Descargar PDF aquí

El tema “Riqueza-Pobreza” comprende:
a) Episodios y dictados extraídos de la Obra magna
.       «El Evangelio como me ha sido revelado»
.                      («El Hombre-Dios»)
b) Dictados y visiones extraídos de los «Cuadernos de 1943/195o»

.

a) Episodios y dictados extraídos de la Obra magna
«El Evangelio como me ha sido revelado»
(«El Hombre-Dios»)
.

2-95-90 (2-60-576).- Jesús habla en Cafarnaúm sobre la riqueza delante del alcabalero Mateo.
* “En verdad os digo que teniendo riquezas difícilmente se gana el Cielo. ¿Qué hace falta, entonces, para conseguir este Cielo? No tener avidez de riquezas, en el sentido de desearlas a cualquier precio, de que se amen más que al Cielo y que al prójimo. Hay sí, hay una moneda para cambiar el dinero injusto del mundo por valores que valen en el Reino de los Cielos. Y es la santa astucia de hacer riquezas eternas de las riquezas humanas”.- ■ Jesús se pone junto a un árbol, a unos diez metros de Mateo, y empieza a hablar. “El mundo se puede comparar con una gran familia, cuyos miembros desempeñan quehaceres diversos, todos necesarios. En él hay agricultores, pastores, viñadores, carpinteros, pescadores, albañiles, leñadores, herreros, escribanos, soldados, oficiales destinados a misiones especiales, médicos, sacerdotes, de todo hay. El mundo no podría estar compuesto de una sola categoría. Todas las profesiones son necesarias, todas santas, si hacen todas lo que deben con honradez y justicia. Pero ¿cómo se puede llegar a esto si Satanás tienta por todas partes? Pues pensando en Dios, que ve todas las cosas, incluso las obras más escondidas, y pensando en su Ley, que dice: «Ama a tu prójimo como a ti mismo, no hagas lo que no querrías que te hicieran a ti, no robes en ningún modo». Decidme, vosotros que me estáis escuchando: Cuando muere uno ¿acaso lleva consigo las bolsas de sus dineros? Y aunque fuera tan necio como para querer tenerlas consigo en el sepulcro, ¿puede acaso usarlas en la otra vida? ¡No! Sobre la podredumbre de un cuerpo corrompido, las monedas se transforman en pedazos de metal corroídos. En cambio, en otro lugar, su alma estaría desnuda, más pobre que el bienaventurado Job, sin tener siquiera un céntimo, aunque aquí y en la tumba hubiese dejado millones y millones. ■ Os digo más, ¡escuchad, escuchad! En verdad os digo que teniendo riquezas difícilmente se gana el Cielo, —antes al contrario, con ellas generalmente se pierde— aunque sean riquezas adquiridas honestamente, bien por herencia o ganadas, porque pocos son los ricos que las saben usar con justicia. ¿Qué hace falta, entonces, para conseguir este Cielo bendito, este descanso en el seno del Padre? Hace falta no tener avidez de riquezas. No tener avidez en el sentido de desearlas a cualquier precio, aun faltando a la honradez y al amor; no tener avidez en el sentido de que, teniendo esas riquezas, se amen más que al Cielo y que al prójimo, negándole caridad al prójimo necesitado; no tener avidez por cuanto las riquezas pueden dar, o sea, mujeres, placeres, rica mesa, vestiduras suntuosas, lo cual ofende a quien pasa frío y hambre. ■ Hay sí, hay una moneda para cambiar el dinero injusto del mundo por valores que valen en el Reino de los Cielos, y es la santa astucia de hacer riquezas eternas de las riquezas humanas, a menudo injustas o causa de injusticia; se trata de ganar con honestidad, devolver lo que injustamente se obtuvo, usar de los bienes con moderación y desapego, sabiéndose separar de ellos, porque antes o después nos dejan —¡ah, pensad en esto!—, mientras que el bien realizado no nos abandona jamás. Todos querríamos ser llamados «justos» y ser tenidos como tales y ser premiados como tales por Dios. ■ Pero ¿cómo puede Dios premiar a quien tan solo tiene el nombre de justo, no teniendo las obras? ¿Cómo Dios puede decir: «Te perdono» si ve que el arrepentimiento es tan solo de palabra y que no va acompañado de un verdadero cambio de espíritu? No existe arrepentimiento mientras dure el apetito hacia el objeto por el que se produjo nuestro pecado. Cuando uno, en cambio, se humilla, se mutila del miembro moral de una mala pasión, que puede llamarse mujer u oro, diciendo: «Por Ti, Señor, no más de esto», entonces es cuando verdaderamente está arrepentido y Dios le acoge diciendo: «Ven; te quiero como a un inocente, como a un héroe»”. ■ Jesús ha terminado. Se marcha sin ni siquiera volverse hacia Mateo, que se había acercado al círculo de oyentes, desde las primeras palabras. (Escrito el 2 de Febrero de 1945).
.                                                ——————–000——————–

(<Es parte del discurso de la Montaña>)

3-170-71 (3-30-158).- «Bienaventurado de mí seré si soy pobre de espíritu, porque entonces el Reino de los Cielos será mío».
* Introducción.- ■ Jesús sube un poco más alto que el prado, que es el fondo del valle, y empieza a hablar: “Muchos, durante este año de predicación, me han planteado esta cuestión: «Pero Tú que te dices ser el Hijo de Dios, explícanos lo que es el Cielo, lo que es el Reino y lo que es Dios, porque no tenemos ideas claras. Sabemos que hay Cielo con Dios y con los ángeles. Pero nadie ha venido a decirnos cómo es, pues está cerrado aun a los justos». Me han preguntado también qué es el Reino y qué es Dios. Yo me he esforzado en explicároslo, no porque me resultara difícil explicarme, sino porque es difícil, por un conjunto de factores, haceros aceptar una verdad que, por lo que se refiere al Reino, choca contra todo un edificio de ideas acumuladas durante siglos, una verdad que, por lo que se refiere a Dios, se topa con la sublimidad de su Naturaleza. ■ Otros me dijeron: «De acuerdo, esto es el Reino y esto es Dios. Pero ¿cómo se conquistan?». También en este punto he tratado de explicaros sin cansarme, cuál es la verdadera alma de la Ley del Sinaí; quien hace suya esa alma hace suyo el Cielo. Pero, para explicaros la Ley del Sinaí, es necesario hacer llegar a vuestros oídos el potente trueno del Legislador y de su Profeta, los cuales, si bien es cierto que prometen bendiciones a los que la observen, amenazan, amenazadores, duras penas y maldiciones a los que no la obedecen. La aparición del Sinaí fue terrible (1); su carácter terrible se refleja en toda la Ley, halla eco en los siglos, se refleja en todas las almas… ■ Ahora me decís: «¿Cómo se conquista a Dios y su Reino por un camino más dulce que no sea el duro del Sinaí?». No hay otro. Es éste. Pero mirémoslo no a través del color de las amenazas, sino a través el amor. No digamos: «¡Ay de mí, si no hiciere esto!» quedando temblorosos ante la posibilidad de pecar, de no ser capaces de no pecar. Sino digamos: «¡Bienaventurado de mí si hago esto!» y con el empuje de la alegría sobrenatural, gozosos, lancémonos hacia estas bienaventuranzas que nacen al observar la Ley, como nacen las corolas de las rosas de entre un montón de espinas. Bienaventurado si…
(1ª)…«Bienaventurado de mí seré si soy pobre de espíritu, porque entonces el Reino de los Cielos será mío». ¡Oh, riquezas, fiebre satánica, cuántos delirios de riquezas produces en ricos y pobres! En el rico que vive para el dinero: el ídolo infame de su espíritu en ruinas; en el pobre que vive del odio al rico porque tiene el dinero, y que, aunque no cometa materialmente un homicidio, lanza sus maldiciones contra la cabeza de los ricos, deseándoles todo tipo de males. No basta no hacer el mal, hay que desear no hacerlo. Quien maldice, deseando tragedias y muertes, no es muy distinto de quien físicamente mata, porque dentro de sí desea la muerte de aquel a quien odia. En verdad os digo que el deseo no es sino un acto no realizado; como el que ha sido concebido en un vientre: ya ha sido formado pero aún permanece dentro. El deseo del malvado envenena y destruye, porque dura más que el acto violento y es más intenso que el acto mismo. ■ El pobre de espíritu, aunque sea rico, no peca porque tenga dinero; antes bien, se santifica con él porque lo convierte en amor. Amado y bendecido, es semejante a esos manantiales salvíficos de los desiertos, que se dan sin escatimar agua, felices de poderse ofrecer para alivio de los desesperados. El pobre de espíritu si es pobre, se siente dichoso en su pobreza; come su pan con la alegría de quien no sabe del ansia del dinero, duerme tranquilamente sin pesadillas, se levanta, habiendo descansado, para irse a su trabajo que le parece más llevadero porque lo hace sin ambición ni envidia. ■ Las cosas que hacen rico al hombre son: materialmente, el dinero; moralmente, los afectos. En el dinero están comprendidos no solo las monedas sino también las casas, campos, joyas, muebles, ganado… en definitiva, todo aquello que hace, desde el punto de vista material, vivir en la abundancia; en cuanto al mundo de los afectos, los vínculos de sangre o de matrimonio, amistades, la sobreabundancia intelectual, cargos públicos. Como veis, por lo que se refiere al primer grupo de cosas, el pobre puede decir: «¡Bueno!, ¡bien!, basta con que no envidie al que posee; y además… yo no tengo ese problema, porque soy pobre y, por fuerza, no tengo ese problema»; sin embargo, por lo que respecta al segundo grupo de cosas, el pobre debe vigilarse a sí mismo, pues hasta el más mísero de los hombres puede hacerse pecaminosamente rico de espíritu: en efecto, peca quien pone su corazón desmedidamente en una cosa. ■ Diréis: «¿Entonces debemos odiar el bien que Dios ha concedido? ¿Por qué manda, entonces, amar al padre y a la madre, a la esposa y a los hijos, y dice: ‘Amarás a tu prójimo como a ti mismo’?». Distinguid. Debemos amar al padre, a la madre, a la esposa, al prójimo, pero con la medida establecida por Dios («como a nosotros mismos»). Sin embargo, a Dios ha de amársele sobre todas las cosas y con todo nuestro ser. No se ama a Dios como amamos a los más queridos de nuestros prójimos: a ésta porque nos ha amamantado, a esta otra porque duerme con su cabeza apoyada sobre nuestro pecho y procrea nuestros hijos. No, a Dios se le ama con todo nuestro ser, o sea, con toda la capacidad de amar que hay en el hombre: amor de hijo, de esposo, de amigo, y —¡no os escandalicéis!— amor de padre; sí, debemos cuidar los intereses de Dios igual que un padre cuida a su prole, por la cual, con amor, tutela los bienes y los aumenta, y de cuyo crecimiento físico y cultural, así como de que los hijos alcancen felizmente su finalidad en el mundo, se ocupa y se preocupa. ■ El amor no es un mal, ni debe llegar a serlo. Las gracias que Dios nos concede tampoco son un mal o deben llegar a serlo; son amor; por amor son otorgadas. Tenemos que usar con amor estas riquezas que Dios concede —afectos y bienes—. Solamente quien no las eleva a ídolos, sino que las hace medios de servicio a Dios en santidad, muestra no tener apego pecaminoso a ellas; practica, pues, esa santa pobreza del espíritu que de todo se despoja para ser más libre en la conquista de Dios Santo, suprema Riqueza. Y conquistar a Dios significa poseer el Reino de los Cielos”. (Escrito el 24 de Mayo de 1945).
·········································
1  Nota  : Cfr. Éx. 19,24; Deut. 4,41-6,25.
.                                              ——————–000——————–

(<Jesús, después del discurso de la Montaña, se queda junto a dos pobres que han estado pidiendo limosna>)
.
3-172-90 (3-32-179).- ).- “Aquellos dos pobres serán los benditos huéspedes que con su presencia, darán sabor a nuestro pan”.
* “Quiero mucho a los ancianos santos, a los niños, a los enfermos, a los que lloran, a los que están solos, incluso a enemigos; no me doy cuenta (si son mis enemigos), Simón; amar es mi naturaleza”.- ■ Dice Jesús: “Aquellos dos pobres que se queden con nosotros: serán los benditos huéspedes que con su presencia darán sabor a nuestro pan. La paz sea con vosotros”. Los dos pobres se quedan. Son una mujer muy delgada y un an­ciano muy viejo. No están juntos, se han encontrado allí por azar. Se habían quedado en un ángulo, acoquinados, poniendo inútilmente la mano a quienes pasaban por delante. Ahora no se atreven a acercarse, pero Jesús va directamente ha­cia ellos y los coge de la mano para ponerlos en el centro del grupo de los discípulos, bajo una especie de tienda que Pedro ha montado en un ángulo. Quizás les sirve de refugio durante la noche y como lu­gar de reunión durante las horas más calurosas del día: es un cober­tizo de ramajes y de… mantos, pero sirve para su finalidad, a pesar de que sea tan bajo, que Jesús y Judas Iscariote, los dos más altos, tienen que agacharse para poder entrar. ■ Jesús: “Aquí tenéis a un padre y a una hermana nuestra. Traed todo lo que tenemos. Mientras comemos escucharemos su historia”. Y Jesús se pone personalmente a servir a los dos vergonzosos y escucha su dolorosa narración. Ambos viven solos: el viejo, desde cuando su hija se fue con su marido a un lugar lejano y se olvidó de su padre; la mu­jer, que además está enferma, desde que su marido murió a causa de una fiebre. El anciano dice: “El mundo nos desprecia porque somos po­bres. Voy pidiendo limosna para juntar unos ahorrillos y poder cum­plir la Pascua. Tengo ochenta años. Siempre la he cumplido. Esta puede ser la última. No quiero ir con Abraham, a su seno, con algún remordimiento. De la misma forma que perdono a mi hija, espero ser perdonado. Quiero cumplir mi Pascua”. Jesús: “Largo camino, padre”. Anciano: “Más largo es el del Cielo, si se incumple el rito”. Jesús: “¿Vas sólo?… ¿Y si te sientes mal por el camino?”. Anciano: “Me cerrará los párpados el ángel de Dios”. Jesús acaricia la cabeza temblorosa y blanca del anciano, y pre­gunta a la mujer: “¿Y tú?”. Mujer: “Voy en busca de trabajo. Si estuviera mejor alimentada, me cu­raría de mis fiebres; una vez sana, podría trabajar incluso en los campos de cereales”. Jesús: “¿Crees que sólo el alimento te curaría?”. Mujer: “No. Estás también Tú… Pero, yo soy una pobre cosa, demasiado pobre cosa como para poder pedir conmiseración”. Jesús: “Y, si te curara, ¿qué pedirías después?”. Mujer: “Nada más. Habría recibido ya con creces cuanto puedo espe­rar”. Jesús sonríe y le da un trozo de pan mojado en un poco de agua y vinagre, que hace de bebida. La mujer se lo come sin hablar. Jesús continúa sonriendo. ■ La comida termina pronto. ¡Era tan parca!… Apóstoles y discí­pulos van en busca de sombra por las laderas, entre los matorrales. Jesús se queda bajo el cobertizo. El anciano se ha apoyado contra la pared herbosa; ahora, cansado, duerme. Pasado un poco de tiempo, la mujer, que también se había alejado en busca de sombra y descanso, vuelve hacia Jesús, que le sonríe pa­ra infundirle ánimo. Ella se acerca, tímida, pero al mismo tiempo contenta, casi hasta la tienda; luego la vence la alegría y da los últimos pasos velozmente para caer finalmente rostro en tierra emitien­do un grito reprimido: “¡Me has curado! ¡Bendito! ¡Es la hora del temblor fuerte y no se me repite!…” y besa los pies a Jesús. Jesús: “¿Estás segura de estar curada? Yo no te lo he dicho. Podría ser una casualidad…”. Mujer: “¡No! Ahora he comprendido tu sonrisa cuando me dabas el trozo de pan. Tu virtud ha entrado en mí con ese bocado. No tengo nada que darte a cambio, sino mi corazón. Manda a tu sierva, Señor, que te obedecerá hasta la muerte”. Jesús: “Sí. ¿Ves aquel anciano? Está solo y es un hombre justo. Tú tenías marido, pero te fue arrebatado por la muerte; él tenía una hija, pero se la quitó el egoísmo. Esto es peor. Y, no obstante, no impreca; pero no es justo que vaya sólo en sus últimas horas. Sé hija para él”. Mujer: “Sí, mi Señor”. Jesús: “Fíjate que ello significa trabajar para dos”. Mujer: “Ahora me siento fuerte. Lo haré”. ■ Jesús: “Ve, entonces, allí, encima de ese borde, y dile al hombre que está descansando, aquél vestido de gris, que venga aquí”. La mujer va sin demora y vuelve con Simón Zelote. Jesús: “Ven, Simón. Debo hablarte. Espera, mujer”. Jesús se aleja unos metros. Jesús: “¿Crees que a Lázaro le supondrá alguna dificultad el recibir a una trabajadora más?”. Zelote: “¿Lázaro? ¡Si creo que ni siquiera sabe cuántos le prestan servi­cio! ¡Uno más o menos…! … Pero, ¿de quién se trata?”. Jesús: “Es aquella mujer. La he curado y…”. Zelote: “No sigas, Maestro; si la has curado, es señal de que la amas, y lo que Tú amas es sagrado para Lázaro. Empeño mi palabra por él”. Jesús: “Es verdad, lo que Yo amo es sagrado para Lázaro; bien dices. Por este motivo, Lázaro será santo, porque, amando lo que Yo amo, ama la perfección. Deseo vincular a aquel anciano con esa mujer, y que aquel patriarca pueda cumplir con júbilo su última Pascua. Quiero mucho a los ancianos santos, y, si puedo hacerles sereno el crepúsculo de la vida, me siento dichoso”. Zelote: “También amas a los niños…”. Jesús: “Sí, y a los enfermos…”. Zelote: “Y a los que lloran…”. Jesús: “Y a los que están solos…”. Zelote: “¡Maestro mío!, ¿no te das cuenta de que amas a todos, incluso a tus enemigos?”. Jesús: “No me doy cuenta, Simón; amar es mi naturaleza. ■ Mira, el pa­triarca se está despertando. Vamos a decirle que celebrará la Pascua con una hija a su lado, y sin necesidad de buscarse el pan”. Vuelven a la tienda, donde la mujer los está esperando. Acto se­guido van los tres donde el anciano, que está sentado, atándose las sandalias. Jesús: “¿Qué piensas hacer, padre?”. Anciano: “Voy a descender hacia el valle. Espero encontrar un refugio para la noche. Mañana pediré limosna por el camino, y luego, abajo, aba­jo, abajo… dentro de un mes, si no me he muerto, estaré en el Tem­plo”. Jesús: “No”. Anciano: “¿No debo hacerlo? ¿Por qué?”. Jesús: “Porque el buen Dios no quiere. No vas a ir solo. Esta mujer irá contigo. Te conducirá al lugar que voy a indicaros; os acogerán por amor a Mí. Celebrarás tu Pascua, pero sin penalidades. Ya has llevado tu cruz, padre; pósala ahora, y recógete en acción de gracias al buen Dios”. Anciano: “¿Por qué esto?… ¿Por qué esto?… No… no merezco tanto… Tú… una hija… Es más que si me dieras veinte años… ¿A dónde me quieres enviar?…”. El anciano llora entre la espesura de su poblada barba. Jesús: “Con Lázaro de Teófilo. No sé si le conoces”. Anciano: “Soy de la zona confinante con Siria. ¡Claro que me acuerdo de Teófilo! ■ ¡Oh, Hijo bendito de Dios, deja que te bendiga!”. Y Jesús, que está sentado en la hierba frente al anciano, se incli­na realmente para dejar que éste le imponga, solemne, las manos so­bre su cabeza y pronuncie, poderoso y con voz cavernosa de anciano venerable, la antigua bendición: “El Señor te bendiga y te guarde. El Señor te muestre su rostro y tenga misericordia de ti. El Señor vuelva a ti su rostro y te dé su paz” (1). Y Jesús, Simón y la mujer responden juntos: “Y así sea”. (Escrito el 26 de Mayo de 1945).
·········································
1  Nota  : Cfr. Núm. 6,22-27.
.                                             ——————–000——————–

(<Discurso de la Montaña>)
.
3-173-93 (3-33-183).- El uso recto de las riquezas; rectitud de intención: la limosna; perdón para ser perdonados. Razón de la amistad de Jesús por los ricos; abandono en las manos de la Providencia.
* (1) El verdadero tesoro: “No deseéis acumular en la Tierra vuestros tesoros. Regocijaos por la prosperidad, haced todo esto, pero no estérilmente, no humanamente, sino con amor y admiración, con disfrute y cálculo sobrenatural: «¡Gracias, Dios mío, porque por tu Bondad puedo hacer mucho bien!». Tened vuestro tesoro en el Cielo para que tengáis allí vuestro corazón”.- ■ La muchedumbre va aumentando a medida que los días pasan. Hay hombres, mujeres, ancianos, niños, ricos, pobres. Sigue estando la pareja Esteban-Hermas (2), aunque todavía no hayan sido agregados y unidos a los discípulos antiguos capitaneados por Isaac (3). Está tam­bién presente la nueva pareja, constituida ayer, la del anciano y la mujer; están muy adelante, cerca de su Consolador; su aspecto es mucho más relajado que el de ayer. El anciano, como buscando recu­perar los muchos meses o años de abandono por parte de su hija, ha puesto su mano rugosa en las rodillas de la mujer, y ella se la acari­cia por esa necesidad innata de la mujer, moralmente sana, de ser maternal. Jesús pasa al lado de ellos para subir al rústico púlpito; al pasar acaricia la cabeza del anciano, el cual mira a Jesús como si le viera ya como Dios. Pedro dice algo a Jesús, que le hace un gesto como diciendo: “No importa”. No entiendo de todas formas lo que dice el apóstol; eso sí, se queda cerca de Jesús; luego se le unen Judas Tadeo y Mateo. Los otros se pierden entre la multitud. ■ “¡La paz sea con todos vosotros! Ayer he hablado de la oración, del juramento, del ayuno. No quiero instruiros acerca de otras perfecciones, que son también oración, confianza, sinceridad, amor, religión. La primera de que voy a hablar es la del recto uso de las riquezas que se transforman, por la buena voluntad del siervo fiel, en tesoros en el Cielo. Los tesoros de la tierra no perduran; los del Cielo son eternos. ¿Amáis vuestros bienes? ¿Os da pena morir porque tendréis que dejarlos y no podréis ya dedicaros a ellos? ¡pues transferidlos al Cielo! Diréis: «En el Cielo no entran las cosas de la tierra. Tú mismo enseñas que el dinero es la más inmunda de estas cosas. ¿Cómo podremos transferirlo al Cielo?». No. No podéis llevar las monedas, siendo —como son— materiales, al Reino en que todo es espíritu; lo que sí podéis llevar es el fruto de las monedas. ■ Cuando dais a un banquero vuestro oro, ¿para qué lo dais? Para que le haga producir, ¿no? Ciertamente no os priváis de él, aunque por poco tiempo, para que os lo devuelva tal cual: queréis que de diez talentos os devuelva diez más uno, o más; entonces os sentís satisfechos y elogiáis al banquero. En caso contrario, decís: «Será honrado, pero es un inepto». Y si se da el caso de que, en vez de los diez más uno, os devuelve nueve diciendo: «He perdido el resto», le denunciáis y le mandáis a la cárcel. ¿Qué es el fruto del dinero? ¿Siembra, acaso, el banquero vuestros denarios y los riega para que crezcan? No. El fruto se produce por una sagaz negociación, de modo que, mediante hipotecas y préstamos a interés, el dinero se incremente en el beneficio justamente requerido por el favor del oro pres­tado. ¿No es así? Pues bien, escuchad: Dios os da las riquezas terrenas —a quién muchas, a quién apenas las que necesita para vivir— y os dice: «Aho­ra te toca a ti. Yo te las he dado. Haz de estos medios un fin como mi amor desea para tu bien. Te las confío, mas no para que te perjudi­ques con ellas. Por la estima en que te tengo, por reconocimiento ha­cia mis dones, haz producir a tus bienes para esta verdadera Patria». ■ Os voy a explicar el método para alcanzar este fin. No deseéis acumular en la Tierra vuestros tesoros, viviendo para ellos, siendo crueles por ellos; que no os maldigan el prójimo y Dios a causa de ellos. No merece la pena. Aquí abajo están siempre inseguros. Los ladrones pueden siempre robaros; el fuego puede destruir las casas; las enfermedades pueden exterminar plantas y rebaños. ¡Cuántos peligros están en acecho de vuestros bienes! Ya sean estables y estén protegidos, como las casas o el oro; ya estén sujetos a sufrir destrucción en su naturaleza, como todo cuanto vive, como son los vegetales y los animales; ya se trate, incluso telas preciosas… todos ellos pueden sufrir merma: las casas por el rayo, el fuego y el agua; los campos, por ladrones, orín, sequía, roedores o insectos; los animales, por vértigo, fiebres, descoyuntamiento de músculos o mortandades; las telas preciosas y muebles de valor, por la polilla o los ratones; las vajillas preciadas, lámparas y cancelas artísticas… Todo, todo puede sufrir merma. ■ Mas si de todo este bien terreno hacéis un bien sobrenatural, éste queda a salvo de toda lesión producida por el tiempo, por los propios hom­bres o la intemperie. Atesorad en el Cielo, donde no entran ladrones ni suceden infortunios. Trabajad sintiendo amor misericordioso hacia todas las miserias de la tierra. Acariciad, sí, vuestras monedas, besadlas incluso si queréis, regocijaos por la prosperidad de las mie­ses, por los viñedos cargados de racimos, por los olivos plegados por el peso de infinitas aceitunas, por las ovejas fecundas y de turgentes ubres… haced todo esto, pero no estérilmente, no humanamente, si­no con amor y admiración, con disfrute y cálculo sobrenatural. «¡Gracias, Dios mío, por esta moneda, por estos sembrados y plantas y ovejas, por estos negocios! ¡Gracias, ovejas, plantas, prados, transacciones, que tan bien me servís! ¡Benditos seáis todos, porque por tu bondad, oh Eterno, y por vuestra bondad, oh cosas, puedo hacer mucho bien a quien tiene hambre o está desnudo o no tiene casa o está enfermo o solo!… El año pasado proveí a las necesidades de diez. Este año —dado que, a pesar de que haya dado mucha limosna, tengo más dinero y más abundantes son las cose­chas y numerosos los rebaños— daré dos o tres veces más de cuanto di el año pasado, a fin de que todos, incluso quienes no tienen nada propio, gocen de mi alegría y te bendigan conmigo Señor Eterno». Esta es la oración del justo, la oración que, unida a la acción, trans­fiere vuestros bienes al Cielo, y, no sólo os los conserva allí eterna­mente, sino que os los aumenta con los frutos santos del amor. ■ Tened vuestro tesoro en el Cielo para que tengáis allí vuestro corazón, por encima, y más allá, de todo peligro, no sólo de infortunios que perjudiquen al oro, casas, campos o rebaños, sino también de asechanzas contra vuestro corazón, para que no sea robado, corroído por el óxido o el fuego, matado por el espíritu de este mundo. Si así lo hacéis, tendréis vuestro tesoro en vuestro corazón, porque tendréis a Dios en vosotros, hasta que llegue el día dichoso en que voso­tros estéis en Él”.
* (4) Rectitud de intención: hacer el bien sin decirlo. “Poned atención a ser caritativos con espíritu sobrenatural. Cuando deis una limosna que vuestra mano izquierda no sepa lo que hace la derecha”.-Jesús: “No obstante, para que no disminuyáis el fruto de la caridad, poned atención a ser caritativos con espíritu sobrenatural. Lo que he dicho acerca de la oración y del ayuno valga también acerca de hacer favores y de cualquier otra obra buena que podáis hacer. Proteged el bien que hagáis de la violación de la sensualidad del mundo, conservadlo virgen respecto a toda humana alabanza. No profanéis la rosa perfumada —verdadero incensario de perfumes gratos al Señor— de vuestra caridad y de vuestro buen obrar. El espíritu de soberbia, el deseo de ser uno visto cuando hace el bien, la búsqueda de alabanzas, profanan el bien: sucede entonces que la rosa de la caridad se encuentra manchada con la baba de los lobos llenos de soberbia espuma, y caen en el incensario hediondas pajas de la cama en que el soberbio, cual atiborrada bestia, se regodea. ¡Ah, esas limosnas ofrecidas para que se hable de nosotros!… Mejor sería no darlas. El que no las da peca de insensibilidad; pero quien las ofrece dando a conocer la suma entregada y el nombre del destinatario, mendigando además alabanzas, peca de soberbia, al dar a conocer la dádiva. Porque es como si dijera: «¿Veis cuánto puedo?»; pero peca también contra la caridad, porque humilla al desti­natario de la limosna al publicar su nombre; y peca también de avaricia espiritual al querer acumular alabanzas humanas… que no son más que paja, paja, sólo paja. Dejad a Dios que os alabe con sus án­geles. ■ Cuando deis limosna, no vayáis tocando la trompeta delante de vosotros para atraer la atención de los que pasan y recibir alaban­zas, como los hipócritas, que buscan el aplauso de los hombres; por eso dan limosna sólo cuando los pueden ver los demás. Éstos también han recibido ya su compensación y Dios no les dará ninguna otra. No incurráis vosotros en la misma culpa y en la misma presunción. Antes bien, cuan­do deis limosna, sea ésta tan pudorosa y oculta que vuestra mano iz­quierda no sepa lo que hace la derecha; y luego olvidaos de ella. No os de­tengáis a remiraros el acto realizado, hinchándoos con él como hace el sapo, que se contempla en el pantano con sus ojos velados y, al ver re­flejadas en el agua tranquila las nubes, los árboles, el carro parado junto a la orilla, y a él mismo —tan pequeñito respecto a esas cosas tan grandes—, se hincha de aire hasta reventar. Del mismo modo vuestra caridad es nada respecto al Infinito que es la Caridad de Dios, y, si pretendierais haceros como Él convirtiendo vuestra redu­cida caridad en una caridad enorme para igualar a la suya, os llena­ríais de aire de orgullo para terminar muriendo. Olvidaos de ella. Del acto en sí mismo, olvidaos. Quedará siempre en vo­sotros una luz, una voz, una miel, que harán vuestro día luminoso, dichoso, dulce. Pues la luz será la sonrisa de Dios; la miel, paz espi­ritual —Dios también—; la voz, voz del Padre-Dios diciéndoos: «Gra­cias». Él ve el mal oculto y el bien escondido, y os recompensará por ello. Yo os lo…”.
* (5) El perdón de las ofensas:  Jesús pide a la gente perdonar el insulto de un maestro de la Ley que tachaba de hipócrita a Jesús por haber hecho caridad ayer a dos pobres para ser visto. Jesús le explica el sentido de su expresión “darán sabor a nuestro pan”: ofrecerles buena amistad.-Un maestro de la Ley levanta la voz: “¡Maestro, contradices tus propias palabras!”. El insulto, rencoroso e imprevisto proviene del centro de la multitud. Todos se vuelven hacia el lugar de donde ha surgido la voz. Hay confusión. Pedro dice: “¡Ya te lo había dicho… cuando hay uno de ésos, nada va bien!”. De entre la muchedumbre se oyen silbidos y protestas contra el insultador. Jesús es el único que conserva la calma. Ha cruzado sus brazos a la altura del pecho: alto, herida su frente por el sol, erguido sobre la piedra, con su indumento azul oscuro… El que ha lanzado la ofensa, haciendo caso omiso de la reacción de la multitud, continúa: “Eres un mal maestro porque enseñas lo que no haces y…”. La multitud grita: “¡Cállate! ¡Lárgate! ¡Deberías avergonzarte!”. Y otros: “¡Lárgate con tus escribas! A nosotros nos basta el Maestro. ¡Los hipócritas con los hipócritas! ¡Falsos maestros! ¡Usureros!…”. Y seguirían, si Jesús no elevase su voz potente: “¡Silencio! Dejadle hablar”. La gen­te entonces deja de chillar, pero sigue bisbiseando sus improperios, acompañados de miradas furiosas. Maestro de la Ley: “Sí, enseñas lo que no haces. Dices que se debe dar limosna, pero sin ser vistos, y Tú, ayer, delante de toda una multitud, dijiste a dos pobres: «Quedaos, que os daré de comer»”. Jesús: “Dije: «Que se queden los dos pobres. Serán los benditos huéspe­des que darán sabor a nuestro pan». Nada más. No he dicho que que­ría darles de comer. ¿Qué pobre no tiene al menos un pan? Mi ale­gría consistía en ofrecerles buena amistad”. Maestro de la Ley: “¡Ya!, ¡ya! ¡Eres astuto y sabes pasar por cordero!…”. ■ El anciano pobre se pone en pie, se vuelve y, alzando su bastón, grita: “Lengua infernal. Tú acusas al Santo. ¿Crees, acaso, saber to­do y poder acusar por lo que sabes? De la misma forma que ignoras quién es Dios y Aquel a quien insultas, así ignoras sus acciones. Sólo los ángeles y mi corazón exultante lo saben; oíd, hombres, oíd todos y juzgad después si Jesús es el embustero y soberbio de que habla este desecho del Templo. Él…”. Jesús, en tono suplicante, dice: “¡Calla, Ismael! ¡Calla por amor a Mí! Si he alegrado tu corazón, alegra tú el mío guardando silencio”. Anciano Ismael: “Te obedezco, Hijo santo. Déjame decir sólo esto: la bendición del fiel an­ciano israelita está sobre el que de parte de Dios me ha socorrido, y Dios la ha puesto en mis labios por mí y por Sara, mi nueva hija; pero sobre tu cabeza no descenderá la bendición. No te maldigo, no ensuciaré con una maldición mi boca, que debe decir a Dios: «Acógeme». No maldije a quien me renegó y ya he recibido la recompensa divina. Mas habrá quien haga las veces del Inocente acusado y de Ismael, amigo de este Dios que concede su favor”. ■ Gritos en coro cierran las palabras del anciano, que se sienta de nuevo, mientras un hombre, seguido de improperios, a hurtadillas, se aleja. La muchedumbre grita: “¡Continúa, continúa, Maestro santo! Solo te escuchamos a Ti. Escúchanos a nosotros: ¡No queremos a esos malditos pájaros de mal agüero! ¡Son envidiosos! ¡Te preferimos a Ti! Tú eres santo; ellos, malos. ¡Síguenos hablando, sigue! Ya ves que es­tamos sedientos sólo de tu palabra. ¿Casas?, ¿negocios?… No son na­da en comparación con escucharte a Ti”. Jesús: “Seguiré hablando, pero orad por esos desdichados. No os exasperéis. Perdonad, como Yo perdono. Porque si perdonáis a los hombres sus fallos también vuestro Padre del Cielo os perdonará vuestros pe­cados; pero si sois rencorosos y no perdonáis a los hombres, tampoco vuestro Padre perdonará vuestras faltas. Todos tienen necesidad de perdón”.
.  ●No hagáis el bien para ob­tener una recompensa, para tener una garantía en el día de mañana. Mirad: tengo amigos poderosos entre los ricos y amigos entre los pobres de este mundo”.- Razón de la amistad de Jesús por los ricos.-Jesús: “Os decía que Dios os recompensará, aunque no le pidáis, por el bien que hayáis hecho. Ahora bien, no hagáis el bien para ob­tener una recompensa, para tener una garantía en el día de mañana. Que vuestras buenas obras no tengan la medida y límite del temor de si os quedará algo para vosotros, o de si, quedándoos sin nada, no va a haber nadie que os ayude a vosotros, o de si encontraréis a alguien que haga con vosotros lo que vosotros habéis hecho, o de si os segui­rán queriendo cuando ya no podáis dar nada. ■ Mirad: tengo amigos poderosos entre los ricos y amigos entre los pobres de este mundo. En verdad os digo que no son los amigos pode­rosos los más amados; a éstos me acerco, no por amor a Mí mismo o por interés personal, sino porque de ellos puedo obtener mucho para quienes nada tienen. Yo soy pobre. No tengo nada. Quisiera tener to­dos los tesoros del mundo y convertirlos en pan para quienes padecen hambre, o en casas para quienes carecen de ellas; en vestidos pa­ra los desnudos, en medicinas para los enfermos. Diréis: «Tú puedes curar». Sí, y más cosas. Pero no siempre tienen fe, y no puedo hacer lo que haría, lo que quisiera hacer de encontrar en los corazones fe en Mí. Quisiera agraciar incluso a estos que no tienen fe; quisiera, dado que no le piden el milagro al Hijo del hombre, ayudarlos como hombre que soy Yo también. Pero no tengo nada; por ello tiendo la mano a quienes tienen y les pido ayuda en nombre de Dios. Por eso tengo amigos entre los poderosos. El día de mañana, una vez que haya dejado esta Tierra, seguirá habiendo pobres; Yo no estaré ya aquí para realizar milagros en favor de quien tiene fe, ni podré hacer limosnas para llevar a la fe; pero mis amigos ricos, para entonces, ya habrán aprendido, por el contacto conmigo, el modo de ayudar a los necesitados; y mis apóstoles, igualmente por el contacto conmigo, habrán aprendido a solicitar limosna por amor a los hermanos. Así, los pobres tendrán siempre una ayuda. ■ Pues bien, ayer, recibí de una persona, que no tenía nada, más de cuanto me han dado todos los que sí tienen. Es un amigo tan pobre como Yo, pero me ha dado una cosa que no se paga con moneda alguna, y que me ha hecho feliz trayendo a mi memoria muchas horas serenas de mi niñez y juventud, cuando todas las no­ches el Justo (6) imponía sus manos sobre mi cabeza y Yo me iba a des­cansar con su bendición como custodia de mi sueño. Esto me ha dado ayer mi amigo con su bendición. Ved, pues, cómo ningu­no de mis amigos ricos me ha dado jamás lo que él. No temáis, por tanto: aunque perdáis el poder del dinero, os bastará el amor y la santidad para poder favorecer al pobre, al cansado o al afligido”.
* (7) Abandono en las manos de la Providencia: “No os preocupéis demasiado por temor a tener poco, por el futuro. El Padre lo sabe. Mirad los pájaros, los lirios. Buscad primero las cosas verdaderamente necesarias: fe, bondad… Os aseguro que todo lo demás se os dará por añadi­dura sin necesidad siquiera de pedirlo. No hay mayor rico que el santo, ni hombre más seguro que él. Decid siempre la gran palabra de Dios: «Hoy».- Jesús: “Por tanto, os digo: no os preocupéis demasiado por temor a tener poco. Siempre tendréis lo necesario. No os preocupéis demasiado por el futuro. Nadie sabe cuánto es lo que resta de vida. No perdáis la calma preocupándoos por lo que comeréis, para mantener la vida, ni de qué vestiréis para mantener caliente vuestro cuerpo. La vida de vuestro espíritu es mucho más valiosa que el vientre y que los miembros; vale mucho más que la comida y el vestido, así como la vida material es más que la comida y el cuerpo más que el vestido. El Padre lo sabe, sabedlo tam­bién vosotros. Mirad los pájaros del aire: no siembran ni cosechan, no recogen en los graneros, y, sin embargo, no mueren de hambre, porque el Padre celeste los nutre. Vosotros, hombres, criaturas predi­lectas del Padre, valéis mucho más que ellos. ■ ¿Quién de vosotros, con todo su ingenio, podrá añadir a su estatu­ra un solo codo? Si no lográis elevar vuestra estatura ni siquiera un palmo, ¿cómo pensáis que vais a poder cambiar vuestra condición futura, aumentando vuestras riquezas para aseguraros una larga y dichosa vejez? ¿Podéis, acaso, decirle a la muerte: «Vendrás por mí cuando yo quiera»? No, no podéis. ¿Para qué, pues, preocuparos por el mañana?, ¿por qué tanto miedo a quedaros sin nada que vestiros? Mirad cómo crecen los lirios del campo: no trabajan, no hilan, ni van a los vendedores de vestidos a comprar. Y, sin embargo, os aseguro que ni Salomón con toda su gloria se vistió jamás como uno de ellos. Pues bien, si Dios viste así a la hierba del campo, que hoy existe y mañana sirve para calentar el horno o como pas­to de los rebaños —al final, ceniza o estiércol—, ¡cuánto más os proveerá a vosotros, hijos suyos, de lo necesario! ■ No seáis hombres de poca fe. No os angustiéis por un futuro incierto, diciendo: «¿Cuando sea viejo, qué comeré?, ¿qué beberé?, ¿con qué me vestiré?». Dejad estas preocupaciones para los gentiles, que no tienen la sublime certeza de la paternidad divina. Vosotros la tenéis, y sabéis que el Padre conoce vuestras necesidades y que os ama. Confiad, pues, en Él. Buscad primero las cosas verdaderamente necesarias: fe, bondad, caridad, humildad, misericordia, pureza, justicia, mansedumbre, las tres y las cuatro virtudes principales, y todas las demás; de forma que seáis amigos de Dios y tengáis derecho a su Reino. Os aseguro que todo lo demás se os dará por añadi­dura sin necesidad siquiera de pedirlo. No hay mayor rico que el santo, ni hombre más seguro que él. Dios está con el santo y el santo está con Dios. Por su cuerpo no pide, y Dios le provee de lo necesario; trabaja, antes bien, para su espíritu, y Dios mismo se da a él ya aquí, y después de esta vida le dará el Paraíso. ■ No os acongojéis, pues, por lo que no merece vuestra aflicción. Doleos de ser imperfectos, no de tener pocos bienes terrenos. No os atormentéis por el mañana: el mañana tendrá su propia preocupación, y vosotros tendréis que preocuparos por el mañana cuando lo viváis. ¿Por qué pensar hoy en el mañana? ¿Es que, acaso, la vida no está ya suficientemente llena de recuerdos penosos del ayer y de pensamientos molestos del hoy como para sentir la necesidad de cargarla ade­más con las angustias de los «¿qué sucederá?» mañana? Dejadle a ca­da día su preocupación. Habrá siempre más penas en la vida de las que que­rríamos tener. No añadáis penas presentes a penas futuras. Decid siempre la gran palabra de Dios: «Hoy». Sois sus hijos, creados a su semejanza; decid, pues, con Él: «Hoy». Y hoy os doy mi bendición. Que os acompañe hasta el comienzo del nuevo hoy, o sea, mañana; es decir, cuando os dé nuevamente la paz en nombre de Dios”. (Escrito el 27 de Mayo de 1945).
·········································
1  Nota  : Cfr. Mt. 6,19-21: El verdadero tesoro.   2  Nota  : Cfr. Personajes de la Obra magna: Esteban y Hermas.   3  Nota  : Cfr. Personajes de la Obra magna: Pastores de Belén: Isaac.   4  Nota  : Cfr. Mt. 6,1-4: Rectitud de intención: hacer el bien sin decirlo.   5  Nota  : Cfr. Mt 6,14-15: El perdón de las ofensas.   6  Nota  : San José.   7  Nota  : Cfr. Mt. 6,25-34: Confianza en la Providencia.
.                                                  ——————–000——————–

(<Jesús, rodeado de la muchedumbre, sigue instruyendo con el discurso llamado de la Montaña. Irrumpe en el lugar María Magdalena (1), una María seductora y provocativa, a la que cuatro petimetres acicalados traen como en triunfo, entre sus manos entrelazadas. Esta llegada inoportuna de María Magdalena provocará en Jesús unas severas palabras>)
.
3-174-112 (3-34-203).- Imprecaciones contra los corruptores; contra los ricos (2).
* “La impureza corrompe lo que es de Dios, el alma”.- Imprecación contra los que corrompen el alma de los niños: “sería mejor que murieran abrasados por un rayo”.- Imprecación contra los ricos que “os gozáis la vida y nada más: probaréis una pobreza atroz sin fin”.- ■ Jesús la mira fijamente, y ella sostiene su mirada con descaro mientras sonríe y se retuerce con el cosquilleo que el romano le hace en las espaldas y en los senos, que trae descubiertos, con una ramita de lirio silvestre que ha cogido de entre la hierba. María con desdén fingido, levanta el velo y dice: “Respeta mi candor”, lo que hace estallar a los cuatro en una clamorosa risotada. Jesús continúa mirándola. Apenas se pierde el rumor de las risotadas, cuando Él, como si la aparición de la mujer hubiese reavivado las llamas a su discurso que parecía ir ya muriendo, vuelve a empezar y ya no la mira más a ella, sino a los que estaban escuchando, que parecen sentirse molestos y escandalizados con lo que acaba de suceder. ■ Jesús dice: “Dije que uno debe ser fiel a la Ley, humilde, misericordioso, amar no solo a los hermanos por sangre, sino también al que por haber nacido, como vosotros, de hombre, es hermano vuestro. Os dije que el perdón es más útil que el rencor, que la compasión es mejor que la intransigencia. Mas ahora, os digo que no se debe condenar si no está uno exento del pecado, por el que se quiere condenar. No hagáis como los escribas y fariseos que son severos con todos, menos consigo mismos. Llaman impuro a lo externo, que solo puede contaminar lo externo, y luego acogen en lo más profundo de su corazón la impureza. Dios no está en los impuros, porque la impureza corrompe lo que es propiedad de Dios: el alma, y sobre todo el alma de los niños que son ángeles desparramados sobre la tierra. ¡Ay de aquellos que les arrancan sus alas con crueldad de bestias endemoniadas y doblegan estas flores del Cielo en el fango, haciéndoles conocer el sabor de la materia! ¡Ay de ellos!… ¡Sería mejor que murieran abrasados por un rayo antes que cometer tal pecado! ¡Ay de vosotros ricos y de vosotros que os gozáis la vida y nada más, porque precisamente entre vosotros fermenta la más grande impureza,  a la que sirven de lecho y almohada el ocio y el dinero. Ahora estáis saciados. Hasta la garganta os llega la comida de las concupiscencias y os ahoga. Pero tendréis hambre para siempre. Un hambre terrible, insaciable y sin ablandamiento. Sois ahora ricos. Cuánto bien podríais hacer con vuestras riquezas, y cuánto mal os hacéis a vosotros y a los demás. Probaréis una pobreza atroz en un día que no tendrá fin. Ahora reís. Creéis ser los triunfadores, pero vuestras lágrimas llenarán los lagos del Gehena, y  no cesarán”. (Escrito el 12 de Agosto de 1944).
…………………………………
1  Nota   : Magdalena.- Personajes de la Obra magna: Lázaro y Familia.    2  Nota  : Cfr. Lc. 6,24-25.
.                                              ——————–000——————

(<Jesús y los suyos se han retirado a Betania una vez celebrada la Fiesta de la Pascua. Acaban de despedirse de los campesinos de Yocana quienes, después de celebrar la Pascua, se habían acercado hasta Betania para oír al Maestro>)
.
3-206-307 (4-68-410).- Parábola del rey que celebra las bodas de su hijo (1).- Lázaro practica la virtud de la libertad respecto a las riquezas.
“Basta saber poco para poder entrar en el Reino. En verdad os digo también que, como verdaderos vírgenes sagaces, ellos (nuestros pobres amigos) no dejarán que sus lámparas se apaguen antes de la hora de su llamada; esta luz es todo el bien que poseen y no pueden dejar que se apague”.- ■ Y, de hecho, incansable —mientras los últimos rayos rojizos del sol se pierden, y los grillos empiezan a saludar la noche— Jesús se dirige a un prado cuya hierba, que hace poco ha sido segada, crea una alfombra de penetrante y suave fragancia. Lo si­guen los apóstoles, las Marías, Marta y Lázaro con los de su casa —entre los sirvientes está el anciano con la mujer, los dos que en el Monte de las Bie­naventuranzas encontraron una ayuda aun para sus días— Isaac con los discípulos, y… diría yo, toda Betania. Jesús se detiene a bendecir al patriarca que le besa entre lá­grimas la mano, y que acaricia al niño (2) que camina al lado de Jesús. Al niño le dice: “¡Dichoso tú que le puedes seguir siempre! Sé bueno, sé atento, hijo. Tienes una gran suerte. Sobre tu cabeza está suspendida una corona … ¡Dichoso tú!”. ■ Cuando todos se han acomodado, Jesús empieza a hablar: “Han partido nuestros pobres amigos (3) que tenían necesidad de ser muy consolados en la esperanza, o mejor, en la certeza, de que basta saber poco para poder entrar al Reino, que basta un mínimo de verdad sobre cuyo fundamento trabaje la buena voluntad. Os hablo ahora a vosotros, que sois menos infelices porque os encontráis en condiciones mate­riales mucho mejores, y con más auxilios del Verbo: mi amor les sigue a ellos solo con el pensamiento, aquí, a vosotros, mi amor os llega también con mi palabra. Por tanto, tanto en la tierra como en el Cielo, recibiréis un trato más riguroso, pues a quien más se le dio, más se le ha de pedir. Ellos, nuestros pobres amigos, que están en camino de su galera, no pueden tener sino un mínimo de bien; por el contrario, su dolor es máximo. Por esto a ellos, sólo se les puede dar promesas de bien. Cualquier carga sería superflua, pues en verdad os digo que de por sí su vida es penitencia y santidad, y nada más se les debe impo­ner. En verdad os digo también que, como verdaderas vírgenes sagaces (4), ellos no dejarán que sus lámparas se apaguen antes de la hora de su llamada. No, no las dejarán apagarse; esta luz es todo el bien que poseen y no pueden dejar que se apague”.
.   ● Como Yo estoy en el Padre, así los pobres están en Dios. Por esto, Yo, Verbo del Padre, he querido nacer y permanecer pobre”.- Jesús: “En verdad os digo que, como Yo estoy en el Padre, así los pobres están en Dios. Por esto, Yo, Verbo del Padre, he querido nacer y permanecer pobre. En efecto, entre los pobres me siento más cerca del Padre, que ama a los más pequeños, y es amado por ellos con todas sus fuerzas. Los ricos poseen muchas cosas; los pobres, solo a Dios. Los ricos tienen amigos, los pobres están solos. Los ricos tienen muchas consolaciones, los pobres no. Los ricos se divierten, los pobres sólo trabajan. Todo es fácil para los ricos, por su dinero. Los pobres tienen, además, la cruz del temor a las enfermedades y a las carestías, pues significarían para ellos hambre y muerte. Mas los pobres poseen a Dios. Dios, Amigo suyo, Consolador suyo; Él los distrae de su penoso presente con esperanzas celestiales; a Él se le puede decir —y ellos saben decirlo, lo dicen precisamente por ser pobres y humildes y estar solos—: «Padre, socórrenos con tu misericordia»”.
.   ● “Puede parecer extraño. Lázaro es la excepción entre los ricos. Lázaro ha alcanzado esa virtud, dificilísima de encontrar en la tierra: la virtud de la libertad respecto a las riquezas.- Jesús: “Esto lo estoy diciendo aquí, en esta tierra, que es de Lázaro, amigo mío y de Dios a pesar de que sea muy rico. Puede parecer extraño. Lázaro es la excepción entre los ricos. Lázaro ha alcanzado esa virtud, dificilísima de encontrar en la tierra y aún más difícil de poner en práctica para enseñar a otros: la virtud de la libertad respecto a las riquezas. Lázaro es un hombre justo, no se ofende, no se puede ofender porque sabe que es el rico-pobre, por lo cual mi crítica oculta no le toca. Lázaro es justo y reconoce que en el mundo de los grandes sucede como Yo digo. ■ Por lo cual Yo afirmo: en verdad, en verdad, os digo que es mucho más fácil que esté en Dios un pobre que un rico, y os digo que en el Cielo del Padre mío y vuestro muchos asientos serán ocupados por aquellos que en la tierra sufrieron, cual polvo que se pisa, el desprecio, por ser los más pequeños. Los pobres guardan en su corazón las perlas de las palabras de Dios; son su único tesoro. Quien no tiene más que un bien lo custo­dia; el que tiene muchos se aburre, se distrae, es soberbio y sensual. Así, este último no admira con ojos humildes y enamorados el tesoro ofrecido por Dios; lo confunde con otros tesoros —las riquezas de la tierra—, valiosos sólo en apariencia, y piensa: «¡Si le escucho a éste, que es semejante a mí en cuanto hombre, será por condescenden­cia mía!»; y, con los sabores fuertes de la sensualidad, hace insensible su capacidad de distinguir el sabor de lo sobrenatural: sabores fuertes… cargados de especias para confundir su hedor y su sabor a cosa podrida”.
* Parábola del rey que celebra las bodas de su hijo.
.   ● Preocupaciones, riquezas,crápula, impiden entrar en el Reino de los Cielos.- El invitado sin el vestido de bodas.-Jesús: “Escuchad, y entenderéis mejor cómo las preocupaciones de este mundo, las riquezas, la crápula, impiden entrar en el Reino de los Cielos. Una vez, un rey celebraba las nupcias de su hijo. ¡Imaginaos qué fiesta habría en el palacio! Era su único hijo, que, llegado a la plena edad, se casaba con su amada. El padre y rey quiso que todo fuera alegría en la alegría de su hijo amado, que por fin se casaba con su elegida. Entre las muchas fiestas para las bodas organizó un gran banquete; lo preparó con tiempo, cuidando de todos los detalles, para que resultase espléndido y digno de las bodas del hijo del rey. Envió a los siervos, también con tiempo suficiente, para decir a los amigos, a los aliados y a los grandes del reino, que habían sido fijadas las nupcias para esa fecha, por la tarde, y que estaban invitados; que vinieran para que su presencia fuera un digno marco del hijo del rey. Pero… ni amigos, ni aliados, ni grandes del reino aceptaron la invitación Entonces el rey, dudando de que los primeros siervos hubieran referido las cosas correctamente, envió a otros siervos para que insistieran con estas palabras: «¡Os rogamos que vengáis! Todo está preparado. La sala está aderezada, hemos traído de los más distintos lugares vinos preciados, en las cocinas están amontonados bueyes y animales cebados en espera de ser guisados, los esclavos ya están amasando la harina para hacer dulces, o machacando en los morteros las almendras para hacer delicadísimas golosinas enriquecidas con los más exóticos aromas. Las mejores bailarinas y los mejores músicos han sido ya contratados para la fiesta. Venid, pues, y que no sea inútil tanta preparación. Pero los amigos, los aliados y los grandes del reino o rechazaron la invitación, o dijeron: «Tenemos otros quehaceres», o fingieron aceptar la invitación pero luego fueron a sus cosas. Unos al campo, otros a sus ocupaciones, algunos a cosas de menor importancia. Incluso hubo quien, molesto por tanta insistencia —porque el siervo del rey insistía: «No le niegues al rey esto, pues te podría causar algún mal»— mató al siervo para hacerle callar. Los siervos volvieron y refirieron al rey todo. El rey se encendió de cólera y mandó a su ejército para castigar a los asesinos de sus siervos y a los que habían despreciado su invitación; se reservó pre­miar a los que habían prometido que irían. Pero llegada la tarde de la fiesta, a la hora establecida, no vino ninguno. ■ El rey, indignado, llamó a los siervos y dijo: «No puedo dejar de festejar a mi hijo en esta noche de sus bodas. El banquete está preparado. Los invitados no son dignos de él. A pesar de todo, el banquete nupcial de mi hijo ha de celebrarse. Id, pues, a las plazas y a los caminos, colocaos en los cruces, parad a los que pasan, congregad a los que veáis ociosos; traedlos aquí; que la sala se llene de gente que festeje». Y fueron los siervos, y recorrieron los caminos, se diseminaron por las plazas, por los cruces, y reunieron a todos los que encontraron, buenos o malos, ricos o pobres, y los condujeron a la morada real. Previamente les habían procurado los medios para estar en condiciones dignas de entrar en la sala del banquete de bodas. Los guiaron hasta la sala, y la sala se llenó, como el rey había dispuesto. ■ Mas he aquí que, habiendo entrado el rey en la sala, para ver si ya podía empezar la fiesta, vio a uno que, a pesar de las ayudas de los siervos, no llevaba vestido de bodas. Le preguntó: «¿Cómo es que has entrado aquí sin el vestido de bodas?». Éste no supo qué responder, porque, en efecto, no tenía nada que le pudiera disculpar. Entonces el rey llamó a los siervos y les dijo: «Tomad a éste, atadle de pies y manos y arrojadle fuera de mi casa, a las tinieblas y al lodo helador: ahí llorará y le rechinarán los dientes, como ha merecido por su ingratitud y por la ofensa que me ha infligido —más que a mí a mi hijo— al entrar con vestido pobre y sucio en la sala del banquete, donde no debe entrar nada que no sea digno de la sala y de mi hijo». ■ Como podéis ver: las preocupaciones de este mundo, la avaricia, la sensualidad, la crueldad, provocan la ira del rey y hacen que jamás estos hijos de las preocupaciones vuelvan a entrar en la casa del Rey. Podéis también ver cómo entre los llamados, por amor al hijo, hay quien recibe castigo”.
.   ● Habrá quien por su soberbia, dureza, lujuria rechace esta invitación del Rey o quien, para su desgracia, se aproveche indignamente de ella. En efecto, muchos son los llamados, mas pocos los que, por saber perseverar en la llamada, alcanzan la elección.-Jesús: “¡A cuántos, hasta el día de hoy, Dios, en esta tierra, ha enviado a su Verbo! Dios verdaderamente ha invitado, a través de sus siervos —y los seguirá invitando, cada vez con más urgentes invitaciones, a medida que se va acercado la hora de mi Desposorio—, a amigos, a aliados, a los grandes de su pueblo. Mas no responderán a la invitación porque son falsos aliados, falsos amigos, grandes sólo de nombre pues son mezquinos”. Jesús va elevando cada vez más la voz. Sus ojos —a la luz del fuego que ha sido encendido entre Él y los que le escuchan, para iluminar esta noche en que todavía falta la Luna, que está en fase menguante— lanzan destellos de luz como si fueran dos gemas. “Sí, son mezquinos. Ya se ve por qué no comprenden el deber y el honor que supone la adhesión a la invitación del Rey. Soberbia, dure­za, lujuria crean un baluarte en torno a su corazón. Siendo malos, me odian a Mí, a Mí, y por eso no quieren venir a mis bodas. No quie­ren venir. Prefieren a las bodas sus uniones con la sucia política, con al dinero: más sucio todavía, con la sensualidad: sucísima. Prefieren el cálculo astuto, la conjura, la ratera conjura, la celada, el delito. Yo condeno todo esto en nombre de Dios. Se odia por tanto la voz que habla y que invita a las fiestas. ■ En este pueblo se busca a los que matan a los siervos de Dios: los profetas, siervos hasta este momento; mis discípulos, siervos de hoy en adelante. En este pueblo se escoge a los que se burlan de Dios diciendo «Sí. iremos», pensando para sus adentros: «¡Ni soñarlo!». Todo esto es una realidad en Israel. Y el Rey del Cielo, para que su Hijo tenga un cortejo digno de sus bodas, dispondrá que vayan a los cruces de caminos para congregar a todos aquellos que no son amigos o grandes o aliados sino simplemente pueblo que pasa. La convocatoria ha comenzado ya, de mi propia mano, de mi mano de Hijo y siervo de Dios. Los que sean, vendrán… De hecho ya han venido. Yo los ayudo a asearse y a engalanarse para la fiesta de bodas. ■¡Pero, para su desgracia, habrá quien se aproveche indignamente de esta magnificencia de Dios —que le ofrece perfumes y vestiduras regias para que pueda aparecer como en realidad no es, o sea rico y noble—, y se aproveche para seducir, para obtener una ganancia…! ¡Oh, individuo de alma torva, atrapado por el repugnante pulpo de todos los vicios…! Éste substraerá perfumes y vestidos para obtener una ilícita ganancia, para usarlos no en las bodas del Hijo sino en sus bodas con Satanás. Sí, esto sucederá —en efecto, muchos son los llamados, mas pocos los que, por saber perseverar en la llamada, alcanzan la elección—; pero también sucederá que estas hienas, que prefieren la carroña al alimento fresco, serán arrojados, como castigo fuera de la sala del Banquete, a las tinieblas y al fango de un lodazal eterno en que Satanás emite su horrible risa estridente por cada triunfo sobre un alma, y en que resuena, eterno, el llanto desesperado de los necios que siguieron al Delito en vez de seguir a la Bondad que los había llamado”.
* Bendigo a mis discípulos, a los primeros y a los nuevos. Yo los envío por el mundo, a invitar para las bodas del Rey”.-Jesús: “Alzaos. Vamos a descansar. Os bendigo a todos, habitantes de Betania. Os bendigo y os doy mi paz. Te bendigo a ti especialmente Lázaro, amigo mío, y a ti, Marta. Bendigo a mis discípulos, a los primeros y a los nuevos. Yo los envío por el mundo, a invitar para las bodas del Rey. Arrodillaos, que voy a bendeciros a todos. Pedro, di la oración que os he enseñado, dila aquí, a mi lado, en pie, porque debe decirla quien ha sido destinado por Dios para ello”. Toda la asamblea se arrodilla sobre la hierba. En pie sólo están Jesús, con su vestidura de lino, alto, guapísimo, y Pedro, vestido de marrón oscuro, encendido de emoción, casi tembloroso, recitando la oración con esa voz suya no bonita pero sí viril, lentamente por miedo a equivocarse: «Padre nuestro…». (Escrito el 1 de Julio de 1945).
··············································
1  Nota  : Cfr. Mt. 22,1-14.   2  Nota  : El Marziam o Yabés Cfr. Personajes de la Obra magna: Marziam.  3  Nota  : Se trata de los campesinos de Yocana: de los obreros-campesinos que trabajan como esclavos para Yocana, el avaro fariseo, en los campos de la llanura de Esdrelón en Galilea. Para ver el perfil de este Yocana, Cfr. Personajes de la Obra magna: Doras y Yocana.   4  Nota  : Parábola de las diez vírgenes. Cfr. Mt. 25,1-13.
.                                               ——————–000——————–

(<Jesús y sus apóstoles, en la gira que han emprendido, comenzando por la ciudad filistea de Ascalón, han entrado en las montañas de Modín. En el trayecto se han juntado con peregrinos que van a Jerusalén, y, entre ellos, con una caravana nupcial toda ataviada festivamente, con viajeros y mercaderes de corderos destinados al Templo, además de pastores con sus rebaños. Han sentido la presencia de bandidos>)
.
3-223-425 (4-85-532).- Discurso de Jesús a los bandidos: “Satanás (al pecar Adán y Eva) inoculó un sabor maléfico en el inocente metal. Desde ese momento, por el oro se mata y se peca”.
* Jesús consuela, ante el temor a los bandidos, a unos y otros.- ■ Jesús ordena: “Despertad a todos los que duermen. A todos. Decidles que vengan aquí sin hacer ruido, especialmente a las mujeres y a los siervos; que traigan los baúles. Decid a todos los hombres que quizás hay sal­teadores; esto no se lo digáis a las mujeres”. Los apóstoles obedecen al Maestro y van en distintas direcciones. Mientras, Jesús dice a los pastores: “Alimentad el fuego. Que esté bien fuerte, que haga una llama muy viva”. Los pastores obedecen. Jesús, dado que los ve nerviosos, dice: “No temáis. No os robarán ni un solo pelo de lana”. En esto llegan los mercaderes y dicen en tono bajo: “¡Ay, nuestras ganancias!” y añaden una verdadera letanía de improperios contra los gobernantes romanos y judíos porque no limpian el mundo de la­drones. Jesús los conforta diciendo: “No temáis. No perderéis ni una sola moneda”. Llegan las mujeres llorando, muy asustadas; y es que el valiente paraninfo, temblando con un miedo colosal, las aterroriza gimotean­do: “¡Es la muerte! ¡La muerte a manos de los bandidos!”. Jesús las consuela también a ellas diciendo: “No temáis. No os tocarán ni siquiera con la mirada” y las pone en el centro de esta pe­queña población de animales asustados y de hombres. Los burros rebuznan, el perro aúlla, las ovejas balan, las mujeres sollozan, los hombres o maldicen o se acoquinan más aún que las mujeres; todo con una cacofonía que sin duda proviene del espanto. Jesús está sereno, como si no estuviera sucediendo nada. El murmu­llo del bosque no se puede oír con todo este jaleo; pero en el bosque están los bandidos, y se están acercando: lo denuncian ramas que se quiebran y las piedras que ruedan. “¡Silencio!” dice Jesús con tono impositivo, y lo dice de una forma que se hace el silencio.
* Discurso.
“La maldita hambre de oro arrastra a los hombres a sentimientos abyectos. ¿No pensáis que por este pecado perdéis la protección de Dios, la vida eterna, la alegría?”.-Jesús deja el lugar en que está y va hacia el bosque, que comien­za en el límite de la explanada. Vuelve la espalda al bosque y empie­za a hablar. “La maldita hambre del oro arrastra a los hombres a sentimien­tos abyectos; por el oro se desvela el hombre más que por otras cosas. Observad cuánto mal siembra este metal con su cautivador e inútil brillo. Tanta es su naturaleza infernal desde que el hombre es peca­dor, que Yo creo que el aire del Infierno es de color oro. El Creador lo había dejado en las entrañas de ese enorme lapislá­zuli que es la Tierra, que existe por su voluntad creadora, para que le fuera útil al hombre con sus sales, y para que sirviese de adorno en sus templos. Pero Satanás, besando los ojos de Eva y mordiendo el corazón del hombre, inoculó un sabor maléfico en el inocente metal. Desde ese momento, por el oro se mata y se peca. La mujer, por el oro, se hace coqueta y fácil para el pecado carnal; el hombre, por él, se hace ladrón, usurpador, homicida, cruel para con su prójimo y para con la propia alma porque la despoja de su verdadera herencia por darse una cosa efímera; cruel para con esa alma a la que roba el tesoro eterno por unas pocas pepitas brillantes, que con la muerte habrán de abandonarse. ■ Vosotros, que por el oro pecáis, quién más, quién menos; vosotros que cuanto más pecáis más os burláis de cuanto os enseñaron vuestra madre y vuestros maestros, es decir, el hecho de que existe un premio y un castigo por las acciones realizadas durante la vida; ¿no pensáis que por este pecado perderéis 1a protección de Dios, la vida eterna, la alegría?, ¿que tendréis remordimientos, que sentiréis la maldición de vuestro corazón, que el miedo será vuestro compañero, el miedo al castigo humano, que al fin y cabo no es nada comparado con el miedo, santo miedo, al castigo divino, que deberíais tener y no tenéis? ¿No pensáis que, por vuestros descalabros, si desembocan en verdaderos delitos, podéis sufrir un terrible fin, y un fin aún más terrible —por ser eterno— por los delitos cometidos por amor al oro, aun cuando no hayan producido derramamiento de sangre, si han pisoteado la ley del amor y de respeto al prójimo, negando por avaricia ayuda al que padece hambre, robando puestos, o dinero, o en los pesos, por avidez? ■ No. Esto no lo pensáis. Mas bien decís: «Todo eso son embustes; patrañas que he aplastado bajo el peso del oro que tengo y ya no existen». No son patrañas, son verdades. No digáis: «Cuando muera, todo se habrá acabado». No. Entonces todo empezará. La otra vida no es el abismo sin pensamiento ni recuerdo del pasado vivido y sin aspiración a Dios que vosotros creéis que será el tiempo de espera de la 1iberación del Redentor. La otra vida es espera dichosa para los justos; espera paciente para los purgantes, espera horrenda para los réprobos: para los primeros, en el Limbo; para los segundos, en el Purgatorio; para los últimos, en el Infierno. La espera de los primeros cesará con la entrada en el Cielo siguiendo al Redentor; la de los segundos, una vez cumplida aquella hora, se verá más confortada de esperanza; mas la de los terceros se verá oscurecer con su terrible certeza de maldición eterna”.
.  ● “Nunca es tarde para enmendarse. Cambiad con arrepentimiento el veredicto escrito en el Cielo para vosotros. ¿Por qué queréis sufrir, si podríais sentiros serenamente satisfechos con lo poco en esta tierra y con el todo en el Cielo?”.- ■ Jesús: “Pensadlo, vosotros que pecáis. Nunca es tarde para enmendarse. Cambiad con un verdadero arrepentimiento el veredicto que está siendo escrito en el Cielo para vosotros. Que el Sheol, para vosotros no sea infierno, sino, por voluntad vuestra, al menos, penitente espera. No tinieblas, sino crepúsculo de luz; no angustia, sino nostalgia; no desesperación, sino esperanza. Marchaos. No tratéis de luchar contra Dios. Él es el Fuerte y Bueno. No pisoteéis el nombre de vuestros padres. Escuchad cómo gime ese manantial, su gemido es semejante al que desgarra el corazón de vuestras madres al saber que sois unos asesinos. Escuchad el silbido del viento en el desfiladero: parece amenazar y maldecir; como os maldice vuestro padre por la vida que vivís. Escuchad el quejumbroso alarido del remordimiento en vuestros corazones. ¿Por qué queréis sufrir, si podríais sentiros serenamente satisfechos con lo poco en esta tierra y con el todo en el Cielo? ¡Pacificad vuestro espíritu! ¡Devolved la paz a los que temen, a los que se ven obligados a teme­ros como a animales feroces! ¡Poned paz en vuestro corazón, desdi­chados malhechores! Alzad vuestra mirada al Cielo, separad vues­tros labios del venenoso alimento, purificaos las manos, que chorre­an sangre fraterno, purificaos el corazón”.
.   ● Tan poco os temo, que digo a todos éstos: «Volved a vuestro descanso, sin rencor hacia estos pobres hermanos; orad por ellos; Yo me quedo aquí a mirarlos con ojos de amor. El amor desarma a los violentos y sacia a los codiciosos».- ■ Jesús: “Yo tengo fe en vosotros, por eso os hablo; aunque todo el mundo os odia y teme, Yo ni os odio ni os temo; os tiendo la mano para deci­ros: «Levantaos. Venid. Volved a reintegraros, mansos y hombres, entre los otros hombres». Tan poco os temo, que digo a todos éstos: «Volved a vuestro descanso, sin rencor hacia estos pobres hermanos; orad por ellos; Yo me quedo aquí a mirarlos con ojos de amor. Os juro que no sucederá nada. El amor desarma a los violentos y sacia a los codiciosos. ¡Bendito sea el Amor, verdadera fuerza del mundo, fuerza desconocida pero poderosa, fuerza que es Dios!»”.
.   Y, volviéndose a todos, dice: “Volved a vuestros sitios. No temáis, porque allí ya no hay malhechores, sino hombres profundamente turbados, hombres que lloran. Quien llora no hace daño. ¡Quiera Dios que perseveren como ahora, porque significaría su redención!”. (Escrito el 19 de Julio de 1945).
.                                             ——————–000——————–

4-276-318 (5-140-890).- El hombre avaro y la parábola del rico necio (1).
.  ● Curaciones de Jesús en la región de Genesaret.- Algunos discípulos ricos preguntan (escriba Juan): ¿Entonces debo destruir lo que tengo, des­pojando a los míos de lo suyo?”.- ■ Jesús está en una de las colinas de la ribera occidental del lago. Ante sus ojos se muestran las ciudades o los pueblos diseminados por las riberas de una u otra orilla; pero, exactamente debajo de la colina, están Magdala y Tiberíades: la primera, con su barrio de lujo, lleno de jardines, separado netamente de las pobres casas de los pescadores, campesinos y gente humilde, por un pequeño torrente que ahora está completamente seco; la otra, espléndida en todas sus partes, es una ciudad que ignora todo lo que sea miseria y decadencia, y  ríe, bonita y nueva, bajo el sol, frente al lago. Entre ambas ciudades, las huertas, pocas pero bien cuidadas, de la estrecha llanura, y luego los plantíos de olivos, que, en terrazas, llegan hasta la cima de las colinas. A espaldas de Jesús, desde esta cima, se ve el paso de forma de silla de montar del monte de las Bienaventuranzas, por cuya base discurre el camino de primer orden que va desde el Mediterráneo hasta Tiberíades. Quizás por esta cercanía de un camino principal muy transitado, Jesús ha elegido esta localidad a la que las personas pueden llegar desde muchas ciudades del lago o de la zona interna de Galilea, y desde la cual, cuando anochece, es fácil volver a las propias casas o hallar alojamiento en muchos pueblos. Y la temperatura es modera­da, debido a la altura y a los árboles agrestes que en la cima han substituido a los olivos. ■ Efectivamente, hay mucha gente además de los apóstoles y discípulos. Gente que tiene necesidad de Jesús para la salud, o para pedir consejos; gente que ha venido por curiosidad; gente traída por amigos o que ha venido por espíritu de imitación. En fin, mucha gente. La estación, que ya no es canicular sino templada gracias al otoño, invita más que nun­ca a peregrinar en busca del Maestro.  Jesús ha curado ya a los enfermos y ha dirigido su palabra a la gente (2). Ha hablado ciertamente sobre el tema de las riquezas adqui­ridas con injusticia, sobre el desapego de la riqueza, requerido en to­dos para ganarse el Cielo, indispensable en quien quiere ser discípu­lo suyo. ■ Ahora está respondiendo a las preguntas de algunos discípu­los ricos, que están un poco turbados por estas cosas. El escriba Juan dice: “¿Entonces debo destruir lo que tengo, des­pojando a los míos de lo suyo?”. Jesús: “No. Dios te ha dado unos bienes. Haz que sirvan a la Justicia y sírvete de ellos con justicia. O sea, socorre con esos bienes a tu familia: es un deber; trata con humanidad a los siervos: es caridad; favo­rece a los pobres; ofrece tu ayuda para aliviar las necesidades de los discípulos pobres. Obrando así, tus riquezas no te serán motivo de tropiezo; antes bien, te servirán de ayuda”.
.  ● “Sabed ser pobres, sabed saber morir, pero no pactéis nunca con el pecado; ni siquiera con la disculpa de usar el oro en beneficio de los pobres. Es oro maldito”.- ■ Luego, dirigiéndose a todos, dice: “En verdad os digo que puede correr el mismo riesgo de perder el Cielo por amor a las riquezas hasta el más pobre de mis discípulos, si, hecho sacerdote mío, falta a la justicia haciendo pactos con el rico. El rico y malvado intentará muchas veces seduciros con regalos para teneros de su parte y para que consintáis su modo de vivir y su pecado. Y habrá ministros míos que cedan a la tentación de los regalos. No debe ser así. Aprended del Bautista. Poseía, sin ser ni juez ni magistrado, la perfección indicada por el Deuteronomio: «No harás acepción de personas, no aceptarás donativos, porque ciegan los ojos de los prudentes y alteran las palabras de los justos» (3). ■ Demasiadas veces el hombre deja que la espada de la justicia pierda su filo ante el oro que un pecador le pasa por encima. No, no debe ser así. Sabed ser pobres, sabed saber morir, pero no pactéis nunca con el pecado; ni siquiera con la disculpa de usar el oro en beneficio de los pobres. Es oro maldito, no les acarrearía ningún bien; es oro de pacto infame. Sois constituidos discípulos para ser maestros, médicos y redentores. ¿Qué seríais si os hicierais aprobadores del mal por interés? Maestros de mala ciencia, médicos que quitan la vida al enfermo, cooperadores en la ruina de los corazones, en vez de redentores”.
.    Un asunto de herencia: “manda a mi hermano que reparta conmigo la herencia”.- Alteraciones del alma de un hombre avaro o de un hombre justo se reflejan en sus rostros. En unos: rostros envejecidos y deformados, infelices. Y en otros: rostros hermosos de una belleza sobrenatural, felices. ■ Uno de entre la multitud se abre paso y dice: “No soy discípulo, pero te admiro. Responde, pues, a esta pregunta: ¿puede uno retener el dinero de otro?”. Jesús: “No, hombre; es robo, igual que quitarle el dinero a un viandante”. Hombre: “¿También cuando es dinero de la familia?”. Jesús: “También. No es justo que una persona se apropie del dinero de los demás”. Hombre: “Entonces, Maestro, ven a Abelmaín, en el camino de Damasco, y manda a mi hermano que reparta conmigo la herencia de nuestro padre, muerto sin haber dejado escrita palabra alguna. Se ha queda­do con toda. Considera, además, que somos gemelos, nacidos de un primer y único parto. Tengo, pues, los mismos derechos que él”. Jesús le mira y dice: “Es una triste situación. Está claro que tu hermano no se está comportando bien. De todas formas, lo único que puedo hacer es orar por ti, y, más aún, por él, para que se convierta; y puedo ir a tu ciudad a evangelizar y así tocar su corazón. No me pesa el camino, si puedo poner paz entre vosotros”. El hombre salta encolerizado: “¿Y para qué me sirven tus pala­bras? ¡Mucho más que palabras hace falta en este caso!”. Jesús: “Pero no me has dicho que le ordene a tu hermano que…”. Hombre: “Mandar no es evangelizar. La orden siempre va unida a una amenaza. Amenázale con hacerle algún mal a su físico, si no me da lo mío. Puedes hacerlo. De la misma forma que devuelves la salud, puedes inducir la enfermedad”. Jesús: “Hombre, he venido a convertir, no a herir. Si tienes fe en mis pa­labras hallarás paz”. Hombre: “¿Qué palabras?”. Jesús: “Te he dicho que oraré por ti y por tu hermano, para consuelo tu­yo y conversión suya”. Hombre: “¡Cuentos! ¡Cuentos! No soy tan estúpido como para creer en ellos. Ven y ordena”. ■ Jesús, cuya actitud era mansa y paciente, adquiere un aspecto majestuoso y severo. Se yergue —antes estaba un poco curvado ha­cia este hombre bajo y corpulento y encendido de ira— y dice: “Hombre ¿quién me ha constituido juez y árbitro entre vosotros? Ninguno. De todas formas, para zanjar una división entre dos hermanos, había aceptado ir para ejercer mi misión de pacificador y redentor. Si hubieras creído en mis palabras, al regreso a Abelmaín habrías en­contrado ya convertido a tu hermano. No sabes creer, y no se te dará el milagro. Si hubieras podido ser el primero en hacerte con el teso­ro, te habrías quedado con él y le habrías dejado sin nada a tu her­mano; porque, en verdad, de la misma forma que habéis nacido ge­melos, tenéis gemelas las pasiones, y tanto tú como tu hermano te­néis un solo amor: el oro, una sola fe: el oro. Quédate, pues, con tu fe. Adiós”. El hombre se marcha maldiciendo a Jesús, con escándalo de to­dos, que querrían darle un escarmiento. Pero Él se opone. Dice: “Dejad que se marche. ¿Por qué queréis mancharos las manos pegando a un hombre brutal? Yo perdono por­que está poseído por el demonio del oro que le pervierte. Perdonad también vosotros. Oremos, más bien, por este infeliz, para que vuel­va a ser un hombre de alma adornada de libertad”. Unos a otros los discípulos y la gente que estaba cerca del avaro, dicen: “Es cierto. Su avaricia le ha puesto incluso una cara horrenda. ¿Has visto?”. “¡Es verdad! ¡Es verdad! No parecía el mismo de antes”. “Sí. Y luego, cuando ha rechazado al Maestro —y que casi le ha pegado mientras le maldecía—, su cara era de demonio”. “Un demonio tentador. Estaba tentando al Maestro a la mal­dad…”. ■ Jesús dice: “Escuchad. Verdaderamente las alteraciones del alma se reflejan en la cara. Es como si el demonio se asomase a la superficie de la persona poseída. Pocos son los que son demonios y no dejan ver eso que en realidad son, o con hechos o con el aspecto. Y estos pocos son los perfectos en el mal, los perfectamente poseídos. Por el contrario, el rostro del justo es siempre hermoso, aunque físicamente sea deforme, por una belleza sobrenatural que se expande de dentro afuera; siendo así que  —y no es una forma de hablar, sino cosas reales— observamos en el que no tiene vicios, incluso en su carne, una frescura. El alma está en nosotros y nos abraza por completo. Y el hedor de un alma corrompida corrompe también el cuerpo, mientras que el perfume de un alma pura preser­va. El alma corrompida impulsa a la carne a pecados obscenos, y éstos envejecen y deforman; el alma pura impulsa a la carne a una vida pura, y ello conserva la lozanía y comunica majestuosidad. Haced que en vosotros permanezca la juventud pura del espíritu o que resucite si la perdisteis, y estad atentos a guardaros de todo apetito desenfrenado, tanto de sensualidad como de poder. La vida del hombre no depende de la abundancia de los bienes que posee; ni esta vida ni mucho menos la otra, la eterna. Depende de su forma de vi­vir. Y, con la vida, la felicidad en esta tierra y en el Cielo. Porque el vicioso no se siente nunca feliz, realmente feliz; pero el virtuoso lo es siempre, con una felicidad celeste, aunque sea pobre y esté solo. Ni siquiera la muerte impresiona al virtuoso, porque no siente culpas ni remordimientos que le hagan temer el encuentro con Dios, ni año­ranzas de lo que deja en esta tierra. Él sabe que en el Cielo está su tesoro, de forma que, como quien va a recibir la herencia que le corresponde –herencia santa además–, se encamina dichoso y dili­gente al encuentro de la muerte, que le abre las puertas de aquel Reino en que está su tesoro”.
.   ● La parábola.- “En verdad os que esto sucede a quien atesora para sí y no se enriquece ante los ojos de Dios”.-Jesús: “Empezad inmediatamente a acumular vuestro tesoro. Ya desde la juventud los que sois jóvenes. Trabajad incansablemente, vosotros ancianos, que por la edad tenéis más cercana la muerte; y, puesto que la muerte es plazo ignorado, y frecuentemente sucede que falle­ce antes el niño que el anciano, no aplacéis el trabajo de haceros un tesoro de virtudes y buenas obras para la otra vida, para que no os lle­gue la muerte sin que hayáis acumulado un tesoro de méritos en el Cielo. Hay muchos que dicen: «¡Soy joven y fuerte! Por ahora gozaré en la tierra. Más adelante me convertiré». ¡Gran error! ■ Escuchad esta parábola. Un hombre rico había obtenido mucho fruto de sus campos. Verdaderamente una cosecha portentosa. En­tonces se puso a contemplar, dichoso, toda esta exuberancia que se acumulaba en sus campos y en sus eras y que no cabía en los grane­ros; tanto que ocupaba improvisados cobertizos y hasta habitaciones de la casa. Y dijo: «He trabajado como un esclavo, pero la tierra no me ha defraudado. He trabajado durante diez cosechas. Ahora quiero descansar otros tantos años. ¿Cómo haré para dejar bien acondicio­nada toda esta cosecha? No quiero vender una parte, porque me obligaría a trabajar para cosechar otra vez el año que viene. Ya sé: voy a destruir mis graneros y voy a hacer otros más grandes, de forma que quepa todo lo cosechado y todos mis bienes; luego diré a mi alma: ‘¡Oh, alma mía, tienes acumulados bienes para muchos años. Descansa, pues. Come, bebe, goza!’». ■ Éste, como muchos, con­fundía el cuerpo con el alma, mezclaba lo sagrado con lo profano; porque la verdad es que en las comilonas y el ocio el alma no goza, antes bien, languidece. Éste también, como muchos tras la primera buena cosecha en los campos del bien, se paraba, pareciéndole que había hecho mucho. ¿No sabéis que cuando se pone la mano en el arado es necesario perseverar, uno, diez, cien años, todo lo que dure la vida, porque de­tenerse es delito hacia uno mismo? Efectivamente, uno se niega una gloria mayor. ¿Y no sabéis que eso es retroceder? En efecto, quien se pa­ra, generalmente, no sólo no sigue adelante, sino que se vuelve para atrás. ■ El tesoro del Cielo tiene que aumentar año tras año para que sea bueno; porque, si es cierto que la Misericordia será benigna con quien tuvo pocos años para atesorar, cierto es también que no la habrá para los perezosos que, disponiendo de larga vida, hacen poco. El tesoro del Cielo es un te­soro en continuo aumento. Si no, deja de ser fructífero para hacerse un tesoro muerto, y ello va en detrimento de una inmediata paz del Cielo. Dios dijo al necio: «Hombre necio, que confundes el cuerpo y los bienes de la tierra con lo que es espíritu y de una gracia de Dios te procuras un daño: has de saber que esta misma noche se te pedirá el alma y te será arrebatada, y el cuerpo yacerá sin vida. ¿De quién va a ser cuanto has preparado? ¿Podrás llevártelo contigo? No. Dejarás la tierra y vendrás a mi presencia desnudo de cosas terrenas y de obras espirituales, y serás pobre en la otra vida. Mejor hubiera si­do para ti hacer con tus cosechas obras de misericordia para el próji­mo y para ti mismo, pues siendo misericordioso con los demás lo hu­bieras sido también con tu alma; y, en vez de nutrir pensamientos ociosos, cultivar actividades que te hubieran acarreado un honesto provecho para tu cuerpo y grandes méritos para tu alma, hasta que Yo te hubiera llamado». ■ Aquel hombre murió durante la noche y fue se­veramente juzgado. En verdad os digo que esto es lo que le sucede a quien atesora para sí y no se enriquece ante los ojos de Dios. Ahora marchaos, y haced tesoro con la doctrina que se os da. La paz sea con vosotros”.  Jesús bendice y se retira con apóstoles y discípulos a una espesura del bosque para comer y descansar.
.  ● Confianza en la la Providencia (4): No temáis tanto por vuestro mañana. Dios sabe hasta cuándo dejaros el alma en el cuerpo; hasta esa hora os dará lo necesario. Vosotros tenéis a vuestro Padre que conoce vuestras necesidades. Debéis buscar solo el Reino de Dios y su justicia. Lo demás se os dará por añadidura”.- ■ Mientras comen, continúa la lección de antes, repitiendo un tema del que ya ha hablado en varias ocasiones a los apóstoles, y que creo que nunca se habrá expresado suficientemente, porque el hombre está demasiado absorbido por miedos sin fundamento. ■ Jesús les dice: “Creed que sólo hay que preocuparse de este enriquecimiento en virtud. Estad atentos, además, a que vuestra preocupación no sea nunca ansiosa, inquieta. El bien es enemigo de las inquietudes, de los miedos, de las prisas; todas estas cosas denotan demasiado todavía la avaricia, la rivalidad, la humana desconfianza. Que vuestro trabajo sea constante, esperanzado, pacífico; sin arranques bruscos ni bruscas detenciones, como hacen los burros salvajes, que ninguno que esté en su sano juicio los usa para recorrer seguro camino. Pacíficos en las victorias, pacíficos en las derrotas. Aun el dolor por un error cometido, que os entristece porque con él habéis contrariado a Dios, debe ser también pacífico, debe sentir el alivio de la humildad y la confianza. El abatimiento, el odio hacia uno mismo es siempre síntoma de soberbia y de falta de confianza. El humilde sabe que es un pobre hombre sujeto a las miserias de la carne, que algunas veces triunfa; el humilde tiene confianza no tanto en sí mis­mo cuanto en Dios, y mantiene la calma incluso en las graves derro­tas, diciendo: «Perdóname, Padre. Sé que conoces mi debilidad que a veces me domina. Sientes compasión de mí, lo creo. Confío firme­mente en que me vas a ayudar, incluso más que antes, en el futuro, a pesar de que te satisfaga tan poco». ■ No os mostréis apáticos ni ava­ros respecto a los bienes de Dios. Dad la sabiduría y virtud que ten­gáis. Sed laboriosos en el espíritu, como los hombres lo son para las cosas de la carne. Y, respecto a la carne, no imitéis a los del mundo que siempre tiemblan por su futuro, por el miedo de que les falte lo superfluo, de que les venga una enfermedad o la muerte, de que los enemigos los puedan perjudicar, etc. Dios sabe de qué tenéis necesidad. No te­máis por tanto, por vuestro mañana. Vivid libres de los miedos, que pesan más que las cadenas de los galeotes. No os afanéis por vuestra vida, ni por la comida, la bebida o el vestido. La vida del espíritu va­le más que la del cuerpo, y el cuerpo más que el vestido, porque vivís con el cuerpo, no con el vestido; y con la mortificación del cuerpo ayudáis al espíritu a conseguir la vida eterna. Dios sabe hasta cuán­do dejaros el alma en el cuerpo; hasta esa hora os dará lo necesario. Si se lo da a los cuervos, animales impuros que se alimentan de ca­dáveres y que tienen su razón de existir precisamente en esta fun­ción suya de eliminar substancias en putrefacción, ¿no os lo va a dar a vosotros? Ellos no tienen despensas ni graneros, y Dios los nutre igualmente. Vosotros sois hombres, no cuervos. Además, los presen­tes sois la flor de los hombres, porque sois los discípulos del Maestro, los evangelizadores del mundo, los siervos de Dios. ¿Vais a pensar que Dios, que tiene cuidado del lirio de los valles, cuyo único trabajo es el de perfumar, adorando, y le hace crecer y le viste con vestidura tan hermosa como jamás tuviera Salomón, puede descuidaros, incluso en lo relativo a vuestro vestido? Vosotros sí que no podéis añadir ni un diente a las bocas desdentadas, ni alargar una pulgada a una pierna contraída, ni volver aguda la pupila empañada. Y si no sois capaces de hacer estas cosas, ¿podéis pensar que sois capaces de apartar de vosotros las miserias y enfermedades y de sacar comida del polvo? No podéis. Mas no seáis gente de poca fe. Tendréis siempre lo necesario. No os entristezcáis como la gente del mundo, que se desvive por conseguir cosas de que gozar. Vosotros tenéis a vuestro Padre, que conoce vuestras necesidades. Debéis sólo buscar el Reino de Dios y su justicia. Sea éste vuestro primer interés. Todo lo demás se os dará por añadidura”.
.   ● El verdadero tesoro (5). La renuncia a los bienes o a la familia por seguir a Jesús es un tesoro que no se devalúa jamás. “Tened el Cielo en el corazón y el corazón en el Cielo junto a vuestro tesoro. Porque el corazón, tanto en el bueno como en el malo, está donde está el tesoro que más se quiere”.- ■ Dice Jesús: “No temáis, vosotros, mi pequeño rebaño. Mi Padre se ha complacido en llamaros al Reino para que poseáis este Reino. Podéis, por tanto, aspirar a él y ayudar al Padre con vuestra buena voluntad y santa laboriosidad. Vended vuestros bienes, distribuidlos en limos­na, si estáis solos. Dejad a los vuestros lo que os pertenece por seguirme a Mí, porque justo es no dejar sin pan a los hijos o esposas. Y si no podéis, por este motivo, sacrificar las riquezas pecuniarias, sacrificad las riquezas de afecto, que son también monedas, valoradas por Dios por lo que son: oro más puro que ningún otro, perlas más preciosas que las que se arre­batan a los mares, rubíes más singulares que los de las entrañas de la tierra. Porque renunciar a la familia por Mí es caridad más perfec­ta que oro sin un solo átomo impuro, es perla hecha de llanto, rubí hecho de sangre que rezuma por la herida del corazón, desgarrado por la separación del padre y de la madre, de la esposa y de los hijos. Estas bolsas no merman, este tesoro no se devalúa jamás. Los ladro­nes no se introducen en el Cielo, la carcoma no come lo que en él se deposita. Tened el Cielo en el corazón y el corazón en el Cielo junto a vuestro tesoro. Porque el corazón, tanto en el bueno como en el malo, está don­de está el tesoro que más se quiere. Por tanto, de la misma forma que el corazón está donde el tesoro (en el Cielo), el tesoro está donde el corazón (es decir, en vosotros); es más, el tesoro está en el corazón, y, con el tesoro de los santos, está, en el corazón, el Cielo de los santos”.
.    ●  Necesidad de la vigilancia (6)
Para los siervos: “Bienaventurados los siervos a quien el Amo encuentre en vela. Puede llegar a la primera vigilia o a la segunda o a la tercera. No lo sabéis. Por tanto, estad siempre vigilantes”.-Jesús: “Estad siempre preparados, como quien va a emprender un viaje o en espera del amo. Vosotros sois siervos del Amo-Dios. En cualquier momento os puede llamar a su presencia, o venir a vosotros. Estad, pues, siempre preparados para ir, o a rendirle honor, ceñida la cintu­ra con cinturón de viaje y de trabajo, con las lámparas encendidas en vuestras manos. A1 salir de una fiesta nupcial con uno que os haya precedido en los Cielos y en la consagración a Dios en la tierra, Él puede recordarse de vosotros, que estáis esperando; y puede decir: «Vamos donde Esteban, o donde Juan, o Santiago y Pedro, etc.». Y Dios es rápido en venir y decir: «Ven». Por tanto, estad preparados para partir si os llamare. Bienaventurados los siervos a quienes encuentre en vela el Amo cuando llegue. En verdad os digo que, para recompensarlos por la fiel espera, se ceñirá el vestido, los sentará a la mesa y se pondrá servirlos. Puede llegar a la primera vigilia, o a la segunda, o a la tercera… no lo sabéis. Por tanto, estad siempre vigilantes. ¡Dichosos vosotros, si estáis así y así os encuentra el Amo! No os engañéis diciendo: «¡Hay tiempo! Esta noche no viene». Sería un mal para vosotros. No sabéis. Si uno supiera cuándo viene el ladrón, no dejaría sin guardia la casa para que el malhechor pudiera forzar la puerta y las arcas. Estad preparados también vosotros, porque, cuando menos os lo penséis, vendrá el Hijo del hombre y dirá: «Es la hora»”.
. —Para los administradores del Amo: “Dichoso el siervo al que el Amo encuentre obrando con fidelidad, diligencia y justicia. En verdad os digo que le hará administrador de otras propiedades. Ahora bien, el que conoce más la voluntad y el pensamiento de su amo más obligado está a cumplir con exactitud. A quien mucho se le dio mucho le será pedido. Porque hasta del alma de un niño de una hora se pedirá cuenta a mis administradores”.- ■ Pedro, que incluso se ha olvidado de terminar su comida por escuchar al Señor, viendo que Jesús calla, pregunta: “¿Esto que dices es para nosotros o para todos?”. Jesús: “Para vosotros y para todos; pero más para vosotros, porque vo­sotros sois como administradores puestos por el Amo al frente de los siervos, y tenéis doble obligación de estar preparados: por vosotros como administradores y por vosotros como simples fieles. ¿Cómo de­be ser el administrador al que el amo ha colocado al frente de sus domésticos para dar a cada uno, a su tiempo, la justa porción? Debe ser sagaz y fiel. Para cumplir su propio deber, para hacer cumplir a los subordinados el deber que ellos tienen. Si no, saldrían perjudica­dos los intereses del amo, que paga para que el administrador actúe haciendo las veces de él y vele por sus intereses en su ausencia. ■ Dichoso el siervo al que el amo, al volver a su casa, encuentre obrando con fidelidad, diligencia y justicia. En verdad os digo que le hará administrador de otras propiedades, de todas sus propiedades, descansando y exultando en su corazón por la seguridad que ese siervo le da. Mas si ese siervo dice: «¡Oh, qué bien! El amo está muy lejos y me ha escrito que tardará en volver. Por tanto, puedo hacer lo que me parezca, y luego, cuando calcule que esté próximo a regresar, to­maré las medidas oportunas». Y empieza a comer y a beber hasta emborracharse, y a dar órdenes de borracho, y —ante la oposición a cumplirlas, por no perjudicar al amo, por parte de los siervos buenos subordinados a él— empieza a pegar a los siervos y a las siervas hasta hacerlos enfermar y languidecer. Y se siente feliz y dice: «Por fin llego a saborear lo que significa ser jefe y ser temido por todos». ¿Qué le sucederá? Le sucederá que llegará el amo cuando menos se lo espere, quizás incluso sorprendiéndole en el momento en que está robando dinero o sobornando a alguno de los siervos más débiles; entonces, os digo que el amo le quitará del puesto de administrador y le cancelará incluso de las filas de sus siervos, porque no es lícito mantener a los infieles y traidores entre los honestos, y tanto mayor será el castigo cuanto más le quiso y le instruyó su amo. Porque el que conoce más la voluntad y el pensamiento de su amo más obligado está a cumplirlo con exactitud. Si no hace como su amo le ha explicado —ampliamente, como a ningún otro— será castigado fuertemente. Sin embargo, el que, como siervo menor, sabe poco, y yerra creyendo actuar correctamente, recibirá un castigo menor. A quien mucho se le dio mucho le será pedido. Mucho tendrá que restituir aquel a quien mucho se le confió. Porque hasta del alma de un niño de una hora se pedirá cuenta a mis administradores”.
.  ●  Un evangelio molesto (7): “He venido a traer fuego a la tierra; ¿qué puedo desear, sino que arda? Creéis que he venido a poner paz en la tierra? No. Todo lo contrario: discordia y separación.-Jesús: “Mi elección no es fresco descanso en un bosque florido. He venido a traer fuego a la tierra; ¿qué puedo desear, sino que arda? Por eso me fatigo, como quiero que os fatiguéis vosotros hasta la muerte y hasta que la tierra toda sea una hoguera de celeste fuego. Debo ser bauti­zado con un bautismo. ¡Cuán angustiado viviré hasta que se cumpla! ¿No os preguntáis por qué? Porque por él os podré hacer portadores del Fuego, fermento activo en todas y contra todas las capas sociales, para fundirlas en una única cosa: el rebaño de Cristo. ■ ¿Creéis que he venido a poner paz en la tierra?, ¿según los modos de ver de la tierra? No. Todo lo contrario: discordia y separación. Porque, de ahora en adelante, mientras toda la tierra no sea un único rebaño, de cinco que haya en una casa, dos estarán contra tres, y el padre estará contra el hijo y el hijo contra el padre, y la madre con­tra las hijas, y éstas contra aquélla y las suegras y nueras tendrán un motivo más para no entenderse, porque habrá labios que hablen un lenguaje nuevo, y será como una Babel; porque una profunda agitación estremecerá el reino de los afectos humanos y sobrehumanos. Mas luego vendrá la hora en que todo se unificará en una lengua nueva que hablarán todos los salvados por el Nazareno, y se depura­rán las aguas de los sentimientos, irán al fondo las escorias y brilla­rán en la superficie las límpidas ondas de los lagos celestes. Verdaderamente, servirme no es descansar, según el significado que el hombre da a esta palabra; es necesario ser héroes, infatiga­bles. Mas os digo que al final será Jesús, siempre Jesús, el que se ce­ñirá el vestido para serviros, y luego se sentará con vosotros a un banquete eterno, y todo cansancio y dolor serán olvidados”
* “Os digo una cosa que no sabéis: que todos los bienes personales de María de Lázaro son para los siervos de Dios y para los pobres de Cristo”.-Jesús: “Ahora, dado que ninguno nos ha vuelto a buscar, vamos al lago. Descansaremos en Magdala. En los jardines de María de Lázaro hay sitio para todos, y ella ha puesto su casa a disposición del Peregrino. Y de sus amigos. No hace falta que os diga que María de Magdala ha muerto con su pecado y que de su arrepentimiento ha renacido María de Lázaro, discípula de Jesús de Nazaret; ya lo sabéis, porque la noticia ha corrido como fragor de viento en un bosque. No obstante os digo una cosa que no sabéis: que todos los bienes personales de María de Lázaro son para los siervos de Dios y para los pobres de Cristo. Vamos…”. (Escrito el 10 de Septiembre de 1945).
········································
1 Nota : Cfr. Lc. 12, 13-53.  2  Nota  : Cfr. Lc. 12,13-24; Mt. 14,34-36; Mc. 6,53-56.- Un asunto de herencia.-  Parábola.- Desapego de riquezas.- Muchas curaciones.   3  Nota  : Cfr. Deut. 16,18-20.   4  Nota  : Cfr. Lc. 12,22-31: Confianza en la Providencia.   5  Nota  : Cfr. Lc. 12,32-34: El verdadero tesoro.  6  Nota  : Cfr. Lc. 12,35-48: Necesidad de la vigilancia.   7  Nota  : Cfr. Lc. 12,49-53: Un evangelio molesto: no viene a traer la paz sino espadas.
.                                    ——————–000——————–

 5-351-332 (6-39-239).- Tributo pagado al Templo con la moneda hallada en la boca del pez (1).
* Ante una precariedad económica actitud de J. Iscariote, de Tomás. Respuesta de Jesús: “Es buena cosa no tener ni un céntimo, así brillará más la paternidad de Dios incluso en las cosas pequeñas”.- ■ Las dos barcas tomadas para volver a Cafarnaúm se deslizan por un lago inverosímilmente quieto: una verdadera cubierta de cristal, que se cierra tan pronto han pasado las dos barcas acariciándolo. Pero no son las barcas de Pedro y Santiago, sino otras dos, quizás al­quiladas en Tiberíades. Y oigo que Judas se lamenta un poco por ha­berse quedado sin dinero después de este último gasto. Dice a Tomás, quejándose, en voz baja: “Hemos pensado en los demás. ¿Pero en nosotros? ¿Cómo nos las vamos a arreglar ahora? Tenía esperanzas de que Cusa… Pero nada. Estamos en las condiciones de un mendigo, uno de tantos como aho­ra salen a los caminos a pedir limosna a los peregrinos”. Pero éste, bondadoso, responde: “¿Y qué tendría de malo si fuera así? Yo no me preocupo de nada”. Iscariote: “Sí, pero a la hora de comer eres el que quiere comer más que ninguno”. Tomás: “¡Claro! Tengo hambre. También en el hambre me luzco. Bien, pues hoy, en vez de pedir al que suministra el pan y las vian­das, pediré directamente a Dios”. Iscariote: “¡Hoy! ¡Hoy! Mañana estaremos en las mismas condiciones, y pa­sado mañana lo mismo; y estamos yendo hacia la Decápolis, donde no nos conocen y son medio paganos. Y no es sólo el pan, también se gastan las sandalias, y luego… los pobres que te dan la lata, y uno se podría sentir mal y…”. Tomás: “Y, si sigues más todavía, dentro de poco ya me habrás imagina­do muerto y tendrás que pensar en mis funerales. ¡Pero cuántas pre­ocupaciones! Yo… es que no tengo ninguna preocupación. Estoy alegre, tranquilo como un recién nacido”. ■ Jesús, que parecía absorto en sus pensamientos, sentado en la proa, casi en el borde, se vuelve y dice fuerte a Judas, que está en la popa, pero lo dice como hablando a todos: “Es cosa buena no tener ni un céntimo, así brillará más la paternidad de Dios incluso en las cosas más pequeñas”. Iscariote, sin enojo, dice: “Desde hace unos días para Ti está todo bien. Bien si no se produce un milagro, bien si no nos dan dinero, bien haber dado todo lo que teníamos; en definitiva, todo bien… Pero yo me siento muy incómo­do… Eres un Maestro querido, un santo Maestro, pero para la vida material… no vales nada”. Ha hablado como si hiciera una observación a un hermano bueno de cuya bondad imprevisora incluso se gloría. Y Jesús, sonriendo, le responde: “Es mi mejor cualidad, ser un hombre que no vale nada para la vida material… Y, repito: está muy bien no tener ni un céntimo” y sigue sonriendo alegre.
* “Como Hijo del Padre no debería pagar el tributo al Templo, que es la casa del Padre. Pero como ellos y los que los han enviado no creen, para no escandalizarlos, pagaré el Tributo. Simón de Jonás, ve a la orilla del mar y echa lo más lejos que puedas un sedal provisto de un anzuelo resistente”. ■ La barca llega a la playa. Se detiene. Bajan de ella. Mientras tanto, la otra barca también llega. Jesús, con Judas, To­más, Judas y Santiago, Felipe y Bartolomé, se encamina hacia la casa… Pedro baja de la segunda barca, con Mateo, los hijos de Zebedeo, Simón Zelote y Andrés. Pero Pedro no se pone en marcha como todos, sino que se queda en la orilla hablando con los barqueros que los han traído, y que quizás conoce, y luego los ayuda a partir de nuevo. Des­pués, se vuelve a poner la túnica larga y sube a la playa en dirección a la casa. ■ Atravesando la plaza del mercado, vienen hacia él dos, le paran y dicen: “Escucha, Simón de Jonás”. Pedro: “Escucho. ¿Qué queréis?”. Preguntan: “¿Tu Maestro, por el hecho de serlo, paga o no las dos dracmas que corresponden al Templo?”. Pedro: “¡Claro que las paga! ¿Por qué no lo iba a hacer?”. Se explican: “Pues… porque dice que es el Hijo de Dios y…”. Pedro, que ya está rojo de indignación, replica secamente: “Y lo es”. Luego añade: “Pero, dado que también es un hijo de la Ley, el mejor que tiene la Ley, paga sus dracmas como todo israelita…”. Insisten: “Según lo que sabemos no es así. Nos han dicho que no paga, así que le aconsejamos que pague”. Pedro, cuya paciencia está ya para agotarse, refunfuña: “Mmm-m-m… Mi Maestro no necesita vuestros consejos. Id en paz y decid al que os envía que las dracmas serán depositadas en la prime­ra ocasión”. Mas los dos dicen escépticos: “¡En la primera ocasión!… ¿Y por qué no en seguida? ¿Quién nos asegura que lo vaya a hacer, si está siempre acá o allá sin rumbo fijo?”. Pedro: “En seguida no, porque en este momento no tiene ni siquiera la sombra de un céntimo. Podríais ponerle boca abajo y no caería al suelo ni una sola moneda. Estamos todos sin un solo denario, porque nosotros, que no somos fa­riseos, que no somos escribas, que no somos saduceos, que no somos ricos, que no somos espías, que no somos áspides, normalmente solemos dar lo que tenemos a los pobres, porque seguimos sus enseñanzas. ¿Entendéis? Y aho­ra hemos dado todo, y mientras no intervenga el Altísimo podemos morir de hambre o ponernos a pedir limosna en una esquina del camino. Decid también esto a los que dicen que Él anda solo en banquetes. ¡Adiós!” y los deja plantados y se marcha gruñendo y ardiendo de enojo. ■ Entra en casa y sube a la habitación de arriba, donde está Jesús escuchando a uno que le ruega que vaya a una casa que está en el monte de detrás de Magdala, donde hay uno muriéndose. Jesús despide al hombre prometiendo que irá en seguida. Luego, cuando éste se marcha, se vuelve hacia Pedro, que se ha sentado en un rincón y está pensativo, y le dice: “¿Qué opinas, Simón? ¿Según las reglas, los reyes de la tierra de quién reciben los tributos y el censo?, ¿de sus propios hijos o de los extraños?”. Pedro se sobresalta. Dice: “¿Cómo sabes, Señor, lo que debía de­cirte?”. Jesús sonríe haciendo un ademán como para decir: “No le des impor­tancia”; luego dice: “Responde a lo que te pregunto”. Pedro: “De los extraños, Señor”. Jesús: “Entonces los hijos están eximidos, como efectivamente es justo. Porque un hijo es de la sangre y casa de su padre, y no debe pagar al padre sino el tributo del amor y la obediencia. Así que Yo, Hijo del Padre, no debería pagar tributo al Templo, que es la casa del Padre. Les has respondido bien. Pero, como hay una diferencia entre tú y ellos, y es ésta: que tú crees que Yo soy el Hijo de Dios, y ellos y quie­nes los han enviado no lo creen, pues, para no escandalizarlos, paga­ré el tributo, y además en seguida, mientras están todavía en la plaza recaudando”. Judas Iscariote, que se ha acercado con los otros, pregunta: “¿Y con qué, si no tenemos ni siquiera un céntimo? ¿Ves cómo es necesario tener algo?”. Felipe dice: “Se lo pedimos prestado al dueño de la casa”. ■ Jesús hace con la mano un gesto de guardar silencio y dice: “Simón de Jonás, ve a la orilla del mar y echa lo más lejos que puedas un sedal provisto de un anzuelo resistente. En cuanto pique el pez, tira hacia ti el sedal. Será un pez grande. En la orilla ábrele la boca. Encontrarás dentro un estáter (2). Tómalo, ve donde aquellos dos y paga por Mí y por ti. Luego trae el pez. Le asaremos; y Tomás, caritativa­mente, nos hará el favor de un poco de pan. Comeremos e iremos en se­guida donde el hombre que está muriéndose. Santiago y Andrés, pre­parad las barcas, que las usaremos para ir a Magdala; la vuelta la haremos esta noche a pie para no estorbar la pesca a Zebedeo y al cuñado de Simón”.
* Pedro paga el tributo al Templo con la moneda de plata extraída de la boca del grueso pez (3 kilos) dirigiendo a los recaudadores sus exquisitos epítetos.- ■ Pedro se marcha. Un rato después se le ve en la orilla montando en una barca cuya proa está ya metida en el agua. Echa un cordel delgado y fuerte, provisto hacia el final de una piedra pequeña, o plomo, y que termina en el hilo fino del sedal con el anzuelo propiamente dicho. Las aguas del lago se abren con salpicaduras de plata para dar paso al anzuelo; luego todo vuelve a la calma mientras las aguas se sere­nan después de que han terminado los círculos concéntricos que se habían formado. Pasa un rato. El cordel, que estaba flojo en las manos de Pedro, se tensa y vibra… Pedro tira, tira, tira. La cuerda sufre sacudidas cada vez más enérgicas. Al final, da un tirón y el sedal emerge con su pre­sa, que se revuelve en el aire, formando un arco por encima de la cabeza del pescador, para luego caer en la arena amarillenta, donde se contuerce, sufriendo el espasmo del anzuelo que le ha atravesado el paladar y el de la asfixia que ha comenzado. Es un magnífico pez grande, grueso como un rombo, del peso de al menos tres quilos. Pedro le arranca el anzuelo de los labios carnosos, le me­te en la garganta su grueso dedo y extrae una gruesa moneda de plata. La coge entre el pulgar y el índice y la alza para mostrársela al Maestro, que está en el pretil de la terraza. Luego recoge el cordel, lo enrolla, toma el pez y se echa a correr en dirección a la plaza. ■ Los apóstoles se han quedado todos de piedra… Jesús sonríe y di­ce: “Así habremos eliminado un escándalo…”. Regresa Pedro. Dice: “Ya estaban para venir aquí. Y además con Elí, el fariseo. He tratado de ser delicado como una doncella. Los he llamado y he dicho: «¡Eh, enviados del Fisco! Tomad. ¿Son cuatro dracmas, verdad? Pues dos por el Maestro y dos por mí. ¿Estamos en paz, no? Hasta que nos veamos en el valle de Josafat, especialmente contigo, querido amigo». Se han ofendido porque he dicho «Fisco». «Somos del Templo, no del Fisco». He respondido: «Cobráis impuestos como los recaudadores. Todo recaudador para mí es ‘fisco’». Pero él me ha di­cho: «¡Insolente! ¿Me estás deseando la muerte?». «¡No, amigo! De ninguna manera. Te deseo un feliz viaje al valle de Josafat. ¿No vas para la Pascua a Jerusalén? Pues podremos encontrarnos por allí, amigo». «No lo deseo, ni quiero que te permitas llamarme amigo tuyo». He respondido: «Efectivamente, es demasiado honor». Y me he vuelto. Lo mejor es que estaba allí medio Cafarnaúm, que ha visto que he pagado por Ti y por mí. Así esa vieja serpiente ya no podrá de­cir nada”. ■ Los apóstoles no han podido evitar reírse por la narración y la mímica de Pedro. Jesús quiere estar serio, pero una leve sonrisa se escapa, no obstante, de sus labios mientras dice: “Eres peor que la mostaza”, y termina: “Asad el pez; y vamos a darnos prisa. Cuando anochezca, quiero estar de regreso aquí”. (Escrito el 5 de Diciembre de 1945).
·············································
1  Nota  : Cfr. Mt. 17,24-27.   2  Nota  : “Estater”.- Unidad de peso y monetaria de la Antigua Grecia.
.                                              ——————–000——————–

(<Espera al Maestro mucha gente, diseminada por las laderas más bajas de un monte que está más bien aislado de los demás porque emerge de un entretejido de valles que lo rodean>)
.
6-381-132 (7-71-466).- Parábola del administrador infiel y sagaz (1).
* “¿No podrá entonces el hombre —que, por muy pobre que sea, siempre puede pecar inmoderadamente deseando el oro, el poder, las mujeres, haciéndose a veces ladrón de estas cosas para poseer lo que el rico tenía—, pregunto, sea rico o pobre, salvarse nunca? Sí puede ¿Y cómo? Aprovechando la abundancia para el Bien y la pobreza para el Bien”.- ■ Los apóstoles circulan por entre la muchedumbre tratando de mantenerla serena y ordenada, y de poner en los puestos mejores a los enfermos. Algunos discípulos los ayudan en esta labor. Quizás son los que desarrollan su actividad en esa zona, y que habían guiado hasta cerca de los confines de Judea a los peregrinos deseosos de escuchar al Maestro. ■ Jesús empieza a hablar: “Hermoso sería que el hombre fuese perfecto como lo quiere el Padre celestial. Perfecto en todos sus pensamientos, afectos, actos. Pero el hombre no sabe ser perfecto y usa mal los dones de Dios, que ha dado al hombre la libertad de obrar, aunque mandando las cosas buenas y aconsejando las perfectas, a fin de que el hombre no pudiera decir: «No sabía». ¿Cómo usa el hombre la libertad que Dios le ha dado? Pues, la mayor parte de la humanidad como podría usarla un niño, o un estúpido; o como un malhechor, las otras partes. Pero luego llega la muerte y entonces el hombre tiene que presentarse ante el Juez que severo le preguntará: «¿Cómo usaste y abusaste de lo que te di?». ¡Terrible pregunta! ¡Entonces los bienes de la tierra, aquellos por los que tan a menudo el hombre se hace pecador, con qué claridad aparecerán menores que briznas de paja! Pobre —una pobreza eterna—, despojado de un vestido irreemplazable, estará abatido y tembloroso ante la majestad del Señor, y no encontrará palabras para justificarse. Porque en la Tierra es fácil justificarse, engañando a los pobres hombres. Pero en el Cielo esto no sucede. A Dios no se engaña. Jamás. ■ ¿Cómo salvarse entonces? ¿Cómo hacer que todo sirva para la salvación, incluso lo que proviene de la Corrupción, que ha mostrado los metales y las piedras preciosas como instrumentos de riqueza, que ha encendido ansias de poder y apetitos de la carne? ¿No podrá entonces el hombre —que, por muy pobre que sea, siempre puede pecar deseando inmoderadamente el oro, el poder, las mujeres, haciéndose a veces ladrón de estas cosas para poseer lo que el rico tenía—, no podrá entonces el hombre, pregunto, sea rico o pobre, salvarse nunca? Sí puede. ¿Y cómo? Aprovechando la abundancia para el Bien; aprovechando la pobreza para el Bien. El pobre que no envidia, que no maldice ni desea lo que a otros pertenece, sino que se conforma con lo que tiene, ése, aprovecha su humilde condición para obtener de ella santidad futura. En verdad os digo que la inmensa mayoría de los pobres lo sabe hacer. Menos lo saben hacer los ricos, para los cuales la riqueza es una trampa continua de Satanás, de la triple concupiscencia”.
* Narración de la parábola.
.   “En verdad, en verdad que los hijos de este siglo son más sagaces que los hijos de la Luz”.- Jesús: “Mas escuchad la siguiente parábola, y veréis que también los ricos pueden salvarse a pesar de ser ricos, o reparar sus pasados errores con un buen uso de las riquezas, aunque hayan sido mal adquiridas. Porque Dios, que es Bueno, ha dejado a la disposición de sus hijos muchos medios para que se salven. ■ Había, pues, un rico que tenía un administrador. Algunos enemigos suyos que envidiaban su puesto, o muchos amigos del rico que se preocupaban por su fortuna, acusaron al administrador. «Despilfarra tus bienes. Se queda con una parte. No se preocupa de que produzcan. ¡Ten cuidado! ¡Toma tus providencias!». El rico, después de varias y repetidas acusaciones, mandó llamar a su administrador. Le dijo: «Me han dicho de ti esto y aquello. ¿Cómo es posible que hayas obrado de este modo? Dame cuenta de tu administración porque ya no te permito que sigas llevándola. No puedo fiarme de ti ni puedo dar un ejemplo de injusticia y de excesiva condescendencia que induciría a tus demás compañeros a actuar como tú has actuado. Ve y regresa mañana con todas las facturas, para que las examine y vea cuál es la situación de mis bienes, antes de confiarlos a un nuevo administrador». ■ Y despidió al administrador, que salió pensativo diciendo para sí: «¿Y qué voy a hacer ahora que el patrón me quita la administración? No tengo ahorros porque, convencido como estaba de que no me iban a pillar, dilapidaba en mis placeres todo lo que tomaba. Entrar como campesino, y además como subordinado, no me hace ninguna gracia, porque no estoy acostumbrado al trabajo y siento el peso de las juergas. Pedir limosna, eso me hace menos gracia todavía. ¡Demasiada humillación! ¿Qué voy a hacer?…». Pensando y pensando encontró la salida a su difícil situación. Dijo: «¡He dado con el clavo! Con el mismo medio, con que me he asegurado una buena vida hasta ahora, de hoy en adelante voy a asegurar amigos que me reciban, por agradecimiento, cuando ya no tenga la administración. Quien hace favores tiene siempre amigos. Vamos, pues, a hacer favores para recibirlos; inmediatamente además, antes de que la noticia se esparza y sea demasiado tarde». Y fue a casa de los distintos deudores de su patrón. Dijo al primero: «¿Cuánto debes a mi jefe por la suma que te prestó en la primavera de hace tres años?». Le respondió: «Cien barriles de aceite, por la suma y los intereses». El administrador le dice: «¡Vaya, hombre, pobrecito! ¡Tú que estás tan cargado de hijos, afligido por enfermedades de tus hijos, tener que pagar tanto!… ¿Pero no te prestó por un valor de treinta barriles?». El deudor le responde: «Así es. Pero tenía necesidad urgente, y me dijo: ‘Te presto, pero con la condición de que me devuelvas todo lo que esta suma te produzca en tres años’. Ha producido por un valor de cien barriles. Los debo entregar». El administrador dice: «¡Pero, hombre, es usura! No. No. Él es rico, y a ti poco te falta para pasar hambre. Él tiene poca familia, y tú mucha. Escribe que te ha producido por valor de cincuenta barriles y no te preocupes más. Juraré que es verdad y tú tendrás bienestar». El deudor le dice: «¿No me traicionarás, no? ¿Si lo llegase a saber?». Administrador: «¡Pero hombre!… Yo soy el administrador, y lo que juro se acepta. Haz como te digo y que te vaya bien». El hombre escribió, entregó la factura y dijo: «¡Que Dios te bendiga, amigo y salvador mío! ¿Cómo pagarte esto?». Administrador: «¡Oh, con nada! Solo quiero decirte que si por ti sufriera algún daño y me echaran, me acogerías por agradecimiento». El deudor promete: «¡Claro, hombre! ¡Eso ni dudarlo!». El administrador se fue a casa de otro deudor, y mantuvo más o menos la misma conversación. Éste tenía que devolver cien fanegas de trigo porque durante tres años la sequía había acabado con sus campos y había tenido que pedir al rico el préstamo para poder dar de comer a su familia. Le dijo: «¡Oye, no te preocupes de doblar lo que te dio! ¡Negar el trigo! ¡Exigir el doble a alguien que tiene hambre e hijos, mientras sus graneros están que revientan! Escribe, ochenta fanegas». Deudor: «¿Pero si se acuerda que me dio veinte, y veinte y luego diez?». Administrador: «¿Cómo quieres que se acuerde? Yo fui quien te las di y yo no quiero acordarme. Hazlo así. Haz como te digo, y arregla tu situación. ¡Hace falta justicia entre pobres y ricos! Por mi parte, si yo fuera el patrón, hubiera pedido solo las cincuenta, y ¡tal vez hasta te las perdonaría!». Deudor: «Tú eres bueno. ¡Si todos fueran como tú! Recuerda que ésta es una casa amiga para ti». El administrador fue a ver a otros, usando el mismo método, manifestándose dispuesto a sufrir para subsanar las cosas con justicia. Y le llovieron ofertas de ayuda y bendiciones. ■ Despreocupado ya respecto al futuro, fue tranquilo, fue a ver a su jefe, el cual, por su parte, había estado siguiendo las huellas del administrador y había descubierto su jugada. Sin embargo, le alabó diciendo: «Tu acción no es buena. No te alabo por ella. Pero debo alabarte por tu sagacidad. En verdad, en verdad que los hijos del siglo son más astutos que los hijos de la Luz»”.
.   ● “Con las riquezas terrenas, medios injustos en la repartición y usados para alcanzar un bienestar transitorio que no tiene valor en el Reino eterno, haceos amigos que os abran las puertas de él”.- ■ Jesús: “Y lo que dijo el rico también Yo os lo digo: «El fraude no es bueno, y no alabaré nunca al que lo cometa. Pero os exhorto a que seáis, al menos en cuanto a hijos del siglo, astutos con los medios del siglo, para darles un uso como monedas para entrar en el Reino de la Luz». O sea, con las riquezas terrenas, medios injustos en la repartición y usados para alcanzar un bienestar transitorio que no tiene valor en el Reino eterno, haceos amigos que os abran las puertas de él. Haced el bien con los medios de que disponéis; restituid lo que vosotros u otros de vuestra familia, hayáis tomado sin derecho; separaos del apego malo y culpable hacia las riquezas. Y todas estas cosas serán como amigos que, en la hora de la muerte, os abrirán las puertas eternas y os recibirán en las moradas de bienaventuranza”.
.  ● “Ningún siervo puede servir a dos patrones. Los dos patrones que el hombre puede elegir son Dios o Mammona”.Jesús: “¿Cómo pretendéis exigir que Dios os dé sus bienes del paraíso, si ve que no sabéis hacer buen uso ni siquiera de los bienes terrenales? ¿Pretendéis que, por una suposición imposible, admita en la Jerusalén celeste a despilfarradores? ¡Eso nunca! Allá arriba se vive caritativa, generosa y justamente. Todos para Uno y todos para todos. La comunión de los santos es una sociedad honrada, santa. Y ninguno que haya mostrado ser injusto e infiel puede entrar en ella. No digáis: «Pero allá arriba seremos fieles y justos, porque allá todo lo tendremos sin sujeción a temor alguno». No. Quien es infiel en lo poco sería infiel aunque poseyese el Todo (2), y quien es injusto en lo poco es injusto en lo mucho. Dios no confía las verdaderas riquezas a quien en la prueba terrena muestra no saber usar las riquezas terrenas. ¿Cómo puede Dios confiarnos algún día en el Cielo la misión de ayudar a vuestros hermanos de la Tierra, cuando habéis mostrado que arrebatar y cometer el fraude, o conservar avaramente lo que tenéis, es vuestra prerrogativa? ■ Por eso os negará vuestro tesoro, el que os había reservado para vosotros; y se lo dará a aquellos que supieron ser astutos en la Tierra usando incluso lo injusto y mal visto en las obras que lo hacían justo y sano. Ningún siervo puede servir a dos patrones. Porque será de uno de los dos u odiará a uno de los dos. Los dos patrones que el hombre puede elegir son Dios y Mammona. Si quiere pertenecer al primero, no puede vestirse con las insignias del segundo, ni seguir sus ordenes, y medios”. (Escrito el 10 de Febrero de 1946).
·········································
1  Nota  : Cfr. Lc. 16,1-13.   2  Nota  : “El que es infiel en lo poco sería infiel aunque poseyera el Todo…”. Esta expresión, que debe entenderse a la luz de Lucas 16,10-12 fue aclarada por María Valtorta con la siguiente observación en una copia mecanografiada: Lenguaje figurado para hacer comprensible la comparación. Es cierto que en el Cielo no se puede pecar ni ser infieles porque los que están en el Cielo están ya confirmados en gracia y ya no pueden pecar. Pero Jesús pone esta comparación para ser comprendido más fácilmente.
.                                                ——————–000——————–

———– (7-108-672).- La pobreza de espíritu.
* La pobreza de espíritu consiste en tener esa libertad soberana sobre todas las cosas que son la delicia del hombre o por las que el hombre llega hasta el delito material o al impune delito moral, pero que él las tiene en su punto justo pues está filialmente entregado a Dios. Él comprendió el «Haceos amigos con las riquezas injustas».- ■ Habla Jesús: “¡Los pobres de espíritu! Cómo entienden mal, aun aquellos que son sinceros, esta definición. Pobre de espíritu para la superficiali­dad humana, para esos necios que se burlan, para aquellos que se creen sabios, pero son ignorantes, quiere decir «estúpido». Los me­jores creen que el espíritu sea la inteligencia, el pensamiento; que sea astucia, malignidad lo creen los más materiales. No. El espíritu está sobre la inteligencia. Es el rey de todo cuanto hay en vosotros. Todas las dotes físicas y morales están sujetas y son siervas de este rey. Es allí donde una criatura filialmente entregada a Dios sabe cómo tener las cosas en su punto justo. ■ Pero cuando la criatura no está filialmente entregada, entonces sobrevienen las idolatrías, y las esclavas se convierten en reinas, quitan del trono al espíritu que es el rey. Es una anarquía que produce la ruina como todas las anarquías. La pobreza de espíritu consiste en tener esa libertad soberana de todas las cosas que son la delicia del hombre o por las que el hombre llega hasta al delito material o al impune delito moral que frecuentemente escapa a la ley humana, que no hace víctimas me­nores, sino más bien numerosas y por consecuencia que no se limi­tan a quitar la vida de la víctima, sino tal vez la estima y el pan a las víctimas y a sus familiares. El pobre de espíritu no tiene más la esclavitud de las riquezas. Si no llega a renunciar de ellas materialmente, despojándose de ellas y de toda comodidad, entrando en una orden monástica, sabe usarlas con parsimonia, que es doble sacrificio, para que pueda ser pródigo con los pobres del mundo. El comprendió mis palabras: «Haceos amigos con las riquezas injustas». Hace siervo al dinero, que podría ser su enemigo conduciéndolo a la lujuria, a la gula, a la falta de caridad, y le hace que le sirva para allanarle el camino del Cielo, camino tapizado con sus mortificaciones y sus obras de cari­dad para ayudar la miseria de sus semejantes. ¡Cuántas injusticias no repara y cura el pobre de espíritu! Injusti­cias que él cometió, como Zaqueo, cuando no era sino un avaro y duro de corazón. Injusticias contra sus prójimos que viven o que han muerto. Injusticias sociales. ■ Eleváis monumentos a quien solo fueron grandes por haber sido prepotentes. ¿Por qué no los eleváis a los ocultos bienhechores de la humanidad indigente, pobre, trabajadora, a los que emplean sus riquezas no para hacer de la vida un continuo banquete, sino para hacerla luminosa, mejor, más elevada para el que es pobre, para el que sufre, para el incapacitado, para el abandonado en su ignoran­cia, de esta de que se aprovechan los prepotentes para que sirva mejor a sus propósitos. Cuántos hay que aunque no nadan en las ri­quezas, que son menos que pobres, pero que saben sacrificar aun «los dos céntimos» que tienen para aliviar una necesidad”.
* Sin esa pobreza de espíritu (libertad soberana) no se pueden tener otras formas de pobreza: humildad de pensamiento, generosidad en afectos, justicia en amar las cosas propias, libertad de la esclavitud del dinero.-Jesús: “Son pobres de espíritu los que, perdiendo lo mucho o poco que poseen, saben conservar la paz y la esperanza; que no maldicen ni odian a nadie, ni a Dios ni a los hombres. La gran categoría de los «pobres de espíritu» que nombré prime­ro —pues podría decir que sin esta libertad de espíritu sobre todas las delicias de la vida, no se pueden tener las otras virtudes que brindan la beatitud— se divide y subdivide en muchas clases. Humildad de pensamiento que no se hincha, y que no se procla­ma superpensamiento, sino que usa el don de Dios, reconociendo su Origen, para el Bien. Sólo por ello. Generosidad en afectos por lo que sabe despojarse aun de estos para seguir a Dios, aun en la vida. Las riquezas más verdaderas y más instintivamente amadas por el hombre. Mis mártires fueron generosos en el sentido completo, porque su espíritu había sabido hacerse pobre para ser «rico» con la única riqueza eterna: Dios. Justicia en amar las cosas propias. Es deber amarlas, porque son un testimonio de la Providencia divina para con nosotros. De esto ya hablé en otros lugares, pero no hay que amarlas hasta el punto de amarlas más que a Dios y su Voluntad; amarlas no hasta el pun­to de maldecir a Dios, si alguien las arrebata. En fin, repito, libertad de la esclavitud del dinero ■ Estas son las diversas formas de esta pobreza espiritual que dije que poseerán, por derecho, el Cielo. Pónganse a los pies todas las frágiles riquezas de la vida humana para poseer las riquezas eter­nas. Poner la tierra y sus frutos de sabor engañoso, que es dulce en la cáscara, pero amargo en la médula, en el último lugar y vivir tra­bajando para conquistar el Cielo. Allí no hay frutos de sabor menti­roso. Allí existe el inefable fruto del gozo de Dios. ■ Zaqueo comprendió esto. Fue esta frase la que le abrió el corazón a la Luz y a la Caridad; a Mí, que iba a decirle: «Ven». Y cuando lle­gué a llamarle, ya era él un «pobre de espíritu». Por esto fue apto para poseer el Cielo”. (Escrito el 19 de Julio de 1944).
.                                              ——————–000——————–

(<Jesús se halla en la ciudad de Ippo —situada en la parte suroeste del mar de Tiberíades— en una vasta plaza arbolada donde se desarrolla el mercado. Muchos de los de Ippo están hablando con Él, y otros tantos le salen al encuentro porque supieron que había llegado>)
.
7-453-127 (8-145-127).- Discurso a los ricos en pro de los pobres.
* “¿Cómo po­déis sentaros a la mesa y comer alegres con vuestros hijos, sabiendo que, a po­ca distancia, hermanos vuestros se están muriendo de hambre?.- ■ Jesús sigue hablando entre la atenta gente: “La ciudad es rica y próspera. Al menos en esta parte. Veo que lleváis vestidos limpios y bonitos. Vuestras caras denotan buena alimentación. Todo me dice que no padecéis el hambre. Lo que os pregunto ahora es si aquellos que allí gritan con pasión son de Ippo o son mendigos ocasiona­les que han venido aquí de otros lugares en busca de una ayuda. Sed sinceros…”. La gente le responde: “Bueno, te vamos a responder sinceramente, aun cuando ya sentimos tu reproche. Algunos han venido de fuera. La mayor parte son de Ippo”. Jesús: “¿Y no hay trabajo para ellos? He visto que aquí se construye mucho y debería haber trabajo para todos…”. Gente: “Casi siempre son los romanos los que contratan a uno…”. Jesús: “Casi siempre. Has dicho bien. Porque también he visto a algunos, que son de esta ciudad, vigilar los trabajos; y entre ellos he visto a muchos que tienen a gente que no es de aquí. ¿Por qué no ayudar primero a los del lugar?”. Gente: “Porque… es difícil trabajar aquí, porque, eso ya desde hace años, antes de que viniesen los romanos y construyesen buenos caminos, costaba mucho traer aquí los bloques de piedra y abrir los caminos… Y muchos enfermaron y otros se desanimaron… y ahora son mendigos porque ya no pueden trabajar”. Jesús: “Pero ¿vosotros disfrutáis del trabajo que hicieron?”. Gente: “¡Por supuesto, Maestro! Fíjate qué bonita ciudad, qué cómoda, con agua necesaria y con esos hermosos caminos que son orgullo de cualquier ciudad. Fíjate qué edificios más fuertes. Fíjate cuántos trabajadores. Fíjate…”. ■ Jesús: “Todo lo estoy viendo. ¿Y esto lo construyeron los que ahora os están pidiendo entre lágrimas un pedazo de pan? ¿Qué respondéis? En­tonces, ¿por qué, si gozáis de lo que ellos os han ayudado a tener, no les dais ni una migaja de alegría? Un pan, sin necesidad de que os lo pidan; un lugar donde descansen, sin que se vean obligados a compartir su reposo con animales salvajes; una ayuda para sus enfermedades, que si se curasen de ellas tendrían la manera de hacer todavía algo, en vez de sentirse rebajados a un ocio que los avergüenza y que ellos no lo desean. ¿Cómo po­déis sentaros a la mesa y comer alegres con vuestros hijos, sabiendo que, a po­ca distancia, hermanos vuestros se están muriendo de hambre? ¿Cómo podéis ir a la cama bien cobijada, cuando sabéis que afuera, de noche, hay hombres que no tienen dónde dormir, dónde descansar? ¿No os queman la conciencia el dinero que guardáis en cajas fuertes, sabiendo que muchos no tienen ni un céntimo con que comprarse un pedazo de pan?”.
.   “La miseria, al mismo tiempo que degrada al hombre, lleva al hombre a perder esa fe en la Providencia que es necesaria para resistir a las pruebas de la vida. ¿No meditáis nunca, vosotros, ricos ciudadanos de una rica ciudad, que tenéis una gran obligación: la de enseñar la Sabiduría a los pobres con vuestro modo de actuar?”.- Jesús: “Me habéis dicho que creéis en el Señor Altísimo y que observáis la Ley, que conocéis a los Profetas y los libros de la Sabiduría. Me habéis dicho que creéis en Mí y que deseáis con avidez mi doctrina. Bueno, pues entonces tenéis que hacer bueno vuestro corazón, por­que Dios es Amor y manda amor, porque la Ley es amor, porque los Profetas y los libros de la Sabiduría aconsejan el amor, y mi doctrina es doctrina de amor. Los sacrificios y oraciones son vanos si no tienen por base el amor al prójimo, y sobre todo, al pobre indi­gente, al cual es posible ofrecer todas las formas de amor con el pan, la cama, los vestidos, con el consuelo y la enseñanza, y conduciéndo­le a Dios. ■ La miseria, al mismo tiempo que degrada al hombre, lleva al hombre a perder esa fe en la Providencia que es necesaria para resistir a las pruebas de la vida. ¿Cómo podéis pretender que el mísero sea siempre bueno, pa­ciente, piadoso, cuando ve que los que gozan de la vida —y, por tanto, según el concepto común, favorecidos por la Providencia— son duros de corazón, carecen de verdadera religión —porque a su religión le falta la parte primera y esencial: el amor—, carecen de paciencia y, pese a que tienen todo, no saben soportar ni siquiera la súplica del que tiene hambre? ¿No es entonces cuando se vuelven contra Dios y contra vosotros? ¿Y quién les conduce a este pecado? ¿No meditáis nunca, vosotros, ricos ciudadanos de una rica ciudad, que tenéis una gran obligación: la de enseñar la Sabiduría a los pobres con vuestro modo de actuar?”.
.   ● “La Buena Nueva es dada, so­bre todo, para los pobres, para que tengan un consuelo sobrena­tural en la esperanza de una vida gloriosa. El pan que les falta, el vestido insuficiente, el techo inexistente les mueven a pre­guntarse: «¿Cómo puedo creer que Dios es mi Padre, si ni siquiera tengo lo que tiene un pájaro?». Todos tenéis la obligación de darles la certeza de que Dios es Padre, y de que vosotros sois hermanos, con vuestro amor operativo”.-Jesús: “Alguien me ha dicho: «Todos querríamos ser tus discípulos para predicarte». Y Yo digo a todos: podéis hacerlo. Estos que se acercan temblorosos, llenos de vergüenza, con sus vestidos andrajosos y sus caras de­macradas, son los que esperan la Buena Nueva, la que es dada, so­bre todo, para los pobres, para que tengan un consuelo sobrena­tural en la esperanza de una vida gloriosa después de una vida humana tan triste que soportan. Vosotros podéis practicar esta doctrina mía con menor esfuerzo material, aunque con mayor esfuerzo espiritual, porque las riquezas son un peligro para la santidad y la justicia. Ellos pueden practicarla no sin toda suerte de fatigas. El pan que les falta, el vestido insuficiente, el techo inexistente les mueven a pre­guntarse: «¿Cómo puedo creer que Dios es mi Padre, si ni siquiera tengo lo que tiene un pájaro?». ¿Cómo podrá la dureza del prójimo ha­cerles creer que hay que amarse como hermanos? Tenéis la obliga­ción de darles la certeza de que Dios es Padre, y de que vosotros sois hermanos, con vuestro amor operativo”.
.  ● “La Providencia existe, y vo­sotros, los ricos del mundo, sois sus ministros. Considerad este hecho de ser medios como el mayor honor que Dios os da y como la única vía para hacer santas las riquezas y no un peligro. Y obrad como si en cada uno de éstos me vierais a Mí mismo”.Jesús: La Providencia existe, y vo­sotros sois sus ministros, vosotros, los ricos del mundo. Considerad este hecho de ser medios como el mayor honor que Dios os da y como la única vía para hacer santas las riquezas y no un peligro. Y obrad como si en cada uno de éstos me vierais a Mí mismo. Yo estoy en ellos. He querido ser pobre y padecer persecución para ser como ellos y para que el recuerdo del Cristo pobre y perseguido per­durase a través de los siglos, proyectando una luz sobrenatural so­bre los pobres y perseguidos como Cristo, una luz que os hiciera amarlos como a otros Cristos. Yo, de hecho, estoy en el men­digo muerto de hambre, en el que muere de sed, en el que vestís o dais alojo; estoy en el huérfano recogido por amor, en el anciano a quien socorréis, en la viuda a quien ayudáis, en el peregrino a quien hospedáis, en el enfermo al que asistís; estoy en el afligido al que consoláis, en el vacilante a quien confirmáis, en el ignorante a quien instruís; estoy donde se recibe amor. Y todo lo que se hace —o en me­dios materiales o en medios espirituales— a un hermano pobre se me hace a Mí. Porque Yo soy el Pobre, el Afligido, el Varón de Dolores; y lo soy para dar riqueza, alegría, vida sobrenatural a todos los hombres, que muchas veces —no lo saben pero así es— son ricos sólo aparentemente, y tienen una alegría sólo aparente, mientras que en realidad son íntegramente pobres pues carecen de las riquezas y alegrías verdaderas, porque están sin la Gracia de la que les privó la Culpa original. ■ Vosotros sabéis que sin la Redención no hay Gracia y sin Gracia no hay alegría y vida. Y Yo, para daros Gracia y Vida, no he querido nacer rey u hombre poderoso, sino pobre, como un cualquiera; humilde, porque ni la corona ni el trono ni el poder de nada sirven para quien del Cielo vie­ne para guiarlos al Cielo; mientras que el ejemplo, que un verdadero Maestro debe dar para dar fuerza a su doctrina, lo es todo. Porque la parte mayor está compuesta por los pobres e infelices, mientras que los poderosos y felices constituyen la menor parte. Porque la Bondad es Piedad. Para esto he venido y el Señor ha ungido a su Cristo: para que anunciara la Buena Nueva a los que sufren dolor, y sanase a los que tie­nen su corazón desecho, para que predicara la libertad a los esclavos, la libertad a los prisioneros, para consolar a los que lloran y para poner a los hijos de Dios, a los hijos que saben seguir siéndolo tanto en la alegría como en el dolor, su corona, su vestidura de la justicia, y transformarlos, de árboles agrestes, en árboles del Señor; en campeones suyos; en glorias suyas”.
.   ● “Yo soy todo para todos, y quiero que todos estén conmigo en el Reino de los Cielos, que está abierto para todos, a condición de saber vivir en la justicia que consiste en la práctica de la Ley y el ejercicio del amor”.- Jesús: “Yo soy todo para todos, y quiero que todos estén conmigo en el Reino de los Cielos, que está abierto para todos, a condición de saber vivir en la justicia. La justicia consiste, está: en la práctica de la Ley y en el ejercicio del amor. A este Reino se entra no por derechos derivados de rentas o riqueza, sino por heroísmos de santidad. Quien quiera entrar en él que me siga y haga lo que Yo hago: ame a Dios sobre todas las cosas y a su prójimo como Yo lo amo; no blasfeme contra el Señor y santifi­que sus fiestas; honre a sus padres; no alce la mano violenta contra su semejante; no cometa adulterio; no robe a su prójimo en ningún modo; no levante falso testimonio; no desee lo que no tiene y tienen otros, antes bien, conténtese con su suerte, pensando que ésta es siempre transitoria y es camino y medio para conquistar un destino mejor y eterno; ame a los pobres, a los afligidos, a los mínimos de la Tierra, a los huérfanos, a las viudas; no preste con usura. Quien ha­ga estas cosas, independientemente de su nación o lengua, condición o grado de riqueza, podrá entrar en el Reino de Dios, cuyas puertas os abro Yo”.
.   ● «Sedientos, venid a las aguas; y también vosotros, los que no tenéis dinero, venid a comprar». Con el amor compraréis lo que es amor, lo que es alimento que no se estropea y verdaderamente quita el hambre y da fuerzas”.- Jesús: “Venid a Mí todos los que tengáis buena voluntad. No os asuste ni lo que sois ni lo que fuisteis. Yo soy el Agua que lava el pasado y da fuerzas para el futuro. Venid a Mí los que sois pobres del saber humano. En mi palabra está la sabiduría. Venid a Mí, haceos una vida nueva sobre la base de otros conceptos. No tengáis miedo de no saber, de no poder hacer. Mi doctrina es fácil, mi yugo es ligero. Yo soy el Rabí que da sin pedir nada en cambio, nada sino vuestro amor. Si me amáis, amaréis mi doctrina, y, por tanto, también a vuestro prójimo, y tendréis la Vida y el Reino. ■ Ricos, despojaos del apego a las riquezas y comprad con ellas el Reino por medio de las obras de misericordia amorosa para con el prójimo; pobres, despojaos de vuestro sentimiento de humillación y caminad por el camino de vuestro Rey. Con Isaías digo: «Sedientos, venid a las aguas; y también vosotros, los que no tenéis dinero, venid a comprar» (1). Con el amor compraréis lo que es amor, lo que es alimento que no se estropea, alimento que verdaderamente quita el hambre y da fuerzas. ■ Yo me marcho, hombres y mujeres, ricos y pobres de Ippo. Me voy para obedecer a la voluntad de Dios. Pero quiero marcharme de vuestra presencia menos afligido que como he llegado. Vuestra pro­mesa será lo que consuele mi aflicción. Por el bien vuestro, ¡ricos!, por el bien de esta ciudad vuestra, sed, prometed ser, misericordiosos en el futuro respecto a los más pequeños y despreciados de entre vosotros. Todo es hermoso aquí; pero, como una nube negra en una tempestad convierte a la ciudad más bella en la más te­mible de las ciudades, así aquí domina, cual sombra que hace desaparecer toda belleza, vuestra dureza de corazón. Eliminadla y gozaréis de bendición. Recordad que Dios prometió no des­truir Sodoma (2), si en ella hubiera habido diez justos. Vosotros no cono­céis el futuro. Yo sí. Y en verdad os digo que está cargado de castigos más que una nube estival de granizo. Salvad vuestra ciudad con vuestra justicia, con vuestra misericordia. ¿Lo vais a hacer?”. Gente: “Lo haremos, Señor, en tu nombre. ¡Háblanos, sigue hablándo­nos! Hemos sido duros y pecadores. Pero Tú nos salvas. Eres el Sal­vador. Háblanos…”. Jesús: “Estaré con vosotros hasta el anochecer. Pero hablaré con mis obras. Ahora, mientras el sol domina, id cada uno a su casa y medi­tad en mis palabras”. Gente: “¿Y Tú a dónde vas, Señor? ¡A mi casa! ¡A mi casa!”.
Me quedo con ellos (los pobres) para consolarles y compartir con ellos el pan. Para darles un adelanto de la alegría del Reino, ya que su fe se les ve escrita en sus caras y corazones, les digo: «Hágase lo que en vuestro corazón pedís, y alma y cuerpo exulten con la primera salvación que os da el Salvador»”. ■ Todos los ricos de Ippo quieren que vaya con ellos, y casi discuten por defender cada uno el motivo por el que Jesús debe ir a casa de éste o de aquél. Él levanta la mano imponiendo silencio. A duras penas lo obtiene. Dice: “Voy a estar con éstos”. Y señala a los pobres, los cuales, apiñados en un grupo al margen de la multitud, le miran con los ojos de quienes, siempre escarnecidos, se sienten queridos. Y repite: “Me quedo con ellos para consolarles y repartir con ellos el pan. Para darles un adelanto de la alegría del Reino, donde el Rey estará sentado entre los súbditos en el mismo banquete de amor. Entre tanto, ya que su fe se les ve escrita en sus caras y corazones, les digo a ellos: «Hágase lo que en vuestro corazón pedís, y alma y cuerpo exulten con la primera salvación que os da el Salvador»”. ■ Habrá al menos un centenar de pobres. De éstos, al menos los dos tercios, tienen taras físicas, o están ciegos, o visiblemente enfermos; el otro tercio es de niños que mendigan para sus madres viudas o pa­ra sus abuelos… Bien, pues es prodigioso ver que los brazos paralizados, las caderas fuera de lugar, las espaldas encorvadas, los ojos apagados, las personas extenuadas que literalmente se arrastran, todo lo que hay de doloroso en las enfermedades y desdichas, debidas a accidentes de trabajo o contraídas por exceso de fatigas y de privaciones, se restau­ran, dejan de existir, y estos infelices vuelven a la vida, vuelven a sentirse capaces de bastarse a sí mismos. Los gritos llenan la vasta plaza y en ella retumban.
* “Mi poder es universal porque universal es mi amor. El Reino de los Cielos es para la Humanidad que sabe creer en el Dios verdadero. En verdad te digo que no conozco sino una verdadera esclavitud que me produzca repulsión: la del pecado obstinado. Porque quien peca y se arrepiente halla mi piedad”.- ■ Un romano se abre paso a duras penas por entre la multitud de­lirante y se llega a Jesús mientras Él, también con dificultad, se dirige hacia los pobres que han sido curados y que desde su sitio le bendicen, pues no pueden atravesar la muchedumbre compacta. Romano: “¡Salve, Rabí de Israel! ¿Lo que has hecho es sólo para los de tu nación?”. Jesús: “No, hombre. Ni lo que he hecho ni lo que he dicho. Mi poder es universal, porque universal es mi amor. Y mi doctrina es universal, porque para ella no hay castas, ni religiones, ni naciones, que limi­ten. El Reino de los Cielos es para la Humanidad que sabe creer en el Dios verdadero. Y Yo soy para aquellos que saben creer en el poder del Dios verdadero”. Romano: “Yo soy pagano. Pero creo que eres un dios. Tengo un esclavo al que quiero, un anciano esclavo, que me sigue desde que yo era niño. Ahora la parálisis le está matando lentamente y con muchos dolores. Pero es un esclavo y quizás Tú…”. Jesús: “En verdad te digo que no conozco sino una verdadera esclavitud que me produzca repulsión: la del pecado, la del pecado obstinado. Porque quien peca y se arrepiente halla mi piedad. Tu esclavo será curado. Ve y cúrate de tu error, entrando en la verdadera fe”. Romano: “¿No vienes a mi casa?”. Jesús: “No, hombre”. Romano: “Verdaderamente… he pedido demasiado. Un dios no va a casas de mortales. Eso se lee sólo en las fábulas… Pero nadie hospedó ja­más a Júpiter o a Apolo”. Jesús: “Porque no existen. Pero Dios, el verdadero Dios entra en las casas del hombre que cree en Él, y lleva a ellas curación y paz”. ■ Romano: “¿Quién es el verdadero Dios?”. Jesús: “El que es” (3). Romano: “¿No eres Tú? ¡No mientas! Te siento como a un dios…”. Jesús: “No miento. Tú lo has dicho. Yo lo soy. Yo soy el Hijo de Dios veni­do para salvar a tu alma también, como he salvado a tu amado escla­vo. ¿No es ése que viene llamando a voces?”. El romano se vuelve, ve a un anciano, seguido por otras personas, que envuelto en una manta corre gritando: “¡Mario! ¡Mario! ¡Amo mío!”. Romano: “¡Por Júpiter! ¡Mi esclavo! ¡Y corre!… Yo… he dicho: Júpiter… No. Digo: por el Rabí de Israel. Yo… yo…”, el hombre ya no sabe qué decir… ■ La gente se abre de buena gana para dejar pasar al viejo curado. Siervo: “Estoy curado, amo. He sentido un fuego en mis miembros y una orden: «¡Levántate!». Me parecía tu voz. Me he levantado… Me tenía en pie… He intentado andar… podía… Me he tocado donde tenía las llagas… no había llagas. He gritado. Nereo y Quinto han venido in­mediatamente. Me han dicho dónde estabas. No he esperado a tener vestidos. Ahora te puedo servir todavía…”, el anciano, de rodillas, llora mientras besa las vestiduras del romano. Romano: “No a mí. Él, este Rabí, te ha curado. Habrá que creer, Aquila. Él es el verdadero Dios. Ha curado a aquéllos con la voz, y a ti… con no sé qué… Debemos creer… Señor… soy pagano, pero… toma… No. Es demasiado poco. Dime a dónde vas y te retribuiré”. Había ofrecido una bolsa, pero la vuelve a guardar. Jesús: “Voy debajo de aquel pórtico, donde hay sombra, con ellos”. Romano: “Te mandaré para ellos. ¡Salve, Rabí! Lo contaré a los que no creen…”. Jesús: “Adiós. Te espero en los caminos de Dios”. El romano se marcha con sus esclavos. Jesús se marcha con sus pobres y con los apóstoles y discípulas. (Escrito el 2 de Julio de 1946).
··········································
1  Nota  : Cfr. Is. 55,1.   2  Nota  : Cfr. Gén. 18,32.   3  Nota  : Cfr. Ex. 3,13-15.
.                                              ——————–000——————–

(<Jesús y el apóstol Juan han sorprendido a Judas Iscariote abriendo con una ganzúa una arca con dinero en una habitación de la casa de Efraín. Juan, a una orden de Jesús, se ha marchado. Jesús e Iscariote están frente a frente. Jesús censura el comportamiento del apóstol. Mas Iscariote culpa de todo ello a Jesús por haberle quitado el cuidado de la bolsa del dinero>)
.
9-567-111 (10-28-207).- Judas Iscariote ha sido sorprendido robando.
* “¿No sabes, no sientes que es como uno de esos brevajes mágicos que provocan una sed insaciable, que introducen en la sangre un ardor, una rabia, que lleva a la muerte? El oro es tu ruina”.- ■ Dice Jesús a Judas: “Me has echado en cara de que quiero tu mal… También el niño enfermo acusa al médico y a su madre porque le hace beber medicinas amargas y porque le niegan cosas que le harían mal. ¿Te ha cegado tanto Satanás que no comprendas más la razón verdadera de las providencias que he tomado por tu bien, y que te atrevas a llamar: mala voluntad, deseo de llevarte a la ruina, lo que en realidad es providencia amorosa de tu Maestro, de tu Salvador, de tu Amigo que quiere curarte? Te he impedido que tocases ese metal infame que te enloquece… ¿No sabes, no sientes que es como uno de esos brevajes mágicos que provocan una sed insaciable, que introducen en la sangre un ardor, una rabia, que lleva a la muerte? En tu pensamiento, que leo, me estás reprochando: «¿Entonces por qué por tanto tiempo me permitiste que fuese quien administrase el dinero?». ¿Por qué? Porque si te lo hubiera impedido desde el principio, te habrías vendido antes y habrías robado antes. De todos modos, te has vendido, porque poco podías robar… Pero Yo debía tratar de impedirlo sin hacer violencia a tu libertad. El oro es tu ruina. A causa del oro te has hecho lujurioso y traidor…”. (Escrito el 15 de Febrero de 1947).
.                                             ——————–000——————–

9-576-176 (10-37-258).- Encuentro con el joven rico en el camino de Doco. “Es más fácil que un camello pase por el ojo de una aguja, que no, para un rico entrar en el Reino de Dios” (1).
* Maestro bueno, ¿qué debo hacer para alcanzar la vida eterna?”.- ■ Jesús deja el camino de Jericó para tomar un camino secundario que va a Doco. Lleva poco tiempo caminando por éste cuando, de una caravana —es una caravana rica que, sin duda, viene de lejos, porque trae a las mujeres en los camellos, dentro de las oscilantes berlinas o palanquines atados a los lomos gibosos, y los hombres montados en fogosos caballos o en otros camellos—, se separa un jo­ven que, haciendo arrodillarse a su camello, desciende de la silla y va hacia Jesús; un siervo viene y sujeta al animal por las bridas. El joven se postra delante de Jesús y, después del profundo saludo, le dice: “Yo soy Felipe de Canata, hijo de verdaderos israelitas, y que ha seguido siéndolo. Discípulo de Gamaliel hasta que la muerte de mi padre me puso al frente de sus negocios. Te he oído más de una vez. Conozco tus obras. Aspiro a una vida mejor, para tener la eterna que Tú aseguras que posee aquel que crea en sí tu Reino. Dime, pues, Maestro bueno, ¿qué debo hacer para alcanzar la vida eterna?”. Jesús: “¿Por qué me llamas bueno? Sólo Dios es bueno”. Joven: “Tú eres el Hijo de Dios, bueno como el Padre tuyo. ¡Oh, dime!: ¿qué debo hacer?”. Jesús: “Para entrar en la vida eterna observa los mandamientos”. ■ Joven: “¿Cuáles, mi Señor? ¿Los antiguos o los tuyos?”. Jesús: “En los antiguos están ya los míos. Los míos no transforman los antiguos, que siguen siendo: adorar con amor verdadero al único ver­dadero Dios y respetar las leyes del culto, no matar, no robar, no co­meter adulterio, no testificar lo falso, honrar al padre y a la madre, no perjudicar al prójimo; antes al contrario, amarle como te amas a ti mismo. Haciendo esto tendrás la vida eterna”. Joven: “Maestro, todas estas cosas las he observado desde mi niñez”. Jesús le mira con ojos de amor y dulcemente le pregunta: “¿Y no te parecen suficientes todavía?”. Joven: “No, Maestro. Grande cosa es el Reino de Dios en nosotros y en la otra vida. Infinito don es Dios, que a nosotros se dona. Siento que todo lo que es deber es poco, respecto al Todo, al Infinito perfecto que se dona, y que yo pienso que se debe obtener con cosas mayores que las que están mandadas para no condenarse y serle gratos”. Jesús: “Es como dices. Para ser perfecto te falta todavía una cosa. Si quieres ser perfecto como quiere el Padre nuestro de los Cielos, ve, vende cuanto tienes y dáselo a los pobres. Tendrás un tesoro en el Cielo por el que el Padre, que ha dado su Tesoro para los pobres de la Tierra, te amará con especial amor. Luego ven y sígueme”. El joven se entristece, se pone pensativo. Luego se levanta y dice: “Recordaré tu consejo…” y se aleja triste.
* “Qué difícil será que un rico en­tre en el Reino de los Cielos. En verdad os digo que es más fácil que un camello pa­se por el ojo de una aguja, que no, para un rico, entrar en el Reino de Dios. Lo que es imposible para los hombres es posible para Dios. Basta con que el hombre ayude a su Señor con su buena voluntad”.- ■ Judas se sonríe levemente, pero irónicamente, y susurra: “¡No soy yo el único que le tiene amor al dinero!”. Jesús se vuelve y le mira… y luego mira a los otros once rostros que están en torno a Él, y suspira: “Qué difícil será que un rico en­tre en el Reino de los Cielos: su puerta es estrecha y el camino que a él conduce es un camino empinado, y no pueden recorrer este camino ni entrar los que están cargados con los pesos voluminosos de las riquezas. Para entrar allá arriba no se requieren sino tesoros de vir­tud, inmateriales, y también el saberse separar de todo lo que signi­fique apego a las cosas del mundo y vanidad”. Jesús está muy tris­te… Los apóstoles se miran de reojo unos a otros… ■ Jesús sigue hablando mientras mira a la caravana del joven rico que se aleja: “En verdad os digo que es más fácil que un camello pa­se por el ojo de una aguja, que no, para un rico, entrar en el Reino de Dios”. Apóstoles: “¿Pero entonces quién podrá salvarse? La miseria frecuen­temente empuja al pecado, porque se tiene envidias o no se respeta lo ajeno, o por desconfianza respecto a la Providencia… La riqueza es un obstáculo para la perfección… ¿Y entonces? ¿Quién podrá salvarse?”. Jesús los mira y les dice: “Lo que es imposible para los hombres es posible para Dios, porque para Dios todo es posible. Basta con que el hombre ayude a su Señor con su buena voluntad. Es buena volun­tad aceptar el consejo recibido y esforzarse en conseguir el desapego de las riquezas. Todo desapego, para seguir a Dios. Porque la verda­dera libertad del hombre es ésta: seguir las voces que Dios le susu­rra en su corazón, y sus mandamientos, no ser esclavo ni de sí ni del mundo ni del respeto humano, y, por tanto, no ser esclavos de Sata­nás. Hacer uso de la espléndida libertad de arbitrio que Dios ha da­do al hombre para querer libre y únicamente el Bien, y conseguir así la vida eterna luminosísima, libre, bienaventurada. Ni siquiera de la propia vi­da hemos de ser esclavos, si por conservarla oponemos re­sistencia a Dios. Os lo he dicho: «El que pierda su vida por amor mío y por servir a Dios la salvará para toda la eternidad»”.
* “En verdad que ninguno que, por amor de mi Nombre, haya dejado casa, padres… para difundir la Buena Nueva y continuarme, ninguno dejará de recibir el céntuplo en el tiempo presente y la vida eterna en el siglo futuro”. ■ Pedro pregunta:“¡Pues nosotros hemos dejado todo por seguirte, hasta las cosas más lícitas! ¿Cuál será en nosotros el resultado? ¿Entraremos, en­tonces, en tu Reino?”. Jesús: “En verdad, en verdad os digo que los que me hayan seguido de esa manera, y los que me sigan —porque siempre hay tiempo de ha­cer reparación por las debilidades y por los pecados cometidos hasta el presente, siempre hay tiempo mientras se está en la Tierra y se tie­nen por delante días en que poder hacer reparación por el mal he­cho—, éstos estarán conmigo en el Reino mío. En verdad os digo que vosotros, que me habéis seguido en la nueva era que llegará, os sentaréis en tronos para juzgar a las tribus de la Tierra, junto con el Hijo del hombre, que estará sentado en el trono de su gloria. ■ Y os digo en verdad que ninguno que, por amor de mi Nombre, haya dejado casa, campos, padre, madre, hermanos, esposa, hijos y hermanas, para di­fundir la Buena Nueva y continuarme, ninguno dejará de recibir el céntuplo en el tiempo presente y la vida eterna en el siglo futuro”. Iscariote pregunta: “¿Pero si perdemos todo, cómo podemos centuplicar nuestros bienes?”. Jesús: “Digo de nuevo que lo que a los hombres les es imposible a Dios le es posible. Y Dios dará el céntuplo de gozo espiritual a aquellos que supieron pasar de ser hombres del mundo a hacerse hijos de Dios, o sea, hombres espirituales. Éstos experimentarán el verdade­ro gozo espiritual, aquí y más allá de la Tierra. ■ Y os digo también es­to: no todos los que parecen los primeros —y que deberían serlo por haber recibido más que los demás— lo serán, y no todos los que pa­recen últimos —y menos que últimos, pues no serán aparentemente mis discípulos, ni miembros del Pueblo elegido— lo serán. En verdad, muchos que eran los primeros serán los últimos; y que muchos de estos últimos, ínfimos, pasarán a ser los primeros… Pero ahí está Doco. Adelantaos todos menos Judas de Keriot y Simón Zelote. Id a advertir de mi lle­gada a quienes puedan tener necesidad de Mí”. Y Jesús, con los dos a los que ha retenido, espera a reunirse con las tres Marías, que los siguen a algunos metros de distancia. (Escrito el 7 de Marzo de 1947).
··········································
1  Nota  : Cfr. Mt. 19,16-30; Mc. 10,17-31; Lc. 18,18-30.
.                                              ——————–000——————–

9-596-342 (10-15-412).- Miércoles Santo, en el Templo: El mayor de los mandamientos y el óbolo de la viuda (1).
* Jesús, vestido con su túnica de color rojo vivo y manto también rojo, en el Templo, oye decir: “El Templo está por encima del padre y la madre, y si alguno quiere dar a la gloria del Señor todo aquello que le sobre, será bendecido por ello. Porque no hay ni sangre ni afecto que sean superiores al Templo.- ■ Hoy y con insistencia, no antes, veo aparecer la siguiente visión. Al principio veo sólo patios y pórticos, que reconozco que son del Templo. Veo también a Jesús, tan solemne con su túnica de color rojo vivo y manto también rojo, más oscuro, que parece un emperador. Está apoyado en una enorme columna cuadrada que sostiene un ar­co del pórtico. Me mira fijamente. Me pierdo mirándole, gozándome en Él, al que hacía dos días que ni veía ni oía. La visión dura así un tiempo largo. Mientras está siendo así, no la transcribo, porque es gozo mío. Pero ahora que veo animarse la es­cena comprendo que hay otras cosas y escribo. ■ El lugar se va llenando de gente que va y viene en todas las direc­ciones. Hay sacerdotes y fieles, hombres, mujeres y niños. Unos pa­sean, otros están parados escuchando a los doctores, otros se dirigen a otros lugares —quizá de sacrificio— tirando de corderitos o llevan­do palomas. ■ Jesús está apoyado en su columna, en el Templo. Mira. No habla. Incluso en dos ocasiones en que los apóstoles le han hecho unas preguntas ha hecho gesto de negación, pero no ha hablado. Observa atentísimo. Por la expresión, parece juzgar a los que mira. Su mirada y toda su cara me recuerdan el aspecto que le vi en la visión del Paraíso cuan­do juzgaba a las almas en el juicio particular. Ahora, naturalmente, es Jesús, Hombre; allí era Jesús glorioso, así que más solemne aún. Pero la manera cómo cambia el rostro, que observa fijamente, es igual. Está serio, escrutador. Pero si algunas veces refleja una severidad que haría temblar al más descarado, otras se le ve tan dulce —dulzura que es tristeza sonriente—, que parece acariciar con la mirada. ■ Parece no oír nada. Pero debe escuchar todo, porque cuando, de entre un grupo que está separado por bastantes metros y recogido alrededor de un doctor, se alza una voz nasal que proclama: “Más que cualquier otro mandamiento, vale éste: todo lo que es para el Templo, debe ir al Templo. El Templo está por encima del padre y la madre, y si alguno quiere dar a la gloria del Señor todo aquello que le sobre puede hacerlo, y será bendecido por ello, porque no hay ni sangre ni afecto que sean superiores al Templo”, entonces Él vuelve lentamente la cabeza en aquella dirección y mira con una cierta expresión… que no querría que fuera para mí. ■ Parece mirar en general. Pero cuando un viejecito tembloroso va a empezar a subir los cinco escalones de una especie de terraza próxi­ma que parece conducir a otro patio más interior, y apoya el bastonci­to y casi se cae al trabarse en la propia túnica, Jesús le tiende su lar­go brazo y le sujeta, y no le deja hasta que le ve en seguro. El viejeci­to levanta la rugosa cabeza y mira a su alto salvador susurrando una palabra de bendición. Jesús le sonríe y le hace una caricia en la cabe­za semicalva. Luego vuelve a su columna, a apoyarse en ella, de la cual se separa otra vez para levantar a un niño que se ha soltado de la ma­no de su madre y ha caído de bruces contra el primer escalón, justo a sus pies, y que llora. Le levanta, le acaricia, le consuela. La madre, azarada, da las gracias. Jesús le sonríe también a ella y le da el niño. Pero no sonríe cuando pasa un pomposo fariseo; tampoco cuando pasan en grupo escribas y otros que no sé quiénes son. Este grupo saluda con exagerados gestos con los brazos y exageradas reveren­cias. Jesús los mira tan fijamente, que parece perforarlos; saluda, pero sin abierta expresividad; su expresión es severa. También a un sacerdote que viene —y debe ser un pez gordo porque la gente se ha­ce a un lado y saluda, y él pasa pomposo como un pavo— Jesús le mira largamente: es una mirada de tales características, que el sa­cerdote, aun estando lleno de soberbia, agacha la cabeza; no saluda, pero no resiste su mirada.
* “¿Veis a esa mujer? Ha dado sólo dos monedas, y, a pesar de ello, ha dado más que todos los que han echado su donativo en el Tesoro. Su óbolo es caridad, generosidad, sacrificio; lo otro, no”.- ■ Jesús deja de mirarle para observar a una pobre mujercita vestida de marrón oscuro, que sube tímida los escalones y se dirige hacia una pared en que hay como unas cabezas de león con la boca abierta, u otros animales parecidos. Muchos van en esa dirección, y Jesús parecía no haberles hecho caso. Ahora sigue el camino de la mujer. Sus ojos la miran compasivos y se llenan de dulzura cuando ve que alarga una mano y echa algo en la boca de piedra de uno de esos leones. Y cuando la mujercita, retirándose, le pasa cerca, dice: “La paz a ti, mujer”. Ella, sorprendida, alza la cabeza sin saber qué decir. Jesús repite: “La paz a ti. Ve. El Altísimo te bendice”. La pobrecita se queda extática. Luego susurra un saludo y se marcha. Jesús, saliendo de su silencio, dice: “Es feliz en medio de su infelicidad. Ahora es feliz porque la bendición de Dios la acompaña. ■ Oíd, amigos, y vosotros que estáis aquí cerca de Mí. ¿Veis a esa mujer? Ha dado sólo dos monedas, una cantidad que no es suficiente para comprar la comida de un pájaro enjaulado, y, a pesar de ello, ha dado más que todos los que han echado su donativo en el Tesoro, desde que el Templo abrió sus puertas al amanecer. Oíd. He visto a muchos ricos meter en esas bocas dinero suficiente como para darle de comer a ella durante un año y para darle vestidos con que cubrir su honesta pobreza. He visto a ricos meter con visible satisfacción, allí dentro, sumas que hubieran podido saciar el hambre de los pobres de la Ciudad Santa durante uno o varios días y hacerles bendecir al Señor. Mas os digo en verdad que ninguno ha dado más que ésta. Su óbolo es caridad; lo otro, no. Lo suyo es generosidad; lo otro, no. Lo suyo es sacrificio; lo otro, no. Hoy esa mujer no comerá, porque ya no le queda nada. Antes tendrá que trabajar para ganar algo y así poder dar un pan a su hambre. No tiene a sus espaldas ni ri­quezas ni familiares que ganen por ella. Está sola. Dios se le ha lle­vado padres, marido e hijos; y también el poco bien que ellos le habí­an dejado y, más que Dios, se lo han arrebatado los hombres, esos hombres que ahora con gestos ampulosos, ¿veis?, siguen echan­do allí lo que les sobra, de lo cual mucho ha sido sonsacado con usura de las pobres manos de los débiles y hambrientos”.
.   ●  “Yo os digo que por encima del Templo está el amor. La Ley de Dios es amor y quien no tiene piedad para el prójimo no ama. El dinero superfluo, el dinero manchado con el fango de la usura, del desprecio, de la dureza de corazón, de la hipocresía, no canta la alabanza a Dios ni atrae hacia el donador la bendición celeste. Dios no quiere ese dinero”.- Jesús: “Dicen que no hay ni parentesco ni afectos que sean superiores al Templo y de este modo enseñan a no amar al prójimo. Yo os digo que por encima del Templo está el amor. La ley de Dios es amor y quien no tiene pie­dad para el prójimo no ama. El dinero superfluo, el dinero manchado con el fango de la usura, del desprecio, de la dureza de corazón, de la hipocresía, no canta la alabanza a Dios ni atrae hacia el donador la bendición celeste. Dios no quiere ese dinero. Esas sumas llenan esta caja, pero no es oro para el incienso: es fango que os sumerge, oh ministros, que no servís a Dios sino a vuestros intereses; es lazo que os estrangula, doctores, que enseñáis una doctrina vuestra; es veneno que os corroe, fariseos, ese resto de alma que todavía tenéis. Dios no quiere las sobras. No seáis Caínes. Dios no quiere el fruto de la dureza del corazón. Dios no quiere lo que viene envuelto en lágrimas y que grita: «Debía de haber quitado el hambre a un hambriento, pero le he sido negado a él para crear pompa aquí dentro; debía ayudar a un padre anciano, a una madre débil, y he sido negado porque esa ayuda no habría sido conocida por la gente y debo llamar la atención para que el mundo vea al donador». ■ No, rabí que enseñas que ha de darse a Dios todo lo que sobra, y que es lícito denegar al padre y a la madre para dar a Dios. El pri­mer precepto es: «Ama a Dios con todo tu corazón, tu alma, tu inteligencia, tu fuerza». Por tanto, no lo que es superfluo, sino lo que es nuestro, nuestro sufrimiento por Él, es lo que hay que darle. Sufrir. No hacer sufrir. Y, si dar mucho cuesta —porque despojarse de las riquezas no gusta y el tesoro es el corazón del hombre, vicioso por naturaleza—, precisamente porque cuesta hay que dar. Por justicia, porque todo lo que uno tiene lo tiene por bondad de Dios; por amor, porque es prueba de amor amar el sacrificio para dar alegría al amado. Sufrir por ofrecer. Pero, repito, sufrir; no, hacer sufrir. ■ Porque el segundo pre­cepto dice: «Ama a tu prójimo como a ti mismo». Y la ley especifica que después de Dios los padres son el prójimo a quienes estamos obligados a honrar y ayudar. Por lo cual, os digo, en verdad, que aquella pobre mujer ha com­prendido la Ley mejor que los sabios y está más justificada que todos los demás; y bendecida, porque en su pobreza ha dado a Dios todo, mientras que vosotros dais lo que os es superfluo, y lo dais para cre­cer en la estima de los hombres. ■ Sé que me odiáis porque hablo así. Pero mientras esta boca pueda hablar hablará de esta manera. Unís a vuestro odio hacia Mí el desprecio hacia la pobrecita a la que Yo alabo. Pero no penséis que haréis de estas dos piedras un doble escalón para vuestra soberbia: serán las piedras de moler que os triturarán. Vámonos. Dejemos que las víboras se muerdan, aumentando así su veneno. Los que tengan corazón puro, bueno, humilde, contrito, y quieran conocer el verdadero rostro de Dios, que me sigan”.

 Dice Jesús:
“Y tú, a quien nada te queda porque todo me lo has dado, dame estas dos últimas monedas. Frente a lo mucho que has dado pare­cen, a los ojos de los extraños, nada. Pero para ti, que no tienes nada aparte de ellas, son todo. Ponlas en la mano de tu Señor. Y no llores. O, al menos, no llores sola. Llora conmigo, que soy el Único que pue­de comprenderte y que te comprende sin sombra de humanidad, que para la verdad son siempre interesados velos”. (Escrito el 19 de Junio de 1944).
········································
1  Nota  : Cfr. Mc. 12,41-44; Lc. 21,1-4.
.                                               ——————-000——————–

.                       b) Dictados extraídos de los «Cuadernos de 1943/1950»
.

 43-130.- “Dije al joven rico: «Vete, vende cuanto tienes y ven, sígueme»”.
* “Mi Evangelio es obra espiritual y, por tanto, su significado no queda circunscrito solo al punto material que toca”.- ■ Dice Jesús: “También hoy te voy a hablar refiriéndome al Evangelio. Tan solo te aclararé una frase; frase que encierra vastísimos significados. Vosotros la consideráis siempre bajo un solo punto de vista. Vuestra humana limitación no os permite más. Ahora bien, mi Evangelio es obra espiritual y, por tanto, su significado no queda circunscrito al punto material que toca sino que se extiende como el sonido en círculos concéntricos cada vez más amplios abarcando más y más significados”.
* “Mas en mi frase se encierra así mismo otro significado, lo mismo que se da otra riqueza mucho más valiosa que el oro y la vida y, a la vez, infinitamente más amable. Es ésta la riqueza intelectual. ¡El propio pensamiento! ¡Ya lo creo!”.- Jesús: “Dije Yo al joven rico: «Vete, vende cuanto tienes y ven para seguirme». Vosotros habéis creído que Yo propuse el consejo evangélico de la pobreza. Sí, es cierto. Mas no de la pobreza cual la entendéis vosotros: sólo eso, no. El dinero, las herencias, los palacios, las joyas, son cosas que amáis y a cuya posesión os cuesta sacrificio renunciar o dolor perderlas. Mas, en aras de una vocación de amor, sabéis, incluso, desprenderos de ellas. ¿Cuántas mujeres no vendieron todo para mantener al esposo o al amante, que es peor, y continuar una vocación de amor humano? Otros sacrifican la vida por una idea. Soldados, científicos, políticos, pregoneros de nuevas doctrinas sociales más o menos justas, se inmolan cada día por su ideal a cambio de la vida que la dan por la belleza o por lo que ellos reputan belleza de una idea. En aras de su idea se hacen pobres de las riquezas de la vida. También entre mis seguidores ha habido muchos que supieron y saben renunciar a la riqueza de la vida ofreciéndomela a Mí por mi amor y el de su prójimo. Renuncia ésta mucho mayor que la de las riquezas materiales. ■ Mas en mi frase se encierra así mismo otro significado, lo mismo que se da otra riqueza mucho más valiosa que el oro y la vida y, a la vez, infinitamente más amable. Es ésta la riqueza intelectual. ¡El propio pensamiento! ¡Ya lo creo! Hay, es cierto, escritores que distribuyen su pensamiento profusamente a las gentes. Mas lo hacen por lucro, si bien su verdadero pensamiento no lo expresan nunca. Dicen lo que conviene a su tesis; pero determinadas luces íntimas las guardan bajo llave en el cofre de su mente, ya que, a menudo se trata de pensamientos dolorosos por penas íntimas o de reproches de su conciencia desconectada de la voz de Dios. Pues bien, te digo en verdad que, por ser ésta una riqueza mayor y más pura —por cuanto la riqueza intelectual es de su naturaleza incorpóreasu renuncia encierra a mis ojos un valor distinto”.
“El que encuentra el tesoro de mi Voz debe entregarlo a los hermanos puesto que el tesoro es de todos. No amo a los avaros, como tampoco a los avaros de la piedad”.-Jesús: “Cuanto en vosotros se enciende procede del centro del Cielo en donde Yo, Dios Uno y Trino, estoy. No es justo, por tanto, que digáis: «Este pensamiento es mío». Yo soy el Padre y el Dios de todos. De ahí que las riquezas de un hijo, que Yo doy a un hijo, deban ser disfrutadas y no en exclusiva por uno. A ese uno que mereció ser —diré así— el depositario, el receptor, le queda la satisfacción de serlo. Mas el don debe circular entre todos, pues hablo a uno para todos. Cuando uno encuentra un tesoro, si es honrado, se apresura a entregarlo a quien corresponde y no se lo queda culpablemente para sí. El que encuentra el tesoro de mi Voz debe entregarlo a los hermanos puesto que el tesoro es de todos. No amo a los avaros, como tampoco a los avaros de la piedad. Hay muchos que ruegan para sí, que usan de las indulgencias para sí y se nutren de Mí para sí. Jamás un pensamiento para los demás. Ahógales su propia alma. No me agradan. No se condenarán porque se encuentran en mi gracia; pero tendrán aquel mínimo tan solo de gracia que les salve del Infierno. El resto, para conseguir el Paraíso, tendrán que ganárselo con siglos de Purgatorio. ■ El avaro, tanto el material como el espiritual, es un goloso, un glotón y un egoísta. Se harta sin que le aproveche, antes, al contrario, esto le ocasiona enfermedades a su espíritu, le impide esa agilidad espiritual que os capacita para recibir las inspiraciones divinas, regularos según ellas y alcanzar con seguridad el Cielo. ¿Ves cuántos significados puede encerrar mi palabra evangélica? Y aún tiene otras más. Ahora, celosita de mis secretos, ajusta a tu conducta. No hagas de las riquezas que te doy, riquezas injustas”. (Escrito el 29 de Junio de 1943).
.                                            ——————–000——————–

43-414.- “Pobres de espíritu y ganar el Cielo con las riquezas injustas, dos frases que no entendéis”.
* “Pobres de espíritu quiere decir vivir allí donde Dios os colocó, pero con el ánimo desprendido de las cosas de la tierra, preocupados tan solo de conquistar el Cielo. Ganar el Cielo con las riquezas injustas quiere decir ejercitar la caridad de mil formas con las glorias de la tierra”.- Dice Jesús: “Honores, riquezas y glorias. Yo no los maldigo. Tan solo afirmo que no son fines en sí mismos sino medios para conquistar el verdadero fin que es la vida eterna. Es preciso usar de ellos, si vuestra misión de hombres os lo impone, con corazón y mente saturados de Dios, haciendo de estas riquezas injustas, no motivo de ruina sino de victoria. Ser pobres de espíritu y ganar el Cielo con las riquezas injustas, he aquí dos frases que apenas entendéis. ■ Pobres de espíritu quiere decir no tener apego a lo terreno; quiere decir estar libres y desligados de cuanto representa pomposa vestidura, al modo de humildes peregrinos que van de marcha hacia la meta gozando de los auxilios que la Providencia les proporciona, no con soberbia y avaricia sino como los pajarillos del aire que picotean contentos los granitos que su Criador les desparrama para sus cuerpecitos y cantan después agradecidos; que se sienten tan a gusto con su ropaje de plumas que les resguarda no ambicionando más; y no se quejan airados si un día escasea el alimento, y el agua del cielo moja sus nidos y sus plumas, sino que esperan pacientemente en Aquel que no les puede abandonar. ■ Pobres de espíritu quiere decir vivir allí donde Dios os colocó, pero con el ánimo desprendido de las cosas de la tierra, preocupados tan solo de conquistar el Cielo. ¡Cuántos reyes, cuántos potentados de la tierra fueron «pobres de espíritu» y conquistaron el Cielo sirviéndose de la fuerza para dominar lo humano que bullía en ellos con tendencia a las glorias caducas!; y ¡cuántos pobres de la tierra no son tales, ya que, si bien no poseen riquezas, la apetecen con envidia y hasta llegan muchas veces a dar muerte a su espíritu vendiéndose a Satanás por una bolsa de dinero, por una investidura de poder, por una mesa suculentamente formados en la putrefacción de la tumba! ■ Ganar el Cielo con las riquezas injustas quiere decir ejercitar la caridad de mil formas con las glorias de la tierra. Mateo, el publicano, supo hacer de las riquezas injustas escala para penetrar en el Cielo. María, la pecadora (Magdalena), renunciando a los artificios con que aumentaba la seducción de su carne y usándolos para los pobres de Cristo, empezando por el mismo Cristo, supo santificar aquellas riquezas de pecado. En el correr de los siglos, muchos cristianos, muy crecidos en número, aunque pocos respecto de la masa, acertaron a hacer de las riquezas y del poder armas para su santificación. Son aquellos que me comprendieron. Mas ¡son tan pocos…!”. (Escrito el 13 de Octubre de 1943)

.                                                        *******