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Sumario:  Apariciones a varias personas en distintos lugares, a los doce días después de su muerte.- Aparición en la orilla del lago y otorgamiento de la Misión a Pedro.- Aparición a apóstoles y discípulos en el monte Tabor: La Iglesia Madre y las distintas iglesias: Iglesias separadas.- Promesa de su manifestación continua.- Aparición a apóstoles y discípulos, en un monte, no lejano a Nazaret: Lección sobre los Sacramentos y predicciones sobre la Iglesia.- El día de la Pascua Suplementaria, o pequeña Pascua, en la casa del Getsemaní, enseñanza de Jesús sobre cómo celebrar —y celebrar dignamente— el Sacrificio eucarístico.- El adiós de Jesús a la Madre antes de subir al Padre, con el aspecto que tendrá en el Cielo: con la belleza del Cuerpo glorificado.- Últimas enseñanzas en el Getsemaní, despedida y Ascensión del Señor en la cima del Monte de los Olivos

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El tema de “Jesús Resucitado”, 2ª parte,  comprende:
Episodios y dictados  extraídos de la Obra magna
«El Evangelio como me ha sido revelado»
(«El Hombre-Dios»)

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10-632-268 (11-18-739).- Apariciones a varias personas en distintos lugares, a los doce días después de su muerte. “Los confirmarán en su fe acerca de mi Naturaleza divina al saber que estoy en cualquier lugar el mismo día”.

I. A LA MADRE DE ANALÍA.
* “Me sacrificaste tu hija. Besa mi Mano. Encuentra en esta Mano el beso espiritual de tu hija”.-Elisa, la madre de Analía, llora desconsoladamente en su casa, en su habitación donde hay un lecho sin mantas, tal vez, el de Analía. Elisa tiene la cabeza abandonada sobre sus brazos, extendidos sobre el lecho como para abrazarlo por entero. Está de rodillas por la debilidad. Llora copiosamente. Entra poca luz por la ventana abierta. No hace mucho que despuntó el día, pero se enciende una fuerte luz cuando entra Jesús. Digo: entra, para expresar que está en la habitación, mientras antes no estaba. Así siempre me expresaré para dar a entender cuando se aparece en un lugar cerrado sin tener que volver a repetir la forma cómo se aparece, en medio de una gran luminosidad que recuerda la de la Transfiguración, teniendo por fondo un fuego blanco —permítaseme la comparación— que parece derretir los muros y puertas para que pueda pasar con su Cuerpo glorificado, que respira, que se mueve; un fuego, una luminosidad le envuelve, le oculta cuando se marcha. Luego toma el aspecto bellísimo de Resucitado, pero Hombre, verdaderamente Hombre, de una belleza centuplicada a la que ya tenía antes de su Pasión. Es el mismo, fuera de que es el Rey glorioso. ■ Jesús: “¿Por qué lloras, Elisa?”. No comprendo cómo la mujer no reconoce esa Voz inconfundible. Puede ser que el dolor la haya aturdido. Responde como si hablase con un pariente que, tal vez, ha ido donde ella después de la muerte de Analía. Elisa: “¿Has oído ayer anoche a esos hombres? Él no era nada. Poder mágico pero no divino. Y yo que me había resignado a la muerte de mi hija, pensando que Dios la había amado, que estaba en paz… ¡Me lo había dicho!…” llora con más fuerza. Jesús: “Muchos le han visto resucitado. Solo Dios puede resucitarse por Sí mismo”. Elisa: “Esto se lo dije yo también a los de ayer. Tú lo oíste. No acepté sus ideas. Porque sus palabras significaban la muerte de mi esperanza, de mi tranquilidad. Pero ellos —¿lo oíste?—, replicaron: «No es más que una comedia de sus seguidores para no confesar que son unos locos. Él está muerto y bien muerto: corrompido, fétido. Le robaron y le destruyeron, diciendo que ha resucitado». Así hablaron… y que por esto el Altísimo envió el segundo terremoto para hacer sentir sobre ellos su ira por su mentira sacrílega. ¡Oh, no tengo más consuelo!”. ■ Jesús: “Pero si tú con tus propios ojos vieses al Señor resucitado, y le palpases con tus manos, ¿creerías?”. Elisa: “No soy digna… ¡Pero claro que sí creería! Me bastaría con verle. No me atrevería a tocar su Cuerpo porque, si así fuera, serían carnes divinas, y una mujer no puede acercarse al Santo de los Santos”. Jesús: “Levanta la cabeza, Elisa, y mira quién está delante de ti”. La mujer levanta la cabeza cana, la cara desgarrada por el llanto y mira… cae sobre sus talones, se restriega los ojos, abre la boca y quiere gritar del estupor que la embarga. Jesús: “Soy Yo, el Señor. Toca mi Mano. Bésala. Me sacrificaste tu hija. Lo mereces. Encuentra en esta Mano, el beso espiritual de tu hija. Está en el Cielo. Es dichosa. Dirás esto a los discípulos y se lo dirás este día”. La mujer está tan extasiada que no se atreve a hacer nada. Es el mismo Jesús el que pone sus dedos sobre los labios de Elisa. Elisa: “¡Oh, de veras que has resucitado! ¡Soy dichosa, feliz! Bendito Tú que has venido a consolarme”. Se inclina para besarle los pies y se queda en esta posición. La luz sobrenatural envuelve a Jesús. La habitación queda vacía, pero Elisa tiene el corazón lleno de una seguridad inquebrantable.
 
II.  A MARÍA DE SIMÓN, MADRE DE JUDAS ISCARIOTE.
* Ana consuela a María de Simón que repite: “¡Soy la madre del Caín de Dios! ¿Qué cosa parí?”.- Es la casa de Ana, madre de Juana (1). La casa de campo donde Jesús, acompañado por la  madre de Judas, obró el milagro al curar a Ana. También aquí hay una habitación y una mujer sobre el lecho; irreconocible ella, de tan desfigurada como está a causa de una mortal angustia. Su cara está cambiadísima. La fiebre la devora encendiendo sus pómulos, salientes de tan ahondados como están los carrillos. Las sienes las tiene hundidas. Los ojos, rojos de fiebre y llanto, están semicerrados bajo unos párpados hinchados. Donde no hay enrojecimiento de fiebre se ve amarillez intensa, verdosa como por bilis esparcida en la sangre. Los brazos descarnados, las manos afiladas, están desmayados sobre las mantas que un veloz jadeo levanta. Junto a la enferma, que no es sino la madre de Judas, está Ana, la madre de Juana, secando lágrimas y sudor, agitando un abanico de palma, cambiando en la frente y la garganta de la enferma paños impregnados en un vinagre aromatizado, acariciando a la enferma las manos y los cabellos despeinados, esos cabellos que, en poco tiempo, han pasado a ser más blancos que negros y que están esparcidos sobre las mejillas o tiesos por sudor sobre las orejas que parecen mármol transparente. ■ También Ana llora. La consuela diciendo: “¡No así, María, no así! ¡Basta!… él fue el que pecó. Tú sabes cómo es el Señor Jesús…”. María de Simón dice: “¡Cállate! No repitas ese nombre que al decírmelo se profana… ¡Soy la madre… del Caín… de Dios! ¡Ah!”. El llanto es desgarrador. La mujer siente ahogarse, se agarra al cuello de su amiga, que la ayuda; un vómito de bilis le sale de la boca. Ana le habla: “¡Cálmate, cálmate! ¡Así no! ¡Oh!, ¿qué puedo decirte para convencerte que Él, el Señor, te ama? ¡Te lo repito! Te lo juro por las cosas para mí más santas: por mi Salvador y por mi hija. Él me lo dijo cuando me lo trajiste. Dijo algo con lo que mostró su infinito amor por ti. Tú eres inocente. Él te ama. Estoy segura. Segura de que otra vez se entregaría para darte paz, pobre madre atormentada”. María de Simón insiste: “¡Madre del Caín de Dios! ¿Escuchas? Ese viento que sopla allá afuera… Lo dice… Lleva por el mundo su voz y grita: «María de Simón, madre de Judas, del que traicionó al Maestro y le entregó a sus verdugos». ¿Oyes? Todo lo proclama… Las tórtolas… las ovejas… toda la Tierra grita que soy yo… No, no quiero curarme. ¡Quiero morirme!… Dios es justo y no me castigará en la otra vida. Pero acá, el mundo aúlla: «¡Eres la madre de Judas!»”. Se deja caer, exhausta, sobre la almohada. Ana la coloca y sale para llevarse los paños ya sucios. María, con los ojos cerrados, después del último esfuerzo, gime: “¡La madre de Judas!, ¡de Judas!, ¡de Judas!”. Jadea, luego: “¿Pero qué cosa es Judas? ¿Qué cosa parí? ¿Qué cosa es Judas? ¿Qué cosa…?”.
* Dos lágrimas y un beso para la madre de Judas.- ■ Jesús está en la habitación, que una débil luz ilumina, porque todavía la luz del día es muy escasa como para aclarar esta vasta habitación, en la que el lecho está en el fondo, lejos de la única ventana que hay. Jesús la llama dulcemente: “¡María, María de Simón!”. La mujer casi delira y no hace caso. Está fuera de sí, sumergida en el torbellino de su dolor. Sus ideas le brotan de su cerebro obsesionado, monótonamente, como el tic-tac de un péndulo: “¡La madre de Judas! ¿Qué cosa parí? El mundo aúlla: «La madre de Judas»…”. Jesús tiene dos lágrimas en sus dulcísimos ojos. Me sorprende mucho esto. Nunca imaginé que Jesús pudiera llorar después de haber resucitado… Se agacha. ¡El lecho es tan bajo para Él tan alto…! Pone la mano sobre la frente febril, haciendo a un lado los paños impregnados de vinagre, y dice: “Un infeliz. Esto y no más. Si el mundo aúlla, Dios ahoga su aullido diciéndote: «Tranquilízate, porque te amo». ¡Mírame, pobre madre! Recoge tu espíritu desorientado y ponlo en mis manos. ¡Soy Jesús!…”. María de Simón abre sus ojos como si saliera de una pesadilla y ve al Señor, siente su mano sobre su frente, se lleva las manos a la cara y gime: “¡No me maldigas! ¡Si hubiera sabido lo que había concebido, me hubiera arrancado las entrañas para que no hubiera nacido!”. Jesús: “Y hubieras cometido un pecado, María. Oh, María, no quieras hacer algo malo por culpa de otro. Las madres que han cumplido con su deber no tienen por qué sentirse responsables de los pecados de sus hijos. Tú cumpliste con tu deber, María. Dame tus pobres manos. Cálmate, pobre madre”. María de Simón replica: “Soy la madre de Judas. Estoy impura como todo lo que tocó ese demonio. ¡Madre de un demonio! No me toques”. Forcejea tratando de evitar las Manos divinas que la quieren tocar. ■ Las dos lágrimas de Jesús le caen a la mujer sobre su cara enrojecida por la fiebre. Jesús le dice: “Te he purificado, María. Mis lágrimas de piedad han caído sobre ti. Desde que bebí mi cáliz de dolor, por nadie he llorado; pero sobre ti lo hago con toda mi amorosa piedad”. Le ha tomado las manos y se sienta, sí, realmente en el borde del lecho, teniendo las manos temblorosas de María entre las suyas. La compasión que brilla en sus hermosos ojos acaricia, envuelve, cura a la infeliz mujer que se calma y llora más quedamente y susurra: “¿No me tienes rencor?”. Jesús: “Te amo. Por esto he venido. Tranquilízate”. María de Simón: “Tú perdonas, pero el mundo… ¡Tu Madre me odiará!”. Jesús: “Te tiene como a una hermana. El mundo es cruel, tienes razón. Pero, Ella, mi Madre, es la Madre del Amor, y es buena. Tú no puedes ir por el mundo, pero Ella vendrá a ti cuando todo esté ya en paz. El tiempo tranquiliza…”. María de Simón: “Hazme morir, si me amas…”. Jesús: “Todavía no. ■ Tu hijo no supo darme nada. Sufre un poco de tiempo por Mí. Será breve”. María de Simón: “Mi hijo te dio mucho… Te dio un horror infinito”. Jesús: “Y un dolor infinito. El  horror ha pasado. No sirve para más, pero sí sirve tu dolor. Se une a mis llagas. Tus lágrimas y mi Sangre lavan el mundo. Tus lágrimas están entre mi Sangre y el llanto de mi Madre; y alrededor, alrededor, está todo el dolor de los santos que sufrirán por Mí, y por los hombres por amor mío y amor a los hombres. ¡Pobre María!”. Dulcemente la recuesta, le cruza las manos, la mira mientras se tranquiliza… ■ Regresa Ana y se queda atónita en la puerta. Jesús, que se ha puesto de pie, la mira: “Cumpliste con mi deseo. Para los obedientes hay paz. Tu corazón me ha comprendido. Vive en mi paz”. Vuelve a bajar los ojos sobre María de Simón que le mira entre un río de lágrimas más tranquilas, y le sonríe. La consuela nuevamente: “Pon tus esperanzas en el Señor. Te dará sus consuelos”. La bendice y hace ademán de irse. María de Simón da un grito de dolor: “Se dice que mi hijo te traicionó con un beso. ¿Es verdad, Señor? Si es así, permíteme que yo lo lave besándote las Manos. ¡No puedo hacer otra cosa! No puedo hacer otra cosa para borrar… para borrar…”. El dolor le vuelve, más fuerte. Jesús, ¡oh!, Jesús no es que le dé a besar las Manos —esas Manos que quedan semidescubiertas por la ancha manga de la cándida túnica, que pende hasta el metacarpo y esconde las heridas—, lo que hace es que toma la cabeza de la mujer entre sus manos y se agacha para besar con sus divinos labios la frente ardiente de la más infeliz de todas las mujeres. Y al erguirse le dice: “¡Mis lágrimas y mi beso! Ninguno ha recibido tanto de Mí. Quédate tranquila. Entre tú y Yo no hay más que amor”. La bendice y cruzando rápidamente la habitación, sale detrás de Ana, que no se ha atrevido a entrar ni a hablar, sino que solo llora de emoción. ■ Cuando están en el corredor que lleva a la puerta de la casa, Ana se atreve a hablar, a hacer una pregunta que le late en el corazón: “¿Mi Juana?”. Jesús: “Hace quince días que goza del Cielo. No te dije allí dentro porque hay un gran contraste entre tu hija y su hijo”. Ana: “Es verdad. Una desgracia. Creo que morirá”. Jesús: “No. No tan pronto”. Ana: “Ahora estará más tranquila. La has consolado. ¡Tú que puedes más que todos!”. Jesús: “Yo la compadezco más que todos. Soy la divina Compasión. Soy el Amor. Yo te lo digo, mujer: si Judas me hubiera lanzado solo una mirada de arrepentimiento, le habría obtenido de Dios el perdón…”. ¡Qué tristeza en el rostro de Jesús! La mujer queda maravillada. Las palabras y el silencio afloran sin salir de sus labios, pero la curiosidad la vence. Pregunta: “¿Pero fue una… un… Sí, quiero decir: ese desgraciado pecó de repente o…”. Jesús: “Hacía meses que pecaba. Y tan fuerte era su voluntad de pecar que ninguna palabra mía ni una acción mía valieron para frenarle. Pero no se lo digas a ella…”. Ana:No se lo diré, Señor”.
* Jesús no se manifiesta al pueblo de Keriot porque ha faltado a la caridad.- ■ Ana añade: “Fíjate, cuando Ananías, que huyó de Jerusalén sin haber consumado la Pascua, la noche misma de la Parasceve, entró aquí gritando: «Tu hijo traicionó al Maestro y le entregó a sus enemigos. Con un beso le traicionó. Y yo he visto al Maestro golpeado, escupido, flagelado, coronado de espinas, cargado con la cruz, crucificado y muerto por obra de tu hijo. Y los enemigos del Maestro gritan nuestro nombre con un repugnante sentido de triunfo. Y se narran las hazañas de tu hijo, que ha vendido al Mesías por menos de lo que cuesta un cordero y le ha señalado ante la gente armada con un beso traidor», María cayó al suelo, ennegrecida de repente. Y el médico dice que se le derramó la bilis y se le despedazó el hígado, quedando corrompida toda su sangre. Y… el mundo es malo. Ella tiene razón… Tuve que traérmela aquí porque iban a la casa en Keriot a gritar: «¡Tu hijo deicida y suicida! ¡Se ahorcó! Belcebú se ha llevado su alma y Satanás su cuerpo». ¿Es verdad que ha sucedido este horrible prodigio?”. Jesús: “No, mujer. Fue encontrado muerto, colgado de un olivo…”. Ana prosigue: “¡Ah! Y gritaban: «El Mesías ha resucitado. Es Dios. Tu hijo traicionó a Dios. Eres la madre del traidor de Dios. Eres la madre de Judas». Por la noche con Ananías y un siervo fiel, el único que se quedó conmigo, pues nadie quiso estar con ella… me la traje aquí. Pero María oye  esos gritos en el viento, en el rumor de la tierra, en todas partes”. Jesús: “¡Pobre madre! ¡Es cosa horrible, sí!”. ■ Ana: “¿Pero aquel demonio no pensó en esto?”. Jesús: “Era una de las razones que empleaba Yo para detenerle. Pero de nada sirvió. Judas llegó a odiar a Dios, cuando jamás amó verdaderamente a su padre y madre ni a ningún prójimo suyo”. Ana: “¡Es verdad!”. Jesús: “¡Adiós, mujer! Mi bendición te dé fuerzas para soportar los insultos del mundo porque compadeces a María. Besa mi mano. Te la puedo mostrar. A ella le hubiera causado un gran dolor”. Echa hacia atrás la manga, dejando al descubierto la muñeca atravesada. Ana lanza un gemido mientras roza apenas con los labios la punta de los dedos. ■ Se oye el ruido de una puerta que se abre y un grito ahogado: “¡El Señor!”. Un hombre ya entrado en años se arrodilla y permanece postrado. Ana, para consolar también al viejecillo en medio de su grande emoción, dice: “Ananías, el Señor es bueno. Vino a consolar a tu pariente, y a nosotros también”. El hombre no se atreve a moverse. Llora diciendo: “Pertenecemos a una raza cruel. No puedo mirar al Señor”. Jesús se le acerca. Le toca la cabeza diciendo las mismas palabras que había dicho a María: “Los familiares que han cumplido con su deber, no tienen por qué sentirse responsables del pecado de un pariente. ¡Anímate, Ananías! Dios es justo. La paz sea contigo y con esta casa. ■ He venido y tú irás a donde te envío. Para la Pascua suplementaria los discípulos estarán en Betania. Irás a ellos y les dirás que doce días después de su muerte viste en Keriot al Señor, vivo y verdadero, en Cuerpo, Alma y Divinidad. Te creerán, porque ya mucho he estado con ellos. Pero los confirmarás en su fe acerca de mi Naturaleza divina al saber que estoy en cualquier lugar en el mismo día. ■ Y antes de ello, irás hoy mismo a Keriot y le pedirás al sinagogo que reúna al pueblo y ante la presencia de todos proclamarás que Yo he venido aquí, y que recuerden las palabras de mi despedida. Te replicarán: «¿Por qué no ha venido a nosotros?». Les responderás así: «El Señor me ha dicho que os diga que, si hubierais hecho lo que Él os había ordenado que hicierais respecto a una madre inocente, Él se habría mostrado. Habéis faltado contra el amor y el Señor no se os ha mostrado por eso». ¿Lo harás?”. Ananías: “¡Es difícil esto, Señor! ¡Difícil de hacer! Todos nos tienen por leprosos del corazón… El sinagogo no me escuchará, y no me dejará hablar al pueblo. Tal vez me pegue… Sin embargo lo haré porque lo ordenas”. El viejecillo no levanta la cabeza. Ha hablado conservando su actitud de profunda adoración. ■ Jesús le dice: “¡Mírame, Ananías!”. El hombre levanta su cara llena de veneración. Jesús está tan bello como en el Tabor… La luz le cubre ocultando su rostro y su sonrisa… En el pasillo no está ya Él, sin que ninguna puerta se haya movido para abrirle paso. Los dos siguen por un tiempo postrados en señal de profunda adoración.
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1  Nota  : Ana, la madre de Juana,  y  María de Simón, la madre de Judas Iscariote, son dos vecinas de la ciudad de Keriot. Juana, prometida de Judas Iscariote, tras haber sido abandonada por Judas, había muerto como consecuencia de ese dolor. Por tal motivo Ana había guardado un fuerte rencor tanto a Judas como a su madre María de Simón, acusándoles de ser la causa de la muerte de su hija. ■ María de Simón, queriendo volver a la amistad de Ana, que enferma yacía en la cama desde la muerte de su hija, había pedido a Jesús, que había llegado a Keriot, que intercediera entre ambas. Jesús, una vez que la hubo curado, se descubrió a Ana como el Hijo del hombre anunciado por los profetas, al que le espera una muerte horrenda. Y le había dicho: “Escúchame, Ana. Lloras por unas nupcias anuladas, a las que consideras causante de todos tus dolores; acusas de homicidio a un hombre por esto y de cómplice a una infeliz madre… No pasarán más que unos meses y verás que fue una gracia del Cielo que Juana no fuera mujer de Judas… Y cuando María de Simón no tenga ya a su hijo y el mundo le cubra de desprecio, tú —y serás la única— le abrirás la casa y el corazón. ¿Me lo prometes? En nombre de Dios y de Juana. Ella lo habría hecho, porque María era siempre para ella la madre del siempre amado”. (Este pasaje, completo, se relata en el episodio 6-395-212 del tema “Judas Iscariote” 3º año 2ª parte).

III.  A LOS NIÑOS DE YUTTA,  CON SU MAMÁ SARA.
■ El huertecillo de la casa de Sara. Los niños están jugando bajo los árboles. El más pequeño está rodando por la hierba junto a una hilera de parras; los otros, más mayores, están jugando a esconderse tras los setos y las vides y a descubrirse. Jesús se aparece junto al pequeñuelo, a quien le puso el nombre. ¡Oh santa simplicidad de los inocentes! Jesaí no se sorprende al verle de repente, sino que tiende a Él sus bracitos para que le suba en brazos, y Jesús lo hace: la mayor naturalidad en el acto de ambos. Llegan corriendo los otros —y la misma simplicidad—, sin asombro alguno, se acercan a Él felices. Parece como si para ellos nada hubiera cambiado Tal vez no saben lo que ha sucedido. Pero, después de que Jesús les acaricia, María, la más grandecita y de juicio más maduro, pregunta: “¿Entonces, ahora que has resucitado, no sufres más, Señor? ¡He sufrido mucho!…”.  Jesús: “Ya no sufro. He venido a bendeciros antes de que suba al Cielo, a mi Padre y vuestro Padre. Pero también desde allá siempre os bendeciré, si sois siempre buenos. Diréis a los que me aman que hoy os he dejado a vosotros mi bendición. Recordad este día”. ■ María dice: “¿No entras en casa? Está mamá. A nosotros no nos creerán”. Pero su hermano no pregunta,  grita: “Mamá, mamá, el Señor está aquí…” y, corriendo hacia la casa, repite ese grito. Sara se asoma a tiempo para ver a Jesús, hermosísimo, en los límites del huertecillo, que desaparece de entre la luz que le absorbe. Sara grita: “¡El Señor!”. Y casi sin poder hablar, pregunta: “¿Por qué no me llamasteis antes?… ¿Pero cuándo? ¿De dónde vino? ¿Estaba solo? ¡Qué calamidades sois!”. María: “Le hemos encontrado aquí. Momentos antes no estaba… No vino ni de la calle, ni del huerto. Traía en brazos a Jesaí… Y  nos dijo que había venido a bendecirnos,  a darnos su bendición para los que le aman en Yutta, y que recordásemos este día. Ahora va al Cielo. Pero nos amará si somos buenos. ¡Qué bello es! Tenía las manos heridas. Pero no le duelen. También tiene heridos los pies. Los vi entre la hierba. Esa flor le tocó la herida de un pie. La voy a cortar…”.  Hablan todos al mismo tiempo, llenos de emoción. Hasta sudan con la ansiedad de hablar lo que pasó. Sara les acaricia murmurando: “¡Dios es grande! Vámonos. Venid. Vamos a contarlo a todos. Hablad vosotros, que sois inocentes. Vosotros podéis hablar de Dios”.

IV. AL JOVENCITO YAIA EN PELA.
■ El jovencito está trabajando con ardor en cargar un carrito de verduras que recogió en la huerta cercana. El asno golpea con su pezuña el suelo del camino campestre. Al volverse para coger un canasto de lechugas, ve a Jesús,  que le está sonriendo. Deja caer el cesto al suelo y se arrodilla, frotándose los ojos para convencerse de lo que ve y susurra: “¡Altísimo, no permitas que sea una ilusión! ¡No permitas, Señor, que Satanás me engañe con fantasmas! ¡Mi Señor está bien muerto! Fue sepultado y ahora dicen que su cadáver fue robado y llevado a otra parte. ¡Piedad, Señor Altísimo! Muéstrame la verdad”. Jesús: “Yo soy la Verdad, Yaia. Yo soy la Luz del mundo. Mírame. Por esto te devolví la vista, para que pudieses dar testimonio de mi poder y resurrección”. Yaia: “¡Oh, en realidad que es el Señor! ¡Eres Tú! ¡Sí, Tú eres Jesús!”. Se arrastra sobre sus rodillas para besarle los pies. Jesús: “Dirás que me has visto, que me has hablado y que estoy vivo. Dirás que me viste hoy. La paz a ti y mi bendición”. ■ Yaia está otra vez solo. Dichoso. Se olvida de su carrito de verduras. En vano el asno menea su cola y patea con sus cascos el camino. Yaia está en éxtasis. Una mujer que sale de la casa cercana al huerto y le ve allí, pálido de emoción, fuera de sí, grita: “Yaia, ¿qué te pasa?”. Se acerca a él, le zarandea, le hace volver a este mundo… Yaia: “¡El señor! He visto al Señor resucitado. Le he besado los pies y visto sus llagas. Esos han mentido. Es realmente Dios y ha resucitado. Yo tenía miedo de que fuera un engaño. ¡Pero es Él! ¡Es Él!”. La mujer tiembla por un escalofrío de emoción y en voz baja susurra: “¿Estás seguro de ello?”. Yaia: “¡Tú eres buena, mujer! Por amor a Él nos has tomado como criados, a mí y a mi madre. ¡Cree!…”. Mujer: “Si tú lo afirmas, creo. ¿Pero en realidad vive? ¿Está su cuerpo caliente? ¿Respiraba? ¿Hablaba? ¿De veras oíste su voz o te la imaginaste?”. Yaia: “Estoy seguro. Su cuerpo estaba tibio, como el de un viviente. Era su verdadera voz. Respiraba. Hermoso como Dios, pero Hombre como yo, como uno de nosotros. Vamos, vamos a decirlo a los que sufren o dudan”.

V. AL ANCIANO JUAN EN SU CASA DE NOBE.
■ El anciano está solo en casa. No se le ve intranquilo. Está componiendo una especie de silla que se ha desclavado de un lado, y sonríe quién sabe ante qué sueño. Se oye que alguien llama a la puerta. El anciano, sin dejar su trabajo, responde: “Adelante, ¿qué queréis? ¿Sois de aquellos? Ya estoy viejo para cambiar. Aunque todo el mundo me gritase: «Ha muerto», os responderé: «Vive». Aunque ello me acarreara la muerte. ¡Así pues, adelante!”. Se levanta en dirección a la puerta, para ver quién llamó y que no ha entrado. Cuando está ya cerca, se abre y entra Jesús. “¡Oh, Señor mío! ¡Vivo! ¡Creí! Y vienes a premiar mi fe. ¡Bendito seas! Jamás he dudado. En medio de mis dolores dije: «Si me envió el cordero para el banquete de alegría, señal es que en este día resucitará». Entonces comprendí todo. Cuando moriste y la tierra se estremeció comprendí lo que antes me era difícil. Me tomaron por loco acá en Nobe, porque cuando se puso el sol al día siguiente al sábado preparé el banquete, fui a invitar a los mendigos y les dije: «¡Ha resucitado nuestro Amigo!». Se decía que no es verdad. Se decía que te habían robado de noche. Pero no lo creí porque desde que moriste, comprendí que morías para resucitar, y que esta era la señal de Jonás”. ■ Jesús, sonriente, le deja hablar. Luego pregunta: “¿Y ahora quieres todavía morir, o quieres seguir viviendo para ser testigo de mi gloria?”. Juan: “Lo que Tú quieras, Señor”. Jesús: “No. Lo que tú quieras”. El anciano piensa, luego dice: “Sería hermoso salir de este mundo en el que ya no estás como antes. Pero renuncio a la tranquilidad del Cielo para decir a los incrédulos: «¡Le he visto!»”. Jesús le pone una mano sobre la cabeza, le bendice y agrega: “Pero pronto llegará la paz, y vendrás a Mí con el grado de confesor, o sea, de aquel que ha dado testimonio del Mesías”. Y se va. ■ Tal vez por compasión al anciano, no desaparece como en otras ocasiones, sino que lo hace como el Jesús de otros tiempos, que entraba y salía de la casa, como cualquier humano.
 
VI. A MATÍAS, EL SOLITARIO DE LOS ALEDAÑOS DE YABÉS GALAAD.
■ El anciano está trabajando en sus verduras y monologa: “Todos estos bienes los tengo para Él. Y Él no los probará ya nunca más. Inútilmente he trabajado. Yo creo que Él es el Hijo de Dios, que ha muerto y resucitado. Pero ya no es el Maestro que se sentaba a la mesa del pobre o del rico y compartía con igual amor. Ahora es el Señor resucitado. Ha resucitado para confirmar en la fe a los que creen. Y esos dicen que no es verdad. Que ninguno ha resucitado por sí. Que nadie. No. Que ningún hombre. Pero Él sí. Porque Él es Dios”. Da unas palmaditas para apartar las palomitas que bajan a llevarse su alimento. Dice: “¡Es inútil que sigáis teniendo crías! No podrá comer más. Y vosotras inútiles abejas, ¿para qué hacéis miel? Esperaba que estaría conmigo, al menos una vez ahora que soy menos pobre. Todo ha prosperado aquí desde que Él vino… ¡Ah!, pero con esos denarios que no he tocado, iré a Nazaret, donde su Madre, y le diré: «Tómame por esclavo tuyo, pero déjame aquí, porque Tú eres todavía Él»”. Se seca una lágrima con el dorso de la mano… ■ Jesús: “Matías, ¿tienes un pan para un peregrino?”. Matías levanta la cabeza. Pero estando, como está, de rodillas, no ve quién es el que le habla detrás de la alta valla que rodea su pequeña propiedad perdida en aquella verde soledad del otro lado del Jordán. Responde: “Quienquiera que seas, entra en nombre del Señor Jesús”. Y se pone de pie para abrir la portezuela. Se encuentra enfrente a Jesús y se queda con la mano sobre el pasador, sin poder hacer ya ningún movimiento. Jesús: “¿No quieres tomarme por huésped tuyo, Matías? Una vez me abriste tu casa. Te estabas lamentando de no poder hacerlo otra vez. Estoy aquí ¿no me reconoces?”. Jesús sonríe. Matías: “¡Oh, Señor!… yo… yo… no soy digno de que mi Señor entre aquí… yo…”. Jesús pasa su mano por encima de la portezuela, libera el pasador, abre y dice: “El Señor entra donde quiere, Matías”. Entra, avanza por el humilde huerto, se dirige a la casa. En el umbral dice: “Sacrifica los hijos de tus palomas. Saca de la tierra tus verduras, y la miel de tus abejas. Juntos compartiremos el pan, y no habrá sido inútil tu trabajo, ni vano tu deseo. Y amarás este lugar; sin ir a Nazaret, donde pronto habrá silencio y abandono. Yo estoy en todas partes, Matías. Quien me ama está conmigo, siempre. Mis discípulos estarán en Jerusalén. Allí se levantará mi Iglesia. Procura estar allí para la pascua suplementaria. Matías: “Perdóname, Señor, pero no pude resistir en aquel lugar, y huí. Había llegado a la hora nona del día antes de la Parasceve y al día siguiente… ¡Oh, huí para no verte morir! Solo por eso, Señor”. Jesús: “Lo sé. Y sé que volviste —uno de los primeros— para llorar ante mi sepulcro. Pero ya no estaba en él. Sé todo. Mira, voy a sentarme a descansar. Siempre he descansado aquí… Y los ángeles lo saben”. ■ El hombre se pone a hacer sus quehaceres, pero parece como si estuviera en un lugar sagrado. De vez en vez se seca una lágrima mezclada con su sonrisa, mientras va y viene para tomar las palomas, matarlas, prepararlas, atizar el fuego, tomar y lavar las verduras, poner en una fuente los primeros higos y preparar la mesa con lo mejor que tiene. Cuando todo está preparado, ¿cómo puede sentarse a comer? Quiere servir y ello le parece mucho. No pretende más. Pero Jesús, que ha ofrecido y bendecido, le ofrece la mitad del pichón que ha cortado, poniendo la carne sobre un pedazo de hogaza que ha mojado en el jugo. El anciano dice: “¡Oh, como a un ser querido!” y come, llorando de alegría, de emoción, sin apartar los ojos de Jesús que come… que bebe, que saborea las verduras, la fruta, la miel, y que le ofrece su copa después de haber dado unos sorbos de vino. Antes había bebido solo agua. La comida ha terminado. ■ Jesús: “Vivo. Lo ves. Y tú estás dichoso. Recuerda que hace doce días Yo moría por voluntad de los hombres. Pero que nula es la voluntad de los hombres cuando la voluntad de Dios no la acepta. Es más, la voluntad contraria de los hombres se vuelve instrumento servil de la Voluntad eterna. Adiós, Matías. Como ya lo dije, cuando era en la tierra Peregrino, al respecto del cual todavía podía abrigarse alguna duda, que estará conmigo quien me hubiera dado de beber; así, Yo te digo: tú tendrás parte en mi Reino celestial”. Matías: “¡Pero ahora te pierdo, Señor!”. Jesús: “Veme en cada peregrino, cada mendigo, cada enfermo; en cada necesitado de pan, agua, vestido. Yo estoy en cada uno que sufre, y lo que se hace con uno que sufre,  a Mí se me hace”. Abre los brazos. Bendice. Desaparece.

VII. AL SINAGOGO ABRAHAM DE ENGADDI, QUE MUERE EN BRAZOS DE JESÚS.
■ La plaza de Engaddi: templo con columnas de palmeras que chocan entre sí. La fuente: espejo para este cielo abrileño. Las palomas: murmullo bajo de órgano. El anciano Abraham atraviesa la plaza con sus instrumentos de trabajo sobre el hombro. Parece más viejo, pero sereno, como quien hubiera encontrado la calma después de mucha tempestad. Atraviesa también el resto de la ciudad y se dirige a las viñas cercanas a las fuentes, las hermosas viñas ya cargadas de preciosos frutos. Entra, se pone a zapar, podar y ligar. De vez en cuando se yergue, se apoya sobre el azadón, piensa. Se alisa su patriarcal barba, suspira, sacude su cabeza como hablando consigo. ■ Un hombre envuelto en su manto sube por la calle hacia los manantiales y los viñedos. He dicho: un hombre, pero es Jesús, porque es su vestido y es su modo majestuoso de andar. Pero para Abraham es un hombre cualquiera. Pregunta a Abraham: “¿Puedo estar aquí?”. Abraham: “La hospitalidad es sagrada. A nadie se la he negado. Ven. Entra. Que la sombra de mis parras te brinden frescura. ¿Quieres leche? ¿Pan? Te daré de lo que tengo aquí”. Jesús: “¿Y qué quieres que te dé Yo? No poseo nada”. Abraham: “El Mesías me dio todo y para todos los hombres. Y por más que dé, nada es con respecto a lo que Él me ha dado”. Jesús: “¿Sabías que le crucificaron?”. Abraham: “Sé que ha resucitado. ¿Eres uno de los que le crucificaron? No puedo odiarte, porque a Él no le gusta el odio. Pero, si pudiera,  te odiaría si lo fueras”. Jesús: “No fui Yo uno de los que le crucificaron. Tranquilízate. Sabes todo lo referente a Él”. Abraham: “Todo. Y Eliseo… que es mi hijo, también. Eliseo no ha vuelto de Jerusalén. Dijo: «Permíteme, padre, que todo deje por predicar al Señor. Iré a Cafarnaúm a buscar a Juan, y me uniré a los discípulos fieles»”. ■ Jesús: “¿Te ha dejado, pues, tu hijo? ¿Pese a que estás viejo y solo?”. Abraham: “Lo que llamas abandono es mi sueño adorado. ¿No me lo había arrebatado la lepra? ¿Y quién me lo devolvió? El Mesías. ¿Le pierdo, acaso, porque predique al Señor? ¡Claro que no! Le encontraré en la vida eterna. Pero… tú hablas en cierta forma que te haces sospechoso. ¿Eres un emisario del Templo? ¿Has venido a perseguir al que cree en el Resucitado? ¡Mátame! No esquivo el golpe. No imito a los tres sabios de hace mucho tiempo. Me quedo en mi lugar. Porque si caigo por Él, le encontraré en el Cielo y así se realiza mi súplica del año anterior a éste”. Jesús: “Tienes razón. Lo dijiste esa vez: «Firmemente he esperado al Señor y ha vuelto su Rostro a mí»”. Abraham: “¿Cómo lo sabes? ¿Eres uno de sus discípulos? ¿Estabas aquí cuando con Él dirigí mi súplica? ¡Oh, si lo eres, ayúdame para que mi anhelo llegue hasta Él, para que lo tenga en cuenta!”, y se postra creyendo que habla a un apóstol. ■ Jesús: “Soy Yo, Abraham de Engaddi y te digo: «Ven»”. Le abre los brazos al descubrir quién es, y le invita a que se arroje a ellos, que se estreche a su corazón. En esos momentos entra en el viñedo un niño, a quien le sigue otro mayor gritando: “¡Padre, padre, hemos venido a ayudarte!”. Pero el grito agudo del niño, queda ahogado por el poderoso grito del anciano, un verdadero grito de liberación: “¡Sí, voy!”. Y Abraham  se arroja en los brazos de Jesús, gritando: “¡Jesús, Mesías santo! ¡En tus manos entrego mi espíritu!”. ■ ¡Muerte dichosa! ¡Muerte que envidio! Sobre el pecho de Jesús, en medio de una serena campiña en que las flores abrileñas sonríen al cielo…  Jesús suavemente deposita al anciano sobre la hierba que ondea a impulsos de la brisa; le deposita al pie de una hilera de vides, y dice a los niños estupefactos y espantados, que están a punto de echarse a llorar: “No lloréis. Ha muerto en el Señor. Bienaventurados los que mueren en sus brazos. Id a avisar a los de Engaddi que el Sinagogo ha visto a Jesús resucitado y que Él ha escuchado sus plegarias. ¡No lloréis! ¡No lloréis!”. Les acaricia mientras les guía hacia la salida. Luego vuelve donde el difunto, le alisa la barba y los cabellos, le cierra los párpados semicerrados, le coloca los brazos y las piernas y le extiende sobre el manto que el anciano se había quitado al empezar su trabajo. ■ Está allí hasta que oye voces procedentes del camino. Entonces se yergue radiante… Los que llegan le ven. Gritan. Aceleran su ya veloz marcha pera llegar donde Jesús. Pero Él, envuelto en un rayo de sol, desaparece de su vista.

VIII. A ELÍAS, EL ESENIO DE CARIT.
■ Veo la dura soledad de la abrupta montaña, por cuyo pie corre el Carit. Elías está más flaco y descarnado, más barbado, vestido con un áspero vestido, ni gris ni marrón, que le hace semejante a las rocas que le rodean. Oye un ruido como de viento o trueno. Levanta la cabeza. Jesús ha puesto su pie sobre una peña suspendida en equilibrio sobre el precipicio por cuyo fondo corre el río. “¡El Maestro!” y se arroja al suelo. Jesús: “Soy Yo, Elías. ¿No sentiste el terremoto de Parasceve?”. Elías: “Lo sentí y bajé a Jericó y a la casa de Nique. No encontré a nadie de los que te amaban. Pregunté por Ti. Me pegaron. Después sentí que nuevamente la tierra se estremecía, pero no tan fuerte, y volví aquí, para seguir mi penitencia, pensando que las puertas de la ira de Dios habían sido abiertas”. Jesús: “De la Misericordia divina. Yo he muerto y he resucitado. Mira mis llagas. Reúnete con los siervos del Señor en el Tabor y diles que Yo te he enviado”. Le bendice y desaparece.

IX. A DORCA Y A SU HIJO, EN EL CASTILLO DE CESAREA DE FILIPO.
■ El niño, a quien su madre Dorca va sujetando, da los primeros pasos sobre el bastión de la fortaleza. Y Dorca, estando encorvada, no ve aparecer al Señor. Pero cuando por un momento deja libre al niño y, viendo que éste se dirige seguro y rápido hacia el ángulo del bastión, se endereza para impedir que vaya a chocar y se caiga, y quizás perezca, al pasar entre las almenas o pasajes hechos a propósito para los soldados, entonces ve a Jesús que estrecha contra su pecho al niño y que le besa. La mujer no se atreve a hacer nada. Pero grita con todas sus fuerzas. Y su grito hace que los de la corte levanten su cabeza, y que se asomen por las ventanas. Dorca: “¡El Señor! ¡El Señor! ¡El Mesías está aquí! Ha resucitado en verdad”. Pero antes de que la gente acuda, Jesús ha desaparecido. “¡Estás loca! ¡Deliras! Un juego de luz te hizo ver un fantasma”. Dorca: “¡Que no! ¡Está vivo! Ved cómo mi hijo mira hacia allá y que tiene en sus manos una hermosa manzana, tan linda como su carita. Se la está comiendo y sonríe. Yo no tengo manzanas…”. Impresionados dicen: “Nadie tiene manzanas maduras en estos días, y tan frescas…”. ■ Algunas mujeres proponen: “Preguntemos a Tobías”. Algunos hombres dicen con sorna: “¿Pero qué queréis hacer? Apenas sabe decir: mamá”. Pero las mujeres se agachan hacia el niñito y le preguntan: “¿Quién te dio la manzana?”. El niñito, abre su boquita en que apenas unos cuantos dientecitos se ven. La abre y dice dulcemente: “Jesús”. Ellas exclaman: “¡Oh!”. Y agregan: “Claro, le habéis puesto de nombre Yesai. Sabe decir su nombre”. Insisten, apremiantes, las mujeres: “¿Jesús tú o a Jesús el Señor? ¿Qué Señor? ¿Dónde le has visto?”. Niño: “Allí, allí estuvo el Señor. Jesús, el Señor”. Mujeres: “¿Dónde está? ¿A dónde se fue?”. Niño: “¡Allí!”. Señala hacia el cielo bañado en el sol, y se ve que con su sonrisa refleja la felicidad, mientras muerde la manzana. Y, mientras los hombres se marchan meneando la cabeza, Dorca dice a las mujeres: “Estaba hermoso.  Su vestido parecía hecho de luz. Tenía en las manos la señal de los clavos, rojas como una piedra preciosa. He visto bien,  porque tenía a mi hijito así”  y repite el gesto de Jesús. ■ Acude el intendente, pide que se le repita lo sucedido, piensa y concluye: “El salmo dice: «En la boca de los niños, de los que apenas están mamando has colocado una alabanza perfecta» (1). ¿Y por qué no va a ser verdad? Ellos son inocentes. Y nosotros… Recordemos este día… ¡Pero no! Lo que voy a hacer es ir al pueblo donde están los discípulos. Voy a ver si está allá el Rabí… Pero el caso es que había muerto… ¡Pero!…”.  Y con este «pero» el intendente se va, mientras las mujeres, entusiasmadas continúan haciendo preguntas al pequeñín que repite siempre: “Jesús, allá. Y más allá. Jesús, el Señor” y señala el lugar donde estuvo Jesús, después hacia el sol tras el que le vio  desaparecer. Y sonríe dichoso, feliz.
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1  Nota  : Cfr. Sal. 8,2-3.

X. A LAS PERSONAS REUNIDAS EN LA SINAGOGA DE QUEDES.
■ La gente de Quedes está reunida en la sinagoga, y discute con el viejo Matías, el sinagogo, acerca de los últimos sucesos. La sinagoga está más bien semiobscura, y es que las puertas están cerradas y las cortinas puestas sobre las ventanas, cortinas gruesas apenas movidas por el viento de Abril. Un fulgor ilumina la sala. Parece un relámpago, pero es la luz que precede a Jesús, que se manifiesta ante la estupefacción de muchos. Abre sus brazos y, claramente se ven las llagas de las manos; y también de los pies, pues se ha presentado en el último de los tres peldaños que conducen a una puerta cerrada. Dice: “He resucitado. Acordaos de mi discusión con los escribas. He dado a la generación malvada la promesa que le prometí, la de Jonás. A quien me ame y me sea fiel, le doy mi bendición”. No añade más. Ha desaparecido. “¡Era Él! ¿De dónde? ¡Y estaba vivo! ¡Lo había dicho! Mira, ahora comprendo. Le señal de Jonás: tres días en las entrañas de la Tierra, y luego la resurrección…”. Comentarios que van y vienen.

XI. A UN GRUPO DE RABÍES EN GISCALA.
■ Un grupo rabioso de rabinos tratan de persuadir a algunas personas que titubean. Lo que quieren es conseguir que éstos vayan donde Gamaliel que se ha encerrado en su casa y que no quiere ver a nadie. Dicen estos hombres: “Os decimos que no está aquí. No sabemos en dónde está. Vino. Consultó unos rollos. Se ha marchado. No dijo una sola palabra”. Y otros añaden: “Tenía un aspecto tan alterado, y estaba tan envejecido, que infundía miedo”. Con gesto de descortesía, los rabinos les vuelven las espaldas a éstos que están hablando y se alejan diciendo: “¡También Gamaliel está loco como Simón! No es verdad que el Galileo haya resucitado. No es verdad, no es verdad. No es verdad que sea Dios, no es verdad. Nada es verdadero, fuera de lo que decimos nosotros”. El propio afán con que dicen que no es verdad muestra su miedo a que sea verdad y su necesidad de afianzarse. ■ Han bordeado la pared de la casa y se dirigen a la tumba de Hilel. Siempre, cual perros, ladrando sus negaciones, levantan la cara… y huyen con un grito… Jesús, que es siempre bueno con los buenos, está allí, terrible en su poder, con los brazos abiertos como en la cruz… Las llagas de las manos fulguran como si la sangre estuviese manando. No dice una sola palabra, pero su mirada aterroriza. Los rabinos huyen, caen, se levantan, se hieren contra plantas y piedras. Han enloquecido de miedo, de terror. Asemejan a homicidas a los que se condujera a la presencia de su víctima.

XII. A JOAQUÍN Y MARÍA, EN BOZRA.
“¡María! ¡María! ¡Joaquín y María! Venid afuera”. Los dos, que están en una habitación silenciosa e iluminada por una lámpara, ella ocupada en coser, él en hacer sus cuentas, levantan la cabeza, se miran… Joaquín pálido de miedo, dice en voz baja: “La voz del Rabí. Viene de la otra vida…”. La mujer, aterrada, se abraza al hombre. Pero la llamada se repite, y ambos, estrechados para darse valor, salen hacia donde la voz les ha llamado. En el jardín, iluminado por una luna nueva, resplandece mucho más brillante Jesús. La luz le rodea y le hace aparecer en lo que es: Dios. La dulcísima sonrisa, la mirada amable dicen que es Hombre: “Id a decir a los de Bozra que me habéis visto vivo. Dilo, Joaquín, en el Tabor a los que allí se reunieren”. Les bendice y desaparece. “¡Era Él! ¡No ha sido un sueño! Yo… Mañana voy a Galilea. Dijo al Tabor, ¿no es verdad?”.

XIIIA MARÍA DE JACOB EN EFRAÍN.
La mujer está amasando harina para hacer pan. Se vuelve al oírse llamar, y ve a Jesús. Rostro en tierra, las manos en el suelo, se queda muda de espanto. Jesús habla: “Dirás a todos que me has visto, que te he hablado. El Señor no está sujeto al sepulcro. He resucitado al tercer día como predije. Continuad vosotros que estáis en mi camino y no os dejéis engañar con las palabras de los que me crucificaron. Mi paz sea contigo”.

XIV. A SÍNTICA, EN ANTIOQUÍA.
Síntica está preparando un saco de viaje. Es ya de noche. En efecto, puesta encima de una mesa, junto a la mujer, que está doblando unos vestidos, arde una pequeña lámpara,  temblorosa, de luz bastante limitada. La habitación se ilumina. Síntica levanta la cabeza sorprendida, para ver qué es lo que ha sucedido, de dónde viene esa luz tan clara y tan intensa. Pero, antes de ver, Jesús la previene: “Soy Yo. No tengas miedo. Me he aparecido a muchos para confirmarlos en la fe. También a ti me aparezco, discípula que has sido obediente y fiel. He resucitado. ¿Lo ves? No sufro más. ¿Por qué  lloras?”. Síntica, ante la belleza del Resucitado, no encuentra palabras… Jesús le sonríe para darle valor y añade: “Soy el mismo Jesús que te acogió cerca del camino a Cesarea. Esa vez pudiste hablar, estando tan atemorizada como estabas siendo Yo para ti «el Desconocido», y ¿ahora no encuentras palabra alguna que decirme?”. Síntica: “¡Oh, Señor, estaba yo para partir… para quitarme del corazón tanta intranquilidad y dolor!”. Jesús: “¿Por qué dolor? ¿No te habían dicho que había resucitado?”. Síntica: “Dijeron unos y contradijeron otros. Sus contradicciones no me perturbaron. Yo sabía que tu Cuerpo no probaría la corrupción. He llorado por tu martirio. Antes de que me lo hubieran dicho creí en tu resurrección, y he sido firme, pese a que otros han venido a decir que no es verdad. Quería ir a Galilea. Dentro de mí pensaba: a Él no le puedo perjudicar. Él, ahora es más Dios que Hombre. No sé expresarme bien…”. Jesús: “Comprendo lo que quieres decir”. Síntica: “Decía dentro de mí: le adoraré, y veré a María. Pensaba que Tú no ibas a permanecer mucho tiempo entre nosotros. De forma que estaba acelerando mi partida. Decía también: una vez vuelto a su Padre, como Él decía, su Madre estará un poco triste en medio de su alegría. Porque es un alma, pero es también madre… Y voy a tratar de consolarla, ahora que está sola… ¡Era yo una soberbia!”. Jesús: “No. Eres una mujer compasiva. Comunicaré a mi Madre tu intención. Pero no vayas allá. Quédate donde estás. Continúa trabajando por Mí, ahora más que antes. Tus hermanos, los discípulos, tienen necesidad del trabajo de todos para propagar mi doctrina. Me has visto. Mi Madre ha sido confiada a Juan. No sufras más. Puedes robustecer tu corazón con la seguridad de haberme visto y con la fuerza de mi bendición”. ■ Síntica tiene muchos deseos de besarle. Pero no se atreve. Jesús le dice: “Ven”. Y ella se llega a Jesús de rodillas, y hace el ademán de besarle los pies. Pero ve las dos llagas y no se atreve a hacerlo. Toma la orla de su vestido y la besa llorando. Murmura: “¡Qué cosa te hicieron!”. Luego pregunta: “¿Y Juan Félix?”. Jesús: “Es feliz. No recuerda otra cosa más que el amor y en él vive. La paz sea contigo, Síntica” y desaparece.  La mujer se queda en su actitud de adoración, de rodillas, con la cara hacia lo alto, las manos un poco extendidas. Lágrimas corren por su cara y una sonrisa en su boca.

XV. AL LEVITA ZACARÍAS.
Zacarías el levita está en una habitación pequeña, sentado, pensativo, reclinada la cabeza sobre una mano. Jesús: “No dudes. No acojas las voces que te perturban. Yo soy la Verdad y la Vida. Mírame. Tócame”. El joven que ha levantado su cara al oír las primeras palabras y ha visto a Jesús, cae de rodillas exclamando: “Perdóname, Señor, he pecado. He dudado de tu verdad”. Jesús: “Son más culpables que tú los que tratan de seducir tu corazón. No cedas a la tentación. Tengo cuerpo vivo y real. Siente el peso, el calor, la robustez y la fuerza de mi Mano”. Le toma por el antebrazo y le levanta con fuerza diciendo: “Levántate y camina en las vías del Señor. Sal de la duda y del miedo. Serás bienaventurado si perseveras hasta el fin”. Le bendice y desaparece. ■ El joven, después de algunos instantes de perpleja maravilla, sale precipitadamente fuera de la habitación, gritando: “¡Madre, padre, he visto al Maestro! No es verdad lo que dicen los otros. No era yo un loco. No sigáis creyendo en la mentira. Bendecid conmigo al Altísimo que ha tenido compasión de su siervo. Me voy. Voy a Galilea. Encontraré a alguno de los discípulos. Voy a decirles que crean. Que Él ha resucitado en verdad”. No toma consigo alforja, ni alimentos, ni vestidos. Se echa su manto encima y sale presuroso, sin dar siquiera tiempo a sus padres de salir de su estupor y poder intervenir para retenerle.
 
XVI. A UNA MUJER DE LA LLANURA DE SARÓN, QUE OBTIENE CURACIÓN DE SU HIJO ENFERMO.
■  Un camino cerca del mar. Tal vez es el que une Cesarea con Joppe, o quizás otro. No lo sé. Lo que sí sé es que veo campos por una parte y por la otra mar, azul vivo que se distingue de la línea amarillenta del litoral. El camino debe ser una arteria romana; su pavimentación lo demuestra. Una mujer va llorando por ese camino en las primeras horas matinales. Hace poco que la aurora ha nacido. La mujer debe estar cansadísima porque de vez en cuando se detiene, se sienta sobre una piedra millar o al borde del camino. Luego se levanta y continúa, como si algo la empujase a seguir, pese a su cansancio. ■ Jesús, un viajero envuelto en su manto, se le pone al lado. La mujer no le mira. Sigue sumergida en su dolor. Jesús le pregunta: “¿Por qué lloras, mujer? ¿De dónde vienes? ¿A dónde vas tan sola?”. Mujer: “Vengo de Jerusalén y voy a mi casa”. Jesús: “¿Está lejos?”. Mujer: “Entre Joppe y Cesarea”. Jesús: “¿A pie?”. Mujer: “En el valle, antes de Modín, los ladrones me quitaron el asno y lo que traía sobre él”. Jesús: “Has sido imprudente en caminar sola. No hay que ir solos a la Pascua”. Mujer: “No había ido por la Pascua. Me había quedado en casa, porque tengo, espero tenerlo todavía, un niño enfermo. Mi marido ya se había ido con los otros. Le dejé que se adelantara, y cuatro días después me fui yo. Porque me dije: «Ciertamente está Él en Jerusalén para la Pascua. Le buscaré». Tenía un poco de miedo, pero me dije: «No hago nada malo, Dios lo ve. Yo creo. Sé que es bueno. No me rechazará porque…»”. Se detiene como atemorizada, echa una mirada furtiva sobre el viajero que va a su lado, tan cubierto que apenas se le ven los ojos. Los inconfundibles ojos de Jesús. ■ Jesús: “¿Por qué no hablas? ¿Tienes miedo de Mí? ¿Crees que sea enemigo del que buscabas? Buscabas, no hay duda, al Maestro de Nazaret para pedirle que viniese a tu casa a curar a tu hijo, mientras tu marido estaba ausente”. Mujer: “Veo que eres profeta. Así es. Pero cuando llegué a la ciudad, el Maestro había muerto”. El llanto la ahoga. Jesús: “Ha resucitado. ¿No lo crees?”. Mujer: “Lo sé. Lo creo. Pero yo… Pero yo… durante algunos días, también he tenido esperanza de verle… Se dice que se ha aparecido a algunos. Y he retardado mi salida de la ciudad… cada día que pasaba una angustia, porque… mi hijo está enfermo… Mi corazón está dividido… Ir para consolarle en su muerte… Quedarme para buscar al Maestro… No pretendía pedirle que fuera a mi casa; pero sí, que me prometiera que mi hijo sanaría”. Jesús: “¿Y habrías creído? ¿Piensas que desde lejos?…”. Mujer: “Hubiera creído. Si me hubiera dicho: «Vete en paz. Tu hijo sanará», no habría dudado, pero no le merezco porque…”, ■ llora, tapándose la boca con el velo como para no decir algo. Jesús: “Porque tu marido fue uno de los acusadores y verdugos de Jesús. Pero Jesús es el Mesías. Es Dios. Y Dios, mujer, es justo. No castiga al inocente por el culpable. No atormenta a una madre porque el padre sea pecador. Jesús es la Misericordia hecha realidad…”. Mujer: “¡Oh! ¿No serás Tú uno de sus apóstoles? Tal vez sabes dónde está Él. Tú… tal vez te ha enviado a mí Él para decirme esto. Ha sabido, ha visto mi dolor, mi fe y te envía a mí igual que a Tobías el Altísimo le mandó el arcángel Rafael. Dímelo si es así, y aunque estoy rendida de cansancio, volveré sobre mis pasos para buscar al Señor”. ■ Jesús: “No soy un apóstol. Pero en Jerusalén se quedaron los apóstoles bastantes días después de su Resurrección”… Mujer: “Tienes razón. Hubiera podido dirigirme a ellos”. Jesús: “Eso es. Ellos continúan al Maestro”. Mujer: “No pensé que pudieran hacer milagros”. Jesús: “Ya los han hecho…”. Mujer: “Pero ahora… Me contaron que solo uno le fue fiel y no creía yo…”. Jesús: “Sí. Tu marido te ha dicho eso, burlándose de ti, embriagado de su falso triunfo. Ten en cuenta que el hombre puede pecar, pues solo Dios es perfecto. Y puede arrepentirse. Y si se arrepiente, su fortaleza crece, y Dios le aumenta sus gracias por su contrición. ¿No perdonó acaso el Señor Altísimo a David?” (1). Mujer: “¿Pero quién eres? ¿Quién eres que hablas tan dulce y sabiamente, si no eres un apóstol? ¿Eres un ángel? ¿El ángel de mi niño? Tal vez ya murió y has venido a prepararme…”. ■ Jesús se descubre. Jesús deja caer, de la cabeza y de la cara, el manto, y, pasando del aspecto de humilde peregrino al majestuoso de Dios-Hombre, resucitado de la muerte, dice con voz solemne: “Soy Yo. El Mesías crucificado en vano. Soy la Resurrección y la Vida. Vete, mujer, tu hijo vive en premio de tu fe. Tu hijo está curado, porque si el Rabí de Nazaret ha terminado su misión, el Emmanuel continúa la suya hasta el fin de los siglos, para todos los que tienen fe, esperanza y caridad en el Dios Uno y Trino del que el Verbo Encarnado es una de las Personas, que por amor dejó el Cielo para venir a enseñar, padecer y morir para dar a los hombres la Vida. Ve en paz, mujer. Sé fuerte en la fe porque ha llegado el tiempo en que en una familia el esposo esté contra la esposa, el padre contra los hijos, éstos contra su padre, porque se me odia o porque se me ama. Bienaventurados a quienes la persecución no arranque de mi Camino”. La bendice y desaparece.
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1  Nota  : Cfr. 2 Sam. 12,13.

XVII. A LOS PASTORES EN EL GRAN HERMÓN.
Un grupo de rebaños y pastores. Están en laderas ricas en espléndidos pastos. Hablan de lo sucedido en Jerusalén. Están afligidos. Se dicen: “Ya no tendremos sobre la Tierra al Amigo de los pastores” y recuerdan los encuentros que tuvieron con Él acá o allá. “Encuentros…” dice uno de edad, “que no volverán”. ■ Jesús aparece como saliendo de una espesura de tupidas y enmarañadas frondas, de un bosque de altos troncos que impiden ver el camino. No le reconocen en este hombre solitario, y, al verle envuelto en su blanca vestidura, se preguntan en tono bajo: “¿Quién será? ¿Un esenio? ¿Aquí? ¿Un rico fariseo?”. Están perplejos. Jesús pregunta: “¿Por qué estáis diciendo que no volveréis a encontraros con el Señor? Porque de quien estáis hablando es del Señor”. Pastores: “Lo sabemos. ¿Pero Tú no sabes lo que le hicieron? Ahora dicen que ha resucitado, otros que no. Pero aun cuando, como preferimos creer nosotros, hubiera resucitado, ahora ya se habrá ido. ¿Cómo puede amar otra vez y quedarse en medio de un pueblo que le crucificó? Y nosotros que le amábamos, aun cuando no todos le habíamos conocido, estamos tristes por haberle perdido”. ■ Jesús: “Hay un modo de tenerle todavía. Él lo enseña”. Pastores: “¡Sí! Haciendo lo que Él enseñó. Entonces se posee el Reino de los Cielos y está uno con Él. Pero primero se debe vivir y luego morir. Y Él no ya está más entre nosotros para consolarnos”. Mueven la cabeza. Jesús: “Hijos míos, los que viven lo que ha enseñado, teniendo en su corazón su enseñanza, es como si tuvieran a Jesús en su corazón. Porque Palabra y Doctrina son una misma cosa. No era un Maestro que hubiera enseñado cosas que no eran cual Él era. Por eso, quien hace lo que Él dijo,  tiene a Jesús vivo dentro y no está separado de Él”. Pastores: “Dices bien. Pero somos unos pobres hombres y… queremos verle también con nuestros propios ojos para alegrarnos… ■ Jamás le he visto, tampoco mi hijo, ni Jacob, ni Melquías, ni Santiago, ni Saúl que están aquí. ¿Ves cuántos de entre nosotros no le han visto? Siempre le buscábamos, pero cuando llegábamos, había ya partido”. Jesús: “¿No estuvisteis en Jerusalén aquél día?”. Pastores: “Sí que estuvimos, mas cuando supimos lo que querían hacerle, huimos como locos a los montes, volviendo a la ciudad después del sábado. No somos culpables de su Sangre porque no estuvimos en la ciudad, pero sí hicimos mal en haber sido unos cobardes. Por lo menos le hubiéramos visto y saludado. No cabe duda que nos hubiera bendecido al saludarle… Pero de veras que no tuvimos valor de mirarle atormentado”. ■ Jesús:  “Él os bendice ahora. Mirad a Aquel cuyo Rostro queríais conocer”. Se manifiesta, sobre el verde prado en su belleza divina. Y ante su estupor, que les hace arrojarse al suelo, pero que también les hace clavar sus pupilas en el Rostro divino de Jesús, desaparece en medio de un fulgor de luz.

XVIII. AL NIÑO, QUE ERA CIEGO DE NACIMIENTO, EN SIDÓN.
El niño está jugando bajo un tupido emparrado. Oye que le llaman y se encuentra frente a Jesús. Un poco temeroso le pregunta: “¿Eres Tú el Rabí que me devolvió la vista?”, y clava sus ojos infantiles de color azul en los de igual color de los de Jesús. Jesús: “Soy Yo, niño. ¿No tienes miedo de Mí?”. Le acaricia en la cabeza. “Miedo no. Pero yo y mamá hemos llorado mucho cuando mi padre regresó antes de tiempo y nos dijo que había huido porque habían apresado al Rabí para matarle. No celebró la Pascua, y tiene que partir de nuevo para hacerla. ¿Entonces, no moriste?”. Jesús: “Sí morí. Mira las heridas. Morí en una cruz. Pero he resucitado. Dirás a tu padre que se detenga algún tiempo en Jerusalén después de la segunda pascua y que permanezca cerca del monte de los Olivos, en Betfagé. Allí encontrará quien le diga lo que tenga que hacer”. Niño: “Mi padre piensa buscarte. Durante la fiesta de los Tabernáculos no te pudo hablar. Quería decirte que te amaba por los ojos que me diste. Pero no pudo hacerlo entonces, ni ahora…”. Jesús: “Lo hará al creer en Mí. Adiós, niño. La paz sea contigo y con tu familia”.

XIX. A LOS CAMPESINOS DE YOCANA.
Los campos de Yocana sienten el beso de la luna. Silencio absoluto. La luna tiene sumergidas a esas pobres chozas de los campesinos, en una noche de bochorno que obliga a tener abierta al menos una puerta para no morir de calor en esas habitaciones bajas en que se agrupan demasiados cuerpos. ■ Jesús entra en una de esas habitaciones. Parece como si la propia luna alargara sus rayos para ponerle una alfombra regia sobre el suelo donde pisa. Se inclina hacia cada uno de los que duermen fatigados del trabajo. Le llama. Pasa a otro y a otro. Llama a todos estos sus fieles y pobres amigos. Pasa ligero y rápido como un ángel que volara. Entra en otros cuartuchos. Luego va a esperarlos afuera, junto a un grupo de árboles. Los campesinos, semidormidos, salen de sus chamizos: dos, tres, uno solo, cinco juntos, algunas mujeres. Están sorprendidos de haber sido llamados así, por una voz conocida que ha dicho a todos la misma palabra: “Venid al huertecillo”. ■ Van allí, mientras terminan de ponerse sus pobres vestidos o de fijarse los cabellos las mujeres, y hablan en voz baja. “A mí me pareció la voz de Jesús de Nazaret”. “Tal vez su espíritu. Le mataron ¿Lo supiste?”. “No puedo creerlo. Era Dios”. “Yoel le vio cuando iba cargando su cruz…”. “A mí me dijeron ayer, mientras esperaba a que el administrador arreglase sus mercancías, que pasaron por Yezrael algunos discípulos y que dijeron que había resucitado”. “¡Calla! Sabes lo que ha ordenado el patrón. Al que diga esto le espera la flagelación”. “La muerte, quizás. Pero, ¿no sería mejor que sufrir de esta manera?”. “¡Y ahora ya no está Él!”. “Ahora que han conseguido matarle se han hecho peores”. “Son peores porque ha resucitado”. Siguen hablando en voz baja mientras van al lugar que se les indicó. ■ Una mujer grita: “¡El Señor!”, y es la primera que se postra de rodillas. Otros gritan: “¡Su fantasma!”. Algunos sienten miedo. Jesús: “Soy Yo. No temáis. No gritéis. Acercaos. Soy Yo en persona. He venido a reafirmar vuestra fe que se siente vacilar. ¿Veis? Mi Cuerpo arroja sombra porque es un cuerpo verdadero. No estáis soñando, no. Es mi verdadera voz. Soy el mismo Jesús que compartía con vosotros el pan y que os daba amor. También ahora os amo. Os mandaré a mis discípulos a vosotros. Y seguiré siendo Yo, porque ellos os darán lo que Yo os daba y lo que les he dado para entrar en comunión con los que creen en Mí. Soportad vuestra cruz como Yo he soportado la mía. Sed pacientes. Perdonad. Os dirán cómo morí. Imitadme. El camino de dolor es el sendero del Cielo. Seguidlo serenamente y alcanzaréis mi Reino. No hay otro camino más que el de la resignación a la voluntad de Dios y la generosidad y la caridad para con todos. Si hubiera habido otro, os lo habría dicho. Recorrí este camino por ser el único recto. Sed fieles a la Ley del Sinaí,  que es inmutable en sus diez mandamientos, y a mi Doctrina. Vendrán los que os van a instruir para que no estéis abandonados a las amenazas de los malvados. Os bendigo. Recordad que siempre os he amado y que he venido a vosotros antes y después de mi glorificación. En verdad os digo que muchos habrían deseado verme ahora, y no me verán. Muchos de los grandes. Me muestro solo a los que amo y me aman”. Un campesino se atreve a preguntar: “Entonces… ¿existe en realidad el Reino de los Cielos? ¿Eres verdaderamente el Mesías? Ellos nos tienen sugestionados…”. Jesús: “No hagáis caso a sus palabras. Recordad las mías y acoged a mis discípulos que conocéis. Son palabras de verdad. Y quien las acoge y practica, aunque aquí sea siervo o esclavo, será ciudadano y coheredero de mi Reino”. ■ Les bendice abriendo sus brazos y desaparece. Se dicen unos a otros: “¡Oh, yo ya no temo nada!”. “Tampoco yo. ¿Oíste? ¡También para nosotros hay un lugar!”. “Hay que ser buenos”. “Perdonar”. “Tener paciencia”. “Saber perseverar”. “Buscar a los discípulos”. “Ha venido donde nosotros los pobres siervos”. “Se lo diremos a sus apóstoles”. “¡Si lo supiese Yocana!”. “¡Y Doras!”. “Nos matarían para que no hablásemos”. “No diremos nada. Solo lo diremos a los siervos del Señor”. “Miqueas, ¿no debes ir acaso con aquel encargo a Séforis? ¿Por qué no vas a Nazaret a comunicarlo?”.  Miqueas:  “¿A quién?”.  Pastores: “A su Madre. A los apóstoles. Tal vez estén con Ella”. Se alejan contándose en voz baja sus planes.

XX. A DANIEL, PARIENTE DEL FARISEO ELQUÍAS, CON EL ANCIANO SIMÓN.
Elquías, el fariseo, está discutiendo con otros de su igual calaña qué hacer con el Anciano Simón, el cual, enloquecido el viernes santo, habla y dice demasiadas cosas. Varias son las propuestas. Hay quien propone aislarle en algún lugar desierto, donde sus gritos no puedan ser oídos sino por un siervo muy fiel y de las mismas ideas que ellos; hay quien, más compasivo, tiene esperanza de que, tratándose de un mal pasajero, bastaría dejarle donde está. Elquías dice: “Le traje aquí porque no sabía dónde llevarle. Pero vosotros sabéis que tengo muchas dudas sobre mi pariente Daniel…”. Otros, más malvados aún que Elquías, dicen: “Quiere huir, irse por el mar. ¿Por qué no complacerle?”. Elquías: “Porque es incapaz de actos juiciosos. A solas en el mar moriría; y ninguno de nosotros es capaz de guiar una barca”. Otro dice: “¡Y aunque lo fuéramos! ¿Qué sucedería en el lugar del desembarco, con esas cosas que dice?” y propone: “Dejadle a él que escoja su camino… En presencia de todos, aun de tu pariente, haz que él exprese su voluntad; y que se haga como él desea”. ■ Se admite esta proposición, y Elquías, llamando a un siervo, le ordena que traigan a Simón y llamen a Daniel. Aparecen ambos, y, si Daniel da la impresión de que se siente violento en compañía de cierta gente, Simón tiene el aspecto de un verdadero demente. Un fariseo: “Óyenos, Simón. Tú dices que te tenemos en prisión porque queremos matarte…”. Simón: “Tenéis que hacerlo. Porque ésa es la orden”. Fariseo: “Deliras, Simón. Calla y escucha. ¿Dónde crees que te podrías curar?”. Simón: “En el  mar. En el mar. En medio del mar, donde no se oye ninguna voz, donde no hay ningún sepulcro; porque los sepulcros se abren y de ellos salen los muertos y mi madre maldice…”. Fariseo: “Calla. Escucha. Nosotros te estimamos. Como si fueras carne nuestra. ¿Estás seguro de que quieres ir al mar?”. Simón: “Sí quiero. Porque aquí los sepulcros se abren y mi madre…”. Fariseo: “Irás, pues. Te llevaremos al mar. Te daremos una barca y tú…”. Grita el justo Daniel: “¡Cometéis un homicidio! ¡Está loco! No puede ir solo”. Fariseo: “Dios no fuerza la voluntad del hombre. ¿Podríamos hacer lo que Dios no quiere?”. Daniel: “¡Pero él no razona! No tiene voluntad ya. Entiende menos que un recién nacido. No podéis hacer eso…”. Fariseo: “Tú cállate. Eres un campesino y no más. Nosotros sabemos… Mañana partiremos para el mar. Alégrate, Simón. Al mar ¿comprendes?”. Simón: “¡Ah, no escucharé las voces de la Tierra! No más esas voces… ■ ¡Ah!”, un grito prolongado, unas convulsiones, un taparse los ojos y los oídos. Y otro grito, el de Daniel que huye aterrorizado. Elquías grita: “¿Pero qué pasa? ¿Qué sucede? Detened a ese loco y a ese necio. ¿Estamos acaso perdiendo todos el seso?”. Pero ese al que Elquías llama «necio», esto es, a su pariente Daniel, tras haber corrido algunos metros se postra en el suelo; el otro, por el contrario, en el sitio en que está, echa espuma mientras sufre una convulsión que aterra, y grita, grita: “¡Hacedle callar! ¡No está muerto, y grita, grita, grita! ¡Más que mi madre, más que mi padre, más que en el Gólgota! ¡Allí, allí! ¿No veis allí?”. Señala hacia donde está Daniel feliz, sonriente, con la cara levantada en alto, después de haber estado rostro en tierra. Elquías se acerca a Daniel, le zarandea con fuerza, furioso, sin preocuparse de Simón que se revuelca por el suelo y echa espuma y lanza gritos bestiales en el centro del aterrorizado círculo que forman los demás. Elquías increpa a Daniel: “Visionario holgazán, ¿quieres decirme qué estás haciendo?”. Daniel: “Dejadme. Ahora te conozco. Me voy lejos de ti. He visto a Aquel que para mí es bondad y para vosotros terror. He visto a Aquel de quien afirmáis que está muerto. Me voy. Más que el dinero y cualquier otra riqueza me importa mi alma. ¡Adiós, maldito! Y, si puedes, trata de obtener el perdón de Dios”. Elquías: “¿A dónde vas? ¡No te lo permito!”. Daniel: “¿Tienes, acaso, el derecho de tenerme prisionero? ¿Quién te ha dado ese derecho? Te dejo a ti lo que amas y sigo a quien yo amo. Adiós”. Le vuelve las espaldas y se va rápido, como arrastrado por una fuerza sobrehumana, hacia abajo, por la ladera verde de olivos y árboles frutales. ■ Elquías y los demás están lívidos. La ira les ahoga a todos. Elquías amenaza acabar con su pariente y con todos los que «con sus delirios», dice, afirman que el Galileo vive. Quiere decir, quiere actuar… No sé quién sea, pero uno de ellos dice: “Actuaremos. Actuaremos, pero no podremos tapar todas las bocas, todos los ojos que hablan porque ven. Estamos vencidos. Pesa sobre nosotros nuestro crimen. Y ahora llega la expiación…”, y se golpea el pecho, envuelto en una angustia que le hace parecerse a uno que esté subiendo los peldaños de un patíbulo. Añade: “La venganza de Yoevé”. Es todo el terror milenario de Israel que brota de sus labios. ■ Entre tanto, herido, echando espuma, aterrorizado, Simón da alaridos de condenado: “¡Me ha llamado parricida! ¡Haced que se calle! ¡Cállate! ¡Parricida! ¡La misma palabra de mi madre! ¿Es que todos los muertos dicen las mismas palabras?…”.

XXI. A UNA MUJER GALILEA, QUE OBTIENE LA RESURRECCIÓN DE SU MARIDO MUERTO.
La luna nueva, que tiene la forma de hoz, está por sumergirse en la lejanía, detrás de la giba de un monte.  Su luz, pues, es muy escasa y en breve habrá desaparecido de la campiña. Y con todo, por el camino solitario —más que nada una senda, un sendero entre los campos— va un viandante. Camina llevando cogido de una argolla un rudimentario farol (de esos que —yo creo que tan antiguos como el mundo— usan casi siempre los carreteros para alumbrar su camino por la noche). El farol, no siendo el cristal una cosa común —es más, creo que lo desconocen por completo, porque nunca me ha sucedido ver cristal en ninguna casa ni como vaso, ni como copas, ni como protección de las ventanas, etc…—, tiene, como protección de la llama, una cosa que puede ser tanto mica como pergamino. La luz que despide apenas si es suficiente para iluminar un breve espacio de terreno. Al meterse la luna, parece que disminuye también la luz del farol, y pone en la oscuridad de la campiña un punto claro que se mueve. El viajero camina, camina… Allá en el horizonte se insinúa un principio de alba, y es tan tenue, tan incierta que no ilumina nada, y el pobre farolillo es útil todavía. ■ Cerca de un puentecillo, esperando, o descansando, hay un viajero envuelto en su manto. El del farol, que lleva la dirección de ese puente, se detiene incierto: duda si pasar por allí o volver hacia atrás, a un lugar en que el cauce de un arroyuelo tiene piedras grandes que pueden servirle para pasar. El que está sentado en la rústica orilla del puente, hecha con un tronco sin desbastar de corteza blanco verduzca, levanta la cabeza observando al que se ha detenido. Se pone de pie y dice: “No tengas miedo. Ven. Soy un compañero bueno, no un ladrón”. Es Jesús. Le reconozco más por su voz que por el aspecto, que apenas puede distinguirse a la luz del farol. Pero el viajero, dudoso, no se mueve. Jesús: “Ven, mujer. No temas. Caminaremos juntos por un tiempo. Será bueno para ti”. La mujer, ahora sé que es mujer, se acerca, dejándose vencer de la dulzura de la voz o de una fuerza misteriosa. Mueve la cabeza, diciendo: “Para mí ya no hay nada bueno”. ■ Ahora van caminando juntos por ese estrecho sendero cuya anchura solo permite el paso de dos personas. El alba que avanza muestra a un lado del camino trigales en espera de la hoz. De la otra, campos ya segados, con sus gavillas. Dice en voz baja la mujer: “¡Malditos!”, y echa una mirada sobre las gavillas. Jesús no dice nada. El día avanza. La mujer apaga el farol, y, para hacerlo, descubre su cara consumida por el llanto. Y levanta la cara para mirar hacia el oriente donde una línea amarillo rosada anuncia que el sol va a salir. Agita su puño hacia el oriente y otra vez dice: “¡Maldito seas!”. Jesús protesta dulcemente: “¿El día? Dios lo ha hecho. Como hizo también el trigo. Son regalos de Dios. No hay que maldecirlos…”. Mujer: “Los maldigo. Maldigo el sol y la mies. Y tengo razón en hacerlo”. Jesús: “¿No te han servido a ti durante muchos años? ¿No te ha madurado, el primero, el pan diario y la uva que se hace vino y las verduras y la fruta del huerto? ¿no te ha hecho crecer los pastos con que se nutren las ovejas, los corderos, que te dan carne, leche y lana para tejerte los vestidos? ¿Y el trigo no os ha dado pan a ti, a tus hijos, a tu padre, a tu madre, a tu esposo?”. Una explosión de llanto y un grito: “¡Ya no tengo esposo! ¡Ellos me lo mataron! Había ido a trabajar, porque tenemos siete hijos y no nos alcanzaba lo poco que teníamos para apagar el hambre de diez personas. Ayer por la noche llegó diciendo: “Estoy cansado y aturdido”. Se echó sobre la cama ardiendo en fiebre. Yo y su madre le ayudamos como pudimos, pensando en llamar al médico de la ciudad… Pero después del canto del gallo se me murió. Le mató el sol. ■ Voy a la ciudad, a abastecerme de lo necesario. Cuando regrese, avisaré a sus hermanos. Dejé a mi suegra velando a su hijo y cuidando de los míos… y yo me he marchado para hacer las cosas que hay que arreglar… ¿Y no acaso debería maldecir al sol ardiente y a las mieses?”. Al principio la mujer estaba muy contenida (tanto, que no habría imaginado que fuera una mujer, y, menos todavía una mujer afligida), pero ahora rompe a llorar dando rienda suelta a su dolor. Dice todo lo que no ha dicho en su casa “para no despertar a los niños que dormían en la habitación de al lado”; todo lo que tanto le pesaba en su corazón, que le daba la impresión de que se le fuera a estallar. Recuerdos de amor, abatimiento ante el futuro, las angustias propias de una viuda, pasan en tropel confuso, como los desperdicios sobre los lomos de un río en crecida. Jesús la deja hablar. Y es que Jesús, como sabe compadecer el dolor, deja que éste se desahogue, para que la criatura se vea aliviada y el propio cansancio que sigue al desahogo del dolor haga a la criatura capaz de comprender al que la consuela. ■ Entonces con toda dulzura dice: “En Naím, en Nazaret, y en lugares intermediarios, hay discípulos del Rabí de Nazaret. Ve a donde ellos…”. Mujer: “¿Y qué crees que van a hacer? ¡Si Él viviese!… ¿Pero ellos? ¡Ellos no son santos! Mi marido estuvo en Jerusalén ese día. Y sabe… ¡Oh, no, no sabe! ¡Sabía; ahora ya no sabe nada! ¡Ha muerto!”. Jesús: “¿Qué hizo tu marido ese día?”. Mujer: “Cuando le despertó la gritería de la calle, corrió a la terraza de la casa donde estaba con sus hermanos y vio pasar al Rabí que le conducían al Pretorio, y con otros galileos le siguió hasta que murió. A mi marido y a los otros, allá en el monte, les tiraron piedras, cuando vieron que eran galileos, y luego los echaron hacia abajo… Pero estuvieron allí hasta el final. Luego… se marcharon… Y ahora mi marido ha muerto. ¡Oh, si al menos supiese yo que, por su piedad para con el Rabí, descansa ahora en paz!”. Jesús no responde a este deseo, pero dice: “Habrá visto entonces que había discípulos en el Gólgota. ¿Tal vez todos los galileos fueron como tu marido?”. Mujer: “¡Oh no, muchos, incluso de Nazaret le volvieron las espaldas! Esto se sabe. ¡Una vergüenza!”. Jesús: “Pues si muchos, incluso de Nazaret, no tuvieron amor hacia su Jesús, y, a pesar de ello, Él los ha perdonado, y muchos incluso se santificarán en el futuro, ¿por qué quieres medir de igual modo a todos los discípulos del Mesías? ■ ¿Quieres ser tú más severa que Dios? Dios concede mucho a quien perdona…”. Mujer: “Ya no vive el buen Rabí. ¡Ya no está aquí! Y mi marido está muerto”. Jesús: “El Rabí dio a sus discípulos el poder de hacer lo que Él hacía”. Mujer: “Quiero creerlo, pero solo Él vencía a la muerte. ¡Solo Él!”. Jesús: “¿Y no está escrito que Elías devolvió el espíritu al hijo de la viuda de Sarepta (1). En verdad te digo que Elías fue un gran profeta, pero te aseguro que los siervos del Salvador, que ha muerto y resucitado porque es el Hijo del Dios verdadero, que se encarnó para redimir a los hombres, tienen un poder mayor, porque Él, en la cruz, les ha perdonado sus pecados, a ellos los primeros, conociendo por divina sabiduría el verdadero dolor de sus espíritus contritos, los ha santificado después de su resurrección con un nuevo perdón, y ha infundido en ellos el Espíritu Santo, para que pudieran representarme dignamente, tanto con la palabra como con los hechos, de manera que el mundo no se quedara solo después de que Yo me marchara”. ■ La mujer se echa para atrás, sin saber qué hacer. Se descubre el velo para ver bien a su compañero, mas no le reconoce. Cree haber comprendido mal. No se atreve a hablar más… Jesús: “¿Tienes miedo de Mí? Al principio me tomaste por un ladrón que quería robarte el dinero que llevas en el pecho y que sirve para comprar lo necesario para la sepultura. Y tuviste miedo. ¿Ahora tienes miedo de saber que soy Jesús? ¿Y no es acaso Jesús el que da y no toma, el que salva y no destruye? Vuelve sobre tus pasos, mujer, Yo soy la Resurrección y la Vida. No son necesarios ni el sudario ni los aromas para uno que no está muerto, porque Yo soy el que vence la muerte y premia a quien tiene fe. ¡Ve a tu casa! Tu marido vive. Jamás queda sin premio el que tiene fe en Mí”. Hace un gesto de bendecirla y querer marcharse. ■La mujer sale de su atolondramiento. No pregunta, no duda… Cae de rodillas en señal de adoración. Y luego, luego abre su boca y sacando de su pecho una bolsa pequeña, en la que no habrá mucho dinero, dice, ofreciéndola: “No tengo otra cosa… solo para mostrarte mi reconocimiento, para honrarte, para…”. Jesús: “Yo ya no tengo necesidad de dinero, mujer. Llévaselo a mis apóstoles”. Mujer: “¡Oh sí! Iré con mi marido… ¿Entonces qué puedo darte, mi Señor? Tú, aparecerte a mí… este milagro… y yo no reconocerte… y yo tan nerviosa… sí, incluso tan injusta con las cosas…”. Jesús: “Sí. Y no pensabas que las cosas existen porque Yo existo, y que todo lo que Dios ha hecho es bueno. Si el sol no hubiera existido ni el trigo hubiera existido, no habrías recibido este favor de ahora”. ■ Mujer: “Sí… ¡pero cuánto he sufrido!…”. La mujer llora al recordar. Jesús sonríe y muestra sus manos diciendo: “Ésta es una mínima parte de mi dolor. Todo lo bebí, sin lamentarme, por vuestro bien”. La mujer se inclina hasta el suelo para decir: “Es verdad. Perdona mis lamentos”. ■ Jesús desaparece envuelto en su luz, y, cuando ella levanta la cara, se ve sola. Se pone de pie. Mira a su alrededor. Nada puede ser obstáculo para la vista, porque el sol alumbra ya, y alrededor no hay sino campos de cereales. La mujer se dice a sí misma: “¡No he soñado!”. Tal vez la está tentando el demonio para hacerla dudar, porque se ve en ella un momento de incertidumbre, mientras sopesa la bolsa en sus manos. Pero la fe la convence. Vuelve la espalda al lugar hacia el que se dirigía; vuelve sobre sus pasos, rápida como si el viento la llevase sin que ella tuviera que hacer esfuerzo, con la cara serena y llena de alegría. Va repitiendo de trecho en trecho: “Cuán bueno es el Señor. ¡Él es verdaderamente Dios! Es Dios. Sea bendito el Altísimo y su Enviado”. No sabe decir otra cosa. Su letanía se mezcla con los trinos de los pajarillos. La mujer va tan absorta que no escucha los saludos de algunos segadores que la ven pasar y le preguntan de dónde viene a esa hora… Uno se llega a ella y le pregunta: “¿Se siente mejor Marcos? ¿Fuiste por el médico?”. Sin disminuir su paso ligero responde la mujer: “Marcos murió al canto del gallo y ha resucitado, porque el Mesías del Señor lo hizo”. El hombre murmura: “¡El dolor la ha hecho enloquecer!”, y mueve su cabeza al acercarse a sus compañeros que han empezado a segar el trigo. A los campos llega cada vez más gente. Pero la curiosidad vence a muchos, que se deciden a seguir a la mujer, la cual camina cada vez más aprisa. ■ Y camina, camina. Allí se ve una miserable casucha, baja, solitaria, en medio de los campos. Se dirige a ella apretándose las manos contra el pecho. Entra. Apenas lo ha hecho cuando una anciana se le echa encima en brazos gritando: “¡Oh hija mía, qué gracia del Señor! Ten valor, hija, porque lo que tengo que decirte es algo grande, algo tan dichoso, que…”. Mujer: “Lo sé, madre. Marcos no está más muerto. ¿Dónde está?”. Suegra: “¿Lo sabes?… ¿Y cómo?”. Mujer: “He encontrado al Señor. No le había reconocido, pero Él habló y cuando quiso, me dijo: «Tu marido vive». Pero aquí… ¿cuándo?”. Suegra: “En esos momentos tenía yo la ventana abierta, y miraba los primeros rayos del sol que daban sobre la higuera. Sí, así era. Los primeros rayos tocaban la higuera cuando oí un suspiro fuerte, como de alguien que se despierta. Me volví espantada y vi a Marcos que se sentaba, que apartaba la manta que se le había colocado sobre la cara y que miraba a lo alto ¡con una expresión en su rostro!…; luego me miró y me dijo: «¡Madre, estoy curado!». Yo… poco faltó para que no me muriera yo. Él me socorrió y comprendió que había estado muerto. No se acuerda de nada. Dice que se acuerda solo cuando le colocamos en la cama y después hasta el momento en que vio un ángel, una especie de ángel que tenía el rostro del Rabí de Nazaret y que le dijo: «¡Levántate!». Y se levantó. Exactamente en los momentos en que el sol aparecía”. Mujer: “Fue cundo me dijo: «Tu marido vive». ¡Oh madre, qué gracia! ¡Cómo nos ha amado Dios!”. ■ Los que han llegado en ese momento las encuentran abrazadas en medio de lágrimas. Creen que Marcos ha muerto y que su mujer, en un momento de lucidez, ha comprendido su desventura. Pero Marcos, que oye las voces, aparece sereno con un hijito suyo entre los brazos y los otros asidos a su túnica. Sin vacilar afirma: “Aquí estoy. ¡Bendigamos al Señor!”. Los que acaban de llegar le asedian con sus preguntas, y como suele acontecer en lo humano, se levanta la contradicción. Algunos creen que verdaderamente ha resucitado, y otros —que son los más— dicen que solo había caído en una especie de amodorramiento, pero que no había muerto. Algunos admiten que Jesús se haya aparecido a Raquel, y otros que todos están locos porque “Él está muerto”. Otros sostienen: “Ha resucitado, pero ha de estar tan irritado, y debe de estarlo, que no hace más milagros a su pueblo asesino”. Marcos, perdiendo la paciencia, replica: “Decid lo que os plazca. Y decidlo donde queráis. Basta con que no lo digáis aquí donde el Señor Jesús me ha resucitado. Y marchaos de aquí ¡desdichados! ¡Quiera el Cielo abriros la cerviz para que creáis! ¡Pero ahora marchaos, y dejadnos en paz!”. Los echa afuera. Cierra la puerta. ■ Estrecha contra su pecho a su mujer, dice: “Nazaret no está lejos. Voy allá a proclamar el milagro”. Mujer: “Tal es la voluntad del Señor, Marcos. Llevaremos este dinero a sus discípulos. Vayamos a alabar al Señor. Así como estamos. Somos pobres, pero Él también lo fue, y sus apóstoles no nos despreciarán”. Amarra las sandalias a los niños mientras su madre echa alguna provisión en el saco, cierra las puertas y ventanas. Salen. Caminan a buen paso, llevando a los más pequeños en brazos, hacia el oriente, por supuesto, hacia Nazaret. Tal vez este lugar se encuentra en la llanura de Esdrelón, pero en un punto distinto de las posesiones de Yocana. (Escrito entre el 16 y 17 Abril de 1947).
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1  Nota  : Cfr. 1 Rey. 17,17-24.
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10-633-302 (11-19-767).- Aparición en la orilla del lago y otorgamiento de la misión a Pedro (1).
* Pedro, Andrés, Juan, Santiago de Zebedeo, Zelote, Tomás y Bartolomé salen a pescar.- ■ Es una noche tranquila y bochornosa. Ni una brizna de viento. Las estrellas, grandes, palpitantes, hacen señales desde allá arriba. El lago, sereno e inmóvil, tanto que parece una gran pila de agua resguardada de los vientos, refleja en su superficie la gloria de ese cielo en que palpita por los astros que lo pueblan. Los árboles de las orillas forman una masa sin susurros. Tan calmado está el lago que todo su movimiento se reduce a un levísimo golpeteo en la orilla. Hay alguna barca, lago dentro, apenas visible bajo los rayos de algún farolillo atado en el mástil que ilumina débilmente. No sé cuál sea el lugar exacto del lago en que estoy, pero me parece que me hallo en la parte sur, donde el lago desemboca en el río. Diría yo que estoy en la periferia de Tariquea, no porque vea la ciudad —me lo impide un montón de árboles, que se extienden a lo largo del lago formando un promontorio montañoso—, sino que lo deduzco de las lucecillas de las barcas que se alejan hacia el norte, separándose de la orilla del lago. Digo periferia porque una pequeña agrupación de casuchas —tan pocas, que no forman ni siquiera una aldea— están allí concentradas, a las faldas del promontorio. Deben ser de pescadores. Hay barcas sobre la arena seca de la playa, otras ya están prontas a partir, pero las aguas están tan tranquilas, que parecen clavadas en el suelo. ■ Por la puerta de una de estas casuchas, Pedro asoma la cabeza. La luz de una lumbre encendida en la cocina ahumada ilumina por detrás la figura rechoncha del apóstol haciéndola resaltar como una silueta. Mira al cielo, al lago… Se acerca al borde del lago. Viste una túnica corta y viene descalzo. Entra en el agua hasta medio muslo, y acaricia el borde de una barca extendiendo su musculoso brazo. Se unen a él los hijos de Zebedeo. “¡Noche espléndida!”. “Dentro de poco saldrá la luna”. “Habrá pesca”. “Pero con remos”. “No hay viento”. “¿Qué haremos?”. Hablan despacio, con frases cortas, como hombres acostumbrados a la pesca, a las maniobras de las velas y  las redes, que exigen atención, pocas palabras. “Convendría salir. Venderíamos parte de la pesca”. Se unen a ellos, en la orilla, Andrés, Tomás, Bartolomé. Éste exclama: “¡Qué noche tan calurosa!”. Tomás pregunta: “¿Habrá tempestad? ¿Os acordáis de aquella noche?”. Pedro: “¡Oh, no! Calma chicha, tal vez neblina, pero tempestad, no. Yo… yo voy a pescar. ¿Quién viene conmigo?”. Tomás, que está sudando, dice: “Vamos todos. Tal vez esté uno mejor allá dentro”, y añade: “A la mujer le hacía falta esa lumbre, pero es como si hubiéramos estado en unas termas calientes…”. Juan dice: “Voy a decírselo a Simón. Está allá solo”. ■ Pedro está preparando ya la barca, ayudado de Andrés y Santiago. Éste pregunta: “¿Vamos hasta casa? Una sorpresa para mi madre…”. Pedro:  “No. No sé si puedo traer a Marziam. Antes de… de  la… ¡bueno!, ¡total! sí, antes de ir a Jerusalén —estábamos todavía en Efraín— el Señor me dijo que quería celebrar la segunda Pascua con Marziam. Pero después no me ha vuelto a decir más…”. Andrés aclara: “A mí me parece que dijo que sí”. Pedro: “La segunda Pascua, sí. Pero hacerle venir antes, no lo sé si quiere. He cometido tantos errores que… Ah, ¿también vienes tú?”. Zelote: “Sí, Simón de Jonás. Esta pesca me recordará muchas cosas…”. Pedro confiesa: “¡Ya claro! ¡A todos nos recordará muchas cosas!… Y cosas que no volverán… íbamos con el Maestro en esta barca por el lago… Yo la adoraba como si fuera un palacio, y me parecía que no podría vivir sin ella. Pero ahora que no está más Él en la barca… en una palabra… estoy dentro pero no siento alegría”. Bartolomé suspira: “Ya ninguno tiene la alegría de las cosas pasadas. Ya no es la misma vida. Y, además, mirando hacia atrás… entre aquellas horas pasadas y éstas presentes, están en medio esas horribles horas…”. ■ Pedro: “¡Venid pronto! Tú al timón, y nosotros a los remos. Vamos hacia la curva de Ippo. Es un buen lugar. ¡Ea adelante!”.  Pedro empieza a bogar y la barca se desliza sobre el agua. Bartolomé lleva el timón. Tomás y Zelote hacen de ayudantes, preparados para echar las redes que están ya extendidas. Sale la luna, mejor dicho, aparece sobre los montes de Gadara (si no me equivoco) o Gamala, o sea, sobre los que están en la costa oriental, pero hacia el sur del lago. El rayo de luna incide en el lago y traza un camino de diamantes sobre las tranquilas aguas.  “Nos acompañará hasta el amanecer”. “Si no hay niebla”. “Los peces salen del fondo, porque la luna los atrae”. “Bueno será que tengamos buena pesca, porque no tenemos más dinero. Compraremos pan y a los que están en el monte les llevaremos pescado y pan”. Palabras lentas, con pausas largas entre una y otra voz. Zelote dice con admiración: “Bogas bien, Simón. No te has olvidado…”. Pedro: “Así es…”.
* Recuerdos sobre el traidor.- ■ Y Pedro termina con: “… ¡Maldición!”. Los otros preguntan: “¿Qué pasa?”. Pedro: “Es que el recuerdo de ese hombre me persigue por todas partes. Me acuerdo de aquel día que íbamos con dos barcas compitiendo a ver que quién bogaba mejor, y él…”. Zelote dice: “Yo, por mi parte, pienso que una de las primeras veces que presentí su abismo de perfidia, fue aquella vez que encontramos, o mejor: que casi chocamos con las barcas de los romanos. ¿Os acordáis?”. Tomás responde: “¡Claro que  nos acordamos! Pero… Él le defendía… y nosotros… entre las defensas del Maestro y la doblez del… del nuestro, nunca comprendimos bien…”. Pedro: “¡Uhm! Yo, más de una vez… Pero Él decía: «¡No juzgues, Simón!»”. Zelote:  “Judas Tadeo siempre sospechó de él”. Santiago, dando un golpe al codo de su hermano, dice: “Lo que no puedo creer es que éste no haya sabido nunca nada”. Juan no responde y se limita a bajar la cabeza. Tomás dice:  “Ya no hay por qué ocultarlo…”. Juan les dice: “Lucho por olvidar. Es lo que se me ordenó. ¿Por qué queréis que desobedezca?”. Zelote sale en su defensa: “Tiene razón. Dejémoslo en paz”. Pedro ordena: “Bajad las redes. Despacio… Bogad vosotros. Bogad despacio. Da vuelta hacia la izquierda, Bartolomé. Acércate. Vira. ¿Está la red extendida? ¿Sí? A los remos y esperemos”.
* Una voz masculina, voz que les hace estremecer, les llega desde la orilla: “… Echad las redes a la derecha y encontraréis”.- ¡Qué hermoso es el lago en la tranquilidad de la noche, bajo el beso de la luna! Verdaderamente es paradisíaco, por su pureza. La luna se refleja desde el cielo y viste de diamante las aguas. Su fosforescencia parpadea sobre las colinas y las muestra; viste de nieve las ciudades de las orillas… De vez en vez sacan la red: cascada de diamantes que cae sobre el plateado lago. La red está vacía. La sumergen de nuevo. Buscan otro lugar. ¡Nada!… Pasan las horas. La luna se mete avergonzada, mientras la luz del alba avanza, al principio como dudosa, después se viste de verde azul… Una cálida niebla, cercana a las orillas, llega, sobre todo hacia la extremidad sur del lago. Tiberíades se vela de niebla y también Tariquea. Neblina baja, no muy tupida, que los primeros rayos del sol disolverán. Para evitarla, prefieren costear el lado oriental, donde es menos espesa, mientras que al oeste, al venir del aguazal que hay más allá de Tariquea en la ribera derecha del Jordán, se hace más densa. Cuidadosamente bogan para evitar algún escollo. ■ Una voz masculina llega desde la orilla: “¡Oíd, vosotros los de la barca! ¿Tenéis algo que comer?”. Es una voz que los hace estremecer. Pero se encogen de hombros y responden con fuerte voz: “No”. Y luego comentan entre ellos: “¡Siempre nos parece oírle!…”. La misma voz les dice: “Echad las redes a la derecha y encontraréis”. La derecha está lago adentro. Echan la red, un poco dudosos. El peso de la red hace que se incline la barca. Juan exclama: “¡Es el Señor!”. Pedro: “¿El Señor?”. Juan: “¿Dudas? Nos pareció que era su voz. Pero esto es la prueba. Mira la red. Es como aquella vez. Te aseguro que es Él. Oh, Jesús mío, ¿dónde estás?”. Todos aguzan la vista, queriendo perforar el velo de la neblina, después de ver que la red está asegurada para arrastrarla tras la estela de la barca, puesto que pretender izarla sería una maniobra peligrosa; y reman para ir a la orilla. Pero Tomás debe agarrar el remo de Pedro, el cual, deprisa y corriendo, se ha puesto la túnica corta encima del cortísimo calzón —que era su único vestido, como es también el único en los otros, excepto de Bartolomé—, se echa a nado, atraviesa las tranquilas aguas precediendo a la barca, de forma que es el primero en llegar a la playita desierta, donde, sobre dos piedras protegidas por un matorral espinoso, se ve fuego hecho con rastrojos. Y allí, cerca del fuego, está Jesús, sonriente, benigno. Pedro, lleno de emoción: “¡Señor! ¡Señor!”. No puede decir nada más. Chorreando agua no se atreve siquiera tocar el vestido del Señor, y se queda postrado en la arena, en adoración. La barca se arrastra sobre el guijarral, se detiene. Todos están de pie, llenos de alegría…
* “Tu triple confesión de amor ha borrado tu triple negación. Estás completamente puro, Simón de Jonás. Y Yo te digo: toma las vestiduras pontificales y lleva a mi rebaño la Santidad del Señor”.- ■ Jesús ordena: “Traed aquí algunos de esos peces. El fuego está preparado. Venid y comed”. Pedro corre a la barca, ayuda a levantar la red y toma del montón tres gruesos pescados, los mata contra el borde de la barca y les saca las entrañas con  su cuchillo. Le tiemblan las manos, pero no de frío. Los lava, los lleva al fuego, los pone encima y cuida de que se asen bien. Los otros siguen adorando al Señor, un poco separados de Él; temerosos ante Él, como siempre, ahora que, resucitado, grande es su majestad. Jesús les dice: “Ved, aquí hay pan. Habéis trabajado toda la noche y estáis cansados. Ahora tomad fuerzas. ¿Ya está, Pedro?”. Pedro, con una voz más ronca de lo acostumbrado, agachado sobre el fuego, dice:  “Sí, mi Señor”, y se seca los ojos, que gotean, como si el humo, irritándolos, les hiciera llorar, al mismo tiempo que irrita la garganta. Pero el humo no tiene ninguna culpa… Lleva el pescado que ha puesto sobre una hoja rasposa, parece hoja de calabaza. Se la trajo Andrés, después de haberla lavado en el lago. Jesús ofrece y bendice, divide el pan, los pescados, en ocho partes, los distribuye. Él también lo prueba. Comen con la reverencia con que realizarían un rito sagrado. Jesús los mira y sonríe, no habla. ■ Después pregunta: “¿Dónde están los otros?”. Le responden: “En el monte. Donde ordenaste. Nosotros vinimos a pescar porque no tenemos dinero y no queremos abusar de los discípulos”. Jesús: “Así está bien. Pero de ahora en adelante vosotros los apóstoles estaréis en el monte en oración, dando buen ejemplo a los discípulos. Mandad a éstos a pescar. Es mejor que quedéis allá para orar y para atender a los que necesitan de vuestro consejo o que os lleven noticias. Tened muy unidos a los discípulos. Volveré pronto”. Ellos: “Lo haremos, Señor”. Jesús: “¿No está Marziam contigo?”. Pedro: “No me dijiste que le trajera tan pronto”. Jesús: “Dispón que venga. Ha obedecido perfectamente”. Pedro: “Así lo haré, Señor”. Un silencio. ■ Luego Jesús, que había estado un poco con la cabeza inclinada, pensativo, levanta su cabeza y clava los ojos en Pedro. Le mira con su mirada de las horas de más poderosos milagros y de más poderoso imperio. Pedro se estremece, casi de miedo, y se echa un poco atrás. Pero Jesús, poniendo una mano en el hombro de Pedro, le sujeta fuertemente y, teniéndole así, le pregunta: “Simón de Jonás, ¿me amas?”. Pedro responde con seguridad: “¡Claro, Señor! Tú sabes que te amo”. Jesús: “Apacienta mis corderos… Simón de Jonás, ¿me amas?”. Pedro: “Sí, Señor mío. Tú sabes que te amo”. La voz es menos segura; es más, hay un poco de estupor por la repetición de la pregunta. Jesús: “Apacienta mis corderos… Simón de Jonás ¿me amas?”. Pedro: “Señor… Tú sabes todo… Tú sabes que te amo…” le tiembla la voz aun cuando está seguro de su amor, pero tiene la impresión de que Jesús no está seguro. Jesús: “Apacienta mis ovejas. Tu triple confesión de amor ha borrado tu triple negación. Estás completamente puro, Simón de Jonás. Y Yo te digo: toma las vestiduras pontificales y lleva a mi rebaño la Santidad del Señor. Cíñete tus vestiduras a tu cintura y tenlas bien ceñidas, hasta que, de Pastor,  tú pases a ser cordero (2). En verdad te digo: cuando eras joven tú solo te ceñías tus vestiduras e ibas a donde querías, pero, cuando seas anciano, extenderás tus manos y otro te ceñirá tus vestidos y te llevará a donde no querrías ir. Pero ahora soy el que te dice: «Cíñete tus vestidos y sígueme por mi mismo camino». Levántate y ven”. Se levantan. Y ambos van hacia la orilla. Los demás se ponen a apagar el fuego con arena. ■ Pero Juan, recogidos los restos del pan, sigue a Jesús. Pedro oye el roce de sus pasos y vuelve la cabeza. Ve a Juan y, señalándoselo a Jesús, dice: “¿Y de él qué será?”. Jesús: “Si quiero que se quede hasta que Yo regrese (3), ¿a ti qué te importa? Tú sígueme”. Ya están en la orilla. Pedro quisiera decir todavía algo, pero la majestad de Jesús, las palabras que le acaba de decir le retienen. Se arrodilla. Los demás le imitan. Adoran. Jesús los bendice, y se despide de ellos, que suben a la barca y se marchan remando. Jesús los mira mientras se alejan. (Escrito el 19 de Abril de 1947).
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1  Nota  : Cfr.  Ju. 21,1-22. En esta Obra no aparece  la primera parte del verso 19, ni del 23 que son una reflexión y  explicación.   2  Nota  : Esto es,  víctima.- Cfr.  Ju.  21,19.   3  Nota  : “hasta que  Yo regrese”, esto es, hasta la Parusía,  que exactamente es el regreso de Jesús. Cfr. 1 Cor. 11,23-27  (especialmente 26); 16,23; 1 Pe. 4,7-11; Ap. 1,1-8; 3,11; 22.
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10-634-308 (11-20-772).- Enseñanzas a los apóstoles y a numerosos discípulos en el monte Tabor (1).
* “¿Por qué, entonces, aquí a duras apenas se llega entre todos a quinientos?… Les había mandado que se estuvieren aquí, unidos en la oración, esperándome”.- ■Están todos los apóstoles, todos los pastores discípulos, también Jonatás, a quien Cusa no ha querido más en la corte. Están Marziam, Mannaén y muchos discípulos de los setenta y dos y otros más. Están bajo la sombra de los árboles. No están arriba, donde tuvo lugar la Transfiguración, sino a mitad del monte, donde un bosque de encinas parece querer celar la cima y sujetar los lados del monte con sus viejas raíces. Por la hora, y a causa de la inactividad y la larga espera, espera ordenada por el Maestro, casi todos están adormilados. Pero basta el grito de un niño —no sé quién es porque no le veo desde el lugar en que me encuentro— para que todos se pongan de pie instintivamente, y se pongan de rodillas y con el rostro entre la hierba. “La paz sea con vosotros”. Jesús pasa saludando y bendiciendo. Muchos lloran de alegría, otros sonríen. Todos sienten la paz. Jesús se detiene en el lugar en que apóstoles y pastores forman un grupo compacto con Marziam, Mannaén, Esteban, Nicolás, Juan de Éfeso, Hermas, y algún otro discípulo fiel, cuyo nombre no recuerdo. Veo al de Corozaín que no fue a sepultar a su padre por seguir a Jesús; a otro que en otras ocasiones he visto. Jesús con sus manos acaricia la cabeza de Marziam que llora al verle, le besa en su frente, le estrecha contra su corazón.  Se vuelve luego hacia los demás y dice: “Muchos y pocos. ¿Dónde están los otros? Sé que son muchos mis discípulos fieles. ¿Por qué, entonces, aquí a duras apenas se llega entre todos a quinientos, sin contar los niños, hijos de algunos de vosotros?”. ■ Pedro se pone de pie —había estado de rodillas en la hierba— y habla en representación de todos: “Señor, entre el decimotercero y el vigésimo día, empezando a contar desde el día de tu muerte,  han venido aquí muchos de muchas ciudades de Palestina, diciendo que Tú estabas donde ellos porque te habían visto. Por eso, muchos de nosotros, para verte antes, se han marchado, unos con otros. Algunos se han marchado hace muy poco. Decían, los que vinieron, que te habían visto y que habían hablado contigo en lugares distintos, y —lo cual era asombroso— todos decían que te habían visto en el duodécimo día después de tu muerte. Nosotros hemos pensado que se trataba de un engaño de alguno de esos falsos profetas, que dijiste que surgirían para engañar a los elegidos. Lo dijiste allá, en el monte de los Olivos la noche anterior… anterior a…”. Pedro, otra vez bajo los efectos de su dolor ante el recuerdo de aquella noche, baja la cabeza y calla. Dos lágrimas, seguidas de otras más, le caen sobre la barba. Jesús le pone la mano derecha en el hombro. Pedro se estremece fuertemente al sentir su contacto, y al no atreverse a tocar esa Mano, inclina la cara, y con su mejilla se la acaricia y se la besa tiernamente. Santiago de Alfeo continúa refiriendo: “Y hemos aconsejado para no creer en esas apariciones. Se lo hemos aconsejado a los nuestros que se alzaban para ponerse en camino presurosos hacia el gran mar, o hacia Bozra o Cesarea de Filipo o Pela o Quedes, hacia el monte cercano a Jericó o la llanura de Esdrelón, hacia el gran Hermón o Beterón o Betsames, y a otros lugares que, por tratarse de casas aisladas en la llanura cercana a Jafa o a Galaad, carecen de nombre. Demasiado inciertas. Algunos decían: «Le hemos visto y oído». Otros enviaban el recado de decir que te habían visto e incluso comido contigo. Sí, queríamos retenerlos, pensando que podrían ser o insidias de los que nos atacan, o fantasmas vistos por personas sugestionadas. Pero han querido ir. Unos a unos lugares, otros a otros. De forma que nos hemos quedado reducidos a menos de un tercio”. Jesús: “Hicisteis bien en haber insistido para que no se fueran. No porque Yo no haya estado donde ellos aseguraban haberme visto, sino porque les había mandado que se estuvieren aquí, unidos en la oración, esperándome, y también porque quiero que mis palabras sean obedecidas, especialmente por mis siervos. Si éstos empiezan por desobedecer, ¿qué harán los fieles?”.
“Menos temible es la caída de un planeta que la caída de una religión. Ahora bien, si esto lo digo para las religiones imperfectas, ¿qué deberé decir de esta religión que Yo os he dado, para esta que lleva mi Nombre…? Para ésta única, verdadera, perfecta, inmutable en la Doctrina enseñada por Mí, Maestro, completada… por la enseñanza del Espíritu Santo, Guía santísimo de mis Pontífices y de todos los que ayudarán cual cabezas secundarias en las distintas iglesias. Y estas iglesias no tendrán diversidad de pensamiento, sino que estarán unidas, como hermanas las unas de las otras, sujetas todas a la Cabeza de la Iglesia, a Pedro y a los sucesores de él, hasta el fin de los siglos”.- ■ Jesús: “Escuchad todos vosotros que estáis aquí. Recordad que en un organismo, para que en realidad sea activo y sano, es necesaria una jerarquía, esto es, quien mande, quien transmita órdenes recibidas, y quien obedezca. Lo mismo sucede en las cortes de los reyes. De igual modo en las religiones, en nuestra religión hebrea, en otras, aun cuando no sean puras. Siempre existe una cabeza, ministros, siervos de éstos, fieles. Un pontífice no puede hacer todo por sí solo. Tampoco un rey. Y sus disposiciones son cosas que se refieren únicamente a contingencias humanas o a formalismos rituales… Sí, por desgracia, incluso en la propia religión mosaica, no queda sino el formalismo de los ritos, la continuación de un mecanismo que sigue realizando los mismos gestos, incluso ahora que el espíritu de tales gestos está muerto. Muerto para siempre. El divino Animador de esos gestos, Aquel que daba valor a sus ritos, se ha retirado, y los ritos son gestos, nada más, gestos que cualquier payaso puede imitar en el escenario de un teatro. ■ ¡Ay de aquella religión que muere, y lo que era antes una fuerza real, pasa a ser una pantomima ruidosa, externa, una cosa vacía detrás de un escenario barnizado, detrás de unos vestidos pomposos y un movimiento de mecanismos que realizan una serie de movimientos, de la misma manera que una llave acciona un muelle, pero ni éste ni la llave tienen conciencia de lo que hacen! ¡Ay de aquél día! Recordadlo. Recordadlo siempre y decidlo a vuestros sucesores porque quiero que esta verdad sea conocida en el decurso de siglos: Menos temible es la caída de un planeta que la caída de una religión. El que el cielo quedara vacío de astros y planetas no sería para los pueblos una desgracia de la magnitud de la de quedarse sin una real religión. Dios cubriría con providente poder las necesidades de los mortales, porque Dios todo lo puede para aquellos que, por el camino de la sabiduría o por el camino que su ignorancia conoce, buscan, aman la Divinidad con espíritu recto. Pero, si llegase un día en que los hombres ya no amasen más a Dios, porque los sacerdotes de todas las religiones hubieran hecho de ellas únicamente una vacía pantomima, siendo ellos los primeros en no creer en la religión, ¡ay de la Tierra! ■ Ahora bien, si esto lo digo incluso por las religiones imperfectas —algunas con origen en parciales revelaciones otorgadas a un sabio, otras con origen en la necesidad instintiva del hombre de crearse una fe para saciar el hambre del alma de amar a un dios; y esta necesidad es el estímulo más fuerte en el hombre, el estado permanente de búsqueda de Aquel que es, deseado por el espíritu aunque la inteligencia soberbia niegue reverencia a cualquier dios, o aunque el hombre, desconocedor del alma, no sepa dar nombre preciso a esta necesidad que dentro de él bulle—, si esto lo digo para las religiones imperfectas, ¿qué deberé decir de esta religión que Yo os he dado, para esta que lleva mi Nombre, para esta de la que Yo os he creado pontífices y sacerdotes, para esta que os ordeno que la propaguéis por toda la Tierra?… para esta religión única, verdadera, perfecta, inmutable en la Doctrina enseñada por Mí, Maestro, completada por la enseñanza continua del que vendrá, el Espíritu Santo, Guía santísimo de mis Pontífices y de todos los que los ayudarán cual cabezas secundarias en las distintas iglesias creadas en las distintas regiones en que se afiance mi Palabra. Y estas iglesias no serán, por ser múltiples en cuanto al número, múltiples en cuanto al pensamiento, sino que serán una sola cosa con la Iglesia, y formarán con sus individuales elementos el gran edificio: el grande, nuevo Templo que con sus distintos pabellones tocará todos los confines del mundo. No tendrán diversidad de pensamiento ni habrá oposición entre ellas, sino que estarán unidas, como hermanas las unas de las otras, sujetas todas a la Cabeza de la Iglesia, a Pedro y a los sucesores de él, hasta el fin de los siglos”.
* Iglesias separadas.-Jesús: “Y aquellas que por cualquier motivo se separasen de la Iglesia Madre, se parecerán a miembros cortados, que carecerán de la mística sangre, que es Gracia que de Mí, Cabeza divina, viene. Se parecerán a los hijos pródigos que se han ido, porque quieren, de la casa paterna. Contarán con sus efímeras riquezas. Pero su miseria será cada vez mayor, hasta embotarse con alimentos y bebidas demasiado pesados para la inteligencia espiritual, y languidecerán comiendo las bellotas amargas de los animales inmundos, hasta que, con corazón contrito, vuelvan a la casa paterna diciendo: «Hemos pecado, Padre, perdónanos y ábrenos las puertas de tu casa». Y entonces, ya se trate de un miembro de una Iglesia separada, ya se trate de una iglesia entera, bien sea una persona o una asamblea los que regresan, abridles las puertas. ¡Oh, ojalá así fuera! Pero ¿dónde, cuándo surgirán imitadores míos prontos para redimir a estas iglesias enteras separadas, a costa de la vida, para hacer, para rehacer un único Rebaño bajo el cayado de un solo pastor, como ardientemente deseo? Entonces abridles las puertas. ■ Sed paternales. Pensad que todos, durante una o muchas horas, tal vez durante años, fuisteis, cada uno en particular, hijos pródigos envueltos en la concupiscencia. No seáis duros con quien se arrepiente. ¡Recordadlo! ¡Recordadlo! Muchos de vosotros, hace unos veinte días, huisteis. ¿Y no fue señal de que no me amabais? Por lo tanto así como os recibí, porque llegasteis arrepentidos, de igual modo haced vosotros. Todo lo que he hecho, hacedlo vosotros. Ésta es mi orden.  Por tres años habéis vivido conmigo. Conocéis mis obras, mi modo de pensar. Cuando en el futuro os encontréis con un caso sobre el que tengáis que decidir, volved los ojos a los días en que estuvisteis conmigo, y comportaos como Yo he hecho. Jamás os equivocaréis. Soy el ejemplo vivo y perfecto de lo que debéis hacer. Y recordad que Yo mismo no me negué al mismo Judas de  Keriot… ■ El sacerdote debe, con todos los medios, tratar de salvar. Predomine el amor, siempre, entre los medios usados para salvar (2). Recordad que Yo no ignoraba el horror de Judas… Y, no obstante, superando toda repugnancia, traté a Judas como traté a Juan. A vosotros… a vosotros, frecuentemente, se os ahorrará la amargura que supone el saber que todo es inútil para salvar a un discípulo amado… Se debe trabajar incluso en ese caso… siempre… hasta que todo quede cumplido…”.
* “Judas ha sido y es el dolor más grande en el mar de mis dolores. Es el dolor que me queda. ¿Y no pensáis  cuánto tendré que sufrir por cada pecador impenitente, por cada hereje que me negará, por cada fiel que me renegará, por cada —dolor indecible— sacerdote culpable, causa de escándalo y ruina? No lo comprenderéis hasta que estéis conmigo en la luz de los Cielos”.- ■ Juan, que ni por instante quita su mirada de su Señor, grita: “¿Pero Tú estás sufriendo, Señor? ¡Oh, nunca creí que pudieras sufrir ya más! Todavía sufres por Judas. ¡Olvídale, señor!”. Jesús abre los brazos en su gesto habitual cuando se resignaba ante un hecho penoso, y responde: “Así es… Judas ha sido y es el dolor más grande en el mar de mis dolores. Es el dolor que me queda… (3). Los otros dolores terminaron con mi Sacrificio, pero éste no. Le amé. Me entregué Yo mismo hasta la muerte en el esfuerzo de salvarle… Pude abrir las puertas del Limbo y sacar de él a los justos, he podido abrir las puertas del Purgatorio y sacar a los que estaban en él. Pero el lugar de horror donde está, me quedó cerrado. Para él mi muerte fue inútil”. Juan agrega: “¡No sufras, no sufras! ¡Eres glorioso, Señor mío! ¡Nadie más que Tú debe gloriarse y alegrarse! ¡Has bebido el cáliz del dolor!”. Todos sorprendidos y conmovidos, dicen: “De veras que nadie se podía imaginar que pudiera sufrir”. ■ Jesús: “¿Y no pensáis cuánto tendré que sufrir en el correr de los siglos, por cada pecador impenitente, por cada hereje que me negará, por cada fiel que me renegará, por cada —dolor indecible— por cada sacerdote culpable, causa de escándalo y ruina? ¡No lo sabéis! Aún no. No lo comprenderéis hasta que no estéis conmigo en la luz de los Cielos. Entonces sí que lo comprenderéis… Al contemplar a Judas he contemplado a los elegidos cuya elección se cambia en ruina por su voluntad perversa… ¡Oh! Vosotros que sois fieles, que formaréis los futuros sacerdotes, acordaos de mi dolor, sed siempre cada vez más santos, para que, cuanto es posible, no se repita este dolor. Exhortad, vigilad, enseñad, combatid, alertas como lo es una madre, incansables como un maestro, atentos como pastores, fuertes como guerreros para sostener a los sacerdotes que vendrán a vosotros. Haced que la culpa del duodécimo apóstol no se repita demasiadas veces en el futuro…”.
* “Os digo: «Sed como vuestro Maestro»… En estos días he hecho milagros. Mas no por poder hacer milagros sino por vuestra santidad se amará la nueva Religión. El milagro existirá en el mundo. A un mundo que no tenga milagros verdaderos se le podrá decir, sin falsedad: «Has perdido la fe y la justicia. Eres un mundo sin santos»”.-Jesús: “Sed como he sido con vosotros. Os dije: «Sed perfectos como el Padre celestial». Y vuestro ser humano tiembla ante esta orden mía; y ahora más que cuando os lo dije, porque ahora conocéis vuestra debilidad. Pues bien para daros ánimo os digo: «Sed como vuestro Maestro». Soy el Hombre. Lo que hice, podéis hacerlo. Aun milagros. Para que el mundo conozca que soy Yo el que os envío, y para que el que sufre no llore ante el pensamiento desconsolado de decir: «Él no está más entre nosotros para que cure a nuestros enfermos y mitigue nuestros dolores». En estos días he hecho milagros para consolar corazones y convencerles de que el Mesías no ha sido exterminado porque se sujetó a la muerte, antes bien es más poderoso y para siempre. Pero cuando no esté más entre vosotros, haréis lo que he hecho hasta ahora y que haré todavía. ■ Mas no por poder hacer milagros sino por vuestra santidad se amará la nueva Religión. Y debéis ser celosos de vuestra santidad, no del don que os transmito. Cuanto más santos seáis, tanto más seréis amados de mi Corazón y el Espíritu de Dios os iluminará mientras su Poder y Bondad llenarán vuestras manos con dones del Cielo. El milagro no es un acto necesario e indispensable para vuestra vida de fe. Más bien, ¡bienaventurados los que sepan permanecer en la fe, sin medios extraordinarios para creer! Pero tampoco el milagro es un acto tan exclusivamente reservado a tiempos especiales que tenga que cesar cuando cesan éstos. El milagro existirá en el mundo. Habrá siempre. Tanto más numerosos, cuanto más justos haya en el mundo. Cuando los milagros sean pocos, entonces habrá que decir que la fe y la justicia están languideciendo. Porque he dicho: «Si tenéis fe, podréis cambiar de lugar las montañas». También he dicho: «Las señales que acompañarán a los que tienen fe en Mí será su victoria sobre los demonios, sobre las enfermedades, sobre los elementos y sobre las insidias». Dios está con quien le ama. ■ La señal de cómo mis fieles estén en Mí, será el número y la fuerza de los prodigios que obrarán en mi Nombre para glorificar a Dios. A un mundo que no tenga milagros verdaderos se le podrá decir, sin falsedad: «Has perdido la fe y la justicia. Eres un mundo sin santos»”.
“La raza humana tendrá necesidad de una continua manifestación de mi amor… Y hablo de la Humanidad que crea en Mí… siempre poca con respecto a la gran masa de los habitantes de la Tierra”.-Jesús: “Así, pues, volviendo a lo que dije antes, habéis hecho bien en tratar de retener a los que, semejantes a niños engañados por un rumor de músicas o por un brillo extraño, corren despreocupados lejos de las cosas seguras. Pero ¿veis? Tienen su castigo, porque pierden mi palabra. De todas formas, también vosotros habéis tenido vuestra parte de error. Os habíais acordado de que Yo os había dicho de que no fuerais de acá para allá ante cualquier voz que dijera que estaba en determinado lugar. Pero no os habéis acordado de que también os había dicho que, en la segunda venida, el Mesías sería semejante al relámpago que sale de oriente, y retorciéndose llega al occidente, en menos tiempo que dura un parpadeo de ojos. Ahora bien, esta segunda venida mía ha empezado desde el momento de mi Resurrección, y culminará con mi aparición, cual Juez de todos los resucitados. ■ Pero antes, ¡cuántas veces me apareceré para convertir, curar, consolar, enseñar, dar órdenes! En verdad os digo: estoy para regresar a mi Padre, pero la Tierra no se verá privada de mi presencia. Yo seré el vigilante y amigo, Maestro y Médico, en donde cuerpos o almas, pecadores o santos, tengan necesidad de Mí o sean elegidos por Mí para transmitir a otros mis palabras. Porque, y también esto es verdad, la raza humana tendrá necesidad de una continua manifestación de mi amor por mi parte, pues es muy dura de doblegarse, fácil de enfriarse, pronta para olvidar, deseosa de seguir la bajada en vez de la subida, que, si Yo no la sujetara con los medios sobrenaturales, de nada servirían la Ley, el Evangelio, las ayudas divinas que mi Iglesia proporcionará, para conservar a la Humanidad en el conocimiento de la Verdad y en su voluntad de alcanzar el Cielo. Y hablo de la Humanidad que crea en Mí… siempre poca respecto a la gran masa de los habitantes de la Tierra”.
* “Nadie desee lo extraordinario. Contentaos con lo que Dios os da. Pensad siempre que cualquier don es una prueba más que un don, una prueba de vuestra justicia y voluntad. A todos os he dado las mismas cosas. Lo que a vosotros os sirvió, a Judas arruinó”.-Jesús: “Vendré. Quien me tenga, que sea humilde. Quien no, no lo haga sólo para que con ello sea alabado. Nadie desee lo extraordinario. Dios sabe cuándo y dónde darlo. Para entrar al Cielo no es ni siquiera necesario lo extraordinario, es más, ello es un arma que si se le usa mal puede llevar al Infierno en vez del Cielo. Y ahora os voy a decir cómo. Porque la soberbia puede surgir. Porque puede venir un estado de espíritu abyecto ante los ojos de Dios (abyecto porque es semejante a un entorpecimiento en que uno se acomoda para acariciar el tesoro recibido, considerándose ya en el Cielo por haber recibido ese don). No. En ese caso, en lugar de llama y ala, el don se transforma en hielo y pesada piedra, y el alma se hunde y se muere. Además, un don mal usado puede provocar avidez de tener más para ser alabado. En este caso podrá entrar el Espíritu del Mal en lugar del Señor, para seducir a los imprudentes con prodigios necios. ■ Procurad estar siempre lejos de cualquier tipo de seducción. Contentaos con lo que Dios os da.  Él sabe lo que es útil y en qué medida. Pensad siempre que cualquier don es una prueba más que un don, una prueba de vuestra justicia y voluntad. A todos os he dado las mismas cosas. Lo que a vosotros os sirvió, a Judas arruinó. ¿Fue acaso una cosa mala el don?  No. La voluntad suya era mala…”.
* “Me he aparecido a muchos… Soy Hombre verdadero. Y si durante treinta y tres años mi Divinidad, por un fin supremo, estuvo oculta bajo mi Humanidad, ahora mi Divinidad sigue unida a mi Humanidad, Humanidad que goza ahora de la libertad perfecta de los cuerpos glorificados”.- ■ Jesús: “De igual modo ahora. Me he aparecido a muchos, no solo para consolar y hacer algún beneficio sino para contentaros. Me habéis pedido que convenciera al pueblo, a quien el Sanedrín trata de convencer de que no he resucitado. Me he aparecido a niños, a adultos en el mismo día, en lugares tan distantes entre sí que serían necesarios muchos días para recorrerlos. Mas para Mí no existe la esclavitud de la distancia. Y esto que hice os ha desorientado también a vosotros. Os habéis dicho: «Éstos han visto fantasmas». Habéis olvidado, pues, una parte de mis palabras, esto es, de que en adelante estaré en el oriente como en el occidente, en el sur o en el norte, donde quiera estaré, sin que nada me lo impida, veloz como el rayo. ■ Soy Hombre verdadero. Ved mis miembros. Mi Cuerpo está duro. Tiene calor. Camina, respira, habla. Pero también soy Dios verdadero. Y si durante treinta y tres años mi Divinidad, por un fin supremo, estuvo oculta bajo mi Humanidad, ahora mi Divinidad sigue unida a mi Humanidad, Humanidad que goza ahora de la libertad perfecta de los cuerpos glorificados. No está sujeta a ninguna limitación humana. Vedme, aquí estoy con vosotros y podría, si quisiera, estar en un instante en los confines de mundo para traer a Mí alguna alma que me buscare”.
* “¿Que frutos conseguiré el que Yo haya aparecido…? ¿Convencerá esto al mundo? No. Los que creen continuarán creyendo con mayor seguridad y paz… Los que no supieron creer con una verdadera fe quedarán con sus dudas. Los malvados dirán que mis apariciones son delirios, mentiras… ¿Os acordáis de la parábola del rico Epulón? De cómo respondió Abraham al condenado. ¿Qué consiguió el milagro de la resurrección de Lázaro?”.- Jesús: “¿Qué frutos conseguirá el que Yo haya estado en Casarea Marítima, en la alta Cesárea, en Carit, Engaddi, Pela, Yutta y otros lugares de la Judea, Bozra, Hermón, Sidón y en los confines galileos? Y ¿qué fruto tendré el que haya curado a un niño, y resucitado a uno fallecido poco antes, y consolado a un ser angustiado; y el que haya llamado a mi servicio a uno que se había consumido en dura penitencia, y a Dios a un justo que me lo había suplicado; y el que haya entregado mi mensaje a unos inocentes y mis órdenes a un corazón fiel? ¿Convencerá esto al mundo? No. Los que creen continuarán creyendo, con más seguridad y paz pero no con mayor fuerza porque ya han aprendido a creer. Los que no supieron creer con una verdadera fe quedarán con sus dudas. Los malvados dirán que mis apariciones son delirios, mentiras, y que el muerto no había muerto, sino que dormía… ¿Os acordáis de la parábola del rico Epulón? De cómo Abraham respondió al condenado: «Si no escuchan a Moisés y a los profetas, mucho menos creerán a uno que haya resucitado y que les diga lo que tienen que hacer». ¿Han creído, acaso, en Mí, Maestro y en mis milagros? ¿Qué consiguió el milagro de la resurrección de Lázaro? Que se hubieran apresurado a condenarme. ¿Qué cosa mi resurrección? Que me odien más. Tampoco estos milagros realizados en estos últimos días en que estoy con vosotros persuadirán al mundo, sino persuadirán a aquellos que, habiendo elegido el Reino de Dios con sus fatigas y penas actuales y su gloria futura, no son ya del mundo. ■ Pero me complace el que hayáis sido confirmados en la fe y que os hayáis mostrado fieles a mis órdenes, quedándoos en este monte, a mi espera, sin prisas humanas de gozar de cosas que, aun siendo buenas, eran distintas de las que Yo os había señalado. La desobediencia aporta un décimo y quita nueve décimos. Ellos se han marchado y oirán palabras de hombres, las mismas de siempre. Vosotros habéis permanecido aquí y habéis escuchado mi Palabra que, aunque os repite cosas ya dichas, siempre es buena y útil. Esta lección os servirá de ejemplo a todos vosotros, y a los que vendrán en el futuro”.
* El Resucitado consuela a muchos, sobre todo a Marziam. Orden de reunirse en Betania. ■ Jesús pasa sus ojos por los presentes. Dice: “Ven, Eliseo de Engaddi. Tengo algo que comunicarte”. No había yo reconocido al exleproso, hijo del viejo Abraham. En aquella ocasión era un esqueleto, un espectro, ahora es un robusto hombre, en la flor de la edad. Se acerca. Se postra a los pies de Jesús.  Jesús: “Una pregunta tienes en los labios desde que te enteraste que estuve en Engaddi, que es: «¿Has consolado a mi padre?». Te respondo: «¡Más que consolado! Le he tomado conmigo»”. Eliseo: “¿Contigo, Señor? ¿Y dónde está que no le veo?”. Jesús: “Eliseo, voy a estar aquí ya poco tiempo. Luego iré a mi Padre…”. Eliseo: “¡Señor!… ¿Quieres decir… que mi padre ha muerto?”. Jesús: “Se quedó dormido sobre mi Corazón. También para él ha terminado el sufrir. Lo apuró todo y siempre fue fiel al Señor. No llores. ¿No le habías dejado acaso para seguirme?”. Eliseo: “Sí, Señor mío”. Jesús: “Pues bien, tu padre está conmigo, y al seguirme, tú sigues cerca de tu padre”. Eliseo: “Pero, ¿cuándo? ¿Cómo?”. Jesús:  “En su viña, donde oyó hablar de Mí por primera vez. Tu padre me recordó su súplica del año pasado. Le dije: «Ven». Murió dichoso, porque tú has dejado todo por seguirme a Mí”. Eliseo: “Perdona si lloro… era mi padre”. Jesús: “Sé comprender el dolor”. Le pone la mano sobre la cabeza para consolarle y dice a los apóstoles: “Aquí tenéis un nuevo compañero. Amadle mucho porque le saqué de su sepulcro para que me sirviera”. ■ Luego dice: “Elías, ven a Mí. No estés avergonzado como uno que fuera extraño a sus hermanos. Todo el pasado ha terminado. También ven tú, Zacarías, que dejaste padre y madre por seguirme. Entra con los setenta y dos, junto con José de Cintio. Lo merecéis, porque desafiasteis a los poderosos por Mí. También, tú, Felipe, y tú, su compañero, que no quieres que se te llame con tu nombre porque te suena mal, toma, entonces, el de tu padre que es un justo, aun cuando no es de los que me siguen abiertamente. ¿Lo veis? ¿Veis todos que no excluyo a ninguno que tenga buena voluntad? Ni a los que me siguieron antes como discípulos, ni a los que hacían buenas obras en mi Nombre, aun no hallándose en las filas de mis discípulos, ni a los que pertenecían a sectas no estimadas por todos, los cuales pueden entrar siempre en el camino justo y no han de ser rechazados. Como hago, haced. A éstos los uno a los viejos discípulos, porque el Reino de Dios está abierto a todos los que tienen buena voluntad. Y aunque no estén presentes, os prohíbo que rechacéis aun a los gentiles. No los rechacé Yo mismo cuando vi que buscaban la Verdad. Haced lo que Yo he hecho. Y tú, Daniel, que saliste en verdad de la cueva no de los leones, sino de chacales, ven, únete a éstos. Ven tú, Benjamín. Os uno con éstos (señala a los setenta y dos, cuyo número casi está completo) porque la mies del Señor se multiplicará y son necesarios muchos operarios. ■ Ahora vamos a estar un poco aquí juntos, mientras transcurre el día. Al atardecer dejaréis el monte y al amanecer vendréis conmigo, vosotros los apóstoles, vosotros dos que nombré aparte (señala a Zacarías y a José de Cintio que no me es desconocido), todos los que pertenecéis al número de los setenta y dos. Los otros se quedarán aquí, esperando a los que presurosos, han ido a uno u otro lugar, como insectos ociosos, para decirles en mi Nombre que no es imitando a los niños perezosos y desobedientes como se encuentra al Señor. ■ Y que estén en Betania, todos, veinte días antes de Pentecostés, porque después me buscarán en vano. Sentaos todos aquí, y descansad. Vosotros venid acá”. Lleva de la mano a Marziam. Los siguen los once apóstoles. Se sienta en el tupido bosque de encinas, trae hacia Sí a Marziam que está muy triste, tanto que Pedro dice: “Consuélale, Señor, ha estado triste, y ahora lo está más todavía”. Jesús pregunta a Marziam: “¿Por qué, muchacho? ¿No estás conmigo? ¿No debes de alegrarte de que no sufro más?”. Por toda respuesta Marziam se pone a llorar. Pedro, un poco de mal humor, refunfuña: “No sé lo que le pasa. Inútilmente le he estado preguntando. Además ¡estas lágrimas no me la esperaba hoy!”. Juan interviene: “Y, sin embargo, yo lo sé”. Pedro: “¡Suerte la tuya! ¿Y por qué llora?”. Juan: “No llora desde hoy. Hace ya días”. Pedro: “¡Hombre, ya me he dado cuenta! Pero ¿por qué?”. Juan dice sonriendo: “El Señor lo sabe. Estoy seguro. Y creo que es el único que puede consolarle”. Jesús dice: “Es verdad. Lo sé. Y sé que Marziam, discípulo bueno, es en realidad en estos momentos un muchacho, un muchacho que no ve la verdad de las cosas. Pero, tú que eres mi predilecto entre todos los discípulos, reflexiona: ¿no ves que he ido a fortalecer la fe de los que vacilaban, a absolver, recoger vidas que expiraban, a destruir venenos de duda inoculados en los más débiles, que empezaban a ejercer su influjo, a responder compasiva o severamente a los que aún quieren presentarme batalla, a dar testimonio con mi presencia que he resucitado, donde más empeño se ponía en decir que estaba muerto?; ¿había razón, acaso, de ir a ti, muchacho, cuya fe, esperanza, caridad, cuya voluntad y obediencia conozco?; ¿ir a ti un momento, cuando en realidad de hoy en adelante, te tendré muchas veces conmigo, como ahora? ¿Quién, sino tú, y solo tú entre todos los demás discípulos, celebrará el banquete de la Pascua conmigo? ¿Ves a todos esos? Han celebrado su Pascua, y el sabor del cordero, del caroset y los ácimos y del vino se les ha convertido por entero en ceniza y hiel y vinagre para sus paladares, en las horas que siguieron. Pero Yo y tú, hijo mío, la celebraremos gozosos, y nuestra Pascua será miel que desciende y permanece. Quien entonces lloró, ahora gozará. Quien entonces gozó no puede pretender gozar de nuevo”. ■ Tomás murmura: “De veras… ese día no estábamos muy contentos…”. Mateo dice: “Sí… Teníamos miedo en el corazón”. Y agrega Tadeo: “Había algo que bullía en mí. Sospechas, rencores. Lo digo por mí”. Jesús: “Y por eso decís todos que quisierais celebrar la Pascua suplementaria…”. Pedro confirma: “Así es, Señor”. Jesús: “Hubo un día en que te lamentabas de que las discípulas y tu hijo no tomaban parte en el banquete pascual. Ahora te quejas porque el que no gozó entonces debe recibir su gozo”. Pedro: “Es verdad. Siempre me equivoco. Soy un pecador”. Jesús: “Y Yo soy  «el que compadece». Quiero que todos vosotros estéis a mi alrededor; no solo vosotros, sino también las discípulas. Lázaro nos ofrecerá una vez más su hospitalidad. No quise que estuvieran tus hijas, Felipe, ni vuestras esposas, ni Mirta ni Noemí, ni la jovencilla que está con ellas, ni éste. ¡Jerusalén no era un lugar adecuado para todos en esos días!”. Felipe suspira: “Es verdad. Ha sido cosa buena el que no estuvieran”. Pedro: “Sí. Habrían visto nuestra cobardía”. Felipe: “Cállate, Pedro. Está perdonada”. Pedro: “Así es. Pero yo se la he confesado a mi hijo, y creía ése era el motivo de su tristeza. Se la he confesado porque siempre que la confieso siento un alivio. Es como si me quitara una carga del corazón. Cada vez que me humillo, me siento más perdonado. Pero si Marziam está triste, porque Tú te has mostrado a otros…”. Marziam dice: “Es la única razón, padre mío”. Pedro: “Entonces, cobra ánimos. Él te ha amado siempre y te ama. Respecto de la segunda Pascua ya te había dicho…”. Marziam confiesa claramente: “Yo pensaba que no había obedecido bien, que no había hecho lo que me ordenaste por medio de Porfiria, y que por esto me castigabas. Pensaba que no te aparecías a mí porque odiaba a Judas y a los que te crucificaron”. Jesús: “No hay que odiar a nadie. He perdonado”. Marziam: “Sí, Señor mío. No odiaré más”. Jesús: “Y ya no estés más triste”. Marziam: “Ya no lo estaré, Señor”. ■ Marziam, como todos los jovenzuelos, tiene más confianza que los demás y se echa en los brazos de Jesús, seguro de que no está irritado contra él. Parece un polluelo bajo el ala de la gallina. Busca con ansia que le abrace, para asegurarse de su completo perdón y, feliz, se adormece”. Zelote observa: “Todavía es un niño”. Pedro: “Sí. ¡Pero cuánto ha sufrido! Me lo dijo Porfiria, cuando la avisó José de Tiberíades y me le trajo”. Luego dirigiéndose al Maestro: “¿Irá también Porfiria a Jerusalén?”. ¡Cuánto deseo hay en la voz de Pedro! Jesús: “Todas. Quiero bendecirlas antes de subir a mi Padre. También ellas han prestado servicio, y muchas veces mejor que los hombres”.
* Respecto a la relación de Madre e Hijo: “Que existen bienaventuranzas que no pueden describirse y darse a conocer”.- ■ Tadeo le pregunta: “¿Y no vas donde tu Madre?”. Jesús: “Siempre estamos juntos”. Tadeo: “¿Juntos? ¿Cuándo?”. Jesús: “Judas, Judas ¿te parece que Yo, que en Ella siempre encontré alegría y contento, no esté con Ella?”. Tadeo: “Pero María está sola en su casa. Ayer me lo dijo mi madre”. Jesús sonriendo responde: “Detrás del velo del Santo de los Santos entra solamente el Sumo Sacerdote”. Tadeo: “¿Qué quieres dar a entender?”. Jesús: “Que existen bienaventuranzas que no pueden describirse y darse a conocer. Esto es lo que quería decir”. ■ Se separa delicadamente a Marziam, confiándole a los brazos de Juan, que es el más cercano. Se pone de pie. Los bendice, Y mientras todos, con la cabeza inclinada, de rodillas, —menos Juan que tiene sobre sus rodillas a Marziam—, reciben su bendición, desaparece. Bartolomé dice: “Es exactamente como el rayo”. Se quedan pensativos en espera de la puesta de sol. (Escrito el 20 de Abril de 1947).
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1  Nota  : Cfr. Mt.  28,16-17; 1 Cor. 15,6.   2  Nota  :  “Predomine el amor,  siempre,  entre los medios usados para salvar”. El antiguo mandamiento “Amarás a tu prójimo como a ti mismo” (Lev. 19,18) es elevado a una mayor perfección (Mt. 5,17) al decir: “Amaos mutuamente como os he amado” (Ju. 15,12). En otra parte de esta Obra se dice también: “Amaos mutuamente más de lo que cada uno se ama a sí mismo”, expresa claramente lo que se lee en Ju. 15,13; Rom. 5,6-8; Ef. 5,1-2; 1 Ju. 2,3-11; 3,11-24, porque sin duda, Jesús, nuestro modelo, nos amó más que a Sí mismo ( Hebr. 12,1-4).   3  Nota  : “Judas ha sido y es el dolor más grande en el mar de mis dolores. Es el dolor que me queda”. Esta expresión es de tal naturaleza que únicamente puede ser comprendida en la luz de los Cielos. Hay que entenderla como en otros lugares de la Biblia, como cuando se dice que Dios se arrepiente, Gén. 6,5-7. Jesús, Dios y Hombre, no podía menos de expresarse que de un modo adaptado a sus oyentes. Y continúa sufriendo, como se dice en Hech. 9,4-5; 22,4-8; 26,11-15; 1 Cor. 15,9; Gal. 1,13.
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10-635-321 (11-21-782).- Lección a apóstoles y discípulos. Sobre los Sacramentos. Predicciones sobre la Iglesia. En un monte, no lejano a Nazaret.
* Sacramentos.- ■ Estoy en otro monte, con gran vegetación, no lejos de Nazaret, a la que lleva un camino que bordea la base del monte. Jesús les invita a sentarse en círculo: más cerca de Él, los apóstoles; detrás de éstos, los discípulos —los que, de los setenta y dos, no se habían desperdigado yendo a distintos lugares—, más Zacarías (1) y José (de Cintio). Marziam, como favorito, está a sus pies. Y tan pronto como se sientan Jesús empieza a hablar. Todos están atentos a sus palabras.
Dice Jesús: “Estad atentos lo mejor que podáis, pues os diré cosas importantes: no las entenderéis todas, ni todas bien. Pero Aquél que vendrá después de Mí, os las hará comprender. Escuchadme, pues. Nadie está más convencido que vosotros que el hombre sin la ayuda de Dios, dado su estado debilísimo a causa del Pecado, fácilmente puede pecar. Sería Yo un redentor imprudente si, después de haberos dado tanto para redimiros, no diese también los medios para conservaros dentro de los frutos de mi Sacrificio.  Sabéis que la razón de vuestra inclinación al pecado viene de la Culpa, que, al privar de la Gracia a los hombres, los despoja de su fortaleza, que proviene de la unión con la Gracia.
. Bautismo.- ■ Habéis dicho: «Pero Tú nos has devuelto la Gracia». No. La Gracia ha sido devuelta a los justos hasta mi Muerte (2). Para devolvérsela a los que han de venir, se requiere un medio. Un medio que no será una figura ritual, sino que imprimirá verdaderamente en quien lo recibe el carácter real de hijos de Dios, cuales eran Adán y Eva, cuya alma, vivificada por la Gracia poseía dones excelsos que Dios había dado a su amada criatura. Vosotros sabéis lo que tenía el Hombre y qué perdió. Ahora por mi Sacrificio, las puertas de la Gracia están de nuevo abiertas, y la Gracia puede descender como río sobre todos los que la pidan por amor a Mí. Por eso, los hombres tendrán el carácter de hijos de Dios por los méritos del primogénito de los hombres, por los méritos de quien os habla, vuestro Redentor, vuestro Pontífice eterno, vuestro Hermano en el Padre, vuestro Maestro. Sólo por Mí, Jesucristo, los hombres actuales y venideros podrán poseer el Cielo y gozar de Dios, hasta el último hombre. Hasta ahora, ni los justos más justos, aunque estuvieran circuncidados como hijos del pueblo electo, podían alcanzar este fin. Dios conocía sus virtudes, sus lugares estaban preparados en el Cielo, pero éste les estaba cerrado, y negado les era el gozar de Dios, porque en sus almas, jardines benditos florecidos con toda suerte de virtudes, estaba también el árbol maldito de la Culpa Original, y ninguna obra, por santa que fuera, podía destruirlo; y no se puede entrar en el Cielo con raíces y hojas de tan maléfico árbol. El día de la Parasceve, el suspiro de los patriarcas y profetas de todos los justos de Israel se aplacó en la alegría de la Redención llevada a cabo, y las almas, más blancas que la nieve por sus virtudes, se vieron libres incluso de la única Mancha que las mantenía apartadas del Cielo. ■ Pero el mundo sigue adelante. Generaciones y más generaciones aparecerán y reaparecerán. Pueblos y más pueblos vendrán al Mesías. ¿Puede el Mesías morir en cada nueva generación, para salvarla, o para cada pueblo que a Él venga? No. El Mesías murió una sola vez y no volverá a morir nunca, ¡Jamás! ¿Habrá de suceder, pues, que estas generaciones, estos pueblos, se hagan sabios por mi Palabra pero no puedan gozar del Cielo ni gocen de Dios, por estar heridos por la Mancha original? Tampoco. No sería justo, ni para ellos, pues vano sería su amor a Mí, ni para Mí, pues por demasiados pocos habría muerto. ¿Y entonces? ¿Cómo conciliar cosas distintas? ¿Qué nuevo milagro hará el Mesías, que ya ha obrado muchos, antes de dejar el mundo para ir al Cielo, después de haber amado a los hombres hasta querer morir por ellos? Ya ha hecho uno, dejándoos su Cuerpo y su Sangre para alimento robustecedor y santificador y para recuerdo de su amor; y os ha mandado que hagáis lo que Él hizo para recuerdo suyo y como medio santificador para sus discípulos hasta el final de los siglos. ■ Pero, aquélla noche, aunque estabais ya purificados externamente ¿recordáis lo que hice?  Me ceñí una toalla y os lavé los pies. Y, a uno de vosotros, que se escandalizaba de aquel gesto demasiado humilde, le respondí: «Si no te lavo, no tendrás parte conmigo». No entendisteis lo que quería decir, ni de qué parte hablaba, ni qué símbolo estaba poniendo. Pues bien, os lo digo. Además de haberos enseñado la humildad y la necesidad de ser puros para entrar a formar parte del Reino mío, además de haberos hecho observar benignamente que Dios, de uno que es justo, y por tanto puro en su espíritu y en su intelecto, exige únicamente una última purificación —de aquella parte que, necesariamente, más fácilmente se contamina incluso en los justos, quizás solo polvo que la necesaria convivencia con los hombres deposita en los miembros limpios, en la carne— además de estas cosas, enseñé otra. Os lavé los pies, la parte inferior del cuerpo, la que va entre barro y polvo, a veces incluso entre inmundicias, para significar la carne, la parte material del hombre, la cual tiene siempre —excepto en los sin Mancha Original, o por obra de Dios o por naturaleza divina— imperfecciones, a veces tan mínimas que solo Dios las ve, pero que verdaderamente deben ser vigiladas, para que no cobren fuerza y se transformen en hábito natural, y deben ser agredidas para ser extirpadas. ■ Así pues, os lavé los pies. ¿Cuándo? Antes de partir el pan y daros el vino transformándolos en mi Cuerpo y Sangre. Porque Yo soy el Cordero de Dios y Yo no puedo bajar donde Satanás ha puesto su huella. Por eso os lavé antes, después me di a vosotros. También vosotros lavaréis con el Bautismo a los que vengan a Mí, para que no reciban indignamente mi Cuerpo y no les sirva de condenación. No comprendéis. Os miráis y con vuestras miradas os preguntáis: «¿Entonces Judas?». Os respondo: «Judas comió su muerte». El supremo acto de amor no le llegó al corazón. La última tentativa de su Maestro dio contra la piedra, y esa piedra, en lugar del Tau (3), llevaba grabada la horrible marca de Satanás, la señal de la Bestia. Os lavé, pues, los pies, antes de haberos admitido al banquete eucarístico, antes de escuchar la confesión de vuestros pecados, antes de infundiros el Espíritu Santo y, por tanto, el carácter de verdaderos cristianos, confirmados en Gracia, y de Sacerdotes míos. Hágase lo mismo con los otros a quienes debéis preparar para la vida cristiana. ■ Bautizad con agua en el Nombre del Dios uno y trino, y en mi Nombre y por mis méritos infinitos, para que quede borrada de los corazones la Culpa Original, sean perdonados los pecados, sean infundidas la Gracia y las santas Virtudes y pueda bajar el Espíritu Santo a permanecer en templos consagrados que serán los cuerpos de los hombres que viven en la Gracia del Señor. ¿Era necesaria el agua para borrar el Pecado? El agua no toca el alma, no. Pero tampoco la señal inmaterial toca la vista del hombre, tan material en todas sus acciones. Bien podía Yo infundir la Vida sin el menor medio visible. Pero, ¿quién lo hubiera creído? ¿Cuántos son los hombres que saben creer firmemente si no ven?  Tomad, pues, de la antigua ley mosaica el agua lustral (4), usada para purificar a los impuros y admitirlos de nuevo, cuando se habían contaminado con un cadáver, en los campamentos. Es verdad, todo hombre que nace está contaminado al tener contacto con un alma muerta a la Gracia.  Sea, pues, el alma, con el agua lustral, purificada del contacto inmundo y hágase así digna de entrar en el Templo eterno. ■ Y tened por estima el agua… Después de haber expiado y redimido con treinta y tres años de vida dura culminada en la Pasión, y después de haber dado toda mi Sangre por los pecados de los hombres, ved que de mi Cuerpo desangrado e inmolado manó agua saludable para lavar la Culpa Original. Con mi Sacrificio consumado, Yo os redimí de aquella Culpa. Si en el umbral de la muerte un milagro mío divino me hubiera hecho descender de la cruz, os aseguro que, por la sangre derramada habría limpiado las culpas, pero no la Culpa. Para ésta era necesaria la consumación total. En verdad, las aguas saludables de las que habla Ezequiel (5) salieron de este Costado mío. Sumergid en ellas las almas para que emerjan inmaculadas para recibir el Espíritu Santo que, en recuerdo de aquel soplo que el Creador espiró en Adán para darle el espíritu, y por tanto, imagen y semejanza con Él, volverá a soplar y habitar en los corazones de los hombres redimidos. ■ Bautizad con mi Bautismo pero en el nombre del Dios uno y trino porque si el Padre no hubiera querido, ni el Espíritu Santo obrado, el Verbo no se hubiera encarnado y vosotros no hubierais conseguido la redención. Por lo tanto, es cuestión de justicia y de deber el que todo hombre reciba la Vida por Aquellos que se unieron y quisieron dársela, que se llaman Padre, Hijo y Espíritu Santo. Los bautizados recibirán el nombre de cristianos para diferenciarlos de los otros ritos, pasados o futuros (6), los cuales serán ritos pero no señales indelebles en la parte inmortal.
 Eucaristía (Alimento eucarístico. Sacrificio eucarístico).- ■ Y tomad el Pan y el Vino así como Yo lo hice. Y en mi Nombre bendecidlos y distribuidlos. Que se alimenten los cristianos de Mí. Y haced del Pan y del Vino una ofrenda al Padre de los Cielos, inmolándola después en memoria del Sacrificio que ofrecí y consumí en la cruz por vuestra salvación. Yo, Sacerdote y Víctima, Yo mismo me ofrecí y consumí voluntariamente. Vosotros, mis sacerdotes, haced esto en recuerdo mío para que los tesoros infinitos de mi Sacrificio suban impetratorios ante Dios y desciendan propiciatorios sobre todos aquellos que invocan con fe segura. ■ He dicho fe segura. No se exige ciencia para gozar del Alimento eucarístico y Sacrificio eucarístico, sino Fe. Fe en que, en ese Pan y en ese Vino que uno, autorizado por Mí o por los que después de Mí vendrán —vosotros: tú Pedro, nuevo Pontífice de la nueva Iglesia, tú Santiago de Alfeo, tú Juan, tú Andrés, tú Simón, tú Felipe, tú Bartolomé, tú Tomás, tú Judas Tadeo, tú Mateo, tú Santiago de Zebedeo— consagre en mi Nombre, es mi verdadero Cuerpo, mi verdadera Sangre; y fe en que quien se alimenta de ellos, me recibe en Carne, Sangre, Alma y Divinidad; y fe en que, quien me ofrece, ofrece realmente a Jesucristo como Él se ofreció por los pecados del mundo. Un niño o un ignorante me pueden recibir igualmente como un docto y un adulto. El niño y el ignorante recibirán iguales beneficios del Señor. Basta con que en ellos haya fe y gracia del Señor.
 Confirmación: un nuevo Bautismo.- ■ Dentro de poco vais a recibir un nuevo Bautismo, el del Espíritu Santo. Os lo he prometido y vendrá a vosotros. El mismo Espíritu Santo descenderá sobre vosotros. Os diré cuándo. Y quedaréis llenos de Él con la plenitud de los dones sacerdotales. Podréis, así, como Yo he hecho con vosotros, infundir el Espíritu Santo del que estaréis llenos para confirmar en la gracia a los cristianos e infundir en ellos los dones del Paráclito. Sacramento real poco inferior al Sacerdocio, désele la solemnidad de las consagraciones mosaicas con la imposición de las manos y la unción con el aceite perfumado, que en otros tiempos se empleó para consagrar a los Sacerdotes (7). ■ No, ¡no os miréis tan asustados! ¡No digo palabras sacrílegas! No os enseño ninguna acción sacrílega. La dignidad del cristiano es tal, que, lo repito, en poco es inferior a un sacerdocio. ¿Dónde viven los sacerdotes? En el Templo. Y un cristiano será un templo vivo. ¿Qué hacen los sacerdotes? Servir a Dios con oraciones, ofrecer sacrificios y cuidar a los fieles. Esto hubieran debido hacer… Y el cristiano servirá a Dios con la oración, con el sacrificio y con la caridad fraterna.
. Confesión: Y escucharéis confesiones de pecados.- ■ Y escucharéis confesiones de pecados, como he escuchado las vuestras y las de muchos (8) y he perdonado donde he visto verdadero arrepentimiento. ¿Os inquietáis? ¿Por qué? ¿Tenéis miedo de equivocaros? Varias veces he hablado del pecado y cómo juzgarlo. Y, al juzgar, procurad tener en cuenta las siete condiciones según las cuales una acción puede ser pecado o no pecado, y de distinta gravedad. En una palabra: cuándo se ha pecado y cuántas veces; quién ha pecado; con quién; qué materia de pecado; cuál su causa; por qué se pecó. Pero no temáis. El Espíritu Santo os ayudará. Eso sí, os conjuro con todo mi corazón que observéis una vida santa, la cual aumentará de tal manera en vosotros las luces sobrenaturales, que llegaréis a leer sin error el corazón de los hombres y podréis, con amor o autoridad, decir a los pecadores, temerosos de manifestar su pecado o rebeldes para confesarlo, el estado de su corazón, ayudando a los tímidos y humillando a los impenitentes. ■ Tened presente que dejo la Tierra y que vosotros debéis ser lo que Yo he sido: justo, paciente, misericordioso, pero nunca débil. Os he dicho: lo que desatareis en la Tierra, será desatado en el Cielo, y lo que atareis aquí quedará atado en el Cielo. Por eso, después de dura reflexión, juzgad a cada hombre sin dejaros llevar de simpatías o antipatías, de regalos o amenazas: sed siempre imparciales en todo y para con todos como lo es Dios teniendo presente la debilidad del hombre y las insidias de los enemigos. ■ Os recuerdo que Dios permite algunas veces las caídas de sus elegidos, no porque a Él le agrada verlos caer, sino porque de una caída puede resultar un bien futuro mayor (9). Extended, pues, la mano al que cae porque no sabéis si esa caída puede ser la crisis final que remedia una enfermedad que para siempre termina, dejando en la sangre una purificación que produce salud, en nuestro caso: que produce santidad. ■ Sed, por el contrario, severos con los que no tengan respeto hacia mi Sangre y, acabada de lavar su alma por el lavacro divino,  se arrojan al cieno una y cien veces. No los maldigáis pero sed severos. Exhortadlos. Reciban vuestro llamamiento setenta veces siete. Recurriréis al extremo castigo de separarlos del pueblo elegido solo cuando su pertinacia en un pecado, causa de escándalo para los demás hermanos, os obligue a actuar para no haceros cómplices de sus acciones. Acordaos de lo que he dicho: «Si tu hermano ha pecado, corrígele a solas. Si no te escucha, corrígele ante dos o tres testigos. Si esto no basta, ponlo en conocimiento de la Iglesia. Si no escucha ni siquiera a la Iglesia, considéralo como gentil y publicano».
 Matrimonio.-  ■ El matrimonio en la religión mosaica es un contrato. En la nueva religión cristiana es un acto sagrado e indisoluble sobre el que bajará la gracia del Señor que hará de los cónyuges dos ministros suyos en la propagación de la especie humana. Tratad desde los primeros momentos de aconsejar al cónyuge procedente de la nueva religión que induzca al cónyuge que todavía no es creyente a entrar a formar parte de este número, para evitar dolorosas separaciones en el modo de pensar, y consiguientemente de paz, que hemos visto incluso entre nosotros. Pero cuando se trata de creyentes en el Señor, por ningún motivo se separe lo que Dios ha unido. Cuando se trate de una cristiana casada con un gentil, aconsejo que cargue su cruz con paciencia, dulzura y fortaleza, decidida aun a morir por su fe, pero sin abandonar a su esposo con quien se unió con pleno conocimiento. Este es mi consejo para una vida más perfecta en el estado matrimonial, mientras no sea posible —lo será con la difusión del cristianismo— tener matrimonios entre fieles. Entonces sagrado e indisoluble ha de ser el vínculo, y santo el amor (10). ■ Sería un mal si por la dureza de los corazones sucediera en la nueva religión lo que sucedió en la antigua: el permiso de repudio y disolución para evitar escándalos que provocó la voluptuosidad del hombre (11). En verdad os digo que cada uno debe llevar la cruz en todos los estados, y también en el matrimonial. Y también os digo que ninguna presión debe doblar vuestra autoridad al proclamar: «No es lícito» a quien quiere contraer otra vez el matrimonio, antes de que uno de los cónyuges haya muerto. ■ Os digo que es mejor que una parte corrompida se separe —ella sola o seguida por otros— antes que concederle, por retenerla en el cuerpo de la Iglesia, algo que sea contrario a la santidad del matrimonio, escandalizando a los humildes y siendo causa de que se formen opiniones desfavorables a la entereza sacerdotal como si hubiera sido influenciada por la riqueza o el poder. ■ El matrimonio es un acto grave y santo y para demostrarlo asistí a las bodas y realicé el primer milagro. Pero, ¡ay!, si degeneran sólo en libídine y capricho. El matrimonio, contrato natural entre hombre y mujer, que se eleve desde ahora en adelante a contrato espiritual por el cual de dos que se amen, juren servir al Señor en un amor recíproco, ofrecido a Él en señal de obediencia a su mandato de procreación para dar hijos al Señor (12).
 Unción de los enfermos.- ■ Otra cosa… Santiago, ¿te acuerdas de lo que te dije en el Carmelo? De ello te hablé, pero los demás no saben. Visteis a M. Magdalena que ungió mis pies en la cena del sábado en Betania y os dije: «Ella me ha preparado para la sepultura» y en realidad así lo hizo. No para la sepultura —ella creía que ese dolor estaba aún lejano—, sino para purificar mis pies de las impurezas del camino, para ungirlos y así subiera perfumado con óleo balsámico al trono. ■ La vida del hombre es un camino. La entrada del hombre en la otra vida debería ser la entrada en el Reino,  para subir al trono que el Padre le ha preparado. A todo rey se le unge y perfuma antes de subir a su trono y presentarse a su pueblo. También el cristiano es un hijo de rey, que recorre su camino en dirección al Reino a donde le llama el Padre. La muerte del cristiano no es sino la entrada al Reino para subir al trono que el Padre le ha preparado. La muerte no es temible para quien sabe que está en gracia de Dios. Ahora bien, purifíquese de todo residuo el cuerpo de aquel que deba subir al trono, para que se conserve hermoso para la resurrección; y purifíquese el espíritu, para que resplandezca en el trono que el Padre le ha preparado para que aparezca con la dignidad que corresponde al hijo de tan gran rey. Aumento de la Gracia, cancelación de los pecados de los que el hombre tenga pleno arrepentimiento, fuerza para anhelar el bien, comunicación de fuerza para el último combate: esto ha de ser la unción que se dé a los moribundos; o, dicho más propiamente, a los cristianos que estén para nacer, porque en verdad os digo que el que muere en el Señor nace a la vida eterna. ■ Repetid la acción de María Magdalena en los cuerpos de los elegidos. Y que ninguno lo tome como indigno de él. Yo acepté de manos de una mujer aquél óleo balsámico. Que todo cristiano se sienta honrado considerándolo una gracia suprema que le viene de la Iglesia de la que es hijo, y que lo acepte del sacerdote para quedar limpio de sus últimas manchas. Y que todo sacerdote gustosamente repita en el cuerpo de un hermano moribundo el acto de amor de Magdalena para con el Cristo penante. En verdad os digo que aquello que en aquella ocasión no hicisteis conmigo, dejando que una mujer os llevara la delantera, de lo que ahora os arrepentís amargamente, podéis hacerlo en el futuro, y tantas veces cuantas sean las que os inclinéis con amor hacia un moribundo para prepararle para su encuentro con Dios. Yo estoy en los mendigos y en los moribundos, en los peregrinos, en los huérfanos, en las viudas, en los prisioneros, en los que tienen sed, hambre, frío, en los que sufren o están cansados. Yo estoy en todos los miembros de mi Cuerpo místico, que es unión de mis fieles. Amadme en ellos y ofreceréis reparación por vuestro desamor de tantas veces, y me daréis gran alegría a Mí, y a vosotros os daréis mucha gloria.
 Sacerdocio.
.   “Transmitid en mi Nombre el Sacerdocio a los mejores de entre los discípulos. En verdad os digo que por las culpas del Templo esta nación será dispersada. Igualmente os aseguro que será destruida la Tierra cuando el abominio de la desolación entre en el nuevo sacerdocio”.- ■ Considerad que contra vosotros conspiran el mundo, la edad, la enfermedad, el tiempo, las persecuciones. Evitad, pues, el ser avaros de lo que habéis recibido y evitad la imprudencia. Transmitid en mi Nombre el Sacerdocio (13) a los mejores de entre los discípulos para que la Tierra no se quede sin sacerdotes. Y que sea un carácter sagrado, concedido después de un examen severo, basado no en palabras, sino en acciones de aquel que os pida ser sacerdote, o de aquel a quien juzguéis apto para serlo. Pensad en lo que es el sacerdote, en el bien o mal que puede hacer. ■ Tenéis ejemplo de lo que puede hacer un sacerdote venido a menos en su carácter sagrado. En verdad os digo que por las culpas del Templo esta nación será dispersada. Igualmente os aseguro que será destruida la Tierra cuando el abominio de la desolación (14) entre en el nuevo sacerdocio, arrastrando a los hombres a la apostasía para abrazar doctrinas infernales. Entonces surgirá el hijo de Satanás, y los pueblos, tremendamente horrorizados, gemirán, y pocos permanecerán fieles al Señor; entonces, entre convulsiones de horror, vendrá el fin después de la victoria de Dios y de sus pocos elegidos, y descenderá la ira de Dios sobre todos los malditos. ¡Desventura, tres veces desventura, si para esos pocos ya no hay santos, los últimos recintos del Templo de Jesús! ¡Desventura, tres veces desventura si para confortar a los últimos cristianos no hay verdaderos sacerdotes, como los habrá para los primeros. En verdad, la última persecución, no siendo persecución de hombres sino del hijo de Satanás y sus seguidores, será horrenda. ■ ¿Sacerdotes? Tan feroz será la persecución de las hordas del Anticristo, que los de la última hora deberán ser más que sacerdotes. Semejantes al hombre vestido de lino, como en la visión de Ezequiel (15), así ellos deberán, infatigablemente, con su perfección, marcar una Tau en los espíritus de esos pocos fieles, para que las llamas del infierno no la borren. ¿Sacerdotes? Ángeles. Ángeles que agiten el incensario cargado de los inciensos de sus virtudes para purificar los miasmas de Satanás. ¿Ángeles? Más que ángeles: otros Cristos, para que los fieles de los últimos tiempos puedan perseverar hasta el fin. Esto es lo que deberán ser. ■ Pero el bien y el mal futuros tienen su raíz en el tiempo presente. Las avalanchas de nieve empiezan con un copo de nieve. Un sacerdote indigno, impuro, lujurioso, hereje, infiel, incrédulo, tibio o frío, un sacerdote sin voluntad de serlo, hace un daño diez veces superior al que provoca un fiel culpable de los mismos pecados. La relajación en el sacerdocio, el acoger doctrinas impuras, el egoísmo, la avaricia, la concupiscencia en el Sacerdocio, ya sabéis a dónde desembocan: en el deicidio. Y en los siglos futuros ya no se podrá matar al Hijo de Dios, pero sí se podrá matar la fe en Dios, la idea de Dios. Por lo cual se realizará un deicidio mayor, mucho mayor porque carecerá de resurrección. Y, que se podrá realizar, lo estoy viendo, debido a los muchos Judas de Keriot que habrá en los siglos futuros. ¡Un horror!… ¡Mi Iglesia destrozada por sus mismos ministros!
.  ● Vendrán días en que el LIBRO quedará sustituido por todos los demás libros”.- ¡Y Yo sosteniéndola con la ayuda de las almas víctimas! ¡Y ellos, esos sacerdotes que tendrán solamente el vestido pero no el alma del sacerdote, se ocuparán en mover las olas agitadas por la Serpiente infernal contra tu barca, Pedro! ¡Entonces en pie! ¡Yérguete! Transmite esta orden a tus sucesores: «Mano al timón, mano dura con los náufragos que han querido naufragar y que quieren que naufrague la barca de Dios». Castiga, pero salva y sigue adelante. Sé severo, pues los piratas se hacen dignos de que se les castigue. Defiende el tesoro de la fe. Mantén en alto la luz cual faro, sobre las enfurecidas olas, para que los que siguen tu barca la vean y no perezcan. Pastor y navegante para los tiempos borrascosos, recoge, guía, levanta en alto mi Evangelio, porque en él y no en otra ciencia se encuentra la salvación.Lo mismo que nos ha sucedido a los de Israel, y aún más profundamente, llegarán tiempos en que el Sacerdocio creerá —por saber solo lo superfluo, desconociendo lo indispensable, o conociendo solo su forma muerta, esa forma con que ahora los sacerdotes conocen la Ley, o sea, no en el espíritu sino en su forma exterior, y exageradamente recargado de adornos— creerá, digo, con sus vestidos cargados de franjas, ser una clase superior. Vendrán días en que el libro quedará sustituido por todos los demás libros, y aquel será usado sólo como lo usaría uno que debiera utilizar forzadamente un objeto, mecánicamente; como un agricultor ara, siembra, cosecha sin pensar en la maravillosa providencia que hay en esa nueva multiplicación de semilla que sucede todos los años: una semilla arrojada en la tierra removida, que se hace tallo y espiga, luego harina, y luego pan por paterno amor de Dios. ¿Quién hay, que al llevar a la boca un pedazo de pan, levante su espíritu al que creó la primera semilla y desde siglos la hace renacer y crecer, haciendo caer sobre ella la lluvia y el calor para que germine y se alce y madure sin secarse o quemarse? Así, llegará el tiempo en que será enseñado el Evangelio científicamente bien pero espiritualmente mal. ■ Ahora bien, ¿qué es la ciencia a la que falta la Sabiduría? Paja tan solo. Paja que hincha pero que no nutre. Y en verdad os digo que vendrá un tiempo en el que demasiados sacerdotes de entre los Sacerdotes serán semejantes a hinchados pajares, soberbios pajares, que se mostrarán arrogantes con el orgullo de estar muy llenos, orgullo que les impedirá reconocerse tales, que creerán que a ellos se les deben las espigas como si éstas crecieran entre la paja; y creerán ser todo por tener toda esa paja, en vez del puñado de granos, del verdadero alimento que es el espíritu del Evangelio. ¡Un montón! ¡Un montón de paja! Pero ¿puede acaso bastar la paja? Ni siquiera lo es para la barriga del asno, y, si su dueño no le da cereales y forraje fresco, el asno nutrido solo con paja se debilita e incluso muere. ■ Pues bien, os digo que vendrán días en que los Sacerdotes, olvidando que con pocas espigas instruí a los espíritus en orden a la verdad, y olvidando también lo que costó a su Señor ese pan verdadero del espíritu —que mana solo de la Sabiduría divina, que se llama Palabra divina, la cual es majestuosa en su estilo doctrinal, que, al repetirse, es siempre nueva y siempre vieja, y que si se le repite es para que no se pierdan las verdades, humilde en su forma, sin atavíos de ciencias humanas, sin añadiduras históricas o geográficas— esos Sacerdotes, digo, no se preocuparán del alma de ese pan del espíritu, sino sólo del revestimiento con que presentarlo, para hacer ver a las multitudes cuántas cosas saben, y el espíritu del Evangelio quedará difuminado en ellos bajo avalanchas de una ciencia humana (16). Pero, si no lo poseen ¿cómo pueden transmitirlo? ¿Qué darán a los fieles estos pajares hinchados? Paja. ¿Qué alimento podrán recibir de ellos los corazones de los fieles? Pues lo que no da para más que para llevar una vida lánguida. ¿Qué fruto producirán de esta enseñanza y de este conocimiento imperfecto del Evangelio? Pues el enfriamiento de los corazones, el que entren doctrinas heréticas, doctrinas e ideas más que heréticas incluso, en vez de la verdadera y única Doctrina; y la preparación del terreno para la Bestia (17), para su fugaz reino de hielo, tinieblas y horror. ■ En verdad os digo que, de la misma manera que el Padre y Creador multiplica las estrellas para que el cielo no se despueble, por las que, terminada su vida, perecen, así, igualmente, Yo tendré que enseñar el Evangelio cien y mil veces a mis discípulos a los que esparciré entre los hombres a lo largo de los siglos. Y también en verdad os digo que el destino de éstos será como el mío; es decir, la Sinagoga y los orgullosos les perseguirán como lo hicieron conmigo. Pero tanto Yo como ellos tenemos nuestra recompensa: la de hacer la Voluntad de Dios, y la de servirle hasta la muerte de cruz para que su gloria resplandezca y el conocimiento de Él no se apague. ■ Pero tú, Pontífice, y vosotros, Pastores, estad atentos de que en vosotros y en vuestros sucesores no se pierda el espíritu del Evangelio. Rogad sin cesar al Espíritu Santo para que se renueve en vosotros un constante Pentecostés —no comprendéis lo que estoy diciendo, mas pronto, lo comprenderéis— para que podáis comprender todas los idiomas,  discernir mis Voces de las del eterno Mono, imitador de Dios que es Satanás, y elegir aquellas. Y no dejéis que caigan en el vacío mis Voces futuras. Cada una de ellas es una misericordia mía para vuestra ayuda; y esas Voces, cuanto más vea Yo, por razones divinas, que el Cristianismo las necesita para vencer las borrascas de los tiempos, más numerosas serán. ■ Pedro, pastor y nauta. No te bastará un día ser pastor, si no eres nauta, ni ser nauta, si no eres pastor. Una y otra cosa debes ser para tener unidos a los corderos, a los que tenazas y trampas infernales tratarán de arrancar con melodías de promesa infernales, con que querrán seducirte, y seguir adelante con tu barca, a la que atacarán vientos de todas clases, de norte y sur, poniente y oriente, barca que se verá atacada por las fuerzas de lo profundo, asaeteada por los arqueros de la Bestia, envuelta en las miasmas del Dragón, rodeada por su cola, en tal forma que los imprudentes se verán envueltos en llamas y perecerán en medio de enfurecidas olas. Pastor y nauta en tiempos verdaderamente dificultosos… Tu brújula sea el Evangelio. En él se encuentra Vida y Salvación. Todo se encuentra en él. Todos los artículos del Código santo, todas las respuestas para los múltiples casos de las almas se encuentran en él. Procura que no se separen de él ni los Sacerdotes ni los fieles. Procura que no vengan dudas sobre él, ni alteraciones a él, ni sustituciones ni sofisticaciones. Yo mismo soy el Evangelio. Desde mi nacimiento hasta la muerte. En el Evangelio está Dios. Porque en él se muestran a las claras las obras del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo. El Evangelio es amor. Yo he dicho: «Mi Palabra es Vida». He dicho: «Dios es caridad». Por lo tanto, que conozcan los pueblos mi Palabra, que sepan qué significa conocer a Dios. Para tener el Reino de Dios. Porque el que no está en Dios, no tiene en sí la Vida. Porque los que no aceptan la Palabra del Padre, no podrán ser una cosa con el Padre, conmigo y con el Espíritu Santo en el Cielo, y no podrán pertenecer a ese único Redil que es santo como Yo quiero que lo sea. No serán sarmientos unidos a la Vid, porque quien rechaza todo o parte de mi Palabra es un miembro por el que ya no circula la savia de la Vid. Mi Palabra es savia que alimenta y hace crecer y producir frutos».
* Predicciones sobre la Iglesia.
. El Espíritu Santo: “Él os guiará. Paso vuestras almas de mi Luz a su Luz y Él completará vuestra formación”.- ■ Dice Jesús: «Todo esto haréis en recuerdo de Mí, que os lo he enseñado. Mucho más os debería decir. Me conformo con haber echado la semilla. El Espíritu Santo la hará germinar. He querido daros Yo la semilla, porque conozco vuestros corazones y sé cuánto titubearíais, a causa del miedo, por indicaciones espirituales, inmateriales. El miedo de ser engañados paralizaría vuestra voluntad. Por eso he querido hablaros, Yo primero, de todas estas cosas. Luego el Paráclito os recordará mis palabras y os las ampliará más detalladamente. Y no tendréis por qué temer, porque recordaréis que fui Yo quien os di la primera semilla. ■ Dejaos conducir por el Espíritu Santo. Si mi mano os ha guiado con dulzura, su Luz es dulcísima. Él es el Amor de Dios. De este modo Yo me voy contento porque sé que Él ocupará mi lugar y os guiará al conocimiento de Dios. Todavía no lo conocéis, pese a que os he hablado mucho de Él. En esto no tenéis ninguna culpa. Habéis hecho todo lo posible por comprenderme y por tanto estáis justificados, a pesar de que hayáis comprendido poco en tres años. La falta de la Gracia ofuscaba vuestro espíritu. Aun ahora mismo entendéis poco, aunque la Gracia de Dios haya descendido sobre vosotros desde mi cruz. Tenéis necesidad del Fuego. A uno de vosotros hablé un día, cuando caminábamos por la ribera del Jordán. ■ Ha llegado la hora. Regreso a mi Padre, pero no os dejo solos, porque os dejo la Eucaristía, esto es, a vuestro Jesús hecho alimento para los hombres. Y os dejo al Amigo: al Paráclito. Él os guiará. Paso vuestras almas de mi Luz a su Luz y Él completará vuestra formación”.
 Israel, gentiles y la nueva Iglesia.- ■ Todos están consternados:  “¿Nos dejas ahora? ¿Aquí? ¿En este monte?”. Jesús: “Todavía no. Pero el tiempo vuela y pronto llegará el momento”. Isaac, de rodillas y con las manos extendidas, suplica: “¡No me dejes en la Tierra sin Ti, Señor! Desde tu Nacimiento hasta tu Muerte, desde tu Muerte hasta tu Resurrección, siempre te he amado. Cosa muy triste será saber que no estás más ya entre nosotros. Acogiste la súplica del padre de Eliseo (18). A muchos has escuchado. ¡Escúchame a mí también, Señor!”. Jesús: “La vida, que todavía te queda, puedes emplearla en predicarme, y tal vez en ser mártir. Por amor mío, que me conociste de pequeño, has sabido ser mártir, ¿temes serlo por Mí que he resucitado?”. Isaac: “Mi gloria será seguirte, Señor. Soy un pobre e ignorante. Todo lo que he podido dar, lo he dado con buena voluntad. Ahora quisiera tan solo seguirte. Pero hágase como quieres, ahora y siempre”. Jesús pone la mano sobre la cabeza de Isaac y mantiene haciendo una larga caricia mientras se dirige a todos los presentes: “¿No tenéis preguntas para hacerme? Son las últimas lecciones. Hablad a vuestro Maestro… ¿Veis cómo los pequeños tienen confianza en Mí?”. De hecho, Marziam también hoy apoya su cabeza en el cuerpo de Jesús, procurando estar fuertemente pegado a Él; e Isaac tampoco ha mostrado reticencia en manifestar su deseo. Pedro dice: “Así es… queremos preguntarte algunas cosas…”. Jesús: “Hacedlo, pues”. ■ Pedro: “Bueno… Ayer por la tarde, después de que te separaste, hablamos entre nosotros acerca de lo que habías dicho. Ahora otras palabras se acumulan en nosotros por lo que acabas de decir. Ayer, y también hoy, si lo pensamos bien, has hablado como si fueran a surgir herejías y divisiones, y pronto además. Esto nos hace pensar que tendremos que ser muy prudentes con los que quieran incorporarse a nosotros. Porque está claro que en ellos estará la semilla de la herejía y de la división”. Jesús: “¿Lo crees? ¿Y no está ya dividido Israel, respecto a venir a Mí? Tú quieres decir que el Israel que me ha amado, nunca será hereje y nunca estará dividido. ¿No? Pero, ¿acaso ha estado unido alguna vez, desde hace siglos?, ¿acaso estuvo unido, incluso, en los momentos de su antigua formación? ¿Y ha estado unido en seguirme? En verdad os digo que está en él la raíz de la herejía”. Pedro: “Pero…”. Jesús: “Pero es idólatra y vive en la herejía, desde hace siglos, bajo la apariencia externa de fidelidad. Ya conocéis sus ídolos y sus herejías. Los gentiles serán mejores que él. Por eso, Yo no los he excluido, y os digo que hagáis lo que Yo he hecho. ■ Esta será una de las cosas más difíciles para vosotros. Lo sé. Pero recordad los profetas, que hablan de la vocación de los gentiles y de la dureza de los judíos (19). ¿Qué razón tendríais para cerrar las puertas del Reino a los que me aman y vienen a la Luz que su corazón anhelaba? ¿Los creéis más pecadores que vosotros, porque hasta ahora no han conocido a Dios; porque han seguido su religión y la seguirán hasta que no se sientan atraídos por la nuestra? Esto no debéis hacer. Os aseguro que muchas veces son mejores que vosotros porque, profesando una religión que no es santa, saben ser justos. En  ninguna nación o religión faltan hombres buenos. Dios mira las obras de los hombres, no sus palabras (20). Y si ve que un gentil, con su corazón recto, hace naturalmente lo que la Ley del Sinaí manda ¿por qué debería considerarle como algo aborrecible? ¿No es aún más meritorio el que un hombre, que no conoce el mandato de Dios de no hacer esto o aquello porque está mal, se imponga por sí mismo un imperativo de no hacer lo que su razón le dice que no es bueno y lo siga fielmente?… ¿no es esto mayor respecto al mérito relativo de aquel que, conociendo a Dios, fin último del hombre, y conociendo la Ley, que permite conseguir este fin, haga continuos compromisos y cálculos para adecuar el mandamiento que es perfecto a su voluntad corrompida? ¿Qué os parece? ¿Os parece que Dios aprecia las escapatorias que Israel ha puesto a la obediencia para no tener que sacrificar mucho su concupiscencia? ¿Os parece bien que cuando salga de este mundo un gentil, justo ante Dios por haber seguido la recta ley que su conciencia le dictaba, Dios le juzgue como demonio? Os aseguro: Dios juzgará las acciones de los hombres, y Yo, el Juez de todas las gentes, premiaré a aquellos en quienes el deseo del alma tuvo voz de íntima ley para llegar al fin último del hombre, que es unirse nuevamente a su Creador, con el Dios desconocido para los paganos  pero sentido como Dios verdadero y santo, que vive más allá del escenario pintado de los dioses falsos del Olimpo. ■ Es más, procurad no ser escándalo para los gentiles. Muchas veces ha sido mancillado el nombre de Dios entre los gentiles por las obras de los hijos del pueblo de Dios. No os creáis tesoreros absolutos de mis dones y de mis méritos. He muerto por judíos y gentiles. Mi Reino será para todas las gentes. No abuséis de la paciencia con que Dios os ha tratado hasta este momento, diciéndoos a vosotros mismos: «A nosotros todo nos está permitido». No. Yo os lo digo. Desde ahora no existe éste o aquél pueblo. Existe mi Pueblo. Y en él tienen igual valor los vasos que se han gastado en el servicio del Templo y los que ahora se colocan en las mesas de Dios. Aún más, muchos vasos gastados en el servicio del Templo, pero no de Dios, serán arrinconados, y, en vez de ellos, sobre el altar, serán colocados los que ahora no conocen ni incienso ni aceite ni vino ni bálsamo, pero están deseosos de llenarse de esto y de ser usados para la gloria del Señor. No exijáis mucho a los gentiles. Basta con que tengan fe y obedezcan a mi palabra. ■ Una nueva circuncisión toma el lugar de la antigua. De ahora en adelante, la circuncisión del hombre es la del corazón; la del espíritu, mejor aún que la del corazón; pues la sangre de los circuncisos, que significa purificación de aquella concupiscencia que excluyó a Adán de la filiación divina, ha quedado substituida por mi Sangre purísima, la cual vale tanto para el circunciso como para el incircunciso en cuanto al cuerpo, con tal de que tenga mi Bautismo y de que renuncie a Satanás, al mundo y a la carne por amor Mí. No despreciéis a los incircuncisos. Dios no despreció a Abraham, a quien, por su justicia y antes de que la circuncisión mordiera su carne, eligió para ser la cabeza de su pueblo. Si Dios habló a Abraham cuando todavía no estaba circuncidado, para transmitirle sus mandamientos, vosotros podréis acercaros a los incircuncisos para instruirlos en la Ley del Señor. Considerad cuántos pecados y a qué pecado han llegado los circuncisos. No seáis, pues, inexorables para con los gentiles”.
 Herejes, trabajo pro-ecuménico, cismáticos.- ■Pedro objeta: “¿Pero tenemos que decirles a ellos lo que Tú nos has enseñado? No entenderán nada porque no conocen la Ley”. Jesús: “Eso es lo que pensáis. ¿Pero ha comprendido tal vez Israel, que conoce la Ley y los Profetas?”. Pedro: “No. ¡Tienes razón!”. Jesús: “Reflexionad en lo siguiente. Diréis lo que el Espíritu os sugiriera que digáis, de viva voz, sin temor, sin querer entrometer lo vuestro. Cuando surjan entre los fieles falsos profetas que dijeren que sus ideas son inspiradas y cuando haya herejes, los combatiréis por medios más firmes. Mas no es preocupéis. El Espíritu Santo os guiará. Nunca os digo cosa alguna que no se cumpla”. ■ Pedro: “¿Y qué vamos a hacer con los herejes?”. Jesús: “Con todas vuestras fuerzas combatid la herejía en sí misma, pero tratad de convertir para el Señor a los herejes. No os canséis de buscar las ovejas que se hayan extraviado y de llevarlas al Redil. Orad, sufrid, haced que otros oren, que sufran, pedid sacrificios a los corazones puros, a los buenos, a los generosos, para que así se conviertan los hermanos. Mi Pasión continúa en los cristianos. No os he excluido de esta gran obra que es la Redención del mundo. Sois todos miembros de un único cuerpo. Ayudaos entre vosotros, y quien esté sano y sea fuerte que trabaje para los más débiles, y ■ quien esté unido que extienda las manos y llame a los hermanos que están lejos”. Pedro: “¿Pero los habrá, después de haber sido hermanos en una única casa?”. Jesús: “Los habrá”. Pedro: “¿Y por qué?”. Jesús: “Por muchas razones. Todavía llevarán mi Nombre. Es más, se gloriarán de él. Trabajarán para darlo a conocer. Contribuirán a que Yo sea conocido hasta en los confines de la Tierra. Dejadlos que lo hagan, no se lo impidáis, porque os recuerdo que el que no está contra Mí, está de mi parte. ¡Pero… pobres hijos! Su trabajo estará siempre parcial; sus méritos serán siempre imperfectos. No podrán estar en Mí si están separados de la Vid. Sus obras serán siempre incompletas. Vosotros —digo «vosotros» y hablo a los que os sucederán—, id a donde están ellos. No digáis farisáicamente: «No voy, para no contaminarme», o por pereza: «No voy porque ya hay quien predica al Señor», o por temor: «No voy para no ser repelido por ellos». Id. Os lo mando. Id a todas las gentes. Id hasta los confines del mundo para que sea conocida mi Doctrina y mi única Iglesia. Para que las almas puedan entrar a formar parte de ella”.
. Cuerpo Místico: Iglesia Triunfante, Docente-Militante, Purgante.- ■ Preguntan: “¿Y diremos o escribiremos todas tus acciones?”. Jesús: “Ya os lo he dicho. El Espíritu Santo os aconsejará sobre la conveniencia de decir o callar según las circunstancias. Ya estáis viendo que todo lo que he realizado es creído o negado, y que algunas veces, blandido por manos que me odian, se toma como arma contra Mí. Me han llamado Belcebú cuando, como Maestro y en presencia de todos, realizaba milagros. ¿Qué dirán ahora, cuando sepan que de una manera tan sobrenatural he obrado? Seré blasfemado aún más. Y a vosotros desde el primer momento se os perseguirá. Por esto guardad silencio hasta que llegue la hora de hablar”. Preguntan: “¿Pero y si esa hora llegara cuando ya nosotros, testigos, hubiéramos muerto?”. Jesús: “En mi Iglesia habrá siempre sacerdotes, doctores, profetas, exorcistas, confesores, carismáticos con poder de realizar milagros, inspirados: todo lo que necesitare para que las gentes tengan en ella de lo que les hiciera falta. El Cielo, la Iglesia triunfante, no dejará sola a la Iglesia docente, y ésta socorrerá a la Iglesia militante. No son tres cuerpos. Son un solo Cuerpo. No hay división entre ellas, sino comunión de amor y de fin: amar la Caridad; gozar de la Caridad en el Cielo, su Reino. Por eso, también la Iglesia militante deberá, con amor, ayudar con sufragios a esa parte suya que, destinada a la triunfante, todavía está excluida de ésta por razón de la satisfactoria reparación de las faltas absueltas pero no expiadas enteramente ante la perfecta divina Justicia. ■ En el Cuerpo místico todo debe hacerse por el amor y en el amor, porque el amor es la sangre que circula por él. Socorred a los hermanos que padecen el purgatorio. De la misma manera que he dicho que las obras de misericordia corporales os conquistan un premio en el Cielo, de igual forma os digo que os lo conquistan las espirituales. Y en verdad os digo que el sufragio para los difuntos, para que entren en la paz, es una gran obra de misericordia, por la que os bendecirá Dios y las almas de los difuntos os quedarán agradecidas. Os digo que, cuando en el día de la resurrección de la carne, estéis todos congregados ante Mí Juez, entre aquellos que bendeciré estarán los que tuvieron amor por los hermanos purgantes ofreciendo y rogando por su paz. Os aseguro que ninguna acción buena quedará sin fruto, y muchos resplandecerán vivamente en el Cielo sin haber predicado ni administrado sacramentos ni realizado viajes apostólicos, sin haber abrazado especiales estados, sino solamente por haber orado y sufrido por alcanzar el descanso eterno a los que están en el Purgatorio, por llevar a la conversión a los mortales. ■ También estas personas, sacerdotes desconocidos al mundo, apóstoles ignorados, víctimas que solo Dios ve, recibirán el premio de los obreros del Señor, pues habrán hecho de su vida un perpetuo sacrificio de amor por sus hermanos y por la gloria de Dios. En verdad os digo que se llega a la vida eterna por muchos caminos y uno de ellos es éste, y que tanto ama mi corazón. ¿Tenéis alguna cosa que preguntar?”.
 ¿Quién debe elegir al duodécimo Apóstol?.-  ■ Pedro: “Señor, ayer y no sólo ayer, pensábamos que habías dicho: «Vosotros os sentaréis sobre los doce tronos para juzgar a las doce tribus de Israel». Pero somos once…”. Jesús: “Elegid al duodécimo. Te toca a ti, Pedro”. Pedro: “¿A mí? ¡A mí no, Señor! Señálalo Tú”.  Jesús: “Elegí una vez a mis doce, los formé. Después elegí a su Cabeza (21). Les di la Gracia y les infundí el Espíritu Santo. Toca ahora a ellos caminar pues no son unos infantes, incapaces de hacerlo”. Pedro: “Dinos al menos sobre quién podemos poner los ojos”. Jesús, haciendo una señal en círculo sobre los que, de los setenta y dos, están presentes, responde: “Ved. Ésta es la parte selecta de la grey”. Ellos suplican: “Nosotros no, Señor, nosotros no. El lugar del traidor nos llena de miedo. Tomamos a Lázaro, ¿quieres?”.  Jesús no responde. “A José de Arimatea o a Nicodemo, ¿qué te parece?”.  Jesús sigue callado. “¡Está claro! Tomemos a Lázaro”. Jesús pregunta: “¿Queréis dar al amigo perfecto el lugar que vosotros no queréis?”. Zelote interrumpe: “Señor, quisiera decir una palabra”. Jesús: “Habla”.  Zelote: “Lázaro, por amor a Ti, estoy seguro, aceptaría este puesto, y lo ocuparía de una manera tan perfecta, que haría olvidar de quién fue ese puesto. Pero no me parece conveniente por varias razones. Las virtudes espirituales de Lázaro se encuentran en muchos de entre los humildes de tu rebaño. Y creo que sería mejor dar a éstos la preferencia, para que los fieles no digan que se tuvo en cuenta solo el poder y las riquezas, cosa que hacen los fariseos, en lugar de la virtud a secas”. Jesús: “Has hablado bien, Simón. Tu amistad por Lázaro no ha sido ningún impedimento para poner las cosas en su justo punto”. Zelote: “Entonces que ocupe su puesto Marziam. Es un jovencito”. Marziam dice: “Para tapar ese horrible vacío yo aceptaría, pero no soy digno. ¿Cómo podré yo, que soy un muchacho, hablar a quien es un adulto? Señor, di si tengo razón o no”. Jesús: “La tienes. Pero no tengáis prisa. Vendrá la hora y os extrañaréis entonces de haber tenido todos igual modo de pensar. Entre tanto orad. Yo me retiro. Procurad que todos estéis para el catorce de Ziv en Betania (22). ■ Se pone en pie, mientras todos se arrodillan postrándose con la cara sobre la hierba. Los bendice y la luz, su mensajero tanto cuando llega como cuando se va, le envuelve, le esconde, absorbiéndole dentro de sí. (Escrito el 22 de Abril de 1947)
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1  Nota  :  Zacarías: Cfr.  Personajes de la Obra magna:  Zacarías, el joven levita.   2  Nota  : “La  Gracia ha sido devuelta a los justos hasta mi Muerte”, es decir, a los justos que han vivido hasta mi Muerte, distintos de los próximos (para los cuales se requiere un medio: el Bautismo).   3  Nota  :  La Tau.  Cfr.  Ez.9.   4  Nota  :  Agua lustral.- Cfr.  Núm.  19,17-22.   5  Nota  :  Aguas saludables.  Cfr.  Ez.  47,1-12.   6  Nota  :  “Los bautizados recibirán el nombre de cristianos —para diferenciarlos de otros ritos, futuros o pasados—, que serán ritos pero no serán signos indelebles en la parte inmortal”.- Esta explicación además de original es muy exacta.   7  Nota  :  Cfr. Éx.  29,1-35;  Lev. 8.  8 Nota : “Escucharéis confesiones de pecados, tal y como he escuchado las vuestras y las de muchos y he perdonado donde hay verdadero arrepentimiento”.- En el Nuevo Testamento no se habla jamás de una “espontánea confesión” de los pecados que hubieran hecho los pecadores a Jesús, a Apóstoles y Presbíteros, pero es admisible, porque psicológicamente es imposible que un pecador —especialmente enfermo y sobre todo hebreo— se encuentre en contacto con un Médico espiritual, taumaturgo o no, y bajo la presión del temor o amor, fruto del dolor, no le abra el corazón con el fin de obtener el perdón de Dios por un siervo suyo.   9  Nota  :  Cfr.   Ecclo.  15,11-21.   10  Nota  : “Entonces sagrado e indisoluble ha de ser el vínculo, y santo el amor”.- Cfr. Mt. 5,27-32; 19,1-9; Mc. 10,1-12; Lc. 16,18; 1 Cor. 7; Rom. 7,1-3.  11 Nota :  Permiso de repudio.  Cfr. Deut. 24,1-4.  12 Nota : “El matrimonio es un contrato espiritual por el cual dos almas que se aman, juran servir al Señor en su mutuo amor, que le ofrecen en señal de obediencia a su mandato de la procreación para darle hijos al Señor”.- La escritora afirma, pues, los dos elementos del matrimonio: el amor mutuo entre los dos cónyuges y la procreación. Cfr. para ilustración Con. Ecum Vaticano II Constitución Pastoral “Gaudium et Spes” acerca de la Iglesia en el mundo contemporáneo, parte II, cap.I. n. 47-52.  13 Nota : Aquí se empieza a hablar del Sacramento del Orden Sagrado, al sumo del cual hay el Sacerdocio. Los laicos son llamados sacerdotes como miembros de la Iglesia, la cual, siendo el Cuerpo místico de Jesús, sumo y eterno sacerdote, participa del sacerdocio de Jesús. Naturalmente, los sacerdotes, quienes —además de la efusión del Espíritu Santo en el Bautismo, Confirmación y Eucaristía— han recibido una comunicación particular y sobreabundante del Divino Paráclito por medio de la imposición de las manos y oraciones, gozan de una amplia y profunda participación del sacerdocio de Jesús, que los hace semejantes a Él, exactamente en su prerrogativa y en todos sus poderes sacerdotales (Cfr. Ju. 20,21-23 ritos de la consagración episcopal y sacerdotal según las diversas liturgias). Por esto, los obispos y sacerdotes, si con su vida ardiente de amor sobrenatural, representan a Jesús sacerdote y víctima, como padres y maestros están a la cabeza del ejército de los santos laicos. La Iglesia de Cristo se adornó y se ha adornado siempre de obispos y sacerdotes que llevaron y llevan una vida santa, y son la luz y guía del pueblo de Dios.  14 Nota : Abominio de la desolación. Cfr.  Dan.  9-12.  15 Nota : Hombre vestido  de lino. Cfr.  Ez. 9-10.  16 Nota : “El espíritu del Evangelio, bajo la avalancha de una ciencia humana, desaparecerá”.- El mejor medio de estudiar la Biblia es tratarla no solo como un libro humano, sino como lo es, un libro divino. El Conc. Vat. II, resumiendo y adaptando las normas escritas en las Encíclicas de León XIII, Benedicto XV, Pío XII y en otros documentos, ha sintetizado el método del estudio. Cfr. Constitución Dogmática “Dei verbum”, cap. III. n.12.  17 Nota : Preparación del terreno para la Bestia.- Cfr. Dan. 7.  18  Nota  : Padre de Eliseo.-  Cfr.  10-632-268:  VII: aparición de Jesús Resucitado a Abraham, sinagogo de Engaddi. Relatado en el tema “Jesús Resucitado”.  19  Nota  : Profetizan la vocación de los gentiles:  por ejemplo en Is. 45,14-17; 49,5-6; 55,5; 60; Jer. 16,19-21; Miqueas 4,1-2; Sofonías 3,9-10; Zacarías 8,20-23; Y profetizan la dureza de los judíos; por ejemplo, en Éxodo 32,7-10;33,5;34,8; Deuteronomio 9,1-14;31,24-27; 2 Crónicas 30,7-8; 36,14-16; Jeremías 3,6-25; 4,1-4; 7,21-28; Ezequiel 2,3-8; 3,4-9; 6,11-14; 7,15-27; 8; 11,2-12; 20; 22.   20 Nota :  Dios mira las obras  de los hombres,  no sus palabras. Cfr. Is. 29,13-14.   21 Nota : “Yo elegí a su Cabeza”. Cfr.  Mt.  16,13-20; Lc. 22,31-32; Ju. 21,15-18. La figura de Pedro aparece en las listas como el primero Cfr. Mt.10,1-4; Mc. 3,13-19; Lc. 6,12-16; Hech. 1,12-14; etc…; en sus intervenciones: Mt.16,13-20; 18,21-22; Ju. 6,67-71; Hech. 2,14-5,33 etc…  22 Nota : Catorce del Ziv en Betania.- Jesús cita a todos a Betania para el día de la Pascua Suplementaria que la celebrará para los que no pudieron cumplir con la Pascua. Era costumbre judía la celebración de la Pascua Suplementaria en el decimocuarto día del mes sucesivo al 14 del mes de Nisán, es decir, el 14 del mes de Ziv, para aquellos que no hubiera podido celebrar la Pascua
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10-636-339 (11-22-799).- La Pascua Suplementaria, o pequeña Pascua, en la casa del Getsemaní. Enseñanza de Jesús sobre cómo celebrar —y celebrar dignamente— el Sacrificio eucarístico.
* En Betania. Presencia visible de Jesús para unos y no visible pero sí sensible para otros.- ¡Los secretos del Rey!.- Esta vez la orden de Jesús se ha cumplido al pie de la letra. Betania está llena de discípulos. Los prados, los senderos, los huertos, el olivar están llenos de gente. Y, no siendo éstos suficientes para contener a tantas personas, que además no quieren dañar los bienes del amigo de Jesús, muchos se han esparcido por entre los olivos que conducen de Betania a Jerusalén por el camino del monte de los Olivos. Los discípulos antiguos están más cerca de la casa; más lejanos, muchos otros. Caras conocidas y desconocidas que varias veces he visto. ¿Pero quién podría ya reconocer tantas caras y recordar tantos nombres? Me parece que han de ser un centenar. De cuando en cuando alguna cara o un nombre me recuerdan que se trata de alguien que recibió algún favor de Jesús o de un convertido, tal vez en el último momento. Pero me declaro incapaz de recordar tantas caras y tantos nombres. Sería como pretender que hubiera reconocido a los que estaban en la multitud que se apiñaba en las calles de Jerusalén el Domingo de Ramos, o en el doloroso Viernes, o en el Calvario. ■ Los apóstoles entran en la casa de Simón Zelote, o salen de ella, moviéndose entre las personas para mantenerlas en calma o responder a sus preguntas. Los ayudan en esto Lázaro y Maximino. Tras las puertas-ventanas del piso superior de la casa de Simón se ven aparecer y desaparecer todas las caras de las discípulas: cabelleras grises u oscuras, entre las que resaltan las cabezas rubias de Magdalena y Áurea. De vez en cuando,  alguna de ellas se asoma a mirar y luego se retira. Están todas. Jóvenes y ancianas. Incluso las que jamás habían venido como Sara de Afeq. En la terraza juegan los niños que recogió Sara, los nietos de Ana de Merón, María y Matías, el niño Shalem (el niño deforme, nieto de Nahúm, que ahora es feliz) y otros más: una bandada de pajarillos felices, vigilados por Marziam y por otros discípulos también jóvenes como el pastorcillo de Enón y Yaia de Pela. Veo también entre los niños al niño de Sidón, que era ciego (se supone que su padre lo trajo consigo). ■ En medio de un hermosísimo crepúsculo el sol va desapareciendo. Pedro solicita el parecer de Lázaro y de sus compañeros: “Yo creo que convendrá decir a la gente que puede irse. ¿Qué os parece? Hoy tampoco vendrá. Y muchos de éstos tienen que celebrar esta noche la pequeña Pascua”. Lázaro dice: “Sí. Es mejor decirles que vayan. Tal vez el Señor ha considerado conveniente no venir hoy. En Jerusalén se han reunido todos los del Templo. No sé cómo les llegó la voz de que Él venía y…”. Tadeo pregunta con vehemencia: “Bueno, y aun así… ¿qué cosa pueden hacerle ya?”. Lázaro dice: “Te olvidas que ellos son ellos. Y con esto he dicho todo. Aunque a Él no pueden hacerle nada malo, a éstos que han venido a adorarle sí pueden hacerles mucho daño. Y el Señor no quiere perjudicar a sus fieles. Además, ¿tú crees que ellos —cegados como están por su pecado y por ese pensamiento suyo, siempre el mismo, inmutable—, entre el barullo de ideas que hay en su cabeza, no tienen también la de que el Señor haya resucitado, o sea, de que no murió y que haya salido de allí como uno que se despertara, por sí solo o con la complicidad de otros? ¡No sabéis qué maraña de pensamientos, qué cantidad de suposiciones hierve en ellos! Ellos se lo han procurado a sí mismos por no confesar la verdad. Se puede decir con toda razón que los cómplices de ayer están hoy divididos por la misma causa que antes los unía. Y a algunos les han seducido sus ideas. ¿No veis que algunos ya no están entre los discípulos?…”. Bartolomé exclama: “¡No te preocupes! Otros mejores han venido. No cabe duda de que, entre los que no han venido hay que buscar a los que han dicho al Sanedrín que el Señor estaría aquí el catorce del segundo mes; y después de la delación no han tenido el valor de venir. ¡Fuera! ¡Fuera! ¡Basta ya de traidores!”. Zelote asegura: “¡Siempre los tendremos, amigo mío! ¡El hombre…! Demasiado fácilmente cede ante las impresiones y sugestiones. Pero no debemos temer. El Señor ha dicho que no debemos tener miedo”. Pedro afirma: “Y así es. No tenemos miedo. Hace pocos días, todavía teníamos miedo. ¿Os acordáis? Yo, por mi parte, cuando pensaba en el regreso aquí sentía miedo. Ahora me parece que no siento este temor. Pero no me fío mucho de mí. Y tampoco vosotros os fiéis demasiado de vuestro Cefas, porque ya una vez he demostrado que soy barro que se deshace, en vez de una piedra de granito. ■ Pues bien, digamos a éstos que se vayan. Hazlo, Lázaro”. Lázaro replica: “No, Simón Pedro. No me toca a mí, tú eres el jefe…”, y pone amistosamente un brazo sobre el hombro de Pedro empujándole cariñosamente hacia la escalera y, escalera arriba, hasta la terraza, que rodea la casa de Simón Zelote. Pedro hace señal de que va a hablar, la gente que está cerca guarda silencio y los que están más retirados se acercan. Pedro espera a que todos estén a su alrededor, y luego habla: “Escuchadme, vosotros que habéis venido de todas partes de Israel. Os exhorto a que volváis a la ciudad. El sol he empezado a meterse. ¡Idos, pues! Si Él viene, os lo haremos saber cueste lo que cueste. Dios esté con vosotros”. Se retira. Entra a una habitación vasta y luminosa donde están congregadas alrededor de la Virgen todas las discípulas más fieles, así como las otras mujeres que amaban al Señor como Maestro, a pesar de no haberle seguido en sus desplazamientos. Pedro va a sentarse en un rincón y mira a María que le sonríe. ■ La gente, allá afuera, lentamente se divide en dos partes: la de los que se quedan y la de los que vuelven a la ciudad. Se oyen las voces de los adultos que llaman a los niños, y de éstos que responden. Después el murmullo desciende de tono. Pedro: “Y ahora, vámonos también nosotros”. Marziam le dice: “Padre, pero el Señor prometió que vendría…”. Pedro: “¡Ya lo sé! Pero estás viendo que no ha venido. Y es el día prescrito”. Magdalena dice: “Así es. Y mi hermano ha preparado todo para vosotros. Y aquí llega Marcos de Jonás, que viene para acompañaros y abriros el cancel. Pero también voy yo. Vayamos todos. Lázaro ha preparado para todos”. Pedro: “¿Y con tanta gente dónde tendremos la cena?”. Magdalena: “El mismo Getsemaní hará de Cenáculo. Dentro de la casa, en una de sus habitaciones estarán los que Jesús señaló. Fuera, junto a la casa las mesas de los demás. Así lo ha querido”. Pedro: “¿Quién? ¿Lázaro?”. Magdalena: “¡El Señor!”. Pedro: “¿El Señor? ¿Cuándo vino?”. Magdalena: “¡Qué importa el día! El caso es que vino y habló con Lázaro”. ■ Bartolomé dice: “Creo que Él viene, mejor dicho, que ha venido ya a cada uno de nosotros, aun cuando ninguno de nosotros lo diga, pues quiere conservar para sí esa alegría como su más preciada perla, que hasta teme mostrarla porque tiene miedo de que pierda su esplendor más hermoso. ¡Los secretos del Rey!”, y mira al grupo de las discípulas vírgenes cuyas caras enrojecen, se ponen como púrpura, como si los rayos del sol crepuscular las iluminasen (pero lo que las enciende es una llama espiritual de inmensa alegría). María, la Virgen de las vírgenes, con su vestido blanco de lino —un lirio vestido de candor— agacha su cabeza sonriendo, pero no dice nada. ¡Cómo se parece en este momento a la pintura de la Anunciación de Florencia! Mateo declara: “Está claro que solos no nos deja, aunque no aparezca visiblemente. Estoy seguro que es Él quien pone en mi pobre corazón y en mi pobre inteligencia ciertos pensamientos…”. Los otros no hablan… Se miran mutuamente, mientras se ponen los mantos. Pero el cuidado mismo con que algunos se cubren lo más posible la cara para no traslucir su intensa alegría espiritual que emerge al pensar en los divinos, secretos encuentros, pone en claro que pertenecen al grupo de los más privilegiados. Los otros dicen: “¡Decidlo, ¿no?! ¡No es que estemos celosos! Ni queremos ser indiscretos al querer saberlo. ¡Pero sí será un consuelo para nosotros el saber que no nos veremos privados de su presencia! Recordad la palabra de Rafael a Tobías: «Es justo publicar las maravillas de Dios» (1). El ángel de Dios tiene razón. Mantened el secreto de las palabras que Él os haya dicho, pero manifestad su constante amor por nosotros”. Santiago de Alfeo mira a María, como para pedirle permiso, y al ver que con una sonrisa asiente, dice: “Es verdad. ¡He visto al Señor!”. No agrega más. Y es el único que lo dice. Los otros dos que se habían cubierto mucho, o sea, Juan y Pedro, no dicen nada.
* Celebración de la Pascua Suplementaria, en la casa del Getsemaní.- Jesús, acompañado de Pedro y Santiago, dirige la celebración. Por indicación de Jesús, Pedro escucha y va repitiendo las palabras de Jesús. La cena se desarrolla con el mismo ritual de la Cena Pascual. “Distribuid los pedazos de pan y el cáliz fraterno. Todas las veces que así lo hiciereis, lo haréis en memoria mía”. Y una vez de consumado todo: “Así hice Yo mismo en la Cruz”.- ■ Salen  todos en grupos: delante los once; luego, en torno a María, Lázaro con sus dos hermanas y las discípulas; y finalmente los pastores  con muchos de los setenta y dos discípulos. Se encaminan hacia Jerusalén por el camino que lleva al monte de los Olivos. Los niños que quedaban van y vienen, corriendo felices. Marcos muestra un caminito que evita pasar por el Campo de los Galileos y por los lugares más transitados, y que lleva directamente a la cerca nueva del Huerto de los Olivos. Abre. Los invita a pasar. Cierra. Muchos discípulos comentan en voz baja entre sí y alguno de ellos va a preguntar algo a los apóstoles, sobre todo a Juan. Éstos hacen señal de que esperen, que no es el momento de hacer lo que piden, y todos se tranquilizan. Cuánta paz en el amplio olivar, al que los últimos rayos solares besan en sus copas. Un suave viento entre las ramas de verde plateado y un hermoso cantar de pajarillos que despiden el día que muere. ■ Ahí está la pequeña casa del guarda, propiedad de Lázaro. Sobre la terraza que sirve de techo, Lázaro ha hecho levantar una cobertura de toldos, de forma que aquélla se ha convertido en cenáculo al aire libre para los discípulos que un mes antes no pudieron celebrar la Pascua. Abajo, dispuestas en la pequeña y limpia explanada, hay otras mesas. Dentro de la casa, en la mejor habitación, la mesa de las discípulas. A las mesas de los que no han celebrado la Pascua se traen corderos asados, lechugas, panes no fermentados y la salsa rojiza; se pone también la copa o cáliz del rito sobre las mesas. Pero en la mesa de las mujeres no está el cáliz del rito, sino que hay tantas copas cuantas son las comensales. Se deduce que de esta parte de la ceremonia estaban eximidas las mujeres. Y, en las mesas de los que han celebrado la Pascua en su debido momento, está el cordero, pero no panes ácimos, ni lechugas, ni la salsa rojiza. Lázaro y Maximino dirigen todo. ■ Y Lázaro se inclina hacia Pedro para decirle algo, algo que le hace al Apóstol mover la cabeza repetidas veces rehusando con obstinación. Felipe, que está a su lado, dice: “Y sin embargo, te toca a ti”. Pedro señala a Santiago de Alfeo: “Toca a éste”. Mientras debaten esto, he aquí que el Señor aparece donde empieza la pequeña explanada y que dice: “La paz sea con vosotros”. Todos se ponen de pie. El ruido hace comprender a las mujeres lo que está sucediendo. Van a salir, pero ya Jesús entra en la casa y las saluda también. María exclama: “¡Hijo mío!” y venera profundamente, con mayor veneración que todos y así nos muestra que aunque Jesús sea su amigo íntimo, su mismo Hijo, es siempre Dios, y como tal se le debe adorar. Jesús: “La paz sea contigo, Madre. Sentaos y comed. Voy allá arriba, donde Marziam espera su premio”. Sale otra vez, para subir por la pequeña escalera, y llama con voz fuerte: “¡Simón Pedro y Santiago de Alfeo, venid!”. Los dos suben detrás de Jesús que se sienta ante la mesa del centro, donde está Marziam, mientras dice a los dos apóstoles: “Haréis lo que os ordene, y al que preside la mesa, que es Matías: “Empieza el banquete pascual”. Jesús tiene a su lado a Marziam, en el lugar que ocupaba Juan en la Pascua. Pedro y Santiago están detrás del Señor, esperando sus órdenes. ■ Y con el mismo ritual de la Cena Pascual se celebra también ésta: los himnos, preguntas y el beber de los sucesivos cálices. No sé si en las otras mesas se haga lo mismo. Yo solo quiero ver donde está Jesús a no ser que Él quiera que vea otra cosa. Me olvido de todo al contemplar a mi Señor que ahora está ofreciendo los mejores trozos de su cordero —lo ha tomado y lo ha puesto en su plato, pero no come de él, como tampoco lechugas, ni salsa, ni bebe del cáliz— a Marziam que está verdaderamente feliz. Jesús, al principio, había hecho una señal a Pedro de que se inclinara para escucharle, y Pedro, después de escucharle, había dicho con voz fuerte: “En este momento el Señor, siendo el Padre y Cabeza de familia, ofreció por todos nosotros el cáliz”. Ahora hace una nueva señal a Pedro, que después de haberlo escuchado dice: “En este punto el Señor se ciñó para purificarnos y enseñarnos cómo debemos hacer nosotros para celebrar dignamente el sacrificio eucarístico”. La cena continúa hasta que a otra señal Pedro agrega: “En este momento el Señor tomó el pan, el vino y los ofreció, orando los bendijo, hechas las partes las distribuyó entre nosotros diciendo: “Esto es mi Cuerpo y esto es mi Sangre del Nuevo y Eterno Testamento, que por vosotros y por muchos será derramada en remisión de los pecados”. Jesús se pone de pie. Está majestuosísimo. Ordena a Pedro y a Santiago de Alfeo que tomen un pan, que lo partan, que llenen un cáliz con vino, el más grande que hay en las mesas. Obedecen, sostienen delante de Él el pan y el vino. Jesús entonces extiende sobre el pan y el vino sus manos, orando, sin gesto alguno aparte de la mirada extática de su rostro… “Distribuid los pedazos de pan y el cáliz fraterno. Todas las veces que así lo hiciereis, lo haréis en memoria mía”. Los dos apóstoles con toda veneración cumplen lo que se les mandó. ■ Mientras se hace la distribución, Jesús desciende donde están las mujeres. Me imagino, pues no entro, que da la comunión a su Madre con sus mismas manos. Es sólo imaginación mía. No sé si sea verdad. De otro modo no comprendería por qué se levantó y fue allá. Regresa a la terraza. No se sienta. La cena está por terminarse. Pregunta: “¿Está todo consumado?”. Ellos responden: “Todo, señor”. Jesús: “Así hice Yo mismo en la Cruz. Levantaos y oremos”.
* María Valtorta siente nostalgia por los Padrenuestros recitados por Jesús.- ■ Jesús extiende sus brazos como si estuviera en la cruz, y entona la oración del Padre nuestro. No sé por qué lloro. Pienso que quizás es la última vez que la oigo decir… Y, de la misma manera que ningún pintor o escultor podrá jamás darnos la verdadera efigie de Jesús, igualmente, ninguno, por muy santo que sea, podrá decir, al mismo tiempo tan viril y dulcemente, el Padrenuestro. Sentiré siempre una gran nostalgia de estos padrenuestros oídos a Jesús, verdaderos coloquios del alma con el Padre amadísimo y adoradísimo de los Cielos, gritos de honor, obediencia, fe, sumisión, humildad, misericordia, deseo, confianza… ¡todo!  ■ Jesús: “¡Podéis iros! La Gracia del Señor esté en todos vosotros y su paz os acompañe”. Jesús desaparece en medio de un resplandor de luz que supera la claridad de la luna llena que pende sobre el silencioso huerto y la de todas las lámparas que hay sobre las mesas. Ni una palabra. Sólo lágrimas de adoración en las caras, en los corazones… y ninguna otra cosa más. La noche es el único testigo, junto con los ángeles, de las palpitaciones de aquellos corazones benditos.  (Escrito el 23 de Abril de 1947).
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1  Nota  : Cfr. Tob. 12,7.
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10-637-346 (———–).- El adiós de Jesús a la Madre antes de subir al Padre, con el aspecto que tendrá en el Cielo —con la belleza del Cuerpo glorificado—. Belleza que supera demasiado las posibilidades de los hombres.
“Mamá, nunca te dejaré. Saldré de tu corazón durante esos pequeños instantes requeridos por la consagración del Pan y del Vino. No habremos estado nunca tan unidos como de ahora en adelante. Ahora estaré en ti como Dios”.-  ■ Veo otra vez la habitación habitada por María. Las señales de la Pasión han desaparecido. La Virgen está sentada y lee. Deben ser libros sagrados. No, ciertamente no está leyendo otra cosa en ese rollo que tiene entre sus manos. Ya no se la ve torturada. Su rostro resulta ahora más grave que antes de la Pasión. Sin ser aquel rostro trágico, aparece más maduro. Ahora tiene aspecto majestuoso, aunque sereno. La hora parece matutina. Efectivamente, ya luce un bonito sol, que, por la ventana, abierta, entra en la tranquila habitación, pero se ve que el jardín (un jardín cercado por altas tapias, al cual da la ventana) está todavía lleno del frescor del rocío. ■ Entra Jesús, todavía con su espléndida vestidura de la mañana de la Resurrección. Su Rostro emana fulgor. Sus heridas son pequeños soles. María se arrodilla sonriendo. Luego se alza y le besa en la Mano derecha. Jesús la estrecha contra su Corazón y la besa en la frente, sonriendo, y le pide un beso, que María da, también en la Frente. Jesús: “Mamá. Mi tiempo de permanencia en la Tierra ha terminado. Subo al Padre. He venido para una especial despedida de ti, y para mostrarme a ti, una vez más, con el aspecto que tendré en el Cielo. No he podido mostrarme a los hombres con esta figura de esplendor: no habrían podido soportar la belleza de mi Cuerpo glorificado, una belleza que supera demasiado sus posibilidades. Pero a ti, Mamá, sí. Y vengo a inundarte de alegría otra vez con ella. Besa mis Heridas. Que Yo sienta en el Cielo el perfume de tus labios y que a ti te quede en los labios la dulzura de mi Sangre. ■ Pero estáte segura, Mamá, de que nunca te dejaré. Saldré de tu corazón durante esos pocos instantes requeridos por la consagración del Pan y del Vino, para volver luego, después de esa fatigosa separación de ti, con un ansia de amor pareja a la tuya, ¡oh Cielo mío vivo cuyo Cielo soy Yo! No habremos estado nunca tan unidos como de ahora en adelante. Al principio, mi incapacidad embrional, luego, mi infancia; luego, la lucha de la vida y del trabajo; luego, la misión; en fin, la Cruz y el Sepulcro: estas cosas me interponían distancia, y obstáculo para decirte cuánto te amo. Pero ahora estaré en ti no ya como una criatura en formación; estaré a tu lado no ya en medio de los obstáculos del mundo que veda la fusión de dos que se aman: ahora estaré en ti como Dios; y nada, ni en la Tierra ni en el Cielo, podrá separarnos a Mí de ti, ni a ti de Mí, Madre Santa. Te diré palabras de inefable amor, te haré caricias de indescriptible dulzura. Y tú me amarás por quien no me ama. ¡Oh, tú colmas la medida del amor, que el mundo no dará a Cristo, con tu amor perfecto, Mamá! Por eso, más que un adiós, mi despedida es como la de uno que saliera un momento a este jardín florido a coger rosas y azucenas. Pero Yo te traeré del Cielo otras rosas y otras azucenas más hermosas que éstas que aquí han florecido. Te llenaré de ellas el corazón, Mamá, para hacerte olvidar el hedor de la Tierra, que no quiere ser santa, y anticiparte la brisa del bienaventurado Paraíso donde con tanto amor se te espera. ■ Y el Amor, que no sabe esperar, vendrá a ti dentro de diez días. Adórnate con tu más hermosa alegría, oh Madre Virgen, que tu Esposo viene. «El invierno ha pasado… las viñas florecidas emanan su perfume, y Él canta: ¡Álzate, oh llena de hermosura! ¡Ven, Esposa mía, que serás coronada!» (1). Con su Fuego te coronará, ¡oh Santa!, te hará feliz con su Espíritu, que se infundirá en ti con todos sus esplendores, ¡oh Reina de la Sabiduría!, Reina suya, que has sabido comprenderle desde la aurora de tu vida y amarle como ninguna criatura en el mundo jamás amó. Madre, subo al Padre nuestro. A ti, Bendita, la bendición de tu Hijo”. María resplandece con su éxtasis, en esta habitación resplandeciente por la luz de Cristo. (Escrito el 22 de Febrero de 1944).
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1  Nota  : Cfr. Cantar  2,11-13.
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10-637-347 (———–).-  Todo lo tenemos por María.
* “¿No iba a poder cambiar de figura para los hombres y aparecerme a Ella como ya era: divino, glorioso, transfigurado en Aquel que en realidad era, en vez de con esa figura de Hombre con que me mostraba a todos?”.- ■ Dice Jesús: “No hagáis, hombres, objeto de polémica el hecho de si era o no posible que Yo cambiara de figura. Ya no era el Hombre vinculado a las necesidades del hombre. Tenía al Universo como escabel de mis pies y todas las potencias como siervas obedientes. Y si, mientras era el Evangelizador, había podido transfigurarme en el Tabor, ¿no iba a poder transfigurarme para mi Madre siendo ya el Cristo glorioso? O mejor, ¿no iba a poder cambiar de figura para los hombres y aparecerme a Ella como ya era: divino, glorioso, transfigurado en Aquel que en realidad era, en vez de con esa figura de Hombre con que me mostraba a todos? Ella, además, me había visto —¡pobre Mamá!— transfigurado por los padecimientos; era justo que me viera transfigurado por la Gloria. ■ No hagáis objeto de polémica el si Yo podría estar realmente en María. Si decís que Dios está en el Cielo y en la Tierra y en todas partes, ¿por qué sois capaces de dudar el que Yo pudiera estar contemporáneamente en el Cielo y en el Corazón de María, que era un vivo Cielo? Si creéis que estoy en el Sacramento y cerrado dentro de vuestros ciborios, ¿por qué podéis dudar que Yo estuviera en este purísimo y ardentísimo Ciborio que era el Corazón de mi Madre? ¿Qué es la Eucaristía? Es mi Cuerpo y mi Sangre unidos a mi Alma y a mi Divinidad. Pues bien, cuando Ella me concibió, ¿acaso tenía algo distinto en su seno? ¿No tenía al Hijo de Dios, al Verbo del Padre con su Cuerpo, Sangre, Alma y Divinidad? Si vosotros me tenéis, ¿no es acaso, porque María me tuvo y me dio a vosotros, después de haberme llevado nueve meses? Pues bien, de la misma manera que dejé el Cielo para morar en el seno de María, ahora, que dejaba la Tierra, elegía el seno de María como Ciborio para Mí. ¿Y qué ciborio, en qué catedral, es más hermoso y santo que éste?”.
* “¡Todo, todo, todo —comprendedlo de una vez por todas— lo tenéis por María!”.- ■ Jesús: “La Comunión es un milagro de amor que hice por vosotros, hombres. Pero en la cima de mi pensamiento de amor resplandecía el pensamiento de infinito amor de poder vivir con mi Madre y hacer que viviera Ella conmigo hasta que nos reuniéramos en el Cielo. El primer milagro lo hice para alegría de María, en Caná de Galilea. El último milagro —es más: los últimos milagros—, para el consuelo de María, en Jerusalén. La Eucaristía y el velo de la Verónica: éste, para poner una gota de miel en la amargura de la Desolación; aquél, para que no sintiera que Jesús ya no estuviera en la Tierra. ¡Todo, todo, todo —comprendedlo de una vez por todas— lo tenéis por María! Deberíais amarla y bendecirla cada vez que respirarais”.
“El velo de la Verónica es también un aguijón para vuestra alma escéptica. Comparad el Rostro del Sudario y el Rostro de la Sábana”.- ■ Jesús: “El velo de la Verónica es también un aguijón para vuestra alma escéptica. Comparad —vosotros, racionalistas, tibios, inseguros en la fe, vosotros que os conducís por secos exámenes— el Rostro del Sudario y el de la Sabana: uno es el Rostro de un vivo, el otro es el de un muerto; pero la altura, la anchura, los caracteres somáticos, la forma, las características son iguales. Superponed las imágenes. Veréis que corresponden la una a la otra. Soy Yo. Yo que quise recordaros cómo era y en qué me convertí por amor a vosotros. Si no estuvierais definitivamente extraviados, si no fuerais ciegos, deberían bastar esos dos Rostros para llevaros al amor, al arrepentimiento, a Dios. El Hijo de Dios os deja, bendiciéndoos con el Padre y con el Espíritu Santo”. (Escrito el 22  de Febrero  de 1944).
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10-638-351 (11-23-805).- Últimas enseñanzas en el Getsemaní. Último mandato.- Despedida y Ascensión del Señor en la cima del Monte de los Olivos (1).
* Última despedida de la Madre y del Hijo.- ■ Apenas la aurora en el oriente se ha teñido de color rosado. Jesús pasea con su Madre por los escalones de la ladera del Getsemaní. No hablan, tan sólo se miran con ese amor indescriptible e inefable. Quizás ya han dicho lo que tenían que decirse, quizás no; han hablado ya sus dos corazones. Ahora lo que hay es contemplación de amor, recíproca contemplación; la reconoce la naturaleza bañada de rocío y la luz pura, matinal; la reconocen esas hermosas criaturas de Dios que son las hierbas y las flores, los pájaros y las mariposas. Los hombres están ausentes… ■ El día ha surgido completamente. Ya el sol está en alto y se oyen las voces de los apóstoles. Es una señal para Jesús y María. Se detienen, se miran. Jesús abre sus brazos y estrecha a su Madre contra su pecho… ¡Oh, era un Hombre en toda la palabra, el Hijo de la Mujer! Para creerlo basta ver este adiós. Al besar a su Madre se ve cómo la amaba. Ella besa una y más veces a su Hijo. Parece como si no quisieran despedirse. Cuando ya parece que lo van a hacer, otro abrazo los une de nuevo, y, entre los besos, palabras de recíproca bendición… Es en verdad el Hijo del Hombre despidiéndose de la Mujer que le engendró. Es la Madre, en el sentido propio de la palabra, que da el adiós —para devolver a su Padre—, a su Hijo, la Prenda del Amor a la Purísima… ¡Dios que besa a la Madre de Dios!… En fin, la Mujer, como criatura que es, se arrodilla a los pies de su Dios que es también su Hijo; y el Hijo, que es Dios, impone las manos sobre la cabeza de la Madre Virgen, de la eterna Amada, y la bendice en el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo, y luego se inclina y la alza; en fin, deposita un último beso en la blanca frente que parece un pétalo de lirio bajo los cabellos rubios, tan juveniles todavía… ■ Regresan hacia la casa, y ninguno, viendo con qué serenidad caminan el Uno al lado de la Otra, sería capaz de imaginar el amor que entre sí se comunicaron. ¡Pero qué diferencia también, en este adiós, respecto a la tristeza de las otras despedidas ya superadas, y respecto a la desgarradora congoja del adiós de la Madre a su Hijo cuando le dejó solo en el Sepulcro!… En este último adiós, aunque en los ojos se ve el natural llanto de la despedida, los labios sonríen por la alegría de saber que Jesús va a la morada que corresponde a su gloria.
* Ultimas palabras Jesús a sus apóstoles, después de una breve comida.
 El Reino y el Nuevo Templo deben empezar en Jerusalén, su matriz. Todo ello está predicho en los profetas.- ■ Pedro dice: “¡Señor! Afuera están, entre el monte y Betania, todos los que, como habías dicho a tu Madre, querías bendecir hoy”. Jesús: “Está bien. Vamos donde están. Pero antes venid. Quiero dividir el pan una vez más con vosotros”. Entran en la habitación donde diez días antes habían estado las mujeres para la cena del decimocuarto día del segundo mes. María acompaña a Jesús hasta allí, luego se retira. Se quedan Jesús y los once. Sobre la mesa se ve carne asada, queso, aceitunas pequeñas y negruzcas, una jarra no muy grande con vino y otra mayor con agua, y también panes grandes. Una mesa sencilla, sin lujo, preparada solo con lo necesario para la comida. Jesús ofrece y distribuye las partes. Está entre Pedro y Santiago de Alfeo. Él señaló los lugares. Juan, Judas de Alfeo y Santiago están frente a Él; Tomás, Felipe y Mateo, a un lado; Andrés, Bartolomé y Zelote al otro lado. Así, todos pueden verle… ■ La comida es breve, en silencio. Los discípulos, llegado el último día de estar cerca con Jesús y pese a las continuas apariciones, en común o particular, no han perdido ese respeto de adoración que siempre se nota cuando se encuentran con Jesús Resucitado. La comida ha terminado. Jesús abre sus manos sobre la mesa, con su gesto habitual ante un hecho inevitable, y dice: “Bien… Ha llegado la hora de dejaros para regresar a mi Padre. Escuchad las últimas palabras de vuestro Maestro. ■ No os alejéis de Jerusalén en estos días. Lázaro, a quien he hablado de ello, una vez más convierte en realidad los deseos de su Maestro y os cede la casa de la última Cena, para que tengáis una casa donde podáis recogeros y tener vuestras reuniones. Estad allí durante estos días y orad intensamente para prepararos a la venida del Espíritu Santo que os completará para vuestra misión. Recordad que, y Yo era Dios, me preparé con una dura penitencia para mi ministerio de evangelizador. Vuestra preparación será siempre más fácil y más breve. No os exijo otra cosa. Me basta con que oréis asiduamente, en unión de los setenta y dos y bajo la guía de mi Madre, la cual os confío vivamente. Será vuestra Madre y Maestra, perfecta en el amor y en la sabiduría. Habría podido enviaros a otra parte para prepararos a recibir al Espíritu Santo, pero quiero más bien que os quedéis aquí en Jerusalén, que deberá asombrarse ante los prodigios, dados en respuesta de tantos rechazos a mi llamamiento. ■ Después el Espíritu Santo os hará comprender la necesidad de que la Iglesia surja exactamente en esta ciudad que, juzgándola humanamente, es la más indigna de ello. Jerusalén es siempre Jerusalén, aun cuando es una gran pecadora y aun cuando aquí se cumplió el deicidio. Nada le servirá. Está condenada. Pero si lo está, no todos sus habitantes lo están. Quedaos aquí por los pocos justos que hay en ella, y quedaos porque esta es la ciudad real y la ciudad del Templo, y porque, como los profetas predijeron, aquí, donde fue ungido, aclamado y levantado el Rey Mesías, aquí debe empezar su Reino sobre el mundo, y también aquí, en este lugar en que Dios da el libelo de repudio a la sinagoga a causa de sus horribles y numerosos crímenes, debe levantarse el nuevo Templo al que acudirán gentes de todas las naciones. Leed a los profetas. Todo está predicho en ellos (2). Primero mi Madre, después el Espíritu Santo, os harán comprender las palabras de los profetas sobre este tiempo. ■ Permaneced aquí hasta que Jerusalén os arroje como me arrojó a Mí, y hasta que odie a mi Iglesia como me odió a Mí, maquinando planes para destruirla. Entonces, trasladad a otra parte la sede de mi amada Iglesia, porque no debe perecer. Os aseguro que ni siquiera el Infierno podrá vencerla. Pero si Dios os asegura su protección, no tentéis al Cielo exigiendo todo del Cielo. Id a Efraín como vuestro Maestro fue allá porque todavía no era la hora de que los enemigos me capturaran. Os digo Efraín para significar tierras de ídolos y paganos. No elijáis a Efraín de Palestina como sede de mi Iglesia. Recordad cuántas veces —a vosotros congregados o a uno de vosotros individualmente— os he hablado de esto, prediciéndoos que ibais a tener que pisar los caminos de la Tierra para llegar al corazón de ella y fijar allí mi Iglesia. Del corazón del hombre se propaga la sangre por todos los miembros. Del corazón del mundo debe propagarse mi religión por toda la Tierra. Por ahora mi Iglesia es semejante a un ser ya concebido, pero que se está formando en la matriz. Jerusalén es su matriz, y en su interior el corazón, todavía pequeño, a cuyo alrededor se unen los pocos miembros de la Iglesia naciente, manda sus pequeñísimas ondas de sangre a estos miembros. Pero, cuando llegue la hora que Dios ha señalado, la matriz madrastra arrojará al ser que había formado en su seno y se irá a una tierra nueva, donde crecerá convirtiéndose en un gran Cuerpo extendido por toda la Tierra, y los latidos del fuerte corazón de la Iglesia se propagarán por todo su gran Cuerpo. Los latidos del corazón de la Iglesia, ya libre de todo vínculo de ésta con el Templo, eterna ella y vigorosa sobre las ruinas de él, anunciarán a gentiles y hebreos que solo Dios triunfa y obtiene lo que quiere, a cuyo deseo ni la rabia de los hombres, ni los ejércitos de ídolos podrán oponerse.  Pero esto sucederá después, y en ese entonces sabréis cómo actuar. ■ El Espíritu de Dios os guiará. No temáis. Por ahora reunid en Jerusalén la primera asamblea de los fieles. Luego otras asambleas, a medida que se vaya creciendo el número de los fieles, se formarán. Os digo en verdad que los ciudadanos de mi Reino aumentarán rápidamente cual semilla arrojada en tierra fecunda. Mi pueblo se propagará por toda la Tierra. El Señor dice al Señor: «Por haber hecho esto y no haber eludido tu entrega por Mí, te bendeciré y multiplicaré tu estirpe como las estrellas del cielo y como la arena que hay en la costa de la mar. Tu descendencia se apoderará de las fortificaciones de tus enemigos y en tu descendencia serán bendecidas todas las naciones de la Tierra» (3). Mi bendición estará allí donde mi Nombre, mi Signo (4), mi Ley, son tenidos como soberanos”.
.  ● Preparación indispensable para la venida del Espíritu Santo: Caridad y pureza perfectas, contemplación, santidad.-Jesús: “Está por venir el Espíritu Santo, el Santificador, y de Él os llenaréis. Tratad de ser puros cual conviene a todo quien se acerca al Señor. Yo también era el Señor como Él. Pero había revestido mi Divinidad con una vestidura para poder estar entre vosotros, y no sólo para enseñaros y redimiros con los miembros y con la sangre de esta vestidura, sino también para traer al Santo de los Santos entre los hombres, eliminando la barrera, para todos los hombres, incluso para los impuros, de no poder posar sus ojos en Aquel al que los serafines no se atreven a mirar. Pero el Espíritu Santo vendrá sin el velo de la carne, se posará sobre vosotros y descenderá en vosotros con sus siete dones y os aconsejará. Ahora bien, el consejo de Dios es tan sublime que para recibirlo es necesario prepararse con la voluntad heroica de una perfección que os haga semejantes a vuestro Padre, y a vuestro Jesús en su relación con el Padre y con el Espíritu Santo. Por lo tanto, son necesarias una caridad y una pureza perfectas, para poder comprender al Amor y recibirlo en el trono del corazón. ■ Sumergíos en el abismo de la contemplación. Esforzaos en olvidar que sois humanos y esforzaos para haceros serafines. Arrojaos al fuego de la contemplación. La contemplación de Dios es semejante a chispa que salta al choque de la piedra contra el eslabón, y de ahí nace el fuego y la luz. Es purificación el fuego que consume la materia opaca y siempre impura y la transforma en llama luminosa y pura. No tendréis el Reino de Dios en vosotros si no tenéis el amor. Porque el Reino de Dios es el Amor. Con él aparece. Por él se establece en vuestros corazones en medio de unos rayos de luz infinita que penetra y fecunda, borra lo que hubiere de ignorancia, comunica la sabiduría, consume al hombre y crea a un dios, al hijo de Dios, mi hermano, rey del trono que Dios ha preparado para los que se dan a Dios para tener a Dios, a Dios, a Dios, a Dios solo. Sed, pues puros y santos por la oración ardiente que santifica al hombre porque le sumerge en el fuego de Dios que es la caridad. ■ Debéis ser santos. No en el sentido limitado que esta palabra hasta ahora ha significado, sino en el extenso que Yo mismo le di al proponeros la santidad del Señor como ejemplo y límite, o sea, la santidad perfecta. Nosotros llamamos santo al Templo, santo al lugar donde está el altar, Santo de los Santos al lugar velado donde está el arca y el propiciatorio. Pero en verdad os digo que los que poseen la Gracia y viven en santidad por amor al Señor son más santos que el lugar del Santo de los Santos, porque Dios no se limita a colocarse de pie sobre ellos —como en el propiciatorio que está en el Templo para dar sus órdenes— sino que habita en los santos para darles sus amores.¿Os acordáis de mis palabras de la Última Cena? Entonces prometí el Espíritu Santo. Pues bien, está para llegar, para que os bautice no ya con agua, como hizo Juan con vosotros para que os prepararais a recibirme, sino con el fuego, para que os preparéis a servir al Señor tal como Él quiere que vosotros le sirváis. Dentro de pocos días estará aquí. Después que haya venido aumentará sin medida vuestras capacidades y seréis capaces de comprender las palabras de vuestro Rey y hacer obras que Él os ha dicho que hicierais, para extender su Reino sobre la Tierra”. ■ Le interrumpen y preguntan: “¿Entonces reconstruirás, después de la venida del Espíritu Santo, el reino de Israel?” Jesús: “No existirá más el reino de Israel, sino mi Reino. Se cumplirá todo cuanto el Padre ha dicho. No toca a vosotros conocer las épocas y los momentos que el Padre se ha reservado en su poder. Entre tanto, vosotros recibiréis la virtud del Espíritu Santo, que descenderá sobre vosotros y seréis mis testigos en Jerusalén, Judea, Samaria y hasta los confines de la tierra, fundando las asambleas en los lugares en que estén reunidas personas en mi Nombre; bautizando a las gentes en el nombre del Padre, del Hijo, del Espíritu Santo, como os lo he dicho para que tengan la Gracia y vivan en el Señor; predicando el evangelio a todas las criaturas; enseñando lo que os he enseñado; poniendo en práctica lo que os he dicho que hiciereis. Y Yo estaré con vosotros todos los días, hasta el fin del  mundo”.
.   ● Santiago presidirá  la Iglesia de Jerusalén.- Santiago reconoce a Pedro como a su Jefe.-Jesús: “Una cosa más quiero. Que la asamblea de Jerusalén la presida Santiago, mi hermano. Pedro, como jefe de toda mi Iglesia, frecuentemente tendrá que hacer viajes apostólicos, porque todos los neófitos querrán conocer al Pontífice, Cabeza suprema de la Iglesia. Pero el ascendiente que tendrá mi hermano Santiago sobre los fieles de esta primera Iglesia será grande. Los hombres son siempre hombres y ven las cosas como hombres. A ellos les parecerá que Santiago sea una continuación mía, por el simple hecho de ser mi hermano. En verdad os digo que es más grande y más semejante a Mí por su sabiduría que por el parentesco. Pero, así son las cosas; los hombres, que no me buscaron cuando estuve en medio de ellos, ahora me buscarán en él, porque es pariente mío. ■ Por otra parte, tú, Simón, estás destinado a otros honores…”. Pedro: “¡Que no soy digno, Señor! Te lo dije cuando te me apareciste y nuevamente te lo digo en presencia de todos. Tú eres bueno, divinamente bueno, además de sabio, y has juzgado rectamente sobre mí. Yo renegué de Ti en esta ciudad. Cabalmente has juzgado que no reúno las condiciones para ser jefe espiritual. Quieres evitarme muchos vituperios que por otra parte serían justos…”. Santiago de Alfeo le dice: “Todos, menos dos, fuimos iguales, Simón. También yo huí. El Señor me ha destinado no por esto, ni por las razones que dijiste, a este lugar; pero tú eres mi Jefe, Simón de Jonás, y como tal te reconozco. Ante la presencia del Señor y de todos prometo obediencia. Te daré lo que pueda para ayudarte en tu ministerio, pero, te lo ruego, dame tus órdenes, porque tú eres el Jefe y yo el súbdito. Cuando el Señor me ha hecho recordar una antigua conversación, he agachado la cabeza diciendo: «Hágase lo que Tú quieres». Esto mismo te diré a partir del momento en que, habiéndonos dejado el Señor, tú seas su Representante en la Tierra. Y nos amaremos ayudándonos mutuamente en el ministerio sacerdotal”, y se inclina desde su lugar prestando homenaje a Pedro.
.  ● El Reino se conquista con la fuerza y se llega a él a través de muchas tribulaciones, único camino y puerta; medicina que da fuerza para recorrerlo: el amor.-Jesús: “Sí. Amaos entre vosotros, ayudándoos mutuamente, porque este es el nuevo mandamiento y la señal de que sois en realidad míos.  No os inquietéis por ninguna razón. Dios está con vosotros. Podréis hacer lo que exijo de vosotros. No os impondré cosas que no podáis realizar, porque no busco vuestra ruina, sino vuestra gloria. Ved, voy a prepararos vuestro lugar al lado de mi trono. Estad unidos conmigo y el Padre en el amor. Perdonad al mundo que os odia. Llamad hijos y hermanos a quienes vienen a vosotros, o ya están con vosotros porque me aman. Estad tranquilos, sabiendo que siempre estaré pronto a ayudaros a llevar vuestra cruz. Estaré con vosotros en las fatigas de vuestro ministerio y en las horas de persecución. No pereceréis. No sucumbiréis aun cuando así pareciere a los ojos del mundo. Os encontraréis cansados, entristecidos, seréis torturados, pero mi gozo estará en vosotros, porque os ayudaré en todo. ■ Os digo de verdad que cuando tengáis por Amigo al Amor comprenderéis que cualquiera cosa que sufriereis, se hará ligera, aun la más cruel tortura del mundo. Porque el que todo hace por amor, el yugo de la vida y del mundo se le transforman en un yugo que Dios le da, que le doy Yo. Os repito que mi carga siempre es proporcionada a vuestras fuerzas y que mi yugo es ligero,  porque Yo os ayudo a llevarlo. ■ Sabéis que el mundo no sabe amar. Pero de hoy en adelante amad al mundo con un amor sobrenatural, para enseñarle a amar. Y si al veros perseguidos os preguntaren: «¿Así os ama Dios?, ¿haciéndoos sufrir, haciendo que padezcáis dolores? ¡Si es así no vale la pena de ser de Dios!». Responded: «El dolor no viene de Dios. Lo permite. Conocemos la razón de ello y nos gloriamos de tener igual suerte que tuvo Jesús, el Salvador, el Hijo de Dios». Responded: «Nos gloriamos de estar crucificados, de continuar la Pasión de nuestro Señor Jesús». Responded con las palabras de la Sabiduría (5): «La muerte y el dolor entraron al mundo por envidia del demonio. Pero Dios no es autor ni de la muerte, ni del dolor, y no se alegra con el dolor de los seres vivientes. Todas las cosas de Él son vida y todas están llenas de salud». Responded: «Actualmente parece que somos perseguidos y derrotados, pero en el día de Dios, al cambiarse las suertes, nosotros los justos, perseguidos en la tierra, nos veremos gloriosos ante los que nos vejaron y despreciaron». Decidles: «¡Venid a nosotros! Venid a la Vida y a la Paz. Nuestro Señor no quiere vuestra ruina, sino vuestra salvación. Por esto nos entregó a su Hijo para que todos fuereis salvos». Y alegraos de participar de mis padecimientos para poder estar conmigo en la gloria. «Yo seré vuestra recompensa inimaginable» (6), promete el Señor por Abraham a todos sus siervos fieles. ■ Vosotros sabéis cómo se conquista el Reino de los Cielos: con la fuerza, y se llega a través de muchas tribulaciones. Pero el que persevere como Yo he perseverado, estará donde estoy Yo. Ya os he dicho cuál es el camino y la puerta, que llevan al Reino de los Cielos. Yo he sido el primero en caminar por ese camino y en volver al Padre por esa puerta. Si existieran otros os lo habría dicho, porque siento compasión de vuestra debilidad humana. Pero no hay otros… Al señalároslos como único camino, y única puerta, también os digo, os repito, cuál es la medicina que da fuerza para recorrerlo y entrar. Es el amor. Siempre el amor. Todo es posible cuando en nosotros está el amor. Y el Amor, que os ama, os dará todo el amor, si pedís en mi Nombre tanto amor como para haceros atletas en la santidad”.
.  ● Eucaristía como despedida.-Jesús: “Ahora démonos el beso de despedida, amigos míos amadísimos”. Se levanta para abrazarlos. Todos hacen lo mismo. Pero mientras en Jesús brilla una sonrisa tranquila, de una belleza verdaderamente divina, ellos, entristecidos, lloran, y Juan, reclinándose sobre el pecho de Jesús, sacudido con fuertes sollozos, intérprete del deseo de todos los demás, dice: “¡Danos al menos tu Pan que nos fortifique en esta hora!”. Jesús responde: “Se haga lo que quieres”. Y tomando un pan lo parte, después de haberlo ofrecido y bendecido repitiendo las palabras rituales. Lo mismo hace con el vino: “Haced esto en memoria de Mí”, añadiendo: “De Mí que os he dejado esta prenda de mi amor para estar nuevamente y siempre con vosotros hasta que estéis conmigo en el Cielo”. Los bendice, ordena: “Ahora, vámonos”.
* Jesús consuela a su tía y se despide de sus discípulos/as, pastores y Marziam.- ■ Salen de la habitación, de la casa… Jonás, María y Marcos están allí fuera. Se arrodillan, adorando a Jesús. Al pasar bendiciéndoles, dice Jesús: “La paz esté con vosotros. Que el Señor os pague cuanto me habéis dado”. Marcos se pone de pie y dice: “Señor, los olivares que están a lo largo del camino de Betania están llenos de discípulos que te esperan”. Jesús: “Ve a decirles que vayan al campo de los Galileos”. Marcos se echa a correr con toda la velocidad de sus jóvenes piernas. Dicen entre sí los apóstoles: “Entonces, han venido todos”. ■ Más allá, sentada entre Marziam y María Cleofás, está la Madre del Señor. Y, viéndole acercarse, se levanta, y le adora con todo el impulso de su corazón de Madre y de creyente. “Ven, Madre. Y también tú, María…” dice Jesús al verlas paradas, paralizadas por la majestad que, resplandeciente, emana como en la mañana de su Resurrección. Pero Jesús no quiere imponer su majestad. Afablemente pregunta a María de Alfeo: “¿Estás sola?”. María de Alfeo: “Las otras… las otras están delante… Con los pastores… con Lázaro y toda su familia… Nos dejaron aquí porque… ¡Oh Jesús, Jesús! ¿Qué me pasará al no verte más, Jesús bendito, Dios mío, yo que tanto te he amado aun antes de que hubieras nacido, yo que tanto lloré por Ti cuando no sabía dónde estabas después de la matanza… yo que tenía mi sol, y todo, todo mi bien tu sonrisa desde que regresaste?… ¡Cuánto bien me has dado!… ¡Ahora sí que soy una pobre, una viuda, sola!… ¡Estando tú, teníamos todo!… Creí haber probado aquella tarde todo el dolor… Pero el propio dolor, todo aquel dolor de aquel día, me había consumido y… sí, era menos fuerte que el de ahora…  Y además… estaba el hecho de que ibas a resucitar. Me parecía no creerlo, pero ahora me doy cuenta de que sí lo creía, porque no sentía lo que ahora siento…” llora, y, tanto le ahoga el llanto, que jadea. Jesús: “Buena María, te afliges como un niño que cree que su madre no le ama, y que le haya abandonado porque se fue a la ciudad (a comprarle regalos que le harán feliz, y pronto volverá a él para cubrirle de caricias y regalos). ¿No hago Yo lo mismo contigo? ¿No voy a prepararte la alegría? ¿No voy acaso para regresar y decirte: «Ven, parienta mía, discípula mía, madre de mis amados discípulos?». ¿No te dejo mi amor? Tú sabes que te amo. No llores así; alégrate, más bien, porque ya no me verás despreciado y cansado, ni perseguido, ni solo rico del amor de unos pocos. Y con mi amor te dejo mi Madre. Juan será para Ella hijo. Tú sé para Ella buena hermana, como siempre. ■ ¿Ves? Mi Madre no llora. Sabe que, si bien la nostalgia de Mí será la lima que pulirá su corazón, la espera será siempre breve respecto al gran júbilo de una eternidad de unión; y sabe también que esta separación nuestra no será tan absoluta que la haga decir: «Ya no tengo Hijo». Éste fue el grito de dolor, aquel día negro. Ahora canta en su corazón la esperanza: «Sé que mi Hijo sube al Padre. Que no me dejará sin sus amores espirituales». Créelo así también tú, y todos… Ahí están los otros y las otras. Ahí están mis pastores”. ■ Se divisa la cara de Lázaro y de sus hermanas Marta y María Magdala entre todos los siervos de Betania, la cara de Juana de Cusa, semejante a una rosa bajo un velo de lluvia, y las de Elisa y Nique, ya marcadas por la edad (y ahora las arrugas se hacen más profundas a causa del dolor: dolor, de cualquier modo, para la criatura humana, aunque el alma se alegre por el triunfo del Señor), y la cara de Anastásica, y las caras de las primeras vírgenes, y el rostro ascético de Isaac, y el inspirado de Matías, el rostro varonil de Mannaén, los serios de José Arimatea y Nicodemo… Caras y más caras… Jesús llama a los pastores, a Lázaro, a José, a Nicodemo, a Mannaén, a Maximino y a los otros de los setenta y dos discípulos. Les dice que se acerquen, ■ pero quiere tener especialmente cerca de Sí a los pastores. Dice a éstos: “Venid aquí, vosotros que estuvisteis junto al Señor cuando vino del Cielo, que os inclinasteis ante su anonadamiento, estad ahora cerca del Señor cuando vuelve al Cielo, exultando en vuestro espíritu por su glorificación. Os habéis hecho dignos de este lugar porque habéis sabido creer contra todo, y habéis sabido sufrir por vuestra fe. Os agradezco vuestro amor filial. Doy gracias a todos. A ti, Lázaro, amigo mío. A vosotros José y Nicodemo, que tuvisteis compasión de Mí, cuando el tener compasión era peligroso. A ti, Mannaén, que por ir por mi camino supiste despreciar los sucios favores de un inmundo. A ti, Esteban, corona hermosa de justicia que has dejado lo imperfecto por lo mejor y te coronarás con una guirnalda que todavía no conoces, pero que te anunciarán los ángeles. A ti, Juan, por breve tiempo hermano mío en el pecho purísimo, y venido a la Luz más que a la vida. A ti, Nicolás, que, siendo todavía prosélito, supiste consolarme por el dolor de los hijos de esta nación. Y a vosotras, buenas y constantes discípulas que, con vuestra dulzura, fuisteis más fuertes que Judit. A ti, Marziam, hijo mío, de hoy en adelante tomarás el nombre de Marcial (7), en recuerdo del niño romano que mataron en el campo y pusieron en el cancel de la casa de Lázaro con el rótulo de desafío: «Y ahora di al Galileo que te resucite, si es el Mesías y si ha resucitado», el último de los inocentes que perdieron su vida por servirme aun inconscientemente, y premio de los inocentes de todas las naciones, de los inocentes que, por haberse acercado al Mesías, serán odiados y recibirán prematura muerte, como capullos de flores cortados antes de abrirse. Que este nombre, Marcial, sea la señal de tu destino: serás apóstol en tierras bárbaras y las conquistarás para tu Señor como mi amor conquistó al niño romano para el Cielo”.
* Bendición a toda la creación. Mandato misionero: ¡Id! ¡Id en mi nombre a evangelizar a los pueblos hasta los últimos confines de la tierra!….- Ascensión.- Dos ángeles.-Jesús: “Sed todos benditos en este adiós, e invoco del Padre la recompensa para quienes consolaron al Hijo del hombre en su doloroso camino. Bendita sea la Raza humana en esa porción selecta suya, que está en los judíos y está en los gentiles, y que se ha manifestado en el amor que ha tenido hacia Mí. Bendita la Tierra con su hierba y sus flores, con sus frutos que deleitaron mi paladar y me dieron fuerzas. Bendita la Tierra con su agua y sus encantos, por sus pajarillos y animales que muchas veces fueron mejores que el hombre en consolar al Hijo del hombre. ¡Bendito, tú, sol, y tú mar, y benditos vosotros, montes, llanuras! ¡Benditas vosotras, estrellas, que fuisteis mis compañeras en mis horas de oración y dolor! ¡Tú, luna, que me alumbraste cuando caminaba cual peregrino en busca de almas, a quienes evangelizar! ¡Sed benditas todas, todas vosotras criaturas, obras de mi Padre, compañeras mías en esta hora mortal, amigas de quien dejó el Cielo para arrancar de la Raza humana los cardos de la Culpa que separa a Dios! ¡Sed benditos también vosotros, instrumentos inocentes de mi tortura: espinas, clavos, madero, cuerdas trenzadas porque me ayudasteis a cumplir la voluntad de mi Padre!”. ■ ¡Qué voz la de Jesús! Se esparce por el aire tibio y sereno como el sonido de bronce golpeado; se propaga en ondas sobre el mar de caras que le miran desde todas las direcciones. Estoy segura que son centenares de personas que rodean a Jesús, que sube con los más predilectos hacia la cima del monte de los Olivos. Cuando llega al campo de los Galileos, en que no se ve en este tiempo ninguna de sus tiendas, dice a los apóstoles: “Ordenad a la gente que se detenga donde está, y luego seguidme”. ■ Sigue subiendo, hasta la cima del monte, el lugar más próximo a Betania, y no de Jerusalén, cima que domina todo. Cerca de Él están su Madre, los apóstoles, Lázaro, los pastores y Marziam. Abajo, en semicírculo, manteniendo a distancia a la muchedumbre de los fieles, los otros discípulos.  Jesús está en pie sobre una gran piedra, que sobresale un poco y que muestra su blancura entre la verde hierba. El sol, al tocar sus vestiduras, las hace resplandecer como nieve, y hace brillar sus cabellos como si fueran de oro. Los ojos despiden luz divina. Abre sus brazos en señal de abrazo. Parece como si quisiera estrechar a todas las gentes de la Tierra que su espíritu ve representadas en esa pequeña multitud. Con esa voz que no puede jamás olvidarse, da su última orden: “¡Id! ¡Id en mi nombre a evangelizar a los pueblos hasta los últimos confines de la tierra!  Dios estará con vosotros. Su amor os consolará, su luz os guiará, su paz estará entre vosotros hasta la vida eterna”. ■ Se transforma en belleza. ¡Hermoso! Mucho más bello que cuando en el Tabor. Todos caen de rodillas adorándole. Mientras se va elevando, busca una vez más el rostro de su Madre, y la sonrisa que despide es tal que nadie podrá imaginar… Es su último adiós a su Madre. Sube. Sube… El sol, aún más libre para besarle, porque nada se interpone  —ni siquiera la más pequeña hoja—  a sus rayos, que besan al Dios-Hombre que sube con su Cuerpo santísimo al Cielo, y descubre sus Llagas gloriosas que resplandecen como rubíes brillantísimos. El resto es un mar de luz. Es verdaderamente la Luz con que quiere mostrar lo que en realidad es. La Creación se regocija con la luz del Mesías que sube. Una luz que supera a la del sol. Luz sobrehumana y bienaventurada. Luz que baja del Cielo al encuentro de la que sube… Y Jesucristo, el Verbo de Dios, desaparece de la mirada de los hombres en medio de este océano de resplandores… En la tierra, dos gritos se escuchan en medio de un religioso silencio: el de María, cuando lo ve desaparecer, es “¡Jesús!”, y el que precede al llanto copioso de Isaac… Los otros se quedan como mudos en medio de un religioso éxtasis, así siguen hasta que vienen a sacarlos de él, dos luces angelicales, en forma mortal, que les dicen las palabras (8) que se leen en el primer capítulo de los Hechos de los Apóstoles. (Escrito el 24 de Abril de 1947).
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1  Nota  :  Cfr. Mt. 28,18-20;  Mc. 16,15-15; 16,19-19;  Lc. 24, 44-52a.   2  Nota  :  Cfr. “Leed a los profetas. Todo está predicho en  ellos”.- Por ejemplo: Isaías 2,1-5.; 49,5-6; 55,4-5; 60; Miqueas 4, 1-12; Zacarías 8, 20-23.   3  Nota  :  Cfr.  Gén.  22,15-18.   4  Nota  :  Cfr.  Ez.  9.   5  Nota  :  Cfr.  Sab.   2,21-24.   6  Nota  :  Cfr. Gén.  15,1-6.   7  Nota  :  “Tú, Marziam,  de hoy en adelante tomarás el nombre de Marcial”.- Esta Obra concuerda con una antigua tradición según la cual San Marcial fue uno de los 72 discípulos, que murió el año 74. Cfr. Hechos de los santos de Junio, día 30, tomo V, Venecia 1744. p. 535-573.  Nota  : “Las palabras”, tal y como María Valtorta las transcribe en una copia mecanografiada, son: “Hombres de Galilea, ¿por qué estáis mirando al Cielo? Este Jesús, que os ha sido ahora arrebatado y que ha sido elevado al Cielo, su eterna morada, vendrá del Cielo, en su debido tiempo, tal y como ahora se ha marchado”.

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