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Sumario: Sepultura de Jesús.- Terrible angustia de la Dolorosa.- En la noche del Viernes Santo.- Nique entrega el Velo de la Santa Faz a la Madre.- En el día del Sábado Santo.- En la noche del Sábado Santo.
Dictados: La Sangre Divinísima.- La Cruz es toda poderosa: visión de Justina y Cipriano.- Corazón de Jesús: Sta. Margarita María de Alacoque.- Abandono del Padre: «¡Padre!, ¿por qué me has abandonado?», explicado en el Libro de Azarías.

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El tema de “Jesús Redentor”, Pasión-Muerte, 2ª parte, comprende:
a) Episodios y dictados  extraídos de la Obra magna
.        «El Evangelio como me ha sido revelado»
.                          («El hombre-Dios»)
b) Dictados extraídos de los «Cuadernos de 1943/1950»
c) Dictado extraído del «Libro de Azarías»

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 a) Episodios y dictados  extraídos de la Obra magna
«El Evangelio como me ha sido revelado»
(«El Hombre-Dios»)
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10-610-94 (11-30-592).- Sepultura y embalsamiento de Jesús (1).- Terrible angustia de la Dolorosa.
* El sepulcro de José Arimatea en la base del Calvario.- ■ La pequeña comitiva, bajado ya el Calvario, encuentra en la base de éste el sepulcro de José de Arimatea, excavado en la roca calcárea. Entran en él con el Cuerpo de Jesús. Veo el sepulcro que es así: un lugar excavado en la piedra, situado al fondo de un huerto en flor. Parece una gruta, pero no hay duda de que ha sido excavada por la mano del hombre. Está la cámara sepulcral propiamente dicha con sus nichos (de forma distinta de los de las catacumbas). Estos son como agujeros redondos que penetran en la piedra como agujeros de una colmena; bueno, para tener una idea. No hay nada en ellos. Se ve el ojo vacío de cada nicho como una mancha negra en el fondo gris de la piedra. Luego, precediendo a esta cámara sepulcral, hay como una antecámara, en cuyo centro está la mesa de piedra para la unción. Sobre esta mesa se coloca a Jesús en su sábana. Entran también Juan y la Virgen, y nadie más porque la cámara preparatoria es reducida, y si entrasen muchos, no podrían moverse. Las otras mujeres se quedan a la puerta, cerca de la apertura, porque a decir verdad no hay puerta propiamente dicha.
* Terrible angustia de María.- ■ Los dos portadores destapan el cuerpo de Jesús. Mientras ellos, en un rincón, en una especie de mesa pequeña, a la luz de las antorchas, preparan vendas y aromas, María se inclina sobre el Hijo y llora. Otra vez le limpia con el velo que sigue todavía en las caderas de Jesús. Es el único baño que recibe el cuerpo de Jesús: las lágrimas de su Madre, y aunque copiosas y abundantes no sirven sino para quitar superficial y parcialmente el polvo, sudor y sangre de su Cuerpo torturado. María no se cansa de acariciar esos miembros helados. Y, con una delicadeza mayor que si tocara a un recién nacido, toma las pobres manos atormentadas, las oprime entre las suyas, besa los dedos, los extiende, trata de juntar los bordes de las heridas, como para curarlas y que duelan menos, se lleva a las mejillas esas manos que ya no pueden acariciar, y llora, llora invadida por un dolor atroz. Endereza y une los pobres pies, que tan desmayados están, como mortalmente cansados de tanto camino recorrido por nosotros. Pero estos pies están tan maltratados por la cruz, sobre todo el izquierdo, que está casi como aplanado, como si ya no tuviera tobillo. ■ Luego vuelve al cuerpo y lo acaricia. Está frío, rígido, y, al ver otra vez  la herida de la lanza —que ahora, dada la posición supina del Cuerpo sobre la superficie de piedra, está totalmente abierta, y permite ver mejor la cavidad torácica (la punta del corazón puede verse clara entre el esternón y el arco izquierdo de las costillas, y unos dos centímetros por encima se ve la cortada hecha con la punta de la lanza en el pericardio y en el cardio, como de un centímetro y medio largo; mientras que la cortada externa del costado derecho tiene, al menos, siete)—, al verla otra vez, María lanza de nuevo sus fortísimos sollozos como en el Calvario. Parece como si la lanza la atravesara también a Ella. Se retuerce en medio de su dolor. Se lleva las manos a su corazón, atravesado como el de Jesús. ¡Pobre Madre! ¡Cuántos besos no da en esa herida! Contempla la cabeza. La endereza porque se ha quedado ligeramente inclinada hacia adelante y mucho a la derecha. Trata de cerrar los párpados que lo están a medias. La boca sigue abierta, contraída, un poco torcida a la derecha. Compone los cabellos, que ayer eran hermosos, bien peinados y ahora son un mechón pegajoso de sangre. Desenreda los mechones más largos, se los alisa con sus dedos, se los frota para darles su antigua forma, que eran suaves y rizados. ■ Llora, y llora porque se acuerda de cuando Jesús era niño… El motivo fundamental de su dolor es el recuerdo de la infancia de Jesús, de su amor por Él, de sus cuidados, temerosos incluso del aire más vivo para su Hijo, y la realidad que ahora contempla. Su lamento me hace entristecer. Me hace llorar y sufrir como si una mano me hurgase en el corazón al ver su gesto cuando llorando dice: “¿Qué te han hecho, Hijo mío?” no resistiendo verlo así: desnudo, tieso, sobre una piedra. Se lo toma entre sus brazos. El derecho se lo pasa por la espalda y con la otra se lo aprieta contra el pecho, arrullándolo, como hacía en la gruta de Belén.  (Escrito el 19 de Febrero de 1944).

* Terrible angustia espiritual de María: Lamentaciones (2). Evocación al misterio del Verbo de Dios que tomó Carne en Ella.- ■ María está de pie, junto a la piedra del embalsamamiento. Acaricia y contempla. Gime y llora. La luz temblorosa de la antorcha ilumina a intervalos su rostro y veo que sobre él, que está palidísimo, caen gruesas lágrimas. Oigo lo que dice. Lo oigo todo. Claro, aun cuando lo dice entre labios, un real coloquio del alma materna con el alma del Hijo. Recibo órdenes de escribirlo. ■“¡Pobre Hijo, ¡Cuantas heridas!… ¡Cuánto sufriste! ¡Mira lo que te hicieron!… ¡Qué frío estás, Hijo! Tus dedos están helados. ¡Qué tiesos! Parecen rotos. Jamás habían estado así, ni cuando de niño tranquilamente dormías, ni cuando el cansancio de obrero te rendía… ¡Qué fríos están! ¡Pobrecitas manos! Dalas a tu Mamá, ¡tesoro mío, amor santo, amor mío! ¡Mira cuán laceradas están! ¡Mira, mira, Juan, qué desgarro en la herida del costado! ¡Oh, crueles! Da, da a tu Mamita esta mano, para que te la cure. No te lastimaré… La besaré, la bañaré en lágrimas, con mi aliento y con mi amor la calentaré. ■ ¡Hazme, Hijo, una caricia! Estás helado y yo ardo. Mi fiebre se verá aliviada con tu hielo y tu hielo se derretirá en mi fiebre. ¡Una caricia, Hijo! Hace pocas horas que no me acaricias, y ya me parecen siglos. Pasaron meses sin tus caricias y me parecieron horas porque continuamente esperaba tu llegada, y de cada día hacía una hora, de cada hora un minuto, y me decía que no estabas a una o más lunas lejos de mí, sino solamente a unos pocos días, a unas pocas horas. ¿Por qué ahora el tiempo parece tan largo? ¡Ah, congoja inhumana! ¡Porque has muerto! ¡Te me han muerto! ¡No estás ya en la Tierra! ¡Ya no! Cualquiera que sea el lugar a donde lance mi alma para buscar la tuya y a ella abrazarse —porque encontrarte, poseerte, sentirte era la vida de mi cuerpo y de mi espíritu— cualquiera que sea el lugar en que te busque con la ola de mi amor, ya no te encuentro, no te encuentro ya. ¡No me queda de Ti sino estos despojos fríos sin alma! ■ ¡Oh alma de mi Jesús! ¡Oh alma de mi Mesías! ¡Oh alma de mi Señor! ¿Dónde estás? ¿Por qué habéis quitado el alma a mi Hijo, crueles hienas, emparentadas de Satanás? ¿Por qué no me habéis crucificado con Él? ¿Tuvisteis miedo de cometer otro crimen? (La voz se hace cada vez más fuerte y desgarradora). ¿Y qué era matar a una pobre mujer, para vosotros que no habéis vacilado en matar a Dios hecho Carne? ¿No habéis cometido un segundo delito? ¿Y no es el más abominable, el de dejar que una madre sobreviva a su Hijo asesinado?”. María, que al hablar había levantado también la cabeza, vuelve a inclinarse sobre el rostro muerto y a hablar en voz baja. Le habla a Él solo: “Por lo menos en la tumba, aquí dentro, habríamos estado juntos, como juntos estuvimos en la agonía de la cruz, juntos en el viaje a la otra vida y en el encuentro con la Vida. Pero si no puedo seguirte en el viaje, aquí puedo quedarme a esperarte”. ■ Se endereza de nuevo y con voz fuerte ordena a los presentes: “Idos, todos. Yo me quedo. Encerradme aquí con Él. Le esperaré. ¿Qué decís? ¿Que no se puede? ¿Por qué no? Si me hubiera muerto yo, ¿no estaría tendida a su lado, esperando a que se me embalsamase? Me quedaré a su lado, pero de rodillas. Asistí a sus vagidos cuando, tierno y rosado, lloraba en una noche de diciembre. Me quedaré ahora en esta noche del mundo que no tiene más a mi Jesús. ¡Oh, verdadera noche! ¡La Luz no existe más!… ¡Oh noche fría! ¡El amor ha muerto! ¿Qué dices, Nicodemo? ¿Que me contamino? Su Sangre no contamina. No me contaminé al engendrarle (3). ¡Ah! Cómo saliste, Tú, Flor de mi seno, sin romper ninguna fibra, sino como una flor de narciso perfumado que brota del alma del bulbo-matriz y florece, aunque el abrazo de la tierra no haya estado en la matriz. Florecer virginal que en Ti encuentra su razón, ¡oh Hijo, que viniste de un abrazo celestial y nacido en medio de fulgores celestiales!”. ■ Ahora María, la llena de dolores, vuelve a inclinarse sobre su Hijo. No hace caso de ninguna otra cosa que no sea Él, y en voz baja pregunta: “¿Te acuerdas, Hijo, de aquella vestidura sublime de esplendores que todo vistió mientras nacías a este mundo? ¿Te acuerdas de aquella beatífica luz que el Padre envió de los Cielos para envolver el misterio de tu florecer y para que te fuera menos repugnante este mundo oscuro, a Ti que eras Luz  y venías de la Luz del Padre y del Espíritu Paráclito? ¿Y ahora?… Ahora oscuridad y frío… ¡Cuánto frío! ¡Mucho! Yo estoy temblando. Más que aquella noche de diciembre. Entonces, al tenerte, daba calor a mi corazón. Tú tenías a dos que te amaban… Ahora… Ahora estoy sola y agonizo. Pero te amaré por dos: por estos que te han amado tan poco que te abandonaron en el momento del dolor; te amaré por los que te han odiado; por todo el mundo te amaré, ¡oh Hijo! No sentirás el hielo del mundo. No, no lo sentirás. Tú no abriste mis entrañas para nacer; pero, para que no sientas el frío, estoy dispuesta a abrírmelas, a encerrarte dentro de mi seno. ¿Recuerdas cuánto este seno te amó, pequeño germen que palpitabas?… Es siempre este seno. ¡Oh! es mi derecho y mi deber de Madre. Es mi deseo. Solo la Madre puede tenerlo, puede tener hacia el Hijo un amor tan grande como el universo”. ■ La voz ha ido elevándose,  y ahora resuena fuerte: “Idos. Yo me quedo. Dentro de tres días volved y juntos saldremos. ¡Oh, volver a ver el mundo apoyada en tu brazo, Hijo mío! ¡Qué bello será la luz de la sonrisa de resucitado! El mundo que se estremece al paso de su Señor. La Tierra ha temblado cuando la muerte te ha arrancado el alma, y de tu corazón ha salido tu alma. Pero ahora temblará… ya no por horror ni por convulsiones, sino con este estremecimiento suave —por mí desconocido, pero intuido por mi feminidad—, que hace vibrar a una virgen doncella, cuando después de una ausencia, oye las pisadas del prometido que viene para las nupcias. Mucho más: la Tierra temblará con un estremecimiento santo, como el que yo experimenté hasta lo más íntimo de mi ser, cuando tuve en mí al Señor Uno y Trino, y la voluntad del Padre con el fuego del Amor creó la semilla de que Tú viniste, ¡oh Niño santo mío, Criatura mía, Tesoro mío! ¡Eres todo de tu Mamá!… Cada niño tiene su padre y madre. Hasta el ilegítimo tiene un padre y una madre. Pero Tú tuviste solo a la Madre que formó tu carne de rosa y de lirio, que te fabricó tus venas, azules como nuestros ríos de Galilea, y estos labios de granado, y estos cabellos cuya hermosura no igualan las vedijas de oro de  las cabras de nuestras colinas; y estos ojos: dos pequeños lagos del Paraíso. No, más bien: del agua de que procede el único y cuádruple Río del Lugar de delicias (4), y consigo arrastra, en sus cuatro ramales, el oro, el ónice, el bedelio y el marfil, los diamantes, las palmas, la miel, las rosas y riquezas infinitas, ¡oh Pisón!, ¡oh Gahón!, ¡oh Tigris!, ¡oh Éufrates!: camino de los ángeles que exultan en Dios, camino de los reyes que te adoran. Esencia conocida o desconocida, pero viviente, presente aun en el corazón más oscuro. Solo tu Mamita te ha hecho esto con su «sí»… Te compuso de música y amor: de pureza y obediencia te hizo ¡oh alegría mía! ■ ¿Qué es tu Corazón? La llama del mío, que se dividió para concentrarse en corona en torno al beso que Dios regaló a su Virgen. Esto es tu Corazón. ¡Ah!”. (Es un grito tan desgarrador que Magdalena y Juan presurosos acuden a socorrerla; las otras no se atreven, pero lloran, y cubiertas con su velo miran de soslayo desde la abertura). “¡Ah, te lo destrozaron! ¡Por eso estás tan frío y por eso estoy tan fría yo! Ya no tienes dentro la llama de mi corazón, ni yo puedo continuar viviendo por el reflejo de esa llama que era mía y que te di para formarte con ella un corazón. ¡Aquí, aquí, aquí, sobre mi pecho!  Antes de que la muerte me quite la vida, quiero calentarte, quiero mimarte. Te cantaba: «No hay casa, no hay alimento, solo hay dolor». ¡Oh palabras proféticas! Dolor, dolor, dolor para Ti, para mí. Te cantaba: «Duerme, duerme sobre mi pecho». También ahora: aquí, aquí, aquí…”. La Virgen, sentándose en el borde de la piedra, le recoge tiernamente en su regazo pasándose un brazo de su Hijo por los hombros, poniéndose la cabeza de su Hijo apoyada en un hombro y reclinando la suya sobre ella, estrechándole contra su pecho, acunándole, besándole, llena de dolor digna de compasión.
* Siguen la terrible angustia espiritual y las lamentaciones: No está muerto, duerme.- ■ Nicodemo y José se acercan y ponen en una especie de asiento que hay junto a la otra parte de la piedra, vasos, vendas y la sábana limpia (5) y un barreño con agua y montones de hilas, me parece.  María lo ve y en voz alta pregunta: “¿Qué pretendéis? ¿Qué queréis? ¿Prepararle, para qué? Dejadle en el regazo de su Madre. Si logro darle calor, antes resucitará. Si logro consolar al Padre y a Él por el odio deicida, el Padre perdonará cuanto antes, y Él también cuanto antes resucitará”. La Dolorosa parece como si delirase.  “No. No os lo entrego. Una vez lo di, una vez lo he dado al mundo, y él no lo quiso. Le mató por no quererle. ¡Ahora no lo doy más! ¿Qué decís? ¿Que le amáis? ¡Ya! ¿Entonces, por qué no le defendisteis? Habéis esperado a decirle que le amabais cuando ya Él no os podía oír. ¡Qué pobre amor el vuestro! Pero, si teníais tanto miedo al mundo, que no fuisteis capaces de defender a un inocente, al menos deberíais habérmelo confiado a mí, a la Madre, para que defendiese al que de Ella nació. Ella sabía quién era y qué merecía. ¿Vosotros?… ■ Vosotros, le tuvisteis como Maestro, pero nada aprendisteis ¿No es verdad esto? ¿Pero no estáis viendo que no creéis en su resurrección? ¿Creéis? No. ¿Para qué preparáis vendas y aromas? Porque veis que es un pobre cadáver, hoy frío, mañana corrupto y queréis por esto embalsamarle. Dejad vuestras cosas. Venid a adorar al Salvador con el corazón puro de los pastores betlemitas. Mirad: su sueño no es más que el de un cansado. ¡Cuánto se cansó en la vida! ¡Cada vez más fatigado! Y en estas últimas horas… Ahora descansa… Para mí, para mí que soy su Madre, no es sino un Niño grande que duerme. Muy pobre es el lecho y la habitación, pero también su primera cama no fue más hermosa ni más alegre su lugar. Los pastores adoraron al Salvador mientras dormía su sueño de Niño. Vosotros adorad al Salvador mientras duerme su sueño de Vencedor de Satanás. Como los pastores id a decir al mundo: «¡Gloria a Dios! ¡El pecado ha muerto! ¡Satanás ha sido vencido! ¡Paz en la Tierra y en el Cielo entre Dios y el hombre!». Preparad el camino de su regreso. Yo os envío. Yo, a quien la Maternidad hace Sacerdotisa del rito. Id. He dicho que no quiero. Ya le he lavado con mis lágrimas. Basta. No es necesario lo demás. Y no os penséis que vais a poner esas cosas. Más fácil le será resucitar si está libre de esas fúnebres, inútiles vendas”.
* Quiere reafirmar su fe con el recuerdo de las 3 profecías de Jesús sobre su Resurrección y con el recuerdo de los 3 muertos, resucitados a un mandato suyo.Virgen: “¿Por qué me miras así, José? ¿Y tú, Nicodemo, por qué? ¿El horror de este día os ha embotado la mente? ¿No os acordáis? «A esta generación adúltera y malvada que pide una señal, no se dará sino la de Jonás… Así, el Hijo del hombre estará tres días y tres noches en el corazón de la Tierra». ¿No os acordáis? «El Hijo del hombre está para ser entregado en las manos de los hombres que le matarán, pero resucitará al tercer día». ¿No recordáis? «Destruid este Templo del Dios verdadero y en tres días lo resucitaré». El Templo es su Cuerpo, ¡oh, hombres! ¿Meneas la cabeza? ¿Me compadeces? ¿Me tomas por una loca? Pero ¡cómo! resucitó a los muertos, ¿y no podrá resucitarse a Sí mismo? ■ ¿Juan?…”. Juan: “¡Madre!”. Virgen: “Sí, llámame «madre». No puedo vivir sin pensar que así se me llame. Juan, estuviste presente cuando resucitó a la hija de Jairo y al joven de Naím. Estaban muertos, ¿no es verdad? No se trataba de un sopor profundo, ¿verdad? Responde”. Juan: “Estaban muertos. La niña había muerto dos horas antes, el joven un día y medio”. Virgen: “¿Y resucitaron a su mandato?”. Juan: “Resucitaron”. Virgen: “¿Habéis oído vosotros dos? ¿Por qué movéis la cabeza? ¡Ah, quizás lo que estáis insinuando es que la vida vuelve antes a uno que es inocente y joven! ¡Pues mi Niño es el Inocente! Y es el Siempre Joven. ¡Es Dios mi Hijo!…”. María mira con sus ojos desgarrados de aflicción y de fiebre a los dos que preparan, abatidos pero inexorables, los rollos de las vendas empapadas ya en los aromas. ■ María da dos pasos. Ha puesto nuevamente a su Hijo sobre la piedra con la delicadeza de quien pone en la cuna a un recién nacido. Da dos pasos, se inclina al pie del lecho fúnebre, donde, de rodillas, llora Magdalena; y la toma por la espalda, la zarandea, la llama: “María, responde. Estos piensan que Jesús no podrá resucitar porque es un hombre y un hombre muerto. ¿Tu hermano no es mayor que Él?”. “Sí”. Virgen: “¿No era todo una llaga?”. “Sí”. Virgen: “¿No estaba ya corrompido antes de bajar al sepulcro?”. “Sí”. Virgen: ¿Y no resucitó después de cuatro días de asfixia y putrefacción?”. “Sí”. Virgen: “¿Y entonces?”.
* Sigue la terrible angustia espiritual: Satanás la ataca en la fe.- Ora y ofrece.- ■ Un silencio profundo, largo. Luego un grito horrible. María vacila. Se lleva la mano al corazón. La sostienen pero los rechaza. Parece que rechazase a quienes tratan de ayudarla, pero en realidad rechaza lo que Ella sola ve. Grita: “¡Atrás! ¡Atrás, cruel! ¡No esta venganza! ¡Cállate! ¡No te quiero oír! ¡Cállate! ¡Ah, me muerde el corazón!”. Magdalena: “¿Quién, Madre?”. Virgen: “Satanás, Satanás que dice: «No resucitará. Ningún profeta lo ha dicho». ¡Oh Dios Altísimo! Ayudadme todos, ¡vosotros espíritus buenos, vosotras personas piadosas! ¡Mi corazón vacila! No recuerdo más. ■ ¿Qué dicen los profetas? ¿Qué dice el salmo? Oh, ¿quién me repite los pasos que se refieren a mi Jesús?”. Magdalena con su voz armoniosa recita el salmo davídico sobre la pasión del Mesías (6). La Virgen llora más fuerte, sostenida por Juan. El llanto cae sobre su Hijo, que resulta todo mojado de lágrimas. María ve esto, y le seca, y en voz baja dice: “¡Tantas lágrimas! ¡Cuando tenías tanta sed, ni siquiera una gota te pude dar! ¡Y ahora… ahora te he bañado todo! Pareces un árbol bajo una lluvia tupida. Aquí, que tu Mamá te seca. ¡Hijo! ¡Tanta amargura has gustado! ¡Que sobre tu herido labio no caiga el amargor y la sal de las lágrimas de tu Madre!…”. Luego en voz fuerte: “María, David no dice… ¿conoces Isaías? Recita sus palabras…”. Magdalena recita el trozo referente a la pasión y termina con un sollozo: “«… entregó su vida a la muerte y fue contado entre los malhechores; Él, que quitó los pecados del mundo y rogó por los pecadores»” (7). Virgen: “¡Oh, cállate! ¡Muerte no! ¡No, no! ¡Oh, que vuestra falta de fe, unida con la tentación de Satanás, me mete dudas en el corazón! ¿Y no creeré, Hijo? ¿No creeré a tu santa palabra? ¡Dilo a mi corazón! Habla. Desde las riberas lejanas a donde has ido a libertar a los que esperaban tu llegada, envía tu voz a mi alma, que está ansiosa de recibirla. Di a tu Madre que regresas. Di: «al tercer día resucitaré». Te lo suplico, ¡Hijo y Dios!, ayúdame a proteger mi fe. Satanás la envuelve entre sus roscas para ahogarla. Satanás ha separado su boca de serpiente de la carne del hombre porque Tú le has arrebatado esta presa, pero ahora ha clavado sus dientes venenosos en la carne de mi corazón y me paraliza sus latidos y me quita su fuerza y su calor. ¡Dios, Dios, Dios! ¡No permitas que desconfíe yo! ¡No permitas que la duda me hiele! ¡No permitas a Satanás que me lleve a la desesperación! ¡Hijo, Hijo! Introdúceme tu mano en mi corazón: alejará a Satanás. Introdúcela en mi cabeza: le devolverá la luz. Santifica con una caricia mis labios para que fuertes digan: «Creo» aun contra todo un mundo que no cree. ■ ¡Oh, qué dolor es no creer! ¡Padre! Mucho hay que perdonar a quien no cree. Porque cuando ya no se cree… cuando ya no se cree… fácil es cualquier error. Lo digo… porque estoy probando este tormento. Padre, ¡piedad de los que no tienen fe! ¡Dales, Padre santo, dales, por esta Hostia sacrificada y por mí, hostia que aún se sacrifica, tu Fe a los sin fe!”. ■ Un prolongado silencio. Nicodemo y José hacen la señal a Juan y Magdalena. Ésta dice: “Ven, Madre”, y trata de retirar a María de su Hijo y de separar los dedos de Jesús entrelazados entre los de María que, llorando, los besa. María se endereza. Es majestuosa. Extiende una vez más los pobres dedos desangrados, coloca la mano inerte junto al Cuerpo. Después baja los brazos y, bien erguida, con la cabeza ligeramente hacia atrás, ora y ofrece. No se oye ninguna palabra, pero por el aspecto se comprende que ora. Es en verdad la Sacerdotisa en el altar, la Sacerdotisa en el momento de la oblación. “Offerimus praeclarae majestati tuae de tuis donis, ac datis, hostiam puram, hostiam sanctam, hostiam immaculatam…” (8). ■ Luego se vuelve: “Hacedlo. Pero Él resucitará. Inútilmente desconfiáis de mis palabras y no abrís los ojos a la verdad que Él os dijo. Inútilmente trata Satanás de poner asechanzas a mi fe. Para redimir el mundo es necesario aun la tortura que Satanás vencido atormenta mi corazón. La sufro y la ofrezco por los que vendrán. ¡Adiós, Hijo! ¡Adiós, amado mío! ¡Adiós, Niño mío! Adiós… Adiós… Santo… Bueno… Amadísimo… Hermosura… Alegría… Fuente de salud… Adiós… Mi beso…  Mi beso… Mi beso… sobre tus ojos… en tus labios… en tus cabellos de oro… en tus miembros helados… en tu corazón atravesado… ¡oh! ¡en tu corazón atravesado!… ¡Adiós, adiós!… ¡Señor, piedad de mí!”. (Escrito el 4 de Octubre de 1944).

* Embalsamiento.- ■ Los dos preparadores han terminado de disponer las vendas. Se acercan a la mesa, desnudan completamente a Jesús. Pasan rápidamente una esponja —me parece; o trapos de lino— por los miembros (es una muy apresurada preparación de los miembros, que gotean por todas partes). Después untan de ungüentos todo el cuerpo, que queda cubierto completamente bajo una capa gruesa de ungüento. Primero, levantaron el Cuerpo. Han limpiado la mesa de piedra. En ésta han puesto la Sábana, que cuelga por más de su mitad por la cabecera del lecho. Han colocado el cuerpo apoyado sobre el pecho y han untado todo el torso, las costillas, las piernas, toda la parte posterior. Luego con mucho cuidado le han dado la vuelta, procurando que no se desprendiera la pomada de los aromas. Ungen ahora por la parte anterior: primero el tronco; luego los miembros (primero los pies; por último, las manos que han unido encima del bajo vientre). La mezcla de los aromas debe ser pegajosa, como goma, porque veo que las manos han quedado fijas, mientras que antes siempre resbalaban por su peso de miembros muertos. Los pies no: conservan su posición: uno más derecho, el otro más extendido. Por último, la cabeza: la untan cuidadosamente de modo que el semblante desaparece bajo la capa del ungüento; después para mantener la boca cerrada, la han atado con la venda que faja el mentón. María gime. Luego levantan la sábana por el lado que recaía y la pliegan sobre Jesús, que desaparece bajo su grueso lienzo. ■ Jesús no es ahora más que una forma cubierta por un lienzo. José procura que todo esté en su lugar y todavía pone sobre el Rostro un sudario de lino; y otros paños, semejantes a cortas y anchas tiras rectangulares, que pasan de derecha a izquierda, sobre el Cuerpo, que sujetan la sábana bien adherida al cuerpo: no es la típica envoltura que se ve en las momias; ni tampoco ha sido envuelto como lo fue Lázaro. Jesús no se ve más. Sus formas desaparecen bajo los lienzos de lino. Parece un montón grueso de tela, más estrecho en los extremos, más ancho en el centro, apoyado sobre el gris de la piedra. María llora más fuerte. (Escrito el 19 de Febrero de 1944).

* En mi Pasión fui tentado una sola vez. Mi Madre, la Mujer, expió por la mujer, culpable de todos los males, muchas veces. Satanás con centuplicada ferocidad atacó a la Vencedora… La Redención la terminó mi Madre”.- ■ Dice Jesús: “Y el tormento continuó con asaltos periódicos hasta el alba del domingo. En mi Pasión fui tentado una sola vez. Pero mi Madre, la  Mujer, expió por la mujer, culpable de todos los males, muchas veces. Satanás con centuplicada ferocidad atacó a la Vencedora. Ella le había vencido (9). La atacó con una terrible tentación, tentación en la carne de la Madre; tentación en el corazón de la Madre; tentación al espíritu de la Madre. Todos creen que la Redención terminó con mi último aliento. No. La terminó mi Madre, añadiendo su triple tortura para redimir la triple concupiscencia, luchando por tres días contra Satanás que quería que dudase de mi palabra, que no creyese en mi resurrección. ■ María fue la única que continuó creyendo. Grande y bienaventurada fue por esa fe. También esto he querido enseñarte. El tormento que sale al encuentro de mi tormento en Getsemaní. El mundo no comprenderá esta página, pero «los que están en el mundo sin ser de él» la comprenderán y amarán a la Dolorosa. Por esto te concedí esta visión. Quédate en paz con nuestra bendición”.  (Escrito el 4 de Octubre de 1944).
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1 Nota : Cfr. Cfr. Mt. 27,59-61; Mc. 15,46-47; Lc. 23,53-55; Ju. 19,39-42.  2 Nota : Terrible angustia  espiritual y lamentaciones de María.- Que la Virgen María,  verdadera Madre de Jesús, Copartícipe de su destino, y dotada de un genio oriental, se haya angustiado y lamentado según la costumbre de su tiempo y lugar, pero con dignidad, es cosa que puede creerse y probarse. Cfr. Lc. 23,27 y la antífona del Breviario Romano en las Laudes del Sábado Santo: “Las mujeres ansiosas y llorosas se lamentaban junto al Monumento”. Si alguien se extrañase del contenido y de la manera de las Lamentaciones de la Virgen, como aparecen en esta Obra, tenga en cuenta que está en perfectísimo acuerdo, como aseguran los Especialistas, con una larga tradición homilética e himnográfica oriental, siríaca y griega (Cfr. Efrem. S. 4º: Anfiloquio de Iconio; el Romano Cantor, S. VI), que culmina en el s. VII con el “Llanto de la Virgen”, que nos legó S. Germano, patriarca de Constantinopla, donde hay semejantes o idénticas formas de lamentos (teológicas; consideraciones sobre el pasado y presente, la bondad, maldad, etcétera…) y muy similares si no ya idénticas expresiones (dulces, fuertes, terribles).   3  Nota  :  Parto virginal de María.- “Su Sangre no contamina. No me contaminé al engendrarle”.- Cfr. Lev. 12,1-8. Sin embargo la Virgen no se contaminó ya que el Amor divino la fecundó (Cfr. Mt. 1,18-23; Lc. 1,26-38. Símbolo Niceno Constantinopolitano). Amor del todo sobrenatural y espiritual, y no un amor humano, natural y sensible, porque dio a luz sobrenatural y milagrosamente a Jesús, como en el Prefacio a la Virgen de la liturgia romana se lee: “Y la gloria de la Virginidad, permanente, dio a luz para el mundo a Jesús, nuestro Señor, Luz eterna”. En otras palabras, Jesús nació, esto es, salió de María de la manera como entró y salió con las puertas cerradas del Cenáculo (Cfr. Ju. 20,19-29). Nada es imposible al poder del divino amor. Esto sucedió, sin embargo, no porque el concebir naturalmente y el engendrar intrínsecamente estén ligados al pecado, sino porque el Dios humanado debía ser concebido y nacer como Dios mismo, misteriosamente encarnado en una Mujer.   Nota  : “Lugar de las Delicias”,  el de Gén.  2,8-15.   Nota  :  Dos Sábanas.-  Según esta obra,  y parece muy razonable, hubo dos Sábanas: una para el descendimiento de la cruz, que no se le podía utilizar por la sangre, sudor, polvo; otra “limpia” para la sepultura. La segunda, “la limpia”, se conservaría en la Catedral de Turín; la primera, la del descendimiento, según el pensamiento de la Escritora de esta Obra, estaría escondida en el interior del Crucifijo llamado “El Rostro santo”, venerado en la catedral de Luca, pero cuando directamente se le preguntó, su respuesta fue negativa. Respecto a la Sábana Santa, Cfr. P. Scotti, A. Vaccari en Enciclopedia Católica, vol. 11, Ciudad del Vaticano, 1953, col. 692-697. En la colección 692 se lee: “Algunas telas conservadas en diversos lugares, quieren este honor (Compiege, Besançon, Cadouin, Bitonto etcétera…). Un buen análisis ha demostrado que la única Sábana que tenga serias probabilidades de ser la auténtica es la de Turín y que proviene de Lirey e Chamberry”. La presente Obra, según estudios y opinión del Prof. Lorenzo Ferri, habría dado nuevas pruebas a favor de tal autenticidad.   6 Nota  :  Cfr.  Sal.  21.   7 Nota  :  Cfr. Is.  52,13-53,12.    8 Nota  :  “Ofrecemos a tu suprema majestad  los dones que Tú mismo nos has dado, esto es, el sacrificio puro, santo e inmaculado…”.- Según las liturgias romana y ambrosiana, esta hermosa oración se dice después de la Consagración, en que se ofrece a la majestad del Padre su Hijo, antes de pedir la efusión del Espíritu Santo.   9  Nota  :  Cfr.  Gén. 3.
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10-611-104  (11-31-601).- Cierran el Sepulcro. Regreso al Cenáculo. El Sanedrín ha tomado ya medidas para guardar el sepulcro.
* Vuelve la angustia al dejar el Sepulcro. Toda la rebelión contenida durante 33 años contra la injusticia del mundo hacia su Hijo se agita en su corazón. Pero mansa, incluso en medio de ese dolor suyo que la hace delirar, ni maldice ni acomete. Solo pide ir donde Él está.-José de Arimatea apaga una de las antorchas, da una última ojeada, y se dirige a la apertura del sepulcro, llevando encendida una antorcha. María se inclina una vez más para besar a su Hijo a través de los elementos que lo cubren. Y quisiera hacerlo dominando su dolor, conteniendo éste como forma de respeto al Cadáver, que, ya embalsamado, no le pertenece. Pero, cuando está cerca del rostro velado, no se domina y se sume en una nueva crisis de desolación… No sin dificultad la quitan. La alejan, con mayor dificultad aún, del lecho fúnebre. Ponen otra vez en su lugar las telas desordenadas, y, más en vilo que sujetándola, se llevan a la pobre Madre, que se aleja con la cara vuelta hacia atrás, para ver, para ver a su Jesús, que se queda solo en la oscuridad del sepulcro. ■ Salen al huerto silencioso en medio de la luz vespertina. Ya la claridad que renació después de la tragedia del Gólgota vuelve a oscurecerse por la noche que desciende. Y allí, bajo los tupidos ramajes, aunque sin hojas todavía, donde apenas se ven los capullos de color blanco-rosado de los manzanos, (extrañamente retrasados en este huerto de José, mientras que en otras partes las flores están abiertas e incluso algunas muestran las minúsculas manzanitas), bajo esos tupidos ramajes, la penumbra es mayor que en otros lugares. Se corre la pesada piedra del sepulcro a su lugar. Largas ramas de un enmarañado rosal, que penden de lo alto de la gruta, parecen llamar a esa puerta de piedra y decir: «¿Por qué te cierras ante una madre que llora?». Y parecen verter también ellas lágrimas de sangre con sus pétalos rojos deshojados, con sus corolas que se extienden sobre la piedra oscura, con los botoncitos cerrados que golpean contra el cierre inexorable. ■ Pero pronto otra sangre humedecerá esa puerta sepulcral, y otro llanto. María, hasta ahora sujeta por Juan y sollozando, aunque bastante sosegada, se suelta ahora del apóstol y, emitiendo un grito que me imagino haya hecho temblar hasta las entrañas de los árboles, se arroja contra la puerta, se ase de donde puede de ella para empujarla. Se lastima dedos y uñas sin lograr algo y hasta hace palanca con la cabeza. Su gemido es el rugido de la leona que desfallece en los umbrales de la trampa donde han sido cogidos sus cachorros. Amorosa y feroz porque es madre. No se parece en nada a la dulce doncella nazaretana, a la bondadosa mujer hasta ahora conocida. Es la madre: solo y sencillamente la madre aferrada a su hijo con todas las fuerzas de su cuerpo y de su amor. Nadie más que Ella es la verdadera «dueña» de esa carne que Ella engendró, la única dueña después de Dios, y no quiere que se le arrebate su propiedad. Es la «reina» que defiende su corona, que es su hijo. ■ Toda la rebelión y las rebeliones que en treinta y tres años en cualquier otra mujer habría habido contra la injusticia del mundo hacia un hijo, todos los arrebatos santos y lícitos que cualquier otra madre habría manifestado durante aquellas últimas horas, para herir y matar con sus manos y sus dientes a los asesinos de su hijo; todas estas cosas que Ella, por amor al linaje humano, ha dominado siempre, ahora se agitan en su corazón, hierven en su sangre, pero, mansa incluso en medio de ese dolor suyo que la hace delirar, ni maldice ni acomete. Solo pide a la piedra que se haga a un lado, que le dé el paso, porque su lugar está allí dentro, donde Él está; solo pide a los hombres que, compadecidos de su amor, le obedezcan y le abran. Después de haber golpeado y ensangrentado con los labios y las manos la dura roca, se vuelve, se apoya con los brazos abiertos, agarrando todavía los dos bordes de la roca, y, terrible en su majestuosidad de Madre Dolorosa, ordena: “¡Abrid! ¿No queréis? Bueno. Aquí me quedo. ¿Dentro no? Entonces aquí afuera. Aquí está mi pan y mi lecho. Aquí mi lugar. No tengo otro domicilio. Ni quiero más. Idos vosotros. Regresad al mundo que es una pestilencia. Me quedo donde no hay codicia, ni olor a sangre”.  Los demás compadecidos tratan de convencerla: “¡No puedes, Mujer!”. “¡No puedes Madre!”. “¡No puedes, María, querida!”. Tratan de separarle las manos de la roca, atemorizados de aquellos ojos que desconocen, esos ojos duros, imperiosos, vidriosos, fosfóricos. ■ La imposición mal conviene a los mansos, y los humildes no saben insistir en la soberbia… Y enseguida cede en María la vehemencia de su ansia y el mandar imperioso. María vuelve a tener esa mirada dulce de paloma atormentada. Pierde esa imponencia del mandar: se inclina otra vez suplicante, y une las manos rogando: “¡Oh, dejadme! ¡Por vuestros muertos, por los vivos a los que amáis, piedad por una pobre madre!… Oíd… Oíd… mi corazón. Quiere paz para no tener este cruel palpitar. Allá arriba lo tuvo… El martillo hacía ¡pum, pum, pum!… y cada golpe hería a mi Niño… y se me clavaba en el cerebro y corazón… tenía la cabeza llena de esos golpes, y mi corazón palpitaba rápido al ritmo de ese ¡pum, pum, pum! descargado sobre las manos, sobre los pies de mi Jesús, de mi pequeño Jesús… ¡Mi Niño! ¡Mi Pequeñín!…”. Vuelve a Ella la anterior angustia que parecía haberse calmado después de su oración al Padre junto a la mesa de la unción. Lloran todos. Virgen: “No quiero oír gritos, ni golpes. El mundo está lleno de voces y ruidos. Cada voz me parece ese «horrible grito» que me ha petrificado la sangre en mis venas; cada ruido, el del martillo en los clavos. No quiero ver caras de hombres. Y el mundo está lleno de ellos… Hace casi doce horas que estoy viendo caras asesinas… Judas… los verdugos… los sacerdotes… los judíos… ¡Todos, todos unos asesinos! ¡Largo, largo!… No quiero ver a nadie… En cada hombre hay un lobo y una serpiente. Siento asco, siento miedo del hombre… Dejadme aquí, bajo estos árboles serenos, bajo esta hierba florida… Dentro de poco habrán salido las estrellas… Fueron siempre sus amigas y las mías… Ayer por la noche le acompañaron en su agonía solitaria… Conocen ellas tantas cosas… Vienen de Dios… ¡Oh, Dios, Dios!…”. Llora y se arrodilla. “Paz, Dios mío. ¡No me quedas más que Tú!”. ■ María de Alfeo: “Ven, hija. Dios te tranquilizará. Ven. Mañana es el sábado pascual. No podríamos venir a traerte alimentos”. Virgen: “¡No es necesario! ¡No es necesario! No quiero comida. ¡Quiero a mi Hijo! Se me quita el hambre con el dolor, la sed con mi llanto… Aquí… ¿Oís, cómo se queja ese autillo? Se queja conmigo, y dentro de poco llorarán los ruiseñores. Y mañana, cuando salga el sol, las calandrias y las currucas, y todos los pájaros que Él amaba. Las tórtolas vendrán conmigo a golpear esta piedra y a decir, sí, a decirle: «¡Levántate, amor mío, ven! Amor mío que estás en las hendiduras de la roca, en las grietas del despeñadero, déjame ver tu rostro, déjame escuchar tu voz» (1). ¡Aaaah, qué digo! ¡Ellos, también ellos, los torvos asesinos, se dirigieron a Él con palabras del Cántico! Sí, venid, hijas de Jerusalén, a ver a vuestro Rey con la diadema con que le coronó su patria en el día de sus bodas con la muerte, en el día de su triunfo de Redentor” (2). ■ María de Alfeo: “Mira, María, se acercan los guardias del Templo. Vámonos para que no te ofendan”. Virgen: “¿Los guardias? ¿Que me ofenden? No. Son unos cobardes. Lo son. Si, llevada de mi terrible dolor, los atacase, huirían como Satanás ante Dios. Pero me acuerdo de ser María… no les haré mal como lo merecerían. Seré buena… ni siquiera me verán. Y si me viesen y preguntasen: «¿Qué quieres?», les responderé: «La limosna de respirar el aire embalsamado que sale de esa hendidura». Les diré: «En nombre de vuestra madre». Todos han tenido una madre… aun el mismo ladrón compasivo lo dijo…”. María de Alfeo: “Pero éstos son peor que los bandoleros. Te insultarán”. Virgen: “¡Oh!… ¿Hay acaso un insulto que este día no haya yo saboreado?”.
* La Dolorosa comprende que debe volver para buscar a los apóstoles, a Iscariote… y guardar la fe de todos.- ■ Es la Magdalena la que encuentra la manera de doblegar a la Dolorosa para que obedezca. “Tú eres buena, santa. Crees, y eres fuerte. ¿Pero nosotros qué somos?… ¡Lo estás viendo! La mayor parte han huido; los que han quedado estamos aterrados. La duda, que ya nos muerde, nos haría ceder. Tú eres la Madre. Tienes no solo el deber y derecho sobre tu Hijo, sino también sobre lo que es de tu Hijo. Debes volver con nosotros, entre nosotros, para acogernos, asegurarnos, infundirnos tu fe. Tú lo has dicho, después de que justamente has reprochado nuestra pusilanimidad y falta de fe: «Más fácil le será a Él resucitar, si está libre de estas inútiles vendas». Y yo te lo digo: «Si nosotros logramos reunirnos en la fe en su Resurrección, resucitará antes. Le llamaremos con nuestro amor»… Madre, Madre de mi Salvador, regresa con nosotros, tú, amor de Dios, para darnos este amor tuyo. ¿Quieres que se pierda nuevamente la pobre María de Magdala que Él con tanta compasión salvó?”. Virgen: “No. Me lo reprocharía. Tienes razón. Debo volver… buscar a los apóstoles… a los discípulos… a los familiares… a todos… Decir… decir: creed. Decir: Él os perdona… ¿A quién ya se lo dije?  ¡Ah, a Iscariote!… Es necesario… sí,  es necesario buscarle también a él porque él es el mayor pecador…”. María se queda con la cabeza inclinada sobre el pecho. Tiembla como por repulsa y luego añade: “Juan: le buscarás. Me lo traerás. Debes hacerlo. Lo debo hacer, Padre. También esto hágase por la redención del linaje humano. Vámonos”. Se levantan. Salen del huerto semiobscuro. ■ Las guardias los ven salir sin decirles cosa alguna.
* De regreso al Cenáculo, lamento de la Virgen: “¿Qué motivo había para quitar la Vida al Vivo?”.- Invectiva contra Jerusalén. ■ El camino polvoriento y revuelto por la riada de gente que lo ha recorrido y batido con pies, piedras y garrotes, hace una curva alrededor del Calvario para llegar al camino principal que va paralelo a las murallas. Y aquí las huellas de lo que ha sucedido son aún más intensas. Dos veces María grita y se inclina para examinar bajo la poca luz el suelo, porque le ha parecido ver sangre y piensa que es de su Jesús. Pero solo son jirones de tela desgarrada (yo creo que con el jaleo de la fuga). El pequeño arroyo que corre a lo largo de este camino quedamente murmura en medio del gran silencio que lo envuelve todo. La ciudad, no viniendo de ella sino un profundo silencio, parece abandonada. Ahí está el puentecillo que conduce a la empinada vereda del Calvario. Y, frente al puente, la puerta Judiciaria. Antes de entrar por ella María se vuelve para mirar la cima del Calvario… y llora amargamente. Luego dice: “Vamos. Pero guiadme vosotros. No quiero ver ni Jerusalén, ni sus calles ni sus habitantes”. José de Arimatea: “Sí, sí. Démonos prisa. Van a cerrar las puertas y, ¿lo ves?, han reforzado la guardia en ellas. Roma teme alborotos”. ■ Virgen: “Tienes razón. ¡Jerusalén es una guarida de tigres! Es una tribu de asesinos. Una turba de depredadores; y estos usurpadores no solo alargan sus colmillos rapaces hacia las propiedades, sino también contra las vidas mismas. Hace treinta y dos años que acechan contra la vida de mi Niño… Apenas sabía decir «Mamá» y dar los primeros pasos, y reírse con sus pocos dientecitos entre sus labios de pálido coral, y ya vinieron a degollarle. Ahora dicen que había blasfemado y violado el sábado y que había incitado a la sublevación y ambicionado el trono y pecado con mujeres… Pero, en aquellos tiempos, ¿qué había hecho?, ¿qué blasfemia podía haber pronunciado, si apenas sabía llamar a su Madre?, ¿cómo podía violar la Ley, si Él, el eterno Inocente, era entonces también el inocente pequeñuelo del hombre?, ¿qué sublevación podía promover, si ni siquiera sabía tener un capricho? ¿A qué trono podía ambicionar? Tenía Él su trono en la Tierra y en el Cielo, y no pedía otros tronos: en el Cielo, el seno del Padre; en la Tierra mi seno. Jamás tuvo una mirada sexual, y podéis decirlo vosotras jóvenes y bellas. Pero en aquel tiempo, en aquel tiempo… su «sensualidad» estaba limitada a la necesidad de dormir y comer, y cortejaba, sí, cortejaba pero solo a mis tibios pechos, buscando poner encima la carita y dormir así; y cortejaba a mi romo pezón de donde brotaba mi amor transformado en leche… ¡oh Hijo mío!… ¡Y querían verte muerto! ¡Esto querían: quitarte la vida! Tu único tesoro.  La Madre al Hijo; el Hijo a la Madre para convertirnos en los más miserables y desgraciados del Universo. ¿Qué motivo había de quitar al Vivo la vida? ¿Por qué arrogaros el derecho de quitar esto que es la vida: bien de la flor y del animal, bien del hombre? Nada os pedía mi Jesús. No os pedía dinero, ni joyas, ni casas. Tenía una casa: pequeña y santa, y la había abandonado por amor a vosotros, hombres-hienas. Había renunciado por vosotros a aquello que hasta una cría de animal posee, y caminó pobre y solo por el mundo, sin tener siquiera el lecho que le había hecho el Justo, sin el pan tan siquiera que le hacía su Mamá; y dormía donde podía y comía donde podía sobre la hierba de los prados contemplando las estrellas; o en las casas de los buenos, como cualquier hijo de hombre.  Sentado a una mesa, o compartiendo con los pájaros de Dios los granos de trigo y el fruto de la zarza silvestre. Y no os pedía nada. Al contrario, os daba. Quería solo vida para dárosla con su palabra.  Mas vosotros, y tú Jerusalén, le quitasteis la vida. ¿Te has llenado de su Sangre y de su Carne? ¿Estás satisfecha? ¿O todavía no te llena, y quieres —tras vampiro y buitre, ¡hiena!— alimentarte de su cadáver, y, no satisfecha aún de insultos y tormentos, quieres todavía ensañarte y gozar arañando sus despojos y viendo otra vez sus contracciones musculares involuntarias, sus temblores, sus sollozos, sus convulsiones en mí: en mí que soy la Madre del Asesinado?”.
* De regreso al Cenáculo: incidente con el Sanedrista Elquías que manifiesta que ya han tomado medidas para guardar el sepulcro para que no roben el Cadáver.Virgen: “¿Hemos llegado? ¿Por qué os detenéis? ¿Qué tiene que ver ese hombre con José? ¿Qué le dice?”. En efecto, uno de los escasos transeúntes ha parado a José y, en el silencio completo de la ciudad desierta, se oyen muy bien sus palabras: “Todos saben que entraste en la casa de Pilatos, profanador de la Ley. Darás cuenta de ello. ¡Se te prohíbe celebrar la Pascua! Estás contaminado”. José: “También tú, Elquías. ¡Me has tocado y estoy todo cubierto de la sangre del Mesías y de su  sudor mortal!”. Elquías: “¡Ay, horror! ¡Lejos! ¡Esa Sangre, lejos!”. José: “No tengas miedo. Ya te abandonó. Y te maldijo”. Elquías: “También tú estás maldecido. Y no vayas a pensar que ahora que andas del brazo con Pilatos vas a poder substraer el Cadáver. Ya hemos tomado nuestras medidas para esta jugada tuya”. Nicodemo se ha acercado lentamente mientras las mujeres se han detenido con Juan y se han pegado al fondo de un portal cerrado. José responde: “Ya lo hemos visto. ¡Cobardes! ¡Tenéis miedo hasta de un muerto! Pero de mi huerto y de mi sepulcro hago lo que yo creo conveniente”. Elquías: “Eso lo veremos”. José: “Lo veremos. Apelaré a Pilatos”. Elquías: “Sí. Fornica ahora con Roma”. Nicodemo da un paso adelante y dice: “Mejor con Roma que con el Demonio, como vosotros, ¡deicidas! ■ Y, oye, ¿me podrías decir cómo es que te has recobrado? Porque hace poco huías aterrorizado. ¿Se te está ya pasando? ¿No te es suficiente lo que te sucedió? ¿No se incendió una casa tuya? ¡Échate a temblar! El castigo no ha terminado. Es más, se acerca. Se cierne sobre tu cabeza como la Némesis de los paganos. Ni guardias ni sellos impedirán al Vengador levantarse y descargar su mano”. Elquías grita: “¡Maldito!”, y violentamente se vuelve y va a toparse con las mujeres. Comprende y pronuncia un soez insulto contra la Virgen. ■ Juan no dice ni una palabra. Pero, con un salto de pantera, se le echa encima y le arroja por tierra y, sujetándole con la rodilla y apretándole el cuello con las manos, le grita: “¡Pídele perdón o te estrangulo, demonio!”. Y no suelta a Elquías hasta que éste, oprimido y medio estrangulado por las manos de Juan, masculla: “Perdón”. Pero su grito atrae la patrulla. “¡Alto ahí! ¿Qué pasa? ¿Más alborotos? Quietos todos o sois muertos. ¿Quiénes sois?”. José: “José de Arimatea y Nicodemo, a quienes el Procónsul dio licencia de sepultar al Nazareno, regresamos del sepulcro con su Madre, el hijo, familiares y amigos. Éste ofendió a su Madre y fue obligado a pedir perdón”. Oficial: “¿Eso solo? Debías haberlo degollado. Idos. ¡Soldados, arrestad a éste! ¿Qué otra cosa quieren estos vampiros? ¿Hasta el corazón de las madres? ¡Salve, judíos!”. Virgen: “¡Que horror! No son ya humanos… Juan, sé bueno con ellos. Ten presente el recuerdo de mi Jesús y de tu Jesús. Él predicó el perdón”. Juan: “Estás en lo cierto, Madre. Pero son unos criminales y no logro controlarme. Son unos sacrílegos. Te ofenden. Y esto no puedo permitirlo”.
* Invectiva contra Jerusalén, desierta en esta hora: “Yo que soy la Madre de todos, debo afirmar que para mí, vuestra hija, habéis sido peores que padrastros”.-Virgen: “Son unos criminales, es verdad. Y saben que lo son. Mira cuán pocos hay por las calles. Y esos pocos cómo se escabullen furtivos. Después de su delito, los criminales tienen miedo. Verlos huir de ese modo, entrar en sus casas, cerrarse con pasadores por miedo, me causa horror. A todos los creo culpables del Deicidio. Mira, María, ese viejo. Ya se asoma a la tumba y, con todo —ahora que la luz de aquella puerta que se ha abierto le ilumina— me parece haberle visto desfilar acusando a mi Jesús, allí, en la cima del Calvario… Le llamaba ladrón… ¡Ladrón a mi Jesús!… Aquel jovencillo, casi niño todavía, lanzaba asquerosas blasfemias invocando que cayera sobre él su Sangre… ¡Oh infeliz!… ¿Y aquél hombre? Siendo tan musculoso y fuerte, ¿se habrá abstenido de golpearle? ¡Oh, no quiero ver! Mirad: encima del rostro que tienen resalta el rostro del alma y… y ya no tienen imagen de hombres, sino de demonios… Tan valientes contra Jesús cuando le llevaban atado, contra Él cuando le vieron crucificado… y ahora huyen, se esconden, se encierran en sus casas. Tienen miedo ¿De quién? De un muerto. Para ellos no es más que un muerto, porque niegan que sea Dios. ¿A quién tienen entonces miedo? ¿A qué cierran sus puertas? Al remordimiento. Al castigo. Pero nada sirve. El remordimiento está en vosotros. Y os seguirá para siempre. Y el castigo no es humano; de nada sirven cerraduras ni palos, ni puertas ni barrotes para defenderse de él. El castigo baja del Cielo, de Dios, que venga a su Hijo Inmolado, y atraviesa paredes y puertas, y con su llama celestial os marca para el castigo sobrenatural que os espera. El mundo irá al Mesías, al Hijo de Dios y mío. Irá a Aquel que vosotros habéis traspasado con clavos, pero vosotros seréis marcados para siempre, los Caínes de un Dios, marcados como el oprobio de la raza humana (3). ■ Yo que he nacido de vosotros, yo que soy Madre de todos, debo afirmar, que para mí, vuestra hija, habéis sido peores que padrastros, y que, en el inmenso número de mis hijos, vosotros sois los que más trabajo me costáis para acogeros, porque os habéis ensuciado con el crimen que habéis cometido contra mi Hijo. Y no queréis decir: «Eras el Mesías. Te reconocemos y te adoramos». Pero he ahí otra patrulla romana. El Amor no está ya en la Tierra. La Paz no existe entre los hombres. El Odio y la Guerra se agitan como esas antorchas humeantes. Los dominadores tienen miedo de la multitud desmandada. Saben por experiencia que cuando esa fiera que se llama hombre, ha saboreado sangre, se vuelve ávida de ferocidad… Pero no tengáis miedo a esos, que no son leones ni panteras reales, sino vilísimas hienas, que se lanzan sobre el inerme cordero pero tienen miedo del león armado de lanzas y autoridad. No tengáis miedo a estos viles chacales. Vuestro paso de hombres valientes los pone en fuga y el brillo de vuestras lanzas los hace más cobardes que conejos”.
* La Dolorosa quiere guardar todas las reliquias de su Hijo.-Virgen: “¡Esas lanzas! ¡Una de ellas ha abierto el corazón del Hijo mío! ¿Cuál de ellas? Verlas es sentir una flecha en mi corazón… Y sin embargo quisiera tenerlas entre mis manos que tiemblan, para ver cuál es la que todavía tiene huellas de sangre y decir: «¡Es ésta! ¡Dámela, soldado! Dala a una madre por amor a tu madre que está lejos… y yo rogaré por ella y por ti». Ningún soldado me la negaría, porque esos, hombres de guerra, fueron mejores durante la agonía de mi Hijo y mía. Oh, ¿por qué allá arriba no pensé en esto? Me sentía como si alguien me hubiera golpeado la cabeza. Yo la tenía atontada con esos golpes… ¡Oh, esos golpes! ¿Quién me hará que deje sentirlos aquí, en mi pobre cabeza? La lanza… ¡Cómo quisiera tenerla!…”. Juan: “Podemos buscarla, Madre. El centurión se mostró muy bueno con nosotros. Creo que no me la negará. Iremos mañana”. Virgen: “Sí, sí. Juan. Soy pobre. No tengo mucho dinero. Pero me despojaré hasta de lo último para comprarla… ¿Cómo no la pedí antes?”. María de Alfeo: “María amada, ninguno de nosotros se percató de esa herida… Cuando caíste en la cuenta de ella, los saldados ya se habían ido”. Virgen: “Es verdad… Estoy ofuscada por el dolor. ¿Y los vestidos? ¡No tengo nada de Él! Daría mi sangre por poseerlos…”.  María llora nuevamente desconsolada.
* En la casa del Cenáculo. La Virgen recuerda el encuentro con el traidor.Paroxismo en su congoja.- ■ De este modo llegan a la calle del Cenáculo. Y a tiempo, porque ya está agotada y camina verdaderamente a rastras, como una anciana decrépita. Y además lo manifiesta. La consuelan: “Un poco más. Ya llegamos”. Virgen: “¿Hemos llegado? ¿Tan corto ha sido el camino que esta mañana me pareció tan largo? ¿Esta mañana? ¿Fue esta mañana? ¿No hace más? ¿Cuántas horas o cuántos siglos han pasado desde que entré ayer tarde, y desde que salí esta mañana? ¿Soy de veras yo: la mujer cincuentona o una vieja cargada de años, una mujer de espaldas encorvadas y de cabeza cana? Me parece haber vivido todo el dolor del mundo y que éste pesa sobre mis espaldas, que se doblan bajo su peso. Cruz inmaterial, pero, ¡tan pesada…! De piedra. Una cruz tal vez más pesada que la de mi Jesús, porque yo cargo la mía y la suya con el recuerdo de su agonía y la realidad de la agonía mía. Vamos a entrar. Porque debemos entrar. Pero no es ningún consuelo; es un aumento de dolor. Por esa puerta entró mi Hijo para su última cena. Por ella salió para ir al encuentro de la muerte. Y se vio obligado a poner su pie, donde lo puso el traidor, que salió para llamar a los capturadores del Inocente. ■ Enfrente de aquella salida vi a Judas… ¡Vi a Judas! No le maldije. Le hablé con corazón de una madre adolorida. Angustiada por el Hijo bueno y por el hijo malo… ¡Vi a Judas! ¡Vi al Demonio en él! Yo —que siempre he tenido a Lucifer bajo mi calcañar y, mirando solo a Dios, jamás he bajado mis ojos para mirar a Satanás— conocí el rostro de Satanás al mirar a la cara del traidor. Hablé con el Demonio… Y huyó porque no soporta mi voz. ¿Le habrá dejado ya de modo que pueda hablar a ese muerto, y yo, la Madre, vuelva a concebirle con la Sangre de un Dios para darle a luz a la Gracia? Juan, júrame que le buscarás y que no serás cruel con él. No lo soy yo, que tendría derecho a serlo… ■ ¡Oh, dejadme entrar en esa sala donde mi Jesús cenó por última vez! Donde la voz de mi Niño pronunció en paz sus últimas palabras”. María de Alfeo: “Sí. Entraremos. Pero por ahora, mira, ven aquí, donde estuvimos ayer. Descansa. Despídete de José y Nicodemo que se retiran”. Virgen: “Sí. Hasta pronto. Os lo agradezco. Os bendigo”. María de Alfeo: “Pero ven, ven; ¡lo harás más cómodamente!”. Virgen: “No. Aquí. José… ¡Oh, no he conocido a nadie que lleve este nombre que no me haya amado!…”. María de Alfeo prorrumpe en llanto. Virgen: “No llores… También José, tu hijo… Por amor, se equivocaba tu hijo. Quería darme una tranquilidad humana… ¡Pero hoy!… ¡Le he visto!… ¡Oh, todos los Josés son buenos con María!… José, te doy las gracias. Y también a ti, Nicodemo… Mi corazón se postra a vuestros pies cansados por el largo camino recorrido por Él… por darle los últimos honores… Yo solo puedo daros mi corazón; no tengo otra cosa… Y os lo doy, amigos leales de mi Hijo… y…  y perdonad, a una madre dolorida, las palabras que os he dicho en el sepulcro…”. Nicodemo contesta: “¡Oh, Santa! ¡Tú debes perdonarnos!”. José añade: “Cálmate ahora. Descánsate en tu fe. Mañana vendremos”. Nicodemo: “Sí. Vendremos. Estamos a tus órdenes”. La dueña de la casa objeta: “Mañana es sábado”. José: “El sábado ha muerto. Vendremos. Hasta pronto. El Señor esté con vosotros” y se van. ■ Las mujeres la invitan a retirarse: “Ven, María”. “Sí, Madre, ven”. Virgen: “No. Abrid. Me lo prometisteis hacerlo después de las despedidas. ¡Abrid esta puerta! No podéis cerrarla a una madre que quiere aspirar en el aire el olor del aliento, del cuerpo de su Niño. ¿No sabéis que yo fui quien le dio ese aliento y ese cuerpo? ¿Yo que le llevé nueve meses, que le di a luz, le di de mamar, le eduqué, le cuidé? Ese aliento es mío. Ese olor a cuerpo es mío. Es el mío, pero más hermoso en mi Jesús. Dejádmelo percibir una vez más”. María de Alfeo: “Así será, pero mañana. Ahora estás cansada. Ardes en fiebre. No puedes. Estás mal”. Virgen: “Sí, mal. Pero se debe a que tengo en los ojos la vista de su Sangre y en el olfato el olor de su Cuerpo llagado. Quiero ver la mesa donde vivo y sano se apoyó, que sienta el perfume de su cuerpo juvenil. ¡Abrid! ¡No me enterréis una tercera vez! Me lo ocultasteis bajo el aroma y la venda, luego me lo encerrasteis con una piedra. Ahora ¿por qué, por qué negar a una Madre que encuentre las últimas huellas de Él en el aliento que ha dejado detrás de esa puerta? Dejadme entrar. Buscaré por tierra, en la mesa, en el  asiento, la huella de sus pies, de sus manos. Y las besaré, las besaré hasta consumirme los labios. Buscaré… buscaré… tal vez encontraré un cabello de su rubia cabeza. Uno que no esté sucio de sangre. ¿Pero sabéis qué significa para una madre el cabello de un hijo suyo? Tú, María de Cleofás, tú, Salomé, sois madres. ¿No comprendéis? ■ ¡Juan, Juan, escúchame! Soy Madre para ti. Él así lo quiso. ¡Él! Me debes obedecer. ¡Abre! Te amo, Juan. Siempre te he amado pues le amabas. Te amaré mucho más todavía. Pero abre, abre te digo. ¿No quieres? ¿No quieres? ¡Ah, no tengo, pues, hijo! Jesús nada me negó. Porque era hijo. Tú niegas. No eres hijo. No comprendes mi dolor… Oh, Juan, perdona… Abre… No llores… abre… ¡Oh Jesús! ¡Jesús, escúchame!… tu espíritu obre un milagro. ¡Abre a tu pobrecita Mamá esta puerta que nadie quiere abrir! ¡Jesús, Jesús!”. María toca con los puños cerrados la puertecita, a esa puertecita que está muy bien cerrada. Está en un momento de paroxismo de su congoja. Hasta que se pone más pálida, y susurrando: “¡Oh, mi Jesús! ¡Voy! ¡Voy!”, se desploma sin fuerzas sobre los brazos de las mujeres que lloran, y que la sostienen para que no dé contra el suelo. La llevan a la habitación de enfrente. (Escrito el 28 de Marzo de 1945).
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1  Nota  : Cfr. Cant. 2,14.   2  Nota  : Cfr. Cant. 3,11.   3  Nota  : Cfr. Gén. 4,1-16.
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10-612-114  (11-32-610).–  La noche del Viernes Santo.
* Juan teme que la Virgen muera del dolor.- ■ La Virgen, auxiliada de las otras mujeres, vuelve en sí; su única fuerza consiste en  llorar y llorar. Parece como si su vida fuera a terminar en medio de ese llanto. Quieren que tome algo. Marta le ofrece un poco de vino, la dueña de casa un poco de miel, María de Alfeo, de rodillas, una taza de leche tibia y le dice: “Yo misma la ordeñé de la cabra de la pequeña Raquel” (será una hija de los que viven en esta casa de Lázaro, no sé si como inquilinos o guardas). Pero María no quiere nada. Solo llorar; y pedir y oír la promesa de que los apóstoles y discípulos serán buscados lo mismo que la lanza y los vestidos, y que, cuando sea de día —dado que ahora, de ninguna manera, quieren dejarla entrar— la dejarán entrar en la habitación del Cenáculo. Su cuñada le promete: “Sí, si te calmas un poco, si descansas un poco, te llevaré a esa habitación. Entraremos las dos, y de rodillas buscaré cualquier cosa de Jesús…” y María de Alfeo lanza un sollozo. “Fíjate. Aquí tienes la copa y el pan que Jesús partió, usado por Él para la Eucaristía. ¿Qué recuerdo mayor y más santo que éste? ¿Ves? Juan te los trajo ya desde esta mañana, para que los vieses esta noche… ■ Pobre Juan que está allí llorando y que tiene miedo…”. Virgen: “¿Miedo? ¿Por qué? Ven acá, Juan”. Juan sale de la sombra, porque en esta pequeña habitación hay solo una lamparita, puesta sobre la mesa, junto a los objetos de la Pasión. Se arrodilla a los pies de María que le acaricia y le pregunta: “¿Por qué tienes miedo?”. Y Juan, besándole las manos y llorando: “Porque estás mal. Tienes fiebre. Estás angustiada… Y no descansas. Si así sigues, te morirás como Él”. Virgen: “¡Ah, si fuese verdad!”. Juan: “¡No, Madre! ¡Mamá! ¡Oh!, es más dulce decir: «Mamá». Llamarte como a la mía. Permíteme que así te llame. Como no veo mucha diferencia entre mi madre y tú —es más: te amo más que a ella porque eres la Madre que Él me ha dado, y eres su Madre— tú, no hagas demasiada diferencia entre el Hijo que tú engendraste y el hijo que  te ha sido dado… Y ámame un poco como amas a Él… Si fuera Él el que te dijese: «¡Tengo miedo de que te mueras!», ¿responderías: «¡Ah, si fuese verdad!»? No, no lo dirías. Es más, te dolería marcharte y dejarle a Él, a tu Cordero, en un mundo de lobos… ¿Y no te apenas por mí?… Soy mucho más cordero que Él: no porque yo sea bueno o puro, sino porque soy un tonto miedoso. Si faltas a tu pobre Juan, los lobos le destrozarán sin haber sabido dar un balido que hable de su Maestro… ¿Quieres que muera así, sin haberle servido? ¿Sin haber hecho nada durante mi vida? ¿Verdad que no? Entonces, Mamá, procura tranquilizarte… Por Él… ¡Oh!, ¿no dices que resucitará? Sí, así lo afirmas y es verdad. ¿Quieres que cuando Él venga encuentre sin ti la casa vacía? Porque seguro que vendrá aquí… ¡Pobre, pobre Jesús, si en lugar de tu grito maternal oyese los nuestros de congoja; si en lugar de encontrar tu pecho en el que reclinar su cabeza martirizada y gloriosa encontrase la piedra de tu sepulcro!… Debes vivir. Para que le saludes cuando vuelva… no digo a «nuestro amor» —nosotros somos dignos de todo reproche, por el modo con que nos hemos comportado— digo «a tu amor»”.
* Dinos, Madre de la Sabiduría ¿cómo será el encuentro?”.-  ■ Prosigue Juan: “Oh, ¿cómo será el encuentro? ¿Cómo será Él? Madre de la Sabiduría, Madre del tontísimo Juan, tú que sabes todo, dinos cómo será cuando aparezca resucitado”. Marta dice: “Lázaro tenía las heridas cerradas de las piernas, pero se veía las señales de las cicatrices. Apareció envuelto en vendas llenas de podredumbre”. Magdalena añade: “Tuvimos que lavarle y lavarle…”. Marta concluye:  “Se sentía débil. Tuvimos que darle de comer por orden suya”. Juan dice: “El hijo de la viuda de Naím estaba como atolondrado, y parecía un niño incapaz de caminar y hablar con claridad; tanto fue así, que Él se lo devolvió a su madre para que le enseñara a usar de nuevo de las cosas buenas de la vida. Y Él mismo guió a la hija del Jairo cuando dio los primeros pasos…”. Magdalena dice: “Pienso que mi Señor nos enviará un ángel a anunciarnos: «Venid con vestidos limpios». Y mi amor los tiene preparados ya. Están en el palacio. No he podido tejerlos yo, pero se los di a tejer a mi nodriza, que vive ahora tranquila respecto a mi futuro, y no llora ya. Empleé el lino más precioso. Plautina me dio la púrpura. Noemí tejió su borde; yo hice el cinturón, la bolsa y el talet, bordándolos de noche para que nadie me viera. He aprendido de ti, Madre. No son perfectos, pero reciben su hermosura, más que de las perlas que forman su Nombre en el cinturón y en la bolsa, de mi llanto de amor y de mis besos: cada puntada es un latido de devoción por Él. Le llevaré esos vestidos. Me lo permitirás, ¿verdad?”. ■ Virgen: “¡Oh!… yo no creía que le fueran a despojar de sus vestidos… No estoy habituada a las costumbres del mundo y a su crueldad. Creía conocerlos ya… (y lágrimas corren por sus pálidas mejillas) pero me doy cuenta de que no sabía nada… Y pensaba: «Tendrá también después el vestido de su Mamá». ¡Le gustaba tanto…! Así lo había querido. Desde hacía tiempo lo había dicho: «Me harás un vestido así y así. Me lo llevarás para la Pascua… Porque Jerusalén me debe ver con vestido de púrpura de rey…». ¡Oh, esa lana, blanca como la nieve, mientras la tejía se ponía roja ante los ojos de Dios y míos, porque mi corazón recibió una nueva herida con aquellas palabras!… Las otras heridas, después de años y meses, habían dejado de rezumar sangre, aunque no se hubieran cerrado. ¡Pero ésta! Cada día, cada hora me removía la espada en el corazón: «¡Un día menos! ¡Una hora menos! ¡Y luego morirá!». ¡Oh, oh!… Y el hilado en el huso o en el telar se me volvía rojo… Se le introdujo en la tintura para que estuviese perfecto… pero estaba ya rojo…”. María nuevamente llora. Tratan de consolarla hablándole de la Resurrección. Susana le pregunta: “¿Qué dices tú? ¿Cómo será, ya resucitado? ¿Cómo resucitará?”. La Virgen sin saber qué decir, ciega en esta hora de martirio redentor, responde: “¡No sé!… ¡No sé nada!… ¡Fuera de que Él está muerto!…”. ■ Rompe otra vez a llorar, violentamente, y besa el velo que cubría las caderas de su Hijo, y lo aprieta contra su corazón y lo acuna como si de un niño se tratara… Y toca los clavos, las espinas, la esponja, y grita: “¡Esto! ¡Esto fue lo que ha sabido darte tu pueblo! ¡Hierro, espinas, vinagre, hiel! Insultos, insultos, insultos. Y de entre todos los hijos de Israel fue necesario buscar a uno de Cirene que te llevase la cruz. A ese hombre le amo como si fuera esposo. Si supiera de algún otro que hubiera ayudado a mi Niño le besaría los pies. Pero nadie tuvo piedad. ¡Salid! ¡Idos! ¡Veros a vosotros también me causa dolor! ¿Por qué entre todos, entre todos, no supisteis hacer que por lo menos su tortura no hubiera sido tan grande? Siervos inútiles y perezosos de vuestro Rey, ¡salid!”. Infunde temor. De pie, derecha, parece hasta más alta. Con ojos imperiosos, el brazo extendido señala la puerta. Manda como una reina en su trono.  Salen todos sin reaccionar para no intranquilizarla más y se sientan fuera de la puerta cerrada, escuchando sus gemidos, y cualquier ruido que haga. Pero, fuera del ruido de correr la silla hacia un lado, y de sus rodillas contra el suelo, porque se ha arrodillado con la cabeza contra la mesa, en la que están los objetos de la Pasión, no oyen otra cosa más que un llanto continuo, desconsolado. ■ Dice en voz tan baja, que los que están afuera no pueden escuchar: “¡Padre, Padre, perdono! Me hago soberbia y mala. Pero Tú lo ves. Es verdad lo que digo. Eran multitudes a su alrededor. Toda Palestina, durante estas fiestas, está entre las murallas santas… ¿Santas? No. Ya no son santas… lo sería si hubiera Él muerto en medio de ellas. Pero Jerusalén le ha expulsado como hubiera sido un vómito (1). Por tanto, en Jerusalén está presente solo el Delito… Y bien: de todo este pueblo que le seguía, ni siquiera ha podido reunirse un puñado de gente que mostrase valor, no digo ya para salvarle —debía morir para redimir— pero sí para que muriera sin tantos tormentos. Estuvieron a la sombra o bien huyeron… Mi corazón se rebela contra tanta cobardía. Soy su Madre. Por esto perdona mi pecado de dureza soberbia…”, y llora…
* Noticias alarmantes.- Entereza de María Magdalena.- La Dolorosa ora… .- ■ …Afuera los otros están como en ascuas y por varias razones. Vuelve a entrar el dueño de la casa, que había salido a curiosear, y trae noticias alarmantes. Se dice que murieron muchos en el terremoto, que hubo heridos entre los seguidores del Nazareno y los judíos; que muchos han sido arrestados y que habrá nuevas ejecuciones por rebelión y amenazas contra Roma; que Pilatos ha ordenado la detención de todos los seguidores del Nazareno y de los jefes del Sanedrín presentes en la ciudad o que hayan huido por Palestina; que Juana está muriéndose en su palacio; que Mannaén ha sido arrestado por Herodes por haberle reprochado en plena corte su complicidad en el Crimen. En una palabra todo un montón de noticias terribles… ■ Las mujeres lloran, no por miedo de sus personas, sino por sus hijos y maridos. Susana piensa en su esposo, conocido como uno de los seguidores de Jesús en Galilea. María de Zebedeo piensa en el suyo que se hospeda en casa de un amigo, y en su hijo Santiago, de quien desde la noche anterior no tiene noticia alguna. Marta entre los sollozos dice: “¡Habrán ido ya a Betania! ¿Quién no sabe que Lázaro es partidario del Maestro?”. María Salomé le replica: “¡Roma le protege!”. Marta:  “¿Protegido? ¡Quién lo sabe! ¡Con el odio que le tienen los jefes de Israel y las acusaciones que podrán haber aducido ante Pilatos!… ¡Oh, Dios!”, y se lleva las manos a la cabeza y grita: “¡Las armas! ¡Las armas! ¡La casa está llena de ellas… y también el palacio! ¡Lo sé! Esta mañana, al amanecer, vino Leví, el guarda, y me dijo… ¡Pero también tú lo sabes! Y se lo dijiste en el Calvario a los judíos… ¡Necia! ¡Entregaste en esas crueles manos el arma para matar a Lázaro!…”. Magdalena: “Lo dije, sí. Dije la verdad sin saberlo. Pero cállate, ¡espantada gallina! Lo que dije da completa seguridad a Lázaro. Tendrán mucho cuidado en no aventurarse a buscar donde saben que hay gente armada. ¡Son unos cobardes!”. Marta: “Los judíos, sí; pero los romanos, no”. Magdalena: “No temo a Roma. Es justa y moderada en sus órdenes”. Juan dice: “María tiene razón. Longinos me dijo: «Espero que os dejarán tranquilos, pero si no fuera así, ven a verme, o manda a decir al Pretorio. Pilatos es bueno con los seguidores del Nazareno. También lo fue para con Él. Os defenderemos»”. María de Alfeo: “Pero, ¿si los judíos actúan por su cuenta? Ayer anoche fueron ellos los que capturaron a Jesús. Y, si dicen que somos unos profanadores, tiene derecho a prendernos. ¡Oh, mis hijos! ¡Tengo cuatro! ¿Dónde estarán José y Simón? Estuvieron en el Calvario y luego se bajaron cuando Juana ya no podía resistir más. Por ayudar y defender a las mujeres. Ellos, los pastores, Alfeo… ¡Todos! ¡Oh, seguro que ya los han matado! ¿Has oído que Juana está agonizando? Debieron haberla herido. Y ellos, antes de que la plebe pudiera haberla herido, tuvieron que defenderla, y murieron en la lucha… ¿Y Judas y Santiago? ¡Mi pequeño Judas! ¡Mi tesoro! ¿Y Santiago, dulce como una muchacha? ¡Oh, no tengo ya hijos! Como la madre de los jóvenes Macabeos (2) me encuentro yo…”. ■ Todas lloran sin consuelo. Todas menos la dueña de la casa que ha ido a buscar un escondite para su marido; y María Magdalena, cuyos ojos en lugar de lágrimas despiden fuego, volviendo a ser la mujer valerosa de otros tiempos. No habla, pero atraviesa con su mirada a sus abatidas compañeras, y en ella puede leerse la palabra: “¡Pusilánimes!”. Así pasa el tiempo… ■ De vez en cuando alguien se levanta, abre despacio la puerta de la habitación, echa una ojeada, vuelve a cerrar. Los otros preguntan: “¿Qué hace?”. Y la persona que ha mirado, responde: “Continúa de rodillas. Ora”, o: “Parece como si hablara con alguien”, o también: “Se ha puesto de pie y gesticula caminando a un lado y a otro de la habitación”. (Escrito el 29 de Marzo de 1945).
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1  Nota  : Lev. 16; Hebr. 13,10-13.   2  Nota  : “jóvenes macabeos”, cuyo sacrificio está narrado en 2 Macabeos 7.
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10-612-119 (11-33-614).- Noche del Viernes Santo. Lamento de la Virgen: al recuerdo del Nombre de Jesús, de su Infancia y de su Pasión, y del abandono del Padre.- Recuerdo de la herida de la lanza.- Pide a Jesús una señal.
* Lamento al recuerdo del Nombre de Jesús.-  ■ Virgen: “Jesús, Jesús, ¿dónde estás? ¿Me oyes todavía? ¿Oyes a tu pobrecita Mamá que grita, ahora, tu Nombre santo y bendito, después de haberlo llevado en el corazón durante tantas horas? Tu Nombre santo, que ha sido mi amor, el amor de mis labios, que sentían el sabor de miel al pronunciarlo; de mis labios, que ahora, por el contrario, diciéndolo parecen beber el amargor que te quedó en los labios, el amargor de la atroz mezcla. Tu Nombre, amor de mi corazón que se hinchaba de alegría cuando yo lo pronunciaba, de igual manera que se había dilatado para dar su sangre, acogerte y vestirte con ella, cuando bajaste a mí desde el Cielo, tan pequeño, tan minúsculo, que habrías podido posarte en el cáliz de la menta silvestre; Tú, tan grande, Tú, el Poderoso, anonadado en una semilla de hombre por la salvación del mundo. Tu Nombre, ahora dolor de mi corazón, porque te han arrancado de las caricias que te daba Mamá, para echarte en los brazos de los verdugos, que te han atormentado hasta hacerte morir. Tengo el corazón triturado por este Nombre tuyo que he tenido que encerrar dentro de mí durante tantas horas, y cuyo grito crecía según crecía tu dolor, hasta quedar hecho trozos como cosa aplastada bajo el pie de un gigante: ¡oh, sí, que mi dolor es gigantesco y me aplasta y me tritura y no hay nada que pueda aliviarlo! ¿A quién le digo tu Nombre? Ninguna cosa responde a mi grito. Aun cuando gritase hasta romper la piedra que sirve de puerta a tu sepulcro, no lo oirías, porque estás muerto. ¿No oyes a tu Mamá? ■ ¡Cuántas veces, en estos treinta y cuatro años (1), te he llamado, Hijo! Desde que supe que debería ser Madre y que mi pequeñín sería llamado «¡Jesús!». Todavía no habías nacido y yo, al acariciar mi seno, donde crecías, te llamaba en voz baja: «¡Jesús!», y me parecía que te movías para contestarme: «¡Mamá!». Te daba ya una voz, ya soñaba tu voz; la oía antes de que nacieses. Y cuando la oí, delicada como la de un corderito recién nacido, temblar en la fría noche en que naciste, experimenté el abismo de la alegría… y creí haber probado el abismo del dolor, porque era el llanto de mi Hijo que tenía frío, que estaba mal, y que lloraba por primera vez como Redentor y yo no tenía fuego, ni cuna, ni podía sufrir en vez de Ti, Jesús. No tenía más que mi seno por fuego y almohada, y mi amor para adorarte, Hijo mío santo. Creía haber conocido el abismo del dolor… Pero era su amanecer, era el principio de ese dolor. Ahora es el mediodía, ahora es el fondo. Éste es el abismo, éste que toco ahora, después de haberme descendido a él durante los treinta y cuatro años, empujada por muchas cosas, y postrada hoy en la cima de tu cruz. ■ Cuando eras pequeño, te arrullaba cantando: «¡Jesús, Jesús!». Qué armonía más santa y bella que este Nombre, que hace sonreír a los ángeles en el Cielo. Para mí tu Nombre era más bello que el canto, ¡tan dulce!, de los ángeles de la noche de tu Nacimiento. Veía dentro de él el Cielo, todo el Cielo veía a través de tu Nombre. Y ahora al llamarte con Él, ahora que estás muerto y no me oyes, ni me respondes como si nunca hubieras existido, veo el Infierno. Todo el Infierno. Y también comprendo lo que significa ser condenado. Significa no poder decir más: «¡Jesús!».  ¡Horror! ¡Horror! ¡Horror!…” ( 2).
* Lamento al recuerdo de la Infancia y de la Pasión de Jesús.-Virgen: “¿Cuánto durará este infierno para tu Mamá? Tú dijiste: «Dentro de tres días reedificaré este Templo». Hasta me repito a mí misma estas palabras tuyas, para no caer muerta, para estar preparada para saludarte a tu regreso y para seguir sirviéndote… Pero ¿cómo resistiré el saber que estás muerto durante tres días? ¿Tres días en la muerte, Tú, Tú, Vida mía?  Pero, ¡cómo! Tú que todo lo sabes, pues eres la Sabiduría infinita, ¿no conoces el dolor agudísimo de tu Mamá? ¿No puedes imaginártelo, recordando cuando te perdí en Jerusalén, y Tú me viste abrirme paso entre la gente que te rodeaba, con rostro de una náufraga que toca la costa después de haber luchado con las olas y con la muerte; con el rostro de una que saliera de una tortura, encadenada, sin sangre, envejecida, despedazada? Entonces podía imaginar que estabas tan solo perdido. Podía engañarme a mí misma que era así. Hoy no. Hoy no. Sé que estás muerto. No es posible engañarme más. He visto que te mataban. Mira: aunque el dolor me hiciera perder la memoria, aquí está tu Sangre, sobre mi velo, que me dice: «¡Ha muerto! ¡No le queda más sangre! ¡Ésta fue la última que brotó de su Corazón!». ¡De su Corazón! Del corazón de mi Niño. ¡De mi Hijo! ¡De mi Jesús! ¡Oh Dios! Dios piadoso, no dejes que me acuerde de que le abrieron el Corazón… ■ Jesús, no puedo estar aquí sola, mientras Tú estás solo allí. A mí que nunca me gustaron los caminos del mundo y las multitudes, lo sabes bien, desde que dejaste Nazaret te he seguido para no vivir lejos de Ti. Hice frente a la curiosidad y a los insultos. No enumero las fatigas porque desaparecían al volverte a ver, porque quería estar donde estabas. Y ahora estoy aquí sola. Y Tú estás allí solo. ¿Por qué no me dejaron en tu sepulcro? Me hubiera sentado cerca de tu helado lecho. Tomándote una mano entre la mía, para hacerte sentir que estaba yo cerca… No, para sentir que Tú estabas cerca de mí. Tú no sientes más. ¡Estás muerto! ■ Cuántas noches pasé junto a tu cuna, orando, amando, sintiéndome feliz de Ti. ¿Quieres que te diga cómo dormías, con los puñitos cerrados como dos capullos de flor juntos a tu carita santa? ¿Quieres que te diga cómo sonreías en el sueño y —sin duda, acordándote de la leche de tu Mamá— cómo, durmiendo, hacías el gesto de mamar con tus labios? ¿Quieres que te diga cómo te despertabas y abrías los ojitos y reías al verme inclinada sobre tu cara y tendías tus manitas con alegría impaciente para que te tomase en brazos y, con un  gritito dulce como el trino de una curruca, pedías tu alimento? ¡Oh, sí me sentía yo feliz cuando tomabas mi pecho y sentía el calor tibio de tu mejilla lisa, las caricias de tus manecitas, en mi pecho! No podías estar sin tu Mamá. ¡Y ahora estás solo! Perdóname, Hijo, por haberte dejado solo. Por no haberme rebelado por primera vez en mi vida y por no estar allá. Es mi lugar. Me sentiría menos desamparada, si me hubiera quedado cerca de tu fúnebre lecho, colocándote y cambiando, como en otro tiempo, las vendas… Aunque no me hubieses podido sonreírme ni hablarme, a mí me habría parecido tenerte de nuevo como cuando eras pequeño. Te tomaría sobre mi pecho, para que no sintieras el frío de la piedra, la dureza del mármol. ¿No he tenido también hoy? El regazo de una madre es siempre capaz de acoger al hijo, aun cuando sea adulto. El hijo es siempre un niño para su madre, aunque haya sido bajado de una cruz y esté cubierto de llagas y heridas. ■ ¡Cuántas! ¡Cuántas heridas! ¡Cuánto dolor! ¡Oh, mi Jesús, mi Jesús herido! ¡Tan herido! ¡Muerto de este modo! No, no. ¡Señor, no! ¡No puede ser verdad! ¡Estoy loca! ¿Muerto Jesús? Deliro. No puede morir. Sufrir, sí. Morir, no. ¡Él es la Vida! ¡Es el Hijo de Dios! Y Dios no muere. ¿No muere? ¿Y entonces por qué se llamó: «Jesús»? ¿Qué quiere decir «Jesús»? Quiere decir… ¡Oh, quiere decir: «Salvador»! ¡Ha muerto! Ha muerto, porque es el Salvador. Tuvo que salvar a todos, perdiéndose a Sí mismo… No deliro, no. No estoy loca, no. ¡Si lo estuviera sufriría menos! Él está muerto. Aquí está su Sangre. Aquí su corona. Aquí los tres clavos. ¡Con éstos, con éstos, me lo han traspasado! Mirad, ¡oh hombres!, con qué habéis atravesado a Dios, a mi Hijo. Os debo perdonar. Os debo amar. Porque Él os ha perdonado, porque Él me ha dicho que os ame. ■ Me ha hecho vuestra Madre. ¡Madre de los asesinos de mi Hijo! Una de sus últimas palabras, luchando contra el estertor de la agonía… «Madre, he aquí a tu hijo… a tus hijos». Aunque yo no fuera «la que obedece», hoy habría debido obedecer, porque fue la orden de un moribundo. Sí, Jesús, yo perdono, yo los amo. ¡Ah, se me rompe el corazón al perdonar, al amar! ¿Me oyes que los perdono y que los amo? Ruego por ellos. Mira, ruego por ellos… Cierro los ojos para no ver estos objetos con que te torturaron, para poder perdonarlos, amarlos para poder rogar por ellos. Cada clavo sirve para crucificar mi voluntad de no perdonar, de no amar, de no rogar por tus verdugos. ■ Debo, quiero pensar que estoy al pie de tu cuna. Entonces rogaba también por los hombres. Pero en aquellos momentos era cosa fácil. Tú estabas vivo, y yo, aun cuando imaginaba que los hombres podían ser crueles, jamás logré pensar que ellos, a quienes hiciste bien a manos llenas, pudieran serlo tanto contigo. Oraba, convencida que tu Palabra los haría buenos. En mi corazón, mirándolos, les decía: «ahora sois malos, estáis enfermos, hermanos. Pero dentro de poco Él os hablará, dentro de poco vencerá en vosotros a Satanás, y os dará la vida que habéis perdido». ¡La vida perdida! Tú, Tú, Tú has perdido la vida por ellos. ¡Jesús mío!  Si cuando estabas en pañales hubiese podido prever el horror de este día, mi dulce leche se hubiera cambiado en veneno por el dolor. Simeón había dicho: «Una espada atravesará tu corazón». ¿Una espada? ¡Un sinfín de ellas! ¡Cuántas heridas te han hecho, Hijo! ¡Cuántos gritos de dolor lanzaste! ¡Cuántas convulsiones dolorosas! ¡Cuántas gotas de sangre derramaste! Pues bien, cada una ha sido para mí una espada. Soy como una selva de espadas. En Ti no hay lugar donde tu piel no haya recibido un golpe. En mí no hay lugar que no haya sido atravesado. Las espadas me traspasan el cuerpo y llegan hasta el corazón. ■ Cuando esperaba tu nacimiento, te preparaba los pañales y las fajas, hilando el hilo más suave de la tierra. Jamás me puse a pensar en el precio, para tejerte lo más delicado. Qué bello eras con las fajas que te hacía tu Mamá. Todos me decían: «¡Oye, tu Niño es hermoso!». ¡Eras bello! Por encima del lino blanco asomaba tu cabecita rosada. Tenías dos ojitos más azules que el cielo, y la cabecita parecía —de tan rubio y esponjoso que tenías tu pelito— estar envuelta en una niebla de oro. Se parecían a la flor del almendro recién abierta. Creían que te perfumaba. No. Mi tesoro tenía solo el perfume de las fajas lavadas por su Mamá, caldeados en su corazón, besados con sus labios. Jamás me cansé de trabajar para Ti. ¿Y ahora? No tengo nada que hacer por Ti. Hace tres años que te ausentaste de casa, pero seguías siendo el objeto de mis días. Pensar en Ti, en tus vestidos, en tu comida: amasar la harina y hacer pan, cuidar las abejas para hacerte la miel, cuidar de los árboles para que te dieran fruta. ■ ¡Cuánto te gustaban las cosas que te llevaba la Mamá! Ninguna comida de rica mesa, ningún vestido de tela preciosa, eran para Ti como mis tejidos, mis comidas, mis cuidados, todo lo que se hacía con las manos de tu Madre. Cuando iba donde Tú estabas, mirabas enseguida mis manos, como cuando eras pequeño y yo y José te ofrecíamos nuestros pobres regalos, para mostrar que eres nuestro Rey. Jamás fuiste goloso, Niño mío. Amor era lo que buscabas. También ahora lo encontrabas, lo buscabas, ¡pobre Hijo mío, a quien el mundo amó tan poco! Ahora ya nada. Todo está terminado. Mamá no hará ninguna otra cosa por Ti. No tienes más necesidad… Ahora estás solo… También yo… ¡Oh feliz José, que no vio este día! ¡Ojalá tampoco yo hubiera estado! Pero, ¡entonces no habrías tenido ni siquiera el consuelo de ver a tu pobrecita Mamá! Hubieras estado solo en la cruz como lo estás ahora en el sepulcro. Solo con tus heridas. ¡Oh Dios, Dios! ■ ¡Cuántas heridas tiene tu Hijo, mi Hijo! ¿Cómo pude verlas, sin morir, yo que me desmayaba cuando de pequeño te hacías mal? Una vez te caíste en el huerto de Nazaret y te heriste la frente. Pocas gotas de sangre. Pero yo —que me sentí morir al ver tus gotas de sangre en la circuncisión, tanto que José tuvo que sujetarme porque temblaba como uno que está por morir— sentí como si esa minúscula herida te hubiera de llevar a la muerte, y más con mis lágrimas que con el agua y el aceite, te la curé, y no me quedé tranquila hasta que dejó manar sangre. Otra vez estabas aprendiendo a trabajar y te heriste con la sierra. Fue una nada, pero para mí fue como si la sierra me hubiera serrado en dos. No pude tranquilizarme hasta que vi tu mano curada seis días después. ¿Y ahora? ¿Y ahora? Ahora tienes las manos, los pies, el costado abierto. Ahora tu cuerpo cae a pedazos y tienes el rostro golpeado, esa cara que no me atrevía a tocarla con mis besos; llagadas tienes la frente y la nuca. Y nadie te ha curado, nadie te ha consolado. ■ ¡Oh Dios, mira mi corazón, que me has herido en mi Hijo! ¡Míralo! ¿No está acaso llagado como el Cuerpo de mi Hijo y tuyo? Los azotes cayeron como granizada sobre mí, cuando Él era golpeado. ¿Qué es la distancia para el amor? ¡He padecido los tormentos de mi Hijo! ¡Ojalá los hubiese padecido yo sola! ¡Ojalá estuviese yo sobre la piedra sepulcral! Mírame, ¡oh Dios! ¿No gotea acaso sangre mi corazón? Mira la corona de las espinas. La siento. Es una corona que me aprieta y perfora. Mira el agujero de los clavos: tres puñales clavados en el corazón. ¡Oh, esos golpes! ¡Esos golpes! ¿Cómo no se desplomó el cielo ante aquellos golpes sacrílegos dados en la carne de un Dios? ¡Y no haber podido gritar! ¡No haber podido lanzarme para arrancar el arma a los asesinos y defender a mi Hijo que moría!… ¡Haber tenido que oírlos y no haber hecho nada! Un golpe sobre el clavo, y entra éste en la carne viva. Otro golpe, y penetra más. Un tercero, un cuarto, se despedazan los huesos y nervios, y la carne de mi Niño era atravesada como lo era el corazón de su Mamá. Y cuando te levantaron en la cruz. ¡Cuánto debiste haber sufrido, Hijo santo! Todavía me parece ver tu mano desgarrarse con el golpe de la caída. Tengo el corazón desgarrado como ella. Estoy magullada, desgarrada, azotada, punzada, atravesada como Tú. No estuve contigo en la cruz. Pero mira a tu Mamá. ¿No estaba como Tú? No. No hubo diferencia en el martirio. Antes bien el tuyo ha terminado. El mío dura aún. No oyes más las acusaciones mentirosas, yo sí. No oyes más horribles blasfemias, yo todavía sigo oyéndolas. No sientes más la pinchada de las espinas y de los clavos, la sed y la fiebre. Yo estoy llena de puntas de fuego y me siento morir de sed ardiente, de delirio. ■ ¡Si al menos me hubieran permitido darte una gota de agua! Te hubiera dado mi llanto si la crueldad de los hombres negaba al Creador el agua, que Él había creado. Te di mucha leche, porque éramos pobres, Hijo mío, porque en la huida a Egipto perdimos muchas cosas, y tuvimos que conseguir un nuevo techo, muebles, vestidos, comida, y no sabíamos por cuánto tiempo duraría el destierro, ni lo que encontraríamos cuando regresásemos a nuestra tierra. Te di leche durante más tiempo del normal, para que no sintieras la falta de alimento. Hasta que no se te compró la cabrita, tu Mamá fue la cabrita, Hijo mío. Y tenías grandes los dientecitos y mordías… ¡Oh qué alegría verte reír cuando jugabas!… Querías andar. Fuiste muy sano y fuerte. Yo te sujetaba durante horas y horas y no sentía quebrantados mis riñones a pesar de estar inclinada hacia Ti, que dabas tus pasitos, y a cada uno de ellos decías: «¡Mamá, Mamá!». ¡Oh, feliz dicha el oírte cantar ese nombre! Hoy mismo lo dijiste: «¡Mamá, Mamá!». Pero tu Mamá no podía hacer otra cosa sino verte morir. ¡No podía ni siquiera acariciarte los pies! ¿Los pies? Aunque hubieran estado al alcance de mi mano, no habría podido tocarlos,  para no aumentar tu dolor. Cuánto debieron sufrir tus pobres pies. ¡Ah, si hubiera podido subir donde estabas y ponerme entre el madero y tu cuerpo e impedir que, con las convulsiones de la agonía, chocaras contra el madero! Todavía me parece oír cómo golpeaba tu cabeza contra el madero en los últimos estremecimientos. Y ese choque, ese choque me hace enloquecer. Lo tengo en la cabeza como un martillo. ■ ¡Vuelve, vuelve, querido Hijo, santo Hijo! Me muero. No soporto esta desolación mía. Muéstrame de nuevo tu rostro. Llámame otra vez. ¡No puedo imaginarte sin voz, sin mirar, cadáver frío y sin vida! ¡Oh Padre socórreme! Jesús no me oye. ¿No ha terminado acaso la Pasión? ¿No se ha cumplido con todo? ¿No bastan estos clavos, estas espinas, esta sangre, este llanto mío? ¿Se necesita algo más para curar al hombre?”.
* Lamento ante el abandono del Padre a Ella y a su Hijo.- Recuerdo de la herida hecha por la lanza: “¡Ésta, al menos, no la has sentido, Hijo mío! Solo la he sentido en el mío, cuando he visto tu Corazón abierto”.- Pide una señal para su Mamá: “Una señal, Jesús, si me quieres encontrar viva a tu regreso”.- Virgen: “Padre, te he mencionado los instrumentos de su dolor y mi llanto. Pero esto es lo de menos. Lo que lo hizo morir sobrenaturalmente desgarrado, fue tu abandono. Lo que me hace gritar es tu abandono. No te siento más. ¿Dónde estás, Padre santo? Era la «Llena de Gracia». El ángel me lo dijo: «Ave, María llena de Gracia, el Señor es contigo y eres bendita entre todas las mujeres». ¡No, no es verdad! ¡No es verdad! Soy como una a quien hubieras maldecido por su pecado. No estás más conmigo. La Gracia se ha retirado, como si fuese yo una segunda Eva pecadora. Siempre te he sido fiel. ¿En qué te he desagradado? Siempre he hecho lo que has querido y siempre te he dicho: «Sí, Padre, estoy dispuesta». ¿Pueden acaso los ángeles mentir? ¿Y Ana, que me aseguró que me darías tu ángel en la hora del dolor? Estoy sola. No hallo ya gracia a tus ojos. No te tengo ya a Ti, Gracia, en mí. No tengo ya al ángel. ¿Mienten acaso los santos? ¿En qué te he desagradado, si ellos mienten y yo he merecido esta hora?  ¿Y Jesús? ¿En qué faltó tu Cordero puro y manso? ¿En qué te ofendimos, para que además del martirio sufrido a manos de los hombres, se tenga la tortura incalculable de tu abandono? Y además Él, Él que es tu Hijo, que te llamó con esa voz que hizo a la tierra estremecerse y sacudirse en un gesto de compasión. ¿Cómo pudiste haberle dejado solo en medio de tanta tortura? ■ ¡Pobre Corazón de Jesús, que te amaba tanto! ¿Dónde está la señal de la herida del Corazón? Aquí está. Mírala. Mira, Padre, esta señal. Aquí está la huella de mi mano que entró en la abertura que le hizo la lanza. Aquí… aquí. Y no la borran ni el llanto ni el beso de la Madre, que tiene ya abrasados los ojos de llorar y consumidos los labios de besar. Esta señal grita y acusa. Esta señal más que la sangre de Abel, grita a Ti desde la tierra. Y Tú, que maldijiste a Caín y no dejaste aquello sin castigo, no has intervenido en favor de mi Abel, ya desangrado por sus Caínes, y permitiste el último desprecio. Le has triturado el corazón con tu abandono, y has permitido que un hombre lo pusiera al descubierto, para que yo lo viese y también me sintiese triturada. Pero por mí no me importa. Es por Él, por Él te pregunto y solicito tu respuesta. No debías… No debías… ■ ¡Oh, perdón, Padre santo! Perdona a una Madre que llora por su Hijo… ¡Ha muerto! ¡Ha muerto mi Hijo! Muerto con el Corazón despedazado. ¡Oh Padre, piedad, piedad! Te amo. Te hemos amado y Tú mucho nos has amado. ¿Cómo has permitido que fuese herido el Corazón de nuestro Hijo? ¡Oh Padre… piedad de una pobre mujer! Deliro, Padre. ¡Soy tuya, soy nada y tengo la osadía de reprocharte! ¡Piedad! Has sido bueno. La herida, la única herida que no le ha hecho daño ha sido ésta. Tu abandono ha servido para que muriese antes de la puesta del sol y así evitarle otros tormentos. Has sido bueno. Todo haces con fines de bondad. Somos nosotros, las criaturas, que no comprendemos. Has sido bueno. ¡Bueno has sido! ■ Di, alma mía, estas palabras para que se aparte de ti este aguijón de tu sufrimiento, a tu sufrimiento. Dios es bueno y siempre te ha amado, alma mía. Desde la cuna hasta este momento, siempre te ha amado. Siempre ha querido que fueses feliz. Él mismo se te dio. Ha sido bueno, bueno, bueno. Gracias, Señor. Sé bendito por tu infinita bondad. Gracias, Jesús. También a Ti te doy las gracias. ¡Ésta, al menos, no la has sentido, Hijo mío! Solo la he sentido en el mío, cuando he visto tu Corazón abierto. Ahora está en el mío tu lanza, y rasga y destroza. Pero es mejor así. Tú ya no la sientes. ¡Jesús, piedad! ¡Una señal de tu parte! ¡Una caricia, una palabra para tu pobre Mamá que tiene el corazón destrozado! Una señal, una señal, Jesús, si me quieres encontrar viva a tu regreso”. (Sin fecha).
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1 Nota : 34 años.- No porque Jesús  haya vivido 34 años —anota María Valtorta en  una copia mecanografiada— sino porque María considera también los 9 meses de gestación.  2 Nota : “Ser condenado significa no decir más «¡Jesús!» ¡Horror! ¡Horror!…”.- De hecho los condenados, porque renegaron del Nombre de Jesús, no poseen el amor que el Espíritu Santo derramó en los corazones; y por tanto no pueden pronunciar este Nombre adorable y salvífico. Cfr. Rom. 5,5; 1 Cor. 12,3.
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10-612-127 (11-33-621).- Noche del Viernes Santo. Llega la señal: la Santa Faz impresa en el lienzo de Nique.- Ella es la Madre de todos: sean israelitas o paganos. Las mujeres preparan los ungüentos para embalsamar (1).
* Nique trae el Velo con el Rostro del Redentor: es el Rostro de Jesús, vivo Rostro suyo, doloroso y sin embargo sonriente. ■ Un fuerte golpe a la puerta hace que todos se sobresalten. El dueño de la casa huye valientemente. María de Zebedeo quisiera que su Juan le siguiera y le empuja hacia el patio. Las otras, menos Magdalena, se juntan llorando. Magdalena decidida se dirige a la entrada y pregunta: “¿Quién llama?”. Una voz femenina responde: “Soy Nique. Tengo algo que dar a la Madre. ¡Abrid! ¡Pronto! La ronda está cerca”. Juan, que se había soltado de su madre y había corrido donde Magdalena, abre y quita todas las cerraduras. Entra Nique, acompañada de la criada y de un hombre musculoso que la escolta. Cierran. Nique: “Tengo una cosa…” llora. No puede seguir hablando. Todos curiosos le preguntan: “¿Qué cosa? ¿Qué cosa?”. Nique: “En el Calvario… Vi al Salvador en ese estado… Había preparado el velo con que se cubriese y no usase los harapos de los verdugos… Pero iba tan sudado  —además con sangre en los ojos— que pensé dárselo para que se secase. Él lo hizo… Me devolvió el velo. Yo ya no lo he usado… Quería tenerlo como reliquia con su sudor y su sangre. Al ver, poco después, con Plautina, Lidia y Valeria, el encarnizamiento de los judíos, decidimos regresar por miedo de que nos fuesen a quitar este lienzo. Las romanas son mujeres de corazón varonil. A mí y a mi criada nos pusieron en medio y nos sirvieron de defensa. Es verdad que para Israel son ellas contaminación… y que tocar a Plautina es un peligro. Pero eso se piensa en momentos de calma. Hoy todos estaban cual ebrios… En casa he llorado… durante horas… Luego sobrevino el terremoto y quedé desmayada… Al volver en mí, quise besar este lienzo y he visto… ¡Oh!… En él está la Faz del Redentor…”. Juan: “¡Déjame ver! ¡Déjame ver!”. Nique: “No. Primero a su Madre. Está en su derecho”. Juan: “¡Está casi muerta! No resistirá…”. Nique: “¡No digas eso! Al contrario, le servirá de consuelo, lo veréis. Llamadla”. ■ Juan llama suavemente a la puerta. Virgen: “¿Quién es?”. Juan: “Yo, Madre. Ha venido Nique… de noche… te ha traído un recuerdo… y regalo… Espera poder consolarte con ello”. Virgen: “¡Oh, un solo regalo me puede consolar! Y es la sonrisa de su Rostro…”. Juan exclama: “¡Madre!”, y la abraza por temor de que se vaya a caer, y dice como si fuera a decir un gran secreto: “El regalo es ése. La sonrisa de su Rostro, impresa en el lienzo con que Nique le secó en el camino al Calvario”. Virgen: “¡Oh, Padre! ¡Dios Altísimo! ¡Hijo santo! ¡Eterno Amor! ¡Sed benditos! ¡La señal! ¡La señal que te había pedido! Haz que pase, que pase”. María se sienta porque ya no se tiene en pie, y se arregla un poco mientras Juan hace una señal a las mujeres, que ojean, una señal para que Nique pase. Nique entra, se arrodilla a sus pies con la criada a su lado. Juan, de pie, cerca de María, le pasa el brazo derecho por la espalda para sostenerla. Nique no dice una palabra. Abre el arca, extrae el lienzo, lo desdobla. Es el Rostro de Jesús, vivo Rostro suyo, doloroso y sin embargo sonriente. Mira a su Madre y le sonríe. María da un grito de amor doloroso y extiende sus brazos. Las mujeres hacen lo mismo desde el vano de la puerta donde están apiladas; y la imitan también en el arrodillarse ante el Rostro del Salvador. ■ Nique no sabe qué decir. Pone el lienzo en las manos de la Virgen y se inclina para besar un borde de aquél. Luego sale hacia atrás, sin esperar a que María vuelva en sí de su éxtasis. Se va… Ya está fuera, en la oscuridad, cuando se acuerdan de ella… No queda más que cerrar la puerta como antes estaba. María de nuevo está sola. Su alma traba un coloquio con la Faz de su Hijo. Todos se retiran.
* Magdalena que, con su presencia infunde ánimo, sale a su palacio y a casa de Juana en busca de ungüentos.- Las mujeres preparan los ungüentos.- ■ Pasa el tiempo. Luego Marta pregunta: “¿Cómo haremos para los ungüentos? Mañana es sábado…”. Salomé dice: “Y no podremos comprar nada…”. Marta: “Sin embargo hay que hacerlo… Son necesarias muchas libras de áloe y mirra… ¡pero le lavaron tan mal!…”. María de Cleofás observa: “Habría que tener todo preparado para la aurora del primer día después del sábado”. Susana pregunta: “¿Y los guardias? ¿Cómo haremos?”. Marta responde: “Se lo diremos a José, si no nos dejan entrar”. Susana: “No podremos quitar la piedra”. Magdalena interviene: “¿Dices que somos cinco y que no podremos? Tenemos fuerzas… y además el amor nos ayudará”. Juan dice: “Yo iré con vosotras”. Salomé: “Tú no. No quiero perderte también a ti, hijo”. Magdalena: “No te preocupes. Nos las arreglaremos nosotras”. Salomé: “Bueno… ¿pero quién nos da los aromas?”. Todas se quedan abatidas… Luego Marta dice: “Habríamos podido preguntarle a Nique si era verdad lo de Juana… y lo de las revueltas…”. Salomé: “¡Claro! Somos unas tontas. Podíamos hasta tener los aromas. Isaac estaba en la puerta de su casa cuando hemos vuelto…”. ■ Magdalena: “En nuestro palacio hay muchos vasos con esencias, y hasta incienso. Voy a traerlos”. Se levanta y se pone el manto. Marta grita: “Tú no vas”. Magdalena: “Yo iré”. Marta: “Estás loca. ¡Te prenderán!”. María de Cleofás: “Tu hermana tiene razón. ¡No debes ir!”. Magdalena: “¡Oh, no sois más que unas mujeres inútiles y chillonas! ¡Qué valiente escuadrón de seguidores tenía Jesús! ¿Habéis acabado tan pronto vuestra reserva de valor? A mí por el contrario, cuanto más valor uso, más me viene”.  Juan: “Voy con ella. Soy hombre”. Salomé: “Y yo soy tu madre. Te lo prohíbo”. Magdalena: “Tranquila, María de Salomé; tranquilo, Juan. Voy sola. No tengo miedo. Sé lo que significa caminar de noche por las calles. Por amor al pecado lo hice miles de veces… ¿y voy a temer ahora que quiero servir al Hijo de Dios?”. Salomé: “Pero hoy la ciudad está revuelta. Oíste lo que dijo ese hombre”. Magdalena: “Es una gallina como vosotras. Me voy”. Salomé: “¿Y si te encuentran los soldados?”. Magdalena: “Les diré: «Soy la hija de Teófilo, sirio, siervo fiel del César» y me dejarán seguir. Además el hombre ante una mujer joven y bella es un juguete más inofensivo que una paja. Lo sé, y para vergüenza mía…”. Marta: “¿Dónde quieres encontrar perfumes en el palacio, si hace años que nadie vive ahí?”. Magdalena: “¿Lo crees? ¡Marta! ¿No recuerdas que Israel os obligó a dejarlo porque era uno de mis lugares de cita con mis amantes? Allí tenía yo todo lo que bastaba para volverles más locos de lo que yo era. Cuando mi Salvador me salvó, escondí, en un lugar que solo yo conozco, los alabastros e inciensos que empleaba para mis orgías de amor. He jurado que únicamente el llanto por mis pecados sería el agua perfumada de María arrepentida; y la adoración por Jesús el Santísimo, sus ardientes inciensos. Y juré que aquellos restos de un culto profano a los sentidos y a la carne los usaría únicamente para santificarlos en Él y ungirle. Ha llegado la hora. Me voy. Quedaos. Y tranquilas. Conmigo viene el ángel de Dios y nada me pasará. Hasta pronto. Os traeré noticias. No le digáis a Ella nada… La afligiríais más…”. María Magdalena sale sin miedo, valerosa. ■ Juan: “Madre, que te sirva de lección… y que te diga: no permitas que el mundo diga que tienes un hijo cobarde. Mañana, mejor dicho, hoy, porque ya es la segunda vigilia, iré a buscar a los compañeros, como Ella quiere…”. Salomé objeta: “Es sábado… no puedes…”, y le detiene. Juan: “Digo también como José: «El sábado ha muerto». Ha empezado la nueva era. En ella habrá otras leyes, otros sacrificios y ceremonias”. María Salomé, sin protestar ya más,  apoya la cabeza en las rodillas y llora. María de Cleofás gime: “¡Oh, si pudiéramos saber algo de Lázaro!”. Juan: “Si me dejáis que me vaya, pronto lo sabréis porque Simón Cananeo tuvo órdenes de llevar a sus compañeros a la casa de Lázaro. Jesús se lo dijo estando yo presente”. María Cleofás y Salomé: “¡Ay, ay… ¿Todos allí?! ¡Entonces a todos les ha ido mal!”, y lloran desconsoladas. ■ Pasa más tiempo, entre llantos y esperas. Luego regresa María Magdalena, triunfante con bolsas llenas de ánforas preciosas. Magdalena: “¿Veis cómo no me ha pasado nada? Aquí tenéis: aceites de toda clase, nardo, olíbano y benjuí. No hubo mirra ni áloe… No quería cosas amargas yo… que ahora bebo todas las amarguras… Pero entretanto amasemos éstas y mañana conseguiremos… Pagando, también Isaac dará aunque sea sábado… Adquiriremos mirra y áloe”. Marta: “¿Te han visto?”. Magdalena: “Nadie. Ni siquiera un murciélago por las calles”. Marta: “¿Los soldados?”. Magdalena: “¿Los soldados? Creo que estén roncando en sus camas”. Salomé: “La revuelta… los arrestos”.  Magdalena: “Los ha visto el miedo de ese hombre…”. Marta: “¿Quién está en el palacio?”. Magdalena: “Leví y su mujer, tranquilos como unos niños. Los hombres armados huyeron… ¡Ja! ¡Ja! Valientes servidores tenemos, ¡por fe mía!… Huyeron tan pronto supieron que había sido condenado. No me equivoco en afirmar que Roma es dura y usa el azote… pero es para hacerse temer y servir. Tiene hombres y no conejos… ¡Oh, sí! Jesús decía: «Mis seguidores probarán mi misma suerte». ¡Uhmm! Si se hacen seguidores de Jesús muchos romanos, puede ser; pero si esos mártires tienen que ser israelitas… ¡se quedará solo! Bueno, aquí está mi bolsa. Y ésta es de Juana que… sí… no solo somos cobardes sino que también mentirosos. Juana no está más que abatida. Ella y Elisa se sintieron mal en el Gólgota. A Elisa se le murió hace tiempo su hijo, y al oír los estertores de Jesús la pusieron mal. Juana es una mujer delicada, no está acostumbrada a caminar tanto y ni a tanto sol. Pero nada de heridas, ni de agonía. Llora como nosotras, es verdad; nada más. Se lamenta de haber regresado. Mañana vendrá, y manda estos aromas. Los que tenía. Con ella se había quedado Valeria, por órdenes de Plautina; pero ahora Valeria se ha ido con los esclavos a la casa de Claudia, porque tienen mucho incienso. Cuando venga, porque también, gracias al cielo, no es una gallina, no os vayáis a poner a gritar como si os estuviesen poniendo la espada en la garganta. ■ Bueno. Levantaos. Tomemos los morteros. Trabajemos. De nada sirve llorar. Al menos: llorad y trabajad. El llanto diluirá nuestro bálsamo. Y Él lo sentirá sobre Sí… Sentirá nuestro amor”. Y se muerde los labios para no llorar y para animar a las otras, que están abatidas. Trabajan con ahínco. Juan es llamado por María. Juan: “Madre, ¿qué te ocurre?”. Virgen: “Esos golpes…”. Juan: “Están moliendo el incienso”. Virgen: “¡Ah!… perdonad… no hagáis ese ruido… me parecen los martillazos…”. Efectivamente, las machacas de bronce contra el mármol de los morteros hacen verdaderamente un ruido de martillos. Juan dice esto a las mujeres, que salen al patio para no hacer mucho ruido. ■ Juan regresa donde la Virgen que le pregunta: “¿Cómo los han conseguido?”. Juan: “María, la hermana de Lázaro, fue a su casa y a la de Juana… Traerán otros más…”. Virgen: “¿Nadie ha venido?”. Juan: “Ninguno  después de Nique”. Virgen: “Mírale, Juan. ¡Qué hermoso es incluso en medio de su dolor!”. María se extasía con las manos juntas ante el lienzo que lo ha extendido sobre una arqueta y lo ha sujetado con unos pesos. Juan: “Hermoso, sí, Madre. Y te sonríe… No llores más… Han pasado ya algunas horas… Menos que esperar para su regreso…” y, mientras dice esto, Juan llora… María le acaricia la mejilla. Pero solo mira el rostro de su Hijo.
* Magdalena dice a Juan: “Si amaras con todo tu ser, no podrías no creer”.- ■ Juan sale con lágrimas en los ojos. También Magdalena, que había regresado para tomar unas ánforas, se encuentra en las mismas condiciones. Dice a Juan: “No está bien que nos vean llorar, porque si no ésas no harán otra cosa. Se debe trabajar…”. Juan concluye: “Y se debe creer”. Magdalena: “Sí, creer. Si no se pudiese creer sería la desesperación. Yo creo. ¿Y tú?”. Juan: “También yo…”. Magdalena: “No lo dices bien. Todavía no amas lo suficiente. Si amases con todo tu ser, no podrías no creer. El Amor, que es luz y voz, incluso contra la oscuridad de la negación y el silencio de la muerte, dice: «Yo creo»”. ■ Magdalena es una mujer que con su presencia impone, admirable al declarar sin trabas su fe. Que tenga el corazón hecho pedazos, sus ojos hinchados del llanto lo están diciendo, pero su ánimo no se doblega. Juan la mira admirado y entre dientes confiesa: “¡Eres fuerte!”. Magdalena: “Siempre. Lo fui cuando supe desafiar al mundo, y entonces estaba yo sin Dios. Ahora que lo tengo a Él, siento que puedo desafiar aun al Infierno. Tú que eres bueno tendrías que ser más fuerte que yo, porque la culpa deprime ¡en verdad! más que la tisis. Pero tú eres inocente… Por eso te amaba tanto…”. Juan: “También a ti…”. Magdalena: “Yo no era inocente. Yo fui su conquista y…”.
* A Valeria y romanas dice la Virgen: “Él ha llamado a su Reino a los hijos de Israel y a los paganos. A todos ha llamado… Ahora… Yo estoy aquí en su lugar. Y recibo a todos”.- ■ Llaman a la puerta fuertemente. Magdalena: “Será Valeria. Abre”. Juan lo hace sin temer, influenciado de la tranquilidad de Magdalena. Así es. Valeria llega con sus esclavos en la litera. Entra saludando a la latina: “Salve”. Juan dice: “La paz sea contigo, hermana. Entra”. Valeria: “¿Puedo ofrecer a la Madre el presente de Plautina? También Claudia ha contribuido. Pero si no le causa dolor el verme”. Juan entra donde está la Virgen. Virgen: “¿Quién ha llamado? ¿Pedro? ¿Judas? ¿José?”. Juan: “No. Es Valeria. Ha traído resinas preciosas. Te las quiere ofrecer… si no te causa pena”. Virgen: “Debo superar la pena. Él ha llamado a su Reino a los hijos de Israel y a los paganos. A todos ha llamado. Ahora… está muerto… Yo estoy aquí en su lugar. Y recibo a todos. Que entre”. ■ Valeria entra. Se ha quitado el manto oscuro y aparece toda blanca con su estola. Se inclina profundamente. Saluda y habla: “Domina, sabes quiénes somos. Las primeras redimidas del oscurantismo pagano. Éramos fango y tinieblas. Tu Hijo nos dio alas y luz. Ahora… está durmiendo en paz. Conocemos vuestras costumbres y queremos que también los bálsamos de Roma sean derramados sobre el Triunfador”. Virgen: “Dios os bendiga, hijas de mi Señor. Y… perdonad si no sé decir algo más”. Valeria: “No te esfuerces, Domina. Roma es fuerte, pero sabe también comprender el dolor y el amor. Te comprende, Madre Dolorosa. Hasta pronto”. Virgen: “¡La paz sea contigo, Valeria! A Plautina, y a todas vosotras mi bendición”. Valeria se retira dejando sus inciensos y otras esencias. Magdalena: “¿Lo ves, Madre? Todo el mundo da para el Rey del Cielo y de la Tierra”. La Virgen asiente: “Sí. Todo el mundo. Y su madre no pudo darle más que lágrimas”. ■ Un gallo de alguna casa cercana alegre canta. Juan se estremece. La Virgen le pregunta: “¿Qué te pasa?”. Juan: “Me acordé de Simón Pedro…”. Magdalena, que ha vuelto a entrar en la habitación, pregunta: “¿Pero no estaba contigo?”. Juan: “Sí. En la casa de Anás. Luego me acordé que tenía que venir aquí. Después no le volví a ver”. Magdalena: “Dentro de poco amanecerá”. Virgen: “Sí. Abrid”. Abren las contraventanas y los rostros parecen más cenicientos a la luz verdecilla del alba. La noche del viernes ha pasado. (Escrito el 29 de Marzo de 1945).
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1  Nota  : Cfr. Lc. 23,56-56.
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10-613-134 (44-197: Cuadernos).- La Pasión de Jesús y de María Virgen.- Jesús: fundador de un monacato divino: el del dolor.- El mayor dolor de Jesús (verla sufrir): “Ni la traición ni el conocimiento de que mi Sacrificio habría de ser inútil para tantos, que me hicieron sudar sangre, podían compararse con éste”.- La Compasión del apóstol Juan.
* Jesús, fundador de un monacato divino: el del Dolor.- El agente que fijó la imagen de la Sábana.- ■ Ahora que ya es de noche, dice Jesús: “Ya has visto lo que cuesta ser Salvadores. Lo has visto en Mí y en María. Has tenido conocimiento de todas nuestras torturas y ya has visto con qué generosidad, heroísmo, paciencia, mansedumbre, constancia y fortaleza las hemos sufrido movidos por la caridad de salvaros. Los que quieren y piden al Señor Dios que les haga «Salvadores» deben recapacitar que Yo y María somos sus modelos y que ésas son precisamente las torturas que hay que compartir para salvar. No serán las cruces, las espinas, los clavos, los azotes materiales. Serán otros de distinta forma y naturaleza, mas igualmente dolorosos y aniquiladores. Y solo consumando el sacrificio en medio de estos dolores es como se puede llegar a ser salvadores. ■  Es una misión austera, la más austera de todas. Aquella en cuya comparación la vida del monje o de la religiosa de regla más severa resulta una flor respecto de un manojo de espinas, ya que ésta no es regla de una Orden humana sino Regla de un Sacerdocio y un rito de ingreso en un monacato divino del que Yo soy el Fundador. Y soy el que consagra y acoge —en mi Regla y en mi Orden— a los elegidos para ella. Y soy el que les impone el hábito (el mío): el Dolor total, llevado hasta el sacrificio. ■ Tú has visto mis sufrimientos. Ellos fueron aceptados para reparar vuestras culpas. No quedó parte alguna de mi cuerpo privada de ellos por cuanto nada en el hombre está exento de culpa; y todas las partes de vuestro ser, tanto físico como moral, —ese ser que Dios os dio con una perfección de obra divina y que vosotros habéis degradado con la culpa del progenitor y con vuestras tendencias al mal, con vuestra mala voluntad— son instrumentos de los que os servís para cometer el pecado. Pero Yo vine para anular mediante mi Sangre y mi dolor los efectos del pecado, lavando en ellos cada una de vuestras partes físicas y morales, para purificarlas y fortalecerlas contra las tendencias pecaminosas. ■ Mis Manos, tras haberse cansado llevando la Cruz, fueron heridas y aprisionadas para reparar por todos los delitos perpetrados por las manos de los hombres, desde aquellos, verdaderos y propiamente dichos de empuñar y manejar armas contra los hermanos, convirtiéndoos en Caínes, hasta los de robar o escribir acusaciones falsas o realizar actos contrarios al respeto debido a vuestro cuerpo y al cuerpo ajeno o de estar ociosos en una haraganería que es terreno predispuesto para vuestros vicios. Por las ilícitas libertades de vuestras manos, hice que crucificaran las mías clavándolas al leño y privándolas de todo movimiento, no ya lícito sino necesario. ■ Los Pies de vuestro Salvador, después de haberse fatigado y herido en las piedras a lo largo del camino de mi Pasión, fueron traspasados e inmovilizados para reparar todo el mal que vosotros hacéis con vuestros pies sirviéndoos de ellos como medio para marchar a vuestros delitos, hurtos y fornicaciones. Dejé marcadas las vías, plazas, casas y escaleras de Jerusalén para purificar todas las vías, plazas, escaleras y casas de la tierra de todo el mal que fuera y dentro de ellas habíase producido, todo lo que ha sido sembrado y sería sembrado, en los siglos pasados y en los futuros, por vuestra mala voluntad obediente a las instigaciones de Satanás. ■ Mi Carne se manchó, recibió contusiones y heridas, para castigar en Mí el culto excesivo e idolátrico que tributáis a vuestra carne y a la de quien amáis, por capricho sensual o incluso por afecto, que en sí no es reprobable, pero que lo hacéis reprobable al amar a un padre, a un cónyuge, a un hijo o a un hermano, más que a Dios. No. Por encima de cualquier amor o vínculo de la Tierra está o debe de estar el amor hacia el Señor Dios vuestro. Ninguno, ningún otro afecto debe ser superior a éste. Amad a los vuestros en Dios, no por encima de Dios. Amad a Dios con todo vuestro ser. Ello no agotará vuestro amor hasta el punto de haceros indiferentes para con los vuestros; antes al contrario, la perfección tomada de Dios —quien ama a Dios tiene en sí a Dios y, teniendo a Dios, tiene la Perfección— alimentará vuestro amor hacia ellos. Yo hice de mi Carne una llaga para extraer de vuestras carnes el veneno de la sensualidad,  de la falta de pudor y de respeto, de la avidez y admiración por esa carne destinada a reducirse a polvo. No es con el culto a la carne como se le confiere a ésta la belleza; antes bien, es con el desapego de ella con lo que se da la Belleza eterna en el Cielo de Dios. ■ Mi Cabeza se vio sometida a mil torturas: a los golpes, al sol, a los gritos y las espinas para reparar la culpa de vuestra mente. Soberbia, impaciencia, insoportabilidad e intolerancia brotan como los hongos en vuestro cerebro. Yo hice de él un órgano torturado, encerrado dentro de un arca decorada con sangre, para reparar por todo lo que brota de vuestro pensamiento. Ya has visto cuál fue la corona que Yo quise. Ninguno que esté en su sano juicio (humanamente hablando) y sea dueño de sí mismo, se la impone. Pero a Mí me tenían por loco, y loco, sobrenatural y divinamente loco lo era, queriendo morir por vosotros, que no me amáis o me amáis tan poco, y queriendo morir para vencer el Mal que hay en vosotros, aun sabiendo que lo amáis más que a Dios. Y estuve a merced del hombre; y prisionero del hombre, condenado suyo. Yo, Dios, condenado por el hombre. ¡Cuántas impaciencias tenéis, por naderías; cuántas incompatibilidades, por bagatelas; cuántas exasperaciones, por simples malestares! Pero fijaos en vuestro Salvador y meditad qué exasperantes tenían que ser esas punzadas continuas de aquella corona en nuevos sitios, esos enredos en los mechones del cabello, ese continuo desplazamiento sin hacer posible mover la cabeza, apoyarla, de forma que no diese tormento. ¡Pensad también lo que para mi Cabeza torturada, doliente y febril suponían aquellos gritos de las turbas, aquellos golpes en la cabeza, el sol abrasador! ¡Y ponderad igualmente cuál no sería el dolor que oprimía mi pobre cerebro, que había llegado a la agonía del Viernes convertido ya en puro dolor por el esfuerzo realizado durante la noche del Jueves; mi pobre cerebro asaltado por la fiebre que le subía de todo mi Cuerpo desgarrado y de las intoxicaciones provocadas por las torturas! ■ Y en la Cabeza, también los ojos tuvieron su parte, y la boca, y la nariz y la lengua. Para reparar por vuestras miradas tan amantes de ver lo malo olvidándose con ello de buscar a Dios; para reparar por las excesivas y demasiado embusteras y sucias y lujuriosas palabras que pronunciáis en vez de usar los labios para rezar, para enseñar y para confortar. La nariz y la lengua tuvieron sus particulares torturas para reparar por vuestra gula y por vuestra sensualidad en el olfato, las cuales os llevan a cometer imperfecciones que son terreno abonado para otras más graves culpas, y cometéis pecados con la avidez de alimentos superfluos sin sentir compasión de los que sufren hambre, de alimentos que muchas veces llegáis a procuraros recurriendo a medios ilícitos de ganancia. ■ De mis órganos, ni uno de ellos quedó sin sufrimiento. Ahogos y toses para mis pulmones, los cuales, por la bárbara flagelación recibida estaban contusos, resultando por fin edematosos por la posición sobre la cruz; angustia y dolor en mi corazón, que había sido desplazado y estaba enfermo por causa de la cruel flagelación, y del dolor moral que había precedido a ésta, por el esfuerzo de la subida bajo la pesada carga del leño y por la anemia consiguiente a tanta sangre derramada. El hígado congestionado, el bazo congestionado, los riñones, contusos y congestionados también. ■ Has visto el cerco de moratones que estaban alrededor de mis riñones. Vuestros científicos, para satisfacer vuestra incredulidad respecto a esa prueba de mi Pasión que es la Sábana, explican que la sangre, el sudor cadavérico y la urea de un cuerpo sobrefatigado pudieron, mezclándose con los ungüentos, producir esa pintura natural de mi Cuerpo extinto y torturado. ¡Mejor sería creer sin necesidad de tantas pruebas para creer! ¡Mejor sería decir: «Esto es obra de Dios» y bendecir a Dios que os ha concedido disponer de la prueba irrefutable de mi Crucifixión y de las torturas que la precedieron! Pero, dado que, ahora, no sabéis ya creer con la sencillez de los niños, sino que tenéis necesidad de pruebas científicas  —pobre fe vuestra que sin el soporte y el estímulo de la ciencia no sabe mantenerse en pie ni caminar—, sabed que las atroces contusiones de mis riñones fueron el agente químico más poderoso en el milagro de la Sábana. Mis riñones, casi rotos por los azotes, ya no pudieron trabajar; y, como los de aquellos que han ardido en una llamarada, quedaron incapacitados para filtrar, y la urea se acumuló y se esparció en mi cuerpo por la sangre, produciendo los sufrimientos de la intoxicación urémica y el reactivo que, rezumando de mi cadáver, fijó la imagen sobre la tela. Pero los que de entre vosotros son médicos, o los que de entre vosotros están enfermos de uremia, pueden comprender qué sufrimientos debieron producirme las toxinas urémicas en tal cantidad acumuladas como para ser capaces de producir una huella indeleble. ■ La sed. ¡Qué torturante fue la sed! Tú misma lo has visto. Y, sin embargo, no hubo ni siquiera uno, de entre tantos, que supiera en aquellas horas darme una gota de agua. A partir de la cena no tuve el menor consuelo. La fiebre, el sol, el calor, el polvo, la pérdida de sangre, ¡cuánta sed daban a vuestro Salvador…! Ya has visto cómo rechacé el vino mirrado. No quería atenuar mis padecimientos. Al ofrecerse como víctima es preciso ser víctimas sin transacciones piadosas, sin compromisos y sin atenuaciones. Hay que beber el cáliz tal como se nos da. Saborear el vinagre y la hiel, hasta la hez, rechazando el vino drogado que produce un atontamiento en el dolor. ¡Oh, la condición de víctima es muy severa! ¡Mas, feliz de aquel que hace de la misma su destino!”.
“Ella, como ángel de carne, debía estar allí para: -Impedir que me asaltase la desesperación al igual que el ángel espiritual lo había impedido en el Getsemaní. -Unir mi Dolor al suyo para vuestra Redención. -Recibir la investidura de Madre del género humano…”.- Hubo un porqué de la herida de la lanza.- Ella, la Madre, era necesaria para la naciente Iglesia.-Jesús: “Esto respecto a los sufrimientos de tu Jesús en su Cuerpo inocente. Y no te hablo de las torturas de mi afecto hacia mi Madre y hacia su dolor. Era preciso ese dolor. Pero para Mí fue el desgarro más cruel. ¡Solo el Padre sabe lo que sufrió su Verbo en el espíritu, en lo moral y en lo físico! Y la presencia de mi Madre, con ser lo más deseado de mi corazón tan necesitado de consuelo en aquella soledad infinita que le rodeaba, soledad infinita proveniente de Dios y de los hombres, fue una tortura. Ella debía estar allí, como ángel de carne, para impedir que me asaltase la desesperación, de la misma forma que el ángel espiritual la había impedido en el Getsemaní. Debía estar allí para unir mi Dolor al suyo para vuestra Redención. Y, por último, debía estar allí para recibir la investidura de Madre del género humano. Mas, verla morir a cada estremecimiento mío, fue para Mí el mayor de los dolores. Ni la traición ni el conocimiento de que mi Sacrificio habría de ser inútil para tantos, estos dos dolores que, pocas horas antes, me parecieron tan grandes que me hicieron sudar sangre, podían compararse con éste. ■ Ahora bien, ya has visto tú la grandeza de María en aquella hora. Su desgarro no le impidió ser más fuerte que Judit. Ésta mató. María se dejó matar a través de su Hijo. Y ni imprecó ni odió. Más bien oró, amó, obedeció. Siempre Madre, hasta el punto de pensar, en medio de esas torturas, que su Jesús tenía necesidad de su velo virginal para cubrir sus carnes inocentes, para defensa de su pudor, supo ser al mismo tiempo Hija del Padre de los Cielos y obedecer a la tremenda voluntad del Padre en aquella hora. No imprecó, no se rebeló; ni contra Dios ni contra los hombres: a éstos les perdonó; a Aquél le dijo «Fiat». También después la has oído: «Padre, yo te amo, y Tú nos has amado». Recuerda y proclama que Dios la ha amado y le renueva su profesión de amor. ¡En aquélla hora! Después de que el Padre la había traspasado y privado de su razón de ser. Le ama. No dice: «Ya no te amo porque has descargado tu mano sobre mí». Le ama. Y no se aflige tanto por su propio dolor, sino por el dolor que sufre su Hijo. No se lamenta por su corazón despedazado sino por el mío traspasado. De esto pide razón al Padre, no del propio dolor. ■ Pide razón al Padre en nombre del Hijo de ambos. Ella es auténticamente la Esposa de Dios. Ella es auténticamente la que concibió por unión con Dios. Ella sabe que a su Hijo no le engendró contacto alguno humano, sino únicamente el Fuego bajado del Cielo para penetrar en su seno inmaculado y depositar allí el Germen divino, la Carne del Hombre-Dios, del Redentor del mundo. Ella sabe y, como esposa y madre que es, pide la razón de esa herida. Las otras debían producirse; pero ésta, cuando todo estaba ya cumplido, ¿por qué…? ¡Pobre Mamá! Hubo un porqué que tu dolor no te ha permitido leer en mi herida. Y ese porqué fue para que los hombres viesen el Corazón de Dios. Tú le has visto,  María, y ya nunca más le olvidarás. Pero ya ves que María, a pesar de no ver en ese momento las razones sobrenaturales de esa herida, enseguida piensa que no me ha hecho daño, y por ello bendice a Dios. ¡Pobre Mamá! No se preocupa del mucho daño que esa herida le haya hecho a Ella; no me ha hecho daño a Mí, y eso le basta y le sirve para bendecir a Dios,  a ese Dios que la inmola. ■ Tan solo pide un poco de consuelo para no morir, pues es necesaria para la Iglesia naciente de la que fue constituida Madre pocas horas antes. La Iglesia, lo mismo que un recién nacido, tiene necesidad de los cuidados y de la leche de la Madre. María dará esto a la Iglesia sosteniendo a los apóstoles, hablándoles del Salvador, y rogando por ella. Mas, ¿cómo podría hacerlo si expirara esa misma noche? La Iglesia, a la que le quedan pocos días para estar ya sin quien es su Cabeza, se quedaría ya huérfana del todo si además expirara la Madre. Y la suerte de los recién nacidos huérfanos es siempre precaria”.
* El de la Verónica es un rostro de Jesús vivo; doliente, herido, es cierto, pero todavía vivo”.- ■ Jesús: “Dios jamás defrauda una justa oración y conforta a sus hijos que esperan en Él. María lo comprueba en el consuelo de la Verónica. Ella, mi pobre Mamá, tiene clavada en sus ojos la estampa de mi Rostro extinto. No podía resistir verlo. No es su Jesús ese Jesús envejecido, hinchado, con esos ojos cerrados que ya no la miran, con esa boca torcida que ni le habla ni le sonríe. El de la Verónica es un rostro de Jesús vivo; doliente, herido, es cierto, pero todavía vivo. Su mirada la mira, su boca que aún parece decirle: «¡Mamá!». Su sonrisa la saluda todavía. ■ ¡Oh, María!, busca a tu Jesús en tu dolor. Él acudirá siempre, te mirará, te llamará y te sostendrá. Compartiremos el dolor, ¡pero estaremos unidos!”.
* Mira con qué viva y delicada sensibilidad se conduce Juan desde la noche del Jueves hasta la del Viernes. Y también después… A excepción de mi Madre, ninguno como Juan poseyó el amor de compasión en el mundo”.-Jesús: “¡Oh, mi pequeño Juan! Juan compartió el dolor con María y con Jesús. Aún en esto sé siempre como Juan. Ya te lo dije: «No serás grande por las contemplaciones ni por los dictados, que son míos, sino por tu amor; y el amor más alto está en compartir el dolor». Esto proporciona la manera de intuir hasta los más pequeños deseos de Dios y llevarlos a la práctica venciendo todos los obstáculos. Mira con qué viva y delicada sensibilidad se conduce Juan desde la noche del Jueves hasta la del Viernes. Y también después. ■ Pero, observémosle en aquellas horas.  Un extravío momentáneo, una hora de pesantez; mas, vencido el sueño con la impresión de la captura y la fuerza de su amor, viene trayendo consigo a Pedro para que el Maestro reciba algún consuelo viendo a la Cabeza de los apóstoles y al Predilecto de entre los Apóstoles. ■ Y después piensa en la Madre a la que algún cruel puede gritar que su Hijo ha sido capturado. Y va a donde Ella. No sabe que María vive ya las vejaciones del Hijo y que, mientras los apóstoles dormían, Ella velaba y oraba, agonizando con su Hijo. Él no lo sabe y va donde Ella y la prepara para la noticia. Y luego hace el recorrido: entre la casa de Caifás y el Pretorio, entre la casa de Caifás y el Palacio de Herodes, y otra vez va de la casa de Caifás al Pretorio. Y hacer eso esa mañana, cruzando por entre una multitud ebria de odio, con su vestimenta que le delata como galileo, no era cómoda cosa. Mas el amor le sostiene, Juan no piensa en sí mismo, sino en los dolores de Jesús y de su Madre. Podría ser lapidado como discípulo del Nazareno. No importa. Él desafía todo. Los otros, guiados por la prudencia y del miedo, están huidos y escondidos. ■ A él le guía el amor, y se queda y se da a conocer. Es un hombre puro. El amor florece en la pureza. Y si su piedad y su buen sentido de hombre del pueblo le inducen a mantener a María alejada del gentío y del Pretorio —él no sabe que María comparte todas las torturas del Hijo sufriéndolas espiritualmente— cuando juzga ser llegada la hora en que Jesús necesita de su Madre y que ya no es lícito tenerla alejada por más tiempo de él, la conduce hasta Jesús, la sostiene y la defiende. ¿Qué supone ese puñado de personas fieles: un hombre solo, inerme, joven y sin prestigio, al frente de unas cuantas mujeres contra toda una turba embrutecida? Nada. Un montoncito de hojas que el viento puede dispersar; una barca diminuta en medio de un océano tempestuoso que la puede anegar. No importa. El amor constituye su fuerza y su vela. Ésta es su arma y con ella protege hasta el fin a la Señora y a las mujeres. A excepción de mi Madre, ninguno como Juan poseyó el amor de compasión en el mundo. Sea tu maestro en esto. Síguele en el ejemplo de pureza y de caridad que te da y serás grande. Ahora vete en paz. Te bendigo”. (Escrito el 20 de Febrero de 1944).
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10-613-140  (11-14-702).-  Comentario sobre el sorbo de agua (1).
*  Objeciones de los muchos Tomases sobre el sorbo de agua.-  ■ Dice Jesús: “…Y, dado que preveo las objeciones de los muchos Tomases y de los muchos escribas de hoy en día sobre una frase de este dictado que aparece en oposición con el sorbo de agua que me ofreció Longinos… —¡oh, cómo se alegrarían los negadores de lo sobrenatural, los racionalistas de la perfección al revés, si pudiesen encontrar una fisura en el maravilloso conjunto de esta Obra de bondad divina y sacrificio tuyo, pequeño Juan, para poder, haciendo palanca en esa fisura con el pico de su mortífero racionalismo, echar todo por tierra!— adelantándome a éstos, te voy a explicar. ■ Aquel pequeño sorbo de agua —una gota en medio de la ardiente fiebre y de venas completamente secas— tomado por amor a un alma a la que debía persuadir de amor para llevarla a la Verdad, un sorbo tomado con tanta fatiga en medio de esa falta de respiración que me impedía el aire e imposibilitaba poder pasarlo —tan quebrantado me hallaba Yo por los crueles azotes— ese pequeño sorbo no me dio otro refrigerio que el sobrenatural. Desde el punto de vista de la carne no valía nada, por no decir un tormento… Ríos habrían sido necesarios para calmar mi sed de entonces… Y no podía beber por el jadeo del dolor precordial. Y tú bien sabes qué es este dolor… Ríos habrían sido necesarios después… y no se me dieron. Y tampoco habría podido aceptarlos por el sofoco cada vez mayor. ¡Pero cuánto alivio habrían procurado a mi Corazón si me hubieran sido ofrecidos! ■ Era de amor de lo que moría. De un amor que no se me había dado. La piedad es amor. Y en Israel no hubo piedad. Cuando contempláis, vosotros los buenos, o analizáis, vosotros los escépticos,  aquel «sorbo», llamadle con su justo nombre: «piedad» y no bebida. Puede, por tanto, decirse, sin incurrir por ello en falsedad, que «desde la Cena en adelante no tuve alivio alguno». De toda la masa que me circundaba, no hubo ni uno que me hubiera dado alivio, considerando que no quise beber el vino mezclado con mirra. Recibí vinagre y burlas. Recibí traiciones y golpes. Eso es lo que recibí. Y no otra cosa”. (Escrito el 7 de Abril de 1945).
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1  Nota  : se refiere al sorbo de la bebida compuesta de agua con miel que le dio Longinos al inicio de la vía dolorosa. Relatado en episodio 10-608-53  “Jesús Redentor” 1ª parte.
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———- (11-14-702).- “Una criatura jamás podrá comprender con absoluta realidad y perfección, pues que es criatura, los sentimientos y sufrimientos del Hombre-Dios…”.
* En lugar de arrodillarse para bendecir a Dios que os ha concedido esto que vale la pena, mucha gente tomará libros y más libros para hallar contradicciones y… destruir… en nombre de la ciencia (humana)…”.- Jesús: “Tú has dicho: «¿Por qué no vi esto el año pasado?». Porque te hallabas aterrorizada por la visión repentina de mis tormentos. Porque todavía no eras capaz de describir y de ver. Lo hice para proporcionarte un alivio ante tu pasión inminente. Pero lo ves, que he tenido que tomarte otra vez conmigo para que pudieras comprender más perfectamente, más tranquilamente todos aquellos tormentos míos. ¿Lo has logrado? ¡Oh, no! La criatura, aun cuando la sostenga Yo entre mis brazos, y se halle inmersa en Mí es siempre una criatura, siempre reaccionará y obrará como tal. Jamás podrá comprender y describir con absoluta realidad y perfección, pues que es criatura, los sentimientos y sufrimientos del Hombre-Dios. ■ Por otra parte, no hubieran sido nunca comprendidos. Estos no lo son. Y en lugar de arrodillarse para bendecir a Dios que os ha concedido poder conocer esto que vale la pena, mucha gente tomará libros y más libros, cotejará, medirá, mirará contra la luz, esperando, esperando, esperando. ¿Qué cosa? Hallar contradicciones con otros trabajos semejantes. Y destruir, destruir, destruir. En nombre de la ciencia (humana), de la razón (humana), de la crítica (humana), de la soberbia tres veces humana. ¡Cuántas obras santas destruye el hombre para construir, con los escombros, edificios no santos! Habéis, pobres hombres, quitado solo el oro, el oro puro y precioso de la Sabiduría. Y habéis puesto estuco y yeso malamente tinturado con el polvo dorado que en el transcurso del tiempo, al roce y descuido humano, pierde al punto su color, dejando unos hoyitos de suciedad que pronto se deshacen en polvo, dejando en la nada vuestro saber”. (Escrito el 7 de Abril de 1945. 5  p. m.).
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10-614-141 (11-34-627).- En el día de Sábado Santo. La Virgen debe creer por todos. Llegan al Cenáculo: Mannaén, Isaac el pastor, Longinos, el apóstol Juan, Juana de Cusa, José de Arimatea y Nicodemo, los primos José y Simón.
* Es la Mujer que espera.-El alba avanza despacio, como cansada. La aurora tarda —cosa extraña— aun cuando no hay ni una nube en el cielo. Parece que los astros hayan perdido todo su brillo. Y, al igual que la luna que esa noche era pálida, también el sol, que aparece, es pálido. Parece como si los astros también hubieran llorado y tienen ese aspecto empañado como lo tienen los ojos de los buenos, que han llorado y lloran por la muerte del Señor. En cuanto Juan comprende que las puertas han sido abiertas, sale, sordo a las súplicas maternas. Las mujeres se atrincheran en casa, ahora más atemorizadas, porque ya no está Juan. María, que sigue en su habitación, con las manos sueltas sobre sus rodillas, mira fijamente por la ventana que da a un jardín bastante amplio, todo lleno de rosales en flor que orillan las altas tapias y los arriates del jardín no muy bien alineados. Los lirios todavía no florecen. Se ven bellos, tupidos, solo tienen hojas. María mira, mira, y creo que no ve nada, sino solo lo que tiene en su cansada cabeza: la agonía de su hijo. Las mujeres van y vienen. Se acercan a Ella, la acarician, le ruegan que tome algo que la reconforte… y cada una de estas veces, al venir ellas, entra una oleada de perfume pesado, mezclado, un perfume que aturde. María se estremece  cada vez, pero nada más. Ni una palabra. Ni un gesto. Nada. Está muy agotada. Solo espera. Es la Mujer que espera.
* Mannaén dice: “Por Nicodemo supe que todos han huido”.-  ■ Un golpe en la puerta… Las mujeres corren a abrir. María se vuelve en su asiento, sin levantarse, y mira fijamente a la entrada medio abierta. Entra Magdalena. Anuncia: Es Mannaén… Quisiera saber si en algo puede servir”. Virgen: “Mannaén… Hazle entrar. Ha sido siempre bueno. No creía que fuera él…”. Magdalena: “¿En quién pensabas Madre?…”. Virgen: “Después… después. Que pase”. Entra Mannaén. No viene vestido de lujo como antes. Trae un vestido común y corriente de color café, casi negro, y un manto igual. Ninguna joya, ni la espada. Nada. Parece un hombre de condición económica buena, pero del pueblo. Se inclina a saludar, primero con las manos cruzadas sobre el pecho, y luego se arrodilla como ante un altar. Virgen: “Levántate, y perdona si no respondo a la inclinación. No puedo…”. Mannaén: “No debes. No lo permitiría. Sabes quién soy. Por esto te ruego que me trates como a tu siervo. ¿Te puedo servir en algo? Veo que no hay ningún hombre aquí. Por Nicodemo supe que todos han huido. No se podía hacer nada. Es verdad. Pero al menos le dimos el consuelo de que nos viera. Yo… yo le saludé en el Sixto. Y luego no pude porque… Es inútil decirlo. También esto fue cosa de Satanás. Ahora estoy libre y vine a ponerme a tu servicio. Ordena, Mujer”. Virgen: “Quisiera saber y hacer saber a Lázaro… Sus hermanas están preocupadas, y también mi cuñada y la otra María. Quisiéramos saber si Lázaro, Santiago, Judas y el otro Santiago están bien”. Mannaén: “¿Judas? ¿Iscariote? Él fue el que le traicionó”. Virgen: “Judas, el hijo del hermano de mi esposo”. ■ Mannaén: “¡Ah! Voy”, y se levanta, y al hacerlo hace un gesto de dolor. Virgen: “¿Estás herido?”. Mannaén: “¡Mmm… Sí! Cosa de nada. Un brazo que me duele un poco”. Virgen: “¿Por nuestra causa, acaso? ¿Por eso no estuviste allá arriba?”. Mannaén: “Sí, era por esto. Y solo eso me duele, no la herida. El resto de fariseísmo, de hebraísmo, de satanismo que había en mí —porque en satanismo se ha transformado el culto de Israel— ha salido por entero con esa sangre. Me siento como un recién nacido a quien después de habérsele cortado el ombligo no tiene más contacto con la sangre de su madre, y las pocas gotas que todavía quedan en el cordón cortado no entran en él, sino caen… ya inútiles. El recién nacido vive con su corazón y su sangre. Lo mismo yo. Hasta ahora no estaba todavía formado del todo. Ahora he llegado al final, y vengo, y he sido dado a Luz. Nací ayer. Mi madre es Jesús de Nazaret. Y me dio a luz cuando lanzó su último grito. Lo sé… porque he huido a casa de Nicodemo esta noche. Lo único que quisiera es verle. Cuando vayáis al sepulcro, decídmelo. Iré yo también… ¡No he visto su rostro de Redentor!”. Virgen: “Te está mirando, Mannaén. Vuélvete”. Mannaén que había entrado con la cabeza inclinada y que solo había mirado a la Virgen, se vuelve casi asustado y ve el Sudario. Se echa al suelo, rostro en tierra, en señal de adoración… Llora. Se levanta. Se inclina ante María y dice: “Me voy”. Virgen: “Es sábado. Ya lo sabes. Ya nos andan acusando de violar la Ley por instigación suya”. Mannaén: “Estamos empatados, porque ellos violan la Ley del Amor, que es la primera y más grande. Él lo decía. Que el Señor te consuele”. Sale.
* La Virgen entra a la habitación del Cenáculo. Desea: Quisiera también una arca, hermosa, grande, que pueda cerrarse, para poner en ella todos mis tesoros”. ■ Pasan las horas. Cuán lentas son cuando se espera a alguien… María se levanta y, apoyándose en los muebles, se dirige a la puerta. Trata de atravesar el ancho vestíbulo de la entrada, pero al no tener apoyo, vacila como si estuviese ebria. Marta, que la ve desde la otra parte del patio, corre a auxiliarla, y pregunta: “¿A dónde quieres ir?”. Virgen: “Allá dentro. Me lo prometisteis”. Marta: “Espera a Juan”. Virgen: “Basta de esperar. Veis que estoy tranquila. Id a abrir, ya que cerrasteis por dentro. Espero aquí”. ■ Como todas han acudido, Susana va a llamar al dueño de la casa para que abra. Mientras tanto, María se apoya en la pequeña puerta, como si quisiera abrirla con la fuerza de su deseo. Llega el dueño. Miedoso, acobardado, abre y se retira. Y María, del brazo de Marta y de María Alfeo, entra en el Cenáculo. Todo está todavía como cuando terminó la Cena. La cadena de los acontecimientos y la orden dada por Jesús han impedido que alguien cambiara las cosas. Solo se han puesto los asientos en su lugar.  María, que nunca ha entrado en el Cenáculo, va derecha al lugar donde Jesús se sentó. Parece como si una mano la guiase. Y va tan rígida —grande es el esfuerzo que hace por ir— que parece casi sonámbula… Va. Da vuelta alrededor del asiento lecho, se mete entre éste y la mesa… se queda de pie por un momento. Luego cae derrengada sobre la mesa, con un nuevo estallido de lágrimas. Se calma. Se arrodilla y ora con la cabeza apoyada en el borde de la mesa. Acaricia el mantel, el asiento, la vajilla, el borde de la bandeja grande donde estuvo el cordero, el cuchillo empleado para trinchar, el ánfora puesta delante de ese sitio. No sabe que toca lo que Iscariote tocó. Se queda luego como embebida con la cabeza apoyada, con los brazos cruzados sobre la mesa. Nadie habla. ■ Al fin la cuñada dice: “Ven, María. Tenemos miedo a los judíos. ¿No quisieras que entrasen aquí, no?”. Virgen: “No, no. Es un lugar santo. Vámonos. Ayudadme… Hicisteis bien en habérmelo dicho. Quisiera también una arca, hermosa, grande, que pueda cerrarse, para poner en ella todos mis tesoros”. Magdalena dice: “Mañana hago que te la traigan de mi palacio. La más hermosa que tengo. Fuerte. Segura. Te la regalo con gusto”. Salen. María realmente está muy agotada. Se tambalea al subir los pocos escalones. Y, si su dolor es menos dramático, es porque ya no tiene fuerza para serlo; pero, en su moderación, es todavía un dolor más trágico. Vuelven a entrar en la habitación de antes. Y, antes de regresar a su sitio, María acaricia, como si estuviese vivo, el santo Rostro del Sudario.
* El pastor Isaac trae la noticia esperada: “Nos encontramos sin saber en Betania. Todos están allí. Los campos de Lázaro, desde la aurora, estaban cubiertos de fugitivos que lloraban… He visto al Santo de los Santos… Sí… Porque el velo del Templo está desgarrado desde arriba abajo”.- ■ Otra llamada al portón. Las mujeres se apresuran a salir y entornar la puerta. Con su voz cansada la Virgen dice: “Si fueran los discípulos, y sobre todo Simón Pedro y Judas, que vengan a verme enseguida”. Es Isaac el pastor. Entra, llora por algunos minutos. Después se postra ante el Sudario y luego ante la Virgen. No sabe qué decir. Ella es la que rompe el silencio: “Gracias. Te ha visto y te he visto. Lo sé. Os miró mientras pudo”. Isaac rompe en un llanto más fuerte. Habla solo cuando su llanto se calma. “No queríamos irnos, pero Jonatás nos lo pidió. Los judíos amenazaban a las mujeres… y luego no pudimos volver. Todo… todo estaba terminando. ¿A dónde podíamos ir en esos momentos? ■ Nos desparramamos por los campos y cuando llegó la noche nos reunimos a la mitad del camino entre Jerusalén y Belén. Nos parecía como si alejáramos su Muerte yendo hacia su gruta… Pero luego pensamos que no estaba bien que fuéramos allí… Era egoísmo y volvimos en dirección de la ciudad… Nos encontramos, sin saber cómo, en Betania…”. Las mujeres exclaman: “¡Mis hijos!”. “¡Lázaro!”. “¡Santiago!”. Isaac: “Todos están allí. Los campos de Lázaro, cuando la aurora empezó a alumbrar, estaban cubiertos de fugitivos que lloraban… ¡Sus inútiles amigos y discípulos!… Yo… fui donde Lázaro. Creía que sería el primero… Mas no. Estaban allí tus dos hijos, mujer, y el tuyo, con Andrés, Bartolomé, Mateo. Simón Zelote los había convencido de que fueran allí. Maximino, que había salido por los campos apenas amanecido, encontró a otros. Lázaro ha ayudado a todos, y lo sigue haciendo. Dice que el Maestro le dio tales órdenes. Lo mismo asegura Zelote”. María de Alfeo: “¿Pero dónde están mis otros dos hijos Simón y José?”. Isaac: “No lo sé, mujer. ■ Habíamos estado juntos hasta el terremoto. Luego… no sé nada con precisión. Entre las tinieblas y los rayos, los muertos resucitados, y el temblor del suelo y el tornado perdí la razón. Me encontré, al volver en mí, en el Templo. Y todavía me pregunto cómo es que estaba allí dentro, traspasado el límite sagrado. Fíjate: entre mí y el altar de los perfumes había solo un codo. ¡Fíjate! ¡Yo donde ponen pie solo los sacerdotes de turno!… Y… ¡Y he visto al Santo de los Santos!… Sí… porque el velo del Santo está desgarrado desde arriba abajo, como si lo hubiese desgarrado un gigante… Si me hubieran visto allí dentro, me hubieran lapidado. Pero ya nadie veía. Me encontré solo espectros de muertos y espectros de vivos. Porque, a la luz de los rayos, con la claridad de los incendios y con el terror en las caras, parecíamos espectros…”. María de Alfeo: “¡Oh, mi Simón! ¡Mi José!”. ■ Virgen: “¿Y Simón Pedro? ¿Y Judas de Keriot? ¿Tomás y Felipe?”. Isaac: “No lo sé, Madre. Lázaro me envió a ver,  porque le dijeron que… que os habían matado”. Virgen: “Vete entonces a tranquilizarle. Mandé antes a Mannaén. Pero ve también tú y dile… dile que solo Él ha muerto. Y yo con Él. Si encuentras a otros discípulos llévatelos contigo. Pero quiero a Iscariote y a Simón Pedro”. Isaac: “Madre… perdónanos si no hicimos más”. Virgen: “Todo está perdonado… Vete”. Sale Isaac. Marta y María, Salomé y María de Alfeo le sofocan con multitud de súplicas, recomendaciones, órdenes. Susana llora sin hacer ruido porque nadie le habla de su esposo. Entonces es cuando Salomé se acuerda del suyo, y también llora.
* A Longinos que trae la lanza sin el asta, le dice: “Soy Madre de todos, hombre… Él ha terminado de evangelizar pero su Evangelio queda en la Iglesia… Aquí está.  Hoy herida y dispersa pero mañana… Y aun cuando no hubiese nadie, aquí estoy yo. El evangelio de Jesús, Hijo de Dios y mío, está escrito todo en mi corazón”.- ■ Silencio de nuevo. Hasta que otra vez se oye que llaman al portón. Como la ciudad está en calma, las mujeres tienen menos miedo. Pero cuando, de la entrada que se abre un poco, ven que se asoma la cara rasurada de Longinos, todas huyen como si hubieran visto a un muerto en su lienzo fúnebre o al demonio en persona. El dueño de la casa que, por curiosidad, vaga por el vestíbulo, es el primero en escapar. Acude Magdalena que estaba con la Virgen. Longinos, con una involuntaria sonrisita burlona en los labios, ha entrado y ha cerrado tras sí el pesado portón. No viene uniformado. Trae de vestido una corta túnica gris bajo un manto también oscuro. María Magdalena le mira, y él a ella. Luego, siguiendo junto a la puerta, Longinos pregunta: “¿Puedo entrar sin contaminar a nadie? ¿Sin aterrorizar a nadie? Esta mañana vi al ciudadano José y me ha hablado del deseo de la Madre. Pido perdón si no lo he pensado por mí mismo. Aquí está la lanza. La había guardado como recuerdo de un… del más Santo de todos. ¡Oh, que sí lo es! Justo es que lo tenga su Madre. En cuanto a los vestidos… es más difícil. No se lo digáis… tal vez han sido vendidos por unos cuantos céntimos… Es derecho de los saldados. Pero trataré de encontrarlos…”. Magdalena: “Ve. Ella está allí”. Longinos: “Pero yo soy pagano”. Magdalena:  “No importa. Se lo voy a decir. Si así quieres”. Longinos: “¡Oh, no!… no pensaba merecerlo”. ■ María Magdalena va donde la Virgen. “Madre, Longinos está allí afuera… Te ha traído la lanza”. Virgen: “Hazle pasar”. El dueño de la casa que está a la puerta, protesta: “Es un pagano”. Virgen: “Soy Madre de todos, hombre. Como Él es el Redentor de todos”. Entra Longinos y, en el umbral, saluda a su manera romana con el gesto, con el brazo (se ha quitado el manto), y luego con la voz: “Ave, Domina. Un romano te saluda, Madre del linaje humano. La verdadera Madre. No hubiera querido estar yo… en… en esa cosa. Pero eran órdenes. De todas formas, si logro darte lo que deseas, perdono al destino que me hubiera elegido para esa cosa horrible. Mira”, y le entrega la lanza envuelta en un trapo rojo. Es solo el hierro, sin el asta. María la toma. Se pone aún más pálida. Tanta es la palidez, que hasta los labios quedan borrados. Parece como si la lanza la hubiera quitado sangre. Tiembla. Finalmente dice: “Que Él te conduzca a Sí por tu buen corazón”. Longinos: “Ha sido el único Justo que me he encontrado en el vasto imperio de Roma. Me arrepiento de no haberle conocido por las palabras de mis compañeros. ¡Ahora… es tarde!”. Virgen: “No, hijo. Él ha terminado de evangelizar, pero su Evangelio queda en su Iglesia”. ■ Longinos, un tanto irónico, pregunta: “¿Dónde está su Iglesia?”. Virgen: “Aquí está. Hoy herida y dispersa, pero mañana se reunirá como el árbol que yergue su copa después de la tempestad. Y aun cuando no hubiese nadie, aquí estoy yo. El evangelio de Jesús, Hijo de Dios y mío, está escrito todo en mi corazón. Me basta mirar a mi corazón para podéroslo repetir”. Longinos: “Vendré. Una religión que tiene por jefe a un semejante héroe no puede menos de ser divina. Ave. Domina”. Y también Longinos se va. María besa la lanza donde todavía se ve Sangre de su Hijo… Quiere quitarla, pero al fin no lo hace “rubí de Dios en la cruel lanza” murmura…
* Juan vuelve solo, con una noticia: Iscariote, colgado de un olivo.- ■ El día, en medio de nubes que van y vienen amenazadoras de algún chubasco, pasa de este modo. Juan vuelve solo, cuando el sol está en su zenit. Juan: “Madre. No pude encontrar a nadie, fuera de… Judas de Keriot”. Virgen: “¿Dónde está?”. Juan: “¡Oh, Madre, qué horror! Está colgado de un olivo, hinchado y negro como si hubiera muerto hace varias semanas. Huele a podrido. Está horrible… En medio de riñas vuelan sobre él los buitres, cuervos, y qué sé yo… La algarabía me llevó en ese sentido. Estaba yo en el camino del Monte de los Olivos, y vi que sobre un saliente volaban en círculos negros pajarracos. Fui a ver… ¿Por qué?  No lo sé. Y vi. ¡Qué horror!…”. Virgen: “¡Qué horror! Dices bien. Más allá de la Bondad ha estado la Justicia. En realidad la Bondad está ausente, ahora… Pero Pedro, ¡Pedro!… Juan, tengo la lanza. En cuento a los vestidos… Longinos no dijo ni una palabra de ellos”. Juan: “Madre… quiero ir al Getsemaní. Él fue capturado sin manto. Tal vez esté allí. Luego iré a Betania”. Virgen: “Ve. Ve por el manto… Los otros están en casa de Lázaro, por eso no es necesario que vayas. Ve y vuelve aquí”. Juan se marcha, corriendo, sin haber tomado nada. Lo mismo que la Virgen que tampoco ha comido. Las mujeres sin sentarse han comido pan y aceitunas continuando su trabajo en los bálsamos.
* A Juana de Cusa le dice: “Es siempre la mujer la verdadera generadora. En el Bien. En el Mal. Nosotras generaremos la nueva Fe… ¡A todos. A todos debo dar fuerza! ¿Y a mí quién me la da?”.- ■ Y viene Juana de Cusa con Jonatás, su siervo. El llanto ha destrozado su cara. Apenas ve a la Virgen dice: “¡Me salvó! ¡Me salvó y Él está muerto! ¡Ahora me arrepiento de que me hubiese salvado!”. Y la Virgen Dolorosa debe consolar a esta mujer, curada pero envuelta en una sensibilidad enfermiza. La consuela, la anima diciéndole: “No le hubieras conocido ni amado, ni habrías podido servirle ahora. ¡Falta mucho que hacer en el futuro! Y deberemos hacer porque, lo ves… Nosotras somos las que hemos quedado, los varones han escapado. Es siempre la mujer la verdadera generadora. En el Bien. En el Mal. Nosotras generaremos la nueva Fe. De esta Fe, depositada en nosotras por el Dios-Esposo, estamos llenas; y la generaremos para la Tierra, para el bien del mundo. ¡Mira cuán bello es! ¡Cómo sonríe y suplica este nuestro santo trabajo! Juana, tú sabes que te amo. No llores más”. Juana: “¡Pero Él está muerto! Sí, ahí asemeja todavía a un vivo, pero ahora ya no está vivo. ¿Qué cosa es el mundo sin Él?”. Virgen: “Volverá. Vete. Ora. Espera. Cuanto más creas, tanto más pronto resucitará. El creer en esto, es mi fuerza… Y solo yo, Dios y Satanás sabemos cuántos ataques ha sufrido mi fe en su Resurrección”. ■ También Juana se va, grácil y encorvada como un lirio demasiado bañado en agua. Y cuando ella sale, la Virgen vuelve a su tortura. “¡A todos! ¡A todos debo dar fuerza! ¿Y a mí quién me la da?”. Y llora acariciando la Faz del lienzo, pues ahora se ha sentado junto al arca sobre la que está extendido el Sudario.
* José de Arimatea y Nicodemo llegan con bolsas de mirra; y en grupo, Zebedeo y el esposo de Susana, Simón y José de Alfeo.- La Virgen arrodillada ante el Sudario, besando frente, ojos, boca de su Hijo, dice: “¡Así, así! Para tener fuerzas… Debo creer. Debo creer. Por todos”.- ■ Llegan José de Arimatea y Nicodemo. Y ahorran a las mujeres el ir a comprar mirra y áloe porque los traen ellos en varias bolsas. Pero su fuerza parece acabarse cuando ven el Rostro impreso en el lienzo y ante el rostro desecho de la Madre. Se sientan en un rincón después de haberla saludado. No dicen nada. Serios, fúnebres… Luego se van. ■ Tampoco Ella tiene fuerza de hablar: cuanto más declina la tarde —precoz  por una neblina sofocante— tanto más la Virgen se convierte en un pobre ser atormentado. Las sombras de la tarde, como para cualquiera que sufre, son para Ella fuente de mayor dolor. Las otras mujeres se ponen también tristes. Sobre todo Salomé, María de Alfeo y Susana. Pero para ellas, en fin, llega el consuelo cuando en grupo llegan Zebedeo y el esposo de Susana, Simón y José de Alfeo. Los dos primeros se quedan en el vestíbulo contando que Juan los encontró mientras pasaba por el suburbio de Ofel. A los otros dos los encontró Isaac, errantes por los campos, dudando si volver a la ciudad, o dirigirse donde los hermanos, a quienes suponían en Betania. ■ Simón dice: “¿Donde está María? Quiero verla”. Su madre le guía. Entra y besa a su destrozada parienta. Virgen: “¿Estás solo? ¿Por qué no ha venido contigo José? ¿Por qué os habéis separado? ¿Todavía roces entre vosotros? No debéis. ¿Veis? ¡La razón de vuestros roces ha muerto!”. Y señala la Faz del sudario. Simón lo mira y llora. Dice: “Jamás nos hemos separado. No lo haremos. Sí, la razón de la discordia ha muerto, pero no como crees. Ha muerto porque José, ahora, ha comprendido… Está allí fuera… y no se atreve a venir…”. Virgen: “¡Oh, no! Yo no infundo miedo a nadie. No soy más que compasión. Habría perdonado aun al traidor. Pero no puedo ya. Se suicidó”. Se levanta. Camina encorvada, llamando: “¡José, José!”. Éste, ahogado en llanto, no responde. María se asoma a la puerta, como cuando habló a Judas, y apoyándose en la jamba, extiende la otra mano y la pone sobre la cabeza del mayor en edad y el más obstinado de los sobrinos. Le acaricia diciéndole: “Deja que me apoye en un José. Todo fue paz y serenidad mientras tuve ese nombre como rey en mi casa. Luego se murió… Y todo el bien humano de la pobre María murió también… Me quedó el bien sobrenatural de mi Dios e Hijo… Ahora soy la Abandonada… Pero si puedo estar entre los brazos de un José a quien amo, y tú sabes que sí te amo, me sentiré menos abandonada. Me parecerá volver atrás en el tiempo; poder decir: «Jesús está ausente, pero no muerto. Está en Caná, en Naím por razón de trabajos, pero regresa pronto…». Ven, José. Entremos juntos donde Él te espera para sonreírte. Nos ha dejado su sonrisa para decirnos que no tiene rencor”. José entra, asido a la mano de Ella, y en cuanto la ve sentada, se le arrodilla delante con la cabeza apoyada sobre sus rodillas. Sollozando dice: “¡Perdón, perdón!”. Virgen: “¡No me lo pidas a mí, sino a Él!”. José: “No puede dármelo. En el Calvario traté de atraer su mirada. A todos ha mirado, a excepción de mí… Tenía razón… Muy tarde le he conocido y amado como Maestro. Ahora todo ha terminado”. Virgen: “Ahora es cuando empieza. Irás a Nazaret y dirás: «Yo creo». Tu fe tendrá un valor inmenso. Le amarás con la perfección de los apóstoles futuros cuyo mérito será el de amar a Jesús a quien conocen sólo a través del espíritu. ¿Lo harás?”. José: “Sí, sí, para reparar. Pero quisiera oír de Él alguna palabra, y no la oiré ya más…”. Virgen: “Él resucitará al tercer día y hablará a quien le ama. Todo el mundo espera su Voz”. José: “Bendita tú que puedes creer…”. Virgen: “¡José! ¡José! Mi esposo era tu tío. Y creyó en algo que era todavía más difícil de creer que esto. Pudo creer que la pobre María de Nazaret era la Esposa y Madre de Dios. ¿Por qué tú, sobrino del justo José y que tienes el mismo nombre, no puedes creer que un Dios pueda decir a la muerte: «¡Basta!» y a la vida «¡Vuelve!»?”. José: “No merezco esta fe porque he sido malo. Injusto con Él. Pero tú… tú eres su Madre. Bedíceme. Perdóname… Dame el sosiego…”. Virgen: “Sí… Paz… Perdón… ¡Oh Dios! Una vez dije: “¡Cuán difícil es ser redentores! Ahora digo: ¡Cuán difícil es ser la Madre del Redentor! ¡Piedad, Dios mío! ¡Piedad!… ■ Vete, José. Tu madre ha sufrido mucho en estas horas. Consuélala… Me quedo yo aquí… Con todo lo que tengo de mi Niño… Y mis lágrimas solitarias obtendrán para ti la Fe. Hasta pronto, sobrino mío. Di a todos que quiero estar en silencio… pensar… orar… soy… soy una pobre mujer pendiente de un hilo sobre un abismo… El hilo es mi Fe… Y vuestra no-fe —porque nadie sabe creer total y santamente— choca continuamente contra este hilo mío… Y no sabéis qué esfuerzo me imponéis… No sabéis que estáis ayudando a Satanás a atormentarme. Vete…”. ■ María se queda sola…  Se arrodilla ante el Sudario. Besa la frente, los ojos, la boca de su Hijo y dice: “¡Así, así! Para tener fuerzas… Debo creer. Debo creer. Por todos”. La noche ha caído encima. Sin estrellas. Oscura. Bochornosa. María se queda sola con su dolor. El día del Sábado ha terminado. (Escrito el 30 de Marzo de 1945).
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10-615-151 (11-35-635).- Noche del Sábado Santo. Significado de la oración para María-Virgen.- Las tres llagas de la Dolorosa (3ª: terror de faltar la fe).- Acogida  a Pedro.
* La Dolorosa percibe, en un instante, como un perfume angelical, un frescor del Cielo…- ■ Entra cautelosa María de Alfeo y escucha. Probablemente piensa que la Virgen se ha adormecido. Se acerca, se inclina, la ve de rodillas con el rostro en tierra junto al Sudario. En voz baja dice: “¡Pobrecita! ¡Así se ha quedado!”. Pero la Virgen, saliendo de su oración, responde: “No. Estaba orando”. María de Alfeo la recrimina: “¡Pero de rodillas! ¡En la oscuridad! ¡Al frío! ¡La ventana abierta! ¡Fíjate, estás helada!”. Virgen: “Así me sentía mejor, María. Mientras oraba —y sólo el Eterno sabe cuán acabada estaba Yo después de haber sostenido a tantos cuya fe vacila, iluminando tantas inteligencias a quienes ni siquiera su muerte ha aclarado— me ha parecido percibir un perfume angelical, un frescor del Cielo, una caricia de ala… Fue un instante… Solo un instante. Pero me ha parecido que, en el mar de amargura que embravecido me sumerge desde hace ya tres días, penetrase una gota de calmante dulzura; me ha parecido como si la bóveda clausurada de los Cielos se abriese un poco y un rayo luminoso de amor bajase sobre la Abandonada; me ha parecido como si, viniendo de lejanías infinitas, un murmullo incorpóreo dijese: «Ha terminado realmente». Mi plegaria hasta este momento desolada, encontró la calma, se ha teñido de esa luminosa paz  —¡oh, apenas una nada!— de esa luminosa paz que me solía dar mi oración…».
* Significado de la oración para María-Virgen: “Aun en los quehaceres de la mujer, mi alma oraba sin interrupción. Mas cuando podía decir «Ahora es tiempo de recogerme en Dios», mi corazón ardía latiendo veloz. Y cuando me perdía en Él… esto no te lo puedo explicar. Cuando estés en la luz de Dios lo comprenderás… Todo esto lo he perdido en estos tres días”.- ■ Virgen: “¡Mis oraciones!… María, ¿amaste, no es verdad, muchísimo a tu Alfeo cuando eras su prometida?”. María de Alfeo: “¡Oh, María!… Cuando llegaba la aurora con todo mi corazón decía: «Ha pasado una noche. Una noche menos de espera». Me alegraba cuando llegaba el crepúsculo diciendo: «Un día más ha pasado. Más próxima estoy para entrar bajo su techo». Y cuando el sol iba a ponerse pensaba yo: «Dentro de poco llega». Y cuando le veía llegar tan bello de cara como es mi Judas —y por esto mi Judas es mi predilecto— con ojos de ciervo enamorado como los tiene mi Santiago, ¡oh!, entonces yo ya no sabía dónde me encontraba. Y cuando me saludaba diciendo: «¡Amada mía!», y yo le respondía: «Señor mío», creo… creo que si en esos momentos me hubiese aplastado un carruaje o atravesado una flecha, no hubiera sentido dolor. ¡Y después!… ¡Cuando fui su mujer… ah!…”. María se pierde en el éxtasis de sus recuerdos. Luego: “¿Pero por qué esta pregunta?”. Virgen: “Para explicarte lo que para mí ha significado la oración. Centuplica tus sentimientos, hazlos mil y mil veces mayores y comprenderás lo que ha sido para mí la oración, la espera de esa hora… Ya de por sí creo que, aun cuando no estaba orando en la tranquilidad de la gruta o de mi habitación, sino que trabajaba en los quehaceres de la mujer, mi alma oraba sin interrupción… Pero cuando podía decir: «Ahora es tiempo de recogerme en Dios» mi corazón ardía latiendo veloz. Y cuando en Él me perdía… entonces… ■ No… esto no te lo puedo explicar. Cuando estéis en la luz de Dios lo comprenderás… Todo esto lo he perdido durante estos tres días… Ha sido todavía una cosa más angustiosa que el no tener a mi Hijo…”.
* “Satanás se ha aprovechado de estas dos llagas sobrepuestas: la muerte de mi Hijo y el abandono de Dios, abriendo la tercera llaga: la del terror de faltarme la fe… Estoy cierta que si hubiera dudado y hubiera dicho: «No es posible que resucite», yo, la nueva Eva, habría mordido la manzana de la soberbia… y se habría deshecho la obra del Redentor”.- ■ La Virgen prosigue: “Satanás se ha aprovechado de estas dos llagas sobrepuestas: la muerte de mi Hijo y el abandono de Dios, abriendo la tercera llaga, la del terror de faltarme la fe.  María, te amo mucho y eres mi parienta. Lo dirás a tus hijos apóstoles, para que sepan resistir en su apostolado y triunfar sobre Satanás. Estoy cierta que si hubiese dudado, si hubiera caído en la tentación del Demonio, y hubiera dicho: «No es posible que resucite», negando a Dios —porque decirlo era negar que Dios sea verdadero, sea poderoso— se hubiera convertido en nada tanta Redención. Yo, la nueva Eva, habría mordido la manzana de la soberbia, habría disfrutado de la sensualidad espiritual y habría deshecho la obra del Redentor (1). Continuamente los apóstoles serán tentados así por el mundo y la carne, por el poder, por Satanás. Que permanezcan firmes contra todas las torturas, y las corporales serán las más leves, para que no destruyan lo que Jesús ha hecho”. María de Alfeo: “Díselo tú, María, a mis hijos… ¿Qué crees que puede decir tu pobre cuñada? ■ ¡De todas formas! ¡Si ya hubieran venido! ¡Haber huido al primer momento… paciencia! ¡Pero después!…”. Virgen: “Has oído que Lázaro y Simón habían recibido órdenes de llevarlos a Betania. Jesús sabía todo…”. María de Alfeo: “Sí… pero… cuando los vea los reprenderé duramente. Han sido unos cobardes. ¡Que los demás lo hayan sido!, pasa. Pero no ellos, ¡mis hijos! No se lo perdonaré jamás…”. Virgen: “Perdona, perdona… Ha sido un momento de extravío… No creían que Él pudiera ser apresado. Él lo había dicho…”. María de Alfeo: “Precisamente por eso nos los perdonaré. Lo sabían. Por lo tanto estaban ya preparados. Cuando se sabe una cosa, y se cree en quien la dice, nada sorprende”. La Virgen le contesta: “María, también a vosotras os ha dicho: «Resucitaré». Y con todo… si pudiera abriros el pecho y la cabeza, en vuestro corazón y en vuestro cerebro vería escrito: «No puede ser». ■ María de Alfeo: “Pero al menos… sí… es difícil creer… pero estuvimos en el Calvario”. Virgen: “Por gracia de Dios, de otro modo habríamos huido también nosotras. ¿Oíste a Longinos? Dijo: «algo horrendo». Y es un guerrero. Nosotras, mujeres, acompañadas solo de un muchacho hemos resistido porque Dios nos ayudó de modo especial. Por lo tanto, no puedes gloriarte de ello, pues. No es nuestro mérito”. María de Alfeo: “¿Y por qué no les dio a ellos?”. Virgen: “Porque ellos serán los sacerdotes del mañana. Deben, por esto, saber. Saber, por haber experimentado, cuán fácil le es al fiel de una religión abjurar de ella. Jesús no quiere sacerdotes como esos que lo son tan poco, que llegaron a convertirse en sus más tenaces enemigos…”. ■ María de Alfeo: “Hablas de Jesús como si ya hubiera regresado…”. Virgen: “¿Lo ves? Tú también confiesas no creer. ¿Cómo, pues, puedes reprochar algo a tus hijos?”. María de Alfeo no puede replicar. Se queda con la cabeza inclinada, mueve maquinalmente algunos objetos. Encuentra una lamparita y sale, para volver después con ella encendida y colocarla en el sitio suyo normal. María se ha sentado nuevamente junto al Sudario. El Sudario que, con la luz amarilla de la lámpara de aceite, a la luz de la llamita temblorosa, adquiere una viveza particular, y parece mover boca y ojos. “¿No tomas nada?” pregunta un poco pesarosa la cuñada. Virgen: “Un poco de agua. Tengo sed”. María sale y regresa… con una poca leche. Virgen: “No insistas. No puedo. Agua sí. No tengo más agua en mi… Creo que ni siquiera tengo sangre. Pero…”.
* Pedro llega donde la Madre. El valor del alma, de una sola.- ■ Llaman a  la puerta. María de Alfeo sale a ver. Hablan en el vestíbulo. Juan se asoma y la Virgen le pregunta: “Juan, ¿has regresado? ¿Aún nada?”. Juan: “Sí. Simón Pedro… y el manto de Jesús… juntos… en el Getsemaní. El manto…”. Y Juan cae de rodillas y dice: “Aquí está… pero está todo desgarrado y lleno de sangre. Las huellas de las manos son de Jesús. Solo Él las tenía así largas y delgadas. Pero los desgarros son de dientes. Se nota claramente que fue la boca de un hombre. Pienso que  haya sido… que habrá sido Judas Iscariote, porque junto al lugar donde Simón Pedro encontró el manto había un pedazo del vestido amarillo de Judas. Volvió allá… después… antes de suicidarse. Mira, Madre”. María no ha hecho más que acariciar y besar el pesado manto rojo de su Hijo, pero a la insistencia de Juan lo despliega, y ve las huellas sangrientas, los desgarros, hechos con los dientes. Tiembla y dice en voz baja: “¡Cuánta sangre!”. Parece no ver más que Sangre. Juan: “Madre… la tierra estaba roja de sangre. Simón Pedro, que fue allá corriendo apenas amanecido, dice que sobre las hojas de la hierba aún había sangre fresca… Jesús… No sé… No me parecía haberle visto herido… ¿De dónde salió tanta sangre?”. Virgen: “De su cuerpo. En la angustia… ¡Oh, Jesús, Víctima completa! ¡Oh Jesús mío!”. María llora tan angustiosamente, que las mujeres se asoman a la puerta a ver y luego se retiran. “Esto, esto, mientras todos te abandonaban… ¿Qué hacíais mientras Él padecía su primera agonía?”. Juan responde entre lágrimas: “Dormíamos, Madre…”. ■ Virgen: “¿Estaba allí, Simón? Cuenta”. Juan: “Había ido yo a buscar el manto. Había pensado en preguntarle a Jonás y Marcos… (2). Pero habían huido. La casa estaba cerrada y abandonada. Entonces bajé a las murallas, para recorrer el mismo camino del Jueves… Estaba yo tan cansado aquella noche, y afligido, que no podía recordar, ahora, dónde se había quitado Jesús el manto… En el lugar de la captura no encontré nada… Donde estuvimos los tres tampoco… Tomé el sendero que el Maestro había tomado… Y cuando vi a Simón Pedro allí, todo acurrucado y apoyado en una roca, pensé que hubiera muerto también él. Grité. Levantó la cabeza… y, de tan cambiado que le vi, pensé que se había vuelto loco. Lanzó un alarido, y quiso huir. Pero se tambaleaba, cegado por el llanto. Yo le agarré. Me dijo: «Déjame. Soy un demonio. Le negué. Como Él había dicho… Y el gallo cantó y Él me miró. He huido… he corrido por acá y por allá por los campos y luego me he encontrado aquí. ¿Y ves? Aquí Jeová ha hecho que encontrara su Sangre acusadora. ¡Sangre! ¡Todo Sangre! En la roca, en la tierra, sobre la hierba. Yo he hecho que esta Sangre fuera derramada. Como tú, como todos. Pero yo renegué de esa Sangre». Me parecía que deliraba. Trataba de calmarle, de sacarle de allí, pero no quería. Decía: «Aquí, aquí. A hacer guardia a esta Sangre y a su manto. Lo quiero lavar con mis lágrimas. Cuando no haya más Sangre en la tela, quizás entonces vuelva a vosotros golpeándome el pecho y diciendo: ‘¡He renegado del Señor!’». ■ Le dije que querías verle, que me habías enviado a buscarle, pero no quería creerlo. Entonces le dije que le buscabas también a Judas, para perdonarle, y que sufrías porque no podías hacer nada, pues ya se había suicidado. Entonces Pedro empezó a llorar más sosegadamente. Quiso informarse de todo. Me dijo entonces que sobre la hierba había aún Sangre fresca y que el manto había sido despedazado por Judas, pues había encontrado un trozo de su vestido. Le dejé hablar y hablar. Luego le dije: «Ven a donde la Madre». ¡Oh, cuánto tuve que rogarle para que lo hiciera! Y cuando creía que lo había ya convencido, y me ponía de pie para venir, él no se movía. Ha habido que esperar hasta el anochecer para que viniera. Pero cruzada la puerta, otra vez se escondió, en un huerto solitario, diciendo: «No quiero que la gente me vea. Sobre mi frente llevo escrita la palabra: ‘Renegador de Dios’». Ahora, ya en plena oscuridad, he logrado arrastrarle finalmente hasta aquí”. Virgen: “¿Dónde está?”. Juan: “Detrás de la puerta”. Virgen: “Dile que entre”. Juan: “Madre… No le reprendas. Está arrepentido”. Virgen: “Juan… ¿Me conoces tan poco todavía? Haz que pase”. Juan sale. Regresa solo. Dice: “No se atreve. Llámale tú”.  María con dulce voz: “Simón de Jonás, ven”. Nada. “Simón Pedro, ven”. Nada. “Pedro de Jesús y de María, ven”. Una explosión de llanto. Pero no entra. María se levanta. Deja el manto sobre la mesa y va a la puerta.  Pedro está allí acurrucado afuera. Como un perro sin dueño. Llora tan fuerte y todo encogido, que no percibe el ruido de la puerta al abrirse, ni los pasos fatigados de la Virgen. Cae en la cuenta de que está cerca cuando Ella se inclina hasta tomarle una mano, con que está apretando sus ojos, y le obliga a levantarse. ■ Entra en la habitación trayéndole consigo, como si fuera un niño. Cierra la puerta con el picaporte, y encorvada por el dolor como Pedro por la vergüenza, vuelve a su sitio. Pedro se acerca a sus pies, de rodillas, y llora sin freno. María acaricia sus cabellos entrecanos y sudados por el dolor. Hasta que se calme no deja de acariciarle. Cuando Pedro finalmente dice: “No puedes perdonarme; por tanto, no me acaricies más. Porque le negué”. María le responde: “Pedro, tú le negaste. Es verdad. Tuviste el valor de negarle en público, el valor cobarde de haberlo hecho. Los otros… fueron cobardes, menos los pastores, Mannaén, Nicodemo, José y Juan. Todos le han negado: hombres y mujeres de Israel, menos un puñado de mujeres… No nombro a los sobrinos y a Alfeo de Sara. Son parientes y amigos. Pero los demás… Y con todo no han tenido el valor satánico de mentir para salvarse, ni el valor espiritual de arrepentirse y llorar, ni el digno de alabanza de reconocer públicamente el error. Eres un pobrecillo. Lo fuiste, mejor dicho, mientras presumiste de ti. Ahora eres un hombre, mañana serás un santo. ■ Pero aunque no fueras lo que eres, te habría perdonado de todos modos. Habría perdonado a Judas, con tal de salvarle su alma. Porque el valor de un espíritu, de uno solo, es tan grande que justifica todo esfuerzo para superar repugnancias y resentimientos, hasta quedar destrozados por ese esfuerzo. Recuerda esto, Pedro. Te lo repito: El valor de un alma es tan grande, que aun a costa de morir uno por el esfuerzo que se hace por tenerla a nuestro lado, hay que tenerla así, entre los brazos, como yo tengo tu cabeza canosa, si se espera que teniéndola así, se la puede salvar.  Como una madre que, después que su hijo fue castigado por su padre, pone en su corazón la cabeza del hijo culpable, y, con las palabras de su corazón deshecho de dolor, que palpita, que palpita de amor y dolor, más con esas palabras que con los golpes del padre, hace que se corrija el hijo”.
* “Pedro de mi Hijo… ven, ven aquí, al corazón de la Madre de los hijos de mi Hijo. Aquí Satanás no puede hacerte ningún mal, se calman las tempestades… ¿No sabes que es deber de las madres enderezar, curar, perdonar, llevar? Yo te llevo a Él”.- Virgen: “Pedro de mi Hijo, pobre Pedro que te has visto, como todos, en las manos de Satanás en estas horas de tinieblas, y no has caído en la cuenta de ello, y crees que todo has hecho tú solo, ven, ven aquí, al corazón de la Madre de los hijos de mi Hijo. Aquí Satanás no puede hacerte ningún mal. Aquí se calman las tempestades y  —en espera del Sol: de mi Jesús que resucitará, que te dirá: «La paz sea contigo, Pedro mío»— se alza la estrella de la mañana, pura, bella, y que hace puro, hermoso todo aquello que por ella es besado, como sucede con las cristalinas aguas de nuestro mar en las frescas mañanas de primavera. Por esto te he anhelado tanto. ■ A los pies de la cruz yo padecía martirio por Él y por vosotros, y, —¿cómo no lo oíste?—, y llamaba a vuestros corazones y llamaba tan fuertemente, que creo que vinieron realmente a mí. Y encerrados en mi corazón —mejor dicho, colocados sobre él, como los panes de la proposición— los  tuve bajo el baño de su Sangre y de su llanto. Pude hacerlo porque Él, en persona de Juan, me ha constituido Madre de toda la descendencia… ¡Cuánto te he anhelado!… Esa mañana, esa tarde, esa noche y al día siguiente… ¿Por qué has hecho esperar tanto a una Madre, Pedro, herido y pisoteado por el Demonio? ¿No sabes que es deber de las madres enderezar, curar, perdonar, llevar? Yo te llevo a Él”.
* De pie, tiene los brazos abiertos, cual sacerdotisa en el momento de la ofrenda, de la misma manera que en la cámara sepulcral ofreció la Hostia Inmaculada, aquí ofrece al pecador arrepentido. ¡Verdaderamente es la Madre de los santos y de los pecadores!.- Virgen: “Pedro, ¿quieres verle? ¿Quisieras ver su sonrisa para convencerte de que todavía te ama? ¿Sí? ¡Oh, entonces hazte a un lado, pon la frente sobre su frente coronada, tu boca sobre su boca herida, y besa a tu señor!”. Pedro: “Está muerto… No podré volver a hacerlo…”. Virgen: “Pedro, respóndeme, ¿cuál crees que haya sido el último milagro de tu Señor?”. Pedro: “El de darnos su Cuerpo. No, no, el del soldado que curó allí, allí… ¡oh, no me hagas recordar!…”. Virgen: “Una mujer fiel, amorosa, valiente, se llegó a Él en el Calvario, y le secó el Rostro. Y Él, para demostrar cuánto puede el amor, imprimió su Rostro en el lino. Mírale, Pedro. Esto consiguió una mujer, durante las horas de tinieblas infernales, y de la ira divina. Sólo porque amó. Ten presente esto, Pedro, para las horas en que te pareciera que el Demonio es más fuerte que Dios. Dios se hallaba prisionero de los hombres, ya avasallado, condenado, azotado, ya agonizando… Y, a pesar de todo —dado que Dios, aun en las más duras persecuciones, siempre es Dios, y, si se puede perseguir a la Idea, intocable es Dios que la suscita— mira que Dios, a los que niegan, a los incrédulos, a los hombres de los necios «¿por qué?», de los culpables «no puede ser», de los sacrílegos «lo que no comprendo no es verdad», responde sin palabras con este lienzo. Mírale. ■ Un día, tú me contaste que habías dicho a Andrés: «¿Que el Mesías se te haya mostrado? ¡No puede ser verdad!» y luego tu razonamiento humano tuvo que doblegarse ante la fuerza del espíritu que veía al Mesías allí donde la razón no lograba. Una vez, en medio de un mar tempestuoso, preguntaste: «¿Puedo ir Maestro?» y luego, a medio camino, en medio de las olas, dudaste y gritaste: «El agua no me puede sostener», y con el lastre de la duda te faltó poco para ahogarte. Solo cuando contra la razón humana prevaleció el espíritu, que supo creer, pudiste encontrar la ayuda de Dios. Otra vez dijiste: «Si Lázaro hace ya cuatro días que ha muerto, ¿para qué hemos venido? Para morir inútilmente». Y es que no podías, con tu razón humana, admitir otra solución. Y tu razón quedó desmentida por el espíritu, que, al mostrarte con el resucitado la gloria del Resucitador, te mostró que no habías ido allí inútilmente. Otra vez, mejor dicho, otras veces, al oír que tu Señor hablaba de muerte atroz, dijiste: «¡Esto no te sucederá jamás!». Y ves qué mentís ha recibido tu razón.  Yo espero ahora que tu espíritu diga una palabra en este último caso”. Pedro: “Perdón”. Virgen: “Eso no. Otra palabra”. Pedro: “Creo”. Virgen: “Otra”.  Pedro: “No la sé…”. Virgen: “Amo. Pedro, ama. Serás perdonado. Creerás. Serás fuerte. Serás el sacerdote y no el fariseo que oprime, que no tiene sino formalismos, que carece de una fe activa. ■ Mírale. Atrévete a mirarle. Todos le han mirado y venerado. También Longinos… ¿Y tú no vas a poder? ¡Fuiste incluso capaz de renegar de Él! Si ahora no le reconoces, a través de mi fuego materno, de mi amor doloroso que os une, que os da paz, ya no podrás hacerlo. Él resucitará. ¿Cómo podrás mirarle en su nuevo fulgor, si no conoces su rostro de Maestro que se convertirá en el del Triunfador? Porque el dolor, todo el Dolor de los siglos y del mundo, le ha moldeado con cincel y martillo en aquellas horas que pasaron de la noche del Jueves hasta las tres de la tarde de ayer, viernes. Y han cambiado su rostro. Antes era sólo el Maestro, el Amigo. Ahora es el Juez y Rey. Ha subido a su trono para juzgar. Se ha puesto la corona. Y así quedará. Sólo que, después de la resurrección gloriosa, no será más el Hombre Juez y Rey, sino el Dios Juez y Rey. Mírale, mírale, mientras la Humanidad, y el Dolor le envuelven, para poderle mirar cuando triunfe con su Divinidad”. ■ Finalmente Pedro levanta su cabeza de las rodillas de María y la mira con sus ojos hinchados en llanto, con una cara de un viejo niño desconsolado y sorprendido del mal que ha hecho y del inmenso bien que encuentra. María le obliga a ver a su Señor. Como si estuviera enfrente de un rostro vivo, Pedro con lágrimas prorrumpe: “¡Perdón, perdón! No sé cómo fue. Qué fue. No era yo. Había algo que me hizo no ser yo. ¡Pero… te amo, Jesús! ¡Te amo, Maestro mío! ¡Vuelve, vuelve! ¡No te vayas sin decirme que me has comprendido!”. ■ Al decir estas palabras María repite lo que había hecho en la cámara sepulcral. De pie, tiene los brazos abiertos, cual sacerdotisa en el momento de la ofrenda. Y, de la misma manera que allí ofreció la Hostia inmaculada, aquí ofrece al pecador arrepentido. ¡Verdaderamente es la Madre de los santos y de los pecadores! Luego levanta a Pedro. Le vuelve a consolar. Le dice como diría a un niño: “Ahora estoy más contenta. Sé que estás aquí. Ahora vete allá con las mujeres y con Juan. Tenéis necesidad de descanso y alimento. Vete. Y sé bueno”. ■ Y, mientras en la casa donde reina ahora más tranquilidad que en la noche anterior,  tienden a volver las costumbres humanas del sueño y del alimento, en una casa que presenta el aspecto cansado y resignado de las moradas donde los supervivientes, despacio, vuelven en sí de la impresión recibida por la muerte, María es la única que quiere permanecer en pie. Firme en su lugar, en su espera, en su oración. Siempre, siempre, siempre; por los vivos y por los muertos, por los justos y culpables, por el regreso, el regreso de su Hijo. Su cuñada quería quedarse con Ella. Pero ahora está durmiendo profundamente, sentada en su rincón, con la cabeza arrimada a la pared. Marta y María vienen por dos veces, pero cargadas de sueño se retiran a una habitación cercana y, después de algunas palabras, se entregan al descanso… Más allá, en una pequeña habitación, duermen Salomé y Susana; mientras que, encima de dos esteras echadas en el suelo, duermen rumorosamente Pedro y Juan. El primero todavía con un sollozo mecánico que parece escucharse en su roncar. El segundo con una sonrisa de niño que sueña en algo bello. La vida vuelve a sus hábitos y la carne a sus derechos… Solo la Estrella de la mañana brilla insomne, con su amor que vela cerca de la imagen de su Hijo. Y así pasa la noche del sábado, hasta que el canto del gallo, cuando brota el alba, hace poner de pie a Pedro con un grito. Un grito de espanto, de dolor con el que despierta a los que están durmiendo. Ha terminado la tregua para ellos y empieza de nuevo la pena; mientras que para María solo va aumentando el ansia de la espera. (Escrito el 31 de Marzo de 1945).
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1  Nota  : “Estoy cierta que si hubiera dicho: «No es posible que resucite», se hubiera quedado en nada la Redención”.- Esta afirmación de la Virgen parece equivocada y necia. Al contrario, es exacta y muy cabal. Según el plan divino de la Redención estaba establecido que, como el género humano había ido a la ruina por causa de Adán y Eva que formaron un único principio de muerte, así fuese restaurado por el nuevo Adán, Jesús, y por la nueva Eva, María, constituyendo un solo principio de nuevo nacimiento. María de hecho no sólo es la Madre del Redentor, sino su compañera activa con Él, como lo atestigua la antigua tradición, iluminada y esclarecida a través de los siglos con la ayuda del Espíritu Santo, que ha puesto en luz que el paralelismo (analógico) entre Eva y María no consiste propiamente en la maternidad (Eva no fue madre de Adán, pero María, sí de Jesús) sino precisamente en la asociación en la obra, de subyugación de parte de Eva, de Redención de parte de María. ; 2  Nota  :  Jonás y  Marcos.  Padre e hijo, sirvientes de la casa de Lázaro en el Getsemaní.
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.                           b) Dictados extraídos de los «Cuadernos 1943/1950»
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43-44.- Sagrado Corazón.- El puesto de corredentores.
* “Estoy con mi Corazón abierto que gotea sangre, al igual que de mis ojos gotean lágrimas. Y caen, sangre y llanto, inútilmente sobre la tierra”.- ■ Dice Jesús: “Para ser salvados, pobres hombres que tembláis de miedo, bastaría con que vosotros, como hijos verdaderos y no como bastardos, de los que soy Padre sólo de nombre mientras que el verdadero padre es el otro, bastaría con que supieseis arrebatarme del Corazón una chispa de Misericordia. Y no desearía sino que me la arrebatarais. Estoy con el pecho abierto para que podáis llegar más fácilmente a mi Corazón. He dilatado la herida de la lanza en mi Corazón para que podáis entrar en él: mas de nada sirve. He hecho que vuestras infinitas ofensas sirvan como cuchillo de sacrificador para abrirla más y más, porque el Amor sabe hacer esto. Aun el mal lo transforma en bien, mientras que vosotros, de todo el bien que os he hecho —pues os he dado hasta a Mí mismo que soy el sumo Bien— os servís de él de modo tan impúdico que llega a ser para vosotros instrumento de mal. ■ Estoy con mi Corazón abierto que gotea sangre, al igual que de mis ojos gotean lágrimas. Y caen, sangre y llanto, inútilmente sobre la tierra. La tierra es más compasiva que vosotros con su Creador. Abre sus arenas para recibir la Sangre de su Dios. Y vosotros, por el contrario, me cerráis vuestro corazón, único cáliz adonde Ella querría descender para encontrar amor y dar alegría y paz”.
* El puesto de los corredentores, a cuya cabeza está María, mi Madre,  será diferente del de los mártires y del de los salvados: un puesto especial. Estará en medio de ambas filas.-Jesús: “Miro a mi grey… ¿mía? Ya no es mía. Erais mis ovejas y os habéis salido de mis majadas… fuera habéis encontrado al Maligno que os ha seducido y ya no os habéis acordado de que, al precio de mi Sangre, Yo os había recogido y salvado de los lobos y mercenarios que os querían dar muerte. He muerto por vosotros para daros la Vida y vida plena cual Yo la tengo en el Padre. Mas vosotros habéis preferido la muerte. Os habéis colocado la enseña del Maligno y él os ha mudado a chivos salvajes. Ya no tengo grey. Llora el Pastor. Sólo me queda alguna cordera fiel, pronta a ofrecer su cuello al cuchillo del sacrificio para mezclar su sangre, no inocente sino amante, con la mía inocentísima y llenar el cáliz que será elevado el último día, en la última Misa, antes de que seáis llamados al tremendo Juicio. ■ Por aquella Sangre y por aquellas sangres, Yo podré, en la última hora, segar mi última mies entre los últimos salvados. Todos los demás… servirán de paja para el lecho de los demonios y de ramulla en el incendio eterno.  Mis corderas estarán conmigo en un puesto escogido por Mí para su feliz descanso tras de tanta lucha. Su puesto es diferente del puesto de los salvados. Para los generosos hay allí un puesto especial. Entre los mártires, no; ni tampoco entre los salvados. Hay menos de los primeros y muchos más de los segundos. Y estarán en medio, entre ambas filas. Perseverad, vosotros que me amáis. Aquel puesto es merecedor de cualquier fatiga presente porque es puesto de los corredentores, a cuya cabeza está María, mi Madre”. (Escrito el 1 de Junio de 1943).
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43-128.- La Sangre divinísima.
*  “Pido Yo, ahora sobre todo, que no se malpierda esa Sangre y se derrame sobre cuantos no se preocupan de Ella”.- ■ Dice Jesús: “Esta vez me presento a ti con otro ropaje. La Eucaristía es Carne, mas también Sangre. Aquí me tienes bajo el ropaje de Sangre. Mira cómo trasuda y brota en arroyuelos por mi rostro desfigurado, cómo escurre a lo largo del cuello, sobre el torso, sobre el vestido doblemente rojo al empaparse con mi Sangre. Fíjate cómo baña mis manos ligadas y baja hasta los pies y el suelo. Soy verdaderamente Aquel que pisa las uvas del que habla el profeta, mas el que me ha pisado ha sido el amor. De esta Sangre que derramé toda, hasta la última gota, por la Humanidad, ¡qué pocos saben valorar su precio infinito y disfrutar de sus méritos poderosísimos! Pido Yo ahora a quien lo sepa contemplar y comprender, que imite a la Verónica y enjugue con su amor el Rostro sanguinoliento de su Dios. Pido Yo ahora a quien me ame, que cure con su amor las heridas que de continuo me infieren los hombres. Pido Yo ahora, sobre todo, que no se malpierda esa Sangre, que recoja con atención infinita hasta la más insignificante de sus gotas y se derrame sobre cuantos no se preocupan de Ella”.
* Oración a la Sangre Divina.-Jesús: “En este mes, que está a punto de terminar, ha sido mucho lo que te he hablado de mi Corazón y de mi Cuerpo en el Sacramento. Ahora, para el mes de mi Sangre, haré que le ruegues a Ella. Dirás pues así: «Sangre divinísima que brotas para nosotros de las venas del Dios humanado, desciende cual rocío de redención sobre la tierra contaminada y sobre las almas a las que el pecado las hace semejantes a los leprosos. Heme aquí, yo te acojo, Sangre de mi Jesús, y te derramo sobre la Iglesia, sobre el mundo, sobre los pecadores, sobre el Purgatorio. Ayuda, conforta, limpia, enciende, penetra y fecunda, ¡oh jugo divinísimo de Vida! Que la indiferencia y la culpa no pongan obstáculos a tu fluir, antes, por los pocos que te aman, por los innumerables que mueren sin Ti, acelera y difunde sobre todos esta divinísima lluvia para que se acerquen a Ti confiados durante la vida, sean por Ti perdonados en la muerte y lleguen contigo a la gloria de tu Reino. Así sea». ■ Basta por ahora. Yo aplico mis venas abiertas a tu sed espiritual. Bebe de esta fuente. Conocerás el Paraíso y el sabor de tu Dios, sabor que nunca decaerá si tú sabes venir siempre a Mí con tus labios y tu alma purificados por el amor”.
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(<María Valtorta explica al Padre Migliorini cómo escribió este último fragmento>)
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* Visión interna de María Valtorta: Jesús herido y goteando Sangre.- ■ Como Ud. puede fácilmente comprender el fragmento es una vista interna (¿se dice así?) de mi Jesús herido y goteando sangre. No es el bello Jesús vestido de blanco, arreglado, majestuoso, de las otras veces, ni tampoco el Niño resplandeciente de la última vez sonriendo en el regazo de María. Es un triste, tristísimo Jesús, cuyas lágrimas se mezclan con su sangre, contuso, despeinado, con el vestido manchado, atadas las manos, la corona bien apretada en la cabeza. Veo distintamente la corona de gruesas espinas, no largas sino espesísimas, que penetran y rasgan sus carnes. Cada pelo tiene su gota de sangre y ésta desciende, en arroyuelos, de la frente sobre los ojos, a lo largo de la nariz, bajando por la barba y el cuello sobre el vestido, gotea sobre la tierra tras haber bañado los pies. Mas lo que es tristísimo de ver es su mirada… Demanda compasión y amor y trasluce, bajo su resignada mansedumbre, un dolor infinito. ■ También aquí, si fuera capaz, querría poder pintarlo para Usted y para mí. Porque, si bien lo pienso, ningún cuadro de Jesús ni de María, que yo conozca, se asemeja a lo que yo veo, ni en los rasgos ni en la expresión. Ésta, sobre todo, falta en la obra de los autores. Pero, ¡yo llegar a ser pintora…! Nada es imposible para Dios, es cierto;  ¡mas es esto algo muy gordo…! Y creo que el buen Dios no lo hará para que ni con esto llegue a complacerme… (Escrito el 28 de Junio de 1943).
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43-138.-  Festividad de la Preciosísima Sangre. “En mi Sangre está la salvación”.
* Esta Sangre, cuando aún no existía, habló bajo la figura del cordero mosaico, bajo el velo de las palabras proféticas en el signo Tau preservador; habló, después de ser derramada, por boca de los apóstoles; grita su poderío en el Apocalipsis; invita con su llamada por boca de los místicos. Mas… ni es amada….- ■ Dice Jesús: “No le es dado a vuestra capacidad intelectual tan limitada ni a vuestra espiritualidad embrionaria conocer el misterio de la naturaleza de Dios. Mas a los espirituales de entre la masa de los que están señalados verdaderamente con mi Sangre, se les desvela con mayor claridad el misterio porque mi Sangre es Ciencia y mi predilección Escuela. Hoy (1) hay una gran fiesta en el Cielo porque todo Él canta el «Sanctus» al Cordero que derramó su Sangre por la Redención humana. Tú eres una de las pocas, poquísimas criaturas que veneran mi Sangre cual debe ser venerada. Mas a quienes la veneran, esa Sangre, desde que fue derramada, le habla con palabras de vida eterna y de ciencia supersensible. Si mi Sangre fuese más amada y venerada, más invocada y creída, se evitarían muchos de los males que os arrastran al abismo. ■ Esta Sangre, cuando aún no existía, habló bajo la figura del cordero mosaico, bajo el velo de las palabras proféticas en el signo Tau preservador; habló, después de ser derramada, por boca de los apóstoles; grita su poderío en el Apocalipsis; invita con su llamada por boca de los místicos. Mas… ni es amada, ni recordada, ni tampoco invocada ni venerada. Tantas festividades como tiene mi Iglesia y falta una solemnísima para mi Sangre. ¡Y en mi Sangre está la salvación!”. (Escrito el 1 de Julio de 1943).
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1  Nota  : 1º de Julio, festividad de la Preciosísima Sangre.
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43-143.- La Madre no se diferencia del Hijo ni en la naturaleza humana ni en la misión sobrehumana de la Redención.- María Corredentora.
* “El quedar sin la unión con su Hijo y Dios suponía para Ella, la llena de Gracia, tal congoja que, sin ayuda especial, le hubiera producido la muerte”.- ■ Dice Jesús: “Escribe acto seguido mientras estoy aún en ti con mi Cuerpo, Sangre, Alma y Divinidad. Por eso tienes en ti la plenitud de la Sabiduría. María vivió eucarísticamente durante casi toda su vida. ■ La Madre no se diferencia del Hijo ni en la naturaleza humana ni en la misión sobrehumana de la Redención. El Hijo, para llegar al ápice del dolor, hubo de gustar la separación de su Padre: en el Getsemaní, sobre la Cruz. Fue el dolor llevado a cimas y asperezas infinitas. La Madre, para llegar al ápice del dolor, hubo de gustar la separación de su Hijo durante los tres días de mi sepultura. María entonces se encontró sola. Únicamente le quedaron la Fe, la Esperanza, y la Caridad. Porque Yo estaba ausente. Fue la espada no clavada sino «atravesada» y «hurgante» en su corazón. Si no murió de ella fue tan sólo por voluntad del Eterno. Porque el quedar privada de la unión con su Hijo y Dios: suponía para la llena de Gracia tal congoja que, sin una gracia especial, le hubiera producido la muerte”.
«Los secretos de María son demasiado puros y divinos para que mente humana los pueda conocer»Aquella hora dolorosísima… era necesaria para completar cuanto faltaba a mi Pasión”.  ■ Jesús: “Muchas son las páginas secretas que desconocéis acerca de la vida de la Corredentora Purísima. Os lo dije ya: «Los secretos de María son por demás puros y divinos para que mente humana los pueda conocer». De ellos os insinúo tan sólo aquel poco que sirva para aumentar en vosotros la veneración hacia la más Santa del Cielo después de Dios. ■ Aquella hora dolorosísima, dentro del mar de dolores que fue la vida de mi Madre, consagrada al supremo dolor y al gozo supremo de su concepción, era necesaria para completar cuanto faltaba a mi Pasión. María es Corredentora. Por consiguiente, siendo todo en Ella inferior únicamente a Dios, también su dolor debería ser de una magnitud tal que nunca criatura humana alguna podría jamás alcanzar. Ahora ve a orar. En verdad, ya te lo había dado a entender, mas tu imperfección lo confundió. Lo repito para clarificación del Padre (1) y tuya”.
¡Así estamos nosotros estupendamente servidos…! Veo a Jesús Maestro, vestido de blanco, al lado de mi cama, en donde usted se pone cuando me confiesa. (Escrito el 2 de Julio de 1943).
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1  Nota  : Padre Migliorini.
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43-166.- Sangre de Jesús.
* No ha de olvidarse que Jesús, para salvarnos, con su Sacrificio sublime y completo, dio a los hombres toda su Sangre divina.- ■ Dice Jesús: “Ha venido estableciéndose en las ciudades y comarcas más importantes una asociación benéfica con la denominación de «Donantes de Sangre», constituida por voluntarios que, a requerimiento de los médicos, dan su sangre a los desangrados civiles o militares. Muchas son las vidas que de este modo se han salvado y estas personas generosas son ensalzadas y puestas como ejemplo a la Nación, ayudándoseles a superar la debilidad consiguiente al acto. Se les tiene en suma, en un ambiente de privilegio. Esto es justo. La suya es una caridad grande y si Yo prometí premiar a quien da un vaso de agua en mi Nombre, sabré ciertamente otorgar un gran premio a quien sabe dar su sangre por caridad a su prójimo y no desvirtúa el mérito de su caridad con culpas graves. ■ Ahora bien, ¿no pensáis que Yo di toda mi Sangre no para salvar una carne que, a la postre, habría siempre de morir, sino para dar salvación de vida eterna a la parte que nunca  habrá de morir? Os di mi Sangre, y ésta era sangre de un Dios, entre inauditos tormentos e inauditas ofensas. Os la di sin que me la pidierais. Os la di por amor. Para podérosla dar me revestí de carne; para podérosla dar me exilé de los Cielos; para podérosla dar sufrí durante treinta y tres años hambre, frío, cansancio, ofensas, befas. Terminé mi vida soportando la traición que atormenta más que una herida, el beso infame que quema más que una hoguera, las sevicias de los sacerdotes embusteros, de los gobernantes insensatos, de una plebe desagradecida y sin escrúpulos, soportando los escarnios de la soldadesca pagana, las torturas impuestas por una ley humana, una sentencia afrentosa, una muerte horrible, y todo para daros mi Sangre. Las últimas gotas de mi Sangre, que bañara las calles y plazas de Jerusalén dejando sus marcas en el palacio donde se asentaban un poder mal interpretado y un corazón temeroso tan solo de perder el poder, habíanse recogido entre el corazón y los pulmones privados ya de movimiento y esas gotas me fueron sacadas violentamente. Mas, al separarse mi Espíritu de la carne a la sazón extinta, me gocé de que hasta esas gotas de sangre fuesen derramadas”.
* Vino a darnos toda su Sangre y, de continuo, nos la da en los sagrados misterios…; y volvería a dárnosla de forma humana; mas sabe que es inútil… Solo los signados con la Sangre divina poseerán a Dios sin velos ni limitaciones.- ■ Jesús: “Vine para daros toda mi Sangre, y la di, y, de continuo, os la doy en los sagrados misterios. Mas si supiese, ¡oh perfectos paganos, duros negadores de vuestro Dios crucificado!, que con una nueva venida mía os habíais de convertir, vendría para daros mi Sangre en forma humana cual lo querríais vosotros que solo vivís de la carne y de la sangre habiendo matado o embotado el espíritu y, junto con el espíritu, el amor y la fe. Mas de nada serviría. Aumentaríais el peso de vuestras culpas a los ojos del Padre y si entonces tuve uno que me vendió por treinta denarios, ahora tendría mil y cien mil de ellos que me venderían por el beso de una pecadora, por las ventajas de una promoción o por menos aún. Deciros que sois y que vivís de la carne y de la sangre es todavía haceros un elogio. Vivís del fango y en el fango, nuevos fariseos que os golpeáis el pecho y simuláis una religión y una fe de las que hacéis trampolín para vuestra utilidad únicamente, utilidad puramente terrena. Vivís, no ya solo en el fango sino hasta en la más limosa materia, vosotros que no tenéis siquiera ni la falsa piedad de los nuevos fariseos y sois peores que los paganos de hace veinte siglos y así añadís, delitos a la lujuria y toda clase de latrocinios, vicios de todas las magnitudes. Mas, conforme a la antigua ley, quien usa de una cosa mala, morirá con ella. Y así vosotros que vivís en el fango, moriréis en el fango, os precipitaréis del fango de la tierra al fango del infierno porque destruisteis mi Ley en vuestros corazones,  mi nueva Ley de piedad, de amor, de pureza y de bondad. ■ Mas por millonésima vez, en verdad, os digo que solo aquellos que están signados con mi Sangre y que viven, no en enemistad sino en amistad con Cristo Crucificado, verán en la hora de la muerte despuntar la aurora del eterno día en que termina toda tribulación que es reemplazada por la bienaventuranza de poseer para siempre a Dios sin velos ni limitaciones”. (Escrito el 8 de Julio de 1943).
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43-228.- “Yo con mi Sangre  y  María con sus lágrimas os obtuvimos el perdón”.
* María llevó la cruz antes que Jesús ya que conoció por anticipado (por ser la llena de Gracia) la desgarradora misión de su Hijo. Las almas amantes (almas víctimas) sufren y mueren por las injurias hechas a Dios.- ■ Dice Jesús: “Cuando una criatura es realmente hija de su Señor, sufre tanto por las injurias que ve cometer contra Él, que ninguna satisfacción de la Tierra, aun la más santa y grande, la puede consolar. Mi Madre, y con Ella tantas otras santas madres de la antigua y de la nueva Ley, no se sentía felicísima en su felicidad de madre y Madre de Dios, porque veía que Dios no era amado en espíritu y en verdad sino de pocos. La Gracia que le inundaba el alma con su plenitud le anticipaba el conocimiento del sacrilegio con que la verdadera arca de la Palabra de Dios habría de ser tomada, profanada y muerta por un pueblo enemigo de la Verdad. No murió, como la nuera de Elí, al tener este conocimiento, porque Dios la asistió, debiéndola reservar para el dolor total: pero agonizó por él durante todo el resto de su vida. Mi Madre llevó la cruz antes que Yo. Mi Madre conoció las torturas atroces de los crucificados antes que Yo. Comenzó a llevarla y a conocerlas desde el momento en que le fue revelada su misión y la mía. ■ Yo con mi Sangre y María con sus lágrimas os obtuvimos el Perdón de Dios. Y ¡qué poco caso hacéis vosotros de ello! Las criaturas que aman a Dios con verdadero amor sufren por la injuria hecha a Dios como si otras tantas espadas les atravesasen el corazón y hasta llegan a morir por ellas: víctimas cuyo holocausto es como suave incienso que perfuma el trono del Señor y como agua que lava las culpas de la Tierra”.
* Mas para salvarse no basta el holocausto de las víctimas sino que es preciso que el pueblo torne a Dios y realice las obras ordenadas por Él. Y puesto que el corazón de los hombres está ocupado por otros dioses el Señor se ve obligado a castigar.Jesús: “Dice el Libro: «Si tornáis a Dios de todo corazón, quitad del medio a los dioses extranjeros; preparad vuestros corazones al Señor y servidle solo a Él y Él os librará de las manos de los Filisteos». Para ser salvado, no le basta a un pueblo el sacrificio inocente del que muere de dolor al ver ofendido a su Dios y heridos los culpables por la justicia divina. Es indispensable que el pueblo, en su totalidad, torne al Señor. Dije Yo: «No los que dicen: Señor, Señor; sino los que hacen lo que Yo digo que se haga serán escuchados y entrarán en mi Reino». Ahora bien: ¿ya hacéis lo que digo que hagáis para vuestro bien? No. Que este pueblo me honra con los labios, pero su corazón no está conmigo. No reino Yo en vuestros ánimos. El puesto se halla ocupado por falsas deidades que causan vuestra ruina y de las que no sabéis desentenderos. Vuestra soberbia impide a vuestro corazón deshacerse de dolor por haber ofendido a Dios y derramar, exprimido por ese dolor, el agua del llanto que purifica. Vuestra incontinencia ante los estímulos de la carne impide que salgan de vuestro corazón pensamientos puros. Vuestra dureza impide a vuestro corazón ser misericordioso y quien no tiene misericordia no recibe de Dios misericordia. ¡Cuántos dioses tenéis en el corazón ocupando el puesto del Dios verdadero! Y así Yo no puedo libraros de las manos de los Filisteos; libraros de ellos con la plenitud de la liberación. Que cae uno de vuestros enemigos, pues surgen dos de ellos. ¿Soy acaso injusto? No. ¿No hacéis vosotros algo semejante cuando quitáis, si es que lo quitáis, un vicio de vuestro corazón y ponéis en él siete y tres veces siete más? ■ ¡Oh hijos, hijos que me obligáis a castigaros! A castigaros a todos, puesto que para herir a una Nación que cayó en el triple y séptuplo pecado, debo herir también con ella a los santos. Mas las lágrimas de los santos Yo las enjugo mientras que las de los rebeldes, derramadas, no por el dolor santo del espíritu sino por el dolor torpe de la carne que sufre como en ser inferior y se rebela con el llanto e impreca a su justo Dios, serán enjugadas por el hálito de los demonios. Y os aseguro que el fuego que ahora os abrasa, bajando de lo alto a través de vuestras máquinas infernales, nada es comparado con el peor de los tormentos: el de no ver eternamente a vuestro Dios”. (Escrito el 1 de Agosto de 1943).
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43-235.- Visión de Jesús tristísimo.
* “¡Sufro tanto…!”.-  ■ La tarde del mismo 2 de Agosto, reaparece el Jesús doloroso en su vestimenta de sangre, aquel que se exprimió a Sí mismo a fin de ser para nosotros licor de vida. Se halla tristísimo. Tan sólo me dice dos palabras: “¡Sufro tanto…!”. Pero no me las dice propiamente moviendo los labios. No es como las otras veces que le veo triste o sonriente, mas siempre con la boca cerrada, si bien su palabra afecta a mi espíritu. Ahora mueve ciertamente sus labios y dice: “¡Sufro tanto…!” y su acento es tan triste, tan deprimido, que me hiere como una espada. ■ ¿De qué sufre, especialmente esta tarde, mi Jesús? ¿Quién le ha herido hasta hacerle sangrar y llorar? ¿Qué puedo hacer yo por Él para hacerle sonreír? Entiendo que una culpa grave, no sé por quién ni dónde, se ha cometido esta tarde, y nada más comprendo. Hoy, por cumplir con los deberes de la hospitalidad, ha sido poco lo que he podido rezar. Mas la caridad para con los peregrinos es siempre oración, ¿no es así? Por eso no pienso que sufra por mí y esto me tranquiliza. (Escrito el 2 de Agosto de 1943).
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43-240.- Doble cualidad de la Sangre de Jesús: de Perdón y de Condena. Petición de almas víctimas para salvar al mundo.
* La Sangre del Señor continúa obrando milagros de perdón en quien le acoge y le ama, y dictando juicios de condena contra quien le rechaza y le odia como sucedió en el trance del sacrificio divino. ■ Dice Jesús: “Mi Sangre, reclamada con ira sobre sí mismos por mis enemigos y acusadores, no ha perdido su doble cualidad de perdón y de condena. Pasan hija, los siglos; pero Yo y todo cuanto es mío perdura en un eterno presente. En la hora de las tinieblas en las que resplandecía tan solo la púrpura de mi Sangre divina como faro que quería salvar al género humano, pero que de pocos fue visto, acaeció lo que, a través de los siglos, se repite y se repetirá mientras la Tierra exista. Derramada con amor infinito, donde encontró amor obró milagros de redención; mas vino a ser condenación para quien respondió con ira y con odio al sacrificio de un Dios. ■ Y ¿qué me dices de esto? Yo era Dios. Los profetas habían anunciado mi venida. Los milagros por Mí realizados habían corroborado sus palabras. Yo mismo, en el trance de un juicio extremo en el que el acusado no miente, había confirmado mi naturaleza divina. Y, con todo, me mataron. No tienen en su disculpa, aquellos enemigos de Cristo, el haber ignorado quién fuese Aquel a quien acusaban y querían ver muerto. Por eso fue más severa su condena, porque, recuerda siempre: a aquel a quien más se le da de amor, de beneficios, de conocimiento, más se le pide. La idea de mi Bondad no debe eximiros del deber del respeto. ■ Mas, también ahora, hija mía, ahora también, ¿no sucede lo propio? También ahora no ignora el mundo que, para salvarse, para estar en paz, para ser felices, le es necesaria mi ayuda. Y bien: ¿qué hace el mundo? Me acusa y me maldice. Me acusa de no amarle, de ser cruel, de ser indiferente y me maldice por estas faltas de las que no soy culpable. Y ¿cómo puede el mundo acusar a Dios? ¿Cómo puede el hombre maldecir a Dios? Semejantes a los de la hormiga que intentara volcar un peñasco del monte, son los vanos empeños del hombre que odia a Dios. Lo que consigue es arruinarse y despeñarse en su esfuerzo sacrílego. Esto para aquellos que son los modernos descendientes de los antiguos hebreos. Vienen después los otros, los menos culpables de entre la masa de los culpables. Estos no maldicen ni acusan abiertamente, pero no ruegan con confianza, no viven con sacrificio ni aman con ardor. Son pequeñas máquinas bien accionadas tal vez por el mecanismo espiritual, pero sin fuerza motriz propia. Son aguas que fluyen por la inercia de siglos de cristianismo, nada más que por eso, no por voluntad propia. Y, lo mismo que las aguas acumuladas en una llanura plana muy lejos de la montaña de la que brotaron, se estancan por su excesiva falta de impulso y se corrompen. No es corrompiendo ni rebelándose como se salva el mundo”.
* Almas víctimas para salvar al mundo que acusa a Dios y no piensa que su mal proviene de haber pecado contra Dios y contra el hombre.-Jesús: “Y te digo, en verdad, que si no vienen males mayores a esta pobre raza humana por la que morí, no es ciertamente en gracia de oraciones sin alma ni de existencias amorfas sino que quien salva al mundo, y hasta ahora lo ha salvado, son los pocos en quienes mi Sangre ha obrado los prodigios del amor al encontrarlos cálices de amor elevados al cielo. Pero, ¡veo con tanto dolor que son cada vez menos aquellos en quienes prende el Amor…! ¡Las almas víctimas! ¡Mis víctimas! ¡Oh! ¿quién proporciona al Redentor, a la gran Víctima, un ejército de víctimas para salvar al mundo que acusa a Dios de pecado y no piensa que su mal proviene de haber pecado el hombre contra Dios y contra el hombre?”. (Escrito el 6 de Agosto de 1943).
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43-303.- “Soy el Eterno Inmolado”.
“No se inició mi holocausto con mi vida corporal… Ese holocausto, llevado a cabo por la Segunda Persona, es como un latido en el centro del corazón eterno de nuestro Ser. Desde siempre. Eterno, como somos eternos Nosotros. Todo previsto y todo preordenado desde la eternidad”. ■ Dice Jesús: “Y creed con séptuplo amor: que Yo, el eterno Inmolado, soy con justa razón llamado así porque, desde antes de que existiera el tiempo, fui Yo destinado a ser inmolado para salvaros. No se inició mi holocausto con mi vida corporal. No. Fue desde antes de que Yo me hiciese carne en el seno de la Virgen. No comenzó con la caída de Adán. No. Fue desde antes de que Adán pecase. Ni comenzó cuando dijo el Padre «hagamos al hombre». No. Fue anterior a ese pensamiento creador. ■ Ese holocausto, llevado a cabo por la segunda Persona de Nuestra Trinidad santa, es como un latido en el centro del corazón eterno de nuestro Ser, desde siempre. Desde siempre, ¿entiendes? Eterno, como somos eternos Nosotros. Todo previsto y todo preordenado desde la eternidad. Yo soy el eterno Inmolado, la Víctima eterna, el que os transfunde su Sangre para curaros de las enfermedades de las culpas, el que con Ella os vuelve a soldar con Dios, el que os da todas las certezas de la fe y de la esperanza y os nutre con su caridad para que podáis creer, vivir en Dios, santificaros mediante la Palabra que no muere y que no permite que quien de ella se nutre muera. ■ Creed en Mí, amigos míos, y pedidme la gracia de creer cada vez más. La luz de la Fe y la de la Caridad os permitirán ver cada vez más claramente, ya desde esta vida, a vuestro Dios y a vuestro Jesús”. (Escrito el 28 de Agosto de 1943).
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43-335.- El sacrificio debía ser total: abarcando los tres aspectos del hombre: el físico, el moral, el espiritual. “«El Cielo estaba cerrado» no se contradice con decir que los 7 Arcángeles, presentes de continuo ante el trono de Dios, estuvieron presentes en mi Sacrificio”.
* “De haber estado conmigo el Padre, mi Espíritu no habría sufrido… Tan solo habría quedado reducido al sacrificio de la Carne. Pero el holocausto que Yo debía sufrir tenía que ser total”.- Dice Jesús: “El arcángel Miguel, al que vosotros invocáis en el «Confiteor», aunque, conforme a vuestra costumbre, con el alma ausente, demasiado ausente, se hallaba presente a mi muerte de cruz. Los siete grandes Arcángeles, que están de continuo ante el trono de Dios, estaban todos presentes a mi Sacrificio. Y no cabe decir que eso está en contradicción con lo que dije: «El Cielo estaba cerrado». El Padre, lo repito estaba ausente, alejado en el momento en que la Gran Víctima llevaba a término su Inmolación por la salvación del mundo. De haber estado conmigo el Padre, el Sacrificio no habría sido total. Hubiera quedado reducido tan solo al sacrificio de la Carne condenada a muerte. Pero el holocausto que Yo debía cumplir tenía que ser total. Ninguno de los tres aspectos del hombre, el carnal, el moral y el espiritual, debía quedar excluido del sacrificio, ya que Yo me inmolaba por todas las culpas, no solo por las del sentido. Resulta pues de aquí comprensible que, tanto mi parte moral como la espiritual, debían ser trituradas y aniquiladas en la muela del tremendo Sacrificio. Y es así mismo comprensible que, de haber estado unido con el Padre, mi Espíritu no habría sufrido. ■ Mas me encontraba solo. Alzado, no material sino espiritualmente, a una distancia tal de la Tierra que consuelo alguno podía llegarme de ella; aislado, por tanto, de todo consuelo humano; alzado sobre mi patíbulo, había llevado a él el peso inconmensurable de la culpa de toda la humanidad de pasados milenios y de milenios futuros  y ese peso me abrumaba más que el peso de la Cruz arrastrada con tanta fatiga, por un cuerpo ya agónico, por las empinadas, caldeadas, pedregosas calles de Jerusalén, entre las burlas y empellones de una chusma embrutecida. Estaba sobre la Cruz con el sufrimiento total de mi carne torturada y con el supersufrimiento de mi espíritu abatido por un cúmulo de culpas que auxilio alguno me ayudaba a soportar. Era un náufrago en medio de un océano tempestuoso que debía morir así. Quebrantóse mi Corazón bajo la angustia de este peso y de este abandono. ■ Era mi Madre la que estaba a mi lado. Ella, sí. Nosotros dos éramos los Mártires envueltos en el dolor y en el abandono. Y el vernos el uno al otro era tortura añadida a la tortura. Porque cada lamento mío laceraba las fibras de mi Madre y cada gemido suyo era un nuevo azote sobre mis carnes flageladas y un nuevo clavo atravesado, no en las palmas de mis manos sino en mi propio Corazón. Unidos y a la vez separados para mayor sufrimiento, con el Cielo cerrado sobre nosotros bajo la ira del Padre y tan alejados…”.
* “Gabriel y sus celestiales compañeros recogieron en su mente luminosa todos los pormenores de aquella hora para exponerlos, cuando ya no exista el tiempo, a los resucitados”.-■ Jesús: “Ahora bien, los arcángeles se hallaban presentes a la Inmolación del Hijo de Dios por la salvación del mundo, y a la Tortura de la Virgen Madre. Y si está dicho en el Apocalipsis que en los últimos tiempos un Ángel hará la ofrenda al trono de Dios del incienso más santo antes de esparcir sobre la Tierra el fuego precursor de la ira divina, ¿cómo no pensáis que entre las plegarias de los santos, incienso imperecedero y digno del Altísimo, no estén, con preferencia a todas, las lágrimas, suplicantes más que palabra alguna, de mi Santa bendita, de mi Mártir dulcísima, de mi Madre, recogidas por el ángel que le llevó el anuncio y recogió su asentimiento, testigo angélico de las nupcias sobrenaturales por las que la Naturaleza divina se unió a la naturaleza humana, y elevó hasta su altura una carne y abajó su Espíritu hasta hacerse carne para restablecer la paz entre el hombre y Dios? ■ Gabriel y sus celestiales compañeros, inclinados ante el dolor de Jesús y de María, imposibilitados para aliviarlo por ser aquella la hora de la Justicia, mas en modo alguno ausentes de él, recogieron en su mente luminosa todos los pormenores de aquella hora, todos, para exponerlos, cuando ya no exista el tiempo, ante los resucitados, constituyendo gozo para los bienaventurados y anticipada condena para los réprobos, un adelanto para unos y otros de lo que Yo, Juez supremo y Rey Altísimo, les daré”.
.   Jesús ha comenzado a hablar mientras yo recitaba el “Confiteor” y mi mente ha visto  a Gabriel, luz aúrea, curvado en adoración sobre la Cruz, así creo, puesto que yo no veía la Cruz. (Escrito el 13 de Septiembre de 1943).
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43-337.- «Fiesta de la  S. Cruz»: «del Sacrificio»: «de la Sangre».
* “En este mi sufrir y sangrar en determinados lugares se encierra su por qué”.- ■ Dice Jesús: “Se llama «Fiesta de la S. Cruz», estaría mejor decir: «Fiesta del Sacrificio», porque sobre la Cruz se realizó la apoteosis de mi Sacrificio Redentor. Y al decir: del Sacrificio, se podría igualmente decir: «de la Sangre», ya que sobre la Cruz terminé de derramar mi Sangre hasta la última gota, aun cuando ya no era sangre sino suero de la sangre: el postrer exudado de un cuerpo que muere. ¡Cuánta Sangre, María! La derramé por todo, para santificarlo todo y a todos. Hasta en este mi sufrir y sangrar en determinados lugares se encierra su porqué que vosotros no indagáis pero que Yo te quiero revelar. ■ La derramé en el Getsemaní, huerto y olivar, para santificar el campo y las faenas del campo. El campo creado por mi Padre con sus mieses, sus vides, sus frutales, sus plantitas más diminutas, pero todas útiles al hombre, cuyo aprovechamiento y cultivo mi Padre, con sobrenatural instrucción, enseñó a los primeros hombres de la tierra. La derramé allí para santificar la tierra y a los agricultores, entre los que están comprendidos también los pastores de las distintas especies de animales que el Padre concedió al hombre para su ayuda y sustento. ■ Derramé mi Sangre en el Templo, puesto que allí se me había herido ya con piedras y garrotes, para santificar, en el Templo de Jerusalén, el futuro Templo, cuyos cimientos se iniciaban en aquella hora: mi Iglesia y todas las iglesias, casa de Dios y ministros de ellas. ■ La derramé también en el Sanedrín porque, aparte de la Iglesia, representaba igualmente a la Ciencia. Y solo Yo sé cuánta es la necesidad de santificación que tiene la ciencia humana que se apoya en sí para negar la Verdad y no para creer cada vez más en Ella viendo a través de los descubrimientos de la inteligencia humana. ■ La derramé en el Palacio de Herodes por todos los reyes de la tierra, investidos por Mí del supremo poder humano para la tutela de los pueblos y de la moralidad de sus Estados. Solo Yo sé también cuánta, cuánta, cuánta es la necesidad que hay de que en las cortes recuerden que Uno sólo es Rey; el Rey de los reyes y que su Ley es la ley soberana, incluso para los reyes de la tierra, los cuales lo son hasta tanto Yo haya de intervenir para privarles de la corona, de la que, bien por culpa manifiesta y personal o por debilidad —culpa ésta, aunque inmaterial, no menos condenada y condenable por ser causa de tantas ruinas— ya no son dignos. ■ Y derramé así  mismo mi Sangre en el Pretorio donde residía la Autoridad. Qué sean, para qué y hasta cuándo las autoridades y el poder, te lo dije ya hace tiempo (1). Lo que debieran ser para no ser maldecidos por el eterno Justo, esas autoridades lo pueden conseguir tan sólo mediante la obediencia a mi Ley de amor y de justicia y por mi preciosísima Sangre que desbarata el pecado en los corazones y corrobora los espíritus haciéndolos capaces de obrar santamente aun cuando acontecimientos permitidos por Dios para prueba de una Nación y castigo de otra, hagan sí que la Autoridad imperante no sea del propio País, sino del País vencedor u opresor. En este caso sobre todo, debería recordar la Autoridad que es tal por permisión de Dios y siempre por un fin que tiene por base la santificación de las dos partes. De aquí la necesidad de no hacer uso del poder para dañarse o dañar a los oprimidos y dominados con un abuso injusto del poder. Di mi Sangre, esparciéndola como lluvia santa en la casa de Pilatos, por redimir a esta clase de la Tierra que tiene una necesidad infinita de ser redimida, ya que, desde que el mundo existe, ella ha creído poder hacer lícito lo que no lo es. ■ Empurpuré con una mucho mayor aspersión de sangre a los soldados flageladores para infundir en las milicias aquel sentido de humanidad preciso en la dolorosa contingencia de las guerras, dolencias malditas que resurgen de continuo porque no sabéis extirpar en vosotros el veneno del odio e inocularos el amor. El soldado ha de combatir, pues su deber se lo impone, y no será castigado por haber combatido y matado puesto que la obediencia le justifica. Empero Yo le castigaré cuando, al combatir, use de ferocidad y se permita abusos innecesarios que, incluso, Yo maldigo siempre por inútiles y contrarios a la justicia que siempre debe prevalecer aun cuando una victoria humana embriaga o un odio de raza suscita sentimientos contrarios a la justicia. ■ Mi Sangre bañó las calles de la Ciudad marcando huellas que, si ya no se ven, quedaron y quedarán eternamente presentes en las mentes de los habitantes del Cielo empíreo. Quise santificar la calle por donde tanta gente transita y tanto mal se comete. ■ Y si tú piensas que mi Sangre fue derramada en todos aquellos lugares en donde no santificó a todos los ministros de la Iglesia ni a las cortes reales ni a sus autoridades ni a las milicias ni al pueblo ni a la ciencia ni a las ciudades ni a las calles ni tan siquiera a los campos, Yo te respondo que la derramé lo mismo, aun sabiendo que para muchos se tornaría en condenación en vez de ser salvación, conforme al fin para el que la derramaba, y la derramé por aquellos pocos de la Iglesia, de la Ciencia, del Poder, de los Ejércitos, del Pueblo, de las Ciudades, de los Campos que han sabido acogerla y descubrir en ella la voz del amor y secundar esa voz en los mandatos de la misma. ¡Bienaventurados ellos para siempre!”.
* El velo virginal sobre el que cayó la última Sangre será el estandarte de Cristo Juez el día del Juicio.-Jesús: “Mas la última Sangre no se esparció por el suelo, las piedras, los rostros y los vestidos, en sitios en que el agua de Dios o la mano del hombre la pudieran limpiar o hacer desaparecer. La última Sangre, recogida entre el pecho y el corazón que ya se helaba  y echada fuera con el postrer ultraje —para que no quedase en el Hijo de Dios y del Hombre ni una gotita de líquido vital y fuese Yo realmente el Cordero degollado en holocausto acepto al Señor— las últimas gotas de mi Sangre no se desparramaron. ¡Estaba una Madre bajo aquella Cruz! Una Madre que, finalmente, podía estrecharse al leño de la Cruz, alzar los brazos hacia el Hijo muerto, besarle los pies traspasados y contraídos con el último espasmo y recoger en su velo virginal las últimas chispitas de la Sangre de su Hijo que goteaban del costado abierto y regaban mi cuerpo exánime. ■ ¡Dolorosísima Madre mía! De mi nacimiento a mi muerte hubo Ella de sufrir también por esto: por no poder prestar a su Hijito aquellos cuidados primeros y postreros que aún el más miserable de los hijos de los hombres recibe al nacer y al morir; y de su velo hubo de hacer ropa para el Hijo recién nacido y sudario para el Hijo desangrado. No se perdió aquella Sangre. Aún perdura, vive y resplandece sobre el velo de la Virgen: Púrpura divina sobre el candor virginal, será el estandarte de Cristo Juez en el día del Juicio”. (Escrito el 14 de Septiembre de 1943).
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1  Nota  : Por ejemplo en los dictados 43-133; 43-219; 43-222 en el tema “Autoridad-Poder”.
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43-364.- Padecimientos y dulzuras de Jesús.- Imitación a Jesús.- Los pequeños redentores.
* Su mayor padecimiento: la certeza de que su sufrir era inútil para millones y millones de hombres. ■ Dice Jesús: “¡Animo, María! Piensa que sufres los dolores de mi agonía. Yo también tenía tanto mal en los pulmones y en el diafragma que, cada respiración, cada movimiento, cada pulsación era un dolor añadido a otro dolor. Y no estaba como tú sobre un lecho sino agobiado por un peso sobre unas calles en cuesta y después suspendido al sol con tanta fiebre que me golpeaba las venas cual si fueran innumerables martillos. ■ Mas no eran éstos los dolores más acerbos. Era la agonía del corazón y del espíritu la que más me atormentaba. Y mucho más atormentadora que ésa, la certeza de que era inútil mi sufrir para millones y millones de hombres. A pesar de tal certeza no disminuyó un ápice mi voluntad de padecer por vosotros. ¡Dulce padecer, María, pues se daba en reparación al Padre y para vuestra salvación! ¡Saber que aquella Marca que había quedado en vosotros como una ofensa de la raza humana contra Dios, y que había de ser eterna, iba a ser lavada con mi Sangre y que mi morir os devolvía la Vida! ¡Saber que, pasada la hora de la Justicia, el Amor habría de miraros a través de Mí, Inmolado, con amor! Todo eso infiltraba un hilo de bálsamo en el océano de una amargura tal, que la mayor de las amarguras sufridas en la Tierra desde que el hombre existe, es poco menos que nada, ya que pesaban sobre Mí las culpas todas de la humanidad y la ira divina”.
* Es preciso imitar a Jesús en la mansedumbre y la humildad pues la soberbia y la ira junto con la lujuria vienen a ser agentes de delitos.- Llanto del Redentor: al contemplar la ruina de los 2/3 del mundo de los cristianos. ■ Jesús: “Dije: «Asemejaos a Mí que soy manso y humilde de corazón». Lo dije a todos porque sabía que en esta imitación mía estaba la llave de vuestra felicidad en esta Tierra y en el Cielo. Los desastres que sufrís es porque no sois mansos ni humildes en las familias, en vuestras ocupaciones y profesiones y en el ámbito más vasto de las Naciones. Os dominan la soberbia y la ira que son el germen de tantos delitos vuestros. El tercer agente de delitos es vuestra lujuria que no es individual, como se os figura, sino que éste, junto con los dos primeros, implica a muchos, muchísimos individuos, a continentes enteros, llegando a veces a perturbar la Tierra. Para ello, basta que la perfección del mal haya alcanzado el alma de contados hijos de Satanás, que le obedecen, para colmar de trigos malditos los graneros de su padre. ■ Y en verdad os digo que este es el momento en que, por orden del padre de la mentira, están sus hijos cosechando entre las almas que habían sido creadas por Mí y a las que inútilmente fertilicé con mi Sangre. Cosecha que supera en abundancia la más halagüeña esperanza que el diablo pudiera imaginar; y así gimen los Cielos ante el llanto del Redentor que contempla la ruina de los dos tercios del mundo de los cristianos. Y decir dos tercios es todavía poco”.
* Los pequeños redentores, los predilectos de su Corazón, hacen que continúe la fuente redentora que brotó de su Cuerpo desangrado.- ■ Jesús: “Dije a todos: «Sed mansos y humildes de corazón para asemejaros a Mí». Pero a mis benditos hijos amantísimos, a los predilectos de mi Corazón, a mis pequeños redentores que con el gotear de su sacrificio hacen que continúe la fuente redentora que brotó de mi Cuerpo desangrado, Yo digo y lo digo estrechándoles contra mi Corazón y besándoles en el frente: «Sed semejantes a Mí que fui generoso en el sufrimiento por el grande amor que sentía por todos». ■ Cuanto más se ama, tanto más se es generoso, María. Sube, llega hasta la cumbre. Yo te aguardo allá, en la cima, para llevarte conmigo al  Reino del Amor”. (Escrito el 24 de Septiembre de 1943).
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43-614.- “Aquel mínimo de mi humanidad, al ser Yo inmaculada, se quemó en el Gólgota”.
* El tormento del recuerdo del Cuerpo destrozado y el consuelo del recuerdo del Cuerpo glorificado.-Dice María Virgen: “Antes de la Última Cena vino a tomar consuelo de su Madre y estuvo apoyado sobre mi corazón como cuando era niño. Quiso saturarse de amor con su Mamá a fin de poder resistir el desamor de todo un mundo. Más tarde le tuve sobre mi corazón, pero helado y extinto, a las lívidas luces del Viernes Santo. Y… ¡ver a mi eterno Niño —porque para una madre su hijo es siempre un niño y tanto más lo es cuando más dolorido y acabado está— ver a mi Niño hecho todo Él una llaga, desfigurado por el acelerado sufrir, encostrado de sangre, desnudo, desgarrado hasta el Corazón; ver cerrada aquella Boca bendita de la que solo palabras santas salieron; aquellos Ojos adorables cuyo mirar era una bendición; aquellas Manos que solo para trabajar, bendecir, curar y acariciar se movieron; aquellos Pies que se cansaron tratando de reunir a su grey que, al fin, le mató; todo ello constituyó un desgarro sin límites que anegó la tierra para redimirla y llegó hasta los Cielos que se estremecieron de pena!  Todos los besos que guardaba en mi corazón y no pude darle durante las forzadas separaciones de aquellos tres últimos años, se los di entonces. Ni una magulladura quedó sin beso y sin lágrimas. Y solo yo sé cuál fue su número. Mis besos y mi llanto fueron el primer lavatorio de su Cuerpo extinto y no me saciaba de besarle antes de verlo desaparecer bajo los aromas, el sudario, la sábana y las vendas y, por último, tras la piedra volcada sobre el cierre del Sepulcro. Ahora bien, en la mañana de la Resurrección pude contemplar el Cuerpo glorificado de mi Hijo. Entró con el rayo del sol, inferior en esplendor a Él y le vi en su Belleza perfecta, mío por haberlo yo formado, pero Dios porque Él había, a la sazón, superado la hora humana y tornado al Padre llevándome a mí en su Carne divina modelada en mi seno a mi semejanza humana. ■ No existió para su Madre la prohibición habida para María de Magdala. Yo podía tocarle. No había de contaminar con mi humildad su Perfección que subía a los Cielos ya que aquel mínimo de humanidad que en mí existía, dada mi condición de Inmaculada Concepción, habíase quemado cual flor arrojada a las llamas en la hoguera expiatoria del Gólgota. María-Mujer había muerto con su Hijo y solo quedaba ahora María-alma, ardiendo por subir con su Hijo al Cielo. Y así, mi abrazo venerante no podría causar turbación a la Divinidad triunfante. ■ ¡Oh, sea bendito aquel amor! Si bien posteriormente siempre he tenido presente su Cuerpo destrozado y el recuerdo de aquel tormento aún no ha perdido su aguijón, la rememoración de su Cuerpo glorificado, triunfante, hermoso con una Belleza divina y majestuosa que es la alegría de los Cielos, constituyó mi perenne consuelo durante los excesivamente largos días de mi vivir y el constante anhelo de terminar mi vida para volver a verle. Hace dos horas, María, que ha dado comienzo mi fiesta (1) y te he tenido conmigo dándote a conocer a mi Jesús. Ahora descansa contemplando a Aquellos que te aman y te esperan y viendo la Belleza que constituye el gozo de los santos”. (Escrito el 8 de Diciembre de 1943).
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1  Nota  : Era el 8 de Diciembre, fiesta de la Inmaculada Concepción.
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43-617.- “Yo os doy a la luz para el Cielo a través de mi Hijo y de mi dolor”.-  La palabra reina de aquella tarde: «Mamá»: fue el grito fuerte de que hablan los evangelistas.
* “Y fue Longinos, (hombre de buena voluntad), el primer hijo nacido para mí por el trabajo de la Cruz. Yo no tuve que hacer sino tomar este «hijo de Cristo» de las manos de mi Hijo dando así comienzo al período de mi Maternidad espiritual”.- ■ Dice María Virgen: “Fue la piedad de Longinos la que me permitió estar junto a la Cruz hasta la que había llegado por veredas abruptas, llevada más por el amor que por mis propias fuerzas. Longinos era un militar recto que cumplía con su deber y usaba de su derecho con justicia. Se hallaba, por tanto, predispuesto ya a los prodigios de la Gracia. Por aquella su piedad le obtuve el don de las gotas del Costado que fueron para él un bautismo de gracia ya que su alma se encontraba sedienta de Justicia y de Verdad. Al alba natalicia de Jesús dijeron los ángeles: «Paz en la tierra a los hombres de buena voluntad» y a la caída del día mortal para Cristo, el mismo Cristo daba su paz a este hombre de buena voluntad. Y fue Longinos el primer nacido para mí por el trabajo de la Cruz, como Dimas fue el último redimido por la palabra de Jesús de Nazaret, lo mismo que Juan fue el primero y podría decir que él, con su corazón de lirio diamantino encendido por el amor, fue la luz nacida de la Luz a la que las Tinieblas jamás pudieron ofuscar. ■ Yo no tuve que hacer sino tomar este «hijo de Cristo» (el Padre Migliorini sabe qué quiere expresar en hebreo el sufijo: «bar») de las manos de mi Hijo dando así comienzo al período de mi maternidad espiritual con una flor que ya se había abierto para el Cielo, de mi maternidad espiritual brotada cual rosa purpúrea de aquellas palmas clavadas al leño de la Cruz, tan diferente de la cándida rosa de la alegría de Caná, pero entregada de igual manera por el amor de Cristo a su Madre para los hombres, como ofrecida también por el amor de Cristo a los hombres para su Madre que habría de verse en lo sucesivo sin Hijo. ■ Un milagro de amor signó la era de la evangelización, como otro milagro de amor signó la de la redención, porque todo cuanto procede de mi Jesús es amor, lo mismo que es ciertamente amor cuanto procede de María. El corazón de María en nada difiere del de su Hijo si no es en la Perfección divina. De lo alto de la Cruz iban cayendo lentas las palabras, espaciadas en el tiempo, como el sonar de las horas en un reloj celeste. Y yo las recogí todas, aun las que no se referían a mí, porque hasta el más leve suspiro del Moribundo lo recogían, lo bebían, lo aspiraban mis oídos, mis ojos y mi corazón. «Mujer, he ahí a tu Hijo». Y desde aquel momento he ido dando hijos al Cielo engendrados por mi dolor. Parto virginal, como el primero, fue este místico alumbraros a vosotros para Él. Yo os doy a luz para el Cielo a través de mi Hijo y de mi dolor. Y el engendraros, que se inició con estas palabras, si bien no fue con clamores de carne desgarrada por hallarse la mía inmune de culpa y de la condena de concebir con dolor, el corazón desgarrado ululó en silencio con el sollozo mudo del espíritu y puedo decir que nacisteis vosotros a través del pasadizo abierto por mi dolor de Madre en mi corazón de Virgen”.
* “Al don supremo de mi Concepción inmaculada debía, de mi parte, corresponder el de ser Madre del Redentor, o sea, la Mujer del Dolor”.- María Virgen: “Mas la palabra reina de aquella cruel tarde de Abril era siempre ésta: «¡Mamá!», único consuelo de mi Hijo al llamarme con ella, puesto que sabía cuánto le amaba y cómo subía mi espíritu hasta su Cruz para besar a mi Torturado Santísimo. Palabra cada vez más frecuente y desgarradamente repetida a medida que, cual marea creciente, le iba aumentando el espasmo. El fuerte grito de que hablan los evangelistas fue esta palabra. Todo lo tenía dicho y cumplido, había confiado su espíritu al Padre y expresado su dolor sin medida. Mas el Padre, que hasta entonces se había complacido en Él, no se le mostró, pues, al verle ahora cargado con los pecados mundo, Dios le miraba con severidad. Por esto la Víctima llamó a su Madre con un grito de dolor lacerante que traspasó los Cielos, haciendo llover de ellos el perdón y traspasó, a la vez, mi corazón haciendo llover sangre y lágrimas del mismo. Yo recogí aquel grito que, por el rictus de la muerte, ¡y qué muerte!, su palabra se transformaba en un desgarrador lamento y esa exclamación la llevé clavada  en mi ser, como espada de fuego, hasta la mañana pascual en que entró Vencedor, más resplandeciente que el sol de aquella mañana apacible, mucho más hermoso de lo que anteriormente le hubiera visto nunca, ya que si la tumba me había engullido a un Hombre-Dios, me devolvía a un Dios-Hombre, perfecto en su majestad viril y lleno de gozo por la prueba concluida. También entonces dijo: «¡Mamá!». Pero, hija, éste era el grito de su alegría incontenible de la que me hacía partícipe estrechándome contra su Corazón y despojando de la amargura del vinagre y de la hiel el beso de su Madre. ■ No te extrañes de que el día de la fiesta de mi pureza te haya hablado de mi dolor. A toda dádiva de Dios se contrapone, en justicia, otra parte de aquel que se benefició con ella. Toda elección comporta deberes, enormes y suaves a la vez, que se transforman en gozo eterno al finalizar la prueba. Al don supremo de mi Concepción inmaculada debía, de mi parte, corresponder el de ser Madre del Redentor, o sea, la Mujer del Dolor. Y la amargura del Gólgota es la corona puesta sobre la gloria de mi Concepción inmaculada”. (Escrito el 8 de Diciembre de 1943).
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43-680.- “La Sangre de mi Hijo reclamó con su goteo el cortejo purpúreo de otras sangres inocentes”.
* “Toda redención necesita de precursores que la preparen. La Redención tuvo en su amanecer el sacrificio de la inocencia ahogada y, en su mediodía, el sacrificio de la penitencia decapitada. La Sangre del Gólgota cayó entre estas dos sangres heroicas para enseñaros que el Redentor se coloca entre la inocencia y la penitencia y que la Sangre de Cristo llama a la vuestra a la gloria del dolor para santificarlo y santificar al mundo mediante la unión con la Sangre santísima de mi Hijo”.María Virgen: “La Sangre de mi Hijo reclamó con su goteo el cortejo purpúreo de otras sangres inocentes. Los pies de Cristo habrían de hollar corporalmente el áspero suelo de Palestina, hecho aún más ingrato para su caminar por la mala voluntad humana, pues a las zarzas y a las piedras del camino añadía el odio, la insidia, la traición, y el delito. El Rey de los Judíos y Rey del mundo no tuvo bajo sus pies mullidas y preciosas alfombras. Ni aún a la hora de su breve triunfo humano —tan humano que, al ser fruto de la exaltación de las gentes hacia el que tomaban por rey de los Judíos, por aquel que habría de devolver su esplendor al pueblo hebreo, cayó cual golpe de viento que ya no hincha la vela trocándose en tormenta— ni aún entonces tuvo otra cosa que pobres vestidos y ramos de olivo como homenaje a los pobres bajo su todavía más pobre cabalgadura. Mas cuanto no veían los hombres, lo veía el Hombre Dios sobre la Tierra y Dios en el Cielo. ■ Y cuando mi Cristo volvió al Cielo, tras su martirio, para recibir el abrazo del Padre, sus Pies traspasados volaron raudos sobre una preciosa alfombra de viva púrpura que quedara como estela santa desde la tierra hasta el Cielo cuando los primeros mártires de mi Hijo —los pequeños inocentes— cayeron cual manadas de espigas cortadas por el segador y como prados cuajados de capullos en flor segados con la recolección del heno, tiñendo con la púrpura de su sangre el camino del Cielo. Toda redención necesita precursores que la preparen, no tanto con la palabra cuanto con el sacrificio. La Redención, a la sazón iniciada, tuvo en su amanecer el sacrificio de la inocencia ahogada por la ferocidad y, en su mediodía, el sacrificio de la penitencia decapitada por la lujuria para la que la penitencia constituye un reproche. La sangre del Gólgota cayó entre estas dos sangres heroicas para enseñaros que el Redentor se coloca entre la inocencia y la penitencia y que la Sangre de Cristo llama a la vuestra a la gloria del dolor para santificarlo y santificar así mismo al mundo mediante la unión con la Sangre santísima de mi Hijo”. (Escrito el 28 de Diciembre de 1943).
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43-691.- Las heridas de las manos.
* La herida de la mano izquierda en la palma fue la más extensa y la más torturadora.-Dice Jesús: “Las heridas de mis manos, que tú no has llegado a ver porque raramente muevo la izquierda, bien por costumbre contraída en el trabajo o ya también por ser la más herida, me fueron hechas así: La intención de los verdugos era suspenderme de los carpos, por la parte superior más próxima a la articulación de la muñeca, a fin de hacer más segura la suspensión. Y así, tras haberme tendido sobre la cruz, me traspasaron la mano derecha por ese punto. ■ Mas, puesto que el constructor del patíbulo había marcado el agujero para la izquierda más allá del punto al que mi carpo podía llegar (pues era costumbre marcar los sitios de los clavos a fin de hacer más fácil su entrada en el grueso leño y más segura la suspensión de un cuerpo colocado, no horizontal sino verticalmente y sin más sostén que tres largos clavos) después de haberme estirado el brazo hasta desgarrar los tendones, optaron por hundir el clavo en el centro de la palma de la mano entre hueso y hueso del metacarpo. Esto no aparece en la Sábana porque la mano derecha cubre a la izquierda. Fue ésta, de todas las heridas de mis miembros sufridas a lo vivo, la más extensa de todas, ya que, una vez alzada la Cruz, cuando el peso del Cuerpo se desplazó hacia abajo y hacia adelante, el clavo desgarró sobre manera en dirección al dedo pulgar alargando el orificio mucho más que en la mano derecha en la que el carpo aguantó la suspensión mejor que el metacarpo. Y fue así mismo la más torturadora, bien por coincidir con el lado del corazón o porque los tendones de la mano me produjeron un espasmo atroz que me alcanzó hasta la cabeza. ■ Los pintores y escultores que, por sentido del arte, me pintaron o esculpieron, con la mano derecha semiabierta y la izquierda con el puño cerrado, afirmaron, sin querer, una verdad física de mi cuerpo martirizado porque, realmente, la mano izquierda, por la fuerza del espasmo y el truncamiento de los nervios seccionados, se cerró, y, con el transcurrir de los horas, se fue apretando cada vez más a medida que aumentaban el espasmo y la contracción de las fibras nerviosas. Muchos fueron los espasmos que sufrí sobre la Cruz. De ellos te hablaré un día. Pero el de las manos fue uno de los más crueles.  La herida de la mano derecha la oculta casi del todo la manga y es más pequeña y regular. Cuando me aparecí a ti como Hombre de dolores, camino del Calvario, no viste las heridas de mis manos porque, al no haber sido aún crucificado, lógicamente no las tenía todavía. Tenía, sí, en las manos la sangre que goteaba de la cabeza coronada y de la piel rasgada por los azotes, mas no las heridas. Te las mostraré en otras circunstancias más acordes con dicha visión dolorosa, que no en estas Navidades. ■ En cuanto a aquella palabra cuyo significado verdadero no comprendías, sabe que quiere decir: «Contubernio con Satanás» (1). Esto se verifica de múltiples modos, todos ellos maldecidos por Mí. También de esto te hablaré un día. Mas, por ahora, debes saber que ello está muy en boga en el mundo siendo causa de muchas desventuras y de inexorables castigos, tanto aquí como en la eternidad. Basta por ahora. Descansa. Aquí me tienes y te bendigo”. (Escrito el 29 de Diciembre de 1943).
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1 Nota : Una expresión similar se encuentra  en otro dictado  en el que dice Jesús: “Mis ángeles se cubren el rostro para no ver vuestro «contubernio» con Satanás y sus precursores”.
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44-164.- Amor de coparticipación = amor de compasión o con-pasión.- El ángel del Getsemaní.
* “En el de fusión, llegas a anularte en tu Amado. En el de coparticipación te sustituyes a Él”.- Dice Jesús: “Pobre estrellita mía, anegada por la galerna del dolor de tu Jesús, anulada con mi dolor infinito lo mismo que una estrella diminuta frente al sol ¿sabes qué es lo que he hecho contigo? Te he llevado hasta el «amor de coparticipación» del que te hablé en el otoño (1). Ahora estamos en primavera no en otoño. «Pasó el invierno… han aparecido las flores por nuestras tierras… ¡Levántate, amiga mía!» (2). Elevado es el amor de fusión. Mas, elevadísimo, superando la cumbre de aquella altura, es el «amor de coparticipación». En el de fusión, llegas a anularte,  en tu Amado. En el de coparticipación, te sustituyes a Él, le abarcas: Él es el alma y tú la vestimenta del alma, sintiendo en esta vestimenta tuya las penas de tu Amado mientras Él grita en tu interior sus torturas espirituales y morales dándotelas a conocer del modo que el pensamiento transmite a la carne las impresiones de la mente al recibir las sensaciones materiales. Es el amor de compasión. De con-pasión. O sea: la Pasión vivida a la vez por Cristo y por la adoradora de Cristo. ■  Esto es lo que he hecho. Y si te he introducido en la «estancia de los vinos» (3) y su olor te ha embriagado hasta el punto de hacerte caer como muerta, has de saber, amada mía, que ese vino es mi Sangre. Es de él, de su perfume divino, del que se llena la estancia y desciende sobre tu corazón trocando tu vida por otra más alta, y sube a tu pensamiento proporcionándote intuiciones y luces que no son terrenas sino sobrenaturales y divinas porque soy Yo el que hablo en tu pensamiento y no hay palabras mías más divinas que las que dan a conocer mis torturas de Redentor. «A la sombra de Aquel que deseaba me senté» (4). Mas ese árbol no es el manzano cargado de frutos sino mi Cruz de la que pende un único fruto: tu Cristo. Ahora bien, Yo bajo de él, he bajado de él para «sostenerte» con las flores de la caridad y «confortarte» con mis caricias porque «tú languideces» de amor compasivo”.
* “Él, el ángel de mi dolor, para confortar mi espíritu abatido, me fue enumerando, uno a uno, los nombres de todos aquellos que habrían amarme de un modo total hasta compartir mis torturas y entre ellos, estaba tu nombre”.- ■ Jesús: “Amada mía, ¡cuánto te amo por tu amor! Tus lágrimas vertidas al asistir a mi llanto, al sentir el restallido de los azotes, al verme caer contra las piedras, y las lágrimas que has vertido al asistir a mi tortura extrema y a mi postrera desolación, Yo las he saboreado ya, siendo para Mí, junto con las de las almas hermanas tuyas en el amor de coparticipación, más dulces que el vino mezclado con miel. Ellas estaban en el cáliz que el ángel me ofreció para mitigar la amargura del cáliz paterno, para sostener mi Humanidad sumida en una agonía cruel (5). Él, el ángel de mi dolor, para confortar mi espíritu abatido, me fue enumerando, uno a uno, los nombres de todos aquellos que habrían de amarme, pero amarme de un modo total hasta compartir mis torturas y entre ellos, estaba tu nombre, violeta, estrellita, mi pequeño Juan, María, mi María. ¡Gracias, alma a la que amo! Podría haber ido y hubiera ido con más pausa en la tarea de introducirte en mis sufrimientos. Pero es preciso acelerar el tiempo. Yo lo sé. Por tal motivo debo acelerar la instrucción por más que ésta haya de agravarte tanto al verterla en alud sobre ti. ■ Y si hay quien llega a decir lo que ya consta en el Evangelio: «Y Éste que curó al ciego de nacimiento ¿no podía hacer que ésta no sufra?» (6), Yo le respondo: «Tengo necesidad de su dolor para una obra grande». Se Me podrá argüir también «¿Por qué no comenzar de los dolores preparatorios, cuando menos desde la Cena? (7). Y ¿por qué no se ha terminado con la Crucifixión?». Respondo: «Tenía necesidad de que esta alma se empapase con este llanto para hacerla más apta, más diáfana y purificada antes de llegar a contemplar el misterio inefable de la muerte que sufrí para redimiros». ■ Al altar no suben, no debieran subir, los impuros ni los materialistas. Mas si éstos pueden aún subir a vuestros altares por ser vosotros ciegos y Yo longánimo, a mi altar, para asistir a mi Misa, no puede venir sino el que se ha purificado con el incienso del amor y el agua de su llanto tras haber anulado su carne en la hoguera del sacrificio dejando vivir únicamente al espíritu”.
* Jesús habla respecto a las visiones de María Valtorta.Jesús: “Sigo pues mi método y no el vuestro y desearía en vosotros menos torpeza al desear ciertas explicaciones sobre pormenores tan insignificantes que solo hacen referencia a la curiosidad y nada a la revelación. Dejad en paz a mi Juan. Esta alma que ve torturar a su Jesús, no está como para preocuparse y referirlo después, si Caifás tiene la barba cuadrada o puntiaguda, si Herodes va vestido de rojo o de amarillo, si Pilatos es alto o bajo y hasta cuántos centímetros es más bajo que Yo y si la sala del Pretorio es larga, corta, cuadrada o rectangular. Si vierais vosotros torturar a la persona que más queréis, ¿os ocuparíais acaso del primero que vierais pasar? No. Miraríais únicamente a aquel a quien amáis. Las cosas en su punto, hombres, las cosas en su punto cuando se desvelan las torturas de un Dios. Y sirva esta advertencia para las restantes revelaciones. ■ Mi pequeño Juan me mira a Mí y a María y ya no tiene ojos para mirar otra cosa. Y si al comienzo de una visión puede describir el ambiente o la naturaleza, tan pronto como Yo o mi Madre empezamos a manifestarnos, pierde la facultad de ver todo aquello que no seamos Nosotros. Y únicamente Nosotros, para vuestra ilustración, le hacemos que se fije en episodios secundarios, como son un vestido, un gesto, un cambio de luz que vienen a ser el fondo y contorno de la escena. Por lo demás, la «portavoz» nada vería de no ser a Cristo, a María o al Santo de que se trate. Todo eso para que os sirva de norma y para tranquilidad de mi Juan que ha rebasado ya el límite de sus fuerzas y, por otra parte, no podría, es cierto, disponer de más para satisfacer vuestra inútil curiosidad.  Y ahora ven, alma  mía, ven conmigo. Cierra los ojos al mundo y ábrelos adonde Yo te diga, y mira. Mira y descansa. Esta es una hora feliz. La visión de esta tarde será más esplendorosa y la escribirás. Yo te bendigo”.

Hoy no ha venido el que debía venir.  A la 12,30, cuando ya me he convencido de que no vendría, me he quejado dulcemente a Jesús: “¡Ay, Señor. Hoy, ni Misa por la radio ni Pan para mi hambre espiritual. Y tanto la una como el otro los esperaba esta mañana con tal deseo…!”. Y Jesús me dice: “No importa. Besa mi Mano. La Eucaristía es Carne pero también Sangre y mi Mano está enrojecida de Sangre”. Así es como he hecho la Comunión… y soy dichosa. (Escrito el 13 de Febrero de 1944).
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1  Nota  : Dictado 43-402 del  once de  Octubre de 1943.  En el tema “Amor”.   2  Nota   : Cfr. Cantar 2,11-13.   3  Nota  : Cfr.  Cantar  2,4.   4  Nota  : Cantar  2,3.   5  Nota  : Cfr.  Lc. 22,43.   6  Nota  : Cfr.  Ju. 11,37.  7  Nota  : Advierta el lector que  María Valtorta recibió una visión parcial antes de la visión completa de la Pasión.  Cfr. María Valtorta y la Obra  6.1: Las fechas.
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44-302.- La Cruz es todopoderosa contra el poder del Demonio.
* Visión sobre Justina y Cipriano.- ■ Dice Jesús: “Escribe: «La Cruz es todopoderosa contra el poder del demonio» y describe después cuanto vas a ver. Es la semana de Pasión, la semana preparatoria del triunfo de la Cruz. La cruz aparece cubierta con velos sobre los altares;  mas el Crucificado, desde su glorioso patíbulo, es más operante que nunca, detrás de sus velos, para quien le ama y le invoca. Describe”.
.   ● Veo a una joven, poco más que una muchacha. Está peleándose con un joven de unos treinta años. La joven es muy guapa, alta, morena y bien conformada. También el joven es guapo; pero mientras la joven tiene aspecto dulce dentro de su severidad, este hombre, bajo forzada sonrisa, tiene un no sé qué de nada simpático. Parece que bajo una capa de benevolencia, esconda un ánimo torvo y sombrío. Le hace a la joven grandes protestas de afecto, declarándose a hacer de ella una esposa feliz, reina de su corazón y de su casa. Mas la joven, a la que oigo llamar «Justina», rechaza con serena constancia estas ofertas de amor. El joven insiste: “¡Pero si tú, Justina, podías hacer de mí un santo de tu Dios! Porque tú eres cristiana, lo sé. Mas yo no soy enemigo de los cristianos. No soy incrédulo acerca de las verdades de ultratumba. Creo en la otra vida y en la existencia del espíritu. Creo que hay seres espirituales que velan por nosotros, se manifiestan y nos ayudan. Yo, ciertamente, disfruto de su ayuda. Como ves, yo creo lo que tú crees y nunca podré acusarte por cuanto habría de acusarme igualmente a mí del mismo pecado. No creo, como tantos otros, que los cristianos practican magia negra y estoy convencido de que juntos los dos podremos hacer grandes cosas”. Justina: “Cipriano, no insistas. Yo no discuto tus creencias. Creo así mismo que juntos haremos grandes cosas. No niego tampoco que soy cristiana y hasta admito que tú amas a los cristianos. Pediré que los ames hasta tal punto que llegues a ser un campeón entre ellos. ■ Entonces, si Dios quiere, nos unirá una misma suerte, una misma suerte del todo espiritual porque soy contraria a toda otra unión, pues quiero reservarme toda para mi Señor a fin de conseguir esa vida en la que tú dices que también crees y llegar a gozar de la amistad de aquellos espíritus de los que tú también admites que velan sobre nosotros y que realizan, en el nombre del Señor, obras de Bien”. Cipriano: “¡Bueno, Justina!, mi espíritu protector es poderoso y hará que te pliegues a mis pretensiones”. Justina: “¡Oh, no! Si él es espíritu del Cielo no podrá querer sino lo que Dios quiere. Y lo que Dios quiere para mí es la virginidad y yo espero el martirio. No podrá, por tanto, tu espíritu inducirme a nada que sea contrario al querer de Dios. Y si, por el contrario fuese un espíritu que no es del Cielo, entonces nada podrá contra mí que me hallo defendida por el signo que vence. Signo que está impreso en mi mente y corazón, en mi espíritu y en mi carne y, tanto la carne como la mente, el corazón y el espíritu cantarán victoria contra cualquier voz que no sea la de mi Señor. Vete en paz, hermano, y que Dios te ilumine para conocer la verdad. Yo pediré para que llegue la luz a tu alma”. ■ Cipriano abandona la casa barbotando amenazas que no entiendo bien y Justina le ve partir con lágrimas de compasión. Después se retira a hacer oración tras haber tranquilizado a dos viejecitos, sin duda sus padres, que han aparecido tan pronto se marchó el joven. “No temáis, Dios nos protegerá y hará que Cipriano llegue a ser nuestro. Rogad también vosotros y tened fe”.
.   ●  La visión tiene ahora su desarrollo en dos escenarios, como si el lugar estuviese partido en dos. En uno veo la habitación de Justina y en el otro una estancia en la morada de Cipriano.  La primera ora postrada ante una cruz desnuda, esgrafiada entre dos ventanas como si fuese un adorno, teniendo por encima la figura del Cordero y a los lados, en uno el pez y en el otro una fuente que parece tomar su líquido de las gotas de sangre que brotan del cuello degollado del Cordero místico. Comprendo que son figuras del simbolismo cristiano usado en aquellos tiempos crueles. Sobre Justina, postrada en oración, aparece en el aire una luminosidad suave que, aunque incorpórea, tiene trazas de ser angélica. ■ En la estancia de Cipriano, en cambio, en medio de instrumentos y signos cabalísticos y mágicos, aparece el propio Cipriano moviéndose en torno a un trípode sobre el que arroja sustancias resinosas, diría yo, que producen densas espirales de humo trazando sobre ellas signos y murmurando a la vez palabras de no sé qué oscuro rito. En el ambiente, que se satura de una niebla azulada que vela los contornos de las cosas y hace que el cuerpo de Cipriano aparezca como tras las lejanías de unas aguas trémulas, se forma un punto fosforescente que se va agrandándose poco a poco hasta alcanzar una magnitud semejante a la de un cuerpo humano. Oigo palabras pero no las entiendo. En cambio, veo que Cipriano se arrodilla y da muestras de veneración cual si suplicase a algún poderoso. La niebla que envolvía la estancia desaparece lentamente y Cipriano aparece de nuevo solo. ■ En la habitación de Justina, a su vez, sobreviene una mutación. Un punto fosforescente, que danza cual fuego fatuo, va describiendo círculos cada vez más concéntricos en torno a la joven que ora. Mi avisador interno me advierte que éste es momento de tentación  para Justina  y que esa luz oculta a un maligno que, suscitando sensaciones y visiones mentales, trata de hacer caer en la sensualidad a la virgen de Dios. Yo no veo lo que ella ve sino tan sólo que ella sufre y que, cuando está a punto de ser vencida, se sobrepone al poder oculto con la señal de la cruz que traza con la mano sobre sí misma y en el aire con una pequeña cruz que extrae de su seno. Cuando, por tercera vez, arrecia violentamente la tentación, Justina se apoya de espaldas en la cruz trazada en la pared y con ambas manos levanta en alto la otra pequeña cruz. Semeja un combatiente aislado que se defiende por la espalda resguardándose en un muro inquebrantable y por delante en otro muro invencible. La luz fosforescente no resiste a aquel doble signo y se desvanece.  Justina continúa en oración. Aquí se produce una laguna porque la visión queda truncada.
.    ●  Mas la vuelvo a encontrar más tarde con los mismos personajes. Son así mismo la virgen Justina y Cipriano en animado coloquio al que asisten una multitud de individuos que se unen a Cipriano en la petición que le formula a la muchacha para que se avenga a desposarse con él a fin de liberar la ciudad de pestilencia. Justina responde: “No soy yo la que debo cambiar de pensamiento sino vuestro Cipriano. Que sea él quien se libere de la esclavitud de su malvado espíritu y la ciudad quedará a salvo. Yo, ahora, más que nunca debo permanecer fiel a Dios en el que creo y a Él le sacrifico todo por el bien de todos vosotros. Y ahora se verá si el poder de mi Dios es mayor que el de vuestros dioses y que el del Malvado a quien este hombre adora”. La gente se amotina, unos contra Cipriano y otros contra la joven…
.    ● …a la que vuelvo a ver tiempos después en unión del joven, a la sazón mucho más adulto y cubierto con hábitos talares: palio, tonsura en redondo y con los cabellos no arreglados ni largos como los llevaba antes. Se encuentran en la prisión de Antioquía a la espera del suplicio y Cipriano le recuerda a la compañera una antigua plática: “Ahora se cumple, por tanto, lo que, de forma distinta profetizamos que había de cumplirse. Tu Cruz venció, Justina. Tú no fuiste mi esposa sino mi maestra. Tú me libraste del mal y me condujiste a la vida. Lo comprendí cuando el espíritu tenebroso me confesó que no podía vencerte: «Ésa vence por la Cruz, me dijo. Mi poder es nulo sobre ella. Su Dios crucificado puede más que todo el infierno junto. Él me ha vencido infinitas veces y siempre me vencerá. El que cree en Él y en su Señal queda a salvo de toda insidia. Sólo quienes no creen en Él y desprecian su Cruz caen en nuestro poder y perecen en nuestro fuego». No quise ir pues a aquel fuego sino conocer el Fuego de Dios que te hacía más hermosa y pura, tan poderosa y santa. Tú eres la madre de mi alma y, puesto que eres madre para mí, te ruego que en esta hora nutras mi debilidad con tu fortaleza para que, juntos, subamos a Dios”. Justina: “Tú ahora eres mi obispo. Absuélveme en el nombre de Cristo, Señor nuestro, de todas mis culpas para que así, más pura que los lirios, te preceda en la gloria”.  Cipriano: “Yo te bendigo, que no te absuelvo, porque no hay culpa en ti. Y tú perdona a tu hermano de cuantas insidias te urdió y ruega por mí que tantos errores cometí”. Justina: “Tu sangre y tu amor actual borran todo vestigio de error. Mas recemos juntos: Pater noster…”. ■ Entran unos carceleros a interrumpir la augusta plegaria: “¿No os bastan todavía los tormentos? ¿Aún resistís? ¿No sacrificáis a los dioses?”. Ellos dos contestan: “A Dios es a quien hacemos el sacrificio de nuestras personas, al Dios verdadero, único, eterno, y santo. Dadnos la Vida, esa Vida que queremos. Por Jesucristo Señor del mundo y de Roma, por el Rey poderoso ante el cual es polvo miserable el César, por el Dios ante el que se inclinan los ángeles y tiemblan los demonios, dadnos la muerte”. ■ Los verdugos los derriban enfurecidos al suelo y los arrastran sin poderlos separar ya que los dos héroes de Cristo tienen sus manos entrelazadas. Y así van hasta el lugar del martirio que parece ser una de las acostumbradas salas de los Cuestores. Y de dos tajos profundos asestados por dos nervudos sayones saltan las dos cabezas heroicas proporcionando a sus almas alas para subir al Cielo.  Así termina la visión.
* Mi Cruz ha obrado infinitos milagros a lo largo de los siglos”.- ■ Dice ahora Jesús: “El caso de Justina de Antioquía y de Cipriano es uno de los más hermosos a favor de mi Cruz.  Mi Cruz, el patíbulo regado con mi Sangre,  ha obrado infinitos milagros a través de los siglos. Y todavía los obraría si tuvieseis fe en el mismo. Ahora bien, el milagro de la conversión de Cipriano, alma en poder de Satanás, que llega a ser mártir de Jesús, es uno de los más impresionantes y bellos.  Hombres, ¿qué es lo que veis? Una niña sola con una cruz diminuta en sus manos y una ligera cruz grabada en la pared. Una niña con un corazón convencido de verdad del poder de la Cruz que se refugia en ella para vencer. Frente a ella un hombre a quien el comercio con Satanás le enriquece con todos los vicios capitales. En él la lujuria, la ira, el engaño, la ceguera espiritual y el error. En él el sacrilegio, el comercio con las fuerzas del infierno y, ayudándole el señor del Infierno con  todas sus seducciones. ■ Pues bien: la que vence es la niña y, no solo eso, sino que Satanás obligado por una fuerza invencible, ha de confesar la verdad y perder a su secuaz. No sólo vence para sí la virgen fiel sino que vence también en beneficio de su ciudad librando a Antioquía del maleficio que se cierne sobre ella en forma de pestilencia que mata a los ciudadanos. Y vence también a favor de Cipriano haciendo del siervo de Satanás que era él, un siervo de Cristo. El demonio, el contagio y el hombre vencidos por la mano de una niña que enarbola la Cruz. ■ Vosotros conocéis muy poco a esta mártir mía. Mas debéis representarla con su pequeña mano armada con la Cruz, puesta de pie sobre la losa que cierra el Infierno y bajo la cual, vencido y prisionero, gruñe Satanás. Recordadla así e imitadla porque Satanás, ahora más que nunca, recorre la tierra desencadenando sobre ella sus fuerzas maléficas para haceros perecer. Y no hay sino la Cruz que le pueda vencer. Recordad cómo él mismo confesó: «El Dios Crucificado puede más que todo el Infierno. Siempre me vencerá. El que crea en Él queda a salvo de toda insidia». ■ Fe, fe, hijos míos. Es ésta cuestión vital para vosotros. Creéis y tendréis el bien o no creéis y conoceréis el mal cada vez más. Vosotros que creéis, haced uso de esta Señal con veneración. Vosotros que dudáis y con la duda habéis borrado de vuestro espíritu, cual si hubieseis derramado sobre ella un líquido corrosivo, —y la duda es, en efecto, tan corrosiva como un ácido— esculpid de nuevo en vuestra mente y en vuestro corazón esta Señal que os otorga la seguridad de la protección divina. Si ahora la cruz se halla cubierta con un velo como símbolo de mi muerte, que no lo esté en vuestro corazón. Que resplandezca en él como sobre un altar y os sirva de luz que os guíe al puerto y sea para vosotros el estandarte al que dirijáis vuestra mirada feliz en el último día, cuando, mediante esa señal, separaré Yo las ovejas de los carneros lanzando éstos a las tinieblas eternas y llevando conmigo mis benditos a la Luz”.
* El poder de la Cruz a la hora de la muerte.-  ■ Posteriormente me dice Jesús a mí:  “Tú ya tienes comprobado el poder de la Cruz. Tú no abrigas dudas acerca de la veracidad del hecho narrado en la visión de Justina y Cipriano por cuanto tú misma viste huir a Satanás ante tu mano alzando mi Cruz. Pero ¡qué pocos son los que creen así! Y, al no creer, tampoco recurren a esta señal bendita. También esta visión debe incluirse entre los evangelios de la Fe. No es Evangelio pero es Fe. Y es así mismo Evangelio por haberlo dictado: «A quien creyere en Mí le daré el poder de hollar serpientes y poder contra el Enemigo sin que nada le dañe». Que crezca tu fe al ritmo de los latidos de tu corazón. Y si éste, cansado, detiene sus latidos, que no se detenga tu fe. ■ Cuanto más próxima está la hora del encuentro con Dios más debe aumentar la fe. Porque, en la hora de muerte, Satanás, que jamás se cansó de turbaros con sus enredos —y, astuto, feroz, lisonjeador con sonrisas y cantos, con rugidos, silbidos, caricias y uñadas, trató de doblegaros— aumenta sus empeños por arrancaros del Cielo. Y, precisamente, en esa hora es cuando debéis abrazaros a la Cruz para que no os aneguen las olas de la última tempestad de Satanás. Después llega la Paz eterna.  ¡Animo, María! Que la cruz sea tu fuerza ahora y en la hora de la muerte. ■ Que la cruz de la muerte, la última cruz del hombre, tenga dos brazos: uno sea mi Cruz y el otro el nombre de María. La muerte, así, sobreviene en la paz de los que se ven libres hasta de la proximidad de Satanás. Porque él, el Maldito, no soporta la Cruz ni el Nombre de mi Madre. Esto debe hacerse saber a muchos, pues todos tenéis que morir y todos necesitáis de esta enseñanza para salir victoriosos de las últimas insidias del que os odia infinitamente”. (Escrito el 29 de Marzo de 1944).
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44-364.- La Sangre de Jesús, vertida de continuo sobre la tierra por los ángeles.- La Misa repite los 3 puntos más importantes de la vida de Jesús.
* Inmenso Paño de púrpura extendido por innumerables ángeles de rodillas en profunda adoración.- ■ Mientras hago oración, intelectualmente contemplo un inmenso paño de púrpura que, un incalculable número de ángeles puestos de rodillas en profunda adoración, mantiene extendido por una de sus orlas (digámoslo así) sobre toda la tierra. He dicho «púrpura» para expresar su color. Mas la seda y la púrpura más bellas vienen a ser de ínfimo valor comparadas con este tejido, que no es tejido, pues que mi admonitor interno me advierte que es la Sangre preciosísima de Nuestro Señor que los ángeles vierten de continuo sobre toda la tierra a fin de que sus méritos caigan en las almas, y lo mantienen extendido frente a toda la creación para que ésta adore la Sangre que un Dios derramó por el amor a todas sus criaturas. ■ Nada más veo; pero es visión de tan singular belleza que absorbe en sí toda otra sensación, anula el dolor y agotamiento míos vivísimos, conforta toda esperanza y reaviva toda alegría. Contra aquel refulgente azul del Cielo paradisíaco, respecto del que nuestro más azulado cielo es por completo descolorido, se destacan las llamas angélicas: luces incandescentes en forma humana, perla y plata fundidas y encendidas para adquirir formas de cuerpos sensibles a mi pesantez humana, forma de una belleza tan perfecta que me producen desdén las más bellas reproducciones artísticas. Melozzo y el Angélico, Tiziano y Dolci, Perugio, Guercino todos los pintores de ángeles, de estar en la gloria de Dios, tienen que horrorizarse de sí mismos al confrontar estas angélicas perfecciones con sus esbozos informes tan pobremente acomodados a nuestra envilecida humanidad. Y mucho más esplendente que todos estos zafiros del Cielo paradisíaco y estas encendidas perlas angélicas es el velo de la preciosista Sangre, rubí que es fluido, terciopelo que es líquido, color que es voz  y voz que es Gracia. Gracia para nosotros. Hasta tanto habla Jesús, yo contemplo y adoro.
* La Sangre no deja de derramarse sobre la tierra y los ángeles adoran alegrándose por los justos, esperando por los no cristianos, y llorando por los pecadores.- “Por último, los ángeles de las iglesias esparcidas por toda la tierra adoran, presentando a Dios la Sangre elevada en cada una de las Misas en recuerdo mío”.- ■ Dice ahora Jesús: “Los espíritus difíciles de siempre —a los que Yo llamo «incrédulos racionalistas»— tendrán por incongruente este dictado. Porque ¿a qué hablar de la Sangre hoy cuando es la conmemoración de mi Ascensión a los Cielos?  Porque así lo quiero Yo. Y si Yo lo quiero es señal de que no es incongruente, pues nunca hago nada que sea ilógico. Por lo demás, no hablo para esta zahorra ciega de la humanidad, turba de ídolos sin alma, estampas de la soberbia y de la necedad. Hablo para mis hijos y, en particular, para ti, María. Hemos estado separados durante cuarenta días que tu dolor y tu amor los han ido contando. Hoy, día conmemorativo de mi separación de los discípulos, vuelvo Yo, pobre violeta de mi Cruz, sumergida y quemada por la sal del llanto, pero sedienta de mi Sangre para poder vivir. Tan solo mi Sangre es la que te hace vivir; únicamente mi Voz la que te consuela y mi Presencia que te hace feliz. Mira, aquí me tienes contigo. ■ ¿Estás llorando? No llores. Escucha. Cuanto viste intelectualmente sucede en la realidad.  Mi Sangre no cesa de derramarse sobre la tierra. Desde hace veinte siglos resplandece, cual testimonio de mi amor, a la faz de la creación entera y, a modo de lluvia, desciende doquier haya una cruz que diga: «Esta tierra es de Cristo». Los ángeles de cada uno de los creyentes, y aún de cada uno que lleve el nombre de «cristiano», no hacen en su naturaleza angélica, sino entretejer vuelos entre el Cielo y la tierra a fin de portar tesoros divinos a cada uno de sus custodiados. No se limitan a esto las operaciones angélicas, puesto que la restante innumerable población angélica adora, cumpliendo una orden eterna, por aquellos que, no siendo cristianos, no adoran al verdadero Dios y piden que mi Sangre alcance a toda criatura a fin de ser por todas adorado. Los ángeles de los justos adoran, regocijándose y uniéndose a las almas de los mismos, anticipando así desde la tierra su adoración que ha de ser eterna. Los ángeles de quienes no son cristianos adoran, esperando y confiando en poder llegar a ser sus custodios en el signo de la Cruz. Los ángeles de los pecadores que ya no son hijos de Dios adoran llorando, y, aun llorando, suplican a la Sangre que, por su virtud, redima a aquellos corazones. ■ Por último, los ángeles de las iglesias esparcidas por toda la tierra adoran, presentando a Dios la Sangre elevada en cada una de las Misas en recuerdo mío. La sangre desciende y asciende a ritmo incesante, no habiendo momento alguno del día en que mi Sangre no suba hasta Dios y en que no descienda sobre la tierra desde el  trono de  Dios”.
* La Misa repite los tres puntos más importantes de la vida del Verbo Encarnado: la Encarnación en la Consagración (se encarna en las manos sacerdotales de un virgen. Por eso, debe ser virgen); la Crucifixión en la Elevación de la Hostia; la Ascensión en la Consumación de las especies, al consumarse el Sacrificio. ■ Jesús: “Nunca, María mi pequeña voz, has reflexionado sobre esto; pero la Misa repite los tres puntos más importantes de mi vida de Jesucristo, Verbo de Dios encarnado. En la Consagración, cuando las especies se convierten en Carne y Sangre, he aquí que Yo me encarno como en otro tiempo, no en el seno de una Virgen sino en las manos de un virgen. Por eso, se requiere en mis sacerdotes virginidad angélica. ¡Ay de los profanadores que, con su cuerpo mancillado por unión carnal, tocan el Cuerpo de Dios! Porque si vuestro cuerpo es templo del Espíritu Santo y por ello debe conservarse santo y casto, el cuerpo del sacerdote, a cuyo imperio Yo bajo de los Cielos para hacerme Carne y Sangre y, como en la cuna, me pongo en sus manos, debe ser más incontaminado que el lirio. Y lo mismo que el cuerpo, el corazón y la lengua. En la Elevación de la Hostia se repite la Crucifixión. «Cuando sea elevado atraeré todo a Mí» (1). Y cuando soy elevado desde el altar, he aquí que tomo conmigo todos los latidos de los presentes, todos sus dolores, todas sus plegarias y con ellos me presento al Padre diciéndole: «Heme aquí. El Consumado de amor te pide, Padre, que les des todo a estos míos ya que todo te lo di Yo por ellos». En la Consumación de las especies, al consumarse el Sacrificio, he aquí que Yo torno a mi Padre diciéndoos: «Yo os bendigo». Como en la mañana de la Ascensión, «Yo estoy con vosotros hasta el fin del mundo» (2). Por amor me encarno, por amor me consumo y por amor asciendo para interceder por vosotros. Es siempre el amor el que dirige mis obras. ■ Medita la Misa a través de estas luces que Yo enciendo en ti y piensa que no hay un solo instante del día en el que no sea consumada una Hostia por amor vuestro ni consagrada una Sangre con la que acrecer las piscinas celestes en las que se purifican los espíritus de los hombres, se curan las enfermedades, se riegan las arideces, se fecundan las esterilidades y se convierte a Dios cuanto era pertenencia del error. ■ Contempla mi Sangre que tras haber sido derramada entre atroces dolores, asciende al Padre gritando por vosotros: «Padre, en tus manos encomiendo estos espíritus míos. Padre, no los abandones, Yo, el Cordero eternamente inmolado, lo quiero por ellos». Y repítete a ti misma para anular hasta el recuerdo de la duda pasada: «Y por esto se alegra mi corazón, mi lengua se llena de júbilo y hasta mi cuerpo reposa seguro porque Tú no has dejado a mi alma sumida en el infierno del dolor sino que, por el amor de tu Sangre, me has hecho conocer una vez más, no ha mucho, los caminos de la vida y me colmarás de gozo con tu presencia» (3). Son poco más o menos las palabras que pronunció Pedro después de Pentecostés. Dilas con anticipación de algunos días. ¡Has bebido tanta hiel, pobre María…! Consuela tu corazón con la miel de las palabras eternas. Te bendigo como lo hice a los once antes de ascender”. (Escrito el 18 de Mayo de 1944).
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1  Nota  : Cfr. Ju.  12,32.   2  Nota  : Cfr. Mt.  28,16-20.   3  Nota  : Cfr. Sal. 16,8-11.
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44-386.- “¿Por qué dice Isaías: «Venid a las aguas sedientos e, incluso vosotros que no tenéis dinero…»?… El Amor Uno y Trino os abre sus tesoros con tal que lo deseéis”.
“Yo, el Amor, fui quien hice donación de este Manjar a fin de que fuese Testimonio para los pueblos de la Bondad del Padre”.- Dice Jesús (1): “¿Por qué dice Isaías: «Venid a las aguas sedientos e, incluso vosotros que no tenéis dinero, corred a comprar y a tomar vino y leche»? (2). Porque hay quien adquirió para vosotros todas las riquezas eternas, y para saciar vuestra hambre y vuestra sed compró y  molió el grano más puro y compró así mismo y exprimió la uva más hermosa. Y con esta su compra realizada a un precio sin medida y molida y exprimida con un sudor de sangre, os fabricó un Pan y un Vino que quitan el hambre y la sed que no sean hambre y sed de lo que es espiritual y comunican la Vida a quien los recibe. El Grano es la Carne nacida del seno virginal de mi Esposa. El Vino es la Sangre cuyo manantial se halla en el Corazón Inmaculado que se abrió como botón de flor cuando, cual dardo de fuego, bajó mi Fulgor a hacer de Ella una Madre. Madre de Quien para ella era a la vez Padre y Esposo. ■ ¡Oh momento en el que Nosotros Tres fuimos dichosos en su Corazón al encontrar el amor de la criatura tal como lo habíamos deseado en todos y cual ninguno otro, fuera de María Santísima, lo poseía! ¡Su sangre! Pocas gotas en torno al Germen del Señor. Mas vinieron a formar un río tan caudaloso e inexhausto que ya, desde hace siglos, no cesa ni cesará de fluir hasta el último día. Yo, el Amor, fui quien hice donación de este Manjar a fin de que fuese Testimonio para los pueblos de la Bondad del Padre. Fui Yo quien hizo la donación de este Verbo. Mi Amor lo mandó a la tierra para que fuese Maestro para los pueblos y Conductor de los mismos hacia Dios. Y por amor Él se separó de Nosotros y la Palabra eterna permaneció en su penoso exilio cuyo final fue una muerte oprobiosa, hasta haber dado el fruto esperado por las gentes: la Redención. Redención de la Culpa a través de su Sangre. Redención de las flaquezas a través de su Carne. Redención  de las ignorancias a través de su Palabra. Él dio cumplimiento a cuanto fue voluntad del Amor llevando a cabo todo lo que debía realizar sin ahorrarse absolutamente nada. ■ No cerréis vuestro espíritu a este Tesoro. Venid, que estáis sedientos. Vosotros que sabéis que lo estáis, y vosotros, a punto de morir de sed, que ni sabéis que lo estáis, venid. Aquí está el Vino que corrobora y la Leche que consuela y medicina. Y si estáis pobres y sin dinero, venid lo mismo. El Amor Uno y Trino os abre sus tesoros con tal de que lo deseéis”. (Escrito el 26  de Mayo de 1944).
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1 Nota : Ahora bien, aparecerá claramente que el dictado es del Espíritu Santo.   2  Nota  : Cfr. Isaías 55,1.
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Primer viernes de mes

44-406.-  Visión y mensaje de Jesús a Sta. Margarita María de Alacoque: “Margarita, dí al mundo que Yo quiero que mi Corazón sea amado”.
*  Sufrimiento físico y vacío doloroso (ausencia del P. Migliorini)  de María Valtorta.-  ■ Ayer no recibí dictado alguno en particular. Me limité a sufrir hasta el punto de creerme en agonía. El sufrimiento físico comenzó —de forma violenta se entiende, pues llevaba 24 horas con él, si bien para mí que sé aguantar mucho, aún resultaba soportable— la tarde del miércoles, yendo en aumento a ritmo continuo hasta hacerse insoportable. Pensé en una perforación peritoneal, pues tanto era el dolor que me producía el peritoneo, causándome todas las molestias propias de una peritonitis aguda. Sufrí hasta perder el sentido, no sabiendo decir sino: «¡Señor, esto por mis pobres hermanos desesperados!». Aún era el miércoles. Ayer, como continuase sufriendo, ofrecí toda esta congoja por los idólatras. No tenía sino eso que ofrecer careciendo de fuerzas para más, habiéndome costado una verdadera fatiga poder cumplir con mis penitencias de costumbre. Después quedé desfallecida sintiendo únicamente el tormento de la carne. Mas no me importaba ya que mi alma se hallaba en paz. ■ En las horas lentas de la siesta vino el sacerdote de aquí (1). Me encontró con un rostro agónico e intentó consolarme, pues en el fondo, es bueno aunque con una «bondad» útil solo para María criatura, no para María alma.  Siento el vacío doloroso del que me dirige (2), por más que diga él de que «nada hace». Yo, en cambio, digo que él es el aire de mi alma a la que le falta ese aire lo mismo que la brisa marina a mis pulmones. Y, no obstante contar con infinitas bondades de Jesús, esta ayuda es la que me falta teniendo que sufrir por ello.
* “Mira, este es mi Corazón que tanto ha amado a los hombres, deseando ser amado de ellos: pero que no lo es aun cuando en este amor estaría la salvación del género humano”.-  ■ Ayer anoche quise hacer la Hora de adoración nocturna; pero me fue imposible. No podía leer ni pensar. En tales circunstancias Jesús me hizo… adorar concediéndome una visión apropiada.
■ Trataré de describir el lugar, cosa difícil para mí que en esto de arquitectura valgo menos que cero y jamás puse los pies en un monasterio de clausura. Creo encontrarme en la iglesia interior de un monasterio de estrecha clausura. Veo un arco muy elevado y espacioso que presta luz a la iglesia exterior. Eso de que presta luz es un modo de decir puesto que el hueco compuesto por el arco viene a quedar aún más impenetrable por una cortina de paño rojo oscuro que baja desde lo alto hasta un metro y medio poco más o menos del suelo, o sea, hasta el punto en que se eleva un muro para sostener el enrejado. En el centro de dicho enrejado hay un a modo de ventana, o sea, un trozo de enrejado movible que gira como una puerta sobre sus pernios. Esta no tiene cortina roja dejando ver por entre la malla del enrejado el Tabernáculo que está en la iglesia exterior. Así las monjas pueden adorar y supongo que recibir la Sagrada Comunión estando de rodillas en el banco que viene a hacer de barandilla delante de la pequeña ventana y que se levanta sobre una tarima de tres peldaños para acomodarlo a la altura de la ventana. De la iglesia exterior nada se ve fuera del Tabernáculo. Así están hechos sin duda los coros de los monasterios. Hay poca luz. De las ventanas altas y angostas se filtra una luz crepuscular, dándome a entender que debe ser la tarde o el alba porque hay muy poca claridad. El coro —lo llamo así por más que no sé si me expreso bien— se encuentra vacío. Allí están únicamente los asientos de las monjas y el banco delante del enrejado junto al que una lámpara de aceite pone una diminuta estrella de luz tenue. ■ En esto entra una monja alta y acusadamente enjuta pues, no obstante la amplitud del hábito monacal, su cuerpo aparece delgado en extremo. Va a arrodillarse a los bancos. Se levanta el velo que tenía echado sobre el rostro y veo así que lo tiene juvenil, no bellísimo sino agraciado, palidísimo y dulce. Sus ojos claros —a mi parecer de un color castaño-verdoso— se iluminan dulcemente cuando los eleva para mirar al Tabernáculo y se entreabre su fina boca en una suave sonrisa. Su rostro forma un óvalo alargado enmarcado por la toca poco más blanca que él. El negro velo desciende sobre el vestido, negro igualmente, de modo que en la figura arrodillada no aparecen de tono claro sino el rostro agraciado, las manos alargadas y bien modeladas, unidas en oración y una cruz de plata que le brilla sobre el pecho por debajo de la larga toca. Ora fervorosamente con los ojos clavados en el Tabernáculo. ■ Y aquí viene todo lo bello de la visión. El enrejado, todo él brilla cual si tras la cortina se hubiese encendido un foco muy potente. La lámpara que antes parecía una estrella por su esplendor, viene ahora a quedar anulada en la luz que va venciendo y haciéndose cada vez más blanca, de un blanco argénteo muy vivo y tan intensa que los ojos no ven sino a ella. El enrejado desaparece en ese esplendor muy vivo en el que aparece Jesús erguido, de pie, sonriente y muy bello con el vestido blanco y su manto rojo. “¡Margarita!”, le llama Jesús para hacer volver en sí a la monja que quedó extática mirándole. La llama por tres veces, cada vez más dulcemente sonriendo con mayor intensidad y se adelanta caminando, elevado del suelo sobre la alfombra de luz que está bajo sus pies. “Soy, Jesús, al que amas. No temas”. Margarita María le mira feliz y, entre lágrimas, le dice: “Señor, ¿qué quieres de mí? ¿Por qué te me apareces?”. Jesús:  “Margarita, soy Jesús que te ama y quiero que me hagas amar”. Margarita: “¿Cómo lo podré, Señor?”. Jesús: “Mira, todo lo podrás porque lo que has de ver te prestará fortaleza y voz para sacudir al mundo y traerlo a Mí. Mira, este es mi Corazón que tanto ha amado a los hombres, deseando ser amado de ellos: pero que no lo es aun cuando en este amor estaría la salvación del género humano. ■ Margarita, di al mundo que Yo quiero que mi Corazón sea amado. ¡Tengo sed! Dame de beber. ¡Tengo hambre! Dame de comer. ¡Sufro!  Consuélame.  Esta misión será tu gozo y tu dolor. Te pido que no la rehuyas. Ven, ven a Mí. Acércate a  Mí. Besa mi corazón y ya nada te arredrará…”. ■ Margarita María envuelta en la gran Luz que hace que su rostro aparezca aún más blanco, se levanta y se dirige extática hacia Jesús postrándose a sus plantas. Mas Él la levanta y, teniéndola apoyada con la izquierda, se abre el vestido por el pecho y, cual si con el vestido se abriera también la carne, aparece su Corazón divino, vivo y palpitante, entre torrentes de luz que inundan el pobre coro y hacen que el cuerpo de la discípula amada resplandezca como un cuerpo ya espiritualizado. Jesús atrae hacia Sí a su amada y con amorosa violencia la eleva hasta hacer que los ojos de la misma estén a la altura de su Corazón que lo estrecha contra ella sosteniendo al mismo tiempo a la extática que por la fuerza del gozo se desplomaría; y cuando se desprende de ella, sigue sosteniéndola con cuidado dulcísimo hasta depositarla en el suelo —puesto que Margarita había marchado por la estela de luz hasta llegar a Jesús— no dejándola hasta verla segura en su puesto. ■ Y entonces le dice: “Volveré para comunicarte mis quereres. Ámame cada vez más y vete en paz”. La luz, que va apagándose por momentos hasta desaparecer del todo, lo absorbe como una nube y en el coro, a la sazón vacío, brilla tan solo la estrellita tenue de la lámpara. Esto es todo lo que he visto. Y Jesús me dice: “Has hecho la adoración del Jueves, vigilia del primer viernes. ¿Qué mejor adoración quieres?”. Sonríe y me deja. (Escrito el 2 de Junio de 1944).
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1  Nota  : Don Narciso Fava,  párroco de San Andrés de Cómpito.  El año 1944 estuvo marcado por ocho meses de evacuación (2ª guerra mundial) que obligó a María Valtorta a dejar su casa de Viareggio para refugiarse en S. Andrés de Cómpito, barrio del Municipio de Campannori en la provincia de Lucca.  2  Nota  : Su director espiritual, el Padre Migliorini, que quedó en Viareggio.
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44-411.- Cómo vaciar un corazón aferrado a sus ideas.
* Ardor de caridad y perseverante constancia para vaciar un corazón del mal, vertiendo después a Dios en él.- ■ Dice Jesús: “El esfuerzo que es preciso hacer para arrancar a un alma de sus ideas se debe al hecho de encontrarse saturada de ellas. Para echar líquido a un vaso, éste ha de hallarse dispuesto para ello. Si está vacío, lo podremos llenar totalmente del líquido que queremos. Si semilleno, tan solo podremos echarle la mitad y si únicamente le falta un dedo para estar lleno, solo le podremos echar un dedo. No será esto mucho; pero servirá para mezclársele algo. Ahora bien, si se encuentra lleno hasta los bordes, nada, absolutamente nada le podremos echar siendo preciso vaciarlo primeramente. Esta operación será fácil cuando el vaso se deje mover. Mas si está fijo y no es movible por tanto, ¿cómo se podrá vaciar? Será necesario achicarlo bien con el calor del sol o pacientemente sumergiendo en él una esponja que vaya absorbiendo el líquido hasta conseguir el vaciado. ■ Algunos corazones son vasos que están colmados hasta los bordes y son inamovibles. Es su voluntad la que les hace tales y, por eso, como tienen dentro de sí el agua que ellos echaron y que no es la que Yo ni tú querríamos que contuviesen, no queda sino vaciar con ardor de caridad y perseverante constancia su contenido. ¡Cuánto más fácil resultaría la operación si se dejasen volcar por un ímpetu de amor! Pero es mucho más meritorio el que tú ardas de amor por vaciarlos del mal y enjugarles todo mal con sacrificios y más sacrificios, vertiendo después en ellos a Dios, a tu Dios. ¡Oh María…!”. (Escrito el 2 de Junio de 1944).
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44-412.- Visión de Jesús con su Corazón radiante rodeado de santos. En 1º término: tres santas nimbadas con una luz especial.
* “Son mis heraldos, las que no guardaron para sí el amor vivísimo que profesaban a mi Corazón divino sino que lo difundieron por el mundo, a costa de toda clase de fatigas y de dolores”.- ■ En la noche de este primer viernes se me ofrece con más amplitud y belleza la visión de Jesús con su Corazón radiante rodeado de muchos, muchísimos santos. Hay cantidad de hombres; pero en primer término y más radiantes que todas las demás figuras, hay tres santas nimbadas con una luz especial. Ahora bien, en esta visión, aun cuando comprendo que se trata de cuerpos espiritualizados, se me muestran éstos con la indumentaria que llevaron en la tierra, al igual que me ocurre en las visiones de la vida de Nuestro Señor. Entre los hombres reconozco a S. Juan Apóstol que está casi a la espalda de Jesús al que mira sonriente. Y después veo a un franciscano que no es Francisco y no sé quién es. Mas las que me llaman a la atención son esas tres santas que aparecen en primer término. Una es Margarita María a la que reconozco perfectamente. Otra es una pequeña y bella monjita vestida toda de blanco. Únicamente es negro su velo. Tiene el rostro inteligentísimo y radiante de gozo sobrenatural. Y la tercera es una capuchina magra y austera, de mirar serio y bondadoso, como de quien ha sufrido y llorado mucho. Es la de más edad de las tres. A la sazón no llora si bien me mira con gran piedad. ■ Jesús me las indica diciendo: “Son mis heraldos, las que no guardaron para sí el amor vivísimo que profesaban a mi Corazón divino sino que lo difundieron por el mundo, a costa de toda clase de fatigas y de dolores. ● Ésta es la primera en el orden del tiempo. Es la primera voz que habló de la confianza en mi Corazón. El mundo era todo él una hoguera de ferocidad humana y de restricciones religiosas cuando Gertrudis (1) dijo al mundo: «Ama y espera. Jesús nos da la seguridad de nuestra reconciliación con el Padre. Así lo viene a decir su Corazón traspasado. Trabajemos por su gloria. Cumplamos su voluntad para darle satisfacción y Él llevará a cabo en nosotros los milagros de su misericordia». Ella había entendido las palabras que brotan de esta Herida mía. ● A la otra ya la conoces (2). La viste ayer anoche. ● La tercera es Verónica, clarisa capuchina (3), la «voz» que decía en Italia lo que Margarita en Francia. Ambas vencieron al filosofismo, enemigo de la Verdad, mucho más que lo hiciera la Iglesia con sus condenas, mediante la fuerza de su amor que predicaba la verdad de cuanto ellas habían oído y visto. Por ello se vieron atormentadas por los hombres y, de entre estos ciegos, ¡por cuántos que «estaban obligados a ver!». Mas ellas, mis mensajeras, mis «voces», para esto habían sido puestas y esto es lo que hicieron, ya que hacer mi voluntad era su gozo”.
* “¡Oh, dichosos vosotros que entendéis el amor que os tengo y que le hacéis saber este amor al mundo para persuadirle a que me ame!”.- ■ Jesús: “De entre las «voces» que hablan de mi Corazón son más las santas que los santos porque la mujer tiene más exquisitez en el amor. Juan, ser angélico, se cuenta entre los santos, si bien tuvo corazón de muchacha en cuerpo de héroe. Él fue el primero que comprendió mi Corazón. Ahora bien, todos los santos son frutos de mi Corazón, del amor a mi Corazón. Aun aquellos que, al parecer, fueron destinados a ser apóstoles de otras devociones, en realidad son frutos de mi Corazón y del amor al mismo. ■ El que no ama no se santifica. Es el corazón el que ama y ¿qué es lo que en el amado se ama? Su corazón. Como lo primero que en el seno de una madre se forma es el corazón de su criatura, así también en aquellos que son los portadores de Dios en el mundo lo primero que en su corazón se forma es el Corazón de su Señor. Y así, cuando Éste palpita en vuestro seno, es que Jesús nació ya en vosotros y os habla, os acaricia y os lleva al Padre y al Espíritu, puesto que donde está Uno, no falta ninguno de los otros Dos. Sois, por tanto, vosotros un Cielo en el que se operan las maravillas de Dios y del que se traslucen y salen palabras que son luces y palabras del Dios que habita en vosotros. ¡Oh, dichosos vosotros que entendéis el amor que os tengo y que le hacéis saber este amor al mundo para persuadirle a que me ame! ■ Te he mostrado esta familia de santos cuya única pasión fue mi Corazón, a fin de que tú llegues a ser una hermanita suya. Que el Corazón de tu Jesús y su Cruz sean las metas de tu amor. Ahora bien, el Corazón de Jesús fue abierto sobre la cruz, obteniendo así con el máximo oprobio el más seguro refugio, para haceros comprender que cuanto más uno acepta ser vilipendiado por hacer la voluntad del Eterno, más viene a ser para sus hermanos salud y bendición. Por más que el corazón se parta por el dolor que los hombres proporcionan a mis heraldos, no tiemblen ni se arredren estos amados míos, pues Yo estoy con ellos y aquí, en esta Herida se encuentra el nido de mis palomas amorosas, heridas por los gavilanes crueles a las que Yo llamo y les digo: «Ven, venid, palomas mías, a reposar al lado del que os ama. Venid al nido que os tengo preparado en el que os enjugaré el llanto, curaré vuestras heridas, os alimentaré con el fruto del Árbol de la Vida, apagaré vuestra sed en el río de Agua Viva, que brota al pie de mi trono, llevaréis en la frente mi Nombre y sobre vuestro corazón la señal del mío y reinaré eternamente porque con vuestro amor conquistasteis el Amor»”. (Escrito el 2 de Junio de 1944).
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1  Nota  : Santa Gertrudis de Helfta, llamada “la grande”, apóstol de la devoción al Sagrado Corazón de Jesús (1256-1301) poco más o menos.  2  Nota  :  Sta Margarita María de Alacoque, mensajera y apóstol del Sagrado Corazón  (1647-1690).   3  Nota  : Santa Verónica Juliani, clarisa capuchina  (1660-1727).
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Una lección de amor de Jesús con una efusión amorosa tan intensa que casi hace quebrar mi vida.
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47-360.- “En el cáliz era necesaria el agua junto al vino. La Sangre viva y el Agua del supremo sacrificio”.
* “Y el agua de mi Costado, fue la primera gota del manantial santo que más adelante habrían de alimentar las almas víctimas… Y como en el Cielo humean y perfuman ante mi trono las oraciones de los santos, así suben de la Tierra los inciensos de la adoración al Señor Dios ofrecidos por los justos en la Misa perpetua de su sacrificio latréutico, eucarístico, propiciatorio e impetratorio, consumado junto con el mío”.- ■ Dice Jesús: “Mi querida alma víctima: en el cáliz propiciatorio que diariamente se ofrece sobre los altares están mi Sangre y el llanto de amor generoso de las almas víctimas. Porque vuestro dolor es amor. Por amor demandasteis el dolor, por amor os lo di y por amor lo padecéis. Todo en las víctimas es amor. Tanto la sonrisa por mi amor que las consuela como el gemido por la tortura de la carne, el llanto por la incomprensión y traición de los hombres o disgusto de ver que no es amado vuestro Dios. De llorar por las dos primeras causas no debéis avergonzaros pues Yo también lloré antes que vosotros, ya que el hombre tiene ciertamente una carne y un corazón que derraman el llanto al ser torturados, no haciendo,  por otra parte, el llanto que desmerezca el sacrificio de amor.  Mas en el cáliz era necesaria el agua junto con el vino. La Sangre viva y el Agua del supremo Sacrificio. Y el agua de mi Costado, fue la primera gota del manantial santo que más adelante habrían de alimentar las almas víctimas, mártires, ¡oh! mártires, pues tales habréis de ser considerados en el Cielo por más que no se os sea dado derramar vuestra sangre en un martirio cruento. ■ He aquí el vino eucarístico que el Sacerdote pone en el cáliz y lo eleva ofreciéndolo por las necesidades del mundo y como sufragio para aquellos que están fuera de él. Que lo eleva sobre todo ofreciéndolo, colmado de mi Sangre y de las «oraciones de los santos» de la Tierra, esto es, de sus padecimientos de amor, para honrar a Dios. Sí, alma mía, porque toda santidad se alcanza a fuerza de padecimientos y luchas contra las pasiones y tentaciones, contra los escarnios, las persecuciones y enfermedades. He aquí el Calvario de los santos. Y como en el Cielo humean y perfuman ante mi trono las oraciones de los Santos, así suben de la Tierra los inciensos de la adoración al Señor Dios ofrecidos por los justos en la Misa perpetua de su sacrificio latréutico, eucarístico, propiciatorio e impetratorio, consumado junto con el mío.  Porque esto es lo que os he concedido en mi amor que os quiere en donde Yo estoy, que os identifica conmigo, sarmientos vivísimos entre los sarmientos vivos: que podáis hacer todo lo que Yo hago”.
* Tú (clavada desde hace tres lustros en la cruz de tus enfermedades) estás en todas las misas, en todos los cálices y en todas las Hostias que diariamente se celebran en todo el mundo, más que si estuvieras presente al Sto. Sacrificio de tu parroquia”.-Jesús: “¿Ves, alma mía, cómo, si bien desde hace tres lustros las enfermedades han sido para ti clavos que te han tenido sujeta a tu cruz, tú estás en todas las misas, en todos los cálices y en todas las Hostias que diariamente se celebran y ofrecen sobre los altares de todo el mundo, más que si tú estuvieses presente al Santo Sacrificio en tu Iglesia parroquial? Y aún más, ya que esto te proporciona un nuevo rasgo de semejanza conmigo. Yo mismo tampoco pude en la Parasceve ni en el Sábado pascual estar presente en el Templo; mas, en verdad, nunca fui tan adorador del Padre como lo fui sobre la Cruz, fuera del recinto de la ciudad santa sobre un monte que era infame… ■ Piensa, piensa, alma enamorada de la que Yo, a mi vez, lo estoy, qué es lo que otorga el amor: anula en la criatura las limitaciones de los deseos, de esos deseos que el mismo Amor suscita haciéndolos inmensos, y así su espíritu puede —otro rasgo de semejanza conmigo— estar espiritualmente presente sobre todos los altares y en todos los Cálices y Hostias conmigo”.
* Oración para ofrecer el sacrificio al Padre.-Jesús: “Ven, fúndete cada vez más con mi Cuerpo y con mi Sangre. ¡No ya más cercana sino unida a Mí! Canta conmigo con todo el júbilo de quien adora a Dios su Padre: «Así pues, ¡oh Padre Santo!, te ofrecemos este sacrificio para honrarte, darte gracias, propiciarte e impetrar de Ti todas las gracias que tu Iglesia y tus fieles necesitan recibir, así como para sufragar a los difuntos y rogar para que tu poder atraiga a tu Cristo, Pastor único y santo, a cuantos están fuera de tu redil». ¡Alégrate, alma mía! ¡Alégrate! Contigo está el señor”. (Escrito el 14 de Mayo de 1947).
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47-372.- “¿Quién fue el sacerdote del Calvario?».
* “Se dice: «Jesús fue Sacerdote y Víctima». Es verdad. Sólo Yo podía ser Sacerdote de Mí mismo. Ninguna fuerza humana habría podido sacrificarme a Mí-Dios. Mas por encima de esta mística e incorpórea cualidad de Sacerdote de Mí mismo, que solo mi Madre y pocos más espíritus comprendieron, estaba la real personalidad de los sacerdotes inmoladores del Cordero… Eran inmoladores míos, es decir, sacerdotes del rito perpetuo que entonces se iniciaba, rito santo que es latréutico, eucarístico, propiciatorio e impetratorio, los hebreos pecadores… Eran igualmente inmoladores míos los romanos”.- ■ A las 11,30 horas (mientras escucho la Santa Misa retransmitida por Radio Sta. María de los Ángeles de Roma). Dice Jesús tan pronto como comienza la Santa Misa: “Una lección, una gran lección, María mía. ¡He aquí! Mira… (Se me aparece la cumbre del Calvario pálida y desnuda, la cruz levantada en alto con la Víctima y a los lados María Santísima y Juan. Allá abajo Jerusalén bañada por el sol y sobre el Calvario la turba imprecante…). Considera, alma mía dilectísima, que no me sacio de amaestrarte porque quiero que tú me conozcas totalmente y en todo a la medida que se le concede a una criatura que todavía se encuentra en la Tierra. Quiero que tengas el conocimiento de Dios antes de que la muerte te lleve al Reino de la Inteligencia y del Conocimiento. ■ Considera, alma mía: ¿Quién fue el sacerdote del Calvario? Se dice: «Jesús fue Sacerdote y Víctima». Es verdad. Sólo Yo podía ser Sacerdote de Mí mismo, con mi voluntad de ofrenda, para dar cumplimiento a la voluntad de mi Padre. Ninguna fuerza humana habría podido sacrificarme a Mí-Dios si Yo-Dios no hubiese querido el sacrificio. Mas por encima de este espiritual Sacerdote, en realidad invisible para el mundo,—puesto que allí tenía apariencias de apresado culpable y no de Sacerdote libre—, por encima de esta mística e incorpórea cualidad de Sacerdote de Mí mismo, que solo mi Madre y pocos más espíritus comprendieron, estaba la real personalidad de los sacerdotes sacrificadores del Cordero. Y ¿quiénes eran? ¿Acaso Juan? ¿Por ventura alguno de los discípulos fieles? ¿O tal vez uno de los pocos justos de Israel? No, sino que eran inmoladores míos, es decir, sacerdotes del rito perpetuo que entonces se iniciaba, del rito santo que es latréutico, eucarístico, propiciatorio e impetratorio, los hebreos pecadores, los falsos sacerdotes, los fariseos codiciosos, los saduceos y herodianos pletóricos de odio y de la triple concupiscencia, rebeldes a Dios, al Amor y al amor del prójimo. Eran igualmente inmoladores míos los romanos, desde el Presidente hasta el último de los legionarios. O sea, que los que ofrecían al Inocente divino y lo inmolaban eran los pecadores de mi Pueblo y de los Gentiles. ■ Y bien, ¿no era esto acaso inconveniente? No lo era. Y este hecho ¿carecía tal vez de simbolismo? No, sino que lo tenía. Yo vine para los grandes enfermos, para aquellos que eran necios, ciegos, sordos y leprosos de espíritu. ¿Quiénes van a la fuente de la salud, la buscan, abren su caudal y se sumergen en ella? ¿Por ventura los sanos? No, sino los enfermos. Yo vine para los hebreos y gentiles, entrambos enfermos. Y ellos, enfermos, símbolo de mi Pueblo universal que habría tenido Vida y Salud injertándose de Mí, bebiendo el agua de Vida eterna; y ellos, con la obtusa obediencia del súbdito romano a las leyes de Roma y el rabioso encarnizamiento contra el Templo y la Sinagoga, consumaron el rito. Sirvieron a Dios creyendo servir a sus propios intereses o los del Emperador. ■ Y, puesto que fue más grata a Dios la obediencia del soldado a las órdenes de Roma, o sea el altruismo a favor del bien de la Patria, que no la obediencia de los israelitas a su egoísmo, he aquí que la luz penetró bajo la doble coraza de las lorigas y de la religión pagana y, fundiendo el granito de los corazones paganos, hizo de ellos terreno de Dios, mientras que no penetró bajo los vestidos ligeros de los sacerdotes y de los fariseos porque tras los vestidos estaba la infundible coraza del odio y del egoísmo. Mas, sacerdotes fueron tanto los hebreos como los gentiles”.
“Es preciso rogar por ellos. Para que los gentiles de ahora tengan la suerte feliz de los gentiles de entonces. Para que los sacerdotes de ahora (todos los católicos) no tengan la de los sacerdotes de entonces y ambos, sí, me ofrezcan, pero con fruto para su espíritu, tal como lo quiere mi amor”.- Jesús: “Y así ahora… es precio rogar por ellos. Por los gentiles de ahora. Por los sacerdotes de ahora. Para que los gentiles de ahora tengan la suerte feliz de los gentiles de entonces. Para que los sacerdotes de ahora no tengan la de los sacerdotes de entonces y ambos, sí, me ofrezcan, pero con fruto para su espíritu, tal como lo quiere mi amor. Alma mía, al decir «sacerdotes» no hablo solo de los que han recibido el carácter sacerdotal, sino que hablo de todos los católicos. De los católicos en los que el Sacerdocio es la porción elegida, de nombre al menos, y por el carácter recibido con el Sacramento del Orden Sagrado; y los fieles: la milicia a las órdenes de los conductores de mi pueblo que son precisamente los Sacerdotes, desde mi Vicario hasta el último sacerdote perdido en tierras de misión, ignorado, pobre, solo, perseguido, y, más que nada, desconocido y olvidado por el mundo aunque no por Mí que me inclino sobre él para llenar de Mí su soledad, robustecer sus fuerzas y revestirle ya con la vestidura de los siervos-reyes del Rey-Amor. ■ La Santa Misa ha terminado; María. Mírame aún sobre la Cruz y contempla a María, Madre mía y tuya, y también a Juan, tu hermano. Nosotros te amamos y queremos de ti que seas como un cirio ardiendo sobre este verdadero altar que es el Gólgota. Mas, cirio que ardes y te consumes, no estés únicamente ahí, en donde estás, al pie de la Cruz. Ven, sube a encenderte todavía más y, a la vez, a refrigerarte, a medicinar las quemaduras del odio del mundo que no te comprende ni te ama, como tampoco me comprendió ni me amó a Mí. Ven aquí a mi pecho abierto. Ven, arde y bebe. Sobre todo ámame cada vez más. Tú y Yo. Nosotros solos. Yo todo para ti. Yo solo todo para ti. Ven…”.
* “Esta lección muestra una vez más que el Poder de Dios sabe servirse para sus fines de bondad hasta de las personas y de las cosas que menos lo merecen y que la Sabiduría de Dios puede… Nunca peguntéis a Dios el «por qué» de ciertos actos suyos”.-  ■ María Valtorta dice: Jesús hablaba desde lo alto de la Cruz. Mas era un luminoso Rostro de Cristo, transfigurado ya en gloria, el que terminaba el discurso para medicinarme el dolor inicial de la visión de su Rostro martirizado y del dolor de María y de Juan. Y cuando me sentí feliz con su abrazo, terminó así: ■ “Añadirás esto: Esta lección muestra una vez más que el Poder de Dios sabe servirse para sus fines de bondad hasta de las personas y de las cosas que menos lo merecen y que la Sabiduría de Dios puede, de personas y cosas mezquinas, y aún más que mezquinas tal vez, hacer instrumentos suyos para conseguir un fin de gracia, sea que en ellos anide una tendencia al Bien, como en el caso de los Apóstoles o un espíritu enemigo del Bien como en el de Saulo de Tarso. Me basta para estos últimos con que al toque de la Gracia responda la docilidad del corazón. ■ Y una vez más se alza mi advertencia: nunca preguntéis a Dios el «porqué» de ciertos actos suyos (como el de hacer sacerdote del Sacrificio del Hijo de Dios a pecadores y gentiles) y no juzguéis con arreglo a las apariencias a los instrumentos de Dios puesto que el más pequeño de entre los hombres puede ser elevado a la categoría de «el más grande» de entre los siervos de Dios si Yo quiero y él coopera con humildad a mi querer”. (Escrito el 27 de Julio de 1947).
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.                                c)  Dictado extraído del «Libro de Azarías» (1).
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46-77.-El abandono total del Padre a su Hijo.- El grito de su completo dolor: «¡Padre!, ¿por qué me has abandonado?».
* Repercusión de aquel grito en el Cielo, en el Infierno y en la Tierra.- Significado del abandono de Dios.- María Valtorta es víctima; mas no la Gran Víctima.-Dice Azarías: “¡Qué gozo poder tener prendida la mirada en la Divinidad! Esta es, María, la bienaventuranza del Cielo. Como tú ya lo ves, al completarse el último detalle de la desgarradora y completa Pasión del Redentor, fue permitido que se ocultase a su espíritu la Divinidad. Y entonces el Voluntarioso, el Heroico y Silencioso en el dolor lanzó el grito de su completo dolor: «¡Padre!, ¿por qué me has abandonado?». ¡Oh, si se profundizase en la inmensidad, en lo acabado del dolor que aquel grito encierra! El Cielo se estremeció por Él y la Divinidad hubo de violentarse a Sí misma para resistir y no tener compasión a fin de que todo quedase reparado y cumplido para la expiación de la Humanidad que había abandonado a Dios por seguir al Tentador. ■ Los ángeles temblaron ante el desconocido aspecto de la Divinidad, por primera vez inmisericorde, y lloraron al meditar y comprender plenamente el abismo del pecado perpetrado por Lucifer y los otros rebeldes, instaurando el Mal y provocando los sufrimientos consiguientes que culminaron en los sufrimientos de la Gran Víctima. Superaron al obedientísimo y dulcísimo Verbo poniéndole en parangón con lo que era, es y será la creación. Y hasta en el reino de las Tinieblas aquel grito provocó un bramido, apagando hasta el último y tenaz pensamiento de poder ser un día perdonados. No. La Tierra se estremeció, se rasgó el velo del Templo y se abrieron los sepulcros con el grito imponente con que el Mártir entregó su espíritu. Mas lo que hizo estremecerse a la Tierra, rasgarse el velo y salir de los sepulcros a los justos fue el deicidio consumado, la señal dada a los incrédulos y odiadores, y la alegría de los justos expectantes. ■ ¡Oh!, y esto aconteció al tiempo que el grito de abandono completo sacudió los espíritus, a todos los espíritus, triturándolos con una angustia como jamás fue ni será, porque el abandono de Dios, el no poder ya verle, es la prueba más atroz para los vivientes y el castigo mayor para los que pasan a la otra vida. Y aquí no se trataba de la prueba impuesta a una criatura, ni únicamente del Hombre que se encontraba separado de Dios, sino que era que el Verbo ya no estaba en contacto con el Pensamiento, que el Hijo se hallaba separado del Padre y que el Hijo de Dios pasaba del amor perfecto a no sentir ya el amor perfecto del Padre-Dios, quedando amando desoladamente en solitario. ■ Ahora bien, tú, alma mía, eres víctima; mas no la Gran Víctima. Por eso no se te da esta desolación. La conociste para comprenderla; la apuraste para aliviar a tantos hermanos de las desesperaciones provocadas por la ferocidad humana y la tuviste durante el tiempo preciso (2). Ahora ya no. Alza la mirada de tu alma. Mira. Bienaventurados… y canta conmigo el aleluya. La Divinidad te tiene bajo su mirada como la clueca a sus polluelos. Recógete bajo este fulgor feliz. Paremos, tú de escribir, yo de hablar  y adoremos…”. (Escrito el 2 de Junio de 1946).
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1  Nota  : Azarías, según María Valtorta, es su Ángel de la Guarda, Autor de este «Libro de Azarías». Es quien se lo habría dictado. Escritora es, por el contrario, María Valtorta, que vertió fielmente sobre el papel cuanto el Celestial Mensajero le comunicó.   2  Nota : M. T. M. y Marta Diciotti  suponen que “el tiempo preciso” que aquí se indica, coincide con el período de la guerra mundial (1939-1945) y, en particular, con el de la ya indicada evacuación, período de agudísimos sufrimientos, privaciones y desamparos. Durante este tiempo María Valtorta experimentó también ella el abandono de Dios durante 40 días. Hecho que se relata  en el tema “Dios-Reino de Dios”, comenzando en el dictado 44-325.

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