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Desde: Resurreción de Jesús
Hasta: Asunción de la Virgen-María a los Cielos
Dictados

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El tema de “María Stma. Virgen-Madre”, 3ª parte, comprende:
a) Episodios y dictados  extraídos de la Obra magna
.         «El Evangelio como me ha sido revelado»

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b) Dictados y visión extraídos de los «Cuadernos de 1943/1950»

c) Dictado extraído del «Libro  de Azarías»

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a) Episodios y dictados  extraídos de la Obra magna
«El Evangelio como me ha sido revelado»
(«El Hombre-Dios»)
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(<Las mujeres acaban de salir hacia el Sepulcro con ungüentos para embalsamar el Cuerpo de Jesús>)
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10-616-166 (11-1-648).- Madrugada del Domingo de Resurrección. “Dile a Pedro que quien solo teme no conoce suficientemente todavía a Dios, porque Él es Amor”.
* Digamos: «Soy una pobre criatura. Pero Él lo sabe. Y me da a Jesús como garantía de perdón y columna en que apoyarme. Mi miseria desaparece al unirme con Jesús». Todo se perdona en su Nombre”.- ■ Juan regresa donde María, y murmura quedo: “No quisieron que las acompañara…”. Virgen: “No te preocupes. Ellas van donde Jesús, y tú te quedas conmigo, Juan. Oremos juntos un poco. ¿Dónde está Pedro?”. Juan: “No sé. Por ahí ha de estar… No le veo. Es… Creía yo que era más fuerte…También yo estoy afligido, pero él…”. Virgen: “Tiene en el corazón dos dolores. Tú uno solo. Ven. Oremos también por él”. María recita lentamente el «Padre nuestro». Acaricia a Juan y le dice: “Ve donde Pedro. No le dejes solo. Ha estado tanto tiempo en las tinieblas, durante estas horas, que no soporta ni siquiera la leve luz del mundo. Sé el apóstol de tu hermano extraviado. Empieza tu predicación con él. En tu camino que será largo, encontrarás siempre a muchos semejantes a él. Empieza tu trabajo con tu compañero…”. ■ Juan: “¿Pero qué le debo decir?… No sé… Todo le hace llorar…”. Virgen: “Repite su precepto de amor. Dile que quien solo teme no conoce suficientemente todavía a Dios, porque Él es Amor. Si te replica: «He pecado», contéstale que Dios tanto ha amado a los pecadores que por ellos ha enviado a su Unigénito. Dile que a tanto amor se le corresponde con amor. El amor da confianza en el bondadosísimo Señor. Esta confianza nos sostendrá en el juicio porque reconocimos la Sabiduría y Bondad divinas. Digamos: «Soy una pobre criatura. Pero Él lo sabe. Y me da a Jesús como garantía de perdón y columna en que apoyarme. Mi miseria desaparece al unirme con Jesús». Todo se perdona en su Nombre… Ve, Juan. Dile esto. Yo me quedo aquí, con  mi Jesús…” y acaricia el Sudario. Juan sale cerrando la puerta tras sí. ■ María se pone de rodillas como la noche anterior, mirando fijamente la santa Faz en el lienzo de la Verónica. Ora y habla con su Hijo. Muestra fortaleza para dar fuerzas a los demás. Cuando está sola se dobla bajo el aplastante peso de su cruz. Sin embargo, de vez en vez cual llama, su alma se levanta hacia una esperanza que en Ella no puede morir, que más bien aumenta según las horas van pasando. Sus esperanzas las dirige al Padre; sus esperanzas y su petición. (Escrito el 1 de Abril de 1945).
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10-616-167 (11-2-649).- Madrugada del Domingo de Resurrección. Lamento y oración de la Virgen.-  Terremoto.
* ¡Pero ahora, ahora, por aquel «sí» que di al Ángel mensajero, escúchame, oh, Padre! Después de las crueldades que padeció por la mañana, sufrió aquella agonía de tres horas… Pero yo hace tres días que estoy agonizando”.- ■ Sigo viendo la habitación donde María llora. Está sentada en su silla, afligidísima, exhausta, desfigurada por tanto llorar. Ella, ahora que está sola, se ha puesto nuevamente a orar de rodillas teniendo ante sí el Sudario que está extendido contra la cara de una especie de arca, sostenido con clavos. María ora y habla a su Hijo. Es siempre la misma aflicción, mezclada con una esperanza de angustia. ■ “¡Jesús, Jesús! ¿No vuelves todavía? Tu pobre Madre ya no resiste más al pensar que estás muerto allí. Tú lo dijiste y nadie te compendió. ¡Pero yo sí te he comprendido! «Destruid este Templo de Dios y Yo lo reedificaré en tres días». Ha empezado el tercer día. ¡Oh Jesús mío! No esperes que se termine para regresar a la vida, para regresar a tu Mamá que tiene necesidad de verte vivo para no morir recordándote muerto, que tiene necesidad de verte bello, triunfante, para no morir recordándote en ese sepulcro en que te he dejado. ¡Oh, Padre, Padre, devuélveme a mi Hijo! Que le vea de nuevo Hombre y no un cadáver, Rey y no un sentenciado. Después, lo sé, Él volverá a Ti, al Cielo. Pero le habré visto curado de tanto mal. Le habré visto fuerte después de su gran debilidad, le habré visto triunfante después de su gran lucha, le habré visto como a Dios después de que tanto sufrió por los hombres. Me sentiré feliz, aun cuando no le tenga cerca. Sabré que está contigo, Padre Santo, sabré que para siempre está fuera del dolor. Pero ahora no puedo, no puedo olvidar que está en el sepulcro, está allí muerto por los dolores que le hicieron sufrir, que Él, mi Hijo-Dios, está sujeto a la suerte de los hombres en la oscuridad de un sepulcro, Él, tu Viviente. Padre, Padre, escucha a tu sierva. ■ Por aquel «sí»… No te he pedido nunca nada porque siempre he obedecido a tu Voluntad; tu Voluntad que es la mía. Nada debía exigirte por haber sacrificado mi voluntad a Ti, Padre Santo. ¡Pero ahora, ahora, por aquel «sí» que di al Ángel mensajero, escúchame, oh, Padre! Después de las crueldades que padeció por la mañana, sufrió aquella agonía de tres horas, y ahora está ya fuera del alcance del dolor. Pero yo hace tres días que estoy agonizando. Tú ves mi corazón, y oyes su palpitar. Nuestro Jesús ha dicho que ningún pájaro pierde una pluma sin que Tú no lo veas, que no se marchita ninguna flor en el campo, sin  que no consueles su agonía con tu sol y tu rocío. ¡Oh Padre, muero de este dolor! Trátame como al pajarito al que le recubres con nuevas plumas, como a la flor que refrescas, que calmas su sed con tu piedad. Estoy muerta del dolor. Ya no tengo sangre en las venas. En el pasado, toda se hizo leche para alimentar a tu Hijo y mío; ahora se ha hecho por entero llanto, porque ya no tengo Hijo. Me lo han matado, matado, Padre, y ¡Tú sabes en qué forma! ■ ¡No tengo ya más sangre! La he derramado con Él en la noche del Jueves, en el terrible Viernes. Tengo frío como una persona desangrada. Ni tengo ya sol, porque Él está muerto, mi Sol santo, mi Sol bendito, el Sol nacido de mi seno para alegría de su Mamá, para la salvación del mundo. Ni siento ya descanso porque ya no le tengo más a Él, que es la más dulce de las fuentes para Mamá que bebía su palabra, que calmaba su sed con su presencia. Soy como una flor en seco arenal. Me muero, me muero, Padre santo. ■ No tengo miedo a morir, porque también mi Hijo ha muerto. ¿Pero qué harán estos pequeños, la pequeña grey de mi Hijo, tan débil, miedosa, voluble, si no hay quien la sostenga? No soy nada, Padre, pero por deseos de mi Hijo soy como un ejército armado. Defiendo, defenderé su doctrina, su herencia como una loba defiende a sus lobeznos. Yo cordera, seré una loba para defender lo que es de mi Hijo y, por consiguiente, lo que es tuyo. Tú lo has visto, Padre. Hace ocho días esta ciudad arrancó las ramas de sus olivares, de sus jardines, sacó de sus casas a sus habitantes que todos hasta enronquecer gritaron: «¡Hosanna al Hijo de David; bendito el que viene en el nombre del Señor!». Y mientras pasaba sobre alfombras de ramas, de vestidos, de telas, de flores, los habitantes de la ciudad, unos a otros, se señalaban a Jesús y decían: «Es Jesús, el Profeta de Nazaret de Galilea. Es el Rey de Israel». Y cuando todavía no se habían secado esas ramas y las gargantas todavía estaban roncas, de los hosannas, cambiaron sus gritos y se pusieron a acusar, a maldecir, a pedir su muerte; y con las ramas que emplearon  para el triunfo hicieron garrotes para golpear al Cordero que llevaron a la muerte”.
* Ruega al Padre por ser útil a la causa de su Hijo, a su Iglesia: “que no encontrará jamás paz y que tiene necesidad de echar raíces profundas. Como hortelana diligente vigilaré para que crezca fuerte y derecha en su amanecer”.- ■ La Virgen prosigue: “Si todo eso han hecho cuando Él vivió entre ellos, y les hablaba y les sonreía y les miraba con esos ojos que derriten el corazón, y hasta las mismas piedras se sentían conmovidas, y les hacía bien, y les enseñaba, ¿qué harán cuando Él haya regresado a Ti? Tú has visto cómo se portaron sus discípulos. Uno le traicionó, los otros huyeron. Bastó que le prendieran para que huyeran como ovejas cobardes; y no supieron estar a su alrededor cuando moría. Uno solo, el más joven, se quedó. Ahora viene el anciano. Renegó de Él. Cuando Jesús no esté ya aquí mirándole, ¿sabrá permanecer en la fe? ■ Yo soy nada, pero en mí hay un poco de mi Hijo, y mi amor suple mi flaqueza y la anula. De este modo me convierto en algo útil a la causa de tu Hijo, a su Iglesia, que no encontrará jamás paz y que tiene necesidad de echar raíces profundas para que los vientos no la arranquen. Seré yo quien cuide de ella. Como hortelana diligente vigilaré para que crezca fuerte y derecha en su amanecer. Después no me preocupará el morir. Pero no puedo vivir más si sigo sin Jesús. ¡Oh Padre!, que has abandonado a tu Hijo por el bien de los hombres, que después le has consolado, porque ciertamente le has aceptado en tu seno después de su muerte, no me dejes más en el abandono. Lo que sufro lo ofrezco por el bien de los hombres. Pero confórmate ahora, Padre. ¡Padre, piedad! ¡Piedad, Hijo mío! ¡Piedad Espíritu divino! Acuérdate de tu Virgen” (1).
* Breve pero violento terremoto.- ■ Después, postrada contra el suelo, María parece orar con su postura, además de con su corazón: realmente es un ser destrozado. Parece esa flor muerta de sed de que habló. Ni siquiera advierte la sacudida de un breve pero violento terremoto que hace gritar y huir a los dueños de la casa, mientras que Pedro y Juan, pálidos cual muertos, se arrastran hasta el umbral de la habitación. Al ver a la Virgen tan absorta en su oración, lejana de todo lo que no sea Dios, se retiran cerrando la puerta y vuelven, atemorizados, al Cenáculo. (Escrito el 21 de Febrero de 1944).
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1  Nota  : María es llamada también Virgen del Espíritu Santo,  porque fue Él quien hizo que concibiera al Hijo de Dios. Cfr. Mt. 1,18-25; Lc. 1,26-38.
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10-618-173 (11-4-655).- Jesús resucitado se aparece a su Madre.
* La Madre abraza y besa a su Hijo. Jesús muestra el pecho y pregunta: “¿Y esta llaga, Mamá, no la besas; ésta que tanto te ha hecho sufrir y que solo tú eres digna de besar? Bésame en el Corazón, Madre”.- ■ La Virgen está postrada con el rostro en tierra. Parece un pobre ser abatido. Parece esa flor de que ha hablado, esa flor muerta a causa de la sed. La ventana cerrada se abre bruscamente, y, bajo el primer rayo del sol, entra Jesús. María, que se estremeció con el ruido y que levanta la cabeza para ver qué ráfaga de viento ha abierto las hojas de la ventana, ve a su radiante Hijo: hermoso, infinitamente más hermoso que cuando todavía no había padecido la Pasión; sonriente, vivo, más luminoso que el sol, vestido con un blanco que parece luz tejida. Y se le ve avanzar hacia Ella. María se endereza sobre sus rodillas y juntando sus manos sobre el pecho, en cruz, habla con un sollozo que es risa y llanto: “Señor, Dios mío”. Y se queda extasiada al contemplarle. Las lágrimas que bañaban su rostro se detienen. Su rostro se hace sereno, tranquilo con la sonrisa y el éxtasis. ■ Pero Jesús no quiere ver a su Madre de rodillas como una sierva. Y la llama tendiéndole las Manos, de cuyas llagas salen rayos que hacen más luminoso su Cuerpo glorioso: “¡Madre!”. Y no es esa palabra afligida de las conversaciones y despedidas anteriores a la Pasión, ni el lamento desgarrado del encuentro en el Calvario y de su último suspiro. Es un grito de triunfo, de alegría, de victoria, de liberación, de fiesta de amor, de gratitud. Y se inclina hacia su Madre, que no se atreve a tocarle, y le pone sus Manos bajo los codos doblados, la pone de pie, la estrecha contra su corazón y la besa. ¡Oh!, entonces comprende María que no es una visión, que es realmente su Hijo resucitado;  que es su Jesús, su Hijo quien la sigue amando como Hijo. Y con un grito se le echa al cuello, le abraza, le besa, entre lágrimas y sonrisas. Le besa en la Frente donde no hay más heridas; en la Cabeza que no está despeinada, ni ensangrentada; en los brillantes Ojos, en las Mejillas sanas, en la Boca que no está hinchada. Luego le toma sus Manos, besa los dorsos y las palmas, en las radiosas heridas. Y, con un impulso repentino, se agacha a sus Pies, retira el vestido resplandeciente que los cubre, y los besa. ■ Luego se pone de pie, le mira, pero no se atreve a hacer más…  Pero Él comprende y sonríe. Entreabre su vestido, muestra el pecho y pregunta: “¿Y esta llaga, Mamá, no la besas; ésta que tanto te ha hecho sufrir y que solo tú eres digna de besar? Bésame en el Corazón, Madre. Tu beso me borrará el último recuerdo de todo lo que significa dolor, y me dará ese gozo que todavía le falta aún a mi Gozo de Resucitado”. Y toma entre sus manos el rostro de la Virgen, apoya los labios de Ella en la herida del Costado, del que manan chorros de vivísima luz. El rostro de María, sumergido en ese torrente de rayos, aparece aureolado por esa luz. Besa una y otra vez la herida, mientras Jesús acaricia a Ella. No se cansa de besar. Parece un sediento que bebe de un manantial y del manantial esté bebiendo esa vida que se le escapaba.
* “La Redención se ha realizado. Madre, gracias… Tus plegarias fueron mis compañeras en mi viaje por la Tierra y más allá de la Tierra. Fueron conmigo a la Cruz y al Limbo… Han venido conmigo al Paraíso precediendo al cortejo de los redimidos, a cuya cabeza iba Yo. El Padre y el Espíritu las han oído y visto, y han sonreído como a la flor más hermosa, pues fueron más melodiosas que el más dulce cántico nacido en el Paraíso. Te traigo la bendición de tus padres y la de tu esposo del alma José… Ahora me voy al Padre con mi figura humana. Pero no te dejaré sola. ¿Ves ese Velo? Aun en mi aniquilamiento, quise mostrarte una vez mi poder con un milagro, para darte ese consuelo”.- ■ Ahora Jesús habla: “Ha terminado todo, Madre. Ahora no tienes más por qué llorar a tu Hijo. La prueba ha acabado. La Redención se ha realizado. Madre, gracias por haberme concebido, alimentado, ayudado en la vida y en la muerte. Tus plegarias llegaron hasta Mí. Fueron mi fuerza en el dolor, mis compañeras en mi viaje por la Tierra y más allá de esta Tierra. Conmigo fueron a la Cruz y al Limbo. Eran el incienso que precedía al Pontífice que fue a llamar a sus siervos para llevarlos al templo que no muere: a mi Cielo. Tus oraciones han venido conmigo al Paraíso, precediendo como voz angélica al cortejo de los redimidos a cuya cabeza iba Yo, para que los ángeles estuviesen preparados para saludarme como al Vencedor que volvía a su Reino. El Padre y el Espíritu las han oído y visto, y han sonreído como a la flor más hermosa, pues fueron más melodiosas que el más dulce cántico nacido en el Paraíso. Las han oído los Patriarcas y los nuevos Santos, los nuevos, primeros, ciudadanos de mi Jerusalén. ■ Y Yo te traigo ahora su agradecimiento, y al mismo tiempo, Madre, el beso y bendición de tus padres y su bendición, y la de tu esposo de alma, José. Todo el Cielo canta sus hosannas para ti, Madre mía, ¡Madre santa! Un hosanna que no muere, que no es falso como el que hace pocos días la gente entonó para Mí. ■ Ahora me voy al Padre con mi figura humana. El Paraíso debe ver al Vencedor en su vestido de Hombre con el que vencí al Pecado del hombre. Pero luego volveré otra vez. Debo confirmar en la Fe a quien aún no cree y que tiene necesidad de creer para llevar a otros a creer; debo fortificar a los pusilánimes que tendrán necesidad de mucha fortaleza para resistir el ataque del mundo. Luego subiré al Cielo. Pero no te dejaré sola. Madre, ¿ves ese velo? Aun en mi aniquilamiento, quise mostrarte una vez mi poder con un milagro, para darte ese consuelo”.
* “Y ahora realizo otro milagro. Tú me tendrás, en el Sacramento, real como cuando me llevabas en tu seno. No estarás jamás sola… Este dolor tuyo era necesario para mi Redención. Mucho se le irá añadiendo continuamente a la Redención, porque mucho seguirá aumentando el Pecado. Llamaré a todos mis siervos para que coparticipen de esta Redención”.- ■ Jesús: “Y ahora realizo otro milagro. Tú me tendrás, en el Sacramento, real como cuando me llevabas en tu seno. No estarás jamás sola. En estos días lo has estado. Este dolor tuyo era necesario para mi Redención. Mucho se le irá añadiendo continuamente a la Redención, porque mucho seguirá aumentando el Pecado. Llamaré a todos mis siervos para que coparticipen de esta Redención. Tú eres la que sola harás más que todos los santos juntos. Por esto era necesario también este largo abandono. A partir de ahora, ya no. Ya no estoy separado del Padre. Tú ya no estarás separada de tu Hijo. Y al tener al Hijo, tienes nuestra Trinidad. Tú, Cielo viviente, llevarás sobre la Tierra a la Trinidad entre los hombres; santificarás a la Iglesia, tú, Reina del sacerdocio y Madre de los que creerán en Mí. Luego vendré a llevarte. No estaré más en ti, sino tú en Mí, en mi Reino, para que hagas más bello mi Paraíso. ■ Ahora me voy, Madre. Voy a hacer feliz a la otra María (1). Luego subiré a donde mi Padre, y de ahí vendré a ver a quien no cree. Madre, dame tu beso por bendición. Mi paz te acompañe. Hasta pronto”.Y Jesús desaparece en el sol que baja a torrentes del cielo matinal y tranquilo. (Escrito el 21 de Febrero  de 1944).
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1  Nota  : María Magdalena.
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(<Las mujeres dan testimonio de la resurrección de Jesús. María Magdalena refiere también su encuentro con el Resucitado>)
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10-619-183 (11-5-664).- El testimonio de la Virgen es decisivo: convence a Pedro y Juan.
* Realmente ha resucitado. Yo le he tenido entre mis brazos y he besado sus Llagas”. Y le dice a Magdalena: “Bienaventurada tú que por encima de la razón has hecho hablar al espíritu”.- ■ Todas, llenas de felicidad, lloran. Pedro no les da crédito: “¡Estáis locas! ¡El dolor os ha trastornado la cabeza! Habéis creído que la luz fuese un ángel, que el viento fuese voz, que el sol fuese Jesús. Yo no os critico. Os comprendo, pero solo puedo creer en lo que yo he visto: el Sepulcro abierto y vacío, y los guardias que huyeron después de haber sido robado el cadáver…”. Mujeres: “¡Pero si los guardias mismos están diciendo que ha resucitado! ¡Si la ciudad está toda revuelta, y los jefes de los sacerdotes están que se mueren de rabia, porque los guardias, huyendo aterrorizados, han hablado! Ahora quieren que digan lo contrario y para eso les pagan para hacerlo. Pero ya se sabe. Y, si los judíos no creen en la Resurrección, si no quieren creer, muchos otros creerán”. Pedro: “¡Mmm, mujeres!…”, y levanta sus hombros haciendo ademán de marcharse. ■ Entonces la Virgen, que continúa teniendo sobre su pecho a Magdalena (que llora como sauce bajo una llovizna por su inmensa alegría) besándole sus rubios cabellos, levanta su rostro transfigurado y dice una breve frase: “Realmente ha resucitado. Yo le he tenido entre mis brazos y he besado sus Llagas”, y luego reclina otra vez su cabeza sobre los cabellos de Magdalena y agrega: “Sí, la alegría es más fuerte que el dolor, pero no es más que un grano de arena respecto a lo que será tu océano de júbilo eterno. Bienaventurada tú que por encima de la razón has hecho hablar al espíritu”. ■  Pedro ya no osa negar… y, con uno de sus arranques antiguos, que ahora vuelve a aflorar, dice, grita, como de los otros y no de él dependiese el retraso: “Pues entonces, si es así, hay que hacérselo saber a los demás; a los que andan dispersos por los campos… buscar… hacer algo. ¡Venga, moveos! Si viniese… que por lo menos nos encuentre” y no cae en la cuenta de que todavía está confesando que no cree ciegamente en la Resurrección. (Escrito el 2 de Abril de 1945).
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10-620-184 (11-6-665).- Una consideración de Jesús —antes de su regreso al Padre— sobre la Resurrección.
“Las plegarias ardientes de mi Madre anticiparon mi Resurrección. Tanto calculáis los días por su nombre, como si calculáis por horas…”. ■ Dice Jesús: “Las plegarias ardientes de mi Madre anticiparon mi Resurrección. Yo había dicho: «Al Hijo del Hombre le matarán, pero resucitará al tercer día». A las tres de la tarde del viernes había Yo muerto ya. Tanto calculáis los días por su nombre, como si calculáis por horas, no era el alba dominical la que debía verme resucitar. En cuanto a horas, mi Cuerpo había estado sin vida treinta y ocho, en vez de setenta y dos; en cuanto a días, habría debido, al menos, llegar la tarde de este tercer día para decir que había estado tres días en el sepulcro. Pero mi Madre anticipó el milagro, como cuando con sus oraciones abrió el Cielo, anticipándose al tiempo determinado para dar al mundo la salvación, de igual modo ahora Ella alcanzó que se anticipara la hora para consolar su corazón agonizante”.
* “Antes de que regrese a mi Padre con mi vestido de Hombre glorificado, voy donde mi Madre. Voy con  el resplandor de mi vestido paradisíaco y de mis Diamantes vivos. Ella me puede tocar, Ella puede besarlos porque es la Pura, la Hermosa, la Amada, la Bendita, la Santa de Dios”.- ■ Jesús: “Voy a ver a mi Madre. Es justo que vaya a verla. Lo fue para mis ángeles, con mayor razón para con quien además de que me guardó y me consoló, fue la que me dio la vida. Antes de que regrese a mi Padre con mi vestido de Hombre glorificado, voy donde mi Madre. Voy con  el resplandor de mi vestido paradisíaco y de mis Diamantes vivos (1). Ella me puede tocar, Ella puede besarlos porque es la Pura, la Hermosa, la Amada, la Bendita, la Santa de Dios. El nuevo Adán va donde la nueva Eva (2). El mal entró en el mundo por la mujer, y por la Mujer fue vencido. El Fruto de la Mujer ha desintoxicado a los hombres del veneno de Lucifer. Ahora si quieren, pueden salvarse. Ha salvado a la mujer que quedó tan frágil después de la herida mortal». (Escrito el 21 de Febrero de 1944).
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1  Nota  : “Y de mis Diamantes vivos”: Se refiere a manos, pies y corazón traspasados. 2  Nota  : “El nuevo Adán va donde la  nueva Eva”:  Según esta Obra,  la Culpa Original invadió los tres reinos del hombre: el espiritual, el psíquico y el físico. Empezó por la soberbia (Gén. 3,5), siguió con la desobediencia (Cfr. Rom. 5,12-21) terminó con la intemperancia (Gén. 2,25-3,7). Esta Obra, según costumbre, avanza mucho más, y precisa al objeto de cada uno de estos tres pecados. Pecaron de soberbia, deseando ser semejantes a Dios (Cfr. Gén. 3,5), no en el sentido de lo que ya eran (Cfr. Gén. 1,26-27), sino en el de que no lo eran todavía. Desearon ser semejantes a Dios en cuanto Creador, en la procreación. Los animales ya lo eran, con mayor razón lo debía ser el hombre, rey de la creación, a sugerencia de Satanás. Pecaron de desobediencia, porque sin esperar la enseñanza y el momento que Dios había determinado, mas dando oído a las insinuaciones de Satanás, gustaron del placer de la gula (Cfr. Gén. 3,4-6) y de la concupiscencia (Cfr. Gén. 3,4-13). Pecaron de intemperancia, porque de hecho probaron el fruto de la planta y el fruto del sentido. ■ La acción de María anuló la acción de Eva: fue humildísima, obedientísima y observantísima de la temperancia, es decir, en grado sumo. Dio oídos a Dios y no al Demonio. Escuchó al ángel de la luz y no al de las tinieblas. El Arcángel que Dios envió, le habló de pro-creación, al hablarle del Fruto (Cfr. Mt. 1,18-26 y sobre todo Lc. 1,26-38); de igual modo que, según esta Obra, el Demonio habló a Eva (también) de procreación, hablándole del fruto. María aprendió por medio del enviado de Dios la manera y el momento en que serviría al Señor; mediante una manifestación sensible Eva aprendió del Demonio el modo y momento para rebelarse contra el Señor. María engendró, pues, el suave Fruto de la salvación; entre tanto que Eva el amargo de la ruina (Cfr. bien: S. Irineo, Contra herejías, lib.III, cp.22, n. 4). ■ Esta Obra sigue fiel y completamente la divina revelación. Añade explicaciones profundas que no están en algunos elementos del Génesis (Gén. 2,25; 3,7 y el lugar citado de S. Irineo) poniendo en relieve el paralelismo patrístico Eva-María, hasta hacerlo completo y armónico en todas sus partes.
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(<Este episodio tiene lugar el día de la aparición de Jesús a los once apóstoles. Tomás presente. Jesús está sentado a la mesa con los apóstoles. Les va precisando algunos rasgos de su futuro ministerio sacerdotal>)
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10-629-231 (11-15-708).- “Os propongo esta inviolada Pureza como ejemplo”.
* Para consagrar y recibir el Pan y el Vino dignamente “debéis sr puros porque tocaréis a Aquel que es la pureza y os alimentaréis de la Carne de un Dios… Tenéis ante vosotros el ejemplo vivo cómo debe ser un pecho que acoge al Verbo que se hace Carne. El ejemplo es la Mujer sin Culpa Original, y sin la culpa personal”.- ■ Jesús les dice: “Cuando consagréis para vosotros el Pan y el Vino y hagáis que sean mi Cuerpo y mi Sangre, realizaréis una grande, sobrenaturalmente grande, y sublime cosa. Para realizarla dignamente debéis ser puros porque tocaréis a Aquel que es la Pureza, y os alimentaréis de la Carne de un Dios. Puros de corazón, de inteligencia, de cuerpo, de lengua debéis ser porque con  el corazón amaréis la Eucaristía y no deben mezclarse con este amor celestial, amores profanos que sería un sacrilegio. Puros de mente: porque debéis creer y comprender este misterio de amor; y la impureza de pensamiento mata la Fe y la Inteligencia. Queda la ciencia del mundo pero muere en vosotros la sabiduría de Dios. Puros de cuerpo: porque a vuestro pecho bajará el Verbo así como descendió al seno de María por obra del Amor. ■ Tenéis ante vosotros el ejemplo vivo cómo debe ser un pecho que acoge al Verbo que se hace Carne. El ejemplo es la Mujer sin Culpa Original, y sin la culpa personal. Ved cuán pura es la cima del Hermón la que corona todavía la nieve invernal. Desde los Olivos parece un montón de lirios deshojados o de espuma marina que se levantara como oblación a la blancura de las nubecillas, que arrastra el viento de abril por el firmamento azul. Ved el lirio que abre su corola a una sonrisa de perfume. Y con todo ni una, ni otra pureza son mayores que lo fue la del seno materno que me llevó. Los vientos arrastran polvo que cae sobre la nieve del monte, y sobre el terciopelo de la flor. El ojo humano no lo ve, por lo pequeño que es. Todavía más: observad la perla más pura, arrancada del seno del mar, de su concha, para que sirva de adorno a la corona de un rey. Es perfecta en su brillo perfecto que desconoce el contacto profanador de cualquier cosa humana, pues se ha formado en las entrañas de la madreperla, y solo se encontró entre las azuladas aguas de las profundidades marinas. Y sin embargo, esa perla es menos pura que el seno que me llevó. En el centro de la perla está el granillo de arena: un algo microscópico, pero siempre terrestre. En Ella que es la Perla del Mar no existe granillo de pecado, ni siquiera inclinación hacia él. Perla que nació en el Océano de la Trinidad para llevar en la Tierra a la Segunda Persona. Ella es compacta alrededor de su centro que no es semilla de concupiscencia terrenal, sino chispa del Amor eterno. Una chispa que al encontrar en Ella correspondencia, ha engendrado las maravillas de ese Meteoro, que llama y atrae hacia Sí a los hijos de Dios: a Mí, Jesús, Estrella de la mañana. Os propongo esta inviolada Pureza como ejemplo”. (Escrito el 9 de Agosto de 1944).
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(<Jesús resucitado está en el monte Tabor. Acaba de dar sus últimas instrucciones>)
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10-634-320  (11-20-782).- La unión mística de Jesús con su Madre.
* “Existen bienaventuranzas que no pueden describirse y darse a conocer”.- Judas Tadeo le pregunta: “¿Y no vas donde tu Madre?”. Jesús: “Siempre estamos juntos”. Tadeo: “¿Juntos? ¿Cuándo?”. Jesús: “Judas, Judas ¿te parece que Yo, que en Ella siempre encontré alegría y contento, no esté con Ella?”. Tadeo: “Pero María está sola en su casa. Ayer me lo dijo mi madre”. Jesús sonriendo responde: “Detrás del velo del Santo de los Santos entra solamente el Sumo Sacerdote”. Tadeo: “¿Qué quieres dar a entender?”. Jesús: “Que existen bienaventuranzas que no pueden describirse y darse a conocer. Esto es lo que quería decir”. (Escrito el 20 de Abril de 1947).
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10-637-346 (———–).- El adiós de Jesús a la Madre antes de subir al Padre, con el aspecto que tendrá en el Cielo —con la belleza del Cuerpo glorificado—. Belleza que no pueden soportar los hombres, supera demasiado sus posibilidades. Ella, sí.
* “Mamá, nunca te dejaré. Saldré de tu corazón durante esos pocos instantes requeridos por la consagración del Pan y del Vino. Nunca habremos estado tan unidos como de ahora en adelante. Ahora estaré en ti como Dios”.- ■ Veo otra vez la habitación habitada por María. Las señales de la Pasión han desaparecido. La Virgen está sentada y lee. Deben ser libros sagrados. No, ciertamente no está leyendo otra cosa en ese rollo que tiene entre sus manos. Ya no se la ve torturada. Su rostro resulta ahora más grave que antes de la Pasión. Sin ser aquel rostro trágico, aparece más maduro. Ahora tiene aspecto majestuoso, aunque sereno. La hora parece matutina. Efectivamente, ya luce un bonito sol, que, por la ventana, abierta, entra en la tranquila habitación, pero se ve que el jardín (un jardín cercado por altas tapias, al cual da la ventana) está todavía lleno del frescor del rocío. ■ Entra Jesús, todavía con su espléndida vestidura de la mañana de la Resurrección. Su Rostro emana fulgor. Sus heridas son pequeños soles. María se arrodilla sonriendo. Luego se alza y le besa en la Mano derecha. Jesús la estrecha contra su Corazón y la besa en la frente, sonriendo, y le pide un beso, que María da, también en la Frente. Jesús: “Mamá. Mi tiempo de permanencia en la Tierra ha terminado. Subo al Padre. He venido para una especial despedida de ti, y para mostrarme a ti, una vez más, con el aspecto que tendré en el Cielo. No he podido mostrarme a los hombres con esta figura de esplendor: no habrían podido soportar la belleza de mi Cuerpo glorificado, una belleza que supera demasiado sus posibilidades. Pero a ti, Mamá, sí. Y vengo a inundarte de alegría otra vez con ella. Besa mis Heridas. Que Yo sienta en el Cielo el perfume de tus labios y que a ti te quede en los labios la dulzura de mi Sangre. ■ Pero estate segura, Mamá, de que nunca te dejaré. Saldré de tu corazón durante esos pocos instantes requeridos por la consagración del Pan y del Vino, para volver luego, después de esa fatigosa separación de ti, con un ansia de amor pareja a la tuya, ¡oh Cielo mío vivo cuyo Cielo soy Yo! No habremos estado nunca tan unidos como de ahora en adelante. Al principio, mi incapacidad embrional, luego, mi infancia; luego, la lucha de la vida y del trabajo; luego, la misión; en fin, la Cruz y el Sepulcro: estas cosas me interponían distancia, y obstáculo para decirte cuánto te amo. Pero ahora estaré en ti no ya como una criatura en formación; estaré a tu lado no ya en medio de los obstáculos del mundo que veda la fusión de dos que se aman: ahora estaré en ti como Dios; y nada, ni en la Tierra ni en el Cielo, podrá separarnos a Mí de ti, ni a ti de Mí, Madre Santa. Te diré palabras de inefable amor, te haré caricias de indescriptible dulzura. Y tú me amarás por quien no me ama. ¡Oh, tú colmas la medida del amor, que el mundo no dará a Cristo, con tu amor perfecto, Mamá! Por eso, más que un adiós, mi despedida es como la de uno que saliera un momento a este jardín florido a coger rosas y azucenas. Pero Yo te traeré del Cielo otras rosas y otras azucenas más hermosas que éstas que aquí han florecido. Te llenaré de ellas el corazón, Mamá, para hacerte olvidar el hedor de la Tierra, que no quiere ser santa, y anticiparte la brisa del bienaventurado Paraíso donde con tanto amor se te espera. ■ Y el Amor, que no sabe esperar, vendrá a ti dentro de diez días. Adórnate con tu más hermosa alegría, oh Madre Virgen, que tu Esposo viene. «El invierno ha pasado… las viñas florecidas emanan su perfume, y Él canta: ¡Álzate, oh llena de hermosura! ¡Ven, Esposa mía, que serás coronada!» (1). Con su Fuego te coronará, ¡oh Santa!, te hará feliz con su Espíritu, que se infundirá en ti con todos sus esplendores, ¡oh Reina de la Sabiduría!, Reina suya, que has sabido comprenderle desde la aurora de tu vida y amarle como ninguna criatura en el mundo jamás amó. Madre, subo al Padre nuestro. A ti, Bendita, la bendición de tu Hijo”. María resplandece con su éxtasis, en esta habitación resplandeciente por la luz de Cristo. (Escrito el 22 de Febrero de 1944).
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1  Nota  : Cfr. Cantar  2,11-13.
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10-637-347 (———–).-  Todo lo tenemos por María.
* “¿No iba a poder cambiar de figura para los hombres y aparecerme a Ella como ya era: divino, glorioso, transfigurado en Aquel que en realidad era, en vez de con esa figura de Hombre con que me mostraba a todos?”.- ■ Dice Jesús: “No hagáis, hombres, objeto de polémica el hecho de si era o no posible que Yo cambiara de figura. Ya no era el Hombre vinculado a las necesidades del hombre. Tenía al Universo como escabel de mis pies y todas las potencias como siervas obedientes. Y si, mientras era el Evangelizador, había podido transfigurarme en el Tabor, ¿no iba a poder transfigurarme para mi Madre siendo ya el Cristo glorioso? O mejor, ¿no iba a poder cambiar de figura para los hombres y aparecerme a Ella como ya era: divino, glorioso, transfigurado en Aquel que en realidad era, en vez de con esa figura de Hombre con que me mostraba a todos? Ella, además, me había visto —¡pobre Mamá!— transfigurado por los padecimientos; era justo que me viera transfigurado por la Gloria. ■ No hagáis objeto de polémica el si Yo podría estar realmente en María. Si decís que Dios está en el Cielo y en la Tierra y en todas partes, ¿por qué sois capaces de dudar el que Yo pudiera estar contemporáneamente en el Cielo y en el Corazón de María, que era un vivo Cielo? Si creéis que estoy en el Sacramento y cerrado dentro de vuestros ciborios, ¿por qué podéis dudar que Yo estuviera en este purísimo y ardentísimo Ciborio que era el Corazón de mi Madre? ¿Qué es la Eucaristía? Es mi Cuerpo y mi Sangre unidos a mi Alma y a mi Divinidad. Pues bien, cuando Ella me concibió, ¿acaso tenía algo distinto en su seno? ¿No tenía al Hijo de Dios, al Verbo del Padre con su Cuerpo, Sangre, Alma y Divinidad? Si vosotros me tenéis, ¿no es acaso, porque María me tuvo y me dio a vosotros, después de haberme llevado nueve meses? Pues bien, de la misma manera que dejé el Cielo para morar en el seno de Maria, ahora, que dejaba la Tierra, elegía el seno de María como Ciborio para Mí. ¿Y qué ciborio, en qué catedral, es más hermoso y santo que éste?”.
* “¡Todo, todo, todo —comprendedlo de una vez por todas— lo tenéis por María!”.-Jesús: “La Comunión es un milagro de amor que hice por vosotros, hombres. Pero en la cima de mi pensamiento de amor resplandecía el pensamiento de infinito amor de poder vivir con mi Madre y hacer que viviera Ella conmigo hasta que nos reuniéramos en el Cielo. El primer milagro lo hice para alegría de María, en Caná de Galilea. El último milagro —es más: los últimos milagros—, para el consuelo de María, en Jerusalén. La Eucaristía y el velo de la Verónica: éste, para poner una gota de miel en la amargura de la Desolación; aquél, para que no sintiera que Jesús ya no estuviera en la Tierra. ¡Todo, todo, todo —comprendedlo de una vez por todas— lo tenéis por María! Deberíais amarla y bendecirla cada vez que respirarais”.
* “El velo de la Verónica es también un aguijón para vuestra alma escéptica. Comparad el Rostro del Sudario y el Rostro de la Sábana”.- ■ Jesús: “El velo de la Verónica es también un aguijón para vuestra alma escéptica. Comparad —vosotros, racionalistas, tibios, inseguros en la fe, vosotros que os conducís por secos exámenes— el Rostro del Sudario y el de la Sabana: uno es el Rostro de un vivo, el otro es el de un muerto; pero la altura, la anchura, los caracteres somáticos, la forma, las características son iguales. Superponed las imágenes. Veréis que corresponden la una a la otra. Soy Yo. Yo que quise recordaros cómo era y en qué me convertí por amor a vosotros. Si no estuvierais definitivamente extraviados, si no fuerais ciegos, deberían bastar esos dos Rostros para llevaros al amor, al arrepentimiento, a Dios. El Hijo de Dios os deja, bendiciéndoos con el Padre y con el Espíritu Santo”. (Escrito el 22  de Febrero  de 1944).
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10-638-351 (11-23-805).- El día de la Ascensión, última despedida del Hijo y de la Madre.
* ¡Dios que besa a la Madre de Dios!.- Apenas la aurora en el oriente se ha teñido de color rosado. Jesús pasea con su Madre por los escalones de la ladera del Getsemaní. No hablan, tan sólo se miran con ese amor indescriptible e inefable. Quizás ya han dicho lo que tenían que decirse, quizás no; han hablado ya sus dos corazones. Ahora lo que hay es contemplación de amor, recíproca contemplación; la reconoce la naturaleza bañada de rocío y la luz pura, matinal; la reconocen esas hermosas criaturas de Dios que son las hierbas y las flores, los pájaros y las mariposas. Los hombres están ausentes… ■ El día ha surgido completamente. Ya el sol está en alto y se oyen las voces de los apóstoles. Es una señal para Jesús y María. Se detienen, se miran. Jesús abre sus brazos y estrecha a su Madre contra su pecho… ¡Oh, era un Hombre en toda la palabra, el Hijo de la Mujer! Para creerlo basta ver este adiós. Al besar a su Madre se ve cómo la amaba. Ella besa una y más veces a su Hijo. Parece como si no quisieran despedirse. Cuando ya parece que lo van a hacer, otro abrazo los une de nuevo, y, entre los besos, palabras de recíproca bendición… Es en verdad el Hijo del Hombre despidiéndose de la Mujer que le engendró. Es la Madre, en el sentido propio de la palabra, que da el adiós  —para devolver a su Padre—, a su Hijo, la Prenda del Amor a la Purísima… ¡Dios que besa a la Madre de Dios!… En fin, la Mujer, como criatura que es, se arrodilla a los pies de su Dios que es también su Hijo; y el Hijo, que es Dios, impone las manos sobre la cabeza de la Madre Virgen, de la eterna Amada, y la bendice en el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo, y luego se inclina y la alza; en fin, deposita un último beso en la blanca frente que parece un pétalo de lirio bajo los cabellos rubios, tan juveniles todavía…

(<Jesús, después de despedirse de todos, dada la Bendición a toda la creación y dado el Mandato misionero, empieza a ascender>)

* Mientras se va elevando, busca una vez más el rostro de su Madre, y la sonrisa que despide es tal que nadie podrá imaginar. En la tierra: el grito de María, cuando lo ve desaparecer, es “¡Jesús!”.- ■ Sigue subiendo… Se transforma en belleza. ¡Hermoso! Mucho más bello que cuando en el Tabor. Todos caen de rodillas adorándole. Mientras se va elevando, busca una vez más el rostro de su Madre, y la sonrisa que despide es tal que nadie podrá imaginar… Es su último adiós a su Madre. Sube. Sube… El sol, aún más libre para besarle, porque nada se interpone —ni siquiera la más pequeña hoja— a sus rayos, que besan al Dios-Hombre que sube con su Cuerpo santísimo al Cielo, y descubre sus llagas gloriosas que resplandecen como rubíes brillantísimos. El resto es un mar de luz. Luz con que quiere mostrar lo que en realidad es. La creación se regocija con la Luz del Mesías que sube. Una luz que supera a la del sol. Luz sobrehumana y bienaventurada. Luz que baja del Cielo al encuentro de la que sube… Y Jesucristo, el Verbo de Dios, desaparece de la mirada de los hombres en medio de este océano de resplandores… ■ En la tierra dos gritos se escuchan en medio de un religioso silencio: el de María, cuando lo ve desaparecer, es “¡Jesús!”, y el que precede al llanto copioso de Isaac (1) Los demás se quedan como mudos en medio de un religioso éxtasis, así siguen hasta que vienen a sacarlos de él, dos luces angelicales, en forma mortal, que les dicen las palabras que se leen en el primer capítulo de los Hechos de los Apóstoles.  (Escrito el 24 de Abril de 1947).
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1  Nota  :  Isaac,  uno de aquellos pastores de la Gruta de Belén.
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10-640-367 (11-25-819).- La venida del Espíritu Santo (1), con un fragor melodioso, en forma de globo brillantísimo, ardentísimo sobre la asamblea presidida por María, la Rosa mística. En la casa del Cenáculo.
* El rostro de María, mientras lee en el rollo que está abierto, aparece transfigurado por una sonrisa extática. ¡¿Quién sabe qué estará viendo, que tiene la capacidad de encender sus ojos como dos estrellas claras, y de sonrojarle las mejillas de marfil, como si se reflejase en Ella una llama rosada?!; verdaderamente es la Rosa mística. Los apóstoles extienden sus cuellos para ver su rostro, mientras Ella tan dulcemente sonríe, lee.- ■ En la casa del Cenáculo no hay voces ni ruidos. No hay tampoco discípulos, al menos, así lo creo, y puedo hasta afirmar que en las otras habitaciones de la casa no hay nadie. Están tan solo los doce (2) apóstoles y la Virgen María, recogidos en la sala donde se celebró la Cena. La habitación parece más grande porque los muebles y los enseres están colocados de manera distinta y dejan libre todo el centro de la habitación, como también dos de las paredes. A la tercera ha sido arrimada la mesa grande que fue usada para la Cena. Entre la mesa y la pared, y también a los dos lados más estrechos de la mesa, se han colocado los lechos-asientos, usados en la Cena y el banquito que usó Jesús para lavar los pies. Pero estos lechos-asientos no están colocados verticalmente respecto a la mesa, como para la Cena, sino paralelamente, de modo que los apóstoles pueden estar sentados sin ocuparlos todos, aun dejando libre uno, el único vertical respecto a la mesa, que ocupa la Virgen bendita, que está en el centro de la mesa, en el lugar que ocupó Jesús en la Cena. Sobre la mesa no hay nada, como tampoco sobre los armarios. En las paredes no se ve ningún adorno. Tan sólo está la gran lámpara, aunque solo con la llama central encendida, porque las demás están apagadas. Las ventanas están cerradas y trancadas con la robusta barra de hierro que las cruza. Pero un rayo de luz se filtra y desciende como una aguja larga y delgada hasta el suelo, donde juguetea. ■ La Virgen, sentada en su lecho-asiento, tiene a Pedro a la derecha y a su izquierda a Juan. Matías, el nuevo apóstol, está entre Santiago de Alfeo y Tadeo. Delante de la Virgen hay una arca larga y baja de madera oscura, que está cerrada. María trae un vestido de color azul oscuro. Cubre su cabeza con velo blanco, cubierto a su vez por el extremo de su manto. Todos los demás están con la cabeza descubierta. María lee lentamente en voz alta. Pero, por la poca luz que le llega, creo que más que leer recita de memoria las palabras escritas en el rollo que tiene abierto. Los demás la siguen en silencio, meditando. De cuando en cuando, si es el caso de hacerlo, responden. El rostro de María aparece transfigurado por una sonrisa extática. ¡¿Quién sabe qué estará viendo, que tiene la capacidad de encender sus ojos como dos estrellas claras, y de sonrojarle las mejillas de marfil, como si se reflejase en Ella una llama rosada?!; verdaderamente es la Rosa mística. Los apóstoles extienden sus cuellos para ver su rostro, mientras Ella tan dulcemente sonríe, lee (y parece su voz un canto de un ángel). Pedro se conmueve tanto, que dos lágrimas se asoman por sus ojos y, por una arruga que tiene al lado de la nariz, van a perderse en la maraña de su barba entrecana. Pero Juan refleja la sonrisa virginal y se enciende como Ella de amor, mientras sigue con su mirada a lo que la Virgen lee en alto, y, cuando le acerca un nuevo rollo, la mira y le sonríe. La lectura ha terminado. No se oye la voz de María como tampoco el ruido de los pergaminos, que se desenvuelven o vuelven a enrollarse. María se recoge en secreta oración, uniendo sus manos sobre el pecho y apoyando la cabeza sobre el arca. Los apóstoles la imitan.
* Pero la llama que desciende sobre la Virgen es corona que abraza y nimba su cabeza virginal coronándola Reina. Sobre los 12 apóstoles la llama es en forma de lengua vertical que besa la frente de cada apóstol.- ■ Un sonido fortísimo, armónico, con sonido de viento y arpa, con sonido de canto humano y de voz de un órgano perfecto, resuena de improviso en el silencio matinal. Se acerca cada vez más armónico y fuerte, y llena con sus vibraciones la Tierra, las propaga a la casa y las imprime en ésta, en las paredes, en los muebles, en los objetos. La llama de la lámpara, hasta ahora inmóvil, vibra como chocada por el viento y las delgadas cadenas de la lámpara tintinean vibrando con la onda de sonido sobrenatural que las choca. Los apóstoles, sin caer en la cuenta de lo que sucede, alzan, asustados, la cabeza; y, como ese fragor bellísimo, en el que están todas las notas más bellas que Dios haya dado al Cielo y a la Tierra, se acerca cada vez más, algunos se levantan, preparados para escapar; otros se encogen en sus asientos, cubriéndose la cabeza con las manos y el manto, o se golpean el pecho en señal de pedir perdón; otros se estrechan a la Virgen, sin perder la reverencia que hacia Ella siempre tienen. Juan es el único que no se asusta, y es porque ve la paz luminosa de alegría que se dibuja en el rostro de la Virgen, que, sonriente, levanta su cabeza frente a algo que solo Ella conoce y luego cae de rodillas abriendo sus brazos, y las dos extremidades azules de su manto así abierto se extienden sobre Pedro y Juan, que, como Ella, se han arrodillado. Pero, todo lo que he descrito en segundos, ha sucedido en un instante. ■ Y luego entra la Luz, el Fuego, el Espíritu Santo con un último fragor melodioso, en forma de globo brillantísimo, ardentísimo; entra en esta habitación cerrada, sin que puerta o ventana se hayan abierto; y permanece suspendido por un instante sobre la cabeza de la Virgen, a unos tres palmos de su cabeza, ahora descubierta, porque María, al ver el Fuego Paráclito, ha levantado los brazos como para invocarle y ha echado la cabeza hacia atrás emitiendo un grito de alegría, con una sonrisa de un amor indescriptible. Y, pasado el instante en que todo el Fuego del Espíritu Santo, todo el Amor se cernió sobre la Virgen, el Globo santísimo se divide en trece llamas de color de rosa, brillantísimas, de una luz indescriptible, y desciende y besa la frente de cada apóstol. Pero la llama que desciende sobre María no es lengua de llama vertical sobre besadas frentes: es corona que abraza y nimba su cabeza virginal, coronando Reina a la Hija, a la Madre de Dios, a la Esposa de Dios, a la Virgen incorruptible, a la Llena de Hermosura, a la eterna Mujer y a la eterna Niña; pues que ninguna cosa puede mancillar, y en nada, a Aquella a quien el dolor había envejecido, pero que, después de haber resucitado su Hijo, ha vestido nuevamente de esa eterna primavera que la hace siempre cada vez más joven, más bella en sus miradas, en su andar… gozando ya anticipadamente de la belleza de su Cuerpo glorioso elevado al Cielo para ser la flor del Paraíso. ■ Las llamas del Espíritu Santo rodean la cabeza de la Virgen. ¿Qué palabras le dirá? ¡Misterio! El rostro bendito está transfigurado con una alegría sobrenatural, y ríe con la sonrisa de los serafines mientras lágrimas, hinchadas de felicidad, cual diamantes, bajan por sus mejillas. El Fuego permanece por algunos instantes… Luego desaparece… Sólo queda de Él una fragancia que ninguna flor terrena posee… El perfume del Paraíso… ■ Los apóstoles vuelven en sí… María permanece en su éxtasis. Recoge sus brazos sobre su pecho, cierra los ojos, baja la cabeza… nada más… continúa su diálogo con Dios… insensible a todo… Y nadie se atreve a interrumpirla. Juan, señalándola, dice: “Es el altar, y sobre su gloria se ha posado la Gloria del Señor…”. Pedro, con un impulso sobrenatural, ordena: “Sí, no perturbemos su alegría. Vamos, más bien, a predicar al Señor, para que sean manifiestas sus obras y palabras en medio de los pueblos”. Santiago de Alfeo dice: “¡Vamos! ¡Vamos! El Espíritu de Dios arde en mí. Y nos empuja a obrar. ¡A todos! ¡Vayamos a evangelizar a las gentes!”.  Salen como si un viento o una fuerza los empujase.  (Escrito el 27 de Abril de 1947).
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1  Nota  : Cfr. Hech.  2,1-13.   2  Nota  :  Matías ha sido elegido ya  como el 12º apóstol en sustitución de J. Iscariote.
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10-642-376 (11-27-827).- María Virgen acepta vivir en tierras de Judea, en el Getsemaní, ahora tierra santa por los misterios aquí ocurridos.- Juan predice la Asunción considerando las prerrogativas inherentes en Ella.
* Las tendencias de Jesús y de María de aislarse “porque sobre los misterios de Dios no es justo que se pose mirada humana. Mujer yo, Hombre Jesús. Pero nuestra Humanidad fue distinta de todas las otras, tanto por razón de la inmunidad de la culpa, incluso la Original, como por razón de la relación con Dios Uno y Trino”.- ■La Virgen está todavía en la casa del Cenáculo. Sola, en su habitación usual, cose paños de finísimo lino, semejantes a manteles largos y estrechos. De cuando en cuando levanta la cabeza para mirar hacia el jardín y medir, por la posición del sol sobre las paredes del jardín, la hora del día. Y, si siente ruido en la casa, o en la calle, escucha atentamente: parece estar esperando a alguien. Pasa así  un tiempo. Luego se oye un golpe en la puerta de la casa, seguido por un sonido de sandalias que, corriendo, van a abrir. Se oyen voces de hombre cada vez más fuertes y cercanas. La Virgen escucha… Luego exclama: “¿Ellos aquí? ¿Qué habrá pasado?”. Mientras está diciendo estas palabras, alguien llama a la puerta de su habitación. “Entrad, hermanos de Jesús, mi Señor” invita María. Entran Lázaro y José de Arimatea que la saludan con profundo respeto: “¡Bendita tú entre todas las madres! Los siervos de tu Hijo y Señor nuestro te saludan”. Y se postran para besar la extremidad de su vestidura. “El Señor esté siempre con vosotros. ¿Por qué motivo, y cuando todavía no ha cesado la ira de los perseguidores de Jesús y de sus seguidores, venís a mí?”. Lázaro responde: “Ante todo para saludarte, pues verte y saludarte es verle a Él, y sentirnos así menos afligidos por su partida de la Tierra. Y también hemos venido para proponerte lo que, después de una reunión en mi casa, una reunión de los más amantes y fieles siervos de Jesús, tu Hijo, y Señor nuestro, hemos pensado hacer”. Virgen: “Hablad, será vuestro amor quien me hable y con mi amor os escucho”. ■ Toma la palabra José de Arimatea: “María, no ignoras, y lo has dicho, que la ira —y peor aún— permanece todavía contra todos los que estuvieron más cerca de tu Hijo y de Dios, o por parentesco o por fe o por amistad. Y no ignoramos que no tienes interés de abandonar estos lugares, donde viste la perfecta manifestación de la naturaleza divina y humana de tu Hijo, su total entrega y su completa glorificación, por medio de su Pasión y Muerte —verdadero Hombre— y por medio de su gloriosa Resurrección y Ascensión —verdadero Dios—. Y tampoco ignoramos que no quieres dejar solos a los apóstoles, y quieres ser guía y Madre en las primeras pruebas, tú, Sede de la Sabiduría divina, tú, Esposa del Espíritu manifestador de las verdades eternas, tú, Hija amada del Padre que te eligió ab eterno para Madre de su Unigénito, tú, Madre de este Verbo del Padre, que ciertamente te instruyó con su infinita y perfectísima Sabiduría y Doctrina, antes incluso de estar en ti como criatura en formación, o de estar contigo cual Hijo que crecía en edad y sabiduría, hasta llegar a ser Maestro de los maestros. ■ Juan nos lo dijo al día siguiente de la primera, maravillosa predicación y manifestación apostólica, que tuvo lugar diez días después de la Ascensión de Jesús al Cielo. Tú, por tu parte, sabes, por haberlo visto en el Getsemaní el día de la Ascensión de tu Hijo al Padre, y por haberlo sabido a través de Pedro, Juan y los demás apóstoles, que yo y Lázaro, inmediatamente después de la Muerte y Resurrección, empezamos a levantar vallas alrededor de mi huerto que está cerca del Gólgota y en el Getsemaní en el Monte de los Olivos, para que esos lugares, santificados con la Sangre del divino Mártir —Sangre que goteó, ¡ay! ardiente de fiebre en el Getsemaní y helada y grumosa en mi huerto—, no sean profanados por los enemigos de Jesús. Ahora las obras están terminadas, y, tanto yo como Lázaro, y con él sus hermanas y los apóstoles —que sufrirían mucho en no tenerte aquí—, te decimos: «Establécete en la casa de Lázaro del Getsemaní»”. ■ Virgen: “¿Y Jonás y María? La casa es pequeña, y yo siempre he apreciado la soledad. Y más la aprecio ahora porque la necesito para sumergirme en Dios, en mi Jesús, para no morir de ansias por no tenerle más aquí. Sobre los misterios de Dios, porque Él es ahora Dios más que nunca, no es justo que se pose mirada humana. Mujer yo, Hombre Jesús. Pero nuestra Humanidad fue distinta de todas las otras, tanto por razón de la inmunidad de la culpa, incluso la Original, como por razón de la relación con Dios Uno y Trino: somos únicos en estas cosas entre todas las criaturas, las pasadas, las presentes y las futuras. Ahora bien, el hombre, aun el más bueno y prudente, es naturalmente curioso, sobre todo si tiene ante sí una manifestación extraordinaria… Sólo yo y Jesús, mientras estuvo en la Tierra, sabemos qué sufrimiento, qué… sí, incluso vergüenza, incomodidad, tormento siente uno cuando la curiosidad humana escudriña, vigila, espía nuestros secretos con Dios. Es como si nos pusiesen desnudos en medio de una plaza. Pensad en mi pasado, considerad cómo he buscado siempre recato, silencio, y cómo siempre he ocultado, bajo la apariencia de una vida común de una pobre mujer, los misterios que Dios ha colocado en mí. Acordaos cómo, por no hacerlos saber ni siquiera a mi esposo José, por poco no hice de él —justo— un injusto. Solo la intervención angélica evitó este peligro. Pensad en la vida tan humilde, oculta, ordinaria que llevó Jesús durante treinta años. Pensad en su tendencia, ya como Maestro, a apartarse, a aislarse. Debía hacer milagros e instruir, porque así era su misión. Pero, y lo sé por Él mismo, sufría —y éste era uno de los muchos motivos de la gravedad y tristeza que reflejaban sus grandes y poderosos ojos—, sufría, decía, cuando le aplaudían las multitudes, por la curiosidad más o menos buena con que observaban todos sus actos. ¡Cuántas veces ordenó a sus apóstoles y a aquellos que habían recibido algún milagro: «No digáis lo que habéis visto! ¡No digáis lo que he hecho en vosotros!»… Ahora bien, yo no quisiera que ojo humano indagase sobre los misterios de Dios en mí, misterios que no han cesado, no, con el regreso al Cielo de Jesús, mi Hijo y mi Dios, sino que continúan, y yo diría que incluso aumentan, por bondad suya y para mantenerme viva hasta que llegue la hora, tan deseada por mí, de unirme de nuevo a Él para toda la eternidad. ■ Quisiera solo a Juan conmigo. Porque es prudente, respetuoso, cariñoso conmigo como un segundo Jesús. Pero Jonás y María sabrán…”. Lázaro la interrumpe: “Ya hemos pensado en eso, ¡oh Bendita! Marcos, hijo de Jonás, está ahora entre los discípulos. María, su madre, y Jonás, su padre, están ya en Betania”. La Virgen objeta: “¿Pero y el olivar? ¡Hay que cuidarlo!”. Lázaro: “Solo cuando se trate de la poda, del abono, de la cosecha. Pocos días en el año, y no serán muchos porque enviaré a mis siervos de Betania junto con Marcos. Tú, Madre, si nos quieres hacer felices a mí y a mis hermanas, ven en estos días a Betania, a la casa solitaria de Zelote. Seremos vecinos, pero nuestros ojos no serán indiscretos en tus relaciones con Dios”. Virgen: “¿Pero y la prensa?”. Lázaro: “Ya ha sido transportada a Betania. El Getsemaní, completamente tapiado, propiedad que tiene en su corazón Lázaro, hijo de Teófilo, te espera, ¡Oh María! Te aseguro que los enemigos de Jesús no se atreverán por miedo a Roma, a perturbar la paz del lugar y la tuya”. La Virgen exclama: “¡Bueno, siendo así!”, y se lleva las manos al corazón, y los mira con un rostro casi extático por lo feliz que se siente, con una sonrisa angelical en sus labios y lágrimas de alegría en sus rubias pestañas. Prosigue: “¡Yo y Juan! ¡Solos! ¡Los dos solos! ¡Me parecerá estar nuevamente en Nazaret con mi Hijo! ¡Solos! ¡En la paz! ¡En esa paz! ¡Allí donde mi Jesús pronunció tantas palabras y esparció tanta paz! Allí donde, es cierto, sufrió hasta el punto de sudar sangre y de recibir el mayor sufrimiento moral del beso infame y las primeras…”. Un sollozo y un recuerdo dolorosísimo le quitan la palabra, descomponen su rostro, que, por unos instantes, aparece dolorosa como en la Pasión y Muerte de su Hijo.
* “Es justo que en este lugar (el Cenáculo) donde tu Hijo instituyó el nuevo Rito eterno, constituyó la nueva Iglesia, elevó al nuevo Pontificado y Sacerdocio a sus apóstoles y discípulos, se transforme en el primer Templo de la nueva religión”.- ■ Luego, volviendo en sí, María Virgen continúa:  “Allí en el Getsemaní donde Él volvió a la infinita paz del Paraíso. Mandaré a decir a María de Alfeo que cuide de mi casita de Nazaret, que tanto quiero porque allí se realizó el misterio y allí murió mi esposo, tan justo y casto, y allí creció Jesús. ¡Muy querida por mí! Pero nunca como estos lugares donde Él instituyó la Ceremonia de las ceremonias, se hizo Pan y Sangre, Vida para los hombres, padeció, redimió, fundó la Iglesia y con su última bendición hizo buenas y santas todas las cosas de la creación. Me quedaré, sí, me quedaré en Getsemaní. Y desde allí, siguiendo la parte externa de los muros, podré ir al Gólgota, y a tu huerto, José, donde tanto lloré; y podré ir a tu casa, Lázaro, donde siempre encontramos mi Hijo y yo mucho amor. Pero quisiera…”. Ambos le preguntan: “¿Qué cosa, oh, Bendita?”. Virgen: “Quisiera regresar aquí, al Cenáculo, siempre, porque yo y los apóstoles, siempre que Lázaro lo permita, hemos decidido…”. Lázaro: “Todo lo que quieras, Madre. Todo lo que tengo es tuyo. Se lo dije a Jesús, ahora te lo digo a ti. Soy yo siempre el favorecido, si aceptas lo que te ofrezco”. Virgen: “Hijo, permite que te llame así, quisiera que me permitieses hacer de esta casa, más bien del Cenáculo, el lugar de reunión y del ágape fraterno”. Lázaro: “Es justo. En este lugar tu Hijo instituyó el nuevo Rito eterno, constituyó la nueva Iglesia, elevó al nuevo Pontificado y Sacerdocio a sus apóstoles y discípulos. Justo es que esa habitación se transforme en el primer Templo de la nueva religión; la semilla que el día de mañana será árbol y luego se convertirá en un organismo vital, y que irá creciendo, sin cesar, en altura, profundidad y anchura, extendiéndose por toda la Tierra. ¿Qué mesa y qué altar más santos que sobre los que partió el pan, puso el cáliz del nuevo Rito que durará mientras dure la Tierra?”. Virgen: “Es verdad, Lázaro. ¿Ves? Por eso estoy cosiendo estos manteles. Porque creo, como nadie podrá creer de igual modo, que el Pan y el Vino son Él, en su Carne y en su Sangre; Carne santísima e inocentísima, Sangre redentora, dados como Alimento y Bebida de los hombres. El Padre, el Hijo y el Espíritu Santo os bendigan a vosotros que sois buenos, prudentes, piadosos para con el Hijo y para con su Madre”. ■ Lázaro: “Entonces, de acuerdo. Toma. Ésta es la llave que abre las distintas cancillas de la valla del Getsemaní. Y ésta es la llave de la casa. Y sé feliz en la medida que Dios te conceda serlo y cuanto nuestro pobre amor quisiera que lo fueras”.  José de Arimatea dice: “Y ésta es la llave de la valla de mi huerto”. Virgen: “¡Pero tú… tienes todo el derecho de entrar allí!”. José de Arimatea: “Tengo otra llave, María. El hortelano es un hombre recto, como lo es su hijo. Verás que tanto ellos como yo seremos prudentes y respetuosos”. Virgen: “Dios os bendiga nuevamente”. José de Arimatea: “Las gracias te las damos a ti, Madre. Nuestro amor y la paz de Dios sean siempre contigo”. Después de esto se postran, besan la extremidad de su vestido y se retiran.
* Juan, a través del Espíritu Santo, conoce los privilegios de la Virgen Stma.- ■ Apenas se han ido, cuando se oye que alguien llama a la puerta. “Entra” dice María. Juan no espera que se lo digan dos veces. Entra y pregunta, un poco inquieto: “¿Qué querían José y Lázaro? ¿Hay algún peligro?”. Virgen: “No, hijo. Se trató de que se aceptara un deseo mío. Deseo mío y de otros. Tú sabes cómo Pedro y Santiago de Alfeo: el primero, Pontífice; el segundo, el jefe de la Iglesia de Jerusalén, están preocupadísimos ante la idea de perderme, y asustados ante el temor de no poder hacer nada sin mí. Sobre todo Santiago. Ni siquiera la aparición especial de mi Hijo a él ni su elección por voluntad de Jesús le consuelan y fortalecen. ¡Y también los otros!… Ahora Lázaro satisface este deseo general y nos hace dueños del Getsemaní. Yo y tú. Solos allí. Aquí están las llaves, y ésta es la del huerto de José… Podremos ir al Sepulcro, a Betania sin pasar por la ciudad… Ir al Gólgota… Venir aquí cada vez que se celebre el ágape fraterno. Todo nos conceden Lázaro y José”. Juan: “Son dos verdaderos justos. Lázaro recibió mucho de Jesús. Es verdad. Pero, antes de recibir incluso, siempre dio todo a Jesús. ¿Estás contenta, Madre?”. Virgen: “Sí, Juan, mucho. Viviré, hasta que Dios lo quiera, ayudando a Pedro, a Santiago, a todos vosotros y ayudaré a los primeros cristianos como pueda. Si los judíos, los fariseos y los sacerdotes no son unas fieras contra mí, como lo fueron contra mi Hijo, pondré fin a mi aliento donde Él subió al Padre”. ■ Juan: “También tú subirás, Madre”. Virgen: “No, no soy Jesús. Nací como los demás”. Juan: “Pero sin la Mancha Original. Soy un pobre pescador, ignorante. No sé nada de ciencia y de escrituras, fuera de lo que me enseñó el Maestro, pero soy como un niño, porque soy puro, y por esto, tal vez, sé más que los rabinos, porque Él lo dijo, «Dios esconde las cosas a los sabios y las descubre a los pequeños», a los puros (1); y por esto pienso —mejor dicho: preveo— que tendrás la suerte que hubiera tenido Eva si no hubiera pecado. Y más todavía,  porque no fuiste la esposa de Adán-hombre, sino de Dios,  para dar a la Tierra al nuevo Adán fiel a la Gracia. El Creador, al crear a los primeros padres, no los destinó a la muerte —o sea, a la corrupción del más perfecto cuerpo por Él creado, y al que hizo el más noble de todos los cuerpos creados dotándole de alma espiritual y de los dones gratuitos de Dios, por lo que podían llamarse «hijos adoptivos de Dios»—, sino que quiso para ellos solamente un paso del paraíso terrestre al celestial. Ahora bien, tú nunca has tenido mancha alguna de pecado; ni siquiera ese grande, común pecado, herencia de Adán para todos los humanos, te alcanzó a ti, porque Dios te preservó de él por singular, único, privilegio, habiendo sido tú, desde la eternidad, destinada a ser el Arca del Verbo. Y el Arca, incluso esa Arca que ¡ay!, no contiene sino cosas frías, áridas, muertas porque, en verdad, el pueblo de Dios no las pone en práctica como debería, es, y debe ser, siempre purísima. El Arca, sí. ¿Pero quién, entre los que se acercan a ella, Pontífice y Sacerdotes, lo son realmente como lo eres tú? Ninguno. Por esto yo presiento que tú, la Eva segunda y Eva fiel a la Gracia, no conocerás la muerte”. ■ Virgen: “Mi Hijo, el segundo Adán, la Gracia misma, que obedeció siempre al Padre y le amó de manera perfecta, murió. ¡Y con qué clase de muerte!”. Juan: “Había venido para ser el Redentor, Madre. Dejó al Padre, el Cielo para hacerse hombre y poder redimir con su sacrificio a los hombres y devolverles la Gracia, y así elevarlos de nuevo al grado de hijos adoptivos de Dios, herederos del Cielo. Él tenía que morir. Y murió con su Humanidad santísima. Y tú moriste en el corazón viendo su suplicio atroz y su Muerte. Y padeciste todo para ser redentora con Él. Yo soy un pobre e ignorante, pero presiento que tú, Arca verdadera del Dios verdadero, viviente Dios, no serás, no puedes ser, corruptible. De la misma manera que la nube de fuego cubrió y dirigió el arca de Moisés hacia la Tierra prometida, así el Fuego de Dios te atraerá hacia su Centro. Como la vara de Aarón no se secó, más, al contrario, a pesar de haber sido separada del árbol, echó retoños, hojas y frutos, y vivió en el Tabernáculo, así tú, elegida de Dios entre todas las mujeres que habitaron y habitarán sobre la Tierra, tampoco morirás como planta que se seca, sino que en el eterno Tabernáculo de los Cielos vivirás eternamente con todo tu ser. Como las aguas del Jordán se abrieron para dejar pasar el Arca y a sus portadores y al pueblo todo, en tiempos de Josué, así para ti se abrirán las barreras que el pecado de Adán ha puesto entre la Tierra y el Cielo, y pasarás de este mundo al Cielo eterno. Estoy seguro de ello porque Dios es justo. Y para ti permanece el decreto emanado de Él para quien no tiene pecado hereditario ni pecado voluntario en el alma”. ■ Virgen: “¿Te ha revelado esto Jesús?”. Juan: “No, Madre. Me lo dice el Espíritu Paráclito, Aquel de quien el Maestro nos anunció que nos revelaría las cosas futuras y toda verdad. El Consolador me lo dice dentro del alma para hacerme menos amargo el sentimiento de perderte, oh Madre bendita a la que amo y venero tanto como a la mía y más, por todo lo que sufriste, por lo buena y santa que eres, solo inferior a tu Hijo santísimo entre todos los santos presentes y futuros. La mayor santa que haya existido”. Y Juan conmovido, se postra venerándola. (Escrito el 21 de Agosto de 1951).
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1 Nota : Al aceptar que el apóstol Juan pudo haber conseguido conocimiento del misterio realizado en la Virgen, el progreso de los dogmas consistiría en un movimiento circular, en un regreso, por la acción arcana del Espíritu Santo y la colaboración humana, para esclarecer  y completar doctrinas divino-apostólicas.
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10-643-382  (11-28-833).-  María Stma. y Juan en los lugares de la Pasión.
* En el lugar del horrendo beso: “Yo no soy Eva. Soy la Mujer del Ave y del Fiat. He trocado las cosas: he reparado, reedificado lo que Eva había lesionado y destruido. Y ahora puedo borrar y lavar con mi beso y mi llanto la huella de ese beso maldito, la mayor de todas las contaminaciones, porque fue obra de una criatura hacia su Creador y Dios”.- ■ Rompe el alba. Es una hermosa alba de verano. María, junto con el fiel Juan, sale de la casita del Getsemaní y camina con paso diligen­te por el olivar silencioso y desierto. Sólo algún canto de pájaro y el piar de los polluelos en los nidos rompen el gran silencio del lugar. María se dirige, con paso seguro, hacia la roca de la Agonía. Se arrodilla contra ella, pone su beso en los lugares donde algunas es­trechas fisuras de la roca muestran todavía huellas de color rojo-óxi­do, vestigios de la Sangre de Jesús que penetró en las fisuras y allí se coaguló; las acaricia como si acariciara todavía a su Hijo o a una parte de Él. Juan, detrás de Ella, en pie, la observa y llora en silen­cio, secándose rápidamente los ojos cuando María hace ademán de alzarse; es más, la ayuda a levantarse, y lo hace con gran amor, veneración y piedad. ■ María ahora baja hacia la explanada donde fue apresado Jesús. También ahí se arrodilla, y se agacha para besar la tierra. Pero an­tes le ha preguntado a Juan: “¿Es justo éste el sitio del beso horren­do e infame que contaminó este lugar más que lo que ensució el Pa­raíso terrenal el coloquio sucio y corruptor de la serpiente con Eva?”. Luego se levanta y dice: “Pero yo no soy Eva. Yo soy la Mujer del Ave. He trocado las cosas. Eva arrojó al sucio barro lo que era cosa del Cielo; yo he aceptado todo: incomprensiones, críticas, sospechas, dolores —¡cuántos dolores y de cuántas clases antes del dolor supre­mo!— para sacar del sucio barro aquello que Eva y Adán a él habían arrojado, y levantarlo de nuevo hacia el Cielo. A mí no me ha podido hablar el Demonio, aunque lo haya intentado, como lo intentó con el Hijo mío para destruir definitivamente el plan redentor. Conmigo no pudo hablar porque cerré los oídos a su voz y los ojos a su vista, y, so­bre todo, cerré mi corazón y mi espíritu contra todo asalto de lo que no era santo y puro. Mi yo límpido, sin rasguño alguno, como puro diamante, se abrió sólo al Ángel anunciador. Mis oídos escucharon sólo esa voz espiritual, y así he reparado, reedificado aquello que Eva había lesionado y destruido. Soy la Mujer del Ave y del Fiat. He restablecido el orden que Eva había trastornado. Y aho­ra puedo borrar y lavar con mi beso y mi llanto la huella de ese beso maldito y de esa contaminación, la mayor de todas, porque no fue obra de una criatura hacia otra, sino de una criatura hacia su Maestro y Amigo, hacia su Creador y Dios”. ■ Luego se dirige a la cancilla. Juan abre. Salen juntos del Getsemaní. Bajan al Cedrón, cruzan el puentecillo, y también allí María se arrodilla para besar el rústico guardalado del puente, en el punto en que contra él cayó su Hijo. Dice: “Me es sagrado todo lugar donde Él padeció los supremos dolores y ultrajes. Quisiera tener todo en mi casa. ¡Pero no todo se puede tener!”. Suspira. Luego añade: “Vamos rápidamente. Antes de que la gente se ponga en movimiento”.
* “Los leprosos de Hinnón, signo y símbolo de todos los que no se convertirán al Cristo y serán, por libre voluntad, símbolo de aquellos por los que Él inútilmente murió”… “Tu llanto, tu ora­ción, tu… vuestro… porque tu amor es activo como lo es el de Jesús glorio­so en el Cielo; vuestro dolor… no puede no dar fru­to”.- ■ Y, junto con Juan, reanuda el camino. No entra en la ciudad. Bordea el Valle de Hinnón y las cavernas donde viven los leprosos. Alza los ojos hacia esos antros de dolor. Ha­ce una seña a Juan, quien inmediatamente dispone encima de una piedra unos alimentos que llevaba en una bolsa mientras lanza un grito de llamada. Algunos leprosos se asoman y se acercan a la pie­dra. Dan las gracias, pero ninguno pide curación. María observa esto y dice: “Saben que Él ya no está, y, como están profundamente perturbados por su horrenda Muerte, ya no saben tener fe en Él y en sus discípulos. ¡Dos veces desdichados! ¡Dos veces leprosos! ¿Dos? No, totalmente desdichados, leprosos, muertos. En la Tierra y en el otro mundo”. Juan: “¿Quieres que intente hablar con ellos, Madre?”. Virgen: “¡Es inútil! Lo intentaron Pedro, Judas de Alfeo, Simón Zelote… Y se burlaron de ellos. Vino María de Lázaro, que siempre los socorre en memoria de Jesús, y también se rieron de ella. También vino Lázaro, con José y Nicodemo, para, hablándoles de su resurrección por obra de Jesús después de cuatro días de sepulcro, y de la del Hombre Dios por su propio poder, y de la Ascensión de Jesús, con­vencerles de que Él era el Cristo. Fue todo inútil. Respondieron: «Son mentiras. Los que saben la verdad dicen que son mentiras»”. Juan: “Y estos últimos son los fariseos y los sacerdotes, seguro. Son ellos los que trabajan para destruir la fe en Él. ¡Estoy seguro de que son ellos!”. Virgen: “Puede ser, Juan. Lo cierto es que los leprosos que antes no se convirtieron, ni siquiera ante los milagros de Jesús, ya no se conver­tirán. Nunca. Son signo y símbolo de todos los que, a lo largo de los siglos, no se convertirán al Cristo y serán, por libre voluntad, leprosos de pecado y estarán muertos a la Gracia que es Vida; símbolo de todos aquellos por los que Él inútilmente murió… ¡y de esa manera!…”, y llora, serenamente, sin sollozos, pero con verdadero caudal de lágrimas. ■ Juan, cuando María, para esconder su llanto a unas personas que pasan y que la observan, se cubre el rostro con su velo, la toma de un brazo, y, mientras amorosamente la guía, le dice: “Tu llanto, tu ora­ción, tu… vuestro… amor por todos los hombres, vuestro, porque tu amor es activo como lo es —perfectamente activo— el de Jesús glorio­so en el Cielo; vuestro dolor, el tuyo, por la sordera de los hombres; el suyo, por la obstinación de demasiados en pecar, no puede no dar fru­to. ¡Mantén la esperanza, Madre! Mucho dolor te han dado y te darán todavía los hombres, pero también amor y alegría. ¿Quién no te que­rrá cuando sepa de ti? Ahora estás aquí, ignorada por el mundo, des­conocida. Pero cuando la Tierra sepa, porque se haya hecho cristiana, ¡cuánto amor recibirás! Estoy seguro de ello, Madre santa”.
* En el camino del Gólgota y en el Gólgota.- ■ Ya está cerca el Gólgota, y más cerca todavía el huerto de José. Llegan a éste, pero María no entra. Va primero al Gólgota. Y en los puntos que presenciaron especiales episodios durante la Pasión, o sea, en los lugares de las caídas, del encuentro con Nique y con Ella misma, se arrodilla y besa el suelo. Llegada a la cima, sus besos se hacen más numerosos en el lugar de la Crucifixión. Besos y lágrimas —los primeros, casi convulsos; las lágrimas, serenas, pero cuantiosas como cerrada lluvia— caen en la tierra amarillenta, mojada ahora, más nítido ahora su color amarilloso… Una plantita ha nacido justo donde la tierra fue removida para hincar la Cruz; una humilde plantita de prado, de hojas en forma de corazón y florecillas rojas como rubíes. María la mira, piensa, luego la saca delicadamente del suelo, junto con un poco de tierra, y la po­ne en el vuelo de su manto, y dice a Juan: “La voy a poner en un tiesto. Parece sangre de Él y ha nacido en la tierra teñida de rojo por su Sangre. Es una semilla traída, sin duda, por el torbellino de aquel día, una semilla venida aquí —a saber de dónde— y que cayó aquí —a saber por qué— y echó raíces en la tierra fecundada por esa San­gre. ■ ¡Ah, si esto sucediera con todas las almas! ¿Por qué la mayor parte de ellas es más seca que la árida y maldita tierra del Gólgota, lugar de suplicio para ladrones y homicidas? ¿Maldita? No. Él ha santificado esta tierra. Los que están bajo la maldición de Dios son aquellos que hicieron de este collado el lugar del más horrendo, injusto, sacrílego delito que jamás tendrá la Tierra”. Ahora los sollozos se unen a las lágrimas. Juan ciñe con un brazo sus hombros para hacerle sentir todo su amor, y la convence para que se marche de ese lugar demasiado dolo­roso para Ella.
* “Juan, repíteme otra vez cómo encontraste las cosas aquí (en el Sepulcro), cuando, con Pedro, viniste a este lugar durante el al­ba de la Resurrección”.- ■ Bajan de nuevo hasta el pie de la colina. Entran en el huerto de José. El Sepulcro muestra su interior por la amplia boca, que ya no está cerrada por la piedra, que yace ahora, volcada en el suelo, entre la hierba. El interior está vacío. Ausente toda huella del Depósito y de la Resurrección. Parece un sepulcro nunca usado. María besa la piedra de la Unción, acaricia con la mirada las pa­redes. Luego solicita de Juan: “Repíteme otra vez cómo encontraste las cosas aquí, cuando, con Pedro, viniste a este lugar durante el al­ba de la Resurrección”. Y Juan vuelve a describir —moviéndose a un lado o a otro, sa­liendo del Sepulcro y entrando en él— cómo estaban las cosas, y qué hicieron él y Pedro; y concluye: “Hubiéramos debido retirar los pa­ños. Pero estábamos tan impresionados por todos los acontecimien­tos de esos días, que no recapacitamos. Cuando volvimos aquí, ya no estaban”. La Virgen le interrumpe, llorando: “Los cogerían los del Templo para profanarlos”, y concluye: “Tampoco María Magdalena pensó que convenía retirarlos para dármelos. Ella también estaba demasiado turbada”. Juan: “¿El Templo? No. Pienso que quizás los cogería José”. La Virgen gime: “Me lo habría dicho… ¡Oh, para un último desprecio los habrán cogido los enemigos de Jesús!”. Juan: “No llores, no sufras ya más. Jesús ya está en la gloria, en el amor perfecto e infinito; el odio y los desprecios ya no le pueden alcanzar”.  Virgen: “Es verdad. Pero esos paños…”. Juan:  “Te causarían dolor, como te lo causa el primer lienzo, que no te atreves a extender porque además de los vestigios de su Sangre contiene también los de las cosas inmundas que arrojaron contra su Stmo. Cuerpo”. Virgen: “Ése, sí. Pero éstos, no: absorbieron todo lo que salió de su Cuerpo cuando ya no sufría… ¡Oh, no puedes comprender!”. Juan: “Comprendo, Madre. Pero no creía que tú —que, sin duda, no es­tás separada de Él-Dios como nosotros, y menos aún como los que simplemente creen en Él— sintieras tan fuerte el deseo, es más: la necesidad, de tener algo de Él como Hombre torturado. Perdona mi necedad. Ven… Volveremos otras veces. Ahora vámonos, porque el sol se va alzando y cada vez es más fuerte, y el camino es largo para nosotros, que tenemos que evitar la ciudad”. ■ Salen del Sepulcro y del huerto; luego, por el mismo camino reco­rrido para ir allí, regresan al Getsemaní. María anda a buen paso y silenciosa, recogida toda en su manto. Sólo una reacción, de repulsa y horror: cuando pasa cerca del olivo donde se ahorcó Judas y cerca de la casa de campo de Caifás, y susurra: “Aquí llevó a cabo su con­denación de impenitente desesperado, y allí llevó a cabo su infame compraventa”. (Escrito el 8 de Septiembre de 1951)
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10-644-386 (11-29-836).- Institución del «domingo».- Gradual conversión de Gamaliel.- Las dos Sábanas.
* “Pedro ha decidido celebrar los misterios ordinarios el día siguiente a cada sábado, porque dice que hoy en adelante ése es el día del Señor, pues en ese día Él resucitó y se apareció a muchos; ya no hay sábado, porque para los cristianos ya no hay sinagoga, sino la Iglesia, como predijeron los profetas”.- ■ Es de noche. La luna llena ilumina con su luz plateada el Getsemaní y la casita de María y Juan. Todo está en silencio. Hasta el Cedrón, que no arrastra sino un hilillo de agua, parece dormido. En un momento dado se oyen pisadas de sandalias, que se hacen cada vez más nítidas, y en medio de ellas, voces masculinas y profundas. Luego aparecen, saliendo por entre las plantas, tres personas, que se dirigen a la casita. Llaman a la puerta. Se enciende una luz y una llama temblorosa lanza sus rayos por entre el resquicio de una ventana. Abre, se asoma una cabeza, se oye una voz, la de Juan que pregunta: “¿Quiénes sois?”. Responden: “José de Arimatea. Conmigo Lázaro y Nicodemo. La hora no es muy oportuna pero la prudencia nos lo ha impuesto. Traemos a María una cosa, y Lázaro nos escolta”. Juan dice: “Entrad. Voy a llamarla. No está durmiendo. Está orando arriba, en su habitación de la terraza. ¡Le gusta mucho!”, y rápidamente sube por la escalera que lleva a la terraza y a la habitación. Los tres, que se han quedado en la cocina, hablan en voz baja, a la débil luz de la lámpara. Todavía envueltos en sus mantos, pero con la cabeza descubierta, se ponen alrededor de la mesa. ■ Juan regresa con María que saluda a los tres diciendo: “La paz sea con vosotros”. Inclinándose, le responden: “Y contigo, María”. Virgen: “¿Hay algún peligro? ¿Ha pasado algo a los siervos de Jesús?”. José explica: “Nada, Mujer. Somos nosotros los que decidimos venir para entregarte —ahora lo sabemos con certeza, pero ya lo presentíamos— una cosa que sabemos que deseabas tener. No hemos venido antes porque no lográbamos ponernos de acuerdo, ni tampoco entre nosotros y Magdalena. Marta no ha intervenido. Tan solo dijo: «El Señor os inspirará, o directamente o por medio de otros, lo que debéis hacer». Y, en verdad, se nos ha dicho qué teníamos que hacer, y por eso hemos venido”. Virgen: “¿Os habló el Señor? ¿Se os apareció?”. Nicodemo le responde: “No, Madre. Ninguna otra vez, desde su subida a los Cielos. Primero, sí. Se nos apareció, ya te lo dijimos, en modo sobrenatural, después de su Resurrección, en mi casa. Aquel día se apareció a muchos, al mismo tiempo, para manifestar su Divinidad y su Resurrección. Luego, estando todavía entre los hombres, le vimos, pero ya no en modo sobrenatural, sino como le vieron los apóstoles y discípulos”. Virgen: “¿Y entonces, cómo os señaló lo que debíais hacer?”. Nicodemo: “Por boca de uno de sus predilectos y sucesores”. Virgen: “¿Pedro? No lo creo. Está todavía demasiado asustado, por su pasado y por su nueva misión”. Nicodemo: “No, María, no fue Pedro. ■ Aunque la verdad es que conforme pasan los días, cada día está más seguro, y, ahora que sabe a qué finalidad ha destinado Lázaro la casa del Cenáculo, ha decidido empezar los ágapes ordinarios y celebrar los misterios ordinarios el día siguiente a cada sábado; porque dice que de hoy en adelante ése es el día del Señor, pues en ese día Él resucitó y se apareció a muchos para confirmarlos en la fe respecto a su Naturaleza eterna de Dios. Ya no hay sábado, en el sentido hebreo, quizás de «Shabahot»; ya no hay sábado, porque para los cristianos ya no hay sinagoga, sino la Iglesia, como predijeron los profetas. Pero sí existe, y existirá siempre, el día del Señor, en recuerdo del Hombre-Dios, del Maestro, Fundador, Pontífice eterno, después de haber sido Redentor de la Iglesia cristiana. A partir, pues, del día siguiente al próximo sábado, tendrán lugar los ágapes entre los cristianos, que serán muchos, en la casa del Cenáculo. ■ Esto no hubiera sido posible antes, tanto por la enemistad de los fariseos, sacerdotes, y escribas, como por la momentánea dispersión de muchos seguidores de Jesús, que se han visto zarandeados en su fe, y han sentido miedo del odio judío. Pero ya éstos que odian están menos atentos, bien por miedo a Roma que ha censurado la conducta del procónsul y de la plebe, bien porque piensan terminado «el entusiasmo de los fanáticos» —así definen ellos la fe de los cristianos en Cristo— por la momentánea dispersión de los fieles, que bien poco ha durado en verdad y ya ha terminado, porque todas las ovejas han vuelto al Redil del verdadero Pastor; prestan menos atención, y hasta diría que se han desinteresado, juzgándola cosa muerta, acabada. Y ello permite que nos reunamos para los ágapes”.
* Entregan a María la 2ª sábana.- Lenta conversión de Gamaliel.-Nicodemo: “Nosotros queremos que tú puedas, ya para el primero de los ágapes, tener este recuerdo de Él para poder mostrárselo a los fieles, a fin de que puedan confirmarse en la fe, y sin que te cause mucho dolor”. José le entrega un grueso rollo, envuelto en un lienzo rojo oscuro, que había mantenido oculto bajo su manto. María, palideciendo, pregunta: “¿Qué cosa es? ¿Sus vestidos, acaso? Los que le hice para… ¡oh!…”. Llora. Lázaro responde: “Los vestidos no pudimos encontrarlos a ningún precio. ¡Quién sabe qué fin tuvieron!”. Y añade: “Pero también esto es un vestido suyo. El último. Es la Sábana limpia en que fue envuelto su purísimo Cuerpo después del tormento y la purificación—aunque fuera rápida y relativa— de sus miembros ensuciados por sus enemigos, y después del embalsamamiento sumario. José, cuando Él resucitó, retiró del Sepulcro las dos sábanas y las trajo a nuestra casa, a Betania, para impedir escarnios sacrílegos. A la casa de Lázaro los enemigos de Jesús no se atreven a entrar; y mucho menos desde que saben cómo Roma censuró la acción de Poncio Pilatos. Después de que pasaron los primeros días, los más peligrosos, te dimos la primera Sabana, y Nicodemo tomó la otra y la llevó a su casa de campo”. Virgen: “La verdad, Lázaro, es que pertenecen a José”. José le contesta: “Es verdad, Mujer, pero la casa de Nicodemo está fuera de la ciudad, y por eso llama menos la atención y es más segura por muchos motivos”. Nicodemo dice: “Así es. Sobre todo desde que Gamaliel con su hijo la frecuenta”. La Virgen, con gran estupor, dice: “¿¡Gamaliel!?”. ■ Lázaro no puede contener una sonrisa sarcástica al responderle: “Sí, el mismo. La señal, la famosa señal que esperaba para creer que Jesús era el Mesías, le ha destrozado. No se puede negar que la señal del velo del Templo al rasgarse fue de tal magnitud, que podía quebrar hasta las cabezas y los corazones más reacios a rendirse. Gamaliel fue con esa poderosísima señal abatido más que las casas que cayeron aquel día de Parasceve, cuando parecía que el mundo moría junto con la Víctima. El remordimiento le ha dejado más desgarrado que lo que quedó el velo del Templo: el remordimiento de no haber comprendido jamás a Jesús en lo que realmente Él era. El sepulcro cerrado de su espíritu de viejo, terco judío se ha abierto como las tumbas que dejaron aparecer a los cuerpos de los justos, y ahora afanosamente busca verdad, luz, perdón, vida. La nueva vida, la que solo en Jesús y por Jesús se puede tener. ¡Oh, mucho tendrá que trabajar todavía para que su modo de pensar antiguo se vea libre! Pero llegará el día. Busca paz, perdón y conocimiento. Paz para sus remordimientos, perdón para su terquedad. Conocimiento completo de Aquel al que pudo haberle conocido, y  no lo hizo. Y va a la casa de Nicodemo para llegar a la meta que sin duda se ha propuesto”. La Virgen pregunta: “¿Estás seguro, Nicodemo, que no te traicionará?”.  Nicodemo: “No, no lo hará. En el fondo es un hombre justo. Recuerda que tuvo el valor de imponerse al Sanedrín durante el infame proceso, y que, abiertamente mostró su desdén y desprecio contra los injustos jueces, yéndose y ordenando a su hijo que saliese también para no ser cómplice, ni siquiera con su presencia pasiva, de aquel gran crimen. Esto por lo que se refiere a Gamaliel. ■ Por lo que se refiere a las Sábanas, he pensado —total… ya no me siento más hebreo y, por tanto, sujeto a la prohibición del Deuteronomio con respecto a las esculturas y obras de metal fundido (1)—, he pensado en hacer, a la manera como lo sé hacer, una estatua de Jesús crucificado. Emplearé uno de mis gigantescos cedros del Líbano. Ocultaré en su interior una de las sábanas, la primera, si tú, María, me la devuelves. Para ti sería siempre un dolor demasiado grande el verla, porque en ella aparecen las inmundicias con que Israel sacrílegamente ensució al Hijo de su Dios. Además, claro, por los movimientos que recibió al bajar del Gólgota, movimientos que zarandearon a cada paso su martirizada cabeza, la imagen está tan borrosa que es difícil distinguirla. Pero yo, hacia esa tela, por contener sangre y sudor suyos, siento una entrañable estima. Me resulta sagrada aunque la efigie esté borrosa y ella misma esté manchada. Escondida dentro de la dicha escultura estará a salvo, pues ningún israelita de las altas clases, se atreverá jamás tocar una escultura. Pero la otra, la segunda sábana, con que fue envuelto su Cuerpo desde el atardecer de la Parasceve hasta la aurora de la Resurrección, debe venir a ti. Quiero advertirte, para que no te impresiones demasiado al verla, te advierto que cuanto más pasan los días, en ella ha ido apareciendo cada vez más nítidamente la figura de Jesús, tal cual estaba después que se le lavó el cuerpo. Cuando la retiramos del Sepulcro, parecía que conservaba de manera muy simple la huella de sus miembros cubiertos por los óleos y, mezclados con los óleos, sangre y suero manados de sus muchas heridas. Pero, o por un proceso natural, o, lo que es más seguro, por un querer sobrenatural, por un milagro que Él ha hecho para darte alegría a ti, a medida que el tiempo ha ido pasando esas huellas se han ido haciendo cada vez más claras y nítidas. Él está allí, en esa tela, hermoso, sereno, majestuoso, pacífico aun después de tan horribles tormentos. ¿Tienes el valor para verle?”. La Virgen, juntando sus manos sobre el pecho, prorrumpe: “¡Oh, Nicodemo, esto era lo que yo deseaba! Dices que tiene un aire sereno… ¡Poder verle así, y no con esa expresión de tormento que se ve en el lienzo de Nique!”. ■ Entonces los cuatro corren la mesa para disponer de más espacio. Después, Lázaro y Juan de un lado, Nicodemo y José del otro, desenvuelven despacio la larga tela. Aparece primero la parte dorsal, empezando por los pies; luego, después de la casi yuxtaposición de las dos partes de la cabeza, la frontal. Las líneas son muy claras, y las señales, todas las señales, de la flagelación, coronación de espinas, roce de la cruz, moratones de golpes recibidos y caídas sufridas, y las heridas de los clavos y de la lanza. María cae de rodillas, besa la tela, acaricia las huellas, las besa. Está angustiada, pero contenta de tener aquella efigie sobrenaturalmente milagrosa. ■ Una vez de acabar de venerar la efigie, se vuelve a Juan, que no puede estar junto a Ella, pues sostiene una de las extremidades. “Tú se lo dijiste a ellos, Juan. Eres el único que lo pudo haber hecho, porque sabías que lo deseaba”. Juan: “Así es, Madre. Fui yo. Y ni siquiera había acabado de manifestarles este deseo tuyo y ya ellos habían asentido. Pero han tenido que esperar el momento propicio para hacerlo…”. Nicodemo explica: “O sea, una noche muy clara. Para poder venir sin antorchas ni lámparas. Y en un tiempo sin solemnidades que reúnan aquí, en Jerusalén y en lugares circunvecinos, a gente común y principales. Y esto por prudencia…”. Lázaro concluye: “Yo vine con ellos para mayor seguridad. Como dueño que soy de Getsemaní me es lícito venir a ver el lugar sin que se despierte sospecha de algún… encargado de vigilar todo y a todos”. Virgen: “Dios os bendiga. Pero vosotros habéis pagado las Sábanas… Y no es justo…”. Lázaro le responde: “Es justo, Madre. Yo, de tu Hijo, recibí algo que no se paga con dinero: la vida que me devolvió después de cuatro días de sepulcro, y antes, la conversión de mi hermana María. José y Nicodemo han recibido de Jesús la Luz, la Verdad, la Vida que no perece. Y tú… tú, con dolor de Madre y tu amor de Madre santísima hacia todos los hombres, has comprado no un lienzo, sino todo el mundo de fieles, que aumentará cada vez más, para Dios. No hay dinero que pueda recompensar cuanto has dado. Toma esto, al menos. Es tuyo. Es justo que así sea. También mi hermana María piensa lo mismo; siempre lo ha pensado desde el momento en que resucitó, y mucho más desde que te dejó para subir al Padre”. ■ Virgen: “Pues así sea. Voy por la otra. Efectivamente me causa mucho dolor el verla… Ésta es distinta. Da paz, porque Él aquí está sereno, ya en paz. Parece sentir ya, en su sueño de mortal, la Vida que vuelve y la gloria que nadie, nunca, podrá destruir ni abatir. Ahora ya no deseo nada, si no es unirme de nuevo a Él; pero ello se producirá cuando y en el modo en que Dios tiene dispuesto. Voy a traerla. Dios os dé el cien por ciento de la alegría que me habéis proporcionado”. Toma reverentemente la Sábana, que los cuatro han doblado, sale de la cocina, y ligera sube la escalerilla… Y pronto vuelve a bajar con la primera Sábana que entrega a Nicodemo. Éste dice: “Dios te lo pague, Mujer. Ahora nos marchamos, porque el alba está próxima y hay que estar en casa  antes de que su luz surja y la gente salga de sus casas”. ■ Los tres saludan reverentemente. Luego con paso ligero vuelven a tomar el camino por donde vinieron. Se dirigen a uno de los canceles de Getsemaní, el más próximo al camino que lleva a Betania. María y Juan permanecen en la puerta de la casucha hasta que los ven desaparecer. Entran en la cocina, cierran la puerta, hablando entre sí. (Escrito el 5 de Octubre de 1951).
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1  Nota  : Cfr. Éx. 20,4-5; Lev. 19,4; Deut. 4,15-18.
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(<Los judíos han matado ya mediante lapidación al primer mártir, Esteban>)

10-646-400 (11-32-847).- María, sede de la Sabiduría, Madre de la Palabra, Estrella segura: aconseja a los apóstoles, desorientados ante su futuro y ante el temor de las persecuciones que se anuncian.
* María tiene el rostro de la dolorosa del Gólgota y del sepulcro, ante el cuerpo sin vida del primer mártir, Esteban.- Ya es muy de noche, cuando la Virgen sale de su casita de Getsemaní acompañada de Pedro, Santiago de Alfeo, Juan, Nicodemo y Zelote. Lázaro les espera en la puerta, enciende una lámpara de aceite que, aunque es tenue, es suficiente para ver los obstáculos que pueda haber. Lázaro se pone al lado de la Virgen, para alumbrarle. Juan está en el otro lado y va sujetando de un brazo a la Madre. Los demás están detrás, en grupo. Llegan al Cedrón. Prosiguen, bordeándolo, para quedar semiocultos por los arbustos y matorrales silvestres que crecen junto a las orillas del torrente. Hasta el murmullo de las pocas aguas que corren sirve para ocultar el ruido de las sandalias. Continuando siempre por la parte exterior de las murallas, hasta la puerta más cercana al Templo, y luego internándose en la zona deshabitada y yerma, llegan al lugar donde fue lapidado Esteban. Se dirigen hacia el montón de piedras bajo el que está semisepultado. Quitan las piedras hasta que ven el cuerpo. Está ya rígido, encogido así como le cogió la muerte. Está frío, duro, congelado. ■ La Virgen, a la que compasivamente Juan había mantenido alejada a la distancia de unos pasos, se libera y corre hasta ese pobre cuerpo desgarrado, envuelto en sangre. Sin preocuparse de que su vestido se manche de sangre, ayudada por Santiago de Alfeo y de Juan, pone el cuerpo sobre un lienzo extendido sobre la tierra, en un lugar en que no hay piedras, y, con un paño que moja en una jarra que el Zelote le acerca, limpia, como puede, la cara de Esteban, le ordena sus cabellos, procurando colocarlos sobre las sienes y mejillas heridas, para tapar los cardenales que las piedras le hicieron. Limpia también el resto de su cuerpo, e intenta darle una postura menos trágica; pero el hielo de la muerte, ocurrida ya muchas horas antes, le ha congelado, y lo permite solo parcialmente. Lo intentan también los hombres, pero inútilmente. ■ María tiene el rostro de la dolorosa del Gólgota y del sepulcro. Visten a Esteban con un vestido limpio, porque el suyo, o se ha perdido o ha sido robado, no se encuentra. La tuniquilla que le ha quedado no es más que jirones. Terminado esto, y bajo la luz de la lámpara que sostiene Lázaro, levantan el cuerpo, lo ponen en otra sábana limpia. Nicodemo recoge la primera empapada en el agua con que limpiaron el cuerpo del mártir, y la oculta bajo su manto. Levantan el cuerpo. Al lado de la cabeza están Juan y Santiago, al de los pies Pedro y Zelote. Emprenden el regreso, precedidos por Lázaro y la Virgen. No toman el mismo camino por el que vinieron. Se adentran por los campos y, torciendo al pie del olivar, llegan al camino que conduce a Jericó y a Betania.
* Permitidme que piense bien las cosas, y decida lo que hay que hacer. Dios no me dejará sin sus luces. Cuando lo sepa, os lo diré. De momento venid conmigo a Getsemaní”.- ■ Allí se detienen para descansar y hablar. Y Nicodemo, que, por haber estado presente aunque de manera pasiva en la condena de Estaban, y por ser uno de los principales de los judíos, sabe mejor que los otros las decisiones del Sanedrín, advierte que el Sanedrín ha ordenado la persecución de los fieles, y que Esteban no es el primero de una larga lista de nombres señalados como seguidores de Jesús. Los apóstoles dicen unánimes: “¡Que hagan lo que quieran! No cambiaremos ni por amenazas, ni por prudencia”. Pero Lázaro y Nicodemo, hacen notar a Pedro y a Santiago de Alfeo que la Iglesia tiene muy pocos sacerdotes y que si mataran a los más importantes, o sea, a Pedro el jefe, y a Santiago, jefe de la Iglesia de Jerusalén, la Iglesia difícilmente se salvaría. Recuerdan también a Pedro que Jesús, el Fundador y Maestro de la Iglesia, dejó Judea, para ir a Samaria, para que no le matasen antes de haberles formado, y le recuerdan también que Jesús había aconsejado a sus siervos que siguiesen su ejemplo hasta que los pastores fuesen tantos, que no se hubiera de temer la dispersión de los fieles por la muerte de los pastores. Y concluyen diciendo: “Dispersaos también vosotros, por Judea y Samaria. Haced ahí prosélitos; otros, numerosos pastores; y desde estas tierras esparcios por la Tierra, de forma que, como Él mandó que se hiciera, todas las gentes conozcan el Evangelio”. ■ Los apóstoles están perplejos. Miran a la Virgen para conocer su parecer. María que comprende lo que quieren preguntarle, aconseja: “El consejo es justo, escuchadlo. No hay nada de cobardía, sino más bien prudencia. Él lo enseñó: «Sed sencillos como las palomas y prudentes como las serpientes. Os envío cual ovejas en medio de lobos. Guardaos de los hombres…» (1). Santiago interrumpe: “Así es, Madre. Pero también dijo: «Cuando os pongan en sus manos y fueseis llevados ante los gobernadores, no os turbéis por lo que deberéis responder. No seréis vosotros los que hablaréis, sino que por vosotros y en vosotros hablará el Espíritu de vuestro Padre». Yo me quedo aquí. El discípulo debe ser como el Maestro. Él murió para dar su vida por la Iglesia. Cada muerte nuestra será una piedra añadida al gran nuevo Templo, un aumento de vida al gran inmortal cuerpo de la Iglesia universal. Que me maten si quieren. Viviendo en el Cielo seré más feliz, porque estaré al lado de mi Hermano, y seré más poderoso. No tengo miedo a la muerte, sino al pecado. Abandonar mi lugar me parece imitar la acción de Judas, el traidor de todos los tiempos. Este pecado no lo cometerá jamás Santiago, hijo de Alfeo. Si debo caer, caeré cual valiente en mi lugar de combate, en el lugar en el que Él me señaló”. La Virgen responde: “No penetro en los secretos tuyos con el Hombre-Dios. Si te inspira, hazlo. Él es el único que tiene el derecho de mandar. A todos nosotros nos toca obedecerle siempre, en todo, y hacer su voluntad”. ■ Pedro menos heroico, habla con Zelote para conocer su parecer. Lázaro que está cerca, propone lo siguiente: “Venid a Betania. Está cerca de Jerusalén y también del  camino de Samaria. De allí partió Jesús tantas veces para escapar a sus enemigos…”. Nicodemo propone a su vez: “Venid a mi casa de campo. Es segura. Está cerca tanto de Betania como de Jerusalén, y está en el camino que lleva a Efraín por Jericó”. Lázaro insiste: “No. Es mejor la mía, pues Roma la protege”. Nicodemo le objeta: “Ya muchos te odian desde que Jesús te resucitó, afirmando tan poderosamente su Naturaleza divina. Piensa que su suerte fue decidida por este motivo. No vayas a decidir ahora tú la tuya”. Zelote propone: “¿Y qué decís de mi casa? En realidad es de Lázaro, pero todavía está a mi nombre”. ■ La Virgen interviene: “Permitidme que piense bien las cosas, y decida lo que hay que hacer. Dios no me dejará sin sus luces. Cuando lo sepa, os lo diré: De momento venid conmigo a Getsemaní”. Todos, como si el Espíritu Santo hubiera hablado en sus corazones y por sus labios, responden: “Sede de la Sabiduría, Madre de la Palabra y de la Luz, siempre eres la Estrella segura que guía. Te obedecemos”. ■ Se levantan, prosiguen su camino. Pedro, Santiago, Simón y Juan van con la Virgen a Getsemaní. Lázaro y Nicodemo levantan la sábana en que viene envuelto el cuerpo de Esteban, y a los primeros albores del alba, toman camino de Betania y Jericó. ¿A dónde llevan al mártir?  Misterio. (Escrito el 8 de Agosto de 1951).
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1  Nota  : Cfr. Mt. 10,16-17.
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10-647-404 (11-33-850).- Muchos años después, Gamaliel busca a la Madre.- Se hace cristiano.- Santiago ha muerto ya.
*  Gamaliel pide a la Madre vista de águila para su espíritu, para ver toda la Verdad.- ■ Habrán pasado muchos años, porque Juan muestra encontrarse ya en plena edad adulta, más robusto, más maduro, con los cabellos, la barba y los bigotes de un rubio mucho más oscuro. María —que está hilando mientras Juan pone de nuevo en orden la cocina de la casita de Getsemaní, cuyas paredes han sido recientemente blanqueadas y barnizados sus muebles— no parece haber cambiado gran cosa. Su faz es fresca y serena. Todas las huellas, que el dolor por la muerte y regreso de su Hijo al Cielo, habían dejado en su cara, así como por las primeras persecuciones contra los discípulos, han desaparecido. El tiempo no ha dejado grabadas sus huellas en ese rostro tan hermoso. Los años no han cambiado su fresca y pura belleza. La lámpara, que está sobre la mesa, proyecta su luz danzarina sobre las manitas de María, sobre el blanco estambre envuelto en la rueca, sobre el hilo delgado, sobre el huso que da vueltas, sobre los rubios cabellos trenzados en denso moño sobre la nuca. Por la puerta abierta un hermosísimo rayo de luz penetra en la cocina, extendiendo una franja de plata desde la puerta hasta el pie de la banqueta en que María está sentada. María, por ello, tiene los pies iluminados por el rayo lunar, mientras sus manos y sus cabellos lo están por la luz rojiza de la lámpara. Afuera, entre los olivos que rodean la casa de Getsemaní cantan los ruiseñores sus trinos de amor. De pronto se callan, como asustados. ■ Momentos después, se oye el caminar de alguien que se acerca cada vez más, hasta llegar al umbral de la puerta de la cocina; y, al mismo tiempo, desaparecen los rayos de luna que bañaban hacía unos pocos instantes las piedras del camino. María levanta la cabeza y la vuelve hacia la puerta. Juan mira también, y un “¡oh!” lleno de admiración sale de los labios de los dos, mientras, al unísono, ambos, presurosos, se dirigen hacia la puerta, donde Gamaliel se ha detenido. Un Gamaliel ya muy anciano; está muy delgado; trae vestidos blancos que la luna al brillar sobre ellos los hace casi fosforescentes: parece espectral. Un Gamaliel abatido, destrozado por los sucesos, por los remordimientos, por tantas cosas, más que por la edad. “Rabí ¿tú aquí? ¡Entra! ¡La paz sea contigo!“ le dice Juan, que está frente a él y muy cerca, mientras María está algunos pasos más atrás. El anciano responde con voz trémula: “Si me guías… Estoy ciego…”. Juan, asombrado, pregunta lleno de compasión: “¿Ciego? ¿Desde cuándo?”. Gamaliel: “¡Oh!… desde hace mucho tiempo. La vista comenzó a debilitárseme poco después… poco después. Sí, después de que no supe reconocer la Luz verdadera que vino a iluminar a los hombres, hasta que el terremoto desgarró el velo del Templo y sacudió las fuertes murallas, como Él lo había dicho. Verdaderamente un doble velo, que cubría el Santo de los Santos del Templo y al más aún verdadero Santo de los Santos, a la Palabra del Padre, su Eterno Unigénito, oculto bajo el velo de un cuerpo humano, de una carne purísima, que solo su Pasión y gloriosa Resurrección revelaron, incluso a los más tercos, como soy yo, en lo que realmente era: el Mesías, el Emmanuel.  Desde aquel momento las tinieblas empezaron a bajar sobre mis pupilas, y a hacerse más densas. Justo castigo. Hace poco tiempo que estoy completamente ciego y ■ he venido…”. Juan le interrumpe preguntándole: “¿Has venido quizás a pedir un milagro?”. Gamaliel: “Sí. Un gran milagro. Se lo pido a la Madre del Dios verdadero”. La Virgen le responde: “Gamaliel, yo no poseo el poder que tenía mi Hijo. Él podía devolverte la vista a las pupilas apagadas y hasta la vida; pero yo no”. Y continúa: “Pero ven aquí, cerca de la mesa, y siéntate. Estás cansado y eres anciano, rabí. No te fatigues más”. Y con todo cariño, junto con Juan le lleva cerca de la mesa, y hace que se siente en un banco. Gamaliel antes de soltar la mano, la besa con respeto, luego continúa: “No te pido, ¡oh María!, el milagro de ver nuevamente. No. No pido esta cosa material. Lo que te pido, Bendita entre las mujeres, es una vista de águila para mi espíritu, para que vea toda la Verdad. No te pido la luz para mis pupilas apagadas, sino la luz sobrenatural, divina, la verdadera luz que es sabiduría, verdad, vida, para mi alma y corazón desgarrados por los remordimientos que no me dan tregua. No tengo deseos de ver con los ojos de este mundo hebreo, tan… sí, tan obstinadamente rebelde a Dios, a Dios que con él fue tan misericordioso como, en verdad, no merecimos que lo fuera. Es más, estoy contento de no tener que verle ya, y de que mi ceguera me haya libertado de todas mis obligaciones para con el Templo y para con el Sanedrín, que han sido injustos contra tu Hijo y contra sus seguidores. Lo que deseo es ver con todo mi corazón, con toda mi alma, con toda mi inteligencia es a Él, a Jesús. Verle en mí, en mi espíritu, verle espiritualmente, como, ciertamente, tú, ¡oh santa Madre de Dios!, y Juan, tan puro, Santiago, mientras vivió (1), y los otros, para ayuda en su grave y obstaculado ministerio, le veis. Verle para amarle con todo mi ser y con este amor reparar mis culpas y alcanzar su perdón, para poseer la vida eterna de la que me he hecho indigno de alcanzar…”. Inclina su cabeza sobre sus brazos que tiene apoyados sobre la mesa y llora.
* Ella —el trono de la Sabiduría, la Llena de Gracia, y que, de la Sabiduría que en Ella tomó Carne y de la Gracia de la que está llena, recibió la plenitud de conocimientos sobrenaturales— no puede aconsejar otra cosa que el bien.- ■ María le pone una mano sobre la cabeza estremecida por los sollozos y le responde: “¡No! ¡Que no te has hecho indigno de la vida eterna! El Salvador perdona todo a quien se arrepiente de sus errores pasados. Aun al traidor hubiera perdonado si se hubiera arrepentido de su horrible pecado. La culpa de Judas fue muy grande con respecto a la tuya. Piensa. Judas fue el apóstol a quien aceptó Jesús, a quien Él instruyó, a quien amó más que a nadie; si se piensa que, pese a que no ignoraba nada, no le expulsó del grupo de los apóstoles, sino que, al contrario, hasta el momento supremo, empleó toda clase de pretextos para que nadie pudiera comprender lo que era, y lo que tramaba. Mi Hijo es la Verdad misma y no puede mentir. Pero cuando veía que los once sospechaban algo, y que le preguntaban de Judas, sin mentir, procuraba desviar sus sospechas, y no respondía a sus preguntas, bien diciéndoles que no preguntasen, o que por prudencia o caridad no lo hiciesen. Tu culpa es insignificante. Es más, ni siquiera puede llamarse culpa. ■ Esto tuyo no es incredulidad; más bien podrá decirse que es exceso de fe. Tanto creíste en aquel Niño de doce años que te habló en el Templo, que, tercamente pero con recta intención nacida de tu fe absoluta en ese Niño, en cuyos labios habías oído palabras de infinita sabiduría, has esperado la señal para poder creer en Él, y ver en Él al Mesías. Dios perdona a quien tiene una fe tan fuerte y fiel. Y perdona mucho más a quien, dudando todavía sobre la verdadera Naturaleza de un hombre, acusado injustamente, no quiere tomar parte a su condenación porque cree que es injusta. Tu modo espiritual de ver la verdad ha ido aumentando desde que dejaste el Sanedrín, porque no quisiste consentir en esa acción sacrílega. Y ha crecido mucho más, cuando, encontrándote en el Templo, viste que se realizaba la señal esperada, que marcaba el principio de la era de la nueva religión. Y aún más aumentó cuando, con aquellas potentes, angustiadas palabras, rogaste al pie de la cruz de mi Hijo, ya helado y muerto. Y se ha hecho casi perfecta cada una de las veces  que, o con las palabras o poniéndote al margen, defendiste a los siervos de mi Hijo y no quisiste tomar parte en la condenación de los primeros mártires (2). Créeme, Gamaliel, cada acción tuya de dolor, de justicia, de amor aumentó en ti tu vista espiritual”. ■Gamaliel: “¡Todo esto no es suficiente! Mira. Tuve la gracia extraordinaria de haber conocido a tu Hijo, desde la primera manifestación pública hasta cuando fue adulto. ¡Habría debido ver entonces! ¡comprender! Fui un ciego, un necio… ni vi ni comprendí; ni entonces ni otras veces en que  tuve la gracia de acercarme a Él, cuando era ya Maestro, y de oír sus palabras que eran siempre justas, siempre poderosas. Tercamente esperaba la señal humana, el estremecimiento de las piedras… Y no veía que en Él todo era una señal. No veía que Él era la piedra angular que los profetas habían predicho, la piedra que sacudía al mundo hebreo y gentil, la piedra que sacudía las piedras de los corazones con su palabra, con sus prodigios. No veía en Él la señal clara de su Padre en todo lo que decía o hacía. ¿Cómo puede perdonar tanta terquedad?”. ■ Virgen: “Gamaliel, ¿puedes creer que yo —que soy el trono de la Sabiduría, la Llena de Gracia, y que, de la Sabiduría que en mí tomó Carne y de la Gracia de que estoy llena, recibí la plenitud de conocimientos de cosas sobrenaturales—, pueda aconsejarte otra cosa que no sea tu bien?”. Gamaliel: “¡Claro que lo creo! Y precisamente porque creo que eres esto, vengo a ti en busca de luz. ¡Tú, Hija, Madre, Esposa de Dios, que desde tu concepción fuiste colmada de luces de sabiduría, no puedes menos de señalarme el camino que debo tomar para tener paz y encontrar la verdad, para conquistar la vida verdadera! Estoy muy consciente de mis errores, tan abatido de mi miseria espiritual que tengo necesidad de ayuda para poder ir a Dios”. Virgen: “Eso que tú juzgas como obstáculo es, por el contrario, ala para elevarte hacia Dios. Te has destruido a ti mismo, te has humillado. Eras un monte potente, te has hecho un valle profundo. Ten en cuenta que la humildad es semejante a lo que fertiliza los campos para hacerlos fértiles. Es una escalera para subir, una escalera para subir a Dios quien al ver al humilde le llama hacia Sí para ensalzarle, para encenderle con su caridad e iluminarle con sus luces para que vea. Por esto te digo que estás ya en la Luz, en el Camino justo, hacia la verdadera Vida de los hijos de Dios”.
* Gamaliel pide el bautismo.- La Virgen le traza un signo de la Cruz sobre su cabeza inclinada.- ■ Gamaliel objeta: “Pero para obtener la Gracia debo entrar en la Iglesia, recibir el Bautismo que limpia de la Culpa y nos hace de nuevo hijos adoptivos de Dios. No me opongo a ello. ¡Al contrario! He destruido en mí al hijo de la Ley, no puedo sentir ya ninguna estima ni amor por el Templo. Pero ser nada, no quiero. Por tanto, debo edificar de nuevo, sobre las ruinas de mi pasado, el hombre nuevo y la fe nueva. Pero me imagino que los apóstoles y discípulos, respecto a mí, el gran rabí de dura cerviz, sentirán desconfianza y prejuicios…”. Juan le interrumpe diciendo: “Te equivocas, Gamaliel. Yo soy el primero que te quiero y que reputaría como día de extraordinaria gracia el día en que pudiera llamarte cordero del rebaño de Cristo. No sería yo un discípulo de Jesús si no pusiese en práctica sus enseñanzas. Él nos mandó que nos amásemos y comprendiésemos, y sobre todo que amásemos y comprendiésemos a los débiles, a los enfermos, a los extraviados. Nos dijo que imitásemos sus ejemplos. Nosotros vimos que fue siempre amor para con los culpables arrepentidos, para con los hijos pródigos que regresaban al Padre, para con las ovejas extraviadas. Desde Magdalena hasta la samaritana, desde Aglae hasta el ladrón. ¡Oh, a cuántas almas Él no redimió con su misericordia! Hubiera perdonado a Judas si se hubiera arrepentido. Tantas veces le había perdonado. Yo sé cuánto le amó, pese a que conocía todas sus acciones. ■ Ven conmigo. Haré de ti un hijo de Dios y hermano de Jesús Salvador”. Gamaliel: “Tú no eres Pontífice. Pontífice es Pedro. ¿Y Pedro será tan bueno como tú lo eres? Yo sé que él es muy distinto de ti…”. Juan: “Lo fue. Pero desde que vio cuán débil fue —hasta el punto de ser cobarde y renegar de su Maestro— ya no es lo que era, y tiene compasión con todos y para todos”. Gamaliel: “Entonces llévame donde él sin perder tiempo. Yo soy viejo, y ya demasiado me he demorado. Me sentía muy indigno, y tenía miedo de que todos los siervos de Jesús me tratasen de igual modo. Ahora que las palabras de María y tuyas me han confortado, quiero entrar lo más pronto posible en el Redil del Maestro, antes de que mi viejo corazón, quebrantado con tantas cosas, se detenga. Guíame tú, porque he dicho al siervo que me ha traído hasta aquí que se marchara, para que no oyese nada. Regresará a la hora primera. Pero para entonces yo ya estaré lejos. En dos sentidos: lejos de esta casa y lejos del Templo. Para siempre. Primero iré, yo, hijo rebelde, a la casa del Padre, yo, oveja extraviada, al verdadero Redil del Pastor eterno. Luego regresaré a mi casa lejana, para morir allí en paz y en gracia de Dios”. ■ María, con gesto espontáneo, le abraza y le dice: “Dios te dé paz. Paz y gloria eterna porque lo has merecido, al manifestar tu verdadero pensamiento a los poderosos jefes de Israel sin tener miedo de sus reacciones. Dios está siempre contigo. Que Él te bendiga”. Gamaliel busca de nuevo sus manos, las toma entre las suyas, y se las besa. Se arrodilla y le pide que ponga sus manos benditas sobre su cabeza. María le complace. Hace incluso más. Traza un signo de la cruz (3) sobre su cabeza inclinada. Luego, junto con Juan le ayuda a ponerse de pie, le acompaña hasta la puerta y mira que se va, guiado por el apóstol hacia la verdadera Vida, el hombre humanamente terminado, sobrenaturalmente vivificado. (Escrito el 1 de Noviembre de 1951).
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1  Nota  : Cfr.  Hech.  12,1-2.    2  Nota  : Cfr.  Hech.  5,27-42.    3  Nota  : Signo de la Cruz.- No es increíble que la Virgen haya trazado esta señal. Tertuliano, escritor del siglo tercero, en su libro De corona, III 1-4, proporciona una lista extensa de prácticas que “Sin ningún auxilio de la Escritura, a titulo solo de tradición y con el fervor de la costumbre” se observaban en su tiempo. Entre estas cosas está la señal de la cruz, que hacían antes de salir de casa. Dice de este modo: “Hacemos la señal de la cruz cuando hacemos algo, cuando entramos y salimos, cuando nos vestimos, nos ponemos el calzado, cuando nos lavamos, nos sentamos a la mesa, encendemos las lámparas, cuando entramos a nuestras habitaciones, nos sentamos, y cuando vamos a cualquier parte”.
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10-648-409 (11-34-855).- Pedro se despide de María Stma. después de un coloquio con Juan.
* “Si comprendí bien unas palabras suyas yo debo ir a Roma y fundar allí la Iglesia inmortal. Yo, elegido por Él Pontífice, he decidido, y, conmigo los otros apóstoles y discípulos: nos dispersaremos”.- ■ En la terraza de la casa de Simón Zelote en Betania, que la luna ilumina, están Pedro y Juan. Hablan en voz baja. Señalan hacia la casa de Lázaro, del todo cerrada y silenciosa. Luego, no sé por qué motivo, el coloquio se hace cada vez más animado, y sus voces, antes contenidas, aumentan de tono y se hacen bien claras. Pedro, dando un puñetazo sobre el antepecho de la terraza, exclama: “¿Pero no comprendes que debe hacerse así? En nombre de Dios te hablo. Escúchame, y no quieras ser terco. Conviene hacer como digo yo. No por cobardía ni por temor sino para impedir el exterminio total de la Iglesia. Todos nuestros pasos son seguidos. Y Nicodemo me ha dicho que estoy en lo cierto. ¿Por qué no hemos podido quedarnos en Betania? Por esta razón. ¿Por qué ya no es prudente estar en esta casa o en la casa de Nicodemo, o en la de Nique o de Anastásica? Siempre por el mismo motivo. Para impedir que la Iglesia muera por la muerte de sus jefes”. Juan le responde: “El Maestro muchas veces nos aseguró que ni siquiera el Infierno podrá exterminarla, ni vencerla”. Pedro: “Es verdad. Y el Infierno no prevalecerá, como no prevaleció contra Cristo. Pero los hombres sí, como prevalecieron sobre el Hombre-Dios, que venció a Satanás, pero que no pudo vencer sobre los hombres”. Juan: “Porque no quiso vencer. Debía redimir y, por lo tanto, morir. ¡Y con esa muerte! ¡Pero si hubiera querido vencerlos! ¡Cuántas veces no esquivó sus insidias, de todo tipo!”. ■ Pedro: “También la Iglesia será insidiada, pero no perecerá totalmente, siempre y cuando tengamos la suficiente prudencia como para impedir el exterminio de los jefes actuales, antes de crear nosotros a muchos —los primeros— sacerdotes de la Iglesia en sus distintos grados; crearlos y formarlos para su ministerio. No te hagas falsas ilusiones, Juan. Los fariseos, escribas, sacerdotes y miembros del Sanedrín harán todo lo posible para matar a todos los pastores para que la grey se disperse. Una grey todavía tímida y débil; sobre todo esta grey de Palestina. No debemos dejarla sin pastores hasta que muchos corderos no se hayan convertido, a su vez, en pastores. Ya has visto cuántos de ellos han caído muertos. Piensa en cuántas regiones del mundo nos esperan. La orden fue clara: «Id a evangelizar a todas las gentes, bautizándolas en el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo, enseñándoles a observar cuanto os ordené». Y a mí, en la orilla del lago, tres veces me mandó apacentar sus ovejas y corderos, y profetizó que, de viejo, pero no antes, seré atado y conducido a confesar a Cristo con mi sangre y vida. ¡Y muy lejos de aquí! Si comprendí bien unas palabras suyas, antes de la muerte de Lázaro, yo debo ir a Roma y fundar allí la Iglesia inmortal. ¿Y no juzgó Él mismo que era prudente retirarse a Efraín, porque aún no había cumplido su evangelización? Y solo en el momento preciso volvió a Judea para ser apresado y crucificado. Imitémosle. ■ No se puede decir que Lázaro, Magdalena y Marta hayan sido cobardes. Y sin embargo ves que, aun con mucho dolor, se han ido de acá, para llevar a otras partes la Palabra divina que aquí los judíos aplastarían. Yo, elegido por Él Pontífice, he decidido, y, conmigo, los otros apóstoles y discípulos han decidido igualmente: nos dispersaremos. Algunos irán a Samaria, otros hacia el gran mar, o hacia Fenicia, yendo cada vez más allá, a Siria, a las Islas, a Grecia, al Imperio romano. Y si aquí en estos lugares la cizaña y el veneno judío hacen estériles los campos y las viñas del Señor, nos iremos a otros lugares y sembraremos otras semillas, en otros campos y viñas, para que no solo haya recolección, sino que incluso sea abundante. Si en estos lugares, el odio judío envenena las aguas y las corrompe, para que ni yo, pescador de almas, ni mis hermanos, podamos pescar almas para el Señor, nos iremos a otros mares. Conviene ser prudentes y astutos al mismo tiempo. Créemelo, Juan”. Juan asiente: “Tienes razón”.
*  El nuevo florecimiento, en belleza y gozo, señal de que María siente ya cercano su fin.-  ■ Y replica a Pedro: “Pero si insistía era por María. Yo no puedo, no debo dejarla. Ello nos causaría mucho dolor a ambos. Y sería una acción mala por mi parte…”. Pedro: “Tú quédate aquí. Ella también se queda, porque arrancarla de aquí, sería algo absurdo…”. Juan: “A lo que María jamás consentiría. Me uniré a vosotros más adelante, cuando Ella no esté en la Tierra”. Pedro: “Te esperamos. Eres aún joven… Mucho te queda de vida”. Juan: “Y a María poco”. Pedro: “¿Por qué? ¿Está acaso enferma, débil?”. Juan: “¡Oh, no! Ni el tiempo ni los sufrimientos le afectan. Está siempre joven de rostro y de corazón. Serena, diría yo, hasta bienaventurada”. Pedro: “Y entonces, ¿por qué dices…?”. Juan: “Porque comprendo que este nuevo florecimiento en belleza y gozo es la señal de que Ella siente ya cercano que vuelve a reunirse con su Hijo. Unión total quiero decir. Porque la espiritual no se ha interrumpido jamás. Estoy seguro que cada día ve a su Hijo glorioso. Y en esto radica su felicidad. Yo creo que, cuando Ella le ve, su espíritu se ilumina y llega a conocer todo el futuro como lo conoce Dios, incluido el suyo. Todavía está en la tierra corporalmente, pero sin temor a equivocarme podría decir que su espíritu está casi siempre en el Cielo. ■ Tal es su unión con Dios que, no creo que sea sacrilegio afirmar, que Dios está en Ella, como cuando le llevaba en su seno. Más aún. De la misma forma que el Verbo se unió a Ella para ser Jesús, el Mesías, ahora Ella se une de tal modo a Cristo,  que es un segundo Cristo, que ha asumido su nueva humanidad, la del propio Jesús. Si digo alguna herejía, que Dios me haga conocer mi error, y me perdone. Ella vive en el amor. Este fuego de amor la enciende, la nutre y ese mismo fuego de amor, cuando llegue la hora, nos la arrebatará, en el momento designado, sin dolor para Ella, sin corrupción para su cuerpo… El dolor será solo nuestro… sobre todo mío… Ya no tendremos a la Maestra, a la Guía, a la Consoladora nuestra… Y yo me encontraré verdaderamente solo…”. Y Juan, cuya voz acusaba ya las lágrimas, rompe a llorar con sollozos desgarradores como nunca tuvo, ni siquiera a los pies de la cruz o en el sepulcro. ■ Pedro, aunque en menor grado, llora, y, entre lágrimas, suplica a Juan que le avise, si puede, para estar presente en el tránsito de María, o, al menos, en su sepultura. Juan: “Lo haré, si puedo. Pero dudo mucho. Una voz interna me dice que así como sucedió a Elías, que fue arrebatado por un torbellino celestial en un carro de fuego (1), lo mismo sucederá a Ella. No tendré tiempo de caer en la cuenta de su próximo tránsito, sino cuando Ella está ya en el Cielo”. Pedro: “Pero su cuerpo quedará. ¡También quedó la del Maestro! ¡Y era Dios!”. Juan: “Para Él tenía que suceder así. Para Ella no. Debía Él con su resurrección, desmentir las calumnias de los judíos; con sus apariciones, convencer al mundo, que dudaba, o incluso negaba, por causa de su muerte de cruz. Pero Ella no tiene necesidad de ello. Pero si puedo, te avisaré. ■ Hasta pronto, Pedro, Pontífice y hermano mío en Jesús. Voy donde está Ella, que de seguro me está esperando. Dios esté contigo”. Pedro: “Y contigo. Dile a María que ruegue por mí y que me perdone una vez más mi cobardía durante el proceso. Es algo que no logro borrar del corazón, algo que no me da paz ninguna…”. Corren lágrimas por sus mejillas. Agrega: “Que sea para mí una Madre, Madre de amor, para mí que soy un infeliz hijo pródigo…”. Juan: “No es necesario que se lo diga. Te quiere más que una madre natural. Te ama como Madre de Dios y como Ella solo puede amar. Si estuvo dispuesta a perdonar a Judas, cuya culpa era infinita, ¡imagínate si no te ha perdonado! La paz contigo, hermano. Me voy”.
* María Stma. pone la Señal de la Cruz sobre la cabeza de Pedro.-Pedro: “Y yo te sigo, si me lo permites. Quiero verla una vez más”. Juan: “Ven. Sé el camino que hay que tomar para entrar en el Getsemaní sin ser vistos”. Se ponen en marcha y andan, a buen paso y en silencio, hacia Jerusalén. Pasan por el camino alto, que llega hasta el Monte de los Olivos por la parte que está más lejos de la ciudad. Llegan al rayar ya el alba. Entran en el Getsemaní, van cuesta abajo a la casita. María, que está en la terraza, los ve llegar y, dando un grito de alegría, baja a su encuentro. Pedro cae a sus pies, con la cara contra el suelo, diciendo: “¡Perdón, Madre!”. Virgen: “¡¿De qué?! ¿Es que has faltado en algo? El que me revela todas las verdades, no me ha revelado sino que tú eres su digno sucesor en la Fe. Como hombre, eres un justo, aunque algunas veces impulsivo. ¿Qué quieres que te perdone, pues?”. Pedro llora, no dice nada. Juan explica: “Pedro no logra apaciguarse por lo de haber renegado de Jesús en el patio del Templo”. Virgen: “Eso es cosa pasada, y borrada, Pedro. ¿Acaso te reprendió Jesús?”. Pedro: “¡Oh, no!”. Virgen: “¿Mostró quererte menos que antes?”. Pedro: “¡No! La verdad… no. ¡Al contrario!…”.  Virgen: “¿Y eso no te dice que Él y yo con Él, te hemos comprendido y perdonado?”. Pedro: “Tienes razón. Sigo siendo el mismo necio”. Virgen: “Vete ahora en paz. Te aseguro que nos encontraremos en el Cielo todos. Yo, tú, los demás apóstoles y diáconos junto al Hombre-Dios. Por lo que de mi poder depende te bendigo”. ■ Y como hizo con Gamaliel, de igual modo hace con Pedro, pone sus manos sobre su cabeza, y traza sobre ella una señal de la cruz. Pedro se inclina y le besa los pies. Se levanta más sereno que antes, y acompañado de Juan, regresa a la cancilla superior, la cruza y se marcha, mientras que el joven apóstol, después de haber cerrado esa entrada, regresa donde María. (Escrito el 4 de Noviembre de 1951).
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1  Nota  : Cfr. 2 Re.2,1-18; Eccli. 48,1-11.
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10-649-413 (11-35-858).- El bienaventurado tránsito de María Stma.
* La Virgen guarda en el arca los recuerdos  de Jesús.- “Ahora experimento el gozo, inmenso gozo como inmensa ha sido la pena, porque presiento que mi vida toca a su fin. He hecho cuanto debía hacer”.- ■ María está en su habitación que se encuentra sobre la terraza. Vestida de lino blanco, de cándido lino son su vestido que cubre sus miembros, y el manto que, sujeto en la base del cuello, le cae por sus espaldas, y el velo delgadísimo que le cubre la cabeza. Está ordenando sus vestidos y los de Jesús, que siempre ha conservado. Elige los mejores que son pocos. De los suyos, toma el vestido y el manto que tenía en el Calvario; de los de Jesús, un vestido de lino que usaba en los días de verano, y el manto encontrado en el Getsemaní, en que se ven todavía manchas de Sangre. Después de haberlos doblado, besa el manto ensangrentado de Jesús, y se dirige al arca, en que están, ya desde años, las reliquias de la última Cena y de la Pa­sión. Las reúne en la parte superior del arca, y los vestidos en la infe­rior. ■ Está cerrando el arca cuando Juan, que había subido sin hacer ruido a la terraza, a donde debe haber subido María a pasar las primeras horas de la mañana, y se ha asomado a ver lo que estaba haciendo, tal vez preocupado por su larga ausencia de la cocina, la hace vol­verse bruscamente al preguntarle: “¿Qué estás haciendo, Madre?”. Virgen: “He ordenado todo lo que conviene conservar. Todos los recuerdos… Todo cuanto constituye un testimonio de su amor y dolor infinitos”. Juan: “¿Por qué, Madre, volverte a abrir las heridas de tu corazón viendo de nuevo estas cosas tristes? Sufres viéndolas porque estás pálida y tus manos tiemblan…” le dice acercándose a Ella, como temiendo que —tan pálida y temblorosa como está— pueda sentirse mal y caer al suelo. Virgen: “¡Oh, no estoy pálida ni tiemblo por eso! Porque por eso no se me vuelven a abrir las heridas… que, en verdad, nunca se han cerrado del todo. En realidad, siento en mí paz y gozo, una paz y gozo que nunca como ahora han sido tan completos”. Juan: “¿Nunca como ahora? No comprendo… Para mí estos objetos me re­cuerdan la angustia de aquellas horas. Y yo soy solo un discípulo; tú eres su Madre…”. Virgen: “Y por esto debería yo sufrir más, quieres decir. Y, humanamente, tienes razón. Pero no es así. ■ Estoy acostumbrada a sufrir el dolor de sus separa­ciones. Siempre dolorosas porque su presencia y cercanía eran mi Paraíso en la Tierra. Pero también siempre con buena disposición y serenamente sufridas, porque todos sus actos eran actos de obediencia a la Voluntad del Padre y, por tanto, yo lo aceptaba porque yo también he obedecido siempre a lo deseos y designios de Dios para mí. Sufría yo, cuando Jesús partía. Me sentía sola. El dolor que sufrí cuando, siendo pequeño, me dejó ocultamente, para su disputa con los doctores del Templo, sólo Dios sabe cuán intenso fue; y, a pesar de ello, aparte de la justa pregunta que, como madre, tuve que hacerle por haberme dejado así, no le dije nada más. Tampoco le retuve cuando me dejó para convertirse en el Maestro… y yo ya había enviudado de José, y, por tanto, me encontraba sola, en una ciudad que, excepción hecha de algunas escasas personas, no me quería. Y nada me sorprendió su respuesta en las bodas de Caná. Cumplía con la voluntad de su Padre, y yo no me oponía a que la hiciera. Podía llegar a pedirle algo o a darle un consejo: un consejo sobre sus discípulos, una súplica por alguna persona infeliz. Pero más, no. Yo sufría cuando me dejaba para ir por el mundo, a ese mundo que le era hostil, a ese mundo tan pecador que el hecho de vivir en él era para Él un sufrimiento. ¡Pero cuánta alegría cuando regresaba! Era tan inmensa que me recompensa­ba setenta veces siete del dolor de haberme visto separada de Él. Desgarrador fue la separación cuando murió, pero ¿con qué palabras podría de­cirte el gozo que experimenté cuando se me apareció resucitado? Inmen­sa fue la pena de la separación cuando fue al Padre, separación que no tendrá fin hasta cuando mi vida terrenal termine. Ahora experimento el gozo, inmenso gozo como inmensa ha sido la pena, porque presiento que mi vida toca a su fin. He hecho cuanto debía hacer”.
* La secreta alegría de Jesús y de María Santísima: «Todo lo que el Padre me ordenó que cumpliera lo he cumplido».- Virgen: “He terminado mi misión terrena. La otra, la celestial, no tendrá fin. Dios me ha dejado en la Tierra hasta que, como mi Jesús, he cumplido lo que tenía que realizar. Y tengo dentro de mí esa secreta alegría —única gota de bálsamo en medio de sus amarguísimos, últimos y atroces padecimientos— que tuvo Jesús cuando pudo decir: «Todo está consumado»”. Juan le dice: “¿Alegría de Jesús? ¿En aquella hora?”. Virgen: “Sí, Juan. Una alegría que los hombres no pueden entender, pero sí los espíritus que viven a la luz de Dios, y que ven las cosas profundas ocultas bajo los velos que el Eterno extiende sobre los secretos. Yo, que me vi tan angustiada, arrollada por lo que sucedía, unida a mi Hijo, en la entrega al Padre, no comprendí entonces. La luz se había apagado para el mundo en aquella hora, para el mundo que no había querido aceptarla. Y también se apagó para mí. No por castigo, sino porque siendo Corredentora debía también padecer la angustia del abandono de los consuelos divinos, las tinieblas, la desolación, las tentaciones de Satanás quien me gritaba que no era posible creer en lo que Él había dicho; todo lo que Él padeció en el espíritu desde el jueves hasta el viernes. Pero después comprendí. Cuando la Luz, resucitada para siempre, se me apareció, comprendí. Comprendí todo. Aun la secreta alegría de Jesús cuando pudo decir: «Todo lo que el Padre me ordenó que cumpliera lo he cumplido. He llenado la medida de la caridad divina amando al Padre hasta mi sacrificio, amando a los hombres hasta morir por ellos. He cumplido con todo lo que debía llevar a cabo. Muero contento en el corazón, aunque despedazado en mi cuerpo inocente». También Yo he cumplido con todo lo que, ab aeterno, me estaba prescrito. Desde la concepción del Redentor hasta la ayuda a vosotros, sus sacerdotes, para que os formaseis perfectamente”.
“La Iglesia está ya formada y fuerte. El Espíritu Santo la ilumina, la sangre de los primeros mártires la cimienta y multiplica; mi ayuda ha cooperado en hacer de Ella un organismo santo… que para vivir y crecer necesita de la caridad”.-  Virgen: “La Iglesia está ya formada y fuerte. El Espíritu Santo la ilumina, la sangre de los primeros mártires la cimienta y multiplica; mi ayuda ha cooperado en hacer de Ella un organismo santo, al que la caridad hacia Dios y hacia los hermanos alimenta y fortalece cada vez más, y donde los odios, rencores, envidias, mala voluntad, semillas de Satanás no existen. Dios está contento de ello. Quiere que lo sepáis de mis mismos labios. Como también quiere que os diga que continuéis creciendo en la caridad para poder crecer en la perfección, y lo mismo en número de cristianos y en una doctrina poderosa. Porque la doctrina de Jesús es doctrina de amor. Porque su vida es también la mía. Vidas ambas que guió y movió el amor. A nadie rechazamos. Perdonamos a todos. A solo uno no pudimos dar el perdón porque él, esclavo del odio, no lo quiso. Jesús antes de ir a la muerte, os ordenó que os amarais mutuamente. Él mismo os dio la medida con que debéis amaros, cuando dijo: «Amaos los unos a los otros como os he amado. Por esto se conocerá que sois mis discípulos». ■ La Iglesia para vivir y crecer tiene necesidad de la caridad. Caridad sobre todo en sus ministros. Si no os amarais entre vosotros con todas vuestras fuerzas, y, de la misma manera, no amarais a vuestros hermanos en el Señor, la Iglesia se haría estéril, y raquítica y nada sería la nueva creación y la supercreación de los hombres, para el grado de hijos del Altísimo y coherederos del Reino de los Cielos, porque Dios dejaría de ayudaros en vuestra misión. Dios es amor. Cada acto suyo se mueve por el amor. Desde la Creación hasta la Encarnación; desde ésta hasta la Redención; desde ésta, a su vez, hasta la fundación de la Iglesia, y, en fin, desde ésta hasta la Jerusalén celestial, que recogerá a todos los justos para que se alegren en el Señor”.
* Juan, puedes hacerte pregonero de mi postrer consejo (porque por ser tan puro amas tanto y puedes comprender mejor): el amor (que se amen y que amen a todos aún a sus perseguidores) —que para quien lo usa: es fuerza, luz, imán— para que sean uno solo con Dios, como lo fui, hasta el punto de haber merecido ser elegida para Madre del Verbo y Esposa del Amor eterno.- ■ La Virgen concluye: “Te digo estas cosas porque eres el apóstol del amor y puedes comprenderlas mejor que otros…”. Juan la interrumpe diciendo: “También otros aman y se aman”. Virgen: “Es verdad, pero tú eres el que ama por excelencia. Cada uno de vosotros tuvo una característica, como cualquier ser humano la tiene. Entre los doce tú fuiste siempre el amor, el puro y sobrenatural amor. Quizás —es más, ciertamente— por ser tan puro amas tanto. Pedro, por su parte, fue siempre el hombre, el hombre franco e impetuoso. Su hermano Andrés, en cambio, fue tímido y callado. Santiago, tu hermano, fue tan impulsivo que Jesús le llamó hijo del trueno. El otro Santiago, hermano de Jesús, fue justo y héroe. Judas de Alfeo, su hermano, noble y leal en todas las circunstancias. Se veía claramente que descendía de David. Felipe y Bartolomé eran tradicionalistas. Simón Zelote, el hombre prudente. Tomás, el pacífico. Mateo, el hombre humilde que, teniendo presente su pasado, trataba de pasar inadvertido. Y Judas de Keriot, la oveja negra del rebaño de Jesús, la serpiente que recibió el calor de su amor, fue el mentiroso satánico. Pero tú, que amas con todo tu corazón, puedes comprender mejor y hacerte pregonero para todos los demás, para que les digas que ése es mi postrer consejo. Les dirás que se amen y que amen a todos, aun a sus perseguidores, para que sean uno solo con Dios, como lo fui, hasta el punto de haber merecido que se me eligiese para ser Madre del Verbo, Esposa del Amor eterno. ■ Me he entregado a Dios sin medida alguna, aun cuando comprendí cuánto dolor me vendría de ello. Los profetas estaban ante mis ojos, y la luz divina me hacía muy claras sus palabras. Por lo tanto, desde mi primer «fiat» al Ángel, supe que me consagraba al mayor de los dolores que madre alguna pudiera padecer. Pero nada puso límite a mi amor. Porque sé que el amor es, para cualquiera que lo use, fuerza, luz, imán que atrae hacia arriba, fuego que purifica y hace bello todo lo que enciende, y transhumana a todos los que ciñe en su abrazo. Sí, el amor es realmente llama. La llama que, aun destruyendo lo más despreciable, hace de ello un espíritu purificado y digno del Cielo. ■ Cuántos hombres desechos, sucios, asquerosos encontraréis en vuestro sendero de evangelizadores. No despreciéis a ninguno. Antes al contrario, amadlos, para que lleguen al amor y se salven. Infundid en ellos la caridad. Muchas veces el hombre se hace malo porque nadie le amó nunca o le amó mal. Vosotros amadlos para que el Espíritu Santo vaya de nuevo a vivir —después de la purificación— en esos templos vaciados y ensuciados por muchas cosas. Dios, para crear al hombre, no tomó un ángel, ni algo selecto. Tomó barro, la materia más abyecta. Luego, infundiendo en él su soplo, o sea, otra vez amor, elevó la materia abyecta al excelso grado de hijo adoptivo de Dios. Mi Hijo, en su camino, encontró muchos seres caídos en el fango y que eran verdaderos despojos. No los pisó con desprecio. Al contrario, con amor los  recogió y acogió, y los transformó en elegidos del Cielo. Recordadlo siempre. Haced como Él hizo”.
* “Recordad hechos y palabras de mi Hijo, escribidlas. No podréis repetir todas las palabras luminosas de mi Hijo pero el Espíritu Santo os ayudará a recordar”.- Virgen: “Recordad todo, hechos y palabras de mi Hijo. Recordad sus hermosas parábolas, vividlas, o sea, ponedlas en práctica; y escribidlas para que las lean los que vengan después hasta el final de los siglos, para que sean siempre guías de los hombres de buena voluntad a fin de que alcancen la vida y gloria eternas. No podréis, no, repetir todas las palabras luminosas de la eterna palabra de Vida y Verdad; pero escribid cuanto más podáis escribir. El Espíritu de Dios, que bajó sobre mí para que diese al mundo al Salvador, que ha bajado también sobre vosotros una y otra vez, os ayudará a recordar y a hablar a las gentes de modo que las convirtáis al Dios verdadero. ■ Continuaréis así esa maternidad espiritual que yo empecé en el Calvario, para dar muchos hijos al Señor. Y el propio Espíritu, hablando en los hijos que han vuelto al Señor, los fortalecerá de tal manera, que para ellos será dulce el morir entre tormentos, padecer el destierro y la persecución, con tal de confesar su amor a Cristo, y así unirse a Él en el Cielo como lo hicieron Esteban, Santiago, mi Santiago y otros más” (1).
* Mi último deseo: no me embalsames, como suele hacerse entre los hebreos. No soy ya una hebrea, sino una cristiana, la primera cristiana… Ninguno, a excepción de cuando nací, vio mi cuerpo. Tú mismo me llamas: «El arca verdadera que guarda en sí la Palabra divina». Tú sabes que solo el sumo Sacerdote puede ver el Arca”.-Virgen: “Cuando te hayas quedado solo, pon en buen lugar esta arca”. Juan palidece más de lo que ya estaba desde que María le ha dicho que ha terminado su misión. La interrumpe: “Madre, ¿por qué hablas así? ¿Te sientes mal?”. Virgen: “No”. Juan: “¿Quieres entonces dejarme?”. Virgen: “No. Estaré contigo, mientras viva sobre la Tierra. Pero prepárate, Juan mío, para estar solo”. Juan: “Entonces te sientes mal, y me lo ocultas…”. Virgen: “No. Créemelo. Nunca me había sentido tan fuerte, tan serena, tan alegre como ahora. Pero tengo dentro de mí un tal gozo, una tan gran plenitud de vida sobrenatural, que… sí, que pienso que no puedo soportarla siguiendo viva. Por otra parte, no soy eterna. Debes entenderlo. Mi alma es eterna. Mi cuerpo, no. Está sujeto, como cualquier cuerpo humano, a la muerte”. Juan: “¡No, no, no digas eso! ¡Tú no puedes, no debes, morir! Tu cuerpo inmacu­lado no puede morir como el de los pecadores”. Virgen: “Estás equivocado, Juan. Mi Hijo murió. También yo moriré. No pro­baré la enfermedad, la agonía, el ansia de la muerte, pero moriré. Por lo demás, ten en cuenta, hijo mío, que desde que Él me dejó he tenido este único y profundo deseo. Todas las otras cosas de mi vida no fueron sino consentimiento de mi voluntad a la Voluntad divina. Voluntad  de Dios, puesta por Él mismo en mi corazón de niña, fue el querer ser virgen; voluntad suya que me ca­sara con José; voluntad suya que yo fuera  madre y virgen. Todo en mi vida ha sido voluntad de Dios, y obediencia mía a su voluntad. Pero ésta, la voluntad de querer unirme de nuevo  a Jesús, es voluntad del todo mía. ¡Dejar la Tierra por el Cielo, para estar con Él por toda una eternidad, para siempre! ¡Mi deseo de hace ya muchos años! Y ahora siento que este mi deseo está próximo a convertirse en realidad. ■ No te asustes, Juan. Escucha más bien mis últimos deseos. Cuando mi cuer­po, ausente ya del espíritu vital, yazca en paz, no lo embalsames como suele hacerse, como entre los hebreos. No soy ya una hebrea, sino una cristiana, la primera cristiana, porque de mí el Mesías tuvo Carne y Sangre, porque fui su primera discípula, porque fui con Él Corredentora y continuadora suya aquí, entre vosotros, siervos suyos. Ningún ser humano, a excepción de mi padre y madre, y de cuantos asistieron a mi nacimiento, vieron mi cuerpo. Fre­cuentemente me llamas: «El arca verdadera que guarda en sí la Palabra divina». Ahora bien, tú sabes que sólo el sumo Sacerdote puede ver el Arca. Tú eres sacerdote, y mucho más puro y santo que el pontífice del Templo. Pero yo quiero que sólo el Eterno Pontífice pueda ver, en su debido momento, mi cuerpo. Por eso, no me toquéis. Por lo demás ¿lo ves?, me he purificado ya y me he puesto la vestidura pura, aquella de las bodas eternas… ■ ¿Por qué lloras, Juan?”. Juan: “Porque una avalancha de dolor me oprime. Comprendo que voy a per­derte. ¿Cómo podré vivir sin ti? Siento que se me desgarra el corazón al pensarlo. No podré resistir este dolor”. Virgen: “Lo resistirás. Dios te ayudará para que vivas, y por mucho tiempo, co­mo me ayudó a mí. Si Él no me hubiera ayudado en el Gólgota y en el Monte de los Olivos, cuando Jesús murió y cuando Jesús ascendió al Cielo,  habría muerto, como murió Isaac. Te ayudará a vivir y a recordar lo que antes te dije para el bien de todos”. Juan: “¡Oh, todo lo recordaré! Todo. Haré todo lo que deseas aun referente a tu cuerpo. Comprendo que los ritos judíos para ti ya no sirven, para ti, cristiana, para ti, la Purísima  que —estoy seguro de ello— no cono­cerá en su cuerpo la corrupción. No puede tu cuerpo, deificado como nin­gún otro cuerpo de mortal —por haber estado libre de la Culpa Original y, más aún, porque además de la plenitud de la Gracia, contuviste en ti a la Gracia misma, al Verbo; por lo cual tú eres la más verdadera reliquia suya—, conocer ni experimentar la destrucción, la corrupción que todo cuerpo experimenta. Éste será el último mi­lagro de Dios en ti. Te conservarás como eres ahora…”. ■ La Virgen, mirando la descompuesta cara del apóstol, bañada en lágrimas, exclama: “¡No llores! Si me conservo cual soy, no me perderás. ¡No te angusties, pues!”. Juan: “De todos modos te perderé, aun cuando tu cuerpo no se corrompa. Lo presiento. Me siento como atrapado por un torbellino de dolor, un torbellino que me despedaza, que me abate. Tú eres todo para mí, sobre todo desde que murieron mis padres, y he estado lejos de mis hermanos de sangre o de misión, aun del querido Marziam que Pedro lleva consigo. ¡Ahora me quedo solo, en medio de la más cruel tempestad!”. Juan cae a los pies de la Virgen, llorando con todas sus fuerzas. ■ María se agacha hacia él, le pone su mano sobre la cabeza, que se mueve por los sollozos y le dice: “No. Así no. ¿Por qué me quieres dar dolor? Tan fuerte que  fuiste a los pies de la Cruz… ¡y era una escena de horror sin igual por la intensidad del martirio y por el odio satánico del pueblo! ¡Tan fuerte, tan consolador para Él y para mí, en aquel momento! Y ahora, en el atardecer de un sábado tan sereno y tranquilo, y ante mí, que exulto por el inminente gozo que presiento, ¿te turbas de esta manera? Cálmate. Imi­ta a todo lo que nos rodea, a todo lo que está dentro de mí; es más únete a ello. Todo es paz. Tenla también tú”.
* Ángeles y luz en los momentos decisivos… Luz y fuerza de amor nos unían a mí con Dios y a Dios conmigo para que se cumpliese lo escrito y también para crear un velo sobre los secretos de Dios que no se conocieran antes del tiempo justo… Esta tarde siento a los ángeles y una luz fortísima que viene de un ímpetu de amor… Por una fuerza de amor similar arranqué antes de tiempo al Verbo y espero ser raptada por el Cielo donde cantar por siempre mi inmortal Magníficat…”.- ■ Prosigue la Virgen: “Tan sólo los olivos con su movimiento turban la tranquilidad. Pero ¡es tan dulce este rumor, que parece un vuelo de ángeles en torno a la casa! Y tal vez están realmente los ángeles, porque siempre los ángeles han estado cerca de mí, uno o muchos, en los diversos mo­mentos de mi vida: en Nazaret, cuando el Espíritu de Dios hizo fecundo mi seno virgen; y estuvieron con José cuando estaba intranquilo por mi estado y porque no sabía cómo comportarse conmigo; en Belén en dos ocasiones: cuando nació Jesús y cuando tuvimos que huir a Egipto. Y en Egipto cuando nos dieron la orden de regresar a Palestina. Y a las piadosas mujeres —si no a mí, fue porque el propio Rey de los ángeles había venido a mí— se aparecieron los ángeles en el amanecer del primer día después del sábado, y les dio la orden de decirte a ti y de decirle a Pedro lo que debíais hacer. Ánge­les y luz, siempre en los momentos decisivos de mi vida y de la de Jesús. Luz y fuerza de amor que, descendiendo del trono de Dios a mí, su escla­va, y subiendo de mi corazón a Dios, mi Rey y Señor, nos unían a mí con Dios y a Dios conmigo, para que se cumpliese todo lo que estaba escrito que debía de cumplirse, y también para crear un velo de luz extendido sobre los secretos de Dios, de forma que Satanás y sus siervos no pudieran conocer, antes del tiempo justo, el cumplimiento del misterio sublime de la Encarnación que se estaba realizando. También esta tarde siento a los ángeles en torno a mí, aunque no los veo. Y siento que aumenta dentro de mí la luz, una luz fortísima, como la que me envolvió cuando di a luz a mi Hijo; luz que viene de un ímpetu de amor más poderoso que el habitual en mí. Por una fuerza de amor similar a ésta, arranqué, antes de tiempo, del Cielo al Verbo, para que se hiciese Hombre y Redentor. Por una fuerza de amor como la que experimento esta tarde, espero ser raptada por el Cielo y que el Cielo me transporte al lugar a donde anhelo ir con mi alma para cantar para siempre, con el pueblo de los santos y el coro de los ángeles, mi inmortal «Magníficat» a Dios por las grandes cosas que ha hecho en mí, su sierva”. Juan: “No sólo con el alma, probablemente. La Tierra te hará coro, la cual con sus pueblos y naciones te glorificará, te honrará y te amará mientras el mundo exista, co­mo bien predijo, aunque de una manera velada, de ti Tobías (2), porque quien verdaderamente llevó en sí al Señor eres tú, y no el Santo de los Santos”.
“Siento que dejaré de estar en la Tierra. Mira, la medida de mi capacidad de amar ha llegado a su colmo, por exceso de amor. ¡Mi alma y mi cuerpo no pueden ya contenerla! Ha llegado para mí la hora del abrazo divino, Juan!”.- ■ Y concluye Juan: “Tú has dado a Dios, tú sola,  tanto amor cuanto no le han dado todos los Sumos Sa­cerdotes y todos los otros del Templo en siglos y siglos. Amor ardiente y purí­simo. Por esto Dios te hará dichosísima”. Virgen: “Y cumplirá mi único deseo, mi única voluntad. Porque el amor, cuan­do es tan total, que es casi perfecto como el de mi Hijo y Dios, to­do lo obtiene, aun lo que parecería a los ojos humanos imposible de ob­tenerse. Recuérdalo, Juan. ■ Dilo también a tus hermanos. ¡Seréis muy combatidos! Obstáculos de toda clase os harán temer una derrota, luchas por parte de los perseguidores, deserción por parte de los fieles, una moral… iscariótica deprimirán vuestro espíritu. No temáis. Amad y no temáis. En la proporción en que améis, Dios os ayudará y os hará triunfar sobre todo y sobre to­dos. Todo se obtiene si se convierte el hombre en serafín. Entonces el al­ma, esa admirable, eterna cosa que es el mismo soplo de Dios, infundido por Dios en nosotros, se proyecta poderosamente hacia el Cielo, cae como llama a los pies del trono divino, habla con Dios y es escuchado por Dios, y obtiene del Omnipotente lo que desea. Si los hombres supieran amar como ordena la antigua Ley y como amó y enseñó a amar mi Hijo, todo obtendrían. ■ Yo amo de este modo. Por eso siento que dejaré de estar en la Tierra, yo por exceso de amor, co­mo Él murió por exceso de dolor. Mira, la medida de mi capacidad de amar ha llegado a su colmo. ¡Mi alma y mi cuerpo no pueden ya contenerla! El amor rebosa de ellos, me absorbe, me sumerge y me eleva al mismo tiempo hacia el Cielo, hacia Dios, mi Hijo. Y su voz me dice: «¡Ven! ¡Sube a nuestro trono y a nuestro abrazo trino!». ¡La Tierra, todo lo que me rodea, desaparece ante la inmensa luz que me viene del Cielo! ¡Los sonidos se esfuman ante esta voz celes­tial! ¡Ha llegado para mí la hora del abrazo divino, Juan!”.
* Descripción del tránsito de María Santísima. ■ Juan, que, escuchando a María, se había calmado un poco aunque permanecía turbado, y que en la última parte de sus palabras la mi­raba extático, casi arrobado también él, palidísimo su rostro como el de María, cuya palidez de todas formas se va lentamente transformando en una luz bellísima, acude a Ella para sujetarla mientras exclama: “¡Tu aspecto es como el de Jesús cuando se transfiguró en el Tabor! ¡Tu cuerpo resplandece como luna, tus ves­tidos brillan como diamante colocado ante una llama blanquísima! ¡Ya no eres humana, Madre! ¡La pesantez y la opacidad de tu cuerpo han desaparecido! ¡Eres luz! Pero no eres Jesús. Él, siendo Dios además de Hombre, podía sostenerse por Sí solo en el Tabor, como aquí en el Monte de los Olivos en su Ascensión. Tú no puedes. No te sostienes. Ven. Te ayudaré a reposar sobre tu lecho tu cuerpo cansado y dichoso. Descansa”. ■ Y, amorosamente, la lleva hasta el modesto lecho sobre el que María se extiende, sin quitarse si quiera el manto. Recogiendo los brazos sobre el pecho, bajando los párpados sobre sus dulces ojos, llenos de amor, dice a Juan, que está inclinado hacia Ella: “Yo estoy en Dios y Dios en mí. Mientras le contemplo y siento su abrazo, di los sal­mos, y las otras páginas de la Escritura que a mí se refieren, sobre todo en es­ta hora. El Espíritu de Sabiduría te las indicará (3). Recita luego la ora­ción de mi Hijo; repíteme las palabras del Arcángel anunciador y las que me dijo Isabel, y mi himno de alabanza… Yo te seguiré con lo que de mí tengo todavía en la Tierra…”. Juan, luchando contra el llanto que le brota del corazón, esforzándose en dominar la emoción que le turba, con esa su bella voz que con el correr de los años se ha hecho muy semejante a la de Jesús —lo cual observa María con una sonrisa diciendo: “¡Me parece  tener a mi lado a mi Jesús!”— empieza el salmo 118, que re­cita casi entero, después los tres primeros versos del salmo 41, los ocho primeros del 38, el salmo 22 y el salmo 1. Luego recita el Paternoster, repite las palabras de Gabriel e Isabel, el cántico de Tobías, el capítulo 24 del Eclesiástico desde el verso 11 al 46; por último entona el “Magnífi­cat”. Pero, en llegando al verso noveno, cae en la cuenta de que María ya no respira, aunque no ha cambiado nada de su aspecto, sino que sigue sonrien­te, plácida, como si en Ella no hubiera cesado la vida (4).
* Juan prepara la habitación y coloca flores y ramas de olivo alrededor del cuerpo yacente de la Virgen, cuyo rostro brilla de gozo sobrenatural.- ■ Juan, lanzando un grito de dolor, se arroja al suelo, contra el borde del lecho; y llama, llama a María. No quiere convencerse de que Ella ya no puede responderle; de que su cuerpo ya no tiene el alma vital. Pero debe rendirse ante los hechos. Se inclina sobre el rostro de la Vir­gen, en que brilla una huella de gozo sobrenatural, y copiosas lágrimas llueven de los ojos de Juan para caer sobre ese rostro delicado, sobre esas hermosas manos tan dulcemente cruzadas sobre el pecho. Es el único baño que recibe el cuerpo de María: el llanto del Apóstol, de su amor, su amor de hijo adoptivo por voluntad de Jesús. ■ Pasado el primer ímpetu de dolor, Juan, acordándose del deseo de la Virgen, recoge los extremos del amplio manto de lino, que pendían de las orillas del lecho, y los del velo, que penden de la almohada, y extiende los primeros sobre el cuerpo, y los segundos sobre la cabeza. María ahora semeja a una estatua de cándido mármol extendida sobre la tapa de un sarcófago. Juan la contempla durante largo tiempo, y, mirándola, nuevas lágrimas caen de sus ojos. Luego dispone de otra manera la habitación, quitando de ella todo lo que no sea necesario. Deja solo el lecho, la pequeña mesa arrimada contra la pared, sobre la que pone el arca que contiene las reliquias; un banquito, que coloca entre la puerta que da a la terraza y el lecho donde yace la Virgen; y una mesita sobre la que está la lamparita que Juan en­ciende, porque ya va llegando la noche. Presuroso, baja al huerto para recoger todas las flores que puede encontrar, y ramas de olivo, ya con olivas formadas. Vuelve a subir al pequeño cuarto y, a la luz de la lamparita, coloca las flores y las ramas alrededor del cuerpo de María; y el cuerpo queda como en el centro de una gran corona. ■ Mientras realiza esto, habla con la Virgen yacente como si todavía pudiera oírle. Le di­ce: “Fuiste siempre el lirio de los valles (5), la delicada rosa, el fértil olivo, la fructífera viña, la espiga santa. Nos has dado tus perfumes (6), el Aceite de la vida y el Vino de los fuertes y el Pan (7) que preserva de la muerte al espíritu de los que dignamente se nutren de él. Bien están estas flores en torno a ti, como tú sencillas y puras, como tú adornadas de espinas como las que tuviste en vida y, como tú, pacificas. ■ Ahora acercamos esta lámpara. Así, junto a tu lecho, para que te vele y me haga compañía mientras te velo, en espera de al me­nos uno de los milagros que espero, de los milagros por cuyo cumplimiento oro. El primero es que, según su deseo, Pedro, y los otros a quienes enviaré a avisar a través del siervo de Nicode­mo, puedan venir a verte todavía una vez. El segundo es que tú, de la misma forma que en todo seguiste la suerte de tu Hijo, como Él te despiertes al tercer día, para no hacer de mí el dos veces huérfano. El tercero es que Dios me dé paz, si no se cumpliera lo que es­pero que en ti se cumpla, como se cumplió en Láza­ro, que no puede compararse contigo. Pero, ¿por qué no iba a cumplirse? Regresaron a la vida la hija de Jairo, el hijo de la viuda de Naím, el hijo de Teófilo… Es verdad que en esos casos el Maestro obró… Pero Él está contigo, aunque no en modo visible. Y tú no has muerto por enfermedad como los resucitados por obra de Jesús. ■ ¿Pero tú realmente has muerto? ¿Estás muerta como mueren todos? No. Me parece que no. Tu espíritu ya  no está en ti, en tu cuerpo, y si es así, esto tuyo podría llamarse muerte. Pero, pensando en cómo moriste, pienso que tu muerte no es sino una transitoria sepa­ración de tu alma, inmaculada y llena de Gracia, de tu purísimo y virginal cuerpo. ¡Así debe de ser! ¡Es así! ¡Cómo y cuándo se unirá tu cuerpo con el alma, y volverá en ti la vida, no lo sé! Pero estoy tan seguro de ello, que me quedaré junto a ti, a tu lado, hasta que Dios, o con su palabra o con su acción, me muestre la verdad sobre tu destino”. Juan ha terminado de arreglar todo, se sienta en el banquito, poniendo en el suelo, junto al lecho, la lamparita; y contempla, orando, a la Virgen que yace ante él. (Escrito el 21 de Noviembre de 1951).
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1  Nota  : Cfr. Hech. 6,8-7,60;  8,1-3;  12,1-2.   2  Nota  : La tierra  te glorificará,  como predijo Tobías, aunque de forma velada: “…Sus calles entonarán el cántico de alegría y dirán todos sus habitantes: ¡Aleluya! Bendito sea Dios que te glorificó por siempre”.  (Tob. 13,13-18).  3  Nota  : Cfr. Ju. 14,23-26; 16,12-15.
4  Nota  : Descripción hermosísima de María Valtorta del tránsito de la Virgen:  es un dechado de doctrina mística, comparable a la de la doctora de la iglesia Sta. Teresa de Ávila.
.    a) Aunque S. Teresa afirma la identidad entre alma y espíritu, habla sin embargo de una diferencia entre ambos (Castillo interior, mansión 7, cap. 1. En el cap. 2 se lee “No se puede decir más de que, a cuanto se puede entender, queda el alma, digo el espíritu de esta alma, hecho una cosa con Dios…”) de igual manera Valtorta.
.    b) S. Teresa dice que durante el éxtasis, el cuerpo puede quedar como exánime, y no respirar más etc. (Vida cap. 20; Castillo interior, cap. 1). La presente Obra habla de igual modo respecto al cuerpo de María durante el éxtasis de los éxtasis.
.   c) S. Teresa escribe que la fuerza del amor, en algunos santos, ha llevado a Dios no solo el espíritu o alma, sino también el cuerpo (Castillo interior, cap. 5). La presente Obra señala como causa y explicación también del tránsito o Asunción de María, el divino amor excesivo que fue la causa del grandísimo éxtasis final de su parte espiritual, y que arrebató de la Tierra también su cuerpo virginal.
5  Nota  : Cfr. Hech. Cant.  2,1.   Nota  : Cfr. Hech. Ecli.  24,18-23.   7  Nota  : Cfr. Hech. Sal. 103,13-15.
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10-650-424  (11-36-868).-  La gloriosa Asunción de María Santísima.
* Descripción de la Asunción.- ¿Cuántos días habrán pasado? Difícil de adivinar. Si se juzga por las flores que cual corona rodean el cuerpo exánime, se debe decir que han pasado pocas horas, pero si se juzga por las ramas marchitas de olivo sobre las que están las flores frescas, y por las otras flores secas puestas —cada una de ellas como una reliquia— sobre la tapa del arca, se puede decir que han  pasado ya varios días. Pero el cuerpo de María está como si hubiera acabado de morir. Ninguna señal de muerte en su rostro, en sus pequeñas manos. Ningún olor desagradable en la habitación, más bien se siente un perfume indescriptible que huele a mezcla de incienso, lirios, rosas, violetas, hierbas de la montaña. Juan, que tal vez hace varios días vela, se ha dormido de cansancio. Está sentado sobre un banco con la espalda apoyada contra la pared, cerca de la puerta abierta que da  a la terraza. La luz de la lámpara, que está en el suelo, le ilumina de abajo hacia arriba y deja ver su cara fatigada, palidísima, y sus ojos enrojecidos de tanto llorar. Debe haber ya amanecido; en efecto, su débil claror hace visibles la terraza y los olivos que rodean a la casa, un claror que se va haciendo cada vez más intenso y que, entrando por la puerta, hace que puedan distinguirse mejor los objetos de la habitación, de esos objetos que, debido a la escasa luz de la lámpara, antes apenas podían distinguirse. ■ De repente, una gran luz llena la habitación, una luz argentada, con tonalidades de azul, casi fosforescente; aumenta sin cesar, anulando la luz del alba y la de la lámpara. Una luz igual que la que inundó la gruta de Belén cuando nació Jesús. Luego, en medio de esta luz paradisíaca, se ven seres angelicales, una luz aún más brillante en la luz, ya de por sí poderosísima, que ha aparecido antes. Como sucedió cuando los ángeles se aparecieron a los pastores, una danza de chispas de innumerables colores se desprende de sus alas dulcemente batidas, de las que brota un armónico susurro, como de arpa, dulcísimo. Los seres angelicales rodean el lecho, se reclinan hacia él, levantan el cuerpo inmóvil y, con un batir más fuerte de sus alas —que aumenta el sonido que antes existía—, por una abertura que se ha abierto milagrosamente en el techo —como prodigiosamente se hizo a un lado la piedra en el sepulcro de Jesús—, se van, llevándose consigo el cuerpo de su Reina, cuerpo santísimo, sin duda, pero todavía no glorificado y, por tanto, sujeto a las leyes de la materia, sujeción que no tuvo el cuerpo de Jesús porque cuando resucitó de la muerte ya estaba glorificado (1). El sonido producido por las alas aumenta, y es ahora tan fuerte como el sonido de un órgano. ■ Juan, que dos o tres veces se ha movido sobre su banco, semidormido, se despierta ante la luz potente que le hiere y ante el sonido de las alas angelicales; y se despierta totalmente por ese sonido potente y por una fuerte corriente de aire que, descendiendo del techo abierto y saliendo por la puerta abierta, forma como un remolino que mueve las mantas del lecho, ya vacío, y los vestidos de Juan, y que apaga la lámpara y cierra, con un golpe fuerte, la puerta abierta. El apóstol, todavía amodorrado, mira a su alrededor, para ver lo que sucede. Se da cuenta de que el techo está vacío, y que no hay techo. Comprende que ha sucedido un prodigio. Corre hacia afuera, a la terraza y, como por instinto espiritual, o por llamada celeste, levanta la cabeza protegiéndose sus ojos con una mano para que no le moleste el sol naciente. ■ Y ve. Ve el cuerpo de María, todavía sin vida, semejante al cuerpo de alguien que está dormido, que sube cada vez más, sostenido por el grupo angelical. Como dirigiendo un postrer saludo, un extremo del manto y del velo se mueven, tal vez movidos por la acción del viento producido por la rápida asunción y por el movimiento de las alas angelicales; y unas flores, las que Juan había colocado y renovado alrededor del cuerpo de la Virgen, y que se habían quedado entre los pliegues de las vestiduras, llueven sobre la terraza y sobre la tierra del Getsemaní, mientras un hosanna poderoso del grupo angélico se escucha cada vez más lejano. Juan sigue mirando fijamente a ese cuerpo que sube hacia Cielo y, no cabe duda, por una gracia que Dios le concede, para consolarle y premiarle por su amor a su Madre adoptiva, ■ ve, con claridad, que María, envuelta ahora en los rayos del sol, que ya ha salido, sale del éxtasis que le ha separado el alma del cuerpo, vuelve a la vida y se pone en pie, porque ahora Ella también goza de los dones propios de los cuerpos glorificados. Juan mira, mira. El milagro, que Dios le concede, le da la facultad, contra toda ley natural, de ver a María, como es ahora mientras sube en rapto hacia el Cielo, rodeada, ya no ayudada a subir, por los ángeles que entonan cantos de júbilo. Y Juan se siente arrebatado por esa visión de hermosura que ninguna pluma usada por mano humana, ninguna palabra humana ni obra alguna de artista podrán jamás describir o reproducir, porque es de una belleza indescriptible. Juan, que sigue apoyado en el antepecho de la terraza, sigue mirando fijamente esa espléndida y resplandeciente forma de Dios —pues realmente puede llamarse así a María, formada en modo único por Dios, que la quiso inmaculada, para que diese forma al Verbo cuando se encarnara—  que sube cada vez más. ■ Y un último, extraordinario prodigio concede Dios a Juan: el de ver el encuentro de la Madre Santísima con su Hijo Santísimo, quien —también Él espléndido y resplandeciente, hermoso con una hermosura indescriptible— baja del Cielo, se encuentra con su Madre, la estrecha contra su pecho y, juntos, más resplandecientes que dos astros mayores, con Ella regresa al lugar de donde ha venido (2).
Él, semejante al sol, Ella a la luna, resplandecientes ambos”.- ■ La visión de Juan ha terminado. Baja la cabeza. En su cansada cara se refleja el dolor por la pérdida de María, y el gozo por su glorioso destino. El gozo supera al dolor. Dice: “Gracias, Dios mío. ¡Gracias! Lo presentía. Quería estar en vela, para no perderme nada de su Asunción, ¡pero hacía tres días que ya no dormía! El sueño, el cansancio, unidos a la pena, me habían abatido y vencido cuando Ella estaba a punto de subir… (3). Tal vez Tú mismo lo quisiste, para que no perturbara ese momento y no sufriera demasiado… Sí, sin duda, Tú lo has querido así, de la misma forma que ahora has querido que viera aquello que sin un milagro tuyo no habría podido ver. Me has concedido verla una vez más, aun estando ya muy lejana, ya glorificada y gloriosa, como si estuviera cerca de mí. ■ ¡Y volver a ver a Jesús! ¡Oh visión hermosísima inesperada, impensable! ¡Oh don de los dones de Jesús-Dios! ¡Gracia inestimable! ¡Volver a ver a mi Maestro y Señor! ¡Verle con su Madre! ¡Él, semejante al sol, Ella a la luna (4), resplandecientes ambos por su estado glorioso y por la felicidad de estar unidos de nuevo y para toda la eternidad! ¿Qué será el Paraíso, ahora que resplandecéis en él, vosotros, astros mayores de la Jerusalén celestial? (5). ¿Cuál el gozo de los coros angélicos y de los santos? Ha sido tal el gozo que me ha producido el ver a María con su Hijo —que borra todo dolor, toda pena de ambos—, que también mi pena cesa y, en su lugar, en mí entra la paz”.
“¡Gracias, oh Dios! Por haberme concedido ver, de una manera extraordinaria, la suerte de los santos, tal cual será después del último juicio y resurrección de los cuerpos y su nueva unión, su fusión con el espíritu”.-Juan: “De los tres milagros que había pedido a Dios, dos se han cumplido. He visto volver la vida en María, y siento que regresa a mí la paz. Todas mis angustias dejan de existir porque os he visto reunidos. ¡Gracias, oh Dios! Gracias por haberme concedido ver, de una manera extraordinaria, la suerte de los santos, tal cual será después del último juicio y la resurrección de los cuerpos y su nueva unión, su fusión con el espíritu que subió al Cielo en la hora de la muerte. No tenía necesidad de ver para creer, porque siempre he creído firmemente en las palabras del Maestro. Pero muchos dudarán que, después de siglos y milenios, los cuerpos, convertidos en polvo, puedan  vivir. A éstos les podré decir, jurando por las cosas más santas, que no sólo Jesús volvió a la vida, por su poder divino, sino también su Madre, tres días después de su muerte, si tal muerte puede llamarse muerte, volvió a la vida, y con el cuerpo unido de nuevo al alma, tomó posesión de su eterna morada en el Cielo, al lado de su Hijo. Podré decir: «Creed, cristianos, en la resurrección de la carne al final de los siglos, y en la vida eterna del alma y de los cuerpos, vida bienaventurada para los santos y horrible para los culpables impenitentes. Creed y vivid como santos, como santamente vivieron Jesús y María para que podáis conseguir igual suerte. Yo estaba presente y vi cuando sus cuerpos subieron al Cielo. Os lo puedo testificar. Sed justos para que podáis un día habitar en el mundo nuevo eterno, en alma y cuerpo, junto a Jesús-Sol y a María, Estrella de las estrellas». ¡Gracias otra vez, oh Dios! ■ Y ahora recojamos lo que queda de ella. Las flores que cayeron de su vestido, las ramas de olivo que se quedaron sobre su lecho, y conservémoslas. Para algo servirán… Sí, servirán para proporcionar ayuda y consuelo a mis hermanos, a los que en vano estuve esperando. Antes o después los encontraré…”.
“¡Otro prodigio! ¡Y otro admirable paralelismo en los prodigios de las vidas de Jesús y María!”.- ■ Juan recoge también los pétalos de las flores, que se han deshojado al caer. Y con las flores y pétalos en un extremo de su túnica entra en la habitación. Advierte, entonces, más atentamente la abertura del techo, y exclama: “¡Otro prodigio! ¡Y otro admirable paralelismo en los prodigios de las vidas de Jesús y María! Él, Dios, por Sí mismo resucitó, y solo con su voluntad hizo a un lado la piedra del Sepulcro, y solo con su poder subió al Cielo. Por sí solo. Para María, la Virgen, santísima pero hija de hombre, con ayuda angélica se abrió el techo para su Asunción al Cielo, y con ayuda angélica subió al Cielo. En Jesús el Espíritu volvió a animar al Cuerpo mientras el Cuerpo estaba todavía en la Tierra, porque así debía ser, para hacer callar los gritos de sus enemigos y confirmar en la fe a sus seguidores. En María el espíritu ha vuelto cuando el santísimo cuerpo estaba ya en el umbral del Paraíso, porque para Ella no era necesaria ninguna otra cosa. ¡Oh, potencia perfecta de la Sabiduría infinita de Dios!…”.
“El amor será mi arma y mi doctrina”.- ■ Juan recoge en un lienzo las flores, las ramas, las pone sobre la tapa del arca. La abre, coloca dentro la almohadita, la cubierta de la cama de la Virgen, baja a la cocina, recoge otras cosas que empleó: la rueca, el huso, sus utensilios, y los une a las otras cosas. Cierra el arca y se sienta en el banco mientras monologa: “¡Todo lo que tenía que hacer se ha cumplido ahora! Me puedo marchar libremente, a donde el Espíritu de Dios me conduzca. Iré a sembrar la Palabra divina que el Maestro me entregó para que yo se la dé a los hombres. Enseñar el Amor. Enseñarlo para que crean en el Amor y en su poder. Dar a conocer a los hombres lo que Dios-Amor ha hecho por ellos. Su Sacrificio y su Sacramento y Rito perpetuos por los que, hasta el final de los siglos, podremos unirnos a Jesucristo por medio de la Eucaristía, y renovar el rito y el sacrificio como Él mandó hacer. ¡Dones, todos ellos, del Amor eterno! ■ Hacer que se ame al Amor para que crean en el Amor como nosotros  hemos creído y creemos. Sembrar el Amor para que sea abundante la mies y la pesca, para el Señor. María me ha dicho, en sus últimas palabras, que el amor todo lo obtiene; en sus últimas palabras a mí, a quien Ella cabalmente ha definido, en el colegio apostólico, como el que ama, el amante por excelencia, la antítesis de Judas Iscariote, que fue el símbolo del odio; como Pedro la impulsividad y Andrés la mansedumbre; y los hijos de Alfeo la santidad y la sabiduría unidas a la nobleza de ambos; etc. Yo, el amante,  ahora que ya no tengo ni al Maestro ni a la Madre, a quienes amar en la Tierra, iré a esparcir el amor entre las gentes. El amor será mi arma y mi doctrina. Y con él venceré al demonio y al paganismo y conquistaré a muchas almas. De este modo seguiré las huellas de Jesús y de María, que fueron el dechado perfecto del amor en la Tierra”.  (Escrito el 8 de Diciembre de 1951).
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1  Nota  : La Asunción de María Stma. es dogma de fe  en la iglesia católica. El modo con que se verificó la Asunción no puede sostenerse con argumentos históricos que no hay. Esta Obra, y hay que reconocerlo, da una descripción que se aleja de la de los apócrifos, y se distingue por su sencillez, por la utilización de elementos dignos de fe, porque está en armonía con la santa doctrina, con hechos y prodigios narrados en otras narraciones bíblicas. Cfr. Por ejemplo, para Enoc: Gén. 5,21-24; Eccli. 44,16; 49,16; Hebr. 11,5; (Sab. 4,7-14).  Para Elías: 2 Rey 2,1-18; Eccli. 48,1-15.   2  Nota  : Hace pensar en Cant. 8,5,  esto es,  en uno de los pasos bíblicos que la tradición ha aplicado a la Virgen, sobre todo en Asunción.   3  Nota  : Esta narración diverge de los apócrifos. Según esta Obra, no hay tumba, no hay flores milagrosamente frescas, tampoco la presencia prodigiosa de los apóstoles. Tan sólo está Juan, que vencido del sueño, no vio nada al principio. Sin duda esta narración se separa completamente de la de los apócrifos de hace muchos siglos y de otras recientes.   4  Nota  : Cfr. Apoc. 12,1-6.   5  Nota  : Cfr. Apoc.  21,1-22,15.
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10-651-428  (11-37-871).- Sobre el tránsito de María: “¿Cómo pasé de la Tierra al Cielo, primero con la parte inmortal, después con la perecedera?”.-  Verdades que encierra.
* No hubo muerte: separación entre el alma vivificante y el cuerpo. Hubo dormición: separación entre la parte superior del espíritu y el cuerpo.- Dice la Virgen: “¿Yo morí? Sí, si se quiere llamar muerte a la separación acaecida entre la parte superior del espíritu y el cuerpo; no, si por muerte se entiende la separación entre el alma vivificante y el cuerpo, la corrupción de la materia no más vivificada por el alma y, antes de la lobreguez del sepulcro, y, como primera de todas estas cosas, el angustioso sufrimiento de la muerte. ¿Cómo morí, o, mejor, cómo pasé de la Tierra al Cielo, primero con la parte inmortal, después con la perecedera? Como era justo que fuera para la Mujer que  no conoció mancha de culpa. Aquella tarde —ya había empezado el descanso sabático— hablaba con Juan. De Jesús. De sus cosas. Aquella hora vespertina estaba llena de paz. El sábado había apagado todos los rumores de trabajo humano. Y la hora apagaba toda voz de hombre o de ave. Sólo los olivos de alrededor de la casa dejaban oír el rumor de sus hojas con la brisa del anochecer: parecía como si un vuelo de ángeles acariciara las pare­des de la casita solitaria. ■Hablábamos de Jesús, del Padre, del Reino de los Cielos. Hablar de la Caridad y del Reino de la Caridad significa encenderse con el fuego vivo, consumir las cadenas de la materia para dejar libre al es­píritu en sus vuelos místicos. Si el fuego está contenido dentro de los límites que Dios pone para conservar a las criaturas en la Tierra a su servicio, es posible arder y vivir, al encontrar en el fuego no una destrucción sino un perfeccionamiento de vida. Pero cuando Dios quita los límites y deja libertad al Fuego divino para investir al espíritu y atraerlo a Sí sin medida, entonces el espíritu, respon­diendo a su vez sin medida al Amor, se separa de la materia y vuela al lugar desde donde el Amor le incita y a donde el Amor le invita: y es el final del destierro y el regreso a la Patria. ■ Aquel atardecer, al deseo ardiente e incontenible de una vida sin medida de mi espíritu, se unió una dulce languidez, una misteriosa sensa­ción de que la materia se alejaba de todo lo que la rodeaba; como si el cuerpo se durmiera cansado, mientras el intelecto, todavía más vivo en su actividad razonar, se abismaba en divinos esplendores. Juan, amoroso y prudente testigo de todos mis actos desde que fue mi hijo adoptivo según la voluntad de mi Unigénito, dulcemente me persuadió de que buscara descanso en mi lecho, y me veló orando. El último sonido que oí en la Tierra fue el murmullo de las palabras del virgen Juan. Para mí fueron como el arrullo de una madre junto a la cuna. Y acompañaron a mi espíritu en el último éxtasis, demasia­do sublime como para ser descrito. Acompañaron a mi espíritu hasta el Cielo. ■ Juan, único testigo de este dulce misterio, me envolvió él solo en el manto blanco, sin quitarme los vestidos ni el velo, sin lavar el cuerpo ni embalsamarlo. El espíritu de Juan como se ve claro por sus palabras del segundo episodio de este ciclo, que va de Pentecostés a mi Asunción, ya sabía que no me iba a des­componer, e instruyó al apóstol sobre lo que había de hacerse. Y él casto y amoroso, prudente respecto a los misterios de Dios y a los compañeros lejanos, decidió custodiar el secreto y esperar a los otros siervos de Dios, para que me pudieran ver todavía y sacaran, de verme, consuelo y ayuda para las penas y fatigas de sus misiones. Esperó como estando seguro de que llegarían. ■ Pero el decreto de Dios era distinto. Como siempre, bueno para el Predilecto; justo, como siempre, para todos los creyentes. Cerró los ojos del primero, para que el sueño le ahorrara el dolor de ver có­mo se le arrebataba también mi cuerpo; dio a los creyentes otra ver­dad que los ayudara a creer en la resurrección de la carne, en el pre­mio de una vida eterna y bienaventurada concedida a los justos; en las verdades más poderosas y dulces del Nuevo Testamento —mi In­maculada Concepción, mi divina Maternidad virginal—; en la naturaleza divina y humana de mi Hijo, verdadero Dios y verdadero Hombre, nacido no por voluntad carnal sino por desposorio divino y por divina semilla depositada en mi seno; en fin, para que creyeran que en el Cielo está mi Corazón de Madre de los hombres, palpitante de vibrante amor por todos, justos y pecadores, deseoso de teneros a todos junto a sí, en la Patria bienaventurada, por toda la eternidad. ■ Cuando los ángeles me sacaron de la casita, ¿mi espíritu había vuelto a mí? No. El espíritu ya no tenía que bajar de nuevo a la Tie­rra. Estaba en adoración delante del trono de Dios. Pero cuando la Tierra, el destierro, el tiempo y el lugar de la separación de mi Señor Uno y Trino fueron dejados para siempre, entonces el espíritu volvió a resplandecer en el centro de mi alma, despertando a la carne de su dormición; por lo que es cabal hablar, respecto a mí, de Asunción al Cielo en alma y cuerpo, no por mi propia capacidad, como sucedió en el caso de Jesús, sino por ayuda angélica. Me desperté de aquella misteriosa y mística dormición, me alcé, en fin, volé, porque ya mi carne había conseguido la perfección de los cuerpos glorificados. Y amé. Amé a mi Hijo y a mi Señor, Uno y Trino, de nuevo hallados, los amé como es destino de todos los eternos vivientes”. (Escrito el 18 de Abril de 1948).
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10-651-431 (11-37-874).- Sobre el Sepulcro de María: “Ningún sepulcro engulló el cadáver de María, porque nunca hubo un cadáver de María”.
“Es uno de los más fúlgidos milagros de Dios. No único, en verdad, si se recuerda a Enoc y Elías, quienes fueron rapta­dos de la Tierra sin conocer la muerte. Justos eran, y, de todas formas, nada respecto a mi Madre, la cual es inferior en santidad solo a Dios”.- ■ Dice Jesús: “Llegada su última hora, como un lirio cansado que, des­pués de haber exhalado todos sus aromas, se pliega bajo las estrellas y cierra su níveo cáliz, María, mi Madre, se recogió en su lecho y cerró los ojos a todo lo que la rodeaba, para recogerse en una última, serena contemplación de Dios. El ángel de María, velando reverente su reposo, esperaba ansioso que el anhelo del éxtasis separara ese espíritu de la carne, durante el tiempo designado por el decreto de Dios, y lo separara para siempre de la Tierra, mientras ya del Cielo descendía la dulce y cariñosa orden de Dios. Inclinado también Juan, ángel terreno, hacia ese misterioso repo­so, velaba a su vez a la Madre que estaba para dejarle. Y cuando la vio extinguida siguió velando, para que, no tocada por miradas profanas y curiosas, siguiera siendo, incluso más allá de la muerte, la inmacu­lada Esposa y Madre de Dios que tan plácida y hermosa dormía. ■ Una tradición dice que en la urna de María, abierta por Tomás, se encontraron sólo flores. Pura leyenda. Ningún sepulcro engulló el cadáver de María, porque nunca hubo un cadáver de María, según el sentido humano, dado que María no murió como todos los que tuvie­ron vida. Ella se había separado, por decreto divino, sólo del espíritu, y con éste, que la había precedido, se unió de nuevo su carne santísima. Invirtiendo las leyes habituales, por las cuales el éxtasis termina cuando cesa el rapto, o sea, cuando el espíritu vuelve al estado nor­mal, fue el cuerpo de María el que se unió de nuevo con el espíritu, después de la larga permanencia en el lecho fúnebre. Todo es posible para Dios. Yo salí del Sepulcro sin ayuda alguna; sólo con mi poder. María vino a Mí, a Dios, al Cielo, sin conocer el se­pulcro con su horror de podredumbre y lobreguez. ■ Es uno de los más fúlgidos milagros de Dios. No único, en verdad, si se recuerda a Enoc y a Elías, quienes, por el amor que el Señor les tenía, fueron rapta­dos de la Tierra sin conocer la muerte, y fueron transportados a otro lugar, a un lugar que sólo Dios y los celestes habitantes de los Cielos conocen. Justos eran, y, de todas formas, nada respecto a mi Madre, la cual es inferior en santidad sólo a Dios. Por eso, no hay reliquias del cuerpo y del sepulcro de María, porque María no tuvo sepulcro, y su cuerpo fue elevado al Cielo”. (Escrito el 5 de Enero de 1944).
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10-651-432 (11-37-875).- “Éxtasis fue la concepción de mi Hijo, éxtasis mayor darle a luz y éxtasis de los éxtasis mi tránsito”.
* Durante la destrucción de Jerusa­lén, por obra de los romanos, la casa del Getsemaní fue devastada, y sus ruinas fueron dis­persadas”.-Dice María Virgen: “Un éxtasis fue la concepción de mi Hijo. Un éxtasis aún mayor el darle a luz. El éxtasis de los éxtasis fue mi tránsito de la Tierra al Cielo. Sólo durante la Pasión ningún éxtasis hizo soportable mi atroz sufrimiento. ■ La casa en que se produjo mi Asunción se debió a uno de los in­numerables actos de generosidad de Lázaro para con Jesús y su Ma­dre: la pequeña casa del Getsemaní, cercana al lugar de la Ascensión. Inútil es buscar los restos. Durante la destrucción de Jerusa­lén, por obra de los romanos (1), fue devastada, y sus ruinas fueron dis­persadas durante el transcurso de los siglos”.   (Escrito el 8 y 15 de Julio de 1944).
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1  Nota  : Acaecida en el a. 70 p. C. Cfr.  Lc. 19,41-44.
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10-651-432 (11-37-875).- Los transportes eucarísticos de María Virgen.- Entró en los Cielos como Reina.
* “La Eucaristía, que era para mí como el rocío para una flor muerta de sed, era, sin duda, Vida; pero a medida que iba pasando el tiempo se hacía cada vez más insuficiente para satisfacer el ansia incontenible de mi corazón”.- ■ Dice María Virgen: “De la misma forma que fue para mí un éxtasis el nacimiento de mi Hijo, y que, del rapto en Dios que en aquella hora se apoderó de mí, volví a la presencia de mí misma y a la Tierra teniendo ya a mi Niño en los brazos, de igual manera mi muerte, impropiamente así llamada, fue un rapto en Dios. Confiando en la promesa recibida en el esplendor de la mañana de Pentecostés, yo pensaba que el acercamiento de la hora de la venida última del Amor, para llevarme consigo en rapto, debía manifestarse con aumento del fuego de amor que siempre ardía en mí; y no me equivoqué. Por parte mía, a medida que iba pasando la vida, en mí iba aumentando el deseo de fundirme con la eterna Caridad. Me instaba a ello el deseo de unirme de nuevo con mi Hijo, y la certeza de que nunca haría tanto a favor de los hombres como cuando estuviera, orando e intercediendo en favor de ellos, a los pies del Trono de Dios. Y con impulso cada vez más ardiente y fuerte, con todas las fuerzas de mi alma, gritaba al Cielo: «¡Ven, Señor Jesús! ¡Ven Amor Eterno!». ■ La Eucaristía, que era para mí como el rocío para una flor muerta de sed, era, sin duda, Vida; pero a medida que iba pasando el tiempo, cada vez se hacía más insuficiente para satisfacer el ansia incontenible de mi corazón (1). Ya no me bastaba recibir dentro de mí a mi Divina Criatura y llevarla dentro de mí en las Sagradas Especies, como la había llevado dentro de mi cuerpo virginal. Todo mi ser ansiaba por el Dios Uno y Trino, pero no bajo los velos que escogió mi Jesús para esconder el inefable misterio de la Fe, sino como Él —en el centro del Cielo— era, es y será. Mi propio Hijo, en los transportes eucarísticos, ardía dentro de mí y me consumía con abrazos de infinito deseo; y cada vez que venía a mí, con el poder de su amor, casi arrancaba de cuajo mi alma en el primer ímpetu y después permanecía con infinita ternura llamándome: «¡Mamá!», y yo le sentía ansioso de tenerme consigo. Yo no deseaba ya otra cosa. ■ Ni siquiera ya estaba en mí, en los últimos tiempos de mi existencia mortal, el deseo de tutelar a la naciente Iglesia: todo anulaba el deseo de poseer a Dios, porque estaba persuadida que todo lo podría cuando le poseyera. ■ Llegaos, cristianos, a este amor total. Que todo lo terrenal pierda su valor. Mirad solo a Dios. Cuando lleguéis a ser ricos de esta pobreza de deseo, que es inmensurable riqueza, Dios se inclinará sobre vuestro espíritu, primero para instruirle, luego para tomarle en sus manos, y subiréis con vuestro espíritu al Padre, al Hijo, al Espíritu Santo, para conocerlos y amarlos por toda la feliz eternidad, y para poseer sus riquezas de gracias para los hermanos. Nunca somos tan activos para los hermanos como cuando no estamos ya con ellos, sino que somos luces reunidas con la Luz divina”.
* “Cuando el Amor me dio su tercer beso en mi vida, en él mi alma se fundió. Y subí con mi espíritu hasta los pies de las Tres Personas. Y luego, seguida por el cortejo angélico, esperada antes del umbral de los Cielos por mi Jesús y en su umbral por mi justo esposo terreno, por los Reyes y Patriarcas, por los primeros santos y mártires, entré como Reina”.- ■ María Virgen: “El acercarse del Amor eterno tuvo el signo que yo me imaginaba. Todo perdió luz y color, voz y presencia, bajo el fulgor y la Voz, que, bajando de los Cielos, abiertos a mi mirada espiritual, descendían sobre mí para tomar mi alma. Suele decirse que yo me habría llenado de júbilo si en esa hora mi Hijo me hubiera asistido. Pero mi dulce Jesús estaba muy junto al Padre cuando el Amor, esto es, el Espíritu Santo, Tercera Persona de la Trinidad Eterna, me dio su tercer beso en mi vida, un beso tan poderosamente divino, que en él mi alma se fundió, perdiéndose en la contemplación como una gota de rocío aspirada por el sol en el cáliz de un lirio. Y subí con mi espíritu que cantaba hosannas hasta los pies de las tres Personas a quienes siempre había yo adorado. ■ Después, en el momento preciso, como perla en un engaste de fuego, ayudada primero y luego seguida por el cortejo de los espíritus angélicos venidos a asistirme en mi eterno, celeste nacimiento, esperada ya antes del umbral de los Cielos por mi Jesús, y en el umbral de ellos por mi justo esposo terreno, por los Reyes y Patriarcas de mi estirpe, por los primeros santos y mártires, entré como Reina (2), después de tanto dolor y tanta humildad de pobre esclava de Dios, en el Reino del gozo que no tiene límites. Y el Cielo volvió a cerrarse en este acto de la alegría de tenerme, de tener a su Reina, cuyo cuerpo, único entre todos los cuerpos mortales, conocía la glorificación, antes de la resurrección final y del último juicio”. (Escrito el 18 de Abril de 1948).
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1 Nota : Sin duda la Virgen Madre debía experimentar un  ansia mayor que la del apóstol Pablo. Cfr. 2 Cor. 5,8; Fil.1,21-23.   2  Nota  : La Virgen  María es Reina  por dos títulos:  porque es Madre y por haber sido socia (nueva Eva) del Hijo encarnado de Dios y Redentor. Cfr. Pío XII, Letras encíclicas “Ad Ceoli Reginam”.
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10-651-434 (11-37-877).- María, testimonio del amor y del perdón de Dios al hombre, proclamada ante la corte celestial Dispensadora de los tesoros del Cielo y coronada Reina.
* Yo soy el testimonio cierto de lo que Dios había pensado y querido para el hombre”.- ■ Dice María Virgen: “Mi humildad no me permitía pensar que me estuviera reser­vada tanta gloria en el Cielo. En mi pensamiento estaba casi la certi­dumbre de que mi carne humana, santificada por haber llevado a Dios, no conocería la corrupción, porque Dios es Vida y, cuando de Sí mismo satura y llena a una criatura, esta acción suya es como un­güento preservador de la corrupción de la muerte. Yo no sólo había permanecido inmaculada, no sólo había estado unida a Dios con un casto y fecundo abrazo, sino que me había satu­rado, hasta lo más profundo de  mi ser, de las emanaciones de la Divinidad oculta en mi seno y que iba cubriéndose de carne mor­tal. Pero el que la bondad del Eterno tuviera reservado a su sierva el gozo de volver a sentir en sus miembros el toque de la mano de mi Hijo, su abrazo, su beso, y de volver a oír con mis oídos su voz, y de ver con mis ojos su rostro… esto no podía pensar que me fuera concedido, ni lo deseaba. Me habría bastado que estas dichas le hubieran sido concedidas a mi espíritu, y con ello mi yo ya se habría sentido lleno de felicidad. ■ Pero, como testimonio de su primer pensamiento creador respec­to al hombre, destinado por el Creador a vivir, pasando sin muerte del Paraíso terrenal al celestial, en el Reino eterno, Dios quiso que yo, Inmaculada, estuviera en el Cielo en alma y cuerpo… inmediata­mente después del fin de mi vida terrena. Yo soy el testimonio cierto de lo que Dios había pensado y querido para el hombre: una vida inocente y sin conocimiento de culpas; un dulce paso de esta vida a la Vida eterna, paso con el que, como quien cruza el umbral de una casa para entrar en un palacio, el hombre, con su ser completo hecho de cuerpo material y de alma espiritual, habría pasado de la Tierra al Paraíso, aumentando esa perfección de su yo que Dios le había dado, con la perfección completa, tanto de la carne como del espíritu, que el pensamiento divino tenía destinada para todas las criaturas que permanecieran fieles a Dios y a la Gra­cia. Perfección que habría sido alcanzada en la luz plena que hay en el Cielo y lo llena, pues que de Dios viene; de Dios, Sol eterno que ilumina el Cielo”
* Delante de la Corte celestial Dios la proclama como: La obra perfecta del Creador. Criatura ante la que todos los demás vivientes de los tres reinos de la Creación están obligados a inclinarse. El testimonio de su amor y de su perdón al hombre. El anillo de unión entre Dios y el hombre. La que lleva de nuevo el tiempo a sus primeros días; aún más hermosa y santa que Eva por ser la Madre de su Verbo y Mártir del mayor de los perdones. «Para su Corazón inmaculado que jamás conoció mancha alguna, Yo abro los tesoros del Cielo; y para su Cabe­za, que jamás conoció la soberbia, con mi fulgor hago una corona y la corono para que sea vuestra Rei­na».- ■ María Virgen: “Delante de los Patriarcas, Profetas y Santos, delante de los Ángeles y los Mártires, Dios me puso a mí, elevada a la gloria del Cielo en alma y cuerpo, y dijo: «Ésta es la obra perfecta del Creador; la obra que, de entre todos los hijos del hombre, Yo creé a mi más verdadera imagen y semejan­za; fruto de una obra maestra divina y creadora, maravilla del universo que ve, encerrada dentro de un solo ser, a lo divino en el espíritu eterno como Dios y como Él, espiritual, inteligente, libre, santo; y a la cria­tura material en el más inocente y santo de los cuerpos, criatura an­te la que todos los demás vivientes de los tres reinos de la Creación están obligados a inclinarse. Aquí tenéis el testimonio de mi amor hacia el hombre, para el que quise un organismo perfecto y un bienaventurado destino de eterna vida en mi Reino. Aquí tenéis el testimonio de mi perdón al hombre, al que, por la voluntad de un Trino Amor, he concedido el poder de rehabilitarse y volver a crearse ante mis ojos. Ésta es la mística piedra de comparación, éste es el anillo de unión entre el hombre y Dios, Ella es la que lleva de nuevo el tiempo a sus días primeros, y da a mis ojos divinos la alegría de contemplar a una Eva como Yo la creé, aún más hermosa y santa por ser Madre de mi Verbo y por ser Mártir del mayor de los perdones. Para su Corazón inmaculado que jamás conoció mancha alguna, ni siquiera la más leve, Yo abro los tesoros del Cielo; y para su Cabe­za, que jamás conoció la soberbia, con mi fulgor hago una corona, y la corono, porque es el ser más santo, para que sea vuestra Rei­na». ■ En el Cielo no hay lágrimas. Pero, en lugar del llanto gozoso que habrían derramado los espíritus si les estuviera concedido el llanto —humor que proviene de una emoción—, hubo, des­pués de estas divinas palabras, un centelleo de luces, y un cambiar de resplandores en otros más fuertes, y un incendio de fuegos de caridad que ardían con más encendido fuego, y un insupe­rable e indescriptible sonido de celestes armonías, a las cuales se unió la voz del Hijo mío, en alabanza a Dios Padre y a su Sierva bienaventurada para toda la eternidad”. (Escrito en Diciembre de 1943).
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10-651-435 (11-37-876).- “El hombre, dotado de alma racional, es una capacidad que Dios llena de Sí. María, siendo la más santa de las criaturas después del Cristo, fue una capacidad completa de Dios”.
* Ahora, en el Cielo, hecha océano de amor, derrama sobre los hijos que le son fieles, y también sobre los hijos pródigos, sus olas de caridad para la salvación universal, Ella que es Madre universal de todos los hombres”.- ■ Dice Jesús: “Hay diferencia entre que el alma se separe del cuerpo por verda­dera muerte, y entre que el espíritu se separe momentáneamente del cuer­po y del alma vivificante por un éxtasis o rapto contemplativo. El que el alma se separe del cuerpo provoca la verdadera muerte, pero la contemplación extática, o sea, la temporal evasión del espíri­tu fuera de las barreras de los sentidos y de la materia, no provoca la muerte. Y ello porque el alma no se aleja y se separa totalmente del cuerpo, sino que lo hace sólo con su parte mejor, que se sumerge en los fuegos de la contemplación. Todos los hombres, mientras viven, tienen en sí el alma, sea que esté muerta por el pecado, sea que esté viva por la justicia; pero sólo los grandes amantes de Dios alcanzan la contemplación verdadera. ■ Esto demuestra que el alma, que conserva la vida mientras está unida al cuerpo —y esta particularidad está presente igual en todos los hombres—, tiene en sí misma una parte superior: el alma del alma, o espíritu del espíritu, que en los justos es fortísima, mientras que en los que desprecian a Dios y su Ley —incluso sólo con su tibie­za y los pecados veniales— se hace débil, privando a la criatura de la capacidad de contemplar y conocer —hasta donde puede hacerlo una humana criatura, según el grado de perfección alcanzado— a Dios y sus eternas verdades. Cuanto más ama y sirve a Dios la criatura con todas sus fuerzas y posibilidades, esa parte superior de su espíritu tiene más capacidad de conocer, de contemplar, de penetrar las eter­nas verdades. ■ El hombre, dotado de alma racional, es una capacidad que Dios llena de Sí. María, siendo la más santa de las criaturas después del Cristo, fue una capacidad completa —hasta el punto de rebosar sobre los hermanos en Cristo de todos los siglos, y por los siglos de los si­glos— de Dios, de sus gracias, de su caridad, de su misericordia. El tránsito de María se produjo sumergida Ella por las olas del amor. Ahora, en el Cielo, hecha océano de amor, derrama sobre los hijos que le son fieles, y también sobre los hijos pródigos, sus olas de caridad para la salvación universal, Ella que es Madre universal de todos los hombres”. (Escrito el 1 de Mayo de 1946).
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.                       b) Dictados extraídos de los «Cuadernos 1943/1950»
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43-44.- El puesto de corredentores, a cuya cabeza está María, Madre de Jesús.
* “Ya no tengo grey. Llora el Pastor. Sólo me queda alguna cordera fiel, pronta a ofrecer su cuello al cuchillo del sacrificio para mezclar su sangre, no inocente sino amante, con la mía inocentísima y llenar el cáliz que será elevado el último día, en la última Misa, antes de que seáis llamados al tremendo Juicio”.- ■ Dice Jesús: “Estoy con mi corazón abierto que gotea sangre, al igual que de mis ojos gotean lágrimas. Y caen, sangre y llanto, inútilmente sobre la tierra. La tierra es más compasiva que vosotros con su Creador. Abre sus arenas para recibir la Sangre de su Dios. Y vosotros, por el contrario, me cerráis vuestro corazón, único cáliz adonde Ella querría descender para encontrar amor y dar alegría y paz. ■ Miro a mi grey… ¿mía? Ya no es mía. Erais mis ovejas y os habéis salido de mis majadas… fuera habéis encontrado al Maligno que os ha seducido y ya no os habéis acordado de que, al precio de mi Sangre, Yo os había recogido y salvado de los lobos y mercenarios que os querían dar muerte. He muerto por vosotros para daros la Vida y vida plena cual Yo la tengo en el Padre. Mas vosotros habéis preferido la muerte. Os habéis colocado la enseña del Maligno y él os ha mudado a chivos salvajes. Ya no tengo grey. Llora el Pastor. Sólo me queda alguna cordera fiel, pronta a ofrecer su cuello al cuchillo del sacrificio para mezclar su sangre, no inocente sino amante, con la mía inocentísima y llenar el cáliz que será elevado el último día, en la última Misa, antes de que seáis llamados al tremendo Juicio. ■ Por aquella Sangre y por aquellas sangres, Yo podré, en la última hora, segar mi última mies entre los últimos salvados. Todos los demás… servirán de paja para el lecho de los demonios y de ramulla en el incendio eterno.  Mis corderas estarán conmigo en un puesto escogido por Mí para su feliz descanso tras de tanta lucha. Su puesto es diferente del puesto de los salvados. Para los generosos hay allí un puesto especial. Entre los mártires, no; ni tampoco entre los salvados. Hay menos de los primeros y muchos más de los segundos. Y estarán en medio, entre ambas filas. Perseverad, vosotros que me amáis. Aquel puesto es merecedor de cualquier fatiga presente porque es puesto de los corredentores, a cuya cabeza está María, mi Madre”. (Escrito el 1 de Junio de 1943).
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43-52.- El nombre de María.
“Ese nombre que es escudo y defensa contra las insidias del demonio; que es música del Cielo; que hace estremecer de júbilo a nuestra Trinidad”.-  Dice Jesús: “Amo a las almas pequeñas que no carecen de imperfecciones pero que son ricas en amor que anula las imperfecciones. Te amo a ti que te llamas María, el más dulce de los nombres para Mí. El nombre de mi Madre. Ese nombre que es escudo y defensa contra las insidias del demonio; ese nombre que es música del Cielo; ese nombre que hace estremecer de júbilo a nuestra Trinidad; ese nombre de la que me estrechó durante la vida y en la hora de la muerte. María de Mágdala, María de Cleofé: las que fueron fieles a Mí y a mi Madre”.  (Escrito el 4 de Junio de 1943).
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43-81.- Para poder recibir al Espíritu Santo es preciso cultivar en sí mismos, como hicieron los apóstoles,  las virtudes de María Stma., tomándola por modelo.
“Ella, aun en las ocupaciones de la vida, sabía vivir recogida en Dios y su mayor gozo era poder aislarse en la contemplación, en el silencio y en la soledad”.- ■ Dice Jesús: “Para que el Espíritu Santo pueda descender y obrar libremente en un corazón es preciso cultivar en sí mismo la caridad, la fidelidad, la pureza, la oración y la humildad. Mis Apóstoles se prepararon para su venida con estas virtudes junto con un intenso recogimiento. Para instruirse en ese espíritu de recogimiento, al igual que en las demás virtudes, no tenían sino mirar a María, Madre. En Ella era intensísimo su espíritu de recogimiento. Aun en las ocupaciones de la vida sabía vivir recogida en Dios y su mayor gozo era poder aislarse en la contemplación, en el silencio y en la soledad. Dios puede hablar dondequiera. Mas su Palabra llega mucho mejor a vosotros, mortales, cuya capacidad de recepción es limitada, cuando podéis estar en soledad que no cuando, en torno a vosotros, el prójimo habla, se mueve y agita frecuentemente con mezquindades humanas. Doble mérito y doble gracia es que podáis llegar a oír a Dios entre el tumulto; mas también doble y triple fatiga…”.
“Ella sabía salir, sin alterase, de la meditación, de la plegaria, de los suaves coloquios con Dios y ocuparse del prójimo sin perder de vista a Dios”.- Jesús: “María Santísima, sabía salir, sin alterarse, de la meditación, de la plegaria, de los suaves coloquios con Dios —y puedes tú pensar qué alturas habrían alcanzado ellos— y ocuparse del prójimo sin perder de vista a Dios y sin dar a entender al prójimo que Ella estaba molesta. Sea María tu modelo. Del mismo modo mis Apóstoles, al orar, no tenían sino que mirar a María para aprender cómo se ha de hacer para obtener de Dios. Y así todas las demás virtudes necesarias para preparar el descenso del Paráclito. También ahora desciende el Consolador con tanta mayor vehemencia cuanto más preparado está un espíritu para recibirle. María, la Llena de Gracia, no tenía necesidad de preparación alguna. Mas Ella os dio el ejemplo. Es vuestra Madre y las madres son el ejemplo viviente para sus hijos. María estaba ya llena del Espíritu Santo. Era su Esposa y conocía todos los secretos del Esposo. Mas nada debía aparecer en María distinto a los demás…”. (Escrito el 13 de Junio de  1943).
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43-90.- “Si el mundo supiese llamar a María, estaría a salvo”.
* “El demonio tiene más horror aún al nombre de María que a mi Nombre y mi Cruz. Invocar a la vez a nuestros dos Nombres es suficiente para hacer trizas las armas que Satanás arroja”.- ■ Dice Jesús: “Cuando nuestro enemigo intente molestarte en demasía, di: «Ave, María, Madre de Jesús, me confío en ti». El demonio tiene más horror aún al nombre de María que a mi Nombre y mi Cruz. Al no poder, intenta dañarme en mis fieles de mil maneras. Mas el eco tan solo del nombre de María le pone en fuga. Si el mundo supiese llamar a María, estaría a salvo. ■ De aquí que el invocar a la vez a nuestros dos Nombres es suficiente para hacer caer hechas trizas todas las armas que Satanás arroja contra un corazón que es mío. Las almas, por sí solas, son todas la misma nada. Mas el alma en Gracia, ya no está sola, está con Dios. Por eso, cuando el Otro te turba con cavilaciones de falsa modestia o de temor, debes siempre pensar: «No soy yo la que pienso ser santa sino que es Jesús el que quiere que lo sea. Somos nosotros: Jesús y yo, Dios y los que queremos que tal suceda para su gloria». ¿Acaso no dije Yo: «Cuando se reúnan dos para orar juntos, el Padre le concederá lo que pidan»? Ahora bien, ¿qué será cuando Uno de los dos es Jesús mismo? Entonces dará el Padre con medida plena, abundante, la gracia solicitada. Porque el Hijo tiene poder sobre el Padre y todas las cosas fueron hechas en el nombre del Hijo”. (Escrito el 15 de Junio de 1943).
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43-103.- “También aquí (en la Eucaristía) te propongo a María por modelo. Su unión conmigo ha de ser el modelo de tu unión”.
* “Para obtener frutos verdaderos de mi Eucaristía, no se la debe considerar como un hecho que se repite en ocasiones, sino debe hacerse de Ella el pensamiento básico de la vida. Vivir pensando en Mí-Eucaristía, haciendo de nuestro encuentro un continuo presente que dure cuanto vuestra vida”.- ■ Dice Jesús: “Para obtener frutos verdaderos de mi Eucaristía no se la debe considerar como un hecho que se repite en ocasiones más o menos distanciadas en el tiempo, sino debe hacerse de Ella el pensamiento básico de la vida. Vivir pensando en Mí-Eucaristía que me apresto a venir o que he venido a vosotros, haciendo de nuestro encuentro un continuo presente que dure cuanto vuestra vida. No separarse de Mí con el espíritu, obrar a la luz que brota de la Eucaristía, no salir jamás de su órbita, como estrellas que giran en torno al sol y viven de su influjo. ■ También aquí te propongo a María por modelo. Su unión conmigo ha de ser el modelo de tu unión. La vida de María, mi Madre, fue toda ella eucarística. La vida de María, la pequeña víctima, debe ser totalmente eucarística. Si Eucaristía quiere decir comunión, María vivió eucarísticamente durante casi toda su vida puesto que Yo estaba con mi Madre aun antes de aparecer como hombre en el mundo. Ni dejé de estar en Ella cuando, como hombre, ya no estuve en el mundo. Nunca más estuvimos separados a partir del momento en que la obediencia fue santificada hasta el punto de alcanzar la sublimidad de Dios y Yo vine a ser carne en su seno tan puro como no lo son los ángeles en su comparación y tan santo que no hay como él sagrario alguno que me acoja. Solo en el Seno de Dios hay perfección de santidad superior a la de María. Ella es, después de Dios Uno y Trino, la Santa de los Santos”.
“María fue el alma eucarística perfecta. Las pláticas habidas con mi Madre durante los treinta y tres años que fui para Ella Hijo sobre la Tierra son nada comparadas con los coloquios que Yo-Eucaristía tuve con Ella-Sagrario. Esfuérzate en imitar a Maria. Y, dado que es empeño arduo en extremo, dile a María que os ayude. Lo que para el hombre es imposible, es posible para Dios y posibilísimo, en fin, si se pide en María, con María y para María”.- ■ Jesús: “Si se os concediera a vosotros, mortales, ver la belleza de María tal cual es, quedaríais arrebatados y santificados por Ella. Nada hay en el Universo que pueda servir para expresaros qué cosa es mi Madre. Sed santos y la veréis. Y si ver a Dios es el gozo de los bienaventurados, ver a María es el gozo de todo el Paraíso. Pues en Ella se gozan, no sólo los coros angélicos y las muchedumbres de los Santos, sino que el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo la contemplan como a la obra más bella de su Trinidad de amor. ■ Jamás estuvimos separados nosotros dos. Ella me anhelaba a Mí con toda la fuerza de su corazón virginal e inmaculado que esperaba al Mesías prometido. Comunión purísima de deseo que me atraía a Mí desde las profundidades del Cielo. Comunión más viva aún a partir del momento de la feliz anunciación hasta la hora de mi muerte sobre la Cruz. Nuestros espíritus siempre estaban unidos por el amor. Comunión de amor intensísimo y de inmenso dolor durante mi martirio y en los días de mi sepultura. Comunión eucarística después de la gloriosa resurrección que fue unión eterna de la Madre purísima con su Hijo divino. ■ María fue el alma eucarística perfecta. Sabía retener a su Dios con un amor ardiente, una pureza superangélica y una adoración continua. ¿Cómo separarme de aquel corazón que vivía en Mí? Yo permanecía aún después de la consunción de las Especies. Las pláticas habidas con mi Madre durante los treinta y tres años que fui para Ella Hijo sobre la Tierra son nada comparadas con los coloquios que Yo-Eucaristía tuve con Ella-Sagrario. Mas aquellas palabras son por demás divinas y puras para que mente humana pueda conocerlas y labios de hombre repetirlas. En el Templo de Jerusalén tan sólo el Sacerdote entraba en el Santo de los Santos que guardaba el Arca del Señor. Mas en el Templo de la Jerusalén celestial sólo Yo, Dios, entro y conozco los secretos del Arca santísima que es María, mi Madre. Esfuérzate en imitar a María Y, dado que es empeño arduo en extremo, dile a María que os ayude. Lo que para el hombre es imposible, es posible para Dios y posibilísimo, en fin, si se pide en María, con María y para María”. (Escrito el 19 de Junio de 1943).
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(<Este dictado está relacionado con el dictado siguiente: 43-111>)
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43-105.- “¿Has comprendido qué es la Eucaristía? Es mi Corazón que os lo distribuyo a vosotros”.
* Si vuestra caridad y vuestra fe fueran fuertes me veríais a Mí que os doy mi Corazón. Entonces me veríais a Mí, me oiríais a Mí pronunciar sobre el Pan y sobre el Vino las palabras de la consagración”.- ■ Dice Jesús: “Ahora que lo has visto (1), ¿has comprendido qué es la Eucaristía? Es mi Corazón que os lo distribuyo a vosotros. No podía haceros un don más grande ni más amoroso. Si cuando comulgáis supieseis verme a Mí, que os doy mi Corazón, ¿no os conmoveríais? Ahora bien, vuestra fe y vuestra caridad deberían ser tan fuertes que os hiciesen ver esto. Esta visión mental no debería constituir un don mío excepcional. Debería ser la regla, la dulce regla. Y sería la regla, si, verdaderamente, fueseis mis discípulos. ■ Entonces me veríais a Mí, me oiríais a Mí pronunciar sobre el Pan y sobre el Vino las palabras de la consagración, partir y distribuir el Pan entregándooslo con mis propias manos. Desaparecería mi sacerdote, por cuanto Yo me superpondría a él para deciros: «He aquí el Cuerpo de Jesucristo Señor, mi Cuerpo que os debe guardar para la vida eterna». Y a la luz del amor veríais cómo os entrego mi propio Corazón, la parte superperfecta de mi Cuerpo perfectísimo, aquella de la que brota la caridad misma. Esto es lo que he hecho por vuestro amor: darme a Mí mismo. Y esto es lo que hoy he hecho por ti: alzar el velo del Misterio haciéndote conocer cómo vengo a vosotros, cómo me doy a vosotros, qué es lo que de Mí os doy por más que vosotros no sepáis verlo ni comprenderlo. Basta por hoy. No tengo más que decir. Contempla y adora”. (Escrito el 20 de Junio de 1943).
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1  Nota  : Se explica  esto en el  próximo escrito del 23 de Junio, dictado 43-111.
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43-111.- Visión de Jesús dando su Corazón y Visión de la Virgen con una Hostia en su pecho. 
* Visión: En el mismo momento que Él me daba la Sagrada Forma era su Corazón que me lo daba arrancándoselo del pecho.-Soy yo ahora la que explico. El domingo, no, mejor dicho, el viernes, día 18, parecíame ver a Jesús al lado de mi lecho. Le hice señas, mas nada repuso. El domingo, día 20, antes que Ud. viniese (1), mientras Ud. estaba, y después de su venida para la comunión, me parecía ver a Jesús, no al lado de mi lecho sino al fondo, en el momento mismo que Él me daba la sagrada forma. Mas no tenía copón en la mano. Lo que tenía era su Corazón que me lo daba como partícula arrancándoselo del pecho. Era de una majestad y de una dulzura infinitas. Después me explicó el significado de la visión, que lo habrá encontrado en el cuaderno en la fecha del 20 de Junio (2).
* Visión: En medio del pecho de María Stma. resplandece una Hostia bellísima de gran tamaño: en la hostia aparece el Niño Dios hecho carne.-Esta mañana veo a la Señora. Aparece sentada, sonriendo con amor y tristeza al mismo tiempo. Lleva un manto oscuro que le baja desde la cabeza, abierto sobre el vestido también oscuro tirando a marrón. Una cinta oscura le ciñe el talle. Aparecen tres tonalidades de marrón. En la cabeza, bajo el manto, debe tener un velo blanco por cuanto entreveo un ribete estrecho del mismo.  En medio del pecho resplandece una Hostia bellísima de gran tamaño. Y —lo que constituye lo más admirable de la visión— es que, a través de las Especies (que aparecen aquí como un cuarzo bellísimo, pues si bien son pan, perecen cristal brillante) aparezca un niño hermosísimo: el Niño-Dios hecho carne. La Señora, extendiendo los brazos para tener abierto el manto, me mira y, a seguido, inclina su rostro y su mirada en adoración sobre la Hostia que centellea en su pecho. En su pecho, no sobre su pecho. Es como si mediante místicos rayos X yo pudiese ver en el pecho de María, o mejor, es como si unos rayos X hiciesen aparecer al exterior lo que está dentro de María, cual si Ella tuviese un cuerpo transparente. No sé explicarlo. Esto es, en suma, lo que yo veo y Jesús me explica  (3). La Virgen no habla. Se limita a sonreír. Mas su sonrisa es elocuente como mil palabras y más aún. ■ ¡Cómo me gustaría saber pintar para hacerle una copia y mostrársela! Y más que nada querría hacerle ver las variadas tonalidades de luz. Son tres: una, cierta moderada suavidad, constituida por el cuerpo de María, es la envoltura exterior y protectora de la segunda, radiante y viva luminosidad compuesta por la Hostia de gran tamaño. Una luz victoriosa diría expresándolo en lenguaje humano que hace de envoltura interior al Joyel divino que refulge como fuego líquido con una belleza indescriptible y que es, en su infinita belleza, infinitamente dulce, puesto que es el pequeño Jesús que sonríe con todas sus carnecitas tiernas e inocentes por su naturaleza divina y por edad infantil. La tercera es un esplendor velado por los otros dos esplendores que, para describirlo, no encuentro con qué compararlo. Para ello habría de pensar en el sol, en la luna y en las estrellas; tomar las diversas luces de todos los astros, formar con todas ellas un único haz de luz y esto daría una pálida semejanza de cuanto ve mi corazón en este momento feliz. ■ ¿Qué será pues el Paraíso inundado de semejante luz? De igual manera, no hay nada que, por similitud, pueda expresar la dulzura de la sonrisa de María. Regia, santa, casta, amorosa, doliente, insinuante, acogedora… son palabras que dicen como uno,  cuando debería decir como mil, para acomodarse a lo que es aquella sonrisa virginal, materna, celestial”. (Escrito el 23 de Junio de 1943).
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1  Nota  :  El Padre  Migliorini.   2  Nota  :  Se refiere  al escrito del 20 de Junio  de 1943:  43-105.  3  Nota  :  Cfr. Nota 2.
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43-143.- La Madre no se diferencia del Hijo ni en la naturaleza humana ni en la misión sobrehumana de la Redención.- María Corredentora.
* “El quedar sin la unión con su Hijo y Dios suponía para Ella, la llena de Gracia, tal congoja que, sin gracia especial, le hubiera producido la muerte”.- ■ Dice Jesús: “Escribe acto seguido mientras estoy aún en ti con mi Cuerpo, Sangre, Alma y Divinidad. Por eso tienes en ti la plenitud de la Sabiduría. María vivió eucarísticamente durante casi toda su vida. ■ La Madre no se diferencia del Hijo ni en la naturaleza humana ni en la misión sobrehumana de la Redención. El Hijo, para llegar al ápice del dolor, hubo de gustar la separación de su Padre: en el Getsemaní, sobre la Cruz. Fue el dolor llevado a cimas y asperezas infinitas. La Madre, para llegar al ápice del dolor, hubo de gustar la separación de su Hijo durante los tres días de mi sepultura. María entonces se encontró sola. Únicamente le quedaron la Fe, la Esperanza, y la Caridad. Porque Yo estaba ausente. Fue la espada no clavada sino «atravesada» y «hurgante» en su corazón. Si no murió de ella fue tan sólo por voluntad del Eterno. Porque el quedar privada de la unión con su Hijo y Dios: suponía para la Llena de Gracia tal congoja que, sin una gracia especial, le hubiera producido la muerte”.
«Los secretos de María son demasiado puros y divinos para que mente humana los pueda conocer». Aquella hora dolorosísima era necesaria para completar cuanto faltaba a mi Pasión”.Jesús: “Muchas son las páginas secretas que desconocéis acerca de la vida de la Corredentora Purísima. Os lo dije ya (1): «Los secretos de María son por demás puros y divinos para que mente humana los pueda conocer». De ellos os insinúo tan sólo aquel poco que sirva para aumentar en vosotros la veneración hacia la más Santa del Cielo después de Dios. ■ Aquella hora dolorosísima, dentro del mar de dolores que fue la vida de mi Madre, consagrada al supremo dolor y al gozo supremo de su concepción, era necesaria para completar cuanto faltaba a mi Pasión. María es Corredentora. Por consiguiente, siendo todo en Ella inferior únicamente a Dios, también su dolor debería ser de una magnitud tal que nunca criatura humana alguna podría jamás alcanzar. Ahora ve a orar. En verdad, ya te lo había dado a entender, mas tu imperfección lo confundió. Lo repito para clarificación del Padre (2) y tuya”.

¡Así estamos nosotros estupendamente servidos…! Veo a Jesús Maestro, vestido de blanco, al lado de mi cama, en donde usted se pone cuando me confiesa. (Escrito el 2 de Julio de 1943).
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1  Nota  : Se refiere al dictado 43-103  de fecha del 19 de Junio de 1943.   2  Nota  : Se trata  del Padre Migliorini.
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43-148.- La Sangre y el Cuerpo de Cristo, que están en la Eucaristía, se formaron con la sangre y la leche de María que nutrió al Salvador.
* Por eso, quien recibe la Eucaristía debería tomar la semejanza espiritual de la Virgen.- ■ Dice Jesús: “La Eucaristía es mi Sangre y es mi Cuerpo. Mas, ¿habéis pensado alguna vez  que esa Sangre y ese Cuerpo se formaron con la sangre y con la leche de María? Ella, la Purísima, que acogió al Cielo en su seno cuando vistió con sus carnes de candor inmaculado al Verbo del Padre tras sus nupcias con el Espíritu Santo, no se limitó a engendrar al Salvador. Le nutrió con su leche. De ahí que vosotros los hombres que os alimentáis de Mí, sorbáis la leche de María que se hizo sangre en Mí. La leche virginal. ¿Cómo es posible que permanezcáis con tanta frecuencia esclavos de la carne si baja a vosotros, junto con mi Sangre, esta leche inmaculada? Es como si una fuente de celestial pureza vertiese sobre vosotros sus ondas. Y ¿no quedáis limpios con ellas? ¿Cómo podéis ser así cuando circula en vosotros la leche de la Virgen y la Sangre del Redentor?  Cuando os acercáis a mi Mesa es como si acercaseis vuestra boca al seno castísimo de la Madre. ■ Pensadlo, hijos que nos amáis tan poco. Me complace el que succionéis de aquel seno del que Yo extraje el alimento. Mas querría que, cual niños que se nutren a los pechos, aumentase en vosotros la vida, que crecieseis y os robustecieseis. La leche de la nodriza transmite, aparte la vida material, tendencias morales. ¿Cómo podéis vosotros, que os nutrís de aquel seno purísimo, no tomar semejanza espiritual con María? No obstante encontraros tan macilentos, tan enfermos y astrosos, Ella os estrecha a su seno y os asea, os nutre y os lleva a su Primogénito porque quiere que le améis”.
* “Si no fuera por los empeños de María, por sus plegarias, la raza humana ya no existiría. «La salvación del mundo está en María». Es el único puente tendido entre la tierra y el Cielo”.-  Jesús: “Si no fuera por los empeños de María, por sus plegarias, la raza humana ya no existiría. La habría borrado, porque vuestro malvivir ha tocado verdaderamente el fondo del Mal. La Justicia está herida, colmada la Paciencia y el Castigo inmediato. Mas es María la que os defiende con su manto y si bien puedo Yo, con un giro de la mirada, hacer que se postre el Paraíso y que tiemblen los astros, nada puedo, en cambio, contra mi Madre. Soy su Dios, pero soy siempre su Niño. Sobre aquel Corazón descansé en mi primer sueño de infante y en el último de mi muerte y sé todos los secretos de aquel Corazón. Sé, por tanto, que castigaros sería proporcionar un dolor lacerante a la Madre del género humano, a vuestra Madre verdadera que espera siempre por conduciros a su Hijo. Soy su Dios; mas Ella es mi Madre. Y Yo, perfecto en todo, soy Maestro para vosotros también en esto: en el amor a la Madre. ■ A quien aún crea, de entre los que están en el mundo, le digo Yo: «La salvación del mundo está en María». Si supieseis cómo se retira Dios al profundo ante la cada vez más subida marea de delitos que cometéis vosotros, deicidas, fratricidas, violadores de la Ley, fornicadores, adúlteros, ladrones, sentina de vicios, temblaríais por ello. Mas os habéis hecho estólidos. En un principio era Yo el puente entre el mundo y el Cielo. Mas, en verdad, ante vuestra pertinacia en el Mal, Cristo se retira como en un tiempo se retiró de Jerusalén porque «aún no ha llegado la hora» y Cristo, en espera de la hora, os deja a vuestro Mal para que lo completéis. El único puente que ahora queda es María. Mas si también a Ella la despreciáis, seréis aplastados. No permito que sea vilipendiada. Aquella a cuyo seno descendió el Espíritu Santo para engendrarme a Mí, Hijo de Dios y Salvador del mundo”.   (Escrito el 4 de Julio de 1943).
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43-159.- “María, Corredentora excelsa, no cesa de sufrir, como tampoco Yo, en la gloria intangible de los cielos por los hombres que reniegan de nosotros y nos ofenden”.
* “¿Cómo no ha de sufrir María viendo perecer a sus criaturas que costaron la Sangre de su Hijo? ¡La Sangre por todos derramada y que a tan pocos aprovecha! Cuando el tiempo ya no exista, entonces es cuando terminará de sufrir porque se habrá completado el número de los bienaventurados”.- ■ Dice Jesús: “El haberme visto terminar de sufrir en la carne fue un consuelo para mi Madre, mas no una «alegría». Ya no veía contraerse por los espasmos la Carne de su Hijo, sabía que el horror del deicidio material se había acabado. Pero la «Llena de Gracia» tenía así mismo el conocimiento de los siglos venideros en los que las turbas incalculables de hombres habrían de seguir hiriendo espiritualmente a su Hijo y… se encontraba sola. No terminó el deicidio sobre el Gólgota a la hora de mi muerte. Éste se repite cada vez que un redimido mío mata su alma, profana el templo vivo de su espíritu, alza su mente sacrílega para blasfemar contra Mí, no solo con palabras obscenas, sí que también con mil modos del vivir actual cada vez más contrario a mi Ley y más neutralizante de los méritos incalculables de mi Pasión y de mi Muerte. ■ María, Corredentora excelsa, no cesa de sufrir, como tampoco Yo. Sufrimos Ambos en la gloria intangible de los Cielos por los hombres que reniegan de Nosotros y nos ofenden. María es la eterna puérpara que os da a luz con un dolor sin parangón porque sabe que aquel dolor engendra, no bienaventurados para el Cielo sino, en proporción mayor, condenados para el Infierno. Sabe que alumbra criaturas muertas o destinadas a morir en breve. Muertas, porque no penetra mi Sangre en ciertas criaturas cual si fuesen de durísimo jaspe. Desde la más tierna edad, se dan muerte a sí mismas o están destinadas a morir en breve. Son aquellas que, tras una aparente vitalidad cristiana, sucumben bajo su propia inercia que nadie sacude. ■ ¿Cómo no ha de sufrir María viendo perecer a sus criaturas que costaron la Sangre de su Hijo? ¡La Sangre por todos derramada y que a tan pocos aprovecha! Cuando el tiempo ya no exista, entonces es cuando terminará de sufrir porque se habrá completado el número de los bienaventurados. Ella habrá alumbrado, con dolor inenarrable, el Cuerpo que no muere del que es cabeza su Primogénito. Si consideráis esto, podréis entender bien cómo el dolor de María fue un dolor sumo. Podréis entender cómo —grande en su Concepción Inmaculada, grande en su gloriosa Asunción— María fue eminentísima en el ciclo de Mi Pasión, o sea, desde la tarde de la Cena al alba de la Resurrección. Ella fue entonces el segundo —en número y en potencia— el segundo Cristo; y mientras el cielo se entenebrecía sobre la tragedia consumada y se rasgaba el velo del Templo, se rasgaron nuestros Corazones con la misma herida al ver el número inconmensurable para los que fue inútil la Pasión. Cumpliendo totalmente, en aquella hora, el sacrificio material, se iniciaba otro en busca del modo de hacer entrar a las gentes en el surco de la Iglesia y en la matriz de la Madre Virgen para dar a luz a los habitantes de la Jerusalén que no muere. Y, para iniciarse con aquella impronta de la Cruz que todo cuanto está hecho para el Cielo debe llevar, se inició con  el dolor de la soledad. Era la hora de las tinieblas. Cerrado el Cielo. Ausente el Eterno. El Hijo muerto, María en su soledad, iniciaba su segunda mística concepción”. (Escrito el 6 de Julio de 1943).
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43-215.- “Sobre el regazo de la Madre es donde os robustecéis y me encontráis a Mí”.
* El verdadero cristiano, cuando ha de dar el testimonio de su fe, ¿cómo ha de proceder? ¿Viste cómo procedió tu Maestro delante de Caifás?”.- ■ Dice Jesús: “Muchos, para extraer una enseñanza, tienen necesidad de mil libros de meditación. Pero no. Son bastantes: mi Evangelio y la vida que vivís y se vive en torno vuestro. El verdadero cristiano, cuando ha de dar testimonio de su fe, ¿cómo debe proceder? ¿Viste cómo procedió tu Maestro delante de Caifás? Sabía perfectamente que confesarse ser el Mesías, Hijo de Dios, habría de provocar la condena, la más feroz de las condenas. Y no lo dudé. Yo, que ante los acusadores observé la regla del silencio, aquí supe hablar alto y claro puesto que callar equivaldría a una apostasía sacrílega. ■ Cuando están de por medio las cosas del Cielo no hay que dudar en el modo de obrar por cuanto el fruto que se deriva de nuestra palabra es eterno. El hombre, ser de carne y sangre, no sabe enfrentarse con valentía a ciertas confesiones heroicas y por eso reniega con facilidad. Mas el que vive del espíritu posee la intrepidez del espíritu ya que Yo estoy al lado del que combate contra el mundo  y contra la propia debilidad”.
* Es Ella de quien el hombre tiene necesidad sobre todo en las horas de más viva angustia”.- Jesús: “Y junto conmigo, está María, la Madre de todos, el Auxilio de todos. Es Ella la que sonrió a los mártires impulsándoles al Cielo. Es Ella la que sonrió a las vírgenes para ayudarles en su vocación angélica. Es Ella la que sonrió a los pecadores para traerlos al arrepentimiento. Es Ella de quien el hombre tiene necesidad sobre todo en las horas de más viva angustia. ■ Sobre el regazo de la Madre es donde os robustecéis y me encontráis a Mí a la vez que mi Perdón y, con el Perdón, la fortaleza. Porque si estáis en Mí, disfrutaréis de los dones de Cristo y no sabréis lo que es perecer”. (Escrito el 27 de Julio de 1943).
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43-228.-  “Yo con mi Sangre  y  María con sus lágrimas os obtuvimos el perdón de Dios”.
* María, llevó la cruz antes que su Hijo ya que la Gracia, que le inundaba el alma con su plenitud, le anticipaba la desgarradora misión de su Hijo, sufriendo por ellos atrozmente. Las almas amantes sufren y mueren por las ofensas que ven cometerse contra Dios.- ■ Dice Jesús: “Cuando una criatura es realmente hija de su Señor, sufre tanto por las injurias que ve cometer contra Él, que ninguna satisfacción de la tierra, aun la más santa y grande, la puede consolar. Mi Madre, y con Ella tantas otras santas madres de la antigua y de la nueva Ley, no se sentía felicísima en su felicidad de madre y Madre de Dios, porque veía que Dios no era amado en espíritu y en verdad sino de pocos. La Gracia que le inundaba el alma con su plenitud le anticipaba el conocimiento del sacrilegio con que la verdadera arca de la Palabra de Dios habría de ser tomada, profanada y muerta por un pueblo enemigo de la Verdad. No murió, como la nuera de Elí, al tener este conocimiento, porque Dios la asistió,  debiéndola reservar para el dolor total: pero agonizó por él durante todo el resto de su vida. Mi Madre llevó la cruz antes que Yo. Mi Madre conoció las torturas atroces de los crucificados antes que Yo. Comenzó a llevarla y a conocerlas desde el momento en que le fue revelada su misión y la mía. ■ Yo con mi Sangre y María con sus lágrimas os obtuvimos el Perdón de Dios. Y ¡qué poco caso hacéis vosotros de ello! Las criaturas que aman a Dios con verdadero amor sufren por la injuria hecha a Dios como si otras tantas espadas les atravesasen el corazón y hasta llegan a morir por ellas: víctimas cuyo holocausto es como suave incienso que perfuma el trono del Señor y como agua que lava las culpas de la Tierra”. (Escrito el 1 de Agosto de 1943).
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43-241.- ¡El seno de María! ¡El corazón de María!
Solo una criatura no gustó el sabor amargo del pecado: María. Seno y corazón de María, dos perfecciones de pureza y amor. Cuando os encontréis en donde mora la Ciencia perfecta, solo entonces, comprenderéis a María”.- ■ Dice Jesús: “Se lee en el Libro: «Él (el impío) será conducido al sepulcro y velará entre la turba de los muertos: grato al guijo del Horno, arrastrará tras de sí a todos los hombres y delante de sí hay una turba innumerable»Toda la humanidad es pecadora. Sólo una criatura no gustó, no digo el sabor amargo sino que digo más: el olor amargo del pecado. Y esta fue María, mi Madre dulcísima. Aquella que no me hizo añorar el Paraíso que dejé para hacerme Carne entre vosotros y redimir vuestra carne porque en María encontraba los candores eternos y los esplendentes amores que se dan en el Cielo. En Ella el Padre que la acariciaba como a la Perfecta entre las criaturas; en Ella el Espíritu Santo que la penetró con su Fuego para, de la Virgen, hacer la Madre; y, en torno de Ella, los coros angélicos adorando a la Trinidad en una criatura. ■ ¡El seno de María! ¡El corazón de María! La mente más arrebatada en Dios no puede descender hasta lo más profundo ni elevarse hasta la cima de estas dos perfecciones de pureza y amor. Yo os las descubro, se las descubro a los más queridos de entre mis queridos. Mas sólo cuando os encontréis en donde mora la Ciencia perfecta, sólo entonces, comprenderéis a María”. (Escrito el 7 de agosto de 1943).
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43-246.- “El fin de los amantes será gozoso como el sueño de mi Madre… muerte plácida como el  tránsito de mi padre”.
* Bienaventurados aquellos que vayan en aquella hora con librea de amor al encuentro de Aquel que llega”.- ■ Dice Jesús: “La muerte es inevitable. Bienaventurados aquellos que  vayan en aquella hora con librea de amor al encuentro de Aquel que llega. La muerte de éstos será plácida como el tránsito de mi padre de la tierra que no supo de sobresaltos porque fue justo, al que su vida nada tenía que reprocharle. El fin de los amantes será gozoso como el sueño de mi Madre que cerró los ojos en la tierra a impulsos de una visión de amor, ya que de amor fue toda su vida que no conoció pecado, para volver a abrirlos en el Cielo despertando sobre el Corazón de Dios”.  (Escrito el 9 de Agosto de 1943).
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43-318.- «Bendita tú entre todas las mujeres»
* Todo el Paraíso bendice a María, obra maestra de la Creación universal y de la Misericordia divina”.- Dice Jesús: “«Bendita tú entre todas las mujeres». Esta bendición que vosotros recitáis imperfectamente o que, en modo alguno dirigís a la que con su sacrificio inició la Redención, resuena de continuo en el Cielo pronunciada con infinito amor por nuestra Trinidad, con encendida caridad por los salvados con nuestro sacrificio y por los coros angéli­cos. Todo el Paraíso bendice a María, obra maestra de la Creación universal y de la Misericordia divina. ■ Aunque toda la obra del Padre, al crear la Tierra de la nada, no hubiera servido sino para acoger a María, la obra creadora habría tenido su razón de ser por cuanto la perfección de esta Criatura es tal que Ella atestigua, no sólo la sabiduría y el poder, sino también el amor con que Dios creó el mundo. ■ En la creación terrestre, en contraposición a Adán y a la estirpe de Adán, María es el testimonio del super-amor mise­ricordioso de Dios hacia el hombre, porque, a través de María, Madre del Redentor, obró Dios la salvación del género humano. Si Yo soy Cristo es porque María me concibió y dio al mundo”.
* Su maternidad divina fue necesaria para la Redención. Redención, que, teniendo por objeto el género humano con la Culpa y las culpas de todos los tiempos, no podía realizarla sino el Dios hecho Hombre.-Jesús: “Me diréis vosotros que, como Dios, podía obviar la necesidad de tomar carne en el seno de una mujer. Todo lo podía, es cierto. Mas reflexionad y ved qué principio de orden y de bondad se encierra en mi anonadamiento bajo vestidura mortal. La culpa cometida por el hombre debía ser expiada por el hombre y no por la divinidad no encarnada. ¿Cómo habría ­podido la Divinidad, Espíritu incorpóreo, redimir con el sacri­ficio de Sí misma las culpas de la carne? Era, pues, necesario que Yo, Dios, pagase con el desgarro de una Carne y de una Sangre inocentes, nacidas de una inocente, las culpas de la carne y de la sangre. ■ Mi mente, mi sensibilidad, mi espíritu, habrían sufrido por las culpas de vuestra mente, de vuestra sensibilidad y de vuestro espíritu. Mas para que la Redención alcanzase a todas las concupiscencias inoculadas en Adán y en su progenie por el Tentador, el Inmolado por ellas debía estar dotado de una naturaleza semejante a la vuestra, hecha digna de ser dada a Dios en rescate por la Divinidad escondida en ella como perla de infinito valor sobrenatural oculta bajo un ropaje común y natural. ■ Dios es orden y, salvo casos excepcionales juzgados con­venientes por su Inteligencia, no viola ni violenta el orden. Y éste no era el caso de mi Redención. No debía cancelar la culpa únicamente desde el momento de su comisión hasta el del sacrificio y anular para los veni­deros los efectos de la culpa haciéndoles nacer como Adán antes de cometerla, desconocedores del mal. No. Yo debía, con un sacrificio total, reparar la Culpa y las culpas de toda la humanidad, dar a ésta, que ya había muerto, la absolución de la culpa y a la que entonces vivía y habría de vivir en el futuro, el medio de ser ayudada a resistir al mal y ser perdonada del que su debilidad habríale de inducir a co­meter. Debía, por tanto, ser tal mi sacrificio que presentase todos los requisitos necesarios; y tal podía serlo únicamente en un Dios hecho hombre. Eso aparte, Yo venía a traer la Ley. ■ Si mi Humanidad no hubiera existido, ¿cómo habríais podido creer, pobres hermanos míos, a los que tanto cuesta tener fe en Mí, que viví durante 33 años sobre la Tierra como Hombre entre los hombres? Y ¿cómo podía aparecer adulto ante pueblos hostiles o ignorantes llevándoles a la persuasión de mi naturaleza y de mi doctrina? Habría entonces aparecido a los ojos del mundo como un espíritu que hubiera tomado la figura de hombre, mas no como hombre que nació y que murió derramando verdadera sangre a través de las heridas de una carne verdadera —esto como prueba de ser hombre— y que resucitó y ascendió al cielo con su cuerpo glorificado —esto como prueba de ser Dios  que  torna a su morada eterna—. ¿No es más dulce para vosotros pensar que soy realmente vuestro hermano, con suerte idéntica a la de las criaturas que nacen, sufren y mueren, que no pensar de Mí que soy un espíritu por encima de las exigencias de la na­turaleza humana? ■ Era, pues, necesario que una mujer me engendrase según la carne tras haberme concebido por encima de la misma, ya que el Hombre-Dios, por unión alguna de criaturas, por santas que fuesen, podía ser concebido, sino sólo por unas nupcias entre la Pureza y el Amor, entre el Espíritu y la Virgen creada sin mancha para ser molde de la carne de un Dios, la Virgen, cuyo pensamiento era gozo para Dios aun antes de que existiese el tiempo; la Virgen en la que se compendia la Perfección creadora del Padre, alegría del Cielo, salvación de la Tierra, flor de la Creación, más her­mosa que todas las flores del Universo, astro vivo ante el cual parecen apagados los soles creados por mi Padre”.
* Es bendita María: por su pureza, por su obediencia, por su maternidad divina, por su martirio redentor, por todo cuanto llevó a cabo… y por haber sido en la tierra el consuelo paradisíaco de su Hijo.-Jesús: “Bendita la Pura destinada al Señor. ● Bendita la Deseada de la Trinidad, que anticipaba con su deseo el instante de fusionarse con Ella mediante un abrazo de trino amor. ● Bendita la Vencedora que aplasta al Tentador bajo el can­dor de su naturaleza inmaculada. ● Bendita la Virgen que no conoció otro beso que el de su Señor. ● Bendita la Madre que llegó a serlo por su santa obedien­cia a la voluntad del Altísimo. ● Bendita la Mártir que aceptó el martirio por piedad de todos vosotros. ● Bendita la Redentora de la mujer y de los hijos de ésta, que anuló a Eva y se colocó en su puesto para llevar el fruto de la vida allí donde el Enemigo puso el germen de la muerte. ● Bendita, bendita, tres veces bendita por tu «sí», ¡oh Ma­dre mía!, que posibilitaste a Dios mantener la promesa hecha a Abraham, a los a Patriarcas y a los Profetas; que diste alivio al Amor oprimido por el deber de ser castigador y no salva­dor; que aligeraste a la Tierra de la condena traída a ella por Eva. ● Bendita, bendita, bendita por tu humildad santa, por tu ca­ridad encendida, por tu virginidad intacta, por tumaternidad divina, múltiple, sempiterna, verdadera y espiritual. Madre que, con tu amor y con tu dolor, engendras de continuo hijos para el Reino de tu Jesús. ● Generadora de gracia y de salvación, generadora de divina Misericordia, generadora de la Iglesia universal, seas eterna­mente bendita por cuanto realizaste, como eras eternamente bendita por lo que habrías de realizar. ● Sacerdotisa santa, santa, santa que celebraste el primer sacrificio y preparaste con parte de ti misma la Hostia que había de ser inmolada sobre el altar del mundo. ● Santa, santa, santa Madre mía, que no me hiciste añorar el Cielo ni el seno de mi Padre por cuanto en Ti encontré otro paraíso no distinto de aquel en que la Trinidad realiza sus obras divinas. ● María, que fuiste el consuelo de tu Hijo sobre la tierra y eres el gozo del Hijo en el Cielo; que eres la gloria del Padre y el Amor del Espíritu”. (Escrito el 6 de Septiembre de 1943).
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43-332.- La humildad superperfecta de la Humildísima.
* María, con su humildad tan solo inferior al Verbo, consoló a las Tres divinas personas que habían quedado heridas por la soberbia de Lucifer y de la Primera Pareja”.- ■ Dice Jesús: “¡Ay de las almas predilectas si muestran avaricia o soberbia por el don recibido! No amo a los avaros y detesto a los soberbios. Los primeros faltan a la Caridad porque guardan para sí lo que es de todos, pues Yo soy el Padre de todos y entrego mis tesoros a los amados para que sean mis limosneros con los pobres de espíritu y no para que los atesoren ávida y anticaritativamente matando la caridad y desobedeciendo el querer de Dios. El solo hecho de matar la caridad destruye el canal por el que les llegan mis palabras. Y así pierden su misión de portadores de mi Voz. Esto explica por qué ciertas almas, antes faros de la Iglesia, llegan a desvanecerse en una calina de nieblas perniciosas. ■ Por lo que hace a los soberbios, quedan éstos privados inexorable e inmediatamente de mi dádiva. En ellos no se apaga lentamente mi palabra cual flor que muere por falta de agua o como pájaro encerrado en cárcel oscura, del modo que sucede en los avaros, sino que ésta, como ser estrangulado, «instantáneamente» muere. La soberbia es la quintaesencia de la anticaridad, la perfección de la anticaridad y su veneno demoníaco apaga en el acto la Luz en el corazón. Mientras contemplo con dolor y compasión vuestras debilidades, si encuentro a un soberbio, vuelvo a otro lado mi mirada. Y ¿sabéis qué supone no tener ya sobre sí mi mirada? Equivale a ser pobres ciegos, pobres locos, ebrios miserables que marchan tambaleando, de peligro en peligro, hasta dar con la muerte. A esto equivale el no tener ya sobre sí la mirada de Dios, que os protege cual otra cosa alguna os pueda proteger. ■ A mi santa y bendita Madre le fue dada ser la Portadora del Verbo, no tanto por su naturaleza Inmaculada cuanto por humildad superperfecta. Todas las humildades humanas no alcanzan al tesoro de humildad de la Humildísima, que permaneció tal, t a l, entendedlo, aún después de haber sabido que estaba destinada a ser la más excelsa de todas las criaturas. María, con su humildad tan solo inferior al Verbo, consoló a las Tres divinas personas que habían quedado heridas por la soberbia de Lucifer y de la Primera Pareja”. (Escrito el 12 de Septiembre de 1943).
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43-333.- En el día del Nombre de María, María Valtorta recibe la visión del candor de la Virgen, unida con Dios en nupcias eternas.
* Intento de descripción de luz que es el cuerpo glorificado de María.- Dice Jesús: “¡Madre mía querida, gozo perenne nuestro! ¡Si tú la pudie­ses ver hoy (1) en el Cielo al tiempo que todo el Paraíso la cir­cunda con su amor tributándole alabanzas a Ella y a su Nombre de salvación! Verías un abismo de gloria sumido en un superabismo de humildad y la luz inconcebible de María que resplandece doblemente por su castísima y virginal humil­dad y se recoge en adoración delante de Nosotros rebajando todos nuestros hosannas celestiales diciendo: «Señor, no soy digna». ¡Santa y primera sacerdotisa! ¡Indigna Ella, por la que crearíamos un segundo Paraíso a fin de que se le tributasen redobladas alabanzas…! ■ Mira, María. En este día de María recibe la visión de la luz en la que se encuentra tu Madre y mía. Viste la luz ruti­lante, cegadora de nuestro triple Fuego (2). Mira ahora la luz suavísima de María. Sacia tu sed y tu hambre con ella. Nunca sentirás bajar a tu corazón nada más dulce. Mientras que te lo concedo, contempla esta fuente, este astro de luz que es María resplandeciendo en el Cielo con su cuerpo can­doroso que no podía corromperse por haber sido la envoltura del Dios hecho carne además de haber alcanzado la perfec­ción humana en toda santidad y sobrerresplandeciendo con su espíritu unido al Espíritu de Dios mediante nupcias eternas. ■ Observa cómo el azul de los Cielos rodea al Candor ti­ñéndolo de reflejos celestiales y cómo la luz de María torna luminosos los Cielos como en un amanecer sobrehumano de abril en el que el astro de la mañana riela sobre un mundo virgen y florido. ■ Mira y recuerda la visión que los ángeles contemplan con una perenne sonrisa de gozo. Sea (3), al igual que para noso­tros (4), tu sosiego y tu fuerza. A ti te son mostradas cosas que sobrepujan la inteligen­cia humana; y esto por querer de Dios. Mas, para poseer de continuo este don, aprende de María a tocar las cum­bres de la humildad que abate el barro para subir el espíri­tu a lo alto.
Te he reservado este regalo para el Nombre de María. Para la Natividad: la sonrisa de María, la Mujer santa (5). Para el Nombre: la gloria de María, la Madre de Dios”.
* Visión:
He visto, y no puedo describir, a nuestra Madre en su morada del Cielo. Cómo es, lo diré poco más o menos. Para hablar de Ella, mejor que para hablar de Dios, me servirá aquí el símil de la «luz». ■ Una luz apacible, blanquiazul, como el del más terso rayo de luna multiplicado por una intensidad sobrenatural. Apenas si distingo bien el rostro y el cuerpo de María. Demasiada «luz» para ser distinguidos por ojo humano. Me explicaré: no es una luz deslumbradora que impida mirar. Es una luz que transforma en «luz» los contornos y las formas del cuerpo glorificado de María cuyos colores no puedo explicar. Podría decir que si se transformaran en luz montones de perlas, habría un parecido con lo que es la Candidísima, la Bendita en el Cielo. Y podría asimismo decir que si una visión tuviese la virtud de cambiar el color de los ojos hu­manos, tiñendo el iris del color emanado de la visión, mis ojos de color marrón oscuro, habrían de ser ahora de un azulino de zafiro pálido licuado, como el que se desprende de algunas estrellas en las noches serenas. ■ Me encuentro embargada por la emoción que me hace derramar lágrimas de espiritual alegría y… nada más puedo decir (6). (Escrito el 12 de Septiembre de 1943).
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1  Nota  : Es la fecha del  12 de Septiembre,  festividad del Nombre de María.   2  Nota  : Dictado 43-138 del 1º de Julio de 1943, relatado en el tema “Dios-Reino de Dios”.   3  Nota  : María Valtorta anota encima a lápiz: (“la visión de hoy”).  4  Nota  : María Valtorta  anota encima  a lápiz (“de la Sma. Trinidad de 1º de Julio”).  5 Nota : Dictado 43-318 del 6 de Septiembre de 1943.  6  Nota  : Sobre una copia mecanografiada María Valtorta añade esto: (“por lo demás… serían palabras de M. Ss. que temo escribir porque… tengo miedo de los hombres”).
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43-424.- “Paraíso quiere decir lugar donde se goza de la visión de Dios, y quien ve a María, ya ve a Dios, pues Ella es el espejo sin mancha de la Divinidad”.
* Las alabanzas del Cantar se aplican a María, tanto por su belleza espiritual como por su belleza física.- ■ Dice Jesús: “La Iglesia ha aplicado a María, mi Madre bendita, las alabanzas que el esposo del Cantar tributa a su amada. Y, en verdad, no hay criatura en el mundo que tenga tanto derecho a tomar para sí tales alabanzas excluyendo de ellas, sobre todo, la parte sensual que celebra las bellezas físicas, grandes, por cierto en María, por cuanto su exclusión de la Culpa Original hizo de María una criatura perfecta como lo fueron los dos primeros creados por el Padre. Y los dos primeros, obra excelsa del Creador, gozaban, además de la belleza incorpórea del alma, de la belleza física del cuerpo creado por el Padre”.  
* ¿Cómo habéis de poder representar a María, la toda Santa del Señor? Los que gozaron de su visión hubieron de exclamar: «Es hermosa esta obra, pero no es María. Ella es de una hermosura distinta, de una hermosura que no podéis reproducir y que es imposible describir». Tienes dicho de Ella que es «luz». Mas lo que no podéis describir es el espíritu de María”.- ■ Jesús: “Mi Madre, la sin Culpa, la Toda hermosa, la Deseada de Dios, la Destinada a ser Madre para Mí, poseía la armónica integridad de sus miembros, descubriéndose en ello el dedo modelador de Dios que la había creado a su perfecta semejanza. Por espacio de siglos se han esmerado los artistas en su empeño de representar a María. Mas, ¿cómo representar la perfección? Esta se trasluce de interior al exterior. Y por más que podáis tal vez con el pincel y la gubia dar a vuestra obra una forma perfecta, os será imposible infundir en ella esa luz del alma que es algo espiritual y toque inefablemente divino aplicado a una carne que es santa, toque que veis traslucirse del interior de vuestros hermanos haciéndose exclamar: «¡Qué cara de santo!». ■ ¿Cómo habéis de poder representar a María, la toda Santa del Señor? Cuantas veces se apareció y os empeñasteis después en reproducir su imagen, los que gozaron de su visión hubieron de exclamar: «Es hermosa esta obra, pero no es María. Ella es de una hermosura distinta, de una hermosura que no podéis reproducir y que es imposible describir». ¿Podrías reproducir a María, tú, a quien, para fortalecerte en la prueba que te venía encima, te concedí ver a mi Madre y a la tuya; lo podrías tú, por más que fueses una pintora o escultora eminente? No. Tienes manifestado que, si bien, como mujer instruida y de palabra precisa, te sientes capacitada para componer, te resulta, no obstante, pobre e insuficiente esta palabra para describir a María. ■ Para expresar lo más indescriptiblemente bello que hay en el mundo aplicándolo a mi Madre y nuestra, tienes dicho de Ella que es «luz». Mas lo que no podéis describir, ¡oh hijos de Ella y hermanos  míos!, es el espíritu de María que aflora por entre los velos de su carne inmaculada. Santificaos para ver a María. Aunque, por un suponer, no tuvierais en el Paraíso otra cosa que ver sino a Ella seríais, suficientemente felices. Porque el Paraíso quiere decir lugar donde se goza de la visión de Dios, y quien ve a María, ya ve a Dios, pues Ella es el espejo sin mancha de la Divinidad. ¿Ves, por tanto, cómo las alabanzas del Cantar se apropian con toda justicia a María, la cual, con su alma pura e inmaculada, hirió el corazón de Dios que es su Rey y que así mismo le complace en sus deseos de amor por vosotros cual si Ella fuese su Reina?”.
* “¡Oh, si el mundo se esforzara en imitar a María! El Mal, en todas sus variadas manifestaciones, caería vencido para siempre, porque María tiene el Mal bajo su talón virginal”.-Jesús: “Yo querría que, dentro del ámbito de vuestras fuerzas, así como debéis amar a Dios, con todo lo que sois, os esforzaseis en amar a María. Amar quiere decir imitar con espíritu de amor a aquel a quien se ama. De esto os hice Yo dulce mandato. «Se entenderá que me amáis cuando se vea que hacéis las obras que Yo hago». El mismo mandato os doy ahora respecto de mi Madre: «Se verá que la amáis cuando la imitéis». ¡Oh, si el mundo se esforzara en imitar a María! El Mal, en todas sus variadas manifestaciones que van de las ruinas de las almas a las de las familias, de las ruinas de las familias a las de las Naciones, y a las del globo terráqueo entero, caería vencido para siempre, porque María tiene el Mal bajo su talón virginal y si María fuese vuestra Reina y vosotros fueseis verdaderamente hijos, súbditos e imitadores suyos, el Mal ya no podría dañaros. Sed de María y así, automáticamente, seréis de Dios, ya que Ella es el Jardín cerrado, en donde Dios está, el Jardín santo en el que Dios florece. Porque Ella es la Fuente de la que brota el Agua Viva que asciende hasta el Cielo proporcionándoos el medio de subir a ese Cielo que soy Yo, Cristo, Redentor del mundo y Salvador del hombre”. (Escrito el 15 de Octubre de 1943).
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43-441.- “La sonrisa de María pone en fuga al demonio de la desesperación”.
* “Yo contemplé aquella heroica sonrisa atormentada de mi Madre, único consuelo, infinito consuelo que subía a mi patíbulo. La contemplé para impedir que la desesperación se apoderase de Mí. Contémplala también tú siempre para que no llegues a extraviarte en los últimos días de tu permanencia en la tierra”.- ■ Dice Jesús: “Muéstrate intrépida frente a todas las fuerzas del Enemigo que pretende conturbarte movido de infernal envidia. En vano lanzará contra ti sus cuadrigas demoníacas. Mientras permanezcas fiel, cuatro demonios, cuatro más y cuatro multiplicado por diez serán menos que una brizna de hierba hollada por tu pie que va marcando sus últimos pasos para atravesar la distancia que aún te separa de la morada de tu amor… Permanece, permanece unida a Mí. A medida que se acerca la hora estáte más unida a Mí. No hay otro como Jesús para ayudar ni otro como Jesús para instruir por su experiencia vivida ni otro como Él para enseñar a sufrir el martirio de amor. ■ Mas como, antes de padecerlo, hube Yo de crecer en la vida tomando como primer alimento la leche de mi Madre y, más adelante, la comida preparada por sus santas manos, así también todo pequeño redentor debe vivir en María, para formarse llegando a ser un Cristo. Jesús es fortaleza de vuestra alma. María es dulzura. Antes de beber el vinagre y la hiel es preciso beber el vino aderezado. Y éste os lo proporciona la sonrisa reconfortante de María. Bálsamo que me hizo feliz en la tierra; bálsamo que me hace feliz en el Paraíso y, junto con Dios, hace feliz a todo el Paraíso. La sonrisa maternal de mi Madre es estrella en la vida y estrella también en la muerte. Y sobre todo, es estrella en el dolor de la inmolación. ■ Yo contemplé aquella heroica sonrisa atormentada de mi Madre, único consuelo, infinito consuelo que subía a mi patíbulo. La contemplé para impedir que la desesperación se apoderase de Mí. Contémplala también tú siempre. Contempladla vosotros, hombres que sufrís. La sonrisa de María pone en fuga al demonio de la desesperación. Vivid unidos a María de la que sois hijos al igual que Yo. Vive sobre el corazón de María, alma a la que quiero llevar al Cielo. Las manos de esta Madre, que nunca defrauda a sus hijos, rebosan de caricias para ti. Sus brazos te estrechan al seno que me llevó a Mí y su boca te dice las mismas palabras que a Mí me confortaron. ■ Para que no llegues a extraviarte en los últimos días de tu permanencia en la tierra, te encierro en la morada de María. Allí no tiene entrada la turbación porque Ella es la Madre de la Paz. El Enemigo no penetra allí porque Ella es la Victoriosa. Que María prenda en ti las llamas supremas de la Caridad puesto que Ella es la Hija, la Madre y la Esposa de la Caridad. Vuela todos los puentes tendidos entre ti y el mundo. Vive en Jesús y en María.  Recuerda que, por más que el hombre llegase a dar todos sus bienes a cambio del amor (1), nada supondría todo ello, por cuanto el Amor es algo que, parangonado con Dios, —Amor de vuestra alma, fin verdadero de vuestra vida— todo carece de valor. Lo único que cuenta es la posesión del Amor. Y se posee Éste cuando por Él se renuncia a todo cuanto se tiene. Más tarde, María, llegará la paz. Este es tiempo de lucha. Mas para el que ama es lucha coronada con la victoria. Pronto vendré a  cambiar tu corona de espinas por otra de gozo. Persevera. Marca con mi sello cada latido, cada esfuerzo tuyo. Grábalo con lágrimas en las fibras mismas de tu corazón. Yo soy Aquel que salvo y amo”. (Escrito el 19 de Octubre de 1943)
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1  Nota  : Cfr. Cantar 8,7.
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43-488.- “Yo soy quien di a mis santos la Sabiduría, de la cual soy poseedor absoluto. María, infusa ya de Sabiduría por su pureza, fue una misma cosa con la Sabiduría cuando el Amor la hizo Madre de la Sabiduría encarnada. No sois menos vosotros ya que, al permanecer Conmigo-Eucaristía en el corazón y con el corazón ávido de vivir en Dios —ésta es la condición esencial— venís a ser uno conmigo”.
* Vosotros, entonces, entenderéis, hablaréis, veréis, no con vuestros órganos sino con la vista y la mente de Aquel que está en vosotros”.- ■ Dice Jesús: “Soy Yo quien di a mis santos la Sabiduría, de la cual soy poseedor absoluto. Yo el que hablo a mis queridos para que esparzan mi Sabiduría entre los hombres. Yo el que bendigo con gratitud a mis elegidos que se gastaron a sí mismos en ser portadores de mi Sabiduría. Soy Yo quien les premio porque el amor a la Sabiduría es amor a Dios, no pudiéndose dar reconocimiento de la Sabiduría con insubordinación contra Dios. El que ama la Sabiduría ama su fuente que es Dios, el que ama la Sabiduría conquista el premio. Vosotros, por tanto, que aspiráis siempre a la gloria, aspirad a esta gloria verdadera y eterna. Dejad que caigan los cetros y celebridades de la tierra y tratad de conquistar la fama y la corona inmortal de la santidad bienaventurada. Esforzaos en merecer la Sabiduría y ya, desde la tierra, poseeréis todo, por cuanto poseeréis a Dios que hablará en vosotros, os guiará, os consolará, os elevará, os hará amigos y profetas del Altísimo. ■ Vosotros, entonces, entenderéis, hablareis, veréis, no con vuestros órganos y con vuestra capacidad sino con la vista y la mente de Aquel que está en vosotros como el Santo de los Santos en su tabernáculo viviente. Seréis, queridos hermanos míos, como era mi Madre cuando me llevaba en su seno y Yo le comunicaba mis movimientos de amor. María, velo preciosísimo y casto para el Viviente, el Sabio, el Santo, infusa ya de Sabiduría por su pureza superangélica, fue una misma cosa con la Sabiduría cuando el Amor la hizo Madre de la Sabiduría encarnada. Ni sois menos vosotros cuando Conmigo-Eucaristía en el corazón y con el corazón ávido de vivir de Dios —ésta es la condición esencial— venís a ser unos conmigo y sabéis permanecer en Mí con vuestro amor adorante aun después de la consunción de las Especies”.
* “Sedme «Marías». El mundo, imbuido de tanta ciencia vana, necesita contar con quien (Yo los escojo) le comunique la verdadera Sabiduría”.-  ■ Jesús: “Sedme «Marías». Llevad a Cristo en vosotros. El mundo, imbuido de tanta ciencia vana, necesita contar con quien le comunique la verdadera Sabiduría. Y quien en sí me tiene, lo mismo que quien en Mí se anula, por más que no diga palabra alguna, comunica la Sabiduría con sus obras ya que éstas dan testimonio de Dios. Así, pues, por compasión de los ciegos, de los sordos, de los analfabetos del espíritu, pongo la voz y la pluma en los labios y en las manos de los que escojo para que se oiga de nuevo el Espíritu de Dios y se salven los desviados, vuelvan a encontrar la justa dirección los que andan errantes y se alcen nuevamente los caídos confiando en Quien tiene por nombre: Misericordia”. (Escrito el 1 de Noviembre de 1943).
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43-513.- «Ahora y en la hora de la muerte».
* Y si Cristo puede hacer resucitar los muertos a la Gracia, María, cuando de veras le amáis, impide que la Muerte os separe de su Hijo”.- ■ Dice Jesús: “«Ahora  y en la hora de la muerte». Es la invocación contrapuesta a «Líbranos del mal». Vosotros no os dais cuenta pero es así. Además de un Padre, os di una Madre y si pedís al Padre que os libre del Mal, ¿cómo no habéis de pedir a la Madre que aleje de vosotros la muerte que es un mal? Mas pensad con la mente puesta en Dios y pedid con inteligencia de hijos de Dios. ■ No os deben preocupar tanto el mal y la muerte, en el sentido humano de la palabra, como el Mal y la Muerte en el sentido sobrenatural que es el más verdadero, porque vuestra vestimenta actual es ropa que se depone y vuestra morada actual es morada que habréis de dejar. Mas tras este día, os aguarda un futuro en el que llega­reis a poseer lo que es vuestra legítima pertenencia. Y, ¡ay de vosotros si, llevados de vuestra voluntad perver­sa, escogéis la porción maldita! No se presenta una vez tan sólo ante vuestra alma la muerte del espíritu. Ella merodea por vuestro derredor a lo largo de toda vuestra jornada terre­na porque el dador de la Muerte no deja un instante de ase­char su presa. No siempre vuestra vigilancia y vuestra forta­leza son tan cerradas que lleguen a hacer inútiles las astucias del Enemigo. Vuestra debilidad os lleva a la pereza y vues­tros apetitos carnales al deseo de satisfacerlos encontrando en ellos la muerte. ■ Pero tenéis una Madre en el Cielo, una Madre que ve sobre vosotros la Sangre de su Hijo y que, por esa Sangre, os ama como a hijos propios. Una Madre que es poderosa ante Dios por su triple condición de Hija, Esposa y Madre de Dios. «Ahora»: que ruegue María por vuestra actual situación de hombres tan erizada de peligros. «Y en la hora de la muerte»: que ruegue asimismo por vosotros el instante de­cisivo de la vida. «Y en la hora de la Muerte»: o sea, cuando vuestro espíritu, herido por el Mal, pueda perecer. ■ María es la Vencedora de Satanás. La verdadera Muerte, la del espíritu, no llegará para aquellos que saben rogar a la Madre para el tiempo de la vida, para el de su permanencia en la tierra, para la hora de la tentación y para el trance de la Muerte. Como niños bajo el manto de su madre, la plegaria de María os sirve de escudo contra el ardor de los sentidos y del Demonio, os hace crecer en Cristo y entrar en su Reino. Y si Cristo puede hacer resucitar los muertos a la Gracia, María, cuando de veras le amáis, impide que la Muerte os separe de su Hijo”. (Escrito el 8  Noviembre de 1943).
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43-590.-“Únicamente los santos me conocieron por lo que era y así, Isabel, Simeón y Ana vieron en mí a la Madre del Salvador”.
* Verme a mí a la luz de Dios quiere decir amarme de verdad. Mi Santísimo Hijo obra por su cuenta para atraeros a su amor. Yo os amo y aguardo pidiendo por vosotros”.- ■ Dice María Virgen: “No debes desanimarte demasiado recordando el tiempo en que me amabas poco. No eres la única. Pero yo soy Madre y por eso, comprendo y perdono. Son deficiencias de los aún imperfectos. Al ser poco amada, no por eso amo menos. Me basta con que, al menos, améis a mi Hijo y tú le amabas mucho cuando aún no me amabas a mí sino poco. ■ Quiero hacerte notar un hecho de mi vida de Madre de Dios que escapa a la observación de muchos y que, incluso, es un claro indicio de las relaciones que conmigo habrían de establecer los redimidos por mi Jesús. Cuando los pastores llegaron a la gruta, sus miradas y sus manifestaciones de amor fueron en exclusiva para mi Niño. Yo y José éramos para ellos figuras secundarias. Ante la pobre pajiza donde Él dormía cuando no lo hacía sobre mi regazo, depositaron sus dádivas y sus ternezas. No me apenaba por ello ni porque dejaran de tributar la consideración debida a la planta que había dado al mundo aquella Flor del Cielo. Me sentía satisfecha con que amasen a mi Niño y le amasen tanto. ¡Habría tantos después que le odiasen…! Entre los presentes a la ceremonia, siempre nueva, de una presentación al Templo, ni uno hubo que pensase en mí. Miraban a mi Tesoro y se hacían lenguas de su belleza sobrehumana; mas a su Madre, tan solo alabanzas humanas se le tributaron. ■ Únicamente los santos me conocieron por lo que era y así, Isabel, Simeón y Ana vieron en mí a la Madre del Salvador, tributándome con este su reconocimiento la más sublime alabanza. Los primeros eran «buenos». Estos tres, en cambio, eran «santos». El Espíritu actúa en el corazón de los santos, infundiéndoles sus luces de conocimiento sobrenatural. El Espíritu Santo ilumina los corazones de los santos para hacerles que me vean. Verme a  mí a la luz de Dios quiere decir amarme de verdad. Mi Santísimo Hijo obra por su cuenta para atraeros a su amor. Yo os amo y aguardo pidiendo por vosotros”. (Escrito el 2 de Diciembre de 1943).
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43-605.- María Virgen explica dos pasajes del Evangelio de S. Lucas.- El maravillarse y la comprensión en Ella y en José eran diferentes, ya que María conocía los secretos de Dios. Es preciso saber leer el Evangelio.
* El padre y la madre se quedaban maravillados de las cosas que se decían del Niño.- Dice la Virgen: “Al hablar de la presentación en el Templo dice Lucas: «que el padre y la madre se quedaban maravillados de las cosas que se decían del Niño». La maravilla era diferente en ambos cónyuges: Yo, a quien el Espíritu Esposo había revelado todo el futuro, me maravillaba sobrenaturalmente adorando la Voluntad del Señor, que, en su deseo de redimir al hombre, se revestía de carne manifestándose a los vivientes del espíritu. Me maravillaba una vez más de que Dios me hubiera escogido a Mí, su humilde esclava, para ser la Madre de la Voluntad Encarnada. ■José se maravillaba igualmente, si bien humanamente, por cuanto él no sabía más de lo que habíanle dicho las Escrituras y revelado el Ángel. Yo callaba. Los secretos del Altísimo se hallaban depositados dentro del arca cerrada en el Santo de los Santos y sólo yo, Sacerdotisa suprema, los conocía y la Gloria de Dios, con su destello cegador, ponía un velo ante los ojos de los hombres. Eran abismos de fulgor a los que sólo el ojo virginal besado por el Espíritu de Dios podía mirar fijamente. He aquí por qué, tanto José como Yo estábamos maravillados. Diversa, aunque igualmente maravillados”.
Pero ellos no entendieron lo que les había dicho”.-Virgen: “Y de manera idéntica ha de ser interpretado el otro pasaje de Lucas: «Pero ellos no entendieron lo que les había dicho», cap. 2º, v. 50. Yo le entendí. Lo sabía mucho antes. Y si bien permitió el Padre la angustia de madre, no me ocultó el profundo significado de las palabras de mi Hijo. Con todo, callé por no mortificar a José a quien no se le había concedido la plenitud de la Gracia. Yo era la Madre de Dios; mas esto no me eximía de ser mujer respetuosa para con el Bueno que para mí era compañero amoroso y hermano vigilante. ■ Nuestra familia no conoció fisuras en terreno alguno. Nos amábamos santamente siendo nuestra única preocupación ésta: el Hijo. ¡Oh! Jesús devolvió, como Él solo podía hacerlo, a mi José, en la hora de la muerte, todos los consuelos, en pago de cuanto recibiera de aquel Justo. Jesús es modelo de hijos como José lo es de maridos. Mucho fue el dolor que recibí del mundo; mas mi santo Hijo y mi justo Esposo no me hicieron derramar otras lágrimas que las motivadas por su dolor. ■ Desde que José no estuvo a mi lado y yo quedé constituida primera autoridad terrena de mi Hijo no tuve ya por qué aparentar, callando, que no entendía. Nadie, por tanto, podía sentirse mortificado de verse superado en comprensión y así dije en Caná: «Haced lo que Él os diga». Y lo dije porque sabía que Jesús nada me niega y que, tras sus solemnes palabras, estaba ya el primer milagro, suscitado por Mí, que mi Hijo me ofrecía como una blanca rosa de primavera. ■ Es preciso, María saber leer el Evangelio. Los hombres no saben leerlo. Yo te guiaré de la mano y te explicaré lo que Jesús no te explique. Soy la Madre, tanto de Él como tuya. Quiero que mi niña conozca a su dulcísimo Jesús, a nuestro Jesús, como pocos le conocen. Cuanto más le conozcas, más le amarás. Y cuanto más le ames, más felicidad me proporcionarás”. (Escrito el 5 de Diciembre de 1943).
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43-614.- “En la mañana de la Resurrección pude contemplar el Cuerpo glorificado de mi Hijo. Yo podía tocarle”.
* El tormento del recuerdo del Cuerpo destrozado y el consuelo del recuerdo del Cuerpo glorificado.- ■ Dice María Virgen: “¡Dulce Hijo mío, que así de dulce fuiste con todos y en especial con tu Madre! Ya de adolescente, me retraía de besarle como cuando era pequeñín. Mas nunca me faltaron sus besos ni sus caricias ya que era Él quien los reclamaba de su Madre cuya sed de amor comprendía, pues besar sus carnes santísimas era para Ella sorber la vida, y beber el gozo. ■ Antes de la Última Cena vino a tomar consuelo de su Madre y estuvo apoyado sobre mi corazón como cuando era niño. Quiso saturarse de amor con su Mamá a fin de poder resistir el desamor de todo un mundo. Más tarde le tuve sobre mi corazón, pero helado y extinto, a las lívidas luces del Viernes Santo. Y… ¡ver a mi eterno Niño —porque para una madre su hijo es siempre un niño y tanto más lo es cuando más dolorido y acabado está— ver a mi Niño hecho todo Él una llaga, desfigurado por el acelerado sufrir, encostrado de sangre, desnudo, desgarrado hasta el Corazón; ver cerrada aquella Boca bendita de la que solo palabras santas salieron; aquellos Ojos adorables cuyo mirar era una bendición; aquellas Manos que solo para trabajar, bendecir, curar y acariciar se movieron; aquellos Pies que se cansaron tratando de reunir a su grey que, al fin, le mató; todo ello constituyó un desgarro sin límites que anegó la tierra para redimirla y llegó hasta los Cielos que se estremecieron de pena!  Todos los besos que guardaba en mi corazón y no pude darle durante las forzadas separaciones de aquellos tres últimos años, se los di entonces. Ni una magulladura quedó sin beso y sin lágrimas. Y solo yo sé cuál fue su número. Mis besos y mi llanto fueron el primer lavatorio de su Cuerpo extinto y no me saciaba de besarle antes de verlo desaparecer bajo los aromas, el sudario, la sábana y las vendas y, por último, tras la piedra volcada sobre el cierre del Sepulcro. ■ Ahora bien, en la mañana de la Resurrección pude contemplar el Cuerpo glorificado de mi Hijo. Entró con el rayo del sol, inferior en esplendor a Él y le vi en su Belleza perfecta, mío por haberlo yo formado, pero Dios porque Él había, a la sazón, superado la hora humana y tornado al Padre llevándome a mí en su Carne divina modelada en mi seno a mi semejanza humana. No existió para su Madre la prohibición habida para María de Magdala. Yo podía tocarle. No había de contaminar con mi humildad su Perfección que subía a los Cielos ya que aquel mínimo de humanidad que en mí existía, dada mi condición de Inmaculada Concepción, habíase quemado cual flor arrojada a las llamas en la hoguera expiatoria del Gólgota. María-Mujer había muerto con su Hijo y solo quedaba ahora María-alma, ardiendo por subir con su Hijo al Cielo. Y así, mi abrazo venerante no podría causar turbación a la Divinidad triunfante. ■ ¡Oh, sea bendito aquel amor! Si bien posteriormente siempre he tenido presente su Cuerpo destrozado y el recuerdo de aquel tormento aún no ha perdido su aguijón, la rememoración de su Cuerpo glorificado, triunfante, hermoso con una Belleza divina y majestuosa que es la alegría de los Cielos, constituyó mi perenne consuelo durante los excesivamente largos días de mi vivir y el constante anhelo de terminar mi vida para volver a verle. Hace dos horas, María, que ha dado comienzo mi fiesta (1) y te he tenido conmigo dándote a conocer a mi Jesús. Ahora descansa contemplando a Aquellos que te aman y te esperan y viendo la Belleza que constituye el gozo de los santos”. (Escrito el 8 de Diciembre de 1943).
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1  Nota  : Era el 8 de Diciembre, fiesta de la Inmaculada Concepción.
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43-615.- Durante la ira del Viernes Santo, Jesús y su Madre vivieron en el silencio, interrumpido tan solo por las invocaciones de “¡Mamá!” e “¡Hijo!”.
* Sus miradas se encontraron, se enlazaron y se apartaron lacerando sus corazones: la chusma llevó a la Víctima hacia su altar ocultándola de la otra víctima ya sobre el altar del sacrificio: la Madre dolorosa.- ■ Dice María Virgen: “Cuando en la ira del Viernes Santo me encontré con mi Hijo en un cruce que llevaba al Gólgota, no salieron de nuestros labios otras palabras que: “¡Mamá!”, “¡Hijo!”. Estábamos rodeados de la Blasfemia, de la Crueldad, del Desprecio, de la Curiosidad. Resultaba inútil, frente a estas cuatro Furias, hacer manifestación alguna de nuestros corazones con sus latidos más santos. Se habrían avalanzado sobre ellos para herirlos aún más porque cuando los hombres llegan al colmo del Mal, son capaces de cualquier delito, no solo contra el cuerpo, mas también contra la mente y contra los sentimientos de sus semejantes. Nos miramos. Jesús, que había hablado ya a las mujeres compasivas instándoles a que llorasen por los pecados del mundo, no hizo sino mirarme fijamente a través de los velos del sudor, del llanto, del polvo y de la sangre que formaban una costra en sus párpados. ■ Sabía que yo rogaba por el mundo y que hubiera querido volcar el Cielo en su auxilio aliviándole, no del suplicio, pues éste debía cumplirse en virtud de un decreto eterno, sino la duración del mismo. Lo hubiera querido aun a costa de un  martirio de toda mi vida. Mas me veía impotente. Era la hora de la Justicia. Él sabía que yo le amaba más que nunca y yo, a mi vez, sabía cuánto me amaba Él y que, más que el velo de la piadosa Verónica y que cualquier otra asistencia, habríale consolado el beso de su Madre. Pero hasta esta tortura era precisa para redimir las culpas del desamor. Nuestras miradas se encontraron, se enlazaron y se apartaron lacerando nuestros corazones. Y después la chusma zarandeó y llevó a empellones a la Víctima hacia su altar ocultándola de la otra víctima que se encontraba ya sobre el altar del sacrificio y que era yo, la Madre dolorosa”.
* Ella tuvo bajo su calcañar sin culpa la cabeza de Satanás. Mas él, al no poder corromper el cuerpo y el alma de María con su veneno, lo espurreó como ácido infernal sobre su Corazón de madre”.- ■ María Virgen:Cuando os veo tan duros, tan obstinados en el pecado y compruebo que nuestra doble tortura infinita no ha bastado a haceros buenos, pienso qué otro tormento mayor hubiera sido preciso para neutralizar en vosotros la ponzoña de Satanás y no doy con él puesto que no cabe tormento superior al nuestro. ■ Desde el momento de mi Concepción Inmaculada tuve bajo mi calcañar sin culpa la cabeza de Satanás. Mas él, al no poder corromper mi cuerpo ni mi alma con su veneno, lo espurreó como ácido infernal sobre mi Corazón de madre que, si es inmaculado por la gracia de Dios, se encuentra dolorido, a no poder más, por la obra de Satanás que lo ha herido valiéndose de los hombres que han dado muerte a mi Hijo desde la hora del Getsemaní hasta el fin del mundo”.
* Las ofensas inferidas a su Hijo suben como flechas para herir a Ella en la beatitud del Cielo volviendo a abrir cada una de ellas la herida del Viernes Santo.- ■ María Virgen: “La Madre te dice, hija que tan querida me eres, que las ofensas que inferís a mi Hijo suben como flechas para herirme en la beatitud del Cielo volviendo a abrir cada una de ellas la herida del Viernes Santo. Más numerosas que las estrellas en el firmamento de Dios son las heridas que por vosotros lleva mi corazón. Y no tenéis compasión de la Madre que os entregó su vida. ■ Volveré a hablarte hoy porque quiero tenerte todo el día conmigo. Hoy más que ningún oro día soy Reina en el Cielo y llevo conmigo tu alma. Eres una niña que sabe poco de su Madre. Mas cuando sepas tantas cosas de mí y llegues a conocerme, no como a esa estrella lejana de la que tan solo se percibe su destello y se sabe su nombre ni como a un ser ideal e idealizado sino como a una realidad viva y amorosa, con mi corazón de Madre de Dios y Madre de Jesús, de Mujer que comprende los dolores de las mujeres por cuanto no le fueron excusados los más atroces y para entender los de los demás no tiene sino recordar los suyos, entonces me amarás como amas a mi Hijo, esto es: con  todo tu ser”. (Escrito el 8 de Diciembre de 1943).
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43-617.- “Yo os doy a la luz para el Cielo a través de mi Hijo y de mi dolor”.- La palabra reina de aquella tarde: «Mamá»: fue el grito fuerte de que hablan los evangelistas.
* “Y fue Longinos, (hombre de buena voluntad), el primer hijo nacido para mí por el trabajo de la Cruz. Yo no tuve que hacer sino tomar este «hijo de Cristo» de las manos de mi Hijo dando así comienzo al período de mi Maternidad espiritual”.- ■ Dice María Virgen: “Fue la piedad de Longinos la que me permitió estar junto a la Cruz hasta la que había llegado por veredas abruptas, llevada más por el amor que por mis propias fuerzas. Longinos era un militar recto que cumplía con su deber y usaba de su derecho con justicia. Se hallaba, por tanto, predispuesto ya a los prodigios de la Gracia. Por aquella su piedad le obtuve el don de las gotas del Costado que fueron para él un bautismo de gracia ya que su alma se encontraba sedienta de Justicia y de Verdad. Al alba natalicia de Jesús dijeron los ángeles: «Paz en la tierra a los hombres de buena voluntad» y a la caída del día mortal para Cristo, el mismo Cristo daba su paz a este hombre de buena voluntad. Y fue Longinos el primer nacido para Mí del trabajo de la Cruz, como Dimas fue el último redimido por la palabra de Jesús de Nazaret, lo mismo que Juan fue el primero y podría decir que él, con su corazón de lirio diamantino encendido por el amor, fue la luz nacida de la Luz a la que las Tinieblas jamás pudieron ofuscar. ■ Yo no tuve que hacer sino tomar este «hijo de Cristo» (el Padre Migliorini sabe qué quiere expresar en hebreo el sufijo: «bar») de las manos de mi Hijo dando así comienzo al período de mi maternidad espiritual con una flor que ya se había abierto para el Cielo, de mi maternidad espiritual brotada cual rosa purpúrea de aquellas palmas clavadas al leño de la Cruz, tan diferente de la cándida rosa de la alegría de Caná, pero entregada de igual manera por el amor de Cristo a su Madre para los hombres, como ofrecida también por el amor de Cristo a los hombres para su Madre que habría de verse en lo sucesivo sin Hijo. ■ Un milagro de amor signó la era de la evangelización, como otro milagro de amor signó la de la redención, porque todo cuanto procede de mi Jesús es amor, lo mismo que es ciertamente amor cuanto procede de María. El corazón de María en nada difiere del de su Hijo si no es en la Perfección divina. De lo alto de la Cruz iban cayendo lentas las palabras, espaciadas en el tiempo, como el sonar de las horas en un reloj celeste. Y yo las recogí todas, aun las que no se referían a mí, porque hasta el más leve suspiro del Moribundo lo recogían, lo bebían, lo aspiraban mis oídos, mis ojos y mi corazón. «Mujer, he ahí a tu Hijo». Y desde aquel momento he ido dando hijos al Cielo engendrados por mi dolor. Parto virginal, como el primero, fue este místico alumbraros a vosotros para Él. Yo os doy a luz para el Cielo a través de mi Hijo y de mi dolor. Y el engendraros, que se inició con estas palabras, si bien no fue con clamores de carne desgarrada por hallarse la mía inmune de culpa y de la condena de concebir con dolor, el corazón desgarrado ululó en silencio con el sollozo mudo del espíritu y puedo decir que nacisteis vosotros a través del pasadizo abierto por mi dolor de Madre en mi corazón de Virgen”.
* “Al don supremo de mi Concepción inmaculada debía, de mi parte, corresponder el de ser Madre del Redentor, o sea, la Mujer del Dolor”.- María Virgen: “Mas la palabra reina de aquella cruel tarde de Abril era siempre ésta: «¡Mamá!», único consuelo de mi Hijo al llamarme con ella, puesto que sabía cuánto le amaba y cómo subía mi espíritu hasta su Cruz para besar a mi Torturado Santísimo. Palabra cada vez más frecuente y desgarradamente repetida a medida que, cual marea creciente, le iba aumentando el espasmo. El fuerte grito de que hablan los evangelistas fue esta palabra. Todo lo tenía dicho y cumplido, había confiado su espíritu al Padre y expresado su dolor sin medida. Mas el Padre, que hasta entonces se había complacido en Él, no se le mostró, pues, al verle ahora cargado con los pecados mundo, Dios le miraba con severidad. Por esto la Víctima llamó a su Madre con un grito de dolor lacerante que traspasó los Cielos, haciendo llover de ellos el perdón y traspasó, a la vez, mi corazón haciendo llover sangre y lágrimas del mismo. Yo recogí aquel grito que, por el rictus de la muerte, ¡y qué muerte!, su palabra se transformaba en un desgarrador lamento y esa exclamación la llevé clavada  en mi ser, como espada de fuego, hasta la mañana pascual en que entró Vencedor, más resplandeciente que el sol de aquella mañana apacible, mucho más hermoso de lo que anteriormente le hubiera visto nunca, ya que si la tumba me había engullido a un Hombre-Dios, me devolvía a un Dios-Hombre, perfecto en su majestad viril y lleno de gozo por la prueba concluida. También entonces dijo: «¡Mamá!». Pero, hija, éste era el grito de su alegría incontenible de la que me hacía partícipe estrechándome contra su Corazón y despojando de la amargura del vinagre y de la hiel el beso de su Madre. ■ No te extrañes de que el día de la fiesta de mi pureza te haya hablado de mi dolor. A toda dádiva de Dios se contrapone, en justicia, otra parte de aquel que se benefició con ella. Toda elección comporta deberes, enormes y suaves a la vez, que se transforman en gozo eterno al finalizar la prueba. Al don supremo de mi Concepción inmaculada debía de mi parte, corresponder el de ser Madre del Redentor, o sea, la Mujer del Dolor. Y la amargura del Gólgota es la corona puesta sobre la gloria de mi Concepción inmaculada”. (Escrito el 8 de Diciembre de 1943).
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III misterio glorioso
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(<La Virgen María comenta el 3º misterio glorioso: Venida del Espíritu Santo>)
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43-651.- Cuando el Espíritu Santo hizo de Ella un cuerpo de Madre, Él la dejó colmada de Sí. Y, cuando descendió para revestir con su poder a los Doce —para todos llama, para Ella  beso— le reiteró su abrazo de esposo y prometió la tercera unión sin término en el Cielo.
* Y el Cielo fue desde entonces, más que nunca su meta, porque cuando se ha gustado y vuelto a gustar el Amor, todo desaparece de los ojos no quedando sino una vista, un sabor y un solo deseo: el de poseer a Dios.- Dice María Virgen: “Cuando el Espíritu del Señor descendió para revestir con su Poder a los doce reunidos en el Cenáculo, se derramó también sobre mí. Mas si para todos fue un conocimiento por el que se les hizo patente la Tercera Persona con sus dones divinos, para mí no fue sino un más vivo reencuentro. Para todos fue llama, para mí fue beso. Él, el eterno Paráclito, era ya mi Esposo desde hacía treinta y cuatro años y su Fuego, de tal forma me poseyó y penetró, que hizo de mi candor un cuerpo de madre. Aun después de los esponsales divinos, hasta tal punto Él me dejó colmada de Sí, que no podría añadir más. Perfección sobre perfección, por cuanto Dios no puede aumentarse a Sí mismo al ser perfectísimo e insuperable en su medida habiéndose dado a mí sin limitación alguna para hacer de mi carne de mujer algo tan santo que pudiese albergar al Ser divino que baja a encarnarse en mí. ■ Mas ahora, cuando la obra de su entrega a mí y de mí a Él habíase ya realizado y nuestro Hijo había tornado al Cielo tras haber dado cumplimiento a todo, Él volvía a darme su beso de gracias. ¡Oh ejemplo de gratitud el que Dios os da! Él, mi Señor, no dejaba de mostrarse agradecido con su Esclava que había sido un instrumento a su servicio y mientras yo repetí a cada latido de mi corazón: «¡Santo, santo, santo y bendito seas Tú, Señor excelso!», Él bajaba por segunda vez del Cielo para reiterar su abrazo de Esposo y prometerme, en medio del ardor y del fragor de la repartida Llama, la tercera unión sin término en la feliz morada del Cielo. Y el Cielo fue desde entonces, más que nunca, mi meta, porque cuando se ha gustado y vuelto a gustar el Amor, el sol, la tierra, las criaturas, todas las cosas desaparecen de nuestros ojos no quedando sino una vista, un sabor y un solo deseo: el de Dios. El de poseer a Dios, no por unos instantes sino en un eterno presente”. (Escrito el 18 de Diciembre de 1943).
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4º misterio glorioso
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(<La Virgen María comenta el 4º misterio glorioso: Asunción de María a los Cielos>)
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43-652.- Su muerte fue un éxtasis en el que cayó por el ansia incontenible de poseer a Dios por entero.
*  Ni el deseo de tutelar la Iglesia naciente aparecía en Ella. Ni la Eucaristía era ya suficiente para Ella. Todo quedaba anulado ante el deseo de poseer a Dios y por la convicción de que todo se puede al poseer a Dios. ■ Dice María Virgen: “Nueva perla para mis predilectos. Ciertamente quería haber hablado de ella dentro de unos días; mas, como soy Madre, accedo a vuestro deseo. En Navidad tendréis también mi palabra. ■ Lo mismo que fue un éxtasis el nacimiento del Hijo y, vuelta del rapto en Dios, me vi en la Tierra con mi Niño en brazos de igual manera fue mi muerte un rapto en Dios. Confiando en la promesa recibida entre los esplendores di­vinos de la mañana de Pentecostés, no dudé de que la proxi­midad del momento en que el Amor había de retornar por última vez para arrebatarme a Sí habría de señalarse por un acrecentamiento del fuego. Y no me equivoqué. Por lo que a mí hacía, a medida que la vida iba pasando, era más acuciante mi deseo de fusión con la Caridad eterna. Me espoleaba el deseo de estar con mi Hijo y la convicción de que nunca podría hacer tanto por los hombres como cuando cuan­do estuviese orando por ellos ante las gradas del trono de Dios. Y con un impulso cada vez más encendido e impacien­te, gritaba con todas las fuerzas de mi alma: «¡Ven, Señor Jesús, ven, ven, eterno Amor!». ■ La Eucaristía, que para mí era como el riego en una flor sedienta —era vida— no era ya suficiente a contener el ansia de mi corazón. Ya no me bastaba recibir a mi Criatura divina y llevarla en las sagradas Especies al igual que habíala llevado en mi carne virginal. Toda yo suspiraba por el Dios Uno y Trino, mas no bajo los velos escogidos por mi Jesús para ocultar el inefable misterio sino tal cual era, es y será en medio del Cielo. Mi propio Hijo, en sus transportes eucarísticos, me inflamaba con besos de un deseo infinito y cada vez que venía a mí, casi me arrancaba el alma en el primer impulso con la potencia de su amor y después, con una ternura infinita, se quedaba llamándome: «¡Mamá!», percibiendo yo sus ansias de tenerme consigo. ¿Qué otra cosa deseaba yo? Ya ni el deseo de tutelar la Iglesia naciente aparecía en mí. Todo quedaba anulado ante el de poseer a Dios por la convicción de que se puede todo al poseer a Dios”.
* Nunca se hace tanto por los hermanos como cuando ya no se está entre ellos sino que somos luces conjuntadas con la Luz.-   María Virgen: “Llega, María, hasta esta plenitud de amor. Que todo, a tus ojos pierda valor y atractivo. Mira tan solo a Dios. Cuando te encuentres rica con esta pobreza de deseos, que es inconmensurable riqueza, Dios se inclinará sobre tu espíritu para besarlo y tú, con tu espíritu, ascenderás al Padre, al Hijo y al Espíritu Santo para conocerlos y amarlos por una feliz eternidad y para poseer sus riquezas de gracias, de las que podrás disponer para los fines y los seres que están en tu pensamiento. Nunca se hace tanto por los hermanos como cuando ya no se está entre ellos sino que somos luces conjuntadas con la Luz”.
* Cuando el Amor le dio su beso por 3ª vez, beso con el que su alma expiró, Ella ascendió con su espíritu hosanante en medio de los Tres y seguida por… Y el Cielo se colmó de gozo viendo a su Reina, cuyo cuerpo, único de todos los cuerpos mortales, conocía la bienaventuranza de la glorificación.- María Virgen: “La llegada a mí del Amor eterno se realizó cual yo pensaba. Todo perdió luz y color, voz y presencia ante el Fulgor y la Voz que de los Cielos abiertos se abatió sobre mí para recoger mi alma. Se dice que «María se habría llenado de júbilo al verse asistida por su Hijo». Mas mi dulce Jesús se hallaba bien presente con el Padre cuando el Amor me dio su beso por tercera vez en mi vida, beso aquel tan altamente divino que mi alma expiró con él, siendo recogida como gota de rocío absorbida por el sol desde el cáliz de un lirio y yo ascendí con mi espíritu hosannante en medio de mis Tres, a los que adoraba y adoro, cual perla en engarce de fuego, seguida de filas de espíritus angélicos venidos a mi natalicio eterno y esperada en los umbrales del Cielo por mi Esposo terreno, por los Reyes y Patriarcas de mi estirpe, por los primeros santos y mártires y el Cielo se colmó de gozo viendo a su Reina cuya carne era la única entre todas las carnes que conocía la bienaventuranza de la glorificación”. (Escrito el 18 de Diciembre de 1943).
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5º misterio glorioso

(<La Virgen María comenta el 5º misterio glorioso: Coronación de nuestra Señora>)
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43-654.- Proclamada como Dispensadora de los tesoros del Cielo y coronada como Reina.
* Ella es la prueba inequívoca de lo que Dios había pensado y querido para el hombre: una vida inocente, despro­vista de culpas, un pasar placentero de esta vida a la Vida completa.- ■ Dice María Virgen: “Mi humildad no me permitía pensar siquiera que me es­tuviese reservada tanta gloria en el Cielo. Daba por cierto, en mi pensamiento, que mi carne humana, santificada por haber llevado a Dios, no habría de sufrir la corrupción ya que Dios es Vida y cuando satura de Sí a un ser, resulta como un aroma preservador de la muerte. No sólo me había identifica­do yo con Él en casto y fecundo abrazo sino que me veía re­pleta en mis más recónditas interioridades de los efluvios de la Divinidad escondida en mi seno y dispuesta a ocultarse tras los velos de la carne mortal. ■ Ahora bien, que la bondad del Eterno reservara para su Esclava el gozo de sentir una y otra vez sobre sus miembros el tacto de las manos de mi Hijo, sus abrazos, sus besos, oír de continuo con mis oídos su voz, ver con mis ojos su rostro, gustar una y tantas veces el placer de acariciarle, no, no pen­saba que esto, al pronto, me fuese concedido ni lo deseaba. Me bastaba con que estos goces le fueran concedidos a mi espíritu quedando con ello satisfecha ya mi felicidad de bien­aventurada. Mas, como testimonio del pensamiento creador de Dios respecto del hombre, Él me quiso con el alma y el cuerpo en el Cielo. Yo soy la Prueba inequívoca de lo que Dios había pensado y querido para el hombre: una vida inocente, despro­vista de culpas, un pasar placentero de esta vida a la Vida completa en la que, del modo que uno transpone el umbral de una casa para entrar en un palacio, el ser completo pasaría del sol del paraíso terrestre al Sol del Paraíso celestial, acre­centando la perfección de su yo, tanto en la carne como en el espíritu, con la Luz plena que brilla en los Cielos”.
* Ante la Corte celestial Dios la proclama como: La obra perfecta del Creador. La prueba de su amor y de su perdón al hombre. El lazo de unión del hombre con Dios. La que retrotrae el tiempo a sus primeros días; ahora mucho más hermosa que Eva al ser la Madre de su Hijo y la Mártir del mayor de los perdones. «En su Corazón sin mácula derramo los tesoros del Cielo y hago de mi Fulgor una corona para su cabeza que no conoció la soberbia y, por serme tan amada, la corono para que sea vuestra Reina».-María Virgen: “Delante de los Patriarca y de los Santos, delante de los Ángeles y de los Mártires, me llevó Dios asunta a la gloria del Cielo y dijo: «He aquí la obra perfecta del Creador, lo que Yo creé a mi imagen y semejanza, fruto de una obra maestra divina y creadora, maravilla del Universo que ve con­juntado en un ser único lo divino en el espíritu, inmortal como Dios y como Él espiritual, inteligente y virtuoso, y lo animal en la carne más perfecta ante la que se inclinan todos los demás vivientes de los tres reinos de la Creación. He aquí la prueba de mi amor hacia el hombre al que doté de un or­ganismo perfecto otorgándole el destino de una vida eterna en mi Reino. Esta es la prueba de mi perdón hacia el hombre al que, en fuerza de un trino amor, le concedí la rehabilitación ante mis ojos. Ésta es la mística piedra de toque, éste el lazo de unión del hombre con Dios, ésta la que retrotrae el tiempo a sus días primeros y presta a mis ojos el placer de contem­plar a la Eva que Yo creé, tal cual la creé, hecha ahora mucho más hermosa al ser la Madre de mi Hijo y la Mártir del Perdón. En su Corazón sin mácula derramo los tesoros del Cielo y hago de mi Fulgor una corona para su cabeza que no conoció la soberbia y, por serme tan amada, la corono para que sea vuestra Reina». ■ No hay lágrimas en el Cielo, María. Mas en el jubiloso llanto que habrían vertido los espíritus de habérseles concedido poder llorar, —humor que se destila en fuerza de una emoción— hubo un cabrillear de luces, un cambiar de esplendores a otros más vivos esplendores, un prender del incendio de la caridad en un fuego mucho más ardiente, un insuperado e indescriptible resonar de armonías a las que se unió la voz de mi Hijo alabando a Dios Padre y a la Esclava de Dios, feliz ya para toda la eternidad. ■ Tenía pensado, María, haber dado fin a esta mi explicación de los misterios de mi santo rosario después de Navidad porque —sin que tú te percataras de ello— te había hablado de todos y, en particular, de los blancos gozosos y de los fúl­gidos gloriosos ya que los purpúreos tienen un nombre tan sólo: Dolor y todos constituyen un único dolor. Mas vosotros, los que me amáis, tenéis muchas penas y comprendéis que, sólo olvidando la Tierra por el Cielo, puede soportar dichas penas vuestro corazón, por lo que yo os desvelo los esplendo­res del Cielo. ■ Ya está completo el místico collar. Os lo regalo para cele­brar la Navidad de mi Hijo y, con él, mi bendición y mi cariño. Sed buenos y amaos. Yo estoy con vosotros”. (Escrito el 18 de Diciembre de 1943).
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44-48.- María y José, matrimonio perfecto.- Hermoso elogio de San José.
* Condición principal para vuestro matrimonio, y a menudo olvidada en vuestros matrimonios de hoy día, es ésta de pedir a Dios el compañero que se acomode a vuestro carácter, posición y, sobre todo, el compañero justo a sus ojos”.- ■ Dice María Virgen: “Era deseo ardiente de mi espíritu permanecer virgen en el Templo por toda la vida para alabar al Señor y pedir que fuese concedido el Emmanuel a quienes, desde siglos, aguardaban su venida de Gracia. Por eso, cuando el Sumo Sacerdote me dio a conocer su voluntad de darme en matrimonio, experimenté interiormente mi primera turbación, siendo la segunda cuando el anuncio del Ángel. Tuve un momento de incertidumbre y de abatimiento porque, María, parecíame que el Señor rechazase mi ofrecimiento de virginidad por no encontrarlo digno de su Perfección. Me examiné a mí misma para ver en qué hubiera podido desagradar a mi Señor, puesto que, naturalmente, no pasaba por mi pensamiento ni la más leve sombra de que fuese injusta la divina Justicia. ■ Y así, en el humilde examen de mí misma encontré la respuesta y la paz. Con su luminosa voz de amor me dijo el Espíritu que esta voluntad sacerdotal, acorde con la de Dios, no suponía retroceso alguno a los ojos de Dios antes progreso en los grados del espíritu y que, al ser voluntad del Señor, su sola aceptación con pronta obediencia me habría de reportar bendiciones y méritos y una más intensa unión con mi Santo Señor Dios. Así que, con alegre obediencia, dije a Dios a través de su sacerdote: «Heme aquí, Señor, dispuesta a hacer tu voluntad y no la mía». Las palabras de mi Hijo (1) florecieron, pues, muchos años antes en los labios y en el corazón de su Madre. A cambio de mi obediencia, tan solo pedí a Dios que concediese a su Sierva un esposo tal que no emplease violencia turbadora ni desprecio burlón contra mi virginidad consagrada al Señor, antes fuese un compañero respetuoso y santo para el que el temor y el amor de Dios iluminaran a su corazón para comprender el alma de su Esposa. Nada más pedí. Belleza, juventud, posición social, bienes, fueron para mí cosa sin importancia que no merecieron ser objeto del más fugaz pensamiento mío. Busqué la «santidad» en mi futuro esposo no cuidándome de más. ■ Condición principal, y a menudo olvidada en vuestros matrimonios de hoy día, es ésta de dirigirse a Dios pidiéndole recibáis de su mano el compañero que se acomode a vuestro carácter, a vuestra posición y, sobre todo, el compañero justo a sus ojos. Nada le pedís a Dios en hora tan decisiva de la vida de la mujer, ni mirando para nada a vuestro espíritu ni al del compañero. Os basta con que sea guapo, rico, joven e influyente en el mundo. Todo lo demás no cuenta nada en el momento de la elección. Mas, por desgracia, los inconvenientes surgen después de las nupcias y, así, muchos matrimonios resultan una desilusión que viene a mitigarse únicamente cuando la esposa es mujer de sentimientos cristianos. Y si estos llegan a faltar también en ella, el matrimonio viene entonces a ser un desastre del que son víctimas expiatorias los inocentes, terminando muchas veces en un doble adulterio. Ponéis en peligro vuestra alma y con frecuencia le causáis la muerte por tener en cuenta en las nupcias tan solo los fines humanos sin acudir al Padre de los Cielos en hora tan solemne”.
* “Su edad, el doble más adulta que la mía, habíale dejado la tersura de la mirada de un niño porque, si bien, el Mal, al vivir en el mundo, había producido perturbación en torno suyo, mas no pudo penetrar en su corazón, saturado como estaba de amor de Dios”.-María Virgen: “Tan pronto como vi a José, toda mi natural ansiedad desapareció como tormenta que se desintegra con la aparición del arco iris. Me bastó fijarme en sus ojos para leer en ellos su rectitud, su fidelidad, su pureza y su bondad. Su edad, el doble más adulta que la mía, habíale dejado la tersura de la mirada de un niño porque, si bien el Mal, al vivir en el mundo, había producido perturbación en torno suyo, mas no pudo penetrar en su corazón, saturado como estaba de amor de Dios. ¡Con cuánta confianza puse mi mano en la suya al reconocer que en él había encontrado un padre amoroso, un esposo fiel y un compañero casto que habría de ser lo que el olivo y la higuera que dan sombra a la pequeña casa, a la que defienden de los vientos y del calor proporcionando refrigerio y placer con su dulzura y nutrimento! ■ ¡Dulce esposo mío que nunca, nunca me defraudó! Que, porque realmente me amaba, creyó en mí aun teniendo todas las apariencias en contra; que, por no apenarme, me ocultó sus llantos; que no tuvo para mí sino sonrisas y ayudas; que me guió como si fuera su primera hija putativa, teniéndome de la mano para hacerme sentir que estaba a mi lado con su amor, evitándome los tropiezos, anticipándose a cuanto necesitaba, paciente, silencioso y casto, casto como pueda ser un ángel. ¡Oh, sí! Sea bendito el Señor por ello. Yo, a quien destinó el Eterno para ser la Reina de sus ángeles, tuve, ya desde la Tierra, dos ángeles a mi servicio: mi ángel custodio cuya invisible presencia sentía aletear de continuo junto a Mí con destellos de luz y perfume celestial y mi angelical consorte cuya carne, no ensombrecida por deseo alguno de sangre, vivía al lado de la mía al modo como dos lirios se abren en un mismo bancal, perfumándose el uno al otro y floreciendo para el Señor, estimulándose mutuamente con el ejemplo a subir cada vez más arriba hacia Dios y a difundir con más intensidad su perfume en fuerza de la caridad de Dios y del compañero, pero sin unir jamás sus bocas floridas en un beso que manche de polen la seda angelical de su vestido de pureza. ¡Santo y bendito José mío! No acaba mi corazón de dar gracias al Señor por habérmelo dado por esposo, concediéndole así a su Sierva un Padre Santo que fuese una viva defensa de su virginidad al salir del Templo, y así el hálito del mundo se quebrase en José sin que estrépito o hedor alguno de humana torpeza penetrase a donde la eterna Virgen continuaba en sus alabanzas al Señor igual que si hubiera continuado adscrita al servicio del altar tras el Santo de los santos, allí donde resplandecía la gloria del Dios Eterno”. (Escrito el 11 de  Enero de 1944).
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1  Nota  : Cfr. Mt. 26,39-44; Mc. 14,35-36; Lc. 22,41-42.- («Padre, si es posible, aparta de Mí este Cáliz. Sin embargo, no se haga mi voluntad sino la tuya»)
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Mañana del 13 de Mayo.
Después de la Comunión en honor del Corazón Inmaculado.
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44-355.- Los 7 gozos de la Virgen María: comentados por Ella para que María Valtorta pueda recitar con mayor gusto la corona franciscana.
Todas las alegrías me llegaron a través de un amor perfecto y ellas me impulsaron a un más perfecto amor.- ■ Dice María Virgen: “Quiero que comprendas mejor mis gozos. Así rezarás con mayor gusto la corona franciscana. ● En la 1ª no me vi contenta por mi gloria y mi dicha sino porque había llegado el tiempo de la redención del hombre y del perdón de éste por Dios. ● La 2ª me hizo feliz, no por las alabanzas que me tributó mi prima sino por haberse iniciado la redención santificando al Bautista al llevarle a mi Jesús, Redentor vuestro. ● El gozo de la 3ª no fue tan solo por haber llegado a ser madre sin dolor y sin merma de mi virginidad, como tampoco por la gracia de poder besar a Dios, mi Hijo, sino porque la Tierra contaba ya con su Salvador. ● Lo que en la 4ª me hizo feliz fue el ver representados en los tres Magos a cuantos, desde aquel momento habrían de venir de todas las partes del mundo y en todas las épocas de la tierra hacia la Luz y hacia mi Señor para proclamarle su Rey, su Salvador y su Dios.● El gozo del 5º suceso no fue únicamente por mi amor de Madre que cesa de sufrir al volver a encontrar al hijo perdido, esto hubiera sido egoísmo, sino que constituyó inexplicable gozo oír resonar por primera vez la «Buena Nueva», comprendiendo que ella, con adelanto de algunos años, caía sobre algún corazón en el que germinaba como planta eterna. Mi gozo fue por estos pre-amaestramientos. ● La 6ª alegría fue un más intenso amor si cabe hacia vosotros, criaturas redimidas. El Resucitado venía a decirme que los Cielos ya estaban abiertos y habitados por los santos del Señor que desde hacía siglos aguardaban esta hora y que en ellos estaban dispuestos los asientos de las series de los diez mil salvados. Y para mí, vuestra Madre, el saber que vuestra morada estaba preparada, era alegría de una profundidad incalculable. ● La 7ª alegría, en fin, no fue por mi gloria sino que, constituida Reina de los Cielos por la bondad de Dios, podía como Reina, ocuparme de vosotros, mis amados, y, destinada como estaba a sentarme a la derecha de Dios, podía, con súplica poderosa, hablarle y rogarle directamente, obteniendo para vosotros cuanto le pidiera. ■ Ninguna alegría fue en exclusiva para mí. El egoísmo, siquiera sea éste el más justo y santo, destruye el amor. Todas las alegrías me llegaron a través de un amor perfecto y ellas me impulsaron a un más perfecto amor. Ahora soy feliz en una medida que mayor no cabe puesto que me rodea el abrazo trino de Dios. Mas también ahora hago uso de felicidad por el amor vuestro. También aquí cumplo la Ley, pues amo a Dios con todo lo que soy y al prójimo como a mí misma. Yo misma, no por ser María sino porque María halló gracia ante el Señor siendo amada por Él, por eso es criatura santa en Él, de Él y parte de Él”.
* “¡Oh, mi teología! Tan solo tiene una palabra clave: «Amor». Soy Reina de los Cielos porque, como ninguna otra criatura, comprendí esta teología. Ama siempre. Sea que llores o rías… la parte más santa de tu espíritu, esa que vive en el punto consagrado al culto del Señor, ha de decir siempre: «¡Gloria tibi, Domine…!»”.- María Virgen: “¡Oh, mi teología! Tan solo tiene una palabra clave: «Amor». Soy Reina de los Cielos porque, como ninguna otra criatura, comprendí esta teología. Ama y serás salva. Ama. Ama con la palabra o con el silencio. Ama con la acción o con la inmovilidad. Ama con el fervor o con el sufrimiento de la aridez. Ama en el gozo y en el dolor. Ama en la victoria y en la debilidad. Ama en la tentación y en la libertad del Enemigo. Ama siempre. Que dentro de ti haya un punto, el más profundo, que en medio de todo tu ser herido, golpeado, agonizante, abotargado por el dolor, abatido por los asaltos del demonio, asqueado por los acontecimientos de la vida y azotado como nave batida por el temporal, acierte a permanecer quieto y vivo en el amor. Un punto que en ti tenga esta única misión: amar, y se la expliques a la mente, al corazón y a la carne. Que ese punto sea tu santuario en el que esté levantado el altar con la lámpara siempre encendida, con las flores siempre frescas y resonando siempre en él las alabanzas al Señor. ■ Sea que llores o rías, sea que esperes o dudes, sea que se te escuche o no, la porción más santa de tu espíritu, esa que vive en el punto consagrado al culto de Dios, ha de saber decir siempre: «¡Gloria tibi, Domine! ¡Gloria! ¡Laudamus Te! ¡Benedicimus Te! ¡Adoramus Te! ¡Glorificamus Te! Quonian Tu solus Sanctus; Tu solus Dominus; Tu solus Altísimus. Cum angelis et Archanquelis, cum Tronis et Dominationibus, cumque omni militia caelestis exercitus, himnum gloriae tuae canimus, sine die dicentes: Sanctus, Sanctus, Sanctus». Antes de la elevación viene la alabanza. Antes de la Consumación está la alabanza. Aprende a decir tu Misa. Toda víctima es sacerdote. Mas no se es sacerdote sin saber celebrar la Misa en todas sus partes. Mira a mi Jesús: antes de ser elevado y consumado, tributó alabanzas al Padre (1) aun sabiendo ya lo que le esperaba. ■ Que cante tu corazón, María. Que cante por más que las lagrimas fluyan de tus ojos. Que el canto apague tus gemidos y las voces de Satanás que te quiere persuadir a que desconfíes de ti y así impedirte la culminación de tu misión; que, para impedirte que ruegues, te quiere convencer de que Dios no te escucha; que, para perderte, quiere hacerte ver que estás perdida. No, no lo estás. Persevera. Valen más un día, una hora de fidelidad en estas condiciones que no diez años pasados en el dolor físico y en la penitencia, si bien con la paz en tu corazón y Dios perceptible a tu lado. Persevera. «El que perseverare hasta el fin será salvo» (2). Lo dice mi Jesús que lo es también tuyo y te lo digo yo. Sufre con paz. Presto vendré”. (Escrito el 13 de Mayo de 1943).
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1  Nota  : Cfr. Ju. 14-17.   2  Nota  : Cfr. Mt. 10,22; 24,13.
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44-368.- Los 7 dolores de la Virgen María, ilustrados por Ella a María Valtorta.
* Si Ella, al ser Llena de Gracia, carece de espinas por ser la Rosa mística, en su corazón, en cambio, están clavadas, y no arrancadas aún, las espinas de las culpas humanas. Aquí está la razón por la que los pintores representaron a María no con siete rosas brotando del corazón sino con siete espadas.- ■ Dice María Stma.: “El sábado último (1), te hablé de mis gozos. Hoy te hablaré de mis dolores. No te los ilustraré puesto que ya lo hice con todos (2) menos con uno que lo haré presto. Lo que sí voy a hacer es hacértelos comprender en su más su­blime significado. ■ Como los gozos no fueron exclusivamente para mí, pues ello hubiera sido egoísmo, así también los dolores no me dañaron únicamente a mí, puestos que, al ser Madre de todos los creyentes y llevaros a todos en mí, sentí personal­mente todas la heridas de vuestros espíritus. Y si las alegrías florecieron para mí en rosas durante el tiempo tan sólo en que tuvieron lugar los hechos que las motivaron, —y así tu­vieron la corta duración de las rosas por cuanto la mano del hombre y el hálito de Satanás ajaron aquella floración anu­lándola para muchos con excesiva presteza— los dolores, en cambio, fueron espinas clavadas desde el primer momento en el corazón del que ya no han sido arrancadas. ■ Aquí tenéis por qué, hasta los que me pintaron, no me representaron con siete rosas brotando del corazón sino con siete espadas y si hay quien me lo ciñe de rosas, lo hace de forma que el cerco florido viene a resultar tormento, ya que sus tallos se hallan cuajados de espinas. ■ Soy realmente la Rosa mística y, al ser la Llena de Gracia, no hay espinas en mi tallo. Mas en mi corazón están reunidas todas las espinas de las culpas humanas que me pri­van de los hijos que ofenden a mi Jesús”.
* Primer dolor: no fue tan solo dolor de ser la Madre del Redentor. Era un gran dolor ver cómo los hom­bres habrían de tomar el Bien hecho Carne para hacer de Él un Mal.-  María Stma.: “El primer dolor no fue tan sólo para mi amor de Ma­dre de Dios. Conocía mi suerte. La sabía porque no ignoraba el destino del Redentor. Las profecías hablaban de sus gran­des sufrimientos. El Espíritu de Dios, que me envolvía, me iluminaba mucho más de lo que pudieran decir las profecías. Por eso, desde el momento en que dije: «He aquí la esclava del Señor», me abracé al Dolor a la vez que al Amor. ■ Ahora bien, era ya un gran dolor ver cómo los hom­bres habrían de tomar el Bien hecho Carne para hacer de Él un Mal. En las burlas dirigidas a Simeón (3) yo vi las infini­tas burlas y las sacrílegas negaciones de un número incalcula­ble de hombres. Vino Jesús a traer la paz, mas los hombres, en su nombre y en contra de su nombre, habrían de hacer para Él y entre sí la guerra. Todos los cismas, todas las here­jías, todos los ateísmos teníalos a la sazón delante… y como una alfombra erizada de espadas estaban a la espera de lace­rarme el corazón”.
* Segundo dolor: No fue solo dolor por las incomodidades de la fuga, sino que se hallaba penetrado de la amargura de ver cómo el pobre poder humano, por ambición de poder, hacíase asesino y deicida. A la par que a mi Hijo, estrechaba contra mi corazón a todos los perseguidos por la fe.- ■ María Stma.: “El segundo dolor, que te lo ilustraré a su debido tiem­po, no fue únicamente por las incomodidades de la fuga, si­no que se hallaba penetrado de la amargura de ver cómo el pobre poder humano, que lo es hasta que Dios lo permite, en lugar de constituirse en escudo del verdadero Poder y ad­quirir «grandeza» haciéndose «servidor de Dios», por ambi­ción de poder hacíase asesino y deicida. Hacerse asesino de los inocentes era ya un gran pecado; pero hacerse asesino de Dios era un pecado, sin parangón posible, muchísimo mayor. Y si el Eterno no lo permitió, ello no quita para que la cul­pa fuese igualmente positiva, ya que el deseo de hacer el mal y el intento de realizarlo apenas si son una décima de grado inferior a la culpa consumada. ■ Así pues, ¡cuántos «grandes», a partir de entonces y hasta el fin de los tiempos, habrían de imitar a Herodes piso­teando a Dios para hacerse «dioses»! Pues bien, yo iba vien­do a todos estos chacales que matan con ánimo de destruir a Dios y, a la par que a mi Hijo, estrechaba contra mi cora­zón a todos los perseguidos por la Fe y oía sus ayes santos mezclados con las blasfemias de los prepotentes y, al no saber maldecir, lloraba… El camino de Belén a Egipto estuvo marcado con mi llanto”.
* Tercer dolor: no fue solo dolor por el extravío de Jesús en el Templo sino por el extravío de millones de seres que habrían de perder a Dios, o por culpa propia (el pecador) o por un querer suyo (abandono de Dios gustado por los predilectos para perpetuar la obra redentora) o por ver a muchos perecer en la desesperación.- María Stma.: “Tercer dolor. Mira, yo buscaba a Jesús, extraviado, no por mi culpa ni por la de mi esposo. Mi Niño quiso hacer aquello para lanzar su primera llamada a los corazones di­ciéndoles: «La hora de Dios ha llegado». Mas de entre los mi­llones de seres que habrían de existir, ¡cuántos no habrían de perder a Dios! Se le pierde, bien por culpa propia o por un querer suyo. Cuando muere la Gracia se desvanece Dios; y cuando Dios quiere llevar a un alma a una gracia mucho mayor, entonces Él se esconde. En uno como en otro caso, esto es la desolación. ■ El pecador muerto a la Gracia no es feliz. Parece que lo sea, pero no lo es. Y si bien tiene momentos de embria­guez que no le dejan conocer su estado, nunca faltan horas en las que un suceso de la vida le hace sentir su condición de separado de Dios. Entonces es cuando le llega la desola­ción, esa tortura que Dios hace gustar a sus predilectos para que sean como su Verbo: salvadores. Qué sea esto, tú lo sabes (4): ¡El abandono de Dios! ¡Un horror más grande que la muerte! Y si es horror para aquellos en los que únicamente constituye «prueba», piensa y medita qué haya de ser para quienes constituye auténtica realidad. ■ Mi tercer dolor fue por ver cómo tantos habrían de tener que beber de es­te cáliz para perpetuar la obra redentora y, aún más amargo que esto, por ver a muchísimos perecer en la desesperación. ¡Oh María! ¡Si los hombres supiesen buscar siempre a Je­sús…! Entonces la planta de la desesperación dejaría de rezu­mar su tóxico desapareciendo para siempre”.
* Cuarto dolor: Dolor no solo por ver a su Hijo bajo el peso de la cruz sino cómo el odio, más torturante que la cruz, oprimía a su Hijo. Ver a futuros odiadores y crucifixores del santo Mártir, su Salvador.- María Stma.: “Cuarto dolor. Era Madre y, naturalmente, ver a mi Hijo bajo el peso de la cruz constituía un dolor. Mas, sobrenatural­mente, era un dolor muchísimo mayor ver cómo el odio más torturante que el madero, oprimía a mi Hijo. ¡Cuánto odio! ¡Era un mar sin confines! De aquella turba vociferadora de blasfemias y denuestos habrían de deri­varse todos los odiadores del santo Mártir. De haber podido arrebatar a mi Jesús la cruz poniéndola sobre mis hombros de Madre, habría sufrido menos que no viendo con los ojos del espíritu a todos los futuros crucifixores de su Salvador. Aque­llos que pretenden quitarle de en medio para no topar con su trono de juez, no saben que únicamente para ellos Él ha de ser juez, siendo por el contrario, para los demás Amigo”.
* Quinto dolor: No solo por la Sangre derramada sino porque habría de ser siempre blasfemada por tantos hijos suyos que serán maldecidos y separados de la familia espiritual del Cielo en el que Ella es la Madre y Jesús el Primogénito y primer Hermano.-  María Stma.: “La quinta espada fue por el conocimiento que tuve de que aquella Sangre, corriendo como otros tantos ríos de sa­lud de sus miembros lacerados, habría de ser siempre blasfe­mada. ■ Con todo, aquella Sangre hablaba y habla. Grita dando voces amorosas y llama sin que los hombres la quisieran ni la quieran escuchar. Se arremolinaban en torno al Mesías pi­diéndole la curación de sus enfermedades y que les dirigiera alguna palabra. Mas desde que Él ya no hacía uso del tacto de sus dedos ni del polvo y la saliva sino de su Vida y de su Sangre que las entregaba para curarles de la verdadera, de la única e incancelable enfermedad: «la culpa», ellos le huye­ron más que si fuese un leproso. ■ Sí, le huyeron. «Caiga esa Sangre sobre nosotros», ¡Oh! Cierto que recaerá en el último Día para pedirles explicación de su odio y, puesto que no le quisieron amar, los maldeci­rá. Y yo, Madre, ¿cómo no habré de sufrir viendo que tantos hijos míos merecieron ser maldecidos y separados para siem­pre de la familia espiritual del Cielo en el que yo soy la Ma­dre y mi Jesús el Primogénito y primer Hermano?”.
* Sexto dolor: Dolor no solo cuando recibió el despojo exánime de su Hijo-Dios y pudo recorrer una por una sus heridas, sino dolor por ver en cuántos corazones habría de estar Él depositado como frio despojo y para cuántos habría de imperar en balde su: «¡Levántate!».- María Stma.: “Cuando recibí el despojo exánime de mi Dios e Hijo y pude ir recorriendo una por una sus heridas, sentí lacerar­se mi seno, ¡Oh!, no conocí el dolor de la generación (5),  mas éste sí que lo conocí y no hay dolor de madre que pue­da comparársele. Todo mi dolor de creyente se fundió en uno con mi dolor de madre. Esta fue la base de mi cruz co­mo el Calvario lo fue de la cruz de mi Señor. He aquí mi Dolor. ■ Vi, no a Jesús muerto en vuestros corazones, pues Él no muere, sino a vuestros corazones muertos en Él. Vi en cuántos corazones habría de estar Él depositado como frío despojo y para cuántos habría de imperar en balde su: «¡Levántate!». Los hombres que no quieren vivir, que se niegan a levantarse; el Sacramento de Vida rechazado o recibido sa­crílegamente hasta cuando ya se hallan contados los momen­tos de vuestra existencia; y los innumerables Judas, a los que su arrepentimiento les sanaría, que no saben hacerse dignos, con una recta conversión, de recibir a su Dios herido”.
* Séptimo dolor: Si en el Getsemaní el conocimiento de todos aquellos para los que su Sacrificio habría de resultar baldío fue el martirio espiritual de su Hijo, esta misma visión, al besar a Jesús en el último adiós, fue también el desgarro de la Madre.- Invitación a María Valtorta a que use de sus propios dolores para sus hermanos.- ■ María Stma.: “Oye, María: Todo es preferible a ser de los noveles Is­cariotes. Con todo, es el pecado que con mayor indiferencia se comete, no sólo por grandes pecadores sino también por muchos que parecen y se tienen por fieles a mi Hijo. Él los denomina: «Los fariseos de ahora». Por sus obras los pue­des reconocer. El contacto con mi Hijo no les hace mejores antes, por el contrario, su vida es la antítesis de la Caridad y, por ende, de Dios. Son muertos, si no a la Gracia, a los frutos de la misma. Carecen de vitalidad y nada puede hacer Jesús en ellos al no poner nada de su parte. Son aquellos que gustan de una sola medida, aquellos que de cristianos no tienen más que el nombre. Templos desconsagrados y profanados con la podre de todos los vi­cios, en los que en el nombre, tan sólo el nombre de Cristo está del modo que el cuerpo de mi Jesús estuvo en el sepul­cro: sin vida. ■ Y si en el Getsemaní el conocimiento de todos aquellos para los que su Sacrificio habría de resultar baldío fue el martirio espiritual de mi Hijo, esta misma visión, al besar a Jesús en el último adiós, fue mi desgarro. ■ Desgarro que no termina, no, ya que las espadas están siempre atravesando mi corazón al continuar los hombres proporcionándole sus siete dolores. Hasta tanto no se com­plete el número de los salvados y quede completada la gloria de Dios en sus bienaventurados, yo seguiré sufriendo en mi doble dolor de Madre que ve cómo se le ofende a su Primo­génito y de madre que ve cómo tantos, tantísimos de sus hi­jos prefieren el destierro eterno a la morada del Padre. ■ Cuando en tus plegarias te dirijas a mí como Dolorosa, piensa en estas palabras mías. Y en tus dolores, para imitar­me, desecha todo egoísmo. Yo extendí mis dolores de Madre de Jesús a todos los nacidos. Para eso soy la nueva Eva. Tú ofrece los tuyos para todos tus hermanos. Llévalos a Dios, a mí”.  (Escrito el 20 de Mayo de 1944).
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1  Nota  : Se refiere al dictado 44-355  de fecha del 13 de Mayo de 1944.   2  Nota  : Sobre todo en los dictados correspondientes a la magna Obra sobre el Evangelio.   3  Nota  : Burlas que no se recogen en el Evangelio (Lucas 2,25-35), pero que se hallan en el episodio valtortiano 1-32-163  relatado en el tema “Jesús Niño”:  Presentación de Jesús en Templo.   4  Nota  : Se refiere al abandono de Dios probado por María Valtorta, durante 40 días, desde el 9 de Abril hasta el 17 de Mayo de 1944. Referido en los «Cuadernos de 1944», en el tema “Dios-Reino de Dios”. Descrito en 10 episodios, comenzando en el episodio 44-325.   5  Nota  : “No  conocí  el dolor de la generación”.- La Maternidad de nuestra Señora no le reportó a Ella dolor físico alguno que es fruto del Pecado Original, de cuya mancha Ella fue preservada. Ahora bien, nuestra Señora, al ser Corredentora, sufrió toda clase de dolores provenientes de las diversas circunstancias y de los hombres, relacionados incluso con la concepción y parto virginales.
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44-381.- Visión del Paraíso: La Santísima Virgen, un poco más abajo que su Hijo, gozaba contemplando al Padre y al Hijo y de cuando en cuando alzaba un tanto más el rostro y la mirada en busca del Amor que resplandecía en lo alto, perpendicular sobre Ella.
* Parecía como si el Espíritu la hubiese elegido a Ella para ser la que, recogiendo en sí todo el Amor, lo entregase después al Padre y al Hijo para que los Tres se uniesen y diesen el ósculo haciéndose Uno. ¡Oh, qué goce comprender este poema de amor y ver la misión de María!.- ■ Jesús estaba de pie con su estandarte real en la mano… Un poco más abajo que Él pero muy poco, el desnivel que pueda haber de un peldaño a otro en una escalera, estaba la Santísima Virgen, hermosa como lo está en el Cielo, o sea, con su perfecta belleza humana glorificada y transformada en belleza celestial. Estaba entre el Padre y el Hijo que distaban entre sí algunos metros, (por aplicar parangones sensibles). Ella se encontraba en medio, con las manos cruzadas sobre el pecho —sus dulces, candidísimas, diminutas y bellísimas manos— y, con su rostro levemente alzado, —su suave, perfecto, amoroso, y suavísimo rostro— miraba, adorando al Padre y al Hijo. Miraba al Padre llena de veneración. No pronunciaba palabra alguna, si bien su mirada, era voz de adoración, plegaria y canto. No estaba arrodillada, por más que su mirada hacíala estar más postrada que en la más profunda genuflexión: tan adorante era su actitud. Ella, con su mirar tan solo, decía: “¡Sanctus!”, “¡Adoro Te!”. Llena de amor, y sin decir palabra, miraba a su Jesús. Pero su mirada era toda ella una caricia y cada una de las caricias de aquellos sus dulces ojos decía: “¡Te amo!”. No estaba sentada ni tocaba a su Hijo, mas su mirada lo recogía cual si ya lo tuviese en su regazo estrechándole con sus maternales brazos como y más que en la infancia y en la Muerte. Ella, con sola su mirada, le llamaba “¡Hijo mío!”, “¡Mi gozo!”, “¡Mi amor!”. Se gozaba contemplando al Padre y al Hijo y de cuando en cuando alzaba un tanto más el rostro y la mirada en busca del Amor que resplandecía en lo alto, perpendicular sobre Ella, y entones su luz deslumbradora, de perla hecha luz, se encendía cual si una llama la embistiese inflamándola y haciéndola más hermosa. Ella recibía el beso del Amor y con toda su humildad se inclinaba para corresponder a la Caricia con su caricia y decir: “Heme aquí, soy tu Esposa, te amo, y soy tuya. Tuya eternamente”. Y el Espíritu llameaba más fuerte cuando la mirada de María se enlazaba con sus fulgores. Y María volvía sus ojos al Padre y al Hijo como si, constituida en depósito de Amor, fuese distribuidora del mismo. ¡Pobres imágenes mías! Lo diré mejor: Parecía como si el Espíritu la hubiese elegido a Ella para ser la que, recogiendo en sí todo el Amor, lo entregase después al Padre y al Hijo para que los Tres se uniesen y diesen el ósculo haciéndose Uno. ¡Oh, qué goce comprender este poema de amor y ver la misión de María, Sede del Amor! (Escrito el 25 de Mayo de 1944).
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44-386.- “El Grano es la Carne nacida del seno virginal de mi Esposa. El Vino es la Sangre cuyo manantial se halla en el Corazón Inmaculado que se abrió cuando bajó mi Fulgor a hacer de Ella una Madre”.
* “¡Oh momento en el que Nosotros Tres fuimos dichosos en su Corazón al encontrar el amor de la criatura tal como lo habíamos deseado en todos y cual ninguno otro, fuera de María Santísima, lo poseía!”.- Dice Jesús (1): “¿Por qué dice Isaías: «Venid a las aguas sedientos e, incluso vosotros que no tenéis dinero, corred a comprar y a tomar vino y leche?» (2). Porque hay quien adquirió para vosotros todas las riquezas eternas, y para saciar vuestra hambre y vuestra sed compró y  molió el grano más puro y compró así mismo y exprimió la uva más hermosa. Y con esta su compra realizada a un precio sin medida y molida y exprimida con un sudor de sangre, os fabricó un Pan y un Vino que quitan el hambre y la sed que no sean hambre y sed de lo que es espiritual y comunican la Vida a quien los recibe. El Grano es la Carne nacida del seno virginal de mi Esposa. El Vino es la Sangre cuyo manantial se halla en el Corazón Inmaculado que se abrió como botón de flor cuando, cual dardo de fuego, bajó mi Fulgor a hacer de Ella una Madre. Madre de Quien para ella era a la vez Padre y Esposo. ■ ¡Oh momento en el que Nosotros Tres fuimos dichosos en su Corazón al encontrar el amor de la criatura tal como lo habíamos deseado en todos y cual ninguno otro, fuera de María Santísima, lo poseía! ¡Su sangre! Pocas gotas en torno al Germen del Señor. Mas vinieron a formar un río tan caudaloso e inexhausto que ya, desde hace siglos, no cesa ni cesará de fluir hasta el último día. Yo, el Amor, fui quien hice donación de este Manjar a fin de que fuese Testimonio para los pueblos de la Bondad del Padre. Fui Yo quien hizo la donación de este Verbo. Mi Amor lo mandó a la tierra para que fuese Maestro para los pueblos y Conductor de los mismos hacia Dios. Y por amor Él se separó de Nosotros y la Palabra eterna permaneció en su penoso exilio cuyo final fue una muerte oprobiosa, hasta haber dado el fruto esperado por las gentes: la Redención. Redención de la Culpa a través de su Sangre. Redención de las flaquezas a través de su Carne. Redención  de las ignorancias a través de su Palabra. Él dio cumplimiento a cuanto fue voluntad del Amor llevando a cabo todo lo que debía realizar sin ahorrarse absolutamente nada. ■ No cerréis vuestro espíritu a este Tesoro.  Venid, que estáis sedientos. Vosotros que sabéis que lo estáis, y vosotros, a punto de morir de sed, que ni sabéis que lo estáis, venid. Aquí está el Vino que corrobora y la Leche que consuela y medicina. Y si estáis pobres y sin dinero, venid lo mismo. El Amor Uno y Trino os abre sus tesoros con tal de que lo deseéis”. (Escrito el 26  de Mayo de 1944).
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1  Nota  : Ahora bien,  aparecerá claramente que el  dictado es del Espíritu Santo.   2  Nota  : Cfr.  Is. 55,1.
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44-483.- “Al hacer la Hora de la Soledad, quiero que medites las tres etapas del dolor de María a fin de te sirvan de norma en el sufrir y en el conocer la Justicia que ha de juzgar vuestro modo de sufrir”.
* María Valtorta no desearía morir en el momento que amase menos a Dios y ruega a Jesús que la lleve a su casa de Viareggio.- ■ Sube la marea. Ya no sé qué hacer para resistir tanto mal físico y moral. Si cediesen las fuerzas espirituales, mi ruina sería total y definitivas. Por ahora, estas últimas se encuentran íntegras. Mas ¿resistirán? De mí, no lo aseguro. Si Dios me ayuda mucho, mucho, mucho, resistiré. De lo contrario, me plegaré. Cierto que también podría después volver a levantarme, pero encuentro que tal experimento resulta siempre peligroso por cuanto no siempre llega una a levantarse a tiempo y yo no querría morir en un momento en el que te amase menos ¡Dios mío, ofenderte y amarte menos! ■ ¡Ten compasión de mí! Pues que tienes tanto, dame tu “gran compasión”. Sabes Tú cuál es esta “gran compasión” que te pido. Devuélveme a mi nido de amor, a mi nido de paz, a mi nido de Cielo (1). Si Tú, como ayer noche, haces descender paradisíacos perfumes del Cielo, ellos no pueden curar aquí en donde hay tanta embestida de humanidad y de animalidad. Yo te agradezco que hayas calmado mis sufrimientos con los aromas celestiales; mas eso no basta, no le basta a tu pequeña “voz” para no morir y, sobre todo, para no morir de mala manera. ¡Ten compasión!
* Las tres etapas del dolor de María Virgen.“Toda aflicción lleva marcado el nombre de un hombre y jamás el de Dios”.- “La criatura, santificada con su heroísmo, puede llegar a decir: «Por aquel ‘sí’ que pronuncié, escúchame»”.- ■ Más tarde Jesús me hace la siguiente observación: “Al hacer la Hora de la Soledad, quiero que medites las tres etapas del dolor de María (2) a fin de te sirvan de norma en el sufrir y en el conocer la Justicia que ha de juzgar vuestro modo de sufrir.  En la primera etapa aparece la mujer, la madre que grita su desgarro. Dios transige con que en el momento más atroz del dolor la criatura delire y tenga palabras duras para quienes son la causa de su dolor. Y así María no puede contenerse al llamar «fieras, chacales, hienas» a los hombres; «padrastros» a los hebreos y proclamar que Ella hubo de violentarse para soportarlos, estigmatizándolos con los apelativos de «caínes de Dios» y «oprobio de la raza humana». María la Santa, no pudo contenerse al llamar a Jerusalén «madrastra, asesina, ladrona, vampiro, buitre». Sobre el calvario no supo sino gritar: «¡Ya no tengo Hijo!». Era la mujer. En la segunda etapa es la creyente que quiere ser fiel a su fe por más que los hechos parezcan desmentir todas las promesas de fe. Su corazón de madre y de mujer tiene entablada lucha con su espíritu de creyente. Triunfa el espíritu por hallarse nutrido realmente por la fe y así la mujer viene a ser vencida, quedando la creyente. En la tercera, la creyente, cada vez más firme en la fe, sube a través de la resignación a reunirse con Dios del que habíale separado el dolor. ■ ¡Oh, el dolor!, lo sé: viene a ser como el golpe asestado por un niño travieso a las mórbidas alas de una variopinta mariposa. La derriba al suelo y parece estar muerta; mas después, poquito a poco, va recobrando fuerzas y movimiento. Primero camina, después va trepando, seguidamente prueba a mover las alas, emprende tímidamente el primer vuelo y, por último, se lanza y reconquista el espacio azul… Penetro tu pensamiento: «Mas si los golpes se repiten, cada vez que la mariposa comienza a volar de nuevo, terminará muriendo por tierra». Humanamente, sí; no puedo menos de convenir en esto. Mas para eso estoy Yo aquí, para recoger a las víctimas de la brutalidad terrena. Me basta con que ellas no desconfíen de Mí y no me acusen, odiándome, de ser su verdugo. Dad a Dios lo que es de Dios y al hombre lo que es del hombre. Dad a cada uno el juicio exacto. Vosotros que sufrís, recapacitad detenidamente sobre vuestras aflicciones y lo mismo tú que sufres hasta morir por ellas. Verás que toda aflicción lleva marcado el nombre de un hombre y jamás el de Dios. ¡Oh!, que aún eres criatura y no te es lícito conocer los secretos de lo sobrenatural. Mas cuando llegues a conocerlos comprenderás muchas cosas. ■  María, en la tercera etapa de la desolación, no es ya la creyente sino la Hija de Dios, la Santa que se dirige al Padre, al Rey con la seguridad solemne de quien sabe que puede hablarle por haber conquistado el derecho a ser oída. Ninguna oscuridad ya de desolación humana, ninguna angustia del creyente que quiere y no puede alcanzar la paz en el dolor, sino en el gozo de sufrir: un gozo del alma bajo el llanto de la carne que acaba muriendo pero que se deja llorar porque —tú misma los has dicho— llegados a ciertos estados, carne y sensibilidad son vestimentas sobrepuestas al yo espiritual, al yo verdadero. Y la criatura, santificada con su heroísmo, puede llegar a decir: «Por aquel ‘sí’ que pronuncié, escúchame». Dilo también tú, María. Di: «¡Tantas veces te dije sí…! Por estos síes, escúchame». Y espera. No pongas nombre alguno a tu esperanza pues siempre serían nombres de la Tierra. Espera en Mí, en Mí tan sólo y déjame hacer”. (Escrito el 24 de Junio de 1944).
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1  Nota  : A su casa de Viareggio.- En Abril del año 1944 estuvo marcado por 8 meses de evacuación  (2ª guerra mundial) que obligó a María Valtorta a dejar su casa de Viareggio para refugiarse en S. Andrés de Cómpito, barrio del Municipio de Campannori en la provincia de Lucca. El 21 de Diciembre de 1944, una carta del Padre Migliorini, llevada por su hermano religioso Padre Fantoni, le avisaba de que había sido ya autorizado el tan suspirado retorno a casa, retorno que, efectivamente, pudieron realizar dos días después, el 23 de Diciembre, María y Marta. El Padre Migliorini estaba esperándolas en Viareggio.  2  Nota  : Para comprender este dictado es preciso haber leído episodios de la Pasión pertenecientes a la Obra sobre el Evangelio: «El Evangelio como me ha sido revelado», desde el mismo Viernes a la tarde y los dos días que siguieron a la Crucifixión.
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46-225.- María y Juan, las dos almas eucarísticas por excelencia.
* “María, mi Madre, fue la perfección de las almas eucarísticas. Eucaristía quiere decir tener a Dios en sí con su Divinidad y su Humanidad… Tuvo a Dios con su Cuerpo, Alma y Divinidad desde la tarde del Jueves Santo porque la Eucaristía fue su alimento, y su seno y su espíritu el Sagrario de la Eucaristía”.- ■ Estas palabras (que Jesús más abajo dice) son las de Jesús durante la acción de gracias de la S. Comunión del Jueves Santo. Estaba rogando ardientemente por el Padre, por Paula, por M. Teresa, por la Federici, y, en fin, por mí, para que brille mi inocencia y me defienda Dios. Y rogaba diciendo: “¡Oh señor!, te ofrezco la S. Comunión de hoy, fiesta de la Eucaristía, para que Tú me socorras y socorras también a quienes me son tan queridos o tienen tanta necesidad de ayuda. Santa Virgen de Fátima, San Juan Apóstol…”. ■ Y Jesús me corta la palabra diciendo: “Has nombrado las dos almas eucarísticas por excelencia. María, mi Madre, fue la perfección de las almas eucarísticas. Eucaristía, quiere decir tener a Dios en sí con su Divinidad y su Humanidad. María tuvo a Dios en su espíritu con su Divinidad desde que fue concebida en el seno de Ana; tuvo a Dios con su Humanidad cuando, de hija, llegó a ser Esposa de Dios y quedó encinta de Dios; y tuvo a Dios con su Cuerpo, Sangre, Alma y Divinidad desde la tarde del Jueves Santo porque la Eucaristía fue su alimento, y su seno y su espíritu el Sagrario de la Eucaristía”.
* “Juan, el Predilecto, desde la tarde del Jueves hasta su casi centenario ocaso, estuvo dispuesto a recibirme en el Sacramento del Amor”.- Y Jesús prosigue: “Juan, el Predilecto, tuvo pureza y amor desde el uso de la razón en adelante; tuvo deseo ardiente de Dios desde sus más tiernos años; tuvo fe absoluta en su Jesús con quien se encontró a orillas del Jordán y, por mi amor alcanzó victoria contra los respetos y cálculos humanos. Desde la tarde del Jueves hasta su casi centenario ocaso, estuvo dispuesto a recibirme en el Sacramento del Amor, como lo estuvo desde un principio su entendimiento para recibir mi Palabra. Son los dos espíritus eucarísticos más perfectos de cuantos tuvo y tendrá la gran familia cristiana”. (Escrito el 18  Abril de 1946).                                        
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47-293.- En el Evangelio se dice «Y estaba allí la Madre de Jesús».
* ¿Puede acaso faltar la Madre si ha de ser dado a luz el hombre nuevo? Asiste al convite con el que se inició el desposorio de la Humanidad con la Gracia.- Dice Jesús:En el Evangelio de Juan se dice (1): «Y estaba allí la Madre de Jesús». ¡La Madre! ¿Puede acaso faltar la Madre si ha de ser dado a luz el hombre nuevo? ¿Puede no estar allí Eva si, de ahora en adelante, ha de estar la «Vida» donde estaba la Muerte? Y ¿puede faltar la Mujer mientras se aproxima la hora en que la Serpiente ha de tener aplastada su cabeza y limitada su libertad de acción? No puede. Y la Madre de los vivientes, la Eva sin mácula, la Mujer del «Ave» y del «Hágase», la Mujer del calcañar potente, la Corredentora, asiste al convite con el que se inició el desposorio de la Humanidad con la Gracia”. (Escrito el 19 de Enero de 1947).
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1  Nota  : Cfr. Ju. 2,1.
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47-395.- Visión de María Santísima en el Triángulo, que es símbolo de la Santísima Trinidad.
*  La Voz del Eterno Padre dice: “Así está María en Nosotros. Que los sabios en teología comprendan lo que esta visión quiere dar a entender”.- ■ Dice María Valtorta: Veo el incandescente simbolismo de la Santísima Trinidad: el Triángulo con el que se la representa a nuestros sentidos humanos. En el centro del divino y esplendidísimo símbolo aparece María Santísima en su más fúlgido aspecto glorificado. Nunca la vi tan bella y gloriosa. Es llama de un candor tal que destaca sobre el Horno ardiente del Dios Uno y Trino. Su cuerpo, rostro, manos, vestido son luz. ¡Luz! ¡Luz! ¡Qué luz tan dulce y potente, qué belleza tan luminosa es María; qué eterna e incorruptible belleza hay en la bienaventurada Virgen-Madre! Y ¡Qué humildad! ¡Qué oración! Tiene las manos cruzadas sobre el pecho como en la Anunciación y el rostro subido, levantando para mirar al vértice fulgidísimo del Amor Uno y Trino. Con todo, es toda humildad. El lirio es menos cándido y el sol y la luna menos radiantes que Ella. Figura incluida en el divino Triángulo desde la altura de las caderas. El resto del cuerpo, con las piernas envueltas en el vestido paradisíaco, destaca sobre el fulgor del empíreo. ■ Dice la voz del Eterno Padre: “Así está María en Nosotros. Que los sabios en teología comprendan lo que esta visión quiere dar a entender, cuánto de poder y de saber se encierra en María a la que todo el Amor se entrega, toda la Sabiduría se revela y todo el Poder se presta a conceder”.
.  ¡Qué belleza! Y ¡qué bien se entiende todo viendo estas cosas así sea tan ignorante como yo! Y lo malo es que mi espíritu, debido a mi incapacidad de pobre ignorante, no sabe expresar con palabras lo que, al ver, entiende. He dicho que la gloriosa María “figura incluida en el Triángulo divino desde la altura de las caderas”, no porque María sea mayor que la representación de la Santísima Unidad y Trinidad de Dios, pues ésta ciertamente es más grande y espléndida que la esplendidísima María sino porque creo que el Altísimo me muestra así la  visión para hacerme entender que María es grande, grandísima, la segunda después de Dios que es el Primero, pero no como Dios que es Inmenso e Infinito. Así pues, María se me aparece en el divino Triángulo, mas cual si Éste velase sobre Ella y la circundase con sus fulgores de amor como a su Criatura la más amada de entre todos los hijos de los hombres aunque siempre criatura. ■ Yo balbuceo… No sé explicar lo que tan bien he entendido… Y me apena esta insuficiencia mía porque querría hacer entender cuanto he comprendido. Me esfuerzo en hacer ver cómo era la figura; pero que se compadezcan de mí, puesto que no sé hacerlo mejor. (Escrito el 24 de Octubre de 1947).
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(<El ángel Azarías habla de la visión de María Santísima en el Triángulo de la Trinidad>)
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47-404.- María Santísima está tan abrazada —y podría decir: contenida— en la Santísima Trinidad.
*  Fuente virginal a la que Dios fecunda y de la que se derivan los ríos del Agua viva que es Vida eterna para quien de Ella bebe.-  ■ Dice el ángel Azarías (1), refiriéndose a la visión del 24 de Octubre de 1947 (2): “El Señor Altísimo quiso hacerte entender el sentido de las palabras de María Santísima en las tres Fuentes (3). Al estar María Santísima tan abrazada —y podría decir: contenida— en la Santísima Trinidad en la que ella estuvo desde antes de que existiera el tiempo y de la que fue Tabernáculo conteniendo en su seno al Padre, al Hijo y al Espíritu Santo al contener a Jesús, Fruto bendito de su seno virginal en el que se daba la unidad del Verbo con el Padre y el Espíritu Santo, siendo Ella de este modo el Amor del Dios Uno y Trino, la Revelación y su Tesoro, su Reina amada y dulce, dispensadora de la Sabiduría y dadora de la Palabra; la Esposa y Madre de la Sabiduría y de  la Palabra, la Fuente virginal a la que Dios fecunda y de la que se derivan los ríos del Agua viva que es Vida eterna para quien de ella bebe”. (Escrito el 9 de Noviembre de 1947).
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1  Nota  : Azarías,  según María Valtorta,  es un Ángel, su Ángel de la Guarda, Autor de este dictado y de otros. Es quien se los habría dictado.   2  Nota  : Cfr. Se refiere  al dictado 47-395.  3  Nota  : De que se habla más adelante, en el dictado 47-423 del 31 de Diciembre de 1947. La visión tuvo lugar en “Tre Fontane”, gruta donde la Virgen apareció para mover a tantos incrédulos, indiferentes y hostiles de lo sobrenatural e, incluso, a los incrédulos de la Obra.
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47-417.- El día de la Inmaculada, visión, en éxtasis, de la Virgen, como en Lourdes.
* Éxtasis, mientras, venerándola y con­templándola, rezaba los 15 misterios del Rosario ante Ella tan her­mosa, tan dulce, tan luminosa, tan feliz.- ■ Dice María Valtorta: Me lamentaba de no poder ver pasar a Maria Santísima Inmacu­lada llevada en procesión… Son estas privaciones de no poder tomar parte en los ritos de la Iglesia las que me hacen sentir el peso de mi enfermedad… Dentro de diez días hará 15 años que ya no pongo los pies en la calle, no voy a la iglesia ni asisto a las ceremonias… Desde el balcón Marta puede ver algo, mas yo… nada. Sola en mi lecho, me lamentaba así interiormente mientras sentía acercarse el coro de las voces entonando himnos a María Santísima… ■ Y María Santísima viene a mí: viva, verdadera, como en Lour­des… Es uno de los éxtasis más intensos y completos que yo haya tenido. El mundo ha desaparecido en torno mío. María sola con sola María… ¡Cuánto más he tenido que el ver pasar una estatua…! He vuelto al… —¿cómo diré?— al conocimiento de lo que es el mundo, diré, tras una hora poco más o menos, creo yo, porque cuando Ella vino aún había luz del día y cuando me dejó era oscuro ciego, encontrándome a la sazón con el rostro bañado en llanto. No me he reprimido de llorar de gozo mientras le pedía por la Iglesia, el Santo Padre, Italia, la Orden de los Siervos de María, el Clero todo y las personas para mí más queridas, ni mientras, venerándola y con­templándola, rezaba los 15 misterios del Rosario ante Ella tan her­mosa, tan dulce, tan luminosa, tan feliz… Mas este llanto es de gozo… y no hace mal. Es un desahogo del corazón que se derrite de gozo en estos momentos de contemplación y de regalo celestial… ¡Qué hermosa, qué hermosa estaba! ¡Qué gozo y qué paz me ha dejado en el corazón…! ¡Sea por ello bendita! Y, junto con ella, su Hijo Santísimo que me concede estos bálsamos en mis grandes su­frimientos. (Escrito el 8 de Diciembre de 1947).
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47-418.- Cinco regalos prometidos por la Virgen. Y un dolor: una ofensa inferida a los misterios de la Virgen.
* ¿Cual de éstos es el mayor de los regalos prometidos?.- ■ Dice María Valtorta: Los regalos de Navidad que me ha prometido María Santísima son éstos:
I.  La destrucción de mi dignidad.
II.  Una semejanza más viva con Jesús-pobre.
III. Me traen para leer un opúsculo sobre la Aparición de la Virgen Reina de la Revelación y, finalmente, llego a saber también yo algo al respecto. En otro momento consignaré mis apuntes en relación con las noticias del folleto (1).
IV. El regalo materno de mi Madre María Santísima…
V. El regalo secreto.
■ ¿Cual de éstos es el mayor de los regalos prometidos? Algunos pensarán que el último es el más eminente y personal y así llegue yo a describirlo sirviendo de pasto a los curiosos. Mas yo me declaro por el primero… a lo que asiente María Santísima.

* Y con los regalos, un dolor: Ofensa a la Maternidad divina de María, a su Virginidad, a su integridad física antes y después del parto; mofa a la castidad de los dos esposos; negación del éxtasis al nacimiento de Jesús.- ■ Y con los regalos, un dolor: una ofensa que se infiere a la Ma­ternidad divina de María, la negación de la Concepción por obra del Espíritu Santo y de la inviolabilidad, anterior y posterior al nacimiento de Jesús, del seno virginal de María; la mofa de la castidad de los dos virginales y castos esposos y la negación del éxtasis en que sobrevino el nacimiento de Jesús, privado de todas las miserias inhe­rentes al parto de las mujeres y al nacimiento de los hijos… Me sube la fiebre a 390 por el dolor de estas cosas… ■ ¡Y si al menos fuesen ateos los que las dicen…! Pero no, que es una católica, una asidua practicante, una anciana, educada en una familia profun­damente cristiana y en un colegio de monjas… Trato de insinuar la verdad luminosa entre tanto fango negro por amor a la verdad y a María Santísima y, asimismo, por encontrarse presentes la Rosa de fe muy débil… Mas termino por callar puesto que, a cada palabra mía, responde con una cada vez más audaz y sacrílega contestación de escarnio… ¡Y esta es mi Navidad de 1947… la última quizás! Mas prefiero morir a tener que oír insultos dirigidos a María Madre-Virgen en el segundo de sus más bellos misterios. (Escrito el 25 de Diciembre de 1947).
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1  Nota  : Lo hará más adelante el 31 de Diciembre de 1947 (47-423)
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47-419.- Contemplación de la Virgen María en sus rasgos terrenos y en su celeste glorificación.- El rostro en la Anunciación de Florencia.
* La Virgen Inmaculada, con su cuerpo verdadero, pero con la belleza ideal transfigurada de los cuerpos glorificados (como en Lourdes y Fátima), desciende  de su nicho de luz (la que emana de su cuerpo bienaventurado), quedando en María de Nazaret.- ■ Dice María Valtorta: María Santísima, que ha colmado de Sí este mes de diciem­bre, siempre presente —Ella sola desde el día 8 en adelante: toda Hermosa, Lirio del Paraíso, en su figura de Inmaculada, Luz indes­criptible que es carne y tiene la inmaterialidad… no, nada de inmate­rialidad porque es verdadero cuerpo… diré que tiene la belleza ideal transfigurada de los cuerpos glorificados— María Santísima desciende hoy, día de los Santos Inocentes, de su nicho de luz (la luz que emana de su cuerpo bienaventurado), quedando en María de Nazaret, la bella, suave, maternal y humilde María que vivió en Palestina hace 20 siglos. Se acerca al lado de mi lecho vestida de blanco, con un ligero velo de tejido poco denso sobre sus blondos cabellos partidos en la parte alta de la cabeza, tal como la he visto muchas, muchísimas veces en las visiones… Se muestra dulce si bien levemente triste y, posando sus manos bellísimas en el lateral del lecho, me dice: “Aquí me tienes para que me puedas contemplar y estudiar una vez más muy de cerca en mis rasgos y llegues a apreciar en qué es­triba la diferencia de cómo era en la Tierra a cómo soy ahora en el Cielo.En Lourdes, en Fátima y en las apariciones en general  me pre­sento como estoy ahora en el Cielo, por lo que mi aspecto goza ya de la indescriptible luminosa belleza de los cuerpos glorificados. Esa belleza que los videntes de tales apariciones no logran captar en su totalidad ni en todos sus detalles. Fíjate que saben decir el vestido que llevo, el rosario que desgrano, la roca o el árbol sobre los que me poso, los ademanes que hago, la expresión del rostro; mas se muestran siempre indecisos e involuntariamente nunca son verídicos al describir mi rostro, el color de mis ojos y cabellos y también de mi piel. Se esfuerzan en hacerlo; pero no lo consiguen ni pueden ha­cerlo. Ninguna de las almas videntes me vio nunca, como tú me has visto, en mi condición de Niña, Esposa y Madre sobre la Tierra, lo mismo que como Reina del Cielo. Y tú, en cada una de esas ocasio­nes, te dices: «Es siempre Ella. Mas ¡qué distinta aparece cuando es la gloriosa Reina del Cielo, asunta en cuerpo y alma por los ángeles!, de la que se presenta como cuando era la humilde María de Na­zaret». Hija, mírame bien y que se aplaque tu dolor. Mírame. ¿Soy María de Nazaret?”. ■ La observo atentamente tan cerca como la tengo ante mi rostro y estudio su epidermis de una tibia palidez de magnolia difuminada con un rosado tenue en las mejillas; los labios proporcionadamente túmi­dos y purpúreos; la nariz fina y recta; los ojos de un corte perfecto y tan diáfanos en su color de cielo bajo la frente alta y despejada y el óvalo perfecto, de niña… No sé por qué su rostro me hace siem­pre pensar  en una cándida llama o en el capullo de un lirio a punto de abrirse pues así de dulces son las curvas en su óvalo… Miro sus hermosos cabellos de un rubio suave, finos, mórbidos y levemente ondulados. Pienso que si en vez de estar recogidos en gruesas trenzas que se extienden sobre la cabeza, estuviesen sueltos, las ondas apare­cerían más acusadas… Y, sobre todo, no me canso de percibir el calor tenue de su cuerpo que me alienta tan cerca, y su perfume… su característico perfume, el olor de María… el olor de la Virgen… ■ María, que advierte mi deseo de abandonarme sobre su hombro maternal para alivio de tantas penas como me acometen hoy, me atrae. Estoy así… no sé el tiempo; y después, al dejarme, me dice: “Escribe que te he tomado sobre mi corazón. Escribe estas cinco úl­timas líneas”. Y en esto, dice: “Mírame ahora”. Elevándose del suelo y apartándose del lecho, se afianza sobre una nube plateada, nimbada de su luz blanquísima. Resplandece su cuerpo e igualmente su vestido que, de blanco, se hace “luz blanca”; resplandece su rostro que se afina como si la luz lo espiritualizase resplandeciendo su mirada extática. La luz es tan viva que el azulado de sus pupilas se hace “rayo” y el oro de sus cabellos apenas si se aprecia como tal pues parece oscuro con respecto a la luz que emana del Cuerpo glorifi­cado de la Madre de Dios. Vuelve sus ojos sobre mí, me sonríe y me pregunta: “¿Soy yo?”. “Sí”. “Pero ¿soy igual que la mujer que fue Madre de Jesús?”. “Sí… y no” respondo con decisión, ya que se necesita decisión para realizar ciertas confrontaciones y confesiones. Virgen: “Con todo, soy yo, ya lo ves. Así estoy en el Cielo. Así apare­cí en Lourdes y en Fátima”.
* “Cuanto más inocente es una criatura mejor me ve cual soy”… El modo que el hombre puede llegar a hacer la efigie de la Madre de Dios está en las estatuas de Lourdes y de Fátima, y sobre todo en el rostro de la Anunciación de Florencia.- ■ Virgen: “Allí es donde los videntes, al ser «inocentes» como tú, hija mía, me vieron mejor, porque, cuanto más inocente es la criatura, tanto mejor me ve cual soy y me describe con la exactitud posible en una criatura, haciendo esculpir en una imagen tal semejanza dentro de lo posible”. ■ Torna a mí, humana… y me pregunta: “¿Se calma tu tormento?”. Rompo a llorar. Me acaricia… y lloro porque desde que leí que a Bruno Cornacchiola (1) (ahora es cuando sé su nombre) se le apare­ció con los cabellos oscuros y de tipo oriental, creo haber estado engañada al decir que María es rubia. Sin embargo lo es y de un rubio pálido tirando a paja, casi de oro cequí. Me acaricia para consolarme y dice: “¡No temas, María! La oscuridad de la gruta y del manto con­tribuyó en gran parte al error. Y, por lo demás no era necesario que me desvelase a un pecador tan perfectamente como lo hice con los inocentes: Bernarda, Jacinta, Francisco y con el pequeño Juan de mi Jesús. ■ Pero, escucha bien porque a ti, que eres Sierva de María (2), te digo que el artífice que me ha esculpido de forma que yo no me re­conozca, habría hecho bien en recordar las estatuas de Lourdes y de Fátima en las que estoy representada del modo que el hombre puede llegar a hacer la efigie de la Madre de Dios… Y, sobre todo, debiera haberse inspirado en el rostro con el que fui retratada en la Anunciación de Florencia (3), ese rostro del que, si el hombre y el tiempo no hu­biesen alterado la imagen, todos hubiesen podido conocer cómo era cuando el Espíritu del Espíritu de Dios hizo que quedara encinta de Dios. El humo de los cirios y el tiempo han ofuscado los colores y el hombre lo ha echado a perder… Mas, con todo, aún se aprecia cómo era la Niña de Dios, la Prometida de José, en aquella mi pri­mavera de años, en aquella florida primavera nazaretana. ■ Mírame y olvida el dolor, el miedo, todo. Recuerda esto: «Vi al Cordero que estaba sobre el monte Sión y, con él, 144.000 personas que tenían escrito sobre la frente su Nombre y el del Padre… y en­tonaban un cántico nuevo que nadie podía aprender sino aquellos 144.000 rescatados de la tierra… primicias de Dios y del Cordero, no encontrándose mentira en sus bocas» (4). ¿Te parece que no puedes pertenecer a esta escuadra por no ser inocente? Está dicho igualmente que el ángel del Señor marca con la señal de Dios a los 144.000 siervos del Señor que vienen con blancas vestiduras al eterno hosan­na tras haber pasado de la gran tribulación (5). Esa que tú tienes. Pero mira, yo te imprimo esa señal sobre tu frente; yo, la Reina de los Ángeles y Madre de Dios, te la marco con un beso. Queda en paz. El Señor Uno y Trino y yo enjugamos, ya desde la Tierra, todo tu llanto”. Y de nuevo me abandono al maternal abrazo. (Escrito el 28 de Diciembre de 1947)
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1  Nota  : Es el vidente de “tre Fontane”.  De él se hablará más extensamente  en el escrito del 31 de Diciembre de 1947 (47-423). ■ Breve apunte sobre Bruno Cornachiola.  Bruno, después de su servicio militar se hizo comunista y anticlerical. No había querido casarse por la iglesia, pero su esposa le había insistido tanto que aceptó casarse en la sacristía, sin misa y sin confesar ni comulgar. Cuando regresó de la guerra civil española, en la que tomó parte, convertido en feroz anticatólico cogió los rosarios, libros piadosos, especialmente un crucifijo y los despedazó y los quemó. Al poco tiempo de quemar todas las imágenes de su casa, entró en la secta de los adventistas y era tan activo que él mismo convierte a otros 135 para su secta. ■ Un día que estaba preparando con su Biblia un sermón contra la Inmaculada Concepción, la Virgen se le aparece con la Biblia en la mano para indicarle que de Ella habla la Biblia. Y le dice con una voz suavísima: “Reza el rosario todos los días, porque las Avemarías dichas con fe son como flechas que llegan al Corazón de Jesús. Yo soy la que estoy en la Trinidad divina. Soy la Virgen de la Revelación. Tú me persigues. ¡Ya basta! Entra en el redil santo: en la Católica, Apostólica y Romana. Te han salvado los nueve primeros viernes de mes del Sagrado Corazón que hiciste antes de entrar en el camino de la mentira. Obedece a la autoridad del Papa. Mi Cuerpo no se corrompió ni podía corromperse. Mi Hijo y los ángeles me vinieron a tomar en el momento de mi tránsito a los cielos”. ■ Y Bruno, a partir de ese día, con su 34 años, renunció a la secta adventista, retornó a la Iglesia Católica. Y en vez de predicar sermones contra la Inmaculada Concepción hablaba de María Inmaculada y subida al Cielo, como ella misma se lo reveló. Desde entonces ha recorrido el mundo, dando miles y miles de conferencias sobre el amor a María, a la Iglesia, la obediencia al Papa y el amor de Jesús Eucaristía.  Y él mismo cuenta que un día yendo hacia su casa con sus hijos, entró en una Iglesia y mostrándoles el sagrario les dijo a sus hijos: “Hijos míos, antes siempre os he dicho que Jesús no está ahí y os he prohibido rezar, pero ahora os digo. Que Jesús está ahí, que habita ahí, dentro de esa casita. Adoradlo”. ■ La Virgen se le siguió apareciendo unas 26 veces más a lo largo de los años.   2  Nota  : Esto es,  terciaria de la Orden de los Siervos de María.  3  Nota  : Es el célebre fresco ejecutado, según se cree, por manos angélicas que se halla en la Basílica de la Anunciación de Florencia. En el claustro contiguo, desde el año 1973, reposan los restos mortales de Maria Valtorta.   4  Nota  : Cfr.  Apoc.  14,1-5.   5  Nota  : Cfr.  Apoc . 7,9-17.
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47-422.- “Vengo yo porque Él está muy sentido con muchos. Tu sufrimiento por aquellas herejías medicinó el mío”.
“La carnalidad de los hombres y en los hombres es tan fuerte que ni la fe ni la fidelidad en el Señor y hacia la Iglesia logran hacerles capaces de creer en mi absoluta pureza… Compadece a los ciegos y a quienes se nutren de humanidad”.- ■ Dice María Valtorta: Aún continúa a mi lado María Santísima. Verdaderamente este mes de diciembre está repleto de Ella y le pregunto: “¿Por qué ya no viene Jesús?”. Y me dice María atrayéndome a Sí: “Vengo yo porque Él se encuentra muy sentido con muchos y su aspecto y su palabra, afli­gidísima hija mía, te causarían dolor. Por eso vengo yo. Es come­tido mío contener el fulgor de su Palabra por compasión de los verdugos y de sus víctimas. Yo me interpongo. ¿No te agrada el que venga?”. María Valtorta dice: “¡Oh, te querría siempre a mi lado! Mas tú has sido ofendida aquí, en esta misma habitación, por Navidad…” (1). María se entristece, pero me estrecha aún más fuertemente contra su corazón al tiempo que me dice: “No pienses ya en eso. Tu sufri­miento por aquellas herejías medicinó el mío. La carnalidad de los hombres y en los hombres es tan fuerte que ni la fe ni la fidelidad en el Señor y hacia la Iglesia logran hacerles capaces de creer en mi absoluta pureza, en la castidad e inviolabilidad de mi seno en el que Dios únicamente penetró y del que emanó Dios en Carne, Sangre, Alma y Divinidad por uno de esos misterios y poderes para los que nada cuentan las leyes de la naturaleza ni de los cuerpos sólidos. Sólo quien se encuentra poseído de mi Candor, lo absorbió e hizo de él su vida y su vista, puede comprender y creer. Tú sí lo puedes porque has hecho de mi Candor tu vista y tu vida. Compadece a los ciegos y a quienes se nutren de humanidad”. ■ Sus acaricias me hacen olvidar todas las penas… (Escrito el 29 de Diciembre de 1947).
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1  Nota  : El pasado 25 de Diciembre de 1947 (47-418).
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(<María Valtorta quiere comentar con palabras suyas el folleto de «Nuestra Señora de las Tres Fuentes»>)
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47-423.- María Valtorta hace confrontación entre Bruno Cornacchiola y ella. A pesar de ser de caracteres contrapuestos, culturas diferentes, fes distintas,  hay coincidencias en las revelaciones recibidas por uno y otra.
* A Bruno Cornacchiola, hombre distinguido por su odio a la Virgen y a la Iglesia, no se le pueden aplicar las manidas razones de histerismo ni, por ser de ideas religiosas fijas, hallarse afectado por alucinaciones espirituales, como se dice de María Valtorta, de Bernardita, de Lucía… .- ■ Dice María Valtorta: Quiero cerrar este año 1947 hablando de María. Pero advierto que son palabras mías. La Santísima Virgen habíame prometido «un gran regalo» para Navidad. Muchos y de muy distinta especie son los regalos que he recibido por Navidad. Algunos amarguísimos, otros sapientes y uno… dulcísimo que, por cierto, es secreto. Con todo, no tengo a este últi­mo por «el gran regalo». Digo que el gran regalo es ciertamente el I (ver la fecha del 25 de Diciembre [1]) tal como lo pensé desde el primer momento que hice el inventario de los dones sobrenaturales o naturales recibidos el 25-12. Sí, el primero y el segundo son los dos que más me han modelado en Cristo… Amarguísimos como su cáliz pero que es­peramos sean meritorios como el padecer con Él la compleja Pasión de Cristo que se completa en mí. ¡Señor mío, gracias! ■ Ahora bien, hoy quiero comentar el folleto sobre «Nuestra Señora de las Tres Fuentes» que me trajeron para leer en Navidad y que tendré que devolver mañana a su propietario. El folleto está escrito por Julio Loccatelli y lleva por título: «Nuestra Señora se ha apare­cido y ha hablado en la gruta de las Tres Fuentes». Se halla impreso en la tipografía de la Sociedad Anónima «Il Giornale d’Italia, Roma, Vía dell´Umiltá 48, 4 octubre 1947. Lo detallo así para que, si algún día hay quien llega a leer este cuaderno, entienda bien qué es lo que yo he leído, comentado y cuándo. ■ No encuentro en modo alguno extraño el que María Santísima se haya aparecido a un gran pecador, a un hombre del que por su odio contra la Iglesia y la Virgen, no se podrá seguramente decir que… era un histérico ni, por ser de ideas religiosas fijas, hallarse afectado por alucinaciones espirituales. Esto no se podrá seguramente decir del señor Cornacchiola como se dice de mí, se dijo de Bernardita, de Lucía, Francisco, Jacinta y se dice de Neumann. Niños y mujeres: seres anormales para los… que se dicen científicos, los cuales, en realidad, no son, a mi entender, sino los verdaderos incrédulos y ateos por más que vistan ropa talar; ateos, porque niegan que Dios pueda manifestarse milagrosamente Él o a través de las manifestaciones de su Virgen Hija, Esposa y Madre de Dios o de los Santos y Ángeles. A los niños se les puede suponer… sugestionados por los relatos… Razón cómoda que se dan quienes no saben creer en el Poder y Mi­sericordia divinos. A las mujeres se las puede suponer… alucinadas porque están sujetas a… imperfecciones o leyes de naturaleza femenil que las llevan a… delirar para procurarse una compensación de lo que no llegaron a alcanzar: un marido. Otra cómoda razón que se dan los mismos al no saber creer en el Poder y Misericordia de Dios y, no siendo capaces de apreciar la sutil separación visiva y comprensiva existente entre las criaturas y Dios, hasta el punto de poder «ver y sentir» cosas de celestial revelación, califican de «enfer­medad física» lo que es perfección psíquica y espiritual que la Bon­dad divina concede a los que arden y se consumen en un único amor y deseo: amor a Dios y deseo de Él. ■ Ahora bien, Cornacchiola no es un niño ni una mujer, como tam­poco uno de esos hombres pacatos dotados de un corazón infantil o de una esposa dulce y bondadosa. Era un violento y, por más que no conste consignado así en el folleto, basta ver su fotografía para convencerse de que lo era. Rostro duro, agresivo, rebelde, descarnado por la cólera que le devoraba, abrasado por el fuego de su pasión anticatólica; ojos… que se me perdone, más de delincuente que de persona normal. Un ejemplar estupendo de agitador revolucionario, a propósito para predicar el odio y la sublevación a las masas… Y, en efecto… odio y sublevación es lo que predicaba contra la Iglesia de Cristo, contra Dios y contra la Virgen… ■ No sé cuándo le fue hecha la fotografía que aparece en el folleto, si antes o después de la Aparición. Mas, aunque fuese posterior, debo decir —y no me sorprende porque sé cuánto tiempo precisan las convalecencias espirituales de las intoxicaciones infernales para que retorne al rostro una expresión que no sea diabólica sino apacible, propia de un hombre amante y amigo de Dios— debo decir que to­davía su rostro no ha recobrado la paz. Ciertamente en esta fotografía aún continúa impresa en el rostro la imagen que el Odio escul­piera, esa imagen que él alzaba proterva contra su Creador y contra la dulcísima Virgen y Madre, desahogando su odio contra Ellos… ■ Digo que no me sorprende el que se haya aparecido a un peca­dor, a un protestante y, aún más: que ello puede resultar muy conve­niente. Antes que nada porque así un alma, o mejor, varias almas (las de toda la familia Cornacchiola) se han salvado, y después por­que así los acostumbrados negadores de nosotros, los videntes, no po­drán airear las manidas razones de… infantilismo sugestionado y de histerismo alucinado. Querría que Dios y la Virgen se apareciesen a muchos pecadores y enemigos de Dios y de la Iglesia para que se convirtieran, como acaeció con Saulo en el camino de Damasco, y para que el mundo incrédulo se persuada de que Dios todo lo puede y de que sus manifestaciones a los espíritus son verdaderas. ■ Pero sigamos adelante. Leo en la página 6, linea 6a del capitulo: «El cobrador vidente (las 4 apariciones)», «… muy versado en el es­tudio de la Biblia y de los Evangelios». ¡Vaya por él! Yo, en cambio, soy tan nada versada que, desde que se terminó la Obra y no tengo ya, por tanto, necesidad de consta­tar las palabras oídas en los dictados como referidas por la Biblia anotando los capítulos y versículos correspondientes, (de esto hace ya 8 meses y 3 días), no abro más la Biblia. Y si la toco es para qui­tarle el polvo. ¿Para qué la voy a abrir si nada entiendo de su doctri­na, simbolismo etc. etc.? E históricamente, todo lo anterior a Cristo no me interesa mucho y, en cuanto a los Evangelios… vengo a ser yo como el cronista de los mismos. Por eso dejo todo cerrado… y leo los recuerdos que llevo dentro de mí misma: mi única lectura espiritual… Ahora bien, aquellos que dicen que yo escribo palabras inspiradas «porque soy culta etc. etc.», cosa que no es verdad, ¿por qué no desvirtúan el dictado de Cornacchiola, «que es muy versado etc. etc.», como escrito por él mismo? Para cubrir de fango (tratar de cu­brir de fango) a María Santísima Inmaculada, los dogmas, la Iglesia etc. etc. tienen que leer con detenimiento, desentrañar y hasta buscar pelo en el huevo, es decir las pseudo-contradicciones que a fuerza de mirar con el microscopio del odio ateo, se puedan tal vez encon­trar en la tradición y hasta en cualquier otra cosa más alta de la misma. Yo nada sé de todo esto. ■ Siempre he creído con simplicidad cuanto la Iglesia me propuso creer. Así he creído: sin urdir racioci­nios para explicarme lo que es misterio. He creído, como dice Jesús, «con beatitud de fe absoluta». ¡Bienaventurados los que sepan creer sin ver! (Juan 20, 29). Jamás hubiera pensado hasta el 23 de abril de 1943, Viernes Santo, que el divino Maestro hubiese querido, de Amigo divino que me guiaba desde hacía decenios, hacerse mi Maes­tro y revelarme tantos misterios y hechos. Jamás hubiera pensado que podría llegar a entender cosas altas mientras la luz de su Rayo hacíame capaz de entender. Ahora, en cambio, penetro el meollo de las verdades más profundas por más que la belleza de las lecciones haya desaparecido. Para recuperarla he de volver sobre el dictado y, aún y todo, lo entiendo mal porque, apartada de la divina Luz, entiendo poco aun de aquello mismo que un día comprendí… Mas, no me importa porque continúo creyendo con simplicidad. Día llegará en que comprenderé todo. ¡Todo!, es decir, a Dios. Cuando conozca y posea a Dios, entonces comprenderé todo: todos los misterios, todas las verdades, todas las lecciones. ¡Y esto eternamente!
* Lo que Bruno Cornacchiola dice de él: «me siento sumamente ligero, como separado de la carne y envuelto en una luz etérea», María Valtorta advierte idéntica liberación cuando la invade lo sobrenatural.- Detallada descripción de la Virgen con las justificadas divergencias.- La llamada potente del Bien, caso de Cornacchiola, se debe a la gracia obtenida por él, por haber cumplido los 9 viernes del Sgdo. Corazón que son prenda de salvación eterna, según promesa de Jesús a Santa Margarita María.- ■ Prosigue María Valtorta: Pasemos adelante. Llegamos a la descripción de la Aparición. Considero muy cierto el que, tanto los niños como Cornacchiola, no se asustaran al ver a María, ya que lo sobrenatural celestial nunca produce espanto. Lo más que puede producir es admiración y estupor. Yo, desde la infancia, siempre tuve un miedo cerval a las apariciones. Hasta en el colegio cuando decían las monjas: «Figuraos que se os apareciese Jesús. ¡Qué alegría!, ¿verdad?». Yo decía: «¡No por caridad! Si no pudiera salir por la puerta, me escaparía tirándome de la ventana». Aún me acuerdo del terror que experimenté una noche que, por una equivocación, quedé encerrada en la capilla del colegio. Era el mes de junio y estaba colocado en el altar mayor el Sagrado Corazón. Pedí permiso, que se me concedió, para ir a saludarlo mientras terminaba el recreo. No sé cómo fue, pero es el caso que no sentí a la demandadera cerrar las puertas. Sin duda estaría rezando intensamente… Cuando… una vez que volví en mí y me dirigí a las salidas (tres puertas), las encontré todas cerradas. Volví al altar traté de pasar por la sacristía… Mas, desventurada de mí, puse los ojos en la imagen… y, por un juego de luz lunar, me pareció que se moviese inclinándose hacia mí. Tanto grité y golpeé que, con estar la capilla aislada, me sintieron y socorrieron… De no haberme sentido, a la mañana siguiente hubiéranme encontrado muerta de miedo. ■ Esto lo digo para que se vea si tengo o no miedo de lo que sobrepasa lo natural. Con todo, cuando el amor de Jesús se cambió de palabras interiores a visiones internas, breves, suaves o tristes tal vez, y después, yendo cada vez a más, llegó a ser abrazo, manifestación de voz, de presencia y de contacto —como lo es ahora desde hace 4 años y 8 meses— no tuve miedo alguno. ¡Todo lo contrario! Manos fuertes y dulces de mi Salvador, manos que me acariciáis y curáis posándoos sobre mis miembros más enfermos y en las crisis más peligrosas para darme la vida con la que poder continuar sirviendo a mi Señor; manos traspasadas que se me entregan para que yo las examine; tiernas y tibias manitas de Jesús Infante colocado por María sobre mi lecho; piececitos rosados y fríos que me los dan para que los caliente y pies luminosos del Resucitado con el rubí radiante de la herida que me los da a besar; cabellos mórbidos de Cristo rozando mi rostro al abrazarme; calor de la carne de Cristo; espalda fuerte y amorosa; Sangre absorbida del Corazón abierto entre llamas que no producen dolor de quemadura antes inefable frescor; mórbido seno de María, manos regias y maternales, tan leves y puras; sonrisa de Juan y bondad inexpresable del patriarca José; y vosotros todos que venís a mí, tan buenos, tan amigos y bellos, gozo de mi vida de víctima, no, no me causáis miedo! Lo sobrenatural celeste es paz y gozo. Esto únicamente. ■ También es verdad lo que dice Cornacchiola en la página 8 línea 8a: «me siento sumamente ligero, como separado de la carne y envuelto en una luz etérea». ¡Bravo! ¡Lo dice perfectamente bien! Yo que… desde hace años vengo probando las agonías físicas y cuando estoy «in extremis» siento ya el desatarse el espíritu de la carne, advierto idéntica liberación cuando me invade lo sobrenatural. Solo que en la libertad del espíritu dentro de las manifestaciones sobrenaturales hay ausencia de sufrimiento, siendo todo un éxta­sis gozoso… ■ Acierta también cuando dice: «Mujer paradisíaca a la que me re­sulta imposible describir». Que eso le resulte imposible a Cornacchio­la, que la ha visto cuatro veces, se ve claro por la descripción que hace de Ella… Habla de cabellos negros…: María Santísima explicó en el dictado del 24 de Noviembre (2) el por qué de que aparecieran oscuros. Yo, por mi parte, puedo decir que la luz que emana de María cuando se manifiesta es tal que todos los colores resultan oscuros ante la luz de María cuando aparece envuelta en la luz paradisíaca. ■ «Rostro  de una gran belleza». Más aún: «de una perfecta be­lleza». ¿Tipo oriental? Más que oriental, yo diría hebreo, puesto que el tipo oriental tiene generalmente los labios gruesos y sensuales, y los ojos más bien rasgados y oscuros. María no tiene en modo algu­no labios sensuales ni ojos orientales como los tienen la mayoría. Nada de ojos árabes, indios o asiáticos. En manera alguna sino una mirada dulce que he notado a veces en las jóvenes hebreas e iris diáfanos de cielo. Pero no me extraña que Cornacchiola la haya descrito así… pues es una belleza que, no bien desaparece, se pierde en sus detalles. En los comienzos, hasta que una particular gracia de Dios que por Él me fue concedida para ser capaz de describir bien y exactamente los diferentes aspectos de los personajes descritos en la Obra, yo, una vez finalizada la visión, me encontraba siempre dudando acerca del matiz de los cabellos, de los iris, de la piel, tanto de Jesús como de María. Porque decir: «Son rubios», es poco, ya que en el color de los cabellos  rubios hay muchos matices: desde el rubio ticiano casi cobrizo. Y lo mismo en los iris. Decir «celestes» es no decir nada. Se puede tener un celeste vivo, un celeste pervinca, un celeste violáceo, un celeste zafiro, un celeste verde y un celeste turquesa. Difícil, muy difícil expresarlo, sobre todo cuando la espiritual y natu­ral emoción queda absorbida en el conjunto y no en los detalles. ■ El peinado… Yo siempre la vi con la cabellera partida en la parte superior de la cabeza. Mas esto carece de importancia, pues como se cambia de vestido, se puede cambiar de peinado. Los colores los repitió María Santísima el 24 de Noviembre (3): vestido blanco, cinta de color rosa y manto verde. Son exactos. Cornacchiola es un hombre especial que sabe definir bien los colores de los vestidos. Altura de María Santísima. Yo la señalaría, comparándola con la de Jesús, al lado del cual la he visto frecuentemente, como de 1,65 como máximo, puesto que la parte superior de la cabeza de María llega hasta los hombros de Jesús. Mas a nosotros, modernos, nos pa­rece alta, aunque no lo sea, por los vestidos largos que lleva que al­canzan hasta el suelo y ya se sabe que los vestidos largos hacen aparecer más altos. Su expresión… ¡Ah, sí! María Santísima aparece levemente triste, o mejor, está siempre pensativa por más que sonría. Y si después habla de las culpas humanas y del dolor que éstas le producen a su Hijo, entonces se muestra verdaderamente triste. ■ «La voz suavísima». ¡Oh, sí! Esto es más fácil de retener porque es una nota de tal dulzura que penetra y perdura. «No se parece a ninguna». Así es ciertamente. Una voz que hace derretirse de gozo y que la sabemos recordar mejor que las demás cosas materiales, como son los cabellos, los ojos, la piel etc. etc. porque la voz es algo in­material y nosotros, en aquellos momentos de videncia, percibimos con nuestra parte inmaterial. Sí, cuando lo sobrenatural nos dice: «Ven», nosotros nos lanza­mos tras esa llama. El espíritu se lanza porque, por más que se vea esclavo de una razón que le oprime y quisiera apartarle de su Origen, siempre está ansioso de él y, a la llamada potente del Bien, se vuelve y se lanza cuando llegó para él la hora de gracia obtenida  por voluntad de los Celestes o por intercesión de almas que oran por el pecador y, en el caso de Cornacchiola, los nueve viernes del Sagrado Corazón. ■ Yo me conmuevo pensando que María, al aparecer en Tre Fontane, además de otras cosas maravillosas que lleva a cabo y enseña, ha venido a refrescar, diré así, la promesa de Jesús a Santa Margarita María. ¡Y aún hay quien no cree en ella! Hay quien hace los nueve viernes como por costumbre sin una firme confianza de que ellos son una prenda de salvación. Y he aquí que María, la Madre que formó el Corazón de Jesús, viene a mostrarnos tangiblemente que los nueve viernes del Sagrado Corazón son salvación eterna.
* El tormento de los videntes, al salir de la ac­ción de Dios, es: el no saber ya ver, entender ni recordar con aquella perfección con que vieron, entendieron y recordaron en el momento de la unión. Mas esa elección suya les obliga a una más santa vida y a un más completo sacrificio por haber recibido una «medida agitada y rebosante». «Mi primer impulso», dice Cornachiola, «fue de hablar, de gritar». ¡Es verdad!, exclama María Valtorta. La primera vez es ciertamente así. Mas la exaltación humana queda frenada por la alegría y la paz que se desprende de la visión… y se produce un deseo de participarlo con los demás… Mas un pudor espiritual les ata, es preferible guardar oculto el tesoro.- ■ Prosigue María Valtorta: Mas venía diciendo que cuando lo sobrenatural lanza su llamada, llega, de su natural al lugar de la cita y escucha; mas la materia, pesada como es, se resiste a seguir al espíritu. El espíritu es ágil como ángel y la carne, tarda como animal. Tarda en seguir, percibir y ver; obtusa en retener, imperfecta en recordar y fácil en olvidar. Es el tormento para nosotros, los videntes, cuando salimos de la ac­ción de Dios: el no saber ya ver, entender ni recordar con aquella perfección con que vimos, entendimos y recordamos en el momento de la unión. Querríamos poder de nuevo encontrarnos con aquella satis­facción perfecta por la sola fuerza del poder mnemotécnico. Mas, a lo sumo, nos encontramos con sólo fragmentos del cuadro y de la música de que disfrutamos… Y sufrimos buscando, buscando… como personas que perdieron la vista y como aquellos que se nutrieron con un alimento celestial y ahora, hambrientos del mismo y disgustados de todo lo demás, van buscándolo por doquier sin poder dar ya con otro igual. ■ Por lo demás, resulta justo que sea así. Tuvimos el gozo supra­sensible de la unión y conocimiento de Dios o de María, lo que será el Paraíso si sabemos continuar siendo justos hasta la muerte. Y justo es también que, tras el don gratuito, que viene a ser como un anticipo de nuestra porción de gozo eterno, nosotros, mortales, que aún nos encontramos en el destierro y en la prueba, comamos el pan encenizado de los hijos de Adán. La elección que Dios hizo de nosotros no es en manera alguna un privilegio absoluto, como no es ni debe resultar en nosotros un pretexto para estar siempre por encima de la condición de los hijos de Adán pecador. Él se privó y nos privó para siempre de aquella vida feliz que Dios quería para sus criaturas y nosotros, mientras estemos en la Tierra, debemos gustar el castigo y hacer de las desventuras derivadas de la Culpa un medio de victoria eterna. Nuestra elección nos obliga a una más santa vida y a un más completo sacri­ficio por haber recibido una «medida agitada y rebosante» (4) de sabi­duría y, sin merecimiento alguno, un don excelso de amor. Por eso nosotros oímos a las voces celestes que nos dicen: «No te prometemos goces terrenos. No carecerás del dolor humano sino que, al con­trario,  sufrirás persecución. Con todo, tu don lo tendrás en el Cielo si permaneces fiel». Y, puesto que la Misericordia y la Caridad aventajan a la Justicia, he aquí que, para confortarnos en el dolor y en la persecución que tendremos como criaturas y nos acarreará nuestra condición de «videntes», Dios deja depositado en la profundidad de nuestro espíritu el recuerdo luminoso de aquella hora o de aquellas horas. Y, por más que no acertemos a revivir la visión bellísima en sus mínimos detalles materiales, sigue allí la perla preciosa de la lección… ■ «Mi primer impulso», dice Cornachiola, «fue de hablar, de gritar». ¡Es verdad! La primera vez es ciertamente así. Mas la exaltación humana queda frenada por la alegría y la paz  que se desprenden de la visión y ya no se mueve… Después, si acaso, una vez pasado el ratito de Cielo, se produce una vitalidad nueva, un deseo de hacer, de decir y de cantar nuestro gozo, de participarlo con los demás y decirles: «Venid a las fuentes de la paz y del gozo». Mas… un pudor espiritual nos ata. Al menos a mí así me sucede… pues resulta costoso alzar los velos del misterio realizado… Si Dios así lo ordena, se obedece… mas es preferible guardar oculto el tesoro… Cornacchiola desfogó la exuberancia propia de esos momentos con las palabras rasguñadas en la toba y con el cartel colocado en la gruta. Yo… la expreso con el canto, única cosa que, enferma como estoy, puedo aún realizar.
«El vestido negro por tierra y una cruz rota», como Cornacchiola, María Valtorta también ha visto. Mas ella no puede revelar aquella tremenda lección, pues Dios la obligó a destruirla. Y sobre el extraño fenómeno de recordar fielmente, confirma lo dicho por Cornacchiola: Cuando la Sabiduría quiere que recordemos, entonces se repiten las palabras y vuelven a iluminarse en mi mente como si me las repitiese un disco. Como sucedió con aquel famoso y tremendo dictado.- Prosigue María Valtorta: «El vestido negro por tierra y una cruz rota». Yo también, desde 1943 (diciembre o noviembre) he visto ambas cosas pisoteadas y ofendidas, habiéndomelas indicado María. De ellas y de lo que que­rían expresar habló el Maestro divino. Mas no puedo revelar aquella tremenda lección que siempre tengo presente. No sé si en la parte del mensaje secreto que recibiera Cornacchiola se habla de lo que significan ese vestido negro (sacerdotal) y esa cruz rota. Si así es, Dios que, por no hacerme más aborrecible a cierta clase de personas, me obligó a destruir aquel dictado y, para ponerlo en conocimiento de su Vicario, ha echado mano de Cornacchiola… que es más fuerte que yo (materialmente) y, de este modo, hacer frente a las reacciones de esa clase de gente. ■ «De este extraordinario coloquio no he perdido ni tan siquiera una sílaba por el extrañísimo fenómeno que, aun no habiéndolo trans­crito fielmente, él se me desarrollaba regularmente en el cerebro desde la primera palabra “Soy” hasta la última “Amor” con un ritmo lento como el de un discurso impreso en un disco que se fuera repitiendo ininterrumpidamente». Así es ciertamente. Cuando la Sabi­duría quiere que recordemos, no habiéndonos encontrado nosotros en disposición de escribir mientras la Sabiduría hablaba, entonces se repiten las palabras lo mismo que las grabadas en un disco, no callando hasta tanto pudieran ser transcritas. Muchas, decenas de veces me ha sucedido lo mismo a mí, especialmente cuando los dictados son mandatos que haya de transmitir, mensajes recibidos que he de poner en conocimiento de alguien o bien para que queden grabados en la mente. ■ Por ejemplo, por más que hayan pasado cuatro años y cuarenta días desde que recibí aquel famoso y tremendo dictado que se me hizo guardar inmediatamente en un sobre sellado que habría de ser entregado al Pontífice reinante en el  momento de mi muerte y que después, por los hechos que muchos saben, se hizo destruir (quemar) el 24 de marzo de 1946 por orden que me la transmitió el Arcángel San Gabriel —lo quemé sin abrir el sobre y, por tanto, sin volver a leer cuanto escribiera el 19 de noviembre (me parece) de 1943, que ya no recordaba (fijarse bien)— las palabras de aquel dictado volvieron a iluminarse en mi mente desde el momento en que quemé el dictado y las siento todos los días (por esfuerzos que haga para no sentirlas al ser por demás temerosas) como si me las repitiese un disco o un incansable repeti­dor. Y esto sucede también con ciertas lecciones secretas que Dios quiere que yo recuerde sin tenerlas que escribir, porque no quiere que otros se beneficien después de haberme atormentado tanto no queriendo rendirse a la evidencia de lo sobrenatural que se realiza en mí. Tan sólo mi Director lo sabe. ■ Reconozco perfectamente que la lección recibida por Cornacchiola viene del Cielo por las palabras «prudencia, ten prudencia… la ciencia renegará de Dios». ¡Cuántas veces he sentido y siento que me dicen estas palabras recibiendo la demostración de que son verdade­ras! ¿Acaso la ciencia no combate a la Obra en la que esplende la Sabiduría que la dictó?
* Un breve paréntesis en el comentario del folleto: para hablar del perfume, que, tras la venida a mí de María Stma., unos no (Padre Mariano) y otros sí perciben, incluso a kilómetros de distancia.- ■ Prosigue María Valtorta: El perfume… Sí. Muchos de mis testigos han advertido el per­fume que perdura tras la venida a mi lado de María Santísima. Otros también lo han sentido; mas, no sabiendo su origen, han creído que yo haya esparcido perfumes… No tengo perfumes en casa y, por tanto, no puedo esparcir lo que no tengo. Y lo más gracioso del caso es que, a veces, cuando en la habitación llega la onda perfumada que anuncia a María o perdura tras su venida, hay quien la siente y quien no. Por Navidad estuvo a visitarme el Padre Mariano. Él hablaba… y yo contemplaba. Qué dijo, no lo sé ciertamente, como tampoco qué efecto habríale producido mi distracción y mi silencio… Dijo Marta al entrar: «¡Qué perfume! Parece incienso. Parece… No sé». Me sobrecogió esta exclamación y le miré al P. Mariano que, plácida­mente, decía: «¿Perfume? Yo no percibo nada». En esto entró la señora Panigadi (5) y exclamó a su vez: «¡Qué fragancia!». Así pues, el perfume era percibido por mí, por Marta y la Señora Panigadi, mas no por el P. Mariano. Algunos califican este olor como de violetas, otros como de rosas y otros más como de lirios o incienso… Yo, en cambio, lo denomino: «olor de flores blancas» porque en él siento fragancias de lirios, muguetes, nardos, magnolias, jazmines con aro­mas de violetas… Un perfume especial, indefinible, si bien penetrante y suavísimo. ■ Y, yo que estoy en ello, debo decir también una cosa. Y es que, cuando está conmigo María Santísima, entonces es cuando con mayor intensidad le ruego por aquellos que se encomiendan a mí o se hallan más necesitados de la celestial misericordia… Le digo a María: «Madre-Reina mía, te ruego por… vé adonde fulano o mengano. Con­suélale o consuélala, llévale gracia, tócale el corazón, ilumina su mente, etc. etc.» según de quien se trate. Realizo gustosa el sacrificio  de perder la visión de María Santísima con tal de que otras almas reciban consuelo o se arrepientan. ■ Ya más de uno de mis siete vale­dores aún los alejados de mí a kilómetros y kilómetros de distancia, me han hablado de «particulares oleadas de un perfume misterioso a horas especiales de dolor o de duda sobre lo que hacer o hasta… de maldad», puesto que mis valedores no son todos santos. Dos lo son ciertamente; mas los otros cinco… son criaturas con sus egoísmos, defectos, tibiezas espirituales, etc. etc. Uno de ellos es aquella per­sona que por Navidad puso en duda la Virginidad de María y su integridad física antes y después del parto… (6). Con todo, Jesús los eligió así para que no se diga que, siendo todos religiosos, (santurrones tal vez) son propensos a sugestiones… No. Son criaturas de muy diverso temperamento. Algunas del todo practicantes, otras malas practicantes, otras almas justas (sólo dos). Una tan sólo vive conmigo: Marta, que, por cierto, no es un modelo de misticismo. Tengo que urgirle yo para que cumpla con sus prácti­cas religiosas… que las hace muy distraídamente. ■ Reproduzco aquí un párrafo de la carta de uno de mis valedores, persona seria, equilibrada y piadosa: «En estos últimos tiempos un perfume particular, semejante al de las cuentas del Rosario (bendecidas por María), viene a despertar en mí un más vivo recuerdo de las dos Marías: la Virgencita de Nazaret que me dio al Verbo Encarnado y la crucificada María, secretaria del Verbo. Este perfume llega a veces hasta mi habitación, otras mientras oficio, siendo unas veces intenso y otras ligero y delicado, dándome la sensación de una cerca­nía que me asegura la comunión de espíritus y la protección del Cielo. Dulce consuelo en mi soledad y delicadeza divina que viene a aligerar el sacrificio de mi crucifixión (de no poder estar a mi lado) etc. etc.». (Carta del 25-12-47). ■ Me he desviado un poco del asunto que venía tratando (la Apari­ción); mas es mi Ángel Custodio el que me sugiere que escriba estas notas particulares sobre mis fenómenos, diciéndome: «No son inútiles. Escríbelas».
«Soy la Virgen Reina de la Revelación», dice el folleto. Me parece que en la Obra y en los dictados gran parte de la Revelación, si no toda, nos ha venido por el conducto de María que nos dio al Verbo que tantas lecciones me ha dictado.- «Rogar por la unidad de los cristianos». En el ya lejano 1931 mi Señor, al ordenarme, no con imperio de Dios sino con amor de Esposo, que ofreciese de nuevo solemnemente mi vida, me sugirió que lo hiciese igualmente por la unidad de las iglesias en un único Redil.- ■ Prosigue María Valtorta: Pero bueno, volvamos al folleto de Loccatelli. «Soy la Virgen de la Revelación. Soy la que estoy en la eterna Trinidad». Díjome María: «Soy la Virgen Reina de la Revelación» y me exhortó a que, al recitar las letanías, a continuación de «Reina de la Paz» dijese «Reina de la Revelación». Soy la que estoy en la eterna Trinidad. ■ Cuando leí en un suelto muy conciso del periódico (unas pocas líneas) estas palabras, me dio un vuelco el corazón porque en 1943, o sea, cuatro años antes de que lo leyera en el suelto del periódico de mayo o junio de 1947, me las dijo María, letra por letra… con el añadido de «Santísima» delante de la palabra «Trini­dad» y sin «eterna». Soy por demás ignorante en materia religiosa para poder comentar de palabra el capítulo «El nuevo atributo de la Virgen». Pero me parece que en  la Obra y en los dictados en general, gran parte de la Revelación nos viene de labios de María si es que no se quiere llegar a decir que toda la revelación de la Obra nos ha venido por el conducto de María que nos dio al Verbo encarnado, ese Jesús-Maestro que tantas lecciones me ha dictado. ■ ¡Cuántos avisos sobre el futuro más o menos cercano se encuen­tran en los dictados desde el 23 de abril de 1943 hasta hoy! Y sobre la tregua entre ambas guerras (1943-44-45), sobre la época de los precursores del Anticristo; sobre las  armas (atómicas, etc. etc.) sumi­nistradas por Satanás a los hombres para matar cuerpos y espíritus en una desesperación maldecidora de Dios; sobre la persecución con­tra la Iglesia y la caída de una tercera parte de las estrellas arrolladas por la cola del Dragón… las estrellas… los sacerdotes… ¡Ay de mí! ¡Querría olvidar tantas cosas! Mas la revelación en su parte esencial, no se olvida. ¿Para qué saber, Dios mío? ¡Preferiría no saber!  ■ «Rogar por la unidad de los cristianos». En el ya lejano 1931 mi Señor, al ordenarme, no con imperio de Dios sino con amor de Esposo, que ofreciese de nuevo solemnemente mi vida, me sugirió que lo hiciese igualmente por la unidad de las iglesias en un único Redil. Y el 1º de julio, festividad de la Preciosísima Sangre, realicé el ofrecimiento de mí misma por la unidad asimismo de las iglesias. Por ahora aún no he derramado mi sangre ni la he mezclado con la San­gre divina derramada por la remisión de muchos: de todos, como querría el Corazón de Jesús… Mas si no es cruento mi morir, no es por ello menos efusión de mi vitalidad este mi lento morir entre los desgarros de tantas enfermedades como desde hace 15 años me tie­nen postrada en el lecho después de haberme torturado, estando de pie, durante los cuatro años anteriores, datando mis sufrimientos desde el año 1920. Y sufro de muy buen grado por mis «hermanos separados». Querría conseguirles el retorno a la Iglesia de Roma. También en la Obra y en los dictados he tenido muchas veces referencias de Jesús a estos pobres hermanos separados del verdadero Redil y abrigo un sincero y profundo amor por ellos, no pesándome el sacrificio por cuanto los querría ver en la Vida, en el Camino y en la Verdad. ■ Cuando en 1942 supe de Sor M. Gabriela, la trapense de Grottaferrata (7) tuve una pena tan sólo que aún me dura: el que Dios tarde tanto en consumirme mientras yo tengo tanta prisa en dar fin al sacrificio para que los pobres hermanos separados tornen al Cuer­po Místico.
* Conversión de Cornacchiola, prueba de la aparición de la Virgen, y las conversiones de la Obra de María Valtorta, prueba de su origen divino: porque solo el Cielo nos convierte así, totalmente, de súbito o lentamente mas para siempre.- ■Prosigue María Valtorta: Página 21 del folleto. Dice Cornacchiola: «Nací el 12 de abril de 1947» y comenta el periodista Loccatelli: «El primer milagro igual­mente indiscutible de que es verdaderamente la Virgen Madre la que se ha aparecido. Porque únicamente el Cielo es el que nos convierte así: totalmente, bien sea de súbito o lentamente, mas para siempre. ■ Un tiempo el P. Migliorini, entonces mi padre espiritual y direc­tor, para darme seguridad en cuanto me acaecía, decíame: «Yo estoy seguro de que es sobrenatural del Cielo porque he visto operarse en usted mutaciones de espíritu y llevarse a cabo acciones de la Gracia de un modo súbito. Créalo así usted también». Aún guardo aquellas cartas… Después… no sé qué pudo acaecer en él ni lo quiero saber. Mas tengo yo igualmente una prueba indiscutible de que las palabras que se me han dictado vienen de Dios, de María, de los Santos Habitantes del Cielo. Y la prueba es la conversión a Dios de la familia Belfanti, anticlerical, espiritista, etc. etc., su abjuración de las prácticas espiritistas y su fidelidad a los Sacramentos. ■ Y más que de ninguna otra cosa, para formar juicio sobre el ori­gen de la Obra y sobre mí, que soy más combatida que Cornac­chiola —por más que mi vida anterior a la Obra pueda hacer pensar en un más que posible contacto con lo divino entre mí, pequeña víc­tima, y la Gran Víctima, mi Amor,— creo que, en lo que a mí se refiere, se debería tener en cuenta el dolor, mi fiel compañero desde la infancia hasta… la muerte, dolor de toda especie: físico y moral, única cosa verdaderamente fiel que he tenido durante mi vida y a la que yo guardo fidelidad y amo… ■ Y, en cuanto a la Obra, las conver­siones obtenidas con la misma. Ésta, más que ninguna otra cosa por­que, deseo de ocultamiento, paciencia en los sufrimientos y amor al dolor son cosas que, ciertamente, puso Dios en mí y yo las he secundado con amor. Mas son cosas que Dios puede darlas a quien no es portavoz. Ahora bien, convertir a los endemoniados, no, eso no puede venir del demonio. De lo contrario, habría que decir que Lucifer se combate a sí mismo, que se desprende de sus presas para ofrecérselas a Dios… Lo que resulta un absurdo imposible. Porque Lucifer es un ávido que devora y no devuelve, a menos que Dios mismo combata contra él y le venza, salvando así a los infelices.
«Quien tuvo la suerte inesperada de posar su mirada en tan celestial belleza no puede hacer sino desear la muerte para poder revivir eternamente la indecible felicidad»: Y así espero poder hacerlo pronto yo, pasando a adorar eternamente, sin limita­ción alguna, a los únicos Buenos y únicos Amantes que, desde su infancia hasta ahora, conoció la pobre María.- Respecto a la estatua mal lograda de la Virgen.- Prosigue María Valtorta: Y termino con las propias palabras de Cornacchiola, tan verdade­ras y justas: «Quien tuvo la suerte inesperada de posar su mirada en tan celestial belleza no puede hacer sino desear la muerte para poder revivir eternamente tan indecible felicidad». Sí. Y así espero poder hacerlo pronto yo, dejando la Tierra en la que tan sólo Jesús y María fueron para mí sol y flor, pasando a adorar eternamente, sin limita­ción alguna, a los únicos Buenos y únicos Amantes que, desde su infancia hasta ahora, conoció la pobre María. ■ Con referencia a la estatua… ¡Pobres de nosotros! No sé qué efecto le pueda hacer a Cornacchiola esa imagen. A no ser que María Santísima, por complacer a su convertido, no transforme a sus ojos semejante… esperpento, creo yo que Cornacchiola no querrá mirarla para no sufrir. ¿María Santísima ésa? Mejor le fuera a Ponzi que, dejando a un lado el leñoso 900, se hubiese inspirado en la estatua esculpida en mármol que realizó el escultor francés que, siguiendo las indicaciones de Bernardita Soubirous, labró la imagen de Lourdes o en la otra estatua tan parecida a María Santísima que hay en Fátima. ■ Por lo demás, la misma Virgen emitió su juicio sobre esto el 28-12-47 (8), no teniendo yo más que decir. O mejor, digo otra cosa: que este tiempo de ira y de tinieblas nos hace tan ciegos, sordos y estólidos para la Belleza, que no sabemos ya ni dar una pálida imagen de lo que es la Belleza eterna en Jesús, la Virgen, los Santos… y fabricamos… monstruos que reflejan la leñosa dureza de nuestros espíritus muertos al Amor… (Escrito el 31 de  Diciembre de 1947).
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1  Nota  : Dictado  47-418.   2  Nota  : Parece más bien  que sea en el  dictado del 28 de  Diciembre de 1947 (47-419). 3  Nota  :  Esta referencia no aparece en los «Cuadernos». Ver la nota  anterior 2.  4  Nota  : Cfr.  Lc.  6,38.   5  Nota  : Ángela Paginadi, amiga desde la infancia de María Valtorta, fallecida en 1960.   6  Nota  : El 25 de Diciembre de 1947 (47-418).  7  Nota : Sor Gabriela Sagheddu, trapense Grottaferrata (1914-1939) que se ofreció víctima por la unidad de los cristianos y fue beatificada por el Papa Juan Pablo II el 25 de Enero de 1983.   8  Nota  : Cfr. Dictado 47-419.
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48-439.-  “Si tienen fe obraré prodigios de gracias”.
* “La Benditísima pone la condición «si tienen fe» para prometer «obrar prodigios de gracias». El río de gracias, pronto a derramarse, se vuelve para otra parte si el hombre le opone un dique con su incredulidad”.-  ■ Tan amada me siento y tan feliz por el retorno de María de Lourdes que vino ayer (a partir de las 17 y tan… potentemente, que me hallaba fuera de los sentidos, de lo que Marta puede dar razón) que pregunto, en relación con lo acaecido en San Paulino (1), y con las palabras de María Santísima de ayer tarde: “Si tienen fe obraré prodigios de gracias”; ■ y el Divinísimo me responde: “En el 4º de los Reyes 7, 19 (2) se dice de aquel en cuyo brazo el rey se apoyaba: «Aunque abriese el Señor las cataratas del Cielo, ¿podría nunca suceder lo que tú dices?». Te digo que hay muchos que, por más que el Señor abriese las cataratas del Cielo para inundar la Tierra de gracias y milagros, seguirían diciendo: «¿Puede ser esto? No». El milagro presupone la fe. Dios da la señal. Se manifiesta. Es una continua epifanía llamando a los espíritus a la fe, a la esperanza, y a la caridad, a Dios. Mas, a renglón seguido, os deja libres para creer o no creer. ■ Mas dígoos que el río de gracias, pronto a derramarse, se vuelve para otra parte si el hombre le opone un dique con su incredulidad. He aquí por qué la Benditísima pone la condición «si tienen fe» para prometer «obrar prodigios de gracias». Llega la hora de la gracia y queda a la espera; mas si el hombre no la invita diciéndole: «quédate con  nosotros», pasa y ya no retorna”. (Escrito el 6 de Enero de 1948).
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1 Nota  : En la parroquia de María Valtorta, en Viareggio, en la que algunos creyeron notar una señal extraordinaria en la estatua de la Inmaculada.   2  Nota  : Vulgata: 2 Rey. 7,19.
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.                                c)  Dictado extraído del «Libro  de Azarías» (1)

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(<El día del Corpus Christi>)

46-90.- “¡Oh santa, Madre y Nutriz del Género Humano! ¡Granero escogido! ¡Jardín colmado de flores y de doradas abejas! ¡Huerto cerrado y fuente de suavidad!”.
* “Yo ángel, quiero que sepas tú lo que nosotros pensamos al contemplar al Hijo y a la Madre: al Hijo, hecho Pan, y a la Madre, feliz, de la que vosotros, al alimentaros de Él, os alimentáis igualmente de Ella”.- ■ Habla Azarías: “Ven, elévate, porque esta explicación, más que meditación, será contemplación y adoración, a la vez que identificación con nuestro pensamiento angélico que difiere mucho de las acostumbradas explicaciones de este misterio. Y la diferencia se advierte ya desde el Intróito. Escucha. Se dice que la flor del trigo y la miel con que el Intróito hace referencia a las dulzuras eucarísticas, se expresan en recuerdo del Maná: el pan llovido del cielo a modo de rocío, semejante a la semilla de cilandro y de sabor a flor de harina con miel, un símbolo de la Eucaristía que se le dio al pueblo hebreo. Mas yo ángel, quiero que sepas tú lo que nosotros pensamos al contemplar al Hijo y a la Madre: al Hijo, hecho Pan, y a la Madre, feliz, de la que vosotros, al alimentaros de Él, os alimentáis igualmente de Ella. Porque, ¡oh!, verdaderamente es así, ya que vosotros, ¿de qué os nutrís sino del Pan que es el Hijo de María, formado Hombre por Ella, Purísima y dulcísima, con lo mejor de Sí misma: con su sangre virginal, con su leche de Madre Virgen y con su amor de Esposa Virgen? Sí. Dios os nutre con la pura flor de trigo. La espiga intacta nacida en tierra escogida, en el Huerto cerrado de Dios, madurada con el calor del Sol-Dios, se ha hecho harina, flor de harina para daros el Pan-Jesús. Se ha hecho flor de harina. ■ ¡No es éste un modo de hablar! Por vuestro amor, por el amor de los hombres se inmoló, se redujo a polvo entre las muelas de la obediencia y del dolor. Ella, la Intacta, a la que ni las Nupcias ni el Parto ni la Muerte pudieron herir, violar ni reducir a polvo como a mortal. Sólo el amor, sólo él la puso en la muela donde la Corredentora llegó a cambiarse de espiga en flor de trigo… Ya lo afirmó el Hijo: «Si el grano no muere no llegará a ser espiga». ¿Qué mortal fuera de María, la que no habría de morir, supo morir a sí misma y a sus afectos para daros el Pan de Vida? La que no conoció la muerte gustó las muertes todas de las renuncias para daros el fruto ópimo del Salvador y del Redentor. Y después, como Madre, hízolo crecer para vosotros con lo mejor de Sí: con la Leche virginal, y por lo mismo, también con su sangre que imprimía movimiento al Corazón que latía sólo por Dios, con su sangre hecha amor maternal. Lo hizo crecer para vosotros con su calor, con sus cuidados, con toda la miel extraída de la roca intacta, elevada contra el Cielo y besada por el Sol-Dios. Y, por fin, os lo dio a comer ensaboreado, no sólo con la miel de su amor, sí que también con la sal de su llanto. ■ ¡Oh santa, Madre y Nutriz del Género Humano! ¡Granero escogido! ¡Jardín colmado de flores y de doradas abejas! ¡Huerto cerrado y fuente de suavidad! Verdaderamente Jesús es el Pan verdadero, mas lo es también María, como así mismo es la que de la Palabra hizo un Hombre para darlo a los hombres en redención y nutrimento. Sabiduría, Vida y Fortaleza es este Pan, mas también Pureza, Gracia y Humildad. Porque si es Jesús este Pan, lo es igualmente María que hizo a Jesús con la flor de su cuerpo y la miel de su Corazón. Pan que recuerda la Pasión divina, Pan que recuerda el verdadero Cuerpo y la verdadera Sangre de Jesucristo; mas Pan que, para ayudaros a ser dignos de gozar de la Redención que es la consumación del Cordero sobre el Altar de la Cruz, debe ciertamente recordaros a la Deípara que formó aquel Pan en su Seno”. (Escrito el 20 Junio de 1946).
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1 Nota : Azarías, según María Valtorta, es un Ángel, su Ángel de la Guarda, Autor de este «Libro de Azarías». Es quien se lo habría dictado.

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