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Sumario:
 Conocimiento en Jesús.- En la fiesta de la Dedicación del Templo, los judíos preguntan: “Dinos, pues, quién eres?”. “Yo y el Padre somos Uno”.- Decreto del Sanedrín: busca y captura. ¿No comprendéis que es mejor para nosotros que muera un hombre, en vez de que mueran muchos?.- 3º Anuncio de la Pasión.- Unción en la cena de Betania.- El Sanedrín delibera sobre el modo de apoderarse de Jesús. Judas se entrevista con los jefes del Sanedrín.- Entrada triunfal de Jesús en Jerusalén.- Parábola de los viñadores pérfidos.- El tributo al César.- Recriminación a fariseos y escribas.- Apóstrofe sobre Jerusalén. Profecía sobre el Templo y sobre Israel («No volveréis a verme hasta…»).- Homenaje de los gentiles. Manifestación del Padre.- Última Cena.

 

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          El tema  de “Jesús Redentor”,  Pre-Pasión, 2ª parte, comprende:
Episodios y dictados  extraídos de la Obra magna
«El Evangelio como me ha sido revelado»
(«El Hombre-Dios»)
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     (<Después de un periplo por Jericó y Betabara, han llegado nuevamente a Jerusalén. No así Judas de Keriot, y los apóstoles hablan de ello en voz baja. Jesús está infinitamente triste. ¿Esa tristeza se la causan la enfermedad de Lázaro y las lágrimas de sus hermanas o es Judas que no está con ellos? ¿Pero realmente sabe o no sabe lo que hace Judas? >)
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8-527-200 (9-244-627).- Conocimiento en Jesús.- ¿Conoce todo el futuro o en parte le está oculto?.- Tentaciones en la naturaleza humana de Jesús.
* “No ignoro como Dios, no ignoro como Hombre. Como Dios no ignoro el futuro de los siglos, y como hombre justo no ignoro el estado de los corazones… También he experimentado este martirio del hombre: el tener que seguir adelante sin ver, fiándome del todo en la Providencia. Debo conocer todo lo del hombre, menos el pecado”.- ■ Juan exclama: “¡Él sabe las cosas antes de que sucedan, estoy seguro!”. Zelote dice: “Muchas. No todas. Me imagino que su Padre le oculte algunas cosas por compasión”. Los once se dividen en dos partidos. Quiénes aceptan esta opinión, quiénes la otra, y ambas partes acarrean argumentos para la suya. Juan exclama: “¡Oh, yo no quiero escuchar, ni a unos ni a otros, ni a mí mismo! Somos unos pobres hombres, y no vemos lo justo. Voy a preguntárselo a Él”. Andrés objeta: “No. Podría pensar otra cosa, y con tu pregunta recordarle a Judas haciéndole sufrir más”. Juan: “No le voy a hablar así… No le diré que veníamos hablando de Judas. Hablaré así… sin referencias concretas”. Pedro, empujando a Juan, dice: “¡Ve, ve! Le ayudarás para que se distraiga. ¿No veis cuán afligido va?”. Juan: “¿Quién viene conmigo?”. Pedro: “Ve tú solo. Contigo habla sin reserva. Y luego nos lo dices…”. ■ Juan se va; le llama: “¡Maestro!”. “Juan, ¿qué quieres?”, y el rostro de Jesús se ilumina con una sonrisa al ver a su discípulo predilecto, sobre cuyos hombros pone su mano y caminan así juntos. Juan: “Hablábamos entre nosotros y dudábamos sobre una cuestión. Ésta: si Tú conoces todo el futuro o si en parte te está oculto. Unos decían una cosa, otros otra”. Jesús: “¿Y tú qué decías?”. Juan: “Decía que lo mejor era preguntártelo a Ti”. Jesús: “Y por eso viniste. Hiciste bien. Esto a lo menos nos sirve a Mí y a ti que gocemos de estar juntos… es tan difícil tener un poco de tranquilidad…”. Juan: “¡Es verdad! ¡Qué bellos eran los primeros días!…”. Jesús: “Sí. Para el hombre que somos eran muy bonitos; pero para el espíritu que hay en nosotros son mejores estos. Porque ahora es más conocida la Palabra de Dios, y porque sufrimos más. Cuanto más se sufre, más se redime, Juan… Por este motivo, aunque recordemos los tiempos serenos, debemos amar más estos que nos hacen sufrir, y que con el dolor nos dan almas. ■ Pero voy a responder a tu pregunta. Escucha. Yo no ignoro, como Dios. Y no ignoro, como Hombre. Conozco el futuro de los acontecimientos porque estoy con el Padre desde antes de que existiese el tiempo y veo más allá del tiempo. Como Hombre, exento de imperfecciones y limitaciones unidas a la Culpa, y a las culpas, tengo el don de leer en los corazones. Este don no está limitado al Mesías, sino que, en distinta medida, lo poseen todos aquellos que, habiendo llegado a la santidad, están tan unidos a Dios que puede decirse que no operan por sí mismos sino que operan con la Perfección que reside en ellos. Por tanto, puedo responderte que como Dios no ignoro el futuro de los siglos, y como hombre justo no ignoro el estado de los corazones”. Juan reflexiona y no dice nada. También Jesús por unos momentos. Luego: “Por ejemplo, ahora en ti estoy viendo este pensamiento: «Entonces mi Maestro sabe, conoce exactamente el estado de Judas de Keriot»”. Juan exclama: “¡Oh, Maestro!”. Jesús: “Lo sé. Lo conozco y continúo siendo su Maestro, y quisiera que vosotros continuaseis siendo sus hermanos”. ■Juan: “¡Maestro santo!… ¿Pero de veras conoces todo? Mira, algunas veces decimos que no es así, porque vas a ciertos lugares donde te encuentras con tus enemigos. ¿Sabes, antes de ir a esos lugares, que te los vas a encontrar y vas para combatirlos con tu amor, para someterlos al amor,  o… por el contrario no lo sabes y conoces a los enemigos solo cuando los tienes frente a Ti y lees sus corazones? Una vez me dijiste —estabas muy triste y por el mismo motivo— que te sentías como uno que no ve…”. Jesús: “También he experimentado este martirio del hombre: el tener que seguir adelante sin ver, fiándome del todo en la Providencia. Debo conocer todo lo del hombre, menos el pecado. Y esto no por una barrera que haya puesto el Padre mío a mi ser humano, al mundo y al demonio, sino por mi voluntad de hombre. Porque Yo soy como vosotros”.
*  Tentaciones en la naturaleza humana de Jesús: “Yo soy como vosotros. Pero sé querer más que vosotros. Por eso, sufro las tentaciones pero no cedo a ellas. Y en esto reside, como en vosotros, mi mérito. ¿No reparas que tengo una vida… que todas estas cosas me tientan a escapar del peligro?  La Serpiente lo llama «peligro», pero su verdadero nombre es «Sacrificio»… Tengo sentimientos. En Mí existe el «yo» moral, y sufre con las ofensas… mentiras… ¿Sabes cuántas veces el demonio me tienta a reaccionar contra estas cosas, que me causan dolor?… y ¡la tentación de la complacencia de ser santo!”.-Jesús: “Sí. Yo soy como vosotros. Pero sé querer más que vosotros. Por eso, sufro las tentaciones pero no cedo a ellas. Y en esto reside, como en vosotros, mi mérito”. Juan, incrédulo, exclama: “¡Tentaciones, Tú!… Me parece casi imposible…”. Jesús: “Porque tú tienes pocas. Eres puro y piensas que siendo Yo más que tú, no deba conocer la tentación. De hecho la carnal es tan débil respecto a mi castidad, que mi «yo» ni siquiera la percibe. Es como si un pétalo de flor chocase contra el mármol, al que no le causaría rasguño alguno. Se resbala… Hasta el mismo demonio se cansó de arrojarme estos dardos. Pero Juan, ¿no piensas en cuántas otras tentaciones hay a mi alrededor?”. Juan: “¿A tu alrededor? Tú no ambicionas riquezas, ni honores… ¿cuáles pueden ser?”. ■ Jesús: “¿No reparas que tengo una vida, que tengo cariños y también obligaciones para con mi Madre, y que todas estas cosas me tientan a escapar del peligro? La Serpiente lo llama «peligro», pero su verdadero nombre es «Sacrificio». ¿No piensas que también tengo sentimientos? En Mí existe el «yo» moral, y sufre con las ofensas, con los escarnios, con la insinceridad. Oh, Juan mío, ¿no te preguntas cuánto asco me causan la mentira y el mentiroso? ¿Sabes cuántas veces el demonio me tienta a reaccionar contra estas cosas, que me causan dolor, a reaccionar olvidando la mansedumbre, y poniéndome duro e intransigente? Y, en fin, ¿no piensas cuántas veces me lanza su aliento encendido en soberbia y me dice: «Gloríate de esto o de aquello. Eres grande. El mundo te admira. ¡Los elementos te sirven!»? ■ ¡La tentación de la complacencia en ser santo! ¡La más sutil! ¡Cuántos, por esta soberbia, pierden la santidad que habían conquistado! ¿Con qué corrompió Satanás a Adán? Con la tentación del sentido, del pensamiento y del espíritu. ¿No soy el Hombre que debe crear otra vez al hombre? De Mí saldrá la nueva raza. Entonces, Satanás busca los mismos caminos para destruir, y para siempre, la raza de los hijos de Dios. Vete ahora con tus compañeros y refiéreles lo que te he dicho. Y dejaos de pensar si sé o no sé lo que hace Judas. Piensa en que te amo. ¿No basta este pensamiento para llenar un  corazón?”. Le da el beso y le dejar marchar. (Escrito el 8 Noviembre de 1946).
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 (<Judas Iscariote ha asegurado que, según sus averiguaciones, Jesús, en adelante, no va a ser molestado por las autoridades judías>)
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8-537-282 (9-234-706).- En la fiesta de la Dedicación, en el Templo. Los judíos preguntan: “Dinos, pues, quién eres?”. “Yo el Padre somos Uno” (1). Expulsión del Demonio en una niña.- La mala voluntad de los judíos.
* La niña poseída señala a Jesús como Hijo de Dios y a Iscariote como demonio.- “¡Sed malditos Tú y el Padre que te ha enviado y El que viene de Vosotros y es Vosotros…!”.- ■ No es posible estar parados en esta mañana fría y ventosa. En la cima del Moria el viento, que viene del noroeste, sopla haciendo ondear los vestidos y poniendo rojos las caras y los ojos. No obstante, hay gente que ha subido al Templo para las oraciones. Pero faltan completamente los rabinos con sus respectivos grupos de alumnos. Así que el pórtico parece más amplio y sobre todo más majestuoso, sin esas voces gritonas y sin esa pompa que hay en él. Y debe ser cosa muy extraña verlo vacío así, pues todos se asombran como de una nueva cosa. Y Pedro se escama. Tomás, que, envuelto como está en su largo y pesado manto, parece aún más robusto, dice: “Se habrán encerrado en alguna habitación, por temor a perder su voz. ¿Los extrañas?” y se ríe. Pedro: “¡Yo, no! ¡Ojalá nunca los volviera a ver! Pero mi miedo es que…” y mira a Iscariote, y éste, que no habla pero que comprende la mirada de Pedro, dice: “De veras que han prometido no molestar más, excepto en el caso de que el Maestro los… escandalizara. Está claro que vigilan, pero no están aquí porque aquí ni se peca ni se ofende”. Pedro: “Mejor así. Y que Dios te bendiga, muchacho, si has logrado que entren en razón”. ■ Todavía es temprano. Hay poca gente en el Templo. Digo “poca”, y es lo que parece, dadas las dimensiones del Templo. Ni siquiera doscientas o trescientas personas se ven dentro: en los patios, pórticos y corredores… Jesús, único Maestro en el amplio Atrio de los Gentiles, va y viene hablando con los suyos y con los discípulos que ha encontrado en el recinto del Templo. Responde a objeciones o preguntas, esclarece puntos que no han podido comprender y que no pudieron explicar otros. Se acercan dos gentiles, le miran, se van sin pronunciar palabra alguna. Pasan personas que trabajan en el Templo, le miran: tampoco dicen una palabra. Lo mismo sucede con algún fiel. Bartolomé pregunta: “¿Vamos a seguir aquí?”. Santiago de Alfeo dice sonriente: “Hace frío y no hay nadie. Pero es agradable estar aquí con tanta paz. Maestro, hoy estás justamente en la Casa de tu Padre. Y como Dueño. Así habrá sido el Templo cuando vivían Nehemías y los reyes sabios y los hombres piadosos”. Pedro dice: “De mi parte sería mejor que nos fuéramos. De allá nos están espiando…”. Santiago de Alfeo: “¿Quiénes? ¿Los fariseos?”. Pedro: “No. Los que pasaron antes, y otros más. Vámonos, Maestro…”. Jesús: “Espero a los enfermos. Me vieron cuando entraba en la ciudad; y la voz se esparció, sin duda. Cuando haga más sol, vendrán. Quedémonos, al menos, hasta un tercio antes de la sexta”. Y reanuda su marcha adelante y para atrás para no sentir el aire frío. De hecho, después de poco tiempo cuando el sol ha mitigado ya el frío, llega una mujer con una niña enferma y pide que se la cure. Jesús la complace. La mujer pone su óbolo a sus pies diciendo: “Esto es para otros niños que sufren”. Iscariote recoge la moneda. Poco después, en una camilla traen a un hombre de edad, enfermo de las piernas. Jesús le da la salud. ■ Los terceros en venir son un grupo de personas, que pide a Jesús que salga fuera de los muros del Templo para expulsar a un demonio de una jovencita, cuyos gritos desgarradores se oyen hasta allí dentro. Y Jesús va con ellos y sale a la calle que lleva a la ciudad. Una serie de personas, entre las que hay paganos, están apiñados alrededor de los que sujetan a la jovencita, que babea y se retuerce, sacando horriblemente los ojos. De los labios de la jovencilla se escuchan palabras de mal gusto y tanto más aumentan, cuanto más Jesús se acerca. Cuatro robustos jóvenes apenas pueden sujetarla. Junto con las injurias salen gritos que reconocen a Jesús, súplicas que dicen que no se les arroje, y también prorrumpe en verdades que repite monótonamente: “¡Largo! ¡No me hagáis ver a este maldito! Causa de nuestra ruina. Sé quién eres. Eres… Eres… el Mesías. Eres… Solo te ha ungido el óleo de arriba. La fuerza del Cielo te protege y te defiende. ¡Te odio maldito! No me arrojes. ¿Por qué nos arrojas y no nos quieres mientras sí tienes cerca de ti a una legión de demonios en uno solo? ¿No sabes que todo el infierno está en uno? Sí que lo sabes… Déjame aquí, al menos hasta la hora de…”. Las palabras se cortan a veces, como ahogadas; otras veces cambian; o primero se paran y luego se prolongan en medio de gritos inhumanos, como cuando grita: “¡Déjame por lo menos entrar en él! No me mandes al Abismo. ¿Por qué nos odias, Jesús, Hijo de Dios? ¿No te basta con lo que eres? ¿Por qué quieres mandar también sobre nosotros? ¡No te queremos! ¿Por qué has venido a perseguirnos si hemos renegado de Ti? ¡Tus ojos! Cuando estén apagados nos reiremos… No… Ni siquiera entonces… ¡Tú nos vences! ¡Sed malditos Tú y el Padre que te ha enviado y El que viene de Vosotros y es Vosotros…! ¡Aaaaaah!”. ■ El grito final es completamente espantoso, como el de una persona a quien degollasen, y ha sido originado por el hecho de que Jesús, después de haber truncado muchas veces por imperativo mental las palabras de la poseída, pone fin a ellas tocando con su dedo la frente de la jovencita. Y el grito termina con una convulsión horrenda, hasta que, con un fragor que es parte carcajada y parte grito de un animal de pesadilla, el demonio la deja, gritando: “No me voy lejos… ¡Ja, ja!”, seguido de un estallido semejante al trueno de un rayo, a pesar de que el cielo está limpísimo. ■ Muchos huyen aterrorizados, otros se apiñan aún más para ver a la jovencita que de golpe se ha calmado… Luego abre los ojos y sonríe, siente que no tiene el velo en la cara ni en la cabeza, trata de ocultarla con su brazo levantado. Quienes están con ella quieren que dé gracias al Maestro pero Él dice: “Dejadla. Tiene vergüenza. Su alma me ha dado ya las gracias. Llevadla a casa, con su madre. Es su lugar como jovencita que es…” y vuelve las espaldas a la gente para entrar en el Templo, al lugar de antes. ■ Pedro dice: “¿Viste, Señor, que muchos judíos habían venido a espaldas nuestras? Reconocí a alguno de ellos… ¡Ahí están! Son los que nos espiaban antes. Mira cómo discuten entre sí…”. Tomás dice: “Estarán echándose suertes para saber en quién de ellos entró el diablo. También está Nahúm, el hombre de confianza de Anás. Es un tipo que se lo merece…”. Andrés, a quien casi le castañean los dientes: “Tienes razón. No viste, porque estabas mirando a otra parte, pero el fuego se dejó ver sobre su cabeza”. Tomás: “Yo estaba cerca de él y tuve miedo…”. Mateo explica: “Realmente todos ellos estaban juntos. Pero yo he visto el fuego abrirse encima de nosotros y pensé que íbamos a morir… Es más, he temido por el Maestro. Parecía justamente suspendido sobre su cabeza”. Leví, el discípulo pastor, objeta: “No. Yo lo vi salir de la jovencita y estallar sobre los muros del Templo”. Jesús dice: “No discutáis entre vosotros. El fuego no señaló ni a éste, ni a aquél. Fue sólo la señal de que el demonio había huido”. Andrés objeta: “Pero dijo que no se iría lejos…”. Jesús: “Palabras de demonio… Quién las hace caso. Alabemos más bien al Altísimo por estos tres hijos de Abraham curados en su cuerpo y en su alma”.
“Hace ya casi tres años que os lo vengo diciendo quién soy, y antes de Mí, os lo dijo Juan en el Jordán y la Voz de Dios que se oyó desde los Cielos. No es que os cueste comprender. Es que no queréis comprender. Padecer idiotez no sería una culpa. Dios tiene tantas luces que podrían alumbrar aun la inteligencia más cerrada, pero llena de buena voluntad. Esto es lo que os falta”.- ■ Entre tanto, muchos judíos, surgidos de una u otra parte —no había entre ellos fariseos o escribas o sacerdotes, ni siquiera uno— se acercan y rodean a Jesús. Uno de ellos claramente confiesa: “Has obrado cosas grandes esta mañana. Obras verdaderamente dignas de un profeta grande. Los espíritus de los abismos han dicho de Ti cosas grandes. Pero no pueden aceptarse sus palabras, si no las confirma tu palabra. Esas palabras nos estremecen, pero también tenemos miedo de engaño, porque se sabe que Belcebú es un espíritu mentiroso. Dinos, pues, quién eres. Dínoslo con tu propia boca que respira verdad y justicia”. Jesús: “¿No os lo he dicho tantas veces? Hace ya casi tres años que os lo vengo diciendo, y antes de Mí, os lo dijo Juan en el Jordán y la Voz de Dios que se oyó desde los Cielos”. Judío: “Tienes razón. Pero nosotros no estuvimos esas veces. Nosotros… Tú debes comprender nuestras ansias. Queremos creer en Ti como el Mesías. Pero ha sucedido muchas veces que el pueblo de Dios ha sido engañado por falsos mesías. Consuela nuestro corazón que espera oír una palabra de seguridad y te adoraremos”. Jesús los mira severamente. Luego dice: “Realmente los hombres saben decir mentiras mejor que Satanás. No. Vosotros no me adoraréis. Jamás. Sea lo que dijere. Y si lo llegaseis a hacer, ¿a quién adoraríais?”. Judío:  “¿A quién? ¡Pues a nuestro Mesías!”. Jesús: “¿Llegaríais a hacerlo? ¿Quién es para vosotros el Mesías? Responded, para que sepa cuánto valéis”. Judío: “¿El Mesías? Pues el Mesías es aquel que por órdenes de Dios juntará al Israel disperso y lo hará un pueblo victorioso, bajo cuyo cetro estará el mundo. ¿No sabes lo que es el Mesías?”. Jesús: “Lo sé como vosotros no lo sabéis. Para vosotros, pues, es un hombre que superando a David y Salomón y a Judas Macabeo, hará de Israel la nación reina del mundo”. Judío: “Así es. Dios lo ha prometido. El Mesías nos vengará, nos hará gloriosos, nos devolverá nuestros derechos. El Mesías prometido”. Jesús: “Escrito está: «¡No adorarás a otro que no sea el Señor Dios tuyo!». ¿Por qué, entonces, me adoraríais, si en Mí sólo podríais ver al Hombre-Mesías?”. Judío: “¿Y qué otra cosa podemos ver en Ti?”. Jesús: “¿Qué? ¿Y con esos sentimientos habéis venido a preguntarme? ¡Raza de víboras engañosas y venenosas! Sois hasta sacrílegos. Porque si en Mí no pudierais ver más que el Mesías humano, y me adoraseis, serías idólatras. Solo a Dios se debe la adoración. ■ En verdad os digo que el que os está hablando es más que el Mesías que vosotros os inventáis, con la misión, las tareas, palacios y poderes, que solo vosotros —desprovistos de espíritu y de sabiduría— os imagináis. El Mesías no ha venido a dar a su pueblo un reino, como creéis. No ha venido a ejercer venganzas sobre otros poderosos. Su Reino no es de este mundo. Su poder supera a todos los poderes limitados del mundo”. Judío: “Nos humillas, Maestro. Si eres Maestro y nosotros somos ignorantes, ¿por qué no quieres instruirnos?”. Jesús: “Hace ya tres años que lo estoy haciendo, y siempre estáis en las tinieblas, rechazando la Luz”. Judío: “Es verdad. Quizás sea verdad. Pero lo que fue en el pasado, puede dejar de serlo en el futuro. ¿Es que Tú que tienes piedad de los publicanos y de las prostitutas y que absuelves a los pecadores, quieres no tener piedad de nosotros, solo porque somos de dura cerviz y nos cuesta comprender quién eres?”. Jesús: “No es que os cueste. Es que no queréis comprender. Padecer idiotez no sería una culpa. Dios tiene tantas luces que podrían alumbrar aun la inteligencia más cerrada, pero llena de buena voluntad. Esto es lo que os falta. Más bien, tenéis una, sí, que es opuesta. Por esto no comprendéis quién soy”. ■ Judío: “Será como Tú dices. Estás viendo cuán humildes somos. Te pedimos en el nombre de Dios, responde a nuestras preguntas, no nos tengas más tiempo a la expectativa. ¿Hasta cuándo nuestro corazón debe estar en la incertidumbre? Si eres el Mesías, dínoslo claramente”. Jesús: “Os lo he dicho. En las casas, plazas, caminos, pueblos, montes, ríos, en las playas del mar, en las fronteras de los desiertos, en el Templo, en las sinagogas, en los mercados os lo he dicho, y vosotros no creéis. No hay lugar de Israel que no haya oído mi voz. Hasta los lugares que abusivamente llevan el nombre de Israel desde hace siglos, pero que están separados del Templo; hasta los lugares que han dado nombre a esta tierra nuestra, pero que de dominadores se convirtieron en subyugados, y que nunca se libraron de sus errores para venir a la Verdad; hasta la Sirio-Fenicia, que los rabinos esquivan como tierra de pecado, han oído mi voz y conocido lo que soy. Os le he dicho, no creéis en mis palabras. He realizado cosas a las que no habéis prestado un corazón generoso. Si lo hubierais hecho con espíritu sincero, habríais llegado a creer en Mí. Aquellos que tienen buena voluntad, que me siguen, porque me reconocen como a su Pastor, han creído a mis palabras y al testimonio que dan mis obras”.
* “Hay una utilidad colectiva de las obras que realizo. En las obras de Dios nada se hace sin un fin bueno”.- Fija su mirada en un judío: “Estás pensando… te estás preguntando si Satanás también tiene un fin bueno. Te respondo que Satanás no es obra de Dios sino de la libre voluntad del ángel rebelde. Te digo más: que del Mal, que voluntariamente se formó, Dios todavía saca un fin bueno: el de servir para hacer a los hombres poseedores de una gloria merecida. Las victorias sobre el Mal son la corona de los elegidos”.- ■ Jesús prosigue: “¿Qué? ¿Creéis acaso que lo que Yo hago no tiene un fin útil para vosotros, útil para todas las criaturas? Desengañaos. No penséis que lo útil está en la salud que una persona recupera por mi poder, o en la liberación de uno u otro de la posesión o del pecado. Esta es una utilidad circunscrita al individuo. Demasiado poco para ser la única utilidad respecto a la potencia y fuente de donde procede, que es sobrenatural, y más que sobrenatural: divina. Hay una utilidad colectiva de las obras que realizo. La utilidad de quitar toda duda a los que dudan, de convencer a los contrarios, además de robustecer cada vez más la fe de los que creen. Para esta utilidad colectiva, en favor de todos los hombres, presentes y futuros (porque mis obras darán testimonio de Mí ante los que vendrán, y los convencerán en lo que se refiere a Mí), mi Padre me da poder de hacer lo que hago. En las obras de Dios nada se hace sin un fin bueno. Recordadlo siempre. Meditad sobre esta verdad”.Jesús deja de hablar por un instante. Fija su mirada en un judío que está cabizbajo y luego añade: “Tú estás pensando así, tú, el del vestido de color de oliva madura, te estás preguntando si Satanás tiene también un fin bueno. No seas necio poniéndote en contra de Mí y buscando el error en mis palabras. Te respondo que Satanás no es obra de Dios, sino de la libre voluntad del ángel rebelde. Dios le había hecho un ministro suyo glorioso, y, por lo tanto, le había creado con un fin bueno. Mira ahora, tú que, hablando contigo mismo, dices: «Entonces Dios es un necio, porque había donado la gloria a un futuro rebelde y confiado sus deseos a un desobediente». Te respondo: Dios no es insipiente, sino perfecto en sus acciones y pensamientos. Él es el Perfectísimo. Las criaturas, incluso las más perfectas, son imperfectas. Siempre en ellas hay un punto de inferioridad respecto a Dios. Pero Dios, que ama a las criaturas, les ha concedido la libertad de arbitrio, para que a través de ella la criatura se perfeccione en la virtud y se haga, por tanto, más semejantes a su Dios y Padre. Y te digo más,  a ti, que te burlas y astutamente buscas error en mis palabras: que del Mal, que voluntariamente se formó, Dios todavía saca un fin bueno: el de servir para hacer a los hombres poseedores de una gloria merecida. Las victorias sobre el Mal son la corona de los elegidos. Si el mal no pudiese suscitar una consecuencia buena para aquellos que quieren con buena voluntad, Dios lo habría destruido. Porque nada de cuanto hay en la Creación debe estar totalmente privado de incentivo y de consecuencia buenos. ¿No respondes? ¿Te cuesta trabajo declarar que he leído tu corazón y que tus raciocinios injustos han sido destruidos? No te obligaré a hacerlo. En presencia de todos te dejaré en tu soberbia. No te exijo que me declares victorioso, pero cuando estés con estos, semejantes a ti, y con quienes te enviaron, confiesa entonces que Jesús de Nazaret leyó tus pensamientos y que destrozó tus objeciones con la única arma de su palabra de verdad. Pero vamos a dejar esta interpretación personal y a volver a los muchos que me estáis escuchando. Si siquiera, de tantos, uno, por mis palabras, convirtiera su espíritu a la Luz, resultaría recompensada mi fatiga por hablar a piedras, es más, a sepulcros llenos de víboras”.
* “Pero vosotros no creéis, no podéis creer, porque no sois de mis ovejas. Ellas me escuchan y reconocen mi voz. Vosotros no comprendéis lo que significa conocer mi voz. Significa no tener dudas sobre su Origen y distinguirla entre mil otras voces de falsos profetas. Ahora y siempre, incluso entre los que creen, habrá muchos que no sabrán distinguir mi voz de otras voces que os hablarán de Dios”.-Jesús: “Estaba diciendo que los que me aman, me han reconocido por su Pastor por mis palabras y obras. Pero vosotros no creéis, no podéis creer, porque no sois de mis ovejas. ¿Qué sois vosotros? Os lo pregunto. Preguntáoslo en lo íntimo de vuestro corazón. No sois unos tontos. Podéis conoceros conforme a lo que sois. Basta que escuchéis la voz de vuestra alma, que no se siente tranquila de seguir ofendiendo al Hijo de Aquel que la ha creado. Pero vosotros, pese a que sepáis lo que sois, no lo confesaréis. No sois humildes ni sinceros. Yo os diré lo que sois. Sois en parte lobos, en parte machos cabríos salvajes. Pero ninguno de vosotros, a pesar de la piel de cordero que lleváis para aparentar que lo sois, es verdadero cordero. Bajo la lana blanda y blanca tenéis toda clase de colores chillones, cuernos puntiagudos, colmillos de cabro o garras de fiera, y queréis seguir siendo eso porque os gusta serlo, y soñáis con la ferocidad y la rebelión. Por eso no me podéis amar ni seguirme ni comprenderme. Si entráis en el rebaño, es para producir daño, causar dolor o introducir el desorden. ■ Mis ovejas os temen. Si fuesen como vosotros, os deberían odiar. Pero ellos no saben odiar porque son los corderos del Príncipe de la Paz, del Maestro del amor, del Pastor misericordioso. Jamás os odiarán, como tampoco Yo os odiaré jamás. Os dejo a vosotros el odio, que es el fruto malvado de la triple concupiscencia con el yo desenfrenado en el animal hombre, que vive olvidado de que es también espíritu, además de carne. Yo me quedo con lo que es mío: el amor. Y es esto lo que comunico a mis corderos y os ofrezco también a vosotros para haceros buenos. Si llegaseis a ser buenos, me comprenderíais y entraríais a formar parte de mi rebaño, siendo semejantes a los que están en él. Nos amaríamos. Yo y mis ovejas nos amamos. Ellas me escuchan y reconocen mi voz. Vosotros no comprendéis lo que significa conocer mi voz. Significa no tener dudas sobre su Origen y distinguirla entre mil otras voces de falsos profetas, como voz verdadera y venida del Cielo. Ahora y siempre, incluso entre los que se creen, y en parte lo son, seguidores de la Sabiduría, habrá muchos que no sabrán distinguir mi voz de otras voces que os hablarán de Dios, con mayor o menor justicia, pero que serán, todas, voces inferiores a la mía…”.
* “Hablaré siempre, para que el mundo no se haga todo él idólatra. Y hablaré a los míos, elegidos para que repitan mis palabras. El Espíritu de Dios hablará y ellos comprenderán lo que ni los sabios logran ni lograrán entender. Dios es misericordioso para con las almas que buscan y no encuentran, no por su culpa, sino por desidia de pastores ídolos. De la misma forma que envió a los profetas para su pueblo y me ha enviado a Mí para el mundo entero, así, después de Mí, también enviará a los servidores de la Palabra, de la Verdad y del Amor, para repetir mis palabras. Porque son mis palabras las que dan la Vida”.- ■ Objeta un judío con desprecio, como si hablase a un deficiente mental: “Dices siempre que pronto te vas a ir, ¿y ahora pretendes decir que siempre hablarás? Si te marchas, ya no hablarás”. Si la voz de Jesús ha sido un poco severa, fue al principio cuando se dirigió a los judíos y luego cuando respondió a las objeciones interiores del judío aquel. Pero su voz continúa siendo dulce y llena de dolor: “Hablaré siempre, para que el mundo no se haga todo él idólatra. Y hablaré a los míos, elegidos para que os repitan mis palabras. El Espíritu de Dios hablará y ellos comprenderán lo que aun los sabios no logran ni lograrán entender. Porque los estudiosos estudiarán la palabra, la frase, el modo, el lugar, el cómo, el instrumento a través de los cuales la Palabra habla, mientras que mis elegidos no se perderán en esos estudios inútiles; antes bien, me escucharán perdidos en el Amor y comprenderán, porque será el Amor el que hable. Serán capaces de distinguir las páginas adornadas de los doctos o las engañosas de los falsos profetas, de los rabinos hipócritas, que enseñan doctrinas no correctas, o enseñan lo que ellos no practican, de las palabras sencillas, verdaderas, profundas que procederán de Mí. Pero el mundo los odiará por esto, porque el mundo me odia a Mí-Luz y odia a los hijos de la Luz, el tenebroso mundo que desea las tinieblas que le favorecen para pecar. ■ Mis ovejas me conocen y me conocerán y me seguirán siempre, incluso por los caminos de sangre y dolor que Yo seré el primero en recorrer y ellas, detrás de Mí, también recorrerán. Los caminos que conducen las almas a la Sabiduría. Los caminos hechos luminosos por la sangre y el llanto de los perseguidos por enseñar la justicia, caminos hechos luminosos para que resplandezcan en la oscuridad del humo del mundo y de Satanás, y sean como estelas de estrellas para guiar a quienes buscan el Camino, la Verdad, la Vida, y no hallan a nadie que hacia ellos los guíe. Porque de esto tienen necesidad las almas: de alguien que las conduzca a la Vida, a la Verdad, al Camino bueno. ■ Dios es misericordioso para con las almas que buscan y no encuentran, no por su culpa, sino por desidia de pastores ídolos. Dios es piadoso para con aquellas almas que, abandonadas a sus propias fuerzas, se extravían y son acogidas por los ministros de Lucifer, dispuestos a acogerlas para hacerlas prosélitas de sus doctrinas. Dios es misericordioso para con aquellos que caen en el engaño por el simple hecho de que los rabíes de Dios, los llamados rabíes de Dios, se han desinteresado de ellos. Dios se muestra compasivo con todos estos que caminan hacia el desaliento,  la oscuridad,  la muerte por culpa de los falsos maestros, que de maestros no tienen más que las vestiduras y el orgullo de que así los llamen. ■ Y para estas pobres almas, de la misma forma que envió a los profetas para su pueblo, de la misma forma que me ha enviado a Mí para el mundo entero, así, después de Mí, también enviará a los servidores de la Palabra, de la Verdad y del Amor, para repetir mis palabras. Porque son mis palabras las que dan la Vida. De manera que mis ovejas de ahora y del futuro tendrán la Vida que les doy a través de mi Palabra, que es Vida eterna para quien la acoge, y no perecerán jamás y ninguno los podrá arrancarlas de mis manos”.
“¿Y me habéis preguntado quién soy? ¡Hipócritas! ¿Decíais que queríais saber para estar seguros? ¿Y ahora decís que Juan es el último profeta? Dos veces os condenáis por pecado de mentira… Sí, en verdad, en verdad Yo, aquí en la casa de mi Padre, proclamo que soy más que Profeta. Yo tengo lo que el Padre me ha dado y nadie puede arrebatarlo de las manos de mi Padre, ni a Mí, porque es la Naturaleza Divina igual. Yo y el Padre somos Uno, una sola cosa”.- Una reflexión sobre el abandono del Viernes Santo.- ■ Un airado judío, a quien sus compañeros hacen eco, replica: “Nosotros nunca hemos rechazado las palabras de los verdaderos profetas. Siempre hemos respetado a Juan, que ha sido el último profeta”. Jesús: “Murió hace tiempo para no despertar vuestro odio y ser perseguido también por vosotros. Si viviese todavía entre los vivos, el «no es lícito», que dijo por un incesto carnal, os lo diría también a vosotros, que cometéis adulterio espiritual fornicando con Satanás contra Dios. Y le mataríais, de la misma manera que queréis matarme a Mí”. Los judíos se agitan furiosos como las abejas, prontos a picar, cansados de tener de fingirse mansos. Pero Jesús no se preocupa. Levanta la voz para dominar el avispero y grita: “¿Y me habéis preguntado que quién soy? ¡Hipócritas! ¿Decíais que queríais saber para estar seguros? ¿Y ahora decís que Juan fue el último profeta? Dos veces os condenáis por pecado de mentira: una, porque decís que no habéis jamás rechazado las palabras de los verdaderos profetas; la otra, porque, diciendo que Juan es el último de los profetas y que creéis en los verdaderos profetas, excluís que Yo sea también profeta, al menos profeta, y profeta verdadero. ¡Bocas mentirosas! ¡Corazones de engaño! ■ Sí, en verdad, en verdad Yo aquí en la casa de mi Padre proclamo que soy más que Profeta. Yo tengo lo que mi Padre me ha dado. Lo que mi Padre me ha dado es más precioso que todo y que todos, porque es algo en que ni la voluntad ni el poder de los hombres pueden meter sus manos rapaces. Yo tengo lo que Dios me ha dado y que, aun estando en Mí, siempre está en Dios, y nadie puede arrebatarlo de las manos de mi Padre, ni a Mí, porque es la Naturaleza Divina igual. Yo y el Padre somos Uno, una sola cosa”. El griterío de los judíos retumba en el Templo: “¡Ah! ¡Horror! ¡Blasfemia! ¡Anatema!”, y una vez más las piedras usadas por los cambistas y vendedores de animales para mantener estables sus recintos son el abastecimiento de los proyectiles, listos para lanzar. Pero Jesús se yergue con los brazos cruzados sobre el pecho. Se sube sobre un banco de piedra para ser más visible y desde allí los domina con los rayos de sus ojos de zafiro. Domina y flecha. Se muestra tan majestuoso que los paraliza. En vez de lanzar las piedras, las echan a un lado o las conservan en las manos, pero ya sin atreverse a lanzarlas contra Él. Los gritos también se calman envueltos en un temor extraño. Es verdaderamente Dios quien mira en Jesús. Y, cuando Dios mira así, el hombre, aún el más protervo, empequeñece, se espanta. ■ Y me pongo a pensar en qué misterio se esconde en que los judíos hayan podido manifestarse tan crueles el día del Viernes Santo; qué misterio, en la ausencia de este poder de dominación en Jesús en aquél día. Verdaderamente era la hora de las Tinieblas, la hora de Satanás, y sólo ellos reinaban… La Divinidad, la Paternidad de Dios había abandonado (2) a su Mesías, y Él no era más que la Víctima.
* “Si no hiciera las obras de mi Padre, razón tendrías en no creer en Mí. Pero las hago. Y vosotros no queréis creer en Mí. Creed, entonces, por lo menos en estas obras, para que sepáis y reconozcáis que el Padre está en Mí y que Yo estoy en el Padre”.- ■ Jesús sigue en esta posición por unos segundos. Luego continúa hablando a esta turba vendida y vil, que ha perdido toda su prepotencia ante una mirada divina: “¿Y entonces? ¿Qué queréis hacer? Me preguntasteis que quién era. Os lo he dicho. Os habéis puesto furiosos. Os he recordado las cosas que he hecho, os he puesto ante vuestros ojos y vuestra memoria muchas obras buenas provenientes de mi Padre y cumplidas con el poder que me viene de mi Padre. ¿Por cuál de estas obras me queréis apedrear? ¿Por haber enseñado la justicia? ¿Por haber traído a los hombres la Buena Nueva? ¿Por haber venido a invitaros al Reino de Dios? ¿Por haber curado a vuestros enfermos, dado la vista a vuestros ciegos, dado movimiento a los paralíticos, palabra a los mudos; por haber liberado a los poseídos, resucitado a los muertos, favores a los pobres, perdonado a los pecadores; por haber amado a todos, incluso a los que me odian, a vosotros y a los que os envían? ¿Por cuál, pues, de estas obras me queréis apedrear?”. Judíos: “No te lapidamos por las buenas obras que has hecho, sino por tu blasfemia; porque Tú, siendo hombre, te haces Dios”. ■ Jesús: “¿No está escrito en vuestra Ley: «Yo dije: vosotros sois dioses e hijos del Altísimo»? (3). Ahora bien, si Dios a aquellos a quienes habló llamó «dioses» dando un mandato: el de vivir de modo que la semejanza y la imagen respecto a Dios, que están en el hombre, aparezcan en modo manifiesto y que el hombre no sea ni demonio ni bruto; si la Escritura llama «dioses» a los hombres, la Escritura, palabra enteramente inspirada por Dios (y, por tanto, no puede ser modificada ni anulada según el gusto e interés del hombre); entonces ¿por qué me decís que blasfemo, Yo, consagrado y enviado al mundo por el Padre, porque digo: «Soy Hijo de Dios»? Si no hiciera las obras de mi Padre, razón tendrías en no creer en Mí. Pero las hago. Y vosotros no queréis creer en Mí. Creed, entonces, por lo menos en estas obras, para que sepáis y reconozcáis que el Padre está en Mí y que Yo estoy en el Padre”.
* Jesús rescatado de la ira de los judíos por los legionarios romanos.- ■ El huracán de gritos y de violencia ruge con mayor fuerza. De una de las terrazas del Templo, en que se habían escondido sacerdotes, escribas y fariseos, graznan muchas voces: “Apoderaos de ese blasfemo. Su culpa es ya pública. Todos hemos oído. ¡Muerte al blasfemo que se proclama Dios! Dadle el mismo castigo que al hijo de Salumit de Dabri. ¡Llévasele fuera de la ciudad y lapídesele! Tenemos todo el derecho. Escrito está: «El blasfemo es reo de muerte» (4). Los gritos de los jefes agudizan la ira de los judíos, que tratan de apoderarse de Jesús y de entregarle maniatado a los magistrados del Templo, que acuden, seguidos por los guardias del Templo. ■ Pero más rápidos que ellos son una vez más los legionarios, que, vigilando desde la torre Antonia, han seguido atentos el tumulto y salen del cuartel y vienen hacia el lugar donde se grita. Y no respetan a nadie. Las astas de sus lanzas rebotan sobre cabezas y espaldas. Y se incitan unos a otros a aplicarse contra los judíos, diciendo agudezas e insultos: “¡A vuestras cuevas, perros! ¡Fuera de aquí! Licinio, dale duro a ese tiñoso. ¡Fuera! ¡El miedo os hace apestar más que nunca! ¿Pero qué coméis, cuervos, para apestar así? Tienes razón, Basso. Se purifican pero apestan. ¡Mira allá a aquel narigudo! ¡A la pared, a la pared, que tomamos los nombres! ¡Y vosotros búhos, bajad de allá arriba! Os conocemos. El centurión dará una buena relación al Procónsul. ¡No, a ése déjalo! Es un apóstol del Rabí. ¿No ves que tiene cara de hombre y no de chacal? ¡Mira, mira, cómo huyen por aquella parte! ¡Déjales ir! ¡Para tenerlos convencidos habría que clavarlos a todos en las astas! ¡Solo así los tendríamos domados! ¡Ojalá fuera mañana! ¡Ah, pero tú estás atrapado y no te escapas! Te vi. ¿Eh? Fuiste quien arrojó la primera piedra. Responderás  por haber dado a un soldado de Roma… También éste. Nos maldijo, imprecando contra las banderas. ¿Ah, sí? ¿De veras? Ven, que vamos a enamorarte de ellas en nuestras mazmorras…”. Y de este modo, cargando e insultando, apresando a unos y poniendo en fuga a otros, los legionarios limpian el amplio patio. Cuando los judíos ven que dos de los suyos han sido arrestados, muestran su vileza: o huyen cacareando como una parvada de gallinas al ver el gavilán o se arrojan a los pies de los soldados para suplicar piedad con un servilismo y adulación repugnantes… ■ He perdido de vista a Jesús. No puedo decir a dónde se habrá ido, ni por qué puerta, salido. Durante la confusión vi tan solo las caras de los hijos de Alfeo y de Tomás, que luchaban por abrirse paso, y las de algunos discípulos pastores. Después también las de ellos se me perdieron de vista y no ha quedado más que ese montón de pérfidos judíos que corren acá y allá para evitar que los capturen y que los legionarios los reconozcan, pues tengo la impresión que para los legionarios es un motivo de júbilo dar duro sobre ellos y resarcirse de todo el odio con que saben que son… pagados. (Escrito el 9 de Diciembre de 1946).
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1  Nota  : Cfr.  Ju.  10,22-39.   2  Nota  : “Dios abandonó  a su Mesías”.- Ciertamente no en el sentido de que Dios efectivamente se haya separado de Jesús, destruyendo así la unión hipostática de la Naturaleza divina y Naturaleza humana, sino en el sentido que usa el mismo S. Mateo en 27, 47 y S. Marcos en 15,34. Por lo tanto, de una separación sólo aparente, aunque muy dolorosa. Poco antes de morir dijo sobre la cruz, repitiendo las primeras palabras del salmo 21: “Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?”.   3   Nota   : Cfr. Sal. 81,6.   4   Nota   : Cfr. Lev. 24,10-16.
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8-540-309  (9-237-732).- La Madre, confiada a Juan.
* “Juan, moriré con una gota de dulzura en mi océano de dolor si te veo «hijo» para con mi Madre”.- ■ Jesús y Juan van conversando. Deben haber encontrado en los días anteriores algunos pastores en cuya compañía han debido hacer un alto, porque hablan de ellos. Hablan también de un niño curado. Dulcemente, queriéndose. Aun cuando callan, se hablan con sus corazones, mirándose con la mirada de quien se siente feliz de estar con un amigo íntimo.  Se sientan para descansar y comer algo, reanudan la marcha, siempre con ese aspecto de paz que da paz a mi corazón sólo con verlo… Jesús: “Juan, escúchame. Dentro de no mucho…”. Juan, inmediatamente, le interrumpe y pregunta: “¿Qué, Señor?”, y le agarra un brazo y le detiene para mirarle a la cara, con ojos de preocupación escrutadora, con cara pálida. Jesús: “Dentro de poco tiempo, se cumplen tres años que empecé a evangelizar. Todo lo que había que decir a las gentes lo he dicho. Quienes quieren amarme y seguirme tienen ya los elementos para hacerlo, con seguridad. Los demás… Alguno se convencerá con los hechos. La mayor parte permanecerán sordos también a los hechos. Pero a éstos he de decirles unas pocas cosas. Y las diré. Porque también hay que observar la justicia, además de la misericordia. Hasta ahora la misericordia ha callado muchas veces y en muchas cosas. Pero, antes de callar para siempre, hablará el Maestro incluso con severidad de juez. ■ Pero no quería hablarte de esto. Quería decirte que dentro de poco, habiendo dicho al rebaño todo aquello que había que decir para hacerle mío, me recogeré mucho en la oración y me prepararé. Y, cuando no esté orando, me dedicaré a vosotros. Como hice al principio, haré al final. Vendrán las discípulas. Vendrá mi Madre. Nos prepararemos todos para la Pascua. Juan, desde ahora te pido que te dediques mucho a las discípulas. A mi Madre en especial…”. Juan: “¡Mi Señor! ¿Pero qué le puedo dar yo a tu Madre que Ella no posea sobreabundantemente; con tanta sobreabundancia, que tiene para darnos a todos nosotros?”. Jesús: “Tu amor. Ponte en el caso de que eres como un segundo hijo para Ella. Ella te ama y tú la amas. Tenéis un único amor que os une: el amor por Mí. Yo, su Hijo de carne y corazón, cada vez estaré más… ausente, absorto en mis… ocupaciones. Y Ella sufrirá, porque sabe… sabe lo que pronto va a venir. Tú debes consolarla incluso por Mí, hacerte tan amigo de Ella, que pueda llorar en tu corazón y sentirse consolada. Ya estás familiarizado con mi Madre, has vivido ya con Ella; pero, una cosa es hacerlo como un discípulo que ama reverencialmente a la Madre de su Maestro, y otra cosa es hacerlo como hijo. Quiero que lo hagas como hijo, para que Ella sufra un poco menos cuando ya no me tenga”. ■ Juan: “Señor, ¿vas a morir? ¡Hablas como uno que esté para morir! Me causas aflicción…”. Jesús: “Os he dicho varias veces que debo morir. Es como si hablara a niños distraídos o a personas con pocas luces. Sí. Voy a morir. Se lo diré también a los otros. Pero más tarde. A ti te lo digo ahora. Recuérdalo, Juan”. Juan: “Yo me esfuerzo en recordar tus palabras, siempre… Pero éstas son tan dolorosas…”. Jesús: “Que haces de todo para olvidarlas. ¿Quieres decir eso? ¡Pobre muchacho! No eres tú el que olvida, ni eres tú el que recuerda. Tú y tu voluntad. Es tu misma humanidad la que no puede recordar esta cosa que supera con mucho su capacidad de resistencia, esa cosa inmensamente grande —y no sabes siquiera cabalmente cuán grande, monstruosa será—; esa cosa tan grande, que te atonta como un peso caído de lo alto encima de tu cabeza. Y, a pesar de todo, es así. Ya pronto iré a la muerte. Y mi Madre se quedará sola. Moriré con una gota de dulzura en mi océano de dolor si te veo «hijo» para con mi Madre…”. Juan: “¡Oh, mi Señor! Si voy a ser capaz… si no me sucede como en Belén, sí, lo haré (1). Velaré con corazón de hijo. ¿Pero qué podré darle que la consuele si te pierde a Ti? ¿Qué le voy a poder dar, si yo también estaré como uno que ha perdido todo, entontecido por el dolor? ¿Có­mo lograré hacer esto, yo que no he sabido velar y padecer ahora, en la calma, durante una noche y por un poco de hambre? ¿Cómo voy a lograr hacer esto?”. Jesús: “No te intranquilices. Ora mucho en este tiempo. Te tendré mucho conmigo y con mi Madre. Juan, tú eres nuestra paz. Y lo seguirás siendo cuando llegue el momento. No temas, Juan. Tu amor hará todo”.  Juan: “¡Oh, sí, Señor! Tenme mucho contigo. A mí, ya lo sabes, no me gusta el hacerme patente, el hacer milagros; yo sólo quiero y sólo sé amar…”. Jesús le besa una vez más en la frente, hacia la sien, como en la gruta… (Escrito el 16 de Diciembre de 1946).
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1  Nota  : Se refiere a la gruta de Belén, donde Jesús, buscando soledad, había llegado después de la Fiesta de la Dedicación del Templo, una vez de dar precisas instrucciones a sus apóstoles. Juan, con la venia de Pedro —que había juzgado imprudente dejar solo a Jesús en estos momentos de peligro—, siguiendo ocultamente a Jesús había llegado también a la gruta, quedándose a cierta distancia, cauto para no ser visto ni oído. Sin embargo, Juan, después de dos días de espera, acuciado por el frío y el hambre, no tuvo más alternativa que acercarse a Jesús en demanda de ayuda.
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(<La resurrección de Lázaro —[Ju. 11,33-44. Relatada en el episodio 8-548-365 tanto en el tema “J. Iscariote» como en el tema «M. Magdalena»]— ha sido el detonante que obligará al Sanedrín a actuar de inmediato contra Jesús>)

8-549-385 (10-10-62).- Repercusión de la resurrección de Lázaro. Decreto del Sanedrín (1). “¿No comprendéis que es mejor para nosotros que muera un hombre, en vez de que mueran muchos?”.
* Gran revuelo en la gente del pueblo, en las sinagogas, en los bazares del Templo, en el palacio de Herodes, en la Antonia, en los romanos.- ■ Si la noticia de la muerte de Lázaro había impresionado y agitado a Jerusalén y gran parte de Judea, la noticia de su resurrección termina de producir impresión y penetrar hasta en los lugares en que no había producido agitación la noticia de su muerte. Quizás los pocos fariseos y escribas —o sea, los miembros del Sanedrín— presentes en la resurrección no hayan hablado de ella a la gente. Pero lo cierto es que los judíos sí lo han hecho y la noticia se ha extendido como un rayo, de casa a casa, de terraza a terraza; voces femeninas la transmiten, mientras que, en la calle, el pueblo la difunde con una gran alegría por el triunfo de Jesús y por Lázaro. La gente puebla de nuevo las calles, corre de aquí para allí, creyendo ser el primero en dar la noticia, pero quedando desilusionada, porque la noticia se sabe en Ofel y en Bezeta, en Sión y en el Sixto; se sabe en las sinagogas, en los bazares del Templo y en el palacio de Herodes; se sabe en la Antonia, y desde la  Antonia se difunde, o viciversa, hacia los puestos de guardia; llena tanto los palacios como los tugurios: “El Rabí de Nazaret ha resucitado a Lázaro de Betania que murió el viernes pasado, que fue sepultado antes del sábado y ha resucitado a eso de la hora sexta de hoy”. Las aclamaciones hebreas al Mesías y al Altísimo se mezclan con las de los romanos: “¡Por Júpiter! ¡Por Pólux! ¡Por Libitina!” etc. etc.  Los únicos que no hablan por las calles son los miembros del Sanedrín. No veo a ninguno de ellos. ■ Veo a Cusa y a Mannaén que salen de un espléndido palacio y oigo a Cusa decir: “¡Extraordinario, extraordinario! Ya mandé la noticia a Juana. ¡Realmente Él es Dios!” y Mannaén le contesta: “Herodes, que vino desde Jericó a presentar sus obsequios… a su patrón: Poncio Pilatos, parece un loco en su palacio; Herodías, por su parte, está fuera de sí y le insta para que ordene arrestar a Jesús. Ella tiembla por su poder; él por sus remordimientos. A Herodes le castañetean los dientes mientras pide a los más fieles que le defiendan… de los espectros. Se ha embriagado para darse valor y el vino le crea fantasmas en su mente. Grita, diciendo que el Mesías ha resucitado también a Juan, el cual le grita de cerca las maldiciones en nombre de Dios. Yo he huido de esta Gehena. Me ha sido suficiente decirle: «Lázaro ha resucitado por obra de Jesús Nazareno. Ten cuidado de no tocarle, porque es Dios». Mantengo en él este temor para que no ceda a los deseos homicidas de ella”. Cusa: “Yo, sin embargo, tendré que ir allá… Debo ir. Pero antes quise pasar por casa de Eliel y Elcana. Viven retirados, pero no dejan de ser grandes voces en Israel. Juana está contenta de que los honre. Y yo…”. Mannaén: “Son una buena protección para ti. Es verdad. Pero no como el amor del Maestro. Ese amor es la única protección que puede tener valor…”. Cusa no replica. Piensa… Yo los pierdo de vista. ■ De Bezeta viene todo respetuoso José de Arimatea. Le detiene un grupo de vecinos de la ciudad que no están seguros todavía de que se deba creer o no la noticia. Y se lo preguntan a él. Les responde: “Es verdad. Es verdad. Lázaro ha resucitado y está también curado. Le vi con mis propios ojos”. El grupo de vecinos: “Entonces… ¡Él es el Mesías!”. José de Arimatea responde prudentemente: “Sus obras son tan grandes… Su vida es perfecta. Los tiempos han llegado. Satanás combate contra Él. Que cada uno resuelva en su corazón lo que es el Nazareno”. Saluda y se va. Ellos intercambian sus opiniones y terminan por concluir: “Realmente es el Mesías”. ■ Un grupo de legionarios habla. Dicen: “Si mañana puedo, voy a Betania. ¡Por Venus y Marte, mis dioses preferidos! Podré dar la vuelta al mundo, desde los desiertos ardientes hasta las heladas tierras germánicas, pero encontrarme donde resucite uno que ha muerto días antes no me sucederá nunca más. Quiero ver cómo es uno que vuelve de la muerte. Estará negro por las aguas de los ríos de ultratumba…”.  “Si era virtuoso estará pálido, porque habrá bebido de las aguas azules de los Campos Elíseos. No hay solo la laguna Estiges”. “Nos dirá cómo son los prados de asfódelo del Hades… (2). Voy yo también…”. “Si Poncio Pilatos quiere…”. “¡Claro que lo quiere! Ha mandado inmediatamente un correo a Claudia para llamarla. A Claudia le gustan estas cosas. La he oído más de una vez conversar, con las otras y con sus libertos griegos, de alma y de inmortalidad”. “Claudia cree en el Nazareno. Para ella es mayor que ningún otro hombre”. “Sí. Pero para Valeria es más que un hombre. Es Dios. Una especie de Júpiter y de Apolo, por poder y hermosura, dicen, y más sabio que Minerva. ¿Vosotros le habéis visto? Yo he venido con Poncio por primera vez aquí y no sé…”. “Creo que has llegado a tiempo para ver muchas cosas. Hace poco, Poncio gritaba como Estentor, diciendo: «Aquí hay que cambiar todo. Tienen que comprender que Roma manda y que ellos, todos, son siervos. Y cuanto más grandes sean, más siervos, porque son más peligrosos». Creo que era por esa tablilla que le había llevado el criado de Anás…”. “Sí, claro, no quiere escucharlos… Y nos cambia a todos porque… no quiere amistades entre nosotros y ellos”. “¿Entre nosotros y ellos? ¡Ja! ¡Ja! Ja! ¿Con esos narigudos que solo saben a chivo? Poncio digiere mal el demasiado cerdo que come. Todo lo más… la amistad es con alguna mujer que no desprecia el beso de bocas sin barba…” y el que habló ríe maliciosamente. “El hecho es que después de la agitación de los Tabernáculos ha pedido y obtenido el cambio de todos los soldados, y que nosotros tenemos que irnos…”. “Eso es verdad. Ya estaba anunciada en Cesarea la llegada de la galera que trae a Longinos y a su centuria. Suboficiales nuevos, soldados nuevos… y todo por esos cocodrilos del Templo. Yo estaba bien aquí”.  “Mejor estaba yo en Brindis… pero me acostumbraré” dice el que ha llegado hace poco a Palestina. Se alejan también ellos.
* Reunión de urgencia del Sanedrín.- ■ Pasan algunos guardias del Templo con tablillas enceradas. La gente los ve y comenta: “El Sanedrín se reúne con carácter urgente. ¿Qué pretenderá hacer?”. Uno responde: “Vamos a subir al Templo a ver…”. Toman la calle que va hacia el Moria. El sol desaparece tras las casas de Sión y de los montes occidentales. Se viene la noche que pronto desaloja a los curiosos de las calles. Los que han subido al Templo, bajan de mal humor porque habían sido alejados incluso de las puertas, donde se habían detenido para ver pasar a los sanedristas. El interior del Templo, desierto, vacío, envuelto en la luz de la luna, parece inmenso. ■ Los sanedristas van llegando poco a poco a la sala del sanedrín. Están todos, como cuando Jesús fue condenado (3), a excepción de los que entonces hicieron de secretarios. Solo están los miembros del Sanedrín, unos en sus respectivos lugares, otros formando grupos junto a las puertas. Entra Caifás con su cara de sapo, obeso y malo. Se dirige a su puesto.  Empiezan inmediatamente a discutir sobre los hechos ocurridos, y tanto les apasiona la cosa, que pronto la reunión se anima mucho; dejan los sitiales y bajan al espacio vacío gesticulando y hablando en alto.
* El debate en el Sanedrín. Voces discrepantes: José de Arimatea, Nicodemo. Gamaliel reconoce la sabiduría de Jesús pero no le reconoce como el Mesías esperado, pero se abstiene de gritar «hosanna» y de gritar «anatema» contra el inocente. Espera.- ■ Hay quien aconseja la calma, y que se ponderen bien las cosas antes de tomar decisiones. Otros rebaten esa postura: “¿Pero no habéis oído a los que han venido aquí después de la hora nona? Si perdemos a los judíos más importantes, ¿de qué nos servirá acumular acusaciones? Cuanto más viva, menos seremos creídos si le acusamos”.  “Este hecho no se puede negar. No se les puede decir a los muchos que estaban allí: «Habéis visto mal. Es una ficción. Estabais borrachos». El muerto estaba muerto. Descompuesto. Deshecho. El muerto estaba colocado en el sepulcro cerrado. El sepulcro estaba bien tapia­do. El muerto estaba desde días antes vendado y con los ungüentos. El muerto estaba atado. Y, a pesar de todo, ha salido de su sitio, ha venido él solo sin andar hasta la entrada. Y, una vez liberado, en su cuerpo no había muerte. Respiraba. No estaba descompuesto. Mien­tras que antes, cuando vivía, estaba llagado, y, ya muerto, estaba to­do descompuesto”. ■ “¿Habéis oído a los más influyentes judíos, a los que habíamos llevado allí para conquistárnoslos del todo para nosotros? Han veni­do a decirnos: «Para nosotros, es el Mesías». ¡Casi todos han venido! ¡Y… bueno, el pueblo…!”. “¿Y a estos malditos romanos llenos de fantasías no los tenéis en cuenta? Para ellos es Júpiter Máximo. ¡Y si les da por esa idea…! Nos han dado a conocer sus historias y ha sido causa de maldición. ¡Maldición sobre quienes quisieron el helenismo en nosotros y por adulación nos profanaron con costumbres no nuestras! De todas for­mas, eso también enseña. Y hemos aprendido que enseguida el ro­mano derriba y eleva con conjuras y golpes de estado. Pero, si alguno de estos locos se entusiasma con el Nazareno y le proclama César, y, por tanto, divino, ¿quién le toca un pelo después?”. “¡No, hombre! ¿Quién va a hacer eso, según tú? Ellos se burlan de Él y de nosotros. Por muy grande que sea lo que hace, para ellos sigue y seguirá siendo «un hebreo», por tanto, un miserable. El miedo te hace desvariar, hijo de Anás”. “¿El miedo? ¿Has oído cómo ha respondido Poncio a la invitación de mi padre? Te digo que está alterado. Está alterado por este último hecho, y teme al Nazareno. ¡Pobres de nosotros! ¡Ese hombre ha ve­nido para nuestra ruina!”. ■ “¡Si al menos no hubiéramos ido allí y no hubiéramos ordenado casi que fueran los judíos más influyentes! Si Lázaro hubiera resuci­tado sin testigos…”. “¿Y en qué hubiera cambiado la cosa? ¡No hubiéramos podido ha­cerle desaparecer, ¿no?, para que la gente creyera que seguía muer­to!”. “Eso no. Pero hubiéramos podido decir que había sido una falsa muerte; gente pagada para falsos testimonios siempre se encuen­tra”. ■ “Pero ¿por qué tan nerviosos? ¡No veo el motivo! ¿Acaso ha hecho algo que incite contra el Sanedrín y el Pontificado? No. Se ha limita­do a hacer un milagro”. “¡¿Se ha limitado?! Pero ¿desvarías o estás vendido a Él, Eleazar? ¿No ha incitado contra el Sanedrín y el Pontificado? ¿Y qué más que­rías que hiciera? La gente…”. “La gente puede decir lo que quiera, pero las cosas son como dice Eleazar. El Nazareno lo único que ha hecho ha sido un milagro”. “¡Ahí tenemos al otro que le defiende! ¡Ya no eres un justo, Nico­demo! ¡Ya no eres un justo! Esto es un acto contra nosotros. Contra nosotros, ¿comprendes? Ya nada convencerá a la masa. ¡Pobres de nosotros! Hoy algunos judíos se burlaban de mí. ¡Burlarse de mí! ¡De mí!”. “¡Calla, Doras! Tú eres sólo un hombre. ¡Es la idea la que sufre el daño! Nuestras leyes. ¡Nuestras prerrogativas!”. “Bien dices, Simón. Y hay que defenderlas”. “Sí, pero cómo?”. “¡Atacando, destruyendo las suyas!”. “Se dice pronto, Sadoc. ¿Cómo las destruyes, si tú no sabes por ti mismo hacer que reviva un mosquito? Aquí lo que se requeriría sería un milagro más grande que el suyo. Pero ninguno de nosotros puede hacerlo, porque…”. El que está hablando no sabe el porqué. José de Arimatea termina la frase: “Porque nosotros somos hom­bres, sólo hombres”. Se le echan encima preguntándole: “¿Y Él, entonces, quién es?”. El de Arimatea responde seguro: “Él es Dios. Si todavía lo hubiera dudado…”. “Pero no lo dudabas. Lo sabemos, José. Lo sabemos. ¡Dilo, hom­bre, di abiertamente que le estimas!”. ■ “¿Qué hay de malo en que José le estime? Yo mismo le reconozco como el mayor Rabí de Israel”. “¡Tú! ¿Tú, Gamaliel, dices eso?”. “Lo digo. Y me honro de que Él… me destrone. Porque hasta aho­ra yo había conservado la tradición de los grandes rabíes, el último de los cuales fue Hilel, pero no sabía quién hubiera podido después de mí recoger la sabiduría de los siglos. Ahora me marcho contento, porque sé que la sabiduría no morirá, sino que, al contrario, se hará mayor, porque estará aumentada por la suya, en la que, sin duda, es­tá presente el Espíritu de Dios”. “¿Pero qué estás diciendo, Gamaliel?”. ■ “La verdad. No es tapándonos los ojos como podemos ignorar lo que somos. No somos más sabios porque el principio de la sabiduría es el temor de Dios (4), y nosotros somos pecadores sin temor de Dios. Si tuviéramos este temor, no oprimiríamos al justo, ni tendríamos la necia avidez de las riquezas de este mundo. Dios da y Dios quita; se­gún los méritos y los deméritos. Y si Dios ahora nos quita lo que nos había dado, para dárselo a otros, bendito sea, porque santo es el Se­ñor y santas son todas sus acciones”. “Pero estábamos hablando de milagros, y queríamos decir que ninguno de nosotros los puede hacer porque Satanás no está con no­sotros”. Gamaliel le dice: “No. Porque Dios no está con nosotros. Moisés separó las aguas y abrió la roca. Josué detuvo el Sol. Elías resucitó al niño e hizo caer la lluvia. Pero con ellos estaba Dios. Os recuerdo que seis son las cosas que Dios odia, y execra la séptima (5): los ojos soberbios, la lengua men­tirosa, las manos que derraman sangre inocente, el corazón que tra­ma planes malvados, los pies que corren rápidos hacia el mal, el fal­so testimonio que dice mentiras, y a aquel que introduce discordias entre los hermanos. Nosotros hacemos todas estas cosas. Digo «noso­tros», pero las hacéis sólo vosotros, porque yo me abstengo de gritar «hosanna» y de gritar «anatema». Yo espero”. “¡La señal! ¡Sí, tú esperas la señal! ¿Pero qué señal esperas de un pobre… desquiciado, si es que queremos ser máximamente indul­gentes con Él?”. ■ Gamaliel alza las manos y, con los brazos extendidos hacia delan­te, los ojos cerrados, la cabeza levemente inclinada, más hierático que nunca, dice lentamente con voz lejana: “He invocado ansiosa­mente al Señor para que me indicara la verdad, y Él me ha ilumina­do las palabras de Jesús, hijo de Sirá. Éstas: «El Creador de todas las cosas me habló y me dio sus órdenes, y Aquel que me creó des­cansó en mi Tabernáculo y me dijo: `Habita en Jacob, esté tu heren­cia en Israel, echa tus raíces entre mis elegidos´»… Y también me iluminó éstas, y las reconocí: «Venid a Mí, vosotros, todos los que me anheláis, y saciaos con mis frutos, porque mi espíritu es más dulce que la miel y mi herencia lo es más que el panal. El recuerdo de Mí perdurará en las generaciones a través de los siglos. Quienes me co­man tendrán hambre de Mí, quienes me beban tendrán sed de Mí, quienes me escuchen no deberán avergonzarse, quienes trabajen pa­ra Mí no pecarán, quienes me expliquen tendrán la vida eterna». Y la luz de Dios aumentó en mi espíritu mientras mis ojos leían estas palabras: «Todas estas cosas contiene el libro de la Vida, el testa­mento del Altísimo, la doctrina de la Verdad… Dios prometió a David que haría nacer de él al Rey potentísimo, que ha de estar senta­do eternamente en el trono de la gloria. Rebosa de sabiduría como el Visón y el Tigris en el tiempo de los nuevos frutos; como el Eúfrates rebosa de inteligencia y crece como el Jordán en el tiempo de la cose­cha. Irradia la sabiduría como la luz… Él ha sido el primero en cono­cerla perfectamente». ¡Esto es lo que me ha hecho ver Dios! Pero, ¿qué digo? No, la Sabiduría que está entre nosotros es demasiado grande para que nosotros la comprendamos y acojamos un pensa­miento mayor que los mares, un consejo más profundo que el gran abismo. Y le oímos gritar: «Yo, como canal de aguas inmensas broté del Paraíso y dije: `Regaré mi jardín´, y mi canal se hizo río; y el río mar. Cual aurora, irradio a todos mi doctrina, y la daré a conocer a los más lejanos. Entraré en los lugares más bajos, dirigiré mi mirada a los que duermen, iluminaré a los que esperan en el Señor. Y seguiré difundiendo mi doctrina como profecía y la dejaré a aquellos que buscan la sabiduría; no dejaré de anunciarla hasta el siglo santo. No he trabajado para mí sólo, sino para todos aquellos que buscan la verdad». Esto me hizo leer Yeohveh, el Altísimo”, y baja los brazos y alza la cabeza. ■ “¡¿Pero entonces para ti es el Mesías?! ¡Dilo!”. “No es el Mesías”. “¿No es? ¿Y entonces qué es para ti? Demonio, no; ángel, no; Me­sías, no…”. “Es el que es”. “¡Tú deliras! ¿Es Dios? ¿Es Dios para ti ese demente?”. “Es el que es. Dios sabe lo que Él es. Nosotros vemos sus obras. Dios ve también sus pensamientos. Pero no es el Mesías, porque pa­ra nosotros Mesías quiere decir Rey. Él no es, no será rey. Pero es santo. Y sus obras son obras de santo. No podemos alzar la mano contra el inocente, si no es cometiendo pecado. Yo no doy mi consen­timiento al pecado”. “¡Pero con esas palabras casi le declaras el Esperado!”. “Así le consideré; mientras duró la luz del Altísimo, le vi como tal. Luego… no manteniéndome ya la mano del Señor sobreelevado en su luz, me encontré siendo de nuevo… hombre, hombre de Israel, y las palabras ya no eran más que palabras a las que el hombre de Israel, yo, vosotros, los de antes de nosotros y —que Dios no lo per­mita— los que vendrán después de nosotros, dan el significado de su, de nuestro pensamiento, no el significado que tienen en el Pensa­miento eterno que las dictara a su siervo” ■ Dice Cananías con una voz que es un graz­nido: “Estamos hablando, divagando, perdiendo el tiempo. Mientras tanto, el pueblo se agita” . “¡Así es! Lo que hay que hacer es decidir y actuar, para salvarnos y triunfar”. Elquías, riéndose con aspecto viperino, dice: “Decís que Pilatos no nos quiso auxiliar cuando le pedimos su ayuda contra el Nazareno. Pero si le informáramos… Habéis dicho antes que, si los soldados se exaltan, pueden proclamarle César… ¡Je! ¡Je! Buena idea. Vamos a exponer al Procónsul este peligro. Re­cibirémos honores como los reciben los fieles servidores de Roma, y… si interviene, nos veremos libres del Rabí. ¡Vamos! ¡Vamos! Tú, Eleazar de Anás, que tienes más amistad con él que los demás, sé nuestro guía”. ■ Hay un poco de indecisión, pero luego un grupo de los más fanáticos sale para dirigirse hacia la Antonia. Se queda Caifás junto con los otros. Objeta uno: “¡A esta hora! No los recibirá”. “No, no, al contrario; es la mejor. Poncio está siempre de buen humor cuando ha comido y bebido como bebe y come un pagano…”.
* Audiencia en el palacio de Pilatos. La acusación que presentan: “Dentro de poco, el Nazareno será proclamado rey, rey del mundo”, provoca en Pilatos la reacción contraria a la esperada por ellos.- ■ Los dejo allí discutiendo y se me representa la escena de la Antonia. Pronto y sin dificultad se recorre el breve trayecto. Hay una luna tan límpida, que crea un fuerte contraste con la luz roja de las antor­chas encendidas en el vestíbulo del palacio pretorial. Eleazar logra que anuncien su llegada a Pilatos. Los pasan a una sala grande y vacía, completamente vacía; hay sólo una pesada silla, de respaldo bajo, cubierta con un paño purpúreo, que resalta viva­mente en la blancura completa de la sala. Están en grupo, un poco amedrentados, con frío, en pie sobre el mármol blanco del suelo. No viene nadie. El silencio es absoluto. Pero, de cuando en cuando, una música lejana rompe este silencio. Eleazar de Anás dice: “Pilatos está sentado a la mesa. Sin duda, con los amigos. Esta música la están tocando en el triclinio. Habrá danzas en honor de los invitados”. Elquías, con expresión de repulsa, dice: “¡Degenerados! Mañana me purificaré. Estas paredes rezuman lujuria”. Eleazar le replica: “¿Por qué has venido, entonces? Tú mismo lo has propuesto”. Elquías dice: “Por el honor de Dios y el bien de la Patria sé hacer cualquier sa­crificio. ¡Y éste es grande! Me había purificado por haberme acercado a Lázaro… y ahora… ¡Qué día más terrible hoy!…”. ■ Pilatos no viene. El tiempo pasa. Eleazar, que conoce este lugar, ve si puede abrir alguna puerta, pero están todas cerradas. El miedo se apodera de ellos. Reafloran historias terribles. Se arrepienten de ha­ber ido allí. Se sienten ya perdidos. Por fin, por el lado opuesto a aquel en que están ellos (están junto a la puerta por la que han entrado), o sea, cerca de la única silla de la sala, se abre una puerta y entra Pilatos, vestido con cándidas vestiduras, cándido como la sala cándida. Entra hablando con unos convidados. Ríe. Se vuelve para ordenarle a un esclavo que tiene al­zada la cortina que hay al otro lado de la puerta que eche esencias en un brasero y que traiga perfumes y aguas para las manos; y para ordenar que un esclavo lleve espejo y peines. De los hebreos ni se ocupa. Es como si no estuvieran. Ellos rabian, pero no se atreven a hacer ningún gesto. Entretanto, están bajando braseros, y esparcen las resinas encima de los fuegos y echan aguas perfumadas en las manos de los romanos. Un esclavo, con diestros movimientos, peina según la moda de los ricos romanos de la época. Y los hebreos rabian. Los romanos se ríen y bromean unos con otros, mirando de vez en cuando al grupo que espera en el fondo de la sala. Uno de ellos dice algo a Pilatos, que ni una vez se ha vuelto para mirar. Pero Pilatos se encoge de hombros en señal de fastidio y da unas palmadas para llamar a un esclavo, al cual le ordena, en voz alta, que lleve dulces y haga pasar a las bailarinas. Los hebreos rabian de ira y de senti­miento de escándalo. ¡Pensar en un Elquías obligado a ver a las bai­larinas! Su cara es todo un poema de sufrimiento y odio. ■ Llegan los esclavos con los dulces en preciosas copas. Detrás de ellos, las bailarinas, coronadas con flores y apenas cubiertas por unas telas tan ligeras que parecen velos. Sus carnes blanquísimas se transparentan tras los ligeros vestidos de color rosa y azul, cuando pasan por delante de los braseros encendidos y de las muchas antor­chas puestas en el fondo de la sala. Los romanos admiran la gracia de los cuerpos y movimientos, y Pilatos pide que se repita un paso de baile que le ha gustado más. Elquías —y sus compinches hacen lo mismo— se vuelve indignado hacia la pared para no ver a las bailarinas trasvolar como mariposas entre un ondeo descompuesto de vestidos. Terminada la breve danza, Pilatos pone en la mano de cada una de ellas una copa colmada de dulces y en cada copa echa con expre­sión de desinterés una pulsera, y les da el permiso de marcharse. ■ Por fin, se digna volverse para mirar a los hebreos, y dice a los ami­gos con voz cansina: “Y ahora… tengo que pasar del sueño a la reali­dad… de la poesía a la… hipocresía… de la gracia a las repelentes cosas de la vida. ¡Miserias de ser Procónsul!… ¡Adiós, amigos, y te­ned compasión de mí!”. Ya está solo. Se acerca lentamente a los hebreos. Se sienta. Se ob­serva las bien cuidadas manos, y descubre alguna deficiencia bajo una uña. Se ocupa y se preocupa de ello sacando de entre sus vesti­duras una fina y áurea barrita y poniendo remedio al gran daño de una uña imperfecta… Luego —bondad suya— vuelve lentamente la cabeza. Sonríe burlón al ver a los hebreos todavía servilmente inclinados, y dice: “¡Eh, vosotros! ¡Aquí! Y sed breves. No tengo tiempo que perder en cosas sin valor”. ■ Los hebreos, conservando su gesto servil, se acercan, hasta que un “¡Basta! No demasiado cerca” los clava en el suelo. “¡Hablad! Y enderezaos, que estar inclinados hacia el suelo es sólo propio de animales”, y se ríe. Los hebreos, al recibir la burla, se enderezan enga­llados. “¿Entonces? ¡Hablad! Os habéis empeñado en venir… bueno, pues hablad ahora que estáis aquí”. “Queremos decirte… Nos consta… Nosotros somos siervos fieles de Roma…”. “¡Ja! ¡Ja! ¡Ja! ¡Siervos fieles de Roma! Me encargaré de que lo se­pa el divino César. Se pondrá contento. Sí, se pondrá contento. ¡Ha­blad payasos! ¡Y rápidamente!”. Los miembros del Sanedrín están que rabian, pero no reaccionan. Elquías toma la palabra por todos: “Debes saber, oh Poncio, que hoy en Betania ha sido resucitado un hombre…”. Poncio contesta: “Ya lo sé. ¿Para decir esto habéis venido? Lo sé desde hace muchas horas. ¡Dichoso él, que ya sabe lo que es morir y lo que es el otro mundo! ¿Y qué puedo hacer yo, si Lázaro de Teófilo ha resucita­do? ¿Me ha traído, acaso, un mensaje del Hades?”. Se muestra iróni­co. Elquías prosigue: “No. Pero su resurrección es un peligro…”. Poncio: “¿Para él? ¡Claro! Peligro de tener que morir otra vez. Operación poco agradable. ¿Y bien? ¿Qué puedo hacer yo? ¿Soy Júpiter, aca­so?”. Elquías: “Peligro no para Lázaro, sino para César”. Poncio: “¿Para?… ¡Dómine! ¡Quizás es que he bebido! ¿Habéis dicho: pa­ra César? ¿Y en qué puede perjudicar Lázaro a César? ¿Acaso teméis que el hedor de su sepulcro pueda corromper el aire que respira el Emperador? ¡Tranquilizaos! ¡Demasiada distancia!”. Elquías: “No es eso. Es que Lázaro con su resurrección puede causar la caída del Emperador”. Poncio: “¿La caída del Emperador? ¡Ja! ¡Ja! ¡Ja! Esta estupidez sí que es grande, ¡más grande que el mundo! Pero entonces el borracho no soy yo, sino vosotros. Quizás el susto os ha trastornado la mente. Ver resucitar… Creo, creo que puede trastornar. Marchaos, marchaos a dormir. Un buen descanso. Y un baño caliente, muy caliente. Saluda­ble contra los delirios”. ■ Elquías: “No estamos delirando, Poncio. Te decimos que, si no tomas las medidas oportunas, pasarás horas tristes. El usurpador, ciertamen­te, arremeterá contra ti, si es que no te mata incluso. Dentro de poco, el Nazareno será proclamado rey, rey del mundo, ¿comprendes? Tus propios legionarios lo harán. Ellos están seducidos por el Nazareno, y el hecho de hoy los ha exaltado. ¿Qué siervo eres de Roma si no te preocupas de su paz? ¿Es que quieres ver al Imperio agitado, dividido por causa de tu pasivismo? ¿Quieres ver vencida a Roma y abatidas las enseñas, asesinado el Emperador, todo destruido…?”. Poncio: “¡Silencio! Hablo yo. Y os digo: ¡sois unos dementes! Más aún. Sois unos embusteros, unos sinvergüenzas. Mereceríais la muerte. Salid de aquí, ruines siervos de vuestro interés, de vuestro odio, de vuestra bajeza… Los siervos sois vosotros, no yo. Yo soy ciudadano romano, y los ciudadanos romanos no son siervos de nadie. Yo soy el funcionario imperial y trabajo para los bienes patrios. Vosotros… sois los que es­táis subyugados. Vosotros… vosotros sois los dominados. Vosotros… vosotros sois los galeotes amarrados a los bancos y rabiáis inútilmente. El látigo del patrón está sobre vosotros. ¡El Nazareno!… ■ ¿Querríais que matara al Nazareno? ¿Querríais que le recluyera? ¡Por Júpi­ter! Si por salvar a Roma y al divino Emperador tuviera que apresar a los sujetos peligrosos, o matarlos aquí donde gobierno, al Nazareno y a sus seguidores debería dejarlos libres y vivos, sólo a ellos. Marchaos. Desalojad y no volváis nunca más a mi presencia. ¡Turbulentos! ¡Instigadores de rebelión! ¡Ladrones y favorecedores de ladrones! No ignoro ninguno de vuestros manejos. Sabedlo. Y sabed también que armas nuevas y nuevos legionarios han servido para descubrir vuestras trampas y vuestros instrumentos. Gritáis por los impuestos romanos. Pero, ¿cuánto os han costado Melquías de Galaad, Jonás de Escitópolis, Felipe de Soco, Juan de Betavén, José de Ramaot, y to­dos los demás que pronto serán apresados? Y no vayáis hacia las gru­tas del valle, porque allí hay más legionarios que piedras, y la ley y la galera son iguales para todos. ¡Para todos! ¿Comprendéis? Para to­dos. Y espero vivir lo suficiente como para veros a todos encadena­dos, esclavos entre los esclavos bajo el talón de Roma. ¡Salid! Id —tú también, Eleazar de Anás, a quien no deseo volver a ver en mi casa­— y referid que el tiempo de la clemencia ha terminado, y que yo soy el Procónsul y vosotros los súbditos. Los súbditos. Y yo mando. En nom­bre de Roma. ¡Salid! ¡Serpientes nocturnas! ¡Vampiros! ¿Y el Nazare­no os quiere redimir? ¡Si Él fuera Dios, debería fulminaros! Y desa­parecería del mundo la mancha más asquerosa. ¡Fuera! Y no os atre­váis a tramar conjuras; o conoceréis la espada y el flagelo”. ■ Se levanta y se va dando un portazo delante de los palidecidos y amedrentados miembros del Sanedrín, que no tienen tiempo de reac­cionar, porque entra un grupo armado que los echa fuera de la sala. Y del palacio como si fueran perros.
* Decreto del Sanedrín: busca y captura.- “¿No comprendéis que es mejor para nosotros que muera un hombre, en vez de que mueran muchos?”.- ■ Los expulsados por Pilatos regresan al aula del Sanedrín. Cuentan lo sucedido. La agitación es máxima. La noticia del arresto de muchos bandidos y de las batidas en las grutas para atrapar a los demás desquicia completamente a los que se habían quedado, porque muchos, cansados de esperar, se habían marchado. Algunos sacerdotes gritan:  “Y pese a todo, no podemos dejarle vivir”. Sadoc grita chillonamente: “No podemos dejar que actúe. Él actúa. Nosotros no. Día tras día perdemos terreno. Si le dejamos libre todavía, continuará haciendo milagros y todos creerán en Él. Y los romanos terminarán por atacarnos y destruirnos completamente. Poncio piensa de este modo, pero si la multitud le aclamase rey ¡ah! entonces Poncio tiene el deber de castigarnos, a todos. No podemos permitirlo”. ■ Alguien objeta: “Está bien. ¿Pero cómo? el camino… legal, el romano, no ha resultado. Poncio no tiene ninguna preocupación por el Nazareno. Nuestro camino… el legal, no sirve. Él no falta en nada…”. Caifás insinúa: “Se inventa la culpa, si es que no la hay”. Casi todos gritan con horror: “Hacerlo así, es pecado. ¡Jurar en falso! ¡Condenar al inocente! ¡Es… demasiado! Es un crimen, porque significaría su muerte”. ■ Caifás, vomitando odio frío y astuto, grita: “¿Y qué? ¿Eso os espanta? Sois unos necios y no sois capaces de entender nada. Después de lo sucedido, Jesús debe morir. ¿No comprendéis que es mejor para nosotros que muera un hombre, en vez de que mueran muchos? Que muera Él para salvar a su pueblo, y así no se vea destruida nuestra nación. Por otra parte, Él dice que es el salvador. Que se sacrifique pues, para salvar a todos”. Le contestan: “Pero Caifás ¡Reflexiona! Él…”. Caifás: “Lo he dicho. El Espíritu del Señor está sobre mí, sumo Sacerdote. ¡Ay de quien no respeta al pontífice de Israel! ¡Que los rayos de Dios caigan sobre él! ¡Basta, basta de esperar, de vacilación! ■ Ordeno y decreto que cualquiera que sepa dónde se encuentra el Nazareno que venga a denunciar su paradero, y que el anatema caiga sobre quien no obedezca mi palabra”. Algunos objetan: “Pero Anás…”. Caifás: “Anás me ha dicho: «Todo lo que hagas será cosa santa». La sesión ha terminado. El viernes, entre tercia y sexta, venid todos aquí para deliberar. He dicho todos. Hacedlo saber a los ausentes. Que se convoque a todos los jefes de familias y de secciones: a todo lo mejor de Israel. El Sanedrín ha hablado. Podéis iros”. Caifás es el primero en salir. Los demás se van hablando en voz baja y sumisa. Salen del Templo para dirigirse a sus hogares. (Escrito el 27 de Diciembre de 1946).
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1  Nota  : Cfr. Ju. 11,45-53.   2  Nota  : Expresiones tomadas de la mitología romana. Campos elíseos era un prado para los virtuosos. La laguna Estiges estaba reservada para los malos; la hierba asfódelo era la hierba consagrada a Proserpina. Los prados de asfódelo del Hades: donde se paseaban las sombras de los héroes. Estentor: Personaje de la Hélade (757 a.C.) cuya voz era tan fuerte como la de 50 hombres juntos.   3  Nota  : Las fechas.-  Cfr. María Valtorta y la Obra,  6.-1: Las fechas.   4  Nota  : Cfr.  Sal. 110,10;  Prov. 1,7;  Eclo. 1,15.   5  Nota  : Cfr. Prov. 6,16-19.
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(<Jesús está en Betania. Está conversando con María Magdalena. Llega Lázaro>)

8-550-407 (10-11-80).- Jesús decide refugiarse en Efraín (1).
* José de Arimatea le da a conocer el decreto del Sanedrín. ■ Se acerca Lázaro: “Maestro, hay un niño que te busca. Fue a casa de Simón a buscarte, y ha encontrado allí solo a Juan, que le ha mandado hacia acá. No quiere hablar sino contigo”. Jesús: “Bien. Tráele aquí. Estaré bajo el emparrado de los jazmines”. María entra en la casa con Lázaro. Jesús va al emparrado. Regresa Lázaro que trae de la mano al niño que vi en casa de José de Séforis. Jesús le reconoce al punto y le saluda. “¿Tú, Marcial? La paz sea contigo. ¿A qué has venido?”. Marcial: “Me han mandado a decirte una cosa…” y mira a Lázaro que comprende y que hace como para irse. Jesús: “Quédate, Lázaro. Éste es Lázaro, mi amigo. Puedes hablar delante de él, porque no tengo otro amigo más fiel”. El niño cobra confianza. Dice: “Me mandó José el Anciano, porque ahora vivo con él, a decirte que vayas cuanto antes, a Betfagé, cerca de la casa de Cleonte. Tiene algo que decirte. Pero ve pronto. Dijo que fueras solo, porque tiene que decirte algo en secreto”. Lázaro, sobresaltado, pregunta: “Maestro, ¿qué pasa?”. Jesús: “No sé, Lázaro. No hay más que ir. Ven conmigo”. Lázaro: “Con mucho gusto, Señor. Podemos irnos con el niño”. Marcial: “No, Señor. Me voy solo. Me lo ordenó José. Me dijo: «Si lo haces tú solo y bien, te querré como un padre» y yo deseo que José me quiera como a un hijo. Me voy inmediatamente a la carrera. Tú puedes venir detrás”. Jesús: “La paz sea contigo, Marcial”. El niño desaparece como una golondrina. “Vamos, Lázaro. Tráeme el manto. Voy a adelantarme, porque ves, el niño no puede abrir el cancel y no quiere llamar a nadie”. Jesús va rápido al cancel; Lázaro, rápido, a la casa. Jesús abre los cerrojos al niño que se marcha raudo; Lázaro trae el manto a Jesús y, al lado de Jesús, va por el camino que lleva a Betfagé. ■ Lázaro: “¿Qué es lo que querrá José, para enviar con tanto secreto a un niño?”. Jesús responde: “Un niño no llama la atención de nadie”. Lázaro: “¿Crees… que…? ¿Sospechas… que…? ¿Crees que estás en peligro, Señor?”. Jesús: “Estoy cierto de ello”. Lázaro: “¡Cómo! ¿Ahora? Una prueba mayor no hubieras podido haber dado…”. Jesús: “El odio crece azuzado por las realidades”. Lázaro afirma lleno de dolor: “¡Oh, entonces soy yo la causa! Te he hecho daño… Un dolor mío sin igual”. Jesús: “No por causa tuya. No te aflijas sin motivo. Has sido el medio, pero la causa ha sido la necesidad, comprende esto, la necesidad de dar al mundo la prueba de mi naturaleza divina; pero la causa ha sido la necesidad. Si no hubieras sido tú, otro habría sido, porque Yo debía demostrar al mundo que, como Dios que soy, puedo todo lo que quiero. Volver a la vida a uno ya muerto días antes y ya descompuesto, no puede ser obra más que de Dios”. Lázaro: “¡Ah, lo que quieres es consolarme! Para mí la alegría, toda mi alegría… ha desaparecido… Sufro, ¡Señor!”. Jesús hace un gesto como para decir: “¡Bueno!” y ambos se callan. Caminan a buen paso. ■ La distancia entre Betania y Betfagé es corta, y pronto llegan.  José pasea arriba y abajo por el camino que está al principio del pueblo. Está vuelto de espaldas cuando Jesús y Lázaro salen por una callejuela ocultada por un seto. Lázaro le llama. “¡Oh, la paz sea con vosotros! Ven, Maestro. Te estuve esperando aquí para verte inmediatamente. Pero vayamos al olivar. No quiero que nos vean…”. Los lleva detrás de las casas que hay en un espeso olivar. José de Arimatea: “Maestro, mandé al niño que es espabilado y obediente, y me quiere mucho. Porque tengo que hablarte. No quería que alguien me viera. Atravesé el Cedrón para venir aquí… Maestro, debes irte de aquí inmediatamente. El Sanedrín ha decretado tu captura y el bando se leerá mañana en las Sinagogas. Cualquiera que sepa dónde estás, tiene la obligación de avisarlo. No es necesario que te diga, Lázaro, que tu casa será la primera que estará bajo vigilancia. Salí del Templo a eso de la hora sexta. Me he puesto inmediatamente a la obra, porque mientras hablaban, yo ya había hecho mi plan. Fui a casa. Tomé al niño. Salí a caballo por la puerta de Herodes, como si fuera a dejar la ciudad. Atravesé luego el Cedrón y lo seguí. Dejé mi caballo en Getsemaní. Mandé corriendo al niño, que conocía el camino porque había ido conmigo a Betania. ■ Márchate lo más pronto posible, Maestro. A un lugar seguro. ¿Conoces algún lugar? ¿Sabes a dónde ir?”. Lázaro: “¿Pero no basta con que se aleje de acá? Digamos ¿de Judea?”. José de Arimatea: “No basta, Lázaro. Están que se mueren de rabia. Tiene que irse a donde ellos no van…”. Lázaro replica intranquilo: “Por todas partes van. No vas a querer que el Maestro abandone Palestina…”. José de Arimatea: “Bueno ¿qué quieres que te diga? El Sanedrín lo quiere”. Lázaro: “Por mi causa ¿no es verdad? Dilo”. José de Arimatea: “Bu… Bueno.. Por tu causa… esto es, porque todos se convierten a Él y a ellos… no les gusta”. Lázaro: “¡Es un crimen! ¡Un sacrilegio! Es…”. Jesús, pálido, pero tranquilo, levanta su mano para poner silencio: “Cállate, Lázaro. Cada uno tiene su oficio. Todo está escrito. Te lo agradezco, José. Te aseguro que me voy. Vete, vete, José. Que no vayan a notar tu ausencia… Que Dios te bendiga. Te haré saber por medio de Lázaro dónde estoy. Vete. Te bendigo a ti, a Nicodemo y a todos los de buen corazón”. Le besa y se separan. ■ Jesús vuelve con Lázaro, por el olivar, hacia Betania, mientras José se dirige a la ciudad. Lázaro, angustiado, le pregunta: “¿Qué vas a hacer, Maestro?”. Jesús: “No lo sé. Dentro de pocos días llegan las discípulas con mi Madre. Tenía que esperarlas…”. Lázaro: “Respecto a esto… yo las recibiría en tu nombre y te las llevaría. ¿Pero Tú, mientras, a dónde vas? A casa de Salomón no me convence… Tampoco a alguna casa de discípulos conocidos. ¡Mañana!… ¡Tienes que partir inmediatamente!”. Jesús: “Puedo encontrar un lugar. Pero quisiera esperar a mi Madre. Su angustia empezaría demasiado pronto si no me encontrase”. Lázaro: “¿A dónde irías, Maestro?”. Jesús: “A Efraín”. Lázaro:  “¿Samaria?”. Jesús: “Samaria. Los samaritanos son menos samaritanos que otros muchos, y me aman. Efraín es tierra de frontera…”. Lázaro: “¡Oh! y para mostrar su desprecio a los judíos, te honrarán y defenderán. Pero… ¡espera! Tu Madre no puede venir sino por el camino de Samaria o el del Jordán. Yo y Maximino tomaremos uno u otro camino con los demás criados. Y uno u otro se encontrarán con Ella. No volveremos si no es con ellas. Bien sabes que nadie de la casa de Lázaro te puede traicionar. Entre tanto ve a Efraín. Y pronto. ¡Ah, estaba escrito que no pudiera alegrarme de estar contigo! Pero iré. Por los montes de Adomín. Estoy sano ahora. Puedo hacer lo que quiera. ¡Es más! Haré creer que por el camino de Samaria me dirijo a Tolemaida para embarcarme hacia Antioquía… Todos saben que allí tengo tierras… Las hermanas se quedarán en Betania… Tú… Sí… Voy a preparar ahora dos carros, que os llevarán a Jericó. Mañana al amanecer seguiréis el camino a pie. ¡Oh, Maestro! ¡Maestro mío! ¡Sálvate! ¡Sálvate!”. Después de la excitación de los primeros instantes, Lázaro cae en la tristeza y llora. ■ Jesús suspira, pero no dice nada. ¿Qué puede decir?… Han llegado a la casa de Simón. Se separan. Jesús entra en la casa. Los apóstoles sorprendidos ya de que el Maestro se había ido sin decir nada, le rodean. Ordena: “Tomad vuestros vestidos. Preparad las alforjas. Partimos inmediatamente. Hacedlo aprisa y uníos a Mí en casa de Lázaro”. Tomás pregunta: “¿También los vestidos mojados? ¿No podemos tomarlos al regreso?”. Jesús: “No regresaremos. Tomad todo”. Los apóstoles se marchan hablándose unos a otros con las miradas. Jesús va a tomar sus cosas que tiene en la casa de Lázaro y se despide de las consternadas hermanas… Los carros están pronto preparados. Carros grandes, cubiertos, tirados por robustos caballos. Jesús se despide de Lázaro, de Maximiliano, de los siervos que han acudido. Suben a los carros, que están aguardando por una puerta de atrás. Los conductores levantan los látigos. Y empieza el viaje por el mismo camino que recorrió Jesús solo hace unos cuantos días. (Escrito el 30 de Diciembre de 1946).
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1  Nota  : Cfr. Ju. 11,54-54.
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(<Jesús, en Efraín, desarrollará su actividad evangélica junto con sus apóstoles. Más tarde llegarán también la Madre y algunas mujeres discípulas. A Efraín llegan ahora José de Arimatea y Nicodemo acompañados de Mannaén para advertirle que el Sanedrín conoce su paradero. En la conversación con estos últimos se suscita el viejo tema de los samaritanos>)
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9-560-28 (10-21-139).- Llega ya el tiempo de mi manifestación completa.
* Crítica de Jesús a la división entre samaritanos (permanecen fuera de la Religión verdadera) y judíos.- Crítica de Jesús a los judíos por su discriminación respecto a otros pueblos y por su equivocado concepto de Mesías.- ■ Les dice Jesús: “Los samaritanos, José, no tienen en su corazón esa maligna serpiente que tenéis vosotros. Ellos no temen ser despojados de ninguna prerrogativa. No tienen que defender intereses sectarios ni de casta. No tienen nada, aparte de una instintiva necesidad de sentirse perdonados y amados por Aquel al que sus antepasados ofendieron y al que ellos siguen ofendiendo al permanecer fuera de la Religión perfecta. Y permanecen fuera porque, siendo orgullosos ellos y siéndolo vosotros, no se sabe, por ambas partes, deponer el rencor que divide y tender la mano en el nombre del único Padre. Claro que, aunque ellos tuvieran tanta voluntad como para eso, vosotros la demoleríais, porque no sabéis perdonar, no queréis arrojar a los pies los prejuicios confesando: «El pasado ha muerto, porque ha nacido el Príncipe del Siglo Futuro (1) que a todos recoge bajo su Señal». Yo, en efecto, he venido y recojo. Pero vosotros, ¡oh, vosotros consideráis siempre anatema incluso aquello que Yo he juzgado digno de ser recogido!”. ■ José de Arimatea dice: “Eres severo con nosotros, Maestro”. Jesús: “Soy justo. ¿Podéis, acaso, decir que en vuestro corazón no me criticáis por ciertas acciones mías? ¿Podéis afirmar que aprobáis mi misericordia, igual con judíos, galileos, samaritanos, gentiles y hasta mayor con éstos y con los grandes pecadores, porque de ella tienen más necesidad? ¿Podéis asegurarme que no hubierais preferido en Mí gestos de violenta majestad para manifestar mi origen sobrenatural, y, sobre todo, fijaos bien, y, sobre todo, mi misión de Mesías según vuestro concepto del Mesías? Decid sinceramente la verdad: aparte de la alegría de vuestro corazón por la resurrección de nuestro amigo Lázaro, ¿no habrías preferido, antes que esta resurrección, que Yo hubiera llegado a Betania majestuoso y cruel, como nuestros antiguos respecto a los amorreos y los de Basán (2), y como Josué respecto a los de Ai y Jericó, o, mejor aún,  haciendo caer con mi voz las piedras y muros sobre los enemigos, como las trompetas de Josué hicieron respecto a las murallas de Jericó, o haciendo caer del cielo sobre los enemigos piedras gruesas, como sucedió en el descenso de Beterón también en los tiempos de Josué (3), o, como en tiempos más recientes (4), llamando a celestes jinetes que corrieran por los aires, vestidos de oro, armados de lanzas, formados en cohortes, y que hubiera movimientos de escuadrones de caballería, y asaltos por una y otra parte, y estrépito de escudos, y ejércitos con yelmos y espadas desenvainadas, y lanzamiento de dardos para aterrorizar a enemigos? ■ Sí, habríais preferido esto porque, a pesar de que me améis mucho, vuestro amor es todavía imperfecto, y la seducción —en cuanto a desear lo no santo— se la proporciona vuestro pensamiento de israelitas, vuestro viejo pensamiento. El que tiene Gamaliel igual que el último de Israel, el que tiene el Sumo Sacerdote, el Tetrarca, el campesino, el pastor, el nómada, el que vive en la Diáspora. El pensamiento fijo de un Mesías conquistador. La pesadilla de quien teme ser aniquilado por Él. La esperanza de quien ama a la patria con la violencia de un amor humano. El suspiro de quien está oprimido por otras potencias en otras tierras. No es vuestra culpa. El pensamiento puro como había sido dado por Dios acerca de lo que Yo soy, se ha ido cubriendo, a lo largo de los siglos,  de escorias inútiles. Y pocos son los que, con dolor suyo, saben restituir a la idea mesiánica su pureza inicial. ■ Ahora, además —estando ya cercano el tiempo en que será dada la señal que Gamaliel espera, y con él todo Israel, y llegando ya el tiempo de mi manifestación completa— Satanás trabaja para hacer más imperfecto vuestro amor y más torcido vuestro pensamiento. Es su hora. Yo os lo digo. Y, en esa hora de tinieblas, incluso los que actualmente ven, o están un poco privados de vista, resultarán ciegos del todo. Pocos, muy pocos, en el Hombre abatido reconocerán al Mesías. Pocos le reconocerán por verdadero Mesías, precisamente porque será abatido, como le vieron los profetas. Yo quisiera, por el bien de mis amigos, que supieran verme y conocerme mientras es de día para poder también reconocerme desfigurado y verme en las tinieblas de la hora del mundo…”.  (Escrito el 23 de Enero de 1947).
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1  Nota  : Cfr. Is. 9,6-7;  11,10-16; Rom. 15,7-13.   2  Nota  : Cfr. Núm.  21,21-35; Deut. 2,26-37.   3  Nota  : Cfr. Jos.  6-8;10.   4  Nota  : Cfr. 2  Mac. 5,1-4.
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(<Después de su estancia en Samaria, Jesús y sus apóstoles —junto con la Madre y discípulas—  han emprendido el camino hacia Jerusalén>)

9-577-179 (10-38-260).- Tercer anuncio de la Pasión (1).
* Los apóstoles increpan a Iscariote que con sus reproches y quejas critica a Jesús.- ■ Apenas el alba aclara el cielo, aunque no hace fácil todavía el camino, cuando Jesús sale de Doco que duerme. Nadie oye las pisadas porque caminan con cautela y las casas están cerradas. Nadie habla sino hasta que salen fuera de la ciudad, al campo, que se despierta lentamente bajo la parca luz, lavada con el rocío matinal. Iscariote dice: “Camino inútil y descanso perdido. Hubiera sido mejor no haber venido hasta aquí”. Santiago de Alfeo le contesta: “No nos trataron mal los pocos que encontramos. Pasaron la noche sin dormir por escucharnos y para ir a traer a los enfermos de los alrededores. Estuvo muy bien haber venido. Porque los que, por enfermedad o por otra razón, no tenían ya esperanzas de ver al Señor en Jerusalén, le vieron aquí y han recibido el consuelo en su cuerpo y en su alma. Los otros ya sabemos que han partido ya a la ciudad… Es costumbre de todos nosotros, si se puede, ir unos días antes de la fiesta”, y lo dice con dulzura, porque así es el carácter de Santiago; todo lo contrario de Judas de Keriot que, incluso en los momentos buenos, es violento e imperioso. Iscariote: “Precisamente porque también vamos a Jerusalén era inútil haber venido aquí. Nos habrían oído y visto allí…”. Bartolomé, en ayuda de Santiago, le replica: “Pero no las mujeres y los enfermos”. Iscariote hace como que no oye y añade: “Espero al menos que vayamos a Jerusalén, porque ahora lo dudo después de lo que dijo Jesús a aquel pastor…”. Pedro pregunta: “¿Y a dónde piensas que vayamos sino a allí?”. Iscariote: “¡Yo qué sé! Todo lo que hacemos desde hace algunos meses es tan irreal, todo lo contrario a lo previsible, al buen sentido, incluso a la justicia, que…”. Santiago de Zebedeo, con ojos amenazadores, dice: “¡Oye, aunque te he visto beber leche en Doco, estás hablando como un borracho! ¿Dónde encuentras las cosas contrarias a la justicia?”. Y añade gritándole: “¡Basta ya de reproches al Justo! ¿Entiendes que ya basta? No tienes ningún derecho de reprocharle nada. Nadie lo tiene porque es perfecto, y nosotros… ningu­no de nosotros lo es, y tú menos que nadie”. Tomás que ha perdido la paciencia, dice: “¡Eso es! Si estás enfermo cúrate, pero deja de fastidiarnos con tus quejas. Si eres lunático, allí está el Maestro: dile que te cure y corta ya, ¿eh?”. ■ De hecho Jesús viene detrás con Judas de Alfeo y Juan ayudando a las mujeres a caminar por el sendero que no es bueno, y todavía está oscuro por encontrarse en medio de un bosque de olivos. Jesús viene hablando animadamente con las mujeres sin poner atención a lo que delante de Él se dice. Aunque las palabras no se entienden bien, pero sí el tono, deja a entender que se ha trabado alguna disputa. Los dos apóstoles, Tadeo y Juan se miran… pero no hablan. Miran a Jesús y a María. Ésta viene tan envuelta en su manto que apenas si se ve su rostro y Jesús parece no ha­ber oído. Terminado lo que venían diciendo —hablaban de Benjamín, y de su futuro, de Sara la viuda de Afeq, que ha ido a establecerse en Cafarnaúm y es una madre amorosa no sólo con el niño de Giscala, sino con los pequeñuelos de la mujer de Cafarnaúm, que, casada otra vez, no quería ya a los hijos del primero y que murió luego “tan mal, que no cabe duda que la mano de Dios se dejó sentir en su muerte” dice Salomé—, Jesús se adelanta con Judas Tadeo y llega donde los apóstoles, diciendo antes a Juan: “Quédate aquí, Juan, si quieres. Voy a responder a Judas, que está inquieto y a poner paz”. ■ Pero Juan, después de haber dado unos cuantos pasos con las mujeres, y visto que el sendero ya no está tan oscuro, se echa a correr y alcanza a Jesús justo cuando está diciendo: “Tranquilízate, pues, Judas. Nada irreal haremos, como nunca lo hemos hecho. Tampoco ahora estamos haciendo nada contrario a lo previsible. Todos saben que todo verdadero israelita, que no está enfermo o impedido por causas muy graves, sube al Templo. Y al Templo estamos subiendo”. Iscariote: “No todos. Marziam, según he sabido, no vendrá. ¿Está acaso enfermo? ¿por qué motivo no viene? ¿Tú crees que puedes sustituirle por el samaritano?”. El tono de Judas es insoportable.  Pedro dice entre dientes “¡Oh, prudencia, amárrame la lengua que soy hombre!”, y aprieta fuertemente sus labios para no agregar más. Sus ojos, un poco saltones, tienen una mirada conmovedora, por el esfuerzo que hace por refrenar su indignación y la aflicción de oír hablar a Judas de ese modo.
* “Hay cosas que no todos pueden soportar. Ni siquiera vosotros sois fuertes para soportar la prueba. Pero vosotros debéis continuarme, y debéis saber cuán débiles sois, para ser después misericordiosos con los débiles”.- ■ La presencia de Jesús hace que nadie hable, pero Él sí lo hace con una calma verdaderamente divina: “Venid adelante un poco, para que no oigan las mujeres. Desde hace días quería deciros algo. Os lo prometí en los campos de Tersa. Quería que todos estuvieseis presentes. Vosotros. No las mujeres. Dejémoslas tranquilas… En lo que os voy a decir está la razón por la cual Marziam no estará con nosotros, ni tu madre, Judas de Keriot, ni tus hijas, Felipe, ni las discípulas de Galilea con la jovencita. Hay cosas que no todos pueden soportar. Yo como Maestro sé qué cosa es buena para mis discípulos, y sé cuánto pueden ellos, o no pueden, soportar. Ni siquiera vosotros sois fuertes para soportar la prueba. Y quedar excluidos de ella sería una gracia para vosotros. Pero vosotros debéis continuarme, y debéis saber cuán débiles sois, para ser después misericordiosos con los débiles. Por eso vosotros no podéis ser excluidos de esta terrible prueba que os dará la medida de lo que sois, de lo que habéis hecho durante estos tres años en que habéis estado conmigo. ■ Sois doce. Vinisteis á Mí casi al mis­mo tiempo. No habían pasado muchos días que nos habíamos encontrado Santiago, Juan y Andrés, hasta el día en que tú, Judas de Keriot, fuiste recibido entre nosotros, ni hasta el día en que tú, Santiago, hermano mío, y tú, Mateo vinisteis conmigo, para que pueda justificarse tanta diferencia de formación entre vosotros. Todos vosotros, incluido tú, docto Bartolomé, no teníais ninguna formación en mi doctrina. Es más, vuestra formación, mejor que la de muchos del viejo Israel, era un obstáculo para aceptar la mía. El camino que se os mostró era suficiente para llevaros a todos a un mismo punto. Sin embargo, uno ha llegado a él, otros están cerca, otros no tanto, otros muy atrás, otros… sí, debo decir también esto: en lugar de adelantar han retrocedido. ¡No os miréis! No busquéis quién sea el primero o el último entre vosotros. Aquel que tal vez se cree el prime­ro, y es considerado el primero por los demás, tiene todavía que tomarse el pulso a sí mismo. Aquel que se cree el último está para brillar en su formación como una estrella del cielo. Por esto, una vez más, os digo: no juzguéis. Los hechos hablarán muy claro. Por ahora no podéis comprender, pero pronto, muy pronto os acordaréis de mis palabras y las comprenderéis”. Andrés se lamenta: “¿Cuándo? Nos has prometido que nos dirías, que nos darías una explicación de por qué la purificación pascual será distinta este año, pero no nos lo dices nunca”.
* “El Cordero de Dios muy pronto va a ser inmolado y su Sangre muy pronto va a bañar las jambas de los corazones, y el ángel de Dios pasará sin hacer daño a los que tengan sobre sí, y con amor, la Sangre del Cordero inmolado, que muy pronto va a ser levantado como la serpiente de metal en el palo transversal…”.-Jesús: “De esto os quiero hablar. Porque aquéllas palabras y éstas constituyen una única cosa, pues tienen una única raíz. Mirad, estamos subiendo a Jerusalén para la Pascua. Allí se cumplirán todas las cosas dichas por los profetas respecto al Hijo del hombre. En verdad, como vieron los profetas, como ya estaba predicho en la orden dada a los hebreos al salir de Egipto, como fue ordenado a Moisés en el desierto, el Cordero de Dios muy pronto va a ser inmolado y su sangre muy pronto va a bañar las jambas de los corazones, y el ángel de Dios pasará sin hacer daño a los que tengan sobre sí, y con amor, la Sangre del Cordero inmolado, que muy pronto va a ser levantado, como la serpiente de metal en el palo transversal para que sea señal para los que han sido heridos por la serpiente infernal, para que sea salvación de los que lo miren con amor. El Hijo del hombre, vuestro Maestro Jesús, muy pronto va a ser entregado en mano de los príncipes de los sacerdotes, de los escribas y de los Ancianos, los cuales le condenarán a muerte y le entregarán a los gentiles para que sea escarnecido. Será abofeteado, herido, escupido, arrastrado por las calles como un harapo inmundo y luego los gentiles, después de haberle flagelado y coronado de espinas, le condenarán a morir en una cruz, en la que mueren los malhechores. El pueblo hebreo, reunido en Jerusalén, pedirá su muerte en lugar de la de un ladrón, y así matarán al Hijo del hombre. Pero así como está escrito en las profecías, después de tres días resucitará. ■ Ésta es la prueba que os espera, la que demostrará vuestra formación. En verdad os digo, a todos vosotros los  que os creéis perfectos que despreciáis a los que no son de Israel, y aun a muchos de nuestro pueblo, en verdad os digo que vosotros, el grupo selecto de mi rebaño, cuando apresen al Pastor, seréis presa del miedo y huiréis a la desbandada, como si los lobos, que por todas partes os atacarán, os fuesen a desgarrar. Pero os lo digo de antemano: no temáis, que no os quitarán ni un solo cabello. Yo seré suficiente para saciar a los lobos feroces…”. ■ Conforme Jesús va hablando, los apóstoles parecen estar bajo una llu­via de piedras. Incluso se van encorvando cada vez más, mientras Jesús va hablando. Al terminar dice: “Y todo esto que os acabo de decir está ya muy cerca; no es como las otras veces, que todavía faltaba tiempo. Ya ha llegado la hora. Voy para ser entregado a mis enemigos e inmolado para la salvación de todos. Y esta flor todavía no habrá perdido sus pétalos, después de haber florecido, y Yo ya estaré muerto”. ■ Cuando termina, quién se lle­va las manos a la cara, quién llora como si le estuvieran hiriendo. Isca­riote está lívido, literalmente lívido… El primero que se sobrepone es Tomás que proclama: “Esto no te suce­derá, porque te defenderemos o moriremos juntos contigo, y así demostraremos que te habíamos alcanzado en tu perfección y que éramos perfectos en el amor hacia Ti”. Jesús le mira sin responder. Bartolomé, después de un silencio meditativo, dice: “Has dicho que serás entregado… Pero ¿quién, quién puede entregarte en manos de tus enemigos? Eso no está escrito en las profecías. No. No está dicho. Sería demasiado horrible que un amigo tuyo, un discípulo tuyo, un seguidor tuyo, aunque fuese el último de todos, te entregase en manos de los que te odian. ¡No! Quien te ha oído con amor, aunque hubiera sido una sola vez, no puede cometer semejante crimen. Son hombres, no bestias feroces ni Satanás. ¡No, Señor mío! Ni siquiera los que te odian lo podrán… Tienen miedo del pueblo y ¡el pueblo estará, por entero, a tu alrededor!”. Jesús mira también a Natanael y no habla. Pedro y Zelote hablan animadamente entre sí. Santiago de Zebedeo regaña a su hermano porque le ve tranquilo, Y Juan responde: “Es porque hace tres meses lo sé” y dos lágrimas caen por su rostro. Los hijos de Alfeo hablan con Mateo que, desconsolado, menea la cabeza. ■ Andrés se vuelve a Iscariote: “Tú que tienes tantos amigos en el Templo…”. Iscariote rebate: “Juan mismo conoce a Anás”, y añade: “¿Qué quieres que se haga? ¿Qué puede valer la palabra del hombre, si así está predestinado?”. Tomás y Andrés le preguntan simultáneamente: “¿Crees de verdad en esto?”. Iscariote responde: “No. Yo no creo nada. Son alarmas inútiles. Ha dicho bien Bartolomé. Todo el pueblo estará con Jesús. Se ve ya por la gente que vamos viendo por el camino. Y será un triunfo. Veréis que será así”.  Andrés, señalando a Jesús que se ha quedado a esperar a las mujeres, dice: “¿Pero entonces, ¿por qué Él?…”. Iscariote: “¿Que por qué lo dice? Porque está impresionado… y porque nos quiere probar. Pero no sucederá nada. Y yo iré por mi parte…”. Andrés suplica: “¡Sí, sí! Ve a ver…”.  Dejan de hablar porque Jesús los sigue en medio de su Madre y María de Alfeo. (Escrito el 8 de Marzo de 1947).
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1  Nota  : Cfr. Mt. 20,17-19;  Mc. 10, 32-34;  Lc. 18,31-34.
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(<Hace ya unos días que han llegado a Betania. A pesar de los meses transcurridos desde la resurrección de Lázaro, amor y odio mueven a muchos de los peregrinos, congregados en Jerusalén para la Pascua, y aun de los mismos Jerosolimitanos, a ir a Betania a ver a Jesús y a Lázaro>).

9-585-252 (10-46-321).- Sábado, víspera de la entrada en Jerusalén. Judíos y peregrinos en Betania para ver a Jesús, a Lázaro y su sepulcro.- El Sanedrín ha decidido acabar también con Lázaro (1).
* Preguntas que hacen a Lázaro: “¿Eres el resucitado de la muerte? ¿Fue una muerte verdadera? ¿Qué recuerdas?”.- ■ Hay peregrinos procedentes de todos los lugares; gente que suplica, que insiste en ver a Jesús. Con los hebre­os están mezclados gentiles, y con éstos prosélitos. Y observan a Lá­zaro y le miran de reojo como si fuera un ser irreal. Lázaro soporta la molestia de esta celebridad no buscada, respondiendo pacientemente a los que le hacen preguntas. Pero no da la orden a los criados de que abran la cancilla. Uno pregunta: “¿Eres tú el hombre resucitado de la muerte?”. El que pregunta tiene claro aspecto de ser mestizo, porque de hebreo no tiene más que la típica nariz más bien gruesa y aguileña, mientras que el acen­to y la manera de vestir revelan que es extranjero. Lázaro: “Lo soy, para dar gloria a Dios, que me sacó de la muerte para hacerme siervo de su Mesías”. Otros preguntan: “¿Pero fue una muerte verdadera?”. Lázaro: “Preguntádselo a esos judíos importantes. Ellos vinieron a mis funerales y muchos estuvieron presentes en mi resurrección”. Insisten: “¿Pero qué sentiste? ¿Dónde estabas? ¿Qué recuerdas? Cuando volviste a la vida, ¿qué sucedió en ti? ¿Cómo te resucitó?… ¿No se puede ver el sepulcro donde estuviste? ¿De qué moriste? ¿Ahora estás perfectamente? ¿Ya no tienes ni siquiera las señales de las llagas?”. Lázaro, paciente, trata de responder a todos. Pero, si bien le re­sulta fácil decir que se encuentra perfectamente y que incluso las señales de las llagas durante los meses que han pasado desde que re­sucitó se han borrado ya, no puede decir lo que sintió y cómo le resu­citó. Y responde: “No lo sé. Me encontré vivo en mi jardín, en medio de los criados y de mis hermanas. Cuando me liberaron del sudario, vi el sol, la luz, tuve hambre, comí, sentí la alegría de vivir y del gran amor del Rabí por mí. Lo demás, más que yo, lo saben los que se encontraban presentes. Ahí están tres de ellos hablando, y otros dos ahí llegan”. (Son estos últimos Juan y Eleazar, miembros del Sa­nedrín, mientras que los tres que están hablando son dos escribas y un fariseo que efectivamente vi en la resurrección de Lázaro, pero cuyo nombre no recuerdo). Los gentiles manifiestan: “¡Ésos a nosotros que somos gentiles no nos hablan! Id vosotros, que sois judíos, a preguntarles…”.
* Las palabras esculpidas en la roca del sepulcro: «¡Lázaro, sal afuera!», esculpidas por Lázaro “para que fueran incancelables las palabras del grito que me devolvió la vida… y para cuando yo esté ahí dentro y no pueda celebrar el poder misericordioso del Rabí” provocan escándalo en los fariseos que con amenazas llaman a Lázaro sacrílego… celebrante del sortilegio del hijo de Belcebú.- ■ Y se vuelven insistentes al máximo a Lázaro: “Pero tú enséñanos el sepulcro donde estuviste”. Lázaro se decide. Dice algo a los siervos y luego se dirige a la gente: “Id por ese camino que va entre ésta y la otra casa mía. Yo salgo a vuestro encuentro para llevaros al sepulcro, aunque, en rea­lidad, lo único que se ve es un agujero abierto en la roca”. Exclaman: “¡No importa! ¡Vamos! ¡Vamos!”. Un escriba dice: “¡Espera, Lázaro! ¿Podemos ir también nosotros? ¿O para nosotros está prohibido lo que se concede a extranjeros?”. Lázaro: “No, Arquelao. Ven si quieres, si es que no te contamina el acercarte a un sepulcro”. Arquelao: “No me contamina porque no contiene muerte”. Lázaro: “Pero la contuvo durante cuatro días. ¡Por mucho menos uno es considerado impuro en Israel! El que roza con su vestido a uno que to­có un cadáver decís que es impuro. Y mi sepulcro, a pesar de que des­de hace mucho esté abierto, todavía despide tufaradas de cadáver”. Arquelao: “No importa. Nos purificaremos”. Lázaro mira a los dos fariseos Juan y Eleazar y les dice: “¿También venís vosotros?”. “Sí, vamos”. ■ Lázaro va a buen paso hacia el lado limitado por los setos altos y compactos como muros. Abre una cancilla que está encajada en uno de ellos. Se asoma al camino que lleva a la casa de Simón y hace una señal a los que esperan para que se acerquen. Los guía hacia el sepulcro. Un rosal en flor rodea su entrada, pero no es suficiente para borrar el horror que sale de una tumba abierta. En la roca, bajo el arco florecido del rosal, se leen las palabras: «¡Lázaro, sal afuera!». Los enemigos las ven enseguida, y enseguida dicen: ¿Por qué has mandado que esculpan ahí esas palabras? ¡No debías hacerlo!”. Lázaro: “¿Que por qué? En mi casa puedo hacer lo que quiera, y nadie puede acusarme de pecado por haber querido esculpir en la roca, para que fueran incancelables, las palabras del grito divino que me devol­vió la vida. Cuando esté ahí dentro y no pueda ya celebrar el poder misericordioso del Rabí, quiero que el sol las siga leyendo en la piedra, y que las plantas las aprendan de los vientos y las acaricien los pájaros y las flores, y sigan por mí bendiciendo el grito del Cristo que me llamó de la muerte”. Arquelao: “¡Eres un pagano! ¡Eres un sacrílego! Blasfemas contra nuestro Dios. Celebras el sortilegio del hijo de Belcebú. ¡Cuidado, Lázaro!”. Lázaro: “Os recuerdo que estoy en mi casa y que estáis en mi casa, y que habéis venido sin que nadie os llamara, y, además, con fines indignos. Sois peores que éstos, que son paganos pero que reconocen a un Dios en el que me resucitó”. Arquelao: “¡Anatema! Como es el Maestro, así es el discípulo. ¡Qué horror! ¡Vámonos! Fuera de esta cloaca inmunda. ¡Corruptor de Israel, el Sanedrín recordará tus palabras!”. Lázaro: “Y Roma, vuestros complots. ¡Salid de aquí!”. Lázaro, siempre manso, trae a su memoria que es hijo de Teófilo, y los echa como a una manada de perros. ■ Se quedan los peregrinos, de todas las procedencias. Y éstos pre­guntan y miran y suplican ver a Jesús. Lázaro: “Le veréis en la ciudad. Ahora no. No puedo”. Peregrinos: “¡Ah!, ¿pero va a la ciudad? ¿Realmente va a la ciudad? ¿No mien­tes? ¿Va, a pesar de que le odien tanto?”. Lázaro: “Va. Ahora marchaos, tranquilos. ¿No veis cómo todos descansan dentro? No se ve a nadie ni se oye ninguna voz. Habéis visto lo que queríais ver: a mí, el resucitado y el lugar de su sepultura. Ahora marchaos. Pero no de­jéis que vuestra curiosidad sea estéril. ¡Que el hecho de haberme visto a mí, que soy prueba viva del poder de Jesucristo, Cordero de Dios y Mesí­as santísimo, os conduzca a todos a su camino! Por esta esperanza me siento contento de haber resucitado, porque espero que el milagro haga reaccionar a los que dudan y convertir a los paganos de forma que persuada a todos de que uno solo es el verdadero Dios y uno solo es el verdadero Mesías: Jesús de Nazaret, Maestro santo”. La gente se va de mala gana. ■ Pero, si se va uno, vienen diez; porque nueva gente sigue viniendo. Pero Lázaro logra con la ayu­da de algunos criados empujar afuera a todos y cerrar las cancillas. Al irse a retirar, ordena: “Vigilad por que no fuercen las cancillas o salten por encima de ellas. Pronto anochecerá y se marcharán a sus lugares de alojamiento”.
* El decreto del Sanedrín sobre Jesús sigue vigente y alcanza hasta Lázaro, según los fariseos-Ancianos sanedristas Eleazar y Juan, seguidores ocultos del Maestro. ■ Pero, en esto, ve que de tras una espesura de mirtos salen Eleazar y Juan. “¿Qué? No os había visto y creía…”. “No nos expulses. Hemos entrado en una espesura para no ser vistos. Tenemos que hablar con el Maestro. Hemos venido nosotros porque sospechan menos de nosotros que de José y Nicodemo. Pero no quisiéramos ser vistos por nadie, aparte de por ti y por el Maestro… ¿Son de fiar tus criados?”. Lázaro: “En casa de Lázaro se acostumbra a ver y oír sólo lo que agra­da al dueño, y de no saber nada para los extraños. Venid. Por este sen­dero. Entre estas dos paredes vegetales más opacas que un muro”. Los guía por el caminito que hay entre la doble, impenetrable ba­rrera de bojes y de laureles. “Quedaos aquí. Os traigo a Jesús”. “¡Que nadie se percate!…”. “No temáis”. ■ La espera dura poco. Pronto en el sendero, semiobscuro por la enramada, aparece Jesús, blanco todo con su túnica de lino. Lázaro se queda en el límite del sendero como si estuviera de guardia, o por prudencia. Pero Eleazar le dice —más que decírselo, se lo indica con un gesto— que se acerque. Lázaro se acerca mientras Jesús saluda a los dos, que le reverencian inclinándose profundamente. “Maestro, escucha, y tú también, Lázaro. En cuanto ha corrido la noticia de tu llegada y de que estás aquí, el Sanedrín se ha reunido en casa de Caifás. Todo lo que se hace es un abuso… Y ha decidido… ¡No te hagas falsas ilusiones, Maestro! ¡Vigila, Lázaro! Que no os seduzca la falsa calma, la aparente somnolencia del Sanedrín. Es algo fingido, Maestro. Fingen para atraerte hacia ellos y apresarte sin que la muchedumbre se altere y se prepare a defender­te. Tu suerte está sellada y el decreto no se cambia. Puede ser ma­ñana o dentro de un año, pero se cumplirá. El Sanedrín no olvida nunca sus venganzas. Espera, sabe esperar la ocasión propicia, ¡pero luego!… ■ Y también tú, Lázaro. Quieren quitarte de en medio, apre­sarte, eliminarte, porque por causa tuya demasiados los abandonan para seguir al Maestro. Tú —lo has dicho con exactas palabras— eres el testimonio de su poder. Y quieren destruir ese testimonio. Las muchedumbres pronto olvidan. Ellos eso lo saben. Una vez desaparecidos tú y el Rabí, se apagarán muchos entusiasmos”. Jesús dice: “¡No, Eleazar! ¡Arderán con viva llama!”. El fariseo Juan dice: “¡Oh, Maestro! ¿Pero… qué pasará si Tú mueres? ¿Qué cosa hará que nuestra fe en Ti eche llamas, aun cuando así fuere, si Tú estás ya muerto? Yo esperaba tan sólo poder darte una alegre noticia y al mismo tiempo hacerte una invitación: mi esposa pronto dará a luz al hijo que tu justicia ha hecho florecer poniendo de nuevo la paz entre dos corazones en tempestad (2). Nacerá para Pentecostés. Quisiera decirte que vinieras a bendecirle. Si entras bajo mi techo, toda calamidad quedará para siempre alejada de mi hogar”. Jesús: “Te doy ya desde ahora mi bendición…”. Fariseo Juan: “.¡Entonces es que no quieres venir a mi casa! ¡No me crees leal! ¡Lo soy, Maestro! ¡Dios me ve!”. Jesús: “Lo sé. Es que… para Pentecostés ya no estaré entre vosotros”. Fariseo Juan:  “Pero el niño nacerá en la casa que tengo en el campo…”. Jesús:  “Ya lo sé. Pero Yo ya no estaré. No obstante, tú, tu esposa, el que nacerá y los hijos que ya tienes tenéis mi bendición. Os doy las gra­cias por haber venido. Ahora marchaos. Guíalos por el sendero hasta más allá de la casa de Simón. Que no los vean… Yo vuelvo a casa. La paz a vosotros…”. (Escrito el 27 de Marzo de 1947).
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1 Nota : Cfr. Ju. 12,9-11.   2 Nota : Se refiere al episodio donde se cuenta que Juan, un Anciano sanedrista, por su forma de vida conyugal y mordido por los celos, estuvo a punto de perder a su mujer y recurrió a Jesús a pedir ayuda para recomponer su maltrecho matrimonio.
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(<También en el mismo sábado. Se celebra una cena en Betania, en la casa de Lázaro y hermanas. Las discípulas y la afligida Madre quizás han preferido quedarse en la casa contigua de Simón Zelote. Durante la cena, María Magdalena ha salido de la sala del banquete mientras Marta ponía sobre la mesa unas bandejas colmadas de frutas>)

9-586-259 (10-47-327).- Sábado, víspera de la entrada en Jerusalén.- Cena en Betania: Magdalena unge cabeza y pies de Jesús (1).-  Judas de Keriot ha decidido.
* Judas Iscariote dice con desaire: “¡Qué derroche inútil y pagano! ¡Por lo menos era una libra de nardo puro! Yo lo habría vendido al menos por trescientos denarios. Habría dado el dinero a los pobres que nos asedian”.- ■ Magdalena vuelve a entrar a la sala del banquete. Trae en las manos una jarra de cuello estrecho y terminado en un piquito. El alabastro es de un precioso color amarillo-rosado, como la piel de ciertas personas rubias. Los apóstoles la miran, pensando que tal vez haya traído algún raro manjar. Pero María no va al centro, a donde está su hermana, al interior de la «U» que forman las mesas. No. Pasa por detrás de los triclinios y va a colocarse entre el de Jesús y Lázaro y el de los dos Santiagos. Destapa la jarra de alabastro y pone la mano debajo del pico, y recoge algunas gotas de un líquido que sale lentamente. Un penetrante olor de tuberosas y de otras esencias, un perfume intenso y riquísimo, se esparce por la sala. Pero María no se siente satisfecha con eso poco que sale. Se agacha y rompe con un golpe seguro el cuello de la jarra contra el ángulo del triclinio de Jesús. El estrecho cuello cae al suelo esparciendo sobre los mármoles del suelo gotas perfumadas. Ahora la jarra tiene una boca amplia y sale el ungüento exuberante. María se pone a la espalda de Jesús y echa sobre la cabeza de Él el bálsamo denso, y luego lo extiende con las peinetas que se ha quitado, y repeina la cabellera de Jesús. Su cabeza rubia y rojiza brilla como si fuera de oro bruñido. La luz de la lámpara que los siervos han encendido se refleja en la cabeza rubia de Jesús como en un casco de bronce pulido. El perfume es embriagador. Penetra por las narices, sube a la cabeza; tan penetrante es, esparcido de esa manera, sin medida, que casi irrita como los polvos de estornudar. ■ Lázaro, que tiene la cabeza vuelta hacia su hermana, sonríe al ver con qué cuidado unge y compone los cabellos de Jesús, mientras que no se preocupa de que sus propios cabellos, no sujetos ya por el ancho peine que ayudaba a las horquillas en su función, estén descendiendo cada vez más por el cuello y ya estén próximos a soltarse del todo y caer sobre los hombros. También Marta mira y sonríe. Los demás hablan en voz baja y con diversas expresiones en sus caras. ■ Pero María no está satisfecha todavía. Queda todavía mucho ungüento en la jarra, y los cabellos de Jesús, a pesar de ser tupidos, están ya empapados. Entonces María repite el gesto de amor de un lejano atardecer. Se arrodilla a los pies del triclinio, desata las correas de las sandalias de Jesús y le descalza los pies; luego, metiendo sus largos dedos en la jarra, saca toda la cantidad de ungüento que puede, y lo extiende, lo esparce sobre los pies desnudos, dedo por dedo; luego la planta y el calcañar; y, más arriba, en el tobillo, que ha descubierto haciendo a un lado el vestido de lino; por último, sobre el empeine de los pies, y se detiene allí, en los metatarsos, en el lugar por donde entrarán los clavos tremendos, e insiste hasta que ya no encuentra bálsamo en la jarra. Entonces rompe la jarra contra el suelo, y, libres ya las manos, se saca las gruesas horquillas, se deshace rápidamente las pesadas trenzas, y el resto del bálsamo lo echa sobre los pies de Jesús. ■ Judas alza su voz. Hasta ese momento había estado en silencio, contemplando con mirada de lujuria y de envidia a la hermosísima mujer y al Maestro cuya cabeza y pies estaban siendo ungidos por ella. Es la única voz clara de reproche; los otros, no todos, pero sí algunos, habían mostrado un cierto descontento, pero sin mayor consecuencia. Pero Judas, que incluso se había puesto en pie para ver mejor la unción de los pies, dice con desaire: “¡Qué derroche inútil y pagano! ¿Qué necesidad había de hacerlo? ¡Y luego no queremos que los jefes del Sanedrín nos critiquen de que hay pecado! Estos son gestos propios de una cortesana lasciva y no dicen bien, mujer, de la nueva vida que llevas. ¡Demasiado recuerdan tu pasado!”. El insulto es tal que todos se quedan pasmadísimos, de modo que unos se sientan sobre sus triclinios, otros se ponen de pie, todos miran a Judas, como a uno que, de pronto, se hubiera vuelto loco. Marta se pone colorada. Lázaro de un brinco se pone en pie dando un fuerte golpe sobre la mesa. Grita: “En mi casa…” pero luego mira a Jesús y se refrena. ■ Iscariote: “Sí. ¿Me miráis? Todos habéis murmurado en vuestro corazón. Pero ahora, por haberme hecho eco vuestro y haber dicho claramente lo que pensabais, sin titubear os oponéis a mí. Repito lo que he dicho. No quiero, ciertamente, afirmar que María sea la amante del Maestro. Pero sí digo que ciertos actos no son apropiados ni con Él ni con ella. Es una acción imprudente, y hasta injusta. Sí. ¿Por qué este derroche? Si ella quería destruir los recuerdos de su pasado, hubiera podido darme a mí esa jarra y ese ungüento. ¡Por lo menos era una libra de nardo puro! Y de gran valor. Yo lo habría vendido al menos por trescientos denarios, que es lo que vale un nardo de tal calidad. Habría dado el dinero a los pobres que nos asedian. Nunca son suficientes. Y mañana muchísimos serán los que en Jerusalén pedirán una limosna”. Los demás asienten: “¡Es verdad! Podías haber empleado una parte para el Maestro y la otra…”. ■ María Magdalena está como si estuviese sorda. Continúa secando los pies de Jesús con sus cabellos sueltos, que también ahora están espesos en la parte de abajo por el ungüento,  y están más oscuros que en la parte superior de la cabeza. Los pies de Jesús de color marfil viejo están lisos y blandos, como si se hubieren cubierto de una nueva piel. María pone nuevamente las sandalias a Jesús. Besa los pies, sorda a todo, menos a lo que no sea su amor por Jesús.
* Ella siente que estoy para morir y ha querido anticiparle a mi cuerpo las unciones para la sepultura”.- ■ Y Jesús, poniéndole una mano sobre la cabeza, que tiene agachada para el último beso, la defiende diciendo: “Dejadla en paz. ¿Por qué la afligís y molestáis? No sabéis lo que ha hecho. María ha realizado en Mí una acción de deber y de amor. Siempre habrá pobres entre vosotros. Estoy ya para irme. Siempre los tendréis, pero no más a Mí. A ellos podréis darles un óbolo. A Mí, al Hijo del hombre entre los hombres, no será posible tributarle ninguna honra, porque así lo quieren y porque le ha llegado su hora. El amor, a ella, le es luz; ella siente que estoy para morir y ha querido anticiparle a mi cuerpo las unciones para la sepultura. En verdad os digo que en cualquier parte que sea predicada la Buena Nueva se hará mención de este acto suyo de amor profético. Sí, en todo el mundo. Durante todos los siglos. ¡Quiera Dios hacer de cada una de las criaturas otra María, que no calcula precios, que no abriga apegos, que no guarda el más mínimo recuerdo del pasado, sino que destruye y pisotea todo lo carnal y mundano, y se rompe y se esparce como ha hecho con el nardo y el ungüento, sobre su Señor y por amor. No llores, María. Te repito ahora aquellas palabras que dije a Simón el fariseo y a Marta tu hermana: «Todo te ha sido perdonado porque has sabido amar totalmente». «Tú has elegido la mejor parte y no se te quitará». Quédate en paz, mi hermosa oveja a quien encontré nuevamente. Quédate en paz. Que los pastos del amor sean en la eternidad tu alimento. Levántate, besa también mis manos, que te absolvieron y han bendecido… ¡A cuántos han absuelto, bendecido, curado, hecho bien! Y sin embargo, Yo os aseguro que el pueblo a quien he hecho tantos bienes está preparándose para torturarlas…”. ■ Un silencio pesado se cierne sobre el aire impregnado del fuerte perfume. María, con los cabellos sueltos por detrás y por delante, besa la mano derecha, que Jesús le ha ofrecido, y no sabe apartar de esa mano sus labios… Marta, conmovida, se acerca a su hermana, le recoge los cabellos sueltos, los trenza luego acariciándola, y extendiéndole el llanto sobre las mejillas tratando de secárselo… Nadie tiene ganas de seguir comiendo… Las palabras de Jesús hacen a todos pensar. El primero que se levanta es Judas de Alfeo. Pide permiso para retirarse. Santiago, su hermano, hace lo mismo, y lo mismo hacen Andrés y Juan. Se quedan los otros, pero ya en pie, para lavarse las manos en las aljofainas de plata que los siervos les presentan. María y Marta hacen lo mismo con el Maestro y Lázaro.
* Iscariote da muestras de su satanizada mente.- ■ Entra un siervo y se inclina a decir algo a Maximino. “Maestro”, dice éste después de haberle escuchado “hay una serie de personas que quisieran verte. Dicen que vienen de lejos. ¿Qué hacemos?”.  Jesús llama a Felipe, a Santiago de Zebedeo, a Tomás y les ordena: “Id, anunciad la Buena Nueva. Curad. Hacedlo en mi nombre. Anunciad que mañana subiré al Templo”. Simón Zelote pregunta: “¿Convendrá en decir esto, Señor?”. Jesús: “Es inútil tenerlo oculto porque más que mis amigos, mis enemigos lo han esparcido en la santa ciudad. Id”. Pedro: “¡Uhm! Se comprende que los amigos lo sepan… Pero los amigos no traicionan. Lo que no sé es cómo logran saberlo los otros”. Judas de Keriot dice desvergonzadamente: “Entre los muchos amigos siempre hay algún enemigo, Simón de Jonás. Demasiados son ya… los amigos, y con demasiada facilidad son recibidos como tales. ¡Cuando pienso en lo que tuve que insistir y esperar yo!… Pero eran los primeros días y había cautela. Después vinieron los deslumbradores triunfos y la cautela se perdió. ¡Y fue un error! Pero eso les sucede a todos los vencedores. Las victorias empañan el modo de ver las cosas y debilitan la prudencia de actuar. Naturalmente me estoy refiriendo a nosotros, discípulos. No estoy hablando del Maestro. Él es perfecto. ¡Si hubiéramos seguido siendo nosotros doce, no deberíamos acongojarnos por temer traiciones!”. ■ La mirada de Jesús que echa sobre el apóstol traidor es indescriptible. Una mirada de llamada y de dolor infinito. Pero Judas no la acepta. Pasando delante de las mesas se dispone a salir… Jesús le sigue con la mirada y cuando le ve que está ya a punto de irse le pregunta: “¿A dónde vas?”. Evasivamente le responde: “Afuera…”. Jesús: “¿Fuera de la habitación o fuera de casa?”. Iscariote: “Afuera… Así, así… a caminar un poco”. Jesús le apremia: “No vayas, Judas. Quédate conmigo, con nosotros…”. Iscariote: “Han salido tus hermanos y también Juan con Andrés. ¿Por qué no puedo salir?”. Jesús: “Tú no vas a descansar como ellos…”. Judas no responde y obstinado sale. Nadie habla, los que se han quedado, esto es, Pedro, Simón y Bartolomé se miran entre sí. Jesús mira afuera. Se ha levantado y ha ido a una ventana para seguir los movimientos de Judas. ■ Cuando le ve salir de la casa con el manto ya puesto y dirigirse al cancel, que desde aquí no se ve, le llama con fuerte voz: “¡Judas, espérame! Debo decirte una cosa”, y aparta suavemente a Lázaro, quien, intuyendo el dolor de su Maestro, había rodeado su cintura con un brazo; y sale de la sala y alcanza a Judas que había seguido caminando, aunque más lento. Le alcanza a un tercio largo de la distancia que hay entre la casa y la cerca del jardín, en una pequeña espesura de árboles de hojas gruesas; árboles que parecen de cerámica color verde oscuro, tachonada de pequeñas flores reunidas en ramilletes (Y cada flor es una crucecita con pétalos gruesos como si hubieran sido hechos de una cera apenas amarilla, de un intenso perfume). No sé su nombre. Jesús le lleva detrás de la espesura y, tomándolo del antebrazo con la mano, vuelve a preguntarle: “¿Adónde vas, Judas? Te ruego que te quedes aquí”. Iscariote: “Tú que sabes todo, ¿por qué me lo preguntas? ¿Qué necesidad tienes de preguntar, Tú, que lees en el corazón de los hombres? Sabes que voy a ver a mis amigos. No me das permiso de ir con ellos. Me buscan. Voy”. Jesús: “¡Tus amigos! ¡Tu ruina, deberías decir! A ella vas. A tus verdaderos asesinos vas. ¡No vayas, Judas! ¡No vayas! Vas a cometer un crimen… Tú…”. Iscariote: “¡Ah, tienes miedo! ¡Finalmente lo tienes! ¡Finalmente sientes que eres humano! ¡Que eres un hombre! ¡No más que eso! Porque solo el hombre tiene miedo de la muerte. Dios no, porque sabe que no puede morir. Si te sintieses Dios, sabrías que no podrías morir y no deberías tener miedo. Porque Tú, ahora, ahora que sientes próxima la muerte, la temes como cualquier mortal, y buscas por todos los medios evitarla, y en todas las cosas ves un peligro. ¿Dónde está tu antigua audacia? ¿Dónde esas firmes declaraciones de estar contento, sediento, de llevar a cabo el Sacrificio? ¡No hay ni eco de eso en tu corazón! Creías que nunca llegaría esta hora, y por eso te hacías el fuerte, el generoso, decías frases solemnes. ¡Venga ya! ¡No te quedas corto respecto a los que tachas de hipócritas! ¡Nos has deslumbrado y desilusionado! ¡Y nosotros que habíamos dejado todo por Ti! ¡Nosotros que por tu causa somos objeto de odio! Tú eres la causa de nuestra ruina…”. Jesús: “Basta. ¡Ve, ve! ¡No han pasado muchas horas desde que tú me dijiste: «Ayúdame a quedarme! ¡Defiéndeme!». Lo he hecho. ¿Y de qué ha servido? ■ Dime una sola cosa, pero antes de decírmela, reflexiona bien. ¿Realmente quieres ir con tus amigos, los prefieres a Mí? ¿Es esta tu voluntad?”. Iscariote: “Sí. Lo es. No tengo necesidad de reflexionar, porque desde hace tiempo no tengo otra voluntad”. Jesús: “Entonces vete. Dios no hace fuerza a la voluntad del hombre” y Jesús le vuelve las espaldas volviendo despacio adentro. Cuando está cerca de la casa levanta su cabeza atraído por la mirada que Lázaro le dirige desde el lugar donde estuvo antes. El pálido rostro de Jesús se esfuerza en sonreír al migo fiel. (Escrito el 28 de Marzo de 1947).
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1  Nota  : Cfr. Ju. 12,1-8; Mt. 26,6-13; Mc. 14,3-9.
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9-587-267 (10-6-347).- El adiós a Lázaro.- Revelación de la Pasión y una encomienda al «amigo».- El mundo tiene necesidad de 2 víctimas, porque el hombre pecó con la mujer.- La primera Misa. ¿Qué es la Misa?
* Jesús anuncia su muerte de cruz a Lázaro y confirma a Judas como el traidor, Satanás encarnado (no solo poseído).- ■ Jesús está en Betania. Ya es tarde. Un plácido atardecer de abril. Desde las grandes ventanas de la sala del banquete se puede ver el jardín de Lázaro que está en flor; más allá el huerto que parece toda una nube de ligeros pétalos. Perfume del nuevo verdor, perfume agridulce de flores de árboles frutales, de rosas y de otras flores, se mezcla, y entra a las habitaciones con la serena brisa del atardecer que hace ondear levemente las cortinas extendidas en los vanos de las puertas y temblar las llamas de las lámparas. Allí se funden los perfumes de nardos, convalarias, y jazmines; y forman una esencia singular, recuerdo del bálsamo con que María Magdalena ungió a su Jesús, que tiene todavía el pelo más oscuro a causa de la unción. ■ En la sala están aún Simón, Pedro, Mateo y Bartolomé. Los demás tal vez han ido a otras ocupaciones. Jesús se levanta de la mesa y mira un rollo de pergamino que Lázaro le ha presentado. María de Magdala va de acá para allá por la sala… parece una mariposa atraída por la luz. Lo único que sabe hacer es girar en torno a su Jesús. Marta tiene cuidado de los criados que recogen la preciosa vajilla, que hay sobre la mesa. Jesús, colocando el folio en un alto aparador que tiene incrustaciones de marfil en la brillante madera negra, dice: “Lázaro, Ven. Tengo que decirte algo”. Lázaro, levantándose de su asiento que está cerca de la ventana, dice: “Voy, Señor”, y sigue a Jesús hacia el jardín en que los últimos rayos del día se mezclan con el primer claror de la luna. ■ Jesús camina, dirigiéndose más allá del jardín, al lugar donde está el sepulcro en que fue enterrado Lázaro, y sobre el que ahora hay un rosal, todas florecidas en la boca vacía.  Encima de ésta, en la roca levemente inclinada, está esculpido: “¡Lázaro, sal fuera!”. Jesús se detiene allí. La casa, oculta por árboles y setos, ya no se ve. Se siente un silencio completo. Se siente una soledad absoluta. “Lázaro, amigo mío” pregunta Jesús, de pie ante su amigo, mirándole fijamente con un atisbo de sonrisa en su rostro enflaquecido y más pálido de lo habitual. “Lázaro, amigo mío, ¿sabes quién soy?”. Lázaro: “Eres Jesús de Nazaret, mi amado Jesús, mi santo Jesús, mi poderoso Jesús”. Jesús: “Eso para ti. Pero para los demás ¿quién soy?”. Lázaro: “Eres el Mesías de Israel”. Jesús: “¿Y qué mas?”. Lázaro: “El Prometido, el Esperado… ¿por qué me lo preguntas? ¿Dudas de mi fe?”. Jesús: “No, Lázaro. Pero quiero confiarte una verdad. Nadie fuera de mi Madre y de uno de mis discípulos, lo sabe. Mi Madre porque no ignora nada. El discípulo mío porque es copartícipe en esta cosa. A los otros se la he dicho muchas veces en estos tres años. Pero su amor ha hecho de nepente y escudo ante la verdad anunciada. No han podido comprender todo… ■ Y es mejor que no lo hayan comprendido para evitar un crimen. Por otra parte inútil, porque lo que debe suceder, debe serlo. Pero Yo quiero decírtelo ahora esto”. Lázaro: “¿Dudas que te ame menos que ellos? ¿A qué crimen te refieres? ¿Qué crimen va a cometerse? En nombre de Dios ¡habla!”. Lázaro está excitado. Jesús: “Voy a decírtelo, claro. No dudo que me ames. Tanto es así que te voy a depositar en ti mi última voluntad…”. Lázaro: “¡Oh, Jesús! Esto lo hace quien está próximo a la muerte. Yo lo hice cuando comprendí que no vendrías, y que yo tenía que morir”. Jesús: “Y Yo debo morir”. Lázaro: “¡Noooh!”, y lanza un profundo gemido. ■ Jesús: “No grites. Que nadie nos oiga. Quiero hablarte a solas. Lázaro, amigo mío, ¿tienes idea de lo que sucede en estos momentos en que estamos juntos, en esta intimidad de amigos, que nunca ha sido turbada? Un cierto tipo, con otros iguales a él, está contratando el precio con que comprarán o venderán al Cordero. ¿Sabes cómo se llama el Cordero? Se llama Jesús de Nazaret”. Lázaro: “¡Noooh! Es verdad que tienes enemigos, pero nadie puede venderte. ¿Quién?… ¿Quién es?”. Jesús: “Uno de los míos. Uno que ha pensado que le he desencantado, y que, cansado de esperar, quiere librarse de Aquel que ya no es más que un peligro personal para él. Piensa que puede recobrar una antigua estimación ante los grandes del mundo. Sin embargo, el mundo de los buenos como el de los malos le despreciará. Ha llegado a este cansancio de Mí, de la espera de aquello que, con todos los medios, ha tratado de alcanzar: la grandeza humana. La persiguió primero en el Templo, creyó alcanzarla con el Rey de Israel, y ahora la busca nuevamente, en el Templo y con los romanos… Lo espera… Pero Roma, si sabe premiar a sus fieles servidores… sabe también aplastar bajo sus pies a los denunciantes cobardes. El traidor está cansado de Mí, de la espera, de la carga que significa el ser bueno. ■ Para quien es malo, ser, tener que fingir ser bueno es un peso intolerable. Se puede soportar por algún tiempo… pero luego, no se puede más… y la persona se libra de ella para volver a ser libre. ¿Libre? Eso piensan los malvados… También él lo cree. Pero no es libertad. El ser de Dios es libertad. Estar contra Dios es prisión de cepos y cadenas, de argolla, y latigazos, como ningún galeote condenado al remo,  como ningún esclavo a trabajos forzados la soporta bajo el azote del carcelero”. Lázaro: “¿Quién es? Dímelo ¿Quién es?”. Jesús: “No es necesario”. Lázaro: “Sí que es necesario… ¡ah!… Solo puede ser él: el hombre que siempre ha sido una mancha de tu grupo, el que hace poco ofendió a mi hermana. ¡Es Judas de Keriot!”. Jesús: “No. Es Satanás. Dios ha tomado carne en Mí (1): Jesús. Satanás ha tomado carne en él: Judas de Keriot. ■ Un día… hace mucho tiempo… en este jardín tuyo, consolé unas lágrimas y disculpé a un alma que había caído en el fango. Dije que la posesión es el contagio de Satanás que inocula su veneno en el ser y lo desnaturaliza. Dije que es connubio de un espíritu con Satanás y con el instinto animal. Pero la posesión es todavía poca cosa respecto a la encarnación. Yo seré poseído por mis santos y ellos lo serán por Mí (2). Pero solo en Jesucristo está Dios como está en el Cielo, porque Yo soy el Dios hecho carne. Única es la encarnación divina. De igual modo en uno solo estará Satanás, Lucifer, tal y como está en su reino, porque solo en el asesino del Hijo de Dios Satanás está encarnado. En estos momentos, en que te estoy hablando, él está ante el Sanedrín, tratando y empeñándose para que me maten. Pero no es él: es Satanás”.
“Lázaro, dime ¿qué cosa es el morir. ¿De qué te acuerdas?”.- La agonía es el prepurgatorio de los agonizantes.- ■ Jesús: “Ahora escucha, Lázaro, fiel amigo. Te voy a pedir algunos favores. Nunca me has negado ninguno. Tu amor ha sido tan grande que, sin faltar jamás al respeto, ha sido siempre activo a mi lado, con mil ayudas, con muchas prudentes  y oportunas ayudas y con sabios consejos, que Yo siempre acepté porque vi en tu corazón un verdadero deseo de mi bien”. Lázaro: ¡Oh, Señor mío, mi alegría era pensar en Ti! ¿Qué otra cosa puedo hacer sino preocuparme por mi Maestro y Señor? ¡Muy poco, muy poco me has permitido que hiciera yo por Ti! Mi deuda hacia Ti, que has devuelto a María a mi amor y a mi honor, y a mí a la vida, es tal, que… Oh, ¿por qué me has mandado llamar de la muerte para hacerme vivir esta hora? Todo el horror de la muerte y toda la angustia de mi alma, tentado por Satanás al miedo, en el momento en que iba a presentarme ante el Juez eterno, ya los había superado, ¡y había oscuridad!… ¿Qué te pasa, Jesús? ¿Por qué te estremeces y te pones más pálido aún de lo que ya de por sí estás? Tu rostro está más pálido que esta blanca rosa que se marchita bajo los rayos de la luna. ¡Oh, Maestro! Parece como si la sangre y la vida se te fueran acabando…”. Jesús: “En realidad me siento como uno que está muriendo con las venas abiertas. Toda Jerusalén —y quiero decir con ello «todos mis enemigos de entre los poderosos de Israel»— está pegada a Mí con sus ávidas bocas y me extrae la vida y la sangre. Quieren silenciar la Voz que durante tres años los ha atormentado, aunque sin dejarlos de amar… porque cada una de mis palabras, aunque era una palabra de amor, era una sacudida que invitaba a su alma a despertar, y ellos no querían oír a esta alma suya, porque la han amarrado con su triple sensualidad. ¡Y no solo los grandes!… sino toda, toda Jerusalén, muy pronto, va a ensañarse con el Inocente y pedir su muerte… y con Jerusalén Judea… y con Judea Perea, Idumea, la Decápolis, Galilea, Siro-fenicia… todo, todo Israel reunido en Sión para el «Paso» del Mesías de esta vida a la muerte… ■ Lázaro, tú que estuviste muerto y fuiste resucitado, dime ¿qué cosa es el morir? ¿Qué experimentaste? ¿De qué te acuerdas?”. Lázaro: “¿El morir?… No recuerdo exactamente lo que fue. Después de los grandes sufrimientos, me sobrevino un fuerte desfallecimiento… Me parecía que no sufría más, y que tenía un profundo sueño… La luz, los ruidos se hacían cada vez más débiles, más lejanos… Dicen mis hermanas y Maximino que daba muestras de que sufría mucho… Pero yo no me acuerdo…”. Jesús: “Entiendo. La piedad del Padre amortigua en los agonizantes su capacidad intelectual, de modo que sufren únicamente en el cuerpo, que es el que debe ser purificado por este prepurgatorio que es la agonía. Pero Yo… ¿Y de la muerte qué recuerdas?”. Lázaro: “Nada, Maestro. Tengo un espacio oscuro en el espíritu. Una zona vacía. Tengo una interrupción, que no sé cómo llenar, en el curso de mi vida. No tengo recuerdos. Si mirase en el fondo de ese agujero negro que me tuvo durante cuatro días, a pesar de ser ya de noche y de estar en la sombra, sentiría —no vería, pero sí sentiría—, el frío húmedo salir desde sus entrañas y sacudir mi cara. Lo cual es ya una sensación. Pero yo, si pienso en esos cuatro días, no tengo nada. Nada. Esa es la palabra”. Jesús:  “Claro. Los que regresan no pueden contar… El misterio se revela poco a poco a quien entra en él. Pero Yo, Lázaro, sé lo que voy a sufrir. Sé que sufriré con pleno conocimiento. No habrá bebidas ni desfallecimiento que suavicen mi agonía para que sea menos atroz. Yo me sentiré morir. Ya lo estoy sintiendo… Ya estoy muriendo, Lázaro. Como un enfermo que no tiene remedio, he estado muriendo en estos treinta y tres años. Y, a medida que el tiempo me ha ido acercando a esta hora,  tanto más se ha acercado la muerte. Antes era solo el morir del saber que había nacido para ser Redentor, luego fue el morir de quien se ve atacado, acusado, escarnecido, perseguido, obstaculizado… ¡Qué cansancio! Luego… el morir por tener a mi lado, cada vez más cerca —hasta tenerlo estrechado a Mí, como un gigantesco pulpo al náufrago— a aquél que es mi Traidor. ¡Qué náusea! Ahora voy a morir con la angustia de tener que decir «adiós» a los amigos más queridos, y a mi Madre…”.
* “¿Sabes quién de entre mis más íntimos ha sabido transformarse para llegar a ser mi posesión, como Yo anhelo? Solo tu hermana, María”.- Lázaro: “¡Oh, Maestro!, ¿estás llorando? Sé que lloraste aun delante de mi sepulcro porque me amabas. Pero ahora… Lloras de nuevo. Estás helado completamente. Tienes las manos frías como un cadáver. Sufres. Sufres demasiado…”.  Jesús:  “Soy el Hombre, Lázaro. No soy solo Dios. Del hombre poseo su sensibilidad y sus afectos. Mi alma se angustia al pensar en mi Madre… Y con todo te lo aseguro, que esta tortura mía se ha hecho monstruosa al tener que soportar la cercanía del traidor, el odio satánico de todo un mundo, la sordera de aquellos que no odian pero tampoco saben amar valientemente, porque para hacerlo así es necesario llegar a ser como el Amado quiere y enseña… ■ Muchos me aman, es verdad pero siguen siendo «ellos». No han cambiado su modo de ser por mi amor. ¿Sabes quién de entre mis más íntimos ha sabido transformarse para llegar a ser mi posesión, como Yo anhelo? Solo tu hermana, María. Partió de una animalidad completa y pervertida para llegar a una espiritualidad angelical. Y esto por la única fuerza: que es el amor”. Lázaro: “Tú la redimiste”. Jesús: “A todos he redimido con mi palabra. Pero solo ella se ha transformado totalmente, a causa de su gran amor. Pero estaba diciendo antes, que tan monstruoso es mi sufrimiento por todas esas circunstancias, que no anhelo sino que todo se realice. Mis fuerzas se van doblando… Será menos pesada la cruz que esta tortura de mi espíritu y de mi corazón”. Lázaro: “¿La cruz? ¡Noooh! ¡Oh, no! ¡Es demasiado atroz! ¡Demasiado infamante! ¡No!”. Lázaro, que ha tenido, en pie frente a su Maestro, desde hace un rato, entre sus manos las manos heladas de Jesús, las suelta, y cae sobre el asiento de piedra, se cubre la cara con las manos y llora desconsoladamente.
“El mundo tiene necesidad de dos víctimas. Porque el hombre pecó con la mujer; y la Mujer debe redimir, como el Hombre redime… Dios quiere que esté en mi Calvario para mezclar el agua del llanto virginal con el vino de mi Sangre divina y celebrar la primera Misa. ¿Sabes lo que será la Misa?”.- ■ Jesús, que se acerca a él y le pone una mano sobre la espalda, convulsa a causa de los sollozos, le dice: “¿Entonces? ¿Debo ser Yo, que tengo que morir, el que te consuele a ti que seguirás viviendo? Amigo, tengo necesidad de fuerzas y de ayuda. Te lo pido. Nadie fuera de ti me puede hacer ese favor. Conviene que los otros no lo sepan, porque si lo supiesen… correría sangre, y no quiero que los corderos se conviertan en lobos, ni siquiera por amor al Inocente. ■ Mi Madre… ¡oh, qué angustia hablar de Ella!… Está muy angustiada ya. También es una agonizante casi sin fuerzas… Hace treinta y tres años que también está muriendo; y ahora es toda una llaga como si hubiera sido víctima de un atroz suplicio. Te juro que he combatido entre la mente y el corazón, entre el amor y la razón, para decidir si era justo alejarla, enviarla a su casa donde Ella siempre sueña con el Amor que la hizo Madre, y paladea el sabor de su beso de fuego, y vibra con el éxtasis de aquel recuerdo y, con los ojos de su alma, siempre ve soplar levemente el aire impulsado y agitado por un resplandor angélico. A Galilea la noticia de mi muerte llegará casi en el momento en que pueda decirle: «¡Madre, soy el Vencedor!». Pero, no, no puedo hacer esto. El pobre Jesús, cargado con los pecados del mundo (3), tiene necesidad de un consuelo. Y mi Madre me lo dará. El mundo, aún el más pobre del mundo, tiene necesidad de dos víctimas. Porque el hombre pecó con la mujer; y la Mujer debe redimir, como el Hombre redime. Pero mientras no suena la hora, a mi Madre le doy sonrisas… Ella tiembla… lo sé.  Siente que se acerca la Tortura. Lo sé. Y siente rechazo de ella por natural horror y por santo amor, así como Yo siento rechazo de la muerte, porque soy un ser «vivo» que debe morir. ¡Pero qué terrible sería, si supiese que será dentro de cinco días!… No llegaría viva a esa hora, y Yo quiero que esté viva para sacar de sus labios fuerzas, como de su seno saqué la vida. ■ Dios quiere que esté en mi Calvario para mezclar el agua del llanto virginal con el vino de mi Sangre divina y celebrar la primera Misa. ¿Sabes lo que será la Misa? No. No lo sabes. No puedes saberlo. Será mi muerte aplicada para siempre al género humano viviente o purgante. No llores, Lázaro. Ella es fuerte. No llora. Ha llorado desde que se convirtió en Madre. Ahora no llora más. Se ha crucificado la sonrisa en su rostro… ¿Has visto qué rostro presenta en esos últimos días? Se ha crucificado la sonrisa  para consolarme. ■ Te ruego que imites a mi Madre. No podía guardar Yo solo el secreto. Volví mis ojos a mi alrededor en busca de un amigo sincero y seguro, y encontré tu mirada leal. Me dije: «A Lázaro se lo descubriré». Yo, cuando tenías una pena en tu corazón, respeté tu secreto, y me abstuve de preguntártelo. Te pido igual respeto para el mío, después… después de mi muerte, lo dirás. Dirás esta conversación. Para que se sepa que Jesús marchó conscientemente a la muerte, y a las torturas que conocía unió ésta de no haber ignorado nada, ni sobre las personas, ni sobre el propio destino. Para que se sepa que, mientras todavía podía salvarse, no quiso, porque su amor infinito por los hombres no anhelaba otra cosa sino consumar el sacrificio por ellos”.
* “Jerusalén, en los próximos días, estará corrompida… Sus miasmas volverán locos incluso a mis propios discípulos, que huirán. Todos menos Juan. Júntalos, dales valor. Diles que les perdono. Confío mi perdón en tus manos”.Lázaro: “¡Oh, sálvate, Maestro, sálvate! Te puedo ayudar a que huyas. Esta misma noche. ¡Una vez huiste a Egipto! Huye de nuevo ahora. Partamos. Tomamos a tu Madre y a mis hermanas. Sabes que nada de mis riquezas me atrae. Mi riqueza, como la de Marta y María, eres Tú. Partamos”. Jesús: “Lázaro, en aquella ocasión huí porque no había llegado mi hora. Ahora está ya a la puerta. Y me quedo”. Lázaro: “Entonces voy contigo. No te abandonaré”. Jesús: “No. Tú te quedas aquí. Puesto que una licencia concede que quien está dentro de la distancia de un sábado puede consumir el cordero en su casa; así que tú, como de costumbre, consumirás aquí tu cordero. Sin embargo, deja que vengan conmigo tus hermanas… para que estén con mi Madre… ¡Oh, qué te celebran, oh Mártir, las rosas del amor divino! ¡El abismo! ¡El abismo! ¡Y de él ahora suben, y atacan, las llamas del Odio para morderte el corazón! Tus hermanas, sí; ellas son fuertes y valerosas… y mi Madre será un ser agonizante, inclinado sobre mi cadáver. Juan no basta. Juan es el amor. Pero todavía no ha alcanzado la madurez. Madurará y se hará hombre en el suplicio de estos próximos días. Pero la Mujer tiene necesidad de las mujeres, que atiendan sus horribles heridas. ¿Las dejas ir?”. Lázaro: “Todo, todo te lo he dado con alegría. ¡Lo único que me afligía es que me pidieras tan pocas cosas!”. Jesús: “Ya lo ves. De nadie he aceptado tanto como de los amigos de Betania. ■ Ésta ha sido una de las acusaciones que el injusto me ha echado en cara más de una vez. Pero Yo aquí, entre vosotros, encontraba muchas cosas que consolaban al Hombre de todas sus amarguras de hombre. En Nazaret era el Dios que se consolaba con la única Delicia de Dios. Aquí era Yo el hombre. Y antes de subir al patíbulo, te doy gracias, amigo fiel y cariñoso, amigo gentil y diligente, reservado y docto, discreto y generoso. Te agradezco todo. Mi Padre te lo pagará después…”. Lázaro: “Ya he recibido todo con tu amor y con la redención de María”. Jesús: “¡Oh, no! ¡Todavía debes recibir mucho! Escúchame. No te desesperes de este modo. Dame tu inteligencia para que Yo pueda decirte lo que todavía te pido. ■ Te quedarás aquí a esperar…”. Lázaro: “No, eso no. ¿Por qué María y Marta, yo no?”. Jesús: “Porque no quiero que te vayas a corromper como se van a corromper todos los varones. Jerusalén, en los próximos días, estará corrompida como lo está el aire que envuelve a una carroña podrida, que revienta de improviso al golpe que un viajero le dio con el talón. Corrompida y corruptora. Sus miasmas volverán locos incluso a los menos crueles, incluso a mis propios discípulos, que huirán. Y en medio de su terror, ¿a dónde irán? Vendrán a tu casa, Lázaro. ¡Cuántas veces, durante estos tres años han venido en busca de pan, de hospedaje, de defensa, de descanso y del Maestro!… Volverán. Cual ovejas desbandadas por el lobo que ha matado al pastor correrán al redil. Júntalos, dales valor. Diles que les perdono. Confío mi perdón en tus manos. Se sentirán angustiados por haber huido. Les dirás que no caigan en un pecado mayor, que es el de perder la esperanza de mi perdón”. Lázaro: “¿Huirán todos?”. Jesús: “Todos,  menos Juan”. ■ Lázaro:  “Maestro, no vas a pedirme que acoja a Judas, ¿verdad? Haz que me muera en medio de tormentos, pero no me pidas eso. Muchas veces se estremeció mi mano al sentir la espada, deseosa de acabar con el oprobio de la familia, y nunca lo hice porque no soy un hombre sanguinario. Tan solo sentí la tentación. Pero te juro que si vuelvo a ver a Judas, le degüello como a un cabro de delito”. Jesús: “No le volverás a ver. Te lo prometo”. Lázaro: “¿Huirá? No importa. He dicho: «Si le vuelvo a ver». Ahora te digo: «Le buscaré hasta los confines del mundo y le mataré»”. Jesús: “No debes desearlo”. Lázaro: “Lo haré”. Jesús: “No podrás, porque donde está él, no podrás ir”. Lázaro: “¿Dentro del Sanedrín? ¿Dentro del Santo? Allí le alcanzaré y le mataré”. Jesús: “No estará allá”. Lázaro: “¿En casa de Herodes? Me matarán, pero antes le mataré”. Jesús: “Estará con Satanás, y tú nunca estarás con Satanás. Pero aparta de ti inmediatamente este pensamiento homicida, si no, te abandono”. Lázaro: “¡Oh, oh!… Sí. Por Ti. ¡Oh, Maestro, Maestro!”. Jesús: “Sí. Tu Maestro… ■ Acogerás a mis discípulos. Los consolarás. Los encaminarás hacia la paz. Yo soy la Paz. Y también después… Después los ayudarás. Betania será siempre Betania, hasta que el Odio hurgue en este hogar de amor creyendo desparramar las llamas cuando en realidad lo que hará será esparcirlas por el mundo para encenderlo por entero. Te bendigo, Lázaro, por todo lo que hiciste y por lo que harás…”. Lázaro: “Nada he hecho, nada. Me sacaste de la muerte, y no me permites que te defienda. ¿Qué es lo que  he hecho, entonces?”. Jesús: “Pusiste a mi disposición tus casas. ¿Ves? Era el destino. El primer alojo en Sión en una tierra que es tuya. El último también en una de ellas. Estaba escrito que fuese tu huésped. Pero no me podrás defender de la muerte. ■Al principio de esta conversación te pregunté: «¿Sabes quién soy?». Ahora respondo: «Soy el Redentor». El Redentor debe consumar el sacrificio hasta la última inmolación. Por lo demás, créemelo,  que el que subirá a la cruz y será expuesto a las miradas y burla del mundo no será un ser vivo, sino un muerto. Yo soy ya un muerto, matado por el no amor, más y antes que por la tortura.Todavía algo más. Mañana temprano iré a Jerusalén. A tus oídos llegará que Sión ha aclamado como a vencedor a su Rey que entrará montado sobre un asno. No te vayas a hacer ilusiones por este triunfo y no vayas a juzgar que la Sabiduría, que te está hablando fue no sabia en este plácido anochecer. Más veloz que la luz de un bólido que aparece en el firmamento y desaparece por espacios desconocidos, se disipará el entusiasmo del pueblo y dentro de cinco noches, a esta hora empezará la tortura con un beso de engaño que abrirá las bocas que mañana gritarán hosannas, para formar un coro de atroces blasfemias y feroces gritos de condena. ■ ¡Finalmente, ciudad de Sión, pueblo de Israel, tendrás al Cordero pascual! Lo tendrás en esta fiesta. Es la Víctima preparada desde hace siglos. El Amor la engendró y se preparó por tálamo un seno en que no hubo mancha. Y el Amor la consuma. Aquí está. Es la Víctima consciente. No como el cordero que, mientras el carnicero afila el cuchillo para degollarlo, todavía come la hierbecilla del huerto, o, ignorante mama todavía la leche materna. Yo soy el Cordero que consciente dice adiós a la vida, a la Madre, a los amigos, y va al sacrificador y le dice: «¡Aquí me tienes!». ■ Yo soy el Alimento del hombre. Satanás ha suscitado un hambre que  jamás se ha saciado, que no puede saciar. Solo un alimento puede saciar esa hambre porque la quita. Y ese Alimento está aquí. Aquí está, ¡hombre!, tu Pan. Aquí tu Vino. Celebra la Pascua, ¡oh linaje humano! Atraviesa tu mar, rojo por las llamas satánicas. Lo pasarás teñido con mi Sangre, ¡oh raza humana! preservada del fuego infernal. Puedes pasar. Los cielos, advertidos de mi deseo, ya entreabren las puertas eternas. ¡Mirad, almas de los muertos! ¡Mirad, hombres vivientes! ¡Mirad, almas que seréis incorporadas en los siglos futuros! ¡Mirad, ángeles del paraíso! ¡Mirad, demonios del Infierno! ¡Mira, oh Padre! ¡Mira, oh Paráclito! La Víctima sonríe. No llora más. Todo está dicho. Adiós, amigo. No te veré más antes de mi muerte. Démonos el beso de despedida. Y no dudes. Te dirán: «¡Era un loco! ¡Era un demonio! ¡Un mentiroso! ¡Murió y decía ser la Vida!». A ellos y sobre todo a ti respóndete: «Era y es la Verdad y la Vida. Él es el Vencedor de la muerte. Lo sé. No puede ser el eterno muerto. Yo le espero. Y, antes de que se consuma todo el aceite de la lámpara que el amigo, invitado a las bodas del Triunfador, tiene preparada para iluminar al mundo, Él, el Esposo, volverá. Y esta vez la luz jamás será apagada». Cree esto, Lázaro, obedece mi deseo. ¿Oyes a este ruiseñor, cómo canta después de que se calló al oír tu llanto? Haz tú también lo mismo. Que tu alma, después de que haya llorado por mi muerte, que cante el himno seguro de tu fe. Sé bendito por el Padre, por el Hijo y por el Espíritu Santo”. (Escrito el 2 de Marzo de 1945).

* ¡Cuánto he sufrido! Durante toda la noche, desde las 23 del jueves, 1º Marzo, hasta las 5 de la mañana del viernes. He visto a Jesús en una angustia casi como la de Getsemaní, sobre todo cuando habla de su Madre, del traidor, y muestra el miedo que experimenta por la muerte. He obedecido  lo que me ordenó Jesús, de escribir esto en un cuaderno separado para formar una Pasión más pormenorizada. Usted, Padre Migliorini, vio mi cara esta mañana… imagen pálida del sufrimiento padecido… y no añado más porque hay cosas que el pudor no permite.
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1  Nota  : “Dios ha tomado carne en Mí”, es decir, se ha encarnado, debe ser aquí entendido no en sentido fisiológico (como en la expresión: Dios-Verbo se encarnó en el seno de la Virgen María), sino en el sentido figurado de concretarse, personificarse. En este sentido no es errado decir que Dios se encarnó en Jesús y que Satanás se encarnó en Judas de Keriot. El mismo significado tendrán expresiones análogas de Jesús respecto a Judas: uno que está anulado en Satanás, el cual se ha encarnado en su carne mortal. Que Satanás se haya apoderado de tal forma de Judas, que llegó a formar  «una sola cosa» con el traidor, explícitamente se lee en Lc. 22,3 y Ju. 6,70-71 y 13,27. Piénsese en lo que Jesús, según Ju. 6,70, dijo: “Y con todo uno de vosotros (apóstoles) es un demonio”.   2  Nota  : “Yo seré poseído  por los santos”…: Porque los santos, los justos —anota María Valtorta en una copia mecanografiada— teniendo en sí la caridad heroica, tienen a Dios en ellos y, contemporáneamente, Dios-Jesús los posee porque ellos son enteramente de Él.   3 Nota : Cfr. Is.  52,13-53,12;  2 Cor. 5,21; Gal. 3,13.
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9-588-277 (10-7-356).- El Sanedrín delibera sobre el modo de apoderarse de Jesús. Judas se entrevista con los jefes del Sanedrín (1).
* Tratan de calmar a Judas haciéndole ver que lo que quiere hacer no es un crimen  “sino obra santa para con la Patria, a la que evita represalias de los dominadores; y una obra santa para con la Humanidad. Si es verdad lo que Él dice ¿no eres acaso colaborador de la Redención?”.- ■ Judas llega de noche a la casa de Caifás. La luna, cual cómplice le alumbra el camino. Debe de estar seguro de encontrar allí, en aquella casa de fuera de las murallas, a los que busca, porque, en el caso contrario, pienso que habría tratado de entrar en la ciudad e ir al Templo. Sin embargo, sube decidido entre los olivos de la colina. Se siente más seguro esta vez que la pasada, porque ahora es de noche, y la oscuridad y la hora le protegen de toda posible sospecha. Los caminos de los campos están ya desiertos, y no se ven por ellos a las multitudes de peregrinos que han venido a Jerusalén para la Pascua. Hasta los pobres leprosos están en sus grutas y duermen, olvidándose por algunas horas de su infortunio. ■ Judas ha llegado a la puerta de la blanca casa que brilla a la luz de la luna. Toca. Tres golpes, un golpe, tres golpes, dos golpes… ¡Sabe a las mil maravillas hasta la señal convenida! Y debe ser verdaderamente una señal segura, porque la puerta se entreabre sin que el portero abra la ventanilla para ver quién es. Judas entra y pregunta al portero que le presenta sus respetos: “¿Están reunidos?” (2). Portero: “Sí, Judas de Keriot. Creo que están todos”. Iscariote: “Llévame a donde están. Debo hablar de cosas importantes. ¡Pronto!”. El portero asegura con todos los pasadores la puerta. Camina delante por todo el corredor semioscuro y se detiene ante una puerta a la que llama. El rumor de las voces cesa en la sala cerrada. Se oye ahora el ruido de la cerradura y el crujido de la puerta que se abre, que al abrirse proyecta un cono de luz viva en el pasillo oscuro. “¿Eres tú? ¡Entra!” dice el que abrió la puerta y que no sé quién sea. Judas entra en la sala mientras que el que le abrió cierra la puerta con llave. ■ Hay un momento de sorpresa, o, por lo menos de excitación, al ver entrar a Judas. Le saludan en coro: “La paz sea contigo, Judas de Simón”. Contesta: “La paz sea con vosotros, miembros del santo Sanedrín”. Le dicen: “Acércate. ¿Qué se te ofrece?”. Iscariote: “Hablaros… hablaros del Mesías. Ya no es posible continuar así. Yo ya no os puedo ayudar más, si no os decidís a tomar decisiones extremas. Ese hombre ya sospecha”. Le interrumpen: “¿Te has dejado descubrir, necio?”. Iscariote: “No. Sois vosotros los necios, que por una prisa irrazonable habéis dado pasos errados. Sabíais bien que podrías disponer de mí. Y, sin embargo no os fiasteis de mí”. Elquías, con su carácter más serpentino que nunca, apostrofa irónicamente: “¡Tienes mala memoria, Judas de Simón! ¿No te acuerdas cómo nos dejaste la última vez? ¿Quién iba a pensar que nos eras fiel, a nosotros,  cuando dijiste de ese modo que no podías traicionarle?”. El apóstol objeta excitado: “¿Y creéis que sea fácil llegar a engañar a un amigo, al único que verdaderamente me ama, que es Inocente? ¿Creéis que sea cosa fácil llegar a decidirse por el crimen?”. ■ Tratan de calmarle. Le lisonjean, le seducen, o por lo menos tratan de hacerlo, haciéndole ver que lo que quiere hacer no es un crimen “sino una obra santa para con la Patria, a la que evita represalias de los dominadores, que empiezan a dar señales de intolerancia por esas continuas agitaciones y divisiones de partidos y de la plebe en una provincia romana;  y una obra santa para con la Humanidad, si es que —le dicen— Él está verdaderamente convencido de la naturaleza divina del Mesías, y de su misión espiritual”. Y prosiguen: “Si es verdad lo que Él dice —¡lejos de nosotros el creerlo!— ¿no eres acaso colaborador de la Redención? Tu nombre irá asociado al suyo, por los siglos, y la Patria te contará entre sus héroes, te honrará con  los cargos más altos. Y hay preparado un asiento para ti entre nosotros. Subirás, Judas. Dictarás leyes a Israel. ¡Oh nunca olvidaremos lo que hiciste en bien del sagrado Templo, del sagrado Sacerdocio, en defensa de la Ley santísima, en bien de toda la nación! Trata solo de ayudarnos y te juramos, te lo juro en nombre de mi poderoso padre, y de Caifás que tiene el efod (3), que serás el hombre más grande de Israel. Más que los tetrarcas, más que mi mismo padre, ya relevado como pontífice. Serás servido como a un rey, como a un profeta serás escuchado. Y si luego Jesús de Nazaret no fuese sino un falso Mesías, aun cuando no fuese sentenciado a muerte, porque no ha cometido acciones que comete un ladrón, sino que son de un loco, ten en cuenta que te recordamos las palabras del pontífice Caifás —tú sabes que quien lleva el efod, y el racional habla por inspiración divina y profetiza el bien y lo que debe hacerse por él— Caifás dijo: «Bien está que un hombre muera por el pueblo y que no perezca toda la nación». Fueron palabras de profecía”. Cual comediantes, como títeres necios del gran Consejo que es el Sanedrín, gritan en coro: “Así fue. El Altísimo habló por boca del Sumo Sacerdote. ¡Que se le obedezca!”. ■ Judas ha quedado sugestionado, seducido… pero un rayo de sentido común, si no de bondad, hay todavía en él, y le detiene para no pronunciar las palabras fatales. Le rodean con deferencia, con simulado cariño. Le dicen: “¿No nos crees a nosotros? Mira: somos los jefes de las veinticuatro familias sacerdotales, los Ancianos del pueblo, los escribas, los más grandes fariseos de Israel, los sabios rabíes, los magistrados del Templo. Aquí, a tu alrededor, está la flor de Israel pronta a aclamarte y a una voz te ordena: “Hazlo porque es cosa santa”. Iscariote: “¿Dónde está Gamaliel? ¿Dónde José y Nicodemo? ¿Dónde Eleazar, el amigo de José, y dónde Juan de Gaas? No los veo”. Contestan: “Gamaliel, haciendo una gran penitencia; Juan, con su mujer, que está encinta y que está mal esta noche; Eleazar… no sabemos por qué no ha venido. Un mal rato puede tener cualquiera ¿no te parece? En cuanto a José y Nicodemo, no les hemos avisado de esta sesión secreta, por amor a ti, porque nos preocupamos de tu honra… Para que, si desgraciadamente todo fallase, tu nombre no fuera referido al Maestro. Velamos por tu fama. Te amamos, Judas, nuevo Macabeo, salvador de la patria”. Iscariote: “El Macabeo peleó bravamente. Yo… cometo una traición”. Le contestan: “No te detengas en las particularidades del acto, sino en la justicia del fin. Habla tú, Sadoc, escriba de oro. Tu boca vierta palabras valiosísimas. Si Gamaliel es docto, tú eres sabio, porque en tus labios está la sabiduría de Dios. Convence a este que todavía titubea”.
* “Está escrito en las páginas de nuestra historia y de nuestro destino… hasta en sus pormenores su destino fatal, ¡y la fatalidad no tiene remedio!… hasta el precio simbólico que se pagará”.- ■ El sinvergüenza de Sadoc se abre paso y con él el decrépito Cananías: una enflaquecida y huesuda zorra al lado de un astuto y feroz chacal. Empieza a hablar pomposamente como orador inspirado: “¡Escucha, hombre de Dios!”. Extiende con majestad su brazo derecho. Con el izquierdo toma los pliegues de su vestido de escriba. Después levanta también el brazo izquierdo, dejando que su vestidura pierda sus pliegues. Con la cara y los brazos en alto grita: “¡Yo te lo digo! ¡Te lo digo ante la altísima presencia de Dios!”. Todos hacen eco: “¡Maran-Athá!”, inclinándose como si un soplo supremo los plegara, y luego vuelven a enderezarse con los brazos cruzados sobre el pecho. Sadoc: “Yo te lo digo: ¡Está escrito en las páginas de nuestra historia y de nuestro destino! ¡Está escrito en las señales y en las figuras que los siglos dejaron! ¡Está escrito en el rito que no cesa desde la noche fatal para los egipcios! ¡Está escrito en la figura de Isaac! (4) ¡Está escrito en la figura de Abel! (5). Y lo que está escrito ¡que se cumpla!”. Los otros responden: “¡Maran-Athá!”, con tono bajo, lúgubre, sugestionador, con las caras de nuevo en alto, iluminadas caprichosamente por la luz de las dos lámparas encendidas en los extremos de la sala, con su luz pálidamente violácea. ■ Esta reunión de hombres, casi todos vestidos de blanco, de caras color pálido o aceituno como es su raza, ahora aún más pálidos y trigueños por la luz difusa,  parece realmente una reunión de espectros. Sadoc: “La palabra de Dios ha bajado sobre los labios de los profetas para confirmar este decreto. ¡Él debe morir! ¡Está dicho!”. Todos: “¡Está dicho! ¡Maran-Athá!”. Sadoc: “¡Debe morir, su suerte está echada!”. Todos: “Debe morir. ¡Maran-Athá!”. Sadoc: “Está escrito hasta en sus pormenores su destino fatal, ¡y la fatalidad no tiene remedio!”. Todos: “¡Maran-Athá!”. Sadoc: “Hasta el precio simbólico que se pagará (6) al que hace de instrumento de Dios para la realización de la promesa, está indicado”. Todos: “¡Está señalado! ¡Maran-Athá!”. Sadoc: “Sea el Redentor o falso profeta ¡debe morir!”. Todos:  “¡Debe morir! ¡Maran-Athá!”. Sadoc: “La hora ha llegado. ¡Yeová lo quiere! ¡Oigo su voz! Esa voz ordena: «¡Que se cumpla!»”. Todos: “¡El Altísimo ha hablado! ¡Que se cumpla! ¡Que se cumpla! ¡Maran-Athá!”. Sadoc: “Que el Cielo te dé fuerzas como a Yael (7) y Judit (8), que aunque mujeres se comportaron como heroínas; como dio fuerzas a Jefté (9), que sacrificó a su misma hija en aras de la patria, como fortaleció a David contra Goliat, y realizó una hazaña que eternizará a Israel en el recuerdo de las naciones” (10). Todos: “Que el cielo te dé fuerzas. ¡Maran-Athá!”. Sadoc: “¡Sé un vencedor!”. Todos: “¡Sé un vencedor! ¡Maran-Athá!”. ■ La vieja voz de Cananías sube de tono: “¡El que titubea en cumplir la orden sagrada está condenado a la deshonra y a la muerte!”. Todos: “Está condenado. ¡Maran-Athá!”. Cananías: “Si no quieres escuchar la voz del Señor Dios tuyo, y no llevas a cabo sus órdenes, y lo que Él por nuestra boca te ordena, ¡que todas las maldiciones vengan sobre ti!”. Todos: “¡Todas las maldiciones! ¡Maran-Athá!”. Cananías: “¡Que te castigue el Señor con todas las maldiciones mosaicas! ¡Que te haga desaparecer de entre las gentes!” (11). Todos: “¡Te castigue y te haga desaparecer! ¡Maran-Athá!”. Un silencio de muerte envuelve esta escena de sugestión… Parece que nada se moviera dentro de un miedo glacial.
* Una vez comprado al traidor con el precio de treinta denarios, “lo que dijeron los profetas”, deliberan sobre el momento de la captura.- ■ Finalmente se oye la voz de Judas, y casi, de tan trasformada como está, me cuesta  reconocerla: “Sí. Lo haré. Debo hacerlo. Lo haré. La última parte de las maldiciones mosaicas me toca a mí, y debo salir de ellas porque me he retrasado demasiado ya. Estoy volviéndome loco y no tengo tregua ni descanso. Mi corazón tiembla de miedo.  Mis ojos se oscurecen, y mi alma se muere de tristeza. Tiemblo de que Él me descubra en mi doble juego y me fulmine —yo no sé, no comprendo hasta qué detalle conoce mis intenciones— veo mi vida colgada de un hilo, y mañana, tarde y noche suplico que termine esta hora que sumerge mi corazón en el terror: por el crimen horrible que debo realizar. ¡Oh, daos prisa! ¡Arrancadme de esta angustia que sufro! Que todo se cumpla y ¡enseguida! ¡Ahora! ¡Que me vea libre! ¡Vamos!”. ■ Judas se calla. Su voz tomaba fuerzas a medida que hablaba. Sus movimientos, al principio automáticos e inseguros como de un sonámbulo, poco a poco se hicieron más reales. Se endereza, cual alto es, satánicamente bello y grita: “¡Que desaparezcan los lazos del insensato terror! Me veo libre de la sujeción aterradora. ¡Mesías! ¡Ya no te tengo miedo y te entrego a tus enemigos! ¡Vamos!”. Es el grito de un demonio victorioso, y sin esperar a más se dirige hacia la puerta. ■ Pero le paran: “¡Despacio! Respóndenos: ¿dónde está Jesús de Nazaret?”. Iscariote: “En la casa de Lázaro. En Betania”. Le recuerdan: “No podemos entrar nosotros en esa casa que defienden siervos muy adictos a su dueño. Es la casa de un protegido de Roma. Nos buscaríamos complicaciones”. Iscariote: “Mañana al amanecer vendremos a la ciudad. Poned guardias en el camino de Betfagé. Armad confusión y prendedle”. Le preguntan: “¿Cómo sabes que viene por ese camino? Podría seguir otro…”. Iscariote: “No. Ha dicho a sus seguidores que por ese camino entrará a la ciudad, por la puerta de Efraín, que le esperasen cerca de En Rogel. Si le capturarais antes…”. Replican: “No podemos. Tendríamos que entrar en la ciudad con Él entre la guardia, y todos los  caminos que conducen a las puertas y todas las calles de la ciudad están llenos de gente desde que amanece hasta que anochece. Se produciría un tumulto. Y eso es lo que no queremos”. Iscariote: “Subirá al Templo. Llamadle para interrogarle en una sala. Llamadle en nombre del Sumo Sacerdote. Irá porque os respeta más que a su propia vida. Una vez que esté con vosotros… no os faltará el modo de llevarle a un lugar seguro y condenarle cuando llegue su hora”. Le contestan: “Igualmente se produciría tumulto. Deberías de tener en cuenta que la plebe es fanática. Y no solo el pueblo, sino los grandes, lo mejor de Israel. Gamaliel va perdiendo discípulos. Lo mismo Jonatás ben Uziel y otros más de entre nosotros. Todos nos abandonan al sentirse seducidos por Él. Hasta los paganos le veneran, o le temen, lo que es ya venerar, y están dispuestos a volverse contra nosotros, si le hiciéramos algún mal. ■ Además, algunos de los ladrones, que habíamos asalariado para que se fingiesen de discípulos suyos y provocasen revueltas, han sido arrestados y han hablado, esperando que al hacerlo así, alcancen clemencia. El Pretor lo sabe… Todo el mundo le sigue, y nosotros no logramos hacer nada. Necesario, pues, obrar con precaución para que la plebe no caiga en la cuenta”. Un sanedrista confirma: “¡Tenéis razón! ¡Hay que tomar precauciones! Anás también lo recomienda. Nos ha dicho: «¡Que no se haga durante la fiesta para que la gente fanática no vaya a provocar algún tumulto!». Estas son sus órdenes. Aún más ha ordenado que se le trate reverentemente en el Templo y en otros lugares y que no sea molestado y así llevarle a una encerrona”. Iscariote pregunta: “¿Y entonces qué queréis hacer? Yo estaba dispuesto para esta noche. Vosotros dudáis…”. Le contestan: “Bueno. Tú deberías llevarnos cuando Él esté solo. Conoces su modo de obrar. Nos escribiste diciéndonos que te tiene cerca de Sí más que a los demás. Debes, pues, saber lo que quiere hacer. Estaremos siempre prontos. Cuando juzgues que ha llegado la hora oportuna y sabes el lugar, ven e iremos”. ■ Iscariote: “Así quedamos. ¿Qué me daréis en recompensa?”. Judas habla ya fríamente, como si estuviese haciendo una compra cualquiera. Le contestan: “Lo que dijeron los profetas, para que seamos fieles a la palabra inspirada: treinta denarios…” (12). Iscariote: “¿Treinta denarios para matar a un hombre y además a ese Hombre? ¡Lo que cuesta un vulgar cordero en estos días de fiesta! ¡Estáis locos! No es que tenga necesidad de dinero. Tengo buenas reservas. Así que no penséis que me convencéis por ansia de dinero. Pero es demasiado poco para compensar el dolor de traicionar al que siempre me ha amado”. Le dicen: “Ya te dijimos antes lo que queríamos contigo. ¡Gloria, honores! Lo que esperabas de Él no has conseguido. Nosotros curaremos tu desilusión. Pero el precio está fijado por los profetas. ¡Oh, no es más que una formalidad! Un símbolo. ¡No más! Lo demás vendrá después…”. Iscariote: “¿Y el dinero ¿cuándo?…”. Le dicen: “En el momento que nos digas: «Venid». No antes. Nadie paga sino hasta que tiene la mercancía en las manos. ¿No te parece acaso justo?”. Iscariote: “Justo lo es, pero triplicad la suma…”. Cananías: “No. Así está dicho por los profetas. Así debe de hacerse. ¡Oh, sí que sabremos obedecer a los profetas! No omitiremos ni una jota de lo que han escrito acerca de Él. ¡Je, je, je! ¡Somos fieles a la palabra inspirada! ¡Je, je, je!”, y se ríe ese asqueroso esqueleto de Cananías. Otros muchos le imitan con sus risotadas lúgubres, hipócritas. Son unos verdaderos perros diabólicos que no saben más que gruñir. Porque la sonrisa es propia de un corazón sereno y amoroso. El gruñido, de corazones perturbados y repletos de rabia. ■ Le despiden: “Hemos terminado. Puedes irte. Esperamos el alba para entrar nuevamente en la ciudad por diversos caminos. Adiós. La paz sea contigo, oveja extraviada que regresas al redil de Abraham. ¡La paz sea contigo! ¡La paz sea contigo, y con ella la gratitud de todo Israel! ¡Cuenta con nosotros! Cualquier deseo tuyo es ley para nosotros. ¡Que Dios esté contigo como lo ha estado con todos sus siervos más fieles! ¡Todas las bendiciones caigan sobre ti!”. ■ Le acompañan hasta la salida con abrazos y protestas de amor… le miran mientras se aleja por el corredor semioscuro… oyen el ruido de los cerrojos del portón que se abre y después se cierra…
* El Sanedrín recuerda su plan: “Tan pronto como acabemos con el Mesías Judas morirá. Lo hemos decidido”.- ■ Llenos de júbilo vuelven a entrar en la sala… Dos o tres voces, las menos endemoniadas, se levantan en son de protesta: “¿Y ahora? ¿Qué haremos respecto a Judas de Simón? ¡Bien sabemos que no podemos darle lo que le hemos prometido, aparte de esas pobres treinta monedas!… ¿Qué dirá cuando se vea traicionado? ¿No habremos cometido un error mayor? ¿No se irá a contar al pueblo lo que hicimos? Todos sabemos que es un hombre voluble”. Elquías: “¡Sois muy ingenuos y además necios al pensar en estas cosas y preocuparos de ellas! Ya está determinado lo que haremos con Judas. Determinado desde la otra vez. ¿No os acordáis? Y no vamos a cambiar nuestro plan. Tan pronto acabemos con el Mesías, Judas morirá. Lo hemos decidido”. Insisten: ¿Pero si hablase antes?”. Elquías: “¿A quién? ¿A los discípulos, al pueblo, para que le lapiden? Él no hablará. Su horrible acción es una mordaza”. Vuelven a insistir: “Pero podría arrepentirse en el futuro, tener remordimientos, y hasta perder el juicio… Porque su remordimiento, si se despertara, le volvería loco; no puede ser de otra manera…”. Lenta pero decididamente dice Elquías: “No tendrá tiempo. Pensaremos antes las medidas oportunas. Cada cosa a su tiempo. Primero el Nazareno, y luego el que le traicionó”. ■ Un sanedrista advierte: “Oíd, ni una palabra a los que no vinieron. Conocen bastante nuestros planes. No me fío ni de José ni de Nicodemo. Y muy poco de los otros”. Le preguntan: “¿Tienes sospechas de Gamaliel?”. Contesta: “Hace meses que no viene más con nosotros. Si el Pontífice no lo ordena expresamente, no tomará parte en nuestras sesiones. Dice que está escribiendo una obra con la ayuda de su hijo. Pero me refería más bien a Eleazar y a Juan”.  Un sanedrista, que varias veces he visto con José de Arimatea, pero cuyo nombre no me acuerdo, dice al momento: “¡Esos nunca se han mostrado opuestos a nosotros!”. Cananías, encorvado y tembloroso, dice: “¡No es así! Es que se nos han opuesto demasiado poco y por eso conviene vigilarles. ¡Je, je, je! Muchas sierpes se han metido en el Sanedrín… ¡Je, je, je! Pero se les echará fuera… ¡Je, je, je!”. Habla apoyado en su bastón, buscando lugar en uno de los grandes y largos asientos cubiertos de gruesas alfombras que hay junto a las paredes de la sala, y, satisfecho, se tumba sobre uno de ellos y pronto se queda dormido con la boca abierta, que refleja la maldad que lleva en su corazón. ■ Le ven los otros. Doras, hijo de Doras, dice: “Él tiene la satisfacción de ver este día. Mi padre lo soñó, pero no pudo verlo. Pero en mi corazón llevaré este ideal para que mi padre esté también presente cuando nos venguemos del Nazareno, y también pueda alegrarse…”. “Recordad que tenemos que turnarnos, y que debemos estar siempre en el Templo”. “Estaremos”. “Debemos dar órdenes que a cualquier hora que viniere Judas de Simón, se le llame al sumo sacerdote”. “Así lo haremos”. “Y ahora preparémonos para el golpe final”. “¡Estamos preparados!”. “¡Estamos preparados!”. “¡Astutamente!”. “¡Astutamente!”. “¡Con perspicacia!”. “¡Con perspicacia!”. “¡Para apartar cualquier sospecha!”. “¡Para engañar a cualquiera!”. “¡Diga lo que diga o haga lo que haga, ninguna reacción.  Nos vengaremos de todo de una  vez”. “Así lo haremos. Y nuestra venganza será cruel”. “¡Cabal!”. “¡Sin compasión!”. Se sientan para descansar mientras llega el alba. (Escrito el 29 de Marzo de 1947).
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1  Nota  : Cfr. Mt.  26,3-5; 26,14-16;  Mc.14,1-2; 14,10-11; Lc. 22,1-6.   2  Nota  : Cfr.  Personajes  de la Obra magna:  El Sanedrín.   3  Nota  : Para el  Efod,  vestido sacerdotal e instrumento de adivinación Cfr. Ex. 28,6-14; 39,2-7; Lev. 8,1-12; Dt. 33,8-11.   4  Nota  : Cfr. Gén. 22,1-19.   5  Nota  : Cfr. Gén. 4,1-16.   6  Nota  : Cfr. Jer.  32;  Zac. 11,12-13.   7  Nota  : Cfr.  Jue.  4-5.   8  Nota  : Cfr.  Jdt.  8,16.   9  Nota  : Cfr. Jue.  10,6-12.7.    10  Nota  : Cfr. 1  Sam. 17-18.   11  Nota  : Cfr. Lev.  26,14-46;  Deut. 28,15-68.   12  Nota  : Cfr. Nota 6.
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9-590-291 (10-9-369).- Preparativos de la entrada triunfal en Jerusalén (1).
* Las mujeres irán a la casa de Lázaro en Jerusalén.Preparativos en la ciudad.- Tomás y Andrés, en busca del asna y del pollino.- ■ Jesús pasa su brazo sobre los hombros de su Madre, que se había levantado cuando Juan y Santiago de Alfeo habían llegado donde Ella para decirle: “Tu Hijo viene”. Luego éstos habían regresado pa­ra reunirse con sus compañeros, que caminan lentamente, y van hablando. Mientras, Tomás y Andrés han ido ligeros hacia Betfagé pa­ra buscar al asna y al pollino y llevarlos a Jesús. ■ Jesús, entretanto, habla a las mujeres. “Hemos llegado a la ciu­dad. Os aconsejo que os marchéis y vayáis seguras. Entrad antes que Yo en la ciudad. En En Rogel están todos los pastores y los discí­pulos más leales. Tienen la orden de escoltaron y protegeros”. María de Cleofás habla por todas: “Es que… Hemos hablado con Aser de Nazaret y Abel de Belén de Galilea, y también con Salomón. Habían venido hasta aquí para observar tu llegada. La muchedumbre prepara una gran fiesta. Y queríamos ver… ¿Ves cómo se agitan las copas de los olivos? No es el viento el que las agita de ese modo. Es la gente, que coge ramas para sembrar de ellas el camino y para resguardarte del sol. ¡¿Y allá?! Mi­ra, allá. Están cortando palmas. Parecen racimos, pero son hombres que han trepado a los troncos para coger y coger… Y en las laderas puedes ver cómo los niños, agachados, recogen flo­res. Y las mujeres, sin duda, están despojando huertos y jardines de corolas y hierbas olorosas para sembrarte el camino de flores. Noso­tras queríamos ver… e imitar el gesto de María de Lázaro, que reco­gió todas las flores pisadas por tu pie cuando entraste en el jardín de Lázaro. ■ Jesús acaricia en la mejilla a su anciana pariente, que parece una niña deseosa de ver un espectáculo, y le dice: “En medio de la masa de gente no veríais nada. Id adelante. A la casa de Lázaro. La que es­tá custodiada por Matías. Pasaré por allí y me veréis desde arriba”. Y, María, alzando una cara muy triste y fijando sus ojos de cielo en su dulce Hijo, dice: “Hijo mío… ¿y vas solo? ¿No puedo estar a tu lado?”. Jesús le dice: “Quisiera rogarte que estuvieras oculta. Como la paloma en la hendidura de la roca. ¡Más que tu presencia me es necesaria tu oración, Mamá amada!”. Virgen: “Si es así, Hijo mío, nosotras oraremos. Todas. Por Ti”. María de Lázaro, siempre rápida en captar lo que es mejor hacer y en hacerlo sin vacilación, decide: “Sí. Después de verle pasar, vendréis con nosotras a mi palacio de Sión. Y mandaré servidores al Templo y siempre detrás del Maestro, para que nos traigan sus órdenes y sus noticias”. Marta dice: “Tienes razón, hermana. Aunque me duela no seguirle, comprendo la justicia de la orden. Y, además, Lázaro nos ha dicho que no contradigamos al Maestro en nada, sino que le obedezcamos hasta en las cosas menos importantes. Y lo haremos”. Jesús: “Pues entonces marchaos. ¿Veis? Las calles se animan. Están lle­gando los apóstoles. Marchaos. La paz sea con vosotras. Os mandaré llamar en las horas que juzgue buenas. Mamá, adiós. Ten paz. Dios está con nosotros”. La besa y se despide de Ella. Y las obedientes dis­cípulas se marchan solícitas.
* Regresan Tomás y Andrés: los discípulos traerán los animales.- Se retiran a un collado de la ladera del Monte de los Olivos.- Judas Iscariote, inquieto.- ■ Los diez apóstoles llegan donde Jesús. “¿Las has mandado ade­lante?”. Jesús: “Sí. Verán desde una casa mi entrada”. Judas de Keriot pregunta: “¿Desde qué casa?”. Felipe dice: “¡Son ya muchas las casas amigas!”. Judas Iscariote insiste: “¿No es la de Analía?”. Jesús responde negativamente y se encamina hacia Betfagé, que está poco lejos. ■ Cercana ya la tiene cuando vuelven los dos que han sido en­viados por el asna y el pollino. Gritan: “Hemos encontrado las cosas como habías dicho. Y te habríamos traído los animales. Pero el due­ño quiere aparejarlos y adornarlos para honrarte. Y los discípulos, unidos a los que han pasado la noche en las calles de Betania, para honrarte, quieren tener el honor de traértelos. Nosotros hemos asentido. Nos ha parecido que su amor mere­cía un premio”. Jesús: “Habéis hecho bien. Entretanto, vamos adelante”. ■ Bartolomé pregunta: “¿Son muchos los discípulos?”. Responde Tomás: “¡Oh, una multitud! No se logra entrar por las calles de Betfagé. Por eso le he dicho a Isaac que lleve el asno a casa de Cleante el que­sero”. Jesús: “Has hecho bien. Vamos hasta aquel rellano del collado. Vamos a esperar a la sombra de aquellos árboles un poco”. Van a donde Jesús señala. Judas Iscariote exclama: “¡Pero nos alejamos! ¡Pasas Betfagé rodeándola por detrás!”. Jesús: “Y si quiero hacerlo, ¿quién me lo puede prohibir? ¿Acaso estoy ya prisionero, de forma que no me sea lícito ir a donde quiera? ¿Es que hay prisa en que lo esté y se teme que pueda evadirme de la cap­tura? Y, si juzgara oportuno alejarme por lugares más seguros, ¿al­guien podría impedírmelo?”. Jesús asaetea con sus ojos al Traidor, que ya no abre la boca y que se encoge de hombros como diciendo  «haz lo que te parezca». ■ En efecto, dan la vuelta por detrás del pueblecito, que yo diría que es un suburbio de la propia ciudad, porque por el lado oeste está verdaderamente muy poco separado de la ciudad, formando parte ya de las laderas del Monte de los Olivos, que corona a Jerusalén por el lado oriental. Abajo, entre las laderas y la ciudad, el Cedrón brilla bajo el sol de abril. Jesús se sienta en aquel silencio verde y se concentra en sus pen­samientos. Luego se levanta y va justo hasta el borde del rellano. (Escrito el 30 de Marzo de 1947).
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1  Nota  : Cfr. Mt. 21,1-6; Mc. 11,1-6; Lc. 19,28-34.
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9-590-293  (10-9-371).- Jesús llora por Jerusalén (1).
* Profecía sobre la ruina de Jerusalén.- ■ Desde un collado cercano a Jerusalén Jesús mira a la ciudad. No es un collado muy alto —como mucho, como puede serlo la plaza de S. Miniato del monte, en Florencia— pero suficiente para que puedan verse casas y calles que suben y bajan por las pequeñas elevaciones de terreno que constituyen Jerusalén. Este collado, eso sí, respecto al Calvario, es mucho más alto, si se toma el nivel más bajo de la ciudad;  y está más cerca de la muralla. Comienza verdaderamente a dos pasos de ésta. Por esta parte de las murallas, se eleva con pronunciado desnivel, mientras que, por la otra, desciende suavemente hacia una campiña toda verde que se extiende hacia el Este. Y digo oriente, teniendo en cuenta la posición del sol. ■ Jesús y los suyos están bajo un grupo de árboles, sentados a su sombra. Descansan del camino recorrido. Después Jesús se levanta, deja el espacio arbolado donde estaban sentados y se dirige a la parte alta de la colina.  Su alto físico —así erguido y solo, parece todavía más alto— destaca claro en el vacío que le rodea. Tiene las manos cruzadas sobre su pecho, sobre su manto azul, y mira serio, serio. Los apóstoles le observan; pero no le interrumpen, no moviéndose ni hablando. Deben pensar que se ha alejado para orar. Pero no es así. Después de haber contemplado durante un largo tiempo la ciudad, mirando a todos los barrios y a todas sus elevaciones y a todos sus detalles, a veces fijando su mirada largamente en éste o en aquel punto, se pone a llorar, sin convulsiones ni ruido. Las lágrimas le resbalan por las mejillas y caen… Lagrimones silenciosos y llenos de tristeza, como de una persona que sabe que debe llorar solo, sin esperar consuelo y comprensión de alguien, por un dolor que no puede ser anulado y que, sin remisión, debe ser sufrido. ■ El hermano de Juan, por su posición, es el primero en notar ese llanto, y se lo dice a los otros, los cuales, asombrados, se miran. Se dicen: “Nadie de nosotros ha hecho algo mal. Tampoco la gente le ha insultado, ni estaba ente ella ninguno de sus enemigos”. El más anciano de todos pregunta: “Entonces, ¿por qué llora?”.  Pedro y Juan se levantan al mismo tiempo y se acercan al Maestro. Piensan que lo único que pueden hacer es acercársele para mostrarle que le aman y preguntar qué le pasa. Juan, apoyando su rubia cabeza en el hombro de Jesús, que le supera en altura todo el cuello y la cabeza, pregunta: “Maestro ¿por qué estás llorando?”. Y Pedro, poniéndole una mano en la cintura, como queriendo abrazarle, le pregunta: “¿Qué te hace sufrir, Jesús? Dínoslo a nosotros que te amamos”. Jesús apoya su mejilla en la cabeza de Juan y, abriendo los brazos, pasa a su vez el brazo por el hombro de Pedro. Permanecen en este abrazo los tres, en una postura de mucho amor. Pero el llanto sigue goteando. Juan, que siente que las lágrimas le descienden entre sus cabellos, vuelve a preguntarle: “¿Por qué lloras, Maestro? ¿Te hemos causado algún dolor?”. Los otros apóstoles han venido y rodean a los tres. Esperan también la respuesta. Dice Jesús: “No. No me habéis dado ningún dolor. Sois mis amigos y la amistad, cuando es sincera, es bálsamo, es sonrisa, pero nunca lágrimas. ■ Quisiera que siempre fueseis mis amigos. Aun ahora que entraremos en la corrupción que fermenta y que corrompe a quien no tiene voluntad firme de permanecer bueno”. Varios al mismo tiempo hacen las preguntas: “¿A dónde vamos, Maestro? ¿Acaso a Jerusalén? La multitud te ha saludado con alegría. ¿Quieres defraudarla? ¿Es que vamos a Samaria para algún prodigio? ¿Ahora que la Pascua está cercana?”. Jesús levanta sus manos para imponer silencio, y con la derecha señala hacia la ciudad, algo así como cuando el campesino extiende su brazo para sembrar. Dice: “Ésa es la corrupción. Entramos en Jerusalén, entramos allí. Y el Altísimo es el único que sabe cómo quisiera santificarla con la santidad del Cielo. Volver a santificar, a esta ciudad que debería ser la Ciudad santa. Pero no podré conseguir nada. Está corrompida y corrompida se queda. Y los ríos de santidad que salen del Templo vivo, y que más aún brotarán dentro de pocos días hasta dejarle henchido de vida, no serán suficientes para redimirla. La Samaria y el mundo pagano vendrán al Santo. Sobre los templos falsos se levantarán templos del Dios verdadero. Los corazones de los gentiles adorarán al Mesías. Pero este pueblo, esta ciudad le será siempre adversa y su odio la llevará a cometer el mayor pecado. ■ Ello debe suceder. ¡Pero, ay de aquellos que sean instrumentos de este delito! ¡Ay de ellos!…”. Jesús mira fijamente a Judas, que casi está enfrente de Él. Iscariote miente desvergonzadamente: “Eso a nosotros no nos sucederá nunca. Somos tus apóstoles y creemos en Ti, y estamos dispuestos a morir por Ti”, y resiste la mirada de Jesús sin turbación.  Los demás se unen a Judas. Jesús, sin responder directamente al apóstol traidor, dice: “Quiera el Cielo que así seáis. Pero hay todavía mucha debilidad en vosotros y la tentación os podría convertir en iguales a los que me odian. Orad mucho y tened cuidado de vosotros. Satanás sabe que está para ser vencido y quiere vengarse arrancándoos de Mí. Satanás nos rodea. A Mí para impedirme cumplir la voluntad del Padre y realizar mi misión. A vosotros para convertiros en sus esclavos. Estad atentos. Dentro de esas murallas Satanás se apoderará de quien no sepa ser fuerte. Aquel para quien el haber sido elegido será maldición, porque hizo de su elección una finalidad humana. Os elegí para el Reino de los Cielos y no para el del mundo. Recordadlo. ■ Y tú, ciudad, que quieres tu ruina y por quien lloro, ten en cuenta que tu Mesías ruega por tu redención. ¡Ah, si al menos en esta hora que te queda supieras venir a quien es tu paz! ¡Si al menos comprendieras en esta hora el Amor que pasa por ti, y te despojases del odio que te ciega y te enloquece, que te hace cruel respecto a ti misma y a tu bien! ¡Pero llegará el día en que te acordarás de esta hora! ¡Será demasiado tarde para llorar y arrepentirte! Habrá pasado el Amor y habrá desaparecido de tus calles. Y solo quedará el Odio que has preferido. Y el Odio se volverá contra ti, contra tus hijos. Porque se tiene lo que se ha querido y el odio se paga con el odio. No será, entonces, un odio del fuerte contra el inerme, sino odio contra odio, y, por tanto, guerra y muerte. Rodeada por trincheras y ejércitos, te irás debilitando antes de ser destruida y verás caer a tus hijos por armas y hambre, y a los supervivientes ir como prisioneros, y los verás escarnecidos, y pedirás misericordia, mas no la hallarás porque no has querido conocer tu Salvación. ■ Lloro, amigos, porque soy humano, y las ruinas de mi patria me producen las lágrimas. Pero es justo que esto se cumpla, porque la corrupción supera entre estas murallas todo límite y atrae el castigo de Dios. ¡Ay de los ciudadanos que sean causa del mal de la patria! ¡Ay de los jefes, que son la causa principal de ello! ¡Ay de aquellos que deberían ser santos para conducir a los demás a la honestidad, y que, al contrario, profanan la casa de su ministerio y se profanan a sí mismos! Venid. De nada servirá mi acción. Pero ¡hagamos que la Luz resplandezca una vez más en la Tinieblas!”. ■ Y Jesús desciende acompañado de los suyos. Camina ligero. Su rostro está serio, diría yo, hasta un poco enojado. No pronuncia ni una palabra. Entra en una casita que está a los pies del collado y así acaba a la visión. (Escrito el 30 de Julio de 1944).
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1  Nota  : Cfr. Lc. 19,41-44.
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9-590-296 (10-9-373).- Comentario de Jesús a su anuncio de ruina sobre Jerusalén: “Los castigos del Cielo están siempre provocados por las profanaciones del culto divino y de la Ley de Dios. Y el castigo por vivir como animales: Dios se retira y el mal avanza”.
* Los países no se salvan tanto con las armas, sino con una forma de vida que atraiga la protección del Cielo”.- ■ Dice Jesús: “La escena que refiere Lucas parece no tener conexión, es casi ilógica. ¿Compadezco las desdichas de una ciudad culpable y no sabré compadecer de sus costumbres? No. No sé, ni puedo compadecerme de ellas porque son propiamente estas costumbres las que producen desdichas; y verlas aumenta mi dolor. Mi ira contra los profanadores del Templo es la lógica consecuencia de lo que sabía sobre las ya cercanas desdichas de Jerusalén. Los castigos del Cielo están siempre provocados por las profanaciones del culto divino y de la Ley de Dios. Al convertir la casa de Dios en cueva de ladrones, aquellos sacerdotes indignos e indignos creyentes atraían sobre todo el pueblo la maldición y la muerte.  Es inútil dar éste o aquel nombre a los males que sufre un pueblo. Su nombre propio buscadlo en esto: «Castigo por vivir cual animales». Dios se retira y el mal avanza. Este es el fruto de una vida nacional indigna del nombre de cristiana. ■ Como entonces, tampoco ahora, en esta última parte del siglo, he dejado de llamar con prodigios repetidas veces; pero, como entonces, lo único que he obtenido para Mí y para los instrumentos por Mí usados ha sido burla, indiferencia, odio. Recuerden, no obstante, las personas en particular y las naciones, que inútilmente lloran cuando antes no quisieron conocer la salvación. Inútilmente me invocan cuando en la hora en que me hallaba con ellos me expulsaron con una guerra sacrílega que, partiendo de las conciencias particulares, entregadas al Mal, se extendió por toda la nación. ■ Los países no se salvan tanto con las armas, sino con una forma de vida que atraiga la protección del Cielo. Descansa, pequeño Juan. Y trata de ser siempre fiel a tu elección. Ve en paz”. (Escrito el 30 de Julio de 1944).
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9-590-297 (10-9-373).- Entrada triunfal en Jerusalén. Expulsión de los vendedores en el Templo (1).
* Entrada triunfal en la Ciudad Santa sobre un asno.- Analía muere de éxtasis de amor.- ■ Casi no ha tenido tiempo Jesús de entrar en la casa bendiciendo a los que en ella moran, y ya se oye el alegre sonido de cascabeles y gritos de alegría. Un instante después, la cara flaca y pálida de Isaac aparece en la puerta y el fiel pastor entra y se postra ante su Señor Jesús. En el marco de la puerta, abierta de par en par, se apiñan muchas caras… Gente que empuja para poder pasar… Algún grito de mujer, algún llanto de niño atrapado en medio del gentío, y gritos de saludo y exclamaciones festivas: “¡Feliz este día que te trae de nuevo a nosotros! ¡La paz sea contigo, Señor! ¡Bienvenido, Maestro, a premiar nuestra fidelidad!”. Jesús se pone de pie y hace la señal de que quiere hablar. Todos guardan silencio. Se oye clara la voz de Jesús: “¡La paz sea con vosotros! No os amontonéis. Ahora subiremos juntos al Templo. He venido para estar con vosotros. ¡Calma! ¡Calma! No os hagáis daño. ¡Dejadme pasar, amigos míos! Dejadme salir y seguidme pues juntos entraremos en la Ciudad santa”. ■ De buena gana o de mala gana la gente obedece. Abre paso. Lo suficiente para que Jesús pueda salir y montar en el asno (porque Jesús señala como cabalgadura para Él el asno que hasta ahora nunca había sido montado). Entonces, unos ricos peregrinos, mezclados entre la gente, extienden sobre el lomo del animal sus ricos mantos, y uno de ellos dobla su rodilla para que se apoye el Señor y se siente en el asno. El viaje empieza. Pedro camina a un lado del Maestro e Isaac al otro, llevando las riendas del animal, que aunque no esté domado camina tranquilo, como si estuviera acostumbrado a ese oficio, sin inquietarse o asustarse de las flores que la gente lanza a Jesús, y que muchas de ellas le golpean al animal en los ojos o en el blando morro;  ni tampoco de las ramas de olivo y de las hojas de palma que la gente agita a su alrededor, arrojadas al suelo para que hagan de alfombra junto con las flores; ni de los gritos, cada vez más fuertes, de: “¡Hosanna, Hijo de David!” que, saliendo de una multitud cada vez más numerosa, suben al cielo sereno. ■ Pasar por Betfagé, por entre las callejuelas estrechas y torcidas no es fácil. Las madres toman en brazos a sus hijos, y los hombres procuran defender a sus mujeres de los golpes. Y algún padre monta a su hijito a caballo de sus hombros y le lleva así alto por entre la gente. Se oyen las voces de los niños, cual balidos de corderitos o piar de golondrinas, que arrojan flores y hojas de olivo, dadas por sus madres, al dulce Jesús.  Salidos del estrecho suburbio, el cortejo se ordena y se estira. Muchos, diligentemente, se adelantan para ir abriendo la marcha despejando el camino. Otros los siguen, esparciendo ramos en el suelo. Y no falta quien sea el primero en arrojar su manto al suelo como alfombra, y otros, qué digo, cuatro, diez, cien, y muchos más, le imitan. La calle parece en su centro una cinta multicolor de indumentos extendidos en el suelo. Una vez que Jesús pasa, se recogen los indumentos y los llevan más adelante, y se les tira con otros y otros más, y más flores, ramos, hojas de palma, que la gente agita y arroja; y resuenan cada vez más los gritos de honor en torno del Rey de Israel, del Hijo de David, de su Reino. ■ Los soldados de guardia en la puerta salen a contemplar lo que pasa. Pero como no se trata de ninguna sedición, apoyados sobre sus lanzas, se hacen a un lado, y observan admirados o irónicos el extraño cortejo de este Rey que viene montado sobre un asno, hermoso Él como un dios, humilde como el más pobre de los hombres, manso, cariñoso… rodeado de mujeres y niños y hombres desarmados que gritan: “¡Paz! ¡Paz!”; de este Rey que antes de entrar en la ciudad se detiene un momento a la altura de los sepulcros de los leprosos de Hinnón y Siloán (creo no equivocarme en los nombres, porque en estos lugares he visto varios milagros de leprosos curados), y apoyándose en el único estribo en que apoya su pie —pues viene sentado en el asno, no a caballo de él—, se alza y abre sus brazos mientras eleva su voz en dirección a aquellas laderas horribles, donde caras y cuerpos llenos de terror se asoman buscando a Jesús con sus ojos y alzando el grito quejumbroso de los leprosos: “Somos impuros” para alejar a algunos imprudentes que, con tal de ver a Jesús, subirían incluso a esos infectados rellanos: “¡Quien tenga fe en Mí, que pronuncie mi Nombre y reciba por medio de él la salud!”, y bendice para reanudar luego la marcha. Jesús dice a Judas de Keriot: “Comprarás alimentos para los leprosos y, con Simón, se los llevarás antes de que anochezca”. ■ Cuando el cortejo pasa por debajo de la bóveda de la puerta de Siloán y luego, como un torrente, irrumpe dentro de la ciudad, al pasar por el barrio de Ofel —donde todas las terrazas se han transformado en una pequeña, aérea plaza de gente, que grita hosannas, que arroja flores y perfumes tratando de que caigan sobre el Maestro— el grito de la multitud parece aumentar y tomar fuerzas como si saliese de una bocina, porque los numerosos arcos de que está llena Jerusalén lo amplifican con resonancias continuas. Oigo gritar, y me imagino que es lo que dicen los evangelistas: “¡Scialem, scialem melchi!” (o melchit: procuro transcribir el sonido de las palabras, pero es difícil porque su lenguaje posee aspiraciones que no tenemos). Es un grito continuo, como el bramido de un mar en tempestad que va y viene contra playas y arrecifes donde se rompe para venir al encuentro de otro golpe que lo recoge y lo alza de nuevo formando un nuevo fragor, sin tregua alguna. ■ ¡Estoy ensordecida…! Perfumes, olores, gritos, agitarse de ramos, vestidos, colores. Es algo que deja a uno atolondrado. Veo mezclarse continuamente a la muchedumbre, aparecer y desaparecer caras conocidas: caras de discípulos de todos los lugares de Palestina, todos los seguidores… Por un momento veo a Jairo, al jovenzuelo Yaia de Pela (según me parece) que era ciego como su madre y a quienes Jesús curó. Veo a Joaquín de Bozra, y al campesino de la llanura de Sarón con sus hermanos. Veo al viejo y solitario Matías, de aquel lugar del Jordán (ribera oriental), en cuya casa Jesús se refugió cuando todo estaba inundado. Veo a Zaqueo con sus amigos convertidos. Veo al viejo Juan de Nobe con casi todos los de la población. Veo al marido de Sara de Yutta… ¿pero quién puede acordarse de nombres y caras donde los conocidos se mezclan con los no conocidos?… Allí está la cara del pastorcillo de Enón, y junto a él la del discípulo de Corozaín que dejó de sepultar a su padre por seguir a Jesús; y cerca de él,  por un instante, el padre y la madre de Benjamín, con su pequeño, que por poco cae bajo las pezuñas del asno por querer recibir una caricia de Jesús. ■ Y —por desgracia— caras llenas de ira de fariseos que orgullosos rompen el círculo de amor apiñado alrededor de Jesús y le gritan: “¡Haz que se callen esos locos! ¡Hazles entrar en razón! Solo a Dios se le lanzan hosannas. ¡Diles que se callen! A lo cual Jesús responde dulcemente: “¡Aunque les dijera que se callasen y me obedeciesen, las piedras gritarían los prodigios del Verbo de Dios!”. Y es que, en efecto, la gente además de gritar: “¡Hosanna, hosanna al Hijo de David!  ¡Bendito el que viene en nombre del Señor! ¡Hosanna a Él y a su Reino! ¡Dios está con nosotros! Ha llegado el Emmanuel. ¡Ha llegado el Reino del Mesías del Señor! ¡Hosanna! ¡Lance la tierra hosannas hacia el cielo! ¡Paz, paz, Rey mío! ¡Paz y bendición vengan sobre Ti, Rey santo! ¡Paz y gloria en los cielos y en la tierra! ¡Gloria se dé a Dios por su Mesías! Paz a los hombres que le acogen. Paz en la tierra a los hombres de buena voluntad y gloria en los cielos más altos porque ha llegado la hora del Señor” (y quien lanza este último grito es un grupo compacto de pastores que repiten el grito navideño); además de estas exclamaciones, la gente de Palestina narra a los peregrinos de la Diáspora los milagros que han visto, y,  a quienes no saben lo que sucede —por ser extranjeros, de paso fortuitamente por la ciudad— y que pregunta: “¿Quién es Él? ¿Qué sucede?”, le explican: “¡Es Jesús, Jesús el Maestro de Nazaret de Galilea! ¡El profeta! ¡El Mesías del Señor! ¡El Prometido! ¡El Santo!”. ■ De una casa, que apenas se acaba de sobrepasar, sale un grupo de robustos jóvenes trayendo copas de cobre con carbones encendidos e incienso, de las que suben hacia arriba espirales de humo. Y otros recogen este gesto y lo repiten, de forma que muchos corren adelante o vuelven hacia atrás, a sus casas, para proveerse de fuego y resinas olorosas para quemarlas en honor del Mesías. ■ Se divisa ya la casa de Analía; la terraza está adornada con las hojas nuevas de la vid que flotan al contacto del acariciador viento de abril. Analía está en el centro de un grupo de jovencillas vestidas de blanco y con velos del mismo color. Tienen en sus manos pétalos de rosas y de convalarias que empiezan a arrojar al aire. “Las vírgenes de Israel te saludan, Señor” dice Juan que se ha abierto paso y ha llegado al lado de Jesús, llamando su atención para que las vea cómo le arrojan rojos pétalos de rosas blancas convalarias cual perlas. Por un momento detiene Jesús el asno. Levanta la mano para bendecir al grupo que lo ama hasta el punto de renunciar a cualquier otro amor terreno. Analía se asoma al pretil y grita: “He contemplado tu triunfo, Señor mío. Toma mi vida para tu glorificación universal”, y, mientras Jesús pasa por debajo de su casa y prosigue, le saluda con un grito altísimo: “¡Jesús!”. Y otro, un grito distinto, supera el clamor de la muchedumbre. Pero la gente, a pesar de oírlo, no se detiene. Es un río de entusiasmo, un río de un pueblo delirante que no puede detenerse. Y, mientras las últimas ondas de este río están todavía fuera de las puertas, las primeras están ya subiendo en dirección al Templo. ■ “Ahí está tu Madre” grita Pedro señalando una casa situada en la esquina de una calle que sube al Moria y por la que va el cortejo. Jesús levanta su rostro para enviar una sonrisa a su Madre que está con las mujeres fieles. El encuentro con una numerosa caravana hace que el cortejo se detenga pocos metros después de haber sobrepasado la casa. ■ Mientras Jesús y otros se detienen y Él acaricia a los niños que las madres le presentan, se oye el grito de un hombre que trata de abrirse paso: “¡Dejadme pasar! Una jovencilla ha muerto de repente. Su madre pide la presencia del Maestro. ¡Dejadme pasar! ¡Él la había salvado antes!”. La gente le deja pasar, y el hombre corre a donde está Jesús: “Maestro, la hija de Elisa ha muerto. Te saludó con aquel grito y luego se dobló hacia atrás diciendo: «¡Soy feliz!» y ha expirado. Su corazón, con el gran júbilo de verte triunfador, se ha quebrado. Su madre me vio en la terraza que está al lado de su casa y me dijo que viniera a llamarte. ¡Ven Maestro!”. Los apóstoles se apiñan excitados: “¡Muerta! ¡Muerta Analía! ¡Pero si ayer mismo estaba lozana cual una flor!”. Los pastores les imitan. Todos la habían visto el día anterior en perfecta salud. ¡Si la acaban de ver con la sonrisa en los labios, con el carmín en sus mejillas…! No pueden comprender la desgracia… Preguntan, quieren saber los pormenores.  El hombre explica: “No lo sé. Oísteis qué fuerza había en sus palabras. Luego vi ceder hacia atrás, más pálida que sus vestidos, y oí a su madre que gritaba… No sé más”. Jesús: “No os inquietéis. No ha muerto. Ha caído una flor y los ángeles de Dios la han  recogido para llevarla al seno de Abraham. Pronto el lirio de la tierra se abrirá feliz en el Paraíso, olvidando para siempre el horror del mundo. ■ Hombre, di a Elisa que no llore por la suerte de su hija. Dile que es una especial gracia de Dios y que dentro de seis días lo comprenderá. No lloréis. Su triunfo es todavía mayor que el mío porque a ella le cortejan los ángeles para llevarla a la paz de los justos. Es un triunfo eterno que aumentará de grado y no conocerá nunca merma. En verdad os digo que tenéis razón de llorar por vosotros, pero no por Analía. Continuemos”. Y repite a los apóstoles y a quienes le rodean: “Ha caído una flor. Se ha ido en paz y los ángeles la han recogido. Bienaventurada ella, limpia de cuerpo y alma, porque pronto verá a Dios”. ■ Pedro, que no logra comprender, pregunta: “¿Pero cómo murió, Señor?“. Jesús: “De amor. De éxtasis. De gozo infinito. ¡Dichosa muerte!”. Los que están muy delante no caen en la cuenta de lo sucedido; los que están muy atrás tampoco. Y así, el cortejo continúa con sus gritos de hosannas, aunque aquí, junto a Jesús, se haya formado un doloroso silencio. Juan rompe el silencio diciendo: “¡Oh, quisiera seguir su misma suerte antes de las horas que van a venir!”. Isaac dice: “También yo. Quisiera  ver la cara de la jovencilla muerta de amor por Ti…”. Jesús: “Os ruego que me sacrifiquéis vuestro deseo. Tengo necesidad de que estéis cerca de Mí”. Natanael dice: “No te abandonaremos, Señor, ¿pero no habrá para esa madre ningún consuelo?”. Jesús: “¡Ya lo pensaré…!”.
* Expulsión de los mercaderes en el Templo.- ■ Están ya ante las puertas de la muralla del Templo. Jesús baja del asno que uno de Betfagé toma bajo su cuidado. Hay que tener presente que Jesús no se ha parado en la primera puerta del Templo, sino que ha orillado la muralla, y no se ha detenido antes de llegar al lado norte de ésta, cerca de la Antonia. Ahí baja y entra en el Templo, como para mostrar que, siendo inocente de toda acusación, no temía a los romanos. ■ El primer patio del Templo presenta el acostumbrado griterío de cambistas y vendedores de palomas, pájaros y corderos; solo que ahora, al ver a Jesús, todos corren a su encuentro quedándose solo mercaderes. Jesús con su vestido de color púrpura entra majestuoso. Pasa su mirada por ese mercado. Mira a un grupo de fariseos y escribas que, bajo un pórtico, observan. En su rostro aparece la indignación. En un instante va al centro del patio. Con una reacción improvisa que ha parecido un vuelo, el vuelo de una llama (de llama es su túnica de púrpura bajo el sol que inunda el patio), y con voz imponente grita: “¡Largo de la casa de Mi Padre! Este lugar no es lugar de usura ni de mercado. Está escrito: «Mi casa será llamada casa de oración». ¿Por qué habéis convertido en cueva de ladrones esta casa en que se invoca el nombre del Señor? ¡Largo de aquí! Limpiad mi casa: no os vaya a suceder que en vez de correas descargue sobre vosotros los rayos de la ira de lo alto. ¡Largo de aquí! ¡Fuera ladrones, estafadores, desvergonzados, homicidas, sacrílegos, los más grandes idólatras, porque sois unos soberbios, corruptores, falsos! ¡Largo de aquí! ¡Os aseguro que el Altísimo purificará este lugar y tomará venganza contra todo un pueblo!”. ■ No vuelve a hacer látigo de cuerdas, pero al ver que los mercaderes y cambistas no quieren obedecerle, se acerca a la mesa más cercana, derriba derramando balanzas y monedas por el suelo. Los vendedores y cambistas, visto el primer ejemplo, sin demora, ponen por obra la orden de Jesús, seguidos por el grito de Él: “¿Cuántas veces diré que este lugar no debe tratarse como un lugar de inmundicia sino de oración?”. Mira a los del Templo, que obedientes a las ordenes del pontífice, no chistan.
* “Dejad a los niños que canten mis alabanzas”.- ■ Limpio ya el patio, Jesús va a los pórticos, donde se han reunido ciegos, paralíticos, mudos, lisiados y otros enfermos que le invocan a gritos. Jesús: “¿Qué queréis de Mí?”. Enfermos: “¡La vista, Señor! ¡Los miembros! ¡Que mi hijo hable! ¡Que mi mujer se cure! ¡Creemos en Ti, Hijo de Dios!”. Jesús: “Dios os escuche. Levantaos y dad gracias al Señor”. No cura uno por uno a los enfermos, sino que extiende su mano. La salud brota de ella sobre los enfermos que, sanos, se levantan y prorrumpen en gritos de júbilo que se mezclan con los de los niños que se le acercan: “¡Gloria, gloria al Hijo de David! ¡Hosanna a Jesús Nazareno, Rey de los reyes, y Señor de los señores!”. ■ Algunos fariseos, con fingida deferencia, y voz alta dicen: “Maestro, ¿estás oyendo? Estos niños dicen lo que no debe decirse. ¡Repréndelos! ¡Diles que se callen!”. Jesús: “¿Y por qué? ¿Acaso el rey profeta de mi estirpe no ha dicho: «De la boca de los niños y de los que están mamando has hecho que brotase una alabanza completa para llenar de confusión a tus enemigos»? (2). ¿No habéis leído esas expresiones del salmista? Dejad que los pequeñines canten mis alabanzas. Los ángeles que ven siempre a mi Padre se las han sugerido. Dejadme ahora, todos vosotros, para que vaya a adorar al Señor” y pasando por delante de la gente, se introduce en el patio de los israelitas para orar… Luego de haber terminado, pasando muy cerca de la piscina probática, sale de la ciudad y se dirige hacia las colinas del monte de los Olivos.
*  Iscariote interesado por saber el lugar donde dormirán esta noche.- ■ Los apóstoles no caben de gusto… El triunfo les ha dado confianza. Y han echado al olvido el miedo que les habían causado las palabras de Jesús… Hablan de todo… Ansían tener noticias de Analía. No sin dificultad, Jesús les retiene —quieren ir—, asegurando que va a poner los medios que Él conoce… Están sordos, sordos a toda voz divina de aviso… hombres, hombres, hombres a los que los gritos de hosanna hacen olvidar todo… Jesús habla con los siervos de María Magdalena que se habían unido a Él en el Templo, y luego se despide de ellos. Felipe pregunta: “¿A dónde vamos ahora?”. Juan añade: “¿A casa de Marcos de Jonás?”. Jesús responde: “No. Al campamento de los galileos. Probablemente habrán venido mis hermanos y quiero saludarles”. Mateo le sugiere: “Podrías hacerlo mañana”. Jesús: “Lo mejor es obrar pronto mientras se puede obrar. Vamos a donde están los galileos. Se pondrán contentos si nos ven. Os darán noticias de la familia. Yo veré a los niños…”. ■ Iscariote pregunta: “¿Y esta noche? ¿Dónde dormiremos? ¿En la ciudad? ¿En qué lugar? ¿Donde está tu Madre? ¿O en la casa de Juana?”. Jesús:  “No sé. Ciertamente que no en la ciudad. Tal vez en una tienda galilea…”. Iscariote: “¿Por qué?”. Jesús: “Porque soy galileo y amo a mi región. Vamos”. Se ponen en camino. Suben a donde están los galileos, acampados sobre el monte de los Olivos en dirección a Betania. Sus tiendas brillan bajo los rayos de un tibio sol de Abril.  (Escrito el 30 de Marzo de 1947).
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1  Nota  :  Cfr. Mt. 21, 7-11;  21,12-14;  21,15-17 ; Mc. 11,7-11; 11,15-19 ; Lc. 19,35-40; 19,45-48 ; Ju. 12, 12-19.   2   Nota   : Cfr. Salm. 8,3.
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(<Al anochecer de la entrada triunfal, en el Getsemaní, Jesús llama de nuevo a sus apóstoles a la realidad después de la embriaguez del triunfo por las calles de Jerusalén. Acaba de anunciarles dos milagros inconcebibles al hombre por su grandeza: Eucaristía y Resurrección>)
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9-591-306 (10-10-381).-La realidad después de la embriaguez del triunfo.- Cuatro nuevas bienaventuranzas.
* “Después de tres años que estáis conmigo… no estáis aún preparados para la hora que se acerca. No digáis, amigos míos, lo que afirmó Isaías sobre este vuestro estado falso y peligroso”.- ■ Dice Jesús: “Una dulce mañana de primavera, desde lo alto de un monte, anuncié las distintas bienaventuranzas. A éstas añado una: «Bienaventurados los que saben creer sin ver» (1). Ya he dicho yendo por Palestina: «Bienaventurados los que escuchan la palabra de Dios y la cumplen» (2), y también «Bienaventurados los que hacen la voluntad de Dios» (3). Y existen otras bienaventuranzas, porque en la casa de mi Padre son numerosas las alegrías que aguardan a los santos. También existe ésta: «¡Bienaventurados los que crean sin haber visto con los ojos corporales! Serán tan santos, que, estando aun en la Tierra, verán ya a Dios, al Dios escondido en el Misterio de amor» (4). Pero vosotros, después de tres años que estáis conmigo, no habéis llegado todavía a esta fe. Y creéis solo en lo que veis. Así, esta mañana, después del triunfo, dijisteis: «Es lo que decíamos nosotros. Él sigue triunfando. Y nosotros con Él». Y como aves a las que les vuelven a nacer las plumas caídas, alzáis vuestro vuelo, ebrios de alegría, confiados, libres de ese sentido de opresión que mis palabras os habían puesto en el corazón. Entonces, ¿estáis más aliviados también en vuestro espíritu? No. En él estáis menos aliviados. Porque no estáis aún preparados para la hora que se acerca. Habéis bebido los hosannas como vino fuerte y exquisito. Os embriagasteis. ¿Un hombre embriagado es, acaso, fuerte?  La fuerza de un niño basta para hacerlo tambalear y caer. Así sois vosotros. Bastará con que asomen sus cabezas los verdugos para poneros en fuga, como tímidas gacelas que, ante la presencia del chacal, se dispersan, rápidas como el viento, por las soledades del desierto. ■ ¡Cuidad de no morir de una horrible sed en medio de ese arenal ardiente que es el mundo que no conoce a Dios!  No digáis, amigos míos, lo que afirma Isaías aludiendo a este vuestro estado falso y peligroso (5): «Éste no habla más que de conjuras. No hay por qué temer, ni de qué espantarse. No tenemos miedo de lo que Él profetiza. Israel le ama. Lo hemos visto». ¡Cuántas veces es mordido el tierno pie desnudo del niño que pisa la cabeza de una serpiente escondida bajo las flores que quería cortar para llevarlas a la madre y muere! ¡Y esta mañana… también ha sido así! Yo soy el Condenado coronado de rosas. ¡Las rosas!… ¿Cuánto duran las rosas? ¿Qué queda de ellas cuando su corola se ha deshojado para formar nieve de perfumados pétalos? Espinas”.
* Santificaré a los que tengan buena voluntad, seré causa de caída y de quebranto para los que tengan mala voluntad”.- Jesús: “Yo —Isaías lo dijo (6)— seré para vosotros —y, con vosotros os lo digo que seré para el mundo—, santificación; pero también piedra de escándalo, piedra de tropiezo, y lazo y ruina para Israel y para la Tierra. Santificaré a los que tengan buena voluntad, seré causa de caída y de quebranto para los que tengan mala voluntad.  Los ángeles no anuncian palabras falsas o palabras que duren poco. Ellos vienen de Dios que es Verdad y que es Eterno, y lo que anuncian es verdad y constituye un mensaje inmutable. Dijeron: «Paz a los hombres de buena voluntad». Entonces apenas había nacido, ¡oh Tierra!, tu Salvador. Ahora va a la muerte tu Redentor. Pero para recibir paz de Dios, o sea, santificación y gloria, es necesario tener «buena voluntad». Inútil mi nacimiento, inútil mi muerte para los que no tienen esta buena voluntad. Mi primer lloro sobre la tierra y mi último estertor, el primer paso y el último, la herida de la circuncisión y la de la consumación, serán en vano, si en vosotros los hombres, no hubiese buena voluntad de redimiros y santificaros. Y os digo (7) que muchísimos tropezarán en Mí que he sido puesto como columna de soporte y no como trampa para el hombre; y caerán porque estarán ebrios de soberbia, de lujuria, de avaricia, y se verán dentro de la red de sus pecados, atrapados y entregados a Satanás. Grabad estas palabras en vuestros corazones, conservadlas cuidadosamente para los futuros discípulos” (8).
* “La Piedra se levanta. Debe estar sobre el monte porque el mundo entero debe ver el Templo verdadero. Y Yo mismo lo edifico con la Piedra viva de mi Carne inmolada y uno sus distintas partes con la argamasa hecha de sudor y sangre”.-  Jesús: “Vamos. La Piedra se levanta (9). Otro paso hacia delante, hacia la cima del monte. Debe brillar sobre la cima porque Él es Sol, Luz, Oriente. El sol brilla sobre las cimas. Debe estar sobre el monte porque el mundo entero debe ver el Templo verdadero. Y yo mismo lo edifico con la Piedra viva de mi Carne inmolada (10). Y uno sus distintas partes con la argamasa hecha de sudor y sangre. Estaré en mi trono cubierto con un manto de púrpura viva, coronado con una corona nueva, y los que están lejos vendrán a Mí, trabajarán en mi Templo, para mi Templo. Yo soy la base y la cúspide. Pero todo alrededor, cada vez mayor, se irá extendiendo la morada. Yo mismo labraré mis piedras y elegiré a mis albañiles. De la misma forma que Yo he sido labrado con cincel por el Padre, por el Amor, por el hombre y por el Odio, así los labraré (11). Y cuando en un solo día haya sido arrancada la iniquidad sobre la Tierra (12), a la Piedra del Sacerdote eterno se acercarán los siete ojos para ver a Dios (13) y de ella arrojarán agua las siete fuentes (14) para vencer el fuego de Satanás. Satanás… Judas, vamos; y recuerda que el tiempo es ya poco y que para el anochecer del Jueves (15) debe ser entregado el Cordero”. (Escrito el 4 de Marzo de 1945).
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1 Nota : «Bienaventurados los que creen sin ver». No se encuentra en el discurso llamado de la Bienaventuranzas (Cfr. Mt. 5,1-12; Lc. 6,20-23), sino lo dijo a Tomás después de su resurrección. Cfr. Ju. 20,24-29.   2 Nota : «Bienaventurados los que escuchan la palabra de Dios y la observan». Está contenida en las palabras de alabanza que una mujer dijo en honor de la Virgen María. Cfr. Luc. 11,27-28.   3  Nota  : «Bienaventurados los que  hacen la voluntad de Dios». Esta bienaventuranza a la letra no se encuentra en los evangelios o en otros libros escriturísticos, pero sí en cuanto a su sustancia. Cfr. por ej. Mt. 7,21; 12,50; Mc. 3,35; Lc. 8,21; 1 Ju. 2,17.  4 Nota  : “Y existen  también  otras bienaventuranzas, pues en la casa de mi Padre son numerosas las alegrías que esperan a los santos. Existe también ésta: «¡Bienaventurados los que creerán sin haber visto con sus ojos corporales!». Serán en tal forma santos, que estando aun en la tierra, verán ya a Dios, al Dios escondido en el Misterio de amor”.  5  Nota  : Cfr. Is. 8,12.   6  Nota  : Cfr. Is. 8,14.  7  Nota  : Cfr.  Is. 8,15.   8  Nota  : Cfr. Is. 8,16.    9  Nota  : Cfr. “La piedra  se levanta”… es una paráfrasis de Zac. 3,8-9. 10 Nota : Cfr.  Zac. 6,12-13.   11 Nota : Cfr. Zac.  3,8-9. Se aconseja a que se lea todo el capítulo 3. 12 Nota : Cfr. Is. 52,13-53,12;  Dan. 9.   13  Nota  : Cfr. Zac. 4,1-14; Apoc. 4-5.   14  Nota : Cfr. Tal  vez alude aquí a los siete sacramentos. 15  Nota  : “Jueves”, es de inmediata comprensión para el lector de hoy,  a quien se adapta el lenguaje de la Obra valtortiana. También en otros lugares y en los títulos de los capítulos que siguen, se nombran los días de la semana, los cuales, en realidad, excepciones hechas de “sábado” y “parasceve”, no tenían un nombre para los hebreos de aquel tiempo.
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(<Jesús, en la noche de la entrada triunfal, acompañado de su Madre, ha ido a consolar a la madre de Analía, muerta ésta de forma súbita, durante el transcurso de la entrada triunfal de Jesús en Jerusalén, al paso de Jesús frente a la casa de Analía. Girada la visita, una vez de dejar a su Madre en el Palacio de Lázaro en Jerusalén —es ya el amanecer del lunes— Jesús se dirige al campo de los Galileos, en el Getsemaní>)
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9-592-319 (10-11-392).- Lunes después de la entrada en Jerusalén. Maldición a la higuera estéril (1).
* Judas, entre Yo y tú todo ha terminado”.- ■ Jesús va con paso ligero a la Puerta y se va rápido por el camino que lleva al Cedrón, al Getsemaní, y de aquí al Campo de los galileos. Entre los olivos del monte se encuentra con Judas de Keriot. También éste sube ligero hacia el Campo, que va despertándose. Judas, al encontrarse a Jesús de frente, hace un ademán que expresa casi espanto. Jesús le mira fijamente, sin decir nada. Iscariote: “Fui a llevar la comida a los leprosos. Pero… encontré a dos en Hinnón, cinco en Siloán. Los otros están curados. Todavía estaban allí, pero curados; tanto que me rogaron que se lo diga al sacerdote. He bajado con las primeras luces del día a fin de estar libre después. Dará que hablar la cosa. ¡Un número tan grande de leprosos curados juntos, después de tu bendición en presencia de tanta gente!”. Jesús no responde. Le deja hablar… No dice ni siquiera: «Has hecho bien», ni nada referente a lo que Judas hizo, ni referente al milagro. ■ Pero deteniéndose de pronto mirando fijamente al apóstol le pregunta: “¿Entonces? ¿Qué provecho se saca de haberte dejado libre y con la bolsa del dinero?”. Iscariote: “¿Qué quieres decir?”. Jesús: “Esto: te pregunto si te has santificado desde que te he devuelto libertad y dinero. Tú me comprendes… ¡Ah, Judas! ¡Recuerda, recuerda siempre que a ti te he amado más que a todos los demás, habiendo recibido de ti menos amor del que ellos me han dado!; recibiendo, al contrario, un odio mayor que el más ensañado odio del más ensañado fariseo, porque era odio de uno al que traté como amigo. Y recuerda también esto: que ni siquiera ahora te aborrezco, sino que, en lo que toca a Mí, Hijo del hombre, te perdono. Vete ahora. No hay nada que añadir entre tú y Yo. Todo está terminado…”. Judas quisiera decir algo, pero Jesús con un gesto imperioso le hace señal de seguir adelante… Judas, con la cabeza inclinada, sigue el camino. ■ En el límite del campo de los galileos los apóstoles y dos siervos de Lázaro están ya preparados. “¿Dónde estuviste, Maestro? ¿Y tú, Judas? ¿Habéis estado juntos?”. Jesús se adelanta a la respuesta de Judas: “Tenía que decir algunas palabras a alguien que sufre. Judas fue donde los leprosos… Todos, fuera de siete, están curados”. Zelote dice: “Oh, ¿por qué fuiste? Quería ir también yo”. Jesús añade: “Para estar ahora libre y poder venir con  nosotros. Vámonos. Entremos a la ciudad por la Puerta del Rebaño. Démonos prisa”.
* La higuera estéril: “Eres como muchos corazones en Israel. No tiene ninguna dulzura para el Hijo del hombre, ni compasión. Que jamás des fruto”.- ■ Pasa por entre los olivos que llevan desde el Campo, casi a mitad de camino entre Betania y Jerusalén, hasta el otro puentecito que salva el Cedrón cerca de la puerta del Rebaño. Algunas casas de campesinos están diseminadas por las laderas, y, casi abajo, cerca de las aguas del río, una higuera mece sus desordenadas ramas por encima de éste. Jesús se dirige a ella y busca entre sus espesas hojas un higo maduro. Pero la higuera es toda hojas. Tiene muchas hojas, inútiles; pero, ni un solo fruto en sus ramas. Jesús dice: “Eres como muchos corazones en Israel. No tiene ninguna dulzura para el Hijo del hombre, ni compasión. Que jamás vuelva a nacer de ti fruto alguno y que nadie coma de ti en el futuro”. ■ Los apóstoles se miran. La ira de Jesús hacia el árbol estéril —quizás sea selvático— los asombra. Pero no dicen nada. Sólo más tarde, pasado el Cedrón, Pedro le pregunta: “¿Dónde has comido?”. Jesús: “En ningún lugar”. Pedro: “¡Entonces tienes hambre! Allí hay un pastor con alguna cabra que está pastando. Voy a pedir leche para Ti. Vuelvo en seguida”, y va dando zancadas para volver cuidadoso con una escudilla vieja colma­da de leche. Jesús bebe y da, acompañada de una caricia, la taza al pastorcito, que ha acompañado a Pedro. (Escrito el 31 de Marzo de 1947).
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1  Nota  : Cfr. Mt. 21,18-19; Mc. 11,12-14.
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9-592-320 (10-11-393).- Lunes Santo.- Parábola de los viñadores pérfidos (1).- Origen del poder de Jesús y del Bautismo de Juan el Bautista (2).
* Parábola de los viñadores asesinos:  “… la viña será entregada a otros arrendatarios que la cultiven como se debe. Por eso, os digo: «El Reino de Dios os será arrebatado para ser entregado a otros que lo cultiven con fruto. Y el que caiga contra esta piedra quedará destrozado, y aquel sobre el que ella cayere quedará triturado»”. ■ Entran en la ciudad y suben al Templo. Adorado el Señor, Jesús vuelve al patio donde los rabíes exponen sus lecciones… Enseguida Jesús empieza a hablar: “Un hombre compró un terreno y lo plantó de vides. Construyó allí la casa para los arrendatarios, y una torre para los guardas; también bode­gas y lagares para prensar las uvas. Dejó el cultivo del campo a aque­llos arrendatarios en que confiaba. Luego se marchó lejos. Cuando les llegó a las vides —ya crecidas suficientemente como para ser fructíferas— el tiempo de poder dar fruto, el amo de la viña mandó a sus servido­res donde los arrendatarios para que le entregasen los intereses. Pe­ro los arrendatarios rodearon a los servidores del amo y a una parte de ellos los apalearon, contra otros lanzaron gruesas piedras, de modo que los hirieron mucho, a otros los mataron del todo. Los que pudieron volver vivos donde el señor contaron lo que les había sucedido. El señor los curó y consoló, y mandó a otros servidores, aún más numerosos. Los arrendatarios trataron a éstos como habían tratado a los primeros. Enton­ces el amo de la viña dijo: «Les enviaré a mi hijo. Ciertamente respetarán a mi heredero». Pero los arrendatarios, al verle venir y sabiendo que era el heredero, se dijeron entre sí: «Juntémonos entre todos y echémosle por la fuerza afuera, a un lugar retirado, matémosle, y nos quedaremos con su herencia». Y, recibiéndole con hipócritas honores, le rodearon como festejándole, pero luego, tras haberle besado, le ataron, le dieron fuertes golpes y, en medio de mil burlas, le llevaron al lugar del suplicio y le mataron. ■ Ahora decidme vosotros. Ese padre y amo, que un día verá que su hi­jo y heredero de los bienes no vuelve, y que descubrirá que sus sier­vos-arrendatarios, aquellos a quienes había dado la tierra feraz para que la cultivaran en su nombre, gozando de ella lo justo y dando de ella a su señor lo justo, han sido asesinos de su hijo, ¿qué hará?”, y Jesús traspasa con sus ojos de zafiro, encendidos como un sol, a los presentes, y especialmente a los grupos de los más influyentes judíos, fariseos y escribas que están entremezclados con la gente. Ninguno dice nada. “¡Hablad, pues! Al menos vosotros, rabíes de Israel. Pronunciad palabras de justicia que convenzan al pueblo en orden a la justicia. Yo podría decir palabras no buenas, según vuestro pensamiento. Ha­blad vosotros entonces, para que el pueblo no sea inducido a error”. ■ Los escribas, obligados, responden así: “Castigará a esos criminales haciéndolos morir de manera atroz, y dará la viña a otros arrendatarios que, además de que se la cultiven, le darán lo que le pertenece”. Jesús: “Bien habéis respondido. Así está en la Escritura: «La piedra desechada por los constructores ha venido a ser piedra angular. Es una obra realizada por el Señor y es admirable ante nuestros ojos» (3). Así pues, está escrito y vosotros lo sabéis. Habéis contestado rectamente al decir que los criminales recibirán atroz castigo porque mataron al hijo heredero del amo de la viña, y al afirmar que ésta sea entregada a otros arrendatarios que la cultiven como se debe. Por eso, os digo: «El Reino de Dios os será arrebatado para ser entregado a otros que lo cultiven con fruto. Y el que caiga contra esta piedra quedará destrozado, y aquel sobre el que ella cayere quedará triturado»”. ■ Los jefes de los sacerdotes, los fariseos y escribas, con un acto verdaderamente… heroico, no reaccionan. ¡Tanto puede la vo­luntad de alcanzar un objetivo! Por mucho menos, otras veces, han arremetido contra Él, y hoy, que abiertamente el Señor Jesús les di­ce que serán privados del poder, no empiezan a echar improperios, no ponen ningún acto de violencia, no amenazan: falsos corderos pacientes que bajo una hipócrita apariencia de mansedumbre ocultan un inmutable corazón de lobo.
* “¿Con qué autoridad haces estas cosas?”.- “¿Con qué autoridad impartía Juan el Bautismo?… No saben contestar por cálculo ruin y para no tener que confe­sar que Yo soy el Mesías y hago lo que hago porque soy el Cordero de Dios del que habló el Precursor”.- ■ Se limitan a acercarse a Él, que ahora pasea yendo y viniendo y escuchando a unos o a otros de los muchos peregrinos que están con­gregados en el vasto patio (y muchos de ellos piden consejo en orden a casos de alma o de circunstancias familiares o sociales). Se acercan a Él en espera de poderle decir algo después de escuchar el juicio que da a un hombre acerca de una intrincada cuestión de herencia… Entonces los sacerdotes y escribas se le acercan para hacerle una pregunta: “Te hemos oído. Has hablado con ecuanimidad. Un consejo que ni Salomón lo hubiera dado más sabio. Pero ahora dinos, Tú que obras prodigios y das sentencias como sólo el rey sabio podía dar, ¿con qué autoridad haces estas cosas? ¿De dónde te viene ese poder?”.  Jesús los mira fijamente. No se muestra agresivo ni desdeñoso, sino majestuoso; mucho. Dice: “Yo también tengo una pregunta que haceros. Si me respondéis, os diré con qué autoridad Yo, hombre sin autoridad de cargos y pobre —porque esto es lo que queréis decir—, hago estas cosas. Decid: ¿el bautismo de Juan de dónde venía?, ¿del Cielo o del hombre que lo impartía? Respondedme. ¿Con qué autori­dad Juan lo impartía como rito purificador para prepararos a la ve­nida del Mesías, si Juan era todavía más pobre y menos instruido que Yo, y carecía de todo cargo, pues que había vivido en el desierto desde su juventud temprana?”. ■ Los escribas y sacerdotes se consultan unos a otros. La gente se cierra en torno, bien abiertos sus ojos y oídos, preparada para la pro­testa si los escribas descalifican a Juan Bautista y ofenden al Maes­tro, y a la aclamación si aquéllos se ven vencidos por la pregunta del Rabí de Nazaret, divinamente sabio. Impresiona el silencio absoluto de esta multitud que espera la respuesta. Es tan profundo, que se oyen la respiración y los cuchicheos de los sacerdotes o escribas, que hablan entre sí casi sin usar la voz, mientras miran de reojo al pue­blo, cuyos sentimientos, ya preparados para estallar, intuyen. Al fin se deciden a responder. Se vuelven hacia Jesús, que está apoyado en una columna, con los brazos recogidos sobre el pecho mirándolos fijamente. Dicen: “Maes­tro, no sabemos con qué autoridad Juan hacía esto ni de dónde venía su bautismo. Ninguno pensó en preguntárselo a Juan el Bautista mientras vivía, y él espontáneamente nunca lo dijo”. Jesús: “Y Yo tampoco os diré con qué autoridad hago estas cosas”. Les vuelve las espaldas, llama a los doce y, abriéndose paso entre la gente que aclama, sale del Templo. ■ Una vez afuera, pasada la Probática —han salido por esa parte— Bartolomé le dice: “Ahora son muy prudentes tus adversarios. Quizás están convirtiéndose al Señor, que te ha enviado, y empezando a reconocerte como Mesías santo”. Mateo dice: “Es verdad. No han alegado nada ni contra tu pregunta ni contra tu respuesta…”. Bartolomé dice: “Pues que así sea. Es hermoso que Jerusalén se convierta al Se­ñor Dios suyo”. Jesús:  “¡No os hagáis ilusiones! Esa parte de Jerusalén no se convertirá jamás. No han respondido de otra manera porque han tenido miedo de la multitud. Yo leía sus pensamientos, aunque no oía sus palabras dichas en voz baja”. Pedro pregunta: “¿Y qué decían?”. ■ Jesús: “Os lo diré para que los conozcáis a fondo y podáis dar a los venideros una exacta descripción de los corazo­nes de los hombres de mi tiempo. No me han respondido, no porque se hubieran convertido al Señor, sino porque entre sí han dicho: «Si contestamos: ‘El bautismo de Juan venía del Cielo’, el Rabí nos va a responder: ‘¿Y en­tonces por qué no habéis creído en lo que venía del Cielo e indicaba una preparación para el tiempo mesiánico?’; y si decimos: ‘Del hom­bre’, será la multitud la que se rebelará diciendo: ‘¿Y entonces por qué no creéis en lo que Juan, nuestro profeta, dijo de Jesús de Naza­ret?’. Así que es mejor decir: ‘No sabemos’». Esto decían. No por conversión hacia Dios, sino por cálculo ruin y para no tener que confe­sar abiertamente que Yo soy el Mesías y hago lo que hago porque soy el Cordero de Dios del que habló el Precursor. ■ Y Yo tampoco he que­rido decir con qué autoridad hago lo que hago. Ya lo he dicho muchas veces dentro de esas murallas y en toda Palestina, y mis prodigios hablan aún más que mis palabras. Ahora ya no lo voy a decir con mis palabras. Dejaré que hablen los profetas y mi Padre, y las seña­les del Cielo. Porque ha llegado el tiempo en que todas las señales serán dadas. Las que expresaron los profetas y fueron signadas por los símbolos de nuestra historia, y las que Yo he expresado: la señal de Jonás; ¿os acordáis de aquel día de Quedes? Y la señal que espera Gamaliel. Tú, Esteban, y tú, Bernabé, que has dejado a tus compañeros, hoy, para seguirme, muchas veces, sin duda, habéis oído al ra­bí hablar de esa señal. Pues bien: pronto será dada esa señal”. ■ Se aleja, cuesta arriba, por los olivos del monte, seguido de los su­yos y de muchos discípulos (de aquellos setenta y dos), además de otros, como José Bernabé, que le sigue para oírle hablar todavía. (Escrito el 31 de Marzo de 1947).
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1  Nota  : Cfr. Mt. 21, 33-46;  Mc. 12,1-12;  Lc. 20,9-19.   2  Nota  : Cfr. Mt. 21,23-27;  Mc. 11,27-33;  Lc. 20,1-8.   3  Nota  : Cfr. Sal. 118,22-23.
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9-593-325 (10-12-397).- Lunes Santo, por la noche, en Getsemaní con los apóstoles: Palabras Eternas.
* ¿Reconocéis las palabras eternas?”.- Ya ha anochecido y Jesús permanece aún en el Huerto de los Olivos. Con Él los apóstoles; de nuevo les habla. “Y otro día ha pasado. Ahora la noche, y luego mañana, y luego otro mañana, y después la cena pascual”. Felipe pregunta: “¿Dónde la celebraremos, Señor mío? Este año están también las mujeres”. Bartolomé dice: “Todavía no tenemos previsto nada. La ciudad está a reventar de gente. Parece como si todo Israel, y hasta el más lejano prosélito, hubiera venido para la fiesta”. Jesús le mira. Y como si recitase un salmo, dice: «Juntaos, apresuraos, acercaos de todas partes a mi víctima que inmolo por vosotros. Llegaos a la Gran Víctima inmolada sobre los montes de Israel, para que comáis su Carne y bebáis su Sangre» (1). ■ Bartolomé, recalcando sus palabras, replica: “¿Pero cuál es esa víctima? Pareces como uno que tuviera una idea fija. No hablas más que de muerte… y nos afliges”. Jesús le mira de nuevo, pero no a Simón, que se inclina hacia Santiago de Alfeo y Pedro y habla sigiloso con ellos, y dice: “¿Cómo? ¿Tú me lo preguntas? Tú no eres uno de estos pequeños que para ser doctos deben recibir la septiforme luz. Tú ya eras docto en la Escritura antes de que te hubiese llamado por medio de Felipe, en aquella mañana de primavera. De mi primavera. ¿Me preguntas cuál es la víctima inmolada sobre los montes, de la que todos vendrán a alimentarse? ¿Dices que tengo una idea fija, porque hablo solo de muerte? ¡Oh, Bartolomé! Como el grito del vigía, Yo, en medio de vuestra tiniebla, que nunca se ha abierto a la luz, he lanzado una vez, dos, tres veces… el grito de alerta. Y jamás habéis querido oírle. En ese momento habéis sufrido por ello; luego… como niños, habéis olvidado pronto las palabras referentes a mi muerte y habéis vuelto alegres a vuestro trabajo, seguros, confiados que mis palabras y las vuestras persuadirían cada vez más al mundo de que siguiesen y amasen a su Redentor. No. ■ Solo después que la Tierra haya pecado contra Mí (2), y recordad que son palabras que el Señor dice a su profeta, solo entonces, el pueblo, y no solo éste pueblo concreto, sino el gran pueblo de Adán empezará a gemir (3) diciendo: «Acerquémonos al Señor. Él, que nos ha herido, nos curará». El mundo de los redimidos dirá: «Después de dos días, o sea, dos tiempos de la eternidad, durante los cuales nos dejará a merced del Enemigo, que nos golpeará y matará con todo género de armas, como nosotros hemos golpeado al Santo y le hemos matado —y le seguimos golpeando y matando porque siempre existirá la raza de los Caínes que maten con la blasfemia y malas obras al Hijo de Dios, al Redentor, arrojando flechas mortales no contra su Persona, eternamente glorificada, sino contra sus almas propias, las rescatadas por Él, de forma que las matarán, matándole, por tanto, a Él a través de sus propias almas—, solo después de estos dos tiempos, vendrá el tercer día, y resucitaremos en su presencia en el Reino del Mesías en la Tierra y viviremos en su presencia en el triunfo del espíritu. Lo conoceremos, aprenderemos a conocer al Señor para estar preparados a combatir, mediante este verdadero conocimiento de Dios, la extrema batalla que Lucifer trabará contra el hombre, antes del sonido del ángel de la séptima trompeta (4), que abrirá para siempre el coro bienaventurado de los santos de Dios  —coro de un número eternamente perfecto, al que jamás podrá ser añadido ni el más pequeño infante ni el más anciano de los ancianos— el coro que cantará: ‘Se ha acabado el pobre reino de la Tierra. El mundo ha pasado con todos sus habitantes ante la revista que ha hecho el Juez victorioso. Los elegidos están ahora en las manos de nuestro Señor y de su Mesías. Él es para siempre nuestro Rey. Sea alabado el Dios Omnipotente que es, que era, que será, porque ha asumido todo su poder y ha entrado en posesión de su Reino’». ¡Oh!, ¿quién de vosotros sabrá recordar las palabras de esta profecía, que resuenan veladamente en las expresiones de Daniel (5) y que ahora grita por boca del Sabio ante el mundo atónito, y ante vosotros, más sorprendidos que el mundo? «La venida del Rey  —continuará gimiendo el mundo herido y cerrado en su sepulcro, el que ha vivido mal y ha muerto mal, cerrado por su septiforme vicio y sus innumerable herejías, el agonizante espíritu del mundo, cerrado, con sus extremos estertores, dentro del organismo, muerto leproso por todos sus errores—, la venida del Rey (6) está preparada como la de la aurora, y vendrá a nosotros como la lluvia de primavera y de otoño». A la aurora la precede y prepara la noche. Esta es la noche. Esta de ahora. ¿Y qué debo hacer contigo, Efraín? ¿Qué debo hacer contigo, Judá?… ■ Simón, Bartolomé, Judas, primos míos, vosotros que sois los más doctos en la Escritura ¿reconocéis estas palabras? Proceden no de uno que esté loco, sino de quien posee la sabiduría y la ciencia. Como un rey que abre sus cofres porque sabe que allí está la piedra preciosa que busca, pues él mismo la había puesto antes, cito a los profetas. Yo soy la Palabra. Durante los siglos he hablado a través de los labios humanos, y seguiré hablando (7). Pero todo lo que de sobrenatural se ha dicho es palabra mía. Ningún hombre, ni siquiera el más docto y santo, puede subir, como si fuese un águila, más allá de los límites del ciego mundo, para comprender y manifestar los misterios eternos. Solo en la Mente Divina el futuro es presente. La necedad existe en aquellos que, no elevados por nuestra Voluntad, pretenden hacer profecías y  revelaciones. Y Dios pronto los desmiente y los castiga porque solo Uno puede decir: «Yo soy», y decir: «Yo veo», y decir: «Yo sé». Pero, cuando una Voluntad no sujeta a medida ni a juicio, una Voluntad que debe ser aceptada agachando la cabeza y diciendo sin discusión: «Aquí estoy», dice: «Ve, sube, oye, ve, repite»; entonces, sumergida en el presente eterno de su Dios, el alma, llamada por el Señor para ser «voz»,  ve y tiembla, ve y llora, ve y se regocija; entonces el alma llamada por el Señor para ser «palabra» oye y, llegando a éxtasis o a agónico sudor, pronuncia las palabras terribles del Dios eterno. Porque toda palabra de Dios es tremenda, pues viene de Aquél cuya sentencia es inmutable y cuya Justicia es inexorable, y porque está dirigida a los hombres, de entre los cuales demasiado pocos merecen amor y bendición, sino rayo y condena. ■ Ahora bien, esta palabra despreciada, ¿no es causa de tremenda culpa y tremendo castigo para los que, después que la oyeron, la rechazan? Lo es. ¿Qué debo hacer todavía con vosotros (8), Efraín, Judá,  mundo?; ¿qué, que no haya hecho ya? Vine, oh Tierra mía, vine porque te amaba. Mis palabras se convirtieron en espada que te mata porque las aborreciste. ¡Oh mundo que matas a tu Salvador, creyendo obrar lo justo! Estás tan poseído de Satanás que no eres ni siquiera capaz de comprender cuál sea el sacrificio que Dios exige, sacrificio del propio pecado, no de un animal inmolado y comido con el alma sucia (9). ■ ¿Qué te he dicho en estos tres años? ¿Qué te he predicado? Te he dicho: «Conoced a Dios en sus leyes y en su naturaleza». Me he secado como un jarro de barro poroso expuesto al sol para derramar el conocimiento necesario de la Ley, y de Dios. Has seguido ofreciendo sacrificios, pero no el único necesario: ¡la inmolación de tu mala voluntad al Dios verdadero! Ahora, el Dios eterno te dice, ciudad pecadora, pueblo perjuro —y en la hora del Juicio se empleará contra ti el látigo que no será empleado contra Roma ni Atenas. Estas dos ciudades son necias: no conocen la palabra y el saber, pero cuando se vean libres de sus males, pasarán a los brazos santos de mi Iglesia, de mi única y sublime Esposa que me dará innumerables hijos dignos de Mí, crecerán y se harán adultas, me regalarán palacios y ejércitos, templos y santos con que pueble el Cielo como de estrellas— ahora el Dios eterno te dice (10): «No me agradáis más y no aceptaré ya más de vuestra mano don alguno, porque para Mí es como si fuese estiércol (11), que arrojaré contra vuestras caras, y se os quedará pegado. Vuestras solemnidades son toda exterioridad.  Me producen asco. Cancelo mi pacto que hice con la estirpe de Aarón y lo paso a los hijos de Leví (12) porque: éste es mi Leví y con Él hice un pacto de vida y de paz. Él me ha sido fiel durante los siglos, hasta el sacrificio. Temió santamente al Padre y tembló ante la ira que pudiera suscitar solo el sonido de haber ofendido mi nombre. La ley de la verdad estuvo en su boca, y en sus labios no hubo iniquidad. Caminó conmigo en la paz y equidad, y a muchos arrebató del pecado. Ha llegado el tiempo en que en todas partes, y no más sobre el único altar de Sión, pues se han hecho indignos (13), será sacrificada y ofrecida a mi nombre la Hostia pura, inmaculada, aceptable al Señor». ¿Reconocéis las palabras eternas?”.
* Es necesaria una triple cosa para lavar la Tierra”.- ■ Bartolomé contesta: “Las reconocemos, señor nuestro. Créenos que nos sentimos cual si hubiéramos sido apaleados. ¿No es posible desviar el destino?”. Jesús: “¿Lo llamas destino, Bartolomé?”. Bartolomé: “No conozco otra palabra…”. Jesús: “Reparación.  Este es su nombre. Si se ofende al Señor, hay que reparar la ofensa. El primer hombre ofendió a Dios Creador (14). Desde aquél entonces la culpa ha seguido aumentado. Las aguas del diluvio no sirvieron para nada (15) como tampoco el fuego que llovió sobre Sodoma y Gomorra (16) para que el hombre fuera santo. Ni el agua, ni el fuego. La Tierra es una Sodoma ilimitada, por donde se pasea libremente Lucifer su rey. ■ Es necesaria una triple cosa para lavarla: el fuego del amor, el agua del dolor, la Sangre de la Víctima. Éste es mi don, ¡oh Tierra! Para eso vine. Para dártelo. ¡No puedo huir! Es Pascua. No se puede huir”.
* ¿Se trata de la última batalla de Iscariote con Satanás o solo de su astucia satánica para apresar también a Lázaro?.- ■ Zelote dice: “¿Por qué no vas a casa de Lázaro? No sería huir. Pero en su casa no te tocarían”. Iscariote echándose a los pies de Jesús, grita: “Simón dice bien. ¡Te lo suplico, Señor, que lo hagas!”. A su acto responde un gran llanto de Juan. Los demás apóstoles lloran, pero en silencio. Jesús dice a Iscariote: “¿Crees que sea Yo el Señor? ¡Mírame!”. Jesús penetra con su mirada la cara angustiada de Iscariote, porque realmente está afligido, no finge. Tal vez sea la última batalla de su alma con Satanás y no sabe vencerla. Jesús le estudia; sigue esa lucha como un médico sigue la crisis del enfermo. Luego se levanta bruscamente, de modo que Judas que estaba apoyado sobre sus rodillas, es echado para atrás y cae al suelo sentado. Jesús retrocede incluso y, con rostro agitado, dice: “¿Y así prenden también a Lázaro? Doble presa, y, por tanto, doble alegría. No. Lázaro servirá al Mesías futuro, al Mesías triunfante. Solo uno será arrojado fuera de la vida y no volverá. Yo volveré. Pero él no volverá. Pero Lázaro se queda. Tú, tú que sabes tantas cosas, sabes también ésta. Mas aquellos que esperan conseguir doble ganancia capturando al águila y al aguilucho, en el nido y sin trabajo alguno, deben convencerse de que el águila tiene ojos para todos, y que por amor a su aguilucho, se alejará del nido, para que solo a ella la prendan, salvándole así a él.  El odio me está matando y con todo sigo amando. ■ Idos. Me quedo a orar. Nunca, como en estos momentos, siento el anhelo de llevar mi alma al Cielo”. Juan suplica: “Permíteme que me quede, Señor”. Jesús: “No. Todos tenéis necesidad de descansar. Vete”. Pedro dice: “¿Te quedas solo? Y ¿si te hacen algún daño? Pareces incluso enfermo… Yo me quedo”. Jesús: “Tú ve con los otros. ¡Déjame olvidar por una hora a los hombres! ¡Déjame estar en contacto con  los ángeles de mi Padre! Harán las veces de mi Madre que se deshace en llanto y oración, y a la que no puedo cargar más con mi acongojado dolor. Idos”. Su primo Judas pregunta:  “¿No nos das la paz?”. Jesús: “Tienes razón. La paz del Señor venga sobre aquellos que no le son oprobio ante sus ojos. Hasta pronto”. Y Jesús se interna, subiendo por una ladera llena de olivos. ■ Bartolomé dice en voz baja: “¡Es así!… ¡Es lo que dice la Escritura! ¡Y, oyéndole a Él, se comprende por qué y para quién fue dicho!” . Zelote dice: “Esto se lo había dicho yo a Pedro en el otoño del primer año…”. Pedro dice: “Es verdad… Pero… ¡no! Mientras yo viva no dejaré que le prendan. Mañana…”. Iscariote pregunta: “¿Qué vas a hacer mañana?”. Pedro: “¿Que qué voy a hacer? Estoy hablando conmigo mismo. Estos tiempos son de conjura. Ni siquiera al aire confiaré mi plan. Y tú, que has dicho tantas veces que eres tan poderoso, ¿por qué no buscas protección para Jesús?”. Iscariote: “Lo haré, Pedro. Lo haré. No os vayáis a sorprender que algunas veces no esté con vosotros. Trabajo para el Maestro; pero no se lo digáis”. Pedro humilde y sinceramente dice: “Pierde cuidado, y que seas bendito. Algunas veces he desconfiado de ti, pero te pido perdón. Veo que eres mejor que nosotros cuando llega la oportunidad. Tú obras… yo no sé más que hablar por hablar”. Judas se ríe como contento de la alabanza. Salen del Getsemaní hacia el camino que lleva a Jerusalén. (Escrito el 6 de Marzo de 1945).
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1  Nota  : Cfr.  Ez.  39,17.  2  Nota  : Cfr.  Ez. 14,12-13.    3  Nota  : Cfr.  Os.  6,1-6.   4  Nota  : Cfr.  Ap. 11,15-17.   5  Nota  : Cfr. Dan. 7.   6  Nota  : Cfr. Os.  6,3-4.  7   Nota   : -“Durante siglos he hablado a través de labios humanos y seguiré hablando”.- La doctrina, que Jesús expone, a este respecto (ver unas líneas más abajo), a la Escritora María Valtorta, muchas veces ella se aplicará a sí misma, con humildad, pero sin temor, para explicar el fenómeno de su Obra, esto es, de estos libros. Tal fue su persuasión, pero que a nadie impuso.
 Sobre la inspiración divina (Cfr. Episodio 8-502-9 del tema “Palabra de Dios”, en una charla con el Apóstol Pedro), Jesús se expresa así: Dice Jesús: “Cuando Dios se apodera de una inteligencia y la emplea a su servicio, transfunde en ella, en las horas que está al servicio de Dios, una inteligencia sobrenatural que aumenta en mucho la inteligencia natural del sujeto. ¿Pensáis, por ejemplo, que Isaías, Ezequiel, Daniel y los demás profetas, si hubieran tenido que leer y explicar esas profecías como escritas por otros, no habrían encontrado las oscuridades indescifrables que en ellas encontraban sus contemporáneos? Y, sin embargo, Yo os digo que, mientras las recibían, ellos las comprendían perfectamente. Mira, Simón. Tomemos esta flor nacida cerca de tus pies. ¿Qué ves en la sombra que envuelve al cáliz? Nada. Ves un cáliz profundo y una pequeña boca y nada más. Mírala ahora que la tomo y la traigo para que le dé la luz del sol. ¿Qué cosa ves?”. Pedro: “Veo los pistilos, el polen, y, en torno a los pistilos, una coronita de pelitos que parecen pestañas, y una franjita que adorna el pétalo largo y los dos más pequeños… y veo una gotita de rocío en el fondeo del cáliz… y… ¡oh, mira! un mosquito ha bajado a beber dentro y se ha enviscado entre los pelillos, y no puede librarse… ¡Pero ahora! Déjame ver mejor. Oh, los pelillos parecen como si estuviesen untados con miel… se ha pegado… ¡Comprendido! Dios lo ha hecho así o para que la flor se nutra con él, o para que se nutran los pajarillos que vienen en busca de mosquitos, o para que se limpie de mosquitos el aire… ¡Qué maravilla!”. Jesús: “Pero sin la fuerte luz del sol no habrías visto nada, ¿no es así?”. Pedro: “¡No, claro!”. Jesús: “Lo mismo sucede en la posesión divina. La criatura, que de su parte pone únicamente su buena voluntad de amar totalmente a su Dios, el abandono a los deseos de Dios, la práctica de las virtudes y el dominio de sus pasiones, es absorbida en Dios, y en la Luz que es Dios, en la Sabiduría que es Dios, todo lo ve y todo lo comprende. Después, terminada la intervención divina, se produce en la criatura un estado en el que lo recibido se transforma en norma de vida y de santificación; pero lo que antes parecía tan claro se vuelve oscuro o, mejor, crepuscular. ■ El demonio, perpetuo mono que remeda a Dios, produce un efecto semejante en la inteligencia de sus poseídos, aunque limitado porque sólo Dios es infinito; en sus poseídos, que voluntariamente se le han entregado para triunfar, el demonio les comunica su inteligencia superior pero únicamente dirigida hacia el mal, a hacer daño, a ofender a Dios y al hombre. Y la acción satánica, al encontrar en el alma consentimiento, es continua, siendo así que, por grados, conduce a la total ciencia del Mal. Éstas son las peores posesiones. No se ve nada al exterior, por lo cual no se huye de estos endemoniados. Pero existen estas posesiones. Como he dicho muchas veces, serán los poseídos de esta manera los que descarguen su mano sobre el Hijo del Hombre”.   8  Nota  : Cfr.  Os.  6,4.   9  Nota  : Cfr.  Os. 6,6;  8,11-13;  Is. 1-10-20;  Am. 5,21-27.    10  Nota  : Cfr.  Mal. 1,10.   11  Nota  : Cfr.  Mal. 2,3.   12  Nota  : Cfr.  Mal.  2,4-6.    13  Nota  : Cfr.  Mal.  1,11.   14  Nota  : Cfr.  Gén.  3.   15  Nota  : Cfr.  Gén.   6,5-9,17.   16  Nota  : Cfr.  Gén. 18,1-19,29.
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9-594-330 (10-13-401).- Martes Santo. Lecciones sacadas de la higuera maldecida y agostada (1).
* “La muerte asoma cuando dentro no hay savia, se trate de una planta como de una nación o de una religión”.- Están de nuevo para entrar en la ciudad. Vienen por el mismo caminito lejano que tomaron la mañana anterior. Es como si Jesús no quisiera verse rodeado de gente, antes de entrar al Templo, al que se accede pronto entrando en la ciudad por la Puerta de las Ovejas, que está cerca de la Probática. Pero esta mañana muchos de los 72 están ya esperando al otro lado del Cedrón, antes del puente. Y en cuanto le ven aparecer de entre los olivos verde-grises, con su vestido de púrpura, se mueven en dirección a Él. Se reúnen y siguen hacia la ciudad. ■ Pedro, que está mirando hacia adelante, cuesta abajo, sospechando siempre ver aparecer a algún malintencionado, observa entre el verde fresco de las últimas pendientes un montón de hojas marchitas que se balancean sobre las aguas del Cedrón. Las hojas mustias y secas, como si una plaga las hubiese consumido, dan la impresión de que proceden de un árbol que lo hubiesen secado las llamas de un fuego; la brisa, de vez en vez cuando, arranca una hoja para sepultarla en las aguas del torrente. Pedro, señalando con una mano hacia el árbol seco, vuelta su cabeza para hablar con el Maestro, grita: “¡Pero si es la higuera de ayer! ¡La higuera que maldijiste!”. Acuden todos presurosos, menos Jesús, que sigue adelante con el paso que llevaba. Los apóstoles cuentan a los discípulos lo que había pasado el día anterior. Todos hacen comentarios, y de reojo miran a Jesús. Han sido testigos de miles de milagros obrados en hombres y en los elementos, pero ése les impresiona como ningún otro. ■ Jesús, ha llegado donde están, sonríe al ver esas caras espantadas y sorprendidas. Pregunta: “¿Y qué? ¿Tanto os extraña que mi palabra haya secado la higuera? ¿No me habéis visto acaso resucitar muertos, curar leprosos, dar vista a ciegos, multiplicar el pan, calmar tempestades, apagar el fuego? ¿Y os sorprende que una higuera se haya secado?”. Bartolomé: “No es por la higuera. Es que ayer, cuando la maldijiste, estaba verde,  ahora está… ¡Mírala!…  Quebradiza como arcilla seca. Sus ramas no tienen vida. Mira. Se hacen polvo” y Bartolomé, entre sus dedos, reduce a polvo unas ramas que con facilidad ha cortado. Jesús: “Ya no tienen vida. Tú lo has dicho. La muerte asoma cuando dentro no hay savia, se trate de una planta como de una nación, o de una religión. Cuando solo hay corteza dura, ramaje inútil, crueldad y exterioridad hipócrita. La savia que está dentro, llena de linfa, corresponde a la santidad, a la espiritualidad. La corteza dura y ramaje inútil se refieren a la humanidad carente de vida espiritual y de vida justa. ¡Ay de aquellas religiones que se hacen humanas porque sus sacerdotes y fieles han dejado de tener vital su espíritu! ¡Ay de las naciones, cuyos jefes son solo crueldad y ruidoso clamor carente de ideas fructíferas! ¡Ay de los hombres en quienes falta la vida del espíritu!”. ■ Iscariote sin acritud, pero con tono de maestro, dice: “Pero si esto se lo dijeras a los grandes de Israel, aun siendo verdad lo que dices, no serías prudente. No te hagas ilusiones por el hecho de que hasta ahora te hayan dejado hablar. Tú mismo dices que no es por conversión del corazón, sino que actuaron por cálculo. Procura también estimar el valor y las consecuencias de tus palabras. Porque, además de la sabiduría del espíritu, existe la sabiduría del mundo. Y conviene echar mano de ella por interés propio. Porque en resumidas cuentas, estamos en el mundo todavía y no en el Reino de Dios”. Jesús: “El verdadero sabio es el que sabe ver las cosas sin que las sombras de la propia sensualidad y las reflexiones del cálculo las alteren. Yo diré siempre la verdad de lo que veo”.
* “En verdad os digo que si uno llega a tener la confianza perfecta en la fuerza de la oración y en la bondad del Señor, podrá decir a este monte: «Córrete…»”.- Felipe pregunta: “Bueno, pero ¿esta higuera está seca del todo porque la maldijiste?, o es… una coincidencia… una señal… no sé”. Jesús: “Es todo eso que dices. Pero lo que he hecho también vosotros podréis hacerlo, si llegáis a tener una fe perfecta. Tened en el Altísimo esa confianza ciega. Y cuando la tuviereis, Yo os digo que podréis hacer esto y hasta más. En verdad os digo que si uno llega a tener la confianza perfecta en la fuerza de la oración y en la bondad del Señor, podrá decir a este monte: «Córrete de aquí y échate al mar», y si al decirlo, no duda en su corazón, sino que cree que lo que ordena puede cumplirse, lo que ha dicho se cumplirá”. Iscariote, moviendo la cabeza, objeta: “Y pareceremos magos y nos apedrearán, como se manda que se haga con quien practica la magia. ¡Sería un milagro bastante necio, que nos acarrearía daño!”. El otro Judas le refuta:  “¡El necio eres tú, que no has comprendido la parábola!”. ■ Jesús no se dirige a Judas. Habla a todos: “Yo os digo, y es una vieja lección que os repito ahora: cualquier cosa que pidiereis por medio de la oración, confiad en que la obtendréis. Si antes de orar tuvierais algo contra alguien, perdonad antes y haced las paces, para que vuestro Padre que está en los Cielos os sea favorable, vuestro Padre que tanto os perdona, que con tantos bienes os colma, desde que nace el sol hasta que se pone, desde la aurora hasta el anochecer”. (Escrito el 1 de Abril de 1947).
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1  Nota  : Cfr. Mt. 21,20-22; Mc. 11,20-26.
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9-594-332  (10-13-403).- Martes Santo.- El tributo al César (1).
* “Dad a César lo que es de César y a Dios lo que es de Dios”.- ■ Entran en el Templo. Los soldados de la Antonia los observan mientras pasan. Van a adorar al Señor. Luego vuelven al patio en que los rabíes enseñan. En seguida, antes de que la gente venga y se arremoline en torno, con falsa deferencia, tras haberle saludado, le dicen: “Maestro, sabe­mos que eres sabio y veraz, y que enseñas el camino de Dios sin tener en cuenta nada ni a nadie, aparte de la verdad y la justicia; y que poco te preocupas del juicio que los demás tengan de Ti, sino que te preocupas sólo de llevar a los hombres al Bien. Dinos, entonces: ¿es lícito pagar el tributo a César, o no? ¿Qué opinas?”. Jesús los mira con una de esas miradas suyas de penetrante y suprema intuición, y responde: “¿Por qué me tentáis hipócritamen­te? ¡Y además alguno de vosotros ya sabe que a Mí no se me engaña con hipócritas honores! Pero, mostradme una moneda de las que usáis para el tributo”. Le muestran la moneda. La observa por ambas partes, y, sujetán­dola en la palma de la izquierda, golpea en ella con el índice de la de­recha, mientras dice: “¿De quién es esta imagen y qué dice esta ins­cripción?”.  Rabí: “La imagen es de César, y la inscripción lleva su nombre, el nom­bre de Cayo Tiberio César, que es ahora emperador de Roma”.  Jesús: “Pues entonces dad a César lo que es de César y a Dios lo que es de Dios”, y les da la espalda, después de haber entregado el denario a quien se lo había dejado. Escucha a unos u otros de los muchos peregrinos que le hacen preguntas, consuela, absuelve, cura. (Escrito el 1 de Abril de 1947).
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1  Nota  : Cfr. Mt. 22, 15-22;  Mc. 12,13-17;  Lc. 20,20-26.
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9-595-337 (10-14-408).- Martes Santo, por la noche, en el Getsemaní, con los apóstoles:  Dos serán sus principales verdugos en la hora de la Expiación: Dios con su ausencia y el Demonio con su presencia.  La edad perfecta de Jesús.
“En estos treinta y tres años he continuado creciendo en Gracia y Sabiduría, alcanzando la edad perfecta, y en estos tres últimos años… he hecho que «mi boca sea como una es­pada cortante»”.- ■ Dice Jesús: “Hoy habéis escuchado a judíos y gentiles lo que decían. No os debe extrañar si os digo: «De mi boca salió siempre la palabra recta. Y jamás será revocada» (1). Siempre diré con Isaías, hablando de los gentiles que vendrán a Mí después de ser elevado de la tierra: «Delante de Mí se doblará toda rodilla. Todos los hombres jurarán por Mí y en mi Nombre». Y, habiendo visto cómo actúan los judíos, no dudaréis ni un momento en afirmar, sin temor a equivocaros, que serán conducidos a mi presencia, y avergonzados, todos los que fueron contrarios a Mí. Mi Padre no solo me ha hecho siervo suyo para que haga revivir a las tribus de Jacob y para convertir a lo que queda de Israel, «los restos» (2); sino que me ha dado como luz para las Naciones para que sea el «Salvador» de toda la Tierra (3). Por este motivo, en estos treinta y tres años de exilio del Cielo y del seno del Padre, he continuado creciendo en Gracia y Sabiduría ante Dios y ante los hombres, alcanzando la edad perfecta, y en estos tres últimos años, después de haber puesto in­candescentes mi alma y mi mente en el fuego del amor, y de haberlas templado con el hielo de la penitencia, he hecho  que «mi boca sea como una es­pada cortante» (4).
* “Hay otro tormento que no le viene al Hijo del hombre ni de lanzas, ni… sino de Dios mismo, tormento que será conocido por pocos en su real atrocidad. Pero en esta tortura en que dos serán los principales verdugos: Dios mismo con su ausencia y tú, demonio, con tu  presencia, la Víctima tendrá consigo al Amor”.- ■ Jesús: “El Padre Santo, que es mío y vuestro, hasta este momento me ha custodiado bajo la sombra de su mano, porque todavía no había lle­gado la hora de la Expiación. Ahora me deja ir. Y la flecha suelta, la flecha de su divina aljaba, tras haber herido para sanar (herido a los hombres para abrir brecha en los corazones para la Palabra y Luz de Dios), ahora se dirige, rápida y segura, a herir a la Segunda Persona, al Expiador, al Obediente que obedece por el Adán desobediente… Y, como guerrero alcanzado y herido, caigo, diciendo a muchos (5): «En va­no me he fatigado, en vano, para no obtener nada. Inútilmente he gastado mis fuerzas». ¡Pero no! ¡Todo lo hice por el Señor eterno que no hace nunca nada sin motivo! ■ ¡Atrás, Satanás, que quieres que ceda al desánimo y tentar­me a la desobediencia! Desde el principio de mi ministerio y hasta el fin de él, vinis­te y vienes. Pues bien, aquí estoy. Me pongo en posición de lucha (y real­mente se levanta). Te desafío. Y, me lo juro a Mí mismo (6), que te venceré. No es orgullo decir esto: es la verdad. El Hijo del hombre será vencido en su carne por el hombre, el miserable gusano que muerde y envenena desde su corrompido fango. Pero, el Hijo de Dios, la Se­gunda Persona de la inefable Tríada, no será vencido por Satanás. Tú eres el Odio. Y eres poderoso en medio de él y en tu malicia de tentador. Pero conmigo habrá una fuerza que escapa a tu acción, porque no puedes ni alcanzarla ni mirarla. ¡El Amor está conmigo! ■ No ignoro el tormento que me espera. No el tormento del que os hablaré mañana, para que sepáis que nada de lo que por Mí o en torno a Mí se hacía y se movía, que nada de lo que se formaba en vuestro cora­zón, me era desconocido. No. Hay otro tormento… que no le viene al Hijo del hombre ni de lanzas ni de palos, ni de burlas y golpes, sino de Dios mismo, tormento que será conocido sólo por pocos en su real atrocidad y aceptado como posible por menos todavía. Pero en esa tortura, en que dos serán los principales verdugos: Dios con su ausencia (7) y tú, demonio, con tu presencia, la Víctima tendrá consigo al Amor, el Amor que vive en la Víctima, que es la primera fuerza de mi resistencia a la prueba, y el Amor que encontraré en el consolador espiritual, que ya bate sus alas de oro por el ansia de bajar a secar mis sudores, y que ya recoge todas las lágrimas de los ángeles en el celestial cáliz y que diluye en él la miel de los nombres de mis redimidos, de los que me aman, para calmar con esa bebida la gran sed del Torturado y su amargura sin límites. ■ Y tú, demonio, serás vencido. Un día, saliendo de un poseído, me dijiste: «Espero a vencerte cuando seas una piltrafa de carne san­grante». Pero Yo te respondo: «No te apoderarás de Mí. Yo venzo. Mi fatiga fue santa, mi causa está en manos de mi Padre, que defiende las obras de su Hijo y no permitirá que ceda el espíritu mío». Padre, ya desde ahora te digo para esa hora atroz: «En tus manos abandono mi espíritu» (8). Juan, no me dejes… Vosotros marchaos. La paz del Señor esté donde no es huésped Satanás. Adiós”. Todo termina. (Escrito el 7 de Marzo de 1945).
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1  Nota  : Cfr.  Is.  45,23-25.   2  Nota  :  Respecto  «al resto» o «restos»,  esto es, la porción del pueblo israelita que volvió a ser fiel a Dios, o bien refiriéndose al Mesías, el «Germen» santo del pueblo de Israel, cfr. los siguien­tes contextos: Deut. 29, 29-30, 5; 2 Rey. 19, 1-8; 1 Esd. 1, 1-4; 2 Esd. 1, 1-4; Is. 4, 2-3; 6, 9-13; 7, 3 (nombre profético del hijo mayor de Is.: «Un resto tornará a Dios»); 10, 20-23; 11, 1-16; 28, 1-6; 37, 1-4; 30-32; Jer. 3, 14-18; 5, 18-19; 23, 1-18; 31, 7-9; 50, 19-20; Bar. 2, 11-18; Ez. 5, 1-6; 6, 1-10; 9; 12, 8-16; 20, 33-38; J1. 2, 28-32; Am. 3, 9-12; 5, 14-15; Ab. 16-18; Miq. 2, 12-13; 4, 6-7; 5, 1-6; Sof. 2, 4-11; 3, 11-13; Ag. 1; Zac. 1, 1-6; 8, 1-17; 13, 7-9; 14, 1-3; Rom. 9, 25-29.   3  Nota  :  Cfr.  Is. 49,3-6.;  Hech. 13,44-47.   4  Nota  :  Cfr. Is. 49,2.;  Hebr. 4,12;  Ap. 1,9-16; 19,11-16.   5  Nota  :  Cfr. Is. 49,4.   6  Nota  :  Como Dios  no tiene un superior  por quien jurase (Heb. 6, 13) jura por Sí mismo. Cfr. Génesis 22, 16; Ex. 32, 13; Is. 45, 23; Jer. 22, 5; 44, 26 (por su gran Nombre); 49, 13;  51, 14; Am. 4, 2 (por su Santidad); 6, 8; Hebr. 6, 13-20.   7  Nota  : “Dios con su ausencia” o en otras expresiones como “la Divinidad abandonó a su Mesías”. Ciertamente no en el sentido de que Dios efectivamente se haya separado de Jesús, destruyendo así la unión hipostática de la Naturaleza divina y de la Naturaleza humana, sino en el sentido que usa el mismo S. Mateo en 27,46 y Marcos en 15,34, por lo tanto, de una separación solo aparente, aunque muy dolorosa. Poco antes de morir, dijo sobre la cruz, repitiendo las primeras palabras del Salm. 21 “Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?”.   8  Nota  :  Cfr. Sal. 30,6, citado en Lc. 23,46.  San Esteban repetirá estas palabras dirigiéndose a Jesús Cfr. Hech. 7,59.
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9-596-345 (10-15-415).- Miércoles Santo: Escribas y fariseos puestos al desnudo.  Recriminaciones a escribas y fariseos. Predicción sobre Israel (1). Predicción sobre la destrucción del Templo (2).
* Razón de ser de escribas (laicado culto surgido para ayudar a sacerdotes en la doctrina)  y fariseos (secta para sostener con la más rígida mo­ral la obediencia a la Ley de Moisés y el espíritu de independencia del pueblo, al surgir el partido helenista).- ■ Apóstoles, discípulos y numerosa gente le siguen, en grupo compacto, mientras Él regresa al lugar del primer patio, que está casi resguardado por la muralla del Templo, al lugar que conserva un poco de frescor (y es que este día se siente un fuerte bochorno). Allí, estando la tierra revuelta por las pezuñas de los animales, y sembrada de piedras que han servido a los mercaderes y cambistas para sujetar sus tiendas y toldos, allí no vienen los rabíes de Israel, los cuales permitían que en el Templo se montara un mercado, pero sentían repulsa de pisar los lugares donde se ven todavía restos de lo que dejaron los animales, que apenas unos días antes habían estado allí. Jesús no siente esta repulsa, y allí se refugia, dentro de un círcu­lo denso de oyentes. Pero, antes de hablar, llama a sus apóstoles y les dice:  “Venid y escuchad bien. Ayer queríais saber muchas de las cosas que voy a decir ahora. A ellas aludí vagamente mientras descansá­bamos en el huerto de José. Así que estad bien atentos porque son grandes lecciones para todos, sobre todo, para vosotros, ministros y continuadores míos. ■ Escuchad. En la cátedra de Moisés, en el momento justo, se sentaron escribas y fariseos. Tiempos tristes, ésos, para la Patria. Terminado el destierro de Babilonia (3), reconstruida la nación por magnanimidad de Ciro, los dirigentes del pueblo sintieron la necesidad de recons­truir también el culto y el conocimiento de la Ley. Porque ¡ay de aquel pueblo que no los tenga como defensa, guía y apoyo, contra los más poderosos enemigos de una nación, que son la inmoralidad de los ciudadanos, la rebelión contra los jefes, la desunión entre las dis­tintas clases y grupos, los pecados contra Dios y contra el prójimo, la irreligiosidad, elementos todos que son disgregadores por sí mismos y por los castigos celestes que provocan! ■ Surgieron, pues, los escribas, o doctores de la Ley, para poder adoctrinar al pueblo que, hablando el lenguaje caldeo, herencia del duro destierro, no comprendía ya las escrituras redactadas en hebreo puro. Surgieron como ayuda de los sacerdotes, que eran insuficientes en número para acometer la tarea de adoctrinar a las multi­tudes. Un laicado culto y dedicado a honrar al Señor llevando a los hombres el co­nocimiento de Él; tuvo, pues, su razón de ser e incluso hizo un bien. Porque, tened esto presente todos, incluso las cosas que por debilidad humana luego degeneran, como fue ésta que se corrompió en el transcurso de los siglos, tienen siempre algo de bue­no y de una razón —al menos inicial— de existir, y es por ello que el Altísi­mo permite que surjan y duren hasta que, colmada la medida de su degradación, Él las desbarata. ■ Vino después, de la transformación de la secta de los asideos, la otra secta, la de los fariseos. Ésta había surgido para sostener con la más rígida mo­ral la más intransigente obediencia a la Ley de Moisés y el espíritu de independencia de nuestro pueblo, cuando el partido helenista —que se había formado por las presiones y seducciones que comenza­ron en tiempos de Antíoco Epífanes, y que pronto se transformaron en persecuciones contra los que no cedían a las presiones de este hombre astuto que más que con sus armas contaba con la disgregación de la fe en los corazones—, buscando reinar en nuestra patria, trataba de esclavizarnos. Recordad también esto: temed más a las fáciles alianzas y halagos de un extranjero que a sus legiones. Porque, mientras seáis fieles a las leyes de Dios y de la Patria, venceréis, aun cuando estéis rodeados de ejércitos poderosos; pero cuando el sutil veneno dado como miel embriagadora por el extranjero que ha hecho planes sobre vosotros os haya corrompido, enton­ces Dios os abandonará por vuestros pecados, y quedaréis vencidos y sujetos, aunque el falso aliado no os ataque en cruenta batalla con­tra vuestro suelo. ■¡Ay de aquel que no esté alerta como vigía y no rechace la insidia sutil de un vecino astuto y falso, o de un aliado, o del dominador que empieza su conquista en los individuos,  ablandando sus corazones, corrompiéndolos con usos y costumbres que no son nuestros, que no son santos, y que, por tanto, nos hacen no gratos al Señor! ¡Ay de él! Traed todos a la memoria las consecuencias que le ha acarreado a la Patria el que alguno de sus hijos haya adoptado usos y costumbres del extranjero para atraerse sus simpatías y gozar. ■ Buena cosa es la caridad con todos, incluso con los pueblos que no tienen nuestra fe, que no tienen nuestros usos, que a lo largo de los siglos nos han perjudicado. Pero el amor a estos pueblos, que siguen siendo nuestro prójimo, nunca debe hacer­nos renegar de la Ley de Dios y de la Patria por mezquinos intereses. No. Los extranjeros des­precian a aquellos que se manifiestan serviles hasta el punto de re­pudiar las cosas más santas de la Patria. El respeto y la libertad no se obtienen renegando del Padre y de la Madre: Dios y la Patria. Fue, pues, una cosa buena, el que, en su debido momento, surgie­ran también los fariseos para levantar un dique contra el fango de usos y costumbres extranjeros. ■ Lo repito: toda cosa que surge y dura tiene su razón de ser. Y hay que respetarla, si no por lo que hace, por lo que hizo. Y si ahora es culpable no es función de los hombres el insultarla, y, menos aún, hacerla desaparecer. Hay quien lo hará: Dios y su Enviado, Yo, que tengo el derecho y el deber de abrir mi boca, de abrir vuestros ojos para que vosotros y ellos conozcáis el pensamiento del Altísimo y obréis con justicia. Yo y ningún otro. Yo porque hablo por mandato divino. Yo porque puedo hablar, no teniendo en Mí ninguno de los pecados que os escandali­zan cuando los veis cometidos por escribas y fariseos, pero que, si po­déis, también vosotros los cometéis”. ■ Jesús, que había empezado en tono bajo su discurso, ha ido alzando la voz y en estas últimas palabras ésta es potente como un toque de trompeta. Tanto israelitas como gentiles, le escuchan con atención. Y si los primeros aplauden cuando Jesús re­cuerda a la Patria y llama abiertamente por sus nombres a los que, ex­tranjeros, los han sometido y les han hecho sufrir, los otros admiran la forma oratoria del discurso y se felicitan por estar presentes en es­te discurso digno —según comentan entre ellos— de un gran orador.
* Haced, pues, lo que dicen, mas no los imitéis en sus acciones.- ■ Jesús baja de nuevo la voz al reanudar su discurso: “Os he dicho esto para recordaros cuál fue la razón por la que nacieron escribas y fariseos, y cómo y por qué se han sentado en la cátedra de Moisés, y có­mo y por qué hablan y no son vanas sus palabras. Haced, pues, lo que dicen, mas no los imitéis en sus acciones. Porque dicen que se debe ac­tuar en un cierto modo, pero luego no hacen lo que dicen que debe ser hecho. Efectivamente, enseñan las leyes humanitarias del Pentateu­co, pero luego cargan con fardos grandes, insoportables, inhumanos, a los demás, mientras que respecto a sí mismos no extienden un solo dedo, no sólo para llevar esos pesos, sino tampoco para tocarlos. Su regla de vida es ser vistos y notados y aplaudidos por sus obras (las hacen de manera que puedan ser vistas para ser alabados por ellas).  E infringen la ley del amor, porque les gusta llamarse “se­parados” y desprecian a los que no pertenecen a su secta y exigen el título de maestros y un culto por parte de sus discípulos, cosas que ellos no dan a Dios.  Dioses se creen por sabiduría y poder, superiores al padre y a la madre quieren ser en el corazón de sus discípulos, y pretenden que su doctrina sea superior a la de Dios, y exigen que sea practicada al pie de la letra, aun siendo una manipulación de la verdadera Ley, inferior a ella más aún que este monte respecto a la al­tura del Gran Hermón, que supera a toda Palestina. Son herejes, creyendo algunos, como los paganos, en la transmigración de las almas y la fatalidad; negando los otros lo que los primeros admiten y —si no de palabra, sí de hecho— lo que Dios mismo ha dado como fe, es decir, que Él es el único Dios, al que debe darse culto, y que el padre y la madre van después sólo de Dios, y que, como tales, tienen el derecho de ser obedecidos más que un maestro no divino”.
* “Si ahora digo: «El que ama a su padre o madre más que Mí no es apto para el Reino de Dios», no es para inculcaros el desamor. Os lo digo para que améis como es debido, un amor que sabe elegir entre la ley mía y los abusos o egoísmos familiares”.- Jesús: “Porque, si Yo ahora os digo: «El que ama al padre y la madre más que a Mí no es apto para el Reino de Dios», ciertamente no es para inculcaros el desamor hacia los padres, a quienes debéis respeto y ayuda, y a quienes no es lícito quitarles socorro diciendo: «Es di­nero del Templo», ni negarles hospedaje diciendo: «Mi cargo me lo prohíbe», ni la vida bajo el pretexto de: «Te mato porque amas al Maestro». Os lo digo para que améis como es debido a vuestros padres, o sea, con un amor paciente y fuerte dentro de su mansedumbre, un amor que —sin caer en el aborrecimiento del padre o la madre que no quieren, y esto os causa dolor, seguiros por el camino de la Vida: la mía— sabe elegir entre la ley mía y el egoísmo y abuso familiares. Amad a los padres, obedecedlos en todo lo santo. Pero estad dispuestos a morir —no a dar muerte, si­no a morir, digo— si quieren induciros a traicionar la vocación que Dios ha puesto en vosotros de ser ciudadanos del Reino de Dios que Yo he venido a formar”.
* No imitéis a escribas y fariseos, divididos entre sí aunque finjan estar unidos. Que el distintivo del cristiano —ése será el nombre de mis discípulos— sea el amor y la unión, la igualdad, la comunidad de bienes, la fraternidad de los corazones. Todos para uno y uno para todos. Recordad que dar es mejor que recibir”.- Jesús: “No imitéis a escribas y fariseos, divididos entre sí aunque finjan estar unidos. Vosotros, discípulos de Cristo, estad verdaderamente unidos, los unos para los otros. Los jefes sean dulces con los subordi­nados; los subordinados, con los jefes. Una cosa sola en el amor y en el fin de vuestra unión: conquistar mi Reino y estar a mi derecha en el eterno Juicio. Recordad que un reino dividido deja de ser un reino y no puede subsistir. Estad, pues, unidos entre vosotros en el amor a Mí y a mi doctrina. Que el distintivo del cristiano —ese será el nom­bre de mis súbditos— sea el amor y la unión, la igualdad entre vo­sotros en lo tocante al vestir, la comunidad de bienes, la fraternidad de los corazones. Todos para uno, uno para todos. Quien dé, que lo haga con humildad; quien no tiene, que acepte con humildad y humildemente exponga sus necesidades a sus hermanos, sabiendo que son eso: hermanos. Y que los hermanos escuchen amorosamente lo tocante a las necesidades de sus hermanos, sintiéndose verdadera­mente hermanos de éstos. Recordad que vuestro Maestro a menudo pasó hambre, frío y otras mil necesidades e incomodidades y, humildemente, Él, siendo Verbo de Dios, las expuso a los hombres. Recordad que hay un pre­mio reservado para quien es misericordioso hasta sólo en ofrecer un sorbo de agua. Recordad que dar es mejor que recibir (4). ■ Que recordan­do estas tres cosas el pobre halle la fuerza de pedir sin sentirse hu­millado, pensando que Yo lo hice antes que él; de perdonar si le rechazan, pensando que muchas veces al Hijo del hombre le fueron ne­gados el sitio y el alimento que se dan a los perros que cuidan el rebaño. Y que el rico halle la generosidad de dar sus riquezas, pensan­do que la vil moneda, el odioso dinero sugerido por Satanás, causa del noventa por ciento de las desgracias del mundo, si es dado por amor se transforma en joya inmortal del paraíso”.
“Buscan los primeros puestos y quieren que el pueblo los llame «rabí». Sólo uno es el Maestro: Yo. Y lo seguiré siendo cuando ya no esté aquí entre vosotros. Porque la Sabiduría es la única que adoctrina. Así pues, no dejéis que os llamen maestros… Ni deis nombre de padre a nadie en la Tierra, porque uno solo es el Padre de todos: el Padre vuestro que está en los Cielos… El mayor de entre vosotros que se haga vuestro servidor”.- Jesús: “Vestíos con vuestras virtudes. Han de ser éstas ricas, pero sólo conocidas por Dios. No hagáis como los fariseos, que llevan las filac­terias más anchas y las franjas más largas, y buscan los primeros puestos en las sinagogas y las reverencias en las plazas y quieren que el pueblo los llame «rabí». Sólo uno es el Maestro: Yo. Voso­tros, que en el futuro seréis los nuevos doctores —me refiero a vosotros, apóstoles míos y discípulos—, recordad que sólo Yo soy vuestro Maestro. Y lo seguiré siendo cuando ya no esté aquí entre vosotros. Porque la Sabiduría es la única que adoctrina. Así pues, no dejéis que os llamen maestros, porque vosotros mismos sois discípulos. Y ni exijáis ni deis el nombre de padre a nadie en la Tierra, porque sólo uno es el Padre de todos: el Padre vuestro que está en los Cielos. Que esta verdad os haga sabios en el hecho de sentiros verdaderamente todos hermanos entre vosotros, bien sea los que dirigen, bien sea los dirigidos; y amaos, pues, como buenos hermanos. Y tampoco quiera ser llamado guía ninguno de los que dirijan, porque sólo uno es vuestro guía común: Yo.  ■ El mayor de entre vosotros que se haga vuestro servidor. No es humillarse el ser siervo de los siervos de Dios (5), sino que es imitarme a Mí, que fui manso y humilde, y estuve siempre dispuesto a tener amor hacia mis hermanos en la carne de Adán y a ayudarlos con el poder que, como Dios, tengo en Mí. Y no he rebajado lo divino al servir a los hombres. Porque el verdadero rey es aquel que sabe dominar no tan­to sobre los hombres cuanto sobre las pasiones del hombre, de las cuales la primera es la necia soberbia”.
* “Recordad esto: quien se humilla será ensalzado y quien se ensalza será humillado. La Madre Virgen del Emmanuel profetizó esta verdad del tiempo nuevo”.- ■ Jesús: “Recordad esto: quien se humi­lla será ensalzado y quien se ensalza será humillado. La Mujer de la que habló el Señor en el Génesis (6), la Virgen a quien alude Isaías, la Madre-Virgen del Emmanuel, profetizó esta verdad del tiempo nuevo cantando: «El Señor ha derri­bado a los poderosos de su trono y ha ensalzado a los humildes». La Sabiduría de Dios hablaba en los labios de Aquella que era Madre de la Gracia y Trono de la Sabiduría. Y Yo repito las inspiradas pala­bras que me exaltaron en unión al Padre y al Espíritu Santo, por nues­tras obras admirables, cuando, sin que la Virgen hubiera padecido detrimento alguno, Yo, el Hombre, me formaba en su seno sin dejar de ser Dios. ■ Que sean norma para aquellos que quieran dar a luz a Cristo en sus corazones y entrar en el Reino de Dios”.
* Recriminaciones a escribas y fariseos.Jesús: “No tendrán a Jesús, el Salvador, ni a Cristo, el Señor, ni tendrán Reino de los Cielos, los soberbios, los for­nicadores, los idólatras que se adoran a sí mismos y adoran su pro­pia voluntad. Por eso, ● ¡ay de vosotros, escribas y fariseos hipócritas, que cre­éis que podéis cerrar con vuestras afirmaciones imposibles de practicar —real­mente serían, si estuvieran puestas por Dios, una cerradura por la que la mayoría de los hombres no pasaría—, que creéis que podéis dejar plan­tados ante la puerta del Reino de los Cielos a los hombres que a él levantan su espíritu para encontrar fuerza en su penosa jornada terrena. ● ¡Ay de vosotros, que no entráis, no queréis entrar porque no aceptáis la Ley del celeste Reino, y no dejáis entrar a los otros que están ante esa puerta, a la que vosotros, intransigentes, reforzáis con ce­rrojos no puestos por Dios! ● ¡Ay de vosotros, escribas y fariseos hipócritas, que devoráis las casas de las viudas con el pretexto de que recitaréis largas oraciones! ¡Por es­to sufriréis un juicio severo!  ● ¡Ay de vosotros, escribas y fariseos hipócritas, que vais por mar y tierra, consumiendo haberes no vuestros, para conseguir un solo pro­sélito, y, una vez conseguido, le hacéis dos veces más digno del infierno que vosotros! ● ¡Ay de vosotros, guías ciegos, que decís: «Si uno jura por el Tem­plo, su juramento no vale nada, pero si jura por el oro del Templo queda obligado a su juramento». ¡Necios y ciegos! ¿Qué es más?, ¿el oro o el Templo, que santifica al oro? Y que decís: «Si uno jura por el altar, su juramento no tiene valor, pero, si jura por la ofrenda que está sobre el altar, entonces es válido su juramento y a él queda obligado». ¡Ciegos! ¿Qué es mayor, la ofrenda o el altar, que santifica a la ofrenda? Así pues, el que jura por el altar jura por el altar y por todo lo que el altar tie­ne encima, y el que jura por el Templo jura por el Templo y por Aquel que en él mora, y el que jura por el Cielo jura por el Trono de Dios y por Aquel que en él está sentado. ● ¡Ay de vosotros, escribas y fariseos hipócritas, que pagáis los diezmos de la menta y de la ruda, del anís y del comino, y luego des­cuidáis los preceptos más graves de la Ley: la justicia, la misericor­dia y la fidelidad! ¡Éstas son las virtudes que hay que tener, sin des­cuidar las otras cosas menores! Guías ciegos, que filtráis las bebidas por miedo a contaminaros bebiendo una mosquita ahogada en ellas, y luego os tragáis un camello sin sentiros impuros por ello. ● ¡Ay de vosotros, escribas y fariseos hipócri­tas, que laváis por fuera la copa y el plato, pero por dentro estáis henchidos de rapiña e inmundicia! Fariseo ciego, lava primero lo de dentro de tu copa y de tu plato, de forma que también lo de fuera quede limpio. ● ¡Ay de vosotros, escribas y fariseos hipócritas, que voláis como murciélagos en la oscuridad, debido a vuestras obras de pecado y pactáis por la noche con paganos, bandidos y traidores, y luego, por la mañana, borradas las huellas de vuestros ocultos pactos, subís al Tem­plo elegantemente vestidos! ● ¡Ay de vosotros, que enseñáis las leyes de la caridad y de la justi­cia contenidas en el Levítico, y luego no sois más que unos ambiciosos, ladrones, falaces, calumniadores, opresores, injustos, vengativos, aborrecedores y que llegáis a derribar a quien os causa molestia, aunque sea de vues­tra propia sangre, y que repudiáis a la mujer que, siendo virgen, se casó con vosotros y que repudiáis a los hijos obtenidos de ella porque padecen alguna desventura, y que acusáis de adulterio a vuestra mujer, que ya no os gusta, o la acusáis de enfermedad impura para quedaros libres de ella, vosotros, que sois impuros en vuestro corazón libidinoso, aunque no lo parezcáis ante los ojos de la gente que no conoce vuestros actos! Sois semejantes a sepulcros blanqueados, que por fuera parecen hermosos mientras que por dentro están llenos de huesos de muertos y podredumbre. Lo mismo sucede en vosotros. ¡Sí, lo mismo! Por fuera parecéis justos, pero por dentro estáis henchidos de hipocresía e iniquidad. ● ¡Ay de vosotros, escribas y fariseos hipócritas, que erigís suntuo­sos sepulcros a los profetas y embellecéis las tumbas de los justos y decís: «Si hubiéramos vivido en tiempos de nuestros padres, no habrí­amos sido cómplices y partícipes de los que derramaron la sangre de los profetas»! Y de este modo admitís claramente que sois descendientes de aquellos que mataron a vuestros profetas. Y vosotros, además, colmáis la medida de vuestros padres… ¡Oh, serpientes, ra­za de víboras, ¿cómo os libraréis de la condenación de la Gehena?! ■ Por esto, Yo, Palabra de Dios, os digo: Yo, Dios, os enviaré nue­vos profetas y sabios y escribas. Y, de éstos, a una parte los mataréis, a una parte los crucificaréis, a una parte los flagelaréis en vuestros tribunales, en vuestras sinagogas, fuera de vuestras murallas, a otra parte los perseguiréis de ciudad en ciudad, hasta que recaiga sobre todos vosotros la sangre justa, derramada sobre la Tierra, des­de la sangre del justo Abel hasta la de Zacarías hijo de Baraquías, al que disteis muerte entre el atrio y el altar, porque, por amor a voso­tros, os había recordado vuestro pecado para que os arrepintierais de él y volvierais al Señor. Así es. Odiáis a los que quieren vuestro bien y amorosamente os llaman a los senderos de Dios. En verdad os digo que todo esto está para cumplirse, tanto el crimen como sus consecuencias. En verdad os digo que todo esto se cum­plirá con esta generación”.
* Predicción sobre Israel: “Escuchad: «Os dejarán desierta vuestra casa, Yo os digo, dice el Señor, que no volveréis a verme hasta que —también vosotros— no digáis: ‘Bendito el que viene en el nombre del Señor´»”.- Predicción sobre el Templo: “De ello no quedará piedra sobre piedra”.- ■ Jesús: “¡Oh, Jerusalén! ¡Jerusalén! ¡Jerusalén que apedreas a los que te son enviados y matas a tus profetas! ¡Cuántas veces he querido reu­nir a tus hijos como la gallina reúne a sus polluelos bajo sus alas, y tú no has querido! ¡Pues oye esto, Jerusalén! ¡Escuchad todos vosotros, los que me odiáis y odiáis todo lo que de Dios viene! ¡Escuchad los que me amáis y os veréis envueltos en el castigo reservado para los perseguidores de los Enviados de Dios! Y oíd también vosotros que no sois de este pueblo, pero que igualmente me estáis escuchando; escuchad para saber quién es el que os habla y que predice sin necesidad de estudiar el vuelo, el canto de los pájaros, ni los fenómenos celestes y las vísceras de los animales sacrificados, ni la llama y el humo de los holocaustos, porque todo el futuro es presente para Aquel que os habla. Escuchad: «Os dejarán desierta esta Casa vuestra. Yo os digo, dice el Señor, que no volveréis a verme hasta que —también vosotros— no digáis: ‘Bendito el que viene en el nombre del Señor’»”. ■ Jesús está visiblemente cansado y sudoroso, por el esfuerzo del largo e impetuoso discurso y por el bochorno de este día sin viento. Oprimido contra el muro por una multitud, objeto de los dardos de numerosísimas pupilas, sintiendo todo el odio que le escucha desde los pórticos del Patio de los Paganos, y todo el amor –o, al menos, admiración– que le rodea y que no se preocupa del sol que incide so­bre las espaldas y en las caras enrojecidas y sudadas, se le ve verda­deramente sin fuerzas y necesitado de descanso. Y lo busca diciendo a sus apóstoles y a los setenta y dos que como cuñas se han ido abriendo lentamente paso entre el gentío y ahora están en primera línea (barrera de amor fiel en torno a Él): “Vamos a salir del Templo. Vamos a un lugar despejado, entre los árboles. Necesito sombra, si­lencio y frescor. En verdad, este lugar parece arder ya con el fuego de la ira celeste”. Le dejan paso no sin dificultad. Así pueden salir por la puerta más cercana, donde Jesús se esfuerza en despedir a muchos, pero sin conseguirlo: quieren seguirle a toda costa. ■ Entretanto, los discípulos observan la cúpula del Templo, centelle­ante bajo el Sol casi cenital, y Juan de Éfeso llama la atención del Maestro acerca de la robustez de la construcción: “¡Mira qué piedras y qué construcción!”. Jesús responde: “Pues de ello no quedará piedra sobre piedra”. Muchos preguntan: “¿No? ¿Cuándo? ¿Cómo?”. Pero Jesús no habla. Baja el Moria y sale a buen paso de la ciu­dad, cruzando Ofel y la Puerta de Efraín o del Estiércol, para refu­giarse en la espesura de los Jardines del Rey lo antes que puede, o sea, cuando los que se han obstinado en seguirle —los que no son ni apóstoles ni discípulos— se marchan lentamente cuando Mannaén, que ha mandado abrir las pesadas cancillas, pasa adelante, solemne, para decir a todos: “Marchaos. Aquí entran sólo los que yo quiero”. (Escrito el 2 de Abril de 1947).
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1  Nota  : Escribas, fariseos, predicción sobre Israel: Cfr. Mt. 23,1-39; Mc. 12,38-40; Lc. 20,45-47.  2 Nota : Predicción sobre la destrucción del Templo Mt.24,1-3; Mc. 13,1-2; Lc. 21,5.6. 3  Nota  : El destierro de los israelitas en Babilonia, que predijeron Jeremías y Ezequiel, lo realizó Nabucodonosor rey de Babilonia. Ciro, rey de Persia, lo terminó. El destierro duró desde el año 598 hasta el 528. Hubo varias deportaciones, además del asedio y destrucción de Jerusalén y del Templo. Cfr. Jer. 25,1-13; 34,1-7; 37,1-40, 6; 42,1-43,7; 52; Ez. 1-24; 2 Rey. 23,31-25,30; 2 Paral. 36; Esdr. 1 y 2; Is.  40-55.    4  Nota  : “Es mejor dar que recibir”.- Esta frase no se encuentra en ninguno de los cuatro evangelios. S. Pablo en Hech.20,35, la recuerda como dicha por Jesús.  5 Nota  : A partir del Papa S. Gregorio Magno (siglo VI) los romanos Pontífices, sucesores de S. Pedro, han empleado este modo de llamarse “Siervo de los siervos de Dios”.   6 Nota : Cfr. Gén.3,15.
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(<Están en los Jardines del Rey Herodes donde todos se han reunido, incluso las mujeres. En estos momentos, los apóstoles descansan tendidos bajo los árboles>)
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9-596-361 (10-15-428).- Miércoles Santo. Jesús despeja la preocupación de Juan.
* “Cuando pasen muchos, muchos lustros, y sea oportuno referir toda la grandeza de mi dolor, dirás entonces, lo que sufrí también por las acciones de Judas como hombre y como apóstol”.- ■ Jesús dice a Juan: “Ven conmigo”. Juan le sigue. Jesús, cuando están bajo la sombra del emparrado, le pregunta: “¿Qué te pasa?”. Juan: “Maestro, somos muy malos. Todos. No sabemos obedecer… no hay ganas de estar contigo. Pedro y Simón se han ido. No sé a dónde. Judas se ha aprovechado de esto para discutir”. Jesús: “¿Se ha marchado también Judas?”. Juan: “No, Señor. No se ha marchado. Dice que no tiene necesidad, que él no tiene cómplices en los manejos que hacemos para tratar de obtener protección para Ti. ¡Pero si yo fui a casa de Anás y si otros han ido a ver a los galileos que residen en la ciudad, no ha sido con mal fin!… No creo que Simón de Jonás y Simón Zelote sean hombres capaces de manejos rateros…”. Jesús: “No te preocupes. Efectivamente, Judas no necesita ausentarse mientras vosotros descansáis. Él sabe cuándo y a dónde ir para cumplir todo lo que debe hacer”. Juan: “Entonces, ¿por qué habla así? ¡No está bien que lo haga delante de los discípulos!”. Jesús: “No está bien,  pero es así. ■ Tranquilízate, cordero mío”. Juan: “¿Yo, cordero tuyo? ¡Tú eres el Cordero!”. Jesús: “Sí, tú. Yo, Cordero de Dios; tú, cordero del Cordero de Dios”. Juan exclama: “¡¡¡Oh, otra vez!!! Era en los primeros días en que te conocí. Tú me dijiste estas mismas palabras. Estábamos los dos solos, como ahora, entre el verdor de las plantas como ahora, y en primavera“. Juan está contento por este recuerdo que vuelve. Y susurra: “Sigo siendo, todavía lo soy, el cordero del Cordero de Dios…”. Jesús le acaricia, le ofrece parte de la paloma asada, que había quedado sobre la mesa en una hoja de pergamino en que estaba envuelta. Luego le abre unos higos jugosos y se los da, alegre de verle comer. Jesús está sentado, de lado, a la orilla de la mesa y mira tan amorosamente a Juan que éste le pregunta: “¿Por qué me miras así? ¿Porque como igual a un glotón?”. Jesús: “No, porque eres como un niño… ¡Predilecto mío! ¡Cuánto te quiero por tu corazón!”. Jesús se inclina y besa sus cabellos rubios, luego agrega: “Permanece así, siempre así, con ese corazón tuyo que no tiene orgullo ni rencores. Así, incluso en las horas de la ferocidad desatada. No imites, hijo, a los que pecan”. ■ Juan siente dentro de sí algo que le desagrada y dice: “Pero yo no puedo creer que Simón y Pedro…”. Jesús: “Verdaderamente te equivocarías, si los creyeses pecadores. Bebe. Está fresca y sabrosa. La preparó Marta… Ahora estás mejor. Estoy cierto que no habías terminado tu comida…”. Juan: “Así es. Me había venido el llanto. Porque se comprende que el mundo nos odie, pero que uno de nosotros insinúe…”. Jesús: “No pienses más en eso. Yo y tú sabemos que Simón y Zelote son dos hombres honrados. Y basta. Y por desgracia, tú sabes que Judas es pecador. Pero guarda silencio. ■ Cuando pasen muchos, muchos lustros, y sea oportuno referir toda la grandeza de mi dolor, dirás entonces, lo que sufrí también por las acciones de Judas como hombre y como apóstol. Vámonos. Es hora de dejar este lugar para ir al campo de los galileos y…”. Juan: “¿Pasaremos también esta noche allá? ¿Iremos primero al Getsemaní? Judas quería saberlo. Dice que está cansado de dormir a la intemperie, donde no hay nada, que es incómodo”. Jesús: “Pronto terminará todo. Pero no revelaré a Judas mis intenciones…”. Juan: “No estás obligado a ello. Tú eres el que debes guiarnos, no nosotros a Ti”. Juan está lejos de imaginar la traición y no comprende el motivo de prudencia por el que Jesús  desde hace días no anticipa sus planes. (Escrito el 2 de Abril de 1947).
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(<Han salido de los Jardines. Todos están sentados en una ladera del monte de los Olivos, teniendo enfrente el Templo. Jesús acaba de hablar a sus apóstoles sobre la destrucción del Templo y sobre los últimos tiempos>)
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9-596-373 (10-15-440).- Miércoles Santo, en el Monte de los Olivos: “Judas, hoy es la última noche en el Getsemaní. Mañana… será distinto”.
* “Mañana prepararemos la Pascua y comeremos el Cordero. Después Yo solo iré a orar al Getsemaní. Vosotros podéis hacer lo que queráis”.- ■ Jesús les dice: “Ahora idos. No os separéis. Me llevo a Juan. Estará con vosotros a la mitad de la primera vigilia para la cena y para ir después a nuestros momentos de instrucción”. Iscariote se lamenta: “¿También esta noche? ¿Vamos a hacer lo mismo cada día? Me siento mal con la intemperie. ¿No sería mejor ir a alguna casa amiga? ¡Estar siempre en las tiendas! Siempre en vela en las noches, que son frías y húmedas…”. Jesús: “Es la última noche. Mañana… será distinto”. Iscariote: “¡Ah! Pensaba que querías ir al Getsemaní todas las noches. Pero si es la última…”. Jesús: “No he insinuado esto, Judas. He dicho que será la última noche que pasemos juntos en el campo de los galileos. Mañana prepararemos la Pascua y comeremos el cordero. Después Yo solo iré a orar al Getsemaní. Y vosotros podréis hacer lo que queráis”. Pedro dice: “Vamos contigo, Señor. ¡Nunca tenemos deseos de dejarte!”. ■ Iscariote, contento de acusar a Pedro y Zelote, dice: “Tú cállate, que no tienes derecho a hablar. Tú y Zelote no hacéis más que revolotear aquí y allá, apenas no os ve el Maestro. No os pierdo de vista. En el Templo… durante el día… en las tiendas allá arriba…”. Jesús: “¡Basta! Si lo hacen, hacen bien. Pero no me dejéis solo… os lo ruego…”. Zelote protesta: “Señor, no hicimos nada malo. Créelo. Dios conoce nuestras acciones, y su mirada no se aparta, disgustada, de ellas”. Jesús: “Lo sé. Pero es inútil. Lo que es inútil puede ser siempre dañino. Estad unidos lo más posible”. (Escrito el 2 de Abril de 1947).
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9-597-375 (10-16-441).- Miércoles Santo, por la noche, en el Getsemaní, con los apóstoles: Las profecías sobre el Siervo de Yavé.- Alabanza a la pureza de Juan.- El semblante demoníaco de Judas Iscariote.
* “¿Por qué escogiste a Juan y no a otros para estar contigo?”.- ■ Jesús les dice: “Os dije: «Estad atentos, velad y orad para que el sueño no os gane».  Pero veo que vuestros cansados ojos se cierran y vuestros cuerpos, aun sin querer, pretenden descansar. Tenéis razón, ¡pobres amigos míos! En estos días os exigí mucho, y estáis cansados. Pero dentro de poco, en realidad, dentro de pocas horas, estaréis contentos de no haber perdido ni siquiera un momento de haber estado conmigo. Os sentiréis felices de no haberme negado nada. Por otra parte, es la última vez que os hablo de cosas tristes. Mañana os hablaré de amor y os haré un milagro que es todo amor. Preparaos por medio de una gran purificación a recibirlo. ¡Oh, qué bien se aviene a mi modo de ser hablar más de amor que de castigo! ¡Cuán dulce me es decir: «Os amo. Venid. Durante toda mi vida he soñado en esta hora»! Pero hablar de muerte también es amor. Es amor en cuanto que la muerte, para los que aman, es la prueba de su supremo amor. Es también amor porque, preparar a los amigos amados para el infortunio, es una muestra providente de cariño que quiere verlos preparados y no acobardados, para cuando llegue la hora. Confiar un secreto es prueba de amor, de la estima que se tiene en quien se confía. ■ Sé que habéis hecho llover preguntas y preguntas sobre Juan para saber qué le dije cuando estuvimos solos. Y no habéis creído cuando afirmé que nada le dije, sino que tan solo estuvo conmigo. Y sin embargo así ha sido; me ha bastado tener al lado una criatura…”. Iscariote pregunta con cierta altanería: “¿Por qué, entonces, él, y no otro?”. Pedro y Tomás y Felipe dicen también: “Tiene razón. ¿Por qué escogiste a él y no a otros?”. ■ Jesús responde a Iscariote: “¿Hubieras querido ser tú? ¿Te atreves a pedirlo? Era una mañana fresca y serena de Adar… Yo era un desconocido que caminaba por el camino cercano al río… Cansado, lleno de polvo, palidecido por el ayuno, la barba crecida, las sandalias rotas: parecía Yo un mendigo por los caminos del mundo… Él me vio… y me reconoció como Aquel sobre quien había bajado la Paloma de fuego eterno. En esa primera transfiguración mía, ciertamente debió revelarse un átomo de mi divino esplendor. Los ojos abiertos por la penitencia de Juan el Bautista y los que la pureza había conservado angelicales vieron lo que otros no vieron. Y los ojos puros llevaron esa visión a lo profundo del corazón; allí la conservaron cual perla en un arca… Cuando dos meses después esos ojos se abrieron para ver al caminante empolvado, su alma me reconoció… Yo era su amor. Su primer y único amor. El primero y único amor nunca se olvida. El alma le siente venir, aunque se haya alejado, le siente venir desde distantes lejanías, y se llena de gozo y despierta a la mente y ésta a la carne, para que todas participen en el banquete de la alegría de volverse a encontrar y a amarse. Una boca que temblaba de emoción me dijo: «Te saludo, Cordero de Dios». ¡Oh, fe de los puros que eres tan grande! ¡Cómo vences todos los obstáculos! No conocía mi Nombre. No sabía quién era Yo, de dónde venía, qué hacía; ni si era Yo rico, pobre, sabio, ignorante. ¿Qué importa saber todo esto para la fe? ¿Aumenta o disminuye ella por saber? Él creía en todo lo que le había dicho el Precursor. Como estrella que transmigra, por orden del Creador, de una a otra parte del cielo, él se había separado de su cielo: Juan el Bautista, de su constelación, y había venido a su nuevo cielo: al Mesías, a la Constelación del Cordero. No es la estrella mayor, pero sí la más hermosa y pura de la constelación de amor. Desde aquella fecha han pasado tres años. Estrellas grandes y pequeñas se han unido a mi constelación y se han separado de ella. Algunas han caído y han muerto, otras, debido a pesados vapores, se han convertido en estrellas brumosas. Pero él ha quedado fijo con su pura luz, junto a su Polar. ■ Dejadme mirar su luz. Dos serán las luces durante las tinieblas del Mesías: María y Juan. Pero tanto será el dolor, que casi no podré verlas. Dejad que imprima en mi pupila esos cuatro ojos que son pedazos de cielo entre pestañas rubias, para llevar conmigo, adonde nadie podrá ir, un recuerdo de pureza. ¡Todo el pecado! ¡Todo sobre las espaldas del Hombre! ¡Oh, gota de pureza!… ¡Mi Madre! ¡Juan! ¡Y Yo!… Tres náufragos que salen del naufragio de una humanidad en el mar del pecado”.
* Las profecías de David e Isaías sobre el Siervo de Yabé y el semblante de Iscariote.-Jesús: “Será la hora en que Yo, el retoño de la estirpe de David, entre lágrimas volveré a recitar el llanto de David (1): «Dios mío, vuélvete a Mí. ¿Por qué me has abandonado? Los gritos de los crímenes que por todos he tomado sobre Mí, me alejan de Ti… soy un gusano, no un hombre, la vergüenza humana, lo más sucio de la plebe». Oíd a Isaías (2): «He entregado mi cuerpo a los que golpean, mis mejillas a quien me arrancaba la barba.  No retiré la cara de quien me ultrajaba y me cubría de salivazos». Oíd de nuevo a David (3): «Muchos becerros me han rodeado, muchos toros se han lanzado contra Mí. Cual leones han abierto su hocico para desgarrarme y han rugido. He desaparecido como el agua». Isaías termina la figura: «Yo mismo me he teñido mis vestidos» (4). ¡Oh, por Mí mismo tiño mis vestiduras, no con mi furor, sino con mi dolor y el amor mío por vosotros! Como dos piedras de un molino, me aprietan y me exprimen la sangre. No soy distinto del racimo de uva prensado: ¡qué hermoso era cuando entró, y luego es un pellejo sin jugo, ni hermosura! «Y Mi corazón», digo con David (5): «se hace como de cera y se derrite dentro de mi pecho». ¡Corazón perfecto del Hijo del hombre!, ¿en qué te conviertes ahora? Semejante al que una vida de orgías deshace y enerva. Todo mi vigor se seca (6). La lengua la tengo pegada al paladar por la fiebre y por la agonía. La muerte se acerca en medio de su ceniza que asfixia y ciega. ¡Y todavía no hay compasión! (7) «Una jauría de perros me ataca y me muerde. En mis heridas se clavan sus mordidas y sobre éstas los golpes. No queda de Mí un solo lugar en que no haya mordeduras (8). Mis huesos suenan porque cruelmente se les ha estirado. No sé dónde apoyar mi cuerpo. La dolorosa corona es un círculo de fuego que penetra los huesos de mi cabeza. Estoy colgado de las manos, y mis pies están atravesados (9). Elevado, muestro mi cuerpo al mundo y todos pueden contar mis huesos»…”. ■ Juan dice entre sollozos: “¡Cállate, cállate!”. Los primos de Jesús suplican: “¡No digas más! ¡Nos hace morir!”. Andrés no habla, pero tiene la cabeza apoyada entre las rodillas y llora sin hacer ruido. Simón está pálido. Pedro y Santiago de Zebedeo parecen sometidos a tortura. Felipe, Tomás y Bartolomé parecen tres estatuas de piedra que enseñan lo que es angustia. ■ Judas Iscariote es una máscara macabra, demoníaca. Parece un condenado que finalmente cae en la cuenta de lo que ha hecho: tiene la boca abierta para un aullido que le grita dentro y que queda estrangulado en la garganta; ojos de loco, dilatados y aterrados; mejillas térreas, bajo el velo negro de su barba afeitada; los cabellos despeinados, porque de vez en cuando se los desordena con la mano; está sudado y frío: parece estar próximo a perder el sentido. Mateo, que ha levantado su cara aterrorizada en busca de ayuda, le ve y grita: “¡Judas! ¿Te sientes mal?… Maestro, Judas está mal”. Jesús responde: “También Yo. Pero Yo sufro en paz. Haceos espíritus para soportar la hora. Uno que sea «carne» no podrá vivirla sin enloquecer… David que vio las torturas del Mesías, añade (10): «Ni con esto se han contentado y me miran y se ríen y se reparten mis despojos y echan suertes sobre mi túnica. Yo soy el Malhechor. Están en su derecho»”.
* ¡Oh, tierra mira a tu Mesías!… Escucha, recuerda las palabras de Isaías y comprende el por qué, el gran por qué, de que se haya quedado reducido a este estado, de que el hombre pudiera darle muerte”.- ■ Jesús: “¡Oh, tierra mira a tu Mesías! Trata de reconocerle, aunque esté tan estropeado. Escucha, recuerda las palabras de Isaías y comprende el por qué, el gran por qué, de que se haya quedado reducido a este estado, de que el hombre pudiera darle muerte, reduciéndole a aquellas condiciones, al Verbo del Padre (11). «No tiene nada de bello, ni de atractivo. Le vimos. No era hermoso, y no le amamos. Despreciado como el último de los hombres, Él, el Hombre de dolores acostumbrado a padecer, mantenía tapado su rostro. Insultado y no nos imploró nada por su suerte». Su belleza de Redentor fue esa máscara de torturado. ¡Pero tú, Tierra necia, preferiste su rostro sereno! «Verdaderamente que Él ha tomado sobre Sí nuestros males, se ha cargado nuestros dolores. Le vimos cual si fuera un leproso, a quien Dios ha maldecido, cual un despreciado. Sin embargo, sus heridas se deben a nuestros crímenes. Ha recibido el castigo que merecíamos nosotros, el castigo que nos devuelve la paz con Dios. Sus moraduras nos han sanado. Éramos como ovejas errantes. Todos se habían extraviado del recto camino, y el Señor puso sobre Él la iniquidad de todos». ■ Aquel o aquellos que piensen haber hecho algún bien a sí mismos y haberlo hecho a Israel, se engañan. Lo mismo que los que piensan haber sido más fuertes que Dios. Los que imaginan que no tendrán que dar cuenta de este pecado, solo porque libremente me dejo matar. Cumplo con mi santa obligación, que es obedecer perfectamente al Padre. Pero ello no elimina su obediencia a Satanás ni su nefanda tarea. Sí. Tu Redentor, ¡oh Tierra!, ha sido sacrificado porque Él lo quiso. «No abrió su boca para expresar una palabra de súplica y así librarse de la muerte, ni una palabra de maldición para sus asesinos. Como una oveja se dejó llevar al matadero para que le dieran muerte, como cordero mudo llevado a la presencia del que le esquila». «Después que fue capturado y condenado, se le levantó en alto. No tendrá descendencia. Como un árbol ha sido talado y apartado de la Tierra de los vivos. Dios ha descargado sobre Él su mano por el pecado de su pueblo. ¿Ninguno de su descendencia de la Tierra en que vivió le llorará? El que ha sido arrancado de la Tierra, ¿no tendrá hijos?». ■ Te respondo, profeta de tu Mesías. Si es cierto que mi pueblo no llorará por el Matado sin culpa, los ángeles del pueblo celeste sí le llorarán. Si no engendró hijos humanamente, porque su Naturaleza no podía hallar desposorio con carne mortal, sí que tendrá hijos, claro que tendrá hijos, siendo otro modo de engendrar que no es el carnal, sino que procede del amor y de la Sangre divina, una generación del espíritu,  por lo que su prole será eterna”.
* “Y te explico más, ¡oh mundo! que no comprendes al profeta. Te explico quiénes son los impíos entregados a su sepultura; y quién el rico entregado a la muerte”.- ■ Jesús: “Y te explico más, ¡oh mundo! que no comprendes al profeta. Te explico quiénes son los impíos entregados a su sepultura; quién, el rico entregado a la muerte. Observa, ¡oh mundo!, si tan siquiera uno de los que le dieron muerte gozó paz y larga vida. Él, el Viviente, pronto dejará la muerte. Pero, como hojas que el viento de otoño, una a una, junta entre los surcos tras haberlas arrancado con repetidas ráfagas, ellos, uno a uno, serán pronto depositados en la infame sepultura que para Él había sido decretada; y uno que vivió para el oro, podría —si fuese lícito poner al inmundo donde estuvo el Santo— ser depositado donde aún quedará la humedad debida a las innumerables heridas de la Víctima inmolada en el monte. Acusado sin haber cometido culpa alguna, Dios toma venganza de Él, porque nunca hubo engaño en su boca ni iniquidad en su corazón. Fue torturado. ■Pero, ya consumidos los padecimientos, una vez que su vida fue tronchada para ser sacrificio expiatorio, comenzará su gloria ante los que han de venir. Todos los deseos y santas disposiciones de Dios se realizarán por medio de Él. Por las angustias que sufrió su alma, verá la gloria del verdadero pueblo de Dios, y se gozará de ello. Su Doctrina celeste, que Él sellará con su Sangre, será la justificación de muchos de entre los mejores. Y arrancará la iniquidad de los pecadores. Por eso, ¡oh Tierra!, tendrá una gran multitud este Rey desconocido que los pérfidos escarnecieron y que no fue por los mejores comprendido. Y con los suyos repartirá los despojos propios de los vencidos, los despojos de los fuertes, Él, el único Juez de los tres reinos y del Reino. ■Todo lo ha merecido, porque todo lo dio. Todo le será entregado porque entregó su vida a la muerte y fue contado entre los malhechores, Él que no había cometido ningún pecado, Él que no había hecho más que amar perfectamente, con una bondad infinita: dos culpas que el mundo no perdona, un amor y una bondad que le movieron a tomar sobre Sí los pecados de todos, de todo el mundo, y a rogar por los pecadores. Por todos los pecados, y aun por aquellos que le entregaron a la muerte. ■ He terminado no tengo más que decir. Todo lo que quería decir en orden a las profecías mesiánicas está dicho. Desde el nacimiento hasta la muerte, todas os las he ilustrado, y lo he hecho para que me conocierais y no tuvierais dudas; ni justificaciones de vuestro pecado. Ahora oremos juntos. En esta última noche podemos hacerlo así, unidos cual granos de uva en el racimo. Venid. Oremos: «Padre nuestro que estás en los Cielos…»”. (Escrito el 8 de Marzo de 1945).
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1  Nota  : Cfr.  Sal.  21,1.   2  Nota  : Cfr.  Is.  50,6.   3  Nota  : Cfr.  Sal.  21,13-14.   4  Nota  : Cfr.  Is.   63,3.  5  Nota  : Cfr. Sal. 21,15.   6  Nota  : Cfr. Sal  21,16.   7  Nota  : Cfr. Sal.  21,17.   8  Nota  : Cfr. Sal.  21,15.   9  Nota  : Cfr. Sal.  21,17-18.   10  Nota  : Cfr.  Sal.  21,18-19.   11  Nota  : Cfr. Is. 52,13-53,12.
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(<Jesús y  apóstoles van hacia Jerusalén. Se cruzan con un rebaño de ovejas>)
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9-598-382  (11-17- 448).- Jueves Santo. Durante el día: Lugar de la Última Cena (1).
* Jesús escoge el lugar de la Cena Pascual. Judas se cita para indicar el lugar de la captura.- ■ Al ver las ovejas, los apóstoles se acuerdan de la cena y preguntan a Jesús cuando todavía están en el Getsemaní: “¿Dónde quieres celebrar la Pascua? ¿Qué lugar escoges? Dínoslo e iremos a preparar todo”. Y Judas de Keriot: “Dame órdenes e iré”. Jesús llama a Pedro y Juan. Los dos que iban un poco adelante se acercan. Jesús: “Adelantaos y entrad en la ciudad por la puerta de la Basura. Apenas hayáis entrado, encontraréis a un hombre que regresa de En Rogel con una ánfora de aquella sabrosa agua. Seguidle hasta que entre en una casa. Diréis al que vive en ella: «El Maestro dice: ‘¿Dónde está la habitación donde pueda comer la cena pascual con mis discípulos?’». Él os mostrará una gran habitación ya dispuesta. Preparad todo en ella. Id ligeros, y luego juntaos con nosotros en el Templo”. Los dos van a la carrera. ■ Jesús, sin embargo, sigue caminando lentamente. La mañana está muy fresca, y apenas por la calle se ven peregrinos. Pasan el Cedrón por el puentezuelo, enfrente a Getsemaní. Entran en la ciudad. Tal vez Pilatos, al confirmarse que las disputas en torno a Jesús habían ya cesado, ha mandado retirar las guardias de las puertas. En realidad se siente una gran calma por todas partes. No se podrá decir jamás que los judíos no hayan sabido controlarse. Nadie ha molestado a Jesús, ni a sus discípulos. Incluso los más aviesos de los miembros del Sanedrín le presentan sus respetos más profundos. Una paciencia ilimitada ha acompañado también a la exhortación de ayer. ■ Y precisamente ahora —la casa de campo de Caifás está muy cerca de aquella puerta— justamente ahora, pasa, viniendo de la casa, un nutrido grupo de fariseos y escribas, entre los cuales el hijo de Anás, Elquías y Sadoc, quienes, en medio de un ondear de ricas vestiduras con franjas y grandes capuchas, inclinando sus espaldas vestidas de amplios mantos, saludan reverentes. Jesús saluda y pasa, majestuoso con su vestido de lana roja y su manto de color más oscuro, llevando aquella capucha de Síntica en la mano, y haciendo el sol de sus cabellos rojo-cobre una corona de oro y un velo refulgente que le cae sobre los hombros. Las espaldas se levantan después de su paso y aparecen las caras: de hienas hambrientas. ■ Judas de Keriot, que miraba siempre en torno a sí con cara de traidor, con la disculpa de amarrarse bien una sandalia, se hace a un lado del camino y —lo veo bien— les hace una seña de que le esperen… Deja que el grupo de Jesús y los discípulos siga adelante, procurando dar la impresión de estar amarrándosela, y luego, rápido, pasa cerca de aquellos y en voz baja dice: “En la Bella. Hacia la hora de sexta. Uno de vosotros” y se echa a correr velozmente hasta alcanzar a sus compañeros. Sin ninguna vergüenza. Sin sonrojo. ■ Suben al Templo. Hay pocos hebreos, pero muchos gentiles. Jesús va a adorar al Señor. Luego regresa y ordena a Simón y a Bartolomé que compren el cordero, y pidan el dinero a Judas. Y Judas replica: “¡Podría hacerlo yo!”. Jesús: “Vas a estar ocupado en otras cosas. Lo sabes. Está la viuda a la que hay que llevar el donativo de María de Magdala, y decirle que después de las fiestas se vaya a Betania, a casa de Lázaro. ¿Sabes dónde está? ¿Has entendido bien?”. Iscariote: “Sí, lo sé. Zacarías, que la conoce bien, me indicó el lugar”. Y añade: “Estoy muy contento de ir, más que de comprar el cordero. ¿Cuándo voy?”. Jesús: “Más tarde. No me detendré mucho tiempo aquí. Hoy descansaré, porque quiero estar fuerte para esta noche y para mi oración nocturna”. Iscariote: “De acuerdo”.
* María Valtorta se pregunta por qué Jesús ahora da detalles que antes callaba.- ■ Yo me pregunto: Jesús había guardado silencio en los últimos días pasados sobre sus intenciones para no dar detalles a Judas, ¿por qué ahora dice y repite lo que hará por la noche? ¿Ha empezado ya la Pasión con la ceguera de previdencia; o es que esta previdencia ha aumentado tanto, que Jesús lee en los libros de los Cielos que ésa es la «noche» y que, por tanto, hay que darlo a conocer a quien  espera a saberlo para entregarle a los enemigos; o es que siempre ha sabido que esa noche debe empezar su inmolación? No lo sé. Y Jesús no me da ninguna respuesta. Sigo en mis «porqués» mientras miro que Jesús cura a algunos enfermos. Los últimos… Mañana, dentro de pocas horas, no lo podrá hacer más… la Tierra habrá perdido a su Benefactor. Pero la Víctima empezará desde su patíbulo una serie ininterrumpida de veinte siglos de curación de almas. ■ Hoy contemplo más bien que describo. Mi Señor hace proyectar mi vista espiritual desde lo que veo que sucede en el último día de libertad del Mesías hasta lo que sucede en los siglos… Hoy contemplo los sentimientos, los pensamientos de Jesús, más que lo que sucede en torno a Él. Ya estoy casi en la dolorosa comprensión de su tortura del Getsemaní. Jesús se ve rodeado, como de costumbre, por una multitud más bien hebrea que ha ido aumentando, que ha dejado de ir al lugar del sacrificio de los corderos para acercarse a Jesús, Cordero de Dios que pronto será inmolado. Piden una vez más muchas explicaciones: Muchos son hebreos venidos de la Diáspora, hasta los cuales llegó la fama del Mesías, el Profeta Galileo, del Rabí de Nazaret y tienen curiosidad por oírle hablar; ansiosos de quitar cualquier duda. (Escrito el 3 de Abril de 1947).
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1  Nota  : Cfr. Mt. 26,17-19; Mc. 14,12-16; Lc. 22,7-13.
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9-598-384 (11-17-450).- Jueves Santo. Durante el día en el Templo.- Jesús con los hebreos de la Diáspora.-  Con los gentiles.  Manifestación del Padre (1).
* A los hebreos de la Diáspora: “Os preguntáis: «¿Quién es éste llamado el Nazareno?»”.- ■ Jesús, en el Templo, se ve rodeado como de costumbre por una multitud, que ya ha aumentado y que ahora está formada en su mayor parte por hebreos que…  que han dejado de ir al lugar del sacrifi­cio de los corderos para acercarse a Jesús, Cordero de Dios que pronto será inmolado. Piden una vez más diversas explicaciones. Muchos son hebreos venidos de la Diáspora, los cuales, habiendo llegado hasta ellos la fama del Mesías, del Profeta galileo, del Rabí de Nazaret, tienen curiosidad de oírle hablar y la ansiedad de quitarse cualquier duda. Se abren paso suplicando a los de Palestina en esta forma: “Vosotros siempre le tenéis. Sabéis quién es. Tenéis su palabra cuando queréis. Nosotros hemos veni­do de lejos y volveremos a nuestras tierras después de cumplido el pre­cepto. Dejad que nos acerquemos a Él”. A duras penas se abre la multitud para dejarles sitio a éstos. Se acercan a Je­sús y le miran con cierta curiosidad. Los diversos grupos hablan entre sí. Jesús los observa, aunque al mismo tiempo mira a un grupo venido de la Perea. Luego despide a éstos últimos, que le han ofrecido dinero para sus pobres, como otros muchos lo hacen, que Él, como siempre, ha pasado a Judas. Empieza a hablar: ■ “Muchos de los presentes —que sois una sola cosa en la religión aunque de procedencia distinta— os preguntáis: «¿Quién es éste llamado el Nazareno?», y vuestra esperanza y duda chocan entre sí.  Escuchad. ● Está escrito (2) de Mí: «Un retoño brotará de la raíz de Jesé, una flor saldrá de esta raíz y sobre ella reposará el Espíritu del Señor. No juzgará según lo que tuviere ante los ojos, ni condenará por lo que oyere de oídas, sino que juzgará rectamente a los pobres, tomará en sus manos la defensa de los humildes. El retoño de la raíz de Jesé, colocado como señal entre las naciones, será invocado por los pueblos, y su sepulcro se­rá glorioso. Él levantará una bandera entre las naciones, reunirá a los prófugos de Israel; a los dispersos de Judá los recogerá de los cuatro vientos de la tierra». ● Está escrito (3) de Mí: «He aquí que viene el Señor con poder. Su brazo triunfará. Trae consigo su recompensa, ante sus ojos tiene su obra. Como un pastor apacentará su rebaño». ● Está dicho (4) de Mí: «Éste es mi Siervo, Yo estaré con Él. En Él me complazco. He derramado en Él mi espíritu. Llevará la justicia a las naciones. No gritará, no romperá la caña cascada, no apagará el tizón humeante, hará justicia rectamente. Sin desfallecer ni avasallar, logrará establecer sobre la tierra la justicia, y las islas esperarán sus leyes». ● Está escrito (5) de Mí: «Yo, el Señor, te he llamado en la justicia, te he tomado de la mano, te he guardado, te he constituido alianza del pueblo y luz de las naciones para abrir los ojos a los ciegos y sacar de la cárcel a los prisioneros, de la mazmorra subterránea a los que yacen en las tinieblas». ● Está escrito (6) de Mí: «El Espíritu del Señor está sobre Mí porque me ha ungido para anunciar la Buena Nueva a los mansos, a curar a los que tienen un corazón afligido, a predicar la libertad a los esclavos, la liberación a los prisioneros, a predicar el año del perdón del Señor». ● Está dicho (7) de Mí: «Él es el Fuerte, apacen­tará su rebaño con la fuerza del Señor, con la majestad del nombre del Señor Dios suyo. Se convertirán a Él, porque ya desde ahora será glorifica­do hasta los últimos confines del mundo». ● Está escrito (8) de Mí: «Yo mismo iré en busca de mis ovejas. Iré en busca de las extraviadas. Volveré a tra­er al redil las expulsadas de él, curaré a las que tengan algún hueso roto, haré que se fortalezcan las débiles, cuidaré de las gordas y robustas, a todas las apacenta­ré con justicia». ● Está dicho (9): «Él es el Príncipe que trae la paz y Él mismo es paz». ● Está dicho (10): «Mira que ahí viene tu Rey, el Justo, el Salvador. Es pobre. Viene cabalgando sobre un asno. Anunciará la paz a las naciones. Su dominio se extenderá de mar a mar, hasta las confines de la tierra». ● Está dicho (11): «Se han establecido setenta semanas para tu pueblo, para tu ciudad santa, a fin de que se quite de ella la prevarica­ción, para que el pecado deje de existir, para que se borre la iniquidad, para que pueda venir la justicia eterna, para que se realice lo predicho en visiones y profecías y sea Ungido el Santo de los santos. Después de siete más setenta y dos vendrá el Mesías. Después de sesenta y dos se­rá ajusticiado. Después de una semana sellará el testamento, pero a mitad de la semana no se ofrecerán ya hostias y sacrificios y en el Templo se dará la abominación de la desolación y durará hasta el fin de los siglos»”.
.  ● Después de la abominación de la desolación en este Templo: “¿No habrá sobre el altar víctimas? Sí. Estará la gran Víctima. El profeta la previó… alimentará a los pueblos con las aguas que vio Ezequiel, aguas que salen del verdadero Templo”.- ■ Jesús: “¿Dejarán de ofrecerse víctimas en estos días? ¿No habrá sobre el altar víctimas? Sí. Estará la gran Víctima. El profeta la previó (12): «¿Quién es éste que llega con sus vestidos teñidos en rojo? Es hermosa su vestidura, camina majestuoso porque sabe que es fuerte». ¿Y cómo se tiñó de púrpura el vestido Aquel que es pobre? Lo dice el profeta (13): «He entregado mi cuerpo a los que me golpean, mis mejillas al que me arranca la barba; no he quitado mi rostro de quien me ultraja. Toda mi belleza y esplendor han desaparecido. Los hombres han dejado de amarme. ¡Los hombres me han despreciado, me han tomado por el último! Varón de dolores, será cubierto mi rostro con un velo y me mirarán con desprecio, como a un leproso, cuando en realidad seré para todos un hombre cubierto de llagas, y moriré». Ahí está la Víctima. ¡No temas, Israel! ¡No temas! ¡No falta el Cordero pascual! ¡No temas, Tierra! No temas. Ahí está el Salvador. Como oveja será con­ducido al matadero, porque lo ha querido y no ha abierto su boca para maldecir a los que le matan. Después de que sea condenado, será levantado y mori­rá en medio de padecimientos; sus miembros dislocados, sus huesos desgarrados, sus pies y manos traspasados. Pero después de esta aflicción con la que justificará a muchos, las multitudes vendrán a Él, porque, después de haber entregado su vida a la muerte para la salvación del mundo, resucitará y gobernará la Tierra, ■ alimentará a los pueblos con las aguas que vio Ezequiel (14),  aguas que salen del verdadero Templo, el cual, aun habiendo sido abatido, se levantará de nuevo por su propia fuerza. Y nutrirá con el vino con que se ha teñido su blanca vestidura de Cordero sin mancha (15), y con el Pan bajado del Cielo (16). ¡Vosotros que tenéis sed, venid a beber del agua! (17). ¡Vosotros que te­néis hambre, venid a alimentaros! ¡Quienes os sentís agotados, quienes os sentís enfermos, bebed de mi vino! ¡Venid quienes no tenéis dinero, quienes no tenéis salud, venid! ¡Vosotros que estáis en las tinieblas! ¡Vo­sotros que estáis muertos, venid! Soy Riqueza. Soy Salud. Soy Luz y Ver­dad. Soy el Camino. No temáis de no poder terminar el Cordero porque os falten las víctimas verdaderamente santas en este Templo profanado. Todos podréis comer del Cordero de Dios que ha venido a quitar los pe­cados del mundo, como dijo de Mí el último de los profetas de mi pueblo. ■ Del pueblo al que le pregunto (18): Pueblo mío, ¿qué te he hecho? ¿en qué te he contristado? ¿qué más podía darte de lo que te he dado? He instruido a tus mentes, he curado a tus enfermos, he hecho bien a tus pobres, he dado de comer a tus multitudes, te he amado en tus hijos, te he perdonado, he orado por ti. Te he amado hasta el Sacrificio. ¿Y tú qué preparas a tu Señor? Una hora, la última, se te ofrece, ¡oh pueblo mío, oh ciudad santa y regia! ¡Conviértete, en esta hora, al Señor tu Dios!” (19).
.   ● Las alabanzas, los comentarios llenos de admiración se esparcen por el vasto patio. Mas ¡cuán voluble es la gente! Veinticuatro horas más tarde gritarán pidiendo su muerte.- ■La gente comenta: “¡Ha dicho las palabras verdaderas!”. “¡Y Él verdaderamente hace lo que está escrito!”. “Como un pastor ha tenido cuidado de todos”. “Como si fuéramos las ovejas dispersas, enfermas, que estuviésemos en la oscuridad, ha venido a llevarnos al recto camino, a curarnos alma y cuerpo, a iluminarnos”. “Verdaderamente, toda la gente va a Él. ¡Ved qué admirados están esos gentiles!”. “Ha predicado paz”. “Nos ha dado amor”. “No puedo comprender qué quiere decir con eso del Sacrificio. Habla como uno que tuviera que morir, como si le fueran a matar”. “Así es, si es el Hombre que vieron los profetas, el Salvador”. “Y habla como si todo el pueblo fuera a maltratarle. Esto no sucederá jamás. El pueblo, o sea nosotros, le amamos”. “Es nuestro amigo. Le defenderemos”. “Es galileo, y nosotros, los de Galilea, daremos la vida por Él”. “Es descendiente de David,y nosotros, los de Judea, no levantaremos nuestra mano sino para defenderle”. “¿Y nosotros podremos olvidarle? Siendo de la Auranítide, de la Perea, de la Decápolis que nos amó como a vosotros. No. Todos, todos le defenderemos”. Estas son las manifestaciones que se oyen entre la multitud ya muy numerosa. ■ ¡Cuán mudable es el pensamiento humano! Por la posición del sol creo que son las nueve de la mañana. Veinticuatro horas más tarde esta gente llevará ya muchas horas en torno al Mártir para torturarle con su odio, con sus golpes, y gritará pidiendo su muerte. Pocos, muy pocos, de­masiado pocos, entre los millares de personas que se agolpan procedentes de todas partes de Pales­tina y de otros lugares, y que han recibido de Jesús luz, salud, sabiduría, perdón, serán los amigos. Y éstos no sólo no tratarán de arrancarle de las manos de los enemigos, porque no podrán impedir debido a su escasez numérica respecto a la multitud de los ofensores, sino que no sabrán tampoco consolarle con las pruebas de amor que unas caras amigas podrían brindarle. Las alabanzas, las palabras, los comentarios llenos de admiración se esparcen por el vasto patio como olas que partiendo de alta mar van a morir en la arenosa playa  ■ Varios escribas, judíos, fariseos, tratan de neutralizar el entusiasmo del pueblo, y también la agitación de la gente contra los enemigos de Je­sús, diciendo: “Delira. Está tan cansado que no sabe lo que dice. Ve per­secución donde hay solo honores. Es un sabio en el hablar, pero lo mezcla ahora con frases de uno que delira. Nadie le quiere hacer mal. Comprendemos. Hemos comprendido quién es…”. Pero hay gente que no puede comprender todos estos vaivenes de ánimos, y alguno se rebela diciendo: “Pues Él me curó a mi hijo demente. Sé lo que es la locura. Un loco no habla de este modo”. Y otro: “Déjales que digan lo que quieran. Son unas víboras que tienen miedo a que nuestros bastones les rompan los hígados. Entonan la dulce canción del ruiseñor para engañarnos, pero, si uno escucha bien, su voz contiene el silbido de la serpiente”. Y un tercero grita: “Vanguardias del pueblo del Mesías, ¡alerta! Cuando un enemigo acaricia, tiene el puñal escondido en la manga, y extiende su mano para golpear. ¡Ojos bien abiertos y corazón despierto! ¡Los chacales no pueden ser mansos corderitos!”. Y un cuarto: “Dices bien: el búho engaña a los ingenuos pajaritos con la inmovili­dad de su cuerpo y con la mentirosa alegría de su saludo. Ríe e invita con su chillido, pero en realidad se dispone a matar para devorar”. Y otros grupos otras cosas.
* Hay también gentiles que desean acercarse a Jesús y hablar con Él: “Hablas de muerte”. Jesús les dice: “Muriendo doy vida. Muriendo edifico. Muriendo creo al Pueblo nuevo… Si el grano de trigo no muere, queda sin fruto… El que ama su vida la perderá… El que me quiera servir que venga: no está limitado el sitio en mi Reino a este o a aquel pueblo”.- ■ Pero también hay gentiles. Esos gentiles que han escuchado en estos días de Fiesta al Maestro, con constancia y en número cada vez mayor. Siempre a los márgenes de la multitud —porque el exclusivismo hebreo-palestino es fuerte y los rechaza, queriendo los primeros puestos en torno al Rabí— ahora desean acercarse a Él y hablar con Él. Un nutrido grupo de ellos ve a Felipe, al que la multitud ha empujado a un rincón. Se acercan a él y le dicen: “Señor, deseamos ver de cerca a Jesús, tu Maestro, y hablar con Él al menos una vez”. Felipe se alza sobre la punta de los pies, para ver si ve a algún apóstol que esté más cerca del Señor. Ve a Andrés, le llama y le grita estas palabras: “Aquí hay unos gentiles que quisieran saludar al Maestro. Pregúntale si puede atenderles”. Andrés, separado de Jesús unos metros, comprimido en la multitud, se abre paso sin miramientos, usando abundantemente los codos y gritando: “¡Dejad paso! Digo que dejéis paso. Tengo que ir donde el Maestro”. Llega donde Él y le transmite el deseo de los gentiles. Jesús: “Llévalos a aquel ángulo. Voy donde ellos”. Y mientras Jesús trata de pasar entre la gente, Juan, que ha vuelto con Pedro, Pedro mismo, Judas Tadeo, Santiago de Zebedeo y Tomás, que para ayudar a sus compañeros deja el grupo de sus familiares —los había encontrado entre la multitud—, luchan ahora para abrirle camino. ■ Ya está Jesús donde los gentiles, que le reciben con muestras de obsequio. “La paz sea con vosotros ¿qué queréis de Mí?”. Gentiles: “Verte. Hablar contigo. Lo que has dicho nos ha entristecido. Hemos deseado siempre hablar contigo para decirte que tu palabra nos impresiona. Esperábamos el momento propicio para hacerlo. Hoy… hablas de muerte… Tememos no poder hablar contigo, si no aprovechamos este momento. ¿Pero es posible que los hebreos sean capaces de matar a su mejor hijo? Nosotros somos gentiles, y no hemos recibido beneficio de tu mano. Tu palabra nos es desconocida. Habíamos oído hablar de Ti vagamente. Pero nunca te habíamos visto ni nos habíamos acercado a Ti. Y, a pesar de todo, ya ves: te tributamos homenaje; todo el mundo con nosotros te honra”. Jesús: “Sí, ha llegado la hora en que el Hijo del hombre debe ser glorificado, por los hombres, y por los espíritus”. ■ Ahora la gente, de nuevo, está en torno de Jesús. Con la diferencia de que en la primera fila están los gentiles y detrás los demás. Gentiles: “Pero entonces, si es la hora de tu glorificación, no morirás como dices, o como hemos entendido. Porque morir de esa manera no significa ser glorificado. ¿Cómo podrás reunir al mundo bajo tu cetro, si mueres ante de haberlo hecho? Si tu brazo se inmoviliza cuando mueras, ¿cómo podrás triunfar y reunir a los pueblos?”. Jesús: “Muriendo doy vida. Muriendo edifico. Muriendo creo al Pueblo nuevo. La victoria se consigue con el sacrificio. En verdad os digo que si el grano de trigo que cae a la tierra no muere, queda sin fruto; mas si muere, produce mucho fruto. El que ama su vida la perderá. El que aborrece su vida en este mundo la salvará para la vida eterna. Y Yo tengo el deber de morir, para dar esta vida eterna a todos lo que me siguen para servir a la Verdad. El que me quiera servir que venga: no está limitado el sitio en mi Reino a este o a aquel pueblo. El que me quiera servir, quienquiera que sea, que venga y me siga, y donde Yo esté estará también mi servidor. Y al que me sirva le honrará el Padre mío, único, verdadero Dios, Señor del Cielo y de la Tierra, Creador de todo lo que existe, Pensamiento, Palabra, Amor, Vida, Camino, Verdad; Padre, Hijo, Espíritu Santo, Uno siendo Trino, Trino siendo Único, Solo, Verdadero Dios”.
* Se oye una Voz más fuerte que el trueno, inmaterial, pues no se asemeja a ninguna voz de hombre.- ■ Jesús prosigue: “Pero ahora mi alma está turbada. Y ¿qué diré? ¿Acaso: «Padre, líbrame de esta hora»? No. Porque he venido para esto: para llegar a esta hora. Entonces diré: «¡Padre glorifica tu Nombre!»”. Jesús abre los brazos en cruz, una cruz purpúrea que tiene como fondo el blanco mármol del pórtico; y levanta su rostro, ofreciéndose como víctima, orando, subiendo con su alma al Padre. Y una Voz, más fuerte que el trueno, inmaterial, que no es humana en el sentido que no es semejante a ninguna voz de hombre pero perceptibilísima a todos los oídos, llena el cielo sereno de este bellísimo día de Abril, vibrando más poderosa que el acorde de un órgano gigante, melódicamente bella, y proclama: «Le he glorificado y le seguiré glorificando». La gente ha sentido miedo. Esa voz, tan potente que ha hecho vibrar el suelo y lo que sobre él se halla, esa voz misteriosa, distinta de todas las otras voces, procedente de una fuente desconocida, esa voz que llena todo, de septentrión a mediodía, de oriente a occidente, aterroriza a los hebreos y asombra a los paganos. Los primeros, si pueden hacerlo, se arrojan al suelo susurrando atemorizados: “¡Vamos a morir ahora! Hemos oído la voz del Cielo. ¡Un ángel le ha hablado!”, y se dan golpes de pecho esperando la muerte. Los segundos, gritan: “¡Un trueno! ¡Un estruendo! ¡Huyamos! ¡La Tierra ha bramado! ¡Ha temblado!”. Pero huir es imposible porque los que estaban fuera de las murallas del Templo ahora entran presurosos gritando: “¡Piedad de nosotros! ¡Corramos! Éste es lugar santo. ¡No se abrirá el monte donde se alza el altar de Dios!”. Y, por lo tanto, la gente —quién obstruido por la multitud, quién paralizado por el espanto— permanece donde estaba. ■ Los sacerdotes, los escribas, los fariseos, que estaban esparcidos por los vericuetos del Templo, suben a las terrazas, y lo mismo levitas y magistrados del Templo. Agitados, desconcertados. Pero ninguno, fuera de Gamaliel y su hijo, bajan a donde está la gente. Jesús le ve pasar, todo blanco con su túnica de lino, tan blanca que refulge incluso, bajo este fuerte sol que sobre ella incide. Jesús, mirando a Gamaliel, pero como hablando para todos, alza la voz diciendo: “No por Mí, sino por vosotros, ha venido esta voz del Cielo”. Gamaliel se detiene, se vuelve, perfora con las miradas de sus ojos profundos y negrísimos —involuntariamente duros como los de las aves rapaces, por la costumbre de ser un maestro, venerado como un semidiós—, perfora los ojos azules, claros, dulces y al mismo tiempo majestuosos de Jesús… que prosigue: “Ahora el mundo es juzgado, ya el Príncipe de las Tinieblas está para ser expulsado, y Yo, cuando sea alzado, atraeré a todos hacia Mí, porque así salvará el Hijo del hombre”. ■ Dice la gente ya más tranquila: “Hemos aprendido en los libros de la Ley que el Mesías vive eternamente. Tú te llamas a Ti mismo el Mesías y dices que debes morir. Dices también que eres el Hijo del hombre y que salvarás al ser levantado. ¿Quién eres, pues?, ¿el Hijo del hombre o el Mesías? ¿Y quién es el Hijo del hombre?”. Jesús: “Soy una única Persona. Abrid los ojos a la Luz. Todavía un poco la Luz está entre vosotros. Caminad hacia la Verdad mientras tengáis la Luz entre vosotros, para que no os sorprendan las tinieblas. Los que caminan en la oscuridad no saben en dónde acabarán. Mientras tenéis entre vosotros la Luz, creed en Ella, para ser hijos de la Luz”. Jesús calla. ■ La muchedumbre está perpleja y dividida. Una parte marcha meneando la cabeza. Otra parte observa la actitud de los principales dignatarios: fariseos, jefes de los sacerdotes, escribas… (especialmente observan la actitud de Gamaliel), y según estas actitudes orientan sus reacciones. Otros hacen un gesto de aprobación con la cabeza, inclinándose ante Jesús con clara señal de querer decirle: «¡Creemos! Te honramos por lo que eres». Pero no se atreven a ponerse abiertamente de su parte. Tienen miedo de los ojos atentos de los enemigos del Mesías, de los poderosos, que los vigilan desde lo alto de las terrazas que dominan las soberbias galerías que ciñen los patios del Templo.
“Si no podéis creer en Mí… creed al menos en la Voz de vuestro Dios que os ha hablado desde el Cielo”.- ■ También Gamaliel —se ha quedado pensativo unos minutos, pareciendo interrogar a los mármoles que pavimentan el suelo, para obtener una respuesta a sus íntimas preguntas— continúa su marcha hacia la salida, no sin antes menear la cabeza y encogerse de hombros, como en señal de desacuerdo o de desprecio… y pasa derecho por delante de Jesús sin mirarle. Jesús, sin embargo, le mira con compasión… y alza de nuevo la voz, fuertemente —es como un tañido de bronce— para superar todo ruido y ser oído por el grande escriba que se marcha desilusionado. Parece hablar para todos, pero es evidente que habla sólo a él. ■ Dice con voz altísima: “El que cree en Mí no cree en realidad en Mí sino en Aquel que me ha enviado, y quien me ve a Mí ve al que me ha enviado, que justamente es el Dios de Israel, porque no existe ningún otro Dios aparte de Él. Por esto digo: si no podéis creer en Mí en cuanto hijo de José de David, y que es hijo de María, de la estirpe de David, de la virgen vista por el profeta, nacido en Belén, como dicen las profecías precedido por Juan el Bautista, como también está anunciado desde hace siglos, creed al menos en la Voz de vuestro Dios que os ha hablado desde el Cielo. Creed en Mí como Hijo de este Dios de Israel. Porque si no creéis en Aquel que os ha hablado desde el Cielo, no me ofendéis a Mí, sino a vuestro Dios, de quien soy Hijo. No queráis permanecer en las tinieblas. Yo he venido —Luz para el mundo— para que el que cree en Mí no permanezca en las tinieblas. No queráis crearos remordimientos que no podríais aplacar nunca, una vez vuelto Yo al lugar de donde he venido, y que serían un duro castigo por vuestra obstinación. Yo estoy dispuesto a perdonar mientras estoy con vosotros, mientras no se haya cumplido el juicio, y, por mi parte, tengo el deseo de perdonar. Pero distinto es el pensamiento de mi Padre, porque Yo soy la Misericordia y Él es la Justicia. En verdad os digo que si uno escucha mis palabras y no las observa Yo no le juzgo. No he venido al mundo para juzgar, sino para salvar al mundo. Pero aunque yo no  juzgue, en verdad os digo que hay quien os juzga por vuestras acciones. El Padre mío, que me ha enviado, juzga a los que rechazan su Palabra. Sí, el que me desprecia y no reconoce la Palabra de Dios y no recibe la palabra del Verbo, tiene a quien le juzgue: le juzgará en el último día la propia Palabra que he anunciado. De Dios nadie se burla, está escrito. Y el Dios objeto de burla será terrible para aquellos que le juzgaron loco y mentiroso. ■ Recordad todos que las palabras que me habéis oído pronunciar son de Dios. Porque no he hablado de cosas mías, sino que el Padre que me ha enviado, Él mismo, me ha ordenado lo que debo decir y de qué debo hablar. Y Yo obedezco su orden porque sé que su mandato es justo. Toda orden de Dios es vida eterna. Yo, vuestro Maestro, os doy ejemplo de cómo obedecer las órdenes del Señor. Por tanto, estad seguros de que las cosas que os he dicho y os digo las he dicho y las digo como mi Padre me ordenó. Y el Padre mío es el Dios de Abraham, Isaac, Jacob; el Dios de Moisés, de los patriarcas, de los profetas, el Dios de Israel, el Dios vuestro”. ■ ¡Palabras luminosas que caen en las tinieblas que se van apoderando poco a poco de los corazones! Gamaliel, que de nuevo se había detenido, cabizbajo, reanuda su marcha… Otros le siguen, meneando la cabeza o haciendo risitas… También Jesús se marcha… (Escrito el 3 de Abril de 1947).
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1  Nota  : Cfr.  Ju.  12, 20-50.    2  Nota  : Cfr.  Is. 11,1-4.10.12.   3  Nota  : Cfr.  Is. 40,10-11.   4  Nota  : Cfr. Is.  42,1-4.   5  Nota  : Cfr.  Is.  42,6-7.   6  Nota  : Cfr. Is. 61,1-2.  7  Nota  : Cfr. Miq.  5,3.   8  Nota  : Cfr. Ez. 34,11.16.   9  Nota  : Cfr.  Is. 9,6;  Miq.  5,4. 10  Nota  : Cfr. Zac.  9,9-10.   11  Nota  : Cfr.  Dan. 9,24-27.   12  Nota  : Cfr.  Is.  63,1.  13  Nota  : Cfr. Is.  50,6;  53,2-12.   14  Nota  : Cfr. Ez. 47,1-2; Ap. 22,1-2.   15  Nota  : Cfr. Is. 63,1.   16  Nota  : Cfr. Sal. 77,23-25; Ju. 6,22-63.; Éx. 16; Núm. 11,4-9;  Deut.8; Sab. 16,15-29; Hebr. 9,1-5.  17 Nota : Cfr. Is. 55,1-3.  18 Nota : Cfr. Varias frases traen a la mente los «Improperia» que en la Liturgia romana y en el Viernes Santo se recitan.   19  Nota  : Cfr. Os. 14.2.
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9-598-393  (11-17-458).- Jueves Santo. Durante el día: Judas concierta el momento de la captura.
* Sadoc propone la señal para la captura: un beso.- ■ Palabras luminosas que caen en las tinieblas que se van apoderando poco a poco de los corazones. Gamaliel, que se había detenido con la cabeza inclinada, reanuda su marcha… Otros le siguen, moviendo la cabeza o sonriéndose maliciosamente. También Jesús se va… pero antes dice a Judas de Keriot: “Ve a donde tienes que ir”, y a los demás: “Cada uno es libre de ir a donde quiera. Que queden conmigo los discípulos pastores”. Esteban pide: “¡Oh, permíteme quedarme contigo, Señor!”. Jesús: “Vente…”. Se separan. ■ No sé a dónde se va Jesús pero sí dónde Judas de Keriot: a la puerta Especiosa o Bella. Sube la serie de escalones que desde el Atrio de los Gentiles lleva al de las mujeres. Cruza éste y sube otros escalones. Da una ojeada al Atrio de los Hebreos y, con ira, golpea en el suelo con el pie al no encontrar a quien buscaba. Vuelve hacia dentro. Ve a uno de los guardias del Templo, le llama. Ordena, con su acostumbrada arrogancia: “Ve a buscar a Eleazar ben Anás. Que venga inmediatamente a la puerta Bella. Dile que le espera Judas de Simón para asuntos importantes”. Se apoya contra una columna y espera. ■ Poco después Eleazar, hijo de Anás, Elquías, Simón, Doras, Cornelio, Sadoc, Nahúm y otros más acuden con un gran volteo de vestidos. Judas habla en voz baja y precipitada: “¡Esta noche! Después de la cena. En Getsemaní. Venid y prendedle. Dadme el dinero”. Elquías le dice sarcásticamente: “No. Te lo daremos cuando vengas esta noche a llevarnos. No nos fiamos de ti. Queremos que vayas con nosotros. ¡Nadie sabe…!”. Los otros le secundan. Judas se pone colorado de rabia por la insinuación. Jura: “¡Juro por Yeové que digo la verdad!”. Sadoc le responde: “De acuerdo. Pero es mejor hacerlo así. A la hora señalada vienes, tomas contigo a los encargados de la captura y vas con ellos; no vaya a suceder que los estúpidos guardias arresten a Lázaro, y nos metan en complicaciones. Tú le indicas con una señal quién es el hombre… ¡Compréndenos! Es de noche… habrá poca luz… los guardias estarán cansados, somnolientos… ¡Pero si tú los guías! ¡Entonces sí que…! ¿Qué os parece a vosotros?”. El pérfido Sadoc se dirige a sus compañeros y ■ luego añade: “Yo propondría por señal un beso. Sí, ¡un beso! Es la mejor señal para indicar al amigo traicionado. ¡Ja, ja!”.Todos se ríen: un coro de demonios riéndose maliciosamente. Judas está furioso, pero no se retracta. No echa pie atrás. Sufre por lo que le hacen, no por lo que va a hacer. Tanto es así que replica: “Pero no olvidéis que quiero el dinero contante en la bolsa, antes de salir de aquí con los guardias”. Sadoc: “Te lo daremos. Te lo daremos. Te daremos incluso la bolsa para que puedas conservar en ella esas monedas como reliquia de tu amor. ¡Ja, ja, ja! ¡Hasta pronto, víbora!”. Judas está pálido de rabia. Está ya lívido. No perderá más este color ni la expresión desesperada de terror. Más bien con las horas, se irá acentuando hasta que resulte terrible verle, sobre todo cuando quede colgando del árbol… Escapa deprisa… (Escrito 3 de Abril de 1947)
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(<La Madre y otras mujeres han llegado a la casa del Cenáculo.- Cfr. en Personajes de la Obra magna: Cenáculo >)
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9-599-397 (11-18-461).- En la casa del Cenáculo, antes de la Cena, Jesús se despide de su Madre.
* ¡Pobre Madre que por la Gracia y por el Amor comprende llegada la hora!.- ■ En la habitación que ahora estoy viendo, está María con otras mujeres. Reconozco a Magdalena, a María, madre de Santiago y de Judas. Da la impresión de que acaban de llegar, acompañadas de Juan, porque se están quitando los mantos que pliegan y los ponen sobre los asientos que hay por la habitación, mientras se despiden del apóstol,  que se marcha, y saludan a una mujer y a un hombre que han acudido a recibirlas, y que quizás sean los dueños de la casa, y también discípulos o simpatizantes del Nazareno, porque muestran mucha confianza con María, que está vestida de color azul celeste oscuro. En la cabeza lleva un velo blanco que se deja ver cuando se quita el manto que la cubría también la cabeza. Está muy delgada de rostro. Parece como si hubiera envejecido. Se le nota la tristeza aun cuando sonría con dulzura. También sus movimientos son los de una persona cansada, como los de una persona sumergida en una idea. ■ Por la puerta entreabierta veo que el propietario de la casa va y viene al pasillo y al cenáculo. Enciende éste completamente, prendiendo los restantes mecheros de la lámpara. Luego va a la puerta que da a la calle y la abre. Entra Jesús con los apóstoles. Veo que ya es tarde, porque las sombras de la noche caen ya sobre la estrecha calle. Saluda al dueño a su manera acostumbrada: “La paz sea en esta casa”; y, luego, mientras los apóstoles bajan al cenáculo, entra en la habitación donde está la Virgen. Las mujeres piadosas le saludan con profundo respeto, y se marchan, cerrando la puerta y dejando así en libertad a la Madre y al Hijo. Jesús abraza a su Madre, la besa en la frente. María besa primero las manos de su Hijo, luego su mejilla derecha. Jesús toma a María de la mano y hace que se siente —hay dos taburetes, cerca el uno del otro—, y Él se sienta al lado. La ha invitado a sentarse acompañándola de la mano a los taburetes, y sigue agarrándole la mano aun cuando Ella ya se ha sentado. También Jesús está pensativo, triste, aun cuando se esfuerce en sonreír. María estudia ansiosa la expresión del rostro de su Hijo. ¡Pobre Madre, que por la gracia y por el amor comprende que la hora ha llegado! En su rostro destacan arrugas de dolor; sus ojos se dilatan por una intensa visión de agudo dolor. Pese a esto, conserva su serenidad al igual que su Hijo. Su porte es majestuoso como el de su Hijo. ■ Él la saluda y se encomienda a sus oraciones, le habla: “Madre, he venido para beber fuerzas y consuelo de ti. Soy como un pequeñín que tenga necesidad del corazón materno para su dolor, y del seno de su madre para tener fuerzas. Soy de nuevo, en estos momentos, tu pequeño Jesús de otros tiempos. No soy el Maestro, Madre, soy solo tu Hijo, como en Nazaret cuando era pequeño, como en Nazaret antes de abandonar mi vida privada. No tengo más que a ti. Los hombres, en estos momentos, no son ni amigos ni leales a tu Jesús. Ni siquiera tienen el valor para seguir el bien. Sólo los malos son leales y constantes y decididos en hacer lo que se proponen. Pero tú me eres fiel, y eres en esta hora mi fuerza. Sosténme con tu amor, con tus oraciones. De entre los que en mayor o menor grado me aman, eres la única que en esta hora sabes orar; orar y comprender. Los otros tienen sentimiento de fiesta, y están pensando en ella o pensando en el crimen, mientras Yo sufro con tantas cosas. Después de la fiesta muchas cosas se acabarán, y entre ellas su modo humano de pensar. Sabrán ser dignos de Mí todos menos el que se ha perdido, a quien ninguna fuerza puede llevarle, al menos, al arrepentimiento. Pero por ahora son todavía hombres tardos que se regocijan, creyendo que está muy cerca mi triunfo; no comprenden que estoy muriendo. Los hosannas de hace pocos días los han embriagado. Madre, vine para esta hora y, con alegría sobrenatural, la veo aproximarse. Pero no dejo de temerla, porque este cáliz tiene dentro «traición», «renegamiento», «crueldad», «blasfemia», «abandono». Sosténme, Madre, como cuando con tus oraciones trajiste sobre ti al Espíritu de Dios, dando por medio de Él al mundo al Esperado de las gentes (1). Atrae ahora sobre tu Hijo la fuerza que me ayude a realizar la obra para la que vine. Madre, adiós. Bendíceme, Madre; también por el Padre. Perdona a todos. Perdonemos juntos desde ahora a los que nos torturan”. ■  Jesús ha caído de rodillas a los pies de su Madre, y la mira teniéndola asida a la cintura. María llora sin hacer ruido, con su rostro ligeramente alzado por la plegaria que desde su corazón eleva a Dios. Las lágrimas le ruedan por sus pálidas mejillas y caen sobre su pecho, sobre la cabeza de Jesús que la tiene apoyada en el corazón de María. Luego María pone su mano sobre la cabeza de Jesús como para bendecirle. Se inclina, le besa entre los cabellos, se los acaricia, como acaricia también los hombros, los brazos, toma su cara entre las manos y la vuelve hacia Ella, la estrecha contra su corazón. Con sus lágrimas en los ojos le besa en la frente, en las mejillas, en los doloridos ojos. Acaricia esa pobre cansada cabeza, como si fuera la de un niño, como vi que lo hacía en la gruta de Belén. Pero ahora no canta. Dice solo: “¡Hijo! ¡Hijo! ¡Jesús! ¡Jesús mío!” con voz tal que me desgarra el corazón. ■ Jesús se levanta. Se compone el manto. Queda de pie frente a su Madre que sigue llorando. La bendice. Va a la puerta. Antes de salir dice: “Madre, vendré otra vez antes de terminar mi Pascua. Ruega por Mí”. Y se va. (Escrito el 17 de Febrero de 1944).
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1  Nota  : Cfr. Gén. 49,8-12;  Jer. 14,7-9;  17,12-13.
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9-600-399 (11-19-463).- La última Cena Pascual (1).
* Apóstoles preparan el Cenáculo.- La observación de J. Iscariote: “A todos nos ha sugestionado con su melancolía” y el bofetón de J. Tadeo.- ■ Comienzan los sufrimientos del Jueves Santo. Los diez apóstoles presentes se dan prisa en preparar el Cenáculo. Judas, subido sobre una mesa, mira si hay suficiente aceite en todos los mecheros del gigantesco candil que parece una corola de fucsia doble. Y que está formada por una barra —el tallo— rodeada de cinco quinqués semejantes a pétalos; luego tiene una segunda vuelta, más abajo, que semeja una corona de llamas; luego, por último, tiene tres delgadas lamparitas colgadas de unas cadenitas y que parecen los pistilos de la flor luminosa. Luego Judas baja de un salto y ayuda a Andrés a colocar la vajilla sobre la mesa, que está cubierta con un finísimo mantel. Oigo a Andrés que dice: “¡Qué espléndido lino!”. E Iscariote: “Uno de los mejores de Lázaro. Marta se empeñó en traerlo”. Tomás, que ha vertido el vino en las preciosas jarras y las mira una y otra vez con ojos de experto, reflejándose en sus delgadas partes curvas y acariciando sus asas labradas a cincel, pregunta: “¿Y qué decir de estas copas, de estas jarras?”. Iscariote: “¿Cuánto costarán?”. Tomás: “Está trabajado con martillo. Mi padre se moriría de gusto por verlas. El oro y la plata en lámina se doblan bien cuando están calientes. Pero tratados así… En un momento se puede echar a perder todo. Basta un golpe mal dado. Se necesita igualmente fuerza y habilidad. ¿Ves las asas? Las hicieron al mismo tiempo que el resto. No están soldadas. ¡Cosas de ricos!… Piensa en que no se ven ni la limadura, ni el desbaste.  No sé si me entiendes lo que te digo”. Iscariote: “¡Claro que te entiendo! En pocas palabras, es como quien hace una escultura”. Tomás: “Exactamente”. Todos admiran las jarras. Después, regresan a su quehacer. Unos ponen en orden los asientos, otros las mesitas. ■ Entran juntos Pedro y Simón. Iscariote les dice: “¡Oh, por fin habéis regresado! ¿A dónde habéis ido otra vez? Habéis llegado con el Maestro y con nosotros y os habéis desaparecido de nuevo”. Zelote le dice secamente: “Teníamos algo que arreglar”. Iscariote: “¿Estás de mal humor?”. Zelote: “Creo que sí con lo que hemos oído estos días y en esas bocas no acostumbradas a la mentira”. Pedro masculla entre dientes: “Y con ese tufo de… Es mejor que te calles la boca, Pedro”. Iscariote, replicando: “¡Y también tú! Hace días que me parece que la cabeza no te funciona bien. Tienes la cara de un conejo que siente al chacal detrás de sí”. Pedro, a su vez:  “Y tú tienes morros de garduña. Tú tampoco estás tan bien desde hace unos días. Miras en cierta forma… Miras como de reojo… ¿Qué esperas, o qué quieres ver? Te das importancia, lo quieres demostrar, pero te asemejas a quien tiene miedo”. Iscariote: “¡Oh, sí que tengo miedo! Pero tampoco eres tú un héroe”. Juan interviene: “Ninguno de nosotros lo somos, Judas. Llevas el nombre de Macabeo, pero no lo eres. Yo digo con el mío: «Dios hace favor», pero te juro que tiemblo por dentro como quien se supiera portador de desgracia y, sobre todo, tengo miedo de caer en desgracia ante Dios. Simón de Jonás, a pesar de su nuevo nombre de «roca», ahora parece tan blando como cera puesta al fuego. No puede controlarse más. Jamás le vi con miedo ni aun en las tempestades más furiosas. Mateo, Bartolomé y Felipe parecen sonámbulos. Mi hermano y Andrés no hacen más que suspirar. Mira, tú, a los dos primos, a quienes no solo el parentesco sino también el amor les une con el Maestro. Parecen que han envejecido. Tomás ha perdido su buen humor. Simón parece el leproso de hace unos tres años. Se le ve consumido por el dolor. Lívido, sin fuerzas”. ■ Iscariote observa: “Tienes razón. A todos nos ha sugestionado con su melancolía”. Santiago de Alfeo grita: “Mi primo Jesús, Maestro y Señor mío y vuestro, está y no está melancólico. Si con esta palabra quieres dar a entender que está triste por el exceso de dolor que todo Israel le está dando —y nosotros somos testigos de este dolor— y por el otro, oculto dolor que solo Él ve, te digo: «Tienes razón»; pero si usas esa palabra para decir que está loco, eso te lo prohíbo”. Iscariote: “¿Y no es locura, una idea fija de melancolía? También yo he estudiado esas cosas. Las sé. Jesús ha dado demasiado de Sí, y ahora es un hombre mentalmente cansado”. Tadeo, aparentemente tranquilo, le dice: “Lo que significa que está loco, ¿no es verdad?”. Iscariote: “¡Justamente eso! Había visto con claridad tu padre, justo de santa memoria, a quien tú tanto te pareces en justicia y sabiduría. Jesús  —triste destino de una ilustre casa demasiado vieja y castigada con la senilidad psíquica— ha tenido siempre tendencia hacia esta enfermedad. En los primeros días era dulce, después agresivo. Tú mismo viste cómo atacó a fariseos y escribas, a saduceos y herodianos. Él se ha hecho imposible la vida, como un camino cubierto de piedras puntiagudas. Y fue Él mismo el causante… Nosotros… le amamos tanto que el amor nos impidió ver. Pero los que no le amaron idolátricamente, como tu padre, tu hermano José y sobre todo Simón, éstos sí que vieron las cosas en su punto justo… Deberíamos abrir los ojos a sus palabras y no lo hacemos porque estamos todos sugestionados con su dulce fascinación de enfermo. Y ahora…”. ■ Judas Tadeo que —de la misma estatura que Iscariote— está justo frente a él y parece oírle con calma, tiene un acto de arrebato y le da un soberbio bofetón que lo arroja contra uno de los asientos, y con una cólera contenida en la voz, inclinándose sobre el bellaco que no reacciona —quizás temiendo que Tadeo esté al tanto de su traición— le dice con voz penetrante: “Esto por lo de la locura, ¡reptil! Y si no te estrangulo es solo porque Jesús está allí, y es noche de Pascua. ¡Pero piensa, piénsalo bien! Si le pasa algo malo, y ya no está Él para controlar mi fuerza, nadie te salvará. Es como si ya tuvieses la cuerda al cuello; y tendrás que probar estas manos mías honradas y fuertes de galileo, de tanto trabajar, y descendiente del que con su honda abatió a Goliat. Levántate, enervado libertino. ¡Y atento a lo que haces!”. Judas se levanta pálido, sin reaccionar lo mínimo. Y lo que me sorprende es que nadie ha protestado por lo que acaba de hacer Tadeo. Al contrario… todos lo aprueban. ■ Apenas se ha calmado el ambiente cuando entra Jesús. Se asoma en el umbral de la puertecilla, por la que apenas su alto físico puede pasar. Pone el pie en el tan reducido descansillo, y, con dulce pero triste sonrisa, abriendo los brazos dice: “La paz sea con vosotros”. Su voz es como la de un hombre cansado, como la de quien física y moralmente se va agotando. Baja. Acaricia la cabeza rubia de Juan que se le ha acercado. Sonríe, como si ignorase, a su primo Judas, y al otro primo le dice: “Tu madre te ruega que seas afable con José. Hace poco que preguntó por Mí y por ti a las mujeres. Siento no haberle saludado”. Santiago de Alfeo: “Lo podrás hacer mañana”. Jesús: “¿Mañana?… Bueno… tendré tiempo de verle… ¡Oh, Pedro, por fin estaremos un poco juntos! Desde ayer me pareces un fuego fatuo. Te veo por un momento y luego desapareces. Me parece que este día no te he visto sino muy poco. También tú, Simón”. Zelote dice con seriedad: “Nuestras canas, que abundan ya, pueden asegurarte que no estuvimos ausentes por apetito carnal”. Iscariote le interrumpe con estas palabras ofensivas: “Aunque… a todas las edades se pueda tener esa hambre… ¡Los viejos! ¡Peor que los jóvenes!…”.  Simón le mira y va a rebatirle, pero se detiene ante la mirada de Jesús, que pregunta a Iscariote: “¿Te duele alguna muela? Tienes la mejilla derecha hinchada y colorada”. Iscariote: “Sí me duele. Pero no es para tanto”. Los otros no dicen nada y todo acaba así. ■ Jesús dice: “¿Habéis terminado con todo lo que había que hacer? ¿Tú, Mateo? ¿Y tú, Andrés? ¿Y tú, Judas, has pensado en la ofrenda que haya que hacer al Templo?”. Tanto los primos como Iscariote responden: “Todo. Puedes estar tranquilo”. Juan, sonriente y soñador, dice: “Llevé las primicias de Lázaro a Juana de Cusa para los niños. Me dijeron: «¡Eran mejores aquellas manzanas!» ¡Aquellas invitaban a comérselas! Eran tus manzanas”. También Jesús sonríe recordando algo… Tomás dice: “Me encontré con Nicodemo y José”. Iscariote pregunta con interés marcado: “¿Los has visto? ¿Hablaste con ellos?”. Tomás: “Sí, y ¿qué tiene de extraño? José es un buen cliente de mi padre”. Iscariote: “Nunca lo habías dicho… Por eso me sorprendí…”. Judas trata de borrar la impresión que ha dado, una impresión de ansiedad, por el encuentro de José y Nicodemo con Tomás. Bartolomé dice: “Raro que no hayan venido a presentarte sus respetos. Tampoco han venido Cusa, ni Mannaén… Ninguno de los…”.  Pero Iscariote con una falsa sonrisilla interrumpe a Bartolomé diciendo: “El cocodrilo se mete en su guarida cuando llega la hora”. Zelote, en un tono tan agresivo que nunca ha tenido, pregunta: “¿Qué quieres decir? ¿Qué insinúas?”. Jesús interviene: “¡Paz, paz! ¿Qué os pasa? ¡Es la noche de Pascua! Nunca habíamos tenido escenario tan digno para comer el cordero. Comamos, pues, la cena con espíritu de paz. Comprendo que os he turbado mucho con mis instrucciones de estas últimas noches. Pero ya hemos terminado. Ahora ya no os voy a causar más turbación. No todo está dicho en cuanto a Mí se refiere. Solo lo esencial. El resto… después lo comprenderéis. Se os dirá… sí. Vendrá quien os lo comunicará”.
“En Caná… el agua cambiada en vino… el primer milagro… también hoy habrá un milagro… el vino cambiará de naturaleza… y será…”.- ■ Jesús ordena después: “Juan, ve con Judas y algún otro a traer las jarras para la purificación, y luego nos sentaremos a la mesa”. Jesús es de una dulzura que arrebata. Juan, Andrés, Judas Tadeo y Simón traen una gran palangana, le ponen agua, ofrecen la toalla a Jesús y a los demás. La palangana que es de metal, la ponen, terminado todo, en un rincón. Jesús les dice: “Y ahora cada cual a su lugar. Yo me siento aquí. A mi derecha Juan y al otro lado mi fiel Santiago. Los dos primeros discípulos. Al lado de Juan mi fuerte Piedra; al lado de Santiago, el que es como el aire, que no se le ve, pero siempre está presente y ayuda: Andrés. Junto a Andrés mi primo Santiago. ¿No te duele, querido hermano, el que dé el primer lugar a los primeros? Eres el sobrino del Justo, cuyo espíritu palpita y revolotea a mi alrededor esta noche, más que nunca. ¡Ten paz, padre de mi debilidad de niño, encina bajo cuya sombra encontramos protección mi Madre y Yo! ¡Ten paz!… Después de Pedro: Simón… Simón, ven un momento aquí. Quiero ver tu cara leal. Después no la veré tan claramente porque otros me la ocultarán. Gracias, Simón, por todo”, y le besa.  Simón al regresar a su lugar, se lleva por un instante las manos a la cara con un gesto de dolor. Jesús prosigue: “Enfrente de Simón, Bartolomé. Dos hombres honrados y sabios que se parecen mucho. Y cerca, tú, Judas hermano mío. Así te puedo ver… y me parece que estemos en Nazaret… cuando alguna fiesta nos reunía alrededor de la mesa. ■ También en Caná, ¿recuerdas?  Estábamos el uno al lado del otro. Una fiesta… fiesta de bodas… el primer milagro… el agua cambiada en vino… También hoy es una fiesta… también hoy habrá un milagro… el vino cambiará de naturaleza… y será…”. Y Jesús se absorbe en sus pensamientos. Con la cabeza inclinada, como aislado en su mundo secreto. Los apóstoles le miran sin hablar. Levanta su cabeza, mira detenidamente a Judas Iscariote y le dice: “Te sentarás frente a Mí”. Iscariote: “¿Tanto me quieres? ¿Más que a Simón?”. Jesús: “Tanto te amo. Lo has dicho”. Iscariote: “¿Por qué, Maestro?”. Jesús: “Porque eres el que has hecho más que todos para esta hora”.  Judas pasa sus ojos sobre Jesús, sobre sus compañeros. Sobre Jesús con una cierta, irónica compasión; sobre los demás, con aire de triunfo. “Y a tu lado, en una parte,  Mateo;  en la otra, Tomás”. Iscariote dice: “Entonces Mateo a mi izquierda, y Tomás a mi derecha”. Mateo le responde: “Como quieras, como quieras. Me basta con tener en frente a mi Salvador”. Jesús: “Por último, Felipe. ¿Veis? Quien no tiene el honor de estar a mi lado, lo tiene de estar frente a Mí”.
*  ANTIGUO RITO: 1ª Y 2ª COPAS.
.   ● Con toda mi alma deseé comer esta Pascua con vosotros”.- ■ Jesús, en pie en su sitio, vierte en la amplia copa que tiene delante de Sí. Todos tienen altas copas, pero Él tiene una mucho más grande, además de la que tienen todos; debe ser la copa del rito. Echa en ella el vino, la levanta y la ofrece, la coloca nuevamente sobre la mesa.  Luego, todos en tono de salmo preguntan: “¿Por qué esta ceremonia?”. Una pregunta formal, de rito, se comprende. Jesús, como cabeza de familia, responde: “Este día recuerda nuestra liberación de Egipto. Sea bendito Jeová que ha creado el fruto de la viña”. Bebe un sorbo de la copa ofrecida y la pasa a los demás. Luego ofrece el pan, lo parte, lo distribuye; después las hierbas impregnadas en la salsa rojiza, que hay en cuatro salseras. Terminado esto, cantan varios salmos en coro. De la mesita traen la fuente en que está el cordero asado y la ponen frente a Jesús.  Pedro, que en la primera parte… hizo el papel del que pregunta, vuelve a hacerlo: “¿Por qué este cordero, así?”. Jesús: “Como recuerdo de cuando Israel fue salvado por medio del cordero inmolado. No murió ningún primogénito allí donde había sangre sobre las jambas y el dintel. Y, luego, mientras todo Egipto lloraba la muerte de los primogénitos varones, desde el palacio del faraón hasta las chozas más humildes, los hebreos, capitaneados por Moisés, se dirigieron a la tierra de la liberación y la promesa. Vestidos ya para partir, con las sandalias puestas, en las manos el bastón, los hijos de Abraham se pusieron en marcha cantando los himnos del júbilo”. Todos se ponen de pie y cantan: “Cuando Israel salió de Egipto y la casa de Jacob de un pueblo bárbaro, la Judea se convirtió en su santuario”, etc. etc. (2). Ahora Jesús corta el cordero, llena una nueva copa, la pasa después de haber bebido. Luego cantan: “Alabad, vosotros, al Señor. Sea bendito el Nombre Eterno ahora y por los siglos. Desde el oriente del Sol hasta su ocaso debe ser alabado”, etc. (3). ■ Jesús distribuye los trozos de cordero cuidando de que todos queden bien servidos, justamente como haría un padre de familia rodeado de sus amados hijos. Majestuoso, un poco triste, mientras dice: “Con toda mi alma deseé comer con vosotros esta Pascua. Ha sido para Mí el deseo de los deseos, desde que fui, ab aeterno, «el Salvador». Sabía que esta hora precedería a esa otra. Mas la alegría de darme infundía, anticipadamente, este consuelo a mi padecer… Con toda mi alma he deseado comer con vosotros esta Pascua porque ya nunca comeré del fruto de la vid hasta la llegada del Reino de Dios. Entonces me sentaré nuevamente con los elegidos en el Banquete del Cordero, para las nupcias de los vivientes con el Viviente. A ese Banquete se acercarán sólo los que hayan sido humildes y limpios de corazón como lo soy Yo”.
.   ●  ¿Quién es el primero?.- El mayor sea como el menor.- ■ Bartolomé pregunta: “Maestro, hace poco dijiste que quien no tiene el honor del lugar, tiene el de tenerte enfrente. ¿Cómo podemos saber entonces quién es el primero entre nosotros?”. Jesús: “Todos y ninguno. Una vez… regresábamos cansados, hastiados del odio fariseo. Pero no estabais cansados de discutir a cerca de quién entre vosotros sería el mayor… Un niño corrió a mi encuentro… era un pequeñín… Su inocencia consoló mi disgusto de tantas cosas, entre las que estaba vuestro modo testarudo de pensar. ¿Dónde estás, Benjamín de la sabia respuesta, que te vino del Cielo porque, ángel como eras, el Espíritu te hablaba? Entonces dije: «Si uno quiere ser el primero hágase el último y siervo de todos». Y os propuse como ejemplo al sabio niño. ■ Ahora os digo: «Los reyes de las naciones mandan. Los pueblos oprimidos, aunque los odien, los aclaman y les dan el nombre de ‘Beneméritos’, ‘Padres de la Patria’. Mas el odio se oculta bajo el mentiroso título». Que esto no suceda entre vosotros. El mayor sea como el menor, el jefe como el que sirve. De hecho, ¿quién es mayor, el que sirve o el que está a la mesa? El que está sentado a la mesa, y sin embargo Yo os sirvo, y dentro de poco os serviré más”.
.   ● “Todos los que hubieran permanecido fieles al Mesías en sus pruebas de la vida serán príncipes en mi Reino”.- Jesús: “Vosotros sois los que habéis estado conmigo en las pruebas. Y Yo dispongo para vosotros un puesto en mi Reino —de la misma forma que en ese Reino Yo seré Rey según la voluntad del Padre—, para que comáis y bebáis en mi mesa eterna, y estéis sentados en tronos para juzgar a las doce tribus de Israel. Habéis permanecido conmigo en mis pruebas… Esto y no otra cosa es lo que os hace grandes ante los ojos del Padre”. Los apóstoles preguntan: “Y los que vendrán después? ¿No tendrán un lugar en el Reino? ¿Solo nosotros?”. Jesús: “¡Oh, cuántos príncipes habrá en mi casa! Todos los que hubieran permanecido fieles al Mesías en sus pruebas de la vida serán príncipes en mi Reino. Porque los que hubieran perseverado hasta el fin en el martirio de la existencia, serán como vosotros, que conmigo habéis perseverado en mis pruebas. Yo me identifico en mis creyentes. ■ A los predilectos les doy, como enseña, ese Dolor que abrazo por vosotros y por todos los hombres. Quien permanece fiel en el Dolor, será un bienaventurado mío; igual que vosotros, mis amados”.
.   ● Satanás ha pedido permiso para cribaros como el trigo”.- ■ Pedro dice: “Nosotros hemos perseverado hasta el fin”. Jesús: “¿Lo crees, Pedro? Yo te aseguro que la hora de la prueba todavía está por venir. Simón de Jonás, mira que Satanás ha pedido permiso de cribaros como el trigo. He rogado por ti, para que tu fe no vacile. Tú, una vez enmendado, confirma a tus hermanos”. Pedro: “Sé que soy un pecador, pero te seré fiel hasta la muerte. Este pecado nunca lo he cometido ni lo cometeré”. Jesús: “No seas soberbio, Pedro mío. Esta hora cambiará muchas cosas que antes eran de un modo y ahora serán distintas. ¡Cuántas!… Y esas cosas traen y comportan necesidades nuevas. Vosotros lo sabéis. Siempre os lo he dicho, aun cuando andábamos por lugares lejanos, recorridos por bandidos: «No temáis. Ningún mal nos pasará porque los ángeles del Señor están con nosotros. No os preocupéis de cosa alguna». ¿Os acordáis de cuando os decía: «No estéis preocupados por la comida o por el vestido. El Padre conoce qué necesitamos»? También os decía: «El hombre vale más que un pájaro y que una flor de hierba que hoy está verde y mañana seca. Y veis que el Padre tiene cuidado también de la flor y del pajarillo. ¿Podréis, entonces, dudar de que cuide de vosotros?». También dije: «Dad a quien os pida, a quien os ofenda presentad la otra mejilla». Os dije: «No llevéis ni bolsa ni bastón». Porque Yo he enseñado amor y confianza. ■ Pero ahora… ahora ya no son esos tiempos. Ahora os pregunto: «¿Alguna vez os ha faltado algo? ¿Alguna vez os han hecho algún daño?»”. Los apóstoles responden: “Nada, Maestro. Y sólo a Ti te lo han hecho”. Jesús: “Ved, pues, que mi palabra fue veraz. Ahora el Señor ha dado órdenes a sus ángeles que se retiren. Es la hora de los demonios… Los ángeles del Señor con sus alas de oro, se cubren los ojos, se vendan, y les duele el color de sus alas, porque no es color de amargura y ésta es hora de luto, de un luto cruel y sacrílego… Esta noche no hay ángeles sobre la tierra. Están junto al trono de Dios para superar con su canto las blasfemias del mundo deicida y el llanto del Inocente. Estamos solos… Yo y vosotros. Los demonios son los dueños de esta hora. Por esto ahora tomaremos el aspecto y el modo de pensar de los pobres hombres que desconfían y no aman. Ahora quien tiene bolsa, tome también una alforja, quien no tiene espada, venda su manto y se compre una. Porque también esto que la Escritura dice de Mí, se debe cumplir: «Fue contado como uno de los malhechores» (4). En verdad, que todo lo que se refiere a Mí, tiene su realización”.
.   ●  Las espadas de Zelote.- ■ Simón Zelote, que se ha levantado para ir al cofre donde colocó su rico manto —porque esta noche traen todos los mejores vestidos, y, por tanto llevan puñales, damasquinados pero muy cortos, colgados de los ricos cintos— toma dos espadas, dos verdaderas espadas, largas, ligeramente curvas, y las lleva a Jesús. “Yo y Pedro nos hemos armado esta noche. Tenemos éstas. Los otros no traen más que el puñal corto”. Jesús toma las espadas, las observa, desenvaina una y prueba su filo contra una uña. Es una visión rara que causa gran impresión ver la feroz arma en manos de Jesús. ■ Iscariote, mientras Jesús la contempla y no habla, pregunta: “¿Quién os la dio?”. Judas parece gato sobre ascuas… Zelote le responde: “Que ¿quién? Te recuerdo que mi padre fue noble y rico”. Iscariote:  “Pero Pedro…”. Zelote: “¿Pero qué? ¿Desde cuándo debo dar cuenta de los regalos que quiera hacer a mis amigos?”.  Jesús levanta su cabeza después de haber metido la espada en la vaina. La devuelve a Zelote.
.  ● Lavado de los pies.- ■ Dice Jesús: “Bueno.  Basta. Hiciste bien en haberlas traído. Pero ahora, antes de que bebamos la tercera copa, esperad un momento. Os he dicho que el mayor es como el menor y que Yo ahora estoy como quien sirve en esta mesa y os serviré. Hasta ahora os he distribuido comida. Es un servicio en orden al cuerpo. Ahora os quiero dar un alimento para el espíritu. No es un plato del rito antiguo; es del nuevo rito. Yo quise bautizarme primero antes de ser el «Maestro». Para esparcir la palabra bastaba ese bautismo. Ahora será derramada la Sangre. Es necesario que os lavéis con otro lavacro, aunque hayáis sido purificados por el Bautista en su momento, y también hoy en el Templo. Pero no es suficiente. Venid para que os purifique. Suspended la comida. Hay algo mucho más necesario y alto que el alimento con que se llena el vientre, aun cuando sea éste un alimento santo, como este del rito pascual; y ello es un espíritu puro, en disposición de recibir el don del Cielo que ya desciende para hacerse un trono en vosotros y daros la Vida. Dar la Vida a quien está limpio” (5). ■ Jesús se pone de pie, hace levantar a Juan para salir de su lugar, se quita el vestido rojo, lo dobla y pone doblado encima del manto, ya doblado antes. Se ciñe a la cintura  una toalla grande, después va donde hay una palangana, que está vacía y limpia. Echa agua en ella, lleva la palangana al centro de la habitación, junto a la mesa, y la pone sobre un banco. Los apóstoles le miran estupefactos. Jesús les pregunta: “¿No me preguntáis por qué hago esto?”. Pedro responde: “No lo sabemos. Te digo solo que ya estamos purificados”. Jesús: “Y yo te repito que eso no importa. Mi purificación servirá al que ya está puro, para estarlo más”. Se arrodilla. Desata las sandalias a Judas Iscariote, y le lava los pies; uno primero, otro después. Es fácil hacerlo, porque los lechos-asientos están hechos de tal forma que los pies quedan hacia la parte exterior. Judas está desconcertado, pero no replica. Pero, cuando Jesús, antes de ponerle la sandalia en el pie izquierdo y levantarse, trata de besarle el pie derecho ya calzado, Judas retrae bruscamente su pie y pega con la suela en la boca divina (6). Lo hizo sin querer. No es un golpe fuerte, pero a mí me ha causado mucho dolor. Jesús sonríe, y, al apóstol que le pregunta: “¿Te hice daño? Ha sido sin querer… Perdona”, le contesta: “No, amigo. Lo hiciste sin malicia y no hace mal”. Judas le mira… Una mirada en que está pintada la turbación, una mirada que huye de todo… Jesús pasa a lavar a Tomás y luego a Felipe… Da vuelta a la mesa y se acerca a su primo Santiago. Le lava los pies, y, al levantarse, le besa en la frente. Pasa a Andrés que está rojo de vergüenza y se esfuerza por no llorar. Le lava los pies, y le acaricia como si fuera un niño. Luego es el turno de Santiago de Zebedeo que no hace más que decir en voz baja: “¡Oh, Maestro, Maestro, Maestro! ¡Te has rebajado, sublime Maestro mío!”. Juan se ha aflojado ya las sandalias y, mientras Jesús está inclinado, secándole los pies, se inclina también él y le besa sus cabellos.  ■ ¡Pero Pedro!… No es fácil convencerle que debe sujetarse a este nuevo rito. “Tú, ¿lavarme los pies a mí? ¡Ni te imagines! Mientras esté vivo, no te lo permitiré. Soy un gusano, y Tú eres Dios. Cada uno a su lugar”. Jesús: “Lo que hago, no puedes comprenderlo por ahora. Algún día lo comprenderás; déjame lavarte”. Pedro: “Todo lo que quieras, Maestro. ¿Quieres cortarme el cuello? Hazlo. Pero lavarme los pies no lo harás”. Jesús: “Oh, Simón mío, ¿no sabes que si no te lavo, no tendrás parte en mi Reino? ¡Simón, Simón, tienes necesidad de esta agua para tu alma, y para el largo camino que tendrás que recorrer! ¿No quieres venir conmigo? Si no te lavo, no vienes conmigo a mi Reino”. Pedro: “¡Oh, Señor mío bendito! ¡Entonces lávame todo! ¡Pies, manos y cabeza!”. ■ Jesús: “El que, como vosotros, se ha bañado no tiene necesidad de lavarse más que los pies, porque ya está enteramente purificado. Los pies… El hombre con los pies camina sobre cosas sucias. Y ello sería poco, pues ya os lo había dicho que lo que ensucia no es lo que entra y sale con el alimento, ni contamina al hombre lo que se pega a los pies por el camino. No. Lo que contamina es lo que incuba y madura en su corazón y de allí sale para contaminar sus acciones y sus miembros. Y los pies del hombre que tiene un corazón no limpio se dirigen hacia la crápula, la lujuria, los tratos ilícitos, el crimen… Por esto, son, de entre los miembros del cuerpo, los que tienen más necesidad de purificarse… como también los ojos, la boca… ¡Oh hombre!, que fuiste una criatura perfecta un día: ¡el primero!, y luego, te has dejado corromper en tal forma por el Seductor (7). En ti, hombre, no había malicia, ni pecado… ¿Y ahora? Eres todo malicia y pecado, y no hay parte en ti que no peque”. ■ Jesús lava los pies a Pedro, se los besa. El apóstol llora y toma con sus gruesas manos las dos manos de Jesús, se las pasa por los ojos y luego se las besa. También Simón Zelote se ha quitado las sandalias, y sin decir nada se deja lavar. Pero cuando Jesús está para acercarse a Bartolomé, Simón se arrodilla y le besa los pies, diciendo: “Límpiame de la lepra del pecado como me limpiaste de la del cuerpo, para que no me vea confundido en la hora del juicio, Salvador mío”. Jesús: “No tengas miedo, Simón. Llegarás a la ciudad celestial blanco como la nieve”. Bartolomé: “Y yo, Señor, ¿qué dices al viejo Bartolomé? Tú me viste bajo la sombra de la higuera y leíste en mi corazón. ¿Y ahora qué ves? ¿Dónde me ves? Da seguridad a este pobre viejo que teme no tener fuerzas ni tiempo para llegar a donde quieres que se llegue”. Bartolomé está muy conmovido. Jesús le dice: “Tampoco temas tú. En aquella ocasión dije: «He aquí a un verdadero Israelita en quien no hay engaño». Ahora afirmo: «He aquí a un verdadero discípulo mío digno de Mí, el Mesías». Que ¿dónde te veo? Sobre un trono eterno, vestido de púrpura. Estaré siempre contigo”. El turno es de Judas Tadeo. Cuando ve a Jesús a sus pies, no sabe contenerse, inclina su cabeza sobre la mesa, apoyándola sobre el brazo y llora. Jesús: “No llores, hermano. Te pareces al que deben de arrancar un nervio, y cree no poder soportarlo. Pero será breve el dolor. Luego… serás feliz, porque me amas. Te llamas Judas. Eres como nuestro gran Judas Macabeo: un gran gigante. Eres el que protege. Tus acciones son de león y de cachorro de león rugientes. Tú desanidarás a los impíos, que ante ti retrocederán, y los inicuos se llenarán de terror. Lo sé. Sé fuerte. Una unión eterna estrechará y hará perfecto nuestro parentesco en el Cielo”. Le besa también en la frente como al otro primo. Mateo dice: “Yo soy un pecador, Maestro. No a mí…”. Jesús: “Tú fuiste pecador, Mateo. Ahora eres apóstol. Eres una «voz» mía. Te bendigo. Estos pies han caminado siempre para seguir adelante, para llegar a Dios… El alma los espoleaba y ellos han abandonado todo camino que no fuese el mío. Continúa. ¿Sabes dónde termina el sendero? En el seno de mi Padre y tuyo”.
*  ANTIGUO RITO: 3ª COPA
.   ● Judas Iscariote, turbado, resiste tanto a las miradas de Jesús como al mensaje de los Salmos.- ■ Jesús ha terminado. Se quita la toalla, se lava las manos en agua limpia, se vuelve a poner su vestido, regresa a su lugar y dice, mientras se sienta: “Ahora estáis puros, pero no todos. Solo los que han tenido voluntad de estarlo”. Mira detenidamente a Judas de Keriot que hace muestras de no oír, como que está ocupado explicando a Mateo por qué su padre decidió mandarle a Jerusalén. Una charla inútil que tiene por objeto dar a Judas cierto aire de importancia; aunque es audaz, no debe sentirse muy bien. Jesús vierte vino por tercera vez, en la copa común. Bebe y ofrece a los otros para que la beban. Luego entona un cántico, al que los otros acompañan. “Amo porque oye el Señor la voz de mis súplicas; porque inclinó a mí sus oídos. Lo invocaré por toda mi vida. Me habían sorprendido los lazos de la muerte” etc… (8). Una pausa brevísima, luego sigue cantando: “Tuve confianza por eso hablo. Pero me había encontrado en gran humillación. Habíame dicho en mi abatimiento: «Todos los hombres son engañosos»”. Mira fijamente a Judas. La voz, cansada en esta noche, de mi Jesús toma aliento cuando exclama: “Es preciosa a los ojos de Dios la muerte de los santos” y “tú has roto mis cadenas. A ti sacrificaré hostia de alabanza, invocando el nombre del Señor”, etc. etc. (9). Otra breve pausa en el canto y luego sigue: “Alabad, naciones todas, al Señor: pueblos todos, alabadlo porque su misericordia ha quedado con nosotros y la fidelidad del Señor durará como la eternidad” (10). Otra breve pausa, y luego un himno largo: “Alabad al Señor que es bueno, porque su misericordia es eterna” (11) ■  Judas de Keriot canta tan desentonado que dos veces Tomás le obliga a tomar tono con su fuerte voz de barítono, y le mira fijamente. También los otros le miran porque generalmente entona bien y se gloría, como de sus otras dotes, de su voz. ¡Pero esta noche! Ciertas frases le turban y se detiene, lo mismo que ciertas miradas de Jesús cuando pone énfasis en ciertas frases. Una es: “Es mejor confiar en el Señor que en el hombre”. Otra es: “Tropezaba y estaba a punto de caer, pero el Señor me sostuvo”. Otra: “No moriré, antes viviré y cantaré las obras del Señor”. Las dos siguientes parecen estrangular la garganta del traidor: “La piedra que los albañiles desecharon, ha sido convertida en piedra  angular” y “Bendito el que viene en el nombre del Señor”. Terminado el salmo, mientras Jesús corta el cordero y lo reparte, Mateo pregunta a Judas Keriot: “¿Te sientes mal?”. Iscariote: “No. Déjame en paz. No te metas conmigo”. Mateo se encoge de hombros. ■ Juan, que oyó lo que Judas contestó, dice: “Tampoco el Maestro se encuentra bien. ¿Qué te pasa, Jesús? Estás ronco. Como si estuvieras enfermo o como si hubieras llorado mucho”, le abraza y reclina su cabeza sobre el pecho de Jesús. Iscariote, algo nervioso, dice: “Solo es que ha hablado mucho; y yo, lo único es que he andado mucho y he cogido frío”. Jesús se dirige a Juan: “Tú ya me conoces… y sabes qué es lo que me cansa…”.
.   “Quiero que entendáis lo que acabo de hacer… Por otra parte, se debe cumplir lo que está escrito de Mí: «Aquel que conmigo come el pan, ha alzado su calcañar contra Mí».- ■ El cordero ha terminado. Jesús, que ha comido muy poco, que en lugar del poquísimo vino, ha bebido mucha agua como quien tiene fiebre, vuelve a tomar la palabra: “Quiero que entendáis lo que acabo de hacer. Os había dicho que el primero es como el último, y que os daría un alimento que no es corporal. Os he dado un alimento de humildad. Para vuestro espíritu. Vosotros me llamáis Maestro y Señor, y decís bien porque lo soy. Si pues Yo os he lavado los pies, también vosotros debéis hacerlo el uno con el otro. Ejemplo os he dado para que, como Yo he obrado, obréis. Digo en verdad: el siervo no es superior al patrón, ni el apóstol más que Aquel que la ha constituido apóstol. Tratad de comprender estas cosas. Y, si comprendiéndolas, las ponéis por obra, seréis bienaventurados. Cosa que no todos lograréis. Os conozco. Sé a quiénes he elegido. No de la misma manera me refiero a todos. Pero digo la verdad. ■ Por otra parte, debe cumplirse lo que está escrito respecto de Mí: «Aquel que conmigo come el pan, ha alzado su calcañar contra Mí». Os digo todo antes de que suceda, para que no abriguéis dudas respecto a Mí. Cuando todo esté cumplido, creeréis todavía más que Yo soy Yo. El que me acoge a Mí, acoge a quien me ha enviado: al Padre santo que está en los Cielos. Y el que acoja a los que Yo envíe, me acogerá a Mí mismo. Porque Yo estoy con el Padre y vosotros estáis conmigo”.
*  ANTIGUO RITO: 4ª COPA
    El rito antiguo termina con el salmo 118.-Jesús: “Ahora, terminemos el rito”. Echa nuevamente vino en el cáliz común y, antes de beber de él y de darlo a los demás se pone de pie. Los demás le imitan y repiten un salmo anteriormente cantado: “Tuve confianza y por esto hablé…” (12). Y luego uno que parece que nunca va a acabar. Pero ¡qué bello! Creo que por lo que comienza y por lo largo que es, debe ser el salmo 118. Lo cantan de este modo: un trozo todos juntos, luego, por turnos, cada uno recita un dístico y los otros, juntos, un trozo; y así hasta el final. ¡Me imagino que deberán tener sed al terminar!
* EL NUEVO RITO: ESTO ES MI CUERPO, ÉSTA ES MI SANGRE
.    ● “Os prometí un milagro de amor y ha llegado la hora de realizarlo. Por eso había Yo deseado esta Pascua. De hoy en adelante, ésta será la hostia que será inmolada en perpetuo rito de amor. Os he amado desde la eternidad, hijos míos. Y quiero amaros hasta el final. No hay cosa mayor que ésta. Recordadlo. Me voy pero quedaremos siempre unidos mediante el milagro que ahora voy a realizar”. ■ Jesús se sienta. No se recuesta; se queda sentado, como nosotros. Dice: “Ahora que hemos cumplido con el rito antiguo voy a celebrar el nuevo rito. Os prometí un milagro de amor y ha llegado la hora de realizarlo. Por eso había deseado esta Pascua. De hoy en adelante, ésta será la hostia que será inmolada en perpetuo rito de amor. Os he amado durante toda mi vida terrenal, amigos míos. Os he amado desde la eternidad, hijos míos. Y quiero amaros hasta el final. No hay cosa mayor que ésta. Recordadlo. Me voy pero quedaremos siempre unidos mediante el milagro que ahora voy a realizar. Jesús toma un pan entero. Lo pone sobre la copa, que está completamente llena de vino. Bendice y ofrece ambos, luego parte el pan en trece pedazos y da uno a cada apóstol, diciendo: “Tomad y comed. Esto es mi Cuerpo. Haced esto en recuerdo de Mí, que me marcho”. Da el cáliz y dice: “Tomad y bebed. Ésta es mi Sangre. Esto es el cáliz del nuevo pacto (sellado) en mi Sangre y por mi Sangre, que será derramada por vosotros para que se os perdonen vuestros pecados y para daros Vida. Haced esto en recuerdo mío”. Jesús está tristísimo. Toda huella de sonrisa, de luz, de color le han abandonado. Parece como si estuviese agonizante. Los apóstoles le miran angustiados. ■ Se pone de pie diciendo: “No os mováis. Regreso pronto”. Toma el decimotercer pedazo de pan, toma el cáliz y sale del Cenáculo.  Juan dice en voz baja: “Va donde está su Madre” (13). Judas Tadeo con un suspiro: “¡Pobre mujer!”. Pedro con una voz que apenas se oye: “¿Crees que Ella sabe?”. Judas Tadeo: “Sabe todo. Siempre lo ha sabido”. Todos hablan en voz baja, como si estuviesen ante un cadáver. Tomás, que no quiere aún creer, pregunta: “Pero ¿estáis seguro sea así?…”. Santiago de Zebedeo le responde: “¿Todavía dudas de ello? Es su hora”. Zelote dice: “Que Dios nos dé fuerzas para serle fieles”. Pedro empieza  a decir:  “¡Oh! yo…”. Pero Juan, que está alerta, hace: “Psss. Regresa”. ■ Jesús vuelve a entrar. Trae en la mano la copa vacía. En su fondo, una mínima señal de vino, que bajo la luz de la lámpara parece realmente sangre. Judas Iscariote, que tiene delante de sí la copa, la mira como hechizado, y luego aparta su vista. Jesús le mira y tiene un sacudimiento que Juan, que está apoyado sobre su pecho, siente, y exclama: “¡Dilo, ¿no?! Tiemblas…”. Jesús: “No. No tiemblo porque tenga fiebre… Todo os lo he dicho y todo os lo he dado. No podía daros más. Os he dado a Mí mismo”. Hace ese dulce gesto suyo de sus manos, las cuales, antes juntas, ahora se separan y abren, mientras agacha la cabeza, como queriendo decir: «Perdonad que no pueda más. Pero es así». Y agrega: “Os he dicho todo, y os he dado todo. Y repito. El nuevo rito se ha realizado. Haced esto en memoria mía. Os lavé los pies para enseñaros a ser humildes y puros como lo es vuestro Maestro. Porque en verdad os digo que los discípulos deben ser como el Maestro. Recordadlo, recordadlo. Incluso cuando estéis en una posición superior. Ningún discípulo está por encima de su Maestro. Como os lavé hacedlo vosotros. Esto es, amaos como hermanos, ayudándoos mutuamente, respetándoos unos a otros, dándoos mutuo ejemplo. Sed puros para que seáis dignos de comer del Pan vivo que ha descendido del Cielo y para que tengáis en vosotros y por Él la fuerza de ser mis discípulos en un mundo enemigo que os odiará por causa de mi Nombre”.
.  ● “La mano del que me traicionará está en esta mesa”.- Judas, con el consentimiento de Jesús, abandona el Cenáculo. ■ Jesús: “Pero uno de vosotros no está puro. Uno de vosotros, el que me traicionará. Por este motivo estoy profundamente conturbado dentro de mi corazón… La mano del que me traicionará está en esta mesa. Ni mi amor, ni mi Cuerpo, ni mi Sangre, ni mi palabra le hacen cambiar de su determinación, ni le hacen arrepentirse. Lo perdonaría, yendo a la muerte también por él”. Los discípulos se miran aterrorizados. Se miran, sospecha uno del otro. Pedro mira fijamente a Iscariote, como si descorriese el velo de sus sospechas. Judas Tadeo se pone violentamente en pie para mirar a Iscariote por encima de Mateo. Pero Iscariote no da muestras de intranquilidad. Mira a su vez fijamente a Mateo como si sospechase de él. Luego mira a Jesús. Y, sonriendo, le pregunta: “¿Soy acaso yo?”. Parece el más seguro de su fidelidad, y parece que si hace esta pregunta es solo para que la conversación no se interrumpa. Jesús le dice: “Tú lo has dicho, Judas de Simón. No Yo. Tú lo estás diciendo. Yo no te he nombrado. ¿Por qué te acusas? Interroga a tu consejero interno, a tu conciencia, a esa conciencia que Dios Padre te ha dado para que te comportaras como un hombre, y mira si te acusa. Tú, antes que ningún otro, lo sabrás. Pero, si ella te tranquiliza, ¿por qué dices palabras que son malditas con solo decirlas, o incluso pensarlas, aunque sea por broma?”. Jesús habla con calma. Parece un maestro que explicara una tesis a sus discípulos. La agitación es grande, pero la calma de Jesús la aplaca. ■ De todas formas, Pedro, que es el que más sospecha de Iscariote —quizás también Tadeo, pero que se calma al ver la desenvoltura de Iscariote—, tira de la manga a Juan, y cuando Juan, que se había pegado fuertemente a Jesús al oír hablar de traición, se vuelve, le dice en voz baja: “Pregúntale quién es”. Juan vuelve a su postura de antes. Lo único es que levanta un poco la cabeza, como para dar un beso a Jesús, y en voz bajísima le dice al oído: “Maestro, ¿quién es?”. Y Jesús, al devolverle el beso entre los cabellos, con voz bajísima: “Aquel a quien daré un pedazo de pan mojado”. Toma un pan todavía entero, no el resto del usado para la Eucaristía; separa un buen trozo, lo moja en la salsa del cordero que hay en la bandeja, extiende por encima de la mesa su brazo y dice: “Toma, Judas. Esto te gusta”. Iscariote: “Gracias, Maestro. Me gusta, sí” y, sin saber lo que significa ese bocado, se lo come mientras Juan, horrorizado, hasta cierra los ojos para no ver la risa diabólica de Iscariote mientras muerde el trozo de pan acusador. ■ Jesús dice a Iscariote: “Bien. Ahora que he logrado contentarte, vete. Todo está terminado, aquí (y hace hincapié es esta palabra). Lo que te falta por hacer en otro lugar, hazlo pronto, Judas de Simón”. Iscariote: “Obedezco inmediatamente, Maestro. Después me reuniré contigo en Getsemaní. ¿Vas a ir allá o no? ¿Cómo de costumbre?”. Jesús: “Voy a ir allá… como de costumbre… de veras”. Pedro pregunta: “¿Qué va a hacer? ¿Va solo?”. Iscariote, mientras se pone el manto, en tono socarrón, dice: “No soy ningún niño”. Jesús responde: “Déjalo que se vaya. Yo y él sabemos lo que tiene que hacerse”. Pedro dice: “Sí, Maestro”, pero no replica. Tal vez se imagina que ha faltado contra la caridad por haber sospechado de un compañero. Con la mano en la frente, piensa. ■ Jesús estrecha hacia Sí a Juan y le susurra otra cosa entre sus cabellos: “Por ahora no digas nada a Pedro. Sería un inútil escándalo”. Iscariote dice despidiéndose: “Hasta pronto, Maestro. Hasta pronto, amigos”. Jesús le responde: “Hasta pronto”. Pedro: “Te devuelvo el saludo, muchacho”.  Juan, con la cabeza casi apoyada sobre las rodillas de Jesús, murmura: “¡Satanás!”. Jesús es el único que le oye, y da un suspiro.
* CONCLUSIÓN DE LA CENA
.   ● “Este es un milagro que por su forma, duración, naturaleza, por su magnitud y límites a que llega, no admite otro posible mayor”. ■ Pasan unos minutos de absoluto silencio. Jesús está cabizbajo mientras maquinalmente acaricia los rubios cabellos de Juan. Luego reacciona. Alza la cabeza, mira en derredor suyo, sonríe a sus discípulos para consolarlos. Dice: “Levantémonos y sentémonos juntos como los hijos se sientan alrededor de su padre”. Toman los asientos lechos que están detrás de la mesa (los de Jesús, Juan, Santiago, Pedro, Simón, Andrés y el primo Santiago) y los llevan al otro lado. Jesús se sienta en el suyo, entre Santiago y Juan como antes. Pero cuando ve que Andrés va a sentarse en el lugar que dejó Iscariote, grita: “No, ahí, no”. Un grito impulsivo que su inmensa prudencia no logra controlar. Luego busca una explicación, diciendo: “No es necesario tanto espacio. Estos asientos son suficientes. Quiero que estéis muy cerca de Mí”. ■ Ahora, respecto a la mesa están así: o sea, forman una  «U» con Jesús en el centro, y, en frente, la mesa, una mesa ya sin comida, y el lugar de Judas. Santiago de Zebedeo llama a Pedro. “Siéntate, aquí. Yo me siento en este banco, a los pies de Jesús”. Pedro dice: “¡Que Dios te bendiga, Santiago! ¡Lo estaba deseando!”, y se arrima a su Maestro, que viene a hallarse estrechado entre Juan y Pedro, y tiene a Santiago a los pies.  Jesús sonríe: “Veo que empiezan a surtir efecto las palabras que antes os dije. Los buenos hermanos, se aman entre sí. Y en cuanto a ti, Santiago, también te digo: «Dios te bendiga». Esta acción tuya jamás será olvidada, y hallarás premiada arriba. ■ Todo lo que pido, lo alcanzo. Ya lo habéis visto. Bastó un deseo mío para que el Padre concediese a su Hijo darse en Comida al hombre. Con todo lo que ha sucedido ahora ha sido glorificado el Hijo del hombre, porque el milagro, sólo posible para los amigos de Dios, es testimonio de poder. Cuanto más grande es el milagro, tanto más segura y profunda es la amistad divina. Este es un milagro que por su forma, duración, naturaleza, por su magnitud y límites a que llega, no admite otro posible mayor. Yo os lo aseguro: es tan poderoso, sobrenatural, inconcebible a los ojos del hombre soberbio que muy pocos lo comprenderán como debe entenderse, y muchos lo negarán. ¿Qué diré entonces? ¿Qué se les condene? No. ¡Que se les tenga piedad! Pero, cuanto mayor es el milagro, mayor es la gloria que recibe su autor. Ha sido Dios mismo el que lo hizo. Es Dios mismo quien dice: «Este amado mío ha alcanzado lo que ha querido, y Yo lo he concedido, porque grande es la gracia que posee ante mis ojos». Y aquí dice: «Ha alcanzado una gracia sin límites, como infinito es el milagro que ha realizado». La gloria que de Dios revierte en el autor del milagro y la gloria que del autor del milagro revierte en el Padre son parejas: porque toda gloria sobrenatural, que viene de Dios, regresa a su origen. ■ Y la gloria de Dios, aun siendo ya infinita, crece y crece y resplandece más por la gloria de sus santos. Por lo cual afirmo: de la misma forma que el Hijo del hombre ha sido glorificado por Dios, Dios ha sido glorificado por el Hijo. Yo he glorificado a Dios en Mí mismo, a su vez Dios glorificará en Sí a su Hijo. Muy pronto le glorificará. Alégrate, Tú que regresas a tu trono, ¡oh Esencia espiritual de la Segunda Persona! Alégrate, ¡oh Carne que vuelves a subir después de un largo destierro en el fango! No es el paraíso de Adán sino el del Padre, que será el lugar donde vivirás. Si por órdenes de Dios, un hombre detuvo el sol con la admiración de todos, ¿qué no sucederá en los astros cuando vean el prodigio de que el Cuerpo del Hombre perfectamente glorificado sube y se sienta a la derecha del Padre?”.
.    ● Esto mismo se lo dije a los judíos: «Luego me buscaréis, pero a donde Yo voy vosotros no podéis ir». Lo mismo os digo a vosotros. Pensad en mi Madre… Ni siquiera Ella podrá ir a donde voy Yo”.- ■ Jesús: “Hijitos míos, todavía estaré un poco con vosotros; luego, me buscaréis como los huérfanos suelen buscar al padre o a la madre muertos. Con las lágrimas en los ojos iréis hablando de Él y en vano llamaréis al mudo sepulcro, y luego llamaréis a las puertas azules del Cielo, con el ansia de un alma en busca de amor, preguntando: «¿Dónde está nuestro Jesús? Queremos tenerle. Sin Él ya no hay luz, ni alegría, ni amor en el mundo. O devolvédnoslo o dejadnos entrar. Queremos estar donde Él está». Pero, por ahora, no podéis ir a donde Yo voy. Esto mismo se lo dije a los judíos: «Luego me buscaréis, pero a donde Yo voy vosotros no podéis ir». Lo mismo os digo a vosotros. ■ Pensad en mi Madre… Ni siquiera Ella podrá ir a donde voy Yo. Y, sin embargo Yo dejé el Padre para venir donde Ella y hacerme Jesús en su vientre inmaculado. Nací de Ella, de la Inviolable, en un éxtasis luminoso; y de su amor, hecho leche, me nutrí. Yo estoy hecho de pureza y de amor porque María me nutrió con su virginidad fecundada por el Amor perfecto que vive en el Cielo (14). Yo crecía con sus fatigas y lágrimas… Y, sin embargo, le pido un heroísmo, cual nunca se ha realizado, y que respecto al de Judit (15), al de Yael (16) no tiene comparación. Y, con todo, nadie la iguala en amor a Mí. Y, pese a todo esto, la dejo y me voy a donde Ella no irá sino después de mucho tiempo. ■ Para Ella no es el mandato que os doy a vosotros: «Santificaos año por año, mes por mes, día tras día, hora tras hora, para que podáis venir a Mí, cuando llegue vuestra hora».  En Ella reside toda clase de gracias y santidad. Es la criatura que ha tenido todo y que todo lo ha dado. Nada hay que añadir en Ella, y nada hay que quitar. Es el testimonio santísimo de lo que puede Dios”.
.   ● “Pero para estar seguro de que seréis capaces de llegar a donde esté Yo… os doy un mandamiento nuevo: que os améis los unos a los otros. Por esto se conocerá que sois mis discípulos”.-Jesús: “Pero para estar seguro de que seréis capaces de llegar a donde esté Yo y de olvidar el dolor de la pérdida de vuestro Jesús, os doy un mandamiento nuevo: que os améis los unos a los otros. Así como Yo os he amado, amaos igualmente los unos a los otros. Por esto se conocerá que sois mis discípulos. ■ Cuando un padre tiene muchos hijos, ¿en qué se sabe que son sus hijos? No tanto por el aspecto físico —porque hay hombres que son en todo semejantes a otro hombre con el que no tienen ninguna relación de sangre, y ni siquiera de nación—, cuanto por el amor común a la familia, a su padre y entre sí mismos. E incluso cuando muere el padre, la familia buena no se disgrega, porque la sangre es una, la que el padre comunicó y anuda vínculos que ni siquiera la muerte destruye, porque el amor es más fuerte que la muerte (17). Pues bien, si vosotros me amáis aun después de que os deje, todos reconocerán que sois mis hijos, y, por tanto, mis discípulos, y que, habiendo tenido un único padre, entre vosotros sois hermanos”.
.  ● “Te aseguro: antes de que lance su canto el gallo, me negarás tres veces”.- ■ Pedro pregunta: “Señor, Jesús, ¿pero a dónde te vas?”. Jesús: “Me voy a donde por ahora no puedes seguirme. Pero más tarde me seguirás”. Pedro: “¿Y por qué no ahora? Te he seguido siempre desde que me dijiste: «Sígueme». Sin pena alguna he dejado todo… ahora, no es justo ni correcto de tu parte irte sin tu pobre Simón, dejándome sin Ti, Tú que eres todo para mí, que dejé lo poco que antes tenía. ¿Vas a la muerte? Está bien. También Yo voy. Iremos juntos al otro mundo. Pero antes te habré defendido. Estoy dispuesto a morir por Ti”. Jesús: “¿Que morirás por Mí? ¿Ahora? Ahora no. En verdad, en verdad, te aseguro: antes de que cante el gallo me negarás tres veces.  Estamos en la primera vigilia, luego vendrá la segunda… y después la tercera. Antes de que lance su canto el gallo, tres veces habrás negado a tu Señor”. Pedro: “¡Imposible, Maestro! Creo todo lo que dices, pero no esto. Estoy seguro de mí”. Jesús: “En estos momentos lo estás, porque estoy contigo. Tienes a Dios contigo. Dentro de poco el Dios encarnado será hecho preso y no lo tendréis más. Y Satanás, después de haberos engañado —tu misma seguridad es una astucia de Satanás, una treta para engañarte— os llenará de espanto. Os insinuará: «Dios no existe. Yo sí existo». Y, dado que, a pesar de que el espanto os empañe la mente, todavía razonaréis, lo que comprenderéis será que si Satanás es el amo de esa hora, es que ha muerto el Bien y lo que obra es el Mal; que el espíritu ha sido abatido y triunfa lo humano. Entonces quedaréis como soldados sin jefe, perseguidos por el enemigo, y, en medio del desconcierto propio de los vencidos, os doblegaréis ante el vencedor, y, para evitar que os maten, renegaréis del héroe caído. ■ Pero os pido una cosa y es que vuestro corazón no pierda su control. Creed en Dios, creed también en Mí. Contra todas las apariencias, creed en Mí. Que crea en mi misericordia y en la del Padre tanto el que se quede como el que huya; tanto el que calle como el que abra su boca para decir: «No le conozco». De igual modo, creed en mi perdón. Y creed que, cualquiera que sean vuestras acciones en el futuro, en el Bien y en mi Doctrina, por lo tanto en mi Iglesia, esas acciones os darán un igual lugar en el Cielo”.
.    ● “En la casa de mi Padre hay muchas moradas… Y ya sabéis dónde voy y sabéis el camino. Yo soy el Camino, la Verdad y la Vida”.-Jesús: “En la casa de mi Padre hay muchas moradas. Si no fuese así, os lo habría dicho. Porque Yo voy por delante. A preparar un lugar para vosotros. ¿No hacen, acaso, eso los buenos padres, cuando tienen que llevar a otra parte a sus hijitos? Van por delante, preparan la casa, los muebles, lo necesario. Y luego vuelven y toman consigo a sus más amadas criaturas. Eso hacen, por amor. Para que a sus pequeñuelos nada les falte, ni se sientan incómodos en el nuevo país. Lo mismo hago Yo, y por el mismo motivo. Ahora me marcho. Cuando haya preparado para cada uno su puesto en la Jerusalén celestial, regresaré y os tomaré conmigo, para que estéis conmigo donde Yo estoy, donde ya no habrá muerte ni lutos ni llanto ni gritos ni hambre ni dolor ni tinieblas ni quemazón, sino solo luz, paz, felicidad, y canto. ¡Oh, canto de los Cielos altísimos cuando los doce elegidos estén sentados sobre tronos con los doce patriarcas de las tribus de Israel, y  —encendidos en el fuego del amor espiritual— canten, en medio del océano de la felicidad, el cántico eterno al que acompañará el eterno aleluya del ejército angelical!… Quiero que donde voy a estar estéis vosotros. ■ Y ya sabéis a dónde voy, y sabéis el camino”. Tomás pregunta: “¡Pero, Señor! No sabemos nada. Nos debes decir a dónde vas. ¿Cómo podremos saber el camino que debemos tomar para ir a Ti, y abreviar la espera?”. Jesús: “Yo soy el Camino, la Verdad, la Vida. Muchas veces os lo he dicho y explicado. Y, en verdad, algunos que ni siquiera sabían que existía un Dios, os han tomado ya la delantera dirigiéndose por mi camino. Oh, ¿dónde estás tú, oveja extraviada de Dios traída por Mí de nuevo al rebaño?, ¿dónde estás tú que resucitaste en el alma?”. Tomás pregunta: “¿Quién? ¿De quién hablas? ¿De María hermana de Lázaro? Está allí, con tu Madre en la otra habitación. ¿Quieres que venga? ¿O quieres que venga Juana?  Debe estar en su palacio. ¿Quieres que vayamos a llamarla?”. Jesús: “No. No me refiero a ellas… Pienso en aquella que sólo se dejará ver en el Cielo… y en Fontinái (18)… Ellas me encontraron. No se han separado de mi camino. A una señalé al Padre como el Dios verdadero, y al Espíritu cual levita en esta adoración individual. A la otra, que ni siquiera sabía que tenía alma, le dije: «Mi nombre es Salvador. Salvo a quien tiene buena voluntad de salvarse. Soy quien busca a los extraviados; soy quien da la Vida, la Verdad, la Pureza. Quien me busca, me halla». Y ambas encontraron a Dios… Os bendigo débiles Evas que os habéis convertido en seres más fuertes que Judit… Voy, voy donde estáis… Vosotras me consoláis… ¡Sed benditas!…”.
.   ● Quien me ve a Mí ve al Padre. ¿Cómo puedes decir, «Muéstranos al Padre»?… Y todo cuanto pidáis al Padre en mi nombre Yo lo haré para que el Padre sea glorificado en su Hijo”.- ■ Felipe pide: “Señor, muéstranos al Padre y seremos como estas mujeres”. Jesús: “Hace tiempo que estoy con vosotros, y tú, Felipe, ¿todavía no me has conocido? Quien me ve a Mí ve al Padre. ¿Cómo puedes decir, «Muéstranos al Padre»? ¿No logras creer que Yo estoy en el Padre y el Padre en Mí? Las palabras que os estoy diciendo no os las digo por Mí, sino que el Padre, que mora en Mí, cumple cada una de mis obras. ¿No creéis que estoy en el Padre y Él en Mí? ¿Qué debo decir para haceros creer? Pues si no creéis en las palabras creed al menos a las obras. Yo os digo y os lo digo con verdad: el que cree en Mí hará las obras que Yo hago, y las hará aún mayores, porque voy al Padre. ■ Y todo cuanto pidáis al Padre en mi nombre Yo lo haré para que el Padre sea glorificado en su Hijo. Y haré todo lo que me pidáis en nombre de mi Nombre. Mi Nombre, en lo que realmente es, es conocido por Mí solo y por el Padre que me ha engendrado y por el Espíritu que de nuestro Amor procede. En virtud de este Nombre todo es posible. Quien piensa en mi Nombre con amor, me ama, y obtiene”.
.  ● “No basta amarme. Es necesario observar mis mandamientos para tener el verdadero amor. Y por este amor rogaré al Padre, y Él os dará otro Consolador”.- ■ Jesús: “Pero no basta amarme, es necesario observar mis mandamientos para tener el verdadero amor. Son las obras las que dan testimonio de los sentimientos. Y por este amor rogaré al Padre, y Él os dará otro Consolador, que permanezca para siempre con vosotros, Uno a quien Satanás y el mundo no podrán hacer daño alguno, el Espíritu de la Verdad, a quien el mundo no puede recibir ni herir, porque ni le ve ni le conoce. Se burlará de Él, pero Él es tan excelso que el escarnio no le podrá herir; mientras que, misericordiosísimo sobre toda medida, estará siempre con quien lo amare, aunque sea pobre y débil. Vosotros le conoceréis, porque ya vive con vosotros y pronto estará en vosotros”.
.   ● “No os dejaré huérfanos… Yo mismo quiero prepararos a la completa posesión de la Verdad y de la Sabiduría. Pero todavía no podéis comprender ni recordar. Mas cuando venga a vosotros el Consolador, El Espíritu Santo, podréis comprender y os enseñará y os traerá a la memoria todo lo que Yo os he dicho”.-Jesús: “No os dejaré huérfanos. Ya os he dicho: «Volveré a vosotros». Pero antes de que llegue la hora de venir a recogeros para ir a mi Reino, Yo vendré; a vosotros vendré. Dentro de poco el mundo ya no me verá. Pero vosotros me veis y me veréis. Porque Yo vivo y vosotros vivís. Porque Yo viviré y vosotros también viviréis. En ese día conoceréis que estoy en mi Padre, y vosotros en Mí, y Yo en vosotros. Porque el que acoge mis preceptos y los observa es el que me ama, y el que me ama será amado por mi Padre y poseerá a Dios, porque Dios es caridad y quien ama tiene en sí a Dios. Y Yo le amaré, porque en él veré a Dios, y me manifestaré a él dándome a conocer en los secretos de mi amor, de mi sabiduría, de mi Divinidad encarnada. Estos serán los modos de mis regresos a los hijos del hombre, a quienes amo, aunque sean débiles o incluso enemigos. Pero éstos serán solo débiles, y Yo los fortaleceré. Les diré: «¡Levántate!», gritaré: «¡Sal fuera!», ordenaré: «Sígueme», mandaré: «Oye», avisaré: «Escribe»… y vosotros estáis entre éstos”. Judas Tadeo pregunta: “¿Por qué, Señor, te manifiestas a nosotros y no al mundo?”. Jesús: “Porque me amáis y observáis mis palabras. Quien hiciere así, mi Padre le amará y Nosotros iremos a él y haremos en él nuestra mansión; mientras que el que no me ama no pone por obra mis palabras y obra según la carne y el mundo. ■ Ahora bien, tened en cuenta que lo que os he dicho no son palabras de Jesús de Nazaret sino palabras del Padre, porque Yo soy el Verbo del Padre, que me ha enviado. Os he dicho todas estas cosas, conversando de este modo, con vosotros, porque quiero Yo mismo prepararos a la completa posesión de la Verdad y de la Sabiduría. Pero todavía no podéis comprender ni recordar. Mas, cuando venga a vosotros el Consolador, el Espíritu Santo que el Padre enviará en mi Nombre, podréis comprender, y os enseñará todo y os traerá a la memoria todo lo que Yo os he dicho”.
.   ●  “La paz que ahora os doy es más profunda, os comunico a Mí mismo, mi Espíritu de paz”.- ■ Jesús: “Mi paz os dejo. Mi paz os doy. Os la doy no como la da el mundo, y ni siquiera como hasta ahora os la he dado: saludo bendito del Bendito a los bendecidos. La paz que ahora os doy es más profunda. En este adiós, os comunico a Mí mismo, mi Espíritu de paz, de la misma manera que os he comunicado mi Cuerpo y mi Sangre, para que tengáis en vosotros una gran fuerza en la batalla que se acerca. Satanás y el mundo declaran su guerra contra vuestro Jesús. Es su hora. Conservad en vosotros la Paz, mi Espíritu que es espíritu de Paz, porque Yo soy el Rey de la Paz (19). Tened esta paz para no sentiros demasiado desvalidos. Quien sufre teniendo la paz de Dios dentro de sí, sufre, pero ni blasfema ni se desespera”.
.   ● “Voy donde Aquel que es mayor que Yo. Él completará la obra de su Verbo. Está por descender una lluvia; y luego vendrá el sol del Paráclito, y las semillas se transformarán en árboles corpulentos”.- ■ Jesús: “No lloréis. También habéis oído que os he dicho: «Me voy donde el Padre y luego regresaré». Si me amaseis por encima de la carne, os alegraríais inmensamente, porque voy donde el Padre después de este largo destierro… Voy a donde Aquél que es mayor que Yo y que me ama. Os lo digo ahora, antes de que se cumpla —como también os he revelado todos los sufrimientos del Redentor antes de ir a ellos— para que, cuando todo se cumpla, creáis más en Mí. ¡No os turbéis de ese modo! No perdáis los ánimos. Vuestro corazón tiene necesidad de control… ■ Poco me queda para hablaros… ¡y todavía tengo mucho que quisiera deciros! Llegado al final de esta evangelización mía, me parece como si no hubiera dicho todavía nada, y que mucho, mucho quede por hacer. Vuestro estado aumenta en Mí esta sensación. ¿Qué diré entonces? ¿Que no he cumplido bien con mi función?, ¿o que vosotros sois tan duros de corazón, que para nada ha servido mi obra? ¿Dudaré? No. Pongo mi confianza en Dios, y os pongo a vosotros, mis predilectos, en sus manos. Él completará la obra de su Verbo. No soy como un padre que está a punto de morir y a quien no le queda otra luz más que la humana; Yo espero en Dios. Y, aun sintiendo en Mí el apremio de daros todos los consejos de que os veo necesitados, y aun sintiendo que el tiempo huye, voy tranquilo a mi destino. Sé que sobre las semillas caídas en vosotros está por descender una lluvia, una lluvia que las hará germinar a todas ellas; y luego vendrá el sol del Paráclito, y las semillas se transformarán en árboles corpulentos. ■ Muy pronto llegará el príncipe de este mundo, aquel con quien Yo nada tengo que ver;  y, si no hubiera sido por la finalidad de redimiros, no podría nada sobre Mí. Pero esto sucede para que el mundo sepa que amo al Padre y que le amo hasta la obediencia de muerte y que por eso hago lo que me ha mandado”.
.    ● “Yo soy la Vid y vosotros los sarmientos… Amaos unos a otros, más de lo que cada uno se ame a sí mismo. El amor del que da su vida por sus amigos es mayor que cualquier otro”.-  ■ Jesús: “Es hora de marcharnos. Levantaos. Oíd las últimas palabras. Yo soy la verdadera Vid. El Padre es el Agricultor. A todo sarmiento que no produce fruto el Padre lo corta, y al que produce fruto lo poda para que dé más fruto. Os habéis ya purificado con mi palabra. Permaneced en Mí, y Yo estaré en vosotros para que lo sigáis estando. El sarmiento que ha sido separado de la vid no puede producir fruto. De igual modo vosotros, si no permaneciereis en Mí. Yo soy la Vid y vosotros los sarmientos. El que permanece unido a Mí, produce muchos frutos; pero si uno se separa, se convierte en rama seca que se arroja al fuego para que se queme. Porque de no estar unidos a Mí, no podéis producir fruto alguno. Permaneced, pues, en Mí y que mis palabras queden en vosotros; y luego pedid cuanto queráis que se os dará. ■ Mi Padre, cuanto más fruto deis y cuanto más discípulos míos seáis, más glorificado será. Como el Padre me ha amado, así también Yo os he amado. Permaneced en mi amor que salva. Si me amáis seréis obedientes. La obediencia aumenta el amor recíproco. No digáis que estoy repitiendo lo mismo. Conozco vuestra debilidad. Quiero que os salvéis. Os digo estas cosas para que la alegría que os he querido dar esté en vosotros, y sea completa. ¡Amaos, Amaos! Éste es mi nuevo mandamiento. Amaos unos a otros  más de lo que cada uno se ame a sí mismo (20). El amor del que da su vida por sus amigos es mayor que cualquier otro. Vosotros sois mis amigos y doy mi vida por vosotros. Haced lo que os he enseñado y mandado”.
.    ● “No digáis: «Y entonces si Tú nos has elegido, ¿por qué has elegido a un traidor? Si todo lo sabes, ¿por qué has hecho esto?»”.- “Os doy el mandamiento de que os améis y perdonéis. ¡Cuántos traidores encontraréis! El mundo no puede amar lo que no es como él. Por lo tanto, no os amará. Os he dicho: el siervo no es más que su señor. Han visto mis obras, oído mis palabras, y, no obstante, me han odiado, y conmigo a mi Padre. Porque Yo y el Padre somos una sola Unidad con el Amor. Pero estaba escrito: «Me odiaron sin motivo alguno»”.-Jesús: “Ya no os llamo siervos, porque el siervo no sabe lo que hace su señor, mientras que vosotros sabéis lo que Yo hago. Todo lo sabéis acerca de Mí. Me he manifestado a vosotros, pero no sólo esto, sino que también os he revelado al Padre y al Paráclito y todo lo que he oído a Dios. No sois vosotros los que os habéis elegido; fui Yo quien os he elegido y os he elegido para que vayáis entre los pueblos y produzcáis frutos en vosotros y en los corazones de los evangelizados y vuestro fruto permanezca, y el Padre os conceda lo que pidáis en mi Nombre. ■ No digáis: «Y entonces si Tú nos has elegido, ¿por qué has elegido a un traidor? Si todo lo sabes, ¿por qué has hecho esto?». No preguntéis ni siquiera quién sea ése. No es un hombre. Es Satanás. Se lo dije al amigo fiel y lo he dejado decir al hijo predilecto (21). Es Satanás. Si Satanás, el eterno comediante, no se hubiera encarnado en cuerpo mortal, este hombre poseído no hubiera podido escapar a mi poder. He dicho «poseído». No. Es algo mucho más: es uno que está anulado en Satanás” (22). Santiago de Alfeo pregunta: “¿Por qué, Tú que has expulsado los demonios, no lo libraste de él?”. Jesús: “¿Me lo preguntas, porque amándome, tienes miedo de ser tú el traidor? No temas”. Los demás discípulos a su vez, temerosos, preguntan: “¿Entonces yo?”. “¿Yo?”. “¿Yo?”. Jesús les dice: “Callaos. No diré su nombre. Tengo misericordia, tenedla también vosotros”. Le preguntan: “Pero, ¿por qué no le venciste? ¿No pudiste?”. Jesús: “Podía. Pero si hubiera impedido a Satanás que se encarnara para matarme, habría debido exterminar la raza humana antes de su Redención (23). ¿Qué habría redimido entonces?”. ■Pedro, cayendo de rodillas ante Jesús y zarandeándole frenéticamente como si estuviera bajo el influjo de un delirio: “Dímelo, Señor, dímelo. ¿Soy yo? ¿Soy yo? ¿Me examino? No me parece serlo. Pero Tú… Tú me dijiste que te negaré… Y tiemblo de miedo… ¡Oh, qué horror ser yo!”. Jesús: “No, Simón de Jonás. No eres tú”. Pedro: “¿Por qué me llamas por mi nombre y no me dices «Piedra»? ¿He vuelto acaso a ser Simón? ¿Lo ves? Lo estáis diciendo… ¡Soy yo! Pero, ¿cómo ha sido posible? Decidlo… decidlo vosotros… ¿Cuándo fue el momento en que pude haberme convertido en traidor?… ¡Simón!… ¡Juan!… ¡Hablad!…”. Jesús: “¡Pedro, Pedro, Pedro! Te he llamado Simón porque me he acordado de la primera vez que te vi, cuando eras Simón. Y pienso que has sido siempre leal desde aquel primer momento. No eres tú. Te lo aseguro Yo que soy la Verdad”. Pedro: “Entonces ¿quién?”. Tadeo, que no logra contenerse más, grita: “¡Quién otro sino Judas de Keriot! ¿No lo has comprendido?”. Pedro grita a su vez: “¿Por qué no me lo dijiste antes? ¿Por qué?”. Jesús: “Silencio. Es Satanás. No tiene otro nombre. ¿A dónde vas, Pedro?”. Pedro: “A buscarle”. Jesús: “Deja inmediatamente tu manto y tu espada. ¿O quieres que te expulse y te maldiga?”. Pedro: “¡No, no! ¡Oh, Señor mío! Pero yo… pero yo… ¿Deliro acaso? ¡oh, oh!”.  Pedro echado por tierra llora a los pies de Jesús. ■ Jesús: “Os doy el mandamiento de que os améis. Y que perdonéis. ¿Habéis comprendido? Si en el mundo existe odio, en vosotros debe existir solo amor. Un amor hacia todos. ¡Cuántos traidores encontraréis en vuestro camino! Pero no debéis odiarlos, y devolverles mal por mal. Si eso hiciereis, el Padre os aborrecerá a vosotros. Antes que vosotros fui odiado Yo y traicionado. Y ya veis que Yo no odio. El mundo no puede amar lo que no es como él. Por lo tanto, no os amará. Si fueseis suyos, os amaría; pero no sois del mundo, porque Yo os he tomado de entre el mundo. Y por este motivo os odia. Os he dicho: el siervo no es más que su señor. Si me han perseguido a Mí, también a vosotros os perseguirán. Si me hubieran escuchado a Mí también os escucharían a vosotros. Pero todo lo harán por causa de mi Nombre, porque no conocen, porque no quieren conocer a quien me ha enviado. Si no hubiera Yo venido y no les hubiese hablado, no serían culpables; pero ahora su pecado no tiene disculpa. Han visto mis obras, oído mis palabras, y, no obstante, me han odiado, y conmigo a mi Padre. Porque Yo y el Padre somos una sola Unidad con el Amor. Pero estaba escrito: «Me odiaron sin motivo alguno»” (24).
.   ● El Paráclito divino os dará la Verdad entera. Os anunciará el futuro”.Jesús: “Mas cuando venga el Consolador, el Espíritu de verdad que procede del Padre, dará testimonio de Mí, y también vosotros lo daréis, porque desde el principio habéis estado conmigo. Os digo esto para que cuando llegue la hora no quedéis acobardados ni escandalizados. Pronto va a llegar el tiempo en que os echen de las sinagogas y en que el que os mate pensará que con ello está dando culto a Dios. No han conocido ni al Padre ni a Mí. En esto está su atenuante. Estas cosas no os las había dicho con tanta amplitud antes de ahora porque erais como niños recién nacidos. Pero ahora vuestra madre os deja. ■ Yo me voy. Debéis acostumbraros a otra clase de alimento. Quiero que lo conozcáis. Ya ninguno me pregunta de nuevo: «¿A dónde vas?». La tristeza os ha vuelto mudos. Y, no obstante, es también bueno para vosotros que me marche; si no, el Consolador no vendrá. Yo os lo enviaré. Y, cuando venga, por medio de la sabiduría y de la palabra, las obras y el heroísmo que infundirá en vosotros, convencerá al mundo de su pecado deicida, y de justicia en orden a mi santidad. Y el mundo se dividirá claramente en dos partes: la de los réprobos, enemigos de Dios, y en la de los creyentes.  Éstos serán más o menos santos, según su voluntad. Pero se juzgará al príncipe del mundo y a sus secuaces. No puedo deciros más, porque por ahora no lo podéis comprender. Pero Él, el Paráclito divino, os dará la Verdad entera porque no hablará de Sí mismo, sino que dirá todo lo que ha oído de la Mente de Dios, y os anunciará el futuro. Tomará lo que de Mí viene  —o sea, aquello que es igualmente del Padre— y os lo dirá”.
.   ● Última parábola: de la mujer en cinta. “Lo mismo vosotros. Lloraréis… Pero luego vuestra tristeza se transformará en alegría… cuando volváis a verme. Solo os alimentaréis de verme de nuevo. Desde ese momento podréis pedir todo en mi Nombre. ¿Creéis ahora? Pero es que ya ha empezado a obrar en vosotros el Pan que es Dios y el Vino que es Sangre que os comunican el primer estremecimiento de deificación”.- Jesús: “Todavía un poco nos veremos. Luego ya no me veréis. Después todavía un poco, y me veréis de nuevo. Hacéis comentarios entre vosotros y en vuestro corazón. Oid una parábola. La última que os dice el Maestro. Cuando una mujer está en cinta y le llega la hora del parto, se encuentra muy afligida porque sufre y llora. Pero, cuando da a luz a su hijito y le estrecha contra su corazón, cesa toda pena y la tristeza se transforma en alegría porque un nuevo ser ha venido al mundo. Lo mismo vosotros. Lloraréis, y el mundo se reirá a costa de vosotros. Pero luego vuestra tristeza se transformará en alegría, una alegría que el mundo jamás conocerá. Vosotros ahora estáis tristes; pero cuando volváis a verme, vuestro corazón se llenará de una alegría tal que nadie podrá arrebatárosla, una alegría tan completa, que acallará toda necesidad de pedir, tanto para la mente como para el corazón como para el cuerpo. Solo os alimentaréis de verme de nuevo, y olvidaréis las demás cosas. ■ Y, precisamente, desde ese momento, podréis pedir todo en mi Nombre, y el Padre os lo dará, para que vuestra alegría sea cada vez mayor. Pedid, pedid, y recibiréis. Llega la hora en que podré hablaros abiertamente del Padre. Ello será porque habréis sido fieles en la prueba y todo habrá quedado superado; vuestro amor será, pues, perfecto porque os habrá dado fuerza en la prueba. Y lo que os falte a vosotros Yo os lo añadiré tomándolo de mi inmenso tesoro y diré: «Padre, Tú lo ves: éstos me han amado y creído que he venido de Ti».  Bajé a este mundo y ahora lo dejo y voy al Padre, y rogaré por vosotros”. ■ Apóstoles: “¡Oh, ahora te explicas! Ahora comprendemos lo que quieres decir y entendemos que sabes todo y respondes sin que nadie te pregunte. ¡Verdaderamente vienes de Dios!”. Jesús: “¿Creéis ahora? ¿En el último momento? ¡Llevo tres años hablándoos! Pero es que ya ha empezado a obrar en vosotros el Pan que es Dios y el Vino que es Sangre no venida de hombre, y os comunican el primer estremecimiento de deificación. Llegaréis a ser dioses si perseveráis en mi amor y en ser míos. No como se lo dijo Satanás a Adán y a Eva, sino como Yo os lo digo. Es el verdadero fruto del árbol del Bien y de la Vida. Quien se alimente de él vence al Mal y la muerte no tiene poder. Quien coma de él, vivirá para siempre y se convertirá en «dios» en el Reino divino. Vosotros seréis dioses si permanecéis en Mí. Y sin embargo…, pues, a pesar de tener en vosotros este Pan y esta Sangre —pues está ya llegando la hora en que os dispersaréis—, os marcharéis por vuestra cuenta y me dejaréis sólo… Pero no estoy solo. Tengo al Padre conmigo. ¡Padre, Padre, no me abandones! Todo os lo he dicho… para que tengáis paz… mi paz. Todavía os veréis atribulados, pero tened confianza, que Yo he vencido al mundo”.
.  ● Después de recitar la sublime plegaria de Jesús, transmitida por el Evangelista Juan, hacia el Getsemaní.- ■ Jesús se pone de pie, abre los brazos en cruz y recita al Padre, con un rostro radiante, la sublime plegaria que Juan nos transmitió íntegra (25). Se oyen más o menos los sollozos de todos los apóstoles. Cantan un himno. Jesús les bendice. Luego dice: “Tomemos los mantos, y vayámonos. Andrés, di al dueño de la casa que deje todo así, porque es mi voluntad. Mañana… os dará júbilo volver a ver este lugar”. Jesús lo mira. Parece como si bendijese las paredes, los muebles, todo. Luego se echa encima el manto y sale, seguido de sus discípulos. ■ A su lado va Juan sobre el que se apoya. Juan le pregunta: “¿No te despides de tu Madre?”. Jesús: “No. Ya lo hice. Ahora no hagáis ruido”. Simón, con la antorcha que ha encendido, ilumina el ancho corredor que lleva a la puerta. Pedro abre con cuidado el portón, salen todos a la calle. Y, con una especie de llave, cierra por afuera. Se ponen en camino. (Escrito el 9 de Marzo de 1945).
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1  Nota  : Cfr. Mt. 26,20-29; 26,30-35;  Mc. 14,17-25; 14,26-31;  Lc. 22,14-38;  Ju. 13,1-38;  14,1-31; 15,1-27; 16,1-33; 17,1-26.   2  Nota  : Cfr.  Sal. 113.   3  Nota  : Cfr.  Sal. 112. 4  Nota  : Cfr. Is. 53,12 . Se aconseja tener presente: 52,13-53,12.  5  Nota  : Significado del lavado de los pies. El lavado de los pies, en esta Obra como en la Liturgia romana vespertina del Jueves Santo, precede al rito eucarístico, para enseñar que nadie debe participar en el Banquete divino si no es muy caritativo, profundamente humilde, completamente puro.   6  Nota  : Cfr. Sal. 40,10.   7  Nota  : Cfr. Gén. 1-3.   8  Nota  : Cfr. Sal. 114.   9  Nota  : Cfr. Sal. 115.   10  Nota  : Cfr. Sal.  116.   11  Nota  : Cfr. Sal. 117.   12  Nota  : Cfr. Sal. 115.   13  Nota  : S. Justino, filósofo y teólogo de la época sub-apostólica, que nació en Palestina y que vivió en Roma, en su Apología 1ª, compuesta hacia el año 150, escribe que los diáconos, al terminar el Sacrificio, llevaban la  Eucaristía a los ausentes.   14  Nota  : El venerable Señor Arzobispo Alfonso Carinci, al leer estas y semejantes alabanzas tributadas a María, en esta Obra, solía decir: “Estos libros no pueden venir de la cabeza del Demonio, porque éste no la lleva nada con la Virgen”.   15  Nota  : Cfr. Judit 10,13.   16  Nota  : Cfr. Jue.  4-5.   17  Nota  : Cfr. Cant. 8,6.   18  Nota  : a) La que solo se dejará ver en el Cielo: se refiere a la mujer «Velada». Cfr. Personajes de la Obra magna: Aglae. b) Fotinái: es el nombre de la samaritana de Sicar con la que Jesús se encontró junto al pozo de Jacob. Cfr. Ju. 4,4-42.   19  Nota  : Cfr. Is. 9,6-7.   20  Nota  : El antiguo  mandamiento “Amarás a  tu prójimo como a ti mismo” (Lev. 19,18) es elevado a una mayor perfección (Cfr. Mt. 5,17) al decir: “Amaos mutuamente como os he amado” (Ju. 15,12). Esta Obra al decir “Amaos mutuamente más de lo que cada uno se ama a sí mismo” expresa claramente lo que se lee en: Ju. 15,13; Rom. 5,6-8; Ef. 5,1-2; 1 Ju. 2,3-11; 3,11-24, porque sin duda, Jesús, nuestro modelo, nos amó más que a Sí mismo (Cfr. Hebr.12,1-4). 21 Nota : El amigo fiel: Lázaro. El hijo predilecto: Juan Zebedeo. 22 Nota : Habiéndose entregado voluntaria y completamente al servicio de Satanás. Como Pablo con toda verdad llegó a decir: “No soy yo más el que vive en mí, es Jesús quien vive en mí” (Gal. 2,20), así también el traidor llegó a ser el hombre en quien el demonio vivía, no ya él. Cfr. Ju. 13,2; Lc. 22,3: Ju. 6,70; 13,27.   23  Nota  : “Si hubiera impedido encarnarse a Satanás para matarme, habría debido exterminar a la raza humana”. Es una afirmación fuerte y vivida, apropiada para expresar la voluntad satánica, insana y desenfrenada de apoderarse del hombre, rey del universo, para realizar finalmente su antiguo sueño no solo de combatir sin tregua a Dios sino de quererlo destruir.   24  Nota  : Cfr. Sal. 34,19.   25  Nota  : Respecto de esta “sublime plegaria”, María Valtorta hizo notar varias veces y su director el Padre Migliorini lo repitió, que el apóstol Juan la había escrito “ad litteram”, exactamente como salió de los labios del Maestro divino.
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9-600-427 (11-20-491).- Reflexiones sobre la Última Cena.
Dice Jesús: “Del episodio del la Cena, aparte la consideración de la Caridad de un Dios que se hace Alimento para los hombres,  resaltan cuatro enseñanzas principales:
 ■ La primera: necesidad que todos los hijos de Dios tienen de obedecer la ley. La Ley decía que se debía comer en la Pascua el cordero según el rito que el Altísimo había dado a Moisés, y Yo, el Hijo verdadero del Dios verdadero, pese a que soy Dios, no pensé que estuviese exento de ella. Vivía en la Tierra, era Yo un Hombre entre los hombres y Maestro de ellos. Debía, pues, cumplir mi obligación para con Dios como los demás y mejor que los demás. Los favores divinos no eximen de la obediencia y del esfuerzo por una mayor santidad. Si comparáis la santidad más excelsa con la perfección divina, la encontraréis siempre llena de imperfecciones, y, por esto, obligada a esforzarse a sí misma para eliminarlas y alcanzar un grado de perfección semejante lo más posible al de Dios.
La segunda: el poder de la oración de María. Yo era un Dios hecho Hombre. Un Hombre que, por no tener mancha alguna, poseía la fuerza espiritual para dominar la carne. Y, con todo, no sólo no rechazo, antes al contrario: invoco, la ayuda de la Llena de Gracia, la cual también en esa hora de expiación encontraría cerrado el Cielo, pero no tanto como para no lograr, —siendo Ella Reina de los ángeles—, arrebatar un ángel para el consuelo de su Hijo. ¡Oh, Ella no lo hubiera pedido para Ella, pobre Madre! También Ella saboreó la amargura del abandono del Padre. Por este dolor que ofreció por la Redención, obtuvo para Mí el haber podido superar la angustia en el Huerto de los Olivos, y llevar a cabo la Pasión bajo todas sus múltiples durezas (cada uno de cuyos aspectos estaba orientado a lavar cualquier forma de pecado como sus medios para cometerlo).
La tercera: el dominio de uno mismo y el tolerar la ofensa, que es la manifestación más sublime de la caridad. Esto lo pueden conseguir sólo aquellos que quieren que para su vida no haya otra ley más que la caridad que Yo había anunciado; y no solo anunciado, sino que Yo realmente había practicado. No os podéis imaginar lo que significó para Mí haber tenido conmigo a la mesa al traidor, haberme dado a él, humillarme ante él, tener que haber compartido con él la copa ritual y poner mis labios donde había puesto los suyos y hacer que mi Madre los pusiera. Vuestros médicos discuten y han discutido sobre mi modo de haber muerto muy prontamente, y dicen que se debió a una lesión cardíaca debida a los golpes de la flagelación. Sí, también debido a los golpes se debilitó mi corazón, pero ya había enfermado en la Cena, despedazado, despedazado en el esfuerzo de tener que soportar a mi lado al traidor. Entonces empecé a morir físicamente. El resto no es sino parte de la agonía que ya había empezado. Todo lo que pude hacer lo hice, porque estaba íntimamente unido con la Caridad. Incluso en la hora en que Dios-Caridad se retiraba de Mí supe ser caridad, porque había vivido de caridad durante mis treinta y tres años. No se puede llegar a una perfección como la que es necesaria para perdonar y soportar a nuestro ofensor si no se tiene el hábito de la caridad. Yo lo poseía, y pude perdonar y soportar este drama inaudito que el demonio había formado: Judas.
La cuarta: El Sacramento obra lo que es, y obra más cuanto más digno es uno de recibirlo; cuanto más se ha hecho uno digno de él con una voluntad constante que aplasta a la carne y hace señor al espíritu, domando las concupiscencias, doblegando el ser a las virtudes, tendiendo el espíritu, como un arco tenso, hacia la perfección de las virtudes, sobre todo, de la caridad. Porque cuando uno ama, tiende a hacer feliz a aquel que ama. Juan, que me amó como ningún otro, alcanzó del Sacramento el máximo de la transformación. Desde ese momento empezó a ser águila, al que le resultaba familiar y fácil la altura en el Cielo de Dios, fácil fijar su mirada en el sol eterno. ■ Pero ¡ay de aquel que recibe el Sacramento sin haberse hecho digno de él, sino que, al contrario, haya aumentado su siempre humana indignidad con culpas mortales! Entonces el Sacramento se convierte no en germen de preservación y vida, sino de corrupción y muerte. Muerte del espíritu y putrefacción de la carne, por lo cual ésta «revienta», como dice Pedro de la de Judas (1). No vierte la sangre, líquido siempre vital y hermoso en su púrpura, sino que esparce sus entrañas, ennegrecidas con toda clase de lujuria, podredumbre que se esparce fuera de la carne corrompida, como de la carroña de un animal inmundo, objeto de vómito para los que pasan. La muerte del profanador del Sacramento es siempre la muerte de un desesperado y por esto no conoce el tranquilo tránsito del que está en gracia, ni el heroico de la víctima que, pese a los sufrimientos, mantiene sus ojos fijos en el Cielo y su alma en la serenidad de la paz. La muerte del desesperado es atroz en contorsiones y terror, es convulsión horrenda del alma de la que ya se ha apoderado Satanás, que la estrangula para arrancarla de la carne, y que la ahoga con su nauseabundo aliento. ■ Esta es la diferencia entre el que pasa a la otra vida después de haberse alimentado en ésta de caridad, de fe, de esperanza, y de todas las otras virtudes y de toda doctrina celestial, y del Pan angélico que le acompaña con sus frutos —y mejor si es con su presencia real— en el extremo viaje, y el que pasa a la otra vida después de haber llevado acá en la Tierra una vida animal; la Gracia y el Sacramento no le ayudan. La muerte del primero es serena: al morir se le abren las puertas del Reino eterno. La muerte del segundo es la espantosa caída del condenado que siente que se hunde en la muerte eterna y conoce en un instante aquello que ha querido perder, pero que ya no puede recuperar. Para uno, es ganancia; para otro, pérdida. Para uno, alegría, para el otro, terror. Esto es lo que os dais según que creáis en mi don y lo améis, o que no creáis en él  y lo despreciéis. Ésta es la enseñanza de esta contemplación”. (Escrito el 17 de Febrero de 1944).
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1   Nota   : Cfr. Hech. 1,18.

 
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