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-Virginidad
-Prostitución
-Pecado contra natura

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El tema de “Pureza-Castidad”,  comprende:
a)  Episodios y dictados extraídos de la Obra magna.
.        «El Evangelio como me ha sido revelado»
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b) Dictados extraídos de los «Cuadernos de 1943/1950»

c) Dictado extraído del libro de las «Lecciones sobre la Epístola de San Pablo a los Romanos»

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a)  Episodios y dictados extraídos de la Obra magna
«El Evangelio como me ha sido revelado»
(«El Hombre-Dios»)
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(<Jesús, después de su regreso del desierto donde permaneció 40 días, se cruzó, cerca del vado del Jordán, con un grupo de hombres de distintas edades. Entre ellos, Juan fue el primero en ver a Jesús y lo señaló a su hermano Santiago y acompañantes>)
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1-47-259  (1-8-284).- “Amé a Juan por su pureza”.
* Modos de virginidad.- ■ Dice Jesús: “El grupo que me encontró era numeroso. Pero uno solo me reconoció, el que tenía el alma, el pensamiento y el cuerpo limpios de toda lujuria. Insisto en el valor de la pureza. La castidad es la fuente de la claridad de pensamiento. La virginidad afina y conserva la sensibilidad intelectual y afectiva hasta la perfección, que solo quien es virgen lo sabe. Se puede ser virgen de muchos modos. ● A la fuerza —y esto sobre todo entre las mujeres—, cuando no se han podido casar. Así debería ser también entre los hombres, pero no lo es, lo cual está mal, porque de una juventud ensuciada antes de tiempo por la concupiscencia solo podrá salir un cabeza de familia enfermo en el sentimiento y, frecuentemente, también en el cuerpo. ● Existe la virginidad voluntaria, o sea la de quienes, en un arrebato del corazón, se consagran al Señor. ¡Oh hermosa virginidad! ¡Sacrificio aceptable a Dios! Pero no todos saben permanecer en aquel candor de lirio, enhiesto obre el tallo, orientado hacia el cielo, ignorante del fango que hay en el suelo, abierto tan solo a los besos del sol de Dios y a sus rocíos. ● Hay quienes permanecen fieles materialmente al voto en sí, pero infieles en el pensamiento, con el que lamentan y desean lo que han sacrificado. Estos tales, no son vírgenes, sino a medias. Si la carne está intacta, el corazón no lo está. El corazón fermenta, bulle, exhala humos de sensualidad tanto más refinada y exquisita cuanto más es el fruto del pensamiento que la acaricia, la alimenta y la hace crecer continuamente en ideas de cosas ilícitas; ilícitas no sólo para quien es libre, sino con mayor razón para quien ha hecho votos. Entonces se produce la hipocresía del voto, en la que existe la apariencia pero falta la realidad. En verdad os digo que entre el que viene a Mí con el lirio roto por la imposición de un tirano, y el que viene con el lirio que materialmente no está ajado, pero sí sucio de babas de una sensualidad amada y cultivada para llenar con ella las horas de soledad, Yo llamo «virgen» al primero y «no virgen» al segundo. Al primero le doy la corona de virgen y la doble corona de martirio por la carne herida y por el corazón que sangra por esa mutilación, «no querida»”.
* El pecado sensual (el mismo que usó para herir a Adán) es el primer paso usado por Satanás para asir a un alma porque “quita las fuerzas del alma y hace fácil presa de otros pecados”. ■ Jesús: “El valor de la pureza es tal, que como lo has visto, Satanás se preocupó ante todo de arrastrarme a la impureza (tentación en el desierto). Él sabe muy bien que el pecado sensual quita las fuerzas del alma y la hace fácil presa de otros pecados. La tentativa de Satanás se dirigió a este objetivo capital para vencerme. El pan, el hambre son solo formas materiales del disfraz del apetito, que Satanás explota para sus fines. Muy diferente era el alimento que me ofrecía para hacerme caer a sus pies. Después vendría la gula, el dinero, el poder, la idolatría, la blasfemia, el rechazo de la Ley divina. Este era el primer paso para asirme. El mismo que usó para herir a Adán”.
* Bienaventurados los puros porque «verán» a Dios, incluso desde la tierra. ■ Jesús: “El mundo se burla de los puros. Los impuros los rechazan. Juan Bautista fue víctima de la lujuria de dos obscenos. Pero si el mundo tiene todavía algo de luz, se debe a los puros que hay en el mundo. Son ellos los siervos de Dios y saben entender a Dios y repetir las palabras de Dios. Lo dije: «Bienaventurados los puros de corazón porque verán a Dios», incluso desde la tierra. Ellos, a quienes el humo de la sensualidad no turba el pensamiento, «ven» a Dios y le huelen y le siguen y le señalan a los demás. ■ Juan de Zebedeo fue puro. Fue en realidad el puro entre mis discípulos. ¡Qué alma de flor en un cuerpo de ángel!  Él me llamó con las palabras de su primer maestro y me pidió le diese paz. Pero él ya tenía la paz en sí por la vida pura que llevaba y Yo le amé por esta pureza suya, confiándole las enseñanzas, los secretos y la Criatura más querida que yo había tenido (la Virgen).  Fue mi primer discípulo y desde que me vio me amó. Su alma se había fundido con la mía, desde el día que me vio pasar a lo largo del Jordán y vio que me señalaba el Bautista. Aunque no se hubiera cruzado conmigo, luego, a mi regreso del desierto, me habría buscado hasta encontrarme. Porque era puro y humilde y deseaba aprender la ciencia de Dios, e iba, como agua al mar, hacia los que reconocía maestros en la doctrina celestial”.
* La santa audacia de los puros y generosos que sin miedo van a donde ven que  hay Dios, hay verdad, doctrina y camino hacia Dios.- ■ Jesús: “Y juntos regresamos a las orillas del lago de Galilea, donde me había refugiado para empezar allí mi evangelización. Después de haber hablado conmigo en el camino y durante todo el día en casa de un amigo nuestro y de nuestra familia, ellos hablaron de Mí a los otros pescadores. La iniciativa fue de Juan, a quien el deseo de penitencia había hecho de su alma, ya de por sí limpia por su pureza, una obra maestra de claridad limpísima sobre la que la verdad se reflejaba claramente, dándole también la santa audacia de los puros y de los generosos, que no tienen miedo de abrirse paso a donde ven que hay Dios, donde ven que hay verdad, doctrina y camino hacia Dios. ■ ¡Cómo amé a Juan por esta característica suya sencilla y heroica!”. (Escrito el 25 de Febrero de 1944).
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(<Jesús ha llegado a Cafarnaúm después de días de ausencia. Se ha presentado al improviso ante algunos de sus discípulos, ocupados en esos momentos en la limpieza de las redes de pesca>)
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1-64-347  (1-27-380).- “Condición primera para ser míos: tomad a estos niños como ejemplo”.
* “No hay sabio en Israel que sea mayor que el más pequeño de és­tos, cuya alma es de Dios y de cuya alma es el Reino. ¿Por qué existe tanto poder en ellos?”.- ■ Algunos niños, entretanto, han llegado corriendo y gritan: “¡El Maestro! ¡Está el Maestro! ¡Jesús! ¡Ha venido Jesús!”. Y se le arriman. Él los acaricia, sin dejar por ello de hablar con los discípulos. Jesús: “Simón, entro en tu casa. Tú y vosotros id a comunicar que he venido; después traedme a los enfermos”. Los discípulos salen, rápidos, en distintas direcciones. Toda Cafarnaúm ya sabe, no obstante, que Jesús ha llegado; lo sabe por los niños, que parecen abejas que en enjambre dejan la colmena hacia las distintas flores: en este caso, las casas, las calles, las plazas. Van, vienen, jubilosos, llevando la noticia a las mamás, a los transeúntes, a los viejos que están sentados tomando el sol; ■ y luego vuelven para que, una vez más, los acaricie Aquél que los ama, y uno, audaz, dice: “Háblanos a nosotros, habla hoy para nosotros, Jesús. Te queremos y somos mejores que los mayores”. Jesús le sonríe al pequeñuelo y promete que hablará para ellos. Luego, siguiéndole los pequeños, se dirige a la casa, donde en­tra saludando con su fórmula de paz: “La paz descienda sobre esta casa”. La gente se apiña en la estancia grande posterior, empleada para las redes, maromas, cestos, remos, velas y provisiones. Se ve que Pe­dro la ha puesto a disposición de Jesús, amontonando todo en un rin­cón para dejar espacio libre. El lago no se ve desde aquí, sólo se oye el rumor lento de sus olas; y se ve sólo la pequeña tapia verdosa del huerto, con su vieja vid y su frondosa higuera. Hay gente hasta in­cluso en la calle; no cabiendo en la sala, ocupan el huerto; no cabiendo en el huerto, se quedan afuera. Jesús empieza a hablar. En primera fila —se han abierto paso sirviéndose de su actitud avasalladora y del temor que siente hacia ellos la plebe— hay cinco personas… de elevada condición social; claramente, la riqueza de vestidos y soberbia denuncian que son fari­seos y doctores. Sin embargo, Jesús quiere tener en torno a Sí a sus pequeños: una corona de caritas inocentes, ojos luminosos y sonrisas angelicales, mirando hacia arriba, a Él. Jesús habla, acariciando ca­da cierto rato la cabecita rizada de un niño que se ha sentado a sus pies y tiene apoyada la cabeza en las rodillas de Él, sobre el bracito doblado. Jesús está sentado encima de un gran montón de cestos y redes. ■ “Salomón de David de quien provengo Yo, Mesías de Israel, dice: «Mi amado ha bajado a su jardín, al vergel de sus balsameras, a pastorear su ganado en los huertos y a recoger lirios… él, que se apacienta entre los lirios» (1). ¡Mi jardín! ¿Qué jardín más hermoso y más digno de Dios que el Cielo, donde son flores los ángeles creados por el Padre?… Y, sin embargo, no me refiero a ése. Otro jardín ha querido el Hijo Unigénito del Padre, Yo, el Hijo del hombre, porque por el hombre me he hecho igual suyo tomando la carne, sin la cual no podría redimir las culpas de la carne del hombre. Un jardín que hubiera podido ser poco inferior al celestial, si desde el Paraíso terrestre se hubieran desparramado, como dulces abejas desde una colmena, los hijos de Adán, los hijos de Dios, para poblar la tierra de santidad destinada toda al Cielo. Pero el Enemigo sembró cardos y espinas en el corazón de Adán, y cardos y espinas desde este corazón se derramaron sobre la tierra, no ya jardín, sino selva dura y cruel en que habita la fiebre y anida la serpiente. ■ Con todo, el Amado del Padre, en esta tierra donde impera Satanás, tiene todavía un jardín: el jardín al que va a saciarse de su alimento celeste: amor y pureza; el vergel del que coge las flores que ama, en las cuales no hay mancha de sentido, de avaricia, de soberbia: éstos —Jesús acaricia a todos los niños que puede, pasando su mano so­bre la corona de cabecitas atentas, la única caricia que les gusta y les hace sonreír de alegría—; éstos son mis lirios. No tuvo Salomón, en su riqueza, vestidura más hermosa que el li­rio que perfuma el valle, ni diadema de más hermosura que la que tiene el lirio en su cáliz de perla. Y, no obstante, para mi corazón no hay lirio que valga lo que uno de éstos; no hay vergel ni jardín de ricos, todo plantado de lirios, que me valga cuanto uno sólo de estos puros, inocentes, sinceros, sencillos párvulos. ■ ¡Oh hombres, oh mujeres de Israel, oh vosotros, grandes y humil­des por riqueza o por cargo, oíd! Vosotros estáis aquí porque queréis conocerme y amarme. Pues bien, debéis saber cuál es la condición pri­mera para ser míos. Mirad que no os digo palabras difíciles, ni os pon­go ejemplos aún más difíciles; os digo: tomad a éstos como ejemplo. ¿Quién hay, entre vosotros, que no tenga en casa en la edad de la niñez, a un hijo, a un nieto o sobrino, a un hermano? ¿No es un descanso, un alivio, un motivo de unión entre esposos, en­tre familiares, entre amigos, uno de estos inocentes, cuya alma es pura como el amanecer sereno, cuya mirada deshace las nubes y crea esperan­zas, cuyas caricias secan las lágrimas e infunden fuerza vital? ¿Por qué existe tanto poder en ellos, que son débiles, inermes, ignorantes to­davía?: porque tienen en sí a Dios, tienen la fuerza y la sabiduría de Dios, la verdadera sabiduría: saben amar y creer, creer y querer, vi­vir en este amor y en esta fe. Sed como ellos: sencillos, puros, amoro­sos, sinceros, creyentes. No hay sabio en Israel que sea mayor que el más pequeño de és­tos, cuya alma es de Dios y de cuya alma es el Reino. Benditos del Padre, amados del Hijo del Padre, flores de mi jardín, mi paz esté con vosotros y con quienes os imiten por mi amor”. Jesús ha terminado.(Escrito el  9 de Noviembre de 1944).
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1  Nota  : Cfr. Cant. 6,2
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(<El publicano Mateo, según esta Obra, antes de ser llamado por Jesús para ser su discípulo y apóstol, solía enviar bolsas de dinero semanalmente a los apóstoles para repartir entre los pobres>)
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2-98-114 (2-63-601).-  “Sed vírgenes en hacer el bien”.
Y el acto es virgen cuando no tiene ningún pensamiento de alabanza o de estima, o de acicate de soberbia”.- ■ Jesús dice a los apóstoles: “Sed sencillos, puros al hacer el bien, también al hacer limosna. Un publicano supo serlo antes de su conversión y ¿vosotros no lo podréis?… Te alabo, Mateo, por la oferta pura, semanal que tan sólo Yo y el Padre conocíamos, y te cito como ejemplo. También esto es castidad, amigos. No descubráis el bien que hiciereis de la misma forma que no desvestiríais a una hija vuestra adolescente a los ojos de una multitud. Sed vírgenes en hacer el bien. Y el acto es virgen cuando no tiene ningún pensamiento de alabanza o de estima, o de acicate de soberbia”. (Escrito el 5 de Febrero de 1945).
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2-123-264 (2-90-763).- Discurso (1) en «Aguas Claras» (2): “No fornicarás” (3).
* ¿Quién de vosotros no ha hincado nunca el diente en ese pan de ceniza y de estiércol que es la satisfacción sexual?”.- Lujuria dentro del matrimonio.- ■ Jesús está en pie, sobre un montón de tablas que se han colocado como tribuna en el último galerón, y allí cerca de la puerta habla con voz potente para que le oigan los que están dentro del galerón como los que están debajo del cobertizo, e incluso los que están en la era, sobre los que la lluvia está cayendo. Parecen frailes bajo sus mantos oscuros y de lana, en la que el agua no penetra. En el galerón están los más débiles; bajo el cobertizo, las mujeres; en el patio, bajo la lluvia, los fuertes, la mayoría hombres. Pedro va y viene, descalzo y solo con el vestido corto, cubierto con un pedazo de tela que se ha echado sobre la cabeza; pero no pierde el buen humor, aunque tenga que ir chapoteando en el agua y se esté bañando sin desearlo. Le ayudan Juan, Andrés y Santiago. Llevan con mucho cuidado al otro galerón a unos enfermos, guían a unos ciegos o levantan a algunos tullidos. Jesús espera con paciencia a que todos se acomoden, y solo le duele que los cuatro discípulos estén empapados como esponjas. “¡Nada, nada! Somos leña dura. No te preocupes. Nos bautizamos otra vez y el que nos bautiza es Dios mismo” responde Pedro a las observaciones de Jesús. Finalmente todos están en su lugar y Pedro cree que es tiempo de ponerse ropa seca. Así lo hace, como también los otros tres. ■ Pero cuando ha vuelto a empezar el Maestro, ve que se asoma en el rincón del cobertizo el gris manto de la mujer velada, y  se dirige a ella sin pensar  que para hacerlo tiene que atravesar la era de lado a lado bajo un chaparrón, que va a más, y sin pensar en los charcos que salpican hasta la rodilla al chocar tan fuerte en ellos las gotas de agua. La toma del brazo sin quitarle el manto y la arrastra hacia arriba con fuerza, hasta la pared del galerón, resguardada del agua. Y luego se queda cerca de ella, como un centinela, sin moverse y sin pestañear. Jesús ha visto. Para ocultar la sonrisa que ha brillado en su rostro baja la cabeza. ■ Continúa luego, hablando: “No digáis, vosotros, los que habéis sido constantes en venir a Mí, que no hablo con orden, y que paso por alto alguno de los Diez Mandamientos. Vosotros oís, Yo veo; vosotros escucháis, Yo aplico mi palabra a los dolores y a las llagas que veo en vosotros. Soy médico. Un médico va primero a los más enfermos, a los que están más próximos a morir. Y luego va a los menos graves. También Yo. Hoy os digo: «No cometáis impurezas». No volváis la mirada a vuestro alrededor  tratando de descubrir en el rostro de alguien la palabra «lujuria». Teneos mutua caridad. ¿Os gustaría que otro la leyese en vuestra cara? No. Pues entonces no tratéis de leerla en los ojos turbados del vecino; en su frente que se pone colorada y se inclina hacia el suelo. ■ Y además… ¡Oh, decidme, especialmente vosotros, hombres! ¿Quién de vosotros no ha hincado nunca el diente en ese pan de ceniza y de estiércol que es la satisfacción sexual? ¿Es tan solo lujuria la que os arrastra por una hora en los brazos de una prostituta? ¿No es, acaso, lujuria también el acto sexual con la esposa, manchado al eludir las consecuencias de éste, que queda reducido, por tanto, a una recíproca satisfacción del sentido, a un vicio legalizado? Matrimonio quiere decir procreación, y el acto sexual significa y debe ser fecundación. Sin ello es inmoralidad (4). Del tálamo no se debe hacer un lupanar; y en lupanar se convierte si se ensucia de libídine y no se consagra con maternidades. La tierra no rechaza la semilla, la acoge y de ella forma planta. La semilla no huye del lugar una vez que se la sembró, sino que enseguida echa raíces y se esfuerza por crecer y dar una espiga: la criatura vegetal nacida del connubio entre tierra y semilla. El hombre es la semilla, la mujer es la tierra, la espiga es el hijo. Rehusar a echar espigas y desaprovechar la fuerza para el vicio, es culpa. Es un acto de prostitución cometido en el lecho nupcial, pero en nada distinto del otro; es más, agravado por la desobediencia al mandato que dice: «Sed una sola carne y multipicaos en los hijos» (5). Por lo tanto, ved, mujeres voluntariamente estériles, esposas según la Ley y honestas (no ante los ojos de Dios sino ante el mundo), cómo, a pesar de ello, vosotras podéis ser prostitutas y cometer actos impuros, aunque seáis solo de vuestro marido, porque no es la maternidad, sino el placer, lo que frecuentemente buscáis. ¿Y no reflexionáis en que el placer es un veneno que, aspirado por una boca, contagia, produce quemazón, cual fuego que, creyendo consumirse, traspasa, devorador, cada vez más insaciable, los límites del hogar, dejando acre sabor de ceniza bajo la lengua, y asco, y náusea… y desprecio de sí mismo y del compañero de placer? Porque cuando la conciencia se despierta —y lo hace entre dos momentos febriles— no puede dejar de nacer este desprecio de sí mismo, rebajados como quedan uno y otro a un nivel incluso inferior al de los animales”.
* Uniones, dentro del mismo sexo y con animales, condenadas por el Levítico.-Jesús: “Está escrito: «No forniquéis». Muchas de las acciones carnales del hombre son fornicación. ■ No hablo ni siquiera de las uniones inconcebibles cual pesadilla que el Levítico condena con estas palabras: «Hombre: no te acostarás con otro hombre como si fuese mujer» y también: «No te unirás con ninguna bestia para no contaminarte con ella. Y así hará  la mujer, y no se unirá a ninguna bestia, porque es infamia»” (6).
* La fornicación por vicio o por dinero (prostitución).-Jesús: “Bien, después de haber hablado brevemente del deber de los esposos en el matrimonio  —el cual deja de ser santo cuando, por malicia, viene a ser infecundoquiero hablaros de la fornicación en sentido propio entre hombre y mujer, por recíproco vicio o por obtener dinero o regalos. El cuerpo humano es un magnífico templo que contiene un altar. Sobre el altar debe estar Dios. Pero Dios no está en donde hay corrupción. Por esto el cuerpo del impuro, tiene el altar consagrado pero sin Dios. Como quien se revuelca, ebrio, en el lodo y en el vómito de la propia ebriedad, el hombre, en la bestialidad de la fornicación, se rebaja a sí mismo, viniendo a ser menos que un gusano o que el animal más inmundo. Y decidme —si entre vosotros hay alguien que se ha depravado a sí mismo hasta el punto de comerciar con su cuerpo como se comercia con trigo o animales— ¿qué bien os ha reportado? Tomad en la mano vuestro propio corazón, observadlo, interrogadle, escuchadlo, y luego decidme, respondedme: ¿tan dulce era ese fruto, que compensara este dolor de un corazón que nació puro, obligado por vosotros a vivir en un cuerpo impuro, a latir para dar vida y calor a la lujuria, e irse consumiendo en el vicio? Decidme: ¿sois tan depravadas que no lloráis en secreto, al oír una voz de niño que grita: «mamá», y pensando en vuestra madre —¡oh mujeres de placer, que habéis huido de casa, u os han echado de casa para que el fruto prohibido no destruyese con su vaho a los otros hermanos!—, pensando en vuestra madre, que tal vez murió de dolor porque se dijo: «Di a luz a un oprobio»? ¿Pero es que no sentís que se os cae la cara de vergüenza, cuando veis a un anciano respetable en sus canas, al pensar que sobre las de vuestro padre habéis arrojado el deshonor, como fango tomado a manos llenas, y junto con el deshonor la irrisión de su tierra natal? ¿Pero es que no sentís que las entrañas se os revuelven de doliente añoranza al ver la felicidad de una esposa o la inocencia de una virgen, teniendo que decir: «Yo a todo esto he renunciado y jamás lo podré tener»? ¿Pero es que no sentís como si la vergüenza os arrancara la piel de la cara, al ver la mirada, ávida o llena de desprecio, de los hombres? ¿Pero es que no sentís vuestra miseria cuando tenéis sed de un beso de niño y ya no os atrevéis a decir: «Dámelo», porque habéis matado vidas en su comienzo, vidas que habéis rechazado como peso fastidioso e inútil estorbo, vidas arrancadas del mismo árbol que las había concebido, arrojadas para estiércol, vidas que ahora os gritan: «¡Asesinas!»? ¿Pero es que no tenéis miedo, sobre todo, al Juez que os ha creado y os espera para preguntaros: «¿Qué hiciste de ti misma? ¿Para esto, acaso, te di la vida? Pululante nido de gusanos, ¿cómo te atreves a estar en mi presencia? Tuviste todo de lo que para ti era Dios: el placer. Vete al lugar de maldición que no tiene fin». ■ ¿Quién llora? ¿Nadie? ¿Decís: «nadie»? Y sin embargo mi alma sale al encuentro de otra alma que llora. ¿Por qué sale a su encuentro? ¿Para lanzarle el anatema por ser prostituta? ¡No! Porque me da compasión su alma. Su cuerpo sucio, sudando en lujuriosa fatiga me repugna. ¡Pero su alma…! ¡Oh! ¡Padre! ¡Padre! ¡También por esta alma tomé carne y dejé el Cielo para ser su Redentor y de tantas almas hermanas suyas! ¿Por qué no debo de recoger esa oveja extraviada, y traerla al redil, limpiarla, juntarla con las demás, darle de comer, y amarla con un amor sin igual, tan diferente de los que tuvieron hasta ahora para ella nombre de amor y no eran sino odio; amor mío tan compasivo, completo y cariñoso, que ella ya no llore por el tiempo pasado, o lo haga solo para decir: «Muchos días he perdido lejos de Ti, Belleza eterna. ¿Quién me devolverá el tiempo perdido? ¿Cómo gustar, en el poco tiempo que me queda, cuanto habría gustado si hubiese sido siempre pura?». A pesar de ello, no llores alma a quien toda la libídene del mundo pisoteó. Escucha: eres un trapo sucio, pero puedes volver a ser una flor. Eres una paja suelta por el suelo, pero puedes convertirte en un jardincito. Eres un animal inmundo pero puedes hacerte ángel. Un día lo fuiste. Danzabas en los prados floridos, rosa entre las rosas, fresca cual ellas, respirando virginidad. Cantabas, serena, tus canciones de niña, y luego corrías hacia donde estaba tu madre, tu padre y les decías: «Sois mis amores»; y el custodio invisible, que cada hombre tiene a su lado, sonreía con tu alma blanca. Y luego, ¿por qué?… ¿Por qué te has arrancado tus alas de pequeña inocente? ¿Por qué has pisoteado un corazón de padre y un corazón de madre para ir tras de corazones inciertos? ¿Por qué ha doblado tu voz pura a mentirosas frases de pasión? ¿Por qué has quebrantado el tallo de la rosa y te violaste a ti misma? ■ Arrepiéntete, hija de Dios. El arrepentimiento renueva. El arrepentimiento purifica. El arrepentimiento sublima. No te puede perdonar el hombre. Ni siquiera tu padre. Pero Dios puede. Porque la bondad de Dios no tiene parangón con la bondad humana y su misericordia es infinitamente más grande que la miseria humana. Hónrate a ti misma haciendo que tu alma, con una vida honesta se haga digna de honra. Justifícate ante Dios no volviendo a pecar más contra tu alma. Toma un nombre nuevo ante Dios. Es el que vale. ¿Eres vicio? Conviértete en honestidad, en sacrificio, en mártir por tu arrepentimiento. Bien supiste martirizar tu corazón para hacer gozar a la carne, sabe ahora martirizar la carne para dar a tu corazón una paz eterna. Puedes irte, podéis iros todos. Cada uno con su peso y con su pensamiento y meditad. Dios espera a todos y no rechaza a nadie de los que se arrepienten. Os dé el Señor su luz para conocer vuestra alma. Idos”. (Escrito el  4 de Marzo de 1945).
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1 Nota : La última parte del discurso está dedicada a la prostituta Aglae, la mujer «velada», presente en el lugar. Cfr. Personajes de la Obra magna: Aglae.   2 Nota  :  Cfr. en Personajes de la Obra magna: «Aguas Claras».   3 Nota : Cfr. Deut. 5,18;  Éx. 20,14.   4 Nota : Aquí se habla de “Matrimonio… inmoralidad…”. Estas frases si son entendidas como se debe, es, decir, en su contexto, son exactas. Se afirma únicamente que el matrimonio pecaminoso es el infecundo por mala voluntad, esto es, por malicia. Por esto, en el contexto aparecen palabras como las siguientes: “lupanar, libídine, rechaza, huye, rehusa, desperdiciar, acto de prostitución, voluntariamente estériles, ser compradas, envilecidos hasta el nivel de las bestias, uniones inconcebibles”. Y con toda exactitud se llega a la conclusión “el matrimonio… deja de ser santo cuando por malicia se hace infecundo…”.
Anexo a esta nota, para mayor comprensión, se remite: al tema “Familia-Matrimonio”, donde, al hablar sobre sobre el matrimonio, dice:
En el episodio 10-635-326, la escritora afirma los dos elementos del matrimonio: el amor mutuo entre los esposos y la procreación, es decir, cohabitación y procreación.
En las notas del dictado 44-279:  -En la nota 5 se adjunta un comentario de la Biblia latinoamericana respecto al texto de Tobías (6,16): El ángel enseña a Tobías cómo lograr las bendiciones de Dios sobre los comienzos de su matrimonio.  –En la nota 6 se expone la doctrina del Catecismo de la Iglesia Católica sobre el matrimonio.
3º En el episodio 3-186-180 donde, al hablar de ciertos alimentos, se dice: “La razón natural es el no estimular la sangre con alimentos que conducen a ardores indignos del hombre, al cual no se le niega el amor carnal, pero debe templarlo siempre con la frescura del alma orientada al Cielo; hacer, por tanto, «amor»  —no sensualidad—  de ese sentimiento que une al hombre a su compañera, en quien debe ver la congénere y no la hembra”.
5  Nota  : Cfr.  Gén.  2,24.   6  Nota  : Cfr. Lev.  18,22-23.
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2-128-295 (2-95-796).- Discurso en «Aguas Claras»: “No desearás la mujer de tu prójimo” (1).
* Un joven adúltero, contagiado de lepra, obtiene curación de Jesús movido por las lágrimas de una madre y bajo juramento del adúltero de no más pecar.- ■ Jesús se abre paso entre tanta gente que parece un pueblo pequeño que le llama desde todas partes. Uno le muestra sus heridas, otro le enumera sus desgracias, un tercero se limita a decir: “Ten piedad de mí”. Hay también quien le presenta su pequeñuelo para que le bendiga. El día sereno y sin viento ha atraído mucha, mucha gente. Jesús ha llegado casi a su puesto, cuando, del sendero, que lleva al río, llega un lamento: “Hijo de David piedad para este infeliz”. Jesús se vuelve en esa dirección, como también la gente y los discípulos; pero unos tupidos matorrales de bojes esconde al que ha hecho la súplica. Jesús: “¿Quién eres? Sal afuera”. El hombre grita: “No puedo. Estoy contaminado. Debo ir donde el sacerdote para que sea yo borrado del mundo. He pecado y la lepra me ha brotado en el cuerpo. ¡Espero en Ti!”. La multitud se solivianta: “¡Un leproso! ¡Un leproso! ¡Anatema! ¡Lapidémoslo!”. Jesús hace un gesto que impone silencio y hace que nadie se mueva. “Es uno que no está más contaminado que quien está en pecado. A los ojos de Dios es mucho más inmundo el pecador impenitente que el leproso arrepentido. Quien es capaz de creer venga conmigo”. ■ Además de los discípulos, algunos curiosos siguen a Jesús. Los demás, alargan sus cuellos, pero se quedan donde están. Jesús va hasta más allá de la casa y del sendero, hacia los matorrales de bojes. Luego se detiene y ordena: “¡Déjate ver!”. Sale fuera un muchacho todavía casi adolescente, de cara hermosa en la que despuntan bigote y barba tenues, con una mirada aún llena de vida. Tiene los ojos enrojecidos por el llanto. Un gran grito de entre un grupo de mujeres enteramente tapadas —ya lloraban en el patio de la casa al pasar Jesús, y su llanto había aumentado cuando la multitud las había amenazado—, le saluda: “Hijo mío”… Y la mujer cae sin fuerzas en los brazos de otra, que  no sé si es pariente o amiga. Jesús, solo, sigue avanzando hacia el infeliz: “Eres muy joven. ¿Cómo es que estás leproso?”. El joven baja los ojos, enrojece, balbucea y no se atreve a más. Jesús repite la pregunta. El joven dice algo más claro, pero no logro captar sus palabras: “… mi padre… fui… y pecamos… no solo yo…”. ■  Jesús: “Allí está tu madre que está esperando con lágrimas. En el Cielo está Dios, que sabe lo sucedido, aquí estoy Yo, que también lo sé, pero necesito tu humillación para tener piedad. Habla”. La madre suplica: “Habla, hijo. Ten piedad de las entrañas que te llevaron”, y gime arrastrándose hasta Jesús, y de rodillas, inconscientemente ha cogido la orla del vestido de Jesús con una mano y extiende la otra hacia su hijo y al hacerlo enseña una pobre cara bañada de lágrimas.  Jesús le pone la mano sobre la cabeza y vuelve a decir: “Habla”. Joven: “Soy el primogénito y ayudo a mi padre en los negocios. Él me mandaba a Jericó muchas veces para hablar con sus clientes y… y uno… uno tenía una esposa bella y joven… Me… me gustó. Fui más allá de donde debía… Le gusté… Nos deseamos y pecamos en ausencia del marido… No sé cómo sucedió, porque ella estaba sana. Sí. No solo yo estaba sano y la quise… también ella estaba sana y me quiso. No sé si… si además de a mí amó antes a otros y se había contagiado. Sí sé que muy pronto ella se marchitó y ahora está en los sepulcros muriendo en vida… Y yo… y yo… ¡Mamá!, tú lo has visto, es poca cosa, pero dicen que es lepra… y… moriré de lepra. ¿Cuándo? ¡Se acabó la vida, la casa… y tú, mamá!… ¡Oh, mamá, te veo y no puedo besarte!… Hoy vienen a descoserme los vestidos y a arrojarme de mi casa… del pueblo…  Es peor que si hubiera muerto; ni siquiera tendré el llanto de mi madre sobre mi cadáver…”.  El joven llora. La madre está tan estremecida por los llantos que parece una planta zarandeada por el vendabal. La gente hace diversos comentarios. Jesús está triste. Habla: “¿Y cuando pecabas no pensabas en tu madre? ¿Eras tan necio que no te acordabas que tenías una madre en la Tierra y un Dios en el Cielo? ¿Y si no hubiese aparecido la lepra, habrías caído en la cuenta de que ofendías a Dios y al prójimo? ¿Qué hiciste de tu alma? ¿Qué de tu juventud?”. ■ Joven: “Fui tentado…”. Jesús: “¿Eres acaso un niño, para no saber que aquel fruto era maldito? ¡Merecerías morir sin piedad!”. Joven: “¡Oh! Piedad. Tú solo puedes…”. Jesús:  “No Yo, Dios, y si juras aquí no pecar más”. Joven: “Lo juro. Lo juro. Sálvame, Señor. Me quedan pocas horas para oír la sentencia. ¡Mamá… mamá… ayúdame con tus lágrimas!… ¡Oh, madre mía!”. La mujer no tiene ya ni voz. Se abraza fuertemente a las piernas de Jesús, levanta su cara con los ojos agrandados por el dolor, una cara en que está pintada la tragedia de alguien que se ahoga y que sabe que es el último sostén que le mantiene y puede salvarlo. ■ Jesús la mira. Compasivo le sonríe: “Levántate, madre. Tu hijo está curado. Pero por ti. No por él”. La mujer todavía no cree; le parece que, así, a distancia, no puede haber sido curado, y hace señales, entre sus continuos sollozos, de que no. Jesús: “Hombre. Quítate la túnica del pecho. Ahí tenías la mancha. Para que tu madre se consuele”.  El joven se quita el vestido, y queda desnudo a los ojos de todos. No tiene más que una piel perfecta y lisa de un joven robusto. Jesús: “Mira, madre” y se inclina a levantarla del suelo. Este movimiento sirve también para contenerla cuando su amor de madre y el hecho de ver el milagro la hubiese lanzado contra su hijo sin esperar a que estuviese purificado. Sintiéndose imposibilitada para ir a donde su amor materno la impulsa, se abandona sobre el pecho de Jesús a quien besa en un verdadero delirio de alegría. Llora, ríe, besa, bendice… y Jesús compasivo la acaricia. Luego dice al joven: “Ve al sacerdote, y acuérdate que Dios te ha sanado por causa de tu madre y para que seas justo en el porvenir. Vete”. El joven se va después de haber alabado al Señor. A distancia, le siguen su madre y las mujeres que la habían acompañado. La multitud prorrumpe en gritos de hosanna.
* “«No desearás la esposa del prójimo» se une con «No cometerás adulterio»”. ■ Jesús regresa a su lugar y dice: “También él había olvidado que existe Dios que quiere honestidad en las costumbres. Había olvidado que está prohibido hacerse dioses que no son Dios. Había olvidado santificar el sábado como he enseñado. Había olvidado el respeto amoroso hacia su madre. Había olvidado que no se debe fornicar, ni robar, ni ser falso, ni desear la esposa del prójimo, ni matarse uno a sí mismo y a la propia alma, ni cometer adulterio. Todo había olvidado. Ved cómo fue castigado. «No desearás la esposa del prójimo» se une con «No cometerás adulterio», porque el deseo precede siempre a la acción. El hombre es demasiado débil como para poder desear sin llegar después a consumar su deseo. Y lo que es del todo triste es que el hombre no sepa hacer lo mismo respecto a los deseos justos. Se desea el mal y luego se cumple; se desea el bien, para luego detenerse, aunque no se retroceda. Lo que dije a él, os lo digo a todos vosotros, porque el pecado de deseo está tan difundido como las malas hierbas, que por sí solas se propagan: ¿Sois niños para no saber que esa tentación es venenosa y que hay que huir de ella?  ■ «Fui tentado». La vieja excusa (2). Pues bien, así como es un viejo ejemplo, también debería el hombre acordarse de sus consecuencias, y debería saber decir: «No». Nuestra historia no carece de ejemplos de castos que permanecieron tales, no obstante las seducciones del sexo opuesto y las amenazas de hombres crueles. ¿Es la tentación un mal? No lo es. Es la obra del maligno. Y se cambia en gloria para quien la vence. ■ El marido que va a otros amores es un asesino de su mujer, de sus hijos, de sí mismo. El que entra a la casa de otro para cometer adulterio es un ladrón y de los más viles. Se parece al cuco, se aprovecha del nido de los demás sin aportar nada. El que traiciona la buena fe del amigo es un falsario, porque muestra una amistad que realmente no tiene. El que obre así, se deshonra a sí mismo y a sus padres. ¿Podrá tener de este modo a Dios consigo? ■ Hice un milagro por esa pobre madre. Pero me da tanto asco la lujuria, que me siento nauseado. Vosotros gritasteis por miedo y asco de la lepra; Yo, con mi alma, he gritado a causa del asco por la lujuria. Todas las miserias me rodean y para todas soy el Salvador. Pero prefiero tocar un muerto, a un justo que esté ya descompuesto en su carne que fue honesta, mas en paz ya su espíritu, antes que acercarme al que huele a lujuria. Soy el Salvador, pero soy inocente. Que lo recuerden todos los que vienen a Mí o hablan de Mí, proyectando en mi personalidad lo que en ellos fermenta. Comprendo que vosotros querríais de Mí algo distinto, pero no puedo. La ruina de una juventud, apenas formada y destruida por la libídine, me ha turbado más que si hubiese tocado la Muerte. Vayamos a los enfermos; no pudiendo, por la náusea que me ahoga, ser la Palabra, seré la salud de quien en Mí espera. La paz sea con vosotros”. ■ De hecho, Jesús está pálido, y su rostro denota dolor. No vuelve a sonreír sino cuando se inclina sobre los niños enfermos y sobre los enfermos en camillas. Entonces vuelve a ser Él. Sobre todo cuando, al introducir su dedo en la boca de un mudo de unos diez años de edad, le hace decir: “Jesús” y luego: “Mamá”. La gente se marcha muy lentamente. (Escrito el 12 de Marzo de 1945).
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1  Nota  : Cfr. Ex. 20,17; Dt. 5,18.   2  Nota  : Cfr. Gén. 3,9-13.
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(<Jesús está hablando a la gente congregada en «Aguas Claras»>)
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2-131-315 (2-98-817).- “Nuestro cuerpo lo ha creado Dios para que sea templo del alma, que es templo de Dios. Por esto, debe ser conservado honesto; de otro modo, al alma se le quita la amistad con Dios y la vida eterna”.
* Lo que solamente tiene valor es la vida que se vivió según la Ley”.- ■ Dice Jesús: “¿Hay criatura más alegre que el pajarito? ¿Y qué es su inteligencia con respecto a la humana?: como un trozo de sílice comparado con un monte. Y, a pesar de ello, os enseña. En verdad os digo que posee la alegría del pajarito, quien vive sin deseo impuro. Éste pone su confianza en Dios y le siente como a Padre; sonríe cuando nace el día y cuando cae la noche; porque sabe que el sol, es su amigo y la noche su protectora; sin rencor mira a los hombres y no teme sus venganzas porque no les hace mal de ningún modo; no teme ni por su salud ni por su sueño, porque sabe que una vida honrada mantiene lejos las enfermedades y proporciona un dulce descanso; en fin, no teme a la muerte porque sabe que, al haber obrado bien, no puede recibir otra cosa que la sonrisa de Dios. También los reyes mueren. Lo mismo el rico que el pobre. No es el cetro lo que aleja la muerte, ni es el dinero el que compra la inmortalidad. Delante del Rey de reyes y Señor de señores son cosas irrisorias las coronas y el dinero. Lo que solamente tiene valor es la vida que se vivió según la Ley”.
Herodes Antipas ¿de qué pecado es culpable, de hurto o de adulterio? ¿Y qué pecado comete una mujer que se prostituye?”. ■ Jesús oye un murmullo y dice: “¿Qué cosas están diciendo aquellos hombres allá en el fondo? No tengáis miedo de hablar”. Ellos: “Decíamos: Herodes Antipas ¿de qué pecado es culpable, de hurto o de adulterio?”. Jesús: “Yo quisiera que no miraseis a los demás, sino a vuestros corazones. Pero os respondo que Antipas es culpable de idolatría porque adora a la carne más que a Dios; es culpable de adulterio, de hurto, de deseos ilícitos, y, pronto, de homicidio”. Ellos: “¿Le salvarás, Tú, que eres Salvador?”. Jesús: “Yo salvaré a los que se arrepientan y vuelvan a Dios. Los impenitentes no tendrán redención”. Ellos: “Dijiste que es ladrón… pero… ¿qué cosa ha robado?”. Jesús: “La mujer de su hermano. El robo no solo es de dinero. Robo es, también, quitar la honra a un hombre, la virginidad a una joven, la mujer a su marido, como igualmente lo es el  quitarle un  buey  o frutos de árboles al vecino. Y el hurto, empeorado por la libídine o por falso testimonio, se agrava con el adulterio o con la fornicación o con la mentira”. ■ Ellos preguntan: “¿Y qué pecado comete una mujer que se prostituye?”. Jesús responde: “Si está casada, de adulterio y de robo respecto al marido. Si es núbil, de impureza y de robo respecto a sí misma”. Ellos: “¿Robo a sí misma? ¡Pero si ella da algo que es suyo!”. Jesús: “No. Nuestro cuerpo lo ha creado Dios para que sea templo del alma, que es templo de Dios. Por esto, debe ser conservado honesto; de otro modo, al alma se le quita la amistad con Dios y la vida eterna”. Ellos: “¿Entonces una prostituta ya no puede pertenecer sino a Satanás?”. Jesús: “Todo pecado es prostitución con Satanás. El pecador, como la prostituta, se entrega a Satanás por amores ilícitos, esperando sucias ganancias de ello. Grande, grandísimo es el pecado de prostitución, pues hace a quien lo comete semejante a un animal inmundo. Pero, creedme, no es menor cualquier otro pecado mortal. ¿Qué diré de la idolatría?, ¿qué, del homicidio?”.
* “Quien más se arrepiente más será perdonado porque el arrepentimiento es una forma de amor, de amor activo”.- ■ Jesús: “Y, no obstante, perdonó Dios a los israelitas después que hicieron el becerro de oro (1); perdonó a David después de su pecado, que era doble (2). Dios perdona a quien se arrepiente. Que el arrepentimiento esté en proporción al número y a la magnitud de las culpas, y Yo os digo que a quien más se arrepiente más le será perdonado; porque el arrepentimiento es una forma de amor, de amor activo. Quien se arrepiente le dice a Dios con su arrepentimiento: «No puedo soportar tu enojo, porque te amo y quiero que me ames». Y Dios ama a quien le ama. ■ Por lo cual, os digo: cuanto más ama uno, más es amado. A quien ama totalmente con todo su corazón, todo se le perdona. Esta es la verdad. Podéis iros”. (Escrito el 15 de Marzo de 1945).
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1  Nota  : Cfr. Éx.  32-34.  2  Nota  : Cfr. 2  Sam. 11,1-12,23.
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2-156-427 (3-16-62).- “Analía (1), la primera consagrada a la virginidad por amor de Cristo, es el amanecer de otras muchas que vendrán”.
* “A través de tu mano, que pusiste encima de mi pecho enfermo, algo ha llegado no solo a mis pulmones corroídos sino también adentro del corazón”.- ■ Jesús a quien acompaña Pedro, Andrés y Juan, llama a la puerta de su casa en Nazaret. María abre enseguida. Su rostro se ilumina con una resplandeciente sonrisa al ver a su Hijo. “Pasa ¡Hijo mío! Regresas en un momento oportuno. Desde ayer está conmigo una paloma pura que te está esperando. Vino de lejos. La persona que la ha acompañado no ha podido quedarse más tiempo. Como ella buscaba consejo, se lo di como pude. Pero Tú solo, Hijo mío, eres Sabiduría. Bienvenidos también vosotros. Venid inmediatamente para descansar y reponer fuerzas”. Jesús: “Sí, quedaos aquí. Voy inmediatamente a donde está la persona que me espera”. ■ Los tres sienten viva curiosidad. Pedro, como si esperase ver a través de las paredes, observa con el rabillo del ojo en todas las direcciones;  Juan parece como si quisiera leer en la cara sonriente de María el nombre de la desconocida. Andrés, que se ha puesto muy colorado, clava su mirada en Jesús con toda la fuerza de sus pupilas, y en su mirada y labios se ve una súplica muda (2). Pero Jesús no se preocupa de ninguno de los tres. Mientras los tres discípulos deciden entrar a la cocina, donde María les ofrece comida y el calor de lumbre, Jesús levanta la cortina que oculta la entrada que lleva al huerto-jardín, y va a él. ■ Un hermoso sol da a las ramas totalmente en flor del alto almendro del huerto un aspecto más esponjoso e irreal del que ya de por sí tienen; es el único árbol florecido, el más alto de los árboles del huerto pingüe con su vestidura de seda blanco-rosácea en medio de la desnuda pobreza de los otros árboles (manzano, higuera, vid, granado) que están secos y sin hojas; pomposo con su velo espumoso y vivo que contrasta con la monótona y gris humildad de los olivos… parece como que si con sus ramas largas hubiese capturado una ligerísima nube, perdida en el vasto campo azul del cielo, y se le hubiera puesto de adorno para decir a todos: «Las nupcias de la primavera han llegado. Alegraos animales. Es la hora de los besos bajo las tejas o entre la espesura de los bosques, oh pajaritos de Dios, oh cándidas ovejas: hoy besos, mañana hermosa prole, para perpetuar la obra de nuestro Dios Creador». ■ Jesús, erguido bajo el sol, con los brazos cruzados sobre el pecho, sonríe, a la hermosura pura y placentera del huerto materno verde, con sus rosales todavía desnudos, con el olivo, con las demás flores esparcidas entre los humildes cuadros de legumbres y verduras en brote; puro, ordenado, delicado, parece espirar, también él, candor de virginidad perfecta. Virgen: “Hijo mío, ven a mi habitación. Te la traigo, porque al oír tantas voces ha huido a aquél extremo”. Jesús entra en la habitación materna, siempre la casta, castísima habitación que escuchó las palabras del saludo del ángel y de la que emana, mucho más que del huerto, el perfume virginal, angelical, santo de quien durante muchos años ahí vive, y del Arcángel que en ella veneró a su Reina. Han pasado ya treinta años ¿o tan solo fue ayer el encuentro? También hoy se ve sobre la rueca el estambre, y en el huso hilo, y, encima de la repisa que está junto a la puerta, un bordado plegado, entre un rollo de pergamino y una jarra de cobre en la que hay una rama de almendro florecido. También ahora la cortina se mueve al contacto del viento, y la cama, en un ángulo, tiene siempre la apariencia gentil de la juventud. ¡Qué sueños se producirán y se habrán producido en esa almohada de escaso grosor!… ■ La mano de María levanta poco a poco la cortina. Jesús, que con las espaldas hacia la puerta, de pie, contemplaba el nido de pureza, se vuelve. Virgen: “Hijo mío, mírala. Una ovejita, y Tú eres su pastor”. María, que entra llevando de la mano a una jovencita morena, delgada que se pone muy colorada al presentarse ante Jesús, se retira con delicadeza dejando caer la cortina. Jesús: “La paz sea contigo, jovencita”. Jovencita: “La paz… Señor…”. La jovencita, muy emocionada, se queda sin palabras, y se arrodilla rostro en tierra. Jesús: “Levántate, ¿qué quieres de Mí? No tengas miedo…”. Jovencita: “No es miedo… pero ahora que estoy ante Ti… después que lo he deseado tanto… todo lo que me parecía fácil y necesario decirte… ya no me vienen las palabras… Soy una tonta, perdona, Señor mío…”. Jesús: “¿Pides una gracia para este mundo? ¿Quieres algún milagro? ¿No? ¿Entonces? ¡Vamos, habla! Tuviste tanto valor ¿y ahora te falta? ¿No sabes que soy Yo quien aumenta la fuerza? ¿Sí? ¿Lo sabes? Entonces habla, como si Yo fuese un padre para ti. Eres joven ¿cuántos años tienes?”. Jovencita: “Dieciséis, Señor mío”. Jesús: “¿De dónde vienes?”. Jovencita: “De Jerusalén”. Jesús: “¿Cómo te llamas?”. Jovencita: “Analía…”. Jesús: “El nombre querido de mi abuela y de otras tantas mujeres santas de Israel, y tiene consigo el de la buena, fiel, amorosa y dulce mujer de Jacob (3). Te traerá buen augurio. Serás una esposa y madre ejemplar ¿No? ¿Meneas la cabeza? ¿Lloras? ¿Has sido, por ventura rechazada? ¿No? ¿Ha muerto tu prometido? ¿No has sido elegida todavía?”. ■ La jovencita sigue moviendo la cabeza en señal de negación. Jesús da un paso hacia ella, la acaricia y la fuerza a levantar la cara, a que le mire… Su sonrisa vence el temor de la jovencita. Toma confianza: “Señor mío, yo estaría casada y viviría feliz, y además por mérito tuyo. ¿No me reconoces, Señor mío? Soy la enferma tísica, la prometida que moría y que curaste por súplica de tu discípulo Juan… Después del favor tuyo… yo… yo he recibido otro cuerpo: sano en lugar de aquel que antes tenía, enfermizo; y he recibido otra alma… No sé. No me sentía ser yo la misma… La alegría de haber sido curada, la certeza, por tanto,  de poderme casar —el hecho de no llegar al matrimonio era lo que de mi muerte me apenaba— no duraron sino las primeras horas. Luego…”. La jovencita se siente cada vez más franca. Encuentra palabras e ideas, que había perdido en el estado de turbación de verse sola con el Maestro… Analía: “…Y luego pensé que no debía ser egoísta, pensar solo en: «ahora seré feliz», sino que debía pensar en algo mayor e ir a Ti, a Dios, Padre tuyo y mío. Alguna cosa insignificante, pero que expresase mi gratitud. Mucho pensé y cuando el siguiente sábado vi a mi novio le dije: «Escúchame, Samuel. Sin el milagro, yo, pasados unos meses, habría muerto, y me habrías perdido para siempre. Ahora querría hacer a Dios un sacrificio, yo y tú, para decir a Dios que le alabo y doy gracias». Y Samuel respondió enseguida, porque me ama: «Vamos al Templo a inmolar juntos la víctima». ■ Pero yo no quería solo esto. Soy pobre y de pueblo, Señor mío; poco sé y menos aún puedo; pero, a través de tu mano, que pusiste encima de mi pecho enfermo, algo había llegado no solo a mis pulmones corroídos, sino también adentro del corazón. En los pulmones la salud, en el corazón la sabiduría. Y comprendía que el sacrificio de un cordero no era el sacrificio que quería mi espíritu que te… que te empezaba a amar”. La jovencita guarda silencio. Está colorada después de esta profesión suya de amor. ■ Jesús: “Continúa sin temor. ¿Qué cosa quería tu espíritu?”. Analía: “Sacrificarte algo que fuera digno de Ti ¡Hijo de Dios! Y entonces… y entonces yo pensaba que debería ser algo espiritual, como corresponde a Dios, esto es, mi sacrificio de renunciar al matrimonio por amor de Ti, mi Salvador. Gran alegría comporta el matrimonio ¿sabes? ¡El amarse es algo muy grande! ¡Un deseo, un ansia por casarse!… Pero yo ya no era más la misma de días antes. El matrimonio no era para mí ya lo más hermoso… Se lo dije a Samuel… y él me entendió. Él también ha decidido hacerse nazir (4) durante un año, empezando desde el día en que se debería haber celebrado nuestra boda, o sea, el día siguiente de las calendas de Adar (5). Entre tanto se puso a buscarte para testificarte su amor por haberle restituido a su prometida, testificarte su amor y conocerte. Y te encontró, después de varios meses en «Aguas Claras». Yo también fui… y tu palabra terminó por cambiarme el corazón. Ya no me es suficiente el voto de antes… Como ese almendro que está ahí afuera, que bajo el sol siempre más fuerte ha vuelto a nacer tras meses de muerte y ha empezado a florecer y luego tendrá hojas y después frutos, así yo también he ido progresando siempre más en el conocimiento de lo mejor. La última vez, ya segura de mí y de lo que quería —durante todos estos meses he estado pensando—, la última vez que estuve en «Aguas Claras», ya no estabas, te habían obligado a irte. Mucho lloré y oré, de forma que el Altísimo me escuchó, persuadiendo a convencer  a  mi madre a mandarme aquí con un familiar que iba a Tiberíades para hablar con los cortesanos del Tetrarca. El administrador me dijo que aquí te encontraría. ■ Encontré a tu Madre. Sus palabras, el solo hecho de escucharla  y de estar a su lado en estos dos días, han hecho madurar el fruto de tu gracia”. La jovencita se ha arrodillado, como delante de un altar, con los brazos cruzados sobre el pecho.
* “He comprendido lo mejor. Vivir como los ángeles, como tu Madre, como Tú vives, como vive tu discípulo Juan. Los tres lirios, las tres llamas blancas, las tres bienaventuranzas de la Tierra. Porque pienso que es una bienaventuranza poseer a Dios y el que Dios sea propiedad de los puros. Querría todavía otra cosa: no estar a tu muerte”.- ■ Jesús dice: “Está bien. Pero ¿qué quieres en realidad? ¿qué puedo hacer por ti?”. Analía: “Señor, quisiera… quisiera una cosa importante, que solamente Tú,  Dador de vida y salud, me la puedes dar, porque pienso que lo que Tú puedes dar lo puedes quitar… Yo quisiera que la vida que me has dado, me la quitaras antes de que termine el año de mi voto…”. Jesús: “Pero ¿por qué? ¿No estás agradecida a Dios por la salud obtenida?”. Analía: “¡Mucho! ¡Sin medida! Es por una sola cosa: porque viviendo por su gracia y por tu milagro, he comprendido lo mejor”. Jesús: “¿Qué es?”. Analía: “Vivir como los ángeles, como tu Madre, señor mío… como Tú vives… como vive tu discípulo Juan… Los tres lirios, las tres llamas blancas, las tres bienaventuranzas de la Tierra, Señor. Sí. Porque pienso que es una bienaventuranza poseer a Dios y el que Dios sea propiedad de los puros. Creo que quien es puro es un cielo con su Dios en el centro y los ángeles alrededor… ¡Oh, Señor mío, yo desearía esto!… Poco te he oído, poco he oído a tu Madre, a tu discípulo y a Isaac, y no me he acercado a otros para oír tus palabras, pero es como si mi espíritu te oyera siempre, y fueras Tú su Maestro… He dicho, Señor mío…”. Jesús: “Analía, mucho es lo que pides y mucho es lo que das… Hija, has comprendido a Dios y la perfección a la que la criatura puede subir para asemejarse y agradar al Purísimo”. ■ Jesús ha tomado entre sus manos la cabeza de cabellos negros de la jovencita arrodillada y le habla inclinado hacia ella. “El que nació de una Virgen —porque no podía menos de hacerse un nido que en un manojo de lirios— está asqueado de la libídine triple del mundo; se curvaría aplastado por tanta náusea si el Padre, que sabe de qué vive su Hijo, no interviniera con sus amorosos auxilios para sostener a mi alma angustiada. Los puros son mi alegría. Tú me devuelves lo que el mundo me quita con su inexhausta bajeza. Sea bendito el Padre, y también tú, Analía. Vete tranquila. Algo intervendrá para hacer eterno tu voto. Eres uno de los lirios esparcidos en los senderos sangrientos del Mesías”. ■ Analía: “¡Oh Señor mío!… querría todavía una cosa…”. Jesús: “¿Cuál?”. Analía: “No estar a tu muerte… No podría ver morir al que es mi Vida”. Jesús sonríe dulcemente y con la mano enjuga dos arroyuelos de lágrimas que bajan por la carita morena. “No llores. Los lirios no son para el luto. Reirás con todas las perlas de tu corona angelical cuando veas que entra coronado el Rey en su Reino. Vete. Que el Espíritu del Señor te adoctrine entre una venida mía y la otra. Te bendigo con las llamas del Eterno Amor”. ■ Jesús se asoma al huerto y dice: “¡Mamá! Aquí tienes a una hijta toda para ti. Ahora es feliz. Pero tú sumérgela en tus candores, ahora y cada vez que vayamos a la Ciudad Santa, para que sea nieve de pétalos celestiales esparcida sobre el trono del Cordero”. Y Jesús vuelve con los suyos, mientras María acaricia a la jovencita que se queda con ella.
Es el amanecer de otras muchas que vendrán: las vírgenes”.- ■ Pedro, Andrés y Juan le miran con ojos interrogativos. El rostro brillante de Jesús le dice que está feliz. Pedro no se contiene y pregunta: “¿Con quién has hablado tanto, Maestro mío? ¿Y qué oíste para estar tan radiante de alegría?”. Jesús: “Con una mujer que está en los albores de la vida; con la mujer que es el amanecer de otras muchas que vendrán”. Pedro: “¿Quiénes?”. Jesús: “Las vírgenes”.
* No es ella, Andrés. Pero no te canses de orar. Sigue. Cada palabra de tu plegaria es como un reclamo, una luz en la noche y la levanta y guía. ■ Andrés se dice a sí mismo despacio y en voz baja: “No es ella…”. Jesús: “No. No es ella (6). Pero no te canses de orar. Sigue. Cada palabra de tu plegaria es como un reclamo, una luz en la noche y la levanta y guía”. Pedro pregunta: “Pero ¿a quién está esperando mi hermano?”. Jesús: “A un alma, Pedro. A una gran miseria que él quiere cambiar en una gran riqueza”. Pedro: “¿Y dónde la encontró Andrés, que no se mueve jamás, ni habla jamás, que jamás tiene iniciativa?”. Jesús: “Por mi sendero. Ven, conmigo, Andrés. Vayamos a casa de Alfeo a desearle bien entre sus muchos sobrinos. Vosotros esperadme en casa de Santiago y Judas. Mi Madre tiene necesidad de estar sola todo el día”. Yéndose unos por aquí y otros por allá, el secreto cubre la alegría de la primera consagrada a la virginidad por amor de Cristo. (Escrito el 6 de Mayo de 1945)
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1  Nota  : Cfr. Personajes de la Obra magna:  Analía.   2  Nota  : Andrés sospecha que podría tratarse de Aglae, la mujer velada de «Aguas Claras» a la que él, desde su llegada a «Aguas Claras» trató ocultamente de llevarla a Jesús con sus oraciones, sacrificios. Cuando llegó el acoso de los fariseos sobre Aglae, ésta tuvo que marchar de «Aguas Claras». Andrés, que desconocía el motivo de su desaparición, pensó que su esfuerzo había sido en vano, creyendo que Aglae había vuelto a su vida de pecado.   3  Nota  :  Esto es, Lía.  Cfr. Gén.  29,1-30,24.   4  Nota  : Cfr.  Núm. 6.    5  Nota   :  Calendas de Adar.-  Cfr. Anotacionesn. 5:  Calendario Hebreo: Adar.   6  Nota  : Cfr. nota  2.
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(<Antes de elegirlos como apóstoles, Jesús y los doce han subido a un monte para permanecer allí una semana en oración  Ha llegado el último día de la convivencia>)
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3-165-25 (3-25-109).- “Dios se revela a los vírgenes en toda su plenitud”.
* “Los castos ahora saben como los casados lo que es el amor perfecto; es más, puedo afirmar que ninguno, como el ignorante del apetito sexual, sabe lo que es el amor perfecto, porque Dios se revela a los vírgenes en toda su plenitud, tanto por la propia delicia de darse al que es puro, reconociendo parte de Sí mismo, Purísimo, en la criatura limpia de lujuria, como para compensarla de cuanto ella se priva por amor a Él”.- ■ Jesús sale al sendero donde ya están los demás. Sus caras tienen un aspecto más venerable, más recogido. Los de edad parecen patriarcas, los jóvenes tienen un no sé qué de madurez, de dignidad que antes la juventud escondía. Iscariote mira a Jesús con una sonrisa tímida en su rostro bañado de lágrimas. Jesús le acaricia al pasar. Pedro… no habla y esto es en él lo que más me llama la atención; mira atentamente a Jesús, pero con una nueva dignidad, que parece hacerle la frente más ancha, proporcionada; su mirada, que antes brillaba todo de perspicacia, es más austera. Jesús le llama para que esté cerca de Él y así le tiene en espera de Juan, que por fin sale con la cara, no sé decir, si más pálida o más sonrosada, pero sí encendida por una llama que, aun no mudando el color, es patente. Todos le miran. Jesús: “Ven aquí, Juan, cerca de Mí. Y también tú, Andrés, y tú, Santiago de Zebedeo. Luego, tú Simón y tú, Bartolomé, Felipe y vosotros hermanos míos, y Mateo. Judas de Simón aquí enfrente de Mí. Tomás, ven aquí. Sentaos que os debo hablar”. Se sientan, quietos como niños, todos un poco absortos en su mundo interior y, con todo, atentos a Jesús como jamás lo habían estado. ■ “¿Sabéis lo que he hecho con vosotros? Todos lo sabéis. El alma se lo ha dicho a la razón. El alma, que en estos días ha sido la reina, ha enseñado a la razón dos grandes virtudes: la humildad y el silencio, hijo de la humildad y de la prudencia, que a su vez son hijos de la caridad. Hace sólo ocho días, habrías venido a proclamar —cual hábiles niños, cuyo deseo es dejar asombrados a los demás, superar a su rival—, vuestras hazañas, vuestros nuevos conocimientos; sin embargo, ahora guardáis silencio. Habéis cambiado de niños a adolescentes y comprendéis que un tipo de proclamación como el que he mencionado podría mortificar al compañero al hacerle sentir poco, que ha recibido menos de Dios, y por eso guardáis silencio. Sois como muchachas. Ha nacido en vosotros el santo pudor de la metamorfosis que os ha revelado el misterio nupcial de las almas con Dios. Estas cuevas  el primer día os parecieron frías, duras, repulsivas… ahora las miráis como a perfumadas y luminosas habitaciones nupciales. En ellas habéis conocido a Dios. Antes sabíais algo de Él. Pero no le conocíais en esa intimidad que de dos hace uno. ■ Entre vosotros hay quienes están casados desde hace años; otros que tuvieron sólo lujuriosas relaciones con mujeres, algunos que, por diversas razones, son castos. Mas los castos ahora saben como los casados lo que es el amor perfecto; es más, puedo afirmar que ninguno, como el ignorante del apetito sexual, sabe lo que es el amor perfecto, porque Dios se revela a los vírgenes en toda su plenitud, tanto por la propia delicia de darse a quien es puro —reconociendo parte de Sí mismo, Purísimo, en la criatura limpia de lujuria—, como para recompensarla de cuanto ella se priva por amor a Él. (Escrito el 16 de Mayo de 1945).
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3-168-49 (3-28-135).- La exprostituta Aglae, la «Velada» de «Aguas Claras», en Nazaret, donde la Madre para que la lleve a Jesús.
* “Nadie y muchos me conocen, Señora. Me conoce el vicio y me conoce la Santidad. Pero tengo la necesidad de que ahora la Piedad me abra sus brazos. Tú eres la Piedad”.- ■ María está trabajando serena una tela. Ya ha anochecido. Las puertas están cerradas. Una lámpara con tres quemadores ilumina la pequeña habitación de Nazaret, sobre todo la mesa junto a la que está sentada la Virgen. La tela, tal vez una sábana, cayendo del banco por las rodillas, llega hasta el suelo. Así, María, que está vestida de azul oscuro, parece emerger de un cúmulo de nieve. Está sola. Rápidamente cose con la cabeza inclinada en su trabajo. La luz ilumina la punta de su cabeza con reflejos de oro pálido; el resto de su rostro está en la penumbra. En la habitación que es todo orden, reina el más grande silencio. De la calle no llega ningún ruido, tampoco del huerto. La pesada puerta que conduce al huerto desde la habitación donde trabaja María —la misma en que generalmente come y recibe a las personas amigas— está cerrada, e impide que se oiga incluso el ruido que hace el agua de la fuente al caer en la pila. Es un silencio profundo. Me gustaría saber dónde está el pensamiento de la Virgen mientras sus manos ligeras trabajan… ■ Llaman discretamente a la puerta de la calle. María levanta su cabeza, escucha… Ha sido tan leve, que María debe pensar que fue algún animal nocturno o que el viento haya movido un poco la lamparita, y vuelve a inclinar su cabeza en el trabajo. Mas de nuevo se repite el sonido, esta vez con más claridad. María se levanta y va a la puerta: “¿Quién llama?”. Responde una voz muy fina: “Una mujer. En nombre de Jesús, ten piedad de mí”. María abre inmediatamente levantando la lámpara para conocer a la peregrina. Ve un montón de vestidos, una envoltura que no deja traslucir nada, una pobre envoltura que se inclina profundamente y dice: “¡Ave, Señora!” y otra vez repite: “En nombre de Jesús, ten piedad de mí”. Virgen: “Entra y dime lo que quieres. No te conozco”. Mujer: “Nadie y muchos me conocen, Señora. Me conoce el vicio, y me conoce la Santidad. Pero tengo necesidad ahora de que la piedad me abra sus brazos. Tú eres la piedad…” y se echa a llorar. Virgen: “Entra. Entra. Dime. Has dicho suficiente para que comprenda que eres infeliz. Pero no sé todavía quién eres. Dime tu nombre, hermana”. Mujer: “¡No!, hermana no. No te puedo llamar hermana. Tú eres la Madre del Bien… y yo, yo soy el Mal…” y llora mucho bajo el manto que la oculta. María deja la lámpara sobre una silla, toma la mano de la desconocida arrodillada en el umbral, y la obliga a levantarse.
.  ● “Deja todo tu peso, aquí, sobre estas rodillas de Madre”.- ■ María no la conoce… yo sí: es la Velada de «Aguas Claras». Se levanta, apenas sin fuerzas, temblorosa, sacudida con su llanto, pero se sigue resistiendo a entrar. Dice: “Soy una pagana, Señora. Para vosotros los hebreos: suciedad, aunque fuese santa. Doble suciedad porque soy una prostituta”. Virgen: “Si vienes a Mí, si buscas a mi Hijo por mi medio, no puedes ser sino un corazón que se arrepiente. Esta casa acoge a quien tiene el nombre de Dolor” y tira de ella hacia dentro y cierra la puerta. Pone ahora la lámpara sobre la mesa, le ofrece una silla y luego: “Habla” le dice. Pero la Velada no quiere sentarse; inclinada continúa llorando. María está ante ella dulce, majestuosa. Espera que termine el llanto. Veo que ora con todo su ser, aunque nada en Ella tome actitud de oración (ni sus manos, que no sueltan la pequeña mano de la Velada, ni sus labios, que están cerrados). Finalmente deja de llorar. La Velada se seca las lágrimas con su velo y dice: “Y sin embargo, no he venido de tan lejos para seguir estando en el anonimato. Es la hora de mi redención y me debo desnudar para… mostrarte las heridas que tiene el corazón. Y… tú eres una madre, y además… su Madre, por eso tendrás piedad de mí”. Virgen: “Sí, hija”. ■ Velada: “¡Oh, sí! ¡Llámame, hija! Tenía yo mi mamá… y la abandoné… después me dijeron que había muerto de dolor… Tenía mi papá… y me maldijo… y todavía hoy dice a los de esa ciudad: «No tengo ya ninguna hija»… (el llanto de nuevo cobra fuerzas. María palidece de pena. Le pone su mano sobre la cabeza para consolarla). La Velada vuelve a hablar: “No tendré más quien me llame ¡hija!… Sí,  acaríciame así, como hacía mi mamita… cuando era yo pura y buena… Deja que te bese esta mano y que con ella me seque mis lágrimas. Mi llanto solo no me lava. ¡Cuánto he llorado desde que comprendí!… Ya antes había llorado, porque es un horror ser una carne disfrutada e insultada por el hombre. Mas era llanto de una bestia maltratada, que odia y que se revuelve contra quien la tortura; y ese llanto me ensuciaba cada vez más, porque… yo cambiaba de dueño, pero no de bestialidad… Hace ocho meses que lloro… porque he comprendido… He comprendido mi miseria, mi podredumbre. Estoy cubierta de ella, saturada de ella y tengo náuseas… Pero mi llanto, siempre más consciente, no me lava todavía. Se mezcla con mi podredumbre y no la lava. ¡Oh Madre! ¡Seca tú mi llanto y así quedaré limpia y podré acercarme a mi Salvador!”. Virgen: “Sí, hija mía. Siéntate, aquí, conmigo. Habla tranquilamente. Deja todo tu peso, aquí, sobre estas rodillas mías de Madre” y María se sienta.
* Aglae confiesa su vida y su caída en un abismo de infamia y vicio.
.   ●  ¡Oh!, no hay perro más encadenado que una de nosotras. Y no hay patrón de perros de caza más brutal que el hombre que posee a una mujer”.- ■ Pero la Velada se le echa a los pies, para hablarle en esa postura. Empieza poco a poco: “Soy de Siracusa… Tengo veintiséis años… Era yo la hija de un intendente o procurador de un poderoso romano. Era hija única. Vivía feliz. Habitábamos cerca de la playa en la hermosa quinta de la que mi padre era el intendente. De cuando en cuando venía el dueño de la quinta, o su mujer, e hijos. Nos trataban bien, y eran buenos conmigo. Las niñas jugaban conmigo… Mi mamá era feliz… estaba orgullosa de mí. Yo era hermosa… inteligente… todo me salía bien… Pero amaba yo más las cosas frívolas que las buenas. En Siracusa hay un gran teatro, notable, hermoso, espacioso. Sirve para los juegos y para las comedias… En las comedias y tragedias que se representan se emplean las bailarinas para poner de relieve, con sus mudas danzas, el significado de lo que canta el coro. Tú no lo sabes… pero también con las manos y movimientos del cuerpo podemos expresar los sentimientos del hombre agitado por alguna pasión… Jovencitos y niñas son educados en un escenario apropiado para ser bailarines; deben de ser bellos como dioses y ágiles como mariposas… A mí me gustaba ir mucho a un lugar un poco alto de donde se dominaba este lugar para ver las danzas; luego las imitaba yo en los prados floridos, en la arena rojiza de mi terreno, o en el jardín de la quinta. Parecía yo una estatua de arte, o un viento surcando los espacios: porque podía tomar esas poses de estatua o girar sin tocar casi el suelo. Mis amigas ricas me admiraban… y mi mamá se sentía orgullosa…”. La Velada habla, recuerda, vuelve a ver en su imaginación, ve como en un sueño el pasado y llora. Los sollozos parecen ser las «comas» en su discurso. ■ “Un día —era el mes de mayo— toda Siracusa estaba en flor. Hacía poco que habían terminado las fiestas. Me había entusiasmado una de las danzas representadas en el teatro… Los dueños de la propiedad me habían llevado a este espectáculo con sus hijas. Tenía yo catorce años… En aquella danza las jóvenes, que debían representar las ninfas de primavera que corren a adorar a Ceres, danzaban coronadas con rosas, y vestidas de rosas… solo de rosas porque el vestido era un velo ligerísimo, una red de hilos finísimos sobre la que estaban esparcidas rosas… Cuando danzaban parecían semialadas, de tan ligeras que se movían. Sus espléndidos cuerpos se dejaban ver detrás de las franjas de velo florido que parecían alas. Practiqué esta danza… día tras día…”. ■ La Velada llora mucho más fuerte… Luego continúa. “Era yo hermosa. Lo soy, ¡mira!”. Se pone de pie. Rápida se echa atrás el velo y deja caer el manto. Y me quedo estupefacta porque veo que emerge de aquellas telas Aglae, hermosísima incluso así: con una humilde túnica, peinado sencillo de trenzas, sin collares, sin ricos vestidos. Es una verdadera flor de carne, delgada y perfecta. Tiene una cara hermosísima, de color moreno pálido y con ojos terciopelo, pero llenos de fuego. ■ Vuelve a arrodillarse ante María: “Era hermosa, para desgracia mía. Era yo una necia. Aquél día me puse unos velos. Me ayudaron las muchachas, las hijas de los dueños, a las cuales les gustaba verme bailar… Me vestí en el borde de una playa dorada, teniendo el mar azul enfrente. En la playa, que allí estaba desierta, había flores selváticas blancas y amarillas con perfumes penetrantes de almendros, vainilla, de carne recién lavada; también de los limonares venían ondas de perfume y en él envolvían a los rosales de mi tierra, y también al mar, y a la arena. El sol extraía perfume de todas las cosas… una sensación de grandeza rodeaba mi cabeza. Me sentía ninfa y adoraba… ¿a quien? ¿A la tierra fecunda? ¿Al sol fecundador? No lo sé. Siendo yo pagana entre los paganos, supongo que adoraría al Sentido, mi rey déspota, del que no sabía otra cosa más que era un dios poderoso… Me coroné con rosas que había tomado del jardín… y empecé a danzar… Estaba yo ebria de luz, perfumes, del placer de ser joven, ágil y hermosa. ■ Dancé… y fui vista. Noté que me miraban. Pero no me avergoncé de estar desnuda a los ojos ávidos de un hombre. Antes bien, me complací en aumentar mis vuelos. La complacencia de ser admirada me ponía verdaderamente alas. Y esto fue mi ruina. Tres días después me quedé sola porque los dueños habían partido para regresar a su casa patricia de Roma. Pero no me quedé en casa… Aquellos dos ojos admiradores habían despertado en mí otra cosa más allá de la danza, me habían despertado el sentido y el sexo”. María hace un acto de disgusto involuntario que nota Aglae, que dice: “¡Oh, Tú eres pura! Tal vez te repugno…”. Virgen: “Habla, habla, hija. Mejor a María que a Él. María es un mar que lava…”. Aglae: “Sí, mejor a ti. Me lo dije a mí misma cuando supe que Él tenía una Madre… Porque al principio, al ver que es tan distinto de todos los hombres, cual si fuese solo espíritu —ahora sé que existe el espíritu, qué es— antes, no habría yo podido decir de qué estaba formado tu Hijo, que, pese a ser hombre, no muestra nada de sensualidad; y pensaba dentro de mí que no habría tenido Madre, sino que habría descendido a esta tierra para salvar a estas horribles miserias, de las cuales yo soy la más grande… ■ Volví todos los días a aquel lugar esperando volver a ver aquel joven, moreno, bello… Y después de algún tiempo volví a verle. Me habló. Me dijo: «Ven conmigo a Roma. Te llevaré a la corte imperial, serás la perla de Roma». Respondí: «Sí. Seré tu fiel mujer. Ven a hablar con mi padre». Se echó a reír burlonamente y me besó. Dijo. «No, no esposa sino diosa;  yo seré tu sacerdote y te descubriré los secretos de la vida y del placer». Era yo una necia. Era una niña. Mas aunque jovencita no ignoraba lo que era la vida… Era yo una astuta. De todas formas, aunque yo era una loca, no estaba pervertida todavía… y tuve asco de su propuesta. Me escapé de sus brazos y corrí a casa… No dije nada a mi mamá… pero no supe resistir al deseo de volver a ver a ese hombre… Sus besos me habían enloquecido más. Y regresé… Apenas había yo regresado a la desierta playa cuando me abrazó, me besó con frenesí. Una lluvia de besos, de palabras de amor, de preguntas: «¿No te amo en realidad? ¿No es más dulce que un vínculo? ¿Qué otra cosa quieres? ¿Puedes vivir sin esto?». ¡Oh, Madre! Huí la misma tarde con el asqueroso patricio… Y vine a ser el andrajo que pisoteó bajo su animalidad. No una diosa, sino fango; no una perla, sino estiércol. No se me reveló la vida, sino la suciedad de la vida, la infamia, la náusea, el dolor, la vergüenza, la infinita miseria de no pertenecerme más a mí… ■ Y luego… la caída total. Después de seis meses de orgía, cansado de mí, encontró nuevos amores y me vi en la calle. Me aproveché de mi habilidad de bailarina… Sabía que mi madre había muerto de dolor y que ya no tenía ni casa ni padre… Un maestro de danza me recogió en su gimnasio. Me perfeccionó… gozó de mí… y me lanzó, cual experta flor en todas las artes de la sensualidad, al ambiente de corrupción del patriciado romano; así, la flor, ya sucia, cayó en una cloaca. Hace diez años que he caído al abismo, y siempre bajo más. ■ Luego me llevaron para alegrar los ratos libres de Herodes y nuevamente aquí tuve un dueño. ¡Oh! no hay perro más encadenado que una de nosotras. Y no hay patrón de perros de caza más brutal que el hombre que posee a una mujer. ¡Madre… tiemblas, te causo horror!”. María se ha llevado la mano al corazón como si se sintiese herida. Responde: “No. No tú. Me causa horror el Mal que es muy dueño de la tierra. Continúa, pobre criatura”. Aglae: “Me llevó a Hebrón… ¿Era yo libre? ¿Vivía rica? Sí, porque no estaba en la cárcel y porque abundaba en joyas. Pero la realidad era que sólo podía ver a quien él quería que viese, y no tenía derecho ni siquiera a mí misma”.
.   ● En Hebrón, tu Hijo me dijo: «Mi nombre quiere decir: Salvador. Salvo a quien tiene voluntad de ser salvado. Soy el que busca a los perdidos, el que da la vida. Soy Pureza y Verdad»”.- ■ Aglae continúa: “Un día llegó a Hebrón un hombre, tu Hijo. Él estimaba esa casa. Lo supe y le invité a entrar. No estaba Sciammai (1)… Desde la ventana ya había oído palabras y visto un rostro que me desosegó el corazón. Te juro, Madre, que no fue la carne, la que me empujó a tu Jesús. Fue aquello que Él me reveló lo que me hizo ir hasta el umbral, desafiando la burla del vulgo, para decirle: «Entra». Fue entonces cuando supe que tenía alma. Me dijo: «Mi nombre quiere decir: Salvador. Salvo a quien tiene voluntad de ser salvado. Salvo enseñando a ser puros, a amar el dolor más que el honor, el bien más que cualquier otra cosa. Soy el que busca a los perdidos, el que da la vida. Soy Pureza y Verdad». Me dijo que también yo tenía alma y que la había matado con mi modo de vivir. Pero ni me maldijo, ni me escarneció. ¡No me miró ni un instante! Es el primer hombre que no me comió con su ávida mirada, porque llevo conmigo la tremenda maldición de atraer al hombre… Me dijo que quien le busca le encuentra, porque Él está donde hay necesidad de médico y medicina. Y se fue. Pero sus palabras han quedado aquí, y de aquí jamás se han ido. Me decía a mí misma: «Su Nombre quiere decir Salvador», como queriendo empezar a curarme. De su visita me habían quedado grabadas sus palabras y sus amigos pastores. Di el primer paso al darles una limosna a ellos y pidiéndoles una oración… ■ y luego… huí… Fue una fuga santa: huí del pecado yendo en busca del Salvador. Anduve buscándole, segura de que le encontraría porque así me lo había prometido”.
.   ● Durante los meses que anduve errante tuve que cubrirme siempre mi cara para que no me atrapasen de nuevo, y porque además Aglae realmente estaba sepultada bajo ese velo. En «Aguas Claras» viví como un animal. Me mandó que me dijeran que las patrias pasan, pero el Cielo permanece. No me atrevía a llevar mi miseria a sus pies, no obstante que uno de los suyos me habló de la infinita misericordia de tu Hijo”.- Aglae: “Me enviaron a donde un hombre que se llama Juan, creyendo que era Él, pero no era. Un hebreo me indicó «Aguas Claras». Vivía de la venta del oro que poseía, que era mucho. Durante los meses que anduve errante tuve que cubrirme siempre mi cara para que no me atrapasen de nuevo, y porque además Aglae realmente estaba sepultada bajo ese velo; había muerto la vieja Aglae, quedaba sólo esa alma suya  herida y desangrada que iba en busca de su médico. Muchas veces tuve que huir de la sensualidad del varón, que me perseguía a pesar de estar tan oculta bajo mis vestiduras. Incluso uno (2) de los amigos de tu Hijo… ■ En «Aguas Claras» viví como un animal, pobre, pero feliz. Los rocíos y el río no me lavaron tanto como sus palabras. ¡Oh!, no perdía ni una de ellas. Una vez perdonó a un hombre asesino. Lo oí… y estuve para decirle: «Perdóname a mí también». Otra vez habló de la inocencia perdida… ¡Oh! cuántas lágrimas. Otra vez curó a un leproso… y estuve para decirle: «Límpiame de mi pecado…». Cierto día curó a un demente y era romano… y lloré… y me mandó que me dijeran que las patrias pasan, pero el Cielo permanece. Una tarde en que había tempestad me acogió en su casa… y luego hizo que me diera hospedaje el administrador… y por medio de un niño me mandó decir: «No llores»… ¡Oh, bondad suya! ¡Oh, miseria mía! Ambas tan grandes que no me atreví a llevar mi miseria a sus pies… no obstante que uno de los suyos (3) me hablase en la noche de la infinita misericordia de tu Hijo”.
.   ● “Y luego mi Salvador se fue, insidiado por quienes veían pecado en el deseo de un alma vuelta a nacer. Fui a Cafarnaúm. Me vió un viejo, uno de sus enemigos, y me dijo: «Todo podría cambiar para ti si quisieses ser mi amante y mi cómplice para acusar al Rabí de Nazaret»”.- Aglae: “Y luego, mi Salvador se fue, insidiado por quienes veían pecado en el deseo de un alma vuelta a nacer… Le esperé… pero también le esperaba la venganza de aquellos que son más indignos que yo de mirarle. Porque yo he pecado como pagana contra mí misma, pero ellos pecan, conociendo ya a Dios, contra el Hijo de Dios… Y me pegaron… Pero me hirieron más sus acusaciones que las piedras; hirieron más ellos mi alma que mi carne, hundiéndola en la desesperación. ¡Oh, qué tremenda lucha contra mí misma! Desgarrada, sangrando, herida, febril, sin tener más al Médico, sin techo, ni pan, miré atrás, miré al futuro… El pasado me decía: «Vuelve», el presente. «Mátate», el futuro: «Ten esperanza». He esperado… No me he matado. Lo haría si Él me rechazara, porque no quiero volver a ser lo que era… ■ A duras penas llegué a un pueblo pidiendo refugio. Me reconocieron. Tuve que salir huyendo como una bestia, acá, allá, siempre perseguida, siempre escarnecida, siempre maldecida, porque quería ser honesta y porque había desengañado a los que, por medio mío, querían herir a tu Hijo. Siguiendo el curso del río llegué hasta Galilea y vine hasta aquí… Tú no estabas… Fui a Cafarnaúm: acababas de partir. Me vio un viejo, uno de sus enemigos, y me dijo que podía yo acusarle a Él, a tu Hijo, y como llorase sin reaccionar agregó:  «Todo podría cambiar para ti si quisieses ser mi amante y mi cómplice para acusar al Rabí de Nazaret. Bastaría con que dijeras, delante de mis amigos, que Él era tu amante…».  Huí como quien ve salir una serpiente de en medio de un manojo de flores”.
.   ● “Y así comprendí que no podía ir a postrarme a sus pies y vine a los tuyos. Toma mi alma sucia y llévala a Él. Dime, dime ¿cómo se hace para olvidarse de que una es hembra, y para hacérselo olvidar a los demás? Quiero morir perdonada. Quiero morir, no recordando a otro que al Salvador. ¡Y no puedo acercarme a Él, porque el mundo nos acecha a mí y a Él, para acusarnos…!”.Aglae: “Y así comprendí que no podía ir a postrarme a sus pies y vine a los tuyos. Aquí estoy. Písame, soy lodo. Aquí estoy: arrójame, porque soy pecadora. Llámame por mi nombre: prostituta. Todo aceptaré de tu parte, pero ten piedad, Madre. Toma mi pobre alma sucia y llévala a Él. Cierto que poner en tus manos mi lujuria es un crimen, pero solo en tus manos estará protegida del mundo —que la quiere para sí—, y hará penitencia. Dime qué debo hacer. Dime qué medios debo emplear para no ser más Aglae. ¿Qué cosa debo mutilar en mí? ¿Qué debo arrancar de mí para no ser más pecado, ni seducción, para no tener miedo ni de mí misma, ni del hombre? ¿Me debo arrancar los ojos? ¿Me debo quemar los labios? ¿Me debo cortar la lengua? Ojos, labios, lengua me han ayudado al mal. Aborrezco el mal y estoy dispuesta a castigarme y a sacrificarlos. ¿O quieres que me arranquen estas caderas que me empujaron a perversos amores? ¿Estas entrañas insaciables que temo se despierten? Dime, dime ¿cómo se hace para olvidarse de que una es hembra, y para hacérselo olvidar a los demás?”. ■ María está conturbada. Llora, sufre. De su dolor no hay más señal que las lágrimas que caen sobre la arrepentida. Ésta dice: “Quiero morir perdonada. Quiero morir, no recordando a otro que al Salvador. Quiero morir con su sabiduría como amiga mía… ¡Y no puedo acercarme a Él, porque el mundo nos acecha a mí y a Él, para acusarnos…!”. Aglae llora echada en tierra, como un andrajo.
“No lloro por ti, sino por el mundo cruel. No te dejo ir sino te recojo. Te llevaré a Jesús. Él te indicará qué camino debes seguir para tu redención”. ■ María se pone de pié y, casi jadeando, susurra: “¡Qué difícil es ser redentores!”. Aglae, que oye aquel murmullo e intuye, dice: “¿Lo ves? ¿Ves que también tú sientes asco? Me voy. ¡Todo se ha acabado!”. Virgen: “No, hija, no se ha acabado. Ahora empieza. Escucha, pobre alma. No lloro por ti, sino por el mundo cruel. No te dejo ir sino te recojo, pobre golondrina a la que la tempestad ha arrojado contra mis paredes. Te llevaré a Jesús y Él te dirá qué camino debes seguir para tu redención…”. Aglae: “No tengo más esperanzas… El mundo tiene razón. No puedo ser perdonada”. Virgen: “El mundo no te puede perdonar, pero Dios, sí. Déjame que te hable en nombre del Amor Supremo que me ha dado un Hijo para que yo le dé al mundo; que me ha nacido de la feliz ignorancia de mi virginidad consagrada, para que el mundo tuviese el Perdón, y me ha sacado sangre, no en el parto sino del corazón, al revelarme que mi Hijo es la Gran Víctima. Mírame, hija. En este corazón hay una gran herida. Hace más de treinta años que gime y cada vez más crece y me consume. ¿Sabes cómo se llama?”. Aglae: “Dolor”. Virgen: “No. Amor. El amor es lo que abre mis venas para hacer que no esté sólo el Hijo para salvar; es el amor lo que me da fuego para que purifique a los que no se atreven a ir a donde está mi Hijo; el amor me hace brotar lágrimas con que lavar a los pecadores. Tú querías mis caricias. Te doy mis lágrimas que te hacen más blanca para que puedas mirar a mi Señor. No llores así. No eres la única pecadora que viene al Señor y regresa redimida. Hubo también otras y  habrá más. ■ ¿Dudas que pueda perdonarte? Pero ¿no ves en cada cosa de las que te ha sucedido un misterioso querer de su bondad divina? ¿Quién te llevó a Judea? ¿Quién a la casa de Juan? ¿Quién te puso a la ventana aquel día? ¿Quién encendió una luz para iluminarte sus palabras? ¿Quién te dio la capacidad de comprender que la caridad, unida a la plegaria de quien recibe el beneficio, obtiene ayuda divina? ¿Quién te dio fuerzas para huir de la casa de Sciammai? ¿Quién de perseverar los primeros días hasta su llegada? ¿Quién te trajo a su camino? ¿Quién te hizo capaz de vivir como penitente para limpiar cada vez más tu alma? ¿Quién te dio alma de mártir, alma de creyente, alma de perseverante, alma de pura?…”.
.   ● “Entre mi pureza que es una gracia del Señor y tu heroica ascensión, puedes pensar que es más grande la tuya. Estás salvada porque has tenido buena voluntad de salvarte. Tu alma ha renacido. Sí. Es necesario que Él te diga en nombre de Dios: «Estás perdonada»”.-Virgen: “No muevas la cabeza. ¿Crees que tan sólo sea puro el que no ha conocido el placer sensual? ¿Crees tú que el alma no pueda hacerse más virgen y bella? ¡Oh, hija! Entre mi pureza que es una gracia del Señor y tu heroica ascensión, rehaciendo el camino, hacia la cima de tu pureza perdida, puedes pensar que es más grande la tuya. Tú la rehaces contra el apetito de los sentidos, la necesidad y la costumbre; para mí es una dote natural como el respirar. Tú debes cercenar tu pensamiento, los afectos, la carne, para no acordarte, para no desear, para no secundar; yo… Oh, ¿puede una niña recién nacida apetecer la carne? ¿Tiene mérito en no hacerlo? Pues así yo. No sé lo que significa esta trágica hambre que ha hecho de los hombres una víctima. No conozco otra cosa más que la santísima hambre de Dios; tú, sin embargo, ésta no la conocías y por ti misma has conseguido apresarla, y has domado la otra, trágica y horrenda, por amor a Dios, que ahora es tu único amor. ¡Sonríe, hija de la misericordia divina! Mi Hijo obra por ti lo que te dijo en Hebrón. Ya lo ha hecho. Estás salvada porque has tenido buena voluntad para salvarte, porque has preferido la pureza, el dolor, el Bien. Tu alma ha renacido. Sí. Es necesario que Él te diga en nombre de Dios: «Estás perdonada». Eso yo no lo puedo decir, pero ya desde ahora te doy mi beso como promesa, como principio de perdón…  ■ ¡Oh, Espíritu Eterno! Siempre hay un poco de Ti en tu María. Deja que Ella te infunda, Espíritu Santificador, sobre la criatura que llora y que espera. Por nuestro Hijo, oh Dios de amor, salva a ésta que de Dios espera la salvación. La Gracia, de la que el Ángel dijo que estaba yo llena, descanse por un milagro sobre ésta y la levante hasta Jesús, el Salvador bendito, el supremo Sacerdote, que la absolverá en el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu…”.
.   ● “Yo te prepararé para este viaje tuyo hacia el Perdón y serás como la virgen preparada para su boda”.- ■ Virgen: “Es noche, hija. Estás cansada y herida. Ven, descansa. Mañana partirás. Te mandaré a una familia de personas buenas, porque aquí ya vienen demasiados. Te daré un vestido semejante al mío. Parecerás una hebrea. Veré a mi Hijo a solas en Judea, pues la Pascua se aproxima y para la nueva luna de Abril estaremos en Betania. Le hablaré de ti. Ve a la casa de Simón Zelote. Allí me encontrarás y te llevaré a Él”. ■ Aglae todavía llora pero ahora con paz. Se ha sentado en el suelo. También María ha vuelto a sentarse. Aglae reclina su cabeza sobre sus rodillas y besa la mano de María… Luego gime: “Me reconocerán…”. Virgen: “¡Oh, no! No tengas miedo. Tu vestido era muy atractivo. Yo te prepararé para este viaje tuyo hacia el Perdón y serás como la virgen preparada para su boda: distinta y desconocida para la gente que no sabe de este rito de bodas. Ven. Tengo una habitación pequeña que está junto a la mía. Se han alojado allí santos y peregrinos deseosos de ir a Dios. También tú estarás allí”. ■ Aglae hace ademán de querer recoger el manto y el velo. La Virgen le dice: “Déjalos. Son los vestidos de la pobre Aglae extraviada, que ya no existe… y ni siquiera debe quedar de ella el vestido: ha experimentado demasiado odio, y tanto daño hace el odio cuanto el pecado”. ■ Salen al huerto oscuro, entran a la habitacioncilla de José. María toma la lamparita que está sobre una mesa, acaricia nuevamente a la arrepentida, cierra la puerta y, con su lamparita de tres mecheros, se hace luz para ver a dónde puede llevar el manto desgarrado de Aglae, para que ningún visitante lo vea al siguiente día. (Escrito el 20 de Mayo de 1945).
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1  Nota  : Su amante.   2  Nota  : Judas Iscariote.   3  Nota  : El apóstol Andrés.
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3-170-75 (3-30-163).- Discurso de la Montaña: «Bienaventurado (1) de mí si soy puro de corazón». “Al puro Dios le concede ya desde la tierra un principio de Cielo: ver a su Dios”.
* Introducción.- ■ Jesús sube un poco más alto que el prado, que es el fondo del valle, y empieza a hablar: “Muchos, durante este año de predicación, me han planteado esta cuestión: «Pero Tú que te dices ser el Hijo de Dios, explícanos lo que es el Cielo, lo que es el Reino y lo que es Dios, porque no tenemos ideas claras. Sabemos que hay Cielo con Dios y con los ángeles. Pero nadie ha venido a decirnos cómo es, pues está cerrado aun a los justos». Me han preguntado también qué es el Reino y qué es Dios. Yo me he esforzado en explicároslo, no porque me resultara difícil explicarme, sino porque es difícil, por un conjunto de factores, haceros aceptar una verdad que, por lo que se refiere al Reino, choca contra todo un edificio de ideas acumuladas durante siglos, una verdad que, por lo que se refiere a Dios, se topa con la sublimidad de su Naturaleza. ■ Otros me dijeron: «De acuerdo, esto es el Reino y esto es Dios. Pero ¿cómo se conquistan?». También en este punto he tratado de explicaros sin cansarme, cuál es la verdadera alma de la Ley del Sinaí; quien hace suya esa alma hace suyo el Cielo.  Pero, para explicaros la Ley del Sinaí, es necesario hacer llegar a vuestros oídos el potente trueno del Legislador y de su Profeta, los cuales, si bien es cierto que prometen bendiciones a los que la observen, amenazan, amenazadores, duras penas y maldiciones a los que no la obedecen. La aparición del Sinaí fue terrible (2); su carácter terrible se refleja en toda la Ley, halla eco en los siglos, se refleja en todas las almas… ■ Ahora me decís: «¿Cómo se conquista a Dios y su Reino por un camino más dulce que no sea el duro del Sinaí?». No hay otro. Es éste. Pero mirémoslo no a través del color de las amenazas, sino a través del amor. No digamos: «¡Ay de mí, si no hiciere esto!» quedando temblorosos ante la posibilidad de pecar, de no ser capaces de no pecar. Sino digamos: «¡Bienaventurado de mí si hago esto!» y con el empuje de la alegría sobrenatural, gozosos, lancémonos hacia estas bienaventuranzas que nacen al observar la Ley, como nacen las corolas de las rosas de entre un montón de espinas. Bienaventurado si…
(6ª) …«Bienaventurado si soy puro de corazón». Dios es pureza. El Paraíso es reino de pureza. Nada impuro puede entrar en el Cielo donde está Dios. Por esto, si sois impuros no podréis entrar en el Cielo donde está Dios. Pero, ¡oh alegría que el Padre anticipadamente concede a los hijos! El que es puro tiene ya desde la tierra un principio de Cielo porque Dios se inclina sobre el puro y el hombre desde la tierra ve a su Dios. No conoce sabor de amores humanos, sino que gusta, hasta el éxtasis, el sabor del amor divino y puede decir: «Yo estoy contigo y Tú estás en mí, por cual te poseo y conozco cual esposo amantísimo de mi alma». ■ Y creedlo, que quien tiene a Dios alcanza cambios radicales e inexplicables incluso para él mismo, que le hacen santo, sabio, fuerte; en sus labios florecen palabras, y sus acciones se revisten de una fuerza que no viene de la criatura, sino de Dios que en ella vive. ¿Qué cosa es la vida de quien ve a Dios? Bienaventuranza. ¿Y querríais privaros de un premio tan grande por una hedionda impureza?”. (Escrito el 24 de Mayo de 1945).
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1  Nota  :  Bienaventuranzas. Cfr.  Mt.  5,1-12; Lc. 6,20-23.   2  Nota  :  Cfr. Éx.  19,24; Deut. 4,41-6,25.
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(<Jesús está con sus discípulos, rodeado de una muchedumbre, instruyendo con el llamado así: discurso de la Montaña>)
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3-174-108  (3-34-198).- “Nadie puede servir a dos señores: a Dios o a Satanás (1). El ojo es faro del cuerpo (2); del corazón, tu pensamiento”.
* “Estad atentos, ¡oh hombres!, con la mirada, la del ojo y la de la mente: una vez corrompidas, por fuerza corromperán lo demás”.- ■ Dice Jesús: “Nadie puede servir a dos señores que piensan de forma distinta: amará a uno y odiará al otro o viciversa. No podéis ser igualmente de Dios y de Satanás. El espíritu de Dios no puede conciliarse con el del mundo: el uno asciende, el otro baja. El uno santifica, el otro corrompe. Y si estáis corrompidos ¿cómo podéis obrar con pureza? Ya sabéis cómo se corrompió Eva, y Adán por causa de ella (3). Satanás besó los ojos de la mujer y los embrujó en tal forma que todo lo que veía puro hasta ese momento para ella, tomó aspecto impuro y despertó una curiosidad extraña en ella. Después Satanás besó los oídos y se le hizo que escuchase palabras de una ciencia desconocida: la suya. También la mente de Eva quiso conocer lo que no era necesario. A continuación Satanás mostró a los ojos y la mente, despertados hacia el Mal, aquello que al principio no habían visto ni entendido, y todo en Eva se despertó y se corrompió; y la Mujer fue al Hombre y le reveló su secreto, y persuadió a Adán a gustar el nuevo fruto, tan hermoso para la vista, tan prohibido hasta ese momento. Y le besó y le miró con la boca y las pupilas, estando ya presente lo turbio de Satanás. Y la corrupción penetró en Adán que vio, y que a través de sus ojos sintió el apetito de lo prohibido, y lo mordió con su compañera, y cayó desde tanta altura al fango. Cuando uno se corrompe arrastra a la corrupción al otro, a menos que el otro sea un santo en el verdadero sentido de la palabra. ■ Estad atentos, ¡oh hombres!, con la mirada, la del ojo y la de la mente: una vez corrompidas, por fuerza corromperán lo demás. El ojo es faro del cuerpo; del corazón, tu pensamiento. Si tu ojo no es puro, —porque los sentidos se corrompen por un pensamiento corrompido, pues los órganos dependen de él— todo en ti será oscuro, y la niebla seductora creará en ti fantasmas impuros. Todo es puro en quien tiene pensamiento puro, que a su vez produce mirada pura; entonces la luz de Dios desciende, cual reina, donde no encuentra obstáculo de la carne. Mas si por mala voluntad has educado tu ojo para que vea imágenes turbias, todo se transformará en ti tinieblas. Inútilmente mirarás incluso a las cosas más santas; en la oscuridad no serán sino tinieblas, y harás obras de tinieblas. ■ Por esto, hijos de Dios, guardaos contra los sentidos. Vigilaos atentamente contra todas las tentaciones. Ser tentado no es mal. El atleta se prepara a la victoria con la lucha. El mal está en ser vencidos, porque no está uno preparado y no está uno atento. Sé que todo puede servir de tentación. Sé que defenderse debilita. Sé que la lucha cansa. Pero, levantad los ojos y ved qué os conquista esto. ¿Querríais por una hora de placer, cualquiera que sea éste, perder una eternidad de paz? ¿Qué os deja el placer de la carne, del oro y del pensamiento? Nada. ¿Qué conseguís de repudiarlos? Todo. Me dirijo a los pecadores porque el hombre es pecador. Pues bien, decidme la verdad: después de haber apaciguado los sentidos, el orgullo, la avaricia, ¿os habéis sentido más frescos, más contentos, más seguros? ¿Os habéis sentido realmente felices en el tiempo que sigue a la satisfacción del deseo, que es siempre tiempo de reflexión? Yo no he probado este pan de los sentidos, pero respondo por vosotros: no. Lo que habéis sentido es decaimiento, desagrado, incertidumbre, náusea, temor, intranquilidad: ése es el jugo que exprimisteis en esa hora. ■ Pero ved, que si os digo: «No hagáis jamás esto», también os digo: «No seáis inexorables con los que yerran». Recordad que todos sois hermanos, hechos de la misma carne y alma. Pensad que muchas son las razones por las que uno es llevado a pecar. Sed misericordiosos con los pecadores y bondadosamente levantadlos, conducidlos a Dios, mostrándoles que el sendero que han recorrido está lleno de peligros de la carne, de la mente y del espíritu. Haced esto y tendréis un gran premio, porque el Padre que está en los Cielos es misericordioso con los buenos y sabe dar el ciento por uno. Por lo cual os digo…”.

Y en este momento Jesús me dice que en este lugar me debe copiar Ud. (4) la visión dictada del 12 de agosto de 1944 hasta la partida de María Magdalena… (Escrito el 29 de Mayo de 1945).
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1  Nota  : Cfr. Mt. 6,24-24.   2  Nota  : Cfr. Mt. 6,22-23.   3  Nota  : Cfr. Gén. 3,1-7.    4  Nota  : Cfr.  Se refiere al Padre Migliorini, su director espiritual.
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(<Jesús, rodeado de la muchedumbre, con sus discípulos, sigue instruyendo con el llamado así: discurso de la Montaña>)

3-174-109 (3-34-200).- Llegada importuna de María Magdalena (1), provocativa, a la Montaña de las Bienaventuranzas.- Imprecación contra corruptores del alma de los niños.- El adulterio.
* Cuatro petimetres acicalados, traen como en triunfo, entre sus manos entrelazadas, a la manera de asiento, a una María Magdalena, seductora.- ■ Jesús dice: “Mira y escribe. Es un Evangelio de la Misericordia que doy a todos y en especial para las mujeres que se reconozcan en la pecadora, y las invito a seguirla en su redención”.
■ Veo que Jesús está en pie, subido a una voluminosa piedra. Está hablando a una gran multitud. El lugar es montañoso. Una colina solitaria entre dos valles. La cumbre de la colina tiene forma de yugo, o, más exactamente, forma de joroba de camello; de modo que a pocos metros de la cima tiene un anfiteatro natural donde la voz retumba clara como en una sala de conciertos muy bien construida. La colina es toda florida. Debe ser el final de la primavera. Las mieses de las llanuras tienden a tomar su color de oro y estarán listas para la siega. Al norte, un monte alto resplandece al sol con su cresta cubierta de nieve. Inmediatamente más abajo, al este, el Mar de Galilea, parece un espejo quebrado en fragmentos (cada uno de ellos un zafiro encendido por el sol). Deslumbra en su parpadear azul y oro, y no se refleja en su superficie sino alguna que otra nubecilla que surca el purísimo cielo, o la sombra fugaz de alguna barca de vela. Más allá del lago de Genesaret hay un alejarse de llanuras que, debido a una ligera neblina al ras del suelo (quizás vaporación de rocío pues deben ser todavía las primeras horas de la mañana, dado que la hierba del monte tiene todavía algún que otro diamante de rocío posado entre sus tallitos) parecen continuar el lago aunque con tonalidades casi de ópalo, veteado de verde; y más lejos todavía una cadena montañosa de perfil muy caprichoso, que hace pensar en un dibujo de nubes en el sereno cielo. ■ La gente está sentada, quién sobre la hierba, quién sobre piedras gruesas; otros están de pie. No están todos los apóstoles. Veo a Pedro, a Juan y a Santiago. Oigo que llaman a otros dos, a Natanael y a Felipe. Luego hay otro que no es del grupo. Tal vez será nuevo, le llaman Simón (2). Los otros no están, a menos que sea que no los veo entre la masa de la gente. El discurso hace tiempo que ya empezó. Comprendo que es el discurso de la Montaña. Las Bienaventuranzas han sido ya dichas. Estoy para decir que el discurso toca a su fin porque dice Jesús: “Haced esto y tendréis un gran premio, porque el Padre que está en los Cielos es misericordioso con los buenos y sabe dar el ciento por uno. Por lo que digo…”. ■ Hay un gran movimiento entre la multitud que está junto al sendero que sube a la meseta. Los que están más cerca de Jesús vuelven la cabeza. La atención se desvía hacia otro objeto. Jesús deja de hablar y vuelve la mirada en esa dirección. Serio y hermoso con su vestido azul oscuro. Los brazos sobre el pecho. El sol besa su cabeza con sus primeros rayos que han sobrepasado el pico oriental de la colina. Se oye la voz iracunda de un hombre: “Haceos a un lado, plebeyos, dejad pasar a la belleza que llega”… Avanzan cuatro petimetres todo acicalados, de los cuales uno ciertamente es romano. Trae la toga romana. Traen como en triunfo entre sus manos entrelazadas, a la manera de asiento, a María de Magdala que todavía es una gran pecadora. Despide sonrisas con su muy hermosa boca, echando hacia atrás la cabeza de cabellera de oro, toda rizos y trenzas sujetos con preciosas horquillas y con una lámina de oro con perlas que le ciñe la parte alta de la frente a modo de diadema. De ésta cuelgan leves rizos que ocultan los espléndidos ojos, que, por un artificio bien hecho, los hacen aún más grandes y seductores. La corona en forma de diadema queda oculta detrás de las orejas, bajo la masa de trenzas que pesa sobre el cuello blanquísimo y totalmente descubierto. Es más… lo descubierto es mucho más que el cuello. Las espaldas están descubiertas hasta los omóplatos y el pecho mucho más. Dos cadenillas de oro sujetan el vestido a los hombros. No tiene mangas. Todo está cubierto, por decirlo así, por un velo cuyo único objetivo es el de proteger la piel contra los rayos del sol. El vestido es muy ligero, de forma que la mujer, echándose —como hace—, zalamera, sobre  uno u otro de sus adoradores, es como si se echase sobre ellos desnuda. Me parece que el romano es el preferido porque preferentemente se dirigen a él risitas y miradas y es quien más fácilmente recibe su cabeza sobre el hombro. El romano dice: “Y así estará contenta la diosa. Roma ha servido de cabalgadura a la nueva Venus, y ahí está el Apolo que has querido ver. Sedúcele pues… pero déjanos a nosotros unas migajas de tus cariños”. ■ María es todo risa. Con un movimiento ágil y atrevido salta al suelo, descubriendo sus pequeños pies, calzados con sandalias blancas con hebillas de oro, y un buen trozo de pantorrilla. Su vestido es amplísimo, de lana ligera como un velo, y blanquísima, sujeto a la cintura, muy abajo, a la altura de las caderas, por un cinturón cuajado de bullones sueltos de oro. La mujer está ahí, en pie, como una flor impura, que ha florecido como por encanto en la verde llanura poblado de muchos lirios y narcisos silvestres. Está más hermosa que nunca. Su boca, pequeña y de púrpura, parece un clavel florecido entre la dentadura perfecta. Su cara y cuerpo podrían satisfacer al pintor o al escultor más exigente, tanto por el color como por las formas. Con abundante pecho y caderas bien proporcionadas. La cintura es flexible de modo natural, delgada en relación a las caderas y al pecho. Parece una diosa como ha dicho el romano, una diosa esculpida en mármol de tinte ligeramente rosado. La leve tela cubre las caderas para luego pender por delante en un  montón de pliegues. Todo ha sido estudiado para agradar.
.   ● “La impureza corrompe aquello que es de Dios, el alma”.- Imprecación contra los que corrompen el alma de los niños: “sería mejor que murieran abrasados por un rayo”. Imprecación contra los ricos que “os gozáis la vida y nada más: probaréis una pobreza atroz sin fin”.- ■ Jesús la mira fijamente, y ella sostiene su mirada con descaro mientras sonríe y se retuerce con el cosquilleo que el romano le hace en las espaldas y en los senos, que trae descubiertos, con una ramita de lirio silvestre que ha cogido de entre la hierba. María con desdén fingido, levanta el velo y dice: “Respeta mi candor”, lo que hace estallar a los cuatro en una clamorosa risotada. Jesús continúa mirándola. Apenas se pierde el rumor de las risotadas, cuando Él, como si la aparición de la mujer hubiese reavivado las llamas a su discurso que parecía ir ya muriendo, vuelve a empezar y ya no la mira más a ella, sino a los que estaban escuchando, que parecen sentirse molestos y escandalizados con lo que acaba de suceder. ■ Jesús dice: “Dije que uno debe ser fiel a la Ley, humilde, misericordioso, amar no solo a los hermanos por sangre, sino también al que por haber nacido, como vosotros, de hombre, es hermano vuestro. Os dije que el perdón es más útil que el rencor, que la compasión es mejor que la intransigencia. Mas ahora, os digo que no se debe condenar si no está uno exento del pecado, por el que se quiere condenar. No hagáis como los escribas y fariseos que son severos con todos, menos consigo mismos. Llaman impuro a lo externo, que solo puede contaminar lo externo, y luego acogen en lo más profundo de su corazón la impureza. Dios no está en los impuros, porque la impureza corrompe lo que es propiedad de Dios: el alma, y sobre todo el alma de los niños que son ángeles desparramados sobre la tierra. ¡Ay de aquellos que les arrancan sus alas con crueldad de bestias endemoniadas y doblegan estas flores del Cielo en el fango, haciéndoles conocer el sabor de la materia! ¡Ay de ellos!… ¡Sería mejor que murieran abrasados por un rayo antes que cometer tal pecado! ¡Ay de vosotros ricos (3) y de vosotros que os gozáis la vida y nada más, porque precisamente entre vosotros fermenta la más grande impureza, a la que sirven de lecho y almohada el ocio y el dinero. Ahora estáis saciados. Hasta la garganta os llega la comida de las concupiscencias y os ahoga. Pero tendréis hambre para siempre. Un hambre terrible, insaciable y sin ablandamiento. Sois ahora ricos. Cuánto bien podríais hacer con vuestras riquezas, y cuánto mal os hacéis a vosotros y a los demás. Probaréis una pobreza atroz en un día que no tendrá fin. Ahora reís. Creéis ser los triunfadores, pero vuestras lágrimas llenarán los lagos del Gehena, y  no cesarán”.
.   ●  ¿Y el adulterio? No solo el acto, también el deseo es adulterio. Ninguna razón justifica la fornicación. Ninguna. ■ Jesús: “¿En dónde anida el adulterio? ¿En dónde la corrupción de las muchachas? ¿Quién tiene dos o tres lechos de libertinaje, además del propio de esposo, y en ellos arroja su dinero y el vigor de un cuerpo que Dios le dio sano para que trabajase por su familia y no lo mezclase en sucias uniones que lo ponen más abajo del nivel de una bestia inmunda? Habéis oído que se dijo: «No cometerás adulterio» (4). Pues yo os digo que quien mire a una mujer con concupiscencia, o quien vaya a un hombre con deseo, aun sólo con esto, ha cometido ya adulterio en su corazón. Ninguna razón justifica la fornicación. Ninguna. Ni el abandono, ni el repudio del marido. Ni la compasión hacia la repudiada. Tenéis sólo un alma: que no mienta, una vez que se ha unido a otra por pacto de fidelidad; pues, de ser así, ese hermoso cuerpo a través del cual pecáis irá con vosotros, almas impuras, a las llamas que no tendrán fin. Mutiladlo más bien, antes que matarlo eternamente condenándolo. Vosotros los ricos, sentinas de gusanos de vicio, sed de nuevo hombres, para que el Cielo no sienta repulsa de vosotros…”.
* María, seductora e irónica al principio, muestra al final del discurso una cara hosca de rabia. Comprende que Jesús, aunque no la mire, le está hablando a ella.- ■ María, que al principio ha estado escuchando con una expresión que era todo un cuadro de seducción e ironía, con risitas de burla de vez en cuando, en llegando el discurso a su final, muestra una cara hosca de rabia. Comprende que Jesús le está hablando a ella, aunque no la mire. Cada vez más su ira sube de punto y se rebela. Al fin no resiste. Despechada se envuelve en su velo, y seguida de las miradas de la multitud que la escarnecen, y de la voz de Jesús que la sigue, echa a correr cuesta abajo dejando, entre los cardos y entre los rosales silvestres que están a la orilla del camino, trozos de vestido; y va riéndose, rabiosa y burlona. No veo más. Pero Jesús me dice: “Todavía continuarás viendo”. (Escrito el 12 de Agosto de 1944).
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1  Nota  : Magdalena.- Personajes de la Obra magna: Lázaro y Familia.  2  Nota  : “Tal vez será nuevo, le llaman Simón”.- Téngase en cuenta que este episodio fue redactado al principio de la Obra, cuando María Valtorta aún no conocía a todos los apóstoles. El apóstol, al que le llaman Simón, es Simón Zelote.
Las fechas.- Como queda ya advertido, algunas veces las fechas muestran que el orden de la redacción de los episodios o capítulos narrados en la Obra magna no sigue siempre un orden cronológico. Para mayor explicación, Cfr. María Valtorta y la Obra  6.1:  Las fechas.    3  Nota   : Cfr. Lc. 6,24-26.    4  Nota  : Cfr. Éx. 20,14; Deut. 5,18.
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3-174-113 (3-34-204).- El adulterio y el deseo de consumarlo (1).  El repudio  (2).
* Por esto, digo: «Quien ha mirado a una mujer con concupiscencia, ya cometió adulterio con ella, porque su pensamiento ha hecho el acto de su deseo»”.- ■ Y Jesús reanuda su discurso: “Estáis enojados por lo sucedido. Ya hace dos días que el pitido de Satanás turba nuestro refugio, que está muy por encima del fango; por tanto, ya no es un refugio. Así que lo abandonaremos. Pero antes quisiera completaros este código de «lo más perfecto» en el marco de esta riqueza de luz y de horizontes. Realmente Dios se manifiesta aquí en su majestad de Creador, y al ver sus maravillas podemos llegar a creer firmemente que Él es el dueño y no Satanás… El Maligno no podría crear ni siquiera un tallo de hierba. Pero Dios puede todo. Esto os dé fuerzas. Pero… ya estáis todos al sol. Puede haceros daño. Idos hacia arriba por las laderas; ahí hay sombra y frescor. Comed, si queréis. Yo, mientras, os seguiré hablando. La hora se ha hecho tarde por muchos motivos. De todas formas no os duela, que aquí estáis con Dios”. La multitud grita: “Sí, sí contigo” y cambia de sitio, hacia la sombra de los bosquecillos diseminados que hay en el lado oriental, de modo que la pared montañosa y las ramas sirven de defensa contra el sol que quema… ■ Jesús sonríe y empieza a hablar. “Habéis oído que se dijo en la antigüedad: «No cometerás adulterio» (3). Quien de entre vosotros me ha oído en otros lugares, sabe que muchas veces he hablado de este pecado. Pues bien, fijaos, para Mí se trata de un pecado que no toca sólo a una persona sino a dos y tres. Me explicaré. El adúltero peca respecto a sí mismo, peca respecto a su cómplice, peca al llevar a su mujer al pecado, o al marido traicionado, el cual o la cual,  pueden a su vez llegar a la desesperación o al crimen. Esto por lo que se refiere al pecado consumado. Pero añado algo más. Digo: «No solo el pecado consumado, sino el deseo de consumarlo es ya pecado». ¿Qué es el adulterio? Es desear con ansias a aquel que no es nuestro, o a aquella que no es nuestra. Se empieza a pecar con el deseo, se continúa con la seducción, se obtiene con la persuasión y se termina con el acto. ¿Cómo se empieza? Generalmente con una mirada impura. Esto se enlaza con lo que antes decía. El ojo impuro ve lo que está escondido a los puros;  por el ojo entra la sed a la garganta, el hambre en el cuerpo, la fiebre en la sangre: sed, hambre, fiebres carnales. El delirio empieza. Si el otro, a quien se mira, es una persona honesta, entonces el que arde en deseos no tiene más que revolcarse sobre sus carbones ardientes, o bien calumniar por venganza. Si la persona a quien se mira es deshonesta, entonces corresponde a la mirada, y así empieza el descenso hacia el pecado. Por esto, digo: «Quien ha mirado a una mujer con concupiscencia, ya cometió adulterio con ella, porque su pensamiento ha hecho el acto de su deseo». ■ Antes que esto, oid: si tu ojo derecho te es causa de escándalo, sácatelo y arrójalo lejos de ti. Te es mejor estar sin un ojo que hundirte en las tinieblas profundas para siempre. Y si tu mano derecha ha pecado, córtatela, y tírala lejos. Te es mejor estar sin un miembro que ir todo entero al Infierno. Es verdad que está escrito que los deformes no pueden servir en el Templo (4). Pero después de esta vida, los deformes por nacimiento, que hayan sido santos, o los deformes por causa de la virtud, serán más hermosos que los ángeles y servirán a Dios, amándole en la alegría del Cielo”.
* Os digo: «Quienquiera que repudie a su propia mujer, fuera del caso de fornicación comprobada, la expone al adulterio». Porque de hecho, ¿qué hará en el 90 por ciento de los casos la mujer repudiada? Se casará de nuevo”.- Jesús: “También se dijo: «Quienquiera que  repudie a su propia mujer, le dará el libelo de divorcio» (5). Pues bien, esto debe ser reprobado. No viene de Dios. Dios dijo a Adán: «Esta es la compañera que te he hecho. Creced y multiplicaos sobre la Tierra. Llenadla y sujetadla a vosotros». Adán, con una inteligencia superior porque el pecado todavía no oscurecía su razón, que había salido perfecta de Dios, exclamó: «He aquí finalmente al hueso de mis huesos y la carne de mi carne. Será llamada varona, o sea otro yo, porque fue sacada  del hombre. Por esto el hombre dejará a su padre y madre, y los dos formarán un solo ser» (6). Y en medio de un soberbio esplendor de luces, la Eterna Luz aprobó con una sonrisa las palabras de Adán, que se convirtieron en la primera Ley que no puede abolirse. Pero si por la dureza cada vez mayor del hombre, el legislador humano tuviera que introducir una nueva ley; el hecho de que, por la volubilidad cada vez mayor del hombre, tuviera que poner un freno y decir: «Pero si la has repudiado, no la puedes volver a tomarla»;  ello no cancela la ley primera, genuina ley, que nació en el Paraíso terrenal y que Dios aprobó. Os digo: «Quienquiera que repudie a su propia mujer, fuera del caso de fornicación comprobada, la expone al adulterio». Porque de hecho, ¿qué hará en el 90 por ciento de los casos la mujer repudiada? Se casará de nuevo. ¿Y las consecuencias? Oh, cuánto se podría hablar sobre esto. ¿No sabéis que podéis provocar incestos involuntarios con este sistema? Cuántas lágrimas derramadas por la lujuria. Sí. Por lujuria. No merece otro nombre. Sed francos. ■ Todo se puede superar cuando el espíritu es recto, mas todo se presta a excusa para satisfacer los sentidos cuando el corazón es lujurioso. Si se ama santamente, todo se supera: frigidez femenina, torpeza de la mujer, incapacidad relativa para los quehaceres, lengua criticona, amor al lujo, incluso las enfermedades, e incluso el carácter irascible. Pero, dado que después de un tiempo ya no se ama como los primeros días, lo que es más que posible se ve imposible, y se pone en la calle a una pobre mujer, abocada  a la perdición. Comete adulterio quien la rechaza. Comete quien se casa con ella después del repudio. Solo la muerte rompe el matrimonio. Acordaos de ello. Y si hicisteis una elección infeliz, soportad la consecuencia como una cruz, siendo dos infelices, pero santos, y sin hacer más infelices a los hijos, que son inocentes y que sufren estas situaciones desventuradas. ■ El amor de los hijos os debería hacer pensar seriamente cien y cien veces aun en el caso de que muera uno de los dos. ¡Oh, si supieseis contentaros con aquél que habéis tenido y al que Dios ha dicho: «Basta»! ¡Oh, si supieseis, vosotros viudos, vosotras viudas, ver en la muerte no una mengua sino una elevación a mayor perfección como procreadores! Ser padre o madre —además de lo que ya se es— en lugar de la madre o padre muertos. Ser dos almas en una. Recoger el amor hacia los hijos del labio frío del cónyuge agonizante y decirle: «Vete en paz, sin temor por los que trajiste al mundo. Continuaré amándolos por ti y por mí. Los amaré dos veces. Seré padre y madre. La desgracia de ser huérfano no pesará sobre ellos, ni sentirán los innatos celos de los hijos de cónyuges unidos en segundas nupcias respecto a aquel, o a aquella,  que ocupa el sagrado lugar de la madre, o del padre, que Dios llamó a otra morada». ■ Hijos, mi discurso va a declinar, como está para declinar el día que se pone, con el sol, hacia occidente. De este encuentro en el monte, quiero que recordéis mis palabras. Grabadlas en vuestros corazones. Leddlas frecuentemente. Sean un guía perenne. Sobre todo sed buenos con los débiles. No juzguéis para no ser juzgados. Acordaos de que podría llegar el momento en que Dios os recordase: «Así juzgaste. Por tanto, sabías que estaba mal hecho. Cometiste entonces pecado teniendo conciencia de lo que hacías. Paga ahora tu pena»”. (Escrito el 29 de Mayo de 1945).
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1  Nota  : Cfr.  Mt. 5,27-30.   2  Nota  : Cfr.  Mt.  5,31-32.   3  Nota  : Cfr. Éx.  20,14;  Deut. 5,18.   4  Nota  : Cfr.  Lev.  21,16-23.   5  Nota  : Repudio y libelo de divorcio. Cfr.  Deut.  24,1-4.   6  Nota  : Cfr. Gén.  2,2-25.
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3-183-163 (3-43-258 ).- María Magdalena hallada en adulterio en su casa de Magdala.
* “¿Te consideras demasiado puro para entrar en ella? ¡Pedro, Pedro!… Por amor a Mí deberás entrar no en una ciudad de placer, sino en verdaderos prostíbulos. Cristo no ha venido a salvar a los que ya están salvados, sino a salvar a los perdidos… y tú… tú serás «Piedra» o «Cefas», y no Simón; y por esto, Cefas, ¿tienes miedo de contaminarte?”.- ■ Jesús dice: “Insertad aquí el 2º momento de la conversión de María de Magdala”.
.  Todos los apóstoles están alrededor de Jesús. Sentados sobre la hierba, a la sombra de unos árboles, cerca de un río, comen su pan y queso, y beben agua del río que es fresca y clara. Las sandalias llenas de polvo dicen muy a las claras de que un largo camino han recorrido y que tal vez los discípulos pidieron descansar en la hierba. Pero el Incansable Caminante no es de igual parecer. En cuanto juzga que ha pasado la hora de mayor calor, se pone en pie, toma el camino y mira… Luego se vuelve y dice simplemente: “Vámonos”. Llegados a una bifurcación, mejor dicho, a una cuatrifurcación porque cuatro caminos polvorosos se dan cita allí, Jesús toma decididamente el que va en dirección noroeste. Pedro pregunta: “¿Regresamos a Cafarnaúm?”. Jesús: “No”. Únicamente: no. Pedro, que quiere saber, insiste: “¿Entonces a Tiberíades?”. Jesús: “Tampoco”. Pedro recalca: “Este camino va al Mar de Galilea… y allí está Tiberíades y allí está Cafarnaúm…”. Jesús, con rostro semiserio para calmar la curiosidad de Pedro, dice: “Y también está Magdala”. Pedro, un poco escandalizado: “¿Magdala? ¡Oh!…”. Esto me hace sospechar que la ciudad tiene mala fama. ■  Jesús: “Magdala, sí, a Magdala. ¿Te consideras demasiado puro para entrar en ella? ¡Pedro, Pedro!… Por amor a Mí deberás entrar no en una ciudad de placer, sino en verdaderos prostíbulos… Cristo no ha venido a salvar a los que ya están salvados, sino a salvar a los perdidos… y tú… tú serás «Piedra» o «Cefas», y no Simón; y por esto, Cefas, ¿tienes miedo de contaminarte? ¡No, no! ¿Ves a éste? —indica al jovencísimo Juan—. Pues ni siquiera éste recibirá daño. Porque él no quiere. Como tú no quieres, como no quieren tu hermano y el hermano de Juan. Como no quiere ninguno de vosotros por ahora. Mientras no se quiere, no viene el mal. Pero es menester no querer fuerte y constantemente. Fuerza y constancia se obtienen del Padre, si se ora con rectitud de propósito. No todos sabéis rogar siempre así… ■ ¿Qué estás diciendo Judas? No te fíes mucho de ti mismo. Yo, que soy el Mesías, ruego constantemente para tener fuerzas contra Satanás. ¿Puedes más tú que Yo?  El orgullo es una rendija por donde Satanás penetra. Vigila y sé humilde, Judas. Mateo, tú que conoces muy bien este lugar, dime: ¿conviene entrar por este camino o hay otro mejor?”. Mateo: “Según, Maestro. Si quieres entrar a Magdala de los pescadores y de los pobres, el camino es éste, por aquí se entra al suburbio popular;  pero —no lo creo, pero te lo digo para darte una respuesta mía más amplia— si quieres ir a donde están los ricos, entonces hay que dejar este camino, tomar otro que está de aquí unos cien metros, porque las casas de los ricos están casi a esta altura y hay que volver para atrás…”. Jesús: “Regresaremos, porque a la Magdala de los ricos es a donde quiero entrar. ■ ¿Qué has dicho, Judas?”. Iscariote: “Nada, Maestro. Es la segunda vez que me lo preguntas en poco tiempo. Yo no he dicho nada”. Jesús:  “Con los labios, no. Has hablado dentro de tu corazón. Has murmurado con tu huésped que es tu corazón. Para hablar no es indispensable tener otra persona con quien hablar; muchas palabras nos las decimos a nosotros mismos… Pues bien,  no hay que murmurar o calumniar ni siquiera con nuestro propio «yo»”.
* La escena: una Magdalena provocativa y semidesnuda y el hombre herido en el momento del adulterio. Por orden de Jesús, el hombre herido es llevado a la casa de su madre. Y aquí es curado. “Tu casa ha sido santificada con el milagro que siempre es prueba de la presencia de Dios. Por este motivo no he podido hacerlo donde había pecado”.- El grupo sigue caminando ahora en silencio. La calle, es una calle de la ciudad, pavimentada con piedras largas y cuadradas. Las casas son ricas y bellas entre huertos y jardines lozanos y floridos. Me parece que Magdala, la elegante ciudad, era para los palestinos una especie de lugar de placer, como ciertas ciudades italianas: Stresa, Gardone, Pallanza, Bellagio, etc. Con los ricos palestinos están mezclados los romanos, que sin duda proceden de otros lugares, como Tiberíades o Cesarea, donde, en torno al Gobernador, habrán sido, ciertamente funcionarios y comerciantes exportadores de los mejores productos de la colonia palestina para Roma. Jesús se adentra, como quien sabe a dónde va. Costea el lago, en cuya ribera se ven las casas con sus jardines. ■ Gritos de llanto salen de una rica casa. Son de niños y mujeres. Una voz femenina rompe el aire. “Hijo, hijo”. Jesús se vuelve y mira a sus discípulos. Judas se adelanta unos pasos. “Tú, no” ordena Jesús. “Tú, Mateo. Ve a preguntar”. Mateo, que va y regresa, dice: “Una riña, Maestro. Un hombre está agonizando. Es un judío. El que le ha herido, se ha escapado; era un romano. Han llegado enseguida su mujer y su madre, y los niños… Está muriendo”. Jesús dice: “Vamos”. Mateo: “Maestro… Maestro… Esto ha sucedido en la casa de una mujer… que no es la esposa”. Jesús: “Vamos”. La puerta de la casa está abierta. Entran en un  largo y espacioso vestíbulo que da a un hermoso jardín (la casa parece estar dividida en un columnato cubierto y muy  rico en verdes plantas en macetas y con muchas estatuas y objetos enchapados; mitad sala, mitad invernadero). En una habitación cuya puerta da al vestíbulo, hay mujeres que están llorando. Jesús entra pero no da su saludo habitual. Entre los hombres presentes hay un mercader que debe conocer a Jesús, porque apenas le ve, dice: “¡El Rabí de Nazaret!” y le saluda con respeto. Jesús: “José, ¿qué ha sucedido?”. José: “Maestro, un golpe de puñal al corazón… Se está muriendo”. Jesús: “¿Por qué?”. Una mujer de cabello gris y despeinada se levanta —estaba de rodillas cerca del moribundo, le tenía asido una mano— y  con ojos de demente grita: “Por esa, por esa… Me lo embrujó… tenía madre, tenía mujer, tenía hijos. El infierno debe estar en ti, Satanás”. ■ Jesús levanta los ojos en dirección de la mano, que temblorosa acusa, y ve en el rincón, contra la pared de color rojo oscuro, a María de Magdala, más provocativa que nunca; la mitad del cuerpo vestida… yo diría… de nada, porque de la cintura hacia arriba está semidesnuda, con una especie de redecilla exagonal, de unas cositas redondas que parecen perlitas (de todas formas, estando en penumbra no veo bien). Jesús baja de nuevo los ojos. María, humillada con la indiferencia, se endereza —antes estaba ligeramente agachada— y finge una actitud desenvuelta. Jesús dice a la madre: “Mujer, no maldigas. Respóndeme. ¿Por qué tu hijo estaba en esta casa?”. Mujer: “Ya te lo he dicho. Porque ella le había vuelto loco. Ésa”. Jesús: “Silencio. También él estaba cometiendo un pecado de adulterio, y era un padre indigno de esos inocentes. Merece, pues, su castigo. En esta y en la otra vida no hay misericordia, para quien no se arrepiente. No obstante, tengo compasión de tu dolor, mujer, y de estos inocentes. ■ ¿Está lejos tu casa?”. Mujer: “Unos cien metros”. Jesús: “Levantad a este hombre y llevadle allá”. El mercader José dice: “No es posible, Maestro. Está muriendo ya”. Jesús: “Haz como dije”. Ponen una tabla debajo del cuerpo del moribundo, y lentamente sale el cortejo, cruza la calle y entra en un jardín lleno de sombra. Las mujeres siguen llorando con todas sus fuerzas. Apenas entrados en el jardín, Jesús se vuelve a la madre y le dice: “¿Puedes perdonar? Si tú perdonas, Dios perdona. Es menester hacerse bueno el corazón para obtener gracia. Este hombre ha pecado y volverá a pecar; mejor le sería morir porque, si vive, volverá a recaer en el pecado y deberá responder también de la ingratitud para con Dios que le salva. Pero tú y estos inocentes (señala a la mujer y a los niños) caeríais en la desesperación. He venido a salvar y no a condenar. Hombre, Yo te mando: Levántate y queda sano”. El hombre vuelve a la vida. Abre los ojos, ve a su madre, a sus hijos, a su mujer, e inclina la cabeza avergonzado. La madre dice: “Hijo, hijo. Estarías muerto si Él no te hubiera salvado. Vuelve en ti. No delires por una…”. ■ Jesús interrumpe a la mujer. “Cállate, ten misericordia, como se ha tenido para contigo. Tu casa ha sido santificada con el milagro que siempre es prueba de la presencia de Dios.  Por este motivo no he podido hacerlo donde había pecado. Que tú, al menos, sepas conservar tu casa así, aunque este hombre no sepa hacerlo. Ahora tened cuidado de él. Es justo que sufra un poco. Sé buena, mujer. Adiós, niños”. Jesús pone su mano sobre la cabeza de las dos mujeres y de los niños. ■ Luego sale, pasando por delante de la Magdalena, que ha seguido al cortejo hasta el otro lado de la calle y se ha quedado apoyada contra un árbol. Jesús aminora el paso como aguardando a los discípulos, pero creo que su verdadera intención es la de darle a María ocasión de hacer un gesto. Pero ella no lo hace. Los discípulos se reúnen con Jesús. Pedro no puede contenerse y entre dientes dice a María un epíteto adecuado. Ésta, que quiere aparentar desenvoltura, rompe a reír con una carcajada de mezquino triunfo. Jesús que oyó la palabra de Pedro, severo a él se vuelve: “Pedro. Yo no insulto. No debes insultar. Ruega por los pecadores. No más”. María deja de reír, baja la cabeza y huye como una gacela a su casa. (Escrito el 12 de Agosto de 1944).
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3-200-264 (3-61-363).- Coloquio de Aglae, la «Velada», con el Salvador
* La Madre lleva Aglae a Jesús.- ■ Jesús entra solo en la casa de Simón Zelote en Betania. Está cayendo la tarde, plácida y serena, envuelta en los rayos del sol. Jesús se asoma a la puerta de la cocina, saluda y luego sube a meditar a la habitación superior, preparada ya para la cena. No parece estar muy contento. Lanza frecuentes suspiros y va y viene por el salón. De cuando en cuando echa una mirada por la campiña circundante, que puede verse por muchas partes, desde esta amplia habitación, en forma de cubo, sobre el extenso terreno. Sale a pasear a la terraza, dando vueltas a su derredor. Se detiene a mirar a Juan de Endor que comedidamente saca agua del pozo para la atareada Salomé. Mira, sacude la cabeza y suspira. La fuerza de su mirada despierta la atención de Juan, que se vuelve para mirar y pregunta: “Maestro, ¿se te ofrece algo?”. Jesús: “No. Te miraba solamente”. Salomé dice: “Juan es bueno. Me ayuda”. Jesús: “Dios también le recompensará por esta ayuda”. Dichas esas palabras vuelve a entrar al salón y se sienta. ■ Está tan absorto en sus pensamientos que no oye el alboroto de tantas voces y el arrastrarse de pies en el corredor que da a la entrada, ni dos pisadas rápidas que suben por la escalera de fuera y que se acercan. Solo cuando María le llama, levanta la cabeza. “Hijo, ha llegado a Jerusalén Susana con la familia y me ha traído inmediatamente a Aglae. ¿Quieres escucharla ahora que estamos solos?”. Jesús: “Sí, Madre. Inmediatamente. Y que nadie suba, hasta que haya terminado todo que espero que sea antes de que regresen los demás. Te ruego que vigiles para que no haya curiosos indiscretos… nadie… sobre todo Judas de Simón”. Virgen: “Vigilaré muy bien…”. ■  María sale y poco después vuelve trayendo de la mano a Aglae, que ya no viene envuelta en su manto gris y en su velo echado que le cubría el rostro. No trae sandalias altas y entrelazadas con correas y cintas que antes usaba. Ahora parece una hebrea con sus sandalias bajas y planas, sencillísimas como las de María, con su vestido de color azul oscuro sobre el que pende el manto, y con el velo blanco como lo usan las hebreas de pueblo, esto es, sencillamente sobre la cabeza con una extremidad que cae sobre sus espaldas de modo que la cara no queda totalmente cubierta. Es el vestido usual de muchísimas mujeres; y el estar en medio de un  grupo de galileas, ha evitado a Aglae el ser reconocida. Entra  con la cabeza baja. A cada paso que da enrojece. Me imagino que si María no la empujase dulcemente hacia Jesús, se habría arrodillado en el umbral. “Mira, Hijo, a la que hace tanto tiempo te buscaba. Escúchala” dice María cuando se acerca Jesús y luego se retira, bajando las cortinas sobre las puertas entornadas y cierra la puerta más cercana a la escalera.
* “Dios es incapaz de permanecer inerte ante el deseo de la criatura porque ese deseo Él lo ha encendido. Lo ha encendido Él porque con amor privilegiado ama al alma que le busca. El deseo de Dios siempre precede al deseo de la criatura”. ■ Aglae se quita la alforja que trae sobre las espaldas. Se arrodilla a los pies de Jesús en medio de un gran llanto. Se dobla hasta el suelo y sigue llorando con la cabeza apoyada en sus brazos cruzados. Jesús: “No llores así. Ya no es momento de llanto. Debiste haber llorado cuando no querías a Dios, no ahora que le amas y te ama”.  Pero Aglae continúa llorando… Jesús pregunta. “¿No crees que sea así?”. En medio de los sollozos sale la voz: “Le amo, es verdad, como sé, como puedo… pero aun cuando sé y creo que Dios es Bondad, no puedo atreverme a esperar que tenga yo su amor. He pecado mucho… Tal vez, un día lo tendré… Todavía me falta mucho que llorar… por ahora estoy sola en mi amor. Estoy sola… no es soledad sin esperanzas de los años pasados. Es una soledad llena del deseo de Dios, por esto es soledad de esperanza… pero tan triste, tan triste…”. Jesús: “Aglae, ¡qué mal conoces al Señor! Este deseo que tienes de Él, es prueba de que corresponde a tu amor, que es tu amigo, que te llama, que te invita, que te quiere. Dios es incapaz de permanecer inerte ante el deseo de la criatura, porque ese deseo lo ha encendido el Creador y Señor de todas las cosas en el corazón. Lo ha encendido Él porque con amor privilegiado ama al alma que le busca. El deseo de Dios siempre precede al deseo de la criatura, porque Él es perfectísimo y por esto su amor es mucho más diligente e intenso que el de la criatura”. ■ Aglae: “Pero ¿cómo puede Dios amar mi fango?”. Jesús: “No trates de entender con tu inteligencia. Es un abismo de misericordia, incomprensible para la mente humana. Pero lo que no se puede comprender con la razón, lo comprende la inteligencia del amor, el amor del espíritu. Éste comprende y entra seguro en el misterio que es Dios y en el misterio de las relaciones del alma con Dios. Entra, Yo te lo digo. Entra porque Dios lo quiere”. Aglae: “¡Oh Salvador mío! ¿De veras he sido perdonada? ¿Soy amada yo? ¿Lo debo creer?”. Jesús: “¿Te he dicho mentira alguna vez?”. Aglae: “Oh, no, Señor. Todo lo que me dijiste en Hebrón se ha cumplido. Me has salvado como tu nombre significa. Me has buscado a mí, alma perdida. Has devuelto la vida a mi alma, que estaba muerta. Me dijiste que si te buscaba, te encontraría. Y es verdad. Me dijiste que estás dondequiera que el hombre tenga necesidad de un médico y de medicinas. Y es verdad. Todo, todo lo que dijiste a la pobre Aglae, desde aquella mañana de Junio, hasta lo de «Aguas Claras»…”. Jesús:  “Entonces debes creer lo que te acabo de decir”. Aglae: “Sí, creo, creo. Pero Tú dime: «Yo te perdono»”. Jesús: “Yo te perdono en nombre de Dios y de Jesús”. Aglae: “Gracias…”.
* “¿Qué debo hacer para obtener la Vida eterna, cuál es el camino que debo seguir?”.-Aglae: “… pero ahora… ahora ¿qué debo hacer? Dime Salvador mío, ¿qué cosa debo hacer para tener la Vida eterna? El hombre se corrompe solo con mirarme… No puedo vivir con el sobresalto continuo de ser descubierta y rodeada. Durante este viaje temblaba ante cada mirada de un hombre… no quiero más pecar ni hacer pecar. Dime ¿cuál es el camino que debo seguir? El que me indiques, lo seguiré. Sabes que soy fuerte incluso en las fatigas… y si por excesiva fatiga encontrara la muerte, no por ello tendría miedo. Llamaré a la muerte «amiga mía» porque me quitará de todos los peligros del mundo y para siempre. Habla, Salvador mío”. Jesús: “Vete a un lugar despoblado”. Aglae: “¿A dónde, Señor?”. Jesús: “A donde quieras. Adonde te lleve tu espíritu”. Aglae: “¿Será capaz mi espíritu, que apenas se ha formado, de tanto?”. Jesús: “Sí, porque Dios te guía”. Aglae: “Y ¿quién me hablará de Dios en lo sucesivo?”. Jesús: “Tu alma que ha resucitado ahora…”. Aglae: “¿Nunca te volveré a ver más?”. Jesús: “Jamás en este mundo. Dentro de poco te habré redimido del todo y entonces vendré a tu espíritu para prepararte a subir a Dios”. Aglae: “¿Cómo sucederá mi redención completa si no te veré más? ¿Cómo me la darás?”. Jesús: “Al morir por todos los pecadores”. Aglae: “Oh, ¡no! Tú… ¡Jamás!”. Jesús: “Para daros la vida debo darme la muerte. Por esto he venido con carne humana. No llores… ■ Muy pronto te juntarás conmigo después de haber consumado mi sacrificio y el tuyo”. Aglae: “¿Mi sacrificio, Señor? ¿Moriré también yo por Ti?”. Jesús: “Sí, pero de otro modo. Hora a hora morirá tu carne por deseo de tu voluntad. Hace como un año que ya está muriendo. Cuando haya muerto del todo te llamaré”. Aglae: “¿Tendré la fuerza de destruir mi carne culpable?”. Jesús: “En la soledad donde estarás y donde Satanás te asaltará con una violencia libidinosa cuanto más te acerques al Cielo, encontrarás un apóstol mío, primero pecador, luego redimido”. Aglae: “¿No es entonces aquel hombre bendito (1) que me hablaba de Ti? Demasiado honesto es como para haber sido pecador”. Jesús: “No es él, es otro. Irá en su momento a donde estás. Entonces, te enseñará lo que ahora todavía no puedes comprender. Vete en paz. La bendición de Dios venga sobre ti”. ■ Aglae, que ha estado de rodillas, se inclina a besar los pies del Señor. No se atreve a algo más. Toma su alforja, la vacía: caen al suelo unos vestidos sencillos, un bolsito que suena al chocar contra el suelo y un frasco de fino alabastro color de rosa. Aglae vuelve a meter los vestidos, toma el saquito y dice: “Esto es para tus pobres. Es el resto de mis joyas. No me he reservado sino el dinero para el largo viaje. Aunque Tú no me lo hubieses dicho, yo tenía pensado irme lejos. Esto es para Ti. Es menos suave que el perfume de tu santidad. Pero es lo mejor que puede dar de sí la tierra. Me servía para hacer el mal…  Hélo aquí. Que Dios me conceda perfumar al menos como esto, en tu presencia, en el Cielo” y destapa el frasquito y desparrama su contenido sobre el suelo. Un aroma fuerte de rosas se levanta de los tapetes que se impregnan con la esencia. Aglae retira el frasquito vacío y dice: “Como recuerdo de esta hora”. Luego se inclina nuevamente a besar los pies de Jesús. Se levanta, se retira sin dar las espaldas, sale y cierra la puerta… ■ Se oyen sus pasos, alejándose en dirección a la escalera, y su voz, que intercambia unas palabras con María, luego el ruido de las sandalias que bajan la escalera, y nada más. Ninguna otra cosa de Aglae queda sino su bolsito a los pies de Jesús y el aroma fortísimo que ha invadido toda la habitación. ■ Jesús se levanta… recoge el saquito, y se lo guarda en el pecho. Se dirige a una ventana que da al camino; sonríe al ver a la mujer que, sola, se aleja envuelta en su manto hebreo en dirección de Belén. Hace señal de bendecir. Va a la terraza y dice: “Mamá”. María ligera sube la escalera: “La has hecho feliz, Hijo mío. Se ha ido con fortaleza y paz”. Jesús dice a su Madre: “Sí, Mamá. Cuando regrese Andrés, mándamelo cuanto antes”.
* “Ahora estoy contento. ¡Sea bendito el Señor!”.- ■ Pasa el tiempo. Luego se oyen las voces de los apóstoles que regresan… Acude Andrés: “Maestro, ¿me necesitas?”. Jesús: “Sí, ven aquí. Nadie lo sabrá, pero es justo que te diga a ti. Andrés, gracias en nombre de Dios y de un alma”. Andrés: “¿Gracias? ¿De qué cosa?”. Jesús: “¿No percibes este perfume? Es el recuerdo de la «Velada». Ha venido. Se ha salvado”. Andrés se pone rojo como una amapola. Cae de rodillas. No encuentra ni una palabra que decir… al fin murmura: “Ahora estoy contento. ¡Sea bendito el Señor!”. Jesús: “Sí. Levántate. No digas a los demás que vino”. Andrés: “Me guardaré el secreto, Señor”. (Escrito el 25 de Junio de 1945).
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1  Nota  : El apóstol Andrés.
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3-218-393 (4-80-497).- Una prostituta sale al encuentro de Jesús en Ascalón, ciudad filistea.
* Actitud de Jesús ante la prostituta.- ■ Jesús con sus apóstoles entra a Ascalón,  por la calle del doble pórtico que va recta hasta el centro de la ciudad. Ascalón es una imitación torpe de Roma, con piscinas y fuentes, con plazas tipo foro, con torres a lo largo de la muralla y, por todas partes, el nombre de Herodes, que él mismo ha hecho colocar para autoaplaudirse, porque los ascalonitas no le aplaudirían. Hay mucho movimiento, que crece a medida en que la hora avanza y se va acercando la parte principal de la ciudad, abierta, aireada, con el mar luminoso como fondo (parece una turquesa en una tenaza de coral rosa, por las casas situadas en el arco profundo que aquí dibuja la costa: no es un golfo, es un verdadero arco, una porción de círculo que el sol ilumina con un color rosa muy pálido). “Dividámonos en cuatro grupos. Yo aquí me separo, o, más bien, idos vosotros; luego Yo decidiré. Marchad. Después de la hora nona nos encontraremos de nuevo en la Puerta por la que hemos entrado. Sed prudentes y pacientes”. Jesús los mira mientras los apóstoles se alejan. Él se queda con Judas Iscariote que ha afirmado que a esta gente no le dirá ni una palabra, porque son peores que los paganos. Pero, cuando oye que Jesús quiere ir de acá para allá y no va a hablar, entonces cambia de pensamiento y dice: “¿Te molesta quedarte solo? Me voy con Mateo, Santiago y Andrés. Son los menos capaces…”. Jesús: “Vete, pues. Hasta pronto”. ■ Y Jesús, solo,  camina por la ciudad sin rumbo fijo, a lo largo y a lo ancho, anónimo entre la atareada gente que ni siquiera le mira. Solo dos o tres niños levantan su cabeza curiosos y una mujer descaradamente vestida, que le viene al encuentro con aire decidido, con una sonrisa llena de sobrentendidos; pero Jesús la mira tan severamente que ella se pone colorada, baja los ojos y se va; llegada a la esquina, se vuelve, pero, dado que uno de la ciudad, que observó lo sucedido, la hiere con una observación mordaz y de burla, porque la dejaron plantada, se envuelve en su manto y huye. (Escrito el 14 de Julio de 1945).
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(<Es un comentario de Jesús sobre los convidados que asistieron al convite de Simón el Fariseo [Lc. 7,36-50] en que una María Magdalena, arrepentida de su pasado, ungió los pies de Jesús>)
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4-236-46 (4-99-598).- “Solo los puros ven lo justo, porque el pecado no turba su pensamiento”.
* “La pobre María de Magdala fue siempre juzgada mal en sus buenas acciones. La avidez (de lujuria o por dinero) levanta su voz para criticar una acción buena”.- ■ Dice Jesús: “Los hombres, que ardieron de lujuria al verla entrar, se estremecieron en su carne y en su pensamiento. Todos, menos Yo y Juan, la desearon. Todos creyeron que hubiese ido por uno de esos caprichos que —bajo la presión del demonio— la arrojaban a aventuras imprevistas. Pero Satanás estaba ya vencido. Y sintieron envidia al ver que a ninguno de ellos se dirigía, sino a Mí. El hombre, cuando solo es carne y sangre, ensucia siempre aun las cosas más puras. Solo los puros ven lo justo, porque el pecado no turba su pensamiento.Pero, María, no debe ser motivo de abatimiento el que el hombre no comprenda. Dios comprende, y es suficiente para el Cielo. La gloria que viene de los hombres no aumenta ni en un gramo la gloria que es destino de los elegidos en el Paraíso. Recuérdatelo siempre. La pobre María de Magdala fue siempre juzgada mal en sus buenas acciones; no lo había sido en sus malas acciones, porque eran bocados de lujuria ofrecidos a la insaciable hambre de los libidinosos. Fue criticada y juzgada mal en Naím, en casa del fariseo; criticada y objeto de reproche en Betania en su casa. Pero Juan, diciendo una gran verdad, da la clave de esta última crítica: «Judas… porque era ladrón». Yo añado: «El fariseo y sus amigos, porque eran lujuriosos’». ¿Ves? La avidez de los sentidos, la avidez por el dinero, levantan su voz para criticar una acción buena. Los buenos no critican. Jamás. Comprenden. Pero, te repito, no importa la crítica del mundo, lo que importa es el juicio Dios”. (Escrito el 22  de Enero de 1944).
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4-241-68 (4-104-621).- Vocación de la hija del apóstol Felipe: consagrada al Mesías y, como ella, otras como María Magdalena ya convertida “porque Jesús no perdona jamás a medias”.
* “Felipe, hay amadores que no pueden ser rechazados porque son poderosos en el amar. Tu hija ama a uno de éstos. Yo soy ese amador que penetra en las casas más cerradas y en los corazones, más cerrados aún. Y a todos doy una sola y nueva alma. Son mis esponsales. Ninguna riqueza, poder, alegría del mundo da el gozo perfecto que tienen los que se unen con mi pobreza, con mi mortificación. Mi llamada consiste en llevar lirios de un amor virginal al jardín del Mesías. Pebeteros de incienso para contrapesar las sentinas del vicio, orarán para contrapesar a los blasfemos, a los ateos. Ayuda para toda la humana infelicidad. Alegría de Dios”.-La barca va costeando el trecho que hay entre Cafarnaúm y Magdala. María de Magdala por vez primera está en su postura habitual de convertida: está sentada en el fondo de la barca a los pies de Jesús, quien está sentado austeramente sobre uno de los bancos de la barca. La cara de Magdalena tiene hoy un aspecto distinto del de ayer: todavía no es la cara radiante que saldrá al encuentro de su Jesús cada vez que vaya a Betania, pero es ya una cara liberada de temores y tormentos; y su mirada que antes reflejaba humillación —antes aún desfachatez— ahora es seria, pero segura, y en su noble seriedad brilla de vez en cuando una chispa de alegría, escuchando a Jesús, que habla con los apóstoles o con su Madre y Marta. Van  hablando de la bondad de Porfiria, tan sencilla y tan amorosa. Hablan de la acogida cariñosa de Salomé y de las mujeres e hijas de Bartolomé y Felipe. ■ Éste dice: “Si no fuese porque todavía son muy jovencillas, y porque su madre se opone a que vayan lejos, ellas también te seguirían, Maestro”. Jesús: “Me sigue su alma, e igualmente es un amor santo. Felipe, escúchame. Tu hija mayor dentro de poco será prometida ¿no es verdad?”. Felipe: “Sí, Maestro. Dignos esponsales y un buen esposo, ¿no es verdad Bartolomé?”. Bartolomé: “Es verdad. Lo puedo garantizar porque conozco a la familia. No he podido aceptar hacer yo la propuesta, pero lo habría hecho si no estuviera ocupado en el seguimiento del Maestro, con plena tranquilidad de crear una santa familia”. Jesús: “Pero la muchacha me ha rogado que te dijese que no hicieses nada”. Felipe dice: “¿No le gusta el novio? Está en un error. De todas formas, la juventud no tiene seso. Espero que se persuada. No hay razón para rechazar a un excelente esposo. A menos que… ¡No es posible!”. Jesús incita: “¿A menos que…? Termina, Felipe”. Felipe: “A menos que ame a otro. Pero eso no es posible. No sale nunca de casa y en casa vive muy retirada. ¡No es posible!”. Jesús: “Felipe, hay amadores que penetran aun en las casas más cerradas; y saben hablar a sus amadas a pesar de todas las barreras y vigilancias; derriban cualquier obstáculo (como viudez o juventud bien custodiadas… u otros) y las consiguen. Hay amadores que no pueden ser rechazados, porque son poderosos en el amar, porque vencen con su seducción toda posible resistencia, hasta la del mismo demonio. Pues bien, tu hija ama a uno de éstos, y además al más poderoso”. Felipe: “Pero ¿quién? ¿Alguno de la corte de Herodes?”. Jesús: “¡Eso no es poder!”. Felipe: “¿Alguno… alguno de la casa del Procónsul? ¿algun patricio romano? No lo permitiré por ningún motivo. La sangre pura de Israel no entrará en contacto con sangre impura, aun cuando tuviese que matar a mi hija. ¡No te sonrías, Maestro, que yo sufro!”. Jesús: “Eres como un caballo encabritado. Ves sombras donde solo hay luz. Estate tranquilo. El Procónsul es también un siervo, igual que los patricios sus amigos; y siervo es el César”. Felipe: “¡Estás bromeando, Maestro! Quisiste meterme miedo. Nadie hay mayor que César, ni nadie con más autoridad que él”. ■ Jesús: “Yo soy, Felipe”. Felipe: “¿Tú? ¿Tú quieres casarte con mi hija?”. Jesús: “No. Quiero su alma. Yo soy ese amador que penetra en las casas más cerradas y en los corazones  —más cerrados aún: con un sinfín de llaves—. Soy Yo el que sabe hablar a pesar de todas las barreras y vigilancias; el que abate todo obstáculo y toma lo que anhela: a puros o pecadores, a vírgenes o viudos, a libres de vicio o a esclavos de él. Y a todos doy una sola y nueva alma, regenerada, feliz, eternamente joven. Son mis esponsales. Nadie puede negar darme mis presas deliciosas. Ni el padre, ni la madre, ni los hijos, ni siquiera Satanás. Sea que hable Yo al alma de una jovencilla como es tu hija, o a la de un pecador sumergido en el vicio y encadenado con siete cadenas, el alma viene a Mí. Y nada ni nadie me la arrebatará. Ninguna riqueza, poder, alegría del mundo proporciona el gozo perfecto como es el que tienen los que se unen con mi pobreza, con mi mortificación. Se desnudan de todo pobre bien, y se revisten de todo celestial bien. Alegres en su serenidad de pertenecer a Dios, solo a Dios… Ellos son los dueños de la Tierra y del Cielo. Lo son de la Tierra porque la dominan, y del Cielo, porque lo conquistan”. ■ Bartolomé exclama: “¡En nuestra ley jamás ha sucedido esto!”. Jesús: “Despójate del hombre viejo, Natanael. Cuando te vi por vez primera te saludé llamándote perfecto israelita sin engaño. Ahora tú perteneces al Mesías, no a Israel. Sélo sin engaño, sin trabas. Revístete de esta nueva mentalidad, de otra manera no podrás comprender tantas bellezas de la redención que vine a traer a todo el género humano”. Felipe insiste: “¿Y dices que has llamado a mi hija? ¿Y qué va a hacer ahora? Ciertamente no me voy a oponer. Pero quiero saber, incluso para ayudarla, en qué consiste tu llamada…”. Jesús: “En llevar lirios de un amor virginal al jardín del Mesías. En los siglos que están por venir cuántas no habrá… Muchas… Pebeteros de incienso para contrapesar las sentinas del vicio. Almas que orarán para contrapesar a los blasfemos, a los ateos. Ayuda para toda la humana infelicidad. Alegría de Dios”.
* “Y nosotras, las ruinas que Tú reconstruyes, ¿qué seremos?”. “María, Jesús no perdona jamás a medias. Tú y todos los que como tú habéis pecado y a los que mi amor perdona, perfumaréis, oraréis.., siendo ya conscientes del mal y aptos para curarlo, siendo almas mártires ante los ojos de Dios, y dignas de amor, por tanto, como las vírgenes”.María Magdalena abre sus labios para preguntar y lo hace con sonrojo, pero con más desembarazo que en días anteriores: “¿Y nosotras, las ruinas que Tú reconstruyes, ¿qué seremos?”. Jesús: “Lo que son las hermanas vírgenes…”. Magdalena: “¡Oh, no es posible! Hemos pisado demasiado fango y… y… no puede ser”.  Jesús: “María, María, Jesús no perdona jamás a medias. Tú y todos los que como tú habéis pecado y a los que mi amor perdona, perfumaréis, oraréis, amaréis, consolaréis, siendo ya conscientes del mal y aptos para curarlo donde se encuentra, siendo almas mártires ante los ojos de Dios, y dignas de amor, por tanto, como las vírgenes”. Magdalena: “¿Mártires? ¿En qué cosa, Maestro?”. Jesús:  “Contra vosotras mismas y el recuerdo del pasado, y por sed de amor y de expiación”. Magdalena: “¿Lo debo creer?…”. ■ Magdalena mira a todos los que están en la barca, como pidiendo que den alas a la esperanza que se enciende en ella. Jesús le dice: “Pregúntaselo a Simón. Una noche estrellada, en tu jardín, hablé de ti, y de vosotros pecadores en general. Y todos tus hermanos te pueden decir si mi palabra no ha cantado para todos los redimidos los prodigios de la misericordia y de la conversión”. Magdalena: “También de ello me habló, con voz de ángel, el niño. Volví con el alma refrescada después de su lección. Por él he podido conocerte mejor aún que por mi hermana, tanto que hoy me siento con más fuerzas para afrontar el regreso a Magdala. Ahora que me dices esto, siento que crece en mí la fortaleza. Di escándalo al mundo. Pero te juro, Señor, que el mundo, al verme, llegará a comprender qué cosa sea tu poder”. Jesús le pone por un momento sobre su cabeza la mano, mientras María Santísima le envía una sonrisa como solo Ella sabe hacerlo: una sonrisa celestial. (Escrito el 2 de Agosto de 1945).
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(<Este episodio tiene lugar al día siguiente del discurso del Pan en la sinagoga de Cafarnaúm [Ju. 6,22-72] cuando muchos, inclusive discípulos, abandonaron a Jesús>)
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5-355-365 (6-45-271).- La pureza de los niños y de las vírgenes consuela a Jesús.
* El niño David de Cafarnaúm, el sinagogo Jairo y la hija de Jairo consuelan a Jesús.- ■ Jesús está sentado ahora en la terraza de la casa de Tomás de Cafarnaúm. La gente descansa pues es sábado. No es mucha, porque los más celosos en cumplir sus prácticas religiosas han partido ya para Jerusalén; como también aquellos que van con las familias y tienen niños que no pueden hacer marchas largas y obligan a los adultos a pararse y a hacer breves trayectos. Así que falta, en este día nublado, la alegría de los niños. Jesús está pensativo: sentado en un banco pequeño y bajo, en un rincón, junto al pretil, dando la espalda a la escalera, como si quisiera que el pretil le escondiera; tiene un codo apoyado sobre su rodilla, y la frente en la mano con gesto cansado, casi de sufrimiento. Un pequeñuelo viene a sacarle de su meditación. Viene a despedirse de Él antes de partir a Jerusalén. “¡Jesús!, ¡Jesús!” llama a cada peldaño que sube, pues no ve a Jesús, que está oculto por el pretil a la vista de quien está abajo. Y Jesús está tan ensimismado que no oye la vocecilla, ni los pasos del niño… de modo que, cuando el pequeño llega a la terraza, todavía está en esa posición. El niño se queda cohibido. Se detiene donde empieza la terraza, se lleva un dedito entre los labios y piensa… luego se decide y avanza lentamente… está ya detrás de Jesús… se inclina para ver lo que está haciendo y dice: “¡No está bien! ¡No llores! ¿Por qué? ¿Por aquellos sinvergüenzas de ayer? Mi padre comentaba con Jairo que son indignos de Ti. No debes llorar. Yo te amo mucho. También te quieren mi hermanita y Santiago y Tobías y Juan y María y Miqueas y todos, todos los niños de Cafarnaúm. ¡No llores mas!…” y se echa al cuello, cariñoso. Añade: “De otro modo me pongo a llorar también yo… y lloraré todo el viaje”. Jesús: “No, David, ya no lloro más. Me has consolado. ¿Estás solo? ¿Cuándo partís?”. David: “Después del crepúsculo en la barca hasta Tiberíades. Ven con nosotros. Mi padre te quiere ¿sabes?”. Jesús: “Lo sé, querido mío. Pero tengo que ir a ver a otros niños… Te agradezco que hayas venido a despedirte y te bendigo. Dame el beso de despedida, y regresa a casa. ¿Saben que has venido aquí?”. David: “No. Me escapé porque no te vi con tus discípulos y pensé que estabas llorando”. Jesús: “No lloro más. Lo ves. Vete con tu mamá. Tal vez tenga preocupación por ti. ¡Adiós! Ten cuidado con los asnos de las caravanas. Mira que hay por todas partes”. David: “¿Pero de veras no lloras más?”. Jesús: “No. No siento ya ningún dolor. Tú me has consolado. ¡Gracias, chiquito!”. El niño baja a saltos la escalerilla mientras Jesús le sigue con su mirada, luego mueve la cabeza y vuelve a sus anteriores pensamientos. ■ Pasa el tiempo. En medio de las nubecillas que lo han ocultado se ve que el sol desciende a su ocaso. Se oyen pisadas por la escalera. Jesús levanta el rostro, ve a Jairo (1) que llega. Le saluda. Jairo le saluda con respeto. Jesús: “¿Qué te ha traído por aquí, Jairo?”. Jairo: “¡Señor! Tal vez me he equivocado, pero Tú que ves los corazones de los hombres, puedes leer que en el mío no hay ninguna malicia. Hoy no te invité a que hablases en la sinagoga. Pero es que he sufrido mucho por Ti, ayer, y te he visto sufrir tanto, que… no me he atrevido. He consultado a los tuyos y me han respondido: «Quiere estar solo»… Pero hace unos momentos ha llegado Felipe, padre de David, diciendo que su hijo te ha visto llorar. Añadió que le has dado las gracias por haber venido a Ti. También yo estoy aquí. Maestro, los que quedan todavía en Cafarnaúm están para reunirse en la sinagoga y mi sinagoga es tuya, Señor”. Jesús: “¡Gracias, Jairo! Otros hablarán hoy en ella. Iré como simple fiel…”. Jairo: “No estarías obligado. Tu sinagoga es el mundo. ¿Entonces no vienes, Maestro?”. Jesús: “No, Jairo. Estoy aquí en espíritu con mi Padre que me comprende y que no encuentra culpa en Mí”. En sus ojos tristes se ve brillar una lágrima. Jairo: “¡Igualmente yo no encuentro que hayas faltado en algo! ¡Hasta pronto, Señor!”. Jesús: “Hasta pronto, Jairo”. Jesús se sienta nuevamente, y se sumerge en su meditación.La hija de Jairo, veloz cual una paloma, envuelta en su blanca vestidura, sube la escalera. Mira… llama en voz baja: “¡Salvador mío!”. Jesús vuelve la cabeza, la ve, le sonríe, le dice: “¡Acércate!”. Hija de Jairo: “Sí, mi Señor, pero yo quisiera llevarte donde los demás. ¿Por qué debe estar muda hoy la sinagoga?”. Jesús: “Está tu padre y otros para llenarla con sus palabras”. Hija de Jairo: “¡Pero son palabras!… La tuya es la Palabra. ¡Oh, Señor mío! Con tu palabra me restituiste a mi madre y a mi padre cuando estaba muerta. Mira a aquellos que van a la sinagoga. Muchos de ellos están más muertos que yo entonces. ¡Ve a darles la Vida!”. Jesús: “Hija, tú la merecías. Ellos… ¡No hay palabra alguna que pueda dar vida a quien ha escogido la muerte!”. Hija de Jairo: “Así es, Señor mío, pero no importa, ven. Hay quienes viven más al oírte… Ven. Dame tu mano y vamos. Yo soy la prueba de tu poder, y estoy pronta a demostrarlo incluso ante tus enemigos, aun cuando me quiten esta segunda vida, que la verdad es que ya no es mía. Tú me la has dado, Maestro bueno, por compasión a mi madre y a mi padre. Pero yo…”.
.   ● ¿No sabes que una sola palabra de quien es puro, y que ama en verdad me quita todos mis dolores?”.- ■ La jovencita de ojos hermosos en una cara pura e inteligente, siente que el llanto le oprime la garganta, y que las lágrimas le corren por sus mejillas. Jesús, poniéndole la mano sobre su cabellera, le pregunta: “¿Ahora lloras tú?”. Hija de Jairo: “Porque… me han dicho que dices que vas a morir…”. Jesús: “Todos morimos…”. Hija de Jairo: “Pero no como Tú dices. Yo… no querría ahora haber vuelto a la vida, para no ver lo que no sé cuándo será, pero ¡será algo horrible!…”. Jesús: “Entonces no hubieras podido darme el consuelo que me estás dando. ¿No sabes que una sola palabra de quien es puro, y que ama en verdad me quita todos mis dolores?”. Hija de Jairo: “¿De veras? Entonces no debes sufrir nada, porque te amo más que a mi padre, más que a mi madre, y que a mi propia vida”. Jesús: “Así es”. Hija de Jairo: “Entonces ven. No estés solo. Habla para mí, para Jairo, para mi madre, y para el pequeño David, para los que te aman. Somos muchos y aumentaremos. Pero no estés solo, ni triste”. E instintivamente maternal como cualquier mujer de buen corazón, concluye diciendo: “Junto a mí nadie te hará mal. Yo te defenderé”. Jesús la complace y se levanta. La mano en la mano, ambos cruzan la calle y entran en la sinagoga por una puerta lateral.
* Jesús en la sinagoga, con un rostro en que está pintado un cruel dolor, grita: “¡Acuérdate de Mí, Dios mío! ¡Y para bien mío! ¡Acuérdate también de ellos! ¡Yo los perdono!”.- ■ Jairo, que está leyendo en voz alta un rollo, suspende su lectura y dice, inclinándose profundamente: “Maestro, te ruego que hables a los rectos de corazón. Prepáranos para la Pascua con tu santa palabra”. Jesús: “Estás leyendo algo de los Reyes ¿no es verdad?”. Jairo: “Sí, Maestro. Trataba de hacer reflexionar que quien se separa del Dios verdadero cae en la idolatría de becerros de oro”. Jesús: “Has dicho bien. ¿Ninguno de vosotros tiene nada que decir?”. Se oye un murmullo entre la gente. Algunos quieren que hable, otros gritan: “Tenemos prisa. Recítense las oraciones y se acabe la reunión. Vamos a Jerusalén y allá escucharemos a los rabinos” (los que gritan así son los desertores de ayer, retenidos en Cafarnaúm por el sábado).  Jesús los mira con profunda tristeza y dice: “¡Tenéis prisa! ¡Es verdad! También Dios la tiene de juzgaros. ¡Idos!”. Luego, dirigiéndose a los que reprendían a los que así habían hablado, les dice: “No los reprendáis. Cada árbol da su fruto”. Jairo, a quien se unen los apóstoles, los discípulos fieles y los de Cafarnaúm, grita iracundo: “¡Señor! Haz lo mismo que hizo Nehemías (2). ¡Repréndelos, Tú, Sumo Sacerdote!”. Jesús abre los brazos en forma de cruz, y palidísimo, con un rostro en que está pintado un cruel dolor, grita: “¡Acuérdate de Mí, Dios mío! ¡Y para bien mío! ¡Acuérdate también de ellos! ¡Yo los perdono!”. Se vacía la sinagoga… (Escrito el 9 de Diciembre de 1945).
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1  Nota  : Cfr.  Personajes de la Obra magna:  Jairo, el sinagogo y su hija.   2  Nota  : Cfr.  Neh. 5.
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(<Jesús va delante con los apóstoles y discípulos; las mujeres, con María en el centro, detrás de los hombres. Han dejado el campo de los Galileos en el monte de los Olivos y se dirigen hacia Jerusalén>)
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6-368-36 (6-58-375).- La vocación de Analía  y la incomprensión de su madre.
El Altísimo tiene más derecho que cualquier otro sobre sus hijos, y que mucho va a cambiar en la nueva Religión, y de ahora en adelante podrán las vírgenes ser vírgenes eternamente por amor a Dios”.- ■ Entran al ruidoso y bien poblado suburbio de Ofel. Después de algunos metros, por la puerta entreabierta de una casa, sale al improviso, jubilosa, Analía, que hace un acto de veneración al Maestro, diciendo: “Tengo permiso de mi madre para estar hasta la tarde contigo, Señor”. Jesús le dice: “¿No se sentirá molesto Samuel?”. Analía: “No existe ya Samuel en mi vida. ¡Y gracias sean dadas al Altísimo! Solamente me conceda que no te deje a Ti, mi Dios, como me ha dejado a mí Samuel”. La boca juvenil sonríe heroicamente, mientras unas lágrimas resplandecen en sus castos ojos. Jesús la mira por unos instantes y por toda respuesta le dice: “Únete a las discípulas”, y continúa su camino. Pero la madre de Analía, que ha envejecido más por los dolores que por los años, se acerca a su vez, con señal de respeto, y con voz afligida saluda: “La paz sea contigo, Maestro. ¿Cuándo podría hablarte? Estoy muy acongojada…”. Jesús: “Enseguida, mujer”. Y volviéndose a los que le acompañan dice: “Esperad aquí afuera. Entro por unos momentos en esa casa”, y hace ademán de seguir a la mujer. Pero Analía, desde el grupo de las discípulas, le grita: “¡Maestro!”, es un grito con el que quiere decir todo. Un grito suplicante. Jesús le responde: “¡No temas! Ten paz. Tu causa está en mis manos y también tu secreto”. Y rápido entra por la puerta semicerrada. Fuera se hacen comentarios sobre este hecho, y la curiosidad tanto de hombres como de mujeres compite para saber, saber… saber… ■ Dentro se escucha y se llora. Jesús escucha. Apoyado de espaldas contra la puerta que ha cerrado tras Sí en cuanto ha entrado, con los brazos cruzados sobre el pecho, escucha a la madre de la muchacha, que, en medio de lágrimas, le habla de la volubilidad del novio, el cual habría aprovechado un pretexto para deshacerse de su compromiso… “De modo que Analía es como una repudiada, y nunca más se casará, porque dice que Tú no apruebas a quien después del repudio se vuelve a casarse. Pero no es así. ¡Ella es todavía célibe! No se vende a otro hombre, porque de ningún hombre ha sido. Y él es culpable de crueldad. Y más. Porque se le han venido ganas de casarse con otra; así mi hija aparecerá a los ojos del mundo como culpable, y el mundo se burlará de ella. Te ruego, Señor, que hagas algo, porque es por Ti por quien sucede esto”. Jesús: “¿Por Mí, mujer? ¿En qué cosa he faltado?”. Madre de Analía: “¡Oh, Tú, no! Pero Samuel dice que Analía te ama. Y finge tener celos. Ayer por la tarde vino aquí. Ella había ido a verte. Se puso furioso y juró no tomarla por esposa. Analía que llegó en ese momento, le respondió: «Haces bien. Lo único que siento es que vistas la verdad de mentira o de calumnia. Sabes que a Jesús se le ama solo con el alma. Pero es precisamente tu alma la que se ha corrompido y deja la Luz por el placer de la carne, mientras que Yo dejo la carne por la Luz. No podríamos ser ya un solo pensamiento, como dos esposos deben ser. Vete pues y que Dios te acompañe». Ni una lágrima ¿comprendes? Nada que hubiera conmovido el corazón de Samuel. ¡Mis esperanzas han muerto! Ella… no cabe duda que por ligereza, es la causa de su ruina. Llámala al orden, Señor. Habla con ella. Haz que vea la razón. Busca a Samuel. Está en la casa de Abraham su pariente, en la tercera casa después de la Fuente de la higuera. ¡Ayúdame! Pero antes háblale a ella. ¡y pronto!…”. Jesús: “Hablar, hablaré. Pero deberías dar gracias a Dios, que desata un compromiso humano, que está claro que no prometía mucho. Samuel es voluble e injusto para con Dios y para con su prometida…”. Madre de Analía: “Sí, pero es algo atroz que el mundo la crea culpable, y que te crea culpable a Ti, solo porque es tu discípula”. Jesús: “El mundo acusa y luego olvida. Al contrario, el Cielo es eterno. Tu hija será una flor del Cielo”. Madre de Analía: “Entonces ¿para qué hiciste que viviera? Hubiera sido una flor sin haber probado la amargura de la lapidación de la calumnia… ¡Oh! Tú eres Dios, llámala, haz que entre en razón, y luego haz lo mismo con Samuel”. ■ Jesús: “Ten presente, mujer, que ni siquiera Dios puede oprimir la voluntad y libertad del hombre. Samuel y tu hija tienen el derecho de seguir lo que creen que es bueno para ellos. Especialmente Analía  tiene derecho…”. Madre de Analía: “¿Por qué?”. Jesús: “Porque Dios la ama más que a Samuel. Porque ella da a Dios más amor que Samuel. ¡Tu hija pertenece a Dios!”. Madre de Analía: “¡No! En Israel no existe esto. La mujer debe casarse. Es mi hija… Su futuro matrimonio me daba paz para el futuro…”. Jesús: “Si no hubiera Yo intervenido, hace un año que tu hija estaría en el sepulcro. ¿Quién soy para ti?”. Madre de Analía: “El Maestro y Dios”. Jesús: “Y como Dios y como Maestro digo que el Altísimo tiene más derecho que cualquier otro sobre sus hijos, y que mucho va a cambiar en la nueva Religión, y de ahora en adelante podrán las vírgenes ser vírgenes eternamente por amor a Dios. No llores. Deja tu casa y ven con nosotros, hoy. Ven. Allá fuera está mi Madre con otras madres heroicas que han dado sus hijos al Señor. Únete a ellas”. La mujer gime: “Habla con Analía… ¡Haz la prueba, Señor!”. Jesús dice: “Está bien. Haré como quieres”, y abriendo la puerta grita: “Madre, ven con Analía”.
* ¡Ánimo, ven al Templo a alabar a Aquel que tanto te ama que ha elegido a tu hija como esposa! Trata de ser realmente sabia en tu corazón. Verdadera sabiduría es no poner límites a la propia generosidad hacia el Señor”.- ■ Las dos mujeres entran. Jesús dice: “Analía, tu madre quiere que te haga reflexionar una vez más. Quiere que hable con Samuel. ¿Qué debo hacer? ¿Qué respondes?”. Analía dice: “Habla con Samuel si quieres. Es más, yo misma te lo ruego que lo hagas. Pero solo porque querría que se hiciera justo oyéndote. En cuanto a mí Tú lo sabes. Te ruego que des a mi madre la respuesta verdadera”. Jesús: “¿Has oído, mujer?”. Madre de Analía: “¿Cuál es, pues, la repuesta?”. Es una voz destrozada, porque, la madre, al oír las primeras palabras de su hija, creyó que volvería atrás, pero luego ha comprendido que no es así. Jesús le dice: “La respuesta es que hace un año tu hija es de Dios y el voto es perpetuo, mientras dura la vida”. Madre de Analía: “¡Oh desgraciada de mí! ¿Qué madre habrá más infeliz que yo?”. ■ María suelta la mano de Analía para abrazar a la mujer y decirle dulcemente: “No peques con tu pensamiento y con tu lengua. No es una desdicha dar a Dios un hijo; antes al contrario, es una gran gloria. Un día me dijiste que tu dolor era el haber tenido solo una hija, porque querrías haber tenido el varón consagrado al Señor. Y tienes no un varón, sino un ángel, un ángel que precederá al Salvador en su triunfo. ¿Y te vas a considerar infeliz? Mi madre, habiéndome concebido en tarda edad, espontáneamente me consagró al Señor desde el primer latido mío que sintió en su seno. Y no estuve con ella sino tres años. Y yo tampoco la tuve, sino en mi corazón. Pues bien, el haberme dado a Dios fue su paz a la hora de la muerte… ¡Ánimo, ven al Templo a alabar a Aquel que tanto te ama que ha elegido a tu hija como esposa! Trata de ser realmente sabia en tu corazón. Verdadera sabiduría es no poner límites a la propia generosidad hacia el Señor”. ■ La madre de Analía ha dejado de llorar. Escucha… Luego se decide. Toma su manto y se envuelve en él. Y al pasar por delante de su hija suspira: “Primero la enfermedad, luego el Señor… ¡Se ve que no debería haberte tenido…!”. Analía suplica: “No, mamá. No digas eso. Nunca me has tenido tanto como ahora. Tú y Dios. Dios y tú. Solo vosotros, hasta la muerte…” y la abraza dulcemente y le pide: “¡Bendíceme, madre! Dame tu bendición porque sufro mucho al tener que hacerte sufrir. Pero Dios me quería así…”. Se besan llorando. Luego salen, detrás de Jesús y de la Virgen. Cierran la puerta y se van con las discípulas. (Escrito el 24 de Enero de 1946).
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(<Están Jesús, apóstoles, Madre y discípulas en la casa de Juana de Cusa, en Jerusalén, donde Juana ha preparado un banquete de amor querido por Él, convite para los más desamparados>)
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6-370-55 (7-60-393).- La Virgen prevé el futuro de las vírgenes: “primicias de los jardines angelicales”.- Salomé, la hija de Herodías.
* La Virgen cambia de nombre a la hija de Jairo, virgen consagrada al Señor. También Analía y las dos hijas de Felipe se consagran al Señor.- ■ En la primera rampa de la escalera se encuentran con la hija de Jairo y Analía  que veloces vienen bajando. Exclaman: “¡Maestro, Señor!”. Jesús: “Dios esté con vosotras. ¿A dónde vais?”. Ellas: “A traer unas toallas. Nos dijo la servidora de Juana. ¿Vas a hablar, Maestro?”. Jesús: “Sí”. Analía dice: “¡Entonces corre, Miriam! Démonos prisa”. Jesús: “Tenéis todo el tiempo que queráis. Espero a otros”. Y después, mirando a la hija de Jairo, pregunta: “¿Pero desde cuándo te llamas Miriam?”. Hija de Jairo: “Desde el día de hoy. Tu Madre me dio este nombre. Porque… ¿verdad, Analía? Hoy es un gran día para cuatro vírgenes…”. Analía: “¡Oh, sí! ¿Se lo decimos al Señor o dejamos que sea María la que lo diga?”. Hija de Jairo: “María, María. Vete, vete, Señor. Tu Madre te lo dirá”  y ligeras siguen. Están en la flor de la juventud. Son hermosas. Son unos ángeles en su mirar… ■ Están en la tercera rampa cuando se encuentran con Elisa de Betsur, que despacio baja con la mujer del apóstol Felipe. Ésta grita: “¡Ah, Señor! ¡A algunos das, y a otros quitas! ¡De todos modos sé bendito!”. Jesús:  “¿De qué hablas?”. Mujer de Felipe: “¡Ahora lo vas a saber!… ¡Qué pena y al mismo tiempo qué alegría! Me quitas algo y me pones una corona”. Felipe que está cerca de Jesús pregunta: “¿A qué te refieres? ¿De qué hablas? Eres mi mujer y lo que te pasare, me pasa a mí…”. Mujer de Felipe: “Lo sabrás, Felipe. Sigue con el Maestro…”. Jesús pregunta a Elisa si se siente mejor, y ella a quien el dolor de tiempos pasados le ha dado una cierta majestad, responde: “¡Sí, Señor mío! El sufrimiento sereno no es amargura. Tengo paz en el corazón”. Jesús: “Y dentro de poco será mayor”. Elisa: “¿Qué dices, Señor?”. Jesús: “Ve a donde ibas y vuelve, y lo sabrás”. Gritan dos pequeños: “¡Está Jesús! ¡Está Jesús!”. Los dos pequeños se están asomando sobre la adornada barandilla, que limita la terraza por los dos lados que dan al jardín; y de la baranda penden rosales y jazmines en flor, pues la terraza no es más que un jardín colgante, sobre la que está extendido un toldo de muchos colores. Todos los que están en la terraza se vuelven al grito de los pequeños, y dejando lo que hacían, se dirigen a Jesús a cuyas rodillas los niños se han asido…
* “Ellas me hacían preguntas acerca de mi rostro de doncella, y sobre cómo serán las vírgenes del futuro. Preveía para ellas una vida de oración, una vida que consolara a mi Jesús. Les decía: «La vírgenes serán las que sostendrán a los apóstoles, las que lavarán el mundo sucio y lo vestirán con su pureza, perfumándolo con ella, serán ángeles que cantarán himnos para que no se oigan las blasfemias. Jesús será feliz. Concederá gracias y su misericordia por estas ovejitas esparcidas entre lobos…»”.- ■ María se acerca a su Hijo. Bajo la luz dorada que se filtra a través del gran toldo que cubre gran parte de la terraza, y que se hace una luz más delicada al contacto de las rosas y jazmines, Ella parece mucho más joven, mucho más esbelta, parece una hermana de las discípulas más jóvenes, apenas un poco mayor, pero hermosa, hermosa como la mejor de las rosas que penden en el colgante jardín, en los grandes macetones, donde hay además jazmines, lirios, y otras flores. Felipe, que se muere por saber la verdad, pregunta “¡Madre, mi mujer se expresó hace poco en ciertos términos!… ¿Qué ha pasado para que mi mujer diga que se ve mutilada y al mismo tiempo con una corona?”. Dulcemente María sonríe mientras le mira y —Ella que es tan poco dada a confidencias—  le toma la mano y le dice: “¿Serías capaz de dar a mi Jesús la cosa que más amas? La verdad es que deberías… porque te da el Cielo y el camino para ir a él”. Felipe: “Sin duda, Madre, si supiera… que lo que le diera tiene el poder de hacerle feliz”. Virgen: “Lo tiene. Felipe, también tu segunda hija se consagra al Señor. Hace poco me lo dijo a mí y a tu mujer, ante muchas discípulas”. Felipe, atontado y señalando con el dedo a la jovencilla, pregunta: “¡¿Tú?! ¡¿Tú?!”. La joven se estrecha a la Virgen como buscando protección. El apóstol traga con dificultad este segundo golpe que le priva de nietos. Se seca el sudor que de improviso le ha brotado ante tal noticia… pasa los ojos sobre los presentes. Lucha… sufre. La hija llora: “¡Padre… perdóname… dame tu bendición!” y cae de rodillas a sus pies. Inconscientemente Felipe le acaricia los cabellos castaños, se limpia la garganta y dice: “Se perdona a los hijos que pecan… Tú no lo haces al consagrarte al Maestro… y… tu pobre padre no puede más que decirte: «¡que seas bendita!»… ¡Ah, hija mía!… ¡Cuán suave y tremenda es la voluntad de Dios!” y se inclina, la levanta, la abraza, la besa en la frente, en su cabellera. Llora. Teniéndola todavía entre sus brazos se dirige a Jesús y le dice: “Mira. Yo le di el ser, pero Tú eres su Dios… Tu derecho vale más que el mío… gracias… gracias, Señor, de la alegría que…” se calla. Se echa a los pies de Jesús y se agacha para besárselos diciendo: “¡Nunca tendré nietecitos… nunca! ¡Era mi sueño!… ¡La sonrisa de mi vejez!… Perdona mi llanto, Señor… Soy un pobre hombre…”. ■ Jesús: “¡Levántate, amigo mío! ¡Alégrate de que cooperas a las primicias de los jardines angelicales! Ven. Vente conmigo y con mi Madre. Preguntémosle cómo sucedió todo, porque te lo aseguro que en esto no tengo culpa ni mérito”. La Virgen dice: “También yo sé muy poco. Estábamos hablando nosotras las mujeres y como sucede con frecuencia, me hacían preguntas acerca de mi rostro de doncella, y también sobre cómo serán las vírgenes del futuro, y sobre qué oficios y glorias preveía para ellas. Les respondía como sé… Preveía en el futuro para ellas una vida de oración, una vida que consolara a mi Jesús. Les decía: «Las vírgenes serán las que sostendrán a los apóstoles, las que lavarán el mundo sucio y lo vestirán con su pureza, perfumándolo con ella, serán ángeles que cantarán himnos para que no se oigan las blasfemias. Jesús será feliz. Concederá gracias y su misericordia por estas ovejitas esparcidas entre lobos…» y otras cosas más decía yo. Fue entonces cuando la hija de Jairo me dijo: «Dame un nombre, Madre, para mi futuro estado de virgen, porque no puedo permitir que un  hombre goce del cuerpo a quien Jesús dio la vida. ¡A Él pertenece este cuerpo mío para siempre mientras viva!». Y Analía dijo: «También yo me siento con ánimos de hacer lo mismo. Hoy me siento más alegre que nunca porque se ha acabado toda ligadura». Fue entonces cuando tu hija Felipe, exclamó: «También yo seré como vosotras ¡virgen para siempre!». Tu mujer se acercó entonces y trató de que considerara nuevamente las cosas, pero ella no cambió de parecer. A quien le preguntaba si era algo que desde hacía tiempo venía pensando, respondía: «¡No!», y a quien le preguntaba que cómo le había venido, contestaba: «No lo sé. Como una flecha de luz, me ha abierto en dos el corazón y he comprendido con qué amor amo a Jesús». La mujer de Felipe pregunta a su marido: “¿Oíste?”. Felipe: “Sí, mujer, lo siento mucho… y debería cantar porque es una honra para mí. Engendramos dos ángeles, mujer. No llores. Hace poco has dicho que Él te ha coronado… La reina no llora cuando se le impone la corona”.
* Anastásica llora. Ha perdido la virginidad. “Todos los estados son buenos, si en ellos se sirve al Señor. En mi iglesia futura habrá vírgenes y madres. Y todas, necesarias para el triunfo de Dios en el mundo y para el trabajo de sus hermanos sacerdotes”.-  ■ Pero las lágrimas corren por la cara de Felipe como por la de su mujer y por la de los hombres, ahora que todos están recogidos aquí arriba. María de Simón es un llanto en un  rincón…  Magdalena llora en otro, retorciendo con sus dedos el lino de su vestido, del que sin querer arranca los adornos. Anastásica llora también tratando de ocultar con la mano su cara llorosa. Jesús les pregunta: “¿Por qué estáis llorando?”. Nadie responde. Jesús llama a Anastásica y le pregunta de nuevo, y ella: “Porque, Señor, por un goce que duró una noche y que me causa vómito, no puedo ser una virgen consagrada a Ti”. Jesús: “Todos los estados son buenos, si en ellos se sirve al Señor. En mi Iglesia futura habrá vírgenes y madres. Y todas, necesarias para el triunfo de Dios en el mundo y para el trabajo de sus hermanos sacerdotes. ■ Elisa de Betsur acércate. Consuela a esta joven”.  Y personalmente entrega a Anastásica entre los brazos de Elisa. Las mira. Elisa acaricia a la joven que se estrecha a sus brazos. Momentos después le pregunta: “¿Elisa, conoces su pasado?”. Elisa: “Sí, Señor. Y me da mucha pena. Es una pobre paloma sin nido”. Jesús: “Elisa, ¿amas a esta hermana tuya?”. Elisa: “¿Que si la amo? Y mucho, no como a una hermana. Ella podría ser hija mía. Y ahora que la tengo entre mis brazos me parece volver a ser la madre del tiempo pasado. ¿A quién vas a confiar esta gacela?” Jesús: “A ti, Elisa”. Elisa, incrédula, abre desmesurados ojos: “¿A mí?”. Jesús: “A ti. ¿No la quieres?”. Elisa: “¡Oh, Señor!…”, y de  rodillas abraza a Jesús y no sabe qué decir, qué hacer para manifestar su alegría. Jesús: “Levántate y sé ahora para ella una madre santa, como ella para ti una hija buena. Caminad las dos por los caminos del Señor”.
* Magdalena llora. Le falta la blancura de las vírgenes. “Mi perdón y tus lágrimas te hacen más pura que a ellas”. ■ Y ahora Jesús se dirige a Magdalena: “¿Por qué estás llorando, Magdalena, tú que hace poco estabas tan alegre? ¿Dónde están las diez flores que me ibas a traer?”. Magdalena: “Están durmiendo, Maestro… Lloro porque jamás podré tener la blancura de las vírgenes, y mi alma llorará siempre, jamás satisfecha… porque he pecado…”. Jesús: “Mi perdón y tus lágrimas te hacen más pura que a ellas. ¡Ven aquí! No llores más. ¡Deja que lloren los que tienen algo de qué avergonzarse! ¡Ea! Ve a traerme tus flores. Idos también vosotras, esposas y vírgenes. Id a decir a los invitados de Dios que suban. Hay que decirles que se vayan antes de que cierren las Puertas, porque muchos de ellos viven en la campiña”.  Obedecen…
* A Salomé dice: “Sudor de mujer lasciva y oro de prostituta son veneno de infierno”.-  ■ Pero en esto, de la escalera interna, sale al improviso a la terraza una figurita esbelta de joven velada. Cual mariposa corre donde Jesús, arroja el velo y el manto; cae a sus pies tratando de besárselos. Cusa y otros gritan: “¡Salomé!”. ■ Jesús se ha hecho a un lado tan violentamente para evitar el contacto, que se cae su asiento y aprovecha para ponerlo entre Sí y Salomé. Sus ojos brillan. Son fosforescentes. Terribles. Infunden miedo. ■ Salomé, ligera y desvergonzada, zalamera, responde: “¡Sí, soy yo! Los gritos llegaron hasta el Palacio. Herodes manda una embajada a decirte que quiere verte. Yo me adelanté. Ven conmigo, Señor. Te amo mucho y ¡te deseo tanto! También yo soy israelita”. Jesús: “Vete a tu casa”. Salomé: “La Corte te espera para tributarte honores”. Jesús: “Mi Corte es ésta. No conozco otra, ni otros honores” y con su mano señala a los pobres que están sentados a la mesa. Salomé: “Te doy unos regalos para ellos. Aquí tienes mis collares…”. Jesús: “No los quiero”. Salomé: “¿Por qué los rehúsas?”. Jesús: “Porque son inmundos, y los das por un motivo igual. ¡Lárgate!”. ■ Salomé un poco turbada se levanta. Mira de reojo a Jesús, que le señala con el brazo extendido la salida. Furtivamente mira a todos, y ve burla y náuseas en las caras. Los fariseos están petrificados. Son testigos de la fuerte escena. Las romanas se atreven a salir un poco más para ver mejor.  Salomé, sumisa y suplicante,  prueba una vez más: “Te acercas aun a los leprosos…”. Jesús:  “Son enfermos. Tú eres una impúdica. ¡Lárgate!”.  El último «lárgate» es tan terrible que Salomé recoge su velo y manto, se inclina, se arrastra hasta la escalera. ■ Cusa susurra en voz baja: “¡Ten cuidado, Señor!… Es poderosa… ¡Podría causarte daño!”. Pero Jesús con voz más fuerte, para que todos la oigan, sobre todo Salomé, contesta: “¡No importa! Prefiero que me maten antes de hacer alianza con el vicio. Sudor de mujer lasciva y oro de prostituta son veneno del infierno. Hacer alianza cobarde con los poderosos es pecado. Yo soy verdad, pureza y redención. No cambio. Ve a acompañarla…”. Cusa: “Castigaré a los criados que la dejaron pasar”. Jesús: “No castigarás a nadie. Sólo una debe ser castigada. Ella. Y ya lo ha sido. Que sepa, y también vosotros tenedlo en cuenta, que conozco su pensamiento, y me da asco. Que vuelva la serpiente a su guarida, que el Cordero vuelve a sus jardines”. ■ Se sienta. Está sudoroso. Después de algunos instantes dice: “Juana, da a cada uno una limosna, para que durante algunos días sea menos triste la vida… ¿qué otra cosa puedo hacer, hijos del dolor? ¿Qué queréis que os pueda dar? Leo vuestros corazones. ¡A los enfermos que saben creer, la paz y la salud!”. ■ Unos momentos de espera y luego un grito… Muchos se levantan curados. Los judíos, que habían venido con malas intenciones, se marchan, atónitos por el milagro y olvidados en medio del entusiasmo general de aclamaciones por el milagro y pureza de Jesús. Él, sonriente, besa a los niños. Luego despide a los pobres, pero dice a las viudas que esperen, y habla con Juana a favor de ellas. Juana toma nota y las invita a que vengan al día siguiente. También ellas se van. Los últimos en salir son los ancianos… Se quedan los apóstoles, los discípulos de ambos sexos y las romanas. Jesús dice: “Así es y así serán las futuras reuniones. No hay necesidad de palabras. Que sean los hechos los que hablen con su evidencia a los corazones y a las inteligencias. La paz sea con todos vosotros”. Se dirige hacia la escalera interior y desaparece seguido por Juana y luego por los demás. (Escrito el 26 de Enero de 1946).
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6-383-149 (7-73-482).- Prostitutas en los campamentos de los peregrinos, en el vado entre Jericó y Betabara.
* El rostro de Jesús, como mármol tallado en piedra, no muestra señal alguna.- ■ Las orillas del Jordán en las inmediaciones al vado parecen un campamento de nómadas en estos días en que numerosas caravanas regresan a sus lugares de residencia. Hay, esparcidas por todas partes, a lo largo de los bosques que forman un marco verde alrededor del río, tiendas, o incluso simplemente mantas extendidas de tronco en tronco, o apoyadas en palos hincados en el suelo, amarradas a la alta silla de algún camello, o en definitiva, sujetas de alguna manera de cualquier otra cosa, lo suficiente como para poderse meter uno debajo y ampararse del rocío, que debe ser hasta lluvia en estos lugares que están bajo el nivel del mar. ■ Cuando Jesús con los suyos llega a la orilla, al norte del vado, los campamentos se están despertando lentamente. Debieron haber salido de la casa de Nique muy temprano, porque apenas el alba comienza a teñir las cosas con sus bellos colores. Los más madrugadores, que se han despertado a los rebuznos de los asnos, a los chillidos de los camellos, o relinchos de los caballos, o bien a los trinos de pajarillos que hay entre sauces, entre los cañaverales, bajan al río a lavarse. Se oye flotar en el aire alguno que otro llanto de niño, y las voces tiernas de madres que los consuelan. La vida vuelve en todas sus manifestaciones a cada minuto. Llegan de la cercana Jericó vendedores de toda clase y nuevos peregrinos, y guardias y soldados con la misión de vigilar y mantener el orden, en estos días en que personas de todas las regiones se encuentran y no se ahorran insultos ni reproches, y en los cuales no deben ser poco frecuentes los robos de rateros que se mezclan con apariencia de peregrinos, entre el gentío. ■ No faltan tampoco mujeres de la vida elegante que tratan de hacer «su» peregrinación pascual, o sea, sacar a los peregrinos más ricos y más lujuriosos dinero y regalos como pago de una hora de placer, en el cual míseramente quedan anuladas todas las purificaciones pascuales… Las mujeres honestas, que acompañan bien a sus esposos o a sus hijos adultos, gritan y se inquietan como urracas para llamar a sus hombres (a los que están embobados  —o les parece que lo están a sus mujeres o madres— observando a las meretrices). Éstas desvergonzadamente se echan a reír, y responden en versos perfectos a los epítetos que las honestas les componen. Los hombres, sobre todo los soldados, se echan a reír y no rehúsan bromear con estas mujeres de vida alegre. Algún israelita, verdaderamente rígido de moral, o sólo hipócritamente, se aleja con desdén, y otros…, anticipándose al alfabeto de los sordomudos, se entienden perfectamente con estas ninfas mundanas. ■ Jesús no sigue el camino derecho que le llevaría al centro del campamento, sino que baja a la orilla del río, se quita las sandalias y camina por donde el agua apenas si tapa las hierbecillas. Los apóstoles le siguen. Los de mayor edad, los más intransigentes, refunfuñan: “¡Y decir que el Bautista predicó aquí penitencia!”. “¡Bueno! ¡Claro! Este lugar ahora es más degradado que un pórtico de termas romanas”. “Y ésos que se llaman santos no pierden la ocasión de encontrar aquí algún solaz”. “¿Ves también tú?”. “También tengo yo ojos en la cara. ¡Veo! ¡Veo!”. En la cola de la pequeña tropa, que lleva a la cabeza a Jesús, entre Andrés, Juan, Judas y Santiago de Alfeo, van los más jóvenes o los menos severos, o sea: Judas de Keriot que ríe y mira muy atentamente lo que sucede en los campamentos, no desdeña de ver a las jovenzuelas que buscan clientes; Tomás se muere de risa al ver el coraje de las esposas y los gritos de rabia de los fariseos; Mateo, pecador un tiempo, no tiene palabras duras contra el vicio y los viciosos, y se limita a suspirar y a menear su cabeza; y Santiago de Zebedeo, que observa sin interés y sin crítica, con indiferencia, no dice ni una palabra. ■ El rostro de Jesús, como mármol tallado en una piedra, no muestra señal de vida. Y se pone cada vez más serio cuanto más llegan a Él, desde el ribazo, palabras de admiración o conversaciones desvergonzadas entre un hombre poco honesto y una mujer de placer. Mira siempre hacia delante, fijamente. No quiere ver. Su intención es muy clara en todo su aspecto.
“Simón, un vestido sucio no se castiga sino se lava. Ella tiene por vestido su carne sucia, y su alma está profanada. Roguemos para poder limpiarla tanto en su cuerpo como en su alma”.- ■ Pero un joven, ricamente vestido, que con otros dos amigos está platicando con dos mujeres mundanas, dice en voz alta a una de ellas: “¡Venga, venga! Que nos queremos reír un poco. ¡Ofrécete! ¡Consuélale! Va triste porque es pobre y no os puede pagar a vosotras”. Por el rostro de marfil de Jesús pasa una onda de rubor. Pero no vuelve sus ojos. El color ha sido la única señal de que oyó. La desvergonzada, que al caminar hace que suenen sus collares y que se levante su vestido, brinca con un grito provocativo del borde del ribazo al guijarral, y logra, al brincar, mostrar sus bellezas secretas. Cae, como piedra, justo a los pies de Jesús, y, toda ella hecha una sonrisa y una invitación de ojos y formas, grita: “¡Oh, bello entre los nacidos de mujer, por un beso de tu boca soy tuya, y sin paga alguna!”. Juan, Andrés, Santiago de Alfeo se quedan paralizados, escandalizados. No saben qué hacer. ¡Pero Pedro! Da un brinco cual pantera, y, se abalanza sobre la buscona, que está de rodillas, un poco echada hacia atrás, la zarandea, la levanta, la arroja contra el ribazo con una palabrota, y arremete contra ella para darle el resto. Jesús grita: “¡Simón!”. Un grito que vale más que un discurso. Pedro se vuelve, rojo de ira, donde su Señor: “¿Por qué no me dejas que le dé unos azotes?”. Jesús: “Simón, no se castiga un vestido sucio, sino que se le lava. Ella tiene por vestido su carne sucia, y su alma está profanada. Roguemos para poder limpiarla tanto en su cuerpo como en su alma”. Y lo dice con dulzura en voz baja, pero no tan baja que la joven no lo oiga; y, reanudando su camino, vuelve —ahora sí que la vuelve— por un momento la mirada de sus dulces ojos sobre la pobre mujer. Una mirada. ¡Fue solo una mirada! ¡Duró un instante! Pero hay en ella toda la potencia del amor misericordioso. Y la mujer baja la cabeza, levanta el velo, se envuelve en él… Jesús continúa su camino. ■ Ya están en el vado. Los apóstoles pueden pasar a pie las aguas que no son profundas. Basta con subirse el vestido más arriba de la rodilla, y buscar las piedras que se distinguen bajo el agua cristalina para poder pasar; mientras que los que van en cabalgaduras pasan río bajo. Los apóstoles chapotean contentos dentro del agua, que les llega hasta la mitad del muslo. Pedro… no da crédito a ello. Dice y repite que cuando estén en casa de Salomón no perderá la oportunidad de darse un baño «que le refresque», en recompensa de la «tostadura» de ayer. Han pasado a la otra parte. También aquí hay gente que se pone en marcha, o que se seca después de haber vadeado el río. (Escrito el 14 de Febrero de 1946).
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6-423-391 (7-114-705).- “El alma pura posee la sabiduría, que es la que habla en el corazón del hombre justo”.
* Juan tiene, además de los ojos corporales, otros ojos interiores y no ve ya más hierba ni agua, sino palabras de sabiduría que salen de esas cosas materiales.- ■ Ya están en la otra orilla. A su derecha tienen el monte Tabor y el pequeño Hermón; a la izquierda los montes de Samaria; a sus espaldas el Jordán; de frente, la llanura en que están las colinas de Meguiddó. Deben haber descansado todo el día en alguna casa amiga, porque nuevamente está oscureciendo y se les nota que no están cansados. Todavía hace calor, pero el rocío empieza a descender y a calmar el bochorno. Descienden las sombras color violeta del crepúsculo tras de los últimos rayos de fuego de un sol que se ha ocultado. Mateo contento advierte: “Por aquí se camina bien”. Le dice Zelote: “De continuar así antes de que cante por vez primera el gallo, estaremos en Meguiddó”. Por su parte dice Juan: “Y al amanecer, más allá de las colinas, tendremos a la vista la llanura de Sarón”. Su hermano le dice por picarle: “¿Y tu mar, eh?”. Juan le responde sonriente: “Sí. Mi mar…”. ■ Pedro, cogiéndole de un brazo pero muy campechanamente, le dice: “Y te irás con el corazón a una de tus peregrinaciones espirituales”. Luego: “Enséñame cómo haces para tener ciertos pensamientos… algo así como angelicales, ante la contemplación de las cosas. Tantas veces que he visto el agua… la he querido… pero no me ha servido más que para comer y pescar. ¿Qué ves en ella?”. Juan: “Veo agua, Simón. Como tú, como todos. De la misma forma que ahora veo campos y árboles… Pero luego, además de los ojos corporales, tengo como otros ojos aquí dentro y no veo ya más la hierba y el agua, sino palabras de sabiduría que salen de esas cosas materiales. No soy yo el que piensa. No sería capaz de ello. Es otro quien piensa en mí”.
“El arrepentimiento y buena voluntad hacen al hombre, antes culpable e imperfecto, justo; entonces la conciencia recobra su virginidad en las aguas de la humildad, contrición y amor; y, virgen así de nuevo, puede emular a los puros”. ■ Iscariote, un poco irónico, le pregunta: “¿Eres acaso profeta?”. Juan: “¡Oh, no! No soy profeta…”. Iscariote: “¿Y entonces? ¿Crees que posees a Dios?”. Juan: “Mucho menos me imagino eso…”. Iscariote: “Entonces deliras”. Juan: “Podría suceder eso. ¡Soy tan pequeño y tan débil! Pero si fuera así, sería hermoso delirio que me lleva a Dios. Mi enfermedad es entonces un don y bendigo por él al Señor”. Iscariote ríe: “¡Ja, ja, ja!”, pero su carcajada no es natural. Jesús, que escuchó, dice: “No está enfermo, ni es profeta. El alma pura posee la sabiduría. Ella es la que habla en el corazón del hombre justo”. Pedro dice descontento: “Entonces nunca llegaré hasta allí, porque no he sido siempre un hombre bueno…”. Mateo le responde: “¿Y qué decir de mí?”. Jesús: “Amigos, pocos, demasiado pocos serían los que llegarían a poseer la sabiduría, por ser puros desde siempre. El arrepentimiento, la buena voluntad hacen al hombre que antes era culpable e imperfecto, justo; y entonces la conciencia recobra su virginidad en las aguas de la humildad, de la contrición, del amor; y, virgen así de nuevo, puede emular a los puros”. Mateo dice: “Gracias, Señor” y se inclina para besar la mano(Escrito el 25 de Abril de 1946).
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7-494-422 (9-189-405).- La mujer adúltera  y la hipocresía de los acusadores (1).
* Quien de vosotros esté sin pecado, que tire contra la mujer la primera piedra.- ■ Veo el interior del recinto de Templo, o más bien uno de los muchos patios rodeados de pórticos. Veo también a Jesús, el cual, muy arropado en su manto, que cubre su vestido de color rojo (parece hecho de lana gruesa), habla a la gente que le rodea. Yo diría que es una mañana invernal, porque veo que todos están muy envueltos en sus mantos; y que hace más bien frío, porque en vez de estar parados, todos caminan deprisa como para entrar en calor. Sopla viento, que agita los mantos y levanta el polvo de los patios. El grupo que rodea a Jesús —único grupo parado, mientras que todos los otros grupos, en torno a éste o a aquel maestro, van y vienen— se abre para dejar pasar a un pelotón de escribas y fariseos gesticulantes y más venenosos que nunca. Lanzan veneno a través de los ojos, del color de la cara, por la boca. ¡Qué víboras! Más que traer, arrastran a una mujer de unos treinta años, despeinada, con sus vestidos desarreglados, como persona maltratada. La mujer llora. La arrojan a los pies de Jesús como si fuese un montón de andrajos o despojos de algún muerto. Y ella queda ahí, acurrucada, tirada por el suelo, apoyado el rostro en los dos brazos, oculto por éstos, que le sirven de defensa contra el suelo. “Maestro, ésta ha sido sorprendida en flagrante adulterio. Su marido la amaba, nada le faltaba. Era la reina de su hogar. Pero le ha traicionado porque es una pecadora, una viciosa, una ingrata, una sacrílega. Es una adúltera y como a tal se la debe lapidar. Moisés lo prescribió (2). Manda en su Ley que tales mujeres sean lapidadas como inmundos animales. Y son inmundas. Porque traicionan la fidelidad y al hombre que las ama y las cuida, porque como tierra nunca saciada siempre están hambrientas de lujuria. Son peores que las meretrices, porque sin el aguijón de la necesidad se dan para dar alimento a su impudicia. Están corrompidas. Son contaminadoras. Deben ser condenadas a muerte. Moisés lo dijo. Y tú, Maestro, ¿qué dices de esto?”. ■ Jesús —que había dejado de hablar al llegar tumultuosos los fariseos y que había mirado a la jauría aviesa con mirada penetrante, y luego había bajado su mirada a la mujer humillada, arrojada a sus pies— calla. Se ha agachado, quedando en posición de sentado,  y con un dedo escribe en las piedras del patio, que el polvo levantado por el viento cubre de tierrilla. Ellos hablan y Él escribe. “Maestro, te estamos hablando. Escúchanos. Respóndenos. ¿No has entendido? Esta mujer fue sorprendida en flagrante adulterio. En su casa. En el lecho de su marido. Ella lo ha ensuciado con su pecado”.  Jesús continúa escribiendo. Un fariseo exclama: “¡Pero este hombre es un deficiente! ¿No veis que no comprende nada y que traza signos en el polvo como un pobre demente?”. E insisten: “Maestro, por tu buena reputación, habla. Que tu sabiduría responda a nuestra pregunta. Te repetimos: a esta mujer nada le faltaba; tenía vestidos, comida, amor; y ha traicionado”. Jesús continúa escribiendo. Y los fariseos vuelven a acusar: “Ha mentido al hombre que confiaba en ella. Su mentirosa boca le saludó al despedirse y con una sonrisa le acompañó hasta la puerta y luego introdujo a su amante. Y, mientras su marido estaba ausente para trabajar para ella, ella, como un animal inmundo, se echó en brazos de la lujuria”. Y se explican: “Maestro: es una profanadora de la Ley además del lecho nupcial; una rebelde, una sacrílega, una blasfema”. Jesús continúa escribiendo. Escribe y borra lo escrito con el pie calzado con sandalia; y escribe más allá, dando vuelta sobre Sí mismo buscando espacio nuevo. Parece un niño jugando. Pero lo que escribe no son palabras de juego. Ha ido escribiendo: «Usurero», «Falso», «Hijo irrespetuoso», «Fornicador», «Asesino», «Profanador de la Ley», «Ladrón», «Lujurioso», «Usurpador», «Marido y padre indigno», «Blasfemo», «Rebelde ante Dios», «Adúltero». Lo escribió una y otra vez mientras nuevos acusadores siguen hablando. Los fariseos apremian: “¡Pero, en fin, Maestro! Tu juicio. Esta mujer debe ser juzgada. No puede seguir contaminando la Tierra con su presencia. Su aliento es veneno que turba los corazones”. ■ Jesús se levanta ¡Pero qué rostro veo! Es algo así como si despidiese rayos que arrojase contra los acusadores. Tiene erguida la cabeza, que parece aún más alto. Perece un rey en su trono. Su severidad y majestad son indescriptibles. El manto se le ha descolgado de un hombro y forma detrás de Él una especie de cola; pero Él no se preocupa de ello. En su rostro es imposible descubrir la más mínima sonrisa. Fija sus ojos en la cara de esa gentuza, que se echa para atrás como frente a dos puñales puntiagudos. Mira fijamente a cada uno, con una tal intensidad de escudriñamiento que infunde miedo. Los mirados tratan de retroceder entre la gente y de esconderse entre ella. El círculo, así, se va ensanchando cada vez más y se va rompiendo como minado por una fuerza oculta. Hasta que habla: “Quien de vosotros esté sin pecado, que tire contra la mujer la primera piedra”. Y su voz es un trueno acompañado de un aún más vivo centelleo de sus ojos. Jesús cruza los brazos sobre su pecho y así continua, derecho como un juez, esperando. Su mirada no da paz; escudriña, penetra, acusa. Primero uno, luego dos, después cinco, luego en grupos, los presentes se retiran cabizcaídos. No sólo los escribas y fariseos, sino también los que antes estaban alrededor de Jesús y otros que se le habían acercado para oír el juicio y la condena y que, tanto aquellos como éstos, se habían unido para injuriar a la culpable y pedir la lapidación. ■ Jesús queda solo con Pedro y Juan. No veo a los otros apóstoles. Jesús se ha puesto otra vez a escribir, mientras los acusadores huyen. Ahora escribe: «Fariseos», «Víboras», «Sepulcros de podredumbre», «Mentirosos», «Traidores», «Enemigos de Dios», «Insultadores del Verbo»…
*  Jesús no condena a la adúltera pero ni la bendice ni le da la paz.- ■ Una vez que todo el patio se ha vaciado y se ha hecho gran silencio —a excepción del ruido del viento y el de la fuentecilla en un ángulo— Jesús levanta su cabeza, y mira. Ahora su rostro se ha calmado. Es un rostro triste, pero ya no enojado. Dirige una mirada a Pedro que se ha alejado un poco y se ha apoyado contra una columna; y también a Juan, que casi detrás de Jesús, le mira con su mirada enamorada. En sus ojos se dibuja una sonrisa al mirar a Pedro, y una sonrisa más marcada al mirar a Juan. Dos sonrisas distintas. ■ Luego mira a la mujer, todavía postrada y llorosa, a sus pies. La observa. Se alza, se coloca el manto, como si fuera a ponerse en camino. Hace una señal a los dos apóstoles para que se encaminen hacia la salida. Cuando está solo, llama a la mujer: “Mujer, escúchame. Mírame”. Repite la orden, porque ella no se atreve a levantar la cara. “Mujer, estamos solos. Mírame”. La desgraciada levanta una cara, a la que el llanto y el polvo han desfigurado. “¿Dónde están, mujer, los que te acusaban?”. Jesús habla en tono bajo, con seriedad compasiva; su rostro y cuerpo están ligeramente inclinados hacia el suelo, hacia esa miseria: Y sus ojos están llenos de una indulgente y sanadora expresión: “¿Nadie te ha condenado?”. La mujer, entre sollozos, responde: “Nadie, Maestro”. Jesús: “Y tampoco Yo te condeno. Vete. Y no peques más. Ve a tu casa. Procura que te perdone tu marido, que te perdone Dios. No abuses de la benignidad de Dios. Vete”. Y la ayuda a incorporarse tomándola de una mano. Pero no la bendice ni le da la paz. La mira mientras se pone en camino, cabizbaja, levemente tambaleante bajo el peso de su vergüenza; y luego, cuando ya no se la ve, Jesús se pone a su vez en camino con sus discípulos. (Escrito el 20 de Marzo de 1944).
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1  Nota  : Cfr. Ju. 8,1-11.   2  Nota  : Cfr. Deut. 22,22-24.
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7-494-425  (9-190-408).- “Yo indico a la culpable el camino para redimirse”.- El pecado contra natura.
* “Adúltero es el que pasa al acto y el que a él se inclina y lo desea con todas sus fuerzas. La lujuria existe tanto en quien peca como en quien desea pecar. No basta no hacer mal, es menester no desear hacerlo”. ■ Dice Jesús: “Lo que más me dolía era la falta de caridad y sinceridad en los acusadores. No mentían al acusarla. La mujer era realmente culpable, pero eran insinceros al escandalizarse de algo que ellos miles de veces habían cometido y que sólo una mayor astucia o su buena estrella habían permitido que quedase oculto. La mujer, era la primera vez que pecaba, había sido menos astuta y menos afortunada. Pero ninguno de sus acusadores y acusadoras —porque también las mujeres, aunque no levantaban su voz, la acusaban en el fondo de su corazón—  estaba libre de culpa. ■ Adúltero es el que pasa al acto y el que a él se inclina y lo desea con todas sus fuerzas. La lujuria existe tanto en quien peca como en quien desea pecar. No basta no hacer mal, es menester no desear hacerlo. Recuerda, María, la primera palabra de tu Maestro cuando te llamé desde el borde del precipicio en que estabas: «No basta no hacer el mal, también hay que no desear hacerlo». Quien se complace en pensamientos de sensualidad y enciende, con lecturas y espectáculos buscados de propósito y con costumbres malsanas, sensaciones de la carne, es tan impuro como el que comete materialmente la culpa. Me atrevo a decir: es mucho más culpable. Porque con el pensamiento va contra la naturaleza, además de contra la moral”.
.    ● Pecado contra natura: su único atenuante es una enfermedad orgánica o psíquica.-Jesús: “No me refiero aquí a aquel que pasa a verdaderos actos contrarios a la naturaleza. El único atenuante de éste es una enfermedad orgánica o psíquica. El que no tiene este atenuante es diez veces inferior al animal más sucio y repugnante”.
.   ● “Para condenar con justicia se requeriría ausencia de toda culpa. Si, por un milagro, hubiese ordenado a su sangre escribir en su frente su pecado, entre las muchas acusaciones hubiera prevalecido la de «adúlteros» de hecho o de deseo”.  ■ Jesús: “Para condenar con justicia se requeriría la ausencia de toda culpa. Os remito a dictados anteriores, cuando hablé de las condiciones para ser juez. No me eran desconocidos los corazones de aquellos fariseos y escribas; ni los de los que se habían unido a ellos en el ataque contra la culpable. Pecadores contra Dios y contra el prójimo, había en ellos culpas contra el culto, culpas contra sus padres, culpas contra el prójimo, culpas, y muy numerosas, contra sus esposas. Si, por un milagro, hubiese ordenado a su sangre escribir en su frente su pecado, entre las muchas acusaciones hubiera prevalecido la de «adúlteros» de hecho o de deseo. Yo dije: «Lo que sale del corazón del hombre es lo que contamina al hombre». Y, aparte de mi corazón, no había ninguno entre los jueces que hubiese tenido su corazón incontaminado. Sin sinceridad ni caridad. Ni siquiera el hecho de ser semejantes a aquella mujer en el hambre concupiscente los llevaba a la caridad. Yo era el que tenía caridad con la humillada. Yo, el Único que habría debido sentir asco. Pero acordaos de esto: «Que cuanto más bueno es uno, más compasivo es para con los culpables». No es indulgente con la culpa en sí misma. Eso no. Pero se compadece de los débiles que no pudieron resistir a la culpa”.
.   ● “Tanto el afecto estúpido como el desatender los afectos son incentivo para adulterio y prostitución”.-Jesús: “¡El hombre! Más frágil que una caña y que una tierna florecilla, se puede doblar fácilmente a las tentaciones y ser movido a abrazarse a aquello en que espera encontrar confortación. Porque muchas veces la culpa se produce, especialmente en el sexo más débil, por esta búsqueda de confortación. Por esto Yo digo que quien carece de afecto hacia su mujer, y también hacia la propia hija, es en noventa de cien partes responsable de la culpa de su mujer o de su hija, por quienes responderá. Tanto el afecto estúpido —que es sólo una esclavitud estúpida de un hombre para con una mujer o de un padre para con una hija—, como el desatender los afectos —o, peor, una culpa de propia libídine que lleva a un marido a otros amores y a unos padres a otros cuidados que no son los hijos— son incentivo para adulterio y prostitución. Y, como tales, Yo los condeno. Sois seres dotados de razón y guiados por una ley divina y por una ley moral. Envilecerse, por tanto, hasta llevar una conducta de salvajes o de animales debería horrorizar a vuestra gran soberbia. Pero la soberbia, que, en este caso sería hasta útil, vosotros la tenéis para otras cosas muy distintas”.
.    ● “Miré a Pedro y a Juan de forma distinta”.-  ■ Jesús: “Miré a Pedro y a Juan de forma distinta, porque al primero, hombre, quise decirle: «Pedro, tampoco faltes tú a la caridad y a la sinceridad» y decirle también como a futuro pontífice mío: «Recuerda esta hora y juzga como tu Maestro en el futuro»; mientras que al segundo, joven en años, corazón de niño, le quise decir: «Tú puedes juzgar y no juzgas, porque tienes mi mismo corazón. Gracias, amado, porque eres tan mío que eres muy semejante a Mí». ■ Alejé a los dos antes de llamar a la mujer para no aumentar su mortificación con la presencia de dos testigos. Aprended, ¡hombres inmisericordes! Por más que uno sea culpable, hay que tratarle con respeto y caridad. No alegrarse de su aniquilamiento, ni ensañarse contra él, ni siquiera con miradas curiosas. ¡Piedad, piedad para el caído!”.
.   ● No le di ni la paz ni la bendición, porque no existía en ella todavía aquella completa separación de su pecado. ¿Quieres saber si luego se salvó?”.-Jesús: “Señalo a la culpable el camino que tiene que seguir para redimirse: volver a su casa, pedir humildemente perdón y obtenerlo con una vida honesta, no volver a ceder a las tentaciones de la carne, no abusar de la bondad divina y de la bondad humana, para no pagar después más duramente que entonces la dúplice o múltiple culpa. Dios perdona y perdona porque es la Bondad. Pero el hombre por más que Yo haya dicho: «Perdona a tu hermano setenta veces siete», no sabe perdonar dos veces. ■ No le di la paz ni la bendición, porque no existía en ella todavía aquella completa separación de su pecado, y ello se requiere para ser perdonados. Todavía no existía en su carne, y ni siquiera en su corazón, la náusea por el pecado. María de Magdala, al haber saboreado mi palabra, había experimentado repulsa por el pecado y había venido a Mí con la voluntad total de ser otra. En esta otra había todavía vacilación entre las voces de la carne y las del espíritu. Y, además, en medio de la turbación del momento, no había podido poner todavía el hacha contra la raíz de su carne y cortarla para ir, mutilado su peso de avidez, al Reino de Dios; mutilado lo que significa destrucción, pero crecido en ella  lo que significa salvación. ■ ¿Quieres saber si luego se salvó? No fui para todos Salvador. Quise serlo para todos, pero no lo fui, porque no todos tuvieron la voluntad de ser salvados. Y éste fue uno de los más penetrantes dardos en mi agonía del Getsemaní. Quédate en paz, María”. (Escrito el 20 de Marzo de 1944).
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7-495-427 (9-191-412).- Enseñanza a los apóstoles y discípulos acerca del perdón de los pecadores, tomando como tema el suceso de la mujer adúltera.
* Judas no puede comprender el proceder de Jesús con respecto a la adúltera: al salvarla fue contra la Ley. Y ni siquiera estaba arrepentida.- ■ Jesús ha reunido a los diez apóstoles y a los discípulos principales en las faldas del Monte de los Olivos, cerca de la fuente de Siloán. Cuando ellos ven venir, a paso largo, a Jesús entre Pedro y Juan, van a su encuentro, y se juntan al pie de la fuente. Ordena Jesús: “Subimos al camino de Betania. Dejo la ciudad por un tiempo. En el camino os diré lo que debéis hacer”. Entre los discípulos están Mannaén y Timoneo, que, tranquilizados, han vuelto a tomar su lugar. También están Esteban y Hermas, Nicolás, Juan de Efeso, Juan el sacerdote y en una palabra todos los más destacables por su sabiduría, además de los otros, sencillos pero muy activos por gracia de Dios y voluntad propia. Muchos le preguntan: “¿Te vas de la ciudad? ¿Te ha pasado algo?”. Jesús: “No. Pero hay otros lugares que me esperan…”. Siguen preguntando: “¿Qué has hecho esta mañana?”. Jesús: “He hablado… Los profetas… Una vez más. Pero no entienden…”. ■ Mateo pregunta: “¿Ningún milagro, Maestro?”. Jesús: “Ninguno. Un perdón. Y una defensa”. Mateo: “¿Quién era? ¿Quién ofendía?”. Jesús: “Unos que se creían sin pecado acusaron a una pecadora. La salvé”. Mateo: “Si era pecadora, tenían ellos razón”. Jesús: “En su cuerpo era realmente pecadora. Pero su alma… Muchas cosas podía deciros acerca de las almas. No llamo pecadores solo a aquellos cuya culpa es clara. Son también pecadores los que empujan a otros a pecar. Y su pecado es más astuto. Hacen al mismo tiempo la función de la Serpiente y del Pecador”. Mateo: “¿Qué había hecho la mujer?”. Jesús: “Había cometido adulterio”. Iscariote exclama: “¿Adulterio? ¿Y la salvaste? ¡No debiste!”. Jesús le mira detenidamente, luego le pregunta: “¿Por qué no debí?”.  Iscariote: “Pues porque… Te puede acarrear algún mal. Sabes bien cuánto te odian y que buscan acusaciones contra Ti. Ciertamente… Salvar a una adúltera es ir contra la Ley” (1). Jesús: “Yo no dije que la salvé. Dije a ellos que solo aquel que estuviese sin pecado lanzase la piedra contra ella. Y ninguno la lapidó porque ninguno estaba libre de pecado. Así pues confirmé la Ley que ordena la lapidación a los adúlteros; pero también salvé a la mujer porque no hubo nadie que la lapidase”. Iscariote: “Pero Tú…”. Jesús: “¿Querías que la hubiera Yo lapidado? Habría podido, y hubiera sido un acto de justicia, pero no de misericordia”. ■ Iscariote: “¡Ah, se arrepintió! Te suplicó y Tú…”. Jesús: “No. No estaba ni siquiera arrepentida. Estaba solo humillada y llena de miedo”. Iscariote: “¿Pero entonces… por qué? ¡Cada vez te comprendo menos! Antes lograba comprender lo que habías hecho con una María Magdala, con Juan de Endor, en una palabra… con muchos peca…”. Mateo, con calma y dignidad, dice: “Dilo claro: con Mateo. No me lo tomo a mal. Es más, te agradezco que me ayudes a recordar mi deuda de gratitud para con mi Maestro”. Iscariote: “Bueno, también con Mateo… Pero ellos estaban arrepentidos de su pecado, de su vida licenciosa. ¡Pero ésta!… ¡Te comprendo cada vez menos! Y no soy el único que no te comprende…”. Jesús: “Lo sé. No me comprendes… Siempre me has comprendido poco. Y no has sido el único. Pero eso no cambia mi modo de obrar”.  Iscariote: “El perdón se da a quien pide”. Jesús: “¡Oh, si Dios debiera dar el perdón solo a quien se lo pide! ¡Si debiera castigar inmediatamente a quien a la culpa no hace seguir el arrepentimiento! ¿Tú no te has sentido nunca perdonado antes de haberte arrepentido? ¿Puedes con certeza afirmar que te has arrepentido y que por eso has sido perdonado?”. Iscariote: “Maestro, yo…”.
* “No fui insensato en el perdón. No he dicho lo que dije a otras almas a las que perdoné porque estaban del todo arrepentidas. Pero he dado manera y tiempo a esta alma de llegar al arrepentimiento y a la santidad. Dos cosas son necesarias para ser verdaderos y dignos maestros: llevar una vida austera y, segunda, una misericordia paciente”.- ■ Jesús: “Escuchadme todos, porque muchos de vosotros pensáis que hice mal y que Judas tiene razón. Aquí están Pedro y Juan. Oyeron lo que dije a la mujer y lo pueden repetir. No fui un insensato en el perdón. No he dicho lo que dije a otras almas, a las que perdoné porque estaban del todo arrepentidas. Pero he dado manera y tiempo a esa alma de llegar al arrepentimiento y a la santidad, si se quiere alcanzar esas cosas. Recordadlo para cuando seáis maestros de las almas.  Dos cosas son necesarias para poder ser verdaderos maestros y dignos de ser maestros. Primera: llevar una vida austera respecto a nosotros mismos, de forma que podamos juzgar sin las hipocresías de condenar en los otros lo que a nosotros nos perdonamos. Segunda: una misericordia paciente para dar a las almas la forma de sanar y fortalecerse. No todas las almas se curan instantáneamente de sus heridas. Algunas lo hacen por etapas sucesivas, y a veces lentas y con riesgo de recaídas. Alejarlas, condenarlas, infundirles miedo, no es arte de un médico del espíritu. Si las alejáis de vosotros, volverán, por rechazo, a arrojarse a los brazos de falsos amigos y maestros. ■ Abrid siempre vuestros brazos y el corazón a las pobres almas. Que vean en vosotros a un verdadero y santo confidente, sobre cuyas rodillas no se avergüenzan de llorar. Si las condenáis y las priváis de las ayudas espirituales, cada vez más las haréis que se enfermen y se debiliten. Si les infundís temor en vosotros y en Dios, ¿cómo podrán levantar sus ojos a vosotros y a Dios? El hombre encuentra como primer juez al hombre. Solo el ser que vive espiritualmente sabe encontrar primero a Dios. Pero la criatura que ya ha logrado vivir espiritualmente no cae en culpa grave. Su parte humana puede todavía tener debilidades, pero su espíritu robusto vigila y las debilidades no pasan a ser culpas graves. Mientras que el hombre, que todavía es mucho carne y sangre, peca, y encuentra al hombre. Ahora bien, si el hombre que debe señalarle a Dios y formar su alma, le infunde miedo, ¿cómo puede el culpable confiar en él? ¿Y cómo puede decir: «Me humillo porque creo que Dios es bueno y que perdona» si ve que uno que es como él no es bueno? ■ Vosotros debéis ser el término de la comparación, la medida de lo que es Dios, de la misma forma que un céntimo es la parte de lo que hace un millón. Pero si vosotros —pequeños, que sois una parte del Infinito y lo representáis— sois crueles con las almas, ¿qué creerán ellas, entonces, que es Dios? ¿No pensarán acaso que Él es duro e intransigente? ■ Judas, tú que juzgas con severidad, si en este momento te dijese: «Te voy a denunciar al Sanedrín por práctica de magia…»” (2).  Iscariote: “¡Señor, no lo harías! Sería… sería… Tú sabes que es…”. Jesús: “Sé y no sé. Pero ves que inmediatamente invocas piedad sobre ti… y tú sabes que ellos no te condenarían porque…”. Iscariote, muy agitado, interrumpiendo a Jesús: “¿Qué insinúas, Maestro? ¿Por qué dices esto?”. Con tono muy tranquilo, pero con ojos que atraviesan el corazón de Judas, y al mismo tiempo para calmar a su apóstol agitado sobre quien convergen todas las miradas de los once apóstoles y de muchos discípulos, Jesús dice: “Pues porque ellos te aman. Tienes buenos amigos allá dentro. Lo has dicho muchas veces”. Judas da un suspiro de alivio, se seca el sudor, un sudor extraño porque el día está frío y sopla viento. Dice: “Es verdad. Viejos amigos. Pero no creo que si pecase…”. Jesús: “¿Y entonces pides piedad?”. Iscariote: “Ciertamente. Soy todavía imperfecto y quiero ser perfecto”. Jesús: “Tú lo has dicho. También aquella mujer es muy imperfecta. Le he dado tiempo para que sea buena, si quiere”. Judas no replica. (Escrito el 17 de Septiembre de 1946).
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1  Nota  : Cfr.  Deut.  22,22-24.   2  Nota  : Práctica de magia:  Cfr. 1  Sam.  28, 3-25;  Lev. 20,6 y 27.
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(<Jesús y apóstoles se encuentran en Nobe en la casucha de Juan de Nobe, en la vigilia de las Encenias. Los apóstoles, en estado de euforia, están preparando la casa con ornamentos de fiesta>)
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8-532-241 (9-229-666).- En Nobe, víspera de las Encenias, una prostituta enviada a tentar a Jesús.
* J. Iscariote niega tener parte en esta trama de la prostituta.- ■ Jesús oye pasos. Dice: “¡Silencio! Afuera hay alguien….”. Escuchan. No se oye nada. “Tal vez el viento, Maestro. Hay hojas secas en el huerto…”. “No. Eran pasos”. “Algún animal nocturno. Yo no oigo nada”.  “Tampoco yo. Tampoco yo…”. Jesús escucha. Parece como si escuchase. Después alza su rostro y mira fijamente a Judas de Keriot que también ha estado atento a todo ruido (muy a la escucha, más que los otros). Le mira tan fijamente que Judas pregunta: “¿Por qué me miras así, Maestro?”. La respuesta no llega, porque alguien llama a la puerta. De las catorce caras que la lámpara ilumina, sola la de Jesús no se muda. Las demás cambian de color. Jesús ordena: “¡Abrid! ¡Abre, Judas de Keriot!”. Iscariote: “¡Yo no! ¡No abro, no! ¡Podría ser mala gente que hubiera venido a propósito durante la noche! ¡No seré yo quien te perjudique!”. Jesús: “Abre, tú Simón de Jonás”. Pedro: “¡Menos todavía! ¡Yo, más bien, meto la mesa contra la puerta! Por lo menos les echaré encima la mesa” y hace ademán de llevarlo a cabo… Jesús ordena al anciano Juan: “Abre, Juan, y no tengas miedo”. Iscariote dice: “¡Oh! Si estás decidido a dejar que entren, me voy al cuarto del viejo. No quiero ver nada”, y recorre con cuatro zancadas el trecho que le separa de la puerta de la habitación de Juan, y en ésta se mete.  Juan, de pie, junto a la puerta, con la mano en la llave, mira asustado a Jesús y en voz baja dice: “¡Señor!…”. Jesús: “Abre y no tengas miedo”. Santiago de Zebedeo, que se quita el vestido, se recoge las mangas de la túnica, pronto al ataque, dice: “Hazlo. Somos trece hombres fuertes. ¡No serán ellos un ejército! Con cuatro puñetazos y gritos —Elisa tú gritarás si llega el caso— los echamos a huir. ¡No estamos en un desierto!”. Pedro le imita. Juan, todavía dudoso, abre la puerta, mira, mira por la rendija. No ve a nadie. Grita: “¿Quién anda ahí?”. ■ Una voz adolorida de mujer responde: “Soy mujer. Quiero ver al Maestro”. Pedro, que está detrás de Juan, dice: “No es la hora de venir. Si estás enferma, ¿por qué andas a estas horas? Si eres leprosa, ¿por qué te aventuras a venir a un pueblo? Si tienes algún sufrimiento, regresa mañana. Vete, vete con tu suerte”. La mujer insiste: “¡Tened piedad! Me encuentro sola en el camino. Tengo frío. Tengo hambre. Soy una infeliz. Llamadme al Maestro. Él tiene piedad…”. Los apóstoles, cohibidos, miran a Jesús. Su rostro refleja severidad, pero no dice nada. Cierra la puerta. Felipe objeta: “¿Qué hacemos, Maestro? ¿Le damos un pedazo de pan? Sitio no hay. Ir a las casas con una desconocida…”. Bartolomé dice: “Espera. Voy a ver” y toma una lámpara para alumbrarse. Jesús le dice: “No es necesario que vayas. Esa mujer no tiene frío ni hambre, y sabe muy bien a dónde debe ir. No tiene miedo de la oscuridad de la noche. Pero es una infeliz, aunque no está ni enferma ni es leprosa. Es una prostituta. Vino a tentarme. Os lo digo para que sepáis que conozco todo, para que os convenzáis de ello y os digo también que no ha venido porque hubiera querido, sino porque le pagaron para que viniese”. ■ Jesús habla en voz alta, de modo que los que están en la habitación contigua puedan oírle, sobre todo Judas. El mismo Iscariote, que aparece por la cocina, pregunta: “¿Y quién te pudo haber hecho esto? ¿Para qué? Ciertamente los fariseos, no; como tampoco los escribas, y menos los sacerdotes, si es una prostituta. No creo que los herodianos (1) sean tan… rencorosos como para tomarse ciertas molestias para… Ni si quiera yo sé para qué”.  Jesús le contesta: “El «para qué» te lo voy a decir Yo; y tú sabes como Yo, que es así. Para poder acusarme de pecador, de que tengo relaciones con pecadoras públicas. Y te digo también que no maldigo a ella, ni a quien mandó. Todavía soy y siempre lo seré la Misericordia. Voy a verla. Si no tienes inconveniente, ven conmigo. Voy a verla porque realmente es un ser infeliz. Dijo que lo era, por decir mentira, pues es joven, hermosa y ha sido bien pagada, es sana y está satisfecha de su vida infame. Pero es una infeliz. Es la única verdad que dice entre tantas mentiras. Sal delante de Mí y asiste a nuestra conversación”. Iscariote: “¡Yo no salgo! ¿Por qué debo hacerlo?…”. Jesús: “Para que puedas contar a quien te pregunte”. Iscariote: “¿Y quién crees que me va a preguntar? Entre nosotros, no hay razón de hacer preguntas, y los otros… Yo no veo a nadie”. Jesús insiste: “Obedece. Sal primero”. Iscariote: “No. En esto no te obedezco, y no puedes obligarme a que me acerque a una meretriz”. Pedro le dice: “¡Oye! ¿Pero qué piensas que eres? ¿El Sumo Sacerdote? Yo voy, Maestro, y no tengo miedo de que se me pegue nada”. Jesús: “No. Voy Yo solo. Abre”. ■ Jesús sale al huerto. No se ve nada en el negror absoluto de la noche.  Se abre la puerta de la cocina y Pedro sale con una lámpara; dice con voz fuerte: “Toma esto por lo menos, Maestro, si es que no quieres que te acompañe”. Y luego en voz baja: “Recuerda que estamos detrás de la puerta. Si algo te pasa, no tienes más que llamarnos…”. Jesús: “Gracias. Nos discutáis de esto”. Jesús toma la lámpara y la levanta para ver. Detrás del grueso tronco del nogal se ve una figura humana. Jesús da dos pasos hacia ella, y le ordena: “Sígueme”. Y va a sentarse en el  banco de piedra, que está contra la casa, en el lado de oriente.
*  Jesús despierta el arrepentimiento en la prostituta.
.   ● Quién es Jesús.- ■ La mujer se acerca, velada toda, inclinada. Jesús pone la lámpara sobre la piedra, cerca de Sí. “Habla”. Ordena tan enérgico, severo, tan Dios, que la mujer en lugar de acercarse y de hablar, retrocede y se inclina más todavía, sin pronunciar palabra alguna. Jesús, con un cierto matiz de dulzura en la voz, ordena: “Habla, te lo exijo. Querías verme. Aquí me tienes. Habla”. Silencio. “Entonces hablaré yo. Respóndeme. ¿Por qué me odias así hasta el punto de servir a quien desea mi destrucción por todos los medios y posibilidades? Responde. ¿Qué mal o daño te he hecho Yo, que ni siquiera en mi corazón me he burlado de ti por la vida infame que llevas? ¿Por qué has de odiar a quien en su corazón ni siquiera te ha deseado, para que tengas que odiarle más que a los que te han arrojado a esta vida de prostituta y que te desprecian cada vez que se llegan a ti? ¡Responde! ¿Qué cosa te ha hecho Jesús de Nazaret, el Hijo del hombre, a quien apenas conoces de vista por haberle encontrado por las calles de alguna ciudad; Jesús que no te conoce, que no conoce tu cara, y que no se preocupa de tu belleza física, porque solo de tu alma busca la manchada, la sucia efigie, para conocerla y curarla? ¡Habla pues! ■ ¿No sabes quién soy? Sí que lo sabes; sabes dos cosas por lo menos. Sabes que soy joven y que mi físico te gusta; esto te lo ha dicho tu animalidad desatada; y tu lengua de ebria se lo ha dicho a quien ha oído la confesión de tu sensualidad y con ello se ha hecho un arma para causarme daño. Sabes que soy Jesús de Nazaret, el Mesías. Esto te lo dijeron quienes se están aprovechando de tu apetito carnal, que te pagaron para que vinieses a tentarme. Te dijeron: «Él se llama el Mesías. Las multitudes le proclaman el Santo, el Mesías. No es más que un impostor. Necesitamos tener las pruebas de su miseria de hombre. Dánoslas y te cubriremos de oro». Y dado que tú, con un mínimo de rectitud, la última migaja de tesoro de rectitud que Dios puso en tu cuerpo junto con el alma y que tú has destruido y reducido casi a la nada, no querías hacerme mal —porque, a tu manera, me amabas— ellos te prometieron: «No le causaremos ningún daño. ¡Al contrario! Te lo dejamos a ti a ese hombre dándote medios para que pueda vivir como un rey a tu lado. Nos basta poder decirnos a nosotros mismos, para dar paz a nuestra conciencia, que Él es un hombre cualquiera. Una prueba de que estamos en la verdad no creyendo que sea el Mesías». Así te hablaron. Y tú viniste. Si Yo me dejase engañar de tus encantos, el Infierno caería sobre Mí. Ellos están preparados para cubrirme de fango y capturarme. Y tú eres su instrumento. Ves que no te pregunto nada: hablo porque lo sé sin necesidad de preguntar. ■ Pero si sabes las dos primeras cosas, la tercera la ignoras. Tú no sabes quién soy Yo, además de hombre y de Jesús. Tú ves al hombre. Los otros te dijeron: «Es el Nazareno». Te diré quién soy. Soy el Redentor. Para redimir no debo tener pecado. Mira cómo he pisoteado mi posible sensualidad de hombre (2). Así, como lo hago con este feo gusano que, en la oscuridad, iba de un fango a otro fango en busca de sus lascivos amores; así la he pisoteado siempre. Así la pisoteo también ahora. Y, de igual modo, estoy dispuesto a arrancar de ti tu enfermedad y a pisotearla librándote de ella, para sanarte, para hacerte santa. Porque soy el Redentor. Esto solo. Tomé cuerpo humano para salvaros, para destruir el pecado, no para pecar. Lo tomé para borrar vuestros pecados, no para pecar con vosotros. Lo tomé para amaros, pero con un amor que da su vida, su sangre, su palabra, todo su ser, para llevaros al Cielo, a la Justicia, no para amaros como animal. Y ni siquiera como un hombre, porque Yo soy más que un hombre. ¿Sabes quién soy Yo? No lo sabes. No conoces ni siquiera la importancia de lo que te habías propuesto realizar. Y te perdono. No la conocías”.
.    ●  Jesús describe la vida de una prostituta.-  ■ Jesús: “Pero ¿cómo has podido vivir de tu prostitución? No eras así antes. Eras buena. ¡Oh, infeliz! ¿No recuerdas tu infancia? ¿No recuerdas los besos de tu madre? ¿Sus palabras? ¿Las horas en que orabais juntas? ¿Las palabras de Sabiduría,  que tu padre te explicaba, por la noche, y en los sábados por boca del sinagogo?… ¿Quién te ha hecho estúpida de mente y ebria? ¿No recuerdas nada de esto? ¿No lo lamentas? ■ Dime, ¿eres realmente feliz? ¿No respondes? Lo diré en tu lugar: no eres feliz. Cuando te levantas encuentras sobre tu almohada tu vergüenza, que es la que te da los buenos días. La voz de tu conciencia te grita sus reproches, mientras te acicalas y adornas y perfumas para gustar. Hueles el olor infame aun en los perfumes más delicados. Tus collares te pesan más que una cadena. Y lo son. Y, mientras ríes y seduces, hay algo dentro de ti que gime. Y buscas la embriaguez para vencer el fastidio y la náusea de tu vida. Y odias a los que dices amar para sacarles dinero. Te maldices a ti misma. ■ Tu sueño está lleno de pesadillas. El recuerdo de tu madre es una espada en tu corazón. La maldición de tu padre no te deja en paz. Y luego tienes ante tu vista los desprecios de aquellos con quienes te encuentras; la crueldad de quien te emplea, sin una gota de piedad. Eres mercancía. Te vendes. Una mercancía comprada se usa como se quiere. Se rompe, se tira, se aplasta, se le escupe. El comprador tiene derecho de hacerlo. No puedes rebelarte… ¿Te hace feliz esta vida? No. Estás desesperada. Encadenada. Torturada. En la Tierra eres una piltrafa sucia que cualquiera puede pisotear. ■ Cuando sientes aflicción, cuando buscas consuelo y levantas tu corazón a Dios, sientes que está irritado contra ti. El Cielo se te cierra más que a Adán. Si te sientes mal, tienes miedo de morir porque prevés tu suerte. El Abismo te espera” (3).
.    ● “No te avergüences de tu Salvador, de mostrarle desnudo tu corazón. Él lo está viendo y sobre él llora; llora, ama. No te avergüences de arrepentirte. No eres la primera prostituta que llora a mis pies y conduzco de nuevo a la justicia. Conozco la condición de la mujer que expía, como es justicia, más duramente que el hombre las consecuencias de la culpa de Eva”.- Jesús: “¡Oh, infeliz! ¿Y no era suficiente esto? ¿Quieres agregar a la cadena de tus culpas, la de ser causa de la ruina del Hijo del hombre? ¿Del que te ama? El Único que te ama. Porque también por tu alma se hizo hombre. Yo podría salvarte si quisieras. Sobre el abismo de tu abyección se inclina el abismo de la misericordiosa Santidad, y está aguardando un deseo tuyo de querer ser salvada para que te arranque del abismo de tu inmundicia. ■ En tu corazón piensas que es imposible que Dios te perdone. Y esto lo deduces del hecho de que el mundo no te perdona que seas una mujer de vida alegre. Pero Dios no es el mundo. Dios es bondad. Dios es perdón. Dios es amor. Te pagaron para que vinieses a hacerme mal. En verdad te digo que el Creador, con tal de salvar a una criatura suya, puede cambiar en bien lo que estaba mal. Si quieres, tu venida se te cambiará en bien. No te avergüences de tu Salvador. No te avergüences de mostrarle desnudo tu corazón. Aunque lo quieras ocultar, Él lo está viendo y sobre él llora; llora, ama. No te avergüences de arrepentirte. Trata de tener valor en el arrepentimiento como lo fuiste en la culpa. No eres la primera prostituta que llora a mis pies y conduzco de nuevo a la justicia… Jamás he alejado de Mí a una criatura, por muy culpable que fuese. Al contrario, he procurado atraerla hacia Mí y salvarla. Es mi misión. El estado de un corazón no me causa horror. Conozco a Satanás y sus obras. Conozco a los hombres y sus debilidades. Conozco la condición de la mujer que expía, como es justicia, más duramente que el hombre las consecuencias de la culpa de Eva (4). Sé, pues, juzgar y compadecer. ■ Te aseguro que, más que para las mujeres caídas, soy severo para con los que inducen a una mujer a la caída. Respecto a ti, infeliz, soy más severo con los que te han enviado que contigo que has venido, no sabiendo con precisión a qué te prestabas. Hubiera preferido que hubieras venido impulsada por un deseo de redención, como otras hermanas tuyas. Pero, si secundas el deseo de Dios, y de una acción mala haces la piedra angular de tu nueva vida, Yo pronunciaré sobre ti la palabra de paz…” (5).
*  Arrepentimiento de la prostituta.
.   ●  La mujer (descubre la coartada tendida al Maestro por sus enemigos) confiesa su inmundicia, causa de una vida infeliz y llena del temor de Dios y de la muerte y de escarnio para su familia.- ■ Jesús, que al principio había hablado con un tono enérgico y poco a poco lo ha ido ablandando, aunque permaneciendo sin mostrar ninguna debilidad en sus sentidos, y sin equívoco de su bondad, guarda silencio ahora, esperando a que la mujer hable, la cual sigue de pie, inclinada, cada vez más inclinada, a unos dos metros de distancia, y que a la mitad de las palabras de Jesús se ha llevado las manos a la cara y ha dejado ver dos hermosas manos bajo el manto oscuro, adornadas con anillos. De sus antebrazos desnudos penden brazaletes. No puedo afirmar si la mujer llora o no. Si llora, lo hace tan silenciosa que no se oye ningún sollozo, ni se ven convulsiones. Vestida de oscuro, está tan inmóvil que parece una estatua. Luego, de pronto, cae de rodillas, se encoge en el suelo; entonces sí llora verdaderamente, sin importarle que se le oiga. Luego, sin erguirse, dice: “¡Es verdad! Eres verdaderamente profeta… todo es verdad… Me pagaron para esto… Pero me habían dicho que se trataba de una apuesta… La idea era descubrirte en mi casa… Pero también a tu lado…”. ■ Jesús la interrumpe: “Mujer, quiero oír solo tus culpas…”. Mujer: “Es verdad. No tengo derecho a acusar a nadie porque soy un montón de inmundicia. Todo es verdad. No soy feliz… No gozo de las riquezas, festines, amores… Me pongo colorada al pensar en mi madre… Tengo miedo de Dios y de la muerte… Odio a los hombres que me pagan. Todo lo que has dicho es verdad. Pero no me arrojes, Señor. Nadie, después de mi madre, me había hablado como has hecho. Más bien, me has hablado con más dulzura que mi madre, que en los últimos días fue dura conmigo por mi conducta… Para no oírla huí a Jerusalén… Pero Tú… Tu dulzura es como si fuese nieve sobre el fuego que me devora. Mi fuego se apaga; es más, es un fuego distinto. El que sentí me devoraba sin darme luz y calor. Era yo un ser helado y en tinieblas. ¡Oh, cómo he buscado el sufrimiento! ¡Cuántos dolores inútiles y malditos yo misma me he dado! Señor, te dije a través de la puerta entreabierta que era yo una mujer infeliz y que quería piedad. No era cierto. Era mentira, pero ellos me dijeron que te la dijera para hacerte caer. Y añadieron que mi belleza haría el resto…  ¡Mi belleza! ¡Mis vestidos!…”.
.   ●  La mujer con mirada de inocencia asombrada, quizás lavados con el llanto, abandona su pasado y pide perdón.- ■ La mujer se pone de pie. Ahora que  está erguida, veo que es alta. Se quita el velo y el manto y deja ver su belleza. Sus ojos pintados con el bistre son grandes y bellísimos. Tienen una mirada de inocencia asombrada que es extraño ver en mujeres de esta clase (6). Tal vez los ha lavado ya con el llanto. La mujer desgarra y pisotea su manto; rompe el velo, arranca los preciosos broches del uno y del otro y los arroja al suelo; se quita los anillos y brazaletes, lanza lejos los adornos de la cabeza, se agarra sus relucientes rizos, se los despeina para borrar en ellos todo lo artificial, llevada de un ansia de sacrificio que causa hasta miedo. El collar que lleva pendiente en el cuello va a parar al suelo, sus bolitas se desgranan y se pierden en él, y el pie calzado con sandalias adornadas pisotea las gemas y las tritura; su precioso cinturón tiene igual destino, lo mismo que el broche con el que sujetaba su vestido en el pecho. Y todo lo hace mientras anhelosa repite: “¡Fuera, fuera! ¡Malditas cosas, fuera! Vosotras y quienes me las dieron. ¡Largo de aquí mi belleza! ¡Fuera cabellos! ¡Fuera mi piel de jazmín!”. ■ Rápida, toma una piedra aguda que ve en el suelo y se golpea con ella la cara, la boca; con las uñas pintadas se rasga el cuerpo. La sangre cae de las heridas, los lugares golpeados se hinchan… hasta que su furia se aplaca, y jadeante, agotada, desfigurada, despeinada, con su vestido sucio por la sangre, por el polvo, se echa al suelo, a los pies de Jesús, gimiendo: “Y ahora puedes perdonarme, si ves mi corazón, porque no existe más mi pasado, ni alguna otra cosa… Has vencido, Señor, a tus enemigos y a mí misma… Perdóname mis pecados…”. Jesús: “Te había ya perdonado desde que vine a tu encuentro. Levántate y no peques más”.
.   ● Por las oraciones de tu madre has encontrado misericordia ante Dios”.- Mujer: “Dime qué debo hacer, y lo haré”. Jesús: “Aléjate de los lugares donde pecabas, de los que te conocen. Tu madre…”. Mujer: “¡Oh, Señor mío, no me recibirá ya! Me odia, porque por mi causa murió mi padre, maldiciéndome”. Jesús: “Si te acoge Dios que es Dios, y te recibe porque es Padre, ¿no puede tu madre acogerte, tu madre que te engendró y que es mujer como tú? Humildemente ve a su casa. Llora a sus pies, como has llorado a los míos. Confiésate a ella como has hecho conmigo. Cuéntale tus sufrimientos. Invoca su compasión. Hace años que tu madre está esperando este momento. Lo espera para morir en paz. Sufre sus palabras de amoroso reproche, como has sufrido las mías. Es tu madre. Y por esto tienes la doble obligación de oírla con respeto”. Mujer: “Eres el Mesías. Eres más que una madre”. Jesús: “Esto lo dices ahora. Pero cuando viniste a tentarme no sabías que era el Mesías, y, con todo, oíste mis palabras”. Mujer: “Eres muy distinto de todos los hombres… algo… Eres Santo, ¡oh Jesús de Nazaret!”. Jesús: “Tu mamá es santa como madre y como criatura. Por sus oraciones has encontrado misericordia ante Dios. ¡Una madre siempre es santa! ¡Dios quiere que siempre se la honre!”. Mujer: “Yo le quité la fama. Todo el pueblo sabe lo que soy”. Jesús: “Con mayor razón debes ir a decirle: «Madre, perdóname». Y para consagrarle tu vida, para compensarla por las penas que por ti ha sufrido”. Mujer: “Así lo haré… Pero… Señor, no me devuelvas a Jerusalén… Ellos me están esperando… y no sé si sabré resistir a sus amenazas… Déjame aquí hasta que amanezca, y luego…”. Jesús: “Espera un momento”.
* Esta es la respuesta a quien piensa que una mujer puede tentar al Hijo del hombre y desviarlo de su misión”. ■ Jesús se levanta, se dirige a la puerta de la cocina, llama, dice que la abran y añade: “Elisa, ven conmigo”. Ella obedece. La lleva donde está la mujer que al ver venir a otra mujer, y anciana, tiene el movimiento de vergüenza y trata de cubrirse sus carnes y su vestido provocativo con los pedazos de manto y velo desgarrados. “Óyeme, Elisa. Me voy ahora mismo de esta casa. Dirás a mis discípulos que se reúnan conmigo al amanecer en la puerta de Herodes. Todos, menos Judas de Keriot que debe venir conmigo. Vas a llevar a esta mujer a dormir contigo. Puedes tomar mi cama, porque no regresaré por mucho tiempo a Nobe. Mañana, cuando Juan se levante, tú y él, acompañaréis a esta mujer a donde os dijere. Le darás un vestido cualquiera y un manto de los tuyos. La ayudaréis en todo”. Elisa: “Está bien, Señor. Se hará como has dicho. Lo siento por Juan…”. Jesús: “Yo también. Quería complacerle, pero el odio de los hombres impide al Hijo del hombre que tenga una hora de regocijo…”. Elisa: “¿Y después, Señor?”. Jesús: “¿Después? Puedes regresar a Betsur y esperar… Hasta pronto, Elisa. Mi bendición y mi paz estén contigo. ■ Adiós, mujer. Te dejo en manos de una madre y de un hombre justo. Pero, si crees que tienes que volver para recoger tus prendas…”. Mujer: “No. Ya no quiero tener nada con el pasado”. Elisa: “¡Pero Mujer! ¡No vas a dejar todo abandonado! ¿No tienes siervos ni familiares?”. Mujer: “No tengo más que a una esclava… y…”. Elisa: “Tendrás que dejarla libre, tendrás…”. La mujer suplica: “Te ruego que lo hagas tú, cuando regreses. Ayúdame a que me cure del todo”. La angustia palpita en su voz. Elisa dice: “¡Sí, hija mía, sí! No te angusties. Mañana pensaremos en todo. Ahora ven conmigo arriba”, y Elisa la toma de la mano, la guía por las escaleras, a una de las dos habitaciones que hay. ■ Luego ligera baja: “Pensé que convenía que todos te viesen sin ella, Señor; y que ni supiesen dónde está. Estas joyas…”. Se inclina a recoger anillos, y brazaletes, broches, horquillas, el cinturón y las bolitas del collar que no fueron pisoteadas. “¿Qué haremos de esto, Señor?”. Jesús: “Ven conmigo. Tienes razón. Está bien que no me vean con ella”. Entran en la cocina. Todos miran a Jesús interrogativamente. El viejo Juan se ha levantado, tal vez al oír la discusión de los apóstoles. Jesús dice: “Elisa, da estas cosas preciosas a Tomás. Tú, Toma, mañana las venderás a algún orfebre. Servirá para los pobres. Sí. Son joyas de una mujer, de ésa. Y esta es la repuesta a quien piensa que una mujer puede tentar al Hijo del hombre y desviarlo de su misión. También es el consejo que doy a los que me odian, que es inútil todo lo que hagan por encontrar algo de qué acusarme. Juan, Elisa te dirá lo que tienes que hacer. Te bendigo…”. Juan, apenado: “¿Te vas, Señor?”. Jesús: “Tengo que irme. Adiós. La paz sea contigo”. ■ Se vuelve a los apóstoles y les ordena: “Id a acostaros, menos tú, Judas de Keriot, que vendrás conmigo”. Iscariote replica: “¿A dónde? ¿Y de noche?”. Jesús: “A orar. No te hará mal. ¿O temes el aire nocturno, si estás junto a Mí?”. Judas inclina su cabeza, toma de mala gana el manto. Jesús toma el suyo. Jesús les dice: “Mañana al amanecer en la puerta de Herodes. Iremos al Templo y…”. Todos: “¡No!”. El no es unánime. El de Judas es más fuerte. Jesús insiste: “Iremos al Templo. ¿No dijiste que los habías convencido de que me dejarían en paz?”. Iscariote: “Cierto”. Jesús: “Entonces iremos al Templo. Ven” y se dirige a la puerta para salir. Pedro suspira: “Y así ha acabado una fiesta que habíamos preparado…”. Santiago de Zebedeo le replica: “Terminada, antes de empezarla, deberás decir”. Jesús está ya en los umbrales de la puerta abierta. Se vuelve y bendice. Luego, desaparece en la oscuridad. ■ En la cocina todos están mudos. Mateo pregunta a Elisa: “Pero, ¿cómo sucedió esto?”. Elisa: “No lo sé. Había una mujer que lloraba. Él le dijo a ella lo que  también os dijo. Quién haya sido, de dónde y para qué haya venido, no lo sé…”. Apóstoles: “Está bien. Vámonos…”. Y, menos Bartolomé y Mateo, que duermen en la casa, todos los demás se van. (Escrito el 21 de Noviembre de 1946).
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 1  Nota  : Herodianos:  Con toda probabilidad  los herodianos eran la clase de Judíos que hacían política, llenos de celo por la dinastía de Herodes Antipas, tetrarca de Galilea, siempre dispuestos a avisar a la autoridad romana las palabras o acciones de Jesús que pudiesen ir contra ella. Cfr. Mt. 22,15-22; Mc. 3,6; 12,13-17; Lc. 20,20-26.   2  Nota  : Según esta Obra,  Jesús para mostrar tangiblemente a la extraviada mujer cómo aplastar el vicio al que se había degradado, igualándose a un animal inmundo que los viajeros suelen aplastar, y para mostrar, cómo Él, joven y bello más que cualquier otro hombre, había llevado una vida de gran penitencia (Cfr. Mt. 4, 1-17; 8, 19-20; Lc. 9, 57-58) realiza un acto desacostumbrado, pero simbólico e impresionante (que trae a la memoria el Salmo mesiánico 22, 7-8). La expresión «posible sensualidad», debe enten­derse abstracta o absolutamente hablando, en cuanto que Jesús, verdadero Dios, pero también verdadero Hombre, estaba dotado de verdadera voluntad y de libertad hu­mana, la que jamás se opuso a la Voluntad divina, bien porque su voluntad humana no quiso, bien, como enseña Sto. Tomás, porque estaba confirmada en gracia. La primera razón podía comprenderla la mujer extraviada; la segunda, le era prácticamente difícil de comprender. El Buen Pastor, se valió de la primera para enseñar más fácil­mente a la pecadora. En cuanto a la opinión de Sto. Tomás, efr. Summa theologica, III.   3  Nota  : El Abismo,  significa aquí el lugar  en que los demonios están recluidos, en espera de su castigo final, tal como se habla a cada paso en el Apocalipsis, cfr. 9,1-12; 20,1-6.   4 Nota : Cfr. Gén. 3,16.   5 Nota  : “Dar la paz” es una expresión antiquísima. En materia de confesión significa absolver, perdonar, con todas las consecuencias benéficas ante los ojos de Dios y de su Iglesia.  6 Nota : “Mirada de inocencia asombrada”.- La conversación que, según esta Obra, Jesús tiene con la mujer, es digna de consideración desde el punto de vista pastoral e invita a reflexionar detenidamente. Lo que dice de los ojos, que no sólo eran bellísimos, sino que tenían un toque de inocencia asombrada, es muy exacta. Son los ojos de todas las que han recibido de Dios una fuerza más que ordinaria de amar. Cfr. Jos. 2; 6; Mt. 21,28-32; Lc. 7,36-50; Hebr. 11,30-31; Sant. 2,24-26.
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(<Jesús, que se encuentra con su apóstol Juan en la gruta de Belén, alecciona a éste>)
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8-539-307 (9-236-730).- Tres son las cosas más perfectas y una perfectísima.
* “Tres son las cosas más perfectas: la po­breza voluntaria, la castidad perpetua y la obediencia absoluta. Hacen al hombre semejante a los ángeles. Y una es perfectísima: dar la propia vida por amor a Dios y hermanos: hace a la criatura semejan­te a Mí”.- ■ Dice Juan: “Pero, entonces, dime una cosa: ¿los que no quieren procrear pecan contra un mandato de Dios? Tú dijiste una vez que el estado de virgen es bueno”. Jesús:  “Es el más perfecto. Como también lo es el estado de quien, no satisfecho con hacer buen uso de las riquezas, se despoja completa­mente de ellas. Son las perfecciones a que puede llegar una criatura. Y tendrán un gran premio. Tres son las cosas más perfectas: la po­breza voluntaria, la castidad perpetua, la obediencia absoluta en to­do aquello que no es pecado. Estas tres cosas hacen al hombre semejante a los ángeles. Y una es perfectísima: dar la propia vida por amor a Dios y a los hermanos. Esta cosa hace a la criatura semejan­te a Mí, porque la lleva al absoluto amor. Y quien ama perfectamente es semejante a Dios, está absorbido en Dios y fundido con Dios”. (Escrito el 14 de Diciembre de 1946).
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(<Este episodio tiene lugar el día en que Judas es sorprendido robando de dos arcas de una de las discípulas en la casa de la ciudad de Efraín, donde Jesús se ha refugiado con los apóstoles después del edicto del Sanedrín que ordenaba su captura>)
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9-567-113 (10-28-207).- Jesús reprende a J. Iscariote y le instruye sobre el pecado sensual, la tentación,  la castidad.
«La vida es medio que sirve al fin, que es la eternidad. Démosle, entonces, a la vida aquello que necesita para mantenerse y servir al espíritu en su conquista: continencia de la carne en sus apetitos, continencia de la mente en sus deseos, continencia del corazón en todas las pasiones que tienen sabor humano, impulso ilimitado en orden a las pasiones que son del Cielo». ■ Jesús dice a Judas: “Pero, claro, tú andas pensando y diciendo, primer hereje de muchos que vendrán, que soy superior al dolor. No, solo soy superior al pecado, solo soy superior a la ignorancia. Al pecado porque soy Dios; a la ignorancia, porque no puede existir ignorancia en el alma que no ha herido la Culpa Original. Te hablo como Hombre, como el Hombre, como el Adán redentor venido a reparar la culpa del Adán-pecador y a mostrar qué hubiera sido el hombre, si hubiera permanecido como fue creado: inocente. Entre los dones que Dios concedió a Adán, ¿no se contaban —dado que la unión con Dios infundía las luces del Padre omnipotente en el hijo bendito— una inteligencia sin mengua, una ciencia grandísima? Yo, el nuevo Adán,  soy superior al pecado por mi propia voluntadUn día, hace mucho tiempo, te admiraste de que hubiese sido tentado, y me preguntaste que si no había consentido. ¿Recuerdas? Te respondí, como pude haberlo hecho… Porque tú eras desde entonces… un hombre caído, ante cuyos ojos era inútil descubrir las perlas preciosísimas de mis virtudes. No habrías comprendido su valor… las habrías tomado por… piedras, dada su grandeza excepcional. También en el desierto volví a repetirte las palabras, el sentido de las palabras que te había dicho en aquel anochecer yendo hacia el Getsemaní. Si hubiera sido Juan, o aun Simón Zelote, que me hubiese hecho otra vez esa pregunta, le habría respondido de manera distinta, porque Juan es puro y no la habría hecho con la malicia con que la hiciste… y Simón es un anciano sabio que, sin ignorar la vida, cual la ignora Juan, ha llegado a tal sabiduría que sabe contemplar todos los eventos sin sufrir turbación en su yo. Ellos no me preguntaron si había consentido a las tentaciones, a la tentación más común. Porque en la pureza no manchada de Juan no hay huellas de lujuria, y en la reflexiva de Simón hay mucha luz, con la que ve la pureza que brilla en Mí. Preguntaste… y te respondí. Como podía hacerlo. Con esa prudencia que no debe nunca separarse de la sinceridad, santas la una y la otra ante los ojos de Dios. Esa prudencia que es como el triple velo extendido entre el Santo y el pueblo, corrido para ocultar el secreto del Rey. Esa prudencia que regula las palabras según la persona que las escucha, según la capacidad de entender, según la pureza espiritual y rectitud de esta persona. Porque hay verdades que en los oídos de los impuros se hace objeto de risa, no de veneración… ■ No sé si recuerdas aquellas palabras. Te las repito aquí, ahora en que tú y Yo estamos al borde del abismo. Porque… no, esto no es necesario decirlo. Yo, como respuesta al «por qué» que mi primera explicación no te había satisfecho, dije en el desierto: «El Maestro jamás se ha sentido superior al hombre por ser ‘el Mesías’; antes bien, sabiéndose Hombre, ha querido serlo en todo menos en el pecado. Para ser maestro es necesario haber sido alumno. Mi inteligencia divina podía hacerme comprender por poder intelectivo o intelectualmente las luchas del hombre. Pero un día algún pobre amigo mío hubiera podido decir: ‘Tú no sabes lo que quiere decir ser hombre y tener los sentidos y pasiones’. Habría sido un reproche justo. Vine aquí no solo para prepararme a mi misión, sino también a la tentación. A la tentación diabólica. Porque el hombre no habría podido tener poder sobre Mí. Satanás llegó cuando había terminado mi unión solitaria con Dios y sentí que era Hombre con un cuerpo verdadero sujeto a sus propias debilidades: hambre, cansancio, sed, frío. Sentí el cuerpo con sus exigencias, lo psíquico con sus pasiones. Si por mi voluntad he doblegado desde su nacimiento todas las pasiones no buenas, he dejado que crecieran las santas». ¿Recuerdas estas palabras? ■ Y también dije —esto a ti solo— aquella primera vez: «La vida es un don santo, por lo que hay que amarla santamente. La vida es medio que sirve al fin, que es la eternidad». Dije: «Démosle, entonces, a la vida aquello que necesita para mantenerse y servir al espíritu en su conquista: continencia de la carne en sus apetitos, continencia de la mente en sus deseos, continencia del corazón en todas las pasiones que tienen sabor humano, impulso ilimitado en orden a las pasiones que son del Cielo: amor a Dios y al prójimo, obediencia a la voz de Dios, heroísmo en el bien y en la virtud». ■ Y en aquella ocasión me dijiste que Yo podía hacer eso porque era Yo santo, pero que tú no podías porque eras joven, lleno de vitalidad. ¡Como si el ser joven y sentirse vigoroso fuese un atenuante para el vicio! ¡Como si solo los viejos o enfermos, por edad o debilidad impotentes para lo que tú —abrasado como estás de lujuria— pensabas, estuvieran libres de las tentaciones de la carne! En ese entonces, pude haberte rebatido muchas cosas, pero no podías comprenderlas, ni siquiera ahora, pero a lo menos ahora no puedes sonreír con tu sonrisa incrédula si te digo que el hombre sano, puede ser casto, aun cuando sufra las seducciones del demonio y de la carne”.
* “Castidad es un afecto espiritual, es movimiento que se refleja en la carne y la penetra del todo, la eleva, la perfuma, la preserva. En el que está lleno de castidad no penetra la corrupción. La corrupción no es algo que penetre de lo exterior a lo interior. Es un movimiento que procede de lo interno, del corazón, del pensamiento, que penetra e invade la carne. Por esto he dicho que del corazón salen las corrupciones. Te enseñé a pedir ayuda al Padre. Que pidieses no te dejase entrar en la tentación. No has pedido. Eres un soberbio, y por esto te hundes”.- ■ Jesús: Castidad es un afecto espiritual, es movimiento que se refleja en la carne y la penetra del todo, la eleva, la perfuma, la preserva. El que está lleno de castidad no tiene sitio para otros movimientos menos buenos. En él no penetra la corrupción. Además, la corrupción no entra de afuera, no es algo que penetre de lo exterior a lo interior. Es un movimiento que procede de lo interno, del corazón, del pensamiento, que penetra e invade la carne. Por esto he dicho que del corazón salen las corrupciones (1). Todo adulterio, toda lujuria, todo pecado sensual vienen de una maquinación de la mente, que, corrompida, viste de estimulante aspecto todo lo que ve. Todos los hombres tienen ojos para ver. ¿Cómo se explica que una mujer que deja indiferentes a diez, que la miran como un ser igual a ellos, que incluso la ven como una bella obra del Creador, pero sin encender dentro de ellos estímulos e imaginaciones obscenas, turba al hombre undécimo y lo arrastra a concupiscencias indignas? Porque ese undécimo ha corrompido su corazón, su pensamiento y donde diez ven a una hermana, él ve a la hembra. ■ Aun no diciéndote esto entonces, te dije que Yo había venido precisamente para los hombres, no para los ángeles. He venido para devolver a los hombres su realeza de hijos de Dios enseñándoles a vivir como dioses. Dios no tiene lujuria, Judas. Yo he querido demostrar que también el hombre puede existir sin la lujuria. Os he querido demostrar que se puede vivir como enseño. Para mostrároslo tuve que tomar cuerpo verdadero, para poder sufrir las tentaciones humanas y decir al hombre, después de haberlo instruido: «Haced como Yo». ■ Y tú me preguntaste si, tentado, pequé. ¿Recuerdas? Como veía que no podías comprender que hubiera sido tentado sin haber caído, pues te parecía mal que el Verbo fuese tentado y te parecía imposible que el Hombre no pecase, te respondí que todos pueden ser tentados, pero que solo son pecadores los que quieren serlo. Tu estupor fue grande, un estupor incrédulo. Tanto fue así, que insististe: «¿No has pecado nunca?». Entonces podías no creer. Hacía poco tiempo que nos conocíamos. Palestina está llena de rabinos cuya doctrina es una antítesis de la vida que llevan. Pero ahora tú sabes que Yo no he pecado, que no peco. Sabes que la tentación, aun la más violenta, dirigida contra el  hombre sano, viril, que vive en medio de los hombres, rodeado de los hombres y de Satanás, no me perturba. Antes al contrario, toda tentación, a pesar de que el hecho de rechazarla aumentase su virulencia,  porque el Demonio la hacía cada vez más violenta para vencerme, era una victoria mayor. Y no solo respecto a la tentación carnal, torbellino que ha estado dando vueltas en torno a Mí, sin poder mover ni mellar mi voluntad. ■No hay pecado donde no hay consentimiento a la tentación, Judas. Hay, sí, pecado donde, aun sin consumar el acto, se acoge la tentación y se la contempla con buenos ojos. Será pecado venial, pero es ya un camino que conduce al pecado mortal que aquel prepara en vosotros. Porque acoger la tentación y detener en ella el pensamiento, seguir mentalmente las fases de un pecado significa que uno se debilita a sí mismo. Satanás sabe esto, y por eso lanza repetidas llamaradas siempre esperando que una de ellas penetre y trabaje dentro… Después… sería fácil que el hombre tentado se haga culpable. Tú, entonces no comprendiste. No podías comprender. Ahora sí. Ahora mereces menos entender que en aquella ocasión, y, con todo, te repito las palabras que te dije a ti, que dije para ti, porque es en ti, no en Mí, donde la tentación rechazada no se acalla… Y no se acalla porque no la rechazas totalmente. No realizas el acto, pero acaricias el pensamiento del acto. Hoy así, y mañana… mañana caes en el verdadero pecado… ■ Por eso en aquella ocasión te enseñé a pedir la ayuda del Padre. Te enseñé que pidieses al Padre que no te dejase entrar en la tentación. Yo, el Hijo de Dios, Yo, el vencedor de Satanás, he pedido ayuda al Padre, porque soy humilde. Tú no lo eres. No has pedido a Dios la salvación, la preservación. Eres un soberbio, y por esto te hundes… ¿Recuerdas todo esto? ■ ¡Puedes ahora comprender lo que significa para Mí, verdadero Hombre, con todas las reacciones del hombre, y verdadero Dios, con todas las reacciones de Dios, el verte así: lujurioso, mentiroso, ladrón, traidor, homicida! ¿Sabes qué esfuerzo me impones teniendo que soportar tu compañía? ¿Sabes qué fatigoso me resulta dominarme, como ahora, para que mi misión se realice en ti hasta el extremo? Cualquier otro hombre te habría cogido por la garganta al sorprenderte forzando las arcas y apoderándote del dinero, y que te viera traidor, y más que traidor… Te hablo con compasión. Mira. No es verano y por la ventana entra ya el aire fresco del atardecer, y sin embargo, estoy sudando como si hubiese hecho un trabajo demasiado duro. ■ ¿No  te das cuenta de lo que me cuestas? ¿De lo que eres? ¿Quieres que te arroje? No. Jamás. Cuando alguien se está ahogando, asesino es el que le deja que se hunda. Te encuentras en medio de dos fuerzas que te atraen. Yo y Satanás. Pero si te dejo, al único que le tendrás será a él. ¿Cómo te salvarás entonces? Y, con todo, tú me abandonarás… Ya me has abandonado con tu corazón… Pues bien, Yo, de todas formas, retengo junto a Mí la crisálida de Judas. Tu cuerpo privado de la voluntad de amarme, tu cuerpo inerte en orden al bien. Lo retengo mientras tú no me exijas incluso esta nada que son tus despojos para reunirla con el espíritu y pecar con todo tu ser…”.
* A pesar de las palabras amorosas de Jesús, persiste la altanería e impenitencia de Iscariote. Jesús llora angustiosamente.- ■ Jesús, con los ojos fijos en Judas: “¡Judas!… ¿No me hablas? ¿No encuentras una palabra que decir a tu Maestro? ¿Una súplica que hacerme? No te exijo que me digas: «¡Perdón!». Muchas veces te he perdonado sin resultado, sé que esa palabra saldría solo de tus labios, no de tu espíritu arrepentido. Quisiera que saliese de tu corazón. ¿Estás tan muerto que no eres capaz de formar un deseo? ¡Habla! ¿Me temes? ¡Oh, si fuera realidad! ¡Por lo menos esto! Pero no. Si me temieses te diría las palabras que te dije aquel día ya lejano, en que hablamos de las tentaciones y pecados: «Te aseguro que aún después del mayor Crimen que se cometerá, si el culpable de él corriese a los pies de Dios, con verdadero arrepentimiento, y llorando le pidiese perdón, ofreciéndose a expiar confiadamente, sin desesperarse, Dios le perdonaría, y por medio de la expiación, salvaría su alma».  ¡Judas! Si no me temes, con todo todavía te amo. ¿No tienes nada que pedir a mi amor infinito?”. Iscariote habla con altanería: “No. Mejor dicho, una sola cosa. Que impongas silencio a Juan. ¿Cómo quieres que pueda reparar si seré la vergüenza entre vosotros?”. Jesús: “¿Y así hablas? Juan no hablará, pero al menos tú, y esto te lo pido, obra de tal modo que nada trasluzca tu ruina. Recoge esas monedas y ponlas en la bolsa de Juana… Trataré de cerrar el arca… con el hierro que empleaste para abrirlo…”. ■ Mientras Judas de mala manera recoge las monedas regadas, Jesús se apoya sobre el arca abierto como cansado. Aunque la luz es débil, permite ver que Jesús llora en silencio, mirando al apóstol encorvado que recoge las monedas. Judas ha terminado, se acerca al arca, toma la bolsa gruesa, pesada de Juana y mete dentro las monedas, la cierra diciendo: “Aquí están”. Se hace a un lado. Jesús toma la improvisada ganzúa hecha por Judas, y con temblorosa mano hace girar la chapa y cierra el arca. Luego pone el hierro sobre su rodilla y lo dobla en forma de V, lo aplasta con el pie, para que no sirva para nada y se lo guarda en el pecho. Al hacerlo le caen lágrimas sobre el vestido de lino. ■ Judas finalmente tiene un movimiento de arrepentimiento, se cubre la cara con las manos y en medio de un sollozo dice: “¡Soy un maldito! ¡Soy el oprobio de la tierra!”. Jesús: “¡Eres el desgraciado eterno! ¡Y pensar que si quisieras podrías todavía ser feliz!”. Iscariote grita: “Júrame, júrame que nadie se enterará de esto… y yo te juro que me redimiré”. Jesús: “No digas: «me redimiré». No puedes. Yo solo puedo redimirte.  Solo Yo puedo vencer al que habló por tus labios. Pronuncia la palabra de humildad: «¡Señor, sálvame!» y te libraré de tu opresor. ¿No comprendes que espero esta palabra con más ansias que un beso de mi Madre?”. Judas llora, llora, pero no la pronuncia. Jesús: “Vete. Sube a la terraza. Vete a donde quieras, pero no hagas alguna comedia. Vete, vete. Nadie te descubrirá porque Yo me preocuparé de ello. Desde mañana tendrás el dinero. ¡Es inútil todo ya!”. ■ Judas sale sin replicar. Jesús se queda solo, se sienta sobre una silla que hay cerca de la mesa y, cruzados los brazos y apoyados en la mesa,  apoyada la cabeza encima de los brazos, llora angustiosamente. (Escrito el 15 de Febrero de 1947).
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1  Nota  : Cfr. Mt. 15,19; Mc. 7,15.
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(<El siguiente episodio tiene lugar el día de la despedida de Jesús a las discípulas, víspera del sábado anterior a su entrada triunfal en Jerusalén, en la sala blanca de los banquetes de la casa de Lázaro de Betania, una vez de haber despedido a las discípulas>)
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9-583-234 (10-44-306).- Analía sigue firme en su ofrecimiento y se lo recuerda a Jesús: “Si Tú vas al Sacrificio, yo víctima contigo”.
Analía, ten preparada la lámpara y estáte en vestido de boda. El Esposo está a las puertas. Verás su triunfo y no su muerte, pero triunfarás con Él entrando en su Reino”.- ■ Se asoma el rostro donoso de Analía. Jesús dice: “Pasa. ¿Dónde está tu compañera?”. Analía: “Está allá, Señor. Quiere regresar. Están para salir. Marta ha comprendido mi deseo y me dice que me quede hasta la puesta del sol de mañana. Sara vuelve a casa, a decir que me quedo. Ella qui­siera tu bendición porque… Luego te lo diré”. Jesús: “Que venga. La bendigo”. La joven sale para volver con su compañera, que se postra delante del Señor. Jesús: “La paz esté contigo y la gracia del Señor te conduzca por los sen­deros a que te ha guiado ésta que te ha precedido. Sé amorosa con la madre de ella, y bendice al Cielo, que te ha evitado vínculos y dolo­res para tenerte entera para Sí. Un día, más que ahora, bendecirás el haber sido estéril por tu propia voluntad. Ve”. La joven se marcha emocionada. Analía dice: “Le has dicho todo lo que ella quería. Estas palabras eran su sueño. Sara decía siempre: «Me gusta tu elección, aunque sea tan rara en Israel. También quisiera hacer lo mismo. No teniendo ya padre y siendo mi madre dulce como una paloma, no tengo miedo a no poder realizar lo mismo. Pero para poder estar segura de poder cumplirlo, y de que será una cosa santa para mí como lo es para ti, quisiera oírlo de sus labios». Ahora se lo has dicho. Y yo también siento paz, porque alguna vez temía hacerme ilusiones…”. Jesús: “¿Desde cuándo está contigo?”. ■ Analía: “Desde… Cuando llegó la orden del Sanedrín me dije: «La hora del Señor ha llegado y debo prepararme a morir». Porque te lo pedí, Señor… Hoy te lo recuerdo… Si Tú vas al Sacrificio, yo víctima con­tigo”. Jesús: “¿Quieres todavía firmemente lo mismo?”. Analía: “Sí, Maestro. No podría vivir en un mundo donde Tú no estuvie­ras… y no podría sobrevivir a tu tortura. ¡Tengo mucho miedo por Ti! Muchos de entre nosotros se crean falsas ilusiones… ¡Yo no! Siento que ha llegado la hora. Demasiado es el odio… Y espero que recibas mi ofrecimiento. Lo único que puedo darte es mi vida; porque soy po­bre, Tú lo sabes. Mi vida y mi pureza. Por eso he convencido a mi madre de que llame a su hermana para que vaya con ella, para que no se quede sola… Sara será una hija para ella en mi lugar, y la ma­dre de Sara será consuelo para mi madre. ¡No vayas a desilusionarme, Señor! Para mí el mundo no tiene ningún atractivo. Me resulta como una cárcel donde muchas cosas me repugnan mucho. Quizás es porque el que ha estado a las puertas de la muerte ha comprendido que lo que para muchos representa la alegría no es sino un vacío que no sacia. Lo cierto es que sólo deseo el sacrificio… y precederte… pa­ra no ver el odio del mundo arrojado como arma de tortura contra mi Señor, y para parecerme a Ti en el dolor…”. Jesús: “Depositaremos entonces la azucena cortada sobre el altar en que se inmola el Cordero. Y se pondrá roja por la Sangre redentora. Y sólo los ángeles sabrán que el Amor fue el sacrificador de una cordera toda blanca, y anotarán el nombre de la primera víctima del Amor, de la primera continuadora del Cristo”. Analía: “¿Cuándo, Señor?”. Jesús: “Ten preparada la lámpara y estate en vestido de boda. El Esposo está a las puertas. Verás su triunfo y no su muerte, pero triunfarás con Él entrando en su Reino”. Analía: “¡Soy la mujer más feliz de Israel! ¡Soy una reina ceñida con tu corona! ■ ¿Puedo, como tal, pedirte una gracia?”. Jesús: “¿Cuál?”. Analía: “He amado a un hombre, Tú lo sabes. Luego dejé de amarle como prometido porque un amor mayor entró en mí; y él dejó de quererme porque… Bueno, no quiero recordar su pasado. Te pido que redimas a ese corazón. ¿Puedo? ¿No es pecar el querer recordar, estando a las puertas de la Vida, a aquel a quien amé, para darle la Vida eterna? ¿No?”. Jesús: “No es pecar. Es llevar el amor al extremo santo del sacrificio por el bien del amado”. Analía: “Bendíceme, entonces, Maestro. Absuélveme de todos mis peca­dos. Prepárame a la boda y a tu venida. Porque eres Tú el que viene, mi Dios, a tomar a tu pobre sierva y hacerla esposa tuya”. ■ La jovencita, radiante de alegría y de salud, se agacha para besar los pies del Maestro, mientras Él la bendice y ora por ella. Y verdade­ramente la sala, blanca como si fuera toda ella de azucenas, es digno ambiente para este rito, y bien entona con sus dos protagonistas, jó­venes, hermosos, vestidos de blanco, resplandecientes de amor angé­lico y divino. (Escrito el 22  de Marzo de 1947).
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(<El Domingo de Ramos, día de la entrada triunfal, Jesús, sentado en un asno, entra en Jerusalén entre gritos y aclamaciones. Va recorriendo sus calles…>)
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9-590-300 (10-9-376).- La muerte de Analía al paso de Jesús.
* Analía muere de amor, de éxtasis.- ■ Se divisa ya la casa de Analía; la terraza está adornada con las hojas nuevas de la vid que flotan al contacto del acariciador viento de abril. Analía está en el centro de un grupo de jovencillas vestidas de blanco y con velos del mismo color. Tienen en sus manos pétalos de rosas y de convalarias que empiezan a arrojar al aire. “Las vírgenes de Israel te saludan, Señor” dice Juan que se ha abierto paso y ha llegado al lado de Jesús, llamando su atención para que las vea cómo le arrojan rojos pétalos de rosas y blancas convalarias cual perlas. Por un momento detiene Jesús el asno. Levanta la mano para bendecir al grupo que lo ama hasta el punto de renunciar a cualquier otro amor terreno. Analía se asoma al pretil y grita: “He contemplado tu triunfo, Señor mío. Toma mi vida para tu glorificación universal”, y, mientras Jesús pasa por debajo de su casa y prosigue, le saluda con un grito altísimo: “¡Jesús!”. Y otro, un grito distinto, supera el clamor de la muchedumbre. Pero la gente, a pesar de oírlo, no se detiene. Es un río de entusiasmo, un río de un pueblo delirante que no puede detenerse. Y, mientras las últimas ondas de este río están todavía fuera de las puertas, las primeras están ya subiendo en dirección al Templo. ■ “Ahí está tu Madre” grita Pedro señalando una casa situada en la esquina de una calle que sube al Moria y por la que va el cortejo. Jesús levanta su rostro para enviar una sonrisa a su Madre que está con las mujeres fieles. El encuentro con una numerosa caravana hace que el cortejo se detenga pocos metros después de haber sobrepasado la casa. ■ Mientras Jesús y otros se detienen y Él acaricia a los niños que las madres le presentan, se oye el grito de un hombre que trata de abrirse paso: “¡Dejadme pasar! Una jovencilla ha muerto de repente. Su madre pide la presencia del Maestro. ¡Dejadme pasar! ¡Él la había salvado antes!”. La gente le deja pasar, y el hombre corre a donde está Jesús: “Maestro, la hija de Elisa ha muerto. Te saludó con aquel grito y luego se dobló hacia atrás diciendo: «¡Soy feliz!» y ha expirado. Su corazón, con el gran júbilo de verte triunfador, se ha quebrado. Su madre me vio en la terraza que está al lado de su casa y me dijo que viniera a llamarte. ¡Ven Maestro!”. Los apóstoles se apiñan excitados: “¡Muerta! ¡Muerta Analía! ¡Pero si ayer mismo estaba lozana cual una flor!”. Los pastores les imitan. Todos la habían visto el día anterior en perfecta salud. ¡Si la acaban de ver con la sonrisa en los labios, con el carmín en sus mejillas…! No pueden comprender la desgracia… Preguntan, quieren saber los pormenores.  El hombre explica: “No lo sé. Oísteis qué fuerza había en sus palabras. Luego vi ceder hacia atrás, más pálida que sus vestidos, y oí a su madre que gritaba… No sé más”. Jesús: “No os inquietéis. No ha muerto. Ha caído una flor y los ángeles de Dios la han recogido para llevarla al seno de Abraham. Pronto el lirio de la tierra se abrirá feliz en el Paraíso, olvidando para siempre el horror del mundo. ■ Hombre, di a Elisa que no llore por la suerte de su hija. Dile que es una especial gracia de Dios y que dentro de seis días lo comprenderá. No lloréis. Su triunfo es todavía mayor que el mío porque a ella le cortejan los ángeles para llevarla a la paz de los justos. Es un triunfo eterno que aumentará de grado y no conocerá nunca merma. En verdad os digo que tenéis razón de llorar por vosotros, pero no por Analía. Continuemos”. Y repite a los apóstoles y a quienes le rodean: “Ha caído una flor. Se ha ido en paz y los ángeles la han recogido. Bienaventurada ella, limpia de cuerpo y alma, porque pronto verá a Dios”. ■ Pedro, que no logra comprender, pregunta: “¿Pero cómo murió, Señor?“. Jesús: “De amor. De éxtasis. De gozo infinito. ¡Dichosa muerte!”. Los que están muy delante no caen en la cuenta de lo sucedido; los que están muy atrás tampoco. Y así, el cortejo continúa con sus gritos de hosannas, aunque aquí, junto a Jesús, se haya formado un doloroso silencio. Juan rompe el silencio diciendo: “¡Oh, quisiera seguir su misma suerte antes de las horas que van a venir!”. Isaac dice: “También yo. Quisiera  ver la cara de la jovencilla muerta de amor por Ti…”. Jesús: “Os ruego que me sacrifiquéis vuestro deseo. Tengo necesidad de que estéis cerca de Mí”. Natanael dice: “No te abandonaremos, Señor, ¿pero no habrá para esa madre ningún consuelo?”. Jesús: “¡Ya lo pensaré…!”. ■ Están ya ante las puertas de la muralla del Templo. Jesús baja del asno que uno de Betfagé toma bajo su cuidado.  (Escrito el 30 de Marzo de 1947).
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(<Jesús sale de noche de la tienda de los Galileos en el Getsemaní, donde pernocta,  en busca de su Madre, que está en el palacio que Lázaro tiene en Jerusalén,  para  ir juntos a casa de Elisa y consolarla por la muerte de su hija Analía, acaecida ayer durante su entrada triunfal después del paso de Jesús  frente a la casa de Analía.  Los legionarios le han dejado pasar por la Puerta de entrada a Jerusalén>)
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9-592-311 (10-11-386).- Jesús y María consuelan a Elisa, madre de Analía, la primera virgen consagrada al Señor.
* Jesús busca la ayuda de su Madre para ir a consolar a la madre de Analía.- ■ Ha llegado a la casa de Lázaro que está en la colina de Sión. Llama a  la puerta.  Leví sale a abrirle: “Maestro, ¿Tú? Las dueñas están durmiendo. ¿Por qué no enviaste algún criado? ¿Y si te hubiera sucedido algo?”. Jesús: “No le habrían dejado pasar”. Leví: “¡Ah, es verdad! ¿Pero cómo lograste pasar Tú?”. Jesús: “Soy Jesús de Nazaret. Los legionarios me permitieron pasar. Pero no lo digas a otros, Leví”. Leví: “No lo diré… ¡Son mejores que muchos de nosotros!”. Jesús: “Llévame a donde está mi Madre. Y no despiertes a ninguno otro de la casa”. Leví: “Como ordenes, Señor. Lázaro nos ha mandado obedecerte en todo sin discusión y sin dilación. Nos lo mandó a decir por medio de un siervo, y también a las otras casas suyas. Obedecer y callar. Lo haremos. Nos devolviste a nuestro dueño…”. ■ El criado se adelanta por los largos corredores, como galerías, del hermoso palacio de Lázaro situado en la colina de Sión. La luz que lleva en las manos dibuja espectrales figuras sobre cuanto alumbra. El criado se detiene ante una puerta cerrada: “Allí está tu Madre”. Jesús: “Puedes irte”. Leví: “¿Y la luz? ¿No la quieres? Puedo regresar a oscuras. Conozco bien la casa. Nací aquí”. Jesús: “Déjala. No quites las llaves de la puerta. Salgo pronto”. Leví: “Sabes dónde estoy. Cerraré por precaución, pero te abriré cuando te oiga llegar”. ■ Jesús se queda solo, llama suavemente, tan suave que solo quien esté despierto puede oír. De dentro se oye un ruido como de una silla que se hace a un lado, y se escuchan suaves pasos. En voz baja pregunta: “¿Quién es?”. Jesús: “Yo, Mamá. Ábreme”. Al punto se abre la puerta. La luz de la luna ilumina la habitación tranquila y sus rayos bañan el lecho en que todavía no se ha acostado la Virgen. Hay una silla junto a la ventana abierta. Jesús: “¿No dormías todavía? ¡Es tarde!”. Virgen: “Estaba orando…Ven, Hijo mío. Siéntate aquí” y señala la silla. Jesús: “No puedo quedarme. Vine por ti, para ir a Ofel, a casa de Elisa. Analía ha muerto. ¿No lo sabías?”. Virgen: “No. ¿Cuándo fue?”. Jesús: “Después que pasé”. Virgen: “¡Después de que pasaste! ¡Fuiste para ella el Ángel liberador! ¡Para ella la Tierra era una prisión! ¡Dichosa! ¡Quisiera hallarme en su lugar! ¿Murió… naturalmente? Quiero decir: ¿no fue por alguna desgracia?”. Jesús: “Murió de alegría de amor. Lo supe cuando estaba cerca del Templo. Ven conmigo, Mamá. Nosotros no tenemos miedo de profanarnos por consolar a una madre que tuvo entre sus brazos a su hija muerta de una alegría sobrenatural… Nuestra primera discípula virgen. La que fue a Nazaret a buscarme y pedirme esta alegría (1)… ¡Días lejanos y tranquilos!”. Virgen: “El otro día estuvo cantando como una curruca enamorada y me besó diciendo: «¡Soy muy feliz!». Y moría de ansias por saber algo de Ti. Cómo te formó Dios, cómo me eligió, y mis recuerdos de cuando consagré la virginidad… Ahora comprendo… Estoy preparada, Hijo”. ■ Mientras María hablaba, ha vuelto a recoger sus trenzas, que le caían sobre la espalda y la hacían parecer más joven, y se ha puesto el velo y el manto. Salen haciendo el menor ruido posible. Leví está cerca del portón. Dice: “Preferí hacer así… por mi mujer… Las mujeres son curiosas. Me hubiera hecho miles de preguntas… Así está mejor”. Abre. Jesús le dice: “Dentro de esta misma vigilia traeré otra vez a mi Madre”. Leví: “Estaré alerta. No te preocupes”. Jesús: “La paz sea contigo”.
* ¡Los lirios! serán el símbolo de los que amarán como ha amado mi Madre a Dios. El níveo prado del Rey divino”.- ■ Caminan por las calles silenciosas, vacías, de las que la luna poco a poco se va alejando y solo ilumina las casas altas de la colina de Sión. Más luminoso está el suburbio de Ofel, de casas más pobres y bajas. Llegan a la casa de Analía. Está cerrada, oscura, silenciosa. Se ven flores tiradas sobre los peldaños, tal vez las que ella misma arrojó antes de morir o que cayeron sobre su lecho fúnebre… Jesús llama a la puerta. Toca otra vez… Se oye el ruido del  bastidor de una ventana. Una voz que pregunta: “¿Quién es?”. La Virgen responde: “María y Jesús de Nazaret”. Elisa: “¡Oh, voy al punto!…”. Esperan muy poco. Se oye cómo corren los cerrojos. Se deja ver el rostro entristecido de Elisa que apenas logra sostenerse. Cuando María entra y le abre los brazos, se echa en ellos, llorando con  sollozos, sin decir nada. Jesús cierra la puerta, y espera paciente que su Madre tranquilice esa congoja. Hay una habitación cerca de la puerta. Entran en ella. Jesús lleva la lámpara que Elisa había dejado en el suelo de la entrada antes de abrir la puerta. Elisa sigue gimiendo. Entre sollozos roncos,  habla a María. Jesús de pie, calla… ■ Elisa no puede comprender por qué murió su hija de este modo… Y en medio de su sufrimiento, hace a Samuel causante de la muerte, porque la engañó: “Le destrozó el corazón ¡ese maldito! Ella no lo decía, pero no cabe duda que hace mucho tiempo que sufría, quién sabe desde cuánto tiempo! Y con el júbilo, cuando gritó,  se le partió el corazón. ¡Sea maldito para siempre!”. Virgen: “No querida. No. No maldigas. No es así. Dios la amó tanto que quiso fuera a gozar de la paz. Y aun cuando hubiera muerto por causa de Samuel —no es así, pero supongámoslo— piensa en qué muerte de júbilo ha tenido, y di que la malvada acción le procuró una muerte feliz”. Elisa: “¡Yo ya no la tengo!  ¡Se me ha muerto! ¡Se me ha muerto! Tú no sabes lo que significa perder una hija. Yo he experimentado dos veces este dolor. Porque ya la lloraba como muerta cuando tu Hijo me la curó. Pero ahora… Pero ahora… ¡Él no ha vuelto! No ha tenido compasión… ¡La he perdido! Mi hija está en la tumba. ¿Sabes lo que significa ver agonizar a un hijo?; ¿saber que debe morir?; ¿verle muerto cuando se le creía sano y fuerte? No lo sabes. Tú no puedes hablar sobre esto… Era hermosa como una rosa que se abre al primer rayo del sol. Quiso ponerse el vestido que le había tejido para sus bodas. Quiso llevar su corona de flores como una novia. Luego deshizo la guirnalda para arrojar las flores a tu Hijo. ¡Cantaba, cantaba! Su voz llenaba la casa. Era linda como la primavera. La alegría puso en sus ojos estrellas resplandecientes. Sus labios parecían de granada sirviendo de marco a sus blanquísimos dientes. Y se quedó blanca como el lirio que apenas empieza a abrir su corola. Se dobló sobre mi pecho como un tallo cortado… ¡Ni una palabra! ¡Ni un suspiro! ¡No más color en su cara, no más mirada! Estaba hermosa, como un ángel de Dios, pero sin vida. ■ Tú no sabes, tú que estás contenta por el triunfo de tu Hijo, que está sano y fuerte, ¡qué cosa es mi dolor! ¿Por qué no ha regresado? ¿Qué le hicimos, ella y yo, para que no hubiera tenido piedad de mi plegaria?”. Virgen:  “¡Elisa, Elisa, no hables así!… El dolor te ciega y te hace sorda… Elisa, no conoces mi sufrir. Y no sabes cuán profundo va a ser el mar de mi dolor. Tú la has visto tranquila y hermosa entumecerse en paz. En tus brazos. Yo… yo hace más de seis lustros que contemplo a mi Hijo, y, detrás de su cuerpo liso y limpio, que contemplo y acaricio, veo las llagas del Hombre de los dolores en que se convertirá. ¿Sabes, tú que dices que no sé lo que es ver a un hijo ir dos veces a la muerte y una entrar y ya quedarse en paz en ella,  sabes lo que es para una madre tener ante sus ojos esta visión durante tantos años? ¡Mi Hijo! Mírale. Está ahí. Está vestido de rojo como si hubiese salido de un baño de sangre. Y dentro de poco, antes de que la cara de tu hija se haya afeado en el sepulcro, le veré bañado con su sangre inocente. Con esa sangre que le di. Si tú recogiste a tu hija sobre tu pecho, ¿comprendes cuál será mi dolor cuando vea morir a mi Hijo como a un malhechor sobre la cruz? Mírale. Es el Salvador de todos, tanto del cuerpo como del alma. Porque los cuerpos salvados por Él serán incorruptos y bienaventurados en su Reino. ¡Y, mírame! Mira a esta Madre que hora tras hora acompaña y conduce —no le retendría ni siquiera un paso— al sacrificio. Puedo comprenderte, pobre mamá. ¡Pero tú comprende mi corazón! No te irrites contra mi Hijo. Analía no hubiera soportado ver la agonía de su Señor. Él ha hecho que fuera feliz en una hora de regocijo”. ■ Elisa, al oír estas palabras, ha dejado de llorar. Mira a María, en cuyo rostro de mártir se ven lágrimas silenciosas. Mira a Jesús que la mira con piedad… Cae a los pies de Él llorando: “¡Pero se me ha muerto, se me ha muerto, Señor! Como un lirio, como un lirio pisoteado. Nuestros poetas han dicho que eres el que te paseas entre los lirios (2). Oh verdaderamente, Tú nacido del lirio-María, bajas a menudo a los floridos jardines, y conviertes las purpurinas rosas en níveos lirios, y los cortas arrebatándoselos al mundo. ¿Por qué, por qué, Señor? ¿No es justo que una madre se regocije con la rosa que nació de ella? ¿Por qué apagar el color purpurino en la fría blancura de muerte del lirio?”. Jesús: “¡Los lirios! serán el símbolo de las que amarán como mi Madre ha amado a Dios. El níveo prado del Rey divino”. Elisa: “Pero nosotras, las madres, lloraremos; nosotras tenemos derecho a nuestras hijas. ¿Por qué arrebatarles la vida?”. Jesús: “No quiero decir esto, Elisa. Las hijas quedarán, pero consagradas al Rey como las vírgenes en el palacio de Salomón. Recuerda el Cántico (3)… Y serán las esposas, las amadísimas en la Tierra y en el Cielo”. Elisa: “¡Pero mi hija ha muerto! ¡Está muerta!”. Y de nuevo el llanto se apodera de ella. Jesús: “Yo soy la Resurrección y la Vida. Quien cree en Mí, aunque muera, vive, y en verdad te digo que no muere para siempre. Tu hija vive. Vive para siempre porque creyó en la Vida. Mi muerte será para ella una vida completa. Ha conocido la gloria de vivir en Mí antes de conocer el dolor de verme muerto. Tu dolor te ciega y te hace sorda. Mi Madre ha dicho bien. ■ Pero pronto dirás lo que he encargado que te transmitieran esta mañana: «Realmente su muerte fue una gracia de Dios». Créelo, Elisa. El horror se va a apoderar de este lugar. Vendrá el día en que las madres que habrán sufrido una desgracia, como tú, dirán: «Gracias se den a Dios que libró a nuestros hijos para que no contemplasen estos días». Y las madres que no hubieran sufrido alguna desgracia, gritarán al Cielo: «¿Por qué, ¡oh Dios!, no quitaste la vida a nuestros hijos para que no viesen esta hora?». Créelo, mujer. Cree en mis palabras. No levantes entre ti y Analía la verdadera valla que divide: la de no tener la misma fe. ¿Ves? Podía Yo no haber venido. Sabes cuánto me odian. ¡No te hagas ilusiones de este triunfo momentáneo!… En cualquier rincón de la calle puede ocultarse una asechanza contra Mí. He venido, de noche, a consolarte y a decirte estas palabras. Compadezco a una madre que sufre. Pero para que tu alma tenga paz, he venido a decirte estas palabras. Tranquilízate. Cálmate. Sé en paz”. Elisa: “Dame esa paz, Señor. ¡Yo no puedo! No puedo calmarme en medio de mi dolor. Tú que devuelves la vida a los muertos y la salud a los moribundos, da paz al corazón de una madre angustiada”. Jesús: “Así sea. Sea la paz contigo”. Le impone las manos bendiciéndola y orando por ella en silencio. María se ha arrodillado a su vez cerca de Elisa rodeándola con su brazo. ■ Jesús: “Adiós, Elisa. Me voy…”. Elisa: “¿No nos vamos a volver a ver, Señor? No voy a salir de casa durante muchos días y Tú te vas a marchar pasadas las fiestas pascuales. Tú… eres una parte de mi hija… porque Analía… porque Analía vivía en Ti y por Ti”. Llora un poco más calmada. Jesús la mira… Le acaricia la cabeza cana. Le dice: “Volverás a verme”. Elisa: “¿Cuándo?”. Jesús: “Dentro de ocho días” (4). Elisa: “¿Y me consolarás? ¿Me bendecirás para darme fuerzas?”. Jesús: “Mi corazón te bendecirá con toda la plenitud de amor con que amo a los que me aman. Vámonos, Madre”. Virgen: “Hijo mío, si me lo permites, quisiera quedarme un tiempo con ella. El dolor es una ola impetuosa que vuelve cuando se aleja Aquél que infunde paz… Volveré a casa a la hora de prima. No tengo miedo de andar sola. Tú lo sabes; como también sabes que sería capaz de atravesar un ejército enemigo para ir a consolar a un hermano de Dios”. Jesús: “Haz como quieras. Yo me voy. Dios esté con vosotras”. ■ Sale sin hacer ruido. Cierra detrás de Sí la puerta de la habitación y la de la casa. Se dirige a la muralla, a la puerta de Efraín,  Estercolaria o de la Basura, porque muchas veces he oído que así se llama a estas puertas cercanas entre sí. Tal vez se deba a que una da al camino de Jericó que está más allá, y que lleva a Efraín; y la otra porque está cerca del valle de Hinnón donde se quema la basura de la ciudad. Son tan iguales que se confunden. (Escrito el 31 de Marzo de 1947).
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1  Nota  : Cfr. Episodio  2-156-427.   2  Nota  : Cfr. Cantar 2,1-6; 6,2.   3  Nota  : Cfr. Cantar 6,4-8,4.   4  Nota  : Y así fue,  pues Elisa recibió,  a los ocho días,  la visita de Jesús resucitado.
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.         b) Dictados y visiones extraídos de los «Cuadernos de 1943/1950»
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43-366.- El adulterio.
* “Yo, viendo vuestra dureza de corazón, sustituí el precepto de Moisés por el Sacramento con el fin de proporcionar ayuda a vuestra alma de cónyuges contra vuestra carnalidad de animales y un freno contra vuestra ilícita facilidad de repudiar lo que primero elegisteis”.-Dice Jesús: “El que te hable de esta materia a ti,  que eres núbil, puede causarte estupor. Mas tú no eres sino la «portavoz» y por eso debes sujetarte a transmitir lo que sea. Lo que ahora digo sirve para los demás. Sirva para corregir más de un error arraigadísimo cada vez más en el mundo. El  mundo se divide en dos grandes categorías. La primera, que es vastísima, es la de los sin escrúpulos de ningún género así humanos como espirituales. La segunda es la de los timoratos y los cicateramente timoratos. Me dirijo a la primera gran categoría y a la segunda clase de la segunda categoría. ■ Dios no reprueba el matrimonio. Tan es así que Yo hice de él un Sacramento. Y no hablo aquí del matrimonio como sacramento, sino del matrimonio como unión, cual Dios Creador lo hizo creando varón y mujer para que se uniesen formando una sola carne que, una vez unida, ninguna fuerza humana puede ni debe separar. Yo, viendo vuestra dureza de corazón cada vez mayor, cambié el precepto de Moisés sustituyéndolo por el Sacramento con el fin de proporcionar ayuda a vuestra alma de cónyuges contra vuestra carnalidad de animales y un freno contra vuestra ilícita facilidad de repudiar lo que primero elegisteis para pasar a nuevas uniones ilícitas con daño de vuestras almas y de las almas de vuestras criaturas”.
.  ● La virtud del sacramento, si fueseis verdaderos cristianos, debería obrar en vosotros haciéndoos una sola alma que se ama en una sola carne”.- ■ Jesús: “Yerra, tanto el que se escandaliza de una ley puesta por Dios para perpetuar el milagro de la creación —y generalmente no son éstos los más castos sino los más hipócritas, porque los castos no ven en la unión más que la santidad del fin, mientras que los otros piensan en la materialidad del acto— como el que con ligereza culpable cree poder saltar impunemente por encima de mi prohibición de pasar a nuevos amores cuando el primero no quedó disuelto por la muerte. ■ Adúltero y maldito es aquel que, por capricho carnal o desenfreno moral, rompe una unión antes querida. Y si él o ella dicen que el cónyuge les resulta pesado y repugnante, Yo digo que Dios dotó al hombre de discernimiento e inteligencia para que usase de ellos más en casos de tan grave importancia como es el de la formación de una nueva familia. Y aún digo más: que si en un principio se erró por ligereza o por cálculo, es preciso después soportar las consecuencias para no ocasionar mayores desgracias que recaen especialmente sobre el cónyuge más bueno y sobre inocentes forzados a sufrir más de lo que la vida comporta. Digo por último que la virtud del sacramento, si fueseis cristianos verdaderos, y no bastardos como lo sois, debería obrar en vosotros, cónyuges, haciendo de vosotros una sola alma que se ama en una sola carne y no dos fieras que se odian atadas a una misma cadena. Adultero y maldito es aquel que, con ficción obscena, tiene dos o más vidas conyugales y, con fiebre del pecado en la sangre y el olor del vicio en sus labios mendaces, vuelve junto a su cónyuge y sus inocentes. Nada hay que justifique vuestro adulterio. Nada. Ni el abandono o enfermedad del cónyuge y mucho menos su carácter más o menos antipático. Las más de las veces es vuestra condición lujuriosa la que os hace antipático a vuestro compañero o compañera. Os empeñáis en verle así para justificar ante vosotros mismos vuestro vergonzoso comportamiento que la conciencia os reprocha. ■ Dije, y no me desdigo, que es adúltero, no solo el que consuma el adulterio, mas también el que en su corazón desea consumarlo al mirar con hambre de sentidos a la mujer o al hombre que no es suyo. Dije, y no me desdigo, que es adúltero aquel que, con su modo de comportarse, pone en trance de ser, a su vez, adúltero al otro cónyuge. Dos veces adúltero, responderá de su propia alma perdida y de la que arrastró a la perdición con su indiferencia, su desdén, su villanía y su infidelidad. A todos ellos alcanzará la maldición de Dios. Y no creáis que sea un modo de decir”.
“El mundo se desquicia en ruinas porque antes se desquiciaron las familias. Repasad la historia del mundo. Siempre aparece la lujuria en la triple combinación que provoca la trama de vuestras ruinas”.- Jesús: “El mundo se desquicia en ruinas porque antes se desquiciaron las familias. Al río de sangre que os anega, le agrietaron sus diques vuestros vicios individuales que impulsaron a los rectores más o menos elevados —desde Jefes de Estado a jefes de pequeños pueblecitos— a ser ladrones y violentos a fin de conseguir dinero y honores para sus liviandades. Repasad la historia del mundo: está llena de ejemplos. Siempre aparece la lujuria en la triple combinación (física, moral, espiritual) que provoca la trama de vuestras ruinas. Estados enteros destruidos, naciones arrancadas del seno de la Iglesia, desavenencias seculares entre razas producidas con escándalo y tormento por el ansia de carne de sus regidores. Y es lógico que así sea. ■ La lujuria extingue la luz del espíritu y mata la Gracia. Y sin Gracia y sin Luz en nada os diferenciáis de los brutos, realizando así actos de ellos. Si os place hacedlo pues así; pero recordad, viciosos, que profanáis con vuestra vida de pecado los hogares y los corazones de vuestros hijos, que Yo lo veo, lo recuerdo y os espero. En la mirada de vuestro Dios que amaba a los niños y creó para ellos la familia, veréis una luz que quisierais no haberla visto y que os fulminará” (1). (Escrito el 25 de Septiembre de 1943).
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1  Nota  : Añade a lápiz  María Valtorta:  S. Marcos, cap. 10, vrs. 5-16.
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43-369.- “La castidad no es privativa de los vírgenes. La virginidad es la superesencia de la castidad”.
* Ahora bien, ¿ya pensáis qué semejanza tan sublime os ha dado Dios? La de crear otras criaturas: creadores igualmente vosotros, hombres y mujeres que os desposáis, creadores de hombres como Dios eterno. Y bien, ¿qué habéis hecho vosotros de tal misión?”.- ■ Dice Jesús: “Habéis leído en mi Evangelio el envilecimiento del hijo pródigo que dilapidó en vicios las riquezas recibidas de su padre y se redujo a la condición de guardador de puercos.  Mas ¿pensáis que sea eso el summum de la abyección? En verdad os digo que si os fuese dado subir a mi presencia con vuestro cuerpo y vuestros vestidos, y uno de vosotros, por la muerte que le lleva, subiese con su vestido más sucio que el de un porquero que hubiese caído muerto en medio del establo cubierto de estiércol, no causaría tanta repugnancia a los celestiales habitantes de mi Reino ni despertaría tanto mi enojo como la aparición ante mi presencia del alma de un apestado de vicios carnales. El primero tendría una suciedad que desaparece y no es juzgada con rigor pues es debida a su penoso trabajo que, incluso, atrae sobre el honrado mayoral la bendición divina. La del segundo es una suciedad que no desaparece: lepra del alma a la que cubrió de gangrenas fétidas que la han corroído sin límite en el tiempo y así el vicioso impenitente tiene su alma digna de Satanás por los siglos de los siglos. ■ Y cuando digo «vicioso» no me refiero tan solo a ciertas formas de vicio a las que vosotros mismos las tenéis por tales. Las tenéis por tales y las practicáis lo mismo porque sois necios que no sabéis hacer frente a los estímulos del mal. Falta en vosotros mi Fe. Si la tuvieseis, venceríais a la carne. Mas no la tenéis y el sentido prevalece sobre el alma. Cuando digo «vicioso» aludo también a vuestros pecados ocultos del sentido por lo que hace del matrimonio una prostitución y destruís la razón por la que fue creado el matrimonio. Dios no hizo al varón y a la mujer para que llevaran sus vicios hasta el cansancio y el hastío. Los hizo tales por una razón altísima. Cuando dijo: «Hagamos al hombre a nuestra imagen y semejanza y démosle una ayuda para que no esté solo» dio a entender con su Pensamiento divino que, además de la parte espiritual e intelectual que os hace semejantes a Dios, seríais semejantes a Él en el crear otras vidas. Ahora bien, ¿ya pensáis qué semejanza tan sublime os ha dado Dios? La de crear otras criaturas: creadores igualmente vosotros, hombres y mujeres que os desposáis, creadores de hombres como Dios eterno. Y bien, ¿qué habéis hecho vosotros de tal misión? Clamáis vosotras, mujeres, contra la culpa de Eva cuando sufrís; maldecís, vosotros los hombres, contra la culpa de Adán, cuando os fatigáis. Y ¿acaso no está todavía entre vosotros la Serpiente dentro de vuestras casas enseñándoos con su rastrero baboso abrazo y con sus arrullos la inmoralidad que os hace repudiar vuestra misión creativa? ¿Y no es vicio este daros al sentido hasta la náusea y este negaros a la paternidad y a la maternidad?”.
* “Benditos vosotros desde ahora, cónyuges, que sabéis ser santos y vivir en mi Ley. Sed castos dentro de vuestros hogares como fuera de ellos”.-Jesús: “Si tenéis miedo de carecer de ropa y comida para los que han de nacer, conteneos. La Castidad no es privativa de los vírgenes. La virginidad es la superesencia de la castidad y se encuentra depositada en el corazón de los elegidos a seguir al Cordero y hablar un lenguaje solo a ellos concedido. Mas si el candor de los vírgenes se tiñe del fulgor que emana del Verbo de Dios y de la Madre Purísima del Verbo, la estola de los cónyuges santos que supieron ser castos, se dora con la luz que emana del más casto, bueno y santo de los cónyuges: de mi padre putativo que es ejemplo de todas las virtudes conyugales. Sed castos dentro de vuestros hogares como fuera de ellos. ■ Pensad que nada se oculta a Dios. Dejad para los hijos de Satanás ciertos delitos ocultos. No seáis inferiores a los brutos que comprenden la belleza del procrear y saben imponer un freno cuando la estación adversa habría de negar el alimento a sus pequeños.  Amaos y amadme pensando no en el corto día de aquí abajo sino en el día eterno y haced que sea para vosotros de plena luz. Benditos vosotros desde ahora, cónyuges, que sabéis ser santos y vivir en mi Ley. En vuestro hogar toman asiento los ángeles y no rehúsan velar vuestro reposo porque nada vuestro ofende a estos luminosos espíritus que contemplan mi rostro y, dichosos con su Luz, no pueden mirar cuanto está en abierta oposición con la Luz. ■ Y vosotros, cónyuges que así no los sois, tornad al camino recto. No es impidiendo el surgir de una vida como aumentarán vuestras riquezas. Éstas, como de una criba sin fondo, se derramarán por mil fugas porque nuevos vicios y pecados asaltarán vuestros haberes y seréis pobres por culpa vuestra en el mundo y en el Cielo. Recordad mis mandamientos y mis palabras. Dios cuida de quien vive en Él”. (Escrito el 26 de  Septiembre de 1943).
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43-451.- Embriones vitales suprimidos. Mujeres sin honor.
* Consecuencias de vuestro apetito sexual: almas llamadas por ese apetito a las que después cerráis las puertas de la vida o nacen moribundas o enfermas.- ■ Dice Jesús: “Habéis depravado vuestro instinto y él os lleva ahora a preferir pastos corrompidos, formados por la lujuria, en los que profanáis vuestro cuerpo, que es obra mía, y vuestra alma, que es mi obra maestra, y matáis embriones vitales negándoles la vida puesto que los suprimís intencionadamente, antes de tiempo o valiéndoos de esas lepras que son un veneno mortal para las vidas que surgen. ■ ¡Cuántas no son las almas que vuestro apetito sensual llama al Cielo y a las que vosotros cerráis después las puertas de la vida! ¡Cuántas las que apenas si llegan a término, saliendo a la luz moribundas si no muertas ya, impidiéndoles el Cielo! ¡Cuántas a las que imponéis una carga de dolor, que no siempre pueden soportar, con una existencia enferma, marcada con lacras dolorosas y de vergüenza! ¡Cuántas las que no pueden resistir a esta condición de martirio no querido por ellas antes impuesto por vosotros cual marca de fuego sobre su carne que vosotros engendrasteis sin reflexionar que, cuando os encontráis corrompidos como sepulcros rebosantes de putrefacción, no os es lícito engendrar hijos para condenarlos al dolor y a la aversión de la sociedad! ■ Mas ¿creéis vosotros que Yo haya de condenarlas por este su delito contra Dios y contra sí mismas? No. Antes que ellas, que pecan contra dos, estáis vosotras que pecáis contra tres: contra Dios, contra vosotros mismos y contra esos inocentes que engendrasteis para llevarlos a la desesperación. Pensadlo bien. Dios es justo y si pesa la culpa, pesa también las causas de la culpa. Y en este caso, el peso de la culpa mitiga la condena del suicida y recarga la vuestra, verdaderos homicidas de vuestras criaturas desesperadas”.
* Redención de las mujeres sin honor.-Jesús: “Recordad, hombres, que Yo, el Puro, no me negué a redimir a las mujeres sin honor y, para suplir el de que carecían, hice brotar en ellas, la flor viva del arrepentimiento que redime. Di mi amor compasivo a aquellas pobres desgraciadas a las que un mal llamado «amor» habíalas hundido en el fango y mi amor verdadero las salvó de la lujuria que el tal amor las inoculara. Si las hubiese maldecido y rechazado, habríalas perdido para siempre. Las amé hasta por el mundo mismo, el cual, tras haber gozado de ellas, las cubre con su desprecio hipócrita y con su mentido desdén. En lugar de las caricias pecaminosas, Yo las acaricié con la pureza de mi mirada; en vez de las palabras de delirio, Yo tuve para ellas palabras de amor; y, en lugar del dinero, precio vergonzoso de sus besos, les entregué los tesoros de mi Verdad. Así es, hombres, cómo se hace para sacar del fango al que se encuentra hundido en él y no abrazarse a su cuello para perecer los dos, o lanzarle piedras tal vez para hundirlo más. Es el amor, siempre el amor, el que salva. ■ ¡Qué gran pecado contra el amor, sea el adulterio lo tengo ya dicho (1) y no lo repito por ahora! Hay tanto que decir sobre este desahogo de la animalidad —y tanto que no lo entenderíais, puesto que hasta os jactáis de ser traidores al hogar— que me callo por piedad hacia mi pequeña discípula. No quiero agotar las fuerzas de esta criatura, ya exhausta, ni turbar su ánimo con crudezas humanas porque hallándose próxima a la meta, piensa tan solo en el Cielo”. (Escrito el 21 de octubre de 1943).
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1  Nota  : Relatado en el  dictado  43-366, del 25 Septiembre de 1943.
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43-506.- “¿Cómo venís a mis altares, fornicadores, adúlteras?”.- Los invertidos en los sentidos.
* A mis altares vienen muchos que no son lo que debieran ser. Y esto es perjudicial para el hombre que debe saber no fornicar, y, si le estimula la carne con el grito de la sangre, escogerse una esposa sin esperar a ser viejo”.- Dice Jesús: “A mis altares, ¡oh falsos cristianos! que de cristianos tenéis tan solo las apariencias pero que no sois tales en vuestro interior, vienen muchos que no son lo que debieran ser. Y esto es perjudicial para el hombre que debe saber no fornicar, y, si le estimula la carne con el grito de la sangre, escogerse una esposa sin esperar a ser viejo y entregar a ésta un cuerpo incontaminado. Y esto en justicia ya que lo mismo quiere él de ella y también por caridad puesto que los contagios no siempre se producen sin peligro antes, junto con el cuerpo que se envilece y el alma que se corrompe, está la enfermedad que con tanta frecuencia hace de vosotros unos leprosos que transmitís esa lepra a la compañera y a los inocentes”.
* La más fea mancha que puede mancillar a una mujer: será juzgada como ladrona y adúltera.-Jesús: “Doble mal supone para la mujer presentarse a Dios, ante su altar, mediante juramento hecho a un hombre con la más fea mancha que puede mancillar a una mujer. Mintiendo a Dios, al hombre compañero suyo y al mundo, usurpan una bendición, una protección y una consideración de las que no es digna. Mas la bendición descendida sobre ella se cambia en castigo por cuanto a Dios no se le engaña. Ladrona y adúltera, será juzgada conforme a esas culpas suyas. Ladrona, porque defrauda de su derecho al compañero y le roba una confianza de la que no es digna; y a Dios una bendición de la que es menos digna aún; priva de una madre y de sus derechos a los pre-nacidos y su alma muerta no exhala ni un gemido al recordar a los anulados antes de despuntar la aurora de la vida o a los abandonados, cual cachorros errantes, por las márgenes de la vida. Adúltera, porque «la que mira a un hombre con deseo comete ya adulterio», y ella consumó el adulterio al no saber domar el deseo de su carne saciando con él, por el contrario, su hambre depravada”.
* Invertidos en los sentidos.- Jesús: “Sois invertidos en los sentidos. Nunca como ahora, cual fruto heredado de siglos de vicio, se halla difundida esta particularidad que os hace inferiores a los brutos. Lejos de combatirla, por ser unos depravados, os complacéis en ella y la explotáis en provecho de vuestros bolsillos. Causáis repugnancia a los mismos demonios. Y nada digo por respeto a mi portavoz. Esto es lo que os proporciona la idolatría del sentido y del poder que vosotros ahora con tanto ahínco practicáis y a la que os entregáis sin pensar que por ella y por sus frutos seréis castigados por Aquel que lo ve”. (Escrito el 5 de Noviembre de 1943).
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Festividad de S. María Magdalena
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44-541.- Visión de la mártir-virgen Cecilia y de una Misa en las catacumbas.
* Las Catacumbas.- ■ Es una hermosa y prolongada visión que no guarda relación alguna con la santa penitente a la que tanto amé siempre. La escribo en unas hojas añadidas a este cuaderno porque, al encontrarme sola, he de tomar lo primero que tengo a mano.
■ Veo las catacumbas. Aun cuando nunca haya estado en ellas, entiendo que son las catacumbas. Cuáles serán, no lo sé. Veo oscuros meandros formados por corredores estrechos excavados en la tierra, bajos y húmedos, hechos todos con vueltas y más vueltas como un laberinto. Al ir caminando en línea recta, da la impresión de poder continuar en esa dirección o, al menos, poder torcer por otro corredor; mas, por el contrario, se da de frente con un muro terroso de donde es preciso volver tornando hacia atrás hasta dar con otro corredor que vaya más adelante. En ellos hay nichos y más nichos dispuestos para recibir mártires. Dispuestos en el sentido siguiente: excavados someramente en el muro para que sirvan de indicación a los sepultureros. Esto aparece así al principio; pero cuando más se adentra, más ahondados y completos aparecen los nichos, dispuestos todos en el sentido del muro, como están las literas en las naves. Otros, por el contrario, aparecen llenos ya con los santos despojos y cerrados con tosca lápida grabada de forma rudimentaria con el del nombre del mártir o del difunto y con los signos cristianos, aparte de alguna palabra de despedida y de recomendación. Ahora bien, estos nichos, completos y cerrados ya, se hallan sin duda, así lo supongo, en la zona central de las catacumbas, puesto que aquí se abren frecuentemente espacios más amplios, a modo de salas y salitas, y más elevados, adornados con grafitos y más iluminados que los otros por medio de candilejas de aceite esparcidas aquí y allá, tanto por devoción como por comodidad de los fieles a los que por cualquier motivo se les llegue a apagar la lamparilla propia.
* El Papa Urbano (220-230) celebra misa en las catacumbas y comenta la parábola de las 10 vírgenes.- ■ Incluso aquí son más numerosas las personas que van desembocando de todas partes, saludándose con amor y en voz baja como el lugar santo requiere. Hay hombres, mujeres y niños de toda condición social, con vestidos tanto de pobres como de patricios. Las  mujeres llevan la cabeza cubierta con un lienzo fino como muselina. No es ciertamente el velo de tul sino como una gasa muy tupida, más bella en las ricas y más corriente en las pobres, oscura para las casadas y viudas y blanca para las vírgenes. Hay esposas que llevan a sus niños en brazos, sin duda por no tener a quien dejarlos y así los han traído consigo. Los más grandecitos caminan al lado de sus mamás y los más pequeñines, algunos de ellos de pecho, dormitan felices bajo el velo materno, acunados al paso de la madre y por los cantos lentos y piadosos que se elevan bajo las bóvedas. Parecen angelitos caídos del Cielo que sueñan con el Paraíso al que sonríen en su sueño. Aumenta el gentío que acaba congregado en una amplísima sala semicircular que tiene en el ápice del semicírculo el altar vuelto hacia la gente y se halla toda cubierta de pinturas y mosaicos. No lo capto bien. Sé que son representaciones a color en las que destacan los tonos más vivos y claros y brillan las aureolas de oro. Sobre el altar numerosas luces encendidas y, en torno de él, una corona de vírgenes vestidas de blanco con velos así mismo blancos. ■ Entra, bendiciendo, un anciano de bondadoso aspecto y lleno de majestad. Creo sea el Pontífice pues todos se postran reverentes. Él aparece rodeado de sacerdotes y diáconos atravesando el cerco de cabezas inclinadas con una sonrisa de inefable belleza en su rostro. Su sola sonrisa dice bien a las claras de su santidad. Sube el altar y se dispone para el rito mientras los fieles cantan. Da comienzo la celebración que es un tanto semejante a la nuestra, mucho más compleja que la que vi en la cárcel Tuliana (1) celebrada por el apóstol Pablo y la que vi celebrar en casa de Petronila (2). El anciano celebrante que, de no ser Pontífice, es ciertamente obispo, viene ayudado y servido por los diáconos que usan vestiduras muy diferentes a las suyas, puesto que, mientras éste lleva una vestidura (de celebrar) que se parece, sólo para que se haga una idea, a esas batas de tocador que usan las mujeres para peinarse —manteletas circulares que cubren por delante y por detrás los hombros y los brazos hasta las muñecas— los diáconos portan una vestimenta para celebrar casi igual a la actual, larga hasta las rodillas, con mangas amplias y cortas. ■ La Misa se compone de cantos, que entiendo sean trozos de salmos o del Apocalipsis, de lecturas de fragmentos epistolares o bíblicos, y del Evangelio, los cuales son comentados a los fieles por los diáconos de turno. Acabado de leer el Evangelio —lo lee con deje de canto un joven diácono— se levanta el Pontífice. Le llamo así porque este nombre oigo que se lo da una mamá al dirigirse a un niño suyo por demás inquieto. ■ El fragmento escogido es la parábola de las diez vírgenes prudentes y necias (3).
.   ● “Esta parábola se aplica también a todas las almas ya que la Sangre de Cristo y la Gracia revirginizan. Os devuelve la virginidad perfecta. ¡Baño de Sangre, de la Sangre de un Dios que os vuelve nuevos y puros como lo fueron el Hombre y la Mujer salidos de las manos del Altísimo! ¡Oh segundo nacimiento, preludio de aquel tercero que os entregará al Cielo!”. ■ Dice el Pontífice: “Esta parábola, si bien hace referencia propiamente a las vírgenes, se aplica también a todas las almas ya que los méritos de la Sangre del Salvador y la Gracia revirginizan las almas haciéndolas como jovencitas que aguardan al Esposo. Sonreid, viejos decrépitos; alzad el rostro, patricios hasta ayer hundidos en el lodazal del paganismo corrupto; mirad ya sin pena, madres y esposas, a vuestro cándido pasado de jóvenes solteras. No sois distintos, en el alma, de estos lirios entre los que se pasea el Cordero y que ahora le hacen corona rodeando el altar. Vuestra alma, cuando renacéis y permanecéis en Cristo, Señor nuestro, encierra los primores de una virgen a la que ósculo alguno desfloró. El alma que, en un principio, estaba manchada y ennegrecida con los vicios más abyectos, al venir hácese más blanca que el despuntar del alba sobre un monte cubierto de nieve. El arrepentimiento la limpia, la voluntad la purifica, pero el amor, el amor de nuestro Salvador santo, amor que deriva de su Sangre que grita con voz amorosa, os devuelve la virginidad perfecta, aunque no aquella que tuvisteis en los albores de vuestra vida humana sino aquella que poseían el padre de todos: Adán y la madre de todos: Eva antes de que pasase por ellos Satanás pervirtiendo su inocencia angélica: don divino que les revestía de gracia a los ojos de Dios y del universo. ¡Oh santa virginidad de la vida cristiana! ¡Baño de Sangre, de la Sangre de un Dios que os vuelve nuevos y puros como lo fueron el Hombre y la Mujer salidos de las manos del Altísimo! ¡Oh segundo nacimiento de vuestra vida a la vida cristiana, preludio de aquel tercero que os entregará al Cielo cuando subáis a la presencia de Dios, cándidos por la fe o empurpurados por el martirio, bellos como ángeles y dignos de ver y de seguir a Jesucristo, Hijo de Dios y Salvador nuestro!”.
.   ● “Hoy, más que a las vírgenes revirginizadas por la Gracia, me dirijo a aquellas que, encerradas en un cuerpo virgen, tienen la voluntad de seguir siéndolo. A las vírgenes prudentes que han entendido la invitación amorosa de nuestro Señor. Y me dirijo ahora a la fuerte en la fe, la esperanza y la caridad que se alimenta esta noche de las Carnes inmaculadas del Verbo y se corrobora con su Sangre para mantenerse firme en su propósito”.- ■ Prosigue el Pontífice: “Ahora bien, hoy, más que a las almas revirginizadas por la Gracia, me dirijo a aquellas que encerradas en un cuerpo virgen, tienen voluntad de seguir siéndolo. A las vírgenes prudentes que han entendido la invitación amorosa de nuestro Señor y las palabras del virgen Juan, queriendo seguir para siempre al Cordero engrosando las filas de aquellos que no se contaminaron y harán resonar eternamente los Cielos con el cántico que ninguno puede entonar fuera de aquellos que son vírgenes por amor de Dios (4). ■ Y me dirijo ahora a la fuerte en la fe, en la esperanza y en la caridad que se alimenta esta noche con las Carnes inmaculadas del Verbo y se corrobora con su Sangre como un Vino celestial a fin de mantenerse firme en su propósito. Una de entre vosotros se levantará de este altar para ir al encuentro de un destino cuyo nombre puede ser «muerte». Y va a él confiando en Dios, no con una fe común a todos los cristianos sino con una fe mucho más perfecta que no se limita a creer por sí misma, a creer en la protección divina por sí misma sino que cree, incluso, por los demás, esperando poder traer a este altar a aquel que mañana, a los ojos del mundo, será su esposo, pero que, a los ojos de Dios, será un hermano dilectísimo. Doble, perfecta virginidad que se siente segura de su fortaleza hasta el punto de no temer la debilidad del sentido, el miedo de las amenazas, la frustración de las esperanzas y el temor a la casi seguridad del martirio. ¡Levántate y sonríe a tu verdadero Esposo, casta virgen de Cristo, que marchas al encuentro del hombre mirando a Dios a fin de llevar ese hombre a Dios! Dios te contempla y sonríe, lo mismo que te sonríe la Madre que fue Virgen y forman los ángeles corona en torno tuyo. Levántate y ven a apagar tu sed a la fuente inmaculada antes de ir a tu cruz y a tu gloria. Ven, esposa de Cristo y repítele tu canto de amor bajo estas bóvedas para ti más queridas que la cuna de tu nacimiento al mundo y llévalo contigo hasta el momento en que tu alma lo cantará en el Cielo mientras el cuerpo habrá de descansar entre los brazos de esa tu verdadera Madre: la Iglesia Apostólica”.
.   ■ Terminada la homilía del Pontífice, hay un leve murmullo, ya que los cristianos susurran mirando e indicando al grupo de vírgenes. Mas se produce un seseo exigiendo silencio y, a continuación, hacen salir a los catecúmenos para proseguir la Misa. No hay Credo, o al menos yo no lo oigo recitar. Pasan diáconos por entre los fieles recogiendo las ofrendas mientras otros diáconos cantan con sus voces viriles alternando las estrofas de un himno con las voces blancas de las vírgenes. Suben volutas de incienso hacia la bóveda de la sala mientras el Pontífice ora en el altar y los diáconos levantan sobre las palmas de sus manos en preciosas bandejas y en ánforas no menos preciosas las ofrendas recogidas. Prosigue la Misa tal como es hoy en día y, tras el diálogo que precede al Prefacio mismo cantado por los fieles, se hace un profundo silencio en el que tan sólo se perciben las aspiraciones y silbidos del celebrante que ora curvado sobre el altar y que después se yergue y con voz muy distinta pronuncia las palabras de la Consagración. Bellísimo el Pater entonado por todos. Al iniciarse la distribución de las Especies, los diáconos cantan. Las vírgenes son las primeras en recibir la Comunión. Después ellas entonan el cántico que oí en el entierro de Inés: “Vidi supra monten Sion Agnum stantem…” este canto dura lo que la distribución de las Especies alternando con el salmo: “Como el ciervo anhela las corrientes de agua, así mi alma anhela al Dios vivo…” (5).Terminada la Misa, los cristianos se arremolinan en torno al Pontífice para recibir la bendición, incluso individualmente, y para despedirse de la virgen a la que se refirió el Pontífice. Sin embargo, estos saludos tienen lugar en una sala contigua, una antecámara, diría yo, de la iglesia propiamente dicha; pero esto sucede cuando la virgen tras una plegaria más prolongada que la de los demás presentes, se levanta de su puesto yendo a postrarse a los pies del altar besando su borde. Parece propiamente un ciervo que no acierta a separarse de su fuente de agua pura.
* Cecilia, de porte señoril y voz preciosa, se casa con Valeriano.- ■ Oigo que la llaman: “Cecilia, Cecilia” y la veo por fin de cara puesto que ahora está de pie junto al Pontífice y se ha levantado un poco el velo. Es bellísima y muy joven, alta, hermosa con gracia, muy señoril en su trato con una voz preciosa y una sonrisa y un mirar de ángel. De entre los cristianos, unos le saludan con lágrimas y otros sonriendo. Algunos le dicen cómo ha podido decidirse a contraer nupcias terrenas y otros si no teme la ira del patricio cuando descubra que es cristiana. Una virgen se lamenta de que haya renunciado a la virginidad; mas Cecilia le responde dirigiéndose a todos en ella: “Balbina, no estás en lo cierto. Yo, en modo alguno renuncio y a Él le pertenezco fiel. Amo a Dios más que a mis padres, si bien les amo tanto, hasta el punto de no querer llevarlos a la muerte antes de que Dios les llame. Amo a Jesucristo, mi Esposo eterno, más que a ningún hombre. Pero el amor que profeso a los hombres me hace recurrir a este medio para que no se pierda el alma de Valeriano. Él me ama y yo a él castamente, perfectamente, tanto, que quiero tenerlo conmigo en la Luz y en la Verdad. No temo sus iras y para vencer espero en el Señor. Espero en Jesús para cristianizar a mi esposo terreno; mas si no llego a triunfar en esto, al menos recibiré el martirio y con él llegará antes mi corona. Pero, ¡no!… Yo veo bajar del Cielo tres coronas: dos iguales y una tercera hecha con tres clases de perlas. Las dos iguales son completamente rojas formadas con rubíes. La tercera la forman dos haces de rubíes en su derredor y un cordón amplio de perlas purísimas. Ellas nos aguardan. No temáis por mí. El poder del Señor me defenderá. En esta misma iglesia volveremos a encontrarnos muy pronto juntos para saludar a los nuevos hermanos. Adiós. Unidos en Dios”. ■ Salen de las catacumbas envolviéndose todos en mantones oscuros y se escurren por las calles todavía semioscuras, ya que apenas se empieza a despuntar el alba. Sigo a Cecilia que marcha acompañada de un diácono y dos vírgenes. Se separan en la  puerta de un gran edificio entrando en él Cecilia junto con las dos vírgenes que tal vez sean dos sirvientas. El portero, por otra parte, debe ser cristiano porque saluda así: “La paz sea contigo”. Cecilia se retira a sus habitaciones y reza acompañada de las dos sirvientas. Después hace que le preparen para las nupcias. Le peinan muy bien. Le ponen un vestido finísimo de lana extraordinariamente blanca adornado con una greca blanca bordada sobre fondo blanco. Parece recamada de plata y perlas. Le colocan  preciosos adornos en las orejas, cuello, muñecas. Se anima la casa. Entran matronas y más criadas. Es un ir y venir festivo y continuo. ■ Después asisto a lo que creo sea el casamiento pagano, esto es: la llegada del esposo entre músicas e invitados, las ceremonias de saludos y aspersiones y otras lindezas semejantes y, por último, la partida hacia la casa del esposo preparada totalmente para la fiesta. Me fijo en que Cecilia pasa bajo los arcos de tiras de lana blanca y de ramos que me parece sean de mirto, deteniéndose ante el lugar donde están los dioses de la casa, así creo yo, pues es allí en donde tiene lugar nuevas ceremonias de aspersiones y fórmulas. Veo y oigo a los dos darse la mano y pronunciar la frase ritual: “En donde tú, Cayo, yo Caya”. Hay tanta gente, casi toda vestida lo mismo: togas, togas y más togas, que no acierto a entender cuál pueda ser el sacerdote del rito o si lo hay. Parece como si mi cabeza estuviese girando. Después Cecilia, de la mano de su esposo, da la vuelta al atrio (no sé si digo bien) o sala de nichos y columnas en donde está el lugar en que se guardan los dioses de la casa, y saluda a las estatuas de los antepasados de Valeriano. Así lo entiendo yo. A continuación pasa bajo nuevos arcos de mirto y penetra en la verdadera casa. En los umbrales le ofrecen dones y, entre ellos, una rueca y un huso que se los entrega una anciana matrona que no sé quién sea. Da comienzo la fiesta con el acostumbrado banquete romano que discurre entre cánticos y danzas. La sala es riquísima al igual que el resto de la casa. Hay un patio —creo que se llame impluvio, aunque no recuerdo bien los nombres de las edificaciones romanas ni si los aplico debidamente— que es un auténtico joyel de fuentes, estatuas y arriates. El triclinio se encuentra entre esto y el jardín tupido y florido que está al otro lado de la casa y, entre la espesura del jardín, estatuas de mármol y fuentes bellísimas. Me parece que haya transcurrido mucho tiempo ya que la tarde declina. Por lo que se ve no había cartillas (6) para los romanos. El banquete es interminable. Cierto que hay pausas de cantos y danzas; pero vaya… Cecilia sonríe a su esposo que la habla y mira con amor. La veo un poco distraída. Valeriano le pregunta si está cansada y, sin duda para darle gusto, se levanta para despedir a los huéspedes.
*  Conversión de Valeriano.
.   ●  Cecilia se manifiesta cristiana y virgen a Valeriano.- ■ Cecilia se retira a sus nuevas habitaciones. Sus sirvientes cristianas están con ella. Rezan y, para contar con una cruz, moja Cecilia el dedo en una copa que sin duda sirve para el tocador y marca una cruz oscura sobre el mármol de una de las paredes. Las sirvientas la desvisten del rico traje y le ponen un sencillo vestido de lana. Le sueltan los cabellos quitándole las preciosas horquillas y se lo anudan en dos trenzas. Así, sin joyas, sin rizos, con las trenzas sobre la espalda, Cecilia parece una jovencita a la que yo le calculo 18 a 20 años. Una última oración y un ademán a las sirvientas que salen para volver con otras de más edad, afectas sin duda a la casa de Valeriano. Formando cortejo van a la estancia magnífica y las de más edad acompañan a Cecilia hasta el lecho que se diferencia poco de los divanes a la turca de ahora, únicamente que su basamento es de marfil taraceado y así mismo de marfil las columnas de los cuatro lados que sostienen un baldaquinado de púrpura. También el lecho aparece cubierto de riquísimas telas de púrpura. La dejan sola. ■ Entra Valeriano que se dirige a Cecilia con las manos extendidas. Se ve que la ama sobre manera. Cecilia corresponde con la suya a la sonrisa de Valeriano, si bien no va hacia él. Permanece de pie en el centro de la estancia ya que, tan pronto salieron las sirvientas de más edad que la habían acomodado sobre el lecho, ella se incorporó. Valeriano queda estupefacto de lo que ve. Cree que no la hayan atendido cual se debe y monta en cólera contra las sirvientas. Pero Cecilia le aplaca diciendo que es ella la que decidió esperarle de pie. Valeriano, tratando de abrazarla, le dice: “Ven, entonces, Cecilia mía. Ven, que te amo sobre manera”. Cecilia: “Yo también. Mas no me toques ni me ofendas con caricias humanas”. Valeriano: “¡Pero Cecilia… que eres mi esposa!”. Cecilia: “Soy de Dios, Valeriano. Soy cristiana. Te amo, mas con el alma en el Cielo. Tú no te has desposado con una mujer sino con una hija de Dios a la que los ángeles sirven y el ángel de Dios está conmigo para defenderme. No ofendas pues con actos de amor trivial a esa criatura celestial ya que serías castigado por ello”. Valeriano está asombrado. En un principio el estupor le paraliza, mas después le vence la ira de verse burlado y se agita y brama. Está violento por sentirse defraudado en lo más hermoso para él. “¡Tú me has traicionado! ¡Estás jugando conmigo! No creo, no puedo ni quiero creer que tú seas cristiana. Eres demasiado buena, hermosa e inteligente para pertenecer a esa asquerosa comunidad. Pero, ¡no…! es una broma. Lo que quieres es jugar como una niña por ser tu fiesta; si bien la broma resulta por demás pesada. Basta ya y ven a mí”. Cecilia: “Soy cristiana y no bromeo. Me glorío de serlo porque ser cristiano quiere decir ser grande en la tierra y más allá. Te amo, Valeriano, y tanto te amo que he venido a ti a llevarte a Dios y poder tenerte conmigo en Dios”. Valeriano: “¡Loca y perjura, maldita seas! ¿Por qué me has traicionado? ¿No temes mi venganza…?”. Cecilia: “No, porque sé que no te atreves a condenar sin ver probada la culpa, y yo no tengo culpa…”. Valeriano: “Tú mientes al hablar de ángeles y dioses. ¿Cómo puedo creer eso? Habría de verlo y si lo viese… si lo viese te respetaría como a un ángel. Mas por ahora eres mi esposa. Nada veo sino a ti”.
.  ● Cecilia promete a Valeriano que verá al ángel.-Cecilia: “Valeriano ¿puedes creer que yo mienta? ¿Lo puedes creer tú que tan bien me conoces? La mentira, Valeriano, es cosa de gente vil. Cree cuanto te digo.  Si tú quieres ver a mi ángel, créeme y lo verás. Cree a la que te ama. Mira: estoy a solas contigo. Tú podrías matarme y, con todo, no tengo miedo a pesar de estar a merced tuya. Podrías denunciarme al Prefecto. No tengo miedo, pues el ángel me resguarda con sus alas. ¡Oh, si tú lo vieses…!”. ■ Valeriano: “¿Cómo podría verlo?”. Cecilia: “Creyendo en lo que yo creo. Mira: tengo sobre mi corazón un pequeño rollo escrito. ¿Sabes lo que es? La Palabra de mi Dios. Dios no miente y tiene dicho que nosotros que creemos en Él no debemos tener miedo pues ni los áspides ni los escorpiones serán venenosos para nuestros pies…” (7). Valeriano: “Y con todo vosotros morís a millares en la arena…”. Cecilia: “No, no morimos; vivimos eternamente. El Olimpo no existe. El Paraíso, sí. En el Olimpo no están los falsos dioses de pasiones brutales. En cambio, solo en la luz y en las armonías celestiales están los ángeles y santos. Yo los oigo… los veo ¡Oh Luz! ¡Oh voz! ¡Oh Paraíso! ¡Desciende! ¡Desciende! Ven a hacer tuyo a este tu hijo, a este esposo mío. Que tu corona sea antes para él que para mí. Para mí el dolor de estar sin su afecto pero con el gozo de verlo amado por Ti y en Ti antes de que vengas a mí. ¡Oh Cielo feliz! ¡Oh nupcias eternas! Valeriano, permaneceremos unidos delante de Dios siendo esposos vírgenes envueltos en la felicidad de un amor perfecto…”. Cecilia aparece extática.
.   ●  La fe de Cecilia en la Palabra de Dios.- ■ Valeriano, admirado y conmovido,  contempla a Cecilia: “¿Cómo podré… cómo podré… cómo podré ver esto? Yo soy patricio romano y hasta ayer anduve en francachelas y fui cruel. ¿Cómo podré ser ángel como tú?”. Cecilia: “Mi Señor vino para dar vida a los muertos, a las almas muertas. Renace en Él y serás como yo. Leeremos juntos su Palabra y tu esposa se sentirá feliz de ser tu maestra y después te llevaré conmigo al Pontífice santo que te dará la luz completa y la gracia; y, como ciego al que se le abren sus pupilas, tú verás. ¡Oh! ven, Valeriano, y escucha la Palabra eterna que  resuena en mi corazón”. Cecilia toma de la mano a su esposo, ahora del todo humilde y calmado como un niño y, sentándose a su lado sobre dos amplios sitiales, lee el primer capitulo del Evangelio de San Juan hasta el versículo 14 y, a continuación, el capítulo 3º, correspondiente al episodio con Nicodemo. ■ La voz de Cecilia, al leer aquellas páginas, suena como música de arpa y Valeriano la escucha estando sentado, al principio con la cabeza apoyada en las manos y los codos descansando sobre las rodillas, todavía receloso e incrédulo, y después apoyada la cabeza sobre el hombro de su esposa; y, con los ojos cerrados, escucha atentamente. Cuando ella para, él le suplica: “sigue, sigue”. Cecilia lee fragmentos de Mateo y de Lucas, todos a propósito para convencer más y más al esposo y termina volviendo a Juan del que lee desde el lavatorio en adelante. Valeriano llora y sus lágrimas caen sin sobresalto de sus párpados cerrados. Cecilia lo ve y sonríe sin dar a entender que lo advierte. Una vez leído el episodio de Tomás incrédulo (8), calla.
.   ● La fe toca en el corazón de Valeriano.- ■ Y así permanecen absortos, ella en Dios y él en sí mismo, hasta que Valeriano grita: “¡Cecilia, creo, creo, creo! Sólo un Dios verdadero ha podido decir tales palabras y amado de modo semejante. Llévame adonde tu Pontífice. Quiero amar lo que tú amas y querer lo que tú quieres. Ya nada temas de mí, Cecilia. Seremos como tú quieres: esposos en Dios y aquí hermanos. Vayamos, pues no quiero tardar a ver lo que tú ves: al ángel de tu candor”. ■ Y Cecilia, radiante, se levanta, abre la ventana, descorre las cortinas para que penetre la luz del nuevo día y se persigna recitando el “Pater Noster”: despacio, despacio para que pueda seguirle el esposo; y después, con su mano, le signa en la frente, sobre el corazón y, por último, tomándole la mano, se la lleva a la frente, al pecho y a los hombros trazando la señal de la cruz y, a continuación, sale teniendo siempre de la mano al esposo al que guía en dirección a la Luz. Nada más veo. (Escrito el 22 de Julio de 1944).
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1  Nota  : Se refiere  a la visión  del 29 de Febrero  de 1944,  relatada en 44-219 en el tema “Eucaristía”.   2  Nota  : Se refiere a la visión del 4 de Marzo de 1944,  relatada en 44-242 en el tema “Oración”.   3  Nota  : Cfr.  Mt.  25,1-13.   4  Nota  : Cfr. Apoc. 14,4.   5  Nota  : Cfr.  Sal.  42.   6  Nota  : Se refiere  a las cartillas que,  en período bélico en que María Valtorta escribía,regulaban el racionamiento de pan y otros alimentos.   7  Nota  : Cfr.  Mc.  16,17-18.   8  Nota  : Cfr. Ju.  20,24-29.
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44-553.- Lecciones de Jesús sobre este episodio de la virgen Cecilia: su fe y su pureza (diferencia entre virginidad y pureza).
* 1ª Lección: “La Religión verdadera nunca es estéril: confiere ardores de paternidad y maternidad espirituales”. ■Dice Jesús: “¡Cuánto tenéis que aprender del episodio de Cecilia!  Llama a esta contemplación Evangelio de la Fe, ya que la fe de Cecilia era mucho mayor todavía que la de tantas otras vírgenes. Considerad: ella va a las nupcias confiando en Mí que dije: «Si tuviereis así de fe como un granito de mostaza, podríais decir a un monte: retírate, y él se apartaría» (1). Marcha segura del triple milagro: de verse libre de toda violencia, de ser apóstol de su esposo pagano y de no ser objeto, de momento, de parte de él, de denuncia alguna. Afianzada en su fe, da un paso arriesgado a los ojos de todos, que no a los suyos, porque los suyos, fijos en Mí, ven mi sonrisa. Y su fe alcanza lo que esperó. ¿Cómo se dirige al riesgo? Corroborada por Mí. Se levanta de un altar, que no de un lecho, para ir a la prueba. No habla con los hombres sino con Dios y no se apoya en otro que en Mí. ■ Ella amaba santamente a Valeriano, le amaba por encima de la carne. Esposa angélica, quiere seguir amando así al consorte por toda la Vida verdadera. No se limita a hacerlo feliz aquí sino quiere hacerle feliz eternamente. No es egoísta y por eso le da lo que constituye su bien: el conocimiento de Dios, y afronta el peligro con tal de salvarle. Al igual de una madre, no cuentan para ella los peligros con tal de proporcionar la Vida a otra criatura. ■ La Religión verdadera nunca es estéril. Confiere ardores de paternidad y maternidad espirituales que colman los siglos de fervores santos. ¡Cuántos no han sido los que en estos veinte siglos se han derramado a sí mismos, haciéndose eunucos voluntarios (2), a fin de amar, no a pocos sino a tantos y tantos infelices! Mirad cuántas vírgenes hacen de madres para los huérfanos y cuántos de padres para los abandonados. Mirad cuántos generosos sin hábito ni distintivo alguno ofrecen su vida en holocausto para llevar a Dios la miseria más grande: las almas que se encuentran perdidas como locas en la desesperación y en la soledad espiritual.  Mirad, vosotros no las conocéis, pero Yo sí, una por una, contemplándolas amadas por el Padre”.
* 2ª lección: “Para ser merecedores de ver a Dios es preciso ser puros. Ser puros no quiere decir ser vírgenes. La virginidad es la integridad física que debería ser espiritual. Por el contrario, la pureza es la castidad que perdura a través de las contingencias de la vida, de todas ellas. Nada niego Yo al que sabe creer y vencer su carne y las tentaciones. Igual que a Cecilia”.-Jesús: “Cecilia os enseña también otra cosa: que para ser merecedores de ver a Dios es preciso ser puros. Se lo enseña a Valeriano y a vosotros. Dije Yo: «Bienaventurados los puros porque ellos verán a Dios» (3). Ser puros no quiere decir ser vírgenes. Hay vírgenes que son impuros y padres y madres que son puros. La virginidad es la integridad física que debería ser espiritual. Por el contrario, la pureza es la castidad que perdura a través de las contingencias de la vida, de todas ellas. Es puro aquel que no practica ni secunda la lujuria y apetitos de la carne. Es puro aquel que no se recrea en pensamientos, conversaciones o espectáculos licenciosos. Es puro aquel que, convencido de la omnipresencia de Dios, se comporta siempre, tanto consigo mismo como con los demás cual si estuviese en público. Decídme: ¿haríais en medio de una plaza lo que os permitís en vuestra habitación? ¿Diríais a los demás, ante los que queréis conservar un alto concepto, lo que rumiáis en vuestro interior? No, porque por un lado incurriríais en las penas humanas y, por otro, caeríais en el desprecio de los hombres. ¿Por qué pues os comportáis de tan distinta manera con Dios? ¿No os avergonzáis de aparecer ante Él como puercos, cuando por otra parte, sentís vergüenza de mostraros como tales a los ojos de los hombres? ■ Valeriano vio al ángel de Cecilia, tuvo el suyo y llevó a Dios a Tiburcio. Le vio después de que la Gracia, a la par de su voluntad, hiciérale digno de ver al ángel de Dios. Con todo, Valeriano no es virgen. No era virgen; mas, ¡cuál no fue su mérito al saber arrancar de sí, en fuerza de un amor sobrenatural, sus inveteradas costumbres de pagano! Y ¡cuál el mérito de Cecilia al saber situar el afecto hacia el esposo en un plano totalmente espiritual con una virginidad doblemente heroica! ¡Grande, sí, grande fue el mérito de Valeriano al saber querer renacer a la pureza de la infancia para venir con la estola blanca a mi Cielo! ■ ¡Los puros de corazón! Arriate perfumado y florido sobre el que trasvuelan los ángeles. ¡Los fuertes en la fe! Roca sobre la que se alza y esplende mi Cruz; roca de la que cada piedra es un corazón cementado haciendo cuerpo con otro en la Fe común que los une. Nada niego Yo al que sabe creer y vencer su carne y las tentaciones. Igual que a Cecilia, Yo doy victoria a quien cree y es puro de cuerpo y de pensamiento. ■ El Pontífice Urbano habló sobre la revirginización de las almas a través del renacimiento y permanencia en Mí. Sabed alcanzarla, pues no basta ser bautizados para estar vivos en Mí sino que es precisa la permanencia. Ésta supone una lucha continua contra el demonio y la carne. Mas no estáis solos en el combate. Vuestro ángel y Yo mismo estamos a vuestro lado. La tierra emprendería su marcha hacia la verdadera paz si los primeros en procurar la paz fuesen los corazones con ellos mismos y con Dios, con ellos mismos y los hermanos, no dejándose abrasar por lo que es mal y, como alud que se inicia de nada, terminando en una enorme masa, arrastra a mayores males. ■ Otro tanto debiera decir a los cónyuges. Pero ¿a qué? Ya lo dije y no se quiere entender. En el mundo pervertido no sólo la virginidad es considerada como manía sino también la castidad en el matrimonio; y la continencia, que hace de hombre un Hombre y no una bestia, no es tenida ya sino como debilidad y falta de hombría. Sois impuros y trasudáis impureza. No apliquéis otros nombres a vuestros males morales pues no tienen sino tres, siempre antiguos y siempre nuevos, que son: orgullo, codicia y sensualidad. Mas actualmente habéis alcanzado la cima de la perfección en la que se relaciona con estas tres fieras que os despedazan y a las que, no obstante, vais buscando con loco afán. ■ En atención a los mejores he proporcionado este episodio, puesto que para los otros resulta inútil, ya que a su alma hecha un asco de corrupción no logra sino moverle a risa. Mas vosotros, los buenos, permaneced fieles. Con corazón puro cantad a Dios vuestra fe y Él os consolará dándose a vosotros como Yo dije. Tanto a los buenos como a los mejores les daré a conocer por completo, la conversión de Valeriano debida a los méritos de una virgen pura y fiel”. (Escrito el 22 de Julio de 1944).
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1  Nota  : Cfr.  Mt.  17,20.   2  Nota  : Cfr.  Mt.  19,12.   3  Nota  : Cfr.  Mt. 5,8.
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44-556.- Visión de la conversión de Valeriano y Tiburcio. Su bautismo. Martirio de Valeriano y  Cecilia.
* Bautizo de los dos hermanos.- Cecilia canta himnos con voz armoniosa tocando la cítara.- ■ La bondad del Señor me concede la continuación de la visión: ■ Veo pues el bautismo de dos hermanos instruidos ciertamente por el Pontífice Urbano y por Cecilia. Lo comprendo porque Valeriano, al saludar a Urbano, le dice a éste: “Así pues tú, que me has proporcionado el conocimiento de esta gloriosa Fe mientras que Cecilia me ha hecho gustar su dulzura, ábreme las puertas de la Gracia. Que sea yo de Cristo para semejarme al ángel que Él me concedió por esposa abriéndome los caminos del Cielo hacia el que me dirijo olvidándome por completo de mi pasado. No tardes más, Pontífice. Yo creo y ardo en deseos de confesar mi fe para gloria de Jesucristo nuestro Señor”. Dice esto en presencia de muchos cristianos que se muestran profundamente conmovidos y contentos sonriendo al nuevo cristiano y a la feliz Cecilia que le tiene de la mano, puesta entre el esposo y el cuñado,  centelleante por el gozo de este momento. La iglesia catacumbal aparece totalmente adornada para la ceremonia. Reconozco paños y vasos preciosos que estaban en la morada de Valeriano. Con seguridad que han sido donados para esta ocasión y dar comienzo así a una vida de caridad de nuevos cristianos. ■ Valeriano y Tiburcio están vestidos de blanco sin atavío alguno y Cecilia, que parece un ángel hermoso, está así mismo vestida totalmente de blanco. No hay pila bautismal propiamente dicha o, al menos, en esta catacumba no la hay. Lo que sí hay es un amplio y riquísimo barreño colocado en un trípode bajo. Tal vez originariamente fuese un quemador de perfumes en alguna casa patricia o un quemador de incienso. A la sazón hace de pila bautismal. Los laminados de oro alternan con las grecas y rosetones de plata maciza del barreño, brillan a la luz de numerosos lamparillas que los cristianos portan en sus manos. Cecilia conduce a los dos junto al barreño y está a su lado mientras el Pontífice Urbano, haciendo uso de uno de los vasos traídos por Valeriano, alcanza el agua lustral y la vierte sobre las cabezas inclinadas encima del barreño pronunciando la fórmula sacramental. Cecilia llora de gozo y yo no sabría dónde fija su mirada con precisión puesto que, si bien la posa acariciadora sobre el esposo ya redimido, parece estar viendo más allá y sonreír a lo que sólo ella contempla. ■ No hay más ceremonia, terminando ésta con el canto de un himno y la bendición del Pontífice. Valeriano, con gotas de agua en sus cabellos negros y rizados, recibe el beso fraternal de los cristianos y su felicitación por haber acogido la Verdad. “Infeliz pagano envuelto en el error, no era yo capaz de tanto. Todo mérito es de esta dulce esposa mía. Su belleza y su gracia habíanme seducido como hombre; mas su fe y su pureza fueron las que sedujeron mi espíritu y así, para poderla amar y comprender más todavía, no quise ser diferente a ella. De mí, iracundo y sensual, ella hizo lo que veis: un hombre apacible y puro, y, con su ejemplo, espero adelantar cada vez más por estos senderos. Ahora te veo, ángel del virginal candor, ángel de mi esposa, y te sonrío porque me sonríes. ¡Ahora te veo, angélico esplendor…!  El gozo de contemplarte supera con creces la acerbidad del martirio. Cecilia santa, disponme a él. Sobre esta estola quiero escribir con mi sangre el nombre del Cordero”. ■ La asamblea se disgrega y los cristianos vuelven a sus casas. En la de Valeriano se aprecian muchos cambios. Hay todavía riqueza de estatuas y mobiliario, si bien más reducida y, sobre todo, más casta. Faltan: el sitio destinado a los dioses de casa y los braseros para los inciensos ante los dioses. Las estatuas más impúdicas han dejado su puesto a otras obras escultóricas que, por ser reproducciones de niños jugetones o de animales, resultan agradables a la vista aunque sin ofensa de pudor. Es ya, en fin, la casa cristiana. En el jardín se encuentran recogidos muchos pobres a los que los nuevos cristianos distribuyen víveres y bolsas con dinero. En la casa ya no hay esclavos sino criados liberados y felices. ■ Cecilia pasa sonriente y bondadosa y más tarde la veo sentarse entre el esposo y el cuñado y leerles fragmentos sagrados, respondiendo así mismo a sus preguntas. Y después, a instancias de Valeriano, canta himnos que deben agradar sobremanera al esposo. Comprendo por qué sea patrona de los músicos. Su voz es flexible y armoniosa y sus manos se mueven ágiles sobre la cítara o tal vez sea la lira, extrayendo de ella acordes semejantes a perlas rebotando sobre un fino cristal y arpegios dignos de la garganta de un ruiseñor. Nada más veo puesto que  la visión cesa para mí con esta armonía.
* Valeriano y Cecilia, mártires.- La estatua de Maderno.- ■ Vuelvo a ver a Cecilia sola y comprendo que se encuentra ya perseguida por la ley romana. La casa aparece devastada y despojada de cuanto suponía riqueza. Mas esto bien pudiera ser obra de los propios esposos cristianos. El desorden por el contrario, hace suponer que hayan entrado violenta e iracundamente los perseguidores destrozando y revolviendo todo. Cecilia se encuentra en una espaciosa sala semidesnuda orando fervorosamente. Llora, mas sin desesperación. Es el llanto producido por un dolor cristiano en el que no falta el consuelo espiritual. ■ Entran dos personas. “La paz sea contigo, Cecilia” dice un hombre de unos cincuenta años lleno de dignidad. Cecilia: “La paz sea contigo, hermano, ¿Y mi esposo?…”. Responden: “Su cuerpo reposa en paz y su alma está en el gozo de Dios. La sangre del mártir, o mejor, de los mártires, ha subido como incienso al trono del Cordero junto con la del perseguidor convertido. No hemos podido traerte las reliquias por miedo a que cayeran en manos de profanadores”. Cecilia: “No importa. Mi corona está ya descendiendo. Pronto estaré en donde se encuentra mi esposo. Rogad, hermanos, por mi alma y marchad puesto que esta casa ya no ofrece seguridad. Procurad no caer en las uñas de los lobos para que la grey de Cristo no quede sin pastores. Yo misma os indicaré cuándo hayáis de venir. La paz sea con vosotros, hermanos”. Deduzco de esto que Cecilia se encuentra ya en situación de arrestada. No sé por qué la habrían dejado en casa;  mas, virtualmente, es ya prisionera. La virgen está en oración envuelta en una luminosidad vivísima y, mientras sus ojos vierten lágrimas, se entreabren sus labios con una sonrisa celestial. Resulta un contraste bellísimo en el que se observa cómo el dolor humano se funde con el gozo sobrenatural. Se me ahorra la escena del martirio. ■ Vuelvo a ver a Cecilia en una especie de torre. La llamo así porque el sitio es circular como una torre. Un lugar amplio y más bien bajo, al menos así me parece por la niebla de vapor que lo llena más que nada en su parte alta formando una nube que impide ver bien. También ahora se encuentra sola, abatida ya, aunque todavía no en la pose con que fue inmortalizada en la estatua de Maderno (así me parece). Está de lado como si durmiese. Las piernas un tanto dobladas, los brazos como recogidos en cruz sobre el seno, los ojos cerrados y un leve jadear en su respiración. Los labios, muy lívidos, apenas se mueven. Sin duda rezan. La cabeza descansa sobre la masa de sus cabellos en desorden como sobre un cojín de seda. No se ve sangre pues ésta ha escurrido fuera a través de unos orificios del pavimento que se encuentra en su totalidad perforado como una criba. Sólo hacia la cabeza muestra el mármol blanco círculos rojizos en cada uno de sus orificios cual si los hubiesen pintado por su interior con minio. Cecilia no gime ni llora. Reza tan sólo. ■ Tengo la impresión de que cayó así al ser herida y que así ha continuado, sin duda por la imposibilidad de levantar la cabeza y, en particular, el cuello a causa de tener seccionados los nervios. Con todo aún resiste la vida. Mas cuando ella siente que ésta se halla a punto de acabarse, hace un sobrehumano esfuerzo para moverse y ponerse de rodillas. Mas lo único que consigue es describir una semirrotación sobre sí misma y caer en la posición que la vemos (1), tanto en lo que hace a la cabeza como a los brazos sobre los que se apoyó en el vano y que resbalaron sobre el mármol sin alcanzar a sostener el busto. En donde primeramente estuvo la cabeza aparece una mancha roja de sangre fresca y los cabellos del lado de la herida, empañados en sangre como están, parecen una madeja de hilos purpúreos. La santa muere sin sobresalto alguno en un último acto de fe llevado a cabo con los dedos para suplir a la boca que ya no puede hablar. Al estar contra el suelo, no veo la expresión de su rostro si bien, ciertamente, Cecilia ha muerto con la sonrisa en los labios. (Escrito el 23 de Julio de 1944).
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1  Nota  : La célebre estatua  que se admira en la iglesia de Sta. Cecilia en el Trastévere, en Roma. Fue encargada por el cardenal Pablo Sfondrati al escultor Esteban Maderno, se representa el cuerpo de la santa mártir en la posición en que fue encontrado al año 1.599.
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44-561.- Lección de Jesús sobre la mártir-virgen Sta. Cecilia: la fe es una fuerza que atrae y la pureza un canto que seduce.
* “El matrimonio debe ser, no escuela de corrupción sino de elevación. Hay una frase en el ‘Cantar de los cantares’ que expresa el poder suave de la virtud «¡Atráeme a ti! Correremos en pos de ti al olor de tus perfumes».  El perfume de la virtud. Otro medio no empleó Cecilia”.- Dice Jesús: “La fe es una fuerza que atrae y la pureza un canto que seduce. ■ Ya habéis visto el prodigio. El matrimonio debe ser, no escuela de corrupción sino de elevación. No estéis por debajo de los brutos, los cuales no corrompen con inútiles lujurias la acción generadora. El matrimonio es un Sacramento y, como tal, es y debe seguir siendo santo para no terminar en sacrilegio. Mas, aunque no fuese sacramento, es siempre el acto más solemne de la vida humana cuyos frutos llegan casi a equipararos al Creador de las vidas y, como tal, ha de estar imbuido, al menos, por una sana moral humana. Si así no es, constituye delito y lujuria.  El que dos se amen santamente desde el principio viene a resultar cosa rara por hallarse la sociedad corrompida con exceso. Mas el matrimonio es de elevación recíproca, al menos debe ser tal. El cónyuge mejor debe ser fuente de elevación, no limitándose a ser bueno sino esmerarse en que su bondad alcance al otro. ■ Hay una frase en  el ‘Cantar de los cantares’ que expresa el poder suave de la virtud «¡Atráeme a ti! Correremos en pos de ti al olor de tus perfumes». El perfume de la virtud. Otro medio no empleó Cecilia. No hizo uso de amenazas ni altanerías con Valeriano. Como esposa que ha de presentarse al rey, se ungió con sus méritos como con otros odoríferos óleos y con ellos atrajo al bien a Valeriano. «Atráeme a Ti» me dijo ella a lo largo de la vida y especialmente en el momento de las nupcias. Perdida en Mí, era tan solo una parte de Cristo. Y, del modo que en el fragmento de una partícula se halla Cristo en su totalidad así me hallaba Yo en esta virgen, operante y santificante, cual hubiéralo estado de nuevo por los caminos del mundo. «Atráeme a Ti para que Valeriano te sienta a través de mí y de nosotros (he aquí el verdadero amor de la esposa) y nosotros correremos en pos de Ti». No se limita a decir; «y yo correré en pos de Ti porque no puedo vivir sin sentirte», sino quiere que el consorte corra hacia Dios junto con ella y así le embriague a él también la nostalgia del olor de Cristo. Y lo consigue. Como capitán sobre navío embestido por el oleaje —el mundo— ella salva en primer lugar a sus más queridos y, por último, abandona la nave sólo cuando aparece abierto ya para ellos el puerto de la paz. Queda entonces cumplida su misión, no faltando ya sino dar testimonio de su propia fe más allá de la vida. No hay entonces por qué llorar. Si acaso ello podía ser antes debido a un amoroso afán por los dos que estaban sufriendo el martirio y que, como hombres, podían ser tentados a la abjuración. Mas ahora que ya son santos en Dios, no hay por qué llorar. ■ Paz, plegaria y grito, mudo grito de fe: «Yo creo en el Dios Uno y Trino». Cuando se vive de fe, se muere de un destello de fe en los labios y en el corazón. Cuando se vive de pureza, se logra la conversión sin acopio de palabras. El perfume de la virtud hace convulsionar al mundo. No todo el mundo se convierte. Pero sí los mejores del mismo; y eso basta. Cuando sean conocidas las acciones de los hombres entonces se verá cómo para la santificación, más que las grandilocuentes predicaciones, valieron las virtudes de los santos esparcidos por la tierra. De los santos, esto es, de los amantes de Dios”. (Escrito el 23 de Julio de 1944).
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c) Dictado extraído del libro de las «Lecciones sobre la Epístola de San Pablo a los Romanos»

A los Romanos, cap. 1º, del versículo 24 al 32 inclusive

48-13.- Iniquidad en el período anterior al del Anticristo y en el del Anticristo.
* Aunque Pablo pinta al anti-hombre, fruto del connubio de la Humanidad con la Corrupción, servidor de Satanás, con tintas sombrías (Pecados C. N.), todavía no nos dejó marcada la tinta más sombría del cuadro.-Dice el Autor Santísimo: “Con más exactitud que una pintura que retraiga la perfección la realidad  y que una crónica que relate fielmente los acontecimientos y costumbres de una época, la epístola paulina describe los usos de este tiempo que se sataniza. Cada palabra es una pincelada de color que dibuja al hombre de esta época, a las nueve décimas partes de los hombres de esta época. Todas las matizaciones precisas para pintar, no al hijo de Dios tal cual habría querido Dios que lo fuese, no al hombre superhombre que creen ser estos monstruos de aspecto humano que son las nueve décimas partes de los hombres, sino para pintar al anti-hombre, al degenerado hijo de Dios, al fruto pavoroso del connubio de la Humanidad con la Corrupción, al servidor de Satanás, son empleadas para obtener una pintura perfecta. Y las tintas menos atroces las dan los epítetos: murmuradores, jactanciosos, necios, desordenados. Las tintas se van ensombreciendo después más y más hasta alcanzar el color del más profundo infierno, de los pecados contra la naturaleza tan corrientes hoy día y cometidos, no ya para satisfacer su réprobo sentido, sí que también para saciar su avidez de riquezas. ■ Ahora bien, por más que Pablo hablase a los hombres de su tiempo, a los hombres que vivían entre paganos y, más que a paganos, a hombres sin dios alguno —porque si al menos hubiesen respetado a un dios, o sea, una ley moral aunque imperfecta, puesto que hasta el hombre más ignorante de todo código religioso percibe instintivamente, de no ser uno que no quiere percibir, la existencia de un Ser Supremo al que su espíritu aspira por su propia naturaleza espiritual, mediante la cual, como espiritual que es, trata de unirse con el Espíritu que fue su principio— a hombres que intencionadamente querían ignorar cualquier dios para carecer de todo freno de ley moral aunque sólo fuese natural; por más que hablase Pablo a hombres como éstos que vivían entre tales monstruos, no, todavía no nos dejó marcada la tinta más sombría del cuadro”.
* Será realidad cuando las 9/10 de la Humanidad rechacen a Aquel que detiene el desarrollo del misterio de la iniquidad hasta pasar de misterio a realidad horrenda con el nefando reinado de la Bestia.-Autor Santísimo: “¿Por qué no nos la dejó Pablo? Porque la ignoraba. Él subió en espíritu al tercer cielo (2) y conoció multitud de verdades, incluidas la de los últimos tiempos (3). Mas no tuvo conocimiento de una perversidad de estos tiempos semifinales, una perversidad que prepara el advenimiento de la apostasía y de la manifestación del hombre de pecado. Escribía Pablo a los Tesalonicenses: “Está ya en acción el misterio de la iniquidad”, mas, a renglón seguido lo rebatía diciendo: “Solamente está allí el que ahora lo detiene y lo detendrá hasta que sea quitado de en medio”. Mas será realidad cuando las nueve décimas partes de la Humanidad rechacen a Aquél que detiene el desarrollo del misterio de la iniquidad hasta pasar de misterio a realidad horrenda con el nefando reinado de la Bestia (4) quien se proclamará Dios exigiendo honores divinos. Ahora bien, cuando a la Bestia le sean tributados honores divinos y sea invocada y evocada con ritos obscenos en su honor, ¿podrá Dios continuar oponiendo el dique a los avances de la Serpiente infernal?” (5).
* El Sacramento de los sacramentos será dado por los hombres a Satanás como medio para su efímero triunfo.-Autor Santísimo: “Y ¿qué nombre daré Yo a esos ritos obscenos, a esas orgías horrendas terminadas en cópulas satánicas en las que el señor y sacerdote es el mismo Satanás? Y ¿qué vocablo emplearé para llamar con su justo nombre a este pecado supremo, a esta religión satánica, superior en atrocidad a la más bárbara religión antigua o a otra que aún exista entre los salvajes? Aquí no se inmola a los dioses los cuerpos de las víctimas inocentes como, en un tiempo, a Moloc (6). Aquí no se matan hombres civiles para homenajear con ellos al ídolo salvaje. Aquí se inmola al Inmolado; aquí se hiere al Inocente; aquí se da en sacrificio al Adversario al Hijo de Dios Encarnado, vivo en el Santísimo Sacramento, con su Cuerpo, Sangre, Alma y Divinidad. ■ ¡Oh, cómo reirá Lucifer con su carcajada horrenda en estos sus tiempos y horas de gloria! Está —él, el maldito, el fulminado, el expulsado por Dios (7)— sobre su trono, sobre el trono que los hombres le han alzado y a su horrendo escarnio se le ofrece el Cordero (8), Aquél a quien él jamás venció, Aquél en quien jamás él pudo entrar, Aquél que le venció cien y mil veces, le vence desde hace veinte siglos y le vencerá hasta el fin, libertando a los espíritus de buena voluntad de su infame poder. ■ Será vencido. Mas, entre tanto, tiene algo de vencedor. Y, el Sacramento de los Sacramentos, este misterio de amor para el que, hasta el más seráfico amor del hombre es siempre insuficiente a tributarle el debido honor, es dado por los hombres a Satanás como medio para su efímero triunfo”.
* No es aplicable a ellos la plegaria del Redentor ni la palabra de Pablo porque ellos lo saben y comprenden y, eso no obstante, llevan a cabo la suprema profanación.-Autor Santísimo: “Esto Pablo no lo conoció. No. La misericordia de Dios mantúvole oculto este pecado que hace estremecer al Cielo entero. Y —escuchad bien vosotros que os sobrecogéis de horror en el Cielo— si aquellos que profanan las Sagradas Especies ignorasen que en ellas se encuentra Cristo vivo y verdadero, tal como fue en la Tierra y está en el Cielo; si no creyesen en su presencia en las Especies consagradas, sus prácticas reduciríanse a un simple acto de magia. Mas Ellos lo saben y esto constituye su pecado imperdonable. ■ No es aplicable a ellos la plegaria del Redentor puesto que «saben lo que hacen» (9). Ni tampoco la palabra de Pablo —«Habiendo conocido que la divinidad, cual en ella se crea y se piense, premia a los justos y castiga a los malos, ya que un concepto de justicia, por muy imperfecto que sea, lo tiene en su pensamiento todo aquél que crea en la divinidad que se ha forjado o que conoce ser la verdadera y única, no comprendieron que quien hace tales cosas es digno de muerte»— porque ellos comprenden y, eso no obstante, llevan a cabo la suprema profanación” (10). (Escrito el 8 de Enero de 1948).
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1  Nota  : Romanos 1,24-32:“Por eso, Dios dejó que fueran dominados por sus malos deseos. Llegaron a cosas vergonzosas y deshonraron sus propios cuerpos. Han cambiado al Dios de la verdad por la mentira… Por eso permitió Dios que fueran esclavos de pasiones vergonzosas: sus mujeres cambiaron las relaciones sexuales normales por relaciones contra la naturaleza e igualmente los hombres… recibiendo en sí mismos el castigo merecido por su extravío. Despreciaron a Dios al no tratar de conocerlo según la Verdad y Él, a su vez, les abandonó a su corazón sin conciencia… Por ello andan llenos de injusticia… Calumnian, desafían a Dios, son altaneros, orgullosos, farsantes, hábiles para lo malo… Saben que Dios ha declarado que los que hacen esas cosas merecen la muerte, y, sin embargo, no solo las practican, sino que además aprueban a los que las realizan”.  2  Nota  : Cfr. 2 Cor. 12,1-9. Subió en espíritu al tercer cielo.  3  Nota  : Cfr. 2 Te. 2,1-12.   4  Nota  : Cfr. Apoc. desde el 13,19 al 20,10. Reinado de la Bestia.  5  Nota  : Cfr. Gén  3; Apoc.  9,1;11,7;12,7-9; 17,8.   6  Nota  : Cfr. Lev. 18,21; 2 Sam.  12,26,30; 1º Reyes  11,1-13; Jeremías 32,28-35; 49,1-6.    7   Nota   : Cfr. Apoc. 0,7-10.   8  Nota  : Cfr. Ju. 1,29-31.   9  Nota  : Cfr. Lc. 23,33-34.   10  Nota  : Cfr. Rom. 1,32.

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