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                             El tema de “María Magdalena”, 1ª parte, comprende:
                              Episodios y dictados extraídos de la Obra magna
                                  «El Evangelio como me ha sido revelado»
                                                   («El Hombre-Dios»)

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(<Jesús y Juan de Zebedeo se dirigen a la pequeña casa blanca que está en medio de los olivos en el Getsemaní>)

1-70-372 (1-33-408).- Las primeras noticias de Jesús sobre Lázaro de Betania
* Es el dueño de casi toda Betania.- ■ Caminan los dos juntos. Jesús lleva un brazo sobre los hombros de Juan, el cual, siendo más bajo que Él, le mira de abajo arriba, feliz de aquella intimidad. En esta forma llegan a la casita. Jesús: “¿Hace mucho tiempo que habías venido?”. Juan: “No, Maestro. Con el alba he salido de Doco junto con Simón (1); ya le he dicho lo que querías. Después nos hemos detenido un tiempo en los campos de los alrededores de Betania, compartiendo la comida y hablando de Ti a los campesinos que hemos encontrado por allí. Cuando el fuego del sol ha disminuido, nos hemos separado. Simón ha ido a ver a un amigo suyo al que también quiere hablar de Ti: es el dueño de casi toda Betania. Él ya le conocía cuando aún vivían sus respectivos padres. Mañana viene aquí Simón. Me ha encargado decirte que se siente feliz de estar a tu servicio”. (Escrito el 4 de Enero de 1945).
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1  Nota  : Simón. Se trata de Simón Zelote, apóstol de Jesús.
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(<Jesús se pasea con Judas Iscariote yendo y viniendo junto a una de las puertas del recinto del Templo de Jerusalén>)

1-71-379 (1-35-416).- Simón Zelote habla a Jesús sobre Lázaro de Betania.
* “Existen en él todas las ideas imperantes, pero tiene una verdadera ansia por el Mesías”.- Juan de Zebedeo ya vio al Maestro y se lo indica a Simón. Apresuran el paso. Juan y Jesús se saludan con un beso mutuo. Simón, por el contrario, se echa a los pies de Jesús, y los besa exclamando: “¡Gloria a mi Salvador! Bendice a tu siervo para que sus acciones sean santas a los ojos de Dios, y yo le dé gloria bendiciéndole por haberme otorgado a Ti”. Jesús le pone la mano sobre la cabeza: “Sí, te bendigo para agradecerte tu trabajo. Levántate, Simón. Juan, Simón… ¡éste es Judas, el último discípulo! También él quiere la Verdad. Por esto es un hermano para todos vosotros”. Se saludan entre sí: los dos judíos con recíproca indagación, Juan con franqueza. ■ Jesús pregunta: “¿Estás cansado, Simón?”. Zelote: “No, Maestro, junto con la salud me ha venido un vigor, como no lo había tenido antes” (1). Jesús: “Y sé que lo empleas bien. He hablado con muchos y todos me han referido de ti que les habías hablado del Mesías”. Simón sonríe contento y dice: “Aun ayer tarde hablé de Ti a un israelita honrado. Espero que un día le conocerás. Querría yo ser quien te llevase a él”. Jesús: “Eso no es imposible”. ■ Judas interrumpe: “Maestro, me prometiste venir conmigo a Judea”. Jesús: “E iré. Simón continuará instruyendo a la gente sobre mi venida. Amigos, el tiempo es breve y la gente es mucha. Ahora voy con Simón. Por la tarde vosotros dos vendréis a mi encuentro por el camino del Monte de los Olivos. Distribuiremos dinero a los pobres. ¡Id!”. ■ Jesús, solo con Simón, le pregunta: “¿Esa persona de Betania es un verdadero Israelita?”. Zelote: “Lo es. Existen en él todas las ideas imperantes, pero tiene una verdadera ansia por el Mesías. Y cuando le dije: «Está Él entre nosotros» al punto me dijo: «Feliz de mí que vivo en estos tiempos»”. Jesús: “Algún día iremos a su casa a llevarle mi bendición” (Escrito el 6 de Enero de 1945).
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1  Nota  : Simón Zelote hace referencia aquí a la salud recobrada por él gracias a una intervención milagrosa de Jesús tras haber sufrido durante largo tiempo la enfermedad de la lepra.
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2-84-34 (2-49-513).- Primer encuentro de Jesús con Lázaro de Betania.
* Una visita muy esperada por Lázaro quien ve en Jesús al “Esperado”.- ■ Jesús y Simón Zelote caminan por un camino que se aleja de la calzada principal haciendo una “V”. Se dirigen hacia unos magníficos huertos de árboles frutales, y espléndidos campos de lino tan alto como un hombre, ya cercano a la siega; otros campos más lejanos parecen de color rosado a causa de las calabazas que se ven entre la amarillez de los rastrojos. Zelote dice: “Estamos ya en la propiedad de mi amigo. Como puedes ver, Maestro, la distancia estaba dentro de la prescripción de la Ley (1). Jamás me habría permitido un engaño contigo. Detrás de aquel huertecillo está el muro que circunda el jardín; dentro está la casa. Te he traído por este atajo precisamente para estar dentro de la distancia permitida”. Jesús: “¡Es muy rico tu amigo!”. Zelote: “Mucho. Pero no es feliz. Su casa tiene propiedades también en otras partes”. Jesús: “¿Es fariseo?”. Zelote: “Su padre no lo fue. Él… es muy observante. Ya te lo dije: un verdadero israelita”. ■ Llegan a la sólida puerta de hierro forjado. Simón llama a la puerta con el pesado aldabón de bronce. Jesús observa: “Simón, es una hora todavía muy temprana para entrar”. Zelote: “¡Oh! Mi amigo, al no encontrar consuelo sino en su jardín y en los libros, se levanta nada más salir el sol. La noche es para él un tormento. Maestro, no tardes en darle una alegría”. Un criado abre la puerta. “Buenos días, Aseo. Di a tu patrón que Simón el Zelote ha venido con su Amigo”. El criado les invita a entrar diciendo: “Vuestro siervo os saluda. Entrad, que la casa de Lázaro está abierta para los amigos”. Luego se marcha corriendo. Simón, que conoce el lugar, se dirige no por el pasillo central sino por un sendero que entre rosales lleva a una pérgola de jazmines. ■ Y de allí, en efecto, sale Lázaro poco después. Está delgado y pálido, como siempre le he visto; alto, pelo corto ni abundante ni rizado, barba rasurada excepto en el mentón. Trae un vestido de lino blanquísimo y camina con fatiga, como quien está enfermo de las piernas. Cuando ve a Simón, le hace una señal de saludo afectuoso, y después como puede, corre hacia Jesús, se arrodilla inclinándose hasta el suelo para besar la orla de su vestido y dice: “No soy digno de tanto honor. Pero ya que tu santidad se humilla hasta mi miseria, ven, Señor mío, entra, y toma posesión de mi pobre casa”. Jesús: “Levántate, amigo y recibe mi paz”. Lázaro se levanta, besa la mano de Jesús, le mira con veneración no exenta de curiosidad. Caminan en dirección a la casa. Lázaro: “¡Cuánto te he esperado, Maestro! A cada amanecer me decía: «¡Hoy vendrá!», y a cada crepúsculo: «¡Hoy, tampoco le he visto!»”. Jesús: “¿Por qué me esperabas con ansia?”. Lázaro: “Porque… ■ ¿qué esperamos nosotros los de Israel sino a Ti?”. Jesús: “¿Y crees tú, que sea Yo el Esperado?”. Lázaro: “Simón jamás ha dicho mentiras, ni es muchacho que se exalte por quimeras. La edad y el dolor le han hecho maduro como un sabio. Y, además… aunque él no te hubiese conocido por lo que en realidad eres, tus obras habrían hablado y te habrían llamado «Santo». Quien hace las obras de Dios debe ser hombre de Dios, y Tú las haces; y las haces de modo que te proclaman el Hombre de Dios. Mi amigo fue a Ti, por la fama de milagros y obtuvo un milagro. Y sé que tu camino está cubierto de otros milagros. ¿Por qué no creer entonces que Tú eres el Esperado? ¡Oh, es tan dulce creer lo bueno! Hay tantas cosas no buenas que debemos creerlas, por amor a la paz, por no poderlas cambiar; debemos mostrar que creemos muchas palabras falsas, que parecen halagos, alabanzas, benignidad, y son por el contrario sarcasmo y censura, veneno recubierto de miel; debemos mostrar que las creemos aun sabiendo que son veneno, censura y sarcasmo…, debemos hacerlo porque… no se puede actuar de otra manera y somos débiles contra todo un mundo que es fuerte, y estamos solos contra todo un mundo, que, como enemigo, está contra nosotros… ¿Por qué, entonces, tener dificultad en creer lo bueno? Pero es que, además, estamos en la plenitud de los tiempos y los signos de los tiempos se dan. Y cuanto pudiera faltar para robustecer la fe y hacerla impasible ante la duda, lo pone nuestra voluntad de creer y de aplacar nuestro corazón en la certeza de que la espera ha terminado y de que el Redentor está ya entre nosotros; está entre nosotros el Mesías… Aquel que devolverá la paz a Israel y a los hijos de Israel. Aquel que hará que muramos sin angustia, sabiendo que hemos sido redimidos y que vivamos sin ese aguijón de nostalgia por nuestros muertos… ¡Oh… los muertos! ¿Por qué sentir pena por ellos, sino porque ya no tienen a sus hijos y todavía no tienen a su Padre y Dios?”. ■ Jesús: “¿Hace mucho tiempo que se te murió el padre?”. Lázaro: “Hace tres años, y hace siete que murió mi madre. Pero ya hace algún tiempo que no los compadezco… Yo mismo quisiera estar donde creo que están ellos en espera del Cielo”. Jesús: “No hubieras entonces hospedado al Mesías”. Lázaro: “Es verdad. Ahora yo soy más que ellos porque te tengo… y el corazón se aplaca con esta alegría. Entra, Maestro. Concédeme la honra de que mi casa sea la tuya. Hoy es sábado y no puedo honrarte convidando a amigos…”. Jesús: “No lo deseo. Hoy soy todo para el amigo común de Simón y mío”. ■ Entran en una bella sala donde los siervos están preparados para recibirlos. Dice Lázaro: “Os ruego que los sigáis. Podréis reponer fuerzas o tomar algún fresco antes de la comida matutina”. Y, mientras Jesús y Simón van a otro lugar, Lázaro da órdenes a sus siervos. Comprendo que la casa es rica, y señorial además de rica… Jesús bebe leche que Lázaro quiere personalmente servirle antes de los alimentos matinales.
* Simón Zelote quiere vender su propiedad porque no desea otra atadura que la de servir a Jesús.- ■ Veo que Lázaro se vuelve a Simón y le dice: “He encontrado al hombre que está dispuesto a adquirir tus bienes, y al precio que tu intendente ha estimado justo. No quita ni una dracma” (2). Zelote: “¿Pero está dispuesto a observar mis cláusulas?”. Lázaro: “Está dispuesto. Acepta todo, con tal de estar en estas tierras. Y yo me alegro porque al menos sé con quién confino. No obstante, de la misma forma que tú deseas mantenerte al margen en la venta, él desea que no sepas quién es. Te ruego que secundes este deseo suyo”. Zelote: “No veo motivo para no hacerlo. Tú, amigo mío, harás mis veces… Todo lo que hagas estará bien. Me conformo solo con que mi servidor fiel no se quede en la calle… Maestro, yo vendo, y, por lo que a mí respecta, me siento feliz de no tener ya nada que me ligue a ninguna cosa que no sea servirte a Ti. Pero tengo un viejo criado fiel, el único que ha quedado después de mi desventura y que —ya te lo dije— me ayudó siempre en los momentos de segregación, cuidando de mis bienes como de los propios, haciéndolos incluso pasar con la ayuda de Lázaro por propios para salvármelos y poder socorrerme con ellos. Ahora sería injusto que yo le despidiera sin casa, ahora que es anciano. He decidido que una pequeña casa, en los lindes de la propiedad, se quede para él, y que parte de la suma se le dé para su sustento futuro. ■ Los viejos, ya sabes, son como la hiedra: cuando han vivido siempre en un lugar, sufren demasiado si se les aleja de él. Lázaro le quería consigo, porque Lázaro es bueno, pero he preferido hacer esto. Sufrirá menos el anciano…”. Jesús observa: “Tú también eres bueno, Simón. Si todos fueran justos como tú, resultaría más fácil mi misión…”.
* La metáfora de las tierras —pantanosas-ventosas— aplicada a la vida de algunos pecadores, y el amor.- ■ Lázaro pregunta: “¿Encuentras, Maestro, que el mundo te resiste?”. Jesús: “¿El mundo?… ¡No! La fuerza del mundo: Satanás. Si él no fuese dueño de los corazones y los tuviese en sus manos no encontraría Yo resistencia. Pero el Mal está contra el Bien, y debo vencer en cada uno el mal para introducir el bien… ¡y no todos quieren!”. Lázaro: “Es verdad. No todos lo quieren. Maestro, ¿qué palabras encuentras para convertir y doblegar a quien es culpable? ¿Palabras de severa reprobación, como las que llenan la historia de Israel hacia los culpables —el último que las usa es el Precursor— (3), o por el contrario palabras de misericordia?”. Jesús: “Empleo el amor y la misericordia. ¡Cree, Lázaro, que para quien ha caído tiene más poder una mirada de amor que una maldición!”. Lázaro: “¿Y si se burlan del amor?”. Jesús: “Insistir una vez más. Insistir hasta donde más no se pueda. Lázaro, ■ ¿conoces esas tierras traidoras que se tragan a los incautos?”. Lázaro: “Sí. Lo he leído, porque en mi situación actual leo mucho. Sé que hay en Siria y en Egipto y que son como ventosas. Aspiran cuando hace presa. Dice un romano que son bocas del Infierno, habitadas por monstruos paganos. ¿Es verdad?”. Jesús: “No es verdad. No son más que formaciones especiales del suelo terrestre. No tiene nada que ver con el Olimpo. Dejará de creerse en el Olimpo y aquéllas seguirán existiendo, y el progreso del hombre no podrá más que proporcionar una explicación más verídica del hecho, pero no eliminarlo. Ahora Yo digo: de la misma forma que has leído acerca de esas tierras, habrás leído también de qué manera puede salvarse quien cae en ellas”. Lázaro: “Sí, echándole una soga, o con un palo o una rama. En ocasiones es suficiente poco para darle al que se está hundiendo eso mínimo que necesita para mantenerse, que es además ese mínimo imprescindible para que esté tranquilo, sin movimientos convulsivos, mientras espera un socorro mayor”. Jesús: “Pues bien, el culpable, el que está en manos de Satanás, es como si sufriera la succión de un suelo engañoso (cubierto de flores en la superficie, pero lodo movedizo por debajo). ¿Tú crees que, si uno supiera qué significa poner aunque solo fuera un átomo de sí mismo en manos de Satanás, lo haría? Pero no sabe… y, después… o le paraliza el aturdimiento y el veneno del mal o le enloquece, y para huir del remordimiento de haberse procurado la propia ruina empieza a moverse convulsivamente, a agarrarse al lodo, creando así pesadas ondas con su movimiento imprudente, las cuales aceleran cada vez más su fin. ■ El amor es la soga, el hilo, la rama de que hablaste. Insistir, insistir… hasta que se haya asido… Una palabra… y perdón… un perdón más grande que la culpa… al menos para impedir que siga hundiéndose y esperar el socorro de Dios… Lázaro, ¿sabes qué poder tiene el perdón?: Hace que Dios acuda a auxiliar a quien está socorriendo a otro…”.
* Jesús aplaca los escrúpulos de Lázaro por alguna de sus lecturas o aficiones.- ■ Jesús le pregunta: “¿Lees mucho?”. Lázaro: “Mucho; y no sé si hago bien. Pero la enfermedad y… otras cosas me han privado de muchos placeres del hombre… y ahora no tengo más que la pasión por las flores y los libros… por las plantas, y… también por los caballos… Sé que me critican, pero ¿puedo yo ir a mis propiedades en este estado (y descubre unas gruesas piernas completamente vendadas) a pie o ni siquiera en mula? Debo usar un carro y además que sea rápido. Por esto tengo caballos y me he encariñado con ellos. Pero si Tú me dices que está mal… los mando vender”. Jesús: “No, Lázaro. No son estas cosas las que corrompen. Corrompe lo que intranquiliza el corazón y le aleja de Dios”. Lázaro: “Pues bien, Maestro, esto quería saber. Leo mucho. Es mi consuelo. Me gusta saber. Yo creo que en el fondo es mejor saber que hacer el mal, es mejor leer que… que hacer otras cosas. No leo tan sólo páginas que se refieren a nosotros. Me encanta también conocer otros mundos. Roma y Atenas me atraen. Ahora sé cuánto mal le vino a Israel cuando se corrompió con los Asirios y con Egipto (4), cuánto mal nos hicieron los gobiernos helenizantes (5). No sé si un particular puede hacerse a sí el mismo daño que Judas Macabeo se hizo a sí mismo y a nosotros, sus hijos. Tú ¿qué piensas de ello? Deseo que me enseñes. Tú, que no eres rabí, sino el Verbo sabio y divino”. ■ Jesús le mira fijamente durante unos momentos con una mirada penetrante y al mismo tiempo lejana. Parece que como si, traspasando el cuerpo de Lázaro, Él escrutara su corazón, y, yendo aún más allá, viera quién sabe qué… Al final habla: “¿Sientes turbación por lo que lees? ¿Te separa de Dios y de su Ley?”. Lázaro: “No, Maestro. Al revés, me mueve, por el contrario, a hacer comparaciones entre nuestra verdad y la falsedad pagana. Comparo y reflexiono las glorias de Israel, sus justos, sus Patriarcas, sus Profetas y las figuras deshonestas de la historia de otros. Comparo nuestra filosofía —si se puede llamar así la Sabiduría que habla en los textos sagrados— con la pobre filosofía griega y romana, en las cuales hay, sí, chispas de fuego, pero no la segura llama que arde y resplandece en nuestros Sabios. Y luego, con mayor veneración aún, me inclino con el espíritu a adorar a nuestro Dios que habla a Israel a través de hechos, personas y nuestros escritos”. Jesús: “Entonces, sigue leyendo… Te será útil conocer el mundo pagano… Continúa… Puedes hacerlo. En ti no existe el fermento del mal y la gangrena espiritual; por lo tanto, puedes leer sin temor alguno pues el amor verdadero que tienes para tu Dios, hace estériles los gérmenes profanos que la lectura puede esparcir en ti. ■ En todas las acciones del hombre existe la posibilidad del bien y del mal, según se realicen. Amar no es pecado, si se ama santamente. Trabajar no es pecado, si se trabaja cuando es justo. Ganar no es pecado, si uno se conforma con lo que es justo. Instruirse no es pecado, si, por la instrucción, no se mata la idea de Dios en nosotros. Por el contrario, es pecado incluso el servir al altar, si ello se hace por interés propio. ¿Estás convencido, Lázaro?”. Lázaro: “Sí, Maestro. Había preguntado lo mismo a otros, y han terminado por despreciarme… Pero Tú me das luz y paz. ¡Oh, si todos te oyesen!… Ven, Maestro. Entre los jazmines hay frescura y silencio. Dulce es esperar el atardecer entre la fresca sombra”. Salen y todo termina. (Escrito el 21 de Enero de 1945).
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1  Nota  : Los Israelitas llamaban sábado, o sea día de descanso, al día de la semana consagrado al Señor. Era el día de fiesta semanal. El reposo sabático comenzaba después del ocaso del viernes. Solo se podía caminar 6 estadios (1.200 metros). 2  Nota  : La propiedad de Simón Zelote en Betania.- Durante el período en el que Simón Zelote, proscrito y acusado como leproso, anduvo errante en continua huída —antes de conocer a Jesús—, fue Lázaro quien, amparándose en el favor de Roma, le conservó esta propiedad de Betania. Zelote, después de su curación por Jesús, se hizo cargo nuevamente de la misma, donde un fiel sirviente suyo vivía y la guardaba. Mas una vez hecho apóstol de Jesús, la puso en venta para, ya “sin ataduras humanas, servir solo al Maestro”. En este episodio Lázaro, que fue el encargado para la venta, manifiesta a Simón Zelote haber encontrado al comprador. Fue el propio Lázaro quien, sin revelar la iden­tidad del comprador, la compró al precio fijado y en las condiciones estipuladas por Zelote. Lázaro, sin embargo, nunca consideró suya esta propiedad de su amigo Simón.   3  Nota  : Juan el Bautista.   4  Nota  : Cfr. 2 Re. 21,1-18.   5  Nota  : Cfr. ambos libros de los Macabeos, por ej. 1 Mac. 1; 2 Mac. 4-7.
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2-98-106 (2-63-593).- El primer encuentro de Jesús con María Magdalena sucede en el lago.
*  María Magdalena entre amigas y amigos de placer en barca por el lago.- Jesús con todos los suyos —ya son 13 más Él— van por el lago de Galilea, siete en cada barca. Jesús va en la de Pedro, la primera, junto con Pedro, Andrés, Simón, José y los dos primos (1). En la otra, los hijos de Zebedeo con Iscariote, Felipe, Tomás, Natanael y Mateo. Las barcas avanzan a vela, ligeras, empujadas por un viento fresco boreal, que apenas encrespa el agua en muchos, pequeños pliegues marcados ligeramente por un hilo de espuma que dibuja un tul sobre azul turquesa del hermoso lago sereno. Las barcas van dejando dos estelas que en la base se besan, confundiendo sus espumas alegres en una sola sonrisa de agua, pues las barcas van muy cerca, apenas separadas unos dos metros. De barca a barca se intercambian palabras y comentarios que me hacen pensar que los galileos ilustran y explican a los judíos los puntos del lago, con su comercio, con las personalidades que allí residen, las distancias desde el lugar de partida y de llegada, o sea, de Cafarnaúm a Tiberíades. Las barcas no pescan, se les emplea tan solo para el transporte de personas. ■ Jesús está sentado en la proa y se ve claramente que goza de la belleza que le rodea, del silencio, de todo ese cielo limpio, y de las aguas que rodean las riberas verdes, sembradas de pueblos del todo blancos entre el verdor. No pone atención a la conversación de los discípulos, muy hacia delante en la proa, casi echado encima de un atado de velas, casi siempre con la cabeza inclinada hacia ese espejo de zafiro que es el lago, como si estudiase el fondo y se interesase de cuanto vive en las transparentes aguas. Pero… quién sabe en qué está pensando… Pedro le pregunta dos veces si el sol —que está en alto y cuyos rayos, que caen de pleno en la barca, ya calientan aunque todavía no queman— le molesta; otra vez le dice si quiere también pan y queso como los demás. Pero Jesús no quiere nada, ni toldo que le defienda del sol ni alimento. Y Pedro le deja en paz. ■ Un grupo de pequeñas barcas de recreo, pequeñas pero con gran exhuberancia de baldaquinos purpúreos y de blandos almohadones, cortan transversalmente a las barcas de los pescadores. Música, carcajadas, perfumes pasan con ellas. Están llenas de hermosas mujeres y de vividores romanos y palestinos, pero más romanos, o por lo menos no palestinos, porque alguno debe ser griego; al menos así lo deduzco de las palabras de un joven alto, delgado, moreno como una oliva madura, todo elegante con un vestido rojo, que en los bordes lleva un pesado adorno en greca y va ceñido de un cinturón que es una obra maestra de artífice. Dice: “¿La Hélade es hermosa? Pero ni siquiera mi olímpica patria tiene este azul y estas flores. Y a la verdad, nada extraño es que las diosas la hayan abandonado para venir aquí. Arrojemos sobre las diosas, ya no griegas sino judías, las flores, las rosas…” y esparce sobre las mujeres que van en su barca pétalos de espléndidas rosas; y echa otros en la barca de al lado. Responde un romano: “¡Echa, echa griego! Pero Venus está conmigo. Yo no deshojo, yo recojo las rosas en esta hermosa boca; ¡es más dulce!” y se inclina a besar en la boca, abierta a la risa, de María de Magdala, semiechada sobre los almohadones y con la cabeza rubia apoyada sobre las piernas del romano. ■ En ese momento las barcas grandes tienen ya literalmente encima a las barcas pequeñas, y por poco no se chocan, o por la impericia de los bogadores o por una racha de viento. Pedro grita enfurecido: “Tened cuidado, si queréis seguir viviendo”, mientras vira, dando un golpe de barra, para evitar el choque. Insultos de hombres y gritos de susto de las mujeres van de barca a barca. Los romanos insultan a los galileos con: “Alejaos, perros judíos”. Pedro y los otros galileos no dejan caer el insulto y Pedro especialmente, rojo como un gallo de pelea, de pie sobre el borde de la barca que se balancea, con las manos en la cintura, responde vivamente, y no perdona ni a romanos, ni a griegos, ni a hebreos ni a hebreas; es más, dedica a éstas toda una colección de apelativos honoríficos que dejo en la pluma. El altercado dura mientras la maraña de quillas y de remos no se deshace, y cada quien se va por su camino. ■ Jesús en todo tiempo no ha cambiado de posición. Ha permanecido sentado, ausente, sin miradas, sin palabras hacia las barcas o hacia sus ocupantes. Apoyado sobre un codo, ha seguido mirando a la lejana ribera como si nada sucediese. Le echan también a Él una flor; no sé quién; con seguridad una mujer, porque oigo una risilla femenina que acompañó al acto. Pero Él… nada. La flor le pega casi en la cara y cae sobre las tablas para ir a quedar a los pies del enfurecido Pedro. Cuando las barquichuelas se van alejando, veo que Magdalena se pone de pie, y sigue la indicación que le señala una compañera de vicio, o sea, apunta sus ojos espléndidos hacia el rostro sereno y lejano de Jesús. ¡Qué lejos del mundo ese rostro…!
* Judas Iscariote incordia a Zelote con preguntas sobre la “pecadora” Magdalena y a Pedro con retorcidas insinuaciones.- ■ Dice Iscariote: “Dime, Simón, tú que eres judío como yo, responde. Aquella hermosísima rubia en las piernas del romano, y que estaba de pie hace poco ¿no es la hermana de Lázaro de Betania?”. Simón Cananeo responde secamente: “Yo no sé nada. Hace poco que he vuelto al mundo de los vivos y esa mujer es joven…”. Iscariote: “¡Espero que no me vayas a decir que no conoces a Lázaro de Betania! Sé bien que eres su amigo y que has estado allí con el Maestro”. Zelote: “¿Y si eso fuera así?”. Iscariote: “Y puesto que así lo es, yo digo, que debes conocer también a la pecadora, que es la hermana de Lázaro. ¡También las tumbas la conocen! Diez años hace que está en la boca de todos. Apenas llegada a la pubertad empezó a ser ligera de cascos. Pero ¡desde hace cuatro años! No puedes ignorar el escándalo, aunque estuvieras en el «valle de los muertos». Toda Jerusalén habló de ella, y Lázaro se encerró entonces en Betania… Bueno, hizo bien. Nadie hubiera puesto un pie en su espléndido palacio de Sión a donde también ella iba y venía. Quiero decir: ninguno que fuese santo. En los pueblos… ¡Ya se sabe!… Y además, ahora ella está en todas partes, menos en su propia casa… Ahora está, seguro, en Magdala… Se habrá encontrado un nuevo amor… ¿No respondes?… ¿Puedes decirme que no es verdad?”. Zelote: “No te desmiento, callo”. Iscariote: “Entonces, ¿ella es? ¡También tú la has conocido!”. Zelote: “La conocí cuando era niña y pura. La vuelvo a ver ahora… No obstante, la reconozco. Impúdicamente refleja la cara de su madre, que era una santa”. Iscariote: “Y entonces ¿por qué querías casi negar, que fuese la hermana de tu amigo?”. Zelote: “Nuestras llagas y las de los que amamos, tratamos de tenerlas cubiertas. Sobre todo cuando uno es honesto”. Judas se ríe forzadamente. ■ Pedro observa: “Dices bien, Simón, y tú eres un hombre honesto”. Iscariote: “¿Tú la habías reconocido? ¡Seguro que vas a Magdala a vender tu pescado, y quién sabe cuántas veces la habrás visto!…”. Pedro: “Muchacho, ten en cuenta que cuando uno tiene los riñones cansados de un trabajo honrado, no se le antojan las mujeres; se prefiere sólo el lecho casto de nuestra esposa”. Iscariote: “¡Ya! ¡Pero lo bello gusta a todos!; al menos se mira, aunque solo sea eso”. Pedro: “¿Por qué?… ¿Para decir: «No es comida para tu mesa»? No. ¿Sabes? De mi trabajo en el lago he aprendido varias cosas y una de ellas es que peces de agua dulce y de fondo no están hechos para agua salada y curso vertiginoso”. Iscariote: “¿Qué quieres decir?”. Pedro: “Quiero decir que cada uno debe de estar en su lugar, para no morir de mala muerte”. Iscariote: “¿Te hacía morir la Magdalena?”. Pedro: “No. Tengo el cuero duro. Pero… dime: ¿te sientes mal tú?”. Iscariote: “¿Yo?… ¡Ni siquiera la he mirado!…”. Pedro: “Mentiroso. Apuesto algo a que te estabas royendo por no estar en esa primera barca y tenerla más cerca… Incluso me habrías soportado a mí con tal de estar más cerca… Y es tan cierto lo que estoy diciendo, que me honras con tu palabra, por gracia suya, después de tantos días de silencio”. Iscariote: “¿Yo? Pero… ¡si ni siquiera me hubiera visto! ¡Miraba ella continuamente al Maestro!”. Pedro: “¡Ja! ¡Ja! ¡Ja! ¡Y dice que no estaba mirándola! ¿Cómo has podido ver a dónde miraba, si no la estabas mirando?”. Ante la observación de Pedro todos ríen menos Jesús y Zelote. (Escrito el 5 de Febrero de 1945).
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1  Nota  : Santiago y Judas Tadeo, hijos de Alfeo.
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2-112-195 (2-79-688).- En Betania, con Lázaro y Marta. “Marta, «tu hermana está enferma»”.
* Lázaro llora por su hermana Magdalena.- ■ Jesús dice a sus apóstoles: “Esta tarde estaré en Betania”. Iscariote pregunta: “¿En casa de Lázaro?”. Jesús: “Donde Lázaro”. Iscariote: “Entonces voy yo también”. Jesús: “Pues ven hasta Betania. Luego, Andrés con Santiago de Zebedeo y Tomás irán a Getsemaní a preparar las cosas y esperarnos a todos nosotros, y tú irás con ellos”. Jesús marca en tal forma las palabras que Judas no reacciona. Pedro pregunta: “¿Y nosotros?”. Jesús: “Tú, mis primos y Mateo iréis a donde os voy a mandar, para volver por la tarde. Juan, Bartolomé, Simón y Felipe se quedarán conmigo, o sea, irán por Betania a anunciar que el Rabí ha llegado…”. ■ Caminan veloces por los campos desnudos. Sopla aire de tempestad, no en el cielo sereno sino en los corazones, y todos lo perciben y marchan en silencio. Al llegar a Betania, viniendo de Jericó, la casa de Lázaro es de las primeras, Jesús despide al grupo que debe ir a Jerusalén; después al otro, al que manda hacia Belén, diciendo: “Id seguros. Encontraréis a mitad de camino a Isaac, Elías (1) y a los demás. Decidles que estaré en Jerusalén muchos días y que los espero para bendecirlos”. ■ Entre tanto, Simón ha llamado a la puerta y le han abierto. Los siervos dan aviso a Lázaro, que acude. Judas Iscariote, que se había adelantado algunos metros, vuelve atrás con la excusa de decirle a Jesús: “Te he disgustado, Maestro, lo entiendo, perdóname” y aprovecha para mirar de refilón hacia la casa por la puerta abierta en el jardín. Jesús: “Sí, de acuerdo. ¡Vete, vete! No hagas esperar a los compañeros”. Judas se ve obligado a irse. Pedro murmura: “Esperaba que hubiera un cambio de órdenes”. Jesús: “Eso, jamás, Pedro. Sé lo que hago. Compadécete de ese hombre…”. Pedro: “Trataré de hacerlo pero no prometo… Adiós, Maestro. Ven, Mateo, y vosotros dos. Vámonos ligeros”. Jesús: “Mi paz sea con vosotros”. Jesús entra con los cuatro restantes y, después de dar el beso a Lázaro, presenta a Juan, Felipe y Bartolomé. Después les dice que se retiren y se queda sólo con Lázaro.
* Encuentro con Marta: buena y piadosa, consuelo y honra de la familia, la alegría de Lázaro.- “Marta, perdónala (a Magdalena). Háblala de Mí… Mi Nombre de por sí ya es salvación”.- ■ Se dirigen a la casa. Esta vez, bajo el hermoso portal, hay una mujer. Es Marta. Es alta aunque no tanto como su hermana Magdalena, morena mientras la otra es rubia y de tez sonrosada; pero también es bella con su cuerpo armónicamente grueso, bien modelado, de cabeza menuda y cabellera muy oscura, bajo la cual presenta frente morena y lisa y dos ojos dulces y suaves, grandes entre las pestañas oscuras. Tiene la nariz ligeramente encorvada hacia abajo y una boca pequeña, muy roja entre el color moreno de las mejillas. Sonríe mostrando unos dientes fuertes y blanquísimos. Viste de lana color azul marino, con galones en rojo y verde oscuro en torno al cuello y a los dos extremos de las amplias mangas, cortas, hasta el codo, de las que salen otras mangas de lino blanco y finísimo amarradas a la muñeca por un cordoncillo que las recoge; esta camisita finísima y blanca, ceñida con un cordón, sobresale también por la parte alta del pecho, a la altura del cuello; lleva por cinturón una banda azul, roja y verde, de paño muy fino, que le llega hasta las caderas y le cuelga del lado izquierdo con una borla de flecos; un vestido rico y casto. Lázaro: “Tengo una hermana, Maestro. Es ésta. Se llama Marta. Es buena y piadosa, el consuelo y la honra de la familia, y la alegría del pobre Lázaro. Antes era mi primera y única alegría, pero ahora es mi segunda, porque la primera eres Tú”. Marta se postra hasta el suelo y besa la orla del vestido de Jesús, que le dice: “Paz a la hermana buena y a la mujer casta. ¡Levántate!”. Marta se levanta y entra en la casa con Jesús y Lázaro. Luego solicita ausentarse para las labores domésticas. Lázaro murmura: “Es mi paz…”, y mira a Jesús. Es una mirada investigadora, que Jesús, no obstante, muestra no haber visto. ■ Lázaro pregunta: “¿Y… Jonás?” (2). Jesús: “Ha muerto”. Lázaro: “¿Muerto? Entonces…”. Jesús: “Cuando le he conseguido estaba ya muriéndose. Pero ha muerto libre y feliz en mi casa, en Nazaret, entre mi Madre y Yo”. Lázaro: “¡Doras (3) te le ha acabado antes de entregártele!”. Jesús: “De fatiga, sí, y también de golpes…”. Lázaro: “Es un demonio y te odia. Odia a todo el mundo esa hiena… ¿No te dijo que te odiaba?”. Jesús: “Me lo dijo”. Lázaro: “Desconfía de él, Jesús. Es capaz de todo, Señor… ¿qué te ha dicho Doras? ¿No te ha dicho que evites mi compañía? ¿No te ha dado una imagen ignominiosa del pobre Lázaro?”. Jesús: “Creo que me conoces suficientemente para comprender que Yo juzgo por Mí y con justicia, y que cuando amo lo hago sin pensar en si ese amor puede hacerme bien o mal según las luces del mundo”. Lázaro: “Pero este hombre es cruel y atroz en herir y dañar… Me ha torturado hace unos días con su visita y con sus palabras… ¡Oh… es mucho ya mi tormento!, ¿por qué privarme también de Ti?”. Jesús: “Soy el consuelo de los atormentados y el compañero de los abandonados. He venido a ti también por esto”. Lázaro: “¡Ah! Entonces sabes que… ¡Oh, vergüenza mía!”. Jesús: “No. ¿Por qué tuya? Lo sé. ¿Y qué? ¿Te despreciaré porque sufres? Yo soy misericordia, paz, perdón y amor para todos, ¿cuánto más para los inocentes? Tú no tienes el pecado por el que sufres. ¿Estaría bien que me ensañase contra ti, si tengo piedad también de ella?”. Lázaro: “¿La has visto?”. Jesús: “Sí. No llores”. ■ Mas Lázaro, con la cabeza reclinada encima de sus brazos cruzados y apoyados sobre una mesa, llora dolorosamente. Se asoma Marta y mira. Jesús le hace seña de que se esté callada. Y ella se retira con lágrimas que le caen silenciosamente. Lázaro poco a poco se calma. Se siente humillado por su debilidad. Jesús le consuela. Luego, viendo que su amigo desea estar solo un momento, sale al jardín y pasea entre las pequeñas veredas donde una que otra rosa purpúrea todavía se ve. ■ Pasado un poco, Marta se acerca a Él. “Maestro… ¿Lázaro te ha dicho?”. Jesús: “Sí, Marta”. Marta: “Lázaro no es capaz de hallar consuelo desde que sabe que Tú lo sabes y que la viste”. Jesús: “¿Cómo lo supo?”. Marta: “Primero, aquel hombre (4) que estaba contigo y que se dice tu discípulo, ese joven, alto, moreno y sin barba… luego Doras. Éste nos ha fustigado con su desprecio; el otro dijo solo que la habías visto en el lago… con sus amantes…”. Jesús: “¡Pero no lloréis por esto! ¿Creéis que Yo ignoraba vuestra herida? La sabía desde cuando Yo estaba con el Padre… No te aflijas, Marta. Levanta tu corazón y tu frente”. Marta: “Ruega por ella, Maestro. Yo oro… pero no sé perdonar completamente y tal vez el Eterno rechaza mi oración”. Jesús: “Has dicho bien: es menester perdonar para ser perdonados y escuchados. Yo ruego por ella. Pero dame tu perdón y el de Lázaro. Tú, buena hermana, puedes hablar y obtener todavía más que Yo. Su herida está demasiado abierta y le escuece demasiado como para que algo la roce, aunque sea mi mano. Tú puedes hacerlo. Dadme vuestro perdón completo, santo… y Yo lo haré…”. Marta: “¿Perdonar?… No podremos. Nuestra madre murió de dolor por sus malas acciones, y… eran de poca importancia en comparación de las actuales. Veo los tormentos que sufrió mi madre… los tengo presentes. Y veo que Lázaro sufre”. Jesús: “Está enferma, Marta, está loca. ¡Perdónala!”. ■ Marta: “Está endemoniada, Maestro”. Jesús: “¿Y qué es la posesión diabólica, sino una enfermedad del espíritu contagiado por Satanás hasta el punto de convertirse en un ser espiritualmente diabólico? De otro modo, ¿cómo explicarías ciertas perversiones en los humanos, perversiones que hacen al hombre una bestia peor que cualquiera de ellas, más libidinosa que los monos en calor, etc., y hacen de él un ser híbrido, en el que se hallan fundidos el hombre y el animal y el demonio? Esta es la explicación de lo que nos asombra como una monstruosidad inexplicable en tantas criaturas. No llores. Perdona. Yo veo. Porque tengo una vista más alta que la del ojo y del corazón. Tengo vista de Dios. Veo, te digo: Perdona porque está enferma”. Marta: “Entonces… ¡cúrala!”. Jesús: “La curaré. Ten fe. Te haré feliz. Perdona y di a Lázaro que lo haga. Perdónala. Vuélvela a amar. Acércate a ella. Háblale como si fuese una como tú. ■ Háblale de Mí…”. Marta: “¿Cómo quieres que te entienda a Ti, que eres Santo?”. Jesús: “Parecerá que no comprende. Pero mi Nombre de por sí ya es salvación. Haz que piense en Mí y me llame. ¡Oh!, Satanás huye cuando mi Nombre es pensado por un corazón. Sonríe, Marta, ante esta esperanza. Mira esta rosa: la lluvia de los días pasados la había ajado, pero el sol de hoy la ha vuelto a abrir; y así es aún más hermosa, porque la lluvia que ha quedado entre pétalo y pétalo la enjoya de diamantes. Así sucederá en vuestra casa… llanto y dolor, ahora; después… alegría y gloria. Vete. Dilo a Lázaro mientras Yo, en la paz del jardín, ruego al Padre por María y por vosotros…”. Todo termina aquí. (Escrito el 19 de Febrero de 1945).
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1  Nota  : Isaac y Elías. Pastores de Belén.   2  Nota  : Jonás.- Se trata de otro de los pastores de Belén, muerto víctima de los duros trabajos a los que le había sometido el avaro y despiadado fariseo Doras, a cuyo servicio trabajaba.  3  Nota  : Doras.- Fariseo, propietario de tierras en la llanura de Esdrelón. Doras, un hombre sin escrúpulos, administraba sus propiedades con látigo y sin ninguna piedad para con sus trabajadores. Jesús, —viendo el trato inhumano dispensado por él a los campesinos—, había maldecido sus tierras, quedando las mismas, con una plaga de langostas, topos, hormigas…, totalmente improductivas. Cfr. Personajes de la Obra magna: Doras.  4  Nota  : Judas Iscariote.
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(<Jesús, celebrada la fiesta de los Tabernáculos, ha llegado a Betania>)

2-113-199 (2-80-692).- Lázaro le habla de José de Arimatea, Nicodemo, del Sanedrín (1) y de J. Iscariote (un camaleón).
* “Lázaro, he venido para los pobres y para los que sufren en el alma y en el cuerpo más que para los poderosos. Iré a la casa de José. No tengo nada contra los poderosos”.-Nuevamente Jesús está en casa de Lázaro. Por lo que oigo, comprendo que los Tabernáculos ya se han celebrado y que Jesús ha regresado a Betania por insistencia de su amigo, que no quiere verse separado de Él. También caigo en la cuenta que Jesús está con Simón y Juan, y que los demás están esparcidos en diversos lugares. Y, en fin, comprendo que ha habido encuentro de amigos, todavía fieles a Lázaro, invitados por él para dar a conocer a Jesús. Comprendo todo esto porque Lázaro continúa —con más detalle— ilustrando las características morales de cada uno. ■ Así, al hablar de José de Arimatea, lo define como: “un hombre justo y verdadero israelita”. Dice: “No se atreve a decirlo —porque teme al Sanedrín, que ya te odia, y del cual forma parte—, pero espera que Tú seas el Predicho por los Profetas. Él mismo me ha pedido venir para conocerte y juzgar acerca de Ti en primera persona, puesto que no le parecía justo lo que de Ti tus enemigos decían… Hasta de Galilea han venido fariseos para acusarte de pecado. Pero José juzgó de este modo: «Quien obra milagros tiene a Dios consigo. Quien tiene a Dios no puede estar en pecado; es más, debe ser alguien amado por Dios». Y querría verte en su casa de Arimatea. Me ha dicho que te lo proponga. Y yo te pido que escuches su petición, que también es mía”. Jesús: “He venido para los pobres y para los que sufren en el alma y en el cuerpo, más que para los poderosos que ven en Mí solo un objeto de interés. Iré a la casa de José. No tengo nada en contra de los poderosos. ■ Un discípulo mío, ese que por curiosidad y por darse importancia vino a tu casa sin orden mía —pero es un joven y se ha de ser indulgente con él—, es testigo de mi respeto para con las castas reinantes que se autoproclaman «las defensoras de la Ley» y… —dan a entender— «las tutoras del Altísimo». ¡Oh, está claro que el Altísimo se sostiene Él solo! Ninguno entre los doctores ha tenido jamás el respeto que Yo he tenido hacia los oficiales del Templo”. Lázaro: “Lo sé y esto lo saben muchos, y muchos… pero tan sólo los mejores llaman justo a este acto. Los demás lo llaman…«hipocresía»”. Jesús: “Cada uno da lo que tiene de sí, Lázaro”. Lázaro: “Es verdad. Ve, no obstante, a la casa de José. Él desearía que fueras para el próximo sábado”. Jesús: “Iré. Se lo puedes comunicar”.
* Según Nicodemo, Iscariote es un camaleón que toma el color del lugar.-Lázaro: “También Nicodemo es bueno. Es más… me dijo… Bueno, ¿puedo decirte un juicio sobre uno de tus discípulos?”. Jesús: “Dilo. Si es justo, lo que dice será cierto; si injusto, criticará una conversión, porque el Espíritu da luz al espíritu del hombre si es hombre recto; y el espíritu del hombre, guiado por el Espíritu de Dios, tiene sabiduría sobrehumana y lee la verdad de los corazones”. Lázaro: “Me dijo: «No critico la presencia de los ignorantes ni de los publicanos entre los discípulos del Mesías. Pero no juzgo digno de estar entre los suyos a aquél que no sé si está con Él o contra Él, como un camaleón que toma el color del lugar en donde se encuentra»”. Jesús: “Es Judas Iscariote. Lo sé. Pero creedme todos: la juventud es vino que fermenta y luego se purifica. Cuando fermenta aumenta de volumen y hace espuma y se derrama por todas partes debido a la exhuberancia de su fuerza. El viento de primavera sopla por todas partes, y parece un loco arrancador de hojas; y, no obstante, debemos estarle agradecidos por ser fecundador de flores. Judas es vino y viento, pero malvado no lo es. Su modo de ser desorienta y turba, hasta molesta y hace sufrir; pero no todo en él es malvado… es un potro de sangre ardiente”. Lázaro: “Tú lo dices… Yo no soy competente para juzgarle. De él me queda la amargura de haberme dicho de que Tú la habías visto…”. ■ Jesús: “Sí. Pero esa amargura se mitiga ahora con miel, por mi promesa…”. Lázaro: “Sí. Pero recuerdo aquel momento. El sufrimiento no se olvida aunque ya hubiera cesado”. Jesús: “¡Lázaro! ¡Lázaro! Tú te turbas por demasiadas cosas… ¡y tan mezquinas! Deja que pasen los días: pompas de aire que se esfuman y que no vuelven con sus colores alegres o tristes; y mira al Cielo, que no desaparece y que es para los justos”. Lázaro: “Sí, Maestro y Amigo. No quiero juzgar por qué Judas está contigo, ni por qué le tienes contigo. Rogaré para que no te haga daño”. Jesús sonríe y todo termina. (Escrito el 20 de Febrero de 1945).
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1 Nota : El Sanedrín. Era la asamblea judía suprema. Tenía poder de administrar justicia y de decidir en el campo religioso-político. Se componía del Sumo Sacerdote y de setenta miembros más, distribuidos en tres categorías: Sumo Sacerdote (esto es, el que estaba en el cargo y sus predecesores, etc.), los Ancianos (esto es, representantes de la aristocracia laica), los Escribas (esto es, los doctores de la ley).
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(<Jesús, acompañado de Tomás y Simón Zelote, respondiendo a la invitación de José de Arimatea, ha llegado a la casa de éste. Aquí se encuentra, además de con Lázaro, con otros invitados: Nicodemo, Félix y Simón —miembros del Sanedrín—, Cornelio y un tal Juan. Una vez que ha llegado Gamaliel, se sientan a la mesa>)

2-114-204 (2-81-698).- En el convite de José de Arimatea, encuentro con Gamaliel, Nicodemo y unos sanedristas.- El cargo y la santidad.- El milagro y la santidad.- La fe de Gamaliel y la señal.
* ¿El milagro es prueba de santidad?.- ■ Gamaliel está sentado en el centro de la mesa entre Jesús y José. Junto a Jesús está Lázaro y junto a José, Nicodemo. Empieza la comida después de las preces rituales, que Gamaliel recita después de un intercambio oriental de cortesías entre los tres principales personajes, esto es, Gamaliel, Jesús y José. Gamaliel es un hombre de porte muy digno, pero no orgulloso. Prefiere escuchar que hablar. Se ve que medita cada una de las palabras de Jesús, y le mira frecuentemente con sus negros, profundos y severos ojos. Cuando Jesús se calla porque el tema se ha agotado, Gamaliel con una pregunta oportuna enciende la conversación. Lázaro en un primer momento se encuentra un poco sin saber qué hablar, pero luego toma confianza y participa en la conversación. Hasta que la comida está casi acabada no se hacen alusiones directas a la personalidad de Jesús. ■ Se enciende entonces, entre Félix y Lázaro, a quien se une a apoyarle Nicodemo, y, en fin, el otro invitado de nombre Juan, una discusión acerca de los milagros como prueba a favor o en contra de un individuo. Jesús guarda silencio. Se le nota una sonrisa hasta cierto punto misteriosa, pero no dice nada. También Gamaliel calla. Tiene un codo apoyado sobre el lecho y la mirada fijamente intensa en Jesús. Parece como si quisiera descifrar alguna palabra sobrenatural, escrita en la piel pálida y lisa del rostro de Jesús, rostro del que parece estar analizando cada una de las fibras. ■ Félix sostiene que la santidad de Juan Bautista es innegable, y de esta santidad de la que nadie discute ni duda saca una conclusión desfavorable a Jesús de Nazaret, autor de muchos y famosos milagros. Concluye: “El milagro no es prueba de santidad, porque no se ve en la vida del Profeta Juan, y nadie en Israel lleva una vida como la suya: ni banquetes, ni amistades, ni comodidades; sí sufrimientos y prisiones por el honor de la Ley; soledad, porque, aunque sí tiene discípulos, ni siquiera convive con ellos, y encuentra culpas incluso en los más honrados y a todos alcanzan sus invectivas. Mientras que… la verdad es que el Maestro de Nazaret aquí presente, ha hecho, es verdad, milagros, pero veo que aprecia como los demás lo que la vida ofrece, y no rechaza amistades —y… perdona si esto te lo dice uno de los Ancianos del Sanedrín—, se muestra demasiado dispuesto a dar, en nombre de Dios, perdón y amor a los pecadores públicos y señalados con anatema. No lo deberías hacer, Jesús”. Jesús, sonríe pero no habla. Lázaro responde por Él: “Nuestro poderoso Señor es libre de dirigir a sus siervos como quiere y a donde quiere. A Moisés le concedió el milagro; a Aarón, su primer pontífice, no se lo concedió (1). ¿Qué decir entonces? ¿Qué conclusión sacas? ¿El uno es más santo que el otro?”. Félix responde: “Ciertamente”. Lázaro: “Entonces el más santo es Jesús, que hace milagros”.
* El cargo no es prueba de santidad. El cargo o misión va más allá del hombre. Los pontífices deberían tener: «Doctrina y Verdad». El milagro no es signo de santidad. Hay santos que jamás hicieron milagros. Hay magos y nigromantes que con fuerzas oscuras hacen milagros pero no son santos.- ■ Félix ha perdido la brújula, pero acude a un último subterfugio: “A Aarón se le había concedido el pontificado. Era suficiente”. Nicodemo responde: “No amigo. El Pontificado es un cargo santo, pero no es más que cargo. No siempre y no todos los pontífices de Israel han sido santos: lo cual no quita el que fueran pontífices, aunque no fueran santos”. Félix exclama: “¡No querrás decir que el sumo Sacerdote sea un hombre privado de gracia!…”. Interviene el que se llama Juan: “Félix, no entremos en el fuego que quema. Yo, tú, Gamaliel, José, Nicodemo, todos, sabemos muchas cosas…”. Félix está escandalizado: “Pero ¡cómo!… pero ¡cómo! ¡Gamaliel, intervén!…”. Los tres, que discuten acaloradamente contra Félix, dicen: “Si es justo, dirá la verdad que no quieres oír”. José trata de poner paz. Jesús no dice nada, lo mismo que Tomás, Zelote y el otro Simón, amigo de José. Gamaliel parece que está jugando con las cintas de su vestido, pero mira de arriba abajo a Jesús. Félix grita: “¡Habla pues Gamaliel!”. Dicen los tres: “Sí ¡Habla! ¡Habla!”. Gamaliel responde: “Yo digo: las debilidades de la familia se tienen ocultas”. Félix grita: “No es una respuesta. Parece como si confesases que hay culpas en la casa del pontífice”. Los tres le replican: “Es boca que dice verdad”. ■ Gamaliel se pone derecho y se vuelve a Jesús: “Aquí está el Maestro que eclipsa a los más doctos. Que Él dé su opinión”. Jesús dice: “Tú lo deseas. Obedezco. Yo digo: el hombre es hombre; el cargo o misión va más allá del hombre; pero el hombre investido de un cargo, es capaz de cumplirlo como superhombre cuando, por vivir una vida santa, tiene a Dios por amigo. Él es quien dijo: «Tú eres sacerdote según el orden que Yo te he dado». ¿Qué está escrito en el Racional? (2). «Doctrina y Verdad». Esto deberían poseer los pontífices. A la Doctrina se llega por medio de una meditación constante, dirigida a conocer al Sapientísimo; a la Verdad, con la fidelidad absoluta al Bien. El que juega con el Mal entra en la Mentira y pierde la Verdad”. Gamaliel exclama admirado: “¡Bien has respondido! Como un gran Rabí. Yo, Gamaliel. Te lo digo. Me superas”. ■ Félix estalla: “Entonces, que Éste aclare por qué Aarón no hizo milagros y Moisés sí”. Jesús, interpelado, responde: “Porque Moisés debía imponerse sobre la masa oscura y pesada, y hasta contraria, de los israelitas, y debía llegar a tener una autoridad moral sobre ellos que fuera capaz de doblegarlos a la voluntad de Dios. El hombre es el eterno salvaje y el eterno niño. Se admira de lo que sale de las reglas. Tal cosa es el milagro. Es una luz agitada ante las pupilas cerradas; es un sonido que resuena junto a los oídos tapados: despierta, atrae la atención, hace decir: «Aquí está Dios»”. Félix rebate: “Lo dices a favor tuyo”. Jesús: “¿A favor mío? ¿Y qué me añado haciendo milagros? ¿Puedo parecer más alto si pongo una hoja de hierba bajo mis pies? Así es el milagro con respecto a la santidad. Hay santos que jamás hicieron milagros. Hay magos y nigromantes que con fuerzas oscuras los hacen, pero no son santos siendo ellos unos demonios. Yo seré Yo, aunque deje de obrar milagros”. Gamaliel aprueba: “¡Perfectamente bien! ¡Eres grande, Jesús!”. Félix insta dirigiéndose a Gamaliel: “¿Y quién es, según tú, este «grande»?”. Gamaliel le responde: “El mayor entre los profetas que yo conozco, tanto en obras como en palabras”. José dice: “Es el Mesías, te lo digo, Gamaliel. Créelo, tú que eres sabio y justo”. Félix a Gamaliel y José: “¿Cómo? ¿Con que tú, jefe de los judíos, tú el Anciano, gloria nuestra, caes en la idolatría de un hombre? ¿Quién te prueba que es el Mesías? Yo no lo creeré jamás aunque le vea hacer milagros. Pero, ¿por qué no hace uno delante de nosotros? Díselo tú que le alabas, díselo tú que le defiendes”. José responde seriamente: “No le invité para diversión de mis amigos, y te ruego que recuerdes que eres mi invitado”. Félix, enojado y grosero se va.
* “Grande es tu santidad. Pero aquel Niño en quien creo dijo entonces: «Yo daré una señal. Estas piedras (del Templo) se estremecerán cuando llegue mi hora». Espero esa señal para creer”.- ■ Después de unos momentos Jesús se dirige a Gamaliel: “¿Y tú no pides milagros para creer?”. Gamaliel: “No serán los milagros de un hombre de Dios que me quiten la espina dolorosa que llevo en el corazón de tres preguntas que siempre han permanecido sin respuesta”. Jesús: “¿Qué preguntas?”. Gamaliel: “¿Está vivo el Mesías? ¿Era Aquél?… ¿Es Éste?”. José exclama: “Él es, te lo digo, Gamaliel. ¿No le sientes santo, distinto, potente? ¿Sí? ¿Entonces qué esperas para creer?”. Gamaliel no responde a José. Se dirige a Jesús: “Una vez… no te sientas molesto, Jesús, si soy tenaz en mis ideas… Una vez, cuando aún vivía el grande y sabio Hilel, yo creí, y él conmigo, que el Mesías estaba ya en Israel. ¡Un gran resplandor de sol divino en aquel frío día de un persistente invierno! Era Pascua… Los campesinos temblaban por las mieses heladas… Yo dije, después de haber oído aquellas palabras (3). «Israel está salvado. ¡Desde hoy, abundancia en los campos y bendiciones en los corazones! El Esperado se ha manifestado con su primer fulgor». Y no me equivoqué. Todos podéis recordar qué cosecha hubo en aquel año, de trece meses (4), que en éste se repite”. Jesús: “¿Qué palabras oíste? ¿Quién las dijo?”. Gamaliel: “Uno… poco más que un Niño… pero Dios resplandecía en su inocente y apacible rostro… Hace diez y nueve años que lo pienso y lo recuerdo… y trato de volver a oír esa voz… que hablaba palabras de sabiduría. ¿En qué parte de la Tierra está? Yo pienso:… «Era Dios. Bajo forma de Niño para no aterrorizar al hombre. Y como el rayo que en un momento recorre los cielos de oriente a occidente, de norte a sur, Él, el Divino, recorre de un lado a otro de la Tierra, vestido de hermosa misericordia, con voz y rostro de Niño y pensamiento divino, para decirles a los hombres: ‘Yo soy’». Pienso de esta forma:… «¿Cuándo volverá a Israel?… ¿Cuándo?». Y pienso: «Cuando Israel sea altar para el pie de Dios». Y gime mi corazón al ver la abyección de Israel: «Nunca». ¡Oh…, dura respuesta… y verdadera! ¿Puede la santidad descender en su Mesías mientras exista en nosotros la abominación?”. Jesús responde: “Puede hacerlo y lo hace, porque es Misericordia”. ■ Gamaliel le mira pensativo y le pregunta: “¿Cuál es tu verdadero Nombre?”. Y Jesús, majestuoso, se levanta y dice: “Yo soy quien es. Soy el Pensamiento y la Palabra del Padre. Soy el Mesías del Señor”. Gamaliel: “¿Tú?… No lo puedo creer. Grande es tu santidad. Pero aquel Niño en quien creo dijo entonces: «Yo daré una señal… Estas piedras se estremecerán cuando llegue mi hora». Espero esa señal para creer. ¿Me la puedes dar Tú para persuadirme que Tú eres el Esperado?”. Los dos —ahora en pie ambos— altos, majestuosos— el uno con su amplio vestido de blanco lino, el otro con su vestido sencillo de lana de color rojo oscura; el uno, de edad; el otro joven; ambos, de ojos dominadores y profundos, se miran fijamente. Jesús baja su brazo derecho, que tenía sobre el pecho y como si jurase exclama: “¿Esa señal aguardas? ¡Pues la tendrás! Repito las palabras de aquel entonces: «Las piedras del Templo del Señor se estremecerán con mis últimas palabras». Espera esa señal, doctor de Israel, hombre justo, y luego cree, si quieres obtener perdón y salvación. ■ ¡Serías bienaventurado si pudieses creer antes! Pero no puedes. Siglos de creencias equivocadas acerca de una promesa justa, y cúmulos de orgullo, como muro se te interponen para llegar a la Verdad y a la Fe”. Gamaliel: “Dices bien. Esperaré esa señal. Adiós. ¡El Señor sea contigo!”. Jesús: “Adiós, Gamaliel. Que el Espíritu Eterno te ilumine y te guíe”. Todos despiden a Gamaliel que se va con Nicodemo, Juan y Simón (el miembro del Sanedrín). Se quedan Jesús, José, Lázaro, Tomás, Simón Zelote y Cornelio. José dice: “¡No cede!… Me gustaría que estuviese entre tus discípulos. Sería peso decisivo en tu favor… pero no lo logro”. Jesús: “No te aflijas por ello. No hay influencia capaz de salvarme de la tempestad que ya se está preparando. Pero Gamaliel, si no se pliega a favor, tampoco lo hará contra el Mesías. Es de los que esperan…”. Todo termina. (Escrito 21 de Febrero de 1945).
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1 Nota : “A Moisés le concedió el milagro; a Aarón, su primer pontífice, no se le concedió”.- Efectivamente, a pesar de haber obrado prodigios Aarón, se puede decir que el Señor no le concedía a él, porque había ordenado a Moisés cumplirlos a través de la acción de Aarón (Éxodo 7-8). Y aun cuando el Señor se los hubiera concedido a Aarón, éste los habría obtenido no en cuanto “primer pontífice suyo”, porque esos prodigios fueron obrados antes de la consagración de Aarón como sumo sacerdote (Éxodo 28-29; Levítico 8-9).   2 Nota : Cfr. Éx. 28,15-30; Lev. 8,8.   3  Nota  : “Después de oír aquellas palabras”.- Gamaliel fue uno de los grandes rabíes de Israel. Junto con Hilel, otro gran rabí, eran considerados como los dos más grandes Doctores de la Ley. Según esta Obra, un hecho había marcado la vida de Gamaliel. Jesús, a los doce años, tiempo que la Ley destinaba para la mayoría de edad, para cumplir lo que la Ley ordenaba, estuvo en el Templo y se sometió a examen para adquirir la mayoría de edad según los preceptos de Israel. Terminados los días de Fiesta, mientras sus padres regresaban, Jesús se quedó en Jerusalén sin que sus padres lo advirtieran, como nos narra Lucas 2,41-50. Jesús intervino en una disputa con los doctores del Templo. Entre estos doctores figuraban Gamaliel y Hilel. Ese día, Gamaliel, impresionado por la ciencia de aquel Muchacho, oyó decir a Éste: “Yo daré una señal…: ¡Estas piedras del Templo se estremecerán con mis últimas palabras!”, como prueba de su divinidad. Este suceso y las palabras de Jesús marcaron toda la vida de Gamaliel. Gamaliel esperará a esa señal para creer.   4  Nota  : El año hebraico contaba con 12 meses de 29 y 30 días, con un mes suplementario cada dos o tres años.
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(<En «Aguas Claras». ■ Debido a las amenazas del Sanedrín, no pudiendo permanecer por más tiempo en Judea, Jesús tuvo que trasladarse con sus discípulos a una propiedad de Lázaro situada en «Aguas Claras», entre Efraín y el Jordán, donde antes también había evangelizado y bautizado el Bautista. ■ En este lugar tuvieron lugar dos hechos de suma repercusión ante el Sanedrín. En primer lugar, la muerte del cruel fariseo Doras, miembro del Sanedrín. Ese día, entre el numeroso grupo de peregrinos, que asistía al discurso de Jesús, se encontraba el arruinado y enfermo fariseo Doras que, al sentirse aludido por las palabras de Jesús, cayó al suelo fulminado —víctima de una muerte súbita— después de que Jesús se hubiese dirigido implícitamente a él, cuya presencia había notado, con duras palabras, condenando a los patronos que trataban a sus siervos con menos consideración que a un animal ■ El segundo suceso: la acusación de los enemigos de que convivían con prostitutas. En realidad, habían acogido en uno de los establos del administrador de Lázaro, por inclemencias del tiempo, a una prostituta arrepentida: Aglae [1], “la Velada”, que solía asistir a los discursos de Jesús. Esta fue precisamente la causa por la que Jesús y los suyos tuvieron que abandonar inmediatamente «Aguas Claras»>)

2-135-336 (2-102-841).- En Betania, María Magdalena, oculta tras un seto, oye el discurso de Jesús.
* ¡Oh, Marta!… Aunque viniera a burlarse de Mí, dejadla en paz, os lo digo. No es ella. Es el que la posee quien la hace instrumento de turbación. Pero aquí hay Uno que es más fuerte que su amo. Ahora la lucha está entre él y Yo, directamente”.- ■ Llega al improviso Maximino (2), que precede en unos metros a Lázaro. “Maestro… me dijo Simón… que Tú vas a su casa… Le va a dar dolor a Lázaro… pero se comprende”. Jesús: “Luego hablaremos de ello. ¡Oh, amigo mío!”. Jesús se acerca rápido a Lázaro, el cual parece sentirse violento, y le besa en las mejillas. Han llegado entre tanto a un caminito que conduce a una casita situada entre otros terrenos de árboles frutales y el de Lázaro. Éste dice: “Entonces ¿estás decidido a ir a casa de Simón?”. Jesús: “Sí, amigo mío. Traigo a todos mis discípulos y prefiero sea así…”. A Lázaro le desagrada esta determinación pero no replica; solo se vuelve a la pequeña aglomeración de gente que los sigue y dice: “Idos, el Maestro tiene necesidad de descanso”. Aquí me convenzo de la autoridad que tiene Lázaro. Todos se inclinan al oír sus palabras. Se retiran mientras Jesús les manda un dulce saludo: “La paz sea con vosotros. Os avisaré cuando predique”. ■ Lázaro, ahora que están solos, adelantados respecto a los discípulos, los cuales, algunos metros más atrás, vienen hablando con Maximino, dice: “Maestro… Marta está hecha un mar de lágrimas. Por esto no vino, pero luego vendrá. Yo lloro solo en mi corazón. Pero hay que reconocer que es justo. Si hubiéramos pensado que ella venía… pero jamás viene a las fiestas… Sí… jamás viene… Yo digo: precisamente hoy tenía que traerla aquí el demonio”. Jesús: “¿El demonio? ¿Por qué no pudo ser su ángel por órdenes de Dios? Pero créeme, que aunque ella no hubiese estado aquí de todas formas Yo hubiera ido a la casa de Simón”. Lázaro: “¿Por qué, Señor mío? ¿No te dio paz mi casa?”. Jesús: “Tanta, que después de Nazaret es mi lugar preferido. Pero respóndeme: ¿por qué me dijiste: «Sal de Aguas Claras?». Por las asechanzas que se acercan. ¿No es así? Por esto entro a tierras de Lázaro pero no quiero que Lázaro sea insultado en su casa. ¿Crees que te respetarían? Con tal de pisotearme pasarían sobre el Arca Santa… déjame por lo menos ahora. Luego vendré. Por otra parte nadie me prohíbe que venga a comer a tu casa y que tú vengas a donde Yo estoy. Deja que se diga: «Está en casa de un discípulo suyo»”. ■ Lázaro: “¿Y yo no lo soy?”. Jesús: “Tú eres el amigo. Es más que discípulo para el corazón. La malicia no entiende eso. Déjame hacer las cosas como Yo quiero. Lázaro, esta casa es tuya… pero no es tu casa, la hermosa y rica casa del hijo de Teófilo, y, para los pedantes, eso cuenta mucho”. Lázaro: “Tú hablas así… pero ¿por qué? Es a causa de ella ¿no es así? Yo estaba ya casi decidido a perdonar… pero si ella es causa de que Tú te apartes, ¡vive Dios que la odiaré!”. Jesús: “Y me perderás para siempre. Desecha ese pensamiento enseguida o ahora mismo me pierdes. ■Aquí viene Marta. La paz sea contigo, mi buena hospitalaria”. Marta, arrodillada, llora y dice: “¡Oh, Señor!”. Se ha bajado el velo, que lleva sobre el peinado hecho en forma de corona, para no mostrar mucho su llanto a los extraños. Pero, a Jesús no piensa ocultárselo. Jesús: “¿Por qué este llanto? ¡Verdaderamente estás malgastando esas lágrimas! Hay muchas razones para llorar, y para hacer de las lágrimas un objeto precioso. ¡Pero llorar por este motivo!… ¡Oh, Marta! Parece que te olvidas quién soy Yo. Del hombre, como sabes, no tengo más que el vestido. Mi corazón es divino, y palpita como divino. ¡Vamos! Levántate y entra en casa… Y en cuanto a ella, dejadla en paz. Aunque viniera a burlarse de Mí, dejadla en paz, os lo digo. No es ella. Es el que la posee quien la hace instrumento de turbación. Pero aquí hay Uno que es más fuerte que su amo. Ahora la lucha está entre él y Yo, directamente. Vosotros rogad, perdonad, tened paciencia y creed. Ninguna otra cosa. ■ Entran en la casita (es una pequeña casa cuadrada rodeada de un pórtico que la hace más extensa). Dentro hay cuatro habitaciones, divididas por un pasillo en forma de cruz. Una escalera, exterior como de costumbre, conduce a la parte alta del pequeño pórtico, que, por tanto, aquí es una terraza, que da acceso a una amplia estancia de las mismas dimensiones que la casa; en el pasado probablemente destinada para provisiones, ahora está enteramente libre y limpia, absolutamente vacía. Simón que está al lado del anciano siervo, —que oigo que le llaman José—, al ofrecer su casa dice: “Aquí se podría hablar a la gente, o también comer… como tú quieras”. Jesús: “Vamos a pensarlo. Y ahora ve a decir a los demás que, después de la comida, puede venir gente. No defraudaré a los buenos de este lugar”. Zelote: “¿A dónde digo que vayan?”. Jesús: “Que vengan aquí. El día está templado. El lugar está protegido de los vientos. Al huerto, como no tiene fruta, la gente no le puede hacer ningún daño. Hablaré aquí desde la terraza. Ve a decirlo”.
* Jesús y Lázaro hablan sobre los sucesos de «Aguas Claras».- ■ Se quedan solos Lázaro y Jesús. Marta, —de nuevo la “buena hospitalaria” al tener que ocuparse de atender a tantas personas— trabaja abajo con los criados y con los mismos apóstoles disponiendo lo necesario para las mesas y para el descanso. Jesús pone un brazo sobre los hombros de Lázaro, y le conduce fuera de la sala, a pasear por la terraza que rodea la casa, bajo un bello sol que entibia el día, y, desde arriba mira a los siervos que trabajan y a los discípulos, y envía una sonrisa a Marta que va y viene pero sin la cara de congoja que antes tenía. Mira también el hermoso panorama que rodea el lugar, y nombra con Lázaro diversos lugares y personas para terminar preguntando a quemarropa: ■ “¿Entonces, la muerte de Doras fue como agitar una vara dentro del nido de víboras?”. Lázaro: “¡Oh, Maestro! Me ha contado Nicodemo que fue una de las sesiones más violentas a que haya asistido en el Sanedrín”. Jesús: “¿Qué cosa hice para que el Sanedrín se inquietara? Doras, murió por sí mismo, a la vista de todo el pueblo, muerto de ira. No permití que se faltase al respeto a su cadáver. Por tanto…”. Lázaro: “Tienes razón. Pero ellos… están locos de miedo. Y… ¿sabes que han dicho que hay que pillarte en pecado para poder matarte?”. Jesús: “¡Oh! Si es por eso, ¡ni te preocupes! ¡Tendrán que esperar hasta la hora de Dios!”. Lázaro: “¡Pero, Jesús! ¿Sabes de quién se habla? ¿Sabes de qué son capaces los fariseos y escribas? ¿Sabes qué alma tiene Anás? ¿Sabes quién es su segundo? ¿Sabes?… pero ¿qué estoy diciendo? ¡Tú sabes! Y, por eso, es inútil que te diga que inventarán el pecado para poder acusarte”. Jesús: “Ya lo encontraron. He hecho más de lo que necesitan. He hablado a los romanos, he hablado a los pecadores… ■ Sí, a pecadoras, Lázaro. Una —no mires con esa cara de espanto—… una (3) siempre, fue a oírme y se aloja en uno de los establos de tu administrador, porque se lo pedí, porque, para que estuviera cerca de Mí, se había establecido en una pocilga…”. Lázaro, estupefacto, parece una estatua. Ni se mueve. Mira a Jesús como a quien ve algo sumamente raro. Jesús sonriente le zarandea y pregunta. “¿Has visto a Satanás?”. Lázaro: “No… He visto a la Misericordia. Pero… lo entiendo. Esos, los del Consejo, no. Dicen que es pecado. ¡Luego es verdad! Creía… ¡Oh! ¿qué has hecho?”. Jesús: “Mi deber, mi derecho y mi deseo: buscar y redimir a un alma caída. Por esto podrás ver que tu hermana no será el primer fango al que me acerque y sobre el que me incline y no será la última. Quiero sembrar en el fango flores y quiero que nazcan flores del bien”. Lázaro: “¡Oh! ¡Dios mío!… Pero… ¡Oh Maestro mío! Tú, tienes razón. Estás en tu derecho, es tu deber y es tu deseo. Pero, las hienas no comprenden esto. Son carroña tan fétida, que no sienten el olor, no pueden sentir el perfume de los lirios, y hasta en donde éstos florecen, ellos, esas poderosas carroñas, sienten olor de pecado; no comprenden que proviene de su cloaca… Te lo ruego, no estés en un lugar por mucho tiempo; vete de acá para allá sin darles la posibilidad de encontrarte…”.
* Magdalena, oculta, oye a Jesús: “Van como enfermas, buscando a tientas amor, y encuentran toda clase de amores, todo lo asqueroso que el hombre así ha bautizado, pero no encuentran al Amor; porque el amor es Dios y no el oro, ni los placeres, ni el poder”.- ■ …Y la visión se reanuda cuando Jesús sube de nuevo a la terraza para hablar a la gente que, de Betania y de lugares circunvecinos, ha acudido a escucharle. “La paz sea con vosotros. Aun cuando yo callara, los vientos de Dios llevarían hasta vosotros las palabras de mi amor y las del odio de otros. Sé que estáis turbados porque no desconocéis el por qué de que Yo esté entre vosotros. Pero no hagáis otra cosa que alegraros y bendecir conmigo al Señor, que emplea el mal para dar un motivo de alegría a sus hijos, conduciendo de nuevo a su Cordero, aguijoneado por el mal, a donde los otros corderos, para ponerle al seguro contra los lobos. Ved qué bueno es el Señor. Al lugar en que me encontraba llegaron, como aguas a un mar, un río y un riachuelo. Un río de amorosa dulzura, un riachuelo de punzante amargura. El primero era vuestro amor, desde Lázaro y Marta al último del pueblo; el riachuelo era el injusto rencor de quien, no pudiendo ir al Bien que le llama, acusa al Bien de ser Pecado. Y el río decía: «Vuelve, vuelve con nosotros. Que nuestras olas te circunden, te aíslen, te defiendan, te den todo aquello que el mundo te niega». El riachuelo malvado lanzaba amenazas y quería matar con su veneno. Mas, ¿qué es un riachuelo comparado con un río?, ¿qué, comparado con un mar? Nada. Como a nada ha quedado reducido el veneno del riachuelo, porque el río de vuestro amor lo ha superado de tal modo, que al mar de mi amor no ha llegado sino la dulzura de vuestro amor. Podríamos decir aún más: ha producido un bien. Me ha traído de nuevo con vosotros. Bendigamos por ello al Señor Altísimo”. ■ La voz de Jesús se expande, poderosa, por el aire tranquilo y silencioso. Jesús, lleno de hermosura bajo el sol, desde lo alto de la terraza, gesticula y sonríe sereno. Abajo, la gente escucha beata: son como un floreado de rostros alzados sonriendo a la armonía de su voz. Lázaro está cerca de Jesús, como también Simón y Juan. Los demás están diseminados entre la multitud. Sube también Marta y se sienta en el suelo a los pies de Jesús, mirando hacia su casa, que se ve más allá de los árboles frutales… ■ Lázaro: “Mi hermana, Jesús… ¡oh!”. Lázaro descubre a María que se escurre detrás de un seto del huerto de Lázaro para acercarse lo más posible. Camina agachada, pero su rubia cabellera brilla como oro contra el boj oscuro. Marta hace ademán de levantarse, pero Jesús le pone la mano sobre la cabeza y debe quedarse donde está. Todavía más fuerte levanta Jesús su voz: “¿Qué decir de estos infelices? Dios les ha dado tiempo de hacer penitencia y ellos lo emplean en pecar. Dios no los pierde de vista, aunque parezca que lo haga. Llega el momento en que, o bien porque, cual rayo capaz de penetrar incluso en la roca, el amor de Dios hiende y desgarra su duro corazón, o bien porque la suma de sus delitos hace llegar el nivel de su cieno hasta introducirse en su boca y en su nariz —y perciben, sí, al fin perciben la náusea de ese sabor y de ese hedor que da asco a los demás y que llena su corazón— llega el momento en que ello les produce náusea y brota un movimiento de deseo por el bien. Entonces el alma grita: «¿Quién me concediera volver a ser como antes, cuando estaba yo en amistad con Dios, cuando su luz resplandecía en mi corazón y caminaba yo bajo sus rayos, cuando, al ver mi recto proceder, el mundo, admirado, guardaba silencio, y quien me veía me llamaba bienaventurado? El mundo bebía mi sonrisa, y mis palabras eran aceptadas cual palabras de ángel y saltaba de orgullo el corazón de mis familiares. ‘Y ahora, ¿qué soy? Motivo de burla de los jóvenes, horror de los ancianos, tema de sus cantares, el esputo de su desprecio baña mi cara’» (4). Sí, así habla en ciertas horas el alma de los pecadores, de los verdaderos Job, porque no hay miseria mayor que ésta, la de quien ha perdido para siempre la amistad de Dios y su Reino. Inspiran tan solo piedad. Piedad tan solo. Son pobres almas que, por ociosidad o por ligereza, han perdido al eterno Esposo. «De noche, en mi lecho, busqué el amor de mi alma y no lo encontré» (5). De hecho en las tinieblas no se puede reconocer al esposo, y el alma aguijoneada por el amor, sin saber qué hacer porque está rodeada de la noche espiritual, busca y trata de encontrar un alivio a su tormento. Cree poder encontrarlo en cualquier amor. ¡No! Uno solo es el amor del alma: Dios. Van buscando amor estas almas a las que el Amor de Dios aguijonea. Bastaría con que admitieran la luz en ellas para que el amor fuera su consorte. Van como enfermas, buscando a tientas amor, y encuentran toda clase de amores, todo lo asqueroso que el hombre así ha bautizado, pero no encuentran al Amor; porque el amor es Dios y no el oro, ni los placeres, ni el poder. ¡Pobres, pobres almas! Si, menos ociosas, se hubiesen puesto en pie al oír la invitación del Esposo eterno, al oír a Dios que dice: «Sígueme», a Dios que dice: «Ábreme», no habrían llegado tarde a abrir la puerta, con el ímpetu de su amor despertado, cuando, desilusionado, el Esposo ya estaba lejos y había desaparecido… Y no habrían profanado ese ímpetu santo de una necesidad de amor en un lodazal que, por su hediondez, causa repugnancia hasta a un animal inmundo; sembraron cardos que no eran flores, sino solo pinchos, pinchos que punzan, y que no sirven de corona. Y no habrían conocido las burlas de todos aquellos que, cual guardias de ronda, como Dios, pero por motivos opuestos, no pierden de vista al pecador y lo acechan para burlarse de él y criticarle. ¡Pobres almas maltratadas, expoliadas, heridas por todos! Tan solo Dios no acude a esta lapidación de cruel escarnio; es más, vierte sus lágrimas para curar de las heridas y para volver a vestir con vestidura diamantina a su criatura. Siempre su criatura… Solo Dios… y los hijos de Dios con el Padre. ■ Bendigamos al Señor. Él quiso que, por los pecadores, Yo debiera volver aquí para deciros: «Perdonad, perdonad siempre. Convertid todo mal en bien. Haced que una ofensa se convierta en gracia». No os digo solo «haced»; os digo: imitad mi modo de obrar. Yo amo y bendigo a mis enemigos porque por ellos he podido volver a vosotros, amigos míos. La paz sea con vosotros”. La gente agita velos y ramas en dirección de Jesús, y luego, lentamente, se van alejando.
* “Es el secreto del Redentor y de los redentores: tener paciencia, bondad, constancia, y oración. Nada más”.- ■ Lázaro dice: “¿Habrán visto a esa desvergonzada?”. Jesús: “No, Lázaro. Estaba detrás del seto y bien escondida. Podíamos verla, porque estábamos en lo alto. Los otros no”. Lázaro: “Había prometido que…”. Jesús: “¿Por qué no podía venir? ¿No es también ella una hija de Abraham? Quiero que vosotros hermanos, discípulos, me juréis que no haréis ninguna alusión a ella. Dejadla en paz. ¿Que se reirá de Mí? Dejadla. ¿Que llorará? Dejadla. ¿Que querrá quedarse? Dejadla. ¿Tendrá ganas de huir? Dejadla. ■ Es el secreto del Redentor y de los redentores: tener paciencia, bondad, constancia, y oración. Nada más Todo gesto sobra ante ciertas enfermedades… y ciertos tocamientos son insufribles… Adiós amigos, me quedo a orar. Cada uno vaya a sus tareas. Y que Dios os acompañe”. Todo termina. (Escrito el 21 de Marzo de 1945).
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1 Nota : Aglae.- Era de Siracusa, de 26 veintiséis años. Hija única de un intendente o procurador de un poderoso romano. Le entusiasmaba las danzas que se representaban en el teatro, danzas que después ella imitaba con arte. Seducida por un patricio romano que la había visto bailar, se despertó en ella otra cosa más allá de la danza: el sentido y el sexo. Huyó de casa con él. Tenía 16 años. Después de seis meses de orgía, cansado de ella, abandonada por el patricio, cayó en manos de un maestro de danza que la lanzó al ambiente de corrupción del patriciado romano. De esta forma cayó en una cloaca, en el abismo. Luego la llevaron para alegrar los ratos libres de Herodes y nuevamente aquí tuvo un dueño que la llevó a Hebrón. Un día llegó a Hebrón un Hombre. Le dijo: “Mi nombre quiere decir: Salvador. Salvo a quien tiene voluntad de ser salvado. Salvo enseñando a ser puros, a amar el dolor más que el honor, el bien más que cualquier otra cosa. Soy el que busca a los perdidos, el que da la vida. Soy Pureza y Verdad”. Le dijo que también ella tenía alma y que la había matado con su modo de vivir. Y luego huyó: huyó del pecado yendo en busca del Salvador. Un hebreo le indicó «Aguas Claras». Durante los meses que anduvo errante tuvo que cubrirse siempre su cara para que no la atrapasen de nuevo, y porque además Aglae realmente estaba sepultada bajo ese velo; había muerto la vieja Aglae. Cfr. Personajes de la Obra magna: Aglae, la «Velada».   2  Nota  : Sirviente de la familia de Lázaro en la casa de Betania.   3  Nota  : Se refiere a Aglae. Cfr. Nota 1.   4  Nota  : Cfr. Job 29,1-30,10.   5  Nota  : Cfr. Cantar 3,1.
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2-157-432 (3-17-68).- “Marta, regresarás a Betania, en espera de la otra (1), que tú y Yo amamos más”.
* Marta, en Nazaret, presentada a los discípulos y discípulas.- ■ Jesús está en Nazaret, en su casa. Mejor dicho, está en su antiguo taller de carpintero. Con Él están los doce apóstoles y María, María madre de Santiago y Judas, Salomé, Susana y, cosa nueva, Marta; una Marta muy afligida con claras señales de lágrimas bajo los ojos. Una Marta desacoplada en este ambiente, tímida al verse sola ante otras personas, y, sobre todo, ante la Madre del Señor. María trata de que hable con las demás, y quitarle ese aire de desacomodo que ve que padece; pero sus caricias más bien parecen no llegar al corazón de la pobre Marta. Rubor y gruesas lágrimas se alternan por sus mejillas bajo ese velo, muy caído, que tiene puesto. Entran Juan con Santiago de Alfeo. Juan dice: “No estaba Juana (2), Señor. Se fue con su marido a visitar a una amiga. Así dijeron los siervos”. Santiago de Alfeo concluye: “Lo sentirá mucho, sin duda; de todas formas, ya recibirá tus instrucciones y te verá”. Jesús: “Está bien. No es el grupo de discípulas exactamente como lo había pensado. De todas formas, ya veis que en lugar de Juana ausente, está presente Marta, hija de Teófilo, hermana de Lázaro. Los discípulos saben quién es Marta. Mi Madre también. Tú, María, y tú, Salomé, quizás también, ya sabéis por vuestros hijos quién es Marta, no tanto como una mujer según los criterios de este mundo cuanto como criatura ante los ojos de Dios. Tú, Marta, por tu parte, ya conoces a estas mujeres, que te consideran hermana y que te van a querer mucho. Hermana e hija. Tú tienes mucha necesidad de esto, buena Marta, para tener también consolación humana de afectos buenos que Dios no solo no condena, sino que los ha puesto en el hombre como apoyo del trabajo que la vida supone. Y Dios te trajo justo en la hora por mí elegida para poner las bases, diría mejor, el esquema según el cual vais a bordar vuestra perfección de discípulas. ■ Discípulo quiere decir: el que sigue las reglas del Maestro, de su doctrina. Por esto, en sentido amplio, serán llamados discípulos todos aquellos que ahora y en el transcurso de los siglos sigan mi doctrina. Y, para no dar muchos nombres diciendo «discípulos de Jesús según la enseñanza de Pedro o de Andrés, de Santiago o de Juan, de Simón o Felipe, de Judas o de Bartolomé o de Tomás y Mateo», se utilizará un solo nombre, que los reunirá bajo un único signo: «cristianos» (3). Pero entre el gran número de los que sean seguidores de mi doctrina ya he elegido a los primeros, y luego a los segundos, y así se hará en los siglos futuros en memoria mía”.
* La mujer en la Religión cerrada de Israel y en la Religión universal de Cristo.- Jesús: “De la misma forma que en el Templo, y todavía antes, desde Moisés, hubo un pontífice, hubo sacerdotes, levitas, encargados de diversos servicios, oficios y puestos, cantores etc., de igual modo en mi Templo nuevo, que será tan grande y duradero como la Tierra, habrá grandes y pequeños, todos necesarios, todos amados por Mí. Y además mujeres, esa categoría nueva que Israel siempre ha despreciado, confinándola a los cantos virginales en el Templo o a la instrucción de las vírgenes en el Templo y nada más. No discutáis acerca de si ello era justo o no; en la Religión cerrada de Israel y en el Tiempo de la Ira, esto era justo. Todo el deshonor recaía sobre la mujer, origen del pecado. En la Religión universal de Cristo y en el Tiempo del Perdón todo esto cambia. Toda la Gracia se ha reunido en una sola Mujer y Ella la ha dado a luz al mundo para redención de éste. Por tal razón, la mujer ya no representa, ya no es el desdén de Dios, sino la ayuda de Dios. Por la Mujer, la amada del Señor, todas las mujeres pueden llegar a ser discípulas del Señor, no solo como la masa sino incluso como sacerdotes menores, coadjutoras de los sacerdotes, a los cuales les pueden dar mucha ayuda, respecto a ellos mismos y respecto a los fieles y a los que no lo son, respecto a aquellos que no serán conducidos a Dios tanto por el rugido de la palabra santa sino más bien por la sonrisa santa de una discípula mía”.
* “Amigos míos, aprended de las mujeres a amar, a creer y sufrir por el Señor”.-Jesús: “Y vosotros, amigos míos, aprended de las mujeres la humildad y la constancia. Venced la soberbia masculina. No despreciéis a las mujeres discípulas, antes bien moderad vuestra fuerza, y hasta diría, vuestra dureza e intransigencia al contacto de la dulzura de las mujeres. Y sobre todo aprended de ellas a amar, a creer y sufrir por el Señor, porque en verdad os digo que ellas, las débiles serán las más fuertes en la fe, amor y audacia, en el sacrificio por el Maestro, al que aman con todo su ser, sin pedir ni pretender nada, contentas solo con amar para darme consuelo y alegría. Id ahora a vuestras casas o a las casas en que estáis alojados. Yo me quedo con mi Madre. Dios sea con vosotros”.
* “Marta, convertir un desierto (Magdalena) lleno de víboras en un paraíso lleva tiempo”.- ■ Todas se van menos Marta a la que Jesús le dice: “Quédate, tú, Marta. Hablé ya con tu siervo. Hoy no hospeda Betania, sino la pequeña casa de Jesús. Ven. Comerás al lado de María y dormirás en la habitación cercana a la suya. El espíritu de José, nuestro consuelo, te confortará mientras descansas, y mañana regresarás a Betania más fuerte y llena de confianza, a preparar también allá mujeres discípulas, en espera de la otra, que tú y Yo amamos más. No dudes, Marta. Nunca prometo en vano. Ahora bien, para convertir un desierto lleno de víboras en un bosque paradisíaco, se requiere tiempo… Mi primer trabajo no se ve. Parece como si nada hubiese sucedido. Y, sin embargo, la semilla está ya depositada; todas las semillas. Y luego vendrá la lluvia del llanto a abrir las semillas… y los buenos árboles crecerán… ¡Ven!… ¡No llores más!”. (Escrito el 7 de Mayo de 1945).
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1  Nota  : Se trata de la hermana de Marta: María Magdalena.   2  Nota  : Juana de Cusa. Esposa de Cusa. Cusa era el Administrador en la Corte de Herodes y Herodías. Esta Obra habla muy extensamente de Juana. Juana de Cusa, enferma de tuberculosis incurable, tras recibir en su lecho de muerte una sorprendente visión, en la que se le aparecía Jesús invitándola a ir donde Él, diciendo: “Yo soy la Vida. Ven. Regresa para dártela”, fue curada por Jesús. Será una de las discípulas más fieles. Para más información: Personajes de la Obra magna: Juana de Cusa.   3  Nota  : Cristo mismo anuncia aquí (se utilizará un solo nombre… «cristianos”) ese nombre que será dado a los discípulos por primera vez en Antioquía (Hechos 11,26), y también en otros lugares, como 4-280-341, relatado en el tema “Amor-Caridad” (a los creyentes se les llamará “cristianos”) y en 5-362-426, relatado en el tema “Palabra de Dios” (todos los que lleven el nombre de “cristianos”). Igualmente deberán entenderse como predicción todas las demás ocasiones en que el nombre de cristianos (o también el de católicos, como en 7-444-64 relatado en el tema “Alma”) aparezca en la presente Obra.
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(<Jesús está en el lago, en la barca de Pedro, que va detrás de otras dos barcas; una de ellas es la de Juana de Cusa. Pero Juana no va en ella sino que está a los pies de Jesús en la barca de Pedro. Juana le habla sobre la niña romana curada [1] y sobre unas amigas suyas romanas [2]. Una de ellas tenía interés de escucharle. También le habla de María de Magdala>)

2-158-441 (3-18-78).- En el lago de Genesaret con Juana de Cusa, que habla de la repercusión de la curación de la niña romana, de sus amigas romanas y de la vida licenciosa de María de Magdala, que tomaba parte también en las orgías de los banquetes romanos.
* ¡Déjala! ¡Sanará! (Magdalena)… En ellas (las amigas romanas) hay todo un mundo que rehacer. Lo primero es derribar, luego edificar. No es imposible. Hí está tu casa, Juana. Trabaja en ella para tu Maestro”.- ■ Jesús dice: “Me estabas hablando de una amiga tuya romana”. Juana: “Sí. Es amiga íntima de Claudia (3). Creo que incluso son parientes. Tendría interés en hablar contigo, por lo menos en escucharte. Y no es ella sólo. Además, ahora que has curado a la niña de Valeria —la noticia ha llegado a la velocidad del relámpago— su interés es ma­yor. La otra noche, en un banquete, había muchas voces a favor y muchas en contra de Ti. Había también algunos herodianos y saduce­os —aunque lo negarían si se lo preguntasen— y también muje­res… ricas y… y no honestas. Estaba —siento decirlo porque sé que eres amigo de su hermano—, estaba María de Magdala, con su nue­vo amigo y con otra mujer, griega creo, tan licenciosa como ella. Ya sabes cómo hacen los paganos, ¿no? Las mujeres se sientan a la me­sa con los hombres. Bueno esto es muy… muy… ¡Oh, qué situación más violenta! Mi amiga, que es una mujer delicada, eligió como compañero a mi propio marido, lo cual me significó un gran alivio. Pero las otras… ■ Bien, pues se hablaba de Ti, porque impresionó el milagro que hiciste a Faustina. Los romanos mostraban admiración hacia Ti como un gran médico y mago —perdona, Señor—, pero los herodianos y saduceos escupían veneno contra tu Nombre. Y María… ¡qué horror, María!… Empezó con burlas y luego… No, no quie­ro decirte esto. Estuve llorando toda la noche”. Jesús: “¡Déjala! ¡Sanará!”. Juana: “¡No, no, si está sana!”. Jesús: “En cuanto al cuerpo; lo demás está todo intoxicado. Pero sanará”. Juana: “Si Tú lo dices… Ya sabes cómo son las romanas… Sus palabras fueron: «No nos asustan las brujerías, ni creemos en fábulas. Quere­mos juzgar por nosotras mismas»…”. Jesús: “En ellas hay todo un mundo que rehacer. Lo primero es derribar, luego edificar. No es imposible. Ahí está tu casa, Juana, con su jar­dín; trabaja en ella para tu Maestro como te he dicho. Adiós, Juana. El Señor sea contigo. Yo te bendigo en su nombre”. La barca se arrima. Juana dice en tono de ruego: “¿Entonces no pasas siquiera?”. Jesús: “Ahora no. Debo reavivar las llamas. En unos pocos meses de au­sencia casi se han apagado. Y el tiempo vuela”. La barca se detiene en el recodo que penetra en el jardín de Cusa. (Escrito el 8 de Mayo de 1945).
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1 Nota : Una romana, Valeria, se encontró con Jesús por primera vez en Cesárea Marítima. Su hijita Fausta, desahuciada ya por los médicos, se estaba muriendo de difteria mortal. Jesús, conducido a la casa de Valeria, se encontró con esta mujer, llena de aflicción, que traía en sus brazos a su hijita. Jesús la curó. Desde ese día, Valeria irá absorbiendo las enseñanzas del Maestro. Cfr. Personajes de la Obra magna: Romanos/as: Valeria.   2  Nota  : Romanas.- Cfr. Personajes de la Obra magna: Romanas/os.   3  Nota  : Claudia, esposa de Poncio Pilatos. Cfr. Personajes de la Obra magna: Romanas/os.
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(<El siguiente episodio es el comienzo de un ciclo de episodios, llamados por Jesús «Evangelio de la Misericordia». Evangelio destinado especialmente a las mujeres que se reconocen en la pecadora y quieren seguirla en su redención. ■ En este primer episodio, Jesús acompañado de sus discípulos, rodeado de la muchedumbre, está instruyendo con el llamado así: discurso de la Montaña>)

3-174-109 (3-34-200).- Llegada importuna de María Magdalena, provocativa, a la Montaña de las Bienaventuranzas.- Imprecación contra corruptores del alma de los niños.- El adulterio.
* Cuatro petimetres acicalados, traen como en triunfo, entre sus manos entrelazadas, a la manera de asiento, a una María Magdalena seductora.- ■ Jesús dice: “Mira y escribe. Es un Evangelio de la Misericordia (1) que doy a todos y en especial para las mujeres que se reconozcan en la pecadora, y las invito a seguirla en su redención”.
■ Veo que Jesús está en pie, subido a una voluminosa piedra. Está hablando a una gran multitud. El lugar es montañoso. Una colina solitaria entre dos valles. La cumbre de la colina tiene forma de yugo, o, más exactamente, forma de joroba de camello; de modo que a pocos metros de la cima tiene un anfiteatro natural donde la voz retumba clara como en una sala de conciertos muy bien construida. La colina es toda florida. Debe ser el final de la primavera. Las mieses de las llanuras tienden a tomar su color de oro y estarán listas para la siega. Al norte, un monte alto resplandece al sol con su cresta cubierta de nieve. Inmediatamente más abajo, al este, el Mar de Galilea, parece un espejo quebrado en fragmentos (cada uno de ellos un zafiro encendido por el sol). Deslumbra en su parpadear azul y oro, y no se refleja en su superficie sino alguna que otra nubecilla que surca el purísimo cielo, o la sombra fugaz de alguna barca de vela. Más allá del lago de Genesaret hay un alejarse de llanuras que, debido a una ligera neblina al ras del suelo (quizás vaporación de rocío pues deben ser todavía las primeras horas de la mañana, dado que la hierba del monte tiene todavía algún que otro diamante de rocío posado entre sus tallitos) parecen continuar el lago aunque con tonalidades casi de ópalo, veteado de verde; y más lejos todavía una cadena montañosa de perfil muy caprichoso, que hace pensar en un dibujo de nubes en el sereno cielo. ■ La gente está sentada, quién sobre la hierba, quién sobre piedras gruesas; otros están de pie. No están todos los apóstoles. Veo a Pedro, a Juan y a Santiago. Oigo que llaman a otros dos, a Natanael y a Felipe. Luego hay otro que no es del grupo. Tal vez será nuevo, le llaman Simón (2). Los otros no están, a menos que sea que no los veo entre la masa de la gente. El discurso hace tiempo que ya empezó. Comprendo que es el discurso de la Montaña. Las Bienaventuranzas han sido ya dichas. Estoy para decir que el discurso toca a su fin porque dice Jesús: “Haced esto y tendréis un gran premio, porque el Padre que está en los Cielos es misericordioso con los buenos y sabe dar el ciento por uno. Por lo que digo…”. ■ Hay un gran movimiento entre la multitud que está junto al sendero que sube a la meseta. Los que están más cerca de Jesús vuelven la cabeza. La atención se desvía hacia otro objeto. Jesús deja de hablar y vuelve la mirada en esa dirección. Serio y hermoso con su vestido azul oscuro. Los brazos sobre el pecho. El sol besa su cabeza con sus primeros rayos que han sobrepasado el pico oriental de la colina. Se oye la voz iracunda de un hombre: “Haceos a un lado, plebeyos, dejad pasar a la belleza que llega”… Avanzan cuatro petimetres todo acicalados, de los cuales uno ciertamente es romano. Trae la toga romana. Traen como en triunfo entre sus manos entrelazadas, a la manera de asiento, a María de Magdala que todavía es una gran pecadora. Despide sonrisas con su muy hermosa boca, echando hacia atrás la cabeza de cabellera de oro, toda rizos y trenzas sujetos con preciosas horquillas y con una lámina de oro con perlas que le ciñe la parte alta de la frente a modo de diadema. De ésta cuelgan leves rizos que ocultan los espléndidos ojos, que, por un artificio bien hecho, los hacen aún más grandes y seductores. La corona en forma de diadema queda oculta detrás de las orejas, bajo la masa de trenzas que pesa sobre el cuello blanquísimo y totalmente descubierto. Es más… lo descubierto es mucho más que el cuello. Las espaldas están descubiertas hasta los omóplatos y el pecho mucho más. Dos cadenillas de oro sujetan el vestido a los hombros. No tiene mangas. Todo está cubierto, por decirlo así, por un velo cuyo único objetivo es el de proteger la piel contra los rayos del sol. El vestido es muy ligero, de forma que la mujer, echándose —como hace—, zalamera, sobre uno u otro de sus adoradores, es como si se echase sobre ellos desnuda. Me parece que el romano es el preferido porque preferentemente se dirigen a él risitas y miradas y es quien más fácilmente recibe su cabeza sobre el hombro. El romano dice: “Y así estará contenta la diosa. Roma ha servido de cabalgadura a la nueva Venus, y ahí está el Apolo que has querido ver. Sedúcele pues… pero déjanos a nosotros unas migajas de tus cariños”. ■ María es todo risa. Con un movimiento ágil y atrevido salta al suelo, descubriendo sus pequeños pies, calzados con sandalias blancas con hebillas de oro, y un buen trozo de pantorrilla. Su vestido es amplísimo, de lana ligera como un velo, y blanquísima, sujeto a la cintura, muy abajo, a la altura de las caderas, por un cinturón cuajado de bullones sueltos de oro. La mujer está ahí, en pie, como una flor impura, que ha florecido como por encanto en la verde llanura poblado de muchos lirios y narcisos silvestres. Está más hermosa que nunca. Su boca, pequeña y de púrpura, parece un clavel florecido entre la dentadura perfecta. Su cara y cuerpo podrían satisfacer al pintor o al escultor más exigente, tanto por el color como por las formas. Con abundante pecho y caderas bien proporcionadas. La cintura es flexible de modo natural, delgada en relación a las caderas y al pecho. Parece una diosa como ha dicho el romano, una diosa esculpida en mármol de tinte ligeramente rosado. La leve tela cubre las caderas para luego pender por delante en un montón de pliegues. Todo ha sido estudiado para agradar.
.  ● “La impureza corrompe lo que es de Dios, el alma”.- Imprecación contra los que corrompen el alma de los niños: “sería mejor que murieran abrasados por un rayo”. Imprecación contra los ricos que “gozáis la vida y nada más: probaréis una pobreza atroz en un día que no tendrá fin”.- ■ Jesús la mira fijamente, y ella sostiene su mirada con descaro mientras sonríe y se retuerce con el cosquilleo que el romano le hace en las espaldas y en los senos, que trae descubiertos, con una ramita de lirio silvestre que ha cogido de entre la hierba. María con desdén fingido, levanta el velo y dice: “Respeta mi candor”, lo que hace estallar a los cuatro en una clamorosa risotada. Jesús continúa mirándola. Apenas se pierde el rumor de las risotadas, cuando Él, como si la aparición de la mujer hubiese reavivado las llamas a su discurso que parecía ir ya muriendo, vuelve a empezar y ya no la mira más a ella, sino a los que estaban escuchando, que parecen sentirse molestos y escandalizados con lo que acaba de suceder. ■ Jesús dice: “Dije que uno debe ser fiel a la Ley, humilde, misericordioso, amar no solo a los hermanos por sangre, sino también al que por haber nacido, como vosotros, de hombre, es hermano vuestro. Os dije que el perdón es más útil que el rencor, que la compasión es mejor que la intransigencia. Mas ahora, os digo que no se debe condenar si no está uno exento del pecado, por el que se quiere condenar. No hagáis como los escribas y fariseos que son severos con todos, menos consigo mismos. Llaman impuro a lo externo, que solo puede contaminar lo externo, y luego acogen en lo más profundo de su corazón la impureza. Dios no está en los impuros, porque la impureza corrompe lo que es propiedad de Dios: el alma, y sobre todo el alma de los niños que son ángeles desparramados sobre la tierra. ¡Ay de aquellos que les arrancan sus alas con crueldad de bestias endemoniadas y doblegan estas flores del Cielo en el fango, haciéndoles conocer el sabor de la materia! ¡Ay de ellos!… ¡Sería mejor que murieran abrasados por un rayo antes que cometer tal pecado! ¡Ay de vosotros ricos (3) y de vosotros que os gozáis la vida y nada más, porque precisamente entre vosotros fermenta la más grande impureza, a la que sirven de lecho y almohada el ocio y el dinero! Ahora estáis saciados. Hasta la garganta os llega la comida de las concupiscencias y os ahoga. Pero tendréis hambre para siempre. Un hambre terrible, insaciable y sin ablandamiento. Sois ahora ricos. Cuánto bien podríais hacer con vuestras riquezas, y cuánto mal os hacéis a vosotros y a los demás. Probaréis una pobreza atroz en un día que no tendrá fin. Ahora reís. Creéis ser los triunfadores, pero vuestras lágrimas llenarán los lagos del Gehena, y no cesarán”.
.   ● ¿Y el adulterio? No solo el acto, sino también el deseo es adulterio. “Ninguna razón justifica la fornicación. Ninguna. Ni el abandono, ni el repudio del marido. Ni la compasión hacia la repudiada. Tenéis sólo un alma: que no mienta, una vez que se ha unido a otra por pacto de fidelidad”.-Jesús: “¿En dónde anida el adulterio? ¿En dónde la corrupción de las muchachas? ¿Quién tiene dos o tres lechos de libertinaje, además del propio de esposo, y en ellos arroja su dinero y el vigor de un cuerpo que Dios le dio sano para que trabajase por su familia y no lo mezclase en sucias uniones que lo ponen más abajo del nivel de una bestia inmunda? Habéis oído que se dijo: «No cometerás adulterio» (4). Pues yo os digo que quien mire a una mujer con concupiscencia, o quien vaya a un hombre con deseo, aun sólo con esto, ha cometido ya adulterio en su corazón. Ninguna razón justifica la fornicación. Ninguna. Ni el abandono, ni el repudio del marido. Ni la compasión hacia la repudiada. Tenéis sólo un alma: que no mienta, una vez que se ha unido a otra por pacto de fidelidad; pues, de ser así, ese hermoso cuerpo a través del cual pecáis irá con vosotros, almas impuras, a las llamas que no tendrán fin. Mutiladlo más bien, antes que matarlo eternamente condenándolo. Vosotros los ricos, sentinas de gusanos de vicio, sed de nuevo hombres, para que el Cielo no sienta repulsa de vosotros…”.
* María, seductora e irónica al principio, muestra al final del discurso una cara hosca de rabia. Comprende que Jesús, aunque no la mire, le está hablando a ella.- ■ María, que al principio ha estado escuchando con una expresión que era todo un cuadro de seducción e ironía, con risitas de burla de vez en cuando, en llegando el discurso a su final, muestra una cara hosca de rabia. Comprende que Jesús le está hablando a ella, aunque no la mire. Cada vez más su ira sube de punto y se rebela. Al fin no resiste. Despechada se envuelve en su velo, y seguida de las miradas de la multitud que la escarnecen, y de la voz de Jesús que la sigue, echa a correr cuesta abajo dejando, entre los cardos y entre los rosales silvestres que están a la orilla del camino, trozos de vestido; y va riéndose, rabiosa y burlona. No veo más. Pero Jesús me dice: “Todavía continuarás viendo”. (Escrito el 12 de Agosto de 1944).

* Jesús manda desmontar la tienda y marcharse. Y, a Pedro que le pregunta si es porque vino ella, Jesús responde: “Sí. No puedo permitir que la palabra de Dios se convierta en escarnio de paganos…”.- ■ Jesús reanuda su discurso: “Estáis enojados por lo sucedido. Ya hace dos días que el pitido de Satanás turba nuestro refugio, que está muy por encima del fango; por tanto, ya no es un refugio. Así que lo abandonaremos. Pero antes quisiera completaros este código de «lo más perfecto» en el marco de esta riqueza de luz y de horizontes. Realmente Dios se manifiesta aquí en su majestad de Creador, y al ver sus maravillas podemos llegar a creer firmemente que Él es el dueño y no Satanás… El Maligno no podría crear ni siquiera un tallo de hierba. Pero Dios puede todo. Esto os dé fuerzas. Pero… ya estáis todos al sol. Puede haceros daño. Idos hacia arriba por las laderas; ahí hay sombra y frescor. Comed, si queréis. Yo, mientras, os seguiré hablando. La hora se ha hecho tarde por muchos motivos. De todas formas no os duela, que aquí estáis con Dios”. La multitud grita: “Sí, sí contigo” y cambia de sitio, hacia la sombra de los bosquecillos diseminados que hay en el lado oriental, de modo que la pared montañosa y las ramas sirven de defensa contra el sol que quema. ■ Jesús dice a Pedro que desmonte la tienda. Pedro duda: “Pero… ¿de veras nos vamos?”. Jesús: “Sí”. Pedro: “¿Porque vino ella?”. Jesús: “Sí. Pero no decirlo a nadie, y menos a Zelote. Se afligiría por amor a Lázaro. No puedo permitir que la palabra de Dios se convierta en escarnio de paganos…”. Pedro: “Comprendo, comprendo…”. Jesús: “Pues entonces comprende también otra cosa”. Pedro: “¿Cuál, Maestro?”. Jesús: “La necesidad de callar en determinadas circunstancias. Te lo ruego. Te quiero mucho, pero algunas veces eres tan impulsivo que haces advertencias que hieren”. Pedro: “Entiendo… no lo quieres ni por Lázaro, ni por Simón…”. Jesús: “Y por otros también”. Pedro: “¿Crees que también estarán hoy algunos de éstos?”. Jesús: “Hoy, mañana, pasado mañana y siempre. Siempre será necesario vigilar a mi impulsivo Simón de Jonás. Vete a hacer lo que te dije”. Pedro se va y llama a sus compañeros a que le ayuden. (Escrito el 29 de Mayo de 1945).
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1  Nota  : Se llama Evangelio de la Misericordia a un ciclo de episodios y enseñanzas sobre María de Magdala, escritos consecutivamente desde el 12 al 14 de Agosto de 1944, pero colocados en varios lugares de la Obra según las instrucciones escritas de María Valtorta. El primer episodio, que empieza aquí, se introduce en este capítulo; otros dos episodios formarán respectivamente los capítulos 3-183-163 y 4-233-27. Como comentario de los tres episodios, sigue un “dictado”, que formará el capítulo 4-234-29. El último episodio, irá a formar el capítulo 6-377-111, con un comentario final: 6-377-115. 2  Nota  : “Tal vez será nuevo, le llaman Simón”.- Téngase en cuenta que este episodio fue redactado al principio de la Obra, cuando María Valtorta aún no conocía a todos los apóstoles. El apóstol, al que le llaman Simón, es Simón Zelote. Algunas veces las fechas muestran que el orden de la redacción de los episodios o capítulos narrados en la Obra magna no sigue siempre un orden cronológico. Ello se verifica con frecuencia en el ciclo inicial de la Vida oculta y en los ciclos finales de la Pasión y Glorificación. Para mayor explicación, Cfr. María Valtorta y la Obra n. 6.1: Las fechas.   3  Nota  : Cfr. Lc. 6,24-26. 4  Nota  : Cfr. Éx. 20,14; Deut. 5,18.
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3-183-163 (3-43-258).- María Magdalena hallada en adulterio en su casa de Magdala.
* Jesús va a la Magdala de los ricos y no a la de los pescadores y de los pobres.- Dentro del corazón de J. Iscariote hay orgullo y murmuración.- ■ Jesús dice: “Insertad aquí el 2º momento de la conversión de María de Magdala”.
. Todos los apóstoles están alrededor de Jesús. Sentados sobre la hierba, a la sombra de unos árboles, cerca de un río, comen su pan y queso, y beben agua del río que es fresca y clara. Las sandalias llenas de polvo dicen muy a las claras de que un largo camino han recorrido y que tal vez los discípulos pidieron descansar en la hierba. Pero el Incansable Caminante no es de igual parecer. En cuanto juzga que ha pasado la hora de mayor calor, se pone en pie, toma el camino y mira… Luego se vuelve y dice simplemente: “Vámonos”. Llegados a una bifurcación, mejor dicho, a una cuatrifurcación porque cuatro caminos polvorosos se dan cita allí, Jesús toma decididamente el que va en dirección noroeste. Pedro pregunta: “¿Regresamos a Cafarnaúm?”. Jesús: “No”. Únicamente: no. Pedro, que quiere saber, insiste: “¿Entonces a Tiberíades?”. Jesús: “Tampoco”. Pedro recalca: “Este camino va al Mar de Galilea… y allí está Tiberíades y allí está Cafarnaúm…”. Jesús, con rostro semiserio para calmar la curiosidad de Pedro, dice: “Y también está Magdala”. Pedro, un poco escandalizado: “¿Magdala? ¡Oh!…”. Esto me hace sospechar que la ciudad tiene mala fama. ■ Jesús: “Magdala, sí, a Magdala. ¿Te consideras demasiado puro para entrar en ella? ¡Pedro, Pedro!… Por amor a Mí deberás entrar no en una ciudad de placer, sino en verdaderos prostíbulos… Cristo no ha venido a salvar a los que ya están salvados, sino a salvar a los perdidos… y tú… tú serás «Piedra» o «Cefas», y no Simón; y por esto, Cefas, ¿tienes miedo de contaminarte? ¡No, no! ¿Ves a éste? —indica al jovencísimo Juan—. Pues ni siquiera éste recibirá daño. Porque él no quiere. Como tú no quieres, como no quieren tu hermano y el hermano de Juan. Como no quiere ninguno de vosotros por ahora. Mientras no se quiere, no viene el mal. Pero es menester no querer fuerte y constantemente. Fuerza y constancia se obtienen del Padre, si se ora con rectitud de propósito. No todos sabéis rogar siempre así… ■ ¿Qué estás diciendo Judas? No te fíes mucho de ti mismo. Yo, que soy el Mesías, ruego constantemente para tener fuerzas contra Satanás. ¿Puedes más tú que Yo? El orgullo es una rendija por donde Satanás penetra. Vigila y sé humilde, Judas. Mateo, tú que conoces muy bien este lugar, dime: ¿conviene entrar por este camino o hay otro mejor?”. Mateo: “Según, Maestro. Si quieres entrar a Magdala de los pescadores y de los pobres, el camino es éste, por aquí se entra al suburbio popular; pero —no lo creo, pero te lo digo para darte una respuesta mía más amplia— si quieres ir a donde están los ricos, entonces hay que dejar este camino, tomar otro que está de aquí unos cien metros, porque las casas de los ricos están casi a esta altura y hay que volver para atrás…”. Jesús: “Regresaremos, porque a la Magdala de los ricos es a donde quiero entrar. ■ ¿Qué has dicho, Judas?”. Iscariote: “Nada, Maestro. Es la segunda vez que me lo preguntas en poco tiempo. Yo no he dicho nada”. Jesús: “Con los labios, no. Has hablado dentro de tu corazón. Has murmurado con tu huésped que es tu corazón. Para hablar no es indispensable tener otra persona con quien hablar; muchas palabras nos las decimos a nosotros mismos… Pues bien, no hay que murmurar o calumniar ni siquiera con nuestro propio «yo»”.
* La escena: una Magdalena provocativa y semidesnuda y el hombre herido en el momento del adulterio. Por orden de Jesús, el hombre herido es llevado a la casa de su madre. Y aquí es curado. “Tu casa ha sido santificada con el milagro que siempre es prueba de la presencia de Dios. Por este motivo no he podido hacerlo donde había pecado”.- El grupo sigue caminando ahora en silencio. La calle, es una calle de la ciudad, pavimentada con piedras largas y cuadradas. Las casas son ricas y bellas entre huertos y jardines lozanos y floridos. Me parece que Magdala, la elegante ciudad, era para los palestinos una especie de lugar de placer, como ciertas ciudades italianas: Stresa, Gardone, Pallanza, Bellagio, etc. Con los ricos palestinos están mezclados los romanos, que sin duda proceden de otros lugares, como Tiberíades o Cesarea, donde, en torno al Gobernador, habrán sido, ciertamente funcionarios y comerciantes exportadores de los mejores productos de la colonia palestina para Roma. Jesús se adentra, como quien sabe a dónde va. Costea el lago, en cuya ribera se ven las casas con sus jardines. ■ Gritos de llanto salen de una rica casa. Son de niños y mujeres. Una voz femenina rompe el aire. “Hijo, hijo”. Jesús se vuelve y mira a sus discípulos. Judas se adelanta unos pasos. “Tú, no” ordena Jesús. “Tú, Mateo. Ve a preguntar”. Mateo, que va y regresa, dice: “Una riña, Maestro. Un hombre está agonizando. Es un judío. El que le ha herido, se ha escapado; era un romano. Han llegado enseguida su mujer y su madre, y los niños… Está muriendo”. Jesús dice: “Vamos”. Mateo: “Maestro… Maestro… Esto ha sucedido en la casa de una mujer… que no es la esposa”. Jesús: “Vamos”. ■ La puerta de la casa está abierta. Entran en un largo y espacioso vestíbulo que da a un hermoso jardín (la casa parece estar dividida en un columnato cubierto y muy rico en verdes plantas en macetas y con muchas estatuas y objetos enchapados; mitad sala, mitad invernadero). En una habitación cuya puerta da al vestíbulo, hay mujeres que están llorando. Jesús entra pero no da su saludo habitual. Entre los hombres presentes hay un mercader que debe conocer a Jesús, porque apenas le ve, dice: “¡El Rabí de Nazaret!” y le saluda con respeto. Jesús: “José, ¿qué ha sucedido?”. José: “Maestro, un golpe de puñal al corazón… Se está muriendo”. Jesús: “¿Por qué?”. Una mujer de cabello gris y despeinada se levanta —estaba de rodillas cerca del moribundo, le tenía asido una mano— y con ojos de demente grita: “Por esa, por esa… Me lo embrujó… tenía madre, tenía mujer, tenía hijos. El infierno debe estar en ti, Satanás”. ■ Jesús levanta los ojos en dirección de la mano, que temblorosa acusa, y ve en el rincón, contra la pared de color rojo oscuro, a María de Magdala, más provocativa que nunca; la mitad del cuerpo vestida… yo diría… de nada, porque de la cintura hacia arriba está semidesnuda, con una especie de redecilla exagonal, de unas cositas redondas que parecen perlitas (de todas formas, estando en penumbra no veo bien). Jesús baja de nuevo los ojos. María, humillada con la indiferencia, se endereza —antes estaba ligeramente agachada— y finge una actitud desenvuelta. Jesús dice a la madre: “Mujer, no maldigas. Respóndeme. ¿Por qué tu hijo estaba en esta casa?”. Mujer: “Ya te lo he dicho. Porque ella le había vuelto loco. Ésa”. Jesús: “Silencio. También él estaba cometiendo un pecado de adulterio, y era un padre indigno de esos inocentes. Merece, pues, su castigo. En esta y en la otra vida no hay misericordia, para quien no se arrepiente. No obstante, tengo compasión de tu dolor, mujer, y de estos inocentes. ■ ¿Está lejos tu casa?”. Mujer: “Unos cien metros”. Jesús: “Levantad a este hombre y llevadle allá”. El mercader José dice: “No es posible, Maestro. Está muriendo ya”. Jesús: “Haz como dije”. Ponen una tabla debajo del cuerpo del moribundo, y lentamente sale el cortejo, cruza la calle y entra en un jardín lleno de sombra. Las mujeres siguen llorando con todas sus fuerzas. Apenas entrados en el jardín, Jesús se vuelve a la madre y le dice: “¿Puedes perdonar? Si tú perdonas, Dios perdona. Es menester hacerse bueno el corazón para obtener gracia. Este hombre ha pecado y volverá a pecar; mejor le sería morir porque, si vive, volverá a recaer en el pecado y deberá responder también de la ingratitud para con Dios que le salva. Pero tú y estos inocentes (señala a la mujer y a los niños) caeríais en la desesperación. He venido a salvar y no a condenar. Hombre, Yo te mando: Levántate y queda sano”. El hombre vuelve a la vida. Abre los ojos, ve a su madre, a sus hijos, a su mujer, e inclina la cabeza avergonzado. La madre dice: “Hijo, hijo. Estarías muerto si Él no te hubiera salvado. Vuelve en ti. No delires por una…”. ■ Jesús interrumpe a la mujer. “Cállate, ten misericordia, como se ha tenido para contigo. Tu casa ha sido santificada con el milagro que siempre es prueba de la presencia de Dios. Por este motivo no he podido hacerlo donde había pecado. Que tú, al menos, sepas conservar tu casa así, aunque este hombre no sepa hacerlo. Ahora tened cuidado de él. Es justo que sufra un poco. Sé buena, mujer. Adiós, niños”. Jesús pone su mano sobre la cabeza de las dos mujeres y de los niños. ■ Luego sale, pasando por delante de la Magdalena, que ha seguido al cortejo hasta el otro lado de la calle y se ha quedado apoyada contra un árbol. Jesús aminora el paso como aguardando a los discípulos, pero creo que su verdadera intención es la de darle a María ocasión de hacer un gesto. Pero ella no lo hace. Los discípulos se reúnen con Jesús. Pedro no puede contenerse y entre dientes dice a María un epíteto adecuado. Ésta, que quiere aparentar desenvoltura, rompe a reír con una carcajada de mezquino triunfo. Jesús que oyó la palabra de Pedro, severo a él se vuelve: “Pedro. Yo no insulto. No debes insultar. Ruega por los pecadores. No más”. María deja de reír, baja la cabeza y huye como una gacela a su casa. (Escrito el 12 de Agosto de 1944).
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3-184-167 (3-44-262).- Parábola de la semilla: el trabajo de Dios en los corazones para instaurar en ellos su Reino (1), aplicada a María Magdalena y a pecadores.
* Magdalena, y las que son como ella, tiene una cruz muy dura. “La más dura: la que no se ve: la de la condena de su conciencia, la de la burla del mundo; la de su propia sangre que las rechaza; la de la maldición de Dios. No son felices, créemelo”.- ■ Hace poco que debió haber sucedido el milagro, porque los apóstoles hablan de él. Los de la ciudad que también lo comentan, señalan con el dedo al Maestro que, erguido y grave, se pone en marcha hacia la periferia de la ciudad, donde viven los pobres. Se detiene en una casucha de la que sale un niño dando saltos y detrás de él su madre. Jesús: “Mujer, ¿me permites entrar en tu huerto y estar un poco hasta que baje el sol?”. Mujer: “Entra, Señor. También a la cocina si quieres. Te traeré agua y alguna otra cosa”. Jesús: “No trajines, me basta con estar tranquilo en este huerto”. Pero la mujer se empeña en ofrecer agua con no sé qué diluido, y se mueve por la huerta, de acá para allá, como deseosa de hablar pero sin atreverse. Se pone a ver sus verduras, aunque solo aparentemente porque en realidad está pendiente del Maestro. Pero la molesta el niño, que, con sus gritos —cuando coge una mariposa u otro insecto—, le impide oír lo que Jesús dice; se pone nerviosa y le… suelta un cachete al niño, el cual… grita ahora mucho más fuerte. Jesús —que a la pregunta de Simón Zelote: “¿Piensas que María se habrá conmovido?” estaba respondiendo: “Más de lo que parece…”— se vuelve y llama al niño, el cual corre a acabar de llorar en las rodillas de Jesús. La mujer llama a su hijo: “¡Benjamín! Ven aquí. No molestes”. Pero Jesús dice: “Déjale, déjale. Se portará bien y te dejará en paz”. Luego dice al niño: “No llores. No te hizo daño la mamá. Solo te ha hecho obedecer. ¿Por qué gritabas si ella quería silencio? Quizás es que se siente mal, y tus gritos la ponen nerviosa”. El niño, rápido, rápido, con esa insuperable franqueza infantil que desespera a los mayores, dice: “No, no se siente mal. Quería oír lo que Tú estabas diciendo. Me lo dijo. Y yo, que quería venir contigo, hacía ruido a propósito para que Tú me mirases”. Todos se ríen de buena gana y la mujer se pone colorada. ■ Jesús: “No te pongas colorada, mujer. Ven aquí. ¿Me querías oír hablar? ¿Por qué?”. Mujer: “Porque eres el Mesías. Con el milagro que has hecho no puedes ser sino el Mesías… y quería oírte. Casi nunca salgo de Magdala porque tengo un marido difícil y cinco hijos. El más pequeño tiene cuatro meses… y Tú aquí no vienes nunca”. Jesús: “He venido a tu casa. Míralo”. Mujer: “Por esto quería oírte”. Jesús: “¿En dónde está tu marido?”. Mujer: “En el mar, Señor. Si no se pesca, no se come. No tengo más que este huertecillo. ¿Crees que pueda alcanzar para siete personas? Y con todo Zaqueo querría que así fuese…”. Jesús: “Ten paciencia, mujer. Todos tienen su cruz…”. Mujer: “¡No, no! Las desvergonzadas no hacen más que gozar. Viste lo que hacen ellas. Gozan y hacen sufrir. No se destrozan los riñones con tener hijos y con trabajar. No tienen ampollas de la pala, ni se desuellan con la lavada de ropa. Hermosas y frescas que están. Para ellas no existe la sentencia contra Eva; más bien ellas son nuestra condena, porque los hombres… Ya me entiendes”. Jesús: “Te entiendo. Pero ten en cuenta que también ellas tienen una cruz muy dura. La más dura: la que no se ve: la de la condena de su conciencia, la de la burla del mundo; la de su propia sangre que las rechaza; la de la maldición de Dios. No son felices, créemelo. No destrozan los riñones en engendrar ni en trabajar, no se hacen llagas en las manos con el trabajo. Pero da lo mismo, se sienten destrozadas y con vergüenza. Su corazón es una llaga completa. No envidies su apariencia, su lozanía, su fingida serenidad. Tras ese velo, lo que hay es una desolación de muerte y que no permite paz. No tengas envidia de su sueño, tú, que eres una madre honrada que sueñas con tus inocentes… ellas no tienen más que pesadillas sobre su almohada. Y al día siguiente, en el día que se encuentren agonizantes o sean viejas, no tendrán más que remordimiento y pavor…”. Mujer: “Es verdad, perdóname… ¿Me permites que me esté aquí?”. Jesús: “Quédate. Contaremos una hermosa parábola a Benjamín. Los que no son niños, que la apliquen a sí mismos y a María de Magdala”.
* Parábola de la semilla, aplicada a pecadores y a Magdalena.-Jesús dice: “Escuchad: Dudáis acerca de la conversión de María de Magdala al Bien. No se ve señal alguna en ella que indique este cambio. Desvergonzada e impúdica, consciente de su posición y poder, tuvo la osadía de desafiar a la gente y de ir hasta el umbral de la casa donde lloran por su culpa. Al reproche de Pedro respondió con una risotada. A mi mirada que la invita, con una soberbia de desprecio. Algunos de vosotros habréis deseado, quién por amor a Lázaro, quién por amor a Mí, que le hubiera hablado directa y largamente, y que la hubiera subyugado con mi poder, mostrando mi fuerza de Mesías Salvador. No. No es necesario. Lo dije hace meses también por otra pecadora. Las almas deben hacerse por sí mismas. Yo paso, arrojo la semilla; ésta trabaja secretamente. Se respeta al alma en este trabajo suyo. Si la primera semilla no sirve, se siembra otra, otra… y sólo deja uno de hacerlo cuando hay pruebas seguras de que es inútil sembrar. Se ruega. La oración es como el rocío, que mantiene los terrones flojos y buenos y nutridos con lo que la semilla puede germinar. ¿No haces así tú, mujer, con tus hortalizas? ■ Escuchad ahora la parábola que os habla de lo que Dios trabaja en los corazones para fundar su Reino. Cada corazón es un reino pequeño de Dios en la tierra. Después de la muerte, todos estos pequeños reinos, se juntarán y formarán un solo Reino de los Cielos, inmenso, santo, eterno. El sembrador divino crea el Reino de Dios en los corazones. Viene a su posesión —el hombre es de Dios, por eso cada hombre inicialmente es suyo— y esparce su semilla. Luego pasa a otras posesiones, a otros corazones. Los días pasan y con ellos las noches. Los días aportan sol y lluvias (en este caso rayos de amor divino y efusión de la Sabiduría divina que habla al espíritu). Las noches estrelladas y en silencio sosegado (en nuestro caso destellos de Dios que reclaman nuestra atención y silencio para el espíritu, para que se recoja el alma y medite). La semilla durante esta sucesión de providencias inadvertidas y poderosas, se hincha, se parte en dos, echa raíces y arroja afuera las primeras hojitas, crece. Todo esto sin que el hombre la ayude. La tierra, espontáneamente, produce de la semilla el tierno tallo, luego se robustece el tallo para sostener a la espiga naciente, luego la espiga se eleva, se hincha, se dora, se hace dura, perfecta espiga. Una vez madura, vuelve el sembrador y la siega; no podría ganar más en perfección y por ello es cortada. ■ Mi palabra realiza esta misma operación en los corazones; me refiero a los que aceptan a la semilla. Pero el trabajo es lento. Es menester no deteriorarlo con las prisas. ¡Cuánto cuesta a la semilla pequeña abrirse; y cuánto, echar raíces en la tierra! Pues también le es fatigoso, al corazón duro e indomable, este proceso: debe abrirse, dejarse buscar, acoger cosas nuevas, y alimentarlas con esfuerzo, aparecer distinto al estar revestido de cosas humildes y útiles y no ya de la atractiva, pomposa e inútil exuberante floración que antes le revestía; debe conformarse con trabajar humildemente, sin atraer hacia sí la admiración, para beneficio de la Idea divina; debe esforzarse con todos los medios por crecer y dar espiga; debe ponerse incandescente de amor para convertirse en grano. Y, una vez superados los respetos humanos verdaderamente muy penosos, después de haber trabajado y haber sufrido y haber tomado afecto a la nueva vestidura, entonces debe despojarse de ella con cruel tajo. Dar todo para tener todo. Quedarse sin nada para ser revestido en el Cielo con la estola de los santos. La vida del pecador que llega a ser santo, es la batalla más larga heroica, gloriosa. Os lo aseguro. Por lo que os he dicho podéis comprender que es justo que me comporte así con María. ■ ¿Me porté de manera diversa contigo, Mateo?”. Mateo: “No, señor mío”. Jesús: “Y dime la verdad: qué te movió más ¿mi paciencia o las sátiras de los fariseos?”. Mateo: “Tu paciencia. Tanto, que estoy aquí. Los fariseos, con sus desprecios y sus anatemas, me hacían desdeñoso, y, por desprecio, hacía más mal aún de cuanto hasta entonces había hecho. Pasa eso: uno se endurece más cuando, estando en pecado, se siente tratado como pecador; pero cuando, en lugar de un insulto, recibimos una caricia, primero quedamos asombrados, después vienen las lágrimas… y, cuando éstas llegan, las costras de pecados se abren y caen… Entonces queda uno desnudo ante la Bondad y se le pide, con el corazón, que se digne revestirnos de Sí misma”. Jesús: “Dijiste bien, Mateo”. (Escrito el 10 de Junio de 1945).
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1  Nota  : Cfr. Mc. 4,26-29.
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(<Están en Betania>)
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3-205-295 (3-66-396).- La parábola del hijo pródigo (1). Aplicada a Juan de Endor (2), a Magdalena.
* Misión para Juan de Endor: obras de misericordia y amor, junto al pastor Isaac.- ■ Jesús, asomándose a la entrada de la puerta, dice: “Juan de Endor, ven aquí conmigo. Debo hablarte”. El hombre deja al niño a quien le estaba enseñando algo y acude pronto y pregunta: “¿Qué se te ofrece, Maestro?”. Jesús: “Ven conmigo arriba”. Suben a la terraza y se sientan en donde no da el sol porque, a pesar de que sea por la mañana, ya hace mucho calor. Jesús pasa la vista sobre los campos cultivados en los que el trigo, cada día más, se convierte en espigas de oro y los árboles se van llenando con sus frutos; parece como si quisiera extraer su pensamiento de esa metamorfosis vegetal. “Escúchame Juan. Creo que hoy viene Isaac y me traerá a los campesinos de Yocana antes de que partan a sus campos. Ya le he dicho a Lázaro que preste a Isaac un carro para que puedan acelerar su regreso sin miedo a llegar con un retardo que les acarreara un castigo. Lázaro lo va a hacer, porque él hace todo lo que le digo. Pero a ti te voy a pedir otra cosa. Tengo aquí una cantidad de dinero que me dio una persona para los pobres del Señor. Casi siempre es un apóstol mío el encargado de guardar el dinero y de distribuir las limosnas. Casi siempre es Judas de Keriot; aunque alguna vez son los otros. Judas no está ahora. No quiero que los demás apóstoles sepan lo que quiero hacer. Tampoco Judas debería saberlo esta vez. Lo harás tú, en nombre mío…”. Juan de Endor: “¿Yo, Señor?… ¿yo?… ¡Oh! ¡No soy digno!…”. Jesús: “Debes acostumbrarte a trabajar en mi Nombre. ¿No viniste para esto?”. ■ Juan de Endor: “Sí, pero pensaba que en lo que tenía que trabajar era en reconstruir mi pobre alma”. Jesús: “Pues yo te doy el medio para hacerlo. ¿Contra qué cosa pecaste? Contra la misericordia y el amor. Con odio has destruido tu alma. Con amor y misericordia la reconstruirás. Te doy el material. Te emplearé sobre todo en las obras de misericordia y de amor. Tú también eres capaz de curar, eres capaz de hablar, así que estás en condiciones de cuidar desdichas físicas y morales, tienes capacidad para hacerlo. Empezarás con esta obra. Ten la bolsa. La entregarás a Miqueas y a sus amigos. Distribúyela en partes iguales. Y lo harás como te lo voy a decir. La divides en diez partes. Darás a Miqueas, una para él, otra para Saulo, otra para Joel, y otra más para Isaías. La otras seis las entregarás a Miqueas para que las entregue al viejo padre de Yabés, para sí y para sus compañeros. Así podrá tener alguna ayuda”. Juan de Endor: “Está bien. Pero ¿qué razón les doy?”. Jesús: “Les dirás: «Esto es para que os acordéis de rogar por un alma que se está redimiendo»”. Juan de Endor: “¡A lo mejor piensan que soy yo! ¡No sería justo!”. Jesús: “¿Por qué? ¿No te quieres redimir?”. Juan de Endor: “Lo que no sería justo es que creyeran que yo soy el donador”. Jesús: “No te preocupes, y haz como te dije”. Juan de Endor: “Obedezco… Concédeme, al menos, aportar algo también yo. Total… ahora ya no tengo ninguna necesidad. Ya no compro más libros, no tengo gallinas para alimentar, a mí con muy poco me basta, así que… nada. Ten, Maestro. Me guardo tan solo una mínima cantidad, para el gasto de las sandalias…” y saca de una bolsa que tenía colgada en la cintura muchas monedas y las junta con las de Jesús, que le dice: “Dios te bendiga, por tu misericordia… ■ Juan, dentro de poco nos separaremos, porque te irás con Isaac”. Juan de Endor: “Lamento, Maestro. De todas formas, obedezco”. Jesús: “También a mí me duele separarme de ti, pero tengo necesidad de discípulos peregrinos. No me doy abasto. Pronto enviaré a los apóstoles, después a los discípulos. Lo harás muy bien. Te reservaré para misiones difíciles. Entre tanto, te formarás con Isaac. Es muy bueno, y el Espíritu de Dios le instruyó verdaderamente durante su larga enfermedad. Es el hombre que siempre ha perdonado todo… Separarnos no quiere decir que no nos volveremos a ver. Nos encontraremos frecuentemente y siempre que nos encontremos hablaré para ti; acuérdate de esto…”. Juan se repliega sobre sí mismo, esconde su cara entre las manos y, rompiendo bruscamente a llorar, dice quejumbroso: “Oh, entonces dime pronto algo que me convenza que he sido perdonado… que puedo servir a Dios… Si supieras cómo veo mi alma, ahora que ha desaparecido el humo del odio… y cómo… y cómo pienso en Dios…”. Jesús: “Lo sé. No llores. Sé humilde, pero sin descorazonarte. El desaliento es todavía soberbia. Ten tan solo humildad. ¡Ea, no llores…!”. Juan de Endor poco a poco se va tranquilizando… Cuando Jesús ve que se calma, le dice: “Ven, vayamos a aquel montón de manzanos y reunamos a los compañeros y mujeres. Les hablaré a todos. A ti en particular te diré cómo Dios te ama”.
*  Parábola del hijo pródigo.- ■ Bajan al lugar indicado y, a medida que se van acercando, los demás se van reuniendo en torno a ellos. Llegan. Se sientan en círculo bajo la sombra del manzanar. También Lázaro que estaba hablando con Zelote, se une a los demás. Son unas veinte personas en total. Jesús: “Escuchad. Es una hermosa parábola que os guiará con su luz en muchos casos. Un hombre tenía dos hijos. El mayor era serio, trabajador, cariñoso, obediente. El menor era más inteligente que el mayor —el cual realmente era un poco tardo y se dejaba guiar para no tener que esforzarse en decidir por sí—, si bien era rebelde, disipado, amante del lujo y del placer, dilapidador y ocioso. La inteligencia es un gran don de Dios, pero es un don que se debe usar con sagacidad; si no, es como ciertas medicinas que, usadas del modo que no conviene, lejos de sanar, matan. Su padre —estaba en su derecho y cumplía su deber— le instaba para que viviera con más sensatez. Mas no obtenía ningún resultado, aparte del de recibir contestaciones y de que el hijo se hubiera endurecido más en sus torcidas ideas. En fin, llegó un día en que después de una disputa muy agria, el hijo menor dijo: «Dame la parte de mis bienes. Así no oiré más tus reproches y las quejas de mi hermano. Cada uno lo suyo y todo terminado» Su padre respondió: «Piensa que pronto estarás arruinado. ¿Qué harás entonces? Piensa que no me voy a comportar con injusticia para favorecerte y que no quitaré de la parte de tu hermano ni siquiera un céntimo para dártelo». Mas el hijo: «No te pediré nada. Puedes estar seguro. Dame mi parte». ■ El padre encargó la valoración de las tierras y de los objetos preciosos, y, viendo que el dinero y joyas sumaban lo que las tierras, dio al mayor los campos y las viñas, hatos de ganado y olivos, y al menor el dinero y las joyas. El más joven lo vendió inmediatamente, cambiándolo todo por dinero. Hecho esto, pasados pocos días, se fue a un país lejano. Allí vivió como un gran señor, despilfarrando todo lo que tenía, en todo tipo de juergas, haciéndose pasar por el hijo de un rey (pues se avergonzaba de decir «soy un campesino»), con lo cual renegaba de su padre. Banquetes, amigos y amigas, vestidos, vino, juego… vida disoluta. Pronto vio mermar sus fondos y aproximársele la pobreza; además, para agravar la pobreza, sobrevino sobre la región una gran carestía, con lo cual se agotaron los pocos fondos que le quedaban. ■ Habría podido volver a su padre, pero era soberbio y no quiso. Se dirigió entonces a un hombre rico de la región, que había sido amigo suyo en los buenos tiempos, y le suplicó: «Acuérdate de cuando gozaste de mi riqueza, acógeme como siervo tuyo». ¡Daos cuenta de lo necio que es el hombre!: prefiere ponerse bajo el látigo de un capataz antes que decir a su padre: «¡Perdóname! ¡Me he equivocado!». Aquel joven había aprendido muchas cosas inútiles con su despierta inteligencia, pero no había querido aprender lo que dice el Libro del Eclesiástico (3): «¡Qué infame es el que abandona a su padre!, ¡cuánto maldice Dios a quien quita la paz al corazón de su madre!». Era inteligente pero no sabio. Aquel hombre, al que se había dirigido, como paga de lo mucho que había gozado con las riquezas de este joven necio, le puso a cuidar los cerdos (estaba en una región pagana y había muchos cerdos). Le encargó de llevar las piaras a sus pastos. El joven, todo sucio, desgarrado, apestoso, hambriento, —pues la comida escaseaba para todos los siervos y sobre todo para los de menor grado (él, porquerizo, extranjero, como le decían burlándose, estaba entre los ínfimos)—, veía que los cerdos se saciaban de bellotas y suspiraba: «¡Si pudiera también llenar mi estómago con estos frutos! Pero ¡son muy amargos! Ni siquiera el hambre me los hace ver sabrosos»… y lloraba pensando en los ricos festines de sátrapa, que hacía poco tiempo, celebraba entre risas, cantos y danzas… y también en la honrada y bien provista mesa de su casa, ahora lejana, y en cómo su padre dividía para todos imparcialmente, reservándose para sí siempre la parte menor, contento de ver en sus hijos un sano apetito… y pensaba también en la parte que aquel hombre justo reservaba para los siervos y suspiraba: «los trabajadores de mi padre, incluso los ínfimos, tienen pan en abundancia… y yo aquí me muero de hambre…». Siguió un largo trabajo de meditación, una larga lucha para destruir la soberbia… ■ Llegó por fin el día en que, renaciendo en humildad y sabiduría, se alzó y dijo: «¡Me voy a mi padre! Es necio este orgullo que me tiene apresado. ¿Orgullo por qué? ¿Por qué ha de seguir sufriendo mi cuerpo, y más aún mi corazón, pudiendo obtener perdón y consuelo? Iré donde mi padre. Ya está decidido. ¿Qué le diré? ¡Pues lo que me ha nacido aquí dentro, en esta abyección, entre estas suciedades, entre los mordiscos del hambre! Le diré: ‘Padre, he pecado contera el Cielo y contra ti. Ya no soy digno de que me llames hijo; trátame, pues, como al último de tus trabajadores, pero… déjame estar bajo tu techo. Que yo te vea pasar…’. No podré decirle:… ‘porque te amo’. No lo creería, pero se lo dirá mi vida, y él lo comprenderá y, antes de morir, me volverá a bendecir… ¡Sí, lo espero, porque mi padre me ama!». Habiendo decidido esto, cuando regresó al atardecer al pueblo, se despidió de su patrón y se puso en camino hacia su casa pidiendo limosna…
.   ● El padre y el hijo menor.- ■ Ya ve los campos paternos, ya la casa… y a su padre que dirigía los trabajos. ¡Oh, está más viejo y más delgado, por el dolor, pero siempre bueno!… ¡Ah, el culpable, al contemplar aquella desgracia que había causado, se detuvo atemorizado! Pero su padre, volviendo la mirada, le vio… ¡Ah, fue corriendo a su encuentro, pues todavía estaba lejos, y al llegar a él le echó los brazos al cuello y le besó! El padre fue el único que reconoció, que vio en ese mendigo abatido a su hijo, y fue el único que tuvo hacia él un movimiento de amor. El hijo, estrechado por aquellos brazos, con la cabeza apoyada en el hombro paterno, murmuró entre sollozos: «Padre, permíteme que me postre a tus pies». «No, hijo mío, a mis pies no; reclina tu cabeza en este pecho mío que ha sufrido tanto con tu ausencia y que tenía necesidad de volver a la vida sintiendo tu calor». Y el hijo llorando con mayor fuerza, dijo: «¡Oh, padre mío!, he pecado contra el Cielo y contra ti, ya no soy digno de que me llames hijo; permíteme que viva con tus siervos, bajo tu techo, viéndote, comiendo de tu pan, sirviéndote, bebiendo tu aliento y… a cada bocado de tu pan, a cada movimiento de tu respiración, mi corazón, harto corrompido ahora, se reformará, y yo me haré honesto…». ■ Pero el padre, sin dejar de abrazarle, le llevó donde estaban los siervos, que se habían arremolinado a distancia para observar lo que sucedía, y les dijo: «Pronto, traed aquí el vestido más hermoso, perfumadle, vestidle, ponedle calzado nuevo y un anillo en el dedo. Después, tomad un becerro cebado, matadlo, y preparad un banquete, porque este hijo mío había muerto y ahora ha resucitado; le había perdido y ha sido encontrado. Quiero que encuentre de nuevo su sencillo amor de cuando era niño; mi amor y la fiesta de la casa por su regreso se lo deben dar. Debe entender que sigue siendo para mí el querido hijo menor, como era en su ya lejana infancia, cuando caminaba a mi lado haciéndome feliz con sus sonrisas y balbuceos». Y los siervos cumplieron sus órdenes.
.   ● El padre y el hijo mayor.- ■ El hijo mayor estaba en el campo. No supo nada de lo sucedido hasta su regreso. Al anochecer, de vuelta al hogar, vio que la casa estaba llena de luces, y oyó que de ella provenían música y rumor de melodías. Llamó a uno de la servidumbre, que corría atareado y le preguntó: «¿Qué pasa?». El siervo respondió: «¡Ha vuelto tu hermano! Tu padre ha mandado matar un becerro cebado porque ha recuperado a su hijo sano y salvo, curado de su grave mal. Y ha ordenado celebrar un banquete. Solo faltas tú para empezar la fiesta». Mas el primogénito montó en cólera, porque le parecía una injusticia el que se hiciera tanta fiesta en honor de su hermano menor, el cual, además de ser el menor, había sido malo y no quiso entrar; no solo eso, sino que quería alejarse de la casa. ■ Advirtieron al padre de lo que estaba sucediendo. Se apresuró a salir, siguió al hijo y le dio alcance. Trató de convencerle y le rogó que no amargase su alegría. Pero el primogénito respondió a su padre: «¿Cómo quieres que no me altere? Estás actuando injustamente con tu primogénito, le estás despreciando. Desde que he podido empezar a trabajar, hace ya muchos años, te he servido. Jamás he desobedecido ninguna de tus órdenes, ni siquiera he contrariado un deseo tuyo. Siempre he estado a tu lado, y te he amado por dos para curar la llaga que te causó mi hermano. Y ni siquiera me has dado un cabrito para comérmelo con mis amigos. Sin embargo, a éste que te ofendió… que te abandonó, holgazán y dilapidador, y que vuelve ahora traído por el hambre, a él le haces honores y por él matas el mejor becerro. ¿Vale la pena, entonces, ser trabajador y abstenerse de vicios? ¡No has actuado correctamente conmigo!». ■ Entonces dijo el padre, estrechándole contra su pecho: «¡Oh, hijo mío! ¿Cómo puedes imaginar que no te quiero, por el hecho de no haber extendido un velo de fiesta sobre tus obras? Tus obras son de por sí santas. Por tus obras te alaba el mundo. Sin embargo, este hermano tuyo tiene necesidad de que su imagen, ante el mundo y ante sí mismo, sea restaurada. ¿Acaso crees que no te amo por el hecho de que no te recompense visiblemente? Durante todo el día, en cada movimiento de mi respiración, en cada pensamiento, te tengo presente en mi corazón; cada instante que pasa te bendigo. Tienes el premio continuo de estar siempre conmigo y todo lo que tengo es tuyo. Era justo hacer un banquete, dar una fiesta, por este hermano tuyo que había muerto y ha resucitado para el Bien; que se había extraviado y ha vuelto a nuestro amor». Y el primogénito cedió.
.   ● “Así sucederá con la querida alma que esperas, Lázaro.- De igual modo, amigos míos, sucede en la casa del Padre. Todo aquel que se vea como el hijo menor de la parábola piense también que, si le imita en su retorno al Padre, el Padre le dirá: «No te arrojes a mis pies, sino sobre mi corazón que ha sufrido con tu ausencia y que ahora está feliz con tu regreso». Quien esté en las condiciones del hijo primogénito, sin culpa ante el Padre, que no sea celoso de la alegría paterna; antes bien, se una a ella amando a su hermano redimido. Esto es todo. Quedaos Juan de Endor y Lázaro. Los demás vayan a preparar la mesa. Dentro de poco vamos también nosotros”. Se retiran todos. Cuando Jesús, Lázaro y Juan están solos, Jesús dice a Lázaro y a Juan: “Así sucederá con la querida alma que esperas, Lázaro; y así sucede con tu alma, Juan. La bondad de Dios rebasa toda medida”… (Escrito el 30 de Junio de 1945).
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1  Nota  : Cfr. Lc. 15,11-32.  2  Nota  : Cfr. Personajes de la Obra magna: Juan de Endor.    3  Nota  : Cfr. Eccl. 3,18.
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4-226-2 (4-88-552).- Un signo esperanzador: “Maestro, María ha llamado a Marta para que fuese a Magdala”.
* Jesús lee una carta enviada por Marta a Lázaro desde Magdala con esperanzadoras noticias sobre Magdalena.- ■ Jesús en compañía de Zelote llega al jardín de Lázaro en medio de un hermoso amanecer de verano. Todavía todo está fresco y risueño. El jardinero, que ha acudido a recibir al Maestro, señala a Jesús la punta de una vestidura que desaparece detrás de un seto, diciéndole: “Lázaro va al emparrado de los jazmines a leer unos rollos. Le voy a llamar”. Jesús: “No, voy Yo, solo”. Jesús camina ligero a lo largo de un sendero a cuyos lados hay setos en flor. Las hierbecillas que hay cerca de los setos amortigua el sonido de los pasos. Jesús trata de poner los pies precisamente en esas hierbas, para llegar al improviso adonde Lázaro. Le sorprende cuando, de pie, con los rollos sobre una mesa de mármol, ora en voz alta: “No me engañes, Señor. Este hilo de esperanza que me ha nacido en el corazón hazlo crecer. Dame lo que con lágrimas te he pedido diez y cien mil veces. Lo que te he pedido con mis acciones, con el perdón, con todo mi ser. Dámelo y tómate a cambio de mi vida. Dámelo en nombre de tu Jesús que me ha prometido esta paz. ¿Puede, acaso, mentir Él? ¿Debo pensar que su promesa fue tan solo con palabras? ¿Que su poder es inferior al abismo de pecado que es mi hermana? Dímelo, Señor, que me resignaré por amor tuyo…”. Jesús dice: “Sí, te lo digo”. Lázaro se vuelve como movido por un resorte y grita: “Oh, ¡Señor mío! Pero ¿cuándo llegaste?” y se inclina a besar el vestido de Jesús. Jesús: “Hace unos minutos”. Lázaro: “¿Solo?”. Jesús: “Con Simón Zelote. Pero aquí, donde estás, he venido solo. ■ Sé que me debes decir una gran cosa. Dímela, pues”. Lázaro: “No. Antes responde a las preguntas que dirijo a Dios. Según tu respuesta te la diré”. Jesús: “Dime, dime esta grande cosa tuya. La puedes decir…”. Y Jesús sonríe abriendo sus brazos en ademán de invitación. Lázaro: “¡Dios altísimo! ¿Entonces es verdad? ¿Entonces sabes que es verdad?” y Lázaro va a los brazos de Jesús, a confiarle su cosa importante: “María ha llamado a Marta que fuese a Magdala. Marta se ha puesto en camino, afligida, con el temor de que hubiera ocurrido alguna grave desgracia… Y yo aquí, me quedé solo con el mismo temor. Pero Marta, por medio del siervo que la acompañó, me ha enviado una carta que me ha llenado de esperanzas. Mira, la tengo aquí en el pecho; la tengo aquí porque para mí es más preciosa que un tesoro. Son pocas palabras, pero las leo poco a poco, para estar seguro que verdaderamente han sido escritas. Mira…”. ■ Lázaro saca de su vestido un pequeño rollo ligado con una cinta de color violeta y lo desenrolla. “¿Ves? Lee, lee. En alta voz. Leída por Ti me parecerá aún más verdadero”. Jesús lee: “«Lázaro, hermano mío. Sea contigo la paz y la bendición. Llegué pronto y bien. Mi corazón ha dejado de palpitarme por miedo a nuevas desgracias, porque he visto a María, a nuestra María, sana y… sí, debo decirte que menos exaltada de aspecto que antes. Ha llorado sobre mi pecho. Un llanto largo… Y luego, en la noche, en la habitación a donde me condujo, me preguntó muchas y muchas cosas sobre el Maestro. Por ahora, solo esto; pero yo, que veo el rostro de María además de oír sus palabras, digo que en mi corazón ha nacido la esperanza. Ruega, hermano. Ten esperanza. ¡Oh, si fuera verdad! Me quedo aquí todavía un tiempo porque percibo que me quiere tenerme cerca, como sentirse defendida de la tentación, y para descubrir lo que nosotros ya conocemos: la bondad infinita de Jesús. Le he hablado de aquella mujer que vino a Betania (1)… Veo que piensa, piensa y piensa… Haría falta que Jesús estuviera presente. Ruega. Ten esperanza. El Señor esté contigo»”. ■ Jesús envuelve el rollo y lo devuelve. Lázaro: “Maestro…”. Jesús: “Iré. ¿Dispones de algún medio para avisar a Marta de que dentro de no más de quince días venga a mi encuentro a Cafarnaúm?”. Lázaro: “Sí, Señor. ¿Y yo?”. Jesús: “Tú te quedas aquí. También a Marta haré que vuelva para aquí”. Lázaro: “¿Por qué?”. Jesús: “Porque el redimido tiene un profundo pudor, y nada produce más vergüenza que la mirada de un padre o de un hermano. Yo también te digo: «Ruega, ruega, ruega»”. Lázaro llora sobre el pecho de Jesús… Después, ya calmado, sigue hablando todavía de su angustia, sus desalientos… Exclama: “Hace casi un año que mantengo la esperanza… que desespero… ¡Qué largo es el tiempo de la resurrección!”. Y Jesús le deja que hable, que hable, que hable, que hable… hasta que Lázaro cae en la cuenta de que está faltando a sus deberes de hospitalidad y se levanta para llevar a Jesús a la casa. En el trayecto, pasan al lado de un tupido seto de jazmines en flor, sobre cuyas corolas de forma de estrella zumban abejas de oro. (Escrito el 22 de Julio de 1945).
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1  Nota  : Se refiere a Aglae, la «Velada» de «Aguas Claras», que había acudido a Betania en busca del Salvador. El encuentro tuvo lugar en la casa de Simón Zelote. Después de confesar su vida de pecado fue absuelta por Jesús. “Como recuerdo de esta hora”, Aglae derramó el contenido de un frasquito de perfume sobre el suelo: un aroma fuerte de rosas se levantó de los tapetes que se impregnaron con la esencia.
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4-231-15 (4-92-565).- En Cafarnaúm Jesús y Marta hablan de la crisis que atormenta a María Magdalena.
* Para Marta, su hermana Magdalena ahora es peor que antes.- ■ Jesús, sudoroso y empolvado, regresa con Pedro y Juan a la casa de Cafarnaúm (1). Apenas ha puesto pie en el huerto, que da la cocina, cuando el dueño de la casa, familiarmente le llama y le dice: “Jesús, ha vuelto esa mujer de la que te hablé en Betsaida; ha vuelto y te buscaba. Le he dicho que te esperara y la llevé arriba, a la habitación superior”. Jesús agradece al dueño: “Gracias, Tomás. Voy enseguida. Si vienen los demás, entretenlos“. Jesús sube rápido por la escalera sin quitarse siquiera el manto. En el lugar donde arranca la escalera está Marcela, la sierva de Marta. Dice la mujer arrodillándose ante Jesús: “¡Oh, Maestro nuestro! Mi señora está allí dentro. Hace días que te está esperando”. Jesús: “Me lo imaginaba. Voy enseguida a verla. Dios te bendiga, Marcela”. Jesús levanta la cortina que protege de la luz, aún violenta, a pesar de que la puesta del sol esté ya adelantada (vuelve fuego al aire y parece encender las casas blancas de Cafarnaúm, que semejan unos braseros encendidos). En la habitación está Marta, toda velada y envuelta en el manto, sentada cerca de una ventana. Quizás mira a un trozo de lago en donde una colina llena de árboles ha metido sus pies en él, quizás solo mira a sus pensamientos. Lo que sí es cierto es que está muy absorta, tanto que no siente el ligero caminar de Jesús que se acerca. Da un sobresalto cuando la llama. Marta grita: “¡Oh, Maestro!”. Y cae de rodillas con los brazos extendidos, como pidiendo ayuda, y luego se inclina hasta tocar el suelo con la frente y se pone a llorar. ■ Jesús: “¿Pero qué sucede? ¡Levántate! ¿Por qué estas lágrimas? ¿Te ha sucedido alguna desgracia que me tengas que contar? ¿Sí? ¿Cuál, pues? Estuve en Betania, ¿lo sabes? ¿Sí? Y allí supe que había buenas noticias. Y ahora tú con este llanto… ¿Qué pasó?” y la obliga a levantarse, y a que se siente en el asiento que está colocado contra la pared. Él se sienta frente a ella. Jesús: “Vamos, quítate el velo y el manto, como Yo lo estoy haciendo. Debes morirte de calor. Y luego quiero ver la cara de esta Marta intranquila, para que le despeje todas las nubes que la oscurecen”. Marta obedece sin dejar de llorar, y se ve su rostro colorado, con ojos hinchados por las lagrimas. Jesús: “¿Entonces? Te ayudaré. María te mandó llamar. Ha llorado mucho, ha querido saber mucho de Mí y has llegado a imaginar que se trata de una buena señal, tanto es así que has manifestado tu deseo de que Yo viniera aquí para realizar el milagro. Aquí estoy, pues ¿Y ahora?…”. ■ Marta: “Ahora ya nada, Maestro. Me equivoqué. Fue una esperanza tan grande que me hizo ver cosas inexistentes… Te hice venir para nada… María es peor que antes… ¡No! ¡Qué estoy diciendo! La calumnio, mintiendo. No es peor, porque no quiere ya más hombres a su alrededor, es que es distinta; pero sigue siendo mala. Me parece que está loca… Yo ya no la entiendo. Antes por lo menos la entendía. ¡Pero ahora! ¿Quién la entiende?”, y Marta llora desesperada. Jesús: “¡Ea! Tranquilízate y dime qué cosa hace. ¿Por qué es mala? Así pues, no quiere a su alrededor hombres. Me imagino que vivirá sola en su casa. ¿No es así? ¿Sí? Bien. Eso está muy bien. El haber deseado que tú estuvieses cerca de ella, como para protegerse contra las tentaciones —son tus palabras— y para evitarlas apartándose de relaciones culpables, o simplemente de lo que podría llevarla a relaciones culpables, es señal de buena voluntad”. Marta: “¿Piensas que sí, Maestro? ¿De veras lo crees así?”. Jesús: “Pues claro. ¿En qué te parece mala?”.
* Marta cuenta la fuerte lucha que lleva a cabo su hermana María para salir del vicio que la esclaviza… y que la hace gritar: «¿Por qué tengo ese monstruo que me destroza, que no me deja un momento en paz, que me arrastra al mal con voces de cantos, a las que se juntan las voces de maldición de papá y mamá y las vuestras?».- ■ Jesús prosigue: “Cuéntame qué hace…”. Marta, un poco animada con las palabras de Jesús, habla con mayor claridad: “Mira. Desde que llegué, María no ha vuelto a salir de casa, del jardín, ni siquiera para ir al lago con la barca. Su nodriza me dijo que ya de antes no salía casi nada. Parece que este cambio empezó desde la Pascua. Pero, antes de que yo viniese, todavía había personas que iban a buscarla, y no siempre las rechazaba. Algunas veces daba órdenes de que no dejasen pasar a ninguno. Pero luego, si, habiendo oído las voces de los visitantes, iba al vestíbulo y ya éstos se habían marchado, incluso pegaba a los sirvientes, en un arrebato de injusta ira. Desde que llegué no ha vuelto a hacerlo. La primera tarde, y por esto he abrigado estas esperanzas, me dijo: «Sujétame, amárrame incluso… pero no me dejes salir ya más, no dejes que vea a nadie sino a ti o la nodriza, porque estoy enferma y me quiero curar. Esos que vienen a verme, o que quieren que yo vaya a verlos, son semejantes a pantanos de fiebre. Con ellos enfermo cada vez más. Pero su apariencia es muy hermosa, son exuberantes, están llenos de cantos, tienen frutos de aspecto tentador; tanto que no sé resistir porque soy una infortunada, una desgraciada. Marta, tu hermana es una débil, y hay quien se aprovecha de su debilidad para que cometa cosas infames, aunque un resto de mí no consiente en ellas, el único resto que me queda todavía de mi madre, de mi pobre madre…» y se ponía a llorar, a llorar. Yo me porté con ella: con dulzura en las horas en que era más razonable, con firmeza cuando parecía una fiera enjaulada. Jamás se rebeló contra mí; es más, pasados los momentos de mayor tentación, venía a llorar a mis pies, con la cabeza sobre mis rodillas y me decía: «¡Perdóname, perdóname!» y si le preguntaba: «¿Por qué hermana? No me has hecho nada», me respondía: «Porque hace unos momentos, o ayer por la noche, cuando me dijiste: ‘No puedes salir fuera de aquí’, en mi corazón te odiaba, maldecía y deseaba que murieras». ¿No es esto, Señor, por ventura doloroso? ¿Que está loca? ¿A esto la llevó el vicio? Me imagino que algún amante suyo le haya dado una pócima para hacerla esclava de la lujuria y que la haya llegado hasta el cerebro…”. ■ Jesús: “No, no se trata de filtros ni de locuras, es otra cosa. Pero… sigue”. Marta: “Bien. Conmigo es respetuosa y obediente. No ha maltratado más a sus siervos. Pero después de la primera noche no ha preguntado más sobre Ti. Es más, si yo le hablo de Ti, desvía la conversación; salvo cuando se queda horas y horas en el peñasco de la panorámica del mirador y se queda contemplando el lago, hasta el cansancio, y me pregunta a cada barca que ve pasar: «¿Te parece que sea la de los pescadores galileos?». Jamás pronuncia tu Nombre, ni el de los apóstoles. Pero yo sé que ve a ellos y a Ti en la barca de Pedro. También colijo que piensa en Ti porque algunas veces en la noche, mientras paseamos por el jardín o bien esperamos a que llegue la hora de dormir, —yo cosiendo y ella mano sobre mano sin hacer nada— me dice: «¿De este modo es necesario vivir según la doctrina que sigues?». ■ Y a veces se echa a llorar, otras a reír con unas carcajadas sarcásticas, de loca, o de demonio. Otras veces se suelta los cabellos, que siempre trae muy bien arreglados, y hace dos trenzas, se pone uno de mis vestidos y me viene con las trenzas sueltas por la espalda, o dispuestas por delante, sin ningún escote, púdica, con aire de jovencita por el vestido, las trenzas y la expresión del rostro, y me pregunta: «¿A este punto debe llegar María?». En estos casos algunas veces se pone a llorar besándose sus espléndidas y gruesas trenzas, que le llegan hasta las rodillas, toda esa belleza que era la gloria de mi madre; pero también a veces echa esa horrenda carcajada o bien me dice: «Mira, mira bien, mira lo que hago, así me quito de en medio», y se rodea la garganta con las trenzas y aprieta hasta que se pone morada, como si quisiera estrangularse. ■ Otras veces, cuando parece que siente más fuerte la tentación de su carne, le da por compadecerse de sí misma, o por darse golpes, arañarse la cara, darse cabezazos contra la pared; y si la pregunto: «¿Por qué haces eso?», se me vuelve, como fuera de sí, con una mirada feroz, de enajenada, responde: «Para despedazarme, despedazar mis entrañas, mi cabeza. Las cosas nocivas, las cosas malditas deben destruirse. Yo me destruyo». ■ Si le hablo de la misericordia divina, de Ti —porque yo no la hago caso y la hablo de Ti como si fuese ella la más fiel de tus discípulas, y te juro que a veces me arrepiento de hablar de Ti ante ella— me responde: «Para mí no puede haber misericordia. He pasado la medida». Y es entonces cuando la desesperación se apodera de ella, se golpea hasta que le mana sangre y grita: «¿Por qué tengo este monstruo que me destroza, que no me deja un momento de paz, que me arrastra al mal con voces de cantos y luego se juntan a éstas las voces de maldición de papá y mamá, y las vuestras? Porque también tú y Lázaro me maldecís, como también Israel. ¿Por qué me trae estas voces para hacerme enloquecer?…». Cuando habla así le respondo: «¿Por qué piensas en Israel que es un pueblo, y no piensas en Dios? Dado que no pensaste antes, cuando todo lo pisoteabas, piensa ahora en vencer todo, y a no preocuparte más del mundo, sino de Dios, de papá, de mamá. Ellos no te maldicen si cambias de vida, sino más bien te abren sus brazos…». Ella me escucha, pensativa, estupefacta como si le dijese un cuento imposible. Luego se echa a llorar, pero no dice más. ■ Algunas veces ordena a los siervos que le lleven vinos y manjares, y bebe diciendo: es «para no pensar». Ahora, desde que sabe que estás en el lago, siempre que sabe que vengo aquí, me dice: «Un día voy a ir también yo», y, riéndose con esa sonrisa que es un insulto a sí misma, concluye: «Así, al menos, la mirada de Dios caerá también en el estiércol». Pero yo no quiero que venga, así que espero a venir aquí cuando ella, cansada de ira, de vino, de llanto, de todo, se eche a dormir derrengada. Hoy también he salido de este modo. Volveré de noche, antes de que se despierte. Esta es mi vida… Ya no tengo esperanza…”. Y el llanto, refrenado mientras hablaba, vuelve a aparecer más fuerte que antes.
* “Tú la crees loca. Ella misma dice que está enferma de fiebre pecaminosa. Yo digo: enferma de posesión diabólica. ¡Oh pobre alma que de los 7 demonios, el menos fuerte que tiene es el de la soberbia! Solo por eso se salvará”.-Jesús: “¿Te acuerdas, Marta, de lo que un día te dije «María es una enferma»? No lo quisiste creer. Ahora lo estás viendo. Tú la crees loca. Ella misma dice que está enferma de fiebre pecaminosa. Yo digo: enferma de posesión diabólica. Siempre es una enfermedad. Sus incoherencias, sus arrebatos de ira, sus llantos, desconsuelos, ansia de venir a Mí son las fases de su enfermedad, que, cuando va llegando al momento de su curación, experimenta las crisis más violentas. Haces bien en ser bondadosa con ella, en ser paciente, en hablarle de Mí. No te repugne pronunciar mi Nombre en su presencia. ¡Pobre alma de mi María! También salió del Padre Creador, igual que las demás, que la tuya, que la de Lázaro, que la de los apóstoles y discípulos. También ella está incluida entre las almas por las que me he hecho carne para ser Redentor. Mejor dicho, he venido más por ella que por ti, que por Lázaro, los apóstoles y discípulos. ¡Pobre alma de mi María a quien amo tanto, de mi María envenenada con siete venenos además del veneno primogénito y universal, de mi María prisionera! ¡Déjala que venga a Mí! ¡Deja que respire mi aliento, que oiga mi voz, que encuentre mi mirada!… Si se llama a sí misma: «estiércol»… ¡Oh pobre alma que de los siete demonios, el menos fuerte que tiene es el de la soberbia! Solo por eso se salvará”. ■ Marta: “Pero, ¿y si sale y encuentra a alguien que la desvía nuevamente al vicio? Ella misma siente este temor…”. Jesús: “Y siempre lo temerá, ahora que ha llegado a experimentar náuseas del vicio. Pero no te preocupes. Cuando un alma tiene ya el deseo de ir al Bien, y tan solo la retiene el Enemigo diabólico —que sabe que va a perder su presa— y el enemigo personal que es el «yo» —que razona todavía muy humanamente y se juzga a sí mismo humanamente, que cree que Dios juzga como él (para impedirle al espíritu dominar al yo humano)— entonces esa alma es ya fuerte contra los asaltos del vicio y de los viciosos: ha encontrado la Estrella Polar, y no se desviará más. ■ No le vuelvas a decir «¿No pensaste en Dios y sí piensas en Israel?». Es un reproche escondido. No lo hagas. Es una mujer que ha escapado de las llamas. Es toda ella una llaga. No la toques sino con bálsamos de dulzura, perdón, esperanza… Déjala libre de venir. Es más, debes decirle que cuándo va a venir. Pero no le digas: «Ven conmigo»; al contrario, si te percatas de que viene, tú no vengas. Regrésate. Espérala en casa. Volverá a ti quebrantada por la Misericordia. Porque Yo tengo que eliminar esa malvada fuerza que ahora la oprime. Durante unas horas, será como una a la que hubieran abierto las venas, como una a la que el médico hubiera quitado los huesos. Pero luego se sentirá mejor. Estará aturdida. Tendrá gran necesidad de caricias y de silencio. Asístela como si fueses su segundo ángel custodio, sin hacerlo notar. Si la ves llorar, déjala que llore. Si te hiciera preguntas, déjala que las haga. Si la vieres sonreír con una sonrisa cambiada, con una mirada y rostro distintos, no le hagas largas preguntas, no trates de dominarla. ■ Sufre ahora más en el subir que cuando bajó. Y debe ser ella quien suba, como por sí misma bajó. Entonces no soportaba vuestras miradas puestas en su descenso, porque en vuestros ojos había reproche. Pero ahora, con su vergüenza, que por fin se ha despertado, menos aún puede soportar vuestra mirada: entonces era fuerte porque tenía en sí a Satanás, su amo, y con él la fuerza siniestra que la sostenía, de forma que podía desafiar al mundo, y, a pesar de ello no resistía vuestra mirada cuando pecaba; ahora ya no tiene por amo a Satanás, sino que es solo huésped en ella, todavía, aunque ya el deseo de María le tiene sujeto por la garganta. Y no me tiene a Mí todavía. Por eso es demasiado débil. No puede soportar ni siquiera la caricia de tus ojos de hermana puestos en su confesión a su Salvador. Toda su energía está dirigida y consumida, en tener asidos de la garganta a los siete demonios. Para todo lo demás está indefensa y desnuda. Pero Yo la vestiré de nuevo y la fortaleceré”.
* “Dile que hablaré cerca de la Fuente, aquí en Cafarnaúm”.-Jesús: “Ve en paz, Marta. Y mañana, con tacto, dile que hablaré cerca de la Fuente, aquí en Cafarnaúm, al atardecer. ¡Vete en paz! ¡Vete en paz! ¡Te bendigo!”. Marta está todavía perpleja. Jesús, que la está mirando, le dice: “No caigas en la incredulidad, Marta”. Marta: “No, Señor. Pero pienso… ¡Oh! dame alguna cosa que pueda llevar a María para infundirle un poco de fuerza… Sufre mucho… y yo tengo miedo de que no logre vencer al demonio”. Jesús: “¡Eres una niña! María me tiene a Mí y a ti. ¿No lo logrará? ■ De todas formas, ven; ten; dame esta mano que jamás ha pecado, que ha sabido ser dulce, misericordiosa, activa, piadosa, que siempre ha tendido gestos de amor y de oración, que jamás se ha pasado las horas en el ocio y que jamás se ha corrompido. Mira, la tengo entre las mías para hacerla más santa. Levántala contra el demonio y él no la soportará. Toma esta faja mía. No la tires. Y cada vez que la vieres dite a ti misma: «Más fuerte que esta faja de Jesús es el poder de Jesús y con ello se vence: demonios y monstruos. No debo tener miedo». ¿Estás contenta ahora? Mi paz sea contigo. Vete tranquila”. Marta le hace una profunda reverencia y se va. El carro de Marcela está a la puerta. Jesús sonríe mientras la ve tomar asiento y partir en dirección a Magdala. (Escrito el 27 de Julio de 1945).
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1  Nota  : “Casa de Cafarnaúm”. Se trata de la casa de un cierto Tomás, mencionado también en otros pasajes, conocido íntimo de la familia de Jesús, con mujer y sin hijos. Su casa de Cafarnaúm era considerada la casa de Jesús, como en Mateo 4,13. Cfr. Personajes de la Obra magna: Tomás de Cafarnaúm.
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(<Jesús se encuentra en Cafarnaúm en el lugar señalado por Él a Marta. Por otra parte, se sabe ya, y en Magdala todos hablan de ello, que Magdalena ya no sale ni da sus fiestas>)

4-233-27 (4-94-577).- En Cafarnaúm, parábola de la oveja perdida (1). Magdalena también la oye.
* Relato de la parábola. ■ Jesús está hablando a la gente. Desde encima del borde arbolado de un riachuelo, está hablando a numerosa gente esparcida por un campo de trigo ya recogido hace poco, que presenta el desolador aspecto de los rastrojos. Declina la tarde. La luna empieza a salir. Es un atardecer bello y claro de los primeros días de verano. Los rebaños regresan a sus rediles y se oye el din-don de los cencerros, que se mezcla con el cantar de los grillos y de las chicharras, un intenso cri, cri, cri. Jesús se inspira en los rebaños que están pasando. Dice: “Vuestro Padre es como un pastor solícito. ¿Qué hace un buen pastor? Busca pastos buenos para sus ovejas, donde no haya ni cicuta ni hierbas venenosas, sino dulces tréboles, buenas hierbas y raíces amargas aunque saludables. Busca lugares donde, además de comida, haya también un riachuelo fresco y puro, y sombra de árboles, y que no surjan las víboras entre el pasto. No trata de buscar los pastos de hierba alta, porque sabe que en ellos es fácil encontrar peligrosas culebras y hierbas nocivas; prefiere, más bien, los pastos montanos, de hierba no muy alta, donde el rocío limpia y da frescura a la tierna hierba y el sol la limpia de reptiles, donde el aire es fresco, ligero y no cargado y malsano, como en la llanura. El buen pastor observa a cada una de sus ovejas. Si están enfermas, las cuida; si heridas, las cura; llama a la que es demasiado glotona y corre el peligro de enfermarse; a la que enfermaría por estar demasiado expuesta a la humedad, o demasiado al sol, le dice que vaya a otro lado; y, si una está desganada y no come, trata de buscarle hierbas aciduladas y aromáticas para despertarle el apetito, y se las da con su propia mano, hablándole como a una persona amiga. Así hace el Padre que está en los Cielos con sus hijos que andan errantes por la tierra. Su amor es el cayado que los reúne; su voz, la guía; sus pastos, su Ley; su redil, el Cielo. ■ Pero, he aquí que una oveja le abandona. ¡Cuánto le amaba! Era joven, limpia, cándida, como una nubecilla en el cielo de abril. El pastor la veía con ojos llenos de amor, al pensar lo que podía hacer por ella. Pero ésta le abandona… Es que ha pasado, a lo largo del camino que bordea los pastos, un tentador. No tiene la casaca austera, sino un vestido de mil colores. No lleva cinturón de cuero de donde penden hacha y cuchillo, sino cinturón de oro del que penden cascabeles de plata, melodiosos cual canto de ruiseñor, y ampollas de perfumes embriagadores… No lleva tampoco bastón, como el pastor bueno, con que reunir y defender a las ovejas, y, si el bastón no fuera suficiente, las defenderá solícito con el hacha y el cuchillo y hasta con su vida. No, este tentador que pasa, tiene en sus manos un incensario brillante de piedras preciosas de donde emana un humo que es hedor y perfume al mismo tiempo, pero que aturde; de la misma forma los tornasoles de las joyas —¡qué falsas!— deslumbran. Pasa cantando mientras deja caer puñados de sal, de una sal que brilla en el camino oscuro… Noventa y nueve ovejas miran, pero permanecen donde están; la oveja número cien, la más joven y estimada, da un salto y desaparece detrás del tentador. El pastor la llama, pero ella no vuelve. Va más veloz que el viento para tratar de alcanzar al que ha pasado. Para tener fuerzas en su carrera, gusta aquella sal. La sal le entra dentro, le produce un extraño delirio que la abrasa. Por ello, siente necesidad de aguas profundas y verdes de una espesura tenebrosa, donde, siguiendo al tentador, se hunde y penetra, sube y baja y cae… una, dos, tres veces; y una, dos, tres veces siente alrededor de su cuello el contacto viscoso de reptiles. Queriendo beber, bebe aguas contaminadas; queriendo alimentarse, come hierbas brillantes por las babas asquerosas que las cubren. ■ Entre tanto ¿qué hace el buen pastor? Deja cerradas en lugar seguro las noventa y nueve fieles y se pone en camino. No deja de caminar hasta que encuentra huellas de su oveja perdida. Y como ella no regresa a él, a pesar de que sigue invitándole con sus gritos, él va a donde ella. La ve desde lejos, ebria, atrapada entre lazos de reptiles, tan ebria que no siente siquiera la nostalgia del rostro que la ama; antes bien, se burla de él. De nuevo la ve, culpable de haber penetrado cual ladrona en casa ajena, tan culpable que ya no se atreve a mirarle… Y, a pesar de todo, el pastor no se cansa… y continúa… la busca, la busca, la sigue, la acosa. Va llorando sobre las huellas de la oveja perdida: mechones de lana: pedazos de alma; manchas de sangre: crímenes diversos; suciedades: pruebas de su lujuria; él sigue adelante y la alcanza”.
.  ● María Magdalena se lleva sus manos bajo el velo y llora al oír: “Te he encontrado, amada”. ■ Jesús prosigue: “Te he encontrado, amada. ¡Te he alcanzado! Cuánto he caminado por ti, para llevarte de nuevo al redil. No agaches la frente humillada. Tu pecado está sepultado en mi corazón. Nadie, fuera de Mí que te amo, lo conocerá. Te defenderé de las críticas de los demás, te cubriré con mi persona como escudo contra las piedras de tus acusadores. ¡Ven! ¿Estás herida? ¡Oh muéstrame tus heridas! Las conozco pero quiero que me las muestres con la confianza que tenías conmigo cuando eras pura y me mirabas a Mí, tu pastor y Dios, con ojos inocentes. Aquí están las heridas. Todas tienen nombre. ¡Qué profundas son! ¿Quién te ha hecho estas heridas tan profundas en el fondo del corazón? Lo sé: el Tentador. Es el que no tiene bastón ni hacha, pero que causa mucho mal con su mordisco envenenado, y después de él hieren también las joyas falsas de su incensario que te sedujeron con su brillante color… y que eran en realidad piedras de azufre de infierno, sacadas a la luz para abrasarte el corazón. ¡Mira! ¡Cuántas heridas! Tu lana está desecha, tiene sangre, tiene cardos. ■ ¡Oh pobre pequeña alma engañada! Pero dime: si Yo te perdono, ¿me amarás? Pero dime; si tiendo a ti los brazos, ¿vendrás a ellos? Dime: ¿tienes sed del amor bueno? Entonces ven y renace. Regresa a los pastos santos. Llora. Tu llanto y el mío lavan las huellas de tu pecado. Y Yo para alimentarte, pues estás enflaquecida por el mal en que has ardido, me abro el pecho, me abro las venas, y te digo: «¡Aliméntate y vive!». Ven, te tomaré en mis brazos. Iremos más veloces a los pastos santos y seguros. Olvidarás todo lo sucedido en esta hora desesperada. Tus noventa y nueve hermanas, las buenas, se alegrarán con tu regreso. Sí, porque Yo te lo aseguro —ovejita mía perdida a quien he buscado desde tierras muy lejanas, a quien he encontrado y he salvado— que los buenos hacen más fiesta por uno que, habiéndose extraviado, regresa, que no por noventa y nueve justos que jamás se han alejado del redil”. ■ Jesús, en todo este tiempo, en ninguna ocasión se ha vuelto a mirar al camino que tiene a sus espaldas, a donde llegó, entre la penumbra del atardecer, María Magdalena, todavía elegantísima, pero al menos vestida y cubierta con un velo oscuro que no deja traslucir sus rasgos y sus contornos. Cuando Jesús dice: “Te he encontrado, amada”, María se lleva sus manos bajo el velo y llora, con un llanto silencioso y continuo. La gente no la ve porque ella está a este otro lado de la orilla del río, que bordea el camino. La ven solo la luna que ya está alta y el espíritu de Jesús… (Escrito el 12 de Agosto de 1944).
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1  Nota  : Cfr. Lc. 15,3-7.- No será inútil volver a leer: Jer. 23,1-4; Ez. 34; Zac. 11,4-17; Ju. 10,1-18.
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4-234-29 (4-95-580).- Normas para los directores de almas basadas en el comentario de tres episodios sobre la conversión de María Magdalena (1).
* “Las causas, si no de la mitad o por lo menos de 4/10 de las conversiones fallidas, son la negligencia de los que están designados para esta misión de convertir”.- ■ Dice Jesús: “Desde Enero, cuando te hice ver la cena en casa de Simón el fariseo (2), tú, y quien te guía, tuvisteis deseos de conocer mejor a María de Magdala, y las palabras que le dirigí. Siete meses después os doy a leer estas páginas para satisfacer vuestro deseo y para dar una norma a los que deben saber inclinarse sobre estas lepras del alma, y para brindar, a estas infelices que se ahogan en su tumba de vicio, una voz que quiera invitarlas a salir de él. ■ Dios es bueno. Con todos es bueno. No mide con la medida humana. No hace diferencias entre pecado y pecado mortal. El pecado, cualquiera que sea, le causa dolor. El arrepentimiento le proporciona alegría y le inclina a perdonar. La resistencia a la Gracia le hace inexorablemente severo, porque la Justicia no puede perdonar al impenitente que muere en tal estado, no obstante todos los auxilios que se le dan para convertirse. Las causas, si no de la mitad o por lo menos de cuatro décimas de las conversiones fallidas, son la negligencia de los que están designados para esta misión de convertir; un mal entendido y falso celo que no es sino velo que cubre un real egoísmo y orgullo, en virtud del cual se quedan tranquilos en su propio refugio y no descienden al fango para arrancar de él un corazón. «Yo soy puro, digno de respeto. No voy allí donde hay podredumbre, y donde se me puede faltar al respeto». Quien así habla, ¿no ha leído en el Evangelio que el Hijo de Dios vino a convertir a publicanos y meretrices, además de a los justos que estaban en el ámbito de la Ley antigua? ¿No piensan que el orgullo es impureza de mente, que la falta de caridad es impureza de corazón? ¿Que sufrirás humillación? Yo la sufrí primero y más que tú, y era el Hijo de Dios. ¿Que tendrás que arrastrar tu vestidura sobre la inmundicia? ¿Y no toqué Yo, acaso, con mis manos esta inmundicia para ponerla en pie y decirle: «Anda por este nuevo camino»? ■ ¿No os acordáis de lo que dije a vuestros predecesores? «En cualquier ciudad o poblado que entraseis, informaos de quién hay merecedor de vuestra presencia y quedaos en su casa». Esto lo dije para que el mundo no murmure. El mundo que fácilmente ve el mal en todas las cosas. Pero añadí: «Cuando entréis en las casas —‘casas’ dije, no ‘casa’— saludadlas diciendo: ‘Paz sea en esta casa’. Si la casa es digna de recibirla, la paz descenderá sobre ella; si no, volverá a vosotros». Esto lo dije para enseñaros que, si no hay prueba clara de impenitencia, debéis tener para con todos un mismo corazón. Y terminé la enseñanza diciendo: «Y si alguien no os recibe, y no escucha vuestras palabras, al salir de esas casas o ciudades, sacudid el polvo que se os haya pegado a las suelas». Y la fornicación, para los buenos, para aquellos a quienes la Bondad constantemente amada hace semejantes a un cubo de cristal liso, no es sino polvo que, para quitarlo, basta sacudirlo o soplar. ■ Sed verdaderamente buenos. Formad un bloque único con la Bondad eterna en medio, y ningún género de corrupción podrá subir a ensuciaros más arriba de las suelas que pisan el suelo. ¡Tan alta está el alma!… El alma de quien es bueno y de quien forma una cosa con Dios. El alma está en el Cielo. Allí no llega ni el polvo ni el fango, ni siquiera cuando lo lanzan con odio contra el alma del apóstol. Puede afectar a vuestra carne, es decir, heriros material y moralmente, persiguiéndoos, porque el Mal odia al Bien, o colmándoos de injurias. ¿Y qué? ¿No me ofendieron a Mí? ¿No fui herido? ¿Pero, aquellos golpes y aquellas palabras indecentes turbaron mi espíritu? No. Resbalaron sin penetrar, como saliva en un espejo o piedra lanzada contra la pulpa jugosa de un fruto. O penetraron solo superficialmente, sin causar daño al germen de la semilla que está encerrado en el centro del hueso; es más, favoreciendo su germinación, porque es más fácil brotar de una pulpa entreabierta que no de una completamente cerrada. Solamente muriendo, el grano germina y el apóstol produce. Muriendo a veces materialmente; casi muriendo diariamente, en el sentido metafórico porque el yo humano no está sino quebrado. Y esto no es muerte, sino Vida. El espíritu triunfa sobre la muerte de la humanidad”.
* “Tras haber recordado la Ley, pisoteada por la pecadora, he hecho cantar la esperanza del perdón. ¡Oh, el perdón! Es rocío para la sed ardiente que siente el culpable”.- (A continuación, nota 1- 1º). ■ Dice Jesús: “Había venido a Mí por el simple capricho de la mujer ociosa que no sabe cómo llenar sus horas de ocio. Pues bien, en sus oídos —embotados de falsas lisonjas de quien con himnos a la carnalidad la mecía para tenerla esclavizada— sonó la voz límpida y severa de la Verdad, de la Verdad que no tiene miedo a las burlas e incomprensiones y expresa sus palabras mirando a Dios. Y, cual coro de campanas tocando a fiesta, se fundieron en la Palabra las voces que hablan en los Cielos, en el azul libre del aire, propagándose por valles y colinas, llanuras y lagos, para recordar las glorias y delicias del Señor. ¿Recordáis el doble festivo que en los tiempos de paz tanto alegraba el día dedicado al Señor? La campana mayor daba, con el badajo sonoro, el primer toque en nombre de la Ley divina. Decía: «Hablo en nombre de Dios, Juez y Rey». Y luego las campanas menores, con sus arpegios: «que es bueno, misericordioso y paciente». Para terminar luego la campana más argentina, con voz de ángel, diciendo: «y su caridad mueve al perdón y a la compasión, para enseñaros que el perdón es más útil que el rencor, y la compasión más que la implacabilidad; venid a Aquel que perdona, tened fe en Él, que es compasivo». ■ También Yo, tras haber recordado la Ley, pisoteada por la pecadora, he hecho cantar la esperanza del perdón. Como una cinta de seda de color verde y azul, la he agitado entre las tonalidades negras para que ahí introdujera sus consoladoras palabras. ¡Oh, el perdón! Es rocío para la sed ardiente que siente el culpable. El rocío no es como el granizo que golpea, rebota y desaparece, sin penetrar, y que mata la flor. El rocío baja tan delicadamente que aun la flor más tierna no siente cuando se posa en sus pétalos de seda; pero luego ésta bebe su frescura y cobra fuerzas. El rocío cae en las raíces, en el terrón ardiente del suelo y en tantas cosas… Es una humedad de lágrimas, llanto de estrellas, amoroso llanto de las madres por sus hijos que tienen sed. Rocío que baja, que en sí mismo ya es consuelo, junto a la leche dulce y fecunda. ¡Oh misterios de los elementos, que obran cuando el hombre descansa o peca! El perdón es como este rocío. No solo trae consigo la limpieza, sino jugos vitales, que arrebató no a los elementos, sino a las hogueras divinas. ■ Luego, después de la promesa del perdón, la Sabiduría habla y dice lo que es lícito o no, avisa, sacude no por dureza, sino por solicitud maternal de salvación. ¡Cuántas veces vuestro pedernal se hace aún más impenetrable y cortante para con la Caridad que se inclina hacia vosotros!… ¡Cuántas veces huís mientras ella os habla…! ¡Cuántas os burláis de ella! ¡Cuántas la llegáis a odiar…! Si la caridad os pagase como le pagáis a ella, ¡ay de vuestras almas! Sin embargo, ya veis que la Caridad es la caminante incansable que anda en busca vuestra. Viene a donde estáis aunque estéis sumergidos en asquerosas cuevas”.
* Los apóstoles deben desafiar prejuicios y críticas ante un deber tan alto.- (A continuación, nota 1-2º). ■ Dice Jesús: “¿Por qué quise ir a aquella casa? ¿Por qué no obré en ella el milagro? Para enseñar a los apóstoles cómo obrar, desafiando prejuicios y críticas cuando se trata de cumplir un deber tan alto y que está lejos de estas cosillas del mundo. ¿Por qué dije a Judas aquellas palabras? Los apóstoles eran muy humanos. Todos los cristianos son muy humanos. Los santos que están en la tierra también lo son, pero en grado menor. Algo de humano sobrevive aun en los perfectos. Mas los apóstoles no eran todavía perfectos. Lo humano estaba filtrado en sus pensamientos. Yo los llevaba a las alturas, pero el peso de su humanidad les hacía descender de nuevo. Para que cada vez bajaran menos, tenía que meter en su camino de subida cosas apropiadas para detener su descenso, de modo que parasen en ellas meditando y descansando, para luego subir más arriba del límite anterior. ■ Tenían que ser cosas que pudiesen servirles de peldaño para convencerlos de que Yo era un Dios. Por esto: conocimiento exacto de almas, victoria sobre los elementos, milagros, transfiguración, resurrección y ubicuidad. Estuve contemporáneamente en el camino de Emmaús y en el Cenáculo. Las horas de las dos presencias, cotejadas por los apóstoles y los discípulos, fue una de las razones que más les convenció, y los arrancó de sus lazos y los lanzó al camino de Cristo. Más que por Judas —miembro que incubaba ya en sí la muerte—, hablé para los otros once. Debía mostrarles claramente, no por orgullo, sino por necesidad de formación, que Yo era Dios. Era Dios y Maestro, aquellas palabras lo manifiestan de Mí: revelo una facultad extrahumana y enseño una perfección: a no tener conversaciones malas, ni siquiera con nuestro interior. Porque Dios ve, y gusta ver puro el interior para bajar a él y morar en él”.
* La presencia de Dios exige un ambiente puro.- (A continuación, nota 1, 3º). ■ Dice Jesús: “¿Pero por qué no obré el milagro en esa casa? Para enseñar a todos que la presencia de Dios exige un ambiente puro. Por respeto a su excelsa majestad. Para hablar, no con palabras que salen de los labios sino con palabras más profundas, al espíritu de la pecadora y decirle: «¿Lo ves, infeliz? Eres tan sucia, que todo a tu alrededor se hace sucio. Tan sucio que Dios no puede obrar. Tú más sucia que estos. Porque repites el pecado de Eva y ofreces el fruto a los adanes, tentándoles y arrebatándoles de su deber. Tú, servidora de Satanás» ■ ¿Pero por qué no quise que su madre angustiada la llame «Satanás»? Porque ninguna razón justifica la ofensa y el odio. Condición primera y necesaria para tener a Dios con nosotros es no tener rencor y saber perdonar. Condición segunda, saber reconocer la propia culpabilidad, o de quien es nuestro; no ver solo las culpas de los demás. Tercera: saber conservarnos, por justicia hacia el Eterno, agradecidos y fieles después de haber recibido una gracia. Quienes, tras haber recibido una gracia, son peores que los perros y no se acuerdan de su Bienhechor —mientras que el animal sí se acuerda— son unos desdichados. ■ No dije ninguna palabra a María Magdalena. La vi por un instante como una estatua, y luego la dejé. Volví con «los vivos» a quienes quería salvar. Ella, materia muerta igual o más que un mármol esculpido, la envolví en un aparente descuido. No dije ni una palabra, e hice como si no hubiese tenido presente ante todo su alma que quería redimir. ■ Y la última palabra: «No insulto. No insultes tú; limítate a orar por los pecadores», como guirnalda de flores, vino a juntarse con la que dije en el monte: «El perdón es más útil que el rencor y la compasión más que la inexorabilidad». Las dos frases la envolvieron a la pobre infeliz en un círculo aterciopelado, fresco, perfumado de bondad, haciéndole experimentar cuán distinto de la feroz esclavitud de Satanás es el servir a Dios, cuán suave es el perfume celestial respecto a la hediondez de la culpa, y qué gran tranquilidad proporciona el ser amados santamente, respecto a ser poseídos satánicamente”.
* Enseñanza de todo esto.
.   “Yo mido conforme a Dios vuestras fuerzas”.-Jesús: “Observad cómo el querer del Señor es comedido. No exige conversiones fulminantes. No exige de un corazón lo absoluto. Sabe esperar. Sabe conformarse: se conformó con lo que pudo darle aquella madre trastornada por el dolor, mientras esperaba a que la extraviada encontrara de nuevo el camino. No le pido otra cosa más que «¿Puedes perdonar?». ¡Cuántas otras cosas habría podido pedirle para hacerla digna del milagro, si hubiese juzgado a lo humano! Yo mido conforme a Dios vuestras fuerzas. Para aquella pobre madre presa de dolor, ya era mucho el que fuera capaz de perdonar. En aquella hora solo le pido eso. Después, cuando le restituí a su hijo, le dije: «Sé santa y santifica tu casa». Pero, mientras el dolor la tiene prisionera, no le pedí sino perdón para la culpable. No se debe exigir todo de quien poco antes ha estado en el fondo de las tinieblas. Esa madre luego iba a salir a la Luz total, y con ella la esposa y los hijos. Pero, en ese momento, lo que hacía falta era portar a sus ojos, ciegos de llanto, los primeros rayos de la luz: el perdón, alba del día del Dios”.
.    ● “Estos sinsabores están unidos a las victorias del apostolado”.-Jesús: “De los presentes uno solo —no cuento a Judas, me refiero a los de la ciudad que estaban presentes en ese lugar, no me refiero a mis discípulos— uno solo no iba a alcanzar la Luz. Estos sinsabores están unidos a las victorias del apostolado. Hay siempre alguien por quien el apóstol en vano se fatiga. Pero esas derrotas no deben quitar el aliento. El apóstol no debe esperar obtener todo. Contra él existen muchas fuerzas adversas que cual tentáculos de pulpo aferran la presa que él le había arrebatado. El mérito del apóstol es igual. Infeliz el apóstol que dice: «No voy a ese lugar porque sé que no voy a convertir». Este es un apóstol que vale muy poco. Es necesario ir a ese lugar, aunque se vaya a salvar solo uno de mil. Su jornal apostólico será el mismo por uno que por mil, porque él hizo todo lo que podía hacer, y Dios premia eso. También hay que pensar que donde el apóstol no puede convertir, porque quien debe convertirse está asido fuertemente por Satanás y las fuerzas de apóstol son inferiores al esfuerzo necesario, puede intervenir Dios. Y ¿entonces? ¿Quién puede más que Dios?”.
.   ● “Otra cosa que el apóstol necesariamente debe practicar es el amor. Amor visible. Es un obrero de Dios y no debe limitarse a orar, debe actuar… con gran amor. El rigor paraliza el trabajo del apóstol y el movimiento de las almas hacia la luz”.-Jesús: “Otra cosa que el apóstol necesariamente debe practicar es el amor. Amor visible, no solo el secreto amor del corazón de los hermanos. Esto bastaría para los hermanos buenos. Pero el apóstol es un obrero de Dios y no debe limitarse a orar, debe actuar. Que actúe con amor, con gran amor. El rigor paraliza el trabajo del apóstol y el movimiento de las almas hacia la Luz. No rigor sino amor. El amor es ese vestido de asbesto que preserva del ataque del calor de las malas pasiones. El amor es un cúmulo de esencias que os preservan de que la podredumbre humano-satánica pueda entrar en vosotros. Para conquistar a un alma es necesario saber amar. Para conquistar a un alma es necesario conducirla a que ame, a que ame el Bien y repudie sus pobres amores pecaminosos. Yo quería el alma de María. Y me comporté con ella, como contigo, pequeño Juan, pues no me limité a hablar desde mi cátedra de Maestro, sino que bajé a buscarla en los caminos del pecado. La seguí, la perseguí con amor. ¡Dulce persecución! Entré, Yo-Pureza, donde estaba ella, la impureza. No temí el escándalo ni en Mí ni en los demás. El escándalo en Mí no podía entrar, pues que Yo soy la Misericordia, y ésta llora por las culpas pero no se escandaliza de ellas. ¡Infeliz aquel pastor que se escandaliza y, tras esta barrera, se atrinchera para abandonar un alma! ¿No sabéis que las almas son más proclives a resucitar que los cuerpos y que la palabra piadosa y amorosa que dice: «Hermana, por tu bien, levántate» realiza a menudo el milagro? Tampoco temía el escándalo en los demás. Los ojos de los buenos me comprendían; los de los malos, en donde la malicia fermenta, arrojando emanaciones de una corrupción interna, no tienen valor. Ellos encontraban culpa aun en Dios. Creían que solo ellos eran perfectos. Por esto no les curaba”.
.    ● Las tres etapas para salvar un alma.-Jesús: “Las tres etapas para salvar un alma son, primera: Ser integérrimos para poder hablar, sin temor a que nos hagan callarnos. Hablar a toda una multitud de modo que nuestra palabra apostólica, dirigida a las turbas que se agolpan alrededor de la mística barca, vaya, en círculos de onda, cada vez más lejos, hasta la orilla cenagosa donde están enclavados los que viven inertes sobre el fango sin preocuparse de conocer la Verdad. Este es el primer trabajo para romper la costra del duro terrón y prepararlo para la semilla. Es el trabajo más duro tanto para el que lo tiene que hacer como para quien lo recibe, porque la palabra debe, cual penetrante reja de arado, herir para abrir. Y en verdad os digo que el corazón del apóstol bueno se hiere y sangra por el dolor que le supone tener que herir para abrir; pero también este dolor es fecundo. Con la sangre y el llanto del apóstol se hace fértil el terreno agreste. Segunda cualidad: trabajar incluso allí donde otro, que no ha comprendido su misión, huiría. Despedazarse en el esfuerzo de arrancar cizaña, grama, espinas para que el terreno esté limpio y arado para que resplandezca sobre él, como sol, el poder de Dios y su bondad; y al mismo tiempo, con maneras de juez y de médico, ser severo y, no obstante, compasivo; firme en un período de espera para dar tiempo a las almas de superar la crisis, meditar y decidir. Tercer punto: en el momento en que el alma que en el silencio se ha arrepentido, llorando y pensando en sus errores, se atreve a venir tímidamente, miedosa de ser rechazada, hacia el apóstol, el apóstol debe tener un corazón más ancho que el mar, más dulce que el corazón de una madre, más enamorado que el corazón de un esposo, y ha de abrirlo de par en par, para que broten de él olas de ternura. Si tenéis a Dios con vosotros, Dios que es caridad, encontraréis fácilmente palabras de amor para las almas. Dios hablará en vosotros y por vosotros, y el amor llegará, como miel que se escurre de un panal, para alivio de los labios ardientes y nauseados; como bálsamo que sale de una ampolla, para medicina de los espíritus heridos. ■ Doctores de las almas, haced que os amen los pecadores, haced que gusten el sabor de la caridad celestial y que lo ansíen tanto que no busquen ya otro alimento, haced que sientan en vuestra dulzura un alivio tan grande que lo busquen para todas sus heridas. Es menester que vuestra caridad aleje de ellos todo temor, porque, como dice la epístola que hoy leíste: «El temor supone el castigo; el que teme no es perfecto en la caridad» (3). Pero tampoco es perfecto en la caridad el que produce el temor. No digáis: «¿Qué has hecho?». No digáis: «Vete». No digáis: «Tú no puedes tener gusto por el amor bueno». Antes al contrario, decid, decid en mi nombre: «Ama y yo te perdono»; decid: «Ven, Jesús te abre los brazos»; decid: «Gusta este Pan de los ángeles y esta Palabra y olvida la pez de Infierno y los desprecios de Satanás». Haceos acémilas para llevar las debilidades de los demás. El apóstol debe llevar sus cargas y las de los demás, su cruz y la de los demás. Y, mientras os acercáis a Mí, cargados con estas ovejas heridas, dadles confianza a estas ovejas errantes, decidles: «En este momento todo se ha olvidado»; decir: «No tengas miedo del Salvador, que ha venido del Cielo por ti, exactamente por ti; yo solo soy el puente para llevarte a Él, que te está esperando, al otro lado del río de la absolución penitencial, para llevarte a sus pastos santos, cuyos comienzos están aquí en la tierra, pero que luego continúan, con Belleza eterna que alimenta y hace feliz, en los Cielos»”.
* Finalidad de este comentario.-Jesús: “Este es el comentario. Poco toca a vosotros, ovejas fieles del Pastor. Si a ti, pequeña esposa, te aumenta la confianza, al Padre (4) se le aumentará la luz para poder juzgar; y para muchos actuará no solo como incentivo de acercarse al Bien, sino que será el rocío de que he hablado, que penetra y nutre y da nuevo vigor a las flores caídas. Levantad la cabeza. El Cielo está en lo alto. Queda en paz, María. El Señor está contigo”. (Escrito el 13 de Agosto de 1944).
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1  Nota  : Este capítulo comenta tres episodios de la vida de María de Magdala:
(1º) Se refiere al primer encuentro de Magdalena con Jesús, episodio 3-174-109, en que María Magdalena, provocativa, llevada en brazos por cuatro hombres, apareció en el monte de las Bienaventuranzas.
(2º) Se refiere a 1ª parte del episodio 3-183-163, y responde a la pregunta: “¿Por qué quise ir a aquella casa (de Magdalena)?… ¿Por qué dije aquellas palabras a Judas?”.
(3º) Se refiere a la 2ª parte del episodio 3-183-163, y responde a la pregunta: “¿Por qué no obré el milagro en esa casa (de Magdalena)?”.
2  Nota  : Esta cena en casa de Simón el fariseo se relata en el episodio 4-236-39. Como ya se ha advertido, las fechas muestran que el orden de la redacción de los episodios o capítulos, narrados en la Obra magna «El Evangelio como me ha sido revelado» («El hombre-Dios»), no sigue siempre un orden cronológico. Ello se verifica con frecuencia en el ciclo inicial de la Vida oculta y en los ciclos finales de la Pasión y Glorificación. Cfr. María Valtorta y la Obra n. 6. 1: Las fechas.
3  Nota  : Cfr. 1 Ju. 4,18.   4  Nota  : Se refiere al Padre Migliorini: Padre espiritual de María Valtorta.
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4-235-37 (4-96-588).- Marta ha recibido de su hermana la certidumbre de su conversión.
* “Tienes ya tu victoria en la mano”.-Jesús está a punto de subir a la barca en un amanecer claro de verano, cuando he aquí que llega Marta con su criada. “¡Oh, Maestro! Escúchame por amor de Dios”. Jesús baja de nuevo a la orilla y dice a los apóstoles: “Idos y esperadme cerca del río. Entre tanto preparad todo lo necesario para la misión de Magedán. También la Decápolis espera la palabra. Idos”. Y, mientras la barca zarpa y sale a zona abierta, Jesús camina llevando a Marta a su lado, a los que respetuosamente sigue Marcela. Se alejan así del pueblo caminando por la orilla: primero una faja de arena, aunque ya salpicada de matas silvestres; enseguida, cubierta de vegetación, que empieza al subir por una pendiente, de donde se ve el lago. Cuando llegan a un lugar solitario, Jesús dice sonriendo: “¿Qué se te ofrece?”. ■ Marta: “Maestro… esta noche, poco después de la segunda vigilia, María ha vuelto a casa. ¡Ah!… se me olvidaba decirte que, mientras estábamos comiendo, a la hora sexta, me ha dicho: «¿Te importaría prestarme tu vestido y un manto? Me quedarán un poco cortos, pero si no me ciño el vestido y dejo que el manto llegue hasta abajo…». Le respondí: «Toma lo que quieras, hermana». El corazón me latía fuerte, porque antes en el jardín, yo había dicho, hablando con Marcela: «Al atardecer tenemos que estar en Cafarnaúm, porque el Maestro va a hablar a la gente esta tarde» (1), y había yo visto que María se sobresaltaba, que cambiaba de color; no podía estar ya tranquila, iba y venía de un lado para otro, sola, como angustiada, en vilo, como una persona que estuviera para tomar una decisión sin saber todavía qué aceptar y qué rechazar. Después de la comida vino a mi habitación y tomó el vestido más oscuro que tenía, el más modesto, se lo probó y pidió a la nodriza que le bajase todo el dobladillo, porque era demasiado corto. Primero lo intentó ella, pero al ver que no podía se echó a llorar, diciéndome: «No soy capaz de coser. Todo lo bueno y útil lo he olvidado» y me echó los brazos al cuello con estas palabras: «Ruega por mí». ■ Salió sola de casa, hacia el atardecer… ¡Cuánto oré para que no se encontrase con ninguno que la estorbara venir aquí, para que comprendiera tu palabra, para que lograra deshacerse definitivamente del monstruo que la esclaviza!… Mira, me he puesto tu cinturón sobre el mío, y cuando sentía la presión del cuero duro en mi cintura, pues no estoy acostumbrada a cinturones tan recios, me decía: «Él es más fuerte que todo». Luego vinimos yo y Marcela. Con el carro es poco tiempo. No sé si nos viste entre la gente… Pero qué dolor, qué espina en el corazón al no ver a María. Pensaba yo dentro de mí: «Se arrepintió. Ha vuelto a casa. O también… tal vez haya huido porque no podía resistir mi imposición sobre ella, la que ella misma me había pedido». Te escuchaba y lloraba bajo mi velo. Las palabras me parecían dirigidas a ella… y ¡no las escuchaba! Así pensaba yo porque no la veía. Regresé a casa desconsolada. Es verdad que te desobedecí, porque me habías dicho: «Si viene, espérala en casa». Pero ten en cuenta mi corazón, Maestro. ¡Es mi hermana la que venía a Ti! ¿Podía menos de no ver cuándo ella se acercase a Ti? Y luego… Me habías dicho: «Estará quebrantada». Quería estar al lado de ella antes, para apoyarla… ■ Estaba yo de rodillas, llorando y orando en mi habitación, cuando a eso de la segunda vigilia entró tan despacito que no me di cuenta de su presencia sino cuando arrojándose sobre mí y abrazándome, me dijo: «Es verdad todo lo que dices, hermana bendita; supera con mucho lo que tú dices, su misericordia es mucho mayor. ¡Oh, Marta mía, ya no es necesario que me tengas sujeta! ¡No me verás ya cínica, ni desesperada! Ya no me oirás más decir: ‘¡Para no pensar!’. Ahora quiero pensar; sé en qué pensar: en la Bondad hecha carne. Tú orabas, hermana mía, sin duda orabas por mí. Pues bien, tienes ya tu victoria en la mano: tu María, que no quiere más pecar y que renace ahora. Mírala bien a la cara, porque es una María nueva, con su cara lavada con el llanto de la esperanza y del arrepentimiento. Me puedes besar, hermana pura. Ya no hay huellas de vergonzosos amores en mis ojos. Él dijo que ama mi alma. Porque hablaba a mi alma y de mi alma. La oveja perdida era yo. Dijo, escucha si repito bien. Tú conoces el modo de hablar del Salvador…» y me repitió perfectamente la parábola. ¡María es muy inteligente, mucho más que yo! Y con buena memoria. De este modo, dos veces te oí; y, si esas palabras en tus labios eran santas y adorables, en los suyos me eran santas, adorables, encantadoras, porque me las decían labios de hermana, de mi hermana hallada, que ha vuelto al redil de la familia. ■ Estábamos abrazadas las dos, sentadas sobre la alfombra, como cuando éramos pequeñas y así pasábamos las horas en la habitación de mamá o cerca de su telar donde ella tejía o bordaba sus magníficas telas, estábamos así, desaparecida ya la división del pecado. Me parecía como si nuestra madre estuviese presente con su espíritu. Llorábamos sin dolor; es más, con una gran paz. Nos besábamos felices… Después, María cansada por el camino que había hecho a pie, por la emoción, por tantas cosas, se me durmió entre los brazos y con la ayuda de la nodriza la extendimos en su lecho, y así la dejé… y vine corriendo hasta aquí…”. Marta, dichosa, termina besando las manos de Jesús. ■ Jesús: “También Yo te digo lo que dijo María: «Tienes la victoria en la mano». Vete y sé feliz. Vete en paz. Sigue portándote con mucha dulzura y prudencia con la renacida. Adiós, Marta. Hazlo saber a Lázaro, que está preocupado allá abajo”. Marta: “Sí, Maestro, ¿pero cuándo vendrá María con nosotras las discípulas?”. Jesús sonríe y le dice: “El Creador lo hizo todo en seis días y el séptimo descansó”. Marta: “Comprendo. Es necesaria la paciencia…”. Jesús: “Paciencia, sí. No suspires. Ésta también es una virtud. La paz sea con vosotras. Nos volveremos a ver pronto” y Jesús las deja y se dirige hacia el lugar en que la barca está esperando, en la orilla. (Escrito el 29 de Julio de 1945).
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1 Nota : Marta cuenta ahora a Jesús cómo su hermana María Magdalena llegó a saber que Él iba a hablar en Cafarnaúm. Precisamente, ese día Jesús habló, mediante la parábola de oveja perdida, expresamente al corazón de María Magdalena, presente en el lugar (episodio 4-233-27).
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(<Recientemente, en Cafarnaúm, Jesús se ha encontrado con escribas, entre ellos con el fariseo Simón, quien le ha invitado a una cena. Jesús, acompañado de Juan, ha llegado para esa cena a la casa del fariseo Simón>)

4-236-39 (4-97-591).-En Naím, cena en casa de Simón el fariseo y la absolución a María de Mágdala (1).
* Jesús lentamente vuelve su cabeza, y su mirada azul se detiene por un instante sobre aquella cabeza inclinada. Es una mirada que absuelve… “Vete en paz”.- ■ Para consuelo de mi mucho sufrir y para hacerme olvidar la maldad de los hombres, Jesús me concede esta bellísima visión. Estoy viendo una sala riquísima. Una lámpara pende, en el centro de la sala, y arde con muchos quemadores. Las paredes están cubiertas con tapices bellísimos; hay también sillas con incrustaciones, revestidas de marfil y láminas preciosas. Los muebles son muy bonitos. En el centro hay una mesa grande, cuadrada, formada por cuatro mesas unidas. La mesa está preparada con esta disposición para que puedan estar en ella muchos convidados (todos hombres) y está cubierta con manteles muy preciosos y muy buena vajilla. Hay jarras y copas de mucho valor. Muchos criados van y vienen trayendo los manjares y sirviendo los vinos. En el centro del cuadrado no hay nadie. El pavimento está limpísimo; en él se refleja la lámpara de aceite. Por la parte externa del cuadrado hay lechos-asientos, que ocupan los convidados. ■ En el lado más alejado de la puerta, está el dueño de la casa con los invitados más importantes. Es un hombre ya de edad. Viste una túnica ceñida con un cinturón hermosamente recamado. El vestido tiene también, en el cuello, en las mangas, en los bajos, las orillas bordadas; o galones si se prefiere llamarlos así. La cara de este vejete no me gusta. Es una cara de hombre malo, frío, soberbio y codicioso. En el lado opuesto, frente a él, está mi Jesús. Lo veo de costado, diría que casi por detrás, a espaldas de Él. Trae su acostumbrado vestido blanco, sus sandalias, y sus cabellos partidos en dos en la frente, y largos como de costumbre. Noto que tanto Jesús como los comensales no se sientan, como yo me imaginaba que se sentarían sobre esta especie de sofás, esto es, perpendicularmente a la mesa, sino paralelamente a ella. En la visión de las nupcias de Caná, no puse mucha atención a este particular. Había visto que comían apoyados sobre el codo izquierdo, pero me parecía que no estaban muy cómodos, porque los lechos no eran muy lujosos y eran mucho más cortos. Estos son verdaderos lechos. Se parecen a los modernos divanes turcos. Jesús tiene a su lado a Juan, y dado que Jesús está apoyado con el codo izquierdo (como todos), resulta que la posición de los dos es así: o sea, que Juan está metido entre la mesa y el cuerpo del Señor; llega con su codo a la altura de la ingle del Maestro, de modo que no le estorba a Jesús para comer y puede, si quiere, apoyarse confidencialmente en su pecho. ■ No hay ninguna mujer. Todos hablan y el dueño de la casa de cuando en cuando se dirige, con exagerada condescendencia y con muestras claras de complacencia a Jesús. Es claro que quiere demostrarle —y demostrárselo a todos los presentes—, que le ha hecho un gran honor invitándole a su rica casa, a Él, un pobre profeta a quien se le toma, incluso, por un poco exaltado… Veo que Jesús corresponde con cortesía y sosiego. Con su leve sonrisa, sonríe a quien le pregunta; pero, si quien es Juan —o aunque solo le mire—, entonces su sonrisa es luminosa. ■ Veo que se abre la rica cortina que cubre el hueco de la puerta y que entra una joven mujer, hermosísima, vestida muy ricamente y peinada con sumo esmero. Su cabellera rubia es un verdadero adorno de mechones artísticamente entrelazados; tan abundante y tanto resplandece, que parece como si llevara un yelmo de oro, labrado todo en relieve. Su vestido, si lo comparo con el que veo siempre a la Virgen María, diría que es muy excéntrico y complicado. Broches en los hombros, joyas para sujetar los pliegues de la parte superior del pecho, cadenitas de oro para hacer resaltar el pecho, cinturón hecho de bullones de oro y piedras preciosas. Es un vestido provocativo, que hace resaltar los contornos de su bellísimo cuerpo. En la cabeza lleva un velo, tan fino que… no vela nada; es solo un detalle añadido a sus adornos, nada más. Sus pies calzan sandalias rojas, de piel, con broches de oro, sujetas con correas entrelazadas a la altura del tobillo. ■ Todos, menos Jesús, se vuelven para mirarla. Juan la mira un instante, y luego se vuelve a Jesús. Los demás fijan su mirada en ella con visible y maligno deseo. Pero la mujer no los mira en absoluto, ni se preocupa del murmullo que ha levantado su presencia ni de las señas (guiñeos de ojos) que se hacen todos, menos Jesús y el discípulo. Jesús se comporta como si no se hubiera dado cuenta de nada; continúa hablando hasta terminar la conversación, que había entablado con el dueño de la casa. La mujer se dirige a Jesús. Se arrodilla a sus pies. Deposita en el suelo una especie de jarra muy barriguda, se quita el velo sacando el broche precioso que lo tenía prendido al pelo, se saca de los dedos los anillos, y pone todo sobre el lecho-asiento que está junto a los pies de Jesús; luego toma entre sus manos los pies, primero el derecho, luego el izquierdo, desata las sandalias, y los posa de nuevo en el suelo; luego, prorrumpiendo en grandes sollozos, besa estos pies, apoya contra ellos su frente, se los acaricia, y las lágrimas caen como una lluvia, que brilla bajo el resplandor de la lámpara, y bañan esos pies adorables. Jesús lentamente vuelve su cabeza, y su mirada azul se detiene por un instante sobre aquella cabeza inclinada. Es una mirada que absuelve. Luego vuelve a mirar al centro, mientras deja a la mujer que se desahogue libremente. Los demás, no; ellos se intercambian comentarios mordaces, se guiñan los ojos, se ríen sarcásticamente. El fariseo se endereza un momento para ver mejor; su mirada es entre ávida, preocupada e irónica: ávida de la mujer (este sentimiento es patente); preocupada por el hecho de que la mujer haya entrado sin pedir permiso, lo cual podría dar a entender a los demás que la recibe frecuentemente en su casa; irónica respecto a Jesús… Pero la mujer no se preocupa de nada. Continúa llorando con todas sus fuerzas, sin grito alguno; solo profundos suspiros que se mezclan con sus lágrimas. Luego se suelta los cabellos, extrayendo las peinetas de oro que sostenían el complicado peinado, y las deposita también junto a los anillos y al broche. Las madejas de oro caen sobre la espalda de la mujer. Coge sus cabellos con ambas manos, se los lleva al pecho y los pasa por los pies mojados de Jesús, hasta que los ve secos. Luego mete sus dedos en la pequeña jarra y saca una pomada ligeramente amarilla y olorosísima. Un aroma entre de lirio y nardo se extiende por toda la sala. La mujer introduce una y otra vez los dedos, y extiende la pomada, unta, besa, acaricia los pies. ■ Jesús, de tanto en tanto, la mira de amorosa piedad. Juan, que se había vuelto sorprendido al oír el estallido del llanto, no sabe separar la mirada del grupo de Jesús y la mujer y mira alternativamente a uno y a otro. La cara del fariseo es cada vez más ceñuda. Oigo las palabras que refiere el Evangelio y las oigo acompañadas de un tono y una mirada que le hacen agachar la cabeza al viejo resentido. Oigo las palabras de absolución que dice a la mujer, que se ha enrollado el velo alrededor de la cabeza, quedando más o menos recogida su cabellera despeinada, y ahora se marcha dejando a los pies de Jesús sus joyas. Jesús, al decirle: “Vete en paz”, le pone por un momento la mano sobre su cabeza inclinada. Pero lo hace con grandísima dulzura. (Escrito el 21 de Enero de 1944).
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1  Nota  : Cfr. Lc. 7,36-50.
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4-236-42 (4-98-594).- Sentido de la mirada de Jesús al fariseo.- María repitió este mismo gesto en Betania.
* “En verdad te digo, oh fariseo, que ante éste, que me ama con su juventud pura, y ésta, que me ama con la sincera contrición de un corazón que ha vuelto a nacer a la Gracia, no hago ninguna diferencia”.-Jesús me dice ahora: “Lo que hizo bajar la cabeza al fariseo y a sus compañeros, y que no está escrito en el Evangelio, fueron las palabras que mi espíritu, a través de mi mirada, dirigió y clavó cual saetas en esa alma seca y voraz. Respondí mucho más de lo que está escrito, porque ningún pensamiento de los hombres se me ocultaba. Y él entendió mi mudo lenguaje que contenía mayores reproches que cuanto lo tenían mis palabras. Le dije: «No. No hagas insinuaciones perversas para justificarte ante ti mismo. Yo no tengo tu ansia sexual. Esta mujer no ha venido a Mí porque el sexo le ha atraído. No soy como tú ni como tus compañeros. Ha venido a Mí porque mi mirada y mi palabra, oída por pura coincidencia, le han iluminado su alma, en la que la lujuria había creado tinieblas. Y ha venido porque quiere vencer los sentidos, y comprende, que siendo una pobre criatura, por sí misma no puede lograrlo. Ama en Mí el espíritu, no más que el espíritu que siente sobrenaturalmente bueno. Después de tanto mal como ha recibido de todos vosotros, que os habéis aprovechado de su debilidad para vuestros vicios, pagándole luego con los azotes de vuestro desprecio, viene a Mí porque siente haber encontrado el Bien, la Alegría, la Paz, que inútilmente ha buscado entre las pompas del mundo. ■ Cúrate de esta lepra tuya que tienes en el alma, fariseo hipócrita, y aprende a juzgar rectamente las cosas, despójate de la soberbia de tu mente y de la lujuria de la carne. Estas son lepras mucho más hediondas que las de vuestro cuerpo. Puedo curaros de las lepras del cuerpo, si me lo pedís, pero de la lepra del espíritu, no, porque no queréis liberaros de ella para curaros, porque os gusta. Esta mujer, sin embargo, quiere librarse y curarse. Por eso la limpio, por eso la libero de las cadenas de su esclavitud. La pecadora ha muerto, ha quedado allí, en aquellos adornos que ella se avergüenza de ofrecerme para que los santifique usándolos para mis necesidades y las de mis discípulos, para los pobres a quienes socorro con lo que a otros les es superfluo; porque se da el caso de que Yo, el Señor del universo, ahora que soy el Salvador del hombre, no poseo nada. ■ Ella está allí, en ese perfume derramado a mis pies, que ha usado, como ha usado sus cabellos, en esa parte de mi cuerpo que tú no te has dignado refrescar con el agua de tu pozo, después de haber caminado tanto para traerte a ti también la luz. La pecadora ha muerto, y ha renacido María, que ahora, por su vivo dolor y recto amor, es bella como una niña púdica. Ella se ha lavado con su llanto. En verdad te digo, oh fariseo, que ante éste, que me ama con su juventud pura, y ésta, que me ama con la sincera contrición de un corazón que ha vuelto a nacer a la Gracia, no hago ninguna diferencia; y que al puro y a la arrepentida les doy una misión, respectivamente: comprender mi pensamiento como no lo he hecho con nadie y dar a mi Cuerpo los últimos honores y el primer saludo (no cuento el saludo especial de mi Madre) cuando resucite»”.
* “En Betania, el gesto fue menos humillante y más confidencial… Desde aquel amanecer de su redención, ha caminado mucho. El amor, como una hoguera, la había devorado… Mucho, mucho se le perdona, a quien mucho ama”.-Jesús: “Esto es cuanto quise decirle con mi mirada al fariseo. Pero a ti te manifiesto otra cosa, para alegría tuya y alegría de muchos. También en Betania, María repitió este mismo gesto que signó el amanecer de su redención. Hay gestos personales que se repiten y que muestran a las claras el estilo propio de una persona. Son gestos inconfundibles. En Betania, de todas formas, —y ello era justo— el gesto fue menos humillante y más confidencial, dentro de su actitud de reverente adoración. María, desde aquel amanecer de su redención, ha caminado mucho. Mucho. El amor, como viento veloz, la había impulsado consigo hacia arriba y hacia delante; el amor, como una hoguera, la había devorado destruyendo en ella la carne impura y haciendo señor en ella a un espíritu purificado. Y María, cambiada con su dignidad de resucitada, como también cambiada está en sus vestidos, sencillos como los de mi Madre, y en su peinado; de mirada sencilla, de actitud sencilla, de palabra sencilla y nueva, ahora me honraba con el mismo gesto, pero de forma nueva: tomó el último de sus vasos de perfume que había reservado para Mí; me lo esparció sobre los pies, sin llorar, con una mirada dichosa, por el amor y la seguridad de haber sido perdonada y salvada, y también sobre mi cabeza. Ahora, María, podía sí, tocarme la cabeza. El arrepentimiento y el amor la habían purificado con el fuego de los serafines, y ella es un serafín. ■ Dítelo a ti misma, María, mi pequeña «voz», dilo a las almas. Ve, díselo a las almas que no se atreven a venir a Mí, porque se sienten culpables. Mucho, mucho se le perdona, a quien mucho ama. No comprendéis, pobres almas, cuánto os ama el Salvador. No tengáis miedo de Mí. Venid con confianza, con valor. Que Yo os abro el corazón y los brazos. Recordad siempre esto: «No hago ninguna diferencia entre aquel que me ama con su pureza íntegra y aquel que me ama en la sincera contrición de un corazón renacido a la Gracia». Soy el Salvador. No lo olvidéis nunca. Ve en paz. Te bendigo”. (Escrito el 21 de Enero de 1944).
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4-236-45 (4-99-597).- Consideraciones sobre la conversión de María Magdalena.
* “Soy misericordia viviente. Y más rápido que el pensamiento llego a quien se vuelve a Mí”.- ■ Esta tarde, mi Jesús me dijo sonriendo: “Me gustaría llamarte como a Daniel (1). Eres la de los deseos, y a la que quiero mucho porque deseas tanto a Dios. Podría decirte lo que mi ángel dijo a Daniel: «No temas, porque desde el primer día en que aplicaste tu corazón a comprender y a castigarte en la presencia de Dios, tus oraciones fueron escuchadas; por ellas he venido». Mas no es el ángel quien te habla. Soy Yo quien te está hablando: Jesús. María, siempre que una persona «aplica su corazón a comprender», Yo me acerco. No soy un Dios duro y severo. Soy misericordia viviente. Y más rápido que el pensamiento llego a quien se vuelve a Mí. ■ Y me acerqué veloz con mi espíritu también a la pobre María de Magdala, tan inmersa en su pecar, en cuanto sentí que se levantaba en ella el deseo de comprender: comprender la luz de Dios y su estado de tinieblas; y me hice luz para ella. Hablaba Yo aquel día a mucha gente, pero en realidad le hablaba a ella sola. No veía más que a ella que se había acercado, llevada de un impulso de su corazón, que luchaba contra la carne que la había esclavizado. No tenía ante mis ojos sino a ella, con su pobre rostro atormentado, con su forzada sonrisa, que escondía, bajo un vestido que no era suyo, y que era un desafío al mundo y a sí misma, ese gran llanto interno. No veía más que a ella, a la ovejita metida entre las espinas; a ella que sentía náuseas de su vida, náusea que emergía como esos embates profundos que sacan consigo el agua del fondo”.
* “Hablé con una de las más dulces parábolas”.-Jesús: “No dije palabras llamativas, ni toqué un tema referido a ella, pecadora bien conocida, para no humillarla y obligarla a huir, a avergonzarse o a venir. La dejé tranquila. Dejé que mi palabra y mi mirada bajasen a su interior y que allí fermentasen para hacer de aquel impulso de un momento su futuro glorioso de santa. Hablé con una de las más dulces parábolas, rayo de luz y bondad derramado particularmente para ella. ■ Y aquella tarde, mientras ponía pié en casa del rico soberbio —en quien mi palabra no podía fermentar para transformarse en futura gloria, pues la mataba la soberbia farisaica—, ya sabía que ella vendría, después de haber llorado mucho en su habitación donde pecó, después de haber decidido, a la luz de su llanto, su futuro”.
* “El hombre, cuando solo es carne y sangre, ensucia siempre aun las cosas más puras. Solo los puros ven lo justo, porque el pecado no turba su pensamiento. La pobre María de Magdala fue siempre juzgada mal en sus buenas acciones. Fue criticada y juzgada mal en Naím, en casa del fariseo; criticada y objeto de reproche en Betania en su casa”.-Jesús: “Los hombres, que ardieron de lujuria al verla entrar, se estremecieron en su carne y en su pensamiento. Todos, menos Yo y Juan, la desearon. Todos creyeron que hubiese ido por uno de esos caprichos que —bajo la presión del demonio— la arrojaban a aventuras imprevistas. Pero Satanás estaba ya vencido. Y sintieron envidia al ver que a ninguno de ellos se dirigía, sino a Mí. El hombre, cuando solo es carne y sangre, ensucia siempre aun las cosas más puras. Solo los puros ven lo justo, porque el pecado no turba su pensamiento. ■ Pero, María, no debe ser motivo de abatimiento el que el hombre no comprenda. Dios comprende, y es suficiente para el Cielo. La gloria que viene de los hombres no aumenta ni en un gramo la gloria que es destino de los elegidos en el Paraíso. Recuérdatelo siempre. La pobre María de Magdala fue siempre juzgada mal en sus buenas acciones; no lo había sido en sus malas acciones, porque eran bocados de lujuria ofrecidos a la insaciable hambre de los libidinosos. Fue criticada y juzgada mal en Naím, en casa del fariseo; criticada y objeto de reproche en Betania en su casa. Pero Juan, diciendo una gran verdad, da la clave de esta última crítica: «Judas… porque era ladrón» (2). Yo añado: «El fariseo y sus amigos, ‘porque eran lujuriosos’». ¿Ves? La avidez de los sentidos, la avidez por el dinero, levantan su voz para criticar una acción buena. Los buenos no critican. Jamás. Comprenden. Pero, te repito, no importa la crítica del mundo, lo que importa es el juicio Dios”. (Escrito el 22 de Enero de 1944).
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1  Nota  : Cfr. Dan. 9,23; 10,11 y 19.   2  Nota  : Cfr. Ju. 12,6.
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(<Los apóstoles, Judas Iscariote sobre todo, no están de acuerdo con los sucesos del convite en casa de Simón el fariseo, siendo la presencia de María Magdalena la causa principal del enfado del fariseo>)

4-237-48 (4-100-600).- “En la verdad y en la honestidad, en la conducta moral, no existen adaptaciones ni transacciones”.
* “Merece la pena perder la amistad de un hombre, la pobre amistad de un hombre, con tal de devolver a un alma la amistad de Dios”.- ■ Tomás pregunta: “Señor, ¿es verdad que María de Magdala pidió perdón en la casa del fariseo?”. Jesús: “Es verdad, Tomás”. Felipe: “¿Y Tú se lo concediste?”. Jesús: “Se lo di”. Bartolomé exclama: “Hiciste mal”. Jesús: “¿Por qué? Era un arrepentimiento sincero y merecía perdón”. Iscariote reprocha: “Pero no debías de habérselo dado en aquella casa, públicamente…”. Jesús: “No veo que me haya equivocado”. Iscariote: “En esto: Tú sabes quiénes son los fariseos, cuántas argucias tienen en su cabeza, cómo te espían, te calumnian, te odian. Tenías en Cafarnaúm un amigo, y era Simón el fariseo. Y llamas a su casa a una prostituta para profanarle la casa y hacer que se escandalicen de tu amigo Simón”. Jesús: “No la llamé Yo. Ella vino. No era prostituta. Era una arrepentida. Esto cambia mucho. Si antes no sentían asco en acercarse a ella, si no han sentido nunca asco de desearla, incluso en mi presencia, tampoco ahora que ella ya no es una carne sino un alma, deben sentir asco por verla entrar para arrodillarse a mis pies y llorar acusándose, humillándose con su humilde, pública confesión que manifestó con su llanto. La casa de Simón el fariseo se ha santificado con un gran milagro: «la resurrección de un alma». Hace unos cinco días me preguntó en la plaza de Cafarnaúm: “¿Has hecho solo este milagro?”, y él mismo me respondió por su cuenta: “Ciertamente no”, pues había deseado mucho ver uno. Pues se lo he dado. Le he elegido para ser testigo, paraninfo, de estos esponsalicios de un alma con la Gracia. Debería estar orgulloso”. Iscariote: “Pues, sin embargo, está escandalizado. Has perdido un amigo”. Jesús: “Encontré un alma. Merece la pena perder la amistad de un hombre, la pobre amistad de un hombre, con tal de devolver a un alma la amistad de Dios”. ■ Iscariote: “Es inútil. Contigo no se puede reflexionar a la manera humana. Maestro, acuérdate de que estás en la tierra. Rigen las leyes y las ideas de la tierra. Tú obras con el método del Cielo, te mueves en tu Cielo al que tanto amas, todo lo ves a través de las luces de Cielo. ¡Pobre Maestro mío! ¡Cuán divinamente inepto eres para vivir entre nosotros los perversos!”. Judas Iscariote le abraza entre admirado y triste. Termina diciendo: “Y siento en el alma que te hagas de tantos enemigos por demasiada perfección”. Jesús: “No te acongojes, Judas. Está escrito que debe ser así. Pero ¿cómo sabes que Simón se ofendió?”. Iscariote: “No dijo haberse ofendido, pero, a mí y a Tomás nos dio a entender que eso no estaba bien; no debías haberla invitado a su casa, donde solo entran personas honestas”. Pedro dice: “¡Bueno, sobre la honestidad de los que van a casa de Simón mejor no tocar!”. Mateo: “Podría asegurar que el sudor de las prostitutas se ha filtrado en el pavimento de Simón, en sus mesas y en otros lugares más”. Iscariote objeta: “Pero no públicamente”. Mateo: “No. Con hipocresía para ocultarlo”. Iscariote: “Entonces todo cambia”. Mateo: “Cambia también la entrada de una prostituta que entra para decir: «Dejo mi pecado infame», respecto a la de una que entra para decir: «Aquí me tienes para cometer juntos el pecado»”. Todos dicen: “Mateo tiene razón”. Iscariote: “Sí, tiene razón. Pero ellos no piensan como nosotros. Es necesario que hagamos transacciones con ellos, que nos adaptemos a ellos para que sean nuestros amigos”. Jesús dice con voz fuerte: “Esto jamás, Judas. En la verdad, en la honestidad, en la conducta moral, no existen adaptaciones ni transacciones”. Y concluye: “Por otra parte me consta que hice bien. Y es suficiente”. (Escrito el 29 de Julio de 1945).
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4-237-51 (4-100-603).- “Tu hermana está con mi Madre. Tu tormento la ha guiado al lugar donde se regeneran las almas”.
* Marta llora porque su hermana María Magdalena, pomposamente vestida, ha salido con su carro y no sabe dónde está. ■ La gente se dispersa, lentamente, por los caminos y veredas de la campiña, mientras Jesús se dirige a Cafarnaúm en la tarde que va declinando. Llega allí cuando ha entrado la noche. En silencio atraviesan la ciudad bajo la luz de la luna, única fuente luminosa que hay por las callejuelas oscuras y mal empedradas. Entran, también en silencio, en el pequeño huerto de al lado de la casa, pensando que todos estén acostados. Sin embargo, hay una luz que arde en la cocina, y tres sombras, móviles por el movimiento de la leve llama, se proyectan en la pared blanca del horno cercano. “Hay gente, Maestro, que te está esperando. Pero las cosas no pueden seguir así. Ahora mismo voy a decirles que estás muy cansado. Vete entre tanto a la terraza”. Jesús: “No, Simón. Voy a entrar en la cocina. Si Tomás tiene a estas personas esperando, señal es que hay motivo serio”. Los que estaban dentro oyeron el cuchicheo, y Tomás, el dueño de la casa, se asoma al umbral de la puerta. “Maestro, está la mujer de siempre. Desde ayer por la tarde te está esperando. Está con su siervo”, y luego en voz baja: “Está muy excitada. Llora sin descanso”. Jesús: “Está bien. Dile que venga arriba. ¿En dónde durmió?”. Tomás: “No quería dormir; pero, al final, durante unas horas, se retiró, ya casi al amanecer, a mi habitación. Hice que el siervo durmiera en uno de vuestros lechos”. Jesús: “Está bien. También esta noche dormirá, y tú dormirás en el mío”. Tomás: “No, Maestro. Iré a la terraza y me dormiré en las esteras. Dondequiera puedo dormir”. Jesús sube a la terraza… y también Marta. ■ “La paz sea contigo, Marta. ¿Todavía lloras? ¿Pero no eres feliz?”. Marta con su cabeza dice que no. Jesús le pregunta: “¿Y por qué?”… Una larga pausa llena de sollozos, luego: “Han pasado muchas noches y María no ha vuelto. No sabemos dónde está ni yo ni Marcela ni la nodriza… Salió con su carro que había mandado preparar. Iba vestida pomposamente… ¡Oh! no quiso ponerse otra vez mi vestido… No iba semidesnuda, pero iba muy provocativa… Se llevó consigo joyas y perfumes… Y no ha regresado. Se despidió del siervo en las primeras casas de Cafarnaúm, diciéndole: «Volveré con otra compañía». Pero no ha vuelto. ¡Nos engañó! Tal vez se sintió sola, tal vez se sintió tentada… o le pasó algún mal… No ha vuelto…”. Y Marta cae de rodillas y llora con la cabeza apoyada sobre el antebrazo, apoyado a su vez sobre un montón de sacos vacíos.
“¿No sabes que los tormentos de un tercero, que resiste sus asaltos, porque es bueno y fiel, son los que dan consistencia a la curación de un corazón?”.- ■ Jesús con su mirada dominadora le dice lentamente pero seguro: “No llores. Hace tres noches que María vino a Mí. Me embalsamó los pies, y junto a ellos puso todas sus joyas. De este modo se ha consagrado y para siempre; y ocupa un lugar entre mis discípulas. No la denigres en tu corazón. Te ha ganado”. Marta grita levantando su rostro desencajado: “¿Pero dónde, dónde está mi hermana? ¿Por qué no regresó a casa? ¿Ha sido acaso asaltada? ¿Subió acaso a una barca y se ahogó? ¿O bien algún amante rechazado la ha raptado? ¡Oh, María, María mía! ¡Acababa de hallarla y ya la he perdido!”. Marta está fuera de sí. No piensa en que los que están abajo, pueden oírla. No piensa en que Jesús puede decirle dónde está su hermana. Se desespera sin querer reflexionar en nada. Jesús la sujeta por las muñecas y la obliga a estar quieta, a escucharle, dominándola con su alta estatura y con su mirada magnética: “¡Basta! Exijo de ti fe en mis palabras. Exijo de ti generosidad. ¿Has entendido?”. Y no la suelta sino hasta que ve que se tranquiliza un poco, y le dice: “Tu hermana fue a disfrutar de su gozo rodeándose de santa soledad, porque experimenta en ella el pudor supersensible de los redimidos. Te lo había dicho antes. No puede soportar la mirada dulce, pero escrutadora de su familia, que observa su nuevo vestido de esposa de la Gracia. Y lo que Yo digo es siempre verdad. Me debes creer”. ■ Marta: “Sí, Señor, sí. Pero mi María ha pertenecido por mucho tiempo al demonio. La ha vuelto a atrapar, el…”. Jesús: “Él se está vengando en ti por la presa que para siempre perdió. ¿Acaso debo ver que tú, la fuerte, caes víctima suya por un momento de abatimiento necio que no tiene razón de ser? ¿Debo ver ahora que por causa de ella, que cree en Mí, pierdes tú la radiante fe que siempre has manifestado? ¡Marta! Mírame bien. Escúchame. No escuches a Satanás. ¿No sabes que cuando se ve obligado a soltar la presa porque Dios le ha vencido, este incansable atormentador de los seres, este incansable ladrón de los derechos de Dios, se pone inmediatamente manos a la obra para encontrar otras víctimas? ¿No sabes que los tormentos de un tercero, que resiste sus asaltos porque es bueno y fiel, son los que dan consistencia a la curación de un corazón? ¿No sabes que todo lo que acaece y lo que existe en la Creación está relacionado y sigue una ley eterna de dependencias y consecuencias, de forma que el acto de uno produce vastísimas repercusiones naturales y sobrenaturales? Tú estás llorando aquí, aquí estás conociendo la duda cruel, y, a pesar de todo, continúas siendo fiel a tu Mesías aún en esta hora de tinieblas; allá, en un lugar no muy lejano, que desconoces, María está sintiendo que se despeja su última duda sobre la infinitud del perdón que ha recibido, y su llanto se cambia en sonrisa y sus sombras en luz. ■ Tu tormento la ha guiado al lugar donde hay paz, al lugar donde se regeneran las almas, junto a la Mujer sin mancha, junto a aquella que tanto es Vida, que le ha sido otorgado dar al mundo al Mesías, que es la Vida. Tu hermana está con mi Madre. ¡Oh! no es la primera que pliega velas en ese puerto de paz habiéndola llamado el suave rayo de la hermosa Estrella María a aquel seno de amor, por amor, mudo y activo, de su Hijo. Tu hermana está en Nazaret”. Marta: “Pero ¿cómo ha sido, si no conoce a tu Madre, ni tu casa?… Sola… De noche… Sin los medios necesarios… Vestida así… Un camino tan largo… ¿Cómo?”. Jesús: “¿Cómo? Como regresa la golondrina cansada a su nido que la vio nacer, atravesando mares y montes, superando temperaturas, nubes, y vientos contrarios; como regresan las golondrinas a los lugares donde pasan el invierno: por el instinto que las guía, el suave calor que las invita, el sol que las llama. Pues, también ella ha acudido al rayo que la llamaba… a la Madre universal. Y la veremos regresar a la aurora, feliz… dejadas para siempre las tinieblas, con una Mamá a su lado, la mía, y para no volver ser huérfana nunca más. ¿Puedes creer esto?”. Marta: “Sí, Señor mío”. Marta está como embelesada. Realmente Jesús se ha mostrado verdaderamente dominador: alto, erguido —y, no obstante, un poco curvado hacia Marta que estaba de rodillas— ha hablado lenta, pero firmemente, casi como para transfundir su propio ser en la agitada discípula. Pocas veces le he visto con esta potencia para persuadir con su palabra a alguien que le escucha. Pero al final, ¡qué luz, qué sonrisa hay en su rostro! Marta en su cara refleja una sonrisa y una luz más calmada. Jesús: “Y ahora vete a descansar tranquilamente”. Marta le besa las manos y baja ya tranquilizada… (Escrito el 29 de Julio de 1945).
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4-238-55 (4-101-607).- Llegada de María Stma. con María Magdalena a Cafarnaúm en medio de una tempestad.- Magdalena entre los discípulos.
* La Madre y María Magdalena juntas: “Desde que (Magdalena) no es más que María de Jesús”.- Magdalena todavía viste el vestido que llevaba en la tarde del banquete de Simón. Lleva un manto de María Santísima sobre sus hombros.-Jesús dice: “Simón, ven conmigo. Llama también al siervo de Marta y a Santiago, mi hermano. Toma una tela gruesa y grande. Vienen dos mujeres en el camino y hay que salir a su encuentro”. Pedro le mira curioso, pero obedece sin perder tiempo. Solo cuando ya van por el camino, atravesando el pueblo hacia la parte sur, Simón pregunta: “¿Y quiénes son?”. Jesús: “Mi Mamá y María Magdalena”. La sorpresa es tal que Pedro se detiene un momento como clavado en el suelo y dice: “¡¿Tu Mamá y María de Magdala?! ¡¿Juntas?!”. Luego se echa a correr porque Jesús no se ha detenido como tampoco se detuvieron ni Santiago ni el siervo. Pero vuelve a decir: “¡Tu Madre y María de Magdala! ¡Juntas!… ¿Pero desde cuándo?”. Jesús: “Desde que no es más que María de Jesús. Date prisa, Simón. Ya comienzan a caer las primeras gotas…”. Pedro se esfuerza en ir junto a sus compañeros, todos más altos y más ligeros que él. ■ El viento alza ahora nubes de polvo del camino reseco; es un viento que a cada momento se hace más fuerte, un viento que rompe el lago y lo levanta en crestas de olas que ya se estrellan, con un primer estruendo, contra la playa. Cuando se ve el lago, se le ve convertido en una gran cazuela en pleno furor de ebullición. Olas de, al menos, un metro de altura, lo cruzan en todas direcciones, se entrechocan, crecen al unirse, se separan corriendo en direcciones opuestas en busca de otra ola con que chocarse: todo un duelo de espuma, de crestas, de prominencias abultadas, de estruendos, de bramidos, de embates contra las casas más cercanas a la orilla. Cuando las casas impiden ver el lago, éste se hace sentir con su fragor, que supera al silbido del viento que dobla árboles, arranca hojas y hace caer frutos, y también al resonar de los prolongados y amenazadores truenos, precedidos de relámpagos cada vez más frecuentes y más fuertes. Pedro resopla jadeando: “¡A saber cuánto miedo tendrán esas mujeres!”. Jesús: “Mi Mamá no. De la otra no sé. Pero, lo que está claro es que si no nos apresuramos, se van a calar”. ■ Ya han dejado atrás Cafarnaúm a unos cien metros cuando, entre nubes de polvo, en medio del primer estruendo de un aguacero que cae oblicuo y violento rayando el aire oscuro, y que pronto es una verdadera catarata que se transforma en polvo, y ciega, y quita el aliento, se ve correr a dos mujeres, en busca de refugio bajo algún árbol frondoso. “Míralas. ¡Corramos!”. Pero Pedro, por más que el amor que siente por María le da alas, con sus piernas cortas y que no son de corredor, llega cuando Jesús y Santiago han cubierto ya a las mujeres bajo un grueso pedazo de vela. Dice Pedro anhelante: “Aquí no podemos quedarnos. Hay peligro de rayos y dentro de poco el camino será un torrente. Vámonos, Maestro. Por lo menos hasta las primeras casas”. Se van, llevando a las dos mujeres en el centro, con la tela extendida sobre sus cabezas y espaldas. ■ La primera palabra que Jesús dice a la Magdalena, que todavía viste el vestido que llevaba en la tarde del banquete de Simón, pero que trae un manto de María Santísima echado sobre los hombros, es ésta: “¿Tienes miedo, María?”. Ella, que se ha mantenido siempre con la cabeza inclinada bajo el velo de su cabellera desordenada por la carrera, se pone colorada, agacha aún más la cabeza, y en voz baja dice: “No, Señor”. También la Madre de Jesús, perdió las orquillas y parece una niña con las trenzas sobre las espaldas, pero envía una sonrisa a su Hijo que va a su lado y que le habla con esa sonrisa propia suya. Santiago de Alfeo, tocando el velo y el manto de la Virgen, dice: “Estás muy mojada, María”. Virgen: “No importa. Ahora no nos mojamos más”. Y después se dirige con dulzura a Magdalena cuya penosa vergüenza comprende: “¿No es verdad, María? Él nos ha salvado también de la lluvia”. Magdalena asiente con la cabeza. Jesús dice: “Tu hermana estará contenta de volverte a ver. Está en Cafarnaúm. Te andaba buscando”. María por un instante levanta su cabeza y fija sus maravillosos ojos en el rostro de Jesús, que le habla con la misma naturalidad que usa con las discípulas, pero no dice nada. Siente un nudo en la garganta por demasiadas emociones. Jesús concluye: “Estoy contento de haberla retenido. Después que os bendiga os dejaré partir”. Sus palabras se pierden al estallido seco de un rayo que cayó cerca. Magdalena se estremece de espanto. Se lleva las manos a la cara y rompe a llorar. Le dice Pedro: “Ya pasó. Y con Jesús no hay nada que temer”. También Santiago que está al lado de Magdalena, dice: “No llores. Las casas están ya cerca”. Magdalena: “No lloro de miedo… Lloro porque Él me dijo que me bendeciría… yo… yo…” y no puede decir más. La Virgen interviene para consolarla: “Tú, María, ya has superado tu temporal. No pienses más en él. Ahora todo es serenidad y paz. ¿No es verdad, Hijo mío?”. Jesús: “Sí, Mamá. Es verdad. Dentro de poco volverá el sol y todo será más bello, más limpio, más fresco que ayer. Igual te sucederá, María”. La Madre interviene de nuevo, y, apretando la mano de Magdalena, le dice: “Diré a Marta tus palabras. Me siento feliz de poder verla enseguida y decirle cuán llena de buena voluntad está su María”.
* María Magdalena, a través de María Stma., comprendió la sabiduría para pertenecer a Jesús.- ■ Cafarnaúm es un desierto. El viento, la lluvia, los truenos, los relámpagos y ahora el granizo que salpica y choca contra las terrazas y fachadas son los que mandan. El lago es horriblemente majestuoso. Las casas cercanas a él sufren las embestidas de las olas, pues la playita ya no existe. Las barcas, amarradas cerca de las casas, están tan llenas de agua, que parece que hubieran naufragado, y cada nuevo golpe de mar aumenta el agua, haciendo que rebose la que ya tenían. Entran corriendo en el huerto, que se ha convertido en un charco en que flotan detritos en el agua fangosa; y del huerto van a la cocina donde todos están reunidos. Marta lanza un grito agudo cuando ve a su hermana de la mano de María. Se le arroja al cuello. No siente que se moja al hacerlo. La besa, le dice: “¡Mirí, Mirí, amor mío!”. Tal vez era la palabra cariñosa con que saludaban a Magdalena cuando era pequeña. María llora, encorvada, con su cabeza apoyada sobre el hombro de Marta, revistiendo el vestido oscuro de Marta con su pesado velo de oro (única cosa que resplandece en la oscura cocina, donde solo hay un fueguecillo de ramajes para romper las tinieblas que no es capaz de vencer por sí sola una lamparita encendida). Los apóstoles se han quedado de piedra, y también el dueño de la casa, y la dueña, que se han asomado al grito de Marta; mas éstos, pasado el primer momento de curiosidad, se han retirado discretamente. ■ Cuando la vehemencia de los abrazos se ha calmado un poco, Marta se acuerda de Jesús, de María, de cómo es posible que todos allí estén juntos, y pregunta a su hermana, a la Virgen, a Jesús y no podría decir a quién pregunta con mayor insistencia: “¿Pero cómo estáis todos juntos?”. Jesús: “El temporal, Marta, nos acercó. Fui con Simón, Santiago y tu siervo al encuentro de las dos viajeras”. Marta está tan estupefacta que no reflexiona en el hecho de que Jesús hubiese ido, sin dudar un momento, a su encuentro y por eso no le pregunta: «¿Pero lo sabías?». Es Tomás quien se lo pregunta, pero no obtiene ninguna respuesta porque Marta pregunta a su hermana: “¿Pero cómo es que estabas con María?”. La Magdalena inclina su cabeza. La Virgen la ayuda tomándola por la mano y dice: “Llegó a mi casa como una peregrina que va al lugar donde se le pueda indicar el camino que debe seguir para llegar a la meta. Me dijo: «Enséñame qué debo hacer para pertenecer a Jesús». Pues como en ella hay voluntad verdadera y total, enseguida comprendió y aprendió esta sabiduría. Yo vi enseguida que estaba preparada para que la tomase de la mano y para que te la trajese a Ti, Hijo mío, a ti buena Marta, a vosotros, hermanos discípulos, y poder deciros: «He aquí a la nueva discípula y hermana que no proporcionará más que alegrías sobrenaturales a su Señor y a sus hermanos». Os ruego que me creáis y que la améis todos como Jesús y yo la amamos”. ■ Entonces los apóstoles se acercan a saludar a la nueva hermana. No se puede decir que no haya algo de curiosidad… ¡Pero qué se puede hacer si todavía son hombres…! Pedro con su buen sentido dice: “Está bien todo. Vosotros le aseguráis ayuda y santa amistad, pero estaría bien que pensásemos que la Mamá de Jesús y Magdalena están muy mojadas… También nosotros lo estamos… Pero ellas más. Sus cabellos destilan agua como los sauces después del huracán. Tienen sus vestidos llenos de lodo. Prendamos fuego, pidamos unos vestidos, y preparemos una comida caliente…”. Todos se ponen a trabajar. Marta lleva a la habitación a las caladas viajeras. Mientras tanto, se echa más leña al fuego, y extienden los mantos, los velos, los vestidos mojados. No sé cómo se la arreglan para proveer a todo… Sí veo que Marta, recuperada su energía de magnífica mujer de hogar, va y viene solícita, con baldes de agua caliente, con tazones de leche hervida, con vestidos que pidieron prestados a la dueña para ayudar a las dos Marías… (Escrito el 30 de Julio de 1945).
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4-239-59 (4-102-612).- Magdalena, por primera vez, con discípulas y apóstoles.- Elogio al apóstol Andrés.
* Magdalena sufre al oír que debe ir a ciertas ciudades (Tiberíades, Magdala…): “Pero así debe suceder. Si no tiene valor para hacer frente al mundo, y no pisotea ese horrendo tirano que es el respeto humano, su heroica conversión quedará paralizada”.- Todos están reunidos en la amplia habitación de arriba. El violento temporal es ahora una lluvia que algunas veces parece haber cesado, otras vuelve con inusitada fuerza. Hoy el lago no es de color azul, sino amarillento, con tiras de espuma cuando lo azota el viento o el chubasco; de color ceniciento con espumas blanquecinas, cuando la lluvia cesa. Por las colinas —que chorrean agua, con el follaje doblado bajo el peso de la lluvia, algunas ramas colgando quebradas por el viento, muchas hojas arrancadas por el granizo— corretean hilos de arroyos por todas partes, aguas amarillentas que echan en el lago hojas, piedras, tierra arrancada a sus pendientes. La luz está encapotada, de color verdoso. ■ En la habitación, sentadas junto a una ventana que da a las colinas, están María Santísima, Marta, Magdalena y otras dos mujeres que no sé exactamente quiénes sean. Me da la impresión de que Jesús, María y los apóstoles las conocen, porque están a sus anchas, más que Magdalena que está quieta, con la cabeza inclinada, entre la Virgen y Marta. Se han vuelto a poner los vestidos secados al fuego, después de haberlos quitado el lodo. No digo bien. La Virgen se ha puesto su vestido de lana de color azul oscuro, pero la Magdalena tiene uno prestado que le queda corto y estrecho para ella, que es alta y hermosa. Trata de remediar la escasez del vestido envolviéndose en el manto de su hermana. Se ha recogido los cabellos en dos gruesas trenzas, que las tiene más o menos anudadas a la altura de la nuca, porque para sostener ese peso no bastan, de ninguna manera, las pocas horquillas que ha podido juntar en ese momento; de hecho, he observado que ayuda a las horquillas con una cinta fina, que le sirve como de ligera diadema, cuyo color paja desaparece en el oro de sus cabellos. En el otro lado de la habitación, sentados en banquillos que dan al frente de las ventanas, están Jesús, los apóstoles y el dueño de la casa. Falta el siervo de Magdalena. Pedro y los otros pescadores escudriñan las entrañas del tiempo, y hacen pronósticos para el día siguiente. Jesús escucha o bien responde a esta o aquella pregunta. Santiago de Zebedeo dice: “Si lo hubiera sabido, habría dicho a mi madre que viniera. Conviene que esta mujer se sienta enseguida relajada con las compañeras”, y mira a hurtadillas hacia las mujeres. Judas Tadeo le apoya: “¡Ya! ¡Si lo hubiéramos sabido!”… ■ y pregunta después a su hermano Santiago: “Pero, ¿y por qué mamá no vino con María?”. Santiago: “No lo sé. Yo también me lo pregunto”. Tadeo: “¿No se sentirá bien?”. Santiago: “María ya nos lo habría dicho”. Tadeo: “Se lo voy a preguntar” y Tadeo va a donde están las mujeres. Se oye la voz clara de María Santísima que responde: “Se siente bien. Fui yo quien la evité este terrible calor. Nos fugamos como dos niñas. ¿No es verdad, María? María llegó por la noche, y al amanecer partimos. Tan solo dije a Alfeo: «Ten la llave. Volveré pronto. Díselo a María». Y me vine”. ■ Jesús: “Volveremos juntos, Mamá. Apenas se componga el tiempo y María tenga vestido, iremos todos juntos por la Galilea. Acompañaremos a las hermanas hasta el camino más seguro. Así las conocerán también Porfiria, Susana, y vuestras mujeres e hijas, Felipe y Bartolomé. Jesús dice con exquisitez: «las conocerán» y no: «Conocerán a María Magdalena». De este modo todas las prevenciones y restricciones mentales de los apóstoles para con la redimida no tienen lugar. Jesús lo quiere así, venciendo de este modo la repugnancia de ellos, la vergüenza de ella y todo. María Santísima se siente feliz. María Magdalena se pone colorada y envía una mirada suplicante y agradecida, ¿qué sé yo?… María Santísima dulcemente sonríe. Preguntan: “¿Cuál es el primer lugar a donde vamos, Maestro?”. Jesús: “A Betsaida. Luego atravesando Magdala, Tiberíades, Caná, hasta Nazaret. De allí atravesando Yafia y Semerón, iremos a Belén de Galilea y luego a Sicaminón y a Cesarea…”. Un violento sollozo de Magdalena interrumpe las palabras de Jesús. Levanta su cabeza, la mira y luego continúa como si nada hubiese sucedido: “En Cesarea encontraréis vuestro carro. Así se lo ordené al siervo, e iréis a Betania. Nos volveremos a ver para la fiesta de los Tabernáculos”. Magdalena recobra pronto la tranquilidad. No responde a las preguntas de su hermana. Sale de la habitación y se retira, quizás a la cocina, durante un tiempo. ■ Marta, humilde y apurada, dice: “Jesús, María sufre al oír que debe ir a ciertas ciudades. Es necesario comprenderla… Maestro, lo digo más por los discípulos que por Ti”. Jesús: “Es verdad como dices, Marta. Pero así debe suceder. Si no tiene valor para hacer frente al mundo, y no pisotea ese horrendo tirano que es el respeto humano, su heroica conversión quedará paralizada. Inmediatamente y con nosotros”. Pedro promete: “Nadie dirá algo mientras esté con nosotros. Te lo aseguro, Marta, y conmigo todos mis compañeros”. Tadeo confirma: “¡Pues claro! La rodearemos como si fuese nuestra hermana, pues ella dijo que eso era, y así será a nuestros ojos”. Zelote añade: “Además… todos somos pecadores y el mundo ni siquiera nos perdonó. Por esto comprendemos su lucha”. Mateo: “Yo la entiendo más que todos vosotros. Es muy meritorio vivir en el lugar que pecamos. ¡Todos saben lo que fuimos!… Es una tortura. Pero es también justicia y gloria el resistir allí. Precisamente porque la potencia de Dios se muestra en nosotros con evidencia, hacemos que otros se conviertan sin que les digamos palabra alguna”.
* “Ella está llamada a ser un signo indicador para muchas almas. No ha hecho más que cambiar la dirección de su exuberancia en el amar. Ha colocado en un plano sobrenatural esta facultad poderosa de amar que tiene, y realizará prodigios con ella”.- ■ Dice Jesús: “Como ves, Marta, todos comprenden y quieren a tu hermana y la querrán más. Ella está llamada a ser signo indicador para muchas almas culpables y medrosas, y una gran fuerza para los buenos. Pues María, cuando haya quebrantado las últimas cadenas de su ser humano, será un fuego de amor. No ha hecho más que cambiar la dirección de su exuberancia en el amar. Ha colocado en un plano sobrenatural esta facultad poderosa de amar que tiene, y realizará prodigios con ella. Os lo aseguro. Ahora todavía está avergonzada. Pero la veréis que día tras día se irá apaciguando, se irá robusteciendo en su nueva vida. En casa de Simón dije: «Mucho se le ha perdonado, porque mucho ama ella». Ahora os digo que en verdad todo le será perdonado porque amará a su Dios con todas sus fuerzas, con toda su alma, con toda su inteligencia, con toda su sangre, con toda su carne, hasta el holocausto”. ■ Andrés suspira: “¡Bienaventurada ella que merece ese elogio! ¡También yo quisiera merecerlo!”. Jesús dice a Andrés: “¡Tú! Tú ya lo tienes. Ven aquí, pescador mío…”. (Escrito el 31 de Julio de 1945).
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4-240-65 (4-103-619).- En Betsaida, en la casa de Simón Pedro, con Porfiria, que recibe elogios de Jesús, y con Marziam (1), que enseña a Magdalena el «Padrenuestro».
* Magdalena ríe con Marziam, y Jesús dice: “La inocencia siempre da consuelo”.-La aurora apenas está despuntando. Jesús, María, Marta y Magdalena suben a la barca de Pedro y Andrés; también Zelote, Felipe y Bartolomé. Mateo, Tomás, los primos de Jesús e Iscariote están en la otra barca, en la de Santiago y Juan. Se dirigen a Betsaida. El trayecto es breve y el viento ayuda. En pocos minutos han hecho la travesía. Cuando están para llegar Jesús dice a Bartolomé y a su inseparable Felipe: “Id a avisar a vuestras mujeres que hoy estaré en vuestra casa”. Y mira a los dos de una manera elocuente. Bartolomé: “Así se hará, Maestro. ¿No concedes ni a mí ni a Felipe el hospedarte?”. Jesús: “No vamos a estar aquí sino hasta la puesta del sol y no quiero privar a Simón Pedro del gozo de ver a su Marziam”. La barca llega a la playa, se detiene. Bajan Felipe y Bartolomé. Se separan de sus compañeros para ir al pueblo. Pedro pregunta al Maestro que fue el primero en bajar y está a su lado: “¿A dónde van esos dos?”. Jesús: “A avisar a sus mujeres”. Pedro: “Voy yo también entonces a avisar a Porfiria”. ■ Jesús: “No es necesario. Porfiria es muy buena y no es necesario prepararla para nada. Su corazón no sabe más que repartir dulzuras”. Simón Pedro brilla al oír las alabanzas tributadas a su esposa y no añade más. Para que bajen las mujeres se ha puesto una tabla como puente. Se dirigen a la casa de Simón Pedro. Marziam, que está sacando sus ovejas para llevarlas a pacer la hierba fresca en las cuestas cercanas a Betsaida, es el primero en verlos y con un grito de alegría da el anuncio, corre a refugiarse en el pecho de Jesús, que se ha inclinado para besarle. Luego va a Pedro. Porfiria acude, con las manos llenas de harina, y se inclina para saludar a Jesús. Jesús: “La paz sea contigo, Porfiria. No nos esperabas tan pronto, ¿verdad? Además de mi bendición quise traerte a mi Madre y a dos discípulas. Mi madre deseaba ver de nuevo al niño… Mírale entre sus brazos. Y las discípulas querían conocerte… Ésta es la esposa de Simón. La discípula buena y silenciosa, activa en su múltiple obediencia. Éstas son Marta y María de Betania. Dos hermanas. Amaos mucho”. ■ Porfiria: “Las personas que me traes las amo más que a las de mi sangre, Maestro. Ven. Mi casa es más hermosa cada vez que en ella pones tu pie”. María Stma. sonriente se acerca y abraza a Porfiria diciéndole: “Veo que realmente tienes corazón de una madre. El niño está muy bien y se siente feliz. Gracias”. Porfiria: “¡Oh, Mujer más bendita que ninguna otra! Sé que por ti tengo la alegría de que me llame mamá. Y te digo que no te daré jamás el dolor de no serlo con todo lo mejor que hay en mí. Entra, entra con las hermanas…”. ■ Marziam mira con curiosidad a Magdalena. Toda una red de pensamientos se teje en su cabeza. Al fin prorrumpe: “Pero… tú no estabas en Betania”. Magdalena, ruborizándose y dibujando una sonrisa, dice: “No estaba. Pero ahora estaré siempre”. Y acaricia al niño diciéndole: “¡A pesar de que no nos hayamos conocido hasta ahora, ¿me quieres?!”. Marziam: “Sí, porque eres buena. Has llorado ¿no es verdad? Por eso eres buena. Te llamas María ¿o no? También mi mamá se llamaba así y era buena. Todas las mujeres que se llaman María son buenas, pero…” y se interrumpe para no causar dolor a Porfiria y Marta, “pero también hay buenas que tienen otro nombre. ¿Cómo se llamaba tu mamá?”. Magdalena: “Euqueria… y era muy buena“. Dos gruesas lágrimas caen de los ojos de María de Magdala. Marziam pregunta: “¿Lloras porque ha muerto?” y le acaricia sus bellísimas manos cruzadas sobre su vestido oscuro (sin duda es uno de Marta adaptado porque tiene el dobladillo bajado). Y prosigue: “No llores. No estamos solos. ¿Sabes? Nuestras mamás están cercanas a nosotros. Lo ha dicho Jesús. Son como nuestros ángeles custodios. También eso dice Jesús. Y si uno es bueno, cuando se muera vendrán a nuestro encuentro, y sube uno a Dios en los brazos de la mamá. Es verdad esto ¿eh? Lo dijo Él”. María Magdalena estrecha al pequeño en un abrazo y le besa diciéndole: “Ruega entonces para que yo sea buena”. Marziam: “¿Pero no lo eres? Con Jesús caminan solo los que son buenos… Y si uno no es del todo, se hace, para poder ser discípulo de Jesús, porque no se puede enseñar lo que no se sabe. No se puede decir: «Perdona» si antes no perdonamos. No se puede decir: «Debes amar al prójimo» si antes no le amamos nosotros. ■ ¿Sabes la oración de Jesús?”. Magdalena: “No”. Marziam: “¡Ah, bueno! Hace poco que estás con Él. Es muy bonita. ¿Sabes? Dice todas estas cosas. Mira qué bonita es”. Y Marziam despacio recita el «Padre nuestro», con sentimiento y fe. Magdalena dice admirada: “¡Qué bien la sabes!”. Marziam: “Me la enseñó mi mamá por la noche y la Mamá de Jesús en el día. Si quieres te la enseño. ¿Quieres venir conmigo? Las ovejas están balando. Tienen hambre. Ahora las llevo al pasto. Ven conmigo. Te enseñaré a orar y te harás completamente buena”, y la toma de la mano. Magdalena: “Pero no sé si el Maestro quiera…”. Jesús: “Vete, vete. María. Tienes por amigo a un inocente y a los corderos… Vete, pues, sin preocupación ninguna…”. María de Magdala sale con el niño y se ve que se aleja precedida de tres ovejas. ■ Jesús mira… y los demás también. Marta dice: “Pobre hermana mía”. Jesús: “No le tangas compasión. Es una flor que endereza su tallo después del huracán. ¿Oyes?… Ríe… La inocencia siempre da consuelo”. (Escrito el 1 de Agosto de 1945).
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1  Nota  : Marziam o Yabés.- En esta Obra se habla mucho del niño Marziam. Se trata de un niño huérfano al que Jesús tomó bajo su protección, con el consentimiento de su abuelo. Los padres de Yabés, ahora llamado Marziam, —“y la Mamá de mi Señor me dio este nombre”— encontraron la muerte, así como sus hermanitos, sepultados entre aguas y tierras, que les cayeron encima. Le quedaba únicamente el abuelo que trabajaba para el cruel fariseo Doras. ■ Desde un principio, el apóstol Pedro, sin descendencia, se había entusiasmado con la idea de poder adoptarle. Al fin lo consiguió, por una intervención directa de María la Virgen ante Jesús. Cfr. Personajes de la Obra magna: Marziam.
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4-241-68 (4-104-621).-Vocación de la hija del apóstol Felipe: consagrada al Mesías.- María Magdalena, en Magdala por 1ª vez después de su conversión. Parábola de la dracma perdida (1).
* “Felipe, hay amadores que no pueden ser rechazados porque son poderosos en el amar. Tu hija ama a uno de éstos. Yo soy ese amador que penetra en las casas más cerradas y en los corazones, más cerrados aún. Y a todos doy una sola y nueva alma. Son mis esponsales. Ninguna riqueza, poder, alegría del mundo da el gozo perfecto que tienen los que se unen con mi pobreza, con mi mortificación. Mi llamada consiste en llevar lirios de un amor virginal al jardín del Mesías. Pebeteros de incienso para contrapesar las sentinas del vicio, orarán para contrapesar a los blasfemos, a los ateos. Ayuda para toda la humana infelicidad. Alegría de Dios”.- La barca va costeando el trecho que hay entre Cafarnaúm y Magdala. María de Magdala por vez primera está en su postura habitual de convertida: está sentada en el fondo de la barca a los pies de Jesús, quien está sentado austeramente sobre uno de los bancos de la barca. La cara de Magdalena tiene hoy un aspecto distinto del de ayer: todavía no es la cara radiante que saldrá al encuentro de su Jesús cada vez que vaya a Betania, pero es ya una cara liberada de temores y tormentos; y su mirada que antes reflejaba humillación —antes aún desfachatez— ahora es seria, pero segura, y en su noble seriedad brilla de vez en cuando una chispa de alegría, escuchando a Jesús, que habla con los apóstoles o con su Madre y Marta. Van hablando de la bondad de Porfiria, tan sencilla y tan amorosa. Hablan de la acogida cariñosa de Salomé y de las mujeres e hijas de Bartolomé y Felipe. ■ Éste dice: “Si no fuese porque todavía son muy jovencillas, y porque su madre se opone a que vayan lejos, ellas también te seguirían, Maestro”. Jesús: “Me sigue su alma, e igualmente es un amor santo. Felipe, escúchame. Tu hija mayor dentro de poco será prometida ¿no es verdad?”. Felipe: “Sí, Maestro. Dignos esponsales y un buen esposo, ¿no es verdad Bartolomé?”. Bartolomé: “Es verdad. Lo puedo garantizar porque conozco a la familia. No he podido aceptar hacer yo la propuesta, pero lo habría hecho si no estuviera ocupado en el seguimiento del Maestro, con plena tranquilidad de crear una santa familia”. Jesús: “Pero la muchacha me ha rogado que te dijese que no hicieses nada”. Felipe dice: “¿No le gusta el novio? Está en un error. De todas formas, la juventud no tiene seso. Espero que se persuada. No hay razón para rechazar a un excelente esposo. A menos que… ¡No es posible!”. Jesús incita: “¿A menos que…? Termina, Felipe”. Felipe: “A menos que ame a otro. Pero eso no es posible. No sale nunca de casa y en casa vive muy retirada. ¡No es posible!”. Jesús: “Felipe, hay amadores que penetran aun en las casas más cerradas; y saben hablar a sus amadas a pesar de todas las barreras y vigilancias; derriban cualquier obstáculo (como viudez o juventud bien custodiadas… u otros) y las consiguen. Hay amadores que no pueden ser rechazados, porque son poderosos en el amar, porque vencen con su seducción toda posible resistencia, hasta la del mismo demonio. Pues bien, tu hija ama a uno de éstos, y además al más poderoso”. Felipe: “Pero ¿quién? ¿Alguno de la corte de Herodes?”. Jesús: “¡Eso no es poder!”. Felipe: “¿Alguno… alguno de la casa del Procónsul? ¿algún patricio romano? No lo permitiré por ningún motivo. La sangre pura de Israel no entrará en contacto con sangre impura, aun cuando tuviese que matar a mi hija. ¡No te sonrías, Maestro, que yo sufro!”. Jesús: “Eres como un caballo encabritado. Ves sombras donde solo hay luz. Estate tranquilo. El Procónsul es también un siervo, igual que los patricios sus amigos; y siervo es el César”. Felipe: “¡Estás bromeando, Maestro! Quisiste meterme miedo. Nadie hay mayor que César, ni nadie con más autoridad que él”. ■ Jesús: “Yo soy, Felipe”. Felipe: “¿Tú? ¿Tú quieres casarte con mi hija?”. Jesús: “No. Quiero su alma. Yo soy ese amador que penetra en las casas más cerradas y en los corazones —más cerrados aún: con un sinfín de llaves—. Soy Yo el que sabe hablar a pesar de todas las barreras y vigilancias; el que abate todo obstáculo y toma lo que anhela: a puros o pecadores, a vírgenes o viudos, a libres de vicio o a esclavos de él. Y a todos doy una sola y nueva alma, regenerada, feliz, eternamente joven. Son mis esponsales. Nadie puede negar darme mis presas deliciosas. Ni el padre, ni la madre, ni los hijos, ni siquiera Satanás. Sea que hable Yo al alma de una jovencilla como es tu hija, o a la de un pecador sumergido en el vicio y encadenado con siete cadenas, el alma viene a Mí. Y nada ni nadie me la arrebatará. Ninguna riqueza, poder, alegría del mundo proporciona el gozo perfecto como es el que tienen los que se unen con mi pobreza, con mi mortificación. Se desnudan de todo pobre bien, y se revisten de todo celestial bien. Alegres en su serenidad de pertenecer a Dios, solo a Dios… Ellos son los dueños de la Tierra y del Cielo. Lo son de la Tierra porque la dominan, y del Cielo, porque lo conquistan”. ■ Bartolomé exclama: “¡En nuestra ley jamás ha sucedido esto!”. Jesús: “Despójate del hombre viejo, Natanael. Cuando te vi por vez primera te saludé llamándote perfecto israelita sin engaño. Ahora tú perteneces al Mesías, no a Israel. Sélo sin engaño, sin trabas. Revístete de esta nueva mentalidad, de otra manera no podrás comprender tantas bellezas de la redención que vine a traer a todo el género humano”. Felipe insiste: “¿Y dices que has llamado a mi hija? ¿Y qué va a hacer ahora? Ciertamente no me voy a oponer. Pero quiero saber, incluso para ayudarla, en qué consiste tu llamada…”. Jesús: “En llevar lirios de un amor virginal al jardín del Mesías. En los siglos que están por venir cuántas no habrá… Muchas… Pebeteros de incienso para contrapesar las sentinas del vicio. Almas que orarán para contrapesar a los blasfemos, a los ateos. Ayuda para toda la humana infelicidad. Alegría de Dios”.
* “Y nosotras, las ruinas que Tú reconstruyes, ¿qué seremos?”. “María, Jesús no perdona jamás a medias. Tú y todos los que como tú habéis pecado y a los que mi amor perdona, perfumaréis, oraréis… siendo ya conscientes del mal y aptos para curarlo, siendo almas mártires ante los ojos de Dios, y dignas de amor, por tanto, como las vírgenes”.-María Magdalena abre sus labios para preguntar y lo hace con sonrojo, pero con más desembarazo que en días anteriores: “¿Y nosotras, las ruinas que Tú reconstruyes, ¿qué seremos?”. Jesús: “Lo que son las hermanas vírgenes…”. Magdalena: “¡Oh, no es posible! Hemos pisado demasiado fango y… y… no puede ser”. Jesús: “María, María, Jesús no perdona jamás a medias. Tú y todos los que como tú habéis pecado y a los que mi amor perdona, perfumaréis, oraréis, amaréis, consolaréis, siendo ya conscientes del mal y aptos para curarlo donde se encuentra, siendo almas mártires ante los ojos de Dios, y dignas de amor, por tanto, como las vírgenes”. Magdalena: “¿Mártires? ¿En qué cosa, Maestro?”. Jesús: “Contra vosotras mismas y el recuerdo del pasado, y por sed de amor y de expiación”. Magdalena: “¿Lo debo creer?…”. ■ Magdalena mira a todos los que están en la barca, como pidiendo que den alas a la esperanza que se enciende en ella. Jesús le dice: “Pregúntaselo a Simón. Una noche estrellada, en tu jardín, hablé de ti, y de vosotros pecadores en general. Y todos tus hermanos te pueden decir si mi palabra no ha cantado para todos los redimidos los prodigios de la misericordia y de la conversión”. Magdalena: “También de ello me habló, con voz de ángel, el niño. Volví con el alma refrescada después de su lección. Por él he podido conocerte mejor aún que por mi hermana, tanto que hoy me siento con más fuerzas para afrontar el regreso a Magdala. Ahora que me dices esto, siento que crece en mí la fortaleza. Di escándalo al mundo. Pero te juro, Señor, que el mundo, al verme, llegará a comprender qué cosa sea tu poder”. Jesús le pone por un momento sobre su cabeza la mano, mientras María Santísima le envía una sonrisa como solo Ella sabe hacerlo: una sonrisa celestial.
* Magdalena se acuerda de su primer encuentro con Jesús en el lago, después en el monte, en Magdala, en Cafarnaúm. “Pero Cafarnaúm fue el lugar más bello. Allí me liberaste”.-Ya se ve Magdala extendida a la orilla del lago. Desde la otra barca grita Juan: “Maestro, he ahí el valle de nuestro retiro…” y su rostro resplandece como si en su interior brillase un sol. Y añade: “No se pueden olvidar los lugares donde se conoció a Dios”. Magdalena: “Entonces yo me acordaré siempre de este lago, porque en él te conocí. ¿Sabes, Marta que aquí, una mañana, vi al Maestro?”. Pedro: “Sí, y por poco nos vamos al fondo, nosotros y vosotros. Mujer, créeme que todos tus remadores no valían un comino”. ■ Magdalena: “No valían ni un comino, ni los remadores, ni quien iba con ellos… pero fue siempre el primer encuentro, y tiene un gran valor… Después te vi en el monte, y después en Magdala, y después en Cafarnaúm… Tantos encuentros, tantas cadenas rotas… pero Cafarnaúm ha sido el lugar más bello. Allí me liberaste…”.
* María Magdalena en Magdala, su ciudad, por primera vez, después de su conversión.-Bajan a tierra donde ya están los de la otra barca. Entran a la ciudad. La curiosidad simple o… no simple de los habitantes debe ser como un tormento para Magdalena, pero lo soporta heroicamente siguiendo al Maestro que va delante, en medio de sus discípulos, mientras las tres mujeres van detrás de ellos. El cuchicheo es fuerte. No falta ironía. Todos los que respetaron a María aparentemente, cuando fue la poderosa señora de Magdala, ahora que saben que humilde y casta se ha separado para siempre de sus amigos influyentes, le lanzan hasta desprecios y epítetos poco halagadores. Marta que sufre por esto, le pregunta: “¿Quieres retirarte a casa?”. Magdalena: “No. No dejo al Maestro. Y mientras la casa no esté purificada de todo rastro del pasado, no le invitaré a entrar”. Y la verdad es que debe sufrir; el sudor que le corre por la cara, lo colorada que está, incluso hasta el cuello, ciertamente no son efectos del calor. ■ Atraviesan toda Magdala. Se dirigen al barrio de los pobres, hasta la casa donde se detuvieron la otra vez, cuya dueña queda de una pieza cuando se encuentra de frente a Jesús y a la célebre señora de Magdala, que ya no viene pomposa, ni con joyas, sino que trae la cabeza cubierta con un ligero velo de lino, envuelta en un pesado manto que con ese calor debe ser un suplicio. La mujer accede gustosa cuando Jesús le pide que le deje hablar desde su casa a la gente, es decir, a toda Magdala, porque toda la población ha seguido al grupo apostólico. Y al punto empieza a traer sillas y bancos para las mujeres y los apóstoles. Al pasar cerca de Magdalena le hace una inclinación de esclava. Le responde Magdalena: “La paz sea contigo hermana”. Y la sorpresa de la mujer es tal que deja caer el pequeño banco que tiene en las manos. No dice nada. Lo que pasó me hace pensar que María trataba a sus súbditos más bien con despotismo. Y se queda ya completamente pasmada, cuando oye que le pregunta cómo están sus hijos, dónde están, y si la pesca ha sido buena. La mujer le contesta: “Están bien… Están en la escuela o en casa de mi madre. Solo el pequeñín está durmiendo en la cuna. La pesca es buena. Mi marido te llevará el diezmo…”. Magdalena: “No es necesario más. Empléalo en los niños. ¿Me permites ver al pequeñín?”. Mujer: “Ven…”.
* Parábola de la dracma perdida.- ■ La gente se agolpa en la calle. Jesús empieza a hablar: “Una mujer tenía diez dracmas en su bolsa. Pero, con un movimiento, la bolsa se le cayó de su pecho, se abrió, y las monedas rodaron por tierra. Las recogió con la ayuda de las vecinas. Las contó. Había nueve. No se podía encontrar la décima. Como ya había atardecido y faltaba la luz, la mujer encendió una lámpara, la puso en el suelo, tomó una escoba y se puso a barrer con mucho cuidado para ver si había rodado lejos del lugar donde había caído. La dracma no aparecía. Sus amigas, cansadas de buscar, se fueron. La mujer movió entonces el arquibanco, el escafal, el pesado baúl, movió jarras y cántaros que estaban en el nicho de la pared. Pero la dracma no aparecía. Entonces se puso a gatas y buscó en el montón de la basura, que estaba puesto junto a la puerta de la casa, para ver si la dracma había rodado afuera y se había mezclado con los desperdicios de las verduras. Y por fin encontró la dracma toda sucia, enterrada en la basura de la casa. La mujer llena de alegría la tomó, la lavó, la secó. Era más hermosa que antes. La enseñó a sus vecinas a quienes llamó a grito. Les dijo: «¡Ved, ved! Me aconsejabais que no me cansara más, pero yo seguí y encontré la dracma perdida. Alegraos conmigo por esto, porque no tuve el dolor de perder uno solo de mis tesoros». ■ También vuestro Maestro, y con Él sus apóstoles, hace como la mujer de la parábola. Él sabe que un movimiento puede hacer que caiga al suelo un tesoro. Cada alma es un tesoro. Y Satanás, que envidia a Dios, provoca los malos movimientos para hacer caer las almas. Hay quien en la caída se queda cerca de la bolsa, o sea, se aleja un poco de la Ley de Dios que recoge las almas en la salvaguardia de los mandamientos; y hay quien se aleja más, o sea, se aleja más de Dios y de su Ley; hay en fin quien rueda hasta caer en la basura, hasta la suciedad, hasta el fango, y ahí acabaría pereciendo, ardiendo en el fuego eterno, de la misma forma que la basura se quema en los lugares apropiados. El Maestro lo sabe y busca incansable las monedas perdidas. De nada tiene asco. Hurga, hurga, remueve, barre… hasta que encuentra. Y cuando ha encontrado, lava el alma con su perdón, llama a los amigos: «Alegraos conmigo porque encontré lo que se había perdido y es más hermoso que antes porque mi perdón lo hace nuevo». En verdad os digo que hay gran fiesta en el Cielo, y que los ángeles de Dios así como los buenos de la tierra se alegran por un pecador que se convierte. En verdad os digo que no hay cosa más hermosa que las lágrimas de arrepentimiento. En verdad os digo que los únicos que ni saben, ni pueden alegrarse por esta conversión, que es un triunfo de Dios, son los demonios. Y también os digo que el modo en que un hombre acoge la conversión de un pecador es medida de su bondad y de su unión con Dios”. ■ La gente entiende la lección y mira a Magdalena, que ha venido a sentarse a la puerta con el niño entre sus brazos, tal vez para cubrir su azoramiento. La gente poco a poco se va. (Escrito el 2 de Agosto de 1945).
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1  Nota  : Cfr. Lc. 15,8-10.
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4-242-74 (4-105-628).- Magdalena, en Tiberíades, por primera vez después de su conversión.- María Virgen co-partícipe en la Redención.
* La Tiberíades profana y viciosa, recibe con ojos burlones y palabras morbosas a María Magdalena.- El romano Crispo, único defensor de la Magdalena.- ■ Cuando la barca atraca en el pequeño puerto de Tiberíades, algunos ociosos que estaban paseando cerca del modesto espigón se acercan enseguida para ver quién ha llegado. Hay personas de todas las condiciones sociales y nacionalidades. Por eso, las largas vestidu­ras hebreas de los más variados colores, las melenas y las barbas majestuosas de los israelitas se mezclan con las vestiduras de lana cándida, más cortas y sin mangas, y con las caras sin barba y cabelle­ras cortas de los robustos romanos; y también con los vestidos —aún más cortos— que cubren los cuerpos esbeltos y afeminados de los griegos, que parece hubieran asimilado hasta en su actitud el arte de su lejana nación: son como estatuas de dioses que hubieran bajado a la tierra en cuerpos de hombres: envueltos en suaves túnicas, rostros clásicos bajo melenas rizadas y perfumadas, brazos car­gados de pulseras que destellan al ejecutar estudiados ademanes. ■ Entremezcladas con estos dos últimos géneros de personas, hay muchas mujeres públicas, porque ni los romanos ni los helenos vaci­lan en mostrar sus amores en las plazas y caminos. Los palestinos, sin embargo, se abstienen de esto, aunque luego, dentro de sus casas, practiquen alegremente el amor libre con mujeres públicas (se ve claramente porque las cortesanas, a pesar de las miradas amena­zadoras que les hacen cuando les guiñan el ojo, llaman familiarmente por el nombre a no pocos hebreos, entre los que no falta algún fariseo con sus franjas). ■ Jesús se dirige hacia la ciudad, y precisamente hacia el lugar en que la gente más elegante concurre más; la gente elegante, o sea, por lo general, romanos y griegos y algún que otro cortesano de Herodes, y otros, también pocos, que creo que son ricos mercaderes de la costa fenicia, hacia la parte de Sidón y Tiro, porque están hablando de esas ciudades y de comercios y barcos. Los pórticos exteriores de las termas están llenos de esta gente elegante y ociosa, que pierde así su tiempo discutiendo de temas muy banales, como el discóbolo favorito o el atleta más ágil y armónico de la lucha greco-romana; o simple­mente están de palique, hablando de modas y banquetes, y concier­tan citas para alegres excursiones invitando a las más hermosas cor­tesanas o a las damas que salen perfumadas y enrizadas de las ter­mas o de sus residencias para afluir a este centro de Tiberíades, lleno de mármol, artístico como un salón. Naturalmente, el paso del grupo suscita curiosidad intensa, que se hace incluso morbosa cuando hay quien reconoce a Jesús, porque le había visto en Cesarea, y quien reconoce a la Magdalena, a pesar de que camine toda envuelta en su manto y con el velo blanco muy caído sobre la frente y la cara (de modo que, tan velada y, además, con la cabeza baja, muy poco de su rostro se ve). Un romano dice: “Es el Nazareno que curó a la hija de Valeria”. Otro romano le responde: “Me gustaría ver un milagro”. Un griego propone: “Yo querría oírle hablar. Dicen que es un gran filósofo. ¿Le decimos que hable?”. Otro griego responde: “No te entrometas, Teodato. Predica nubes. Le habría gustado al tragedista para una sátira”. Un romano, jocosamente: “Cálmate, Aristóbulo. Parece que ahora está bajando de las nu­bes y va a lo concreto. ¿No ves que lleva un séquito de mujeres jóve­nes y bonitas?”. ■ Un griego grita: “¡Pero si ésa es María de Magdala!”, y luego lla­ma: “¡Lucio! ¡Cornelio! ¡Tito! ¡Oye, mirad a María, está ahí!”. Romano: “¡No hombre no, no es ella! ¿María de ese modo? ¿Pero estás borracho?”. Griego: “Te digo que es ella. No me puedo equivocar, a pesar de que vaya tan cubierta”. Romanos y griegos se dirigen en masa hacia el grupo apostólico, que está atravesando al sesgo la plaza llena de pórticos y fuentes. Hay también mujeres que se unen a estos curiosos. Precisamente es una mujer la que va a ponerse casi debajo de la cara de María para verla mejor y… al ver que es ella y no otra, se queda de piedra. Le pregunta: “¿Qué haces así?” y ríe burlona. María se para, se endereza, levanta una mano y, echando hacia atrás el velo, se descubre el rostro. Aparece una María de Magdala dominadora, poderosa sobre todo lo despreciable, y dueña, dueña ya de sus impresiones. “Soy yo, sí” dice con su espléndida voz y con esos ojos negros, bellísimos. “Soy yo. Y me quito el velo para que no penséis que me avergüenzo de estar con estos santos”. La mujer dice: “¡Oh! ¡María con los santos! ¡Pero mujer, ven, déjalos! ¡No te degrades a ti misma!”. Magdalena: “Hasta ahora he vivido degradada. Pero ya no más”. Mujer: “¿Pero estás loca? ¿O es un capricho?”. Un romano, que le hace señales con los ojos burlonamente, la invita: “Ven conmigo, que soy más guapo y alegre que esa plañidera con bigotes que mortifica la vida y la convierte en un funeral. ¡Bella es la vida! ¡Es un triunfo! ¡Una orgía de júbilo! Ven, que sabré estar por encima de todos en hacerte feliz”. Es un joven romano de color moreno, de cara de zorra, pese a que sea bien guapo. Hace ademán de tocarla. Magdalena: “¡Atrás! ¡No me toques! Bien has dicho: vuestra vida es una or­gía, y además de entre las más vergonzosas; y me produce náuseas”. El griego responde: “¡Hasta hace poco era tu vida, eh!”. Un herodiano, con una risita maliciosa, dice: “¡Ahora… la hace de virgen!”. Un romano insiste: “¡Tú echas a perder a los santos! Tu Nazareno va a perder la aureola contigo. Ven con nosotros”. Magdalena: “Venid vosotros a seguirle conmigo. Dejad de ser animales y convertios al menos en hombres”. La respuesta es un coro de risotadas y burlas. ■ Solo un viejo romano dice: “Respetad a una mujer. Es libre de hacer lo que quiera. Yo la defiendo”. Un joven le increpa: “¡El demagogo! ¡Oídlo!”, y le pregunta: “¿Te hizo mal el vino anoche?”. Otro le responde: “No. Tiene hipocondría porque le duele la espalda”. Y otro: “Vete con el Nazareno para que te la rasque”. El anciano responde: “Voy para que me rasque el fango que he cogido al contacto de vosotros”. Varios, en son de burla, acercándose a su alrededor: “¡Oh, Crispo, a los setenta años te has corrompido!”. ■ Mas el hombre al que han llamado Crispo no se preocupa de que se burlen de él y se echa a andar detrás de la Magdalena, la cual llega donde el Maestro, que se ha puesto a la sombra de un edificio bellísimo dispuesto en forma de exedra en dos lados de la plaza.
* La Tiberíades judía recrimina a Jesús por su presencia en Tiberíades… y en esa compañía… a la que Jesús defiende.- ■ Y Jesús ya está batallando con un escriba que le está recriminando el hecho de su presencia en Tiberíades, y… con esa compañía. Jesús le responde: “¿Y tú? ¿por qué estás aquí? Esto respecto al hecho de estar en Tiberíades. Te digo, además, que en Tiberíades también hay almas a las que salvar, y más que en otros lugares”. Escriba: “No se las puede salvar: son gentiles, paganos, pecadores”. Jesús: “He venido para los pecadores. Para dar a conocer al Dios verda­dero. A todos. También para ti he venido”. Escriba: “No necesito maestros ni redentores: soy puro y docto”. Jesús: “¡Si al menos lo fueras como para conocer tu estado!”. Escriba: “Y Tú de saber cuánto te dañas con la compañía de una meretriz”. Jesús: “Te perdono. También en su nombre. Ella, humilde, anula su pe­cado; tú, por tu soberbia, doblas tus culpas”. Escriba: “No tengo culpas”. Jesús: “Tienes la culpa capital. No tienes amor”. El escriba dice: “¡Raca!” y se vuelve. Magdalena dice: “¡Por mi culpa, Maestro!”. Y, al ver la palidez de María Virgen, gime: “Perdóname. Hago que insulten a tu Hijo. Me retiraré…”. Jesús: “No. Tú te quedas donde estás. Lo quiero” y lo dice con voz in­cisiva y con un centelleo tal en los ojos, un no sé qué dominio en toda su persona, que le transforma en algo que infunde temor. Y luego más suavemente: “Tú te quedas donde estás, y si alguno no te sopor­ta a su lado será él, sólo él, quien se marchará”. Y Jesús reanuda el paso en dirección a la parte occidental de la ciudad. ■ El romano corpulento y ya entrado en años que ha defendido a la Magdalena llama: “¡Maestro!”. Jesús se vuelve. Crispo: “Te llaman Maestro y también te llamo así. Tenía deseos de oírte hablar. Soy medio filósofo y medio epicúreo. Pero tal vez podrías hacer de mí, un hombre honesto”. Jesús le mira fijamente y le dice: “Dejo esta ciudad en que reina lo más bajo de los instintos humanos, y donde el escarnio manda”. Y vuelve a caminar. El hombre le sigue, sudoroso, anhelante porque el paso de Jesús es rápido, y él es grueso y entrado en años, además del peso de los vicios. Pedro, que se ha vuelto, advierte a Jesús. Jesús le dice: “Déjale que camine. No te preocupes de él”. Después de un poco es Judas Iscariote el que dice: “Pero ese hombre nos viene siguiendo. ¡No está bien!”. Jesús: “¿Por qué? ¿Por piedad o por otro motivo?”. Iscariote: “¿Piedad de él? No. Porque a más distancia nos sigue el escriba de antes con otros judíos”. Jesús: “Déjalos. Pero hubiera sido mejor haber tenido piedad de él y no de ti”. Iscariote: “De ti, Maestro”. Jesús: “No: de ti, Judas. Sé franco en comprender tus sentimientos y en confesarlos”. Pedro sudando dice: “Yo la verdad es que siento piedad también por el viejo. Seguir tu paso es fatigoso ¿sabes?”. Jesús: “Ir tras la Perfección siempre es fatigoso, Simón”. ■ El hombre sigue incansable, tratando de estar cerca de las mujeres, aunque no les dirige nunca la palabra.
* La Virgen consuela a la Magdalena, que piensa que su presencia perjudica a Jesús. “Cualquier cosa que hiciera mi Hijo para ellos sería siempre pecado. Ella misma, a pesar de su aparente calma, lo padece: “Es como si mi corazón estuviera envuelto en espinas y a cada respiro suyo se le clavase una. Me muestro así para sostenerle con mi serenidad”.- ■ La Magdalena llora silenciosamente bajo su velo. La Virgen, tomándola de la mano, la consuela: “No llores, María. Después el mundo te respetará. Los primeros días son los más pe­nosos”. Magdalena: “¡Oh, no es por mí! ¡Es por Él! Si le procurase algún mal, yo no me lo perdonaría. ¿Has oído lo que ha dicho el escriba? Le compro­meto”. Virgen: “¡Pobre hija! ¿No sabes que estas palabras silban como serpien­tes alrededor de Jesús desde cuando todavía no pensabas venir a Él? Me ha dicho Simón que ya desde el año pasado le acusaban de esto, porque curó a una leprosa (1), que en un tiempo había sido pecadora, a la que vieron en el mo­mento del milagro y nunca más, de la que, aunque tiene más edad que yo, soy como si fuera su Ma­dre. ¿No sabes que mi Hijo tuvo que huir de «Aguas Claras» porque una des­dichada hermana tuya (2) había ido allí para redimirse? No teniendo pecado, ¿cómo crees que le pueden acusar? Con embustes. ¿Dónde los pueden encontrar? En su misión entre los hombres. Toman la buena acción como prueba de pecado. Cualquier cosa que hiciera mi Hijo para ellos sería siempre pecado. Si se encerrase en una vida eremítica, sería culpable de no cuidar del pueblo de Dios; desciende a vivir en medio de su pueblo y, porque lo hace, es culpable. Para ellos siempre es culpable”. Magdalena: “¡Entonces son odiosamente malos!”. ■ Virgen: “No. Están cerrados obstinadamente a la Luz. Él, mi Jesús, es el eterno Incomprendido; y siempre, y cada vez más, lo será”. Magdalena: “¿Y no padeces por ello? Te veo muy serena”. Virgen: “Calla. Es como si mi corazón estuviera envuelto en espinas y a cada respiro suyo se le clavase una (3). ¡Pero que Él no lo sepa! Me muestro así para sostenerle con mi serenidad. Si no le consuela su Mamá, ¿dónde podrá hallar consuelo mi Jesús? ¿En qué pe­cho podrá reclinar su cabeza sin que le hieran o calumnien por ha­cerlo? Por lo tanto, es muy justo que yo, sin pensar en las espinas que taladran mi corazón, ni en las lágrimas que bebo en las horas de soledad, extienda un suave manto de amor, ponga una sonrisa, cueste lo que cueste, para tranquilizarle más, tranquilizarle más hasta… hasta cuando la ola del odio sea tal, que ya nada le sirva, ni siquiera el amor de su Mamá…”. María tiene dos surcos de llanto en su pálido rostro. Las dos hermanas la miran conmovidas. Marta, para consolarla, dice: “Pero nos tiene a nosotras, que le queremos. Y a los apóstoles…”. Virgen: “Os tiene a vosotras, sí. Tiene a los apóstoles… Todavía muy por debajo de su misión… Y mi dolor es más fuerte aún porque sé que Él no ignora nada…”. Magdalena pregunta: “¿Entonces sabrá también que yo le quiero obedecer hasta el ho­locausto si es necesario?”. Virgen: “Lo sabe. Eres una gran alegría en su duro camino”. Magdalena: “¡Oh, Madre!” y toma la mano de María y la besa con visible afecto. (Escrito el 3 de Agosto de 1945).
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1  Nota  : La leprosa: Se trata de la bella de Corozaín. Cfr. Personajes de la Obra magna: Bella de Corozaín.   2  Nota  : Se trata de Aglae, la «Velada».   3  Nota  :Es como si mi corazón estuviera envuelto en espinas”. En una larga nota autógrafa, que ocupa las cuatro caras de un folio doblado e introducido en este lugar de la copia mecanografiada, María Valtorta, entre otras cosas, explica que […] De la misma forma que es verdad que María, por ser Inmaculada, había debido quedar exenta del dolor, así como quedó exenta de la corrupción de la muerte, es también verdad que, como Corredentora «debió» padecer, en su corazón y espíritu inmaculados, cuanto su Hijo padeció en la carne, en el corazón y espíritu santísimos. Es más, precisamente por la plenitud que había en Ella de todos los dones divinos, comprendió que sus privilegiadas y «únicas» condiciones de Inmaculada y de Madre de Dios le habían sido concedidas en previsión de la Pasión del Redentor, y que, por tanto, esta especialísima condición suya de gloria —segunda sólo respecto a la infinita gloria de Dios— le había sido dada a precio del Sacrificio del Hijo de Dios y suyo, del derramamiento total de esa Sangre divina y de la inmolación de esa Carne divina que se habían formado en su seno virginal, con su sangre virginal, y que habían sido nutridos con su leche virginal. También el conocer esto era causa de dolor. Un dolor que se fundía con el gozo, tan vasto y profundo como el dolor. […] Y no sólo eso, sino que, también por la plenitud que había en Ella de los dones divinos, María conoció anticipadamente o contemporáneamente e intelectivamente todo el complejo sufrimiento de su Hijo. Sobre su alma de Inmaculada, llena de la Luz de Dios, se proyectó siempre la sombra dolorosa de la Cruz y de todas las luchas y obstáculos que precederían a la Pasión y afligirían a su Jesús […].
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4-242-79 (4-105-633).- El romano Crispo —viejo epicúreo, que viene detrás de Jesús siguiendo el ejemplo de la Magdalena que ahora es seguidora de Jesús— busca la Verdad.
* La mente cobra fuerzas en la Verdad”.- ■ Tiberíades termina en las huertas de sus suburbios. Más allá está el camino polvoriento que conduce a Caná, entre huertos de árboles frutales por un lado y, por el otro lado, una serie de prados y campos agostados por el verano. Jesús se adentra en uno de los huertos. Se detiene bajo la sombra de los tupidos árboles. Llegan las mujeres y luego el jadeante roma­no, que realmente ya no puede más. Se pone un poco separado; no habla, pero mira. Jesús dice: “Mientras descansamos comemos. Allí hay un pozo y al lado un campesino. Id a pedirle agua”. Van Juan y Judas Tadeo. Vuelven con una jarra que gotea agua; seguidos del campesino, el cual ofrece unos espléndidos higos. “Que Dios te lo compense en salud y en cosecha”. Campesino: “Dios te proteja. ¿Eres el Maestro, verdad?”. Jesús: “Lo soy”. Campesino: “¿Vas a hablar aquí?”. Jesús: “No hay quien lo desee”. El romano Crispo grita: “Yo, Maestro. Más que el agua, que tan buena es para quien tiene sed”. Jesús: “¿Tienes sed?”. Crispo: “Mucha. He venido detrás de Ti desde la ciudad”. Jesús: “No faltan en Tiberíades fuentes de agua fresca”. Crispo: “No me entiendas mal, Maestro, o no aparentes no comprenderme. He venido siguiéndote para oírte hablar”. ■ Jesús: “¿Y por qué?”. Crispo: “No sé ni por qué ni cómo. Ha sido viéndola a ella (y señala a la Magdalena). No sé. Algo me ha dicho: «Ese hombre te dirá lo que to­davía no sabes». Y he venido”. Jesús: “Dad a este hombre agua e higos. Que conforte su cuerpo”. Crispo: “¿Y la mente?”. Jesús: “La mente cobra fuerzas en la Verdad”. Crispo: “Por esto te he seguido. He buscado la Verdad en todas partes. He encontrado la corrupción. Incluso en las mejores doctrinas hay siempre algo que no es bueno. Me he rebajado hasta acabar siendo un hombre nauseado y nauseabundo, sin más futuro que la hora que vivo”. Jesús le mira fijamente mientras come el pan y los higos que le han traído los apóstoles. Pronto termina la comida.
.   ● Para encontrar la Verdad es necesario unir el intelecto con el amor y mirar las cosas no sólo con ojos sabios sino también con ojos buenos, porque la bondad vale más que la sabiduría. El que ama siempre encuentra una huella que conduce a la Verdad. La Verdad es Dios. Doctrina sin defecto solo la da Dios. ¿Cómo podrá el hom­bre dar respuesta a sus porqués, si no tiene a Dios que le responda?”.- ■ Jesús, permaneciendo sentado, empieza a hablar, como si estuviera exponiendo una sencilla lección a sus apóstoles. El campesino también se queda cerca. “Muchos son los que se pasan la vida buscando la Verdad sin lle­gar a encontrarla. Parecen dementes que quieren ver teniendo una coraza de bronce que les tapa los ojos, y buscan con aspavientos es­pasmódicos, tan convulsamente, que se alejan cada vez más de la Verdad, o la tapan arrojando encima de ella cosas que su propia búsqueda necia remueve y hace que se caigan. Y es claro que así suceda, porque buscan donde la Verdad no puede estar. Para encontrar la Verdad es necesario unir el intelecto con el amor y mirar las cosas no sólo con ojos sabios sino también con ojos buenos, porque la bondad vale más que la sabiduría. ■ El que ama siempre encuentra una huella que conduce a la Verdad. Amar no quiere decir gozar de una carne y para la carne. Eso no es amor. Es sensualidad. Amor es el afecto de corazón a corazón, de parte superior a parte superior, por el que en la compañera no se ve la esclava sino la generadora de los hijos, sólo eso, o sea, la mitad que forma con el hombre un todo que es capaz de crear una vida, va­rias vidas; o sea, la compañera que es madre, hermana, hija del hombre, que es más débil que un recién nacido o más fuerte que un león, según los casos, y que, como madre, hermana, hija, debe ser amada con respeto confidencial y protector. Lo que no es cuanto Yo digo no es amor, es vicio. No conduce hacia arriba sino hacia abajo, no a la Luz sino a las Tinieblas, no a las estrellas sino al fango. Amar a la mujer para saber amar al prójimo, amar al prójimo para saber amar a Dios. ■ He aquí la vía de la Verdad. La verdad está aquí, hombres que la buscáis. La Verdad es Dios. La clave para comprender cualquier cosa está aquí. Doctrina sin defecto sólo la de Dios. ¿Cómo podrá el hom­bre dar respuesta a sus porqués, si no tiene a Dios que le responda? ¿Quién podrá descubrir los misterios de la creación —aun sólo y simplemente éstos— sino el Hacedor supremo que la ha hecho? ¿Cómo comprender el prodigio vivo que es el hombre, ser en que se fusiona la perfección animal con aquella perfección inmortal que es el alma? Sí, dioses somos si tenemos viva en nosotros el alma, es decir, libre de aquellas culpas que envilecerían incluso al animal y que, no obs­tante, el hombre hace y se gloría de ello. ■ A vosotros, buscadores de la Verdad, os digo las palabras de Job: «Pregunta a los jumentos y te instruirán, a las aves y te lo indicarán. Habla a la tierra y ella te responderá, a los peces y te lo darán a saber» (1). Sí, la tierra, esta tierra que verdea esta tierra florida, esta fruta que va creciendo en los árboles, estas aves que procrean, estas corrientes de viento que distribuyen las nubes, este sol que no yerra su alba desde hace siglos y milenios… todo habla de Dios todo da explicación de Dios, todo descubre y revela a Dios. Si la ciencia no se apoya en Dios se convierte en error, y no eleva; antes bien, degrada. El sa­ber no es corrupción si es religión. Quien tiene su saber en Dios no cae porque conoce su dignidad, porque cree en su futuro eterno. Mas es necesario buscar al Dios real, no fantasías, que no son dioses sino sólo delirios de hombres envueltos en las vendas de la ignorancia espiritual, por lo cual no hay traza de sabiduría en sus religiones ni de verdad en la fe de sus divinidades”.
.    ● “Basta la buena voluntad de encontrar la Verdad, y antes o después la Verdad se dejará encontrar. Pero, una vez hallada, ¡ay de quien no la siga! imitando a los obstinados de Israel”.-Jesús: “Toda edad del hombre es buena para venir a la sabiduría. Es más, siguiendo con Job, se lee: «Al atardecer te nacerá como una luz meridiana y cuando te creas acabado, surgirás como la estrella de la mañana. Te verás lleno de confianza por la esperanza que te aguarda» (2). Basta la buena voluntad de encontrar la Verdad, y antes o después la Verdad se dejará encontrar. Pero, una vez hallada, ¡ay de quien no la siga! imitando a los obstinados de Israel, los cuales, teniendo ya en su mano el hilo conductor para encontrar a Dios —todas las cosas que de Mí afirma el Libro— no quieren rendirse a la Verdad, y la odian, y amontonan sobre sus inteligencias y corazones los escombros del odio y de las fórmulas, y no saben que la tierra, a causa del excesivo peso, se abrirá bajo su paso —que se cree victorioso cuando en realidad no es más que el paso de un esclavo de los formulismos, del ren­cor, de los egoísmos— y se los tragará y caerán al lugar de los culpa­bles conscientes de un paganismo que es más culpable que el que al­gunos pueblos se han dado a sí mismos para tener una religión con que conducirse. Yo, de la misma forma que no rechazo al hijo de Israel que se arrepiente, no rechazo tampoco a estos idólatras que creen en aque­llo que les fue propuesto para que lo creyeran, y que, dentro, en su interior, gimen: «¡Dadnos la Verdad!». He dicho”.
* “Gracias, María. Fue un bien el conocerte. A tu viejo compañero de festines le has dado el tesoro que buscaba. Si llego a donde tú ya estás, será gracias a ti. Adiós”.- Jesús: “Ahora descansemos en esta hierba, si este hombre lo permite. Al atardecer iremos a Caná”. Crispo: “Señor, te dejo. Esta misma noche me iré de Tiberíades, pues no quiero profanar la ciencia que me has dado. Dejo esta tierra. Me re­tiraré con mi siervo a las costas de Lucania. Tengo allá una casa. Mucho es lo que me has dado. Comprendo que más no puedes darle al viejo epicúreo. Pero con lo que me has dado ya tengo como para re­construir un pensamiento. Y… pide a tu Dios por el viejo Crispo, el único de Tiberíades que te escuchó. Ruega porque antes del desfila­dero de Libitina pueda volver a escucharte, y, con la capacidad que espero poder crear en mí sobre la base de tus palabras, comprender­te mejor y comprender mejor la Verdad. Adiós, Maestro”. Y hace un saludo a la romana. ■ Pero luego, al pasar junto a las mujeres, que están sentadas un poco aparte, se inclina ante María de Magdala y le dice: “Gracias, María. Fue un bien el conocerte. A tu viejo compañero de festines le has dado el tesoro que buscaba. Si llego a donde tú ya estás, será gracias a ti. Adiós”. Y se marcha. La Magdalena se cruza las manos sobre su corazón con expresión asombrada y radiante. Luego, de rodillas, se arrastra hasta donde Jesús. “¡Oh! ¡Señor! ¡Señor! ¿Entonces es verdad que puedo conducir a otros al Bien? ¡Oh, mi Señor! ¡Esto es demasiada bondad!”. Y, curvándose hasta meter su rostro en la hierba, besa los pies de Jesús y los humedece de nuevo con el llanto —ahora de agradecimiento— de un gran amor que experimenta ella, la mujer de Magdala. (Escrito el 3 de Agosto de 1945).
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1  Nota  : Cfr. Job. 12,7-8.   2  Nota  : Cfr. Job. 11,17-18.
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(<Jesús ha llegado a Caná. Se encuentra en la casa de Susana, a cuya boda asistió un día y convirtió el agua en vino>)

4-243-85 (4-106-639).- En Caná, en casa de Susana, se habla de Aglae y de María Magdalena.- Debate de los apóstoles sobre las posesiones diabólicas.
* Cambiar el agua en vino es cosa grande, pero cambiar a una pecadora en discípula es más grande aún.- ■ Ahora, en Caná, Jesús está agradeciéndole a Susana la hospitalidad que dio a Aglae. Están aparte, debajo de un emparrado cargado de racimos de uvas que ya se van poniendo negras, mientras, los demás descansan en la amplia cocina. Susana dice: “Maestro, la mujer era muy buena. No fue en realidad un peso. Me ayudó a lavar la ropa, a limpiar la casa para la Pascua, como si hubiese sido una esclava, y trabajó, te lo aseguro, como tal para ayudarme a terminar los vestidos para la fiesta. Delante de la familia hablaba muy poco. Era muy parca en el comer. Se levantaba antes del alba para estar ya aseada cuando despertaran los hombres. Yo encontraba siempre el fuego prendido y barrida la casa. Pero, cuando estábamos solas me preguntaba a cerca de Ti, y me pedía que le enseñase los salmos de nuestra religión. Decía: «Para saber orar, como ora el Maestro». ¿Y ahora ha terminado ya de penar? Porque sufrir sufría mucho. De todo tenía miedo y suspiraba mucho y lloraba. ¿Es ahora feliz?”. Jesús: “Sí, sobrenaturalmente feliz. Libre de temores. En paz. Nuevamente te doy las gracias por el bien que hiciste”. Susana: “¡Oh, Señor mío! ¿Qué bien? No le di más que amor en tu nombre, porque otra cosa no sé hacer. Era una pobre hermana mía. La comprendí. La amé por agradecimiento al Altísimo que me ha mantenido en su gracia”. Jesús: “E hiciste más que si hubieras predicado en el Bel Nidrás (1). ■ Ahora aquí tienes a otra. ¿Ya la has reconocido?”. Susana: “¿Quién no la conoce por toda esta región?”. Jesús: “Todos, es verdad. Pero todavía no conocéis, ni vosotros ni estos lugares, a la segunda María, que permanecerá fiel siempre a su vocación. Siempre. Haz el favor de creerlo”. Susana: “Tú lo dices. Tú sabes. Yo creo”. Jesús: “Di también: «Yo amo». Sé que es más difícil sentir compasión y perdonar a uno que ha faltado, cuando es de los nuestros, que no a alguien que tiene la disculpa de ser pagano. De todas formas, si el dolor de ver apostasías familiares fue fuerte, sean más fuertes la compasión y el perdón. Yo perdoné en nombre de todo Israel”. Jesús termina recalcando las últimas palabras. Susana: “Yo también perdonaré por mi parte, pues creo que un discípulo debe hacer lo que hace el Maestro”. Jesús: “Has dicho bien, y Dios se alegra de ello. Vamos con los otros. Ya va a oscurecer. Será dulce el descanso en el silencio de la noche”. Susana: “¿No nos dirás algo, Maestro?”. Jesús: “Todavía no lo sé”. ■ Entran en la cocina donde están preparados los alimentos y la bebida para la cena. Susana se abre paso y, no sin un ligero rubor en sus mejillas juveniles, dice: “¿Quieren mis hermanas venir conmigo a la habitación de arriba? Tenemos que preparar pronto las mesas porque luego tenemos que colocar los lechos para los hombres. Puedo hacerlo yo sola, pero emplearía más tiempo”. La Virgen dice: “Voy también yo, Susana”. Susana: “No. Basta con nosotras, y así servirá para que nos conozcamos, porque el trabajo hermana mucho”. Se van. Jesús después de haber bebido agua preparada con una clase de almíbar, va a sentarse junto a su Madre, con los apóstoles y los de la casa, en el fresco del emparrado, dejando así libres a las sirvientas y a la dueña anciana para preparar todo. ■ De la habitación de arriba salen voces de las tres discípulas que preparan las mesas. Susana cuenta nuevamente el milagro sucedido en su matrimonio. María Magdalena dice: “Cambiar el agua en vino es cosa grande, pero cambiar a una pecadora en discípula es más grande aún. Quiera Dios que haga yo como aquel vino: ser del mejor”. Susana: “No lo dudes. Él cambia todo en algo mejor. Aquí estuvo una, que además era pagana, que había sido convertida por Él en el corazón y a la fe. ¿Puedes dudarlo tú que eres de Israel?”. Magdalena: “¿Una? ¿Joven?”. Susana: “Joven. Muy bella”. Marta pregunta: “¿Y dónde está ahora?”. Susana: “Solo el Maestro lo sabe”. Marta le dice a su hermana: “¡Ah! Entonces es aquella de la que te hablé (2). Lázaro estaba con Jesús aquella tarde, y oyó las palabras que se dijeron por ella. ¡Qué perfume había en aquella habitación! Los vestidos de Lázaro se impregnaron de él por muchos días. Pues bien, Jesús dijo que era superior el corazón de la convertida con su perfume de arrepentimiento. Quién sabe a dónde se habrá ido. Me imagino que a algún lugar solitario”. Magdalena: “Ella en un lugar solitario, y además extranjera. Yo aquí donde me conocen. Su expiación en la soledad, la mía en vivir entre el mundo que me conoce. No envidio su suerte porque estoy con el Maestro, pero espero poder imitarla un día para no tener nada que me distraiga de Él”. Marta: “¿Serías capaz de dejarle?”. Magdalena: “No pero Él dice que se va, y entonces mi espíritu le seguirá. Con Él puedo desafiar al mundo. Sin Él tendría miedo de los hombres. Pondré un desierto entre mí y el mundo”. Marta: “¿Y Lázaro y yo qué haremos?”. Magdalena: “Como antes hicisteis cuando estabais afligidos: os amaréis y me amaréis. Y sin tener que avergonzaros. Porque, aunque estaréis solos, sabréis que yo estoy con el Señor, y que en el Señor os amo”. ■ Pedro, que la ha escuchado, dice: “María es decidida y tajante en sus decisiones”. Zelote por su parte: “Es una espada recta como su padre. De su madre tiene las facciones; pero de su padre el espíritu indómito”. Y esa mujer de espíritu indómito baja ahora rápida a decir a todos que las mesas están ya preparadas…
* “Judas, ¡qué severo serías con los pecadores, con los hombres! También los hombres saben que tienen dos vidas y no titubean poner en peligro una y otra… No existe la reencarnación pero sí hay dos vidas… Cosa buena es no ser demasiado absolutos”.- ■ …La campiña se cobija con el manto oscuro y sereno de la noche sin luna. Solo la débil claridad de los astros permite distinguir los contornos oscuros de las plantas y los blancos de las casas. Nada más. Algunas aves nocturnas revolotean alrededor de la casa de Susana en busca de insectos, y pasan casi rozando a las personas que están sentadas en la terraza en torno a una amarillenta luz, que ilumina levemente los rostros congregados en torno a Jesús. Marta a quien los murciélagos infunden mucho miedo lanza un grito cada vez que alguno de ellos le pasa cerca. Jesús, sin embargo, se preocupa de las maripositas que vienen atraídas por la luz, y con su mano trata de alejarlas de la llama. Tomás dice: “Son unos animales muy estúpidos, tanto los murciélagos como las mariposas. Los primeros se mueren por los insectos, las segundas creen que la llama es un sol y se queman. No tienen ni rastro de cerebro”. Iscariote dice: “Son animales. ¿Pretendes que razonen?”. Tomás: “No. Pretendo que al menos tengan instinto”. Santiago de Alfeo comenta: “No tienen tiempo para ello —me refiero a las mariposas—, porque después de la primera prueba ya están bien muertas. El instinto se despierta y se hace fuerte después de las primeras, penosas, tentativas”. ■ Tomás replica: “¿Y los murciélagos? Deberían tenerlo, porque viven varios años. Lo que pasa es que son tontos”. Jesús dice: “No, Tomás. No lo son más que los hombres. Los hombres parecen también, muchas veces, murciélagos tontos. Vuelan, o mejor, revolotean, como ebrios, en torno a cosas que lo único que procuran es dolor. Mirad, mi hermano con una buena sacudida del manto, ha echado a tierra uno. Dádmelo”. Santiago de Zebedeo, a cuyos pies cayó el murciélago que, atolondrado del golpe, se agita en el suelo con movimientos torpes, lo toma con dos dedos por una de sus alas membranosas y, teniéndole suspendido como si fuera un trapo sucio, lo pone sobre las rodillas de Jesús. Jesús: “Aquí tenéis al imprudente. Vamos a soltarle y veréis que se recuperará pero no se corregirá”. Iscariote: “Un animal feo, Maestro. Yo mejor lo mataría”. Jesús: “No. ¿Por qué? Él tiene también una vida y la quiere defender”. Iscariote: “No lo creo. O no sabe que la tiene o bien no la defiende. ¡La pone en peligro!”. Jesús: “¡Oh, Judas, Judas! ¡Qué severo serías con los pecadores, con los hombres! También los hombres saben que tienen dos vidas y no titubean en poner en peligro una y otra”. Iscariote: “¿Tenemos dos vidas?”. Jesús: “La del cuerpo y la del espíritu. Lo sabes bien”. Iscariote: “¡Ah! Pensaba que te referías a reencarnaciones. Hay quien cree en ello”. Jesús: “No existe la reencarnación, pero sí hay dos vidas. Y, con todo, el hombre las pone en peligro. ■ Si fueses Dios ¿cómo juzgarías a los hombres que además del instinto tienen la razón?”. Iscariote: “Severamente, a no ser que se tratase de un hombre que estuviese dañado en la cabeza”. Jesús: “¿No tendrías en cuenta las circunstancias que enloquecen moralmente?”. Iscariote: “No”. Jesús: “De forma que, de uno que sabe de Dios y de la Ley y que no obstante peca, no tendrías piedad”. Iscariote: “No tendría piedad, porque el hombre debe saber controlarse”. Jesús: “¡Debería!”. Iscariote: “Debe, Maestro. Es una vergüenza imperdonable que un adulto caiga en ciertos pecados, sobre todo, mucho más, si no le impulsa a ello ninguna fuerza”. Jesús: “Según tú, ¿cuáles serían esos pecados?”. Iscariote: “Ante todo los carnales. Es un degradarse sin remedio…”. María Magdalena inclina la cabeza… Judas prosigue: “…es también corromper a los demás, porque del cuerpo del impuro brota un hedor que turba hasta a los más puros y los arrastra a imitarlos…”. ■ Mientras Magdalena baja cada vez más la cabeza, Pedro dice: “¡Hala! ¡No seas tan severo, hombre! La primera que cometió esta imperdonable vergüenza fue Eva, y no me vas a decir ahora que la corrompió el hedor impuro proveniente de algún lujurioso. Y has de saber que, por lo que a mí respecta, aunque me siente al lado de un lujurioso, no siento ninguna turbación en absoluto. Asunto suyo…”. Iscariote: “La cercanía siempre ensucia; si no a la carne, el alma, que es todavía peor”. Pedro: “¡Me pareces un fariseo! Pero… entonces según esto sería necesario encerrarse dentro de una torre de cristal y quedarse allí, encerrado”. Zelote dice: “Y no te pienses, Simón, que te beneficiaría; en soledad son más temibles las tentaciones”. Pedro responde: “¡Bueno! ¡Quedarían como sueños! ¡Nada malo!”. Iscariote: “¿Nada malo? ¿No sabes que la tentación lleva a uno a pensar, y que el pensamiento busca un arreglo para satisfacer de cualquier modo el instinto que grita, y que este arreglo allana el camino a un refinamiento del pecado en que se unen sentido y pensamiento?”. Pedro: “No sé nada de eso, querido Judas. Tal vez porque nunca he pensado detenidamente, como dices, respecto a ciertas cosas. Sé, eso sí, que me parece que nos hemos ido muy lejos de los murciélagos, y que mejor que tú no seas Dios, de otro modo, en el Paraíso te quedarías tú solo, con toda tu severidad. ■ ¿Qué dices de esto, Maestro?”. Jesús: “Digo que es una cosa muy buena no ser demasiado absolutos, porque los ángeles del Señor escuchan las palabras de los hombres y las consignan en sus libros eternos, y podría ser desagradable que en alguna ocasión se le dijese a uno: «Te sucedió como juzgaste». Digo que si Dios me ha enviado es porque quiere perdonar todas las culpas de las que el hombre se arrepiente, pues sabe que el hombre es muy débil por causa de Satanás”.
* La posesión diabólica, de Doras y de la Magdalena, poseídos más completamente por Satanás (poseídos los 3 grados del hombre), es la más tiránica y sutil.- ■ Jesús se dirige ahora a Judas: “Judas, respóndeme: ¿admites que Satanás puede apoderarse de un alma de modo que ejerza sobre ella una coacción que de hecho le aminora su pecado ante los ojos de Dios?”. Iscariote: “No lo admito. Satanás solo puede atacar la parte inferior”. Zelote y Bartolomé dicen al unísono: “¡Blasfemas, Judas de Simón!”. Iscariote: “¿Por qué? ¿En qué?”. Bartolomé responde: “Haces mentirosos a Dios y al Libro. En él está escrito que Lucifer atacó también la parte superior, y Dios, por boca de su Verbo, muchísimas veces lo ha dicho”. Iscariote: “También está escrito que el hombre tiene libre arbitrio, lo que significa que Satanás no puede ejercer violencia sobre la libertad humana del pensamiento y del sentimiento. Ni siquiera Dios hace”. Zelote le replica: “Dios no, porque es Orden y Lealtad. Pero Satanás sí, porque es Desorden y Odio”. Iscariote: “El odio no es el sentimiento opuesto a la lealtad. Te equivocaste”. Zelote sostiene: “No me he equivocado, porque Dios es Lealtad y, por esto, no falta a su palabra de dejar al hombre libre de actuar; mientras que el demonio, no habiendo prometido al hombre libertad de arbitrio, no puede traicionar esta palabra. Sin embargo, es muy cierto que él es odio y que, por lo tanto, arremete contra Dios y el hombre; arremete asaltando la libertad de la inteligencia del ser humano, además de su carne, y arrastrando esta libertad de pensamiento a la esclavitud, a estados de posesión por los que el hombre hace cosas que no haría si estuviera libre de Satanás”. Iscariote: “No lo admito”. ■ Judas Tadeo grita: “¿Y entonces los endemoniados? Niegas la evidencia”. Iscariote: “Los endemoniados son sordos, mudos o locos, pero no lujuriosos”. Tomás irónicamente pregunta: “¿Tienes tan solo presente este vicio?”. Iscariote: “Porque es el más difundido y el más bajo”. Tomás dice riéndose: “¡Ah! pensaba que era el que conocías mejor”. De un brinco Judas se pone de pie. Después se domina, baja la pequeña escalera y se va por los campos. Un silencio… Andrés dice luego. “Su idea no está del todo equivocada. Se podría decir que de hecho Satanás se apodera solo de los sentidos: de los ojos, del oído, del habla y del cerebro. Pero entonces, Maestro, ¿cómo se explicarían ciertas maldades? ¿No son acaso posesiones? Por ejemplo, un Doras…”. Jesús: “Un Doras, como tú dices para no faltar a la caridad a nadie, y que Dios te recompense por ello, o una María —pensamos todos y ella la primera, después de las claras y anticaritativas alusiones de Judas— son los poseídos más completamente por Satanás, que extiende su poder a los tres grados del hombre. Son las posesiones más tiránicas y sutiles, y de ellas se liberan solo aquellos que no han llegado a tal degradación del espíritu, que saben comprender la llamada de la Luz. Doras no fue un lujurioso, y, a pesar de todo, no supo ir a su Libertador. ■ En esto consiste la diferencia: que, mientras que en el caso de los lunáticos, mudos, sordos o ciegos por obra del demonio son los familiares los que se preocupan de conducirlos a Mí, en el caso de éstos, los poseídos en su espíritu, solo es su espíritu el que trata de buscar la libertad. Por esto reciben el perdón además de la libertad. Porque su voluntad ha tomado la iniciativa de liberarse de la posesión del Demonio. ■ Y ahora vamos a descansar. María, tú que sabes lo que significa estar uno poseído, ruega por los que se entregan a ratos al Enemigo, cometiendo pecados y causando dolor”. Magdalena: “Sí, Maestro mío. Y sin rencor”. Jesús: “La paz sea con todos. Dejemos aquí la causa de tanta discusión. Que se queden las tinieblas con las tinieblas aquí fuera en la noche. Nosotros entremos a dormir bajo la mirada de los ángeles”. Jesús deja el murciélago sobre un banco, el cual hace sus primeros intentos de volar. Luego se retira con los apóstoles a la habitación alta mientras las mujeres con los dueños de la casa bajan a la planta baja. (Escrito el 4 de Agosto de 1945).
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1  Nota  : “Bel Nidrás”. Esta Obra no explica qué cosa entiende por “Bel Nidrás”. Pero como la escritora en los nombres hebreos, a veces, pone “n” por “m” y viciversa, se puede uno imaginar que tal vez “Nidrás” equivalga a “Midrás” (Comentario de los Rabinos sobre la Sagrada Escritura). En esta hipótesis, “Bel Midrás” sería el templo donde los doctores enseñaban a la gente.   2  Nota  : Cfr. Nota 1 del episodio 4-226-2.
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4-247-112 (4-110-668).- Las discípulas viajan también con gusto, por amor. Respecto a María Magdalena solo un poderoso amor le puede dar fuerzas para soportar este tormento.
* “Un amor, para serlo verdaderamente, no debe jamás ser exclusivista. El amor perfecto ama, con sus debidos niveles, a todo el género humano, y también a los animales y vegetales, a las estrellas, al agua, ya que todo lo ve en Dios”.- ■ Mientras van caminando por una cañada que hay entre dos colinas, muy bien cultivadas y verdes, desde abajo hasta la cima, Santiago Zebedeo pregunta: “¿En dónde haremos parada, Señor mío?”. Jesús: “En Belén de Galilea. Pero cuando haga calor nos detendremos en el monte que domina Meraba, y así tu hermano será feliz una vez más viendo el mar”. Una sonrisa cubre el rostro de Jesús. Luego añade: “Nosotros los hombres habríamos podido haber avanzado más, pero detrás de nosotros vienen las discípulas que, aunque jamás se lamentan, con todo no debemos cansarlas en exceso. Bartolomé admite: “Jamás se lamentan. Es verdad. Nosotros somos más propensos a hacerlo”. Pedro dice: “Y sin embargo, están menos acostumbradas que nosotros a esta vida…”. Tomás interviene: “Tal vez por esto lo hacen con más gusto”. Jesús: “No, Tomás. Lo hacen gustosas por amor. Recuerda que ni mi Madre, ni las otras mujeres de casa, como María de Alfeo, Salomé y Susana, dejan… así, con gusto, la casa por venir por los caminos del mundo y acercarse a la gente. Ni tampoco Marta y Juana, cuando ésta también venga, que no están acostumbradas a estas fatigas, lo harían con gusto si no las moviera el amor. ■ Respecto a María Magdalena solo un poderoso amor le puede dar fuerzas para soportar este tormento”. Iscariote pregunta: “¿Por qué se lo has impuesto, si sabes que es tortura? No es buena cosa ni para ella ni para nosotros”. Jesús: “Ninguna otra cosa podría persuadir al mundo de su indudable cambio que una demostración clara. María quiere convencer al mundo de que ha cambiado. Su separación del pasado ha sido perfecta. Es completa”. Iscariote: “¡Habrá que ver! Es todavía pronto para afirmarlo. Cuando se ha acostumbrado uno a un determinado género de vida, difícilmente se separa del todo. Amistades y nostalgias nos llevan otra vez a él”. Mateo pregunta: “¿Tienes tú entonces nostalgia de tu vida de antes?”. Iscariote: “Yo… no. Lo hago por decir. Yo soy: un hombre, que ama al Maestro y… en resumidas cuentas tengo en mí medios que me sirven para preservar en mi propósito, pero ella es una mujer, y ¡qué mujer! Y, además, aunque su actitud fuese bien firme no es muy agradable tenerla con nosotros. Si tuviésemos que encontrarnos con rabíes o sacerdotes, o grandes fariseos, pensad que no sería placentero el momento. Me sonrojaría de vergüenza desde ahora”. Jesús: “No te contradigas, Judas. Si realmente has destruido los puentes que te unían con el pasado, como tratas de insinuar, ¿por qué te duele tanto que una pobre alma nos siga para completar su transformación en el bien?”. Iscariote: “Por amor, Maestro. Yo también lo hago todo por amor por Ti”. ■ Jesús: “Entonces perfecciónate en este amor tuyo. Un amor, para serlo verdaderamente, no debe jamás ser exclusivista. Cuando uno sabe amar un solo objeto y no sabe amar ningún otro, aun cuando se sienta correspondido, demuestra con esto que no posee el verdadero amor. El amor perfecto ama, con sus debidos niveles, a todo el género humano, y también a los animales y vegetales, a las estrellas y al agua, ya que todo lo ve en Dios. Ama a Dios como es debido y ama todo en Dios. No olvides que el amor exclusivista es casi siempre un egoísmo. Por lo tanto procura llegar a amar también a los otros por amor”. Iscariote: “Sí, Maestro”. La discusión termina tan pronto se acercan las mujeres que vienen con Magdalena, la cual no sabe que ha sido el objeto de ella… (Escrito el 8 de Agosto de 1945).
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(<Jesús con el grupo de apóstoles y discípulas, en el camino hacia Belén de Galilea. Han pasado por Yafia y Meraba y han hecho alto en un bosque>)

4-247-114 (4-110-671).- La Virgen habla a Magdalena sobre la oración mental y vocal.
* “La oración, para que sea realmente oración, debe ser amor”.- Pasan las horas en la sombra susurrante del aireado bosque. Quién duerme, quién habla en voz baja, quién contempla el panorama. Juan se aparta de sus compañeros y busca un lugar más alto para ver mejor. Jesús se aparta a un lugar retirado para orar y meditar. Las mujeres, por su parte, se han retirado tras una cortina flotante de madreselva toda en flor; allí se han ido a refrescar, en un insignificante manantial que, reducido a un hilo de agua, forma en la tierra un charco que no logra transformase en arroyo. Terminado esto, las de más edad se han dormido, cansadas. María Stma. con Marta y Susana están hablando de su casa, ya lejana, y María dice que le gustaría tener esa hermosa mata toda en flor como revestimiento de su pequeña gruta. ■ La Magdalena, que se había soltado los cabellos, no pudiendo resistir su peso, se los recoge de nuevo y dice: “Voy con Juan, ahora que está con Simón, a ver el mar”. La Virgen dice: “También voy yo”. Marta y Susana se quedan con las que están durmiendo. Para llegar a donde están los dos apóstoles deben pasar cerca del lugar donde Jesús, solo, está en oración. Dice la Virgen en voz baja: “Mi Hijo encuentra su descanso en la oración”. Magdalena observa: “Me parece que será indispensable para Él retirarse para mantener ese maravilloso dominio que tiene, y que el mundo somete a dura prueba. ¿Sabes, Madre? Hice lo que me dijiste. Cada noche me retiro durante un tiempo más o menos largo para poder restablecer dentro de mí misma esa calma que se ve turbada por muchas cosas; después, me siento mucho más fuerte”. Virgen: “Por ahora te sientes fuerte, más tarde, feliz. Créeme, María, que bien en la alegría como en el dolor, bien en la paz como en la lucha, nuestro espíritu tiene necesidad de sumergirse dentro del océano de la meditación para reconstruir lo que el mundo y las vicisitudes humanas debilitan, para crearse nuevas fuerzas, para poder subir siempre hacia arriba. ■ En Israel usamos y hasta abusamos de la oración vocal. No quiero decir que sea inútil o que no agrade a Dios; pero sí digo que siempre es mucho más útil para el corazón elevarse a Dios con la mente, la meditación, en que, contemplando su divina perfección y nuestra miseria, o la miseria de tantas pobres almas —no ya para criticar de ellas, sino para compadecernos de ellas y comprenderlas, y para agradecer al Señor que nos ha sostenido para que no pecásemos, o nos ha perdonado para no dejarnos caídas—, llegamos realmente a orar, esto es, a amar. Porque la oración para que sea realmente oración, debe ser amor. Si no, no es más que un murmullo de labios, de los que el alma está ausente”.
* ¿Puede Dios escuchar el grito de amor de un espíritu arrepentido pero poco purificado?.- ■ Magdalena pregunta: “¿Pero es lícito hablar con Dios, teniendo los labios todavía sucios de muchas palabras profanas? Yo, en mis horas de recogimiento, que hago como me enseñaste tú, mi apóstol dulcísimo, no permito a mi corazón, que querría decirle a Dios: «Te amo»…”. Virgen: “¡No! ¡Eso no! ¿Por qué?”. Magdalena: “Porque me parece que sería un ofrecimiento sacrílego por mi parte ofrecerle mi corazón…”. Virgen: “No lo vuelvas a hacer, hija. No lo vuelvas a hacer. Ante todo, mi Hijo te ha vuelto a consagrar el corazón con su perdón y el Padre no ve otra cosa más que este perdón. Pero aun en el supuesto de que Jesús no te hubiera perdonado, y tú, en un lugar solitario, que puede ser tanto material como moral, gritases a Dios: «Te amo, Padre, perdona mis miserias, porque me duelen por el pesar que te causan», créeme, María, que Dios Padre te absolvería por su parte y le sería agradable tu grito de amor. Abandónate, abandónate al Amor. No le hagas violencia; antes al contrario, deja que el amor adquiera en ti la violencia de un fuego devorador. El fuego consume todo lo material, pero no destruye una molécula de aire, porque el aire es incorpóreo (al contrario: lo purifica de los desperdicios pequeñitos que en él esparce el viento, lo hace más ligero). De igual modo se comporta el amor con el espíritu: destruye la materia del hombre, si Dios lo permite, mas no destruye el espíritu, sino que acrecienta su vitalidad y le hace puro y ágil para que suba a Dios”.
* “Juan y Zelote, incluso Lázaro, han comprendido el secreto de su fuerza: la meditación amorosa”.-Virgen: “¿Ves ahí a Juan? Es realmente muy joven, y con todo es un águila. Es el más fuerte de todos los apóstoles, porque ha comprendido el secreto de la fortaleza, de la formación espiritual: la meditación amorosa”. Magdalena: “Él es puro. Yo… Él es un muchacho, yo…”. ■ Virgen: “Pues mira entonces a Zelote, que no es un muchacho. Ha vivido su vida, ha luchado, ha odiado. Lo confiesa sinceramente. Pero aprendió a meditar. Y créeme, también él está muy en alto. ¿Ves? Se buscan ambos, porque se sienten iguales. Han llegado a la misma edad perfecta del espíritu y con el mismo medio: la oración mental. Por medio de ella el muchacho se ha hecho adulto en el espíritu; y por ella, el otro, ya mayor y cansado, ha vuelto a encontrar una robusta virilidad. Y, ¿sabes?, hay otro que, sin ser apóstol, adelantará mucho —es más, ya está muy adelantado— por su inclinación natural a la meditación, que desde que es amigo de Jesús se ha hecho en él una necesidad espiritual. Tu hermano”. Magdalena: “¿Mi hermano Lázaro?…”.
* Magdalena teme al primer encuentro, después de su conversión, con su hermano Lázaro.-Magdalena, suplicante: “¡Oh Madre! dímelo, tú que sabes muchas cosas porque Dios te las muestra, dime ¿cómo me tratará Lázaro la primera vez que me vea? Antes guardaba silencio con desdén. Pero lo hacía porque yo no admitía que me hicieran observaciones. Fui cruel con mis hermanos… Ahora lo comprendo. Ahora que sabe que puede hablar ¿qué me dirá? Temo una abierta recriminación suya. Ciertamente me echará en cara todas las penas que le causé. Quisiera presentarme ante él inmediatamente. Pero tengo miedo. Antes iba allá, y no me inquietaba ni siquiera el recuerdo de nuestra madre muerta, ni sus lágrimas, vivas aún sobre los objetos que usó, lágrimas vertidas por mi culpa. Mi corazón era cínico, desvergonzado, cerrado a toda voz que no fuese «mal». Ahora yo no tengo ya la malvada fuerza del Mal, y tiemblo… ¿Qué me dirá Lázaro?”. Virgen: “Te abrirá sus brazos y te llamará más con el corazón que con los labios: «hermana mía amada». ■ Ha avanzado tanto en Dios, que no puede usar otros modos. No tengas miedo. No te dirá ninguna palabra del pasado. Está —es como si estuviera viendo— allí, en Betania y se le hacen largos los días de su espera. Te está esperando para estrecharte sobre su corazón, para saciar su amor de hermano. Si quieres gustar la dulzura de haber nacido del mismo seno, no tienes que hacer nada más que quererle como él te quiere”. Magdalena: “Le amaré aunque me eche en cara todo. Me lo merezco”. Virgen: “No. Te amará y nada más. Solo te querrá”. (Escrito el 8 de Agosto de 1945).
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(<Después de pasar por Belén de Galilea, se dirigen hacia el oeste, hacia el mar. Han llegado a Sicaminón, donde encuentran al pastor Isaac y a Juan de Endor entregados a la misión encomendada por el mismo Jesús: dar a conocer a Jesús, el Mesías anunciado por los profetas>)

4-250-133 (4-113-690).- Ejemplo tomado de los Macabeos: Parábola del lodo transformado en llama.
* En Sicaminón, con los discípulos que han venido con Isaac.- ■ Precisamente a orillas del profundo torrente, encuentra Jesús a Isaac con muchos discípulos, conocidos unos, desconocidos otros. Entre los muchos conocidos están el sinagogo de «Aguas Claras»: Timoneo; José el acusado de incesto en Emmaús; el joven que dejó de enterrar a su padre por seguir a Jesús; Esteban; el leproso Abel, que fue curado hace un año cerca de Corozaín con su amigo Samuel; el barquero de Jericó, Salomón; y otros que no conozco ni me acuerdo si alguna vez o en algún lugar los vi. Rostros conocidos, ya son muchos, todos conocidos como rostros de discípulos. Y hay además otros, conquistas de Isaac o de los mismos discípulos antes mencionados; siguen al núcleo principal con la esperanza de encontrar a Jesús. El encuentro es afectuoso, alegre y reverente. Isaac está radiante por la alegría de ver a su Maestro y de enseñarle su nueva grey, y como premio pide a Jesús que hable a la gente que está con él. Jesús: “¿Conoces un lugar tranquilo donde pueda uno reunirse?”. Isaac: “En el extremo del golfo hay una playa desierta. Allí hay unas casuchas de pescadores, que están deshabitadas en este tiempo, porque son malsanas y porque, además, la época de la pesca de pescado para salazón ya ha terminado y los pescadores van a la Siro-Fenicia a la pesca de la púrpura. Muchos de ellos ya creen en Ti, porque te oyeron hablar en las ciudades marítimas y por contactos con los discípulos; me han cedido sus casitas para descansar nosotros. Después de cada misión regresamos a ellas. Porque hay mucho que hacer en esta costa; está completamente corrompida por muchas cosas. Querría llegar hasta la Siro-Fenicia. Podría hacerlo por mar, porque la costa está demasiado caldeada por el sol como para recorrerla a pie. Pero yo soy pastor y no marinero; y de éstos no hay uno solo que sepa navegar”. Jesús, que está escuchando atentamente, con una leve sonrisa, un poco agachado —¡tan alto como es Él, teniendo de frente al pequeño pastor, que refiere todo como un soldado a su general!— responde: “Dios te ayuda por tu humildad. Si aquí me conocen se debe a ti, discípulo mío, no a otros…”. ■ Y, mezclados junto a apóstoles y discípulos —y no hay ni qué decir con qué manifestaciones de alegría muchos lo están (sobre todo los que ya conocían a Jesús)— vuelven sobre sus pasos y se encaminan hacia la ciudad. La rodean por su periferia hasta llegar a la punta extrema de la bahía, punta que penetra en el mar como un brazo doblado. Allí, unas pocas casuchas, esparcidas sobre la costa guijarrosa y corta, representan el lugar más miserable de la ciudad, el más deshabitado y menos continuamente poblado. Las pequeñas casuchas, resquebrajadas por la salobridad y la vejez, están cerradas y cuando las abren los discípulos, dejan ver su miserable estado. Húmedas y con el mínimo ajuar. Isaac dice: “Aquí están. Son cómodas y limpias, aunque no bonitas”. Pedro refunfuña: “Bonitas no, pobrecillas. «Aguas Claras» era un palacio real comparado con éstas. ¡Y había quien se lamentaba!…”. Isaac dice: “Para nosotros representa una fortuna”. Pedro: “¡Claro! Lo que interesa es tener un techo y amarse. ¡Oh mira! Aquí está nuestro Juan. ¿Qué tal te va? ¿Dónde estabas?”. Pero Juan de Endor, no sin enviar una sonrisa a Pedro, veloz se dirige a Jesús que le saluda con palabras cariñosas. Isaac dice: “No he querido que viniera, porque no se encuentra muy bien… Prefiero que esté aquí. Se desenvuelve muy bien con la gente de la ciudad y con quien le pide noticias acerca del Mesías”. ■ De hecho el hombre de Endor está mucho más delgado que antes, pero en su rostro se refleja la serenidad. La flaqueza le da un cierto aire de dignidad, que hace pensar en uno que ha sufrido el martirio de la carne y el espíritu. Jesús le mira atentamente y le pregunta: “¿Estás enfermo?”. Juan de Endor: “No más de cuanto lo estaba antes de encontrarte. Sufro en la carne, pero no en el corazón porque, si me juzgo bien, me estoy curando de mis particulares heridas”. Jesús mira aquellos ojos serenos y sus sienes hundidas, pero no dice más; le pone, eso sí, una mano en el hombro, y entra con él en una de las casitas, a donde han llevado unos cántaros de agua de mar para refrescar los pies cansados y jarras de agua para aliviar la sed. ■ Afuera, en mesas rústicas, bajo la sombra de una especie de emparrado de hierbas trepadoras, se prepara lo necesario para comer. Es hermoso ver —mientras el crepúsculo va cayendo y el mar recita la plegaria de la tarde con su resaca sobre la playa de guijarros— la cena de Jesús con las mujeres y los apóstoles, sentados en torno a la tosca mesota, mientras los demás, quién sentado en tierra, quién en sillas o cestas puestas al revés, hacen círculo alrededor de la mesa principal. Pronto termina la cena, y, más rápidamente todavía, quitan la mesa (los utensilios, para los huéspedes más importantes, eran bien pocos). El mar, en la noche aún sin luna, se ha puesto de color negro; toda su imponencia se descubre en esta hora triste y solemne propia de las costas marinas.
* Juan de Endor y Magdalena, ejemplos de conversión.- ■ Jesús, con su vestido blanco, realza su figura entre las sombras cada vez más oscuras. Se levanta de la mesa y se acerca al centro de la multitud de discípulos, mientras las mujeres se retiran. Isaac y otro encienden sobre la arena unas pequeñas hogueras para iluminar y para tener alejados a los mosquitos que vienen de las marismas cercanas. “La paz sea con vosotros. Antes del tiempo fijado, la misericordia de Dios nos une dando recíproca alegría a nuestros corazones. He escudriñado todos vuestros corazones, moralmente buenos, como lo demuestra el hecho de que estuvieseis esperándome, para que os forme; espiritualmente todavía imperfectos, como lo demuestran ciertas reacciones vuestras, que manifiestan que perdura todavía en vosotros el hombre viejo de Israel con todos sus conceptos y prejuicios, y que todavía no han salido de él, como mariposa de su larva, el hombre nuevo, el hombre del Mesías, el hombre que de Él ha recibido su amplia, luminosa y misericordiosa mentalidad, y la aún mayor caridad. Pero vosotros no os avergoncéis de que haya escudriñado vuestros corazones y leído todos sus secretos. Un buen maestro debe conocer a sus discípulos para poderles corregir sus defectos; y creedme, si es un buen maestro, no siente desagrado por sus alumnos más defectuosos, sino que es precisamente a éstos a quienes más se dedica para mejorarles. Vosotros sabéis que soy un buen Maestro. Vamos ahora a examinar juntos estas reacciones y estos prejuicios, vamos a tratar de considerar juntos el motivo de nuestra presencia aquí; y, por el gozo que nos produce este estar unidos, sepamos bendecir al Señor, que siempre, de un bien particular obtiene un bien colectivo. ■ De vuestros propios labios he oído la admiración que experimentáis por Juan de Endor; y tanto más crece esta admiración porque él se declara un pecador convertido, y apoya su tesis de predicación, en medio de aquellos a quienes quiere conducir a Mí, en estas dos características suyas, la vieja y la nueva. Es verdad. Era un pecador. Ahora es un discípulo. Muchos de vosotros si han venido al Mesías ha sido gracias a él. Ved, pues, con qué medios, que el hombre viejo de Israel despreciaría, Dios se crea un pueblo suyo. ■ Ahora os ruego que os abstengáis de juzgar con malsano juicio la presencia de una hermana que el viejo Israel no acepta como discípula. Mandé a las mujeres a que se fuesen a descansar. Pues bien, la razón de esta orden mía, que ciertamente ha apenado a las discípulas, no era tanto la preocupación de que descansaran cuanto la de poderos dar a vosotros una santa valoración de una conversión, y la preocupación de impediros un pecado contra el amor y la justicia. María Magdalena, la gran pecadora de Israel, aquella que no tenía disculpa de su pecado, ha vuelto al Señor. ¿Y de quién debe esperar fidelidad y misericordia sino de Dios y de los siervos de Dios? Todo Israel y con él los extranjeros que viven entre nosotros, aquellos que muchos la conocen y que la critican sin piedad alguna, ahora que ya no es su cómplice de vicios, critican y se burlan de esta resurrección. Resurrección. Sí. Es la palabra más exacta. Resucitar un cuerpo no es el milagro más grande; es siempre un milagro relativo, destinado a quedar un día anulado por la muerte. Yo no doy la inmortalidad al resucitado en cuerpo, pero sí doy eternidad al resucitado en su espíritu. Además, mientras que, en el caso de un muerto en el cuerpo, el muerto no une su voluntad de resucitar a la mía —por tanto, no hay mérito por su parte— en el resucitado en el espíritu está presente su voluntad, es más, es la primera presente; por tanto, hay mérito del resucitado. Esto no os lo digo para justificarme. A Dios sólo debo dar cuenta de mis acciones. Pero vosotros sois mis discípulos, y mis discípulos deben ser otros Jesús. No debe haber en ellos ninguna ignorancia, como tampoco ninguna de esas inveteradas culpas, que hacen que muchos estén unidos con Dios tan sólo de nombre”.
* Una materia, aun la más sucia, presentada ante la voluntad de Dios, puede transformarse en belleza pura.
.   “Cada alma es un fuego sagrado, encendido por Dios en el altar del corazón para que consuma el holocausto de la vida con el amor al Creador que la hizo. El fuego cae en el pozo profundo… y allí queda sumergido en los desagües de todos los vicios, convertido en fango, hasta que no baja a esa profundidad un sacerdote y lo lleva otra vez a la luz del sol y lo deposita sobre el holocausto de su propio sacrificio”.-Jesús: “Todo es susceptible de buenas acciones, hasta las cosas aparentemente menos apropiadas. Cuando una materia se presenta ante la voluntad de Dios —aunque se trate de la más inerte, helada y sucia— puede transformarse en movimiento, llama y belleza pura. Os voy a dar un ejemplo tomado del libro de los Macabeos (1). Cuando el rey de Persia dejó partir a Nehemías para Jerusalén, se quisieron ofrecer sacrificios en el reconstruido Templo y en el altar purificado. Nehemías recordaba cómo, en el momento en que Jerusalén fue capturada por los persas (Babilonios), los sacerdotes encargados del culto divino, tomaron el fuego del altar y lo escondieron en un lugar secreto, en el fondo de un valle, en un pozo profundo y seco, y que lo hicieron tan bien y en forma tan secreta, que sólo ellos supieron dónde se quedó el fuego sagrado. Este hecho lo recordaba Nehemías, y recordándolo, llamó a los nietos de aquellos sacerdotes para que fuesen al lugar indicado por los sacerdotes a sus hijos antes de morir —éstos a su vez se lo habían indicado a sus hijos, transmitiendo de esta forma el secreto de padres a hijos— y trajeran el fuego sagrado para encender el fuego del sacrificio. Pero cuando los nietos bajaron al pozo secreto, no encontraron fuego, sino agua espesa, un lodo sucio, fétido, pesado, que se había filtrado allí procedente de todos los albañales de la Jerusalén destruida. Y se lo dijeron a Nehemías. Mas éste ordenó que se tomase agua de aquella y que se la trajeran. Habiendo ordenado que se pusiera la leña encima del altar, y encima de la leña los sacrificios, roció abundantemente todo con el agua lodosa. Si el pueblo, asombrado, miraba con respeto, si los sacerdotes, escandalizados, obedecieron a Nehemías por respeto, fue solo porque era Nehemías el que ordenaba. Pero ¡cuánta tristeza en sus corazones, cuánta desconfianza! De la misma forma que había nubes en el cielo que ponían triste el día, en los corazones la duda sumía en la tristeza a los hombres. Pero he aquí que el sol desgarró las nubes y bajó con sus rayos al altar, y la leña rociada con el agua pantanosa se prendió con tal llama que pronto consumió el sacrificio; mientras los sacerdotes recitaban las plegarias que Nehemías había compuesto y con los himnos más hermosos de Israel, hasta que todo el sacrificio quedó consumido. Y, para persuadir a la multitud de que Dios tiene poder para realizar prodigios aun con materias menos aptas, pero empleadas con fin recto, Nehemías ordenó que con el resto del agua se asperjara una serie de grandes piedras, y, las piedras asperjadas prendieron fuego y en él se consumieron en la intensa luz que venía del altar. ■ Cada alma es un fuego sagrado, encendido por Dios en el altar del corazón para que consuma el holocausto de la vida con amor al Creador que la hizo. Cada vida es un holocausto, si es bien vivida; cada día es un holocausto que ha de arder con santidad. Pero llegan los salteadores, los opresores del hombre y de su alma. El fuego cae en el pozo profundo, y no por necesidad santa, sino por una necedad sin nombre. Y allí, sumergido en los desagües de todos los vicios, se convierte en fango apestoso y pesado, hasta que no baja a esa profundidad un sacerdote, y lo lleva otra vez a luz del sol aquel fango, y lo deposita sobre el holocausto de su propio sacrificio”.
.   ● “Tened muy bien cuenta: no basta el heroísmo de la persona que se convierte; es necesario también el heroísmo de quien convierte (debe preceder). Porque así se logra que el fango se convierta en llama y Dios acepte como perfecto y grato a su santidad el holocausto. Es entonces cuando este fango arrepentido adquiere tal potencia que enciende hasta las piedras… ¿De donde le viene a este lodo esta propiedad? Es porque en el fuego del arrepentimiento ellos se funden en Dios, llama con llama”.-Jesús: “Porque tened muy bien cuenta: no basta el heroísmo de la persona que se convierte; es necesario también el heroísmo de quien convierte (es más, éste debería preceder a aquél, porque las almas se salvan con nuestro sacrificio). Porque así se logra que el fango se convierta en llama, y Dios acepte como perfecto y grato a su santidad el holocausto que se consume. Es entonces cuando, no bastando para persuadir al mundo de que el fango arrepentido es más abrasador que el fuego común (aunque sea fuego consagrado, que sirve solo para consumir leña y víctimas, o sea materias combustibles), este fango arrepentido adquiere tal potencia que puede encender y devorar hasta las piedras, material incombustible. ■ ¿Y no os preguntáis de dónde le viene a este lodo esta propiedad? ¿No lo sabéis? Os lo diré: Es porque en el fuego del arrepentimiento ellos se funden en Dios, llama con llama; llama que sube, llama que desciende; llama que se ofrece amando, llama que se concede amando; abrazo de dos que se aman, que se encuentran de nuevo, que se unen, formando una sola cosa. Y, como la llama más grande es la de Dios, acontece que ésta rebosa, vence, penetra, absorbe… y la llama del fango arrepentido deja de ser llama relativa de ser creado para ser llama infinita de Ser increado: del Altísimo, el Potentísimo, el Infinito, de Dios. ■ Estos son los grandes pecadores verdaderamente convertidos, totalmente convertidos, generosamente entregados a la conversión sin quedarse con nada del pasado, consumiéndose primero ellos mismos, su parte más pesada, con la llama que se levanta de su propio fango, que ha ido al encuentro de la Gracia, y que por ella ha sido tocado. ■ En verdad, en verdad os digo que muchas piedras en Israel serán presa del fuego de Dios debido a estos hornos ardientes que arderán cada vez más, hasta la consumación de la criatura humana, y que seguirán devorando con su fuego las piedras, las tibiezas, las incertidumbres, las timidezas de la Tierra, desde su elevado trono del Cielo, verdaderos espejos ustorios sobrenaturales que recogen las Luces Unas y Trinas para dirigirlas sobre el género humano y encenderlo de Dios”.
* “La unión de mis sacerdotes será como la parte vital del gran cuerpo de mi Iglesia, de la que Yo seré el Espíritu Santo animador, y, alrededor de esta parte vital se concentrarán todas las infinitas partículas de los creyentes para que formen un solo cuerpo, que tendrá mi Nombre”.-Jesús: “Os repito que no tenía necesidad de justificar mis acciones, pero he querido que entraseis en mi concepto y lo hicieseis vuestro; para ahora y para otros casos futuros semejantes, cuando Yo ya no esté con vosotros. Que jamás un concepto errado, una sospecha farisea de contaminar a Dios llevándole un pecador arrepentido, os detenga en esta obra, que es el coronamiento perfecto de la misión para la que os destino. Tened siempre ante los ojos que no vine a salvar santos, sino los pecadores. Igual haced vosotros, porque el discípulo no es mayor que el Maestro y si Yo no aborrezco el tomar de la mano a los deshechos de la Tierra que sienten necesidad del Cielo —que la sienten por fin— y, con gozo, los conduzco a Dios (porque tal es mi misión, y cada conquista es una justificación de mi Encarnación humilladora del Infinito), pues no lo aborrezcáis tampoco vosotros, hombres limitados, que en mayor o menor grado habéis conocido, todos, la imperfección; hechos de la misma naturaleza que vuestros hermanos pecadores, hombres que os elijo como salvadores para que continúe mi obra hasta que perdure la Tierra, de forma que sea como si Yo estuviese viviendo en ella, como si viviese corporalmente. ■ Y así será porque la unión de mis sacerdotes será como la parte vital del gran cuerpo de mi Iglesia, de la que Yo seré el Espíritu Santo animador; y, alrededor de esta parte vital se concentrarán todas las infinitas partículas de los creyentes para que formen un solo cuerpo, que tendrá mi Nombre. Pero si faltase la vitalidad en la parte sacerdotal ¿podrían las infinitas partículas tener vida? Verdad es que Yo, estando en ese cuerpo, podría impulsar mi Vida hasta las partículas más lejanas, sin hacer caso de las cisternas y los canales cerrados e inútiles, reacios a su ministerio. Porque la lluvia penetra hasta donde quiere, y las partículas buenas, que son capaces por sí mimas de querer la vida, vivirían igualmente mi vida. ¿Pero qué sería entonces del Cristianismo? Conjunto de almas y almas, cercanas, pero separadas por canales y cisternas que ya no serían lazos de unión, distribuidores de la sangre vital proveniente de un único centro para cada una de las partículas; serían, más bien, muros y precipicios de separación, a través de los cuales las partículas se mirarían, humanamente hostiles, sobrenaturalmente entristecidas, de una orilla a otra, diciendo en sus espíritus: «Y, con todo, éramos hermanos y como tales nos sentimos todavía, a pesar de que nos hayan separado». Cercanía. No una fusión. No un organismo. Y sobre esta ruina resplandecería con pena mi amor… Aún más, no penséis que esto valga solo para los cismas religiosos. No. Sirve también para todas las almas que quedan solas, porque los sacerdotes no quieren sostenerlas, ocuparse de ellas, amarlas, faltando con ello a su misión, que es la de decir y hacer lo que Yo digo y hago, o sea: «Venid a Mí todos vosotros, que os conduciré a Dios». Id en paz ahora, y que Dios sea con vosotros”. (Escrito el 11 de Agosto de 1945).
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1  Nota  : Cfr. 2 Mac. 1,18-36.
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(<Después de Sicaminón, en barcas, se desplazan hasta las tierras de Tiro. Se nota aquí la diversidad de razas. Predominan los Siro-fenicios mezclados con los israelitas del Carmelo. Esta gente conoce también a Jesús a través de la predicación del pastor Isaac. En estos momentos un pescador israelita pregunta a Jesús>)

4-251-145 (4-114-703).- Ermasteo, nuevo discípulo.
* “Ermasteo, tú has sabido perseverar”.- ■ Dice el pescador: “Maestro, pero ¿cómo tenemos que comportarnos con estos paganos? A estos los conocemos por la pesca. Nos une a ellos el trabajo, que es el mismo. Pero ¿los otros?”. Jesús: “Dices que participáis del mismo trabajo y que ello os une. ¿Y no debería uniros un origen común? Dios creó tanto a los israelitas como a los fenicios. Los de la llanura de Sarón o de la alta Judea no difieren de los de esta costa. El Paraíso fue hecho para todos los hijos del hombre. Y el Hijo del hombre viene a llevar al Paraíso a todos los hombres. La finalidad es conquistar el Cielo y dar alegría al Padre. Caminad, pues, por el mismo camino y amaos espiritualmente, así como os amáis por razón de trabajo”. Pescador: “Isaac nos ha contado muchas cosas. Querríamos nosotros saber algo más. ¿Será posible tener un discípulo aunque fuese de cuando en cuando?”. Iscariote sugiere: “Mándales a Juan de Endor, Maestro. Es muy capaz para hacerlo y está acostumbrado a vivir entre paganos”. Jesús responde seco: “No. Juan se queda con nosotros”. Y luego volviéndose a los pescadores: “¿Cuándo termina la temporada de la pesca de la púrpura?” Pescador: “Cuando lleguen las borrascas de otoño. El mar se pone muy agitado”. Jesús: “¿Volveréis entonces a Sicaminón?”. Pescador: “Allí y a Cesarea. Abastecemos a muchos romanos”. Jesús: “Entonces podréis encontraros con los discípulos. Entre tanto, perseverad”. ■ Pescador: “Hay a bordo de mi barca un sujeto que no quería yo que viniera pero que se presentó en tu nombre, casi”. Jesús: “¿Quién es?”. Pescador: “Un joven pescador de Ascalón”. Jesús: “Dile que baje y venga aquí”. El hombre va a bordo y regresa con un jovencillo al que se le ve más bien azarado por ser objeto de tanta atención. El apóstol Juan le reconoce. “Es uno de los que me dieron pescado, Maestro” y se levanta a saludarle: “¿Entonces has venido, ¡eh!, Ermasteo? ¿Tú aquí? ¿Vienes solo?”. Ermasteo: “Sí, solo. Sentí vergüenza en Cafarnaúm… Me quedé en la orilla, esperando…”. Juan: “¿Qué esperabas?”. Ermasteo: “Ver a tu Maestro”. Juan: “¿No es todavía el tuyo? ¿Por qué, amigo, todavía andas con rodeos? Ven a la Luz que te está esperando. Mira cómo te observa y sonríe”. Ermasteo: “¿Cómo me tratará?”. Juan: “Maestro, ven un momento”. Jesús se levanta y va donde están. ■ Juan: “Él no se atreve porque es extranjero”. Jesús: “No existen extranjeros para Mí. ¿Y tus compañeros? ¿No erais muchos?… No te pongas colorado. Tú has sido el único que ha sabido perseverar. Pero, aunque sea por ti solo, me siento feliz”. Jesús vuelve a su lugar con la nueva conquista. (Escrito el 12 de Agosto de 1945).
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4-253-160 (4-116-719).- La Magdalena debe forjarse sufriendo.
* “María de Teófilo, te labraré con fuego y yunque. Porque eres temple que debe labrarse así”.- ■ En el tránsito de la noche al día —habiéndose ocultado la luna sin haber empezado todavía a amanecer— la luz ha disminuido. Pero es sólo un breve intermedio incierto. Inmediatamente después, la luz —primero plomiza, luego levemente gris, luego verduzca, luego láctea con transparencias de azul, finalmente clara, casi incorpórea plata— se afirma, cada vez más, facilitando el camino por el guija­rral húmedo que las olas han dejado descubierto; mientras, los ojos se alegran con la vista del mar, ya de un azul más claro, pronto a en­cenderse de visos de gema. Y luego el aire embebe su plata de un ro­sa cada vez más seguro, hasta que este rosa-oro de la aurora se hace lluvia rosa-roja que cae en el mar, en los rostros, en los campos, for­mando contrastes de tonalidades cada vez más vivos, los cuales alc­anzan el punto perfecto —para mí siempre el más bonito del día— cuando el sol, saliendo de los confines del oriente, lanza su primer rayo hacia montes y laderas, bosques, prados y vastas llanuras marinas y celestes, y acentúa todos los colores: la blancura de las nieves o de las lejanías montañosas, con un color añil entreverado de verde dias­pro; o el cobalto del cielo, que palidece para acoger el rosa; o el zafiro veteado de jaspe y orlado de perlas del mar. Y hoy el mar es un ver­dadero milagro de belleza: no muerto en su pesada calma ni agita­do en su lucha con los vientos, sino majestuosamente vivo con su re­ír de leves olas, apenas señaladas con una ondulación coronada por una crestita de espuma. ■ Dice Jesús a Marta y María: “Llegaremos a Dora antes de que el sol queme. Reanudaremos la marcha al declinar del sol. Mañana, en Cesarea, terminará vuestro esfuerzo, hermanas. También nosotros descansaremos. Allí estará ciertamente vuestro carro. Nos separaremos…”. Y pregunta a Magdalena: “¿Por qué lloras, Ma­ría? ¿Voy a tener que ver hoy llorar a todas las Marías?” (1). Dice su hermana para disculparla: “Le apena dejarte”. Jesús: “No quiere decir que no nos vayamos a volver a ver, y además pronto”. María hace gesto de negación con la cabeza. No llora por eso. El Zelote explica: “Teme no saber ser buena sin tenerte a su lado. Teme… ser tentada demasiado fuertemente una vez que Tú ya no estés cerca manteniendo alejado al demonio. Me hablaba de esto ha­ce poco”. Jesús dice a Magdalena: “No tengas este temor. Yo no retiro nunca una gracia que he con­cedido. ¿Quieres pecar? ¿No? Pues estáte tranquila. Vigila, eso sí, pe­ro no tengas miedo”. María Magdalena se explica: “Señor… lloro también porque en Cesarea… Cesarea está llena da mis pecados. Ahora los veo todos… Me espera mucho que sufrir en mi humanidad…”. Jesús: “Me alegro; cuanto más sufras mejor será, porque después ya no tendrás que sufrir con estas inútiles penas. María de Teófilo, te re­cuerdo que eres hija de un padre fuerte, y que eres un alma fuerte y que Yo te quiero hacer fortísima. En las otras compadezco las debilidades, porque han sido siempre mujeres mansas y tímidas, incluso tu hermana. En ti no lo soporto. Te labraré con fuego y yunque. Porque eres temple que debe labrarse así, para no deteriorar el milagro de tu voluntad y la mía. Esto debéis saberlo tú y los que —de entre los presentes o los ausentes— pensasen que podría ser débil contigo por lo mucho que te he amado. Te concedo que llores por arrepentimiento y por amor; no por ninguna otra cosa. ¿Comprendes?”. Jesús se muestra sugestivo y severo. ■ María de Magdala se esfuerza en tragar lágrimas y sollozos y cae de rodillas, besa los pies de Jesús; e intentando hablar con voz firme, dice: “Sí, mi Señor. Haré como Tú quieres”. (Escrito el 14 de Agosto de 1945).
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1  Nota  : Jesús acaba de consolar también a su tía María de Alfeo, preocupada por la suerte que podría correr su hijo Judas Tadeo. Su otro hijo Santiago de Alfeo le había contado cómo Jesús un día, al pasar cerca del Monte Carmelo, le había recordado las palabras y la oración de Elías: “De los Profetas del Señor he quedado yo solo”, palabras que, según Jesús, predecían también el futuro de Santiago. Ahora bien, si su hijo Santiago se iba a quedar solo eso significaba que los otros, incluso su hijo Judas… o bien estarían encarcelados o incluso estarían ya muertos.
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(<Jesús deja Tiro y, junto con el grupo de apóstoles, discípulos, la Madre y discípulas, además de Ermasteo, se dirige a Cesarea. Las mujeres están atemorizadas porque están atravesando un lugar de matorrales y árboles frondosos, donde anidan muchos animales>)

4-254-165 (4-117-724).- Síntica, la esclava griega.
* Jesús rescata a la esclava Síntica y la pone al amparo de María Magdalena y Marta.- ■ Jesús, levantando la cabeza, dice: “¿Qué se mueve allí entre aquellos matorrales?” y dirige su mirada adelante hacia la maraña de zarzas y otras plantas de largas ramas lanzadas al asalto de una voluminosa barrera de chumberas, situada más atrás… El crujir de frondas aumenta y tras ellas aparece una cara humana, cara de mujer. Mira. Ve a todos. Duda entre huir por el campo o introducirse en la agreste galería. El primer impulso gana y huye dando un alarido. Todos se preguntan perplejos: “¿Leprosa? ¿Endemoniada? ¿Loca?”. Pero la mujer vuelve sobre sus pasos porque de Cesarea viene un carro romano. Se encuentra como un ratón en la trampa. No sabe a dónde ir, porque Jesús y los suyos están junto al matorral que le servía de refugio y no puede volver, y hacia el carro romano no quiere ir… Entre las primeras avanzadas del anochecer —la noche se acerca deprisa tras el intenso ocaso— se ve que es joven y linda, pese a sus vestidos desgarrados y a su cabellera en desorden. Jesús le dice con imperio: “¡Mujer! ¡Ven aquí!”. La mujer extiende sus brazos suplicante: “¡No me hagas mal!”. Jesús: “Ven aquí. ¿Quién eres? No te haré ningún mal” y lo dice tan dulcemente, que logra persuadirla. La mujer se acerca encorvada y se arroja al suelo diciendo: “Quienquiera que seas, ten piedad de mí. Mátame, pero no me entregues a mi patrón. Soy una esclava que se escapó…”. Jesús: “¿Quién es tu patrón? ¿De dónde eres? Hebrea por supuesto que no. Tu modo de hablar lo dice, y también tu vestir”. Mujer: “Soy griega. La esclava griega de… ¡Oh piedad! ¡Escondedme! El carro se acerca…”. Todos forman un círculo en torno a la infeliz que está agazapada en el suelo. El vestido desgarrado por las espinas deja ver sus espaldas surcadas de golpes y de rasguños. El carro pasa sin que nadie de los que van en él muestre interés por el grupo. Jesús, poniéndole la punta de sus dedos sobre la cabellera despeinada, dice: “Se han ido. Habla. Si podemos te ayudaremos”. ■ La mujer dice: “Soy Síntica, esclava griega de un noble romano, del séquito del Procónsul”. Magdalena: “¡Entonces eres la esclava de Valeriano!”. Suplica la infeliz: “¡Ah! ¡Piedad, piedad! No me denuncies a él”. Magdalena responde: “No tengas miedo. Jamás volveré a hablar con Valeriano” y explica a Jesús: “Es uno de los romanos más ricos y más asquerosos que hay acá. Es tan asqueroso como cruel”. Jesús pregunta: “¿Por qué has huido?”. Síntica: “Porque tengo un alma. No soy una mercancía… (la mujer cobra confianza al ver que ha encontrado gente compasiva). No soy una mercancía. Mi amo me compró, es verdad, pero podrá haber comprado mi persona para embellecer su casa, para que alegre las horas con la lectura, para que le sirva, sí, pero no más. ¡El alma es mía! No es cosa que se compre. Él quería también ésta”. ■ Jesús: “¿Qué sabes tú del alma?”. Síntica: “No soy iletrada, Señor. Soy botín de guerra desde mi más joven edad, pero no plebeya. Éste es mi tercer dueño, un fauno asqueroso. Pero en mí todavía están las palabras de nuestros filósofos, y sé que en nosotros hay algo más que carne. Hay alguna cosa inmortal encerrada en nosotros. Algo que no podemos definir claramente, pero hace poco que sé su nombre. Un día pasó un hombre por Cesarea, haciendo prodigios y hablando mejor que Sócrates. Mucho se ha hablado de Él, en las termas y en los banquetes o en los pórticos dorados, ensuciando su augusto nombre al pronunciarlo en las salas de las inmundas orgías. Y mi patrón, me mandó leer otra vez —precisamente a mí, que ya sentía en mí algo inmortal que pertenece solo a Dios y que no se compra, como si fuera una mercancía, en un mercado de esclavos— las obras de los filósofos para comparar y buscar si esta cosa que ignoramos, que el Hombre que llegó a Cesarea la llama con el nombre «alma», se encontraba descrita en ellos. ¡Él me hizo leer esto, a mí a quien él quería que yo le complaciese en los sentidos! De este modo llegué a saber que esta cosa inmortal es el alma. Y mientras Valeriano con otros compañeros suyos escuchaba mi voz, y entre eructos y bostezos trataba de comprender, parangonar y discutir, yo unía las palabras del Desconocido, a las de los filósofos, y me las metía aquí, y con ellas me construía una dignidad cada vez más fuerte para rechazar su pasión insensata… Una noche hace poco, me golpeó hasta matarme, porque a mordidas le rechacé… Al día siguiente huí… Hace cinco días que vivo dentro de aquellos matorrales, recogiendo por la noche moras y tunas. Pero al final dará conmigo. Ciertamente me está buscando. Cuesto mucho dinero y gusto demasiado a su carnalidad, para que se me deje en paz… Ten piedad, te lo ruego. Eres hebreo y ciertamente sabes dónde se encuentra. ■ Te ruego que me lleves al Desconocido que habla a los esclavos y que habla de alma. Me dijeron que es pobre. No me importa que sufra el hambre, pero quiero estar cerca de Él para que me instruya y me levante otra vez. Vivir en medio de los brutos, embrutece a uno, aunque se resista a ellos. Quiero volver a tener mi antigua dignidad moral”. Jesús: “Ese hombre, el Desconocido, a quien buscas, está delante de ti”. Síntica: “¿Tú? ¡Oh, Desconocido Dios de la Acrópolis, te saludo!” e inclina la frente hasta el suelo. Jesús: “Aquí no puedes estar. Yo voy a Cesarea”. Síntica suplica: “¡No me dejes, Señor!”. Jesús: “No te dejaré… Estoy pensando”. Magdalena aconseja: “¡Maestro, nuestro carro está, sin duda, en el lugar convenido, esperándonos! Manda a avisar. En el carro estará segura como en nuestra casa”. Marta, con tono suplicante, pide: “Sí, Señor, confíanosla a nosotras. Ocupará el lugar del viejo Ismael (1). Le hablaremos de Ti. Le arrebataremos al paganismo”. ■ Jesús pregunta: “¿Quieres venir con nosotros?”. Síntica: “Con cualquiera de los tuyos, con la condición de que no sea ese hombre. Pero… ¿esta mujer dijo que le conoce? ¿No me traicionará? ¿No irán a su casa a buscarme los romanos? No…”. Magdalena le asegura: “No tengas miedo. A Betania no llegan los romanos, y mucho menos los de esta clase”. Jesús ordena: “Simón y Simón Pedro id a buscar el carro. Os esperaremos aquí. Después entraremos en la ciudad”. (Escrito el 15 de Agosto de 1945).
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1  Nota  : Se trata del anciano Ismael, un mendigo de 80 años, abandonado por su hija. Simeón fue acogido por Lázaro en su casa a petición de Jesús.
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4-254-167 (4-117-727).- Llegada a Cesarea Marítima.
* La Magdalena llora de alegría entre los brazos de su feliz nodriza.- La Magdalena aparece como la veremos en lo sucesivo siempre: con una túnica sencilla, un lienzo fino y grande de lino como velo y un manto sin adornos.- ■ …Cuando el pesado carro cubierto anuncia su presencia con el ruido de los cascos y las ruedas y con el farol oscilante colgado de su techo, los que esperaban se levantan del ribazo donde han cenado y bajan al camino. El carro se para, bamboleándose, en la orilla del camino deforma­do. Bajan Pedro y Simón; inmediatamente después, baja una mujer anciana, que corre a abrazar a la Magdalena diciendo: “Ni siquiera un momento, no quiero dejar pasar ni un momento sin decirte que soy feliz, que tu madre exulta conmigo, que eres de nuevo la rubia rosa de nuestra casa, como cuando dormías en la cuna después de haber mamado de mi pecho” y la besa una y otra vez. María llora entre sus brazos. Dice Jesús a la nodriza: “Mujer, te confío a esta joven y te pido el sacrificio de esperar aquí toda la noche. Mañana podrás ir al primer pueblo de la vía consular y esperar allí. Nosotros iremos antes del final de la tercia”. Nodriza: “Todo sea como Tú quieras. ¡Bendito seas! Déjame solo darle a María los vestidos que le he traído”. Y vuelve a subir al carro, con María Stma. y María y Marta. Cuando vuelven a salir, la Magdalena aparece como la veremos en lo sucesivo siempre: con una túnica sencilla, un lienzo fino y grande de lino como velo y un manto sin adornos. “Ve tranquila, Síntica. Mañana vendremos nosotros. Adiós”. Es el saludo de Jesús, que reanuda su camino hacia Cesarea…
* La Magdalena, ante la asombrada romana Lidia, se muestra no solo convencida: sino dichosa de ser la discípula. “Sólo lloro una cosa: no haber conocido antes la Luz y haber comido el lodo en vez de nu­trirme de Ella”. ■ Mucha gente, a la luz de antorchas o faroles llevados por esclavos, pasea por la orilla del mar, respirando el aire marino: gran alivio para los pulmones cansados del bochorno del estío. Los que pasean son precisamente la clase de los ricos romanos. Los hebreos están dentro de sus casas y gozan del fresco en la parte alta de éstas. La orilla del mar parece un larguísimo salón en hora de visitas. Pasar por ahí significa literalmente ser sometido a detallado análisis. Pues bien, a pesar de ello, Jesús pasa precisamente por ahí, todo a lo lar­go de la orilla, sin hacer caso de miradas, comentarios o ironías. ■ “Maestro, ¿Tú por aquí? ¿A esta hora?” pregunta Lidia (1) (que está sentada en una especie de sillón o triclinio que le han llevado los es­clavos al margen de la vía), y se pone en pie. Jesús: “Vengo de Dora y se me ha hecho tarde. Estoy buscando un lugar de alojamiento”. Lidia: “Te diría: ahí está mi casa” y señala un bonito edificio a espaldas suyas. “Pero no sé si…”. Jesús: “No. Te lo agradezco, pero no acepto. Traigo a muchos conmigo. Y ya dos de ellos se han adelantado para avisar a personas que conoz­co. Creo que me darán hospedaje”. ■ Los ojos de Lidia se fijan también en las mujeres a las que ha se­ñalado Jesús junto con los discípulos. Enseguida reconoce a la Mag­dalena. “¡María! ¿Tú? ¿¡Entonces es verdad!?”. La mirada de María es como la de una gacela acorralada: denota suplicio. No sin motivo, porque no es Lidia la única a quien afrontar, hay muchos otros que se están fijando en ella… Pero mira a Jesús y se siente segura de nuevo. Magdalena: “Es verdad”. Lidia: “¡Entonces te hemos perdido!”. Magdalena: “No. Me habéis encontrado. Al menos espero hallaros un día, y con una amistad mejor, en este camino que por fin he encontrado. Díselo esto, te lo ruego, a todos los que me conocen. Adiós, Lidia. Olvida todo el mal que me viste hacer. Te pido perdón por ello…”. Lidia: “¡Pero María! ¿Por qué te humillas? Hemos vivido la misma vida, ociosos, y no hay…”. Magdalena: “No. Yo he vivido una vida peor. Pero la he dejado. Y además pa­ra siempre”. Abrevia el Señor: “Adiós Lidia” y se mueve hacia su primo Ju­das que, con Tomás, está viniendo hacia Él. Lidia retiene un momento más a la Magdalena. “Ahora que estamos entre nosotras, dime la verdad: ¿estás realmente convencida?”. Magdalena: “No convencida: dichosa de ser la discípula. Sólo lloro una cosa: no haber conocido antes la Luz y haber comido el lodo en vez de nu­trirme de Ella. Adiós, Lidia”. La respuesta resuena límpida en el silencio que se ha hecho en torno a las dos mujeres. Ninguno de los muchos presentes dice ya nada más… María se vuelve y, rápida, trata de alcanzar al Maestro. ■ Un joven se le pone delante: “¿Es tu última locura?” dice, y hace ademán de abrazarla, pero, estando medio borracho, no lo logra y María le evita mientras le grita: “No, es mi único acto de cordura”. Y se llega hasta donde sus compañeras, que sienten tanta repulsa de las miradas de esos viciosos, que van veladas como mahometanas. Marta, temblorosa, dice: “María, ¿has sufrido mucho?”. Magdalena: “No. Y, tiene razón, y ahora ya no volveré a sufrir por esto, tiene razón Él…”. ■ Tuercen todos hacia una callejuela oscura, para entrar luego en una casa grande —se ve que es una posada— donde pasar la noche. (Escrito el 15 de Agosto de 1945).
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1  Nota  : Es la romana Lidia. Cfr. Personajes de la Obra magna: Romanos/as.
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4-255-169 (4-118-729).- Despedida de las hermanas Marta y María, que parten con Síntica a Betania.- Una lección a J. Iscariote, que piensa que Síntica y Ermasteo traerán problemas.
* “¡No os hagáis objeto de escándalo para los que están naciendo apenas a la luz! ¿No sabéis que una imperfección vuestra perjudica a la redención de un pagano o de un pecador más que todos los errores que hay en el paganismo?”.- ■ Y de nuevo en camino, hacia el oriente, en dirección a los campos. Ahora los apóstoles y los dos discípulos vienen con María de Cleofás y Susana, algunos metros después de Jesús que viene hablando animadamente con su Madre y las dos hermanas de Lázaro. Los apóstoles no hablan; parece como si estuviesen cansados o desilusionados. No les atrae la belleza de la campiña que es en realidad espléndida, ni las ligeras ondulaciones de la llanura, cual si fuesen verdes cojines puestos a los pies de un rey gigante; con sus colinas de poca altura, esparcidos acá o allá, anunciadores de las cordilleras del Carmelo y de Samaria. Tanto en la llanura, que domina todo este lugar, como en sus pequeñas colinas y ondulaciones, se ve todo un mar de hierbas en flor y un diluvio de frutas. Debe abundar en agua este sitio, a pesar de la región y el período del año, porque todo está tan florido. Ahora comprendo por qué la llanura de Sarón es celebrada con entusiasmo en la Sagrada Escritura (1). ■ Pero este entusiasmo no comparten de ninguna manera los apóstoles que caminan de mal humor: son los únicos malhumorados en este día sereno y en esta región que es un sonreír. El camino consular, muy bien cuidado, con su cinta blanca, corta esta campiña fertilísima, y, dado que es temprano, todavía es fácil encontrar gente cargada de mercancías o viajeros que van a Cesarea. Uno, que llega con una recua de asnos, cargados de sacos, obliga a los apóstoles a apartarse para dejar paso a la caravana asnal, pregunta con arrogancia: “¿El Kisón está aquí?”. Tomás responde seco: “Más atrás” y entre dientes refunfuña: “¡Pedazo de alcornoque!”. Felipe dice: “Es un samaritano y con eso está todo dicho”. Y otra vez al silencio. Luego, unos pocos metros después, como si concluyese un discurso dice Pedro: “¡Para lo que sirvió! No valía la pena haber caminado tanto”. Santiago de Zebedeo: “¡Sí, eso! ¿Para qué hemos ido a Cesarea, si luego no ha dicho una palabra? Yo pensaba que es que quería hacer algún milagro sorprendente para convencer a los romanos, y sin embargo…”. Tomás comenta: “¡Nos ha expuesto en la picota y basta!”. Iscariote echa más leña al fuego: “Y nos hizo sufrir. A Él le gustan las ofensas y piensa que nos gustan también a nosotros”. Zelote observa calmadamente: “La verdad es que quien sufrió en esta ocasión fue María, la hija de Teófilo”. Iscariote revienta: “¡María! ¡María! María se ha convertido ahora en el centro del universo. Nadie sufre sino ella. Nadie es heroico sino ella. Nadie tiene que formarse sino ella. Si hubiese sabido me habría hecho ladrón y homicida para ser objeto de tantas deferencias”. ■ El primo del Señor observa: “Verdaderamente la otra vez que vinimos a Cesarea, donde Él hizo un milagro y evangelizó, le torturamos con nuestros descontentos por haberlo hecho”. Juan dice con seriedad: “Es que no sabemos lo que queremos… Hace una cosa y nos malhumoramos; hace lo contrario y nos malhumoramos. Somos imperfectos”. Iscariote: “¡Oh, ya habló el otro sabio! Una cosa es cierta: hace tiempo que no se hace nada de provecho”. Juan: “¿Nada, Judas? ¿Y esa griega y Ermasteo y…?”. Iscariote, obsesionado como está de la idea de un triunfo terreno, le replica: “Él no fundará su reino ciertamente con estas cosas inútiles”. Judas Tadeo le replica: “Judas, te ruego no juzgues las obras de mi Hermano. Es una ridícula pretensión. Es como si un niño quisiera juzgar a su maestro; por no decir: una nulidad que quiere ponerse en alto”. Tadeo, si tiene en común el nombre, tiene también una antipatía profunda hacia su homónimo. Iscariote responde sarcástico: “Te agradezco de que te hayas limitado a llamarme niño. En realidad, después de haber vivido en el Templo, creía que se me consideraba al menos mayor de edad”. ■ Andrés lamenta: “¡Oh, qué fastidiosas se hacen estas discusiones!”. Mateo observa: “¡Tienes razón! En vez de unirnos a medida que vamos viviendo más tiempo juntos, nos separamos. Hay que recordar que en Sicaminón dijo que teníamos que estar unidos al rebaño. ¿Cómo lo vamos estar, si ya como pastores no lo estamos?”. Iscariote: “¿Entonces no se debe hablar? ¿Jamás podremos manifestar nuestro pensamiento? No somos esclavos, por lo que creo”. Zelote le replica tranquilamente: “No, Judas, no somos esclavos; pero sí somos indignos de seguirle, porque no le comprendemos”. Iscariote: “Yo le comprendo muy bien”. Zelote insiste: “No. No le comprendes. Y contigo no le comprenden en mayor o menor grado todos los que le critican. Comprender es obedecer sin discutir, por estar persuadidos de la santidad de quien guía”. Iscariote se apresura afirmar: “¡Ah! ¡Pero tú te refieres a comprender su santidad… yo me refería a sus palabras! Su santidad es sencillamente indiscutible”. Zelote: “¿Y puedes separar, la santidad, de las palabras? Un santo siempre poseerá la Sabiduría y sus palabras serán sabias”. ■ Iscariote: “Eso es verdad. Pero algunas acciones suyas son perjudiciales. Admito que por demasiada santidad, claro. Pero el mundo no es santo, y Él se busca complicaciones. Ahora, por ejemplo, ¿crees que nos sirvan para algo este filisteo y esta griega?”. Ermasteo se siente mortificado y dice: “Si voy a causar algún perjuicio, me marcho. Vine con la idea de darle honor y de hacer algo correcto”. Santiago de Alfeo le dice: “Si te marcharas por este motivo, le causarías un dolor”. Ermasteo: “Daré a entender que he cambiado de idea. Voy a saludarle y me marcho”. Pedro reacciona inmediatamente: “¡No! Tú no te vas. No es justo que, por los nervios de otros, pierda el Maestro un buen discípulo”. Iscariote le replica: “Pues si se quiere ir por cosa tan pequeña, señal es que no está seguro de lo que quiere; por tanto, déjale que se marche”. Pedro pierde la paciencia: “Le prometí, cuando me dio a Marziam, de ser paternal con todos, y siento faltar a mi promesa, pero es que me obligas. Ermasteo está aquí y con nosotros se queda. ¿Sabes lo que debería decirte? Que eres tú quien perturba las voluntades de los demás y las hace vacilar. Eres uno que separa y mete desorden, eso es lo que haces; y deberías avergonzarte”. ■ Iscariote: “¿Qué cosa eres tú? El protector de…”. Pedro: “Sí, señor. Dijiste bien. Sé lo que quieres decir. Protector de la «Velada», protector de Juan de Endor, de Ermasteo, de esa esclava, protector de cuantos han encontrado a Jesús, aunque no sean los magníficos ejemplares pavoneados del Templo, los fabricados con sagrada argamasa y telarañas del Templo, los pabilos que humean con olor a morga de las lámparas del Templo, los… como tú, en definitiva, para hacer más clara la parábola; porque si el Templo es mucho, —a menos que yo me haya vuelto imbécil— el Maestro es más que el Templo, y tú le faltas al respeto…”. ■ Grita tan fuerte que Jesús se detiene y se vuelve, y hace ademán de dejar a las mujeres y tornar atrás. El apóstol Juan dice: “¡Lo ha oído! ¡Ahora se va a entristecer!”. Tomás dice sin dilación: “No, Maestro. No vengas. Discutíamos… para no aburrirnos en el camino”. Pero Jesús se detiene y espera a que lleguen donde Él. Jesús: “¿De qué discutíais? ¿Una vez más debo deciros que las mujeres os superan?”. El dulce reproche llama a la puerta del corazón de todos. Callan, bajando la cabeza. Jesús: “¡Amigos, amigos! ¡No os hagáis objeto de escándalo para los que están naciendo apenas a la luz! ¿No sabéis que una imperfección vuestra perjudica a la redención de un pagano o de un pecador más que todos los errores que hay en el paganismo?”. Nadie responde, porque nadie sabe qué decir para justificarse, o para no acusar.
* Palabras de despedida de la Madre y de Jesús a María Magdalena y Marta que parten con Síntica para Betania.- ■ Junto a un puente donde hay un río seco, está parado el carro de las hermanas de Lázaro. Los dos caballos comen la hierba de la orilla del río (quizás seco desde hace poco, por tanto, con orillas bien nutridas de hierba). El sirviente de Marta y otro hombre —tal vez el conductor del carro—, están en el guijarro del margen del río y las mujeres dentro del carro, completamente cubierto por un pesado toldo hecho de pieles curtidas, que caen, a modo de gruesas cortinas, hasta el suelo del carro. Las mujeres discípulas aceleran el paso en dirección al carro. El sirviente, que es el primero que las ve, avisa a la nodriza; el otro se apresura a llevar los caballos a las varas. Entre tanto, el sirviente corre al encuentro de sus señoras y, en llegando, hace una reverencia muy pronunciada. La anciana nodriza, una hermosa mujer de color aceituno pero agradable, baja presurosa y va también al encuentro de sus amas. Pero María Magdalena le dice algo, y ella va inmediatamente donde la Virgen diciéndole: “Perdona… pero es tanta la alegría de verla, que solo la veo a ella. Ven, bendita. El sol quema. En el carro hay sombra”. Y suben todas, en espera de los hombres que vienen muy retrasados. ■ Mientras esperan y mientras Síntica, que trae los vestidos que ayer usaba Magdalena, besa los pies de sus dueñas —como se obstina en llamarlas, a pesar de que ellas le digan que no es ni su sierva ni su esclava, sino solo su huésped en nombre de Jesús—, la Virgen muestra el precioso envoltorio de la púrpura, y pregunta cómo se puede hilar ese montoncito de hilos que no permite ni humedad ni torcedura. Noemí, la nodriza dice: “No se usa así, Señora. Se pulveriza y se usa como cualquier otra tintura. Esto es la baba de la concha, no es ni una hebra ni un pelo. ¿Ves qué quebradiza es ahora que está seca? La tienes que reducir a polvo fino, luego la pasas por un tamiz para que no quede ningún fragmento largo, que mancharía el hilado o el paño del hilado. Es mejor si tiñes el hilado en madejas. Cuando estés segura que esté completamente pulverizada, la disuelves como se hace con la cochinilla o el azafrán o el polvo de añil o con otros polvos de otras cortezas o raíces o frutos, y luego la usas. En el último aclarado, para que se fije la tinta, usa vinagre fuerte”. Virgen: “Gracias, Noemí. Haré como me has enseñado. He bordado con hilos teñidos de púrpura, pero me los habían dado ya preparados… ■ Ya está ahí Jesús. Es hora de que nos despidamos. Os bendigo a todas en el nombre el Señor. Id en paz y llevad la paz y alegría a Lázaro. Adiós, María. Acuérdate que lloraste sobre mi pecho tus primeras felices lágrimas. Por eso soy para ti una madre, porque una pequeñuela llora su primer llanto sobre el pecho de su mamá. Soy para ti madre y lo seré siempre. Lo que te resulte duro de manifestar incluso a la más dulce hermana o a la más amorosa nodriza, ven a decírmelo a mí; siempre te comprenderé. Si hay algo que, por estar impregnado de una humanidad que en ti Jesús no quiere, no te atreves a decírselo a Él, ven a decírmelo a mí; siempre me mostraré compasiva contigo. Y si después quieres hablarme también de tus victorias —aunque prefiero que se las digas a Él, como flores olorosas, porque Él, no yo, es tu Salvador— me regocijaré contigo. ■ Hasta pronto, Marta. Te vas ahora feliz, y siempre vivirás, en esta felicidad sobrenatural. Por lo tanto, solo necesitas progresar en la justicia, en medio de esa paz que nada en ti perturba. Hazlo por amor a Jesús, que tanto te ha amado, al amar a esta tu hermana, a quien de corazón amas. Hasta pronto, Noemí. Vete con tu tesoro, recuperado de nuevo. Como tú antes le quitabas el hambre con tu leche, así ahora quítate la tuya al oír sus palabras y las de Marta y trata de ver en mi Hijo mucho más que a un exorcista que libera a los corazones del Mal. ■ Hasta pronto, Síntica, flor de Grecia, que supiste comprender por ti sola que hay algo más que la carne. Ahora florece en Dios, y sé la primera de las flores de la Grecia del Mesías. Estoy muy contenta de dejaros así unidas. Os bendigo de corazón”. ■ El ruido de los pasos está muy cerca. Levantan la pesada cortina y ven que Jesús está a unos dos metros del carro. Bajan en medio de un sol que quema. María Magdalena se arrodilla a los pies de Jesús y le dice: “Te doy gracias de todo, y también porque me hiciste hacer este largo viaje. Tú solo tienes sabiduría. Ahora me voy despojada de las reliquias de la María del pasado. Bendíceme, Señor, para que me fortifique cada vez más”. Jesús: “Te bendigo. Goza de la compañía de tus hermanos; con tus hermanos, fórmate cada vez más según mis deseos. Hasta la vista, María, hasta la vista, Marta. Dile a Lázaro que le bendigo. Os confío esta mujer. No os la doy. Es mi discípula, pero quiero que le deis un mínimo para que pueda entender mi doctrina. Luego vendré Yo. Te bendigo Noemí y también a vosotros dos”. Las lágrimas se asoman a los ojos de María y Marta. Zelote las despide personalmente y les da un escrito para su siervo; los otros las despiden conjuntamente. El carro se pone en movimiento.
* J. Iscariote no está conforme de unir a Síntica al grupo. Jesús lleva la disputa a un plano más alto: “Judas, ¿conoces el Deuteronomio?… Portavoz (de Dios). Entonces repetidor de las palabras de Dios ¿o no? ¿Entonces por qué no juzgas que se debe hacer lo que ordena?”.- ■ Jesús dice a María de Alfeo que llora en silencio: “Vamos a buscar algo de sombra. Que Dios las acompañe… ¿Tanto te disgusta, María, que se hayan ido?”. María de Alfeo: “Sí… eran muy buenas…”. Jesús la consuela: “Las volveremos a ver pronto. Y numéricamente más. Tendrás muchas hermanas… o hijas, si lo prefieres. Todo es amor, tanto el materno como el fraterno”. Iscariote dice entre dientes: “Con tal de que no cree conflictos…”. Jesús: “¿Conflictos el amarse?”. Iscariote: “No. Conflictos el tener personas de otra raza y de otra pertenencia”. Jesús: “¿Síntica, quieres decir?”. Iscariote: “Sí, Maestro. Porque, en resumidas cuentas, ella es propiedad del romano y no es lícito apropiarse de ella. Ello le incitará contra nosotros y nos atraeremos el rigor de Poncio Pilatos”. Pedro dice: “Pero ¿qué le va a importar a Pilatos el que uno de sus subordinados pierda una esclava? ¡Sabrá cómo es! Y si es un poco honesto, como se dice serlo, por lo menos en lo que se refiere a su familia, dirá que esta mujer hizo bien en huir. Si es deshonesto dirá: «Eso te mereces. Así quizás la encuentro yo». Los deshonestos no son sensibles a los dolores de los demás. Y además… ¡pobre Poncio!… con todos los disgustos que le damos, fíjate tú si no va a tener otra cosa que hacer que perder el tiempo oyendo las quejas de uno que le diga que su sierva se le escapó”, y muchos de los presentes le dan la razón mientras ridiculizan las rabietas del lascivo romano. ■ Jesús lleva la disputa a un plano más alto. “Judas, ¿conoces el Deuteronomio?”. Iscariote: “Ciertamente, Maestro. Y no dudo en decir que lo sé como pocos”. Jesús: “¿Qué piensas de él?”. Iscariote: “Que es el portavoz de Dios”. Jesús: “Portavoz. Entonces repetidor de las palabras de Dios ¿o no?”. Iscariote: “Exactamente así”. Jesús: “Has respondido bien. ¿Entonces por qué no juzgas que se debe hacer lo que ordena?”. Iscariote: “Jamás he dicho eso. Es más, me parece precisamente que lo descuidamos demasiado al seguir la nueva Ley”. Jesús: “La nueva Ley es el fruto de la antigua, esto es, es la perfección a la que ha llegado el árbol de la Fe. Ninguno de nosotros lo desatiende, que Yo sepa, porque Yo soy el primero en respetarlo y en impedir que otros lo desatiendan”. Jesús es muy incisivo al decir estas palabras. Continúa: “El Deuteronomio es intocable —incluso cuando triunfe mi Reino, y con mi Reino la nueva Ley con sus nuevos códigos y artículos— será siempre aplicado a los nuevos dictámenes, a la manera como las piedras labradas a escuadra de antiguas construcciones se usan para las nuevas porque son piedras perfectas que dan robustez a las murallas. Por ahora, todavía no existe mi Reino, y Yo, como fiel israelita, no ofendo ni descuido el libro mosaico. Es él base y fundamento de mi modo de obrar y de mi enseñanza. Sobre la base del Hombre y del Maestro, el Hijo del Padre edifica la celeste construcción de su Naturaleza y Sabiduría. Se dice en el Deuteronomio: «No entregues a su amo el esclavo que ha buscado refugio en ti. Habitará contigo en el lugar que él quiera, estará tranquilo en una de tus ciudades y no le infligirás ningún mal» (2). ■ Esto en el caso de que alguien se vea obligado a huir de una esclavitud inhumana. En mi caso, en el de Síntica, la fuga no persigue una libertad limitada, sino la libertad ilimitada del Hijo de Dios. ¿Y quieres tú, que a esta alondra, que huye de los lazos de los cazadores, le meta de nuevo el cordel y la devuelva a su prisión para quitarle no solo la libertad sino también la esperanza de ser libre? No. ¡Jamás! Bendigo a Dios que así como el viaje a Endor trajo un hijo al Padre (3), el viaje a Cesarea trajo a Mí a esta criatura para que la lleve al Padre”. (Escrito el 17 de Agosto de 1945).
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1  Nota  : Cfr. Is. 33,7-16;35.   2  Nota  : Cfr. Deut. 23,15-16.   3  Nota  : Juan de Endor.
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(<Jesús ha llegado al Campo de los Galileos, en Jerusalén, con los 12 apóstoles, para celebrar la fiesta de los Tabernáculos>)

4-279-338 (5-143-911).- Encuentro en el Campo de los Galileos con Lázaro, que viene, lleno de gozo, a agradecer a Jesús el cambio misterioso obrado en su hermana María Magdalena.
* Campo de los galileos en el Monte de los Olivos.- ■ El famoso Campo de los Galileos —esto me parece que significa la palabra usada por Jesús para señalar el lugar donde se encontraría con los setenta y dos discípulos que envió delante de Él— no es sino una parte del monte de los Olivos, más apartado hacia el camino de Betania (es más, el camino pasa por ahí). Es también el lugar exacto en que, en una visión ya lejana, vi que acampaban Joaquín y Ana (1) con el entonces pequeño Alfeo, junto a otras chozas de ramas, en la fiesta de los Tabernáculos que precedieron a la concepción de la Virgen. La cima del monte de los Olivos es suave. Todo es suave en ese monte: las subidas, los panoramas, la cima. Respira realmente paz, vestido como está de oli­vos y silencio. Ahora no, porque ahora es un verdadero hormigueo de gente aplicada a hacer las chozas. Pero generalmente es un lugar de gran quietud, de meditación. ■ A su izquierda, respecto a un observa­dor que mire orientándose hacia el norte, hay una leve depresión, y luego una nueva cima (aún menos cerrada que la del monte de los Olivos): Aquí, en esta explanada, acampan los galileos. No sé si es por costumbre religiosa ya secular o si es por orden de los romanos, con la finalidad de evitar choques con los judíos o con otros de otras regiones, poco corte­ses con los galileos. No lo sé. Sí sé que ya veo a muchos galileos, entre los cuales a Alfeo de Sara de Nazaret, a Judas, el anciano hacendado de la zona de Merón, al sinagogo Jairo, y a otros cuyo nombre des­conozco y venidos de Betsaida, Cafarnaúm y otras ciudades galileas. Jesús señala el lugar que deberán ocupar para sus cabañas: justo en los límites orientales del campo de los Galileos. Se ponen a construir las cabañas los apóstoles y algunos discípulos, entre los cuales están el sacerdote Juan y el escriba Juan, el sinagogo Timoneo, más Esteban, Ermasteo, José de Emmaús, Abel de Belén de Galilea.
* Lázaro, tu hermana María “ha encauzado su temperamento hacia la perfección, y, dado que es un temperamento de poderoso absolutismo, se lanza sin re­servas por este camino… usando los mismos sistemas de darse enteramente, que tenía en el pecado, se da toda a Dios. Ha comprendido la ley del «ama a Dios con todo tu ser, con tu cuerpo y con tu alma, con todas tus fuerzas»”.- ■ En esto —mientras construyen las cabañas y Jesús habla con unos niños de Cafarnaúm que se han ceñido en torno a Él y le están haciendo miles de preguntas y confiándole otras tantas—, por el camino que viene de Betania, aparece Lázaro, junto con el inseparable Maximino (2). Jesús está vuelto de espaldas y no le ve venir. En cambio el Iscariote sí le ve y avisa al Maestro, el cual deja automáticamente a los niños y, sonriendo, se dirige hacia su amigo. Maximino se detiene para dejar plena libertad a los dos en el primer momento de su encuentro. Lázaro recorre los últimos metros, caminando con más dificultad que nunca, rápidamente en la medida de sus posibilidades, con una sonrisa en la que tiemblan el sufrimiento en su boca y las lágrimas en sus ojos. Jesús abre los brazos y Lázaro cae sobre su corazón prorrumpiendo en un fuerte llanto. Jesús le pregunta: “¡Pero hombre, amigo mío, ¿lloras todavía?!…” y le besa en la sien (es bastante más alto que Lázaro —toda la cabeza—, y parece todavía más alto, porque Lázaro está inclinado en su abrazo de amor y respeto). Levanta por fin la cabeza Lázaro y dice: “Lloro, sí. El año pasado te di las perlas de mi triste llanto, justo es que recibas las perlas de mi llanto de alegría. ¡Maestro, Maestro mío! Estimo que nada hay más humilde y santo que el llanto bueno… ■ y es lo que te doy, para decirte «gracias» por mi María que ahora es enteramente una niña dichosa, serena, pura, buena… ¡mucho más buena todavía que cuan­do era pequeña! Yo, que en mi orgullo de israelita fiel a la Ley me sentía muy por encima de ella, ahora me siento muy pequeño, muy nada, respecto a ella, que ya no es una criatura sino una llama de fuego, una llama santificadora. Yo… no llego a entender dónde halla esa sabiduría, esas palabras, esas acciones que realiza y que edifi­can a toda la casa. La miro como se mira un misterio. ¡¿Cómo, tanto fuego y tantas piedras preciosas podían estar ocultas en tranquila convivencia bajo tanta corrupción?! Ni yo ni Marta subimos hasta donde ella sube. ¿Cómo lo hace, si ha tenido rotas las alas por el vicio? No entien­do…”. Jesús: “Ni falta que hace que entiendas. Basta con que entienda Yo. Pe­ro te digo que María tiene las energías de su ser orientadas hacia el Bien. Ha encauzado su temperamento hacia la perfección, y, dado que es un temperamento de poderoso absolutismo, se lanza sin re­servas por este camino. Utiliza su experiencia del mal para ser po­tente en el bien como lo fue en el mal; usando los mismos sistemas de darse enteramente, que tenía en el pecado, se da toda a Dios. Ha comprendido la ley del «ama a Dios con todo tu ser, con tu cuerpo y con tu alma, con todas tus fuerzas». Si Israel estuviera hecho de Marías, si el mundo estuviera hecho de Marías, tendríamos en la tierra el Reino de Dios cual será en el altísimo Cielo”. Lázaro: “¡Oh! ¡Maestro, Maestro! ¡Y es María de Magdala la que merece estas palabras!…”. Jesús: “Es María de Lázaro, la gran amiga hermana del gran amigo mío. ■ ¿Cómo habéis sabido que estaba aquí, si todavía mi Madre no ha ido a Betania?”. Lázaro: “Ha venido, a marchas forzadas, el encargado de «Aguas Claras» y me ha dicho que ibas a venir. Todos los días he mandado aquí a uno de la servidumbre. Hace poco ha vuelto diciendo: «Ha llegado. Está en el campo galileo». Me he puesto en marcha inmediatamente…”. Jesús: “Pero sufres mucho…”. Lázaro: “¡Mucho, Maestro! Estas piernas…”. Jesús: “¡Y has venido! Habría ido Yo pronto…”. Lázaro: “Mi prisa, por manifestarte mi alegría, me atormentaba. Hace meses que la tengo dentro. ¡Una carta! ¿Qué es una carta para decirte una cosa como ésta? Ya no podía esperar más… ¿Vas a venir a Betania?”. Jesús: “Ciertamente. En cuanto termine la fiesta”. Lázaro: “Te esperan con gran impaciencia… La griega… ¡Qué mente! Converso mucho con ella, ávida de saber de Dios. Pero es muy culta… y yo, que no sé bien ciertas cosas, debo ceder; haces falta Tú”. Jesús: “Iré (3). Ahora vamos con Maximino; luego, te ruego que te conside­res mi invitado. Mi Madre se alegrará al verte. Y podrás descansar. Dentro de poco vendrá con el niño”. Y Jesús llega donde Maximino, el cual se arrodilla para saludar­le. (Escrito el 18 de Septiembre de 1945).
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1  Nota  : Joaquín y Ana.- Padres de la Virgen.   2  Nota  : Maximino.- Sirviente de Lázaro en la casa de Betania.   3  Nota  : En efecto, Jesús rodeado de sus apóstoles y de otras personas, hablará otro día, en el patio interior de pórticos de la casa de Betania, con Síntica, poseedora de una vasta cultura helénica, sobre la naturaleza del alma humana. Cfr. 4-283-365 en el tema del Alma.
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(<La persecución del Sanedrín respecto a Juan de Endor y Síntica —considerados como inmundos por su condición de extranjeros— ha movido a Jesús a buscar un refugio seguro para ellos. A tal efecto, a petición de Jesús, Jesús y Lázaro han llegado a un lugar determinado, fuera de Betania y de la presencia de la gente, en el carro de Lázaro>)

4-285-374 (5-149-951).- Lázaro ofrece un refugio para Juan de Endor y Síntica.
* Una persecución se ha desencadenado contra ellos.- ■ Jesús le dice: “Lázaro, necesito mandar lejos a Juan de Endor y a Síntica. La prudencia, como ves, lo aconseja, y también la caridad. Tanto para él como para ella sería una prueba dolorosa, un dolor inútil, el tener noticia de la persecución que se ha desencadenado contra ellos… y que podría —al menos para uno— provocar sorpresas muy amargas”. Lázaro. “En mi casa…”. Jesús: “No. Ni siquiera en tu casa. No los tocarían materialmente, quizás, pero sí los humillarían moralmente. El mundo es cruel. Destroza a sus víctimas. No quiero que se pierdan así estas dos buenas fuerzas. Por tanto, de la misma forma que un día junté al anciano Ismael con Sara (1), ahora voy a juntar a mi pobre Juan con Síntica. Quiero que muera en paz, y que no esté solo, y que lleve consigo la ilusión de que se le manda a otras partes no porque es el «el ex galeote», sino porque es el discípulo prosélito que puede ir a otras regiones para predicar al Maestro. Síntica le ayudará… Síntica es una gran persona y será una gran fuerza en y para la Iglesia futura (2). ■ ¿Me puedes aconsejar a dónde mandarlos? No a Judea, ni a Galilea, ni siquiera a la Decápolis, a los lugares a los que voy Yo, y conmigo los apóstoles y discípulos, no. Al mundo pagano tampoco. ¿Dónde entonces? ¿Dónde, de forma que sean útiles y estén seguros?”. Lázaro: “Maestro… yo… ¡Aconsejarte yo a Ti…!”. Jesús: “No, no. Habla. Tú me amas, no traicionas, amas a quienes amo Yo, no eres restringido de mente como otros”. Lázaro: “Yo… Sí. Te aconsejaría que los mandes a uno de los lugares donde tengo amigos. A Chipre o a Siria. Elige Tú. En Chipre tengo personas de confianza. ¡Y en Siria… bueno!… Tengo todavía alguna pequeña casa, custodiada por un administrador fiel, más fiel que un ovejita. ¡Nuestro viejo Felipe! Por mí hará lo que le diga. Y, si me lo permites, esos, a quienes Israel persigue y Tú estimas, podrán considerarse desde ahora huéspedes míos, seguros en la casa… ¡Oh, no es un palacio! En esa casa vive solo Felipe con un nieto que se ocupa de los jardines de Antigonia, los amados jardines de mi madre; los hemos conservado para recuerdo de ella. Había llevado a esos jardines las plantas de esencias exóticas de sus jardines judíos… ¡La madre mía!… ¡Con ellas, cuánto bien hacía a los pobres!… Eran su secreta propiedad… Mi madre… Maestro, pronto iré a decirle: «Alégrate, madre buena. El Salvador está en la Tierra». Te esperaba…”. Dos hilos de llanto, aparecen en el rostro doliente de Lázaro. Jesús le mira y sonríe. ■ Lázaro recobra los ánimos: “Pero, hablemos de Ti. ¿Te parece un buen lugar?”. Jesús: “Me parece un buen lugar. Una vez más te doy gracias, por Mí y por ellos. Me quitas un gran peso…”. Lázaro: “¿Cuándo se marchan? Lo pregunto para preparar una carta para Felipe. Diré que son dos amigos míos de aquí, necesitados de paz. Será suficiente”. Jesús: “Sí. Será suficiente. Pero, te ruego que ni siquiera el aire sepa nada de esto. ¡Ya lo ves! Me espían…” (3). Lázaro: “Lo veo. No lo hablaré ni siquiera con mis hermanas. ■ Pero, ¿cómo piensas llevarlos allí? Tienes contigo a los apóstoles…”. Jesús: “Ahora subo hasta Aera sin Judas de Simón, Tomás, Felipe y Bartolomé. Entretanto, instruiré lo mejor que pueda a Síntica y a Juan… para que vayan con una buena provisión de Verdad. Luego bajaré al Merón y de allí a Cafarnaúm. Y allí… y allí enviaré otra vez a los cuatro, con otras misiones; entonces haré que partan para Antioquía los dos. A esto me veo obligado…”. Lázaro: “A tener que temer de los tuyos. Tienes razón… Maestro, sufro viéndote afligido…”. Jesús: “Pero tu buena amistad me conforta mucho… ■ Lázaro, gracias… Pasado mañana me marcho y me llevo a tus hermanas. Necesito muchas discípulas para que entre ellas se pierda Síntica. Viene también Juana de Cusa. De Merón irá a Tiberíades, porque va a pasar el invierno allí. Así lo ha dispuesto el marido porque la quiere tener cerca, porque Herodes va a volver a Tiberíades una temporada”. Lázaro: “Se hará como Tú deseas. Mis hermanas son tuyas, como lo soy yo, y mis casas, mis criados, mis bienes. Todo es tuyo, Maestro. Utilízalo para el bien. Te prepararé la carta para Felipe. Es mejor que te la dé en tus manos”. Jesús: “Gracias, Lázaro”. ■ Lázaro: “Es todo lo que puedo hacer… Si estuviera sano, iría… Cúrame, Maestro, y voy”. Jesús: “No, amigo. Tengo necesidad de ti así como estás”. Lázaro: “¿A pesar de que no hago nada?”. Jesús: “Aún así. ¡Oh, mi Lázaro!” y Jesús le abraza y besa…
* Lázaro pide a Jesús deshacerse de Iscariote porque tiene miedo de él, no ama a Jesús. Es sensual y ambicioso.- ■ Suben de nuevo al carro y regresan. Ahora es Lázaro quien está muy silencioso y pensativo. Jesús le pregunta la razón. Lázaro: “Pienso que pierdo a Síntica. Me atraían su ciencia y su bondad…”. Jesús: “La gana Jesús…”. Lázaro: “Es verdad. Es verdad. ¿Cuándo te voy a volver a ver, Maestro?”. Jesús: “Para la primavera”. Lázaro: “¿Hasta la primavera? No. El año pasado estuviste en mi casa para las Encenias…”. Jesús: “Este año voy a complacer a los apóstoles. Pero para el otro año estaré mucho contigo. Te lo prometo”. ■ Betania aparece bajo el sol de octubre. Están ya casi llegando, cuando Lázaro para el caballo para decir: “Maestro, bueno será que te deshagas del hombre de Keriot. Tengo miedo de él. No te ama. No me gusta. Nunca me ha gustado. Es sensual y ambicioso. Por eso puede cometer cualquier pecado. Maestro, es él el que te ha denunciado…”. Jesús: “¿Tienes pruebas?”. Lázaro: “No”. Jesús: “Pues entonces no juzgues. No eres experto en tus juicios. Acuérdate de que juzgabas del todo perdida a tu María… No vayas a decir que es mérito mío. Ella fue la primera en buscarme”. Lázaro: “Eso también es verdad. Pero, en fin, desconfía de Judas”. ■ Poco después entran en el jardín donde están esperando, curio­sos, los apóstoles. (Escrito el 24 de Septiembre de 1945).
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1  Nota  : Se trata del anciano Ismael (mencionado ya en una nota anterior), un mendigo de 80 años, abandonado por su hija, y de Sara, una viuda y mendiga que, a causa de su enfermedad que se manifestaba por fiebres y temblores, se hallaba impedida para el trabajo. Curada por Jesús, vinculada a Simeón como hija, ambos, Simeón y Sara, fueron acogidos por Lázaro en su casa a petición de Jesús.  2  Nota  : En Fil. 4,2-3 se menciona a una tal Síntica o Síntique.  3  Nota  : Uno de esos espías es Judas Iscariote, cómplice del Sanedrín.
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(<Una comitiva de Jesús con la Madre, apóstoles, discípulos y discípulas, partiendo desde Betania, ha realizado un largo recorrido por la Transjordania con un doble propósito: evangelizar la transjordania e “instruir a fondo a Juan de Endor y Síntica, para que vayan con una buena provisión de Verdad” a su próximo destino: Antioquía. En su peregrinaje por los diversas ciudades, han viajado agregados a una rica caravana de un mercader llamado Alejandro Misace, quien después de varios días de convivencia con el Maestro, impresionado de la doctrina y de los milagros de Jesús, ha llegado a creer en Jesús. El día de la despedida, como regalo, el mercader ha dejado una bolsa con monedas y piedras preciosas. Magdalena se ha hecho cargo de la venta de las piedras preciosas del mercader. Completado el periplo se encuentran ya en tierras de Galilea>)

5-302-38 (5-168-1061).- En Magdala, antes de mandar a todos a sus respectivas familias para las Encenias (1).- Magdalena, Marta, Elisa a Betania con Iscariote y Tomás.- Magdalena ha vendido las joyas de Misace.
* Encargo para Tomás y Judas Iscariote.- ■ Es un atardecer del mes de Noviembre cuando las dos barcas atracan en la pequeña playa de Magdala. Aunque es cosa molesta, porque los vestidos se empapan de agua al desembarcar, el pensamiento del ya próximo alojamiento en la casa de María de Magdala hace soportar todo sin reproches. Jesús dice a los trabajadores: “Buscad un buen lugar para las barcas y después nos alcanzáis”. Y en seguida se pone en camino siguiendo el litoral, pues desembarcaron en una ensenada pequeña que está un poco fuera de la ciudad, y en la que hay otras barcas de pescadores de Magdala. ■ Jesús: “Judas de Simón y Tomás, venid conmigo”. Los dos acuden sin demora. “Os quiero encomendar algo que, al mismo tiempo que es señal de confianza, os dará alegría. El encargo es el siguiente: acompañaréis a las hermanas de Lázaro a Betania; y con ellas irá Elisa (2). Os estimo mucho para confiaros las discípulas. Llevaréis una carta mía a Lázaro. Luego, una vez cumplido este cometido, podréis ir a vuestra casa para las Encenias… No interrumpas, Judas, todos celebraremos las Encenias en nuestras casas, este año. Es un invierno demasiado lluvioso para poder viajar. Estáis viendo que hasta los enfermos han disminuido. Aprovechemos, pues, esta coyuntura para descansar y dar contento a nuestras familias. Os espero en Cafarnaúm para fines de Sebat” (3). Tomás pregunta: “¿Pero vas a estar en Cafarnaúm?”. Jesús: “No estoy todavía seguro dónde estaré. Aquí y allá me es igual. Basta con que tenga cerca a mi Madre”. Iscariote dice: “Yo preferiría estar contigo en las Encenias”. Jesús: “Te creo. Pero si me quieres, obedece; ■ mucho más, considerando que vuestra obediencia os proporcionará la ocasión de ayudar a los discípulos que se han vuelto a esparcir por todas partes. ¡Debéis ayudarme en esto! Dentro de la familia los hijos mayores son quienes ayudan a los padres en la formación de sus hermanos. Sois los hermanos mayores de los discípulos y debéis estar contentos de que Yo os los confíe. Es una señal de que estoy contento de lo que recientemente habéis hecho”. ■ Tomás se limita a decir: “Muy bien, Maestro. Por mi cuenta trataré de hacer ahora lo mejor. Ciertamente me desagrada dejarte… Pero pronto pasará… Mi anciano padre estará contento de tenerme para la fiesta… y también mis hermanas… Mi hermana gemela… ya tuvo su niño, o pronto lo va a tener… Mi primer sobrino… si es varoncito, y nace cuando me encuentre allí ¿qué nombre le pongo?”. Jesús: “José”. Tomás: “¿Y si es mujer?”. Jesús: “María. Son los nombres más dulces”. ■ Judas, sin embargo, orgulloso del encargo recibido, comienza a pavonearse y hacer planes y más planes… No se acuerda para nada de que se separa de Jesús, mientras que hace poco, con ocasión de la fiesta de los Tabernáculos, protestó como un potro cerril ante la disposición de Jesús de separarse de Él por algún tiempo. Pierde también de vista completamente la sospecha de entonces, esto es: de que Jesús trataba de alejarle. Todo lo ha olvidado… y está alegre de que se le haya tomado en cuenta para un encargo de importancia. Promete: “Te traeré mucho dinero para los pobres” y diciendo esto saca la bolsa y dice: “Mira, toma este dinero. Es lo que tenemos. No hay más. Dame Tú lo necesario para nuestro viaje desde Betania a nuestra casa”. Tomás replica: “Pero no partimos esta tarde”. Iscariote: “No importa. No es necesario el dinero en casa de María, por tanto… Es mejor no tener que manejarlo… Cuando regrese traeré a tu Mamá semillas de flores, que le pediré a la mía. También quiero traer un regalo a Marziam…”. Está entusiasmadísimo. Jesús le mira.
* Magdalena prefiere a otro antes que a Iscariote como compañero de viaje pues: “quien ha comido de la lujuria, siente su cercanía… El hombre que busca solo la carnalidad me causa vómito”.- ■ Han llegado ya a la casa de María Magdalena. Se dan a conocer y entran todos. Las mujeres acuden llenas de alegría al encuentro del Maestro, que ha venido a alojarse en su hogar. Después de la cena, cuando los apóstoles, cansados, se han ido a dormir, Jesús, sentado en el centro de una sala, rodeado por el círculo de las discípulas, comunica a éstas su deseo que partan lo más pronto posible. Al contrario de los apóstoles, ninguna de ellas protesta. Bajan la cabeza, diciendo que sí. Luego salen para preparar sus maletas. ■ Jesús llama a Magdalena que está ya en el umbral y le dice: “Bueno, María, ¿por qué me dijiste al oído cuando llegué: «Tengo algo que comunicarte en secreto?»”. Magdalena: “Maestro, vendí las piedras preciosas en Tiberíades. Las vendió Marcela con la ayuda de Isaac. Tengo el dinero en mi habitación. No quise que Judas viese nada…” y se pone muy colorada. Jesús la mira muy fijamente, pero no le dice nada. Magdalena sale… y vuelve con una pesada bolsa, y se la entrega a Jesús: “Aquí está. Fueron bien pagadas”. Jesús: “Gracias, María”. Magdalena: “Gracias, Rabboni (4), porque tuviste a bien pedirme ese favor. ¿Se te ofrece algo más?”. Jesús: “No. ¿Tienes algo más que decirme?”. Magdalena: “No, Señor. Dame la bendición, Maestro”. Jesús: “Sí, te bendigo. ■ María… ¿estás contenta de volver donde Lázaro? Imagínate que Yo ya no estuviera en Palestina. ¿Volverías contenta a tu casa, entonces?”. Magdalena: “Sí, Señor, pero…”. Jesús: “Termina, María. No tengas reparo de decirme lo que estás pensando”. Magdalena: “Regresaría más contenta si en lugar de Judas de Keriot viniese Simón Zelote, que es un gran amigo de la familia”. Jesús: “Le necesito para una misión”. Magdalena insiste: “Entonces tus hermanos o Juan, el de corazón de paloma. En una palabra, cualquiera menos él… Señor, no me mires enojado… Quien ha comido de la lujuria, siente su cercanía… No le tengo miedo. Sé tener a raya a cualquiera y mucho más a Judas. Es mi terror a no ser perdonada, es mi «yo», es Satanás, que ciertamente da vueltas a mi alrededor, es el mundo… Pero si María de Teófilo no tiene miedo de nadie, María de Jesús siente asco por el vicio que la había esclavizado y la… Señor… El hombre que busca solo la carnalidad me causa vómito…”. Jesús: “No vas sola en el viaje, María. Y estoy seguro que no regresará contigo… ■ Ten presente que debo proveer para la partida de Síntica y Juan de Endor para Antioquía, y que ello no debe saberlo quien es imprudente…”. Magdalena: “Es verdad. Bueno me voy… Maestro, ¿cuándo nos volveremos a ver?”. Jesús: “No lo sé, María. Tal vez en Pascua. Vete en paz, ahora. Te bendigo esta noche y cada noche te bendeciré, lo mismo que a tu hermana y al bueno de Lázaro”. María se inclina a besar los pies de Jesús y sale, dejando solo a Jesús en la silenciosa habitación. (Escrito el 14 Octubre de 1945).
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1  Nota  : Cfr. Anotaciones n. 2: Fiestas de Israel: Las Encenias.   2  Nota  : Elisa era una antigua compañera de la Virgen en el Templo. Ambas habían servido al Señor allí desde muy temprana edad. Incluso, Elisa, diez años mayor, fue asignada como alumna adulta para ejercer de maestra compañera de la Virgen. Elisa, en poco tiempo, había perdido por fallecimiento a su esposo y a sus dos hijos. La Virgen y Jesús la confortaron. Fue agregada al grupo de las discípulas. Cfr. Personajes de la Obra magna: Elisa de Betsur.  3  Nota  : Sebat: el mes de Febrero.   4  Nota  : “Rabboni”.- Esta forma de hablar al Maestro es propia de Magdalena. La palabra significa: “Señor mío”.
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(<Jesús y apóstoles han llegado a la ciudad levítica y de refugio de Quedes. Han pasado antes por Giscala, grande y hermosa ciudad, gran centro rabínico, donde han chocado con los rabíes junto a la tumba de Hilel y han sido apedreados y heridos. Jesús mismo ha sufrido una herida en la mano. En la sinagoga de Quedes, a la que asiste también un grupo numeroso de fariseos y saduceos hostiles, Jesús acaba de proclamar su mesianidad: Él, Jesús de Nazaret, es el Hijo de Dios, el Hijo del hombre predicho por los profetas>)

5-342-272 (6-30-183).-En Quedes. Los fariseos piden una señal. Se les dará una única señal: la de Jonás (1).
*  La señal que piden los fariseos: un cadáver corrupto que vuelve a la vida. Jesús alza la diestra herida: “¿Ves esta señal? La has hecho tú (Uriel). Has indicado otra señal. Te ale­grarás cuando la veas abierta en la carne del Cordero. ¡Mírala! La verás también en el Cielo, cuando te presentes a rendir cuentas de tu modo de vivir. Porque Yo te he de juzgar”.- ■ Una carcajada burlona y un grito se dejan oír desde el fondo de la sinagoga. La gente protesta. El jefe de la sinagoga, que está tan concentrado en escuchar a Jesús que tiene incluso los ojos cerrados, se pone de pie e impone silencio, amenazando con la expulsión a los perturbadores. Jesús, en voz alta, dice: “Déjalos; es más, invítalos a que expongan sus divergencias”. Los enemigos de Jesús gritan irónicos: “¡Bien! ¡Esto esta bien! Déjanos acercarnos a Ti, que queremos hacerte unas preguntas”. Jesús: “Venid. Dejadlos pasar, vosotros de Quedes”. Y la gente, con miradas hostiles y caras disgustadas —y no falta algún que otro epíteto— los deja ir adelante. Jesús, en tono severo, pregunta: “¿Qué queréis saber?”. Fariseo: “¿Tú, entonces, dices que eres el Mesías? ¿Estás verdaderamente seguro de ello?”. Jesús, cruzados los brazos, mira con tal autoridad al que ha ha­blado, que a éste se le cae de golpe la ironía y enmudece. Pero otro sigue el hilo de la pregunta y dice: “No puedes preten­der que se te crea por tu palabra. Cualquiera puede mentir, incluso con buena intención. Para creer se necesitan pruebas. Danos, pues, pruebas de que eres eso que afirmas ser”. Jesús dice secamente: “Israel está lleno de mis pruebas”. Un fariseo dice: “¡Ah! ¡Ésas!… Pequeñas cosas que cualquier santo puede hacer. ¡Han sido hechas y serán hechas en el futuro por los justos de Israel!”. Otro añade: “¡Y no se da por sentado que Tú las hagas por ser santo y te ayude Dios! Se dice, y verdaderamente es muy verosímil, que cuentas con la ayuda de Satanás. Queremos otras pruebas. Su­periores, cuales Satanás no pueda dar”. Otro dice: “¡Sí, la muerte vencida!…”. Jesús: “Ya la habéis tenido”. Fariseo: “Eran apariencias de muerte. Muéstranos a un cadáver corrupto, que vuelva a la vida, que se rehaga, digamos. Esto para tener la seguri­dad de que Dios está contigo. Dios es el único que puede devolver el aliento al fango que ya se va a convertir en polvo”. Jesús: “Nunca fue pedido esto a los Profetas para creer en ellos”. Un saduceo grita: “Tú eres más que un profeta. ¡Tú, al menos Tú lo dices, eres el Hijo de Dios!… ¡Ja! ¡ja! ¿Por qué, entonces, no actúas como Dios? ¡Ánimo, pues! ¡Danos una señal! ¡Una señal!”. Un fariseo grita: “¡Sí, eso! Una señal del Cielo que diga que eres Hijo de Dios. Entonces te adoraremos”. Uno, que tiene por nombre Uriel y que estuvo en Giscala, dice: “¡Sí! ¡Eso es, Simón! No queremos caer de nuevo en el pecado de Aarón (2). No adoramos al ídolo, al becerro de oro, ¡pero podríamos ado­rar al Cordero de Dios! ¿No eres Tú? Si es que el Cielo nos indica que lo eres”, y ríe sarcásticamente. Interviene otro, a voces: “Déjame hablar a mí, Sadoc, el escriba de oro. ¡Óyeme, oh Mesías! Demasiados Mesías te han precedido, que no lo fueron. Basta ya de engaños. Una señal de que eres lo que afirmas. Dios, si está contigo, no te lo puede negar. Y nosotros creeremos en Ti y te ayuda­remos. Si no, ya sabes lo que te espera, según el Mandamiento de Dios”. ■ Jesús alza la diestra herida y la muestra bien a su interlocutor: “¿Ves esta señal? La has hecho tú. Has indicado otra señal. Te ale­grarás cuando la veas abierta en la carne del Cordero. ¡Mírala! ¿La ves? La verás también en el Cielo, cuando te presentes a rendir cuentas de tu modo de vivir. Porque Yo te he de juzgar, y estaré allí arriba con mi Cuerpo glorificado, con las señales de mi ministerio y del vuestro, de mi amor y de vuestro odio. Y tú también la verás, Uriel, y tú, Simón, y la verán Caifás y Anás, y otros muchos, en el último Día, día de ira, día tremendo, y por ello preferiréis estar en el abismo, porque mi señal abierta en la mano herida os asaeteará más que los fuegos del Infierno”. Fariseos, saduceos y doctores gritan en coro: “¡Eso son palabras y blasfemias! ¡¿Tú en el Cielo con el cuerpo?! ¡Blasfemo! ¡¿Tú juez en lugar de Dios?! ¡Anatema seas! ¡Insultas al Pontífice! Merecerías la lapidación”. ■ El jefe de la sinagoga (Matías) se pone de nuevo en pie, patriarcal, con su espléndida canicie como un Moisés, y grita: “Quedes es ciudad de refugio y levítica. Tened respeto…”. Ellos: “¡Esos son cuentos de viejas!”. Matías: “¡Oh, lenguas blasfemas! Vosotros sois los pecadores, no Él, y yo le defiendo. No dice nada malo. Explica los Profetas. Nos trae la Promesa Buena. Y vosotros le interrumpís, le tentáis, le ofendéis. No lo permito. Él está bajo la protección del viejo Matías, de la estirpe de Leví por parte de padre y de Aarón por parte de madre. Salid y dejad que ilumine con su doctrina mi vejez y la madurez de mis hijos”. Y, mientras, tiene su vieja, rugosa mano puesta en el antebrazo de Jesús, como defendiendo.
* Sabéis, pues, leer el futuro del día a par­tir de los señales cambiantes del cielo, más volubles que el viento. ¿Y no alcanzáis a distinguir las señales de los tiempos?  Pues bien, tenlo en cuanta… sabedlo…: Esta es la profecía que os voy a dar: a es­ta generación malvada y adúltera, que pide una señal, no le será da­da sino la de Jonás”.- ■ Gritan los enemigos: “Que nos dé una señal verdadera y nos iremos convencidos”. Jesús, calmando al sinagogo, dice: “No te inquietes, Matías. Hablo Yo”. Y, dirigiéndose a los fariseos, saduceos y doctores, dice: “Al atardecer examináis el cielo, y si, en llegando el ocaso, está rojizo, sentenciáis en virtud de un viejo proverbio: «Mañana hará buen tiempo, porque el ocaso pone rojo el cielo». Lo mismo, cuando amanece, si el aire es pesado por la niebla y vapores, y el sol no se pone vestido de oro áureo, sino que parece como que echara sangre por el firmamento, decís: «Tendremos un día de tempestad». Sabéis, pues, leer el futuro del día a par­tir de los señales cambiantes del cielo, señales aún más volubles que el viento. ¿Y no alcanzáis a distinguir las señales de los tiempos? Esto no honra ni vuestra mente ni vuestra ciencia, y completamente des­honra vuestro espíritu y vuestra supuesta sabiduría. Pertenecéis a una ge­neración malvada y adúltera, nacida en Israel de la unión de quien fornicó con el Mal. Vosotros sois sus herederos, y aumentáis vuestra perversidad y vuestro adulterio repitiendo el pecado de vuestros antecesores. ■ Pues bien, tenlo en cuenta, tú, Matías, sabedlo vosotros, habitantes de Que­des, y todos los presentes, fieles o enemigos: Ésta es la profecía que os voy a dar, profecía mía, en vez de la que quería explicar de Habacuc: a es­ta generación malvada y adúltera, que pide una señal, no le será da­da sino la de Jonás… Vamos. La paz sea con los buenos de voluntad”. Y, por una puerta lateral, que da a una calle silenciosa situada entre huertos y casas, se aleja con sus apóstoles. (Escrito el 26 de Noviembre de 1945).
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1  Nota  : Cfr. Jonás 2.   2  Nota  : Cfr. Cfr. Éx. 32,1-6.
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(<El tercer año de la vida pública de Jesús comienza con la partida, desde Nazaret hacia Antioquía, de Juan de Endor y Síntica, acompañados por ocho apóstoles. Por disposición de Jesús, no formarán parte de la expedición: a) Tomás y Judas Iscariote a los que Jesús, al despedirles, les dijo: “Os espero en Cafarnaúm para fines de Sebat”. Hasta esa fecha, se encargarán de formar a los discípulos ya esparcidos por todas partes. b) Felipe y Bartolomé, a quienes Jesús les comunicó, por carta que Pedro les entregó: “Nos saldréis al encuentro en Yotapata y evangelizaréis en espera de nosotros”. ■ Y así fue. Una vez cumplido su cometido en Antioquía, los ocho apóstoles se reunieron de nuevo con Jesús en Yiftael donde había quedado a esperarles. Posteriormente en Yotapata se les unieron Bartolomé y Felipe; y cerca de Séforis Tomás y Judas Iscariote>)
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5-352-336 (6-40-243).- Conversión de un amante de María Magdalena.
* “La enfermedad, más de remordimiento de alma que física, terminó de prepararle a la Gracia”.-Y mientras se incendian el cielo y lago por el fuego del crepúsculo, ellos regresan a Cafarnaúm. Vienen contentos. Han asistido a un moribundo, a petición de un mensajero enviado para buscarle. Hablan entre sí. Jesús habla poco, pero sonríe. Hacen la observación de que, si el mensajero hubiera dado mejor las señas, habrían podido ahorrar camino. Pero también dicen que la fatiga ha merecido la pena, porque un grupo de hijos de tierna edad ha recuperado a su padre sano, cuando ya se estaba enfriando por la cercana muerte; y también porque ya no están sin un mínimo de dinero. Jesús dice: “Os había dicho que el Padre proveería a todo”. El apóstol Felipe pregunta: “¿Es un antiguo amante de María de Magdala?”. Tomás responde: “Así parece… por lo que nos dijeron…”. Judas de Alfeo: “¿Qué te dijo, Señor?”. Jesús sonríe sin responder. Mateo afirma: “Más de una vez le vi con ella cuando iba a Tiberíades con mis amigos. Esto es cierto”. Santiago de Alfeo pregunta: “Hermano, dinos… ¿Te pidió ser curado y también ser perdonado?”. Iscariote, con cierto desprecio hacia Santiago, dice: “¡Qué pregunta más sin sentido! ¿Pero cuándo el Señor no exige arrepentimiento para conceder una gracia?”. Tadeo le replica: “Mi hermano no ha dicho una estupidez. Jesús cura o libra y luego dice: «Vete y no peques»”. Iscariote rebate: “Porque ve el arrepentimiento en los corazones”. Tadeo replica: “En los endemoniados no existe ni arrepentimiento ni deseo de ser liberados. Lo cual nadie lo ha demostrado. Pasa lista de todos los casos y verás que o huían o arremetían como enemigos, o por lo menos intentan una o la otra cosa, y si no lo llevaban a cabo era solo porque se lo impedían sus familiares”. Y Zelote añade: “Y por el poder de Jesús”. Iscariote: “Pero en esos casos Jesús tiene en cuenta el deseo de los familiares que representan el deseo del endemoniado, quien, si no estuviese impedido por el demonio, querría ser libertado”. Santiago de Zebedeo dice: “¡Oh cuántas sutilezas! ¿Y entonces qué decir de los pecadores? Me parece que empleas la misma fórmula, aun cuando no estén endemoniados”. Mateo hace observar: “A mí me dijo: «Sígueme» y no le había dicho ni siquiera una palabra, respecto a mi estado”. Iscariote, que siempre quiere llevar la razón a toda costa, dice: “Pero te la veía en tu corazón”. Pedro dice: “¡Está bien! Pero ese hombre, que según voz de todos era un gran lujurioso y un gran pecador, pero no endemoniado, o, mejor, no poseído —porque un demonio, con los pecados que había cometido ese hombre, le debía tener no sólo por maestro, sino incluso por patrón—, ahora que estaba muriendo ¿qué cosa pidió?, en definitiva. Estamos paseando por las nubes, me parece… Volvamos a la primera pregunta”. ■ Jesús condesciende a su deseo y dice: “Él quería estar solo conmigo para hablar con libertad. Lo primero que ha expuesto no es su estado de salud… sino el de su espíritu. Dijo: «Estoy muriendo; es indecible con cuánta solicitud he querido que vinieras. Tengo necesidad de tu perdón para curarme. Pero me basta tu perdón. Si no me curas, me resignaré. Lo tengo merecido, pero salva mi alma» y me confesó sus innumerables pecados. Una cadena nauseabunda…”. El rostro de Jesús resplandece de alegría. ■ Bartolomé observa: “¿Y sonríes, Maestro? ¡Me extraña!”. Jesús: “Sí, Bartolomé. Sonrío porque no existen más esos pecados y porque con sus culpas supe el nombre de la redentora. El apóstol en este caso fue una mujer”. Casi todos dicen: “¡Tu Madre!”. Otros: “¡Juana de Cusa! Si él iba frecuentemente a Tiberíades, tal vez la conoce”. Jesús mueve la cabeza. Le preguntan: “¿Quién entonces?”. Jesús responde: “María, la hermana de Lázaro”. Vuelven a preguntar: “¿Vino aquí? ¿Por qué no nos visitó?”. Jesús: “No vino. Escribió a su antiguo compañero de culpas. Leí las cartas. En todas ellas la misma súplica: de que la escuchara, de que se redimiera como ella se ha redimido, de seguirla en el camino del Bien, como la había seguido en el de la culpa, y con palabras y lágrimas le rogaba que quite de su conciencia un poco del peso que siente. Y le ha convertido. Tanto, que se había aislado en su casa de campiña para vencer las tentaciones de la ciudad. La enfermedad, más de remordimiento del alma que física, terminó de prepararle a la Gracia. ¿Estáis ahora contentos? ¿Comprendéis por qué sonrío?”. Todos responden: “Sí, Maestro”. Y al ver que Jesús alarga el paso como para aislarse, se ponen a conversar en tono bajo entre sí. (Escrito el 6 de Diciembre de 1945).
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(<Jesús con sus doce apóstoles ha emprendido el viaje a Jerusalén para la Pascua a través de la Transjordania. Han pasado ya por Gadara, Yabés Galaad. La llanura del lado oriental del Jordán, por las continuas lluvias, parece haberse convertido en una laguna. Ante el malhumor de apóstoles por inclemencias del tiempo, conducta de Judas y calumnias de la gente, Jesús llora… “No me comprendéis. Es mi primera tortura”>)

5-360-411 (6-50-316).- Encuentro con Rosa de Jericó que advierte de peligro a Jesús.
* Rosa de Jericó, repudiada por su marido, acusada de leprosa “con ansias de encontrarte, —por Ti, para decirte: «¡Huye!» y, por mí, para decirte: «¡Piedad!»”—, es encontrada, exhausta, tirada en el suelo. Enviada a Betania.- ■ Andrés y los dos hijos de Alfeo van delante de todos. Llegados a un punto del camino, se inclinan, miran y rápidamente vuelven. “¡Hay una mujer! ¡Parece muerta! Tapa el sendero”. Surgen las primeras quejas del día: “¡Qué fastidio! Ya empezamos mal. ¿Cómo vamos a hacer? ¡Ahora vamos a tener que purificarnos incluso!”. Tomás dice a Iscariote: “Vamos a ver nosotros si está muerta”. Zelote: “Voy yo contigo, Toma”, y va adelante. Llegan adonde la mujer, se agachan, y Tomás regresa corriendo y gritando. Santiago de Zebedeo dice: “Quizás la han asesinado”. Responde Felipe: “O ha muerto de frío”. Pero Tomás se llega a ellos y grita: “Lleva las vestiduras descosidas de los leprosos…” (está tan desconcertado, que parece como si hubiera visto al diablo). Preguntan: “¿Pero está muerta?”. Tomás: “¡Qué sé yo! He salido corriendo”. ■ El Zelote se levanta y, a buen paso, viene hacia Jesús. Dice: “Maestro, una hermana leprosa. No sé si está muerta. Creo que no. Creo que el corazón todavía late”. Algunos, haciéndose a un lado, gritan: “¿La has tocado?”. Zelote: “Sí. Desde que soy de Jesús, no tengo miedo de la lepra. Y siento compasión, porque sé lo que es ser leproso. Quizás le han dado un golpe, porque está sangrando por la cabeza. Quizás había bajado buscando algo de comer. Es tremendo, ¿sabéis?, morirse de hambre y tener que hacer frente a los hombres para conseguir un pan”. Preguntan: “¿Está muy maltrecha?”. Zelote: “No. Es más, no sé cómo es que está con los leprosos. No tiene ni escamas ni llagas ni gangrenas. Quizás es leprosa desde hace poco. Ven, Maestro. Te lo ruego. ¡Como de mí, ten piedad de esta hermana leprosa!”. Jesús: “Vamos. Dadme pan, queso y ese poco de vino que tenemos toda­vía”. J. Iscariote grita aterrorizado: “¡No le irás a dar de beber de donde bebemos nosotros!”. Jesús: “No temas. Beberá en mi mano. Ven, Simón”. ■ Van hacia delante… pero la curiosidad manda adelante también a los otros. Sin sentir ya molestias por el agua que cae de las ramas ni por el musgo empapado, suben por la ladera para ver mejor a la mujer sin acer­carse. Y ven que Jesús se agacha, la toma por las axilas, la arrastra sentada y la apoya contra una roca. La cabeza pende como si estuvie­ra muerta. Jesús: “Simón, levántale la cabeza, para que pueda echarle en la gargan­ta un poco de vino”. El Zelote obedece sin miedo, y Jesús, manteniendo en alto la bota de vino, deja caer unas gotas de vino dentro de los labios entreabier­tos y lívidos. Y dice: “¡Está helada esta infeliz! Y empapada”. Andrés, compadecido, dice: “Si no fuera leprosa, la podíamos llevar adonde hemos estado nosotros”. Iscariote prorrumpe: “¡Sí! ¡Sólo faltaba eso!”. Andrés: “¡Pero si no está leprosa! No tiene señales de lepra”. Iscariote: “Tiene los vestidos y eso es suficiente”. ■ El vino hace sus efectos mientras tanto. La mujer emite un suspiro cansa­do. Jesús, viendo que traga, le vierte un chorro en la boca. La mujer abre los ojos obnubilados y asustados. Ve a algunos hombres. Trata de alzarse y de huir, mientras grita: “¡Estoy contaminada! ¡Estoy contaminada!”. Pero las fuerzas no la ayudan. Se tapa el rostro con las manos y gime: “¡No me apedreéis! He bajado porque tengo hambre… Hace tres días que ninguno me echa nada…”. Jesús: “Aquí hay pan y queso. Come. No tengas miedo. Bebe un poco de vino en mi mano” y echa en el cuenco de su mano un poco de vino y se lo da. La infeliz leprosa, asombrada, dice: “¿Pero no tienes miedo?”. Jesús responde: “No tengo miedo”, y sonríe al ponerse de pie, pero sin separarse de la mujer que ávidamente come el pan y el queso. Parece una fiera hambrienta. Como que quiere ahogarse incluso, por el ansia de comer. ■ Después que ha comido un poco, mira a su alrededor… Con voz inteligible dice: “Uno… dos… tres… trece… ¿Pero entonces?… ¿Quién es el Nazareno? ¿Tú, no? ¡Sólo Tú puedes tener compasión como has tenido de una leprosa!…”. La mujer se pone de rodillas con dificultad por la flaqueza. Jesús: “Soy Yo, sí. ¿Qué quieres? ¿Curarte?”. Leprosa: “Eso también… Pero antes debo decirte una cosa… Yo tenía noti­cia de Ti. Me habían hablado hace mucho unos que pasaron… ¿Mu­cho? No. El otoño pasado. Pero para un leproso… cada día es un año… Hubiera deseado verte. Pero ¿cómo podía ir a Judea o a Galilea? Me llaman «leprosa». Pero lo único que tengo es una llaga en el pecho, que me la ha contagiado mi marido, que me tomó virgen y sana, y él no estaba sano. Pero es uno de los grandes… y puede todo. Incluso decir que le había traicionado yendo a él ya enferma, y así repudiarme, para tomar a otra mujer que ambicionaba. Me denunció como leprosa. Por pretender justificarme, empezaron a pedradas conmigo. ¿Era justo, Señor? Ayer tarde, un hombre ha pasado, de Betyaboc, gritando que venías, y exhortando a salir a tu encuentro para echarte de aquí. Yo estaba… Había bajado hasta las casas del poblado porque me moría de hambre. Habría hurgado incluso en los basureros para matar mi hambre… Yo, que en otros tiempos era una «señora», hubiera disputado a cualquier pollo la comida pestilente…”. ■ Llora… Luego continúa: “Tenía ansias de encontrarte —por Ti, para decirte: «¡Huye!»; por mí, para decirte: «¡Piedad!»— ¡No puedo comprenderlo! Los perros, cerdos y pollos viven junto a las casas de Israel, pero el leproso no puede bajar a pedir un pan, ni siquiera cuando es una que de leprosa sólo tiene el nombre. Seguí adelante, preguntando dónde estabas. Como estaba oscuro no me reconocieron inmediatamente y me dijeron: «Sube por el ribazo del río». Pero luego me vieron, y en vez de pan me dieron pie­dras. Salí corriendo, en la noche, para venir a tu encuentro, para evi­tar los perros. Tenía hambre, tenía frío, tenía miedo. Caí donde me has encontrado. Aquí. Creía que moría. Sin embargo, te he encontra­do a Ti. Señor, no estoy leprosa. Pero esta llaga que tengo aquí en el pecho me impide volver con los vivos. No pido volver a ser la Rosa de Jericó de los tiempos de mi padre; pero por lo menos vivir con los de­más hombres y seguirte a Ti. Los que me hablaron en octubre dijeron que tienes discípulas y que estabas con ellas… Pero primero sálvate Tú. ¡No mueras, Tú que eres bueno!”. Jesús: “No moriré hasta que no llegue mi hora. Ve allí, a aquella peña. Hay una gruta segura. Descansa. Luego ve al sacerdote”. Leprosa: “¿Para qué, Señor?”. La mujer tiembla de ansiedad. Jesús sonríe: “Vuelve a ser la Rosa de Jericó que florece en el de­sierto y que siempre está viva aunque parezca muerta. Tu fe te ha curado”. La mujer alza ligeramente la parte de vestido que cubre el pecho, mira… y grita: “¡Ya no hay nada! ¡Oh, Señor, mi Dios!” y cae rostro en tierra. Jesús: “Dadle pan y otras cosas de comer. Y tú, Mateo, dale un par de sandalias tuyas. Yo doy un manto. Para que pueda ir, después de re­poner fuerzas, al sacerdote. Dale también el óbolo, Judas. Para los gastos de purificación. La esperaremos en Getsemaní para dársela a Elisa, que me pidió una hija”. Rosa: “No, Señor. No descanso. Me pongo en marcha ya. Enseguida. Enseguida”. Jesús: “Baja, entonces al río, lávate, ponte encima el manto…”. Zelote: “Señor, se lo doy yo a la hermana leprosa. Deja que lo haga. Yo la guío a donde Elisa. Una segunda vez me veo curado, al verme en ella, así, di­chosa”. ■ Jesús: “Sea como quieres. Dale todo lo necesario. Mujer, escucha bien. Irás a purificarte. Luego irás a Betania y preguntarás por Lázaro. Le dices que te dé hospedaje hasta que llegue Yo. Ve en paz”. Rosa: “¡Señor! ¿Cuándo voy a poder besarte los pies?”. Jesús: “Pronto. Ve. Mas has de saber que sólo el pecado me produce ho­rror. Y perdona a tu marido, porque por medio suyo me has encontrado a Mí”. Rosa: “Es verdad. Le perdono. Me voy… ¡Oh, Señor! No te detengas aquí que te odian. Piensa que he caminado exhausta, durante una noche, para venir a decírtelo, y que si en vez de encontrarte a Ti hu­biera encontrado a otros me podían haber matado a pedradas como una serpiente”. Jesús: “Lo recordaré. Vete, mujer. Quema tu vestido. Acompáñala, Simón. Nosotros os seguiremos. En el puente os alcanzaremos”. Se separan.
* “Tú, Judas, si quieres, vete también. Nos encontraremos en el Getsemaní. ¡Y purifícate! ¡Purifícate! Pero la primera purificación es la sinceridad. Eres un hipócrita. No lo olvides”.-Iscariote: “Y ahora hay que purificarse. Todos estamos impuros, contaminados”. Jesús: “No era lepra, Judas de Simón. Yo te lo digo”. Iscariote: “Bueno, pues, de todas formas me voy a purificar. No quiero ninguna impureza sobre mí”. Pedro exclama: “¡Que cándido lirio! Si el Señor no siente que tenga alguna impureza, ¿la sientes tú?”. Iscariote: “¿Y por una que Él dice que no está leprosa? Pero, ¿qué tenía, Maestro? ¿Has visto la llaga?”. Jesús: “Sí. Un fruto de la lujuria masculina. Pero no era lepra. Y si el hombre hubiera sido honesto no la habría repudiado, porque el enfermo era él. Pero todo les sirve a los lujuriosos con tal de saciar su hambre. ■ Tú, Judas, si quieres, vete también. Nos encontraremos en el Getsemaní. ¡Y purifícate! ¡Purifícate! Pero la primera purificación es la sinceridad. Eres un hipócrita. No lo olvides. Vete, vete, si quieres”. Iscariote: “¡No, no, que me quedo! Si Tú lo dices, creo. No estoy, por tanto contaminado y me quedo contigo. Tú quieres decir que soy un lujurioso y que aprovechaba la ocasión para… Te demuestro que eres el único amor a quien amo”. Y caminan raudos cuesta abajo. (Escrito el 14 de Diciembre de 1945).
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5-361-416 (6-51-320).- Pelea verbal entre Pedro y Judas Iscariote.- Los dos injertos que transformarán a los apóstoles. Para uno no servirán.- María de Magdala sale al encuentro de Jesús, en el vado, y advierte de grave peligro para Él en Judea.
* J. Iscariote incide: “Solo se fía de Sí mismo. Será su ruina. Si se aconsejase conmigo… ¡sé tantas cosas!…”.- Nuevo enfrenamiento entre Pedro e Iscariote sobre las amistades de Iscariote.- ■ En medio de un temporal de perros, Jesús camina por un camino lleno de lodo. A cada paso que dan se manchan los vestidos de ese lodo amarillento, sobre el que se resbalan como si fuera jabón, que se pega a las sandalias y las aspira como si fuera una ventosa, y al mismo tiempo se desliza bajo sus suelas, haciendo penosa la marcha en medio de muchos patinazos. Debe haber llovido y mucho por lo que veo. Y el cielo (un cielo nebuloso, color plomizo) parece confirmar mi sospecha. Los vientos del siroco empujan las nubes que parecen tan espesas que pudieran cortarse. El viento no cesa. Dobla las hierbas, las ramas. Pasa, vuelve una y otra vez. De vez en cuando algunas nubecillas se entreabren, y gruesas gotas, calientes como si provinieran de una ducha templada, caen salpicando los vestidos y las piernas. Los bajos de las túnicas —aun cuando se las arremangaron hasta la cintura, sosteniéndolas con un cordón— están llenas de fango. Vestidos y mantos —éstos también arremangados lo más alto posible— no han escapado de las manchas de lodo. Los pies y las piernas, hasta la mitad de las espinillas, parecen como cubiertos con medias, que, sin embargo, es lodo, lodo y más lodo adherido. ■ Los discípulos se quejan un poco del tiempo y del camino, y hay que decirlo también, de que el Maestro quiera andar por estos caminos y con este temporal. Jesús hace como si no oyera. Dos o tres veces se vuelve ligeramente —caminando como en fila india para ir por el lado izquierdo del camino, que está un poco más elevado y menos lodoso— a mirarlos. Pero no habla. La última vez, es el de más edad de los discípulos el que dice: “¡Oh, pobre de mí! Con esta humedad que se me seca en la espalda, me siento mal. Ya estoy viejo. No tengo treinta años”. Mateo también refunfuña: “¿Y entonces yo? Estaba yo acostumbrado… Cuando llovía en Cafarnaúm, tú lo sabes, Pedro, no salía de casa. Mandaba a algunos de mis criados a cobrar los impuestos y me traían a los que tenían que pagar. Había organizado un buen servicio para tales casos. ¡Bueno!… ¡Quién iba a andar fuera con mal tiempo! ¡Uhm! Alguno que otro melancólico, y nada más. Los negocios y los viajes se hacen cuando el tiempo es bueno…”. Juan dice: “¡Callaos que os oye!”. Tomás replica: “¡Qué va a oír! Piensa y cuando es así… es como si no existiéramos”. ■ Iscariote incide: “Y cuando se le clava una cosa no le remueve ninguna reflexión justa. Quiere hacer lo que quiere Él. Solo se fía de Sí mismo. Será su ruina. Si se aconsejase un poco conmigo… ¡sé tantas cosas!”. Y lo dice con su aire de «sabiondo» y de «soy mejor que todos los demás». Pedro, colorado como un gallo, le dice: “¿Qué sabes tú? ¡Todo lo sabes! ¿Qué amigos tienes? ¿Eres acaso uno de los grandes de Israel? ¡Quién te lo va a creer! También tú eres un pobre hombre como yo, y como los demás. Un poco más bello… ¡Pero belleza de juventud es flor que dura un día! También yo era bonito”. Una fresca carcajada de Juan rompe el aire. También los otros se echan a reír, y toman un poco el pelo a Pedro por sus arrugas, por sus piernas curvas, como las de los marinos, por sus ojos un poco prominentes y enrojecidos por los vientos del lago. Pedro les dice: “Reíos si os gusta, pero es así. Y demás, no me interrumpáis. ■ Dinos, Judas, ¿qué amigos tienes? ¿Qué sabes? Para saber lo que das a entender, debes tener amigos entre los enemigos de Jesús. Y quien es así es un traidor. ¡De modo que, muchacho, ten cuidado de ti, si te crees bonito! Porque si es verdad que ya no soy guapo, es verdad que todavía soy fuerte, y no me costaría mucho sacarte un diente y apagarte un ojo”. Iscariote, con desprecio principesco, le responde: “¡Qué modos de hablar! ¡Propios de un vulgar pescador!”. Pedro: “Sí, señorito, y me glorío de ello. Pescador, pero sincero como mi lago, que si quiere hacer tormenta no grita: «Voy a estar en calma», sino que se retuerce y se pone, como testigos en el zócalo del cielo, nubarrones que lo embravecen como a un toro; de forma que basta con que uno no sea un animal o esté borracho para que entienda la alusión y tome las medidas que correspondan. Tú… tú te pareces a este lodo que parece sólido y, mira” (y pisa enérgicamente, y el lodo salpica hasta la cara del guapo Judas). Iscariote: “¡Pero, Pedro! ¡Estos son unos modos indignos! ¡Qué buen provecho te hacen las palabras del Maestro sobre la caridad!”. Pedro: “Y en ti sobre la humildad y la sinceridad. ¡Adelante! ¡Escupe lo que sabes! ¿Qué sabes? ¿Es verdad que sabes o te das importancia para hacer creer que tienes amigos poderosos? ¡Tú, que eres solo un pobre gusano!”. Iscariote: “Yo sé lo que sé, y no te lo voy a decir a ti para que no se produzcan riñas como te gustaría, como galileo que eres. Repito que sería una cosa muy buena que el Maestro fuera menos testarudo. Le iría mejor. Y menos violento. La gente empieza a cansarse de verse ofendida”. Pedro: “¿Violento? Si lo fuera, te echaría a volar sobre el río, inmediatamente. Un buen vuelo por encima de aquellos árboles. De este modo te quitarías el lodo que te ensucia tu linda cara. ¡Ojalá te sirviera para lavarte el corazón, que… si no me equivoco, debe estar más costroso que mis piernas embarradas!”. De hecho Pedro, velludo y bajo de estatura como Mateo, las trae cargadas de lodo. Mateo interviene: “Bueno. ¡Dejad de pelear!”.
* Dos injertos: De Sangre y de Fuego.-Juan, que notó como que Jesús aminoraba el paso, sospecha que haya oído, y, acelerando el paso, pasando a dos o tres compañeros, se llega hasta Él, se pone a su lado y le dice: “¡Maestro!” con su dulce voz, alzando su cara, porque además de ser de menor estatura, va por el centro del camino que no es elevado como el lado izquierdo. Jesús le responde sonriendo: “Juan, ¿me has alcanzado?”. El discípulo escudriña con ansia su rostro para cerciorarse si oyó o no. Responde: “¡Sí, Maestro mío! ¿Me quieres contigo?”. Jesús: “Siempre te quiero conmigo. A todos os querría tener al lado, ¡y con tu corazón! Pero si sigues caminando por ahí, vas a acabar de empaparte”. Juan: “¡No importa, Maestro! ¡Nada importa con tal de estar cerca de Ti!”. Jesús: “¿Quieres estar conmigo? Tú no piensas que soy imprudente y que puedo poneros en líos también a vosotros. ¿No te sientes ofendido porque no escucho tus consejos?”. Juan está consternado: “Maestro, ¿entonces has oído?”. ■ Jesús: “Todo lo he oído. Desde las primeras palabras. Pero no te pongas triste. No sois perfectos. Lo sabía desde el momento en que os escogí. No pretendo que lo seáis rápidamente. Antes de dejar de ser árboles selváticos, conviene que se os pongan dos injertos…”. Juan: “¿Cuáles, Maestro?”. Jesús: “Uno de sangre y otro de fuego. Después seréis héroes del Cielo y convertiréis el mundo, empezando por vosotros”. Juan: “¿De sangre y de fuego?”. Jesús: “Sí, Juan. De mi Sangre…”. Juan le interrumpe con un gemido: “¡No, Jesús!”. Jesús: “Serénate, amigo mío, no me interrumpas. Sé el primero en escuchar estas verdades. Lo mereces. De mi Sangre. Lo sabes. Vine por esto. Soy el Redentor… piensa en los Profetas. No omitieron ni siquiera una jota al describir mi misión. Seré el Hombre que describió Isaías (1). Y, cuando haya derramado mi Sangre, ésta os fecundará. Pero no me contentaré con esto. Sois tan imperfectos, y débiles, tan tontos y miedosos, que Yo, glorioso al lado de mi Padre, os enviaré el Fuego, la Fuerza que procede de mi ser por generación con el Padre, y que vincula al Padre y al Hijo en un anillo indisoluble, haciendo de Uno, Tres: el Pensamiento, la Carne, el Amor. Cuando el Espíritu de Dios, esto es, el Espíritu del Espíritu de Dios, la Perfección de las Perfecciones divinas, venga sobre vosotros, vosotros dejaréis de ser lo que sois. Seréis nuevos, poderosos, santos… ■ Para uno mi Sangre no servirá de nada. Lo mismo que el Fuego. Porque mi Sangre, para él, le servirá de condenación, y para toda la eternidad probará otro fuego, en el que arderá, arrojando sangre y tragando sangre, pues verá sangre en todos los lugares donde pose sus ojos mortales o su corazón, desde el momento que haya traicionado la Sangre de un Dios”. Juan: “¡Oh, Maestro! ¿Quién es?”. Jesús: “Lo sabrás un día. Ahora ignóralo. Y por caridad no trates ni siquiera de indagar quién sea, porque podría acarrear sospechas. No debes sospechar de tus hermanos porque la sospecha es falta de caridad”. Juan: “Me basta con que me asegures que no seré yo, ni Santiago, los que te traicionemos”. Jesús: “¡Oh, tú, no! Ni tampoco Santiago. ¡Tú eres mi consuelo, buen Juan!” y Jesús le pasa un brazo sobre la espalda. Por algunos momentos caminan sin decir nada. También los demás se han callado. Solo se oye el chapotear del lodo que se prende y desprende de los pies.
* Jesús regresará a Galilea. No le prenderán. Aún no ha llegado su hora. “Sí, Judas… Hago caso de ésta (Magdalena). Pero no por­que sea mujer, como insinúas, sino porque es la que ha recorrido más camino de amor”.- ■ Luego, otro ruido. Es un susurro, un gorgoteo: me asemeja al pe­sado ronquido de una persona acatarrada. Un ronquido monótono, interrumpido de vez en cuando por pequeños chasquidos. Jesús dice: “¿Oyes? El río está cerca”. Juan: “Pero al vado no llegaremos antes de la noche. Dentro de poco empezará a obscurecer”. Jesús: “Dormiremos en alguna cabaña. Y mañana pasaremos…”. Dice Pedro: “Por aquí ya no se puede vadear”. Andrés dice: “Por aquí no. ¿Pero allí? ¿Ves? Se pasa todavía”. Efectivamente, dos cuadrúpedos están pasando con cautela el río. El agua toca el vientre de los animales. “Si pasan ellos, pasan también las barcas”. “Pero es mejor pasar en seguida, aunque ya sea de noche. Hay menos nubes, y hay luna. No dejemos pasar este momento. Vamos a buscar si hay una barca…”. Y Pedro lanza tres veces un largo y la­mentoso: “¡O… eh!”. Nadie responde. “Vamos abajo, al pie del vado. Melquías con sus hijos debe estar. Es el mejor período del año para él. Nos pasará”. ■ Andan lo más deprisa que pueden por el senderillo que, casi lami­do por el río lo bordea. “¿Pero aquélla no es una mujer?” dice Jesús, mirando a los dos que ya han cruzado el río con los caballos y que ahora están parados en el sendero. “¿Una mujer?”. Pedro y los demás no ven ni distinguen si es hombre o mujer el bulto oscuro que ha bajado del caballo y está esperando. Jesús: “Sí. Es una mujer. Es… es María. Mirad, ahora que cae bajo el rayo de la luna”. “¡Dichoso Tú que ves! ¡Dichosos tus ojos!”. Jesús: “María es. ¿Qué querrá?” y grita: “¡María!”. Magdalena responde: “¡Rabboni! ¿Eres Tú? ¡Gloria a Dios, que te he encontrado!”. María corre como una gacela hacia Jesús. No me explico cómo no tropieza en el accidentado sendero. Ha dejado caer un primer manto grande y grueso, y ahora viene con su velo y un manto más ligero arrollado al cuerpo encima de una túnica obscura. Cuando llega donde Jesús, se arroja a sus pies sin tener en cuenta el barro. Jadea, pero se la ve feliz. Repite: “¡Gloria a Dios, que me ha permitido encontrarte!”. Jesús: “¿Por qué, María? ¿Qué sucede? ¿No estabas en Betania?”. Magdalena: “Estaba en Betania con tu Madre y las mujeres, como habías dicho… Pero he venido a tu encuentro… Lázaro no podía porque sufre mucho… Entonces he venido yo con el criado…”. Jesús: “¡Tú salir de casa sola con un muchacho y con este temporal!”. Magdalena: “¡Rabboni, no irás a decirme que piensas que tengo miedo! No he tenido miedo de hacer tanto mal… no lo tengo ahora de hacer el bien”. ■ Jesús: “¿Y bien? ¿Para qué has venido?”. Magdalena: “Para decirte que no pases… En la otra parte te esperan con in­tención de hacerte daño… Lo he sabido… Lo he sabido de un hero­diano que hace tiempo… que hace tiempo me amaba… No sé si lo habrá dicho por amor, todavía, o por odio… Sé que anteayer me vio a través de la cancilla y me dijo: «María necia, ¿estás esperando a tu Maestro? Haces bien, porque será la última vez, porque en cuanto pase y venga a Judea le echan mano. Mírale bien y luego huye, por­que no es prudente estar cerca de Él ahora». Entonces… te puedes imaginar con qué coraje… he indagado… Como sabes… he conocido a muchos… y, aunque quizás llamándome loca y… poseída, todavía me hablan… He sabido que es verdad. Entonces he tomado dos caballos y he venido, sin decir nada a tu Madre… para no causarle dolor. Regresa… vuélvete inmediatamente, Maestro. Si saben que estás aquí, pasado el Jordán, vienen. Y también Herodes te busca… y estás ya demasiado cerca de Maqueronte. ¡Vete, vete por piedad, vete por piedad, Maestro!…”. Jesús: “No llores, María…”. Magdalena: “¡Tengo miedo, Maestro!”. Jesús: “¡No! ¿Miedo tú, tan valiente que has pasado el río crecido y de noche?…”. Magdalena: “Pero esto es un río y ésos son hombres enemigos tuyos y que te odian… Tengo miedo del odio a Ti… Porque te quiero, Maestro”. ■ Jesús: “No temas. No me prenderán aún. No es mi hora. Aunque pusie­ran a lo largo de todos los caminos formaciones y más formaciones de soldados, no me prenderían. No es mi hora. Pero seguiré tu deseo. Regresaré…”. Judas barbota unas palabras entre dientes. Jesús responde: “Sí, Judas. Es exactamente como dices. Exactamente en la primera mitad de tu frase. Hago caso de ésta; sí, hago caso de ella. Pero no por­que sea mujer, como insinúas, sino porque es la que ha recorrido más camino de amor. María, vuelve a casa mientras puedas hacerlo. Yo regreso. Pasaré… por donde pueda, y me iré a Galilea. Ven con mi Madre y las otras a Caná, a casa de Susana. Allí os daré instruccio­nes. Ve en paz, bendita. Dios está contigo”. Jesús le pone la mano en la cabeza bendiciéndola así. María toma las manos de Jesús y las besa, luego se levanta y se vuelve. ■ Jesús la mira mientras se marcha. La mira mientras recoge el grueso manto y se lo pone, mientras va hasta el caballo y monta, mientras entra de nuevo en el vado y pasa. Jesús dice: “Y ahora vamos. Quería que descansarais, pero no me es posible. Me preocupo de que nada os pase, aun cuando Judas piense de otro modo. Creedme: si cayerais en manos de mis enemigos se­ría peor para vuestra salud que el agua y el barro…”. Todos bajan la cabeza, porque han comprendido el reproche vela­do, y dado como respuesta a sus conversaciones de antes. (Escrito el 17 de Septiembre 1944).
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1  Nota  : Cfr. Is. 52,13-15; 53,1-12.
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(<Están ahora en la otra parte del Jordán a la altura de Silo y Betel>)

5-362-425 (6-52-328).- Entre Silo y Betel, encuentro con la Madre, discípulas, Marziam, Isaac y Mannaén (1).
* Todos juntos a Jerusalén, a la Pascua, al desaparecer el peligro con la llamada de Pilatos al orden a los revoltosos.- ■ Están ahora en la otra parte del Jordán y andan ligeros en direc­ción suroeste, orientados hacia una segunda cadena de montes —más elevada que la primera, formada por bajas colinas— pasada la cual se ve la llanura del Jordán. Por lo que comentan, comprendo que han evitado la llanura para no caer de nuevo en el limo que han dejado en la otra parte, y piensan ir a donde deben siguiendo los caminos internos, mejor mantenidos y más transitables, especialmente en tiempo de lluvia. Mateo, que es un desorientado, pregunta: “¿A qué altura estaremos?”. Tomás dice: “Sin duda, entre Silo y Betel. Reconozco los montes. Pasamos hace poco por aquí con Judas, que en Betel se hospedó donde algunos fariseos”. Iscariote: “Te podían hospedar también a ti. No quisiste venir. Pero ni yo ni ellos te dijimos que no”. Y el incidente termina. Es más, Andrés manifiesta su alegría: “Si en Betel tenemos fariseos amigos, no vendrán contra nosotros”. Le objetan: “Pero estamos volviendo, no estamos yendo a Jerusalén”. Andrés: “¡Y tenemos que ir en todo caso a la Pascua! ¡Y no sé cómo lo haremos!…”. Iscariote: “¡Sí, claro! ¿Por qué habrá dicho que vuelve a Caná? Podían regresar las mujeres, y nosotros cumplir el peregrinaje…”. Pedro exclama: “¡Está escrito que mi mujer no celebre la Pascua en Jerusalén!”. Juan le consulta a Jesús, que está hablando animadamente con el Zelote: “Maestro, ¿cómo haremos para ir y volver a tiempo?”. Jesús: “No lo sé. Me pongo en las manos de Dios. Si nos retrasamos, no será culpa mía”. Zelote dice: “Has hecho bien siendo prudente”. Jesús: “¡Por mí habría seguido! Porque no ha llegado todavía mi hora. Esto Yo lo siento. Pero, ¿cómo habríais soportado, vosotros, el riesgo; vosotros que de un tiempo a esta parte estáis tan… cansados?”. Zelote: “Maestro… tienes razón. Parece como si un demonio hubiera estado arrojando su aliento entre nosotros. ¡Hemos cambiado tanto!”… ■ Siguen andando todavía un rato; luego Pedro, que mira hacia atrás por el camino de caravanas en que ya se encuentran, exclama: “¡Misericordiosa Providencia! ¡Aquél es el carro de las mujeres!”. Todos se vuelven. Es realmente el pesado carro de Juana. Viene tirado por dos robustos caballos al trote. Se paran para esperarle. La cubierta de cuero, enteramente echada, impide ver a las personas que vienen dentro del carro. Pero Jesús hace un gesto de que se de­tenga, y el conductor reacciona con una exclamación de alegría cuan­do ve a Jesús erguido y con el brazo levantado al borde del camino. Mientras el hombre para a los dos caballos que venían resoplan­do, se asoma por la apertura del toldo el rostro flaco de Isaac: “¡El Maestro!” grita. “¡Madre, alégrate! ¡Está aquí!”. Voces de mujeres y confuso rumor de pisadas se producen en el interior del carro; pero antes de que una sola de las mujeres baje, ya han saltado al suelo Mannaén, Marziam e Isaac, y corren para ve­nerar al Maestro. Jesús: “¿Todavía aquí, Mannaén?”. Mannaén: “Fiel a las órdenes. Y ahora más que nunca, porque las mujeres tenían miedo… Pero… Te hemos obedecido porque se debe obedecer, aunque —créeme— no había nada por qué preocuparse. Sé con certeza que Pilatos ha llamado al orden a los revoltosos, diciendo que quien­quiera que provoque algún desorden en estos días de fiesta será castigado duramente. Creo que no es ajena a esta protección de Pilatos su mu­jer, y, sobre todo, las damas amigas de su mujer. En la Corte se sabe todo y nada. Pero se sabe lo suficiente…” ■ y Mannaén se hace a un lado para que pase la Virgen, que ha bajado del carro y ha recorrido los po­cos metros de camino, toda preocupada y emocionada. Se besan, mientras las discípulas, todas, veneran al Maestro. Pe­ro no están ni María Magdalena ni Marta de Lázaro. La Virgen dice en voz baja: “¡Cuánta aflicción desde aquella noche! ¡Hijo, có­mo te odian todos!” y unas lágrimas descienden por sus mejillas, por donde han corrido otras tantas en estos días. Jesús: “Pero ya ves que el Padre provee. ¡Así que no llores! Yo desafío con coraje a todo el odio del mundo. Pero una sola lágrima tuya me abate. ¡¡Ánimo, Madre santa!!” y, teniéndola arrimada contra Sí con un bra­zo, se vuelve hacia las discípulas para saludarlas; y ■ dedica palabras especiales a Juana, que ha querido regresar para acompañar a la Virgen. “¡Maestro, no es ningún esfuerzo estar con tu Madre! Magdalena se quedó en Betania por los sufrimientos de su hermano. He venido yo. He dejado los niños (2) a la mujer del guardián del palacio; es una mujer buena y maternal. Y ya está también Cusa. ¡Fíjate Tú si le va a faltar algo a nuestro querido Matías, predilecto de mi marido! Pero también Cusa me dijo que partir era inútil. La medida de contención impuesta por el Procónsul le ha roto las uñas también a Herodías. Y además él, el Tetrarca, tiembla de miedo, y no tiene más que un pen­samiento: vigilar para que Herodías no le destruya ante los ojos de Roma. La muerte de Juan ha echado abajo muchas cosas que esta­ban a favor de Herodías. Y Herodes siente también, y muy bien, que el pueblo está rebelado contra él por la muerte de Juan. La zorra intuye que el peor castigo sería perder la odiosa y humillante protec­ción de Roma. El pueblo arremetería contra él inmediatamente. Por tanto, no dudes que no hará nada por propia iniciativa”. ■ Jesús: “¡Entonces volvemos a Jerusalén! Podéis caminar tranquilos que no os pasará nada. Vamos. Que las mujeres monten de nuevo en el carro, y con ellas Mateo y quien esté cansado. Descansa­remos en Betel. Vamos”. Las mujeres obedecen. Suben con ellas Mateo y Bartolomé. Los otros prefieren seguir al carro a pie junto con Mannaén, Isaac y Marziam. Y Mannaén cuenta cómo ha hecho las averiguaciones pa­ra saber lo que había de verdad en la bravata del herodiano que ha­bía extendido un velo de dolor sobre el grupo tranquilo reunido en Betania en casa de Lázaro, “que sufre mucho(dice Mannaén). Jesús le pregunta: “¿Ha ido una mujer a Betania?”. Mannaén: “No, Señor. Pero nosotros hace tres días que faltamos de allí. ¿Quién es?”. Jesús: “Una discípula. Se la daré a Elisa, porque es joven, está sola y no tiene medios”. Mannaén: “Elisa está en el palacio de Juana. Quería venir. Pero está muy constipada. Ardía en deseos de verte. Decía: «¿Pero no comprendéis que mi paz está en verle?»”. Jesús: “Voy a darle también una alegría con esta joven”. (Escrito el 16 de Diciembre de 1945).
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1  Nota  : Mannaén.- Hermano de leche de Herodes. Vivía en el Palacio de Herodes. Admirador de Juan el Bautista, éste le había dicho que “Uno que es más que yo te recogerá y te elevará”. Desde ese momento, fue al encuentro de Jesús. Y al ver sus obras y escuchar sus palabras confesó a Jesús que “no podía ser otro sino Tú”. Fue un discípulo incondicional de Jesús.   2  Nota  : Se refiere a los niños María y Matías, de la llanura de Esdrelón, dos niños huérfanos de padre y madre a los que Jesús había recogido errantes, sin casa ni familia, buscando comida para saciar su hambre. Fueron adoptados, por mediación de Jesús, por Juana de Cusa.
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6-365-19 (6-55-358).- En Betania en casa de Lázaro enfermo.- Primeras noticias de Antioquía.- Rosa de Jericó: Anastásica.- El alto cargo y la soberbia
* Lázaro muy debilitado.- Noticias de Juan de Endor y Síntica llegan a Betania.- Anastásica en Betania.- Nicodemo y José de Arimatea anuncian su llegada.- Lázaro está muy delgado, amarillento, visiblemente muy enfermo y muy debilitado, y tiene hundidos los ojos. Llora como un niño al enseñar sus piernas hinchadas, azuladas, con llagas que yo diría va­ricosas, abiertas en varios puntos. Quizás espera que Jesús, al mos­trarle ese destrozo, se conmueva y haga un milagro. Pero Jesús se li­mita a colocar de nuevo, con delicadeza, sobre las llagas, las vendas untadas de bálsamo. Lázaro, no sin desilusión, pregunta: “¿Has venido para quedarte?”. Jesús: “No. Pero vendré a menudo”. Lázaro: “¿Cómo? ¿Tampoco vas a celebrar este año la Pascua conmigo? He dicho que me trajeran aquí por ese motivo. Me habías prometido, cuando los Tabernáculos, que ibas a estar mucho conmigo, después de las Encenias…”. Jesús: “Y estaré. Pero no ahora. ¿Te molesto si me siento aquí en la ori­lla de tu cama?”. Lázaro: “¡No, no! Todo lo contrario. La frescura de tu mano parece como si mitigara el ardor de mi fiebre. ¿Por qué no te quedas, Señor?”. Jesús: “Porque como a ti te atormentan las llagas, a Mí los enemigos. A pesar de que Betania esté considerada dentro de los límites para la Cena, y para todos; para Mí, celebrar aquí la Pascua se consideraría pecado. De lo que Yo hago, para el Sanedrín y los fariseos, todo son camellos y vigas…”. Lázaro: “¡Ah! ¡Los fariseos! ¡Es verdad! Pero entonces en una casa mía… ¡Esto al menos!”. Jesús: “Eso sí. Pero lo diré en el último momento. Por prudencia”. ■ Lázaro: “¡Ah, sí, no te fíes! Te ha ido bien con Juan, ¡eh!, ¿sabes? Ayer ha venido Tolmái con otros y me ha traído cartas para ti. Las tienen mis hermanas. ¿Pero dónde se han quedado Marta y María? ¿No se preocupan de recibirte con honor?”. Lázaro está inquieto, como mu­chos enfermos. Jesús: “Tranquilo. Están afuera, con Simón y Marziam. He venido con ellos. Y no necesito nada. Ahora los llamo”. Y así es; llama a los que prudentemente se habían quedado afuera. Marta sale y vuelve con dos rollos y se los entrega a Jesús. María, entre tanto, refiere que el siervo de Nicodemo ha dicho que precede a su señor, que viene con José de Arimatea. ■ Y, al mismo tiempo, Lázaro se acuerda de una mujer («que ha llegado ayer en nombre tuyo» dice). Jesús: “¡Ah! ¡Sí! ¿Sabes quién es?”. Marta explica: “Nos lo ha dicho. Es hija de un rico de Jericó que hace años fue a Siria, de joven. La llamó Anastásica, en recuerdo de la flor del desierto. Pero no ha querido revelar el nombre de su marido”. Jesús: “No es necesario. La ha repudiado. Por tanto, ella es únicamente «la discípula». ¿Dónde está?”. Marta: “Duerme. Está cansada. Ha vivido muy mal estos días y estas noches. Si quieres la llamo”. Jesús: “No. Deja que duerma. Me ocuparé mañana”. Lázaro mira admirado a Marziam, el cual está en ascuas; y es que quisiera saber lo que dicen los rollos. Jesús lo comprende y los abre. Lázaro dice: “¿Cómo? ¿Él lo sabe?”. Jesús: “Sí. Él y los otros, excepto Natanael, Felipe, Tomás y Judas…” (1). Lázaro interviene bruscamente: “¡Has hecho bien en no revelárselo a él! Tengo muchas sospechas…”. Jesús le interrumpe: “No soy imprudente, amigo”. ■ Lee los rollos y luego refiere las noticias principales, o sea, que los dos se han acli­matado, que la escuela prospera y que, si no fuera por el declinar de Juan, todo iría bien. ■ Pero no puede decir nada más porque se anun­cia la llegada de Nicodemo y José.
* Judas es desconcertante para José Arimatea, Nicodemo y Lázaro. Para Magdalena: “Es el oprobio junto a la Perfección”. Para Jesús: “Digo que Judas es un «hombre». Como lo es Gamaliel. El hombre es tan restringido en su forma de pensar, mientras no penetra en él un rayo de luz sobrenatural, que puede acoger una idea, incrustarse en ella, y quedarse así. Incluso contra la evidencia”.-José de Arimatea: “¡Dios te salve, Maestro, esta mañana y siempre!”. Jesús: “Gracias, José. ¿Y tú, Nicodemo, no estabas?”. Nicodemo: “No. Pero, sabido que habías llegado, he pensado en venir a casa de Lázaro, casi seguro de que te encontraría. Y José se ha unido a mí”. Hablan alrededor de la cama de Lázaro de los hechos de la maña­na. Y él se interesa tanto, que parece aliviado de su sufrimiento. José de Arimatea dice: “¿Y Gamaliel, Señor? ¿Oíste?” (2). Jesús: “Oí”. Nicodemo dice: “Yo, sin embargo, digo: ¡Y ese Judas de Keriot, Señor! Después de tu partida, me lo encontré vociferando como un demonio en medio de un grupo de alumnos de los rabíes. Te acusaba y te defendía al mismo tiempo. Estoy seguro que estaba convencido que no hacía sino el bien. Ellos querían encontrarte culpas, sin duda estimulados por sus maestros. Él rebatía las acusaciones con ardor inmenso, diciendo: «Solo una culpa tiene el Maestro: de no hacer ostentación de su poder. Deja escapar la hora oportuna. Cansa a los buenos con su demasiada bondad. ¡Rey es! Y como rey debe actuar. Vosotros le tratáis como a un siervo porque es bueno. Y Él, por ser solo bueno, se destruye. Vosotros, cobardes y viles, no merecéis sino el azote del poder, de un poder absoluto, violento. ¡Ah, si pudiera yo hacer de Él un Saúl violento!»”. Jesús mueve su cabeza sin comentar nada. Nicodemo añade: “Y con todo te ama a su modo”. Lázaro exclama: “¡Qué hombre tan desconcertante!”. Zelote confirma: “Sí. Has dicho bien. Después de dos años que vivimos juntos, no le puedo comprender todavía”. Magdalena se levanta con aire de reina, y con voz clara dice: “Yo le he comprendido mejor que todos: es el oprobio junto a la Perfección. No hay otra cosa que agregar” y sale por algo, llevándose consigo a Marziam. Lázaro dice: “Tal vez María tenga razón”. José: “Lo mismo pienso yo”. Nicodemo: “¿Y Tú, Maestro, qué dices?”. ■ Jesús: “Digo que Judas es un «hombre». Como lo es Gamaliel. El hombre limitado frente al Dios infinito. El hombre es tan restringido en su modo de pensar, mientras no penetra en él un rayo sobrenatural, que puede acoger una sola idea, incrustarla dentro de sí, o incrustarse en ella, y quedarse así. Incluso contra la evidencia. Obstinado. Terco. Incluso por fidelidad a la cosa que más le ha impresionado alguna vez. En el fondo, Gamaliel tiene una fe, como pocos en Israel, en el Mesías que vislumbró y reconoció en un Niño. Y es fiel a las palabras de aquél Niño… (3). Y lo mismo Judas. Saturado de la idea mesiánica, como la mayor parte de Israel la cultiva, confirmado en ella por mi primera manifestación a él, ve, quiere ver en Mí, al rey, a un rey temporal, poderoso… ¡y es fiel a esta idea suya! ¡Cuántos, incluso en el futuro, se malograrán por una concepción de fe equivocada, cerrada a cualquier razonamiento!”.
* El cargo elevado y la soberbia.- “¿Qué pensáis, que es fácil salvarse solo porque se sea un Gamaliel, o un Judas apóstol? No. En verdad, en verdad os digo que es más fácil que se salve un niño, un creyente común… El hombre es el eterno Adán. Adán tenía todo. Todo menos una cosa. Y quiso ésa. ¡Ah, pero muy a menudo se convierte en Lucifer! Tiene todo menos la divinidad. Y ambiciona la divinidad… para ser aclamado, afamado…”.- Jesús: “¿Pero qué pensáis vosotros, que es fácil seguir la verdad y la justicia en todas las cosas? ¿Qué pensáis, que es fácil salvarse solo porque se sea un Gamaliel, o un Judas apóstol? No. En verdad, en verdad os digo que es más fácil que se salve un niño, un creyente común, que uno elevado a un cargo especial y especial misión. Generalmente entra, en los llamados a extraordinaria carga, la soberbia de su vocación, y esta soberbia abre las puertas a Satanás, y echa fuera a Dios. Las caídas de las estrellas son más fáciles que las de las piedras. El Maldito trata de apagar los astros y se insinúa, se insinúa, siempre falaz, para poder hacer caer a los elegidos. Si miles de personas caen en los errores comunes, su caída no arrastra más que a ellos mismos. Pero si cae uno de los elegidos, y viene a ser instrumento de Satanás en vez de serlo de Dios, su voz en vez de «mi» voz, su discípulo en vez de «mi» discípulo, entonces la ruina es mucho mayor y puede dar origen incluso a profundas herejías que hagan mal a tantísimos. El bien que yo doy a una persona producirá mucho bien si cae en un terreno humilde, y que sabe permanecer humilde; pero, si cae en un terreno soberbio, o que se hace soberbio por el don recibido, entonces el bien se convierte en mal. A Gamaliel se le concedió una de las primeras manifestaciones del Mesías. Debía ser su precoz llamamiento al Ungido; sin embargo, es la razón de su sordera a mi voz que le llama. A Judas se le concedió ser apóstol: uno de los doce apóstoles entre los millares de hombres de Israel. Esto debía ser su santificación. Pero… ¿qué será?… ■ ¡Amigos míos, el hombre es el eterno Adán!… Adán tenía todo. Todo menos una cosa. Y quiso ésa. ¡Y si el hombre queda en Adán! ¡Ah, pero muy a menudo se convierte en Lucifer! Tiene todo menos la divinidad. Y ambiciona la divinidad. Quiere lo sobrenatural para llamar la atención, para ser aclamado, temido, conocido, afamado… Y, para conseguir algo de eso que sólo Dios puede dar gratuitamente, se abraza fuertemente a Satanás, que es el eterno mono de Dios, y da sucedáneos de dones sobrenaturales. ¡Qué triste suerte espera a los ensatanizados! Os dejo amigos… Me retiro por unos momentos. Tengo necesidad de recogerme en Dios…”. Jesús, muy turbado, sale. ■ Lázaro, Nicodemo, José, Zelote se miran entre sí. José pregunta a Lázaro en voz baja: “¿Viste cómo se ha turbado?”. Lázaro: “Sí, lo he visto. Parecía como si estuviera viendo un espectáculo horrendo”. Nicodemo pregunta: “¿Qué tendrá en su corazón?”. José contesta: “Solo Él y el Eterno lo saben”. Nicodemo: “¿Tú no sabes nada, Simón?”. Zelote: “No. Pero lo cierto es que desde hace algunos meses parece muy afligido”. José: “¡Que Dios le ampare! Pero lo cierto es que el odio aumenta”. Zelote: “Sí, José. El odio aumenta… Creo que pronto el Odio va a vencer al Amor”. Lázaro: “¡No digas eso, Simón! Si debe suceder así, no volveré a pedir la curación. Es mejor morir antes de asistir al más horrendo de los errores”. Zelote: “¡De los sacrilegios, dirás, Lázaro!”. Nicodemo suspira: “Y con todo… Israel es capaz de esto. Está maduro para repetir el gesto de Lucifer, declarando la guerra al Señor”. Un silencio penoso se forma, cual mordaza que estrangula todas las gargantas. La tarde dice adiós a los cuatro, que piensan en los futuros delincuentes. (Escrito el 3 de Enero de 1946).
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1  Nota  : Como queda dicho, el viaje a Antioquía fue llevado a cabo por ocho apóstoles excepto: Natanael, Felipe, Tomás y Judas Iscariote. La verdadera razón por la que estos cuatro fueron excluidos de este viaje había sido Judas Iscariote. Judas no debía conocer la marcha de Juan de Endor y Síntica a Antioquía. Porque Judas era el confidente y cómplice del Sanedrín, que buscaba la forma de deshacerse tanto de Síntica como de Juan de Endor, al ser considerados ambos como gentiles y por tanto inmundos. Por lo que aborrecían todo contacto con ellos. Por eso, temiendo esa delación al Sanedrín, previamente, Jesús alejó de allí a Judas con la excusa de una encomienda, llevando como compañero a Tomás. Y para no despertar los recelos de Judas, con similar finalidad, fueron enviados Natanael y Bartolomé. Por eso, los cuatro desconocían el paradero de Síntica y Juan de Endor.   2  Nota  : Gamaliel, en el Templo, había reconocido que Israel no podía creer “pues el Ángel de Dios aún no nos ha limpiado del pasado con el carbón tomado del altar de Dios y no sabríamos creer ni aunque su voz (Jesús) arrancase los quicios de estas puertas”.   3  Nota  : “Gamaliel tiene una fe, como pocos en Israel, en el Mesías que vislumbró y reconoció en un Niño. Y es fiel a las palabras de aquél Niño…”. Cfr. Nota 3 del Episodio 2-114-204.
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6-370-51 (7-60-390).- Convite de los pobres en el Palacio de Cusa.- La Virgen prevé el futuro de las vírgenes.- Madre de Iscariote: “No hay en Israel madre más infeliz que yo”.- Siete Romanas (entre ellas Claudia y una joven esclava: Egla).- Salomé, la hija de Herodías.
* El banquete de amor, en un ambiente amoroso y festivo, es una página del Evangelio puesta en acción.- ■ “La paz sea en esta casa y con quienes están en ella” dice Jesús al entrar en el amplio vestíbulo muy hermosamente adornado e iluminado a pesar de que es de día. Las lámparas son en él necesarias. Y es que, si bien es cierto que es de día, no es menos cierto que afuera hay un sol que quema y resplandece, mientras que aquí, en este largo vestíbulo debe haber habitualmente una penumbra que, para el que viene de fuera, cegados sus ojos por el intenso sol, es sombra completa, sombra que aumenta el verdor del jardín lleno de sol. Esta es la razón por la que Cusa mandó a poner numerosas lámparas que penden de las paredes y en medio de las cuales hay una grande, una especie de concha de alabastro de color rosa, que despide diversos colores al moverse, como si fueran estrellitas proyectando arcoiris sobre las paredes de color azul obscuro, sobre las caras, sobre el suelo de mármol blanquecino. Y parece como si pequeñas estrellas se posaran sobre las paredes, que muchos arco iris volaran por los aires, porque la lámpara ondea levemente debido a la corriente de aire que recorre el vestíbulo. “La paz en esta casa” repite Jesús mientras se adentra y va bendiciendo a los criados, inclinados profundamente y a los invitados, asombrados de estar allí, en un palacio, reunidos en contacto con el Rabí… ■ ¡Los invitados! El pensamiento de Jesús resplandece claramente. El banquete de amor querido por Él en la casa de la buena discípula (1) es una página del Evangelio puesta en acción. Hay mendigos, lisiados, ciegos, huérfanos, viejos, jóvenes viudas con sus pequeños al pecho o agarrados de sus vestidos. Juana ha proveído ya para cambiar los vestidos harapientos por unos más modestos y nuevos. Mas si las cabelleras ordenadas, como medida prudente de aseo, y si los vestidos limpios dan a estos desdichados —a quienes los criados alinean o sujetan para llevarlos al sitio— un aspecto ciertamente menos miserable del que tenían cuando Juana dispuso que fueran a recoger a los callejones, a los cruces, a los caminos que conducen a Jerusalén, a aquellos lugares en que su miseria se ocultaba abochornada o se exponía en busca de limosnas; si ello es así, por el contrario, resultan todavía visibles las penalidades en las caras, las debilidades en los miembros, las desventuras, las soledades en las miradas… Jesús pasa bendiciendo. Cada uno de los invitados recibe su bendición. Si su diestra se levanta para bendecir, la izquierda la baja para acariciar las cabezas de ancianos o de niños. Y así atraviesa el vestíbulo bendiciendo a todos, aun a los que acaban de entrar, y todavía con sus vestidos sucios, se esconden por temor o porque los detienen en algún rincón los criados, para llevarlos a otro lugar donde se laven y cambien de vestidos. ■ Pasa una joven viuda con su nidada de niños… ¡Qué miseria! El más pequeño casi viene desnudo cobijándose con el velo rasgado de su madre. Los más grandecitos vienen cubiertos con lo más necesario. El mayor de todos podría decirse que está vestido pero no trae calzado. Jesús observa esto, llama a la mujer y le pregunta: “¿De dónde vienes?”. Mujer: “De la llanura de Sarón, Señor. Leví ya me ha llegado a la mayoría de edad… Tuve que acompañarle al Templo… yo… porque ya no tiene padre” y se echa a llorar en silencio. Jesús: “¿Cuándo murió?”. Mujer: “Hace un año en el mes de Sebat. Hacía dos lunas que estaba yo en cinta…” y se bebe sus lágrimas para no llamar la atención. Jesús: “Entonces el pequeño tendrá unos ocho meses”. Mujer: “Así es, Señor”. Jesús: “¿En qué trabajaba tu marido?”. La mujer responde en voz tan baja que Jesús no comprende. Se inclina para decirle: “Dilo otra vez”. Mujer: “Trabajaba en una herrería… Pero se enfermó mucho… porque tenía heridas que le iban quitando la vida”. Y termina en voz bajísima: “Era un soldado romano”. Jesús: “¿Pero tú eres israelita?”. Mujer: “Así es. No me arrojes como inmunda, como hicieron mis hermanos cuando fui a pedirles perdón después de la muerte de mi marido Cornelio”. Jesús: “¡No tengas miedo! ¿En qué trabajas ahora?”. Mujer: “De criada cuando me dan trabajo; espigadora, lavandera, bato el cáñamo… trabajo en todo… para calmar el hambre de éstos. Leví ahora va a trabajar de campesino… si le aceptan… porque es bastardo de raza”. Jesús: “Ten confianza en el Señor”. Mujer: “Si no hubiera confiado en Él, ya me hubiera suicidado”. Jesús: “Bueno, nos veremos otra vez” y se despide de ella. ■ Cuando estaba hablando, he aquí que se ha acercado Juana y está arrodillada, a la espera de que el Maestro la vea. “La paz sea contigo, Juana. Me has obedecido perfectamente”. Juana de Cusa: “Obedecerte es mi gozo. Pero no he sido la única en buscarte «la corte» como Tú querías. Me ayudó Cusa en todo lo que pudo y Marta y María también. También Elisa con los suyos. Quién mandando a sus criados para traer lo que faltaba y para ayudar a mis criados a reunir a los invitados, quién ayudando a las criadas y a los siervos encargados de bañar a nuestros invitados, a nuestros amigos como Tú los llamas. Ahora con tu permiso les voy a dar a todos un poco de comida, para que se mantengan hasta la hora de comer”. Jesús: “Haz como quieras. ¿Dónde están las discípulas?”. Juana de Cusa: “En la terraza de arriba donde he dispuesto que se preparen las mesas. ¿Está bien?”. Jesús: “Sí, Juana. Arriba estarán tranquilos y también nosotros”. Juana de Cusa: “Lo mismo había pensado yo. Por otra parte, en ninguna sala hubiera habido lugar para tantos… Y no quería hacer separaciones para no causar celos o tristezas. Los pobres tienen una sensibilidad demasiado aguda, un sentimiento que cualquier cosa les produce dolor… Son, digamos, todo una llaga, y basta una mirada para hacerlos sufrir”. Jesús: “En verdad, Juana, tienes un corazón compasivo. Dios te recompense. ■ ¿Hay muchas discípulas?”. Juana de Cusa: “¡Oh, todas las que se encuentran en Jerusalén!… Pero… quisiera decirte algo… Tal vez cometí un error… quiero decírtelo en secreto”. Jesús: “Vamos pues”. Van a una habitación donde no hay nadie. Por los juguetes que se ven por el suelo se comprende que es la habitación donde juegan María y Matías. Jesús: “¿Qué es Juana?”. Juana de Cusa: “¡Señor mío, sin duda de que he sido una imprudente!… Pero el gesto me ha venido tan espontáneo, tan impetuoso… A Cusa no le gustó. La verdad es que ya… Ha venido al Templo un esclavo de Plautina (2) con una tablilla. Tanto ella como sus amigas me preguntaban si era posible verte. Respondí: «Sí. Después del mediodía, en mi casa». Y vendrán… ¿Hice mal? ¡No por Ti!… Por los demás, por los que son siempre Israel… y no amor como Tú. Si me equivoqué trataré de que no vengan… Pero es que deseo tanto, tanto que el mundo te ame que… que no pensé más que en esto. Tú eres perfección y demasiado pocos tratan de parecerse a Ti”. Jesús: “Hiciste bien. Hoy os predico con las obras. Y en el futuro, una de las cosas que habrán de hacer los que crean en Mí será el que entre los creyentes en Jesús Salvador haya gentiles. ¿Dónde están los niños?”. Juana, tranquilizada ya, sonriendo dice: “Por todas partes, Señor. La fiesta les da fuerzas y corren contentos por acá y por allá”. ■ Jesús la deja, regresa al vestíbulo, hace un gesto a los hombres que estaban con Él, y se dirige al jardín para subir a la terraza. Dondequiera se nota una gran actividad. Desde el patio inferior hasta el superior. Algunos vienen con alimentos y utensilios otros con vestidos, con sillas, o bien acompañan a los invitados, responden a los que se les pregunta, y todos lo hacen alegres, cariñosos. Jonatás, cual corresponde a un mayordomo dirige, vigila, aconseja. La anciana Ester que está contentísima de ver a Juana tan animada, ríe en medio de un grupo de niños pobres a los que da pastelillos mientras les cuenta cosas maravillosas. Jesús se detiene un instante a escuchar la conclusión hermosa de una de ellas, en que se dice: “Dios concedió a la buena Alba de mayo, que jamás se rebelaba contra el Señor por motivo de los dolores que habían sobrevenido a su familia, muchas ayudas, por las que en Alba de mayo pudieron hallar salvación y bien sus hermanitos. Los ángeles llenaban la pequeña artesa, terminaban el trabajo que había en el telar que había empezado Alba, diciendo: «Es nuestra hermana porque ama al Señor y a su prójimo. Ayudémosla»”. Jesús: “¡Dios te bendiga, Ester! Hasta me sentí tentado de oír tus parábolas”. Y pregunta sonriendo: “¿Me aceptas?”. Ester: “¡Oh, Señor mío! Soy yo quien debo escucharte. Tratándose de los niños me basto yo, que soy una pobre ignorante”. Jesús: “Tu buen corazón puede ayudar aun a los adultos. Sigue, sigue, Ester…” y le envía una sonrisa al irse.
* ¡Cuán distinta de la del monte de las Bienaventuranzas es Magdalena!.- ■ En el vasto jardín se hallan esparcidos los invitados que comen su primer bocado, mirando a su alrededor contentos y admirados de su inesperada suerte. Pero cuando ven pasar a Jesús se ponen en pie si pueden hacerlo, o se inclinan adorando. Jesús, dirigiéndose a la rampa que lleva a la amplia terraza, les dice: “Comed, comed. Hacedlo y bendecid al Señor”. ■ Magdalena, que sale corriendo de una habitación con fajas y camisetas para los pequeñuelos en sus brazos, grita: “¡Oh Rabboni!”. Su melodiosa voz resuena por todas partes. Jesús: “Dios esté contigo. ¿A dónde vas con tanta prisa?”. Magdalena: “Tengo que vestir a diez pequeñuelos. Los bañé y ahora voy a vestirlos. Luego te los traeré, cual frescas flores. Perdona, Maestro, ¿no los estás oyendo? Parecen diez corderillos que balan…” y se marcha corriendo y sonriendo, dejando traslucir, al mismo tiempo que su bondad, la elegancia de su vestido, ceñido a la cintura con un cinturón fino de plata, y los cabellos anudados en un moño simple sobre la nuca, sujetos con una cinta blanca que rodea la frente. Zelote exclama: “¡Cuán distinta de la del monte de las bienaventuranzas!”.
* La Virgen cambia de nombre a la hija de Jairo, virgen consagrada al Señor.- ■ En la primera rampa de la escalera se encuentran con la hija de Jairo y Analía (3) que veloces vienen bajando. Exclaman: “¡Maestro, Señor!”. Jesús: “Dios esté con vosotras. ¿A dónde vais?”. Ellas: “A traer unas toallas. Nos dijo la servidora de Juana. ¿Vas a hablar, Maestro?”. Jesús: “Sí”. Analía dice: “¡Entonces corre, Miriam! Démonos prisa”. Jesús: “Tenéis todo el tiempo que queráis. Espero a otros”. Y después, mirando a la hija de Jairo, pregunta: “¿Pero desde cuándo te llamas Miriam?”. Hija de Jairo: “Desde el día de hoy. Tu Madre me dio este nombre. Porque… ¿verdad, Analía? Hoy es un gran día para cuatro vírgenes…”. Analía: “¡Oh, sí! ¿Se lo decimos al Señor o dejamos que sea María la que lo diga?”. Hija de Jairo: “María, María. Vete, vete, Señor. Tu Madre te lo dirá” y ligeras siguen. Están en la flor de la juventud. Son hermosas. Son unos ángeles en su mirar… ■ Están en la tercera rampa cuando se encuentran con Elisa de Betsur, que despacio baja con la mujer del apóstol Felipe. Ésta grita: “¡Ah, Señor! ¡A algunos das, y a otros quitas! ¡De todos modos sé bendito!”. Jesús: “¿De qué hablas?”. Mujer de Felipe: “¡Ahora lo vas a saber!… ¡Qué pena y al mismo tiempo qué alegría! Me quitas algo y me pones una corona”. Felipe que está cerca de Jesús pregunta: “¿A qué te refieres? ¿De qué hablas? Eres mi mujer y lo que te pasare, me pasa a mí…”. Mujer de Felipe: “Lo sabrás, Felipe. Sigue con el Maestro…”. Jesús pregunta a Elisa si se siente mejor, y ella a quien el dolor de tiempos pasados le ha dado una cierta majestad, responde: “¡Sí, Señor mío! El sufrimiento sereno no es amargura. Tengo paz en el corazón”. Jesús: “Y dentro de poco será mayor”. Elisa: “¿Qué dices, Señor?”. Jesús: “Ve a donde ibas y vuelve, y lo sabrás”. ■ Gritan dos pequeños: “¡Está Jesús! ¡Está Jesús!”. Los dos pequeños se están asomando sobre la adornada barandilla, que limita la terraza por los dos lados que dan al jardín; y de la baranda penden rosales y jazmines en flor, pues la terraza no es más que un jardín colgante, sobre la que está extendido un toldo de muchos colores. Todos los que están en la terraza se vuelven al grito de los pequeños, y dejando lo que hacían, se dirigen a Jesús a cuyas rodillas los niños se han asido. Jesús saluda a las mujeres, que no son pocas. Mezcladas con las que son discípulas propiamente dichas, o con las esposas, hijas o hermanas de apóstoles y discípulos, están otras menos conocidas, como la mujer del primo Simón (4), las madres de los borriqueros de Nazaret, la madre de Abel de Belén de Galilea, Ana de Judas (que vive cerca del lago Merón), María de Simón, madre de Judas Iscariote, Noemí de Éfeso, Sara y Marcela de Betania (Sara es la mujer que Jesús curó en el monte de las Bienaventuranzas y que envió a casa de Lázaro con el viejo Ismael. Ahora parece ser la criada de Magdalena), luego la madre de Yaia, la madre de Felipe de Arbela, Dorca (la joven madre de Cesarea de Filipo) y su suegra, la madre de Analía, María de Bozra (la curada de lepra que ha venido con su marido a Jerusalén), y otras, y otras tantas cuyo nombre no recuerdo. Jesús va hacia la amplia terraza rectangular que por un lado mira al Sixto, y se coloca al lado de la habitación en que termina la escalera interior, creo, y que asemeja a un cubo bajo, puesto en el ángulo septentrional de la terraza. Se ve toda Jerusalén y sus alrededores. Una vista admirable. Todas las discípulas, mejor dicho, todas las mujeres, dejan lo que estaban haciendo por unirse a Él. Los criados continúan su trabajo.
* La Virgen habla del futuro de las vírgenes y anuncia a Felipe la consagración de su 2ª hija al Señor, “primicias de los jardines angelicales”.- ■ María se acerca a su Hijo. Bajo la luz dorada que se filtra a través del gran toldo que cubre gran parte de la terraza, y que se hace una luz más delicada al contacto de las rosas y jazmines, Ella parece mucho más joven, mucho más esbelta, parece una hermana de las discípulas más jóvenes, apenas un poco mayor, pero hermosa, hermosa como la mejor de las rosas que penden en el colgante jardín, en los grandes macetones, donde hay además jazmines, lirios, y otras flores. Felipe, que se muere por saber la verdad, pregunta: “¡Madre, mi mujer se expresó hace poco en ciertos términos!… ¿Qué ha pasado para que mi mujer diga que se ve mutilada y al mismo tiempo con una corona?”. Dulcemente María sonríe mientras le mira y —Ella que es tan poco dada a confidencias— le toma la mano y le dice: “¿Serías capaz de dar a mi Jesús la cosa que más amas? La verdad es que deberías… porque te da el Cielo y el camino para ir a él”. Felipe: “Sin duda, Madre, si supiera… que lo que le diera tiene el poder de hacerle feliz”. Virgen: “Lo tiene. Felipe, también tu segunda hija se consagra al Señor. Hace poco me lo dijo a mí y a tu mujer, ante muchas discípulas”. Felipe, atontado y señalando con el dedo a la jovencilla, pregunta: “¡¿Tú?! ¡¿Tú?!”. La joven se estrecha a la Virgen como buscando protección. El apóstol traga con dificultad este segundo golpe que le priva de nietos. Se seca el sudor que de improviso le ha brotado ante tal noticia… pasa los ojos sobre los presentes. Lucha… sufre. La hija llora: “¡Padre… perdóname… dame tu bendición!” y cae de rodillas a sus pies. Inconscientemente Felipe le acaricia los cabellos castaños, se limpia la garganta y dice: “Se perdona a los hijos que pecan… Tú no lo haces al consagrarte al Maestro… y… tu pobre padre no puede más que decirte: «¡que seas bendita!»… ¡Ah, hija mía!… ¡Cuán suave y tremenda es la voluntad de Dios!” y se inclina, la levanta, la abraza, la besa en la frente, en su cabellera. Llora. Teniéndola todavía entre sus brazos se dirige a Jesús y le dice: “Mira. Yo le di el ser, pero Tú eres su Dios… Tu derecho vale más que el mío… gracias… gracias, Señor, de la alegría que…” se calla. Se echa a los pies de Jesús y se agacha para besárselos diciendo: “¡Nunca tendré nietecitos… nunca! ¡Era mi sueño!… ¡La sonrisa de mi vejez!… Perdona mi llanto, Señor… Soy un pobre hombre…”. ■ Jesús: “¡Levántate, amigo mío! ¡Alégrate de que cooperas a las primicias de los jardines angelicales! Ven. Vente conmigo y con mi Madre. Preguntémosle cómo sucedió todo, porque te lo aseguro que en esto no tengo culpa ni mérito”. La Virgen dice: “También yo sé muy poco. Estábamos hablando nosotras las mujeres y como sucede con frecuencia, me hacían preguntas acerca de mi rostro de doncella, y también sobre cómo serán las vírgenes del futuro, y sobre qué oficios y glorias preveía para ellas. Les respondía como sé… Preveía en el futuro para ellas una vida de oración, una vida que consolara a mi Jesús. Les decía: «Las vírgenes serán las que sostendrán a los apóstoles, las que lavarán el mundo sucio y lo vestirán con su pureza, perfumándolo con ella, serán ángeles que cantarán himnos para que no se oigan las blasfemias. Jesús será feliz. Concederá gracias y su misericordia por estas ovejitas esparcidas entre lobos…» y otras cosas más decía yo. Fue entonces cuando la hija de Jairo me dijo: «Dame un nombre, Madre, para mi futuro estado de virgen, porque no puedo permitir que un hombre goce del cuerpo a quien Jesús dio la vida. ¡A Él pertenece este cuerpo mío para siempre mientras viva!». Y Analía dijo: «También yo me siento con ánimos de hacer lo mismo. Hoy me siento más alegre que nunca porque se ha acabado toda ligadura». Fue entonces cuando tu hija Felipe, exclamó: «También yo seré como vosotras ¡virgen para siempre!». Tu mujer se acercó entonces y trató de que considerara nuevamente las cosas, pero ella no cambió de parecer. A quien le preguntaba si era algo que desde hacía tiempo venía pensando, respondía: «¡No!», y a quien le preguntaba que cómo le había venido, contestaba: «No lo sé. Como una flecha de luz, me ha abierto en dos el corazón y he comprendido con qué amor amo a Jesús». La mujer de Felipe pregunta a su marido: “¿Oíste?”. Felipe: “Sí, mujer, lo siento mucho… y debería cantar porque es una honra para mí. Engendramos dos ángeles, mujer. No llores. Hace poco has dicho que Él te ha coronado… La reina no llora cuando se le impone la corona”.
* Anastásica llora. Ha perdido la virginidad. “Todos los estados son buenos, si en ellos se sirve al Señor. En mi iglesia futura habrá vírgenes y madres. Y todas, necesarias para el triunfo de Dios en el mundo y para el trabajo de sus hermanos sacerdotes”.- Anastásica es confiada a Elisa de Betsur. ■ Pero las lágrimas corren por la cara de Felipe como por la de su mujer y por la de los hombres, ahora que todos están recogidos aquí arriba. María de Simón (5) es un llanto en un rincón… Magdalena llora en otro, retorciendo con sus dedos el lino de su vestido, del que sin querer arranca los adornos. Anastásica llora también tratando de ocultar con la mano su cara llorosa. Jesús les pregunta: “¿Por qué estáis llorando?”. Nadie responde. Jesús llama a Anastásica y le pregunta de nuevo, y ella: “Porque, Señor, por un goce que duró una noche y que me causa vómito, no puedo ser una virgen consagrada a Ti”. Jesús: “Todos los estados son buenos, si en ellos se sirve al Señor. En mi iglesia futura habrá vírgenes y madres. Y todas, necesarias para el triunfo de Dios en el mundo y para el trabajo de sus hermanos sacerdotes. ■ Elisa de Betsur acércate. Consuela a esta joven”. Y personalmente entrega a Anastásica entre los brazos de Elisa. Las mira. Elisa acaricia a la joven que se estrecha a sus brazos. Momentos después le pregunta: “¿Elisa, conoces su pasado?”. Elisa: “Sí, Señor. Y me da mucha pena. Es una pobre paloma sin nido”. Jesús: “Elisa, ¿amas a esta hermana tuya?”. Elisa: “¿Que si la amo? Y mucho, no como a una hermana. Ella podría ser hija mía. Y ahora que la tengo entre mis brazos me parece volver a ser la madre del tiempo pasado. ¿A quién vas a confiar esta gacela?” Jesús: “A ti, Elisa”. Elisa, incrédula, abre desmesurados ojos: “¿A mí?”. Jesús: “A ti. ¿No la quieres?”. Elisa: “¡Oh, Señor!…”, y de rodillas abraza a Jesús y no sabe qué decir, qué hacer para manifestar su alegría. Jesús: “Levántate y sé ahora para ella una madre santa, como ella para ti una hija buena. Caminad las dos por los caminos del Señor”.
* Magdalena llora. Le falta la blancura de las vírgenes. “Mi perdón y tus lágrimas te hacen más pura que a ellas”.- ■ Y ahora Jesús se dirige a Magdalena: “¿Por qué estás llorando, Magdalena, tú que hace poco estabas tan alegre? ¿Dónde están las diez flores que me ibas a traer?”. Magdalena: “Están durmiendo, Maestro… Lloro porque jamás podré tener la blancura de las vírgenes, y mi alma llorará siempre, jamás satisfecha… porque he pecado…”. Jesús: “Mi perdón y tus lágrimas te hacen más pura que a ellas. ¡Ven aquí! No llores más. ¡Deja que lloren los que tienen algo de qué avergonzarse! ¡Ea! Ve a traerme tus flores. Idos también vosotras, esposas y vírgenes. Id a decir a los invitados de Dios que suban. Hay que decirles que se vayan antes de que cierren las Puertas, porque muchos de ellos viven en la campiña”. Obedecen.
* La madre de Judas Iscariote cree que ha dado a luz a un demonio.- ■ Jesús se queda en la terraza con los niños María y Matías, a quienes acaricia; Elisa y Anastásica, que, un poco más allá, están cogidas de las manos, mirándose a los ojos con una sonrisa en que se dibuja la felicidad; María de Simón, sobre quien compasiva se inclina la Virgen; Juana que está en la puerta de la habitación y mira titubeante, ya para dentro, ya para afuera. Los apóstoles y discípulos han bajado junto con las mujeres para ayudar a los criados a llevar a los lisiados, a los ciegos, a los cojos, a los tullidos, a los viejos por la larga escalera. ■ Jesús, que estaba mirando a los dos niños, ve a la Virgen que está atendiendo a la madre de Judas. Se yergue y va a donde ellas. Pone su mano sobre la cabellera entrecana de María de Simón: “¿Por qué lloras?”. María de Simón: “¡Señor, Señor, he dado a luz a un demonio! ¡Ninguna mujer en Israel conoce un dolor semejante al mío!”. Jesús: “María, otra madre y por la misma razón, me dijo y me sigue diciendo las mismas palabras. ¡Pobres madres!”. María de Simón: “¿Señor mío, hay alguien que sea como mi Judas, perverso, pérfido? No lo hay ¿verdad? Él, que te tiene a Ti, se ha entregado a prácticas diabólicas. Él, que respira tu aire, es un lujurioso y un ladrón, y tal vez llegue a convertirse en homicida. ¡Él!… ¡Él no piensa más que mentiras! Su vida no es más que fiebre. Permite que se muera. ¡Te lo pido! ¡Haz que se muera!”. Jesús: “María tu corazón te lo presenta peor de lo que es. El miedo te enloquece. ¡Cálmate y piensa! ¿Qué pruebas tienes de su conducta?”. María de Simón: “Respecto a Ti nada. Pero es una avalancha que está bajando. Le he sorprendido y no ha podido ocultar las pruebas de… Ahí está… ¡Calla, por piedad! Me mira. Sospecha. Es mi dolor. ¡No hay ninguna madre más desdichada que yo en Israel!”. La Virgen en voz baja: “Yo… Porque a mi dolor uno el de todas las madres infelices… Porque la causa de mi dolor es el odio no de uno, sino de todo un mundo”. Jesús va donde Juana, que ha solicitado su presencia. ■ Entre tanto, Judas se acerca a su madre, a quien todavía consuela la Virgen. Y la regaña: “¿Ya desembuchaste tus delirios? ¡Me has acabado de calumniar! ¿Estás contenta?”. La Virgen se muestra severa con Iscariote: “Judas, ¿hablas así a tu madre?”. Es la primera vez que la veo así. Iscariote replica: “¡Sí, porque estoy cansado de sus persecuciones!”. María de Simón: “¡Hijo mío, no son persecuciones! Es amor. Dices que estoy enferma. El enfermo eres tú. Dices que te calumnio y que escucho a tus enemigos. Pero tú te haces daño a ti mismo y sigues y tienes amistad con hombres nefastos que te arrastran al mal. Porque eres débil, hijo mío, y ellos lo saben muy bien… Escucha a tu madre. Escucha a Ananías que es viejo y prudente. ¡Judas! ¡Ten piedad de ti! ¡Ten piedad de mí! Judas, ¿a dónde vas…?”. Judas, que está cruzando casi corriendo la terraza, se vuelve y grita: “A donde soy útil y donde me respetan” y baja a toda prisa la escalera, mientras la infeliz madre, asomándose al antepecho, le grita: “¡No vayas! ¡No vayas! ¡No quieren más que tu ruina! ¡Hijo mío!”. Judas está ya abajo. Los árboles le esconden a la vista de su madre. Se le vuelve a ver un momento antes de entrar en el vestíbulo. Su madre dice entre lágrimas: “¡Ya se fue!… ¡La soberbia le devora!”. La Virgen, acariciando la mano de la entristecida madre del futuro deicida, dice: “Roguemos por él. Roguemos las dos juntas”.
* Jesús dice a las patricias romanas (entre ellas está Claudia (6) que ofrece a Jesús a su esclava Egla) en el convite: “La humildad es la señal más clara de mi doctrina. Quien quiera seguirme debe amar la verdad, la pureza, la humildad, tener caridad para con todos y heroísmo para desafiar el parecer de los hombres y las presiones de los tiranos”.- ■ Mientras tanto, empiezan a subir los invitados… y Jesús habla con Juana. “Está bien. Que vengan también. Mucho mejor si se han vestido a la hebrea para no llamar la atención. Las espero aquí. Ve a llamarlas” y apoyándose sobre el dintel mira a los invitados a quienes los apóstoles, los discípulos y discípulas cariñosamente acompañan a las mesas según un orden establecido. En el centro está la mesa para los niños, y por todas partes, paralelas, las de los demás. Y, mientras ciegos, cojos, lisiados, viejos, viudas y mendigos, pintadas en sus rostros sus historias de dolores, se colocan, he aquí que traen en cunas adornadas a los pequeñuelos, que después de haber mamado, serenamente duermen. Magdalena que está ya serena dice: “¡Han llegado, Señor, las flores! ¡Bendícelas!”. ■ Pero simultáneamente Juana aparece por la escalera interior diciendo: “Maestro, aquí tienes a las discípulas paganas”. Son siete mujeres, vestidas de oscuro y con velos semejantes a los de las hebreas. El manto les llega hasta los pies. Dos son altas, majestuosas; las otras de media estatura. Pero cuando, después de haber presentado sus respetos al Maestro se levantan el manto, fácilmente uno puede reconocer a Plautina, Lidia, Valeria, a la liberta Flavia, la que escribió las palabras de Jesús en el jardín de Lázaro. Y con ellas otras tres desconocidas: una que, a pesar de tener mirada acostumbrada a mandar, se arrodilla y le dice a Jesús: “Y conmigo se postra Roma a tus pies”; hacen lo mismo una hermosa matrona cincuentona, y una jovencilla delgada, bella como una flor de campo. Magdalena reconoce a las romanas, a pesar de sus vestidos hebreos y murmura: “¡¡¡Claudia!!!”, con los ojos como platos. Claudia: “¡Yo estoy cansada de oír de labios de otros sus palabras! ¡La Verdad y la Sabiduría tienen que ser escuchadas en su propia fuente!”. Valeria pregunta a Magdalena: “¿Crees que nos reconocerán?”. Magdalena: “Si no decís vuestros nombres, no lo creo. Por otra parte, os pondré en lugar seguro”. Jesús responde: “¡No, María! Han venido a servir las mesas de los mendigos. Nadie podrá sospechar que las patricias sean criadas de los pobres, de los ínfimos del mundo hebreo”. Valeria: “¡Has dicho bien, Maestro! Porque la soberbia es algo innato en nosotros”. Jesús: “Y la humildad es la señal más clara de mi doctrina. Quien quiera seguirme debe amar la verdad, la pureza, la humildad, tener caridad para con todos y heroísmo para desafiar el parecer de los hombres y las presiones de los tiranos. Vamos”. ■ Claudia: “Un momento, Rabí. Esta joven es una esclava, hija de esclavos. La he rescatado porque es de origen israelita y Plautina la tiene consigo. Pero yo te la ofrezco, porque pienso que es lo correcto. Se llama Egla. Te pertenece”. Jesús: “Magdalena, tómala. Luego pensaremos… ¡Gracias!”.
“Mi Nombre significa amor de Dios hecho carne… quiere decir «¡Salvador!»”.- ■ Jesús va a la terraza a bendecir a los niños. Mucha curiosidad despiertan las damas, pero vestidas y peinadas a la hebrea, con vestidos sencillos, no levantan sospechas. Jesús está en el centro de la terraza, junto a la mesa de los pequeños y ora, ofreciendo por todos al Señor los alimentos, bendice y ordena que se empiece a comer. Apóstoles, discípulos, discípulas, damas, todos son los criados de los pobres y Jesús da el ejemplo, remangándose las amplias mangas de su túnica roja, y sirviendo a los niños, ayudado por Miriam, la hija de Jairo, y Juan. Aunque todos comen con verdadero apetito, no separan sus ojos de Jesús. Cae la tarde y se recoge el toldo. Los criados traen más lámparas. Jesús camina entre las mesas. No deja a nadie sin prodigarle un consuelo. Así, pasa varias veces rozando a las regias Claudia y Plautina, que, humildemente parten el pan o acercan el vino a los labios de los ciegos, paralíticos, mancos. Sonríe a las jóvenes vírgenes que tienen a su cuidado a las mujeres; a las discípulas madres que muestran su compasión para con estos infelices; a Magdalena que atiende solícitamente la mesa de los más ancianos, la mesa más triste de todas, llena de toses, de temblores, del masticar sin dientes y de bocas que destilan baba; y ayuda a Mateo que pega en la espalda a un niño que se le ha atravesado una miga; agradece a Cusa que, llegado al principio de la comida, trincha la carne y la sirve como si siempre hubiera sido un criado. ■ La comida termina. Las caras, los ojos dicen que están contentos los estómagos. Jesús se inclina sobre un anciano tembloroso. Le pregunta: “¿En qué piensas, padre? ¿A qué sonríes?”. El anciano dice: “¡Pienso que en verdad no es un sueño! Hasta hace poco pensaba que estaba durmiendo, pero ahora sí me convenzo de que es realidad. ¿Pero quién es el que te hace tan bueno, que haces tan buenos también a tus discípulos? ¡Viva Jesús!” grita para terminar. Y todos los comensales gritan: “¡Viva Jesús!”. ■ Jesús se dirige al centro, abre sus brazos, hace señal de que guarden silencio y empieza hablar, sentándose y teniendo sobre sus rodillas a un pequeñín. “¡Viva, sí, viva Jesús! No porque Yo sea Jesús, sino porque mi Nombre significa amor de Dios hecho carne, que descendió entre los hombres para que le conozcan y para dar a conocer el amor que será el distintivo de la nueva era. Viva Jesús porque quiere decir «¡Salvador!». Y en realidad que os salvo. Salvo a todos, a ricos y pobres, a niños y ancianos, a israelitas y paganos, a todos, con la condición de que queráis ser salvados. Jesús es para todos. No para éste o aquel. Jesús es de todos. De todos los hombres y para todos los hombres. Para todos soy el amor misericordioso, la salvación segura. ¿Qué cosa es necesaria para ser de Jesús, para conseguir la salvación? Pocas cosas, pero grandes. No grandes porque sean cosas difíciles como las que hacen los reyes, sino grandes porque exigen que el hombre se renueve para llevarlas a cabo, y para llegar a ser de Jesús. Por esto se exige el amor, la humildad, la fe, la resignación, la compasión. Ved vosotros que sois discípulos, ¿qué habéis hecho hoy de grande? Responderéis: «Nada. Servimos solo la comida». ¡No! Habéis servido amor. Habéis sido humildes. Habéis tratado como hermanos a desconocidos de diversas razas sin preguntar quiénes eran, sanos o buenos. Lo habéis hecho en nombre del Salvador. Tal vez esperabais que os dijese grandes cosas para instruiros. He hecho que realizarais grandes cosas. Empezamos el día con la oración, socorrimos a leprosos y mendigos, adoramos al Altísimo en su casa, dimos principio al ágape fraterno y cuidamos de los peregrinos y de los pobres, hemos servido porque servir por amor es asemejarse a Mí, que soy el Siervo de los siervos de Dios, Siervo hasta el aniquilamiento, que muere para daros salvación…”. Un fuerte rumor de voces y pasos interrumpe a Jesús.
* A los  fariseos que irrumpen en el ágape fraterno: “Soy Rey. Pero no de este reino… aun el imperio. Soy Rey del Reino santo de los Cielos, del Reino del Amor y del Espíritu… He ahí mis súbditos: los pobres, los infelices, los oprimidos y luego los buenos, los humildes. los caritativos”.- ■ Un grupo exaltado de israelitas sube las escaleras apresuradamente. Las romanas más conocidas, o sea, Plautina, Claudia, Valeria y Lidia buscan un lugar retirado y bajan el velo. El grupo perturbador irrumpe en la terraza y parece como si buscaran a alguien. Cusa ofendido, les sale al paso y les pregunta: “¿Qué queréis?”. Fariseos: “Nada que te importe a ti. Buscamos a Jesús de Nazaret, no a ti”. Jesús, poniendo en tierra al pequeñín y poniéndose de pie con majestad, dice: “Aquí estoy, ¿no me estáis viendo?”. Fariseos: “¿Qué estás haciendo aquí?”. Jesús: “Lo estáis viendo. Hago lo que enseño, y enseño lo que he hecho: amar a los más pobres. ¿Qué se os dijo?”. Fariseos: “Se oyeron gritos sediciosos. Y, dado que donde Tú estás hay sedición, vinimos a ver”. Jesús: “Donde estoy hay paz. El grito fue de: «¡Viva Jesús!»”. Fariseos: “Exactamente. Tanto en el Templo como en el palacio de Herodes se pensó que se fraguaba alguna conspiración contra…”. Jesús: “¿Quién la fraguaba? ¿Contra quién? ¿Quién es rey en Israel? Ni el Templo, ni Herodes. Roma domina, y sería necio el que tratara de ser rey donde Roma domina”. Fariseos: “Tú andas diciendo que eres rey”. Jesús: “Soy Rey. Pero no de este reino, que no vale nada para Mí. Es cosa sin valor aun el imperio. Soy Rey del Reino santo de los Cielos, del Reino del Amor y del Espíritu. ■ Idos en paz. O quedaos si queréis y aprenderéis a ver cómo se acerca a mi Reino. He ahí a mis súbditos: los pobres, los infelices, los oprimidos y luego, los buenos, los humildes, los caritativos. Quedaos y unios a ellos”. Fariseos: “Tú siempre andas en banquetes de casas ricas, entre mujeres hermosas y…”. Cusa grita: “¡Basta! En mi casa no se insinúa ninguna ofensa contra el Rabí. ¡Largaos de aquí!”.
* A Salomé: “Sudor de mujer lasciva y oro de prostituta son veneno de infierno”.- ■ Pero en esto, de la escalera interna, sale al improviso a la terraza una figurita esbelta de joven velada. Cual mariposa corre donde Jesús, arroja el velo y el manto; cae a sus pies tratando de besárselos. Cusa y otros gritan: “¡Salomé!”. ■ Jesús se ha hecho a un lado tan violentamente para evitar el contacto, que se cae su asiento y aprovecha para ponerlo entre Sí y Salomé. Sus ojos brillan. Son fosforescentes. Terribles. Infunden miedo. ■ Salomé, ligera y desvergonzada, zalamera, responde: “¡Sí, soy yo! Los gritos llegaron hasta el Palacio. Herodes manda una embajada a decirte que quiere verte. Yo me adelanté. Ven conmigo, Señor. Te amo mucho y ¡te deseo tanto! También yo soy israelita”. Jesús: “Vete a tu casa”. Salomé: “La Corte te espera para tributarte honores”. Jesús: “Mi Corte es ésta. No conozco otra, ni otros honores” y con su mano señala a los pobres que están sentados a la mesa. Salomé: “Te doy unos regalos para ellos. Aquí tienes mis collares…”. Jesús: “No los quiero”. Salomé: “¿Por qué los rehúsas?”. Jesús: “Porque son inmundos, y los das por un motivo igual. ¡Lárgate!”. ■ Salomé un poco turbada se levanta. Mira de reojo a Jesús, que le señala con el brazo extendido la salida. Furtivamente mira a todos, y ve burla y náuseas en las caras. Los fariseos están petrificados. Son testigos de la fuerte escena. Las romanas se atreven a salir un poco más para ver mejor. Salomé, sumisa y suplicante, prueba una vez más: “Te acercas aun a los leprosos…”. Jesús: “Son enfermos. Tú eres una impúdica. ¡Lárgate!”. El último «lárgate» es tan terrible que Salomé recoge su velo y manto, se inclina, se arrastra hasta la escalera. ■ Cusa susurra en voz baja: “¡Ten cuidado, Señor!… Es poderosa… ¡Podría causarte daño!”. Pero Jesús con voz más fuerte, para que todos la oigan, sobre todo Salomé, contesta: “¡No importa! Prefiero que me maten antes de hacer alianza con el vicio. Sudor de mujer lasciva y oro de prostituta son veneno del infierno. Hacer alianza cobarde con los poderosos es pecado. Yo soy verdad, pureza y redención. No cambio. Ve a acompañarla…”. Cusa: “Castigaré a los criados que la dejaron pasar”. Jesús: “No castigarás a nadie. Sólo una debe ser castigada. Ella. Y ya lo ha sido. Que sepa, y también vosotros tenedlo en cuanta, que conozco su pensamiento, y me da asco. Que vuelva la serpiente a su guarida, que el Cordero vuelve a sus jardines”. ■ Se sienta. Está sudoroso. Después de algunos instantes dice: “Juana, da a cada uno una limosna, para que durante algunos días sea menos triste la vida… ¿qué otra cosa puedo hacer, hijos del dolor? ¿Qué queréis que os pueda dar? Leo vuestros corazones. ¡A los enfermos que saben creer, la paz y la salud!”. ■ Unos momentos de espera y luego un grito… Muchos se levantan curados. Los judíos, que habían venido con malas intenciones, se marchan, atónitos por el milagro y olvidados en medio del entusiasmo general de aclamaciones por el milagro y pureza de Jesús. Él, sonriente, besa a los niños. Luego despide a los pobres, pero dice a las viudas que esperen, y habla con Juana a favor de ellas. Juana toma nota y las invita a que vengan al día siguiente. También ellas se van. Los últimos en salir son los ancianos… Se quedan los apóstoles, los discípulos de ambos sexos y las romanas. Jesús dice: “Así es y así serán las futuras reuniones. No hay necesidad de palabras. Que sean los hechos los que hablen con su evidencia a los corazones y a las inteligencias. La paz sea con todos vosotros”. Se dirige hacia la escalera interior y desaparece seguido por Juana y luego por los demás.
* Iscariote trae noticias alarmantes.- ■ Jesús se encuentra con Judas al pie de la escalera. “¡Maestro, no vayas a Getsemaní! Te andan buscando allá tus enemigos. Madre, ¿qué dices ahora?, tú que me acusas. Si no hubiera ido, no me habría enterado de las asechanzas que tienden al Maestro. ¡Vamos a otra casa!”. Magdalena propone: “A la nuestra, entonces. En casa de Lázaro no entra quien no sea amigo de Dios”. Jesús: “Sí. Los que estuvieron ayer en el Getsemaní, que vengan con las hermanas al Palacio de Lázaro. Mañana tomaremos una serie de medidas”. (Escrito el 26 de Enero de 1946).
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1  Nota  : Juana de Cusa.   2  Nota  : Plautina .- Cfr. Personajes de la Obra magna: Romanas/os.   3  Nota  : Cfr. Personajes de la obra magna: a) Jairo, el sinagogo, y su hija. b) Analía.   4  Nota  : Mujer del primo Simón.- María de Alfeo y Alfeo (hermano de José, esposo de María Virgen), tuvieron cuatro hijos: Santiago y Judas de Alfeo (apóstoles), José y Simón. Cfr. Personajes de la Obra magna: «Hermanos de Jesús».   5  Nota  : María de Simón: madre de Judas Iscariote.   6  Nota  : Claudia: esposa de Poncio Pilatos.
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6-371-67 (7-61-404).- Claudia promete a Iscariote protección a favor de Jesús.
* Magdalena reacciona contra este temor exagerado.- En el trayecto hacia el palacio de Magdalena en Jerusalén, Claudia habla con Iscariote.- ■ Los seguidores de Jesús no son unos dechados de valor. La noticia que trajo Judas es semejante a la aparición de un gavilán en una era llena de pollitos; o de un lobo que mete sus narices en un redil. Miedo, o por lo menos agitación, se ve sobre todo en las caras de los varones. Me imagino que muchos tienen ya la impresión del filo de la espada o del chasquido del azote, o que se encuentran en las mazmorras de alguna oscura cárcel. Las mujeres conservan una calma mayor. Más bien que excitadas, piensan en sus hijos o maridos y aconsejan a unos o a otros a que se dispersen en grupos. Magdalena reacciona contra este temor exagerado: “¡Oh, cuántos cervatillos hay en Israel! ¿No os da vergüenza que tembléis así? Os he dicho ya que en mi palacio estaréis más seguros que en una fortaleza. Así que venid. Os aseguro bajo mi palabra que no os pasará nada de nada. Si, además de los que señaló Jesús, hay otros que quieran venir, serán bien recibidos. Hay camas para más de cien. ¡Vamos, decidíos en vez de temblar de miedo! Solo ruego a Juana que nos envíe alimentos, porque allí no tenemos suficientes y ya es de noche. Una buena comida es la mejor medicina para dar nuevas fuerzas a los cobardes”. Y no solo está majestuosa en su túnica blanca, sino que tiene también en su voz una buena dosis de ironía, al ver a este rebaño aterrorizado que se apiña en el vestíbulo de Juana. Ésta dice: “Me encargo enseguida. Idos. Jonatás os seguirá con los criados, y yo iré con él, porque me siento feliz en seguir al Maestro. Iré sin temor alguno, y para demostrároslo llevo conmigo a los niños” y se retira para dar las órdenes convenientes. ■ Mientras, las primeras vanguardias del aterrado ejército asoman precavidos la cabeza por el portón, y al ver que no hay nadie, sienten el valor de salir a la calle, y de llamar a los demás. El grupo de las doncellas vírgenes ocupa el centro, después de Jesús, que va en las primeras filas. Detrás de ellas, las mujeres, luego… luego, los menos valerosos, cuyas espaldas protege Magdalena que viene con las romanas, decididas a no separarse de Jesús tan pronto. Pero luego Magdalena, rauda, va adelante a decir algo a su hermana, y las siete romanas se quedan con Sara y Marcela, que por órdenes de Magdalena se han quedado atrás para que la presencia de las romanas pase lo más desapercibido que se pueda. En esto, se les junta Juana trayendo de la mano a los niños; y detrás de ella, Jonatás con los criados cargados de bolsas y cestas. Éstos se ponen en la cola de la pequeña multitud que, a decir verdad, pasa desapercibida de todos, porque en las calles pululan grupos dirigidos a las casas o a los campamentos, y la penumbra hace menos cognoscibles las caras. Ahora Magdalena, junto con Juana, Anastásica y Elisa, va en primera fila, guiando hacia su residencia, por calles secundarias, a sus huéspedes. Jonatás va caminando a la altura de las romanas, y les dirige la palabra como si fueran criadas de las discípulas más ricas. ■ Claudia se aprovecha para decirle: “Oye, te voy a pedir un favor. Ve a llamar al discípulo que trajo la noticia. Dile que venga, y dile que lo haga de modo de no llamar la atención. ¡Ve!”. El vestido es humilde, pero el modo es, involuntariamente, imperioso, como de una persona habituada a mandar. Jonatás abre mucho sus ojos, tratando de ver, a través del velo bajado, quién le habla así. Pero no logra ver sino el fulgor de ojos imperiosos. Con todo, debe intuir que no es una criada la mujer que le está hablando. Se inclina y obedece. Llega a donde Judas de Keriot que va hablando animadamente con Esteban y con Timoneo (1), y le tira del vestido. Iscariote: “¿Qué quieres?”. Jonatás: “Quiero decirte una cosa”. Iscariote: “Dila”. Jonatás: “No puedo. Ven conmigo. Te necesitan, por lo que parece, para una limosna”. La excusa es buena. Judas deja a sus compañeros y con entusiasmo se va con Jonatás. Está ya en la última fila. Jonatás dice a Claudia: “Mujer, he aquí al hombre que deseabas”. Ésta, sin levantarse el velo, le responde: “Muchas gracias por tu servicio”. Y dirigiéndose a Judas: “Haz el favor de escucharme por un momento”. Judas, que oye una fina y delicada voz y ve dos brillantes ojos bajo el sutil velo, y sintiéndose quizás próximo a una gran aventura, acepta sin poner dificultad. ■ El grupo de las romanas se separa. Con Claudia se quedan Plautina y Valeria; las otras siguen adelante. Claudia mira a su alrededor. Y al no ver a nadie, con su hermosa mano hace a un lado el velo. Judas la reconoce, y después de un instante de estupor, se inclina y saluda a la romana: “¡Domina!”. Claudia: “Así es. Enderézate y escucha. Tú quieres al Nazareno. Te preocupas por su bien. Te felicito. Es un hombre virtuoso pero sin defensa. Nosotras le veneramos como a un hombre grande y justo. Los judíos no le veneran. Le odian. Lo sé. Escucha y comprende bien, recuerda y aplica bien. Quiero protegerle. No como la lujuriosa de poco antes, sino con honestidad y virtud. Cuando comprendas que hay algún peligro para Él, ven a verme o mándame algún recado. Claudia puede todo sobre Poncio. Alcanzará la protección a favor de ese Justo. ¿Comprendiste?”. Iscariote: “Sí, domina. Que nuestro Dios te proteja. Tan pronto como pueda vendré personalmente. Pero ¿cómo haré?”. Claudia: “Pregunta siempre por Albula Domitila. Es una amiga íntima mía, y ninguno se sorprende si habla con judíos, siendo ella la que se ocupa de mi prodigalidad. Pensarán que eres un cliente. ¿Acaso te humilla esto?”. Iscariote: “No, domina. Servir al Maestro, alcanzar tu protección es una honra”. Claudia: “Os protegeré. Soy mujer, pero soy de los Claudios. Puedo más que todos los grandes de Israel, porque detrás de mí está Roma. ■ Entre tanto ten, para los pobres del Mesías. Es nuestro óbolo. Pero… quisiera estar esta noche entre los discípulos. Consigue este honor y yo te protegeré”. En un tipo como el Iscariote las palabras de la patricia hacen un efecto prodigioso. ¡Sube hasta el séptimo cielo!… Osa incluso preguntar: “¿Pero de veras le ayudarás?”. Claudia: “Sí. Su Reino merece ser fundado, porque es un reino de virtud. Bienvenido sea en contra de las sucias corrientes que cubren los reinos de hoy en día, y que me provocan náuseas. Roma es grande, pero el Rabí es mucho más grande que Roma. Nosotros tenemos las águilas en nuestras banderas y la orgullosa sigla. Pero en las suyas estarán los Genios y su santo Nombre. Grandes serán, verdaderamente grandes, Roma y la Tierra, cuando pongan ese Nombre en sus enseñas, y esté su signo en los lábaros y en los templos, en los arcos y columnas”. Judas no sabe qué responder. Sueña extático. Acaricia la pesada bolsa que le han dado. Lo hace maquinalmente. Con la cabeza dice que sí, que sí… a todo. Claudia: “Bien, ahora vamos a alcanzarlos. Somos aliados ¿no es verdad? Aliados en proteger a tu Maestro, al rey de los corazones honrados”. Se baja el velo y, ágil, va presurosa, casi corriendo a alcanzar a sus compañeras, seguida por las otras y por Judas, que jadea, no tanto por la carrera, cuanto por lo que oyó.
* Autoalabanza de Iscariote por su conducta criticada tantas veces, hasta “pensáis que sea yo un doble”, al dar a conocer a Pedro, atónito, y a apóstoles y discípulos la promesa de Claudia.- ■ Llegan al palacio de Lázaro cuando los últimos están entrando en él. Entran rápidamente y el portón se cierra con mucho ruido de llaves. Una solitaria lámpara, que en sus manos tiene la mujer del guardián, a duras penas ilumina el vestíbulo cuadrado y blanco del palacio de Lázaro. Se comprende enseguida que la casa no está habitada aun cuando esté bien guardada y en orden. Magdalena y Marta guían a los huéspedes a un amplio salón, destinado a los banquetes, en cuyas paredes penden hermosos tapices que dejan ver su belleza a medida que van siendo encendidas las lámparas y puestas las luces encima de los aparadores, o de los baúles preciosos colocados alrededor de las paredes de la sala. Magdalena ordena que pongan en el centro de la sala las mesas y que preparen la cena con los alimentos que trajeron los criados de Juana. ■ Judas toma aparte a Pedro y le dice algo al oído. Veo que Pedro pone los ojos como platos y sacude una mano como si se hubiera quemado los dedos y exclama: “¡Rayos y ciclones! ¿Pero qué estás diciendo?”. Iscariote: “¡Sí, mira! ¡Y fíjate! ¡No tener ya miedo, no estar ya tan preocupado!”. Pedro: “¡Demasiado grande! ¡Demasiado! ¿Pero qué ha dicho? ¿Que nos protege? ¿Ha dicho eso? Que Dios la bendiga. Pero ¿quién es?”. Iscariote indica: “Aquella, la vestida de color de tórtola silvestre. La alta y delgada. Ahora nos está mirando”. Pedro mira a la mujer alta de cara armónica y seria, de ojos dulces pero imperiosos. Pedro: “¿Y cómo hiciste para hablar con ella? No has tenido…”. Iscariote: “No, no, en absoluto”. Pedro: “¡Pues tú aborrecías todo contacto con ellos! Como yo, como todos…”. Iscariote: “Es verdad, pero lo he superado por amor al Maestro. Como también he superado las ganas de romper con los del Templo. ¡Y todo por el Maestro! ■ Todos vosotros, incluso mi madre, pensáis que yo sea un doble. No hace mucho tú mismo me echaste en cara ciertas amistades mías. Pero si no las mantuviese, no sin fuerte dolor, no estaría al tanto de tantas cosas. No está bien ponerse vendas en los ojos y cera en las orejas por temor de que el mundo entre en nosotros por los ojos y los oídos. Cuando se tiene algo grande como lo que tenemos nosotros, hay que vigilar con ojos y oídos más que libres. Vigilar por Él, por su bien, por su misión, para que funde ¡este bendito reino!…”. Muchos de los apóstoles y algunos de los discípulos se han acercado y escuchan asintiendo con la cabeza. Porque, efectivamente, no se puede decir que Judas esté equivocado. Pedro, que es un hombre honrado y humilde lo reconoce y dice: “¡Tienes razón! Perdona mis reproches. Vales más que yo. Sabes hacer las cosas. ¡Oh, ve pronto a decirlo al Maestro, a su Madre, a la tuya! Estaba tan angustiada…”. Iscariote: “Porque malas lenguas han murmurado… Pero por ahora no digas nada. Después. Más tarde. ¿Ves? Se sientan a la mesa y el Maestro hace señal de que nos acerquemos…”. (Escrito el 27 de Enero de 1946).
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1  Nota  : Esteban: Discípulo de Gamaliel. Se unió a los discípulos de Jesús, después de la muerte del Bautista, del que fue seguidor porque “su muerte nos sacó del entorpecimiento”, dijo Esteban a Jesús. Y Jesús le respondió: “La sangre de los mártires siempre es fuerza para los entorpecidos, Esteban. Acuérdate de ello”. Esteban fue el primer mártir de la Iglesia. Timoneo: Sinagogo de «Aguas claras». Jesús había dicho de él: “… No os voy a recordar, como en otras partes lo hice, las primeras e indispensables cosas que tienen que saberse para salvarse. Las sabéis, y muy bien, por obra de Timoneo, sabio sinagogo de la Ley antigua y ahora sapientísimo, porque la rejuvenece en la nueva Ley”. Se hizo discípulo.
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(<Jonás, el encargado de la casa de Getsemaní, ha llegado sudoroso y acongojado al palacio de Lázaro en Jerusalén donde Jesús y los suyos han pernoctado>)

6-372-78 (7-62-415).- Ante el hostigamiento judío, abandono del Getsemaní.- Lección a J. Iscariote sobre el Reino y sobre el encuentro con Claudia.
* Jonás habla del acoso sufrido en la casa del Getsemaní.- Exaltadas palabras de la ya enamorada Magdalena por su Maestro. ■ Jonás aclara la noticia diciendo: “Sí, me han maltratado incluso. He dicho que no sabía dónde estabas, que quizás no volvías. Pero han visto vuestras túnicas y han comprendido que volvéis al Getsemaní. ¡No me seas causa de daño, Maestro! Siempre te he hospedado con amor. Esta noche he sufrido por Ti. Pero… pe­ro…”. Jesús: “¡No tengas miedo! No te volveré a poner en peligro de ahora en adelante. No volveré a detenerme en tu casa. Me limitaré a ir de pa­so, durante la noche, a orar… No me lo puedes prohibir…”. Jesús se muestra dulcísimo hacia el aterrorizado Jonás del Getsemaní. ■ Pero Magdalena con su fuerte y melodiosa voz prorrumpe vehemente: “¿Desde cuándo, hombre, te olvidas de que eres siervo y que solo por mera condescendencia nuestra hacemos que te creas ser el dueño? ¿De quién son la casa y el olivar? Sólo nosotros podemos decir al Rabí: «No va­yas a causar daño a nuestros bienes». Pero no lo decimos. Porque sería una gran fortuna si, por buscarle a Él, los enemigos del Cristo destruyeran incluso los árboles y las paredes, y hasta aplastasen las zanjas; porque todo habría sido destruido por causa de haber hospedado al Amor, y el Amor nos daría amor a nosotros sus fieles amigos. ¡Que vengan. Que destruyan! ¡Que pisoteen! ¡Y qué! ¡Basta con que Él nos ame y que no le pase nada”. Jonás está entre dos miedos: a los enemigos y a su ardiente ama, susurra: “¿Y si hacen daño a mi hijo?…”. Jesús le conforta: “No temas, te digo. No volveré a detenerme en tu casa. Puedes decir a quien te lo pregunte que el Maestro ya no se hospeda en el Getsemaní… ¡No, María! Conviene hacerlo así, y déja­me que lo haga así. Te agradezco tu generosidad… Pero no es mi ho­ra, ¡no es todavía mi hora! ■ Supongo que serían fariseos…”. Jonás: “Y miembros del Sanedrín, y herodianos y saduceos… y soldados de Herodes… y… todos… todos… No me logro quitar el temblor del miedo… Pero, ¿ves, Señor, que he venido corriendo a avisarte?… a casa de Juana… luego aquí…”. El hombre se preocupa de que se vea que, con el riesgo de su paz, ha cumplido su deber hacia el Maestro. Jesús sonríe con compasión y bondad y dice: “¡Lo veo! ¡Lo veo! ¡Que Dios te lo pague! Ahora vete en paz a tu casa. Enviaré a alguien para que te diga a dónde debes mandar las bolsas, o mandaré a que las recojan”. ■ El hombre se marcha, y ninguno, excepto Jesús y María Stma., dejan de lanzarle reproches o burlas. Lo que dice Pedro es punzante, mor­daz lo de Judas Iscariote, irónico lo de Bartolomé. Judas Tadeo no habla, ¡pero le mira de una manera…! Y el murmullo y las miradas de reproche le acompañan también entre las filas de las mujeres, pa­ra terminar con el irónico final de María de Magdala, la cual, al verle que se inclina ante ella, dice: “Refe­riré a Lázaro que para la comida de la fiesta vaya a buscar po­llos bien cebados a las tierras del Getsemaní”. Jonás: “No tengo gallinero, ama”. Magdalena: “Tú, Marcos y María: ¡tres magníficos capones!”. Todos se echan a reír por la salida irónica y… significativa de María de Lázaro, que está furiosa al ver el miedo de sus subordina­dos y por la molestia que sufre el Maestro, al no poder gozar más del tranquilo nido del Getsemaní.
* Nuevamente María Magdalena: “¡Nada me dará miedo si puedo servir a mi Maestro! ¡Y se sirve en las horas de peligro, hermanos!… ¡Y al Mesías no se le sigue para gozar!”.-Jesús: “¡No te inquietes, María! ¡Paz! ¡Paz! ¡No todos tienen tu coraje!”. Magdalena: “¡Ah, no, y es una desgracia! ¡Si todos tuvieran mi coraje, Rabboní! ¡Ni lanzas y flechas dirigidas contra mí me harían separarme de Ti!”. Un murmullo entre los hombres… María lo recoge y responde: “Sí. ¡Y lo veremos! Y esperemos que sea pronto, para que os dé muestra de mi valor. ¡Nada me dará miedo si puedo servir a mi Maestro! ¡Servir! ¡Servir! ¡Y se sirve en las horas de peligro, hermanos! En las otras… ¡En las otras no es servir! ¡Es gozar!… ¡Y al Mesías no se le sigue para gozar!”. Los hombres agachan la cabeza, punzados por esta verdad. ■ María avanza entre las mujeres y se acerca a Jesús. “¿Qué deci­des, Maestro? Es Parasceve. ¿Dónde celebras tu Pascua? Ordena… y, si he encontrado gracia ante tus ojos, concédeme ofrecerte un cenáculo mío y ocuparme de todo…”. Jesús: “Has hallado gracia ante los ojos del Padre de los Cielos, y, por tanto, gra­cia ante su Hijo, para quien es cosa sagrada todo lo que el Padre quiere. Acepto el cenáculo, pero déjame que como buen israelita vaya al Templo a sacrificar el cordero”. Muchos dicen: “¿Y si te echan mano?” Jesús: “No me echarán mano. En la noche, en la oscuridad, como acostumbran a hacer los granujas, pueden atreverse; pero no en medio de las turbas que me veneran. ¡No me hagáis aparecer como cobarde!…”.
* Jesús rebate nuevamente la vieja idea de Judas sobre el Reino y habla sobre el significado del encuentro providencial con Claudia. ■ Iscariote grita: “¡Además ahora está Claudia! ¡El Rey y el Reino ya no están en peligro!…”. Jesús: “Judas, te ruego que no dejes que se derrumben en ti. No los pongas en peligro dentro de ti. Mi Reino no es de este mundo. No soy un rey co­mo los que están en los tronos. Mi Reino es del espíritu. Si lo rebajas al compararlo con un reino humano, lo pones en peligro y lo de­rrumbas en ti”. Iscariote: “¡Pero Claudia…!”. Jesús: “Pero Claudia es una pagana. Así que no puede conocer el valor del espíritu. Ya es mucho si intuye y apoya a quien para ella es un Sabio… ¡Muchos en Israel no me juzgan siquiera como sabio!… ¡Pero tú no eres pagano, amigo mío! No hagas que tu encuentro providencial con Claudia no se te convierta en daño; ■ así como procura también que todos los dones, que Dios te da, sirvan para afirmar tu fe y tu voluntad de servir al Señor y no se te transformen en ruina espiritual”. Iscariote: “¿Cómo podría suceder, mi Señor?”. Jesús: “Fácilmente. No sólo en ti. Si un don, que se da a cualquier hombre para ayudar a su debilidad, en lugar de fortalecerle y aumentar cada vez más su deseo de bien sobrenatural, o incluso simplemente moral, le sirviera para tener más apego de apetitos humanos y alejarle del recto camino, por caminos en cuesta abajo, entonces el don se habría transformado en daño. Basta la soberbia para hacer de un don un daño. Basta perder el norte, a causa de algo que exalta, perdiendo, por tanto, de vista el Fin supremo y bueno, para que el don se convierta en mal. ¿Estás convencido de esto? La venida de Claudia debe hacerte considerar lo siguiente: si una pagana ha sentido la grandeza de mi doctrina y la necesidad de que triunfe, tú, y contigo todos los discípulos, debéis sentir todo esto con más fuerza aún, y, como consecuencia, entregaros a ello totalmente. Pero siempre espiritualmente. Siempre… (Escrito el 30 de Enero de 1946).
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6-377-111 (7-67-447).- “Marta, Marta, tú te preocupas por muchas cosas. Imita a tu hermana. María ha escogido la parte mejor” (1).- La pureza de la Virgen (piedra preciosa) y de otros justos (otras joyas) poblará el Paraíso.- Parábola del agua y del junco.  
* Magdalena lava los pies de Jesús y los besa una vez más diciendo: “¡Santos pies que tanto habéis andado para buscarme!”.- ■ Comprendo inmediatamente que la figura de la Magdalena ocupa todavía el lugar central, porque lo primero que veo es a ella, vestida con una sencilla túnica de un rosa lila semejante a la flor de la malva. Ningún adorno precioso, los cabellos simplemente recogidos en trenzas sobre la nuca. Parece más joven que cuando era una obra maestra de tocador. No tiene ya los ojos altaneros de cuando era la «pecadora», ni la mirada humillada de cuando escuchaba la parábola de la oveja, ni avergonzada y brillante de llanto de cuando estaba en la sala del Fariseo… Ahora tiene una mirada serena, límpida otra vez como la de un niño, y una sonrisa pacífica resplandece en sus ojos. ■ Está apoyada en un árbol, cerca del linde de la propiedad de Be­tania, y mira hacia la calle. Espera. Luego lanza un grito de alegría. Se vuelve hacia la casa y grita fuerte, para ser oída, grita con su es­pléndida voz pastosa y pasional, inconfundible: “¡Está llegando!… ¡Marta, era como nos habían dicho! ¡El Rabí está aquí!” y corre a abrir la pesada cancilla. No les da a los domésticos el tiempo de ha­cerlo y sale a la calle con los brazos abiertos, como hace un niño ha­cia su mamá, y con un grito de amorosa alegría: “¡Rabboni mío!” (2) y se postra a los pies de Jesús y se los besa entre el polvo de la calle. “Paz a ti, María. Vengo a descansar bajo tu techo”. Magdalena repite: “¡Maestro mío!” y levanta la cara con una expre­sión de reverencia y de amor que dice muchas cosas… Es gratitud, bendición, alegría, invitación a entrar y júbilo por el hecho de que entre… Jesús le ha puesto la mano sobre la cabeza y parece como si la ab­solviera una vez más. María se levanta y, al lado de Jesús, vuelve a entrar en el recinto de la propiedad. Entretanto han acudido ya los domésticos y Marta: éstos, con ánforas y copas; Marta sólo con su amor, pero es mucho. ■ Los apóstoles, sudorosos, beben las frescas bebidas que los cria­dos vierten. Hubieran querido ofrecérselo primero a Jesús, pero Marta se les ha adelantado: ha tomado una copa llena de leche y se la ha ofrecido a Jesús; debe saber que le gusta mucho. Una vez que los discípulos han apagado su sed, Jesús les dice: “Id a advertir a los fieles. Por la noche hablaré para ellos”. Los apóstoles, dejado apenas el jardín, se diseminan en distintas direcciones. ■ Jesús se adentra en él entre Marta y María. Dice Marta: “Ven, Maestro. Mientras llega Lázaro, descansa y repón fuerzas”. Están poniendo pie en una fresca habitación que da al pórtico umbroso, cuando regresa María, que se había alejado a paso rápido. Vuelve con una ánfora de agua, seguida por uno de los domésticos, que trae una jofaina. Pero es María la que quiere lavar los pies a Jesús. Desata sus sandalias polvorientas y se las da al criado para que las traiga limpias, junto con el manto (también se lo ha dado para que le sacuda el abundante polvo). Luego sumerge los pies en el agua, que está un poco rosada por algún aroma que contiene, los se­ca, los besa. Luego cambia el agua y ofrece agua limpia a Jesús para las manos. Y, mientras espera a que el criado vuelva con las sandalias, acoclada a los pies de Jesús, se los acaricia, y, antes de meterle las sandalias, se los besa una vez más diciendo: “¡Santos pies que tanto habéis andado para buscarme!”. ■ Marta, con un amor más práctico, va a lo humanamente positivo; pregunta: “Maestro, ¿además de tus discípulos, quién va a venir?”. Y Jesús: “No lo sé con exactitud todavía. Pero puedes preparar para otros cinco además de los apóstoles”. Marta se marcha.
* “¿Dónde tenemos las almas puras, María? Es más fácil que un monte ande que no  que una criatura sepa mantenerse pura con las tres purezas. Sólo los niños tienen el alma angélica. Por eso los amo tanto. Veo en ellos un reflejo de la Pureza infinita. Son los únicos que llevan consigo un recuerdo de los Cielos. Mi Madre es la Mujer de alma de niño. Más aún, de alma de ángel”.- ■ Jesús sale al fresco del jardín umbroso. Lleva simplemente su túnica azul marina. El manto, cuidadosamente plegado por María, queda encima de un arquibanco de la habitación. María sale al lado de Jesús. Caminan por paseos bien cuidados, entre parterres floridos, has­ta el estanque de los peces, que parece un espejo caído entre el ver­de. Sólo el zigzagueo argénteo de algún pez y la menudísima lluvia del finísimo surtidor alto y central rompe apenas, acá o allá, el agua límpida. Junto al amplio estanque, que parece un pequeño lago, hay unos lugares para sentarse; de él salen pequeños canales de riego. Más exactamente: creo que uno es el que alimenta el estanque y los otros, más pequeños, son los de desagüe y se utilizan para el riego. ■ Jesús se sienta en un asiento que está colocado justo contra el borde del estanque. María se sienta a los pies de Jesús, en la hierba verde y bien cuidada. En un primer momento no hablan. Jesús, visiblemente, goza del silencio y del descanso en el fresco del jardín. María se deleita en mirarle. Jesús juega con el agua cristalina del estanque. Sumerge en ella sus dedos, la peina separándola en pequeñas estelas, y luego deja que toda la mano se sumerja en ese frescor puro. Dice: “¡Qué bonita es esta agua tan límpida!”. Magdalena: “¿Tanto te gusta, Maestro?”. Jesús: “Sí, María. Porque es cristalina. Mira, no tiene ni un vestigio de barro. Hay agua, pero es tan pura que parece que no hay nada. Podemos leer las palabras que se dicen los pececillos…”. Magdalena: “Como se lee en el fondo de las almas puras. ¿No es verdad, Maestro?” y María da un suspiro. ■ Jesús oye el suspiro cortado de María con una sonrisa, y medica inmediatamente la pena de María: “¿Dónde tenemos las almas puras, María? Es más fácil que un monte ande que no que una criatura sepa mantenerse pura con las tres purezas. Demasiadas cosas se mueven y fermentan en torno a un adulto. Y no siempre se puede impedir que entren dentro. Sólo los niños tienen el alma angélica, una alma que ignora aquello que se puede convertir en fango. Por eso los amo tanto. Veo en ellos un reflejo de la Pureza infinita. Son los únicos que llevan consigo un recuerdo de los Cielos. ■ Mi Madre es la Mujer de alma de niño. Más aún, es la Mujer de alma de ángel. Cual era Eva cuando salió de las manos del Padre. ¿Te imaginas, María, qué sería el primer lirio florecido en el jardín terrenal? También son muy bonitos estos que hacen de guía a esta agua. ¡Pero la primera que salió de las manos de Creador!… ¡Ah! ¿Era flor o diamante? ¿eran pétalos u hojas de plata finísima? Y, sin embargo, mi Madre es más pura que ese primer lirio que perfumó los vientos. Y su perfume de Virgen inviolada llena Cielo y Tierra, y al percibirlo irán en pos de él los buenos en el correr de los siglos. El Paraíso es luz, perfume, armonía. Pero si en él el Padre no gozase en contemplar a la Toda Hermosa que hace de la Tierra un paraíso, y si el Paraíso no tuviera en el futuro al Lirio vivo en cuyo seno están los tres pistilos de fuego de la Divina Trinidad, su luz, su perfume, su armonía, su alegría quedarían disminuidos. La pureza de mi Madre será la piedra preciosa del Paraíso”.
* “¿Será entonces sólo de los niños el Paraíso? ¡No!, ¡no! Es necesario saber hacerse niños, pero el Reino se abre también para los adultos. Como niños. Ésta es la pureza. ¿Ves esta agua? (Parábola del agua y del junco). El arrepentimiento, créeme, es lo que depura las almas”.- Jesús: “¡Mas el Paraíso es inconmensurable! ¿qué dirías de un rey que tuviera solo una piedra preciosa en su tesoro?, ¿aunque fuera la joya por excelencia? Cuando Yo abra las puertas del Reino de los Cielos… —no suspires, María: para esto he venido— muchas almas de justos y de niños entrarán, estela de candor, detrás de la púrpura del Redentor. Pero serán todavía pocas joyas para poblar los Cielos, pocos para formar los ciudadanos de la Jerusalén eterna. Y después… cuando los hombres conozcan la Doctrina de verdad y santificación, cuando mi Muerte haya dado de nuevo la Gracia a los hombres, ¿cómo podrían los adultos conquistar los Cielos, si la pobre vida humana es continuo lodo que contamina? ■ ¿Será entonces sólo de los niños el Paraíso? ¡No!, ¡no! Es necesario saber hacerse niños, pero el Reino se abre también para los adultos. Como niños… Ésta es la pureza. ¿Ves esta agua? Parece muy limpia. Pero, observa: basta con que Yo, con un junco, remueva el fondo, para que se vuelva turbia. Afloran detritos y lodo. El agua clara se pone amarillenta y ninguno bebería de ella. Pero si quito el junco, vuelve la paz, y el agua, poco a poco vuelve a ser cristalina y bonita. El junco: el pecado. Así sucede con las almas. El arrepentimiento, créeme, es lo que las depura…”.
* “¡Marta, Marta! ¿Tendré que decirte, entonces, que ésta (Jesús le pone una mano en la cabeza), venida de tan lejos, te ha superado en el amor? Tú te preocupas de demasiadas cosas. Tu hermana, de una sola”.- ■ Llega improvisamente Marta, apurada, dice: “¿Estás todavía aquí, María? ¡Y yo agobiada!… Pasa el tiempo. Los invitados vendrán pronto y hay muchas cosas que hacer. Las criadas están con el pan, los criados despellejando y cociendo las carnes, yo estoy con la vajilla, las mesas y las bebidas. Pero todavía hay que coger la fruta y preparar el agua de menta y miel…”. María medio escucha las quejas de su hermana. Con una sonrisa dichosa sigue mirando a Jesús, sin cambiar de posición. Marta invoca la ayuda de Jesús: “Maestro, mira cómo sudo. ¿Te parece justo que trajine yo sola? Dile que me ayude”. Marta está ver­daderamente inquieta. Jesús la mira con una sonrisa mitad dulce mitad un poco irónica, mejor: un poco de broma. Marta se inquieta un poco más: “Lo digo de verdad, Maestro. Mira ¡qué vida tan descansada y ociosa tiene mientras yo me muero de fatiga! Y está aquí y ve…”. Jesús se pone más serio y dice: “No es ocio, Marta. Es amor. El ocio era antes. Y tú lloraste mucho por aquel ocio indigno. Tu llanto me impulsó a salvarla para Mí y a devolverla a tu honesto afecto. ¿Vas a querer impedirle amar a su Salvador? ¿Preferirías, entonces, verla lejos de aquí para que no te viera trabajar, pero lejos también de Mí? ¡Marta, Marta! ¿Tendré que decirte, entonces, que ésta (Jesús le pone una mano en la cabeza), venida de tan lejos, te ha superado en el amor? ¿Debo decirte, entonces, que ésta, que no conocía ni una palabra de bien, es ahora maestra en la ciencia del amor? ¡Déjala en su paz! ¡Ha estado muy enferma! Ahora es una convaleciente que se cura bebiendo las bebidas que la fortalecen. Ha vivido muy atormentada… Ahora que se ha liberado de la pesadilla, mira alrededor de sí y hacia dentro de sí, y se descubre nueva y descubre un mundo nuevo. Déjala que se asegure con ello. Con esta «novedad» suya debe olvidar el pasado y conquistarse la eternidad… que no será conquistada únicamente con el trabajo, sino también con la adoración. El que dé un pan a un apóstol o a un profeta recibirá recompensa. Sí. Pero doble recompensa recibirá el que, por amarme, se olvide incluso de comer, porque más grande que la carne habrá tenido el espíritu, que habrá oído voces más fuertes que las de las necesidades —incluso lícitas— humanas. ■ Tú te preocupas de demasiadas cosas, Marta; ella, de una sola. Pero es la que es suficiente para su espíritu y, sobre todo, para su Señor y el tuyo. Deja pasar las cosas inútiles. Imita a tu hermana. María ha escogido la parte mejor, la que no le será arrebatada jamás. Cuando todas las virtudes queden atrás, al no serles ya necesarias a los ciudadanos del Reino, quedará sólo la caridad. La caridad perma­necerá siempre. Ella sola. Soberana. Ella, María, ha escogido la cari­dad, la ha tomado por escudo y bordón, y con ella, como impulsada por alas de ángel, vendrá a mi Cielo”. Marta agacha su cara avergonzada y se marcha.
* “El arrepentimiento sincero es filtro que depura y el amor sustancia que preserva de contaminación”.- ■ Magdalena dice para disculparla: “Mi hermana te quiere mucho y se preocupa por darte honor…”. Jesús: “Lo sé. Y será recompensada por ello. Pero necesita ser depurada de su modo de pensar humano, como se ha limpiado esta agua. ¡Mira cómo se ha aclarado otra vez mientras hablábamos! Marta se depurará por las palabras que le he dicho. Tú… tú por la sinceridad de tu arrepentimiento…”. Magdalena: “No. Por tu perdón, Maestro. No bastaba mi arrepentimiento para lavar mi gran pecado…”. Jesús: “Bastaba y bastará a las hermanas tuyas que te imiten; a todos los enfermos del espíritu. El arrepentimiento sincero es filtro que depura; y el amor es la sustancia que preserva de toda nueva contaminación. ■ Por eso aquellos a quienes la vida hace adultos y pecadores podrán volver a ser inocentes como niños y entrar como ellos en mi Reino. Vamos ahora a la casa. Que Marta no esté demasiado en su dolor. Llevémosle nuestra sonrisa de Amigo y hermana”. (Escrito el 14 de Agosto de 1944).
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1  Nota  : Lc. 10, 38-42.   2  Nota  : En una nota de la escritora: “Escribo «Rabboni» porque veo que el Evangelio dice eso. Pero todas las veces que he oído a la Magdalena llamarle me ha parecido como si dijera «Rabbomi», con la eme y no con la ene).
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6-377-115 (————).- “Ahí tenéis completo el ciclo (1) de la Magdalena”.
* “Es la más grande de las resucitadas de mi Evangelio. Resucitó de siete muertes”.- ■ Dice Jesús: “No hace falta hacer un comentario. La parábola del agua es comentario de la operación del arrepentimiento en los corazones. Ahí tenéis completo el ciclo de la Magdalena. De la muerte a la Vida. Es la más grande de las resucitadas de mi Evangelio. Resucitó de siete muertes. Nació de nuevo. Ya has visto cómo, cual planta que da flores, ha alzado del lodo el tallo de su nueva flor, cada vez más alto; y luego la has visto florecer para Mí, esparcir fragancia para Mí, morir para Mí. La has visto pecadora, luego mujer sedienta que se acercaba a la Fuente, luego arrepentida, luego perdonada, luego amante, luego piadosa ante el Cuerpo despojado de vida de su Señor, luego sirviendo a mi Madre, amada por ser Madre mía; en fin penitente ante el umbral de su Paraíso. ■ Almas que teméis, aprended a no tener miedo de Mí leyendo la vida de María de Magdala. Almas que amáis, aprended de ella a amar con seráfico ardor. Almas que habéis cometido errores, aprended de ella la ciencia que prepara para el Cielo. Os bendigo a todos para ayudaros a subir. Ve en paz”. (Escrito el 14 de Agosto de 1944).
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1 Nota : Como ya se anotó en la nota N. 1 del episodio 3-174-109, el ciclo de la Magdalena, nombrado también como Evangelio de la Misericordia, está constituido por un ciclo de episodios y enseñanzas sobre María de Magdala, escritos consecutivamente desde el 12 al 14 de Agosto de 1944, pero colocados en varios lugares de la Obra según las instrucciones escritas de María Valtorta. El primer episodio, el 1º del ciclo, se relata en el capítulo 3-174-109; otros dos episodios forman respectivamente los capítulos 3-183-163 y 4-233-27. Como comentario de los tres episodios, sigue un “dictado”, que forma el capítulo 4-234-29. El último episodio, va a formar el capítulo 6-377-111, con un comentario final que acabamos de leer en 6-377-115.

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