatua, y luego la dejé. Volví con «los vivos» a quienes quería salvar. Ella, materia muerta igual o más que un mármol esculpido, la envolví en un aparente descuido. No dije ni una palabra, e hice como si no hubiese tenido presente ante todo su alma que quería redimir. ■ Y la última palabra: «No insulto. No insultes tú; limítate a orar por los pecadores», como guirnalda de flores, vino a juntarse con la que dije en el monte: «El perdón es más útil que el rencor y la compasión más que la inexorabilidad». Las  dos frases envolvieron a la pobre infeliz en un círculo fresco, perfumado de bondad, haciéndole experimentar cuán distinto de la feroz esclavitud de Satanás es el servir a Dios, cuán suave es el perfume celestial respecto a la hediondez de la culpa, y qué gran tranquilidad proporciona el ser amados santamente, respecto a ser poseídos satánicamente”.
* Enseñanza de todo esto.
.   Yo mido conforme a Dios vuestras fuerzas”.- Jesús: “Observad cómo el querer del Señor es comedido. No exige conversiones fulminantes. No exige de un corazón lo absoluto. Sabe esperar. Sabe conformarse: se conformó con lo que pudo darle aquella madre trastornada por el dolor, mientras esperaba a que la extraviada encontrara de nuevo el camino. No le pido otra cosa más que «¿Puedes perdonar?». ¡Cuántas otras cosas habría podido pedirle para hacerla digna del milagro, si hubiese juzgado a lo humano! Yo mido conforme a Dios vuestras fuerzas. Para aquella pobre madre presa de dolor, ya era mucho el que fuera capaz de perdonar. En aquella hora solo le pido eso. Después, cuando le restituí a su hijo, le dije: «Sé santa y santifica tu casa». Pero, mientras el dolor la tiene prisionera, no le pedí sino perdón para la culpable. No se debe exigir todo de quien poco antes ha estado en el fondo de las tinieblas. Esa madre luego iba a salir a la Luz total, y con ella la esposa y los hijos. Pero, en ese momento, lo que hacía falta era portar a sus ojos, ciegos de llanto, los primeros rayos de la luz: el perdón, alba del día del Dios”.
.   ●  “Estos sinsabores están unidos a las victorias del apostolado”.-Jesús: “De los presentes uno solo —no cuento a Judas, me refiero a los de la ciudad que estaban presentes en ese lugar, no me refiero a mis discípulos— uno solo no iba a alcanzar la Luz. Estos sinsabores están unidos a las victorias del apostolado. Hay siempre alguien por quien el apóstol en vano se fatiga. Pero esas derrotas no deben quitar el aliento. El apóstol no debe esperar obtener todo. Contra él existen muchas fuerzas adversas que cual tentáculos de pulpo aferran la presa que él le había arrebatado. El mérito del apóstol es igual. Infeliz el apóstol que dice: «No voy a ese lugar porque sé que no voy a convertir». Este es un apóstol que vale muy poco. Es necesario ir a ese lugar, aunque se vaya a salvar solo uno de mil. Su jornal apostólico será el mismo por uno que por mil, porque él hizo todo lo que podía hacer, y Dios premia eso. También hay que pensar que donde el apóstol no puede convertir, porque quien debe convertirse está asido fuertemente por Satanás y las fuerzas de apóstol son inferiores al esfuerzo necesario, puede intervenir Dios. Y ¿entonces? ¿Quién puede más que Dios?”.
.  ● Otra cosa que el apóstol necesariamente debe practicar es el amor. Amor visible. Es un obrero de Dios y no debe limitarse a orar, debe actuar… con gran amor. El rigor paraliza el trabajo del apóstol y el movimiento de las almas hacia la luz”.-Jesús: “Otra cosa que el apóstol necesariamente debe practicar es el amor. Amor visible, no solo el secreto amor del corazón de los hermanos. Esto bastaría para los hermanos buenos. Pero el apóstol es un obrero de Dios y no debe limitarse a orar, debe actuar. Que actúe con amor, con gran amor. El rigor paraliza el trabajo del apóstol y el movimiento de las almas hacia la Luz. No rigor sino amor. El amor es ese vestido de asbesto que preserva del ataque del calor de las malas pasiones. El amor es un cúmulo de esencias que os preservan de que la podredumbre humano-satánica pueda entrar en vosotros. Para conquistar a un alma es necesario saber amar. Para conquistar a un alma es necesario conducirla a que ame, a que ame el Bien y repudie sus pobres amores pecaminosos. Yo quería el alma de María. Y me comporté con ella, como contigo, pequeño Juan, pues no me limité a hablar desde mi cátedra de Maestro, sino que bajé a buscarla en los caminos del pecado. La seguí, la perseguí con amor. ¡Dulce persecución! Entré, Yo-Pureza, donde estaba ella, la impureza. No temí el escándalo ni en Mí ni en los demás. El escándalo en Mí no podía entrar, pues que Yo soy la Misericordia, y ésta llora por las culpas pero no se escandaliza de ellas. ¡Infeliz aquel pastor que se escandaliza y, tras esta barrera, se atrinchera para abandonar un alma! ¿No sabéis que las almas son más proclives a resucitar que los cuerpos y que la palabra piadosa y amorosa que dice: «Hermana, por tu bien, levántate» realiza a menudo el milagro? Tampoco temía el escándalo en los demás. Los ojos de los buenos me comprendían; los de los malos, en donde la malicia fermenta, arrojando emanaciones de una corrupción interna, no tienen valor. Ellos encontraban culpa aun en Dios. Creían que solo ellos eran perfectos. Por esto no les curaba”.
.   ●  Las tres etapas para salvar un alma.-Jesús: “Las tres etapas para salvar un alma son, primera: Ser integérrimos para poder hablar, sin temor a que nos hagan callarnos. Hablar a toda una multitud de modo que nuestra palabra apostólica, dirigida a las turbas que se agolpan alrededor de la mística barca, vaya, en círculos de onda, cada vez más lejos, hasta la orilla cenagosa donde están enclavados los que viven inertes sobre el fango sin preocuparse de conocer la Verdad. Este es el primer trabajo para romper la costra del duro terrón y prepararlo para la semilla. Es el trabajo más duro tanto para el que lo tiene que hacer como para quien lo recibe, porque la palabra debe, cual penetrante reja de arado, herir para abrir. Y en verdad os digo que el corazón del apóstol bueno se hiere y sangra por el dolor que le supone tener que herir para abrir; pero también este dolor es fecundo. Con la sangre y el llanto del apóstol se hace fértil el terreno agreste. Segunda cualidad: trabajar incluso allí donde otro, que no ha comprendido su misión, huiría. Despedazarse en el esfuerzo de arrancar cizaña, grama, espinas para que el terreno esté limpio y arado para que resplandezca sobre él, como sol, el poder de Dios y su bondad; y al mismo tiempo, con maneras de juez y de médico, ser severo y, no obstante, compasivo; firme en un período de espera para dar tiempo a las almas de superar la crisis, meditar y decidir. Tercer punto: en el momento en que el alma que en el silencio se ha arrepentido, llorando y pensando en sus errores, se atreve a venir tímidamente, miedosa de ser rechazada, hacia el apóstol, el apóstol debe tener un corazón más ancho que el mar, más dulce que el corazón de una madre, más enamorado que el corazón de un esposo, y ha de abrirlo de par en par, para que broten de él olas de ternura. Si tenéis a Dios con vosotros, Dios que es caridad, encontraréis fácilmente palabras de amor para las almas. Dios hablará en vosotros y por vosotros, y el amor llegará, como miel que se escurre de un panal, para alivio de los labios ardientes y nauseados; como bálsamo que sale de una ampolla, para medicina de los espíritus heridos. ■ Doctores de las almas, haced que os amen los pecadores, haced que gusten el sabor de la caridad celestial y que lo ansíen tanto que no busquen ya otro alimento, haced que sientan en vuestra dulzura un alivio tan grande que lo busquen para todas sus heridas. Es menester que vuestra caridad aleje de ellos todo temor, porque, como dice la epístola que hoy leíste: «El temor supone el castigo; el que teme no es perfecto en la caridad». Pero tampoco es perfecto en la caridad el que produce el temor. No digáis: «¿Qué has hecho?». No digáis: «Vete». No digáis: «Tú no puedes tener gusto por el amor bueno». Antes al contrario, decid, decid en mi nombre: «Ama y yo te perdono»; decid: «Ven, Jesús te abre los brazos»; decid: «Gusta este Pan de los ángeles y esta Palabra y olvida la pez de Infierno y los desprecios de Satanás». Haceos acémilas para llevar las debilidades de los demás. El apóstol debe llevar sus cargas y las de los demás, su cruz y la de los demás. Y, mientras os acercáis a Mí, cargados con estas ovejas heridas, dadles confianza a estas ovejas errantes, decidles: «En este momento todo se ha olvidado»; decir: «No tengas miedo del Salvador, que ha venido del Cielo por ti, exactamente por ti; yo solo soy el puente para llevarte a Él, que te está esperando, al otro lado del río de la absolución penitencial, para llevarte a sus pastos santos, cuyos comienzos están aquí en la tierra, pero que luego continúan, con Belleza eterna que alimenta y hace feliz, en los Cielos»”.
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* Finalidad de este comentario.-Jesús: “Este es el comentario. Poco toca a vosotros, ovejas fieles del Pastor. Si a ti, pequeña esposa, te aumenta la confianza, al Padre (5) se le aumentará la luz para poder juzgar; y para muchos actuará no solo como incentivo de acercarse al Bien, sino que será el rocío de que he hablado, que penetra y nutre y da nuevo vigor a las flores caídas. Levantad la cabeza. El Cielo está en lo alto. Queda en paz, María. El Señor está contigo”. (Escrito el 13 de Agosto de 1944).
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1  Nota  : En este capítulo se comentan tres episodios de la vida de María de Magdala:
(1º) Se refiere al primer encuentro de Magdalena con Jesús, episodio 3-174-109, (expuesto en el tema “Pureza-Castidad”) en que María Magdalena, provocativa, llevada en brazos por cuatro hombres, apareció en el monte de las Bienaventuranzas. Ante esta conducta escandalosa de Magdalena Jesús, tras haber recordado que uno debe ser fiel a Ley, pasó a hablar del perdón, declarando que “el perdón es más útil que el rencor”.
(2º) Se refiere a la 1ª parte del episodio 3-183-163, (expuesto en el tema “Pureza-Castidad”). Los discípulos habían quedado escandalizados porque Jesús quería ir a Magdala, ciudad de mala fama. Pero Jesús, que penetraba en los corazones, sabía lo que en esos momentos sucedía en una casa de Magdala, en la casa de María Magdalena, donde un hombre casado, que sostenía con ella relaciones lujuriosas, había sido apuñalado por un romano. Y la respuesta a la pregunta: “¿Por qué quise ir a aquella casa?”, se encuentra en las palabras dirigidas por Jesús a Pedro: porque “Cristo no ha venido a salvar a los salvados sino a los pecadores… por amor a Mí hay que entrar hasta en prostíbulos… sin miedo a contaminarse… Porque mientras no se quiere no viene el mal. Pero es menester no querer fuerte y constantemente. Fuerza y constancia que se obtiene del Padre si se ora con rectitud de propósito”. Es el momento en que Jesús captó el pensamiento de Judas Iscariote, poniéndolo al descubierto: “Judas, no te fíes mucho de ti mismo… El orgullo es una rendija por donde entra Satanás. Vigila y sé humilde”. Y cuando Jesús dijo, “A la Magdala de los ricos es a donde quiero entrar”, fue cuando Jesús captó por 2ª vez el pensamiento de Judas Iscariote, poniéndolo también al descubierto: “Judas, no has hablado con los labios sino dentro de tu corazón… Pues bien, no hay que murmurar o calumniar con nuestro propio «yo»”.
(3º) La 2ª parte del episodio 3-183-163, responde a la pregunta: “¿Por qué no obré en la casa de Magdalena el milagro?”. Por deseo expreso de Jesús, el hombre apuñalado en casa de María Magdalena fue llevado por sus familiares a la casa de la madre del herido, a unos 100 metros de distancia, porque como dirá Jesús a la madre del herido: “Tu casa ha sido santificada con el milagro que siempre es prueba de la presencia de Dios. Por este motivo no he podido hacerlo donde había pecado”.
2  Nota  : Cfr. Lc. 7,36-50.    3  Nota  : Cfr. Lc. 24,13-35. Cfr. también Mt. 28,1-10; Mc. 16,1-14; Lc. 24,1-49; Ju. 20,1-25.    4  Nota  : Cfr. Gén. 3,6.    5  Nota  : Padre Migliorini, director espiritual de María Valtorta.
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 4-237-46  (4-100-598).- Petición de obreros para la mies (1).
* “La mies es verdaderamente mucha y los obreros pocos. Rogad, pues, al Dueño de la tierra que envíe muchos obreros a su mies. Aquellos que conmigo formen una sola cosa llegarán a hacer lo que Yo hago.- ■ Jesús se encuentra en el camino que desde el lago Merón va ha­cia el de Galilea. Con Él están Simón Zelote y Bartolomé y parece como que esperan, cerca de un riachuelo que con su hilito de agua alimenta frondosos árboles, a los otros que están llegando desde dos partes distintas. Es un día de mucho calor. No obstante, mucha gente ha seguido a los tres grupos, que deben haber predicado por los campos, encaminando a los enfermos hacia el grupo de Jesús y reservándose predicar sobre Él a los sanos. Muchos de los curados, sentados entre los árboles, forman ahora un grupo feliz. Su alegría es tal, que no sienten siquiera el cansancio producido por el calor, el polvo, la luz cegadora; mientras que todas estas cosas hacen sufrir, y no poco, a los demás. Cuando el grupo capitaneado por Judas Tadeo llega —es el pri­mero— adonde Jesús, se manifiesta evidente el cansancio de todos los que lo forman y de los que vienen detrás. El último es el grupo capitaneado por Pedro; vienen en él muchos de Corozaín y Betsaida. ■ Pedro dice: “Hemos hecho lo que estaba previsto, Maestro. Pero haría falta ser muchos grupos… Ya ves… andar mucho no se puede, por el calor. ¿Qué hacemos, entonces? El mundo parece ensancharse más cuan­tas más cosas tenemos que hacer, porque los pueblos se desperdigan más y se alargan las distancias. No me había percatado nunca de que fuera tan grande Galilea. Estamos sólo en un rincón de ella, realmente en un rincón, y no logramos evangelizarla, de tan grande como es y de tantas necesidades y tanto deseo de Ti como hay”. Tadeo responde: “No es que el mundo crezca, Simón. Lo que crece es el conoci­miento de nuestro Maestro”. Santiago de Zebedeo dice: “Sí, es verdad. Mira cuánta gente. Algunos nos siguen desde esta mañana. Durante las horas de calor, nos hemos refugiado en un bos­que. Pero incluso ahora, que se acerca el atardecer, es un sufrimiento el caminar. Y estos pobrecillos están mucho más lejos de casa que nosotros. No sé cómo nos las vamos a arreglar si sigue aumentando todo a este ritmo…”. Andrés, como para consolar, dice: “En octubre vendrán también los pastores”. Pedro responde: “¡Sí! ¡Ya! Pastores, discípulos… ¡maravilloso! Pero son útiles sólo para decir: «Jesús es el Salvador. Está allí». Nada más”. Andrés: “Al menos la gente sabrá dónde encontrarle. Ahora, sin embargo… nosotros venimos aquí y ellos corren aquí; mientras ellos vienen aquí, nosotros vamos allá, y ellos tienen que correr detrás de nosotros… Y con niños y enfermos no es muy cómodo”. ■ Jesús habla: “Tienes razón, Simón Pedro. También siento Yo compasión de estas almas y de estas turbas. Para muchos el no encontrarme en un momento determinado puede ser causa irreparable de desventura. Observad qué cansados están y cuán desorientados se sienten los que no poseen aún la certeza de mi Verdad; y cuán hambrientos los que han gustado mi palabra y ya no saben estar sin ella, y ninguna otra palabra los satisface. Asemejan a ovejas sin pastor, que vagan no encontrando a alguien que las guíe y lleve a pastar. Yo les seré próvido. Pero vosotros tenéis que ayudarme, con todas vuestras fuerzas espirituales, morales y físicas. Debéis aprender a ir no a grupos, sino a multitudes. Y a ellas mandaremos los mejores discípulos. Porque la mies es verdaderamente mucha. En este verano os prepararé para esta gran misión. Para Tammuz (2) se nos habrá reunido Isaac, que vendrá con los mejores discípulos; y os prepararé. De todas formas, no seréis todavía suficientes, porque la mies es verdaderamente mucha y los obreros pocos. Rogad, pues, al Dueño de la tierra que envíe muchos obreros a su mies”. ■ Santiago de Alfeo dice: “Sí, mi Señor, pero ello no modificará mucho la situación de éstos que te buscan”. Jesús: “¿Por qué, hermano?”. Santiago de Alfeo: “Porque buscan no sólo doctrina y palabra de Vida, sino también que se les cure en sus flaquezas, sus enfermedades, a toda tara de su parte inferior o superior causada por la vida o por Satanás. Y esto sólo Tú lo puedes hacer, porque en Ti está el Poder”. Jesús: “Aquellos que conmigo formen una sola cosa llegarán a hacer lo que Yo hago, y los pobres recibirán ayuda en todas sus miserias. Pero aún no poseéis en vosotros lo que es necesario para llegar a esto. Esforzaos en superaros a vosotros mismos, en aplastar vuestra humanidad para hacer triunfar el espíritu. No asimiléis sólo mi palabra sino también su espíritu, o sea, santificaos por medio de ella; y luego todo lo podréis. Mas ahora vamos a manifestarles mi palabra, dado que no quieren marcharse sin que Yo les dé la palabra de Dios. Luego volveremos a Cafarnaúm. También allí habrá quien nos esté esperando…”. (Escrito el 29 de Julio de 1945).
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1  Nota  : Cfr. Mt. 9,35-38.   2  Nota  : Cfr.  Anotaciones  n. 5: Calendario hebreo: Tammuz
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 (<La Virgen y María Magdalena, ésta, después de su conversión, por 1ª vez entre discípulas —entre éstas está también Marta, hermana de Magdalena— y apóstoles, acaban de llegar a la casa de Cafarnaúm. Al pronunciar Jesús el nombre de Cesarea como uno de los lugares próximos a visitar, se oye un violento suspiro de María Magdalena. Esto da pie a Jesús para decir que María Magdalena debe vencer el respeto humano. Ella está llamada a ser signo indicador para muchos>)
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4-239-61 (4-102-614).- ).- Parábolas: de la red y los pescadores (1); de la perla preciosa (2); del tesoro de las enseñanzas viejas y nuevas (3).
* “Ven aquí, Andrés pescador mío, te quiero contar una parábola que parece hecha para ti”.- ■ Dice Jesús: “Pues María, cuando haya quebrantado las últimas cadenas de su ser humano, será un fuego de amor. No ha hecho más que cambiar la dirección de su exuberancia en el amar. Ha colocado en un plano sobrenatural esta facultad poderosa de amar que tiene, y realizará prodigios con ella. Os lo aseguro. Ahora todavía está avergonzada. Pero la veréis que día tras día se irá apaciguando, se irá robusteciendo en su nueva vida. En casa de Simón dije: «Mucho se le ha perdonado, porque mucho ama ella». Ahora os digo que en verdad todo le será perdonado porque amará a su Dios con todas sus fuerzas, con toda su alma, con toda su inteligencia, con toda su sangre, con toda su carne, hasta el holocausto”. Andrés suspira: “¡Bienaventurada ella que merece ese elogio! ¡También yo quisiera merecerlo!”. ■ Jesús dice a Andrés: “¡Tú! Tú ya lo tienes. Ven aquí, pescador mío. Te quiero contar una parábola que parece que fuere hecha para ti”. Marta: “Maestro, espera. Voy a llamar a María. Desea conocer tu doctrina…”. Mientras sale Marta, los otros arreglan los asientos de modo que se forme un semicírculo alrededor de Jesús. Regresan las hermanas y se sientan junto a María Santísima. Jesús empieza a hablar: “Unos pescadores fueron al lago y echaron su red, después de cierto tiempo la subieron a bordo. Fatigosamente cumplían con el trabajo que les había impuesto su patrón, que les había dado órdenes de proporcionar pescado exquisito a su ciudad, y les había dicho: «de los peces malsanos o de poca calidad no os preocupéis ni siquiera de sacarlos a tierra. Devolvedlos al mar. Los pescarán otros pescadores, pero, al ser pescadores de otro patrón, los llevarán a su ciudad: pues allí se consumen cosas malsanas, cosas que hacen cada vez más fea la ciudad de mi enemigo. Pero, en la mía, hermosa, llena de luz, santa, no debe entrar ninguna cosa malsana». Así pues los pescadores, sacada la red, empezaron a escoger. Había peces de distintos aspectos, tamaños y colores. Había peces de buen aspecto, pero con mucha espina, de mal sabor, con su grueso vientre lleno de lodo, gusanos, hierbas podridas que aumentaban el sabor malo de su carne. Había otros, por el contrario, de aspecto feo, con una cabeza que parecía la fea cara de un delincuente o de un monstruo de pesadilla; pero los pescadores sabían que su carne era deliciosa. Otros, por no valer tanto, pasaban inadvertidos. Los pescadores trabajaron y trabajaron. Las cestas estaban llenas de pescado delicioso y en la red quedaban los de poco valor. Dijeron muchos de los pescadores: «¡Bien! Basta. Las cestas están llenas. Vamos a tirar las que sobran al mar». ■ Pero uno, que hablaba poco, cuando los otros alababan o se burlaban de todo pez que caía en sus manos, se quedó todavía hurgando en la red y, entre la multitud de pececillos, encontró dos o tres peces y los puso encima de todos en las cestas. Le preguntaron: «¿Pero qué estás haciendo? Las cestas están ya completas y bien presentadas. Las echas a perder poniendo encima ese pobre pez. Da la impresión de que quisieras decir que ése es el mejor». El pescador respondió: «Dejadme, que yo conozco esta clase de peces y sé qué rendimiento y qué placer proporcionan». Esta es la parábola, que termina con la bendición del patrón al pescador paciente, experto, silencioso, que supo distinguir entre la masa de los peces”.
.   ●  Explicación de la parábola.- ■ Jesús: “Ahora escuchad la explicación. El dueño de la bella ciudad, llena de luz y santa, es el Señor. La ciudad es el Reino de los Cielos. Los pescadores, mis apóstoles. Los peces del mar, el género humano en el que se encuentra toda clase de personas. Los peces buenos, son los santos. El patrón de la ciudad horrible es Satanás. La ciudad horrible, el Infierno. Sus pescadores son el mundo, la carne, las pasiones malas encarnadas en los siervos de Satanás, bien sean espirituales como los demonios, bien humanos, como los hombres que corrompen a sus semejantes. Los peces malos son los hombres que no fueron dignos del Reino de los Cielos: los condenados. ■ Entre los pescadores de almas para la ciudad de Dios habrá siempre unos que emularán la capacidad paciente del pescador que sabe buscar con perseverancia, exactamente en los estratos del género humano, donde sus compañeros, más impacientes, tomaron solo los que aparecían buenos a primera vista. Y, por desgracia, habrá también pescadores que, porque son muy distraídos y charlatanes, no verán los peces buenos y los echarán a perder. No se han percatado de que su trabajo es un trabajo de selección que exige sumo cuidado y silencio para escuchar las voces de las almas y las indicaciones sobrenaturales. Y habrá otros que, por demasiada intransigencia, rechazarán a almas que si bien no son perfectas en su aspecto exterior, son excelentes en todo lo demás. ¿Qué importa si uno de los peces que capturéis para Mí muestre señales de luchas pasadas, o presente mutilaciones producidas por muchas causas, si su espíritu no está lesionado? ¿Qué importa si uno de éstos, por librarse del enemigo, se haya herido y se presente con estas heridas, si su interior muestra su clara voluntad de querer pertenecer a Dios? Almas probadas, almas seguras; más que esas otras, que son como niños protegidos por sus pañales, su cuna y su mamá, y que duermen saciados y contentos, pero que en el futuro pueden, con la razón y la edad y los vaivenes de la vida, dar sorpresas dolorosas de desviaciones morales. ■ Os recuerdo la parábola del hijo pródigo. Escucharéis otras parábolas, porque seguiré buscando la manera de infundiros recta inteligencia en vuestra manera de distinguir las conciencias y de escoger el modo con que guiéis esas conciencias, que son singulares, y cada una, por tanto, tiene su modo especial de escuchar y reaccionar respecto a las tentaciones y a las enseñanzas. No creáis que sea cosa fácil el ser discernidores de corazones. Todo lo contrario. Requiere ojos espirituales repletos de luz divina, requiere inteligencia infusa de sabiduría divina, requiere la adquisición de las virtudes en forma heroica, la primera de las cuales es la caridad. Requiere la capacidad de meditar porque cada alma es un texto oscuro que hay que leer y meditar. Se necesita una unión continua con Dios, olvidando todos los intereses egoístas; vivir para las almas y para Dios; superar prejuicios, resentimientos, antipatías; ser dulces como padres y férreos cual guerreros. Dulces para aconsejar y dar valor; férreos para decir: «Esto no te es lícito y no lo debes hacer». O: «Eso se debe hacer y tú lo harás». Porque, pensadlo bien, muchas almas serán arrojadas a los fosos infernales. Pero no serán solo almas de pecadores, también habrá almas de pescadores evangélicos, las de aquellos que hayan faltado a su ministerio, contribuyendo así a que se perdieran muchos espíritus. ■ Llegará el día, el último día para la tierra, el primero de la Jerusalén completa y eterna, en el que los ángeles, como los pescadores de la parábola, separarán los justos de los malos para que, según la orden inexorable del Juez, los buenos entren al Cielo y los malos al fuego eterno. Y entonces se conocerá la verdad acerca de los pescadores y pescados; caerán las hipocresías y aparecerá el pueblo de Dios cual es, con sus caudillos y los salvados por sus caudillos. Entonces veremos que muchos de los que son considerados sin valor externamente, o inútiles, serán esplendor del Cielo, y que los pescadores calmos y pacientes son los que más han logrado, resplandecerán con piedras preciosas que son tantas cuantas fueron las almas que salvaron. Ya terminó la parábola y la explicación”. ■ Pedro dice: “¿Y mi hermano?… ¡Oh, pero…!”. Pedro le mira, le mira… luego mira a Magdalena. Andrés dice secamente: “No Simón. En esa yo no tengo ningún mérito. Solo el Maestro lo hizo”. Felipe pregunta: “Pero entonces los otros pescadores, los de Satanás, ¿cogen solo las sobras?”. Jesús: “Tratan de coger los mejores, las almas capaces de mayor prodigio de Gracia, y se sirven para ello de los propios hombres, y de las tentaciones de éstos. ¡Hay muchos en el mundo que por un plato de lentejas renuncian a su primogenitura!”.
* Parábola de la perla preciosa.- ■ Santiago de Alfeo pregunta: “Maestro, hace unos días nos hablabas de que muchos son los que se dejan seducir por las cosas del mundo. ¿Serán también éstos de los que pescan para Satanás?”. Jesús: “Sí, hermano mío. En aquella parábola el hombre se dejó seducir por el mucho dinero, que le podía proporcionar muchos placeres, y así perdió todos los derechos al Tesoro del Reino. Pero en verdad os digo que de cien hombres, solo un tercio sabe resistir a la tentación del oro, o a otras seducciones, y de este tercio solo la mitad sabe hacerlo de manera heroica. El mundo se está ahogando de asfixia porque se carga voluntariamente de las ataduras del pecado. Es mejor estar despojado de todo, más bien que tener riquezas irrisorias y engañosas. Procurad comportaros como los joyeros inteligentes, que, apenas saben que en un determinado lugar se pescó una perla rarísima, no se preocupan de conservar en sus cofres muchas joyas modestas, sino que se libran de todo para comprar aquella perla maravillosa”. Bartolomé pregunta: “Pero entonces, ¿por qué Tú mismo estableces diferencias entre las misiones que confías a las personas que te siguen, y dices que debemos considerar las misiones como un don de Dios? Deberíamos renunciar también a ellas, porque respecto al Reino de los Cielos no son tampoco más que migajas”. Jesús: “No son migajas, son medios. Serían migajas, o, más aún, serían paja sucia, si vinieran a ser objetivo humano en la vida. Quienes se afanan para conseguir un puesto con miras a una ganancia humana hacen de ese puesto, aunque sea santo, una paja sucia. Mas si vuestra misión de sacerdotes es para vosotros obediente aceptación, gozoso deber, total holocausto, haréis de vuestra misión una perla singularísima. La misión, si se cumple sin reservas, es holocausto, martirio, gloria. Chorrea lágrimas, sudor, sangre, pero entreteje una corona de eterna realeza”.
* Parábola del tesoro de las enseñanzas viejas y nuevas.-Bartolomé: “¡Tú sabes responder a todo y bien!”. Jesús: “¿Pero, me habéis entendido? ¿Comprendéis lo que digo con comparaciones sacadas de la vida diaria, iluminadas —eso sí—con una luz sobrenatural que explica las cosas eternas?”. Bartolomé: “Sí, Maestro”. Jesús: “Recordad entonces el método para instruir a las multitudes. El recordar es uno de los secretos de los escribas y rabíes. En verdad os digo que cada uno de vosotros, instruido por la sabiduría de poseer el Reino de los Cielos, es semejante a un padre de familia que saca de su tesoro aquello que necesita la familia, usando cosas antiguas y nuevas, pero todas con la finalidad única de procurar el bienestar a sus propios hijos. ■ Ya no llueve. Dejemos tranquilas a las mujeres y vayamos nosotros a la casa del viejo Tobías que dentro de poco abrirá sus ojos espirituales a la aurora del más allá. La paz sea con vosotros”. (Escrito el 31 de Julio de 1945).
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1  Nota  : Cfr. Mt. 13,47-51.    2  Nota  : Cfr. Mt. 13,45-46.   3  Nota  : Cfr. Mt. 13,52-52.
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 (<Jesús, acompañado de apóstoles y mujeres ha llegado a Sicaminón y en presencia de la gente congregada por el pastor Isaac, ha hablado sobre la conversión de Juan de Endor [1] y de Magdalena. Después, les advierte que en una conversión no basta el heroísmo de la persona que se convierte; es necesario también el heroísmo de quien convierte —es más, éste debería preceder a aquél, porque las almas se salvan con nuestro sacrificio—>)
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4-250-139 (4-113-697).- “La unión de mis sacerdotes será como la parte vital del Cuerpo de mi Iglesia, de la que yo seré el Espíritu Santo animador”.
* “Tened siempre ante los ojos: que no vine a salvar santos, sino los pecadores. Igual haced vosotros, porque el discípulo no es mayor que el Maestro”.- ■ Dice Jesús: “Os repito que no tenía necesidad de justificar mis acciones, pero he querido que entraseis en mi concepto y lo hicieseis vuestro; para ahora y para otros casos futuros semejantes, cuando Yo ya no esté con vosotros. Que jamás un concepto errado, una sospecha farisea de contaminar a Dios llevándole un pecador arrepentido, os detenga en esta obra, que es el coronamiento perfecto de la misión para la que os destino. Tened siempre ante los ojos que no vine a salvar santos, sino los pecadores. Igual haced vosotros, porque el discípulo no es mayor que el Maestro y si Yo no aborrezco el tomar de la mano a los deshechos de la Tierra que sienten necesidad de Cielo y con gozo los llevo a Dios, porque tal es mi misión, y cada conquista es una justificación de mi Encarnación humilladora del Infinito (2), pues no lo aborrezcáis tampoco vosotros, hombres limitados, que en mayor o menor grado habéis conocido, todos, la imperfección; hechos de la misma naturaleza que vuestros hermanos pecadores, hombres que os elijo como salvadores para que continúe mi obra hasta que perdure la Tierra, de forma que sea como si Yo estuviese viviendo en ella, como si viviese corporalmente. ■ Y así será porque la unión de mis sacerdotes será como la parte vital del gran cuerpo de mi Iglesia, de la que Yo seré el Espíritu Santo animador; y, alrededor de esta parte vital se concentrarán todas las infinitas partículas de los creyentes para que formen un solo cuerpo, que tendrá mi Nombre. Pero si faltase la vitalidad en la parte sacerdotal ¿podrían las infinitas partículas tener vida? Verdad es que Yo, estando en ese cuerpo, podría impulsar mi Vida hasta las partículas más lejanas, sin hacer caso de las cisternas y los canales cerrados e inútiles, reacios a su ministerio. Porque la lluvia penetra hasta donde quiere, y las partículas buenas, que son capaces por sí mimas de querer la vida, vivirían igualmente mi vida. ¿Pero qué sería entonces del Cristianismo? Conjunto de almas y almas, cercanas, pero separadas por canales y cisternas que ya no serían lazos de unión, distribuidores de la sangre vital proveniente de un único centro para cada una de las partículas; serían, más bien, muros y precipicios de separación, a través de los cuales las partículas se mirarían, humanamente hostiles, sobrenaturalmente entristecidas, de una orilla a otra, diciendo en sus espíritus: «Y, con todo, éramos hermanos y como tales nos sentimos todavía, a pesar de que nos hayan separado». Cercanía. No una fusión. No un organismo. Y sobre esta ruina resplandecería con pena mi amor… Aún más, no penséis que esto valga solo para los cismas religiosos. No. Sirve también para todas las almas que quedan solas, porque los sacerdotes no quieren sostenerlas, ocuparse de ellas, amarlas, faltando con ello a su misión, que es la de decir y hacer lo que Yo digo y hago, o sea: «Venid a Mí todos vosotros, que os conduciré a Dios». Id en paz ahora, y que Dios sea con vosotros”. (Escrito el 11 de Agosto de 1945).
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1  Nota  : Cfr. Personajes de la Obra magna: Juan de Endor.   2  Nota  : Expresión que debe entenderse a la luz de: Fil. 2,5-11. Cfr. también: Rom. 8,3; Hebr. 4,15.
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4-265-236 (5-128-802).- Instrucciones a los doce apóstoles al comienzo de su ministerio.
Ha llegado la hora de vuestra labor evangelizadora. Ahora, a la mitad de mi vida pública dedicada a preparar corazones para mi Reino, es tiempo de que también mis apóstoles tengan parte en la preparación de este Reino”.- ■ Jesús y los apóstoles —están todos: señal de que Judas Iscariote, cumplida su obra, se ha unido de nuevo a sus compañeros— están sentados a la mesa en la casa de Cafarnaúm. Atardece. La luz del día que declina entra por la puerta y las ventanas abiertas de par en par. A través de éstas, se puede ver cómo la púrpura del ocaso se va transformando en un rojo violáceo irreal, que en los bordes se deshace formando abarquillamientos de un color turquí que termina en gris. Me recuerda a una hoja de papel arrojada al fuego: se enciende como el carbón en que cae, pero, en los bordes, después de la llama, se enrosca, y se apaga tomando un color plomo azulado que termina en un gris de perla casi blanco. Pedro sentencia: “Calor”, y señala hacia la voluminosa nube que viste el occidente de esos colores. “Calor. No agua. Eso es niebla, no nube. Esta noche duermo en la barca para estar más fresco”. Jesús: “No. Esta noche vamos a los olivares. Necesito hablaros. Judas ya ha vuelto. Es tiempo de hablar. Conozco un lugar ventilado donde estaremos bien. Levantaos. Vamos”. Mientras cogen los mantos preguntan: “¿Está lejos?”. Jesús: “No. Muy cerca. A un tiro de honda de la última casa. Podéis dejar los mantos. Coged, eso sí, yesca y eslabón para vernos al volver”. Salen de la habitación alta y bajan la escalera tras haber saludado al dueño de la casa y a su mujer, que están tomando el fresco en la terraza. Jesús vuelve resueltamente la espalda al lago, y, atravesada la ciudad, recorre unos doscientos o trescientos metros por entre los oli­vos de una primera loma de detrás de la ciudad. Se detiene cuando llega al borde de un ribazo, que, por su posición saliente y libre de obstáculos, goza de todo el aire de que es posible gozar en esta noche de bochorno. ■ Jesús: “Vamos a sentarnos. Prestadme atención. Ha llegado la hora de vuestra labor evangelizadora. He llegado aproximadamente a la mi­tad de mi vida pública para preparar los corazones para mi Reino. Ahora es tiempo de que también mis apóstoles tengan parte en la preparación de este Reino. Los reyes actúan así cuando deciden conquistar un país. Primero investigan y toman contacto con personas para oír las reacciones y presentarles la idea que se proponen. Luego extienden la obra de preparación enviando personas de confianza al reino que quieren conquistar. Envían cada vez más personas, hasta que todas las particularidades geográficas y morales del país son perfectamente conocidas. Una vez hecho esto, el rey cumple cabalmente la obra y se proclama rey de ese lugar y se corona rey. Para llevarlo a cabo corre la sangre. Porque las victorias cuestan siempre sangre…”. ■Los apóstoles prometen unánimamente: “Nosotros estamos dispuestos a luchar por Ti y a derramar nuestra sangre”. Jesús: “Sólo derramaré la sangre del Santo y de los santos”. Apóstoles: “¿Quieres empezar la conquista por el Templo, irrumpiendo durante la hora de los sacrificios?…”. Jesús: “No divaguemos, amigos. Sabréis el futuro a su debido tiempo. De todas formas, no os estremezcáis de horror. Os aseguro que no voy a trastocar las ceremonias con la violencia de una irrupción. Y, no obstante, serán desbaratadas; llegará un día, una tarde, en que el terror, el terror de los pecadores, impedirá la oración ritual. Mas Yo, esa tarde, estaré en paz, en paz con mi espíritu y mi cuerpo, una paz total, feliz…”. Jesús mira uno a uno, a sus doce; es como si mirase la misma página doce veces y en ella leyera doce veces la misma palabra escrita: no comprenden.
.  ● (1) “Todavía no estáis formados hasta el punto de poder relacionaros con cualquier persona, ni —mucho menos aún— tenéis el heroísmo suficiente como para desafiar al mundo por causa de la Idea e ir al encuentro de sus venganzas. Por tanto, no vayáis a gentiles ni samaritanos; id más bien a las ovejas perdidas de Israel. Anuncio básico: «El Reino de los Cielos está cerca». Os concedo el don de milagros. Hay una cosa que supera al milagro y que convence igualmente, y con mayor profundidad y duración: una vida santa”.- ■ Jesús sonríe y prosigue: “Pues bien, he decidido enviaros, para penetrar más y más ampliamente de cuanto Yo solo podría hacer. Pero pondré notables diferencias entre mi modo de evangelizar y el vuestro, para no crearos dificultades demasiado fuertes ni meteros en peligros demasiado serios para vuestra alma y vuestro cuerpo y para no causar perjuicio a mi obra. Todavía no estáis formados hasta el punto de poder relacionaros con cualquier persona, quienquiera que sea, sin que os perjudique o la perjudiquéis, ni —mucho menos aún— tenéis el heroísmo suficiente como para desafiar al mundo por causa de la Idea e ir al encuentro de sus venganzas. Por tanto, no vayáis a los gentiles cuando vayáis a predicarme, ni entréis en las ciudades de los samaritanos; id más bien a las ovejas perdidas de la casa de Israel: hay mucha labor que hacer con éstas; en verdad os digo que estas multitudes, que os parecen muchas, en torno a Mí, son la centésima parte de las que en Israel todavía esperan al Mesías y no le conocen ni saben que vive. Llevadles a éstas la fe y el conocimiento de Mí. ■ Por el camino predicad: «El Reino de los Cielos está cerca». Éste debe ser el anuncio básico, apoyad en él toda vuestra predicación. ¡Mucho me habéis oído hablar del Reino! No tenéis sino que repetir mis palabras. Ahora bien, el hombre, para sentirse atraído por las verdades espirituales, para sentirse convencido de ellas, necesita es­tímulos de carácter material, como si fuera un eterno niño, que no estudia una lección, no aprende un oficio, si no tiene el estímulo de un dulce de su madre o de un premio del maestro de la escuela o del maestro del oficio. Pues bien, para que dispongáis del medio para que crean en vosotros y os busquen, os concedo el don de milagros…”. ■ Los apóstoles se levantan de improviso —excepto Santiago de Alfeo y Juan— y, según el temperamento de cada uno, gritan, protestan, se exaltan… Verdaderamente el único que se pavonea de la idea de hacer milagros es Judas Iscariote, el cual, a pesar de que sabe que lo que va a decir es falso e interesado, exclama: “¡Ya era hora de que también nosotros hiciéramos esto, para gozar de un mínimo de autoridad sobre las multitudes!”. Jesús le mira, pero no dice nada. Pedro y el Zelote —que están di­ciendo: “¡No, Señor! ¡No somos dignos de tanto! Eso es para los santos”— rebaten enérgicamente a Judas. El Zelote dice: “¿Cómo te atreves, hombre necio y orgulloso, a censurar al Maestro?”. Pedro: “¿Un mínimo? ¿Quieres hacer más que milagros? ¿Ser Dios también? ¿Sientes, acaso, el mismo prurito de Lucifer?”. Jesús dice con tono autoritario: “¡Silencio!”. Y prosigue: “Hay una cosa que supera al milagro y que convence igualmente a las multitudes, y con mayor profundidad y duración: una vida santa. Pero vosotros estáis todavía lejos de esta vida, y tú, Judas, más que todos los demás. Mas dejadme hablar porque es una instrucción larga”.
.   ●  “Ya sabéis cómo se obra un milagro: con vida de penitencia, oración, deseo de hacer brillar el poder de Dios, humildad, caridad, fe, esperanza… En verdad os digo que todo es posible para quien dispone de estos elementos. Y los demonios huirán ante el Nombre del Señor pronunciado por vosotros. El único fruto que os es lícito coger de lo que hacéis: las almas que con el milagro conquistaréis para el Señor”.-Jesús: “Id, pues, y curad a los enfermos, limpiad a los leprosos, resucitad a los muertos del cuerpo y del espíritu (porque cuerpo y espíritu pueden estar igualmente enfermos, leprosos, muertos). Ya sabéis cómo se obra un milagro: con vida de penitencia, ferviente oración, sincero deseo de hacer brillar el poder de Dios, humildad profunda, viva ca­ridad, encendida fe, esperanza imperturbable ante cualquier tipo de dificultad. En verdad os digo que todo es posible para quien dispone de estos elementos. Y los demonios huirán ante el Nombre del Señor pronunciado por vosotros, si tenéis cuanto he dicho. Este poder os viene de Mí y de nuestro Padre. No se compra con moneda alguna. Sólo nuestra voluntad lo concede, sólo la vida justa lo mantiene. De la misma forma que se os da gratis, gratuitamente habéis de darlo a los demás, a los que tengan necesidad de él. ■ ¡Ay de vosotros si reba­jáis el don de Dios sirviéndoos de él para engrosar vuestra bolsa! No es vuestro poder, es poder de Dios. Usadlo, mas no os apropiéis de él diciendo: «Es mío». De la misma forma que se os da, se os puede qui­tar. Simón de Jonás poco antes ha dicho a Judas de Simón: «¿Tienes el mismo prurito que Lucifer?». Ha expresado una cosa muy clara y muy recta. Decir: «Hago lo que hace Dios porque soy como Dios» es imitar a Lu­cifer. Su castigo lo conocemos. También sabemos lo que les sucedió a los dos que comieron el fruto prohibido en el paraíso terrenal, por instigación del Envidioso —que quería que hubiera otros desdichados en su Infierno, además de los ángeles rebeldes que ya estaban allí—, y también por su propio prurito de una soberbia perfecta. ■ El único fruto que os es lícito coger de lo que hacéis son las almas que con el milagro conquistaréis para el Señor y que deben entregársele al Señor. Esas son vuestras monedas, no otras; en la otra vida gozaréis de su tesoro”.
.  ● (2) “Id sin riquezas. No os preocupéis por lo que habéis de comer. En cualquier ciudad que entréis informaos sobre quién es digno de hospedaros. Merecéis respeto porque sois mis enviados. Al entrar en la casa saludad con mi saludo. Puede suceder, es más, sucederá, que una casa o una ciudad nos os quiera escuchar. Entonces tendréis necesidad más que nunca de ser pacíficos, humildes, mansos como hábito de vida. De todas formas, al salir de la ciudad o casa que no os hayan recibido, sacudíos hasta el polvo de las sandalias, para que la soberbia y la dureza de aquel lugar no se pegue ni siquiera a vuestras suelas”.-Jesús: “Id sin riquezas. No llevéis con vosotros ni oro, ni plata, ni monedas en vuestros cinturones; ni alforja de viaje con dos o más vestidos y calzado de repuesto, ni bastón de peregrino, ni armas humanas. En efecto, por ahora, vuestras visitas apostólicas serán cortas y cada atardecer de los sábados nos volveremos a encontrar y podréis cambiaros vuestros vestidos sudados sin tener necesidad de llevar con vosotros uno para cambiaros. No hace falta el bastón, porque el camino es aquí suave; bien distinto es lo que se necesita en los desiertos y montañas altas de lo que se necesita en colinas y llanuras. No hacen falta armas; éstas las necesita el hombre que no conoce la santa pobreza e ignora el divino perdón. Mas vosotros no tenéis tesoros que cuidar y defender de los ladrones. El único al que debéis temer, el único ladrón para vosotros es Satanás, y Satanás se vence con la constancia y la oración, no con espadas y puñales. ■ Perdonad al que os ofenda. Si os despojasen del manto, dad también la túnica. Aunque os quedarais completamente desnudos por mansedumbre y desapego de las riquezas, no escandalizaríais a los ángeles del Señor ni a la infinita Castidad de Dios, porque vuestra caridad vestiría de oro vuestro cuerpo desnudo, la mansedumbre os sería compuesto cinturón, el perdón hacia el ladrón os pondría man­to y corona regia; estaríais, por tanto, mejor vestidos que un rey, no de tela corruptible, sino de materia incorruptible. ■ No os preocupéis por qué habréis de comer. Dispondréis siempre de lo apropiado para vuestra condición y ministerio, porque el obrero es digno del alimento que le ofrecen. Siempre. Dios proveería de lo necesario a su obrero, si los hombres no lo hicieran. Ya os he mostrado que para vivir y predicar no es necesario atiborrarse de comida. Eso va bien para los animales impuros, cuya misión es la de engor­dar para ser entregados a la muerte y engordar a los hombres. Voso­tros sólo debéis nutrir bien vuestro espíritu y el de los demás con ali­mentos sapienciales. Mas la Sabiduría se hace presente con su luz a una mente no embotada por la crápula, a un corazón que se nutre de cosas espirituales. Jamás habéis sido tan elocuentes como después del retiro en el monte, y en aquel entonces comisteis sólo lo indispensable para no morir; pues bien, a pesar de ello, al final del retiro estabais fuertes y joviales como nunca. ¿No es, acaso, verdad? ■ En cualquier ciudad que entréis, informaos sobre quién es digno de hospedaros. No porque seáis Simón, Judas, Bartolomé, San­tiago, Juan, etc., sino porque sois los enviados del Señor. Aunque hubierais sido escoria, asesinos, ladrones, publicanos, ahora, arrepentidos y a mi servicio, merecéis respeto porque sois mis enviados. Digo más. Digo: ¡ay de vosotros si, teniendo la apariencia de enviados míos, por dentro sois viles y diabólicos!, ¡ay de vosotros!; el Infierno es poco para lo que merecéis por vuestro engaño. Mas, aunque fuerais al mismo tiempo enviados públicos de Dios en la apariencia pero, por dentro, escoria, publicanos, ladrones, asesinos; aunque los corazones tuvieran sospechas respecto a vosotros, o casi certeza… se os debe honrar y respetar porque sois mis enviados. El ojo del hombre debe mirar más allá del medio, debe ver al enviado y debe ver el fin, ver a Dios y su obra más allá del medio, que demasiado frecuentemente es deficiente. Sólo en casos de culpas graves, que dañen la fe de los corazones, Yo por ahora, luego quien me suceda, tomaremos medidas para amputar el miembro corrompido. Porque no es lícito que por un sacerdote demonio se pierdan almas de fieles. Nunca será lícito, por esconder las llagas abiertas en el cuerpo apostólico, permitir que en él pervivan cuerpos gangrenados que con su aspecto repugnante obliguen a alejarse y con su hedor demoníaco envenenen. ■ Os informaréis, por tanto, de cuál es la familia de vida más recta, donde las mujeres saben ser retraídas y las costum­bres suelen ser estrictas. Entraréis en esa casa y en ella os alojaréis hasta el momento de vuestra partida. No imitéis a los zánganos, que después de succio­nar una flor pasan a otra más nutritiva. Ahora bien, tanto si os veis entre personas de buena cama y rica mesa, como si os toca una familia humilde, rica sólo en virtudes, quedaos donde estéis. No busquéis nunca «lo mejor» para el cuerpo que perece. Antes bien, dadle siempre lo peor y re­servad todos los derechos al espíritu. Si podéis —os digo esto porque conviene que lo hagáis—, con toda diligencia, dad la preferencia a los pobres para vuestra estancia en el lugar: para no humillarlos, y en memoria mía, que soy y permanezco pobre y me glorío de serlo, y también porque los pobres frecuentemente son mejores que los ricos. Encontraréis siempre pobres justos, mientras que será raro encontrar un rico que no sea injusto. No tenéis, por tanto, la disculpa de decir: «Sólo he encontrado bondad en los ricos», para justificar vuestra sed de bienestar. ■ Al entrar en la casa saludad con mi saludo, que es el más dulce de los saludos. Decid: «La paz sea con vosotros. Paz a esta casa» o «la paz descienda sobre esta casa». En efecto, vosotros, enviados de Jesús y de la Buena Nueva, lleváis con vosotros la paz, y vuestra llegada a un lugar significa hacer llegar a ese lugar la paz. Si la casa es digna de la paz, la paz descenderá sobre ella y permanecerá en ella; si no lo es, la paz volverá a vosotros. Mas estad atentos a ser vosotros pacíficos, para tener por Padre a Dios. Un padre siempre ayuda; ayudados por Dios, haréis todo, y lo haréis bien. ■ Puede suceder, es más, sucederá, que una ciudad o una casa no os reciban; no querrán escuchar vuestras palabras, os expulsarán, os tomarán a risa, os perseguirán a pedradas cual profetas molestos. Entonces tendréis más necesidad que nunca de ser pacíficos, humildes, mansos, como hábito de vida. Si no, la ira se impondrá y pecaréis: escandalizaréis y aumentaréis la incredulidad de los que se han de convertir. Sin embargo, si recibís con paz la ofensa que supone el ser expulsados, escarnecidos, perseguidos, convertiréis con el más bello de los discursos: la silenciosa predicación de la virtud verdadera. Un día volveréis a encontrar a los enemigos de hoy en vuestro camino, y os dirán: «Os hemos buscado porque vuestro modo de actuar nos ha persuadido de la Verdad que anunciáis. Os pedimos vuestro perdón y que nos acojáis como discípulos. Porque no os conocíamos. Pero ahora sabemos que sois santos. Por tanto, si sois santos, debéis ser los enviados de un santo. Ahora creemos en Él». ■ De todas formas, al salir de la ciudad o casa que no os hayan recibido, sacudíos hasta el polvo de las sandalias, para que la soberbia y la dureza de aquel lugar no se pegue ni siquiera a vuestras suelas. En verdad os digo que el día del Juicio Sodoma y Gomorra serán tratadas con menos dureza que esa ciudad”.
.   ● (3) “Os envío como ovejas entre lobos. Sed prudentes como serpientes, sencillos como palomas. Porque ya sabéis cómo el mundo, que es más de lobos que de ovejas, me trata a Mí que soy el Mesías. Yo puedo defenderme con mi poder. Pero vosotros no tenéis este poder y necesitáis mayor prudencia y sencillez. Mayor sagacidad. Cuando caigáis en manos de vuestros enemigos, no os aflijáis por lo que tendréis que responder. Pues bien, el hombre dará muerte a Dios, en la Carne del Hombre-Dios y en el alma de los asesinos del Hombre-Dios. Por tanto, de la misma forma que se llegará a cumplir este crimen, sin el horror de sus autores, se llegará al crimen de los padres, hermanos, hijos, contra hijos, hermanos, padres. Seréis odiados todos por causa de mi Nombre”.-Jesús: “Mirad, os envío como ovejas en medio de lobos. Sed, pues, prudentes como las serpientes y sencillos como las palomas. Porque ya sabéis cómo el mundo —que, en verdad, es más de lobos que de ove­jas— me trata a Mí, que soy el Mesías. Yo puedo defenderme con mi poder, y lo haré mientras no llegue la hora del triunfo momentáneo del mundo. Pero vosotros no tenéis este poder y necesitáis mayor pru­dencia y sencillez. Mayor sagacidad, por tanto, para evitar por ahora, cárceles y flagelaciones. En verdad os digo que, a pesar de vuestras protestas de querer derramar vuestra sangre por Mí, por el momento no soportáis ni si­quiera una mirada irónica o iracunda. Llegará un tiempo en que se­réis fuertes como héroes contra todas las persecuciones; más fuertes que héroes, con un heroísmo inconcebible para los criterios del mun­do, inexplicable, que será llamado «locura». ¡No, no será locura! Será la identificación, en virtud del amor, del hombre con el Hombre-Dios, y sabréis hacer lo que Yo haga. Para comprender este heroísmo hará falta verle, estudiarle y juzgarle, desde niveles ultraterrenos, porque es una cosa sobrenatural que está más allá de cualquier límite de la naturaleza humana. Los reyes, los reyes del espíritu serán mis héroes, eternamente reyes y héroes… ■ En aquella hora os arrestarán, os pondrán las manos encima. Os llevarán ante los tribunales, los jefes y los reyes, para que os juz­guen y condenen por ese gran pecado ante los ojos del mundo que es el ser los siervos de Dios, los ministros y tutores del Bien, los maestros de las virtudes. Por ser estas cosas os flagelarán y os castigaran de mil modos, hasta acabar con vuestra vida. Y dareis testimonio de Mí a los reyes, a los jefes, a las naciones, confesando con la sangre que amáis al Mesías, el Hijo verdadero del Dios verdadero. ■ Cuando caigáis en manos de vuestros enemigos, no os aflijáis por lo que tendréis que responder ni de lo que habréis de decir. En aquella hora no debéis tener ninguna pena aparte de la de la aflicción por vuestros jueces y acusadores, que Satanás desvía hasta el punto de hacerlos ciegos para la Verdad. Las palabras que habrá que decir se os darán en ese momento. Vuestro Padre las pondrá en vuestros labios, porque en aquella hora no seréis vosotros los que habléis para convertir a la Fe y para profesar la Verdad, sino que será el Espíritu del Padre vuestro el que hablará en vosotros. ■ En aquella hora el hermano dará muerte al hermano, el padre al hijo, los hijos se levantarán contra sus padres y los matarán. ¡No desfallezcáis ni os escandalicéis! Respondedme. ¿Para vosotros es mayor crimen matar a un padre, a un hermano, a un hijo, o a Dios mismo?”. Iscariote dice secamente: “A Dios no se le puede matar”. Bartolomé confirma: “Es verdad. Es Espíritu inaprensible”. Y los demás, aun con su silencio, son del mismo parecer. Jesús dice tranquilamente: “Yo soy Dios y Hombre”. Iscariote objeta: “Ninguno piensa matarte”. Jesús: “Os ruego que respondáis a mi pregunta”. Iscariote: “¡Es más grave matar a Dios! ¡Se comprende!”. Jesús: “Pues bien, el hombre dará muerte a Dios, en la Carne del Hombre-Dios y en el alma de los asesinos del Hombre-Dios. Por tanto, de la misma forma que se llegará a cumplir este crimen, sin el horror de sus autores, se llegará al crimen de los padres, hermanos, hijos, contra hijos, hermanos, padres. Seréis odiados por todos a causa de mi Nombre. Mas quien per­severe hasta el final se salvará”.
.  ● (4) “Verdaderamente en la vida de mi Iglesia se repetirán todas las vicisitudes de mi vida de hombre. Israel, por un tremendo pecado suyo, será dispersado y habrán de suceder siglos y milenios antes de que sea recogido de nuevo en la era de Arauná el Jebuseo. Cuando todo Israel esté bajo el manto de la Iglesia de Cristo, vendré. El discípulo no es más que el Maestro ni el siervo más que su Señor. Nada hay escondido sin que quede sin revelar. Ocho partes de diez del mundo, no querrán comprender. No importa. Predicad desde los tejados, montes, los mares lejanos mi Doctrina. Aunque los hombres no la escuchen, recogerán las divinas palabras los pájaros y los vientos… y exultarán todos ellos”.-Jesús: “Cuando os persigan en una ciudad, huid a otra, no por cobardía, sino para darle tiempo a la recién nacida Iglesia de Cristo de alcanzar la edad adulta —superando la edad del bebé que apenas si puede hacer algo por sí mismo— en que sea capaz de afrontar la vida y la muerte sin temer a la muerte. Aquellos a quienes el Espíritu les aconseje huir huyan, como huí Yo cuando era pequeño. Verdaderamente en la vida de mi Iglesia se repetirán todas las vicisitudes de mi vida de hombre. Todas. Desde el misterio de su formación en la humildad en los primeros tiempos, a las turbaciones e insidias que le vendrán de los hombres violentos, o a la necesidad de huir para seguir desde la pobreza y el trabajo infatigable, hasta muchas otras cosas que vivo actualmente, o que sufriré mañana, hasta llegar al triunfo eterno. Aquellos a quienes, por el contrario, el Espíritu les aconseja quedarse quédense: sí, aunque caigan asesinados, vivirán y serán útiles a la Iglesia; sí, siempre está bien lo que el Espíritu de Dios aconseja. ■ En verdad os digo que no acabaréis, ni vosotros ni los que os sucedan, de recorrer los caminos y ciudades de Israel antes de que venga el Hijo del hombre. Porque Israel, por un tremendo pecado suyo será dispersado, como cascarilla embestida por un torbellino y diseminado por toda la Tierra; habrán de sucederse siglos y milenios, uno y otro y otro…, antes de que sea recogido de nuevo en la era de Arauná el Jebuseo. Cada vez que lo intente, antes de la hora señalada, será nuevamente embestido por el torbellino y dispersado, porque Israel tendrá que llorar su pecado durante tantos siglos cuantas serán las gotas que lloverán de las venas del Cordero de Dios inmolado por los pecados del mundo. Mi Iglesia —agredida por Israel en Mí y en mis apóstoles y discípulos— deberá abrir sus brazos maternos, para tratar también de recoger a Israel bajo su manto, como hace una gallina con los polluelos que se dispersan. Cuando todo Israel esté bajo el manto de la Iglesia de Cristo, vendré. Mas éstas son cosas futuras, hablemos de las inmediatas. ■ Tened siempre presente que el discípulo no es más que su Maes­tro, ni el siervo más que su Señor; bástele, pues, al discípulo ser co­mo su Maestro, ya de por sí inmerecido honor; y al siervo como su Señor: el que lo consiga es ya, de por sí, una concesión de la bondad sobrenatural. Si han llamado Belcebú al Señor de la casa, ¿qué llamarán a sus siervos? ¿Podrán, acaso, rebelarse los siervos cuando no se rebela su Señor, ni odia ni maldice, sino que, sereno en su justicia, continúa su obra, posponiendo el juicio para otro momento, una vez que, habiendo intentado todo para persuadirlos, haya visto su obstinación en el Mal? No. Los siervos no podrán hacer lo que no hace su Señor; antes bien, deberán imitarle, pensando que ellos también son pecadores, mientras que Él no tenía pecado. No temáis, por tanto, a los que os llaman «demonios». Día llegará en que la verdad será sabida; entonces se verá quiénes eran los «demonios», si vosotros o ellos. ■ No hay nada escondido que quede sin revelar; nada secreto que no se venga a saber. Lo que ahora os digo en la sombra y en secreto porque el mundo no es digno de conocer todas las palabras del Verbo —no es digno el mundo todavía, ni es hora de hacer extensiva la manifestación de estas cosas a los indignos—, cuando llegue la hora de que todo deba ser conocido, decidlo a la luz, gritad desde los tejados lo que Yo ahora os susurro más al alma que al oído. Entonces, en efecto, el mundo ya habrá sido bautizado por la Sangre. Satanás encontrará ante sí un estandarte por el que el mundo, si quiere, podrá comprender los secretos de Dios; él, sin embargo, no podrá dañar sino a quien desea su mordisco y lo prefiere a mi beso. Mas ocho partes de diez del mundo no querrán comprender. Sólo las minorías tendrán la voluntad de saber todo para seguir todo lo que es mi Doctrina. No importa. Dado que no se puede separar estas dos partes santas de la masa injusta, predicad desde los tejados mi Doctrina, predicadla desde lo alto de los montes, por los mares sin confines, en las entrañas de la tierra; aunque los hombres no la escuchen, recogerán las divinas palabras los pájaros y los vientos, los peces y las olas, conservarán su eco las entrañas del suelo para decírselo a los manantiales internos, a los minerales, a los metales, y exultarán todos ellos, porque también ellos han sido creados por Dios para ser esca­bel de mis pies y alegría de mi corazón”.
.   ● (5) “No temáis a los que matan el cuerpo pero no pueden matar el alma. No temáis. El Padre os conoce; como conoce también el número de vuestros cabellos. A quien me confiese ante los hombres, Yo también le confesaré ante mi Padre. No creáis que he venido a traer la paz, sino la espada. Quien ame más a su padre… quien no toma su cruz: no es digno de Mí. Quien estima más su vida terrena que la Vida espiritual, perderá la Vida verdadera”.-Jesús: “No temáis a los que matan el cuerpo pero no pueden matar el al­ma; temed sólo a quien puede mandar vuestra alma a la perdición y reunirla en el Último Juicio con el cuerpo resucitado, para arrojarlos al fuego del Infierno. No temáis. ¿No se venden dos pájaros por un as? Y, sin embargo, si el Padre no lo permite, ni uno de ellos caerá a pesar de todas las asechanzas del hombre. No temáis, pues. El Padre os conoce. Como también conoce el número de vuestros cabellos. ¡Vo­sotros valéis más que muchos pájaros! ■ Os digo que a quien me con­fiese ante los hombres Yo también le confesaré ante mi Padre, que está en los Cielos; mas a quien me niegue ante los hombres, también Yo le negaré ante mi Padre. Confesar, aquí, significa seguir y practi­car; negar significa abandonar mi camino por vileza, por la triple concupiscencia, por mezquino cálculo, por afecto humano hacia un allegado vuestro contrario a Mí. Porque estas cosas sucederán. ■ No creáis que he venido a sembrar la concordia en la tierra y para la tierra. Mi paz es más alta que las paces calculadas que tienen la finalidad de poderse uno manejar diariamente en la vida. No he venido a traer la paz, sino la espada; la espada afilada para cortar las lianas que impiden salir del fango, abriendo así los caminos a los vuelos en el mundo sobrenatural. Así pues, he venido a separar al hijo del padre, a la hija de la madre, a la nuera de la suegra. Porque Yo soy el que reina y tiene todos los derechos sobre sus súbditos. Porque ninguno es más grande que Yo en derechos sobre los afectos. Porque en Mí se centran todos los amores y se subliman; soy Padre, Madre, Esposo, Hermano, Amigo: así os amo y así debo ser amado. Cuando digo: «Quiero», ningún vínculo puede resistir y la criatura es mía. Yo con mi Padre la he creado, Yo por Mí mismo salvo, Yo tengo derecho a poseerla. ■ En verdad, los enemigos del hombre, además de los demonios, son los propios hombres; enemigos del hombre nuevo, del cristiano, serán los de su propia casa, con sus quejas, amenazas o súplicas. Pues bien, quien, de ahora en adelante, ame a su padre y madre más que a Mí no es digno de Mí; quien ama a su hijo o a su hija más que a Mí no es digno de Mí; el que no toma su cruz de cada día, completa, hecha de resignación, renuncias, obediencia, heroísmos, dolores, enfermedades, lutos, de todo aquello que es manifestación de la voluntad de Dios o de una prueba del hombre… el que no la toma y con ella me sigue no es digno de Mí. Quien estima más su vida terrena que la vida espiritual perderá la Vida verdadera. Quien pierda su vida terrena por amor mío la volverá a encontrar, eterna y bienaventurada”.
.  ● (6) “Quien a vosotros os recibe a Mí me recibe; quien me recibe a Mí recibe a Aquel que me ha enviado; quien reciba a un profeta, a un justo… Quien dé a un discípulo mío aunque sea solo un vaso de agua y por ser discípulo mío, no perderá su recompensa”.Jesús: “Quien a vosotros os recibe a Mí me recibe, quien me recibe a Mí recibe a Aquel que me ha enviado; quien reciba a un profeta como profeta recibirá premio proporcional a la caridad ejercida con el profeta; quien reciba a un justo como justo recibirá un premio proporcional al justo. Y la razón es porque el que reconoce al profeta en el profeta es señal de que también él es profeta, es decir, muy santo porque el Espíritu de Dios le tiene en sus brazos; y quien reconoce a un justo como justo demuestra que él mismo es justo, porque las almas seme­jantes se reconocen. A cada uno, pues, se le dará según justicia. ■ Quien dé aunque sólo sea un vaso de agua pura a uno de mis siervos, aunque fuera al más pequeño —y son siervos de Jesús todos los que le predican con una vida santa, y pueden serlo tanto los re­yes como los mendigos, tanto los que saben mucho como los que no saben nada, los ancianos o los niños, porque a todas las edades y en todas las clases se puede ser discípulo mío—, quien dé a un discípulo mío aunque sólo sea un vaso de agua en mi nombre y por ser discípulo mío, en verdad os digo que no perderá su recompensa. He dicho. ■ Ahora vamos a orar y luego volvemos a la casa. Al alba partiréis; así: Simón de Jonás con Juan, Simón Zelote con Judas Iscariote, Andrés con Mateo, Santiago de Alfeo con Tomás, Felipe con Santiago de Zebedeo, Judas mi hermano con Bartolomé. Esta semana será así. Luego daré nuevas indicaciones. Vamos a orar”. Y oran en voz alta…(Escrito el 28 de Agosto de 1945).
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1  Nota  : Cfr. Mt. 10, 5-8; Lc. 9,1-2.   2  Nota  : Cfr. Mt. 10,9-15; Mc. 6,8-11; Lc. 9,3-5.   3  Nota  : Cfr. Mt. 10,16-22.   4  Nota  : Cfr. Mt. 10,23-27; Lc. 6,40-40: Ningún discípulo está sobre el Maestro; Lc. 8,17-17: No hay nada oculto que quede sin revelar.   5  Nota  : Cfr. Mt. 10,28-39.   6  Nota  : Cfr. Mt. 10,40-42.; Mc. 9,41-41.
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 (<Jesús, rodeado de apóstoles y discípulos, está en los jardines de María Magdalena, en Magdala>)
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4-277-331 (5-141-903) La corrección fraterna (1).
* Esta dicho en el Levítico «No odiarás a tu hermano en tu corazón sino repréndele públicamente…». Mi doctrina es perfección; y os digo que la antipatía, el desapego y la indiferencia son ya odio: simplemente porque no son amor. Pues bien, os doy una nueva ley sobre las relaciones con el hermano ofensor: «Si tu hermano te ofende, no le humilles reprendiéndole delante de los demás; antes bien, alarga tu amor hasta cubrir la culpa del hermano ante los ojos del mundo»”.-  ■ Jesús les dice: “Está escrito en el Levítico (2): «No odiarás a tu hermano en tu corazón sino repréndele públicamente para que no te cargues de pecados por su causa». Pero, del no odiar al amar hay todavía un abismo. Os puede parecer que la antipatía, el desapego y la indiferencia no son pecado por el hecho de no ser odio. No. Yo vengo a dar nuevas luces al amor, y, por tanto, necesariamente al odio; porque lo que clarifica al primero en todos sus detalles sabe clarificar en todos sus detalles al segundo; la misma elevación del primero a altas esferas produce como consecuencia un alejamiento mayor del segundo, pues cuanto más se eleva el primero el segundo parece hundirse en un fondo cada vez más profundo. Mi doctrina es perfección, finura de sentimiento y de juicio, verdad sin metáforas ni perífrasis; y os digo que la antipatía, el desapego y la indiferencia son ya odio: simplemente porque no son amor. ¿Podéis dar otro nombre a la antipatía, o al hecho de alejarse de un ser, o a la indiferencia? Quien ama siente simpatía por el amado; así que, si siente antipatía por él, es que ya no le ama. Quien ama sigue cerca del amado con su espíritu, aunque materialmente la vida le haya alejado de él; por esto, cuando alguien se separa de otro con el espíritu, es porque ya no le ama. Quien ama jamás siente indiferencia hacia el amado; antes al contrario, todas sus cosas le interesan; así pues, si uno siente indiferencia por una persona, es señal de que ya no le ama. Como veis, estos tres afectos son ramificaciones de una sola planta: de la del odio. ■ Veamos, ¿qué sucede cuando nos ofende alguien a quien amamos? En el noventa por ciento, si no viene odio, viene antipatía, desapego o indiferencia. No. No os comportéis así. No metáis el hielo en vuestro corazón con estas tres formas de odio. Amad. Y me preguntaréis: «¿Cómo podremos hacerlo?». Os respondo: «De la misma forma que puede Dios, que ama también a quien le ofende; es un amor doloroso, pero siempre bueno». Decís: «¿Y cómo haremos?». Pues bien, os doy una nueva ley sobre las relaciones con el hermano ofensor: «Si tu hermano te ofende, no le humilles reprendiéndole delante de los demás; antes bien, alarga tu amor hasta cubrir la culpa del hermano ante los ojos del mundo»; tendrás gran mérito ante los ojos de Dios, si por amor niegas anticipadamente a tu orgullo toda satisfacción. Oh, ¡cómo le gusta al hombre que se sepa que fue ofendido y que le causó un gran dolor por ello! No va al rey, a pedir dádiva de oro, sino que cual mendigo sin juicio, va donde otros insensatos y pordioseros como él a pedirle unos puñados de ceniza y basura, y sorbos de veneno ardiente: esto da el mundo al ofendido que se va quejándose y mendigando consuelos. Dios, el Rey, da oro puro a quien ofendido, y sin rencor, va a llorar solo a sus pies su dolor y a pedirle a Él, que es Amor y Sabiduría, consuelo de amor y enseñanza por lo que sucedió. Por esto si queréis consuelo id a Dios y obrad con amor. ■ Yo os digo, corrigiendo la ley antigua: «Si tu hermano peca contra ti, ve y corrígele a solas. Si te escucha, habrás ganado de nuevo a tu hermano, y muchas bendiciones de Dios. Pero si tu hermano no te hace caso y, obstinado en su culpa, te rechaza, entonces, para que no se diga que asientes a su pecado o que no te importa el bien del espíritu de tu hermano, toma contigo a dos o tres testigos serios, buenos, dignos de confianza y vuelve con ellos donde tu hermano y repite en su presencia tus observaciones, a fin de que los testigos puedan dar fe de que hiciste cuanto estaba en tu mano para corregir con santidad a tu hermano. Porque éste es el deber de un buen hermano, dado que ese pecado contra ti, cometido por él, lesiona su alma, y tú debes preocuparte de su alma. Si no da resultado esto tampoco, ponlo en conocimiento de la sinagoga, para que le llame al orden en nombre de Dios. Si ni siquiera con esto se corrige sino que rechaza a la sinagoga o al Templo de la misma forma que te rechazó a ti, considérale publicano y gentil».Haced esto con los hermanos de sangre y con los hermanos de amor, pues hasta con vuestro prójimo más lejano debéis obrar con santidad, y sin codicia ni intransigencia ni odio”.
.   ● “Y cuando haya causas por las que sea necesario ir ante los jueces, y estés yendo ya con tu adversario, haz todo lo posible, mientras vas de camino, por reconcíliarte con él, tengas razón o no; porque la justicia humana es imperfecta siempre”.-Jesús: “Y cuando haya causas por las que sea necesario ir ante los jueces, y estés yendo ya con tu adversario, Yo te digo, ¡oh, hombre, que muchas veces te ves metido en males mayores por culpa tuya!, te digo que hagas todo lo posible de tu parte, mientras vas de camino, por reconciliarte con él, tengas razón o no; porque la justicia humana es imperfecta siempre y generalmente el astuto logra burlarla, de forma que podría pasar por inocente el culpable y tú, inocente, podrías pasar por culpable. Entonces te sucedería que no sólo no te reconocerían tu derecho, sino que incluso perderías la causa, y que pasarías, de inocente, a la situación de culpable de difamación, con lo cual el juez te entregaría al brazo de la justicia, y no te soltarían hasta que hubieses pagado hasta el último centavo. Ten espíritu conciliador. ¿Con ello sufre tu orgullo? Muy bien. ¿Tu bolsa se mengua? Mucho mejor. Basta con que crezca tu santidad. No tengáis nostalgia por el oro, no seáis ávidos de alabanzas. Procuraos la alabanza que viene de Dios, procuraos una rica bolsa en el Cielo. ■ Y orad por los que os ofenden, para que se enmienden; si ello sucede, serán ellos mismos quienes os restituirán honores y bienes; si no lo hacen, Dios proveerá. Idos. Es hora de la comida. Que se queden sólo los pordioseros para que se sienten a la mesa apostólica. La paz sea con vosotros”. (Escrito el 16 Septiembre 1945).
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1  Nota  : Cfr. Mt. 18,15-17; Lc. 12,58-59.    2  Nota  : Cfr. Lev. 19,15-18.
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 (<Jesús, rodeado de apóstoles y de discípulos, sigue en Magdala, en los jardines de María Magdalena>)
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4-278-333 (5-142-906).- Perdón y la parábola del siervo inicuo (1). Envío de los setenta y dos discípulos (2).
* Exhortación a los apóstoles.
.   ● “Los que, perseverando, vengan a ser sacerdotes míos tendrán buena pesca. No todos. No solo podréis dar consejos, sino que podréis incluso absolver en mi Nombre. Como si hubiera sido el mismo Dios quien lo hubiera hecho. Lo que atéis en la tierra será atado en el Cielo, lo que desatéis en la tierra será desatado en el Cielo. Donde dos o tres se reúnen en mi Nombre, efectivamente, yo estaré en medio de ellos”. ■ Transcurrida la comida y después de haber saludado a los po­bres, Jesús se queda con los apóstoles y discípulos en el jardín de María de Magdala. Van al límite de éste a sentarse, al lado mismo de las tranquilas aguas del lago, donde unas barcas de vela se mueven en busca de pesca.   Pedro, que está observando, comenta: “Tendrán buena pesca”. Jesús: “Tú también tendrás buena pesca, Simón de Jonás”. Pedro: “¿Yo, Señor? ¿Cuándo? ¿Te refieres a que vaya a pescar para pro­curarnos comida para mañana? Voy inmediatamente y…”. Jesús: “No tenemos necesidad de comida en esta casa. La pesca tuya es futura, y en el campo espiritual. Y contigo serán también magníficos pescadores la mayor parte de los presentes”. Mateo pregunta: “¿No todos, Maestro?”. Jesús: “Los que, perseverando, vengan a ser sacerdotes míos tendrán buena pesca. No todos”. Santiago de Zebedeo pregunta: “¿Conversiones, no?”. Jesús: “Convertir, perdonar, guiar hacia Dios… ¡muchas cosas!”. Pedro dice: “Maestro, hace poco dijiste que a uno que no escuche a su hermano ni siquiera en presencia de testigos se le lleve a que le aconseje la sinagoga. Ahora bien, si he entendido bien lo que nos has dicho desde que nos conocemos, me parece que la sinagoga va a ser sustituida por la Iglesia, eso que vas a fundar. Entonces, ¿a dónde vamos a ir para que aconsejen a los hermanos cabezotas?”. Jesús: “A vosotros mismos, porque vosotros seréis mi Iglesia. Por tanto, los fieles se dirigirán a vosotros, bien sea para que los aconsejéis en asunto propio, bien sea para que les deis un consejo para terceros. Os digo más aún: no sólo podréis dar consejos, sino que podréis incluso absolver en mi Nombre. Podréis liberar de las cadenas del pecado y vincular a dos que se aman haciendo de dos una sola carne. Y cuanto hagáis será válido ante los ojos de Dios como si hubiera sido el mismo Dios quien lo hubiera hecho. ■ En verdad os digo: lo que atéis en la tierra será atado en el Cielo, lo que desatéis en la tierra será desatado en el Cielo. Y os digo también esto —para que comprendáis la potencia de mi Nombre, del amor fraterno y de la oración—: si dos discípulos míos, y por tales entiendo a todos los que creyesen en el Cristo, se reúnen para pedir cualquier cosa justa, en mi Nombre, mi Padre se la concederá. Gran poder tiene, efectivamente la oración; gran poder, la unión fraterna; grandísimo, infinito poder mi Nombre y mi presencia entre vosotros. Donde dos o tres se reúnan en mi Nombre, efectivamente, Yo estaré en medio de ellos, y oraré con ellos, y mi Padre no dirá que no a quien conmigo ora. Porque muchos no obtienen porque oran solos, o porque oran por motivos ilí­citos, o con orgullo, o con pecado en su corazón. Lavad vuestro cora­zón, para que pueda estar con vosotros; luego orad, y seréis escuchados”. ■ Pedro está pensativo. Jesús se da cuenta y le pregunta el porqué. Pedro explica: “Estoy pensando en la magnitud de la responsabili­dad que se nos asigna. Y siento miedo, miedo de no saber hacerlo bien”. Jesús: “Efectivamente, Simón de Jonás o Santiago de Alfeo o Felipe, y así los demás, no sabrían hacerlo bien; pero el sacerdote Pedro, el sa­cerdote Santiago, el sacerdote Felipe o Tomás, sabrán hacerlo bien, porque obrarán junto con la divina Sabiduría”.
* Exhortación a apóstoles y discípulos.
.   ● “¿Cuántas veces deberemos perdonar a un hermano?”.  “No te digo siete, sino setenta veces siete; un número sin medida”. Parábola: el siervo que no perdonó a su hermano. Exigencias de la vocación misionera.- ■ Pedro pregunta: “Y… ¿cuántas veces deberemos perdonar a un hermano? ¿Cuántas, si pecan contra los sacerdotes?, ¿cuántas, si pecan contra Dios? Porque, si sucede como ahora, sin duda pecarán contra nosotros, vis­to que pecan contra Ti tantísimas veces. Dime si debo perdonar siem­pre o sólo un determinado número de veces; por ejemplo, ¿siete veces?, ¿o más?”. Jesús: “No te digo siete, sino setenta veces siete; un número sin medida, porque el Padre también os perdonará a vosotros, que deberíais ser perfectos, muchas veces, un número grande de veces. Pues bien, debéis ser con los demás como el Padre es con vosotros, porque representáis a Dios en la tierra. Es más, ■ oíd esta parábola que os voy a exponer y que servirá para todos”. Y Jesús, que estaba rodeado solamente por los apóstoles (3), en un pequeño quiosco de boj, se dirige hacia los discípulos, que, respetuosamente, están en grupo en una plazoleta embellecida con una lagunita llena de aguas limpias. La sonrisa de Jesús es una señal de que va a hablar; así que, mientras Él camina, con su paso lento y largo —por lo cual, sin apresurarse, recorre mucho espacio en poco tiempo— los discípulos se llenan de alegría… y, cual niños reunidos en torno a alguien que los hace felices, se cierran en círculo: es una corona de rostros atentos. Jesús, se adosa a un alto árbol y empieza a hablar: “Cuanto he dicho antes a la gente debe ser perfeccionado para vosotros, que sois los elegidos de entre la gente. El apóstol Simón de Jonás me ha dicho: «¿Cuántas veces debo perdonar? ¿A quién? ¿Por qué?». Le he respondido en privado. Ahora voy a repetir para todos mi respuesta en aquello que es justo que se­páis ya desde ahora. ■ Escuchad cuántas veces y cómo y por qué se tie­ne que perdonar. Hay que perdonar como perdona Dios, el cual, si uno peca mil ve­ces, pero se arrepiente, mil veces perdona; le basta ver que en el cul­pable no hay voluntad de pecar, no hay búsqueda de lo que hace pe­car, sino que el pecado es sólo fruto de una debilidad del hombre. En el caso de persistencia voluntaria en el pecado, no puede haber per­dón por las culpas cometidas contra la Ley. Mas vosotros perdonad el dolor que estas culpas os produzcan individualmente. Perdonad siempre a quien os haga un mal. Perdonad para ser perdonados, por­que también vosotros tenéis culpas con Dios y con los hermanos. El perdón abre el Reino de los Cielos tanto al perdonado cuanto al que perdona; asemeja a lo que sucedió entre un rey y sus siervos: ■ Un rey quiso hacer cuentas con sus siervos. Los llamó, pues, uno a uno, empezando por los que estaban más arriba. Vino uno que le debía diez mil talentos. Pero este siervo no tenía con qué pagar el anticipo que el rey le había prestado para que se construyera la casa y adquiriese todo tipo de cosas que necesitara, porque verdadera­mente no había administrado —por muchos motivos, más o menos justos—con mucho cuidado la suma que había recibido para estas cosas. El rey-amo, indignado por la holgazanería de su siervo y por la falta a su palabra, ordenó que fueran vendidos él, su mujer, sus hijos y cuanto poseía, hasta que quedase saldada la deuda. Pero el siervo se echó a los pies del rey, y, llorando y suplicando, le rogaba: «Déjame marcharme. Ten un poco de paciencia y te devolveré todo lo que te debo, hasta el último denario». El rey, movido a compasión por tanto dolor —era un rey bueno—, no sólo aceptó esto, sino que, habiendo sabido que entre las causas de la poca diligencia y de no pagar había también enfermedades, llegó incluso a perdonarle la deuda. El siervo se marchó contento. ■ Pero, saliendo de allí, encontró en el camino a otro siervo, un pobre siervo al que había prestado cien denarios tomados de los diez mil talentos que había recibido del rey. Convencido de gozar del favor regio, creyó todo lícito, así que cogió al infeliz por el cuello y le dijo: «Devuélveme inmediatamente lo que me debes». Inútil fue que el hombre, llorando, se postrase a besarle los pies gimiendo: «Ten piedad de mí, que estoy viviendo muchas desgracias. Ten un poco de paciencia todavía, y te devolveré todo, hasta el último centavo». El siervo despiadado llamó a los soldados, hizo que el infeliz fuera encarcelado para que se decidiera a pagar, so pena de perder la libertad o incluso la vida. ■ La cosa se vino a saber ampliamente entre los amigos del desgraciado, los cuales, llenos de tristeza, fueron a referirlo al rey y amo. Éste, conocido el hecho, ordenó que fuera conducido a su presencia el servidor despiadado. Mirándole severamente, dijo: «Siervo inicuo, te había ayudado para que te hicieras misericordioso, para que consiguieras incluso una riqueza; luego te he ayudado además perdonándote la deuda por la que tanto implorabas que tuviera paciencia. Tú no has tenido piedad de un semejante tuyo, mientras que yo, que soy rey, había tenido mucha piedad de ti. ¿Por qué no has hecho lo que yo hice contigo?». Y lo entregó, indignado, a los carceleros, para que le encerraran hasta que pagase todo, diciendo: «De la misma forma que no tuvo compasión de uno que le debía muy poco, cuando yo, que soy rey, había tenido mucha piedad de él, de la misma forma no halle piedad en mí». ■ De igual modo se comportará mi Padre con vosotros, si sois despiadados con vuestros hermanos; si, habiendo recibido tanto de Dios, os car­gáis de culpas más que un fiel. Recordad que tenéis más obligación de evitar el pecado que ningún otro. Recordad que Dios os anticipa un gran tesoro, pero que quiere que le rindáis cuentas de él. Recordad que ninguno como vosotros debe saber practicar amor y perdón. No seáis de los siervos que pedís mucho para vosotros y luego no dais nada a quien os pide. El comportamiento que tengáis será el que re­cibiréis. Y se os pedirá cuenta del comportamiento de los demás que fueron arrastrados al bien o al mal por vuestro ejemplo. ¡Si sois verdaderos santificadores, recibiréis verdaderamente una gloria grandísima en el Cielo! Mas, de la misma forma, si sois corruptores, o simplemente holgazanes en santificar, seréis duramente castigados. ■ Os lo repito: si alguno de vosotros no se siente con ánimos de ser víctima de su propia misión, que se marche, pero que no falte a su misión y digo: que no falte en las cosas verdaderamente nocivas para su propia formación y la de los demás. Y sepa tener a Dios por amigo, teniendo siempre en su corazón el perdón por los débiles. Así, Dios Padre perdonará a todo aquel de vosotros que sepa perdonar”.
*  Envío de los primeros setenta y dos discípulos.
.   ● “Rogad al Dueño de la mies que siga mandando nuevos obreros. Yo y los apóstoles, en estos días de pausa, hemos completado vuestra formación. Curad siempre antes el espíritu. Encended, antes que nada la fe. Comunicad con palabras seguras, la esperanza. Yo añadiré en ellos la divina caridad, así como la deposité en vuestros corazones después de que creísteis en Mí y esperasteis en la misericordia”.-Jesús: “Nuestra estadía ha terminado. Se acerca el tiempo de los Tabernáculos. Aquellos a quienes esta mañana he hablado por separado, desde mañana irán precediéndome y anunciándome a la gente de los respectivos lugares; los que se quedan que no pierdan ánimos. Si he reservado a alguno de ellos, ha sido por motivo de prudencia y no por desprecio; se quedarán conmigo, pero pronto los enviaré como ahora envío a los primeros setenta y dos. La mies es mucha y los obreros serán siempre pocos respecto a las necesidades; habrá, pues, trabajo para todos, y ni siquiera serán suficientes. Por tanto, sin rivalidades, rogad al Dueño de la mies que siga mandando nuevos obreros para su cose­cha. Entretanto, marchaos. Yo y los apóstoles, en estos días de pausa, hemos completado vuestra instrucción acerca del trabajo que tenéis delante, repitiendo lo que Yo ya dije antes de enviar a los doce (4). Uno de vosotros me ha preguntado: «¿Cómo curaré en tu Nom­bre?». Curad siempre antes el espíritu. Prometedles a los enfermos que obtendrán el Reino de Dios si saben creer en Mí, y, viendo en ellos que hay fe, ordenad a la enfermedad que se aleje, y se alejará. Y haced lo mismo con los enfermos del espíritu. Encended, antes que nada, la fe. Comunicad, con palabras seguras, la esperanza. Yo añadiré en ellos la divina caridad, así como la deposité en vuestros corazones después de que creísteis en Mí y esperasteis en la misericordia. ■ Y no tengáis miedo ni a los hombres ni al demonio. No os harán nin­gún mal. Lo único que debéis temer es la sensualidad, la soberbia, la avaricia, que pueden ser causa de entregaros a Satanás y a los hom­bres satanases, que también los hay. Id, pues, delante de Mí por los caminos del Jordán. Cuando lleguéis a Jerusalén, id al valle de Belén a reuniros con los pastores, y, con ellos, volved donde Mí, al lugar que sabéis: celebraremos juntos la fiesta santa, para luego regresar más confirmados que nunca a nuestro ministerio. Idos con paz. Os bendigo en el santo Nombre del Señor”. (Escrito el 17 de Septiembre de 1945).
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1  Nota  : Cfr. Mt. 18,18-35.  Atar y desatar.- Perdonar, ¿hasta 7 veces?.- Parábola siervo inicuo.  2  Nota  : Cfr. Lc. 10,1-12; 10,16-16.- Envío y misión de los 72 discípulos.  3  Nota  : “Jesús, que estaba rodeado solamente por los apóstoles”.- Por esto, según también esta Obra, solo a los apóstoles Jesús dirigió estas palabras, con las que confirió el poder de atar y desatar. 4  Nota  : “Yo y los apóstoles, en estos días de pausa, hemos completado vuestra instrucción… repitiendo lo que Yo ya dije antes de enviar a los doce”. Es la confirmación del aparente paralelismo entre el pasaje evangélico de Mateo 10, 5-42 y el de Lucas 10, 1-12: el primero reseña la larga instrucción de Jesús a los doce apóstoles (como en el episodio 4-265-236); el segundo, Lucas 10,1-12, reseña fragmentos de esa misma instrucción repetida a los setenta y dos discípulos (como se explicita en el presente episodio 4-278-333). Por tanto, podemos valernos de las instrucciones que figuran en el episodio 4-265-236 para completar con las mismas el episodio 4-278-333.
.    Muchos de los episodios considerados en los cuatro Evangelios (sobre todo en los tres sinópticos) paralelos entre sí, por el mismo contenido y la misma colocación histórica, en la Obra de María Valtorta no son paralelos, al menos por su diferente colocación histórica.

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