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-«Una de las razones de esta Obra: haceros conocer el misterio de Judas».
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-En el tema de “Judas Iscariote” se incluye: Familia de Lázaro de Betania (Lázaro, Marta, María Magdalena), Pastores de la Gruta de Belén, y otros personajes de la Obra.

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El tema “Judas Iscariote”, 3º año vida pública de Jesús, 3ª parte, comprende:
Episodios y dictados extraídos de la Obra magna
«El Evangelio como me ha sido revelado»
(«El Hombre-Dios»)
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(<Jesús está en Tiberíades, en la casa de Juana de Cusa. Los apóstoles han sido enviados a predicar a la ciudad. Pedro acaba de llegar con el forastero griego de Antioquía que traía unas cartas desde Antioquía.  Jesús y el griego conversan…>)
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7-461-190 (8-153-187).- El griego Zenón con la carta de Síntica, desde Antioquía, con la noticia de la muerte de Juan de Endor.
* Jesús lee primero para Él mismo los tres folios.- ■ Pedro, al ver que la conversación iba para largo, se había sentado cómodamente en un asiento del vestíbulo, y, en el frescor del ambiente y mullidos almohadones echados encima del asiento, se ha puesto tranquilamente a echar una cabezada… Pero debe haber tenido un oído en vela, porque le despierta el ruido de romper el sello y desenrollar el pergamino. Se levanta, restregándose los ojos soñolientos. Se acerca al Maestro, que lee de pie, bajo un candil de mica delicadamente morada. Siendo tenue la luz, adecuada para alumbrar el lugar sin quitarle el encanto de la luna en las noches serenas, Jesús mantiene alto el folio para leer; y Pedro, de estatura pequeña, y estando al lado del Maestro, trata de estirar su cuello, de ponerse en puntillas para ver, pero no puede. Le dice a Jesús: “Es Síntica ¿eh?”. Y pregunta dos veces con voz suplicante: “¿Qué dice? ¡Lee en voz alta, Maestro!”. Jesús le responde: “Sí. Es ella… Después…” y lee, lee. Terminado el primer folio lo dobla, se lo pone entre los pliegues de la cintura y sigue con el segundo folio. Pedro: “Cuánto ha escrito ¿eh? ¿Cómo está Juan? ¿Y quién es ese hombre?”. Pedro es molesto como un niño. Jesús está tan sumido en lo que lee que ni le escucha. Acabó ya el segundo, y lo pone en su cintura como el primero. Pedro: “Ahí se doblan. Dámelos a mí…” y sin duda piensa: «para echarles un vistazo». ■ Al levantar sus ojos para seguir el movimiento de las manos del Maestro que desenvuelven el tercer y último folio, ve que brilla una lágrima suspendida en las pestañas de Jesús. Pedro le pregunta: “¡Maestro! ¿Lloras? ¿Por qué, Maestro mío?”, y se pega a Él, y le abraza la cintura con su brazo musculoso y corto. Jesús: “Ha muerto Juan…”. Pedro: “¡Oh, pobrecito! ¿Cuándo?”. Jesús: “Con los primeros calores fuertes… Echándonos mucho de menos…”. Pedro: “¡Oh, pobre Juan!… Pero, claro… ¡estaba consumido!… Y el dolor de habernos separado… ¡Todo por esas serpientes! ¡Si supiera su nombre!… Lee en voz alta, Señor. ¡Yo quería mucho a Juan!”. Jesús: “Después. Después leeré. Por ahora cállate”. ■ Jesús lee atentamente. Pedro estira su cuello para ver… Jesús acabó ya de leer, envuelve el folio y dice: “Llama a mi Madre”. Pedro: “¿No vas a leer?”. Jesús: “Espero a los demás… Entre tanto voy a decir adiós al que trajo esto”. Y, mientras Pedro entra en la casa donde están las discípulas con Juana, Jesús se dirige al griego: “¿Cuándo partes?”. Griego: “Debo ir a Cesarea, donde el Procónsul, y, después de comprar una serie de artículos, voy a Joppe. Partiré dentro de un mes, a tiempo de evitar tempestades de Noviembre. Me marcho por mar. ¿Me necesitas para algo?”. Jesús: “Sí. Para responder. La griega me dice que me puedo fiar de ti”. Griego: “Dicen que somos falsos. Pero también tenemos la capacidad de no serlo. Fíate de mí. Puedes preparar el escrito y buscarme para los Tabernáculos en casa de Cleante, el que me provee de quesos de Judea para las mesas de los romanos: tercera casa después de la fuente de Betfagé; no te puedes confundir”. Jesús: “Tú tampoco te puedes confundir, si sigues por el camino en que has puesto pie. Adiós, hombre. Que la civilización griega te conduzca a la cristiana”. ■ Las mujeres están en el atrio y comentan con Pedro la muerte de Juan. Ya han vuelto también los otros, los que se habían quedado por la ciudad… Todos comentan lo de Juan de Endor, y se mueren de ansias por saber más. La Virgen  dice a Jesús: “¡Murió ya, Hijo!”. Jesús: “Sí. Está en la paz”. Virgen: “Verdaderamente ha terminado ya de padecer”. Jesús: “Salió definitivamente ya de la cárcel”. Virgen: “Hubiera sido justo que no hubiera sufrido la última agonía del destierro”. Jesús: “Le sirvió para  purificarse”. Pedro: “¡Oh, a mí no me gustaría esta purificación! Cualquiera otra, pero ¡no morir lejos del Maestro!”. Andrés, repitiendo lo que otros dijeron, dice: “Y sin embargo… todos moriremos así… ¡Maestro, llévanos contigo!”. Jesús: “No sabes lo que pides, Andrés. Este es vuestro puesto hasta que os llame. Escuchad lo que escribe Síntica.
*  Primer folio. El griego Zenón. La fuerza cristiana será la fuerza romana: a pesar de que Roma estrangula toda fe que no sea la que ella quiera. Por la romanidad pagana debe empezarse la conquista de los espíritus para la Verdad.- ■ “«Síntica de Cristo al Cristo Jesús, salud:
. El hombre que te llevará estos folios es un connacional mío. Me ha prometido buscarte hasta encontrarte, y reservar como último lugar Betania, donde dejará la carta, en casa de Lázaro, si no hubiera podido encontrarte en ningún sitio. Es una persona que se resarce como puede de todo el mal que de Roma ha recibido, él y sus antepasados. Tres veces Roma descargó su mano sobre ellos, de muchas maneras, y siempre con sus métodos. Él, con sutileza griega, dice que ahora ordeña las vacas tiberinas para hacerles escupir las cabras helénicas. Es proveedor de la casa del Legado y de muchas casas de esta pequeña Roma y gran ciudad reina de Oriente. Y además, después de con los refinamientos para los ricos, ha logrado hacerse con los aprovisionamientos para las cohortes de Oriente, con astuto modo, hecho de agasajos serviles que cubren un odio incurable. No apruebo su método. Pero cada uno tiene sus maneras. Yo habría preferido el pan mendigado por el camino, antes que las arcas de oro recibidas del opresor. Y así habría hecho siempre, si ahora otro motivo —que no es la ganancia para mí— no me hubiera empujado a imitar al griego para mi objetivo. ■ Pero en el fondo es un buen hombre, y su mujer también es buena, y sus tres hijas y el hijo. Los he conocido en la pequeña escuela de Antigonia, y, habiendo enfermado al principio de la primavera la madre, la curé con el bálsamo, y así entré en la casa de ellos. Muchas casas me habrían recibido con gusto como maestra y bordadora. Casas nobles y casas de comerciantes. Pero he preferido ésta por un motivo que no es el que sea casa de griegos. Ahora te explicaré. ■ Te suplico conmiseración para Zenón, si bien no puedes aprobar su pensamiento. Es como ciertos terrenos áridos, cuarzosos en la superficie, pero magníficos bajo la costra dura. Espero lograr hacer desaparecer esta costra creada por tanto dolor y poner al descubierto el buen terreno. Sería una gran ayuda para tu Iglesia, siendo Zenón, como es, conocido, y estando, como está, relacionado con tantos de Asia menor y Grecia, de Chipre y Malta, e incluso de Iberia, donde, en todas partes, tiene parientes y amigos, griegos como él y perseguidos, o también romanos, soldados o de las magistraturas, útilísimos un día para tu causa. ■ Señor, mientras escribo, desde una de las terrazas de la casa, veo Antioquía, con sus embarcaderos en el río, el palacio del Legado en la isla, y sus vías regias, sus murallas con sus cuantiosas torres potentes. Y, si me vuelvo, veo la cresta del Sulpio, que se cierne sobre mí, con sus cuarteles; y veo el otro palacio del Legado. Así, estoy entre las dos manifestaciones del poder romano, yo, pobre mujer sujeta, sola. Pero no me dan miedo. Es más, pienso que lo que no pueden la ira de los elementos y la fuerza de todo un pueblo amotinado, lo hará la debilidad que no da sombra, la aparente debilidad —despreciable para los poderosos— de quien es una fuerza porque posee a Dios: a Ti. ■ Pienso, y te lo digo, que esta fuerza romana será la fuerza cristiana cuando te haya conocido, y que se deberá empezar el trabajo por las ciudadelas de la romanidad pagana, porque ellas serán siempre las dueñas del mundo y una romanidad cristiana querrá decir una cristiandad universal. ¿Esto cuándo? No lo sé. Pero siento que será. Y de aquí que mire con una sonrisa a estos testimonios de potencia romana, pensando en aquel día en que pondrán las enseñas y su fuerza al servicio del Rey de los reyes. Las miro como se mira a amigos útiles que aún no saben que lo son, que harán sufrir antes de ser conquistados, pero que, una vez conquistados, te llevarán a Ti, llevarán el conocimiento de Ti, hasta los confines del mundo. ■ Yo, pobre mujer, oso decir a mis hermanos en Ti, a mis hermanos mayores, que cuando llegue la hora de la conquista del mundo para tu Reino, no por Israel —demasiado cerrado en su rigorismo mosaico exacerbado por el farisaico y por las otras castas, como para ser conquistado—, sino por aquí, por el mundo romano, por sus extremidades —los tentáculos con que Roma estrangula toda fe, todo amor, toda libertad que no sean las que ella quiera, las que le son útiles—, por aquí deberá empezarse la conquista de los espíritus para la Verdad. ■ Tú lo sabes, Señor. Pero yo hablo para los hermanos que no pueden creer que también nosotros, los gentiles, tengamos aspiración al Bien. A los hermanos digo que bajo la coraza pagana hay corazones desilusionados del vacío pagano, asqueados de la vida que llevan porque así es costumbre, cansados de odio, de vicio, de insensibilidad. Hay espíritus honestos, pero que no saben dónde apoyarse para hallar satisfacción a su aspiración al Bien. Dadles una Fe que apague su sed. Morirán por ella, llevándola cada vez más adelante cual antorcha en las tinieblas, como los atletas de los juegos helénicos»”. ■ Jesús enrolla el primer folio y, mientras los que están escuchando comentan el estilo, la fuerza, las ideas de Síntica, y se preguntan por qué ya no está en Antigonia, Jesús abre el segundo folio.
* Segundo folio. Convencida de esto, Síntica ha cambiado Antigonia por Antioquía.- Juan de Endor, en los últimos momentos, no fue más que un amor que hablaba.- Si Juan ha muerto, «tu Pasión no tardará en cumplirse».- ■ Pedro, que hasta ahora ha estado sentado, vuelve a acercarse, co­mo para oír mejor, y otra vez, arrimándose a Jesús, se alza sobre la punta de sus pies. Jesús le dice sonriendo: “Simón, hace mucho calor; tú me ahogas. Vuelve a tu sitio. ¿No has oído hasta ahora?”. Pedro: “¿Oído? Sí. Pero no he visto. Y ahora quiero ver, porque Tú cambiaste y lloraste desde ese folio… Y no es sólo por Juan… Se sabía que estaba a las puertas de la muerte…”. Jesús sonríe, pero, para impedir a Pedro ojear el escrito por detrás de los hombros, se pega a la columna más cercana, sin preocuparse de que se aleja de la luz de la lámpara, que si no ilumina el folio, ilumina, sí, la cara de Jesús. Pedro, bien decidido a ver, a entender, arrastra una banqueta, frente a Jesús, y se sienta, y tiene los ojos fijos en el rostro del Maestro, que lee: ■ “«Tanto estoy convencida de esto, que, habiéndome quedado sola, he dejado Antigonia por Antioquía, segura de poder trabajar más en este terreno —donde, como en Roma, todas las razas se funden y se mezclan— que donde impera Israel… No puedo yo, mujer, partir a la conquista de Roma. Pero, si la Urbe me es inalcanzable, yo, en la hija más bella de la Urbe, la más semejante a la madre en todo el Orbe, siembro… ¿En cuántos corazones caerá la semilla? ¿En cuántos germinará? ¿En cuántos será transportada a otros lugares y esperará a los apóstoles  para germinar? No lo sé. No pido saberlo. Yo hago. Ofrezco al Dios que he conocido, y que sacia mi espíritu y mi intelec­to, el trabajo. En este Dios creo, como en el Dios único y omnipoten­te. Sé que no defrauda al que es de buena voluntad. Esto me basta y me sostiene en el obrar. ■ Maestro, Juan murió el sexto día antes de las nonas de Junio según calculan los romanos, algo así como a principios del mes de Tammuz, según calculan los hebreos. Señor… ¿Qué necesidad hay de decirte lo que ya sabes? Pero voy a decírtelo por los hermanos. Juan de Endor murió como un justo y, teniendo en cuenta sus sufrimientos, podría decir que murió como un mártir. Le asistí con la compasión que una mujer puede tener, con todo el respeto que se tiene por un héroe, con todo el amor que se tiene por un hermano. Pero no fue suficiente para impedir que yo, al ver tal sufrimiento, pidiese al Altísimo, no por asco o por fastidio, que se lo llevase a su paz. Él repetía: ‘A la libertad’. ¡Qué palabras salían de su boca! ¿Es que puede subir a tanta luz de sabiduría un hombre que, como él decía, ha descendido hasta el fondo? ¡Oh, la muerte es ciertamente el misterio que revela nuestro origen, y la vida es el escenario que esconde el misterio! Un escenario que se nos da sin motivos ornamentales, donde nosotros podemos realizar lo que queramos. Él había escrito muchas cosas, no todas dignas de leerse; pero las últimas fueron sublimes. Del sombrío cielo de abajo, en que había bosquejos de dolor humano y de humana violencia, pasó, cual sabio artífice, a signos cada vez más luminosos, y había decorado de virtudes los últimos días de su vida cristiana, dedicada a Ti, para terminar en una luz radiante de alma perdida en la divinidad. Te lo aseguro: no habló, sino que cantó su último poema. No murió, sino que resucitó. Y no pude distinguir exactamente cuándo hablaba todavía el hombre y cuándo hablaba ya el alma hija de Dios. ■ Señor, he leído, Tú lo sabes, todas las obras de los filósofos, buscando un alimento al alma por las dobles cadenas de la esclavitud y del paganismo. Pero eran obras de hombre. En este caso, no eran ya palabras de hombre, sino de superhombre, de espíritu regio, más: de espíritu semidivino. Yo he tutelado el misterio, que además no habría sido comprendido por nuestros huéspedes, buenos con el hombre, pero israelitas en el más amplio y completo sentido de la palabra… Y cuando en los últimos toques del amor Juan fue solo un amor hablante, alejé a todos y recogí yo sola lo que Tú ciertamente sabes… Señor… este hombre murió, ha salido por fin de la carne, ha ido a la libertad, como él decía con el hilo de voz de los últimos días, y con la mirada encendida en éxtasis, apretándome la mano y descubriéndome con sus palabras el Paraíso. Este hombre murió enseñándome a vivir, a perdonar, a creer, a amar. Murió preparándome al último momento de mi vida. Señor, todo lo sé. Él me había instruido a cerca de los profetas en las noches de invierno. Conozco el Libro como si fuese una verdadera israelita. Pero también comprendo lo que los Libros no dicen claramente… Maestro y Señor mío… quiero imitarle. Y quisiera obtener el mismo favor, pero me imagino que es más heroico no pedirlo, y cumplir con tu voluntad…»”. ■ Jesús dobla el folio y trata de tomar el tercero. Pedro grita: “¡No, no, Maestro!  No está bien… todavía queda algo. No puede terminar de este modo el folio. ¡No has leído todo! ¿Qué razón hay, Señor? Vosotros, protestad. Síntica escribió muchas cosas para nosotros más que para Él, y Él no quiere leerlas”. Jesús: “¡No insistas, Pedro!”. Pedro: “Claro que tengo que insistir. Mira que si insisto. He visto que tu ojo iba más abajo de golpe, y que, pude ver, no leíste las últimas líneas. No estaré tranquilo hasta que leas las últimas líneas de ese pergamino. ¡Antes lloraste!… ¿Y qué? ¿Acaso hay razón para llorar en lo que acabaste de leer? Duele, sí, saber que murió… ¡pero una muerte así no hace llorar! Yo creía que hubiera muerto mal, perdiendo su espíritu… Sin embargo… ¡Lee, anda! ¡Madre! ¡Juan! Vosotros que siempre obtenéis todo…”. Virgen: “Escúchale, Hijo mío, y si hay algo que duela, todos beberemos del mismo cáliz…”. Jesús: “Se haga como queréis. ■ «Conozco el Libro como una verdadera israelita. Pero también sé lo que el Libro no especifica, o sea, que tu Pasión ya no tardará en cumplirse, porque Juan ya murió y Tú le prometiste breve tiempo en el Limbo. Él me lo dijo. Me dijo que le habías prometido que le sacarías de aquí antes de que conociera cómo puede ser y a dónde puede llegar el odio de Israel hacia Ti, y ello para impedir que por amor a Ti odiase a tus torturadores. Ahora él ha muerto… Tú estás, por tanto, próximo a morir… No. A vivir. A una vida que consiste en vivir tu Doctrina, contigo mismo dentro de nosotros, con la Divinidad en nosotros, una vez que tu Sacrificio nos haya devuelto la vida del alma, la Gracia, la unión con el Padre, con el Hijo, con el Espíritu Santo. ■ Maestro, Salvador mío, Rey mío, Dios mío… la tentación que tuve de irme a donde estás fue muy fuerte desde que Juan está durmiendo en el sepulcro y descansa con  la esperanza de verte. Quería estar contigo para estar con las otras al pie de tu ara. Pero las aras se adornan no solo con la víctima, sino también con guirnaldas en honor del Dios en cuyo honor se celebra el sacrificio. Y deposito mi guirnalda de violetas de discípula lejana a los pies de tu ara. Depongo allí la obediencia, el sacrificio, la pena de no verte ni de escucharte… ¡Será algo duro! Y mucho más ahora que tus conversaciones sobrenaturales con Juan han terminado y yo no puedo disfrutar más de ellas… Señor, levanta tu mano en dirección de tu sierva para que sepa cumplir solo con tu voluntad y sepa servirte»”. ■ Jesús dobla el folio y mira la cara de los presentes. Todas están pálidas. Pedro en voz baja dice: “No comprendo por qué llorabas… creí que se trataba  de otra cosa…”. Jesús: “Lloré porque comparaba al uxoricida y galeoto, y a la esclava pagana, con muchos de Israel”. Pedro: “¡Comprendido! Te llena de angustia que los hebreos sean inferiores a los gentiles; y los sacerdotes y príncipes a los galeotes. Tienes razón. ¡He sido un pedazo de alcornoque! ¡Qué mujer es Síntica! ¡Fue una desgracia que hubiera partido…!”.
* Tercer folio. Síntica empieza hablando sobre su vida en Antioquía: en casa de Zenón. No busca ni a ricos ni a mercaderes sino almas y almas griegas y romanas porque siente que por ellas debe empezar la expansión de la Doctrina en el mundo.- El soldado Alejandro se acerca a la Verdad.- ■ Jesús desenrolla el tercer folio y lee lo que dice Síntica: “«Y que sepa imitar completamente al discípulo y al hermano que está ya en paz, que partió después que cumplió con todas las purificaciones… en tu honor y para endulzar tus sufrimientos»”. Pedro exclama: “¡Ah! ¡No, eso no!”. Y ha saltado con agilidad encima del asiento antes de que Jesús haya podido separarse, y ve que no es posible haber llegado ya a donde Jesús mira. Hay que tener en cuenta que el pergamino se enrolla en sí mismo a medida que por arriba se le va soltando;  por lo cual,  muchas líneas escritas están ya ocultas en lo alto del folio. Jesús levanta su cabeza y con rostro más bien triste que alegre, con un rostro más bien dulce que enérgico, empuja a su discípulo diciéndole: “¡Pedro, tu Maestro, sabe lo que te conviene! Deja que Yo te dé lo que para ti es bueno…”. Pedro siente algo a través de esas palabras, y más que con ellas, con la mirada de Jesús, tan suplicante, y en cuyo rostro brilla una lágrima que está a punto de caer. Se baja del asiento diciendo: “Obedezco… ¿Pero, qué podrá ser lo que hay ahí?”. ■ Jesús reanuda la lectura: “«Y ahora que he hablado de otros, hablo de mí. He dejado Antigonia después de la sepultura de Juan. No porque me tratasen mal, sino porque sentía que ése no era mi lugar. ¿Por qué lo sentía? No lo sé. Lo sentía. Como te he dicho, había conocido a muchas familias porque muchos habían venido a nosotros. He preferido quedarme en la de Zenón, precisamente porque está en el ambiente en que espero trabajar. Una mujer romana quería que viviera en su espléndida casa, junto a la Columnata de Herodes. Una siria riquísima me invitaba como maestra al taller de tejidos que su marido, que es de Tiro, ha abierto en Seleucia. Una viuda prosélito, madre de siete niñas, que vive cer­ca del puente Seleucio, quería que viviera con ella, por respeto a Juan, maestro de los niños. Una familia greco-asiria, con almacenes en una calle cerca del Circo, solicitaba que fuera a ella, porque en el tiempo de los juegos podía ser útil. En fin, un romano, que había si­do centurión, creo, sin duda militar, y que se había quedado aquí no sé exactamente con qué obligación, curado también con el bálsamo, insistía para tenerme en su casa. No. No quería los ricos, ni los mer­caderes. Quería almas, y almas griegas y romanas, porque siento que por ellas debe empezar la expansión de tu Doctrina en el mundo. ■ Y aquí estoy, en casa de Zenón, en las laderas del Sulpio, cerca de los cuarteles. La ciudadela se cierne amenazadora desde la cima. Y, sin embargo, a pesar de ser tan adusta, es mejor que los ricos pala­cios del Onfolo y del Ninfeo, y tengo amigos en ella. Un soldado que te conoce, de nombre Alejandro: un sencillo corazón de niño dentro de un cuerpo grande de soldado. Y el mismo tribuno, llegado hace poco de Cesárea, bajo su clámide tiene un corazón recto. Dentro de su tosca sencillez, se acerca más a la Verdad Alejandro. Pero tampo­co el tribuno, que te admira como a un orador perfecto, un filósofo «divino», como él dice, es hostil a la Sabiduría, aunque todavía no pueda acoger la Verdad. Conquistar a éstos y a sus familias con un mínimo de tu conocimiento significa esparcir la semilla de este cono­cimiento a septentrión y a mediodía, a oriente y a occidente, porque los soldados son como granos agitados por el aventador, o mejor: ta­mo que el molino del viento, en este caso la voluntad de los Césares y las necesidades de dominio, esparce por todas partes. ■ Cuando llegue un día en que tus apóstoles, como pájaros lanza­dos a volar, se esparzan por la Tierra, gran ayuda será para ellos el encontrar en los lugares de apostolado uno, uno sólo, aunque sea uno solo que no ignore tu venida. Por esta idea cuido también, de los gladiadores, los cuerpos dolientes de los viejos y los heridos de los jó­venes; por esto mismo, ya no evito a las mujeres romanas; por esto soporto a quienes eran causa de dolor para mí… Todo. Por Ti. Si yerro, aconséjame con tu sabiduría. Sólo que sepas, pero ya lo sabes, que mis errores provienen de deficiencias, no de malicia. ■ Señor, tu sierva te ha dicho muchas cosas… Nada, respecto a lo mucho que tengo en el corazón. Pero Tú ves mi espíritu. Señor… ¿cuándo veré tu rostro? ¿Cuándo veré de nuevo a tu Madre?, ¿y a los hermanos?… La vida es un sueño que pasa. Pasará la separación. Estaré en Ti, y con ellos, y será la alegría y la libertad para mí, tam­bién para mí, como para Juan. Me postro a tus pies, mi Salvador. Bendíceme con tu paz. A María de Nazaret, a las discípulas, paz y bendición. A los apóstoles y a los discípulos, paz y bendición. A ti, Señor, gloria y amor». ■ He leído. Madre, ven conmigo. Vosotros esperadme. O descan­sad. No regreso. Estaré en oración con mi Madre. Juana, si alguno me busca, estoy en el cenador de cerca del lago”. ■ Pedro ha apartado un poco a María y le dice algo, intranquilo pe­ro en voz baja. María le sonríe y susurra algo. Luego alcanza a su Hijo, que sigue el sendero apenas visible en la noche.
* En el tercer folio: la parte de la carta de Síntica que Jesús quiere compartir solo con su Madre, se habla también del traidor.- “¿Qué quería Simón de Jonás?”, pregunta Jesús a su Madre. “Saber, Hijo mío. Es como un niño… un niño grande… Pero es muy bueno”. Jesús: “Sí, es muy bueno. Y te ha rogado a ti, que eres buenísima, para saber… Ha descubierto el punto débil: tú y Juan. Lo sé. Hago como que no lo sé, pero lo sé. Pero no puedo ceder siempre para complacer­le…”. Y al ver que Jonatás viene con una lámpara de plata y con unos almo­hadones que ahora dispone en la mesa y en los asientos del cenador, dice: “No hacía falta, Jonatás. Podíamos estar también sin luz”. Jonatás: “Lo ha ordenado Juana. La paz a Ti, Maestro”. “Y a ti”. Se quedan solos. ■ “Decía que no siempre puedo complacerle. Esta noche no podía. Solo tú puedes conocer los puntos que he callado. Te he llamado para esto, y también para estar contigo, Mamá… Para Mí, estar contigo en las últimas horas antes de la separación es acumular tanta dulce fuerza, que me siento rico de ella para muchas horas de soledad en medio del mundo, que no me comprende o que me comprende mal. Y estar contigo en las primeras horas de un regreso es tomar nuevas fuerzas, después de todos lo cálices que debo beber en el mundo… tan desagradables y amargos”. María le acaricia sin hablar. Erguida junto a Él que está sentado es la Madre que conforta a su Hijo. Pero Él hace que se siente y dice: “Escucha…”, y entonces María, en posición atenta, sentada frente a Él, pasa a ser la discípula pendiente de los labios de Jesús Maestro. ■ “Síntica escribe, hablando de Antioquía: «Aquí la voluntad —no sé distinguir dónde cesa la de los hombres y empieza la de Dios, porque no soy sabia— aquí la voluntad, más fuerte que mi deseo, me ha traído, y quién sabe si no habrá sido todo voluntad de Dios. Lo cierto es que, casi seguro por una gracia del Cielo, ahora le tengo amor a esta ciudad que, con las cimas del Casio y del Amaro custodiándola desde dos lados, y las crestas verdes de las Montañas negras más lejos, mucho me recuerda a la patria perdida. Y tengo la impresión de que sea el primer paso de regreso hacia mi tierra, y no paso de peregrina cansada que vuelve para morir, sino de mensajera de vida que viene a dar vida a quien fue para ella madre. Tengo la impresión de que desde aquí, golondrina descansada para el vuelo y nutrida de Sa­biduría, tuviera que volar a la ciudad en que vi la luz y de la cual quie­ro, quisiera subir a la Luz después de dar la Luz que me fue dada. ■ Mis hermanos que conmigo se encuentran en Ti, yo lo sé, no aprobarían este pensamiento. Quieren sólo para ellos tu sabiduría. Pero se equivocan. Un día com­prenderán que el mundo espera, y que el mundo despreciado será el mejor. Yo les preparo el camino a ellos. No sólo aquí, sino con cuan­tos convergen aquí y luego regresan a sus tierras; y no distingo mu­cho si son gentiles o prosélitos, griegos o romanos, o de otras colonias del imperio y de la Diáspora. Hablo, suscito deseos de conocerte… El mar no está hecho de una nube vaciada; está hecho de nubes y nubes y nubes que vacían sus aguasen la Tierra y vierten al mar. Yo seré una nube. El mar será el cristianismo. Quiero multiplicar el conocimien­to de Ti para contribuir a formar el mar del cristianismo. Yo, griega, sé hablar a los griegos, no tanto con el idioma cuanto con la com­prensión… Yo, que fui esclava de los romanos, sé trabajar con los ro­manos, cuyos puntos sensibles conozco. Y, por el tiempo que he vivido entre los hebreos, sé también cómo tratar a éstos, especialmente aquí, donde los prosélitos son numerosos. Juan ha muerto para tu gloria. Yo viviré para tu gloria. Bendice nuestros espíritus» ■ Y más abajo, donde se habla de la muerte de Juan, donde Yo no quise que Simón leyese, está escrito: «Juan ha muerto después de haber cumplido con todas las purificaciones, aun la extrema, de perdonar a quienes con su conducta le mataron y te obligaron a que le alejases de Ti. Conozco el nombre de éstos, por lo menos el del principal. Juan me lo reveló cuando me dijo: ‘Desconfía siempre de él. Es un traidor. Me traicionó, traicionará a Él y traicionará a sus compañeros. Pero le perdono, a Iscariote, como Él le perdonará. Es tan grande el abismo en que yace, que no quiero excavarlo más no perdonándole el haberme matado separándome de Jesús. Mi perdón no le salvará. Ninguna cosa le salvará, porque es del demonio. No debería decirlo, yo que fui un asesino, pero en mí había al menos una ofensa que me hacía perder el juicio. Él arremete contra quien no le ha hecho ningún mal y terminará traicionando a su Salvador. Pero le perdono, porque la bondad de Dios ha hecho de su odio contra mí, mi bien. ¿Ves? He expiado todo completamente. Él, el Maestro, me lo dijo ayer por la tarde. Todo lo he expiado. Ahora salgo de la cárcel. Ahora entro verdaderamente en la libertad, libre aun del peso del recuerdo del pecado de Judas de Keriot hacia un infeliz que había encontrado la paz junto a su Señor’. ■ Yo también, siguiendo su ejemplo, le perdono el haberme arrancado de tu lado, de tu Madre bendita, de las hermanas discípulas, de poder oírte, de seguirte hasta la muerte, para poder estar presente en tu triunfo de Redentor. Lo hago por Ti, en tu honor y para aliviar tus sufrimientos. Estate tranquilo, Señor mío. El nombre del oprobio que está en las filas de tus secuaces no saldrá jamás de mis labios, e, igualmente, no saldrá de mis labios lo que oí de Juan, cuando su yo hablaba con tu invisible Presencia, con tu Presencia que le daba alegría. Dudé mucho si ir a verte, antes de establecerme en mi nueva morada. Pero comprendí que me habría traicionado el desprecio tan profundo que siento por Iscariote y que te habría perjudicado ante tus enemigos. Así pues sacrifiqué este consuelo también… con la seguridad de que el sacrificio no quedará sin fruto y sin premio». ■ Esto es, Madre. ¿Podría leer esto a Simón?”. Virgen: “No. Ni a él, ni a los otros. En medio de mi dolor siento ya la alegría de la muerte santa de Juan… Hijo oraremos para que él sienta nuestro amor y… para que Judas no sea el oprobio… ¡Oh, es horrible!… Y con todo… perdonaremos…”. Jesús: “Vamos a orar…”. Se ponen de pie y oran a la luz temblorosa de la lámpara, entre los ramajes que se mueven, mientras la resaca parece suspender su choque contra la playa… (Escrito el 23 de Julio de 1946).
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7-465-243 (8-158-237).- Despedida de Betsaida y Cafarnaúm.- J. Iscariote se muestra torvo, turbado.
* Visitas que suenan a despedidas.- ■ Jesús se queda en la cocina con Marziam y se despide de los dueños de la casa. Pero no les dice: «no voy a volver», y tampoco dice esto, pasando por la calle, a quienes, de Cafarnaúm, le ven y le saludan. Sencillamente les responde con su saludo acostumbrado. Se detiene solo en la casa de Jairo. Pero Jairo todavía no ha llegado. Encuentra junto a la fuente a la viejecita que vive cerca de la casa de la madre del pequeño Alfeo y le dice: “Dentro de poco vendrá aquí una viuda. Te buscará. Viene a vivir aquí. Procura ser su amiga y ama mucho al niño y a sus hermanos… Hacedlo santamente, en nombre mío…”. Prosigue caminando y de sus labios se oye: “Hubiera querido haber saludado a todos los niños…”. Zelote: “Puedes hacerlo, Maestro. ¿Por qué no has descansado? Estás muy fatigado. Tu rostro está pálido y tus ojos se ven cansados. Te va a hacer mal… Todavía hace calor y seguro que no has dormido ni en Tiberíades ni allí donde Cusa…”. Jesús: “No puedo, Simón. Tengo que ir a algunos lugares y hay poco tiempo…”. ■ Han llegado junto a la orilla. Jesús llama a los trabajadores de Pedro y los saluda, y les da órdenes de que la barca sea llevada al pueblo que está antes de Ippo y que se le devuelva a un tal Saúl de Zacarías. Toma el camino sombreado que corre a lo largo del río. Lo sigue hasta un cruce y se adentra por esta parte. Zelote, que ha venido hablando en voz baja con sus compañeros, pregunta: “¿A dónde vamos, Señor?”. Jesús: “A la casa de Judas y Ana y luego a Corozaín. Quiero saludar a mis buenos amigos…”. Otra vez las miradas furtivas de los apóstoles y otra vez el murmullo de voces. ■ Finalmente Santiago de Alfeo se adelanta, alcanza a Jesús que va delante de todos con Marziam. Le dice: “Hermano, ¿no vamos a regresar más a estas partes, pues dices que quieres saludar a otros amigos? Queremos saberlo”. Jesús: “Claro que regresaréis, pero después de varios meses”. Santiago: “¿Y Tú?”. Jesús hace un gesto evasivo… Marziam se separa, discretamente, para reunirse con los demás, esto es, con todos los demás excepto Santiago de Alfeo, que está con Jesús, y con Judas de Keriot, que va solo, en la cola, más bien taciturno, algo así como desganado. Santiago, poniendo una mano en el hombro de Jesús, pregunta: “Hermano, ¿qué te ha sucedido?”. Jesús: “¿Por qué lo preguntas?”. Santiago: “Porque… No sé. Todos nos lo preguntamos. Nos pareces cambiado… Viniste solo con Juan… Simón ha dicho que habías estado como invitado en casa de Cusa… No descansas… No saludas sino a pocos… Da la impresión de que no quieres volver aquí… Y tu cara… ¿No podemos saber algo más? ¿Ni siquiera yo?… Tú me amabas… Me has dicho cosas que tan solo yo sé…”. Jesús: “Todavía te amo. Pero no tengo nada que decir. Perdí un día más de lo previsto. Lo recupero”. Santiago: “¿Es necesario ir hacia el norte?”. Jesús: “Sí, hermano”. Santiago: “Entonces… ¡Has sufrido! Lo siento…”. Jesús le abraza pasándole un brazo por detrás de la espalda a su primo: “Ha muerto Juan de Endor. ¿Lo sabías?”. Santiago: “Me lo dijo Simón mientras preparaba los vestidos. ¿Y otras cosas?…”. Jesús: “Dejé a mi Madre”. Santiago: “¿Y más cosas?”. Santiago, de estatura más baja que Jesús, le mira de abajo a arriba, insistente, curioso. Jesús: “Pues estoy contento de estar contigo, con vosotros, con Marziam. Lo tendré conmigo por algunos meses. Tiene necesidad. Está triste y sufre. ¿Lo sabes?”. Santiago: “Sí. Pero no es nada de esto… No quieres decírmelo. No importa. Te sigo queriendo aunque no me trates como amigo”. Jesús: “Santiago, eres para Mí más que un amigo. Pero mi corazón necesita descansar…”. ■ Santiago: “Y, por tanto, no hablar de lo que para Ti constituye dolor. Entendido. ¿Es Judas el que te causa dolor?”. Jesús: “¿Judas? ¿Tu hermano?”. Santiago: “No. El otro”. Jesús: “¿Por qué esta pregunta?”. Santiago: “No sé. Mientras estabas fuera, uno, enviado por no sabemos quién, vino a buscar a Judas varias veces. Él no lo quiso admitir, pero…”. Jesús: “En cada acción de Judas vosotros veis un delito. ¿Por qué faltar a la caridad?”. Santiago: “Porque él se muestra siempre tan torvo, tan turbado. Evita a los compañeros. Se ve que no tiene ganas de nada…”. Jesús: “Déjale en paz. Hace más de dos años que está con nosotros y siempre ha sido así… Piensa qué felices van a ser los viejos. ¿Y sabes por qué voy allá? Quiero encargarles al pequeño carpintero de Corozaín…”. Se alejan hablando. Detrás de ellos, en grupo, siguen los apóstoles que han esperado a Judas para no dejarle atrás solo, a pesar de que esté tan visiblemente hastiado, que no despierta ningún interés de tenerle al lado. (Escrito el 1 de Agosto de 1946).
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(<Una vez de haber dejado a los ancianos cónyuges Judas y Ana, camino hacia Corozaín —de cuyos pocos fieles se ha despedido también—, hace unas advertencias a los apóstoles>)
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7-467-257 (8-160-251).- Advertencias a los apóstoles sobre los engaños de sus enemigos.
* “Pensad que sois mis apóstoles, siervos, por lo tanto, solo de Dios, como Yo soy siervo solo de la voluntad del Padre. Tratarán de seduciros, tal vez ya lo han hecho”.- ■ Se reagrupan. Jesús les dice: “Estaba diciendo a Simón —y lo digo a todos, porque no tengo secretos con mis amigos— que mis enemigos han cambiado de sistema para hacerme daño, pero no han cambiado su modo de pensar respecto a Mí. Por esto, como antes empleaban el insulto y la amenaza, ahora emplean los honores con que honrarán a Mí y a vosotros. Sed fuertes y sabios. No os dejéis engañar con sus palabras mentirosas, ni con sus regalos, ni seducciones. Recordad lo que dice el Deuteronomio: «Los regalos ciegan los ojos de los sabios y alteran las palabras del hombre justo» (1). Recordad a Sansón. Era Nazareo de Dios (2) desde su nacimiento, mejor dicho desde el vientre de su madre, que le concibió y le formó guardando abstinencia por orden del ángel, para que fuese un justo juez de Israel. ¿Pero dónde terminó tanto bien? ¿Y en qué modo? ¿Y por quién? ¿Y no es verdad que otras veces, con honores y dinero y con mujeres vendidas, fue abatida la virtud para hacer el juego a los enemigos? Ahora, estad despiertos y vigilad para que no os engañen y para no servir, aun inconscientemente, a los enemigos. Sabed manteneros libres como los pájaros, que prefieren el escaso alimento y la rama para su descanso, antes que las doradas jaulas, donde hay mucha comida y buen nido, pero donde son prisioneros del capricho de los hombres. ■ Pensad que sois mis apóstoles, siervos, por lo tanto, solo de Dios, como Yo soy siervo solo de la voluntad del Padre. Tratarán de seduciros, tal vez ya lo han hecho, atacándoos por el punto más débil, porque los siervos del Mal son astutos, pues son instruidos por el Maligno. No creáis a sus palabras. No son ciertas. Si lo fuesen, sería el primero en deciros: «Saludemos a estos como a unos buenos hermanos nuestros». Por el contrario, hay que desconfiar de sus obras y orar por ellos para que se hagan buenos. Yo lo hago. Ruego por vosotros para que no seáis arrastrados al engaño en la nueva lucha y ruego por ellos, para que dejen de tramar engaños contra el Hijo del hombre y de ofender a Dios su Padre. Imitadme. Rogad mucho al Espíritu Santo, que os dé sus luces para ver. Sed puros si queréis tenerlo por amigo. Yo, antes de dejaros, os quiero fortificar. Os absuelvo si habéis pecado. De todo absuelvo. Sed buenos en el futuro. Buenos, sabios, castos, humildes y leales. La gracia de mi absolución os fortifique…”.
* Los apóstoles está turbados. Palabras consoladoras de Jesús.- Iscariote besa a Jesús y pide rogar por él.-Jesús: “Por qué lloras Andrés? ¿Y tú, hermano mío, por qué te turbas?”. Andrés dice: “Porque esto me sabe a un adiós…”. Jesús: “¿Y piensas que con estas pocas palabras me despediría? No es sino un consejo para estos tiempos. Veo que estáis turbados. No está bien. La turbación quita la paz. Siempre debe haber paz en vosotros. Estáis al servicio de la Paz y Ella os ama tanto que os eligió como a los primeros siervos suyos. Os ama. Debéis pues pensar que siempre os ayudará, aun cuando os quedéis solos. La Paz es Dios. Si sois fieles a Dios, Él estará en vosotros. Y con Él en vosotros ¿a quién podréis temer? ¿Y quién podrá separaros de Dios, si no os ponéis en ocasión de perderle? Solo el pecado separa de Dios. Pero el resto: tentaciones, persecuciones, muerte, ni siquiera la muerte, separan de Dios. Es más, unen más a Él, porque toda tentación vencida es un escalón más hacia el Cielo; porque las persecuciones os obtienen un redoblado amor protector de Dios; y la muerte del santo o del mártir no son sino fusión con el Señor Dios. ■ En verdad os digo que fuera de los hijos destinados a la perdición, ninguno de mis grandes discípulos morirá antes que Yo haya abierto las puertas del Cielo. Por tanto, ninguno de mis fieles discípulos tendrá que esperar al abrazo de Dios, tras haber pasado de este destierro de tinieblas a las luces de la otra vida. No os diría esto, si no fuese verdad. Hoy mismo habéis visto cómo un hombre, después de su extravío, ha regresado al camino de la justicia. No está bien pecar. Pero Dios es misericordioso y perdona a quien se arrepiente. Y quien se arrepiente puede superar al que no ha pecado, si su arrepentimiento es absoluto y es heroica la virtud que sigue. ¡Qué cosa tan dulce será encontrarnos allá arriba! Veros subir a donde estoy, correr Yo a vuestro encuentro, abrazaros, llevaros ante mi Padre y decir: «He aquí a un amado mío. Siempre me amó y te amó a Ti desde que le hablé de Ti. Ahora acaba de llegar. Bendícelo, Padre mío, y tu bendición sea su corona resplandeciente». ■ Amigos míos aquí y amigos en el Cielo. ¿No os parece que cualquier sacrificio es ligero para conseguir esta eterna alegría? Ya habéis recobrado la serenidad. Serenémonos aquí. Yo subo allá; vosotros sed buenos… Démonos el beso…”. Y los besa uno a uno. Judas llora al besarle. Ha esperado ser el último, él que siempre trata de ser el primero, y se pega a Jesús y le besa muchas veces, y entre sus cabellos le dice, cerca del oído: “Ruega, ruega, ruega por mí…”. Se separan. Jesús va hacia el monte y los demás continúan hasta Corozaín, que ya blanquea entre el verdor de los árboles. (Escrito el 5 de Agosto de 1946).
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1  Nota  : Cfr. Deut. 16,19.  2  Nota  : Nazareo.- Cfr .- Personajes de  la Obra magna: Nazireo.

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Dice Jesús: “Aquí pondréis la visión del 23 de Septiembre de 1944: no tengo descanso mejor que el decir: «He salvado a uno que perecía», y el dictado que sigue”.
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(<Visión del 23 de Septiembre de 1944>)

7-468-260 (8-161-253).- Un episodio de enmendamiento de J. Iscariote.
* Jesús ante la naturaleza.- Judas pide protección porque su carne aúlla como un demonio y cede.- “Judas, sería necesario obrar bien para no humillarse diciendo «He pecado». Y si ya se cometió la culpa, la pena de acusarse es ya penitencia que redime”.- ■ Veo a Jesús que pasea lentamente, yendo y viniendo, por un sendero solitario, iluminado por la luna llena, que resplandece con su cara sonriente en medio de un cielo serenísimo; pero por su posición en el cielo, puedo calcular que ha pasado más de la medianoche. Jesús camina pensando y, sin duda, orando, aunque no veo que mueva sus labios. Pero no pierde de vista las cosas que le rodean. Se detiene una vez a escuchar complacido el canto de un ruiseñor enamorado, que entona una serie de arpegios y trinos, tan fuertes y largos que parece imposible puedan salir de ese pequeño animal emplumado. Para no molestarle ni siquiera con el ruido de sus sandalias contra las piedrecitas del sendero y del manto al rozar la hierba, se detiene con los brazos cruzados y el rostro alzado y sonriente. Cierra inclusive los ojos para poder oír mejor, y, cuando el pájaro cantor termina con un agudo que sube, sube y termina finalmente con una nota agudísima, sostenida mientras resiste la espiración, Él aprueba y aplaude silenciosamente, agachando dos o tres veces la cabeza con una sonrisa de satisfacción. Y ahora se inclina hacia una mata de madreselva en flor que, a través de sus abundantísimos cálices blancos, despide intenso perfume; cálices semejantes a bocas de serpientes bostezando, en que suavemente se mueven los pistilos amarillentos, y en que se ve brillar, en el pétalo inferior, una gotita dorada. Las flores, a la luz de la luna, parecen ser más blancas, como si fuesen de plata. Jesús las admira, las huele y las acaricia con la mano. Vuelve sobre sus pasos. Debe ser un lugar un poco alto, porque la claridad de la luna permite ver hacia el sur algo que brilla como un espejo bañado de luna, un trocito de lago, sin duda, porque río no es, ni mucho menos el mar, pues a éste se le ve, en el lado opuesto al que está Jesús, bordeado de una serie de colinas. Jesús observa este plácido titileo de aguas serenas en la tranquila noche de verano. ■ Luego da media vuelta sobre sí mismo, de sur a poniente, y mira la albura de un pueblo, distante unos dos kilómetros al máximo. Todo un señor pueblo. Se para a contemplarlo, y menea la cabeza, siguiendo un pensamiento que le aflige mucho. Luego reanuda su lento paseo, y su oración. Hasta que se sienta en una voluminosa piedra al pie de un árbol muy alto, y asume su posición acostumbrada: los codos apoyados sobre las rodillas y los antebrazos hacia fuera con las manos unidas en oración. ■ Está así durante un poco de tiempo y continuaría más tiempo… pero un hombre, una sombra, desde la espesura, se está dirigiéndose a Él y le llama: “¡Maestro!”. Jesús se vuelve, porque la voz se oye por detrás, y dice: “Judas, ¿qué quieres?”. Iscariote: “¿Dónde estás, Maestro?”. Jesús: “Al pie del nogal. Acércate”. Y Jesús se pone de pie y junto al sendero, bañado por la luna, para que Judas pueda verle. Jesús: “¿Viniste, Judas, a acompañar un poco a tu Maestro?”. Ahora están cerca y Jesús pone con cariño un brazo en el hombro del discípulo. “¿O bien me necesitan en Corozaín?”. Iscariote: “No, Maestro. No te necesitan. Tuve ganas de venir donde estás”. Jesús: “Bien. Los dos podemos sentarnos sobre una piedra”. Se sientan juntos. Silencio. Judas no habla, mira a Jesús. Lucha. ■ Jesús trata de ayudarle. “¡Qué hermosa noche, Judas! ¡Mira qué puro es todo! Me imagino que, ni la primera noche que sonrió a la naturaleza ni la que iluminó la cara de Adán al dormir en el Paraíso terrenal, fue más pura. Mira cómo huelen esas flores. Huélelas, pero no las cortes. ¡Son tan bellas y tan puras! No he querido cortarlas, porque cortarlas es profanarlas. No es cosa buena emplear la fuerza, tanto contra las plantas como contra el animal; contra el animal como contra el hombre. ¿Por qué quitar la vida? ¡Es tan bella la vida cuando se emplea bien!… Y estas flores la emplean bien porque perfuman, alegran con sus formas, proporcionan miel a las abejas, y a las mariposas y les entregan el oro de sus pistilos que adorna cual topacio sus alas, y además sirven de nido a los pájaros… Si hubieras estado aquí un poco antes, hubieras oído a un pajarillo cantar con gran dulzura su alegría de vivir y deseo de alabar al Señor. ■ ¡Hermosos pájaros! ¡Qué bien sirven de ejemplo al hombre! Se contentan con poco y solo con aquello que es lícito y sano. Un granito y un gusanillo, que les da el Padre Creador; y si no hay no sienten ira o desdén sino que engañan al hambre de la carne con el impulso de su corazón, que les hace cantar alabanzas al Señor y las alegrías de la esperanza. Se sienten felices de estar cansados por haber volado desde el alba hasta el anochecer para fabricarse un nido tibio, suave, seguro; no por egoísmo, sino por amor a su prole. Y cantan por alegría de amarse honestamente. El ruiseñor hacia su hembra, y ambos hacia sus polluelos. Los animales son siempre felices porque no tienen remordimientos ni acusaciones en su corazón. Somos nosotros los que los hacemos infelices, porque el hombre es malo, falto de atenciones, siempre quiere imponer su voluntad, es cruel. Y no le basta serlo con sus semejantes. Es malo hasta con los inferiores. Y cuantos más remordimientos internos tiene, tanto más le remuerde su conciencia y más cruel se muestra hacia los demás. Estoy seguro, por ejemplo, que aquel jinete que espoleaba a su caballo —tan sudado y cansado como estaba— hasta hacerle sangrar, y que le azotaba hasta arrancarle los pelos, y que le pegaba hasta en las ternillas, tan delicadas, y en los oscuros párpados que, llenos de dolor, se cerraban sobre sus ojos, tan resignados y dulces, no llevaba un alma tranquila: o iba a cometer un pecado contra la honestidad o venía de él”. Jesús calla y piensa. ■ Judas no dice nada, también él piensa. Luego habla: “¡Qué bello es, Maestro, oírte hablar así! Todo se ilumina a los ojos de uno, a la mente, al corazón… y todo se hace fácil. Hasta el decir: «¡Quiero ser bueno!». Hasta decirte… hasta decirte… decirte: «Maestro, también yo tengo mi alma intranquila. No tengas asco de mí, Maestro, tú que tanto amas lo que es puro»”. Jesús: “¡Oh, Judas! ¿que tenga Yo asco? Amigo mío, hijo mío, ¿qué cosa es lo que te turba?”. Iscariote: “Tenme junto a Ti, Maestro. Estréchame a tu lado… Tras tan dulces palabras tuyas he jurado de ser bueno; he jurado volver a ser el Judas de los primeros días, que te seguía y que te amaba como el novio a su novia, no anhelaba otra cosa más que a Ti y encontraba en Ti toda mi satisfacción. Así te amaba, Jesús…”. Jesús: “Lo sé… y por esto te amé… y sigo amándote ¡oh pobre amigo mío que estás herido!…”. Iscariote: “¿Cómo sabes que lo estoy? ¿Sabes de qué?…”. ■ Silencio. ¡Jesús mira a Judas con unos ojos tan dulces!… Parece como si las lágrimas los hiciesen más abiertos y dulces y disminuyesen su fulgor. Ojos de niño inocente e indefenso que se entrega por completo al amor. Judas se echa a sus pies y con lágrimas dice: “Tenme contigo, Maestro… tenme… Mi carne aúlla como un demonio… y si cedo, entonces todos los males se dejan venir… Sé que lo sabes, pero que esperas a que lo confiese… Es duro, Maestro, decir: «He pecado»”. Jesús: “Lo sé, amigo mío. Por esto sería necesario obrar bien, para no tener que humillarse diciendo: «He pecado». Con todo Judas, también en esto hay una gran medicina. El tener que hacer un esfuerzo para confesar la culpa, lo detiene a uno; y, si ya se cometió, la pena de acusarse es ya penitencia que redime. Y si luego uno sufre no tanto por su orgullo propio y por miedo del castigo, sino porque sabe que al faltar ha causado dolor, entonces, Yo te lo digo, la culpa se anula. El amor es lo que salva”.
* “Pero dime, Judas, ¿qué cosa te pone en las manos de tu demonio? ¿Acaso Yo? ¿Los hermanos? ¿Las mujeres de mala vida? No. Es tu voluntad. Ahora te perdono y curo… ¡Me has dado una satisfacción, Judas!”Iscariote: “Yo te amo, Maestro, pero soy débil… ¡Oh, no puedes amarme! Eres puro y amas a los puros… No puedes amarme porque yo soy… yo soy… ¡Jesús, quítame el hambre del placer! Sabes qué clase de demonio es”. Jesús: “Lo sé. No obedecí a su voz, pero sé qué clase de voz tiene”. Iscariote: “¿Lo ves? ¿Lo ves? Te causo tanto asco, que con solo decirlo tu rostro se cambió… ¡No puedes perdonarme!”. Jesús: “Judas, ¿no te acuerdas de María?, ¿no de Mateo?, ¿no de aquel publicano que cogió la lepra? ¿Y no te acuerdas de aquella mujer, prostituta romana, a la que profeticé que iría al Cielo, porque después que la perdoné, tendría fuerza para una vida santa?”. Iscariote: “Maestro… Maestro… Maestro… ¡Qué mal tengo en el corazón! Esta noche escapé… escapé de Corozaín… porque si me hubiera quedado… si me hubiera quedado… estaba perdido. Sabes… es como quien bebe y se emborracha… El médico le quita el vino y cualquier otra bebida embriagadora. Y se cura y está sano mientras no vuelve a sentir ese sabor… Pero si cede, una sola vez, y vuelve a sentir su sabor… le viene una sed… una sed de beber eso… que ya no resiste… y bebe y bebe… y se pone enfermo de nuevo… enfermo para siempre… pierde la razón… queda poseído… poseído por ese demonio… por ese demonio suyo… ¡Jesús, Jesús, Jesús!… No se lo digas a los demás… No se lo digas… ■ Siento vergüenza ante todos…”. Jesús: “Pero no ante Mí”. Judas entiende mal y dice: “¡Es verdad! Perdóname. Debería sentir más vergüenza ante Ti que cualquier otro, porque eres perfecto…”. Jesús: “No, hijo, no quería decir eso. No te pongan un velo tu dolor, tu angustia, tu humillación. He dicho que ante todos puedes avergonzarte, pero no ante Mí. Un hijo no tiene miedo ni vergüenza de su buen padre, y un enfermo de un buen médico. Al uno y al otro debe decirse todo sin temor, porque el uno ama y perdona, y el otro comprende y cura. Yo te amo y te comprendo, por esto te perdono y curo. ■ Pero dime, Judas, ¿qué cosa te pone en las manos de tu demonio? ¿Acaso Yo? ¿Los hermanos? ¿Las mujeres de mala vida? No. Es tu voluntad. Ahora te perdono y curo… ¡Me has dado una satisfacción, Judas! Estaba muy contento con esta noche serena, perfumada, llena de trinos y alabanza al Señor. Pero la alegría que me has dado supera esta claridad de la luna, estos perfumes, esta paz, esos trinos. ¿Oyes? Parece como si el pajarillo se uniera para decirte conmigo que es feliz con tu buena voluntad, él, el pequeño cantarín, siempre dispuesto a hacer aquello para lo cual fue creado. También este vientecillo matinal, que pasa sobre las flores, las despierta, introduciendo en su cáliz una gota diamantina de rocío para que la encuentren dentro de poco la mariposa y el rayo del sol; para que la mariposa encuentre algo con qué saciar su sed, y el rayo de sol para tener espejo donde mire su fulgor. Mira. La luna se va metiendo ya. El canto lejano del gallo nos anuncia el alba. Las tinieblas de la noche con sus fantasmas van desapareciendo. ¿Ves lo rápido y dulce que ha pasado este tiempo que, si no hubieras venido a Mí, lo hubieras pasado entre el hastío y el remordimiento? ■ Ven siempre, cuando tengas miedo de ti. Judas, el yo propio es un gran amigo, un gran tentador, un gran enemigo y un gran juez. Y mira, es amigo bueno y fiel, si eres bueno; sabe ser amigo insincero si no eres bueno, y luego que te sirvió de cómplice, se convierte en juez inexorable y te atormenta con sus reproches… Sus reproches son crueles… ¡No Yo! Bueno, vámonos. La noche ha terminado…”. Iscariote: “Maestro, no te dejé descansar… y hoy tendrás que hablar tanto…”. Jesús: “He descansado con la alegría que me diste. No tengo mejor descanso que decir: «Hoy he salvado un alma que estaba a punto de perecer». Ven, ven… Vamos a Corozaín. ¡Si esta ciudad, Judas, supiese imitarte!”. ■ Iscariote: “Maestro, ¿qué dirás a mis compañeros?”. Jesús: “Nada si no me lo preguntan… Si preguntan diré que hablábamos de las misericordias de Dios… Es tema verdadero; y tan ilimitado, que la más larga de las vidas no basta para desarrollarlo. Vámonos…”. Y bajan. Ambos son altos. Ambos son bellos, pero de modo distinto. Ambos jóvenes, pero diferentes. Desaparecen tras un grupo de árboles…  (Escrito el 23 de Septiembre de 1944).
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7-468-264 (8-162-258).- Por qué Jesús comenta la figura de Judas y con ella la existencia de Satanás.
* La figura de Judas ha sido demasiado alterada durante siglos; y, últimamente, del todo desfigurada. La tragedia de Judas os puede dar muchas enseñanzas para salvaros… No se llega al delirio satánico, en que has visto que se debatía Judas después de su traición, si uno no está enteramente corrompido por costumbres satánicas”.- Por qué el mundo niega a Satanás.- ■ Dice Jesús: “Es un episodio de la misericordia como el de la Magdalena. ¿Por qué comento la figura de Judas? Muchos se lo preguntarán. Respondo. La figura de Judas ha sido demasiado alterada durante siglos; y, últimamente, del todo desfigurada. Ciertas escuelas han hecho de él casi una apoteosis: la del segundo e indispensable artífice y héroe en la Redención. Y otros muchos piensan que él cedió ante un asalto imprevisto del Tentador. No. Toda caída tiene sus raíces en el tiempo. Cuanto más grave es la caída, más preparación tiene. Lo sucedido antes explica lo sucedido ahora. Uno no se hunde ni sube de improviso. Ni en el bien ni el mal. Largos e insidiosos son los factores que ayudan al descenso; pacientes y santos, los que ayudan a subir. ■ Y la tragedia de Judas os puede dar muchas enseñanzas para salvaros y conocer el método de Dios y de sus misericordias, para salvar y perdonar a los que bajan al Abismo. No se llega al delirio satánico en que has visto que se debatía Judas después de su traición, si uno no está enteramente corrompido por costumbres satánicas, vividas e interiorizadas voluptuosamente durante años. Cuando uno llega incluso a cometer un crimen, arrastrado a él por un imprevisto acontecimiento que le trastorna la razón, sufre pero sabe expiar; porque aún varias partes de su corazón están sanas del veneno infernal. ■ Al mundo que niega a Satanás, porque le tiene tan dentro de sí que ya ni se da cuenta de su presencia, que le ha interiorizado de forma que ha venido a ser parte del yo, a ese mundo le muestro que Satanás existe; que es siempre el mismo y que no cambia de métodos para hacer de vosotros sus víctimas. Basta por ahora. Mi paz contigo”. (Escrito el 23 de Septiembre de 1944).
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(<Jesús y Juan, una vez de visitar a los campesinos de Yocana en Yezrael, llegan a Engannim, donde les esperan los demás apóstoles; para dirigirse todos juntos a Jerusalén para la fiesta de los Tabernáculos>)
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7-481-339 (8-176-325).- Maquinaciones de J. Iscariote para impedir una trama de los fariseos.
* Santiago refiere a su hermano Juan las mentiras de J. Iscariote para despistar a los fariseos.- ■ El tiempo cumplió con lo que amenazaba y se convirtió en una llovizna persistente. Quien lleva su carruaje, se defiende de ella. Quien va a pie o sobre su borrico se moja y se siente mal, sobre todo porque a la molestia del agua, que les moja cabeza y espaldas, se agrega el lodo que entra en las sandalias, se pega a los tobillos y ensucia los vestidos. Los peregrinos se han echado sobre la cabeza sus mantos o mantas, hasta doblados, y parecen todos frailes encapuchados. Jesús y Juan, a pie, van muy mojados. Se preocupan más de proteger las alforjas donde vienen los vestidos para cambiarse, que de sí mismos. De este modo llegan a Engannim y se ponen a buscar a los apóstoles separándose para encontrarlos cuanto antes. ■ Juan es el que los encuentra, mejor dicho, encuentra a su hermano Santiago que ha ido a hacer compras para el sábado. Santiago le dice a su hermano: “Estábamos preocupados. Y, si no os hubiéramos encontrado, hubiéramos regresado a pesar de ser sábado… ¿Dónde está el Maestro?”. Juan: “Ha ido a buscaros. El primero que os encontrara debía ir a la casa del carpintero”. Santiago: “Entonces… Mira, nosotros estamos en aquella casa. Una buena mujer con tres hijas. Ve pronto a buscar al Maestro y ven…”. Santiago baja la voz, y, mirando a su alrededor, bisbisea: “Hay muchos fariseos… seguro que con malas intenciones. Nos preguntaron que por qué Él no estaba con nosotros. Querían saber si ha seguido adelante o si se ha quedado atrás. Primero dijimos: «No sabemos». No nos creyeron. Y es normal, porque ¿cómo íbamos a poder decir nosotros que no sabemos dónde se encontraba? Entonces Iscariote, que no tiene tantos pelos en la lengua, dijo: «Ha ido por delante», y, dado que no estaban convencidos y preguntaban sobre con quién, con qué, sobre cuándo se había marchado, sobre si se sabía que el otro viernes había estado en la zona de Giscala, Judas dijo: «En Tolemaida subió a una nave; por tanto, nos ha precedido. Bajará en Joppe y entrará en Jerusalén por la puerta de Damasco, para ir después a casa de José de Arimatea que está en Bezeta»”. ■ Juan pregunta escandalizado: “Pero, ¿por qué tantas mentiras?”. Santiago: “¡Qué sé yo! Se lo dijimos también nosotros. Pero él se echó a reír diciendo: «Ojo por ojo y diente por diente, y mentira por mentira. Basta con que el Maestro esté a salvo. Le buscan para hacer daño. Lo sé». Pedro le hizo la observación de que nombrar a José podía causarle a éste problemas. Él replicó: «Irán rápidamente allí y, al ver el estupor de José, comprenderán que no era verdad». Replicamos: «Te odiarán, entonces, por haberte burlado de ellos…». Pero él siguió riéndose y dijo: «¡Me importa un bledo su odio! Sé cómo apaciguarlo…». Pero vete, Juan. Trata de encontrar al Maestro y vente con Él. El agua nos viene bien. Los fariseos están en las casas para no mojarse sus amplias vestiduras…”. ■ Juan da a su hermano la alforja y hace ademán de marcharse veloz. Pero Santiago le retiene para decirle: “No menciones al Maestro las mentiras de Judas. Aunque las ha dicho por buen fin, siempre son mentiras. Y al Maestro no le gustan en modo alguno”. Juan: “No le diré nada” y se echa a correr. Santiago estuvo en lo cierto: los ricos están ya en sus casas. Por las calles circula solo la gente pobre en busca de albergue…
* J. Iscariote se justifica: “No son más que tonterías (las mentiras). Lo que importa es que Él no deba sufrir”.- ■ Jesús está debajo de un portal junto al taller del herrador. Juan le ve y le dice: “Vente pronto. Los encontré. Podemos ponernos vestidos secos”. No dice ninguna otra cosa para explicar su prisa. Llegan pronto a la casa. Entran por la puerta que dejaron entreabierta. Allí están los once apóstoles que se apiñan alrededor de Jesús, como si hiciera meses que no le viesen. La dueña de la casa, una mujer ajada, flacucha, echa una ojeada desde detrás de una puerta entornada. Jesús dice con una sonrisa: “La paz sea con vosotros”, y los abraza a todos por igual. Todos hablan simultáneamente queriendo decir muchas cosas. Pedro grita: “¡Callaos! Dejadle ir. ¿No veis qué mojado y cansado está?” y volviéndose al Maestro: “Hice que te preparasen un baño caliente y… dame acá ese manto mojado… y los vestidos calientes. Los tomé de tu alforja…”. Luego se dirige hacia dentro de la casa y grita: “¡Oye, mujer, el Huésped llegó ya! Trae agua, que de lo demás yo me ocupo”. Y la mujer, tímida como todos los que han sufrido —su cara lo manifiesta— atraviesa silenciosa el pasillo, seguida de tres jovencitas que se la asemejan en la delgadez y en la expresión. Va a la cocina a buscar el agua caliente. “Ven, Maestro. También tú, Juan. Estáis helados, como si os hubieseis ahogado. Hice cocer ramas de junípero con vinagre para meterlo en el agua. Hace bien”. De hecho, los calderos, al pasar, han emanado olor a vinagre y otros aromas. Jesús al entrar en una habitacioncilla donde hay dos grandes tinajas (esto es, dos grandes cubos de madera que se les emplea tal vez para lavar la ropa), mira a la mujer que sale con sus hijas y la saluda: “La paz sea contigo y con tus hijas. El Señor te lo pague”. Le contesta: “Gracias, Señor…” y se desaparece. Pedro entra con Jesús y Juan, cierra la puerta y susurra: “Procura que no sepa quién eres… Todos somos peregrinos y Tú eres un rabí, nosotros tus amigos. En realidad, es verdad… No es… ¡uhm! ¡bueno! sino una verdad encubierta… Hay muchos fariseos… y mucho interés por Ti. Hazte tu composición de lugar… Luego hablaremos” y se va dejándolos solos y regresando a donde están sus compañeros sentados en la habitacioncilla. ■ Pedro les dice: “¿Y ahora, qué diremos al Maestro? Si decimos que dijimos mentira, lo sentirá. Pero… no podemos menos de decírselo”. Iscariote: “¡No te preocupes! Yo mentí y se lo diré”. Pedro: “Le causarás mayor tristeza. ¿No notaste que está muy triste?”. Iscariote: “Lo noté, pero es porque está cansado… Por otra parte, también sé decir a los fariseos: «Os engañé». No son más que tonterías. Lo que importa es que Él no deba sufrir”. Felipe observa: “Yo no diría nada. A nadie. Si se lo dices a Él, no vas a conseguir tenerle oculto; si a ellos, no vas a conseguir salvarle de las asechanzas…”. Iscariote responde con aplomo: “Lo veremos”.
* Jesús, ante las asechanzas de sus enemigos, acepta el camino, hacia Betania y Jerusalén, propuesto por J. Iscariote: por Samaria.- ■ Pasa poco tiempo y Jesús vuelve a entrar con sus vestidos secos, contento del baño. Juan viene detrás de Él. Hablan de todo lo que pasó al grupo apostólico, y lo que pasó al Maestro y a Juan. Pero nadie menciona a los fariseos hasta que Judas dice: “Maestro, estoy seguro que te buscan quienes te odian. Y para salvarte esparcí la voz de que no vas a Jerusalén por los caminos acostumbrados, sino por mar hasta Joppe… Se irán allá, ¡ja, ja, ja!”. Jesús: “Pero, ¿para qué mentir?”. Iscariote: “¿Y ellos por qué mienten?”. Jesús: “Ellos son ellos, y tú no eres, no deberías ser como ellos…”. Iscariote: “Maestro, yo soy alguien que los conoce y que te ama. ¿Quieres buscar tu ruina? Estoy pronto a impedirlo. Escúchame con calma y siente mi corazón en mis palabras. Tú mañana no sales de aquí…”. Jesús: “Mañana es sábado…”. Iscariote: “Está bien. No sales de aquí. Descansas…”. Jesús: “Todo, menos el pecado, Judas. Ninguna cosa me hará que falte a la santificación del sábado”. Iscariote: “Ellos…”. Jesús: “Que hagan lo que quieran. Yo no pecaré. Si lo hiciese, además del pecado que pesaría sobre Mí, pondría en sus manos un arma para destruirme. ¿No te acuerdas que andan por ahí llamándome profanador del sábado?”. Los otros dicen: “El Maestro tiene razón”. Iscariote: “Está bien… Harás lo que quieras el sábado. Pero no por el camino. No vayamos por el camino de todos. Escúchame. Desoriéntalos…”. ■ Pedro, agitando sus cortos brazos, grita: “Pero en una palabra ¿sabes algo preciso tú? Maestro, ordénale que hable”. Jesús: “Calma, Simón. Si tu hermano ha llegado a enterarse de algún peligro, y tal vez con peligro para sí mismo, y nos advierte de él, no debemos tratarle como enemigo, sino agradecérselo. Si él no puede decir todo, porque podría comprometer a terceras personas, que no tienen el valor suficiente para tomar la iniciativa de hablar, pero todavía suficientemente rectas para no permitir un crimen, ¿por qué queréis obligarle a hablar? Dejadle, pues, que hable. Y aceptaré lo que haya de bueno en su proyecto, y rechazaré lo que podía ser no bueno. Habla, Judas”. Iscariote: “Gracias, Maestro. Tú eres el único que me conoces verdaderamente como lo que soy. Quería decir. Dentro de los límites de Samaria podemos ir seguros. Porque allí manda más Roma que en Galilea y Judea, y ellos, los que te odian, no quieren tener dificultades con Roma. Pero, para desorientar siempre a los espías, digo que es mejor no seguir el camino derecho, sino que, saliendo de aquí, nos dirijamos a Dotaín, y luego, sin entrar en Samaria, atravesar la región y pasar por Siquem; de ahí a Efraín, por Adomín y Carit y así llegar hasta Betania”. No hay entusiasmo en los apóstoles que dicen: “Camino largo y difícil, sobre todo si llueve”. “¡Peligroso! El Adomín…”. “Parece que buscas el peligro…”. Pero Jesús dice: “Judas tiene razón. Tomaremos ese camino. Después tendremos tiempo de descansar. Tengo todavía otras cosas que hacer antes de que llegue la hora y se cumpla. No debo, por necedad, ponerme en sus manos hasta que todo se haya cumplido. Así pasaremos por la casa de Lázaro. Está muy enfermo y me debe estar esperando… comed. Me retiro a la habitación. Estoy cansando…”. Pedro: “¿Pero ni siquiera un poco de comida? ¿No será acaso que estás enfermo?”. Jesús: “No, Simón. Hace siete días que no sé lo que es cama. Hasta pronto, amigo. La paz sea con vosotros…”. Y se retira.
* Para J. Iscariote ante una necesidad todo es lícito, incluso cortesanas.- ■ Judas no cabe de contento: “¿Visteis? Es humilde y justo y no rechaza lo que ve que es bueno…”. Pedro: “Sí… Bueno… ¿Tú crees que está contento? ¿Verdaderamente contento?”. Iscariote: “No lo creo. Pero comprende que tengo razón…”. Pedro: “Yo quisiera saber cómo te arreglaste para saber tantas cosas, pese a que siempre has estado con nosotros…”. Iscariote: “Así es. Vosotros me cuidabais como si fuese un animal peligroso. Lo sé. Pero no importa. Acordaos de esto; aun un mendigo, como un ladrón pueden ayudar a saber, lo mismo que una mujer. Hablé con un mendigo, y le di su recompensa. Con un ladrón y descubrí… Con una… mujer y… ¡cuántas cosas no puede saber una mujer!”. Los apóstoles se miran estupefactos. Y con las miradas se preguntan. ¿Cuándo? ¿Dónde Judas se enteró y cómo tuvo esas entrevistas? Él sonríe y dice: “¡Y con un soldado! Sí. Porque la mujer había dicho tantas cosas que me mandó a un soldado. Y tuve la confirmación. Y yo también dije… Todo es lícito cuando es necesario. ¡Incluso las cortesanas y los soldados!”. ■ Bartolomé, controlándose para no decir lo que tenía en su lengua, interrumpe: “Eres… eres un…”. Iscariote: “Sí. Soy yo. Nada más que yo. Un pecador por causa vuestra. Pero con todos mis pecados, sirvo mejor al Maestro que vosotros. Y por otra parte… si una cortesana sabe lo que los enemigos de Jesús quieren hacer, señal es que ellos van a ellas, o se van con bailarinas para alegrarse… Y si se acercan a ellas… puedo también yo hacerlo. Me sirvió, lo estáis viendo. Tened en cuenta que en los confines de Judea Él podía haber sido atrapado. Decid, pues, que he sido sabio por haberlo evitado…”.
* Jesús llora.- ■ Todos quedan pensativos y comen sin ganas. Luego Bartolomé se levanta. Le preguntan: “¿A dónde vas?”. Bartolomé: “A donde está Él. No creo que esté durmiendo. Le llevaré leche caliente… y veré”. Sale. Después de un poco de tiempo regresa y dice: “Estaba sentado sobre la cama… y lloraba… Tú fuiste la causa de su dolor, Judas. Ya me lo imaginaba”. Iscariote: “¿Lo dijo Él? Voy a darle explicaciones”. Bartolomé: “No. No dijo nada. Al contrario, dijo que también tienes tus méritos. Pero yo lo he comprendido. No vayas. Déjale tranquilo”. Iscariote replica: “Sois todos unos necios. Sufre porque se ve perseguido, impedido en su misión. Eso es todo”. ■ Juan asegura: “Es verdad. Lloró aun antes de que nos reuniéramos con vosotros. Sufre mucho, también por su Madre, por sus hermanos, por los campesinos infelices. ¡Cómo sufre!”. Le dicen: “¡Cuenta, cuenta!”. Juan: “Dejar a la Madre es dolor. Ver que no se le comprende, que nadie le comprende, es dolor. Ver que los siervos de Yocana…”. Pedro dice: “Sí. Verlos es ya dolor… Estoy contento de que Marziam no los haya visto…”. Judas Tadeo pregunta enérgicamente: “¿Acaso mis hermanos nuevamente causaron algún dolor a Jesús?”. Juan: “¡No, al contrario! Se vieron y se hablaron con cariño. Se separaron y con buenas promesas. Pero Él los quisiera… como a nosotros… y más que a todos nosotros… Quisiera que todos estuviésemos convencidos de su Reino y de la naturaleza del mismo. Y nosotros…”. Juan no agrega más… El silencio cae sobre la habitacioncilla que alumbra una lámpara de dos mechas y que ilumina también a doce caras pensativas. (Escrito el 27 de Agosto de 1946).
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7-482-344 (8-177-330).- La mentira aun con buen fin es siempre reprobable.
* Fariseos, doctores buscan a Jesús y piden a los samaritanos, por todas las ciudades samaritanas que pasan, que les señale el camino que Jesús ha tomado “porque quieren hacerle grandes fiestas”.- ■ No sé decir en qué lugar de la Samaria nos encontramos. Ciertamente en medio de montes samaritanos (aunque no son los más altos, porque los más altos están más al sur con sus cimas bien erguidas hacia el cielo, que de nuevo está sereno). Los apóstoles caminan lo más que pueden en torno a Jesús. Pero con frecuencia las veredas estrechas no lo permiten, y el grupo se forma y se disuelve. Hay muchos pastores con sus ganados por los montes, y a ellos se dirigen los apóstoles para preguntarles si sigue siendo el camino que lleva al camino de las caravanas que, partiendo del mar, va a Pela. A pesar de ser samaritanos, responden siempre con cortesía. Y es más, uno, en un laberinto de caminos estrechos que van en todas las direcciones, dice: “Dentro de poco bajo al valle. Descansad un poco y caminaremos juntos. Si os perdieseis por estos montes… no sería muy agradable…”. Baja la voz y añade: “Hay ladrones…” y mira a su alrededor como temiendo tenerlos cerca amenazadores. Luego, no viendo nada, añade: “Bajan de las laderas de Garizim y de Ebal, y se esparcen, en esta época de peregrinos. Y siempre encuentran trabajo, pese a que los romanos refuerzan las guardias en los caminos… porque siempre hay gente que evita los caminos usuales para llegar más pronto o por otros motivos”. ■ Felipe pregunta con una sonrisa significativa: “Tenéis muchos bandoleros, ¿eh?”. El pastor comprende y responde: “¿Crees tú, galileo, que son samaritanos?”. Interviene Iscariote, porque como fue el de la idea de este camino, se siente obligado a evitar cualquier incidente desagradable: “¡No, no! Es porque, sabiendo que sois hospitalarios, el malhechor viene a refugiarse aquí. Es como si… si fuerais un lugar de asilo. Los malhechores saben bien que nadie, ni galileo ni judío, los perseguiría aquí, y se aprovechan de ello. Estos montes…”. Pastor: “Ah, creí que pensabais en… Los montes, sí, ayudan mucho. Bueno, y los dos más altos, sin duda… Sí… ¡pero… cuántos malhechores nos traen el Adomín y los barrancos de Efraín! De todas las razas ¡eh! y los soldados de Roma son listos… No vienen a sacarlos de sus cuevas. Solo las serpientes y las águilas pueden conocer y penetrar sus madrigueras. Y se cuentan cosas terribles. Pero sentaos. Os voy a dar leche… Soy samaritano ¡pero también conozco el Pentateuco! No ofendo a quien no me ofende. Vosotros… a pesar de ser galileos y judíos, no ofendéis. ■ Pero se dice que ha surgido un profeta que enseña a amarnos. Si no pensara que, según los escribas y fariseos de Israel, nosotros somos unos malditos —así dicen—, diría que los grandes profetas que nos han amado, a pesar de ser samaritanos, han revivido en Él, como dicen algunos. Pero yo no creo estas cosas… Aquí tenéis la leche… De todas formas, a mí me gustaría encontrarme con ese profeta. Dicen que el otro profeta, el que se había refugiado en nuestras fronteras y al cual nosotros no traicionamos —los que nos insultan deberían tenerlo presente— parece que dijo que este profeta surgido en Israel es más grande que Elías. Le llamó el Cordero de Dios, el Mesías. Algunos samaritanos de Siquem han hablado con Él y se deshacen en alabanzas. Muchos se han ido a los caminos principales porque esperan que por ahí pase. ■ Aun más —y es la primera vez que sucede—, también algunos judíos, fariseos, y doctores nos han preguntado en todas las ciudades, diciéndonos que si le vemos corramos adelante para decir que llega, porque quieren hacerle grandes fiestas”. Los apóstoles se miran de reojo prudentemente, pero sin hablarse. Judas, con sus brillantes ojos negros, llenos de luz, de triunfo, parece decir: “¿Oísteis? ¿Os convencéis ahora de que tenía razón?”. El pastor continúa hablando: “Le conocéis a no dudarlo. ¿De dónde venís?”. Iscariote responde rápido: “Del norte de Galilea”. Pastor: “Ah, sois… No. Tú no eres galileo”. Iscariote: “Somos de todos los lugares. Fuimos en peregrinación a las tumbas de los doctores”. Pastor: “Ah, sois tal vez discípulos…”. Y señalando a Jesús: “Pero ¿este hombre no es acaso un rabí?”. Iscariote: “Somos discípulos. Bien has dicho. Sí. Este hombre es un rabí. Pero bien sabes que entre rabí y rabí hay diferencia…”. Pastor: “Lo sé. Claro que éste es joven y todavía tendrá que aprender de los grandes doctores de vuestro Templo”, y se advierte un claro desprecio en el adjetivo posesivo. Pero Judas, siempre dispuesto a rebatir, se queda callado. Los demás no hablan.
* “¿Crees que el Señor tenga necesidad de esto (de la mentira) para proteger a su Mesías?”.- ■ Jesús está como absorto, y por esto la indirecta no provoca respuesta alguna. Más bien Judas sonriendo dice: “Es muy joven, es verdad; pero es el más sabio entre nosotros”. Y para poner fin a la conversación que podía hacerse peligrosa, dice: “¿Todavía tienes mucho que hacer aquí? Porque quisiéramos estar allá abajo, al anochecer”. Pastor: “No. Me voy. Junto las ovejas y vengo”. Iscariote: “Está bien. Nosotros nos adelantamos un poco…” y se levanta con los demás tomando inmediatamente el camino. Y, cuando un bosquecillo espeso se interpone entre él y el pastor, se ríe, se ríe, diciendo: “¡Pero qué fácil es burlarse de la gente! ¿Os habéis convencido de que yo no mentía ni era un estúpido?”. Felipe: “No dijiste ninguna mentira… pero ahora la has dicho”. Iscariote: “¿Mentira? No. ¿Cómo puedes afirmarlo, Felipe? He sido capaz de decir la verdad sin que se convierta en daño. ¿No venimos acá de la Galilea del Norte? ¿Acaso no estuvimos a punto de que nos hubiesen apedreado por ir a venerar la tumba de un doctor? ¿Y en el último viaje no pasamos cerca de Giscala? ¿Negué acaso que Jesús sea un rabí? ¿No dije que es el más sabio entre nosotros?… Al decir estas cosas Yo pensaba —y me reía en mi interior— que diciendo «nosotros» ofendía a los rabíes, todos inferiores al Maestro, aunque crean no serlo, y me burlaba del pastor… ¡Ja, ja, ja! Hay que saber decir las cosas… y se puede decir todo sin pecar, y sin causar daño alguno”. ■ Judas de Alfeo hace un gesto de desagrado y dice: “Para mí siempre es mentira”. Iscariote: “Bueno y ¡qué! ¡Lo he hecho yo! Pero, has oído, ¿no? Han depuesto los prejuicios, los desacuerdos y la altanería, para decir a los samaritanos que señalen el paso del Maestro para darle una fiesta en la frontera. ¡Ja, Ja! ¡Ja! ¡Menuda fiesta!”. Tomás dice: “¡La fiesta! También ellos han sabido decir y pensar, hablando con falsedad, una verdad… Judas de Keriot tiene la razón”. Jesús se vuelve y dice: “Sí. La mentira… de ellos, es cosa odiosa. Pero también decir una cosa por otra con buen fin es siempre reprobable. ¿Crees que el Señor tiene necesidad de esto para proteger a su Mesías? No hay que mentir jamás, ni por un buen fin. El corazón se acostumbra a imaginar la mentira, y los labios a pronunciarla. No, Judas, evita la insinceridad”. Iscariote: “Así lo haré. Ahora callémonos, que se acerca el pastor”. Y así es. En medio de las ovejas y abriéndose paso entre ellas que, conociendo que está cercano al redil, se echan a correr balando, chocando unas contra otras, pasando a la fuerza entre los apóstoles, de forma que casi los arrollan, llega el pastor seguido de un pastorcillo y del perro. (Escrito el 28 de Agosto de 1946).
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7-483-351 (8-178-336).- El odio de los judíos y el cambio operado en ellos mismos, sus apóstoles: tema de los apóstoles. El misterio de Judas se entenderá cuando se abran los libros del Cielo.- Juan es, más o menos, el de siempre. Pedro, el que más ha cambiado.
* En Samaria, hay diferencias con respecto a otros lugares: abundancia de perros, asnos altos como caballos, conducta abierta, hospitalaria, caritativa de su gente, y, practicante del Pentateuco.-Van siempre entre montes, y montes bastante abruptos, por ciertos senderos por donde no pueden pasar carros; solo, transeúntes a pie o personas montadas en asnos robustos de montaña, más altos y más fuertes que los de las zonas menos escabrosas. Hago esta observación, que tal vez a muchos les podrá parecer inútil, pero que la hago de todas formas. En Samaria hay diferencias respecto de los usos de los otros lugares, tanto en el vestido como en otras muchas cosas. Y una es la abundancia de perros, no común en otros lugares, que me choca, como me chocó la presencia de cerdos en la Decápolis. Muchos perros, quizás porque Samaria tiene muchos pastores y tendrá muchos lobos en esos montes intransitables; muchos también, porque en Samaria veo a los pastores generalmente solos, al máximo con un muchacho, apacentando su propio rebaño, mientras que, en otras partes, por lo general, un grupo de pastores custodia grandes rebaños, propiedad de algún rico. El hecho es que cada pastor tiene su perro o más según el número de ovejas. ■ Otra característica son precisamente estos asnos casi tan altos como un caballo, robustos, hechos para escalar estos montes con cargas pesadas sobre albarda, a menudo cargados de gruesa leña que se encuentra en estos magníficos montes cubiertos de árboles centenarios. ■ Otra particularidad: la conducta de los habitantes, los cuales no son unos «pecadores» como los juzgaban judíos y galileos, sino que son abiertos, francos, y están exentos de beaterías, exentos de todas esas historias que tienen los otros. Además son hospitalarios. Esto que compruebo, me hace pensar que la intención de la parábola del buen samaritano fue no solo hacer resaltar que el bueno y el malo existen por todas partes, en todos los lugares y en todas las razas, y que aun puede haber rectos de corazón entre los herejes, sino sobre todo para hacer resaltar las buenas costumbres de los samaritanos para con los necesitados. Se han quedado en el Pentateuco, pues oigo que hablan solo de él y de ningún otro libro sagrado, pero lo practican, por lo menos para con el prójimo, mucho mejor que los otros con sus seiscientos trece preceptos, etc…
* “Amigos, (el odio judío) todavía no ha llegado ni a su mitad”.-■Los apóstoles hablan con el Maestro, y pese a que sean incorregiblemente israelitas, deben reconocer y alabar el espíritu que han encontrado en los habitantes de Siquem, los cuales, lo comprendo por las conversaciones que oigo, han invitado a Jesús a detenerse y a quedase con ellos. Pedro dice: “¿Has oído cómo han dicho claramente que conocen el odio judío? Han dicho: «Hacia Ti y contra Ti hay más odio que contra todos nosotros juntos, los samaritanos de ahora y del pasado. Te odian sin límite»”. Zelote dice: “Y qué bien dijo ese viejo: «En el fondo es justo que así sea, porque Tú no eres un hombre, sino el Mesías, el Salvador del mundo y por lo tanto el Hijo de Dios, porque solo un Dios puede salvar el mundo corrompido. Por eso, no teniendo Tú límites como Dios, no teniendo límites tu poder ni tu santidad ni tu amor, como tampoco tendrá límites tu victoria sobre el Mal, es natural que el Mal y el Odio, que son iguales entre sí, no conozcan límites contra Ti». Realmente dijo la verdad. ¡Y esto explica muchas cosas!”. Tomás interviene con tono decidido: “¿Qué explica según tú? Yo… yo digo que explica solo que son unos tontos”. Zelote: “No. La necedad podría ser incluso una justificación. Pero necios no son”. Tomás replica: “Entonces, unos ebrios, ebrios de odio”. Zelote: “Ni siquiera eso. La embriaguez termina cuando estalla. Esta rabia no cede”. Tomás: “¡Sí, porque más estallado de lo que está!… ¡Hace tiempo que ha estallado… que ya habría tenido que caer!…”. Jesús, tranquilo, como si la mitad del odio no fuese su tormento, dice: “Amigos, todavía no ha llegado ni a su mitad”. Apóstoles: “¿Aún no? ¡Pero si jamás nos dejan en paz!”. Iscariote dice: “Maestro, todavía éstos no se convencen de que es la verdad lo que he dicho. Pero lo es. ¡Vaya que sí los es! Y vuelvo a afirmar que si hubierais sido vosotros, habríais caído todos en la trampa como cayó el Bautista. Pero no lo lograrán porque yo vigilo…”.
* El misterio de Judas es indescifrable. Solo Dios puede entenderle.- ■ Jesús mira a Judas. Y también yo le miro preguntándome, y hace algunos días que lo hago, si la conducta de Iscariote se debe a que realmente ha vuelto al camino del bien y del amor por su Maestro, a verse libre de fuerzas humanas y extra humanas que le tenían maniatado, o se trata de un ardid refinado con que prepara el golpe final, una entrega mayor a los enemigos de Jesús y a Satanás. ■ Judas es en verdad un ser completamente especial que no puede descifrarse. Solo Dios puede entenderle. Y Dios que es Jesús, corre un velo de misericordia y prudencia en todas sus acciones y en la personalidad de su apóstol… un velo que se romperá, iluminando completamente tantos «por qué», ahora misteriosos, cuando se abran los libros del Cielo.
* Zelote dice: “En Él, Hijo del Padre y de María, Hombre y Dios, está la infinitud de Dios, e infinito es el Odio que a esta Infinitud perfecta se opone”. Juan añade: “Es la lucha de la Luz contra las Tinieblas”.- ■ Los apóstoles están tan preocupados con la idea de que el odio de los enemigos no ha llegado todavía a su culmen, que guardan silencio por algún tiempo. Después, Tomás se dirige nuevamente a Zelote preguntándole: “Y entonces, si no son ebrios, ni necios; si su odio explica muchas cosas y no ésta, ¿cuál es la explicación? ¿Qué son? No lo has dicho…”. Zelote: “¿Qué son? Endemoniados. Son eso mismo que dicen de Él. Esto explica su ensañamiento, que no conoce interrupción, es más, que crece cada vez más cuanto más evidente se hace su poder. Acertado lo que ha dicho ese samaritano. En Él, Hijo del Padre y de María, Hombre y Dios, está la infinitud de Dios, e infinito es el Odio que a esta Infinitud perfecta se opone, aunque, en su no tener límite, el Odio no es perfecto, pues solo Dios es perfecto en sus acciones. Pero, si el Odio pudiese tocar el abismo de la perfección, bajaría a tocarlo, es más, se arrojaría a tocarlo, para rebotar luego, por la misma vehemencia de su caída, en el abismo infernal, contra el Mesías, para abatirle con todas las armas arrancadas al abismo infernal. El firmamento, reglado por Dios, tiene un sol, que se levanta, irradia, desaparece dejando su lugar a un sol más pequeño que es la luna; y ésta, después de haber brillado, se oculta para dejar paso al sol. Los astros enseñan mucho a los hombres, porque se sujetan a la voluntad del Creador. Pero los hombres no. Y un ejemplo de ello es querer oponerse al Maestro. ¿Qué sucedería si la luna, cuando va a salir el sol, dijese: «No quiero ocultarme sino que regreso por el camino que vine?». Claro que chocaría violentamente contra él, con horror y daño de todo lo creado. Esto pretenden hacer ellos, creyendo poder hacer añicos al Sol”. ■ Juan, sonriendo ante un pensamiento suyo, recogido dentro de sí como si monologara, dice: “Es la lucha de las Tinieblas contra la Luz. La vemos cada día cuando amanece y oscurece. Las dos fuerzas que se disputan, que se apoderan a su vez de la Tierra. Pero siempre son vencidas las Tinieblas porque no son absolutas. Siempre emana un poco de luz, aun en la noche en que no se ve ningún astro. Parece como si el aire por sí mismo la crease en los infinitos espacios del firmamento y la derramase, aunque de un modo limitadísimo, para convencer a los hombres que los astros no han sido apagados. Yo afirmo que igualmente en estas tinieblas características del Mal contra la Luz que es Jesús, siempre, pese a cualquier esfuerzo de las tinieblas, la Luz consolará a quien crea en Ella”. ■ Santiago de Alfeo toma a su vez el pensamiento de Juan. “Los Libros llaman al Mesías «Estrella de la mañana» (1). Así pues Él conocerá también una noche y —¡horror!— también nosotros la conoceremos. Conoceremos una noche, unas horas en que la Luz no se verá fuerte, sino que se verán triunfadoras las Tinieblas. Pero, dado que Él es llamado Estrella de la mañana, excluyendo por esto un límite en el tiempo, yo afirmo que tras la momentánea noche Él será Luz matutina, pura, fresca, virginal, que renovará el mundo, semejante a la que siguió al Caos en el día primero. ¡Oh!, sí. ¡El mundo será creado de nuevo en su Luz!”. Juan añade: “Y la maldición caerá sobre los réprobos que han querido levantar sus manos para atacar a la Luz, repitiendo los errores antes cometidos, a partir de Lucifer hasta los profanadores del pueblo santo. Yeové deja libre al hombre en sus acciones, pero por amor del hombre mismo no permitirá que el Infierno salga vencedor”. Dice Iscariote congratulándose: “¡Oh, menos mal que, después de tanto sopor de espíritu, por el que todos parecíamos como obtusos y entorpecidos por vejez precoz, la sabiduría vuelve a florecer en nuestros labios! ¡Ya no parecíamos nosotros! Ahora reconozco de nuevo al Zelote y a Juan, y a los dos hermanos de otros tiempos”.
* Pedro ha cambiado: “Porque tienes corazón recto y porque siempre amas más. Lo que te hace ver y comprender es tu amor por Mí. Maestro tuyo, el verdadero y más grande Maestro que te hace comprender a tu Maestro, es el Amor”.- ■ Pedro afirma: “No me parece que hubiéramos cambiado tanto, que no pareciéramos nosotros”. Iscariote: “¡Que si habíamos cambiado! Todos. Y tú el primero. Y luego Simón y los otros, incluido yo mismo. Si ha habido uno que fuese más o menos el de siempre, ha sido Juan”. Pedro: “¡Uhm! Verdaderamente no sé en qué…”. Iscariote: “¿En qué? Taciturnos, como cansados, indiferentes, pensativos… Jamás habían vuelto a escucharse una de estas conversaciones, semejantes a muchas de otros tiempos, semejante a la de ahora, que son tan útiles…”. Tadeo, recordando cómo en realidad se convirtieron en altercados, dice: “Para liarnos en discusiones”. Iscariote rebate: “No. Para formarnos. Porque no todos éramos como Natanael, ni como Simón, ni como vosotros los Alfeos, por nacimiento o sabiduría. Y quien lo es menos aprende siempre de quien lo es más”. Tomás contesta: “Tienes razón… yo diría que lo más necesario es formarse rectamente, en justicia. Y de esto nos ha dado muy buenas lecciones Simón”. Pedro replica: “¿Yo? ¡Tú ves mal! Soy el más necio de todos”. Tomás: “No es verdad. Eres el que más ha cambiado. En esto tiene razón Judas de Keriot. No existe casi en ti aquel Simón que conocí cuando vine a vosotros y que, perdona, siguió siendo igual durante mucho tiempo. A partir de las Encenias en que volví a encontrarte, no has hecho más que ir transformándote. Ahora eres… y voy a decirlo: más paternal y al mismo tiempo más austero. Compadeces a todos tus pobres hermanos, mientras que antes… Y se nota, por lo menos yo lo veo, lo que te cuesta. Y nunca como ahora, en que hablas y reprendes menos, nos infundes más respeto…”. Pedro: “¡Pero, amigo mío, eres muy bueno al considerarme así!… Yo, fuera del amor que tengo por el Maestro y que cada día aumenta, no he cambiado en nada”. Varios aseguran: “Sí. Tomás tiene razón. Has cambiado mucho”. Pedro, levantando los brazos, contesta: “¡Bueno! Vosotros lo decís… Solo el juicio del Maestro sería seguro. Pero no quiero preguntárselo. Conoce mi debilidad y sabe que una alabanza mal proferida podría dañar mi corazón. Por esto no me alabaría, y lo hace bien. Comprendo cada vez mejor su corazón y su sistema, y veo que está en lo recto”. ■ Jesús, que hasta estos momentos había escuchado y callado, dice: “Porque tienes corazón recto y porque siempre amas más. Lo que te hace ver y comprender es tu amor por Mí. Maestro tuyo, el verdadero y más grande Maestro que te hace comprender a tu Maestro, es el Amor”. Pedro: “Creo que… puede contribuir también el dolor que llevo dentro”. Algunos preguntan: “¿Dolor? ¿De qué?”. Pedro: “¡Bueno, pues por muchas cosas!, que en el fondo son una sola cosa: lo que sufre el Maestro… y el pensamiento de lo que sufrirá. ■ No podemos seguir pensando en las musarañas como en los primeros días, pensando en las nubes como críos que no saben, ahora que sabemos de qué son capaces los hombres y cómo se debe sufrir para salvarlos. ¡Ay! Todo lo creíamos fácil en los primeros días. Creíamos que bastaba con presentarnos para que todos acudiesen a nuestro lado. Creíamos que conquistar Israel y el mundo era como… echar una red en un lugar abundante de peces. ¡Pobres de nosotros! Pienso que si Él no consigue buena presa, nosotros no conseguiremos ninguna. ¡Pero esto no es nada todavía! Pienso que esos son malos y le hacen sufrir, y creo que éste es el motivo de nuestro cambio en general…”. Zelote confirma: “Tienes razón. Por mi parte, así es”. Todos van diciendo: “Por la mía también”. ■ Iscariote confiesa: “Yo hace mucho que estaba inquieto por esto y he tratado de… tener ayudas buenas. Pero me han traicionado… y vosotros no me habéis comprendido… Y yo no os he comprendido a vosotros. Creía que erais como sois por cansancio del espíritu, por falta de confianza, por desilusión…”. Zelote replica: “Nunca he esperado glorias humanas, y por esto no he sufrido ninguna desilusión”. ■ Santiago, con su admiración ilimitada por su Jesús, dice: “Mi hermano y yo querríamos verle victorioso, pero para alegría suya. Le hemos seguido al principio más bien por amor de familia que por el de discípulos. Desde pequeños le hemos seguido. Él era el menor de nosotros en edad, de nosotros los hermanos, pero siempre superior a nosotros…”. Tadeo dice: “Si tenemos un dolor es el de que no todos, los de la familia, le amamos en espíritu y solo con el espíritu. Pero no somos los únicos en Israel que le aman mal”. (Escrito el 29 de Agosto de 1946).
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1  Nota  : Los libros le llaman “Estrella de la mañana”: Núm.24,17; Apoc.2,28; 22,16.
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7-485-365 (8-180-350).- Jesús llega a Betania para la fiesta de los Tabernáculos.- Pide una fe ilimitada a Marta, María y Lázaro.- La expresión de Judas es brillante de inteligencia y picardía.
* ¡Marta! ¡Marta! ¿Qué sabes de las operaciones y decretos de Dios?”.-La pequeña ciudad de Ensemes, acoclada en medio del verde y toda encendida del sol (de un sol que empieza su ocaso), pronto queda atrás; pasan el gran manantial, rico en aguas, situado un poco al norte donde empieza Betania, y luego aparecen las primeras casas entre el verdor… Han llegado después de un largo y cansado camino. Y aunque estén muy fatigados parecen cobrar vigor tan solo con sentirse cerca de la casa amiga de Betania. El pueblo está envuelto en la tranquilidad, casi vacío. Muchos de sus habitantes deben haber partido ya a Jerusalén para la fiesta; por este motivo, Jesús pasa inadvertido hasta que llega a las cercanías de la casa de Lázaro. Solo cuando está cerca del jardín boscoso de la casa, donde estaban todas aquellas zancudas, encuentra a dos hombres que le reconocen, le saludan y le preguntan: “¿Vas a la casa de Lázaro, Maestro? Haces bien. Está muy mal. Venimos de allá. Le llevamos leche de nuestras borricas, el único alimento que puede soportar su estómago, junto con un poco de jugo de frutas y miel. Sus hermanas no hacen más que llorar. Están acabadas por sus desvelos y por el dolor… Él no hace más que esperarte con ansias. Me imagino que ya se hubiera muerto, si el anhelo de volverte a ver no le sostuviese la vida”. Jesús: “Voy inmediatamente. Dios esté con vosotros”. Algunos preguntan con curiosidad: “¿Le vas a curar?”. Jesús: “La voluntad de Dios se manifestará en él y con ella su poder”, y deja a los dos perplejos, y se encamina aprisa al cancel del jardín. ■ Le ve un criado. Corre a abrirle, pero no lanza ninguna exclamación de alegría. Apenas abre, se arrodilla para venerar a Jesús y con voz dolorosa dice: “¡Bienaventurado, Señor! Ojalá que tu venida sea señal de alegría para esta casa que llora. Lázaro, mi patrón…”. Jesús: “Lo sé. Someteos todos a la voluntad del Señor. Él premiará el sacrificio de vuestra voluntad a la suya. Ve a llamar a Marta y María. Las espero en el jardín”. El siervo corre, Jesús le sigue despacio después de haber dicho a los apóstoles: “Voy donde Lázaro. Descansad que lo necesitáis…”. Y, efectivamente, mientras se asoman a la puerta las dos hermanas —tienen dificultad en reconocer al Señor, pues muy cansados están sus ojos de vela y lágrimas, y el sol, dándoles precisamente en los ojos—, otros criados, por una puerta secundaria, salen al encuentro de los apóstoles y los acompañan. Jesús: “¡Marta! ¡María! Soy Yo. ¿No me reconocéis?”. Gritan las hermanas: “¡Oh, Maestro!”, y corren a Él arrojándose a sus pies, a duras penas ahogando los sollozos. Besos y lágrimas envuelven los pies de Jesús, como sucedió en la casa de Simón el fariseo. Pero esta vez Jesús no se muestra tan serio como entonces al sentir el lavatorio del llanto de Marta y María; esta vez se inclina y las toca en la cabeza, las acaricia y bendice. Les ordena que se levanten, y agrega: “Venid. Vamos bajo el emparrado de los jazmines. ¿Podéis dejar solo a Lázaro?”. Más con señales que con palabras, entre sollozos, responden que sí, y van al quiosco sombrío entre cuyo follaje tupido y oscuro, cual si fuera una estrellita, se ve una blanca y olorosa flor de jazmín. ■ Jesús: “Hablad, pues”. Las hermanas hablan alternativamente: “Maestro, llegas a una casa en que reina la tristeza. Con el dolor no sabemos ni qué hacer. Cuando el criado nos dijo: «Hay alguien que os busca» no pensamos en Ti. Cuando te vimos, no te reconocimos. ¿Ves? Nuestros ojos están rojos del llanto. ¡Lázaro se muere!…” y las lágrimas interrumpen sus palabras. Jesús: “Y Yo he venido…”. María, cuya esperanza se refleja en las lágrimas que le corren, exclama: “¿A curarle? ¡Oh, Señor mío!”. Marta, juntando sus manos en expresión de alegría, dice: “¡Ya lo decía yo! Si Él viene…”. Jesús: “¡Marta, Marta! ¿Qué sabes de las operaciones y decretos de Dios?”. Exclaman juntas: “¡Ay, Maestro! ¿No vas a curarle?”, y vuelven a sumirse en el dolor. Jesús: “Yo os digo: tened una fe ilimitada en el Señor. No dejéis de tenerla pese a toda insinuación o acaecimiento, y veréis grandes cosas cuando vuestro corazón no tenga ya motivo para esperar verlas. ■ ¿Qué dice Lázaro?”. Marta: “Sus palabras son eco de las tuyas. Nos dice: «No dudéis de la bondad y poder de Dios. En cualquier cosa que sucediese, Él intervendrá para vuestro bien y el mío, y para el bien de muchos, de todos los que como yo y como vosotros sepan permanecer fieles al Señor». Y, cuando está en condiciones de hacerlo, nos explica las Escrituras, que es ya lo único que lee, y nos habla de Ti, y dice que va a morir en una era dichosa, porque ha empezado la era de la paz y del perdón. Pero le oirás Tú mismo… Es que dice también otras cosas que nos hacen llorar incluso más que por él…”.
* “Eres (Magdalena) una de las almas que Satanás más odia. Pero también eres una de las que Dios más ama. Recuérdalo”.- ■ María dice: “Ven, Señor. Cada minuto que pasa es un minuto robado a la esperanza de Lázaro. Él ha estado contando las horas… Ha repetido: «Y con todo para la fiesta vendrá a Jerusalén…». Nosotras, nosotras que sabemos muchas cosas que no comunicamos a Lázaro para no causarle dolor alguno, no abrigábamos ninguna esperanza, porque creíamos que no vendrías por causa de los que te buscan… Marta pensaba sobre todo así, yo menos porque… yo, si estuviese en tu lugar, desafiaría a mis enemigos. No soy de las que tienen miedo de los hombres. Ahora no tengo miedo más, ni aun de Dios. Sé cuán bueno es con las almas arrepentidas…”, y le mira con sus ojos llenos de amor. ■ Jesús pregunta: “¿De nada tienes miedo, María?”. Magdalena: “Del pecado… y de mí misma… Siempre tengo miedo de volver a caer en el mal. Pienso que Satanás me debe odiar mucho”. Jesús: “Tienes razón. Eres una de las almas que Satanás más odia. Pero también eres una de las que Dios más ama. Recuérdalo”. Magdalena: “Lo tengo presente. Es lo que me da fuerzas. Recuerdo lo que dijiste en la casa de Simón: «Mucho se le ha perdonado, porque mucho ha amado», y a mí: «Te son perdonados tus pecados. Tu fe te ha salvado. Vete en paz». Dijiste «los pecados». No muchos. Todos. Y entonces pienso que me has amado. ¡Dios mío! Sin medida. Si mi pobre fe de entonces que nacía de mi alma cargada de culpas, pudo alcanzar tanto de Ti, ¿mi fe de ahora no será capaz de defenderme del mal?”. Jesús: “Sí, María. Vela cuidadosamente sobre ti, con humildad y prudencia. Pero ten fe en el Señor. Él está contigo”.
* Lázaro dice: “Creo en todo, Señor. Hasta en las cosas desmentidas por los hechos”.- ■ Entran en la casa. Marta va a ver a su hermano. María quisiera servir a Jesús pero Él quiere ir antes a donde Lázaro. Entran en la habitación semiobscura donde el sacrificio se va consumando. Lázaro: “¡Maestro!”. Jesús: “¡Amigo mío!”. Lázaro extiende sus brazos esqueléticos en alto, los de Jesús se inclinan a abrazar el cuerpo del amigo que languidece. Un largo abrazo. Luego Jesús coloca al enfermo sobre los almohadones y le mira compasivamente. Lázaro sonríe. Está feliz. En su cara demacrada los ojos hundidos brillan con la alegría de tener allí a Jesús, que le dice: “¿Lo ves? He venido, y estaré mucho tiempo contigo”. ■ Lázaro: “¡Oh, no puedes, Señor! A mí no me dicen todo. Pero sé lo suficiente como para decirte que no puedes. Al dolor que te causan, agregan el mío, mi parte, no concediéndome expirar entre tus brazos. Pero yo, que te amo, no puedo por egoísmo tenerte cerca de mí, sabiendo que peligras. Tú… ya me he tomado las providencias… debes cambiar siempre de lugar. Todas mis casas están abiertas para Ti. Los guardas tienen órdenes lo mismo que los mayordomos de mis campos. No vayas al Getsemaní para quedarte allí un tiempo. Está muy vigilado. Me refiero a la casa. Porque a los olivos, especialmente a los de arriba, puedes ir, y por muchos caminos, sin que lo sepan ellos. ¿Sabes que Marziam está ya aquí? Algunos interrogaron a Marziam, cuando estaba con Marcos en el molino de aceitunas. Querían saber dónde estabas, y si ibas a venir. El muchacho respondió bien: «Él es israelita y vendrá. Por dónde, no lo sé, pues le dejé en el Merón». Así ha impedido que te llamaran pecador y no ha mentido”. Jesús: “Te lo agradezco, Lázaro. Haré lo que me dices. De todos modos nos veremos frecuentemente” y vuelve a mirarle. ■ Lázaro: “¿Me miras, Maestro? ¿Ves cómo me he quedado? Como un árbol que se despoja de sus hojas en otoño, así me despojo poco a poco de carne, de fuerza y de horas de vida. Pero digo la verdad diciendo que, si siento el no vivir lo suficiente para ver tu triunfo, me alegro por marcharme para no ver el odio que aumenta a tu alrededor, y ¡yo impotente como estoy para detenerlo!”. Jesús: “No eres impotente; nunca lo eres. Tomas providencias para con tu Amigo aun antes de que Él llegue. Tengo dos casas de paz, y, podría decir: igualmente queridas: la de Nazaret y ésta. Si allí está mi Madre, el amor celestial casi cuanto el Cielo por el Hijo de Dios, aquí tengo el amor de los hombres por el Hijo del hombre. El amor amigo, que cree, que me venera… ¡Gracias, amigos míos!”. ■ Lázaro: “¿No va a venir tu Madre?”. Jesús: “Al principio de la primavera”. Lázaro: “Entonces no la veré más…”. Jesús: “Sí, la verás. Te lo aseguro. Me debes creer”. Lázaro: “En todo, Señor. Hasta en las cosas desmentidas por los hechos”. Jesús: “¿Dónde está Marziam?”. Lázaro: “En Jerusalén con los discípulos, pero viene a la tarde. Dentro de poco. ¿Y tus apóstoles? ¿No están contigo?”. Jesús: “Están allí con Maximino que les da algo para su cansancio y agotamiento”. Lázaro: “¿Habéis caminado mucho?”. Jesús: “Mucho. Sin parar. Te lo contaré después… Ahora descansa. Te bendigo”. Jesús le bendice y se retira.
* La brillante lógica de Iscariote.- ■ Los apóstoles están ahora con Marziam y con casi todos los pastores y cuentan la insistencia de los fariseos por saber dónde está Jesús, y añaden que eso los puso en guardia, tanto que ellos, los discípulos, resolvieron ponerse a vigilar cada camino que lleva a Jerusalén para avisar al Maestro. Isaac refiere: “De hecho, estamos esparcidos, a algunos estadios de las Puertas, en todos los accesos”. Iscariote dice riendo: “Maestro, ellos dicen que había hoy medio Sanedrín en la Puerta de Yafa, y discutían unos con otros, porque algunos se acordaban de lo que dije en Engannim, otros juraban haber sabido que habías estado en Dotaín, otros, por el contrario, afirmaban que te habían visto cerca de Efraín, y esto los ha hecho enfurecerse, no sabiendo de fijo dónde estabas…” y se ríe de la burla que jugó a los enemigos de Jesús. ■ Jesús: “Mañana me verán”. Iscariote: “No. Mañana vamos nosotros. Ya lo hemos concertado. Todos en grupo, y dejándonos ver claramente”. Jesús: “No lo permito. Mentirías”. Iscariote: “Te lo juro que no mentiré. Si no me preguntan, nada diré. Si preguntan si estás con nosotros, responderé: «¿No estáis viendo que no está?», y si insisten, les diré: «Buscadle vosotros. ¿Cómo queréis que en estos momentos sepa yo dónde esté el Maestro?». En realidad, no podré saber si estás en casa, aquí, o entre los árboles, o no sé dónde”. Jesús: “Judas, Judas, te he prohibido que…”. Iscariote: “Comprendo, tienes razón. Pero esto mío no será sencillez de paloma, sino prudencia de serpiente. Tú la paloma, yo la serpiente. Y juntos haremos aquella perfección que has enseñado”. E imita perfectamente el tono de Jesús cuando enseña: “«Yo os envío como ovejas en medio de lobos. Sed pues prudentes como las serpientes y sencillos como las palomas… No os preocupéis de cómo responderéis porque en ese momento se os pondrá en los labios las palabras, pues no seréis los que hablaréis, sino el Espíritu que está en vosotros... Cuando os persiguieren en una ciudad, huid a la otra hasta que venga el Reino del Hijo del hombre…». Las recuerdo y ahora es el momento de aplicarlas”. Jesús objeta: “No las dije así, ni dije éstas solas”. Iscariote: “¡Bien!, por ahora basta con recordar éstas, y decirlas así. Comprendo lo que quieres decir. Pero, si no está confirmada le fe en Ti, que es piedra en tu Reino, no está bien el ponerse en manos de los enemigos. Después… diremos y haremos lo demás…”. ■ Y la expresión de Judas es tan brillante de inteligencia y picardía, que se gana a todos, menos a Jesús, que suspira. Es en realidad el hombre seductor que tiene todo para triunfar entre los hombres. Jesús suspira y piensa… Tiene que asentir viendo que no está del todo mal la providencia de Judas, que, triunfante, explica su plan: “Nosotros, pues, iremos mañana, y pasado mañana, hasta el día siguiente del sábado. Estaremos en una cabaña hecha de ramas en el valle del Cedrón, como israelitas perfectos. Ellos se cansarán de esperarte… y entonces irás. Entre tanto, te quedarás aquí, en paz, descansando. Estás agotado, Maestro mío. Y nosotros esto no lo queremos. Cerradas las puertas, uno de nosotros vendrá a decirte lo que ellos hacen. ¡Oh, será grato verlos burlados!”. ■ Todos asienten y Jesús no opone resistencia. Quizás el cansancio, verdaderamente grande, quizás el deseo de proporcionar a Lázaro consuelo, todo el consuelo para la última lucha, contribuyen a que ceda. Quizás también la necesidad real de mantenerse libre, hasta que no se cumplan todas las obras que son necesarias para que Israel no dude de su Naturaleza antes de juzgarle como a reo… Lo cierto es que acepta: “Así sea. Pero no busquéis discusiones, y evitad la mentira. Más bien callaos. No mintáis. Ahora vámonos que Marta nos está llamando. Ven, Marziam. Veo que tienes mejor aspecto…”. Hablando se aleja pasando un brazo en torno a los hombros del discípulo jovencito. (Escrito el 2 de Septiembre de 1946).
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(<Discursos de Jesús en la fiesta de los Tabernáculos.- En la Fiesta de los Tabernáculos, Jesús, rodeado de sus apóstoles y numerosos discípulos, ha llegado al Templo. Ha sido recibido entre voces amigas y voces enemigas. ■ El primer día, ha hablado sobre la naturaleza el Reino [Lc.17, 20-21], relatado en el episodio 7-486-371 en el tema “Dios-Reino de Dios”. ■ Ha hablado también del origen de su doctrina [Ju. 7,10.24] y les ha acusado de que no cumplen la Ley de Moisés, pues tratan de matarle y, además, de que ellos circuncidan en sábado para cumplir la Ley de Moisés y se irritan contra Él porque cura en sábado, relatado en el tema “Jesús Redentor”, episodio 7-486-371. ■ Al día siguiente, Jesús les ha hablado sobre la naturaleza del Mesías [Ju. 7,25-30], relatado en el tema “Jesús Redentor”, episodio 7-487-380. ■ El último día de la Fiesta, les ha hablado sobre la Promesa del agua viva [Ju. 7,37-53], relatado en el tema “Fe”, episodio 7-491-407>)
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(<Jesús y los hermanos Santiago y Judas Tadeo se encuentran en el campo de los galileos en el Monte de los Olivos. Aquí comparten con sus paisanos galileos, que han llegado en peregrinación a Jerusalén, unas horas de este día>)
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7-490-402 (8-185-386).- De nuevo el niño Benjamín.- “Encontraréis gente más rara que Judas”.
* En el campo de los Galileos, encuentro con el niño Benjamín quien llamó un día malo a J. Iscariote.- ■ Comen en círculo —después de bendecir Jesús los alimentos, y repartirlos— con una serena y amigable unión de corazones. Los otros, los que no son seguidores de Jesús, miran desde lejos, burlones e incrédulos. Pero ninguno les presta atención. La comida ha terminado. Jesús es el primero en ponerse en pie y llama a Jairo, a Alfeo, a Daniel de Naím, a Elías de Corozaín, a Samuel (el ex lisiado de no sé dónde), luego a un cierto Urías, a uno de los tantos Juanes, a uno de tantos Simones, a un Leví, a un Isaac, a Abel de Belén, etc. etc.; en definitiva, a uno por pueblo. Ayudado por sus primos hace de dos bolsas llenas de dinero tantas partes iguales cuantos son los llamados, y da una parte a cada uno de ellos, para que la usen para los pobres de cada uno de los pueblos. Luego, cuando ya no queda ni una moneda, bendice a todos y se despide de ellos. Y querría despedirse para dirigirse hacia el Getsemaní y así volver a Jerusalén por la puerta de las Ovejas. Pero casi todos le siguen, sobre todo los niños que no le sueltan el vestido, ni los bordes del manto, y, no cabe duda, que le causan molestia, pero Él no se lo impide… ■ Y aquel niño de Magdala, Benjamín, el que dijo un día de Judas de Keriot, lo que era, tira a Jesús del vestido para que se incline a escucharle. “¿Tienes todavía contigo a aquel hombre malo?”. Jesús, sonriéndole, le dice: “¿Cuál malo? Conmigo no hay malos…”. Benjamín: “¡Sí que lo hay! Aquel hombre alto y moreno que se reía… ¿recuerdas? Aquel a quien le dije que era hermoso por fuera, pero feo por dentro… ese es malo”. Tadeo, que está detrás de Jesús y ha oído, dice: “Se refiere a Judas”. Jesús, volviéndose, le responde: “Lo sé”, y luego al niño: “Está conmigo ese hombre. Es un apóstol mío. Ahora es muy bueno… ¿por qué meneas la cabeza? No se debe pensar mal del prójimo, sobre todo de aquél que no se conoce”. El niño baja la cabeza y se calla. Jesús: “¿No me respondes?”. Benjamín: “A Ti no te gusta que se digan mentiras… y te prometí no decirlas y he cumplido mi promesa. Pero, si ahora te digo que sí, que creo que es bueno, digo algo no verdadero, porque pienso que es malo. Puedo tener cerrada la boca, para agradarte, pero no puedo tener cerrada la cabeza para no pensar”. El razonamiento es tan claro y lógico en su sencillez infantil, que todos los que le oyen se echan a reír. Todos menos Jesús, que suspira y dice: “Bueno, tú debes hacer una cosa: rogar para que se haga bueno, si es que piensas que es malo. Debes ser su ángel. ¿Lo harás? Si se hace mejor Yo me alegraré mucho. Así pues tú, rogando por él, ruegas para que Yo esté contento”. Benjamín: “Lo haré, pero si él es malo, y no se hace bueno estando contigo, de nada servirá que yo ruegue”. Jesús zanja esta confrontación deteniéndose e inclinándose a besar a los niños. Luego ordena a todos que regresen…
* Judas de Alfeo piensa como el niño Benjamín. Jesús dice: “No quiero juicios. Encontraréis gente más rara que Judas. Porque lo son, las deberéis amar con cariño sin igual para hacer que se conviertan en corderos del Señor”.- ■ Cuando se encuentran solos Jesús y sus dos primos, Judas de Alfeo, pasado un rato de silencio, como si antes hubiera pensado lo que iba a decir, dice a manera de conclusión: “¡Tiene razón! ¡Tiene razón en todo! Yo también pienso como él”. Su hermano Santiago, que camina absorto un poco adelantado por la vereda que permite el paso de uno en uno solamente, le pregunta: “¿Pero de qué hablas?”. Judas de Alfeo: “De Benjamín. Y de lo que dijo. Pero Tú no quieres escucharle, y también yo te digo que Judas es… No es un verdadero apóstol… No es sincero, no te ama, no…”. Jesús: “¡Judas! ¡Judas! ¿Por qué me causas esta aflicción?”. Judas de Alfeo: “Hermano mío, porque te amo. Tengo miedo de Iscariote, más miedo que de una serpiente…”. Jesús: “Eres injusto. Tal vez hubiera ya sido capturado si él no hubiese ayudado”. Santiago interviene: “Jesús tiene razón. Judas ha hecho mucho, se atrajo odios y burlas sin cuento. Trabajó y trabaja por Jesús”. Judas de Alfeo: “No puedo pensar que Tú seas necio ni que mientas… Y me pregunto por qué entonces defiendes a Judas. No hablo por celos ni por odio. Hablo porque creo que por dentro él es malo, que no es sincero… Todo lo más que puedo admitir, por amor a Ti, es que esté loco. Un pobre loco que delira hoy en un sentido, mañana en otro. Pero que sea bueno, no lo es. ¡Desconfía de él, Jesús, desconfía!… Ninguno de nosotros es bueno. Pero míranos bien. Nuestros ojos son francos. Obsérvanos bien. Nuestra conducta es igual. ■ ¿No te dice nada el hecho de que los fariseos no le hagan pagar las burlas que les hace?; ¿nada el que los del Templo no reaccionen contra sus palabras?; ¿nada el que tenga siempre amigos precisamente entre aquellos a quienes aparentemente ofende?; ¿nada el que siempre tenga dinero? No digo nosotros dos, pero incluso Natanael, que es rico, y Tomás, que no tiene escasez de medios, tienen solo lo necesario. Pero él… ¡Oh!…”. Jesús no dice nada… Santiago observa: “En parte mi hermano tiene razón. Es cierto que Judas encuentra siempre el modo de… estar solo, de ir solo… de… Pero no quiero murmurar ni juzgar. Tú sabes…”. ■ Jesús: “Sí, lo sé. Y por esto he dicho que no quiero juicios. Cuando estéis en el mundo en mi lugar, encontraréis gente más rara que Judas. ¿Qué apóstoles vais a ser si las evitáis porque son raras? Antes bien, porque lo son, las deberéis amar con cariño sin igual para hacer que se conviertan en corderos del Señor…”. (Escrito el 10 de Septiembre de 1946).
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7-492-414 (8-187-397).- En Betania se evoca la memoria de Juan de Endor y Síntica.
* Elisa ofrece sus servicios maternales a Jesús y apóstoles para sus correrías apostólicas.- Se quedará en Nobe, en casa del anciano Juan.- ■ La casa de Betania cada vez más triste, pero siempre acogedora… La presencia de amigos y discípulos no arranca la tristeza a la casa. Están José, Nicodemo, Mannaén, Elisa y Anastásica. Éstas, por lo que entiendo, no han podido resistir estar lejos de Jesús y se disculpan de ello como si hubieran cometido una desobediencia, pero están decididas a unirse. Y Elisa presenta sus razones, las de mayor peso según ella, cuales son: la imposibilidad de las hermanas de Lázaro de seguir al Maestro, para darles a Él y a los apóstoles aquellos cuidados femeninos que son necesarios para un grupo de varones solos y, por añadidura, perseguidos. “Solo nosotras podemos. Porque Marta y María no pueden dejar a su hermano. Juana no está. Analía es demasiado joven para ir con vosotros. Nique conviene que esté donde está, para hospedaros allí. Mis cabellos blancos, evitan las murmuraciones. Yo te precederé a donde vayas, o estaré donde me digas, y tendrás siempre a tu lado a una madre, y yo creeré que tengo todavía un hijo. Haré lo que Tú desees, pero déjame servirte”. ■ Jesús dice que sí al ver que todos aprueban las razones. Puede ser también que, en medio de las amarguras que tiene en el corazón, desee tener cercano a Sí un corazón maternal en donde encuentre un reflejo de la dulzura de la madre… Elisa está muy contenta. Jesús dice: “Estaré frecuentemente en Nobe. Irás a la casa del viejo Juan. Me la ha ofrecido para hospedarme. Te encontraré cada vez que regresemos…”.
* El hombre ha matado el remordimiento y esto es señal de su decadencia espiritual”.- ■José de Arimatea pregunta: “¿Piensas caminar no obstante las lluvias?”. Jesús: “Sí. Quiero ir aún hacia la Perea, deteniéndome en casa de Salomón. Luego a Jericó y Samaria. ¡Oh, quisiera ir a muchos lugares!…”. José de Arimatea: “No te alejes demasiado, Maestro, de los caminos y ciudades custodiados por un centurión. No se sabe lo que ellos piensan. Como tampoco se sabe lo que piensan los romanos. Dos miedos. Dos modos de tener cuidado de Ti. Pero, créeme, para Ti son menos peligrosos los romanos…”. Iscariote interrumpe bruscamente: “¡Nos han abandonado!…”. José de Arimatea: “¿Lo crees? No. ¿Entre los paganos que escuchan al Maestro puedes distinguir, acaso, los enviados por Claudia o por Pilatos? Entre los libertos de Claudia y de sus amigas no son pocos los que podrían hablar en el Bel Nidrás, si fueran israelitas. No olvides que hay doctos en cualquier lugar; que Roma somete al mundo, que a sus patricios les gusta apoderarse del mejor botín para adornar sus casas. Si cada uno de los gimnasiarcas y de los que presiden los Circos escogen al que puede darles riqueza y gloria, los patricios eligen a aquellos que por cultura o belleza son decoro y satisfacción de las casas y de sí mismos… ■ Maestro, estas palabras me traen un recuerdo… ¿Puedo hacerte una pregunta?”. Jesús: “Habla”. José de Arimatea: “Aquella mujer, aquella griega que estaba aquí el año pasado… y que… era una causa de acusación contra Ti, ¿dónde está? Muchos han tratado de averiguarlo… no con buena finalidad. De mi parte no abrigo ningún deseo malo… solo… que me no me parece posible que haya vuelto al error. Estaba dotada de una gran inteligencia y de rectitud. Pero no verla más…”. Jesús: “En un cierto lugar de la Tierra supo, ella pagana, ejercer para con un israelita perseguido, la caridad que los israelitas no poseían”. José de Arimatea: “¿Te refieres a Juan de Endor? ¿Está con ella?”. Jesús: “Ha muerto”. José, asombrado: “¿Muerto?”. Jesús: “Sí. Se le podía haber dejado morir cerca de Mí… No era necesario esperar mucho… Los que trabajaron para que se le alejase, cometieron un homicidio como si hubieran levantado su mano, armada con cuchillo. Le destrozaron el corazón. Y aunque saben que está muerto, no creen que sean culpables de homicidio. No sienten el remordimiento de haberlo sido. Se puede matar de muchos modos a los hermanos. Con el arma y con la palabra, o con una acción malvada. Como el hecho de señalar, a quien persigue, el lugar del perseguido; el hecho de quitar a un infeliz un cobijo donde pueda encontrar descanso… ¡De cuántos modos se mata!… Pero el hombre no siente remordimiento. El hombre ha matado el remordimiento y esto es señal de su decadencia espiritual”. ■ Las palabras de Jesús parecen herir el aire por su severidad, de modo que nadie siente fuerzas para hablar. Se miran de reojo, cabizbajos, confundidos, incluso los más inocentes y buenos. Jesús, después de una pausa, dice: “No es necesario que alguien vaya a contar a los enemigos del difunto y míos lo que acabo de decir, para que se llenen de júbilo satánico. Pero si os preguntan responded que Juan está en paz con el cuerpo en un sepulcro lejano y con el espíritu en mi espera”.
* “Solo una gran voluntad buena puede cambiar los instintos y la manera de obrar. Y os digo: «Quien denunció, seguirá haciéndolo. Quien hizo porque alguien muriera, lo volverá a repetir con otro». Pero ¡ay de él! Cree que vencerá, pero perderá. El juicio de Dios le espera”.- ■ Nicodemo pregunta: “Señor, ¿esto te afligió mucho?”. Jesús: “¿Qué cosa? ¿Su muerte?”. Nicodemo: “Sí”. Jesús: “No. Su muerte me ha producido paz. Dolor, un gran dolor me han producido aquellos que, por un bajo sentimiento humano, han denunciado al Sanedrín su presencia entre los discípulos y han provocado su partida. Mas, cada uno tiene su modo de obrar, y solo una gran voluntad buena puede cambiar los instintos y las maneras de obrar. Y os digo: «Quien denunció, seguirá haciéndolo. Quien hizo porque alguien muriera, lo volverá a repetir con otro». Pero ¡ay de él! Cree que vencerá, pero perderá. El juicio de Dios le espera”. Juan de Zebedeo, poniéndose rojo como si fuera el culpable, pregunta: “¿Por qué me miras así, Maestro?”. Jesús: “Porque si te miro a ti nadie pensará, ni siquiera el peor de todos, que hayas sido capaz de haber odiado a un hermano tuyo”. ■ Iscariote dice: “Habrá sido algún fariseo o algún romano… Él les vendía huevos…”. Jesús: “Ha sido un demonio. Pero le ha hecho un bien queriéndole perjudicar. Apresuró su completa purificación. Ahora está en paz”. José pregunta: “¿Cómo lo sabes? ¿Quién te trajo la noticia?”. María Magdalena pregunta con énfasis: “¿Tiene acaso necesidad el Maestro de que alguien le traiga noticias para saber? ¿No ve acaso las acciones de los hombres? ¿No fue a llamar a Juana para que viniese a Él y la curase? ¿Qué cosa hay imposible para Dios?”. José de Arimatea: “Es verdad, mujer. Pero pocos tienen tu fe… Por eso he hecho una pregunta necia”. Magdalena: “Está bien. Pero ahora, Maestro, ven. Lázaro ya despertó y te espera…”. Y se lo llevan sin añadir más, cortando cualquier otra pregunta. (Escrito el 14 de Septiembre de 1946).
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(<Jesús acaba de liberar de sus acusadores a la mujer adúltera [Ju. 8,1-11] —relatado en el tema “Pureza-Castidad”, episodio 7-494-422— y, con Pedro y Juan, testigos del suceso, va al encuentro de los suyos>)
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7-495-427 (9-191-412).- Enseñanza a los apóstoles y discípulos acerca del perdón de los pecadores, tomando como tema el suceso de la mujer adúltera.
* Judas no puede comprender el proceder de Jesús con respecto a la adúltera: al salvarla fue contra la Ley. Y ni siquiera estaba arrepentida.- ■ Jesús ha dado alcance a los diez apóstoles y a los discípulos principales en las faldas del Monte de los Olivos, cerca de la fuente de Siloán. Cuando ellos ven venir, a paso largo, a Jesús entre Pedro y Juan, van a su encuentro, y se juntan al pie de la fuente. Ordena Jesús: “Subimos al camino de Betania. Dejo la ciudad por un tiempo. En el camino os diré lo que debéis hacer”. Entre los discípulos están Mannaén y Timoneo, que, tranquilizados, han vuelto a tomar su lugar. También están Esteban y Hermas, Nicolás, Juan de Éfeso, Juan el sacerdote y en una palabra todos los más destacables por su sabiduría, además de los otros, sencillos pero muy activos por gracia de Dios y voluntad propia. Muchos le preguntan: “¿Te vas de la ciudad? ¿Te ha pasado algo?”. Jesús: “No. Pero hay otros lugares que me esperan…”. Siguen preguntando: “¿Qué has hecho esta mañana?”. Jesús: “He hablado… Los profetas… Una vez más. Pero no entienden…”. ■ Mateo pregunta: “¿Ningún milagro, Maestro?”. Jesús: “Ninguno. Un perdón. Y una defensa”. Mateo: “¿Quién era? ¿Quién ofendía?”. Jesús: “Unos que se creían sin pecado acusaron a una pecadora. La salvé”. Mateo: “Si era pecadora, tenían ellos razón”. Jesús: “En su cuerpo era realmente pecadora. Pero su alma… Muchas cosas podía deciros acerca de las almas. No llamo pecadores solo a aquellos cuya culpa es clara. Son también pecadores los que empujan a otros a pecar. Y su pecado es más astuto. Hacen al mismo tiempo la función de la Serpiente y del Pecador”. Mateo: “¿Qué había hecho la mujer?”. Jesús: “Había cometido adulterio”. Iscariote exclama: “¿Adulterio? ¿Y la salvaste? ¡No debiste!”. Jesús le mira detenidamente, luego le pregunta: “¿Por qué no debí?”. Iscariote: “Pues porque… Te puede acarrear algún mal. Sabes bien cuánto te odian y que buscan acusaciones contra Ti. Ciertamente… Salvar a una adúltera es ir contra la Ley” (1). Jesús: “Yo no dije que la salvé. Dije a ellos que solo aquel que estuviese sin pecado lanzase la piedra contra ella. Y ninguno la lapidó porque ninguno estaba libre de pecado. Así pues confirmé la Ley que ordena la lapidación a los adúlteros; pero también salvé a la mujer porque no hubo nadie que la lapidase”. Iscariote: “Pero Tú…”. Jesús: “¿Querías que la hubiera Yo lapidado? Habría podido, y hubiera sido un acto de justicia, pero no de misericordia”. ■ Iscariote: “¡Ah, se arrepintió! Te suplicó y Tú…”. Jesús: “No. No estaba ni siquiera arrepentida. Estaba solo humillada y llena de miedo”. Iscariote: “¿Pero entonces… por qué? ¡Cada vez te comprendo menos! Antes lograba comprender lo que habías hecho con una María Magdala, con Juan de Endor, en una palabra… con muchos peca…”. Mateo, con calma y dignidad, dice: “Dilo claro: con Mateo. No me lo tomo a mal. Es más, te agradezco que me ayudes a recordar mi deuda de gratitud para con mi Maestro”. Iscariote: “Bueno, también con Mateo… Pero ellos estaban arrepentidos de su pecado, de su vida licenciosa. ¡Pero ésta!… ¡Te comprendo cada vez menos! Y no soy el único que no te comprende…”. Jesús: “Lo sé. No me comprendes… Siempre me has comprendido poco. Y no has sido el único. Pero eso no cambia mi modo de obrar”. Iscariote: “El perdón se da a quien pide”. Jesús: “¡Oh, si Dios debiera dar el perdón solo a quien se lo pide! ¡Si debiera castigar inmediatamente a quien a la culpa no hace seguir el arrepentimiento! ¿Tú no te has sentido nunca perdonado antes de haberte arrepentido? ¿Puedes con certeza afirmar que te has arrepentido y que por eso has sido perdonado?”. Iscariote: “Maestro, yo…”.
* “No fui insensato en el perdón. No he dicho lo que dije a otras almas a las que perdoné porque estaban del todo arrepentidas. Pero he dado manera y tiempo para llegar al arrepentimiento y a la santidad. Dos cosas son necesarias para ser verdaderos maestros y dignos de ser maestros…”.- ■ Jesús: “Escuchadme todos, porque muchos de vosotros pensáis que hice mal y que Judas tiene razón. Aquí están Pedro y Juan. Oyeron lo que dije a la mujer y lo pueden repetir. No fui un insensato en el perdón. No he dicho lo que dije a otras almas, a las que perdoné porque estaban del todo arrepentidas. Pero he dado manera y tiempo a esa alma de llegar al arrepentimiento y a la santidad, si se quiere alcanzar esas cosas. Recordadlo para cuando seáis maestros de las almas. Dos cosas son necesarias para poder ser verdaderos maestros y dignos de ser maestros. Primera: llevar una vida austera respecto a nosotros mismos, de forma que podamos juzgar sin las hipocresías de condenar en los otros lo que a nosotros nos perdonamos. Segunda: una misericordia paciente para dar a las almas la forma de sanar y fortalecerse. No todas las almas se curan instantáneamente de sus heridas. Algunas lo hacen por etapas sucesivas, y a veces lentas y con riesgo de recaídas. Alejarlas, condenarlas, infundirles miedo, no es arte de un médico del espíritu. Si las alejáis de vosotros, volverán, por rechazo, a arrojarse a los brazos de falsos amigos y maestros. ■ Abrid siempre vuestros brazos y el corazón a las pobres almas. Que vean en vosotros a un verdadero y santo confidente, sobre cuyas rodillas no se avergüenzan de llorar. Si las condenáis y las priváis de las ayudas espirituales, cada vez más las haréis que se enfermen y se debiliten. Si les infundís temor en vosotros y en Dios, ¿cómo podrán levantar sus ojos a vosotros y a Dios? El hombre encuentra como primer juez al hombre. Solo el ser que vive espiritualmente sabe encontrar primero a Dios. Pero la criatura que ya ha logrado vivir espiritualmente no cae en culpa grave. Su parte humana puede todavía tener debilidades, pero su espíritu robusto vigila y las debilidades no pasan a ser culpas graves. Mientras que el hombre, que todavía es mucho carne y sangre, peca, y encuentra al hombre. Ahora bien, si el hombre que debe señalarle a Dios y formar su alma, le infunde miedo, ¿cómo puede el culpable confiar en él? ¿Y cómo puede decir: «Me humillo porque creo que Dios es bueno y que perdona» si ve que uno que es como él no es bueno? ■ Vosotros debéis ser el término de la comparación, la medida de lo que es Dios, de la misma forma que un céntimo es la parte de lo que hace un millón. Pero si vosotros —pequeños, que sois una parte del Infinito y lo representáis— sois crueles con las almas, ¿qué creerán ellas, entonces, que es Dios? ¿No pensarán acaso que Él es duro e intransigente? ■ Judas, tú que juzgas con severidad, si en este momento te dijese: «Te voy a denunciar al Sanedrín por práctica de magia…»” (2). Iscariote: “¡Señor, no lo harías! Sería… sería… Tú sabes que es…”. Jesús: “Sé y no sé. Pero ves que inmediatamente invocas piedad sobre ti… y tú sabes que ellos no te condenarían porque…”. Iscariote, muy agitado, interrumpiendo a Jesús: “¿Qué insinúas, Maestro? ¿Por qué dices esto?”. Con tono muy tranquilo, pero con ojos que atraviesan el corazón de Judas, y al mismo tiempo para calmar a su apóstol agitado sobre quien convergen todas las miradas de los once apóstoles y de muchos discípulos, Jesús dice: “Pues porque ellos te aman. Tienes buenos amigos allá dentro. Lo has dicho muchas veces”. Judas da un suspiro de alivio, se seca el sudor, un sudor extraño porque el día está frío y sopla viento. Dice: “Es verdad. Viejos amigos. Pero no creo que si pecase…”. Jesús: “¿Y entonces pides piedad?”. Iscariote: “Ciertamente. Soy todavía imperfecto y quiero ser perfecto”. Jesús: “Tú lo has dicho. También aquella mujer es muy imperfecta. Le he dado tiempo para que sea buena, si quiere”. Judas no replica. (Escrito el 17 de Septiembre de 1946).
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1  Nota  : Cfr. Lev. 20,10; Deut. 22,22-24.   2  Nota  : Cfr. Práctica de magia:  Cfr. 1 Sam. 28, 3-25;  Lev. 20,6 y 27.
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(<Han llegado a la región transjordana de Perea, al poblado donde está la casita de Salomón, cerca del vado de Betabara. Por disposición de Jesús en esa casa habita ahora el anciano Ananías, a quien su nuera le había abandonado>)
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7-496-433 (9-192-417).- Improvisa turbación de Judas Iscariote.- Ananías, que ha percibido que existe más odio que amor entre los jefes del pueblo hacia Jesús, piensa que Israel sale al encuentro de los castigos que predijeron los profetas.
* “¿Por qué el hombre debe ser tan malo?”. “Porque ha matado su espíritu, y con su espíritu su capacidad de sentir el remordimiento de ser injusto”.- Iscariote completamente cambiado de rostro.- ■ Dice el anciano Ananías a Jesús: “Han venido varias veces a buscarte después de Pentecostés. Más no han vuelto a venir”. Apóstoles: “¿Quién le buscaba?”. Ananías: “¡Pues fariseos! Y otros como ellos. Querían saber de Ti. Yo les dije: «No está aquí, ni sé cuándo vendrá…». Es la verdad. Terminaron por cansarse de venir. Buscaban a otro, a un cierto Juan, que decían que estaba contigo y que pensaban tal vez se escondía aquí. Les dije: «Pero si es su discípulo, anda con Él». Dijeron: «¿Acaso su discípulo es tuerto? ¿es viejo? ¿casi moribundo?». Comprendí que no eras tú y respondí: «Conozco solo a su apóstol Juan, que es un joven apuesto, y sano de alma como de cuerpo». Me amenazaron. Pero, ¿qué podía decir yo? Era la verdad…”. Jesús: “Cierto que era la verdad. Sé siempre veraz. Aunque tuvieses que causarme algún daño, nunca mientas, padre”. Ananías “Señor, mis cabellos han encanecido tratando de obedecer siempre al Señor. Y entre las cosas que tengo que obedecer está la de no decir cosas falsas. ■ Pero, ¿por qué te buscan, Señor? Yo era un ciego. Por tanto, jamás iba a Jerusalén. Ahora he vuelto allí. Por el puro rito. Porque quería estar aquí esperándote… Y he percibido odio y amor respecto a Ti… He comprendido que existe más odio que amor entre los jefes del pueblo. Estaba en el Templo en aquella mañana en que te quisieron agredir… y huí triste a esperarte y llorar aquí. ¿Por qué el hombre debe ser tan malo?”. Jesús: “Porque ha matado su espíritu, y con su espíritu su capacidad de sentir el remordimiento de ser injusto”. Ananías: “¿Es verdad que te buscaban para hacerte mal?”. Jesús: “Así es”. Ananías: “¡Sí! ¿Quiere Israel causar daño a su Rey? ¡Horror! Israel sale al encuentro de los castigos que los profetas predijeron (1). Oh, estoy contento, ahora, de que mi hijo haya muerto… también yo quisiera morirme para no ver el pecado de Israel…”. ■ Un silencio profundo se cierne sobre todos. Tan solo el crepitar de la leña parece entonar un lúgubre canto. Iscariote completamente cambiado de rostro, torvo, agitado y caminando por la cocina, abriendo los brazos, dice: “Hablemos de otra cosa. Siempre se habla de muerte, de odio, de traición. ¡Basta, basta! ¡No puedo más oír hablar de esto!”. Muchos dicen: “Judas tiene razón”. Jesús, abriendo resignadamente sus manos, con las palmas abiertas, sobre la rústica mesa, dice: “Pero, no querer oír no es útil. Lo útil es no consentir”. Judas, agitando las manos casi delante de la cara, a través de la mesa, le dice: “¿Qué quieres decir con eso de «consentir»? ¿Quién consiente en esto?”. ■ Jesús: “¿Que quién? Todos los que sueñan ya con verme morir bañado en mi sangre. ¡Sangre! ¡Sangre de tu Mesías! ¡Sangre sobre ti, Tierra que no quieres a tu Señor! ¡Sangre que brilla más que esas llamas! ¡Sangre, fuego en el hielo y en las tinieblas de un mundo criminal! Creen poder matar la Luz quitándole la sangre. Pero Luz es el espíritu; la sangre es todavía materia. La materia hace pesado al espíritu. ¿Acaso no es cierto que la sangre echada sobre una lámina de mica debilita la luz? ■ Pues bien, en verdad, en verdad os digo que, de la misma forma que esos leños no brillaban, sino hasta que se convirtieron en llama y su resina no prendió hasta que sintió el fuego, y ahora resplandecen y alumbran, de igual modo cuando todo se haya cumplido y la sangre y la carne se hayan consumido en sacrificio, entonces, como ese fuego, que es ahora todo luz, mi Espíritu más que nunca iluminará el mundo y más que nunca seré Luz. Una Luz tal que deslumbrará para siempre a los que la odian, como a sus asesinos. Una Luz tan intensa que se fundirán las puertas áureas de los Cielos cerrados a la Humanidad por tantos siglos y se abrirán de par en par a los justos. Una Luz de tal naturaleza, que perforará las rocas que son bóveda del Abismo, y el fuego atroz del Infierno se hará atrocísimo bajo los resplandores de mis rayos. Y ¡ay, ay, ay de aquellos que hayan tratado de atacar a la Luz! ¡Sangre y Luz! Solo estas dos cosas estarán ante ellos para hacerlos enloquecer y desesperar. ¡Demonios!”. Jesús —que se había puesto de pie cuando pronunció “en verdad, en verdad” y que había infundido un miedo terrible en esta cocina de paredes oscuras, aureolado por las llamas del hogar— se sienta y guarda silencio. ■ Todos se miran entre sí, todos menos Judas que parece hipnotizado al ver la leña que arde… Hipnotizado y espantado. Un espanto que le pone una máscara atroz de una palidez lívido-verdosa en que el fuego de la leña traza colores rojizos. Esto me recuerda (2) su espantosa cara del Viernes Santo. Luego se vuelve de pronto y grita. “¡Cállate, ¡Cállate! ¿Por qué nos atormentas?” y sale, golpeando violentamente la puerta… Tomás dice: “A su manera, es verdad, pero él te quiere mucho… y sufre al oír ciertas palabras”. Luego: “También a nosotros nos causan pena. Pero nosotros no nos comportamos de esa manera rara… tan rara, para decirlo de una vez…”. Nadie se atreve hablar. El mismo Jesús sigue callado. ■ En voz baja el atemorizado anciano dice: “Las verduras están cocidas, y la leche ya se calentó…”, y casi no se atreve a decir ni estas palabras tan corrientes después de lo sucedido… Jesús ordena: “Llamad a Judas y cenemos”. Juan sale a llamar a su compañero. Entran… En la cara de Judas se nota el tormento, un tormento sin paz… Se sienta a la mesa y se levanta con los demás cuando Jesús ofrece y bendice, y mira de reojo a Jesús cuando hace las partes, guardando para Sí la última.
* En Perea y la Decápolis la memoria del Bautista es fuerte.- ■ Todos quieren romper el muro de tristeza, que reina en la sala. Nadie lo logra hasta que el mismo Jesús se dirige al anciano, preguntándolo si el pueblecillo y los lugares vecinos han aceptado la palabra del Señor. Ananías: “Sí, sí, Maestro. Y muy bien. Diría yo que aquí mejor que en la otra orilla. Ya sabes… está muy viva aquí la memoria de Juan el Bautista; y sus discípulos, que ahora son tuyos, la mantienen viva, y sobre la base de sus palabras te explican a Ti. Además… aquí… pocos fariseos hay en Perea y en la Decápolis, así que…”. (Escrito el 18 de Septiembre de 1946).
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1  Nota : Cfr. por ejemplo Is. 2,6-22; 5,18-20; Os. 5,8-14; Jl. 2,1-2; Sof. 1,14-18 etc… . 2  Nota  : Me recuerda la cara espantosa del Viernes Santo.- Cfr. María Valtorta y la Obra  6.1: Las fechas.

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(<Pedro está atravesando por una hora de abatimiento. El continuo martillear de la persecución al Maestro le está cansando. Se encuentra en una pequeña elevación de un monte que orilla al valle del Jordán. Sus compañeros, junto con Isaac y Marziam, al ver que no ha regresado, han salido en distintas direcciones a buscarle. Jesús, que ha llegado a la pequeña elevación donde está Pedro, solo y ensimismado, ha logrado calmar y alejar estos pensamientos intranquilizadores de Pedro. Después, ambos emprenden el regreso>)
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7-498-440 (9-194-424).- Exhortación a Judas Tadeo y Santiago Zebedeo después de una discusión con J. Iscariote.
* Enfrentamiento de Santiago de Zebedeo con J. Iscariote por pretender éste aconsejar al Maestro sobre los lugares a seguir.- ■ Bajan: Jesús delante, detrás Pedro con su haz de leña; y, casi, a la altura de la primera casa del pueblo, encuentran a los inquietos apóstoles, que gritan a Pedro: “Pero dónde habéis estado?”. Jesús responde por él: “Habríamos estado aquí desde hace mucho, pero me he parado con él a hablar mirando hacia Gerasa…”. ■ Tuercen hacia la derecha, hacia unas ruinas (de un aprisco semiderrumbado). Dentro de un valladar —mitad caído, el resto enmohecido y vacilante— hay un cobertizo de toscos muros, mal cubierto, mal cerrado, con paredes por tres lados y con tablas en el cuarto. Dentro, nada, aparte de un poco de paja en el suelo y un horno primitivo en un rincón. Pienso que en el pueblo no les han recibido y que se han refugiado allí… Iscariote objeta: “¿De veras quieres tomar este camino? No me parece prudente por varias razones”. Jesús: “¿Cuáles? ¿No fueron a verme hasta Cafarnaúm, hombres de estos contornos, en busca de salvación y sabiduría? ¿No son también criaturas de Dios?”. Iscariote: “Sí… pero. No es muy prudente ir cerca de Maqueronte… Es un lugar de mal presagio para los enemigos de Herodes”. Jesús: “Maqueronte está lejos. No tengo tiempo de ir hasta allá. Quisiera ir hasta Petra y más allá… pero no llegaré sino hasta la mitad del camino, y tal vez menos. De todos modos, vámonos…”. Iscariote: “José aconsejó…”. Jesús: “Que anduviese por caminos que están vigilados. Esa es exactamente la vía de Ultrajordania que frecuentemente vigilan los romanos. No soy un cobarde, Judas, pero tampoco un imprudente”. Iscariote: “Yo no me fiaría. No me alejaría yo de Jerusalén. Yo…”. ■ Santiago de Zebedeo dice: “Deja que el Maestro decida. Él es el Maestro y nosotros sus discípulos. ¿Cuándo se ha visto que sea el discípulo quien aconseje al maestro?”. Iscariote: “¿Cuándo? No han pasado muchos años desde que tu hermano aconsejó al Maestro no ir a Acor, y Él le hizo caso. Ahora que me escuche a mí”. Santiago de Zebedeo: “Tienes celos y quieres imponerte. Si mi hermano lo propuso y se aceptó esa proposición, señal fue que era justo lo que decía y por eso se le escuchó. Bastaba con haber mirado a Juan aquel día, para comprender que había razón para escucharle”. Iscariote: “¡Oh, con toda su sabiduría no ha sabido jamás defenderle, y nunca logrará hacerlo! Por el contrario, está reciente aún lo que hice yo al venir a Jerusalén”. Santiago de Zebedeo: “Cumpliste con tu deber. También mi hermano lo hubiera hecho con otros modos, porque no sabe mentir ni siquiera en cosas buenas, y de ello me alegro…”. Iscariote: “Me ofendes. Me tomas por mentiroso…”. Santiago de Zebedeo: “Eh, ¿quieres que diga que fuiste sincero, cuando mentiste tan hábilmente, sin cambiar de color?”. Iscariote: “Lo hice…”. Santiago de Zebedeo: “Sí. Lo sé. Lo sé. Para salvar al Maestro. Pero eso no lo acepto, y ninguno de nosotros lo acepta. Preferimos la repuesta sencilla del viejo. Preferimos callar y ser tenidos como necios, como bobos, antes de mentir. Se empieza por una cosa buena y se termina con una cosa no buena”. Iscariote: “¡Quién es el malo! Cierto que yo no. ¡Quién es el necio! Es claro que yo tampoco”. ■ Jesús: “¡Basta! Si tenéis al principio razón, termináis por equivocaros y ofenderos porque es algo contra la caridad. Vosotros todos sabéis lo que pienso sobre la sinceridad; lo mismo que sobre la caridad. Vámonos. Estas disputas vuestras me son más dolorosas que los insultos de los enemigos”. Y Jesús dando muestra de enfado echa a andar a paso veloz, solo, por un camino que sin necesidad de ser arqueólogo, se comprende que lo hicieron los romanos. ■ Se dirige al sur, derecho entre dos cadenas de montañas desiguales. Un camino monótono, grisáceo por los bosques que lo encierran, y que impiden que la mirada se extienda lejos. Con todo, el camino está bien cuidado. De cuando en cuando se ve un puente romano sobre arroyos y arroyuelos que con seguridad desembocan en el Jordán o en el Mar Muerto. No comprendo por qué los montes me impidan ver hacia el occidente donde deben estar el río y el mar. Se ve de cuando en cuando alguna caravana por el camino, una caravana que sube tal vez del Mar Rojo y quién sabe a dónde vaya con muchos camellos y camelleros y mercaderes de razas que claramente se ve que no son de la judía. Jesús sigue adelante, solo. Detrás, divididos en dos grupos, los apóstoles cuchicheando unos con otros: los galileos, delante; detrás, los judíos con Andrés y Juan y los dos discípulos que se han unido a ellos.
* Por cada lugar que me da alegría, tres no me la dan y me arrojan como malhechor. Que el mundo no me ame, lo sufro con resignación. Para eso vine, para soportar a los que odian la salvación. ¡Pero vosotros! ¡No, esto no soporto! No soporto que no seáis capaces de amaros mutuamente y, por tanto, de comprenderme”.-  ■ Los dos grupos tratan, uno de consolar a Santiago que está deprimido por la severa reprensión del Maestro, el otro que trata de convencer a Judas de no ser siempre tan obstinado y agresivo. Ambos grupos están de acuerdo en aconsejarles a que vayan al Maestro y le pidan excusa. Iscariote dice: “¿Yo? Hombre, pues voy enseguida. Estoy seguro de tener razón. Conozco mis acciones. No fui yo el que ha metido la cizaña. Así que voy” y lo dice moviéndose de un lado al otro, diría yo, desfachatadamente. Apresura el paso para alcanzar a Jesús. Una vez más me pregunto si en esos días estaba ya decidido a traicionarle y conspiraba con sus enemigos… Por el contrario Santiago, que en realidad es menos culpable, está casi abatido por haber causado un dolor al Maestro, y no tiene valor para acercársele. Mira a su Maestro que ahora va hablando con Judas… Le mira, y el deseo de oír su palabra de perdón se dibuja vivamente en su cara. Pero en su mismo amor, sincero, constante, fuerte le parece que su falta no tenga perdón. ■ Ahora los dos grupos se han juntado y también Simón Zelote, Andrés, Tomás y Santiago. Le dicen: “¡Venga, hombre! ¡Como si no le conocieras! ¡Ya te perdonó Él!” y, con agudeza de ingenio, Bartolomé, el de mayor edad y más prudente, dice poniendo su mano en el hombro de Santiago: “Yo te lo digo: por no suscitar otras disputas, os ha corregido imparcialmente a vosotros dos. Pero su corazón lo decía solo a Judas”. ■ Tadeo, cuyos bellísimos y resplandecientes ojos recuerdan los de Jesús, dice: “Es así, Tolmái. Mi hermano se consume en soportar a ese hombre, que se obstina en no querer reconocer sus yerros, y se cansa en tratar de hacerle ver… cómo somos nosotros. Él es el Maestro, y yo… soy yo… Pero si yo fuese Él, ¡oh, el de Keriot no estaría con nosotros!”. Varios preguntan: “¿Tú piensas? ¿Sospechas de algo? ¿Qué cosa?”. Tadeo: “Nada. Nada preciso. Pero ese hombre no me gusta”. Santiago de Alfeo, con tono calmado y persuasivo, le dice: “No te ha gustado nunca, hermano. Es una repulsa que no tiene motivo y que te surgió desde el momento en que le viste. Tú mismo me lo confesaste. Es algo contrario al amor. Deberías vencerla, aunque solo fuera por dar una alegría a Jesús”. Tadeo: “Tienes razón, pero… no lo logro. ■ Ven, Santiago, vamos juntos donde mi hermano” y Judas de Alfeo toma resueltamente el brazo a Santiago de Zebedeo y se lo lleva. Judas los oye venir, se da vuelta y dice a Jesús algo. Jesús se detiene y los espera. Judas con una mirada maliciosa mira al apóstol avergonzado. Tadeo le dice: “Perdón. Déjanos un momento. Quiero hablar con mi hermano”. La frase es cortés, pero el tono muy seco. Iscariote sonríe maliciosamente y alzando los hombros, regresa y se une a los otros. Tadeo dice: “Jesús, somos pecadores…”. Santiago con la cabeza inclinada murmura: “Yo lo soy, no tú”. Tadeo: “Nosotros somos pecadores, Santiago, porque lo que tú has dicho yo lo he pensado, lo he aprobado, lo tengo en el corazón. Por tanto, también yo he pecado. Mi corazón juzga a Judas, y ello contamina mi caridad… Jesús, ¿no dices nada a tus discípulos que reconocen su pecado?”. Jesús: “¿Qué debo decir que no sepáis ya? ¿Acaso os hacéis mejores con mis palabras?”. Su primo le responde sinceramente, por sí y por los otros: “No. No más de lo que él cambie por las que Tú le dices”. Santiago de Zebedeo: “¡Deja, Judas, deja! Yo fui el que falté. Se trata de mí y de mí debo ocuparme, no de otros. Maestro, no estés enojado conmigo…”. ■ Jesús: “Santiago, Yo quisiera de ti, como de todos una sola cosa. Muchas son las penas, muchas las incomprensiones con que tropiezo… debidas a una resistencia obstinada. Lo estáis viendo… Por cada lugar que me da alegría, tres no me la dan, y me arrojan cual malhechor. Yo quisiera que esa comprensión, esa adhesión que los otros no me brindan, me la dierais al menos vosotros. Que el mundo no me ame, que me sienta ahogarme en medio de este odio, de la antipatía, enemistad, sospechas, que me rodean, de inmundicias de toda clase, de egoísmos, de todo lo que solo mi infinito amor por el hombre me hace soportar… todo esto es penoso. Sin embargo lo sufro con resignación. Para eso vine, para soportar a los que odian la salvación. ¡Pero vosotros! ¡No, esto no soporto! No soporto que no seáis capaces de amaros mutuamente y por lo tanto de comprenderme. No soporto que no os adhiráis a mi espíritu, esforzándoos por hacer lo que hago”.
Si hubiera querido seres perfectos de espíritu, habría hecho que se encarnasen los ángeles y me hubiera rodeado de ellos. Habría podido haberlo hecho. ¿Habría sido un bien verdadero?… Transformaos con firme voluntad imitando a Simón de Jonás”.- ■ Jesús continúa hablando a los dos: “¿Creéis, podéis creer todos vosotros, que no vea los errores de Judas, que ignore algo de él? ¡Oh! Convenceos de que no es así. Si hubiera querido seres perfectos de espíritu, habría hecho que se encarnasen los ángeles y me hubiera rodeado de ellos. Habría podido haberlo hecho. ¿Habría sido un bien verdadero? No. De mi parte, hubiera sido egoísmo y desprecio. Habría evitado el dolor que recibo de vuestras imperfecciones y habría despreciado a los hombres que mi Padre creó y que tanto ama hasta el punto de que me envió a salvarlos. Y, por parte del hombre, habría sido un perjuicio para el futuro. Terminada mi misión, una vez que hubiera subido de nuevo al Cielo con mis ángeles, ¿qué cosa apta para continuar mi misión habría quedado? ¿Y quién? ¿Qué hombre hubiera podido esforzarse en hacer lo que digo, si solo un Dios y unos ángeles hubieran dado el ejemplo de una vida nueva, controlada por el espíritu? ■ Fue necesario que me revistiese de carne para convencer al hombre de que, si quiere, puede ser casto y santo en todos los modos. Y fue necesario que tomase unos hombres… así… aquellos que con su espíritu respondiesen al llamado del mío, sin pensar que eran ricos o pobres, doctos o ignorantes, nacidos en la ciudad o paisanos. Los tomé como los encontré, mi voluntad y la suya los transformó lentamente en maestros de otros hombres. El hombre puede creer al hombre, al hombre que ve. Es difícil para él, que se encuentra tan caído, creer en Dios a quien no ve. Todavía no dejaban de relampaguear los rayos del Sinaí y a las faldas del monte había brotado ya la idolatría… Aún no había muerto Moisés, cuyo rostro no se podía mirar, y ya se pecaba contra la Ley. Pero cuando vosotros, transformados en maestros, sirváis de ejemplo, de testimonio, de levadura entre los hombres, éstos no podrán decir: «Son dioses bajados entre nosotros y no podemos imitarlos». Tendrán que decir: «Son hombres como nosotros. Ciertamente tienen los mismos instintos y estímulos nuestros, las mismas reacciones; y, a pesar de todo, saben resistir contra los estímulos e instintos, y saben tener otras reacciones bien distintas de las nuestras, que son viles». Y se convencerán de que el hombre puede divinizarse, con tal de que quiera entrar en los caminos de Dios. Observad a los gentiles y a los idólatras. ¿Todo su Olimpo, todos sus ídolos, acaso los hacen mejores? No. Porque ellos, si son incrédulos, dicen que sus dioses son un cuento; si son creyentes, piensan: «Son dioses y yo hombre» y no se esfuerzan en imitarles. Vosotros, pues, tratad de llegar a ser como Yo. Y no tengáis prisas. El hombre evoluciona lentamente de animal racional a ser espiritual. ¡Sed compasivos, sed compasivos los unos para los otros! Fuera de Dios, nadie es perfecto. ■ Y ahora, todo ha pasado ¿no es verdad? Transformaos con firme voluntad imitando a Simón de Jonás que en menos de un año ha dado pasos de gigante. Y con todo… ¿quién, de entre vosotros, más que Simón, era el hombre cargado de defectos demasiado humanos?”. Tadeo confiesa: “Es verdad, Jesús. Continuamente le estudio y le observo. Me llena de admiración”. Santiago de Zebedeo dice: “Sí. Le conozco desde mi niñez. Como si fuese hermano mío. Pero ahora tengo frente a mí a un Simón nuevo. Te confieso que cuando dijiste que sería nuestro jefe yo, y no solo yo, nos quedamos perplejos. Me parecía el menos indicado de todos. ¡Simón respecto al otro Simón y Natanael! ¡Simón respecto a mi hermano y a los tuyos! ¡Sobre todo estos cinco! Me pareció un verdadero error… ahora digo que tenías razón”. Jesús: “Y vosotros no veis sino la superficie de Simón. Yo veo lo profundo de su corazón, para ser perfecto tiene todavía mucho que trabajar y padecer. Yo quisiera que en todos hubiera su voluntad, su sencillez, su humildad y su amor…”. ■ Jesús mira hacia delante, y parece que viera… ¡quién sabe qué! Está absorto en un pensamiento suyo y sonríe a lo que ve; baja luego sus ojos sobre Santiago y le sonríe. Éste le dice: “¡¿Entonces… estoy perdonado?!”. Jesús: “Quisiera poder perdonar a todos como a ti… Ved, aquella ciudad debe ser Esebón. El hombre dijo que después del puente de tres arcos estaba la ciudad. Vamos a esperar a los otros para entrar en ella juntos”. (Escrito el 21 de Septiembre de 1946).
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7-499-445 (9-195-429).- Fuga de Esebón y encuentro con un mercader de Petra.
* Los apóstoles indignados por el trato recibido en Esebón.- ■ No veo la ciudad de Esebón. Jesús con los suyos salen ya de ella. Por las caras de los apóstoles, comprendo que ha sido una desilusión. Los sigue o, mejor, los acosa, algunos metros más atrás, una turba vociferante y amenazadora… Pedro dice: “Estos lugares en torno al Mar Salado son malditos como el mis­mo mar”. Natanael, inquieto, con un brillo de indignación en sus ojos hundidos, dice: “¡Este lugar! Sigue siendo el mismo que en el tiempo mosaico, y Tú eres demasiado bueno como para castigarlo como fue castigado entonces (1). Es lo que haría falta. Y subyugarlos con las potencias del Cielo y con las de la Tierra. A todos. Hasta el último hombre y hasta el último rincón”. ■ La raza hebrea resalta fuertemente en el apóstol, delgado y viejo, bajo el ímpetu de la indignación, y le hace parecerse mucho a los muchos rabíes y fariseos que se oponen siem­pre a Jesús. El cual se vuelve y alza la mano diciendo: “¡Paz! ¡Paz! Ellos tam­bién serán atraídos hacia la Verdad. Pero se requiere paz, se requie­re conmiseración. Nunca hemos venido aquí. No nos conocen. Otros lugares fueron así la primera vez, pero luego cambiaron”. Pedro insiste: “Es que éstos son lugares como Masada (2). ¡Vendidos! Volvamos al Jordán”. Pero Jesús va por la vía miliaria, que han vuelto a tomar, en di­rección sur. Los más encendidos contra Él le siguen acosando, atra­yendo la atención de los viandantes.
* La fe del mercader de Petra, que ha recibido noticias de Jesús de Nazaret a través del mercader Alejandro Misace. ■ Uno —debe ser un rico mercader, o por lo menos uno que trabaja para un mercader— que guía una larga caravana dirigida hacia el Norte observa estupefacto y detiene su camello; y con el suyo se detienen todos los demás. Mira a Jesús, mira a los apóstoles, de aspecto tan inerme y benigno, y mira a los vociferadores amenazantes que están llegando, y les pregunta con curiosidad. No oigo sus palabras, pero sí las gritadas como respuesta: “Es el Nazareno maldito, loco, endemo­niado. ¡No le queremos dentro de nuestros muros!”. El hombre no pregunta más. Vuelve su camello, grita algo a uno de los suyos que le seguía cerca, e incita al animal, que en pocas zan­cadas alcanza a los apóstoles. “En nombre de vuestro Dios, ¿quién de entre vosotros es Jesús el Nazareno?” pregunta a los apóstoles Ma­teo, Felipe y Simón Zelote, y a Isaac, que están en el último grupito. Felipe, muy inquieto, dice: “¿Por qué lo preguntas? ¿Tú también para atormentarle? ¿No bastan sus compatriotas? ¿Tú también te incluyes?”. Mercader: “Soy mejor que ésos. Y solicito gracia. No me rechacéis. Lo pido en nombre de vuestro Dios”. Algo que hay en la voz del hombre convence a los cuatro, y Simón dice: “El primero delante de todos, junto con los dos más jóvenes”. El hombre incita de nuevo a su animal, porque Jesús, ya delante, ha ido más adelante todavía durante el breve diálogo que Él ignora. En cuanto le da alcance dice: “¡Señor!… Escucha a un desdichado…”. Jesús, Juan y Marziam se vuelven, asombrados. “¿Qué quieres?”. “Soy de Petra, Señor. En representación de otros paso las mer­cancías que vienen desde el Mar Rojo hasta Damasco. No soy pobre, pero es como si lo fuera. Tengo dos hijos, Señor, y han contraído una enfermedad en los ojos, y están ciegos; uno, completamente —el pri­mero que ha enfermado—; el otro, casi ciego, y pronto del todo. Los médicos no hacen milagros, pero Tú sí”. Jesús: “¿Cómo lo sabes?”. Mercader: “Conozco a un rico mercader que te conoce. Cuando va de cami­no, hace un alto en mi recinto. Alguna vez incluso le sirvo. Me dijo, al ver a mis hijos: «Sólo Jesús de Nazaret los podría curar. Búscale». Te habría buscado. Pero tengo poco tiempo y debo seguir los caminos más indicados”. Jesús: “¿Cuándo viste a Alejandro?” Mercader: “Entre las dos fiestas vuestras de primavera. Desde entonces he hecho otros dos viajes, pero no te he encontrado nunca. ¡Señor, ten piedad!”. Jesús: “Hombre, Yo no puedo bajar a Petra, ni tú puedes dejar la cara­vana…”. Mercader: “Sí que puedo. Arisa es de fiar. Le mando que prosiga lentamente y yo vuelo a Petra. Tengo un camello más veloz que el viento del de­sierto y ágil como una gacela. Tomo a los hijos y a otro siervo fiel. Te alcanzo. Tú los curas… ¡Que venga la luz a sus ojos de estrellas negras, aho­ra cubiertos de densas nubes! Y prosigo mientras ellos vuelven donde su madre. Veo que sigues caminando, Señor. ¿A dónde te diriges?”. Jesús: “Iba a Debón…”. Mercader: “No vayas. Está llena de… de los de Maqueronte. Lugares maldi­tos, Señor. No te substraigas a los infelices para darte a los maldi­tos”. Bartolomé refunfuña entre los dientes: “Lo que decía yo”. Y muchos le dan la razón. ■ En este momento están ya todos alrededor de Jesús y del hombre de Petra. Los habitantes de Esebón, por el contrario, visto que la ca­ravana parece benigna para con el Perseguido, se vuelven para atrás. La caravana, parada, espera el desenlace y la decisión. Jesús: “Hombre, si no voy por las ciudades del Sur, vuelvo mis pa­sos hacia el Norte. Y no es seguro que te complazca”. Mercader: “Sé que soy indigno para vosotros de Israel. Soy incircunciso, no merezco que se me oiga. Pero Tú eres el Rey del mundo, y en el mundo estamos también nosotros…”. Jesús: “No es eso. Es… ¿Cómo puedes creer que Yo haga lo que no han podido hacer los médicos?”. Mercader: “Porque Tú eres el Mesías de Dios y ellos son hombres. Tú eres el Hijo de Dios. Me lo ha dicho Misace y yo lo creo. Tú puedes hacer to­do, incluso para un pobre como soy yo”. La respuesta es segura, y el hombre la completa dejándose deslizar hasta el suelo sin siquiera hacerle arrodillarse a su camello, y se prosterna todo él en el polvo. Jesús: “Tu fe es mayor que la de muchos. Ve. ¿Sabes dónde está el Ne­bo?”. Mercader: “Sí, Señor. Aquel monte es el Nebo. Nosotros también sabemos acerca de Moisés. ¡Grande! Demasiado grande para no conocerle. Pe­ro Tú, más grande. Como una roca respecto al monte es el parangón entre Moisés y Tú”. Jesús: “Ve a Petra. Yo te esperaré en el Nebo…”. Mercader: “Hay un pueblo al pie para los visitantes del monte. Y hay posadas… Estaré allí dentro de diez días lo más. Forzaré al animal, y si el que te envía me protege no encontraré tempestades”. Jesús: “Ve. Y vuelve lo antes que puedas. Debo ir a otro lugar…”. Mercader: “¡Señor! Yo… no soy circunciso. Mi bendición es para ti un oprobio. Pero la de un padre no es oprobio nunca. Te bendigo y me marcho”. Toma un pequeño silbato de plata y silba tres veces. El hombre que está a la cabeza de la caravana viene al galope. Hablan entre sí. Se saludan. Luego el hombre vuelve a la caravana, la cual reanuda la marcha. El otro sube de nuevo a su camello y se marcha hacia el Sur al galope.
* Jesús, dirigiéndose a Judas: “Y, mientras los justos resucitarán, no resucitarán los que viven de la carne pero que tengan el espíritu definitivamente muerto en ese día. Mira que no seas tú uno de éstos”.- ■ Jesús y los suyos se ponen en camino otra vez. “¿Vamos justamente al Nebo?”. Jesús: “Sí. Dejamos las ciudades y subimos por las laderas de los mon­tes Abarim. Habrá muchos pastores. Por ellos sabremos cuál es el camino para el monte Nebo; y ellos, por nosotros, cuál es el Camino para el monte de Dios. Y luego nos detendremos algunos días, como hicimos en los montes de Arbela y en el Carit”. Juan dice: “¡Qué bonito será! Y nos haremos mejores. De esos lugares siem­pre hemos bajado más fuertes y mejores”. Judas Alfeo dice: “Y nos hablarás de todo lo que el Nebo recuerda. Hermano, ¿te acuerdas, cuando éramos niños, de un día en que hiciste de Moisés bendiciendo, antes de morir, a Israel?”. Santiago de Alfeo dice: “Sí. ¿Y de que tu Madre gritó al verte extendido como muerto? Ahora vamos precisamente al Nebo”. Natanael exclama: “Y bendecirás a Israel. ¡Eres el verdadero Caudillo del Pueblo de Dios!”. Judas de Keriot, con una extraña risita: “Pero no mueres allí. Tú no mueres nunca, ¿no es verdad, Maes­tro?”. Jesús: “Yo moriré y resucitaré como está escrito. Muchos hombres mori­rán, pero no estarán muertos en ese día. Y, mientras que los justos resucitarán, aunque hayan muerto años antes, no resucitarán los que viven en la carne pero tengan el espíritu definitivamente muerto en ese día. Mira que no seas tú uno de éstos”. Judas de Keriot rebate: “Y Tú mira que no te oigan repetir que resucitarás. Lo llaman blasfemia”. Zelote, intentando desviar la conversación, dice: “Es verdad. Y lo digo. ¡Qué fe, ese hombre! ¡Y aquel Misace!”. Los que no iban el año pasado, en el viaje de la Transjordania, preguntan: “¿Pero quién es Misace?”. Y se alejan hablando de estas cosas, mientras Jesús reanuda, con Marziam y Juan, el tema interrumpi­do antes. (Escrito el 22 de Septiembre de 1946).
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1  Nota  : “Fue castigado” como se narra en Génesis 19,23-29; Deuteronomio 29,22. 2  Nota  : “Como Masada”: descrito en el episodio 6-392-199.
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(<Después del retiro en el monte Nebo>)
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7-500-449 (9-196-433).- Iscariote incordia a Juan. Una mueca amenazadora de Iscariote. Bartolomé reflexiona con Juan sobre la figura del Mesías.
* El fondo del Mar Muerto como el corazón de Judas son un misterio, según Bartolomé.- ■ “Echaré de menos siempre este monte y este descanso en el Señor” dice Pedro mientras se aprestan para descender al valle por una ladera muy agreste. Se encuentran dentro de una cadena de montes muy altos. Al oriente, más allá del valle, otros montes, y montes al sur y montes aún más altos al norte. Al noroeste el verde valle del Jordán que desemboca en el Mar Muerto. Al occidente, primero, el solitario mar, luego, más allá, el desierto pedregoso, interrumpido solo por el sin igual oasis de Engaddi, y luego los montes de la Judea. Un panorama imponente, vasto. La mirada puede extenderse hasta donde quiera. Y olvidar, en medio de tanta vida vegetal, que se supone habitada o que de hecho se sabe que lo está, la tétrica vista del lago de asfalto, Asfaltide, (1) en que no se ve ninguna barca, ni una señal de vida, siempre triste aun cuando lo bañe el sol, triste incluso en la península baja y extensa, que, por el lado oriental, casi a mitad del lago, en éste se introduce. ■ ¡Pero qué veredas para bajar al valle! Solo los animales salvajes pueden encontrarse a gusto en ellas. Si no pudieran agarrarse a troncos y matorrales no sería posible que bajasen de la cima, lo cual hace murmurar a Iscariote. Pedro le replica: “Y, a pesar de todo, de buena gana volvería de nuevo”. Iscariote: “Tienes gustos singulares. Éste es peor todavía que el primer lugar y que el segundo”. Juan objeta: “Pero no peor que donde nuestro Maestro se preparó para la predicación”. Iscariote: “¡Ya, para ti todo siempre es bello!”. Juan: “Sí. Todo lo que se refiere a mi Maestro es bello y bueno, y me gusta”. Iscariote: “Ten en cuenta que en este todo también estoy yo… y frecuentemente están los saduceos, escribas, herodianos… ¿amas también a éstos?”. Juan: “Él los ama”. Iscariote: “Y tú, ¡ja!, ¡ja! haces lo que Él, ¿no? Pero Él es Él, y tú eres tú. No sé si podrás amar siempre, tú que palideces cuando oyes hablar de traición y de muerte, o ves a alguien que tiene estos deseos”. Juan: “El hecho de que pierda mi control por Él y de rabia contra los culpables, señal es de que todavía soy muy imperfecto”. Iscariote: “Ah, ¿también pierdes el control con la ira? No lo creía… entonces si, por una suposición, vieses un día a alguien que atacase realmente a tu Maestro, ¿qué harías?”. Juan: “¡¿Yo!? ¿Me lo preguntas? La Ley dice: «Ojo por ojo y diente por diente» (2). Mis manos se convertirían en tenazas en sus gargantas”. Iscariote: “¡Oh, oh! Él predica que se debe perdonar. ¿Esto es lo que sacaste de tus meditaciones?”. Juan: “¡Déjame, sinvergüenza! ¿Por qué tientas y perturbas? ¿Qué tienes en el corazón? Quisiera poder leértelo…”. ■ Bartolomé, que había quedado detrás de todos, dice a espaldas de ellos: “Alguien puede escudriñar el agua del Mar Muerto pero no descubrirá el misterio que hay en su fondo. Esas aguas son la tapa del sepulcro en el que hay tanta podredumbre oculta”. ■ Los demás van adelante y por eso nada habían oído. Pero Bartolomé, sí. E interviene en la conversación de los dos y su mirada es de amonestación. Iscariote dice: “¡Oh, el sabio de Tolmái! ¡Pero no querrás decir que soy yo como el Mar Salado!”. Bartolomé: “No te hablaba a ti, sino a Juan. Ven conmigo, hijo de Zebedeo. Yo no te molestaré” y toma del brazo a Juan como para sostenerse. Judas queda detrás y a sus espaldas les hace una mueca de ira. Parece como si jurase o que amenazase…
* La obstinada y errónea idea mesiánica del pueblo de Israel.- ■ “¿Qué quería decir Judas? ¿Y tú qué querías decir?” pregunta Juan a Bartolomé (que ya está entrado en años, aunque bien llevados). Bartolomé: “No pienses en ello, amigo. Pensemos, más bien, en todo lo que nos ha explicado el Maestro en estos días. ¡En qué forma Israel ha comprendido!”. Juan: “Es verdad. ¡No entiendo cómo el mundo no le comprende!”. Bartolomé: “Tampoco nosotros le comprendemos completamente, Juan. No queremos comprenderle. ¿Ves qué obstáculos tenemos para aceptar su idea mesiánica?”. Juan: “Sí. En todo le creemos ciegamente, pero no en esto. Tú, que eres docto, ¿me sabes decir el porqué? Nosotros, que decimos que los rabinos son obstinados respecto al Mesías, ¿por qué, entonces, nosotros tampoco llega­mos a la idea perfecta de una realeza espiritual del Mesías?”. Bartolomé: “Me lo he preguntado muchas veces. Porque quisiera llegar a eso que llamas idea perfecta. Y creo poder tranquilizarme diciéndome a mí mismo que lo que lucha dentro de nosotros, en nosotros que deseamos seguir­le no sólo material y doctrinalmente, sino aún espiritualmente contra esta aceptación, son todos los siglos que nos han precedido… y que están dentro de nosotros. ¿Ves? Mira a oriente, al sur, al occidente. Cada piedra tiene un recuerdo y un nombre. Cada piedra, cada fuente, cada sendero, cada pueblo o castillo, cada ciu­dad, cada río, cada monte, ¿qué nos recuerda?, ¿de qué nos habla a gritos? De la promesa de un Salvador. Las misericordias de Dios pa­ra su pueblo. Como gota de aceite de un odre perforado, el pequeño grupo inicial, el núcleo del futuro pueblo de Israel, se expandió con Abraham por el mundo, hasta el lejano Egipto, y luego, cada vez más numeroso, volvió con Moisés a las tierras del padre Abraham, enri­quecido con promesas cada vez más amplias y seguras y con los sig­nos de la paternidad de Dios, y se constituyó en verdadero pueblo a quien se dio una Ley, que es más santa que ninguna otra. Pero ¿qué ha ocurrido después? Lo que ha pasado en aquella cumbre que hasta hace muy poco resplandecía con el sol. Mírala ahora. Está envuelta en nubes que cambian su aspecto. Si no se supiera que es ella misma y tuviéramos que reconocerla para dirigirnos por camino seguro, ¿podríamos hacerlo, así como está, alterada por capas de espesas nu­bes semejantes a crestas y lomos de montañas? En nosotros ha sucedido lo mismo. El Mesías es lo que Dios dijo a los padres nuestros, a los pa­triarcas y profetas. Inmutable. Pero lo que hemos metido de lo nues­tro, para… explicárnosle según la pobre sabiduría humana, esto es lo que nos ha creado un Mesías, una figura moral del Mesías tan falsa, que ya no reconocemos al verdadero Mesías. Y nosotros, con el paso de los siglos y con las generaciones que están a nuestras espaldas, creemos en el Mesías que nos hemos imaginado nosotros, en el Vengador, en el Rey humano, muy humano, y no somos capaces, aunque digamos que sí, que creemos, de concebir al Mesías y Rey como es realmente, como ha sido pensado y querido por Dios. ¡Así es, amigo!”. ■ Juan: “¿Pero entonces no lograremos nunca, nosotros, al menos noso­tros, ver, creer, desear al Mesías real?”. Bartolomé: “Lo lograremos. Si no fuéramos a lograrlo, Él no nos habría ele­gido. Y si la Humanidad no fuera a conseguir nunca beneficiarse del Mesías, el Altísimo no lo habría mandado”. Juan: “¡Pero Él redimirá la Culpa incluso sin la contribución de la Hu­manidad! Sólo por su mérito”. Bartolomé: “Amigo mío, la redención de la Culpa Original sería ya una gran redención. Pe­ro no completa. En nosotros hay otras culpas, individuales, además de la original. Y éstas, para ser lavadas, necesitan al Redentor y ne­cesitan la fe de quien recurre a Él como a su Salvador. Yo pienso que la Redención estará actuando hasta el final de los siglos. El Mesías no estará inactivo ni un instante desde cuando sea Redentor y dé a la Humanidad la Vida que hay en Él, de la misma forma que un manantial se da continuamente a quien tiene sed, día tras día, luna tras luna, año tras año, siglo tras siglo. La Humanidad siempre esta­rá necesitada de Vida. Él no puede dejar de darla a quien espera y cree en Él con sabiduría y justicia”. Juan: “Eres docto, Natanael. Yo soy un pobre ignorante”. Bartolomé: “Tú haces por instinto espiritual lo que yo llevo a cabo penosa­mente por reflexión mental: nuestra transformación de israelitas en seguidores del Mesías. Pero tú llegarás muy pronto al término, porque sabes amar, más que pensar. El amor te transporta y te transforma”. Juan: “Eres bueno, Natanael. ¡Ojalá fuéramos todos como tú!”. Juan suspira fuerte. El anciano apóstol, que ha comprendido el suspiro de Juan, le dice: “No pienses en ello, Juan. Oremos por Judas”. (Escrito el 23 de Septiembre de 1946).
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1 Nota : El Mar Muerto tiene otros nombres como “Salado, Saladísimo, Mar del desierto, de la soledad, de los sodomitas, o el Mar del asfalto”. Ocupa el lugar donde estuvieron la Pentápolis o cinco ciudades castigadas por Dios por su inmoralidad. Cfr. Gén. 18,16-19,29 y también Ib. 14; Deut. 29,22; Am. 4,11. (Sodoma, Gomorra, Adama, Seboím, Segor, esta última la única que se salvó del azufre y del fuego).   2  Nota  : Cfr. Éx. 21,22-25; Lev. 24,18-22; Deut. 19,21.
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8-501-5 (9-196-439).- Curación de los dos hijos ciegos del mercader de Petra. Enfrentamiento con los enemigos.
* Encuentro con el escriba Sadoc y otro peregrino que mira a Judas con sorna. ■ “¿Tú aquí, Maestro?” grita uno que sube por el camino entre muchos otros y bien cubierto con su manto. Jesús se vuelve y le mi­ra. “¿No me reconoces? Soy el rabí Sadoc. De vez en cuando nos encontramos”. Jesús le dice: “El mundo es siempre pequeño, cuando Dios quiere hacer que se encuentren las personas. Nos encontraremos todavía, rabí. Entre tanto, la paz sea contigo”. El otro no devuelve el saludo de paz, sino que pregunta: “¿Qué haces aquí?”. Jesús: “He hecho lo que tú estás para hacer. ¿No es sagrado para ti este monte?”. Sadoc: “Tú lo has dicho. Y vengo con mis discípulos. ¡Pero yo soy un es­criba!”. Jesús: “Y Yo soy un hijo de la Ley. Venero, pues, a Moisés como tú le ve­neras”. Sadoc: “Eso es mentira. Anulas su palabra con la tuya y no apuntas ya a nuestra obediencia, sino a la tuya”. Jesús: “A la vuestra no. Ésa es vuestra, pero no es necesaria…”. Sadoc: “¿No es necesaria? ¡Qué horror!”. Jesús: “No, no más necesaria de cuanto lo sean en tus vestiduras, para resguardarte de los vientos otoñales, los fluentes y abundantes fle­cos que adornan el vestido. Es el vestido el que te protege. Igualmen­te, de las muchas palabras que se enseñan acepto las necesarias y santas, las mosaicas, y no presto atención a las otras”. Sadoc: “¡Samaritano! ¡No crees en los profetas!”. Jesús: “Vosotros no observáis a los profetas. Si los observarais, no me llamaríais samaritano”. Otro peregrino, que ha llegado en esos momentos con otras personas, le dice: “¡Déjale, Sadoc! ¿Quieres hablar con un demonio?”. Y, vol­viendo su dura mirada en torno al grupo que envuelve a Jesús, ve a Judas de Keriot y le saluda con sorna.
* La curación de los hijos del mercader produce un alboroto festivo entre la gente, mientras que los gritos de los enemigos, azuzados por un viejo furioso que no quiere que un «demonio» le cure sus ojos,  asemejan mucho a los de la muchedumbre de Jerusalén el día de Viernes Santo.- ■ Quizás sucedería algún incidente, porque los habitantes del pue­blo quieren defender a Jesús. Pero se abre paso, gritando, el hombre de Petra, seguido por un servidor. Tanto él como el servidor tienen a un niño en los brazos. “Dejadme pasar. Señor, ¿has tenido que espe­rarme demasiado?”. Jesús: “No, hombre. Ven a mí”. La gente se abre para dejarle pasar. Va hacia Jesús y se arrodilla, mientras deposita en el suelo a una niñita que tiene la cabeza ven­dada con lino. El servidor hace lo mismo y pone en el suelo a un niñito de ojos opacos. “¡Mis hijos, Maestro Señor!” dice, y en la breve frase palpita todo el dolor y la esperanza de un padre. Jesús: “Has tenido mucha fe, hombre. ¿Y si te hubiera defraudado? ¿Si no me hubieras encontrado? ¿Si te dijera que no te los puedo curar?”. Mercader: No te creería. Y no creería tampoco en la evidencia de no verte. Habría dicho que te habías escondido para probar mi fe, y te habría buscado hasta encontrarte”. Jesús: “¿Y la caravana? ¿Y tu ganancia?”. Mercader: “¿Estas cosas? ¿Qué son respecto a Ti, que puedes curar a mis hi­jos y darme una fe segura en ti?”. ■ “Destapa la cara de la niña” ordena Jesús. Mercader: “Tengo tapada su cara porque sufre mucho con la luz”. Dice Jesús: “Será sólo un instante de dolor”. Pero la pequeña se echa a llorar desesperadamente y no quiere que le quiten la venda. El padre, luchando por quitar de las vendas las manitas de la niña, explica: “Hace esto porque cree que la vas a atormentar con el fuego como los médicos”. Jesús: “¡No tengas miedo, niña! ¿Cómo te llamas?”. La niña llora y no responde. Responde el padre por ella: “Tamar, del lugar donde nació; y el niño, Fara”. Jesús: “No llores, Tamar. No te hago daño. Toca mis manos. No tienen nada en los dedos. Ven encima de mis rodillas. Mientras, curaré a tu hermano, y él te dirá lo que ha sentido. Ven aquí, niño”. El criado le lleva hasta sus rodillas al pobre cieguito, cuyos ojos están apagados a causa del tracoma. Jesús le acaricia la cabeza y le pregunta: “¿Sabes quién soy?”. El niño dice: “Jesús Nazareno, el Rabí de Israel, el Hijo de Dios”. Jesús le pregunta: «¿Quieres creer en Mí?”. “Sí”. Jesús le pone la mano en los ojos, cubriéndole más de la mitad de la cara. Dice: “¡Quiero! Y que la luz de las pupilas abra la vía a la luz de la Fe”. Quita la mano. El niño lanza un grito, llevándose las manos a los ojos; luego dice: “¡Padre! ¡Veo!”. Pero no corre hacia su padre. En su espontaneidad de niño se agarra al cuello de Jesús y le besa en las mejillas, y se queda así, agarrado a su cuello, refugiando su cabecita en el hombro de Jesús para acostumbrar de nuevo las pupilas al sol. La gente aclama por el milagro, mientras el padre quisiera quitar al niño del cuello de Jesús. ■ Jesús le dice: Déjale. No molesta. Únicamente, Fara, dile a tu hermana lo que te he hecho”. “Una caricia, Tamar. Parecía la mano de nuestra mamá. ¡Cúrate tú también y jugaremos otras veces!”. La niña, todavía un poco reacia, se deja poner encima de las rodi­llas de Jesús, el cual quisiera curarla sin tocarle siquiera las vendas, pero los escribas y sus compañeros gritan: “Es un truco. La niña ve. Una conjura para engañar vuestra buena fe, habitantes de este lu­gar”. El mercader dice: “Mi hija está enferma. Yo…”. Jesús dice a la niña: “¡Deja! Tú, Tamar, ahora eres buena y dejas que te quite las ven­das”. La niña, convencida, se deja. ¡Qué se ve, cuando la última venda cae! Dos llagas rojas, costrosas, hinchadas, de que gotean lágrimas y pus, están en lugar de los ojos. Un susurro de horror recorre a la gente, y de compasión, mientras la niña se lleva las manitas a la ca­ra para protegerse de la luz, que debe hacerle sufrir horriblemente; en las sienes rojean quemaduras recientes. Jesús le aparta las manitas y roza ligeramente ese estrago, apoya la mano encima y dice: “Padre, que creaste la luz para alegría de los que viven, y hasta al mosquito le diste pupilas, devuelve la luz a esta criatura tuya, para que te vea y crea en Ti, y a partir de la luz de la Tierra entre, con la Fe, en la luz de tu Reino”. Quita la mano… Todos gritan: “¡Oh!”. Ya no hay llagas. Pero la pequeña tiene todavía cerrados los ojos. Jesús le dice: “Ábrelos, Tamar. No tengas miedo. La luz no te va a hacer daño”. La niña obedece un poco temerosa y abre los párpados, que dejan ver dos vivaces ojitos negros. “¡Padre mío! ¡Te veo!” y ella también se apoya sobre el hombro de Jesús para acostumbrarse lentamente a la luz. Alboroto festivo entre la gente, mientras el hombre de Petra se arroja, sollozando de alegría, a los pies de Jesús, que le dice: “Tu fe ha tenido su premio. Que desde ahora tu gratitud lleve a tu fe en el Hombre al ámbito más alto: a la fe en el verdadero Dios. Levántate y vamos”. Y Jesús pone en el suelo a la niña, que sonríe feliz; y se despega al niño y se levanta. Los acaricia una vez más y hace ademán de abrir el círculo de gente que se apiña para ver los ojos curados. ■ Un discípulo dice a un viejo, cuyos ojos están tan opacados que deben llevarle de la mano: “Deberías pedir también tú la curación para tus ojos velados”. El viejo contesta: “¡¿Yo?! ¡¿Yo?! No quiero que me dé la luz un demonio. Es más: ¡A Ti te grito, oh Dios eterno! Escúchame. ¡A mí, a mí las tinieblas abso­lutas, pero que yo no vea la cara del demonio, de ese demonio, de ese sacrílego, usurpador, blasfemo, deicida! Desciendan las sombras so­bre mis ojos para siempre. ¡Las tinieblas, las tinieblas para no verle nunca, nunca, nunca!”. Parece un demonio él. En su paroxismo se golpea las cuencas de los ojos como si quisiera hacerlos estallar. Jesús le dice: “No temas. No me verás. Las Tinieblas no quieren la Luz, y la Luz no se impone a quien la rechaza. Yo me marcho, anciano. No me verás ya en esta Tierra. Pero, igualmente, me verás en otro lugar”. ■ Y Jesús, con un abatimiento que le acentúa el modo de caminar propio de los que son muy altos, ligeramente echado hacia adelante, se encamina por la bajada. Está tan abatido, que parece ya el Conde­nado que baja el Moria con la carga de la Cruz… Y los gritos de los enemigos azuzados por el viejo furioso asemejan mucho a los de la muchedumbre de Jerusalén el día de Viernes Santo.
* Ése es mi pan amargo de cada día. Y tú eres la miel que lo dulcifica. Siempre es más la cantidad de pan que la de miel, pero basta una gota de miel para hacer dulce mucho pan”.- ■ El hombre de Petra, afligido, con la atemorizada niña llorando entre sus brazos, susurra: “¡Por mí, Señor! ¡Por causa mía! ¡Tú, tan­to bien a mí! ¡Y yo a Ti? He puesto en el baldaquino, sobre el camello, unas cosas para Ti. Pero ¿qué son respecto a los insultos que te he procurado? Siento vergüenza de haber venido a Ti…”. Jesús le dice: “No, hombre. Ése es mi pan amargo de cada día. Y tú eres la miel que lo dulcifica. Siempre es más la cantidad de pan que la de miel, pero basta una gota de miel para hacer dulce mucho pan”. Mercader: “Eres bueno… Pero, dime al menos: ¿qué tengo que hacer para medicar estas heridas?”. Jesús: “Conserva la fe en Mí. Por ahora, como puedas y hasta donde puedas. Dentro de no mucho… sí, mis discípulos irán hasta Petra, y más allá. Entonces sigue su doctrina, porque Yo hablaré en ellos. Y por el momento habla a los de Petra de lo que te he hecho, de forma que, cuando estos que me rodean, y otros, vayan en mi Nombre, no les sea desconocido este Nombre mío”.
* Ve. Sé justo y hallarás a Dios en tu camino, y le seguirás sin nunca más perderle”.-  ■ Al pie de la bajada, en la calzada romana, están parados tres ca­mellos. Uno, sólo con la silla; los otros, con el baldaquino. Los vigila un criado. El hombre va a uno de los baldaquinos y coge unos paquetes: “Aquí tienes” dice mientras se los ofrece a Jesús. “Te serán útiles. No me des las gracias. Yo soy el que tiene que bendecirte por todo lo que me has dado. Si puedes hacerlo con incircuncisos, bendíceme a mí y a mis hijos, Señor” y se arrodilla con los niños. Los criados ha­cen lo mismo. Jesús extiende sus manos y ora en voz baja con los ojos fijos en el cielo. “Ve. Sé justo y hallarás a Dios en tu camino, y le seguirás sin nunca más perderle. ¡Adiós, Tamar! ¡Adiós, Fara!”. Los acaricia antes de que suban con los criados, uno por camello. Los animales se alzan al oír el crrr crrr de los camelleros, se vuel­ven y toman el trote por el camino que va hacia el Sur. Dos manitas se asoman por los baldaquinos y dos vocecitas dicen: “¡Adiós, Señor Jesús! ¡Adiós, padre!”. El hombre hace, a su vez, ademán de montar. Se postra y besa la túnica de Jesús, luego monta en la silla y se marcha hacia el Norte.
* Hacia Jericó.- ¡Qué triste está Jesús!… .- ■ “Y ahora vamos” dice Jesús, encaminándose igualmente hacia el Norte. Preguntan: “¿Cómo? ¿Ya no vas a donde querías?”. Jesús: “No. Ya no podemos ir… Las voces del mundo tenían razón… Y ello es porque el mundo es astuto y conoce las obras del demonio… Iremos a Jericó…”. ¡Qué triste está Jesús!… Todos le siguen, cargados con los bultos dados por el hombre; abatidos y sin decir palabra… (Escrito el 24 de Septiembre de 1946).
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(<Han pasado ya el vado de Betabara. En la orilla occidental, donde está Jesús con los suyos, hay solo un pastor con su rebaño. Pedro se sienta sobre un murete. Otro abatimiento se cierne sobre él: “No puedo más. En el Nebo esa violencia y antes en Esebón, en Jerusalén, Cafarnaúm, ahora en Betabara…”. Nuevamente, Jesús le consuela dándole una lección sobre posesiones —divinas y diabólicas—, relatada en el tema “Demonio-Infierno”, episodio 8-502-9. Jesús ha terminado de hablar>)
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8-502-11 (9-198-446).- Exigencias de Iscariote y las lágrimas de Jesús.
* Iscariote persiste en sus modales hasta la desfachatez.- ■ El pastor, que había escuchado aunque sin aparentarlo, pregunta: “¿Tienes a dónde ir? ¿Te espera alguien?”. Jesús: “No, hombre. Debería ir hasta más allá de Jericó. Nadie me espera”. Pastor: “¿Y estás muy cansado Rabí?”. Jesús: “Sí, estoy. No nos dieron alojamiento en el Nebo, ni nos dejaron descansar”. Pastor: “Entonces… Te quería decir… Yo vivo cerca de Betagla la antigua… Mi padre está ciego y no puedo alejarme mucho porque no puedo dejarle. Mucho me duele esto, como también me aflijo por el rebaño. Si quisieras… te daría alojamiento. No está lejos. Mi viejo padre cree mucho en Ti. José (1), el hijo de José, tu discípulo, lo sabe”. Jesús: “Sí, vamos”. El pastor no se lo hace repetir otra vez. Junta su rebaño y le pone en camino hacia el pueblo que debe estar hacia el nordeste del lugar donde están ahora. Jesús se pone detrás del rebaño con los suyos. ■ Iscariote, después de algún tiempo dice: “Maestro, Betagla no es un lugar propicio para que alguien pueda comprar los regalos que aquel hombre nos dio…”. Jesús: “Cuando pasemos por Jericó para ir a casa de Nique los venderemos”. Iscariote: “Es que… el pastor, me refiero a éste, es pobre y habrá que recompensarle. No tengo ni un céntimo”. Jesús: “Tenemos víveres, y muchos. Incluso para algún mendigo. No necesitamos por ahora de más”. Iscariote: “Como quieras. Pero hubiera sido mejor que me hubieras mandado adelante. Habría podido…”. Jesús: “No es necesario”. Iscariote: “Maestro, ¡eso es desconfianza! ¿Por qué ya no nos mandas como antes de dos en dos?”. Jesús: “Porque os amo y pienso en vuestro bien”. Iscariote: “¡Pero no está bien que permanezcamos en el anonimato! Pensarán que… somos indignos, incapaces… Antes nos dejabas ir predicando. Hacíamos milagros, éramos conocidos…”. ■ Jesús: “¿Te dueles por no poder hacer milagros? ¿Te hacía bien separarte de Mí? Eres el único que se lamenta de no poder ir solo… ¡Judas!…”. Iscariote dice con firmeza: “Maestro, bien sabes que te amo”. Jesús: “Lo sé, y para que tu corazón no se desvíe te tengo cerca de Mí. Eres ya el que recoge y distribuye, vende o cambia algo para los pobres. Esto basta. Y es ya demasiado. Mira a tus compañeros. Ni uno de ellos pide lo que tú pides”. Iscariote: “Pero a los discípulos se lo has concedido… Es una injusticia esta diferencia”. Jesús: “Judas, eres el único en llamarme injusto… Pero te perdono. Ve adelante. Y mándame a Andrés”. Y Jesús aminora el paso para esperar a Andrés y hablarle aparte. No sé lo que le dice. Sé que Andrés sonríe con su apacible sonrisa y se inclina para besar las manos de su Maestro y luego vuelve adelante. Jesús se queda solo, al final de todos… y, con la cabeza muy inclinada, continúa andando y se seca la cara con el extremo de su manto como si sudase. Pero son lágrimas y no gotas de sudor lo que recorre las descarnadas y pálidas mejillas. (Escrito el 25 de Septiembre de 1946).
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1  Nota  : José.- Cfr. Personajes de la Obra magna: Los pastores de Belén.
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8-503-13 (9-199-447).- Los apóstoles indagan acerca del Traidor. ¿Podría un hombre traicionar a Dios?
* Jesús desea con ansias el cumplimiento de su Sacrificio.- ■ Y todavía Jesús que sigue andando incansablemente por los caminos de Palestina. El río está aún a su derecha, y Él camina en el mismo sentido de la bella corriente azul, que resplandece en los lugares donde el sol la besa; verde-turquí en las orillas, donde la sombra de los árboles se refleja con sus verdes oscuros. Jesús está en medio de sus discípulos. Oigo a Bartolomé que le pregunta: “¿Entonces vamos realmente hacia Jericó? ¿No temes al­guna asechanza?”. Jesús: “No temo. Llegué a Jerusalén para la Pascua por otro camino y ellos, frustrados, ya no saben dónde prenderme sin toparse con el pueblo. Créeme, Bartolomé: para Mí hay menos peligro en una ciudad muy poblada que en caminos solitarios. El pue­blo es bueno y sincero, pero también es impetuoso. Se amotinaría, si me capturaran cuando estoy en medio de él evangelizando y curando. Las serpientes trabajan en la soledad y en la sombra. Y además… me queda tiempo para trabajar… Luego… vendrá la hora del Demonio… y vosotros me perderéis. Para hallarme de nuevo después. Creed esto. Y sabed creerlo cuando los hechos parezcan desmentir­me más que nunca”. Los apóstoles suspiran, afligidos, y le miran con amor y pena, y Juan emite un gemido: “¡No!”, y Pedro le rodea con sus cortos y ro­bustos brazos, como para defenderle, y dice: “¡Oh, mi Señor y Maes­tro!”. No dice nada más. Pero hay mucho en esas pocas palabras. ■ Jesús: “Así es, amigos. Para esto he venido. Sed fuertes. Ya veis cómo voy seguro hacia mi meta, como uno que va hacia el sol, y sonríe a este sol que le besa en la frente. Mi Sacrificio será un Sol para el mundo. La luz de la Gracia bajará a los corazones, la paz con Dios los hará fecundos, los méritos de mi martirio harán a los hombres capaces de ganarse el Cielo. ¿Y qué quiero sino esto? Poner vuestras manos en las manos del Eterno, Padre mío y vuestro, y decir: «Mira, conduzco de nuevo a Ti a estos hijos. Mira, Padre, están limpios. Pue­den volver a Ti». Veros junto a su corazón y decir: «Amaos final­mente, porque el Uno y los otros tenéis ansias de ello, y sufríais intensamente por no haberos podido amar». Ved que ésta es mi alegría. Y cada día que me acerca al cumplimiento de este retorno, de este perdón, de esta unión, aumenta mi ansia de consumar el holocausto para daros a Dios y su Reino”. ■ Jesús está solemne y como extasiado mientras dice esto. Camina derecho, con su túnica azul y su manto más oscuro, la cabeza descu­bierta, en esta hora aún fresca de la mañana. Parece sonreír a una visión —¡quién sabe cuál!— que sus ojos ven, contra el fondo azul de un cielo sereno. El sol, que le besa en la mejilla izquierda, hace mucho más brillante su mirada y coloca centelleos dorados en sus cabellos que mueven levemente el viento y su paso, y acentúa el rojo de los labios abiertos prontos para la sonrisa, y parece como si encendiese todo su ros­tro de una alegría que en realidad viene del interior de su adorable Corazón, encendido por la caridad hacia nosotros.
* “En éste estarán Belcebú y toda su corte de demonios… ¡Oh, en ese corazón estará verdaderamente el Infierno dándole coraje para vender, como cordero para ser degollado, el Hijo de Dios a sus enemigos!”.- ■ Tomás pregunta a Jesús: “Maestro, ¿puedo decirte una palabra?”. Jesús: “¿Cuál?”. Tomás: “El otro día dijiste que el Redentor, esto es, Tú, tendrá un traidor. ¿Cómo puede un hombre traicionarte a Ti, Hijo de Dios?”. Jesús: “De hecho un hombre no podría traicionar al Hijo de Dios, que es Dios como el Padre. Pero éste no será un hombre. Será un demonio en cuerpo de hombre. El más poseído de los hombres. María Magdalena tuvo siete demonios, y el endemoniado de hace unos cuantos días era la presa de Belcebú pero en éste estarán Belcebú y toda su corte de demonios… ¡Oh, en ese corazón estará verdaderamente el Infierno dándole coraje para vender, como cordero para ser degollado, el Hijo de Dios a sus enemigos!”. ■ Iscariote pregunta: “Maestro, ¿ha tomado Satanás ya posesión de ese hombre?”. Jesús: “No, Judas. Pero se inclina hacia Satanás e inclinarse a él quiere decir ponerse en condiciones de echarse en sus brazos”. ■ Andrés: “¿Y por qué no viene a Ti para que se cure de su inclinación? ¿Sabe que lo está o ignora?”. Jesús: “Si lo ignorase no sería culpable, como lo es, porque sabe que tiende hacia el mal y que no persevera en sus resoluciones de salir de él. Si perseverara, vendría a Mí… pero no viene… El veneno penetra y mi cercanía no le purifica, porque no la desea sino que huye de ella… ¡Éste es, hombres, vuestro error! Huís de Mí cuando más necesidad tenéis de Mí”. ■ Mateo: “¿Ha venido algunas veces a Ti? ¿Le conoces? ¿Le conocemos nosotros?”. Jesús: “Mateo, Yo conozco a los hombres antes de que me conozcan. Tú lo sabes y también éstos. Soy Yo quien os llamé porque os conocía”. Mateo insiste: “¿Pero le conocemos nosotros?”. Jesús: “¿Y acaso no sois capaces de conocer a quien viene a vuestro Maestro? Vosotros sois amigos y compartís conmigo la comida, el descanso y las fatigas. Hasta mi casa os he abierto, la casa de mi santa Madre. Os he llevado a mi casa para que el aura que en ella suavemente sopla os haga capaces de comprender el Cielo con sus voces y mandatos. Os he llevado a Ella como un médico lleva a sus enfermos, apenas salidos de sus enfermedades, a aguas medicinales que los fortalezcan venciendo los restos de las enfermedades que siempre pueden convertirse de nuevo nocivas. Por esta razón, conocéis a todos los que vienen a Mí”. ■ Pedro: “¿En qué ciudad le has visto?”. Jesús: “¡Pedro, Pedro!”. Pedro: “Es verdad, Maestro, soy peor que una mujer chismosa. Perdóname. Pero es el amor, sabes…”. Jesús: “Lo sé. Y por esto te digo que no siento aversión por este defecto tuyo, pero quítalo también”. Pedro: “Sí, Señor mío”. (Escrito el 3 de Octubre de 1944).
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(<Marziam ha pasado unos días junto a Jesús y el grupo apostólico. El muchacho ha percibido también el odio que rodea a su Jesús>)
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8-504-25 (9-201-460).- Marziam preparado para la separación.- Regreso a la aldea de Salomón y muerte de Ananías.
* Marziam no verá a Jesús antes de la Pascua.- Subirá a Galilea con Isaac, que regresará con la Madre.- ■ Caminan, caminan bajo la lluvia menuda, fina como niebla, en este día grisáceo. De vez en cuando hablan entre sí. Pero las pala­bras que dicen parecen tanto conclusiones de un diálogo con un invi­sible interlocutor, que parece como si hablaran consigo mismos. “Al final tendremos que pararnos en algún lugar”. “Todos los lugares son iguales, porque a todos vienen ellos”. “Persecución por persecución, lo mejor es estar en una ciudad: al menos uno no se moja”. “¿Pero a dónde quieren llegar?”. “¡Pobre María! ¡Si supiera!”. “¡Dios Altísimo, protege a tus siervos!”, etcétera… Luego se jun­tan y debaten en voz baja. ■ Jesús va delante, solo… ¡Solo! Hasta que llegan Marziam y el Zelote, que dice a Jesús: “Los otros han bajado al guijarral. Para ver si hay barca… Tar­daríamos menos. ¿Nos quieres contigo?”. Jesús:Venid. ¿De qué hablabais antes?”. Marziam: “De lo que sufres Tú”. Zelote: “Y del odio de los hombres”. Y pregunta: “¿Qué podemos hacer para aliviarte y para frenar el odio?”. Jesús: “Para mi dolor está vuestro amor… Para el odio… no hay más re­medio que soportarlo… Es una cosa que termina con la vida de la Tierra… y este pensamiento da paciencia y fortaleza mientras se so­porta. ¡Marziam! ¡Niño! ¿Por qué estás turbado?”. Marziam: “Porque esto me recuerda a Doras…”. Jesús: “Tienes razón. Ya es tiempo de que te mande otra vez a casa…”. Marziam grita: “¡No! ¡Jesús! ¡No! ¿Por qué quieres castigarme por un mal que no he hecho?”. Jesús: “No es castigar. Es preservar… No quiero que recuerdes a Doras. ¿Qué se alza en ti tras este recuerdo? Responde…”. Marziam llora con la cabeza agachada, luego levanta la cara y dice: “Tienes razón. Mi espíritu no es capaz de ver y perdonar, no es todavía capaz. Pero ¿por qué me alejas de Ti? Si sufres, con mayor ra­zón debo estar a tu lado. ¡Tú también me has consolado siempre! Ya no soy ese niño necio que el año pasado te decía: «No me dejes ver tu dolor». Soy ahora un verdadero hombre. ¡Deja que me quede! ¡Señor! ¡Díselo tú, Simón!”. Zelote: “El Maestro sabe lo que es bueno para nosotros. Y quizás… quie­re darte algún encargo… No sé… Estoy diciendo lo que pienso…”. Jesús: “Es como has dicho. Le habría tenido conmigo, con gran satisfac­ción, hasta después incluso de las Encenias (1). Pero… mi Madre está sola allá arriba. El ruido que produce el odio es muy fuerte. Podría temer más de lo necesario. Mi Madre está sola. Y seguro que llora. Irás donde Ella, le llevarás mi saludo y le dirás que la espero para después de las Encenias. Y no digas nada más, Marziam”. “¿Pero si me pregunta?”. “Puedes no mentir diciendo… que la vida de su Jesús está como este cielo de Etanim (2). Nubes y lluvia, alguna vez borrasca. Pero no faltan los días de sol. Como ayer, como quizás mañana. Callar no es mentir. Háblale de los milagros que has visto. Dile que Elisa está conmigo, que Ananías me ha acogido como un padre. Que en Nobe es­toy en casa de un buen israelita. Lo demás… sobre lo demás esté el silencio. Y luego irás a estar con Porfiria. Y estarás allí hasta que Yo te llame”. ■ Marziam llora más fuerte. Zelote dice: “¿Por qué lloras así? ¿No estás contento de ir donde María? Ayer lo estabas…”. Marziam: “Ayer sí. Porque íbamos todos. Y además lloro porque tengo miedo de no volver a verte… ¡Oh, Señor, Señor! ¡Ya nunca veré días tan felices como lo han sido estos días!”. Jesús: “Nos veremos todavía, Marziam. Te lo prometo”. Marziam: “¿Cuándo? No antes de la Pascua. ¡Es mucho tiempo!”. Jesús calla. Marziam: “¿Verdaderamente no me quieres contigo antes de Pascua?”. Jesús le pone un brazo en los hombros todavía gráciles y le arrima a Sí. “¿Por qué quieres saber el futuro? Hoy estamos aquí. Mañana ya no estamos. El hombre ―ni el más rico y poderoso― no puede añadir un día a su vida. La vida, y todo el futuro, está en las manos de Dios…”. Marziam: “Pero para Pascua debo ir al Templo. Soy israelita. ¡Tú no puedes hacerme pecar!”. Jesús: “No pecarás. Y el primer pecado que me debes prometer que no harás nunca es el de la desobediencia. Obedecerás. Siempre. A Mí ahora, a quien te hable en mi Nombre después. ¿Lo prometes? Re­cuerda que Yo, tu Maestro y Dios, he obedecido a mi Padre y obede­ceré hasta el… fin de mi tiempo”. Jesús se muestra solemne al decir estas últimas palabras. Marziam, casi hechizado, dice: “Obedeceré. Lo juro. Ante Ti y ante el Dios eterno”. ■ Un momento de silencio. Luego el Zelote pregunta: “¿Sube solo?”. Jesús: “No, por supuesto. Con unos discípulos. Encontraremos otros además de Isaac”. Zelote: “¿Mandas a Galilea también a Isaac?”. Jesús: “Sí. Regresará con mi Madre”. ■ Llaman desde el río. Los tres se mueven, cruzan el camino, van hacia el agua. “Mira, Maestro. Hemos encontrado. Y no quieren nada. Son pa­rientes de uno al que has hecho un milagro. Pero llevan arena a aquel pueblo. Hay que ir hasta allí a pie. Luego nos toman”. Jesús: “Que Dios se lo pague. Estaremos al atardecer en casa de Ananí­as”.
* Es bueno que Marziam no envenene el corazón”. Sí, pero Pedro se pregunta: “¿Qué habrá sucedido de aquí a Nisán?”.- ■ Pedro, contento, sube hacia el camino y ve la cara turbada de Marziam. “¿Qué te pasa? ¿Qué ha hecho?”. Jesús: “Nada malo, Simón. Le he dicho que, cuando llegue al primer si­tio donde encuentre discípulos, le voy a mandar a casa. Se ha entris­tecido por este motivo”. Pedro dice: “A casa… Pues es justo… Esta época del año…”. Pedro piensa. Luego mira a Jesús y le tira de la manga, haciéndole agacharse has­ta la altura de su boca. Le habla al oído: “Maestro, ¿pero por qué le mandas sin esperar?…”. Jesús: “Por la época del año, lo has dicho”. Pedro: “¿Y además?”. Jesús: “Simón, no quiero encubrirte la realidad. Y además… porque es bueno que Marziam no se envenene el corazón…”. Pedro: “Tienes razón, Maestro. Envenenarse el corazón… ¡Sí!, es justa­mente eso lo que acaba sucediendo”. Alza el tono de voz: “El Maes­tro tiene toda la razón. Irás y… nos veremos en Pascua. En fin… lle­ga pronto… Pasado Kisléu… En breve tiempo llega el bonito Nisán. ¡Sí, cierto! Tiene razón…”. La voz de Pedro se hace menos segura. Repite lentamente y con tristeza: “Tiene razón…” y, hablándose a sí mismo: “¿Qué habrá sucedido de aquí a Nisán?”. Se da con la mano en la frente (es un gesto desconsolado).
* Ananías ha muerto. “Los que me aman se marchan, y quedan los que me odian… ¡Padre mío, siempre se haga y sea bendecida tu Volun­tad!…”.- ■ Y caminan, caminan en esta húmeda jornada. No llueve ya hasta que, enfangados hasta las rodillas, montan en cinco pequeñas barcas húmedas y arenosas que bajan de nuevo siguiendo la corriente. Entonces se echa otra vez a llover, y, golpeando la lluvia contra el agua calma del río, que refleja el cielo de nubes cenicientas, dibuja en él muchos círculos que se hacen y deshacen continuamente, formando un juego de tornasoles anacarados. Parece un paisaje desierto. En las márgenes, en los minúsculos lugares fluviales, no se ve alma viva. La lluvia cierra las casas y hace desiertas las calles. De modo que, cuando con el primer albor echan pie a tierra donde la aldea de Salomón, encuentran silenciosa y va­cía la calle, y llegan a la casa sin ser vistos por nadie. ■ Golpean en la puerta. Llaman. Nada. Sólo zureo de palomas, ba­lidos de ovejas, ruido de lluvia. “No hay nadie. ¿Qué hacemos?”. Jesús ordena: “Id a las casas del pueblo. Primero a la del pequeño Micael”. Y, mientras los apóstoles más jóvenes se marchan ágiles, Jesús y los más ancianos se quedan junto a la casa y observan y comentan. “Todo cerrado… Incluso la cancilla, bien atada y asegurada. ¡Mi­ra! Incluso hay un clavo grueso. Y las ventanas cerradas como para la noche. ¡Qué tristeza! ¿Y esa quejumbre de ovejas y palomas? ¿Es­tará enfermo? ¿Qué piensas, Maestro?”. Jesús menea la cabeza. Está cansado y triste… Vuelven corriendo los apóstoles. Andrés es el primero en llegar, y grita, todavía unos metros antes: “Ha muerto… Ananías ha muer­to… No se puede entrar en la casa porque todavía no está purifica­da… Desde hace pocas horas está en el sepulcro. Si hubiéramos po­dido venir ayer… Ahora viene la mujer, la madre de Micael”. Bartolomé dice: “¡¿Pero qué nos persigue?!”. Hablan todos al mismo tiempo: “¡Pobre anciano! ¡Se sentía tan feliz! ¡Estaba tan bien! ¿Pero có­mo ha sido? ¿Cuándo se ha puesto enfermo?”. ■ Llega la mujer, la cual, quedándose a una cierta distancia de to­dos, dice: “Señor, la paz sea contigo. Mi casa está abierta para Ti. Pe­ro… no sé si… Yo preparé al muerto. Por eso me mantengo a distan­cia de Ti. Pero te puedo indicar las casas que te recibirán”. Jesús: “Sí, mujer. Dios te lo pague, y contigo a quien usa piedad con los viandantes. Pero ¿cómo murió el hombre?”. Mujer: “No sé. No enfermó. Anteayer estaba bien. Sí, seguro. Estaba bien. Micael había venido por la mañana por las dos ovejas para agregarlas a las nuestras. Estaba acordado. Y yo le había llevado a la hora sexta ropa que le había lavado. Estaba sentado a la mesa y comía, completamente sano. Al atardecer, Micael había llevado de nuevo las ovejas. Le había sacado dos ánforas de agua. Y Ananías le regaló dos tortitas que se había hecho para sí. Ayer por la mañana mi hijo vino para sacar a las ovejas. Estaba cerrado todo, como ahora, y nadie respondió a los gritos del niño. Él empujó la cancilla, pero no logró abrirla. Estaba bien cerrada. Entonces Micael se asustó y vino a mí corriendo. Yo y mi marido acudimos rápidamente, y con nosotros otros. Abrimos la cancilla, llamamos a la cocina… forzamos la puerta… Estaba todavía sentado junto al hogar, con la cabeza reclinada en la mesa, la lámpara todavía cercana, pero apagada como él; a los pies cuchillo pequeño y una escudilla de madera medio tallada… La muerte le sorprendió así… Sonreía… Estaba en paz… ¡Oh, qué aspecto de justo había tomado su cara! Parecía hasta más guapo… Yo… Hacía poco que me ocupaba de él. Pero le había tomado afecto… y lloro…”. Jesús: “Ananías está en paz. Tú misma lo has dicho. ¡No llores! ¿Dónde le habéis puesto?”. Mujer: “Sabíamos que le querías mucho, y entonces le hemos puesto en el sepulcro que Leví se había hecho hacía poco. El único… porque Leví es rico. Nosotros no somos ricos. Allí, al final, al otro lado del camino. Ahora, si quieres, purificamos todo y…”. Jesús: “Sí. Tomas las ovejas y las palomas. El resto conservadlo para Mí y los míos. Que Yo pueda venir alguna vez. Que Dios te bendiga, mujer. Vamos al sepulcro”. Tomás pregunta asombrado: “¿Le vas a resucitar?”. Jesús: “No. Para él no significaría alegría; donde está es muy feliz. Ade­más, él lo deseaba…”. Pero a Jesús se le ve muy abatido. Parece que todo se une para aumentar su tristeza. En las puertas de las casas, mujeres miran y saludan, y comentan. ■ Pronto llegan: es un pequeño exaedro construido recientemente. Jesús ora cerca del sepulcro. Luego se vuelve, con humedad de llanto en los ojos, y dice: “Vamos… A las casas del pueblo. En nuestra casi­ta ya no está quien nos esperaba para bendecirnos… ¡Padre mío! La soledad envuelve al Hijo tuyo, el vacío se hace cada vez más grande y más tenebroso. Los que me aman se marchan, y quedan los que me odian… ¡Padre mío, siempre se haga y sea bendecida tu Volun­tad!…”. Vuelven hacia el pueblo. Dos aquí tres allá… entran en las casas de los que no han tocado al muerto, en busca de amparo y de nuevas fuerzas. (Escrito el 26 de Septiembre de 1946).
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1  Nota  : Las Encenias, Pascua… Cfr. Anotaciones  n. 2: Las fiestas de Israel.  2  Nota  : Etanim,  Kisléu,  Sebat… Cfr. Anotaciones  n. 5: Calendario hebreo.
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8-505-30 (9-202-464).- Nique quiere estar cerca del Maestro.- La Madre y discípulas —acompañadas de Isaac—, para Sebat, deberán estar en Jerusalén.
* Amigos, discípulos y apóstoles.- ■ Jesús está de nuevo en Jerusalén. Una Jerusalén invernal, gris, azotado por el viento. Marziam está todavía con Jesús y lo mismo Isaac. Hablando, se dirigen al Templo. Con los doce —hablando con el Zelote más que con los otros, y con Tomás— están José y Nicodemo, que luego se separan, pasan adelante y saludan a Jesús sin detenerse. Iscariote murmura a Andrés: “No quieren hacer ver su amistad con el Maestro. ¡Es peligroso!”. Andrés los defiende: “Yo creo que lo hacen por un pensamiento justo, no por cobardía”. ■ Zelote dice: “Además, no son discípulos y pueden hacerlo. Nunca lo han sido”. Iscariote: “¡¿No?!” Me parecía que…”. Zelote: “Ni siquiera Lázaro es discípulo, y tampoco…”. Iscariote: “Pero si excluyes y excluyes, ¿quién queda?”. Zelote: “¿Quién? Los que tienen la misión de discípulos”. Iscariote: “Y los otros, entonces, ¿qué son?”. Zelote: “Amigos. Solo amigos. ¿Acaso, dejan sus casas, sus intereses por seguir a Jesús?”. Iscariote: “No. Pero escuchan con gusto y le ayudan con…”. Zelote: “¡Si es por eso! También los gentiles lo hacen. Viste que en la casa de Nique encontramos a quien se había preocupado por Él. Y esas mujeres no son del número de los discípulos”. Iscariote: “¡No te acalores! Lo dije por decir. ¿Te molesta tanto que tus dos amigos no sean discípulos? Deberías creer lo contrario, me parece”. Zelote: “No me acaloro y no quiero nada, como tampoco que les hagas mal llamándolos sus discípulos”. Iscariote: “¿Pero a quién quieres que lo diga? Siempre estoy con vosotros…”. Simón Zelote le mira tan duramente que la risita que tenía Judas en los labios se le congela y piensa que es mejor cambiar de tema. ■ Iscariote pegunta: “¿Qué querían hablar con vosotros ésos dos?”. Zelote: “Han encontrado la casa para Nique. Hacia los huertos, cerca de la Puerta. José conocía al propietario y sabía que con una buena ganancia la habría vendido. Se lo haremos saber a Nique”. Iscariote: “¡Qué ganas de tirar dinero!”. Zelote: “Es suyo. Puede hacer lo que le venga en gana. Ella quiere estar cerca del Maestro. Con eso obedece a la voluntad de su marido y a su corazón”. Santiago de Alfeo suspira: “Solo mi madre está lejos…”. El otro Santiago dice: “Y la mía”. Santiago de Alfeo: “Pero por poco tiempo. ¿Oíste lo que dijo Jesús a Isaac, a Juan y a Matías? «Cuando volváis para la luna nueva de Sabat venid con las discípulas además de mi Madre»”. Santiago Zebedeo: “No sé por qué no quiere que Marziam vuelva con ellas. Le ha dicho: «Te quedarás hasta que te llame»”. Andrés observa: “Quizás porque Porfiria no se quede sin ayuda… Si nadie pesca allá, no se come. Como nosotros no vamos, debe ir, pues, Marziam. Está claro que no son suficientes la higuera, la colmena, los pocos olivos y las dos ovejas para mantener a una mujer, vestirla, procurarle de comer”. ■ Jesús, parado, apoyado en la muralla del Templo, los observa mientras se acercan. Con Él están Pedro, Marziam y Judas Alfeo. Los menesterosos se levantan de sus camastros de piedra, colocados en el camino que lleva el Templo —el que viene de Sión al Moria, no el que de Ofel viene al Templo— y se acercan, quejumbrosos, a Jesús, a pedir una limosna. Nadie pide ser curado. Jesús ordena a Judas que les dé una monedas. Entra en el Templo. (Escrito el 27 de Septiembre de 1946).
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(<Jesús, después de haber huido del Templo tras el intento de apedreamiento por los judíos al manifestarse como “Mayor, anterior a Abraham” [Ju. 8,21-59], —relatado en el tema “Jesús Redentor” en el episodio 8-507-41—, ha llegado, junto con el apóstol Juan, a la casa de José de Séforis, en Jerusalén, cerca de la puerta de Herodes, en el barrio Bezeta. Recibidos por María, la esposa del dueño, esperan ahora al dueño. Durante esa espera, han conocido al niño huérfano Marcial, a quien José había acogido por compasión y le había circuncindado>)
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8-508-53 (9-205-487).- El niño huérfano Marcial-Manases, acogido por José de Séforis.
* Mira José, has hecho una acción digna de alabanza, pero la cubres de polvo con estas ideas imperfectas. Has imitado un gesto mío. ¿Por qué no haces perfecta mi imitación?”.- ■ La casa de José no es la de José de Arimatea, sino la de un viejo galileo de Séforis, amigo de los hijos de Alfeo y especialmente de los mayores, porque era amigo, quizás también un poco pariente, del viejo y ya difunto Alfeo. Y, si no me equivoco, está también muy relacionado con los hijos de Zebedeo por el comercio del pescado seco, que, desde el lago de Genesaret, se lleva a la capital junto con otros productos de Galilea estimados por los gallegos desarraigados que están en Jerusalén. ■“Mi padre, como muchos galileos, baja aquí durante las fiestas… ¡Ah!, oigo la voz de José…” dice Juan. Jesús se pone en pie y Juan hace lo mismo, preparados ambos pa­ra saludar con los debidos honores al jefe de la casa, que entra y a su vez hace profundas reverencias para terminar arrodillándose a los pies de Jesús, que le dice: “Álzate, José. He venido. Ya lo ves”. José: “Perdona si te he hecho esperar. ¡El viernes es siempre un gran día! A ti la salud, Juan. ¿Tienes noticias de Zebedeo?”. Juan: “No, desde los Tabernáculos. Ahí le vi”. José: “Pues ahora sabes que está bien, y lo mismo Salomé. Noticias frescas, de esta mañana, con la última carga de pescado. Y también a Ti, Maestro, te puedo decir que todos tus parientes están bien en Nazaret. Al día siguiente del sábado, el que ha venido partirá. Si queréis enviar noticias… ¿Estáis solos?”. Juan: “No. Dentro de poco estarán aquí los otros…”. José: “¡Bien! Hay sitio para todos. Esta es una casa fiel. Siento que María haya estado ocupada con el pan y yo con las ventas. Dejados así solos… No te hemos dado el honor ni ofrecido la compañía que corresponden al huésped. ¡Y gran huésped!”. Jesús: “Un hijo de Dios como tú, José. Todos iguales, los que siguen la Ley de Dios”. José: “¡No, no! Tú eres Tú. No soy un necio como estos judíos. ¡Tú eres el Mesías!”. Jesús: “Por voluntad de Dios. Pero por voluntad mía y deber soy hijo de la Ley como tú”. José: “Los que te calumnian no saben decir ni hacer lo que ahora dices y siempre haces”. ■ Jesús: “Pero tú haces mucho de lo que enseño. He visto al niño, José…”. José: “¡Ah!, ¿le has visto? ¡Ha venido! ¡Sabe que no quiero que venga! Por Ti… me agrada. Pero podías no haber sido Tú…”. Jesús: “Y entonces? ¿Qué habría sucedido?”. José: “Que… ¡bueno, que no me gusta!”. Jesús: “¿Por qué, José? ¿Por no recibir alabanzas? Tu idea es encomiable pero el niño podría pensar que te avergüenzas de mostrarle…”. José: “¡Y es verdad!”. Jesús: “¿Es verdad? ¿Por qué? Explícame esto”. José: “Pues mira, el niño no ha nacido hebreo de hebreos, ni siquiera de prosélitos, y ni siquiera de mujer hebrea y padre gentil. Es hijo de romanos, libertos de casa de un romano que estaba en Cesarea Marítima y que había tenido consigo al niño mientras estuvo allí. Pero cuando partió, no se ocupó de él y se quedó solo. Los hebreos, naturalmente, no le acogieron. Los romanos… Tú sabes lo que son los romanos… ¡Y además esos romanos de Cesarea! El niño, mendi­gando…”. Jesús: “Sí, lo sé. Llegó aquí y tú le acogiste. Dios ha escrito tu acción en el Cielo”. José: “¡Y hecho de él un circunciso! Y le he cambiado el nombre. ¡El su­yo pagano! ¡Idólatra! Pero no quiero que esté a la vista de la gente y que recuerde su pasado”. Jesús pregunta dulcemente: “¿Por qué, José?”, y continúa: “El niño sufre por esto. Se acuerda de su madre. ¡Es comprensible!”. José: “Pero también es comprensible mi deseo de no ser criticado por haber acogido a un…”. Jesús: “A un inocente. Solamente esto, José. ¿Por qué temes el juicio de los hombres cuando un juicio más alto, el divino, sanciona tu acto como santo? ¿Por qué te avergüenzas, por respeto humano o temor a represalias, de una acción buena? ¿Por qué quieres dar al niño una muestra de doblez como la que surge de haberle cambiado el nombre, de ahogar el pasado buscando, por miedo, evitar un daño? ¿Por qué quieres inculcar en el niño el desprecio hacia su padre y su madre? Mira, José, has hecho una acción digna de alabanza, pero la cubres de polvo con estas… ideas imperfectas. Has imitado un gesto mío. Has acogido mis palabras. Esto está bien. ¿Pero por qué no haces perfecta mi imitación cumpliendo abiertamente la obra y diciendo: «Sí, el niño era romano, y yo no me he espantado de ello, porque es hijo del Creador como nosotros. Lo único, he querido que estuviera dentro de nuestra Ley y le he circuncidado»? ■ En verdad… la verdadera circuncisión está llegando y la nueva incisión se hará en el corazón de los hombres, de donde será extirpado el anillo estrangulador de la triple concupiscencia; así que, si… bueno si el niño hubiera seguido en su ingenuidad hasta ese momento… Pero no quiero reprenderte por esto. ¡Has hecho bien, tú hebreo, haciéndole hebreo. Pero déjale su nombre. ¡Cuántos Marciales, Cayos, Félix, Cornelios, Claudios, etc. serán del Cristo y del Cielo! Puede estar él también entre ellos, el niño que no sabe de hebreos ni de gentiles, el niño que llegará a la eterna mayoría de edad cuando la verdadera y nueva Ley quede fundada con el nuevo Templo y con los nuevos sacerdotes, y no como tú crees, sino examinado por Dios y hallado digno de su verdadero Templo. Déjale con el nombre que su madre le dio. Es una caricia materna todavía para él. Comprendo lo que has querido decir llamándole Manasés, pero déjale Marcial. Y a quien te pregunte puedes decirle: «Sí, es Marcial; casi como el discípulo del Cristo, al que le dio el nombre María». Sé valiente en el bien, José. Y serás grande, muy grande”. José: “Maestro… como Tú quieras. No quiero causarte desagrado. ¿Y crees que… he hecho bien también como hombre?”. Jesús: “Has hecho bien. Tu dolor te ha hecho bueno. Por lo cual, es bue­no todo lo que has hecho, y también esto”. ■ Unos golpes en la puerta de la calle interrumpen la conversación. (Escrito el 7 de Octubre de 1947).
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(<Al día siguiente, sábado, al dirigirse hacia la sinagoga, Jesús se encontró en el camino con un ciego de nacimiento [Ju. 9,1-34], relatado en el en el tema “Jesús Redentor”, episodio 8-510-67. Fue Judas Iscariote el que, en complicidad con escribas, fariseos y sacerdotes —quienes querían acusar al maestro de violar el sábado— había organizado el encuentro del ciego con Jesús en este camino. Después de la curación del ciego, llamado Bartolmai, al atardecer de este sábado, Jesús y los suyos se han ido a Nobe para hospedarse en la casa del viejo Juan. Aquí se encuentran ahora>)
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8-511-83 (9-208-515).- En Nobe, se habla de las circunstancias que rodearon la curación del ciego Bartolmai. Embustes de Judas Iscariote.
*  Antecedentes de la curación del ciego Bartolmai, en los que Iscariote está involucrado.- ■ Se oye un golpe en la puerta. Tomás, que está más cerca, se levanta para abrir y exclama: “¿Tú, José? ¿Y con Nicodemo? ¡Entrad, entrad!”. José de Arimatea saluda: “La paz sea contigo Maestro, y con los que estén en esta casa. Vamos a Rama, Maestro. Nicodemo me ha invitado a ir allí. Al pasar por aquí dijimos: “Detengámonos un momento a saludar al Maestro”. Queríamos saber si… te siguen molestando, porque sabemos que fueron a buscarte a casa de José de Séforis. Te han buscado por todas partes, después que curaste a aquel ciego. Es verdad que no han ido más allá de las murallas. No han movido una sola silla para no profanar el sábado. Y por eso se creen puros. ¡Pero, para buscarte, para seguir a Bartolmai, han caminado mucho más del máximo permitido!”. Mateo pregunta: “¿Y cómo lo supieron si el Maestro no ha hecho nada en la calle?”. Pedro dice: “¡Eso! Ni siquiera nosotros sabíamos si estaba curado. Fuimos a la sinagoga y luego a saludar a Nique y a Isaac y a Marziam, que se quedan donde ella. Luego, después del ocaso, rápidamente vinimos aquí“. ■ José de Arimatea: “Vosotros no lo habéis sabido. Pero los enviados de los fariseos sí. Vosotros no lo habéis visto, pero yo sí. Dos de ellos estaban presentes cuando el Maestro tocó los ojos del ciego. Desde horas antes estaban esperando”. Iscariote, con aire inocente, pregunta: “¿Cómo es posible eso?”. José de Arimatea: “¿Me lo preguntas a mí?”. Iscariote: “Porque es algo raro, te lo pregunto”. José de Arimatea: “Lo más raro es que, desde hace tiempo, donde quiera que esté el Maestro, haya espías”. Iscariote: “Los buitres vuelan a donde está el despojo, y los lobos a donde está el rebaño”. José de Arimatea: “Y los ladrones donde un cómplice que les señala una caravana. Es como has dicho”. Iscariote: “¿Qué quieres insinuar?”. José de Arimatea: “Nada. Tan solo completo tu proverbio aplicándolo a los hombres. Pues Jesús es hombre, y hombres son los que le acechan”. Varios le dicen: “Cuenta José, cuenta…”. José de Arimatea: “Si el Maestro quiere… he venido para contar”. Jesús le dice: “Sí, habla”. ■ José refiere minuciosamente todo lo que vio, omitiendo el hecho de que fue Judas el que dijo al ciego dónde estaba Jesús. Los comentarios son muchos, furiosos, doloridos, según los corazones. Y Judas de Keriot es el más, en apariencia, afligido e inquieto. Contra todos, sobre todo contra el ciego imprudente que vino a ponerse en el camino de Jesús, en día de Sábado, confiando en la conocida bondad del Maestro. Dice asombrado Felipe: “¡Pero si fuiste tú quien se lo señaló! Estaba yo cerca de ti y te oí”. Iscariote: “Señalar no quiere decir ordenar hacer”. Tadeo dice: “¡Ah, eso sí te creo! Pues no me imagino que hubieras tenido la osadía de haber dado órdenes al Maestro para que obrara…”. Iscariote: “¿Yo? ¡Todo lo contrario! Se lo señalé solo para pedir explicación”. Tadeo replica: “Sí. Pero señalar es también tentar a hacer. Y esto fue lo que hiciste”. Iscariote descaradamente asegura: “Eso lo dices tú, pero no es verdad”. ■ José de Arimatea: “¿Que no es verdad? ¿Estás completamente seguro? ¿Seguro como de vivir, de no haber hablado nunca de Jesús al ciego, de no haberle aconsejado para que se dirigiera a Jesús, y, estás seguro, naturalmente, de no haberle insistido a hacerlo inmediatamente, antes de que Jesús dejase la ciudad?”. Iscariote: “¡Por supuesto! ¿Y quién ha hablado a ese hombre? Yo seguro que no. Día y noche estoy con el Maestro, y si no con Él, con los compañeros…”. Bartolomé dice: “Creía que lo habías hecho ayer, cuando saliste con las mujeres”. Iscariote: “¡Ayer! Tardé menos en ir y volver que una golondrina volando. ¿Cómo hubiera podido buscar al ciego, encontrarle y hablar con él en tan poco tiempo?”. Bartolomé: “Quizás te encontraste con él…”. Iscariote: “¡Jamás le había visto!”. José de Arimatea recalca: “Entonces ese hombre es un mentiroso porque afirmó que tú le dijiste que viniese y le señalaste el lugar, y lo que tenía que hacer. Le diste tu palabra de que Jesús te haría caso y…”. Iscariote fuera de sí le interrumpe: “¡Basta! ¡Basta! Merece que nuevamente quede ciego por todas las mentiras que dice. Yo lo puedo jurar por el Santo que no le conozco sino de vista, y que jamás le he hablado”. José, mirándole severamente con unos ojos que quieren atravesarle, le dice: “No te preocupes. Que tu corazón esté tranquilo, Judas de Keriot. Tú que no temes a Dios porque sabes que tus acciones son santas. Feliz de ti, que no temes nada”. Iscariote: “No tengo miedo alguno porque no tengo pecado”. Nicodemo, que hasta ahora no había hablado, dice: “Todos pecamos, Judas. Y ojalá sepamos arrepentirnos después de los primeros pecados y no aumentarlos ni en número, ni en perversidad”.
* Consecuencias de la curación del ciego Bartolmai.- ■ Luego Nicodemo se dirige al Maestro y le dice: “Lo más triste es que José de Séforis fue amenazado con la expulsión de la sinagoga si vuelve a hospedarte y que Bartolmai fue echado fuera de ella. Había ido con sus padres, pero los fariseos le estaban esperando en la sinagoga, no le dejaron entrar y le lanzaron el anatema”. Muchos de los presentes gritan: “¡Eso es demasiado! ¿Hasta cuándo, Señor?…”. Jesús: “¡Paz, paz! No hay nada. Bartolmai está en el camino del Reino. ¿Qué ha perdido, pues? Está en la Luz. ¿No es, entonces, más hijo de Dios que antes? ¡Oh, no confundáis los valores! ¡Paz, paz! No iremos más a la casa de José… Lo que siento es que Isaac tenga instrucciones de llevar allí a mi Madre y a María de Alfeo… Pero, en todo caso, serían pocas horas, porque ya se han tomado las providencias ■ Se vuelve a Juan de Nobe: “Padre, ¿tienes miedo del Sanedrín? Estás viendo lo que cuesta hospedar al Hijo del hombre… Eres viejo. Eres un fiel israelita. Se te podría arrojar de la Sinagoga en tus últimos sábados. ¿Podrías soportarlo? Habla sinceramente, y Yo, si tienes miedo, me voy. Habrá una cueva todavía en los montes de Israel para el Hijo de Dios…”. Juan de Nobe dice: “¿Yo, Señor? ¿De quién quieres que tenga miedo sino de Dios? No temo al sepulcro que se me está abriendo, antes bien, lo considero como un amigo, ¿y quieres que tema yo a los hombres? Temería el juicio de Dios, si por temor a los hombres, te arrojase a Ti, el Mesías de Dios”. Jesús: “Está bien. Eres un hombre justo… Me quedaré aquí… cuando no esté en las ciudades cercanas, como tengo pensado hacer todavía otra vez”. Nicodemo dice: “Ven a Rama y vienes a mi casa, Señor”. Jesús: “¿Y si se te perjudica?”. Nicodemo: “¿Acaso no te invitan, por mala fe, los fariseos? ¿No podría hacerlo yo para conocer mejor tu corazón?”. Tomás suplica: “Sí, Maestro. Vayamos a Rama. Mi padre se sentirá feliz, si es que está en casa, y si no, como sucede frecuentemente, encontrará tu bendición a su regreso…”. ■ Nicodemo dice: “Maestro, nosotros te dejamos. Afuera tenemos nuestros animales y esperamos llegar a Rama antes de que termine la segunda vigilia. La luna alumbra los caminos como de pálido sol. Adiós, Maestro. La paz sea contigo”. Y por su parte José de Arimatea: “La paz sea contigo, Maestro… y escucha un buen consejo de José el Anciano. Sé un poco astuto. Mira a tu alrededor. Abre los ojos y cierra los labios. Haz lo que vas a hacer, y nunca digas antes… Y no vengas a Jerusalén durante un tiempo; y si vienes, no vayas al Templo sino el tiempo necesario para orar. ¿Me entiendes? Adiós, Maestro, la paz sea contigo”. ■ José ha puesto énfasis en las palabras que subrayo, y, mientras las decía, miraba fijamente a Jesús; ya simplemente su mirada era un aviso. Salen al huertecillo blanco de luna, desatan dos fuertes asnos del tronco de un nogal. Suben sobre sus sillas y parten por el camino solitario y blanco… ■ Jesús entra en la cocina con los suyos, que preguntan: “¿Qué habrá querido decir en realidad?”. “¿Y cómo lograron saberlo?”. “¿Qué harán a José de Séforis?”. Jesús: “Nada. Palabras. No más que palabras. No penséis más en ello. Cosas que pasan sin consecuencia alguna. ¡Ea! Digamos la oración y separémonos para ir a dormir. “Padre nuestro…”. Los bendice, los mira mientras se van. Luego con los cuatro que se quedan con Él sube a la habitación en que están las camas. (Escrito el 11 de Octubre de 1946).
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(<Tras un viaje por Emmaús de la Montaña, Gabaón, Beterón, van, de nuevo, camino Nobe, hacia Jerusalén>)
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8-517-120 (9-214-550).- “Es mi corazón el que busca reposo y lo encuentra donde hay amor”.- Judas, en uno de sus arranques impulsivos, pide su salvación y llora.
*  Judas, tenaz en su idea, aconseja a Jesús la forma de implantar el Reino.- ■ El viento húmedo y frío peina los árboles de la colina y juguetea en el cielo con nubes semiamarillentas. Jesús, los doce y Esteban envueltos en sus mantos, descienden de Gabaón por el camino que lleva a la planicie. Conversan entre sí, mientras Jesús, absorto en uno de sus silencios, está lejos de lo que le rodea. Y sigue así hasta que llegados a un cruce a la mitad de la ladera, mejor dicho, casi a los pies, dice: “Tomemos por acá y vayamos a Nobe”. Iscariote pregunta: “¿Cómo? ¿No volvemos a Jerusalén?”. Jesús: “Nobe y Jerusalén es casi una sola cosa para quien está acostumbrado a caminar mucho. Prefiero estar en Nobe. ¿Te desagrada?”. Iscariote: “¡No, Maestro! Me da lo mismo… Más bien lo que me desagrada es que Tú, en un lugar tan propicio para Ti, hayas figurado tan poco. Hablaste más en Beterón que ciertamente no se mostraba amiga tuya. Deberías, según mi parecer, hacer al contrario. Tratar de atraer cada vez más a Ti las ciudades que sientes propicias, hacer de ellas… contraarmas para las ciudades dominadas por enemigos tuyos. ¿Comprendes qué valor, tener de tu parte las ciudades cercanas a Jerusalén? Al fin y al cabo, Jerusalén no es todo. También pueden contar los otros lugares y hacer pesar su voluntad sobre el sentir de Jerusalén. Generalmente los reyes son proclamados en las ciudades que les son más fieles, y una vez proclamados, las otras no tienen más que resignarse…”. Felipe dice: “Cuando no se rebelan, y entonces vienen las luchas fratricidas. No creo que el Mesías quiera iniciar su Reino con una guerra interna”. ■ Jesús: “Yo querría una cosa, y es que ese Reino empezase en vuestros corazones con un juicio recto de las cosas. Pero todavía no sois capaces de verlas en su justo punto… ¿Cuándo comprenderéis?”.
* “Busco en vosotros una parte de la unión que dejé para unir a los hombres: la unión con mi Padre en el Cielo”.- ■ Presintiendo que lo que está por llegar sea un reproche, Iscariote vuelve a preguntar: “¿Por qué, pues, acá, en Gabaón hablaste tan poco?”. Jesús: “Preferí escuchar y descansar. ¿No comprendéis que también Yo tengo necesidad de descanso?”. Bartolomé, afligido, dice: “Hubiéramos podido quedarnos y darles esta satisfacción. ¿Si estabas tan cansado para qué te has puesto otra vez en camino?”. Jesús: “No estoy cansado en el cuerpo. No necesito descansar para darle alivio. Es mi corazón, que está cansado, el que tiene necesidad de reposo, y éste lo encuentro donde hay amor. ¿Creéis que sea insensible a tanto odio? ¿que los rechazos no me causen dolor? ¿que las conjuras que se traman contra Mí, me dejen insensible? ¿que las traiciones de quien se finge amigo, y es un espía de mis enemigos, puesto a mi lado para…”. ■ Iscariote, con una apasionada irritación, mayor que la de los demás, protesta: “¡Jamás sucederá eso, Señor! Y no debes ni siquiera sospecharlo. ¡Hablando así nos ofendes!”. Los demás protestan también diciendo: “Maestro, nos apenas con estas palabras. ¡Dudas de nosotros!”. Y Santiago de Zebedeo, impulsivo, exclama: “Me despido de Ti, Maestro, y vuelvo a Cafarnaúm. Con el corazón roto. Pero me voy. Y si no basta Cafarnaúm, me iré con los pescadores de Tiro y Sidón, iré a Cintium, iré a no sé dónde. Pero tan lejos, que sea imposible que puedas pensar que yo te traiciono. ¡Bendíceme por última vez!”. Jesús le abraza diciendo: “¡Cálmate, apóstol mío! Son muchos los que se dicen mis amigos, no sois solo vosotros. Te afligen, os afligen mis palabras. ¿Pero en qué corazones deberé derramar mis aflicciones y buscar consuelo sino en los de mis amados apóstoles y discípulos fieles? ■ Busco en vosotros una parte de la unión que dejé para unir a los hombres: la unión con mi Padre en el Cielo; y una gota del amor que dejé por amor de los hombres: el amor de mi Madre. Las busco para que me ayuden. ¡Oh, la ola amarga, el peso inhumano rebasan mi corazón, oprimen el corazón del Hijo del hombre!… Mi pasión, mi Hora cada vez más se acerca… Ayudadme a soportarla, a realizarla… ¡porque es muy dolorosa!”. Los apóstoles se miran conmovidos ante el dolor profundo que respiran las palabras del Maestro y no saben hacer otra cosa más que estrecharse a Él, acariciarle, besarle… y son simultáneos los besos de Judas a la derecha y de Juan a la izquierda en el rostro de Jesús, que baja los párpados velando sus ojos mientras Iscariote y Juan le besan… ■ Reanudan la marcha, y Jesús puede terminar ahora su pensamiento interrumpido: “En medio de tantas angustias mi corazón busca lugares donde encontrar amor y descanso; donde, en lugar de hablar a piedras secas, a engañosas serpientes o mariposas caprichudas, puede escuchar las palabras de otros corazones y consolarse porque las siente sinceras, amorosas, justas. Gabaón es uno de estos lugares. Nunca había venido. Pero me encontré con un campo arado en el que sembraron óptimos operarios de Dios. ■ ¡El sinagogo! Vino a la Luz, pero era ya un espíritu iluminado. ¡Lo que puede hacer un buen siervo de Dios! Gabaón no está, ciertamente, exenta de los manejos de quienes me odian. También allí se tratará de seducir, de corromper. Pero en ella hay un buen sinagogo y el veneno del mal no tiene su fuerza en ella. ¿Creéis acaso que me guste estar siempre corrigiendo, censurando, reprendiendo? Mucho más dulce es decir: «Has comprendido la Sabiduría. Sigue tu camino y sé santo», como dije al sinagogo de Gabaón”. Apóstoles: “¿Volveremos entonces?”. Jesús: “Cuando el Padre me permite que encuentre un lugar de paz, me alegro y bendigo a mi Padre. Pero no he venido para esto. Vine para convertir al Señor los lugares culpables y alejados de Él”.
* El hombre sobrenatural y el hombre material.- “Todo el placer de las almas víctimas está en el espíritu. El corazón de quien se ha entregado a la redención, la carne y la sangre no tienen valor”.-Jesús: “Vosotros mismos veis que podría estar en Betania y no estoy”. Iscariote dice: “También por no perjudicar a Lázaro”. Jesús: “No, Judas de Simón. Hasta las piedras saben que Lázaro es mi amigo. Por tanto, por este motivo, sería vano que Yo pusiese frenos a mi deseo de consuelo. Es por…”. Iscariote: “Por las hermanas de Lázaro, sobre todo por María”. Jesús: “Tampoco, Judas de Simón. Hasta las piedras saben que no me turba la lujuria de la carne. Ten en cuenta que, entre las muchas acusaciones que se me han hecho, la primera en caer ha sido ésta, porque hasta mis enemigos más encarnizados han comprendido que sostenerla era desenmascarar su habitual inclinación a decir mentiras. Ninguna persona honesta habría podido creer que Yo era un sensual. La sensualidad puede tener atractivo solo para los que no se nutren de lo sobrenatural y aborrecen el sacrificio. ¿Pero qué atractivo puede tener el placer de una hora, para el que se ha consagrado al sacrificio, para el que es víctima? ■ Todo el placer de las almas víctimas está en el espíritu, y, si visten una carne, ésta no es más que un vestido. ¿Crees que los vestidos que llevamos, tengan sentimientos? Lo mismo es la carne para los que viven de espíritu: un vestido, nada más. El hombre espiritual es el verdadero superhombre, porque no es esclavo de los apetitos, mientras que el hombre material es un ser no-valor, según la dignidad verdadera del hombre, porque tiene en común con el animal muchos apetitos, y es incluso inferior a él, superándole, al convertir su instinto en un vicio degradante”. Judas, perplejo, se muerde los labios. ■ Después dice: “Es verdad. Y además ya no podrás perjudicar a Lázaro; dentro de poco la muerte le pondrá al margen de todo peligro de venganzas… ¿Por qué, entonces, no vas a Betania más a menudo?”. Jesús: “Porque no vine a gozar, sino a convertir. Yo te lo he dicho…”. Iscariote insiste: “Bueno… ¿No es verdad que es para Ti un motivo de gozo estar con tus hermanos?”. Jesús: “Sí, pero también es verdad que no tengo parcialidad hacia ellos. Cuando tenemos que dividirnos para buscar sitio en las casas, generalmente no se quedan conmigo, sino que sois vosotros los que os quedáis. Y esto es para demostraros que, para los ojos y el corazón de quien se ha entregado a la redención, la carne y la sangre no tienen valor, sino que solo tiene valor la formación de los corazones y su redención”.
* Iscariote llora realmente de arrepentimiento por el dolor que causa al que ama.-Jesús: “Ahora iremos a Nobe y de nuevo nos distribuiremos para dormir. Conmigo os quedaréis tú, Mateo, Felipe y Bartolomé”. Iscariote: “¿Somos acaso los menos formados? ¿Sobre todo yo, a quien siempre tienes cerca de Ti?”. Jesús: “Tú lo has dicho, Judas de Simón”. Iscariote, con enojo mal reprimido, replica: “Gracias, Maestro. Ya me había dado cuenta”. Jesús: “Y, si te has dado cuenta ¿por qué no te esfuerzas en formarte? ¿Crees acaso, que para no causarte mortificación, pudiera Yo mentir? Y además, estamos entre hermanos, y no deben ser objeto de menosprecio las deficiencias de otro, o de abatimiento el ser amonestado delante de los demás, que ya saben, unos de otros, en qué falta cada uno de los hermanos. Nadie es perfecto, os lo aseguro. Pero aun las imperfecciones de unos y otros, tan penosas de verse y soportarse, deben ser motivo para mejorarse uno a sí mismo y no aumentar así la mutua desavenencia. ■ Créeme, Judas, que, aunque te vea como realmente eres, nadie, ni siquiera tu misma madre, te ama tanto como Yo, ni se esfuerza ninguno como tu Jesús en hacerte bueno”. Iscariote: “Ya, pero me reprendes, humillas, y hasta en la presencia de un discípulo”. Jesús: “¿Es la primera vez que te llamo al camino recto?”. Judas se calla. “¡Respóndeme!” dice Jesús con imperio. Iscariote: “No”. Jesús: “¿Y cuántas veces lo he hecho en público? ¿Puedes asegurar que te he puesto en vergüenza? ¿Más bien no te he encubierto y defendido? Habla”. Iscariote: “Me has defendido. Es la verdad. Pero ahora…”. Jesús: “Pero ahora es por tu bien. Dice el proverbio: Quien acaricia a un hijo culpable, deberá vendarle después las heridas. Y otro: el caballo no domado, se hace irritable; y el hijo abandonado a sí mismo, se hace testarudo” (1). ■ Judas, mostrando en su cara el arrepentimiento, pregunta: “Pero, ¿acaso soy para Ti tu hijo?”. Jesús: “Si te hubiese engendrado no podrías serlo más. Me haría arrancar las entrañas para darte mi corazón y para hacerte como yo querría…”. Judas tiene uno de sus impulsos… sinceros, verdaderamente sinceros. Se echa en los brazos de Jesús gritando: “¡Ah, no soy digno de Ti! ¡Soy un demonio y no te merezco! ¡Eres muy bueno! ¡Sálvame Jesús!”, y llora, realmente llora con un llanto entrecortado por el jadeo, llanto de corazón turbado por cosas no buenas, y por el remordimiento de haber causado dolor a quien le ama. (Escrito el 24 de Octubre de 1946).
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1  Nota  : Cfr. Ecclo 30,7-8.
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(<Han llegado a Jerusalén. Una vez orado en el atrio de los Israelitas han salido fuera del Templo>)

8-518-125 (9-215-555).- Encuentro con el ciego de nacimiento Bartolmai, curado hace poco.
* Jesús, para premiar y confirmar en su fe a Bartolmai, descubre por un instante su belleza futura por medio de una brevísima transfiguración, adquiriendo un aspecto brillante.- ■ Jesús está ya fuera del Templo y baja hacia la calle que lleva a Ofel. En esto, se topa con el ciego de nacimiento, curado hace poco, el cual, cargado de cestas llenas de manzanas olorosas, camina alegre, bromeando con otros jóvenes igualmente cargados, que van en sentido opuesto al suyo. Quizás al joven le pasaría inadvertido el encuentro, dado que desconoce el rostro de Jesús y el de los apóstoles. Pero Jesús no des­conoce la cara del que fue curado milagrosamente. Y le llama. Sidonio, llamado Bartolmai, se vuelve y mira interrogativamente al hombre alto y majestuoso —a pesar de ir vestido humildemente— que le llama por el nombre dirigiéndose hacia un callejón. Ordena Jesús: “Ven aquí”. El joven se acerca sin dejar su carga. Mira a Jesús. Cree que desea comprar manzanas. Dice: “Mi jefe las ha vendido ya. Pero tiene más todavía, si quieres. Son bonitas y buenas. Traídas ayer de las huertas de Sarón. Y, si compras muchas, tienes un importante descuento, porque…”. Jesús sonríe mientras alza la derecha para poner freno a la lo­cuacidad del joven. Y dice: “No te he llamado para comprar las manzanas, sino para alegrarme contigo y bendecir contigo al Altísimo, que te ha concedido su favor”. El joven, poniendo las cestas en el suelo, dice: “¡Oh, sí! Yo lo hago continuamente, por la luz que veo y por el trabajo que puedo realizar, ayudando a mi padre y a mi madre, por fin. He encontrado un buen jefe. No es hebreo, pero es bueno. Los hebreos no me querían por… porque saben que he sido expulsado de la sinagoga”. ■ Jesús: “¿Te han expulsado? ¿Por qué? ¿Qué has hecho?”. Bartolmai: “Yo nada. Te lo aseguro. El Señor es el que lo ha hecho. En sába­do, el Señor hizo que me encontrara con ese hombre que se dice que es el Mesías, y Él me curó, como ves. Por eso me han expulsado”. Jesús, para probarle, dice: “Entonces el que te curó no te ha hecho en todo un buen favor”. Bartolmai: “¡No digas eso, hombre! ¡Esto que dices es una blasfemia! Ante todo, me ha mostrado que Dios me ama, luego me ha dado la vista… Tú no sabes lo que es «ver», porque has visto siempre. ¡Pero uno que no había visto nunca! ¡Oh!… Es… Con la vista se tienen juntamente todas las cosas. Yo te digo que cuando vi, allá en Siloé, reí y lloré, pe­ro de alegría ¿eh? Lloré como no había llorado en el tiempo de la des­ventura. Porque entendí entonces cuán grande era ella y cuán bueno era el Altísimo. Y, además, puedo ganarme la vida, y con trabajo de­coroso. Y, además… —esto es lo que, más que todo, espero que me conceda el milagro recibido—, además, espero poder encontrar al hombre al que llaman Mesías y a su discípulo que me…”. Jesús: “¿Y qué harías entonces?”. Bartolmai: “Quisiera bendecirle. A Él y a su discípulo. Y quisiera decirle al Maestro, que ha venido de Dios, y le rogaría que me tome por su siervo”. Jesús: “¿Cómo? Por causa suya estás anatematizado, con fatiga encuen­tras trabajo, puedes ser incluso más castigado, ¿y quieres estar a su servicio? ¿No sabes que están perseguidos todos aquellos que siguen al que te curó?”. Bartolmai: “¡Ya lo sé! Pero Él es el Hijo de Dios. Eso se dice entre nosotros. A pesar de que aquellos de arriba (y señala al Templo) no quieran que se diga. Y ¿no merece la pena dejarlo todo para servirle a Él?”. ■ Jesús: “¿Crees, entonces, en el Hijo de Dios y en su presencia en Palestina?”. Bartolmai: “Lo creo. Pero quisiera conocerle, para creer en Él no sólo en la mente, sino con todo mi ser. Si sabes quién es y dónde se encuentra, dímelo, para ir donde Él, verle, creer completamente en Él y servirle”. Jesús: “Ya le has visto, y no tienes necesidad de ir donde Él. El que ves y te habla en este momento es el Hijo de Dios”. ■ Y —no podría afirmarlo con plena seguridad— me ha parecido que al decir estas palabras Jesús ha tenido casi una brevísima transfiguración, adquiriendo un aspecto bellísimo y, diría, resplandeciente. Yo diría que, para premiar y confirmar en su fe a este humilde creyente que cree en Él, ha descubierto, por un instante, durante el tiempo que dura un destello, su belleza futura (quiero decir la que asumirá después de la Resurrección y conservará en el Cielo, su belleza de criatura humana glorificada, de cuerpo glorificado y hecho uno con la inefable belleza de su Perfección). Un instante, digo. Un destello. Pero el rin­cón semiobscuro donde se han refugiado para hablar, bajo el arco del callejón, se ilumina extrañamente con una luminosidad que emana de Jesús, el cual, lo repito, adquiere una grandísima hermosura. Luego todo vuelve a ser como antes, excepto el joven, que ahora está en el suelo, rostro en tierra, y que adora y dice: “¡Yo creo, Señor mi Dios!”. ■ Dice Jesús: “Levántate. He venido al mundo para traer la luz y el conocimiento de Dios y para probar a los hombres y juzgarlos. Este tiempo mío es tiempo de opción, de elección y de selección. He venido para que los puros de corazón e intención, los humildes, los mansos, los amantes de la justicia, de la misericordia, de la paz, los que lloran y los que sa­ben dar a las distintas riquezas su valor real y preferir las espiritua­les a las materiales encuentren aquello que su espíritu anhela; y pa­ra que los que eran ciegos —porque los hombres habían alzado grue­sos muros para impedir el paso de la luz, o sea, impedir el conocimiento de Dios— vean, y los que se creen con vista se queden ciegos…”. ( Escrito el 25 de Octubre de 1946)
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8-519-134 (9-216-563).- Inexplicable ausencia de Judas Iscariote y alto en Betania, en casa de Lázaro.- Valor de un sacrificio, una oración, para salvar un alma.- El proverbio.- Las llagas feas y repugnantes de Lázaro.
* “Acordaos de que Dios nos pedirá cuenta de lo que hicimos para redimirle… No caigas en el fatalismo de los fariseos”.- ■ Jesús despide a los discípulos Leví, José, Matías y Juan —no sé dónde los ha encontrado— y les confía a Sidonio, llamado Bartolmai, el nuevo discípulo. Esto sucede en las primeras casas de Betania. Los discípulos pastores se van con Sidonio y con los otros siete que tenían con ellos. Jesús los mira mientras se marchan. Luego se vuelve a sus apóstoles y les dice: “Ahora vamos a esperar aquí a Judas de Simón…”. Los apóstoles preguntan sorprendidos: “¡Ah! ¿Habías caído en la cuenta de que se había ido? Creíamos que no te habías fijado en ello. Había mucha gente joven y has estado hablando siempre, primero con el joven, luego con los pastores y…”. Jesús: “Lo noté desde el primer momento en que se fue. Nada se me oculta. Por esto entré en las casas amigas y les dije que enviasen a Judas de Keriot a Betania, si es que me buscaba…”. ■ El otro Judas refunfuña entre dientes: “Dios quiera que no”. Jesús le mira, pero muestra no haber dado importancia a sus palabras. Al ver que todos son del parecer de Tadeo —sus caras hablan mejor que sus palabras— dice: “Nos hará bien descansar en espera de su regreso. Nos hacía falta. Luego iremos a Tecua. Hace frío, pese al sol. Iré a hablar en aquella ciudad. Luego subiremos de nuevo pasando por Jericó e iremos a la otra orilla. Los pastores me han dicho que muchos enfermos me buscan y les he mandado a decir que no se pongan en viaje, sino que me esperen en esos lugares”. Pedro suspira: “Vamos, pues”. Tomás le pregunta: “¿No estás contento de ir a casa de Lázaro?”. Pedro: “Lo estoy”. Tomás: “¡Lo dices de una manera!…”. Pedro: “No lo digo por Lázaro, sino por Judas de Keriot…”. Jesús le advierte: “Eres un pecador, Pedro”. Encolerizado, dice Pedro: “Lo soy. Pero… él, Judas de Keriot, que se va… es un descarado, un tormento, ¿o acaso no?”. Jesús: “Lo es. Pero si él lo es, no debes serlo tú. Ninguno de nosotros debe serlo. ■ Acordaos que Dios nos pedirá cuenta: nos pedirá, porque antes que a vosotros, a Mí, me lo ha confiado y nos pedirá cuenta de lo que hicimos para redimirle”. Judas Tadeo pregunta: “¿Y crees que lo lograrás, hermano? No puedo creerlo. Tú, esto sí lo creo, Tú conoces el pasado, el presente y el futuro. Y por esto no puedes engañarte respecto de él. Y… es mejor que no diga lo demás”. Jesús: “Efectivamente, el saber callar es una gran virtud. Pero ten en cuenta que, el prever más o menos exactamente el futuro de un corazón, no dispensa a nadie de perseverar hasta el final para arrancar un corazón de la ruina. No caigas también tú en el fatalismo de los fariseos que sostienen que lo que está destinado debe cumplirse y nada puede impedir el cumplimiento de lo que está destinado; con este razonamiento avalan sus culpas, y avalarán incluso el último acto de su odio contra Mí”.
* “Muchas veces Dios, el Omnipotente, el Todo, espera a que una criatura, una nada, haga o no haga un sacrificio, una oración, para firmar o no firmar la condenación de un alma. Jamás es tarde. Entre la copa y los labios, dice el proverbio… Y Yo os digo: entre la última agonía y la muerte hay siempre tiempo de obtener un perdón”.- Jesús: “Muchas veces Dios acepta el sacrificio de un corazón —que se supera sus náuseas y sus rencores, sus antipatías, incluso justificadas— para sacar a un alma del pantano en que está sumergida. Os lo digo. Es verdad. Muchas veces Dios, el Omnipotente, el Todo, espera a que una criatura, una nada, haga o no haga un sacrificio, una oración, para firmar o no firmar la condenación de un alma. ■ Jamás es tarde. Jamás es demasiado tarde para intentar y esperar salvar un alma. Y os daré pruebas de ello. Incluso a las puertas de la muerte, cuando tanto el pecador como el justo que por él se preocupa, están próximos a dejar la tierra para ir al primer juicio de Dios, siempre es posible salvar y ser salvados. Entre la copa y los labios, dice el proverbio, hay siempre lugar para la muerte. Y Yo os digo: entre la última agonía y la muerte hay siempre tiempo para obtener un perdón, para uno mismo o para aquellos que queremos que sean perdonados”. Nadie replica.
* M. Magdalena ha comprobado que la enfermedad, cruel y fétida que destruye a Lázaro, no es lepra.- ■ Jesús, que ya ha llegado al cancel, llama a un siervo que le abra. Entra. Pregunta por Lázaro. El siervo le dice: “Oh, Señor. ¿Ves? Vuelvo de recoger hojas de laurel y alcanfor y bayas de ciprés y otras hojas y frutos olorosos para hervirlos con vino y resinas y preparar el baño para mi amo. La carne se le cae a pedazos y no se aguanta el hedor. No sé si te dejarán pasar…”. Por temor de que aun el aire pudiera escuchar, en voz bajísima añade: “Ahora que no puede ocultar que tiene llagas, las amas no admiten a nadie… por temor… Sabes… Pocos aman verdaderamente a Lázaro… Y muchos, muchísimos se alegrarían de… ¡Oh, no me hagas pensar en lo que es el terror de este hogar!”. Jesús: “Hacen bien ellas. Pero no tengáis miedo. No sucederá ninguna desgracia”. El siervo insiste: “¿Podrá curarse? Un milagro tuyo…”. Jesús: “No se curará. Pero esto servirá para glorificar al Señor”. El siervo se siente defraudado… Jesús que cura a todos pero aquí en Betania no hace nada. Solo un suspiro es la muestra de lo que piensa. Dice: “Voy a anunciarte a las amas”. Los apóstoles rodean a Jesús, deseosos de saber el estado de Lázaro, y se quedan horrorizados al saberlo. ■ Las dos hermanas ya vienen. Su juventud y su diferente hermosura parece nublada por el dolor y fatiga de las vigilias prolongadas. Pálidas, abatidas, demacradas, con grandes ojeras en aquellos ojos que un tiempo brillaban; sin anillos, ni brazaletes, vestidas de color ceniza obscuro, parecen más bien esclavas que dueñas. Se arrodillan a cierta distancia ante Jesús, ofreciéndole solo el llanto. Un llanto resignado, mudo, que desciende como de una fuente interna, y que no puede detenerse. Jesús se acerca. ■ Marta alarga sus brazos susurrando: “Apártate, Señor. En verdad tememos ser pecadoras contra la Ley sobre la lepra (1). ¡Pero no podemos, oh Dios, no podemos provocar un decreto semejante contra nuestro Lázaro! Pero Tú no te acerques, porque, no tocando sino llagas, estamos contaminadas. Solo nosotras. Porque hemos apartado a todos los demás, y todo nos lo dejan en la puerta, y nosotras tomamos las cosas, y lavamos, y quemamos, en la habitación contigua a la de nuestro hermano. Mira nuestras manos. Están corroídas de la cal viva que usamos para los vasos que devolvemos a los siervos. Pensamos que así somos menos culpables” y llora. ■ María Magdalena que ha estado callada, entre lágrimas dice: “Deberíamos llamar al sacerdote. Pero… Yo, yo soy la más culpable porque me opongo a ello, pues sostengo que no es la enfermedad maldita de Israel. ¡No, no lo es! Pero nos odian tanto, y tantos, que dirían que lo es. ¡Por mucho menos, Simón, tu apóstol, fue declarado leproso!”. Marta solloza: “No eres ni sacerdote ni médico, María”. Magdalena: “No lo soy. Pero sabes lo que he hecho para asegurarme de lo que dije. Señor, he ido y recorrido todo el valle de Hinnón, todo Siloán, todos los sepulcros que hay cerca de En Rogel, vestida de esclava, con el velo puesto, a la luz de la aurora, con víveres y aguas medicinales, vendas y vestidos. Todo lo di, todo lo di. Decía que era un voto por un ser a quien amaba yo. Es la verdad. Pedía que se me mostrasen solo las llagas de los leprosos. Debieron haberme tomado por loca… ¿Alguien, acaso, quiere ver esos horrores? Pero yo, poniendo mis presentes en los bordes de las rocas, pedía que me mostrasen sus llagas. Y ellos arriba, yo más abajo; ellos asombrados, yo con repugnancia; ellos llorando, llorando yo… ¡he mirado, mirado, mirado! He visto esos cuerpos cubiertos de escamas, de costras, de llagas; caras corroídas, cabellos blancos y duros cual espinas, ojos que eran cuevas de pus, carrillos que dejaban ver los dientes, calaveras que se mueven en cuerpos vivos, manos reducidas a tendones monstruosos, pies como ramas nudosas; he visto el horror, el hedor, la podredumbre. Si pequé adorando la carne, si gocé con los ojos, con el olfato, con el oído, con el tacto, de lo hermoso, de lo perfumado, de lo armonioso, de lo suave y delicado, ¡oh!, te aseguro que los sentidos se purificaron ya con la mortificación de esto que vi (2). Mis ojos se han olvidado de la belleza seductora del hombre, al contemplar esos monstruos; los oídos, con esas voces ásperas, que ya no son humanas, han expiado el pasado gozo de voces varoniles; y todo mi cuerpo se ha estremecido, mi asco ha sido indescriptible… y todo resto de culto a mí misma ha muerto, porque he visto lo que somos después de la muerte… Pero traje conmigo esta certeza: que Lázaro no está leproso. Su voz no está cascada, sus cabellos y todo el resto de su piel está intacto, y sus llagas son diferentes. ¡No, no está leproso! Y Marta me aflige porque no cree, porque no conforta a Lázaro en el sentido de no creerse contaminado. ¿Sabes? Ahora, que sabe que estás aquí, no quiere verte, para no contaminarte. ¡Los necios temores de mi hermana le privan de tu consuelo!…”. ■ Su naturaleza vehemente lleva a Magdalena a la cólera. Pero al ver que su hermana estalla en un llanto desolado, su vehemencia desaparece inmediatamente, la abraza, la besa diciéndole: “¡Marta, perdón, perdón! ¡El dolor me hace ser injusta! ¡Es el amor que tengo por Lázaro y por ti el que querría convenceros! ¡Pobre hermana mía! ¡Pobres mujeres, eso es lo que somos!”. Jesús les dice: “¡Ea, ánimo! ¡No lloréis así! Tenéis necesidad de paz y de compasión recíproca, por vosotras y por él. Y os aseguro que Lázaro no está leproso”. Marta suplica: “¡Oh, ven a donde está, Señor! ¿Quién mejor que Tú puede juzgar que no está leproso?”. Jesús: “¿No te acabo de decir que no lo está?”. Marta: “Sí, ¿pero cómo puedes afirmarlo si no lo ves?”. Jesús: “¡Oh, Marta, Marta! Dios te perdona porque sufres y eres como alguien que delira. Me das compasión. Voy a ver a Lázaro y le veré la llaga y…”. Marta, poniéndose de pie, grita: “…¡se las curarás!”. Jesús: “Varias veces te he dicho que no puedo hacerlo… Pero quiero que estéis tranquilas con lo que se refiere a la ley de la lepra. Vamos…”. Y abre la marcha hacia la casa, haciendo señas a los apóstoles de no seguirle.
* Lázaro muestra a Jesús sus feas y repugnantes llagas, brotadas a lo largo de las varices de las piernas.- ■ María se adelanta corriendo, abre la puerta, corre por un pasillo y de éste abre otra puerta, que da a un pequeño patio interior, anda unos cuantos pasos y entra en una habitación semiobscura, llena de jofainas, vasos, jarras, vendas… Se siente un olor que es mezcla de aromas y de descomposición. Hay una puerta frente a la de antes, y María la abre y, con una voz que quiere ser radiante de alegría, grita: “Hermano, aquí está el Maestro. Viene a decirte que yo tengo razón. Alégrate, sonríe, que está entrando quien nos ama, quien nos trae la paz”, y se inclina sobre su hermano, le incorpora sobre los almohadones, le besa, sin preocuparse del hedor que, pese a todos los paliativos, se siente que sale de su cuerpo hecho llaga; y sigue todavía inclinada arreglándole, cuando el dulce saludo de Jesús resuena en la habitación, que parece iluminarse por la presencia del Señor. ■ Lázaro: “Maestro, ¿no tienes miedo?… estoy…”. Jesús: “¡Enfermo! Nada más que eso, Lázaro. Las normas han sido dadas, muy amplias y severas, por un comprensible sentido de prudencia. Es mejor exagerar por prudencia que por imprudencia, en ciertos casos como los de las enfermedades contagiosas. Pero tú no eres contagioso, amigo mío, no estás contaminado. Tanto, que no creo faltar a la prudencia respecto a los hermanos si te abrazo y te beso así” y, tomando entre sus brazos el cuerpo enflaquecido, besa a Lázaro. Lázaro: “¡En realidad eres la Paz! Pero todavía no has visto. María te lo va a hacer ver. Soy ya un muerto, Señor. No sé cómo mis hermanas pueden resistir…”. ■ Tampoco sabría yo, pues verdaderamente son feas y repugnantes las llagas que han salido a lo largo de las varices de las piernas. Las hermosas y suaves manos de María pasan por encima de ellas y con su voz maravillosa, responde: “Tu enfermedad son rosas para tus hermanas. Rosas que tienen espinas solo porque tú sufres. ¿Ves, Maestro? ¡La lepra no es así!”. Jesús: “No lo es. Una dura enfermedad, te consume, pero no es de peligro. ¡Créele a tu Maestro! Cúbrele, María. Ya he visto”. Marta, obstinada en la esperanza; suspira: “¿No quieres tocarlas?”. Jesús: “No es necesario. No lo hago, no por asco, sino para no causarle dolor”. Marta se agacha, sin insistir más, hacia una palangana donde hay vino o vinagre aromatizado, y sumerge unos paños, que luego pasa a su hermana. Lágrimas mudas caen en el líquido rojizo… María envuelve las piernas y extiende de nuevo las mantas sobre los pies, ya inertes y amarillentos como los de un muerto. ■ Lázaro pregunta: “¿Has venido solo?”. Jesús: “No. Con todos menos con Judas de Keriot, que se quedó en Jerusalén, y vendrá… Pero si ya me hubiera ido, le enviaréis a Betabara. Iré allá. Que allí me espere”. Lázaro: “Te vas pronto…”. Jesús: “Y pronto regresaré. Dentro de poco es la Dedicación. Estaré contigo unos cuantos días”. Lázaro: “No podré hacerte los honores para las Encenias…”. Jesús: “Estaré en Belén ese día. Quiero volver el lugar donde nací”. Lázaro: “Estás triste… Sé… ¡Oh, y no poder hacer nada!”. Jesús: “No estoy triste. Soy el Redentor… Pero, tú estás cansado. No luches contra el sueño, amigo mío”. Lázaro: “Era para honrarte…”. Jesús: “Duérmete, duérmete. Nos veremos después”. Y Jesús se retira sin hacer ruido.
* “Mi corazón está mucho más llagado que vuestro hermano. Está rojo de dolor”.- ■ Marta, ya fuera en el patio, pregunta: “¿Ya has visto, Maestro?”. Jesús: “Sí, ya he visto. Pobres discípulas mías… Yo lloro con vosotras… Pero os puedo decir en secreto que mi corazón está mucho más llagado que vuestro hermano. Está rojo de dolor…”. Y las mira con una tristeza tan viva que las dos olvidan su dolor. No pudiendo abrazarle, por ser mujeres, se limitan a besarle las manos, el vestido y a querer honrarle cual cariñosas hermanas. Le sirven en una sala pequeña y le rodean con cariño. ■ Al otro lado del patio se oyen las fuertes voces de los apóstoles… se oyen todas, menos la del discípulo malo. Jesús escucha y suspira… suspira esperando pacientemente al apóstol que no regresa. (Escrito el 28 de Octubre de 1946).
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1  Nota  : Cfr. Lev. 13 y 14.   2  Nota  : La enfermedad cruel, horrenda y fétida que iba destruyendo a Lázaro, hasta reducirlo al estado de un cadáver, no era lepra, sino unas varices ulceradas y por tanto con llagas grandes y profundas, llenas de gangrena. Quien haya visto semejantes casos, dará la razón a María Magdalena, que —según esta Obra— afirma que el espectáculo de aquellos horrores habían extinguido en ella las malas inclinaciones y le habían ayudado a expiar y reparar las culpas de una desenfrenada sensualidad.
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8-520-139 (9-217-568).- “Aprendéis más por Judas que por cualquier otra persona”.- Judas Iscariote, ausente.
* Remordimiento de Tomás por haber casi arrastrado hasta Jesús a J. Iscariote, que es ahora causa del continuo dolor de Jesús.- Son todavía once cuando toman de nuevo el camino. Once caras pensativas, desazonadas en torno al rostro triste de Jesús. Él se despide de las hermanas de Lázaro; luego, después de un momento de reflexión, antes de que se cierre el cancel, ordena a Simón Zelote y a Bartolomé: “Quedaos aquí. Os reuniréis conmigo en Tecua, en casa de Simón, o bien en la casa de Nique en Jericó o en Betabara; eso si él viene. Y… sed caritativos. ¿Me habéis entendido?”. Bartolomé dice: “Vete en paz, Maestro. De ningún modo ofenderemos el amor del prójimo”. Jesús: “Cualquiera que fuera la hora en que él llegue, partid enseguida”. Zelote responde: “Así lo haremos, Maestro. Y… gracias por la confianza depositada en nosotros”. Se despiden con el beso de costumbre. Un siervo cierra el cancel. Jesús se aleja. Los dos que se han quedado se dirigen a la casa junto con las dos hermanas. ■ Jesús va delante, solo. Después Pedro con Mateo y Santiago de Alfeo; luego Felipe con Andrés, Juan y Santiago de Zebedeo. En último lugar vienen silenciosos también Tomás y Judas Tadeo. Pedro tampoco habla. Sus dos compañeros se intercambian alguna que otra palabra, pero él, que camina entre uno y el otro, no habla. Viene taciturno, la cabeza inclinada, parece como si estuviese en conversación con las piedras y la hierba que pisa. También los dos últimos tienen una actitud casi igual. Solo que —mientras que Tomás parece sumergido en la contemplación de una ramita de sauce a la que va quitando una por una las hojas, y mirando a cada hoja que separa, como si estudiase su color verde pálido por una parte y plateado por la otra, o las estrías de la nervadura— Judas Tadeo mira fijamente recto y frente a sí; no sé si mira al horizonte que, después de pasar una cima, desemboca en una claridad vaporosa de llanura a la luz de la aurora, o si mira sencillamente la cabeza rubia de Jesús, que ha echado hacia atrás el extremo del manto, como para gozar mejor del sol de diciembre. ■ Como si se hubiesen puesto de acuerdo, ambos discípulos vuelven en sí. Judas baja sus ojos y vuelve la cabeza para mirar a su compañero, mientras Tomás, reducida su ramita a delgada vara, levanta sus ojos para mirar a Judas Tadeo: una mirada aguda, pero al mismo tiempo buena y triste, que encuentra una mirada igual. Tomás, como si concluyese un razonamiento, dice: “¡Así es amigo! ¡Así es!”. Judas Tadeo: “Así es. Sufro mucho… También porque es mi pariente…”. Tomás: “Comprendo. Pero… En tu corazón hay aflicción porque le amas. Pero en el mío hay un remordimiento que me atormenta. Y eso es peor todavía”. Judas Tadeo: “¿Un remordimiento tuyo? Jamás has tenido motivo de ello. Eres bueno y fiel. Jesús está contento contigo, y nosotros no hemos recibido de ti ningún escándalo. ¿Qué razón hay de que tengas remordimiento?”. Tomás: “De un recuerdo. El recuerdo del día en que decidí seguir al nuevo Rabí que se había dejado ver en el Templo… Yo y Judas estábamos cerca. Admiramos el gesto y la palabra del Maestro. Y decidimos buscarle… Yo estaba más decidido que Judas, y casi le arrastré yo. Él se oponía, pero… Mi remordimiento es haber insistido para que viniera… Traje a Jesús un dolor continuo. Pero yo sabía que Judas era estimado por muchos y pensaba que podría ser útil. Fui un necio como todos los demás que piensan en un rey superior a David y Salomón, pero siempre rey… un rey, como Él dice, que jamás lo será, ¡ansiaba que entre sus discípulos estuviese éste que podía serle de ayuda!… Yo esperaba esto. Pero ahora comprendo, y cada vez mejor, el recto modo de obrar de Jesús que no quiso recibirle inmediatamente, hasta más bien le prohibió que le buscara… ¡Un remordimiento, te lo aseguro! ¡Un remordimiento! Judas no es bueno”. Judas Tadeo: “No lo es. Pero no debes crearte remordimiento. No lo hiciste con malicia y por lo tanto no hay culpa. Te lo aseguro”. Tomás: “¿De veras? ¿Lo dices para consolarme?”. Judas Tadeo: “Lo digo porque es verdad. No pienses más en el pasado, Tomás, no puedes borrarlo…”. Tomás: “¡Dices bien! ¡Pero mira! Si por causa mía, el Maestro sufriese algo… Tengo el corazón lleno de angustia y de sospechas. Hago mal porque juzgo al compañero y no con caridad. Y soy pecador porque debería creer en las palabras del Maestro… Él disculpa a Judas…”.
“Encontraréis muchos Judas y pocos Jesús (es) en vuestro ministerio apostólico. Debéis tratar de transformar al primero en el segundo. Que mi paciencia sea vuestra norma”.- Tomás pregunta a Tadeo: “Tú… ¿crees eso de tu hermano?”. Judas Tadeo: “Lo creo en todo menos en eso. Pero, no te aflijas. Todos pensamos lo mismo. También Pedro se muere de dolor, se esfuerza en pensar bien de él; lo mismo Andrés, que es más suave que un cordero; dígase de Mateo, el único de nosotros que no siente ninguna repugnancia por algún pecador o pecadora. Juan, el buen Juan, que no ha conocido el mal ni el vicio, que está lleno de caridad y de pureza, lo mismo piensa. También abriga el mismo pensamiento mi hermano, me refiero a Jesús, que ciertamente tiene otros pensamientos además de éste, pensamientos por los que ve la necesidad de tener a Judas… hasta haber agotado todo intento de hacerle bueno”. Tomás: “Está bien esto. Pero, ¿cuándo terminarán esos intentos? Él tiene muchas… No tiene… En una palabra, tú ya me comprendes lo que quiero decir. ¿A qué punto llegará?”. Judas Tadeo: “No lo sé… puede ser que se separe de nosotros… Tal vez se quede para ver quién es más fuerte en esta lucha trabada entre Jesús y el mundo hebreo…”. ■ Tomás: “¿No pensará en otra cosa? ¿No crees que sirve ya desde ahora a dos patrones?”. Judas Tadeo: “Esto es seguro”. Tomás: “¿Y no crees que pueda servir a los más numerosos, de modo que pueda hacer un gran daño al Maestro?”. Judas Tadeo: “No. No le amo. Pero no puedo pensar que él… Al menos por ahora, no. Pero sí temería esto el día en que el favor de las multitudes abandonara al Maestro. Mas si una aclamación popular le consagrase como rey y jefe nuestro, estoy seguro que Judas abandonaría a todos por Él. Es un oportunista… Que Dios le detenga, y proteja a Jesús y a todos nosotros…”. Los dos caen en la cuenta de que han venido caminando muy despacio y que se han separado de sus compañeros y, sin hablar, se ponen a andar más ligeros para alcanzarlos. Mateo les pregunta: “¿De qué venís hablando entre vosotros? El Maestro os requería…”. Tomás y Tadeo se apresuran a acercarse al Maestro. ■ Jesús les pregunta, mirándoles a la cara: “¿De qué veníais hablando?”. Los dos se miran. ¿Confesar? ¿No hacerlo? Gana la sinceridad. “De Judas” dicen al mismo tiempo. Jesús: “Lo sabía. Pero quise conocer vuestra sinceridad. Me hubieseis causado un dolor si me hubieseis mentido… No volváis a hacerlo sobre todo así. Hay tantas cosas buenas de las que se puede hablar. ¡Por qué hay que descender siempre a considerar cosas muy materiales! Isaías dice: «Retiraos del hombre cuya vida es un soplo» (1). Yo os digo que dejéis de analizar a este hombre y que os preocupéis de su espíritu. Lo animal que hay en él, su monstruo, no debe llamar vuestra atención ni vuestros juicios. Amadlo, amad con compasión y con fuerza su corazón. Libradle del monstruo que le oprime. ■ No sabéis…”. Se vuelve para llamar a los otros siete: “Venid aquí todos, que a todos servirá lo que voy a decir, pues todos pensáis lo mismo… ¿No sabéis que aprendéis más por medio de Judas que por medio de cualquier otra persona? Encontraréis muchos Judas y poquísimos Jesús(es) en vuestro ministerio apostólico. Los Jesús(es) serán buenos, delicados, puros, fieles, obedientes, prudentes, no ambiciosos. Serán muy pocos… Pero, ¡cuántos, cuántos Judas de Keriot encontraréis vosotros y vuestros seguidores y sucesores por los caminos del mundo! Y, para ser maestros y aprender debéis pasar por esta escuela. Él, con sus defectos, os muestra lo que es el hombre; Yo os muestro al hombre como debería ser. Dos ejemplos igualmente necesarios. Vosotros conociendo bien al uno y al otro, debéis de tratar de transformar al primero en el segundo… Que mi paciencia sea vuestra norma”.
* “¿No podría Dios convertir sin nuestra voluntad?”. “Sí. Pero luego se requeriría, en todo caso, la voluntad del hombre para persistir en la conversión obtenida milagrosamente”.- ■ Mateo: “Señor, fui un gran pecador y no cabe duda que seré también un ejemplo. Pero yo quisiera que Judas, que no es un pecador como fui yo, fuese un convertido como lo soy. ¿Es soberbia decirlo?”. Jesús: “No, Mateo, no lo es. Das honor a dos verdades al decirlo. La primera es que es veraz la sentencia que dice: «La buena voluntad hace milagros». La segunda, es que Dios te ha amado infinitamente, ya desde antes de que tú te lo hubieras imaginado, y lo hacía porque no desconocía tu capacidad de heroísmo. Eres el fruto de dos fuerzas: tu voluntad y el amor de Dios. Pongo en primer lugar la voluntad porque sin ella, vano habría sido el amor de Dios. Vano, inoperante…”. ■ Santiago de Alfeo pregunta: “¿Pero no podría Dios convertir sin nuestra voluntad?”. Jesús: “Sí. Pero luego se requeriría, en todo caso, la voluntad del hombre para persistir en la conversión obtenida milagrosamente”. Felipe dice impetuosamente: “Entonces en Judas nunca ha existido ni existe esa voluntad; ni siquiera antes de conocerte, ni ahora…”. Unos se ríen, otros se callan apesadumbrados. Jesús es el único que defiende al apóstol ausente: “¡No digáis eso! La tuvo y la tiene. Pero la mala ley de la carne se sobrepone a ella en algunos momentos. ■ Es un enfermo… Un pobre hermano enfermo. En cualquier familia existe el débil, el enfermo, el que causa pena, aflicción, que es carga para ella. ¿Y no es acaso al debilucho a quien ama más la madre? ¿No es el hermanito desdichado el más cuidado por sus hermanos? ¿No es aquél a quien el padre da un bocado, quitándoselo de su propio plato, para darle una alegría, para no darle a entender que es un peso y no hacerle, por tanto, pesada su enfermedad?“. Tomás: “Es verdad. Así es. Mi hermana gemela era débil de pequeña. Yo le había robado toda la robustez. Pero el amor de todos la sostuvo, tanto es así que ahora es esposa fuerte y también madre”. Jesús: “Pues bien, haced con vuestro hermano débil espiritualmente lo que haríais con un hermano carnal enfermo. No diré una sola palabra de reproche. Vosotros no sois más que Yo. Vuestro amor perseverante es el reproche más fuerte que podáis hacerle, un reproche contra el que no podrá reaccionar. Dejaré en Tecua a Mateo y a Felipe para que esperen a Judas… el primero que se acuerde de que fue un pecador y el segundo de que es padre…”. Ambos: “Sí, Maestro, lo recordaremos…”. Jesús: “Si todavía no nos hubiera alcanzado, dejaré en Jericó a Andrés y a Juan, y que se acuerden ellos que no todos han recibido de Dios en igual medida los mismos dones”. (Escrito el 29 de Octubre de 1946).
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1  Nota  : Cfr. Is. 2,22.
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(<Es continuación del episodio anterior>)
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8-520-144 (9-217-572).- Llegada a Tecua con el anciano Elí-Ana, arrojado de su casa por su hijo, el sanedrista Simón.- Judas Iscariote frecuenta la casa de este sanedrista.
* Encuentro con el anciano Elí-Ana.- ■ Dice Jesús: “Pero… id donde aquel anciano mendigo que va por el camino con paso vacilante. La ciudad está a la vista. Con la limosna podrá procurarse pan”. Pedro responde: “Señor, no podemos: Judas se ha marchado con la bolsa… y las hermanas no nos han dado nada”. Jesús: “Tienes razón, Simón. Están como aturdidas por el dolor, y nosotros también. No importa, tenemos un poco de pan. Somos jóvenes y estamos fuertes. Vamos a dárselo al anciano, para que no se caiga por el camino”. Hurgan en las bolsas, recogen pequeños pedazos de pan, se los dan al ancianito, que les mira asombrado. Jesús anima al anciano: “¡Come, come!”. Y le da de beber de su cantimplora mientras le pregunta a dónde va. Anciano: “A Tecua. Mañana hay un gran mercado. Pero desde ayer no comía”. Jesús: “¿Estás solo?”. Anciano: “Más que solo… Mi hijo me ha echado…”. Oír esta voz senil rompe el corazón. ■ Jesús: “Dios te abrirá las puertas de su Reino si sabes creer en su misericordia”. Anciano: “Y en la de su Mesías. Pero mi hijo no tendrá al Mesías. No puede tener al Mesías, porque le odia. Y odia a su padre porque su padre ama al Mesías”. Jesús: “¿Por eso te ha echado?”. Anciano: “Por eso. Y para no perder la amistad de algunos que persiguen al Mesías. Ha querido mostrarles que su odio supera al de ellos, tanto que supera incluso la voz de la sangre”. Todos exclaman: “¡Qué horror!”. El viejecito dice con vehemencia: “Sería más horroroso si yo tuviera los mismos pensamientos que mi hijo”. Tomás pregunta: “¿Pero quién es éste? Si no he comprendido mal, debe ser uno que tiene poder y voz…”. Anciano: “Hombre, no será un padre el que diga el nombre del hijo culpable para que sea despreciado. Tengo que decir que tengo hambre y frío, yo que con mucho trabajo había aumentado el bienestar de la casa para hacer feliz a mi hijo varón. Pero no más que esto. Piensa que yo soy uno de Judea, y él uno de Judea, y que, por tanto, somos iguales por la raza y distintos por el pensamiento. Lo demás no hace falta”. ■ Jesús pregunta dulcemente: “¿Y no le pides nada a Dios, tú que eres un justo?”. Anciano: “Que toque el corazón de mi hijo y le conduzca a creer lo que yo creo”. Jesús: “Pero para ti, enteramente para ti ¿no pides nada?”. Anciano: “Encontrar al que para mí es el Hijo de Dios. Para venerarle y luego morir”. Jesús: “Pero si mueres ya no le verás más. Estarás en el Limbo…”. Anciano: “Poco tiempo. ¿Eres un rabí, no es verdad? Veo muy poco… La edad… y mucho llorar, y también el hambre… Pero veo los flecos de tu cinturón… Si eres un buen rabí, y así me lo parece, debes sentir tú también que el tiempo ha llegado, quiero decir el tiempo del que habló Isaías (1). Y está para llegar la hora en que el Cordero cargará sobre Sí todos los pecados del mundo y sobrellevará todos nuestros males y dolores, y será traspasado e inmolado para que nosotros seamos sanados y estemos en paz con el Eterno. Y entonces también los espíritus tendrán paz… Lo espero confiando en la misericordia de Dios”. ■ Jesús: “¿No has visto nunca al Maestro?”. Anciano: “No. Le oí hablar en el Templo en las fiestas. Pero yo soy bajo, y todavía más bajo me hace la edad, y, como he dicho, veo poco. Por eso, si voy entre la gente el de delante no me deja ver, y si estoy lejos no veo, por eso mismo, porque estoy lejos. ¡Querría verle! ¡Al menos una vez!”. Jesús: “Le verás, padre. Dios te concederá esta alegría. ■ ¿Y en Tecua tienes a dónde ir?”. Anciano: “No. Estaré debajo de un pórtico o en un portal. Ya estoy acostumbrado”. Jesús: “Ven conmigo. Conozco a un buen israelita. Te acogerá en nombre de Jesús, el Maestro galileo”. Anciano: “Pero Tú también eres galileo. Se percibe por tu modo de hablar”. Jesús: “Sí… ¿Estás cansado? Bueno, pero ya hemos llegado a las primeras casas. Pronto descansarás y tendrás con qué reponer tus fuerzas”.
* Eli-Ana, acogido en su casa por Simón de Tecua.- “La justicia divina se mitigará por estos justos”.- ■ Jesús se inclina para decir algo a Pedro. Pedro, a su vez, se separa y va a decir a los otros lo que ha dicho Jesús (no lo capto). Luego, con los hijos de Alfeo y con Juan, acelera el paso, entrando en la ciudad. Jesús le sigue con los otros, adecuando el paso al del pobre viejecito, que ya no habla (está muy agotado, de forma que acaba quedándose atrás, con Andrés y Mateo). La ciudad parece vacía. Es el mediodía y muchos están en las casas comiendo. Recorridos pocos metros, vuelve Pedro: “Ya está hecho, Señor. Simón le recibe porque Tú le traes, y te da las gracias por haber pensado en él”. Jesús: “¡Bendigamos al Señor! Todavía hay justos en Israel. Este anciano es uno, y Simón otro. Sí, hay todavía personas buenas, misericordiosas, fieles al Señor. Y esto compensa muchas amarguras, y hace esperar que la justicia divina se mitigará por estos justos” (2). Pedro: “¡Hombre pero… un hijo que echa de casa a su padre por no perder la amistad de algún poderoso fariseo!”. Felipe pregunta “¿A tanto puede llegar el odio por Ti? ¡Estoy indignado!”. Jesús: “¡Veréis mucho más que esto!”. Felipe: “¿Más? ¿Y qué cosa peor que un padre echado de casa porque no te odia? ¡Es enorme el pecado de ese hombre!”. Jesús: “Más enorme será el pecado de un pueblo contra su Dios… Pero, vamos a esperar al anciano…”. ■ Pedro: “¿Quién será su hijo?”. Las opiniones son distintas: “¡Un fariseo!”, “¡Uno del Sanedrín!”, “Un rabí”. Jesús: “Un desdichado. No indaguéis. Hoy ha arremetido contra su padre. Mañana arremeterá contra Mí. Así pues, veis que el pecado de Judas, el hecho de haberse alejado así, como un hijo díscolo, no es nada comparado con esto. Y, no obstante, oraré por este hijo ingrato, por este hebreo ofensor de Dios. Para que se enmiende. Haced vosotros lo mismo… Ven, padre, ¿cómo te llamas?”. Anciano: “Elí-Ana. ¡Nunca he sido una persona feliz! Se me murió mi padre antes de nacer yo; mi madre, dándome a luz. La madre de mi madre, que me crió, me dio por nombre los nombres, unidos, de mi padre y de mi madre”. Felipe, que no se resigna ante un pecado de esa naturaleza, dice: “Verdaderamente eres Elí, y tu hijo es igual que Finnes”. Elí-Ana responde: “Dios no lo quiera, hombre. Finnes murió pecador. Murió cuando cogieron el arca. Para su alma, y para todo Israel, estas cosas serán una desventura”. ■ Jesús, antes de llamar a la puerta le dice: “Escucha. Ésta es casa amiga. Lo que le pido lo obtengo. Es de un cierto Simón, hombre justo ante los ojos de Dios y de los hombres. Te recibe por amor mío, si aceptas el lugar”. Elí-Ana: “¿Tengo, acaso, posibilidad de elegir? Invocaré las bendiciones del Cielo para quien me dé el pan y el amparo de la caridad. Pero quiero trabajar. Ser siervo no es una vergüenza, pecar sí lo es”. Jesús le dice con una sonrisa de compasión: “Se lo diremos a Simón”, mientras mira al viejecito, reducido a nada por las penalidades y el dolor moral. Abren la puerta. Un hombre de unos cincuenta años dice: “Entra, Maestro. La paz sea contigo y con quien te acompaña. ¿Dónde está este hermano mío que me traes? Para que pueda darle el beso de paz y bienvenida”. Jesús: “Éste es. Que el Señor te lo pague”. Simón de Tecua: “Ya me ha recompensado: te tengo a Ti como huésped. No te esperaba y no puedo honrarte como quisiera. Pero oigo que tienes intención de volver por aquí dentro de unos días. Bueno, pues estaré preparado para recibirte como conviene”.
* El anciano Elí-Ana confiesa que Iscariote frecuenta la casa de su hijo Simón.- ■ Ahora están en una habitación donde hay unas palanganas humeantes preparadas para las abluciones. El viejecito está acobardado, contra la puerta. Pero el dueño de la casa le agarra de la mano y le lleva a que se siente. Quiere descalzarle —y lo hace— él mismo, y servirle como si fuera un rey, y luego ponerle sandalias nuevas, mientras el viejecito dice: “¿Por qué? ¿Pero por qué? ¡Yo he venido a servir y tú me sirves! No es justo”. Simón de Tecua: “Es justo, hombre. No puedo seguir al Rabí porque mi casa requiere mi asistencia. Pero, como último discípulo del Maestro santo, busco la forma de poner en práctica sus palabras”. Elí-Ana: “Tú le conoces bien. Verdaderamente le conoces, porque eres bueno. Muchos en Israel le conocen, pero ¿con qué? Con los ojos y con el odio. Por esto, no le conocen. A una mujer se la conoce solo cuado ya de ella se sabe todo y se la posee enteramente. Lo mismo sucede con Jesús de Nazaret, que no le conozco con los ojos, pero que le conozco mejor que otros, porque yo creo que en Él está la Sabiduría. Pero tú sí le conoces con plenitud: de vista y de doctrina”. El hombre mira a Jesús, pero no dice nada. ■ El viejecito Elí-Ana prosigue: “He dicho a este Rabí que quiero trabajar…”. Simón de Tecua: “Sí, sí. Encontraremos un trabajo para ti. Ahora de momento ven a la mesa. Maestro, tus discípulos vendrán dentro de poco. ¿Podemos sentarnos a la mesa aunque no hayan venido, o prefieres esperarlos?”. Jesús: “Preferiría esperarlos. Pero si tienes que trabajar…”. Simón de Tecua: “¡Oh, Maestro! Sabes que para mí es una alegría obedecer el más mínimo de tus deseos”. ■ El viejecito tiene en este momento una primera sospecha acerca de la identidad del Hombre que le ha socorrido en el camino, y le mira, le mira… luego mira a sus compañeros… un atento examen… y se mueve en torno a ellos… Entran los hijos de Alfeo con Juan. Jesús los llama por el nombre. El anciano Elí-Ana exclama y se arroja al suelo venerando: “¡Oh, Dios Altísimo! ¡Pero entonces… Tú eres Tú!”. El estupor suyo no es inferior al de los demás. ¡Es tan extraño ese modo de reconocimiento del Maestro! Tanto, que Pedro le pregunta: “¿Qué especial hay en estos nombres, tan comunes en Israel, para hacerte comprender que estás frente al Mesías?”. Elí-Ana: “Porque conozco a Judas. Va siempre a casa de mi hijo y…” el viejecito se detiene, turbado por haber nombrado a su hijo… Judas Tadeo, poniéndose bien delante de él, agachado para estar cara a cara muy cerca, dice: “Pero yo no te he visto nunca, hombre”. Elí-Ana: “Yo tampoco te conozco. Pero un Judas, discípulo del Mesías, va frecuentemente a casa de mi hijo, y he oído hablar de un Juan, de un Santiago y de un Simón amigo de Lázaro de Betania, y de muchas otras cosas… ¡Oír tres nombres conocidos como de los discípulos más íntimos del Maestro, y Él tan bueno!… ¡Bueno, pues he comprendido! ■ Pero ¿dónde está el otro Judas?”. Jesús: “No está. Pero es verdad, has comprendido. Soy Yo. El Señor es bueno, padre. Deseabas verme y me has visto. Bendigamos las misericordias de Dios… No te apartes, Elí-Ana. Estabas a mi lado cuando para ti era un viandante y nada más. ¿Por qué quieres alejarte de Mí, ahora que sabes que soy el Mesías? ¡No sabes cuánto me ha consolado tu corazón! No lo puedes saber. Yo, no tú, soy el que más ha recibido… Cuando, tres cuartos de Israel, y más, me odian hasta llegar al delito, cuando los débiles se alejan de mi camino, cuando las espinas de la ingratitud, del rencor, de la calumnia me hieren por todas partes, cuando no puedo encontrar alivio en el pensamiento de que mi Sacrificio será salud para Israel… encontrar uno como tú, oh padre, es recibir compensación por el dolor… Tú no sabes… Ninguno conocéis las tristezas, cada vez más profundas, del Hijo del hombre. Tengo sed de amor… y demasiados corazones son manantiales secos a los que inútilmente me acerco… Pero, vamos…”. Y, teniendo cerca al viejecito, entra en la habitación donde están ya preparadas las mesas. (Escrito el 29 de Octubre de 1946).
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1  Nota  : Cfr. Is. 52,13; 53,12.   2  Nota  : Cfr. Gén. 18,16-33; Jer. 5,1.
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(<Jesús ha hablado a los habitantes de Tecua y ahora se está despidiendo de ellos>)
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8-521-151 (9-218-580).- En Tecua, Jesús se despide de los habitantes y del anciano Elí-Ana que dice: “Desconfía del otro Judas, mi Señor”.
* “No viene con pensamiento bueno a casa de mi hijo”.- ■ Dice Jesús: “Yo os bendigo, habitantes de Tecua, ciudad situada en los lindes del desierto, pero oasis de paz para el Perseguido Hijo del hombre, y que mi bendición permanezca en vuestros corazones y en vuestras casas, ahora y siempre”. Gente: “¡Quédate, Maestro! Quédate con nosotros. ¡El desierto fue siempre bueno para los santos de Israel!”. Jesús: “No puedo. Tengo otros que me esperan. Vosotros estáis en Mí, Yo en vosotros, porque nos queremos”. Jesús, con dificultad, pasa a través de la gente, que le sigue, olvidada de comprar o vender y de todas las demás cosas. Enfermos curados que todavía le bendicen, corazones consolados que le dan las gracias, mendigos que le saludan: “Maná vivo de Dios”… ■ El viejecito Elí-Ana está pegado a Él; así hasta el extremo de la ciudad. Y, solo cuando Jesús bendice a Mateo y Felipe, que se quedan en Tecua, se decide a dejar a su Salvador y lo hace con besos en los pies desnudos del Maestro, y con llanto y palabras de agradecimiento. Jesús le dice: “Levántate, Elí-Ana, y ven, que quiero besarte. Un beso de hijo a padre, y que ello te compense todo. Te aplico las palabras del profeta: «Tú que lloras no llorarás más, porque el Misericordioso ha tenido piedad de ti» (1). El Señor te dará pan racionado y poca agua. Más no he podido hacer. Si a ti te ha expulsado de tu casa uno, a Mí me expulsan todos los poderosos de un pueblo, y ya es mucho si encuentro comida y alojamiento para Mí y mis apóstoles. Pero tus ojos han visto a Aquel que deseabas ver y tus oídos han escuchado mis palabras, de la misma forma que tu corazón debe sentir mi amor. Ve y está en paz, porque eres un mártir de la justicia, uno de los precursores de todos aquellos que hayan de ser perseguidos por causa mía. ¡No llores, padre!”. Y le besa en la cabeza cana. El viejecito le devuelve, en la mejilla el beso y le susurra al oído: “Desconfía del otro Judas, mi Señor. Yo no quiero manchar mi lengua… Pero desconfía. No viene con pensamiento bueno a casa de mi hijo…”. Se separan… ■ Pedro, que va al lado de Jesús con esfuerzo porque Jesús da largos pasos con sus largas piernas, cosa que, siendo tan bajo, no puede hacer Pedro, le pregunta: “Maestro, ¿qué te ha dicho el anciano con voz tan leve?”. Jesús responde eludiendo una repuesta precisa: “¡Pobre anciano! ¿Qué crees que me podía decir que Yo ya no supiera?”. Pedro: “Hablaba de su hijo ¿no? ¿Te ha dicho quién es?”. Jesús: “No, Pedro. Te lo aseguro. Ha conservado ese nombre en su corazón”. Pedro: “¿Pero, Tú le conoces, no?”. Jesús: “Le conozco, pero no te lo diré”. Silencio durante mucho tiempo. Luego, angustiosa, la pregunta de Pedro y su confesión: “Maestro, pero ¿para qué?, ¿qué va a hacer Judas a casa de un pésimo hombre como es el hijo de Elí-Ana? ¡Yo tengo miedo, Maestro! No tiene buenos amigos éste. No va abiertamente. No hay en él fuerza para resistir el mal. Tengo miedo, Maestro. ¿Para qué? ¿Para qué Judas va donde éstos, y a escondidas?”. La cara de Pedro es una expresiva máscara de angustiosa interrogación. Jesús le mira y no responde. Efectivamente, ¿qué debe responder?; ¿qué, para no mentir ni lanzar al fiel Pedro contra el infiel Judas? Prefiere dejar hablar a Pedro: “¿No respondes? Yo, desde ayer, desde cuando el viejo creyó reconocer entre nosotros a Judas, no tengo paz…». ■ Jesús: “No hay nada más que decir, Simón. Las acciones del hombre tienen apariencias distintas de la realidad. Pero Yo estoy contento de haber proveído a la necesidad de ese anciano. Es como si Ananías hubiera vuelto. Y realmente si Simón de Tecua no le hubiera acogido, le habría llevado a la casita de Salomón, para tener allí a un padre que siempre esperara nuestra llegada. Pero, para Elí es mejor así. Simón es bueno, tiene muchos nietos. A Elí le gustan los niños… Y los niños hacen olvidar muchas cosas dolorosas…”. ■ Con su habitual ciencia de distraer al interlocutor y conducirle hacia otros temas, cuando no considera conveniente responder a preguntas peligrosas, Jesús ha distraído a Pedro de su pensamiento. Y sigue hablándole de niños, conocidos acá y allá, hasta llegar a recordar a Marziam, que quizás a esa hora está retirando las redes después de la pesca en el bonito lago de Genesaret. (Escrito el 31 de Octubre de 1946).
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1   Nota   : Cfr. Is. 30,19-20.
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8-523-161 (9-220-589).- En Jericó. La petición a Jesús de que juzgue a una mujer: no se sabe si está endemoniada o es profetisa.
* “Ella dice que conoce tu cara y tu voz, y entre miles te reconocería, cuando en realidad está probado que nunca ha salido de su pueblo, es más: de su casa”.- ■ “Maestro, allí están los enfermos del campo” dice Santiago de Zebedeo yendo hacia Jesús y señalando hacia el rincón templado de sol. Jesús: “Voy. ¿Los otros dónde están?”. Santiago de Zebedeo: “Entre la gente. Pero ya te han visto y están viniendo. Con ellos están también Salomón, José de Emmaús, Juan de Éfeso, Felipe de Arbela. Van a la casa de este último y vienen de Joppe, Lida y Modín. ­ Traen con ellos hombres de la costa del mar y mujeres. Es más, te buscaban, porque hay desacuerdo entre ellos en el juicio acerca de una mujer. Pero hablarán contigo…”. ■ Efectivamente, Jesús pronto se ve rodeado por los otros discípulos y saludado con veneración. Detrás de ellos están los que han sido recientemente atraídos por la doctrina de Jesús. Pero no está Juan de Éfeso, y Jesús pregunta el motivo de su ausencia. Salomón, hablando en nombre de todos, dice: “Se ha quedado en una casa lejana de la gente, con una mujer y los padres de ella. La mujer no se sabe si está endemoniada o es pro­fetisa. Dice cosas increíbles, según refieren los de su pueblo. Pero los escribas que la han escuchado la han juzgado poseída. Los padres han llamado varias veces a los exorcistas, pero ellos no han podido expulsar a este demonio con palabra que la tiene aferrada. Ahora bien, uno de ellos le dijo al padre de la mujer (es una viuda virgen que se ha quedado en la familia): «Para tu hija se necesita el Mesías Jesús. Él comprenderá sus palabras y sabrá de dónde vienen. He in­tentado imponerle, al espíritu que habla en ella, que se marchara en nombre de Jesús, llamado el Cristo. Siempre que he usado este Nombre los espíritus tenebrosos han huido. Esta vez, no. Por eso di­go que o es el propio Belcebú el que habla y logra resistir incluso a ese Nombre pronunciado por mí, o es el propio Espíritu de Dios y, por tanto, no teme, siendo así que es una cosa sola con el Cristo. Yo estoy convencido más de esto que de lo primero. Pero para estar se­guros sólo el Cristo puede juzgarlo. Él conocerá las palabras y su ori­gen». ■ Y fue ultrajado por los escribas presentes, que dijeron que es­taba poseído como la mujer y como Tú. Perdona si tenemos que decir esto… Y algunos escribas ya no se han separado de nosotros, y están de guardia vigilando a la mujer porque quieren establecer si puede ser avisada de tu llegada. Porque ella dice que conoce tu cara y tu voz, y entre miles te reconocería, cuando en realidad está probado que nunca ha salido de su pueblo, es más: de su casa, desde que, ha­ce quince años, se le murió el esposo en la vigilia de la fiesta nupcial; y también está probado que nunca has pasado Tú por su pueblo, que es Betlequi. Y los escribas esperan esta última prueba para dejar sentado que está endemoniada. ¿Quieres verla ahora en seguida?”. Jesús: “No. Tengo que hablar a la gente. Y aquí, entre las turbas, sería demasiado alborotador el encuentro. Ve a decir a Juan de Éfeso y a los padres de la mujer, y también a los escribas, que los espero a to­dos al principio del ocaso en los bosques que están a lo largo del río, en el sendero del vado. ¡Anda, ve!”. (Escrito el 2 de Noviembre de 1946).
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(<Jesús acaba de salir de la casa del expublicano Zaqueo y de sus amigos convertidos [1]. Entre los convertidos se hallaba también un joven, de unos 20 años, que había sido un ladrón>)
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8-525-178 (9-222-605).- El juicio sobre Sabea de Betlequi.- La inspirada Sabea, puesta a prueba por escribas y fariseos, rechaza al falso Mesías, reconoce a Jesús como el Adonái, exalta a la Mujer, hermoso Astro de Dios, y predice la ruina del pueblo de Israel.- El escriba Sadoc y el reto.- Promesa de “voces” en el futuro.
* Pacto entre fariseos y Jesús: Jesús acepta dejarse poner a prueba de la mujer; escribas y fariseos aceptan dejar hablar a la mujer.- ■ En una curva se ve venir a algunos fariseos. “La paz a ti, Maes­tro. Te hemos esperado aquí para… venerarte”. Jesús: “No. Para estar seguros de que no urdía engaño. Habéis hecho bien. Convenceos de que no he tenido la posibilidad de ver a la mujer ni a ninguno de los que están con ella. Vosotros, tú y tú, estabais de guardia en la casa de Zaqueo y habéis visto que ninguno de nosotros ha salido. Vosotros me habéis precedido por el camino y habéis visto que ninguno de nosotros se ha adelantado. En vuestro corazón deseáis ponerme una serie de cláusulas respecto al encuentro con esa mujer, y Yo os digo que las acepto antes incluso de que las formuléis”. Fariseos: “Pero… si no las sabes…”. Jesús: “No es, acaso, verdad que me las queréis formular?”. Fariseos: “Es verdad”. Jesús: “De la misma forma que conozco esta intención vuestra, manifiesta sólo a vosotros, también sé lo que me vais a decir. Y os digo que acepto lo que queréis proponerme porque servirá para dar gloria a la Verdad. Hablad”. Fariseos: “¿Sabes cómo están las cosas?”. Jesús: “Sé que consideráis endemoniada a la mujer; y que, no obstante, ningún exorcista ha podido expulsar de ella el demonio; y que, no obstante, no pronuncia palabras de demonio (esto dicen los que la han oído hablar)”. Fariseos: “¿Puedes jurar que no la has visto nunca?”. Jesús: “El justo no jura nunca, porque sabe que tiene derecho a ser creí­do por su palabra. Yo os digo que no la he visto nunca y que nunca he pasado por su pueblo, y todo el pueblo puede confirmarlo”. Fariseos: “Pues, a pesar de todo, sostiene que conoce tu cara y tu voz”. Jesús: “Su alma, efectivamente, me conoce por voluntad de Dios”. Fariseos: “Tú dices que por voluntad de Dios. Pero ¿cómo puedes afirmar­lo?”. Jesús: “Me han referido que pronuncia palabras inspiradas”. Fariseos: “También el demonio habla de Dios”. Jesús: “Pero con errores mezclados arteramente, para desviar a los hombres a pensamientos de error”. Fariseos: “Bueno, pues… quisiéramos que nos dejaras probar a la mujer”. Jesús: “¿En qué modo?”. Fariseos: “¿No la conoces en absoluto?”. Jesús: “Os estoy diciendo que no”. Fariseos: “Bueno, pues entonces vamos a mandar a alguno adelante gritando: «Aquí está el Señor» y vamos a ver si ella saluda al que va a ir con él como si lo fueras Tú”. Jesús: “¡Una prueba pobre! Pero acepto. Elegid entre los que me acompañan a los que vais a mandar adelante. Yo os seguiré con los otros. Pero si la mujer habla, debéis dejarla hablar, para que Yo juzgue sus palabras”. Fariseos: “Es justo. Pacto cerrado, y lo mantendremos lealmente”. Jesús: “Que así sea y que sirva para tocaros el corazón”. Un escriba dice: “Maestro, no todos somos adversarios. Algunos de entre nosotros están en actitud de espera… y con la voluntad sincera de ver la verdad para seguirte”. Jesús: “Es verdad. Y a ésos aún los amará Dios”. ■ Los escribas examinan a los apóstoles y se extrañan de la ausencia de muchos, especialmente de Judas Iscariote. Luego eligen a Judas Tadeo y a Juan; y a otros más: al joven ladrón convertido, que está pálido y delgado y cuyos cabellos tienden al color rojizo. En definitiva, eligen a aquellos que en edad o fisonomía tienen puntos en común con el Maestro. Fariseos: “Vamos a adelantarnos con éstos. Tú quédate aquí con nuestros compañeros y los tuyos, y síguenos dentro de un rato”. ■ Así se hace. Ya se ven los bosques que orillan el río. El sol poniente de invierno tiñe de oro las cimas de los árboles y esparce una luz amarilla y clara sobre las personas que están recogidas entre los árboles. Gritan los escribas que se han adelantado: “¡Aquí está el Mesías! ¡Está aquí! ¡Poneos en pie! ¡Salid a su en­cuentro!”, y tuercen hacia un sendero que termina en un roble colosal, de poderosas raíces semidescubiertas para asiento de quien se refugia al lado de su tronco. El grupo de personas recogido alrededor se vuelve, se pone en pie, se abre y se disgrega, para salir al encuentro de los que llegan. Jun­to al tronco se quedan solamente tres escribas, Juan de Éfeso y dos ancianos (un hombre y una mujer); más otra mujer que está sentada en una raíz que asoma sobre la tierra, con la espalda apoyada en el tronco, la cabeza agachada y reclinada sobre las rodillas, que tiene a su vez estrechadas entre los brazos anudados; toda cubierta por un velo de un morado tan cargado que parece negro. Parece ajena a to­do. No reacciona con el griterío.
* Sabea desecha a los supuestos Mesías y reconoce a Jesús como el verdadero Mesías.- ■ Un escriba la toca en el hombro: “Está aquí el Maestro, Sabea. Levántate y salúdale”. La mujer ni responde ni se mueve. Los tres escribas se miran y sonríen irónicos, haciendo un gesto de inteligencia a los otros que se están acercando y, dado que los que esperaban, al no ver a Jesús, se habían callado, ellos gritan más fuerte que nunca —ellos y sus cómplices— para que la mujer no se dé cuenta del engaño. Un escriba dice a la anciana madre que está con su hija: “Mujer, al menos tú saluda al Maestro y di a tu hija que lo haga también”. La mujer se postra, junto con su marido, ante Judas Tadeo y Juan y el ladrón arrepentido; luego, levantándose, dice a su hija: “Sabea, tu Señor está aquí. Venérale”. La joven no se mueve. La sonrisa irónica de los escribas se acentúa, y uno, delgado y na­rigudo, dice con voz nasal y alargando las palabras: “¿No te espera­bas esta prueba, ¿no es verdad? Y tu corazón se estremece. Sientes que tu fama de profetisa está en peligro y no pruebas suerte… Me parece que esto es suficiente para definirte como embustera…”. La mujer levanta la cabeza de golpe. Echa hacia atrás el velo y mira con ojos bien abiertos mientras dice: “No miento, escriba. Y no tengo miedo, porque estoy en la verdad. ¿Dónde está el Señor?”. Escriba: “¿Cómo es eso? ¿Dices que le conoces y no le ves? Le tienes delan­te de ti”. Sabea: “Ninguno de éstos es el Señor. Por eso no me movía. Ninguno de éstos”. Escriba: “¿Ninguno de éstos? ¿Y ese galileo rubio no es el Señor? Yo no le conozco, pero sé que es rubio y con ojos de cielo”. Sabea: “No es el Señor”. Escriba: “Entonces este alto y de aspecto grave. Mira qué trazos de rey. Sin duda es Él”. Sabea: “No es el Señor. No es ninguno de éstos el Señor” y la mujer baja de nuevo la cabeza y la mete entre las rodillas (como estaba antes). ■ Pasa un rato. Luego… ya se ve venir a Jesús. Los escribas han impuesto silencio a la poca gente. Por tanto, su llegada no resulta advertida por ninguna aclamación. Jesús viene delante, entre Pedro y su primo Santiago. Anda lentamente… silenciosamente… La hier­ba tupida ahoga todo rumor de pasos. Y Jesús —mientras la vieja se enjuga las lágrimas con su velo, mientras un escriba dice estas pala­bras hirientes: “Vuestra hija está desquiciada y miente”, mientras el padre suspira e incluso reprende a su hija— llega al linde del sen­dero y se para. La joven, que no ha podido oír nada, que no ha podido ver nada, se pone de pie bruscamente, arroja el velo, descubre así toda la cabe­za, echa hacia delante los brazos emitiendo un grito poderoso: “¡Ahí está y viene a mí mi Señor! ¡Éste es el Mesías, oh hombres que que­réis engañarme y envilecerme! ¡Veo sobre Él la luz de Dios señalándome, y yo le venero!”, y se arroja al suelo, pero quedándose donde estaba, a unos dos metros de Jesús. Rostro en tierra, entre la hierba, grita: “¡Yo te saludo, Rey de los pueblos, Admirable, Príncipe de paz, Padre del siglo sin fin, Caudillo del pueblo nuevo de Dios!” (2) y permanece postrada bajo su amplio manto oscuro, de un morado casi negro, como el velo. ■ Pero en el momento en que se ha levantado, pegada al tronco negro —y, arrojado el velo, se ha quedado con los brazos tendidos hacia delante, como una estatua— he podido observar que bajo el manto está vestida con una túnica de gruesa lana de un blanco marfileño, ceñida simplemente con un cordón en el cuello y en la cintura. Y, sobre todo, he podido admirar su belleza de mujer madura. Tendrá treinta años. Y treinta años en Palestina equivalen, al menos, a cuarenta de los nuestros generalmente: porque, si para María Stma. es­ta regla tiene una excepción, para las otras mujeres la madurez llega pronto, y especialmente para las de cabellos y tez morenos y bien modeladas como ésta. Ella es el tipo clásico de la mujer hebrea. Creo que así habrán sido Raquel, Rut y Judit, célebres por su belleza. Alta, llena y bien conformada, pero esbelta, lisa su piel de morenita palidez, pequeña la boca de labios un poco abultados, vivamente rojos, nariz recta, larga, delgada, dos ojos profundos, oscuros, de suavidad de terciopelo entre arcos de pestañas largas y apretadas, frente alta, lisa, regia, algo alargado el óvalo de su cara, espléndidos cabellos de ébano como una corona de ónix. No lleva ninguna joya, pero tiene un cuerpo estatuario y una majestuosidad de reina. ■ Y ahora se alza, apoyándose en sus manos largas, morenitas, be­llísimas, unidas a los brazos por una muñeca delgada. Ya está en pie de nuevo, contra el tronco oscuro. Mira en silencio ahora al Maestro, y menea la cabeza porque algunos escribas le dicen: “Te equivocas, Sabea. No es Él el Mesías, sino el que antes has visto y no has reco­nocido”. Ella menea la cabeza, firme, severa, y no aparta los ojos del Señor. Luego su rostro se transfigura y adquiere una expresión que no sabría decir si es de alegría ferviente o de somnolencia extática; participa de ambas cosas, porque parece palidecer como quien está próximo al desvanecimiento, mientras que toda la vida se concentra en sus ojos, que se iluminan con una luz de alegría, de triunfo, de amor… No sé. ¿Ríen esos ojos? No, no ríen, como tampoco lo hace la severa boca; y, sin embargo, hay en ellos una luz de alegría, y cada vez adquieren mayor potencia de intensidad, de una intensidad que impresiona.
* Sabea proclama a Jesús como el Adonái, el Hijo del Señor, que ha tomado carne en el seno de la Mujer. La Mujer que le ha generado supera a estas mujeres célebres de Israel, pues es la Sierva perfecta… Hermoso Astro de Dios desde su alba hasta su ocaso… Estrella y Luna, Luz para encontrar al Señor… Oliva especiosa… Arca… .- ■ Jesús la mira con su mirada mansa, un poco triste. Un escriba le susurra: “¿Ves cómo es una demente?”. Jesús no replica. Mira y calla, con la mano izquierda suelta y sujetándose con la derecha el manto a la altura del pecho. Y la mujer abre la boca y extiende los brazos como antes. Parece una enorme mariposa de alas moradas y cuerpo de marfil viejo. Un nuevo grito sale de sus labios: “¡Oh Adonái, eres grande! ¡Sólo Tú eres grande, Adonái! Grande eres en el Cielo y en la Tierra, en el tiempo y en los siglos de los siglos, y más allá del tiempo, desde siempre y para siempre. ¡Oh Señor, Hijo del Señor! Bajo tus pies están tus enemigos, sujeto está tu trono por el amor de los que te aman”. ■ La voz se hace cada vez más segura y fuerte, al mismo tiempo que los ojos se separan del rostro de Jesús y miran a un punto leja­no, un poco por encima de las cabezas, atentas, que tiene a su alrededor y que ella domina sin esfuerzo, pues está erguida y pegada al tronco de este roble crecido en una prominencia del terreno, como encima de un pequeño ribazo. Después de una pausa, sigue hablando: “El trono de mi Señor está adornado con las doce piedras de las doce tribus de los justos. En la gran perla que es el trono (el blanco, precioso trono esplendoroso del Santísimo Cordero), están engarzados topacios con amatistas, es­meraldas con zafiros, rubíes con sardónices, y ágatas y crisólitos y berilos, ónices, diaspros, ópalos. Los que creen, los que esperan, los que aman, los que se arrepienten, los que viven y mueren en la justi­cia, los que sufren, los que dejan el error por la Verdad, los que eran duros de corazón y se hicieron mansos en su Nombre, los inocentes, los arrepentidos, los que se despojan de todas las cosas para ser ágiles en el seguimiento del Señor, los vírgenes, cuyo espíritu resplandece con una luz semejante a un alba del Cielo de Dios… ¡Gloria al Señor! ¡Gloria a Adonái! ¡Gloria al Rey sentado en su trono!”. ■ La voz es un tañido. Un estremecimiento recorre a la gente congregada. La mujer parece realmente ver aquello de que habla, como si la nube dorada que navega en el cielo sereno y que ella parece seguir con su mirar arrobado le hiciera de lente para ver las glorias ce­lestes. Ahora descansa, como si estuviera cansada, aunque sin cambiar de actitud. La única diferencia es que su cara se transfigura aún más, en la palidez de la epidermis y en el fulgor de los ojos. Luego, bajando la mirada hacia Jesús, que la está escuchando atento, rode­ado por un círculo de escribas que, escépticos y sarcásticos, menean la cabeza, y de apóstoles y seguidores pálidos de sagrada emoción, prosigue, prosigue con voz distinta y menos alta: “¡Veo! Veo en el Hombre, lo que se cela en el Hombre. Santo es el Hombre, pero mi ro­dilla se dobla ante el Santo de los Santos que está dentro del Hom­bre”. La voz vuelve a ser ahora fuerte, imperiosa como una orden: “¡Mira a tu Rey, pueblo de Dios! ¡Conoce su Rostro! La Belleza de Dios está delante de ti. La Sabiduría de Dios ha tomado una boca para instruirte. Ya no son los profetas, pueblo de Israel, los que te hablan del Innombrable. Es Él mismo. Él, que conoce el Misterio que es Dios, es el que te habla de Dios. Él, que conoce el Pensamiento de Dios, es el que te arrima a su pecho, oh pueblo que todavía eres párvulo después de tantos siglos, y te nutre con la leche de la Sabiduría de Dios para hacerte adulto en Dios. ■ Para hacer esto se ha encarnado en un seno, en un seno de mujer de Israel, que ante Dios y ante los hombres es mayor que cualquier otra mujer. Ella cautivó el corazón de Dios su trono. María de Aarón pecó porque en ella estaba el pecado (3). Débora juzgó lo que debía hacerse, pero no obró con sus manos (4). Yael fue fuerte, pero se manchó de sangre (5). Judit era justa y temía al Señor, y Dios estuvo en sus palabras y le permitió aquel acto para que fuera salvado Israel, pero por amor a la patria usó astucia homicida (6). Pero la Mujer que le ha generado supera a estas mujeres, porque es la Sierva perfecta de Dios y le sirve sin pecar. Toda pura, inocente y hermosa, es el hermoso Astro de Dios, desde su alba hasta su ocaso. Toda hermosa, es­plendorosa y pura por ser Estrella y Luna (7), Luz de los hombres para encontrar al Señor. Ni precede ni sigue al Arca santa, como María de Aarón, porque Arca es Ella misma (8). Sobre la tenebrosa onda de la Tierra cubierta por el diluvio de los pecados, Ella camina y salva, porque quien entra en Ella encuentra al Señor. Paloma sin mancha, sale y vuelve con el olivo, el olivo de paz para los hombres, porque Ella es la Oliva especiosa (9). Calla, y en su silencio habla y obra más que Débora, Yael y Judit, y no aconseja la batalla, no incita a las ma­tanzas, no derrama más sangre que la suya más selecta, la sangre con la que formó a su Hijo. ¡Pobre Madre! ¡Madre sublime!… Temía Judit al Señor, pero de un hombre había sido su flor. Ésta ha dado al Altísimo su flor intacta, y el Fuego de Dios ha descendido al cáliz de la suave azucena, y un seno de mujer ha contenido y llevado la Potencia, la Sabiduría y el Amor de Dios. ¡Gloria a la Mujer! ¡Cantad, mujeres de Israel, sus alabanzas!”.
* Los escribas conminan a Jesús para que la haga callar porque de una mujer “¡la seducida y seductora!” solo un demonio puede hablar. Jesús les recuerda el Génesis: «La mujer aplastará… La Virgen concebirá», Esta Mujer. Mi Madre”.- ■ La mujer se calla, como si su voz estuviera sin fuerzas. Efectivamente, no sé cómo logra mantener ese timbre tan fuerte. Los escribas dicen: “¡Está loca! ¡Está loca! Dile que se calle. Loca o poseída. Impón al espíritu que la tiene poseída que se vaya”. Jesús les dice: “No puedo. No hay más que espíritu de Dios, y Dios no se expulsa a Sí mismo”. Un escriba dice: “No lo haces porque os alaba a Ti y a tu Madre y ello estimula tu orgullo”. Jesús: “Escriba, reflexiona en lo que sabes de Mí y verás que Yo no conozco orgullo”. Otro escriba, escandalizado, dice: “Pues, a pesar de todo, solo un demonio puede hablar en ella para celebrar así a una mujer… ¡La mujer! ¿Y qué es en Israel y para Israel la mujer? ¿Y qué es, sino pecado, ante los ojos de Dios? ¡La seducida y la seductora! Si no hubiera fe, difícilmente se podría pensar que en la mujer hubiera un alma. Le está prohibido acercarse al Santo por su impureza. ¡Y ésta dice que Dios descendió a Ella!…”, y sus compinches le hacen coro. Jesús, sin mirar a nadie a la cara —parece que hable consigo mismo— dice: “«La Mujer aplastará la cabeza de la Serpiente (10). La Virgen concebirá y dará a luz a un Hijo que será llamado Emma­nuel… (11). Un vástago saldrá de la raíz de Jesé, una flor brotará de esta raíz y en Ella descansará el Espíritu del Señor» (12). Esta Mujer. Mi Ma­dre. Escriba, por el honor de tu saber, recuerda y comprende las pa­labras del Libro”. Los escribas no saben qué responder. Esas palabras las han leído mil veces y mil veces las han considerado verdaderas. ¿Pueden ne­gar ahora? Callan. ■ Uno ordena que se enciendan hogueras, porque ya se siente el frío junto a las orillas por donde pasa el viento vespertino. Obedecen, y, cual corona en torno al grupo compacto, llamean candelada de ramajes. La luz bailarina del fuego parece hacer reaccionar a la mujer, que se había callado y que estaba con los ojos cerrados como recogida en sí misma. Abre de nuevo los ojos, reacciona. Mira otra vez a Jesús y grita de nuevo: “¡Adonái! ¡Adonái, Tú eres grande! ¡Cantemos al Di­vino un cántico nuevo! ¡Shalem! ¡Shalem! ¡¡Malquih!!… (lo escribo así, pero la «h» es aspirada como casi una «c» pronunciada por tosca­nos). ¡Paz! ¡Paz! ¡Oh Rey, al que nada se resiste!…”. ■ La mujer se calla de golpe. Pasa su mirada —la primera vez des­de que empezó a hablar— por los que están alrededor de Jesús, y fija sus ojos en los escribas como si los viera por primera vez, y, sin moti­vo aparente, algunas lágrimas se forman en sus grandes ojos y la ca­ra se le pone triste y mate. Habla lentamente ahora, y con voz profunda como quien expresa cosas dolorosas: “¡No! ¡Hay de quien se te opone! ¡Pueblo, escucha! Desde después de mi dolor, pueblo de Betlequi, me has oído hablar. Después de años de silencio y dolor, he sentido y he dicho lo que sentía. Ahora ya no estoy —virgen viuda que encuentra en el Señor su úni­ca paz— en los verdes bosques de Betlequi; no tengo alrededor sólo a mis convecinos para decirles: «Temamos al Señor porque ha llegado la hora de estar preparados para su llamada. Embellezcamos el ves­tido del corazón para no ser indignos en su presencia. Ciñámonos de fortaleza, porque la hora del Mesías es hora de prueba. Purifiquémonos como hostias para el altar, para que podamos ser acogidos por Aquel que le envía. El que sea bueno que crezca en bondad. El que sea soberbio que se haga humilde. El que sufre de lujuria que se desprenda de su carne para poder seguir al Cordero. El avaro hágase benefactor, porque Dios es benefactor nuestro con su Mesías. Y todos practiquen la justicia para poder pertenecer al Pueblo del Bendito que viene»”.
* Sabea declara: “Última, quizás, de las voces que hablan de Él antes de su Manifestación, me espera, quizás, la suerte que otras voces sufrieron; pero no tengo miedo”.- Sabea sabe de los delitos de su pueblo y del Delito.- ■ Sabea prosigue: “Ahora hablo ante Él y ante quien cree en Él, y también ante quien no cree y ultraja al Santo y a los que creen en Él y hablan en su Nombre. Pero no tengo miedo. Decís que estoy loca, decís, decís que a través de mí habla un demonio. Sé que podríais hacer que me lapidaran como blasfema. Sé que lo que os voy a decir os va a parecer insulto y blasfemia, y que me odiaréis. Pero no tengo miedo. Última, quizás, de las voces que hablan de Él antes de su Manifestación, me espera, quizás, la suerte que otras voces sufrieron; pero no tengo miedo. Demasiado largo es el exilio en el frío y en la soledad de la Tierra para el que piensa en el seno de Abraham, en el Reino de Dios que el Mesías nos abre, más santo que el santo seno de Abraham. Sabea de Carmel de la estirpe de Aarón no le teme a la muerte. Pero al Señor sí. Y habla cuando Él la mueve a hablar, para no deso­bedecer a su voluntad. Y dice la verdad porque habla de Dios con las palabras que Dios le da. No tengo miedo a la muerte. Aunque me lla­méis demonio y me lapidéis como blasfema, aunque mi padre y mi madre y mis hermanos, por este deshonor, mueran, no temblaré de miedo ni de aflicción. Sé que el demonio no está en mí, porque en mí calla todo estímulo maléfico, y toda Betlequi lo sabe. Sé que las pie­dras podrán sólo introducir en mi canto una pausa más breve que un respiro, y que después mi canto recibirá más amplio respiro en la li­bertad de más allá de la Tierra. Sé que Dios consolará el dolor de los de mi sangre, y que será breve; mientras que será eterno, después, su gozo de ser parientes mártires de una mártir. No temo vuestra muerte, sino la que me vendría de Dios si no le obedeciera. Y hablo. Y digo lo que se me dice. ¡Oh, pueblo, escucha, y escuchad vosotros, escribas de Israel!”. ■ Alza de nuevo su acongojada voz y dice: “Una voz, una voz viene de lo alto y grita en mi corazón. Y dice: «El antiguo Pueblo de Dios no puede cantar el nuevo cántico porque no ama a su Salvador. Cantarán el cántico nuevo los salvados de todas las naciones, los del Pueblo nuevo del Mesías-Señor, no los que odian a mi Verbo»… ¡Horror! (da verdaderamente un grito que estremece). ¡La voz da luz, la luz da vista! ¡Horror! ¡Yo veo!”. El grito es casi un aullido. Se retuerce, como si la tuvieran sujeta ante un espectáculo tremendo que le torturara el corazón, y tratara de poner fin a él huyendo. Se le cae de los hombros el manto, de forma que se queda sólo con su túnica blanca contra el gran tronco negro. ­Con la luz, que se va reduciendo lentamente en el reflejo verde del bosque y rojizo y bailarín de las llamas, su cara adquiere un aspecto trágico. Se forman unas sombras bajo los ojos, bajo la nariz, bajo el labio. La cara parece socavada por el dolor. Se retuerce las manos mientras repite, más bajo: “¡Veo! ¡Veo!”, y bebe sus lágrimas mientras continúa: “Veo los delitos de este pueblo mío. Y soy impotente para detenerlos. Veo el corazón de mis compatriotas y no puedo cambiarlo. ¡Horror! ¡Horror! Satán ha salido de sus lugares y ha venido a hacer morada en el corazón de éstos”. ■ Los escribas ordenan a Jesús: “¡Mándala callar!”. Jesús responde: “Habéis prometido dejarla hablar…”. La mujer prosigue: “¡Rostro en tierra, en el barro, Israel que to­davía sabes amar al Señor! ¡Cúbrete de ceniza, vístete de cilicio! ¡Por ti! ¡Por ellos! ¡Jerusalén! ¡Jerusalén, sálvate! Veo una ciudad agitada pidiendo un Delito. Oigo, oigo el grito de los que, con odio, invocan que caiga sobre ellos una sangre. Veo levantar a la Víctima en la Pascua de Sangre y veo fluir esa Sangre, y oigo gritar esa Sangre más que la de Abel, al mismo tiempo que se abren los cielos y la tie­rra tiembla y el sol se oscurece. ¡Y esa Sangre no grita venganza, si­no que suplica piedad para su Pueblo asesino, piedad para nosotros! ¡¡¡Jerusalén!!! ¡Conviértete! ¡Esa Sangre! ¡Esa Sangre! ¡Un río! Un río que lava al mundo sanando todo mal, borrando toda culpa… Pero para nosotros, para nosotros de Israel, esa Sangre es fuego, para nosotros es cincel que escribe en los hijos de Jacob el nombre de deici­das y la maldición de Dios. ¡Jerusalén! ¡Ten piedad de ti misma y de nosotros!…”.
* Sabea, que profetiza la suerte trágica del pueblo que no recibió al Mesías, llama a unirse al Salvador, apartarse de los falsos profetas de bocas mentirosas y corazones adictos al pillaje que quieren alejarles de la Salvación.- ■ Mientras la mujer solloza cubriéndose la cara, los escribas gritan: “Pero haz que se calle. ¡Te lo ordenamos!”. Jesús: “No puedo imponer a la Verdad que se calle”. Escribas: “¡Verdad! ¡Verdad! ¡Es una demente que está delirando! ¿Qué Maestro eres, si tomas como verdad las palabras de una que deli­ra?”. “¿Y qué Mesías eres, si no sabes hacer que se calle una mujer?”. “¿Y qué Profeta eres, si no sabes poner en fuga al demonio? ¡Sin embargo, otras veces lo has hecho!”. “Lo ha hecho, sí. Pero ahora no le conviene. ¡Todo es un juego bien montado para atemorizar a las turbas!”. Jesús les responde: “¿Y habría elegido esta hora, este lugar y este puñado de hombres para hacerlo, cuando habría podido hacerlo en Jericó, cuando he tenido cinco y más de cinco mil personas que me han seguido y circundado en varias ocasiones, cuando el recinto del Templo ha sido escaso para recibir a todos los que querían oírme? ¿Y puede, acaso, el demonio pronunciar palabras de sabiduría? ¿Quién de vosotros, en conciencia, puede decir que un solo error ha salido de esos labios? ¿No resuenan en sus labios, con voz de mujer, las terribles palabras de los profetas? ¿No oís el grito desgarrador de Jeremías, el llanto de Isaías y de los otros profetas? ¿No oís la voz de Dios a través de la criatura, la Voz que trata de ser acogida por vuestro bien? A mí no me escucháis. Podéis pensar que hablo en mi favor. Pero ésta, desconocida para Mí, ¿qué favor espera de estas palabras? ¿Qué acarrearán, sino vuestro desprecio, vuestras amenazas y quizás vuestra venganza? ¡No, ciertamente no le impongo silencio! Es más, para que estos pocos la oigan, y también vosotros oigáis y podáis enmendaros, le ordeno: «¡Habla! ¡Habla, te digo, en nombre del Señor!»”. Ahora es Jesús el que aparece majestuoso, es el Mesías poderoso de las horas de milagro, de grandes ojos magnéticos con un esplendor de estrella azul que la llama de una hoguera, encendida entre la mujer y Él, aviva aún más. La mujer, por el contrario, oprimida por el dolor, aparece menos regia, y tiene agachada la cabeza, cubierta la cara con las manos y con sus cabellos negros, que se han soltado y le caen por detrás y por delante, como un velo de luto sobre la túnica blanca. Repite Jesús: “Habla, te digo. No carecen de fruto tus dolorosas palabras. ¡Sa­bea, de la estirpe de Aarón, habla!”. ■ La mujer obedece. Pero habla bajo, tanto que todos se arriman para oírla mejor. Parece como si se hablara a sí misma, mirando ha­cia el río, que corre con su frufrú por su derecha formando un último cabrilleo de aguas con las últimas luces del día. Y parece hablarle al río: “Jordán, sagrado río de nuestros padres, que tienes ondas cerú­leas y crespas cual precioso lino cendalí, y en ellas reflejas las estre­llas puras y la cándida luna, y acaricias a los sauces de tus orillas, y eres río de paz, y… a pesar de todo, conoces mucho dolor. Jordán, que en las horas de tormenta, en las ondas hinchadas y agitadas transportas las arenas de mil torrentes y lo que ellos han arrebatado con violencia, y algunas veces tronchas un tierno arbusto en que hay un nido y lo transportas vertiginoso hacia el abismo mortal del mar Salado, y no tienes piedad de la pareja de pájaros que siguen a su ni­do, volando, chillando de dolor, a su nido destruido por tu violencia. Así verás, sagrado Jordán, acometido por la ira divina, arrancado de sus casas y del altar, ir a la destrucción y perecer en la muerte más grande, verás ir al pueblo que no recibió al Mesías. ■ ¡Pueblo mío, sálvate! ¡Cree en tu Señor! ¡Sigue a tu Mesías! Reconócele en lo que es. No rey de pueblos y ejércitos. Rey es de las almas, de tus almas, de todas las almas. Ha descendido para recoger a las almas justas, y subirá de nuevo para conducirlas al Reino eterno. ¡Vosotros que to­davía podéis amar, abrazaos al Santo! ¡Vosotros a quienes os preocu­pa los destinos de la Patria, uníos al Salvador! ¡Que no muera toda la progenie de Abraham! Apartaos de los falsos profetas de bocas mentirosas y corazones adictos al pillaje que quieren alejaros de la Salvación. Salid de las tinieblas que alzan en torno a vosotros. ¡Es­cuchad la voz de Dios! Los grandes a los que hoy teméis son ya polvo en el decreto de Dios. Uno sólo es el Viviente. Los lugares en que rei­nan y desde los cuales subyugan son ya ruinas. Sólo uno perdura. ¡Jerusalén! ¿Dónde están los briosos hijos de Sión de que te glorías? ¿Dónde, los rabíes y los sacerdotes con que te adornas y en que te ad­miras a ti misma? ¡Míralos! Subyugados, encadenados, van hacia el destierro, entre los escombros de tus edificios, entre el hedor de los muertos por espada y hambre. Te alcanza el furor de Dios, Jerusalén que rechazas a tu Mesías y le hieres en el rostro y el corazón. Toda belleza en ti está destruida, toda esperanza está para ti muerta, pro­fanados están el Templo y el altar…”. Los escribas gritan: “¡Haz que se calle! ¡Está blasfemando! Decimos que hagas que se calle”. Jesús: “… rasgado el Efod. Ya no es necesario…”. Escribas: “¡Eres culpable si no impones que se calle!”.
* Palabras de exaltación para Jesús constituido por Dios como Rey y Sacerdote para siempre.- Apóstrofe sobre el pueblo de Israel por no haberle reconocido.- ■ Sabea dice: “… porque ya no reina. Hay otro, eterno Pontífice, y es santo, y constituido por Dios: Rey y Sacerdote para siempre, por Aquel que hace suyas las ofensas infligidas al Mesías, y las venga. Otro Pontífi­ce. El Verdadero, el Santo, Ungido por Dios y con su Sacrificio, que substituye a aquellos sobre cuya frente es una deshonra la tiara, por­que cubre pensamientos de horror…”. Los escribas la ultrajan: “¡Calla, maldita! ¡Calla o descargamos nuestra mano sobre ti!”. Pero ella parece no sentir. La gente se agita: “Dejadla hablar, vosotros que habláis tanto. Está diciendo la verdad. Es así. Ya no hay santidad entre vosotros. Uno sólo es el Santo y vosotros le vejáis”. ■ Los escribas consideran prudente callar, y la mujer continúa con su voz cansada y dolorosa: “Había venido a traerte la paz, y le has presentado guerra… salvación, y le has combatido… amor, y le has odiado… milagros, y le has llamado demonio… Sus manos han curado a tus enfermos y tú las has perforado. Te traía la Luz, y has cubierto de esputos y porquerías su cara. Te traía la Vida, y tú le has dado la muerte. Israel, llora tu error y no impreques contra el Señor mientras vas hacia este destierro tuyo, que no tendrá fin, como los del pasado. Recorrerás toda la tierra, Israel, pero como pueblo vencido y maldito, seguido por la voz de Dios con las mismas palabras que se dijeron a Caín. Y aquí no podrás volver a reconstruir un sóli­do nido sino cuando reconozcas con los otros pueblos que éste es Jesús, el Mesías, el Señor Hijo del Señor…”. ■ La voz de la mujer se envuelve en el dolor y en la fatiga, cansada como la voz de un moribundo. Pero no calla todavía; antes al contrario, se reanima para un último imperativo: “Al suelo, pueblo que sabes todavía amar. Cúbrete de ceniza, vístete de cilicio. El furor de Dios se cierne sobre nosotros como una nube cargada de granizo y rayos so­bre un campo maldito”. La mujer cae al suelo, de rodillas, con los brazos extendidos hacia Jesús, y grita: “¡Paz, oh Rey de justicia y de paz! ¡Paz, oh Adonái grande y poderoso, a quien ni siquiera el Padre niega nada! ¡Alcánzanos la paz, por tu Nombre, oh Jesús, Salvador y Mesí­as, Redentor y Rey, y Dios, tres veces santo!”, y se derrumba, con­vulsa a causa de los sollozos, con la cara contra la hierba.
* “¿No eres tú Sadoc, llamado el escriba de oro?… Y te recuerdo el reto que te propuse en Quedes. Dentro de poco verás cumplirse una parte de él. Cuando la luna vuelva a la fase… te daré esa prueba. Ésta es la primera. La otra la tendrás cuando el trigo cimbree sus espigas aún verdes con el leve viento de Nisán”.- ■ Los escribas rodean a Jesús y le llevan aparte, y alejan a todos los demás con miradas y palabras amenazadoras, y uno de ellos dice: “Lo menos que puedes hacer es curarla. Porque, aunque quieras afirmar taxativamente que no está poseída de demonio, lo que no puedes negar es que sea una enferma. ¡Mujeres!… Y mujeres sacrificadas por el destino… Su vitalidad bien que se debe manifestar por alguna parte… y divagan… y ven cosas irreales… y, sobre todo, te ven a Ti que eres joven y apuesto… y…”. Jesús reacciona con una actitud de mando: “¡Cállate, boca de serpiente! Ni tú mismo crees en lo que dices” e interrumpe las palabras en los labios del escriba delgado y narigudo que al prin­cipio se había burlado de la mujer como falsa profetisa. Dice otro escriba: “No ofendamos al Maestro. Le hemos elegido como juez de un ca­so que nosotros no logramos juzgar…”. Es el escriba que había ido al encuentro de Jesús por el camino y que le había dicho que no todos los escribas eran sus adversarios, sino que algunos le ob­servaban para emitir un juicio, con la sincera voluntad de seguirle si le consideraban Dios. Los otros arremeten contra él: “¡Cállate, Joel el Alamot, hijo de Abías! Sólo un mal nacido como tú puede decir esas palabras”. El escriba se pone rojo por la ofensa, pero se domina y res­ponde con dignidad: “Si mi nacimiento no puede aceptarse, ello no quita que mi inteligencia sea clara. Al contrario, el prohibirme muchos placeres ha hecho de mí un hombre de sabiduría. Y, si fuerais santos, no humillaríais al hombre, sino respetaríais al sabio”. ■ Un escriba dice: “¡Bien, bueno! Vamos a hablar de lo que nos urge. Tú tienes el deber de curarla, Maestro, porque con ese delirio suyo asusta a la gente y ofende al sacerdocio, a los fariseos y a nosotros”. Jesús pregunta dulcemente: “¿Si os hubiera alabado me diríais que la curara?”. Un escriba, sin darse cuenta de que cae en una trampa, dice: “No. Porque haría que la gente nos respetase, este pueblo de cabrones que nos odia en su corazón y no pierde ocasión de escarnecernos”. Jesús pregunta otra vez con dulzura: “¿Pero no seguiría siendo una enferma? ¿No tendría el deber de curarla?”. Parece un estudiante que estuviera preguntando al maestro lo que debe hacer. Y los escribas, cegados por la soberbia, no comprenden que se es­tán confesando a sí mismos… “En ese caso, no. ¡Es más: dejarla, de­jarla con su delirio! Hacer lo posible para que la gente crea que es profetisa. ¡Honrarla! Señalarla…”. Jesús: “¡¿Pero si fueran cosas no verdaderas?!”. Escriba: “¡Maestro, aparte del punto en el que dice cosas contra nosotros, el resto serviría mucho para elevar el orgullo de Israel contra los ro­manos y sujetar el orgullo del pueblo hacia nosotros!”. Jesús dice firmemente: “Pero no se le podría decir: «Habla así, pero no digas eso»”. Escriba: “¿Y por qué no?”. Jesús: “Porque quien delira habla sin saber lo que dice”. Escriba: “¡Con dinero y alguna que otra amenaza… se obtendría todo! También así se comportaban los profetas”. Jesús: “En verdad, me resulta gratuita esa afirmación…”. Escriba: “¡Ya! Porque no sabes leer entre líneas y porque no todo se dejó escrito en papel”. Jesús, cambiando de tono, dice: “Pero el espíritu profético no conoce imposiciones, escriba. Viene de Dios, y a Dios ni se le compra ni se le amedrenta”. ■ Es el principio de su contraataque. Escriba: “Pero ésta no es profetisa. Ya no es tiempo de profetas”. Jesús: “¿Ya no es tiempo de profetas? ¿Y por qué?”. Escriba: “Porque no nos los merecemos. Estamos demasiado corrompidos”. Jesús: “¿Verdaderamente? ¿Y lo dices tú? ¿Tú, que poco antes la juzgabas digna de castigo porque afirmaba esa misma cosa?”. El escriba se queda desorientado. Le ayuda otro: “El tiempo de los profetas ha cesado con Juan. Ya no hacen falta”. Jesús: “¿Y cómo es eso?”. Escriba: “Porque estás Tú para hablarnos de la Ley y hablarnos de Dios”. Jesús: “También en tiempos de los profetas estaba la Ley, y la Sabiduría hablaba de Dios. Y, a pesar de todo, había profetas”. Escriba: “¿Pero qué profetizaban? Tu venida. Ya has venido. Ya no hacen falta”. ■ Jesús, señalando al escriba narigudo que ha ultrajado a la mujer después de haberla tentado al error, dice: “En multitud de ocasiones, he oído vuestra pregunta, y la de los sacerdotes y fariseos, de si era o no era el Mesías. Y dado que lo afirmaba fui tachado de blasfemo y de loco, y se cogieron piedras para lanzarlas sobre Mí. ¿No eres tú Sadoc, llamado el escriba de oro?”. Sadoc: “Lo soy. ¿Y qué?”. Jesús: “Pues que tú, justamente tú, has sido siempre el primero, tanto en Giscala como en el Templo, que ha empezado la violencia contra Mí. Pero Yo te perdono. Sólo te recuerdo que lo hacías diciendo que no podía ser el Mesías, mientras que ahora lo sostienes. Y te recuerdo el reto que te propuse en Quedes (13). Dentro de poco verás cumplirse una parte de él. Cuando la luna vuelva a la fase con que ahora resplandece en el cielo, te daré esa prueba. Ésta es la primera. La otra la tendrás cuando el trigo, que ahora duerme en la tierra, cimbree sus espigas aún verdes con el leve viento de Nisán”.
* En verdad, en verdad os digo que mientras haya hombres habrá siempre profetas. Son las antorchas en medio de las tinieblas del mundo; el fuego…; los toques de trompeta…; las voces que recuerdan a Dios y sus verdades…  y traen al hombre la voz directa de Dios…”.- ■ Jesús prosigue: “Y a los que dicen que son inútiles los profetas les respondo: «¿Quién podrá poner límites al Señor Altísimo?». En verdad, en verdad os digo que mientras haya hombres habrá siempre profetas. Son las antorchas en medio de las tinieblas del mundo; el fuego en medio del hielo del mundo; los toques de trompeta que despertarán a los que duermen; las voces que recuerdan a Dios y a sus verdades, caídas, con el tiem­po, en el olvido y la desatención, y traen al hombre la voz directa de Dios y suscitan vibrantes emociones en los olvidadizos, en los apáticos hijos del hombre. Tendrán otros nombres, pero igual misión e igual suerte de humano dolor y de sobrehumano gozo. ■ ¡Ay, si no existieran estos espíritus que serán odiados por el mundo y amados especialmente por Dios! ¡Ay si no existieran estos espíritus, para pa­decer y perdonar, amar y actuar en obediencia al Señor! El mundo perecería entre las tinieblas, entre el hielo, en un sopor de muerte, en un estado de deficiencia mental, de ignorancia salvaje y embrutecedora. Por eso, Dios los suscitará, y siempre los habrá. ¿Y quién podrá imponer a Dios que no lo haga? ¿Tú, Sadoc?, ¿o tú?, ¿o tú? En verdad os digo que ni los espíritus de Abraham, Jacob y Moisés, de Elías y Eliseo, podrían imponer a Dios esta limitación, y sólo Dios sabe cuán santos eran y en medio de qué luces eternas se encuentran”. ■ Sadoc: “¿Entonces no quieres ni curar a la mujer ni condenarla?”. “No” “¿Y la juzgas profetisa?”. “Inspirada, sí”. Sadoc dice: “Eres un demonio como ella. Vamos. No nos interesa perder más tiempo con demonios”, y da un empujón propio de un… mozo de cuerda a Jesús, para apartarle. Muchos le siguen. ■ Algunos se quedan. Entre éstos, el hombre al que han llamado Joel Alamot. Jesús, señalando a los que se están marchando, pregunta: “¿Y vosotros no los seguís?”. Uno muy anciano dice: “No, Maestro. No vamos a marchar porque es de noche. Pero queremos decirte que creemos en tu juicio. Dios lo puede todo, es verdad. Y para nosotros que caemos en muchas culpas puede susci­tar espíritus que nos corrijan en orden a la justicia”. Jesús: “Así es como dices. Y esta humildad tuya es más grande a los ojos de Dios que tu saber”. Anciano: “Entonces acuérdate de mí cuando estés en tu Reino” Jesús: “Sí, Jacob”. Jacob: “¿Cómo sabes mi nombre?”. Jesús sonríe, pero no responde. Los otros tres dicen: “Maestro, también de nosotros acuérdate”. Y el último que habla, Joel Alamot, dice también: “Y bendigamos al Señor, que nos ha regalado esta hora”. Responde Jesús: “¡Bendigamos al Señor!”. Se saludan. Se separan.
* Las amenazas de escribas y fariseos contra Sabea que debe refugiarse en Aera en la casa de la madre del sinagogo Timoneo.- ■ Jesús se reúne con sus apóstoles y va con ellos donde la mujer, que está de nuevo en la postura que tenía al principio: acurrucada sobre la raíz prominente. La madre y el padre, jadeantes, preguntan al Maestro: “¿Es, entonces, un demonio nuestra hija? Antes de marcharse lo han dicho” Jesús: “No lo es. Quedaos en paz. Y amadla, porque su destino es muy doloroso. Como todo destino semejante al suyo”. Familiares: “Añadieron que ésa había sido tu opinión…”. Jesús: “Han mentido. Yo no miento. Quedaos en paz”. ■ Juan de Éfeso se acerca con Salomón y los otros discípulos: “Ma­estro, Sadoc ha amenazado a éstos. Yo te lo digo”. Jesús: “¿A ellos o a ella?”. “A ellos y a ella. ¿No es verdad, vosotros dos?”. El padre dice: “Sí. Nos han dicho, a mí y a su madre, que si no sabemos hacer callar a nuestra hija, pobres de nosotros. Y a Sabea le han dicho: «Si de ahora en adelante hablas, te denunciaremos al Sanedrín». Prevemos días malos para nosotros… Pero estamos tranquilos por lo que has dicho… y lo demás lo soportaremos. Pero respecto a ella, ¿qué debemos hacer? Aconséjanos, Señor”. Jesús piensa y responde: “¿No tenéis parientes lejos de Betlequi?”. “No, Maestro”. Jesús piensa. Luego levanta la cara y mira a José, a Juan de Éfeso y a Felipe de Arbela. Ordena: “Os pondréis en viaje con ellos; luego, desde Betlequi, con ella y sus cosas, iréis a Aera. Diréis a la madre de Timoneo que la custodie en mi nombre. Ella sabe lo que es tener un hijo perseguido”. Dicen los tres: “Así lo haremos, Señor. Bien decidido. Aera está lejos y apartada”. ■ El padre y la madre de Sabea besan las manos al Maestro, le dan las gracias y le bendicen. Jesús se inclina hacia la mujer, la toca en la cabeza velada y la llama con dulzura: “¡Sabea, escúchame!”. La mujer alza la cabeza y le mira; luego se postra. Jesús mantiene la mano en la cabeza de ella: “Escucha, Sabea. Irás a donde te envío. A casa de una madre. Hubiera querido que fuera la mía. Pero no me es factible. Y sigue sirviendo al Señor en justicia y obediencia. Yo te bendigo, mujer. Ve en paz”. Sabea: “Sí, mi Señor y Dios. Pero, cuando tenga que hablar, ¿voy a poder hacerlo?…”. Jesús: “El Espíritu que te ama te guiará según el momento. No dudes de su amor. Sé humilde, casta, sencilla y sincera, y Él no te abando­nará. ¡Ve en paz!”. (Escrito el 5 de Noviembre de 1946).
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1  Nota  : Zaqueo y compañeros.  Cfr. Personajes de la Obra magna Zaqueo.   2  Nota  : Cfr. Is. 9,6-7.   3  Nota  : Cfr Núm. 12.   4  Nota  : Cfr. Jue. 4-5.   5  Nota  : Cfr. Jue. 4,17-23; 5,24-27.   6  Nota  : Cfr. Jdt. 8-16. 7  Nota  : Cfr. Ap. 12,1-6.   8  Nota  : Cfr. Núm. 10; Miq. 6,1-4.   9  Nota  : Cfr. Alusión a Gén 8,6-12; Ecclo. 24,18-19.   10  Nota  : Cfr. Gén. 3,15. 11  Nota  : Cfr. Is.7,15.   12  Nota  : Cfr. Is. 11,1-2.   13  Nota  : el reto, de la señal pedida por los escribas y prometida por Jesús, se expone en el episodio 5-342-271, en este mismo tema “Judas Iscariote”.
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(<Después de un periplo por Jericó y Betabara, han llegado nuevamente a Jerusalén>)
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8-527-198 (9-224-625).- ¿Jesús tiene conocimiento de las andanzas de Judas? ¿Conoce todo el futuro o en parte le está oculto?.- Tentaciones en la naturaleza humana de Jesús.
 Santiago de Alfeo dice: “¿Recordáis la parábola de la oveja perdida? En ella está la verdad, la clave de su modo de obrar…”. Andrés añade: “Ya le habéis oído: «El amor del Señor se manifestará en vosotros en proporción a vuestro amor. Y recordad que el amor tiene dos alas para ser perfecto: fe y esperanza»”.- ■ Están ya en las pendientes del monte de los Olivos y las tres parejas de apóstoles que se quedaron en Jericó, Tecua y Betania nuevamente se han reunido con el Maestro. No así Judas de Keriot, y los apóstoles hablan de ello en voz baja… Jesús está infinitamente triste… Los apóstoles que lo notan comentan: “Por supuesto que es por Lázaro. Es realmente un hombre acabado. Y sus hermanas dan mucha pena… El Maestro, con tanto odio como le persigue, ni siquiera puede detenerse en aquella casa. Hubiera sido un consuelo para el enfermo y sus hermanas y también para el Maestro”. Tomás exclama: “No puedo comprender por qué no le cura”. Bartolomé murmura: “Sería hasta justo. Un amigo… Tanto que sirve… Un justo…”. Zelote dice a Bartolomé: “¡Ah, justo sí, verdaderamente es un justo! En estos días creo que te ha convencido…”. Bartolomé: “Sí, es verdad. Y es verdad también lo que quieres dar a entender. No estaba yo muy persuadido de su justicia… Con esa naturalidad que tenían con los gentiles, la educación recibida de su padre que fue muy, muy… condescendiente con nuevas formas de vida distintas de las nuestras…”. Zelote interrumpe cortante: “La madre era un ángel”. Felipe dice: “Tal vez por eso son justos… Pasemos por alto el pasado de María. Se ha redimido…”. Bartolomé: “Sí. Pero todo esto me creaba sospechas. Ahora estoy completamente persuadido, y me extraña que el Maestro…”. ■ Santiago de Alfeo dice: “Mi hermano sabe sopesar en su justo valor a los hombres. Por mucho tiempo nosotros también padecimos celos naturales al ver que daba más bien oídos a los extraños que a los de la familia. Ahora hemos comprendido que estábamos equivocados y que Él en lo justo. Juzgábamos su manera de actuar como si fuera indiferencia, e incluso como si no valuase ni comprendiese lo que valíamos. Ahora todo es más claro. Él prefiere atraerse a los defectuosos, a los que no están formados. Seduce… con medios infinitos, las almas más mezquinas, más alejadas, que se encuentran en mayor peligro. ¿Recordáis la parábola de la oveja perdida? En ella está la verdad, la clave de su modo de obrar. Cuando ve que sus ovejas fieles le siguen o que están donde Él quiere, su corazón descansa. Pero se vale de este descanso para correr detrás de las perdidas. Sabe que le amamos, que Lázaro y sus hermanas le aman, que los discípulos y los pastores le aman, y por esto no pierde su tiempo con nosotros, con especiales pruebas de amor. Siempre nos ama. Nos tiene siempre en su corazón. Nosotros mismos somos los que entramos en su corazón y no queremos salir. Pero los otros… ¡los pecadores, los extraviados!… Debe correr detrás de ellos, debe atraerlos con amor y con los milagros, con su potencia. Y lo hace. Lázaro, María y Marta seguirán amándole, aún sin milagros…”. ■ Andrés dice: “Eso es verdad. Pero… ¿qué cosa habrá querido decir con su último saludo? Ya lo habéis oído: «El amor del Señor se manifestará en vosotros en proporción a vuestro amor. Y recordad que el amor tiene dos alas para ser perfecto, dos alas que, cuanto más perfecto es, cada vez más ilimitadas son: la fe y la esperanza»”. Varios dicen: “¡Eso! ¿Qué habrá querido decir?”. Un silencio. Después Tomás con un gran suspiro termina lo que por dentro venía pensando: “…Pero no siempre su paciencia consigue redenciones. Yo también he sufrido alguna vez por la predilección que muestra hacia Judas de Keriot…”. Andrés replica: “¿Predilección? No me parece. Le corrige como a cualquiera de nosotros…”. Tomás: “Por justicia, sí, pero ponte a pensar cuánto más rigor merecería ese hombre…”. Andrés: “Eso es verdad”. Tomás: “Bueno, yo he sufrido por eso muchas veces. Ahora comprendo que lo hace ciertamente porque es el menos formado de entre nosotros”. ■ Tadeo dice: “¡El más desvergonzado dirás, Tomás! El más desvergonzado. ¿Creéis que esa tristeza (y señala a Jesús que va delante, absorto en su aflicción) se la causan la enfermedad de Lázaro y las lágrimas de sus hermanas? Os aseguro que se debe a que Judas no está con nosotros. Esperaba que Judas le alcanzara en Betabara. Esperaba, al menos, encontrarle en Jericó, en Tecua, o en Betania al regreso. Ahora no tiene esta esperanza. Tiene la seguridad de la mala conducta de Judas. Siempre lo he observado… y he notado que su rostro ha tomado ese aspecto de absoluto desamparo, cuando tú, Bartolomé, le dijiste: «Judas no llegó»”.
* “No ignoro como Dios, no ignoro como Hombre. Como Dios no ignoro el futuro de los siglos, y como hombre justo no ignoro el estado de los corazones… También he experimentado este martirio del hombre: el tener que seguir adelante sin ver, fiándome del todo en la Providencia. Debo conocer todo lo del hombre, menos el pecado”.- ■ Juan exclama: “¡Él sabe las cosas antes de que sucedan, estoy seguro!”. Zelote dice: “Muchas. No todas. Me imagino que su Padre le oculte algunas cosas por compasión”. Los once se dividen en dos partidos. Quiénes aceptan esta opinión, quiénes la otra, y ambas partes acarrean argumentos para la suya. Juan exclama: “¡Oh, yo no quiero escuchar, ni a unos ni a otros, ni a mí mismo! Somos unos pobres hombres, y no vemos lo justo. Voy a preguntárselo a Él”. Andrés objeta: “No. Podría pensar otra cosa, y con tu pregunta recordarle a Judas haciéndole sufrir más”. Juan: “No le voy a hablar así… No le diré que veníamos hablando de Judas. Hablaré así… sin referencias concretas”. Pedro, empujando a Juan, dice: “¡Ve, ve! Le ayudarás para que se distraiga. ¿No veis cuán afligido va?”. Juan: “¿Quién viene conmigo?”. Pedro: “Ve tú solo. Contigo habla sin reserva. Y luego nos lo dices…”. ■ Juan se va; le llama: “¡Maestro!”. “Juan, ¿qué quieres?”, y el rostro de Jesús se ilumina con una sonrisa al ver a su discípulo predilecto, sobre cuyos hombros pone su mano y caminan así juntos. Juan: “Hablábamos entre nosotros y dudábamos sobre una cuestión. Ésta: si Tú conoces todo el futuro o si en parte te está oculto. Unos decían una cosa, otros otra”. Jesús: “¿Y tú qué decías?”. Juan: “Decía que lo mejor era preguntártelo a Ti”. Jesús: “Y por eso viniste. Hiciste bien. Esto a lo menos nos sirve a Mí y a ti que gocemos de estar juntos… es tan difícil tener un poco de tranquilidad…”. Juan: “¡Es verdad! ¡Qué bellos eran los primeros días!…”. Jesús: “Sí. Para el hombre que somos eran muy bonitos; pero para el espíritu que hay en nosotros son mejores estos. Porque ahora es más conocida la Palabra de Dios, y porque sufrimos más. Cuanto más se sufre, más se redime, Juan… Por este motivo, aunque recordemos los tiempos serenos, debemos amar más estos que nos hacen sufrir, y que con el dolor nos dan almas. ■ Pero voy a responder a tu pregunta. Escucha. Yo no ignoro, como Dios. Y no ignoro, como Hombre. Conozco el futuro de los acontecimientos porque estoy con el Padre desde antes de que existiese el tiempo y veo más allá del tiempo. Como Hombre, exento de imperfecciones y limitaciones unidas a la Culpa, y a las culpas, tengo el don de leer en los corazones. Este don no está limitado al Mesías, sino que, en distinta medida, lo poseen todos aquellos que, habiendo llegado a la santidad, están tan unidos a Dios que puede decirse que no operan por sí mismos sino que operan con la Perfección que reside en ellos. Por tanto, puedo responderte que como Dios no ignoro el futuro de los siglos, y como hombre justo no ignoro el estado de los corazones”. Juan reflexiona y no dice nada. También Jesús por unos momentos. Luego: “Por ejemplo, ahora en ti estoy viendo este pensamiento: «Entonces mi Maestro sabe, conoce exactamente el estado de Judas de Keriot»”. Juan exclama: “¡Oh, Maestro!”. Jesús: “Lo sé. Lo conozco y continúo siendo su Maestro, y quisiera que vosotros continuaseis siendo sus hermanos”. ■ Juan: “¡Maestro santo!… ¿Pero de veras conoces todo? Mira, algunas veces decimos que no es así, porque vas a ciertos lugares donde te encuentras con tus enemigos. ¿Sabes, antes de ir a esos lugares, que te los vas a encontrar y vas para combatirlos con tu amor, para someterlos al amor, o… por el contrario no lo sabes y conoces a los enemigos solo cuando los tienes frente a Ti y lees sus corazones? Una vez me dijiste —estabas muy triste y por el mismo motivo— que te sentías como uno que no ve…”. Jesús: “También he experimentado este martirio del hombre: el tener que seguir adelante sin ver, fiándome del todo en la Providencia. Debo conocer todo lo del hombre, menos el pecado. Y esto no por una barrera que haya puesto el Padre mío a mi ser humano, al mundo y al demonio, sino por mi voluntad de hombre. Porque Yo soy como vosotros”.
* Tentaciones en la naturaleza humana de Jesús.-Jesús: “Sí. Yo soy como vosotros. Pero sé querer más que vosotros. Por eso, sufro las tentaciones pero no cedo a ellas. Y en esto reside, como en vosotros, mi mérito”. Juan, incrédulo, exclama: “¡Tentaciones, Tú!… Me parece casi imposible…”. Jesús: “Porque tú tienes pocas. Eres puro y piensas que siendo Yo más que tú, no deba conocer la tentación. De hecho la carnal es tan débil respecto a mi castidad, que mi «yo» ni siquiera la percibe. Es como si un pétalo de flor chocase contra el mármol, al que no le causaría rasguño alguno. Se resbala… Hasta el mismo demonio se cansó de arrojarme estos dardos. Pero Juan, ¿no piensas en cuántas otras tentaciones hay a mi alrededor?”. Juan: “¿A tu alrededor? Tú no ambicionas riquezas, ni honores… ¿cuáles pueden ser?”. ■ Jesús: “¿No reparas que tengo una vida, que tengo cariños y también obligaciones para con mi Madre, y que todas estas cosas me tientan a escapar del peligro? La Serpiente lo llama «peligro», pero su verdadero nombre es «Sacrificio». ¿No piensas que también tengo sentimientos? En Mí existe el «yo» moral, y sufre con las ofensas, con los escarnios, con la insinceridad. Oh, Juan mío, ¿no te preguntas cuánto asco me causan la mentira y el mentiroso? ¿Sabes cuántas veces el demonio me tienta a reaccionar contra estas cosas, que me causan dolor, a reaccionar olvidando la mansedumbre, y poniéndome duro e intransigente? Y, en fin, ¿no piensas cuántas veces me lanza su aliento encendido en soberbia y me dice: «Gloríate de esto o de aquello. Eres grande. El mundo te admira. ¡Los elementos te sirven!»? ■ ¡La tentación de la complacencia en ser santo! ¡La más sutil! ¡Cuántos, por esta soberbia, pierden la santidad que habían conquistado! ¿Con qué corrompió Satanás a Adán? Con la tentación del sentido, del pensamiento y del espíritu. ¿No soy el Hombre que debe crear otra vez al hombre? De Mí saldrá la nueva raza. Entonces, Satanás busca los mismos caminos para destruir, y para siempre, la raza de los hijos de Dios. Vete ahora con tus compañeros y refiéreles lo que te he dicho. Y dejaos de pensar si sé o no sé lo que hace Judas. Piensa en que te amo. ¿No basta este pensamiento para llenar un corazón?”. Le da el beso y le dejar marchar.
* Plegaria de Jesús al Padre para poder ocultar la traición de Judas a los apóstoles.- ■ Y, otra vez solo, levanta sus ojos al Cielo que se ve entre las ramas de los olivos y gime: “¡Padre mío, concédeme que por lo menos hasta la última hora pueda ocultar el delito, para impedir que mis amados manchen sus manos de sangre! ¡Ten piedad de ellos, Padre mío! ¡Son muy débiles para no reaccionar contra la ofensa! ¡Que no guarden odio en sus corazones en la hora de la caridad perfecta!” y se seca las lágrimas que solo ve Dios… (Escrito el 8 Noviembre de 1946).
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(<Jesús se ha adelantado a sus once apóstoles y ha llegado a la casa del anciano Juan, en Nobe. En estos momentos, el anciano Juan está en la cocina, y Jesús con Elisa en la terraza>)
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8-528-203 (9-225-630).- En Nobe, consuelo materno de Elisa y el regreso inquietante de Judas Iscariote.
* Es necesaria una madre cuando el dolor supera las fuerzas del hombre.- ■ Dice Elisa: “Sí, Maestro, Judas de Keriot está aquí desde hace muchos días. Vino al atardecer de un sábado. Parecía cansado y extenuado. Dijo que te había perdido por las calles de Jerusalén, que había corrido a buscarte en todas las casas a donde normalmente vas. Aquí viene todas las tardes. Dentro de poco vendrá. Por la mañana se va, y dice que va a los lugares cercanos a predicarte”. Jesús: “Está bien, Elisa… ¿Y le creíste?”. Elisa: “Maestro, sabes que ese hombre no me gusta. Si mis hijos hubieran sido así, habría rogado al Altísimo que se los hubiera llevado. No he creído, no, a sus palabras. Pero porque te amo he guardado en mí mi juicio… Me he portado como una madre para con él. Por lo menos así he obtenido que regrese cada tarde”. Jesús: “Hiciste bien”, ■ y la mira fijamente y de improviso le pregunta: “¿Dónde está Anastásica?”. Elisa se pone roja, y con franqueza responde: “En Betsur”. Jesús: “Has hecho bien aun en esto. Te ruego que tengas compasión por él”. Elisa: “Como le compadezco quise apagar el incendio antes de que estallase en escándalo, o cuanto menos, que le llenase de terror a mi hija”. Jesús: “Dios te bendiga, buena mujer…”. ■ Elisa: “¿Sufres mucho, Maestro?”. Jesús: “Sufro. Es verdad. Se lo puedo decir a una madre”. Elisa: “A una madre se lo puedes decir… Si no fueses Jesús, el Señor, me gustaría que recargases tu cansada cabeza sobre mí y estrechar tu corazón afligido sobre el mío. Pero Tú eres tan santo que una mujer, fuera de tu Madre, no puede tocarte…”. Jesús: “Elisa, buena amiga de mi Madre y madre buena, tu Señor muy pronto será tocado por manos mucho menos santas que las tuyas, y besado… ¡oh!… Y después, otras manos… Elisa, si te fuera permitido tocar al Santo de los Santos, ¿con qué espíritu lo harías? ¿Te abstendrías, acaso, si la voz de Dios entre la nube de los inciensos, te pidiese tu amor para recibir por fin una caricia de amor, a cambio de tantos que se acercan a Él sin amor?”. Elisa: “Señor mío, si Dios me lo pidiese, arrodillada iría a cubrir de besos el lugar santo, y sería feliz que Dios se sintiese satisfecho, consolado con mi amor”. Jesús: “Entonces, Elisa, buena amiga de mi madre, fiel y buena discípula de tu afligido Salvador, deja que apoye mi cabeza sobre tu corazón porque el mío está tan afligido que se siente morir”. ■ Y Jesús, siguiendo sentado donde está, ante Elisa que está de pie cerca de Él, apoya realmente su frente contra el pecho de la discípula anciana, y lágrimas silenciosas se deslizan por el vestido oscuro de la mujer, que no puede contenerse de apoyar su mano en la cabeza que está reclinada en su corazón, y luego, al sentir que caen lágrimas en sus pies, calzados con sandalias pero desnudos, se inclina para besar ligeramente los cabellos de Jesús, y, a su vez, llora silenciosamente, y alza los ojos al cielo en muda plegaria. Parece una muy anciana Madre Dolorosa. No pronuncia una palabra, ni se mueve; pero con este acto suyo es tan «madre», que más no podría serlo. Jesús levanta su rostro, la mira. Pálidamente le sonríe: “Dios te bendiga por tu compasión. ■ ¡Oh, cuán necesaria es una madre cuando el dolor supera las fuerzas del hombre!”. Se pone de pie. Mira nuevamente a la discípula y le dice: “Este momento queda entre tú y Yo, en todos sus elementos. Para esto me he adelantado solo”. Elisa: “Sí, Maestro. Pero no puedes seguir solo más tiempo. Haz venir a tu Madre”. Jesús: “Vendrá dentro de dos lunas…”.
* Actitud despectiva, arrogante de J. Iscariote.- ■ …Y Jesús iba a añadir algo cuando abajo, en la cocina, resuena la voz áspera, un poco pedante e irónica de Judas de Keriot: “¿Todavía clavado en tu trabajo, viejo? ¡Hace frío! Y aquí no hay fuego. Tengo hambre. Y no hay nada preparado. ¿Es que está dormida Elisa? Ha querido hacerlo ella sola. Pero los viejos son lentos y su memoria es débil. ¡Eh! ¿No respondes? ¿Estás sordo esta tarde?”. El anciano Juan responde: “No. Te dejo hablar porque eres apóstol y no está bien que te regañe”. Iscariote: “¿Que me regañes? ¿Por qué?”. Anciano: “Pregúntatelo a ti mismo y lo sabrás”. Iscariote: “Mi conciencia no me reprocha nada…”. Anciano: “Señal de que es deforme o que la has mutilado”. Iscariote se ríe: “¡Ja, ja, ja!”. ■ Debe ser que Judas sale de la cocina porque se oye primero un portazo y luego pisadas en la escalera. Elisa dice a Jesús: “Bajo a preparar las cosas, Maestro”. Jesús: “Ve, Elisa”. Elisa sale de la habitación de arriba y pronto se encuentra con Judas que está para poner pie en la terraza. Iscariote le dice: “Tengo frío y hambre”. Elisa: “¿Y nada más? Entonces, hombre, tienes muy poco todavía”. Iscariote: “¿Y qué más debería tener?”. Elisa: “¡Eh, muchas cosas!…”. La voz de Elisa se aleja. ■ Iscariote murmura: “Son unos viejos tontos. ¡Uff!…”. Empuja la puerta y se encuentra cara a cara con Jesús. Del estupor, retrocede un paso. Reacciona y dice: “¡Maestro, la paz sea contigo!”. Jesús: “También contigo, Judas”. Jesús recibe el beso del apóstol, pero Él no se lo devuelve. Iscariote: “Maestro, estás… ¿No me das el beso?”. Jesús le mira sin responder. Iscariote: “Es verdad. Me equivoqué. Lo menos que puedes hacer es no besarme. Pero no me juzgues muy severamente. Aquél día me tomaron en medio unos que… no te amaban y disputé con ellos hasta ponerme ronco. Después… me dije: «¡Quién sabe a dónde habrá ido!» y me vine aquí a esperarte. ¿No es ya, de hecho, tu casa ésta?”. Jesús: “Sí, mientras me lo permitan”. Iscariote: “¿Vas a guardarme rencor por esto?”. Jesús: “No. Quiero que pienses en el mal ejemplo que has dado a los otros”. Iscariote: “¡Ya! Me parece oír ya sus palabras. Pero sé cómo justificarme con ellos. Ante Ti ni siquiera me justifico, porque sé que ya me has perdonado”. Jesús: “Es verdad. Te he perdonado”. ■ Judas, de quien habría que esperar un acto de humildad, de amor por tanta dulzura, exclama, sin embargo, con un gesto de enojo: “¡Pero no hay manera de verte irritado! ¿Qué clase de hombre eres?”. Jesús no responde. Judas, de pie, mira a Jesús sentado con la cabeza inclinada y menea su cabeza con una sonrisa perversa en sus labios. Y todo ha pasado ya para él. Se pone a hablar de esto y de aquello como si fuese el que mejor de todos se hubiera portado. Anochece. Cesan los rumores en la calle. Ordena Jesús: “Bajemos”. Entran a la cocina donde brilla el fuego y arde una lámpara de tres mechas. Jesús, cansado, se sienta junto al horno y parece adormilarse con el calorcito.
* Palabras y conducta desconcertantes de J. Iscariote de cuya audacia quedan asombrados sus compañeros apóstoles.- Además, se gloría de haber conseguido promesa de que no serán molestados.- ■ Llaman a la puerta. El anciano abre. Son los apóstoles. Pedro, que es el primero en entrar, ve a Judas y arremete contra él: “¿Se puede saber dónde has estado?”. Iscariote: “Aquí, simplemente aquí. ¿Iba yo a ser tan tonto que, después de que desaparecisteis, anduviese por acá y por allá? Me vine acá donde estaba seguro que vendríais”. Pedro: “¡Qué modo de actuar!”. Iscariote: “El Maestro no me ha reprendido por ello. Por otra parte ten en cuenta que no he perdido tiempo. Todos los días he evangelizado y hasta he hecho milagros. Lo que es cosa buena”. Bartolomé pregunta enérgico: “¿Y quién te había autorizado para ello?”. Iscariote: “Nadie. Ni tú, ni nadie. Pero basta con ser de los… de la… En una palabra, la gente está sorprendida y murmura y se ríe de nosotros, los apóstoles, que no hacemos nada. Y yo que lo sé, he trabajado por todos. ■ Hice más. Fui a la casa de Elquías y le demostré que no se puede obrar mal cuando uno es santo. Había muchos. Los convencí. Veréis que por estas partes no nos van a molestar. Ahora estoy contento”. Los apóstoles se miran entre sí, miran a Jesús. Su rostro es impenetrable. Parece como cubierto por un gran cansancio físico. Es lo único que puede verse. Santiago de Alfeo advierte: “Podías haberlo hecho pero con licencia del Maestro. Hemos estado preocupados por causa tuya”. ■ Iscariote: “¡Bueno, bien! Ahora podéis estar tranquilos. Él nunca me habría dado permiso. Nos… tutela demasiado. Hasta el punto de que la gente murmura de que está celoso de nosotros, que teme que nosotros hagamos más que Él, y también de que Él nos tiene castigados. La gente tiene lengua mordaz. Pero la verdad es que Él nos ama más que a la pupila de sus ojos. ¿No es verdad, Maestro?… Y teme de que nos veamos en peligros o que hagamos… el ridículo. También nosotros, por dentro, pensábamos que estábamos como castigados y que Él estaba celoso…”. Tomás, y con él los otros menos Tadeo, le interrumpe: “¡Eso sí que no! ¡Yo nunca he pensado eso!”. Tadeo planta sus claros y bellísimos ojos en los bellísimos pero huidizos de Judas y le interpela: “¿Y cómo pudiste obrar milagros? ¿En nombre de quién?”. Iscariote: “¿En nombre de quién? ¿Pero no te acuerdas que Él nos dio este poder? ¿Acaso nos lo ha quitado? No, que yo sepa. Así que…”. Tadeo: “Y por esto nunca me hubiera permitido a hacer algo sin su consentimiento u ordenes”. Iscariote: “Bueno, ¡y qué! a mí se me antojó hacerlo. Pensaba que no sería capaz de hacerlo. Lo logré. ¡Estoy contento de ello!” y corta la discusión saliendo al huerto oscuro. ■ Los apóstoles vuelven a mirarse. Están atolondrados de tanta audacia, pero ninguno quiere decir algo que pueda hacer sufrir más a su Maestro, que se le ve sufrir aun en el rostro. Juan, Andrés, y Tomás se quitan de encima las alforjas. Bartolomé, inclinándose para recoger una rama caída de un manojo, dice en voz baja a Pedro: “¡Quiera Dios que el demonio no le haya ayudado!”. Pedro junta sus manos como para decir: “¡Misericordia!”. Pero no responde. Va a donde está Jesús, le pone una mano en el hombro y le pregunta: “¿Estás cansado?”. Jesús: “Mucho, Simón”. Elisa dice: “Está ya todo preparado, Maestro. Ven a cenar. Mejor… quédate ahí junto al horno. Te voy a llevar la leche y el pan”. Y, efectivamente, habiendo puesto en una bandeja un tazón grande de leche caliente, y pan cubierto con miel, se lo lleva a Jesús y espera a que Él ore en pie ofreciendo los alimentos. Luego se acurruca en el suelo, buena, anciana, materna, deseosa de consolarle, y le sonríe mientras le anima a que coma, y —puesto que Jesús la ha regañado dulcemente por la miel extendida sobre el pan— le responde: “¡Te daría mi sangre por darte fuerzas, Maestro mío! No es más que la pobre miel de mi huerto de Betsur y sirve para fortalecer. Pero mi corazón…”. ■ Los otros comen alrededor de la mesa, con el fuerte apetito de quien ha caminado mucho. Y Judas, tranquilo, petulante, come con ellos y no habla más que de él. Todavía está hablando cuando Jesús ordena: “Cada uno vaya a la casa donde los hospedan. La paz sea con vosotros”. Se quedan con Él Judas, Bartolomé, Pedro, Andrés. Jesús manda que todos vayan a descansar. Está fatigado hasta el agotamiento, tanto que ya no puede sostener la fatiga de hablar y de oír hablar, y —esto lo pienso yo—la de soportar el esfuerzo de dominarse respecto a Judas de Keriot. (Escrito el 9 de Noviembre de 1946).
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(<Jesús y los suyos siguen en Nobe en casa del viejo Juan. Se ha planteado el tema de la posesiones demoníacas>)
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8-529-212 (9-226-639).- Objeciones de Judas Iscariote en el tema sobre el Demonio.
* Satanás ayuda con tal de hacerse servir. Dios le permite actuar porque de la lucha entre lo Alto y lo Bajo, el Bien y el Mal surge el valor de la criatura”.-Todos preguntan: “¿Y Satanás ayuda? ¿Verdaderamente? ¿Por qué? ¿Y por qué Dios le permite actuar? ¿Le permitirá actuar siempre? ¿Incluso cuando Tú ya reines?”. Jesús: “Satanás ayuda con tal de hacerse servir. Dios le deja actuar porque de esta lucha entre lo Alto y lo Bajo, el Bien y el Mal, surge el valor de la criatura. El valor y la voluntad. Siempre le dejará actuar. Aun después de que haya subido Yo al Cielo. Pero entonces Satanás tendrá en su contra a un enemigo poderoso y el hombre tendrá a una aliada muy fuerte”. Preguntan: “¿Quién? ¿Quién?”. Jesús: “La Gracia”. ■ Iscariote, que no para de zapar, objeta: “¡Ah, bien! Entonces para los de nuestro tiempo, sin gracia, será más fácil que sean reducidos al estado de esclavitud, o sea, sean subyugados, y será también menos grave la culpa si caen”. Jesús: “No, Judas. El juicio será siempre igual”. Iscariote: “Entonces es injusto; porque si somos ayudados menos, como consecuencia, deberíamos ser condenados menos”. Tomás dice: “No estás del todo equivocado“. Jesús: “Sí que está equivocado, Tomás. Porque nosotros los de Israel tenemos mucho en qué creer, esperar, amar, y muchas luces de Sabiduría, de forma que no podemos tener excusa de la ignorancia. Además, vosotros que tenéis a la Gracia como Maestra vuestra desde hace ya casi tres años, seréis juzgados como los del tiempo nuevo”, y lo dice marcando sus palabras y mirando a Judas que ha levantado su cabeza y se queda pensativo mientras mira al vacío. ■ Luego Judas menea la cabeza, como concluyendo un razonamiento interno, y hundiendo nuevamente la azada en la tierra, pregunta: “Y quien se entrega así al demonio, ¿en qué se convierte?”. Jesús: “En un demonio”. Iscariote: “¡En un demonio! De esa forma, si yo, por ejemplo, con tal de afirmar que el contacto contigo da un poder sobrenatural, hiciese cosas… que Tú censuras, ¿sería un demonio?”. Jesús: “Tú lo has dicho”. Andrés, casi asustado, aconseja: “Pero espero que no las vayas a hacer…”. Iscariote: “¿Yo? ¡Ja! ¡Ja! Yo planto árboles para nuestro viejecillo” y corre a la otra parte del huerto… (Escrito el 12 Noviembre de 1946).
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8-530-215 (9-227-641).- Otra noche de extravío y pecado de Judas Iscariote.
* Jesús, como el Esposo el Cantar, es un impaciente que espera toda la noche en vela.- ■ Nobe todavía duerme. El sol está naciendo. Apenas despunta detrás de la curva del horizonte, y ya pintó de color rosa una guedeja de nubes y convirtió en diamantes las gotas de rocío en las copas de los árboles que nunca se secan. Un alto roble, fuera del pueblo, tiene un velo de diamantes en sus hojas bronceadas vueltas hacia oriente. Parecen millares de estrellitas que titilan entre las ramas de este gigante que se despierta sumergido en el azul. Tal vez en la noche, algunas estrellas bajaron y murmuraron sus secretos a los ciudadanos de Nobe, o tal vez vinieron a consolar con su luz al Hombre que sin dormir camina silenciosamente allá arriba en la terraza de la casita del viejo Juan. Jesús es el único de toda Nobe que no duerme. Lentamente va y viene por la terraza de la casa con los brazos cruzados bajo el grueso manto que le defiende del frío y con la capucha sobre la cabeza. Cuando llega al extremo de la terraza, mira hacia fuera, asomándose para ver el camino que pasa por el centro del pueblo. El camino está semioscuro, vacío, silencioso. Y luego reanuda sus pasos, lenta y silenciosamente con la cabeza inclinada, meditabundo, algunas veces observando el cielo, cada vez más luminoso, y las encantadoras tonalidades del alba y de la aurora, o siguiendo con la mirada el vuelo de alguna ave mañanera, despertada con la luz y que deja su refugio de algún tejado cercano, para bajar a picotear a los pies del viejo manzano de Juan. Y luego, habiendo visto a Jesús, remonta su vuelo de nuevo y pía despertando así a los demás pajarillos.
.  ● “Te esperaba a ti. Porque es por ti por quien no he dormido toda la noche… el apóstol de Dios que prefiere la cloaca al Cielo, y la mentira a la Verdad”.- ■ De un cercado llega el balido de alguna oveja y se pierde tembloroso en el aire; de la calle, se oye el rumor de pisadas de alguien que viene aprisa. Jesús se asoma a mirar. Luego baja rápidamente por la escalerita, entra en la cocina oscura, cierra detrás de sí la puerta. Los pasos se acercan, ya se oyen en la franja de huerto de un lado de la casa. Se detienen delante de la puerta de la cocina. Alguien trata de abrir. No está la llave; entonces mueve el pestillo —que puede accionar tanto desde dentro como desde fuera—, mientras una voz murmura: “¿Será que se haya levantado ya alguno?”. Y una mano abre cautelosamente la puerta evitando que chirríe. La cabeza de Judas de Keriot se introduce por la abertura… Mira… Oscuridad. Frío. Silencio. “Dejaron abierta la puerta… Y con todo… Me parecía que estaba cerrada… Por otra parte, no es de gran importancia… Los ladrones no roban a los pobres. Son ellos más miserables que nosotros… ¡Ey!… Esperemos que… no siga mucho así. ■ ¿Dónde está ese maldito eslabón?… No lo encuentro… si logro encender fuego… se me hizo tarde, demasiado tarde… ¿Dónde estará? Demasiadas manos lo tocan. ¿En el horno? No… ¿Sobre la mesa? Tampoco… ¿Sobre las bancas? No… ¿Sobre la mesita? Tampoco… Esa puerta carcomida chirría al abrirse… Madera podrida… goznes enmohecidos… Todo aquí es viejo, mohoso, horrible. ¡Ah, pobre Judas! Y no está… Tendré que ir donde el viejo…”. Siempre hablando, ha ido palpando acá y allá invisible en la oscuridad, cauteloso como un ladrón o un ave nocturna que evita el chocar contra algo… ■ Topa contra un cuerpo y da un grito de sofocado terror. Jesús con tono sereno le dice: “No tengas miedo. Soy Yo. El eslabón está en mi mano. Tenlo. Enciende”. Iscariote, sorprendido, pregunta: “¿Tú, Maestro? ¿Qué estabas haciendo aquí solo, en la oscuridad, en el frío?… Hoy habrá muchos enfermos, después de un sábado y dos día de lluvia, pero no estarán aquí tan temprano. Ahora saldrán desde las ciudades cercanas, no antes, porque solo ahora se espera que no va a llover… El viento de la noche ha secado ya los caminos”. Jesús: “Lo sé, pero haz luz. No es propio de las personas honestas el hablar en la oscuridad, sino de ladrones, de mentirosos, de lujuriosos y de asesinos. Los cómplices aman las tinieblas para sus acciones perversas. Yo no soy cómplice de nadie”. Iscariote: “Tampoco yo, Maestro. Quería encender fuego. Por esto me levanté antes… ■ ¿Qué has dicho, Maestro? Has susurrado algo entre dientes y no he logrado oírlo”. Jesús: “¡Venga, enciende!”. Iscariote: “¡Ah!… Así, he visto que el día está sereno. Pero hace frío. A todos les gustaría encontrar un buen fuego… ¿Te levantaste al oír que yo hacía ruido aquí o por el viejo que… ¿Todavía tiene sus dolores? ¡Por fin! Parecían húmedos la yesca y el eslabón, porque se resistían mucho a hacer la chispa… Se han mojado…”. ■ Una llamita se desprende. Una sola, pequeña, temblorosa… pero bastante para ver dos rostros; el pálido de Jesús y el moreno e impertérrito de Judas, que dice: “Ahora hago fuego… Estás pálido como un muerto. ¡No has dormido! ¡Y todo por ese viejo! Eres demasiado bueno”. Jesús: “Es verdad. Soy demasiado bueno. Con todos, aún con los que no se lo merecen. Pero el anciano se lo merece. Es un hombre honrado, un hombre de corazón fiel. A pesar de todo, no he estado en vela por él, sino por otro. Es verdad, la yesca y el eslabón estaban húmedos, pero no porque se han mojado al voltearse alguna taza, o de otro líquido derramado, sino por mi llanto que sobre ellos ha goteado. Es verdad, el día está sereno, pero hace frío y el viento ha secado los caminos, aunque hacia el alba ha caído el rocío. Toca mi manto. Está húmedo… Y luego llegó el alba para mostrar el cielo sereno, llegó la luz para mostrar un lugar vacío, vino el sol de la aurora para hacer brillar las gotas de rocío en las hojas y las lágrimas en las pestañas. Es verdad. Hoy habrá muchos enfermos, pero Yo no esperaba a ellos. Te esperaba a Ti. Porque es por ti por quien no he dormido toda la noche. Por ti, y, no pudiendo esperarte aquí encerrado, subí a la terraza, a contar al viento mi llamada, a mostrar a las estrellas mi dolor, a la aurora mi llanto. No el viejo enfermo, sino el joven corrompido, discípulo que huye del Maestro, el apóstol de Dios que prefiere la cloaca al Cielo, y la mentira a la Verdad, me ha tenido en pie toda la noche. Y te he estado esperando. Y, cuando oí tus pasos, bajé aquí… a lo mismo, a esperarte, no ya físicamente —ya te tenía cerca vagando con movimientos propios de un ladrón por la oscura cocina— sino con tu sentimiento… Esperé una palabra… No supiste decirla cuando —Yo erguido— te topaste conmigo”.
.   ● Pero el más grande enfermo no vendrá a su Médico. Y el propio Médico está enfermo de dolor por este enfermo que no quiere curarse”.-Jesús: “¿Entonces aquel al que estás vendiendo tu corazón, no te advirtió que Yo sabía las cosas? ¡No, claro! No podía advertirte, ni podía sugerirte la única palabra que podías, que debías pronunciar, si fueses justo. Y te sugirió las mentiras no pedidas, inútiles, más ofensivas aún que tu huida nocturna. Te las sugirió riéndose a carcajadas porque así te ha hecho bajar un peldaño más y a Mí me ha causado otro dolor. Es verdad que vendrán muchos enfermos. Pero el más grande enfermo no vendrá a su Médico. Y el propio Médico está enfermo de dolor por este enfermo que no quiere curarse. Es verdad, todo es verdad. ■ También es verdad que te he susurrado una palabra que no has comprendido. Pero puedes adivinarla, por lo que te acabo de decir”. Jesús ha estado hablando en voz baja, cortante, dolorosa y al mismo tiempo enérgica que Judas, que a las primeras palabras sonreía, derecho, desvergonzado, muy cerca de Jesús, poco a poco ha ido retirándose como si cada palabra fuese una repulsa, mientras Jesús se ha ido irguiendo cada vez más, cual verdadero Juez, con el dolor pintado en el rostro. Judas arrinconado entre una masera y un rincón de la pared, murmura: “Pues… no sabría…”. Jesús: “¿No? Bueno, pues Yo te la voy a decir, porque no tengo miedo de decir lo que es verdad. ¡Mentiroso! Eso fue lo que dije. Si se soporta al niño mentiroso porque no conoce lo que es una mentira, y se le enseña para no decirla otra vez, en un hombre no se soporta, en un apóstol, discípulo de la Verdad misma, provoca asco. Completamente asco”.
.   ● “Estoy mojado de rocío como el esposo del Cantar. Inútilmente llamo a la puerta de tu alma, y le digo: «Ábreme porque te amo. Aun cuando estés manchada». ¡Estate atento, Judas! Atento de que el Esposo no se aleje, y para siempre…”.- ■ Jesús: “Por esto te he esperado toda la noche y he llorado bañando la mesa, allí donde estaba el eslabón, y luego he llorado velando y llamándote a la luz de las estrellas con toda el alma. Por eso estoy mojado de rocío como el esposo del Cantar (1). Inútilmente mi cabeza está mojada de rocío y mis cabellos de las gotas de la noche; inútilmente llamo a la puerta de tu alma, y le digo: «Ábreme porque te amo. Aun cuando estés manchada». Porque quiero entrar en ella y limpiarla. Porque está enferma, quiero curarla. ■ ¡Estate atento, Judas! Atento de que el Esposo no se aleje, y para siempre, y que no lo puedas encontrar más… ¿Judas, no hablas?”. Iscariote: “Es por lo demás tarde. Tú mismo lo has dicho: te causo asco. Arrójame…”. Jesús: “No. También los leprosos me causan asco, pero tengo piedad. Si me llaman acudo y los limpio. ¿No quieres ser limpiado?”. Iscariote: “Es tarde… y es inútil. No sé ser santo. Arrójame, te digo”. Jesús: “No soy uno de tus amigos fariseos que llaman inmundas a infinidad de cosas, las esquivan, o las arrojan con dureza cuando podrían limpiarlas con caridad. Soy el Salvador y no arrojo a nadie…”.Un largo silencio. Judas sigue en su rincón. Jesús apoyado sobre la esquina de la mesa, cansado, adolorido… Judas levanta la cabeza. Le mira con titubeo y con voz entrecortada: “¿Si te dejase, qué harías?”. Jesús: “Nada. Respetaría tu voluntad rogando por ti. Pero a mi vez te digo que aunque me dejases es por lo demás tarde”. Iscariote: “¿Para qué?”. Jesús: “¿Para qué? Lo sabes como Yo… Enciende el fuego ahora. Se oyen pasos arriba. Olvidemos lo que acaba de pasar. Todos verán que dormimos poco, tú y Yo… y que el deseo de calor nos trajo aquí… ¡Padre mío!…”. Mientras Judas acerca el fuego a las ramas que estaban ya en el horno, y sopla para que la llama prenda en las delgadas virutas, Jesús levanta sus manos a su cabeza y luego las aprieta contra los ojos… (Escrito el 14 de Noviembre de 1946).
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1  Nota  : Cfr. Cant. 5,2.
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(<Jesús ha salido a despedir a la romana Valeria, que había venido a Nobe a visitar al Maestro acompañada de su hijita Faustina. La pequeña, como signo de reconocimiento y de estima, ha entregado a Jesús un ramo de flores>)
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8-531-234 (9-228-660).- En Nobe, el milagro de la curación del pequeño Leví.- El apóstol Mateo escribía.
“«Él le curará»”: “La palabra de la fe”.- ■ Luego Jesús entra otra vez en la habitación y pensativo se sienta junto a las flores esparcidas por el suelo. Pasa el tiempo así. Luego alguien llama a la puerta. Entra Pedro que dice, mirando a su Maestro: “Tú deberías venir donde nosotros. Aquí hace frío. ¡Qué hermosas flores! ¡Deben valer!”. Jesús: “Sí. Valen. Pero la manera y el modo con que se hizo valen más que las flores. Me las trajo la niña de Valeria, la romana amiga de Claudia. Me las trajo para consolarme. Saben que sufro y Valeria tuvo una buena idea. Pensó que las flores de una inocente podrían consolarme…”. Pedro: “¡Una romana!… ¡Y nosotros los de Israel te causamos tanto dolor!… Judas tuvo razón en sospechar. Dijo que había visto un carro esperando, y que sin duda era de alguna mujer romana… y… se intranquilizó…”. La cara de Pedro es toda una interrogación. Jesús no pregunta más que: “¿Dónde está Judas?”. Pedro: “Afuera. Quiero decir, en el camino, cerca del bosque. Quiere enterarse de quién ha venido a verte…”. Jesús: “Bajemos”. ■ Judas está ya en la cocina. Se vuelve al ver a Jesús y dice: “Aunque quisieras, no podrías negar que esa mujer vino a… ¡quejarse de alguna cosa! ¿Tiene, todavía, más cosas que decir? No tienen otra ocupación más que de espiar y de ir a contar y…”. Jesús: “No estoy obligado a responderte, pero lo haré por todos. Simón Pedro sabe quién fue, y a todos voy a decir a qué vino. Aun las personas aparentemente más felices pueden tener necesidad de consuelo y de consejo… ■ Andrés, ve a recoger las flores que me trajo la niña y llévatelas al pequeño Leví. Está agonizando”. Bartolomé, asombrado, dice: “¿Agonizando? Pero si a la hora de tercia le vi yo, ¡y estaba sano!”. Jesús: “Estaba sano. Antes del anochecer habrá muerto”. Bartolomé: “Si está tan mal, poco gozará de las flores…”. Jesús: “Las flores que manda el Maestro dirán una palabra luminosa en ese hogar aterrorizado”. Jesús se sienta. Los demás hablan de la fragilidad de la vida. Elisa se pone el manto, diciendo: “Yo también voy con Andrés… ¡Pobre mujer!”. Andrés y Elisa se alejan con las flores entre las manos… ■ Jesús sigue callado, también Judas titubeante. Jesús está silencioso, pero no severo… Judas le mira una y otra vez, estimulado por el ansia del saber, por el ansia atormentadora de quien no tiene paz en la conciencia. Encuentra la solución en llamar aparte a Pedro. Se sosiega después de hablar con Pedro y va a molestar a Mateo que tranquilamente escribe en un rincón de la mesa (1). ■Regresa Andrés corriendo, habla con congoja. “Maestro… el niño de verdad que está agonizando… De improviso… Parece como si estuviesen locos… cuando Elisa dijo: «Las manda el Señor», yo creía que entenderían que era: «para el féretro», pero sus padres… juntos dijeron: «¡Oh, es verdad! Ve a llamarle. Él le curará»”. Jesús: “La palabra de la fe. Vamos”, y sale aprisa, casi corriendo. Todos le siguen, hasta el viejo Juan, que cojea. ■ La casa está al final del pueblo. Jesús pronto llega, se abre paso entre la gente, que obstaculiza la puerta abierta. Va derecho a una habitación que está en el fondo del pasillo. Es una casa grande, muchos viven en ella, tal vez hermanos. En la habitación, inclinados sobre el improvisado lecho, están los padres y Elisa… No ven a Jesús sino cuando dice: “La paz sea en esta casa”. Los padres dejan al niño agonizante y se arrojan a sus pies. Sólo Elisa se queda donde está: trata de frotar los miembros, que se enfrían, con sustancias aromáticas. El pequeño está agonizando. Su cuerpo tiene ya la pesantez y el relajamiento de la muerte. Su carita tiene el color de cera; los orificios de su nariz, denegridos; los labios, morados. El pequeño respira con fatiga, espasmódico el pequeño pecho, y cada respiro, de tan separado como está del precedente, parece siempre el último. La madre llora con su cara pegada a los pies de Jesús. También el marido está inclinado. Dice: “¡Ten piedad, ten piedad!”. No sabe decir otra cosa. ■ Jesús: “Leví, ven a Mí” y tiende sus brazos. El pequeño, un niño como de cinco años, sufre una como sacudida, como si alguien, mientras durmiera, le hubiese llamado con voz fuerte. Se sienta sin fatiga, se restriega con sus puñitos los ojos, mira atónito a su alrededor y al ver a Jesús con una sonrisa, baja del lecho, y, vestido con su blusita, va seguro hacia el Salvador. Sus padres, como están inclinados, no ven nada, pero el grito de Elisa: “¡Bondad eterna!” y el de los apóstoles y curiosos que desde el pasillo lanzan un: “¡Oh!” de estupor, les advierten de lo que está sucediendo, y levantan sus caras del suelo y ven a su hijito allí, sano, como si nunca hubiera estado agonizante. La alegría les hace reír, llorar, gritar o callar, según las reacciones de cada uno; aquí produce un estupor mudo, casi desconcertado… Es grande la diferencia entre la condición precedente y la actual, y los dos padres, que ya estaban aturdidos por el dolor, tratan de volver a la alegría. Lo logran al fin al ver a su hijito en los brazos de Jesús. El mutismo se transforma en un diluvio de palabras de alegría, de bendición, y es difícil entenderlas, porque unas se sobreponen a las otras sin orden alguno.
* “Si soy bueno con quien me odia, ¿qué no daré a quien me ama? Yo sabía… sabía que el dolor os hacía olvidaros de la Fuente de la Vida. Quise señalar el camino…”.- ■ Reconstruyo por ellas lo que sucedió. A eso de la hora sexta, el niño que jugaba en el huerto, había entrado quejándose de dolores en el abdomen. Su abuela le tomó en brazos y le llevó cerca del fuego, donde pareció sentirse mejor. Pero a la hora de nona había tenido un ataque de vómito intestinal e inmediatamente había empezado a agonizar. La clásica peritonitis fulminante. Su padre había ido a toda prisa a Jesrusalén a los primeros síntomas del mal y regresado con un médico que, informado de todo, diagnosticó: “No tiene remedio” y se había marchado… El niño de momento en momento empeoraba, se enfriaba. En medio de su angustia, nunca pudieron imaginar que llegase a salvarse. Sólo cuando Andrés y Elisa habían entrado con las flores diciendo: “Las manda Jesús a Leví” habían como sentido una luz interna y exclamado: “Jesús le salvará”. ■ Los padres dicen: “Le salvaste. ¡Bendito seas por siempre! ¡Tus flores! ¡La esperanza! ¡La fe! ¡Oh, sí, la fe de que nos amas! ¿Pero cómo lo supiste? ¡Bendito! Pide lo que quieras de nosotros. ¡Danos órdenes como si fuéramos tus esclavos! ¡Somos tuyos!…”. Jesús los escucha con el niño en los brazos. Les deja hablar hasta que se cansen, hasta que sus nervios, sujetos a una tensión tan grande, se calmen con el desahogo. Luego dulcemente dice: “Amo a los niños y a los corazones fieles. Todos vosotros de Nobe habéis sido muy buenos conmigo. Si soy bueno con quien me odia, ¿qué no daré a quien me ama? Yo sabía… sabía que el dolor os hacía olvidaros de la Fuente de la Vida. Quise señalar el camino…”.
* Quise decir a uno: que «No ignoro nada». Y a los demás que: «Dios responde a quien invoca con fe».-Padres: “¿Por qué no has venido Tú mismo, Señor? ¿Tenías miedo de que no te fuéramos a acoger?”. Jesús: “No. Sabía que me habríais recibido con amor. Pero entre los que están aquí, hay alguno que tenía necesidad de convencerse de que no ignoro nada de lo que pasa a los hombres, ni el estado de su corazón. Quise también que los demás comprendieran que Dios responde a quien le invoca con fe. Quedos en paz. Creced siempre en la fe, en la Misericordia de Dios. La paz sea con vosotros. Adiós Levi. Ve con tu mamá, ahora. Adiós, mujer. Consagra también al Señor el fruto que llevas en el seno, como recuerdo de la bondad que el Señor ha tenido para contigo. Adiós, hombre. Conserva tu espíritu en la justicia”. ■ Se vuelve para marcharse, pasando con dificultad por entre familiares que se han apiñado en el pasillo: abuelos, tíos, primos de Leví, que quieren hablar a Jesús, bendecirle y ser bendecidos, besarle la vestidura, las manos… Y luego, después de la numerosa parentela, está la gente del pueblo, que quiere hacer lo mismo. Pero éstos, dejando la casa de Leví entregada a su alegría, se echan a la calle en pos de Jesús. Y en las calles, ya oscuras, con el habitual ruido de las horas de fiesta, toda Nobe acompaña a Jesús a la casita de Juan. Y es menester la autoridad de los apóstoles para persuadir a los del pueblo a que regresen a sus casas y dejen en paz al Maestro; y a ella agregan medios más enérgicos, como la amenaza de que, si no lo dejan descansar, al día siguiente, se irán todos, y esto último da resultado. Por fin Jesús puede reposar… (Escrito el 15 de Noviembre de 1946).
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1  Nota  : Esta Obra afirma aquí  y en otros lugares que Mateo escribía.  Cosa que puede creerse, porque había sido además aduanero. En otro lugar, María Valtorta añade (según lo que decía al Padre Migliorini que copió en máquina las 15.000 páginas manuscritas) que lo que escribía Mateo eran apuntes de lo que Jesús decía, y que luego los completaba y ordenaba.
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8-532-238 (9-229-664).- En Nobe, víspera de las Encenias, una prostituta enviada a tentar a Jesús.
* En la vigilia de las Encenias, los apóstoles, en estado de euforia, preparan la casucha de Juan de Nobe con ornamentos de fiesta.- ■ Los pueblos tomados en conjunto, o los hombres, individualmente, tienen siempre algo de niños y algo de salvajes, o al menos, primitivos. Por esto son muy sensibles a cualquier cosa que tenga sabor de novedad, de extraordinario, de fiesta. La proximidad de las solemnidades tiene siempre el poder de exaltar a los hombres, como si la fiesta borrase sus tristezas, sus cansancios. Cuando la fiesta va a empezar, algo, de carácter vigoroso, levemente exaltado, se apodera de todos, como si esa proximidad se asemejase al tón-tón de los salvajes cuando van a su guerrear o danzan alrededor de sus altares. ■ Los apóstoles también al acercarse las Encenias, se hallan en estado de euforia. Hablan, ríen, se ponen a echar planes, a recordar fiestas pasadas, en que no falta una cierta nostalgia. El aire que anima, el aire de fiesta se posesiona de ellos, los empuja a obrar, para que todo esté arreglado durante la solemnidad. ¿Que las lámparas en la casa de Juan son pocas? ¡Qué importa! En la de Tomás, en Rama, hay muchísimas. Y Tomás va a Rama a traerlas. ¿Que el aceite no es suficiente? ¡Oh, Elisa tiene mucho en Betsur y lo ofrece! Y Andrés y Juan van a Betsur por el aceite. ¿Que para cocer las tortas se necesita fuego suave de maleza? Los dos Santiagos se van a los montes a traerla. ¿Que parecen escasos la harina, la cebada y la miel para los platos del rito? ¿Y para qué se quiere entonces a Nique en Jerusalén, que casi se ha ofendido porque nunca le piden nada, sino poder ofrecer su miel y la cebada y la harina de sus campos? Pedro y Zelote van a la casa de Nique, mientras Judas de Alfeo ayuda a Elisa a adornar la casa, y hasta el viejo Bartolomé se une a la alegría común, junto con Felipe, a dar una buena mano de cal a la cocina negra del humo, para que se vea alegre. Judas Iscariote se reserva la parte decorativa y vuelve una y otra vez cargado de ramas vivaces, olorosas, adornadas de bayas, y las coloca garbosamente sobre las mesas y alrededor de la campana del horno. En la vigilia de las Encenias, la casucha parece estar preparada para salir al encuentro de la novia. Está cambiada. Sus utensilios de bronce brillan. Sus lámparas resplandecen como soles, ramas alegres en las blancas paredes; mientras un olor a pan y a tortas baña el aire, lo empapa, ya oloroso por las ramas cortadas. ■ Jesús los deja hacer. Parece como si estuviera lejos, pensativo y hasta triste. Responde a quien le pregunta, solicitando, con la pregunta que hace, un elogio por lo que ha hecho. Estas preguntas me permiten reconstruir los trabajos que han hecho los discípulos, que preguntan: “¿No he tenido una buena idea yendo a mi casa a traer las lámparas?”; o bien: “¿No hicimos bien Felipe, y yo, blanqueando todo? Ahora está claro y alegre. Hasta parece más grande”; o también: “¿Ves, Maestro? Elisa está contenta. Le parece estar en su propia casa, cuando vivían sus hijos. Hoy estuvo cantando mientras ponía su aceite en las lámparas y luego mezclaba su miel con la harina y disolviéndola en la leche para la cebada”; o bien: “Diga lo que quiera Elquías (1). Pero un poco de verde no está mal. En realidad, si el Creador ha hecho las ramas, es para que las usemos, ¿no es verdad?”. De este modo permiten reconstruir el trabajo que cada uno ha hecho. Pero, aun cuando responde a estas preguntas, que anhelan una alabanza, su pensamiento está muy lejos. Se le nota. La noche va cayendo. Después de los últimos saludos de los vecinos del lugar, que antes de irse a sus casas, asoman su cabeza en la cocina para saludar al Maestro, el silencio cubre a Nobe. Es la hora en que todos cenan. Es la hora de descanso para los niños y ancianos, para los que están enfermos o delicados de salud. Debe ser costumbre el hacer regalos en las Encenias, porque veo que en cuanto se retira el viejo Juan a su cuarto, cercano a la cocina, Elisa y los apóstoles se ponen a terminar, ella, una túnica, ellos, objetos útiles tallados en madera y una cortina de red con cuerdecitas teñidas de rojo, verde, amarillo, morado, especialidad de los pescadores. Tomás, Mateo, Bartolomé y Zelote los miran. Elisa, levantándose y sacudiendo las hebras que pudiera haber, dice: “Bueno. Ya he terminado”. Pedro, tocando el vestido, dice: “Sentirá calor el pobre viejo. ¡Ah, nosotros los hombres sin las mujeres somos en verdad unos infelices! No sé cómo estaríamos sin ti, después de varios meses de no haber ido a nuestras casas. Yo puedo hacer esto. ¡Pero si tengo que coser una hebilla!…”. Bartolomé añade: “Y lo has hecho rápido. Te pareces a mi mujer”. Judas Tadeo, dejando en la mesa un cubilete, que puede servir para salero o para poner cualquier otra especia, dice: “También yo ya acabé. Esta madera era buena. Suave y resistente al mismo tiempo”. Santiago de Alfeo dice: “A mí todavía me falta. Hay aquí un nudo que no permite que se trabaje en él. A lo mejor mi trabajo no sale bien. Lo siento. Lo bonito estaba en estos nudos oscuros con un fondo blanco. Mira, Jesús, ¿no te parece como si fuesen cimas de montes pintadas en la madera?”, y enseña una especie de jarrón, que no sé a qué uso pueda destinarse, verdaderamente hermoso por la forma, con una tapadera en forma de cúpula, y graciosamente veteado, tanto en la panza como en la tapadera. Pero es precisamente en la tapadera, donde el nudo resiste. Jesús, que ha estado mirando, responde: “Continúa, continúa. Verás que lo logras. Calienta el hierro hasta el rojo. Lo lograrás, pasada la primera capa…”. Mateo pregunta: “¿Pero no se estropea con el fuego?”. Jesús: “No, si se hace con maña. Por otra parte, o se hace así o hay que desistir”. Santiago calienta el punzón y pone la roja punta en el nudo. Se siente el olor a madera quemada… Jesús dice: “¡Basta! Ahora trabaja y lo lograrás”. Y ayuda a su primo, sujetando prieta la tapa como en una mordaza. Dos veces el cuchillo resbala y ligeramente toca en los dedos de Jesús. Santiago de Alfeo dice: “¿Lo viste? Te has herido. ¡Déjame ver!”. Jesús, sacudiendo su dedo porque su sangre cae sobre el nudo, dice: “No es nada. Dos gotas de sangre…”. Y dice luego: “Seca la tapa. Se ha manchado”. Elisa, envolviendo la mano en su velo de lino, dice: “No. ¡Dejadlo! Así vale muchísimo. Seca aquí tu dedo, Maestro. Aquí en mi velo. Tu sangre, es sangre bendita”. La tapa está hecha. La estría ha cedido. Zelote comenta: “¡Quería vengarse antes!”. Tomás añade: “Tienes razón. Un leño terco”. Zelote observa: “Con el hierro, el fuego y el dolor. Parece una de esas frases que tanto gustan a los romanos”. ■ Bartolomé dice: “No sé por qué, pero a mí me parece que me trae a la memoria a los profetas en ciertos puntos. También nosotros somos del leño terco (2)… ¿y habrá necesidad de hierro, fuego y dolor para hacernos buenos?”. Jesús: “En verdad, será necesario. Pero no bastará. Yo trabajo con el fuego y con mi dolor, pero no todos los corazones saben imitar a este leño…”.
* J. Iscariote niega tener parte en esta trama de la prostituta.- ■ Jesús oye pasos. Dice: “¡Silencio! Afuera hay alguien….”. Escuchan. No se oye nada. “Tal vez el viento, Maestro. Hay hojas secas en el huerto…”. “No. Eran pasos”. “Algún animal nocturno. Yo no oigo nada”. “Tampoco yo. Tampoco yo…”. Jesús escucha. Parece como si escuchase. Después alza su rostro y mira fijamente a Judas de Keriot que también ha estado atento a todo ruido (muy a la escucha, más que los otros). Le mira tan fijamente que Judas pregunta: “¿Por qué me miras así, Maestro?”. La respuesta no llega, porque alguien llama a la puerta. De las catorce caras que la lámpara ilumina, sola la de Jesús no se muda. Las demás cambian de color. Jesús ordena: “¡Abrid! ¡Abre, Judas de Keriot!”. Iscariote: “¡Yo no! ¡No abro, no! ¡Podría ser mala gente que hubiera venido a propósito durante la noche! ¡No seré yo quien te perjudique!”. Jesús: “Abre, tú Simón de Jonás”. Pedro: “¡Menos todavía! ¡Yo, más bien, meto la mesa contra la puerta! Por lo menos les echaré encima la mesa” y hace ademán de llevarlo a cabo… Jesús ordena al anciano Juan: “Abre, Juan, y no tengas miedo”. Iscariote dice: “¡Oh! Si estás decidido a dejar que entren, me voy al cuarto del viejo. No quiero ver nada”, y recorre con cuatro zancadas el trecho que le separa de la puerta de la habitación de Juan, y en ésta se mete. Juan, de pie, junto a la puerta, con la mano en la llave, mira asustado a Jesús y en voz baja dice: “¡Señor!…”. Jesús: “Abre y no tengas miedo”. Santiago de Zebedeo, que se quita el vestido, se recoge las mangas de la túnica, pronto al ataque, dice: “Hazlo. Somos trece hombres fuertes. ¡No serán ellos un ejército! Con cuatro puñetazos y gritos —Elisa tú gritarás si llega el caso— los echamos a huir. ¡No estamos en un desierto!”. Pedro le imita. Juan, todavía dudoso, abre la puerta, mira, mira por la rendija. No ve a nadie. Grita: “¿Quién anda ahí?”. ■ Una voz adolorida de mujer responde: “Soy mujer. Quiero ver al Maestro”. Pedro, que está detrás de Juan, dice: “No es la hora de venir. Si estás enferma, ¿por qué andas a estas horas? Si eres leprosa, ¿por qué te aventuras a venir a un pueblo? Si tienes algún sufrimiento, regresa mañana. Vete, vete con tu suerte”. La mujer insiste: “¡Tened piedad! Me encuentro sola en el camino. Tengo frío. Tengo hambre. Soy una infeliz. Llamadme al Maestro. Él tiene piedad…”. Los apóstoles, cohibidos, miran a Jesús. Su rostro refleja severidad, pero no dice nada. Cierra la puerta. Felipe objeta: “¿Qué hacemos, Maestro? ¿Le damos un pedazo de pan? Sitio no hay. Ir a las casas con una desconocida…”. Bartolomé dice: “Espera. Voy a ver” y toma una lámpara para alumbrarse. Jesús le dice: “No es necesario que vayas. Esa mujer no tiene frío ni hambre, y sabe muy bien a dónde debe ir. No tiene miedo de la oscuridad de la noche. Pero es una infeliz, aunque no está ni enferma ni es leprosa. Es una prostituta. Vino a tentarme. Os lo digo para que sepáis que conozco todo, para que os convenzáis de ello y os digo también que no ha venido porque hubiera querido, sino porque le pagaron para que viniese”. ■ Jesús habla en voz alta, de modo que los que están en la habitación contigua puedan oírle, sobre todo Judas. El mismo Iscariote, que aparece por la cocina, pregunta: “¿Y quién te pudo haber hecho esto? ¿Para qué? Ciertamente los fariseos, no; como tampoco los escribas, y menos los sacerdotes, si es una prostituta. No creo que los herodianos (3) sean tan… rencorosos como para tomarse ciertas molestias para… Ni si quiera yo sé para qué”. Jesús le contesta: “El «para qué» te lo voy a decir Yo; y tú sabes como Yo, que es así. Para poder acusarme de pecador, de que tengo relaciones con pecadoras públicas. Y te digo también que no maldigo a ella, ni a quien mandó. Todavía soy y siempre lo seré la Misericordia. Voy a verla. Si no tienes inconveniente, ven conmigo. Voy a verla porque realmente es un ser infeliz. Dijo que lo era, por decir mentira, pues es joven, hermosa y ha sido bien pagada, es sana y está satisfecha de su vida infame. Pero es una infeliz. Es la única verdad que dice entre tantas mentiras. Sal delante de Mí y asiste a nuestra conversación”. Iscariote: “¡Yo no salgo! ¿Por qué debo hacerlo?…”. Jesús: “Para que puedas contar a quien te pregunte”. Iscariote: “¿Y quién crees que me va a preguntar? Entre nosotros, no hay razón de hacer preguntas, y los otros… Yo no veo a nadie”. Jesús insiste: “Obedece. Sal primero”. Iscariote: “No. En esto no te obedezco, y no puedes obligarme a que me acerque a una meretriz”. Pedro le dice: “¡Oye! ¿Pero qué piensas que eres? ¿El Sumo Sacerdote? Yo voy, Maestro, y no tengo miedo de que se me pegue nada”. Jesús: “No. Voy Yo solo. Abre”. ■ Jesús sale al huerto. No se ve nada en el negror absoluto de la noche. Se abre la puerta de la cocina y Pedro sale con una lámpara; dice con voz fuerte: “Toma esto por lo menos, Maestro, si es que no quieres que te acompañe”. Y luego en voz baja: “Recuerda que estamos detrás de la puerta. Si algo te pasa, no tienes más que llamarnos…”. Jesús: “Gracias. Nos discutáis de esto”. Jesús toma la lámpara y la levanta para ver. Detrás del grueso tronco del nogal se ve una figura humana. Jesús da dos pasos hacia ella, y le ordena: “Sígueme”. Y va a sentarse en el banco de piedra, que está contra la casa, en el lado de oriente.

* (<Jesús despierta el arrepentimiento en la prostituta: 1.- Mostrándole la perversidad de los que la han envidado: “aprovechándose de tu deseo carnal, te han pagado para venir aquí a tentarme. Te han dicho: Él se dice el Mesías. Es solo un impostor”. 2.- Afirmando quién es Él: “Yo soy el Redentor. He tomado cuerpo de hombre para salvaros, para destruir el pecado no para pecar”. 3.- Describiendo después la vida miserable de una prostituta. 4.- Y, cuando la prostituta, ya en camino del arrepentimiento, piensa que no es merecedora del perdón de Dios, manifestándole: “Mujer, Dios no es el mundo. Dios es Bondad. Dios es perdón, Amor. No te avergüences mostrar tu corazón a tu Salvador. Conozco la condición de la mujer que expía, como es justicia, más duramente que el hombre las consecuencias de la culpa de Eva”. 5.- Es entonces cuando la mujer descubre la coartada tendida al Maestro por sus enemigos: la idea era hallar a Jesús en la casa de la prostituta. Confiesa también su andar inmundo, causa de una vida infeliz y llena del temor de Dios y de la muerte y de escarnio para su familia. Se desprende bruscamente de su velo y de su manto. Los desgarra y pisotea. Saca anillos y pulseras y los laza lejos. Se arroja al suelo a los pies de Jesús. Ahora sí llora verdaderamente. Postrada ante él pide perdón. 6.- Concluyendo Jesús: “Por las oraciones de tu madre has encontrado misericordia ante Dios”. Cfr. Este episodio, completo, se relata en el tema “Pureza-Castidad”>)
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* “Y esta es la respuesta a quien piensa que una mujer puede tentar al Hijo del hombre y desviarlo de su misión”.- ■ Jesús se levanta, se dirige a la puerta de la cocina, llama, dice que la abran y añade: “Elisa, ven conmigo”. Ella obedece. La lleva donde está la mujer que al ver venir a otra mujer, y anciana, tiene el movimiento de vergüenza y trata de cubrirse sus carnes y su vestido provocativo con los pedazos de manto y velo desgarrados. “Óyeme, Elisa. Me voy ahora mismo de esta casa. Dirás a mis discípulos que se reúnan conmigo al amanecer en la puerta de Herodes. Todos, menos Judas de Keriot que debe venir conmigo. Vas a llevar a esta mujer a dormir contigo. Puedes tomar mi cama, porque no regresaré por mucho tiempo a Nobe. Mañana, cuando Juan se levante, tú y él, acompañaréis a esta mujer a donde os dijere. Le darás un vestido cualquiera y un manto de los tuyos. La ayudaréis en todo”. Elisa: “Está bien, Señor. Se hará como has dicho. Lo siento por Juan…”. Jesús: “Yo también. Quería complacerle, pero el odio de los hombres impide al Hijo del hombre que tenga una hora de regocijo…”. Elisa: “¿Y después, Señor?”. Jesús: “¿Después? Puedes regresar a Betsur y esperar… Hasta pronto, Elisa. Mi bendición y mi paz estén contigo. ■ Adiós, mujer. Te dejo en manos de una madre y de un hombre justo. Pero, si crees que tienes que volver para recoger tus prendas…”. Mujer: “No. Ya no quiero tener nada con el pasado”. Elisa: “¡Pero mujer! ¡No vas a dejar todo abandonado! ¿No tienes siervos ni familiares?”. Mujer: “No tengo más que a una esclava… y…”. Elisa: “Tendrás que dejarla libre, tendrás…”. La mujer suplica: “Te ruego que lo hagas tú, cuando regreses. Ayúdame a que me cure del todo”. La angustia palpita en su voz. Elisa dice: “¡Sí, hija mía, sí! No te angusties. Mañana pensaremos en todo. Ahora ven conmigo arriba”, y Elisa la toma de la mano, la guía por las escaleras, a una de las dos habitaciones que hay. ■ Luego ligera baja: “Pensé que convenía que todos te viesen sin ella, Señor; y que ni supiesen dónde está. Estas joyas…”. Se inclina a recoger anillos, y brazaletes, broches, horquillas, el cinturón y las bolitas del collar que no fueron pisoteadas. “¿Qué haremos de esto, Señor?”. Jesús: “Ven conmigo. Tienes razón. Está bien que no me vean con ella”. Entran en la cocina. Todos miran a Jesús interrogativamente. El viejo Juan se ha levantado, tal vez al oír la discusión de los apóstoles. Jesús dice: “Elisa, da estas cosas preciosas a Tomás. Tú, Toma, mañana las venderás a algún orfebre. Servirá para los pobres. Sí. Son joyas de una mujer, de ésa. Y esta es la repuesta a quien piensa que una mujer puede tentar al Hijo del hombre y desviarlo de su misión. También es el consejo que doy a los que me odian, que es inútil todo lo que hagan por encontrar algo de qué acusarme. Juan, Elisa te dirá lo que tienes que hacer. Te bendigo…”. Juan, apenado: “¿Te vas, Señor?”. Jesús: “Tengo que irme. Adiós. La paz sea contigo”. ■ Se vuelve a los apóstoles y les ordena: “Id a acostaros, menos tú, Judas de Keriot, que vendrás conmigo”. Iscariote replica: “¿A dónde? ¿Y de noche?”. Jesús: “A orar. No te hará mal. ¿O temes el aire nocturno, si estás junto a Mí?”. Judas inclina su cabeza, toma de mala gana el manto. Jesús toma el suyo. Jesús les dice: “Mañana al amanecer en la puerta de Herodes. Iremos al Templo y…”. Todos: “¡No!”. El no es unánime. El de Judas es más fuerte. Jesús insiste: “Iremos al Templo. ¿No dijiste que los habías convencido de que me dejarían en paz?”. Iscariote: “Cierto”. Jesús: “Entonces iremos al Templo. Ven” y se dirige a la puerta para salir. Pedro suspira: “Y así ha acabado una fiesta que habíamos preparado…”. Santiago de Zebedeo le replica: “Terminada, antes de empezarla, deberás decir”. Jesús está ya en los umbrales de la puerta abierta. Se vuelve y bendice. Luego, desaparece en la oscuridad. ■ En la cocina todos están mudos. Mateo pregunta a Elisa: “Pero, ¿cómo sucedió esto?”. Elisa: “No lo sé. Había una mujer que lloraba. Él le dijo a ella lo que también os dijo. Quién haya sido, de dónde y para qué haya venido, no lo sé…”. Apóstoles: “Está bien. Vámonos…”. Y, menos Bartolomé y Mateo, que duermen en la casa, todos los demás se van. (Escrito el 21 de Noviembre de 1946)
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1  Nota  : Se trata del Anciano Elquías. Que vive en una casa situada poco lejos del Templo. Es una casa decorosa, un poco severa, de cumplimiento estricto. No hay ningún motivo ornamental: ni en las cortinas, ni en el friso de las paredes, ni un pequeño objeto de adorno. Todo está regulado según el precepto: “No te harás ninguna escultura ni representación de lo que hay arriba en el cielo o bajo en la tierra”.   2  Nota  : Cfr. Por ej. Ez. 17 y 31: Dan. 4.   3  Nota  : Herodianos: Con toda probabilidad los herodianos eran la clase de Judíos que hacían política, llenos de celo por la dinastía de Herodes Antipas, tetrarca de Galilea, siempre dispuestos a avisar a la autoridad romana las palabras o acciones de Jesús que pudiesen ir contra ella. Cfr. Mt. 22,15-22; Mc. 3,6; 12,13-17; Lc. 20,20-26.
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8-533-251 (9-230-676).- Jesús, con Judas Iscariote, hacia Jerusalén.
* Quisiera no haberme hecho hombre inútilmente por ti. Esto es lo que quisiera. Pero tú por lo demás eres ya de otro amo”.- Es un odio, pero no humano, lo que se ve en las negras pupilas de Judas.- ■ El alba esclarece el horizonte. El bosque de olivos que cubre el monte se ilumina poco a poco al salir de la penumbra, y los troncos, todavía en ella sumergidos, parece como si no existieran; no así las copas plateadas ya visibles. Parece que la niebla se extiende sobre el monte, pero es solo el tono gris de las frondas en la luz incierta matinal. Jesús está solo bajo los olivos. No es el Getsemaní, porque el Getsemaní está situado paralelo, por decir así, al Moria, mientras que aquí el Moria cae enfrente. Nos encontramos, pues, al norte de Jerusalén, al otro lado de las tumbas de los reyes. ■ Jesús sigue orando y no deja de hacerlo ni aun cuando los primeros trinos de los pajarillos le dicen que el día ha nacido ya. Solo cuando los primeros rayos del sol encienden un punto de oro en el oro, hasta ahora sin brillo de las cúpulas del Templo, se pone de pie, sacude el manto en que hay tierra y alguna que otra hoja seca, se alisa la barba y el pelo con la mano, y luego se ajusta el vestido y la faja, mira las correas de las sandalias, se vuelve a poner el manto y baja por un sendero que apenas se distingue entre los troncos. Tal vez se dirige a aquella casita que está a la mitad de la ladera y de donde sale humo. Pero no. Tuerce hacia un caminillo más ancho, que lleva al camino principal que conduce a la ciudad. ■ Detrás de Él se precipita cuesta abajo Judas Iscariote. Digo: se precipita, porque corre como un loco para alcanzar al Maestro. Y, llegado a la distancia de poder usar la voz, le llama. Jesús se detiene. Judas llega a Él jadeando: “Maestro… menos mal que he venido a buscarte. ¿Te ibas así, sin mí? Ziforá me dijo que te esperaba en la casa, que irías sin falta. Pero…”. Jesús: “¿No dije a todos que os esperaba en la puerta de Herodes al amanecer? Amanece. Voy a la puerta de Herodes”. Iscariote: “Eso dijiste… pero era para los otros. Nosotros dos estábamos juntos”. Jesús: “¿Juntos?”. Jesús está muy serio. Iscariote: “Es la verdad. Salimos juntos. Así lo quisiste. Luego preferiste ir solo a orar. Yo estaba dispuesto a ir contigo”. Jesús: “En Nobe diste claras señales de que no te había gustado pasar la noche en oración con tu Maestro. Y no quise forzar tu voluntad. De nada hubiera servido. El bien hay que hacerlo espontáneamente para que tenga perfume y sea fecundo. De otro modo no es sino una… pantomima, y algunas veces, peor”. Iscariote: “Pero yo… ■ ¿Por qué estás como enojado conmigo desde hace algunos días? ¿No me amas ya?”. Jesús: “Con mayor razón te lo podría preguntar: ¿no me amas ya? Pero no te lo pregunto, porque también esta pregunta sería inútil, y Yo no hago cosas inútiles”. Iscariote: “¡Ya, claro! ¡Porque bien sabes que te amo!”. Jesús: “Quisiera saberlo, Judas de Keriot. Y quisiera poder decirte: sé que me amas. Pero como nunca hago cosas inútiles, también no diré palabras falsas. Por esto no te digo que sé que me amas”. Iscariote: “¿Cómo es eso, Maestro? ¿Que yo no te amo? ¿No trabajo para Ti? ¿Puedes, acaso, dudarlo? Esto me apena. ¡Yo que en cuanto veo que una cosa te apena ya no la hago más y estoy atento para que no se haga! Mira: comprendí que te desagradaba que yo… saliese de noche, y no he vuelto a salir; comprendí que te cansaban sobremanera las disputas de tus enemigos, y fui —sin preocuparme de las injurias que me dijeron— a decirles que ya bastaba, y ya ves que nadie te ha vuelto a molestar. Y espero que no te molesten ni siquiera en el Templo. Eres injusto, Maestro, con el pobre Judas”. Jesús: “Eres el primero que, de entre los que me siguen, me reproche de injusto…”. Iscariote: “¡Oh, perdón! Pero tus palabras, tu severidad, me causan tanto dolor que no soy capaz de reflexionar. Me enloquecen, créelo. ¡Venga, paz mía!, hagamos la paz entre nosotros. Quiero estar contigo, como si estuviese unido a Ti. Juntos siempre…”. Jesús: “Un tiempo lo estuvimos. ■ Pero dime Judas: ¿ahora cuándo lo estamos?”. Iscariote: “¿Te refieres a aquella noche? ¿O cuando no fui contigo a Betabara? Tú sabes por qué no fui a donde estabas. Por bien tuyo… Y aquella noche… soy joven, ¡Señor! Pero fuera de esos momentos en que confieso haber cometido un error, no cabe duda, siempre he estado junto a Ti”. Jesús: “No me refiero a la cercanía corporal, sino a la espiritual, a la de pensamiento y corazón. Judas, tú estás lejos de tu Salvador y te alejas cada vez más”. Iscariote: “¡Lo que me esperaba! ¡Para mí todos tus regaños! Y, sin embargo, ya ves con qué humildad los recibo. Te dije: «¡Despáchame!». Me has retenido… ■ ¿Y entonces qué quieres de mí?”. Jesús: “¡Que qué quiero! Quisiera no haberme hecho hombre inútilmente por ti. Esto es lo que quisiera. Pero tú por lo demás eres ya de otro amo, de otra nación, hablas una lengua diferente… Oh, ¿qué puedo hacer, Padre mío, para limpiar el templo profanado de este hijo tuyo y hermano mío?”. Jesús llora, palidísimo, hablando al Padre suyo. Judas también pierde color y se separa mucho, guardando silencio. Jesús le aventaja unos pasos más, y, agachada la cabeza, desciende encerrado en su dolor. ■ Y entonces, Judas hace un gesto de burla, de amenaza, diría yo, de un cruel juramento. Su cara, que venía enmascarada con el aire de una hipócrita dulzura y humildad, se hace angulosa, dura, brutal, cruel. Verdaderamente endemoniada (1). Es un odio, pero no humano, lo que se ve en sus negras pupilas, y ese fuego de odio converge sobre Jesús. Luego, encogiéndose los hombros y dando un airado golpe con el pie, Judas pone fin a su razonamiento interno. Continúa caminando como uno que hubiera decidido ya a hacer lo que se había propuesto. La ciudad está ya próxima con sus murallas. Gente que se amontona a sus puertas. Forasteros, campesinos, gente de poblaciones cercanas. Entre los que están al pie de las murallas, también los once apóstoles, lo cuales, al ver al Maestro, van a su encuentro. (Escrito el 25 de Noviembre de 1946).
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1  Nota  : Condenación de Judas: En otra parte de esta Obra se dice:  “De todos los condenados, él es el más”.- Si se examinan, cuidadosa y desapasionadamente, los pasos bíblicos que más o menos se refieren a la suerte de Judas Iscariote, parece que se condenó. Cfr. Mt. 26,20-25; Mc. 14,17-21; Lc. 22,21-33; Ju. 6,67-71; 13,1-32; Hech.1,15-26. Los exégetas modernos, sin embargo, no están de acuerdo. Algunos al comentar el cap. 1º de los Hechos, al llegar al v. 25, guardan silencio; otros, no afirman que Judas se haya condenado (Jacquier); otros, en fin, lo afirman (Bíblico de Roma). La antigua Glossa interlinearis, un eco de los santos Padres y Escritores, sobre la palabra griega “lugar” (locum) ponen la palabra lapidaria “Infierno”. Fuera de estos lugares escriturísticos en que se habla directamente del estado de Judas, no tenemos ningún dato para afirmar con claridad que Judas se haya condenado. Ni tampoco la Iglesia ha dicho cosa alguna al respecto. Con todo, en esta Obra se afirma la eterna condenación de Judas, deicida, y suicida impenitente.
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8-535-262 (9-232-688).- Judas Iscariote es llamado a informar a casa de Caifás.
* Judas obligado a ir a la guarida de lobos.- ■ No veo a Jesús, ni a Pedro, ni a Judas de Alfeo, ni a Tomás. Veo a los otros nueve que caminan en dirección del suburbio de Ofel. La gente que hay por la calle, no es la multitud de las fiestas de Pascua, Pentecostés y Tabernáculos. Más o menos es la misma de la ciudad. Se ve que las Encenias no eran muy importantes y no exigían la presencia de los hebreos en Jerusalén. Solo los que por casualidad se encontraban en la ciudad, o bien los de las poblaciones cercanas, venían a la ciudad para subir al Templo. Los demás, sea por la estación o por el carácter propio de la fiesta, se quedaban en sus ciudades y en sus casas. Pero muchos discípulos, los que por amor del Señor han abandonado casa o parientes, intereses y trabajos están en Jerusalén y se han unido a los apóstoles. Con todo, no veo a Isaac, Abel, Felipe, ni tampoco a Nicolás, que había ido a acompañar a Sabea a Aera. Hablan amigablemente, contando y oyendo contar lo que pasó en el tiempo en que estuvieron separados. Se podría afirmar que han visto al Maestro, tal vez en el Templo, porque no se sorprenden de su ausencia. Caminan despacio, y de cuando en cuando se detienen como a esperar a alguien, mirando adelante y atrás, mirando a las calles que de Sión bajan a ésta que conduce hacia las puertas meridionales de la ciudad. ■ En dos ocasiones algunos judíos que vienen siguiendo al grupo, aunque sin mezclarse en él, no sé con qué intenciones o con qué encargos, llaman por el nombre a Judas Iscariote, que va casi al final de todos y está haciendo de orador para un grupito de discípulos llenos de buena voluntad pero no de ciencia. Y las dos veces Iscariote mueve los hombros sin volverse siquiera; pero, a la tercera, no tiene más remedio que hacerlo, porque un judío deja su grupo, toma a Judas por una manga obligándole a detenerse, y le dice: “Ven aquí un momento, que tenemos que decirte algo”. Andrés que está cerca de él, le dice: “¡Ve, Ve! Te esperamos. Mientras que no veamos a Tomás, no podemos dejar la ciudad”. Judas sin ganas de hacer lo que se le pide, dice: “Está bien. Seguid. Pronto os alcanzo”. ■ Ya solo, pregunta al que le importunó: “¿Qué? ¿Qué se te ofrece? ¿Qué queréis? ¿No podéis dejar de molestarme?”. Judío: “¡Oh, qué aires te das! Pero cuando te llamamos para darte dinero, entonces sí que no te molestamos. ¡Eres un pedante! Pero hay alguien que te puede hacer bajar la cabeza… Recuérdalo”. Iscariote: “Soy libre y…”. Judío: “No. No lo eres. Libre es aquél al que de ningún modo podemos hacer esclavo. Tú sabes su nombre. ¡Tú!… Tú eres esclavo de todo y de todos, y en primer lugar de tu orgullo. En pocas palabras, ¡ay de ti, si no vienes antes de la hora de sexta a casa de Caifás! ¡Considératelo!”. Es un «¡ay de ti!» verdaderamente amenazador. Iscariote: “Está bien. Iré. Pero sería mejor que me dejaseis en paz, si queréis…”. Judío: “¿Qué cosa? No haces más que prometer, pero en realidad, nada…”. Judas se desprende de un tirón del que le tenía de la manga y al correr dice: “Hablaré cuando esté allí”. ■ Alcanza a los de su grupo. Está pensativo y de aspecto un poco torvo. Andrés preocupado le pregunta: “¿Malas noticias? No, ¿no? Tal vez tu madre…”. Judas, que al principio le había mirado mal, dispuesto ya a dar una dura respuesta, cortésmente le responde: “Es verdad. Noticias poco buenas… Ya sabes… la estación del año… Ahora… porque me ha venido a la mente una indicación del Maestro. Si ese hombre no me hubiera detenido, me habría olvidado también de esto… Pero me ha mencionado el lugar donde vive, y, al oír ese nombre, me acordé del encargo que tenía. Bueno, pues ahora, cuando vaya a cumplir el encargo, iré también donde ese hombre y me informaré mejor…”. Andrés, que es sencillo y honrado, está muy lejos de sospechar que su compañero pueda mentir. Le dice solícito: “Vete, vete enseguida. Yo se lo digo a los demás. ¡Vete, vete! Así te quitas esa desazón…”. Iscariote: “No. No. Tengo que esperar a Tomás, por el dinero. Unos momentos más o menos…”. ■ Los otros, que se habían parado a esperar, los miran mientras van llegando. Andrés, preocupado, les dice: “Le han traído tristes noticias a Judas”. Iscariote: “Es verdad, pero luego sabré más, cuando vaya a hacer una cosa que tengo que hacer…”. Bartolomé pregunta: “¿El qué?”. Juan dice al mismo tiempo: “Ahí está Tomás que viene corriendo”, y esto sirve para que Judas no responda. Tomás dice: “¿Os hice esperar? ¿Mucho? Es que quise hacerlo bien… Y lo logré. Mirad qué bonita bolsa. Para los pobres. El Maestro estará contento”. Santiago de Alfeo dice: “La necesitábamos. No teníamos ni siquiera un céntimo que dar a los pobres”. Iscariote, alargando la mano para coger la bolsa que Tomás hace botar en las manos, dice: “Dámela”. Tomás: “Es que, en realidad… Jesús me ha dado a mí el encargo de la venta y tengo que entregarle el dinero en sus manos”. Iscariote: “Le dirás lo que valió. Ahora dámela, que tengo prisa para marcharme”. Tomás: “No. No te la puedo dar. Jesús me dijo cuando íbamos por el Sixto: «Luego me das el dinero». Y así lo voy a hacer”. Iscariote: “¿De qué tienes miedo? ¿De que tome algo o de que te quite el mérito de la venta? En Jericó también yo vendí, y bien. Desde hace años soy yo el encargado del dinero. Es mi derecho”. Tomás: “¡Oye, mira, si quieres pelear por esto, tenla! Cumplí con mi encargo y lo demás no me preocupa. Tenla, tenla. ¡Hay cosas mucho más hermosas que esto!…” y Tomás entrega la bolsa a Judas. Objeta Felipe: “La verdad es que… si el Maestro ha dicho…”. Santiago de Zebedeo sugiere: “¡No entres en sutilezas, hombre! Más bien, ahora que estamos todos juntos, vámonos. El Maestro ordenó que estuviésemos en Betania antes de la hora sexta. Ya casi no hay tiempo”. Iscariote: “Entonces yo os dejo. Vosotros id hacia delante, que yo voy y vuelvo”. Mateo objeta: “¡Eso no! Dijo muy claro: «Estad juntos»”. Iscariote: “Todos juntos, vosotros. Pero yo tengo que irme. Ahora que tuve noticias de mi madre…”. Juan, con tono conciliador, dice: “La cosa se puede interpretar también así. Sobre todo, si ha recibido órdenes que no sepamos…”. Menos Andrés y Tomás, todos los demás no quieren que se vaya. Al fin ceden diciendo: “Está bien, vete. Pero date prisa y sé prudente…”. Y Judas, mientras los otros continúan su camino, desaparece por una callejuela que sube a la colina de Sión. ■ Después de unos minutos Zelote dice: “Pero no es así, no hemos hecho bien. El Maestro había ordenado: «Estad siempre juntos y sed buenos». Hemos desobedecido al Maestro. Siento remordimiento”. Mateo confiesa: “Lo mismo pensaba yo…”. Todos los apóstoles se reúnen en un grupo cuando tienen que decidir sobre algo. He notado que los discípulos se separan siempre con respeto, cuando se reúnen ellos para debatir. Bartolomé propone: “Hagamos así. Despedimos a éstos que nos siguen. Desde ahora. Sin esperar a estar en el camino de Betania. Y luego nos dividimos en dos grupos y esperamos a Judas, un grupo en el camino bajo, otro grupo en el camino alto; los más rápidos en el camino bajo, los otros en el alto. Aunque el Maestro nos precediese, nos vería llegar juntos, porque fuera de Betania un grupo esperará al otro”. Se acepta la proposición. Despiden a los discípulos. Luego van juntos hasta el lugar en que se puede torcer hacia Getsemaní, y tomar el camino alto del monte de los Olivos, y el bajo, que, orillando el Cedrón, lleva también a Betania y Jericó…
* Judas en la guarida de lobos.
.    ●  Judas por caminos solitarios hacia la casa de Caifás.- ■ Entre tanto Judas corre como si le persiguiesen. Por un tiempo continúa subiendo por el sendero que lleva a la cima de Sión en dirección al poniente, luego dobla por otro más estrecho, como una vereda, que en lugar de subir, baja hacia el sur. Desconfía. Corre, y a cada cierto tiempo, se vuelve como asustado: visiblemente desconfía de que le estén siguiendo. La callejuela, tortuosa entre los salientes de las casas construidas sin norma de edificación, se abre ya a un lugar extenso de campos. Fuera de las murallas, al otro lado del valle, hay una colina. Es una colina baja cubierta de olivos, al otro lado del seco y pedregoso valle de Hinnón. Judas corre hacia abajo ligero, pasando entre los setos que sirven de límite a los pequeños huertos de las últimas casas cercanas a las murallas, las pobres casas de los pobres de Jerusalén. Pero no toma, para salir de la ciudad, la puerta de Sión —que la tiene cerca—, sino que corre hacia arriba, hacia otra puerta un poco al occidente. Está ya fuera de la ciudad. Trota como un potro para darse prisa. Pasa como el viento junto a un acueducto; después, sordo a los lamentos, junto a las cuevas lúgubres de los leprosos de Hinnón. Está claro que busca los lugares que otros evitan. ■ Va recto hacia la colina cubierta de olivos, la única al sur de la ciudad. Lanza un suspiro de alivio cuando está a sus faldas, y aminora el paso, se arregla la capucha, la faja, los vestidos —que se los había levantado—, mira hacia oriente, haciendo de la mano una visera, porque le da el sol sobre los ojos, mira hacia el camino bajo que lleva a Betania y Jericó, pero no ve nada que le intranquilice. Es más, un saliente de la colina hace de telón entre él y ese camino. Sonríe. Empieza a subir despacio, para que se le pase el jadeo. Entre tanto, piensa. Y, cuanto más piensa, su cara se oscurece más. Habla consigo mismo, pero en voz baja. En un punto determinado, se detiene, saca del pecho la bolsa, la mira, y, después de haber tomado una parte que pone en su bolsillo, se la devuelve al pecho, quizás para que se perciba menos el volumen que ha ocultado en el pecho.
.   ●  Judas, en medio de los miembros del Sanedrín, da cuenta de aquello que pasó con la prostituta y, con muestras de arrepentimiento por su conducta respecto al Maestro, se enfrenta a los sanedristas que, furiosos, le zarandean.- ■ Hay una casa entre los olivos. Es bella. La más bella de la colina, pues las otras casitas que hay esparcidas por las laderas, no sé si dependientes de la casa bella o autónomas, son bien humildes. Llega a ella por una especie de sendero de arena entre olivos plantados con orden. Llama a la puerta. Se hace reconocer. Entra. Va, seguro, atravesando el vestíbulo, a un patio cuadrado en torno al cual hay muchas puertas. Empuja una de ellas. Entra en una amplia sala donde hay un cierto número de personas, de las cuales reconozco la cara disimulada y, al mismo tiempo, odiosa de Caifás, la ultrafarisáica de Elquías, la de garduña del Anciano Félix, junto a la viperina de Simón. Más allá está Doras, el hijo de Doras, que se parece cada vez más a su padre, y con él Cornelio y Tolmái. Y están también los otros escribas Sadoc y Cananías, viejo en años, apergaminado, pero joven en maldad, y Calascebona el Anciano y Natanael ben Faba, y luego un cierto Doro, un Simón, un José, un Joaquín, personas que no conozco. Caifás dice los nombres y yo los escribo, y termina: “… reunidos están aquí para juzgarte”. Judas tiene una cara rara: de miedo, odio, violencia. Pero calla. No hace gala de su altivez. Le rodean burlones y cada uno habla lo que se le antoja: “¿Bueno? ¿Qué has hecho del dinero? ¿Qué cosa nos dices, sabio hombre, que todo lo puedes? Habla pronto y bien. ¿Dónde está tu trabajo? Eres mentiroso, charlatán, incapaz para todo. ¿Dónde está la mujer? ¿Ni siquiera te quedaste con ella? Y así en lugar de servirnos, le sirves a Él, ¿no es verdad? ¿Es así como nos ayudas?”. Un asalto malévolo, con gritos, voces descompuestas; un asalto amenazador, del cual muchas palabras no logro captar. Judas los deja que se desgañiten. ■ Cuando ya lo están y sin aliento, habla: “Hice lo que pude. ¿Qué culpa tengo si es un hombre a quien nadie puede hacer pecar? Dijisteis que queríais conocer su virtud. Os he dado la prueba de que no peca. Por tanto, os he servido en aquello que queríais. ¿Habéis logrado todos vosotros, acaso, ponerle en situación de acusado? No. De cada tentativa vuestra de hacerle aparecer como pecador, de hacerle caer en una trampa, Él ha salido más victorioso que antes. Entonces si no lo habéis logrado, pese a vuestro odio, ¿debía lograrlo yo, yo que no le odio, que únicamente estoy desilusionado de haber seguido a un inocente, demasiado santo para poder ser un rey, y además un rey que destruya a sus enemigos? ¿Qué mal me ha hecho Él para que yo se lo haga? Hablo así porque pienso que le odiáis hasta el punto de querer verle muerto. Ya no puedo creer que queráis solo convencer al pueblo de que es un loco, y convencernos a nosotros, a mí, por nuestro bien, y a Él mismo, por compasión por Él. Sois demasiado generosos conmigo y estáis demasiado furiosos por verle superior al mal, como para que lo pueda creer yo. Me habéis preguntado que qué hice de vuestro dinero. Lo empleé en lo que sabéis. Tuve que gastar y gastar dinero para convencer a la mujer… Y no lo logré con la primera y…”. ■ Sanedrista: “Cállate la boca. Nada de eso es verdad. Ésa estaba loca por Él y, no cabe duda, fue inmediatamente. Tú mismo dijiste que ella te lo había confesado. Eres un ladrón. ¡Quién sabe para qué usaste nuestro dinero!”. Iscariote: “Para arruinarme el alma, ¡asesinos de un alma! Para convertirme en un fraudulento, en uno que no tiene paz, en uno que sabe que sospechan de él tanto Jesús, como los compañeros. Tenedlo presente: Él me ha descubierto… ¡Oh, si me hubiera expulsado! Pero no lo ha hecho, no. ¡Me defiende, me protege, me ama!… ¡Vuestro dinero! Pero, ¿por qué tomé el primer céntimo?”. Sanedrista: “Porque eres un infame. De momento, has disfrutado de nuestro dinero, y ahora gimoteas por habértelo acabado. ¡Falso! Y ahora nada se ha logrado. Las multitudes aumentan a su alrededor y cada vez se sienten más atraídas. Nuestra ruina se aproxima, y ¡eso por culpa tuya!”. Iscariote: “¿Mía? ¿Por qué entonces no os atrevisteis a prenderle y a acusarle de que quería hacerse rey? Me dijisteis que lo intentasteis (1), pese a que os había dicho que era inútil, porque Él no tiene hambre de poder. ¿Por qué no lo indujisteis a pecar contra su misión, si sois tan hábiles?”. Sanedrista: “Porque se nos escapa de las manos. Es un demonio que se esfuma como el humo, cuando quiere. Es como una serpiente: fascina, no se puede hacer nada si mira a uno”. ■ Iscariote: “Si mira a sus enemigos, a vosotros. Porque sé que si mira a los que no le odian con todas sus fuerzas, como vosotros lo hacéis, entonces su mirada conmueve, impele a hacer el bien. ¡Oh, esa mirada! ¿Por qué me mira así, y me hace bueno, a mí que por mi culpa soy un monstruo, y que por culpa vuestra me hacéis que lo sea diez veces más?”. Sanedrista: “¡Cuánta palabrería! Nos aseguraste que tratándose del bien de Israel nos ayudarías. ¿No comprendes, maldito, que este hombre es nuestra ruina?”. Iscariote: “¿Nuestra? ¿De quién?”. Sanedrista: “¡De todo el pueblo! Los romanos…”. Iscariote: “No. Es solo la vuestra. Tenéis miedo de vuestra piel. Sabéis que Roma no intervendrá en contra nuestra por causa de Él. Lo sabéis como lo sé yo y como lo sabe el pueblo. Tembláis porque sabéis, porque tenéis miedo de que os arroje fuera del Templo, del Reino de Israel. Y haría bien. Haría muy bien en limpiar su era de vosotros, hienas inmundas, apestosas, áspides…”. ■ Está furioso. Ellos también se han puesto furiosos. Le agarran, le zarandean, casi le tiran al suelo… Caifás grita en su cara: “Está bien. Así es. Y así son las cosas. Tenemos derecho a defender lo que es nuestro. Se ha visto que las cosas pequeñas no bastan ya para convencerle a marcharse, a dejar libre el campo, pues ahora vamos a actuar nosotros solos, sin servirnos de ti, pedazo de imbécil, charlatán. Y cuando hayamos dado a Él su merecido, no dudes que te daremos el tuyo…”.
.  ● Judas se debate entre la fidelidad a Jesús o a las propuestas del Sanedrín. ■ Elquías tapa la boca a Caifás, y con su flema fría, de sierpe venenosa, dice: “No, no así. Exageras, Caifás. Judas ha hecho lo que pudo. No debes amenazarle. ¿En el fondo no son sus intereses los nuestros?”. Simón grita: “¿Pero eres estúpido, Elquías? ¿Que yo tenga los intereses de éste? ¡Yo lo que quiero es que Él sea aplastado! Y Judas lo que quiere es que triunfe para triunfar con Él. Tú dices…”. Elquías: “¡Paz, paz! Siempre decís que soy riguroso. Pero hoy soy el único magnánimo. Hay que comprender y compadecer a Judas. Él nos ayuda como puede. Es buen amigo, pero, claro, también lo es del Maestro. Su corazón está afligido… Quisiera salvar al Maestro, salvarse así y salvar a Israel… ¿Cómo pueden conciliarse ciertas cosas opuestas entre sí? Dejémoslo que hable”. ■ La jauría se calma. Judas finalmente puede hablar. Dice: “Elquías tiene razón. Yo… ¿Qué queréis de mí? Todavía no lo sé con precisión. He hecho lo que he podido. No puedo hacer más. Es demasiado grande Él para mí. Me lee el corazón… y no me trata como merezco. Soy un pecador y Él lo sabe y me absuelve. Si fuese menos vil, debería… debería matarme, para verme en la imposibilidad de causarle algún mal”. Judas se sienta, abatido. Con la cara entre las manos, los ojos fuera de sus órbitas, fijos en el vacío. Se ve claramente que sufre, por la lucha entre sus opuestos instintos… El llamado Cornelio exclama: “¡Fantasías! ¿Pero qué crees que va a saber? ¡Haces así porque te has arrepentido de haber tomado una serie de iniciativas!”. Iscariote: “¿Y si así fuese? ■ ¡Oh, si así fuese! ¡Si estuviese realmente arrepentido y fuese capaz de permanecer así!…”. Cananías grazna: “¿Lo veis? ¡Lástima de nuestro dinero!”. Felipe les echa en cara: “Estamos con alguien que no sabe lo que quiere. ¡Hemos escogido a alguien que es peor que un imbécil!”. Sadoc grita: “¿Imbécil? ¡Un fantoche, deberías decir! Le tira con un hilo el Galileo y se va con Él. Le tiramos nosotros y se viene con nosotros”. Iscariote: “Bueno, si hacéis las cosas mejor que yo, arreglaos vosotros mismos. De hoy en adelante no me intereso más. No esperéis ni un mensaje, ni una palabra. No podré hacerlo porque sospecha ya de mí y me vigila…”. Sadoc: “¿No dijiste que te absuelve?”. Iscariote: “Sí, me absuelve. Y precisamente porque todo lo sabe. ¡Todo, todo, lo sabe, oh!”. Judas se oprime la cara con las manos.
.  ● El sanedrista Simón, a quien Judas había informado que su padre estaba en Tecua, da cuenta de la muerte de su padre.- Sadoc: “Entonces, ¡lárgate de aquí, mujercilla vestida de hombre! ¡Mal nacido, bestia, lárgate, lárgate! Lo haremos nosotros. Y ten cuidado, ten cuidado de hablarle de esto a Él, porque, si lo haces, te las haremos pagar”. Iscariote: “¡Me voy, me voy! ¡Hubiera sido mejor no haber venido! De todas formas, acordaos de lo que ya os dije. Simón, Él ha estado con tu padre; y con tu cuñado, Elquías. No creo que Daniel haya hablado. Estaba yo presente y no los vi nunca hablando aparte. ¡Pero tu padre!… por lo que dicen mis compañeros, no ha hablado, ni siquiera ha revelado tu nombre; se limitó a decir que su hijo le había echado de casa porque amaba al Maestro y no aprobaba tu conducta… Pero ya dijo que nosotros nos veíamos, que yo iba por tu casa… Y podría decir también lo demás. Tecua no está en los confines del mundo… No digáis después que yo he hablado, cuando en realidad ya demasiados conocen vuestras intenciones”. ■ Simón dice lentamente: “Mi padre no hablará más. Ha muerto”. Iscariote: “¿Muerto? ¿Le has matado? ¡Horror! ¡Por qué te habré dicho dónde estaba!…”. Simón, con una lentitud que saca de quicio, dice: “Yo no he matado a nadie. No me he movido de Jerusalén. Hay muchas maneras de morir. ¿Te extraña que maten a un viejo, a un viejo que es amenazado por unos comerciantes a los que va exigiendo dinero? Además… fue su culpa. Si se hubiera estado tranquilo, si no hubiera tenido ni ojos para ver ni oídos para oír ni lengua para censurar, todavía sería venerado y servido en casa de su hijo…”. Iscariote: “En una palabra… ¡le mandaste matar! ¡Parricida!”. Simón: “Estás loco. Al viejo le pegaron, se cayó, se pegó en la cabeza y murió. Una desgracia. Sencillamente una desgracia. Su desventura fue que le tocó exigir el pago del puesto a un bandolero…”. Iscariote: “Te conozco, Simón. No puedo creer… Eres un asesino…”. ■ Judas está pálido. El otro se ríe en su cara, repitiendo: “Deliras. Ves crímenes donde solo hubo una desgracia. Yo lo he sabido anteayer, no antes, y ya he tomado las medidas oportunas para vengarme, y para rendir honor. Pero si rendir honor al cadáver he podido hacerlo, atrapar al asesino, no. Sin duda, algún bandolero, que descendió del Adomín para despachar en los mercados lo que era su botín… ¿Y quién le echa el guante ya?”. Iscariote: “No lo creo… No lo creo… ¡Largo, largo! ¡Dejadme ir!…” recoge el manto que se le había caído y hace ademán de salir.
.   ● Judas huye de la guarida después de decir: “Pero mi destino no uno al vuestro”.- ■ Pero Cananías lo ase con su mano de rapiña: “¿Y la mujer? ¿Dónde está la mujer? ¿Qué dijo? ¿Qué hizo? ¿Lo sabes?”. Iscariote: “No sé nada… Dejadme ir…”. Cananías aúlla: “¡Mientes! ¡Eres un embustero!”. Iscariote: “No sé. Lo juro. Fue. Esto es verdad, pero ninguno la vio, ni siquiera yo que tuve que partir inmediatamente con el Rabí. Tampoco mis compañeros. Hábilmente les he preguntado… He visto las joyas destruidas, que Elisa llevó a la cocina… otra cosa no sé. ¡Lo juro por el Altar y el Tabernáculo!”. Cananías: “¿Y quién te va creer? Eres un vil. Como traicionas al Maestro, también puedes traicionarnos. Pero ¡ten cuidado!”. Iscariote: “No traiciono. ¡Lo juro por el Templo de Dios!”. Cananías: “Eres un perjuro. Tu cara lo está diciendo. Sirves a Él y no a nosotros…”. Iscariote: “No. Lo juro por el nombre de Dios”. Cananías: “¡Dilo, si te atreves, como confirmación de tu juramento!”. Iscariote: “¡Lo juro por Jeové!” y se pone de color negruzco al pronunciar el Nombre de Dios. Tiembla, balbucea, no sabe ni siquiera decir cómo se pronuncia. Parece como que la “jota” la pronuncie con fuerza. La “v” muy raspada, como si terminase en aspiración. Creo que sería más o menos de este modo: Keoqveh. De todos modos es una pronunciación rara. ■ Un silencio de terror cunde por toda la sala. Hasta se han separado de Judas… Después Doras y otros dicen: “Repite el mismo juramento de que nos servirás a nosotros solos…”. Iscariote: “¡Ah, eso no, malditos! ¡Eso no! Os juro que no os he traicionado y que no os denunciaré al Maestro. Y ya cometo un pecado. Pero mi destino no lo uno al vuestro. Vosotros, que el día de mañana, aprovechando mi juramento, podríais imponerme… cualquier cosa, hasta el crimen. ¡No! Denunciadme como sacrílego al Sanedrín, denunciadme como asesino a los romanos. No me defenderé. Dejaré que me maten… Y será una buena suerte para mí. Pero no juro más… no más…”. Se libra con esfuerzos violentos de quienes le tienen sujeto, y huye gritando: “Tened en cuenta que Roma os sigue los pasos. Que Roma ama al Maestro…”. Un fuerte portazo, que hace retumbar en la casa, es la señal de que Judas ha salido de la cueva de lobos.
* La guarida se revuelve pero se consuela: “Es demasiado vicioso para poder vivir en pobreza que le da el Rabí… y vendrá a nosotros”.- ■ Se miran unos a otros… La rabia, y tal vez el miedo, los ha puesto pálidos… Y como no pueden vomitar su ira y miedo en alguno, se enzarzan entre ellos. Cada uno trata de echar la responsabilidad sobre el otro de lo sucedido y de sus consecuencias posibles. Unos reprochan en una forma, otros en otra; unos por lo que pasó, otros por lo que está por venir. Hay quien grita: “Fuiste tú el que quisiste seducir a Judas”; y quien: “Habéis hecho mal en haberle tratado en esa forma. ¡Os habéis descubierto!”; y hay quien propone: “Vamos detrás de él, con dinero, con excusas…”. ■ Elquías, que es a quien más culpan, chilla: “¡Ah, eso no! Dejadme esto a mi cuenta y veréis que tengo atino. Judas sin dinero se pone manso. ¡Oh, manso como un cordero!”. Y dice con su sonrisa viperina: “Hoy, mañana, durante un mes mantendrá su palabra… Pero después… Es demasiado vicioso para poder vivir en la pobreza que le da el Rabí… y vendrá a nosotros… ¡Ja, ja! ¡Dejadme a mí! ¡Dejadme todo! Yo sé…”. Le responden: “Está bien. Pero entre tanto… ¿oíste, no? Los romanos nos espían. Los romanos le aman. Y es verdad. Esta mañana también, y ayer, y anteayer, le estaban esperando en el Atrio de los paganos. Siempre están allí las mujeres de la torre Antonia. Vienen hasta de Cesarea a escucharle…”. Elquías: “¡Caprichos de mujeres! No me preocupan. Es hermoso. Habla bien. Ellas están locas por los charlatanes, demagogos y filósofos. Para ellas el Galileo es uno de ellos, no más. Les sirve para matar sus ratos de ocio. ¡Paciencia si queremos lograr algo! Paciencia y astucia. ■ También valor. Pero vosotros no lo tenéis. Queréis hacer algo, pero sin aparecer. Ya os he dicho lo que haría yo, pero no aceptáis…”. Caifás dice: “Tengo miedo al pueblo. Le ama mucho. Amor aquí, amor allí… ¿Quién le va a tocar? Si le arrojamos, nos arrojarán también… es necesario…”. Elquías: “Es necesario no dejar pasar más ocasiones. ¡Cuántas hemos perdido! A la primera que se nos presente, hay que convencer aún a los que de nosotros están titubeantes, y luego actuar también con los romanos”. Le responden: “Eso se dice en un instante, ¿pero cuándo y dónde tuvimos ocasión de hacerlo? Él no peca, no aspira al poder, no…”. Elquías: “Si no hay motivo, se inventa… Ahora vámonos. Mañana le vigilaremos… El Templo es nuestro. Afuera manda Roma. Afuera está el pueblo para defenderle, pero dentro del Templo…”. (Escrito el 2 de Diciembre de 1946).
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1 Nota : “Me dijisteis que lo intentasteis”.- Se refiere al intento llevado a cabo por los judíos, con intenciones aviesas, de proclamarle rey. Pasaje del que hace mención el Evangelista Juan en su Evangelio (Ju. 6,15) y que en la Obra se relata en el episodio 7-464-217 en el tema “Jesús Redentor”.
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(<Jesús, acompañado de Pedro y Judas Tadeo, una vez de haber curado en el valle de Hinnón a unos leprosos, emprende la marcha para reunirse, con el resto de los apóstoles, en el punto convenido>)
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8-536-276 (9-233-701).- Llegada a Betania con los apóstoles nuevamente reunidos.- Elí-Ana está muerto.- Marta y María, preparadas por Jesús a la muerte de Lázaro.
* Judas, después de su entrevista con el Sanedrín, de nuevo entre los apóstoles.- ■ Vuelven al camino que lleva a Betania, camino que sigue el curso del Cedrón, que forma una vuelta pronunciada después de algunos centenares de pasos desde Siloán. Una vez pasada esa vuelta, cuando ya aparece la otra parte del camino que prosigue hacia Betania, puede verse a Judas, solo, caminando ligero. Tadeo, que es el primero en verle, exclama: “¡Pero si es Judas!”. Pedro dice: “¿Por qué anda por aquí y solo?”. Y luego grita: “¡Oye, Judas!”. Judas se vuelve de repente. Está pálido, incluso hasta verdoso. Pedro se lo dice: “¿Has visto al demonio, que estás del color de las lechugas?”. Al mismo tiempo, Jesús le pregunta: “¿Qué haces aquí Judas? ¿Por qué dejaste a tus compañeros?”. Judas toma control de sí. Responde: “Estaba con ellos. Encontré a uno que me traía noticias de mi madre. Mira…” se busca en la faja. Se pega en la frente con la mano: “La dejé en casa de aquél hombre. Quería que leyeras la carta… O la perdí por el camino… No se encuentra muy bien. Es más, está mal… Pero ved ahí a los compañeros… Se han parado. Te han visto… Maestro, estoy profundamente turbado”. Jesús: “Lo comprendo”. ■ Iscariote: “Maestro… aquí tienes las bolsas. Hice dos… para no llamar la atención. Caminaba solo…”. Los apóstoles Bartolomé, Felipe, Mateo, Simón y Santiago de Zebedeo se sienten un poco azarados. Se acercan a Jesús con amor, pero como quien sabe que cometió un error. Jesús les mira, dice: “No volváis a hacerlo. No está bien que os dividáis. Si os digo que no lo hagáis es porque sé que tenéis necesidad de ayudaros mutuamente. No sois demasiado fuertes como para poder actuar por separado. Unidos, el uno frena o sostiene al otro. Divididos…”. Bartolomé, humilde y francamente, confiesa: “Fui yo, Maestro, el que aconsejó que nos dividiéramos, aunque nos habías mandado que no lo fuéramos a hacer, que juntos fuéramos a Betania. Judas se fue por justas razones y pensamos que no estaba bien que fuéramos sin él. Perdóname, Señor”. Jesús: “Sí que os perdono. Pero os repito que no lo volváis a hacer. ■ Pensad que obedecer salva siempre, al menos, de un pecado: el de suponer que uno es capaz de actuar solo. No sabéis cómo el demonio gira a vuestro alrededor para espiar cualquier ocasión con tal de haceros pecar, de hacer daño a vuestro Maestro, que es muy perseguido. Son tiempos cada vez más difíciles para Mí y para el organismo que he venido a formar. De modo que es necesario mucho cuidado para que no sea, no digo ya herido y exterminado —porque no lo será jamás sino hasta el fin de los siglos— sino ensuciado de fango. Sus adversarios os miran con toda atención, no os pierden jamás de vista, de la misma forma que sopesan todas mis palabras, todas mis acciones. Y ello para disponer de materia con qué denigrarme. Si vosotros permitís que os vean en polémicas, o divididos, o de alguna manera imperfectos, aunque sea por cosas de poca importancia, ellos recogen y manipulan lo que hicisteis, y lo lanzan, como fango y acusación, contra Mí y contra mi Iglesia que se está formando. ¡Lo estáis viendo! No os reprocho nada, pero sí os aconsejo para vuestro bien. Oh, ¿no sabéis, amigos míos, que hasta las cosas mejores serán por ellos manipuladas y presentadas para poder acusarme con apariencia de justicia? Procurad, pues, ser más obedientes y más prudentes en lo sucesivo”. Los apóstoles están conmovidos por la dulzura de Jesús. ■ Judas de Keriot continúa cambiando de colores. Se queda abatido, un poco detrás de todos, hasta que Pedro le pregunta: “¿Qué haces ahí? No tienes más culpa que los demás. Vente, pues, con todos” y no tiene más remedio que obedecer…
* Ante la muerte de Elí-Ana dice Jesús: “Quien hiciese así creerá haber servido a Dios. Ojos ciegos, corazones endurecidos, espíritus sin luz. Y, a pesar de todo, los deberéis amar”.- ■ Jesús calla absorto en sus pensamientos. No sale de ellos sino cuando, poco antes de Betania, ve a los otros apóstoles que han venido por el otro camino. Prosiguen unidos hacia la casa de Lázaro. Y Juan dice que ya los están esperando, porque los siervos ya los han visto. Y dice que Lázaro está muy mal. Jesús: “Lo sé. Por esto os dije que estaremos en la casa de Simón. Pero no quería alejarme sin saludarle una vez más”. Iscariote, atrevido como siempre, incluso en los mejores momentos, le dice: “Pero ¿por qué no le curas? Sería muy justo. A tus mejores siervos les dejas morir. No comprendo…”. Jesús: “No hay necesidad de que comprendas antes de tiempo”. Iscariote: “Sí, no hay necesidad. Pero, ¿sabes qué cosa dicen tus enemigos? Que curas cuando puedes, no cuando quieres, que proteges cuando puedes… ■ ¿No sabes que aquel viejo de Tecua murió ya? ¿Y que le mataron?”. Todos, sorprendidos, preguntan: “¿Muerto? ¿Quién? ¿Elí-Ana? ¿Cómo?”. Pedro es el único que pregunta: “¿Y cómo lo sabes tú?”. Iscariote: “Por casualidad lo supe hace poco en la casa donde estuve. Sabe Dios que no miento. Parece que fue un ladrón disfrazado de mercader y que, en vez de pagar el puesto, le mató…”. Todos exclaman: “¡Pobre viejo! ¡Qué vida tan infeliz! ¡Qué muerte tan triste!”. Y varios preguntan: “¿No dices nada, Maestro?”. Jesús: “No tengo nada que añadir fuera de que el anciano sirvió al Mesías hasta su muerte. ¡Ojalá que así fuera el final de todos!”. Pedro pregunta a Judas Tadeo: “Dime, hijo de Alfeo, ¿no será como tú decías, no?”. Judas Tadeo: “Puede ser. Un hijo que por odio arroja de casa a su padre y además por odio de esta naturaleza, puede ser capaz de todo. Hermano mío, son muy verdaderas tus palabras: «Y el hermano se levantará contra su hermano; y el padre contra sus hijos». ■ Jesús: “Sí, y quien hiciese así creerá haber servido a Dios. Ojos ciegos, corazones endurecidos, espíritus sin luz. Y a pesar de todo los deberéis amar”. Felipe exclama: “Pero ¿cómo vamos a amar a los que nos traten así? Ya será mucho si no reaccionamos y soportamos con resignación sus acciones…”. Jesús: “Yo os daré un ejemplo que os enseñará. A su tiempo. Y si me amáis haréis lo que yo haré”.
* Sabéis también, sobre todo tú, María, que cuanto más se ama, más se obtiene. Amar es saber esperar y creer más allá de cualquier medida y de cualquier realidad que aconseje a no creer y a no esperar”.- ■ Zelote observa: “Ahí están Maximino y Sara. Debe estar muy mal Lázaro para que sus hermanas no salgan a tu encuentro”. Los dos se acercan presurosos y se postran. En sus rostros, en sus vestidos está impresa la huella que el dolor y la fatiga acompañan a las familias en donde se lucha contra la muerte. Maximino no dice sino: “Maestro, ven…” pero tan afligido, que vale más que un discurso. ■ Llevan a Jesús a la puerta de la pequeña habitación, mientras los otros siervos se ocupan de los apóstoles. Al leve toque de la puerta acude Marta, saca la cabeza flaca y pálida: “¡Maestro, Ven! ¡Bendito seas!”. Jesús entra, atraviesa la habitación que precede a la del enfermo, entra en ésta. Lázaro está durmiendo. ¿Lázaro? Un esqueleto, una momia amarillenta que respira… Su cara es una calavera, y en el sueño es aún más visible su destrucción. La piel cenicienta y estirada brilla en los ángulos de los pómulos, de las mandíbulas; en la frente, en las órbitas, tan profundas que parecen no tener ojos; en la nariz afilada, que parece haber crecido tanto que desfigura el contorno de las mejillas. Los labios están pálidos hasta el punto de desaparecer, y da la impresión de que no pueden cerrarse sobre las dos filas de dientes semidescubiertos, semicerrados… Una cara ya de muerto. ■ Jesús se inclina para mirar. De nuevo se yergue. Mira también a las dos hermanas, las cuales a su vez le miran con toda el ansia concentrada en sus ojos, en su alma adolorida, llena de esperanza. Les hace una señal, y, sin ruido, sale afuera, al pequeño patio que precede a las dos habitaciones. María y Marta le siguen. Cierran la puerta tras sí. Una vez solos ellos, entre cuatro paredes, en silencio, con el cielo arriba sobre sus cabezas, se miran. Las hermanas no saben ya pedir, no saben ni siquiera hablar. Pero Jesús habla: “Vosotras sabéis quién soy. Sé quiénes sois vosotras. Sabéis que os amo. Sé que me amáis. Conocéis mi poder. Conozco vuestra fe en Mí. Sabéis también, sobre todo tú, María, que cuanto más se ama, más se obtiene. Amar es saber esperar y creer más allá de cualquier medida y de cualquier realidad que aconseje a no creer y a no esperar. Pues bien, por todo esto os digo que sepáis esperar y creer contra toda realidad contraria. ¿Me entendéis? Digo: sabed esperar y creer contra realidad contraria. Yo no puedo detenerme aquí más de unas pocas horas. Sólo el Altísimo sabe cuánto desearía como hombre detenerme aquí con vosotras, para asistirle, consolarle, para asistiros y confortaros. Pero como Hijo de Dios sé que es necesario que me vaya, que me aleje… que no esté aquí cuando… me añoréis más que el aire que respiraréis. Un día… muy pronto… comprenderéis estas razones que ahora os parecen crueles. Son razones divinas, que me duelen a Mí como Hombre, tanto como a vosotras. Son dolorosas por ahora. Ahora porque vosotras no podéis abrazar y contemplar su belleza y sabiduría. Y Yo no os lo puedo revelar. Cuando todo se haya cumplido, entonces comprenderéis y os alegraréis… ■ Escuchadme. Cuando Lázaro haya… muerto. ¡No lloréis así! Entonces enviadme un aviso enseguida. Y, entre tanto, arreglad todo para los funerales con gran pompa, cual corresponde a él, y a vuestra casa. Él es un judío de fama. Pocos le aprecian por lo que es, pero supera a muchos ante los ojos de Dios… Os haré saber dónde esté para que me podáis encontrar”. Marta, entre sollozos, dice: “Pero, ¿por qué no estar aquí por lo menos en ese momento? Nos resignamos, sí, a su muerte… Pero Tú… Pero Tú… Pero Tú…”. Y no puede decir nada más, y sofoca su lloro en sus vestidos… María, sin embargo, mira a Jesús, le mira, le mira, como hipnotizada… y no llora. Jesús: “Sabed obedecer, sabed creer, esperar… sabed decir siempre «sí» a Dios… Lázaro os está llamando… Id. Yo voy ahora… No tendré más la posibilidad de hablaros a solas. Recordad lo que os acabo de decir”. Y mientras presurosas entran, Jesús se sienta sobre una banquita de piedra y ora. (Escrito el 4 de Diciembre de 1946).
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(<En un día de viento y frío, Jesús y los apóstoles se encuentran en el Templo. Perciben la indiferencia de la poca gente que pasa. Jesús espera pacientemente a los enfermos. Primero una niña y después un hombre de edad son curados>)
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8-537-283 (9-234-707).- “¿No sabes que todo el infierno está en uno?”.   
* “Sed malditos Tú y el Padre que te ha enviado y el que viene de vosotros y es vosotros”.-  ■ Los terceros en venir son un grupo de personas, que pide a Jesús que salga fuera de los muros del Templo para expulsar a un demonio de una jovencita, cuyos gritos desgarradores se oyen hasta allí dentro. Y Jesús va con ellos y sale a la calle que lleva a la ciudad. Una serie de personas, entre las que hay paganos, están apiñados alrededor de los que sujetan a la jovencita, que babea y se retuerce, sacando horriblemente los ojos. De los labios de la jovencilla se escuchan palabras de mal gusto y tanto más aumentan, cuanto más Jesús se acerca. Cuatro robustos jóvenes apenas pueden sujetarla. Junto con las injurias salen gritos que reconocen a Jesús, súplicas que dicen que no se les arroje, y también prorrumpe en verdades que repite monótonamente: “¡Largo! ¡No me hagáis ver a este maldito! Causa de nuestra ruina. Sé quién eres. Eres… Eres… el Mesías. Eres… Solo te ha ungido el óleo de arriba. La fuerza del Cielo te protege y te defiende. ¡Te odio maldito! No me arrojes. ¿Por qué nos arrojas y no nos quieres mientras sí tienes cerca de ti a una legión de demonios en uno solo? ¿No sabes que todo el infierno está en uno? Sí que lo sabes… Déjame aquí, al menos hasta la hora de…”. Las palabras se cortan a veces, como ahogadas; otras veces cambian; o primero se paran y luego se prolongan en medio de gritos inhumanos, como cuando grita: “¡Déjame por lo menos entrar en él! No me mandes al Abismo. ¿Por qué nos odias, Jesús, Hijo de Dios? ¿No te basta con lo que eres? ¿Por qué quieres mandar también sobre nosotros? ¡No te queremos! ¿Por qué has venido a perseguirnos si hemos renegado de Ti? ¡Tus ojos! Cuando estén apagados nos reiremos… No… Ni siquiera entonces… ¡Tú nos vences! ¡Sed malditos Tú y el Padre que te ha enviado y el que viene de vosotros y es vosotros…! ¡Aaaaaah!”. ■ El grito final es completamente espantoso, como el de una persona a quien degollasen, y ha sido originado por el hecho de que Jesús, después de haber truncado muchas veces por imperativo mental las palabras de la poseída, pone fin a ellas tocando con su dedo la frente de la jovencita. Y el grito termina con una convulsión horrenda, hasta que, con un fragor que es parte carcajada y parte grito de un animal de pesadilla, el demonio la deja, gritando: “No me voy lejos… ¡Ja, ja!”, seguido de un estallido semejante al trueno de un rayo, a pesar de que el cielo está limpísimo”. ■ Muchos huyen aterrorizados, otros se apiñan aún más para ver a la jovencita que de golpe se ha calmado… Luego abre los ojos y sonríe, siente que no tiene el velo en la cara ni en la cabeza, trata de ocultarla con su brazo levantado. Quienes están con ella quieren que dé gracias al Maestro pero Él dice: “Dejadla. Tiene vergüenza. Su alma me ha dado ya las gracias. Llevadla a casa, con su madre. Es su lugar como jovencita que es…” y vuelve las espaldas a la gente para entrar en el Templo, al lugar de antes. ■ Pedro dice: “¿Viste, Señor, que muchos judíos habían venido a espaldas nuestras? Reconocí a alguno de ellos… ¡Ahí están! Son los que nos espiaban antes. Mira cómo discuten entre sí…”. Tomás dice: “Estarán echándose suertes para saber en quién de ellos entró el diablo. También está Nahúm, el hombre de confianza de Anás. Es un tipo que se lo merece…”. Andrés, a quien casi le castañean los dientes: “Tienes razón. No viste, porque estabas mirando a otra parte, pero el fuego se dejó ver sobre su cabeza”. Tomás: “Yo estaba cerca de él y tuve miedo…”. Mateo: “Realmente todos ellos estaban juntos. Pero yo he visto el fuego abrirse encima de nosotros y pensé que íbamos a morir… Es más, he temido por el Maestro. Parecía justamente suspendido sobre su cabeza”. Leví, el discípulo pastor, objeta: “No. Yo lo vi salir de la jovencita y estallar sobre los muros del Templo”. Jesús: “No discutáis entre vosotros. El fuego no señaló ni a éste, ni a aquél. Fue sólo la señal de que el demonio había huido”. Andrés replica: “Pero dijo que no se iría lejos…“. Jesús: “Palabras de demonio… Quién las hace caso. Alabemos más bien al Altísimo por estos tres hijos de Abraham curados en su cuerpo y en su alma”. (Escrito el 9 de Diciembre de 1946).
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(<El siguiente episodio tiene lugar, justo después de que los judíos han intentado apedrear a Jesús en el Templo, en la fiesta de la Dedicación [Ju. 10,22-39], al manifestarse como: “Yo y el Padre somos una sola cosa”. Pasaje relatado en el episodio 8-537-282 en este tema de “Jesús Redentor”>)
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8-538-294 (9-235-717).- Estado anímico exaltado de los apóstoles, a los que Jesús manda a predicar. Sujetos a Pedro.
* Controversia sobre los sucesos ocurridos y desacuerdo sobre el lugar a dónde ir ahora.- ■ Jesús está detrás del Templo, cerca de la puerta del Rebaño, fuera de la ciudad. Le acompañan, desolados aunque también encoraji­nados, los apóstoles y los discípulos pastores (menos Leví). No veo a ningún otro de los discípulos que estaban antes en el Templo con Él. Tienen una controversia. Es más, podría decir que no sólo están en desacuerdo entre sí, sino que lo están también con Jesús, y de manera especial con Judas de Keriot. A éste le echan en cara las iras de los judíos, y lo hacen con mordaz ironía. Judas les deja hablar y repite: “Yo hablé con fariseos, escribas y sacerdotes, y ni uno de ellos estaba entre la gente”. A Jesús le reprochan el no haber cor­tado la discusión después de haberla hecho cesar una primera vez. Y Jesús responde: “Debía completar mi manifestación”. ■ Y también están en desacuerdo respecto a dónde ir, ahora que el sábado está próximo y que son días de fiesta. Simón Pedro propone donde José de Arimatea, puesto que Betania no es lugar para ir a crear incomodidades, especialmente después de que Jesús ha declarado que ya no se debe ir allí. Tomás responde: “No está José, y tampoco Nicodemo. Están fuera. Por la fiesta. Los saludé ayer cuando esperábamos a Judas y me lo dijeron”. Mateo propone: “A casa de Nique, entonces”. Responde Felipe: “Está en Jericó por la fiesta”. Santiago de Alfeo dice: “A casa de José de Séforis”. Pedro dice: “¡Mmm! José… No le haríamos ningún regalo. Ha tenido una serie de problemas y… ¡sí, hombre, lo digo!… y… venera al Maestro, pero desea la propia paz. Parece una barca pillada entre dos corrien­tes opuestas… y, para mantenerse a flote…, tiene en cuenta todos los lastres. Incluso por lo que se refiere al pequeño Marcial… tanto es así, que se ha quedado muy a gusto pasándosele a José de Arimatea”. Andrés exclama: “¡Ah, por eso ayer estaba con él!”. Pedro añade: “Ya, claro. Por eso es mejor dejarle recuperar la calma en un fuertecillo seguro… ¡Eh, le falta valor! ■ ¡El Sanedrín da miedo a todos!”… J. Iscariote dice: “Te ruego que hables por ti. Yo no tengo miedo a nadie”. Pedro dice: “Y yo tampoco. Por defender al Maestro desafiaría a todas las legiones. Pero nosotros somos nosotros… Los demás… Bueno, pues tienen negocios, casas, mujeres, hijas… Y entonces consideran estas cosas”. Bartolomé observa: “Nosotros también las tenemos, entonces”. Pedro: “Pero nosotros somos los apóstoles y…”. Jesús dice: “Y sois iguales que los demás. No critiquéis a nadie porque la prueba no ha venido todavía”. Pedro: “¿No ha venido? ¿Y qué otras cosas quieres, más de las que he­mos pasado ya? ¡Y habrás visto cómo te he defendido hoy! Todos te hemos defendido. ¡Pero yo más que ninguno! ¡He abierto paso con unos empujones que habrían botado una barca!… ¡Una idea! Vamos a Nobe. ¡El anciano se sentirá contento!”. Todos aprueban: “Sí, sí. A Nobe”.  Jesús: “Juan no está. Haríais el camino en balde”.
* “Os recuerdo que estéis unidos, física y espiritualmente, sujetos a Pedro, vuestra cabeza; pero no como a un amo, sino como a hermano mayor”.- ■ Jesús explica: “A Nobe podéis ir, pero no a casa de Juan”. Pedro: “¿Podéis? ¿Y Tú no puedes?”. Jesús: “No quiero, Simón de Jonás. Yo tengo que ir a un lugar en estos días de las Encenias. Pero, fuera de la escena Yo, vosotros podéis estar tranquilos en cualquier lugar. Por eso os digo: id a donde queráis. Yo os bendigo. Os recuerdo que estéis unidos, física y espiritualmente, sujetos a Pedro, vuestra cabeza; pero no como a un amo, sino como a un hermano mayor. En cuanto Leví regrese con mi bolsa, nos separa­remos”. Pedro: “¡Eso no, mi Señor! ¡Nunca sucederá que te deje ir solo!”. Jesús: “Siempre sucederá, si Yo lo quiero, Simón de Jonás. Pero no temas. No estaré en la ciudad. Ninguno que no sea ángel o demonio descubrirá mi refugio”. Pedro: “Y es bueno. Porque hay demasiados demonios que te odian. ¡Te digo que no irás solo!”. Jesús: “También hay ángeles, Simón; e iré”. Pedro: “¿Pero a dónde? ¡¿Pero a qué casa, si has rechazado las mejores, o por voluntad tuya o por las circunstancias?! ¡¿Porque no querrás estar en esta estación del año en alguna gruta en los montes?!”. Jesús: “¿Y si así fuera? Los montes son menos fríos que los corazones de los hombres que no me aman” dice, casi a Sí mismo, inclinando la cabeza para esconder visos de llanto en los ojos. ■ Andrés, que mira desde el borde del camino, dice: “Ahí está Leví. Viene corriendo”. Jesús: “Entonces démonos la paz y vamos a separarnos. Si queréis ir a Nobe, tenéis el tiempo justo antes de la puesta del sol”. Leví llega jadeante: “Te buscan por todas partes, Maestro… Me lo han dicho los que te quieren… Han estado en muchas casas, especialmente de gente modesta…”. Santiago de Zebedeo pregunta: “¿Te han visto?”. Leví: “Claro. Incluso me han parado. Pero yo, que ya estaba al corriente, he dicho: «Voy a Gabaón» y he salido por la puerta de Damasco y he corrido por detrás de las murallas… No he mentido, Señor, porque yo y éstos vamos a Gabaón después del sábado. Esta noche estaremos en los campos de la ciudad de David… Son días de recuerdos para nosotros…” y mira a Jesús con sonrisa de ángel en su rostro vi­ril y barbado, una sonrisa que le pone de nuevo las facciones de niño de la noche lejana. Jesús: “De acuerdo. Vosotros podéis marcharos. Y también vosotros. Yo también me marcho. Cada uno por su camino. ■ Me precederéis en el pueblo de Salomón, donde estaré dentro de pocos días”.
* Os repito las palabras que os dije antes de enviaros de dos en dos por las ciudades… Preferid ir a las ovejas perdidas de la casa de Israel antes que a gentiles y samaritanos; esto no por repulsa, sino porque no estáis todavía al nivel de poder convertirlos”.- Jesús: “Y antes de de­jaros os repito las palabras que os dije antes de enviaros de dos en dos por las ciudades: «Id, predicad, anunciad que el Reino de los Cie­los está muy cercano. Curad a los enfermos, limpiad a los leprosos, resucitad a los muertos del espíritu y de la carne imponiendo en mi Nombre la resurrección del espíritu, la búsqueda de Mí que es vida, o la resurrección de la muerte. Y no os ensoberbezcáis de lo que ha­céis. Evitad las controversias entre vosotros y con quien no nos ama. No exijáis nada por lo que hagáis. Preferid ir a las ovejas perdidas de la casa de Israel antes que a gentiles y samaritanos; esto no por repulsa, sino porque no estáis todavía al nivel de poder convertirlos. Dad lo que tenéis sin preocuparos del mañana. Haced todo lo que me habéis visto hacer a Mí, y con el mismo espíritu mío. Mirad, os doy el poder de hacer lo que Yo hago y que quiero que hagáis para que Dios sea glorificado»”. Espira su aliento sobre ellos y luego, uno a uno, los besa y los despide. ■ Todos se marchan sin ganas, volviéndose varias veces. Él los saluda con la mano hasta que ve que todos se han ido, luego desciende el lecho del Cedrón, entre matas, y se sienta en una piedra en la orilla del agua que corre borbollando. Bebe esta agua clara y, sin duda, fría. Se lava la cara, las manos, los pies. Luego, vestido completamente de nuevo, vuelve a sentarse. Piensa… ■ Y no se da cuenta lo que sucede a su alrededor, concretamente que el apóstol Juan, que estaba ya lejos con los compañeros, ha regresado solo y, como Él, se oculta ahora tras una mata tupida… (Escrito el 11 de Diciembre de 1946).
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(<Jesús ha llegado a la gruta de Belén, a las “ruinas de la casa o torre de David”, donde Él había nacido. Juan, con la venia de Pedro —que ha juzgado imprudente dejar solo a Jesús en estos momentos de peligro—, viene siguiendo, ocultamente, a Jesús y llega también a la gruta. Juan permanece a cierta distancia, cauto para no ser ni oído ni visto. Así mismo, los discípulos pastores, como es su costumbre, después de celebrar la fiesta de la Dedicación del Templo o Encenias, antes de dirigirse a sus respectivos lugares, llevados por su corazón, “son días de recuerdo para nosotros”, han llegado también a la gruta. Tienen el privilegio de contemplar a su Jesús sumido en éxtasis, y, llenos de respeto y veneración, sin llamar la atención, se han marchado, una vez de haber dejado su comida a la entrada de la gruta. Juan, en cambio, después de dos días de espera, acuciado por el frío y el hambre, ha acudido donde Jesús. Posteriormente, ambos emprenden el viaje hacia Betabara, a la casita de Salomón donde todos los otros apóstoles esperan, según acordado previamente>)
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8-540-311 (9-237-734).- Encuentro de Jesús y Juan con Mannaén que da cuenta de los manejos judíos.- Lección sobre la Creación.
* Encuentro de Mannaén con Jesús y Juan que van hacia Betabara, a la casa de Salomón.- ■ Tienen ya a la vista el camino que va hacia el río. Ahí hay algún peregrino que espolea a las cabalgaduras o acelera el paso para estar antes de que sea de noche en los lugares de parada. Pero todos van envueltos en su manto, porque, habiéndose ocultado el sol, el aire se hace frío, y ninguno advierte la presencia de los dos viajeros que caminan ligeros hacia el río. Un caballero casi al galope, llega a ellos y los pasa, pero se para después de unos metros, debido a una recua de asnos en un pequeño puente, tendido a horcajadas sobre un ancho río, que quiere aparentar ser torrente y va espumando hacia el Jordán o el Mar Muerto. Mientras espera su turno de paso, el caballero se vuelve y hace un gesto de sorpresa. Baja de la silla y, sujetando de las riendas al caballo, vuelve hacia atrás, hacia Jesús y Juan, que no le han visto. “¡Maestro! ¿Cómo por aquí, y sólo con Juan?” pregunta el caballero echando hacia atrás las alas de su capucha —y, podría decir, como máscara— para protegerse del viento y del polvo. Aparece el rostro ­moreno y viril de Mannaén. Jesús: “La paz a ti, Mannaén. Voy hacia el río para cruzarlo. Pero dudo que pueda hacerlo antes de que sea de noche. ¿Y tú a dónde ibas?”. Mannaén: “A Maqueronte. A la sucia guarida. ¿No tienes dónde dormir? Ven conmigo. Yo iba con prisa a una posada que hay en al camino de las caravanas. O, si lo prefieres monto la tienda debajo de los árboles del río. Tengo todo en la silla”. Jesús: “Eso prefiero. Pero tú, sin duda, prefieres la posada”. Mannaén: “Yo te prefiero a Ti, mi Señor. Haberte encontrado lo considero una gracia. Vamos, entonces. Conozco las orillas como si fueran los pasillos de mi casa. Al pie del collado de Gálgala hay un bosque guardado del viento, rico en hierba para el animal, y en leña para los fuegos de los hombres. Allí estaremos bien”. ■ Van a buen paso, torciendo hacia Oriente, dejando el camino que va hacia el vado o hacia Jericó. Llegan pronto a los lindes de un tupido bosque que desciende de las pendientes del collado y se extiende en la llanura hacia las orillas del río. Mannaén: “Voy a aquella casa. Me conocen. Voy a pedir leche y paja para to­dos”, y se marcha con su caballo. Pronto regresa, se­guido por dos hombres que traen fajos de paja en los hombros y un pequeño cubo de cobre colmado de leche. Entran bajo el bosque sin decir nada. Mannaén indica que echen al suelo la paja y despide a los dos hombres. De los bolsillos de la si­lla saca yesca y eslabón y hace fuego con las muchas ramas que hay en el suelo. El fuego alegra y da calor. El caldero, colocado encima de dos piedras que ha traído Juan, se calienta, mientras Mannaén, que ya ha quitado la silla al caballo, extiende la tienda de suave lana de camello atándola a unas estacas clavadas en el suelo y arrimándola al robusto tronco de un árbol centenario. Abre sobre la hierba una piel de oveja, que también estaba atada a la silla, y pone ésta encima; luego dice: “Maestro, ven. Un refugio de caballeros del desierto. Pero defiende del rocío y la humedad del suelo. Para nosotros será suficiente la paja. Te aseguro, Maestro, que las alfombras preciosas y los baldaquinos, los asientos del palacio, me parecerán menos, mucho menos hermosos que este trono tuyo y que esta tienda y esta paja, y las viandas suculentas que en distintas ocasiones he saboreado no habrán tenido nunca el sabor del pan y la leche que vamos a tomar aquí debajo juntos. ¡Me siento feliz, Maestro!”. Jesús: “Yo también, Mannaén; y, sin duda, también Juan. La Providen­cia nos ha reunido esta noche para nuestra recíproca alegría”. Mannaén: “Esta noche y mañana, Maestro, y también pasado mañana, hasta que no te vea en seguro entre tus apóstoles. Pienso que vas a reu­nirte con ellos…”. Jesús: “Sí. Voy donde ellos. Me esperan en la casa de Salomón”.
* Mannaén da cuenta de manejos cometidos “por algunos de tus falsos seguidores que incitan a la gente a que se oponga contra quien te hospeda, o por otros, que cometen abusos presentándose como discípulos enviados por Ti”.- ■ Mannaén le observa. Luego dice: “He pasado por Jerusalén, y he sabido lo ocurrido… Por Betania… y he comprendido por qué no te has detenido allí. Haces bien en retirarte. Jerusalén es un cuerpo lleno de veneno y de podredumbre. Más que el pobre Lázaro…”. Jesús: “¿Le has visto?”. Mannaén: “Sí. Afligido por los tormentos del cuerpo y del corazón, por Ti. Muere muy afligido Lázaro… Pero quisiera morir yo también, antes que ver el pecado de nuestros compatriotas”. Juan, mientras cuida el fuego, pregunta: “¿Estaba revuelta la ciudad?”. Mannaén: “Mucho. Dividida en dos partidos. Y, cosa extraña, los romanos han sido clementes con algunos que habían sido detenidos por sedición el día antes. Se dice en secreto que eso es para no aumentar la agitación. Se dice también que pronto el Procónsul irá a Jerusalén. Antes de lo normal. Si ello va a ser un bien o no, no lo sé. Lo que sí sé es que Herodes hará lo mismo, lo cual, ciertamente, será un bien para mí, porque podré estar cerca de Ti. Con un buen caballo —las caballerizas de Antipas tienen árabes veloces— ir de la ciudad al río será cosa rápida. Si vas a detenerte allí…”. Jesús: “Sí. Voy a estar allí. Por ahora al menos…”. ■ Juan lleva la leche caliente, donde todos introducen su pan des­pués del ofrecimiento y bendición llevados a cabo por Jesús. Manna­én pasa unos dátiles blondos como la miel. Juan, maravillado, pregunta: “¿Pero dónde tenías tantas cosas?”. Mannaén, con una sonrisa leal en su cara, responde: “La silla de un caballero es un pequeño mercado, Juan; en ella hay de todo para el hombre y el animal”. ■ Piensa un momento y luego pregunta: “Maestro, ¿es lícito amar a los animales que nos sirven y que muchas veces lo hacen con más fidelidad que el hombre?”. Jesús: “¿Por qué esta pregunta?”. Mannaén: “Porque recientemente se han burlado de mí y me han criticado algunos que me vieron cubrir con la manta que ahora nos hace de tienda a mi caballo sudado por la carrera que había hecho”. Jesús: “¿Y no te dijeron nada más?”. Mannaén mira desorientado a Jesús… y calla. Jesús: “Habla con sinceridad. No es murmurar ni ofenderme el decir lo que ellos te han dicho para lanzar un nuevo puñado de fango contra Mí”. Mannaén: “Maestro, Tú lo sabes todo. Verdaderamente, Tú lo sabes todo y es inútil querer ocultarte nuestros pensamientos o los de otros. Sí. Me dijeron: «Se ve que eres discípulo de ese samaritano. Eres un pagano como Él, que viola los sábados por hacerse impuro tocando animales impuros»”. Juan exclama: “¡Ah, esto seguro que ha sido Ismael!”. Mannaén: “Sí. Él y otros con él. Yo me opuse diciendo: «Os comprendería si me llamarais impuro por vivir en la Corte de Antipas; no por un animal que ha sido creado por Dios». Y, como en el grupo había también herodianos —lo cual, de un tiempo a esta parte fácilmente se ve, y también es sorprendente, porque hasta ahora no podían verse—, me respondieron: «Nosotros no juzgamos los actos de Antipas, sino los tuyos. También Juan el Bautista estaba en Maqueronte y tenía contactos con el rey. Pero fue siempre un justo. Tú, por el contrario, eres un idólatra…». Se concentraban personas y me frené para no alterar a la gente de la ciudad. ■ Desde hace un tiempo, la gente es mantenida en agitación por algunos de tus falsos seguidores, que la incitan a que se oponga contra quien te hospeda, o por otros, que cometen abusos presentándose como discípulos enviados por Ti…”. Juan, inquieto, dice: “¡Esto es demasiado! Maestro, ¿a dónde van a llegar?”. Jesús: “No más allá del límite que podrán alcanzar. Tras ese límite, Yo sólo continuaré adelante y resplandecerá la Luz y ya nadie podrá dudar que Yo era el Hijo de Dios”.
.  ● “Los animales y las plantas y todo lo que el Creador ha creado para beneficio del hombre representan, pues, un don de amor y patrimonio entregado para su custodia. Por eso deben ser amados y tratados con justo cuidado. Cuidado no quiere decir idolatría”.- Jesús: “Pero venid aquí a mi lado y escuchad. Primero alimentad el fuego con más leña”. Los dos, bien contentos, se echan sobre la compacta piel de oveja que está extendida en el suelo bajo los pies de Jesús. Él está sentado en la silla escarlata, contra la tienda, que está pegada al tronco del árbol. Mannaén está casi echado: el codo hincado en el suelo, la cabe­za apoyada en la mano, los ojos en los ojos de Jesús. Juan se sienta sobre los calcañares y, en su postura habitual, apoya la cabeza en el pecho de Jesús y le ciñe con un brazo. ■ Jesús: “Cuando el Creador terminó de crear todo y lo entregó al rey, al hombre creado a su imagen y semejanza, mostró al hombre todas las criaturas creadas y quiso que el hombre les diera un nombre para distinguir a unas de otras. Y se lee en el Génesis «que todo nombre que Adán dio a los animales era bueno, era el apropiado nombre». Y también se lee en el Génesis que Dios, habiendo creado al hombre y a la mujer, dijo: «Hagamos al hombre a nuestra imagen y semejanza, para que domine sobre los peces del mar, las aves del cielo, los animales y toda la Tierra y sobre los reptiles que se arrastran sobre ella». Y, cuando hubo creado la compañera a Adán, la mujer, como él hecha a imagen y semejanza de Dios, no siendo conveniente que la Tentación, que estaba al acecho, tentase y corrompiera aún más ruinmente al varón creado a imagen de Dios, dijo Dios al hombre y a la mujer: «Creced y multiplicaos, y poblad la Tierra y dominadla, y dominad sobre los peces del mar, sobre las aves del cielo y sobre todos los animales que se mueven en la Tierra». Y dijo también «Ved que os he dado cuantas hierbas de semilla que existen en la Tierra, y todos los árboles que llevan en sí semilla de la propia especie, para que os sirvan de alimento a vosotros y también a todos los animales de la tierra y a las aves del cielo y a cuanto se mueve sobre la Tierra y lleva en sí alma viviente, para que tengan vida». ■ Los animales y las plantas y todo lo que el Creador ha creado para beneficio del hombre representan, pues, un don de amor y un patrimonio entregado por el Padre a los hijos para su custodia, para que lo usen con beneficio propio y en agradecimiento a Él, Dador de todo favor. Por eso, deben ser amados y tratados con justo cuidado. ¿Qué diríais vosotros de un hijo al que el padre le diera vestidos, muebles, dinero, campos, casas, diciendo: «Te los doy para ti y tus sucesores, para que tengáis con qué ser felices. Usad todo esto con amor en memoria del amor mío que os lo da», y que luego su hijo o los hijos de éste dejasen que se estropeara todo o dilapidaran todos los bienes? Diríais que no han hecho honor a su padre, que no han amado ni a su padre ni el don recibido. Igualmente, el hombre debe cuidar de todo lo que Dios con cuidado providencial ha puesto a su disposición. Cuidado no quiere decir idolatría, ni inmoderado apego hacia los animales o las plantas, o cualquier otra cosa. Cuidado quiere decir sentido de afecto y de gratitud hacia las cosas inferiores que nos son útiles y que tienen su vida, o sea, su sensibilidad”.
.  ● El alma viviente de las criaturas inferiores es simplemente la vida, o sea, el ser sensible a las cosas actuales tanto materiales como afectivas. Cuando un animal está muerto es insensible, porque con la muerte, para él, ha llegado el verdadero final. No hay futuro para él”.- Jesús: “El alma viviente de las criaturas inferiores de que habla el Génesis no es el alma como la tiene el hombre. Es la vida, simplemente la vida, o sea, el ser sensible a las cosas actuales, tanto materiales co­mo afectivas. Cuando un animal está muerto es insensible, porque con la muerte, para él, ha llegado el verdadero final. No hay futuro para él. Pero, mientras vive, sufre hambre, frío, cansancio; está sujeto a herirse y sufrir, a gozar, a amar, a odiar, a enfermarse y morir. Y el hombre, en recuerdo de Dios, que le ha dado tales medios para que su destierro en la tierra le sea menos penoso, debe ser humano para con sus siervos inferiores que son los animales. ■ ¿En el Libro de Moisés acaso, no está prescrito tener sentimientos de humanidad también hacia los animales, sean aves o cuadrúpedos? En verdad os digo que hay que saber ver con justicia las obras del Creador. Si se miran con justicia, se ve que son «buenas». Y lo bueno ha de ser amado siempre. Se ve que son cosas dadas con un fin bueno y por un impulso de amor, y, como tales, podemos, debemos amarlas, viendo, más allá de su ser finito, al Ser infinito que las ha creado para nosotros. Se ve que son útiles, y como tales han de ser amadas. Nada —recordad esto bien— ha sido hecho sin finalidad en el universo. Dios no desperdicia su perfecta potencia en cosas inútiles; esta hierbecilla no es menos útil que el poderoso tronco en que se apoya nuestro pasajero refugio. La gota de rocío, la pequeña perla de la escarcha, no son menos útiles que el inmenso mar. El mosquito no es menos útil que el elefante; ni el gusano que está en el fango de una zanja es menos útil que la ballena. Nada hay inútil en la creación, Dios ha hecho todo con fin bueno, con amor hacia el hombre. El hombre debe usar todo con recto fin y por amor a Dios, que le ha dado todo lo que hay sobre la Tierra, para que ello sea súbdito del rey de la creación. ■ Tú has dicho, Mannaén, que el animal, a menudo, sirve a los hombres mejor que los hombres. Yo digo que los animales, las plan­tas, los minerales, los elementos, superan, todos, al hombre en la obediencia a la finalidad para la que han sido creados: siguiendo pa­sivamente las leyes de la creación, o siguiendo activamente el instinto in­culcado por el Creador, o sujetándose a la domesticación. El hombre, que debería ser la perla en la creación, demasiadas veces es la feal­dad de la creación. Debería ser la nota más afinada y acorde con el coro de los habitantes del Cielo en la alabanza a Dios, y demasiadas veces es la nota más desafinada que maldice o blasfema o se rebela o dedica su canto a alabar a las criaturas en vez de al Creador. De ahí viene la idolatría; de ahí la ofensa; de ahí la inmundicia. Y esto es pecado. Quédate, pues, en paz, Mannaén. Esta piedad tuya hacia un caballo, que está sudado por haberte servido, no es pecado. Pecado son las lágrimas que se hacen derramar a los semejantes y los desenfrenados amores que son ofensa a Dios, digno de todo el amor del hom­bre”.
* “¿Pero yo, estando cerca de Antipas, peco?”.- ■ Mannaén: “¿Pero yo, estando cerca de Antipas, peco?”. Jesús: “¿Con qué finalidad estás? ¿Para gozar?”. Mannaén: “No, Maestro. Para velar por Ti. Tú lo sabes. Por este motivo iba yo ahora. Porque sé que han mandado mensajeros a Herodes para incitarle contra Ti”. Jesús: “Entonces no hay pecado. ¿No te gustaría más estar conmigo, en mi pobreza de vida?” Mannaén: “¿Y me lo preguntas? Lo he dicho al principio. Esta noche bajo la tienda, el pobre alimento que hemos comido, no tienen comparación para mí. ¡Si no fuera porque para oír los silbidos de las serpientes hay que estar junto a su madriguera, yo estaría contigo! He comprendido en qué consiste tu misión. ■ Hubo un día en que me equivoqué. Pero me sirvió para comprender y ya no volveré a salir de la justicia”. Jesús: “¡Ya lo ves! Nada hay inútil. Incluso el error, para quien tiende al Bien. El error cae como caparazón de la crisálida, y sale la mariposa, que no es deforme, que no huele mal, que no se arrastra, sino que vuela en busca de cálices de flores y rayos de luz. Las almas buenas también son así. Pueden dejarse envolver un momento por miserias y mortificantes angosturas. Pero luego se liberan de ello y vuelan de flor en flor, de virtud en virtud, hacia la Luz, hacia la Perfección. ■Alabemos al Señor por sus obras que son una continua misericordia, que actúan, incluso sin que el hombre se dé cuenta, en el corazón del hombre y alrededor del hombre”. Y Jesús ora, poniéndose de rodillas, porque la tienda que es baja y estrecha, no permite otra postura. Luego, alimentado el fuego delante de la tienda, trabado el caballo, se preparan para descansar, propo­niéndose substituirse en vigilar por turno el fuego y el animal, sobre el cual Mannaén ha echado una especie de gruesa manta como capa para protec­ción del frescor nocturno. Jesús y Mannaén se echan encima de los fajos de paja y se en­vuelven en el manto para dormir. Juan, por miedo a quedarse dormi­do, va y viene, fuera de la tienda, alimenta el fuego, observa al caba­llo… (Escrito el 16 de Diciembre de 1946).

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Índice del tema “Judas Iscariote”, 3º año v. p. de Jesús.- 3ª parte
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7-461-190 (8-153-187).- El griego Zenón con la carta de Síntica, desde Antioquía, con la noticia de la muerte de Juan de Endor.
7-465-243 (8-158-237).- Despedida de Betsaida y Cafarnaúm.- J. Iscariote se muestra torvo, turbado.
7-467-257 (8-160-251).- Advertencias a los apóstoles sobre los engaños de sus enemigos.
7-468-260 (8-161-253).- Un episodio de enmendamiento de J. Iscariote.
7-468-264 (8-162- 258).- Por qué Jesús comenta la figura de Judas y con ella la existencia de Satanás.
7-481-339 (8-176-325).- Maquinaciones de J. Iscariote para impedir una trama de los fariseos.
7-482-344 (8-177-330).- La mentira aun con buen fin es siempre reprobable.
7-483-351 (8-178-336).- El odio de los judíos y el cambio operado en ellos mismos, sus apóstoles: tema de los apóstoles. El misterio de Judas se entenderá cuando se abran los libros del Cielo.- Juan es, más o menos, el de siempre. Pedro, el que más ha cambiado.
7-485-365 (8-180-350).- Jesús llega a Betania para la fiesta de los Tabernáculos.- Pide una fe ilimitada a Marta, María y Lázaro.- La expresión de Judas es brillante de inteligencia y picardía.
7-490-402 (8-185-386).- De nuevo el niño Benjamín.- “Encontrareis gente más rara que Judas”.
7-492-414 (8-187-397).- En Betania  se evoca la memoria de Juan de Endor y Síntica.
7-495-427 (9-191-412).- Enseñanza a los apóstoles y discípulos acerca del perdón de los pecadores, tomando como tema el suceso de la mujer adúltera.
7-496-433 (9-192-417).- Improvisa turbación de Judas Iscariote.- Ananías, que ha percibido que existe más odio que amor entre los jefes del pueblo hacia Jesús, piensa que Israel sale al encuentro de los castigos que predijeron los profetas.
7-498-440 (9-194-424).- Exhortación a Judas Tadeo y Santiago Zebedeo después de una discusión con J. Iscariote.
7-499-445 (9-195-429).- Fuga de Esebón y encuentro con un mercader de Petra.
7-500-449 (9-196-433).- Iscariote incordia a Juan. Una mueca amenazadora de Iscariote. Bartolomé reflexiona con Juan sobre la figura del Mesías.
8-501-5 (9-196-439).- Curación de los dos hijos ciegos del mercader de Petra. Enfrentamiento con los enemigos.
8-502-11 (9-198-446).- Exigencias de Iscariote y las lágrimas de Jesús.
8-503-13 (9-109-447).- Los apóstoles indagan acerca del Traidor. ¿Podría un hombre traicionar a Dios?
8-504-25 (9-201-460).- Marziam preparado para la separación.- Regreso a la aldea de Salomón y muerte de Ananías.
8-505-30 (9-202-464).- Nique quiere estar cerca del Maestro.- La Madre y discípulas —acompañadas de Isaac—, para Sebat, deberán estar en Jerusalén.
8-508-53 (9-205-487).- El  niño huérfano Marcial-Manases, acogido por José de Séforis.
8-511-83 (9-208-515).- En Nobe, se habla de las circunstancias que rodearon la curación del ciego Bartolmai. Embustes de Judas Iscariote.
8-517-120 (9-214-550).- “Es mi corazón el que busca reposo y lo encuentra donde hay amor”.- Judas, en uno de sus arranques impulsivos, pide su salvación  y llora.
8-518-124 (9-215-555).- Encuentro con el ciego de nacimiento Bartolmai, curado hace poco.
8-519-134 (9-216-563).- Inexplicable ausencia de Judas Iscariote y alto en Betania, en casa de Lázaro.- Valor de un sacrificio, una oración, para salvar un alma.- El proverbio.- Las llagas feas y repugnantes de Lázaro.
8-520-139 (9-217-568).- “Aprendéis más por Judas que por cualquier otra persona”. Judas Iscariote, ausente.
8-520-144 (9-217-572).- Llegada a Tecua con el anciano Elí-Ana, arrojado de su casa por su hijo, el sanedrista Simón.- Judas Iscariote frecuenta la casa de este sanedrista.
8-521-151 (9-218-580).- En Tecua, Jesús se despide de los habitantes y del anciano Elí-Ana que dice: “Desconfía del otro Judas, mi Señor”.
8-523-161 (9-220-589).- En Jericó. La petición a Jesús de que juzgue a una mujer: no se sabe si está endemoniada o es profetisa.
8-525-178 (9-222-605).- El juicio sobre Sabea de Betlequi.- La inspirada Sabea, puesta a prueba por escribas y fariseos, rechaza al falso Mesías, reconoce a Jesús como el Adonái, exalta a la Mujer, hermoso Astro de Dios, y predice la ruina del pueblo de Israel.-  El escriba Sadoc y el reto.- Promesa de “voces” en el futuro.
8-527-198 (9-224-625).- ¿Jesús tiene conocimiento de las andanzas de Judas? ¿Conoce todo el futuro o en parte le está oculto?.- Tentaciones en la naturaleza humana de Jesús.
8-528-203 (9-225-630).- En Nobe, consuelo materno de Elisa y el regreso inquietante de Iscariote.
8-529-212 (9-226-639).- Objeciones de Judas Iscariote en el tema sobre el Demonio.
8-530-215 (9-227-641).- Otra noche de extravío y pecado de Judas Iscariote.
8-531-234 (9-228-660).- En Nobe, el milagro de la curación del pequeño Leví.- El apóstol Mateo escribía.
8-532-238 (9-229-664).- En Nobe, víspera de las Encenias, una prostituta enviada a tentar a Jesús.
8-533-251 (9-230-676).- Jesús, con Judas Iscariote, hacia Jerusalén.
8-535-262 (9-232-688).- Judas Iscariote es llamado a informar a casa de Caifás.
8-536-276 (9-233-701).- Llegada a Betania con los apóstoles nuevamente reunidos.- Elí-Ana está muerto.- Marta y María, preparadas por Jesús a la muerte de Lázaro.
8-537-283 (9-234-707).- “¿No sabes que todo el infierno está en uno?”.
8-538-294 (9-235-717).- Estado anímico exaltado de los apóstoles, a los que Jesús manda a predicar. Sujetos a Pedro.
8-540-311 (9-237-734).- Encuentro de Jesús y Juan con Mannaén que da cuenta de los manejos judíos.- Lección sobre la Creación.