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-«Una de las razones de esta Obra: haceros conocer el misterio de Judas».

-En el tema de “Judas Iscariote” se incluye:
Familia de Lázaro de Betania (Lázaro, Marta, María Magdalena), Pastores de la Gruta de Belén, y otros personajes de la Obra.

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Tema de “Judas Iscariote”, 1º año vida pública de Jesús, 2 ª parte, comprende:
Episodios y dictados  extraídos de la Obra magna
«El Evangelio como me ha sido revelado»
(«El Hombre-Dios»)
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(<Desde Jerusalén pasando por Samaria, han llegado a Galilea, a la Llanura de Esdrelón, una región cercana a Samaria. Jesús con sus tres discípulos Juan, Simón Zelote y Judas Iscariote junto con los dos pastores Leví y José, van al encuentro de Jonás que trabaja en unos campos cuyo propietario es un fariseo cruel y avaro: Doras>)
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2-88-52 (2-53-533).- Encuentro con Jonás, que solía pedir a Dios: “Tómame a mí como hostia. Pero ¡dame a Jesús!”.- El milagro.
* “Jonás, ese tiempo ha llegado. Ahora el Recién Nacido está preparado para ser Pan del mundo. Ante todo busco a mis fieles y les digo: «Venid, saciaos conmigo»”.- ■ Por un senderillo entre campos quemados, segados y amarillentos, Jesús camina con Leví y Juan; detrás, en grupo, vienen José, Judas Iscariote y Simón Zelote. Es de noche y, sin embargo, no se siente refrigerio. La tierra es un fuego que continúa quemando aun después del incendio del día. El rocío es impotente ante este arder; tan fuerte es el calor que sale de los surcos y de las hendiduras del suelo, que creo que se seca incluso antes de tocar el suelo. Todos caminan en silencio, fatigados y sudados. Pero veo a Jesús sonreír. La  noche está clara, a pesar de que la luna menguante apenas se ve ahora, al este, en el horizonte. Jesús pregunta a Leví: “¿Piensas que estará?”. Leví: “Ciertamente estará. A estas alturas ya está recogida la cosecha y todavía no ha empezado la recolección de la fruta, por tanto, los campesinos están ocupados en vigilar los viñedos y los árboles frutales contra los ladrones, y no se alejan, sobre todo cuando los patrones son odiosos como el que tiene Jonás. Samaria está cerca y cuando esos renegados pueden… están siempre dispuestos a perjudicarnos a nosotros los de Israel. ¿No saben que luego a los criados se les apalea? Sí que lo saben. Pero nos odian y esta es la razón”. Jesús dice: “No tengas rencor, Leví”. Leví: “No, pero verás cómo fue herido Jonás hace cinco años por culpa de ellos. Desde entonces pasa las noches en guardia, porque la flagelación es un suplicio cruel”. Jesús: “¿Nos falta todavía mucho para llegar?”. Leví: “No, Maestro. ¿Ves allí en donde terminan estos campos y empieza aquel monte oscuro? Allá están las arboledas de Doras, el duro fariseo. Si me lo permites, me adelanto para que Jonás pueda oírme”. Jesús: “Ve”… ■ Han llegado al huerto, se detienen, todos se reúnen. El calor es tan grande que sudan a pesar de no llevar manto. Guardan silencio y esperan. De la parte más tupida, oscura, ahora apenas iluminada por la luna, emerge la clara figura de Leví, y, detrás, otra más oscura. Leví dice: “Maestro, aquí está Jonás”. Jesús, antes de que Jonás se acerque a Él, le dice: “Mi paz llegue a ti”. Jonás no contesta. Corre y llorando se arroja a sus pies que besa. Cuando puede hablar dice: “¡Cuánto te he esperado! ¡Cuánto! Qué desconsuelo al sentir que la vida se iba, que venía la muerte y que tenía que decir: «Y no le vi». Sin embargo, no moría toda la esperanza. Ni siquiera cuando estuve para morir. También me decía: Ella dijo: «Vosotros aún le serviréis». Y Ella no podía haber dicho una cosa que no fuese verdad. Es la Madre del Emmanuel. Por esto ninguna más que Ella tiene a Dios consigo, tiene a Dios y sabe lo que es Dios”. Jesús: “Levántate. Ella te saluda. La tienes muy cerca, muy cerca. Reside en Nazaret”. Jonás exclama: “¡Tú! ¡Ella! ¿En Nazaret? ¡Oh, si lo hubiera sabido! Por la noche, en los meses fríos de invierno, cuando la campiña duerme, y los malintencionados no pueden causar daño a los agricultores, habría yo ido corriendo a besaros los pies, y habría vuelto con mi tesoro de estar en lo cierto. ¿Por qué no te has manifestado, Señor?”. ■ Jesús: “Porque no era la hora. Mas ahora sí ha llegado. Hay que saber esperar. Tú lo dijiste: «En los meses del hielo cuando la campiña duerme»… y sin embargo ya ha sido sembrada… ¿No es verdad?… Yo también, pues, era como el grano sembrado. Tú me habías visto cuando era sembrado, después desaparecido, sepultado bajo un silencio obligatorio, para crecer y llegar al tiempo de la mies y resplandecer a los ojos de quien me había visto apenas nacido, y a los ojos del mundo. Ese tiempo ha llegado. Ahora el Recién Nacido está preparado para ser Pan del mundo. Ante todo busco a mis fieles y les digo: «Venid, saciaos conmigo»”. El hombre le escucha con una sonrisa feliz y como si consigo hablase: “¡Oh! ¡Eres exactamente Tú! ¡Eres exactamente Tú!”. ■ Jesús: “¿Estuviste a punto de morir? ¿Cuándo?”. Jonás: “Cuando me azotaron a muerte porque me robaron los racimos de dos cepas. ¡Mira cuántos cardenales!”—se baja el vestido mostrando las espaldas del todo marcadas por cicatrices irregulares—. “Con un azote de hierro me golpeó. Contó los racimos que habían cogido —se veía dónde había sido arrancado de su tallo—  y me dio un golpe por cada racimo. Luego me dejó allí semimuerto. Me socorrió María, la joven esposa de un compañero mío y que siempre me ha querido. Su padre era el encargado antes de que llegara yo. Cuando vine aquí, le tomé cariño a la niña porque se llamaba María. Me ha cuidado y después de dos meses me curé, porque las llagas con el calor se habían infectado y me producían calenturas. Dije al Dios de Israel: “No importa. Haz que vea otra vez a tu Mesías, y no me importará lo que sufro; tómalo como sacrificio. No tengo más que ofrecerte. Soy esclavo de un hombre cruel, Tú lo sabes. Ni siquiera se me permite ir a tu altar durante Pascua. Tómame a mí como hostia. ¡Pero, dame a Jesús!”.  Jesús: “Y el Altísimo ha satisfecho tu deseo”.
Jonás, ¿quieres servirme, como ya hacen tus compañeros?… Diles a los muertos que Yo soy la Vida; diles a los que duermen que Yo soy el Sol que sale y saca del sueño; diles a los vivos que Yo soy la Verdad que buscan ellos”.-  Jesús: “Jonás, ¿quieres servirme, como ya hacen tus compañeros?”. Jonás: “¿Y en qué forma?”. Jesús: “Como ellos lo hacen. Leví sabe y te dirá cuán sencillo es servirme. Quiero tan solo tu voluntad”. Jonás: “La buena voluntad te la he ofrecido incluso cuando, recién nacido, llorabas. Por ella he superado todo, tanto los desconsuelos como los odios. Es… que aquí se puede hablar poco… El patrón una vez me dio de patadas, porque yo insistía diciendo que Tú ya estabas. ¡Pero cuando él estaba lejos, y con quien podía fiarme, yo contaba el prodigio de aquella noche!”. Jesús: “Pues bien, hoy se ha dado el prodigio de encontrarnos. Os he encontrado a casi todos, y todos fieles. ¿No es esto una maravilla? Por el simple hecho de haberme contemplado con fe y amor os habéis hecho justos ante Dios y ante los hombres”. ■ Jonás: “¡Oh! desde ahora tendré valor. ¡Valor! Porque sé que estás y puedo decir: «¡Él está aquí. Id a donde está…!». Pero ¿a dónde Señor mío?”. Jesús: “Por todo Israel. Hasta septiembre estaré en Galilea. Nazaret o Cafarnaúm frecuentemente me hospedarán y allí se me podrá encontrar… Después… estaré por todas partes. He venido a reunir a las ovejas de Israel”. Jonás: “¡Señor mío!, te encontrarás con muchos que no son ovejas. Desconfía de los grandes de Israel”. Jesús: “No me harán ningún daño hasta que no llegue la hora. Tú, a los muertos, a los que duermen, a los vivos, diles: “El Mesías está entre nosotros”. Jonás, extrañado: “Señor… ¿a los muertos?”. Jesús: “A los muertos en su corazón. Los demás, los muertos en el Señor, se regocijarán con la alegría cercana de verse libres del Limbo. Diles a los muertos que Yo soy la Vida; diles a los que duermen que Yo soy el Sol que sale y saca del sueño; diles a los vivos que Yo soy la Verdad que buscan ellos”.
* Para los buenos, el milagro como premio justo; para los menos buenos para empujar a la bondad; para malvados, también en alguna ocasión, para removerlos de su estado y persuadirles de que Yo soy y que Dios está conmigo. El milagro es un regalo”.- Jonás: “¿Y curas también a los enfermos? Leví me ha contado lo de Isaac. ¿Solo para él el milagro, porque es tu pastor, o también para todos?”. Jesús: “Para los buenos, el milagro como premio justo; para los menos buenos para empujarlos hacia la verdadera bondad; para los malvados, también en alguna ocasión, para removerlos de su estado y persuadirlos de que Yo soy y de que Dios está conmigo. El milagro es un regalo. El regalo es para los buenos. Pero, aquel que es Misericordia y que ve que la dureza humana, no removible sino por un hecho extraordinario, recurre también a este medio para decir: «He hecho todo por vosotros y de nada me ha valido. Decid, pues, vosotros mismos, ¿qué más puedo hacer?»”. ■ Jonás: “Señor, ¿no te da repulsa entrar en mi casa? Si me aseguras que no vienen los ladrones a la propiedad, quisiera hospedarte, y llamar a los pocos que te conocen a través de mi palabra para reunirlos en torno a Ti. El patrón nos ha doblegado y quebrado como a tallos inútiles. No tenemos otra cosa más que la esperanza de un premio eterno. Pero si te muestras a los corazones intimidados, tendrán una nueva fuerza”. Jesús: “Voy. No tengas miedo de los árboles ni de los viñedos. Puedes creer que los ángeles harán guardia”. ■ Jonás: “¡Oh, Señor! Yo he visto a tus siervos celestiales. Creo y estoy seguro de Ti. ¡Benditas estas plantas y estas viñas que tienen viento y canción de alas y de voces angelicales! ¡Bendito este suelo que santifican tus pies! ¡Ven, Señor Jesús! Oíd, árboles y vides, oíd surcos: Aquel Nombre que os confié para paz mía, ahora os lo repito. ¡Jesús está aquí! ¡Escuchad! Por ramas y viñedos discurra a borbotones la savia, el Mesías está con nosotros”. Todo termina con estas palabras preñadas de alegría. (Escrito el 26 de Enero de 1945).
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2-89-57 (2-54-539).- Adiós al pastor Jonás.- Simón Zelote quiere pagar el rescate de Jonás.
“Jonás, que el lugar en que estás sea tu escalera de Jacob… ¡Oh! ¡Quisiera daros una paz que fuera también humana pero… no puedo! Tengo que deciros: sufrid todavía. Y ello es tristeza para Uno que ama…”.- ■ Apenas un atisbo de luz. En la puerta de una mísera choza —y hablo así porque llamarla casa sería demasiado honor—, están Jesús con los suyos y con Jonás y otros campesinos como él. Es la hora de separarse. Jonás pregunta: “¿No te volveré a ver, Señor mío? Nos has traído la luz al corazón. Tu bondad ha hecho de estos días una fiesta que durará toda la vida. Ya has visto cómo nos tratan. Se preocupan más del borriquillo que de nosotros; y se cuida más humanamente de las plantas porque valen dinero; nosotros somos solo máquinas que proporcionan ganancia, y se nos hace trabajar hasta que morimos por exceso de trabajo. Pero tus palabras han sido como muchas caricias de alas. El pan nos ha parecido más abundante y mejor, porque Tú lo compartías con nosotros, este pan que él ni siquiera da a sus perros. Vuelve a compartirlo con nosotros, Señor. Me atrevo a decir esto, solo porque eres Tú. Para cualquier otro significaría una ofensa el ofrecer un cobijo y un alimento que hasta el mendigo desdeña. Pero Tú…”. ■ Jesús: “Pero Yo encuentro en ellos un perfume y un sabor celestes, porque hay en ellos fe y amor. Regresaré, Jonás. Quédate en tu lugar, amarrado al carro como un animal de tiro. Que el lugar en que estás sea tu escalera de Jacob (1). Ciertamente entre el Cielo y tú bajan y suben los ángeles con la atención puesta en recoger todos tus méritos y llevárselos a Dios. Pero yo volveré a ti, a consolar tu espíritu. Permanecedme todos  fieles. ¡Oh! ¡Quisiera daros una paz que fuera también humana pero… no puedo! Tengo que deciros: sufrid todavía. Y ello es tristeza para Uno que ama…”.
* “Yo te llevaré a Ella. Sabe esperarla, como se espera el levantarse de una estrella, de la primera estrella”.- Jesús bendice la campiña para que, Satán no pueda, dañándola, perjudicar a los infelices campesinos.- ■ Jonás: “Señor, si Tú nos amas, no se sufre. Antes no teníamos a nadie que nos amara… ¡Si pudiéramos al menos ver a tu Madre!”. Jesús: “No te angusties. Yo te llevaré a Ella. Cuando la estación sea más suave, vendré con Ella. No te expongas a castigos inhumanos por la prisa de verla. Sabe esperarla, como se espera el levantarse de una estrella, de la primera estrella. Aparecerá ante ti improvisadamente, exactamente como hace la estrella vespertina que ahora no se ve e inmediatamente después titila en el cielo. Y piensa que, ya incluso desde ahora, Ella esparce sus dones de amor sobre ti. Adiós a todos vosotros. Mi paz os sirva de escudo contra las crueldades de quien os llena de temor. Adiós, Jonás. No llores. Con fe paciente has esperado muchos años, te prometo ahora una espera muy breve. No llores. No te dejaré solo. Tu bondad enjugó mi llanto infantil; ¿no te es suficiente la mía para enjugar el tuyo?”. Jonás: “Sí… pero Tú te marchas… y yo me quedo…”. Jesús: “Jonás, amigo, no dejes que vaya abatido por el peso de no poderte ayudar”. Jonás: “No lloro, Señor… Pero, ¿cómo lograré poder vivir sin verte más, ahora que sé que estás vivo?”. ■ Jesús vuelve a acariciar una vez más al anciano desolado y luego se separa; mas en el límite de la mísera era, erguido, abre los brazos bendiciendo la campiña. Luego se pone en camino. Simón, que ha notado el desacostumbrado gesto, pregunta: “¿Qué significa lo que hiciste, Maestro?”. Jesús: “He puesto una señal sobre todas las cosas, para que Satán no pueda, dañándolas, perjudicar a esos infelices. Más no podía…”.
* Zelote, con sus propios bienes, quiere rescatar a Jonás. Zelote: “Maestro… adelantémonos. Quisiera decirte una cosa sin que nos oigan”. Se separan aún más del grupo y Simón Zelote toma la palabra: “Quería decirte que Lázaro tiene orden de usar el dinero para socorrer a todos aquellos que recurran a él en nombre de Jesús. ¿No podríamos libertar a Jonás? Ese hombre está acabado y su única alegría es tenerte. Démosela. ¿Qué podemos esperar de su trabajo aquí? Tu discípulo sería libre en esta llanura tan hermosa, y tan desolada. Aquí los más ricos de Israel tienen tierras opimas, que las exprimen explotando con cruel usura a los trabajadores, exigiéndoles el ciento por uno. Lo sé desde hace años. Poco tiempo podrás permanecer aquí porque en este lugar impera la secta de los fariseos, que creo que nunca será amiga tuya. Esos trabajadores, oprimidos y sin luz, son los más infelices en Israel. Ya lo has oído: ni siquiera para la Pascua gozan de paz y oración, mientras los crueles patrones, con grandes gestos y fingidas actitudes, se ponen en primera fila entre los fieles. Tendrán al menos la alegría de saber que Tú vives, la alegría de oír tus palabras, repetidas por uno que no alterará de ellas ni una jota. Maestro, si te parece bien, da órdenes y Lázaro actuará”. Jesús: “Simón, ya había comprendido por qué te desprendías de todo. No me es desconocido el pensamiento del hombre. También por esto te amé. Al hacer feliz a Jonás, haces feliz a Jesús. ¡Oh, cómo me angustia ver sufrir al que es bueno! Mi condición de pobre y despreciado por el mundo no me causa angustia sino por esto…”. (Escrito el 27 de Enero de 1945).
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1  Nota  : Cfr. Gén. 28,12.
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2-89-59 (2-54-542).- Adelantada llegada a Nazaret buscando el ansiado regazo de su Mamá, “porque no podía esperar más”, después de haber dejado a Jonás.
* “Yo doy en nombre de mi Madre lo que en nombre de mi Madre se pide”.- ■ Leví, de rodillas: “Debo dejarte, Maestro, pero tu siervo te eleva una súplica: Llévame a donde tu Madre. Éste (1) es huérfano como yo. No me niegues a mí lo que a él le das, para poder ver un rostro de madre…”. Jesús: “Ven. Yo doy en nombre de mi Madre lo que en nombre de mi Madre se pide”… ■ …Jesús está solo. Camina rápido entre bosques de olivos cargados de aceitunas ya bien formadas. El sol, a pesar de que esté declinando, asaetea la copa gris-verde de los árboles preciosos y pacíficos, pero no taladra el entramado de sus ramas sino con diminutos ojitos de luz. La vía principal, por el contrario, encajonada entre dos pendientes, es una cinta de polvorienta incandescencia deslumbrante. Jesús camina y sonríe. Llega a una zanja del terreno… y sonríe aún más vivamente. Allí está Nazaret… De tanto como la oprime la incandescencia del sol, parece como si vibrara. Jesús baja aún más veloz. Llega al camino. No se preocupa más del sol. Parece volar, de lo presuroso que va, con el manto —colocado como protección sobre la cabeza— hinchado y palpitando a los lados y detrás de Él. ■ La calle está desierta y silenciosa hasta las primeras casas. Allí, alguna voz de niño o de mujer se oye venir desde el interior de las casas o desde los huertos, que suspenden incluso sobre el camino las ramas de sus árboles. Jesús se aprovecha de estas manchas de sombra para rehuir el implacable sol. Gira por una callecita cuya mitad está en sombra. Allí hay mujeres que se arremolinan junto a un pozo fresco. Casi todas le saludan, manifestando con voces agudas su ale­gría porque haya vuelto. “Paz a todas vosotras… Pero… guardad silencio. Quiero dar una sorpresa a mi Madre”. Las mujeres le dicen: “Su cuñada se ha marchado ahora con una jarra fresca, pero tie­ne que volver; se han quedado sin agua. El manantial está seco, o se pierde en el suelo ardiente antes de llegar a tu huerto; no sabemos. María de Alfeo lo decía ahora. Mira, allí viene”. ■ La madre de Judas y Santiago viene con un cántaro sobre la cabeza y otro en cada mano. No ve inmediatamente a Jesús y grita: “De este modo me doy más prisa. María está toda triste, porque sus flo­res se mueren de sed. Son todavía las de José y Jesús, y siente que le quitan el corazón viéndolas languidecer”. Jesús, apareciendo desde detrás del grupo, dice: “Pero ahora que me ve a Mí…”. María de Alfeo: “¡Oh, mi Jesús! ¡Bendito Tú! Voy a decírselo…”. Jesús: “No. Voy Yo. Dame los cántaros”. María de Alfeo: “La puerta está sólo entornada. María está en el huerto. ¡Oh, qué contenta se pondrá! Hablaba de Ti también esta mañana. ¡Pero, ha­ber venido con este sol!… ¡Estás todo sudado! ¿Estás solo?”. Jesús: “No. Con amigos. Yo me he adelantado para ver antes a mi Ma­dre. ¿Y Judas?”. María de Alfeo: “Está en Cafarnaúm. Va frecuentemente…”. María no habla más, pero sonríe mientras seca con su velo el rostro humedecido de Jesús.
* Sí, tengo sed… de tu beso, Mamá. De tus caricias. Déjame estar así, con la cabeza en tu hombro, como cuando era pequeño… ¡Cuánto te echo de menos!… Déjame llenar mi vista de ti, ¡Santa Madre mía!… Mañana tú serás de mis amigos y Yo de los nazarenos. Pero hoy tú eres mi Amiga y Yo el Tuyo”.- ■ Los cántaros ya están llenos. Jesús, usando su cinturón, se carga dos de ellos equilibradamente sobre los hombros, y el otro lo lleva en la mano. Camina, vuelve una esquina, llega a la casa, empuja la puerta, entra en la pequeña habitación, que parece oscura en relación al fuerte sol exterior, levanta despacio la cortina que cubre la puerta del huerto, observa. María está en pie junto a un rosal, dando la espalda a la casa, compungida por la sedienta planta. Jesús posa el cántaro en el suelo, y el cobre suena al golpear contra una piedra. “¿Ya aquí, María?” di­ce la Madre sin volverse. “¡Ven, ven! ¡Mira este rosal!, y estas pobres azucenas; morirán todas, si no las socorremos. Trae también unas cañitas para sujetar este tallo que se está cayendo”. Jesús: “Te llevo todo, Mamá”. María se vuelve de repente. Se queda atónita un segundo; luego, dando un grito, corre con los brazos abiertos hacia el Hijo, el cual ya ha abierto los suyos y la espera con una sonrisa que es toda amor. “¡Hijo mío!”. “¡Mamá! ¡Querida mamá!”. La manifestación de afecto es larga, suave, y María está tan con­tenta que no ve, no siente lo sudado que está Jesús. Pero luego se da cuenta: “¿Por qué, Hijo, a esta hora? Estás como la púrpura y sudan­do como una esponja. Ven, ven dentro; que Mamá te seque y te re­fresque. Ahora te traigo una túnica nueva y sandalias limpias. ¡Pero Hijo! ¡Hijo! ¿Por qué vas por los caminos con este sol? ¡Las plantas se mueren por el calor y Tú, Flor mía, por los caminos…!”. Jesús: “¡Para llegar antes, Mamá!”. Virgen: “¡Oh, querido mío! ¿Tienes sed? Claro que sí. Ahora te preparo…”. Jesús: “Sí. De tu beso, Mamá. De tus caricias. Déjame estar así, con la cabeza en tu hombro, como cuando era pequeño… ¡Oh! ¡Mamá! ¡Cuánto te echo de menos!”. Virgen: “¡Pero dime que vaya, Hijo, y yo iré! ¿Qué te ha faltado por causa de mi ausencia?: ¿comida de tu agrado?, ¿ropa fresca?, ¿cama bien hecha? ¡Oh, dime, mi Dicha, ¿qué te ha faltado?! Tu sierva, ¡oh mi Señor!, tratará de poner remedio”. Jesús: “Nada aparte de ti…”. ■ Jesús, que ha vuelto a entrar en la casa de la mano de su Madre, se ha sentado en el banco que está junto a la pared y ahora mira fijamente a María. La tiene de frente, ceñida con sus brazos. Tiene apoyada la cabeza contra su corazón, y de vez en cuando la besa. Dice: “Déjame que te mire. Déjame llenar mi vista de ti, ¡Santa Madre mía!”. Virgen: “Primero la túnica. No es bueno estar tan mojado. Ven”.  Jesús obedece. ■ Cuando vuelve con una túnica fresca, el coloquio continúa, delicado. Jesús: “He venido con discípulos y amigos. Pero los he dejado en el bosque de Melca. Vendrán mañana al amanecer. Yo… no podía esperar, más. ¡Mi Mamá!..”, y le besa las manos. “María de Alfeo se ha retirado para dejarnos solos; ella también ha entendido mi sed de ti. Mañana… mañana tú serás de mis amigos y Yo de los nazarenos. Pero hoy tú eres mi Amiga y Yo el Tuyo” (2).
* “Tú eres la Madre de todos… Pero antes de nada, te suplico que tengas mucha piedad con los que vendrán mañana. Escucha: me aman… pero no son perfectos. Tú, Maestra de virtud… ¡Madre, ayúdame a hacerlos buenos… Yo quisiera salvar a todos…! Santificarlos… Tu virtud santifica. Te los he traído a propósito… Yo solo no podré”.-Jesús: “Te he traído… ¡Oh, Mamá!, he encontrado a los pastores de Belén, y te he traído a dos de ellos: huérfanos y tú eres la Madre, la Madre de todos, y más aún de los  huérfanos. Y te he traído también a uno que tiene necesidad de ti para vencerse a sí mismo; y a otro que es un justo y ha llorado; bueno… y a Juan… Y el recuerdo de Elías, de Isaac, Tobías (ahora Matías), Juan y Simeón. Jonás es el más infeliz. Te llevaré donde él; lo he prometido. Seguiré buscando a otros. Samuel y José están en la paz de Dios”. ■ Virgen: “¿Estuviste en Belén?”. Jesús: “Sí, Mamá. Llevé allí a los discípulos que tenía conmigo. Te traigo estas florecillas, nacidas entre las piedras de la entrada”.  Virgen: “¡Oh!” — María coge los tallitos secos y los besa. “¿Y Ana?”. Jesús: “Murió en la matanza de Herodes”. Virgen: “¡Pobrecilla! ¡Te quería mucho!”. Jesús: “Los betlemitas sufrieron mucho y no han sido justos con los pastores. Han sufrido mucho…”. Virgen: “¡Pero contigo por entonces fueron buenos!”. Jesús: “Sí. Por esto se los debe compadecer. Satanás está envidioso de aquella bondad suya y los instiga al mal. ■ He estado también en Hebrón. Los pastores, perseguidos…”. Virgen: “¡Oh! ¿Hasta ese punto?”.  Jesús: “Sí. Los ayudó Zacarías, y, gracias a él, pudieron tener patrones y pan, aunque estos patrones fueran duros. Pero son almas de justos, y de las persecuciones y de las heridas se han hecho piedras de santidad. Los he reunido. He curado a Isaac y… y he dado mi Nombre a un niñito… En Yutta, donde Isaac se consumía y donde ha renacido hay ahora un grupo inocente que se llama María, José y Yesaí…”. Virgen: “¡Oh, tu Nombre!”. Jesús: “Y el tuyo, y el del Justo. Y en Keriot, patria de un discípulo, un fiel israelita murió contra mi corazón, por la alegría de haberme encontrado… ■ Y también… ¡tengo tantas cosas que contarte…, mi perfecta Amiga, Madre dulce! Pero antes de nada, te lo suplico, te pido que tengas mucha piedad con los que vendrán mañana. Escucha: me aman… pero no son perfectos. Tú, Maestra de virtud… ¡Madre, ayúdame a hacerlos buenos… Yo quisiera salvarlos a todos…!”. Jesús se ha caído a los pies de María. Ahora Ella aparece en su majestuosidad de Madre. Virgen: “¡Hijo mío! ¿Qué puede hacer tu pobre Mamá que Tú no hagas?”. Jesús: “Santificarlos… Tu virtud santifica. Te los he traído a propósito. Mamá… un día, ante la urgencia de santificar a los espíritus, viendo en ellos voluntad de redención, te diré: «Ven». Yo solo no podré… Tu si­lencio será tan activo como mi palabra. Tu pureza ayudará a mi po­tencia. Tu presencia mantendrá distante a Satanás… Tu Hijo, Ma­má, sabiendo que estás cerca, encontrará fuerzas. ■ Vendrás, ¿no es cierto, dulce Madre mía?”. Virgen: “¡Jesús! ¡Querido Hijo!… No te siento feliz… ¿Qué te pasa, Criatura de mi corazón? ¿Ha sido duro contigo el mundo? ¿No? Creerlo me es motivo de consuelo… pero… ¡Oh! Sí. Iré. A donde Tú quieras, como Tú quieras, cuando Tú quieras, incluso ahora, bajo el sol, bajo las es­trellas, o con hielo o entre aguaceros. ¿Me quieres contigo?: aquí me tienes”. Jesús: “No. Ahora no. Pero un día… ¡Qué dulce es la casa! ¡Y tu caricia! Déjame dormir así, con la cabeza en tus rodillas. ¡Estoy muy cansa­do! Sigo siendo tu Hijito…”. Y Jesús realmente se duerme, cansado, derrengado, sentado en la estera, con la cabeza reclinada sobre las rodillas de su Madre, mientras Ella, feliz, le acaricia en el pelo. (Escrito el 27 de Enero de 1945).
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1  Nota  : El pastor José.  2  Nota  :  “Tú eres mi Amiga y Yo el Tuyo”… expresión que debe entenderse bajo la luz del Antiguo Testamento del Cantar de los Cantares y la de los Santos Padres refiriéndose a Jesús, el nuevo Adán y María la nueva Eva.
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2-90-63 (2-55-546).- En la casa de Nazaret, presentación de los discípulos y pastores a la Virgen.
Te he estado viendo dormir… Siempre lo hacía cuando eras pequeño. Siempre sonreías en los sueños… Pero esta noche no sonreías, Hijo, suspirabas como si estuvieses afligido…”.- ■ Veo a María, descalza y diligente, con las primeras luces del día va y viene por la casa. Con su vestido azul tenue parece una delicada mariposa que apenas roza, sin hacer ruido, paredes y objetos. Se acerca a la puerta que da a la calle y la abre cuidando de no hacer ruido: la deja entornada, después de haber dado una ojeada a la calle todavía desierta. Pone en orden las cosas, abre puertas y ventanas. Entra en el taller —en donde, ahora que lo ha dejado el Carpintero, están los telares de María— y también allí trajina; cubre con cuidado uno de los telares en que hay una tejedura comenzada, y sonríe por un pensamiento que le viene al mirarla. Sale al huerto. Las palomas se le agolpan encima de los hombros. Con vuelos cortos, de un hombro a otro, para conseguir el mejor puesto, peleonas y celosas por amor a Ella, la acompañan hasta una despensa en la que hay provisiones. Saca unos granos para ellas y dice: “Aquí, hoy aquí. No hagáis ruido. ¡Está muy cansado!”. Luego coge harina y va a un cuartito que está junto al horno y se pone a hacer el pan. Lo amasa y sonríe. ¡Qué sonriente está Mamá! Está tan rejuvenecida por la alegría, que parece la joven Madre de Navidad. De la masa del pan aparta una cantidad y la cubre; luego continúa su trabajo. Está colorada. Sus cabellos presentan un aspecto más claro debido a una leve capa de polvo de harina. ■ Entra despacio María de Alfeo: “¿Ya trabajando?”. Virgen: “Sí. Estoy haciendo el pan. Mira, las tortas de miel que a Él gustan tanto”. M. de Alfeo: “Dedícate a ellas. Yo hago el pan, que es mucha la masa”. María de Alfeo robusta y más gruesa, trabaja con fuerzas en su pan, mientras María pone miel y mantequilla en sus panecillos; hace muchos de forma redondeada y los coloca sobre una plancha. M. de Alfeo suspira: “No sé qué hacer para avisar a mi hijo Judas… Santiago no se atreve… y los demás…”. Virgen: “Hoy vendrá Simón Pedro. Viene siempre el segundo día después del sábado con los pescados. Le mandaremos a él a donde Judas”. M. de Alfeo: “Si quiere ir…”. Virgen: “Simón Pedro jamás me dice que no”. ■ Jesús aparece, dice: “La paz sea en este vuestro día”. Las dos mujeres se sobresaltan al oír su voz. Virgen: “¿Ya te levantaste? ¿Por qué?… quería que durmieras…”. Jesús: “He dormido como un niño, Mamá. Tú no debes haber dormido”. Virgen: “Te he estado viendo dormir… Siempre lo hacía cuando eras pequeño. Siempre sonreías en los sueños… y esas sonrisas me quedaban todo el día como una perla en el corazón… Pero esta noche no sonreías, Hijo, suspirabas como si estuvieses afligido…”. Jesús: “Estaba cansado, Mamá. Y el mundo no es esta casa donde todo es sinceridad y amor. Tú… Tú sabes quién soy y puedes entender qué significa para Mí el contacto del mundo. Es como quien camina por un camino sucio y lodoso; que, aunque camine atento, un poco de fango le salpica, y el hedor penetra aunque se esfuerce en no respirar… Y si éste es hombre que le gusta la limpieza y el aire puro, puedes imaginar cuánto le fastidiará”. Virgen: “Sí, Hijo. Lo entiendo. Pero me duele que sufras…”. Jesús: “Ahora estoy contigo y no sufro. Permanece el recuerdo… pero sirve para hacer más hermosa la alegría de estar contigo”. Y Jesús se inclina para besar a su Madre. Acaricia también a la otra María, que entra toda colorada, porque ha estado encendiendo el horno. M. de Alfeo: “Será necesario anunciar a mi hijo Judas”—es la preocupación de María de Alfeo—. Jesús: “No es necesario, Judas estará hoy aquí”. M. de Alfeo: “¿Cómo lo sabes?”. Jesús sonríe y calla. ■ Virgen: “Hijo, todas las semanas, en este día, viene Simón Pedro. Me quiere traer los pescados frescos que cogió en las primeras horas. Llega un poco después de las seis. Estará contentísimo hoy. Simón es bueno. En el tiempo que se queda nos ayuda. ¿No es así, María?”. Jesús dice: “Simón Pedro es un hombre sincero y bueno. Pero también el otro Simón, que dentro poco le veréis, es un gran corazón. Voy a su encuentro. Están por llegar”.
* J. Iscariote, Simón Zelote y Juan presentados a la Madre junto con los dos pastores.- ■ Jesús sale, mientras las mujeres que han puesto el pan en el horno, regresan a la habitación donde María se pone las sandalias y se pone un vestido blanquísimo de lino. Pasa algún tiempo y mientras esperan, María de Alfeo dice: “No te ha dado tiempo de terminar ese trabajo”. Virgen: “Lo terminaré pronto y mi Jesús tendrá el consuelo de la sombra, sin preocuparse de nada”. ■ Empujan la puerta desde fuera: “Mamá, he aquí a mis amigos. Entrad”. Entran en grupo los discípulos y los pastores. Jesús, con las manos sobre los hombros de los dos pastores, lleva a éstos hacia su Madre: “He aquí a los dos hijos que buscan una Madre. Sé su alegría, Mujer”. Virgen: “Os saludo… ¿Tú?… Leví… ¿Tú?… no sé, pero por la edad —Él me ha puesto al corriente— eres sin duda José. Ese nombre es aquí dulce y sagrado. Ven, venid. Con alegría os digo: mi casa os acoge y una Madre os abraza en recuerdo del gran amor que vosotros (tú en tu padre) tuvisteis por mi Niño”. Los pastores están tan extáticos, que parecen bajo efecto de un encantamiento. Virgen: “Soy María, sí. Tú viste a la Madre feliz. Sigo siendo la misma; dichosa también ahora de ver a mi Hijo entre corazones leales”. Jesús: “Éste es Simón, Mamá”. Virgen: “Mereciste el favor, porque eres bueno. Lo sé. Que la gracia de Dios sea siempre contigo”. Simón, más experto en las costumbres del mundo, hace una muy profunda reverencia, llevando los brazos cruzados sobre el pecho, y dice: “Te saludo, Madre verdadera de la Gracia, y no pido otra cosa al Eterno, ahora que conozco la Luz y te conozco a ti, más  bella que la luna”.  Jesús: “Éste es Judas de Keriot”. Iscariote: “Tengo una madre, pero mi amor por ella desaparece ante la veneración que siento por ti”. Virgen: “No, no por mí. Por Él. Yo soy, porque Él es. Para mí no quiero nada. Sólo pido para Él. Sé cuánto honraste a mi Hijo en tu ciudad. Pero aún así yo te digo: sea tu corazón el lugar en que Él reciba de ti todo el honor. Entonces te bendeciré con corazón de Madre”. Iscariote: “Mi corazón está bajo el calcañar de tu Hijo. Feliz opresión. Sólo la muerte destruirá mi fidelidad”. Jesús: “Éste es nuestro Juan, Mamá”. Virgen: “Estuve tranquila desde el momento en que supe que estabas con Jesús. Te conozco y me tranquilizo en el alma al saber que estás con mi Hijo. Sé bendito, quietud mía”. Y le besa.
* Pedro acoge con gozo a los dos pastores, con una mirada franca de advertencia a J. Iscariote, y alaba la cara honrada de Simón Zelote.- ■ La voz ronca de Pedro se oye desde fuera: “He aquí al pobre Simón que trae su saludo y…”. Entra y queda con la boca abierta. Después arroja al suelo el canasto, redondo, que llevaba colgado a la espalda y se arroja también él al suelo, diciendo: “¡Señor eterno! ¡Pero… no, esto no me lo debías haber hecho, Maestro! Estar aquí… ¡y no notificármelo… al pobre Simón! ¡Dios te bendiga, Maestro! ¡Ah, qué feliz soy! ¡No podía estar más sin Ti!”. Y le acaricia la mano, sin hacer caso a Jesús que le dice: “Levántate, Simón. ¡Que te levantes!”. Pedro: “Me levanto, sí. Pero… ¡Eh, tú, muchacho! (el muchacho es Juan) ¡Tú al menos podías haber corrido a decírmelo! Ahora ¡venga!, sal enseguida, a Cafarnaúm, a avisar a los demás… y primero a casa de Judas. Pronto estará aquí tu hijo, mujer. Rápido. Como si fueras una liebre con los perros por detrás”. Juan sale riéndose. Al fin Pedro se ha levantado. Sigue teniendo entre sus cortas, toscas manos, de venas marcadas, la larga mano de Jesús que la besa sin dejarla, no obstante querer entregar el pescado, que está en el suelo en el canasto. “No quiero que te vayas otra vez sin mí. ¡Nunca, nunca más, tanto tiempo sin verte! Te seguiré como la sombra sigue al cuerpo y la cuerda al ancla. ¿Dónde estuviste, Maestro?… Me decía: «¿Dónde estará, qué estará haciendo?… ¿Y ese muchacho de Juan, sabrá tener cuidado de Él? ¿Estará atento de que no se canse mucho, a que no se quede sin comer?». ¡Te conozco! ¡Estás más delgado! Sí, más delgado. ¡No te cuidó bien! Le diré que… Pero… ¿dónde estuviste, Maestro? ¡No me dices nada!”. Jesús: “Espero que me dejes hablar”. Pedro: “Es verdad. Pero es que… verte es como un vino nuevo: se sube a la cabeza solo con el olor. ¡Oh! ¡Mi Jesús!”. Pedro está a punto de llorar de gozo. Jesús: “También Yo he deseado verte, a todos vosotros, aun cuando estaba con amigos queridos. ■ Mira, Pedro, estos dos son los que me han amado desde cuando tenía pocas horas de nacido. Todavía más: ya han sufrido por Mí. Aquí hay un hijo sin padre por mi causa. Pero encontrará tantos hermanos cuantos sois vosotros ¿o no es verdad?”. Pedro: “¿Me lo pides, Maestro? Pero si por una suposición el Demonio te amase, yo le amaría porque te ama. Veo que también vosotros sois pobres. Somos, pues, iguales. Venid que os bese. Soy pescador, pero tengo el corazón más tierno que un pichón. Es sincero. No os fijéis si soy áspero. Lo duro es por fuera; dentro soy todo miel y mantequilla. ¡Con los buenos porque con los malvados…!”. ■ Jesús: “Pedro, éste es un nuevo discípulo”. Pedro: “Me parece haberle visto antes…”. Jesús: “Sí. Es Judas de Keriot. Tu Jesús por medio de él tuvo una buena acogida en esa ciudad. Os ruego que os améis, aunque seáis de diversas regiones. Sed hermanos todos en el Señor”. Pedro: “Y a como tal lo trataré, si lo es él. ¡Eh… sí…! (Pedro mira fijamente a Judas con una mirada franca, de advertencia) Y… sí… es mejor que lo diga; así me conoces ya desde ahora. Lo digo: no tengo mucha estima en general de los judíos y de los ciudadanos de Jerusalén en particular. Pero soy honrado y en mi honradez te aseguro que hago a un lado todas las ideas que tengo de vosotros y que quiero ver en ti, sólo al hermano discípulo. Toca a ti que no cambie yo ni de pensamiento ni de decisión”. ■ Zelote le pregunta sonriendo: “¿También contra mí tienes iguales prejuicios?”. Pedro: “¡No te había visto! ¿Contra ti?… Contra ti no. Tienes pintada en la cara la honradez. Se te brota la bondad del corazón para afuera, como un bálsamo oloroso por un vaso poroso. Y eres anciano. Ello no es siempre una dote. Algunas veces, cuanto más envejece uno, tanto más falso y malvado se vuelve. Pero tú eres, como aquellos vinos alabadísimos: cuanto más añejos, más secos y buenos”. Jesús dice: “Haz juzgado bien, Pedro. Venid ahora. Mientras las mujeres trabajan para nosotros, quedémonos debajo de ese emparrado fresco. ¡Qué hermoso es estar aquí con los amigos! Luego iremos todos juntos por la Galilea y por otras partes; ■ todos no. Leví, ahora que has satisfecho tu deseo, volverás a donde Elías, a llevarle el saludo de María; ¿verdad, Mamá?”. Virgen: “Que lo bendigo, y también a Isaac y a los demás. Mi Hijo me ha prometido llevarme… y yo iré donde vosotros, los primeros amigos de mi Niño”. Zelote: “Maestro, querría que Leví llevase a Lázaro el escrito que ya sabes”. Jesús: “Prepáralo, Simón. Hoy es día de gran fiesta. Mañana por la tarde partirá Leví a tiempo para llegar antes del sábado. Venid amigos…”. Salen al verde huerto y todo termina. (Escrito el 28 de Enero de 1945).
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2-91-68 (2-56-551).- 1ª  lección en Nazaret: uníos y amaos.- Reproche de Judas a Jesús.
* 1ª cosa: absolutamente necesario entre vosotros: amor y unión. Amaos para enseñar a amar. Y unidos, pese a las diferencias en edad, posición social, instrucción: todos sois iguales: necesitados de la misma instrucción para llegar a la Verdad.- La unión hace la fuerza: metáfora de las hormigas.- ■ Veo que Jesús con Pedro, Andrés, Juan, Santiago, Felipe, Tomás, Bartolomé, Judas Tadeo, Simón, Judas Iscariote y el pastor José salen de la casa y van no lejos de Nazaret bajo un olivar tupido. Dice: “Venid a mi alrededor. Durante estos meses de presencia y de ausencia me he formado un juicio de vosotros. Os he conocido, y he conocido, con experiencia de hombre, el mundo. Ahora he pensado en enviaros al mundo. Pero antes debo haceros maestros, haceros capaces de enfrentaros al mundo con la dulzura y la sagacidad, la calma y la constancia, con la conciencia y la ciencia de vuestra misión. Aprovecharé  este tiempo, de sol ardiente, que impide que se haga viaje alguno por la Palestina, para vuestra instrucción y formación de discípulos. He escuchado cual músico lo que en vosotros desentona y quiero poneros en tono con la armonía celestial que debéis transmitir al mundo, en nombre mío. ■ Retengo a este hijo (y señala al pastor José) porque le doy el encargo de llevar a sus compañeros mis palabras, para que también allá se forme un núcleo robusto, que me anuncie;  no un anuncio que tan solo diga que Yo ya estoy, sino con las características más esenciales de mi doctrina. ■ Como primera cosa os digo, que es absolutamente necesario entre vosotros el amor y la unión. ¿Qué cosa sois? Personas de toda clase social, de toda edad y de diversas regiones. He querido escoger a quienes carecen de enseñanza y conocimientos, para poder penetrar más fácilmente en ellos con mi doctrina, y también porque —habiendo sido destinados para evangelizar a personas que se encontrarán en una absoluta ignorancia del Dios verdadero— quiero que, recordando la primitiva ignorancia, no desprecien a éstos, y, con piedad, los instruyan, recordando con cuánta piedad Yo les he instruido. Oigo a vosotros una objeción: «¡No somos paganos, ni tampoco carecemos de cultura intelectual!». ¡No! no lo sois. Pero vosotros —y sobre todo quienes entre vosotros representan a los doctos y a los ricos— habéis sido educados en una religión que, degenerada por demasiadas razones, de religión no tiene sino el nombre. En verdad os digo que hay muchos que se glorían de ser hijos de la Ley, pero de ellos ocho partes de cada diez, no son más que idólatras que han confundido, entre nieblas de mil pequeñas religiones humanas, la verdadera, la santa y eterna Ley del Dios de Abraham, Isaac, Jacob. ■ Por tanto, mirándoos unos a otros, tanto vosotros, pescadores humildes y sin cultura, como vosotros, mercaderes e hijos de mercaderes, oficiales o hijos de oficiales, ricos o hijos de ricos, decid: «Todos somos iguales. Todos tenemos las mismas deficiencias y todos tenemos necesidad de la misma instrucción. Hermanos en los defectos personales o nacionales, debemos desde ahora en adelante ser hermanos en el conocimiento de la Verdad y en el esfuerzo de practicarla». Sí, hermanos. Quiero que así os llaméis y como tales os consideréis. Sois una sola familia. ¿Cuándo prospera una familia? ¿cuándo la admira el mundo? Cuando está unida y se manifiesta concorde. Si los hermanos se enfadan, ¿acaso puede durar la prosperidad de esa familia? ¡No! En vano el padre de familia se esforzará en trabajar, en allanar las dificultades, en imponerse al mundo. Sus esfuerzos resultan inútiles, porque las propiedades se acaban, las dificultades aumentan, el mundo se burla por esta situación perpetua de lucha que reduce corazón y riqueza —que, unido, era fuerte contra el mundo—  a un montón pequeño de pequeños intereses contrarios, de los que se aprovechan los enemigos de la familia para acelerar cada vez más su ruina. Jamás seáis así vosotros. Permaneced unidos. Amaos. Amaos para enseñar a amar. ■  Observad: incluso lo que nos rodea nos ilustra acerca de esta gran fuerza. Ved este enjambre de hormigas que se dirige hacia un lugar. Sigámoslo y descubriremos la razón de su esfuerzo para acudir a un punto… Mirad aquí. Esta pequeña hermana descubrió con sus minúsculos órganos, que no podemos ver con facilidad, un gran tesoro debajo de ese montón de raíces silvestres. Puede ser que se trate de una migaja de pan que se le haya caído a algún agricultor que vino a ver sus olivos, o a algún caminante que se haya refugiado bajo esta sombra, para comer, o a un niño que alegre jugaba entre la hierba. ¿Cómo podría ella sola llevar hasta su nido este tesoro que era mil veces mayor que ella?… Y ha llamado a una hermana y le ha dicho: «Mira, date prisa a decir a las demás, que aquí hay alimento para toda la tribu y por muchos días. Corre, antes de que un pájaro descubra el tesoro y llame a sus compañeros y se lo coman». Y la hormiguita ha corrido, afanosa, entre las escabrosidades del terreno, subiendo y bajando entre los arenales y pajillas hasta llegar al hormiguero. Su voz fue: «Venid, una de nosotras os llama; ha encontrado para todas, pero sola no puede traerlo aquí. Venid». Y todas, incluso las que —ya cansadas por tanto como han trabajado durante todo el día— estaban descansando en las galerías del hormiguero, han acudido; incluso las que estaban amontonándolas provisiones en sus correspondientes celdas. Una, diez, cien, mil… Mirad… Lo toman con sus pinzas, lo levantan haciendo de sus cuerpos unos carritos, lo arrastran hincando las patitas en el suelo. Ésta se cae… más allá la otra casi se lisia porque la punta del pan le ha rebotado y la ha comprimido contra una piedra; ¿y esta, tan pequeñita? (una jovencita de la tribu): se detiene derrengada… pero ved que toma aliento y continúa. ¡Qué unidas están! Mirad: ahora el pedazo de pan está entre todas, y avanza, avanza despacio, pero avanza. Sigámoslo… Todavía un poco más, hermanitas, todavía un poco más y vuestra fatiga obtendrá su premio. Ya no pueden más, pero no ceden. Descansan y otra vez prosiguen… Llegan al hormiguero. ¿Y ahora? Ahora al trabajo, para partir en pequeños trocitos la miga grande. Observad qué trabajo. Unas cortan y otras llevan… Se ha acabado. Ahora todo está bien y contentas desaparecen entre esas grietas para ir a su galería. Son hormigas, nada más que hormigas, y, sin embargo son fuertes, porque están unidas. Meditad en esto. ¿Tenéis algo que preguntarme?…”.
* Reproche de J. Iscariote a Jesús y la 1ª recriminación de Pedro a Iscariote.- ■ Iscariote pregunta: “Quisiera preguntarte si es que ya no volvemos a Judea”. Jesús: “¿Quién lo ha dicho?”. Iscariote: “Tú, Maestro. Has dicho que prepararías a José para que fuese a instruir a los demás que están en Judea. ¿Te fue tan mal como para no volver más allá?”. Tomás pregunta curioso: “¿Qué te hicieron en Judea?”. Y el fogoso Pedro al mismo tiempo exclama: “¡Ah! Tenía yo razón en decir que habías vuelto agotado. ¿Qué te hicieron los «perfectos» de Israel?”. Jesús: “Nada, amigos, ninguna otra cosa más que la que también encontraré acá. Judas, te había pedido que guardases secreto…”. Iscariote: “Es verdad, pero… No, no puedo callarme cuando veo que prefieres Galilea a mi Patria. Eres injusto. También allí recibiste honores…”. Jesús: “¡Judas! ¡Judas! ¡Oh, Judas! Tu reproche es injusto. Tú mismo te acusas, al dejarte llevar de la ira y de la envidia. Yo había logrado dar a conocer solo el bien que he recibido en Judea. Sin mentir y con alegría había logrado manifestar este bien para hacer que os amasen a los de Judea. Con alegría, porque el Verbo de Dios no conoce separaciones de lugares, antagonismos, indiscriminaciones. A todos vosotros os amo. A todos… ¿Cómo puedes decir que prefiero la Galilea, cuando quise hacer los primeros milagros y las primeras manifestaciones en el sagrado sitio del Templo y de la Ciudad Santa que es estimada por todos los israelitas? ¿Cómo puedes decir que soy parcial, si de vosotros los once discípulos, mejor dicho, de los diez porque mi primo es de la familia, no de amistad, cuatro sois de Judea? Y, si añado a los pastores, que son todos judíos, puedes ver de cuántos de Judea soy amigo. ¿Cómo puedes decir que no amo a vosotros, judíos, si cuando nací y cuando me preparé a la misión quise que hubiese dos judíos, contra uno solo de Galilea? Me acusas de injusticia, pero examínate, Judas, y mira si el injusto no eres tú”. ■ Jesús ha hablado con majestuosidad y dulzura. Pero, aunque no hubiese dicho más, habrían sido suficientes los tres modos como ha pronunciado «Judas» al principio de sus palabras, para darle una gran lección. El primer «Judas» lo decía el Dios majestuoso que llama al respeto; el segundo, el Maestro que enseña de un modo paternal; el tercero era el ruego del amigo dolido por los modales de su amigo. Judas, humillado, baja la cabeza, todavía iracundo, afeado por este aflorar de bajos sentimientos. ■ Pedro no sabe quedarse callado: “Y por lo menos pide perdón, muchacho. Si estuviese en lugar de Jesús, no te bastarían palabras. ¿Que Él sea injusto?… ¡Eres un irrespetuoso señorito! ¿De este modo os educan en el Templo? ¿O es que eres tú el ineducable? Porque si ellos son…”. Jesús: “Basta, Pedro. Dije lo que tenía que decir. Esto será también motivo de instrucción mañana”.
* “No digáis a mi Madre que los judíos maltrataron a su Hijo. No introduzcáis ni siquiera el eco del odio donde todo es amor”.- ■ Jesús añade: “Y ahora repito lo que había dicho a estos en Judea: No digáis a mi Madre que los judíos maltrataron a su Hijo. Está muy afligida al haber intuido mi pena. Respetad a mi Madre. Vive en la sombra y en el silencio. Tan sólo es activa en virtudes y oración por Mí, por vosotros y por todos. Dejad que las luces negras del mundo y las agrias disputas se queden lejos de su retiro envuelto en la reserva y en la pureza. No introduzcáis ni siquiera el eco del odio donde todo es amor. Respetadla. ■ Tiene más valor que Judit y lo veréis. Pero no la obliguéis antes de la hora, a gustar la hez que supone los sentimientos de los miserables del mundo, de aquellos que no saben ni siquiera por asomo qué cosa significa Dios y la Ley de Dios. Esos de los que al principio os hablaba: los idólatras que se creen sabios de Dios y que, por tanto, unen su idolatría a la soberbia. Vámonos”.  Jesús de nuevo se dirige a Nazaret. (Escrito el 29 de Enero de 1945).
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2-95-88 (2-60-573).- Santiago de Alfeo recibido como discípulo.
* “¡Cuánto he deseado esta hora, este día para él, mi amigo perfecto de infancia, mi buen hermano de juventud!”.- ■ Es una mañana de mercado en Cafarnaúm. La plaza está llena de vendedores de toda clase de mercancías. Jesús, que llega a este lugar desde el lago, ve que vienen a su encuentro sus primos Judas y Santiago. Acelera el paso en dirección a ellos y, después de abrazarlos con cariño, pregunta ansioso: “Vuestro padre… ¿Qué ha sucedido?”. Judas responde: “Nada nuevo por lo que se refiere a su salud”. Jesús: “¿Y entonces ¿por qué has venido?… Te había dicho que te quedaras allí”. Judas baja la cabeza y calla. ■ Pero ahora es Santiago el que no se contiene: “Por mi culpa él no te obedeció. Sí. Por culpa mía; pero es que no he podido soportar más. Todos en contra… ¿Y por qué? ¿Hago acaso mal en amarte? ¿Acaso hacemos mal? Hasta ahora me había frenado un escrúpulo de estar actuando mal. Pero ahora que sé las cosas, ahora que Tú has dicho que por encima de Dios no hay nadie, ni siquiera el padre, no he aguantado más. Traté de ser respetuoso, de hacer entender las razones, de enderezar las ideas. Dije: «¿Por qué me combatís? Si es el Profeta, si es el Mesías ¿por qué queréis que el mundo diga: ‘Su familia fue enemiga suya; cuando todos le seguían, ella no lo hizo’? ¿Por qué, si es el infeliz que vosotros decís, no debemos, nosotros los de la familia, estarle cerca en su demencia, para impedir que sea nociva no sólo para Él sino también para nosotros?». ¡Oh! Jesús, de este modo hablaba yo, para razonar humanamente, como ellos razonaban. Pero tú sabes que ni Judas ni yo te creemos demente; sabes que en Ti vemos al Santo de Dios; que siempre hemos dirigido nuestra mirada a Ti como a nuestra Estrella Mayor. Pero no han querido comprendernos, ni siquiera escucharnos. Y entonces yo me he marchado. Entre la elección de «Jesús o la familia», te he escogido a Ti. Aquí estoy, pues, si me quieres; si no, seré el hombre más infeliz del mundo porque no tendré nada: ni tu amistad ni el amor de la familia”. Jesús: “¿En esto estamos?… ¡Oh! Santiago mío, mi pobre Santiago. ¡No hubiera querido verte sufrir así, porque te amo! Pero si el Jesús-Hombre llora contigo, el Jesús-Verbo se regocija por ti. ¡Ven! Estoy cierto que la alegría de ser portador de Dios entre los hombres aumentará de día en día tu gozo hasta llegar al éxtasis completo en la última hora de la tierra, y en la eterna del Cielo”. ■ Jesús se vuelve y llama a sus discípulos que prudentemente se habían mantenido retirados unos cuantos metros. “Venid, amigos. Mi primo Santiago desde ahora es de mis amigos y por esto amigo vuestro. ¡Cuánto he deseado esta hora, este día para él, mi amigo perfecto de infancia, mi buen hermano de juventud!”. Los discípulos dan la bienvenida con alegría al nuevo llegado y a Judas de Alfeo, que hacía días que no le veían. (Escrito el 2 de Febrero de 1945).
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2-97-101 (2-62-586).- Llamada de Jesús a Mateo para ser discípulo (1).
* Tres miradas, tres llamadas: “Mateo, hijo de Alfeo, ha llegado la hora. Ven… ¡Sígueme!”.- ■ Una vez más en la plaza de Cafarnaúm, pero en una hora de mayor calor en que el mercado ha terminado ya y solo hay algunas personas ociosas hablando y unos niños entregados al juego. Jesús, en medio de su grupo, viene del lago hacia la plaza, acariciando a los niños que le salen al paso e interesándose por sus confidencias… Ya han llegado a la plaza. Jesús va derecho al banco de la alcabala, donde Mateo está haciendo sus cuentas y comprobando si corresponden con las monedas (las cuales divide en categorías metiéndolas en bolsitas de distinto color y colocando éstas en un arca de hierro). Dos siervos esperan para transportar el arca a otro lugar. En el preciso momento en que la sombra proveniente del alto cuerpo de Jesús se extiende, Mateo levanta la cabeza para ver quién era el que se había retardado en ir a pagar. Pedro, mientras tanto, dice, tirando a Jesús de la manga: “No tenemos nada que pagar, Maestro. ¿Qué haces?”. Pero Jesús no le hace caso. Mira fijamente a Mateo, que se ha puesto de pie inmediatamente en actitud reverente. Otra segunda mirada perforadora, no obstante, ya no se trata de mirada del juez severo de la otra vez;  es una mirada de llamada y de amor. Le envuelve, le llena de amor. Mateo se pone colorado. No sabe qué hacer, qué decir… Jesús ordena majestuosamente: “Mateo, hijo de Alfeo, ha llegado la hora. Ven… ¡Sígueme!”. Mateo, sorprendido: “¿Yo… Maestro? ¡Señor! ¿Pero sabes quién soy?… Lo digo por Ti, no por mí…”. Jesús repite con voz más dulce: “Ven, y sígueme, Mateo hijo de Alfeo”. Mateo: “¡Oh! ¿Cómo es posible que haya alcanzado favor ante Dios?… ¿Yo… Yo…?”.  La tercera invitación es una caricia: “Mateo, hijo de Alfeo, he leído tu corazón. Ven ¡Sígueme!”. Mateo: “¡Enseguida, mi Señor!” y  con lágrimas en los ojos, sale por detrás del banco, sin preocuparse siquiera por recoger las monedas esparcidas sobre él, ni de pedir la caja fuerte, ni de nada. Y cuando está cerca de Jesús le pegunta: “¿A dónde vamos, Señor? ¿A dónde me llevas?”. Jesús: “A tu casa. ¿Quieres dar hospedaje al Hijo del hombre?”. Mateo: “¡Oh! Pero… pero ¿qué dirán los que te odian?”. Jesús: “Yo escucho lo que se dice en los Cielos, y allí se dice: «Gloria a Dios por un pecador que se salva»,  y el Padre dice: «Para siempre la Misericordia se levantará en los Cielos y se derramará sobre la Tierra, y, puesto que con un amor eterno, con un amor perfecto, Yo te amo, también contigo uso misericordia». Ven. Y que yendo Yo a tu casa, ésta se santifique además de  tu corazón”. Mateo: “Yo la tenía purificada, por una esperanza que tenía en mi alma… que, no obstante, la razón no podía creer verdadera… ¡Oh, yo con tus santos…!” y mira a los discípulos. Jesús: “Sí, son mis amigos. Venid. Os uno y sed hermanos”. Los discípulos están hasta tal punto estupefactos, que todavía no han encontrado la forma de decir palabra alguna. Detrás de Jesús y Mateo caminan en grupo por la plaza, que está completamente vacía de gente, y van por un estrecho paso de la calle que arde bajo sol abrasador. No hay ser viviente alguno en las calles, solo sol y polvo. ■ Entran en casa. Una hermosa casa con un amplio portal que se abre hacia fuera. Un hermoso atrio lleno de sombra y frescor, luego un pórtico ancho dispuesto como jardín. Mateo: “¡Entra, Maestro mío! ¡Traed agua y bebidas!”. Los criados corren a traerles. Mateo sale a dar órdenes, mientras Jesús y los suyos se refrescan. Regresa y dice: “Ahora ven, Maestro. La sala está fresca… Ahora vendrán amigos… ¡Oh! ¡Quiero que se haga una gran fiesta! Es mi regeneración. Es la mía… esta es la circuncisión verdadera… Me has circuncidado el corazón con tu amor… Maestro, es la última fiesta… No más fiestas para el publicano Mateo. No más fiestas mundanales… sola la fiesta interna de haber sido redimido y de servirte a Ti… de ser amado por Ti… cuánto he llorado… no sabía cómo hacer… quería ir… pero… ¿cómo ir a Ti?… ¿A Ti, santo… con mi alma sucia?”. Jesús: “Tú la lavabas con el arrepentimiento y caridad para Mí y para el prójimo. ■ Pedro… ven aquí”. Pedro que todavía no ha hablado, pues sigue tan estupefacto, da un paso adelante. Los dos hombres, igualmente ya de edad, de estatura baja, robustos, están frente a frente, y Jesús ante ellos, los mira con una hermosa sonrisa, y dice: “Pedro, me has preguntado muchas veces quién era el desconocido de la bolsa de dinero que llevaba Santiaguito. Mírale. Le tienes frente a ti”. Pedro: “¿Quién?… Este lad… ¡Perdona, Mateo! Pero ¿quién podía pensar que eras tú, precisamente tú, nuestra desesperación —por la usura—, fueses capaz de arrancarte cada semana un pedazo de tu corazón, al dar ese rico óbolo?”. Mateo: “Lo sé. Injustamente os tasé. Pero mirad, me arrodillo ante todos vosotros y os digo: «¡No me arrojéis de vuestra presencia! Él me ha acogido, no seáis más severos que Él»”. Pedro, que está junto a Mateo, le levanta improvisadamente, a pulso, brusca pero cariñosamente: “¡Vamos! ¡vamos! Ni a mí ni a los demás. Pídele perdón a Él. Nosotros… ¡bueno hombre!, más o menos somos ladrones como tú… ¡Ay! ¡Lo he dicho! ¡Maldita lengua! Pero es que yo soy así: lo que pienso, lo digo; lo que tengo en el corazón, lo tengo en los labios. Ven. Vamos a hacer un pacto de paz y de amor” y besa a Mateo en las mejillas. Los otros también lo hacen con más o menos cariño. Digo así porque Andrés lo hace con reserva, debido a su timidez y Judas Iscariote se muestra frío; parece como si abrazase un montón de serpientes, pues apenas le abraza. Mateo sale al oír un ruido.
* J. Iscariote, que no ve con buenos ojos a Mateo, tiene un rifirrafe con Pedro.- ■ Iscariote dice: “Pero, Maestro, me parece que esto no es prudente. Ya te empezaron a acusar los fariseos de aquí, y Tú… ¡Un publicano entre los tuyos! ¡Un publicano después de una prostituta! (2)… ¿Has decidido destruirte? Si es así, dilo, que…”. Pedro concluye irónicamente: “Que nosotros «desfilamos», nos vamos, ¿verdad?”. Iscariote: “¿Y quién está hablando contigo?”. Pedro: “Sé que no estás hablando conmigo, pero yo, por el contrario, hablo con tu alma de señorito, con tu purísima alma, con tu sabia alma. Sé que tú, miembro del Templo, sientes hedor del pecado en nosotros, pobres, que no pertenecemos al Templo. Sé que tú, judío, perfecto, amalgama de fariseo, saduceo y herodiano, medio escriba y migaja de esenio… quieres otras palabras nobles… te sientes mal entre nosotros, como un sábalo espléndido caído por azar en una red llena de pescados sin valor. Pero… ¿qué quieres que hagamos?… Él nos tomó a nosotros… nos quedamos. Si te sientes mal… vete tú. Respiraremos todos mejor. También Él, que, ¿lo ves?, está disgustado por mí y por ti; por mí porque me falta paciencia y… sí, también caridad, pero más contigo, que no entiendes nada, con toda tu retahíla de nobles atributos, y que no tienes ni caridad, ni humildad, ni respeto. No tienes nada, muchacho, sino una gran vanidad… y quiera Dios que ese humo no sea nocivo”. ■ Jesús de pie, disgustado, con los brazos cruzados, la boca cerrada y con los ojos duros ha dejado que hablase Pedro. Después se dirige a éste y le dice: “¿Has dicho todo, Pedro? ¿También tú has purificado tu corazón de la levadura que había dentro? Has hecho bien. Hoy es Pascua de Ácimos para un hijo de Abraham. La llamada del Mesías es como la sangre del cordero sobre vuestras almas, y donde aquella se encuentra no bajará más la culpa. No bajará si el que la recibe es fiel a ella. Mi llamamiento es liberación  y se le festeja con diversas clases de fermento”. A Judas no le dice nada. Pedro mortificado guarda silencio. Jesús dice: “Regresa Mateo con amigos. No le enseñemos otra cosa que no sea virtud. Quien no lo pueda, salga. No seáis iguales a los fariseos que oprimen con preceptos y son los primeros en no observarlos”. (Escrito el 4 de Febrero de 1945).
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1  Nota  :  Cfr.  Mt. 9,9-11;  Mc. 2,13-17;  Lc. 5,27-32.   2  Nota  : Se  trata de la prostituta “Beldad de Corozaín”, cuya conversión y curación se relata en el tema “Salvación-Condenación”, episodio 2-94-81.
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2-98-106 (2-63-593).- El primer encuentro de Jesús con Magdalena (1) sucede en el lago.
* María Magdalena entre amigas y amigos de placer en barca por el lago.-Jesús con todos los suyos —ya son 13 más Él— van por el lago de Galilea, siete en cada barca. Jesús va en la de Pedro, la primera, junto con Pedro, Andrés, Simón, José y los dos primos. En la otra, los hijos de Zebedeo con Iscariote, Felipe, Tomás, Natanael y Mateo. Las barcas avanzan a vela, ligeras, empujadas por un viento fresco boreal, que apenas encrespa el agua en muchos, pequeños pliegues marcados ligeramente por un hilo de espuma que dibuja un tul sobre azul turquesa del hermoso lago sereno. Las barcas van dejando dos estelas que en la base se besan, confundiendo sus espumas alegres en una sola sonrisa de agua, pues las barcas van muy cerca, apenas separadas unos dos metros. De barca a barca se intercambian palabras y comentarios que me hacen pensar que los galileos ilustran y explican a los judíos los puntos del lago, con su comercio, con las personalidades que allí residen, las distancias desde el lugar de partida y de llegada, o sea, de Cafarnaúm a Tiberíades. Las barcas no pescan, se les emplea tan solo para el transporte de personas. ■ Jesús está sentado en la proa y se ve claramente que goza de la belleza que le rodea, del silencio, de todo ese cielo limpio, y de las aguas que rodean las riberas verdes, sembradas de pueblos del todo blancos entre el verdor. No pone atención a la conversación de los discípulos, muy hacia delante en la proa, casi echado encima de un atado de velas, casi siempre con la cabeza inclinada hacia ese espejo de zafiro que es el lago, como si estudiase el fondo y se interesase de cuanto vive en las transparentes aguas. Pero… quién sabe en qué está pensando… Pedro le pregunta dos veces si el sol —que está en alto y cuyos rayos, que caen de pleno en la barca, ya calientan aunque todavía no queman— le molesta; otra vez le dice si quiere también pan y queso como los demás. Pero Jesús no quiere nada, ni toldo que le defienda del sol ni alimento. Y Pedro le deja en paz. ■ Un grupo de pequeñas barcas de recreo, pequeñas pero con gran exhuberancia de baldaquinos purpúreos y de blandos almohadones, cortan transversalmente a las barcas de los pescadores. Música, carcajadas, perfumes pasan con ellas. Están llenas de hermosas mujeres y de vividores romanos y palestinos, pero más romanos, o por lo menos no palestinos, porque alguno debe ser griego; al menos así lo deduzco de las palabras de un joven alto, delgado, moreno como una oliva madura, todo elegante con un vestido rojo, que en los bordes lleva un pesado adorno en greca y va ceñido de un cinturón que es una obra maestra de artífice. Dice: “¿La Hélade es hermosa?  Pero ni siquiera mi olímpica patria tiene este azul y estas flores. Y a la verdad, nada extraño es que las diosas la hayan abandonado para venir aquí. Arrojemos sobre las diosas, ya no griegas sino judías, las flores, las rosas…” y esparce sobre las mujeres que van en su barca pétalos de espléndidas rosas; y echa otros en la barca de al lado. Responde un romano: “¡Echa, echa griego! Pero Venus está conmigo. Yo no deshojo, yo recojo las rosas en esta hermosa boca; ¡es más dulce!” y se inclina a besar en la boca, abierta a la risa, de María de Magdala, semiechada sobre los almohadones y con la cabeza rubia apoyada sobre las piernas del romano. ■ En ese momento las barcas grandes tienen ya literalmente encima a las barcas pequeñas, y por poco no se chocan, o por la impericia de los bogadores o por una racha de viento. Pedro grita enfurecido: “Tened cuidado, si queréis seguir viviendo”, mientras vira, dando un golpe de barra, para evitar el choque. Insultos de hombres y gritos de susto de las mujeres van de barca a barca. Los romanos insultan a los galileos con: “Alejaos, perros judíos”. Pedro y los otros galileos no dejan caer el insulto y Pedro especialmente, rojo como un gallo de pelea, de pie sobre el borde de la barca que se balancea, con las manos en la cintura, responde vivamente, y no perdona  ni a romanos, ni a griegos, ni a hebreos ni a hebreas; es más, dedica a éstas toda una colección de apelativos honoríficos que dejo en la pluma. El altercado dura mientras la maraña de quillas y de remos no se deshace, y cada quien se va por su camino. ■ Jesús en todo tiempo no ha cambiado de posición. Ha permanecido sentado, ausente, sin miradas, sin palabras hacia las barcas o hacia sus ocupantes. Apoyado sobre un codo, ha seguido mirando a la lejana ribera como si nada sucediese. Le echan también a Él una flor; no sé quién; con seguridad una mujer, porque oigo una risilla femenina que acompañó al acto. Pero Él… nada. La flor le pega casi en la cara y cae sobre las tablas para ir a quedar a los pies del enfurecido Pedro. Cuando las barquichuelas se van alejando, veo que Magdalena se pone de pie, y sigue la indicación que le señala una compañera de vicio, o sea, apunta sus ojos espléndidos hacia el rostro sereno y lejano de Jesús. ¡Qué lejos del mundo ese rostro…!
* Judas Iscariote incordia a Zelote con preguntas sobre la “pecadora” Magdalena.- Nuevo altercado entre Iscariote y Pedro.- ■ Dice Iscariote: “Dime, Simón, tú que eres judío como yo, responde. Aquella hermosísima rubia en las piernas del romano, y que estaba de pie hace poco ¿no es la hermana de Lázaro de Betania?”. Simón Cananeo responde secamente: “Yo no sé nada. Hace poco que he vuelto al mundo de los vivos y esa mujer es joven…”. Iscariote: “¡Espero que no me vayas a decir que no conoces a Lázaro de Betania! Sé bien que eres su amigo y que has estado allí con el Maestro”. Zelote: “¿Y si eso fuera así?”. Iscariote: “Y puesto que así lo es, yo digo, que debes conocer también a la pecadora, que es la hermana de Lázaro. ¡También las tumbas la conocen! Diez años hace que está en la boca de todos. Apenas llegada a la pubertad empezó a ser ligera de cascos. Pero ¡desde hace cuatro años! No puedes ignorar el escándalo, aunque estuvieras en el «valle de los muertos». Toda Jerusalén habló de ella, y Lázaro se encerró entonces en Betania… Bueno, hizo bien. Nadie hubiera puesto un pie en su espléndido palacio de Sión a donde también ella iba y venía. Quiero decir: ninguno que fuese santo. En los pueblos… ¡Ya se sabe!… Y además, ahora ella está en todas partes, menos en su propia casa… Ahora está, seguro, en Magdala… Se habrá encontrado un nuevo amor… ¿No respondes?… ¿Puedes decirme que no es verdad?”. Zelote: “No te desmiento, callo”. Iscariote: “Entonces, ¿ella es? ¡También tú la has conocido!”. Zelote: “La conocí cuando era niña y pura. La vuelvo a ver ahora… No obstante, la reconozco. Impúdicamente refleja la cara de su madre, que era una santa”. Iscariote: “Y entonces ¿por qué querías casi negar, que fuese la hermana de tu amigo?”. Zelote: “Nuestras llagas y las de los que amamos, tratamos de tenerlas cubiertas. Sobre todo cuando uno es honesto”.  Judas se ríe forzadamente. ■ Pedro observa: “Dices bien, Simón, y tú eres un hombre honesto”. Iscariote: “¿Tú la habías reconocido? ¡Seguro que vas a Magdala a vender tu pescado, y quién sabe cuántas veces la habrás visto!…”. Pedro: “Muchacho, ten en cuenta que cuando uno tiene los riñones cansados de un trabajo honrado, no se le antojan las mujeres; se prefiere sólo el lecho casto de nuestra esposa”. Iscariote: “¡Ya! ¡Pero lo bello gusta a todos!; al menos se mira, aunque solo sea eso”. Pedro: “¿Por qué?… ¿Para decir: «No es comida para tu mesa?». No. ¿Sabes? De mi trabajo en el lago he aprendido varias cosas y una de ellas es que peces de agua dulce y de fondo no están hechos para agua salada y curso vertiginoso”. Iscariote: “¿Qué quieres decir?”. Pedro: “Quiero decir que cada uno debe de estar en su lugar, para no morir de mala muerte”. Iscariote: “¿Te hacía morir la Magdalena?”. Pedro: “No. Tengo el cuero duro. Pero… dime: ¿te sientes mal tú?”. Iscariote: “¿Yo?… ¡Ni siquiera la he mirado!…”. Pedro: “Mentiroso. Apuesto algo a que te estabas royendo por no estar en esa primera barca y tenerla más cerca… Incluso me habrías soportado a mí con tal de estar más cerca… Y es tan cierto lo que estoy diciendo, que me honras con tu palabra, por gracia suya, después de tantos días de silencio”. Iscariote: “¿Yo? Pero… ¡si ni siquiera me hubiera visto! ¡Miraba ella continuamente al Maestro!”. Pedro: “¡Ja! ¡Ja! ¡Ja! ¡Y dice que no estaba mirándola! ¿Cómo has podido ver a dónde miraba, si no la estabas mirando?”. Ante la observación de Pedro todos ríen menos Jesús y Zelote. ■  Jesús que ha hecho como que no oía, pone fin a la discusión preguntando a Pedro: “¿Es aquello Tiberíades?”. Pedro: “Sí, Maestro, ahora llegamos”. (Escrito el 5 de Febrero de 1945).
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1  Nota  : Magdalena.- Cfr.  Personajes de la Obra magnaFamilia Lázaro.
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2-99-116 (2-64-604).- En Tiberíades, en casa de Cusa, esposo de Juana y mayordomo de Herodes, Jesús busca al pastor Jonatás.- Juan Bautista liberado.- Fe de la nodriza Ester, para sanar a Juana.
* “Jonatás nos ha alimentado con tu historia. Dice ser bueno solo porque el beso que te dio le hizo bueno”.- “He dado y recibido besos… pero solo en los buenos éstos aumentan la bondad”.- ■ El pastor José, quien les acompaña en busca de Jonatás, dice: “Maestro, hemos llegado. Ésta es la casa del mayordomo de Herodes”. Se detienen al final del vial, donde éste presenta una bifurcación (el vial, así, viene a ser la segunda de las calles, mientras que las casas de campo quedan entre esta calle y el lago). La casa que ha señalado José es la primera, bellísima, toda rodeada de un jardín florecido. Fragancias y ramas de jazmines y rosas se extienden hasta el lago. Jesús: “¿Y aquí está Jonatás?”. José: “Aquí, eso me han dicho. Es el mayordomo del mayordomo. A él le fue bien. Cusa no es malo y es justo en reconocer los méritos de su mayordomo. Es una de las personas honradas de la corte. ¿Voy a llamarle?”. José se dirige al gran portón de la entrada y llama. Acude el portero. Hablan entre sí. Veo que José tiene un gesto de desagrado y que el portero asoma su cabeza gris y mira a Jesús; luego pregunta algo a José, el cual asiente. Hablan otra vez entre sí. José viene hacia Jesús, que ha estado esperando pacientemente a la sombra de un árbol: “Jonatás no está. Está en el Alto-Líbano. Ha ido a llevar a aquel aire fresco y puro a Juana de Cusa, que está muy enferma. Dice el criado que ha ido Jonatás porque Cusa está en la Corte, y no puede venirse después del escándalo de la fuga de Juan el Bautista, y la enferma empeoraba y el médico decía que aquí moriría. ■ No obstante, el criado dice que entres a descansar. Jonatás ha hablado del Mesías niño y también aquí te conocen de nombre y te esperan”. Jesús: “Vamos”. El grupo se pone en movimiento. De lo cual el portero, que estaba mirando de soslayo, se percata, y llama a los otros domésticos; abre de par en par la puerta de entrada, que hasta ahora había estado entreabierta, y corre con mucho respeto al encuentro de Jesús. “Derrama, Señor, tu bendición sobre nosotros y sobre esta triste casa. Entra. ¡Cuánto pesará a Jonatás el no haber estado aquí! Su esperanza era verte. Pasa, pasa, y tus amigos contigo”. En el atrio hay siervos y criadas de todas las edades. Todos se inclinan respetuosamente a saludar a Jesús, no sin un sentimiento de curiosidad. Una viejecita llora en un rincón. Jesús entra y bendice con su gesto y su saludo de paz. Le ofrecen refrigerio. Toma asiento y todos se ponen a su alrededor.  Jesús observa: “Veo que no soy desconocido”. Portero: “Jonatás nos ha alimentado con tu historia. Jonatás es bueno. Dice serlo solo porque el beso que te dio le hizo bueno. Pero también es porque lo es”. Jesús: “Yo he dado y recibido besos… pero, como tú dices, solo en los buenos éstos aumentaron la bondad. ¿No está ahora? Yo venía por él”. Portero: “He dicho que está en el Líbano. Allí tiene amigos… es la última esperanza para la joven patrona. Si esto no produce resultados…”.
* Ester, ¿crees que ella por tu fe no morirá?… Yo soy la Vida. Doy vida y no muerte”.- ■ La viejecita en su rincón llora con más fuerza. Jesús la mira con actitud interrogativa. Portero: “Es Ester, la nodriza de la patrona Juana. Llora porque no se resigna a perderla”. Jesús la invita: “Ven, madre. No llores así. Ven aquí, junto a Mí. ¡No necesariamente enfermedad significa muerte!”. Ester: “¡Es muerte, es muerte! ¡Desde que tuvo aquel único parto desafortunado se me está muriendo! ¡Las adúlteras dan a luz secretamente y viven a pesar de todo, y ella, ella que es buena, honesta, un ángel, un verdadero ángel, debe morir!”. Jesús: “Pero ¿qué tiene ahora?”. Ester: “Una fiebre la consume… es como una lámpara que arde atizada por un fuerte viento… Cada día más fuerte, y ella cada vez más débil. Yo deseaba acompañarla, pero Jonatás ha querido criadas jóvenes, porque ella no tiene fuerzas y hay que llevarla como a un peso inerte y yo ya no soy capaz… No soy capaz de eso, pero sí de amarla. La recogí del seno de su madre. Yo era una sirvienta. También estaba casada, y había tenido un hijo hacía un mes. La di de mamar porque su madre estaba débil y no podía… Yo le hice de madre cuando, apenas sabiendo decir «mamá», se quedó huérfana. Me he llenado de canas y de arrugas velándola en sus enfermedades. Y la vestí de novia, la conduje al tálamo; he sonreído ante sus esperanzas de madre, lloré con ella ante el recién nacido muerto, he recogido todas las sonrisas y las lágrimas de su vida, le he dado toda sonrisa y consuelo de mi amor… ¡Y ahora se muere y no me tiene cerca!”. La anciana da pena. Jesús la acaricia, pero no sirve de nada. ■ Jesús: “Escucha, madre, ¿tienes fe?”. Ester: “¿En Ti?”. Jesús: “¿Crees que todo lo puede Dios?”. Ester: “Lo creo y creo que Tú, su Mesías, lo puedes. En la ciudad ya se habla de tu poder. Ese hombre (y señala a Felipe el apóstol) hace tiempo hablaba de tus milagros junto a la sinagoga. Y Jonatás le preguntó: «¿Dónde está el Mesías?» y le contestó: «No lo sé». Jonatás me dijo entonces: «Si estuviese aquí, yo te lo juro, que ella se curaría». Pero Tú no estabas aquí… y partió con ella… y ahora estará para morir”. Jesús: “No. Ten fe.  Dime claramente lo que tienes en el corazón: ¿puedes creer que ella por tu fe no morirá?”. Ester: “¿Por mi fe? ¡Oh! si la quieres, te la doy. Toma incluso mi vida, mi vieja vida pero… solo házmela ver curada”. Jesús: “Yo soy la Vida. Doy vida y no muerte. Tú, un día le diste la vida con la leche de tu seno, y era una pobre vida que podía acabar. Ahora, con tu fe,  le das una vida ilimitada. Sonríe, madre”. Ester: “Pero ella no está…” —la vieja oscila entre la esperanza y el temor— “ella no está y Tú estás aquí…”. ■ Jesús: “Escucha. Ten fe. Voy a Nazaret por algunos días. Tengo también allí amigos enfermos. Luego iré al Líbano. Si Jonatás regresa dentro de seis días, mándale a Nazaret, a Jesús de José. Si no viene, iré Yo”. Ester: “¿Cómo le hallarás?”. Jesús: “Me guiará el arcángel de Tobías (1). Tú robustécete en la fe. No te pido más que esto. No llores, madre”. La anciana por el contrario llora más fuerte. Está a los pies de Jesús y tiene la cabeza sobre las rodillas divinas, mientras besa y baña con sus lágrimas la mano bendita. Jesús, con la otra mano la acaricia, y, mientras los otros criados le insisten en que deje de llorar, dice: “Dejadla que llore. Es un llanto que la alivia. Le hace bien. ¿Seréis felices todos, si la patrona sana?”. Criados: “¡Oh! es muy buena. Cuando alguien es así, no es patrón, es un amigo y se le ama. La amamos. Créelo”. Jesús: “Lo veo en vuestros corazones. Vosotros también sed buenos. Ya me voy. No puedo esperar. Tengo la barca. Os bendigo”.
* Jesús es más conocido en esta casa de Cusa que en Nazaret porque: “Esta casa la preparó alguien que tenía verdadera fe en el Mesías”.- ■ Jesús sale con los suyos, acompañado de los criados que le aclaman. Su primo Santiago dice con tristeza: “¡Eres más conocido aquí que en Nazaret!”. Jesús: “Esta casa la preparó alguien que tenía verdadera fe en el Mesías. Para Nazaret soy el carpintero… Nada más”. Santiago: “Y… y nosotros no tenemos la fuerza de anunciarte por lo que eres…”. Jesús: “¿No la tenéis?”. Santiago: “No, primo. No somos heroicos como los pastores…”. Jesús: “¿Lo crees, Santiago?”. Jesús sonríe mirando a su primo que tanto se asemeja a su padre putativo, por el color castaño moreno de sus ojos y cabellos, lo mismo que la cara, —mientras que la tez de Judas Tadeo, el otro primo, es más pálida, encuadrada entre la barba negrísima y los cabellos ondulados; Judas tiene ojos azules que ligeramente recuerdan los de Jesús—. “Pues bien, Yo te digo que no te conoces. Tú y Judas sois dos fuertes”. Los dos primos menean la cabeza. (Escrito el 6 de Febrero de 1945).
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1  Nota  : Cfr. Tob.  5-12.
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2-100-121 (2-65-609).- En Nazaret, en casa del enfurecido, anciano y enfermo, Alfeo (padre de Santiago y Judas de Alfeo).- No es fácil seguir a Jesús.
* El nazaretano Alfeo explica a Jesús la cólera de Alfeo, tío de Jesús,  que piensa que Jesús está arruinando a la familia y a los parientes.-  ■ Están ya en Nazaret. Algunas mujeres ven a Jesús y le saludan, así como también lo hacen algunos hombres y niños. Pero aquí no hay aclamaciones al Mesías como en otros lugares, aquí se trata de amigos que saludan al Amigo que regresa: unos, más expansivamente; otros, menos. Observo en muchos de ellos una curiosidad irónica al ver al grupo heterogéneo que viene con Jesús y que ciertamente no es grupo de dignatarios reales, ni de pomposos sacerdotes. Acalorados, empolvados, vestidos modestamente, menos Judas Iscariote, Mateo, Simón y Bartolomé —los he puesto en orden decreciente de elegancia— semejan más un grupo de campesinos viajeros por algún mercado, que no seguidores de un rey. Rey que, de por sí, manifiesta su realeza en la imponencia de su estatura y, sobre todo, en la imponencia de su aspecto. Caminan unos metros y luego Pedro y Juan se separan, yendo hacia la derecha, mientras que Jesús con los demás prosigue hasta llegar a una plaza llena de niños que gritan alrededor de una pila llena de agua de la que sacan agua las madres.  ■ Un hombre (1) ve a Jesús y hace una gesto de gozosa sorpresa. Se apresura a ir hacia Él y le saluda: “¡Bienvenido, no te esperaba tan pronto! Ten, besa a mi último nieto. Es el pequeño José. Nació en tu ausencia” y le pasa un niñito que tiene en los brazos. Jesús: “¿Le has puesto por nombre José?”. Alfeo: “Sí. No me olvido de mi casi pariente y, más que pariente, gran amigo. Ya tengo puestos también a los nietos los nombres que más aprecio: Ana, mi amiga de cuando era niño, y Joaquín. Luego María… ¡Oh! ¡Qué fiesta cuando nació! Recuerdo cuando me la dieron para que la besase y me dijeron: «¿Ves? Aquel arco iris fue el puente por donde Ella bajó del Cielo. Los ángeles caminan por ese camino». Verdaderamente que parecía un angelito… ¡Tan hermosa era!… Ahora, aquí tienes a José. Si hubiera sabido que ibas a volver tan pronto, te hubiera esperado para la circuncisión”. Jesús: “Te agradezco tu amor hacia mis abuelos y hacia mi padre y mi Madre. Es un niño muy hermoso. Que sea eternamente justo como el justo José”. Jesús mece al pequeñín, que dibuja en sus labios risitas llenas de leche. Alfeo: “Si me esperas voy contigo. Estoy esperando a que se llenen las ánforas. No quiero que mi hija María se fatigue. Es más, mira, voy a hacer esto: les doy los jarros a los tuyos, si los toman, y yo hablo un poco contigo a solas”. Tomás exclama: “¡Pues claro que los cogemos! ¡No somos reyes asirios!”, y es el primero en agarrar un jarro. Alfeo: “Entonces mirad, María de José no está en su casa, está donde el cuñado, ¿sabes?, pero la llave está en la mía. Que os la den para entrar en casa, o sea… en el taller”. Jesús: “Sí, si, id; entrad incluso en casa. Luego voy yo”. Los apóstoles se marchan y Jesús se queda con Alfeo. ■ Alfeo: “Quería decirte, soy tu verdadero amigo… y cuando uno es verdadero amigo, y uno es más viejo y del lugar, puede hablar. Creo que debo hablar…Yo… no es que quiera darte consejos. Tú eres más entendido que yo. Sólo quiero ponerte sobre aviso de que… ¡oh!, no quiero hacer de espía ni sacarte a la luz defectos de tus familiares, pero, yo creo en Ti, Mesías y… me duele al ver que ellos dicen que Tú no eres Tú, o sea, el Mesías; que eres un enfermo, que estás arruinando a la familia y a los parientes. La ciudad… ya sabes… Alfeo, tu tío, es muy estimado y por eso la ciudad también le escucha; y ahora está enfermo, infunde compasión… Algunas veces la compasión incluso sirve para cometer injusticias. Mira, también yo estuve aquella tarde en que Santiago y Judas, sus hijos, te defendieron y defendieron la libertad de seguirte… ¡Qué escena! No sé cómo tu Madre puede aguantar. ¿Y la pobre María de Alfeo? En ciertas situaciones de familia las mujeres son siempre las víctimas”. Jesús: “Ahora mis primos están en la casa de su padre…”. Alfeo: “¿De su padre…? ¡Les compadezco! El viejo está realmente fuera de sí y, será por la edad, o mejor dicho por la enfermedad, pero se comporta como un loco. Si no estuviera loco, me daría mucha mayor compasión aún porque… en ese caso pondría en peligro su alma”. Jesús: “¿Piensas que tratará mal a sus hijos?”. Alfeo: “Estoy seguro de ello. Lo siento por ellos y por las mujeres… ¿A dónde vas?”. Jesús: “A casa de Alfeo”. Alfeo: “¡No, Jesús! ¡No te expongas a que te falte al respeto!”. Jesús: “Mis primos me aman por encima de sí mismos, y es justo que Yo les pague con un amor igual… En esa casa hay dos mujeres a quienes amo… Voy. No me entretengas”. El hombre queda pensativo en medio de la calle mientras Jesús se dirige presuroso a la casa de Alfeo.
* Jesús visita a su tío Alfeo enfermo que maldice su destino, la ley de las huérfanas herederas y la boda de su hermano José, causa de la ruina de la casa de David a la que él pertenece.-  ■ Jesús va veloz. Ya está casi a la altura del linde del huerto de Alfeo cuando le llegan el llanto de una mujer y los gritos descompasados de un hombre. Jesús acelera el paso, por el huerto todo verde, en los pocos metros que separan la calle de la casa. Está casi a la entrada cuando su Madre se asoma a la puerta y le ve. “¡Mamá!”. “¡Jesús!” —dos gritos de amor—. Jesús quiere entrar, pero María le dice: “No. Hijo”. Y se pone en el umbral con los brazos abiertos y las manos puestas contra el marco de la puerta: una barrera de carne y de amor, que repite: “No, Hijo. No lo hagas”. Jesús: “Déjame, Mamá que no pasará nada”. Jesús está tranquilísimo, a pesar de que la marcada palidez de María le turbe. Toma su delgada muñeca, le quita la mano del marco y pasa. En la cocina, esparcidos por el suelo, hechos un montón viscoso, están los huevos que trajeron de Caná sus hijos. ■ De la otra habitación sale una voz quejumbrosa de un viejo que insulta, acusa, se lamenta con uno de esos arrebatos seniles tan injustos, impotentes, penosos de ver y dolorosos de padecer: “…¡mi casa destruida, convertida en el hazmerreír de toda Nazaret, y yo aquí, sólo, sin ayuda, herido en mi sentimiento, en el respeto, padeciendo necesidades!… ¡Eso es lo que te toca, Alfeo, por haberte portado como un verdadero fiel! Y ¿por qué? Por un loco. Un loco que vuelve locos a mis estúpidos hijos. ¡Ay! ¡Ay! ¡Qué dolores!”. Se oye también la voz llena de lágrimas de María de Alfeo que suplica: “¡Cálmate, Alfeo! ¿Ves cómo te perjudicas?… Voy a ayudarte a meterte en la cama… Siempre bueno tú, siempre justo… ¿Por qué ahora te portas así contigo, conmigo, con tus pobres hijos?…”. Alfeo: “¡Nada! ¡Nada! ¡No me toques! ¡No quiero! ¿Buenos hijos? ¡Ah, sí! ¡En realidad dos ingratos! ¡Me traen miel después de haberme convertido en un vaso de hiel! ¡Me traen huevos y fruta… después de que se han atragantado en mi corazón! ¡Lárgate, te digo! ¡Fuera! ¡Que venga María, no tú! Ella tiene maña. ¿Dónde está ahora esa débil mujer que no sabe hacerse obedecer por su Hijo?”. ■ María de Alfeo, arrojada de la presencia de éste, entra en la cocina en el momento en que Jesús estaba por entrar en la habitación de Alfeo. Le ve y se arroja en sus brazos llorando desesperada, mientras María, la Virgen, va, humilde y paciente, donde el anciano iracundo. Jesús: “No llores, tía. Ahora voy Yo”. María de Alfeo: “¡Nooh! ¡No te dejes insultar! Está como loco. Tiene el bastón. No, Jesús, no. Pegó incluso a sus hijos”. Jesús: “No me hará nada”. Y Jesús suave pero resueltamente hace a un lado a su tía y entra. Jesús: “La paz sea contigo, Alfeo”. El anciano, que iba a meterse en la cama en medio de mil quejas e insultos a María “porque no tiene maña” (antes había dicho que Ella era la única que tenía maña) se vuelve de golpe: “¿Aquí?… ¿Aquí para burlarte de mí? ¿Hasta esto?”. Jesús: “No. A traerte paz. ¿Por qué estás tan inquieto? ¡Te empeoras! Mamá, deja. Yo le levanto. No te haré daño ni tendrás que esforzarte. Mamá, levanta las cobijas”. Y Jesús toma con cuidado aquel montón de huesos que se resquebrajan, anhelante, duro, quejumbroso, miserable, y le recuesta con cuidado, como si fuese un recién nacido, sobre la cama. “Así, así, como hacía Yo con mi padre. Más alto este almohadón, así estarás más alto y respirarás mejor. Mamá, mete aquí, debajo de la cintura, ese de allí, el pequeño; estará más mullido. Ahora, así, la luz, que no le dé en los ojos, pero que deje entrar el aire puro. Eso es. Ahora… he visto una tisana al fuego. Tráela, Mamá y que esté bien dulce. Estás todo sudado y te estás enfriando. Te hará bien”. María sale obediente. Alfeo: “Pero yo… pero yo… ¿Por qué eres bueno conmigo?”. Jesús: “Porque te quiero mucho, como ya lo sabes”. Alfeo: “Yo te quería… pero ahora…”. Jesús: “Ahora ya no me quieres. Lo sé. Pero Yo te quiero y me basta. Más adelante me querrás…”. Alfeo: “Entonces… ¡ay, ay… qué dolores!… entonces, si es verdad que me quieres, ¿por qué ofendes mis canas?”. Jesús: “No te ofendo, Alfeo, de ningún modo. Te respeto”. Alfeo: “«¿Respeto?»… Soy el hazmerreír de Nazaret, eso sí”. Jesús:  “¿Por qué, Alfeo, dices eso? ¿En qué  te hago el hazmerreír?”. Alfeo: “En mis hijos. ¿Por qué son rebeldes? ¡Por Ti! ¿Por qué se burla de mí la gente? ¡Por Ti!”. Jesús: “Dime: si Nazaret te alabara por la condición de tus hijos, ¿sentirías el mismo dolor?”. Alfeo: “¡Claro que no! Pero Nazaret no me alaba. Me alabaría si de verdad fueses Tú una persona llamada al éxito. Pero, ¿quién no se echaría a reír de haber sido abandonado por seguir a uno que es poco menos que loco, que va por el mundo atrayéndose odios y burlas, un pobre que vive en medio de pobres? ¡Pobre casa mía! ¡Pobre casa de David! ¡Cómo terminas! ¿Y yo tenía que vivir tanto para contemplar esta desgracia? ¡Verte a Ti, último vástago de la estirpe gloriosa, hecho un demente por ser demasiado servil! ¡Ah!, la desgracia ha caído sobre nosotros desde el día en que mi cobarde hermano se dejó unir a esa mujer insípida, prepotente mujer, que le tuvo dominado en todo. Ya lo dije entonces: «José no ha nacido para el matrimonio. ¡Será infeliz!». Y así fue. Él sabía cómo era, y nunca había querido oír hablar de casamiento. ¡Maldición a la ley de las huérfanas herederas! ¡Maldito destino! ¡Maldita boda!”.
* A uno que sufre todo se le perdona. La Gracia trabaja incluso sin que los corazones lo sepan”.- ■ La “Virgen heredera” ha vuelto ya con la tisana, a tiempo para oír las lamentaciones de su pariente. Se la ve todavía más pálida, pero su actitud paciente no ha perdido la calma. Se dirige a Alfeo y con una dulce sonrisa le ayuda a beber. Jesús, que le está levantando la cabeza, le dice: “Eres injusto, Alfeo; pero has sufrido tanto, que todo se te perdona”. Alfeo: “¡Oh, sí! ¡Mucho he sufrido! ¡Dicen que eres el Mesías y que haces milagros! Eso dicen. Si al menos si me curaras para pagarme por los hijos que te has llevado. Cúrame… y te perdonaré”. Jesús: “Perdona a tus hijos, comprende su corazón y Yo te aliviaré. Si guardas rencor, no puedo hacer nada”. Alfeo: “¿Perdonar?”. El anciano hace un movimiento rápido; ello, naturalmente, hace más agudos los espasmos, lo cual, de nuevo, le enfurece. “¿Perdonar? ¡Jamás! ¡Lárgate, si es para decirme esto! ¡Largo! Quiero morirme sin que me molesten más”. Jesús tiene un gesto de resignación. “Adiós, Alfeo. Me voy… ¿De veras debo irme?… Tío… ¿de veras debo irme?”. Alfeo: “Si no me curas, sí, vete. Y di a esas dos serpientes que su anciano padre muere guardándoles rencor”. Jesús: “No, esto no, no pierdas tu alma. No me ames, si quieres, no creas que soy el Mesías… pero no odies, no odies, Alfeo. Búrlate de Mí, llámame loco… pero no odies”. Alfeo: “Pero… ¿por qué me quieres tanto si te insulto?”. Jesús: “Porque Yo soy Aquel a quien no quieres reconocer. Soy el Amor. Mamá, me voy a casa”. Virgen: “Sí, Hijo mío. Iré pronto”. Jesús: “Te dejo mi paz, Alfeo. Si me necesitas, mándame llamar a cualquier hora y vendré”. Jesús sale, tranquilo como si nada hubiese pasado. Sólo está más pálido. ■ María de Alfeo gime: “¡Oh! Jesús, Jesús. Perdónale”. Jesús: “Claro que sí, María. No hay necesidad siquiera de hacerlo. A uno que sufre, todo se le perdona. Ahora está ya más calmado. La Gracia trabaja incluso sin que los corazones sepan. Y además, ahí están tus lágrimas y, por supuesto, el dolor de Judas y Santiago, y su fidelidad a su vocación. Paz a tu angustiado corazón, tía”. La besa y sale al huerto para irse a casa.
* Pedro e Iscariote enzarzados de nuevo, ahora por asunto de “patrias”, por el trato recibido por Jesús.- ■ Cuando está ya para poner el pie en la calle, entran Pedro y, detrás de él, Juan jadeantes, como quien ha corrido. “¡Maestro! Pero ¿qué ha sucedido? Santiago me ha dicho: «Ve corriendo a mi casa. ¡Quién sabe qué trato recibirá Jesús!» ¡Pero… no me equivoco! Vino Alfeo, el de la fuente, y dijo a Judas: «Jesús está en tu casa» y entonces Santiago ha dicho eso… Tus primos están espantadísimos. Yo no comprendo nada, pero… te veo… y me tranquilizo”. Jesús: “Nada, Pedro. Un pobre enfermo a quien los dolores le hacen insoportable. Ahora ya ha terminado todo”. Pedro: “¡Oh, me alegro! ¿Y tú, por qué estás aquí?”. Pedro interpela en tono muy suave a Judas Iscariote, que también ha venido. Iscariote: “Me parece que estás también tú”. Pedro: “Me han pedido que viniera y he venido”. Iscariote: “También yo he venido. Si el Maestro estaba en peligro, y en su patria, yo, que ya le he defendido en Judea, podía defenderle también en Galilea”. Pedro: “Para eso bastamos nosotros. Pero no hay necesidad de ello en Galilea”. Iscariote: “¡Ja! ¡Ja! ¡Ja! ¡Exacto! Su patria le echa fuera como si se tratase de un alimento indigesto. Bien. Me alegro por ti, que te escandalizaste por un pequeño incidente sucedido en Judea, donde no le conocen. Aquí, sin embargo…” y Judas concluye con un modo de silbar que es un poema de sátira. Pedro: “Mira, muchacho. No estoy de humor para soportarte. Olvida todo, si algo te atraganta. Maestro, ¿te han hecho algún daño?”. Jesús: “¡No, Pedro mío! Te lo aseguro. Vamos más deprisa a consolar a mis primos”. Van.
* Pedro, viendo el dolor de Santiago y Judas Alfeo por el rechazo de su padre por seguir a Jesús, se siente un afortunado en su llamada porque “esa buena mujer que es mi esposa” siempre le dice: «Es como si estuviera repudiada, porque ya tú no eres mío. Pero te digo: ‘Feliz repudio’».- ■ Entran en el amplio taller de carpintería. Judas y Santiago están junto al banco de carpintero: Santiago, en pie, Judas sentado en un taburete, con los codos sobre el banco y la cabeza entre las manos. Jesús se les acerca sonriente, para asegurarles de que su corazón los ama: “Alfeo está más tranquilo ahora. Los dolores se están calmando y todo vuelve a sosegarse. Estad también tranquilos vosotros”. Santiago: “¿Le has visto? ¿Y a nuestra madre?”. Jesús: “He visto a todos”. Judas Tadeo pregunta: “¿Estaban allí mis hermanos José y Simón?” Jesús: “No, no estaban allí”. Judas Tadeo: “Estaban. No han querido dejarse ver. Pero nosotros los vimos. Si hubiéramos cometido un crimen no nos hubieran tratado peor. ¡Y pensar que veníamos volando desde Caná por la alegría de volverle a ver y traerle a él lo que le gusta! Le amamos… pero ya no nos comprende… ya no nos cree”. Judas dobla el brazo y llora con la cabeza sobre el banco. Santiago se muestra más fuerte, pero su cara manifiesta un martirio interno. Jesús: “No llores, Judas. Y tú no sufras”. Santiago exclama: “¡Oh! ¡Jesús! Somos hijos… y nos ha maldecido. Pero, aunque esto nos destroce ¡no daremos paso atrás! ¡Somos tuyos, y tuyos seremos aun cuando nos amenazasen con la muerte!” Jesús: “¿Y tú decías que no eras capaz de heroísmo? Yo lo sabía, pero tú, por tu propia boca, ahora lo manifiestas. En verdad, serás fiel incluso hasta la muerte. Y tú también”. Jesús los acaricia… pero ellos sufren. El llanto de Judas llena la bóveda de piedra. Ello me proporciona la manera de ver mejor el alma de los discípulos. ■ Pedro, cuya honrada cara refleja dolor, exclama: “¡Claro! Es una cosa dolorosa… Cosas tristes. Pero, muchachos —y les da unos pequeños zarandeos con afecto—, no todos merecen esas palabras… Yo… yo me doy cuenta de que he sido una persona  afortunada en mi llamada. Esa buena mujer que es mi esposa siempre me dice: «Es como si estuviese repudiada, porque ya tú no eres mío. Pero yo te digo: ‘¡Feliz repudio!’». Decidlo igualmente vosotros. Perdéis un padre, pero ganáis a Dios”. El pastor José, que ha sido huérfano siempre, sorprendido de que un padre pueda ser causa de llanto, dice: “Creía ser el más infeliz porque me falta el padre. Me doy cuenta de que es mejor llorarle por muerto que tenerle por enemigo”. Juan se limita a besar y a acariciar a sus compañeros. Andrés suspira y guarda silencio. Se muere por el deseo de hablar, pero su timidez no le permite. Tomás, Felipe, Mateo, Natanael hablan en voz baja en un rincón como quien respeta un dolor. Santiago Zebedeo ora, apenas perceptiblemente, para que Dios conceda paz.
 Simón Zelote recuerda a Judas Tadeo unas palabras proféticas de Jesús: «Os uno: a ti, que por mi causa pierdes a un padre; a ti, que tienes corazón de padre sin tener hijos».- ■ Simón Zelote —¡cuánto me gusta su actitud!— deja su rincón y se acerca a los dos afligidos, pone una mano sobre la cabeza de Judas Tadeo, el otro brazo en torno a la cintura de Santiago, y dice: “No llores, hijo. Él nos lo había dicho a mí y a ti: «Os uno: a ti, que por mi causa pierdes a un padre; a ti, que tienes corazón de padre sin tener hijos». No comprendimos la profecía que encerraba en sus palabras. Pero Él lo sabía. Pues bien, os lo ruego: Soy viejo y siempre he soñado en que se me llame «padre»; aceptadme como tal, y yo, como padre, os bendeciré mañana y tarde. Os ruego que me aceptéis como tal”. Los dos hacen un gesto de aceptación entre sollozos aún más fuertes. ■ María, la Virgen, entra y corre junto a los dos afligidos. Acaricia la cabeza (de un moreno intenso) de Judas, y a Santiago le acaricia en la mejilla. Está pálida como un lirio. Judas le toma la mano y se la besa diciendo: “¿Qué está haciendo?”. Virgen: “Está durmiendo, hijo. Vuestra mamá os manda un beso” y besa a los dos.
* J. Iscariote, que se ríe del dolor de los hermanos Alfeo, forzado por Pedro a salir de la casa.- ■ Se deja oír bruscamente la áspera voz de Pedro: “Oye, ven aquí un momento, que te quiero decir una cosa” y veo que Pedro aferra con su robusta mano un brazo de Iscariote y se le lleva fuera, a la calle; y luego vuelve solo. Jesús pregunta: “¿A dónde le has mandado?”. Pedro: “¿A dónde? A tomar el aire; si no, acabaría yo dándole el aire de otra manera… y no lo hice tan sólo por Ti. Ahora está mejor. Quien se ríe ante un dolor es un áspid, y yo aplasto a las serpientes… Aquí estás Tú… y por eso le he mandado solo al claro de la luna. No digo que no… pero… yo llegaré incluso a ser un escriba, cosa que solo Dios puede hacer en mí, que apenas comprendo que estoy en el mundo… pero él, ni aun con la ayuda de Dios, se hará bueno. Te lo asegura Simón de Jonás. Y no me equivoco. ¡No, no te lo tomes a mal! Él no piensa que ha habido verdaderamente una tristeza. Es más seco que una piedra bajo el sol de agosto. ¡Ea, muchachos! Que aquí hay una Madre que más dulce que Ella no la tiene siquiera el Cielo, aquí hay un Maestro que es más bueno que todo el Paraíso, aquí hay muchos corazones honrados que os aman sinceramente. Las borrascas hacen bien, hacen caer el polvo. Mañana estaréis más frescos que las flores, os sentiréis más ligeros que los pájaros, para seguir a nuestro Jesús”. Y con estas palabras sencillas y buenas, Pedro termina. (Escrito el 7 de Febrero de 1945).
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1 Nota : Se trata de Alfeo de Sara, como se aclara unas líneas más abajo.- Cfr. Personajes de la Obra magna: Alfeo de Sara.
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2-100-129 (2-65-617).-Confidencias entre Hijo y Madre.- Difícil camino de aprendizaje de  los Doce.- Uso del término «tío» y «tía».
* “No necesitaba aconsejarme. Pero, cómo gozaba Yo en hablar y pedir consejo a mi dulce amigo: a mi Madre”.- ■ Luego dice Jesús: “Después de esta visión pondrás la que te di en la primavera de 1944, aquella en que Yo pedía a mi Madre impresiones sobre mis discípulos. Llegados a este punto, sus figuras morales han dado ya suficientes destellos para que pueda ponerse aquí esa visión sin crear en nadie escándalo. No tenía necesidad de aconsejarme con alguien. Pero cuando estábamos solos, mientras los discípulos estaban esparcidos entre familias amigas o en lugares vecinos, durante mis permanencias en Nazaret, cómo gozaba Yo en hablar y pedir consejo a mi dulce amigo: a mi Madre, y obtener confirmación, de su boca de gracia y de sabiduría, de cuanto Yo había visto. No fui otra cosa con Ella  más que «el Hijo». Y entre los nacidos de mujer, no ha habido una mujer más digna del nombre de «Madre» que Ella, en todas las perfecciones de las maternas virtudes morales y humanas, ni hubo hijo más «hijo» que Yo, en el respeto, en la confianza y en el amor”.
“Mi camino, mi trabajo, mi servicio a la cruz… Yo lo hice, háganlo quienes quieran llamarse «míos»”.-Jesús: “Y ahora que vosotros tenéis un mínimo conocimiento de los Doce, de sus virtudes, de sus defectos, carácter, y luchas ¿hay alguien todavía que diga que me fue fácil unirlos, elevarlos, educarlos? ¿Hay todavía alguno que juzgue fácil la vida de apóstol, y, por ser un apóstol, o sea, frecuentemente, por creerse tal, juzgue tener derecho a una vida llana, sin dolores, dificultades, derrotas? ¿Hay todavía alguno que, por el hecho de que me sirva, pretenda que sea Yo su siervo, y que haga milagros sin interrupción en favor suyo, haciendo de su vida una alfombra tapizada de flores, fácil, humanamente gloriosa? Mi camino, mi trabajo, mi servicio es la cruz, el dolor, las renuncias, el sacrificio. Yo lo hice, háganlo quienes quieran llamarse «míos». Esto no va para los Juanes, sino para los doctores insatisfechos y difíciles”.
* “He usado el término de «tío» y «tía», inusitado en lenguas palestinas, para aclarar… sobre mi condición de Unigénito y sobre la Virginidad «pre» y «post» parto de mi Madre”.-Jesús: “Y digo, para los doctores de la argucia, que he usado el término «tío» y «tía», inusitado en las lenguas palestinas, para aclarar y definir una irrespetuosa cuestión sobre mi condición de Unigénito de María y sobre la Virginidad «pre» y «post» parto de mi Madre, quien me tuvo por espiritual y divino connubio y, repítase una vez más, no conoció otras uniones, ni tuvo otros partos; carne inviolada, la cual ni siquiera Yo laceré, cerrada sobre el misterio de un seno-tabernáculo, trono de la Trinidad y del Verbo Encarnado”.  (Escrito el 7 de Febrero de 1945).
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2-101-130 (2-66-618).- Jesús pregunta a la Madre acerca de los discípulos.
* A la Madre, no le gusta J. Iscariote: su ojo no es limpio, su corazón menos.- ■ Ahora estoy viendo, dos horas después de lo escrito anteriormente, la casa de Nazaret. Reconozco la pequeña habitación del adiós (comienzo de la vida pública), que da al huerto, donde las plantas están llenas de follaje. Jesús está con María. Están sentados el uno junto al otro en el asiento de piedra que está adosado a la casa. Parece que la cena ya haya terminado y que, mientras los demás —si hay otros (no veo a nadie)— ya se han retirado, Madre y Hijo se sienten felices en una dulce conversación. La voz interna me dice que ésa es una de las primeras veces que Jesús vuelve a Nazaret después del bautismo, después del ayuno en el desierto y, sobre todo, de la formación del Colegio Apostólico. Él cuenta a su Madre las primeras jornadas de evangelización, las primeras conquistas de corazones. María está pendiente de los labios de su Jesús. Está más delgada, más pálida, como si hubiera sufrido mucho durante este tiempo. Tiene dos grandes ojeras, como las de alguien que ha llorado mucho y que está preocupado. Pero ahora está feliz y sonríe. Sonríe acariciando la mano de su Jesús. Es feliz de tenerle ahí, de estar de corazón a corazón en el silencio de la noche que va entrando. Debe ser verano, porque la higuera tiene ya sus primeros frutos maduros, que llegan incluso hasta la casa, y Jesús, poniéndose de pie, coge algunos de ellos; los más hermosos se los da a su Madre, limpiándolos con cuidado y ofreciéndolos como si fuesen cálices blancos de estrías rojas, con su corola de pétalos blancos por dentro y púrpura por fuera. Los ofrece sobre la palma de su mano y sonríe al ver que le gustan a su Mamá. ■ Después, a quemarropa, le pregunta: “Mamá, ¿has visto a mis discípulos? ¿Qué piensas de ellos?”. María que está para llevar a la boca el tercer higo, levanta la cabeza, suspende su movimiento, se sobresalta y mira a Jesús. Jesús recalca: “¿Qué piensas de ellos ahora que te los he presentado?”. Virgen: “Creo que te aman y que podrás obtener mucho de ellos. Juan… ámale a Juan como Tú sabes amar. Es un ángel. Y estoy tranquila cuando pienso que está contigo. También Pedro… es bueno. Más duro porque es ya viejo, pero franco y de convicción. Y su hermano… te aman por ahora como son capaces de hacerlo. Después te amarán más. También nuestros primos, ahora que se han convencido, te serán fieles. ■ Pero… el hombre de Keriot… ese no me gusta, Hijo. Su ojo no es limpio y su corazón mucho menos. Me causa miedo”. Jesús: “Contigo es respetuoso”. Virgen: “Demasiado respetuoso. También contigo es muy respetuoso. Pero no es por Ti, Maestro; sino por Ti, su futuro rey de quien espera utilidades y gloria. Era un nadie, apenas un poco más que los demás de Keriot. Pero ahora espera desempeñar a tu lado un papel de importancia y… ¡Oh Jesús!… No quiero faltar a la caridad, pero pienso, aun cuando no quiero pensarlo, que en caso de que Tú le desilusiones, no durará en reemplazarte, o en tratar de hacerlo. Es ambicioso, avariento y vicioso. Está más preparado para ser un cortesano de un rey terrenal que no un apóstol tuyo, Hijo mío. ¡Me causa miedo!” y la Mamá mira a su Jesús con los ojos aterrorizados y su cara pálida.
* Esto es también necesario, Mamá. Si no fuese él, sería otro. Mi Colegio debe representar al mundo, y, en el mundo, no todos son ángeles”.- ■ Jesús lanza un suspiro. Piensa. Mira a su Madre. Le sonríe para darle fuerzas: “Esto también es necesario, Mamá. Si no fuese él, sería otro. Mi Colegio debe representar al mundo, y, en el mundo, no todos son ángeles, ni todos son del temple de Pedro y de Andrés. Si escogiese todas las perfecciones, ¿cómo podrían las pobres almas enfermas atreverse a poder llegar a ser mis discípulos? Yo he venido a salvar lo que estaba perdido, Mamá. Juan de por sí ya está salvado. Pero, ¡cuántos  no lo están!”. Virgen: “No tengo miedo de Leví. Él se ha redimido, porque se ha querido redimir. Dejó su pecado con su banco de alcabalero y se ha transformado en un alma nueva para ir contigo. Pero Judas de Keriot, no; es más, el orgullo llena cada vez más su vieja alma manchada. Pero Tú sabes estas cosas,  Hijo. ¿Por qué me las preguntas? Yo no puedo sino rogar y llorar por Ti. Tú eres el Maestro, maestro también de tu pobre Mamá”. La visión termina aquí. (Escrito el 13  Febrero de 1944).
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2-102-131 (2-68-622).-  J. Iscariote se despide del grupo para ocuparse de asuntos de su casa: la vendimia.
* “Os lo repito: no obligo a nadie a venir. Todo es espontáneo en Mí y en torno de Mí. Si tenéis otras ocupaciones o si os sentís cansados, quedaos. Nos volveremos a ver después”.- ■ Los discípulos están cenando en el amplio taller de carpintería de José en Nazaret. El banco hace mesa. Todo lo que se requiere para la cena está encima del banco. Pero veo que el taller es también dormitorio. Sobre los otros dos tablones de carpintero hay esteras que los convierten en lechos. Unos lechos bajos (esteras sobre cañizos) han sido colocados junto a las paredes. Los apóstoles hablan entre sí y con el Maestro. Iscariote pregunta: “¿Entonces es verdad que vas a subir al Líbano?”. Jesús: “No prometo nunca si luego no voy a mantener y en este caso lo he prometido dos veces: a los pastores y a la nodriza de Juana de Cusa. He esperado los cinco días que la había dicho y he añadido aún hoy por prudencia. Pero ahora parto. En cuanto salga la luna nos pondremos en marcha. Será un largo camino, aunque usemos la barca hasta Betsaida. No obstante, será para mi corazón motivo de gozo saludar también a Benjamín y a Daniel. Ya ves qué almas tienen los pastores. ¡Oh!, merece la pena ir a honrarlos; efectivamente, ni siquiera Dios se quita algo honrando a un siervo suyo, antes bien acrecienta su justicia”. Iscariote: “¡Con este calor!… piensa lo que haces. Lo digo por Ti”. Jesús: “Las noches son ya menos sofocantes. El sol aún durante un poco está en León, y las tormentas hacen menos abrasador el calor. Y, además, os lo repito: no obligo a nadie a venir. Todo es espontáneo en Mí y en torno de Mí. Si tenéis otras ocupaciones o si os sentís cansados, quedaos. Nos volveremos a ver después”. Iscariote: “Eso, Tú lo has dicho. Yo tendría que ocuparme de asuntos de mi casa. Llega el tiempo de la vendimia y mi madre me había rogado que viera a algunos amigos… ya sabes, yo soy, en el fondo, el cabeza de familia; quiero decir que soy el hombre de mi familia”. Pedro barbotea: “Menos mal que se acuerda de que la madre es siempre la primera después del padre”. Judas, bien porque no oiga, bien porque no quiera oír, no muestra entender el barboteo, que, por lo demás, Jesús frena con una mirada, mientras Santiago de Zebedeo, sentado al lado de Pedro le da un tirón de túnica para que se calle. ■ Jesús: “Ve, Judas, ¿cómo no? Es más, debes ir. No se debe desobedecer a la madre”. Iscariote: “Entonces me voy enseguida, con tu permiso. Estaré en Naím con tiempo para encontrar todavía alojamiento. Adiós, Maestro, adiós amigos”. Jesús dice. “Sé amigo de la paz, y merece tener siempre a Dios contigo. Adiós”, mientras los demás se despiden de él al unísono. No se ve mucha pena al verle partir; más bien lo contrario… Pedro, quizás por temor a que Judas se arrepienta, le ayuda a apretar los cordones de su alforja y a metérselo en bandolera, le acompaña hasta la puerta del taller (que ya estaba abierta, como la otra que da al huerto —sin duda para ventilar la habitación agobiante después de un día tórrido—) está en la puerta mirándole marcharse y, cuando le ve que realmente se aleja, hace un gesto de alegría y de irónico adiós, y vuelve frotándose las manos. No dice nada… ya ha dicho todo. Alguno que ha visto lo sucedido se ríe disimuladamente. (Escrito el 8 de Febrero de 1945).
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2-102-133 (2.-68-624).- Encuentro con  el  pastor Jonatás y curación de Juana de Cusa.
* Jonatás cuenta la visión y la llamada de Jesús a Juana de Cusa moribunda.- ■ Un estrépito de cascos herrados y un vocerío de muchachos llega de fuera: “¡Aquí es! ¡Aquí! ¡Para, hombre!”. Y, antes de que Jesús y los discípulos encuentren una explicación, ante el vano de la puerta se presenta el cuerpo negro y sudoroso de un caballo, y baja un jinete; éste se precipita dentro como un bólido y se postra a los pies de Jesús besándolos con veneración. Todos miran asombrados. “¿Quién eres? ¿Quién eres?”. Dice: “Jonatás, soy”. Con un grito responde José, que por estar sentado detrás del banco y por la rapidez de la llegada no pudo reconocer a su amigo. El pastor corre ligero hasta el hombre postrado: “¡Tú! ¡Si eres tú!”. Jonatás: “Sí. ¡Adoro a mi Señor amado! Treinta años de esperanza. ¡Larga espera! Mas, ahora han florecido como flor solitaria de agave; y florecen en un instante, en un éxtasis feliz, más feliz aún que aquel, lejano. ¡Oh, mi Salvador!”. ■ Mujeres, niños y algún hombre, entre los cuales el buen Alfeo de Sara, que tiene todavía un pedazo de pan y queso en las manos, se arremolinan en la entrada y hasta dentro de la espaciosa estancia. Jesús: “Levántate Jonatás. Estaba ya a punto de ir a buscarte, como también a Benjamín y Daniel…”. El fornido anciano, de buen aspecto y bien vestido, dice: “Lo sé… lo sé. Ella tenía razón. ¡No era delirio de una que está muriendo! ¡Oh, Señor Dios! ¡Cómo te ve el alma y cómo te siente, cuando Tú la llamas!”. Jonatás está conmovido. Pero se recobra. No pierde el tiempo. Activo, a pesar de su rostro de adoración, va a su objetivo: “Jesús, Salvador y Mesías nuestro, he venido a pedirte que vengas conmigo. He hablado con Ester y me ha dicho… Pero antes, antes Juana había hablado contigo y me dijo… ¡Oh, no os burléis de un hombre feliz, vosotros que me estáis escuchando, hasta que no oiga tu «voy»! Ya sabes que estaba de viaje con la patrona moribunda ¡Qué viaje! De Tiberíades a Betsaida fue bueno. Pero luego… En Cesarea de Filipo estuvo a punto de morir con vómitos de sangre… Nos detuvimos… A la tercera mañana, hace siete días, me manda llamar. Parecía ya muerta. Pero cuando la llamé abrió sus dulces ojos de gacela agonizante y me sonrió. Me indicó con la manita helada que me inclinase —porque solo tiene un hilo de voz— y me dijo: «Jonatás, llévame a casa; pero inmediatamente». Fue tan grande el esfuerzo en dar la orden —ella que es siempre más dulce que una buena niña— que se colorearon las mejillas, y durante un momento sus ojos se llenaron de fulgor. Continuó diciéndome: «He soñado con mi casa de Tiberíades. Dentro estaba Uno con rostro de estrella, alto, rubio, con ojos de cielo y una voz más dulce que sonido de arpa. Me decía: ‘Yo soy la Vida. ¡Ven, regresa, te espero para dártela!’ ¡Quiero ir!». Yo decía: «¡Pero, patrona!… ¡No puedes! ¡Estás mal! ¡Ahora cuando estés mejor, veremos!». Lo tomé yo por delirio de una agonizante. Pero ella lloró y luego… —es la primera vez que lo ha dicho en estos seis años que la tengo como patrona; e incluso, de ira, se sentó (ella que no tiene fuerzas para nada)— y luego me dijo: «Siervo, lo quiero. Yo soy tu patrona. ¡Obedece!» y cayó envuelta en sangre. Creí que moría… y me dije: «Démosle gusto. ¡Muerte por muerte!… No sentiré el remordimiento de no haberla complacido al final, después de haber querido hacerlo siempre». ¡Qué viaje! No quería descansar ella, aparte de las horas entre tercia y sexta. He agotado a los caballos para abreviar. ■ Hemos llegado a Tiberíades esta mañana a la hora de nona. Ester me ha referido… Entonces he comprendido que eras Tú quien la había llamado, porque coincidían la hora y el día en que Tú prometiste el milagro a Ester y te apareciste al alma de mi patrona. Ha querido proseguir en cuanto fue la hora nona, y a mí me ha mandado adelante… ¡Oh, ven, Salvador mío!”.  Jesús: “Voy al punto. La fe merece su premio. Quien me quiere me tiene. ¡Vamos!”. Jonatás: “Espera. He arrojado mientras venía una bolsa a un joven, diciendo: «Tres, cinco, los asnos que queráis, si no tenéis caballos; rápido, a la casa de Jesús». Estarán para llegar. Así abreviaremos. Espero encontrarla cerca de Caná. Si al menos… viviera”.  Jesús: “Viva está. Pero, aunque estuviese muerta, Yo soy la Vida. ■ Aquí está mi Madre”. La Virgen, avisada sin duda por alguien, viene corriendo seguida de María de Alfeo. “Hijo, ¿te vas?”. Jesús: “Sí, Madre. Voy con Jonatás. Ha venido. Sabía que podría dártele a conocer. Por eso he esperado un día más”. Jonatás primero la había saludado inclinándose profundamente con las manos cruzadas sobre el pecho, y ahora se arrodilla, levanta ligeramente el vestido y besa la orla: “Te saludo, Madre de mi Señor”. Alfeo de Sara dice a los curiosos: “¡Oh! ¿Qué decís de esto? ¿No es cosa vergonzosa que tan solo nosotros seamos los que no tenemos fe?”.
* Juana, una vez curada, no pide sino: “que me ames y que me permitas que te ame”. “Y… ¿no querrías un niño?”. ■ Un gran ruido de cascos se oye en la calle. Son los borricos. Creo que son todos los de Nazaret; y son tantos, que bastarían para un escuadrón. Mientras Jonatás escoge los mejores y los contrata, pagando sin escatimar, y toma consigo a dos nazarenos con otros borricos (por miedo a que algún animal, por el camino, pierda las herraduras, y para que puedan volver con toda esta rebuznadora caballería asnal), María y la otra María ayudan a cerrar los sacos y las alforjas. Parten. La noche ha entrado y la luna aparece con su cuarto creciente. A la cabeza van Jesús y Jonatás, detrás los demás. Mientras están en la ciudad van al paso, porque la gente se arremolina. Pero, en cuanto salen, van al trote, en una caravana sonora de cascos y cascabeles. Jonatás explica: “Está en el carro con Ester. ¡Oh, patrona mía! ¡Qué alegría hacerte feliz! ¡Llevarte a Jesús! ¡Oh, mi Señor! ¡Tenerte aquí, a mi lado! ¡Tenerte!… Tienes justamente el rostro de estrella que ella te ha visto, y eres rubio y con ojos de cielo, y tu voz es realmente sonido de arpa… ¡Oh, pero tu Madre!… ¿La vas a llevar a la patrona algún día?”.  Jesús: “Irá la patrona a Ella. Serán amigas”. Jonatás: “¿Sí?… Sí, puede serlo. Juana está casada y ha sido madre, pero tiene alma pura como una virgen. Puede estar junto a María bendita”. ■ Jesús se vuelve por una fresca carcajada de Juan, seguida de la de todos los demás. Pedro dice: “Quien provoca la risa soy yo, Maestro. En la barca me siento más seguro que un gato… pero ¡aquí arriba! ¡Parezco un barril de madera suelto en el puente de una nave con el viento del sudoeste!”. Jesús sonríe y le anima, prometiéndole que pronto terminará el trote. Pedro: “¡Oh! No es nada. Si los muchachos se ríen, nada hay de malo. Vamos, vamos a hacer feliz a esa buena mujer”. Jesús vuelve una vez más  su rostro por otra explosión de risas. Pedro exclama: “¡No! Esto no te lo digo, Maestro… y ¿por qué no?  Sí que  te lo digo. Decía yo: «Nuestro supremo ministro se va a tirar de los pelos cuando sepa que no ha estado justo cuando se podía pavonear con una dama». Y ellos se ríen. De todas formas, es así. Estoy seguro de que, si se lo hubiera imaginado, no hubiera tenido viñas paternas que cuidar”. Jesús no contradice. Se corre rápido el camino sobre estos borriquillos bien nutridos. Con el claro de luna dejan atrás Caná. ■ Jonatás: “Si me permites, te precedo. Paro el carro. Los movimientos bruscos la hacen sufrir mucho”. Jesús: “Ve, sí”. Jonatás pone el  caballo a galope. Siguen y siguen bajo la luz blanca de la luna. Luego… la forma oscura de un voluminoso carro cubierto, parado al borde del camino. El asno en que va Jesús, instigado por Él, alcanza un pequeño galope, sesgado. Jesús llega al carro. Se apea. Jonatás anuncia: “¡El Mesías!”. La anciana nodriza se arroja del carro al camino, del camino al polvo. “¡Oh, sálvala! Se está muriendo”. Jesús: “Aquí estoy”. Y Jesús, sube al carro, donde hay, extendido, un considerable número de almohadones y sobre ellos un cuerpo exiguo. Hay un farolillo en un ángulo, y copas y ánforas. Y una joven criada llorando, que está secando el sudor helado de la moribunda. Jonatás acude con uno de los faroles del carro. Jesús se inclina hacia la mujer decaída, verdaderamente moribunda. No hay diferencia entre el candor del vestido de lino y la palidez, incluso ligeramente azulada, de las manos y del rostro esquelético. Solo las pobladas cejas y las largas pestañas negrísimas proporcionan un color a ese rostro de nieve. Ni siquiera tiene en sus mejillas enjutas el infausto color rojo de los tuberculosos, la respiración es difícil, y en los labios semiabiertos hay una sombra purpúrea. ■ Jesús se arrodilla a su lado y la mira. La nodriza le toma la mano y la llama. Pero el alma, ya en los umbrales que despiden a la vida, no oye más. Han llegado los discípulos y los dos jóvenes de Nazaret, y se arremolinan junto al carro. Jesús pone una mano en la frente de la moribunda, que por un instante abre sus ojos nublados, vagos y luego los cierra. La nodriza deplora: “Ya no oye”. Y llora más fuerte. Jesús hace un ademán: “Madre, oirá, ten fe” y luego la llama: “¡Juana! … ¡Juana! Soy yo. Yo que te amo. Soy la Vida. Mírame, Juana”. La moribunda abre sus grandes ojos negros con un mirar más vivo, y mira el rostro que está junto a ella. Tiene un movimiento de alegría y una sonrisa brota. Mueve despacio los labios sin voz, con palabras que no tienen sonido. Jesús: “Sí, soy Yo, viniste… y vine a salvarte. ■ ¿Puedes creer en Mí?”. La agonizante asiente con la cabeza. Toda la vitalidad se ha acumulado en la mirada y en las palabras que no puede pronunciar. Jesús: “Pues bien, (Jesús, aunque continúa de rodillas y con la mano izquierda en la frente, se endereza y toma la posición de milagro) pues bien: “Yo lo quiero. Sé sana. Levántate”. Quita la mano y se pone en pie. Una fracción de minuto y luego Juana de Cusa, sin ayuda de nadie, se sienta, da un grito y se lanza a los pies de Jesús con una voz fuerte y llena de felicidad: “¡Oh! ¡Amarte toda mi vida! ¡Para siempre! ¡Tuya! ¡Para siempre tuya! ¡Nodriza! ¡Jonatás! ¡Estoy curada! ¡Oh! ¡Pronto! Corred a decirlo a Cusa. Que venga a adorar al Señor. ¡Bendíceme una vez más, Salvador mío!”. Llora y ríe mientras besa el vestido y la mano de Jesús. ■ Jesús: “Te bendigo, sí. ¿Qué otra cosa quieres que te haga?”. Juana: “Ninguna, Señor, a no ser que me ames y que me permitas que te ame”. Jesús: “Y… ¿no querrías un niño?”. Juana: “¡Oh, un niño!… Lo que Tú quieras, Señor. Te entrego todo: mi pasado, mi presente y mi futuro. Todo te lo dedico y todo te lo doy. Da a tu sierva lo que sabes que es mejor para ella”. Jesús: “La vida eterna, entonces. Sé feliz. Dios te ama. Me voy. Te bendigo y os bendigo”.  Juana: “No, Señor, quédate un tiempo en mi casa, que ahora es un rosal en flor. Permíteme que vuelva a ella contigo… ¡Soy feliz!”. Jesús: “Voy. Pero tengo a mis discípulos”. Jonatás: “Mis hermanos, Señor. Juana tendrá, tanto para ellos como para Ti, comida y bebida y… descanso. ¡Hazme feliz!”. ■ Jesús: “Vamos, devolved los borriquillos y sigamos a pie. El camino es corto. Caminaremos despacio para que podáis seguirnos. Adiós Ismael y Aser. Saludad a mi Madre, y a mis amigos”. Los dos nazarenos, estupefactos, se van con sus asnos, mientras el carro emprende el retorno con su carga de alegría ahora. Detrás vienen los discípulos comentando el hecho. Todo termina. (Escrito el 8 de Febrero de 1945).
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2-103-141 (2-69-632).- Jesús en los altos del Líbano donde los pastores Benjamín y Daniel.
* Al hablar de Eliseo, patrón de Daniel y Benjamín, es descrita la crueldad del fariseo Doras, patrón de Jonás.- «El rescate».- ■ Pedro comenta: “Estos lugares son hermosos”. Zelote: “Y no hace mucho calor”. Mateo añade: “Con estos árboles, el sol molesta poco…”. Juan pregunta: “¿De aquí llevaron los cedros del Templo?”. Jonatás: “De aquí. Estos bosques son los que proporcionan la mejor madera. El patrón de Daniel y de Benjamín tiene muchísimos, además de muchísimo ganado. Los sierran allí mismo y luego los transportan al valle por algunos pasillos o sobre los hombros. El trabajo es difícil cuando los troncos deben ser usados enteros, como fue el caso del Templo. Pero paga bien y hay muchos a su servicio; y además es muy bueno. ■ No es como aquel feroz de Doras. ¡Pobre Jonás!”. Zelote: “Pero ¿cómo es posible que sus servidores sean casi esclavos? Cuando le dije: «Déjale plantado y vente con nosotros, que Simón de Jonás tendrá siempre para ti un pan»; me dijo: «No puedo si no pago mi rescate». ¿Qué historia es ésta?”. Jonatás: “Doras no es el único en Israel que habitualmente hace esto: cuando ve que un siervo es bueno, le lleva con aguda astucia sutil a la esclavitud. Le carga con deudas inmensas y falsas que el pobre no puede pagar; cuando la suma es suficiente, dice: «Tú eres mi esclavo por deudas»”. Zelote: “¡Qué vergüenza! ¡Y además es fariseo!”. Jonatás: “Sí. Jonás mientras tuvo ahorros, pudo pagar… luego… Un año el granizo, otro la sequía, el trigo y la uva dieron poco, Doras multiplicó el daño por diez… y otra vez por diez… Luego Jonás se enfermó por el excesivo trabajo. Doras le prestó dinero para que se curara, pero quiso el doce por uno. Como Jonás no lo tenía, añadió esto al resto. En pocas palabras: después de algunos años, se había acumulado una deuda que le hizo esclavo; y jamás le dejará que se vaya… Siempre encontrará otras razones y otras deudas…”. Jonatás está triste al pensar en su amigo.  Zelote: “¿Y tu patrón no podía…?”. Jonatás: “¿Qué? ¿Hacer que le trataran como a un ser humano? ¿Pero quién se enfrenta a los fariseos? Doras es uno de los más poderosos, creo que incluso es pariente del Sumo Sacerdote… al menos eso se dice. Una vez, cuando le dieron de palos a Jonás hasta dejarle exánime, y yo lo supe, lloré tanto, que Cusa me dijo: «Pago yo su rescate por hacerte feliz». Pero Doras se rió delante de su cara y no aceptó nada. ¡Ése!… tiene los campos más ricos de Israel… pero, te lo juro, han sido abonados con la sangre y las lágrimas de sus siervos”. ■ Jesús mira a simón Zelote y éste mira a Jesús. Ambos están apenados. Zelote: “¿Y éste de Daniel es bueno?”. Jonatás: “Al menos, humano. Quiere, pero no oprime, y, dado que los pastores son honestos, los trata con amor; son los que mandan en los pastos. A mí me conoce y me respeta porque soy un doméstico de Cusa y… podría serle útil… Pero… Señor, ¿por qué el hombre es tan egoísta?”. Jesús: “Porque el amor fue estrangulado en el Paraíso Terrenal. Yo vengo, no obstante, a aflojar esa soga y a dar nueva vida al amor”.
* Recuerdos imborrables de aquellos faustos días de Belén en Daniel y Benjamín.- ■ Jonatás dice: “Hemos llegado a la propiedad de Elíseo. Los pastos están aún lejanos, pero a esta hora las ovejas casi siempre están en los apriscos, por el sol. Voy a ver si están”. Y se marcha casi corriendo. Vuelve después de un rato con dos pastores entrecanos y robustos, los cuales realmente se precipitan abajo por la pendiente para ir a donde Jesús que les saluda: “La paz sea con vosotros”. Uno de ellos dice: “¡Oh! ¡Nuestro Niño de Belén!”; y el otro: “Bendita seas, Paz de Dios, que has venido a nosotros”. Los dos hombres están inclinados hasta tocar la hierba. El saludo a un altar no es tan profundo como éste dedicado al Maestro. Jesús: “Levantaos. Os devuelvo la bendición, y me alegra hacerlo porque la bendición desciende con gozo sobre quien es digno de ella”. Exclaman: “¡Oh, dignos nosotros!…”. Jesús: “Sí, vosotros, que habéis sido siempre fieles”. Benjamín dice: “¿Quién no lo habría sido? ¿Quién puede borrar aquella hora? ¿Quién puede decir: «No es verdad lo que vimos»? ¿Quién puede olvidar que Tú nos sonreíste durante meses, cuando, volviendo entre las ovejas al atardecer, te llamábamos y Tú, al sonido de nuestras flautas, batías las manitas?… ¿Le recuerdas, Daniel? Casi siempre vestido de blanco en los brazos de su Madre, te veíamos entre rayos de sol en el jardín de Ana o desde la ventana, y parecías una flor que descansaba sobre la nieve del vestido materno”. Daniel dice: “Y aquella vez que viniste, dando los primeros pasos, a acariciar a un corderito menos rizado que Tú… ¡Qué feliz se te veía! Y nosotros no sabíamos qué hacer de nuestras rústicas personas. Habríamos deseado ser ángeles para parecerte menos feos…”. Jesús: “¡Amigos míos! Yo veía vuestro corazón, y eso veo también ahora”. Benjamín: “¡Y nos sonríes como entonces!”. Daniel: “¡Y has venido hasta aquí para ver a estos pobres pastores!”. ■ Jesús: “A mis amigos. Ahora estoy contento. Os he vuelto a encontrar a todos y ya no os perderé. ¿Podéis dar hospedaje al Hijo del hombre y a sus amigos?”. Daniel: “¡Señor! ¿Pero lo pides? No nos falta ni pan ni leche, pero si tuviéramos solo un bocado te lo daríamos con tal de tenerte con nosotros. ¿Verdad, Benjamín?”. Benjamín: “¡Hasta el corazón te daríamos por comida, oh Señor nuestro tan suspirado!”. Jesús: “Vamos, entonces. Hablaremos de Dios…”. ■ Daniel: “Y de tus padres, Señor. ¡José era tan bueno! ¡María…, oh, la Madre! Fijaos, mirad este narciso bañado de rocío. Es hermoso y puro con su corola que parece una estrella diamantina. Ella, sin embargo… ¡oh, esto está sucio si se compara a la Madre! Una sonrisa suya era purificación; encontrarse con Ella, una fiesta; y oírla, santificarse. ¿Te acuerdas también de aquellas palabras tú, Benjamín?”. Benjamín:  “Sí. Te las puedo repetir, Señor. Porque cuanto Ella nos dijo en los meses en que pudimos oírla está escrito aquí (y señala el pecho) en el corazón. Es la página de nuestra sabiduría. Y ésta la comprendemos aun nosotros porque es palabra de amor y el amor lo entienden todos. Ven, Señor, entra y bendice esta morada feliz”. Entran en una habitación, cercana a un extenso redil y todo termina. (Escrito el 10 de Febrero de 1945).
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(<Jesús con sus apóstoles, excepto J. Iscariote, se encuentra en una casa de una ciudad marítima en la región siro-fenicia>)
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2-104-148 (2-70-639).- Noticias sobre la muerte de Alfeo y sobre el rescate del pastor Jonás que Lázaro gestiona.
* Carta de la Virgen comunicando la muerte de Alfeo y el ambiente hostil de Nazaret hacia Jesús.- ■ Entra el pastor José. Está completamente lleno de polvo del camino, como quien hubiera andado mucho. Jesús, después del beso de saludo, pregunta: “¿Tú? ¿Por qué?”. José: “Tengo cartas para Ti. Tu Madre me las ha dado, y una es suya. Aquí están”. Y José entrega tres pequeños rollos de una especie de pergamino fino, atados con una cinta. La más voluminosa de las cartas está incluso cerrada con un sello, otra tiene sólo el nudo y la tercera muestra un sello roto. “Ésta es de tu Madre”, e indica la que tiene el nudo. Jesús la desenrolla y la lee; primero en voz baja, luego alto. “«A mi amado Hijo, paz  y bendición. .Ha llegado a mí a la hora prima de las calendas de la luna de Elul (1) un enviado de Betania. Se trata de Isaac, pastor. Le he dado un beso de paz en tu nombre y reposo como personal agradecimiento. Me ha traído estas dos cartas que ahora te envío diciéndome de palabra que el amigo Lázaro de Betania te ruega que condesciendas con lo que te pide. Amado Jesús, mi bendito Hijo y Señor, yo también tendría dos cosas que pedirte. Una, recordarte que me prometiste llamar a tu pobre Mamá para instruirle en la palabra; la segunda, que no vengas a Nazaret sin haber hablado antes conmigo»”. ■ Jesús se detiene bruscamente, se pone en pie y va hacia donde están Santiago y Judas. Los abraza estrechamente y termina repitiendo, sin leer, las palabras: “«Alfeo ha vuelto al seno de Abraham la pasada luna llena, con gran duelo de la ciudad…»”. Los dos hijos lloran sobre el pecho de Jesús, que termina: “«… En el último momento te hubiera deseado a su lado, pero Tú estabas lejos. Esto, no obstante es un consuelo para María, que ve en ello perdón de Dios, y debe dar paz también a mis sobrinos». ¿Habéis oído? Ella lo dice, y Ella sabe lo que dice”. Santiago suplica: “Dame la carta”. Jesús: “No. Te perjudicaría”. Santiago: “¿Por qué? ¿Qué puede decir que sea más penoso que la muerte de un padre?…”. Judas suspira: “Que nos ha maldecido”. Dice Jesús: “No. No es eso”. Judas: “Lo dices para no traspasar nuestro corazón. Pero es así” Jesús: “Lee, entonces”. Y Judas lee: “«Jesús, te ruego, y conmigo María, que no vengas a Nazaret hasta que el duelo no haya terminado. El amor hacia Alfeo hace injustos a los nazarenos respecto a Ti, y tu Madre llora por ello. El buen amigo Alfeo me consuela, y pone calma en el pueblo. Ha tenido mucha resonancia lo que han contado Aser e Ismael sobre la mujer de Cusa, pero Nazaret es ahora un mar agitado por vientos contrarios. Te bendigo, Hijo mío, y te pido paz y bendición para mi alma. Paz a mis sobrinos. Mamá»”. Los apóstoles hacen comentarios y consuelan a los dos hermanos, que están llorando.
* Cartas de Lázaro y de Doras.- Pedro dice: “¿Y esas, no las lees?”. Jesús hace un gesto de asentimiento y abre la de Lázaro. Llama a Simón Zelote. Leen juntos en un ángulo. Luego abren el otro rollo y lo leen también. Debaten. Veo que Simón trata de persuadirle de algo a Jesús, pero no lo consigue. Jesús con los rollos en la mano, se coloca en medio de la estancia y dice: “Oíd, amigos. Somos todos una familia y no hay secretos entre nosotros y, si tener oculto el mal es piedad, dar a conocer el bien es justicia. Oíd lo que escribe Lázaro de Betania: «Al Señor Jesús paz y bendición, y paz y salud a mi amigo Simón. He recibido tu carta y, como siervo que soy, he puesto mi corazón, mi palabra y todos mis medios a tu servicio para satisfacerte y tener el honor de serte siervo no inútil. He ido a ver a Doras a su castillo de Judea, a rogarle que me vendiera su siervo Jonás como Tú deseas. Confieso que si Simón, amigo mío fiel, no me hubiera dicho que me lo pedía por Ti, no habría visto la cara de ese chacal burlón, cruel y funesto. Pero por Ti, Maestro y amigo, me siento capaz de afrontar hasta incluso a Satanás. Ello porque pienso que quien trabaja para Ti te tiene cercano y está, por tanto, protegido. Y ciertamente he recibido ayuda, porque he vencido, contra todas las previsiones. Dura fue la discusión y humillantes las primeras negativas. Tres veces tuve que agachar la cabeza ante este esbirro con poder. Luego, me impuso una espera de días. Finalmente, la carta; digna de un áspid. Yo casi no oso decirte: ‘Cede para conseguir el objetivo’, porque él no es digno de tu presencia; pero no hay otra forma. He aceptado en tu Nombre y he firmado. Si he hecho mal, repréndeme. No obstante —créeme— he tratado de servirte lo mejor que podía. Ayer ha venido un discípulo tuyo, judío, diciendo que venía en tu nombre a saber si había alguna noticia que llevarte. Ha dicho llamarse Judas de Keriot. No obstante, he preferido esperar a Isaac, para entregarle la carta. Y me ha extrañado mucho el que hubieras mandado a otros, sabiendo que todos los sábados viene aquí Isaac, para su reposo sabático. No tengo más que decirte. Tan solo te ruego, al besar tus santos pies, que los dirijas a la casa de tu siervo y amigo Lázaro, como prometiste. A Simón, salud. A Ti, Maestro y Amigo, un ósculo de paz solicitando tu bendición. Lázaro». ■ Y ahora la otra, la carta de Doras: «A Lázaro. Salud. He decidido. Por una suma doble obtendrás a Jonás. No obstante, pongo estas condiciones y no pienso cambiar respecto a ellas bajo ningún motivo. Quiero que primero Jonás termine la cosecha de este año, o sea, su entrega se efectuará para la luna de Tisri (2), al final de la luna. Quiero que venga personalmente a recogerle Jesús de Nazaret, al cual le pido que entre bajo mi techo, para conocerle. Quiero pago inmediato a la vista de contrato en regla. Adiós. Doras»”. Pedro grita: “Qué peste. Pero ¿quién paga? Quién sabe lo que pide, y nosotros… ¡estamos siempre sin un céntimo!”. Jesús: “Simón paga. Para darme esta alegría a Mí y al pobre Jonás. No adquiere sino una piltrafa humana, que para nada le servirá; pero conquista un gran mérito en el Cielo”. Todos muestran asombro: “¿Tú? ¡Oh!”. Hasta los hijos de Alfeo salen de su aflicción por el estupor. Jesús: “Él es. Es justo que ello sea conocido”. Pedro: “Sería también justo saber por qué Judas de Keriot ha ido donde Lázaro. ¿Quién le había enviado? ¿Tú?”. Jesús no responde a Pedro. Se muestra muy serio y pensativo. Sale de la meditación solo para decir: “Preocupaos de que José cene y repose, luego nos retiraremos a descansar. Yo prepararé la contestación a Lázaro…”. (Escrito el 11 de Febrero de 1945).
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1  Nota  : Cfr. Anotaciones n. 5:  Calendario hebreo.  2  Nota  : Cfr.  Anotaciones  n. 5:  Calendario hebreo.
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2-109-170 (2-76- 661).- En los campos de Doras, rescate de Jonás.- En Nazaret, muerte de Jonás.
* A los 4 amigos de Jonás: “Quien me desea tiene deseo del bien y Yo le amo como a un amigo”.- Pedro y 3 más cargan con el arado.-Vuelvo a ver la llanura de Esdrelón, es de día pero un día seminublado de fines de otoño. Debió de haber llovido por la noche; una de las primeras melancólicas lluvias de los meses invernales, porque la tierra está húmeda aunque no lodosa. Todavía sopla el viento, un viento que arranca las amarillentas hojas y penetra en los huesos con su humedad. Son escasas las yuntas de bueyes tirando del arado. Levantan fatigosamente la tierra densa y pesada de esta fértil llanura para prepararla a recibir la semilla. Y lo que más me duele es ver que en algunos lugares son los mismos hombres los que hacen el trabajo de bueyes, jalando la reja del arado con todas las fuerzas de sus brazos y hasta con el pecho, apuntalando los pies en el suelo ya flojo, trabajando como esclavos en esta operación que cansa incluso a los fuertes toros. También Jesús contempla y ve. La tristeza se ve en su rostro bañado de lágrimas. Los discípulos: once, porque Judas está todavía ausente y los pastores ya no están, hablan entre sí y Pedro dice: “Pequeña, pobre y fatigosa es la barca… ¡pero cien veces mejor que este trabajo de bestias de tiro!” y luego pregunta: “Maestro ¿serán estos los siervos de Doras?”. Simón Zelote responde: “No lo creo; sus campos están más allá de aquellos árboles frutales. Todavía no los vemos”. ■ Mas Pedro, siempre curioso, se separa del camino y se va por un lindero entre dos parcelas. En los bordes se han sentado un momento cuatro flacos y sudados campesinos. Respiran fatigosamente. Pedro les pregunta: “¿Sois de Doras?”. Responden: “No, somos de su pariente Yocana. Y tú, ¿quién eres?”. Pedro: “Soy Simón de Jonás, pescador de Galilea hasta la luna de Ziv (1), ahora soy Pedro de Jesús de Nazaret, el Mesías de la Buena Nueva”. Pedro dice gustoso y con orgullo de alguien que dijera: “Pertenezco al alto y divino César de Roma” y mucho más. Su honrada cara resplandece de alegría al decir que es de Jesús. Los cuatro campesinos infelices exclaman: “¡Oh! ¡El Mesías! ¿Dónde?, ¿dónde está?”. Pedro, señalando: “Es aquel. Aquel alto y rubio, vestido de rojo oscuro. El que está ahora mirando hacia aquí y que sonríe porque está esperándome”. Campesinos: “¡Oh!… si fuésemos a Él… ¿nos rechazaría?”. Pedro: “¿Rechazaros?… ¿Por qué? Es el amigo de los infelices, de los pobres, de los oprimidos, y me parece que vosotros… pertenecéis a éstos…”. Campesinos: “¡Claro que lo somos! ¡Y cómo! De todas formas, de ninguna manera como los de Doras. Al menos tenemos pan suficiente y no nos azotan sino en el caso de que dejemos el trabajo, pero…”. Pedro: “Quieres decir que si el hermoso señorito de Yocana os encontrara aquí hablando os…”. Campesinos: “Nos azotaría como no lo hace ni con sus perros…”. Pedro silba de modo significativo. Luego dice: “Entonces será mejor hacer así…” y poniendo sus manos en la boca a modo de embudo, grita fuerte: “Maestro, ven aquí. Hay corazones que sufren y te quieren”. Los campesinos no se lo pueden creer: “Pero ¿qué estás diciendo? ¡Él! ¡¿Aquí donde nosotros?! ¡Pero si nosotros no somos más que unos siervos sin ningún valor!”. Los cuatro están aterrorizados de tanto atrevimiento. Pedro riéndose: “Los azotes no son algo agradables, y si se asoma por aquí ese «hermoso» fariseo, no querría recibir también yo una ración… ”, y zarandea con su manota al más aterrorizado de los cuatro. ■ Jesús con su largo paso va hasta allí. Los cuatro no saben qué hacer. Querrían ir a su encuentro, pero el respeto los paraliza (pobres seres a quienes la perversidad humana ha transformado en seres atemorizados de todo). Caen rostro en tierra, adorando desde ahí al Mesías, que se llega a ellos. “La paz a todos los que me desean. Quien me desea tiene deseo del bien y Yo le amo como a un amigo. Levantaos. ¿Quiénes sois?”. Los cuatro apenas levantan el rostro del suelo, permaneciendo de rodillas y mudos. Pedro habla y dice: “Son cuatro siervos del fariseo Yocana, pariente de Doras. Querrían hablarte, pero… si llega él, serán apaleados y por eso te dije: «¡Ven!» ¡Ea muchachos, que no os come! Tened confianza. Tomadle como a un amigo vuestro”. Campesinos: “Nosotros… nosotros sabemos de Ti… por Jonás…”. Jesús: “Vengo por él. Sé que me ha anunciado. ¿Qué sabéis de Mí?”. Campesinos: “Que eres el Mesías. Que te vio cuando eras pequeñito, que los ángeles cantaron paz a los buenos cuando Tú llegaste, que fuiste perseguido… pero que te salvaste, y ahora has buscado a tus pastores… y que les amas. Estas últimas cosas las decía ahora. Y nosotros pensábamos: si es tan bueno de amar y buscar a los pastores, ciertamente nos podrá querer también a nosotros aunque sea un poco… Tenemos mucha necesidad de que alguien nos ame…”. ■ Jesús: “Os amo. ¿Sufrís mucho?”. Campesinos: “¡Oh!… Pero más todavía los de Doras. ¡Si Yocana nos encontrase hablando!… Pero hoy está en Guerguesa. Todavía no ha regresado de los Tabernáculos. Su mayordomo nos dará esta noche de comer según el trabajo hecho. ¡No importa! Recuperaremos el tiempo no descansando para la comida de la hora de sexta”. Pedro pregunta: “Dime, muchacho. ¿No sería yo capaz de empujar ese arado? ¿Es un trabajo difícil?”. Campesino: “Difícil no, pero fatigoso. Requiere fuerza”. Pedro: “Fuerzas tengo. Déjame ver. Si soy capaz, mientras tú hablas, yo hago de buey. Tú Juan, Andrés y Santiago… ¡adelante!, a la lección. Pasamos de los peces a los gusanos de la tierra. ¡Ea!”. Pedro pone su mano sobre el eje transversal del timón. Por cada arado hay dos hombres, uno de este lado, el otro al otro lado de la larga barra del timón. Mira e imita todos los movimientos del campesino. Fuerte como es y estando descansado, trabaja bien. El hombre le alaba. El buen Pedro exclama contento: “Soy un maestro en arar. ¡Ea Juan! ¡Ven aquí! Un toro y un becerro por arado. En el otro, Santiago y el mudo toro de mi hermano. ¡Animo!… ¡Eh! ¡ahora!” y el par de arados empiezan  a revolver la tierra y a hacer el surco a través del lago campo; y al llegar al límite, voltean el arado y hacen otro surco. Parece como si hubiesen trabajado siempre de campesinos. El más audaz de los siervos de Yocana dice: “¡Qué buenos son tus amigos! ¿Tú has hecho que sean así?”. Jesús: “Yo he dado una regla a su bondad. Como tú haces con las tijeras de podar. Pero la bondad ya existía en ellos. Ahora florece bien, porque hay quien la cuida”.
* El Reino de los Cielos será de quienes cumplen la Ley del Decálogo; de quienes mansa y resignadamente hayan aceptado su suerte sin envidiar a los demás.- ■ Campesino: “Son también humildes. ¡Amigos tuyos y ayudar así a unos pobres siervos!”. Jesús: “Conmigo solo puede estar quien ama la humildad, la mansedumbre, la continencia, la honradez y el amor; sobre todo el amor, porque quien ama a Dios y al prójimo posee como consecuencia todas las virtudes y conquista el Cielo”. Campesino: “¿Podremos también nosotros conseguirlo, nosotros que no tenemos tiempo de orar, de ir al Templo, ni siquiera de levantar la cabeza del surco?”. Jesús: “Responded: ¿existe en vosotros rebelión, y reprocháis a Dios por haberos puesto entre los últimos de la Tierra?”. Campesinos: “¡Oh, no, Maestro! Es nuestra suerte. Cuando cansados nos echamos en la cama, decimos: «¡Y bien!, el Dios de Abraham sabe que estamos tan exhaustos que no podemos decirle más que: ‘Bendito seas, Señor’»; también decimos: «Hoy hemos vivido también sin cometer pecado»… Ya sabes… podríamos robar un poquito, comer con el pan un fruto, o echar algo de aceite en las verduras molidas. Pero el amo dijo: «A los siervos les basta el pan y las verduras cocidas, y en el tiempo de la recolección un poco de vinagre en el agua para calmar la sed y proporcionar energía». Y nosotros lo hacemos. En fin… se podría estar peor”. ■ Jesús: “Yo en verdad os digo, que el Dios de Abraham sonríe al ver vuestros corazones, mientras su rostro es severo con quienes le insultan en el Templo con mentirosas plegarias, porque no aman a sus semejantes”. Campesinos: “¡Oh, pero entre sí se aman! Al menos… eso parece, porque se veneran mutuamente con regalos y reverencias. Es a nosotros a quienes no aman. Pero nosotros somos diferentes de ellos, y es justo”. Jesús: “No. En el Reino de mi Padre no es justo, y distinto será la manera de juzgar. No los ricos y poderosos, porque lo sean, tendrán honras, sino los que habrán siempre amado a Dios sobre sí mismos y sobre cualquier otra cosa como dinero, poder, mujer, y mesa; y amado a sus semejantes que son todos los hombres, ricos o pobres, famosos o desconocidos, doctos o sin cultura, buenos o malvados. Sí, también es necesario amar a los malvados. No por su maldad, sino por compasión hacia su pobre alma que han herido de muerte. Es menester amarlos con un amor que suplique al Padre celestial que los cure y redima. En el Reino de los Cielos serán bienaventurados, los que hayan honrado al Señor con verdad y justicia, y hayan amado a sus padres y familiares por respeto; los que no habrán robado de ninguna manera cosa alguna, o sea, los que hayan dado y pretendido lo justo, incluso en el trabajo de sus siervos; los que no hayan destruido ni reputaciones ni criaturas, y no hayan tenido deseo de matar, aun cuando los modos de actuar de los demás hayan sido tan crueles que solivianten el corazón al desprecio y a la rebelión; quienes no hayan jurado en falso, dañando al prójimo y a la verdad; quienes no hayan cometido adulterio o cualquier otro acto vicioso carnal; quienes mansa y resignadamente hayan aceptado su suerte sin envidiar a los demás. De éstos es el Reino de los Cielos. Y así, el mendigo puede ser allá arriba un rey bienaventurado, mientras que el Tetrarca con su poder será nada; es más, más que nada: será pasto de Satanás si ha actuado contra la Ley eterna del Decálogo”. ■ Los hombres le están escuchando con la boca abierta. Cerca de Jesús están Bartolomé, Mateo, Simón, Felipe, Tomás, Santiago y Judas Alfeo. Los otros cuatro continúan su trabajo, colorados, sudorosos, pero alegres. Pedro es suficiente para tener a todos alegres. Campesinos: “¡Oh, cuánta razón tenía Jonás en llamarte: «Santo»! Todo en Ti es santo; las palabras, la mirada, la sonrisa… Jamás habíamos experimentado en el alma, así…”.
“¡Oh, Tú dices que es menester amar a todos, pero es muy difícil amar a las hienas, y Doras es peor que una hiena!”. “Jonás le ama… Doras es un hombre sin alma”.-Jesús: “¿Hace mucho que no veis a Jonás?”. Campesinos: “Desde que está enfermo. Sí, Maestro, no puede más. Antes a duras penas podía moverse, pero después de las labores del verano y de la vendimia ya realmente no se tiene en pie. Y con todo… le hace trabajar ése… ¡Oh, Tú dices que es menester amar todos, pero es muy difícil amar a las hienas, y Doras es peor que una hiena!”. Jesús: “Jonás le ama…”. Campesino: “Sí, Maestro. Y yo digo que es santo como los que, por su fidelidad al Señor Dios, fueron martirizados”. Jesús: “Has dicho bien. ¿Cómo te llamas?”. Campesino: “Miqueas y éste Saulo, éste Joel y éste Isaías”. Jesús: “Recordaré al Padre vuestros nombres. ¿Decías que Jonás está muy enfermo?”. Miqueas: “Sí. Apenas termina el trabajo se echa sobre su jergón de paja y no le vemos más. Nos lo dicen los otros siervos de Doras”. Jesús: “¿Está en el trabajo a esta hora?”. Miqueas: “Si puede estar en pie, sí. Debería estar al otro lado de aquel manzanar”. Jesús: “¿Ha sido buena la cosecha de Doras?”. Miqueas: “¡Oh, ha sido célebre en toda la región! Fueron apuntalados los árboles porque los frutos tenían un tamaño verdaderamente milagroso. Doras tuvo que construir nuevas cubas, porque en las antiguas no hubiera cabido la uva. ¡Era tanta!”. Jesús: “Entonces Doras debió de haber premiado a su siervo”. Miqueas: “¿Premiado? ¡Señor, qué mal le conoces!”. Jesús: “Pero si Jonás me dijo que hace años le dio una paliza mortal por haber desaparecido algunos racimos de uvas, y que pasó a ser esclavo por deudas habiéndole acusado el patrón de pérdidas por la escasa cosecha, este año, que tuvo una cosecha milagrosa, debía de haberle dado premio”. Miqueas: “No. Le azotó ferozmente, acusándole de no haber obtenido los años anteriores igual abundancia por no haber cuidado la tierra como se debía”. ■ Mateo exclama: “¡Ese hombre es una fiera!”. Jesús: “No. Es un hombre sin alma. Os dejo, hijos, con una bendición. ¿Tenéis pan y comida para hoy?”. Miqueas: “Tenemos este pan” y, sacando un pan oscuro de una bolsa que está en el suelo, se lo muestran. Jesús: “Tomad mi comida. No tengo más que esto. Hoy estaré en la casa de Doras y…”. Miqueas: “¿Tú en la casa de Doras?”. Jesús: “Sí, para rescatar a Jonás. ¿No lo sabíais?”. Miqueas: “Nadie sabe nada aquí. Pero… desconfía, Maestro. Eres como una oveja en la cueva del lobo”. Jesús: “No me podrá hacer nada. Tomad mi comida. Santiago, dales cuanto tengamos. También vuestro vino. Alegraos un poco también vosotros, pobres amigos, en el alma y en el cuerpo. Pedro, vámonos”.  Pedro: “Voy, Maestro. No quedaba más que este surco para terminar” y corre a donde está Jesús, respirando con fatiga, se seca con el manto que se había quitado, se lo vuelve a poner y ríe feliz. Los cuatro terminan de dar las gracias y le preguntan: “¿Pasarás por aquí, Maestro?”. Jesús: “Sí, esperadme. Saludaréis incluso a Jonás. ¿Lo podréis hacer?”. Miqueas: “¡Claro! El campo debía estar arado para el atardecer y ¡ya está hecho más de dos terceras partes, ¡y qué bien y qué rápido! ¡Tus amigos son fuertes! Dios os bendiga. Hoy para nosotros es una fiesta mayor que la de los Ácimos. ¡Que Dios os bendiga a todos! ¡A todos! ¡A todos!”.
* Los muertos aman a los vivos con doble amor”.- ■ Jesús se dirige derecho al manzanar. Lo atraviesan, llegan a los campos de Doras. Hay otros campesinos al arado o encorvados para arrancar de los surcos las hierbas. Jonás no está. Jesús es reconocido y sin dejar los hombres el trabajo, le saludan. Jesús: “¿Dónde está Jonás?”. Campesinos: “Después de dos horas de trabajo se cayó en el surco y le han llevado a casa. Pobre Jonás. Poco le queda por sufrir. Está ya a su término. Jamás volveremos a tener un amigo tan bueno”. Jesús: “Me tenéis en la Tierra y a él en el seno de Abraham. Los muertos aman a los vivos con doble amor: con el suyo y con el que reciben al estar con Dios, y por lo tanto con amor perfecto”. Campesinos: “¡Oh! Ve pronto a donde está. ¡Que te vea ahora que sufre!”. Jesús bendice y continúa su camino. ■ Los discípulos preguntan: “¿Y ahora qué vas a hacer? ¿Qué vas a decir a Doras?”. Jesús: “Voy a ir como si no supiera nada. Si se siente descubierto, es capaz de cebarse contra Jonás y sus siervos”. Pedro dice a Simón Zelote: “Tiene razón tu amigo Lázaro; es como un chacal”. Zelote responde: “Lázaro nunca dice más que verdad y nunca habla mal de nadie. ¡Le conocerás y le amarás!”.
“¡Saldré después de haberte maldecido a ti, tus campos, ganados, y viñas para este año y para los que vengan!… ¿Dónde está Jonás?… Yo pagué, y, dado que para ti es una mercancía… y, puesto que le he comprado, le quiero”.- ■ Se ve ya la casa del fariseo. Larga, baja, bien construida, en medio de árboles frutales ya sin fruta. Una casa de campo, pero rica y cómoda. Pedro y Simón se adelantan para avisar. Sale Doras. Un viejo de semblante duro, de viejo rapaz: ojos irónicos, boca de sierpe que gesticula una sonrisa falsa entre la barba que es más blanca que negra. “Salud, Jesús” saluda familiarmente y con manifiesta ostentación de benevolencia. Jesús no dice: “Paz”; solo responde: “Tenla igualmente”. Doras: “Entra. La casa te acoge. Has sido puntual como un rey”. Jesús objeta: “Como hombre honrado”. Doras ríe con sorna. Jesús se vuelve y dice a los discípulos, que no habían sido invitados: “¡Entrad! Son mis amigos”. Doras: “¡Que entren!… pero… ¿aquel no es el alcabalero, hijo de Alfeo?”. Jesús: “Este es Mateo, el discípulo del Mesías”, y lo dice con un tono que… el otro entiende y vuelve a reírse con mayor sorna que antes. ■ Doras querría aplastar al «pobre» Maestro galileo bajo la opulencia de su casa que por dentro es fastuosa. Fastuosa y fría. Los siervos parecen esclavos. Caminan inclinados, dándose prisa rápidos, temerosos siempre de que se les castigue. La casa da la impresión de que en ella reina la frialdad y el odio. Pero Jesús no se deja aplastar ante la ostentación de riquezas, ni ante el recuerdo de posición y parentela… y Doras, que percibe la indiferencia del Maestro, le lleva consigo por el jardín, en donde hay también árboles; le muestra plantas raras y le ofrece frutos de ellas que los siervos traen en palanganas y en copas de oro. Jesús degusta y alaba la exquisitez de las frutas, parte conservada en una especie de almíbar con duraznos bellísimos, parte fruta natural, como peras de singular tamaño. Doras dice: “Soy el único en Palestina en tener estas frutas y creo que ni siquiera las hay como éstas en toda la península. Las mandé traer de Persia y de lugares más lejanos todavía. La caravana me costó casi un talento. Pero ni siquiera los Tetrarcas tienen estas frutas. Probablemente ni el mismo César. Cuento las frutas y recojo todas las semillas. Las peras solo se comen en mi mesa, porque no quiero que se roben ni una semilla. Le envío a Anás, pero tan solo cocidas porque así son ya estériles”. ■ Jesús: “Son plantas de Dios, y los hombres todos son iguales”. Doras: “¿Iguales? ¡Noooo! ¿Yo igual a… a tus galileos?”. Jesús: “El alma viene de Dios, y Él las crea iguales”. Doras: “¡Pero yo soy Doras, el fariseo!…” y diciendo esto parece esponjarse como un pavo real. Jesús le atraviesa con sus ojos de zafiro, cada vez más encendidos, señal precursora en Él de un acto de piedad o de rigor. Jesús es mucho más alto que Doras y le domina; está majestuoso con su vestido purpúreo al lado de este pequeño y encorvado fariseo embutido en su vestido amplísimo y con una impresionante abundancia de franjas. Doras, después de algún tiempo de auto admiración de sí mismo, exclama: “Pero Jesús, ¿por qué has enviado a la casa de Doras, el fariseo puro, a Lázaro, hermano de una prostituta? ¿Lázaro es tu amigo? ¡No debe serlo! ¿No sabes que está en el anatema, porque su hermana María es una prostituta?”. Jesús: “No conozco más que a Lázaro y sus acciones, que son honradas”. Doras: “Pero el mundo recuerda el pecado de esa casa y ve que su mancha se extiende sobre los amigos… ¡No vayas a esa casa! ¿Por qué no eres fariseo?  Si lo deseas… yo soy poderoso… hago que te acepten como tal a pesar de que seas galileo. Puedo todo en el Sanedrín. Anás está en mis manos como este pedazo de paño de mi manto. Serías más temido”. ■ Jesús: “Yo quiero solo ser amado”. Doras: “Yo te amaré. Ves que te amo desde que te cedo, atendiendo a tu deseo, a Jonás”. Jesús: “He pagado por él”. Doras: “Es verdad, y me admiré que Tú pudieses disponer de tal cantidad”. Jesús: “No fui yo, sino un amigo lo hizo por Mí”. Doras: “Bien, bien. No quiero indagar. Ves que te amo y deseo satisfacerte. Tendrás a Jonás después de la comida. Solo por Ti hago este sacrificio…” y ríe en medio de su cruel risa. Jesús le mira cada vez con mayor rigor, con los brazos cruzados en el pecho. Están todavía en el jardín de los árboles, en espera de la comida. Doras: “Me debes hacer un favor. Alegría por alegría. Te doy mi mejor siervo, me privo por lo tanto de una utilidad futura. Tu bendición, este año, (supe que viniste cuando comenzaba el calor fuerte) me dio cosechas que han hecho célebres mis posesiones. Bendice ahora mis ganados y mis campos. Para el año próximo echaré de menos a Jonás… y mientras encuentre otro igual a él, ven, bendíceme. Dame la alegría de que se hable de mí por toda la Palestina, y de tener rediles y graneros que revienten de abundancia. ¡Ven!”. ■ Y le toma y trata de llevarle a la fuerza, poseído de su sed de oro. Jesús se opone y enérgicamente pregunta: “¿Dónde está Jonás?”. Doras: “En los arados. Ha querido hacer esto por su buen patrón, pero vendrá antes de que termine la comida. Entre tanto ven a bendecir los ganados y los campos, los árboles frutales, las viñas, y los olivares… todo… todo… ¡Oh! ¡Qué fértiles serán el año que entra! Ven, pues”. Jesús, en un tono mucho más fuerte, le pregunta: “¿Dónde está Jonás?”. Doras: “¡Ya te lo dije! Al frente de los arados. Es el primer siervo y no trabaja: preside”. Jesús: “¡Mentiroso!”. Doras: “¿Yo?… ¡Lo juro por Yeové!”. Jesús: “¡Perjuro!”. Doras: “¿Yo?… ¿Yo perjuro? Yo soy el fiel más fiel. ¡Ten cuidado como hablas!”. Jesús: “¡Asesino!”. ■ Jesús ha levantado cada vez más fuerte la voz, y la última palabra parece como si fuese un trueno. Los discípulos se acercan a Él, los siervos se asoman por las puertas, temerosos. El rostro de Jesús es formidable en su severidad. Parece como si sus ojos arrojasen rayos fosforescentes. A Doras por un momento el temor le sobrecoge. Se hace más pequeñito, como un montón de tela finísima junto a la alta persona de Jesús vestido con lana pesada de un rojo oscuro. Mas luego la soberbia se apodera otra vez de él. Doras se pone a gritar con su voz chillona (exactamente como la de los zorros): “En mi casa yo solo doy órdenes. ¡Sal de aquí vil galileo!”. Jesús: “¡Saldré después de haberte maldecido a ti, tus campos, ganados, y viñas para este año y para los que vengan!”. Doras: “¡No, esto no! Sí, es verdad. Jonás está enfermo. Pero se ha curado. Se ha recuperado. Retira tu maldición”. Jesús: “¿Dónde está Jonás? Que un siervo me conduzca a él, inmediatamente. Yo pagué, y, dado que para ti es una mercancía, una máquina, tal lo considero; y, puesto que le he comprado, le quiero”. Doras saca un silbato de oro de entre su pecho y silba tres veces. Muchos siervos de la casa y del campo acuden de todas partes; corren —encorvados hasta el punto de que casi rozan el suelo— hasta donde está su temido dueño, que les ordena: “¡Traedle a Jonás a éste y entregádselo! ¿A dónde vas?”.
* Jesús, todo amor, toma y lleva consigo a Jonás.- Y fulmina a Doras, que pide que retire el anatema, con una mirada y una nueva frase: “Te pongo en manos del Dios del Sinaí”.- ■ Jesús ni siquiera responde. Camina detrás de los siervos que, presurosos, han cruzado el jardín en dirección de las casas de los campesinos. Entran en el tugurio de Jonás. Éste, realmente es un esqueleto semidesnudo, que respira fatigosamente por la fiebre sobre un lecho de cañas; como colchón, un vestido remendado; como manta, un manto todavía más roto. La joven de la otra vez le cuida como puede. Jesús: “¡Jonás, amigó mío! ¡He venido a llevarte!”. Jonás: “¿Tú?… ¡Señor mío! Me muero… ¡pero soy feliz de tenerte aquí!”. Jesús: “Fiel amigo, eres libre desde ahora, y no morirás aquí. Te llevo a mi casa…”. Jonás: “¿Libre?… ¿Por qué?… ¿A tu casa? ¡Ah sí! Habías prometido que vería a tu Madre”. Jesús es todo amor. Se inclina sobre el miserable lecho del infeliz, y le dice a Pedro: “Pedro, tú eres fuerte. Levanta a Jonás, y vosotros dadle el manto. Este lecho es muy duro para cualquiera en estas condiciones”. Los discípulos se despojan de sus mantos con prontitud, los doblan y vuelven a doblar y los extienden; con algunos hacen la almohada. Pedro coloca la carga de huesos y Jesús le cubre con su mismo manto y pregunta a Pedro: “Pedro, ¿tienes dinero?”. Pedro: “Sí, Maestro, tengo cuarenta denarios”. Jesús: “Está bien. Vámonos. Ánimo, Jonás. Todavía un poco de esfuerzo y después habrá mucha paz en mi casa, cerca de María…”. Jonás llora, en medio de su agotamiento, y exclama: “María… sí… ¡Oh!”. Pero no sabe más que llorar. Jesús se despide de la mujer: “Adiós, mujer. El Señor te bendecirá por tu misericordia”. Mujer: “Adiós, Señor. Adiós, Jonás. Ruega, orad por mí”. La joven llora. ■ Cuando están para salir, aparece Doras. Jonás por un momento se llena de terror y se tapa la cara. Jesús le pone una mano sobre la cabeza y sale a su lado, más severo que un juez. El miserable cortejo sale al patio, y toma el camino del jardín. Doras: “¡Este lecho es mío! Te vendí el siervo, no el lecho”. Jesús le arroja a los pies la bolsa sin hablar. Doras la toma, la vacía. “Cuarenta denarios y cinco dracmas. ¡Es poco!”. Jesús le mira al avariento y repugnante hombre en tal forma que es imposible describir su gesto. No dice nada. Doras: “Dime al menos que retiras el anatema”. Jesús le fulmina con una nueva mirada y una nueva frase: “Te pongo en manos del Dios del Sinaí” y pasa derecho al lado de la rústica camilla que llevan Pedro y Andrés. Doras, al ver que todo es inútil, que su condena es segura, grita: “¡Nos volveremos a ver, Jesús! ¡Oh! ¡Te tendré nuevamente entre las uñas! Te haré guerra a muerte. Llévate si quieres esa piltrafa de hombre. No me sirve más. Me ahorraré el entierro. Vete, vete. ¡Satanás maldito! A todo el Sanedrín te pondré en contra. ¡Satanás, Satanás!”.
* En el camino hacia Nazaret, son aceptados en su carro por un militar romano compasivo: Publio Quintiliano, que pregunta a Jesús: “Cuando esté muerto, ¿qué me interesa el bien hecho?”. “Quien se acerca al Dios verdadero encuentra ese Bien en la otra vida donde se hace igual a Él en la beatitud”.- ■ Jesús aparenta no oír. Los discípulos están consternados. Jesús se preocupa solo de Jonás. Busca los caminos más planos y mejores hasta que llega a un cruce de campos en la propiedad de Yocana. Los cuatro campesinos corren a saludar a su amigo que parte y al Salvador que bendice. Pero desde Esdrelón hasta Nazaret el camino es largo y además no se puede ir deprisa con esa piadosa carga. Por el camino principal no se ve ningún carro o carreta. Nada. Continúan en silencio, Jonás parece que duerme, pero no abandona la mano de Jesús. ■ Ya al atardecer, se ve un carro militar romano que los alcanza. Jesús, levantando el brazo, dice: “En nombre de Dios, deteneos”. Los dos soldados se detienen. Del capote extendido sobre el carro, el comandante, un hombre todo pomposo, saca la cabeza y pregunta a Jesús: “¿Qué quieres?”. Jesús: “Tengo a un amigo que se está muriendo. Os pido para él un lugar en el carro”. Comandante: “No se podría… pero sube. Tampoco somos perros”. Suben la camilla. Comandante: “¿Tu amigo?… ¿Quién eres?”. Jesús: “Jesús de Nazaret”. Comandante: “¿Tú? ¡Oh!…” el oficial le mira con curiosidad. “Entonces, si Tú eres… subid cuantos podáis. Basta con que no os asoméis… así son las órdenes… pero sobre las órdenes está el ser humano, ¿o no?… y Tú eres bueno. Lo sé. Nosotros, los soldados, sabemos todo. ¿Cómo lo sé?… Hasta las piedras hablan, bien y mal; y nosotros tenemos oídos para oírlas, para servir al César. Tú no eres un falso Mesías como los anteriores, sediciosos, rebeldes. Tú eres bueno. Roma lo sabe. Este hombre… está muy enfermo”. Jesús: “Por eso le llevo a  la casa de mi Madre”. Comandante: “¡Uhmm! ¡Poco tendrá que cuidarle! Dale un poco de vino de esa cantimplora… Tú, Aquila, arrea los caballos y… tu Quinto dame las raciones de miel y de mantequilla. Es mía pero le hará bien. Tiene mucha tos y la miel le hace bien”. Jesús: “Eres bueno”. Comandante: “No. Soy menos malo que muchos. Estoy contento de tenerte conmigo. Acuérdate de Publio Quintiliano de la Itálica (2). Estoy en Cesarea. Pero ahora voy a Tolemaida. Inspección  de orden”. Jesús: “No estás en enemistad conmigo”. Publio: “¿Yo? Enemigo de los malos, jamás de los buenos. Querría también yo ser bueno. ■ Dime: ¿qué doctrina predicas, para nosotros los hombres de armas?”. Jesús: “La doctrina es única para todos. Justicia, honradez, continencia, piedad. Ejercer el propio oficio sin abusos. Aun en los duros momentos de las armas, no olvidar el ser humanos. Buscar conocer la Verdad, o sea a Dios Uno y Eterno, sin cuyo conocimiento cualquier acción está privada de gracia y por lo tanto del premio eterno”. Publio: “Y cuando esté muerto, ¿qué me interesa el bien hecho?”. Jesús: “Quien se acerca al Dios verdadero encuentra ese Bien en la otra vida”. Publio: “¿Vuelvo a nacer? ¿me convierto en tribuno o aun en emperador?”. Jesús: “No. Te haces igual a Dios al unirte con Él en su eterna beatitud en el Cielo”. Publio: “¿Cómo? ¿En el Olimpo?… ¿Entre los dioses?”. Jesús: “No existen los dioses. Existe el Dios verdadero. El que Yo predico. El que te oye y pone señal en tu bondad y en tu deseo de conocer el Bien”. Publio: “¡Esto me basta! No sabía que Dios se pudiese ocupar de un pobre soldado pagano”. Jesús: “Él te creó, Publio. Por eso te ama y querría que estuvieses con Él”. Publio: “¡Eh!… ¿Por qué no?… nadie nos habla de Dios jamás…”. Jesús: “Iré a Cesarea y me escucharás”. Publio: “¡Sí, iré a oírte! Allá está Nazaret. Querría servirte algo más. Pero si me ven…”. Jesús: “Desciendo y te bendigo por tu buen corazón”. Publio: “Salve, Maestro”. Jesús: “El Señor se os muestre. ¡Adiós, soldados!”.
* Jonás muere en el lecho de José entre Jesús y María: “Dios ha escuchado tu largo deseo. La Estrella de tu larga noche se convierte ahora en la Estrella de tu eterno amanecer. Tú sabes su Nombre”.- ■ Descienden y vuelven a caminar. Jesús le dice para animarle: “Jonás, en breve vas a descansar”. Jonás sonríe. Cada vez más tranquilo, a medida que la tarde va cayendo y que está seguro de estar lejos de Doras. Juan con su hermano se adelanta corriendo para avisar a María. Y, cuando la pequeña comitiva llega a Nazaret, que está casi desierta al caer de la tarde, María está ya en las afueras esperando a su Hijo. “Madre, aquí está Jonás. Se acoge a tu dulzura para comenzar a gustar el Paraíso. ¡Feliz Jonás!”. Jonás, extenuado, como en éxtasis, murmura: “¡Feliz, feliz!”. Se le lleva a la habitación en donde murió José. Jesús: “Estás en el lecho de mi padre. Y aquí está mi Mamá y Yo. ¿Ves? Nazaret se convierte en Belén, y tú ahora eres el pequeño Jesús entre dos que te aman, y ellos son los que veneran en ti al siervo fiel. No ves los ángeles, pero revolotean a tu alrededor con alas de luz y cantan las palabras del canto navideño…”. Jesús derrama su dulzura sobre el pobre Jonás que poco a poco va debilitándose. ■ Parece como si hubiese resistido hasta este momento para morir aquí. Pero es feliz. Sonríe, trata de besar la mano de Jesús, la de María, y de decir, decir… pero la falta de aliento quiebra sus palabras. María, cual Madre, lo conforta. Él repite: “Sí… sí”, con una sonrisa en su cara de esqueleto. Los discípulos conmovidos miran desde la puerta del huerto. Jesús: “Dios ha escuchado tu largo deseo. La Estrella de tu larga noche se convierte ahora en la Estrella de tu eterno amanecer. Tú sabes su nombre”. Jonás: “Jesús, ¡el tuyo! ¡Oh! ¡Jesús! Los ángeles… ¿Quién está cantándome el himno angelical? Mi alma oye… pero también mis oídos lo quieren oír. ¿Quién lo canta para hacerme feliz?… ¡Tengo mucho sueño! Me he cansado mucho. ¡Muchas lágrimas… muchos insultos!… Doras… Yo… le perdono… pero no quiero oír su voz y la oigo… Es como la voz de Satanás junto a mi agonía. ¿Quién me cubre esa voz con palabras venidas del Paraíso?”. Es María que con la misma melodía de su canción de cuna entona dulcemente la canción que compuso a Jesús Niño: “Gloria a Dios en los altos Cielos y paz a los hombres de acá abajo”. Y lo repite dos o tres veces porque ve que Jonás se ha tranquilizado al oírla. ■ Después de un poco de tiempo, dice: “¡No habla más Doras! Solo los ángeles… era un Niño… en un pesebre… entre un buey y un asno… y era el Mesías y yo le adoré… y con Él estaban José y María…” la voz se apaga en un breve murmullo y sigue un silencio. Jesús: “¡Paz en el Cielo al hombre de buena voluntad! ¡Ha muerto! Le pondremos en nuestro pobre sepulcro. Merece que espere la resurrección de los muertos junto a mi justo padre”. Y mientras María de Alfeo, a quien alguien ha avisado entra, todo termina.  (Escrito el 15 de Febrero de 1945).
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1  Nota  : Cfr.  Anotaciones  n. 5:  Calendario hebreo.  2  Nota  : Publio  Quintiliano.-  Cfr. Personajes de la Obra magna: Romanos/as.
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2-112-193 (2-79-686).- J. Iscariote que, en el mercado de Jericó, pregunta al alcabalero Zaqueo sobre una «mujer velada», se topa con Jesús y apóstoles.- En Betania, con Lázaro y Marta.
* Zaqueo compra un brazalete a la «mujer velada» por la que Judas se interesa. ■ La plaza del mercado del Jericó, con sus árboles, con sus mercaderes gritando. En una esquina, el recaudador Zaqueo, ocupado en sus transacciones legales e ilegales; probablemente también se ocupa en comprar y vender joyas porque veo que pesa e indica el valor de collares y objetos de metal finos; no sé si se los dan en vez de monedas por no pagar de otra forma los impuestos o si se los venden por otras necesidades. ■ Le toca el turno a una mujer delgada, toda cubierta por un gran manto de color pardo. También tiene la cara cubierta con un velo de algodón grueso y de color amarillo que no deja que se le vea. No se nota más que la delgadez de su cuerpo, que se manifiesta tal a pesar de toda esa vestidura que la envuelve. Debe ser joven, al menos a juzgar por esa mínima parte que de ella se ve, o sea, una mano que por un momento sale por debajo del manto para entregar un brazalete de oro, y los pies, calzados con sandalias no muy sencillas, cubiertas con cuero, que llevan un entramado de correas que dejan ver solo los dedos, lisos y juveniles, y un poco del tobillo, delgado y blanquísimo. Da su brazalete sin decir palabra alguna, recibe el dinero sin objetar y se va. Ahora caigo en la cuenta que tiene a sus espaldas a Iscariote que atentamente la observa; y me doy cuenta también de que, cuando hace ademán para irse, Judas le dice una palabra que no logro coger. Pero ella, como si fuese una muda, no responde y se va ligera. Judas pregunta a Zaqueo: “¿Quién es?”. Zaqueo: “No pregunto a los clientes su nombre, sobre todo cuando son buenos como ésa”. Iscariote: “Es joven, ¿verdad?”. Zaqueo: “Así parece”. Iscariote:  “¿Pero es judía?”. Iscariote: “Y ¿quién lo va a saber? ¡El oro es amarillo en todos los países!”. Iscariote: “Déjame ver el brazalete”. Zaqueo: “¿Lo quieres comprar?”. Iscariote: “No”. Zaqueo: “Pues entonces nada. ¿Qué piensas, que uno se va a poner a hablar con ella?”. Iscariote: “Quería ver si lograba saber quién es…”. Zaqueo: “¿Tanto te interesa? ¿Eres nigromante que adivina, o perro de caza que sigue el olor? ¡Déjalo y olvídate de ello! Si es así, o es honrada e infeliz o está leprosa. Por tanto… no hay nada que hacer”. Iscariote responde con desprecio: “No tengo hambre de mujeres”. Zaqueo: “Así será… pero, con esa cara, me cuesta creerlo. Bueno, si no querías más que eso, apártate; tengo a otras personas a las que servir”. ■ Judas se va enojado y pregunta a un vendedor de pan y a uno de fruta si conocen a la mujer que les había antes comprado pan y manzanas, y si saben dónde vive. No lo saben y responden: “Hace tiempo que viene, cada dos o tres días, pero no sabemos dónde está”. Iscariote insiste: “¿Pero cómo habla?”. Los dos se echan a reír y uno de ellos responde: “Con la lengua”. Judas les dice unas palabras insolentes y se  marcha…
* Imprevisto encuentro de Judas con Jesús y apóstoles. Pedro ironiza sobre los viñedos y la vendimia de J. Iscariote.- ■ …Y va a caer justo en medio del grupo de Jesús y de los suyos que vienen a comprar pan y alimentos para la comida de todos los días. La sorpresa es mutua y… no muy entusiasta. Jesús se limita a decir: “¿Estás aquí?” y, mientras Judas masculla entre dientes alguna cosa, Pedro rompe en una clamorosa carcajada: “Eso es: estoy ciego y soy incrédulo; no veo las viñas, y no creo en el milagro”. Dos o tres discípulos preguntan: “Pero ¿qué dices?”. Pedro: “Digo la verdad. Aquí no hay viñedos. Y no puedo creer que Judas, aquí, entre este polvo, vendimie, solo porque es discípulo del Rabí”. Iscariote responde secamente: “Hace tiempo que la vendimia terminó”. Concluye Pedro: “Y Keriot está lejos a muchas millas de distancia”. Iscariote: “Tú enseguida me atacas. No me aprecias”. Pedro: “No. Soy menos tonto de lo que tú quisieras”. Jesús corta no sin severidad: “¡Basta!”. ■ Se vuelve a Judas: “No pensaba encontrarte aquí. Te creía cuando menos en Jerusalén para los Tabernáculos”. Iscariote: “Mañana me voy. Estaba yo esperando a un amigo de la familia que…”. Jesús: “Por favor, basta”. Iscariote: “¿No me crees Maestro? Te juro que yo…”. Jesús: “No te he preguntado nada y te ruego que no digas nada. Estás aquí y basta. ¿Puedes venir con nosotros o todavía tienes asuntos que resolver? Responde con franqueza”. Iscariote: “No… he terminado. Total, ese al que me refería no viene y yo voy para la fiesta de Jerusalén. Y ¿tú a donde vas?”. Jesús: “A Jerusalén”. Iscariote: “¿Hoy mismo?”. Jesús: “Esta tarde estaré en Betania”. Iscariote: “¿En casa de Lázaro?”. Jesús: “Donde Lázaro”. Iscariote: “Entonces voy yo también”. Jesús: “Pues ven hasta Betania. Luego, Andrés con Santiago de Zebedeo y Tomás irán a Getsemaní a preparar las cosas y esperarnos a todos nosotros, y tú irás con ellos”. Jesús marca en tal forma las palabras que Judas no reacciona. Pedro pregunta: “¿Y nosotros?”. Jesús: “Tú, mis primos y Mateo iréis a donde os voy a mandar, para volver por la tarde. Juan, Bartolomé, Simón y Felipe se quedarán conmigo, o sea, irán por Betania a anunciar que el Rabí ha llegado…”.
*  Lázaro llora por su hermana Magdalena.- ■ Caminan veloces por los campos desnudos. Sopla aire de tempestad, no en el cielo sereno sino en los corazones, y todos lo perciben y marchan en silencio. Al llegar a Betania, viniendo de Jericó, la casa de Lázaro es de las primeras, Jesús despide al grupo que debe ir a Jerusalén; después al otro, al que manda  hacia Belén, diciendo: “Id seguros. Encontraréis a mitad de camino a Isaac, Elías y a los demás. Decidles que estaré en Jerusalén muchos días y que los espero para bendecirlos”. ■ Entre tanto, Simón ha llamado a la puerta y le han abierto. Los siervos dan aviso a Lázaro, que acude. Judas Iscariote, que se había adelantado algunos metros, vuelve atrás con la excusa de decirle a Jesús: “Te he disgustado, Maestro, lo entiendo, perdóname” y  aprovecha para mirar de refilón hacia la casa por la puerta abierta en el jardín. Jesús: “Sí, de acuerdo. ¡Vete, vete! No hagas esperar a los compañeros”. Judas se ve obligado a irse. Pedro murmura: “Esperaba que hubiera un cambio de órdenes”. Jesús: “Eso, jamás, Pedro. Sé lo que hago. Compadécete de ese hombre…”. Pedro: “Trataré de hacerlo pero no prometo… Adiós, Maestro. Ven, Mateo, y vosotros dos. Vámonos ligeros”. Jesús: “Mi paz sea con vosotros”.  Jesús entra con los cuatro restantes y, después de dar el beso a Lázaro, presenta a Juan, Felipe y Bartolomé. Después les dice que se retiren y se queda sólo con Lázaro.
* Encuentro con Marta: buena y piadosa, consuelo y honra de la familia, la alegría de Lázaro.- “Marta, perdónala (a Magdalena). Háblala de Mí… Mi Nombre de por sí ya es salvación”.- ■ Se dirigen a la casa. Esta vez, bajo el hermoso portal, hay una mujer. Es Marta. Es alta aunque no tanto como su hermana Magdalena, morena mientras la otra es rubia y de tez sonrosada; pero también es bella con su cuerpo armónicamente grueso, bien modelado, de cabeza menuda y cabellera muy oscura, bajo la cual presenta frente morena y lisa y dos ojos dulces y suaves, grandes entre las pestañas oscuras. Tiene la nariz ligeramente encorvada hacia abajo y una boca pequeña, muy roja entre el color moreno de las mejillas. Sonríe mostrando unos dientes fuertes y blanquísimos. Viste de lana color azul marino, con galones en rojo y verde oscuro en torno al cuello y a los dos extremos de las amplias mangas, cortas, hasta el codo, de las que salen otras mangas de lino blanco y finísimo amarradas a la muñeca por un cordoncillo que las recoge; esta camisita finísima y blanca, ceñida con un cordón, sobresale también por la parte alta del pecho, a la altura del cuello; lleva por cinturón una banda azul, roja y verde, de paño muy fino, que le llega hasta las caderas y le cuelga del lado izquierdo con una borla de flecos; un vestido rico y casto. Lázaro: “Tengo una hermana, Maestro. Es ésta. Se llama Marta. Es buena y piadosa, el consuelo y la honra de la familia, y la alegría del pobre Lázaro. Antes era mi primera y única alegría, pero ahora es mi segunda, porque la primera eres Tú”. Marta se postra hasta el suelo y besa la orla del vestido de Jesús, que le dice: “Paz a la hermana buena y a la mujer casta. ¡Levántate!”. Marta se levanta y entra en la casa con Jesús y Lázaro. Luego solicita ausentarse para las labores domésticas. Lázaro murmura: “Es mi paz…”, y mira a Jesús. Es una mirada investigadora, que Jesús, no obstante,  muestra no haber visto. ■ Lázaro pregunta: “¿Y… Jonás?”. Jesús: “Ha muerto”. Lázaro: “¿Muerto? Entonces…”. Jesús: “Cuando le he conseguido estaba ya muriéndose. Pero ha muerto libre y feliz en mi casa, en Nazaret, entre mi Madre y Yo”. Lázaro: “¡Doras te le ha acabado antes de entregártele!”. Jesús:  “De fatiga, sí, y también de golpes…”. Lázaro: “Es un demonio y te odia. Odia a todo el mundo esa hiena… ¿No te dijo que te odiaba?”. Jesús: “Me lo dijo”. Lázaro: “Desconfía de él, Jesús. Es capaz de todo, Señor… ¿qué te ha dicho Doras? ¿No te ha dicho que evites mi compañía? ¿No te ha dado una imagen ignominiosa del pobre Lázaro?”. Jesús: “Creo que me conoces suficientemente para comprender que Yo juzgo por Mí y con justicia, y que cuando amo lo hago sin pensar en si ese amor puede hacerme bien o mal según las luces del mundo”. Lázaro: “Pero este hombre es cruel y atroz en herir y dañar… Me ha torturado hace unos días con su visita y con sus palabras… ¡Oh… es mucho ya mi tormento!, ¿por qué privarme también de Ti?”. Jesús: “Soy el consuelo de los atormentados y el compañero de los abandonados. He venido a ti también por esto”. Lázaro: “¡Ah! Entonces sabes que… ¡Oh, vergüenza mía!”. Jesús: “No. ¿Por qué tuya? Lo sé. ¿Y qué? ¿Te despreciaré porque sufres? Yo soy misericordia, paz, perdón y amor para todos, ¿cuánto más para los inocentes? Tú no tienes el pecado por el que sufres. ¿Estaría bien que me ensañase contra ti, si tengo piedad también de ella?”. Lázaro: “¿La has visto?”. Jesús: “Sí. No llores”. Mas Lázaro, con la cabeza reclinada encima de sus brazos cruzados y apoyados sobre una mesa, llora dolorosamente. Se asoma Marta y mira. Jesús le hace seña de que se esté callada. Y ella se retira con lágrimas que le caen silenciosamente. Lázaro poco a poco se calma. Se siente humillado por su debilidad. Jesús le consuela. Luego, viendo que su amigo desea estar solo un momento, sale al jardín y pasea entre las pequeñas veredas donde una que otra rosa purpúrea todavía se ve. ■ Pasado un poco, Marta se acerca a Él. “Maestro… ¿Lázaro te ha dicho?”. Jesús: “Sí, Marta”. Marta: “Lázaro no es capaz de hallar consuelo desde que sabe que Tú lo sabes y que la viste”. Jesús: “¿Cómo lo supo?”. Marta: “Primero, aquel hombre que estaba contigo y que se dice tu discípulo, ese joven, alto, moreno y sin barba… luego Doras. Éste nos ha fustigado con su desprecio; el otro dijo solo que la habías visto en el lago… con sus amantes…”. Jesús: “¡Pero no lloréis por esto! ¿Creéis que Yo ignoraba vuestra herida? La sabía desde cuando Yo estaba con el Padre… No te aflijas, Marta. Levanta tu corazón y tu frente”. Marta: “Ruega por ella, Maestro. Yo oro… pero no sé perdonar completamente y tal vez el Eterno rechaza mi oración”. Jesús: “Has dicho bien: es menester perdonar para ser perdonados y escuchados. Yo ruego por ella. Pero dame tu perdón y el de Lázaro. Tú, buena hermana, puedes hablar y obtener todavía más que Yo. Su herida está demasiado abierta y le escuece demasiado como para que algo la roce, aunque sea mi mano. Tú puedes hacerlo. Dadme vuestro perdón completo, santo… y Yo lo haré…”. Marta: “¿Perdonar?… No podremos. Nuestra madre murió de dolor por sus malas acciones, y… eran de poca importancia en comparación de las actuales. Veo los tormentos que sufrió mi madre… los tengo presentes. Y veo que Lázaro sufre”. Jesús: “Está enferma, Marta, está loca. ¡Perdónala!”. ■ Marta: “Está endemoniada, Maestro”. Jesús: “¿Y qué es la posesión diabólica, sino una enfermedad del espíritu contagiado por Satanás hasta el punto de convertirse en un ser espiritualmente diabólico? De otro modo, ¿cómo explicarías ciertas perversiones en los humanos, perversiones que hacen al hombre una bestia peor que cualquiera de ellas, más libidinosa que los monos en calor, etc., y hacen de él un ser híbrido, en el que se hallan fundidos el hombre y el animal y el demonio? Esta es la explicación de lo que nos asombra como una monstruosidad inexplicable en tantas criaturas. No llores. Perdona. Yo veo. Porque tengo una vista más alta que la del ojo y del corazón. Tengo vista de Dios. Veo, te digo: Perdona porque está enferma”. Marta: “Entonces… ¡cúrala!”. Jesús: “La curaré. Ten fe. Te haré feliz. Perdona y di a Lázaro que lo haga. Perdónala. Vuélvela a amar. Acércate a ella. Háblale como si fuese una como tú. ■ Háblale de Mí…”. Marta: “¿Cómo quieres que te entienda a Ti, que eres Santo?”. Jesús: “Parecerá que no comprende. Pero mi Nombre de por sí ya es salvación. Haz que piense en Mí y me llame. ¡Oh!, Satanás huye cuando mi Nombre es pensado por un corazón. Sonríe, Marta, ante esta esperanza. Mira esta rosa: la lluvia de los días pasados la había ajado, pero el sol de hoy la ha vuelto a abrir; y así es aún más hermosa, porque la lluvia que ha quedado entre pétalo y pétalo la enjoya de diamantes. Así sucederá en vuestra casa… llanto y dolor, ahora; después… alegría y gloria. Vete. Dilo a Lázaro mientras Yo, en la paz del jardín, ruego al Padre por María y por vosotros…”. Todo termina aquí.  (Escrito el 19 de Febrero de 1945).
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2-113-199 (2-80-692).- Después de la fiesta de los Tabernáculos, regreso a Betania.- Lázaro le habla de J. de Arimatea, Nicodemo, del Sanedrín (1) y de J. Iscariote (un camaleón).
* “Lázaro, he venido para los pobres y para los que sufren en el alma y en el cuerpo, más que para los poderosos que ven en Mí solo un objeto de interés. Iré a la casa de José. No tengo nada en contra de los poderosos”.- Nuevamente Jesús está en casa de Lázaro. Por lo que oigo, comprendo que los Tabernáculos ya se han celebrado y que Jesús ha regresado a Betania por insistencia de su amigo, que no quiere verse separado de Él. También caigo en la cuenta que Jesús está con Simón y Juan, y que los demás están esparcidos en diversos lugares. Y, en fin, comprendo que ha habido encuentro de amigos, todavía fieles a Lázaro, invitados por él para dar a conocer a Jesús. Comprendo todo esto porque Lázaro continúa —con más detalle— ilustrando las características morales de cada uno. ■ Así, al hablar de José de Arimatea, lo define como: “un hombre justo y verdadero israelita”. Dice: “No se atreve a decirlo —porque teme al Sanedrín, que ya te odia, y del cual forma parte—, pero espera que Tú seas el Predicho por los Profetas. Él mismo me ha pedido venir para conocerte y juzgar acerca de Ti en primera persona, puesto que no le parecía justo lo que de Ti tus enemigos decían… Hasta de Galilea han venido fariseos para acusarte de pecado. Pero José juzgó de este modo: «Quien obra milagros tiene a Dios consigo. Quien tiene a Dios no puede estar en pecado; es más, debe ser alguien amado por Dios». Y querría verte en su casa de Arimatea. Me ha dicho que te lo proponga. Y yo te pido que escuches su petición, que también es mía”. Jesús: “He venido para los pobres y para los que sufren en el alma y en el cuerpo, más que para los poderosos que ven en Mí solo un objeto de interés. Iré a la casa de José. No tengo nada en contra de los poderosos. ■ Un discípulo mío, ese que por curiosidad y por darse importancia vino a tu casa sin orden mía —pero es un joven y se ha de ser indulgente con él—, es testigo de mi respeto para con las castas reinantes que se autoproclaman «las defensoras de la Ley» y…—dan a entender— «las tutoras del Altísimo». ¡Oh, está claro que el Altísimo se sostiene Él solo! Ninguno entre los doctores ha tenido jamás el respeto que Yo he tenido hacia los oficiales del Templo”. Lázaro: “Lo sé y esto lo saben muchos, y muchos… pero tan sólo los mejores llaman justo a este acto. Los demás lo llaman…«hipocresía»”. Jesús: “Cada uno da lo que tiene de sí, Lázaro”. Lázaro: “Es verdad. Ve, no obstante,  a la casa de José. Él desearía que fueras para el próximo sábado”. Jesús: “Iré. Se lo puedes comunicar”.
* Según Nicodemo, Iscariote es un camaleón que toma el color del lugar.-Lázaro: “También Nicodemo es bueno. Es más… me dijo… Bueno, ¿puedo decirte un juicio sobre uno de tus discípulos?”. Jesús: “Dilo. Si es justo, lo que dice será cierto; si injusto, criticará una conversión, porque el Espíritu da luz al espíritu del hombre si es hombre recto; y el espíritu del hombre, guiado por el Espíritu de Dios, tiene sabiduría sobrehumana y lee la verdad de los corazones”. Lázaro: “Me dijo: «No critico la presencia de los ignorantes ni de los publicanos entre los discípulos del Mesías. Pero no juzgo digno de estar entre los suyos a aquél que no sé si está con Él o contra Él, como un camaleón que toma el color del lugar en donde se encuentra»”. Jesús: “Es Judas Iscariote. Lo sé. Pero creedme todos: la juventud es vino que fermenta y luego se purifica. Cuando fermenta aumenta de volumen y hace espuma y se derrama por todas partes debido a la exhuberancia de su fuerza. El viento de primavera sopla por todas partes, y parece un loco arrancador de hojas; y, no obstante, debemos estarle agradecidos por ser fecundador de flores. Judas es vino y viento, pero malvado no lo es. Su modo de ser desorienta y turba, hasta molesta y hace sufrir; pero no todo en él es malvado… es un potro de sangre ardiente”. Lázaro: “Tú lo dices… Yo no soy competente para juzgarle. De él me queda la amargura de haberme dicho de que Tú la habías visto…”. ■ Jesús: “Sí. Pero esa amargura se mitiga ahora con miel, por mi promesa…”. Lázaro: “Sí. Pero recuerdo aquel momento. El sufrimiento no se olvida aunque ya hubiera cesado”. Jesús: “¡Lázaro! ¡Lázaro! Tú te turbas por demasiadas cosas… ¡y tan mezquinas! Deja que pasen los días: pompas de aire que se esfuman y que no vuelven con sus colores alegres o tristes; y mira al Cielo, que no desaparece y que es para los justos”. Lázaro: “Sí, Maestro y Amigo. No quiero juzgar por qué Judas está contigo, ni por qué le tienes contigo. Rogaré para que no te haga daño”. Jesús sonríe y todo termina. (Escrito el 20 de Febrero de 1945).
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1  Nota  : Cfr.  Personajes de la Obra magna: Sanedrín.
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(<Jesús, acompañado de Tomás y Simón Zelote, respondiendo a la invitación de José de Arimatea, ha llegado a la casa de éste. Aquí se encuentra, además de con Lázaro, con otros invitados: Nicodemo, Félix y Simón —miembros del Sanedrín—, Cornelio y un tal Juan. Una vez que ha llegado Gamaliel, se sientan a la mesa>)
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2-114-204 (2-81-698).- En el convite de José de Arimatea, encuentro con Gamaliel, Nicodemo y unos sanedristas.- El cargo y la santidad.- El milagro y la santidad.- La fe de Gamaliel y la señal.
* ¿El milagro es prueba de santidad?.- ■ Gamaliel está sentado en el centro de la mesa entre Jesús y José. Junto a Jesús está Lázaro y junto a José, Nicodemo. Empieza la comida después de las preces rituales, que Gamaliel recita después de un intercambio oriental de cortesías entre los tres principales personajes, esto es, Gamaliel, Jesús y José. Gamaliel es un hombre de porte muy digno, pero no orgulloso. Prefiere escuchar que hablar. Se ve que medita cada una de las palabras de Jesús, y le mira frecuentemente con sus negros, profundos y severos ojos. Cuando Jesús se calla porque el tema se ha agotado, Gamaliel con una pregunta oportuna enciende la conversación. Lázaro en un primer momento se encuentra un poco sin saber qué hablar, pero luego toma confianza y participa en la conversación. Hasta que la comida está casi acabada no se hacen alusiones directas a la personalidad de Jesús. ■ Se enciende entonces, entre Félix y Lázaro, a quien se une a apoyarle Nicodemo, y, en fin, el otro invitado de nombre Juan, una discusión acerca de los milagros como prueba a favor o en contra de un individuo. Jesús guarda silencio. Se le nota una sonrisa hasta cierto punto misteriosa, pero no dice nada. También Gamaliel calla. Tiene un codo apoyado sobre el lecho y la mirada fijamente intensa en Jesús. Parece como si quisiera descifrar alguna palabra sobrenatural, escrita en la piel pálida y lisa del rostro de Jesús, rostro del que parece estar analizando cada una de las fibras. ■ Félix sostiene que la santidad de Juan Bautista es innegable, y de esta santidad de la que nadie discute ni duda saca una conclusión desfavorable a Jesús de Nazaret, autor de muchos y famosos milagros. Concluye: “El milagro no es prueba de santidad, porque no se ve en la vida del Profeta Juan, y nadie en Israel lleva una vida como la suya: ni banquetes, ni amistades, ni comodidades; sí sufrimientos y prisiones por el honor de la Ley; soledad, porque, aunque sí tiene discípulos, ni siquiera convive con ellos, y encuentra culpas incluso en los más honrados y a todos alcanzan sus invectivas. Mientras que… la verdad es que el Maestro de Nazaret aquí presente, ha hecho, es verdad, milagros, pero veo que aprecia como los demás lo que la vida ofrece, y no rechaza amistades —y… perdona si esto te lo dice uno de los Ancianos del Sanedrín—, se muestra demasiado dispuesto a dar, en nombre de Dios, perdón y amor a los pecadores públicos y señalados con anatema. No lo deberías hacer, Jesús”. Jesús, sonríe pero no habla. Lázaro responde por Él: “Nuestro poderoso Señor es libre de dirigir a sus siervos como quiere y a donde quiere. A Moisés le concedió el milagro; a Aarón, su primer pontífice, no se lo concedió (1). ¿Qué decir entonces? ¿Qué conclusión sacas? ¿El uno es más santo que el otro?”. Felix responde: “Ciertamente”. Lázaro: “Entonces el más santo es Jesús, que hace milagros”.
* El cargo no es prueba de santidad. El cargo o misión va más allá del hombre. Los pontífices deberían tener: «Doctrina y Verdad». El milagro no es signo de santidad. Hay santos que jamás hicieron milagros. Hay magos y nigromantes que con fuerzas oscuras hacen milagros pero no son santos.- ■ Félix ha perdido la brújula, pero acude a un último subterfugio: “A Aarón se le había concedido el pontificado. Era suficiente”. Nicodemo responde: “No amigo. El pontificado es un cargo santo, pero no es más que cargo. No siempre y no todos los pontífices de Israel han sido santos: lo cual no quita el que fueran pontífices, aunque no fueran santos”. Félix exclama: “¡No querrás decir que el Sumo Sacerdote sea un hombre privado de gracia!…”. Interviene el que se llama Juan: “Felix, no entremos en el fuego que quema. Yo, tú, Gamaliel, José, Nicodemo, todos, sabemos muchas cosas…”. Félix está escandalizado: “Pero ¡cómo!… pero ¡cómo! ¡Gamaliel, intervén!…”. Los tres, que discuten acaloradamente contra Félix, dicen: “Si es justo, dirá la verdad que no quieres oír”. José trata de poner paz. Jesús no dice nada, lo mismo que Tomás, Zelote y el otro Simón, amigo de José. Gamaliel parece que está jugando con las cintas de su vestido, pero mira de arriba abajo a Jesús. Félix grita: “¿No hablas, Gamaliel?”. Dicen los tres: “Sí ¡Habla! ¡Habla!”. Gamaliel responde: “Yo digo: las debilidades de la familia se tienen ocultas”. Félix grita: “No es una respuesta. Parece como si confesases que hay culpas en la casa del Pontífice”. Los tres le replican: “Es boca que dice verdad”. ■ Gamaliel se pone derecho y se vuelve a Jesús: “Aquí está el Maestro que eclipsa a los más doctos. Que Él dé su opinión”. Jesús dice: “Tú lo deseas. Obedezco. Yo digo: el hombre es hombre; el cargo o misión va más allá del hombre; pero el hombre investido de un cargo, es capaz de cumplirlo como superhombre cuando, por vivir  una vida santa, tiene a Dios por amigo. Él es quien dijo: «Tú eres sacerdote según el orden que Yo te he dado». ¿Qué está escrito en el Racional? (2). «Doctrina y Verdad». Esto deberían poseer los pontífices. A la Doctrina se llega por medio de una meditación constante, dirigida a conocer al Sapientísimo; a la Verdad, con la fidelidad absoluta al Bien. El que juega con el Mal entra en la Mentira y pierde la Verdad”. Gamaliel exclama admirado: “¡Bien has respondido! Como un gran Rabí. Yo, Gamaliel. Te lo digo. Me superas”. ■ Félix estalla: “Entonces, que Éste aclare por qué Aarón no hizo milagros y Moisés sí”. Jesús, interpelado, responde: “Porque Moisés debía imponerse sobre la masa oscura y pesada, y hasta contraria, de los israelitas, y debía llegar a tener una autoridad moral sobre ellos que fuera capaz de doblegarlos a la voluntad de Dios. El hombre es el eterno salvaje y el eterno niño. Se admira de lo que sale de las reglas. Tal cosa es el milagro. Es una luz agitada ante las pupilas cerradas; es un sonido que resuena junto a los oídos tapados: despierta, atrae la atención, hace decir: «Aquí está Dios»”. Félix rebate:  “Lo dices a favor tuyo”. Jesús: “¿A favor mío? ¿Y qué me añado haciendo milagros? ¿Puedo parecer más alto si pongo una hoja de hierba bajo mis pies? Así es el milagro con respecto a la santidad. Hay santos que jamás hicieron milagros. Hay magos y nigromantes que con fuerzas oscuras los hacen, pero no son santos siendo ellos unos demonios. Yo seré Yo, aunque deje de obrar milagros”. Gamaliel aprueba: “¡Perfectamente bien! ¡Eres grande, Jesús!”. Félix insta dirigiéndose a Gamaliel: “¿Y quién es, según tú, este «grande»?”. Gamaliel le responde: “El mayor entre los profetas que yo conozco, tanto en obras como en palabras”. José dice: “Es el Mesías, te lo digo, Gamaliel. Créelo, tú que eres sabio y justo”. Félix a Gamaliel y José: “¿Cómo? ¿Con que tú, jefe de los judíos, tú el Anciano, gloria nuestra, caes en la idolatría de un hombre? ¿Quién te prueba que es el Mesías? Yo no lo creeré jamás aunque le vea hacer milagros. Pero, ¿por qué no hace uno delante de nosotros? Díselo tú que le alabas, díselo tú que le defiendes”. José responde seriamente: “No le invité para diversión de mis amigos, y te ruego que recuerdes que eres mi invitado”.  Félix, enojado y grosero se va.
* “Grande es tu santidad. Pero aquel Niño en quien creo dijo entonces: «Yo daré una señal. Estas piedras (del Templo) se estremecerán cuando llegue mi hora». Espero esa señal para creer”.- ■ Después de unos momentos Jesús se dirige a Gamaliel: “¿Y tú no pides milagros para creer?”. Gamaliel: “No serán los milagros de un hombre de Dios que me quiten la espina dolorosa que llevo en el corazón de tres preguntas que siempre han permanecido sin respuesta”. Jesús: “¿Qué preguntas?”. Gamaliel: “¿Está vivo el Mesías? ¿Era Aquél?… ¿Es Éste?”. José exclama: “Él es, te lo digo, Gamaliel. ¿No le sientes santo, distinto, potente? ¿Sí? ¿Entonces qué esperas para creer?”. Gamaliel no responde a José. Se dirige a Jesús: “Una vez… no te sientas molesto, Jesús, si soy tenaz en mis ideas… Una vez, cuando aún vivía el grande y sabio Hilel, yo creí, y él conmigo, que el Mesías estaba ya en Israel. ¡Un gran resplandor de sol divino en aquel frío día de un persistente invierno! Era Pascua… Los campesinos temblaban por las mieses heladas… Yo dije, después de haber oído aquellas palabras (3). «Israel está salvado. ¡Desde hoy, abundancia en los campos y bendiciones en los corazones! El Esperado se ha manifestado con su primer fulgor». Y no me equivoqué. Todos podéis recordar qué cosecha hubo en aquel año, de trece meses (4), que en éste se repite”. Jesús: “¿Qué palabras oíste? ¿Quién las dijo?”. Gamaliel: “Uno… poco más que un Niño… pero Dios resplandecía en su inocente y apacible rostro… Hace diez y nueve años que lo pienso y lo recuerdo… y trato de volver a oír esa voz… que hablaba palabras de sabiduría. ¿En qué parte de la Tierra está?  Yo pienso: … «Era Dios. Bajo forma de Niño para no aterrorizar al hombre. Y como el rayo que en un momento recorre los cielos de oriente a occidente, de norte a sur, Él, el Divino, recorre de un lado a otro de la Tierra, vestido de hermosa misericordia, con voz y rostro de Niño y pensamiento divino, para decirles a los hombres: ‘Yo soy’». Pienso de esta forma: … «¿Cuándo volverá a Israel?… ¿Cuándo?». Y pienso: «Cuando Israel sea altar para el pie de Dios». Y gime mi corazón al ver la abyección de Israel: «Nunca». ¡Oh…, dura respuesta… y verdadera! ¿Puede la santidad descender en su Mesías mientras exista en nosotros la abominación?”. Jesús responde: “Puede hacerlo y lo hace, porque es Misericordia”. ■ Gamaliel le mira pensativo y le pregunta: “¿Cuál es tu verdadero Nombre?”. Y Jesús, majestuoso, se levanta y dice: “Yo soy quien es. Soy el Pensamiento y la Palabra del Padre. Soy el Mesías del Señor”. Gamaliel: “¿Tú?… No lo puedo creer. Grande es tu santidad. Pero aquel Niño en quien creo dijo entonces: «Yo daré una señal… Estas piedras se estremecerán cuando llegue mi hora». Espero esa señal para creer. ¿Me la puedes dar Tú para persuadirme que Tú eres el Esperado?”. Los dos —ahora en pie ambos— altos, majestuosos —el uno con su amplio vestido de blanco lino, el otro con su vestido sencillo de lana de color rojo oscura; el uno, de edad; el otro joven; ambos, de ojos dominadores y profundos— se miran fijamente. Jesús baja su brazo derecho, que tenía sobre el pecho y como si jurase exclama: “¿Esa señal aguardas? ¡Pues la tendrás! Repito las palabras de aquel entonces: «Las piedras del Templo del Señor se estremecerán con mis últimas palabras». Espera esa señal, doctor de Israel, hombre justo, y luego cree, si quieres obtener perdón y salvación. ■ ¡Serías bienaventurado si pudieses creer antes! Pero no puedes. Siglos de creencias equivocadas acerca de una promesa justa, y cúmulos de orgullo, como muro se te interponen para llegar a la Verdad y a la Fe”. Gamaliel: “Dices bien. Esperaré esa señal. Adiós. ¡El Señor sea contigo!”. Jesús: “Adiós, Gamaliel. Que el Espíritu Eterno te ilumine y te guíe”. Todos despiden a Gamaliel que se va con Nicodemo, Juan y Simón (el miembro del Sanedrín). Se quedan Jesús, José, Lázaro, Tomás, Simón Zelote y Cornelio. José dice: “¡No cede!… Me gustaría que estuviese entre tus discípulos. Sería peso decisivo en tu favor… pero no lo logro”. Jesús: “No te aflijas por ello. No hay influencia capaz de salvarme de la tempestad que ya se está preparando. Pero Gamaliel, si no se pliega a favor, tampoco lo hará contra el Mesías. Es de los que esperan…”. Todo termina. (Escrito 21 de Febrero de 1945).
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1 Nota : “A Moisés le concedió el milagro; a Aarón, su primer pontífice, no se lo concedió”.- Efectivamente, a pesar de haber obrado prodigios Aarón, se puede decir que el Señor no se los concedía a él, porque había ordenado a Moisés cumplirlos a través de la acción de Aarón (Éxodo 7-8). Y aun cuando el Señor se los hubiera concedido a Aarón, éste los habría obtenido no en cuanto “primer pontífice suyo”, porque esos prodigios fueron obrados antes de la consagración de Aarón como sumo sacerdote (Éxodo 28-29; Levítico 8-9).   2  Nota  : Cfr.  Éx. 28,15-30;  Lev. 8,8.   3  Nota  : “Después de oír  aquellas palabras”.- Cfr. Nota 1 del Episodio 2-85-41.   4  Nota  : El año hebraico  contaba con 12 meses  de 29 y 30 días, con un mes suplementario cada dos o tres años.
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(<El soldado Alejandro entra al Templo y se abre paso hasta Jesús, a quien cuenta lo sucedido: su caballo ha embestido cerca de la Antonia a un niño abriéndole la cabeza de una patada. Acto seguido, Jesús, acompañado de Alejandro,  va donde el niño que está en brazos de su madre esperándoles debajo de un pórtico del Templo y cura al niño>)
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2-115-211 (2-82-706).-  Jesús y el soldado Alejandro expulsados del Templo.
*  J. Iscariote da testimonio de Jesús frente a los del Templo.- ■ Alejandro ya está para marcharse cuando llegan, como ciclones, oficiales del Templo y sacerdotes: “El Sumo Sacerdote te intima a Ti y al pagano profanador, por nuestro medio, de que al punto salgas del Templo. Habéis turbado el ofrecimiento del incienso. Este pagano ha penetrado en un lugar que es de Israel. No es la primera vez que por tu causa hay confusión en el Templo. El Sumo Sacerdote, y con él, los Ancianos de turno, te ordenan que no vuelvas más a poner los pies aquí dentro. Vete y quédate con tus paganos”. Alejandro, herido del desprecio con que los sacerdotes dicen «paganos», responde: “No somos perros tampoco nosotros. Él lo dice: «Hay un solo Dios, Creador de los judíos y de los romanos». Si ésta es su Casa y Él me creó, puedo entrar también yo”. Jesús interviene: “Calla, Alejandro. Yo hablo”, y después de haber besado al niño y entregado a su madre, se ha puesto de pie. Dice al grupo que le arroja: “Nadie puede prohibir a un fiel, a un verdadero israelita a quien de ningún modo se le puede acusar de pecado, de orar junto al Santo”. Un sacerdote le dice: “Pero de explicar en el Templo la Ley, sí. Te has arrogado el derecho y ni siquiera lo has pedido. ¡Pero bueno, ¿quién eres Tú?! ¡¿Cómo usurpas un nombre y un puesto que no te pertenecen?!”. ¡Jesús los mira con unos ojos que…! ■ Luego dice: “Judas de Keriot. Ven aquí”. A Judas no parece que le guste que le llamen. Había tratado de eclipsarse apenas llegaron los sacerdotes y oficiales del Templo (que no visten como soldados: se trata de un cargo civil). Mas debe obedecer porque Pedro y Judas de Alfeo le empujan adelante. Jesús: “Responde, Judas. Y vosotros, miradle. ¿Le conocéis?… Es del Templo… ¿Le conocéis?”. Tienen que responder que sí. Jesús: “Judas, ¿qué te mandé hacer cuando hablé aquí por vez primera? Y, ¿de qué te asombraste tú? ¿Y Yo qué  dije como respuesta a tu asombro? Habla franco”. Iscariote: “Me dijo: «Llama al oficial de turno para que pueda pedirle permiso para enseñar»… Y dio su nombre y prueba de su personalidad y de su tribu… y me admiré de ello como de una formalidad inútil porque se dice el Mesías. Y Él me dijo: «Es necesario, y cuando llegue el momento, recuerda que no falté al respeto ni al Templo ni a sus oficiales». Ciertamente así dijo. Debo decirlo por honor a la verdad”. ■ Si Judas al principio hablaba un poco incierto, como cortado, después, con uno de esos gestos bruscos, propios suyos ha tomado confianza y se ha hecho hasta arrogante. Un sacerdote le reprocha: “Me sorprende que le defiendas. Has traicionado la confianza que en ti teníamos”. Iscariote: “No he traicionado a nadie. ¡Cuántos de vosotros sois del Bautista! Y… ¿por eso sois traidores? Yo soy del Mesías y eso es todo”. Sacerdote: “Con todo y eso, Éste no debe hablar aquí. Que venga como fiel. Es mucho para uno que se hace amigo de paganos, meretrices, publicanos…”. Jesús, enérgica pero tranquilamente, dice: “Respondedme a Mí, entonces. ¿Quiénes son los Ancianos del turno?”. Responden: “Doras y Félix, judíos, Joaquín de Cafarnaúm y José Itureo”. Jesús: “Entiendo. Decid a los tres acusadores, porque el Itureo no ha podido acusar, que el Templo no es todo Israel e Israel no es todo el mundo, y que la baba de los reptiles, aunque es mucha y venenosísima, no aplastará la Voz de Dios, ni su veneno paralizará mi caminar entre los hombres, hasta que no llegue la hora. Y luego… ¡oh!, decidles que después los hombres harán justicia de los verdugos y levantarán en alto a la Víctima haciendo de Ella su único amor. Idos. Nosotros nos vamos”. Jesús se echa encima su pesado manto oscuro y sale en medio de los suyos. ■ Detrás de todos viene Alejandro que había asistido a la disputa. Fuera del recinto, cerca de la Torre Antonia dice: “Que te vaya bien, Maestro. Y te pido perdón de haber sido la causa de pleito contra Ti”. Jesús: “¡Oh no te preocupes! Buscaban un pretexto y lo encontraron. Si no hubieras sido tú, hubiera sido otro… Vosotros en Roma, celebráis juegos en el Circo con fieras y serpientes, ¿no es verdad? Pues bien, te digo que no hay fiera más cruel y engañosa que el hombre que quiere matar a otro”. Alejandro: “Y yo te digo que al servicio de Cesar he recorrido todas las regiones de Roma. Pero entre los miles y miles de súbditos suyos, jamás he encontrado uno más divino que Tú. ¡Ni siquiera nuestros dioses son divinos como Tú! Vengativos, crueles, peleones, mentirosos… Tú eres bueno. Tú verdaderamente eres el Hombre. Que te conserves bien, Maestro”. Jesús: “Adiós, Alejandro. Prosigue en la Luz”. Todo termina. (Escrito el 22 de Febrero de 1945).
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2-116-213  (2-83-708).- En el Getsemaní con Jesús, los discípulos hablan de los paganos y de la «Velada».
* “¿Cómo se puede entonces despreciar a los que por mala ventura son paganos, cuando, a pesar de estar con el Dios verdadero, se sigue siendo vo­luntariamente pagano?”.- ■ Jesús está en la cocina de la pequeña casa del Olivar, cenando con sus discípulos. Hablan de los hechos sucedidos durante ese día (no el precedentemente descrito: efectivamente, oigo que hablan de otros acontecimientos, entre los cuales la curación de un leproso, que ha te­nido lugar cerca de los sepulcros que están en el camino de Betfagé). Dice Bartolomé: “Estaba presente también, observando, un centurión romano. Me ha preguntado, desde su caballo: «¿El hombre al que sigues hace frecuentemente estas cosas?» y, ante mi respuesta afirmativa, ha exclamado: «Entonces es más grande que Esculapio y llegará a ser más rico que Creso». Yo he respondido: «Se­rá siempre pobre según el mundo, porque no recibe, sino que entreg­a, y sólo quiere almas a las que llevar al Dios verdadero». El centu­rión me ha mirado lleno de asombro y acto seguido ha espoleado a su caballo, yéndose al galope”. Dice Tomás: “Y una dama romana en su litera. No podía ser sino una mujer. Tenía corridas las cortinas, pero se asomaba furtivamente a mirar. Lo he visto”. Juan dice: “Sí. Estaba cerca de la curva alta del camino. Había dado orden de detenerse cuando el leproso había gritado: «¡Hijo de David, ten piedad de mí!». En ese momento tenía una cortina un poco corrida y he visto que te ha mirado con una valiosa lente, y luego se ha reído con ironía. Pero, cuando ha visto que Tú, sólo con un acto imperativo, le has curado, ¡ah!, entonces me ha llamado y me ha preguntado: «¿Pero es ese al que llaman el verdadero Mesías?». He respondido que sí y ella me ha dicho: «¿Y tú estás con Él?» y luego ha preguntado: «¿Es verdaderamente bueno?»”. “¡Entonces la has visto! ¿Cómo era?” preguntan Pedro y Judas. Juan: “¡Hombre, pues… una mujer!”. Dice Pedro riendo: “¡Qué descubrimiento!”. Judas Iscariote insiste: “¿Pero, ¿era guapa, joven, rica?”. Juan: “Sí. Creo que era joven y también guapa. Pero, yo estaba mirando más hacia Jesús que hacia ella. Quería ver si el Maestro reanudaba el camino…”. “¡Estúpido!” murmura entre dientes Judas. Santiago de Zebedeo le defiende: “¿Por qué? Mi hermano no es  un galanteador que va en busca de aventuras. Ha respondido por educación. Pero no ha faltado a su primera cualidad”. Judas Iscariote pregunta: “¿Cuál?”. Santiago: “La de discípulo cuyo único amor es el Maestro”. Judas baja la cabeza irritado. ■ Dice Felipe: “Y, además… no es muy aconsejable que nos vean hablar con los romanos. Ya de por sí nos acusan de ser galileos y, por tanto, menos «puros» que los judíos; de nacimiento, además. Y nos acusan de detenernos frecuentemente en Tiberíades, lugar de encuentro de gentiles, romanos, fenicios, sirios… Y luego… ¡oh, de cuántas cosas nos acusan!…”. Dice Jesús que hasta ahora ha guardado silencio: “Eres bueno, Felipe, y por eso corres un velo sobre la dureza de la verdad que dices. Pero esa verdad es, sin el velo, ésta: ¡de cuántas cosas me acusan!”. Dice Judas Iscariote: “En el fondo no están errados del todo: demasiados contactos con los paganos”. Jesús pregunta: “¿Consideras paganos sólo a aquellos que no tienen la ley mosaica?”. Iscariote: “Y si no, cuáles otros?”. Jesús: “¡Judas!… ¿Puedes jurar por nuestro Dios que no tienes paganismo en tu corazón? ¿Y puedes jurar que no lo tienen los israelitas más renombrados?”. Iscariote: “En fin, Maestro… respecto a los demás, no lo sé…, pero yo… yo ¡en respecto a mí puedo jurar”. Jesús vuelve a hacer otra pregunta: “¿Qué es para ti, según tu idea, el paganismo?”. Judas replica vehementemente: “Pues seguir una religión no verdadera, adorar a los dioses”. Jesús: “¿Y cuáles son?”.  Iscariote: “Los dioses de Grecia y Roma, los de Egipto…, en definitiva, esos dioses de mil nombres, inexistentes como personas, que, según los paganos, llenan sus Olimpos”. Jesús: “¿No existe ningún otro dios? ¿Sólo éstos del Olimpo?”. Iscariote: “¿Qué otros? ¿No son ya demasiados?”. Jesús: “Demasiados. Sí, demasiados. Pero hay otros. Y en sus altares to­do hombre quema inciensos, incluso los sacerdotes, los escribas, ra­bies, fariseos, saduceos, herodianos: todos de Israel, ¿no es cierto? Y no solo estos… También lo hacen mis discípulos”. Dicen todos: “¡Ah, esto sí que no!”. Jesús: “¿No? Amigos… ¿Quién entre vosotros no tiene un culto, o varios cultos, secretos? Uno, la belleza y la elegancia; el otro, el orgullo de su saber; otro inciensa la esperanza de llegar a ser grande, humanamente; otro todavía adora a la mujer; otro, al dinero…; otro se postra ante su saber… y así podríamos seguir diciendo. En verdad os digo que no hay hombre que no esté manchado de idolatría. ¿Cómo se puede entonces despreciar a los que por mala ventura son paganos, cuando, a pesar de estar con el Dios verdadero, se sigue siendo vo­luntariamente pagano?”. Muchos exclaman: “Pero somos hombres, Maestro”. Jesús: “Cierto. Entonces… tened caridad para con todos, porque Yo he de venido para todos y vosotros no sois más que Yo”. Todos convienen: “Pero, mientras, nos acusan y se ponen trabas a tu misión”. Jesús: “Irá adelante igualmente”.
* Dejadla venir. Siempre. Y respetad su velo. Puede ser que esté colocado como defensa, en una lucha entre el pecado y la sed de redimirse”.-Pedro, que, quizás por estar sen­tado al lado de Jesús, está tan embelesado que se muestra tranquilí­simo, dice: “A propósito de mujeres, hace unos pocos días —para mayor exactitud, desde que hablaste en Betania la primera vez después del regreso a Judea— que una mujer, enteramente velada, nos sigue continuamente. No sé có­mo logra saber nuestros programas. Sé que, o al final de las filas de gente que escucha cuando hablas, o detrás de la gente que te sigue cuando caminas, o también detrás de nosotros cuando vamos a anunciarte por los campos… el hecho es que está casi siempre. En Betania, la primera vez, me susurró tras el velo: «¿Ese hombre que va a hablar es Jesús de Nazaret?». Le respondí que sí; bueno, pues por la tarde estaba oyéndote detrás de un tronco de un árbol. Luego la había perdido de vista, pero ahora aquí en Jerusalén la he visto ya dos o tres veces. Hoy le he preguntado: «¿Tienes necesidad de Él? ¿Estás enferma? ¿Quieres el óbolo?». Su respuesta ha sido siempre «no»; con la cabeza, porque nunca habla con nadie”. Juan dice: “A mí me dijo un día: «¿Dónde vive Jesús?» y le dije: «En Getsemaní»”. ■ Judas Iscariote dice iracundo: “¡¿Pero serás estúpido?! No debías haberlo hecho. Tenías que haberle dicho: «Quítate el velo. Date a conocer y entonces te lo digo»”. Juan, con simplicidad e inocencia, exclama: “Pero, ¡¿desde cuándo exigimos estas cosas?!”. Iscariote: “A los otros se les puede ver. Ésta está enteramente velada. O es una espía o es una leprosa. No debe seguirnos y saber lo que hacemos. Si es una espía es para hacer algún mal. Quizás la paga el Sanedrín para esto…”. Pedro: “¡Ah!, ¿utiliza estos métodos el Sanedrín? ¿Estás seguro?”. Iscariote: “Segurísimo. He pertenecido al Templo y lo sé”. Pedro comenta: “¡Pues vaya! A esto se adapta como una caperuza la razón explicada por el Maestro hace un momento…”. Judas está ya rojo de ira: “¿Qué razón?”. Pedro: “Esa de que también hay paganos entre los sacerdotes”. Iscariote: “¿Qué tiene que ver esto con lo de pagar a un espía?”. Pedro, con su buen juicio propio de la gente llana, responde: “¡Tiene que ver, tiene que ver! ¡Es más, ya está visto! ¿Por qué pagano? Para echar por tierra al Mesías y triunfar ellos. Por tanto,  suben al altar con sus sucias almas bajo las vestiduras limpias”. Dice Iscariote: “Bien, en resumidas cuentas, esa mujer es un peligro para nosotros o para la gente, si es leprosa; para nosotros, si es espía”. Pedro replica: “Quieres decir: para Él, en todo caso”. Iscariote: “Pero, cayendo Él, caemos también nosotros…”. Pedro se ríe: “¡Ja! ¡Ja!”, y termina: “y entonces el ídolo se hace pedazos y se pierde el tiempo, estima y, quizás, la vida y entonces, ¡ja!¡ja!…, y entonces  es mejor tratar de que no caiga, o… apartarse a tiempo  ¿verdad? Yo, por el contrario, mira, le abrazo más estrechamente. Si caes abatido por los traidores de Dios, quiero caer con Él” y Pedro abraza estrechamente, con sus cortos brazos, a Jesús. ■ Juan, que está frente a Jesús dice todo triste: “No creía haber hecho tanto mal, Maestro. Pégame, maltrátame, pero sálvate. ¡Ay, si fuera yo la causa de tu muerte!… ¡Oh!, no me lo perdonaría. Siento que el continuo llanto me excavaría el rostro y me quemaría la vista. Pero ¡¿qué he hecho?! ¡Tiene razón Judas: soy un estúpido!”. Jesús: “No, Juan. No lo eres, y has hecho bien. Dejadla venir. Siempre. Y respetad su velo. Puede ser que esté colocado como defensa, en una lucha entre el pecado y la sed de redimirse. ¿Sabéis vosotros qué causa ese llanto y ese pudor? Tú has dicho, Juan, querido hijo de corazón de niño bueno, que tu rostro quedaría excavado por el continuo llan­to si fueras para Mí causa de mal. Pues debes saber que cuando una conciencia, despertada de nuevo, comienza a roer una carne que fue pecado, para destruirla y triunfar con el espíritu, debe por fuerza consumir todo aquello que fue atracción de la carne, y la criatura en­vejece, languidece bajo la llamarada de este fuego taladrador. Sólo después, completada la redención, se compone de nuevo una segun­da, santa y más perfecta belleza, porque es entonces lo hermoso del alma lo que aflora por la mirada, a través de la sonrisa, de la voz, de la honesta dignidad de la frente sobre la cual se ha depositado y res­plandece como diadema el perdón de Dios”. Juan: “¿Entonces no he hecho mal?…”. Jesús: “No. Y tampoco Pedro. Dejadla. Y ahora, que todos se vayan a descansar…”. (Escrito el 24 de Febrero de 1945).
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(<Debido a las amenazas del Sanedrín, Jesús no puede permanecer por más tiempo en Jerusalén, no por temor a las molestias que le podrían ocasionar a Él sino a los que le rodean y a los que vienen a Él. Se traslada a un lugar, entre Efraín y el Jordán, donde antes también había evangelizado y bautizado el Bautista. Se instalan en una casa rústica, propiedad de Lázaro, en un lugar llamado «Aguas Claras», que se encuentra dentro de las posesiones de Lázaro, al frente de las cuales hay un administrador de Lázaro. ■ En este lugar se dedicará Jesús, junto con sus discípulos, bautizando como Juan y curando enfermos, a la evangelización con discursos a los que asistirá un numeroso grupo de peregrinos. También el pastor Isaac se encuentra por estos parajes>)
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2-118-229 (2-85-724).- Inicio de la vida en común en «Aguas claras».- A J. Iscariote no le gusta el lugar.- Aparece la «Velada».
*  Estado anímico de los apóstoles durante los trabajos de preparación del nuevo hogar.- La mentalidad de Iscariote choca con el inhóspito lugar y con sus compañeros.- ■ La casa, donde Jesús y los suyos residirán, está situada en un lugar llamado «Aguas claras». Campos, prados y viñedos la rodean y a la distancia de unos trescientos metros (no tome en serio mis medidas) se ve otra casa en medio del campo, más hermosa porque tiene una terraza en el techo, que no tiene la de Lázaro. Más allá de esta otra casa, hay bosques de olivos y de otros árboles, parte despojados de hojas, parte frondosos, que impiden la vista. Pedro con su hermano y Juan gustosos trabajan en limpiar la era y los camarotes, en arreglar los lechos y sacar agua. Aún más, Pedro hace todo un montaje en torno al pozo para poner en funcionamiento y reforzar las sogas y hacer así más práctico y cómodo el sacar el agua. Por su parte, los primos de Jesús trabajan con el martillo y la lima en las cerraduras y goznes; y Santiago de Zebedeo les ayuda serrando y cortando con una sierra como un obrero de astilleros. Tomás está atareado en la cocina y parece ser un buen cocinero: sabe dosificar lumbre y llama, y limpiar las verduras que el señorito Judas Iscariote se ha dignado traer del poblado cercano. Sé que hay un pueblo vecino, más o menos grande, porque Judas dice que hacen el pan solo dos veces por semana, y que, por tanto, ese día no hay pan.  Habiéndolo oído, Pedro dice: “Haremos tortas en el fuego. Allí hay harina. Pronto, quítate el vestido y haz la masa, luego me ocupo yo de cocerlas; que sé hacerlo”. Y no puedo menos que echarme a reír al ver que Iscariote se humilla, solo con los vestidos interiores, amasando la harina, llenándose bien de polvo. Jesús no está, como tampoco Simón, Bartolomé, Mateo, ni Felipe. ■ Pedro responde a una queja de Iscariote: “Lo peor es hoy. Pero mañana irá mejor; y para la primavera irá perfectamente”. Iscariote pregunta asustado: “¿En primavera? ¿Estaremos siempre aquí?”. Pedro: “¿Por qué no? Es una casa. Si llueve no nos mojamos. Hay agua de beber. No falta el fuego… ¿Qué más quieres? Yo me encuentro a mis anchas. Y también porque no huelo el hedor de los fariseos y compañía”. Andrés dice: “Pedro, vamos a sacar las redes”, y se lleva consigo afuera a su hermano antes de que empiece un altercado entre él e Iscariote. Iscariote exclama: “¡Este hombre no me puede ver!”. Tomás, que siempre tiene óptimo humor, responde: “No. No lo puedes decir. Es así de franco con todos. Tú eres el que siempre estás descontento”. Iscariote: “Es que yo me imaginaba otra cosa…”. Santiago de Alfeo dice tranquilo: “Mi primo no te prohíbe ir a ocuparte de las otras cosas. Creo que todos pensábamos en otra cosa al seguirle. La razón es que tenemos cerviz dura y mucha soberbia. Jamás ha ocultado el peligro ni el esfuerzo que supone el seguirle”. Iscariote refunfuña entre dientes. El otro Judas, Tadeo, que trabaja en una mesita de la cocina para transformarla en un pequeño armario, dice: “Estás equivocado. Estás equivocado incluso desde el punto de vista de las costumbres: todo israelita debe trabajar; y nosotros trabajamos. ¿Te molesta tanto trabajar? Yo no siento nada. Desde que estoy con Él cualquier fatiga se me hace liviana”. Santiago de Zebedeo afirma: “Yo tampoco extraño nada. Y estoy contento de estar como si estuviese en familia”. Iscariote comenta irónico: “¡Pues sí que vamos a hacer mucho aquí!…”. Judas Tadeo estalla: “Pero en resumidas cuentas, ¿qué quieres?… ¿Qué pretendes?… ¿Una corte como la de un sátrapa? No te permito criticar lo que hace mi primo. ¿Entendido?”. Santiago de Alfeo: “Calla hermano. A Jesús no le gustan estas disputas. Hablemos menos y trabajemos más. Será mejor para todos. Por otra parte… si Él no logra cambiar los corazones… ¿puedes esperar hacerlo tú con tus palabras?”. Iscariote pregunta agresivo: “El corazón que no cambia es el mío… ¿verdad?”. Santiago no le responde, antes bien se mete un clavo entre los labios y empieza a clavar con todas sus fuerzas los goznes haciendo tal ruido que no se oye el farfullar de Judas. ■ Pasa un poco de tiempo, luego entran al mismo tiempo Isaac con huevos y una cesta de panes fragantes y Andrés con peces en una canasta. Isaac dice: “Tened, lo manda el administrador y dice que, si necesitamos algo, se le den ordenes”. Tomás dice a Iscariote: “¿Ves que de hambre no se muere?”. Y añade: “Dame el pescado Andrés. ¡Qué hermoso! Pero ¿cómo se hace para prepararlo?… yo no sé”. Andrés: “Yo sí sé. Soy pescador” y se pone en un rincón a sacar las entrañas de los peces que todavía están coleando. Isaac:  “El Maestro está a punto de llegar. Recorrió el pueblo y los campos. Veréis que dentro de poco estará aquí. Curó ya a un enfermo de los ojos. Yo ya había recorrido estos campos y sabían…”. Iscariote: “¡Ya, claro! ¡Yo, yo!… Todo los pastores… Nosotros hemos dejado, yo al menos, una vida segura, y hemos hecho esto y hemos hecho lo otro, pero nada se ha logrado…”. Isaac mira estupefacto a Iscariote… pero, filosóficamente, no objeta nada. Los otros le imitan, pero por dentro son una caldera. ■ “¡La paz sea con vosotros!”. En el umbral está Jesús, sonriente, amable. “¡Qué diligentes! ¡Todos trabajando! ¿Puedo ayudarte, primo?”. Santiago de Alfeo: “No, descansa. Ya terminé”. Jesús dice con un poco de tristeza: “Traemos muchos alimentos. Todos han querido regalarnos. Si todos tuviesen el corazón de los humildes”.  “¡Oh Maestro mío! ¡Que Dios te bendiga!”. Es Pedro que entra con una carga de leña sobre sus espaldas y que saluda a Jesús  bajo su fardo. Jesús: “También a ti, Pedro, te bendiga el Señor. ¡Habéis trabajado mucho!”. Pedro: “Y en las horas libres trabajaremos más. ¡Tenemos una casa en el campo… y hay que hacerla un Edén! Para empezar he arreglado el pozo, al menos para ver de noche dónde está y para estar seguros de no perder cántaros al bajarlos. Luego… ¿ves qué hábiles son tus primos? Todas estas cosas son necesarias para quien debe vivir largo tiempo en un lugar, y yo, que soy pescador, no lo habría sabido hacerlas. Verdaderamente son capaces. También Tomás, podría hacer de cocinero en el palacio de Herodes. También Judas es bueno. Hizo unas espléndidas tortas…”. Iscariote responde de mal humor: “E inútiles. Hay pan”. Pedro le mira y yo me espero una respuesta punzante, pero se limita a mover la cabeza; luego prepara bien las cenizas y sobre ellas pone las tortas… Tomás dice riendo: “¡Dentro de poco todo estará listo!”. Santiago de Zebedeo pregunta: “¿Hablarás hoy?”. Jesús: “Sí. Entre sexta y nona. Vuestros compañeros lo dijeron. Por eso, comamos aprisa”.
* Pedro comunica a Jesús la presencia de la «Velada». Viene siguiéndoles desde Betania. ■ Pasan algunos minutos y Juan pone el pan sobre la mesa, prepara las sillas, trae las copas y los cántaros y Tomás trae las verduras cocidas y el pescado frito. Jesús está en el centro, ofrece y bendice, distribuye y todos comen a gusto. Todavía están comiendo cuando en la era se asoman algunas personas. Pedro se levanta y va a la puerta: “¿Qué queréis?”. Responden: “¿El Rabí no hablará aquí?”. Pedro: “Hablará, ahora está comiendo porque también Él es hombre. Sentaos aquí afuera y esperad”. El grupillo se pone debajo del rústico cobertizo. Pedro: “La verdad es que viene el frío y frecuentemente vamos a tener lluvia. Pienso que estaría bien usar ese establo vacío. Lo he limpiado muy bien. El pesebre servirá de banco…”. Iscariote dice: “No digas ironías tontas. El Rabí es rabí”. Pedro: “¿Cuáles ironías? Si nació en un establo, ¡podría hablar sobre un pesebre!”. Jesús: “Pedro tiene razón, ¡pero os ruego que os améis!”. Jesús parece hasta cansado en decir estas palabras. Terminan de comer y Jesús sale para dirigirse enseguida adonde está el pequeño grupo.  Pedro le grita por detrás: “Espera, Maestro. Tu primo te ha hecho una silla porque el suelo de ahí está húmedo”. Jesús: “No es necesario. Ya  sabes. Hablo de pie. La gente quiere verme y Yo a ella. Más bien… preparad las sillas y lechos. Tal vez vendrán enfermos… y los podrán usar”. Juan dice: “Siempre piensas en los demás, ¡buen Maestro!”, y le besa la mano. Jesús se dirige, con una sonrisa ligeramente triste, al grupo. Con él van también todos los discípulos. ■ Pedro que está al lado de Jesús, lo hace inclinarse hacia él, y le dice en voz baja: “Detrás del muro está la mujer velada. La he visto. Está desde esta mañana, vino siguiéndonos desde Betania. ¿La echo o la dejo?”. Jesús: “Déjala. Ya lo he dicho”. Pedro:  “¿Pero si es espía como dice Iscariote?”. Jesús: “No lo es. Fíate en lo que te digo. Déjala y no digas nada a nadie. Respeta el secreto”. Pedro: “No he dicho nada, porque pensé que estaba bien…”. Jesús comienza diciendo: “Paz a vosotros que buscáis la Palabra”. Se dirige al fondo del portal, teniendo a sus espaldas la pared de la casa. Es el tibio atardecer de un día de noviembre en que Jesús habla a unas veinte personas sentadas por tierra o apoyadas a las columnas… (Escrito el 26 de Febrero de 1945).
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(<Hoy, en «Aguas Claras», Jesús ha hablado sobre el pasaje del Éxodo “Yo soy El Señor Dios Tuyo”. Y a continuación ha realizado muchas curaciones. Acaba de perdonar también a un hombre arrepentido de haber matado a su madre y a su hermano por causa de una herencia>)
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2-119-240 (2-86-736).- En «Aguas Claras».- Jesús bautiza como Juan.- La oración.- Los milagros.
* Los discípulos bautizarán también.- El beso de Jesús a sus apóstoles y a J. Iscariote.- ■ Jesús vuelve a la casa, a la oscura cocina no obstante sean todavía las primeras horas del atardecer. Los discípulos se le arremolinan a su alrededor. Pedro pregunta: “¿Qué tenía el hombre que llevaste detrás de la casa?”. Jesús: “Necesidad de purificación”. Pedro: “No ha vuelto, de todas formas, y no estaba siquiera entre los que pedían el bautismo”. Jesús: “Se fue a donde se le envió. A expiar, Pedro. No en una cárcel sino con la penitencia por todo el resto de su vida”. Pedro pregunta: “¿Entonces no se purifica con el agua?”. Jesús: “También el llanto es agua”. Pedro: “Esto es verdad. Ahora que has hecho milagros, ¡quien sabe cuántos vendrán!… Hoy eran más del doble…”. ■ Jesús: “Así es. Si Yo tuviera que hacer todo, no podría. Vosotros bautizaréis. Primero uno cada vez, después seréis dos, tres, muchos. Y Yo predicaré y curaré a los enfermos y pecadores”. Pedro: “¿Nosotros, bautizar? ¡Oh! ¡Yo no soy digno! ¡Quítame esa misión, Señor! ¡Tengo necesidad de ser bautizado!”. Pedro se ha arrodillado y suplica. Jesús se inclina y le dice: “Tú vas a ser el primero en bautizar. Desde mañana”. Pedro: “¡No, Señor! ¿Cómo voy a hacerlo si estoy más negro que una chimenea?”. Jesús sonríe de la sinceridad humilde del apóstol arrodillado junto a sus rodillas, sobre las que tiene puestas sus gruesas manos de pescador. Le besa en la frente, en el límite de su cabello entrecano que, áspero, se riza: ■“Mira, te bautizo con un beso. ¿Estás contento?”. Pedro: “¡Cometería inmediatamente otro pecado para recibir otro beso!”. Jesús: “Esto no. No hay que burlarse de Dios abusando de sus dones”. Iscariote dice: “Y ¿a mí no me das un beso? También yo tengo alguno que otro pecado”. Jesús le mira atentamente. Su mirar, muy mutable, pasa de la luz de la alegría, que le hacía claro mientras hablaba con Pedro, a una oscura severidad, y yo diría que cansada, y dice: “Sí… también a ti. Ven. No soy injusto con nadie. Sé bueno, Judas. ¡Si quisieses…! Eres joven. Toda una vida para ascender siempre hasta la perfección de la santidad…” y le besa. “Ahora tú, Simón Zelote, amigo mío. Y tú, Mateo, mi victoria. Y tú sabio Bartolomé. Y tú, Felipe fiel. Y tú, Tomás, el de la pronta voluntad. Ven, Andrés, el del silencio activo. Y tú, Santiago, el del primer encuentro. Y ahora tú, alegría de tu Maestro. Y tú, Judas, compañero de infancia y de juventud. Y tú, Santiago que me recuerda al Justo (1) en sus facciones y en su corazón. ¡Ea! Todos, todos. Recordad que mi amor es grande, pero es necesaria también vuestra buena voluntad. Daréis un paso adelante en la vida de discípulos míos desde mañana. Y pensad que cada paso adelante es una honra y una obligación”.
* “La plegaria es un don que Dios dona al hombre y que el hombre dona a Dios”.- ■ Pedro dice: “Maestro… un día dijiste a mí, a Juan, a Santiago y a Andrés que nos enseñarías a orar. Creo que si orásemos como Tú oras, seríamos capaces de ser dignos del trabajo que quieres de nosotros”. Jesús: “También entonces te respondí: «Cuando estéis suficientemente formados, os enseñaré la plegaria sublime, para dejaros mi plegaria. Pero incluso ésta no tendrá ningún valor si se dice solo con la boca. Por ahora, levantad el alma y la voluntad hacia Dios». ■ La plegaria es un don que Dios concede al hombre y que el hombre dona a Dios…”. Iscariote dice: “¿Cómo es esto?… ¿No somos todavía dignos de orar? Todo Israel ora…”. Jesús: “Sí, Judas. Puedes ver por sus obras cómo ora Israel. No quiero hacer de vosotros traidores. Quien ora externamente y por dentro está contra el bien, es un traidor”.
“Pero, mientras en vosotros haya demasiada carne, no tendréis milagros. Cuando digo carne quiero decir las pasiones corrompidas, la triple concupiscencia, y tras de esta pérfida trinidad, la secuela de sus vicios…”.- ■ Iscariote sigue preguntando: “¿Y los milagros? ¿Cuándo nos capacitas para que los hagamos?”. Pedro: “¿Nosotros hacer milagros?, ¿nosotros? ¡Misericordia eterna! ¡Y eso que bebemos agua pura! ¿Nosotros, milagros? Pero muchacho ¿estás loco?”. Pedro está escandalizado, espantado, fuera de sí. Iscariote le contesta: “Él nos dijo en Judea. ¿No es verdad?”. Jesús: “Sí, es verdad, lo dije. Y los haréis. Pero, mientras en vosotros haya demasiada carne, no tendréis milagros”. Iscariote: “Ayunaremos”. Jesús: “No se requiere ayunos. Cuando digo carne quiero decir las pasiones corrompidas, la triple concupiscencia, y tras de esta pérfida trinidad, la secuela de sus vicios… Como hijos de una lujuriosa, bígama unión, la soberbia de la mente engendra, con la avidez de la carne y del poder, todo lo malo que hay en el hombre y en el mundo”. ■ Iscariote objeta: “Nosotros hemos dejado todo por Ti”. Jesús: “Pero no a vosotros mismos”. Iscariote: “¿Debemos entonces morir? Con tal de estar contigo lo haríamos. Yo al menos…”. Jesús: “No. No pido vuestra muerte material. Pido que muera en vosotros la animalidad y el satanismo, y esto no muere mientras la carne esté satisfecha y haya en vosotros mentira, orgullo, ira, soberbia, gula, avaricia, pereza”. Bartolomeo dice sumisamente: “¡Somos muy frágiles, junto a Ti, muy Santo!”. El primo Santiago: “Y siempre fue Santo. ¡Nosotros lo podemos decir!”. Juan interviene: “Él sabe cómo somos… No debemos por eso perder los ánimos. Hay que decirle solamente: Danos diariamente la fuerza de servirte. Si dijésemos: «Estamos sin pecado» nos engañaríamos y seríamos mentirosos. Y ¿a quién engañaríamos?… ¡A nosotros que sabemos lo que somos, aunque no lo queramos confesar!… ¿Engañaríamos a Dios a quien no se puede?… Pero si decimos: «Somos débiles y pecadores. Ayúdanos con tu fuerza y perdón». Dios entonces no nos desilusionará, y en su bondad y justicia nos perdonará y purificará de la iniquidad de nuestros pobres corazones”. Jesús, poniéndose de pie y atrayendo hacia su corazón al predilecto que había hablado desde su oscuro rincón, dice: “Eres bienaventurado, Juan, porque la Verdad habla en tus labios que tienen perfume de inocencia y no besan sino al Amor adorable”. (Escrito el 27 de Febrero de 1945).
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1  Nota  : S. José.
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2-121-247 (2-88-744).- En «Aguas Claras».- La visita de Mannaén (1), “el hermano de leche de Herodes”.- J. Iscariote va montado sobre dos caballos locos: el sentido y la autosuficiencia.
* Los altercados de Pedro con J. Iscariote (esta vez sobre la «Velada»), las disputas internas, la falta de amor, son sufrimientos añadidos a Jesús que ya sufre a causa de la mucha guerra que le dan sus enemigos.- ■ Hay un gran desconcierto entre los discípulos. Su agitación es tanta, que parecen un enjambre cuando se le hurga. Hablan, miran, nerviosamente, a todas partes… Jesús no está. Finalmente toman una decisión y Pedro ordena a Juan: “Vete a buscar al Maestro. Está en el bosque junto al río. Dile que venga pronto y que diga lo que se debe de hacer”. Juan se marcha a todo correr. Iscariote dice: “No entiendo por qué tanta confusión y tanta descortesía. Yo habría ido y le habría recibido con todos los honores… Es un  honor para él y también para nosotros. Así, pues…”. Pedro: “Yo no sé nada. Será diferente de su pariente de leche… pero… pero quien está con  hienas se le pega el olor y el instinto. ■ Por lo demás, tú querrías que se marchara esa mujer… ¡Pero ten cuidado! El Maestro no quiere, y yo la tengo bajo mi protección. Si la tocas… yo no soy el Maestro… Te lo digo para tu futura conducta”. Iscariote: “¡Venga hombre! ¿Pero quién es? ¿Es acaso la bella Herodías?”. Pedro: “¡No te hagas el chistoso!”. Iscariote: “Si me hago gracioso es por ti. Has hecho alrededor de ella una guardia real, como si se tratara de una reina…”. Pedro: “El Maestro me dijo: «Procura que no se le perturbe y respétala», y eso es lo que hago”. Tomás pregunta: “Pero, ¿quién es?… ¿Lo sabes?”. Pedro: “Yo no”. Varios insisten: “¡Ea! Dilo. Tú lo sabes… “. Pedro: “Os juro que no sé nada. El Maestro lo sabe, pero yo no”.  Santiago de Zebedeo: “Deberá ser Juan quien se lo pregunte. A él le dice todo”. Iscariote: “¿Por qué? ¿Qué cosa de especial tiene con Juan? ¿Es un dios, tu hermano?”. Santiago de Zebedeo: “No, Judas. Es el mejor de nosotros”. Santiago de Alfeo dice: “Por mí ni me preocupo. Ayer mi hermano la vio cuando salía del río con los peces que le había dado Andrés y se lo preguntó a Jesús. Él respondió: «No tiene rostro. Es un espíritu que busca a Dios. Para Mí no es más que esto y así quiero que sea para todos». Y dijo en tal forma «quiero» que os aconsejo que no insistáis”. Iscariote: “Yo voy a donde ella”. Pedro, encendido como un gallo, dice: “Prueba si eres capaz”. Iscariote: “¿Me espías para luego chivarte ante Jesús?”. Pedro: “Dejo ese oficio a los del Templo. Nosotros los del lago, ganamos el pan con el trabajo y no con la delación. Pero no me provoques ni te permitas desobedecer al Maestro, porque estoy yo…”. Iscariote: “¿Y tú quién eres? Un hombre pobre como yo”. Pedro: “Sí, Señor. Es más, más pobre, más ignorante, más vulgar que tú. Lo sé y no me avergüenzo. Me avergonzaría si fuese igual a ti en el corazón. El Maestro me confió este encargo y yo lo hago”. Iscariote: “¿Igual a mí en el corazón? Y ¿qué cosa hay en mi corazón que te causa asco?… Habla, acusa, ofende…”. Zelote interviene y con él Bartolomé: “¡Pero bueno! Ya está bien, Judas, cállate. Respeta las canas de Pedro”. Iscariote: “Respeto a todos, pero quiero saber qué es lo que hay en mí…”. Zelote: “Pues te voy a dar gusto inmediatamente… Déjame hablar… hay soberbia…  tanta que se puede llenar esta cocina, y hay falsedad y hay lujuria”. Iscariote: “¿A mí me llamas falso?”. Todos se interponen y Judas se ve obligado a callarse. ■ Simón Zelote con calma dice a Pedro: “Perdona amigo si te digo una cosa. Él tiene defectos, pero tú también tienes, y uno de ellos es el no compadecer a los jóvenes. ¿Por qué no tienes en cuenta la edad, el nacimiento… y tantas cosas? Mira: Tú obras por amor a Jesús. ¿Pero no caes en la cuenta que estas disputas le causan hastío? A él no le digo nada (y señala a Judas) pero a ti sí, que eres hombre maduro y muy sincero, te hago esta súplica. ¡Él tiene muchas penas por sus enemigos! ¡Y añadirle nosotros otras!… Hay mucha guerra a su alrededor, ¿por qué provocar otra en su propio nido?”. Judas Tadeo dice: “Es verdad, Jesús está triste y ha adelgazado. En las noches oigo que da vueltas sobre su cama y suspira. Hace algunos días me levanté y vi que lloraba orando. Le pregunté: «¿Qué te pasa?». Me abrazó y me dijo: «Quiéreme mucho. ¡Qué fatigoso es ser Redentor!»”. Felipe: “También yo le encontré con señales de haber llorado en el bosque del río. Y a mi mirada interrogativa respondió: «¿Sabes qué diferencia hay entre el Cielo y la tierra, además de la de no ver a Dios? Es la falta de amor entre los hombres. Me estrangula como una soga. He venido aquí a echar granos a los pájaros para ser amado por seres que se aman»”. ■Judas Iscariote (debe ser un poco desequilibrado) se arroja al suelo y llora como un muchacho. En este momento entra Jesús con Juan: “Pero ¿qué sucede? ¿Por qué ese llanto?”. Pedro responde franco: “Por mi culpa, Maestro. Cometí un error. Regañé a Judas muy duramente”. Iscariote: “No… yo… yo… el culpable. Yo soy… el que te causo dolor… no soy bueno… perturbo. ¡Pero ayúdame a ser bueno! Porque aquí tengo una cosa, aquí en el corazón, que me obliga a hacer cosas que no querría hacer. Es más fuerte que yo… y te causo dolor, a Ti, Maestro, al que debería de dar gozo… Créelo. No es falsedad…”. Jesús: “Pues claro, Judas, no lo dudo. Viniste a Mí con sinceridad de corazón, con verdadero entusiasmo. Pero eres joven… Nadie, ni siquiera tú mismo, te conoce como Yo te conozco. ¡Ánimo!, levántate y ven aquí. Luego hablaremos los dos solos”.
* “Mannaén viene como un «alma» no como hermano de leche de Herodes”.- ■ Jesús: Entre tanto hablemos del asunto por el que me mandasteis llamar. Ha venido Mannaén… Bien, ¿dónde está el mal? ¿Acaso no puede un hermano de leche de Herodes tener sed del Dios verdadero? ¿Tenéis miedo por Mí? ¡No, hombre, no! Tened fe en mi palabra. Este hombre no ha venido sino por fines honestos”. Los discípulos preguntan: “Entonces ¿por qué no se dio a conocer?”. Jesús: “Precisamente porque viene como un «alma», no como hermano de leche de Herodes. Se ha envuelto en el silencio porque piensa que ante la Palabra de Dios no existe parentesco con un rey… Respetemos su silencio”. Discípulos: “¿Pero si por el contrario, él le enviase?”. Jesús: “¿Quién?… ¿Herodes?… No. No tengáis miedo”. Discípulos: “¿Quién le manda entonces? ¿Cómo se ha informado de Ti?”. Jesús: “Pues por el mismo Juan, mi primo. ¿Creéis que no me habrá predicado en la cárcel? O por Cusa… o por la voz de la gente… o por el mismo odio de los fariseos. Hasta las frondas y el aire hablan ya de Mí. Se ha echado la piedra en el agua inmóvil, el mazo ha percutido en el bronce: las ondas se difunden, cada vez más mayores, portando a la lejana agua la revelación, y el sonido lo entrega confiado a los espacios… La Tierra ha aprendido a decir: «Jesús» y jamás se callará. Marchad… y sed amables con él, como con cualquiera. Marchad, Yo me quedo con  Judas”. Los discípulos se van.
* J. Iscariote debe combatir sus inclinaciones viciosas acostumbrándose a hablar con su verdadera alma y no con el instinto y con su mente. Los dos caballos locos de J. Iscariote.- ■ Jesús mira a Judas todavía lloroso y le pregunta: “¿Entonces? ¿No tienes nada que decirme? Yo sé todo lo tuyo. Pero quiero saberlo de ti. ¿Por qué ese llanto? Y sobre todo, ¿por qué este desequilibrio que te tiene siempre descontento?”. Iscariote: “¡Oh! sí, Maestro. Tú lo has dicho. Soy celoso por naturaleza. Tú sabes que así es… Sufro viendo que… viendo tantas cosas. Esto me saca de quicio… y me hace injusto. Y me vuelvo malo, aun cuando no querría, no…”. Jesús: “¡Pero no llores de nuevo! ¿De qué estás celoso? Acostúmbrate a hablar con tu verdadera alma. Hablas mucho, hasta demasiado; pero, ¿con qué?: con el instinto y con tu mente. Sigues todo un fatigoso y continuo trabajo para decir lo que quieres decir: hablo de ti, de tu yo, porque cuando tienes que hablar de otros y a otros, no te pones cortapisas ni límites. Igualmente no pones cortapisas a tu carne, que es tu caballo enloquecido. Pareces un jinete al que el jefe de las carreras le hubiese dado dos caballos locos. El uno es el sentido, el otro… ¿quieres saber quién es el otro? ¿Sí? Es el error que no quieres domar. Tú, jinete capaz, pero imprudente, te fías de tu capacidad y crees que es suficiente. Quieres llegar primero… no pierdes tiempo ni siquiera para cambiar de caballo. Antes bien los espoleas y golpeas con el látigo. Quieres ser «el vencedor». Quieres aplauso… ¿No sabes que la victoria es segura cuando se conquista con constante, paciente y prudente trabajo?… Habla con tu alma. De ahí quiero que salga tu confesión. ¿O debo decirte lo que hay adentro?”. ■ Iscariote: “Veo que tampoco Tú eres justo, ni firme, y esto me hace sufrir”. Jesús: “¿Por qué me acusas? ¿En qué ves que he faltado?”. Iscariote: “Cuando quise llevarte con mis amigos, no te gustó y dijiste: «Prefiero estar entre los humildes». Posteriormente Simón y Lázaro te dijeron que convenía que te pusieses bajo la protección de un poderoso y Tú aceptaste. Tú das preferencia a Pedro, a Simón, a Juan. Tú…”. Jesús: “¿Qué otra cosa?”. Iscariote: “Nada más, Jesús”. Jesús: “Nubecillas… Pompas en la espuma de la ola. Me das compasión, porque eres un desgraciado que te torturas, pudiendo alegrarte. ¿Puedes decir que este lugar es de lujo? ¿Puedes decir que no hubo razón poderosa que me obligó a aceptarlo? ¿Si Sión hubiera sido menos madrastra para sus profetas, estaría aquí, escondido como uno que teme a la justicia humana, y se refugia en un lugar de asilo?”. Iscariote: “No”. Jesús: “Y ¿entonces puedes decir que no te he dado encargos como a los demás? ¿Puedes decir que he sido duro contigo cuando has faltado? ■ Tú no fuiste sincero. Las vides… ¡Oh, las vides! ¿Qué nombre tenían esas vides? No fuiste complaciente con quien sufría y se redimía. Ni siquiera fuiste respetuoso para conmigo. Y los demás lo han visto… Y, con todo, una voz sola e incansable se ha alzado defensora siempre: la mía. Los otros tendrían derecho de sentirse celosos, porque si ha habido uno que haya sido protegido has sido tú”. ■ Judas conmovido, avergonzado, llora.  Jesús: “Me voy. Es la hora en que soy de todos. Tú quédate y reflexiona”. Iscariote: “Perdóname, Maestro. No podré tener paz si no tengo tu perdón. No estés triste por mi causa. Soy un muchacho malvado… Amo y atormento… Así sucedía con  mi madre… así contigo… así sucederá con mi esposa si algún día me casase… ¡sería mejor que me muriese!…”. Jesús: “Sería mejor que te enmendases. Estás perdonado. ¡Hasta luego!”.
* Pedro debería tratar a Iscariote como a un hijo.- Mannaén pide alojamiento.- ■ Jesús sale. Afuera está Pedro: “Ven, Maestro. Ya es tarde. Hay mucha gente. Dentro de poco se pondrá el sol. Y no has ni comido… Ese muchacho es la causa de todo”. Jesús: “Ese «muchacho» tiene necesidad de todos vosotros para dejar de ser la causa de estas cosas. Procura recordártelo, Pedro. Si fuese tu hijo, ¿serías indulgente con él?…”. Pedro: “¡Uhmm! Sí y no. Sería indulgente… pero… le enseñaría también algunas cosas. Aunque fuese adulto le enseñaría como a un jovencillo mal educado. Bueno, si fuese mi hijo, no sería así…”. Jesús: “Basta”. Pedro: “Sí. Basta, Señor mío. ■ Mira allí a Mannaén. Es el que tiene el manto casi negro, es rojo oscuro. Me dio esto para los pobres y me dijo que si podía quedarse a dormir”. Jesús: “¿Qué respondiste?”. Pedro: “La verdad: «Tenemos camas solo para nosotros. Ve al pueblo»”. Jesús no dice nada. Deja a Pedro y va a donde está Juan; a quien dice algo.  Luego se pone a hablar a la gente… Y una vez terminado el discurso, se despide dándoles la paz.
* El nombre de Jesús, sus obras y palabras ya resuenan en el palacio real.- Mannaén, instruido por el Bautista. Él fue quien le había dicho: «Uno que es más que yo te recogerá y te elevará».- ■ No hay ningún enfermo. Jesús permanece con los brazos cruzados apoyado contra la pared, bajo del cobertizo sobre el que ya las sombras van cayendo. Jesús mira a los que se van yendo en borriquillos y a los que se dirigen al río a purificarse, a los que atravesando los campos se dirigen hacia el pueblo. ■ El hombre vestido de rojo parece que no sabe qué hacer. Jesús no le pierde de vista. Después de algún tiempo el hombre se mueve y se dirige hacia su caballo, un caballo hermosísimo blanco adornado con una gualdrapa roja que pende de la silla adornada con plata. Dice Jesús llegándose a él: “¡Hombre, espérame! Cae la tarde. ¿Tienes dónde dormir? ¿Vienes de lejos? ¿Estás solo?”. Mannaén, él es, responde: “De muy lejos… y me iré… no lo sé… al pueblo, si encuentro… si no…  a Jericó… Dejé allí la escolta;  no me fiaba de ella”. Jesús: “No. Te ofrezco mi cama. Está ya preparada. ¿Tienes qué comer?”. Mannaén: “No tengo nada. Creía encontrar un pueblo más hospitalario…”. Jesús: “Nada falta allí”. Mannaén: “Nada. Ni siquiera el odio hacia Herodes. ¿Sabes quién soy?”. Jesús: “El nombre de quienes me buscan es uno solo: hermanos en el nombre de Dios. Ven. Partiremos juntos el pan. Puedes llevar el caballo a aquel recinto; le vigilo Yo, que dormiré allí”. Mannaén: “No. Jamás. Yo duermo allí. Acepto el pan, pero nada más. No pondré mi cuerpo sucio, donde Tú recuestas tu cuerpo santo”. ■ Jesús: “¿Me crees santo?”. Mannaén: “Sé que eres santo. Juan, Cusa… tus obras… tus palabras. Todo ello resuena en el palacio real como una concha conserva el rumor del mar. Iba yo a donde estaba Juan… y luego le perdí. Pero me había dicho: «Uno que es más que yo te recogerá y te elevará». Solo podías ser Tú. He venido en cuanto he sabido dónde estabas”. ■ Han quedado solos bajo el cobertizo. Los discípulos, en la cocina, cuchichean y miran de reojo. Zelote, que era a quien tocaba hoy bautizar, regresa del río, con los últimos bautizados. Jesús, después de bendecirlos, dice a Simón: “Este hombre es el peregrino que busca refugio en nombre de Dios, y en el nombre de Dios le saludamos como amigo”. Simón se inclina. También lo hace el hombre. Entran en el galerón y Mannaén amarra el caballo al pesebre. Acude Juan, advertido por un gesto de Jesús, con hierba y un cubo de agua. Acude también Pedro con una lámpara de aceite porque está ya oscuro. Dice el caballero:  “Aquí estaré muy bien. Dios os lo pague”, y luego entra con Jesús y con Simón a la cocina, iluminada por una un haz de ramas secas encendido en ese momento. Todo termina. (Escrito el 1 de Marzo de 1945).
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1  Nota  : Cfr.  Personajes de la Obra Magna: Mannaén.
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2-122-254 (2-89-752).- En «Aguas Claras».- J. Iscariote pide a Juan: “¿Me ayudarás a ser menos malo?”.
* Iscariote reconoce que Juan tiene miedo de él porque no es bueno. Pide tratarle como a un hermano suyo y ayudarle a ser menos malo.- ■ Jesús pasea lentamente arriba y abajo a lo largo de la orilla del río. Hace poco debe haber amanecido, porque la neblina de un triste día invernal envuelve todavía los cañizares de las márgenes. Por ninguna parte a lo largo del Jordán se ve a alguien. Tan solo hay neblina a ras de tierra y el chocar del agua entre las cañas, rumor de aguas, que, por las lluvias de los días precedentes, están turbias, y algunos reclamos de pájaros, cortos, tristes, como lo son cuando, pasada la estación de los amores, las aves están entristecidas por el invierno y por la escasez del alimento. Jesús los escucha y parece atraerle mucho la llamada de un pajarito, que con regularidad matemática, voltea su cabecita hacia el norte y lanza un lamentoso «chiruit», luego la dobla hacia el sur y repite su interrogatorio «chiruit» sin obtener respuesta. Finalmente el pajarito parece haber obtenido respuesta con el «chip» que llega de la otra ribera y con un grito de alegría se lanza a través del río. Jesús hace un gesto como diciendo: “¡Menos mal!” y continúa paseando. ■ Juan, que llega de los prados, pregunta: “¿Te importuno, Maestro?”. Jesús: “No. ¿Qué quieres?”. Juan: “Quería decirte… me parece que sea una noticia que te pueda dar consuelo y vine al punto a decírtela; además, quisiera pedirte consejo. Estaba barriendo los salones y vino Judas de Keriot y me dijo: «Te ayudo». Me quedé sorprendido porque casi siempre hace de mala gana estos quehaceres humildes… No obstante, me he limitado a decir: «¡Oh gracias! ¡Así lo haré antes y mejor!». Él se ha puesto a barrer y hemos terminado pronto. Me dijo: «Vamos al bosque. Los viejos son siempre los que acarrean leña. No está bien. Vamos nosotros. Yo no sé cómo se hace, pero si me enseñas…». Y nos fuimos. Mientras estaba yo con él atando la leña, me dijo: «Juan, te quiero decir una cosa». Le dije: «Habla». Pensaba que sería una crítica. Por el contrario, dijo: «Tú y yo somos los más jóvenes. Sería necesario que estuviésemos unidos. Tú tienes casi miedo de mí y tienes razón porque no soy bueno. Pero créeme… no lo hago a propósito. Hay veces que siento ganas de ser malo. Tal vez, como yo era el único, no me educaron bien. Querría hacerme bueno. Sé que los viejos no me miran con buenos ojos. Los primos de Jesús están enfadados porque en realidad, así es, les he faltado mucho, como también a su primo. Pero tú eres bueno y tienes paciencia. Quiéreme mucho. Hazte idea de que soy hermano tuyo, malo sí, pero a quien hay que amar aunque sea malo. El Maestro también dice que hay que obrar así. Cuando veas que no obro bien, dímelo. Y luego no me dejes siempre solo. Cuando voy al pueblo, ven también tú; así me ayudarás a no hacer el mal. Ayer sufrí mucho. Jesús me habló y yo le miré. Dentro de mi necio rencor no me miraba ni a mí mismo, ni a los demás. Ayer lo comprobé… Tienen razón de decir que Jesús sufre… y pienso que tengo algo de culpa en ello… No quiero más tenerla. Ven conmigo. ¿Vendrás?… ¿Me ayudarás a ser menos malo?». ■ Así habló y te confieso que el corazón me latía, como le late a un pajarito cuando le coge un muchacho. Me latía de gozo porque me agrada que se haga bueno —por Ti me agrada— y latía un poco de miedo porque… no quisiera volverme como Judas. Pero después me acordé de lo que dijiste cuando aceptaste a Judas, y le respondí: «Sí, te ayudaré. Pero debo obedecer, y si tengo otras órdenes…». Pensaba: ahora se lo diré al Maestro y si Él quiere lo hago, y si no quiere, que me dé la orden de no alejarme de la casa”. Jesús: “Oye, Juan. Puedes ir. Pero debes prometerme que si sientes que algo te turba, me lo vienes a decir. Me has alegrado con esto, mucho, Juan. Aquí llega Pedro con pescado. Puedes irte, Juan”.
* “Judas tiene buenos deseos y tendencias perversas. Cuando alguien es vicioso, para ir al Bien, debe ir contra corriente y no puede lograrlo por sí solo”.- ■ Jesús se dirige a Pedro: “¿Buena pesca?”. Pedro: “¡Uhmm! No muy buena. Pescaditos… pero todo sirve. Está Santiago que reniega porque algún animal ha roído la soga y se ha perdido una red y le dije: «¿Y él no debía comer? Ten compasión del pobre animal». Pero Santiago no lo toma así…”. Pedro se echa una carcajada. Jesús: “Eso es lo que yo digo respecto a uno que es hermano y es lo que vosotros no sabéis hacer”. Pedro: “¿Te refieres a Judas?”. Jesús: “Hablo de Judas. Él sufre por ello. Tiene buenos deseos y tendencias perversas. Pero dime, tú, experto pescador. ¿Si Yo quisiera ir en barca por el Jordán y llegar al lago de Genesaret, qué debería hacer? ¿Lo lograría?…”. Pedro: “¡En fin! ¡Sería un trabajo enorme! Lo lograrías con barcas pequeñas y planas… Cuesta trabajo, ¿sabes? ¡Es lejos! Sería necesario medir siempre el fondo, tener ojos en la ribera, en los remolinos, en los bosquecillos flotantes, en la corriente. La vela en estos casos no sirve, es más, perjudica… ¿pero quieres volver al lago siguiendo el río? Ten en cuenta que contra corriente se va mal. Hay que ser muchos, si no…”. Jesús: “Tú has dicho. Cuando alguien es vicioso, para ir hacia el Bien, debe ir contra la corriente, y no puede por sí solo lograrlo. Judas es uno de estos. Y vosotros no le ayudáis. El pobre rema hacia arriba, solo y se pega contra el fondo, da con remolinos, se mete en bosquecillos flotantes y cae en una vorágine. Si quiere medir el fondo, no puede tener al mismo tiempo el timón y el remo. ¿Por qué se le echa en cara si no avanza? Tenéis piedad de los extraños, y de él, vuestro compañero ¡no!… ¡No es justo! ¿Ves allá a Juan y a él, que van al pueblo a traer pan y verduras?  Él ha pedido que por favor no se le deje ir solo. Se lo pidió a Juan, porque no es tonto, y sabe cómo pensáis los viejos de él”. Pedro: “¿Y Tú le has mandado? ¿Y si Juan también se echa a perder?”. ■ Santiago, que llega con la red recuperada entre un cañizar, pregunta: “¿Quién? ¿Mi hermano? ¿Por qué se va a echar a… perder?”. Pedro: “Porque Judas va con él”. Santiago: “¿Desde cuándo?”. Jesús: “Desde hoy. Yo le di permiso”. Santiago: “Si Tú lo permites, entonces…”. Jesús: “Sí; es más, se lo aconsejo a todos. Le dejáis muy solo. No seáis jueces solo para él. No es peor que otros. Está muy mal educado desde su infancia”. Santiago: “Sí, debe ser eso. Si hubiese tenido por madre y padre a Zebedeo y Salomé, las cosas no serían así. Mis padres son buenos, pero se acuerdan de tener un derecho y una obligación sobre sus hijos”. Jesús: “Dijiste bien. Hoy hablaré exactamente sobre esto (1). Vámonos. Veo que empieza a aparecer gente por los prados”. Pedro, entre admirado y fastidiado, dice: “Yo ya no sé cómo nos las vamos  a arreglar para vivir. Ya no hay ni hora para comer, ni de orar, ni de descansar… y la gente sigue aumentando”. Jesús: “¿Te lamentas por ello? Señal de que hay quien todavía busca a Dios”. Pedro: “Sí, Maestro. Pero Tú sufres como consecuencia. Ayer te quedaste incluso sin comer, y esta noche sin más cobijas que tu manto. ¡Si lo supiese tu Madre!…”. Jesús: “¡Bendeciría a Dios, que me acerca tantos fieles!”. Pedro termina: “Y me regañaría a mí, en quien puso su confianza”. (Escrito el 3 de Marzo de 1945).
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1  Nota  : “Honra a tu  padre y tu  madre”,  será el discurso que Jesús pronunciará. Relatado en el tema “Familia”.
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2-124-272  (2-91-771).- En «Aguas Claras».- El valor de un alma.- Se da alojo a la «Velada».
*  Cuando Jesús mira a las personas solo ve almas.- ■ El día es tan tempestuoso que no hay ningún peregrino. Llueve a cántaros y la era se ha convertido en una pequeña laguna por la que flotan hojas secas, que quién sabe de dónde sean, pero que el viento las trajo, el viento que silba y sacude puertas y ventanas. En la cocina, más oscura que nunca —porque para impedir que entre la lluvia se debe tener apenas entornada la puerta—, quien está se ahuma, lagrimea y tose, pues el viento rechaza hacia dentro el humo. Pedro dice como un sabio: “Tenía razón Salomón. Tres cosas echan afuera al hombre: la mujer pendenciera (y a ésa la dejé en Cafarnaúm riñendo con los otros yernos); la chimenea que echa humo y el techo que gotea. Y estas dos cosas las tenemos… Pero mañana me las arreglaré con esta chimenea. Voy al techo y tú, y tú y tú (Santiago, Juan, Andrés) venís conmigo. Y con piedras planas haremos un techo a la chimenea”. Tomás pregunta: “Y ¿dónde  encuentras las piedras planas?”. Pedro: “En el cobertizo. Si gotea allí no se acaba el mundo; pero aquí… ¿Te duele que tus alimentos dejen de decorarse con lágrimas tiznadas de hollín?”. Tomás: “¡Bonito sería! ¡Ojalá lo lograras! ¡Mira cómo estoy teñido! Me cae en la cabeza cuando estoy cerca del fuego”. Juan dice riéndose: “Pareces un monstruo egipcio”. De hecho Tomás presenta sobre su rostro lleno y afable diversas y caprichosas figuras negras. El primero que se ríe de ello es él mismo, que está siempre alegre, y Jesús también se ríe, porque justamente cuando está hablando, otra gota cargada de hollín le cae en la nariz y le pone negra la punta. ■ Iscariote, que hace tiempo que está cambiando, dice a Pedro: “Tú eres experto del tiempo, ¿qué piensas? ¿Durará mucho así?”. Pedro le contesta: “Ahora te lo voy a decir; voy a hacer de astrólogo”, y se va a la puerta, la abre un poco más, saca un poco la cabeza y una mano y sentencia: “Viento bajo y del sur, calor y neblina… ¡Uhmm! Poco hay que…”. Pedro calla, se vuelve a meter despacio y entorna la puerta, y da un vistazo hacia fuera. Tres o cuatro preguntan: “¿Qué pasa?”. Pedro hace señal con  la mano de que guarden silencio. Mira. Luego dice en voz baja: “Es aquella mujer. Ha bebido agua del pozo y tomado un poco de leña del patio. Está toda mojada. No encenderá… se va… voy a seguirla. Quiero ver…”. Y cauteloso sale. Tomás pregunta: “Pero, ¿dónde puede quedarse para estar siempre cerca?”. Mateo añade: “Y ¡para estar aquí con este tiempo!”. Bartolomé dice: “Ciertamente va al pueblo porque anteayer estaba allí comprando pan”. Santiago de Alfeo observa: “¡Tiene una constancia inaudita en estar así velada!”. Tomás concluye: “O un gran motivo”. Juan pregunta: “¿Sería ésta a la que se refería ayer aquel judío?”. Y dice: “Son siempre tan falsos…”. ■ Y Jesús continúa callado como si estuviese sordo. Todos le miran, seguros de que Él lo sabe. Sigue trabajando con un cuchillo afilado en un trozo de madera blanda;  poco a poco el trozo de madera va tomando la forma de un tenedor grande para sacar las verduras del agua hirviendo. Cuando ha terminado, se le ofrece a Tomás que está dedicado con todas sus fuerzas a la cocina. Tomás: “Eres muy bueno, Maestro… pero… nos dices ¿quién es?”. Jesús: “Un alma. Para Mí todos vosotros sois «almas». Ninguna otra cosa. Hombres, mujeres, ancianos, niños, almas, almas, almas, almas blancas los niños, almas azules los  muchachos, almas color rosa los jóvenes, almas de oro los justos, almas negrísimas los pecadores. Pero solo almas; solo almas. Y sonrío a las almas blancas, porque me parece como si sonriera a los ángeles; y descanso entre las flores color rosa y azules de los adolescentes buenos; y me alegro con las almas preciosas de los justos; y me canso, sufriendo para hacer preciosas y brillantes las almas de los pecadores… ¿Las caras?… ¿Los cuerpos?… ¡Nada! Yo os conozco y reconozco por vuestras almas”. Tomás pregunta: “Y ¿qué alma tiene ella?”.
* Dan alojo a la «Velada» por acuerdo unánime. Iscariote confiesa su curiosidad.- ■ Jesús contesta a Tomás: “Un alma menos curiosa que la de mis amigos, porque no indaga, no pregunta, va y viene sin decir palabra, sin echar una mirada”. Iscariote: “Yo creía que era una mujer mala o leprosa. Pero he cambiado de parecer porque… Maestro, ¿no me regañas si te digo una cosa?” pregunta y se va a poner cerca de Jesús apoyándose sobre sus rodillas, todo cambiado, humilde, bueno, mucho más bello en esta actitud que no cuando es el pomposo y soberbio. Jesús: “No te regañaré. Habla”. Iscariote: “Sé dónde vive. La seguí una tarde… fingiendo que iba sacar agua, porque he caído en la cuenta que viene siempre al pozo cuando ya está oscuro… Una mañana encontré por tierra una orquilla de plata… exactamente en el brocal del pozo… y  comprendí que ella la había perdido. Pues bien, está en una chocita de leña en el bosque; quizás la utilizan los campesinos; de todas formas, está casi en ruinas. Ella le ha puesto encima como techo unas ramas; quizás ese montón de leña lo quería para eso. Es una cueva. No comprendo cómo puede estar así. Casi ni cabría un perro grande o un asno pequeño. Era noche de luna y pude ver bien. Está medio sepultada entre las zarzas, pero dentro… está vacía y no tiene puerta. Por eso mismo he cambiado de opinión y he comprendido que no es una prostituta”. Jesús: “No lo deberías haber hecho. Pero sé sincero: ¿no hiciste nada más?”. Iscariote: “No, Maestro. Habría deseado verla, porque ya en Jericó la vi, y creo reconocer su paso, muy suave, con el que va veloz a donde quiere. También su figura debe de ser flexible y…  bella. Sí, se adivina, no obstante todos esos vestidos. Pero no me atreví a espiarla cuando se acostó en el suelo. Tal vez se quitó el velo. Pero la respeté…”.  Jesús le mira fijamente y luego dice: “Y has sufrido. Pero dijiste la verdad. Yo te digo que estoy contento de ti. Otra vez te costará menos ser bueno. Todo consiste en dar el primer paso. ¡Muy bien Judas!” y le acaricia. ■ Regresa Pedro de la calle: “¡Pero Maestro! ¡Esa mujer está loca! ¿Pero Tú sabes en dónde está? Casi en la orilla del río, en una casita de madera bajo un matorral. Tal vez en un tiempo sirvió a algún pescador o guardabosques… ¡Quién sabe! Jamás me hubiera imaginado que en aquel lugar húmedo, metido en un foso, bajo una enramada de zarzas se encontrase aquella pobre mujer. Le dije: «Habla y sé sincera. ¿Eres leprosa?». Me respondió con voz apagada: «¡No!». Le dije: «¡Júralo!». Y ella: «¡Lo juro!». Insistí: «Mira que si lo eres y no dices y te acercas a la casa y yo llego a saber que eres inmunda, hago que te apedreen. Pero si eres una perseguida, ladrona o una asesina, y estás aquí por miedo a nosotros, no tangas miedo de nada. Ahora sal de ahí. ¿No ves que estás en el agua? ¿Tienes hambre? ¿Estás temblando? Soy viejo, ¿lo ves? No te hago la corte. Viejo y honesto. Por esto, ¡escúchame!». Así me he expresado. Pero no ha querido venir. Nos la encontraremos muerta porque está dentro del agua”. ■ Jesús piensa. Mira las doce caras que le contemplan. Luego pregunta: “¿Qué pensáis que se pueda hacer?”. Le dicen:  “Maestro, Tú decides”. Jesús: “No. Quiero que vosotros juzguéis. Se trata de algo en que vuestra honra también se halla mezclada. Y no debo violentar vuestro derecho de conservarla”. Zelote dice: “En nombre de la misericordia digo que no se la puede dejar allí”. Y Bartolomé: “Diría que hoy se le lleve al galerón. Van también allí los peregrinos y también ella puede ir”. Andrés comenta: “Al fin y al cabo es una criatura como todas las demás”. Mateo hace observar: “Y, además, hoy no viene nadie, y por lo tanto…”. Judas Tadeo dice: “Yo propondría darle alojamiento por hoy, y mañana decírselo al encargado; es un buen hombre”. Pedro exclama: “Tienes razón. ¡Sí, señor! Tiene muchos establos vacíos. Siempre un establo será un palacio comparado a esa barquichuela ¡que está haciendo agua!”. Tomás dice con ansia: “Vete a decírselo entonces”. Jesús observa: “Los jóvenes todavía no han hablado”. Santiago: “Para mí está bien lo que Tú hagas”. El otro Santiago con su hermano a una voz: “Para nosotros también”. Felipe: “Pienso solo en que por desgracia vaya a venir un fariseo”. Iscariote dice: “¡Oh!, aunque caminásemos por las nubes, ¿crees que no nos acusarían? No acusan a Dios porque está lejos. Pero si pudiesen tenerlo cerca, como lo tuvieron Abraham, Jacob y Moisés, le harían reproches… ¿Quién hay, para ellos, sin culpa?”. Jesús: “Si es así, id a decirle que venga a cobijarse en esa estancia. Ve tú, Pedro, con Simón y Bartolomé. Sois viejos, con lo cual se sentirá menos violenta esa mujer. Y decidle que le daremos comida caliente y un vestido seco; el que dejó aquí Isaac. ¿Veis que todo sirve?… incluso un vestido de mujer dado a un hombre…”. Los jóvenes se ríen, porque con el vestido en cuestión debe de haber habido algún hecho gracioso.  Los tres de edad se van… poco después regresan. Dicen: “Ha costado lo suyo… pero, al fin, ha venido. Le hemos jurado que no la molestaríamos en ningún momento; ahora le llevo paja y el vestido. Dame las verduras y un pan; hoy no tiene nada que llevarse a la boca. Por otra parte… ¿quién puede salir con este diluvio?”. El buen Pedro sale con sus tesoros.
* Las almas oyen las palabras de los maestros, pero no cambian porque ven también las acciones de sus maestros. Y éstas destruyen a aquellas.-Jesús: “Y ahora una orden para todos: por ningún motivo se va a esa estancia. Mañana tomaremos las decisiones oportunas. Acostumbraos a hacer el bien por el bien, sin curiosidades o deseos de recibir del bien realizado un motivo de diversión o cualquier otra cosa. ¿Veis? Os lamentabais de que hoy no se haría nada útil. Hemos amado al prójimo. Y qué cosa más grande podíamos hacer. Si esta mujer, como es verdad, es una infeliz, ¿no podrá, acaso, nuestro auxilio darle un alivio, un calor, una protección mucho más profunda que el poco alimento, el pobre vestido, el techo sólido, que le hemos dado? Si es una culpable, una pecadora, una criatura que busca a Dios, ¿nuestro amor no será, acaso, la más bella lección, la más poderosa palabra, la señal más clara para ponerla en el camino de Dios?”. ■ Pedro entra despacito y se pone a escuchar a su Maestro. Jesús: “Mirad, amigos. Muchos maestros tiene Israel, que no hacen más que hablar y hablar… Bueno, pues las almas no cambian. ¿Por qué? Porque las almas oyen las palabras de los maestros pero también ven sus acciones. Pues bien, éstas destruyen a aquellas. Y las almas se quedan donde estaban, si no es que retroceden incluso. Pero cuando un maestro hace lo que dice y obra santamente en todas sus acciones; aunque solo lleve a cabo acciones materiales —como dar un pan, un vestido, un lugar de alojamiento al prójimo que sufre—, obtiene el que las almas vayan adelante y lleguen a Dios, porque son sus mismas acciones las que dicen a los hermanos: “¡Dios existe! ¡Dios está aquí!”. ¡Oh…, el amor! En verdad os digo que quien ama, se salva a sí mismo y a los demás”. Pedro: “Así es, como Tú dices, Maestro. Esa mujer me dijo: «Sea bendito el Salvador y Aquel que le ha enviado, y todos vosotros que estáis con Él» y me quería besar los pies a mí, hombre miserable; y lloraba tras su tupido velo… ¡En fin! Esperamos que no llegue ninguna de esas celebridades de Jerusalén… Si no… ¿quién nos salva?”. Jesús: “Es suficiente que nuestra conciencia nos salve del juicio de nuestro Padre”. Luego bendice y ofrece los alimentos y se sienta a la mesa. (Escrito el 5 de Marzo de 1945).
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(<Jesús está terminando su discurso sobre el mandamiento “No matarás”. Va a referirse ahora directamente al cruel fariseo Doras, oculto detrás de la gente. Por aquel anatema lanzado por Jesús, en el episodio del rescate de Jonás, las tierras de Doras han quedando totalmente desoladas e improductivas. Abatido por su nueva situación, Doras se hace presente en el lugar>)
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2-126-287 (2-93-787).- En «Aguas Claras».- Jesús-Dios, intransigente con el impenitente fariseo Doras que cae fulminado: “No es lícito herir a Dios”.
* “No se les puede convertir. El bien no cabe donde todo está lleno de mal. Dios ve y dice: «¡Basta!»”.- ■ Dice Jesús: “Y todavía añado: el patrón que da una paliza a un siervo, pero con la astucia de que no se le muera entre sus manos, es doblemente culpable. El siervo no es dinero del patrón, es un alma de su Dios. Sea para siempre maldito ese patrón que trata a su siervo peor que al buey”. Jesús parece como lanzar rayos y truenos. Todos le miran espantados, porque antes hablaba con calma. “¡Maldito sea! La Nueva Ley abroga esta dureza contra el esclavo, todavía justa cuando en el pueblo de Israel no había hipócritas que se fingían santos y agudizaban su ingenio solo para sacar el máximo provecho y eludir la Ley de Dios. Pero ahora —rebosando Israel de estos seres viperinos, que hacen de su capricho cosa lícita porque son ellos, los miserables poderosos, a quienes Dios mira con odio y náusea—, al presente Yo digo: ya no es así.  Caen los esclavos en sus surcos y ante las piedras de molino. Caen, con los huesos quebrantados, visibles los nervios, a causa de los azotes. Los acusan de delitos que no existieron para poderlos golpear, para justificar su propio sadismo satánico. Hasta el milagro se usa como acusación para tener el derecho a golpearlos. Ni el poder, ni la santidad del esclavo convierten su alma retorcida. No se les puede convertir. El bien no cabe donde todo está lleno de mal. ■ Dios ve y dice: «¡Basta!». Demasiados son los Caínes que matan a los Abeles. Y ¿qué os pensáis, inmundos sepulcros blanqueados por fuera, por fuera cubiertos con palabras de la Ley mientras que por dentro se pasea el rey Satanás y pulula el satanismo más astuto, qué os pensáis?, ¿que es solo Abel hijo de Adán?, ¿que Dios mira benigno solo a los que no son esclavos de hombre mientras rechaza el único ofrecimiento que puede elevarle el esclavo, el de su honradez envuelta en llanto? ¡No! En verdad os digo que cada justo es un Abel, aun cuando esté cargado de cadenas, aun cuando muera entre los terrones del campo o sangrando por los azotes; y que son Caínes todos los injustos que le dan a Dios por orgullo, no por verdadero culto, lo que está manchado por su pecado y manchado por su sangre. ¡Vosotros que profanáis el milagro. Profanadores del hombre, asesinos, sacrílegos! ¡Fuera! ¡Idos de mi presencia! ¡Basta! Yo os digo: Basta. Y os lo puedo decir porque soy la Palabra divina que traduce el Pensamiento divino. ¡Idos!”. Jesús de pie, erguido, sobre la rústica tribuna causa miedo, impone temor. Su brazo derecho extendido señalando a la puerta de salida; sus ojos, dos fuegos azules: parecen fulminar a los pecadores presentes. La niñita que estaba a sus pies se pone a llorar y corre a su madre. Los discípulos se miran espantados y tratan de descubrir contra quién es la invectiva. La gente también se vuelve con los ojos interrogativos. ■ Finalmente el secreto se descubre. En el fondo, fuera de la puerta, semiescondido detrás de un grupo de campesinos altos, se deja ver Doras. Está ahora más flaco, amarillo, arrugado, todo él nariz y mentón. Trae consigo a un siervo que lo ayuda a moverse porque parece que haya sufrido un accidente. Y ¿quién podía verle allí entre la gente en medio del patio?… Se atreve a hablar en su voz ronca: “¿Te refieres a mí? ¿Por qué lo dices?”. Jesús: “Por ti. Sal de mi casa”. Doras: “Me voy. Pero dentro de poco ajustaremos cuentas. No lo dudes”. Jesús: “¿Pronto? Al punto. El Dios del Sinaí, te lo dije, te está esperando”. Doras: “También tú, hombre maléfico, que a mí me has acarreado las enfermedades y a mis tierras los animales dañinos. Nos volveremos a ver, para gozo mío”. Jesús: “Sí. Y no querrás volverme a ver. Porque Yo te voy a juzgar”. Doras, gesticula, trata de gritar: “¡Ah! ¡Ah! Mald…”. Y cae al suelo. Grita el siervo: “¡Ha muerto! ¡Ha muerto el patrón! ¡Que seas bendito, tú, Mesías nuestro vengador!”. ■ Jesús: “No Yo. Dios, el Señor Eterno. Que ninguno se contamine: que solo el siervo se ocupe de su patrón. Y trata bien su cuerpo. Todos vosotros, sus siervos, sed buenos. No os regocijéis de alegría, con resentimiento, por el caído, para que no merezcáis condena. Que Dios y el justo Jonás sean siempre vuestros amigos, y Yo con ellos. ¡Adiós!”. Pedro pregunta: “Pero… ¿ha muerto por tu querer?”. Jesús: “No, sino que el Padre entró en Mí… es un misterio que no puedes entender. Acuérdate de que no es lícito herir a Dios. Él, sin concurso ajeno, se toma venganza”. Pedro: “¿No podrías entonces decir a tu Padre que haga morir a todos los que te odian?”. Jesús:  “¡Cállate! Tú no sabes de qué espíritu eres. Yo soy Misericordia y no venganza”.  El viejo sinagogo se acerca: “Maestro, has resuelto todas mis preguntas y hay luz en mí. Que seas bendito. Ven a mi sinagoga. No rehúses a un pobre viejo tu palabra”. Jesús: “Iré. Vete en paz. Que el Señor sea contigo”. Mientras la multitud se va poco a poco, todo termina. (Escrito el 10 de Marzo de 1945).
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2-127-289 (2-94-790).- En «Aguas Claras».- Los discípulos del Bautista, inquietos por los informes que les dan sobre «Aguas Claras».- Testimonio del Bautista.- Jesús desvela el misterio que envuelve al Precursor.
* Testimonio del Bautista sobre Doras y sobre la «Velada».- ■ Es un serenísimo día de invierno. Sol, viento y cielo azul, sin ni siquiera la menor mancha de nubes. Son las primeras horas del día. Todavía un ligero velo de rocío, mejor dicho de escarchas, cubre cual polvo el suelo y las hierbas. Vienen en dirección a la casa tres hombres que caminan con la seguridad de quien sabe a dónde se dirige. Llegando ya, ven a Juan que atraviesa el patio cargado de cubos de agua sacados del pozo. Le llaman. Juan se vuelve, deja los cubos y les dice: “¿Vosotros aquí? ¡Bienvenidos! El Maestro se alegrará al veros. Venid, venid, antes de que llegue la gente. ¡Ahora viene mucha!…”. Son los tres pastores discípulos de Juan Bautista. Simeón, Juan y Matías van contentos detrás del apóstol. “Maestro, hay tres amigos. Mira” dice Juan entrando en la cocina donde arde alegre un buen fuego de raíces, y que expande un agradable olor a bosque y a laurel quemado. Jesús: “Paz sea con vosotros, amigos míos. ¿Cómo es que venís a verme? ¿Le ha sucedido alguna desgracia al Bautista?”. Simeón dice: “No, Maestro. Hemos venido por permiso suyo. Te saluda y dice que encomiendes a Dios el león perseguido por los arqueros. No se hace ilusiones sobre su suerte futura, aunque por ahora sigue libre, y es feliz porque sabe que tienes muchos fieles, aun los que antes eran suyos. Maestro… también nosotros tenemos el anhelo de serlo, pero… no queremos abandonarle ahora que le persiguen. Compréndenos…”. Jesús: “No solo eso, sino que os bendigo por ello. El Bautista es digno de todo respeto y amor”. Matías: “Sí. Así es. El Bautista es grande, y cada vez descuella más su figura. Se parece al agave que poco antes de morir produce el gran candelabro de la flor de siete hojas y lo ondea, y perfuma. Así es él. Y dice siempre: «Mi único deseo es volver a verle…». Verte a Ti. Nosotros hemos recogido este grito de su alma y, sin decírselo, te lo hemos venido a traer. Él es «el Penitente», «el Absteniente». Su santo deseo de verte y de oírte le consume.  Yo soy Tobías, ahora Matías. Creo que el arcángel dado a Tobías no sería distinto del Bautista; todo en él es sabiduría”. ■ Jesús: “¿Quién ha dicho que no le vuelva a ver?… Pero ¿solo por eso habéis venido? Es muy duro caminar durante esta estación. Hoy hace un día sereno, pero, hasta hace solo tres días, ¡cómo llovía por todas partes!”. Matías: “No hemos venido solo por esto. Hace algunos días vino Doras, el fariseo, a purificarse. El Bautista le negó el rito con estas palabras: «No entra el agua en donde hay una costra tan grande de pecado. Solo uno te puede perdonar: el Mesías». Y entonces  él dijo: «Iré a donde está Él. Quiero curarme. Creo que este mal es un maleficio suyo». Entonces el Bautista le arrojó de su presencia como lo habría hecho con Satanás. Él, al irse, vio a Juan (1) —le conocía desde que Juan visitaba a Jonás, con quien estaba algo emparentado— y le dijo que él vendría aquí, que todos iban, que había venido Mannaén y hasta incluso venían las… (yo digo prostitutas pero él dijo otra palabra peor). «Aguas Claras, decía, está lleno de ilusos. Ahora, si me cura y retira la maldición contra mis tierras —que están como excavadas como con máquinas de guerra por ejércitos de topos y gusanos de todas clases y animales que acaban con las semillas y roen las raíces de los árboles frutales y de las viñas y no hay nada que los venza—, me haré amigo suyo. De otro modo… ¡ay de Él!». Nosotros le respondimos: «¿Y con este corazón vas allá?». Y él contestó: «¿Pero quién cree en ese pedazo de Satanás? Además, así como convive con prostitutas, puede hacer alianza también conmigo». Nosotros queríamos venir a decírtelo, para que pudieras saber a qué atenerte con Doras”. Jesús: “Ya está todo resuelto”. Matías: “¿Ya? ¡Ah, es verdad!, que él tiene carros y caballos y nosotros tan solo las piernas. ¿Cuándo ha venido?”. Jesús: “Ayer”. Matías: “¿Y qué pasó?”. Jesús: “Lo siguiente: que si queréis ocuparos de Doras podéis ir al duelo a su casa de Jerusalén. Le están preparando para el sepulcro”. Exclaman: “¡¿Muerto?!”. Jesús: “Muerto. Aquí. Pero no hablemos de él”. Matías: “Sí, Maestro… ■ Solo… dinos una cosa. ¿Es verdad cuanto dijo Mannaén?”. Jesús: “Sí. ¿Os desagrada?”. Matías: “No, no…, nos alegra. ¡Cuánto le hemos hablado de Ti en Maqueronte! Y ¿qué quiere el discípulo sino que el Maestro sea amado? Es lo que Juan quiere, y, con él, nosotros”. Jesús: “Hablas bien Matías. La sabiduría está contigo”. Matías: “Y… yo no lo creo, pero ahora la hemos visto… a esa mujer. Vino también a nosotros buscándote a Ti antes de los Tabernáculos. Le dijimos: «A quien tú buscas no está aquí, pero pronto estará en Jerusalén, para los Tabernáculos». Eso le dijimos, porque el Bautista nos había dicho: «¿Veis a esa  pecadora?: es una costra de inmundicia; pero lleva dentro una llama que hay que alimentar; así, se avivará de tal modo que saldrá impetuosamente de la costra y arderá toda. Cederá la inmundicia y quedará solamente la llama». Eso dijo. Pero… ¿es verdad que duerme aquí, como han venido a decirnos dos influyentes escribas?”. Jesús: “No. Está en una de las caballerizas del encargado, más o menos a un estadio de aquí”. Matías: “¡Lenguas infernales! ¿Oíste? ¡Y ellos…!”. Jesús: “Déjalos que hablen. Los buenos no creen en sus palabras, sino en mis obras”. Matías: “Esto lo dice también Juan”.
* Testimonio del Bautista: “Yo no soy el Mesías, sino el que ha sido mandado delante de Él para prepararle el camino. Es necesario que Él crezca y que yo disminuya. Quien viene del Cielo está por encima de todos”.- ■ Matías continúa diciendo a Jesús: “Hace unos días, algunos discípulos suyos, le dijeron en nuestra presencia: «Rabí, Aquel que estaba contigo al otro lado del Jordán, del que tú diste testimonio, ahora bautiza y todos van a Él; te vas a quedar sin fieles». A lo que Juan respondió: «¡Bienaventurado mi oído, que oye esta noticia! No sabéis qué alegría me proporcionáis. Tened en cuenta que el hombre no puede tomar nada si no le es dado del Cielo. Vosotros podéis testificar que dije: ‘Yo no soy el Mesías, sino el que ha sido mandado delante de Él para prepararle el camino’. El hombre justo no se apropia un nombre que no es suyo, y, aunque otro hombre quisiera alabarle diciéndole: ‘Eres ése’, es decir: el Santo, él responde: ‘¡No, en verdad, no!; yo soy su siervo’. ■ Y de todas formas se alegra mucho de ello, porque dice: ‘Se ve que me asemejo a Él un poco, si el hombre me puede confundir con Él’. Y, ¿qué desea la persona que ama sino parecerse a su amado? Solo la esposa goza del esposo. El paraninfo no podría gozar de ella, porque sería una inmoralidad y un hurto. Pero el amigo del novio, que está cerca de él y escucha su palabra llena de júbilo nupcial, experimenta una alegría tan grande que podría compararse a la que hace feliz a la virgen casada con él, la cual en aquella palabra empieza a degustar la miel de las palabras nupciales. Esta es mi  alegría y es completa. ¿Qué otra cosa hace el amigo del novio, después de  haberle servido durante meses y habiéndole conducido a la esposa hasta el hogar? Se retira y desaparece. ¡Así hago yo! Uno solo queda, el esposo con la esposa: el Hombre con la Humanidad. ¡Oh, qué palabra más profunda! ■ Es necesario que Él crezca y que yo disminuya. Quien viene del Cielo está por encima de todos. Patriarcas y Profetas desaparecen a su llegada, porque Él es como el Sol, que todo ilumina y su luz es tan fuerte que los astros y planetas, que no tienen luz propia, se revisten de ella, y los que aún no están apagados desaparecen en el supremo resplandor del Sol. Esto sucede porque Él viene del Cielo, mientras los Patriarcas y Profetas irán al Cielo, pero del Cielo no vienen. Quien viene del Cielo es superior a todos, y anuncia lo que ha visto y oído. Pero ninguno de entre los que no tienden al Cielo, renegando por ello de Dios, podrá aceptar su testimonio. Quien acepta el testimonio del que ha bajado del Cielo, demuestra, con este acto suyo de creer, que Dios es verdadero y no una fábula exenta de verdad, y escucha a la Verdad porque su ánimo está deseoso de ella. Porque aquel a quien Dios ha enviado pronuncia palabras de Dios, pues Dios le da el Espíritu con plenitud, y el Espíritu dice: ‘Heme aquí. Tómame, que quiero estar contigo, Tú, delicia de nuestro amor’. Porque el Padre ama al Hijo sin medida y todas las cosas las ha puesto en su mano. Por eso quien cree en el Hijo tiene la vida eterna; mas quien se niega a creer en el Hijo, no verá la Vida, y la cólera de Dios permanecerá en él y sobre él». ■ Esto dijo. Estas palabras me las he grabado en la memoria para repetirlas”. Jesús: “Te alabo y te doy las gracias por ello».
* “El último Profeta de Israel, por haber sido adornado de dones divinos desde el vientre de su madre, es el que más se acerca al Cielo… También en esto fue Precursor: precedió a los redimidos, porque de seno a seno se derramó la Gracia, y penetró, y cayó la Culpa de Origen del alma del niño”.- ■ Jesús prosigue: “El último Profeta de Israel no es aquél que desciende del Cielo, pero, por haber sido adornado de dones divinos desde el vientre de su madre —vosotros no lo sabéis, pero Yo os lo digo— es el que más se acerca al Cielo”. Los tres pastores se muestran ansiosos de saber, así como también los discípulos: “¿Qué cosa? ¿Qué cosa? ¡Cuenta!… Él dice de sí mismo: «Yo soy el pecador»”. Jesús: “Cuando mi Madre me llevaba, a mí-Dios en su vientre, fue a servir —porque es la humilde y amorosa—, a la madre de Juan, prima de ella por parte de su madre, que había quedado embarazada en su vejez. El Bautista tenía ya su alma, porque era el séptimo mes de su formación (2). Y este germen de hombre encerrado en el seno materno, saltó de alegría al oír la voz de la Esposa de Dios  ■ También en esto fue Precursor: precedió a los redimidos, porque de seno a seno se derramó la Gracia, y penetró, y cayó la Culpa de Origen del alma del niño. Por ello Yo os digo que sobre la tierra hay tres que son poseedores de la Sabiduría, del mismo modo que en el Cielo Tres son los poseedores de la Sabiduría: el Verbo, la Madre, y el Precursor, en la Tierra; el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo, en el Cielo”. Matías: “Nuestro corazón está lleno de estupor… Casi como cuando se nos dijo: «Ha nacido el Mesías…». Porque eres Tú el abismo de la Misericordia y este Juan nuestro es el abismo de la humildad”. Jesús: “Y mi Madre es el abismo de la Pureza, de la Gracia, de la Caridad, de la Obediencia, de la Humildad, de toda virtud que sea de Dios y que Dios infunde en sus santos”. (Escrito el 11 de Marzo de 1945).
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1  Nota  : Se trata  del pastor  Juan.   2  Nota  : “Tenía su alma,  porque estaba  en el séptimo mes de su formación”. Esta afirmación no excluye que el alma sea infundida el primer instante de la concepción. Lo que parece más bien, es que quiere rechazar la opinión de que el individuo reciba su alma en el momento del nacimiento o, incluso, después de haber nacido. La sacralidad de la vida humana, desde su concepción se afirma en esta Obra. Como muestra, se ofrecen estas dos frases de Jesús pronunciadas en otros episodios de la Obra: 1) “Si, matando a la madre, mato también a su fruto, entonces Dios me pedirá cuentas de dos seres, porque el vientre que engendra a un nuevo hombre, según el mandamiento de Dios, es sagrado, como es sagrada la pequeña vida que en aquél va madurando, a la que Dios ha dado un alma”. 2) “Y ahora escuchadme vosotras, mujeres, que calladas y sin castigo alguno asesináis tantas vidas. Separar de vuestro seno un fruto que crece en él, por el hecho de que provenga de culpable simiente, o porque sea un vástago no deseado, una carga a vuestro lado, o una carga para vuestra economía, también es matar”.
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2-128-299 (2-95-800).- «En Aguas Claras».- J. Iscariote pide a Jesús que se le mande a Jerusalén en busca de noticias, acompañado de Simón Zelote y Juan.
* “El uno me frena, el otro me purifica hasta en el pensamiento”.- ■ Jesús se queda a pasear por el sol que inunda la era hasta que se le acerca Iscariote: “Maestro, no estoy tranquilo…”. Jesús: “¿Por qué, Judas?”. Iscariote: “Por los de Jerusalén… Yo los conozco. Déjame ir allí algunos días. No te digo que me mandes solo; es más, te ruego que no sea así. Mándame con Simón y Juan, que fueron muy buenos conmigo en el primer viaje a la Judea. El uno me frena, el otro me purifica hasta en el pensamiento. ¡No te puedes imaginar lo que significa Juan para mí!: es un rocío que calma mis ardores y aceite sobre mis aguas agitadas… Créelo”. Jesús: “Lo sé. No te debes por lo tanto admirar de que Yo le quiera tanto. Es mi paz. Pero tú también, si eres siempre bueno, serás mi consuelo. Si usas los dones de Dios —y tienes muchos— para el bien, como estás haciendo desde hace algunos días, llegarás a ser un verdadero apóstol”. ■ Iscariote: “¿Y me amarás como amas a Juan?”. Jesús: “Yo te amo igualmente, Judas; solo que entonces te amaré sin preocupación y dolor”. Iscariote: “¡Oh, Maestro mío! ¡Qué bueno eres!”. Jesús: “Ve a Jerusalén, aunque no servirá de nada. Pero no quiero quitarte tu deseo de ayudarme. Lo diré inmediatamente a Simón y a Juan. Vamos. ¿Ves cómo sufre tu Jesús por ciertas culpas? Son como uno que ha levantado un peso demasiado fuerte. No me des jamás este dolor. Nunca más…”. Iscariote: “No, Maestro. No. Te amo. Lo sabes… pero soy débil…”. Jesús: “El amor fortalece”. Entran en la casa y todo termina. (Escrito el 12 de Marzo de 1945).
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(<Después de unos días de ausencia, Juan Zebedeo, Simón Zelote e Iscariote vuelven con noticias de Jerusalén. Son noticias preocupantes. Traen también consigo algunos detalles enviados por las mujeres de los apóstoles y una carta para Jesús de su Madre. En la carta le recuerda que hace ya un año que no está con Ella; que recibe noticias que hablan de Él; unos le bendicen, otros le maldicen; incluso que su primo José de Alfeo, en un viaje reciente a Jerusalén, fue amenazado y detenido por los hombres del Gran Consejo. Ante estas noticias…>)
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2-133-329 (2-100-834).- Jesús debe abandonar «Aguas Claras» y va a Betania.
* “Como la luna en sus fases, así en esta religión habrá fases crecientes, llenas, decrecientes”.- ■ Pedro grita: “¡Hasta esa casa llegan esos desvergonzados!”. Y Judas Tadeo exclama: “José… podía haberse guardado para sí lo sucedido. ¡Pero le ha llenado de satisfacción el poder comunicárselo!”. Enjuicia Felipe: “Gritos de hiena no infunden temor a los vivos”. Iscariote dice: “Lo malo es que no son hienas, sino tigres. ¡Buscan una presa viva!”. Y volviéndose a Zelote: “Di todo lo que hemos sabido”. Zelote: “Sí, Maestro. El temor de Judas estaba justificado. Fuimos a casa de José de Arimatea y de Lázaro que son abiertos amigos tuyos. Luego Judas y yo, —como si yo fuese un amigo suyo de la infancia— fuimos a casa de algunos amigos suyos de Sión… Bueno, pues José y Lázaro te dicen que te dejes este lugar enseguida y vayas donde ellos durante estas fiestas. Cede, Maestro; es por tu bien. ■ Además los amigos de Judas dijeron: «Mira que ya está decidido ir a sorprenderle para acusarle. Precisamente en estos días de fiesta en que no hay gente. Que se retire por algún tiempo, para engañar a estas víboras. La muerte de Doras ha estimulado su veneno y su miedo, porque además de sentir odio tienen miedo. Y el miedo les hace ver lo que no existe y el odio les hace incluso mentir»”. Iscariote: “¡Todo, pero es que saben todo de nosotros! ¡Es una cosa odiosa! ¡Y todo alteran. Todo exageran! Y, cuando creen que no haya bastante razón para maldecir, se lo inventan. Tengo náuseas y me siento abatido. Me llegan ganas de expatriarme, de irme… no sé… lejos, fuera de este Israel que es todo un pecado…”. Se le ve deprimido a Iscariote.  Jesús: “Judas, Judas… una mujer para dar al mundo a un hombre, trabaja por nueve lunas. Tú, para dar al mundo el conocimiento de Dios ¿querrías emplear menos tiempo? No nueve lunas, sino millares de lunas serán necesarias; del mismo modo que la luna nace y muere cada mes, apenas acabada de nacer, luego llena, luego menguada… así sucederá siempre en el mundo, mientras exista: habrá fases crecientes, llenas y decrecientes, de religión. Mas, aun cuando parezca muerta, tendrá vida, como la luna, que existe aun cuando parece que se haya extinguido. Y quien haya trabajado en esta religión, conseguirá mérito completo, a pesar de que solo una escasa minoría de almas fieles quede sobre la tierra. ¡Venga! ¡Venga! ¡Nada de fáciles entusiasmos en los triunfos ni de fáciles depresiones en las derrotas!”. ■ Apóstoles, unos y otros: “No obstante… vete de aquí. Nosotros no somos todavía fuertes. Pensamos que ante el Sanedrín tendríamos miedo. Yo al menos…  De los otros no sé… creo que es una imprudencia el probarlo. No tenemos el corazón de los tres jóvenes de la corte de Nabucodonosor”. “Sí, Maestro. Es mejor”. “Es prudente”. “Judas tiene razón”. “Ves que también tu madre y familiares…”. “Y Lázaro y José…”. “Hagámosles venir en vano…”.  Jesús abre los brazos y dice: “Sea como queréis. Pero luego se vuelve aquí. Veréis cuántos vienen. Yo ni fuerzo ni tiento vuestra alma. Sé que todavía no está preparada…”.
* No es este el momento de que nos capturen, y no nos capturarán. Bien entrada la noche, con el claro de la luna, iremos hacia Doco y luego a Betania”.-Jesús: “Bueno… veamos los trabajos que han hecho las mujeres”. Todos, con ojos alegres y voces de alegría extraen de las alforjas los paquetes con los vestidos, sandalias y los alimentos que enviaron las mamás y las esposas, y tratan de interesar a Jesús a que admire tanto favor de Dios, pero Él sigue triste y distraído. Lee una y otra vez la carta materna. Se ha retirado con una lamparita al rin­cón más alejado de la mesa en que están la ropa, las manzanas, recipientes de metal, pequeños quesos… y, haciendo con una mano de vi­sera para los ojos, parece meditar, pero en realidad está sufriendo. Pedro, que está rebosante de alegría, con los brazos cargados de sus tesoros, dice: “Mira, Maestro, mi esposa, ¡pobrecilla!, ¡qué prenda tan linda, y qué manto con capucha me ha hecho! Quién sabe lo que le habrá cos­tado hacerlo, porque no es tan experta como tu Madre”. Cortésmente dice Jesús: “Bonitos. Sí, bonitos. Es una esposa excelente”… pero con los ojos lejanos de las cosas que le presentan. Santiago de Zebedeo dice: “A nosotros nuestra madre nos ha hecho dos túnicas dobles. ¡Pobre mamá! ¿Te gustan, Jesús? Es un color bonito, ¿no es verdad?” Jesús: “Muy bonito, Santiago; te estará bien”. Judas de Alfeo dice: “Mira, estoy seguro de que estos cinturones los ha hecho tu Ma­dre; es Ella la que borda así. Y este velo doble para cubrir del sol yo también digo que lo ha hecho María; es igual que el tuyo. La túnica no; ciertamente ha sido nuestra madre la que la ha confeccionado. ¡Pobre mamá! Después de tanto como ha llorado este verano, ve me­nos y frecuentemente se le rompe el hilo. ¡Qué buena es!”, y besa la gruesa túnica de color rojo-marrón. ■ Bartolomé por fin observa: “No estás alegre, Maestro. Ni siquiera miras lo que te han mandado”. Simón Zelote dice: “No puede estarlo”. Jesús les dice: “Estoy pensando… Pero… Volved a hacer los paquetes. Ponedlo todo en orden. No es este el momento de que nos capturen, y no nos capturarán. Bien entrada la noche, con el claro de la luna, iremos hacia Doco y luego a Betania”. “¿Por qué a Doco?”. Jesús: “Porque allí hay una mujer que se está muriendo y espera de mí la curación”. Andrés dice: “¿No pasamos por casa del administrador?”. Jesús: “No, Andrés, por ningún sitio. Así nadie tiene por qué mentir diciendo que no sabe dónde estamos. Si vuestra preocupación es que no nos persigan, la mía es no crear complicaciones a Lázaro”. Andrés: “Pero Lázaro te espera”. Jesús: “Y vamos donde él. o, mejor,… Simón, ¿me hospedas en la casa de tu viejo siervo?”. Zelote: “Con mucho gusto, Maestro. Tú ya sabes todo. Por tanto, puedo decirte en nombre de Lázaro, de mí mismo y de quien vive en ella, que esa casa es tuya”. Jesús: “Vamos. Rápido. Para estar en Betania antes del sábado”.
* Andrés, preocupado por la suerte de la «Velada»: recibe el encargo de avisar de la partida y del pronto regreso.- ■ Y, mientras todos se dispersan, con lámparas, para hacer lo que la imprevista partida requiere, Jesús se queda solo. Vuelve Andrés, se acerca a su Jesús y dice: “¿Y esa mujer? Me duele abandonarla ahora que parecía que iba a venir… Es prudente… ya lo has visto…”. Jesús: “Vete a decirle que dentro de un tiempo volveremos y que mientras tanto recuerde tus palabras…”. Andrés: “Las tuyas, Señor. Yo he dicho sólo las tuyas”. Jesús: “Ve. Date prisa. Y mira que ninguno te vea. Verdaderamente,  en este mundo de malos, deben tomar la apariencia de pérfidos quienes son inocentes…”. Todo me cesa aquí, en esta gran verdad. (Escrito el 18 de Marzo de 1945).
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(<Ya están en Betania, después de pasar por Doco>)
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2-135-336 (2-102-843).- En Betania, Magdalena, oculta tras un seto, oye el discurso de Jesús.
* ¡Oh, Marta!… Aunque viniera a burlarse de Mí, dejadla en paz, os lo digo. No es ella. Es el que la posee quien la hace instrumento de turbación. Pero aquí hay Uno que es más fuerte que su amo. Ahora la lucha está entre él y Yo, directamente”.- ■ Llega al improviso Maximino, que precede en unos metros a Lázaro. “Maestro… me dijo Simón… que Tú vas a su casa… Le va a dar dolor a Lázaro… pero se comprende”. Jesús: “Luego hablaremos de ello. ¡Oh, amigo mío!”. Jesús se acerca rápido a Lázaro, el cual parece sentirse violento, y le besa en las mejillas. Han llegado entre tanto a un caminito que conduce a una casita situada entre otros terrenos de árboles frutales y el de Lázaro. Éste dice: “Entonces ¿estás decidido a ir a casa de Simón?”. Jesús: “Sí, amigo mío. Traigo a todos mis discípulos y prefiero sea así…”. A Lázaro le desagrada esta determinación pero no replica; solo se vuelve a la pequeña aglomeración de gente que los sigue y dice: “Idos, el Maestro tiene necesidad de descanso”. Aquí me convenzo de la autoridad que tiene Lázaro. Todos se inclinan al oír sus palabras. Se retiran mientras Jesús les manda un dulce saludo: “La paz sea con vosotros. Os avisaré cuando predique”. ■ Lázaro, ahora que están solos, adelantados respecto a los discípulos, los cuales, algunos metros más atrás, vienen hablando con Maximino, dice: “Maestro… Marta está hecha un mar de lágrimas. Por esto no vino, pero luego vendrá. Yo lloro solo en mi corazón. Pero hay que reconocer que es justo. Si hubiéramos pensado que ella venía… pero jamás viene a las fiestas… Sí… jamás viene… Yo digo: precisamente hoy tenía que traerla aquí el demonio”. Jesús: “¿El demonio? ¿Por qué no pudo ser su ángel por órdenes de Dios? Pero créeme, que aunque ella no hubiese estado aquí de todas formas Yo hubiera ido a la casa de Simón”. Lázaro: “¿Por qué, Señor mío? ¿No te dio paz mi casa?”. Jesús: “Tanta, que después de Nazaret es mi lugar preferido. Pero respóndeme: ¿por qué me dijiste: «Sal de Aguas Claras?». Por las asechanzas que se acercan. ¿No es así? Por esto entro a tierras de Lázaro pero no quiero que Lázaro sea insultado en su casa. ¿Crees que te respetarían? Con tal de pisotearme pasarían sobre el Arca Santa… déjame por lo menos ahora. Luego vendré. Por otra parte nadie me prohíbe que venga a comer a tu casa y que tú vengas a donde Yo estoy. Deja que se diga: «Está en casa de un discípulo suyo»”. ■ Lázaro: “¿Y yo no lo soy?”. Jesús: “Tú eres el amigo. Es más que discípulo para el corazón. La malicia no entiende eso. Déjame hacer las cosas como Yo quiero. Lázaro, esta casa es tuya… pero no es tu casa, la hermosa y rica casa del hijo de Teófilo, y, para los pedantes, eso cuenta mucho”. Lázaro: “Tú hablas así… pero ¿por qué? Es a causa de ella ¿no es así? Yo estaba ya casi decidido a perdonar… pero si ella es causa de que Tú te apartes, ¡vive Dios que la odiaré!”. Jesús: “Y me perderás para siempre. Desecha ese pensamiento enseguida o ahora mismo me pierdes. ■ Aquí viene Marta. La paz sea contigo, mi buena hospitalaria”. Marta, arrodillada, llora y dice: “¡Oh, Señor!”. Se ha bajado el velo, que lleva sobre el peinado hecho en forma de corona, para no mostrar mucho su llanto a los extraños. Pero, a Jesús no piensa ocultárselo. Jesús: “¿Por qué este llanto? ¡Verdaderamente estás malgastando esas lágrimas! Hay muchas razones para llorar, y para hacer de las lágrimas un objeto precioso. ¡Pero llorar por este motivo!… ¡Oh, Marta! Parece que te olvidas quién soy Yo. Del hombre, como sabes, no tengo más de lo que se ve. Mi corazón es divino, y palpita como divino. ¡Vamos! Levántate y entra en casa… Y en cuanto a ella, dejadla en paz. Aunque viniera a burlarse de Mí, dejadla en paz, os lo digo. No es ella. Es el que la posee quien la hace instrumento de turbación. Pero aquí hay Uno que es más fuerte que su amo. Ahora la lucha está entre él y Yo, directamente. Vosotros rogad, perdonad, tened paciencia y creed. Ninguna otra cosa.  ■ Entran en la casita (es una pequeña casa cuadrada rodeada de un pórtico que la hace más extensa). Dentro hay cuatro habitaciones, divididas por un pasillo en forma de cruz. Una escalera, exterior como de costumbre, conduce a la parte alta del pequeño pórtico, que, por tanto, aquí es una terraza, que da acceso a una amplia estancia de las mismas dimensiones que la casa; en el pasado probablemente destinada para provisiones, ahora está enteramente libre y limpia, absolutamente vacía. Simón que está al lado del anciano siervo, —que oigo que le llaman José—, al ofrecer su casa dice: “Aquí se podría hablar a la gente, o también comer… como tú quieras”. Jesús: “Vamos a pensarlo. Y ahora ve a decir a los demás que, después de la comida,  puede venir gente. No defraudaré a los buenos de este lugar”. Zelote: “¿A dónde digo que vayan?”. Jesús: “Que vengan aquí. El día está templado. El lugar está protegido de los vientos. Al huerto, como no tiene fruta, la gente no le puede hacer ningún daño. Hablaré aquí desde la terraza. Ve a decirlo”.
* Jesús y Lázaro hablan sobre los sucesos de «Aguas Claras».- ■ Se quedan solos Lázaro y Jesús. Marta, —de nuevo la “buena hospitalaria” al tener que ocuparse de atender a tantas personas— trabaja abajo con los criados y con los mismos apóstoles disponiendo lo necesario para las mesas y para el descanso. Jesús pone un brazo sobre los hombros de Lázaro, y le conduce fuera de la sala, a pasear por la terraza que rodea la casa, bajo un bello sol que entibia el día, y, desde arriba mira a los siervos que trabajan y a los discípulos, y envía una sonrisa a Marta que va y viene pero sin la cara de congoja que antes tenía. Mira también el hermoso panorama que rodea el lugar, y nombra con Lázaro diversos lugares y  personas para terminar preguntando a quemarropa: ■ “¿Entonces, la muerte de Doras fue como agitar una vara dentro del nido de víboras?”. Lázaro: “¡Oh, Maestro! Me ha contado Nicodemo que fue una de las sesiones más violentas a que haya asistido en el Sanedrín”. Jesús: “¿Qué cosa hice para que el Sanedrín se inquietara? Doras, murió por sí mismo, a la vista de todo el pueblo, muerto de ira. No permití que se faltase al respeto a su cadáver. Por tanto…”. Lázaro: “Tienes razón. Pero ellos… están locos de miedo. Y… ¿sabes que han dicho que hay que pillarte en pecado para poder matarte?”. Jesús: “¡Oh! Si es por eso, ¡ni te preocupes! ¡Tendrán que esperar hasta la hora de Dios!”. Lázaro: “¡Pero, Jesús! ¿Sabes de quién se habla? ¿Sabes de qué son capaces los fariseos y escribas? ¿Sabes qué alma tiene Anás? ¿Sabes quién es su segundo? ¿Sabes?… pero ¿qué estoy diciendo? ¡Tú sabes! Y, por eso, es inútil que te diga que inventarán el pecado para poder acusarte”. Jesús: “Ya lo encontraron. He hecho más de lo que necesitan. He hablado a los romanos, he hablado a los pecadores… ■ Sí, a pecadoras, Lázaro. Una —no mires con esa cara de espanto—… una siempre, fue a oírme y se aloja en uno de los establos de tu administrador, porque se lo pedí, porque, para que estuviera cerca de Mí, se había establecido en una pocilga…”. Lázaro, estupefacto, parece una estatua. Ni se mueve. Mira a Jesús como a quien ve algo sumamente raro. Jesús sonriente le zarandea y pregunta. “¿Has visto a Satanás?”. Lázaro: “No… He visto a la Misericordia. Pero… lo entiendo. Esos, los del Consejo, no. Dicen que es pecado. ¡Luego es verdad! Creía… ¡Oh! ¿qué has hecho?”. Jesús: “Mi deber, mi derecho y mi deseo: buscar y redimir a un alma caída. Por esto podrás ver que tu hermana no será el primer fango al que me acerque y sobre el que me incline y no será la última. Quiero sembrar en el fango flores y quiero que nazcan flores del bien”. Lázaro: “¡Oh! ¡Dios mío!… Pero… ¡Oh Maestro mío! Tú, tienes razón. Estás en tu derecho, es tu deber y es tu deseo. Pero, las hienas no comprenden esto. Son carroña tan fétida, que no sienten el olor, no pueden sentir el perfume de los lirios, y hasta en donde éstos florecen, ellos, esas poderosas carroñas, sienten olor de pecado; no comprenden que proviene de su cloaca… Te lo ruego, no estés en un lugar por mucho tiempo; vete de acá para allá sin darles la posibilidad de encontrarte…”.
* Magdalena, oculta, oye a Jesús: “Van como enfermas, buscando a tientas amor, y encuentran toda clase de amores, todo lo asqueroso que el hombre así ha bautizado, pero no encuentran al Amor; porque el amor es Dios y no el oro, ni los placeres, ni el poder”.- ■ …Y la visión se reanuda cuando Jesús sube de nuevo a la terraza para hablar a la gente que, de Betania y de lugares circunvecinos, ha acudido a escucharle. “La paz sea con vosotros. Aun cuando yo callara, los vientos de Dios llevarían hasta vosotros las palabras de mi amor y las del odio de otros. Sé que estáis turbados porque no desconocéis el por qué de que Yo esté entre vosotros. Pero no hagáis otra cosa que alegraros y bendecir conmigo al Señor, que emplea el mal para dar un motivo de alegría a sus hijos, conduciendo de nuevo a su Cordero, aguijoneado por el mal, a donde los otros corderos, para ponerle al seguro contra los lobos. Ved qué bueno es el Señor. Al lugar en que me encontraba llegaron, como aguas a un mar, un río y un riachuelo. Un río de amorosa dulzura, un riachuelo de punzante amargura. El primero era vuestro amor, desde Lázaro y Marta al último del pueblo; el riachuelo era el injusto rencor de quien, no pudiendo ir al Bien que le llama, acusa al Bien de ser Pecado. Y el río decía: «Vuelve, vuelve con nosotros. Que nuestras olas te circunden, te aíslen, te defiendan, te den todo aquello que el mundo te niega». El riachuelo malvado lanzaba amenazas y quería matar con su veneno. Mas, ¿qué es un riachuelo comparado con un río?, ¿qué, comparado con un mar? Nada. Como a nada ha quedado reducido el veneno del riachuelo, porque el río de vuestro amor lo ha superado de tal modo, que al mar de mi amor no ha llegado sino la dulzura de vuestro amor. Podríamos decir aún más: ha producido un bien. Me ha traído de nuevo con vosotros. Bendigamos por ello al Señor Altísimo”. ■ La voz de Jesús se expande, poderosa, por el aire tranquilo y silencioso. Jesús, lleno de hermosura bajo el sol, desde lo alto de la terraza, gesticula y sonríe sereno. Abajo, la gente escucha beata: son como un floreado de rostros alzados sonriendo a la armonía de su voz. Lázaro está cerca de Jesús, como también Simón y Juan. Los demás están diseminados entre la multitud. Sube también Marta y se sienta en el suelo a los pies de Jesús, mirando hacia su casa, que se ve más allá de los árboles frutales… ■ Lázaro: “Mi hermana, Jesús… ¡oh!”. Lázaro descubre a María que se escurre detrás de un seto del huerto de Lázaro para acercarse lo más posible. Camina agachada, pero su rubia cabellera brilla como oro contra el boj oscuro. Marta hace ademán de levantarse, pero Jesús le pone la mano sobre la cabeza y debe quedarse donde está. Todavía más fuerte levanta Jesús su voz: “¿Qué decir de estos infelices?  Dios les ha dado tiempo de hacer penitencia y ellos lo emplean en pecar. Dios no los pierde de vista, aunque parezca que lo haga. Llega el momento en que, o bien porque, cual rayo capaz de penetrar incluso en la roca, el amor de Dios hiende y desgarra su duro corazón, o bien porque la suma de sus delitos hace llegar el nivel de su cieno hasta introducirse en su boca y en su nariz —y perciben, sí, al fin perciben la náusea de ese sabor y de ese hedor que da asco a los demás y que llena su corazón— llega el momento en que ello les produce náusea y brota un movimiento de deseo por el bien. Entonces el alma grita: «¿Quién me concediera volver a ser como antes, cuando estaba yo en amistad con Dios, cuando su luz resplandecía en mi corazón y caminaba yo bajo sus rayos, cuando, al ver mi recto proceder, el mundo, admirado, guardaba silencio, y quien me veía me llamaba bienaventurado? El mundo bebía mi sonrisa, y mis palabras eran aceptadas cual palabras de ángel y saltaba de orgullo el corazón de mis familiares. ‘Y ahora, ¿qué soy? Motivo de burla de los jóvenes, horror de los ancianos, tema de sus cantares, el esputo de su desprecio baña mi cara’» (1). Sí, así habla en ciertas horas el alma de los pecadores, de los verdaderos Job, porque no hay miseria mayor que ésta, la de quien ha perdido para siempre la amistad de Dios y su Reino. Inspiran tan solo piedad. Piedad tan solo. Son pobres almas que, por ociosidad o por ligereza, han perdido al eterno Esposo. «De noche, en mi lecho, busqué el amor de mi alma y no lo encontré» (2). De hecho en las tinieblas no se puede reconocer al esposo, y el alma aguijoneada por el amor, sin saber qué hacer porque está rodeada de la noche espiritual, busca y trata de encontrar un alivio a su tormento. Cree poder encontrarlo en cualquier amor. ¡No! Uno solo es el amor del alma: Dios. Van buscando amor estas almas a las que el Amor de Dios aguijonea. Bastaría con que admitieran la luz en ellas para que el amor fuera su consorte. Van como enfermas, buscando a tientas amor, y encuentran toda clase de amores, todo lo asqueroso que el hombre así ha bautizado, pero no encuentran al Amor; porque el amor es Dios y no el oro, ni los placeres, ni el poder. ¡Pobres, pobres almas! Si, menos ociosas, se hubiesen puesto en pie al oír la invitación del Esposo eterno, al oír a Dios que dice: «Sígueme», a Dios que dice: «Ábreme», no habrían llegado tarde a abrir la puerta, con el ímpetu de su amor despertado, cuando, desilusionado, el Esposo ya estaba lejos y había desaparecido… Y no habrían profanado ese ímpetu santo de una necesidad de amor en un lodazal que, por su hediondez, causa repugnancia hasta a un animal inmundo; sembraron cardos que no eran flores, sino solo pinchos, pinchos que punzan, y que no sirven de corona. Y no habrían conocido las burlas de todos aquellos que, cual guardias de ronda, como Dios, pero por motivos opuestos, no pierden de vista al pecador y lo acechan para burlarse de él y criticarle. ¡Pobres almas maltratadas, expoliadas, heridas por todos! Tan solo Dios no acude a esta lapidación de cruel escarnio; es más, vierte sus lágrimas para curar de las heridas y para volver a vestir con vestidura diamantina a su criatura. Siempre su criatura… Solo Dios… y los hijos de Dios con el Padre. ■ Bendigamos al Señor. Él quiso que, por los pecadores, Yo debiera volver aquí para deciros: «Perdonad, perdonad siempre. Convertid todo mal en bien. Haced que una ofensa se convierta en  gracia». No os digo solo «haced»; os digo: imitad mi modo de obrar. Yo amo y bendigo a mis enemigos porque por ellos he podido volver a vosotros, amigos míos. La paz sea con vosotros”. La gente agita velos y ramas en dirección de Jesús, y luego, lentamente, se van alejando.
* “Es el secreto del Redentor y de los redentores: tener paciencia, bondad, constancia, y oración. Nada más”.- ■ Lázaro dice: “¿Habrán visto a esa desvergonzada?”. Jesús: “No, Lázaro. Estaba detrás del seto y bien escondida. Podíamos verla, porque estábamos en lo alto. Los otros no”. Lázaro: “Había prometido que…”. Jesús: “¿Por qué no podía venir? ¿No es también ella una hija de Abraham? Quiero que vosotros hermanos, discípulos, me juréis que no haréis ninguna alusión a ella. Dejadla en paz. ¿Que se reirá de Mí? Dejadla. ¿Que llorará? Dejadla. ¿Que querrá quedarse? Dejadla. ¿Tendrá ganas de huir? Dejadla. ■ Es el secreto del Redentor y de los redentores: tener paciencia, bondad, constancia, y oración. Nada más Todo gesto sobra ante ciertas enfermedades… y ciertos tocamientos son insufribles… Adiós amigos, me quedo a orar. Cada uno vaya a sus tareas. Y que Dios os acompañe”. Todo termina (Escrito el 21 de Marzo de 1945).
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1  Nota  : Cfr. Job  29,1-30,10.   2  Nota  : Cfr.  Cantar 3,1.
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(<Después de celebrar la fiesta de las Encenias en casa de Lázaro, Jesús y los suyos emprenden el regreso a «Aguas Claras»>)
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2-137-355 (2-104-862).- Regreso a «Aguas Claras» pero deben abandonar el lugar.
* “Andrés, jamás la plegaria hecha con este motivo (salvar un alma) se pierde”.- ■ Jesús atraviesa con sus discípulos las llanuras de «Aguas Claras». El día está lluvioso y todo está desierto. Es más o menos mediodía, porque cuando logra el sol abrirse paso entre los resquicios de las nubes, envía sus rayos perpendiculares. Jesús va hablando con Iscariote y le da el encargo de ir al pueblo para comprar lo más necesario. Cuando se queda solo, se le junta Andrés, y siempre tímido, dice en voz baja: “¿Quieres escucharme, Maestro?”. Jesús: “Sí, ven adelante conmigo” y alarga el paso seguido de su discípulo, adelantándose algunos metros respecto a los demás. Andrés, apenado, le dice: “¡La mujer ya no está, Maestro!”. Y explica: “La pegaron y huyó. Iba herida y sangrando. El administrador la vio. Me adelanté, diciendo que iba a ver si nos habían tendido alguna insidia, pero la verdad es que quería ir enseguida a donde estaba ella. ¡Tantas esperanzas tenía de traerla a la luz! ¡Mucho he orado por ella en estos días!… ¡Ahora ha huido! Se perderá. Si supiese en dónde está, la iría a buscar… No lo diría a los demás, pero a Ti, sí, porque me entiendes. Tú sabes que en esta búsqueda no hay pasión alguna, sino un deseo, ¡oh!, un deseo tan grande que se hace tormento, de salvar a una hermana mía…”. ■  Jesús: “Lo sé, Andrés, y te digo: aun cuando las cosas se han presentado así, tu deseo se cumplirá. Jamás la plegaria hecha con ese motivo se pierde. Dios la escucha y ella se salvará”. Andrés: “Si Tú eres quien lo dice… ¡Mi dolor se mitiga!”.
* El don del verdadero apóstol.-Jesús: “¿No querrías saber qué es de ella? ¿No te interesa ni siquiera el no ser tú el que la conduzca a Mí? ¿No me preguntas cómo lo hará?”. Jesús sonríe dulcemente, con un esplendor de luz en sus azules pupilas que miran al apóstol que va caminando a su lado. Una de esas sonrisas y de esas miradas que son uno de los secretos de Jesús para conquistar los corazones. Andrés con sus dulces ojos castaños lo mira y dice: “Me basta saber que vendrá a Ti. Que sea otro o yo, no me importa. ¿Cómo sucederá? Tú lo sabes y no tengo necesidad yo de saberlo. Tengo la promesa y me siento feliz”. Jesús le pasa el brazo por los hombros y lo trae a Sí dándole un abrazo afectuoso, que transporta al buen Andrés en éxtasis y en esta forma sigue hablando: “Este es el don del verdadero apóstol. Mira, amigo: tu vida y la de los futuros apóstoles será siempre así. Algunas veces sabréis que fuisteis «los salvadores». Pero muchas veces salvaréis las almas sin saber siquiera que salvasteis las almas que más queríais que se salvasen. Sólo en el Cielo veréis venir a vuestro encuentro o subir al Rey Eterno a quienes salvasteis. Algunas veces lo sabréis en la Tierra. Son las alegrías que os infundo para dar un vigor mucho mayor para buscar nuevas conquistas. ¡Bienaventurado será el sacerdote que no tenga necesidad de estos incentivos para cumplir con su propio deber! Bienaventurado el que no se amilana al no ver triunfos y que no dice: «¡No hago más porque no tengo satisfacción!». ■ La satisfacción apostólica que se busca, como único incentivo, demuestra que no existe formación apostólica, envilece el apostolado que es cosa espiritual y lo reduce al nivel de un vulgar trabajo humano. No se debe caer jamás en la idolatría del ministerio. No sois vosotros los que debéis ser adorados sino el Señor vuestro. A Él sea la gloria de los que se salvan. A vosotros, la obra de la salvación dejando para cuando estéis en el Cielo la gloria de haber sido los «salvadores»”.
* La voluntad de redimirse es ya una absolución.- Jesús: “Pero me decías que el administrador la vio. Cuéntame”. Andrés: “Tres días después de que habíamos partido, vinieron algunos fariseos a buscarte. Naturalmente no te encontraron. Recorrieron el pueblo y las casas de los campos como si estuvieran vivamente interesados en verte. Nadie lo creyó. Entraron en la posada echando fuera con soberbia a los que estaban allí, porque decían que no querían entrar en contacto con extranjeros desconocidos, que podían incluso profanarlos. Todos los días iban a la casa. Después de algunos días encontraron a esa pobrecita, que siempre iba allá porque tal vez esperaba encontrarte y conseguir la paz. La hicieron huir, siguiéndola hasta su refugio que estaba en el establo del administrador. No la agredieron inmediatamente, dado que el administrador y sus hijos habían salido armados de garrotes.  Pero luego, por la tarde,  cuando ella salió de nuevo, volvieron, y venían con otros, y cuando la mujer fue a la fuente, empezaron a apedrearla, llamándola «prostituta» y exponiéndola al oprobio del pueblo. Y, dado que ella se echó a correr queriendo huir, la alcanzaron, la pegaron, le quitaron el velo y manto para que todos la viesen, y siguieron pegándola, tratando de imponerse con su autoridad al sinagogo para que la maldijera y fuera así lapidada, y además para que te maldijera a Ti, que la habías llevado al pueblo. Pero el sinagogo no quiso hacerlo y ahora está en espera del anatema del Sanedrín. El administrador la arrancó de las manos de esos bribones y la ayudó. Pero por la noche se fue, dejando un brazalete y escrito sobre un pedazo de pergamino: «Gracias, ruega por mí». El administrador dice que es joven y hermosísima, aunque muy pálida y delgada. La buscó por los campos, porque estaba muy herida, pero no la encontró, y no se explica cómo haya podido alejarse mucho. ■ Tal vez haya muerto en algún sitio… y no se salvó…”. Jesús: “No”. Andrés: “¿No? ¿No ha muerto? ¿No se ha perdido?”. Jesús: “La voluntad de redimirse es ya una absolución. Aun cuando hubiese muerto sería perdonada, porque ha buscado la verdad y puesto bajo sus pies el error. Pero no ha muerto. Empieza a subir por la pendiente del monte de la redención. La veo… inclinada bajo su llanto de arrepentimiento. Ahora bien, el llanto la hace siempre más fuerte, mientras que, por el contrario, el peso va disminuyendo. Yo la veo. Se dirige al encuentro del Sol. Cuando haya subido toda la pendiente, se encontrará en la gloria del Dios-Sol. Va subiendo… ayúdala con tus oraciones”. Andrés: “¡Oh Señor mío!”. Y se siente casi aterrorizado por el hecho de poder ayudar a un alma en su santificación. Jesús sonríe mucho más dulce. Dice: “Será necesario abrir los brazos y el corazón al sinagogo perseguido e ir a bendecir al buen administrador. Vamos con los compañeros a decírselo”.
* J. Iscariote, herido tras un altercado con los fariseos, advierte del peligro de quedar allí.- ■ Pero mientras recorren en sentido inverso el camino andado para unirse a los otros diez —los cuales, habiendo comprendido que Andrés estaba en coloquio secreto con el Maestro, se habían detenido aparte—, llega corriendo el Iscariote. Viene muy rápido, con su manto ondeando a su espalda, haciendo además un verdadero carrusel de gestos con los brazos, de modo que parece una mariposa gigantesca en veloz vuelo por el prado. Pedro le pregunta: “¿Pero qué tiene? ¿Se ha vuelto loco?”. Antes de que alguien pudiese responderle, Iscariote, ya un poco cerca, con voz jadeante grita: “¡Espera, Maestro! Escuchadme antes de ir a la casa… Están al acecho. ¡Oh, qué ruines!…” y corre; ya ha llegado: “¡Oh, Maestro! ¡No se puede ir allá! Te están esperando para hacerte daño. Despiden a quienes vienen buscándote. Los espantan con anatemas horrendos. ¿Qué quieres hacer? Aquí te perseguirían y tu obra quedaría anulada… Uno de ellos me vio y me atacó. Un viejo, feo, narigón que me conoce, porque es uno de los escribas del Templo —pues también hay escribas— me atacó asiéndome con sus garras y me insultó con su voz de gavilán. Mientras me insultó, me rasguñó —«mira», dice, mostrando una muñeca y una mejilla con señales claras de las uñas— le he dejado, pero cuando babeó sobre Ti, lo cogí por el cuello…”. Jesús grita: “¡Pero Judas!”. Iscariote: “No, Maestro. No le estrangulé. Tan solo le impedí que blasfemase contra Ti, y luego le dejé que se fuese. Ahora está allí muriéndose de miedo por el peligro que ha corrido… Vámonos de acá, te ruego. ¡Total, ya nadie podría venir a verte!…”. Todos tienen una opinión: “¡Maestro!”. “¡Es un horror!”. “Judas tiene razón”. “¡Son como hienas en acecho!”. “Fuego del Cielo que bajaste sobre Sodoma ¿por qué no vuelves a bajar?”. Pedro dice a Iscariote: “En realidad has estado valiente, muchacho. Una mala suerte que no hubiese estado también yo. Te habría ayudado”. Iscariote: “¡Oh, Pedro! Si hubieras estado también tú, ese viejo gavilán hubiese perdido para siempre las plumas y la voz”. Pedro: “¿Pero cómo hiciste para… para quedarte a mitad?”. Iscariote: “¡Ah! Una luz improvisa en la mente; una idea que salió quién sabe de qué parte profunda del corazón: «El Maestro condena la violencia», y… me contuve. Lo cual me ha supuesto un choque interior más profundo aún que el que recibí al pegarme con la pared contra la que me había tirado el escriba cuando me agredió. Sentí los nervios como despedazados… hasta el punto de que después no hubiera tenido ya fuerza para ensañarme con él. ¡Qué esfuerzo supone el vencerse!…”. Pedro: “¡Eres un muchacho valiente! ¿Verdad, Maestro? ¿No das tu parecer?”. ■ Pedro está tan contento por lo que hizo Judas, que no comprende por qué Jesús haya pasado de tener el luminoso rostro de antes a mostrar una cara severa que le oscurece la mirada y le comprime la boca, pareciendo ésta hacerse más pequeña. La abre para decir: “Yo digo que estoy más disgustado de vuestro modo de pensar que de la conducta de los judíos. Ellos, desgraciados, se encuentran en las tinieblas. Vosotros, que estáis con la Luz, sois duros, vengativos, murmuradores, violentos; sois de los que aprueban, como ellos, un acto brutal. Os digo que me dais la prueba de ser siempre los mismos que erais cuando por primera vez me visteis. Y esto me duele. En cuanto a los fariseos, sabed que el Mesías no huye. Retiraos. Yo les haré frente. No soy cobarde. Cuando haya hablado con ellos sin haber podido persuadirles, me retiraré. No se debe decir que no he buscado todos los medios para atraerlos a Mí. También ellos son hijos de Abraham. Cumplo con mi deber hasta el fin. Es preciso que la causa de su condena sea únicamente su mala voluntad y no una falta de dedicación mía hacia ellos”.
* Ni las palabras humildes de Jesús logran doblegar la mala voluntad de los fariseos.- Jesús llora.- ■ Y Jesús camina hacia la casa, que se deja ver con su techo bajo, tras una fila de árboles sin hojas. Los apóstoles le siguen con la cabeza baja, hablando entre sí. Han llegado a la casa. Entran a la cocina en silencio, y se ponen a preparar lo necesario. Jesús está absorto en su pensamiento. Están a punto de comer cuando un grupo de personas aparece en la puerta. Iscariote dice en voz baja: “Ahí están”. Jesús se levanta inmediatamente y se dirige a ellos. Es tan imponente que el grupillo retrocede por un instante, pero el saludo de Jesús les da seguridad: “La paz sea con vosotros. ¿Qué queréis?”. Entonces esos hombres viles creen poder atreverse a todo y arrogantemente le intiman: “En nombre de la santa Ley te ordenamos que abandones este lugar. Tú, turbador de las conciencias, violador de la Ley, corruptor de las tranquilas ciudades de Judá. ¿No temes el castigo del Cielo? Tú, mono imitador del Justo que bautiza en el Jordán; Tú, que proteges a las prostitutas. Lárgate de la tierra santa de Judá. Que tu aliento no llegue desde aquí a los muros de la Ciudad santa”. Jesús: “No hago ningún mal. Enseño como rabí, curo como taumaturgo, arrojo los demonios como exorcista. Estas categorías, queridas por Dios, existen también en Judá, y Dios exige respeto y veneración hacia ellas por parte vuestra. No pido veneración. Pido solo que me dejéis hacer el bien a los que están enfermos en el cuerpo, en la mente o en el espíritu. ¿Por qué me lo prohibís?”. Fariseos: “Eres un poseído ¡lárgate!”. Jesús: “El insulto no es una respuesta. Os pido que no me prohibáis lo que a otros permitís”. Fariseos: “Porque eres un poseído, y arrojas los demonios y haces milagros con la ayuda de ellos”. Jesús: “¿Y vuestros exorcistas, entonces? ¿Con la ayuda de quién lo hacen?”. Fariseos: “Con la ayuda santa. Tú eres pecador. Y para aumentar tu poder, te sirves de pecadoras, porque con esta clase de uniones se aumenta la fuerza de la posesión demoníaca. Nuestra santidad ha purificado la zona de esa mujer, tu cómplice; pero no permitimos que te quedes aquí, para que no atraigas a otras mujeres”. ■ Pedro, que se ha acercado al Maestro en actitud no recomendable, les pregunta: “¿Pero esta casa es vuestra?”. Fariseos: “No es casa nuestra. Pero todo Judá y todo Israel está en manos de los santos, de los puros de Israel”. Iscariote, que también se ha acercado a la puerta, termina: “¿Lo sois vosotros?”. Y concluye la frase con una risotada burlona. Luego pregunta: “¿Dónde está el otro amigo vuestro? ¿Todavía está temblando? ¡Desvergonzados, largaos! Y enseguida. De otro modo haré que os arrepintáis de…”. Jesús: “Silencio, Judas. Y tú, Pedro, regresa a tu lugar. Oíd, escribas y fariseos. Por vuestro bien, por piedad de vuestra alma, os ruego que no combatáis al Verbo de Dios. Venid a Mí. No os odio. Comprendo vuestra mentalidad y la compadezco. Pero os ruego que tengáis una nueva mentalidad, santa, capaz de santificaros y de que os dé el Cielo. ¿Creéis que he venido para pelear contra vosotros? ¡Oh, no! He venido a salvaros. Para esto he venido. Os amo. Os pido amor y comprensión. Precisamente porque sois los más santos en Israel debéis comprender más que todos la verdad. Sed alma y no cuerpo. ¿Queréis que os lo pida de rodillas? Lo hago. Lo que está en juego, vuestra alma, tiene tal valor, que Yo metería bajo las plantas de los pies para conquistarla para el Cielo, con la seguridad de que el Padre no consideraría errónea esta humillación mía. ¡Hablad! ¡Decidme la palabra que espero!”. Fariseos: “Maldición, decimos”. ■ Jesús: “Está bien. Dicho queda. Idos. También Yo me iré”. Y Jesús les da la espalda y regresa a su lugar. Dobla su cabeza sobre la mesa y llora. Bartolomé cierra la puerta para que ninguno de esos hombres crueles que le han insultado, y que se marchan profiriendo amenazas y blasfemias, vea este llanto. Un largo silencio, luego Santiago de Alfeo acaricia la cabeza de su Jesús y le dice: “No llores. Nosotros te amamos. Incluso por ellos”. Jesús levanta su rostro y dice: “No lloro por Mí. Lloro por ellos que se matan, sordos a toda llamada”. El otro Santiago pregunta: “¿Qué hacemos ahora, Señor?”. Jesús: “Iremos a Galilea. Partiremos mañana por la mañana”. Santiago: “¿Hoy no, Señor?”. Jesús: “No. Debo saludar a los buenos del lugar. ¿Vendréis conmigo?”. (Escrito el 15 de Abril de 1945).
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2-138-361 (2-105-868).- Jesús y apóstoles abandonan «Aguas Claras». Jesús se despide del administrador y del arquisinagogo Timoneo que se hace discípulo.
* El administrador alaba la conducta de la «Velada» y Jesús alaba la rectitud del administrador con la bendición.- ■ “Señor, yo no he hecho sino cumplir con mi deber ante Dios, ante mi jefe y ante la honestidad de conciencia. He estado atento a esa mujer durante este tiempo en que ha sido huésped mía, y siempre la he visto honesta. Habrá sido una pecadora. Bien. Ahora no lo es. ¿Por qué razón tengo yo que indagar sobre un pasado que ella misma ha tachado para anularlo? Yo tengo hijos en edad joven, no feos. Pues bien, no ha mostrado nunca su rostro, realmente bonito, ni ha hecho oír su palabra. Puedo decir que oí el tono de su voz de plata cuando gritó cuando fue herida. De hecho ella, lo poco que pedía —siempre a mí o a mi mujer— lo decía tras el velo, y tan bajo que casi no se entendía. Date cuenta de lo prudente que fue: cuando temió que su presencia podía causar algún perjuicio, se marchó… Yo le había prometido protección y ayuda, y sin embargo, ella no quiso aprovecharlo. ¡No, así no se comportan las mujeres perdidas! Yo rogaré por ella, como ha pedido; incluso, sin este recuerdo. Tenlo, Señor. Empléalo como limosna para bien suyo. Dándola Tú, ciertamente, recibirá a cambio la paz”. Ha sido el administrador quien ha hablado a Jesús y lo ha hecho respetuosamente. Es un hombre de buen talle, rostro honesto y cuerpo recio. Detrás de él hay seis jóvenes,  parecidos al padre, seis caras francas e inteligentes; también está su esposa, una mujercita liviana y todo dulzura, que escucha a su marido como escucharía a un dios, asintiendo continuamente con la cabeza. ■ Jesús recibe el brazalete de oro y se lo pasa a Pedro diciendo: “Para los pobres”. Luego se dirige al administrador en estos términos: “No todos tienen tu rectitud en Israel. Tú eres sabio, porque distingues el bien del mal y sigues el bien sin sopesar la utilidad humana que el cumplirlo pueda comportar. En nombre del Eterno Padre, te bendigo a ti, a tus hijos, a tu esposa  y a tu casa. Manteneos siempre en esta disposición de espíritu y el Señor estará siempre con vosotros, y tendréis la vida eterna”.
* El arquisinagogo Timoneo, discípulo… obrero del Dueño eterno.- … ■ Jesús ha llegado a la casa del arquisinagogo. Éste le dice a Jesús: “Señor… Yo… me han dicho que he pecado. Me han dicho que soy anatema. Yo me examino… y no creo que lo sea. Pero ellos son los santos de Israel, y yo el pobre jefe de sinagoga. Sin duda tienen razón. Y yo ahora no me atrevo a alzar la mirada hacia el rostro airado de Dios, a pesar de que me sería muy necesario en este momento. Ahora quedaré privado de todo bien, porque el Sanedrín está claro que me maldice”. Jesús:  “Pero, ¿cuál es el dolor? ¿El de dejar de ser jefe de la sinagoga, o el de quedar imposibilitado para hablar de Dios?”. Timoneo: “Es precisamente esto, Maestro, lo que me produce dolor. Supongo que cuando dices que si me duele el no ser el jefe de la sinagoga te refieres a las ganancias y a los honores que ello conlleva. Eso no me preocupa. Solo tengo a mi madre. Ella es nativa de Aera y allí tiene una pequeña casa. Techo y sustento, para ella, hay. Para mí… yo soy joven. Trabajaré. Pero jamás osaré hablar de Dios, pues he pecado”. Jesús: “¿Por qué has pecado?”. Timoneo: “Dicen que soy cómplice del… ¡Señor…, no me hagas decir…!”. Jesús: “No. Yo lo digo. Bueno, ni siquiera lo digo. Yo y tú conocemos sus acusaciones, y Yo y tú sabemos que no son ciertas. Por tanto, tú no has pecado. Yo te lo digo”. Timoneo: “Entonces, ¿puedo todavía levantar la mirada hacia el Omnipotente? ¿Te puedo…”. Jesús: “¿Qué, hijo?”. ■ Jesús es todo dulzura mientras se inclina hacia el hombre, que se ha detenido bruscamente como con miedo. “¿Qué? Mi Padre busca tu mirada, la quiere. Y Yo quiero tu corazón y tu pensamiento. Sí, el Sanedrín descargará su mano sobre ti, Yo abro los brazos y digo: «Ven». ¿Quieres ser un discípulo mío? Yo veo en ti todo lo  necesario para ser un obrero del Dueño eterno. Ven a mi viña…”. Timoneo: “¿Lo dices en serio, Maestro? Madre… ¿estás oyendo? ¡Yo me siento feliz, madre! ¡Celebrémoslo a lo grande, madre! Luego me iré con el Maestro y tú volverás a tu casa. Voy enseguida, Señor mío; Tú, que me has librado de todo temor, y dolor, y miedo a Dios”. Jesús:  “No. Esperarás la palabra del Sanedrín. Con corazón sereno y sin odio. Tú en tu puesto, mientras se te deje en ese puesto. Luego te juntarás conmigo en Nazaret o en Cafarnaúm. Adiós. La paz sea contigo y con tu madre”.  (Escrito el 16 de Abril de 1945).
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2-139-365 (2-106- 872).- En los montes de Emmaús. El carácter de J. Iscariote y las cualidades de los buenos.-  La recta de la perfección: orden ↔caridad.
* Jesús está triste, una tristeza llena piedad. Parece un médico que comprueba el estado del enfermo (“¿Qué cosa soy, Señor mío? Ayúdame a entender lo que soy”, ha oído decir a Iscariote) pero que sabe que es un enfermo incurable.-Jesús está con los suyos en un lugar muy montañoso. El camino es incómodo y escabroso. Los más viejos se cansan mucho. Los jóvenes, por su parte, están contentos alrededor de Jesús y suben ágiles, conversando entre sí. Los dos primos, los dos hijos de Zebedeo y Andrés están felices con el pensamiento de su regreso a Galilea, y tal es su alegría que contagia también a Iscariote que desde hace tiempo está en las mejores disposiciones de espíritu. Se limita a preguntar: “Bueno, Maestro, pero, para Pascua, cuando se va al Templo… ¿vas a volver a Keriot? Mi madre espera siempre volver a verte. Me lo ha hecho saber. Igualmente mis paisanos…”. Jesús: “Por supuesto. Ahora aunque quisiéramos, la estación es muy dura para meterse por esos caminos infranqueables. Daos cuenta cómo aquí también resulta muy fatigoso; y, si no hubiera sido por esa imposición, no habría emprendido ahora el camino… Pero ya no podía uno quedarse allí más…”. Jesús calla, pensativo. Juan dice: “¿Y después, quiero decir por Pascua, se podrá ir? Yo quisiera mostrar tu gruta a Santiago y a Andrés”. Iscariote pregunta: “¿Te olvidas que Belén no nos ama a nosotros? O, mejor dicho, al Maestro”. Juan: “No. Pero iré con Santiago y Andrés. Jesús podría estar en Yutta o en tu casa…“. Iscariote: “¡Oh! Eso sí me gusta. ¿Lo harás así, Maestro? Ellos van a Belén, Tú te quedas conmigo en Keriot. Realmente conmigo solo nunca has estado… y siento grandes deseos de tenerte enteramente para mí”. Jesús: “¿Estás celoso? ¿No sabes que amo a todos por igual modo? ¿No crees que estoy con todos vosotros, aun cuando os parezca que esté lejos?”. Iscariote: “Sé que nos amas. Si no fuese así, serías más severo, a lo menos conmigo. Creo que tu espíritu vela siempre sobre nosotros. ¿Pero somos del todo espíritu? Existe también el hombre con sus pasiones, sus deseos, y sus quejas. Jesús mío, yo sé que no soy el que más te hace feliz, pero creo que Tú sabes lo vivo que está en mí el deseo de agradarte y cómo me pesan las horas en que te pierdo por mi miseria…”. Jesús: “No, Judas. No me pierdes. Estoy más cerca de ti, porque conozco lo que eres”. ■ Iscariote: “¿Qué cosa soy, Señor mío? Dímelo. Ayúdame a entender lo que soy. No me comprendo. Me parece que sea como una mujer que sufre los efectos de estar en cinta. Tengo apetitos santos y perversos. ¿Por qué? ¿Qué cosa soy yo?…”. Jesús mira con una mirada indefinible. Está triste, pero con una tristeza llena de piedad. Mucha piedad. Parece un médico que comprueba el estado del enfermo y que sabe que es un enfermo incurable… pero no habla. Iscariote: “Dímelo, Maestro mío. Tu juicio será el menos severo de todos los que se lancen contra el pobre Judas. Y además… estamos entre hermanos. No me importa que sepan de qué estoy hecho. Al contrario, al oírlo de ti, corregirán su juicio y me ayudarán. ¿No es verdad?”. Los otros se sienten violentos y no saben qué decir. Miran al compañero, miran a Jesús.  Jesús pone a su lado a Judas Iscariote, en el lugar donde antes estaba su primo Santiago, y dice: ■ “Tú eres simplemente un desordenado. Tienes en ti todos los mejores elementos, pero no los tienes bien fijados, y, el más mínimo soplo de viento los descoloca. Hace poco pasamos por aquellos desfiladeros y nos mostraron el daño que han hecho a las pobres casas de aquél pueblecito el agua, la tierra y los árboles. Estos tres elementos son cosas útiles y benditas, ¿no es verdad? Bueno, a pesar de todo, han resultado malditas. ¿Por qué? Porque el agua del río no tenía un curso ordenado, sino que, por indolencia del hombre, se habían excavado otros lechos siguiendo su capricho, lo cual era bonito mientras no había tempestades. Esa clara agua que irrigaba el monte con pequeños riachuelos —collares de diamantes o de esmeraldas, según reflejasen la luz o la sombra de los bosques— era como una obra de joyero. Y el hombre gozaba de ello, porque esa agua parlanchina era útil para sus campos; como también eran hermosos los árboles nacidos, por avatares de los vientos, en caprichosos grupos, ora aquí, ora allí, dejando claros llenos de sol. También era hermosa la tierra esponjosa, depositada por quién sabe qué lejanos aluviones entre unas ondulaciones y otras del monte; tierra verdaderamente fértil para los cultivos. Pero ha sido suficiente que llegaran las tempestades de hace un mes, para que los caprichosos surcos del río se uniesen y, desordenadamente, se desbordaran siguiendo otro curso, llevándose los desordenados árboles y arrastrando hacia abajo las desordenadas acumulaciones de tierra. Si las aguas hubiesen estado bien reguladas, si los árboles hubiesen estado agrupados en bosques ordenados, si la tierra hubiese estado sostenida con las debidas protecciones, entonces esos tres elementos, la madera, el agua y la tierra, que son buenos, no se habrían convertido en causas de destrucción y muerte para ese pueblecito. Tú tienes inteligencia, valor, educación, prontitud, elegancia, tienes muchas, muchas cosas, pero están salvajemente dispuestas en ti; y tú dejas que estén así. Mira: tienes necesidad de un trabajo paciente y constante sobre de ti mismo, para poner orden, —que al final se traduce en una vigorosidad— en tus cualidades, de modo que cuando surja la tempestad de la tentación, lo bueno que tienes en ti no se transforme en un mal para ti y para los demás”. Iscariote: “Tienes razón, Maestro. Cada cierto tiempo sufro la acción de un viento que me altera profundamente, y entonces todo se enreda. Y dices que yo podría…”. Jesús: “La voluntad lo es todo, Judas”. ■ Iscariote: “Pero hay tentaciones que son tan ardientes… Uno se oculta, por miedo a que el mundo se las lea en el rostro”. Jesús: “¡Ése es el error! Ése sería el momento preciso de no ocultarse, sino de buscar el mundo de los buenos, su ayuda. Además el contacto con los buenos calma la fiebre. Y buscar también el mundo de los criticadores, porque, debido a ese orgullo, que impulsa a ocultarse para que no le lean a uno su espíritu tentado, ello sería un impulso ante la debilidad moral, y no se caería”. Iscariote: “Tú fuiste al desierto…”. Jesús: “Porque lo podía hacer. Pero ¡ay de los solos si no son, en su soledad, multitud contra la multitud!”. Iscariote: “¿Cómo? No entiendo”. Jesús: “Multitud de virtudes contra multitud de tentaciones. Cuando la virtud es poca, hay que hacer lo que hace esta débil hiedra: agarrarse a las ramas de árboles robustos, para poder subir”. Iscariote: “Gracias, Maestro. Yo me agarro a Ti y a mis compañeros. Ayudadme todos. Sois mejores que yo”. ■ Santiago de Alfeo dice: “Ha sido mejor el ambiente sobrio y honesto en que hemos crecido, amigo. Ahora estás con nosotros y te queremos mucho. Verás… no es por criticar la Judea, pero, créelo, en Galilea hay, al menos en nuestros pueblos, menos riqueza y menos corrupción. Están cercanos Tiberíades, Magdala y otros lugares de regocijo. Pero vivimos con «nuestra» alma sencilla, vulgar, si quieres, pero activa, contenta santamente de lo que da Dios”. Juan objeta: “Santiago ¿no sabes que la mamá de Judas es una mujer santa? Se le ve la bondad escrita en su cara”. Judas de Keriot feliz de haber oído tal alabanza le manda una sonrisa; y su sonrisa aumenta cuando Jesús confirma: “Dijiste bien, Juan. Es una criatura santa”. Iscariote: “¡Sí! ¡Ya! Pero mi padre soñaba con hacerme un gran personaje en el mundo, y muy pronto y demasiado profundamente me arrancó de mi madre”.
* Cualidades para ser buenos: orden, paciencia, constancia, humildad, caridad. Es la recta de la perfección.- ■ Pedro pregunta desde lejos: “¿Pero qué es lo que tenéis que decir, que no paráis de hablar? ¡Deteneos! Esperadnos. No le veo la gracia caminar así y no pensar que tengo piernas cortas”. Se detienen hasta que el otro grupo los alcanza. Pedro: “¡Uf! ¡Cómo te quiero, barquita mía! Aquí se suda como esclavos… ¿de qué hablabais?”. Jesús responde: “Hablábamos de las cualidades para ser buenos”. Pedro: “¿Y no me las dices a mí, Maestro?”. Jesús: “Claro que sí: Orden, paciencia, constancia, humildad, caridad… Muchas veces las he enumerado”. Pedro: “Pero el orden, no. ¿Qué tiene que ver el orden?”. Jesús: “El desorden no es jamás una buena cualidad. Y lo he dicho a tus compañeros. Te lo dirán. Y le he puesto en primer lugar; y en el último la caridad, porque son los dos extremos de una recta de la perfección. Ahora bien, tú sabes que una recta puesta horizontalmente, no tiene ni principio ni fin. Ambos extremos pueden ser principio y pueden ser fin, mientras que de una espiral, o de cualquier otra figura no cerrada en sí misma, siempre hay un principio y un fin. La santidad es lineal, sencilla, perfecta, y no tiene sino dos extremos, como la recta”. Pedro: “Es fácil hacer una recta”. Jesús: “¿Lo crees? Te engañas. En un dibujo, complicado incluso, puede pasar inadvertido algún defecto; pero en la recta enseguida se ve cualquier falta, o de inclinación o de inseguridad. José, cuando me enseñaba el oficio, insistía mucho en que fueran derechas las tablas y con razón me decía: «¿Ves, Hijo mío? En una moldura o en un trabajo de torno todavía puede pasar una imperfección leve, porque el ojo (si no es expertísimo), si observa un punto no ve el otro. Pero si una tabla no está derecha como se debe, ni siquiera el trabajo más sencillo, como podía ser una pobre mesa de campesinos, sale bien. Estará arqueada, hacia abajo o hacia arriba. No sirve sino para el fuego». ■ Podemos aplicar esto mismo a las almas. Para que no suceda que no se sirva sino para el fuego del Infierno, es decir, para conquistar el Cielo, es menester ser perfecto como una tabla debidamente cepillada y escuadrada. Quien empieza su trabajo espiritual desordenadamente, comenzando por las cosas inútiles, saltando, como un pájaro inquieto, de esto a aquello, al final, cuando quiere reunir las partes de su trabajo, ya no puede, no encajan. Por tanto: orden. Por tanto: caridad. Luego, manteniendo fijos en las dos mordazas estos extremos, de forma que no se escapen nunca, trabajar en todo lo restante, ya se trate de molduras o de tallas. ¿Has entendido?”. ■ Pedro: “Sí. He comprendido”. Pedro se traga en silencio la lección y de pronto concluye: “Entonces mi hermano vale más que yo. Es él muy ordenado. Un paso después del otro, callado, en silencio. Da la impresión de que no se moviera, y, sin embargo… Yo desearía hacer muchas cosas y en poco tiempo. Y no hago nada. ¿Quién me ayuda?”. Jesús: “Tu buen deseo. No temas, Pedro. Tú también haces. Te haces”. Felipe: “¿Y yo?”. Jesús: “También tú, Felipe”. Tomás: “¿Y yo? Me parece que no sirvo para nada”. Jesús: “No. Tomás. También tú te trabajas. Todos os trabajáis. Sois árboles sin podar, pero el injerto os cambia despacio pero seguro, y Yo tengo en vosotros mi alegría”. Tomás: “Eso. Estamos tristes y Tú nos consuelas; débiles y nos das fuerzas; miedosos y nos das valor. En todo y en todas las circunstancias tienes a la mano el consejo y el consuelo. Maestro, Tú siempre estás preparado y siempre eres bueno, ¿cuál es el secreto?”. Jesús: “Amigos míos, para esto he venido, sabiendo ya lo que me encontraría y lo que debía hacer. Sin ilusiones no existen desilusiones; por tanto, no se pierde energía, se va adelante. Recordad esto, para cuando vosotros debáis también tallar al hombre animal para hacer de él el hombre espiritual”. (Escrito el 17 de Abril de 1945).

Dice Jesús:
“Y con esto termina el primer año de evangelización. Tomad nota de ello. ¿Qué podré deciros? Lo he dado porque era mi deseo que fuese conocido. Pero, como los fariseos, así también hay quien se opone a este trabajo. Mi deseo de ser amado —conocer es amar— se ve rechazado por demasiadas cosas… Y esto me produce un gran dolor a Mí, que soy el Eterno Maestro que por vuestra causa estoy aprisionado…”.

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Índice del tema “Judas Iscariote”, 1º año v. p. de Jesús.- 2ª parte

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2-88-52 (2-53-533).- Encuentro con el pastor Jonás, que solía pedir a Dios: “Tómame a mí como hostia. Pero ¡dame a Jesús!”.- El milagro.
2-89-57  (2-54-539).- Adiós al pastor Jonás.- Simón Zelote quiere pagar el rescate de Jonás.
2-89-59 (2-54-542).- Adelantada llegada a Nazaret buscando el ansiado regazo de su Mamá, “porque no podía esperar más”, después de dejar a Jonás.
2-90-63 (2-55-546).- En la casa de Nazaret, presentación de los discípulos y pastores a la Madre.
2-91-68 (2-56-551).- 1ª  lección en Nazaret: uníos y amaos.- Reproche de Judas a Jesús.
2-95-88  (2-60-573).- Santiago de Alfeo recibido como discípulo.
2-97-101 (2-62-586).- Llamada de Jesús a Mateo para ser discípulo.
2-98-106 (2-63-593).- El primer encuentro de Jesús con Magdalena sucede en el lago.
2-99-115 (2-64-604).- En Tiberíades, en casa de Cusa, esposo de Juana y mayordomo de Herodes, Jesús busca al pastor Jonatás.- Juan Bautista liberado.- Fe de la nodriza Ester, para sanar a Juana.
2-100-121  (2-65-609).- En Nazaret, en casa del enfurecido, anciano y enfermo, Alfeo (padre de Santiago y Judas de Alfeo).- No es fácil seguir a Jesús.
2-100-129 (2-65-617).- Confidencias entre Hijo y Madre.- Difícil camino de aprendizaje de  los Doce.- Uso del término de «tío» y «tía».
2-101-130  (2-66-618 ).- Jesús pregunta a la Madre acerca de los discípulos.
2-102-131 (2-68-622).- J. Iscariote se despide del grupo por para ocuparse de asuntos de su casa: la vendimia.
2-102-133 (2.-68-624).- Encuentro con  el pastor Jonatás y curación de Juana de Cusa.
2-103-141 (2-69-632).- Jesús en los altos del Líbano donde los pastores Benjamín y Daniel.
2-104-148 (2-70-639).- Noticias sobre la muerte de Alfeo y sobre el rescate del pastor Jonás que Lázaro gestiona.
2-109-170  (2-76- 661).- En los campos de Doras: rescate de Jonás.- En Nazaret: muerte de Jonás.
2-112-193  (2-79-686).- J. Iscariote que, en el mercado de Jericó, pregunta al alcabalero Zaqueo sobre una «mujer velada», se topa con Jesús y apóstoles.- En Betania, con Lázaro y Marta.
2-113-199  (2-80-692).-  Después de la fiesta de los Tabernáculos, regreso a Betania.- Lázaro le habla de J. de Arimatea, Nicodemo, del Sanedrín y de J. Iscariote (un camaleón).
2-114-204 (2-81-698).- En el convite de José de Arimatea, encuentro con Gamaliel, Nicodemo y unos sanedristas.- El cargo y la santidad.- El milagro y la santidad.- La fe de Gamaliel y la señal.
2-115-211 (2-82-706).- Jesús y el soldado Alejandro expulsados del Templo.
2-116-213  (2-83-708).- En el Getsemaní con Jesús, los discípulos hablan sobre los paganos y sobre la «Velada».
2-118-229  (2-85-724).- Inicio de la vida en común en «Aguas claras».- A J Iscariote no le gusta el lugar.- Aparece la «Velada».
2-119-240 (2-86-736).- En «Aguas Claras».- Jesús bautiza como Juan.- La oración.- Los milagros.
2-121-247 (2-88-744).- En «Aguas Claras».- La visita de Mannaén, “el hermano de leche de Herodes”.- J. Iscariote va montado sobre dos caballos locos: el sentido y la autosuficiencia.
2-122-254 (2-89-752).- En «Aguas Claras».- J. Iscariote pide a Juan: “¿Me ayudarás a ser menos malo?”.
2-124-272 (2-91-771).- En «Aguas Claras».- El valor de un alma.- Se da alojo a la «Velada».
2-126-287 (2-93-787).- En «Aguas Claras».- Jesús-Dios, intransigente con el impenitente fariseo Doras que cae fulminado: “No es lícito herir a Dios”.
2-127-289 (2-94-790).- En «Aguas Claras».- Los discípulos del Bautista, inquietos por los informes que les dan sobre «Aguas Claras».- Testimonio del Bautista.- Jesús desvela el misterio  que envuelve al Precursor.
2-128-299 (2-95-800).- «En Aguas Claras».- J. Iscariote pide a Jesús que se le mande a Jerusalén en busca de noticias, acompañado de Simón Zelote y Juan.
2-133-329  (2-100-834).-  Jesús debe abandonar «Aguas Claras» y va a Betania.
2-135-336 (2-102-843).- En Betania, Magdalena, oculta tras un seto, oye el discurso de Jesús.
2-137-355 (2-104-862).-  Regreso a «Aguas Claras» pero deben abandonar el lugar.
2-138-361 (2-105-868).- Jesús y apóstoles abandonan «Aguas Claras». Jesús se despide del administrador y del arquisinagogo Timoneo que se hace discípulo.
2-139-365 (2-106- 872).- En los montes de Emmaús. El carácter de J. Iscariote y las cualidades de los buenos.-  La recta de la perfección: orden ↔caridad.